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Expresión de desdén, incredulidad, protesta, rechazo o desestimación.
Pero sólo toma el tenedor y un rollo de canela, dejando el otro
aún en mi poder.
―¿Qué pasa con el...?
―No me gusta comer solo ―dice, moviendo perezosamente el
tenedor hacia el asiento de su izquierda―. Siéntate.
―Gracias. ―Me acomodo en la silla a su lado y vuelvo a
levantarme―. Oh, pero sólo he traído un...
Hollis me da el tenedor de plástico negro, se levanta y coloca
su recipiente en la silla. Un minuto después vuelve con otro
tenedor y se acomoda a mi lado.
Una vez más, me sorprende la extraña yuxtaposición de su
personalidad. No es muy simpático y, sin embargo, es tan amable.
―Soy Millicent ―le digo, dándome cuenta de que
probablemente no recuerde mi nombre―. La mayoría de la gente me
llama Millie.
―Millicent. Bien. ―Clava el tenedor en su bollo de canela―.
Soy Hollis. Hollis Hollenbeck.
―Lo sé.
Levanta el tenedor, coronado con un bocado gigante que es en
su mayoría glaseado.
―Salud ―dice, apenas haciendo contacto visual antes de
metérselo en la boca. Para ser tan gruñón, es muy lindo.
Nos quedamos en silencio un rato mientras comemos. Bueno,
silencio salvo por el ocasional zumbido de satisfacción de Hollis.
Entonces me pide que le dé una servilleta y pienso que es una
oportunidad tan buena como cualquier otra para iniciar una
conversación.
―¿Así que te vas a Miami? ―le pregunto.
―Síp ―contesta con un bocado de rollo de canela en la boca.
―¿Por negocios o por placer?
―Por las dos cosas. ―Creo que eso es todo lo que voy a
conseguir, pero cuando termina de masticar, continúa―: Le prometí
a mi agente un borrador terminado de mi nuevo proyecto para
finales del mes que viene, pero parece que últimamente no puedo
poner palabras en la página. Así que espero que una semana... de
relax con mi, uh, amiga me ayude. Ella ha sido... útil en el pasado.
Con la relajación.
Sumo sus "uh" y pausas hasta que tienen sentido.
―¿Vas a Miami a una cita sexual?
―Esa no es la expresión que yo usaría. ―Sus ojos se desvían
hacia mí por un momento antes de volver al envase de Cinnabon―.
Pero sí.
―¿Y crees que eso curará tu bloqueo de escritor?
Deja el tenedor y dirige toda su atención hacia mí por primera
vez desde que me senté. Le echo un vistazo lo bastante largo y
directo a los ojos como para darme cuenta de que el marrón coñac
no es en realidad todo marrón, sólo un 80 por ciento; hay un poco
de azul en la parte superior derecha, como el mar encontrándose
con la arena.
―No es un bloqueo ―dice Hollis―. Es un... pequeño atasco.
Nada que una semana con una mujer preciosa en un apartamento
frente al mar no pueda eliminar.
―Bueno, espero que sea... ¿satisfactorio?
―Gracias ―dice mientras toma otro bocado. Hace una pausa,
con los ojos cerrados, saboreando, disfrutando más de lo que nadie
debería poder disfrutar de la comida de un aeropuerto. Entonces
abre los ojos detrás de las gafas, el momento de éxtasis parece
haber terminado―. ¿Y tú? ¿Qué vas a hacer en Miami?
―No mucho. Sólo me quedaré una noche, luego conduciré a
Key West a primera hora de la mañana.
―¿Vacaciones?
―No exactamente. Voy con una amiga ―le digo.
Hollis echa un vistazo a la terminal como si tratara de
localizar a mi compañera de viaje.
―¿Se encuentran allí?
―No, no, la señora Nash está muerta y en mi mochila. ―La
parte de mí que debería haber registrado que esto es una cosa rara
que decir parece estar en un almuerzo tardío. Bueno, ya ha salido
de mi boca, ¿qué se le va a hacer?
Casi se atraganta con el siguiente bocado. Tal vez debería
haberle comprado una botella de agua.
―Um. Siento... tu pérdida...
―Gracias. Me llevo tres cucharadas de sus cenizas a Key West
para reunirla con el amor de su vida. Darle la felicidad que se
merece.
―Claro. Sé que nunca salgo de casa sin la cartera, las llaves,
el teléfono y una bolsa de diez centavos con las cenizas.
Lo miro y veo que su expresión coincide con su tono
inexpresivo.
―Esto no me hace ningún favor, ¿verdad? Estoy segura de
que Josh le ha contado a todo el mundo todo tipo de historias
sobre lo rara que soy.
―Oh, absolutamente. Y dijo que por eso terminó las cosas.
Así que Josh está afirmando que rompió conmigo. Supe desde
el momento en que lo dejé en la fiesta de lanzamiento del libro...
Que él era el herido, totalmente inocente, y que yo lo alejé por ser
demasiado difícil en mi rareza. Pero saber que alguien
probablemente está hablando de ti a tus espaldas y escuchar que
alguien definitivamente lo está haciendo son cosas diferentes. Que
Josh culpara de la ruptura a mi personalidad en lugar de reconocer
lo que hizo no debería doler, pero duele.
―No es que le dé mucha importancia a lo que diga Josh
Yaeger ―continúa Hollis―. Nunca conocí a un imbécil más grande.
Si atropellara al gato de una niña, contaría la historia como si él
fuera la verdadera víctima.
―Es una forma extraña de hablar de tu amigo ―digo, aunque
sus palabras me llenan de esperanza de que me esté viendo a
través de sus propias gafas en lugar de las tintadas por Josh.
―Yo no nos llamaría exactamente amigos. Somos más...
Recuerdo las cosas que Josh solía decir sobre Hollis y su
escritura. Nada más que un glorificado periodista sin escrúpulos. Ni
siquiera habría sido aceptado en un programa MFA si su padre no
fuera un gran erudito de la literatura.
―¿Amigos?
―Conocidos competitivos ―contesta.
―Compañeros de odio.
Hollis me frunce el ceño. Como una C borracha que cae sobre
su cara.
―Sea lo que sea lo contrario de tener facilidad de palabra,
Millicent, creo que tú lo tienes.
Probablemente lo ha dicho como un insulto, pero por alguna
razón lo siento como un cumplido. Algo me dice que Hollis
Hollenbeck me encuentra divertida a regañadientes, y ése es el tipo
de poder que más me gusta tener sobre una persona. ¿Cómo sería
hacerlo sonreír? ¿Cómo se vería eso en su rostro apuesto pero
pétreo? Me encantaría averiguar qué hay que hacer para darle la
vuelta a esa C antes de que embarquemos en el vuelo y tomemos
caminos distintos.
Quizá pruebe con una broma de toc-toc.
Un repentino alboroto me distrae de mis esfuerzos por
recordar el chiste que alguien me contó en el autobús la semana
pasada. Pero no es localizado; las exclamaciones y blasfemias se
han apoderado de toda la terminal.
―¿Qué está pasando? ―le pregunto a Hollis.
―No estoy seguro… ―dice, estirando el cuello para ver más
lejos―. Oh, mierda. Vuelo cancelado.
¿Por qué la gente que espera otros vuelos se enfada porque el
nuestro se ha cancelado? O espera, ¿ha dicho "vuelo", como en
"nuestro vuelo", o "vuelos", como en plural? Echo un vistazo por
encima del hombro para mirar por las ventanillas por si el tiempo
ha dado un vuelco repentino, pero aparte de unos cuantos charcos
de la tormenta de anoche, es un día seco de finales de mayo.
―¿Por qué? ―pregunto, como si Hollis supiera más que yo
sobre lo que está pasando.
―No lo sé ―responde con cierta irritación, sin dejar de mirar
en dirección al tablón de llegadas y salidas frente a nuestra
puerta―. Pero parece que es... la mayoría.
El personal de la aerolínea que se había amontonado en torno
al mostrador de nuestra puerta se ha dispersado y permanece de
pie como guardias alrededor de la terminal, preparándose para
librar batalla con un puñado de clientes iracundos; no es una
buena señal.
―Buenas tardes ―dice una voz de mujer por megafonía,
apenas audible por encima del estruendo―. El sistema de atención
al pasajero utilizado por varias aerolíneas está sufriendo una avería
en todo el país. Por su seguridad, los vuelos afectados han sido
suspendidos hasta que se restablezcan los sistemas. Los pasajeros
deben hablar con los representantes del servicio de atención al
cliente de su aerolínea sobre reembolsos y nuevas reservas.
Otro estallido de ruidos de descontento llena la terminal
mientras se repite el anuncio. Hollis tira su envase vacío de
Cinnabon a la papelera cerca de su asiento sin levantar la vista del
teléfono.
Mi corazón palpita de ansiedad mientras repaso mis opciones.
Una: quedarme aquí y esperar que solucionen pronto el problema o
que pueda encontrar un asiento en una aerolínea que no se vea
afectada. Poco probable, teniendo en cuenta que es el fin de
semana del Memorial Day; ya fue bastante difícil conseguir este
vuelo con poca antelación. De acuerdo, entonces dos: ¿Un tren?
¿Podría este problema afectar también a las reservas de tren? ¿Y
cuánto dura un viaje en tren desde aquí hasta Florida? La tercera:
Podría intentar tomar un autobús. No sé si hay una ruta directa de
DC a Miami, pero debe haber una que vaya al menos un poco al
sur, y eso es un progreso. Cuatro...
―Vaya ―dice Hollis, dándose una palmada en los muslos
antes de levantarse―. Voy a salir y ponerme en camino antes de
que haya un éxodo masivo. ―Comprueba el reloj negro de su
muñeca―. Quizá pueda atravesar Virginia antes de la hora de
cenar. Me alegro de volver a verte, Millicent. Mucha suerte con lo
de la entrega de la señora muerta. ―Él y su bolsa de viaje se alejan
antes de que mi cerebro pueda terminar de procesar sus palabras.
―¡Espera! ―Agarro mi mochila y el asa de mi equipaje de
mano. Mis zancadas más cortas y una rueda de maleta torcida me
retrasan, pero de algún modo lo alcanzo a pocas puertas de
distancia―. ¿Tienes auto? ―Me las apaño entre mi respiración
vergonzosamente agitada.
―Sí, tengo.
―¿Y vas a Miami en auto? ―Me esfuerzo por seguir su ritmo.
Probablemente mida 1,80, pero yo sólo mido 1,65 en un buen día.
Mis cortas piernecitas necesitan dar dos pasos por cada uno suyo,
y a mi cuerpo le molesta que lo obliguen a hacer cardio.
―No veo qué otra opción tengo ―dice―. No voy a malgastar mi
limitado tiempo de vacaciones esperando a que las aerolíneas
arreglen su mierda. Según la gente de la industria aérea en Twitter,
podrían ser horas, tal vez días. ¿Y luego lidiar con los trámites
burocráticos para cambiar de vuelo? ¿En un fin de semana festivo,
cuando todo el mundo está luchando por conseguir plazas
limitadas? No, conducir será casi seguro un dolor de cabeza menor.
Y me dará tiempo para pensar.
―Déjame ir contigo.
―¿Qué?
―Déjame ir contigo ―le suplico―. Por favor. Incluso podemos
repartirnos la conducción.
Hollis niega con la cabeza.
―Nadie más que yo conduce mi auto.
Por lo que recuerdo, Hollis es profesor de inglés. ¿O tal vez un
profesor en uno de los colegios comunitarios locales? Algo que Josh
criticaba como de bajo nivel pero que secretamente le daba mucha
envidia. En cualquier caso, dudo que esté forrado de dinero.
―Te pagaré por las molestias. Di tu precio. De verdad. Estoy
desesperada por llegar a Florida lo antes posible.
―Lo siento. No hay suficientes rollos de canela en el mundo.
―Wow. Wow. ―Dejo de caminar y pongo las manos en las
caderas.
Casi espero que Hollis siga avanzando, dejándome atrás sin
pensárselo dos veces, pero se detiene. Se vuelve hacia mí con un
suspiro audible.
―Mira, no te lo tomes como algo personal, Millicent. Seguro
que eres una compañía agradable. Pero este viaje es para mí una
cuestión de dos cosas: sexo sucio e inspiración. Y a menos que
puedas proporcionarme una o ambas cosas, es poco probable que
los beneficios de tu presencia compensen las molestias. ―Alarga la
mano y me da una palmada en la cabeza―. Lo siento, chica. Buen
viaje.
El gesto es tan condenadamente condescendiente que quiero
lanzarme sobre su espalda mientras se aleja. Pegarme a Hollis
Hollenbeck como un percebe y negarme a quitarme hasta que
acceda a llevarme con él. Pero la logística de hacerlo mientras
sujeto mi mochila y mi maleta es demasiado complicada, así que
miro el cartel que hay sobre mi cabeza y sigo la flecha que señala
los autos de alquiler.
DOS
Mike parece agradable. Quiero decir, sé que mucha gente
parece agradable pero no lo es. Probablemente hay algunos
asesinos en serie que parecen realmente agradables por ahí. Pero,
¿cuáles son las probabilidades de que me acerque a un asesino en
serie de aspecto agradable de entre toda la gente que espera un
auto de alquiler en el aeropuerto? No soy una estadística ni nada,
pero los números están innegablemente de mi lado aquí. Además,
nos conocemos desde hace diez minutos y Mike ya me ha enseñado
un centenar de fotos de su mujer desde hace veinte años y de sus
tres carlinos ancianos, Rockem, Sockem y Robot. Es grande y
parece mimoso. Parece un osito de peluche, suponiendo que el
osito lleve un traje gris a rayas de Men's Wearhouse.
Probablemente tenga unos cincuenta años y no tiene ni idea de que
yo salía en la tele. Mi instinto me dice que Mike es de lo más
inofensivo que hay. Y lo que es más importante, ha conseguido uno
de los últimos autos de alquiler del área metropolitana y está
dispuesto a aceptar 400 dólares a cambio de que lo acompañe a
Charlotte, Carolina del Norte.
Mientras esperamos a que el sobrecargado personal del
servicio de alquiler de autos localice las llaves de nuestro Hyundai
Sonata, mi nuevo amigo me lanza una mirada de auténtica
preocupación.
―¿Y estás segura de que no estás huyendo de la ley ni nada
por el estilo, verdad? ¿Nada que me meta en problemas?
―No, no. Sólo estoy en una misión muy importante.
―'Una misión de Dios', ¿eh? Me encantan The Blues Brothers.
―Se ríe para sus adentros―. Son 106 millas hasta Chicago,
tenemos el depósito lleno, medio paquete de cigarrillos, está
oscuro... y llevamos gafas de sol. Es broma, vamos a Charlotte, no
te preocupes. Aunque Chicago tiene unos perritos calientes
estupendos. Hey, ¿ya te mostré el video de Rockem y Robot
peleando por un perro caliente?
¿Ves? Inofensivo.
Pero por si acaso, debería avisarle a alguien que estoy
haciendo esto. No voy a aterrorizar a mis padres. Para empezar, ni
siquiera saben que voy a hacer este viaje; se convierten en un
manojo de nervios cada vez que viajo sola y luego, inevitablemente,
me obligan a llamarlos cada treinta minutos para asegurarles que
estoy viva y bien. Llama, Millie, no esa tontería de los mensajes de
texto. Necesitamos oír tu voz. Por no hablar de que mi padre avisa a
todos los familiares y viejos amigos que tenemos en el estado de
Florida de que voy a estar "por la zona", haciéndome quedar mal
cuando no conduzco cinco horas para visitarlos. Mi hermano
pequeño está estudiando en el extranjero, en Dinamarca, y estoy
bastante segura de que si no me ven, no me recuerdan cuando se
trata de él. No es alguien en quien confiaría para que se diera
cuenta con prontitud si desaparezco. Y aunque tengo una amplia
franja de personas que aprecian mi compañía en pequeñas dosis (o
quizá salen conmigo porque les gusta poder decir que conocen a
alguien que solía ser famosa), en realidad no tengo ningún amigo
de verdad. Sólo la señora Nash, y se ha ido.
Así que saco el móvil y le mando un mensaje a mi prima
favorita y menos crítica, Dani: Iba a volar a Florida, pero han
cancelado el vuelo, así que me llevarán en auto hasta Carolina del
Norte. Si no sabes de mí antes de medianoche, dile a la policía que
me vieron por última vez con Mike Burton de Charlotte. Alrededor de
50 años, negro, calvo, bastante alto, y muy abrazable.
En cuestión de segundos, Dani envía un emoji de pulgar
hacia arriba.
Mike está revisando su teléfono, todavía buscando ese vídeo
de Rockem y Robot con el perrito caliente cuando la señora del
auto de alquiler vuelve con las llaves. Pero cuando me giro hacia la
salida que necesitamos para llegar al estacionamiento, Hollis
aparece detrás de mí, con los brazos cruzados sobre el pecho.
―Hola de nuevo ―le digo.
―Hola. ―Hollis señala a Mike con la barbilla―. ¿Quién es
éste?
―Hollis, te presento a Mike. Mike es un ejecutivo de hospital
que vuelve a Carolina del Norte de una conferencia. Mike, este es
Hollis, un escritor gruñón y bloqueado de camino a una cita sexual
en Miami.
Mike lanza una mirada interrogante a Hollis pero dice―:
Encantado de conocerte.
―Igualmente ―responde Hollis.
―Mike se ha ofrecido amablemente a que viaje con él a
Charlotte.
―Pero tú vas a Key West. Charlotte no está ni a mitad de
camino.
―Gracias, Capitán Obvio ―le digo―. Sé cómo funciona la
distancia. Pero los mendigos no pueden elegir. Estoy segura de que
lo resolveré. Quizá los aviones vuelvan a funcionar cuando
lleguemos, o encuentre mi propio auto de alquiler, o un autobús, u
otro amable desconocido...
Hollis se pasa las manos por el cabello y emite un sonido
intermedio entre un suspiro y un gemido.
―Bien. Toma las maletas, Millicent.
―¿Qué?
―Toma tus maletas. Puedes venir conmigo a Miami.
Mis manos se dirigen a mis caderas. Probablemente debería
alegrarme de que haya cambiado de opinión, pero ahora mismo
estoy sobre todo enfadada. Si Hollis iba a ceder y dejarme ir con él,
¿por qué no lo ha hecho antes? Ya hemos perdido mucho tiempo,
tiempo que no tengo precisamente.
―Creía que habías dicho que, a menos que pudiera ofrecerte
sexo o inspiración, no me querías cerca.
Los ojos de Mike rebotan entre nosotros. Es como el vídeo que
me enseñó de Sockem observando un partido de tenis en su parque
local. Al parecer, los carlinos son muy populares en TikTok.
―Perdona, si pudieras darnos un minuto ―le dice Hollis a
Mike mientras me guía a un lado para que podamos continuar
nuestra conversación en relativa intimidad―. Si es tu equipaje en
mi maletero o tus partes del cuerpo desmembradas en el de otra
persona, preferiría lo primero.
―Discúlpame. Mike es encantador y muy no-asesino.
Hollis vuelve a mirar a Mike, que está sonriendo a su teléfono
y tarareando "Soul Man".
―No estoy preocupado por Mike. Mike probablemente esté
bien. Pero es un viaje largo de Charlotte a Miami, y por lo visto
tienes muy pocos reparos en pedir que te lleven desconocidos. Así
que discúlpame si prefiero estar segura de que llegas a Florida
sana, salva y con todos tus miembros intactos.
―Ooh, peligro-extraños ―digo moviendo los dedos en el aire―.
¿Has olvidado que tú también eres un extraño, Hollis?
