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Mi chica de

diciembre
Yolanda Mariscal
Copyright © 2022 Yolanda Mariscal
Todos los derechos reservados
Los personajes y eventos que aquí se presentan son
ficticios. Cualquier similitud con personas reales, vivas o
muertas, es una coincidencia y no algo intencionado por parte
del autor.
Ninguna parte de este libro puede ser reproducida ni
almacenada en un sistema de recuperación, ni transmitida de
cualquier forma o por cualquier medio, electrónico, o de
fotocopia, grabación o de cualquier otro modo, sin el permiso
expreso del autor.
1

Era una chica un tanto curiosa en eso de las relaciones


afectuosas, lo reconozco, lo de «amor verdadero» o «para toda
la vida» no iba conmigo. Yo no tenía la culpa. ¿Qué se podía
esperar de una hija única cuya infancia fue un verdadero caos
aguantando la relación tortuosa de sus padres? Sus gritos, sus
peleas y su divorcio haciendo un pulso constante por mi
custodia fue la banda sonora de mi niñez. Las navidades las
recordaba como una película de terror psicológico y los
cumpleaños como una tortura donde me inventaba mil excusas
para no hacer ninguna fiesta con los demás niños en mi casa,
un sitio donde solo se respiraba odio. El amor era un infierno.
No, no, era mucho más: el amor era una puta mierda.
Lo único bueno que podía contar de cuando me tocó a la
familia que tengo fue la relación con mi abuelo paterno. Era
un señor americano que un día se enamoró de una andaluza y
acabaron viviendo en España, concretamente en Málaga, para
luego tener un hijo, el desgraciado de mi padre, al que
pusieron el típico nombre de media Andalucía y parte del país:
Antonio. Menos mal que él, mi padre, decidió tirar por su
parte americana al inscribirme en el registro y, aunque mi
madre me quiso poner María, se llevó una auténtica sorpresa
cuando volví con un libro de familia debajo del brazo donde se
podía leer: «Alison». Ahí ya se vio que nunca se pondrían de
acuerdo en nada, pero seguramente fue la primera y única vez
en la que yo estaría a favor de mi padre: María no era un
nombre para mí. Años más tarde, me dejó dentro de un coche
en un fin de semana en el que le tocó mi custodia y no volví a
saber nada más de él. Dicen que se fue a vivir a la India con
una chica que conoció en la calle. Ni lo sé, ni me importa. Casi
muero de calor en ese coche hasta que me encontró un policía.
Un dramón familiar de mucho cuidado.
Por aquel entonces yo vivía en Madrid, donde mi madre
huyó en busca de esa felicidad que siempre quería, pero que
nunca encontraba, y mis vacaciones solían ser en Málaga. Mi
madre me dejaba allí porque en verano no tenía tiempo para
cuidarme, era cuando más trabajaba en el restaurante donde
consiguió un empleo de cocinera, y Peter, mi abuelo, intentaba
borrarme el dolor que me había provocado su hijo dándome
todo el cariño del mundo cada vez que iba a visitarles. Me
enseñaba inglés a diario y a mí me encantaba oírle su acento
en una mezcla entre americano de Texas y malagueño
profundo. Lo que no imaginaba es que gracias a todo esto
acabaría por ser bilingüe. Eso, unido a la cámara de fotos que
me regaló para mi quince cumpleaños, acabó puliendo lo que
sería mi profesión: fotógrafa internacional de viajes.
Siempre andaba de un lado para otro con la cámara en la
mano para vender las mejores instantáneas a revistas y a
bancos de imágenes. No me gustaba estar quieta en ningún
sitio, quizá era la costumbre desde que nací, siempre en
movimiento.
«¿Y qué pasa con el amor?», me preguntaba Peter cuando
yo tenía la suficiente edad como para visitarle por mi propio
pie. «No me hace falta, abuelo, tengo amigas», le contestaba
siempre para que se quedara tranquilo. Y era verdad, nunca
tuve problemas para encontrar chicas que me dieran un poco
de cariño de un día, dos o incluso un mes. Pero de amor… de
eso no había nada.
A mí lo que me gustaba era el sexo ocasional.
El sexo con mujeres.
Lo que ocurría era que las mujeres con las que estaba
normalmente no querían solo eso, por lo que era bastante
selectiva en solo liarme con chicas que no iban a complicarme
con nada más. Las lesbianas enamoradizas no eran para mí.
2

