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ESCUELA DE

EDUCACIÓN SUPERIOR

EDUCACIÓN
PRIMARIA
Resumen
CURSO: “PRÁCTICA VIII”

NOMBRE : LIDA LELIA MORENO ZUÑIGA

SEMESTRE : VIII

PROFESORA : LUQUE MERMA ELSA


BERTHA

AREQUIPA 2022
Es un libro filosofía
Hans-Georg Gadamer nació en 1900 en Breslau, y a los 75 años se animó a escribir
estos recuerdos de su larga travesía por el mundo de la filosofía alemana de nuestro
siglo.
Había comenzado su carrera en su ciudad natal, donde algunos profesores le
señalaron el camino a Marburgo, el prestigioso centro del neokantismo.Si en Breslau
pudo percibir el cambio de época en algunas grandes innovaciones tecnológicas, en el
Marburgo de los años veinte pudo asistir de cerca al paso de la filosofía académica
aún decimonónica a la filosofía propiamente contemporánea, representada sobre todo
por Martin Heidegger. Su manera de pensar, que aún hoy causa impacto, fue para los
estudiantes de los años veinte una verdadera sacudida.
Después de la guerra, Gadamer fue rector de la Universidad de Leipzig, y trató de
reorganizar la vida universitaria en convivencia con el imperante socialismo de signo
soviético. La convivencia se hizo insoportable y aceptó un nombramiento como
catedrático en Frankfurt. Fue una etapa breve, interrumpida por un largo viaje a
Argentina, donde estableció sus conocidos lazos de simpatía con el mundo de habla
española. Finalmente encontró en Heidelberg su cátedra definitiva y desde ella aportó
su hermenéutica filosófica al pensamiento contemporáneo. En la remembranza de su
vida, Gadamer incluye detalladas caracterizaciones de figuras importantes que
cruzaron su camino y que se convirtieron en maestros para él. Sus acertados retratos
captan los rasgos más auténticos de pensadores famosos como Hartmann, Scheler,
Natorp, Lipps, Löwitz, Jaspers y el propio Heidegger. Pero también caracteriza
espíritus innovadores y estimulantes hoy menos conocidos como Schürer, Kommerell o
Krüger, que bien merecieran ser rescatados como hitos del espíritu de este siglo.

Los recuerdos de Gadamer muestran la íntima conexión de su camino filosófico con


las grandes corrientes del pensamiento contemporáneo.

INFANCIA DE BRESLAU
Nacio a principios de este siglo, hijo de profesor, profesor mas tarde, ¿ qué podría
contar? ¿ Lo que fue? ¿Pero qué particular? Nos cuenta sus mas tempranos
recuerdos de su infancia. La redondez de un queso Edam, la rueda de viento girando
frente a la venta en la calle Affoller de Marburgo. Nos cuenta del primer cine, el primer
teléfono en casa , su primera bicicleta. Del estallido de la primera guerra mundial, su
participación en la exposición del centenario 1913.
Nos habla de las primeras pastas cocidas en aceite de coco en el vecino parque de
atracciones, un pedazo de propaganda colonial alemana. Algo como el aceite de coco
era para los ricos silesios de entonces, nadando en abundancia de huevo y mantequilla,
algo nuevo y extraño.

También nos habla de los muertos que llegan a consecuencia de guerra que
escuchaban por las noticias. Fueron años de hambre. Guerra, revolución, examen
final, y comienzo de los estudios universitarios; todo aparecía aún rodeado por el
sueño de la vida. Al abandonar la escuela y empezar la universidad, a comienzos de la
primavera de 1918, yo tenía 18 años. Cualquier cosa menos un muchacho que hubiera
madurado tempranamente, no era más que un chico tímido, torpe y reservado. Nada
señalaba hacia la «filosofía»; adoraba a Shakespeare y a los griegos, así como a los
clásicos alemanes y, sobre todo, la lírica, pero siendo escolar no había leído ni a
Schopenhauer ni a Nietzsche. Durante los años de conflicto Breslau fue un lugar
tranquilo, provincia en un sentido casi patriarcal, más prusiana que Prusia, y alejada
de los frentes.