―No soy un extraño. Ya nos conocemos.
―Ni siquiera lo recuerdas.
Su ceño se frunce.
―Bueno, sé que estás a salvo conmigo. Y como hago esto por
mi propia tranquilidad, eso es lo que importa.
―Oh, claro. Cierto. Porque sólo haces cosas amables por
egoísmo.
―¿Por qué lo dices así? ―pregunta.
―¿Así cómo? ¿Cómo lo estoy diciendo? ―Le sonrío,
observando cómo se le acelera el pulso en el cuello. Que me
encuentre divertida es genial y todo eso, pero tengo que admitir que
también es atractivo que me encuentre frustrante.
―Ejem. Siento interrumpir ―dice Mike apareciendo a nuestro
lado. Me ruborizo al darme cuenta de que Hollis y yo hemos estado
mirándonos fijamente durante el último minuto y medio―. Necesito
ponerme en marcha si quiero llegar a casa esta noche. Millie, ¿aún
vienes conmigo o...?
―Ah, lo siento, Mike. Aunque tenía muchas ganas de ser el
Jake de Joliet para tu Elwood, probablemente tenga más sentido
que vaya con Hollis, ya que viaja más al sur. Siento mucho haberte
impedido salir a la carretera. Así que toma. ―Saco la cartera de la
mochila y dos billetes de cincuenta―. Aquí tienes un cuarto de lo
que te prometí, para compensar las molestias.
―Oh, no tienes que hacer eso. ―Pero después de insistir, Mike
mete los billetes en una pinza para billetes y desaparece en el
bolsillo de su pantalón―. Gracias, Millie. Pero que conste que yo
habría sido Jake. Belushi tenía mejor voz. ―Lanza una carcajada
que termina en una amplia sonrisa―. Cuídate. Viaja segura.
―Tú también ―le digo―. Dale recuerdos a Carla y a los
cachorros.
―Los cachorros, ¿eh? ―dice Hollis mientras caminamos hacia
la salida.
―Mike y su mujer son unos orgullosos padres carlinos.
Hollis suspira y pone los ojos en blanco, pero no dice nada
mientras avanza. Tras un trayecto corto y silencioso, llegamos a su
auto en la playa de estacionamiento 2. Teniendo en cuenta las
circunstancias -que estaba llorando y de repente soltera-, no me
fijé en su auto la noche que me llevó a casa, pero supongo que este
Volvo sedán azul marino es el mismo que tenía hace unos meses.
Mete mi maleta en el maletero junto a su bolsa de viaje. Me
acomodo en el asiento del copiloto, con la mochila en el suelo entre
los pies. Cuando Hollis arranca el motor, suelta un pequeño
resoplido de fastidio que puede que vaya dirigido a mí o tal vez al
mundo en general.
―Gracias por cambiar de opinión ―le digo.
―No tenía muchas opciones.
―Ni lo digas. Hubiera estado perfectamente bien con Mike.
Agarra el volante con tanta fuerza que sus dedos pierden el
color. Hay un momento de silencio, y eso me permite darme cuenta
de algo.
―Hmm ―digo.
―¿Qué?
Espero a que nos saque del estacionamiento. Como él predijo,
hay mucho tráfico extra en el garaje debido a la cancelación
masiva.
―Bueno, estaba pensando... hay algo que no entiendo.
―Parece que hay muchas cosas que no entiendes. Como la
autopreservación básica.
―¿Por qué estabas allí, Hollis? Por los puestos de alquiler de
autos, quiero decir. Esa es la playa de estacionamiento 1, y tu auto
estaba estacionado aquí, en la 2. ―Observo su perfil, esperando a
que responda. Como no responde, continúo―. Y tenías ventaja.
Unos veinte minutos entre que me dejaste y volviste a aparecer. Si
hubieras ido directamente a tu auto, ya habrías estado bajando por
la 95 cuando me encontré con Mike. Sin embargo, ahí estabas,
merodeando por los quioscos de alquiler de autos...
―No estaba merodeando.
―¿Entonces qué estabas haciendo?
No responde.
―Lo que creo ―le digo―, es que estabas a medio camino del
garaje cuando te diste cuenta de que habría una carrera loca por
los autos de alquiler. Y tu conciencia no te permitía dejarme
potencialmente tirada, así que te quedaste a ver cómo estaba.
―Deberías alegrarte de que lo hiciera ―dice Hollis―. Quién
sabe en qué clase de travesuras te habrías metido, metiéndote en
autos con hombres extraños.
En una persona más encantadora, eso se diría con una
pequeña sonrisa burlona. Pero la expresión de Hollis parece
completamente seria, como si no viera la ironía.
―Admítelo ―le digo―. Realmente eres un rollo de canela
debajo de ese ridículo disfraz de tostada quemada.
―¿Eh? Si estás tratando de insinuar que soy secretamente
agradable, no lo soy. Sigo siendo egoísta. ¿Crees que quiero lidiar
con la policía apareciendo en mi puerta, todo 'Sr. Hollenbeck, nos
gustaría hacerle algunas preguntas. Parece que fue la última
persona que vio a Millicent Watts-Cohen con vida'?
―Por supuesto. Nada que ver con que seas una buena
persona. Perdóname por sugerirlo.
―No soy una buena persona, Millicent, y mejor que lo creas.
Soy un auténtico imbécil. Una manzana podrida hasta la médula.
Me río.
―Suenas como Pee-wee Herman.
―¿Cómo dices?
―No tu voz, sino como, ya sabes. 'No querrás mezclarte con
un tipo como yo. Soy un solitario, Dottie. Un rebelde.
―No tengo ni idea de lo que estás hablando.
Dejo escapar un suspiro intencionadamente melancólico que
sé que le molestará.
―Apuesto a que Mike habría entendido mis referencias.
―Basta de hablar de Mike. Jesús. ―Hollis golpea con los
dedos el volante y se muerde la mejilla―. ¿De verdad ibas a pagarle
a ese hombre cuatrocientos dólares por llevarte seis horas al sur?
Hasta aquí llegó lo de Mike.
―Habría pagado mucho más. Te lo dije, estoy desesperada.
Por una fracción de segundo, aparta los ojos de la carretera y
me mira.
―¿De verdad este viaje significa tanto para ti?
Aprieto la mochila entre las zapatillas y le doy a la señora
Nash un pequeño abrazo improvisado mientras recuerdo que le
prometí que encontraría a Elsie. Fue justo después de que me
contara su historia.
Ojalá hubiera podido despedirme como es debido, decirle lo
mucho que la seguía queriendo, susurró, sonándose la nariz con el
pañuelo de papel que llevaba metido en la correa elástica plateada
del reloj. Incluso después de su muerte, nunca sentí que se hubiera
ido. Sigue sin sentirlo.
¿Y si averiguo dónde está enterrada? le pregunté. Entonces
podríamos ir a visitarla.
Oh, Millie, ¿qué sentido tendría?
Para conocerla. Sonreí a la señora Nash desde mi sitio en el
suelo.
Eres una tonta, dijo la señora Nash, devolviéndome la sonrisa.
Me llamaba "tonta" con tanta frecuencia y con tanto cariño que era
mejor que cualquier otro término cariñoso. Bueno, supongo que si
encuentras tiempo para buscar en tu Internet...
Encontraré el tiempo, anuncié. Quiero reunirte con Elsie,
aunque sea simbólicamente.
Por supuesto, no hice tiempo hasta que ya era demasiado
tarde. La Sra. Nash falleció en marzo, y nunca pude decirle que el
amor de su vida no había muerto en Corea después de todo.
Pero ahora Elsie está viviendo sus últimos días en un centro
de cuidados paliativos de Key West, y no puedo permitirme ningún
retraso. Por eso saqué el dinero de mi Penélope al Pasado: "¡Se
supone que eso es para tu jubilación!", casi podía escuchar gritar a
mi padre mientras transfería los fondos a mi cuenta corriente- para
pagar un billete de avión escandalosamente caro y habitaciones de
hotel durante una de las vacaciones más concurridas del año, en
lugar de esperar hasta la semana que viene.
―Significa más que nada ―le digo a Hollis.
―Supongo que mil dólares es justo, entonces.
―¿Qué?
―Como pago. Para que te lleve a Miami.
―De ninguna manera ―le digo―. Me ofrecí a pagarte y dijiste
que no. 'No hay suficientes rollos de canela en el mundo',
¿recuerdas?
―Acabo de salvarte de quedarte tirada en Charlotte. O algo
peor. Creo que merezco algún tipo de compensación por ayudarte,
una vez más.
―Nunca te pedí ayuda. Y Mike era un hombre muy agradable.
Habría estado perfectamente a salvo con él.
―De nuevo, menos preocupado por Mike que por quienquiera
que te hayas encontrado tras él. ―Hollis agita la mano derecha en
el aire―. Esa mirada tan abierta y confiada que tienes
prácticamente grita '¡Eh, ven a asesinarme y ponte mi piel!
Resoplo.
―¿Siempre supones lo peor de la gente?
―Sí. ¿Tú siempre supones lo mejor?
―Normalmente.
―Faaantástico ―dice entre dientes apretados. La palabra
actúa como un signo de puntuación, anunciando que la
conversación ha llegado a su fin en lo que a él respecta.
Sin embargo, no me gusta el silencio.
―Entonces ―le digo―. ¿Qué tipo de cosas escribes?
Los autores están prácticamente obligados por ley a
responder a esta pregunta.
―Novelas de no ficción, sobre todo. Mi primer libro se publica
en noviembre. Trata de una estafa piramidal que provocó todo tipo
de escándalos en un pequeño pueblo de Minnesota.
―¿Novelas de no ficción? ¿Como A sangre fría?
Contempla la comparación y luego concede―: Ésta tiene
menos asesinatos y más trampas, pero básicamente sí.
―Suena genial. Tendré que encargarlo por adelantado.
Para mi sorpresa, Hollis sonríe. Es la sonrisa más pequeña
que he visto en nadie, sólo visible en las comisuras de los labios,
pero es algo. Si sabe que esta es mi frase favorita para conocer
autores, que perfeccioné cuando salía con Josh, no parece
dispuesto a reprochármelo.
―¿Y tú? ―pregunta―. ¿Qué hace Millicent Watts-Cohen
cuando no está ahuyentando bichos raros o saltando en autos con
desconocidos?
―Llevo unos meses trabajando por mi cuenta como consultora
de precisión histórica para televisión y cine. Hice algunas
investigaciones para ayudar a una amiga directora mientras
terminaba mi máster. Me recomendó a otras personas del sector.
Hay mucha más demanda de la que esperaba. Por lo visto, la gente
de Hollywood sigue pensando en mí como uno de ellos, y les gusta
que todo quede en familia, por así decirlo.
―¿Tu máster es en historia entonces?
―Sí. Siempre me ha interesado. Además, me pareció necesario
expiar de alguna manera los pecados de Penélope. Y fueron
muchos. Quiero decir, hay un episodio de Appomattox que no se
sostiene en absoluto. ―No comenta nada―. ¿Viste la serie?
―Mi hermana lo hizo.
―¿Pero tú no?
Levanta un hombro encogiéndose de hombros.
―Vi algunos episodios aquí y allá, pero no era lo mío.
Es un alivio saber que Hollis probablemente no está haciendo
todo esto por mí porque soy ligeramente famosa o porque espera
interpretar alguna extraña fantasía sexual adolescente.
Básicamente soy una celebridad de la lista E, o quizá incluso de la
lista F si llega tan bajo, pero te sorprendería saber cuánta gente
sólo está interesada en conocerme por eso. Como Josh, resulta.
Pensar en mi ex me hace recordar lo que Hollis dijo sobre él,
sobre cómo Josh ha estado contando a sus amigos -y a sus
enemigos, al parecer- que nos separamos porque soy demasiado
imposible, extraña y necesitada. Y eso me hace tener esa sensación
de hundimiento que acompaña a saber que hay alguien ahí fuera a
quien no le gusto. Nunca es divertido, pero es mucho peor cuando
se trata de alguien con quien supuse que me casaría algún día.
Tomo el equipo de música con la esperanza de distraerme.
Cuando pulso el botón para encenderlo, una voz aterciopelada
llena el auto, hablando con aguda enunciación sobre el alboroto de
la cancelación del vuelo.
―¿Qué es esto?
―WAMU2.
Arrugo la nariz.
―¿Qué tienes en contra de NPR? ―pregunta.
2
WAMU 88.5 es la emisora NPR de Washington, con noticias locales sobre
educación, transporte, política y mucho más, así como programas como 1A.
―Nada ―le digo―. Es estupenda. Siento el mayor respeto por
la radio pública. Pero es una banda sonora horrible para un viaje
por carretera.
―Siento no tener una lista de reproducción perfectamente
armada con la que acariciar tus exigentes oídos.
―No pasa nada. ―Saco mi teléfono del bolsillo delantero de la
mochila―. Nos tengo cubiertos. ―Rebusco hasta encontrar el cable
auxiliar y pronto suena "Eye in the Sky" de The Alan Parsons
Project. Abro la boca para canturrear la letra, pero no tengo talento
como cantante -de hecho, soy objetivamente mala- y probablemente
sea demasiado pronto para someter a Hollis a eso. Hacerle sangrar
los oídos a alguien no es una buena forma de demostrar tu aprecio.
Así que me contengo y me conformo con balancearme en mi
asiento. Por supuesto, cuando llegamos al estribillo, también me
contoneo y muevo la cabeza con los ojos cerrados.
―¿Qué pasa ahí? ―pregunta Hollis―. ¿Necesitas orinar ya?
―Estoy bailando.
―Claro que sí.
La lista de reproducción que hice esta mañana para conducir
de Miami a Key West está en aleatorio, pero cuando empieza la
siguiente canción, decido que estoy bastante satisfecho con las
elecciones de la aplicación de música.
―Dios, me encanta Steely Dan ―digo, ajustando mi balanceo
al tempo más tenue de "Dirty Work"―. De hecho, encontré este
álbum en vinilo en una tienda de discos de Silver Spring la semana
pasada. ―Lo compré aunque actualmente no tengo tocadiscos; la
hija de Geoffrey se quedó con el de la señora Nash.
Hollis gime.
―Cuando acepté que vinieras conmigo, no me di cuenta de
que en secreto eras mi tío Jim disfrazado de mujercita.
―Apuesto a que tu tío Jim no tiene mis movimientos. ―Giro
en mi asiento al ritmo del solo de saxofón.
Hollis me mira con el rabillo del ojo, el azul grisáceo.
―Seguro que no.
A continuación suena "Dreams", de Fleetwood Mac, pero
antes de que termine la primera línea, Hollis dice―: ¿Podemos
escuchar otra cosa, por favor?
―Perdona, ¿tienes algo en contra de Stevie Nicks?
―Su voz me pone de los nervios.
Me quedo en silencio, intentando encontrar una reacción
adecuada a esta blasfemia. Finalmente me quedo con un simple
―Cómo te atreves. Cómo te atreves.
Hollis se acerca y apaga el equipo de música.
―¡Eh! ―Subo una octava en mi indignación.
Me parece ver una leve sonrisa en su boca, lo que me enfada
aún más. ¿Cómo se atreve a faltar al respeto a Stevie Nicks y casi
sonreír por ello? Qué descaro.
―Cuéntame más sobre tu misión ―me dice.
Cruzo los brazos sobre el pecho, haciendo un mohín.
―¿Qué pasa con ella?
―Como... ¿por qué? Está claro que para tu amiga no era
prioritario volver con su antiguo amante.
―Lo era, sin embargo ―digo―. Quería encontrarla, más que
nada. Pero acababa de empezar a buscar cuando murió la Sra.
Nash.
―¿Ella? ―La ceja sobre el ojo azul grisáceo se levanta.
―Sí. Elsie. Se conocieron durante la guerra.
―¿La guerra? ―pregunta―. ¿Vietnam?
―La Segunda Guerra Mundial.
Hollis suelta un silbido entre dientes.
―Hombre. Eso fue hace mucho tiempo.
―Sí. Bueno ―digo―. También lo son muchas cosas.
―Supongo que me pregunto por qué cualquier asunto que
quede inconcluso después de tantos años no debería quedar
inconcluso.
―Pero ella no quiso dejarlo inconcluso en primer lugar. La
Sra. Nash y Elsie mantuvieron el contacto al principio, cuando
terminó la guerra. Se escribieron muchas cartas. Pero luego... es
complicado.
―Millicent. Vamos a estar atrapados juntos en este auto
durante horas. Prefiero escuchar una historia larga y complicada
que escuchar música de hombres de mediana edad todo el tiempo.
Adelante.
―¿Todo? ―Me sé esta historia de memoria. De hecho, he
pensado en ella todos los días desde que la señora Nash me contó
cómo se conocieron ella y Elsie. Pero nunca había tenido que
contársela a otra persona. Es intimidante. ¿Y si no le hago justicia?
Y algo me dice que Hollis Hollenbeck no es precisamente un
romántico. Juro que si le falta el respeto a la Sra. Nash y a Elsie
como a Stevie Nicks...
―Bueno, ¿por qué no empezamos por el principio y vemos
dónde acabamos?
―De acuerdo, bien ―digo―. Entonces...
Key West, Florida
Noviembre de 1944
3
Mujeres Aceptadas para el Servicio Voluntario de Emergencias,
Elsie Brown, pero una mano le agarró el hombro antes de que se
pusiera en pie.
―Dime, Rose McIntyre, palomera. ¿Qué vas a hacer el resto de
la tarde? Tengo una caja de bombones debajo de la cama y me
muero por compartirlos con alguien antes de que se derritan.
TRES
―Esa es una gran frase ―dice Hollis.
―¿Qué?
―Lo de los bombones. Es una gran frase. Tendré que usarla
alguna vez.
―No era una frase. Elsie no era... ¿Por qué me molesto en
explicártelo? Probablemente no crees en el amor y el romance. Sólo
en la lujuria y el sufrimiento y... y...
―No, tienes razón. Lujuria y sufrimiento, eso es todo.
―Simplemente no entiendo cómo puedes escuchar lo que te
dije y todo lo que sacas es, 'Esa es una gran línea'.
―Nunca dije que eso fuera todo lo que saqué. También
aprendí que los palomeros existían en la Segunda Guerra Mundial
y que Elsie Brown era una zorra en 1944. ―La comisura de sus
labios se levanta―. Mira, no sé qué más quieres que te diga. No
importa lo bonita que sea la historia, el amor no existe. Al menos
no del tipo romántico y duradero del que hablas. No del tipo que
dura setenta y tantos años. La gente se separa, se aburre, sigue
adelante. Se olvidan. ¿Cómo sabes que Elsie recuerda a la Sra.
Nash? O, si lo hace, ¿que querría una bolsa con sus cenizas? ¿Qué
esperas exactamente que diga cuando se la des? '¿Gracias por
traerme polvo de una antigua aventura?' Tienes que ver cómo todo
este plan de reencuentro es extremadamente presuntuoso,
Millicent.
Le lanzo mi mirada más furiosa mientras se me hunde el
estómago como si estuviera lleno de cemento.
―No sabes de lo que estás hablando. No sabes nada. Sólo
estás amargado porque... porque careces de fortaleza emocional.
Incluso mientras lo digo, me pregunto si Hollis tiene razón. ¿Y
si soy yo la que tiene demasiado miedo de procesar el mundo que
me rodea y llegar a una nueva conclusión? Tal vez sea algo ridículo
y presuntuoso.
