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El vértigo que somos


Por Te escuchamos - Publicado el 20 de diciembre de 2021 - 4 min. Ver 1 comentarios

Aceptar y encarar la pregunta por nuestra identidad, la pregunta acerca de quiénes somos, es una de las cuestiones losó cas más importante que podemos hacernos como individuos.
Fotografía de Eva Elijas (CC0).

«Nosotros los que conocemos somos desconocidos para nosotros». Así empezaba
Nietzsche La genealogía de la moral. La pregunta por la identidad no sólo es una
pregunta crucial para el saber losó co, sino que trastoca toda la existencia del que la
investiga. A diferencia de otras preguntas, en esta nos va —literalmente— nuestra
propia vida.

Por Pablo Fernández Curbelo

Somos, a primera vista, un cuerpo. En nuestro interior habitan, desordenados,


pensamientos, deseos y emociones. Y tanto el uno como los otros están en continuo
cambio, trasmutan. Ante tal descubrimiento, la pregunta «¿quién soy yo?» nos atraviesa
con furia —aunque nos lleve acompañando desde la Antigua Grecia hasta la actualidad—.

Sócratesfue de los primeros en acuñar la frase «conócete a ti mismo» y en proclamar,


con acierto, que una vida no examinada no es digna de ser vivida. Su máxima pretende
conducirnos hasta el conocimiento y distinguirnos de la multitud, puesto que en el fondo
estamos, como expresó Rilke, «indeciblemente solos». Y es precisamente esta pasmosa
soledad la que nos incita a cuestionarnos nuestra propia identidad.

Ante todo, somos un cuerpo, pero nuestro Ser transciende lo tangible. Ello nos
complace. Al n y al cabo, somos mucho más que un árbol o una or: somos un eterno
lugar de revelaciones. Poseemos un mundo interior que nos distingue de las cosas y que
nos hace humanos, pero un mundo del que nunca podremos escapar. Estamos, por tanto,
eternamente solos en nuestra propia incógnita. Y, al ahondar en lo que somos, reparamos
en sus formas angostas, ajenas y recónditas, esas que nos sobrecogen, como escribe
Plath, con «palabras tan apagadas, tan feas, tan vacías y débiles…». O como con esa en su
poema Olmo (1962):

«Me aterroriza esta cosa oscura


que duerme en mí;
siento todo el día sus giros suaves y ligeros, su maldad».

En nuestro interior habitan, desordenados, pensamientos, deseos y emociones. Poseemos


un mundo interior que nos distingue de las cosas y nos hace humanos, pero un mundo del
que nunca podremos escapar

Descubrimos así que el hombre no es, ni por asomo, aquel ser


racional del que hablaban los griegos. ¡Alabado sea Freud! El
hombre es, en suma, irracional: ama fervientemente, hasta
enloquecer; se enfurece; es malo a veces; siente envidia y tiene
deseos ocultos. Esta revelación expande la pregunta original. El
«¿quién soy yo?» de Sócrates se torna en una incógnita de
límites desdibujados. La posible respuesta se vuelve grotesca,
más sombría.

«Soy un signo de interrogación rodeado de ojos y de fuego»,


escribió la poeta Alejandra Pizarnik en su diario durante el
verano de 1955. Su sumersión a las profundidades del yo, tan
Diarios, de Alejandra Pizarnik
honda y veraz como la que más en la literatura en español,
(Lumen).
acabaría con su vida.

Como ella, los mejores escritores y poetas abrazaron la incertidumbre alrededor de la


gura del hombre y de su papel en el mundo. Emprendieron un peligroso viaje de
introspección y dejaron constancia de sus descubrimientos. Rimbaud, por ejemplo, tras
una corta pero intensa vida de exaltaciones, escribe: «Acabé por encontrar sagrado el
desorden de mi espíritu». Esto no es sino encontrar respuestas en la raíz de la pregunta.

Volviendo al principio: somos un cuerpo, pero no solo eso. Somos un amplísimo abismo
de una frondosidad inenarrable. Y estamos solos; no podremos nunca escapar de
nuestras propias paredes. ¿Y qué hay entre ellas? El yo, una densa negrura. Y, ahora, la
mejor parte: a todos nos sucede lo mismo: somos una interrogación en llamas.
Finalmente, nuestra pérdida nos deja suspendidos en una bellísima intimidad que tiende
a la confabulación: «Yo no soy nadie», nos dice Dickinson como si susurrara, «¿Quién eres
tú? / ¿Tú también eres nadie? / Entonces hay un par de nosotros, ¡no lo digas!». Y dos
seres se rozan en un silencio tan blanco como la nieve.

Sobre el autor

Pablo Fernández Curbelo vive en Canarias, tiene 16 años y estudia Bachillerato


en el Colegio Alemán de Santa Cruz de Tenerife. Su primer recuerdo es con un
libro en la mano.

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Juan Carlos

23 de diciembre de 2021

Brillante. No imaginé que tenia 16 años.


Pero, somos algo más que un cuerpo?

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