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Índice

BRUCE. Heredero traicionado


Sinopsis
Agradecimientos
Dedicatoria
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Epílogo
Nota de la autora
Tengo un regalo para ti
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BRUCE
Heredero traicionado

Serie Herederos 1

Sarah Valentine
Sinopsis

BRUCE
Heredero traicionado
(Serie Herederos 1)

Una historia de amor, pasión, intriga, venganzas y traiciones


en el corazón de Escocia.

Bruce Stewart, un rico y atractivo heredero de un gran imperio


empresarial, debe tomar posesión del cargo que hereda
después de que su padre se jubile. Él es un hombre de
negocios al que le gusta gestionar sus empresas de una manera
mucho más moderna y cuidando el bienestar de sus
trabajadores, a diferencia de su padre. Por ese motivo, prefiere
incorporarse a la empresa, haciéndose pasar por un trabajador
más y no por el máximo responsable.

Ava Bissett, una joven de escasos recursos económicos, trabaja


como limpiadora en una gran empresa. Estudia en
la universidad, aunque no puede ir a clase, y trabaja a jornada
completa. Pese a su juventud, tiene que hacerse cargo de
su hermano pequeño, porque ambos quedaron huérfanos tras el
trágico accidente de tráfico en el que fallecieron sus padres.

Él no soporta las injusticias ni la tiranía de los superiores


frente a sus trabajadores.

Ella recibe las burlas y los castigos de la encargada del


departamento de limpieza por su juventud y sus quilos de más.

Dos personas de mundos distintos que forjarán una amistad en


unas escaleras de emergencias, acompañados por las canciones
de Ed Sheeran. Una relación que no será aceptada por muchos.

¿Conseguirá triunfar el amor por encima de todas las


adversidades?
¡Atrévete a descubrirlo!
Agradecimientos

La idea de escribir esta serie no recuerdo con exactitud de


dónde salió. Pero de lo que sí estoy segura es que el germen
que dio lugar a esta primera historia fue una conversación con
Nessa McDubh, Pilar N. Colorado, Irene Moya-Angeler y
Cora King.

Después, esa semilla la planté con la ayuda de Dorcas


Montañés y a partir de ahí la fuimos haciendo crecer, hasta que
logré una escaleta, que acabó convirtiéndose en la historia de
Bruce y Ava.

Por todo esto y por vuestra paciencia, consejos, cariño y risas


(muchas risas y que sean más cada día) os doy las gracias,
chicas, sois las mejores.

Tampoco puedo dejar de agradecer la gran ayuda de mis cero,


a quien he dedicado esta novela: Dorcas, Nessa McDucbh,
Pilar N. Colorado, Irene Moya-Angeler, Cora King, Nira,
Teresa, Maggie y Mapita. Hermosas mías, os merecéis todo mi
amor, respeto y cariño ¡Os quiero, chicas!

También quiero agradecer el apoyo de mi querida Comunidad


Romántica. Gracias a todas las escritoras y a las lectoras que
formáis parte de ella. En cada directo conseguís arrancarme
una sonrisa y muchas risas, ¡qué sigan las risas siempre!

No puedo acabar estos agradecimientos sin dar las gracias


también a mi familia (de sangre y de corazón) por vuestro
apoyo incondicional. Gracias a Marc por todo, por siempre y
para siempre.

Y gracias a ti, lector, porque nada de esto sería posible sin ti.

Os quiero.

Sarah Valentine
A mis lectoras cero.
Prólogo

Siento la garganta seca y cada vez que grito es como si una


garra de uñas afiladas se me clavara en el cuello.
Grito de nuevo.
Nadie me oye o no quieren oírme.
Necesito salir de aquí, levantarme de esta cama a la
que estoy atada sin saber por qué ni quién me ha amarrado a
ella.
Si tuviera las manos sueltas, me arrancaría el gotero
que tengo clavado en el brazo derecho y me desataría las
correas que me mantienen inmovilizada sobre este colchón.
Todo es blanco a mi alrededor, aséptico. No estoy
enferma, solo algo atontada por lo que me deben de estar
administrando por la vía que tengo puesta.
Quiero levantarme y salir corriendo, David me
necesita. Debe de estar asustado porque no estoy junto a él.
Quiero salir de aquí.
Necesito ayuda.
¿Alguien puede oírme?
Capítulo 1

Bruce

Acaricio con el pulgar de mi mano derecha el volante del


coche que me acabo de comprar: un Tesla último modelo que
uso para moverme por Glasgow e ir a la oficina. Es un
automóvil que, aunque no es como mis otros coches (ni los
Porsche ni los Masseratti), no tiene nada que envidiarles para
desplazarme por la ciudad. Además, con un coche de este tipo
paso mucho más desapercibido en el garaje de la empresa que
con alguno de mis deportivos de alta gama, y eso precisamente
es lo que necesito ahora: parecer un empleado más.

Cuando freno en el último semáforo antes de entrar al


edificio donde están las oficinas de mi empresa, me ajusto la
corbata. Al hacerlo, el roce del cuello de la camisa blanca de
algodón egipcio hace que sienta un leve escozor por encima de
la clavícula izquierda. Chasqueo los labios y recuerdo el
momento en el que la pelirroja con la que he compartido la
noche me clavó las uñas mientras cabalgaba encima de mí. No
suelo repetir con ninguna chica, pero con ella he cometido el
error de verla dos veces en menos de una semana. Supongo
que su espectacular forma de moverse entre las sábanas ha
tenido mucho que ver.

Me quito las gafas de sol justo al entrar en el garaje y me hago


una nota mental para bloquear a la pelirroja en la agenda del
teléfono. Así no tendré la tentación de volver a quedar con ella
cuando vuelva a llamarme.

Hoy es mi primer día de trabajo en la empresa familiar. Desde


que me marché a estudiar a Estados Unidos, hace unos diez
años, no he dejado de viajar alrededor del mundo para
formarme en las mejores universidades. Después de acabar
mis estudios, he cursado varios másteres y he trabajado en
algunas de las empresas más importantes a escala
internacional, donde he aprendido de los empresarios más
influyentes del sector.
Ahora, después de cumplir los veintiocho años, me
siento preparado para encargarme de la dirección la empresa
que creó mi padre hace varias décadas y que ha hecho crecer
durante todos estos años, hasta convertirla en un referente
dentro del sector. EUN Logistics es una multinacional que
posee varias delegaciones en cada continente, por lo que sus
cotizaciones en bolsa son realmente muy altas.
Mi padre, después de tantos años al frente, siente que
es hora de jubilarse y de que yo me ocupe del grupo
empresarial que se ha encargado de levantar durante todos
estos años. Como él, seré el accionista mayoritario y, por tanto,
tomaré las decisiones del rumbo que debe llevar EUN
Logistics de ahora en adelante.
Estoy dispuesto a aceptar el reto, pero quiero hacerlo
como se deben hacer las cosas: desde abajo y sin que nadie me
dé todo solucionado por ser el hijo del jefe.
Por esa razón he decidido que mi incorporación a la
empresa sea discreta. Quiero hacerme pasar desde el primer
día por un empleado más para conocer cómo trabajan el resto
de los trabajadores. Nadie, a excepción de los altos cargos,
sabe quién soy realmente, porque solo así podré relacionarme
con cualquiera de los empleados de manera cómoda y sin que
se comporten de forma impostada al saber que seré el nuevo
jefe, después de la jubilación de mi padre.

Justo después de dar al botón del mando a distancia para cerrar


mi coche, cojo mi móvil del bolsillo de la americana para
bloquear el teléfono de la gatita que me ha arañado en el cuello
hace unas horas. Si no lo hago ahora, con toda seguridad se me
olvidará y no quiero volver a caer entre sus garras. Busco su
número en la agenda y lo bloqueo mientras espero el ascensor
en la planta subterránea del garaje.
Al abrirse las puertas metálicas del mismo, entro en
él. Respiro hondo al detectar un agradable olor a ambientador.
Es un aroma elegante, que no consigo identificar, porque
nunca he tenido el olfato demasiado fino, pero si algo tengo
claro es que este aroma me gusta y mucho. Miro a mi
alrededor y compruebo que está todo muy limpio, supongo
que debe de haber pasado hace poco alguien del servicio de
limpieza. Sonrío, porque necesito que mi lugar de trabajo esté
impoluto y ordenado para sentirme en paz.
Me miro al espejo lateral del ascensor aprovechando
que voy solo y justo después de comprobar que he llegado
puntual en mi reloj de pulsera, me echo hacia atrás algunos de
los mechones que me han caído sobre la frente. Me ajusto la
corbata de nuevo y sonrío al espejo. Me gusta la imagen que
me devuelve, me considero un hombre atractivo y me gusta
hacer gala de ello.
Al instante, se abren las puertas del ascensor y veo la
recepción de la empresa. Suspiro y salgo con decisión del
habitáculo metálico. Justo al avanzar me encuentro con un
carrito de la limpieza a mi izquierda. Supongo que he llegado
muy temprano, y deben de estar ultimando su trabajo.
—Buenos días —me saluda una chica vestida con el
uniforme del departamento de limpieza.
—Buenos días —le respondo mostrando mi mejor sonrisa,
algo que sé que a la muchacha le ha sorprendido, por la cara
que se le ha quedado al oírme.
Camino sobre el suelo de mármol brillante y me acerco hasta
el mostrador de recepción.
—Hola, soy Bruce Stewart, he quedado con el señor
MacNamara—le digo con mi sonrisa más seductora a la
atractiva rubia que me mira desde el otro lado del mostrador
de recepción.
—Sí, me dijo que lo acompañara en cuanto llegase, le está
esperando —me responde solícita y levantándose al instante de
su silla.
Al llegar a su despacho, MacNamara, el responsable del
departamento de gestión y mano derecha de mi padre, me
espera mientras toma un café. Está sentado frente a la enorme
mesa de madera de color oscuro y a su espalda tiene unos
grandes ventanales de cristal, desde donde se ve buena parte
de Glasgow.
—Bruce, bienvenido —me dice justo al verme aparecer por
la puerta y se levanta para estrecharme la mano.
—Gracias, MacNamara. Al fin llegó el día de mi
incorporación —le digo mirándolo a los ojos.
—Sí, tu padre estará muy contento de tenerte por aquí.
Finalmente ha llegado el momento que tanto deseaba de poder
irse retirando de los mandos para dejártelos a ti. ¿Un café?
—Solo y sin azúcar, por favor.
—Claro —responde justo antes de avisar de nuevo a la rubia
de recepción para que me traiga el café.
—Supongo que mi padre te ha informado de que, durante un
tiempo, estaré de incógnito en la oficina.
—Sí, me ha dicho que no quieres que los empleados sepan
que eres su hijo.
—Lo prefiero. Es la mejor manera de conocer el
funcionamiento real de la empresa y de los trabajadores. De
otra manera, creo que evitarían hacer según qué por ser quién
soy.
—La verdad es que eso es algo que tu padre nunca habría
hecho, pero…
—Soy muy diferente a él.
—Sí, ya veo, Bruce, y me parece estupendo. A esta empresa
le irá bien un soplo de aire fresco.
Justo cuando acaba de hablar, unos nudillos llaman a
la puerta y entra la chica de recepción con mi café. La rubia
me mira con una sonrisa que adivino llena de intención.
Avanza hacia mí con la mirada puesta en el líquido que
contiene la taza que lleva en una de sus manos y contonea las
caderas mientras camina. La miro de arriba abajo y le vuelvo a
sonreír justo cuando ella deja el café frente a mí en la mesa del
despacho. Se inclina más de lo necesario cuando la tengo
delante, en lo que parece un intento de mostrarme su generoso
escote. Cuando deja la taza frente a mí, levanta la mirada y la
fija en mis ojos. Yo le sonrío, aunque intento no prestar
demasiada atención a sus atributos. No quiero que crea que
soy alguien a quien le gusta mezclar el trabajo con el placer.
Capítulo 2

Ava

Dicen que cuando te haces mayor echas de menos las fiestas


de la época universitaria. Yo no sé si las echaré en falta o no,
porque la verdad es que no suelo salir demasiado a menudo.
De lo que sí estoy convencida es de que encontraré a faltar
todas las horas de sueño que ahora me estoy teniendo que
ahorrar. Además, dicen que todas esas horas que pierdes,
nunca las vuelves a recuperar, algo que me horroriza recordar
cada mañana cuando suena el despertador.

Mis compañeras de trabajo siempre me dicen que parezco


mucho mayor de lo que soy, por todas las responsabilidades
con las que cargo, y no puedo quitarles ni un ápice de razón.
Tengo veintidós años, trabajo como mujer de la limpieza en
una multinacional, estudio en la universidad y cuido de mi
hermano, David, que solo tiene ocho años. Sí, ya sé que
muchas hermanas mayores cuidan de sus hermanos menores
cuando sus padres trabajan o tienen que hacer cosas, pero en
mi caso es diferente: soy la tutora legal de mi hermano porque
mis padres murieron hace un par de años.

Hasta que mis padres tuvieron aquel fatídico accidente de


coche, yo era una chica normal, que estudiaba con una beca en
la universidad pública, que salía de vez en cuando con sus
amigas y que se esforzaba cuanto podía por sacar las mejores
notas posibles. Sin embargo, aquella tarde del tres de
diciembre todo cambió. A partir de entonces, tuve que
ocuparme en exclusiva de mi hermano que solo tenía seis
años.

Ya sé que hay mucha diferencia de edad entre nosotros,


exactamente catorce años, a pesar de que somos los dos únicos
hijos de los mismos progenitores.

Mis padres decían que David había sido un regalo desde el


mismo momento en el que mi madre se enteró de que estaba
embarazada, porque llegó cuando ya no lo esperábamos.

A pesar de que siempre había deseado y soñado con dejar de


ser hija única, nunca lo habían conseguido. Desde jovencita,
ella había tenido ovarios poliquísticos y por ese motivo le
costó mucho quedarse embarazada. Así que cuando nací,
después de un parto bastante complicado, los médicos le
dijeron que tenía pocas opciones de volver a concebir.

A pesar de que a les hubiera encantado tener una familia


numerosa que llenase la casa de niños, se tuvieron que hacer a
la idea y conformarse con tener una sola hija. Sin embargo, en
un control rutinario en la consulta del ginecólogo, cuando mi
madre esperaba que el doctor le dijese que estaba en plena
menopausia, el médico le dio la genial noticia de que un bebé
estaba creciendo detrás de su ombligo. Aquella fue una gran
noticia para ella y le cogió por completo de sorpresa. Estaba
tan feliz, que no se lo podía creer. Después de tantos años, le
parecía imposible que aquello pudiera estar sucediéndole, y
más de una forma tan inesperada. Pero cuando escuchó el
fuerte latido del corazón del que sería mi hermano, tuvo la
certeza de que aquel niño había llegado a su útero para
quedarse.

Recuerdo cómo lloraba de la emoción cuando llegó a casa esa


misma tarde y nos contó a mi padre y a mí lo que le había
dicho el médico. Nos abrazamos los tres emocionados y en
seguida empezamos a imaginar dónde meteríamos a aquel
bebé inesperado en el minúsculo piso en el que vivíamos.
Aunque nos hacía tanta ilusión aquel regalo tan imprevisto que
no nos importó vivir apretados y tener que ajustarnos el
cinturón, aún más de lo que ya lo hacíamos, con la llegada del
nuevo miembro de nuestra familia.

Nosotros éramos muy humildes. A pesar de que mis padres


trabajaban prácticamente de sol a sol, los gastos que suponían
mis estudios, pese a que tuviese una beca, y, además, un bebé
hicieron que tuviera que empezar a compaginar mis estudios
con un trabajo de camarera. A pesar de que no ganaba
demasiado, servir mesas me permitía solo ocupar unas cuantas
horas del fin de semana y dedicarme de lunes a viernes a
estudiar y a ayudar con el cuidado de David.

Sin embargo, desde que mis padres murieron, mi vida ha


cambiado mucho. Tuve que cambiar de trabajo a uno de
jornada completa, que me permitiera llegar por mí misma a fin
de mes, así que busqué a la desesperada y conseguí un contrato
a jornada completa como limpiadora en una multinacional.

Trabajar durante tantas horas a la semana y cuidar de David,


hicieron que tuviese que dejar de ir a clase, por lo que desde
entonces empecé a estudiar por las noches y a distancia.

Con este ritmo de vida, me siento muy cansada y hay días en


que los que tiraría la toalla y dejaría los estudios, pero sé que
cuando me esfuerzo, saco buenas notas y acabo consiguiendo
lo que me propongo. Además, estoy convencida de que mis
padres estarían muy orgullosos de mí y solo por eso merece la
pena todo el esfuerzo que hago. Supongo que cuando acabe los
estudios, podré dejar mi trabajo actual y conseguir uno
relacionado con mi carrera que me permita poder vivir de
manera más relajada y disponer de algo más de tiempo libre
para poder pasarlo con David.
Capítulo 3

Ava

—No quiero a nadie haciendo ninguna tontería —dice


Margaret, la encargada del servicio de limpieza de la empresa
en la que trabajo y, por tanto, mi jefa.

Todas la miramos y asentimos con gesto de animalillos


asustados. Margaret tiene un tono de voz estridente y su mal
carácter y sus malas formas hacen que todas las trabajadoras
que estamos a sus órdenes la temamos.
—Quiero que seáis invisibles y hoy más que nunca, porque
se rumorea que el nuevo jefe está al caer. Así que tiene que
estar todo impoluto y que ni se os oiga, ni se os vea ¿Me
habéis entendido? —nos escruta con sus pequeños ojillos
claros—. Ava, ¡tú también! Aunque con ese culo que tienes,
dudo que puedas pasar desapercibida…
—Sí —musito sin levantar la mirada del suelo y noto cómo
al instante se me anegan los ojos.
—Así que tú mejor que te escondas o trabajes en el almacén
reponiendo materiales, porque con el tamaño que tienes te va a
ser imposible pasar desapercibida, ¿me has entendido? —
insiste, aunque yo solo acierto a asentir porque no me atrevo a
hablar y que se me rompa la voz mientras le contesto.
Siempre he sido una chica con curvas. Ni de niña estaba
dentro de los estándares de belleza, porque siempre estuve por
encima del peso normativo. Ser diferente al resto me supuso
tener muchos complejos y sentirme inferior a los demás, algo
que continúo albergando dentro de mí y que muchas veces
consigue hundirme, como me ha pasado hoy con los
comentarios de Margaret.
Me hubiera encantado poder decirle que no me hablara así,
que no era nadie para meterse conmigo delante de todo el
mundo y menos de hacerlo por mi físico. Sin embargo, he
tenido que aguantar su bronca y morderme la lengua para no
contestarle, porque no puedo permitirme perder el trabajo. A
pesar de que tengo muy claro que no es el de mi vida, ahora
mismo es el que me permite poder sobrevivir junto a mi
hermano. Por suerte, el piso de mis padres donde David y yo
vivimos, aunque es humilde y muy pequeño, está pagado, por
lo que nada ni nadie podrá echarnos de él. Pero continúo
necesitando un sueldo que me permita pagar las facturas y
poder mantenernos a mi hermano y a mí. Además, este trabajo
de lunes a viernes me permite organizarme para poder estudiar
por las noches, cuando consigo mantenerme despierta después
de leerle un cuento a David tras meterlo en la cama. Y lo
mejor es que también me permite disponer de los fines de
semana libres para poder estar con él.
Capítulo 4

Bruce

Llueve de camino a la oficina. Aunque nací en las Highlands,


no me gusta nada este clima. Llueve cada dos por tres y el
tiempo es tan cambiante en un mismo día, que puede hacer
calor, frío, lluvia y viento en apenas unas horas. Haber viajado
por medio mundo durante los últimos años ha hecho que cada
vez eche más en falta el buen tiempo del Mediterráneo o de la
costa este de los Estados Unidos. Amo el buen tiempo y el
cielo despejado y de color azul. Sin embargo, este es mi país y
pese a las nubes, el frío y la lluvia, sé que es donde tengo que
estar.

Aparco el Tesla en una de las plazas del fondo del garaje de la


empresa, bastante alejada de la zona donde la mayoría de los
empleados dejan sus utilitarios. A pesar de que he intentado
pasar desapercibido, mi coche se ha llevado varias miradas por
parte de algunos de los trabajadores desde el primer día en que
aparecí por aquí. Supongo que todos deben de saber el precio
que tiene y no les cuadrará demasiado que un trabajador como
ellos pueda permitirse un coche de este nivel. Así que aparco
alejado del resto y quizá con suerte muchos de los que dejan
sus coches en el garaje no lleguen ni a darse cuenta de que allí
está el mío intentando pasar desapercibido.

Cuando apago el motor, consulto mi reloj de pulsera y veo


que es más temprano de lo habitual. Esta mañana, después de
entrenar en casa, he decidido no salir a correr, por lo que me
he ido a la ducha directamente, para después vestirme y venir
directamente hacia aquí. La verdad es que no suelo saltarme
nunca ninguna parte de mis entrenos, pero ayer por la tarde
tuve una buena sesión de cardio entre las sábanas con una
antigua amiga de la facultad, con la que coincidí de pura
casualidad tomando una copa, y creo que cubrí el cupo de esa
fase del entreno de hoy.

Además, los nervios en la oficina están bastante alterados y


prefiero llegar lo más temprano posible. Entre los empleados
se rumorea que el nuevo jefe llegará en cualquier momento y
se apremian por tenerlo todo en perfecto estado de revista. Yo
no puedo evitar reírme por dentro cuando los escucho hablar y
hacer cábalas de cómo será el nuevo jefe, si será tan tirano
como el anterior o, por el contrario, querrá hacer las cosas bien
y empezar a tratarlos con estima. Si supieran que el sucesor del
superjefazo soy yo, estoy seguro de que más de uno se
quedaría de piedra al enterarse.

Mientras camino sobre el suelo de color azul eléctrico del


garaje hacia los ascensores, escucho una voz de mujer
hablando de una manera un tanto alterada. Me acerco con
sigilo hasta la puerta de donde adivino que vienen las voces.
Cuando estoy más cerca, compruebo que esta corresponde a la
entrada del sótano del almacén del servicio de limpieza de la
empresa. Me aproximo hasta ella con sigilo. Me interesa saber
qué sucede, quizá eso me sirva para enterarme de lo que se
cuece entre los empleados y que no se atreverán a explicarme
cuando sepan que soy el nuevo jefe.

Cuando estoy prácticamente al lado de la puerta, compruebo


que no está cerrada del todo, por lo que alcanzo a ver a la que
es la encargada de limpieza hablando de muy malas maneras a
una chica, que cuando me fijo en ella veo que tiene una cara
preciosa. Sigo observando atento y me doy cuenta de que a la
chica se le empiezan a anegar los ojos por las maneras tan
poco adecuadas de hablarle de la encargada. Aprieto los
puños, no me gusta nada que algo así ocurra entre mis
trabajadores.

Estoy unos segundos más escuchando los gritos y las malas


palabras que la encargada le regala a la joven hasta que no
puedo aguantarme más y entro.

—Ay, perdón, creo que me he equivocado —les digo


simulando que me he confundido de puerta para acceder a la
oficina.

—No te preocupes, ¿qué buscas? —me dice la encargada


con un gesto amable, que nada tiene que ver al que tenía hace
un instante, mientras gritaba a la chica de la cara de muñeca.

—¿Hay por aquí otro ascensor? —improviso.

—Sí, pero es solo para el personal de limpieza, ¿por qué?,


¿están estropeados los otros? —dice Margaret, que imagino
que es su nombre, ya que lo tiene escrito en la placa metálica
que lleva en la parte delantera del uniforme.

—Tardaban demasiado y por eso he venido hasta aquí —


miento.

—Bueno, este ascensor lo tenemos ocupado con los carros


de la limpieza. También puedes subir por las escaleras que hay
allí —añade Margaret saliendo al garaje y señalándome una
puerta de color rojo que hay en uno de los laterales de la zona
de ascensores.

—Ah, perfecto, subiré por ahí entonces —le digo con mi


sonrisa más encantadora—. ¿Todo bien? —susurro a la chica,
que veo que continúa con los ojos anegados. Ella solo acierta a
asentir al ver que su jefa vuelve a entrar en la habitación en la
que estamos.

Mientras camino hacia las escaleras que me ha indicado


Margaret, no puedo dejar de pensar en la preciosa joven con la
que acabo de hablar. Hay algo en la mirada de esa chica que
me atrapa y consigue que no me pueda sacar de la cabeza la
expresión de sus bonitos y grandes ojos azules durante el resto
de la jornada.

A pesar de querer pasar desapercibido entre el personal y que


no se sepa quién soy en realidad, no he podido evitar que las
secretarias de los altos directivos, únicas personas que conocen
la verdad, me adulen y me hagan la pelota.

No quería que nadie supiese que seré el próximo jefe


precisamente por eso: no me gusta ser el centro de atención, y
mucho menos que la gente que tengo a mi alrededor se
comporte de manera forzada o simulando ser perfecto por el
temor a perder su trabajo.

Supongo que por eso me sentí tan bien mientras estuve


estudiando Economía y Gestión de Empresas en la
Universidad de Standford en California. Durante aquellos años
al otro lado del Atlántico, fui un estudiante más que no
destaqué por nada en especial y mucho menos por el poder
económico de mi familia. La mayoría de mis compañeros
pertenecían a familias mucho más poderosas e importantes que
la mía.

Sin duda, esa ha sido la etapa más feliz de toda mi vida.


Durante aquellos años viví sin preocupaciones ni
responsabilidades. Mi único trabajo por aquel entonces era
aprobar los exámenes y pasármelo tan bien como pudiese en
aquel maravilloso clima.

Durante ese tiempo me dediqué a estudiar y a jugar a


baloncesto siempre que tenía ocasión y a ir de flor en flor con
las chicas del campus. Supongo que por eso me gané la fama
entre mis amigos de ser un rompecorazones, que saltaba de
cama en cama sin importarme demasiado los sentimientos de
la chica con la que compartiese las sábanas de manera puntual.
Durante aquellos años de universidad, fui bastante loco en ese
aspecto. Recuerdo que era algo habitual en mí ir a todas las
fiestas universitarias que pudiera, en las que había de todo:
drogas, sexo y rock & roll. Todo lo probé, aunque nunca fui
demasiado amante de esas sustancias, pero sí del sexo y del
rock & roll. Era rara la fiesta en la que no acabase teniendo
sexo con varias chicas a la vez en cualquier lugar de la casa o
del local donde se celebrase la fiesta. Por suerte, siempre fui
responsable y tuve sexo con protección, pero eso no quita que
fuese una etapa muy alocada de mi vida.

Aquella época de locura y desenfreno fue muy divertida,


aunque después de acabar mis estudios en California y
regresar a Europa para cursar varios másteres, tuve claro que
debía dejar atrás esa vida.

A pesar de que nunca me he enamorado, ya no me apetece


saltar de cama en cama cada noche. Aunque continúo teniendo
sexo sin compromiso, cada vez me apetece menos y tengo
claro que esa etapa está llegando a su fin. No sé qué sucederá,
porque no veo demasiado claro eso de enamorarme. Aunque
me gustaría saber qué se siente al tener a una mujer al lado con
quien deseas estar por algo más que por lo que tiene entre las
piernas.
Capítulo 5

Ava

Si no fuera porque necesito este trabajo, lo habría dejado hace


mucho. No soporto las malas palabras ni la forma de tratarme
de Margaret, ¿quién se ha creído que es? Además, hoy se ha
pasado más que nunca y he sentido mucha vergüenza por sus
malas maneras. Estábamos en el almacén del sótano, al que se
puede acceder directamente desde la zona de garaje, donde
aparcan los empleados. Como siempre, estaba gritándome,
repitiéndome de nuevo el discurso que no deja de decirnos
durante las últimas semanas: «Tienes que ser invisible porque
el nuevo jefe está a punto de llegar y el servicio de limpieza no
puede verse en una empresa como esta, blablablá».

Siempre nos repite las cosas como si los que trabajamos


limpiando fuésemos la peor escoria del mundo y tuviéramos
que desaparecer de la faz de la tierra. Además, se mofa de mí
en público porque dice que con el tamaño de mi culo me va a
resultar difícil pasar desapercibida y mucho menos conseguir
esconderme. Ella es especialista en saber cómo hacerme daño.

Desde mi infancia he tenido que soportar que se metieran


conmigo por mi físico, por mis kilos de más. Pensé que
aquello quedaría atrás cuando dejase el colegio y que siendo
una mujer de más de veinte años, nadie se atrevería a hacerme
sentir mal por no tener un cuerpo normativo. Sin embargo, eso
es solo una suposición que no se adecua a la realidad. Estoy
harta de recibir miradas de reprobación por la calle y los gritos
y humillaciones de Margaret en el trabajo porque mi talla no
entra dentro de los estándares de belleza actuales que marca la
sociedad.

He llorado mucho por lo mal que me han hecho sentir las


palabras de algunas personas durante toda mi vida y todavía
continúo haciéndolo. Me gustaría plantarles cara y decirles que
yo soy así y que a quién no le guste que no mire, pero me falta
la valentía y la confianza en mí como para atreverme a
hacerlo.

Lo peor de todo es que cuando más me gritaba, de repente ha


aparecido un chico en la puerta de entrada al almacén desde el
garaje. En ese instante, me he querido morir de la vergüenza,
porque además de los gritos de ella he tenido que aguantar la
mirada de compasión del chico, que en un descuido de ella me
ha preguntado si estaba bien. Yo, con lágrimas en los ojos,
solo he logrado asentir. No sé quién es porque lleva poco
tiempo en la empresa, o al menos yo no lo he visto demasiado
antes de hoy. Es tan atractivo que estoy segura de que si
llevase más tiempo, lo tendría fichado: tiene el pelo castaño
claro, los ojos azules y un cuerpo de escándalo enfundado en
un traje que hoy, desde tan cerca, he podido comprobar que le
sienta como un guante.

La rabia que me provoca recordar las palabras y las miradas


de desprecio de Margaret con ese testigo tan atractivo
mirándome, hace que esté tan metida en mis pensamientos
que, cuando me suena el teléfono en el bolsillo de mi pantalón,
no reacciono para responder hasta después de que suene varias
veces. Cuando logro salir de mi ensimismamiento tomo mi
móvil con una mano y miro la pantalla. Al ver que me llaman
del colegio de David contesto al instante alertada por si ha
sucedido algo:

—¿Ava Bissett?, ¿la hermana de David? —me preguntan


desde el otro lado del teléfono.

—Sí, yo misma, ¿qué sucede? —quiero saber y me muerdo


el labio inferior preocupada.
—La llamo del colegio para decirle que su hermano está con
fiebre y se siente mal. Debe venir a recogerlo cuanto antes, por
favor.

—Sí, paso a buscarlo tan pronto como pueda —respondo


antes de despedirme.

Tal y como cuelgo busco el teléfono de Seelie, mi querida


vecina que desde que murieron mis padres nos ha hecho de
abuela y siempre nos ha ayudado mucho a mi hermano y a mí.
Mientras trato de encontrar su número en la agenda de mi
móvil, recuerdo que ayer me dijo que hoy tenía visita con el
médico y que, por tanto, no estaría hasta la tarde. Chasqueo la
lengua y maldigo para mis adentros. Lo último que me apetece
ahora mismo es tener que pedirle a Margaret permiso para
marcharme del trabajo e ir a buscar a mi hermano, pero si no
voy yo, el pobre se va a tener que quedar solo en el colegio
con fiebre hasta que vaya luego a por él.

Me muerdo el labio inferior, resoplo y decido llamar a


Margaret para decirle que me ha surgido una urgencia y que
me tengo que marchar, que no me queda otra alternativa . Ya
puedo imaginar sus gritos y sus malas palabras, pero me da
igual; si David está enfermo, no voy a seguir en el trabajo
como si no sucediera nada. Marco su número y después de tres
llamadas sin que me responda, decido salir del almacén, donde
me ha dicho que debía quedarme a ordenar para mantenerme
invisible, e ir buscarla por la oficina.

Entro al ascensor y cuando llego a la planta de las oficinas es


como si Margaret se hubiese desintegrado, porque no la
encuentro por ningún sitio. Me empiezo a poner nerviosa,
necesito irme cuanto antes y no hay manera de saber dónde
está. No la encuentro en ninguno de los lugares donde suele
moverse habitualmente. Como último recurso me queda la
cocina, a la que los empleados van a tomar café o a tomar
algún tentempié. Espero no coincidir con ningún trabajador en
aquella estancia, así que camino con decisión y abro la puerta
con ímpetu, estoy tan nerviosa que no controlo muy bien mis
movimientos.

Supongo que hoy es uno de esos días en los que habría sido
mejor que no hubiera salido de la cama.

Justo después de abrir la puerta noto cómo choco con algo o,


mejor dicho, contra alguien. Aprieto los párpados al sentir el
golpe y entro en la habitación rogando que solo haya rozado a
la persona y no le hubiera hecho daño. Sin embargo, mis rezos
caen saco roto, porque no me sirven para nada.

—Disculpe —balbuceo al ver que el chico que he conocido


esta mañana, al que le queda el traje como un guante, lleva
toda la chaqueta manchada del café que le ha caído al golpear
la puerta que acabo de abrir con ímpetu—. Discúlpeme, por
favor —le repito con ganas de que la tierra me trague en ese
mismo instante y desaparezca de su faz para siempre jamás.

—Pero ¿qué has hecho? —oigo un graznido a mi espalda y al


instante reconozco que quien grita detrás de mí no es otra que
Margaret. Supongo que hoy no me pueden salir peor las cosas,
aunque si me lo propongo estoy convencida de que aún podría
seguir empeorándolas. Resoplo y me giro hacia ella—.
Perdona, por favor —le dice al chico de los ojos azules
mientras se abalanza sobre él para limpiarlo. Yo la imito al
instante—. Quita, niña, quita, que todavía lo empeorarás más,
que eres una inútil —me dice con gesto de desprecio.

—Disculpe —repito otra vez al chico e intento limpiarle la


mancha de café.

—No te preocupes, de verdad —me dice él mientras Margaret


no deja de maldecirme e insultarme.

—No sé qué has venido a hacer aquí, te he dicho que te


quedaras en el almacén, que no quería ver tu culo rondando
por la oficina —me suelta de malas maneras, y yo ya no puedo
ocultar las lágrimas, mientras sigo intentando limpiar la
mancha de café en el traje del chico.
—He venido porque…—digo sin aguantar las lágrimas.

—¿Y encima lloras? Te tendría que dar vergüenza comportarte


como una cría. En lugar de llorar deberías disculparte con este
señor y esfumarte de aquí, porque eres tan inútil que acabarás
ensuciándolo más de lo que ya lo has hecho.

—Ya se ha disculpado —le responde él con el gesto serio.

—Esta muchacha es muy torpe —insiste Margaret negando


con la cabeza.

—Solo ha sido un accidente sin importancia —me dice el


chico mirándome a los ojos, mientras yo intento limpiarme las
lágrimas con el dorso de la mano para disimularlas.
Capítulo 6

Bruce

Levanto la barbilla de la chica con cara de muñeca para que


me mire a los ojos. Le sonrío y, al verla rota en lágrimas, niego
con la cabeza, indignado por la situación que ha tenido que
vivir esta chica delante de mis narices.

—Estas no son formas de tratar al personal de esta empresa.


Todo el mundo puede tener un accidente como el suyo. Y si ha
venido hasta aquí, a pesar de no ser la zona que se le ha
asignado será por algún motivo —le digo a la jefa de limpieza
con el gesto muy serio.

—A ver, ¿qué mosca te ha picado? —le pregunta la jefa


girándose hacia la chica poniendo los brazos en jarras.
—Te he llamado por teléfono y te he buscado por toda la
empresa, pero no te he encontrado, por eso he venido hasta
aquí.

—¿Para qué? ¿Se quema algo? —pregunta con sarcasmo.

—No, pero me han llamado del colegio de mi hermano para


que vaya a buscarlo porque está enfermo.

—Vaya, la excusa de siempre —resopla —, pues qué mala


suerte, porque ahora no puedes marcharte. Aunque seas una
inútil, tenemos mucho trabajo, porque el nuevo jefazo está al
caer y no te vas a tomar lo que queda del día libre por un
capricho tuyo —bufa y deja de mirar a la chica negando con la
cabeza.

—Pero, Margaret, es que…

—Es que nada, niña, a trabajar y se acabaron las tonterías y


las excusas de siempre con tu hermano. Si no te puedes
encargar de él, te buscas una canguro o lo llevas a un centro de
acogida.

Miro atónito la escena sin poder dar crédito a las malas


maneras de la encargada.

—Claro que puedes irte —le digo a la chica levantándole de


nuevo la barbilla para mirarla a los ojos.
—¿Quién eres tú para autorizar a una de mis subordinadas a
que se vaya del trabajo en horario laboral? —pregunta la
encargada con gesto de pocos amigos.

—Soy un empleado, sin más, pero si hace falta ya daré la


cara para hablar de ella en Recursos Humanos para que no le
descuenten el día. Si hace falta, que me lo descuenten a mí —
le digo mirándola muy serio.

—Vaya, pensaba yo que ya no quedaban caballeros —me


responde con sorna mientras echa a andar para salir de la
cocina. Poco antes de llegar a la puerta, se choca con la
muchacha—. Esto no quedará así —le susurra, aunque estoy
tan atento a lo que sucede entre las dos, que alcanzo a entender
lo que dice entre dientes.

—¿Estás bien? ¿Te he quemado? Perdona de nuevo por


haberte manchado, ha sido sin querer —me pregunta la chica
justo después de que se vaya la encargada.

—Estoy bien, no te preocupes, estoy acostumbrado a lidiar


con gente de este tipo —sonrío sin poder dejar de mirarla.