―Le prometí a la señora Nash que encontraría a Elsie ―digo,
negándome a confesar siquiera un atisbo de incertidumbre―. Que
volverían a estar juntas, de alguna manera. Si vivía, si la
encontraba antes… ―Se me llenan los ojos de lágrimas. Gimo, el
esfuerzo por contenerlas hace que me arda la nariz. Cuando se
calma, continúo―. La cuestión es que el amor romántico, verdadero
y duradero existe, creas o no en él. Sé que existe porque es lo que
la Sra. Nash tuvo con Elsie. Y eso es todo.
Excepto que sé, en el fondo, que eso no es todo.
Claro que lo hago por la Sra. Nash, tanto porque se lo prometí
antes de que muriera como porque la quería. Era mi mejor amiga
en todo el mundo. Pero ahora que he tenido un momento para
procesar, para frenar y analizar... Tengo que admitir que puede que
esté haciendo esto también por mí. Porque si podía estar tan
equivocada con Josh, ¿en qué más podría estar equivocada?
¿Y si he sido una tonta ingenua toda mi vida, poniendo mi fe
en cosas como los felices para siempre y la bondad inherente de la
humanidad? Necesito asegurarme de que no es estúpido creer que
dos personas pueden amarse y seguir amándose mientras vivan,
sin importar los obstáculos que se interpongan en su camino. Que
esperar encontrar a alguien que nunca me abandone no es tan
inútil como a veces me ha parecido últimamente. Tan inútil como
Hollis parece pensar que es.
―Parece como si quisieras pegarme ―dice Hollis, mirándome.
La verdad es que no se me había pasado por la cabeza. Pero
ahora que lo menciona, sí. Lo haría.
―Bueno, probablemente te lo merecerías.
―Probablemente. Pero mantén tus armas enfundadas
mientras conduzco. Tendremos que parar a repostar en la próxima
salida. Entonces podrás golpearme si quieres.
Cuando salimos de la autopista y nos acercamos al surtidor
de un Wawa en algún lugar al oeste de Fredericksburg, ese impulso
violento tan poco habitual se ve eclipsado por otros. Antes estaba
bailando, pero ahora tengo unas ganas terribles de orinar. Cuando
salgo de la tienda, Hollis está apoyado en el auto. Engancha los
dedos y estira los brazos hacia el cielo. El estiramiento hace que la
camiseta de rayas que lleva bajo la capucha negra abierta se le
suba, dejando al descubierto unos centímetros de piel y un rastro
de pelo oscuro que presumiblemente continúa tanto hacia el norte
como hacia el sur. Por muy gruñón y maleducado que sea, no
puedo negar que Hollis es un tipo atractivo.
Es exactamente mi tipo, físicamente. De hecho, ahora que lo
pienso, se parece un poco a Josh. Sólo que una versión mejor.
Como si Josh fuera el primer intento de un artista de dibujar
figuras y Hollis el centésimo. Lo cual es probablemente una de las
razones por las que son enemigos y no amigos; aprendí demasiado
tarde que a Josh no le puede gustar otra persona a menos que esté
seguro de que es superior a ella en todos los sentidos. Y teniendo
en cuenta que Josh podría ser el ejemplo de la mediocridad
masculina blanca, le quedan muy pocas personas que le gusten.
Hollis saca su teléfono del bolsillo y teclea algo rápido.
Probablemente para avisar a su amiga de Miami de que no llegará a
tiempo. Una parte de mí se pregunta cómo es la musa de Hollis.
Pero la mayor parte de mí no quiere saber absolutamente nada de
ella. Porque si sé cosas sobre esta mujer, voy a empezar a
formarme una opinión sobre ella. Voy a empezar a compararnos,
porque así es como funciona el ser humano. Y si termino teniendo
sentimientos negativos hacia ella que no tienen nada que ver con
ella, eso no es exactamente justo. Ni para ella ni para mí.
De todas formas, Miami Woman está sin duda decepcionada
porque Hollis no estará en su cama esta noche. Bueno, hermana,
sinceramente... Lo mismo digo. No es que quiera hacerlo
activamente, es sólo que... bueno, como si las cosas fueran
diferentes. Y él no fuera un idiota tan extrañamente amable. Y si no
estuviera planeando follarse a otra persona tan pronto como pueda.
Y si no conociera a Josh. Y si, y si, y si. Entonces lo haría.
Definitivamente, definitivamente lo haría.
Los ojos de Hollis se centran directamente en mí. ¿Cuánto
tiempo lleva mirándome fijamente en ese extraño estado de medio
asombro, medio mente en otra parte? Qué incómodo. Le dirijo mi
mejor sonrisa porque no sé qué otra cosa hacer, y recibo su
exagerado ceño fruncido a cambio.
―Hola. Siento molestarla, señorita.
Me giro y veo a un hombre a mi lado. Así que tal vez el ceño
fruncido de Hollis no era para mí después de todo. Este hombre es
mayor, de unos sesenta años. Probablemente no sea fan de
Penélope (aunque se sorprendería).
―Hola ―le digo―. ¿Puedo ayudarle en algo?
―Eso espero, señorita. Debo de haber perdido la cartera en el
área de descanso unos veinte kilómetros atrás, pero no tengo
suficiente gasolina para volver, y mi teléfono está muerto. Sólo
necesito...
Saco la cartera de la mochila.
―Creo que sólo tengo uno de veinte. ¿Será suficiente?
Sus ojos se abren de par en par y su fina boca se entreabre
ligeramente. Me pregunto cuánta gente se habrá negado a darle
algo antes de encontrarme. Sonríe cuando le doy el dinero.
―Sí. Ah, sí. Muchas gracias, señorita. Es usted un alma
bondadosa. Muchas gracias.
―De nada ―le digo―. Espero que encuentre su cartera.
―Que Dios la bendiga ―dice, luego se da la vuelta y entra en
la tienda. Entonces me doy cuenta de que Hollis está a mi lado, con
el ceño fruncido.
―Te ha estafado.
Me balanceo sobre los talones para ver alrededor de un
escaparate.
―Está pagando la gasolina en la caja registradora. ―Vuelvo la
vista a los surtidores―. Apuesto a que es su camioneta la que está
estacionada a las tres.
A pesar de que no es posible ver exactamente lo que el
hombre está haciendo en el mostrador desde donde estamos, Hollis
dice―: O está comprando cigarrillos, cerveza y una revista de
desnudos, todo con tu dinero.
Me encojo de hombros.
―¿Y qué si lo hace? Veinte dólares no me van a hacer o entrar
en quiebra, pero si es la diferencia entre un día de mierda y un día
feliz para él, bueno, da igual.
Se pasa una mano por la cara con clara exasperación, sus
gafas redondas de carey se desvían temporalmente cuando sus
dedos se deslizan bajo ellas.
―He conocido bebés más mundanos que tú, Millicent.
El hombre sale con una lata de té helado Arizona bajo el
brazo. Nos hace un gesto con la cabeza y nos da las gracias.
―Te has conseguido una buena mujer ―le dice a Hollis―. Una
muy buena.
Hollis dice distraídamente―: Sí ―y sonríe. Es extraña, lúgubre
y obviamente forzada. Su verdadera sonrisa debe de ser mejor, y mi
determinación de sacarla a relucir aumenta de nuevo, aunque sólo
sea para borrar de mi memoria lo que quiera que fuera aquello.
―Mira, ha comprado algo ―dice Hollis cuando el hombre ya no
lo escucha.
―Es una lata de Arizona, hombre. ¿Cuánto cuesta? ¿Noventa
y nueve centavos? Apenas una extravagancia. Y mira, va a echar
tres, a por su gasolina. Te lo dije.
Vuelvo al auto y Hollis me sigue.
―Eso no significa que lo necesitara. Seguro que tiene
montones de dinero como Rico McPato en su mansión porque
engaña a jovencitas guapas para que le cubran los gastos diarios.
Pongo los ojos en blanco.
―Mhm. Sí. Seguro que es exactamente así, Hollis. Suena
como un estilo de vida súper eficiente.
El hombre me saluda con la mano desde la cabina de su
camioneta mientras se aleja.
Volvemos a la autopista antes de que Hollis hable de nuevo.
―No entiendo cómo puedes ir así por la vida, confiando en
que todo el mundo es quien dice ser y quiere lo que dice querer.
¿Nunca se vuelve en tu contra?
―No a menudo. Pero a veces. ―Hago un sonido que aspira a
ser una risita, pero que más bien resulta un poco triste―.
Ciertamente lo hizo con Josh.
―Oh ―dice Hollis―. No pretendía... No tenemos que hablar de
eso.
―Está bien. Me siento bien al respecto ahora. ―De verdad.
Sigo aturdida por muchas de las barbaridades que se me pasaron
por alto durante los tres años que estuvimos juntos, pero ya no le
doy más vueltas―. No hay nada como descubrir que tu novio se ha
estado haciendo pasar por ti en Internet para aumentar el
reconocimiento de su propio nombre para que te des cuenta de que
estás mejor sin él.
―Espera. ¿Qué hizo qué?
―Esa es la razón por la que rompimos, la razón por la que salí
tan disgustada de la fiesta esa noche. Una conocida de Josh me
dijo que amaba mi Instagram. Excepto que yo no tengo Instagram.
De hecho, intencionadamente me mantengo alejada de todas las
redes sociales porque, como habrás notado, la gente tiene muchos
sentimientos hacia Penélope que yo, Millie, no necesariamente
quiero conocer. Así que me enfrenté a Josh y me confesó que había
abierto una cuenta en mi nombre unos seis meses antes. Quería
volver a ponerme en el ojo público porque pensó que le ayudaría a
vender más copias de su libro. Sentía que se lo debía porque 'me
aguantaba' o lo que fuera.
Lo que Josh dijo en realidad mientras me tenía inmovilizada
contra la pared del pasillo que conducía a los baños del
restaurante fue: Si vas a ser jodidamente rara, Millie, al menos
deberías volver a ser jodidamente rara y famosa para que no esté
contigo en vano. En ese momento supe que nuestra relación había
terminado y que él no me amaba. Probablemente nunca lo había
hecho. Pero a pesar de saber en el fondo que esas palabras dicen
mucho más de él que de mí, no quiero contarle a Hollis toda la
verdad. Me da vergüenza. Es como mi vergüenza en el aeropuerto; a
veces no puedo evitar sentirme en cierto modo responsable cuando
los hombres se portan fatal conmigo, pero luego me siento culpable
por caer en esa trampa. Y entonces el resultado es el mismo: yo
sintiéndome mal por mis sentimientos.
―¿Así que él... publicó fotos tuyas? Creo que no lo entiendo.
―Sí. Cientos de ellas. De mí, de nosotros, de nuestro
apartamento. La mayoría ni siquiera sabía que las había tomado.
Pero las subtituló como si fuera yo quien las publicara. Diez mil
personas le gustaban y comentaban y... Le dio a la gente acceso a
mi vida, acceso a mí, sin que yo lo supiera.
―Wow. Eso es super despreciable. ―No me está mirando, ya
que está conduciendo, y todavía tiene el ceño fruncido de cuando
estábamos en la gasolinera, así que no tengo ni idea de lo genuino
que es el sentimiento.
―Sí. ―No le digo la peor parte: que Josh reveló más tarde que
iba a proponerme matrimonio esa noche delante de todos en la
fiesta. Y yo habría dicho que sí, sin darme cuenta de que todo era
un gran truco publicitario.
Hay una pausa en la conversación mientras Hollis se centra
en la carretera. Nos acercamos a Richmond. La hora punta en la I-
95 siempre es mala. Pero combinada con la gente que se dirige a la
playa para pasar el fin de semana largo, vamos a unos treinta
kilómetros por hora. De vez en cuando, alguien pisa el freno,
supongo que por diversión.
Estamos parados cuando Hollis vuelve a hablar.
―¿Estás completamente en contra de las redes sociales?
Porque te vi haciéndote una foto con ese imbécil en el aeropuerto.
Sabes que probablemente la ha colgado en Insta, Twitter,
Facebook, donde sea. ¿O no? ¿O tengo que ir a buscarlo y romperle
el teléfono?
No puedo decir si es una oferta dulce o si Hollis realmente
odiaba a ese tipo. No estoy seguro de culparlo si es lo segundo.
―Ja, no. No pasa nada. No quiero participar, pero no me
importa aparecer aquí y allá. Además, no puedo evitarlo, no del
todo. Me guste o no, actuar de niña significa que siempre voy a ser
considerada propiedad pública de alguna manera. Si no poso para
las fotos, las toman a escondidas. Prefiero al menos parecer medio
decente. Elegir qué partes de mí puede consumir el público. Eso es
muy importante para mí. Y por eso lo que hizo Josh me pareció
una gran violación.
―Tiene sentido ―dice Hollis, haciendo señas para cambiar de
carril.
―Quiero decir, creo que sí. Pero durante la pelea Josh dijo que
dejar que otras personas publiquen selfies conmigo no es diferente
de lo que él hizo.
Hollis niega con la cabeza. Lo escucho murmurar algo que
suena muy parecido a "Puto imbécil".
―¿Qué fue eso? ―Le pregunto. Porque quiero que lo diga más
alto, para saber si realmente está de mi lado en lugar del de Josh,
aunque es ahí donde debería estar su lealtad. Probablemente. No
conozco el código de lealtad de los enemigos.
―He dicho que es un puto imbécil. ―Enuncia cada sílaba con
nitidez, como una versión más descarnada de los corresponsales de
NPR que le gusta escuchar. No puedo evitar una sonrisa―. Tu
problema es la falta de control sobre tu imagen ―continúa―. Posar
para una foto con alguien es una cosa. ¿Que alguien te haga fotos y
las cuelgue en Internet, y además pretenda que eres tú quien las
publica? O es el ser humano menos inteligente del planeta o
simplemente un imbécil. Y por poco que piense en el intelecto de
Josh Yaeger, está claro que es sobre todo la opción B en esta
situación.
Un calor esperanzador florece dentro de mi pecho. Esto es
diferente de Dani asegurándome una y otra vez después de la
ruptura que yo estaba en lo correcto cada vez que la llamaba
llorando a las tres de la mañana. Y del entrañable enfado de la
señora Nash -después de explicarle qué demonios es Instagram-
porque Josh hiciera algo así. Es diferente porque Hollis no tiene un
caballo en esta carrera. No le interesa mi felicidad. Quiero decir, ni
siquiera estoy segura de que le guste. Así que sólo puedo suponer
que ese pequeño discurso y la forma en que aprieta la mandíbula y
sus dedos se clavan en el volante se traducen en una indignación
genuina por mi parte. No debería importar que a Hollis le importe
que Josh me haya hecho daño, pero importa. Importa mucho.
Antes de que pueda responderle, Hollis afloja el agarre del
volante y deja libres las yemas de los dedos para marcar un ritmo.
―Oye ―dice―. ¿Tienes hambre?
CUATRO
―¿La Trattoria Río Grande de José Napoleoni? ―Eso es lo que
dice el cartel, así que no estoy seguro de por qué sale de mi boca
como una pregunta. Tal vez sólo porque estoy luchando con el
concepto de fusión mexicano-italiana, especialmente alojado en lo
que es claramente un antiguo Pizza Hut justo al lado de la
autopista.
―O esto o comida rápida ―dice Hollis. Antes de que pueda
burlarme de él por esnob, añade―: No me importa la comida
rápida, si es lo que quieres. Mis gustos son todo lo contrario a la
alta sociedad. Pero creo que podemos esperar a que haya más
tráfico si nos sentamos a comer aquí.
Tiene razón. La comida rápida sería, bueno, más rápida. Pero
no es como si la hora punta fuera a desaparecer por arte de magia,
y me preocuparé menos por el tic-tac del reloj si estamos comiendo
algo decente que si estoy sentada en el asiento del copiloto sin
poder hacer nada más que esperar e imaginar lo peor.
Sólo hay tres autos en el estacionamiento del restaurante, lo
que no es la mejor señal. Por otra parte, esta no es precisamente
una zona bulliciosa -dondequiera que estemos en Virginia-, así que
quizá tres autos es una aglomeración absoluta para poco antes de
la hora de cenar un jueves. Miro el sitio en el móvil y descubro que
abrió hace menos de un mes, por lo que tiene cuatro críticas, una
de ellas inexplicablemente en polaco.
Hollis echa un vistazo a mi teléfono y echa la cabeza hacia
atrás en el asiento del conductor.
―Jesús. Eres lo más... el más...
―¿La más qué?
―Simplemente lo maldito más, Millicent.
―Gracias ―digo, aún concentrada en las críticas. Puede que
de repente sepa leer polaco si miro el móvil lo suficiente. Quiero
saber por qué le han dado una estrella al de José Napoleoni cuando
las otras tres valoraciones eran cincos sin comentarios, pero no lo
suficiente como para molestarme en trastear con Google Translate.
―Te subirías a un auto con cualquier desconocido que
conocieras en el aeropuerto, pero cuando se trata de probar un
restaurante nuevo te pones en plan 'Ah, no sé, será mejor que
investigue antes de aceptar'.
―Escucha. ―Giro el cuerpo en mi asiento para prestar toda mi
atención a Hollis, porque es importante que entienda esto si vamos
a pasar una cantidad significativa de tiempo juntos―. Ni una sola
vez he pretendido tener sentido como persona. Y te agradecería que
dejaras de comentar mis idiosincrasias como si me hubieras
atrapado en algún error de continuidad.
Su ceño fruncido se aplana en una línea recta contrita.
―Tienes razón. Lo siento.
Mi cabeza se inclina y mis ojos se entrecierran confundidos;
es como si Hollis me hablara en una lengua extinta.
―Espera. Eso era una disculpa. Una de verdad, sin 'pero' ni
'es que' detrás.
―Sí. ¿Tienes que sonar tan acusadora al respecto? Hice algo
que te molestó. No quiero hacerlo. No soy tan idiota. Así que dije
que lo siento, y voy a dejar de hacer la cosa. Esto no es
exactamente ciencia espacial.
―No pensarías eso, no ―digo.
Siempre puedes juzgar a una persona por la calidad de sus
disculpas, me recuerda la señora Nash desde el interior del
recuerdo de cuando descubrí que alguien de mi cohorte de
graduación estaba organizando fiestas para ver Penélope al Pasado
para el resto de nuestros compañeros de clase. Exhalo,
ahuyentando la pena que amenaza con envolverme como una
espesa niebla.
―Además, no me molestaste. Sólo me molestaste un poco.
―Oh. Bueno, disculpa rescindida entonces. Porque me has
molestado más que un poco durante las últimas dos horas y media,
así que estamos en paz.
―Lo que sea, vamos a comer.
―Vamos ―dice Hollis, desabrochándose el cinturón de
seguridad.
José Napoleoni, prepara tus tacos de espagueti. Allá vamos.
4
una zona que no está cerca de ningún pueblo o ciudad
―Me ayuda a distraerme de lo probable que es que destroces
mi auto en esta oscura carretera rural.
―Ah, no me preocupa que estemos heridos o muertos. ¡Pero el
auto! El auto podría tener un rasguño. Ya veo lo que es importante.
Es difícil de decir porque es básicamente negro como el
carbón con la luna ahora escondido detrás de una nube, pero estoy
bastante segura de que la boca de Hollis tiene la misma forma
apretada como un arco iris de malvavisco Lucky Charms.
―Voy a encender las luces largas ―le digo como si lo hiciera
por cortesía y no porque me esté poniendo nerviosa sin la luz extra.
Pero en cuanto lo hago, un auto se dirige hacia nosotros desde la
otra dirección y tengo que volver a apagarlas―. Gah. Demasiado
para eso.
―Cambiemos ―dice Hollis―. Para.
―No.
―Sí. Es mi auto, y estoy más cómodo conduciendo en zonas
como esta por la noche. Yo digo que cambiemos.