Su padre catedrático de química farmacéutica, Gadamer nació en 1900 en


Marburgo. En contra del parecer de su padre -quien le pidió no caer en manos de los
'profesores charlatanes' que no se ocupan de la 'verdadera ciencia'-, estudió filosofía,
germanística, historia del arte e historia en Wroclaw (la antigua Breslau), Marburgo y
Múnich. Intimidado un poco por el pensamiento abstracto, a partir de 1924 añadió
también a todo ello los estudios de filología clásica, una formación que marcaría
profundamente su pensamiento y su gusto por el lenguaje.

Cuando, siendo aún un tímido muchacho de sólo dieciocho años, empieza uno a
tratar de orientarse por su cuenta y riesgo en los estudios, al principio se encuentra por
completo desorientado, dispersándose sin remedio. Probé a curiosearlo todo,
germanística (Th. Siebs) y romanística (A. Hilka), historia (Holtzmann, Ziekursch) e
historia del arte (Patzak), musicología (Max Schneider), sánscrito (O. Schrader),
islamística (Praetorius). Por desgracia no hice filología clásica. La escuela apenas
había motivado mis intereses en esa dirección. Sin embargo, Wilhelm Kroll, un
narrador fascinante y muy chistoso, era un amigo de mis padres al que yo admiraba
mucho, y que siempre manifestó interés por mí, defendiendo.
Mi emancipación de la casa familiar se produjo a cuenta de la lectura de la
obra Europa y Asia de un escritor mediocre, Theodor Lessing, una crítica enfática y
sarcástica de la cultura que me entusiasmó. Había, por tanto, otras cosas en el mundo
aparte de capacidad, trabajo y disciplina prusianas. Se acerca a la política y conoce
hombres influyentes de esa época.
Recuerdos de Marburgo

En 1929, ya catedrático, Gadamer comenzó a cimentar su fama de excelente profesor


primero en Kiel y Marburgo, y luego en Leipzig, donde en pleno Tercer Reich, en 1939,
asumió una cátedra de filosofía. A diferencia de Heidegger, quien llegó a defender el
ideario nacionalsocialista, Gadamer mantuvo distancias con la dictadura. 'Tenía
muchos amigos judíos y, así, para mí fue muy fácil mostrarme reservado', recordó a
mediados de los años noventa.

Cuando, en 1930, el romanista Leo Spitzer aceptó su nombramiento en Colonia,


antes de trasladarse desde Marburgo a esta última ciudad, dio una fiesta de despedida
en la que sostuvo una charla sobre la cuestión: «¿Qué es Marburgo?» Recuerdo muy
bien cómo fue enumerando toda una serie de nombres e instituciones, para al final
decir: «Nada de esto es Marburgo.» Algunos no reprimieron su indignación tras
escuchar estas palabras. También recuerdo que Rudolf Bultmann fue el primer nombre
del que aseveró «Esto es Marburgo.» De hecho, si retrocediendo con la mirada hasta
la segunda década del siglo tuviera que decir qué era Marburgo entonces, no faltaría
el nombre de Bultmann, como tampoco lo harían otros nombres, algunos más
veteranos. Los jóvenes a los que nuestros intereses filosóficos llevaban entonces a
aquella ciudad teníamos en mente la «Escuela de Marburgo.

Pero hay que hablar de la presencia de Nicolai Hartmann, quien por entonces influía
grandemente sobre todos nosotros. A decir verdad, yo no era muy afecto a los
esquemas con que representaba en la pizarra la esfera subjetiva, la objetiva, la
categorial, y sabe Dios qué otras esferas más. Un estilo semejante, tan pulido
dialécticamente, me era ya conocido gracias a Richard Hönigswald, quien, por cierto,
había sembrado en mí un cierto disgusto por tales simplificaciones didácticas. Pero la
fría gravedad y la penetración reflexiva del nuevo profesor me fascinaron pronto. Así
que me sentí profundamente honrado por su interés cuando Hartmann, tras mostrarme
una amable disposición, empezó a acompañarme después de las clases al café Vetter o
al Markees, sobre cuyas venerables mesas de mármol se atrevía a desarrollar
esquemas aún más alambicados, en los que incluso la ontológica potencia de
determinación de los valores, como continuación de las categorías provistas de una
más fuerte. Como decano de filosofía y rector, tras el final de la guerra siguió durante
dos años en Leipzig y, después de un breve paso por Francfort, ya en la RFA, en 1949
asumió la cátedra hasta entonces ocupada por Karl Jaspers en Heidelberg, la idílica
ciudad a orillas del Neckar en la que residiría hasta su muerte.

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