—Me alegro, entonces —me contesta con una sonrisa triste,


que hace que se me despierten unas ganas enormes de querer
abrazarla y protegerla.

—Soy Bruce —le tiendo la mano de manera educada.


—Yo soy Ava, encantada —me dice tomándome la mano
con suavidad y me sonríe.

Por suerte, me mantengo en mi lugar y no lo hago. No la


conozco de nada y no sé cómo se tomaría que me lanzara a
rodearla con mis brazos de buenas a primeras.
Capítulo 7

Ava

—Estoy acostumbrada a sus malas maneras —respondo al


chico de los ojos claros y cuerpo escultural.

—No debes permitirlo —me dice negando con la cabeza.

—Es mi jefa —alzo y bajo los hombros después de


responderle.

—Sí, pero nadie puede hablar a otra persona así, por muy
jefa que sea, no debes permitirlo.

—Sí, tienes razón —digo bajando la mirada—. Muchas


gracias por haberme defendido —le vuelvo a mirar.

—No se merecen —responde mirándome fijamente a los


ojos y me parece que tiene el gesto algo más tranquilo.
—Ahora he de dejarte porque me tengo que marchar a
buscar a mi hermano cuanto antes —me muerdo el labio
inferior después de hablar.

Salgo de la cocina con prisa en dirección al vestuario del


sótano, para quitarme el uniforme e irme cuanto antes a buscar
a mi hermano.

—Ava, cariño, ¿qué haces? —escucho la voz de Isla, mi


mejor amiga, extrañada al ver que entro al vestuario, a pesar
de que no es mi hora de salida.

—Me han llamado del colegio de David para decirme que


tiene fiebre. Tengo que ir a buscarlo —le digo abrochándome
las deportivas.

—Vaya y ¿Margaret te ha dado permiso?

—Bueno, me ha montado un circo de los suyos, ya la


conoces —resoplo.

—Esta mujer parece que no tenga familia ni tenga vida fuera


del trabajo —me responde negando con la cabeza.

—Cualquier día me pondrá de patitas en la calle, porque eso


de que me vaya a media jornada no lo lleva demasiado bien.
—Mira, que haga lo que quiera, cariño —me dice Isla
acercándose hasta donde estoy para darme un abrazo.

—Ya, pero no puedo quedarme sin este trabajo.

—Con lo trabajadora y responsable que eres, si te echa,


encontrarás otro y seguro que mejor pagado y con una jefa
menos bruja que ella.

—No sé qué decirte —respondo levantando y bajando los


hombros.

—Y si no, ya buscaremos un trabajo para ti. ¿Verdad que te


encontré este puesto y no dudaron ni un segundo en contratarte
después de ver cómo trabajas?

—Sí…

—Pues ya está, Ava, si te echa, ella se lo pierde. Y ahora


corre a buscar a David que te necesita —me dice justo antes de
que nos abracemos.

—Gracias, Isla, no sé qué haría yo sin ti —le digo dándole


un beso en la mejilla, antes de coger el bolso para salir
corriendo a coger el bus.
Cuando me faltan unos metros para llegar a la parada, veo
cómo mi bus se marcha en ese momento. Maldigo para mis
adentros y aminoro el paso. Ahora ya no hace falta que vaya
con prisas, porque, como mínimo, tendré que esperar un cuarto
de hora a que pase el siguiente. Resoplo. Mientras avanzo
hacia la parada empieza a llover, me cubro con la capucha del
abrigo y vuelvo a resoplar pensando en el día que llevo. Hay
días en los que más valdría no levantarse. Estoy cansada de
tener que soportar las broncas de Margaret, parece que me
odie. El que le repugna mi aspecto es evidente por todos sus
comentarios de mal gusto. No sé por qué aguanto sus faltas de
respeto continuas y gratuitas. Como sabe ella que no puedo
permitirme marcharme de aquí, porque con gusto hace tiempo
me habría ido para perderla de vista. A esa necesidad se aferra
para humillarme sin que yo pueda replicar ni quejarme. La
única opción que me queda para no verme en la calle es bajar
la cabeza y tragar con lo que me diga, por mucho que me
duela. Que mi hermano tenga una vida normal es mi prioridad.

Hoy me ha sorprendido que ese chico tan guapo haya salido en


mi defensa. La verdad es que nunca me había pasado algo así.
No estoy acostumbrada a que nadie dé la cara por mí, y menos
alguien a quien no conozco y tan atractivo como Bruce.
Supongo que solo ha sido un alarde de caballerosidad, pero
igualmente me he sentido genial.

Imagino que Margaret tomará represalias y mañana, cuando


vuelva a trabajar, me hará de nuevo la vida imposible. Aunque,
al menos hoy, me he dado el gustazo de presenciar cómo
alguien le bajaba los humos, me digo con una media sonrisa al
recordar el momento.

Al pensar en los grandes ojos azules de Bruce, su tez morena,


su pelo castaño claro con mechones rubios y su cuerpo que
parece ser escultural oculto bajo ese traje gris que le queda tan
bien, trago saliva. La verdad es que es un hombre muy
atractivo del que me resultaría muy sencillo caer rendida a sus
pies, pero sé que eso solo conseguiría hacerme sufrir, porque
no sería un amor correspondido, por tanto, no merece la pena
ni tan siquiera imaginarlo. Cuando más perdida estoy en mis
pensamientos recordando la sonrisa de Bruce, veo que aparece
mi autobús al final de la calle. Sonrío, mientras me vuelvo a
ajustar la capucha del abrigo. El cielo está totalmente cubierto
de nubes grises y la lluvia arrecia. Así que corro, con cuidado
de no caerme, hasta el bus y ruego por encontrar un asiento,
aunque con pocas esperanzas de conseguirlo, porque esta línea
va repleta de pasajeros a todas horas.
Cuando llegamos a casa, David tiene treinta nueve de fiebre.
Así que decido darle un baño para intentar bajársela, tal y
como me ha recomendado el pediatra. Mientras lo dejo en el
sofá viendo los dibujos en la televisión, me voy a la cocina a
preparar un poco de caldo. Le irá bien tomar algo caliente para
después de que lo duche. Fuera hace frío y con la fiebre tan
alta, mejor si bebe bastante líquido o eso es lo que decía
siempre mi madre.

Echo tanto de menos a mi madre… Sobre todo cuando David


está enfermo o llora y no soy capaz de consolarlo. En esos
momentos es cuando más echo en falta sus abrazos, y el
sentirla cerca y saber que estando juntas todo salía bien. Pero
ya hace dos años que ni ella ni mi padre están y soy yo la que
tengo que suplir todo el cariño que ellos daban a David.
Aunque yo no tengo a nadie que me dé esos abrazos que echo
tanto en falta, ni que me aconseje cuando me siento perdida o
no sé cómo cuidar de mi hermano. A pesar de que solo tengo
catorce años más que él, tengo que hacer de madre, y pese a
que pongo todo mi empeño en hacerlo de la mejor manera que
sé, siempre me queda la sensación de que no hago lo
suficiente. Pero si no me hubiese quedado yo con él después
de la muerte de mis padres, David habría acabado en un centro
de acogida y eso es algo que no estoy dispuesta a que suceda.
Además, no quiero ni imaginar que nos separaran, porque
estoy convencida de que ninguno de los dos lo soportaríamos.
Siempre hemos estado muy unidos, especialmente desde que
mis padres murieron aquella tarde en la carretera, y así vamos
a continuar.

Recuerdo que la primera noche que pasamos solos en casa,


después de que mis padres murieran, no dejaba de
preguntarme cuándo volverían mamá y papá. No sé de dónde
saqué la fortaleza para explicarle que no volverían y para
poder calmar sus llantos.

Mientras la sopa hierve, me doy cuenta de cómo las lágrimas


cubren mis mejillas. Cojo un pañuelo de papel de la caja que
tenemos siempre en la cocina y me limpio la cara. Lo último
que quiero es que David vea que he llorado, porque estoy
convencida de que él se pondría a llorar a mi par y es lo último
que necesita con la fiebre tan alta que tiene. Cuando me estoy
acabando de limpiar las lágrimas suena el timbre de la puerta.
Aflojo el fuego para que no se derrame la sopa que continúa
hirviendo dentro de la olla y voy hacia la entrada.

—Niña, ¿qué hacéis en casa tan temprano? —me pregunta


Seelie, mi querida vecina.
—David está malito —le respondo abriendo más la puerta
para que entre en casa.

—Ya me parecía raro a mí ver la luz de la cocina encendida


a esta hora.

—Sí, porque en cuanto he llegado me he puesto a prepararle


una sopita.

—Eso le hará bien. Ahora os traeré unas croquetas que hice


anoche de pollo.

—Las preferidas de David —le respondo bajando la voz,


cuando llegamos al comedor y veo a mi hermano que se ha
quedado dormido frente al televisor.

—Tiene la frente muy caliente —dice Seelie, que le acaba de


tomar la temperatura con la mano.

—Ahora le daré el antitérmico. Espero que entre la ducha


que se ha dado y el medicamento, le empiece a bajar pronto la
fiebre.

—Claro, mi niña, ya verás cómo sí. ¿Y tú?, ¿cómo estás?,


¿te encuentras bien? —quiere saber acercándose hasta mí.

—Sí, yo estoy bien…

—Tienes mala cara —me dice tomándome de la barbilla


mientras me sonríe y se le achinan sus ojos rodeados de unos
párpados arrugados tras unas enormes gafas de pasta rosada.

—Solo estoy cansada, Seelie —le digo con una sonrisa


triste.

—Ya sabes que estoy aquí en la puerta de al lado para lo que


necesites —me dice haciéndome una caricia en la mejilla.

—Lo sé y no sabes cuánto te lo agradezco. Me ayudas


mucho, pero…

—No hay peros, mi niña. Tengo setenta y cinco años, pero


aún me queda energía para rato —me dice guiñándome un ojo
con gesto de pilla.

—Lo sé, lo sé —respondo riéndome ante su gesto.

—Sabes que David y tú para mí sois como los nietos que


nunca he tenido, y estoy feliz de poder cuidaros y daros todo el
cariño que esté en mis manos.

—Ya lo haces, Seelie, y no sabes cuánto te lo agradezco.

—Ay, mi niña, eres toda una mujer —me abraza de nuevo y


rodeo su pequeño cuerpo con mis brazos, y me siento en casa
por un momento.
Capítulo 8

Bruce

Regreso a mi despacho que está en la planta superior sin dejar


de pensar en la pobre chica que me ha tirado el café por
encima. Me ha dado tanta pena escuchar cómo la encargada la
regañaba de una manera tan dura y desagradable, que los ojos
anegados de la chica se han quedado tan grabados en mi
cabeza que no soy capaz de borrarlos.

Al salir del ascensor veo a Lorraine que se acerca tan rápido


como su estrecha y corta minifalda y sus altísimos tacones le
permiten.

—Bruce, ya me he enterado del accidente —me dice


escrutándome para hallar algún rastro del café sobre mi ropa.

—No pasa nada.


—¿Cómo que no? Ahora mismo llamo a recursos humanos
para que la despidan.

—¿Disculpa?

—Sí, a esa muchacha que te ha echado el café por encima


hay que ponerla de patitas en la calle. A ver qué se ha creído.

—¿Cómo? ¿Qué estás diciendo? —me giro hacia ella y la


miro a los ojos—. Lo que ha sucedido no es problema tuyo.

—Pero…

—No hay peros, Lorraine, yo soy el futuro jefe de la


empresa y no necesito tu ayuda para saber cuándo tengo que
despedir a alguien —me zafo de Lorraine, que intenta
limpiarme una pequeña mancha de café que encuentra en mi
camisa.

—Pe…—balbucea Lorraine.

—Además, que un simple accidente con un café sea motivo


de despido en esta empresa me da mucho que pensar, la
verdad. Quizá a quien hay que despedir es a quien crea que se
puede despedir a un trabajador por una tontería como esa —
respondo mirándola fijamente.

—Ahora mismo avisaré a alguien para que vaya a comprarte


otra camisa, no puedes estar manchado lo que queda de día —
me responde bajando la mirada.

—Te lo agradezco, pero sé apañármelas perfectamente por


mí mismo. No necesito que me hagas de niñera —contesto
secamente sin darle opción a que continúe hablando. No me
apetece seguir escuchando más tonterías por su parte, así que
me doy media vuelta y camino con decisión hacia el interior
de mi despacho. No entiendo cómo he podido tener sexo con
esta mujer. Por suerte, eso sucedió hace mucho y no tengo
ninguna intención de que vuelva a suceder. Lorraine es el tipo
de mujer que me horroriza, no ya porque parezca una barbie,
con su pelo largo teñido, sus tacones de vértigo y sus
minifaldas imposibles, sino también por todas las operaciones
de cirugía estética que lleva. Aunque lo peor de todo es el tipo
de mujer que es, en la que solo le importa ella misma, la
imagen que proyecta a los demás, el dinero y el poder. Eso es
algo que no va en absoluto conmigo. Sé que provengo de una
familia con una posición económica muy importante, pero la
verdad es que la cantidad de dinero que cada uno tenga en su
cuenta corriente me importa más bien poco.

Siempre fui el hijo modélico, de quien mis padres están muy


orgullosos, por lo que siempre han presumido de mí y de mis
buenos resultados académicos. Desde crío me enseñaron a ser
responsable, organizado, metódico y a controlar todo lo que
dependía de mí con el único objetivo de lograr que continuaran
sintiéndose orgullosos. Eso es un precio muy alto, pero los
adoro y haría cualquier cosa por ellos. Además, soy hijo único,
porque en el parto de mi hermano Sam las cosas se
complicaron y él nació muerto. Tras aquello, se quedaron tan
afectados que mi padre no quiso volver a poner en riesgo la
vida de mi madre teniendo otro hijo. Así que por eso me
convertí en hijo único y en el heredero universal de todo el
patrimonio y empresas de mis padres. Desde que nací, según
mi padre mi misión en la vida debía ser no solo continuar con
su legado, sino también expandirlo y que continuase
creciendo.

Él, durante todos estos años, se ha desvivido para lograr todo


lo que ha conseguido, ha trabajado de manera incansable y eso
ha hecho que su cuerpo esté más fatigado de lo normal.
Supongo que esa ha sido la causa principal de que haya
padecido varios amagos de infarto en los últimos años. Por
este motivo he decidido que ha llegado el momento de
relevarlo en su cargo y ser yo el que se quede al mando de
todo, para que pueda dedicarse a descansar y a disfrutar de la
vida junto a mi madre, después de tantos años de sacrificio y
trabajo.
Sé que por su manera de ser, no será capaz de desvincularse
por completo de los negocios, pero al menos conseguiré que
viva algo más tranquilo.

Yo quiero seguir sus pasos en lo que concierne al ámbito


empresarial, pero nada más. Me gustaría formar una familia
cuando encuentre a la mujer adecuada y también tener un
heredero, que continúe, si así lo desea, con los negocios. Sin
embargo, a diferencia de mi padre, quiero repartir mi tiempo
entre el trabajo y también en disfrutar del regalo que es la vida,
algo que él no ha hecho por hacer crecer su imperio.

Supongo que algún día haré realidad el sueño de crear mi


propia familia, aunque hasta ahora nunca he tenido una
relación estable con ninguna mujer. De momento, ninguna me
ha llamado suficiente la atención como para tener una relación
con ella que vaya más allá de encuentros puntuales entre las
sábanas. He tenido varias amigas con las que salir y con
quienes divertirme, pero siempre me las he ingeniado para
dejarles claro desde el primer momento que lo único que
compartiríamos serían unos buenos orgasmos.

Una de esas amigas con las que compartí encuentros sobre el


colchón hace unos años fue Lorraine, cuando ya era secretaria
de mi padre. Supongo que por eso ahora, que vuelve a tenerme
cerca, pretende continuar lo que hubo entre nosotros tiempo
atrás. Pero si algo tengo claro es que no pretendo acabar con
una mujer como ella, por mucho que pretenda hacerse pasar
por la primera dama de la empresa, al imaginarse que en breve
irá cogida de mi brazo.

El día ha pasado tan rápido que ha llegado la hora de


marcharme. Fuera está oscuro y me apetece llegar a casa,
tomarme una copa y sentarme frente a la chimenea mientras
escucho algo de buena música.

—¿Ya te marchas? —escucho la voz de Lorraine a mi


espalda cuando camino hacia el ascensor.

—Sí, ¿sucede algo? —me giro alzando una ceja.

—No, nada…

—Es tarde, estoy algo espeso y me marcho ya.

—Vaya, pues quizá te iría bien relajarte en buena compañía


—me dice acercándose hasta mí con una voz melosa y con un
exagerado contoneo de cadera—. Si quieres puedo
acompañarte a casa.

—No, Lorraine, no me apetece, gracias —le digo de manera


tajante y entro en el ascensor. Cuando la puerta metálica se
está cerrando frente a mí, veo cómo Lorraine me mira con
gesto de fastidio.
Capítulo 9

Ava

No sé por qué Margaret me trata tan mal ni con tanto


desprecio. A pesar de que me esfuerzo en hacer mi trabajo lo
mejor que puedo, siempre encuentra algún detalle para criticar
lo que hago y para decirme lo mal que hago todo lo que me
encarga. Dice que por eso se ve obligada a darme los peores
trabajos de limpieza. Me paso las ocho horas de trabajo
limpiando el almacén, ordenando, fregando los cubos,
fregonas, mopas y demás útiles que mis compañeros usan. A
mí, la verdad, es que me da igual. Aunque tenga que estar
encerrada en el almacén fregando a mano todo lo que mis
compañeros dejan, me da igual. Mientras limpio, repaso
mentalmente los temarios de las asignaturas de la universidad.
Cuando estudio por las noches, me grabo audios que después
escucho mientras trabajo. Además, como estoy sola puedo
llevar los auriculares sin problema. Supongo que Margaret se
debe de alegrar de verme allí encerrada y trabajando sin parar,
pero prefiero estar ocupada y mantener la cabeza concentrada
en los audios. Esa es la mejor manera de que las ocho horas de
mi jornada vuelen sin darme apenas cuenta.

Eso sí, en mis veinte minutos de descanso aprovecho para ir


a tomar un tentempié al exterior. Aunque no puedo salir del
edificio, porque no nos lo permiten, me gusta sentarme en las
escaleras de emergencia, donde no suele haber nadie, y
aprovechar ese rato para que me dé el aire y poder ver la luz
del sol, cuando el día está soleado. Mientras como, me gusta
escuchar algo de música con los auriculares y así dejo el
discurso monótono que voy oyendo en bucle mientras trabajo
con los contenidos de las asignaturas. Además, en las escaleras
de emergencia estoy segura de que no me encontraré a
Margaret y no me fastidiará mis veinte minutos de descanso y
tranquilidad, mientras disfruto del té de mi termo y de mi
sándwich.

Tarareo las canciones de Ed Sheeran dando pequeños


bocados a mi bocadillo y sorbos a mi té caliente. Estoy sentada
en las escaleras mientras miro los techos de los edificios que
rodean al de EUN Logistics. No puedo evitar mover mi cuerpo
al ritmo de la música. No haber visto hoy a Margaret me hace
estar extrañamente tranquila y feliz, y esa sensación me
encanta.

Sonrío y entorno los ojos, mientras noto cómo los rayos de sol
me calientan la cara. Me encantan estos días soleados, a pesar
de que puede ser que dentro de un rato esté lloviendo, pero
hasta entonces disfruto del sol sobre mi piel y de este
momento de paz con Ed Sheeran cantándome al oído Thinking
out loud, mientras yo tarareo con los ojos entrecerrados.

So, honey, now, take me into your loving arms

Kiss me under the light of a thousand stars

Place your head on my beating heart

I’m thinking out loud

And maybe we found love right where we are…

Me gusta este cantante desde hace mucho. Sus canciones


logran transportarme a otro mundo, donde no existen las
obligaciones, el dolor ni las penas. No sé qué me pasa con él,
pero consigue dibujarme una sonrisa en los labios al escuchar
los primeros acordes de alguna de sus canciones. Recuerdo
que poco después de morir mis padres, cuando estaba más
triste y superada por la responsabilidad de cuidar sola de
David, me ponía su música cuando me metía en la cama y
acababa relajándome y quedándome dormida.

Cuando más imbuida estoy por la voz de Ed Sheeran,


entreabro un ojo para consultar la hora en la pantalla de mi
teléfono. Al hacerlo me sobresalto al ver frente a mí a alguien
que me mira con una media sonrisa. Siento cómo un fogonazo
de calor sube hasta mis mejillas. Seguro que me he puesto roja
como un tomate. En este momento me gustaría ser una
avestruz para poder esconder la cabeza bajo tierra y que el
mundo continúe girando sin que nadie se sorprenda por lo que
hago. Pero no lo soy, soy una limpiadora que está bailando y
cantando mientras desayuna frente al chico más guapo de toda
la empresa y a quien hace muy poquito le tiró un café por
encima. A veces estoy convencida de que soy gafe y si no lo
soy, lo disimulo muy bien.

—¿Qué cantas? —me pregunta Bruce al ver que me he dado


cuenta de que está allí.

—Ay, perdona —me disculpo, apagando en ese mismo


instante la música.

—No tengo nada que perdonar. Ha sido un lujo verte tan feliz
disfrutando de lo que sea que estuvieses escuchando.
—Me encanta Ed Sheeran —respondo alzando y bajando los
hombros.

—Vaya, pues ya somos dos —sonríe de nuevo.

Creo que en cualquier momento me voy a derretir si continúa


mirándome con esos ojos y esa sonrisa digna de protagonizar
un anuncio de pasta dentífrica.

—Pensaba que era el único que utilizaba las escaleras de


emergencia para tomar el aire —me dice sin dejar de sonreír.

—Bueno, es un buen lugar para pasar un rato a solas.

—Vaya, no quiero molestarte, entonces —me responde


mordiéndose el labio inferior.

—Tú no molestas, siempre llegas en el momento adecuado —


le digo y me atrevo a mirarlo a los ojos.

—Vaya…

—Gracias por lo del otro día con Margaret —musito.

—No tienes nada que agradecer, solo hice lo que creí oportuno
—añade apoyando su mano en uno de mis hombros.

Notar el contacto de su mano cálida sobre mi cuerpo hace que


un escalofrío me recorra de arriba abajo y vuelvo a
sonrojarme. No sé qué tiene Bruce, pero logra alterar mi
cuerpo de una manera como nadie antes lo había conseguido.
Capítulo 10

Bruce

Antes de incorporarme a EUN Logistics tenía la sensación de


que tendría bastante estrés por ser un mundo nuevo para mí.
Durante los últimos años, he estado trabajando en distintas
corporaciones mientras continuaba formándome en las mejores
universidades de Estados Unidos y Europa.

En estos años, después de acabar mi carrera universitaria, me


he movido entre el mundo académico y empresarial, a menudo
haciendo auténticos equilibrios para mantenerme a flote entre
el oleaje que supone navegar entre dos aguas tan distintas. Así
que aterrizar en esta nueva realidad ha supuesto todo un
cambio para mí.
Además, es la empresa con la que mi padre puso la primera
piedra de lo que es hoy en día su imperio, por lo que no puedo
permitirme fallar ni decepcionar a mi padre, porque estoy
seguro de que no me lo perdonaría.

Supongo que toda esta presión es la que hace que entre


reunión y reunión necesite salir de la oficina y que den el aire
y el sol si, como hoy, se deja ver entre las nubes. Así que
aprovecho que tengo algo menos de media hora hasta la
próxima reunión on line con un cliente muy importante para
desconectar un poco en uno de mis lugares favoritos de la
empresa.

Cuando mi padre hizo construir este edificio yo era un crío.


Recuerdo que mientras la obra acababa, él solía traerme a ver
cómo avanzaba la construcción. A menudo, salíamos a las
escaleras de emergencia exteriores, que fue de lo primero que
acabaron una vez levantaron las paredes de los diez pisos que
tiene el edificio. Allí mi padre y yo nos sentábamos y
pasábamos muchos ratos disfrutando del paisaje de los techos
de los edificios que nos rodeaban.

Imagino que por eso, desde entonces, asocio las escaleras de


emergencia de este edificio a los momentos de relax. Así que,
desde que me he incorporado a EUN Logistics, intento salir
siempre que tengo ocasión aquí.
Esta mañana también lo hago, pero justo al abrir la puerta
del piso donde está mi despacho, me sorprendo al ver que no
estoy solo. La verdad es que nunca me he encontrado a nadie
por allí, por lo que coincidir con la chica de la cara de muñeca
es toda una sorpresa. Además, me sorprende verla con los ojos
cerrados. Me fijo con atención en ella y compruebo que está
escuchando música y por eso se mueve de manera
acompasada.

No puedo evitar sonreír al verla. Su expresión de felicidad es


muy distinta a la del otro día, cuando Margaret no dejaba de
gritarle y de hablarle mal. Supongo que eso consigue que me
quede embobado mirándola mientras ella disfruta de lo que sea
que esté escuchando con sus auriculares. Por eso, me atrevo a
preguntarle lo que oye. Me dice que Ed Sheeran y yo no puedo
evitar sonreír de nuevo porque, pese a que me encanta el rock,
es uno de mis cantantes favoritos de pop. Sin duda, la chica de
la cara de muñeca tiene buen gusto, no esperaba menos de ella.

—Pensaba que era el único que utilizaba las escaleras de


emergencia para tomar el aire —le digo con ganas de entablar
conversación con ella.

—Bueno, es un buen lugar para pasar un rato a solas —me


responde mirando hacia los tejados de Glasgow que rodean
nuestro edificio.
—Vaya, no quiero molestarte, entonces —me disculpo.

—Tú no molestas, siempre llegas en el momento adecuado —


me dice y noto cómo de nuevo se vuelve a sonrojar.

—Vaya…—acierto a decir.

—Gracias por lo del otro día con Margaret —murmura con


una sonrisa tímida.

—No tienes nada que agradecer, solo hice lo que creí oportuno
—respondo y me acerco a ella para poner una de mis manos
sobre sus hombros.

Tenerla tan cerca me ha hecho poder fijarme bien en sus


grandes ojos azules, de un color claro que me ha parecido
prácticamente gris. A pesar de su sonrisa, percibo un halo de
tristeza en ella que me enternece. En ese momento habría dado
cualquier cosa por poder rodearla con mis brazos y decirle que
todo está bien, que nadie la va a volver a tratar tan mal como
lo hizo Margaret el otro día y que si se atreve a repetirlo, me
avise y yo mismo me encargaré de ponerla de patitas en la
calle. Sin embargo, me freno, no puedo desvelar quién soy, ni
que voy a ser el próximo jefe. Por eso prefiero callarme y
mirarla con una sonrisa, mientras noto cómo ella vuelve a
sonrojarse.
Después de ese instante en el que me pierdo en sus ojos, me
acerco hasta las escaleras y me siento.

—¡Ven a sentarte! —la animo.

—No quiero molestar —musita.

—¿Molestar? Pero si soy yo quien te ha interrumpido —


respondo arrugando el entrecejo.

—Para nada, encantada de que lo hayas hecho —me dice


mientras se sienta a mi lado—. ¿Quieres un poco de té? —me
pregunta ofreciéndome el termo que lleva en una mano.

—No, gracias, he tomado un café —contesto con cortesía.

—Prometo no tirártelo por encima —me dice guiñándome un


ojo de manera simpática y yo no puedo evitar reírme ante su
espontaneidad.

Hablamos durante unos minutos más. La reunión es en breve y


no puedo entretenerme demasiado, por lo que poco después
me despido de ella y regreso a mi despacho. Mientras
converso con el cliente, no puedo evitar que se me vaya la
cabeza una y otra vez hasta Ava, a su dulce sonrisa y a sus ojos
color océano. La verdad que no sé qué tiene esa chica, porque
no es el prototipo de mujer que a mí suele atraerme. Tiene algo
especial que me hace sentirme atraído hacia ella de manera
inexorable. No sé qué es lo que me atrapa de ella: quizá lo que
escuché aquel día que le decía su jefa cuando yo acababa de
aparcar mi coche, el episodio del café en la cocina de la
empresa o vete a saber qué, pero hay algo que no me permite
sacármela de la cabeza a pesar de la importante reunión en la
que estoy. Siempre he logrado separar el trabajo del placer y
ahora no estoy siendo capaz de hacerlo y eso me desconcierta
mucho.
Capítulo 11

Ava

Paso el resto de la jornada con la cabeza en las nubes. A pesar


de que he estado las horas que me quedaban hasta poder
marcharme del trabajo, encerrada en el almacén sin dejar de
ordenar, limpiar y organizar las estanterías, se me ha pasado la
jornada en un suspiro. Supongo que habrá tenido mucho que
ver que en mi cabeza no hayan dejado de pasearse la sonrisa y
la mirada de Bruce en bucle.

Mientras regreso a casa en el autobús, me vuelvo a poner los


auriculares para oír las canciones de Ed Sheeran, porque tengo
la cabeza como un bombo de escuchar una vez tras otra los
audios que me grabo con los apuntes de las asignaturas de la
universidad. Justo en ese momento suena en mis oídos su
canción Perfect, una canción tan romántica y bonita que solo
al escuchar los primeros acordes ya suspiro, mientras miro a
través del cristal de la ventana que tengo a mi lado.

Baby, I’m dancing in the dark

With you between my arms

Barefoot on the grass

Listening to our favorite song

When you said you looked a mess

I whispered underneath my breath

But you heard it

Darling, you look perfect tonight

En mi cabeza se repite esa última frase: Darling, you look


perfect tonight y me río amargamente. Me siento estúpida al
darme cuenta de que ando suspirando y con la cabeza en las
nubes porque un chico de la oficina me ha sonreído. Además,
un hombre muy atractivo, con los ojos claros, alto y escultural
que, por supuesto, nunca se fijaría en alguien como yo. No es
que me considere una mujer con un físico horrible, pero estoy
lejos de sentirme atractiva. Soy una chica curvy y que hago la
limpieza de la empresa en la que trabajo, por lo que estoy
convencida que Bruce jamás se fijaría en alguien como yo.
Hay demasiadas chicas monas y súper atractivas en la oficina
o en cualquier lugar como para prendarse en mí.

Niego con la cabeza y paso la canción que continúa sonando


en mis oídos porque no me apetece seguir escuchando algo
que no se corresponde con la realidad. Hace mucho que dejé
de creer en los cuentos de hadas.

Pese a que me levanto con la convicción de no continuar


pensando tonterías y quitarme de la cabeza esa idea romántica
de la historia con Bruce, no puedo evitar regresar al mismo
lugar donde ayer me encontré con él. Así que, en mis veinte
minutos de descanso para desayunar, cojo la bolsa con el
sándwich, los vasos de cartón y el termo con mi té y subo por
las escaleras de emergencia hasta el último piso del edificio.

Cuando llego, hago lo mismo de ayer: mientras doy


pequeños mordiscos a mi bocadillo, cambio el nuevo audio
que anoche grabé con los apuntes por mi querido Ed y me
concentro en la música mientras contemplo los tejados de los
edificios que nos rodean. Hoy no me atrevo a cerrar los ojos
por si, por casualidad, aparece Bruce y me sorprende de nuevo
igual que ayer.
Pocos minutos después de estar sentada, veo cómo la puerta de
salida de emergencias se abre. No puedo evitar sobresaltarme
porque estaba convencida de que hoy finalmente estaría sola,
no sé por qué. Así que cuando la puerta se abre y veo a Bruce
aparecer tras ella, le sonrío. Al instante me doy cuenta de la
radiante sonrisa que se ha dibujado en mis labios e intento
suavizarla de inmediato, aunque creo que ya es demasiado
tarde porque me ha visto.

—¿Me estás persiguiendo? —pregunto quitándome uno de los


auriculares.

Ante mi pregunta, Bruce se carcajea echando la cabeza hacia


atrás y en ese instante me muero por besar su nuez que veo
cómo sube y baja en su cuello con el gorjeo de su risa. Tiene
un cuello ancho y fuerte y la sombra de la barba de un par de
días le oscurece la mandíbula. Trago saliva y me uno a su risa,
aunque estoy tan nerviosa de volver a tenerlo tan cerca, que no
sé si mis carcajadas suenan demasiado forzadas.

—¿Tanto se ha notado? —bromea él, y al instante siento como


mis mejillas se calientan, por lo que imagino que también han
cambiado de color y ahora mismo debo de parecer una piruleta
de fresa.
—¿Quieres un poco de té? —le pregunto en un intento de
desviar la conversación hacia algo que no me ponga más
nerviosa de lo que estoy.

—¿Es té verde?

—Sí, es mi favorito.

—¡Y el mío! Tienes buen gusto —me sonríe mientras se sienta


a mi lado.

Su rodilla choca con la mía y me estremezco. Tenerlo tan cerca


me permite disfrutar de su perfume. Huele tan bien que respiro
hondo para llenarme los pulmones con su aroma. Yo no suelo
usar ningún tipo de colonia cuando voy a trabajar, pero si estos
encuentros van a convertirse en algo habitual, pienso empezar
a perfumarme desde mañana mismo.

—Me gusta el sabor del té verde, aunque mucha gente dice


que es demasiado suave —levanto una ceja, mientras
desenrosco el tapón del termo y saco un vaso de cartón de la
bolsa donde llevaba el desayuno.

—Vaya, ¡qué preparada vas! —exclama al ver que saco el


pequeño vaso.

—Bueno, siempre llevo unos cuantos para ir bebiendo a lo


largo de la mañana.
—No te quites mérito —me dice justo antes de dar un pequeño
sorbo al té humeante —Ummmm y sin azúcar, justo como a
mí me gusta —me dice antes de dar otro trago sin apartar su
mirada de mis ojos.

No sé qué me pasa con Bruce. Es guapo, atractivo, con labios


gruesos, mirada profunda y un sinfín de características más
que me vuelven loca en un hombre y él las reúne todas.

Me pongo como un flan cuando lo tengo cerca. Pero incluso


así, ansío que llegue mañana para volver a encontrarme con él
en nuestro ratito de desayuno en las escaleras de emergencia.
Ojalá esto se vuelva una costumbre también para él.

Bruce parlotea mientras va tomando pequeños sorbos de su té.


Yo lo miro embobada. Intento mantenerme atenta a lo que
dice, pero me resulta complicado. Sus mullidos labios y su
reluciente sonrisa me hipnotizan. Cada vez que me mira con su
profunda mirada azul no puedo evitar transportarme a un lugar
desconocido para mí, donde nunca había llegado hasta ahora,
pero que me hace sentir francamente bien. Es una especie de
paraíso de donde no quiero marcharme, donde me quiero
quedar abrazada a él y rodeada por su delicioso perfume.
Capítulo 12

Bruce

No sé por qué, pero me he pasado toda la mañana con prisas


para lograr llegar cuanto antes a la hora en la que Ava estuvo
ayer desayunando en las escaleras de emergencia. Sé que es
una chorrada, porque debe tener mil cosas en la cabeza como
para acordarse de que ayer nos encontramos y estuvimos
charlando un rato mientras desayunaba. La verdad es que no se
qué me sucede con esta mujer. Nunca me he fijado en alguien
como ella y no es que sea fea, al contrario, tiene una cara
preciosa y físicamente, pese a que no se corresponde con el
tipo de mujeres en las que me he fijado hasta ahora, tiene algo
que me hace sentirme atraído hacia ella. Siempre he intentado
ver a mis colegas de trabajo como compañeras, sin más, y no
como mujeres, pero Ava tiene algo que… Ava es diferente al
resto y aunque no me entiendo ni yo, solo sé que es así.

Han pasado dos semanas desde que me encontré por primera


vez con Ava en las escaleras de emergencia a la hora del
desayuno. Desde entonces, ninguno de los dos hemos faltado a
nuestra cita. Sonrío al pensar en que he dicho cita, porque no
han sido encuentros románticos, aunque la verdad es que cada
vez que nuestras miradas se han encontrado, yo no he podido
evitar sentirme más atraído por ella.

Mañana es el día en el que me nombrarán jefe de la empresa.


No sé qué sucederá cuando el resto de empleados sepa que yo
seré el sucesor del señor Stewart. Supongo que nadie imagina
que soy el hijo del anterior jefe y que les sorprenderá bastante
que un compañero que ha estado trabajando durante las
últimas semanas con ellos codo a codo sea el CEO de la
empresa. Aunque la verdad es que no sé a quién pretendo
engañar, porque me importa bien poco lo que opinen los
empleados de mí. Me importa cero, a excepción de lo que
opine uno de ellos o, mejor dicho, una de ellas, y esa no es otra
que Ava. En el fondo temo que cuando Ava sepa quién soy
realmente, me trate diferente y eso lleve a que se pierda la
confianza y la proximidad que hemos logrado durante estas
dos semanas en las que hemos compartido nuestro rato de
descanso del desayuno. Estoy convencido de que ella tiene
muy claro que entre nosotros se ha creado algo que va más allá
de una relación entre compañeros. Ambos sabemos que ha
crecido algo especial y yo estoy dispuesto a que continúe
creciendo, porque voy a seguir abonándolo para que así sea y
espero que ella también esté dispuesta a hacer lo mismo. Nada
me gustaría más que el que fuera así.

Supongo que todo en la vida son etapas y ahora que voy a


empezar una nueva en lo que a mi mundo laboral se refiere, se
ha acabado otra en lo relacionado con mi mundo más personal.
Dorothy, la interna que tenía en casa y que se ocupaba de la
limpieza y de cocinar, se ha jubilado, por lo que tengo que
buscar a alguien para que, por el momento, la sustituya.

Por ahora he pensado que no necesito a nadie que cocine. Paso


tantas horas fuera de casa, que suelo comer siempre en
restaurantes. Si en algún momento necesito preparar algo, lo
haré yo mismo. Siempre me ha gustado cocinar y lo considero
una de las actividades más relajantes que puedo hacer porque
logro desconectar por completo de todo.

Estoy totalmente absorbido por lo que supone hacerme cargo


de EUN Logistics, por lo que he pensado que le pediré a
Margaret que se encargue ella de encontrar a alguien por mí. A
pesar de que es una mujer que no me gusta por su manera de
comportarse con Ava, no puedo negar que el resto de su
trabajo lo hace bien. Así que no dudo de que se encargará de
encontrar a una persona discreta para que se ocupe de mi casa.
Capítulo 13

Ava

—¿Ava? ¿Dónde andas? —escucho la voz de Margaret que me


llama a gritos desde el otro lado del almacén.

—Aquí, Margaret, un segundo, voy en seguida —le


respondo alzando la voz para que me escuche y dejando en ese
momento lo que estoy haciendo.

—Date prisa, que no tengo todo el día y aquí si no estoy


vigilando, os dormís en los laureles —dice mientras camino
hasta donde está ella y veo cómo me mira de arriba abajo con
su habitual gesto de desprecio.

—Dime, ¿qué necesitas? —pregunto de la manera más


educada que acierto.

—¿Qué hacías escondida al fondo del almacén?


—No estoy escondida, estaba ordenando las estanterías del
fondo y limpiándolas.

—Vale, vale. A ver, niña, a partir de mañana no vas a venir a


trabajar.

—¿Cómo? ¿Estoy despedida? —digo con gesto de sorpresa


y al instante un montón de preguntas se empujan dentro de mi
cabeza, en un intento de explicarme la razón de mi despido.

—¿He dicho yo eso? —me pregunta Margaret alzando una


ceja y mirándome con su habitual gesto de desprecio.

—Bueno, me has dicho que mañana…

—Déjate de tonterías y escucha lo que te digo, que piensas


demasiado y eso no es bueno.

—Disculpa —musito bajando la mirada hacia mis pies.

—A partir de mañana vas a ir a limpiar a casa del jefe.

—¿El nuevo? —abro los ojos sorprendida.

—El mismo —asiente.

—¿Pero ya se sabe quién es?

—No, y a ti eso tiene que darte igual.

—Ah, disculpa —susurro mordiéndome el labio inferior.

—Tú has de ir a su casa y dejársela reluciente.


—De acuerdo.

—Pero, sobre todo, tienes que ir estrictamente entre las ocho


de la mañana y las cuatro de la tarde.

—De acuerdo.

—Has de ser extremadamente puntual en tus horarios, ¿me


has entendido?

—Sí, Margaret.

—No puedes coincidir con el jefe nunca. Tienes que ser


invisible también en su casa. Además, como estarás sola, te
resultará más fácil que aquí, que con ese culo que tienes es
misión imposible —me mira con gesto de desprecio. En ese
instante estoy tentada de contestarle, pero no sé por qué me
contengo. Saber que, al menos en mi día a día si voy a casa del
jefe no tendré que verla, me hace sentir aliviada.

—Descuida, así será.

—Al primer fallo o queja del jefe, te pondré de patitas en la


calle —me dice con tono amenazante y yo asiento—.
¿Entendido?

—Sí, Margaret —digo ahora con voz clara y mirándola a sus


ojillos claros y diminutos que me miran inquisitivamente
desde los gruesos cristales de sus gafas.
Cuando se marcha del almacén, suspiro aliviada al pensar
que no tendré que verla a partir del día siguiente. Sin embargo,
no venir hasta el edificio de oficinas también implica que no
podré coincidir con Bruce en mi descanso del desayuno.
Tuerzo el gesto y resoplo después. Por lo visto, mi fantasía ya
duraba demasiado y en un momento u otro tenía que llegar a
su fin. Era demasiado bonito para ser cierto. Suspiro y regreso
hacia el fondo del almacén para continuar con mi tarea.
Capítulo 14

Bruce

—Hoy es un día muy importante para mí —dice mi padre


desde el atril de la sala de actos—. Hoy es el día en el que doy
un paso a un lado para ceder mi lugar a quien se encargará de
dirigir esta empresa de ahora en adelante. Es una la mejor
persona que podía elegir, para dirigir EUN Logisitics con tanta
implicación y ahínco como lo he hecho yo durante todos estos
años. Durante las últimas semanas, ha estado encargándose de
la dirección de esta empresa desde la sombra y considero que
está sobradamente preparado como para dar un paso al frente.
Puede dejar de hacerlo desde una posición discreta y pasar a
desarrollar sus funciones dando la cara. Estoy convencido de
que todos vosotros y el resto de empleados de esta empresa
pondréis de vuestra parte para que sienta todo vuestro apoyo.
Así que, sin más dilación, demos la bienvenida a Bruce
Stewart, mi queridísimo y único hijo —exclama mi padre
girándose hacia donde estoy yo sentado en primera fila oyendo
con atención su discurso. Al escuchar mi nombre sonrío. Me
giro hacia el resto de mis compañeros, que me miran
sorprendidos al descubrirme como hijo del que ha sido su jefe.
Les saludo sonriente y empiezo a caminar hasta el atril donde
me espera mi padre.

—Gracias, papá, por esta gran oportunidad —le digo a mi


padre después de nuestro sentido abrazo—. Hoy tomo este
relevo con mucha ilusión y compromiso. Desde pequeño sabía
que algún día sería el encargado de sucederte al frente de EUN
Logistics y ahora que ha llegado el momento, lo hago siendo
muy consciente de la responsabilidad que comporta, y con el
compromiso de poner todo de mi parte para continuar
haciendo crecer a esta empresa.

Después de haber salido del armario como el nuevo jefe,


muchos de los empleados han venido a saludarme
personalmente. Tenía la esperanza de que entre ellos
apareciese Ava, pero no ha sido así. De hecho, hace días que
no hemos vuelto a coincidir en las escaleras de emergencia.
Quizá ahora se tome su rato de descanso en otro momento, no
lo sé. Estoy bastante intrigado, pero prefiero no preguntar a
Margaret por ella porque no quiero que sepa nada de nuestros
encuentros, y sería muy raro que el jefe preguntase por una
empleada del servicio de limpieza sin ningún motivo.

Sin embargo, poco antes de irme hacia mi despacho, entre un


grupo de empleados veo a una trabajadora del servicio de
limpieza con la que he visto alguna vez a Ava. Creo que la
chica se llama Isla, si no recuerdo mal.

—Disculpa, ¿eres Isla, la amiga de Ava? —me acerco a la


chica que me mira con gesto sorprendido al ver que me dirijo a
ella directamente.

—Sí, señor Stewart, ¿qué necesita?

—¿Sabes si está bien Ava? —quiero saber.

—¿Le puedo ayudar, señor Stewart? —oigo una voz a mi


espalda que nos interrumpe y al girarme, veo a Margaret que
me mira con gesto inquisitivo.

—No, gracias, Margaret, todo está bien —le dedico una


sonrisa tensa y continúo caminando en dirección a mi
despacho, dejando a Isla mirándome con gesto de no haber
entendido mi actitud.
Capítulo 15

Ava

Hoy es mi primer día como limpiadora en la casa del CEO.


Ayer estuve tan liada hablando con la señora que antes
limpiaba la casa, que no tuve tiempo ni de pasar por la
empresa a despedirme, ni tan siquiera, poder desayunar en las
escaleras de emergencia para despedirme de Bruce.

No sé por qué, pero tanto ha insistido Margaret en que debo


hacer mi trabajo de manera impecable, que estoy tan nerviosa
que hasta me flaquean las piernas. Parece que este sea mi
primer día de colegio o algo así, y odio esta sensación.
Supongo que por eso tengo tantas ganas de que pasen las ocho
horas, sean las cuatro de la tarde y pueda marcharme de aquí.
La verdad es que no sé mucho de este lugar, la señora que
antes limpiaba tan solo me explicó cómo le gustan las cosas al
señor. Además de eso, tengo las llaves que me dio Margaret, el
código de la alarma y la lista de tareas que tengo que hacer a
diario de manera rigurosa. Todo lo demás es un misterio.

Antes de introducir la llave en la cerradura de la puerta de


entrada de la casa, respiro hondo en un intento de
tranquilizarme. Giro la llave y al escuchar el chasquido que me
indica que he abierto la cerradura, suelto el aire poco a poco e
intento no hacer demasiado ruido, como si por el hecho de
expirar fueran a descubrirme.

No sé por qué tengo miedo de encontrarme con alguien,


porque si en algo insistió Margaret fue en que viniera de ocho
de la mañana a cuatro de la tarde, para que no me encontrara
con el jefe, para lograr eso que tanto me repite de que sea
invisible.

Niego con la cabeza en un intento de quitarme esa idea de la


cabeza de tropezar con alguien que no debo y entro en la
mansión.

—Jodeeeeer —musito justo después de desconectar la


alarma y mientras contemplo lo que tengo a mi alrededor. Giro
sobre mis pies con la boca y los ojos abiertos. Estoy en medio
de una estancia enorme con suelos brillantes de mármol y
lámparas elegantes y minimalistas. Las puertas son blancas y
por su aspecto parece que también son muy caras. Avanzo por
el hall hasta llegar a lo que adivino que es el salón. En medio
de la estancia hay un enorme sillón de piel marrón oscura con
dos sillones reclinables con reposapiés como los que he visto
tantas veces en las películas.

—¡Qué pasada! —musito sin atreverme a levantar la voz por


miedo a que alguien me escuche, a pesar de que tengo la
certeza de que estoy sola —. Esto es increíble.

Paseo por toda la casa; tiene tres pisos, sin contar el sótano,
por lo que tengo bastante que ver y que limpiar. Ahora
entiendo la enorme lista que me ha dado Margaret. En la
primera planta están las habitaciones. Todas tienen lavabo
propio y enormes camas. Uno de los dormitorios es más
grande que el resto e incluso tiene chimenea propia, lo que me
hace suponer que ese debe de ser el lugar donde duerma el
jefe. Justo cuando estoy decidida a poner los pies sobre la
mullida alfombra que hay a la entrada de esa habitación,
escucho un ruido en la planta de la entrada. Me quedo inmóvil
y atenta a los ruidos que me llegan. Después de oír cómo la
puerta de entrada se cierra y unos pasos avanzan sobre el
mármol, maldigo para mis adentros. No llevo ni una hora aquí
y ya la he cagado. Si me encuentro con el jefe, Margaret tendrá
la excusa perfecta para despedirme por haberme saltado la
estricta norma que se ha esforzado en recalcarme una y otra
vez.

Me asomo de manera tan sigilosa como puedo al hueco de


las escaleras y empiezo a bajar peldaño a peldaño agarrada a la
barandilla y agradeciendo la alfombra que cubre los escalones
y que amortigua mis pasos. Sin embargo, casi cuando estoy
llegando a la planta inferior, oigo un ruido y de repente me
encuentro frente a frente con Bruce.

—Ostras, ¡qué susto! —exclama Bruce sobresaltado y


mirándome a los ojos.

—¿Qué haces aquí? —pregunto sorprendida.

—¿Y tú?

—He preguntado yo primero —levanto una ceja mientras él


suelta una carcajada echando la cabeza hacia atrás y
dejándome observar el baile incesante de su nuez en su cuello.

—He venido a buscar unos documentos —responde después


de reírse.

—Yo estoy trabajando.

—¿Trabajando?
—Sí, Margaret me ha mandado aquí para que me encargue
de la limpieza de la casa del superjefazo.

—¿Del superjefazo?—repite Bruce bajando la voz.

—Sí, ¿qué pasa?

—Nada, solo que me ha hecho gracia.

—Siempre te hace mucha gracia todo lo que digo —resoplo.

—Eres muy graciosa, disculpa. Si te hace sentir mal, lo


evitaré.

—No, no… pero, … por cierto, ¿y tú qué haces aquí? —digo


poniendo mis manos a la altura de la cintura.

—He venido a buscar unos papeles que…

—¿A la casa del jefe? —alzo una ceja extrañada.

—Sí, los necesitamos para una reunión que tenemos esta


mañana y…

—Ya, ya…

—¿Y a ti por qué te han mandado aquí?

—Pues porque Margaret quería quitarme de en medio de la


empresa y supongo que esta ha sido la forma más sencilla que
se le ha ocurrido.

—Ah…
—Y también porque si vengo a limpiar en el horario de
oficina en el que el superjefazo esté en la empresa, seré
totalmente invisible para él y así no le molestaré.

—¿Molestarle? Solo haces tu trabajo, ¿no?

—Ya, pero Margaret ha insistido mucho en que tengo


terminantemente prohibido molestar al jefe. Si lo hago, dice
que me pondrá de patitas en calle y por nada del mundo puedo
permitirme el lujo de quedarme sin trabajo.

—Creo que puedes estar tranquila, porque el superjefazo no


es tan ogro como lo pintan, ¿eh? Incluso podríamos decir que
es bastante enrollado —me cuenta mirándome a los ojos, y yo
no puedo evitar quedarme perdida en su profunda mirada.

—¿Lo conoces? Bueno, claro que lo conoces, porque esta es


su casa y si no, ¿cómo demonios habrías entrado? —resoplo
negando con la cabeza al darme cuenta de la tontería que
acabo de decir, y Bruce vuelve a reír al escucharme. Yo lo
miro y me sonrojo, parece que esto de sentir cómo hierven mis
mejillas se ha convertido en una costumbre cada vez que nos
encontramos.
Capítulo 16

Bruce

Desde mis años de estudiante universitario no había pasado


una noche en vela por algo que tuviese que hacer al día
siguiente. En aquellos años tenía exámenes y hoy tengo una
reunión muy importante. Nunca creí que la presión por ser el
jefe consiguiera mantenerme toda la noche despierto para
preparar el encuentro que tengo hoy con uno de los principales
clientes y que, si llegamos a un acuerdo, puede hacer ganar
mucho dinero en los próximos años a la empresa.

Supongo que la falta de sueño es la que ha hecho que esta


mañana haya salido de casa con tanta prisa como sueño y me
haya olvidado uno de los dosieres que hemos preparado
durante los últimos días. Sé que hoy en día está todo
digitalizado y que lo tengo todo en la nube, pero necesito tener
conmigo ese dosier porque tengo muchas notas que quiero
tener a la vista durante la reunión. Así que a pesar de que llevo
un rato trabajando, prefiero tomar mi coche y regresar a casa a
por los documentos. Podría haber enviado a cualquiera de las
secretarias para que fuera a buscarlos, pero he preferido ir yo
mismo. Me irá bien conducir un rato y airearme. Además,
todavía quedan casi tres horas para la reunión, por lo que tengo
tiempo de sobra para ir y regresar de casa con tranquilidad.

Aparco mi coche justo delante de la puerta de entrada. Como


no voy a entretenerme, prefiero dejar el coche en la puerta y
no meterlo en el garaje. Al entrar en casa, me extraña no
encontrar la alarma puesta, pero como esta mañana estaba
bastante zombi, supongo que se me debe haber olvidado
conectarla. Suelo ser bastante metódico y no acostumbro a
olvidarme de este tipo de cosas, pero prefiero no darle más
vueltas. Camino con decisión hasta el despacho, donde
recuerdo que dejé el dosier sobre la mesa. Sin embargo, justo
al posar la mano en el pomo de la puerta de entrada a la
estancia, escucho pasos en la planta de arriba. Al instante me
quedo inmóvil y siento mi corazón latir fuerte en medio de mi
pecho. Sin embargo, sigo atento a los ruidos que vienen del
primer piso.
No puedo irme de casa como si no hubiese oído nada, así que
decido subir con sigilo las escaleras y sorprender al ladrón o a
quién sea con las manos en la masa. Camino hacia las
escaleras y empiezo a subir peldaño a peldaño, agradeciendo
que la gruesa alfombra, que los cubre, amortigua mis pasos.

—Ostras, ¡qué susto! —digo sorprendido al encontrarme de


cara con Ava.

—¿Qué haces aquí?

—¿Y tú? —sonrío feliz al verla.

—He preguntado yo primero —levanta una ceja y me parece


tan cómica la situación que no puedo evitar soltar una
carcajada.

—He venido a buscar unos documentos.

—Yo estoy trabajando.

—¿Trabajando?

—Sí, Margaret me ha mandado aquí para que me encargue


de la limpieza de la casa del superjefazo.

Tengo la cabeza tan ocupada, que no había vuelto a pensar


en que le dije a Margaret que mandase alguien para limpiar la
casa. No sé por qué habrá mandado a Ava, pero he de
reconocer que me encanta la idea de tenerla por aquí.
Antes de marcharme de nuevo hacia la oficina, guardo un
marco con una foto en la que aparezco con mis padres. Me
siento ridículo al guardarla, pero por lo que me acaba de
comentar Ava, no sabe quién es el nuevo jefe y prefiero que
continúe así todo el tiempo que sea posible. Aunque sé que los
comentarios vuelan y antes o después sabrá quién soy, pero
mientras tanto prefiero que siga así. No me gustaría que la
amistad que hay entre nosotros se fastidiase al enterarse de que
soy yo el superjefazo, como ella dice. No obstante, antes o
después tendré que decirle quién soy realmente. Por suerte hoy
no ha preguntado demasiado. Supongo que ha dado por
supuesto que soy alguien a quien el superjefazo ha mandado a
su casa a buscar los documentos. No sé cuánto tiempo más
podré continuar ocultándole quién soy en realidad. Mientras
tanto, disfrutaré cuanto pueda de este limbo en el que Ava se
encuentra.
Capítulo 17

Ava

Hoy es mi cuarto día limpiando en casa del superjefazo. Como


paso aquí las ocho horas completas sin parar de trabajar,
haciendo todos y cada uno de los puntos de la lista que me dio
Margaret, no he vuelto por la oficina. Así que en cuanto tenga
un momento, quiero hablar con Isla para que me ponga al día
de los cotilleos y saber qué tal les va con el nuevo jefe y cómo
es.

Desde que solo trabajo en esta casa, me he esforzado cuanto


he podido por hacer mi trabajo de la mejor manera posible,
pero estoy a gusto. Estar aquí y no tener que aguantar los
gritos ni las malas caras de Margaret a todas horas es lo mejor
de todo, por lo que estoy dispuesta a hacer lo que haga falta
por no tener que regresar a las oficinas, a pesar de que eso
suponga no compartir mi rato de descanso del desayuno con
Bruce.

De hecho, a él no lo he vuelto a ver desde el primer día que


vine a trabajar aquí y él vino a buscar unos papeles que el
superjefazo se había olvidado. Cada día deseo que vuelva a
aparecer en cualquier momento por la casa, aunque no sé yo si
a él le gustará demasiado tener que hacer de recadero del jefe,
por muy jefe que sea suyo también.

Algo muy curioso que estoy observando que sucede desde que
vengo a limpiar es que cada día encuentro menos marcos de
fotos por la casa. El primer día, aunque no me fijé en absoluto
en las imágenes, porque estaba bastante nerviosa como para
prestar atención a esos detalles. Sin embargo, recuerdo que
había varios portafotos repartidos por la casa y hoy
prácticamente no hay ninguno. En los marcos que aún quedan
solo se ven imágenes bastante antiguas en las que aparece un
matrimonio joven con un crío pequeño, pero, la verdad, es que
no sé quiénes son. El chico me recuerda un poco al antiguo
jefe, pero la mujer y el niño no me suenan de nada, aunque por
el aspecto de la imagen y el tipo de ropa que llevan, da la
sensación de que hace años que se tomó la foto.

Solo espero que no crean que he sido yo quien ha robado o


hecho desaparecer los marcos de foto. Supongo que habrá sido
el jefe o alguien de la familia quien los haya quitado por algún
motivo.

Hoy me dedico a la colada de la casa. Como nadie me ha


orientado sobre qué orden debo seguir para hacer todas las
tareas, he decidido organizarme según creo. Así que he
resuelto que de hoy en adelante, los jueves serán el día para
organizar toda la ropa.

He pasado más de dos horas planchando camisas, jerséis,


pantalones y cuantas prendas tenían la menor arruga. Cuando
he acabado la he subido a la planta de las habitaciones para
colocarla en el enorme vestidor del jefe. Me ha sorprendido no
encontrar entre todas las piezas que he lavado, planchado y
doblado ninguna prenda femenina, así que supongo que debe
de vivir aquí solo. A ver si puedo hablar con Isla y me pone al
día de la vida privada del superjefazo, porque me muero de la
intriga por conocer algún detalle.
Mientras coloco la ropa en el gigantesco vestidor que tiene la
habitación principal, tropiezo con una caja que hay en uno de
los estantes inferiores. Maldigo porque me he dado en la
espinilla. Me agacho para colocar la caja mejor de lo que
estaba puesta y al coger la tapa que se ha movido con mi
tropiezo, veo lo que hay dentro y no puedo evitar que los ojos
se me abran de par en par. Dentro de aquella caja estampada
con pequeñas flores en los mismos tonos que decoran toda la
habitación, encuentro los marcos de fotos que estos días han
ido desapareciendo de la casa. Cuál es mi sorpresa al empezar
a observar detenidamente las imágenes que aparecen en esos
portafotos y ver a Bruce en todas y cada una de ellas. En la
mayoría sale acompañado por el jefe y una mujer. Aparece él
con el birrete graduándose en la universidad; con aspecto más
relajado y veraniego, con el jefe y la que imagino que debe de
ser su esposa en un barco; y un montón de imágenes más que
muestran a Bruce mucho más joven e incluso de adolescente y
de crío. Con cada imagen que contemplo mis dudas van
disipándose con lo que tengo entre las manos.

Cuando acabo de contemplar con atención todas las


fotografías, no me queda ninguna duda de que Bruce es el
nuevo jefe de la empresa, el superjefazo. Niego con la cabeza,
¿cómo puedo haber sido tan ilusa de no haberme dado cuenta
antes?

Con uno de esos marcos de fotos entre las manos, me


levanto tan rápido como puedo porque me duelen las piernas
de estar en cuclillas, y al hacerlo se me va la cabeza, de tal
manera que pierdo el equilibrio y caigo hacia atrás. No sé qué
sucede, porque antes de caer al suelo noto que alguien me
sujeta. Me asusto porque no he escuchado ningún ruido,
aunque el impacto de ver lo que he encontrado dentro de la
caja ha hecho que esté bastante abstraída de todo lo demás que
me rodea.

Intento zafarme de los brazos que me han sostenido, pero al


girarme para comprobar quién comparte conmigo el espacio de
aquel vestidor, me encuentro con Bruce y su mirada, profunda
y azul, en la que no he dejado de pensar desde el primer
momento en el que la tuve posada en mí.

—¿Qué haces aquí? —pregunto asustada. Bruce no me


responde y solo se encoge de hombros sin dejar de mirarme—.
¿Por qué me has mentido?

—Yo…—musita mordiéndose el labio inferior.

—Pensaba que éramos amigos, pero…

—Discúlpame, Ava, yo no sabía…


—¿Qué no sabías? —pregunto con gesto enfadado.

—Cómo decírtelo.

—¡Qué morro! Pues muy sencillo. Solo diciéndome: Ava yo


soy el nuevo jefe, ¿no? —lo miro fijamente y pongo los brazos
en jarras.

—Sí, tienes razón, pe…

—Pero nada, Bruce, es muy feo lo que has hecho —le


regaño como si estuviera haciéndolo con mi hermano y él no
se atreve a levantar los ojos de la punta de sus zapatos.
Capítulo 18

Bruce

Por primera vez desde que hice público que soy el nuevo jefe,
me puedo tomar un descanso. Es última hora de la mañana y
decido que, por hoy, ya tengo suficiente. Necesito ir a casa,
cocinar algo sencillo, comer y tumbarme un rato en el sofá a
ver una película que no me haga pensar demasiado. Después,
por la tarde saldré a correr un rato y a disfrutar del aire libre,
porque tantas horas de oficina me hacen sentir muy agobiado.

Además, saber que encontraré a Ava en casa me hace


sonreír. No sé qué me pasa con ella, pero no poder compartir
nuestro ratito de descanso en las escaleras hace que la mañana
se me haga más larga de lo habitual. Así que hoy aprovecharé
que está en casa para poder charlar con ella con tranquilidad,
porque no pienso obligarla a cumplir de manera estricta con el
horario ni tareas que le marca Margaret. Aquí mando yo.

Al entrar en casa desde el garaje, sonrío al comprobar que no


está puesta la alarma, lo que significa que Ava está dentro. El
ascensor me deja en la planta donde está mi dormitorio y
camino hacia él. Según entro en mi habitación la veo de
espaldas y agachada en el vestidor. Al instante veo que se
levanta y al hacerlo pierde el equilibrio, corro hacia ella y, por
suerte, la alcanzo antes de que se caiga al suelo y la sostengo
entre mis brazos.

—¿Qué haces aquí? ¿Por qué me has mentido? —me pregunta


con el ceño fruncido y no sé qué responder.

—Yo…

—Pensaba que éramos amigos, pero…—responde zafándose


de mis brazos.

—Discúlpame, Ava, yo no sabía…

La verdad es que entiendo perfectamente su enfado. Debería


haberle confiado mi estúpido secreto, pero no lo hice.

—Me apetecía conocerte sin que supieras que sería el nuevo


jefe.
—Menuda estupidez, Bruce, antes o después iba a enterarme
—resopla.

—Tienes razón, pero lo único que pretendía era mostrarte


cómo soy realmente, sin ningún tipo de doblez. De ahora en
adelante no pretendo ocultarte nada por ser el jefe —suelto el
aire de manera sonora—. Durante toda mi vida me ha tocado
aguantar la hipocresía de la gente por ser el hijo de un hombre
tan poderoso como es mi padre y estoy muy cansado de todo
eso.

—Ya, pero…—musita.

—Lo que realmente me apetece a estas alturas es conocer a


personas auténticas, que se comporten realmente como son y
sin miedo a no cumplir con las expectativas que ellos creen
que debo tener —le cuento poniendo mi mano sobre su
hombro.

—Entiendo, Bruce, pero enterarme de esta manera de quién


eres realmente —me dice alzando el marco de fotos, que
enmarca la imagen de mi graduación en la universidad —, es
un poco chocante.

—Avaaaaaaaa —oigo una voz que grita desde el piso


inferior. Ava me mira abriendo mucho los ojos, deja el
portafotos sobre la caja de cartón que tenemos a nuestro lado
en el suelo y sale corriendo para asomarse por el hueco de las
escaleras. Yo sigo sus pasos y apoyo las manos en la barandilla
para comprobar quién acaba de llamarla por su nombre.
Capítulo 19

Ava

— Avaaaaaaaa—cuando escucho una voz desagradablemente


familiar abro los ojos de par en par. Bruce me mira con gesto
extrañado y yo corro tan rápido como me permiten mis piernas
hasta el hueco de las escaleras para comprobar quién acaba de
llegar de manera imprevista.

—Voy, Margaret, ahora mismo bajo —le grito también al


confirmar mi sospecha de quién acaba de gritar mi nombre.

—Hola, Margaret —oigo a Bruce que dice justo después de


apoyarse en la barandilla de la escalera.

—Te espero en la cocina, Ava —Margaret vuelve a gritarme


de manera seca mientras oigo sus tacones sobre el brillante
mármol de la entrada.
No sé qué le debe pasar ni lo qué habrá pensado al
encontrarse a Bruce en la casa, porque si en algo me insistió
fue en que nunca debía coincidir con el jefe. Supongo que
debe estar hecha una furia. Bajo las escaleras y justo cuando
piso el mármol de la planta de la entrada, miro hacia el piso
superior y allí veo a Bruce que me observa atento. Suspiro y
camino tan rápido como puedo hacia la cocina.

—Dime, Margaret —musito mientras cierro la puerta de la


estancia tras de mí.

—¿Tienes problemas de oído? —me pregunta cruzando los


brazos bajo el pecho y recostándose sobre una de las
encimeras de la espaciosa cocina.

—No, ¿por qué? —respondo sin atreverme a mirarla.

—Pues porque parece que no entiendes lo que se te dice

—Claro que lo entiendo, Margaret.

—No me respondas, niña.

—Perdona —murmuro.

—¡Que te calles, te digo! —refunfuña y yo al instante bajo la


mirada y aprieto los labios y noto cómo mis mejillas se
enrojecen y calientan—. Si mal no recuerdo, te dejé muy
clarito que tenías prohibido coincidir con el jefe y menos aún
en la misma habitación.

—Bruce acababa de llegar y…

—¿Bruce? Pero, ¿qué confianzas son esas, niña? Querrás


decir el señor Stewart —me ordena alzando la barbilla.

—Sí, claro, el señor Stewart —digo imitando su entonación


y continúo— acababa de llegar y yo estaba en el vestidor
guardando la ropa que justo he terminado de planchar y…

—No me expliques tu vida, anda —me corta secamente—.


Solo te digo que quiero que sea la última vez que molestas al
señor Stewart con tu presencia, ¿me has entendido?

—Sí, Margaret.

—¿Qué dices? No te escucho —me escupe alzando la voz.

—Sí, Margaret —respondo hablando un poco más fuerte.

—Recuerda que tú solo eres la chacha de la casa y no puedes


pretender estar al mismo nivel que él, ¿te queda claro?

—Perdonad —escucho la voz de Bruce que interrumpe a


Margaret.

—Señor Stewart —dice Margaret silenciando su


desagradable discurso al instante, mientras baja los brazos que
tenía cruzados delante del pecho y entrelaza las manos a la
espalda.

—Margaret, he escuchado tu manera de hablar a Ava y…

—Sí, estaba recordándole las instrucciones de su trabajo.

—Disculpa que te interrumpa, Margaret, pero considero que


tus formas no son las adecuadas —expresa Bruce con tono
serio.

—Vaya —musita Margaret bajando la mirada. Yo, en medio


de ambos, observo a uno y a otro como si estuviera de público
en un partido de tenis.

—He escuchado eso de que Ava es solo la chacha y que no


puede pretender estar a mi nivel. Has dicho eso, ¿verdad?

—Sí, señor Stewart —responde Margaret con voz queda.

—Pues déjame decirte, Margaret, que afortunadamente esas


situaciones en las que los señores no se relacionaban con el
personal que trabaja a su servicio ya han quedado bastante
anticuadas. La Edad Media, por suerte, acabó hace años y me
sabe muy mal que tú te comportes con Ava y con el resto de
los empleados de mi empresa que tienes a tus órdenes de esa
manera.
—Lo siento, señor Stewart —responde Margaret casi en un
susurro.

—No es conmigo con quien debes disculparte —niega con la


cabeza—. Quien merece una disculpa es Ava.

—No es necesario, señor Stewart —murmuro.

—¿Por qué me llamas ahora señor Stewart? —alza una ceja


y me mira fijamente a los ojos.

—Me lo ha ordenado Margaret.

—Es una señal de respeto, señor Stewart —explica Margaret


en un intento de disculparse.

—Perdona, pero considero más necesarias otras muestras de


respeto y no que Ava tenga que llamarme por mi apellido y
tratarme de usted, cuando siempre nos hemos tuteado y
llamado por nuestro nombre.

—Claro, señor Stewart.

—Así que, por favor, ruego que te disculpes con Ava —


insiste a Margaret.

—Sí, señor Stewart. Perdona, Ava —dice mi jefa sin


atreverse a mirarme a los ojos.

—Claro, Margaret —le respondo al instante.


—Y ahora, Ava, para compensar el mal rato que te ha hecho
pasar Margaret, déjame que te invite a comer.

—No es necesario, Bruce, además estoy en horario de


trabajo —le contesto mirando de reojo a Margaret, que no
pierde detalle de mi conversación con Bruce.

—Lo sé y por eso, como jefe tuyo que soy, te ordeno que
hoy vengas a comer conmigo a uno de mis restaurantes
favoritos, ¿quieres? —me dice Bruce con una media sonrisa
que me hace estremecer de pies a cabeza.

—Claro, encantada —le respondo con una tímida sonrisa.

—Así podrás comprobar en tu propia piel que mi vida y la


tuya no son tan diferentes —y yo me río ante lo que acaba de
decir— y así, si luego Margaret continúa teniendo dudas al
respecto, podrás aclarárselas tú misma.

—Así lo haré —sonrío plenamente a Bruce, mientras


Margaret no se atreve a levantar la vista del suelo.
Capítulo 20

Ava

—Pero… ¿podría pasar por casa?

—¿Cuándo?

—Antes de comer —respondo a Bruce que me mira con una


sonrisa.

—Sí, ¿necesitas algo? Quizá yo pueda ayudarte.

—Me gustaría cambiarme de ropa.

—¿Cambiarte de ropa?

—Sí, voy con el uniforme de trabajo —bajo la mirada


observando lo que llevo puesto—No tengo nada más…

—Pues entonces, no se hable más. Coge tus cosas, que


vamos para allí.
—¿Ya? —pregunto sorprendida.

—Claro, así tendremos tiempo de sobra y podremos tomar


un aperitivo antes de la comida, ¿te parece bien?

—Vale —respondo con una tímida sonrisa y un pellizco de


nervios en la boca del estómago al pensar que voy a comer con
Bruce, con ese hombre que me hace suspirar desde que lo vi
por primera vez.

—Además, Margaret hará lo que tenías pensado hacer hoy


en casa, ¿verdad? —se gira para preguntar a mi jefa que no
deja de observarnos atónita.

—Por supuesto, señor Stewart.

Yo tengo que hacer un verdadero esfuerzo para esconder la


sonrisa que pugna por escaparse de la comisura de mis labios,
mientras observo cómo mi jefa se tiene que tragar el sapo y
poner buena cara ante el señor Stewart, como ella no deja de
llamar a Bruce.

Nunca hasta ahora había ido en un coche tan caro como


adivino que debe de ser el de Stewart.
—Lorraine —oigo que dice Bruce al escuchar a través de los
altavoces del automóvil la voz de la secretaria respondiendo su
llamada.

—Dime, Bruce.

—Anula los compromisos de mi agenda de hoy.

—¿Cómo dices?

—Que anules todo.

—Pero, ¿y eso?

—Porque tengo el día ocupado —responde mirándome de


reojo, y yo creo que voy a derretirme en cualquier momento.

—Tienes la reunión de…

—Tenía, Lorraine, te he dicho que lo anules y lo agendes


para esta semana.

Sin dejar que la secretaria le responda, cuelga la llamada y


me sonríe.

—No querría fastidiar tu día, por…

—¿Fastidiar? —me interrumpe—. Vamos a comer en mi


restaurante favorito, ¿crees que eso podría ser un fastidio? —
sonríe de nuevo.
—Tienes razón —lo miro a los ojos justo antes de que se
ponga las gafas de sol y agarre con fuerza el volante de piel.
Trago saliva porque si no, creo que voy a empezar a babear de
un momento a otro.

—Te espero aquí —me dice estacionando el coche frente al


portal de mi casa.

—Vale, vuelvo enseguida —respondo justo antes de abrir la


puerta y bajar del automóvil.

Camino hasta la puerta de entrada a mi comunidad y siento


cómo las piernas me flaquean. Temo que me falle un pie y
acabar en el suelo. Me moriría de vergüenza si algo así me
sucediera delante de Bruce. Cuando llego al portal, busco las
llaves en mi bolso que, como siempre me sucede, están en el
fondo y tardo una eternidad en dar con ellas. Al encontrarlas,
abro la cerradura y al girarme paseo mi mirada hasta el coche.
Ahí me encuentro con los ojos de Bruce, que me miran
fijamente, y sus labios, que me dedican una sonrisa que hace
que mi corazón lata desbocado en medio de mi pecho. Le
saludo alzando la barbilla y sonrío mientras empujo la pesada
puerta.
Mientras avanzo sobre el viejo suelo de granito del portal,
mi cabeza no deja de pensar en qué ropa voy a ponerme. No
tengo nada en el armario que me convenza para ir a comer con
Bruce. Acostumbro a vestir con ropa deportiva y últimamente
no he dedicado nada de mi presupuesto en ninguna prenda de
vestir o salir porque, además de ir al trabajo, al súper y al
parque con David, poco más hago en mi día a día.

Además, estoy convencida de que estoy muy lejos de ser el


prototipo de mujer con el que él está acostumbrado a rodearse
y siento un poco de vergüenza. Por lo que no tiene sentido que
me preocupe demasiado por la ropa que elijo para ir a comer.
Cualquier cosa que me ponga estará bien. No debo olvidar que
no es más que una comida de cortesía entre dos compañeros de
trabajo, a pesar de que su sonrisa y su forma de mirarme me
hagan temblar de arriba abajo.

—Será posible —reniego mientras intento alcanzar con la


punta de los dedos la caja con unos botines de tacón que hay
en el estante más alto de mi armario. Justo cuando arrastro la
caja de cartón y logro tenerla al alcance de la mano, se acaba
resbalando y me cae sobre la cara. Maldigo para mí. Mientras
corro al espejo para comprobar que al caerme encima el cartón
no me haya hecho ningún arañazo en la cara.
Respiro con alivio al comprobar que, a pesar del golpe, mi
cara está libre de cualquier marca. En ese momento me doy
cuenta de que no llevo nada de maquillaje y, pese a que sé que
es una comida informal, acabo yendo hasta el aseo a ponerme
un poco de máscara de pestañas y un poco de gloss de color
suave. También aprovecho para ponerme un poco de un
perfume de mi madre, su preferido y el que a mí tanto me
recuerda a ella. Me miro al espejo, me atuso el pelo y sonrío al
ver las ondas cómo caen sobre mis hombros.

Al final he elegido entre las pocas opciones de mi armario


unos vaqueros oscuros y un jersey fino de cuello alto y negro.
Me encanta ese color y me gusta cómo me queda. En los pies
los botines de tacón que me han atacado al bajarlos del
armario y una sonrisa en los labios y muchos nervios en el
estómago. Me pongo el abrigo y cojo el bolso justo antes de
salir de casa. Miro el reloj. He tardado apenas diez minutos.
Bajo por las escaleras por no esperar a que el ascensor de mi
comunidad haga su lento viaje desde el piso en el que esté.

—Wow, Ava, si lo llego a saber yo también me habría vestido


para la ocasión —me dice con un simpático movimiento de
cejas que me arranca una carcajada.

—Eres un adulador. Vas muy elegante. Bueno, siempre lo vas.


—Solo llevo el uniforme de trabajo —me cuenta bajando la
mirada hasta la elegante camisa y la americana oscura que
lleva—. Aunque me encantaría ir con unos vaqueros como tú y
unas deportivas.

—Bueno, ¿dónde vamos? —le digo para desviar la atención,


porque me pone nerviosa su manera de escrutarme.

—A mi restaurante favorito, no te preocupes. Tú solo disfruta,


que te lo has ganado teniendo que soportar a Margaret —me
dice mientras sube la música y me sonríe de medio lado
cuando Ed Sheeran empieza a cantar.

—Hecho, jefe —le digo en tono jocoso y me pongo las gafas


de sol que he guardado en el bolso antes de salir de casa.

—El restaurante al que vamos está en el centro. Aunque me


gustan muchos otros, están a muchas millas y no sé si tú
dispones de suficiente tiempo para desplazarte fuera de tu
horario de trabajo.

—No mucho, esta tarde tengo que estar con David, así que no
puedo demorarme demasiado.

—Sí, eso he pensado. Otro día, cuando tú puedas, te llevaré a


uno de mis restaurantes preferidos, aunque será mejor que para
entonces te prepares una pequeña maleta, porque dudo que
podamos regresar a dormir a casa —me cuenta mirándome por
encima de las gafas de sol con una sonrisa pícara. En ese
momento no sé qué responder y solo me atrevo a asentir con
una sonrisa tímida—. Hoy iremos a un restaurante japonés.

—Nunca he comido ningún plato de cocina japonesa.

—¿No? Pues hoy eso va a cambiar.

—Me gusta probar cosas nuevas.

—Genial, entonces, vamos a pasarlo muy bien —y al escuchar


esas palabras tengo que tragar con disimulo, mientras siento el
torbellino que se ha hecho amo de mi estómago.

—Seguro.

—Pero primero iremos a tomar un aperitivo a un lugar muy


pequeño y familiar, pero que sirven las mejores ostras de toda
Escocia, ¿te gustan?

—¡Claro! —miento, porque lo cierto es que solo he visto en


las películas ese plato, pero no quiero decirle de nuevo que eso
tampoco lo he probado.

—¿Y el vino blanco?

—Me encanta —afirmo con la cabeza y sin borrar la sonrisa


de mis labios.

—Ostras, vino blanco y buena compañía, no puedo imaginar


una combinación más perfecta —me dice con una voz que me
parece del todo seductora y siento cómo me sube la
temperatura al escucharlo.

El pequeño bar del que me ha hablado Bruce durante el


trayecto es, tal y como me ha dicho: muy pequeño, pero, por
suerte, tiene unas mesitas metálicas en el exterior donde nos
sentamos. Tienen unas estufas para que los clientes podamos
aligerar la sensación que nos provocan las bajas temperaturas,
aunque los nervios de estar tan cerca de Bruce han logrado que
hoy no sienta el frío que hace en Glasgow.

—Este es uno de mis vinos blancos favoritos —dice Bruce


tomando la copa entre los dedos y acercándosela a la nariz
para disfrutar del aroma afrutado de la bebida que estamos a
punto de tomar.

—Yo no entiendo demasiado de vinos —respondo alzando


los hombros.

—No pasa nada, tú disfruta de la bebida, de las ostras…

—Y de la compañía —me adelanto.

—Vaya, gracias, Ava —me responde y me guiña un ojo justo


antes de tomar el primer sorbo de su vino. Yo noto cómo se
encienden mis mejillas y bebo un pequeño trago de mi copa
para disimular mi sonrojo—. Mira, aquí vienen las ostras —
me cuenta al acercarse un camarero con una bandeja llena de
hielo picado con seis ostras.

—Oh, gracias —digo al camarero que nos acaba de dejar el


plato sobre la pequeña mesa metálica que nos separa a Bruce y
a mí.

—Que lo disfruten, señores —responde él justo antes de


regresar hasta el interior del local.

—Haz los honores, por favor —me indica Bruce mirando a


las ostras y a mí.

Tomo una de ellas entre los dedos, le pongo un poco de


limón, tal y como me recomienda, y la introduzco en mi boca.
En ese momento, una explosión de sabores estalla en mi boca:
el ácido del limón se mezcla con el gusto a mar y el frescor de
la ostra. Abro los ojos y sonrío con los labios cerrados
mientras disfruto de la textura gelatinosa de la ostra en mi
paladar. La mastico y la trago disfrutando de la deliciosa
mezcla de sabores, justo antes de dar otro pequeño trago a mi
copa de vino.

—Espectacular —le digo a Bruce que no ha dejado de


observarme mientras disfrutaba de mi primera ostra.
—¿Sí? Me alegro de que te haya gustado. Un brindis para
celebrarlo —me sonríe acercando su copa a la mía, que aún
sostengo entre los dedos y hago chocar el fino cristal con el
suyo.

Los sorbos del exquisito vino blanco hace que cada vez me
sienta más desinhibida y adivino que a Bruce también, porque
veo cómo le brillan los ojos y su sonrisa más suelta de lo
habitual. Respiro hondo y miro a mi alrededor ¿Quién me iba a
decir a mí esta mañana cuando me ha sonado el despertador
que iba a estar aquí con Bruce?

—Primera prueba superada —dice él, con lo que consigue


sacarme de mis pensamientos.

—¿Lo he hecho bien?

—Superbién —me sonríe, y yo siento que me derrito.

—Un brindis por eso, entonces —le digo mirándolo a los


ojos y alzando mi copa.

—¡Por nosotros! —responde al chocar su copa con la mía.

—Eso es, ¡por ti y por mí!


El restaurante japonés está bastante cerca del pequeño bar. No
estoy demasiado acostumbrada a caminar con tacones que, a
pesar de no ser demasiado altos, lo son bastante más que las
deportivas que suelo llevar para trabajar. Así que ando con
cuidado sobre los adoquines, porque no quiero que ni el vino
ni los nervios que hacen que mis piernas tiemblen, me hagan
tropezar o acabar cayéndome.

—El suelo está húmedo. Estas calles cercanas al río siempre


suelen tener charcos y mucha humedad, así que hay que ir con
ojo. Dame la mano —me dice para que lo agarre y yo
obedezco.

Su mano es grande. Sus dedos son largos y fuertes, como el


resto de su mano y su brazo. Tiene la mano caliente, algo muy
agradable para mí, que acostumbro a ser de manos frías. El
contacto de su piel con la mía hace que una especie de
descarga eléctrica me recorra la espalda y un escalofrío el resto
del cuerpo.

—Es aquí, ya hemos llegado —me indica con la cabeza y


justo delante de la puerta del restaurante me besa el dorso de la
mano haciendo una reverencia que me arranca una carcajada
por lo ceremonioso de su gesto y él se ríe a mi vez.

—Muchas gracias, caballero.


—No podía imaginar que la comida japonesa estuviese tan
deliciosa —le digo justo después de limpiarme los labios con
la servilleta, que dejo de nuevo sobre mis muslos.

—¿Sí? ¿Te ha gustado?

—Mucho, de verdad, muchas gracias.

—Me alegro. No se merecen.

—Ahora me toca a mí llevarte a mi restaurante favorito.

—¡Trato hecho!

—¿Sí? ¿Te atreves?

—¡Por supuesto!

—Piensa que no tiene nada que ver con este, ¿eh? Es un


restaurante de mi barrio, donde he ido toda la vida.

—¿Y qué más da? Si es tu restaurante favorito quiero


conocerlo y probarlo —me responde mirándome a los ojos de
manera tan arrebatadora como lo ha hecho durante toda la
comida.

Cada vez que me mira así, siento como mi sexo late, pero hago
todo lo posible por concentrarme en la conversación. No
puedo dejarme llevar, somos demasiado distintos y yo no
encajo dentro del tipo de mujer que adivino que le gustan a él.
Así que mejor no hacerme ilusiones que solo conseguirán
hacerme sufrir después.

—Entonces, ¿cuándo me llevas a ese restaurante que tanto te


gusta? —me pregunta justo cuando aparca su coche frente al
portal de mi casa.

—Pues…—me muerdo el labio pensativa.

—A ver, revise su agenda, señorita —me dice alzando una


ceja de manera que consigue hacerme reír.

—Creo que este sábado David va al cumpleaños de un


amiguito de su clase y…

—¿Tengo que ir yo a ese cumpleaños?

—Noooo —río sonoramente.

—Mecachis —suelta un bufido que me hace reír de nuevo.

—Es una fiesta de pijamas, así que me iría bien ir a cenar,


aunque no sé si tú podrás —digo alzando los hombros.

—A ver, a ver… déjame que piense —dice entrecerrando los


ojos con gesto cómico—. No tengo nada que pensar, ¡aquí
estaré! ¿Hora?

—Pero ¡qué fácil!

—Soy un facilón —bromea de nuevo.

—¿A las siete?

—¡Hecho! —me dice justo antes de darme un beso en la


mejilla que logra estremecerme.

Me hubiera gustado que ese beso me lo hubiera dado en los


labios. Hemos estado tan bien durante toda la mañana y la
comida que habría sido el broche perfecto, pero ya sé que no
debo hacerme ilusiones, de hecho, me lo había prometido a mí
misma. Pero, como siempre, peco de ingenua y acabo
construyendo películas en mi cabeza que no son más que
ilusiones de una realidad que solo existe en mi imaginación.
Bruce es mi jefe y yo trabajo en su casa limpiando, ¿qué puedo
esperar de él? Nada, absolutamente nada.
Capítulo 21

Bruce

Su pelo castaño se reparte en ondas sobre sus hombros. Algún


mechón le cae sobre la cara y ella lo aparta con sus manos de
dedos largos y uñas cuidadas. Cada vez que se retira el pelo de
la cara veo cómo sus grandes ojos azules casi grises brillan
aún más. Tiene unas pestañas espesas y curvadas que
enmarcan sus ojos. Apuesto lo que sea a que son naturales y
no postizas como las de las mujeres con las que he compartido
sábanas en los últimos tiempos. Sus labios son gruesos y
jugosos y yo me muero por besarlos y notar cómo recorren mi
cuerpo y mi sexo despacio, recreándose en cada centímetro de
mi piel. Yo también muero por recorrer cada recoveco de su
cuerpo. Por saborear sus senos, que imagino deliciosos y de
pezones grandes y rosados.
Ava me habla mientras disfrutamos de la exquisita cocina
japonesa del chef de Minkan Restaurant no puedo dejar de
admirar su belleza, el tono de su voz y lo que me cuenta. A
pesar de que, a menudo, la imagino desnuda entre mis brazos,
ansío disfrutar de su cuerpo, oler su piel y saborear su sexo.
Fantaseo con ella tumbada sobre la mesa del restaurante y
cubierta de piezas de sushi, mientras yo devoro con fruición
cada uno de los bocados directamente con mi boca. Pensar en
eso mientras intento seguir su conversación me resulta un gran
esfuerzo. Estoy completamente excitado y noto mi entrepierna
muy abultada. Trago saliva y respiro hondo. Tengo que
relajarme, aunque no puedo evitar imaginarme cómo debe de
ser el sabor de su piel mezclada con los trocitos de pescado
crudo.

Me ha costado bastante dejar a Ava en la puerta de su casa y


despedirme de ella sin darle un beso en los labios, pero no
quiero asustarla y que crea que por ser su jefe puedo
aprovecharme de ella. No soy ese tipo de hombre. Así que me
he contenido y solo le he dado un beso en la mejilla. No sé qué
me pasa con esta mujer, pero me vuelve loco.
Cuando he llegado a casa, me he quitado la corbata y me he
desabrochado los botones del cuello y los puños de la camisa.
Me he servido un Macallan Sherry Oak de doce años y me he
sentado en el sofá frente a la chimenea. Mientras observo el
baile incesante de las llamas las imágenes de hoy se pasean
por mi cabeza: Ava y su sonrisa. Ava y sus labios. Ava y sus
preciosos ojos azules. Su abultado busto bajo el ajustado
jersey de cuello alto, que me habría encantado arrancarle para
lamerle los pechos y dar suaves mordiscos a sus pezones. Sus
curvas, vertiginosas y deliciosas, la forma redondeada de sus
caderas y sus nalgas, que adivino bien prietas y que muero por
agarrar y apretar con mis manos mientras no dejo de besar sus
labios carnosos.

Nunca me había fijado en las mujeres con curvas hasta que


conocí a Ava y no sé por qué. Me parece una mujer
espectacular con un físico que me vuelve loco. Desde que hoy
me he quedado a solas con ella y he podido disfrutar de
sentirla relajada y fuera del ambiente del trabajo, no he podido
dejar de desearla.

Siento muy dura mi entrepierna y me muero de ganas de


follar. Siempre que me ha sucedido esto, he buscado en la
agenda de mi teléfono a alguna amiga dispuesta a pasar un rato
divertido entre las sábanas, pero hoy no me apetece. Hoy no
puedo dejar de pensar en Ava e imaginar cómo sería meterme
dentro de ella, en cómo sería lamer su sexo y gozar de su
sabor, en hundirme en su boca y disfrutar del tacto de sus
labios y su lengua recorriendo mi polla. Solo deseo su cuerpo,
sus labios y su voz susurrándome al oído que la haga mía. El
deseo que siento por Ava se apodera de mí y acabo
masturbándome como un adolescente susurrando su nombre
mientras exploto de placer en mi mano.
Capítulo 22

Bruce

Esta noche me cuesta conciliar el sueño. Doy mil vueltas sobre


el colchón hasta que, harto de dormir a ratos, poco después de
las cinco de la mañana, me pongo la ropa de deporte y las
zapatillas y salgo a correr.

El viento frío del amanecer me azota el pelo y me deja la


cara entumecida. Noto cómo el aire gélido se cuela por mi
garganta y llega hasta mis pulmones, que lo acogen con fuerza.
Corro veloz, me siento con fuerza y mis piernas avanzan
rápido sobre el asfalto. Aprieto los puños y corro y corro.

Troto por las calles cercanas a mi casa y la imagen de Ava


continúa flotando en mi cabeza. Esta noche también lo ha
hecho, se ha apoderado de todo mi cuerpo y de mi deseo. He
soñado con ella, en que le hacía el amor, en que acariciaba su
cuerpo y recorría cada recoveco de su piel con mis dedos. Ella
gemía y estallaba de placer, mientras enredaba sus dedos en mi
pelo.

Tengo que parar de pensar en Ava y de recordar todas las


imágenes que he imaginado de ella en las últimas horas. No
puedo estar así hasta que vuelva a verla.

Tomo una gran bocanada de aire y mientras se llenan mis


pulmones, intento relajarme y solo concentrarme en mi
respiración y en cómo mis pies avanzan sobre el suelo. Un pie
tras otro, una zancada después de otra, el viento frío que choca
contra mi cuerpo, el aire entrando por mi nariz y vuelta a
empezar, aunque el recuerdo de Ava intente colarse una y otra
vez.

Llego al despacho antes de las ocho de la mañana. Ayer me


tomé el día prácticamente de fiesta y hoy tengo mil cosas
pendientes por hacer y varias reuniones, aunque tengo muy
claro qué va a ser lo primero de mi lista.

—Lorraine —le digo a mi secretaria que veo que llega unos


minutos después de hacerlo yo—, por favor, localízame a
Margaret y pídele que venga a mi despacho.

—Claro, Bruce —me responde solícita y cruzándose de


piernas de manera sugerente. Hace un tiempo Lorraine y yo
tuvimos un escarceo que nunca debió suceder y del que he
arrepentido muchas veces. Por eso, desde que he regresado
definitivamente a EUN Logistics, he intentado dejarle claro
con mi actitud distante que aquello que sucedió, forma parte
del pasado y no volverá a ocurrir, aunque creo que ella
mantiene la esperanza de que suceda.

—Señor Stewart, Lorraine me ha dicho que quiere hablar


conmigo —me dice Margaret al entrar en mi despacho.

—Sí, adelante, siéntante, por favor —le respondo mientras


acabo de enviar un correo electrónico.

—Dígame —y me dedica una sonrisa solícita.

—Quería hablarte de algo —le respondo sin pedirle que me


tutee.

—No me diga que la chica que le limpia en casa le ha roto


algo. Estas crías no sé dónde tienen la cabeza…
—Margaret, déjame hablar, te lo ruego —le digo cortando su
discurso de manera tajante.

—Sí, disculpe.

—Te he hecho venir a mi despacho porque lo que sucedió


ayer no quiero que vuelva a ocurrir.

—Vaya, pensaba que me llamaba para que despidiera a la


muchacha.

—No, Margaret, lo que quiero decirte es que no me gusta tu


comportamiento —le digo clavándole la mirada con el gesto
serio.

—Yo…

—Permíteme continuar, por favor.

—Sí, claro, discúlpeme —susurra bajando la mirada hasta


sus manos que mantiene cruzadas sobre el regazo.

—Como empleada cumples tu función, pero no estoy nada


contento con el trato que tienes con el personal que tienes a tu
cargo.

—Supongo que ha sido Ava quien le ha ido con el cuento,


pero todo lo que dice esa niñata es mentira.

—Margaret, no hace falta que en esta empresa nadie hable


de nadie, porque hay cámaras que nos vigilan las veinticuatro
horas. Además, fui testigo de varias escenas muy
desagradables, como la del almacén, en mis primeros días de
trabajo, o en mi propia casa.

—Yo…—intenta hablar bajando la mirada al verse sin


escapatoria.

—Por eso he hablado con Recursos Humanos, para


destituirte de tu cargo y poner al mando del departamento de
limpieza a otra persona. Desde Recursos Humanos se pondrán
en contacto contigo.

—Pero, señor Stewart…

—Mira, Margaret, como responsable de esta empresa no


tendría por qué perder mi tiempo hablando contigo de un tema
tan desagradable como este lo es para mí, pero al presenciar tu
crueldad, lo he considerado necesario. No es justo que trates a
nadie así, aunque tú seas su superior, porque nunca sabemos lo
que la vida nos puede tener reservado. Yo hoy puedo estar al
mando de esta empresa, pero quién sabe si mañana me tocará
estar vendiendo comida en un puesto ambulante para poder
ganarme la vida.
Paso el día hasta arriba de trabajo, pero aliviado al pensar que
Ava no tendrá que soportar más los malos modos ni las frases
hirientes que le ha regalado siempre Margaret. Quiero ser el
primero en darle la noticia, por lo que corro hasta casa antes de
la hora en que sé que ella acaba su jornada.

—¿Ava? —la llamo justo al entrar por la puerta de mi casa


—. Avaaaaa —repito.

—Sí, estoy aquí —me responde asomándose por la


barandilla de las escaleras desde la planta de las habitaciones.

Cuando la veo cómo me mira y me sonríe desde arriba siento


cómo se me desboca el corazón. Correría hasta ella para
abrazarla, tomarla en brazos, besarla y decirle cuántas ganas
tenía de verla, pero no puedo hacer eso, no sé si ella desea lo
mismo que yo y no puedo lanzarme a lo loco. No querría por
nada del mundo hacer algo que ella no quisiera.

—¿Te puedo interrumpir un minuto?

—Claro, ahora mismo bajo —me dice empezando a


descender por las escaleras y veo cómo su mano resbala por la
barandilla de madera.

Respiro hondo, saber que voy a tenerla frente a frente me ha


puesto nervioso. Sonrío, porque nunca me he sentido de esta
manera por una mujer, aunque en el fondo me gusta esta
sensación, me hace sentirme vivo.

—¡Qué sorpresa! —me dice al llegar hasta donde la espero y


me abraza, algo que consigue hacerme estremecer.

—Vaya, ¡qué recibimiento! Si prometes recibirme así cada


día, me parece que voy a avanzar mi hora de regreso a casa —
río y ella lo hace a mi par.

—¡Yo encantada! —me responde sonriente con su deliciosa


boca jugosa, que muero por besar ahora más que nunca.

—He venido porque quiero contarte algo…

—¿Un cotilleo? —mueve las cejas de manera cómica y yo


me vuelvo a reír.

—No, solo venía a hacerte una propuesta —y ahora soy yo


el que mueve las cejas como ella acaba de hacerlo.

—Vaya, esto suena interesante —responde frotándose las


manos.

—Hoy he destituido de su cargo a Margaret.

—¿En serio?

—Sí…

—Pero, ¿qué ha sucedido? —quiere saber mirándome a los


ojos.
—No me gusta su manera de tratar a la gente que estáis a su
cargo ni, en especial, cómo te trata a ti.

—Bueno, pero todos conocemos a Margaret.

—No pretendas justificar su maltrato, Ava, no se lo merece.

—Margaret es como es y…

—Déjame contarte —le interrumpo—, he venido a


preguntarte si quieres ser tú quien ocupe su puesto.

—¿Yo? —pregunta abriendo mucho los ojos.

—Sí, tú, no hay nadie más aquí, ¿no? —pregunto mirando a


mi alrededor.

—No, yo no, Bruce…

—¿Por qué?

—Te agradezco mucho tu oferta y el dinero me iría muy


bien, pero hay alguien que se lo merece más que yo.

—¿Quién? —alzo una ceja.

—Isla, fue ella quien me consiguió este trabajo y es de las


mejores trabajadoras del departamento de limpieza.

—Sé quién es —asiento.

—Creo que será una excelente jefa, no te arrepentirás.

—Entonces, voy a estar en deuda contigo.


—¿Por qué? —arruga el entrecejo.

—Por haberme conseguido a una jefa tan excelente para el


departamento de limpieza.

—Ah, bueno, si es por eso —ríe.

—Así que voy a tener que invitarte a cenar el sábado en


lugar de que lo hagas tú —digo torciendo el gesto.

—Vaya, pues no me va a quedar más opción que aceptar,


entonces —chasquea la lengua, aunque acaba riéndose.

—Hecho —le tiendo la mano formalmente. Aunque cuando


ella me la tiende, tiro de su brazo para acercarla hasta mí y
darle un beso en la mejilla, a pesar de lo que deseo realmente
es dárselo en esos labios que tanto ansío besar.
Capítulo 23

Ava

Antes de ver a Bruce de pie frente al portal de mi casa sabía


que éramos distintos, pero tras encontrarme el flamante
Panamera con el que ha venido, me han quedado más claros
los mundos tan diferentes a los que pertenecemos.

No es que yo sea una entendida en coches, al contrario, pero


tras muchas tardes de ver vídeos en Youtube con David, he
acabado aprendiendo muchos de sus modelos favoritos. Entre
sus favoritos está el Panamera Turbo S Sport Turismo
automático, el modelo que lleva Bruce, aunque el suyo es
negro y el favorito de David es rojo. Sé que si mi hermano
supiera que me voy a subir en él, alucinaría. Sonrío mientras
Bruce me abre la puerta del Porsche.
—Por favor, señorita —me dice Bruce cuando abre la puerta
de su deportivo y me hace una reverencia teatral. Al pasar por
su lado percibo su perfume, que me parece lo más masculino
que he olido en mi vida. Trago saliva, la noche se pone muy
interesante.

—Gracias, caballero —respondo metiéndome en el coche y al


instante me invade un olor a piel de los flamantes asientos del
automóvil.

Mientras Bruce rodea el coche para ponerse al volante, miro a


mi alrededor. El interior del automóvil es de color beige y los
asientos están cubiertos por una piel suave. Imagino que este
coche debe de costar más que mi casa.

—¿Vamos a cenar? —me pregunta al abrocharse el cinturón.

—¡Vamos! ¿Dónde me llevas?

—Pues no es mi restaurante favorito, porque ese está algo


lejos, aunque si tú quieres, me encantaría llevarte un día. —Al
escuchar sus planes de futuro conmigo un escalofrío me
recorre el cuerpo, aunque intento disimular y mantener mi
sonrisa sin dejar de mirarlo a los ojos.

—Claro que sí —le respondo sin saber demasiado bien si debo


decirle eso o no—. ¿Y ahora dónde vamos?
—Vamos a un restaurante de West End, que tiene un mirador
desde donde se pueden ver Glasgow y alrededores. Es un lugar
mágico, porque permite tener una visión de la ciudad
inimaginable desde cualquier otro sitio. Espero que te guste.

—Seguro que sí, además lo importante es la compañía —en


ese instante siento cómo mis mejillas suben de temperatura por
mi atrevimiento.

—Vaya, muchas gracias, lo mismo digo —me responde sin


apartar la mirada de la carretera, por lo que yo puedo
recrearme en su perfil. Luce barbita de un par de días, y eso
hace que su mandíbula ancha y fuerte me parezca aún más
atractiva que cuando va perfectamente afeitado para ir a la
oficina. También observo el movimiento de su nuez: cómo
asciende y desciende cuando habla. Siempre me ha gustado
esa parte de la anatomía de los hombres, porque me parece
algo muy masculino y sexi. Después de entretenerme en la
forma del perfil de su cara y de su cuerpo, recorro con la
mirada sus brazos. Tiene unos bíceps musculados y unos
antebrazos fuertes. Lleva una camisa vaquera oscura, del
mismo color que los pantalones. Tiene los puños remangados,
por lo que deja descubiertas sus muñecas y el vello que cubre
esa parte de su anatomía. Luce un reloj que parece muy caro
por su tamaño y su acabado, y su correa de piel marrón que
ajusta un poco más hacia arriba de su muñeca izquierda. No
alcanzo a ver ninguna otra joya, solo una fina pulsera de cuero
en su mano derecha. Bruce me parece tan masculino que me
encanta. Es como un sueño erótico constante observarlo, o
quizá es que me altera demasiado tenerlo cerca. Me parece
tremendamente sexi y muy atractivo.

—¿Te gusta, Ava? ¿Te gusta? —veo que Bruce se gira hacia
mí, aunque yo estaba tan perdida en mi imaginación que no sé
demasiado bien lo que me había dicho justo antes.

—Sí, sí —me incorporo un poco en el cómodo asiento del


Panamera para mirar hacia donde me señala. Me giro hacia la
derecha y allí lo veo. Estamos frente a un pequeño edificio,
que supongo que debe de ser un antiguo castillo que perteneció
a algún clan.

—Dentro del castillo está el restaurante y en la terraza han


construido una cúpula de cristal, desde donde se ve la ciudad.
Es espectacular —me dice justo cuando se acerca hasta
nosotros el aparcacoches del restaurante, que va vestido con
una americana cruzada de color rojo y botones dorados.
Al bajar del coche, Bruce vuelve a tomarme de la mano. Por
suerte, me he vestido elegante. Aunque me ha costado mucho
decidir qué me ponía, porque no tengo demasiado en mi
armario, pero entre la ropa de mi madre había un vestido de
color negro de manga larga y muy escotado que me queda
como un guante, así que no dudé en ponérmelo. Para los pies
también rescaté unos zapatos negros de aguja de ella, que
aunque me van un poco grandes, les he puesto un poco de
algodón en la punta y no se nota demasiado que son una talla
más. También me he maquillado: un poco de máscara de
pestañas, colorete y carmín rojo en los labios. Creo que voy
bastante acorde con el lugar al que me ha traído Bruce, así que
me propongo olvidarme de la vergüenza que acostumbro a
sentir por lucir mis curvas e intento disfrutar del lugar y, en
especial, de la compañía. Me agarro de su mano y camino a su
ritmo, haciendo resonar mis tacones sobre las piedras del
camino de entrada al restaurante.

—Es un restaurante fantástico.

—¿Y ese letrero de la entrada? —pregunto mirando de reojo.

—Sí, tiene una estrella Michelín…

—Pero, Bruce, esto debe de ser muy…


—¿Caro? ¿Y qué más da? El dinero está para gastarlo y más
si es en compañía de alguien como tú —me susurra al oído
para darme un beso en la mejilla que logra estremecerme.

—Yo no podría pagar algo así —le respondo en un susurro.

—No hace falta, ya lo pago yo —me pasa su brazo por la


cintura justo antes de que el maître nos reciba—. Tú esta
noche preocúpate de disfrutar.

—De acuerdo —le digo con una sonrisa que él mira


embobado. Podría asegurar que le gustan los labios rojos,
porque no ha dejado de mirarlos cada vez que ha tenido
ocasión.

Durante la cena degustamos un menú de varios platos


acompañados de unos vinos que hacen un maridaje perfecto
entre ellos. En la carta no veo indicado el precio del menú, ni
tampoco de los vinos, supongo que eso es algo común en los
restaurantes de este nivel. Aunque me tranquiliza no haber
encontrado la cantidad desorbitada de dinero que debe de
costar lo que comemos, porque estoy convencida de que se me
habría hecho un nudo en el estómago que no me permitiría
disfrutar de nada.
—¿Brindamos? —me pregunta justo después de quitarse la
americana de color verde oscuro, que le quedaba de muerte,
por cómo resaltaba aún más el color de sus ojos.

—Por supuesto —respondo alzando mi copa.

—Esta noche quiero brindar por nosotros.

—Por ti y por mí —susurro.

—Y porque esta sea la primera de muchas cenas


compartidas —suelta clavándome la mirada y yo me quedo
helada y sin saber lo qué decir.

—Claro —logro balbucear, sintiéndome estúpida por no


saber responder algo más inteligente en ese momento.

Paso el resto de la cena como en una nube, sobre la que


imagino que floto abrazada al pecho de Bruce, mientras rozo
con la punta de la nariz su nuez y me pierdo en el aroma de su
perfume. Disfrutamos de varios platos que no había probado
nunca regados con deliciosos vinos. En el postre nos sirven
una mousse de hierba de piña con miel reina de los prados, gel
de limón, mermelada de aceite de oliva y limón sobre
dacquoise de coco, que sirven acompañado de un fantástico
champán francés. A esas alturas de la cena estoy algo
achispada, aunque eso me hace sentir más desinhibida y capaz
de comportarme con Bruce como realmente me apetece,
dejando de lado la vergüenza y el temor a que me juzgue.

—¿Brindamos? —le pregunto antes de que probemos el


champán.

—Por supuesto, bella Ava —me sonríe de manera muy


seductora—. Si me sonríes así, voy a tener que desviar mi
atención de tus ojos, para centrarme en tus labios.

—Me haces sonreír, no puedo evitarlo —me encojo de


hombros con gesto inocente.

—¿Cómo puedes ser tan preciosa?

—Bruce —digo bajando la mirada.

—No te ruborices y mírame, anda, déjame decirte que eres la


mujer más bella que he visto nunca.

—Exagerado —lo miro con algo de timidez a los ojos.

—No, no lo soy, simplemente soy sincero. Nada me obliga a


decirlo. Es lo que veo, sin más.

—Gracias, Bruce. ¿Sabes? No estoy acostumbrada a que me


digan cosas tan bonitas —digo tocándome uno de los
mechones que caen en forma de onda sobre mi escote.

—Pues no lo entiendo, porque eres una auténtica


preciosidad.
—Tú que me miras con buenos ojos.

—Con buenos ojos, no, con los míos y quien no lo vea o no


quiera verlo, él se lo pierde—. Niego con la cabeza con una
sonrisa y doy un sorbo a mi copa y Bruce hace lo mismo con
la suya.

Cuando acabamos de cenar, uno de los camareros que nos ha


atendido durante la cena nos invita a pasar a la terraza cubierta
por la cúpula de vidrio.

—¡Qué pasada! —exclamo al entrar en la sala ambientada


por velas repartidas por las pequeñas mesas entre los sofás de
dos plazas.

—Es bonito, ¿verdad?

—Espectacular —digo mirando a mi alrededor maravillada


por las vistas de la ciudad que tenemos desde aquel lugar
privilegiado.

—Además, hoy la noche está especialmente despejada de


nubes. Mira las estrellas y la luna —me dice en voz baja
tomándome de la barbilla con la punta de los dedos para que
mire hacia el cielo.
—Me encanta, Bruce.

—¿Sí?

—Mucho —le susurro.

—¿Sabes una cosa? —me pregunta justo al sentarnos en uno


de los sofás.

—¿Qué cosa?

—Que tú me gustas más aún —me susurra rozando la punta


de su nariz con la mía.

—Bruce…

—Shhhh, no digas nada —bisbisea justo antes de rozar sus


labios con los míos.

Me besa de manera dulce y despacio. Entre beso y beso


entreabro los ojos y lo miro con la tenue luz que nos regalan
las velas que nos rodean y veo en su gesto una expresión de
felicidad, que nunca antes le he visto. Me gusta y me dejo
llevar por la intensidad del momento. Nuestras lenguas se
rozan tímidamente para acabar enredadas en un baile sinuoso e
incesante que me enciende. Bruce me abraza, siento sus manos
moverse por mi espalda y yo rodeo su cuello con mis manos.

Degustamos unos cócteles que el barman de la barra de


coctelería clásica del restaurante nos prepara. No sé si es el
alcohol, que cada vez está más presente en mi cuerpo, o las
emociones que giran dentro de mí, que acabo sobre el regazo
de Bruce, abrazada a él, mientras me rodea con sus brazos y no
deja de besarme.

Deseo a Bruce como nunca he deseado a otro hombre, aunque


mi experiencia con el sexo masculino es bastante reducida,
pero eso no quita que tenga la seguridad de que hasta este
momento no me he sentido tan excitada por un hombre como
lo estoy por él.

Supongo que el deseo nos ha movido a los dos para acabar en


el Panamera besándonos y acariciándonos como dementes.

—Parecemos dos adolescentes —le susurro divertida.

—¿Tomamos una copa en mi casa? —me sonríe de manera


pícara.

—Me encantaría —le suelto sin cortarme.

—Pues vamos allá —dice arrancando el Porsche.


Al llegar a la mansión, la misma que he limpiado esta misma
mañana, dejamos el coche en el garaje y mientras subimos a la
planta de la entrada en el ascensor no dejamos de besarnos. Me
miro en los espejos que cubren buena parte de las paredes del
habitáculo que nos lleva desde el sótano hasta el salón y me
sorprende verme besándome de esa manera desenfrenada con
Bruce. Aunque en ese momento no soy capaz de pensar en
nada más y me dejo llevar por el ritmo que marca mi corazón
y el ansia de mi sexo.

Nos arrancamos prácticamente las chaquetas el uno al otro y


las dejamos sobre el impoluto suelo de mármol. Mis tacones
también quedan desperdigados por el camino cuando Bruce
me toma en brazos. Me sorprende la fuerza que tiene para
cargarme como si fuera una pluma, aunque supongo que los
músculos que se adivinan bajo su ropa deben de tener la culpa
de eso. Nos sentamos en el enorme sofá del salón y
continuamos con nuestro ritual incesante de besos. Los labios
de Bruce descienden por mi cuello hasta llegar a mi escote. Un
suspiro se escapa de mis labios. Mi vestido es escotado y de un
tejido elástico, por lo que cuando llega a la altura de mi pecho
le resulta fácil apartar la tela que lo cubre y dejar al
descubierto mis senos. Los lame con fruición, mientras yo
hundo mis dedos entre su pelo. Muerde suavemente mis
pezones y yo creo que en cualquier momento voy a explotar de
placer. Me vuelve a besar y yo aprovecho para desabrocharle
los botones de su camisa vaquera y acariciarle los pectorales
con la punta de mis dedos. Sigo hasta dejarle al descubierto.
Al ver sus abdominales marcados, me muerdo el labio inferior.
Él me sonríe de forma pícara. Supongo que le debe de haber
hecho gracia mi gesto al contemplar esa perfecta parte de su
anatomía. Él acaricia mis senos totalmente descubiertos y
expuestos. Yo le termino de quitar la camisa echándosela por
detrás de los hombros. Él deja de acariciarme para retirarsela
del todo. Cuando lo veo desnudo solo con los vaqueros y los
botines de piel marrón, un pequeño gemido se escapa de mi
garganta. Me encanta lo que veo, no soy capaz de disimularlo
y él, que se ha dado cuenta, me sonríe de manera seductora,
mientras noto cómo mi sexo cada vez está más húmedo. Se
arrodilla frente a mí y me sube la falda del vestido para dejar
mis piernas descubiertas, que recorre con la punta de su lengua
desde la altura de mis rodillas hasta las ingles. Me abre las
piernas para colocarse entre ellas y me besa la cara interna de
los mulos. Creo que si continúa así voy a explotar de placer en
cualquier momento. Hace mucho que no tengo sexo y no estoy
segura de que mi cuerpo pueda sostener durante mucho más
tiempo esta tensión sexual. Me acaricia las braguitas con la
punta de sus dedos y me estremezco de placer. Siento mi ropa
interior totalmente húmeda a la altura de mi entrada. Cuela
uno de sus dedos sobre mi pubis rasurado y sonríe de manera
pícara.

—Qué suave —susurra con una media sonrisa y una mirada


que me atraviesa.

—¿Te gusta? —quiero saber.

—Me vuelve loco —me dice con la voz ronca. Justo


después, cuela uno de sus dedos entre mis pliegues, que siento
empapados. Se introduce dentro de mí un instante y un gemido
de placer se escapa de la garganta—. Ummm, qué mojada que
estás, preciosa.

—¿Sí?

—Sí, y me muero por saborearlo —susurra justo antes de


colar el dedo que ha metido dentro de mí en su boca—. Sabe
delicioso, quiero más…

Acto seguido hace descender mis braguitas a lo largo de mis


piernas hasta que me deja desnuda de cintura para abajo. Me
toma de los pies y los coloca sobre el sofá, a los lados de mis
caderas. Abierta para él, empieza a besar mi sexo despacio,
alternando el roce de sus labios en mi sexo con pequeños
toques de su lengua. Es tanto el placer que siento, que estallo
en un arrollador orgasmo. Él, lejos de parar de hacerme gozar,
continúa devorándome, mientras me penetra con uno de sus
dedos consiguiendo que prácticamente enlace un orgasmo con
otro. Jadeo de manera muy sonora mientras él no deja de
relamerse los labios para volver a besarme mientras yo trato de
recuperar el resuello.

—Sabes deliciosa, bella Ava.

—Quiero probarte yo a ti —le susurro aún con la respiración


agitada y observando el bulto más que evidente que adorna su
entrepierna.

—Todo para ti —me dice con gesto travieso poniéndose de


pie y desabrochándose el vaquero.

Me incorporo para ponerme de rodillas ante él y lo ayudo a


deshacerse del pantalón y del bóxer. Cuando descubro su sexo
abro los ojos de par en par al ver el tremendo miembro que
tiene. Es muy grande y grueso. Me relamo de manera pícara y
saco la lengua para degustar la gota de líquido preseminal que
se escapa de su glande. Lo hago sin dejar de mirarlo a los ojos
y contemplando cómo disfruta con mi gesto. Justo después
saco la lengua y abro la boca tanto como me lo permite mi
mandíbula. Adivino que me costará introducir todo dentro de
mi cavidad bucal, por lo que me preparo para que me llene
hasta la campanilla. Efectivamente, mis sospechas eran ciertas
y, pese a que abro mi boca tanto como puedo, no consigo
tragarme toda su polla, por lo que me tengo que ayudar con las
manos para cubrir todo el tronco. Él jadea sonoramente y yo
me concentro en lo que hago, aunque aprovecho una de mis
manos para acariciarme el clítoris. Estoy tan excitada, que en
escasos instantes de hacer girar mis dedos sobre mi botón de
placer vuelvo a estallar en un tremendo orgasmo. Entre
gemidos continúo succionando su tremenda polla, que sigue
envarada y parece que vaya a estallar en cualquier momento.
Sin embargo, no lo hace, porque justo después de acabar de
correrme, me invita a tumbarme sobre la alfombra en la que
estamos. Nos besamos de nuevo, abrazados. Me quita el
vestido y, totalmente desnudos, se tumba entre mis piernas.
Mirándome a los ojos me penetra de una sola y profunda
envestida, que me arranca un profundo gemido. Siento un
pinchazo de dolor al notar su grueso miembro abriéndose
camino dentro de mí, pero pasa rápido y mi humedad hace que
nuestros sexos se adapten con rapidez y a la perfección.

Tener a Bruce dentro es una auténtica maravilla que me


enloquece. El roce de esa parte tan íntima de nuestra piel hace
que yo explote de nuevo en un orgasmo, al que Bruce
acompaña estallando dentro de mí. Siento cómo su simiente
cálida inunda mi sexo. Nada me importa, solo él y yo, y lo que
acabamos de vivir.

Nos quedamos desmadejados y abrazados sobre la alfombra


durante un rato. Pierdo la noción del tiempo, pero no me
importa. Volvemos a besarnos aún con hambre el uno del otro.

—Vamos a la habitación, no quiero que cojas frío y allí la


chimenea está encendida —me dice ayudándome a levantarme
del suelo.

Me vuelve a tomar en brazos y me sube hasta la habitación.


Nunca me han levantado del suelo con tanta facilidad, así que
no puedo hacer nada más que disfrutar de esa sensación.

En el dormitorio que he aspirado con profundidad esta misma


mañana, nos tumbamos sobre la cama. Las sábanas están
limpias también, porque yo misma me he encargado de
plancharlas y de cambiarlas hace unas horas. La chimenea está
encendida y el crepitar de las llamas son nuestras únicas
compañeras. Miro a Bruce, que me observa con una sonrisa
dulce y me vuelve a abrazar y a besar. Al juntar mi cuerpo al
suyo siento toda su envergadura sobre mi vientre. Me abraza y
volvemos a entregarnos el uno al otro, pero esta vez con más
detenimiento y sin el ansía de hace un rato. Nos regalamos
placer durante horas, hasta que exhaustos y acunados por el
calor del fuego, que baila a escasos metros de nosotros,
caemos rendidos en un profundo sueño.

Los primeros rayos de sol de la mañana me despiertan. En un


primer momento me cuesta reconocer dónde estoy. Cierro los
ojos y justo en ese momento recuerdo que estoy en casa de
Bruce. Suspiro y entreabro de nuevo los ojos, aunque la luz
brillante hace que un tremendo dolor de cabeza se apodere de
mí. Sin duda los efectos del alcohol que bebí anoche están
empezando a hacer acto de presencia.

Miro a mi izquierda y veo a Bruce, que duerme profundamente


a mi lado. Suspiro de nuevo y niego levemente con la cabeza.
No sé cómo he podido dejarme llevar de la manera que lo he
hecho hace unas horas y he acabado acostándome con Bruce.
Él es mi jefe y eso nunca debería haber sucedido entre
nosotros.

Me levanto con sigilo de la cama y salgo de la habitación sin


hacer ruido. Bajo hasta el salón y recojo mi vestido y mis
zapatos, que siguen desperdigados por el suelo. Me visto a
toda prisa y salgo de allí, llevada por la vergüenza que me
provoca la situación y el recuerdo de lo que ha ocurrido en esa
casa, en mi lugar de trabajo.

Esto no puede volver a suceder. Necesito mantener mi


trabajo, por lo que lo mejor será hacer como si nada de todo
esto hubiese tenido lugar.
Capítulo 24

Bruce

Cojo aire profundamente por la nariz para al instante dejarlo


escapar entre mis labios y abro los ojos. Entra mucha luz por
la ventana y vuelvo a cerrarlos. Me doy la vuelta sobre el
colchón para abrazar a Ava. Sonrío mientras me giro entre las
sábanas. Tengo ganas de abrazarla y volver a disfrutar de sus
labios. Vuelvo a entrecerrar los ojos para evitar que los rayos
de sol me cieguen y al estar del otro lado del colchón la busco
bajo el edredón con las manos. Abro los ojos y me sorprende
no encontrarla. Alzo la cabeza de la almohada para buscarla
por la habitación. El dormitorio está vacío y el baño también,
porque la puerta está abierta y no escucho nada ni encuentro
rastro de ella. Me levanto como un resorte de la cama
totalmente desnudo, aunque no me importa. Salgo al pasillo y
la llamo. Bajo las escaleras y llego hasta la cocina. No hay
nadie. Ava se ha ido sin avisar ni despedirse. Me pongo las
manos en la cintura y resoplo. Bajo la mirada hasta mis pies
desnudos y empiezo a subir las escaleras hasta mi dormitorio.
No quiero hacer ningún juicio sin haberme dado una ducha y
tomarme un café, así que voy directo hacia el baño de mi
habitación y me meto bajo el agua sin esperar a que se
atempere. Eso hará que mi cabeza no vuele de manera
inexorable hasta ella.

Mientras salen las últimas gotas de café de mi cafetera de


cápsulas agarro el teléfono y llamo a Ava. No quiero pensar
demasiado en qué le diré cuando responda, no quiero
recriminarle nada, ni que se sienta atacada, es lo último que
desearía. Sin embargo, no responde a mi llamada, por lo que,
cuando salta el contestador, cuelgo. Supongo que si le apetece
hablar conmigo, me llamará. No voy a obligarla a nada que no
le apetezca hacer, por mucho que me duela no haberla
encontrado entre mis sábanas al despertar.

A la mañana siguiente, lunes y a primera hora, tengo que


tomar un vuelo con destino a Alemania. Acabamos de abrir
una nueva sede en el puerto de Hamburgo, por lo que tengo
varias reuniones de la empresa a lo largo de la semana. Ayer
no hablé con Ava, no respondió a mi llamada, por eso ahora,
mientras espero a que anuncien la puerta de embarque de mi
vuelo, decido de nuevo probar suerte. Miro el reloj, son las
7:45 de la mañana, por lo que calculo que debe de estar
llegando hasta mi casa para empezar su jornada. No me
responde. Insisto. Hoy mis ganas de escuchar su voz pesan
más y la llamo tres veces.

Cuando escucho que anuncian que los pasajeros del vuelo a


Hamburgo podemos embarcar, corto la llamada. No debo
insistir más. Dejaré pasar unos días mientras estoy en
Alemania para volver a probar a hablar con ella, aunque sé que
me costará cumplir mi promesa.

Desde que aterrizo en Hamburgo hasta el jueves a última


hora, enlazo una reunión con otra. Por las noches, estoy tan
cansado cuando llego al hotel tras la cena con los comerciales
y varios clientes alemanes, que caigo rendido sobre la cama
hasta la mañana siguiente a primera hora cuando me suena el
despertador. Voy al gimnasio del hotel a correr un rato en la
cinta, subo a la habitación y me doy una ducha para ponerme
de nuevo en marcha.
El viernes, mientras espero a embarcar en el vuelo de
regreso a Glasgow, miro la pantalla de mi teléfono como si
quisiera atravesarla con la mirada y conseguir de esa forma
tener noticias de Ava. Sin embargo, nada de eso sucede, por lo
que soy yo justo antes de subir al avión quien decide enviarle
un mensaje.

Bruce: No he podido dejar de pensar en ti ni un solo minuto,


me encantaría volver a verte cuando tú quieras. Pero no temas,
respetaré lo que tú decidas que haya entre nosotros. Nada tiene
que cambiar si tú lo prefieres. Contéstame, por favor, quiero
saber si estás bien. Un beso.

Pulso la tecla de enviar y apago el teléfono. Quiero


descansar en el viaje de regreso a Glasgow. Me gustaría
dormir durante el trayecto y olvidarme del estrés de estos días.

Llego a EUN Logistics antes de la hora de la comida. Voy


directamente desde el aeropuerto al despacho. Quiero acabar
unas cosas antes del fin de semana que, aunque sé que me
tocará trabajar, al menos me gustaría disponer de un rato libre
para poder descansar y hacer algo de deporte.
En el taxi reviso una y otra vez mi teléfono con la esperanza
de recibir en cualquier momento un mensaje de Ava. Sin
embargo, pese a mi espera, no tengo noticias de ella. Ha
recibido mi mensaje y lo ha leído, pero no me responde. No
tengo ni idea de si hice algo en nuestra cita que le sentara mal
o actué de una manera que no le gustó o se sintió incómoda
compartiendo colchón conmigo. No sé qué le sucedió, lo único
que tengo claro es que no quiere saber de mí o, al menos, actúa
como si así fuera y me siento muy desconcertado. Nunca me
había pasado esto con una mujer, al contrario, era yo quién
huía de ellas, quien no quería volver a repetir después de haber
conseguido meterlas en mi cama. Sin embargo, con ella es
distinto, con Ava es diferente, porque ella lo es del resto de
mujeres con las que me he encontrado a lo largo de mi vida.

Cuando llego a la oficina es la hora del almuerzo y


prácticamente no hay nadie en su sitio. HYo hoy no voy a
comer, no me entra nada. Después de estar un rato frente al
ordenador y tratando de concentrarme, aunque no lo consigo,
veo a Lorraine que se asoma a la puerta de mi despacho.

—Bruce, ¿qué tal el viaje? —pregunta Lorraine acercándose


hasta mi mesa con andares gatunos de caderas contoneantes.

—Bien, gracias.
—Te he dejado aquí encima la lista de llamadas pendientes y
notas de estos días.

—Sí, lo he visto, gracias —le digo sin apartar la mirada de la


pantalla y sin dejar de apretar los labios maldiciendo no haber
encontrado ninguna llamada de Ava.

—Perfecto, ¿necesitas algo más?

—No, gracias.

—Te irá bien descansar —me dice poniéndose detrás de mí y


colocando sus manos sobre mis hombros.

—¿Qué haces? —me giro hacia ella al notar sus manos


moverse desde mis hombros a su cuello.

—Un masaje, Bruce —me dice con una sonrisa pícara.

—No, gracias, no es necesario.

—Pensé qué querías, ¡estás tan cansado!

—No, solo quiero estar solo —le digo con voz gélida y
regresando la vista a la pantalla.

—Claro, Bruce, si me necesitas, avísame, por favor.

No respondo. Cuando sale del despacho y cierra la puerta


tras ella, resoplo aliviado.
Pese a que tengo un sinfín de tareas pendientes, no logro
concentrarme en lo que hago, así que decido irme a casa algo
antes de las seis de la tarde.

—¿Ya te marchas? —me pregunta muy sonriente Lorraine.

—Sí —contesto de manera escueta.

—Te irá bien desconectar —dice levantándose de su silla y


acercándose hasta donde estoy yo, que me he parado un
instante frente a su mesa.

—Desde luego.

—¿Te apetece ir a tomar una copa? —me dice poniéndome


la mano sobre el antebrazo.

—Sí me apetece…

—Fantástico —sonríe aún de manera más evidente.

—Pero no contigo —respondo de forma escueta y camino


con rapidez hacia el ascensor y sin dejar de pensar en que con
quien me gustaría ir a tomar una copa o dos o las que fuesen,
no responde a mis llamadas ni a mis mensajes.
Capítulo 25

Ava

Pese a que mi intención era mantener mi trabajo, después de


recibir las llamadas de Bruce y un mensaje unos días después
en el que me decía que quería que nos viésemos, me queda
claro que nada volverá a ser igual entre nosotros. He
traspasado una frontera a la que nunca debería haberme
atrevido ni a acercarme.

Así que decido que para que nadie salga mal parado de todo
esto es mejor que desaparezca. Nunca ha sido muy de mi estilo
huir, pero no me queda otra alternativa. No puedo continuar
trabajando para él. Limpio su casa, ¿qué sería yo entonces?
¿Una especie de chacha que limpia y se va a la cama con él?
¿Una porno chacha? Resoplo y niego con la cabeza. No, no
puede ser.
—Isla, ¿puedes hablar? —le pregunto a mi mejor amiga, y
ahora también jefa del departamento de limpieza.

—Claro, ¿qué sucede? —quiere saber.

—Pues que quiero dejar el trabajo.

—¿Por qué, Ava? ¿Has encontrado algo mejor?

—Sí… Bueno, no, Isla, la verdad es que no.

—¿Entonces? ¿No será por lo que pasó con Bruce? —como mi


mejor amiga que es, Isla está al día de mi vida personal.

—No me siento cómoda.

—Ya, te entiendo, pero necesitas el trabajo.

—Soy incapaz de encontrarme con él y ten en cuenta que


trabajo en su casa.

—Sí, pero ¿de qué vas a vivir?

—Sabes que siempre he sido capaz de salir adelante por mí


misma.

—Lo sé, pero tampoco hace falta que te lo pongas tan difícil,
¿no crees?

—Isla…

—Acepto tu renuncia con la condición de que si no encuentras


nada en breve, vuelvas a EUN Logistics, ¿de acuerdo?
—Valeeee —arrastro la e, aunque tengo claro que lo último
que haría sería regresar a trabajar de nuevo a la empresa de
Bruce.

Cuando cuelgo el teléfono siento miedo, porque me he


quedado sin trabajo y las facturas van a continuar llegando sin
tregua. Pero no puedo continuar en casa de Bruce como si no
hubiese pasado nada, porque sé que en cualquier momento nos
encontraremos bajo el mismo techo y entonces, ¿qué
sucederá? ¿Tendré que hacer como si no hubiese pasado nada?
¿Cómo actuará él? ¿Intentando hacer como si lo que ocurrió
entre nosotros nunca hubiese tenido lugar? O, en cambio,
¿querrá que continuemos desde el mismo punto en que se
quedó aquella madrugada? Niego con la cabeza al ser
consciente de lo que estoy diciendo. Soy una ilusa, ¿cómo va a
querer Bruce algo conmigo? Él es un hombre con dinero,
atractivo y que puede tener a la mujer que quiera, ¿cómo va a
conformarse conmigo que estoy lejos de tener un físico de
infarto y que solo soy la chacha que le hace la limpieza de su
mansión? No, no puedo soñar con imposibles. Lo que ocurrió
entre nosotros fue un error y nunca debería haber sucedido.
Así que ahora debo cargar con las consecuencias y ser
coherente con mi decisión de apartarme de Bruce, por muy
difícil que me resulte. Debo desaparecer de su casa, de su
empresa y de su vida para siempre. Es lo mejor para mí, tal
vez de esa forma logre aminorar el ritmo de mi corazón cada
vez que pienso en él. Quizá así consiga dejar de sentir esto que
me invade el pecho y que me hace pasar las noches en vela.

Los días pasan y el poco dinero que tengo en mi cuenta


bancaria va disminuyendo al ritmo que también lo hacen mis
esperanzas de encontrar trabajo.

Pongo anuncios para limpiar casas, en cadenas de comida


rápida, gasolineras y respondo a cualquier oferta de empleo
que encuentro. Estoy desesperada por encontrar algo que me
permita mantenernos a David y a mí. Mientras tanto, paso los
días estudiando, limpiando y ordenando mi casa, que por
dedicarme a limpiar para los demás, tengo muchas cosas por
organizar en la mía propia. Incluso, cuando regreso de dejar a
David en el colegio, paso por los centros de caridad para
recoger los pequeños lotes de comida que dan para las
personas necesitadas. Estoy al borde del abismo, porque no
puedo quedarme en números rojos. No soportaría que David
tuviera que pasar escasez como consecuencia de mis
decisiones.
Capítulo 26

Bruce

He pasado las últimas semanas de avión en avión.


Prácticamente no he pisado Glasgow y cuando he estado, he
pasado la mayoría del tiempo en la oficina. He necesitado
tener la cabeza ocupada en un intento de mantener a Ava fuera
de ella, aunque me he quedado realmente lejos de conseguirlo.

Ahora estoy de regreso de Los ángeles. Me siento exhausto


después de dos semanas de estar viajando entre un estado y
otro de los EUA. Por fin regreso a Glasgow y lo hago con una
idea muy clara.

Durante todo este tiempo no he podido hablar con Ava, ni mi


corazón ni mi cuerpo aguantan sin tenerla cerca. Nunca creí
que podría sentir algo así por una mujer, pero a veces nuestras
creencias están muy alejadas de lo que acaba siendo nuestra
realidad.

Ava es toda una mujer, responsable, amorosa, bonita y sexy.


Por todo eso, no puedo permitirme el lujo de perderla. Voy a
luchar por ella y, aunque me cueste recuperarla, estoy
dispuesto a poner toda la carne en el asador para conseguir
tenerla conmigo.

Sé que ha dejado el trabajo. Lo hizo el lunes siguiente a


nuestro encuentro, según me informó Isla. Puedo imaginar por
qué lo hizo, a pesar de que era la única fuente de ingresos para
mantener a su hermano y a ella. Es una mujer obstinada y
capaz de valerse por sí misma, pero me imagino que ahora
mismo no debe de estar pasándolo demasiado bien. Los
empleos no son algo que abunden, y mucho menos los
pagados decentemente, y aunque sé que es una persona muy
responsable y trabajadora, eso no es garantía de que consiga
un trabajo en los tiempos que corren.

Tal y como llego a mi casa, dejo la maleta y cojo las llaves de


mi Panamera. El mismo coche en que fuimos Ava y yo aquella
noche y que no he sido capaz de volver a conducir.
Acelero rumbo a la casa de Ava. No sé si la encontraré, si
podrá atenderme o si ni siquiera querrá verme, pero no estoy
dispuesto a seguir pasando los días sin ponerme frente a ella.
Ya no tengo suficiente con llamarla o enviarle mensajes.
Quiero plantarme delante de Ava, mirarla a los ojos y decirle
todo lo que llevo dentro y que se ha ido afianzando durante
estas semanas en las que he coleccionado vuelos
intercontinentales y noches en vela sin dejar de pensar en ella.

Dejo el coche en un parking cercano a la casa de Ava.


Camino con decisión hasta la portería que, por fortuna, como
pasa en las películas, encuentro abierta. Reviso los buzones
hasta encontrar su nombre y el de su hermano. Vive en el
tercer piso. Subo por las escaleras, porque no hay ni rastro de
un ascensor en la finca. Frente a la puerta de madera
desgastada, me aclaro la garganta y llamo al timbre. Respiro
hondo y siento mi corazón latiendo desbocado en mi pecho.
Nadie contesta. Insisto volviendo a llamar al timbre. Me aclaro
de nuevo la garganta y tamborileo los dedos de mi mano
derecha sobre el muslo. Tras unos segundos que me parecen
horas, escucho un ruido tras la vieja madera. Ava entreabre la
puerta, aunque solo me deja verle media cara.

—Ava, abrémeme, te lo ruego.

—Bruce, por favor, no me busques más.


—Déjame pasar y hablemos.

—No tenemos nada de qué hablar.

—Por favor, Ava, no entiendo lo que ha pasado para que te


comportes así. No sé por qué desapareciste de repente.

Ava entreabre la puerta y me deja pasar.

—Gracias —asiento, aunque con ganas de estrecharla entre


mis brazos—. No he podido venir antes, porque he tenido
varios viajes de negocios seguidos. Aunque haya estado a
miles de millas, no he dejado de pensar en ti.

—No te rías de mí, por favor —dice bajando la mirada y


cruzándose de brazos.

—No lo hago…

—¿Te has mirado al espejo?

—¿Por qué? Ya sé que tengo ojeras, llevo muchas horas de


viaje —resoplo pasándome la mano por la cara y noto los ojos
cansados.

—No, para nada —niega con la cabeza—. ¿Y a mí me has


mirado?

—Por supuesto —respondo mirándola de arriba abajo para


regresar de nuevo mi mirada a sus preciosos ojos.
—Te mereces algo más que a una chacha gorda con
complejos —dice con los ojos anegados.

—Eso no es cierto. Además, déjame a mí decidir qué es lo


que merezco y lo que no, ¿no crees? —Ella me responde
encogiéndose de hombros y esforzándose porque las lágrimas
no se le escapen de sus enormes ojos—. Yo, al mirarte, solo
veo a una persona maravillosa y a una mujer espectacular de la
que me he enamorado locamente.

Ava alza la mirada para posarla fijamente en mis ojos y en


ese momento dos lágrimas se precipitan por sus mejillas. Me
mira durante unos segundos sin decir ni media palabra. Yo
vuelvo a sentir el corazón desbocado en mi pecho.

—Por favor, Ava, dime algo, porque me va a dar un ataque


al corazón como sigas sin decir ni mu.

Ava me mira y asiente con la cabeza, aunque aún sin


despegar sus labios. Ante ese gesto me acerco a ella y la rodeo
con mis brazos. Ella apoya su cabeza en mi pecho.

—¿Qué quiere decir eso, mi preciosa Ava? —le susurro justo


antes de darle un beso en la cabeza.

—Que yo también…—musita.

—¿Tú también? —enarco las cejas.


—Sí, yo también estoy enamorada de ti… ¡Locamente! —
me dice con una sonrisa, que vuelve a hacer aflorar las
lágrimas de sus ojos—. Si tú no tienes problema en estar con
una persona como yo, me gustaría que nos diéramos la
oportunidad de vivir esto que hay entre nosotros.

—¿Problema? —me carcajeo—. Me acabas de hacer el


hombre más feliz del mundo, mi preciosa Ava —le digo justo
antes de levantarla del suelo para darle un beso en los labios,
en esos en los que no he podido dejar de pensar ni un solo
instante.
Capítulo 27

Bruce

Estoy feliz, mucho. Si echo la vista atrás, no recuerdo ningún


momento en el que me haya sentido tan bien como estoy
ahora. En mi felicidad, evidentemente, tiene mucho que ver
Ava, la mujer más espectacular que he conocido nunca.

Desde el día en que fui a buscarla a su casa, nuestra relación


ha cambiado mucho y lo ha hecho a mejor. Pese a que yo
siempre he huido de los compromisos y de ligarme a ninguna
mujer para tener una relación estable, con Ava todo es distinto,
porquees diferente al resto.

Además, las circunstancias de Ava por estar a cargo de su


hermano, hacen que muchas veces tengamos que estar los tres
juntos y hacer actividades apropiadas para él. Hace un tiempo
eso me habría parecido un auténtico coñazo, pero el crío es
muy simpático y divertido y no me importa. Además, me he
enamorado tanto de Ava, que estoy encantado de tener a David
con nosotros. Así que hemos pasado las últimas semanas
yendo al parque de atracciones y jugando a videojuegos con
mi consola de último modelo, que tiene alucinado a David.
También jugamos al balón e incluso le he llevado a ver a algún
partido al Parkhead, el campo del Celtic, mi equipo.

—Se ha quedado dormido —me susurra Ava mirando a David


que respira profundamente en el asiento de atrás de mi
Maserati MC 20 al regresar del estadio.

—¿Se va a perder el viaje en el Maserati? —pregunto


divertido.

—Así tendrá la excusa para que lo lleves a dar otro paseo —


responde mordiéndose el labio inferior y negando con la
cabeza sin dejar de mirar al pequeño con ternura.

—Pues mañana domingo lo llevamos a dar un paseo, ¿dónde


te apetece que vayamos?

—¿Siempre vas a querer cumplir todos mis deseos?

—Por supuesto, ¿aún no te habías dado cuenta? —alzo una


ceja.

—Empezaba a tenerlo claro —ríe.


—Así me gusta, mi preciosa Ava.

—Gracias, mi amor —me susurra posando una de sus manos


sobre mi muslo.

—¿Gracias? —arrugo el entrecejo mientras me giro hacia ella


apartando la mirada de la carretera apenas un segundo—. ¿Por
qué me das las gracias?

—Por todo lo que haces por nosotros.

—¿Qué hago? No hago nada en especial —encojo los


hombros y separo una mano del volante para acariciarle la cara
aprovechando que estamos en un semáforo.

—Sí que lo haces. Te portas muy bien con David.

—Ese crío es un encanto.

—Sí, lo es —se gira de nuevo hacia el niño, que suspira


profundamente dormido, y sonríe al verlo—. Y tú estás
haciendo realidad muchos de sus sueños.

—No es para tanto, Ava.

—Sí, sí que lo es, yo no podría hacer con él todo lo que


estamos haciendo contigo, porque no podría pagarlo.

—El dinero está para gastarlo con las personas a las que
quieres.
—Gracias, Bruce —me dice con los ojos húmedos—, gracias
por todo, gracias por tanto, mi amor —y se incorpora de su
asiento para darme un beso en la mejilla justo antes de que
reemprenda la marcha.

Durante los fines de semana, cuando yo tengo más tiempo


libre, Ava y David prácticamente se instalan en casa. Así
podemos pasar más tiempo juntos, porque de lunes a viernes
tenemos que hacer verdaderos malabarismos para poder
mirarnos a los ojos y regalarnos algún beso de los que nos
enviamos cuando hablamos o por mensaje.

Esta mañana de domingo, mientras yo preparo algo de


desayuno, Ava toma una ducha, y David ve un rato los dibujos,
suena el timbre de mi casa. Me parece raro, porque no suelo
recibir visitas imprevistas, por lo que me limpio las manos con
el trapo de cocina de algodón y voy hasta la puerta de entrada.

Cuando abro, me sorprende encontrarme de frente con mis


padres, que esperan a que les sonría como si estuviesen
posando para una fotografía.

—Papá, mamá, ¿qué hacéis aquí? —pregunto sorprendido por


la inesperada llegada.
—Venir a ver a nuestro hijo. Después de un mes en Bali,
¿necesitamos que nos invites? —me dice mi madre
poniéndome la mejilla para que le dé un beso.

—Por lo visto parece que sí, Hilary, no nos ha echado en falta


—dice mi padre abriéndose paso entre mi madre y yo.

—No es eso, papá, es que…

—Glenn, cuando tu hijo empieza con el es que, mal vamos —


dice mi madre siguiendo los pasos de mi padre.

—Tengo invitados —me apresuro a alcanzarlos para que no


entren en el salón y vean a David viendo los dibujos, ni se
crucen con Ava que, en cualquier momento, saldrá de la
ducha.

—¿Invitados? —se gira mi madre hacia mí con una sonrisa


cómplice—. Glenn, dice Bruce que tiene invitados —añade mi
madre ahuecándose su media melena platino.

—Ya lo he oído, Hilary, no soy sordo… Que me haya jubilado


no significa que sea un carcamal —refunfuña mi padre con su
típico mal humor.

—¿No nos vas a presentar a tus invitados?, ¿o es una


invitada… especial? —me pregunta mi madre con retintín.

—Invitados, mamá, sí, pero…


—No hay peros, Bruce, venga ¿dónde están? —quiere saber
mi madre apartándome de delante de ella y caminando hacia el
salón repiqueteando sus altos tacones de aguja sobre el
mármol.

Resoplo y me froto la cara con las manos, mientras espero a


que en cualquier momento comience el interrogatorio sobre el
crío.

—¿Aún no has buscado a ninguna interna para que me prepare


un café cuando vengo a tu casa? —quiere saber mi padre
cuando pasa a mi lado para justo después dar una profunda
calada a su grueso puro.

—No, papá —digo a media voz y echo a andar tras él en


dirección al salón.

—¿Y este niño? —grita mi madre al ver a David.

—Tiene un nombre, se llama David —le respondo justo al


entrar a la estancia y verla parada con los brazos en jarras
frente al crío.

—¿Y de dónde ha salido? —me clava la mirada.

—Es David, el hermano de Ava.

—¿Ava? —pregunta mi madre alzando una ceja.


—Sí, soy yo —dice Ava, que justo en ese momento llega hasta
donde estamos.

—¿Tú? —quiere saber mi madre mirándola de arriba abajo.

—¿Tú eres la interna? —se adelanta a preguntar mi padre.

—No, no exactamente, antes me encargaba de la limpieza,


pero ahora ya no —aclara Ava mirando alternativamente a mi
padre y a mi madre.

—Y ahora limpias otra cosa a mi hijo —escucho a mi madre


que musita por lo bajo creyendo que no la escucho.

—Mamá, por favor —le exijo que se calle.

—Entonces eres la chacha —sentencia mi padre con su típico


gesto de superioridad que tanto me ha molestado siempre.

—No, señor, ya no lo soy…

—Se llama Glenn, Ava, disculpa que no os haya presentado, y


mi madre, Hilary —le aclaro.

—Encantada de conoceros, Glenn y Hilary —les dice Ava sin


atreverse a acercarse a ellos.

—¿Quién te ha dicho que puedes tutearnos, muchacha? —


inquiere mi padre dando otra calada a su puro antes de sentarse
en uno de los sillones, el más alejado de David.

—Disculpe.
—Papá, por favor, no empieces.

—Esta gente no tiene educación. Alguien tiene que enseñarles


cómo tratar a los señores —añade mi padre recostándose en el
sillón mientras suelta el humo del puro entre los dientes.

Me quedo tan atónito por sus malos modales que prefiero no


responder, pero no dejo de mirar a Ava en un intento de
tranquilizarla. Aunque me parece que estoy bastante lejos de
conseguirlo.
Capítulo 28

Ava

Lo último que podía esperar era encontrarme a los padres de


Bruce en su casa al salir de la ducha, por lo que al llegar al
salón y verlos allí me he quedado sin saber reaccionar.
Además, la carta de presentación de su padre no ha sido
demasiado buena. Me he sentido despreciada, y notar sus aires
de superioridad, me ha hastiado.

Glenn, que es como se llama su padre, tiene algo que no me


gusta. Además de su forma de actuar conmigo y, por
extensión, también con David, cómo se relaciona con Bruce es
algo extraño. No lo veo sincero, ni claro. Tanto él como
Hilary, su esposa, es como si tuvieran un doble fondo. No sé
demasiado bien qué es, pero tengo claro que no me gusta.
Aunque es tan bonito lo que ha nacido entre Bruce y yo, que
pienso tragarme los sapos que sean necesarios para que nada lo
estropee.

—Entonces, ¿en qué trabajas, niña? —me pregunta Hilary


cuando nos quedamos solas. Glenn y Bruce han ido a su
despacho a hablar.

—Ahora mismo no trabajo.

—¿Y de qué vives?

—Bueno, tengo algo ahorrado —me encojo de hombros y


bajo la mirada.

—Los ahorros se acaban.

—Espero que no —la miro dedicándole una sonrisa tensa.

—Más te vale encontrar un trabajo, porque no voy a permitir


que vivas de la fortuna de mi hijo —levanta una ceja y la
barbilla sin apenas mirarme.

—No, eso no lo haría nunca.

—Eso decís todas —sentencia y de fondo oigo la voz de


Glenn hablando muy alto y de malas maneras con Bruce. No
entiendo lo que dice, porque el despacho está al otro lado de la
planta y solo alcanzo a oír voces que no logro descifrar. Me
dan ganas de salir corriendo junto a Bruce, pero la estirada de
Hilary continúa hablándome, aunque yo ya no le presto
atención. No me apetece que me siga atacando de manera
gratuita sin ni siquiera haberse molestado en conocerme.
Capítulo 29

Bruce

—No entiendo cómo no eres más inteligente —me suelta mi


padre de malas maneras al llegar al despacho.

—¿Más inteligente? —alzo una ceja.

—Sí, no sabes elegir —niega con la cabeza sin dejar de


mirar el vaso, donde se está sirviendo un generoso trago de
Macallan.

—¿Un whisky a estas horas, papá?

—Sí, ¿pasa algo?

—Hombre, antes de comer…

—Sé perfectamente la hora que es —responde dando un


manotazo al aire.
Entre trago y trago de whisky, continúa con su diatriba
contra Ava. Yo intento no alterarme, pero escuchar el
desprecio con el que habla de ella y de los planes que cree que
tiene, me sofoca profundamente.

—¿Se puede saber qué te pasa con Ava? ¿Por qué dices todo
eso de ella?

—Hay muchas cazafortunas sueltas y esta tiene toda la pinta


de serlo. No tiene dónde caerse muerta, ni tampoco un trabajo
y, además, con un niño a su cargo, que vete tú a saber si no
será su hijo y te lo vende como su hermano —suelta tras dar
un trago largo con el que apura todo lo que quedaba de whisky
en su vaso.

Prefiero no responderle, porque acabaría discutiendo con él


y no me apetece nada. Así que me doy media vuelta y regreso
a la cocina para seguir preparando la comida.

Después del encontronazo con mis padres, he pasado las dos


últimas semanas sin saber de ellos. Aunque como desde que
mi padre se jubiló viajan muy a menudo, no he dado la mayor
importancia a no tener noticias.
En el trabajo voy hasta arriba, aunque por suerte, he dejado
de encadenar viajes y he pasado las dos últimas semanas
disfrutando de la compañía de mi bella Ava.

—Bruce —me dice Lorraine tras llamar con los nudillos a la


puerta de mi despacho y dedicarme una sonrisa, que adivino
que pretende ser seductora, aunque yo solo le respondo con
indiferencia.

—¿Sí? —pregunto sin apartar la mirada de la pantalla del


ordenador.

—Recuerda que hoy tienes una comida con tu padre.

—Vaya, ¿desde cuándo? —pregunto desconcertado.

—Hace días que lo agendé —dice con expresión inocente.

—Ah, vaya —digo consultando mi agenda—, no lo había


visto. De acuerdo, le puedes confirmar que ahí estaré.

—Perfecto, Bruce, ¿todo bien? —pregunta acercándose


hasta mi mesa con su habitual contoneo de caderas.

—Muy bien, con mucho trabajo, así que, si me perdonas…


—le respondo en un tono cortante y sin apartar la mirada de
los papeles que tengo frente a mí.

—Claro, disculpa —responde y se gira para salir del


despacho.
El restaurante donde espero a que llegue mi padre para comer
es propiedad de un chef Francés, Alain Bocuse, muy amigo de
mi padre, que siempre prepara una carta especial para nosotros
y una excelente selección de vinos de su tierra.

Reviso mi teléfono por si tengo algún correo pendiente. Sin


embargo, me olvido de abrir la aplicación porque decido
enviar un mensaje a Ava:

Bruce: Mi preciosa Ava, te echo de menos y me muero de


ganas de poder disfrutar de tus labios. ¿Dormimos juntos en
mi casa esta noche?

Justo después de enviar mi mensaje, levanto la mirada y


frente a mí me encuentro a Lorraine.

—¡Hola, Bruce! —la miro sin entender qué hace allí.

En ese mismo momento siento vibrar mi teléfono, que me


avisa de que acabo de recibir un mensaje. Se dibuja una media
sonrisa en mis labios, porque adivino que debe de ser Ava que
me responde y consulto la pantalla. Quién me manda un
mensaje no ha sido ella, sino mi padre.
Papá: Finalmente no puedo ir a comer contigo. Supongo que
ya habrá llegado Lorraine, así te hará compañía mientras
disfrutáis de la deliciosa cocina de Alain. Pasadlo bien.

Aprieto la mandíbula porque me doy cuenta de que mi padre


me ha preparado una encerrona para que coma con Lorraine.
Estoy a punto de levantarme de la mesa cuando veo aparecer a
Alain con un par de entrantes para nosotros.

—Monsieur Stewart —me dice el chef al llegar a mi lado.

—Hola, Alain, ¿qué tal? —le pregunto siendo consciente de


que me guste o no, voy a tener que compartir mesa y comida
con Lorraine—. ¿Qué delicias nos tienes preparadas?

Cuando nos sirven los entrantes y el vino, como en silencio y


atento a mi teléfono por si recibo el mensaje de respuesta de
Ava. Me resulta muy raro que no me responda, porque suele
hacerlo poco después de que le escriba.

—Me alegro de que al final podamos compartir un ratito


juntos y a solas —me dice Lorraine después de limpiarse la
comisura de su boca con la servilleta que tenía sobre los
muslos.
—La verdad es que esto es una encerrona de mi padre. Me
he quedado por deferencia a Alain, pero no me apetece nada
estar aquí, y menos hacerlo en tu compañía —le suelto sin
levantar la mirada de la pantalla de mi teléfono.

Lorraine no me responde, supongo que se ha quedado sin


palabras y por eso da un trago al delicioso Pinot Gris que
contiene su copa.
Capítulo 30

Ava

Empiezo a estar un poco desesperada por encontrar un trabajo.


Podría volver a EUN Logistics, pero siendo la novia de Bruce,
creo que no es demasiado adecuado. Así que me paso los días
buscando algo con lo que subsistir, porque mis pocos ahorros
empiezan a desaparecer de mi cuenta bancaria.

Estoy aburrida, no tengo ganas de estudiar para los exámenes


y me apetece mucho ver a Bruce. Así que como se acerca la
hora de la comida, decido preparar unos sándwiches y
llevárselos de sorpresa para comer juntos en el parque cercano
a la oficina. Tengo ganas de besarlo y de que me rodee con sus
fuertes brazos. Solo ahí me siento segura y tranquila.
Preparo unos bocadillos de pan de molde, me suelto el pelo y
me pongo unos vaqueros y un jersey de los que me compró
Bruce, y salgo hacia la empresa.

Como quería llegar cuanto antes, he tomado un bus, que no es


el que habitualmente utilizaba para ir a trabajar, por lo que me
deja a un par de manzanas de distancia, pero no me importa.
Además, hace buen día, aunque no sé cuánto aguantará este
buen tiempo, pero aprovecho para que me dé algo de sol y
sonrío. Me siento bien. Estoy feliz, a pesar de que me estoy
quedando sin blanca.

En el trayecto, cuando estoy a punto de cruzar, me fijo que


enfrente está el restaurante de Alain Bocuse. Bruce me ha
dicho varias veces que un día me traerá a comer aquí, porque
es donde ha probado la mejor cocina francesa que existe. Me
acerco hasta los ventanales del restaurante y miro a través de
ellos llena de curiosidad. Antes no me habría atrevido ni
siquiera a acercarme a un lugar tan caro como el que ahora
tengo delante, pero con Bruce a mi lado, ya nada me parece
imposible. Sonrío y veo mi reflejo en los cristales de los
ventanales. Aprovecho el reflejo para peinarme con los dedos
y vuelvo a sonreír al pensar que en breve estaré con Bruce y
podré disfrutar de su olor y de sus brazos rodeándome.
Justo antes de continuar mi camino, observo con detenimiento
el interior del restaurante. Hay varias mesas diseminadas y un
buen número de personas comiendo, me fijo en ellas, todas
parecen tener mucho dinero por el tipo de ropa que visten.
Cuando estoy a punto de retirar la mirada para continuar mi
camino, me parece ver en una de las mesas del fondo de la
estancia una cara conocida. No, no puede ser. Vuelvo a mirar y
veo los inconfundibles ojos de Bruce, que miran a la chica
rubia y despampanante que tiene sentada justo delante de él y
de espaldas a mí. No puede ser. Siento cómo se me anegan los
ojos y me tiemblan las piernas. La bolsa con los sándwiches
para comer se resbala de entre mis dedos y cae al suelo. No me
importa, ¿qué más da? No vamos a comer.
Capítulo 31

Bruce

En un instante en el que levanto la vista de la pantalla de mi


teléfono, mientras escucho parlotear a Lorraine que pretende
entablar conmigo una conversación durante la comida, veo
algo que me obliga a regresar de nuevo la mirada y con más
atención hacia el exterior del restaurante. No puedo creer que
Ava esté al otro lado de los ventanales y mirando hacia el
interior. ¿Me habrá visto? Veo cómo empieza a caminar y se
aleja. En ese instante tiro la servilleta que tengo sobre los
muslos encima de la mesa y salgo corriendo. No le doy
ninguna explicación a Lorraine, aunque poco me importa lo
que piense.

Corro entre los peatones hasta que la alcanzo y la agarro por el


hombro para frenarla en su avance.
—Ava, ¿qué haces aquí?

—No hacía falta que me mintieras —musita mirándome a


los ojos.

—¿Mentirte? No te he mentido —niego con la cabeza.

—Lo he visto, Bruce —responde con los ojos vidriosos por


las lágrimas que adivino que están a punto de precipitarse por
sus mejillas.

—Ava, mi amor, la chica con la que he comido es Lorraine.

—Sí, una rubia despampanante.

—Me da igual, porque yo te quiero a ti, te quiero más que


nada en el mundo y solo deseo pasar el resto de mi vida a tu
lado.

—Bruce —balbucea.

—Mi bella Ava —le digo tomándola de una mano—. No


tenía pensado hacerlo así pero…

—¿El qué? —pregunta abriendo los ojos.

En ese instante, clavo una rodilla en el suelo y la tomo de las


dos manos y las beso. La gente que pasa a nuestro alrededor
nos mira, incluso los ocupantes de los vehículos que pasan por
la calle que tenemos delante.
—No tenía pensado hacerlo así, pero no me importa. Ava, mi
bella Ava, no tengo un anillo para darte porque esto es del todo
imprevisto, pero solo deseo hacer caso a mi corazón. Y mi
corazón dice que te amo, que eres la mujer de mi vida y que
quiero pasar el resto de mis días contigo. ¿Quieres casarte
conmigo? —Ava me mira con gesto de incredulidad y con la
cara cubierta de lágrimas—. Mi amor, por favor, contéstame,
te lo ruego, si continúas callada me va a dar algo.

En ese instante, Ava me aprieta las manos con las suyas y


sonríe, a pesar de sus lágrimas de emoción. Justo cuando va a
empezar a hablar, escucho unos gritos a mi espalda que
sobresalen por encima del tráfico.

—¿Qué narices está pasando aquí? —pregunta Lorraine


acercándose hasta donde estamos nosotros hecha una furia—.
¡Ya ha hecho su aparición la chacha! Largo de aquí, gorda —le
grita y empuja a Ava, que pierde el equilibrio y trastabilla,
hasta caer hacia atrás, con tal mala suerte que queda tumbada
sobre el asfalto de la carretera. No reacciona y justo cuando
voy a abalanzarme sobre ella, uno de los automóviles que pasa
la atropella. Todo pasa tan rápido que no soy capaz de
reaccionar, ni siquiera de moverme.

Siento gritos que me rodean, otras voces ruegan que llamen


a una ambulancia. Las bocinas de los coches que empiezan a
acumularse en la calle suenan de manera estridente. Pestañeo.
No consigo llenar los pulmones de aire. Intento mover mis
piernas. Tiemblo. El corazón me retumba en las sienes.

—Bruce, querido, ¿estás bien? —oigo a Lorraine que se


abalanza sobre mí y me pone una mano sobre el pecho.

Cierro los ojos y al fin logro coger aire.

—No me toques —soy capaz de reaccionar y de decirle,


mientras veo un remolino de gente que rodea a Ava, que
imagino aún estirada sobre el asfalto—. Esto no va a quedar
así —le digo con la voz ronca, y consigo que mis piernas
respondan y me lleven junto a Ava.

Al acercarme veo que mantiene los ojos cerrados. La tomo


de la mano y la beso, mientras con la mano libre le acaricio la
frente. Veo su melena desparramada sobre el asfalto y no
puedo evitar echarme a llorar. Si le pasara algo, no me lo
perdonaría jamás.

No sé cuánto rato después llega una ambulancia con su


sirena atronadora y se llevan a Ava. No me permiten
acompañarla, por lo aparatoso de la lesión ¿Qué lesión?
¿Cómo saben el tipo de lesión que tiene? No entiendo nada.

—Lo llamarán desde el hospital —sentencia el médico antes


de cerrar la puerta del vehículo. Al instante, la ambulancia se
pone en marcha y vuelve a atronar las calles con su estridente
sirena y sus brillantes luces.
Capítulo 32

Ava

Siento los párpados pesados. Me esfuerzo en abrirlos, pero no


puedo. Tengo sueño.

Me sobresalto. Entreabro los párpados, aunque continúo


notándolos muy pesados. Soñaba algo que no soy capaz de
recordar. Arrugo el entrecejo. Me esfuerzo y consigo entreabrir
los ojos un poco. La luz que logra entrar a través de mis
pestañas es muy brillante y los cierro de nuevo. Respiro
hondo, armándome de valor para volver a intentarlo. Un, dos,
tres… Vuelvo a concentrarme y de nuevo la luz cegadora
atraviesa mis pupilas. Pero me resisto a cerrar de nuevo los
ojos. Tengo que lograrlo. Muevo un brazo que siento
entumecido y subo la mano hasta la altura de mi cara. Abro y
cierro la mano, siento los dedos como acartonados. Muevo la
otra, que aún continúa apoyada sobre mi abdomen. También la
alzo hasta tenerla a la altura de mi cara. Me restriego los ojos
con los dedos. Pequeños destellos de luz que se cuelan entre
mis pestañas y se me clavan en las pupilas. Me tapo la cara
con las manos y de nuevo vuelvo a entreabrir los ojos. En la
penumbra que me regala la parte interna de las manos logro
abrir por completo los párpados. Miro entre los dedos y, a
pesar de la blanca luz cegadora, logro ver que estoy en una
sala blanca, prácticamente sin ningún mueble más que la cama
en la que estoy. Cierro los ojos de nuevo y retiro poco a poco
las manos de mi cara, ahora que parece que me he
acostumbrado a la deslumbrante luz. Abro poco a poco los
párpados y giro la cabeza de un lado a otro observando con
detenimiento todo lo que me rodea. Al girar la cabeza hacia el
lado izquierdo, compruebo que en la mano tengo una vía que
está conectada a una botella boca abajo, que cuelga sobre mi
cabeza. No sé qué me está entrando por las venas, pero no me
gusta la idea. Intento incorporarme, pero no puedo. Levanto la
cabeza como puedo y veo que unas correas mantienen mi
cuerpo inmóvil en la cama. Estiro mi mano derecha, la única
que tengo libre e intento alcanzar la que ciñe mi pecho. La
hebilla está muy dura, intento destensarla en vano. No tengo
fuerzas. Me ayudo con la mano izquierda. Estiro de ella.
Aprieto los dientes. No puedo. Cojo aire de nuevo y vuelvo a
intentarlo. Parece que la correa cede un poco. Suelto el aire
que he mantenido en mis pulmones. Vuelvo a llenarlos e
intento destensar un poco más. Lo logro. Cuando consigo
incorporarme algo más sobre el colchón, hago lo mismo con la
correa que tengo ajustada a mi cuerpo a la altura de mis
caderas. Estoy exhausta, pero lo sigo probando. Finalmente
consigo deshacerme de la prisión que suponen las correas
sobre mi cuerpo. Suspiro aliviada.

Ahora necesito salir de la habitación para encontrar a alguien


que me explique qué hago aquí ¿Esto es un hospital? Huele
raro, como a desinfectante, no siento el olor típico de hospital,
donde la mezcla de medicamentos, de comida insulsa servida
en bandejas y de enfermedad crean un clima asfixiante y difícil
de olvidar. Sin embargo, donde estoy huele diferente o quizá
soy yo, que tengo el olfato sensible.

Pongo los pies en el suelo. Busco mis zapatillas, pero no las


encuentro. Así que opto por levantarme descalza. Un
escalofrío me recorre de pies a cabeza por lo tremendamente
frío que noto el linóleo bajo mis plantas. Intento avanzar hacia
la puerta que tengo frente a mí, la única de toda la estancia.
Tampoco veo ninguna ventana que me permita observar el
exterior. Así que empiezo a caminar hasta la puerta. Siento las
piernas entumecidas y me cuesta mantenerme en pie. No
puedo rendirme. Necesito avisar a alguien de que estoy aquí,
aunque probablemente ya lo sepan, pero no entiendo por qué
no han venido a verme en todo este rato. Me encojo de
hombros y me concentro en poner un pie y después el otro.
Primero camino al lado de mi cama, por si pierdo el equilibrio,
pero cuando llego a los pies del colchón tengo que soltarme y
avanzar por mí misma si quiero llegar hasta la puerta. Suspiro
y pongo un pie delante de mi cuerpo despacio, luego el otro y
así continúo hasta que llego a la entrada de la estancia. Me
agarro al pomo de la puerta e intento recuperarme del
esfuerzo. Cuando consigo calmarme, giro el pomo y tiro de él
para abrirla. No puedo. No se abre. Vuelvo a intentarlo.
Continuo sin poder. No logro entender por qué estoy encerrada
entre esas cuatro paredes.

—¡Holaaaaaaaa! ¿Alguien puede ayudarme? —grito con la


voz ronca. Tengo sed, mucha sed, pero no veo agua en la
habitación. Si bebiese un buen vaso de agua, conseguiría
humedecerme la boca y la garganta y lograría sacar más voz.
Cierro la boca y aprieto la lengua contra el paladar en un
intento de generar saliva. Lo consigo, aunque muy poca
cantidad. En cuanto la noto en la boca, la trago y repito la
misma operación.

—¿Alguien me puede ayudaaaaaaar? —vuelvo a gritar —Por


favor —susurro.

Pero continúo sin recibir respuesta. Con mi mano derecha,


donde no llevo la vía, empiezo a golpear la puerta. Me
tiemblan las piernas, por lo que me dejo caer en el suelo sobre
mis rodillas. Aporreo la puerta de nuevo. Por suerte está
acolchada, al igual que las paredes, según acabo de ver. Eso
me permite dar golpes tan fuertes como puedo con las pocas
fuerzas tengo, pero sin hacerme daño.

—¿Alguien me oyeeeeeee? —insisto, pero cada vez tengo


menos esperanzas de que alguien venga a sacarme de aquí.

Mientras intento recuperar el aliento y apoyo la espalda contra


la puerta, observo con detenimiento la estancia que me rodea.
Además de no tener apenas ningún tipo de mueble y estar
iluminada por una luz blanca y brillante desde el techo, no hay
ventanas. Esto parece una cueva o un zulo. Trago saliva.
Repaso con detenimiento de nuevo la habitación, fijándome en
cada detalle. Es entonces cuando me fijo en un pequeño botón
junto al cabezal de mi cama, que me había pasado
desapercibido hasta hace un instante. Quizá esa sea la forma
en que consiga que alguien venga a sacarme de aquí. Así que
tomo aire y me incorporo como puedo. Me ayudo de las
manos para lograr ponerme en pie a pesar del temblor que
siento en las piernas y lo consigo. Avanzo poco a poco hasta
mi cama. Cuando alcanzo el colchón con la punta de los
dedos, me agarro a él y me siento. Estoy exhausta, parece que
haya hecho una maratón, aunque solo he recorrido unos
cuantos metros. Suspiro y me estiro, intentando no levantarme
de la cama, y alcanzo a pulsar el botón. Espero, pero nadie
responde, ni aparece por la habitación. Vuelvo a pulsarlo. Esta
vez lo aprieto dos veces seguidas. Necesito que alguien venga
a explicarme qué me sucede y por qué estoy aquí. No entiendo
nada. Vuelvo a llamar al botón, tres, cuatro, hasta cinco veces.
Resoplo. Estoy muy cansada. Me recuesto sobre la almohada y
estiro las piernas sobre el colchón. Respiro hondo y todo se
vuelve negro.

Noto cómo unas manos frías trastean en la vía que llevo


puesta. Tengo sueño, pero me esfuerzo por entreabrir los ojos.
Cuando lo logro, veo frente a mí a una mujer de pelo corto y
oscuro, con gafas de montura negra, muy concentrada en lo
que hace.

—Hola —balbuceo y ella me mira sorprendida.

—Hola, ¡estás despierta! —sonríe y me responde de forma


amable.

—Sí, aunque tengo mucho sueño.

—Normal, es por la medicación, no te preocupes, es para


que te sientas mejor.

—Pero ¿por qué estoy aquí?

—Tuviste un accidente…

—¿Un accidente? —abro mucho los ojos.

—Sí, ¿no lo recuerdas?

—No, no recuerdo nada —niego con la cabeza —¿Qué me


sucedió?

—Bueno, eso te lo explicará el doctor en su momento, no sé


si estoy autorizada para hacerlo —me informa y justo después
aprieta los labios.

—¿Cómo que no sabes si estás autorizada? —pregunto


sorprendida.

—Sí, lo siento…
—Pero ¿qué pasa? ¿Estoy en una cárcel o qué? —la chica
cuelga la bolsa de medicamento sobre mi cabeza y le inyecta
algo. Poco después, siento los párpados pesados y unas
tremendas ganas de dormir.

No sé si es de día o de noche. Solo adivino que pasan los días


por las comidas que me sirven: desayuno, comida, merienda y
cena, y otra vez a empezar.

Cada vez que entra alguien a la habitación a traer una bandeja


con el menú que me toca en cada momento, intento sonsacarle
algún tipo de información, pero todos me dan un silencio por
respuesta, que solo consigue desesperarme aún más.

Duermo mucho. Parezco un bebé durmiendo entre toma y


toma, yo lo hago entre bandeja y bandeja de menú. No tengo
nada de hambre. La comida que me sirven sabe fatal y a veces
la dejo sin tocar o la acabo vomitando. Me muero de ganas de
darme una ducha caliente. Me encantaría estar en casa, coger
el albornoz de mamá y envolverme con él tras la ducha en el
baño rodeada del vapor del agua caliente, mientras David
juega en el salón. David ¿Con quién está David ahora? No
puedo creer cómo durante todo el tiempo que llevo aquí, esta
es la primera vez que pienso en mi hermano. ¿Qué me sucede?
¿Qué demonios me meten por las venas que ha logrado que me
olvide de él? Me echo a llorar al pensar en qué pensará, en lo
solo que se sentirá sin mí. No, no puede ser, no puedo
permitirlo. Necesito salir de aquí y regresar a casa junto a
David, abrazarlo y besarlo y susurrarle que volvemos a estar
juntos y que todo está bien.

Me levanto de la camilla y pongo los pies en el suelo. Ahora


no busco las zapatillas, porque sé que no están. Camino con
las piernas temblorosas hasta la puerta acolchada y de color
blanco. Todo lo es a mi alrededor, hasta esta especie de
camisón de algodón atado a la espalda. La cabeza me da
vueltas, pero quiero llegar hasta la puerta, abrirla y salir de
aquí. Nadie me puede prohibir marcharme a casa. Necesito
estar con David, eso es lo más importante ahora. Si estoy
enferma, regresaré para curarme, pero primero tengo que
abrazar a mi hermano y saber que está bien. Sigo dando
pequeños pasos sobre el frío suelo. Me tiemblan las piernas y
no dejo de tiritar, hace mucho frío. Avanzo y casi alcanzo el
pomo de la puerta con la punta de los dedos, arrastro tras de mí
la bolsa del medicamento colgado en un armatoste metálico
con ruedas. Debería cogerme a él, quizá eso me ayudaría a
sostenerme. No estoy a tiempo. Tiemblo. Hace mucho frío y
todo se vuelve oscuro de repente.

—Ava, ¡despierta! Ava, ¡despierta! —escucho somnolienta


cómo una voz de mujer intenta despertarme.

—¿Qué? —balbuceo mientras entreabro los ojos. Frente a


mí tengo a la mujer de gafas de pasta y pelo corto y oscuro que
me mira con gesto de angustia.

—Voy a intentar levantarte del suelo —me dice pasando uno


de mis brazos tras su cuello— ¿Me ayudas un poco? Yo haré
la fuerza, pero si puedes, me resultará más fácil.

—Sí —musito, mientras ella me ayuda a alzarme del suelo y


en un par de pasos me deja sobre el colchón.

—¿Dónde ibas, chiquilla? —me pregunta con una sonrisa


amable.

—Quiero ver a David.

—¿Quién es David? —pregunta arropándome.

—Mi hermano pequeño.

—Bueno, pronto lo verás —responde sin mirarme a los ojos.


—¿Cuándo? Quiero irme de aquí —imploro.

—Tienes que recuperarte.

—¿Recuperarme de qué? —quiero saber arrugando el


entrecejo.

—Del accidente.

—Pero si no me duele nada —insisto.

—Porque vas muy medicada —responde en un intento de


calmarme.

—¿Qué medicamentos me pones? Quiero que me los quites.

—Ojalá, pero en tu estado —suelta a media voz y justo


después se muerde el labio inferior.

—¿En mi estado? ¿Qué estado?

—Nada, tranquila —se gira y pincha algo en la bolsa de


medicamento sobre mi cabeza.

—¿Qué estado? Dime, por favor —le ruego, aunque un


instante después me pesan mucho los párpados y todo se
vuelve negro de nuevo.
Bostezo y entreabro los ojos. Al ver que continúo en aquella
habitación blanca, me doy cuenta de que no ha sido una
pesadilla y que sigo allí encerrada sin saber por qué ni por
cuánto tiempo más. Me gustaría levantarme, pero la última vez
que lo hice acabé por el suelo y no quiero que se vuelva a
repetir porque si no, vendrá la enfermera y me pondrá de
nuevo ese medicamento que me deja KO en segundos.

Grito. Pido socorro y auxilio. Me quedo callada y me


concentro en lograr escuchar algún ruido del exterior de mi
habitación. Nada, no oigo nada. Miro hacia la pared que tengo
tras el cabezal de mi cama y allí veo el pequeño botón. Me
incorporo un poco sobre el colchón, estiro el brazo y lo aprieto
una vez. Dos veces. Tres. Cuatro. Mantengo el botón pulsado
hasta que se me cansa el brazo por tenerlo en esa posición. Me
recoloco sobre el colchón. Respiro hondo, lleno los pulmones
y grito. Grito fuerte hasta que siento la garganta rasgada, pero
me da igual. Vuelvo a gritar y a llamar al timbre. Tres, cuatro
veces, pierdo la cuenta. Hasta que, de repente, escucho unas
llaves en la cerradura de la puerta y a la enfermera de gafas y
pelo oscuro.

—Pero ¿qué sucede, Ava? —quiere saber con gesto


preocupado.

—Quiero irme de aquí.


—No puedes, ya te lo dije —me dice acercándose hasta la
cama y pasándome la mano por la cabeza.

—Pero ¿por qué estoy aquí? —insisto tomándola de una de


sus manos —Por favor, necesito saberlo.

—Tuviste un accidente.

—Sí, lo sé. Un accidente del que no recuerdo nada, pero me


encuentro bien, ¿por qué sigo aquí?

—En el accidente sufriste un traumatismo cráneo encefálico


y tuvieron que inducirte el coma para que estuvieras calmada y
que así la inflamación se redujera más fácilmente.

—¿Y ya estoy recuperada?

—Bueno, ahora empiezas a estar mejor y ya te despertaron


del coma.

—¿Entonces?

—Pero en tu estado…

—¿En mi estado? ¿Qué me sucede?

—Mira, no debería decírtelo —baja la voz y mira a los lados


—, pero estás embarazada de casi tres meses y…

—¿Embarazada? —pregunto alzando la voz y con los ojos


muy abiertos.
—Shhhh, por favor, Ava, baja la voz.

—Disculpa, pero… ¿Cómo que estoy embarazada?

—No lo sé, llegaste aquí así —dice encogiéndose de


hombros.

—¿Cuánto llevo aquí?

—Algo más de un mes.

—Pero ¿el bebé está bien? —quiero saber llevándome las


manos hacia mi vientre.

—Sí, las ecografías que te han hecho indican que el embrión


está creciendo al ritmo que le corresponde y está sano.

—Pero…—balbuceo y no puedo evitar que las lágrimas


afloren.

—Puedes estar tranquila, Ava.

—Pero ¿todos los medicamentos que me has dado? ¿No


dañarán al bebé? —quiero saber llena de angustia.

—No, todo está bajo control y el bebé no corre ningún


riesgo. Sin duda, tu hijo es un superviviente, porque superó el
traumatismo craneal contigo —sonríe dulcemente
acariciándome la barriga a la altura del ombligo.

—No me pongas más medicamentos, por favor.


—No puedo hacer eso, Ava, no me lo pidas.

—No quiero pasarme el día durmiendo, por favor. Eso no


puede ser bueno para el bebé, te lo ruego —le pido
agarrándola con fuerza de una de sus manos.

—Puedo reducir la cantidad de medicamentos y evitar el


sedante, pero me tienes que prometer que estarás calmada.

—Te lo prometo —le digo mirándola a los ojos, y la


enfermera me sonríe y me acaricia la mejilla con el dorso de su
mano enguantada.
Capítulo 33

Bruce

Desde aquel día en que a Ava la atropellaron, no he logrado


descansar. No he dejado de buscarla, ni de pensar en ella.
Estoy desesperado. A pesar de que he movido cielo y tierra, no
he conseguido saber dónde está. Aquella ambulancia que se la
llevó de camino al hospital nunca llegó a su destino. He ido
personalmente a todos los hospitales de Escocia. He llamado a
todos los de Inglaterra preguntando por Ava, pero en todos me
han repetido una y otra vez que no tenían ninguna paciente con
ese nombre. No sé dónde buscar. Sé que Ava no se esconde de
mí porque, además, desde que pasó todo, le dije a David y a
Seelie, la vecina de Ava que muchas veces cuidaba del crío,
que se mudasen a mi casa. Pensé que esa sería la manera de
hacernos compañía y pasar mejor por este mal trago de no
saber dónde está Ava.

He denunciado su desaparición, pero la policía no encuentra


nada, ninguna pista, ni ningún hilo del que tirar y que nos lleve
hasta ella.

Es una suerte poder tener a David conmigo. Es muy buen


chico y nos entendemos muy bien. Seelie es una anciana
maravillosa, que con su cariño nos reconforta a los dos. No
puedo imaginarme cómo sería esta situación sin poder tener la
compañía de ambos. Me gusta tener a David cerca, es como el
hermano pequeño que siempre desee y que no llegué a tener.
No obstante, deseo que esta situación acabe cuanto antes,
porque eso significará que Ava ha regresado y que podemos
estar de nuevo los tres, ir al parque de atracciones, al cine o
donde sea, pero juntos.
Capítulo 34

Ava

Haber logrado que Lucy, que es así como se llama la


enfermera que me atiende, no me administre esos sedantes que
me dejaban fuera de juego, ha conseguido que me sienta mejor
y no tan decaída.

Sin embargo, estar encerrada entre estas cuatro paredes logra


desesperarme tanto, que temo acabar enloqueciendo. Aunque
desde que sé que hay un bebé anidando tras mi ombligo,
intento estar calmada. Tengo la esperanza de salir algún día de
este lugar tan horrible. No quiero que la ansiedad que me
provoca estar entre estas cuatro paredes acabe dañándoloo me
lo perdonaría por nada del mundo. Este pequeño ser, hecho de
la mezcla perfecta de Bruce y de mí, quiero que crezca fuerte y
sano y que un día pueda tenerlo en brazos y decirle cómo lo he
amado desde el momento en el que supe que existía.

Pensar en que voy a tener un bebé me llena de alegría, pero


también de incertidumbre. No sé qué sucederá cuando Bruce
sepa que seremos padres. De hecho, no tengo ni idea de si eso
es algo que él haya deseado alguna vez. Tampoco llegamos a
hablarlo, ni siquiera a planteárnoslo, solo dimos rienda suelta a
la pasión sin pensar en nada más. Nos amamos sin límites y
sin ninguna barrera entre nosotros. Sé que fuimos muy
inconscientes, pero la verdad es que ahora mismo no me
importa. Amo a este bebé que me hace sentir tan acompañada
y cercana a Bruce y a David. No sé cómo ni cuándo
lograremos marcharnos de aquí, ni tampoco qué sucederá
cuando esté fuera, pero tengo muy claro que conseguiremos
salir adelante, como he logrado hacer con David desde que nos
quedamos sin papá y mamá.

—Buenos días —escucho que me dice Lucy, quien cierra la


puerta de la habitación con llave, justo después de entrar.

—¿Has podido hablar con el doctor? —pregunto al cruzar


mi mirada con la suya.

—Sí —responde con una media sonrisa cómplice.

—¿Me deja salir de la habitación?


—Sí, pero, por ahora solo serán diez minutos y en una silla
de ruedas con correas, con las que tendré que atarte.

—¿Atarme?

—Sí, Ava —asiente.

—Pero si no me voy a escapar. Dudo mucho que me


aguanten las piernas después de pasar todo este tiempo
encerrada entre estas cuatro paredes —le aclaro mirando a mi
alrededor.

—Por ahora, he logrado convencerlo de la importancia de


que te den el aire y el sol. Pero tendrás que ir en la silla —me
cuenta encogiéndose de hombros.

—Bueno, más vale eso que nada —resoplo.

—¿Y sabes lo mejor? —me pregunta alzando una ceja.

—¿Qué?

—¡Qué vas a hacer tu primera salida!

—¿Sí? ¿De verdad? —quiero saber con una sonrisa de oreja


a oreja.

—Eso es, pero solo diez minutos —me recuerda alzando el


dedo índice delante de su cara.

—¡Claro!
—Además, hoy hace un día estupendo y hay que
aprovecharlo.

—Sí, porque con lo cambiante que es el tiempo aquí en


Escocia —resoplo, aunque Lucy no me responde y solo veo
una sonrisa tensa dibujada en sus labios.

—¡Hoy hace un día fantástico! Mira, qué sol tan brillante—me


cuenta Lucy justo al salir al jardín.

Yo, emocionada de lograr ver la luz del sol después de tanto


tiempo, asiento y no puedo reprimir las lágrimas. Muevo las
manos hasta mi vientre y lo acaricio con la punta de mis
dedos. Respiro hondo, en un intento de borrar el rastro del
desagradable olor del interior de mi habitación, que tengo
anidado en mis fosas nasales.

—¡Cómo brilla el sol! —exclamo sonriendo y elevando la


cara, mientras siento cómo los rayos me calientan las mejillas

—Sí, en esta primavera adelantada que tenemos no hay día


en que los rayos no caldeen el ambiente.

—¡Qué raro que por aquí haga tanto sol! Si que ha cambiado
el tiempo en Escocia desde que estoy encerrada aquí —río y
miro a Lucy que aparta la mirada de mí al escuchar lo que he
dicho. Me quedo callada unos instantes y arremeto de manera
directa. No tengo tiempo que perder — ¿En qué zona de
Escocia estoy?

—Bueno, ¿vamos hacia la fuente? —me pregunta dirigiendo


la mirada hacia el fondo del jardín.

—Vale, pero dime en qué zona de Escocia estoy, Lucy —me


giro en la silla lo que las cinchas que me mantienen pegada al
asiento me permiten. La enfermera continúa caminando sin
responderme —Lucy, por favor —le ruego, pero ella sigue en
silencio.

Al llegar junto a la fuente, Lucy se sienta en el banco frente


a ella y me pone a su lado.

—Ava —me dice mirando con atención a nuestro alrededor


—, no debería decirte nada y me juego mi trabajo por esto,
pero…

—¿Qué pasa? —le pregunto angustiada.

—No estás en Escocia.

—¿Dónde estoy?

—Al sur de Francia.

—¿Cómo? ¿Al sur de Francia? —balbuceo incrédula.


—Sí, estás internada en un centro psiquiátrico —sigue
contándome.

—¿En un centro psiquiátrico? No puede ser —niego con la


cabeza.

—Sí, no deberías estar aquí. No entiendo por qué te trajeron


a este lugar.

—No estoy loca —musito.

—Lo sé, Ava, me lo has demostrado y en tu historial médico


no figura nada de eso.

—¿Entonces?

—Solo estás embarazada. Del traumatismo te recuperaste


pocos días después de llegar a este horrible lugar.

—¿Por qué no me dejan marcharme?

—No lo sé y no me gusta nada.

—Ayúdame, Lucy, por favor.

—Han pasado los diez minutos al aire libre, tengo que


llevarte de nuevo a la habitación. Dentro del hospital no
podemos hablar de nada de esto, hay micrófonos por todas
partes —me susurra mientras empuja la silla de ruedas.
Hace calor, mucho. Un calor pegajoso, muy distinto al que
estoy acostumbrada. Supongo que la cercanía al mar
Mediterráneo y su clima hacen que sienta este bochorno tan
característico. En Glasgow, aunque hace calor, me resulta
mucho más llevadero.

Tengo muchas ganas de regresar a casa. Echo de menos a


David, y decirle cuánto me he acordado de él y cuántas ganas
he tenido de cubrirlo de besos. Seguro que ha crecido mucho y
tiene un millón de cosas que contarme. Me muero de ganas de
abrazarlo y hundir mi nariz en su pelo y disfrutar de su olor
dulce e inconfundible.

También ansío volver a mirar a Bruce a los ojos y decirle que


en mi vientre crece nuestro bebé. Deseo sentirme rodeada de
su abrazo fuerte y cubierta por sus besos dulces y llenos de
amor. Decirle cuánto lo he echado en falta y cómo me he
sentido de sola por no tenerlo cerca.

Necesito volver junto a David y a Bruce, no aguanto más


encerrada aquí. No creo que resista por más tiempo entre estas
cuatro paredes sin acabar volviéndome loca.
Los meses han ido pasando, estamos casi a finales de verano, y
continúo con mi cautiverio. Los días transcurren lentos aquí,
muy lentos. Aunque desde que Lucy consiguió sacarme al
jardín para que me dieran el sol y el aire, este encierro se ha
vuelto algo más llevadero, pero pese a eso, continúa siendo
horrible.

Las semanas han pasado y mi bebé ha ido creciendo en mi


vientre. He podido disfrutar de sus primeras pataditas, de sus
movimientos suaves y de la magia de sentirlo vivo dentro de
mí. Gracias a él me he sentido acompañada y llena de amor, de
mí hacia él y de su pequeño corazón hacia mí.

A pesar de no haberme planteado ser madre, y mucho menos


serlo tan joven, ahora tengo claro que este bebé no podría
haber llegado a mi vida en mejor momento. A pesar de todos
los pesares que nos ha tocado pasar juntos. Pero sé que nos
tenemos el uno al otro. Él es la prueba del amor entre Bruce y
yo. Solo por eso ya merece la pena que haya llegado tan
pronto a mi vida.

Durante estos meses de primavera y verano he ido


poniéndome más fuerte. Mientras mi bebé ha ido creciendo
dentro de mi abultado vientre, yo he aprovechado para
moverme dentro de la habitación y no perder más masa
muscular de la que había perdido tras tantas semanas postrada
en la cama y sin apenas moverme.

Ahora estoy de unos siete meses. No puedo hablar con


exactitud del momento del embarazo en el que me encuentro
porque durante todo este tiempo no he tenido ni una sola visita
con un ginecólogo. Desde que me trajeron aquí, he continuado
recluida en este mismo lugar: un hospital de enfermos
mentales, donde se me ha tratado como tal.

No he visto en ningún momento a ninguno de los internos del


psiquiátrico, porque solo he tenido contacto con Lucy. Por
suerte, gracias a ella y a su ayuda, he logrado sobrevivir
cuerda a todo esto y no tener que tomarme toda la medicación
que los doctores creen que me suministra siguiendo su
prescripción. Supongo que eso habrá permitido que mi bebé
siga creciendo sano y fuerte. Aunque muchas noches tengo
pesadillas en las que me pongo de parto y lejos de dar a luz a
un bebé sano y lleno de vida, tengo a una especie de engendro
demoníaco con fauces afiladas que me acaba atacando. Nunca
consigo llegar a saber qué sucede después, porque me
despierto antes muerta de miedo.

Durante todo este tiempo, tampoco he recibido ninguna visita


de un psiquiatra, ni me han hecho un seguimiento del estado
en el que quedé después del accidente que sufrí. Tampoco
nadie, ni siquiera Lucy, porque dice que no lo sabe, me ha
explicado por qué estoy aquí. Así que sigo viviendo con la
incertidumbre de no entender nada de lo que me ha sucedido
después de aquel atropello que me trajo hasta aquí.

He intentado no darle demasiadas vueltas a todo eso. He


preferido mantenerme ocupada en hacer ejercicio dentro de mi
celda, porque en eso es en lo que se ha convertido la
habitación en la que he pasado todo este tiempo. Mi objetivo
es recuperar la masa muscular que tenía antes de que me
encerraran aquí porque cuando llegue el momento de parir a
mi bebé, quiero estar fuerte para hacerlo lo mejor posible. Para
ayudarlo a venir a este mundo y recibirlo con los brazos
abiertos, los mismos brazos que lo cuidaran y que lucharán
para que tenga la mejor vida posible.

Supongo que gracias a estos ejercicios, he logrado llegar


hasta este momento del embarazo sin dolor de espalda y cada
vez más llena de energía.
Capítulo 35

Bruce

—Esta empresa tiene que seguir adelante, hijo —me dice mi


padre, que me mira con gesto serio y recostado sobre el
respaldo de la silla, desde el otro lado de la mesa de mi
despacho.

—Ya lo hace —respondo de forma seca.

—Pero tú debes estar al cien por cien y no lo estás.

—Ava está desaparecida desde hace meses y no hay ni la


menor pista que me lleve hasta ella.

—Esa chica no te conviene —suelta justo antes de ponerse


un puro entre los dientes para encenderlo.

—Creo que ya soy mayorcito para saber si una mujer me


conviene o no.
—Serás mayor, pero no tienes ni idea de negocios —contesta
secamente después de soltar una gran bocanada de humo.

—Aquí no se puede fumar.

—¿Quién me lo prohíbe?

—Los estatutos de la empresa.

—Esos estatutos los cree yo y, por tanto, puedo hacer lo que


quiera con ellos.

—Siempre has hecho lo que te ha dado la gana. No sé por


qué continúo empeñado en cambiarte.

—En lo que te has de empeñar es en trabajar duro para esta


empresa, que es lo realmente importante.

—Empresa, empresa, empresa… Todo para ti es la empresa,


¿y el resto de mi vida? ¿qué pasa con ella? ¿no te importa lo
más mínimo? —doy un puñetazo en la mesa y me levanto de
mi silla. Aprieto los puños, aunque lo que realmente me
apetece es ponerme a dar puñetazos a lo que tenga delante.
Saco el aire sonoramente por las fosas de la nariz mientras
noto la mandíbula tensa.

—Como mi único heredero, te debes a mis negocios. No hay


más.
—Me resisto a solo vivir para esto —digo estirando los brazos
y dando una vuelta sobre mis pies.

—Más vale que te hagas a la idea.

—No, de lo único de lo que quiero hacerme a la idea es de


saber dónde está Ava.

—No vuelvas con eso, hijo. Te repito que esa chica no te


conviene —niega con la cabeza y da otra honda calada a su
puro.

—Tú qué sabrás.

—Esa muchacha seguro que se ha marchado porque la


situación la superaba, o vete tú a saber… —resopla.

—Esa muchacha, como tú la llamas con desprecio, se llama


Ava y es mi pareja.

—Que sí, hijo, lo entiendo, pero…

—Además, he pensado en denunciar a Lorraine.

—¿Denunciarla, por qué? —pregunta mi padre arqueando las


cejas.

—Pues porque fue ella quien empujó a Ava y como


consecuencia de eso, la atropellaron y… Creo que ya sabes el
resto, ¿no?
—¿Por empujar a alguien vas a denunciar a Lorraine? —se
carcajea.

—¿De qué te ríes?

—De las tonterías que dices, hijo. Pareces un crío —se


continúa riendo con ganas.

—Quizá eso sirva para que la policía vuelva a ponerse tras la


pista.

—¿Qué pista, Bruce? ¿Qué quieres que investiguen?

—Dónde está —me encojo de hombros y siento que mis ojos


empiezan a anegarse de lágrimas, aunque me esfuerzo para
que no se escape nada de ellos. Verme llorar solo haría que mi
padre se burlara de mí y de mis sentimientos, y no estoy
dispuesto a permitirlo ni una sola vez más.

—Solo fue un accidente, Lorraine nunca pretendería hacer


daño a nadie y menos a esa muchacha.

—Ya, pero…

—Pero nada, Bruce, mejor que te quites esa idea de la cabeza.

Me vuelvo a sentar en mi silla y hundo mi cara entre mis


manos. Intento relajarme y tragar las lágrimas que pelean por
escaparse de mis ojos. No puedo más. Me siento perdido y
desesperado por saber qué sucedió con Ava.
Han transcurrido algo más de seis meses desde que Ava
desapareció. Pese a que lo intento, cada día, pierdo un poco
más la esperanza de que regrese o de encontrarla. No tengo ni
idea de qué ha sucedido con ella. Desde que la ambulancia se
perdió de mi vista aquella mañana, Ava desapareció como una
gota de agua en medio del océano.

Durante todo este tiempo, por suerte, he podido compartir mi


día a día con David y con Seelie, que se encarga de cuidarlo
mientras yo estoy en el trabajo. No puedo imaginar cómo me
habría sentido si hubiese tenido que pasar todo este tiempo
solo y sin saber nada de Ava. David es un crío increíble. A
pesar de que no sabemos nada de su hermana, no pierde la
alegría tan propia de su edad. Yo pongo todo de mi parte para
que continúe así, aunque hay días en los que se me hace muy
difícil dibujar una sonrisa en mi cara.

Llevo semanas en las que me cuesta mucho dormir por las


noches. Por eso, a menudo, bajo a mi despacho y me pongo a
trabajar, a pesar de que sean las tantas de la madrugada. Tener
la cabeza ocupada hace que las horas transcurran algo más
rápido.
Esta noche no logro pegar ojo. Estoy cansado de dar vueltas
en la cama, por lo que prefiero levantarme. Son casi las dos de
la madrugada y decido ir a prepararme una infusión y ponerme
a trabajar. Mientras espero a que hierva el agua, siento cómo
mi móvil, que he dejado sobre la isla de la cocina, vibra.
Levanto una ceja extrañado y me acerco hasta él. En la
pantalla aparece un número oculto, que en un primer momento
dudo si descolgar.

—¿Sí? —arrugo el entrecejo extrañado de que alguien me


llame a estas horas.

—¿Eres Bruce? —quiere saber una voz de mujer.

—Sí, yo mismo, ¿quién es?

—No hagas preguntas y apunta esta dirección que te voy a


dar.

—Un momento, por favor —le ruego mientras busco con la


mirada un bolígrafo y un papel.

Después de darme la dirección, oigo cómo se corta la


llamada sin que mi interlocutora haya dicho nada más. Con las
señas que he garabateado frente a mis ojos, abro Google Maps
para averiguar si ese lugar existe. Me sorprende que en la
pantalla de mi teléfono aparezca una intrincada carretera que
lleva hacia un lugar apartado de cualquier núcleo habitado.
Agrando la imagen y compruebo con estupefacción que la
dirección corresponde a un centro psiquiátrico. Abro los ojos
de par en par ante lo que leo.

Todo me parece muy extraño, pero tengo claro que tengo que
ir a ese lugar, a pesar de que está a más de mil millas. Me
muerdo el labio inferior, sin parar de darle vueltas a la cabeza.
Son las dos de la madrugada, compruebo en mi reloj. Camino
de un lado a otro de la cocina como un león enjaulado.

—Sí, tengo que hacerlo —musito y suelto un resoplido.

No me lo pienso y busco el teléfono del aéreo con el que suelo


trabajar. Vuelvo a mirar el reloj, no sé si prestarán algún tipo
de servicio a estas horas, pero me da igual. Llamo.

—Necesito un avión para volar hasta Montpellier.

—De acuerdo, señor Stewart, lo tendrá preparado a las seis de


la mañana.

—Perfecto, allí estaré.

—Le esperamos. Que tenga buen vuelo —me dice la voz


femenina que me ha atendido justo antes de que cuelgue el
teléfono y salga caminando veloz hacia mi habitación para
tomar una ducha que me despeje y salir cuanto antes hacia la
base aérea privada.
Poco después de las nueve de la mañana, aterrizo en
Montpellier. Un Range Rover sport de color negro que he
alquilado antes de despegar en Glasgow, me espera junto a la
pista de aterrizaje.

Cuando me coloco en el asiento del conductor, introduzco la


dirección del lugar al que me dirijo. La he repetido tantas
veces dentro de mi cabeza, que he logrado aprendérmela de
memoria. Conduzco tan rápido como me permite mi poca
habilidad de ir en un automóvil con el volante a la izquierda y
conducir también de manera distinta a como se hace en
Escocia. Eso me obliga a mantenerme muy concentrado en la
carretera y en la conducción. Por suerte, en algo menos de una
hora estaciono el coche frente a la enorme verja de acceso de
aquel tétrico lugar. Me sorprende encontrarme un edificio de
grandes dimensiones rodeado de una cerca altísima y con
varios accesos vigilados por personas encargadas de la
seguridad del lugar.

Tengo mis dudas sobre si conseguiré pasar el control de


seguridad, pero no tengo más opción que intentarlo y hacerlo
mostrando seguridad.
—Bonjour —me dice en un cuidado acento francés el
fornido encargado de seguridad del acceso en el que estoy.

—Buenos días —me aclaro la garganta para impostar mi


mejor acento francés, un idioma que no suelo utilizar
demasiado a menudo —Soy el señor Stewart.

—Señor Stewart, adelante, por favor —me dice al instante


apretando los labios y accionando el botón que hace que la
verja se abra y pueda entrar en la propiedad al volante del
Range Rover.

Me sorprende que me hayan permitido acceder al recinto


solo al decir mi nombre ¿Me esperaban? Alzo una ceja y
busco un lugar en la zona de aparcamiento en un lateral del
edificio, donde aparcar.

Después de dejar el coche, camino hacia el mastodóntico


edificio. Subo las escaleras de piedra blanca que dan acceso a
la puerta de entrada. Unas puertas de cristal se abren solo al
ponerme frente a ellas y accedo a un enorme hall. Al fondo de
la estancia cubierta de mármol en suelos y paredes hay un
mostrador con una joven de pelo castaño, que me observa
atentamente con una sonrisa dibujada en los labios.

—Buenos días, soy el señor Stewart —le digo al estar frente


a ella, impostando de nuevo el mejor acento francés del que
soy capaz y deseando que solo decir mi nombre, me facilite
adivinar qué hago en aquel lugar, como me ha sucedido hace
unos minutos en la garita de seguridad.

—Buenos días, adelante, por favor —me dice


acompañándome hasta una sala, donde me invita a sentarme en
una de las butacas que hay alrededor de una especie de mesa
de reuniones.

La verdad es que no tengo ni idea de qué hago allí, aunque


espero: no tengo nada que perder, o tal vez sí, no lo sé.

Unos minutos después aparece en la sala un hombre que se


me presenta encajándome la mano.

—Señor Stewart, soy el doctor Binet, bienvenido —me dice


en un inglés bastante aceptable, pese a que se nota muchísimo
su origen francés.

—Muchas gracias —respondo estrechándole la mano con


firmeza y mirándolo directamente a los ojos.

—Me alegra que finalmente se haya animado a visitarnos.


Nos gusta mantener el contacto directo con nuestros clientes,
más allá del teléfono —lo escucho atento intentando entender
de qué va todo esto—. Además, el caso de la señorita Ava es
tan peculiar, que nos alegra conocerlo al fin.
—Ava…—musito sorprendido, aunque me obligo a
disimular cuanto puedo. Me concentro en mantener la calma y
seguirle el juego cuanto pueda al médico para llegar hasta Ava.

—Sí, la señorita Ava ha mantenido una evolución muy


positiva.

—Me alegro —respondo con una sonrisa tensa.

—Ahora mismo está en sus diez minutos de paseo por el


jardín de la finca.

—¿Puedo verla? —quiero saber ansioso, aunque intentando


contener mis ganas. No puedo creer que Ava esté aquí.

—Bueno, no es el protocolo que acostumbramos a seguir


aquí —responde torciendo el gesto pensativo.

—Si debo pagar algún extra, ya sabe que no hay problema


—me atrevo a decir para ver su reacción.

—Gracias, señor Stewart, sabe que lo tenemos en gran


consideración y, si quiere hacer una aportación económica
extra, no puedo hacer más que agradecérselo llevando a cabo
su solicitud.

—¿Puedo verla? —pregunto abriendo mucho los ojos.

—Sí, pero le ruego que para esta primera toma de contacto,


lo hagamos desde una distancia prudencial. Sin acercarnos a
ella, ni intercambiar ninguna palabra con la paciente. Eso
podría desencadenar una crisis en su estado anímico que nadie
desea.

—Por supuesto, no hay problema —asiento, aunque tengo


muy claro que si realmente es Ava, saldré en su búsqueda y no
descansaré hasta que pueda sacarla de aquí y llevarla conmigo
a casa.

—Bien, pase por aquí —me indica el doctor junto a la puerta


— ¿Sabe?

—Dígame —le contesto con una sonrisa tensa.

—Por las conversaciones que hemos mantenido durante


estos meses, lo imaginaba mucho más mayor. Me he
sorprendido al verlo.

—Vaya, me conservo bien. Aunque también puede ser que


haya hablado con mi padre —me atrevo a decir —, aunque
ambos estamos al día de la evolución de Ava —me apresuro a
aclarar.

—Ah, claro —responde el médico arrugando el entrecejo.

Maldigo para mí por haber mencionado a mi padre. Aunque el


hecho de que Binet haya estado hablando con él durante todos
estos meses, no me deja lugar a dudas de que mi padre está
detrás de todo esto. Siento el corazón desbocado en medio del
pecho. Nunca habría creído que tenía algo que ver con la
desaparición de Ava. Niego con la cabeza, mientras sigo los
pasos del doctor a lo largo de un inmenso pasillo con el suelo
cubierto del mismo mármol claro y brillante del hall de
recepción.

—Es por aquí —me indica cuando llegamos a una puerta de


cristales, que se abre al acercarnos.

—Gracias —le digo accediendo al mirador con una


balaustrada de la misma piedra con la que se hizo la escalinata
de la entrada. Me sorprende comprobar que ese mirador tiene
una enorme escalera a su derecha, por la que se accede al
gigantesco jardín que tenemos delante.

—Mire, allí está a Ava, ¿la ve? —me dice estirando su brazo y
su índice derechos para señalar a un claro junto a una fuente
rodeada de flores.

—Sí —musito incrédulo de estar viendo al fin a Ava. La veo


desmejorada y sentada en una silla de ruedas. Siento la
respiración entrecortada, pero intento disimular, no quiero
alertar a Binet.

—Como ve, siempre está acompañada de alguien del personal


de enfermería. De hecho, Lucy, es la enfermera que la ha
atendido y le ha suministrado su tratamiento desde que llegó.
—Entiendo —respondo bajando la mirada y cruzándome de
brazos para concentrarme en Ava. El médico sigue hablando,
aunque desconecto de lo que me dice. No me interesa sabiendo
que tengo a Ava a unos metros. Respiro para relajarme, porque
mi cabeza va tan rápido pensando en lo que puedo hacer para
sacarla de allí, que siento mi corazón bombeando en medio del
pecho de forma desbocada.

—Señor Stewart, ¿me escucha? —oigo que me dice Binet


después de aclararse la garganta.

—Por supuesto —respondo con una sonrisa tensa —.


Acerquémonos hasta donde está Ava, quiero comprobar su
estado más de cerca.

—Pero, señor…

—Pagaré lo que haga falta —le interrumpo.

—Bueno, nos saltaremos el protocolo, pero, por favor, no


establezca contacto con ella, se lo ruego.

—Claro —asiento con la cabeza intentando mostrarme


convincente.

Descendemos por la enorme escalinata lateral del mirador y


caminamos entre los árboles, arbustos y flores del enorme
jardín.
—Aquí se ve —me dice Binet, agarrándome del brazo para
frenar mi avance, aunque me zafo de él y continúo caminando
—Señor Stewart —oigo que me llama a media voz, aunque yo,
lejos de dejar de avanzar, camino con decisión hasta donde
están Ava y la enfermera que la acompaña.

—Ava, Ava, Ava —la llamo cuando estoy a escasos metros de


ella.

Veo que Ava levanta la mirada y clava sus ojos, que percibo
ahora sin vida, hacia la zona de donde proviene mi voz.

—Ava, mi amor —insisto corriendo hacia ella.

—Bruce —musita y veo cómo la enfermera que tiene a su lado


me mira con una media sonrisa que pretende disimular.

—Señor Stewart, por favor, no se acerque a ella, se lo ruego —


oigo a mi espalda el ruego de Binet, aunque no estoy dispuesto
a hacerle caso.

—Ava —me acerco hasta ella y la rodeo con mis brazos,


mientras ella continúa sentada en la silla de ruedas.

—Señor Stewart, por favor —oigo que Binet sigue insistiendo


cada vez de manera menos amable.

—Cariño, ¿cómo estás? —le pregunto agachándome para


ponerme a su altura, dándole besos en los labios, que ahora no
tienen su brillo habitual.

—Bruce, mi amor —me responde Ava entre sollozos e


intentando ponerse en pie.

—¿Puedes levantarte? —le pregunto al ver el esfuerzo que


parece que hace.

—Sí —balbucea mientras se pone en pie y yo me levanto para


rodearla con mis brazos. Al abrazarla siento su cuerpo
diferente, pero no me extraña, vete a saber todo lo que le habrá
tocado vivir encerrada en este lugar.

—Vámonos de aquí, Ava —le digo bajito mientras seguimos


abrazados.

—Sí, por favor.

—Vámonos —le digo tomándola de una de sus manos y


girándome hacia Binet, que está frente a nosotros —Me llevo a
la señorita Ava.

—Pero eso no puede ser, señor Stewart.

—¿Cuánto he de pagar para poder llevármela?

—Lo siento, pero el señor Stewart dio órdenes de que no


saliera de aquí.

—Mire, Binet, me da igual lo que haya dicho mi padre. Ahora


mismo me voy a llevar a Ava de aquí, ¿me entiende? —le grito
a Binet, que da un paso atrás ante mi arrojo.

—Pero…

—No hay peros. Si quiere detenerme, llame a la policía.

—Señor Stewart, piense que…

—Pienso que tienen secuestrada a Ava y este secuestro ha


acabado. O me permiten llevármela de inmediato, o llamo
ahora mismo a la policía —amenazo sacándome el teléfono
del bolsillo.

—No, por favor, señor Stewart, eso no —implora el médico.

—Preparen el informe médico de Ava, porque me la llevo


ahora mismo —le digo a Binet.

—Lucy, por favor, ocúpate —indica el médico.

—Claro —asiente la enfermera justo antes de que el doctor se


gire y regrese hacia el interior del edificio de donde hemos
salido.

—¿Qué ha pasado aquí, Ava?

—Ava llegó aquí hace algo más de seis meses —se apresura a
aclararme la enfermera.

—Sí, cuando desapareció.


—Tuvo un traumatismo craneoencefálico y le indujeron un
coma para que se recuperara.

—Pero hay algo que no entiendo, ¿por qué la trajeron hasta


aquí? —quiero saber.

—Mi hermana me llamó y me rogó que le dijera a mi jefe si


podríamos tener ingresada a una paciente sin hacer preguntas,
a cambio de una desorbitada suma de dinero.

—¿Tu hermana? ¿Quién es tu hermana?

—Lorraine —responde la enfermera bajando la mirada.

—¿Lorraine? —abro los ojos sorprendido y miro hacia Ava


que la mira tan sorprendida como yo —¿Tú no sabías nada de
todo esto? —le pregunto.

—No, estuve sedada mucho tiempo y después, gracias a Lucy,


he podido librame de los sedantes que me querían suministrar
los médicos, porque no los necesito.

—Claro que no —añade la enfermera.

—Esto es un psiquiátrico y yo no estoy loca —cuenta


limpiándose las lágrimas con el dorso de una de sus manos.

—Claro que no, mi amor —le digo abrazándola de nuevo.

—Solo estoy… embarazada —me dice pasando sus manos


sobre su abultada barriga.
—¿Cómo? —pregunto atónito clavando la mirada en su
vientre redondo, que me había pasado totalmente
desapercibido bajo la ancha bata de hospital de algodón blanco
que lleva.

—Vamos a tener un bebé, Bruce.

—¿Un bebé? ¿Nosotros? —balbuceo emocionado rodeándola


de nuevo con mis brazos.

—Sí, me enteré de que estaba embarazada porque Lucy me lo


dijo poco después de despertar del coma.

—Mi amor —le digo besándola en la frente.

—Este bebé es un superviviente y gracias a él he podido salir


adelante. Si no, creo que me habría rendido en muchas
ocasiones —me cuenta Ava sin dejar de llorar.

—¿Pensábais dejarle dar a luz en este lugar? —pregunto a la


enfermera que nos mira visiblemente emocionada.

—Eran las órdenes del señor Stewart.

—No me lo puedo creer —digo a media voz negando con la


cabeza.

—Después tenía órdenes estrictas de dar al bebé en adopción y


decirle a Ava que había nacido muerto —musita Lucy cada
vez más afectada.
—Pero ¿quién es mi padre? ¿Un monstruo? Esto es digno de
una película de terror —aprieto las mandíbulas lleno de rabia
contra el ser que me dio la vida.

—Todo ha acabado, Bruce —balbucea Ava.

—Sí, pero que se preparen porque voy a mover cielo y tierra


hasta que consiga que cierren este lugar. Lucy, por favor,
prepárame las cosas de Ava, que nos vamos de aquí cuanto
antes.

La enfermera asiente y camina veloz hacia el interior del


edificio.

—Todo va a salir bien, mi amor —musito sin dejar de abrazar


a mi preciosa Ava.

—Sí, al fin estamos juntos.

—David te espera en casa junto a Seelie.

—¿En casa?

—Sí, les pedí que se mudaran a mi casa para que estuviéramos


los tres juntos. Ahora, por fin, podremos estar todos bajo el
mismo techo y también nuestro bebé —le digo pasando mi
mano sobre su vientre y notando un movimiento bajo mi
palma.
—Parece que aquí hay alguien que está de acuerdo, ¿has
notado la patadita? —me dice Ava con una sonrisa, aunque
aún con las mejillas cubiertas de lágrimas.

—Sí, nuestro bebé está muy de acuerdo —susurro justo antes


de volver a besar a la mujer que amo.
Capítulo 36

Ava

Me agarro con fuerza a la mano de Bruce después de


abrocharme el cinturón de seguridad del avión en el que solo
vamos nosotros dos de pasajeros. Giro la cabeza hacia él y veo
que me mira sonriente, con sus preciosos ojos azules que por
fin vuelvo a ver sin tener que recrearlos en mi cabeza, como he
hecho durante todos estos meses. Le sonrío también y paso mi
mano por mi abultado vientre y él me imita. Nuestro bebé está
contento de que al fin estemos los dos juntos, porque no deja
de moverse. Parece que esté bailando por la emoción del
reencuentro.

—Estoy tan feliz, mi amor —me dice justo antes de


inclinarse hacia mí para darme un beso en los labios.
—Y yo, cariño —le sonrío y suelto un suspiro que me hace
sentir, después de mucho tiempo, tranquila y feliz.

—Tengo tantas ganas de llegar a casa y que David te vea.

—Yo también. Lo he echado mucho de menos —le digo


apretando los labios.

—Y él a ti, aunque disimula bastante bien.

—Sí, siempre lo hace para no preocuparme, a pesar de que


siempre le insisto en que debe dejar fluir sus sentimientos,
pero…

—Supongo que lo debe de hacer para que no te preocupes, o


para que no lo hagamos los que estamos a su alrededor —se
encoge de hombros y me da otro beso en la mejilla para
recolocarse en su asiento, porque el piloto nos informa de que
vamos a despegar.

El vuelo dura algo más de tres horas. A pesar de que no es


demasiado tiempo de viaje, el cambio de presión del avión, el
cansancio acumulado de salir del centro psiquiátrico después
de tanto tiempo o mi avanzado estado de embarazo hacen que
el vuelo se me haga bastante pesado. Tengo calambres en las
lumbares, me siento muy cansada y el cuerpo algo revuelto.

—No me siento demasiado bien —le digo a Bruce, que sigue


a mi lado tomándome de la mano.

—Antes de ir a casa pasaremos por el hospital para que os


hagan una revisión a ti y al bebé.

—Sí, pero me gustaría ver cuanto antes a David.

—Claro, mi amor, enseguida lo verás, pero necesitas que un


médico te vea y nos confirme que está todo bien —me
responde llevándose mi mano hasta la boca para darme un
beso. Yo asiento y aprieto los labios. Sin duda, es lo más
sensato. No me perdonaría que por culpa de todo lo que me ha
tocado vivir durante estos meses, mi bebé sufriera las
consecuencias de lo que nos ha hecho su propio abuelo.

Pensar en que ha sido el padre de Bruce quien ha tejido todo


este entramado para alejarme de su hijo hace que la ira me
invada. No sé cómo va a ser nuestra relación de ahora en
adelante, si es que tendremos alguna. Temo la reacción de
Bruce con él y qué sucederá entre ellos. Demasiadas
preocupaciones me oprimen el pecho y eso me hace sentir más
fatigada. Cierro los ojos e intento relajarme y dormir un poco.
Me irá bien aprovechar el viaje para descansar cuanto pueda.
Salimos del hospital privado de Calem Anderson, uno de los
mejores amigos de Bruce. Calem además de ser el dueño de la
clínica también es ginecólogo y especialista en embarazos de
alto riesgo. En la revisión Calem nos ha dicho que todo está
bien, aunque solo estoy levemente anémica, por lo que me
debo tomar un suplemento de hierro y otro complejo
vitamínico, que me harán sentir más fuerte.

El embarazo está dentro de la normalidad. Aproximadamente


estoy de treinta y seis semanas. He ganado el peso que me
correspondía, a pesar de que no he comido demasiado bien
durante los últimos meses, y el bebé está sano y fuerte y
creciendo dentro de lo habitual para este momento del
embarazo. Hemos oído su corazón por primera vez y lo hemos
visto a través de la pantalla del ecógrafo. Ha sido muy
emocionante ver la imagen de nuestro bebé por primera vez.
Contemplar sus movimientos vigorosos y llenos de energía nos
ha emocionado tanto a Bruce y a mí, que hemos acabado
llorando embargados por la ilusión.

—¿Queréis saber el sexo? —nos pregunta Calem sonriente.

—¿Se deja ver?


—Claro, aquí está —responde Calem a Bruce señalando con
su dedo índice la pantalla.

—Pero si no se ve nada, solo manchas grises —ríe —. No sé


cómo los médicos os aclaráis con esos manchurrones…

—Se ve muy claro —se carcajea Calem negando con la


cabeza.

—La verdad es que no lo hemos hablado —digo yo


encogiéndome de hombros.

—No nos ha dado tiempo —añade Bruce.

—Demasiadas cosas de las que hablar.

—¿Podemos esperar a la próxima visita? —pregunta Bruce a


su amigo.

—Sin problema.

—Mantendremos la intriga entonces —contesto alzando y


bajando las cejas de manera cómica mirando a Bruce.

—Igualmente lo vamos a querer con todo nuestro corazón —


me dice Bruce al salir de la consulta y mientras bajamos en el
ascensor.
—Por supuesto, sea niño o niña, qué más da, es nuestro bebé
—le respondo mientras él me rodea con los brazos y yo apoyo
mi mejilla en su pecho, disfrutando de su inconfundible aroma.
Sonrío, no puedo dejar de sonreír desde que he vuelto a pisar
Escocia. Me siento en casa y a salvo. Ahora solo me falta
encontrarme con mi hermano para estar plenamente feliz y
tranquila.

—Daviiiiiiiid —oigo que Bruce llama a mi hermano desde la


entrada de la casa y se gira hacia mí poniendo el índice frente
a sus labios para que guarde silencio. Yo lo miro sonriente y
asiento con la cabeza.

—Holaaaaa —escucho a mi hermano que responde a Bruce


desde lejos y yo no puedo evitar emocionarme al escuchar su
voz —. Ahora bajo —grita desde el piso superior.

—Ven aquí abajo —le vuelve a gritar —¿Está Seelie


contigo?

—No, estoy aquí —dice mi querida vecina desde la cocina y


al instante la veo aparecer en la entrada. Al verme se tapa la
boca con las manos, entre las que tiene un paño de algodón, y
veo cómo se le anegan los ojos mientras me mira.
—Ya estoy aquí —grita David mientras baja por las
escaleras. Al verlo trotar sobre los escalones no puedo evitar
emocionarme —¿Ava? Avaaaaaaaa —grita mi nombre y baja
de manera aún más veloz.

—Daviiiiiid —grito yo abriendo los brazos para recibir a mi


hermano que se acerca hasta mí sin dejar de repetir mi nombre
entre risas.

—¿Dónde estabas? —quiere saber mientras yo lo cubro de


besos y le tomo la cara entre mis manos.

—Lo importante es que ya estoy aquí.

—No te marches más, porfi, Ava —me ruega y me rodea con


sus brazos.

—No, nunca más —le prometo y al instante veo cómo se


aparta de mí sorprendido mirándome la barriga.

—Qué dura tienes la tripa —me dice pasándome la mano por


mi vientre. Seelie, que está junto a nosotros, nos observa
emocionada y yo no puedo hacer otra cosa que lanzarme a
abrazarla.

—Mi niña, qué bien que estés de regreso —me dice la


anciana mientras no dejamos de abrazarnos.
—Seelie, sé que has cuidado muy bien de David durante
todo este tiempo —le agradezco llevada por la emoción del
momento.

—¿Vas a tener un bebé? —pregunta mi hermano que no ha


dejado de observarme en ningún momento.

—Sí y dentro de muy poquito —le respondo pasándome la


mano por el vientre.

—¿De verdad? —pregunta David abriendo mucho los ojos.

—Palabrita —respondo alzando la palma abierta de mi mano


derecha en señal de decir la verdad.

—Enhorabuena, mi niña —me dice Seelie, que está aún más


emocionada.

—¡Bieeeeeeen! Ya no voy a ser el pequeñajo de la


familiaaaaaaa —exclama mi hermano sin dejar de dar saltos
alrededor de nosotros.

—Vas a ser tío —responde Bruce sonriente al ver la reacción


de mi hermano.

—Sí, ¡yo me voy a encargar de cuidarlo! —continúa feliz sin


dejar de saltar y bailar.

—¿Es niño o niña? —quiere saber Seelie limpiándose las


lágrimas de emoción con el dorso de las manos.
—Aún no lo sabemos —digo encogiéndome de hombros.

—En unos días, en la siguiente visita, lo sabremos, ¿verdad,


Ava? —pregunta Bruce dándome un beso en la sien mientras
me rodea con uno de sus grandes y fuertes brazos,
atrayéndome hacia su pecho.

—Sí, en unos días —le contesto feliz de ver que al fin tengo
junto a mí a las personas que quiero.
Capítulo 37

Bruce

Me he tomado unos días de descanso tras el regreso de Ava.


Me muero de ganas de estar con ella, de disfrutar de su
compañía sin prisas y sin pensar en el trabajo. A pesar de que
cuando eres empresario nunca se puede desconectar de las
obligaciones laborales, al menos, no tengo la presión de tener
que ir a la oficina y dejarla sola en casa. Quizá es que tengo
miedo de que vuelva a desaparecer o vete tú a saber qué. La
cuestión es que, por ahora, quiero pasar con ella el mayor
tiempo posible.

Después de llevar a David al colegio hemos regresado a


casa. Tenemos la intención de pasar la mañana tranquilos,
disfrutando del sol en el jardín mientras miramos por internet
cómo decoraremos la habitación de nuestro bebé.
He preparado un poco de limonada natural y mientras pongo
cubitos en la jarra para echar después el zumo, escucho el
timbre de la puerta. Me extraña porque no esperamos visita y
menos a estas horas. Seelie ya se ha marchado a su casa y solo
estamos Ava y yo. A través del ventanal de la cocina veo a
Ava sentada en una de las butacas del jardín, por lo que decido
dejar lo que estoy haciendo e ir hacia la puerta de entrada a ver
quién es. Escucho el timbre que suena de nuevo. Por lo visto,
quien sea tiene prisa porque le abra. Resoplo.

—Pensaba que no nos abrirías nunca —rezonga mi padre


tirando lo que le queda de puro al suelo, antes de adentrarse en
el recibidor y tras él veo aparecer a mi madre con gesto airado.

—Estoy haciendo cosas —respondo con tono serio, me giro


sobre mis pies y regreso a la cocina. Esta es la primera vez que
los veo después de regresar de Montpellier.

—¿Así nos recibes, hijo? ¿Yéndote sin apenas vernos?—


pregunta mi madre con su habitual tono.

—Estoy haciendo cosas —repito con desgana.

—Ya nos lo has dicho, pero por lo menos podrías recibirnos


como Dios manda —añade mi madre, a lo que prefiero no
responder. No estoy de humor. No he hablado con ellos de
todo lo que ha sucedido, aunque sé que debo hacerlo.

—¿Estás solo? —me pregunta mi padre, que es el primero


en entrar detrás mí en la cocina. Al girarme hacia él veo que ha
visto a Ava, que está tranquilamente esperándome en el jardín.

—Ya ves que no—le suelto con desgana.

—Hijo, esa chica no es buena para ti —responde sin apartar


la mirada de ella.

—Ah, ¿no?

—No, no es una chica para ti —añade mi madre, que se ha


dado cuenta de que Ava está en el jardín y también la observa,
aunque ella le añade su habitual gesto de desprecio.

—¿Y qué chica es para mí? —me acerco a ellos con las
manos a la altura de mi cintura e intentando contener la ira que
noto cómo se apodera más de mí.

—Lorraine es una chica perfecta para ti —añade mi padre.

—Es muy mona, rubia, se cuida —empieza a enumerar mi


madre.

—Pero ¿cómo podéis ser tan cínicos? —interrumpo la


enumeración de mi madre, que me mira estupefacta —. Sé
todo lo que habéis maquinado para hacer desaparecer a Ava,
pero, por suerte, os ha salido mal y he logrado encontrarla.

—Has cometido un gran error —dice mi padre alzando una


ceja y a media voz.

—¿Un error? El error lo cometí yo al confiar en ti, en


vosotros —añado mirando también a mi madre —. Que sois
capaces de hacer desaparecer a una persona porque creéis que
no es suficientemente buena para mí. Pero ¿quiénes os habéis
creído que sois?

—Hijo —balbucea mi madre.

—Calla —la corto—. No quiero oírte, ni a ti ni a papá. Lo


que debería hacer es denunciaros por secuestro.

—¿Qué tonterías dices? —pregunta mi padre negando con la


cabeza.

—No son tonterías. Has intentado deshacerte de Ava y de


nuestro hijo, porque el bebé que crece en su vientre es mío, es
un Stewart.

—¿Y encima te ha hecho creer que es tuyo? —ríe


sonoramente mi padre.

—Ya tengo suficiente, idos de mi casa —alzo la voz


señalando hacia la puerta de salida.
—No puedes echarme de esta casa, es mía —responde mi
padre con su habitual gesto de superioridad.

—No, es mía, recuerda que la heredé, igual que tus


empresas. No te debo nada, porque todo me pertenece como
legítimo y único heredero.

—Desagradecido —escupe mi padre antes de salir de la


cocina en dirección a la puerta de entrada, seguido por mi
madre que taconea tras él tan rápido como le permiten sus
altísimos zapatos.

—¡Debería daros vergüenza de lo que habéis hecho! Me


avergüenzo de ser vuestro hijo. Y Lorraine se va a la puta
calle, ¡no quiero volver a verla! —grito fuera de mí.

Mi padre me mira boqueando como un pez fuera del agua.


Antes de que se atreva ni siquiera a responderme, vuelvo a
hablar.

—Tus abogados tendrán noticias. Ve preparando tu defensa


por secuestro —le digo sin moverme de la cocina y con el
corazón latiéndome fuerte en medio del pecho.

Después de escuchar el portazo que dan mis padres tras salir


de mi casa, regreso la mirada a través del ventanal de la
cocina. Allí la veo, tranquila y con el sol haciendo brillar su
preciosa melena. Por suerte, se ha ahorrado la desagradable
escena que acabo de vivir. Respiro hondo en un intento de
tranquilizarme y dibujo una sonrisa en mis labios. Cojo la jarra
con los hielos y la limonada en una mano y dos vasos en la
otra, y camino hacia el jardín para reunirme con ella.

No pienso permitir que nada ni nadie destruya nuestra


felicidad a partir de ahora.
Capítulo 38

Ava

Desde la imprevista visita de sus padres, Bruce está taciturno.


Cuando estamos juntos, intenta disimular el enfado con sus
padres, pero empiezo a conocerlo bien y veo la rabia que lo
invade.

—Mi amor, olvídalo, el pasado es pasado, nada más —le


digo acariciándole el pelo.

—El bufete de Elliot ya ha presentado la demanda.

—¿Elliot? —pregunto arrugando el entrecejo.

—Sí, uno de mis mejores amigos —me aclara —Elliot Reid,


supongo que cualquier día vendrá para trabajar el caso y lo
conocerás.

—Claro. Pero, Bruce…


—Dime —gira los ojos para mirarme.

—Es tu padre.

—Lo sé y eso es lo que más me duele —me responde serio.

—Me imagino, cariño, pero piensa que son tus padres y tú


tienes la suerte de tenerlos.

—Sí, pero lo que nos han hecho y, en especial, a ti es


imperdonable.

—Bruce —hago una pausa. Paro de acariciarle la cabeza y la


miro fijamente a sus enormes ojos azules, que me enloquecen
—, por mi parte yo los perdono. Lo mejor por ti, por ellos, por
mí y por este bebé —sonrío acariciándome el vientre con la
mano que tengo libre—es intentar reconstruir vuestra relación
y partir de cero.

—No sé cómo puedes perdonarlos —niega con la cabeza.

—Simplemente, haciéndolo. No quiero que nuestro bebé


crezca sin abuelos. Los míos ya no podrán conocerlo, pero los
tuyos aún tienen la oportunidad de rectificar y de disfrutar de
su único nieto.

—O nieta —me guiña el ojo.

—O nieta, tienes razón —sonrío.


—Su único heredero, por el momento —me dice con una
sonrisa pícara que consigue estremecerme de arriba abajo.

—Cierto —le digo y me reclino sobre él para besarlo


sensualmente en los labios. Nuestras lenguas inician un baile
que sigue un ritmo, al inicio, pausado y poco después, bastante
más alocado. Desde su posición, Bruce me acaricia el cuello
con una de sus manos y desciende hasta mis pechos, que en los
últimos meses han aumentado de tamaño. Mientras me amasa
el seno que le queda más cercano a él, me mira con sonrisa
pícara.

—Vamos a la cama, quiero que estés cómoda —me dice


levantándose del sofá y cogiéndome de las manos para
ayudarme a levantarme.

—A sus órdenes —le digo poniendo mi mano derecha con


los dedos estirados y juntos al lado de mi sien.

—¿Será posible, recluta? —me regaña, y los dos reímos


mientras subimos hasta la habitación de Bruce, que ya
empiezo a sentir también como propia.

Cuando llegamos a la habitación, Bruce muestra la habilidad


que continúa teniendo para despojarme de la ropa. No sé cómo
lo hace, pero sin apenas darme cuenta, ha conseguido dejarme
en braguitas: unas minúsculas de encaje de color rosa que me
regaló antes de que sucediera todo.

—Estás deliciosa —me dice contemplándome mientras se


pone de rodillas frente a mí. Yo no puedo evitar reírme ante su
cara.

—Pues no sé yo con esta tripa si debo de estarlo demasiado


—resoplo con una media sonrisa.

—Tú eres perfecta siempre. Además, dentro de esta


barriguita está una mezcla de nosotros, ¿cómo no va a ser
perfecto, mi amor? —me susurra sin dejar de besármela,
mientras que se las ha ingeniado para hacer descender por mis
piernas la pequeña prenda de encaje.

Con toda la dulzura del mundo, Bruce recorre mi cuerpo,


repartiendo por él pequeños besos cargados de amor y
sensualidad. Algunos de ellos consiguen erizarme la piel y
otros, despertar mi sexo, que tanto lo había echado en falta.

—No quiero hacerte daño, cielo —me susurra al oído mientras


no deja de acariciarme con una de sus grandes y fuertes manos
mis pliegues húmedos.

—No lo haces, mi amor. Deseo tenerte dentro y disfrutar de


nosotros.
Después de esas palabras, nos entregamos al placer con calma
y deleite: gozando de nuestras miradas, el roce de las yemas de
los dedos sobre nuestra piel y regalándonos tanto placer como
nuestros cuerpos son capaces de dar. Los Te quiero adornan
nuestras respiraciones entrecortadas y se intercalan entre
nuestros gemidos, mientras perdemos nuestras miradas en los
ojos del otro.
Capítulo 39

Bruce

Que Ava es una mujer maravillosa lo tengo muy claro desde


que nuestras miradas se cruzaron por primera vez. Pero
también me ha demostrado que es una mujer de pies a cabeza,
con una gran madurez, a pesar de su juventud, que le permite
seguir adelante con su vida, pese a lo que le ha tocado vivir y,
lo más importante, sabiendo perdonar a mis padres.

Si de mí dependiera, habría seguido adelante con la


demanda. Elliot Reid es un abogado implacable y junto con su
bufete, estoy convencido de que habrían conseguido que el
juez condenara a mi padre y que acabase con sus huesos entre
rejas. Sin embargo, Ava ha acabado convenciéndome de que es
mejor perdonar y seguir adelante.
Nuestro bebé llegará dentro de unas semanas y no quiero ser
yo quien le prohíba conocer a sus abuelos. Después ya será la
vida quien ponga a cada uno en su lugar y si la relación con
mis padres ha de volver a estropearse, ya decidiré en su
momento cómo actuar. Por ahora, prefiero hacer caso a Ava y
unirme a su madurez y al gran saber estar que ha demostrado
ante mis padres cuando ellos apenas han balbuceado una
mínima disculpa.

—Eres increíble, mi amor —le digo mientras conduzco de


camino a casa con ella a mi lado.

—Es lo que debía hacer.

—Podrías haberte ahorrado el mal trago de tener que verlos de


nuevo y haber continuado con nuestras vidas como si no
existieran.

—No, cariño, no me perdonaría que por mi culpa perdieras el


contacto con tus padres y que nuestro bebé no tenga a sus
abuelos —dice pasándose las manos por el vientre, y veo
cómo una mueca de dolor le cambia la expresión de la cara.

—¿Qué sucede? ¿Estás bien? —quiero saber alertado ante su


gesto.

—Sí, creo que sí —susurra, aunque por su cara estoy


convencido de que no me dice la verdad.
—Ava, ¿paro el coche?

—No, no, sigamos hasta casa. Supongo que debo de estar


cansada, sobre todo después de los nervios de hace un rato —
resopla y suelta un quejido, que hace que al instante pare el
coche en el arcén.

—¿Qué sucede, Ava?

—Algo no va bien —susurra mostrándome los dedos de su


mano derecha empapados de sangre.
Capítulo 40

Ava

Tiemblo de arriba abajo. Tengo miedo. No, más que eso, estoy
aterrada. Tengo los dedos empapados de sangre y un gran
dolor me atraviesa desde las lumbares hasta el vientre. Estoy
tan asustada que me cuesta respirar. No me salen las palabras.
No acierto a qué decir mientras veo a Bruce mirarme aterrado.

—¿Estás bien? —repite una y otra vez desde su asiento —.


Dime algo, Ava.

Lo escucho, pero no soy capaz de apartar la mirada de mis


dedos ensangrentados. Mis ojos van de mi mano derecha a la
izquierda. No parpadeo. Quiero hablar, pero solo boqueo como
un pez fuera del agua.
—Vamos al hospital, mi amor —escucho que me dice Bruce
y yo solo acierto a asentir.

No sé cuánto tardamos en llegar al hospital de Calem


Anderson, pero me imagino que poco, por la velocidad a la
que conduce Bruce.

—Calem, vamos para el hospital —dice Bruce a través del


manos libres del coche.

—¿Qué sucede?

—Ava está sangrando.

—De acuerdo, estad tranquilos, ahora nos vemos. Salgo


hacia el hospital —oigo que nos dice Calem. Aunque eso de
que estemos tranquilos me parece algo imposible.

Suspiro y siento cómo el líquido espeso y rojizo se escapa


entre mis piernas. Tengo ganas de llorar, pero mis lágrimas se
resisten a salir de mis ojos.

No puedo dejar de pensar en qué le sucede a mi bebé. Si le


pasa algo, me muero. Después de todo lo que hemos tenido
que vivir juntos y ahora, cuando parecía que la pesadilla había
acabado, ocurre esto ¿Por qué nada puede salirme bien? ¿Por
qué Bruce y yo no podemos estar tranquilos y disfrutar de mis
últimas semanas de embarazo ahora que por fin podemos
vivirlas juntos? Niego con la cabeza. Miro a Bruce, que aprieta
sus manos alrededor del volante de piel concentrado en la
carretera. No sé a qué velocidad debemos de ir, pero adivino
que superamos con creces el límite permitido. Suspiro y me
muerdo el labio. No me atrevo a moverme en el asiento, me
asusta pensar que eso haga que se escape más sangre de mi
vagina.

Poco después llegamos al hospital. Bruce aparca en la entrada


de Urgencias y dos enfermeros y un camillero vienen a
buscarme. Salgo del coche por mí misma y al ponerme en pie,
noto cómo una especie de estallido dentro de mí y un líquido
rosado se resbalan por mis piernas hasta llegar al suelo.
Observo sorprendida lo que acaba de suceder.

—Tranquila, mi amor —me dice Bruce, que acaba de dar la


vuelta al coche y ayuda a los enfermeros a ponerme en la
camilla.

—No se preocupe, señora Stewart, el doctor Anderson la está


esperando —asiento sin decir ni media palabra.

—Ava, tranquila —veo a Calem que acaba de salir por la


puerta de Urgencias y viene a encontrarse con nosotros.

—Acaba de romper aguas, doctor Anderson —escucho que


uno de los enfermeros le dice a Calem.
—¿Ha roto aguas? —pregunta Bruce alertado mirando a su
amigo y después a mí. Nuestras miradas se encuentran y, sin
hablarnos, ambos sabemos que estamos en buenas manos y
que confiamos plenamente en Calem. No obstante, nos
sentimos aterrados porque algo le pueda suceder a nuestro
bebé, que va a llegar al mundo antes de lo previsto.

Dentro de la zona de urgencias, un grupo de enfermeros y


médicos se arremolinan alrededor de mi camilla. Alguien me
coloca unas cintas que rodean mi vientre, que me dicen que es
para medir los latidos del corazón del bebé. Cuando escucho
cómo bombea el corazón de nuestro hijo, suspiro aliviada.

Poco después, Calem, junto a otro médico, me hacen un


reconocimiento para ver de dónde provienen las pérdidas de
sangre que acabo de tener.

—Vamos a hacer una cesárea —me dice Calem, que se pone a


la altura de la cabeza de la camilla para hablarnos a Bruce y a
mí.

—¿El bebé está bien? —pregunto apenas en un susurro.

—Sí, pero tenemos que sacarlo. Los latidos descienden con


cada contracción y es mejor ayudarlo, que esperar a todo el
trabajo de parto y después acabar corriendo para acabar en una
cesárea igualmente. Además, como no es demasiado grande, le
será más fácil también.

—Adelante, haced lo que tengáis que hacer —responde Bruce


acariciándome la cara con la yema de los dedos y yo lo miro
asintiendo.

Tener a mi bebé sobre mi pecho desnudo, justo después de que


Calem lo haya sacado de mi vientre, me hace sentir feliz, no,
mucho más que eso, pletórica. Siento tocar el cielo con los
dedos.

—Es una niña, mi amor —me susurra Bruce después de


darme un beso y de rozar levemente con los labios la cabecita
de nuestra hija.

—Sí, es preciosa —respondo emocionada.

—Como tú —responde dándome un beso en la frente.

—Enhorabuena, papás —nos dice Calem después de haber


acabado con la cesárea —Tenéis una niña muy bonita.
Chiquitita, pero lindísima.

—Le faltaban casi dos meses para nacer —dice Bruce


encajando la mano de su amigo.
—Sí, pero el neonatólogo dice que con el peso que tiene está
fuera de peligro. Por tanto, podéis estar muy tranquilos.

—Es una luchadora —respondo sonriente y sin dejar de


acunarla con el brazo izquierdo, donde no tengo la vía por
donde me suministran todos los medicamentos.

—Seguro que será una mujer de armas tomar —ríe Calem.

—Que no me pase nada —resopla Bruce pasándose la mano


por la cara y el médico y yo reímos al ver su expresión.
Capítulo 41

Seis meses después

Ava

Nuestra pequeña hija es una niña sana y feliz. Bruce y yo


decidimos llamarla Lucy en honor a la mujer que hizo lo que
creíamos imposible en el peor momento de nuestras vidas:
volver a reunirnos. En su honor y porque esta bebé es la luz
que con su risa ilumina nuestro camino.

Ahora que aquella etapa tan adversa de nuestra vida ha


quedado atrás y que yo me he recuperado anímicamente y
vuelvo a sentirme lo suficientemente fuerte, hemos decidido
dar el paso que ambos deseamos.
A pesar de que aquel día, cuando empezó la pesadilla, Bruce
acababa de pedirme que me casara con él, no habíamos vuelto
a hablarlo hasta después de que naciese nuestra Lucy. Ahora
que ya hemos dejado atrás ese cóctel de emociones
relacionadas con mi secuestro y con el imprevisto embarazo, y
que la relación con los padres de Bruce se ha normalizado y
me están demostrando que tanto David, como Lucy y yo
formamos parte de su familia, creemos que ha llegado el
momento de dar el paso y casarnos.

—Además, que te conviertas en mi esposa me va a hacer el


hombre más feliz del mundo —me dice Bruce rodeándome
con sus brazos, justo después de dejar a Lucy en su cunita.

—¿No lo eres ya? —le digo pasándole mis brazos alrededor


del cuello y mirándolo a esos tremendos ojos azules que
continúan enloqueciéndome cada día más.

—Mucho, pero quiero serlo un poquito más —me dice


dándome un beso en la punta de la nariz.

—Avaricioso —susurro justo antes de darnos un apasionado


beso que hace que nuestras lenguas se encuentren y se enreden
en un acaramelado y sensual baile.

—Quiero hacer otro bebé —me susurra al oído. Alza las


cejas de manera cómica y con sus manos empieza a
desabotonar mi blusa con una sonrisa pícara en los labios.

—¿No íbamos a darnos primero el Sí, quiero?

—Sí, claro —ronronea sin dejar de besarme el cuello.

—¿Entonces?

—Lo quiero todo, todo de ti y todo contigo —susurra


mientras siento cómo desabrocha hábilmente mi sujetador y
me deja desnuda de cintura para arriba.

—Avaricioso —le repito justo antes de que note cómo me


levanta del suelo en dirección hacia nuestra habitación,
mientras yo me agarro de su cuello y nos besamos llevados por
la pasión.
Epílogo

Seis meses después

Sabía que Kenneth Murray era bueno en su trabajo. De hecho,


no en vano su estudio de arquitectura es el más prestigioso de
toda Escocia y con más renombre a nivel internacional del
momento. Kenneth ha sido el arquitecto de nuestra nueva casa,
la de Ava y mía y también de nuestra familia.

Después de casarnos hace tres meses, nos mudamos a esta


increíble mansión, que Ava siempre dice que es un lugar
donde jamás habría pensado que llegaría a vivir. Cuando dice
eso no puedo evitar reírme, pero sé que lo dice de verdad. De
hecho, si echo la vista atrás nuestras vidas han cambiado
muchísimo en muy poco tiempo.
Ava trabajaba como limpiadora a tiempo completo en mi
empresa, cuidaba de David y estudiaba por las noches, si no se
quedaba dormida sobre la mesa de la cocina en la que tenía los
apuntes. Tenía que hacer verdaderos malabarismos para llegar
a fin de mes, a pesar de trabajar prácticamente de sol a sol, en
la empresa y en su casa.

Yo, en cambio, empecé mi nueva etapa como dueño de EUN


Logistics y me asenté definitivamente en Glasgow. En el
momento en el que me crucé con Ava y empezamos a
compartir la hora del desayuno en la escalera de emergencia
escondidos del resto, mi vida aún cambió más: dejé de ir de
flor en flor para caer rendido ante la belleza y la personalidad
de mi querida Ava.

Todo lo que sucedió después y que se ha convertido en la


peor etapa de mi vida, ha servido a mis padres para darse
cuenta de muchas cosas y a rectificar muchas más. Entre otras,
la idea preconcebida que tenían de Ava. Ahora se han dado
cuenta de que lo que creían de ella era totalmente erróneo. Por
suerte, le pidieron perdón por todo lo que le habían hecho y
ella les perdonó de corazón. Ava les ha demostrado con su
educación y su saber estar, que lo que sucedió lo ha dejado
atrás y que los ha perdonado.
Lucy ha contribuido mucho a unir a mis padres con nosotros,
porque con su alegría y su amor puro ha conseguido derribar
las corazas y reticencias que mis padres aún podían tener.

Todo esto que nos ha tocado vivir, también nos ha servido a


Ava y a mí para darnos cuenta de lo que deseamos, que no es
nada más que estar juntos y ser felices teniendo a nuestro lado
a David, a Lucy y al bebé, un niño, que crece tras el ombligo
de mi preciosa Ava.

¿Qué más se puede pedir?

***

Antes de cerrar este libro, por favor, si me dejas tu opinión en


Amazon, Goodreads o tus redes sociales, me ayudas a que
pueda seguir publicando.

¡Muchas gracias!

Sarah Valentine
Nota de la autora

Querid@ lector@,

Si has llegado hasta aquí, déjame darte las gracias por haberlo
hecho. Deseo que hayas disfrutado estas historias y los hayas
amado tanto como yo mientras las creaba.

Si te gustan mis historias, te animo a que le des una


oportunidad a mis otras novelas publicadas. Mientras, yo
continúo trabajando para que dentro de muy poquito puedas
seguir leyendo mis nuevas historias.

Hasta pronto y feliz lectura,

Sarah Valentine
Tengo un regalo para ti

Si te ha gustado la historia de Ava y Bruce, te animo a que leas


El misterio del Conde, la primera entrega de la Serie Condes
escoceses (ya completa), donde podrás conocer la historia de
William Fraser, VI Conde de Buchan y dueño del castillo
Fraser, y de Amy, una joven neoyorquina, a la que la vida le
cambia de manera inesperada.

El misterio del Conde


Serie Condes escoceses, 1

Sarah Valentine
Prólogo
William

Destruyo todo lo que está a mi lado.

No merezco el amor de nadie.

¿Cómo voy a merecer el de ella?

Debo cargar con esta pesada losa en mi conciencia y


sobrevivir el resto de mis días como pueda.

Capítulo 1

Amy

Conducir en Manhattan es horroroso, por eso siempre he


preferido desplazarme en metro o en taxi por la ciudad. Pero
con las seis cajas que he tenido que cargar en el maletero, es
imposible moverse en transporte público. Por suerte, no he
encontrado demasiado atasco y he llegado antes de lo que
esperaba.

He preferido no avisar a Ben de que voy hacia la casa, porque


si no, se habría empeñado en traer él las cajas para que yo no
tuviera que ir tan cargada. La verdad es que es un encanto de
novio. Desde que la compramos, él ha sido el que se ha
ocupado de todo, porque dice que bastante tengo yo con mi
trabajo encargándome de decorar las casas de los clientes,
como para, además, ocuparme de la nuestra. Así que lo único
que me he limitado a hacer, ha sido diseñar y contactar con los
proveedores. Él ha sido quien se ha responsabilizado de todo
lo demás, la parte más pesada de la reforma y de la decoración.

Ben también se ha encargado de contactar y elegir la empresa


que nos organiza la boda. Ha sido él quien ha quedado siempre
con Ashley, la responsable del evento. Me he sentido muy a
gusto, porque es una chica muy simpática y amable, que se ha
preocupado por encontrarse con Ben tantas veces como él ha
necesitado para ultimar los detalles de la boda. Así que a estas
alturas y cuando queda algo menos de un mes para darnos el
«Sí, quiero», tenemos todo prácticamente listo y estoy muy
tranquila sin tenerme que ocupar de las mil y una cosas de las
que se está encargando mi prometido. Por eso, he decidido
empezar a llevar cajas hasta nuestra casa sin decirle nada. Ir
sacando cosas del apartamento que comparto con Kim en
Manhattan nos hace vivir con un poco más de espacio y sin
tantas cosas por en medio. La verdad es que una mudanza es
un fastidio y una de las cosas más estresantes que he hecho en
mi vida.

Aparco el coche justo delante de la puerta del garaje. No lo


entro, porque prefiero dejar las cajas en la entrada y el fin de
semana, cuando tenga más tiempo, ya las subiré a la planta de
las habitaciones, si es que Ben, para entonces, no las ha subido
ya.

Abro la puerta de casa y avanzo por el pasillo. La verdad es


que el suelo de tarima de roble tintado en color gris ha
quedado espectacular. Para no estropearlo, me quito los
tacones y los dejo en el zaguán. Prefiero poner el bolso en el
comedor para poder descargar las cajas sin cargándolo encima
también.

Camino de puntillas por el pasillo y entro al comedor, que


tiene las puertas de entrada cerradas. Me gustan mucho las
puertas lacadas en color blanco que elegí y haber puesto una
doble hoja, que permita dar acceso a la sala de manera tan
amplia, me maravilla. Tomo un pomo de cada hoja de la puerta
y las abro. La luz del gran ventanal, que da al jardín donde está
la gran piscina con jacuzzi que hemos construido me encanta
y, además, ilumina toda la estancia.

—Pero, Amy, ¿qué haces aquí? —grita Ben desde el sofá


con Ashley sentada a horcajadas sobre él y vestida solo con la
falda, que lleva enrollada a la altura de la cintura.

—¿Ben? —digo yo abriendo los ojos sin dar crédito a la


situación —¿Ashley?

—Cariño, esto tiene…—balbucea Ben sacando su miembro


del interior de la organizadora de nuestra boda, que intenta
taparse con las manos, aunque sin conseguirlo, sus enormes
senos.

—No me lo puedo creer —acierto a decir estupefacta ante el


espectáculo que tengo frente a mí y camino doy unos pasos
hacia atrás.

—Amy, déjame explicártelo…—añade Ben poniéndose los


pantalones.

Yo, que continúo caminando hacia atrás, acabo chocando con


uno de los carísimos muebles que importamos desde París y,
con el golpe, cae un jarrón que nos regaló la abuela de Ben y
que cuesta una auténtica fortuna. Al oírlo caer, Ben cierra los
ojos, yo, ni me inmuto. Continúo en mi avance hacia atrás en
un intento de alejarme de la situación que tengo frente a mí.
Choco con mi espalda en la pared, no me importa ensuciarla.
Busco a tientas con la mano izquierda y la derecha para
alcanzar la puerta. Necesito huir de ese lugar cuanto antes.

—Amy, déjame que te explique…

—No tienes nada que explicarme, déjame —le grite a Ben.

—Yo te quiero, mi amor —añade mi prometido que ya ha


llegado hasta donde estoy.

—¿Y por eso estabas follando con la organizadora de la


boda? —acierto a preguntarle con los ojos anegados.

—No es lo que parece —susurra intentando tomarme de las


manos.

—Creo que ha quedado muy claro lo que parece y lo que es,


Ben, déjate de tonterías —le digo tan seria como las lágrimas
me permiten.

—Son los nervios por la boda.

—¿Qué boda?

—La nuestra.

—¿La nuestra? Conmigo no te vas a casar, así que ya puedes


dejar de estar nervioso.

—Pero, Amy, por favor, eso lo dices ahora porque estás


exaltada.
—No, Ben, no estoy nerviosa. Tú me has engañado con
Ashley y vete a saber con cuántas más y, por lo tanto, no
pienso casarme contigo —afirmo de manera rotunda y
logrando que no se me quiebre la voz.

—No podemos anular la boda.

—¿Qué no podemos? —le pregunto con una mueca de


sonrisa en mis labios, que dista mucho de transmitir felicidad.

—No, las invitaciones están enviadas.

—Pues ya tienes trabajo: hablar con los invitados para


decirles que no hace falta que vengan…

—Pero…

—O, mira, se puede encargar Ashley, así ella podrá explicar


la causa de primera mano, ¿verdad? —me giro hacia ella, que
continúa vistiéndose tan rápido como puede.

—Amy, por favor, vamos a arreglarlo…—suplica Ben que se


ha puesto de rodillas.

—No hay nada que arreglar, porque te lo has cargado todo


—sentencio de manera tan seria como puedo —¡Ah! Y esto es
tuyo —le digo poniéndole el anillo de compromiso, y que
pertenecía a su familia, entre las manos.
En ese instante, me doy la vuelta y camino de manera ágil
hasta la puerta del zaguán donde había dejado mis tacones y el
bolso. Me calzo y cierro la puerta de aquella casa que nunca
sería mi hogar, ni el hombre que estaba dentro, mi marido.

Capítulo 2

Amy

Regreso hasta el pequeño apartamento que comparto con Kim,


mi amiga del instituto, a la que considero prácticamente como
una hermana. Durante el trayecto de vuelta, las imágenes de
Ben con Ashley montada encima de él se repiten dentro de mi
cabeza en bucle. No puedo dejar de llorar. Me siento engañada
y traicionada. De Ben, que siempre me había repetido una y
otra vez que yo soy la mujer de su vida y la futura madre de
sus hijos, nunca me habría esperado algo así. Aunque ahora,
echando la vista atrás, se me ocurren un montón de situaciones
que se había montado para estar a solas con Ashley durante el
último año en el que hemos estado con los preparativos de la
boda. Para encontrarse a solas con ella, siempre alegaba que
así yo podía desentenderme de todo eso y concentrarme en la
decoración de la casa, algo que me generaba mucho trabajo,
además de encargarme de las reformas y decoración de mis
clientes.

Evidentemente, siempre creí a Ben. Nunca pensé que su


interés por ocuparse solo él de todo lo que tenía que ver con la
boda fuera por su afición a meterse entre las piernas de
Ashley.

No puedo dejar de llorar. Agarro con fuerza el volante de piel


del coche, que justo en ese instante me doy cuenta de que es de
Ben. No sé cómo lo voy a hacer para desligarme de él y de los
cinco años de relación que hemos tenido. Tengo muchos lazos
que cortar y muchos nudos que deshacer entre nosotros. No sé
aún cómo lo haré, pero lo conseguiré.

Aunque conozco bien a Ben y sé que insistirá en que lo


perdone, volvamos a estar juntos y continuemos con los planes
de boda, no estoy dispuesta a perdonarle algo así. La
infidelidad es algo que no llevo nada bien y que ya me
prometí, después de lo que me hizo mi primer novio, que no
volvería a perdonar. Así que la relación con Ben ha llegado a
su final. Siento mucho tener que derribar todos los planes y
proyectos que habíamos construido entre los dos, pero sé que
no podría vivir con la sombra del miedo a que volviera a
engañarme en cualquier momento después de habernos casado.
Además, esa no sería una forma sana de empezar un
matrimonio. La confianza es la base sobre la que se construye
una pareja y una vez se ha roto, seguir edificando esa relación
es imposible sobre un cimiento tan endeble.

A pesar de que esto me duele mucho, porque siento como si se


me hubiese abierto el pecho y Ben me hubiese arrancado con
sus propias manos el corazón, sé que he de poner punto y final
a esta pantomima que, ahora me doy cuenta, ha sido nuestra
relación.

Cuando llegue al aparcamiento, dejaré las llaves de este coche


en la recepción de mi edificio y que sea Ben quien pase a
buscarlas por ahí. Vaciaré las cajas que había preparado para la
mudanza y reconstruiré mi vida de nuevo. Dicen que cuando
se saca algo de nuestra vida, dejamos espacio para que se
renueve la energía y podamos acoger algo mejor. Así que
cruzaré los dedos para que el espacio que deja Ben se llene de
cosas buenas para mí, aunque ni por asomo pienso ahora
mismo en otra relación. No me planteo tener nada con ningún
hombre, ¿para qué? ¿de qué me serviría volver a construir una
relación como lo he hecho durante los últimos cinco años para
después derrumbarla de un solo plumazo? Creo que no es
momento de pensar en nada de eso ahora mismo. Lo más
importante ahora es conseguir no venirme abajo y poder
continuar con mi vida, sin que me afecte demasiado este
terremoto que lo ha puesto todo patas arriba.

—Pero ¿qué hacen estas cajas aquí otra vez? —pregunta Kim
al entrar por la puerta a última hora de la tarde —. Seguro que
al final te has liado en la oficina y acabas de llegar a casa,
¿verdad? ¿Quieres que las llevemos ahora en un momento?

—Que va… —susurro desde el sofá hecha un ovillo y con la


televisión encendida, aunque sin mirarla.

—¿Te encuentras bien? —pregunta mi amiga al verme


acurrucada —Tienes el maquillaje corrido… Tía, ¿qué pasa?
—quiere saber con gesto de desconcierto.

—Ben me ha puesto los cuernos —susurro e intento


tragarme las lágrimas, aunque solo se queda en eso, en un
intento.

—¿Qué dices? Anda ya, no me tomes el pelo, venga —


afirma tomándome por la barbilla para que la mire.

—No te tomo el pelo —musito.


—Pero, a ver ¿qué ha pasado? —pregunta haciéndose sitio
junto a mí en el sofá.

—Pues eso, que lo he pillado…

—¿Cómo que lo has pillado?

—Eso… que lo he pillado… Cuando he llegado a casa para


dejar las cajas que te has encontrado en el recibidor, lo he
descubierto follando en el sofá…

—Pero, ¿con quién?

—Con Ashley…

—¿Ashley? ¿Qué Ashley?

—La de la boda…

—¿La tipa que os organiza la boda?

—Sí.

—Pero ¡qué fuerte me parece! ¡Será capullo! Se va a


enterar… Le voy a decir cuatro cosas que le van a quitar las
ganas de ponerte los cuernos…

—No, no, Kim, ya le he dicho yo todo lo que tenía que


decirle.

—Será cerdo, joder…


—No te preocupes, no voy a volver con él y se lo he dejado
muy claro.

—Pues me parece muy bien, porque no se merece ni que lo


mires a la cara. Ya le vale… Serte infiel…

—Sí, supongo que de ahí venía su interés por encargarse él


de los preparativos de la boda…

—Pero, ¡será cínico!… ¿Para qué iba a casarse contigo si te


estaba poniendo los cuernos?

—No lo sé, Kim.

—Hay que ser muy cabrón, joder —reniega mi amiga


mientras me rodea con sus brazos y yo no puedo ya evitar
llorar dando hipidos.

—Llora, tía, llora y desahógate. Pero ese que no aparezca


por aquí, porque como lo vea, le voy a decir cuatro frescas que
se le van a quitar las ganas de asomar la nariz por donde tú
estés.

—No te preocupes. Ya le he devuelto el anillo de


compromiso y mañana mismo preparo todo lo que tengo de él
por aquí, lo meto en cajas y se lo envío a su casa por
mensajería.
—Bien hecho —afirma Kim volviendo a abrazarme —¿Y
con la casa qué vas a hacer?

—Pues no me ha dado tiempo a pensar demasiado en eso…


Pero si algo tengo claro es que yo no voy a ir a vivir allí.

—Claro que no, tenemos nuestro apartamento donde


vivimos las dos estupendamente, no tenemos piscina ni jardín
y estamos un poco apretaditas, pero no necesitamos nada más,
¿a que no?

—Nada más, Kim.

—Eso, nos tenemos la una a la otra.

—Sí… Y sobre la casa le diré a la abogada de mis padres


que se encargue de negociar con él para venderle mi mitad y
todo lo que hay dentro.

—Me parece genial, cuanto antes te desvincules de todo lo


que tenga que ver con él, mejor.

—Sí, por mucho que me duela.

—Lo conseguirás, tía, ya verás. Además, ya sabes que me


tienes a mí para lo que necesites.

—Gracias, Kim, no sé qué haría sin ti —susurré entre


lágrimas y la estreché de nuevo entre mis brazos.
Capítulo 3

Amy

A veces es como si todo se pusiera de acuerdo para hacerte la


vida un poco más difícil. No tengo ni idea de por qué sucede
eso, pero es como si los astros se alinearan para que día tras
día surja algo que te ponga otra vez patas arriba tu presente.

Soy decoradora de interiores y trabajo para una agencia que se


encarga de llevar a cabo proyectos de renovación integrales de
viviendas y negocios. Me gusta mi trabajo, aunque hay
temporadas en las que hay mucho, incluso demasiado, para
qué voy a suavizarlo. Durante el último año he trabajado
muchas horas, no solo por la decoración de la casa que iba a
compartir con Ben, si no por el volumen de proyectos que
hemos llevado en la agencia. Además, mi jefe está de muy mal
humor porque la semana pasada perdimos a uno de los clientes
más importantes para nosotros y eso nos hará que a final de
año facturemos varios cientos de miles de euros menos. Así
que, Matt, mi jefe, se ha escudado en que tenemos que reducir
gastos para no cubrir la baja de Alison, que en breve tendrá un
bebé y no puede trabajar por prescripción médica. Y por si eso
fuera poco, también tenemos que repartirnos a los clientes de
Alison entre el resto de diseñadores.

El volumen de trabajo, las reclamaciones de los clientes, que


algunos se piensan que además de ser diseñadora debo saber y
encargarme de todos los contratiempos que surjan durante la
reforma, las continuas llamadas de Ben rogándome que nos
veamos y las de los invitados, que quieren saber qué ha
sucedido para que haya anulado la boda, me hacen estar al
límite.

Estoy tan agobiada que tengo que salir a la terraza que


tenemos en el despacho en varias ocasiones para que me dé el
aire y olvidarme del teléfono por unos minutos, pero a eso de
las once de la mañana, cuando tengo casi cien correos
electrónicos sin abrir, una llamada de un cliente de Alison
enfadado, tres notas para devolver, cuatro llamadas a otros
tantos clientes descontentos, y una reunión programada en
menos de una hora con Matt y otros socios de la agencia,
empiezo a sentir cómo me falta el aire. A pesar de estar en la
terraza notando el aire frío de Manhattan dándome en la cara y
revolviéndome el pelo, es como si fuera incapaz de meter ni un
solo gramo de aire en mis pulmones. Empiezo a sudar, aunque
solo llevo un fino jersey de lana y estamos a muy baja
temperatura.

La verdad es que no sé qué ha sucedido, pero he acabado por


el suelo y con un buen chichón en la cabeza por la caída.
Cuando vuelvo en mí, tengo a Matt sosteniéndome los pies
hacia arriba, yo continúo con la espalda en el suelo y veo a la
chica de recepción dándome aire. Mis compañeros, que están a
nuestro alrededor, me contemplan alertados.

—Ahora viene una ambulancia, Amy, no te preocupes —me


dice la chica de recepción que se afana en darme aire con el
dossier de la reforma de uno de los clientes.

—¿Una ambulancia?

—Sí, porque te has desmayado.

No recuerdo nada de lo que ha sucedido, pero no me importa.


Solo intento concentrarme en el aire que Alison me da con su
improvisado abanico.

Esa misma tarde salgo del hospital con un diagnóstico de un


cuadro de ansiedad severo y con una prescripción de
ansiolíticos y de una baja laboral que me permita reducir el
nivel de estrés para que la ansiedad recule y vuelva a
encontrarme bien.

—Mamá, ¿qué haces aquí? —digo al salir del hospital y


encontrarme a mi madre en la misma puerta.

—Hemos venido a buscarte.

—Pero, ¿cómo te has enterado de que estaba aquí?

—Kim me ha llamado y justo después de colgar, tu padre y


yo nos hemos metido en el coche y para aquí que nos hemos
venido —responde, sonriéndome y dándome un abrazo.

—No hacía falta, mamá —contesto. La abrazo y disfruto de


su olor, ese que me recuerda a mi infancia y estaba a salvo con
mis padres; cuando no existían los problemas, el estrés, ni las
traiciones. Cuando todo era sencillo.

—Pero ¿qué haces? —pregunté a Kim al llegar a casa y


encontrarla metiendo mis cosas en mi maleta.

—Pues hacerte la maleta, ¿no lo ves? —me contesta mi amiga


con total naturalidad. Me giro hacia mis padres, que están a mi
espalda, y es cuando veo que ellos me miran sonrientes.
—¿Se puede saber qué estáis tramando? —pregunté mirando a
uno y a otro.

—Hemos pensado que estos días de baja te iría bien venir a


casa. Estar lejos de la ciudad te sentará bien y hará que te
olvides de todo. Seguro que cuando regreses estarás mucho
mejor —me dice mi padre. Se acerca a mí y toma mis manos
entre las suyas mientras yo sigo mirando atónita a Kim llenar
mi maleta.

—¿Ya lo tenéis todo planeado?

—Sí —me dice Kim sin ni siquiera levantar la mirada de la


ropa que tiene entre las manos.

—Veo que todo está decidido, entonces.

—Ya sabes cómo son —dice mi padre alzando los hombros y


con una media sonrisa.

—Sí, más vale no oponerse —resoplo.

Las tres semanas que paso en casa de mi familia, disfrutando


de los deliciosos platos que prepara mi padre, los mimos de mi
madre y jugando con Rick, su simpático golden, pasan en un
abrir y cerrar de ojos. La verdad es que estar lejos del trabajo y
de mi casa en Manhattan me sienta estupendamente. Aunque
todavía no consigo dormir demasiado bien por las noches,
empieza a aligerarse la presión que se me había instalado en el
pecho por culpa de la ansiedad y el estrés. Sin embargo,
aunque me encuentro mejor, no me siento preparada para
regresar a la agencia y sumergirme de nuevo en la espiral de
trabajo en la que he vivido durante los últimos meses.

Ben parece que se ha dado cuenta de que nuestra relación se ha


acabado de forma definitiva. Supongo que mis negativas a
cogerle el teléfono y la conversación telefónica que tuvo con
mi madre, le ha servido para entender que yo no volvería con
él y lo mejor que podía hacer era quedarse con la casa que
habíamos comprado entre los dos y darme a mí la parte que me
correspondía.

No sé lo que debe estar pasando por la cabeza del que había


sido mi novio, pero la cuestión es que ha aceptado quedarse
con mi mitad de la casa. Así, después de ratificar la venta de
manera legal, todos los hilos que nos mantenían atados han
quedado cortados.

Tras dar ese paso, he conseguido volver a sentirme libre por


primera vez después de mucho tiempo. Tengo varios miles de
dólares en mi cuenta y muchas ganas de vivir, de
reconciliarme conmigo misma, con lo que ha sucedido de
manera tan imprevista en mi vida, y de dejar el estrés atrás.

Después de haber dado ese paso de gigante en mi vida, lo


único que me continúa uniendo a ese malestar de mi pasado es
mi trabajo. Gracias al dinero que tengo en el banco por la
venta de la mitad de la casa a Ben, puedo permitirme estar un
tiempo sin trabajar. Así que después de aquellas semanas en
las que había estado de baja, paso por la agencia para reunirme
con mi jefe.

—Me alegra mucho verte de nuevo por aquí, Amy —me dice
invitándome a que me siente en la silla que hay al otro lado de
la mesa de su despacho.

—Gracias.

—¿Cuándo crees que podrás incorporarte?

—Pues no lo sé…

—¿Cómo que no lo sabes? ¿Continúas mal?—pregunta a la


vez que arruga el ceño.

—Estoy mejor…

—Vaya, me alegra oír eso —dice apoyando la espalda en el


respaldo de su sillón de piel y dando un resoplido de alivio.

—Sí, pero quiero tomarme un tiempo de descanso.


—Bueno, has estado de baja un tiempo.

—Sí, pero no es suficiente, me gustaría tomarme un año


sabático.

—¿Un año?

—Sí, necesito desconectar de todo esto —digo mirando a mi


alrededor.

—Entiendo, pero la agencia te necesita —afirma con


rotundidad, echando el peso sobre los codos, que ha vuelto a
apoyar sobre la mesa.

—Sí, pero, ¿sabes qué sucede?

—¿Qué?

—Que yo me necesito más a mí. Después de todo este tiempo


de ir como pollo sin cabeza, me he olvidado de vivir y necesito
respirar, dormir hasta que el sol me despierte y disfrutar de la
vida.

—Te entiendo, Amy, pero ya sabes cómo vamos en la agencia.

—Lo sé, pero mi salud va primero. Comprendo que no aceptes


lo que te estoy diciendo, que prefieras despedirme y contratar
a otra persona en mi puesto —le digo sin que me tiemble la
voz ni un solo momento, a pesar de que por dentro tiemblo
como un flan.
—Necesito a una persona que ocupe tu lugar, pero no quiero
prescindir de ti de manera definitiva.

—Vaya, gracias, no me esperaba esta respuesta —respiro


aliviada.

—Tómate el tiempo que necesites, pero, por favor…

—Dime…

—Regresa —me ruega mirándome a los ojos.

—Así lo haré —respondo mirándole también a los ojos.

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