―Y yo digo que no lo hagamos. Necesitas dormir más para que
puedas tomar el control en una hora o dos. Entonces puedo dormir
un poco, y podemos conducir durante la noche y llegar a Miami a
la hora del desayuno. Lo que significa que puedes hacerle a Yeva
gofres atrasados por su sex aniversario como disculpa por llegar
tarde, y yo aún puedo llegar a Key West como estaba previsto.
Hollis refunfuña. Por el rabillo del ojo, veo su mano deslizarse
desde cerca de su rodilla hasta su cabello.
―Como si pudiera dormir mientras me preocupa que nos
hagas caer en una zanja.
―Puedo conducir en la oscuridad perfectamente, gracias.
―Vuelvo a encender las luces largas, pero parece que están
malditas porque otro auto viene hacia nosotros. Vuelven a salir ―.
Maldita sea.
―Mantente en la bifurcación ―dice el teléfono de Hollis, ahora
en equilibrio sobre su muslo. Excepto que no hay ninguna
bifurcación; es sólo la única carretera que se extiende por
delante―. Calculando ruta ―anuncia.
―Qué demonios ―digo―. ¡Estás borracha, señora de los
mapas!
Se queda mirando la pantalla.
―Creo que hemos perdido la señal.
No es muy sorprendente, ya que estamos en medio de la
nada.
―Bueno, ¿aún voy por el camino correcto?
―Sí, creo que sí. Debería volver pronto. ―Hollis levanta la
vista de su regazo―. Jesús, Millicent, enciende las luces largas
para que puedas ver más de un palmo por delante.
―Lo he intentado ―digo―. Pero cada vez que lo hago, viene un
auto de la otra dirección.
―Bueno, ahora no viene ningún auto.
―Sí, gracias, ya lo veo ―digo, encendiendo de nuevo las luces
largas. Justo a tiempo para que la luz rebote en una gran pupila
brillante. Mi pie pisa el freno de golpe, y su fuerte chirrido se une
al espeluznante sonido de un grito y cristales rompiéndose. Algo
golpea mi frente con la fuerza de una piedra lanzada. Todo está
oscuro, muy oscuro. Estoy muerta. Debo de estar muerta. Oh,
espera. No, sólo tengo los ojos cerrados.
La voz de pánico de Hollis llena mis oídos.
―Mill, ¿estás bien? ¿Estás...?
―Estoy bien ―digo, abriendo los ojos con un aleteo―. Estoy,
estoy…. ―mirando fijamente a los ojos de un ciervo increíblemente
asustado.
OCHO
―Realmente no hay nada que pudieras haber hecho para
evitar esto ―me tranquiliza por tercera vez en los últimos cinco
minutos la agente Shonda Jones, del Departamento de Policía de
Gadsley, Carolina del Sur―. Nada en absoluto. Recuerda: El ciervo
te golpeó. Tú no lo golpeaste. ―Me da unas palmaditas en el
hombro a través de la manta de Mylar que, más que abrigarme, me
hace parecer una patata asada que podría alimentar a una familia
de ocho miembros.
La policía llegó pocos minutos después del accidente.
También llegó el veterinario local, que se apresuró a presentarse
como el Dr. Gupta antes de inyectar un sedante en los cuartos
traseros del ciervo. Con un poco de ayuda de Hollis y del fornido
compañero del agente Jones, el ayudante Anders, el Dr. Gupta sacó
con sumo cuidado al ciervo de donde estaba atrapado dentro del
auto y lo depositó en la caja de su camioneta.
―¿Vamos a cenar filetes de venado mañana? ―bromea la
agente Jones cuando el Dr. Gupta se acerca a nosotros.
Se rasca la sien.
―Bueno, no lo sabré con seguridad hasta que pueda
examinarla en la consulta, pero no veo nada obviamente mortal.
Estoy un poco sorprendido, teniendo en cuenta los daños del auto,
pero creo que es probable que sobreviva.
―Buenas noticias. Gracias por venir a estas horas de la
noche, Dev ―dice el agente Jones―. Nos has ahorrado la molestia
de intentar llamar a alguien de Recursos Nat.
―Siempre feliz de ayudar. Después de todo, soy médico de
animales, las veinticuatro horas del día. ―El Dr. Gupta se ríe y
levanta ambas manos en señal de despedida mientras sube a su
camioneta. Me coloco la compresa fría que me dio la agente Jones
para la frente, me ciño la manta de Mylar alrededor de los hombros
y veo cómo el veterinario y el ciervo inconsciente desaparecen en la
oscuridad.
Una mano se posa en mi hombro y me preparo para que la
agente Jones repita el guión. No podía haber hecho nada para
evitarlo, bla, bla, bla. Pero entonces mi mochila de cuero cuelga
delante de mi cara.
―He encontrado esto en el asiento trasero ―dice Hollis.
Dejo caer la bolsa de frío y la tomo. Dentro, la caja de madera
que contiene la bolsita con las cenizas de la señora Nash y el fajo
de cartas que hay junto a ella parecen intactos.
―Gracias.
―¿Cómo tienes la cabeza? ―Sus dedos rozan el bulto gigante
que tengo sobre la ceja derecha. El placer de su contacto casi me
hace olvidar el dolor punzante.
―Todavía no he tenido ninguna queja ―cito obedientemente,
aunque mi corazón no está realmente en ello.
―¿Eh? ―Hollis hace una pausa y se sienta a mi lado en el
capó del auto de policía. Casi puedo ver su mente rebobinando y
repitiendo el intercambio, tratando de encontrarle sentido. Se pasa
la mano por el cabello, esta vez no por exasperación, sino para
sacudirse algunas piedrecitas de cristal―. Oh. Bonito.
Levanto la barbilla hacia el pecho y gimoteo―: No me puedo
creer que un ciervo me haya dado un puñetazo en la cara.
―Podría haberlo hecho mucho peor. Sentí su pezuña mientras
ayudaba a sacarlo del auto. Afilada como un cuchillo. Me
sorprende que sólo estés magullada y no cortada en rodajas.
―Tal vez no me golpeó entonces. Quizá me dio un codazo.
¿Los ciervos tienen codos?
Hollis no contesta, y dudo que sepa mucho de anatomía de
ciervos, así que es justo. Se queda mirando el auto, estacionado a
un lado de la carretera. Definitivamente no se puede conducir.
Parabrisas roto y una ventana agrietada. Espejo lateral colgando de
sus cables. El faro roto. Y una enorme abolladura en el capó que
hace que no pueda cerrarse completamente.
―Siento mucho lo de tu auto ―le digo en voz baja.
Hollis se encoge de hombros.
―Creo que ahora es cuando se supone que tienes que decir:
'Oh, no es culpa tuya, Millicent'. 'No hay nada que pudieras haber
hecho, Millicent'. Quizá incluso 'Me alegro de que estés bien,
Millicent'.
Para mi sorpresa, un brazo me rodea el hombro y me acerca;
la manta de Mylar se arruga un poco con el movimiento. La mejilla
de Hollis se apoya en la coronilla de mi cabeza y hace que su voz
suene extraña y con eco dentro de mi cráneo.
―No es culpa tuya, Millicent. No podías haber hecho nada. Y
estoy realmente contento de que estés bien.
―Oh ―susurro―. ¿Realmente contento?
―Realmente, realmente ―me susurra.
Inclino la cabeza para mirarlo, y sé que es un error en cuanto
nuestras miradas se cruzan. Nuestras caras están demasiado
cerca, nuestras bocas especialmente están demasiado cerca, y este
momento se ha convertido en once; once intimidades, que son al
menos siete de más, y...
Y entonces se ha ido. No se ha ido, obviamente. Pero está de
pie y mucho más lejos de mí que antes.
―Acaba de llegar la grúa. Será mejor que vaya a hablar con
ellos. Probablemente cosas para que firme.
Le doy un saludo con dos dedos. Sus ojos se entrecierran
confundidos mientras se da la vuelta y se aleja. Me planteo
informar a la agente Jones de que, después de todo, puede que esté
conmocionada y necesite que llame a la ambulancia desde dos
pueblos más allá, pero seamos realistas: Nada de esto se sale de mi
comportamiento habitual. Así que me quedo aquí sentada en el
capó, a la espera de nuevas instrucciones, tratando de no leer en
eso realmente, realmente.
―Es la primera vez que me meto en un auto de policía ―le
digo a Hollis. Como antigua estrella infantil, cualquier paso en
falso se convierte automáticamente en carne de tabloide (y si no
que se lo pregunten a Justin LaRue, que interpretaba al hermano
pequeño de Penélope en la serie, pero que ahora es más conocido
por sus apariciones en las listas de Internet de "15 fotos de
famosos que podrían servir también como retratos robot", así que
siempre me ha resultado fácil mantenerme en el buen camino. Y,
de nuevo, siendo un casi famoso, pequeño y pelirrojo saco de leche,
nadie está exactamente ansioso por encontrar razones para
arrestarme.
―Felicidades. ―Hollis cruza los brazos sobre el pecho.
Claro, está deprimido por las razones obvias -principalmente
porque su auto está destrozado y tiene fluidos de ciervo untados
por toda la tapicería-, pero yo tampoco estoy precisamente contenta
con esta escala no programada. Chip Autobody (probablemente no
es su verdadero apellido, sino el que mi cerebro le ha asignado) le
dijo a Hollis que trabajaría lo más rápido posible para que
pudiéramos volver a la carretera, pero que planeáramos quedarnos
en la ciudad al menos tres días. No sé si Elsie tiene tres días.
Además, un ciervo me dio un codazo en el cráneo. Si alguien tiene
razones para estar de mal humor en este momento, soy yo.
La oficial Jones y el ayudante Anders nos llevan a un bed and
breakfast. Era eso o un motel de una estrella al otro lado de
Gadsley. Teniendo en cuenta que la última crítica del motel en
Tripadvisor mencionaba que "la situación de las cucarachas es algo
mejor que el año pasado", nos sentimos más que aliviados cuando
el ayudante Anders llamó al B&B y confirmó que tenían una
habitación disponible. Aunque sólo una. Probablemente con una
sola cama. Intento no pensar demasiado en ello.
Cuando llegamos al centro de la pequeña ciudad, Hollis me
mira con el ceño más fruncido.
―¿Y ahora qué? ―le pregunto.
―Es que... Tienes algo de… ―Se señala la mejilla derecha.
Durante lo que me parece una eternidad, intento limpiar el
problema con el dedo, pero no consigo nada. Los "no" y "no del
todo" de Hollis suenan cada vez más impacientes.
―Pues hazlo tú ―le digo con voz de chillido frustrado.
Se lame el pulgar y me lo pasa por la mejilla.
―Sangre ―dice, mostrándomela por si no le creía, supongo.
―No puedo creer que me hayas escupido en la cara. Qué asco,
hombre. ―Me froto la mancha con el dorso de la mano, pero por
alguna razón sólo la noto más húmeda y fría.
―No parece que tengas un corte ahí, así que debe ser del
ciervo.
―Genial ―digo mientras el auto de policía se detiene frente a
una gran casa victoriana justo al lado de la calle principal del
pueblo―. Intenta guardarte tu ADN para ti a partir de ahora.
―Qué forma más rara de decirlo ―dice mientras sale del auto.
―Más raro era hacerlo, Hollis.
―Pues mírense, benditos sean ―dice la mujer blanca de
cabello canoso que abre la puerta en cuanto nos ve en el porche
envolvente. Basándome en mi limitado conocimiento de las
expresiones sureñas, supongo que Hollis y yo estamos un poco
desmejorados. Al menos yo ya no estoy manchado de sangre de
ciervo. Presumiblemente―. Por favor, pasen, pasen. Bienvenidos al
Gadsley Manor Bed-and-Breakfast.
Me despido de la agente Jones y del ayudante Anders para
que sepan que estamos bien. El auto de policía se aleja y entramos
en un acogedor vestíbulo con paneles de madera. Una escalera
ocupa todo el lado izquierdo, y de repente estoy desesperada por
subirla y caer en una cama. Cualquier cama. La primera que
encuentre. Ni siquiera me importa si está ocupada por otro
huésped.
―Me llamo Connie ―dice la mujer―. Dirijo este lugar con mi
marido, Bud. Lo conocerás en el desayuno por la mañana, estoy
segura.
En algún lugar de la casa, un reloj da una campanada. Dios,
es tarde. Y Connie lleva zapatillas y una bata.
―Sentimos mucho despertarte ―digo.
―Oh, no son necesarias las disculpas. Me alegro de que
hayamos podido ayudar. Se suponía que teníamos todo reservado
para esta noche -el festival de este fin de semana, ya sabes-, pero
tuvimos una cancelación de última hora debido a este asunto con
las aerolíneas. Así que cuando Drew Anders me llamó y me contó lo
que había pasado, me alegré muchísimo de tener algo disponible
para ustedes. Dios actúa de formas maravillosas ―dice―. Y es todo
un regalo cuando recibimos un recordatorio tan claro de que Él
siempre tiene un plan.
Hollis y yo intercambiamos miradas.
―Um ―dice él―. Sí. Por supuesto. Así que nos quedaremos
sólo esta noche...
―¿Eh? Chip Autobody dijo que tardarían al menos tres días
en arreglar el auto ―le recuerdo.
―Hice una búsqueda rápida de camino aquí, y hay un lugar
de alquiler de autos en la siguiente ciudad. Los llamaré mañana a
primera hora. ―Hollis se vuelve hacia nuestra anfitriona―. Así que
sólo una noche, señora, gracias.
Ese ligero acento suyo se ha deslizado de nuevo. Y suena muy
parecido al de Connie cuando dice―: Bueno, nos encantaría que se
quedara más tiempo con nosotros, pero estoy segura de que está
deseando ponerse en camino hacia… ―Hace una pausa, sonríe,
levanta un poco la barbilla―. Dondequiera que vayas ―termina
Connie, intuyendo que no estamos de humor para charlar―. Oh.
Sólo una cosa antes de subir. Si pudieras escribirme tus datos y
firmar aquí. Y luego puedes pagar a Bud cuando hagas el check
out.
Hollis sigue a Connie hasta un pequeño escritorio junto a las
escaleras para rellenar el papeleo. En un momento deja de escribir
y se me queda mirando como si tratara de entender algo. A lo mejor
no sabe cómo se escribe mi nombre.
―¿Qué? ―articulo, pero me ignora y vuelve a los formularios.
Después de revisar la información, Connie mete los papeles
en el escritorio y da una palmada.
―Estupendo. Ahora vamos a llevarte a tu habitación. Seguro
que están agotados.
―Muchísimo ―le digo. Me cuelgo la mochila al hombro y
empiezo a subir las escaleras. Me golpeo los tobillos con las ruedas
cinco veces antes de que Hollis suelte un resoplido y me ordene que
se la entregue.
Por suerte, Connie abre la primera puerta del pasillo y empuja
el pesado panel de roble.
―La llamamos la habitación Mustard Seed 5 ―dice, radiante de
orgullo, como nadie puede estarlo a la una de la madrugada ―. Es
la más pequeña, pero me gusta pensar que su abundante encanto
compensa el tamaño. Espero que les resulte cómoda.
Entro y me encuentro inmediatamente con docenas de ojos.
Las paredes amarillo dorado de la habitación están cubiertas de
pinturas de... de Jesús. Definitivamente es Jesús. Jesús blanco.
Jesús negro. Jesús marrón. Y está haciendo todo tipo de cosas.
Sosteniendo a un niño dormido. Jurando lealtad a la bandera.
Rescatando a un hombre que se ahoga. Construyendo una mesa.
Acurrucando a un corgi. Y esos son sólo los que están encima de la
cama.
―Guau ―digo.
―Sí. 'Guau' es...Guau' es una buena descripción de esta
habitación ―dice Hollis―. El arte en particular es... guau.
―Me alegro de que les guste ―dice Connie―. Me encanta
pintar por números. No tan a menudo últimamente, con lo ocupada
que estoy y mis manos que no siempre cooperan, pero...
―¿Pintaste todos estos? ―Pregunto.
―Bueno, si cuentas rellenar pequeños espacios con el color
adecuado, supongo que sí.
Mis labios se separan para preguntarle dónde encontró un
Jesús pintado con números en el espacio, pero Hollis niega
5
Semilla de mostaza
sutilmente con la cabeza. Probablemente tenga razón. No necesito
exactamente una pintura de Jesús del espacio en mi apartamento.
Pero vaya si lo quiero. Quiero decir, ¡está en el espacio y además
tiene toda la galaxia en sus manos!
―El desayuno es de siete a nueve en el comedor. Es la
habitación de la izquierda cuando entraste. Tienes todos tus
artículos de aseo en el baño, y hay almohadas extra y un edredón
en el cofre al final de la cama por si los necesitas. ¿Hay algo más
que pueda traerles?
―No, esto es genial. Gracias, señora ―dice Hollis.
―De nada, querida. Mi apartamento y el de Bud están arriba
si nos necesitas. Buenas noches, Sr. y Sra. Hollenbeck.
―Oh, no estamos...
Hollis me interrumpe, pasándome un brazo por los hombros y
tirando de mí hacia él.
―No estamos seguros de lo que hicimos para ser bendecidos
con tan graciosa hospitalidad. Buenas noches, señorita Connie.
Le da a Hollis dos llaves de la habitación y cierra la puerta
tras de sí. Cuando el sonido de sus pasos se aleja, Hollis suelta el
brazo. El calor de su cuerpo desaparece junto al mío mientras
cruza la habitación a grandes zancadas y arroja su bolsa de viaje
sobre el sillón de terciopelo verde esmeralda de la esquina.
―Que piense que estamos casados ―dice―. Parece bastante
religiosa. Puede que no le parezca bien que compartamos
habitación si sabe que sólo somos amigos.
Bastante religiosa es un eufemismo casi cómico teniendo en
cuenta todos los Jesuses que nos miran, pero esa no es la parte de
lo que ha dicho que capta mi atención.
―Aw. Dijiste que éramos amigos.
Hollis se frota las sienes.
―Ha sido un día muy largo, Millicent. No le des más
importancia. No estoy de humor.
Su brusquedad no me distrae del hecho de que no intenta
negar nuestra amistad. ¿Eso es... progreso?
Mis ojos pasan de Hollis a la cama. Miro con nostalgia las
mullidas almohadas y el edredón de estampado floral verde salvia y
amarillo mostaza.
Hollis se da cuenta de dónde miro.
―¿Tenemos que jugar a piedra, papel o tijera para ver quién
va a dormir en la silla, o podemos ser adultos extremadamente
cansados con esto?
―Estoy bien compartiendo la cama si tú lo estás.
―Me parece bien. ―Se mete una camiseta gris bajo el brazo y
rebusca en su bolsa de viaje cualquier otra cosa que necesite.
―Hollis ―le digo, y espero a que me preste atención―. Lo
siento mucho. Lo del auto.
Dice―: No es culpa tuya. ―Pero el tono en el que lo dice y los
gruñidos en voz baja hacen que parezca que realmente cree lo
contrario.
―¿Entonces por qué estás enfadado conmigo?
Se le escapa un suspiro tan pesado que podría caer al suelo.
―No estoy enfadado contigo, Millicent.
―Pero estás... enfadado.
―Así es mi personalidad.
―Bueno, ¿qué puedo hacer? ―pregunto.
Hollis se ríe, pero no hay mucho humor en el sonido.
―¿Cambiar mi personalidad? Nada. Mucha gente lo ha
intentado, pero ninguno lo ha conseguido. Soy como una casa
encantada. Entran muy valientes y confiados, pero siempre huyen
gritando.
Si él es una casa, es un pan de jengibre que se ha horneado
unos minutos de más, pero que aún tiene mucho dulce que ofrecer.
Se lo diría, pero su ceño fruncido me recuerda que ya está bastante
enfadado.
Hollis mencionó antes sus bajas primas, y quería mil dólares
por dejarme ir con él a Miami. Quizá sea por el dinero.
―Pagaré las reparaciones. Sé que no estaré contigo cuando
recojas el auto de Chip Autobody, pero...
―El seguro lo cubrirá ―dice, colgando su sudadera con
capucha en un gancho junto a la puerta―. Ahora, me gustaría irme
a dormir antes de que ocurra algo terrible. ¿Quieres el baño
primero o después?
Agacho la cabeza en señal de derrota. Ya sea que Hollis
realmente me culpe o no, el resultado es el mismo: voy a tener que
compartir la cama con un gruñón caliente que probablemente
desee que desaparezca.
―Primero, supongo.
―Bien. Adelante, pero que sea rápido. Estoy completamente
agotado.
La pequeña bolsa rosa que contiene mis artículos de aseo
sigue encima de mi maleta, a pesar de haber sido sacudida durante
las aventuras del día. Ya estoy dentro del baño con los vaqueros a
medio quitar cuando me doy cuenta del problema.
―¿Hollis? ―Llamo a través de la puerta.
―¿Qué?
La abro lo justo para asomar la cabeza mientras sigo
ocultando mi parte inferior en ropa interior.
―¿Por casualidad tienes una camiseta extra o algo? No he
traído pijama. Yo no... No suelo llevarlos.
Me mira con los ojos muy abiertos durante lo que parece una
eternidad y luego parpadea un par de veces, como si intentara
recuperar las que se le han escapado mientras me miraba.
―Tú no... usas... ? Tiene que ser una broma.
―Duermo con calor ―le explico―. Así que cuantas menos
capas...
―Duermes con calor. ―Con los ojos muy abiertos de nuevo y
los labios apretados, Hollis se vuelve hacia el cuadro que cuelga
junto a una gran cómoda de roble―. Duerme con calor ―le dice al
retrato de Jesús dándole la mano a Elvis. De acuerdo, tengo que
averiguar dónde demonios encuentra Connie estos kits ultra
específicos.
―¿Tienes uno de repuesto o no? ―Alargo el brazo, esperando.
Hollis va a su bolso en la silla y rebusca. Saca una vieja y
descolorida camiseta azul de Bookstore Movers y la lanza hacia mi
mano extendida. No consigo atraparla y cae al suelo de madera del
cuarto de baño. Antes de que pueda agacharme a recogerla, Hollis
está delante de mí, la hace bola y me la pone en la palma de la
mano.
―Toma ―me dice. Nuestros ojos se cruzan y su mirada... es
lujuriosa. O quizá sólo molesta. Tal vez un ojo es lujurioso y el otro
está molesto. Es difícil saberlo porque son de distinto color. En
cualquier caso, me hace sentir como si me hubiera comido algo de
estática, así que le cierro la puerta en las narices.
Cuando solo me queda la ropa interior, me quito la camiseta
por la cabeza y me la bajo. Me queda corta, pero cubre lo que tiene
que cubrir. Hago pis, me cepillo los dientes, me lavo la cara (sin
darme cuenta, me pincho tres veces el doloroso bulto de la frente) y
me recojo el pelo en un moño desordenado.
―Todo tuyo ―le digo a Hollis mientras vuelvo a la habitación.
Cuando pasa a mi lado, su mirada recorre apresuradamente
mi cuerpo. Murmura algo ininteligible y desaparece en el cuarto de
baño.
Después de meter la ropa sucia en la bolsa de plástico de CVS
que hay en mi maleta, retiro las sábanas y me subo al colchón,
absurdamente alto. Aunque no he compartido la cama con nadie
desde Josh, me doy cuenta de que automáticamente he reclamado
mi lado habitual. Supongo que los viejos hábitos no mueren. La
ropa de cama huele a lavanda, que es uno de mis olores favoritos.
Cuando Hollis sale del baño con su camiseta gris y sus pantalones
de pijama a cuadros, me froto la cara por todo el edredón como si
fuera un gato en un parche de hierba gatera. Él no se da por
enterado, sólo apaga la luz del techo. Qué rápido se ha
acostumbrado a mis excentricidades, o tal vez se ha hartado
completamente de ellas.
El peso de su cuerpo acomodándose en el colchón me hace
sentir como un trozo de basura espacial que es arrastrado hacia la
órbita de su planeta. Me muevo un poco más hacia el borde,
intentando resistirme a acurrucarme a su lado. La ropa de cama es
agradable y cálida, pero apuesto a que él lo es más. Y puede que yo
duerma acalorada, pero ahora mismo me siento helada hasta los
huesos.
―Hollis ―le digo a la espalda ya que me ha dado la espalda―.
Sé que las cosas no van según lo planeado, pero...
―Ja, ¿tú crees? ―Su sarcasmo es duro, más profundo que
cualquier otra cosa que me haya dicho en las últimas horas. A lo
largo del día ha sido fácil decirme a mí misma que en realidad es
un buen tipo por dentro. Que el sarcasmo y la grosería son sólo
una máscara que lleva por alguna razón, y que no debería
tomármelo como algo personal. Pero en este momento, con el peso
de todo lo que está en juego en mi cerebro y mi corazón, no es tan
fácil dejarlo pasar. Recibo el mensaje alto y claro. Voy a dejarlo
pasar, a dejar de intentar que abandone la fachada y me deje
entrar. Quizá tenga razón; quizá la gente no sea tan buena como yo
quiero que sea. Quizá él no sea tan bueno como yo quiero que sea.
Cierro los ojos contra la presión que se acumula tras ellos,
pero los vuelvo a abrir cuando el colchón rebota al cambiar de
postura. Ahora está de cara a mí. Está oscuro, pero puedo ver su
ceño fruncido. Su defecto ya lo conozco, así que no me dice nada.
―Debería estar en Miami ahora mismo, sudoroso e inspirado
tras el sexto asalto con Yeva. En lugar de eso, estoy atrapado en
medio de la nada con un auto averiado, veinticinco Jesuses
mirándome fijamente -y sí, los he contado mientras estabas en el
baño, son veinticinco- y tú. ―Escupe la palabra "tú" como si yo
fuera lo peor de todo―. Así que no. Las cosas no van según lo
planeado.
―Hollis...
―Duérmete, Millicent. Todo será igual de miserable por la
mañana. Entonces podremos discutirlo. ―Se da la vuelta de nuevo
y se echa las sábanas por encima del hombro.
Tiene razón. Esto es miserable. Si le caigo bien a Hollis,
parece que está más resentido conmigo. Estamos perdiendo un
valioso tiempo de viaje que podría significar la diferencia entre
entregar a la señora Nash a Elsie o llegar demasiado tarde. ¡Y el
ciervo! Oh no, el pobre ciervo. ¿Y si el Dr. Gupta estaba equivocado
y se está muriendo, o ya está muerto? La oficial Jones dijo que no
fue mi culpa, y que el ciervo golpeó el auto, no al revés. Pero de
todas formas me siento fatal por ello, y extremadamente culpable, y
oh dios, toda la sangre, y estaba en mi cara, no estoy segura de si
vomitar o llorar. Llorar. Eso implicaría menos limpieza. Así que voy
a apartarme y llorar. Adelante, globos oculares, abran las
compuertas. Estómago, por favor espera.
―Mill. ―Es un susurro, el aliento de Hollis caliente contra mi
oído―. ¿Estás bien?
Resoplo e intento secarme las lágrimas con el antebrazo, pero
sigo llorando, así que es como usar los limpiaparabrisas durante
un monzón.
―Casi ―consigo decir.
Hollis suelta un suave y enfático "maldición" antes de posar
su mano en mi brazo, pesada y cálida a través del algodón de la
camiseta.
―Mill, lo siento. He sido un completo cabrón todo el día y lo
siento mucho. No te merecías nada de eso. Dime qué tengo que
hacer para mejorarlo. Lo haré. Lo que sea. Odio cuando lloras. Me
da pánico.
―¿Cuándo has...? ―intento decir antes de que la congestión
de mis senos nasales me obligue a tragar saliva y me interrumpa.
―La noche de la fiesta, cuando saliste del restaurante.
Estabas llorando mucho.
―Ah, claro.
―Apenas te conocía -sólo nos habíamos visto de pasada un
par de veces-, pero me di cuenta de que eras ese tipo de persona
luminosa y radiante. Verte llorar... es como ver el sol apagarse.
Como si tuviera un anticipo del Apocalipsis. Un horrible vistazo a
un mundo más frío y oscuro…
―Sí, sí, lo entendemos. Eres escritor ―digo entre lágrimas.
Una risita le recorre el pecho y casi puedo sentirla contra mi
espalda. Está tan cerca, pero sólo nos une su mano.
―Por favor, no llores. Haré lo que sea. Cualquier cosa para
compensarte, para hacerlo mejor. Incluso… ―Hace una pausa como
si se lo estuviera pensando―. Claro, por qué no. ―Hollis emite un
pequeño gemido resignado y siento que se inclina más hacia mí. Y
entonces me llega al oído una melodía tranquila y familiar ―. No
dejes que el sol... se ponga sobre mí....
La risa se me sube a la garganta, pero la empujo hacia abajo
y en su lugar esbozo una enorme sonrisa. Hollis me está cantando
Elton John, y estoy bastante segura de que lo hace en un esfuerzo
poco irónico por animarme. Lo último que quiero es asustarlo, cosa
que haré si me echo a reír como me gustaría.
―Acabo de darme cuenta... No me sé ninguna de las otras
palabras… ―continúa, todavía aferrado a la melodía.
Ya no puedo mantener mi diversión oculta tras una sonrisa y
me permito lo que sólo puedo describir como una risita infantil.
Para mi alivio, Hollis suspira y dice―: Un solo rayo asomando entre
las nubes, pero me lo quedo.
Por fin, mis lágrimas se detienen. Tomo un pañuelo de la
mesilla y me sueno la nariz con él.
―La versión en directo con George Michael es mi favorita.
―Resoplo.
―Sí, ya lo sé. Lo mencionaste varias veces cuando sonó en el
auto.
―Espera un momento. ―Me pongo boca abajo para mirarlo.
Me arrepiento mucho cuando me quita la mano del brazo y se aleja
unos centímetros para dejarme más espacio―. Me recordabas de
aquella noche en la fiesta de Josh. Antes, en el aeropuerto, hiciste
como si no.
Levanta el hombro derecho en un encogimiento de hombros al
que presumiblemente se uniría el izquierdo si no estuviera
enterrado en el colchón. Las comisuras de los labios de Hollis se
mueven sutilmente en una mueca.
―Puede que sí. Puede que no.
Le doy un empujón, pero a pesar de la fuerza del mismo no se
mueve. En lugar de eso, me limito a apretarle la mano contra el
pecho hasta que me doy cuenta de que el golpeteo contra mi palma
es su corazón. De repente, parece que el momento se está
convirtiendo en un instante, como el del capó del auto de policía,
así que aparto la mano y la dejo caer sobre el colchón que hay
entre nosotros.
―Lo siento, Millicent ―dice―. Lo de que seamos amigos iba en
serio. No quiero hacerte daño. Intentaré ser menos...
―¿Imbécil?
―Sí.
―Gracias. ―Me miro la mano, contando las virutas de mi
esmalte de uñas para no tener que hacer contacto visual―. Aunque
te lo agradecería inmensamente, no lloraba por eso. Quiero decir
que sí, pero no era la única razón.
―¿Elsie?
Logro asentir.
―Ah. Cierto. ―Se muerde el grueso labio inferior y mira a un
lado como si contemplara el problema. Hmm... Me pregunto si ese
labio se sentiría bien entre mis dientes. No. No es el momento de
distraerse con sus labios. No es el momento. Elsie se está
muriendo. Elsie se está muriendo.
―¿Y si se ha ido antes de que llegue a ella por todo esto?
―Entonces... Supongo que hiciste lo mejor que pudiste.
―No me parece suficiente ―susurro.
―Tendrá que serlo.
Suspiro.
―Y el ciervo. ¿Y si no sobrevive? ¿Y si lo he matado? ¿Y si me
persigue?
―Entonces llamaremos a un exorcista. Con la cantidad de
ciervos que mueren por causas no naturales, apuesto a que están
muy acostumbrados a ocuparse de este tipo de cosas.
―Y por 'este tipo de cosas', ¿te refieres a embrujos de ciervos?
―Mis palabras son inexpresivas, pero no puedo evitar sonreír.
Nunca puedo mantener la cara seria cuando algo me hace gracia,
razón número diez mil por la que no soy muy buena actriz.
―Sí. Seguro que hasta encontramos un cupón de dos por uno.
―Su rostro permanece completamente serio al principio y luego se
va resquebrajando poco a poco. La sonrisa que se le dibuja es tan
poderosa que es increíble que no ilumine la habitación. Estoy tan
deslumbrada que tardo un tiempo vergonzosamente largo en darme
cuenta de que lo estoy mirando de la misma manera que él miraba
las sopaipillas en José Napoleoni's, como si no quisiera esperar ni
un minuto más para saber a qué sabían.
Al darme cuenta de que la cena fue hace menos de doce
horas, me doy cuenta de que estoy demasiado agotada como para
sentir lujuria improductiva por este extraño y dulce imbécil.
―Bueno, deberíamos dormir un poco ―digo.
―Sí. Buenas noches.
Los dos nos tumbamos en la oscuridad boca arriba, con los
brazos paralelos, separados por el mínimo espacio. Siento el calor
que desprende su piel, como si estuviera delante de un horno
abierto. Y aunque el fino material de la camiseta ya me hace sentir
que me ahogo, cuando la respiración de Hollis se ralentiza y se
entremezcla con los suaves ronquidos que ya me resultan tan
familiares, aprieto mi brazo contra el suyo y disfruto del calor de
nuestra conexión mientras me quedo dormida.
Key West, Florida
Diciembre de 1944
6
una persona elegante o a la moda, especialmente en el ámbito del jazz o la
música popular.
piel beige dorada. Un hombre supermodelo, aquí mismo, en esta
pequeña cafetería de Gadsley, Carolina del Sur.
―Hola ―dice, mostrando una sonrisa fácil y brillante―. Siento
interrumpir tu lectura.
―¿Qué lectura? ―le pregunto, mirándolo fijamente con la
misma expresión boquiabierta que probablemente tenía cuando
conocí a John Stamos.
―Supuse que, como tienes un libro… ―Sigo la dirección de su
gesto.
―Oh! Sí. El libro. Lo estoy leyendo, sí. Hola. No te preocupes.
No es muy bueno. ―Mi cara se pone roja como un tomate por la
vergüenza y también un poco por haber insultado inmerecidamente
el duro trabajo de Bud.
―¿Puedo acompañarte?
―¿Acompañarme a leer?
El hombre se ríe.
―Acompañarte en tu mesa. Me gustaría charlar contigo sobre
algo, si tienes un minuto.
―Claro. ―Mi base de datos mental intenta sacar los
resultados de la búsqueda de "temas sobre los que un desconocido
sexy podría querer charlar". Error: No se han encontrado
resultados.
―Millicent Watts-Cohen. Penélope al Pasado, ¿verdad?
Ohhhh. Cierto. Soy ligeramente famosa, y este Adonis tiene la
edad exacta para haber visto la serie cuando se emitió
originalmente. Un fan. Sé cómo hablar con los fans. De hecho,
puedo repasar este guión mientras duermo -suponiendo que mi
compañero de escena no empiece a improvisar como ese asqueroso
en el aeropuerto-, así que probablemente pueda pasar el resto de la
conversación sin hacer más el ridículo.
―Sí, soy yo.
Vuelve a sonreír y mi cerebro se desconecta por completo. Oh,
oh. Tardo un rato en responder después de que me diga―: Te he
visto entrar aquí esta mañana de camino al trabajo. Me alegro
mucho de que sigas en la ciudad. Me enteré de lo que pasó con el
ciervo.
―Vaya. Se corrió la voz rápido, ¿eh? Supongo que es verdad lo
que dicen de los pueblos pequeños.
―No sabes ni la mitad ―dice―. Cuando llegué aquí en agosto
pasado, ya tenía padres haciendo cola delante de mi casa el día que
me mudé, queriendo informarme del deseo de Aiden de cambiar el
trombón por la trompeta, y de la grave alergia a los cacahuetes de
Chloe, y de cómo Elijah y Hailey P. nunca deberían sentarse cerca
el uno del otro en el autobús para ir a los partidos fuera de casa.
―¡Espera! ¡Tú eres el hepcat! ―Hmm. Eso explica el silencio y
las miradas más que el hecho de que todos los comensales estén
asombrados por su belleza.
Sus ojos se dirigen al grupo de hombres mayores sentados en
el mostrador.
―Supongo que conoces a Barney. ―Antes de que pueda
admitir que no he conocido a Barney, sino que he escuchado a
escondidas sus conversaciones y las de sus amigos durante las
últimas tres horas, el gatito continúa―. Soy tan fan de Sousa como
el que más, pero los niños están hartos de tocar siempre lo mismo
en el desfile. Esta sería la cuarta vez para los mayores, y su última
actuación antes de la graduación. No tengo ni idea de por qué
algunos se oponen tanto a cambiar. Es sólo Fleetwood Mac, por el
amor de Dios.
Me agarro al borde de la mesa emocionada.
―¿Vas a hacer que la banda de música toque Fleetwood Mac?
Sonríe.
―Tusk.
―Me encanta 'Tusk' ―le digo.
―A mí también. Estaba entre esa y 'You Can Call Me Al' de
Paul Simon. Pero 'Tusk' tiene una parte en la que los niños corren
y gritan un poco, así que ganó por goleada cuando la sometimos a
votación. ―Suelta una risa encantadora, casi tonta, que no hace
más que aumentar su atractivo―. Ja. 'Derrumbe'. ¿Lo entiendes?
Vaya que sí.
―Sé que acabamos de conocernos ―digo―, pero creo que
deberíamos ser mejores amigos.
Se ríe de nuevo.
―En ese caso, deberías saber que me llamo Ryan.
―Encantada de conocerte, Ryan the hepcat ―le digo. Y
mantengo el contacto visual con él mientras envuelvo la pajita con
los labios y doy un sorbo a mi té helado. El intenso dulzor me
choca la lengua―. Madre mía, esto es como un sirope puro que
podría haber rozado una hoja de té hace unos años.
―Ja, sí, se toman el té dulce muy en serio por estos lares.
Crecí en Vermont y prefiero mi té sin endulzar, que podría ser la
verdadera razón por la mitad de la ciudad me odia. Entonces, Sra.
Watts-Cohen...
―Deberías llamarme Millie si vamos a ser mejores amigos.
―Millie ―repite con esa sonrisa fácil suya que detiene
momentáneamente mi cerebro―. Vengo a pedirte un favor muy
grande, pero creo que puedo hacer que merezca la pena tu tiempo.
Ah, claro. Ha venido a charlar de algo y es de suponer que no
ha sido de la rapidez con la que se propaga la información por
Gadsley ni de su excelente gusto por la música de la banda de
música.
―Claro, te escucho ―le digo.
―Nuestro alcalde asistió el mes pasado a una convención de
turismo de ciudades pequeñas y ahora está obsesionado con que
los "jóvenes" piensen que Gadsley está de moda y es divertido. Y
por "jóvenes" parece que se refiere a los millennials. Así que creó
este Consejo Asesor de Residentes Jóvenes, que en realidad somos
su hija y yo. Lo cual... ahora que lo pienso, ¿quizá el consejo no sea
más que un elaborado intento de emparejamiento? ―Sus ojos color
jade se desvían un momento, pensativos, antes de volver a
centrarse en mi cara―. En fin, me pidió que buscara un gran líder
para el desfile del Festival del Brócoli que encajara con nuestro
nuevo ambiente milenario, moderno y divertido. Y lo dejé para más
tarde porque he estado ocupado con la banda y porque su hija me
dijo que probablemente cambiaría de opinión y querría ser el gran
líder él mismo, como todos los años, pero... el desfile es mañana,
no ha cambiado de opinión y estoy completamente jodido.