Justo cuando más lo necesitaba, llegó mi oportunidad


perfecta para huir de nuevo. Y digo «cuando más lo
necesitaba» porque mi abuelo había muerto hacía ocho meses
y mi madre también había desaparecido dejándose llevar en
una espiral de alcohol y drogas que la hicieron evadirse sin
necesidad de moverse. Para mí ya no existía.
—Alison, prepárate porque te voy a hacer una oferta que
no vas a poder rechazar —me dijo Teresa, la directora de la
revista City Style, una publicación mensual muy importante
sobre viajes y cultura que sacaba cada año, en Navidad, un
especial de fotos donde a veces contaban conmigo. Preparaban
ese especial durante mucho tiempo antes de su publicación.
—Sorpréndeme —le contesté mientras dejaba el bolso y
me sentaba en su despacho.
—A última hora, Daniel, el fotógrafo inglés que iba a
realizar este trabajo, se ha roto la muñeca y le han dado de
ocho a diez meses de rehabilitación. Total, que hemos pensado
en ti porque, además de hablar perfectamente el idioma, te
adaptas a lo que sea en tiempo récord. Nunca nos has fallado.
—¿Me mandas por fin a Londres una semana?
—Mucho mejor. En enero te irás a Nueva York.
—Pero enero es dentro de dos semanas.
—Por eso hemos pensado en ti. Puedes con todo. —Ese
«puedes con todo» significaba «no tienes ninguna carga
familiar, ni pareja, ni apego por nada y estás dispuesta a coger
la maleta en el momento que sea para buscar adrenalina». Esa
era yo—. Vamos a hacer un especial donde se verá cómo
cambia la ciudad desde enero hasta diciembre.
—¿En el transcurso de un año? Entonces me voy a dar
viajes cada mes.
—No es necesario. Tendrás tu propio apartamento en
Brooklyn que, por supuesto, corre de nuestra cuenta. Sale
mucho más barato que pagar tantos vuelos. —Me extendió un
folio donde estaba impresa la dirección y varias fotografías del
interior del apartamento. En ese momento lo que pensé fue:
«Bendito Daniel y su rotura de muñeca»—.
—Vaya, ahora entiendo que dijeras que no podría
rechazarlo.
—Queremos instantáneas de los cambios de estación y de
cómo es la vida en cada rincón de la ciudad durante todo el
año. Va a ser algo especial, donde la mujer tendrá un papel
importante. La imagen de cada mes estará protagonizada por
una modelo diferente que viajará allí para que también la
fotografíes.
—Espera, espera. —Era demasiada información para mi
cabeza esa mañana—. ¿Me estás ofreciendo vivir en Nueva
York un año entero fotografiando el paisaje y con modelos a
mi disposición cada mes? —Mis ojos no podían estar más
abiertos en aquel momento.
—Eso y un digno sueldo. —Sacó de su carpeta un contrato
y me lo puso encima de la mesa.
—Jo-der. —Era mucho dinero.
—¿Eso es que sí?
Sin dudarlo ni un segundo, ni leer la letra pequeña ni
pararme a pensar en nada más le quité el bolígrafo que portaba
en su mano y eché un autógrafo en ese contrato que llevaba mi
nombre: Alison Miller.
—Te prometo que va a ser el especial más vendido de
todos los tiempos. Voy a traerte unas fotografías dignas de un
museo. —Yo, como siempre, ensalzando mis propias virtudes.
—Hay una cosa más. Para que tu labor sea más fácil allí
vas a tener a una ayudante y redactora. Actuará también de
enlace entre las modelos y tú y te enseñará cada rincón de la
ciudad para que no tengas que estar perdida durante horas
buscando ubicaciones.
—No, pero… —Mierda, a mí me gustaba trabajar sola,
nunca me han gustado ni las ayudantes ni el trabajo en equipo
—. De verdad, puedo hacerlo sola.
—En esto no hay negociación, Alison. Créeme, el metro
de Nueva York es una locura, te puedo dejar allí en enero y
que cuando llegue diciembre aún no hayas encontrado el
destino. —Teresa y sus exageraciones—. Además, no puedes
estar en todo. Es más fácil así. Se llama Janet Brown y vive
también en Brooklyn. Te esperará en el aeropuerto a tu llegada
y te dará las llaves del apartamento. Y, por favor, sé simpática
con ella, que tu independencia y frialdad no te impida llevarte
bien con alguien. ¿Vale?
—¿Por quién me tomas? —reí mientras decía esa frase
porque Teresa tenía mucha razón. Yo podía ser tan fría que
Frozen a mi lado solo era un helado derretido de vainilla, pero
en el fondo eso solo era mi fachada, la que ella conocía.
En dos semanas volaría a Nueva York y estaba pletórica
por ello, tanto que me olvidé de que ya era Navidad, aunque
eso era lo mejor que podía ocurrirme. Los días se pasaron
rápidos. Llené cuatro maletas y dejé todo previsto para que un
par de amigas se ocuparan de venir de vez en cuando a casa a
recogerme el correo y regar las plantas. Ignoré las luces de las
calles, el ruido de las familias de los vecinos en las casas y el
tumulto de la gente comprando regalos.
Alison Miller estaba preparada para el año más completo
de su vida.
3

Llevaba dos maletas en cada mano, una mochila y un bolso


y aun así sentía que me había llevado pocas cosas para tanto
tiempo. Al llegar al aeropuerto JFK el frío me heló la piel y se
me congeló la cara, que la tenía completamente deformada por
las horas de vuelo y el cambio horario. Lucía tantas ojeras que
me debían de haber llevado de inmediato a alguna reserva
natural de osos panda. Era la viva imagen de la destrucción,
pero feliz.
Cuando por fin salí de varios controles y pude ir al baño,
saqué del bolso el papel con el nombre de mi nueva ayudante
y la persona que vendría a buscarme: Janet Brown. No sé por
qué pensé que sería una chica de raza negra, de cuerpo atlético
y pelo corto. Seguramente era el prototipo de chica que me
hubiera gustado encontrarme, pero cuando crucé la puerta de
salida la realidad fue bastante distinta. Una chica con la piel
muy blanca, pelo negro y largo, con ropa ancha, gafas de sol y
una gorra de los Yankees puesta del revés me esperaba junto
con un cartel que ponía mi nombre.
—¿Señorita Miller? —me dijo cuando vio que me paraba
delante de ella.
—Sí, pero llámame Alison, por favor, que vamos a pasar
demasiado tiempo juntas como para andar con formalismos.
Asintió con la cabeza y me ayudó con las maletas. Quizá
soné demasiado borde para un primer encuentro.
Un taxi nos esperaba en la calle y Janet sacó su móvil para
comprobar la dirección de mi apartamento.
—Vamos al 677 de Lincoln Place. Por favor, vaya directo
por donde le indico para no dar más vueltas de las necesarias
—dijo cuando montamos al coche. Sonó directa, segura y
decidida—. Toma, Alison, estas son tus llaves del apartamento
y aquí está mi tarjeta con el número de teléfono, correo
electrónico y dirección. Te puedes poner en contacto conmigo
a cualquier hora.
—Vaya, eres muy eficiente.
Janet sonrió y se quitó las gafas de sol. Sus ojos eran
azules, muy azules, casi hipnóticos.
—Se intenta. Me han contratado para ello. —Me miró
vergonzosa y siguió dándole indicaciones al conductor.
Lo más difícil de salir de aquel taxi fue coger de nuevo
todo mi equipaje. Como era de esperar había varios escalones
desde la calle hasta la puerta de entrada, así que subir todo lo
que llevaba no fue tarea fácil. Bienvenida a Nueva York.
—Está bien —dije al entrar.
¿Está bien? Qué poco entusiasmo mostré en aquel
momento. De nuevo mi fachada de frialdad hizo acto de
presencia. No es que estuviera bien, es que aquello era una
puta pasada. El salón tenía las paredes de ladrillo y destacaba
una estantería empotrada de color blanco. Había un sofá
amplio y negro, una bonita silla de diseño y una alfombra que
resaltaba el perfecto suelo de tarima. Tenía tres habitaciones y
una de ellas me gustó por su cama de tamaño gigante, su
cabecero de madera y sus dos ventanales enormes con cortinas
blancas. Me fijé en que no había persianas, típico americano.
—En la cocina tienes de todo para sobrevivir unos días. Te
he llenado un poco la despensa para que tengas algo hasta que
te vayas ubicando —dijo Janet mientras abría los muebles de
madera de una preciosa cocina donde no faltaba detalle.
—Gracias. —Yo y mi recurrente sequedad al hablar.
—Bueno, Alison, me voy. Te dejo para que te instales.
Vivo a solo unas manzanas de aquí, así que para cualquier
cosa llámame. Este barrio se llama Crown Heights. Es un
vecindario tranquilo y multicultural, ya lo verás. Hay
restaurantes, boutiques y todo lo que puedas necesitar. Estarás
bien. —Se me quedó mirando unos segundos. Esperaba una
respuesta de mi parte, una respuesta que no llegó, por lo que se
dio la vuelta y abrió la puerta para irse.
—Janet, lo siento, estoy un poco cansada por el viaje y
todo el cambio. ¿Mañana nos vemos?
—No te preocupes, ya me avisaron de que eras un poco
seca de primeras. —Sonrió—. Te he dejado sobre la mesa todo
el plan previsto para las próximas semanas. Mañana iremos a
fotografiar el Empire State y alrededores. Vendrá Deena
Smith, una modelo que posará este mes en algunas
localizaciones.
—¿Es guapa?
—¿Cómo?
—Deena Smith. ¿Es guapa?
—Ehh. Claro, sí, sí, muy guapa.
No esperaba una pregunta como esa, estaba claro, pero lo
hice para romper el hielo que yo misma nos había tirado
encima. Además, con esto confirmé algo: a esta tímida chica
escondida en unas gafas de sol y una gorra del revés le
gustaban las mujeres.
4

Mi primer día de trabajo fue intenso. Janet me ayudó con


la iluminación y estuvimos fotografiando el interior del
Empire State y sus impresionantes vistas desde arriba. Ya por
la tarde, cuando el sol caía y la luz era espectacular, quedamos
con Deena Smith en una cafetería cercana. La chica era
despampanante: rubia, ojos verdes y medidas perfectas. Una
guapa modelo que había venido desde Washington para este
trabajo. Me atrajo desde el primer momento. Enero empezaba
bien.
—Deena, ya hemos acabado. Lo has hecho genial. Cuando
veas las fotografías te van a encantar —le dije cuando terminó
la jornada.
—Me han dicho que eres muy buena profesional. Estaba
deseando trabajar contigo.
—Vaya, qué sorpresa que te dijeran algo bueno —contesté
y miré por el rabillo del ojo a Janet, porque a ella no le habían
hablado tan bien de mí—. ¿Queréis que tomemos algo rápido
antes de irnos?
—Yo mejor me voy ya. Tengo que organizar unas cosas
para mañana y estoy cansada —dijo Janet. Tuve la intuición de
que me estaba dando vía libre con la modelo.
Deena y yo nos fuimos a un pub en Manhattan. De Nueva
York decían que era la ciudad que nunca duerme y yo con el
cambio horario no tenía ni pizca de ganas de irme a la cama
esa noche. El lugar tenía la música demasiado alta y la barra
demasiado larga. Todo era «demasiado», hasta la cantidad de
vodka que me estaba bebiendo. Fuera se veían aún los restos
de los adornos de Navidad que tendrían que ir quitando poco a
poco. Por suerte, me libré por días del Merry Christmas de
Mariah Carey y pronto la ciudad volvería a su normalidad.
—Brindemos por el final de las fiestas —le dije a Deena
levantando la copa.
Tres chupitos de tequila después, empecé a pensar que esa
chica era la perfecta, era enero, y enero solo tenía treinta y un
días, así que con ella no habría complicaciones de que la cosa
fuera más allá de un simple rato divertido. Me llené de valor e
invité a mi musa a bailar. Lo que no podía imaginar es que
fuera a hacer el mayor ridículo de mi vida. Unos movimientos
de culo, una vueltita para un lado, otra vueltita para el otro
lado y apareció en escena el afroamericano más guapo de todo
Nueva York.
—¿Bailas conmigo un rato o prefieres estar con tu amiga?
—le preguntó el chico a Deena con todo el morro del mundo.
—Oye, ¿qué te parece si nos vamos tú y yo a mi casa a
seguir la fiesta? —propuse a la modelo para adelantar por la
derecha a ese pesado.
Deena me puso cara rara. ¿De asco? ¿De «quita bicho»?
No lo sabía, pero era la cara de más desprecio que había visto
nunca. Después, algo le dijo ella al oído al chico y diez
minutos más tarde se estaban enrollando en el centro de la
pista como si fueran dos adolescentes guarros. Lo tenía que
haber intuido: ella no era lesbiana.
¡Joder!
5

—Alison, ¿qué ha pasado? Me ha llamado Deena esta


mañana y me ha dicho que no quiere seguir trabajando
contigo, pero que podemos usar las fotografías que hiciste
ayer. —La voz de Janet me despertó cuando entró como un
terremoto a mi apartamento.
—¿Tienes llaves de esta casa?
—Sí, siempre me quedo con una copia por si la persona
con quien trabajo las pierde o pasa algo. Pero no me cambies
de tema. Ay, perdón. —En ese momento me vio desnuda
encima de la cama—. Lo siento, pensé que estarías ya lista, es
tarde. —Se tapó los ojos con la mano y caminó hasta la
cocina.
—Tranquila, que eres muy tímida. No voy a despedirte por
verme en bolas. Lo de la modelo heterosexual de enero es una
larga historia y tampoco era para que montara este numerito.
¿Dónde vamos hoy?
Janet resopló sin comentar nada más sobre el tema, se
volvió a poner sus gafas de sol y salió enfadada de la casa para
esperarme en las escaleras de entrada.
En el taxi de camino a Times Square le puse al tanto de
todo. Su cara era digna de que la fotografiara. La hubiera
colgado en un diccionario al lado de la palabra «flipar». Creo
que en ese momento cambio su percepción de mí: de fría a
caliente.
No estaba orgullosa de las fotos que me salieron esa
mañana, pero la famosa calle de la Gran Manzana era tan
espectacular, con sus luces y comercios, que cualquier imagen
que pudiera sacar en ella valía para la revista. Janet estuvo
ayudándome en todo momento para buscar la mejor
localización. En un despiste le tomé una instantánea mientras
se tomaba un café. Sus gafas de sol, la gorra negra y los
guantes sin dedos para protegerse del punzante frío que hacía
se mezclaban con el humo de la bebida escapándose entre sus
labios. Tenía cierta belleza de la que no me había dado cuenta
hasta ese momento en que la miré a través de una pantalla. Era
una chica misteriosa de pocas palabras y mirada oculta.
Janet Brown tenía algo.
Durante el resto del mes de enero acabamos
entendiéndonos bien en el trabajo, pero sin mucha relación
fuera de él.
6

Febrero lo dedicamos al distrito de Queens, era el más


grande de todos y el más diverso culturalmente hablando. En
él podían verse juntos locales asiáticos, indios o
puertorriqueños. El jazz tenía una fuerza importante en esa
zona. Quizá por ello nos mandaron a Amara, una mujer latina
de belleza exótica que protagonizó muchas de mis fotos por
aquel barrio. Era muy habladora y se ponía a bailar en cada
esquina. Noté como Janet la miraba mucho, pero apenas le
hablaba de nada más que del trabajo y, cuando la modelo se le
acercaba, inventaba cualquier excusa para tomar distancia.
Fue un viernes por la noche cuando, después de terminar la
jornada, pedí a Janet que se viniera conmigo de compras con
la excusa de no saber dónde estaban las mejores tiendas.
—¿Te gusta Amara? —le pregunté mientras me probaba
unos pantalones en una tienda cara de la Quinta Avenida.
—¿Cómo? ¿A qué viene esa pregunta?
—Te he visto mirarla mucho. Podrías invitarla a tomar
algo, parece una chica simpática. Bueno, no sé si tú estás
ocupada. ¿Tienes pareja?
—No, no tengo. Estamos trabajando, Alison. ¿Tú siempre
piensas en lo mismo? —me contestó con tono serio y al girarse
intentado huir de esa conversación se tropezó con un escalón.
—Janet, ¿estás bien? —Intenté ayudarla, pero se levantó
con rapidez sacudiéndose el polvo de los pantalones.
—Me voy, estoy cansada. Ya sabes dónde están todas las
tiendas. Para volver solo tienes que pedir un taxi.
Mi ayudante parecía dolida por algo y yo me sentí mal por
haberla incomodado. Solo trataba de que nos llevásemos bien
y demostrarle que estaba dispuesta a tener entre nosotras una
amistad fuera del trabajo. Normalmente no soy de las que se
relacionan mucho, pero había algo en Janet que me llamaba la
atención.
Las semanas de después las dedicamos a fotografiar y
documentar las costumbres de los judíos ortodoxos de Nueva
York. Fue Janet la que más estuvo al pie del cañón y yo tan
solo disparaba la cámara donde ella me decía. Nuestra modelo
de marzo fue una chica asiática afincada en esta ciudad que
nos posó por las interesantes calles del Soho y el barrio chino.
Cuando llegó abril, el frío nos dio un cierto respiro. Mi
ayudante se quitó el abrigo y parece que, con eso, se
desprendió de una capa que me hizo conocerla un poco más.
Fue en un paseo por Central Park cuando tuve la necesidad de
desnudarme con ella. No literalmente hablando, por supuesto,
eso ya lo había hecho tiempo atrás cuando me pilló en pelotas
en la cama, simplemente quise contarle cosas de mí con el
único propósito de que así ella también se abriera. Janet seguía
teniendo un halo de misterio que me atraía de alguna forma.
—Ya he acabado con las fotos de hoy, tienen una luz
estupenda. ¿Quieres verlas?
—Claro —contestó Janet y nos sentamos en un banco de
madera en medio de aquel precioso parque.
Le enseñe varias imágenes de la zona con el skyline de
fondo. Planos cortos de ardillas comiendo bellotas y algunas
de músicos callejeros que deambulaban amenizando los paseos
de Central Park. Cuando pasé una foto más de la cámara
apareció la imagen de Janet sentada en el césped con su
cuaderno. Escribía algo con la cara muy pegada a las hojas y al
fondo se podía ver un atardecer de colores mágicos. Me
encantó esa instantánea, pero a ella parecía que no tanto.
—Te la hice antes de recoger el trípode. Creo que estabas
escribiendo las anotaciones de la jornada de hoy. Estás
increíble.
—Bórralo.
—¿Por qué?
—Alison, ¿qué haces? ¿Tú no eras una chica fría y todo
eso? ¿Qué pretendes?
—Eres muy rara, solo pretendo ser amable. Soy fría con la
gente que acabo de conocer o con quien quiere intimar
demasiado conmigo y yo no estoy por la labor. Esa fama de
frialdad tiene detrás un trasfondo. Supongo que quiero
conocerte un poco más porque pasas de mí.
—Entonces te atraen las personas que pasan de ti.
—Puede ser, nunca me había pasado. Veras, no creo en el
amor. Yo solo busco relaciones sencillas que duren cuatro días
y luego adiós, sin complicaciones.
—¿Por qué?
—Si no hay más, no hay dolor. Y si no hay dolor… uno es
más feliz. Es sencillo. Uno se enamora y luego vienen los
problemas y las peleas y la tristeza. Cuando me dieron este
trabajo pensé que liarme con alguna modelo estaría bien.
Total, solo era la chica del mes y después de eso se esfumaría.
No me digas que no es un buen plan. —Se lo confesé para que
se sintiera más segura a la hora de contarme su historia porque
en su rostro podía intuir que ocultaba algo, y no podía haber
cosa más patética y triste que lo que ocultaba yo.
—Me gusta esa forma de pensar.
—¿Cómo te va a gustar? —respondí perpleja porque nadie
en su sano juicio me había dicho eso.
—Es perfecto.
—Pues ya ves lo bien que me fue con enero. Tenía que
haberlo intentado con febrero, tiene menos días en el mes. —
Le di un codazo consiguiendo que sus labios esbozaran una
sonrisa.
—No pudiste con enero, era heterosexual y no tienes las
suficientes dotes como para que se crucen de acera contigo,
pero mañana viene mayo y, ¿sabes quién es? Julissa Carter.
Una diosa. Es bisexual. Sigo su carrera desde hace tiempo.
Viene solo una semana. Siete días y adiós. No puede haber
complicaciones, ¿verdad? No lo había pensado así. —Se quitó
las gafas de sol y me paralizó con su mirada. Jo-der, qué forma
de mirar tenía Janet Brown—. Mayo va a estar muy bien,
Alison. Muy bien.
En ese momento lo supe: había creado un monstruo.
7

Mayo era el comienzo de la primavera, el resurgir de las


flores de Central Park que se habían apagado durante todo el
invierno y Julissa Carter en todo su esplendor. Cuando Janet
me la presentó estaba entusiasmada, sin duda esa conversación
que tuvimos le cambió algo en su cabeza.
—Alison, esta es Julissa, solo va a estar una semana con
nosotras porque tiene otros compromisos, por lo que iremos
rápido.
—Encantada. Un placer conocerte. Janet me ha hablado
mucho de ti. Mucho y bien. Muy bien. —La chica de las gafas
de sol y gorra del revés quería matarme en aquel momento y a
mí… a mí me hacía gracia.
—Bueno. —Janet carraspeó varias veces para salir de la
situación—. Con Julissa vamos a ir a varios rascacielos para
hacer fotos en los miradores. La idea es captar el concepto del
éxito en esta ciudad. Vamos al Top of the Rock, el One World
Observatory y al The Edge. También hay que hacer alguna
panorámica por Wall Street.
—Vaya, vamos a dejarla seca en una semana —ironicé.
Mi frase no le hizo gracia, tan solo acrecentó su mirada de
odio.
—Seguro que haces un estupendo trabajo, Alison, tienes
buena fama —comentó Julissa.
—El mérito siempre es de la modelo —le dije para
pelotearla.
—¿Podemos irnos? —preguntó Janet un tanto borde.
La jornada me resultó interesante. No había duda de que
Julissa era una gran modelo, no me hizo falta guiarla y el
trabajo me resultó muy fácil. Ella sabía perfectamente cual era
su mejor pose, su mejor perfil y la mejor luz. Yo solo le seguía
el rollo y Janet de vez en cuando sacaba un lado canalla que
desconocía hasta entonces e intentaba ligar con ella con frases
tan espantosas como: «Julissa, vas a matarnos con tanta
belleza» o «Me estás dando más vértigo tú que el rascacielos».
Todo un despropósito que a la modelo parecía gustarle.
—Janet, ya hemos acabado por hoy, invítala a algo que ella
es tu «mayo» —le animé para que siguiera con su conquista.
—Chicas, ¿qué os parece si salimos un rato? Me apetece ir
a un karaoke muy famoso que hay en Broadway donde se
cantan temas de musicales. —Con esta joyita nos sorprendió
Julissa antes de que mi ayudante le dijera nada.
—Un karaoke dice. Jo-der, Janet, qué horror. Ve tú sola
con ella —le susurré con disimulo mientras recogía el equipo.
—No, no. O las dos o nada. No me dejes sola cantando
canciones de películas. Además, es mi cumpleaños.
—¿Y por qué no me habías dicho nada?
—Porque estábamos trabajando.
—Claro, Julissa, qué buen plan. Es la mejor idea que he
oído en mucho tiempo. Además, es el cumpleaños de esta
chica y vamos a celebrarlo. —Agarré por los hombros a Janet
y la empujé a mi lado—. En un par de horas pasamos por tu
hotel para recogerte en un taxi.
—Tampoco hacía falta que mostrases tanto falso
entusiasmo —comentó mi ayudante.
—Nada te viene bien, o soy fría o soy demasiado para ti —
ironicé—. Ah, y quítate la gorra esta noche que así no se
puede ligar y es tu cumpleaños.
Cuando llegamos al karaoke, Julissa no tardó en elegir una
canción y subirme al escenario. No lo podía creer, esta chica
quería cantar América, de Wide side story. En los karaokes
españoles se canta por Pimpinela, Camilo Sesto, Raphael o
Lolita Flores, como mucho cantamos América, pero de Nino
Bravo, lo que sea menos Wide side story. Aun así, y
asumiendo el riesgo de parecer ridícula, seguí la letra en la
pantalla como pude y fingí una complicidad con Julissa que no
existía. Lo único que quería era bajar de aquel escenario y
volver a parecer normal. Cuando se acabó respiré tranquila,
pero la modelo no estaba satisfecha, quería más. Era el turno
de Janet, una chica que cumplía años y que no sabía ni dónde
esconderse.
—No quiero cantar —me dijo por lo bajo.
—Ya lo sé, pero estás obsesionada con ella y solo le faltan
cinco días para irse.
—No estoy obsesionada.
—Le miras el culo a todas horas.
—Eso no es verdad —dijo mientras miraba por debajo de
su gorra.
La conversación podía haber durado horas así, pero Julissa
estaba deseando cantar y eligió otro tema. El ciclo de la vida,
de El rey león.
—Janet, esa te la sabes seguro. Venga. Es mucho más fácil
que la mía. Ya me podía haber tocado a mí esa, pero no, esta
chica me quería poner en ridículo. —Mi ayudante estaba
paralizada mientras la modelo le pedía que subiera—. Vamos,
te está esperando. —La empujé para que reaccionara y
entonces se levantó.
—Mierda —oí cómo decía de camino al escenario.
Lo que vino después fue como oír rugir a un león furioso.
No era Simba, era Janet intentando leer sin éxito la letra y
haciendo ruidos que no lograba descifrar. El público se reía de
ella. Julissa parecía ajena a todo y tomó el protagonismo como
si estuviera de verdad trabajando en un musical. Mi ayudante
lo intentó, de verdad que lo intentó, pero su frustración llegó a
tal punto que el sentido del ridículo la pudo. Soltó un «me
cago en la puta» y abandonó el escenario ante la atenta mirada
de todos. No entendí el porqué de su bloqueo. La modelo
acabó el tema de forma digna y cuando bajó del escenario creo
que ni ella misma era consciente de lo que había pasado ahí.
—¿Te ha gustado? Ha sido genial —me dijo.
Yo me sorprendí tanto de su egoísmo y de su falta de
empatía que me despedí de ella hasta el día siguiente y salí de
aquel local para buscar a Janet. Por suerte, tenía su tarjeta
guardada en el bolso y pedí a un taxi que me llevara hasta su
apartamento.
8

Janet me abrió la puerta. Su rostro era de profunda tristeza


y en sus mejillas había aún restos de lágrimas. Tenía los ojos
hinchados.
—Déjame —me dijo, pero sujeté la puerta y logré entrar
en su casa.
—Qué apartamento tan bonito. Es muy tú —comenté.
Sabía que abordar el tema de primeras no iba a ser buena idea
si quería que ella se abriera a mí.
La decoración era casi inexistente. Los muebles eran en su
mayoría de color negro y la televisión era enorme. Tenía un
perchero lleno de gorras en la entrada y una cocina americana
repleta de fruta. Había una maceta con albahaca en la encimera
y toda la estancia olía muy bien.
—Siéntate. ¿Necesitas algo? ¿Alguna aclaración sobre el
trabajo que hay que realizar mañana?
—¿Piensas que he salido del karaoke y he venido hasta tu
casa para hablar de trabajo?
—Bueno, tiene que ser importante para haber dejado sola a
Julissa Carter.
—No me importa Julissa Carter. Estoy aquí porque es tu
cumpleaños. Además, siento decirte que tu gran musa es una
auténtica gilipollas. —Levanté los brazos haciendo un
aspaviento—. ¿El rey león? Por Dios. ¿Y cantar América? Un
despropósito. Solo una persona muy retorcida puede hacer eso.
¿Sabes qué? Mañana voy a hacerle una fotografía con una
iluminación horrorosa. Voy a sacarle en tres dimensiones cada
grano de la cara. Porque tiene granos. Se los has visto, ¿no?
Que la tía no es perfecta por mucho que lo pienses. Y tiene los
ojos un poco juntos, lo que pasa es que yo la he retratado muy
guapa porque soy buena fotógrafa. —Janet me miró con
atención y noté como si su sonrisa fuera a brotar de un
momento a otro—. Y, bueno, no es por nada, pero se pidió un
Martini de fresa. ¿Qué tipo de persona se toma eso?
Tras mi verborrea, Janet empezó a reír y se le cambió la
cara.
—Alison, para. Me has convencido. Julissa Carter es una
estúpida.
—No, no. Es una gilipollas.
—Vale, estoy de acuerdo contigo. Es una gilipollas.
Nos recostamos en el sofá, en una posición más cómoda,
reímos y acabé por cantarle el Cumpleaños feliz. Desde que la
conocí en enero, apenas habíamos hablado de nada más que no
fuera el trabajo. Es verdad que en un principio fui reticente a
tener una ayudante porque prefería hacer las cosas sola, pero
Janet me facilitaba mucho la jornada y todo eso hacía que
tuviera mucho más tiempo libre para mí en Nueva York. Sin
querer, esa chica de ropa ancha y gafas de sol me fue creando
mucha más curiosidad de la que había tenido por nadie. Quizá
era simplemente que pasaba de mí, algo a lo que no estaba
acostumbrada. Estuvimos viendo un rato la televisión, poca
cosa a esas horas, me invitó a una copa de vino y cuando vi
que estaba mucho más relajada decidí abordar el tema.
—¿Qué te ha pasado en el karaoke? Solo era una canción
estúpida.
—Yo… No era por la canción. No quiero hablar de eso.
—Eres una mujer muy misteriosa. Parece que te
escondieras de algo.
—Oye, mira, estoy cansada y mañana trabajamos.
—¿Puedo quedarme aquí a dormir? No me apetece
caminar hasta mi apartamento y estoy harta de esperar mil
años a que un taxi me pare en esta ciudad.
—Haz lo que quieras. Puedes dormir en este sofá. En el
cajón de aquel mueble tienes sábanas y mantas. —Y sin más
se marchó a su habitación y cerró la puerta. Estaba claro que
las tornas habían girado. La chica de hielo era ella.
Abrí un armario del mueble que me indicó buscando algo
para taparme y me quedé sorprendida de la cantidad de gafas
de sol que tenía allí guardadas. En un lateral había un papel
doblado que se movió un poco y lo cogí para no romperlo con
la puerta. La curiosidad pudo conmigo porque empecé a
querer saber más de todo lo que rodeaba a esta chica. Miré
aquella hoja y era un informe médico. «Glaucoma de ángulo
cerrado en ambos ojos», es lo único que llegué a leer antes de
que Janet apareciera con una camiseta en la mano.
—Toma, te traigo una camiseta para que la uses para
dormir. ¿Qué miras?
—Nada. —Cerré de golpe el armario, pero el informe
médico se cayó al suelo. Se avecinada tragedia—. Perdona,
pensé que este era el mueble donde me dijiste que estaban las
mantas.
—Es la otra puerta. —Janet miró al suelo donde estaba el
papel y lo cogió—. Alison, no tienes derecho a mirar mis
cosas. Mierda, ¿no puedes respetar nada? —Dio un golpe en
una puerta con el puño y se hizo daño. Había sangre.
—Tranquila. Dios, Janet, estás sangrando. Perdona, de
verdad, no quería mirar nada. Ese papel se cayó y no sé. ¿Es
un informe médico tuyo? ¿Estás enferma? Puedes contarme lo
que sea.
—Duérmete. Estoy bien —dijo cabreada y se volvió a su
habitación.
No sé las horas que pasaron en aquel sofá donde intentaba
dormir. Estuve buscando información sobre esa enfermedad.
Era algo muy grave con una elevada probabilidad de pérdida
de la visión. Podía quedarse ciega. Y lo tenía en los dos ojos.
¿Y si su personalidad venía marcada por aquel problema que
escondía? Sus gafas de sol, su gorra, el taparse con ropa ancha
más allá de que fuera una moda que le gustara. Di vueltas y
vueltas a miles de probabilidades y en mi mente la entendí,
juro que la entendí más que a nadie, porque yo también era de
las que durante toda mi vida había huido ante cualquier
problema. El suyo era grave, muy grave, y por alguna razón lo
intentaba ocultar. A las cuatro y media de la mañana salió de
su habitación.
—Me estoy quedando ciega. Ya no me pueden operar más
y ningún tratamiento funciona —dijo en medio del salón. La
luz estaba apagada y yo seguía despierta en el sofá.
—Janet. No tenía ni idea. ¿Por qué no me habías dicho
nada? Por eso escribes con el papel tan pegado a la cara.
Ahora lo entiendo. No te sabías aquella canción y no veías la
letra del monitor del karaoke, ¿verdad? —De repente, era
como si encajara a mil por hora las piezas de aquella chica tan
callada.
—No lo sabe nadie a parte de mi familia. ¿Crees que me
hubieran dado este trabajo? Cada vez veo menos, ya he
perdido el ochenta por ciento de mi visión. En enero me dieron
unos doce meses para quedarme totalmente ciega—dijo
llorando.
—¿Un año? