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La opinión pública suele percibir a los diplomáticos como atrasados o incluso aversos a
la tecnología. Sin embargo, la paulatina mejora de la tecnología, desde la invención de
la escritura, hasta el telégrafo, el teléfono y el internet ha acelerado la comunicación
diplomática hasta el punto de conseguir la inmediatez. Y todo esto sin hacer obsoleta
la figura del diplomático, a pesar de las preocupaciones imperantes entre los
funcionarios, como la sentencia pesimista de Lord Palmerston, Secretario de
Relaciones Exteriores del Reino Unido, “¡Dios mío, este es el fin de la diplomacia!”,
pronunciada en relación con el telégrafo, o la clasificación del teléfono como “un
peligroso pequeño instrumento” por parte del diplomático y escritor Harold Nicolson.
Cada vez más la tecnología se usa no solo para transferir la información ya existente,
sino también para generar, recopilar y analizar datos nuevos. El emergente concepto
de data diplomacy engloba la aplicación del big data en áreas tan diversas como
negociaciones, tareas consulares, planificación de políticas, comercio internacional,
ayuda al desarrollo, acción humanitaria y de emergencia. En este sentido, la capacidad
de conocer al público cobra especial importancia en el ámbito de la diplomacia pública.
La e-diplomacia
Entre la abundancia de prefijos intercambiables -cíber, digital, tech, net, e- que hacen
referencia al uso de tecnologías digitales -redes sociales, dispositivos móviles, formatos
multimedia- con fines diplomáticos, destaca el área de la diplomacia pública. Esto
constituye más que un cambio metodológico: es una nueva faceta de la diplomacia,
que carece del secretismo y la exclusividad del pasado, extendiendo el alcance del
mensaje comunicado tanto en el espacio, como en el tiempo.
La herramienta preferida por los diplomáticos es Twitter, lo que se conoce como
twiplomacy, ya que permite un intercambio de opiniones en temas de actualidad
mediante el uso de hashtags. De tal modo, el 50% de los Ministerios de Asuntos
Exteriores cuentan con un perfil de Twitter, y el 48% con una página en Facebook. No
hay que olvidar el empleo de recursos propios, como los blogs y las wikis.
El potencial de las redes sociales solo captó la atención del mundo académico con la
irrupción de la Primavera Árabe en el 2011. En este sentido, la e-diplomacia no se
limita a reducir los costes de la diplomacia pública, sino que ofrece una nueva manera
de gestionar el cambio a nivel internacional -la esencia de la diplomacia- de forma
colaborativa e interconectada -ya que la descentralización de la red supone la
redistribución del poder desde el Ministerio de Asuntos Exteriores hacia las embajadas
e incluso hacia actores no gubernamentales-.
La guerra digital
Ninguna tecnología es mala o buena per se, sino que depende del uso que los agentes
humanos le dan. De modo similar, la competición geopolítica en tecnología no es
inevitable. Para aprovechar las oportunidades que esta brinda para afrontar los
desafíos comunes e incluso reconstruir las relaciones entre estados, es oportuno
incidir en su uso responsable, inclusivo y colaborativo, desde el nivel personal hasta el
nivel estatal. El hecho de que la política tecnológica difumina la tradicional dicotomía
entre geopolítica y política interna justifica la implicación de los nuevos actores -desde
las empresas privadas y los expertos digitales hasta la sociedad civil- en los asuntos
diplomáticos. Esto es de especial importancia en esta década ya que la diplomacia
digital está en el proceso de definirse y expandirse -conforme los Ministerios de
Asuntos Exteriores digitalizan más áreas de acción-, antes de alcanzar la etapa de la
madurez. Dicha alianza amplia de diversos stakeholders prevendrá sus sesgos o
desventajas individuales, como la descentralización, la desregulación o el
determinismo tecnológico.