―¿Así que quieres que te ayude a encontrar a alguien que
atraiga a los millennials y esté dispuesto a ser el gran líder de tu
desfile con veinticuatro horas de antelación? ―¿Cree que tengo un
teléfono lleno de datos de famosos treintañeros que viven a poca
distancia en auto de Gadsley, Carolina del Sur?
―No. Quiero que seas la gran líder del desfile con veinticuatro
horas de antelación. Eres exactamente la persona que necesitamos.
No creo que hubiera podido encontrar a nadie mejor si me hubiera
esforzado.
―¿Gracias?
Los ojos de Ryan se desvían hacia arriba, mirando a algún
lugar por encima de mi cabeza, y su sonrisa se cae como un arreglo
floral en el quinto día en su florero.
―Hola. Siento interrumpir ―dice una voz familiar que no
suena ni siquiera un poco apenada.
Echo la cabeza hacia atrás hasta que miro la parte inferior de
la barbilla de Hollis. Está concentrado en Ryan hasta que digo ―:
Oye, ¿qué haces aquí? ―Entonces inclina la cabeza para verme a
los ojos y sus gafas se deslizan unos centímetros por su nariz. Por
alguna razón, cuando se las vuelve a subir con el dedo índice,
siento la necesidad de respirar profundamente.
―Necesitaba un descanso. Pensé en comer algo. ―Sin esperar
invitación, acerca una silla vacía y se sienta a mi lado ―. ¿Ya has
comido?
―Comí un huevo y unas tostadas ―le digo―. Pero de eso hace
ya horas. No me importaría comer algo más.
Hollis vuelve a mirar a Ryan y hay una extraña tensión en el
ambiente. La tensión se interrumpe momentáneamente cuando la
camarera se acerca para tomar nota de los pedidos de Hollis y
míos: Hollis pide por mí, esta vez a regañadientes porque yo insisto
en los macarrones con queso para niños, que llevan un perrito
caliente cortado en rodajas que parece un pulpo. Ryan no pide
nada porque no tendrá tiempo de comer antes de volver al colegio.
―Ah, presentaciones ―digo una vez que se va la camarera―.
Hollis, este es Ryan. Es el director de la banda del instituto y acaba
de proponer algo muy interesante. Ryan, este es Hollis. ―¿Cómo
quiere Hollis que le presente? ¿Se supone que tengo que seguir con
la tontería del Sr. y la Sra. Hollenbeck aquí, o sólo en el B&B? ― Él
es mi... eh... Hollis.
La sonrisa amistosa de Ryan no puede ocultar su confusión,
pero le doy puntos por intentarlo.
―Encantado de conocerte ―dice.
―Lo mismo digo. ¿Cuál es la propuesta?
Ryan repite su explicación sobre el alcalde y el desfile. Hollis
se queda con los brazos cruzados, asintiendo, mientras Ryan va al
grano.
―Así que le he pedido a Millie que sea nuestra gran líder.
―De auerdo, ¿y? ¿Qué gana ella exactamente?
―Ah, claro. Sí. Esa parte es importante, ¿no? He oído que
tienes un poco de prisa por volver a la carretera. Si lo haces por mí,
estaré encantado de prestarte mi auto todo el tiempo que lo
necesites.
Ante eso, la columna vertebral de Hollis se endereza y sus
brazos se despliegan, abriéndose literalmente a la idea.
―Vamos bastante lejos, y no pensamos volver a pasar por
aquí hasta dentro de una semana.
―No hay problema ―dice Ryan―. Voy en bici o andando a casi
todas partes. El auto está parado en mi entrada sin hacer ningún
bien a nadie ahora mismo. ―Dirige su atención hacia mí―. Me
gustaría mucho ayudarte, Millie.
―Pero ella tiene que ayudarte a ti primero ―dice Hollis.
―Bueno, sí. Estoy en un verdadero aprieto. Y ya no soy la
persona más popular de la ciudad en este momento. Si no entrego
un gran líder del desfile, el alcalde no dudará en asegurarse de que
todo Gadsley sepa que fui yo quien dejó caer la pelota.
Hollis se deja caer de nuevo en su silla, cruzándose de brazos.
―Eso suena a problema tuyo.
―Hollis ―digo, con una nota de advertencia en la voz―. Ryan
está intentando ayudarnos.
Suspira y pega una de sus sonrisas adustas, lo que hace que
Ryan se incline uno o dos centímetros lejos de él.
―¿Cuándo necesitas tener mi respuesta? ―pregunto.
―Digamos, ¿a las cinco? ―dice Ryan, levantándose de la
silla―. Puedes venir, discutir cualquier pregunta o preocupación,
resolver la logística.
―Claro ―digo.
Ryan aprieta las manos en señal de gratitud.
―Estupendo. Piénsalo, habla con tu... con tu Hollis. Y luego
nos vemos en mi casa a las cinco. ―Mira el reloj que hay en la
pared sobre el mostrador de la cafetería―. Vaya. Mi periodo de
preparación termina a las diez. Tengo que volver a ello. Connie y
Bud pueden darte mi dirección. Quiero decir, probablemente
cualquiera en el pueblo puede, pero Connie y Bud son
probablemente los más convenientes.
―Pueblos pequeños, ¿eh? ―Digo con una sonrisa.
―Exactamente. Hasta luego, Millie. Hollis.
―Hasta luego ―acepto. Saludo con la mano y empujo a Hollis
con el codo hasta que saluda a Ryan de la forma más superficial
que he visto nunca.
―Acaba de ofrecernos una forma de salir de aquí ―le digo
bruscamente―. Más te vale ser más amable cuando vayamos a su
casa esta noche.
La risa de Hollis hace su reaparición.
―Oh, no voy a ir a casa de Ryan esta noche.
―No seas así ―le digo.
―No estoy siendo así, sea lo que sea. No voy porque estoy
bastante seguro de que no me han invitado.
―¿Qué quieres decir? Fuiste invitado. Yo estaba aquí cuando
lo dijo. Dijo: 'Puedes venir... '
―Puedes. 'Puedes' fue la palabra clave en esa frase. Si no,
habría dicho 'Pueden'. Como 'todos ustedes pueden venir'.
―Ryan no es de por aquí, así que no, no lo habría hecho. Pero
empiezo a sospechar que tú eres de por aquí. Tienes el acento. O
uno parecido, al menos.
Hollis me mira fijamente, sin confirmar ni desmentir mi
afirmación.
Apoyo los codos en la mesa y apoyo la barbilla en las manos.
―¿Por qué querría Ryan que fuera sin ti? Nos prestaría el auto
a los dos.
Hollis junta los dedos delante de él. Se inclina más hacia mí.
―Bueno, Millicent, a veces, cuando la gente se encuentra
atractiva, deciden pasar tiempo juntos a solas en algo que se llama
una cita, a menudo con el objetivo de participar en un acto
conocido como relación sexual.
Gimo y dejo caer los brazos sobre la mesa, enterrando la cara
en la pequeña cueva oscura que forman.
―Ahora ―continúa―. Es cierto que, aunque dos es la cantidad
más común de personas para esta transacción, no es la única
posible. Pero ese hombre no parecía interesado en un trío. Sólo
tenía ojos para ti.
Mi cerebro se aferra inmediatamente a la imagen de mí, Hollis
y Ryan en algún conglomerado enmarañado de miembros. Oh,
vaya. Nunca podré volver a levantar la cabeza, o Hollis sabrá
exactamente lo que he estado pensando. El nido de mis brazos
cruzados y el grano de la mesa de madera serán lo único que vea el
resto de mi vida, y voy a tener que hacer las paces con eso.
La mano de Hollis se posa en mi espalda. Se mueve
lentamente arriba y abajo, haciendo que mi cara arda aún más.
―No tienes por qué hacerlo, ¿sabes? ―Su voz es suave y
cercana.
―Sí, soy consciente de que no necesito acostarme con todo el
que esté interesado. Gracias. ―Me aventuro a echar un vistazo por
encima de mi brazo y encuentro los labios de Hollis torcidos en las
comisuras y a pocos centímetros de los míos.
―Me refería al desfile. Sé cómo te sientes con respecto a los
focos, a no tener control sobre dónde brillan. Si no quieres ser el
gran mariscal, no deberías hacerlo.
―Pero el auto ―digo.
―Que se joda el auto. ―Su tono es sorprendentemente
enfático―. Encontraremos otra manera. No quiero que hagas nada
que no quieras hacer, Millicent. La Sra. Nash tampoco lo querría.
Nuestras miradas se cruzan, y por un momento se me estruja
el corazón. Una vez, al principio de nuestra amistad, le dije a la
señora Nash que estaba pensando en hacerme un piercing en la
nariz, pero que no creía que a Josh le gustara. Ella dijo: ¿A quién le
importa lo que piense? Siempre debes hacer lo que es correcto para
ti, Millie. Lo que sea correcto para los demás no importa, porque tú
eres la que vivirá con tus decisiones. Al final, mi miedo a las agujas
tomó la decisión por mí, pero las palabras de la señora Nash han
permanecido conmigo.
Justo cuando la ola de dolor que a veces se abate sobre mi
corazón empieza a remitir, recuerdo que Hollis no sabe casi nada
de la señora Nash. Puede que sus palabras sean correctas, pero no
son más que suposiciones vacías; aparte de la historia de amor
entre ella y Elsie, lo único que le he contado es que le encantaban
las York Peppermint Patties y que solía tener un perro macho
llamado Lady.
―Simplemente no quieres que esté en el desfile porque no te
gusta Ryan.
Su mano se detiene, pesada sobre mi omóplato.
―No, Ryan no me cae bien. Pero no me gusta la mayoría de la
gente. No es nada personal. Así que haz el desfile, no lo hagas. Es
tu decisión.
―Aunque también te afecta a ti.
―No voy a pedirte que hagas algo que te incomoda sólo para
no tener que esperar tanto para echar un polvo. ―La mano que
tengo en la espalda me da una ligera palmada y luego se retira―. La
elección es tuya, chica. Te apoyo al cien por cien.
―No soy una chica ―refunfuño mientras nuestra comida llega
a la mesa.
―Lo dice la mujer que insistió en pedir el menú infantil.
―Quita los palillos con volantes de las torres triangulares de club
de pavo de su plato.
―Sólo estás celoso de que tu almuerzo no viniera con un
pulpo hot dog.
―Claro. Seguro que es eso.
Hollis engulle su sándwich emitiendo muchos mmmmmm y yo
me burlo de él porque, vamos, ¿cómo no hacerlo? Pero todo el
tiempo, también estoy tratando de no pensar demasiado en lo que
Hollis dijo acerca de las intenciones de Ryan esta noche y por qué
exactamente no estoy más interesada en la perspectiva.
DIEZ
―Voy a hacerlo ―decido.
―¿Vas a acostarte con Ryan? ―pregunta Hollis, con tono
distraído. Ha estado escribiendo durante la última hora en el
escritorio de la esquina de nuestra habitación en Gadsley Manor,
mientras que yo he estado despatarrada en la cama, debatiendo las
repercusiones de una aparición pública en una pequeña ciudad del
sur.
―No, el desfile. ―Yo también he estado pensando en lo del
sexo, seamos realistas. Quizá sea justo lo que necesito. Como un
limpiador de paladar. Una cucharada de sorbete para limpiar el
sabor ligeramente metálico que Josh dejó. El sexo casual parece
funcionar bastante bien para Hollis. Y Yeva, me imagino. Además,
sé que Dani ha tenido su parte de satisfactorios enganches sin
ataduras. ¿Por qué no debería intentarlo?
―Podría o no tener sexo. Aún no lo he decidido.
Esto llama la atención de Hollis. Deja caer el bolígrafo y me
mira.
―¿Así que vas a hacer el desfile?
―Sí. Lo he investigado y lo único que tiene que hacer un gran
líder es sentarse en un descapotable, saludar y sonreír. Yo destaco
en todas esas cosas. ¿Por qué no?
―¿No te importará llamar la atención?
Me encojo de hombros.
―La multitud en sí no es un problema. Puede que salga en los
periódicos o sea tendencia en las redes sociales o lo que sea, pero
si podemos volver a la carretera mañana por la tarde en lugar de
dentro de unos días, llegar antes a Elsie, merecerá la pena.
Además, esto es algo que estoy eligiendo hacer. Sé que habrá fotos,
y sé que estarán en el mundo. No tengo que leer ninguno de los
comentarios. Así que está bien.
Hollis asiente.
―De acuerdo. Me parece bien. ―Vuelve a tomar el bolígrafo y
continúa escribiendo.
Intento prestar atención al libro de Bud, pero después de
releer la misma frase seis veces, me rindo y me permito observar el
perfil de Hollis mientras trabaja. Cuando está especialmente
concentrado, se muerde el labio inferior. De vez en cuando hace
una pausa y se queda mirando al vacío durante un minuto, antes
de mover ligeramente la cabeza y volver a concentrarse en su
cuaderno. Su concentración es tan fascinante como enloquecedora.
Tengo el impulso de poner a prueba sus límites, lo que
probablemente no sea muy agradable, pero me parece una forma
excelente de pasar el tiempo.
―Trabajando muy duro ahí, ¿no? ―pregunto.
Silencio.
―Este libro es genial, por cierto. Bud es un escritor decente.
¿Te leo algunos pasajes? Quizá te inspire. ―Vuelvo al principio y
leo en voz alta un párrafo sobre la fundación de la ciudad, luego
salto a uno sobre la historia de la granja de brócoli Alston.
Silencio.
―Voy a pedirte prestado el cepillo de dientes. Espero que no te
importe.
Más silencio.
―Podría limpiar el inodoro con él. Noté una mancha de óxido
esta mañana que apuesto que a Connie le encantaría quitar.
Nada.
―Pero primero, ¿te importa si salto desnuda sobre la cama,
cantando 'El Himno de Batalla de la República'?
Se gira en la silla, pasa un brazo por el respaldo y apoya la
barbilla en él.
―No, no me importa. Adelante.
Me ruborizo y se me extiende hasta la punta de los dedos.
―Bueno ―me dice―. ¿A qué esperas? Seguro que no estabas
diciendo cosas para intentar distraerme de mi trabajo. ―La
expresión de Hollis es la de alguien a dos jugadas del jaque mate ―.
Eso sería infantil. Y tú, como ya me has recordado en varias
ocasiones, no eres una chica.
―Pensándolo bien ―digo, buscando una salida que no
implique admitir que le estaba tomando el pelo para
entretenerme―, probablemente no sea buena idea tocar el viejo
'Himno de batalla' por estos lares. Todavía no han perdonado a
Sherman por su Marcha al Mar, ya sabes.
―Oh, no creo que a Bud y Connie les importe. Bud
seguramente no está en esa tontería de la Causa Perdida con su
tatarabuelo y el fundador de la ciudad un ex coronel de la Unión.
Un oficial de las tropas de color de EE.UU., incluso. No, yo diría
que estás bien para ir allí. Incluso podría ser apreciado. Un
homenaje a su familia y a la ilustre y sorprendentemente
progresista historia de Gadsley, Carolina del Sur.
Por supuesto que estaba escuchando mientras leía los pasajes
del libro de Bud. Y está claro por la mirada de sus ojos detrás de
sus gafas, a partes iguales satisfecha de sí misma y depredadora,
que él sabe que yo sé que estoy en un aprieto aquí. Claro que
podría echarme atrás. Pero, ¿y si...? Bueno, ¿y si lo hago? Hollis es
un sabelotodo, cree que me conoce, que conoce a la Sra. Nash, que
sabe la verdad sobre el amor, la gente y el universo entero. Estaría
bien hacerle perder el equilibrio, demostrarle lo poco que sabe en
realidad.
Mis dedos vacilan un momento en el dobladillo de mi camisa
color chartreuse, luego se cierran sobre la tela y la levantan
lentamente. Hollis abre la boca para decir algo, pero se queda
paralizado con los labios ligeramente entreabiertos al captar el
movimiento.
Oh.
No son sólo bravuconadas, ¿verdad? El coqueteo antagónico
de Hollis no se trata de provocarme para su diversión. O al menos,
no se trata completamente de eso. Me desea como yo a él. Lo veo en
la forma en que sus ojos siguen mi movimiento pausado, cómo sus
hombros suben y bajan cuando respira hondo.
Quince centímetros de barriga blanca como la pasta se
interponen entre el algodón verde amarillento de mi camisa y el
jean azul claro de mis vaqueros. Si subo más, Hollis va a ver mis
tetas. El hecho de que mi sujetador siga cubriéndolas en su mayor
parte y de que no sea muy diferente de lo que vería si buscara en
Google "bikini Penélope al pasado" no hace que parezca que
estemos al borde del precipicio. Sus ojos conectan con los míos en
un desafío silencioso: Salta.
Voy a hacerlo. Voy a hacerlo. Porque no quiero hacer esto con
nadie más si Hollis es una opción, y está empezando a parecer que
podría serlo. Si voy a saltar, mejor hacerlo desde el punto más alto
posible, así tendré más tiempo para disfrutar de la caída.
Mi cerebro ni siquiera tiene tiempo de decirle a mis manos
que actúen antes de que llamen a la puerta, y me vuelvo a bajar la
camiseta presa del pánico. El cuerpo de Hollis se da la vuelta para
mirar de nuevo hacia su escritorio. El calor que ha estado fluyendo
como lava bajo mi piel se convierte en vergüenza ardiente, como si
la puerta fuera transparente y nos hubieran pillado haciendo algo
malo. Entonces vuelven a llamar, esta vez un poco más fuerte.
Hollis se aclara la garganta, se levanta y avanza unos pasos hacia
la puerta.
―Señorita Connie ―dice mientras la abre un poco y asoma la
cabeza―. Buenas tardes, señora.
―Oh, Hollis querido, espero no interrumpir tu trabajo ―dice
apresurada―. Sólo quería que Millie y tú supieran que vamos a
tomar el té con bollos abajo, por si les interesa. No se me ocurrió
mencionarlo antes, ya que pensábamos que te irías hoy, pero ya
que te quedas después de todo...
―Muchas gracias ―dice―. Me temo que todavía tengo mucho
que hacer aquí, pero estoy seguro de que Millicent bajará en breve.
―Estupendo ―responde ella―. ¿Y cómo están de lo esencial?
¿Toallas y demás?
―Muy bien. Gracias.
―Estupendo. ¿Me harás saber si hay algo que podamos
traerles para que estén más cómodos?
―Por supuesto. Adiós, Srta. Connie.
―Adiós ―dice ella. Luego agrega apresuradamente―: Y
lamento nuevamente molestar...
―No hay problema. Que pase una buena velada, señora.
Después de cerrar la puerta, Hollis apoya la cabeza en ella.
―Té y bollos ―dice exhalando pesadamente.
―Té y bollos ―repito. Parece como si estuviéramos hablando
en una especie de código, pero no estoy muy segura de la
traducción―. Así que... Creo que vi un sitio chino cuando llegamos
anoche. Podríamos pedir comida para llevar. Estoy segura de que
Connie tiene el número de Ryan, puedo enviarle un mensaje y
decirle que estoy bien para hacer el desfile.
―No, deberías ir a su casa. Pásalo bien. ―Se aparta de la
puerta y vuelve a sentarse en el escritorio, inmediatamente
reabsorbido en su escritura.
―No me importa saltármelo ―le digo―. Así no tienes que
comer solo. ―De repente me doy cuenta del doble sentido de mis
palabras y me ruborizo un poco, aunque es exactamente lo que
quería decir.
―No. Creo que probablemente sea mejor que comas con Ryan
esta noche ―dice.
El rechazo me pellizca el orgullo, sobre todo cuando hace un
momento parecía tan dispuesto. Pero... té y bollos. Tal vez me
equivoqué. Quizás no estaba tan excitado como horrorizado por la
perspectiva de verme desnuda. Demasiado horrorizado para
detener lo que se estaba desarrollando. Tal vez Connie no
interrumpió sino que salvó a Hollis de la situación terriblemente
incómoda en la que se encontraba.
―De acuerdo. Bueno, se supone que tengo que estar en casa
de Ryan a las cinco, así que probablemente no vuelva a subir a la
habitación antes de irme. Así que... adiós.
―Espera ―dice, levantándose bruscamente.
Me quedo paralizada a medio camino de pasar el brazo por la
correa de la mochila. El corazón me late a mil por hora esperando
que Hollis cambie de opinión y me pida que me quede.
―¿Qué?
―Déjame darte mi número de teléfono. Por si las cosas van
mal. Quiero decir, vas a casa de un desconocido en una ciudad
desconocida, y careces por completo de instintos evolutivos de
supervivencia.
Suspiro y mis latidos se calman.
―Bien. ―Agrego a Hollis Hollenbeck como nuevo contacto e
introduzco los números a medida que él los dice.
―¿Me mandas un mensaje para que yo también tenga el tuyo?
―Lo haré ―le digo―. Cuando menos te lo esperes.
Frunce el ceño.
―Por favor, no te olvides.
―De acuerdo, papá.
Algunos de los otros huéspedes del B&B están disfrutando del
té y los bollos cuando bajo. Escucho a Connie y a una señora de
Alabama charlar sobre repostería durante media hora, asintiendo
de vez en cuando como si supiera lo suficiente sobre el tema como
para estar de acuerdo con algún punto u otro. Sí, sí, yo también
tengo más éxito con mis magdalenas si las meto en el horno a una
temperatura más alta y luego lo bajo después de unos minutos.
Sobre todo me acuerdo de la Sra. Nash (que nunca conoció un
dulce que no le gustara), y luego de Elsie y los kilómetros que aún
nos separan. Una parte de mí quiere llamar al centro de enfermería
para ver cómo está, pero otra parte de mí está tan aterrorizada de
que puedan ser malas noticias que decido que prefiero no saberlo
en este momento. La Elsie de Schrödinger es mucho más fácil de
sobrellevar mientras tengo todas estas otras cosas flotando en mi
cabeza. Como por qué el desinterés de Hollis por mí es tan
decepcionante cuando, para empezar, nunca esperé que le
interesara. Y si acostarme con un tipo sexy al que le gusta
Fleetwood Mac podría compensar parte de esa decepción o
exacerbarla de algún modo.
7
Película de 2004: El protagonista conoce una chica completamente opuesta a
él, que es como un soplo de aire fresco y esperanza que se cuela en su vida
―Sí. Oye, lo has entendido.
―Ayuda que dormir en mi antigua habitación aparentemente
empujó tus referencias al siglo actual.
―Eh, no te acostumbres ―advierto.
―Bien. Los primeros años de la década de los ochenta son
demasiado recientes para un alma vieja como tú.
―Blech. ―Le saco la lengua.
―¿Qué?
―El término 'alma vieja'. Casi todas las personas que me han
llamado así eran hombres que me doblaban la edad intentando
explicar por qué no era realmente espeluznante que quisiera
meterse en mis pantalones.
Hollis frunce el ceño.
―Tomo nota.
―De todos modos ―digo―, una vez que quedó claro que yo
tenía mis propias ideas y sueños y no era su salvación o algún
accesorio divertido para hacer que su personalidad de mierda
resalte, creo que Josh empezó a resentirse conmigo. Aunque hizo
un buen trabajo ocultándolo. No me di cuenta hasta lo de
Instagram. En retrospectiva, había pistas, pero... no lo sé. Pensé
que me amaba. No había razón para cuestionarlo.
―Sí. Sé cómo es eso ―dice Hollis.
Supongo que lo sabe. Tal vez su relación con Vanessa no era
tan diferente de la mía con Josh, sólo más corta y más antigua.
Ambos fuimos utilizados por la gente que decía preocuparse por
nosotros. Excepto que Hollis miró el matrimonio fracturado de sus
padres, la tendencia de su padre a saltar de colegiala en colegiala,
y el engaño de Vanessa, y vio pruebas de que el amor duradero es
una mentira; mientras que yo metí tres cucharadas de mi mejor
amiga anciana en mi mochila y reservé un vuelo a Florida para
demostrar que no es una tontería seguir creyendo que alguien
puede preocuparse de verdad por otra persona durante toda la
vida.
Cuando el agua que indica que hemos llegado a los Cayos
aparece por mi ventana, centelleando bajo el sol de la mañana, sé
que no falta mucho para que descubramos quién de los dos tiene
razón.
DIECINUEVE
―Hace tiempo que no dices nada. Me estás poniendo nervioso
―dice Hollis mientras cruzamos otro puente.
―Lo siento ―le digo―. No tengo muchas ganas de hablar.
―No pasa nada. Podemos limitarnos a escuchar música.
―Hace una hora que renunciamos a la radio después de que la
supuesta emisora de rock clásico pusiera Nickelback.
Sorprendentemente, a Hollis le molestó más que a mí e insistió en
que volviéramos a escuchar mi lista de reproducción de viaje por
carretera. Así que imagino que el infierno ha alcanzado
temperaturas récord.
Suena "Never Going Back Again" y automáticamente alargo la
mano para proteger el botón de encendido/apagado del equipo de
música.
―De acuerdo, sé que no te gusta Fleetwood Mac. Pero esta es
súper corta y ni siquiera canta Stevie Nicks, así que por favor,
¿podemos...?
―Millicent ―dice―. No iba a apagarla. No me molesta esta
canción y sé lo mucho que te gusta.
―Espera ―le digo―. No. Deja eso. Deja de no ser grosero con
mi música. Me hace sentir como si sintieras lástima por mí, y aún
no hay razón para que sientas lástima por mí. No actúes como si ya
hubiera fracasado.
―No siento pena por ti, pero cariño...
―¿Cariño? ―Reacciono al término cariñoso como si me
hubiera dado un pellizco en el brazo―. ¿Qué demonios te pasa?
¿Por qué me llamas así? Para ya.
Los ojos de Hollis se desvían a un lado por un segundo y su
ceño se frunce de lo normal a lo medianamente profundo, lo que
significa que está frustrado.
―No, para tú.
―¿Por qué no me obligas? ―refunfuño.
―Porque… ―dice Hollis―. Yo no hago monos, sólo los entreno.
―Ah, sí, bueno Espera. Hollis, ¿acabas de citar La gran
aventura de Pee-wee?
Mis ojos parpadean rápidamente como si intentaran limpiar
una mota de polvo, incapaces de creer lo que están viendo. La boca
de Hollis se transforma lentamente, las comisuras se estiran y se
levantan, sus labios se separan y dejan al descubierto los dientes.
Pero no acaba en esa sonrisa preciosa y genuina. No. Los dientes se
separan un poco y un sonido fuerte y alegre sale de algún lugar
profundo de su cuerpo. Madre mía. Hollis se está riendo. No exhala
un resoplido de diversión, sino que se ríe a carcajadas.
Me golpea en el pecho como una ola masiva e inesperada, más
inesperada aún porque de algún modo me convencí de que mis
sentimientos por él eran una bañera en lugar de un océano.
―Para. ―Mi voz suena rasposa. Puede que mi corazón me esté
arañando el esófago mientras intenta salir.
La risa se desvanece en su versión más familiar y menos
destructiva.
―¿Por qué? ¿Por qué?
―Para ―repito―. Por favor.
He perdido la conciencia de nuestro entorno, así que es pura
suerte que haya hecho esta petición estando en una de las islas y
no en medio de un largo tramo de carretera sobre el agua. Hollis
entra en el aparcamiento vacío de una tienda de regalos llamada
The Sea+Shell, que no está abierta a estas horas de la mañana.
―¿Qué pasa? ―pregunta―. No me digas que has dejado a la
señora Nash en casa de mi padre...
―No, no. La tengo. Sólo necesitaba, necesito… ―Me entierro
los dedos en el cabello, fuerte contra el cuero cabelludo.
―¿Qué necesitas, Mill?
Te necesito a ti. Ahora y después de que todo esto acabe.
Porque creo que me estoy enamorando de ti, y lo siento. Lo siento
mucho. Sé que no es así como se supone que funcione este arreglo, y
que tú no haces relaciones. No espero que sientas lo mismo, sólo...
mierda. ...lo siento. Te prometo que no quería hacerlo.
Eso es lo que va a salir de mi boca en unos tres segundos si
no tomo medidas inmediatas. Como llegar a Elsie a tiempo (y luego
encontrarme con ella) ya se ha cobrado cada centímetro cuadrado
disponible de mi ansiedad -por no mencionar que Hollis y yo
seguiremos atrapados juntos en este auto durante otra hora-, sé
que no es el momento de dar este salto. Me inclino hacia el lado del
conductor, intentando acortar la distancia que nos separa, pero el
cinturón de seguridad protesta contra mi repentino movimiento y
se bloquea, tirándome hacia atrás contra el asiento.
―Te necesito… ―es todo lo que consigo decir antes de que
Hollis pulse el botón para liberarme del cinturón.
Me atrae hacia él, su beso nos salva a los dos de mi
incapacidad para guardarme nada. Tengo el pie derecho retorcido
en la correa de la mochila y la palanca de cambios se me clava en
la cadera. Pero es lo más bien que me he sentido desde que salí de
sus brazos esta mañana. Hollis se suelta el cinturón para poder
ajustar el ángulo y me agarra el cabello con las manos, tirando
suavemente de él para inclinarme más la cabeza hacia atrás.
―Bien ―dice contra mis labios. No sé si es un comentario
sobre mi necesidad de él o sobre mi forma de besar; en cualquier
caso, lo acepto.
Prácticamente tiro sus gafas al salpicadero, luego busco el
dobladillo de su camiseta y deslizo la mano por su interior para
tocar la cálida piel de su estómago. La lengua de Hollis sale de mi
boca y gimo en señal de protesta hasta que vuelve a aparecer
contra la piel sensible bajo mi oreja.
―¿Condón? ―jadeo.
Su respuesta es un morreo o un movimiento de cabeza.
―En mi bolso, en el maletero ―dice.
Durante unos brevísimos segundos, me imagino declarando
que no me importa, que lo quiero dentro de mí ahora mismo y que
la regla número dos se vaya al diablo. Aunque la locura es
extremadamente fugaz y estoy casi segura de que no he dicho nada
en voz alta, Hollis se paraliza.
―No. Nosotros... No, Mill. No podemos.
La regla número dos puede descartarse en un arrebato de
pasión (o, seamos realistas, de estupidez). Pero la regla número
uno no es negociable. Además, sé que el calor y la tensión que
recorren mi cuerpo son más emocionales que físicos. El sexo no va
a aliviarla, no del todo. ¿Y de verdad queremos tener que pagar la
revisión del auto de Ryan antes de devolvérselo?
Acuno la mandíbula ronca de Hollis en mi mano y giro su
cabeza hasta que nuestros labios vuelven a coincidir. Nuestros
besos son lentos, suaves. Un estiramiento de enfriamiento después
de un sprint imprudente.
―Estoy nerviosa por no saber cómo acabará esto ―susurro
contra su boca.
―Yo también ―responde mientras se pone las gafas. Su
atención se centra en quitar una huella dactilar de una de las
lentes con el dobladillo de la camisa―. Pero vamos a averiguarlo
juntos.
Entramos en el estacionamiento de la residencia cuando me
doy cuenta de que no estábamos hablando de lo mismo.
Chicago, Illinois
Agosto de 1952
Había tardado más de una hora, pero los dos niños estaban
por fin en la cama y tranquilos, si no dormidos. Y tranquilidad era
todo lo que Rose podía pedir después de un día como el de hoy.
Primero, Richie se había despertado quejándose de un malestar
estomacal. Después, Walter, celoso de que la atención de su madre
se centrara en su hermano mayor, afirmó padecer la misma
dolencia, y procedió a demostrarlo revolcándose por el suelo,
agarrándose el estómago y aullando con tal eficacia que el perro de
la familia, un chucho al que los chicos habían insistido
inexplicablemente en llamar Lady, se unió a ellos. Entonces Dick
entró en la habitación -aparentemente sin inmutarse por el caos
que ya se había desatado- para preguntarle a Rose si había visto su
corbata favorita. Lo que significaba que ella tenía que recordarle
que la semana pasada, cuando se inclinó hacia ella para besarla
junto a la cocina, se las había arreglado para mojar una buena
cuarta parte de ella en salsa de tomate y que aún no la habían
recogido de la tintorería. Eso hizo que Dick reviviera el recuerdo,
enfadándose de nuevo por su torpeza -lo que Rose encontró
bastante entrañable, en realidad-, pero eso le hizo llegar tarde al
trabajo, y todo el día había continuado más o menos de la misma
manera.
Ahora Rose se hundió en su sillón favorito, tapizado de color
beige con palmeras de color naranja óxido que le recordaban las
puestas de sol y el calor de Key West, y se quitó los zapatos planos.
Dick llegaría a casa en cualquier momento, siempre y cuando su
autobús no se encontrara con demasiado tráfico en el centro, y ella
estaba deseando sentarse a cenar juntos, después compartir una
copa y tal vez hacer el amor si él no estaba demasiado cansado.
Habían estado hablando de la posibilidad de un bebé Nash número
tres, pero con Richie y Walter ya desbocados y Dick dando clases
este semestre, nunca parecían tener tiempo ni energía. Además,
otro niño requeriría más espacio del que tenían, y Rose y Dick
habían acordado que preferirían morir en su habitación de dos
dormitorios cerca de Dupont Circle que lidiar con el estrés de
mudarse de nuevo.
Los pensamientos de Rose se desviaron hacia Elsie, como
solían hacer en los raros momentos de tranquilidad. Llorarla
durante el último año había sido todo un proceso. A pesar de la
rabia, la pena y la culpa, Rose volvía una y otra vez a aquel día en
el bungalow de Key West, cuando Elsie le pidió que le prometiera
que intentaría ser feliz con Dick Nash. Sigue intentando ser feliz con
esta vida por ella, se recordaba a sí misma cada vez que todo le
parecía demasiado pesado. Pero esta noche, cuando Rose echó un
vistazo a su salón y observó el soldado de juguete errante que yacía
derrotado encima de la mesita de café, a Lady dormitando junto al
sofá y el último catálogo de Sears con la mitad de sus páginas
mordisqueadas para indicar los artículos que se estaban
considerando para Navidad, se encontró suspirando satisfecha. En
algún momento, Rose se dio cuenta de que había dejado de
intentarlo y ahora simplemente lo hacía.
VEINTIDÓS
Debo haberme quedado dormida. No es de extrañar si
tenemos en cuenta que esta mañana nos hemos levantado antes
del amanecer. Y también que lloré a lágrima viva en un lugar
público, lloré más en el hotel, convencí a Hollis para que me
confesara que siente algo parecido a lo que yo siento y luego tuve el
sexo más trascendental de mi vida. Ha sido un día largo, agotador,
una montaña rusa.
Hollis no está en la cama conmigo. No hay ruidos procedentes
del cuarto de baño, aunque debe de haberse duchado; el aire
ligeramente húmedo y el olor cítrico del champú de cortesía del
hotel se han colado en la habitación. Lo llamo, pero no contesta.
Una pequeña parte de mí se asusta. ¿Y si se ha asustado por toda
esta nueva intensidad entre nosotros y se ha ido? Pero entonces
veo la nota en el escritorio, junto a mi teléfono y el cuaderno de
Hollis. Es un trozo de papel de hotel con un mensaje escrito con
una cursiva suelta y apresurada.
Recogiendo la cena. Vuelvo pronto. -H
El televisor de pantalla plana que hay junto al escritorio
refleja la enorme sonrisa que ocupa la mayor parte de mi cara.
Resulta extraño parecer tan feliz cuando aún albergo tanta
decepción y dolor, pero también hay una chispa de alegría dentro
de mí que se convierte en una hoguera cada vez que pienso en
Hollis y en las cosas que dijo. El enfado en su voz cuando me llamó
"inevitable" no debería haber sido dulce, pero viniendo de él era
como un melocotón recién recogido del árbol en pleno verano.
Dios, realmente se me está pegando, ¿no? Estoy
prácticamente manchada con su tendencia a la prosa púrpura. Y
mucho sudor seco. Huelo como un montón de cebollas fritas que se
ha tirado un pomelo.
La presión de la ducha es floja, como una llovizna perezosa en
lugar del prometido efecto cascada, pero aun así la disfruto. Me
siento como si limpiara la tristeza del día, pero también su pequeño
triunfo. Me resisto un poco a perder la suciedad salada de hacer el
amor, pero me digo que habrá más de donde vino aquello. ¿Qué
sentido tendría todo lo que ha confesado Hollis si pensara acabar
con esto en cuanto volvamos a DC?
Tiene que haber más. Puede que este sea el final del camino
para la Sra. Nash y Elsie, pero es un principio para Hollis y para
mí. Si no lo es, todo lo que hemos pasado no tiene sentido. Y no
puedo aceptar eso en absoluto. Ni siquiera los caprichos del
universo, notoriamente volubles y crueles, me harían algo así.
Vamos a tener que tener una conversación real en algún
momento. Una en la que ambos seamos lo suficientemente
vulnerables como para decir sin rodeos lo que queremos y
necesitamos el uno del otro y durante cuánto tiempo. Besarnos y
tocarnos es genial, no me malinterpretes. Pero esto nunca
funcionará si no dejamos de confiar en que nuestros cuerpos
hablen por nosotros. Aunque eso es un problema para más
adelante. Tal vez en el auto de camino a casa. Ahora mismo, voy a
disfrutar de la posibilidad de que mi racha de perder todo lo que
quiero conservar por fin haya llegado a su fin.
Mi teléfono vibra sobre el escritorio mientras organizo mi
cabello mojado en una trenza. No he vuelto a ponerme en contacto
con mis padres desde ayer, así que probablemente estén asustados.
No estoy segura de tener la energía suficiente para explicárselo
todo ahora mismo. Pero cuando extiendo la mano para enviar la
llamada al buzón de voz, veo que no son mis padres los que llaman.
Es un número de Florida. Me acuerdo de lo que dijo Hollis de que
en el centro de cuidados habían dado mi número a los familiares de
Elsie, tomo el teléfono y consigo contestar en el último timbrazo.
―¿Diga?
―Hola, ¿habla Millicent?
―Sí, hola. ¿Quién es?
―Me llamo Tammy Hines. Soy la sobrina nieta de Elsie Brown.
Conseguí tu número de Rhoda en The Palms en Southernmost. Me
dijo que querías hablar conmigo. ¿Todavía estás en la ciudad?
―¡Sí! Sí. Hola. Sí.
―Oh, genial. Qué bien. En realidad creo que tengo algunas
cartas para darte. Asumiendo que eres la... uh... ¿loro era?
―Paloma ―corrijo.
―Sí. Correcto. Tía Elsie dijo paloma. Lo siento, tengo el
cerebro frito. De todos modos, acabo de terminar con un cliente,
pero debería estar libre en unos… ―Hay una pausa―. Veinte
minutos. ¿Dónde te alojas?
―Um... estamos en New Town en el...
―Bien. Cerca de mi oficina entonces. Hay un Starbucks en la
Séptima con North Roosevelt. ¿Podemos vernos allí sobre las seis?
¿O prefieres esperar hasta mañana?
―No, esta noche a las seis es perfecto ―digo. Hollis y yo
tendremos que comer rápido cuando vuelva, pero de ninguna
manera voy a esperar más de lo necesario. ¡Cartas! Tengo las
cartas de Elsie a la señora Nash en un fajo, metidas junto a la caja
de madera que guarda sus cenizas. Así que estas cartas son
presumiblemente las cartas de la Sra. Nash a Elsie. La idea de
volver a ver la hermosa letra de la señora Nash hace que se me
salten las lágrimas. Pero no hay tiempo para eso, Tammy está
diciendo algo.
―Perdona, ¿qué ha sido eso? ―pregunto.
―¿Tienes papel y bolígrafo? Esta es la línea de mi oficina, así
que déjame darte mi número de móvil por si surge algo.
―Ah, de acuerdo. Un segundo. ―Paso la nota de Hollis al lado
en blanco. Papel, comprobado―. Bolígrafo, bolígrafo, bolígrafo
―murmuro para mis adentros. Mis ojos buscan el bolígrafo de
plástico barato que suele haber junto al bloc de notas del hotel,
pero no está―. Lo siento ―digo―. Busco un bolígrafo. ―Debe de
haber uno en alguna parte, porque Hollis lo ha utilizado para
escribir esta nota y... bingo. No es el bolígrafo del hotel (quién sabe
dónde habrá ido a parar), sino el bolígrafo negro de Hollis, que he
encontrado metido en su cuaderno como un marcapáginas. Tengo
cuidado de usar el dedo meñique como marcador de posición
mientras garabateo el número de teléfono de Tammy y la
intersección del Starbucks.
―Nos vemos a las seis ―me dice después de confirmar que
tengo los datos correctos.
―Sí. Muchas gracias. Hasta pronto.
Abro el cuaderno de Hollis para sustituir el bolígrafo. Mi
corazón hace un pequeño contoneo de emoción, como el trasero de
un corgi, al ver la página llena de sus palabras escritas a toda
prisa. Pero cuando mis ojos dejan de ver el conjunto y se centran
en las letras, en los espacios, mi corazón se desploma por la
cavidad torácica y se aloja en algún lugar adyacente al estómago.
Porque el nombre de la Sra. Nash está en esta página. Sus
hijos, su marido, su perro... sus nombres también están aquí. ¿Por
qué están en el cuaderno de Hollis? Leo el pasaje deprisa, a la
misma velocidad a la que probablemente lo escribió. Y luego otra
vez, despacio esta vez, esperando que diga algo diferente.
Washington, DC
Octubre de 1953
Había tardado más de una hora, pero los dos niños estaban
por fin en la cama y tranquilos, si no dormidos. Y tranquilidad era
todo lo que Rose podía pedir después de un día como el de hoy.
Primero, Richie se había despertado quejándose de un malestar
estomacal. Después, Walter, celoso de que la atención de su madre
se centrara en su hermano mayor, afirmó padecer la misma
dolencia, y procedió a demostrarlo revolcándose por el suelo,
agarrándose el estómago y aullando con tal eficacia que el perro de
la familia, un chucho al que los chicos habían insistido
inexplicablemente en llamar Lady, se unió a ellos. Entonces Dick
entró en la habitación -aparentemente sin inmutarse por el caos que
ya se había desatado- para preguntarle a Rose si había visto su
corbata favorita.
VEINTITRÉS
Páginas y páginas. Si no estuviera tan desconcertada por el
descubrimiento de que Hollis ha estado escribiendo sobre mí, sobre
nosotros y sobre la señora Nash y Elsie, podría impresionarme.
Debe de haber miles de palabras en este cuaderno, todas escritas
en los últimos cuatro días. Están enmarcadas como viñetas,
supongo, y saltan a través del tiempo y el espacio, del pasado al
presente y viceversa.
Leo la primera frase de cada una, esperando que de algún
modo cambie la realidad de lo que estoy leyendo. Pero por mucho
que hojeo, es más de lo mismo. Algunos de los diálogos de las
partes de la Sra. Nash y Elsie se basan en lo que le he contado o en
lo que he sacado de las cartas de mi mochila; él debe de haberlas
leído en algún momento mientras yo dormía o estaba en la ducha
(lo que parece una violación aparte). Sin embargo, una parte es su
mejor suposición de cómo habría sido la conversación. No sé si me
molesta más que haya puesto palabras en boca de la Sra. Nash y
pensamientos en su cabeza, o que alguien que no la conocía en
absoluto haya conseguido captar parte de su espíritu, cuando a mí
cada día que pasa me parece más esquivo.
Y luego están las partes sobre mí. Sobre nosotros.
Se siente como Josh y la cuenta de Instagram de nuevo. Este
cuaderno está lleno de nuestros momentos privados empaquetados
para el consumo público, y duele mucho más que un montón de
fotos en Internet porque, a diferencia de Josh, Hollis
aparentemente me ha estado utilizando desde el principio. Al
menos con Josh empezó de verdad. Pero con Hollis... . .
Vuelvo a las primeras páginas.
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Mi última carta fue devuelta sin abrir, con una manita roja
enfadada señalando y declarando DEVUELTA AL REMITENTE.
Parece decir que te has mudado y no has dejado ninguna dirección
de reenvío. He cobrado algunos favores para llamarte, pero la
operadora dice que la línea ha sido desconectada. ¿Quizá estabas
tan furiosa porque me he hecho matar que has tomado un avión y
vienes a Tokio a decirme qué pasa?
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8
Afirmación de que un insulto proferido por la parte a quien se dirige la frase
es realmente cierto para esa parte, y no para la persona que utiliza la frase. Suele
considerarse una burla de patio de recreo.
Esta frase es pronunciada por Pee-Wee Herman, interpretado por Paul
Reubens, en la película La gran aventura de Pee-Wee, dirigida por Tim Burton (1985).
El latiguillo favorito de Pee-Wee aparece por primera vez al principio de su gran
aventura.
―Eso ni siquiera tiene sentido ―dice.
―Sé que lo eres, ¿pero qué soy yo?
Gruñe de esa forma que me hace sentir como si mi cuerpo
estuviera hecho de mariposas.
―Millicent, si vas a citar a Pee-wee, al menos debería...
Miro fijamente esos ojos desorbitados y le dirijo una sonrisa
atrevida.
―Sé lo que eres. Pero. Qué. Soy. Yo?
―Que me lancen al océano como ese maldito cuaderno ―dice
levantándome contra él.
Mi risa se convierte en un chillido vergonzoso cuando se
mueve como si fuera a lanzarme a las olas. Pero en lugar de eso,
me abraza con más fuerza y me besa en todas las partes que no
están bajo el agua, y lo sé, ya lo sé: Molestarlo para siempre va a
ser muy divertido.
Washington, DC
Enero de 2021
Fin
Agradecimientos
No dejo de pensar en una escena de la película Roxanne, de
1987. Es una de mis favoritas. No voy a aburrirte describiéndotela
entera (porque podrías -y deberías- verla), pero el personaje de
Steve Martin tiene un pequeño monólogo sobre la insuficiencia de
las palabras cuando se trata de expresar grandes sentimientos.
―Se han desperdiciado todas en los anuncios de champú, y
en los anuncios, y en los aromatizantes ―dice (aunque estoy
parafraseando un poco, porque la realidad de la escena es en
realidad bastante caótica)―. Palabras huecas y hermosas. ¿Cómo
se puede amar una cera para suelos? ¿Cómo se puede amar un
pañal? ¿Cómo puedo usar la misma palabra sobre ti que otra
persona usa sobre un relleno?
Y así es como me siento cuando me siento a escribir estos
agradecimientos. ¿Cómo puedo transmitir la enormidad de mi
aprecio utilizando las mismas palabras que están impresas en las
bolsas de la compra y en los carteles que esperan que vuelvas
pronto?
Pero lo que pasa con "amor" y "gracias" es que, aunque quizá
sean trilladas e insuficientes, también son concisas. Así que,
aunque no pueden comunicar todo lo que siento, las utilizo para
aprovechar al máximo el espacio disponible. Así pues:
Gracias a mi agente, Taylor Haggerty, por hacer realidad mis
sueños y algo más. Gracias a ti, mi vida ha cambiado de las
maneras más increíbles, y estoy eternamente agradecida. Gracias
también a Jasmine Brown, a mi agente de derechos en el
extranjero, Heather Baror-Shapiro, y a mi agente cinematográfica,
Alice Lawson.
Mrs. Nash’ Ashes literalmente no existiría sin mi maravilloso
equipo en Berkley, especialmente mi increíble editora, Sareer
Khader. Sareer, la lista de cosas por las que te debo mi gratitud es
posiblemente infinita, pero es tu incansable entusiasmo el corazón
de todo. Gracias por amar este libro y por guiarlo con tanta
delicadeza hacia la mejor versión de sí mismo. Muchas gracias
también a: Jessica Mangicaro, Kim I, Kristin Cipolla y Stephanie
Felty, sin las cuales sólo unas diez personas -todas relacionadas
conmigo- estarían leyendo esto; Erica Horisk por una corrección de
estilo realmente brillante; George Towne por hacer que este libro
sea hermoso por dentro; y Anthony Ramondo y Vikki Chu por
hacerlo hermoso por fuera. También debo dar las gracias a Ivan
Held, Christine Ball, Jeanne-Marie Hudson, Claire Zion, Craig
Burke, Cindy Hwang, Christine Legon, Megha Jain, Jessica
McDonnell, Emilie Mills, Tawanna Sullivan y a todos los demás
empleados de Penguin Random House, cuyo duro trabajo entre
bastidores ayudó a que esta historia llegara a manos de los
lectores.
Mis compañeras de crítica, Amber Roberts y Regine Darius,
conocen mi proceso mejor que yo a estas alturas y siguen siendo
mis amigas incluso cuando estoy en las partes más insufribles.
Gracias por animarme a mí y a este libro en cada paso del camino,
por hacerme reír tanto que resoplo y por el privilegio de leer todas
vuestras increíbles palabras a lo largo de los años.
Mi inmensa gratitud también a Sarah T. Dubb, Nikki Hodum,
Alexandra Kiley, Ambriel McIntyre, Elissa Petruzzi, Stephanie
Ronkier, Jenn Roush, Angelina Teutonico y Amanda Wilson por sus
comentarios sobre borradores anteriores. Más gracias a: Meredith
Schorr, que leyó el primer capítulo antes que nadie y me dijo que
siguiera adelante con él; Stephanie McKellop por responder a mis
preguntas sobre el centro de cuidados a largo plazo/HIPAA; Sarah
Hogle por ser mi búho sabio; India Holton por ser el alma más
adorable; O. Dada y Melissa Scholes Young por sus sabios consejos
cuando empecé en este viaje; Jessica Joyce por compartir la rareza
del debut conmigo; Jessica Payne, Sara Read y todo el
#MomsWritersClub por su apoyo; los Berkletes que generosamente
compartieron sus conocimientos y experiencias; y los miembros de
SF2.0 por estar ahí siempre que necesito ayuda para determinar si
lo que estoy escribiendo es sexy o simplemente raro en realidad.
Mrs. Nash’ Ashes es mi primera novela, pero era mi tercer
manuscrito terminado. A todos los que leyeron o trabajaron en mis
historias, ahora archivadas, y a todos los que han respondido a mis
preguntas sobre cosas extremadamente aleatorias (por ejemplo,
traducciones correctas del galés, asignaciones de caballos de
caballería en la Guerra Civil, cómo cometer un delito de guante
blanco, si un truco de magia que me inventé es realmente posible)
a lo largo de los años, que probablemente nunca lleguen a
publicarse en un libro, ¡que sepan que yo también los aprecio
mucho!
Libreros, bibliotecarios y todas las personas que dedican
tiempo y esfuerzo a compartir su amor por los libros en blogs y
redes sociales: estoy inmensamente agradecido por vuestra pasión
y apoyo. Gracias a todos.
Enumerarlos a todos me llevaría muchas páginas y repetiría
algunos nombres ya mencionados, así que no lo haré, pero quiero
dar las gracias a los demás escritores -especialmente del género
romántico- cuyo trabajo (publicado o no) me ha inspirado y ha
mejorado mi forma de contar historias.
Tengo la gran suerte de contar con unos padres maravillosos
que me apoyan incondicionalmente y, sin su ayuda, no habría
podido superar estos últimos años. Muchas gracias a mi madre en
particular por interesarse siempre por mi vida y mi trabajo, y por
dedicar incontables horas a mantener a mi hija ocupada para que
yo pudiera escribir. Muchas gracias también a Chuck y Joyce, a
Nan, a Ariel (que me dijo allá por 2019 que "simplemente empezara
a escribir y a ver qué pasaba", aunque ahora dice que no se
acuerda de esto), a Madeline, a Meganana y a los demás familiares
y amigos que me han animado desde el principio.
Mi camino hasta convertirme en autora está estrechamente
entrelazado con mi papel de madre, y ver a mi hija crecer y
aprender sobre el mundo me ha hecho mejor persona y mejor
escritora. Hazel, más que nada, estoy muy agradecida de poder ser
tu madre.
Houston, no podría haber pedido un compañero de vida
mejor, y nada de esto sería posible sin ti. Has sido mi primer lector
de confianza y mi caja de resonancia desde el primer día, y has
ayudado a dar forma a este libro desde sus primeras etapas
(¡incluso se te ocurrió el título!). Gracias por apoyarme, por
proteger mi tiempo de escritura, por decirme cuando mis ideas son
malas, por hablar de los problemas de la trama en el coche y por
creer siempre en mí en cada paso del camino. Me has dado mi
propio "felices para siempre" y estoy inmensamente agradecida por
todo lo que hemos construido juntos.
Si eres una persona a la que debería haber dado las gracias,
pero me olvidé de hacerlo porque mi cerebro no es más que un
cuarto de libra de gambas crudas con cola revolviéndose dentro de
mi cráneo estos días, por favor, acepta mis disculpas y que sepas
que tienes toda mi gratitud también.
Y a mis lectores: Sin ustedes, todo esto no significaría nada.
No tengo palabras para expresar mi agradecimiento y mi absoluta
perplejidad por el hecho de que hayan decidido dedicar parte de su
valioso tiempo y energía mental a leer mis palabras. Gracias,
gracias, gracias. ❤️
Guía del Lector
Escribí parte de este libro en un estacionamiento de Taco
Bell.
¿Por qué? Porque no era mi casa, era relativamente tranquilo
y la señal Wi-Fi era lo suficientemente fuerte como para
conectarme mientras estaba sentada dentro de mi auto. Era
invierno y hacía casi un año que había empezado la pandemia, así
que cualquier lugar que cumpliera estas tres condiciones era un
buen sitio cuando necesitaba un cambio de aires. Pasé muchas
tardes conduciendo por los centros comerciales locales en busca de
una conexión a Internet fiable. Balanceaba torpemente mi
Chromebook entre mi estómago y el volante y tecleaba mientras
estaba estacionada fuera de locales de comida rápida y cafeterías
cerradas hasta que el abrigo de mi auto no era rival para el intenso
frío, y los dedos de mis pies entumecidos dentro de mis botas eran
la indicación habitual de que era hora de volver a casa.
Sabiendo esto, probablemente no es tan sorprendente que
eligiera escribir sobre un viaje por carretera a principios de verano
que termina en una playa de Key West. El mundo soleado y abierto
de Millie y Hollis, lleno de viajes, comidas en restaurantes raros y
encuentros con gente nueva, se convirtió tanto en un patio de
recreo para mi cerebro como en una fuente de esperanza cuando
más lo necesitaba. Escribir este libro me permitió practicar
habilidades sociales básicas que estaban empezando a atrofiarse
(los primeros borradores de las escenas en José Napoleoni's tenían
algunas interacciones realmente extrañas entre clientes y
camareros). Pero, lo que es más importante, me ayudó a mantener
el optimismo de que, con el tiempo, podríamos volver a un mundo
más parecido al de Millie y Hollis. Y durante un rato, me
proporcionó una escapada a algún lugar que no fuera un
aparcamiento de los suburbios de Maryland.
Apropiadamente, la primera chispa de la idea de Mrs. Nash’
Ashes también vino a mí mientras estaba en mi auto. Volvía a casa
después de hacer un recado en Washington, aprovechando al
máximo la prueba periódica gratuita de SiriusXM que mi marido
odia porque cambio de canal cada treinta segundos más o menos
en un intento de encontrar la mejor canción que esté sonando en
ese preciso momento. (Pero ese día no estaba conmigo, así que sólo
escuchaba un canal, The Bridge, que SiriusXM describe como "rock
clásico suave" (es decir, todos los favoritos de Millie). A veces
también ponen breves extractos de entrevistas a músicos. Así que
allí estaba yo, conduciendo hacia el norte por Georgia Avenue,
cuando el miembro del Salón de la Fama del Rock and Roll Graham
Nash -sin relación con ninguno de los personajes de este libro, que
conste- empezó a hablar de cómo, cuando murió su madre, se llevó
sus cenizas de gira y las esparció por todos los escenarios en los
que tocó. ¿Cómo puedes oír algo así y no hacerte cientos de
preguntas? ¿Cómo no pensar en ello constantemente?
Por eso tenía en mente las cenizas cuando empecé a pensar
en una versión moderna de la clásica comedia romántica de 1934
Sucedió una noche. Si no estás familiarizado, ésta es la historia
básica: Una bella mujer de la alta sociedad cuyo padre le ha
prohibido casarse con un tipo llamado King Westley (su nombre no
es importante, pero no puedo resistirme a incluirlo porque es King
Westley) intenta ir de Florida a Nueva York para llegar hasta su
prometido, pero en lugar de eso se enamora del encantador
reportero con el que acaba viajando. Es extremadamente buena;
Clark Gable se quita la camisa en ella. De todos modos, mientras
pensaba en cómo sería mi versión, supe que quería que Hollis fuera
el que empezara con la intención de llegar a otra persona.
Entonces, ¿cuál sería el trato de Millie? ¿Cuál sería su motivación
para llegar a donde iba, y rápido?
De repente, todo encajó y Millie estaba en un tren, agarrando
una caja llena de restos humanos.
Rápidamente deseché la idea del tren; no tardé mucho en
darme cuenta de que este libro no trata de ir de un sitio a otro
siguiendo una ruta fija, que es lo que mejor saben hacer los trenes.
Trata de cómo nuestros viajes se ven a menudo interrumpidos. Por
vuelos cancelados, vertidos de aceite de oliva y ciervos con deseos
de morir, sí; pero también por otras cosas que suelen surgir de la
nada y nos obligan a recalcular nuestras rutas: el amor, la muerte,
la lujuria, el miedo, el dolor. Y trata de cómo, a veces, los
resultados de nuestros desvíos pueden llevarnos a algún sitio
incluso mejor de lo que pretendíamos en un principio.
Básicamente, este libro necesitaba centrarse en la libertad y
la imprevisibilidad de un viaje por carretera. Necesitaba un auto.
Así que quizá sea apropiado que gran parte de Mrs. Nash’
Ashes se escribiera en el mío.
Preguntas para el debate
1. Millie tiende a estar ansiosa por confiar en los demás,
mientras que Hollis es extremadamente indeciso. ¿Dónde te sitúas
tú en el espectro de confianza Millie-Hollis?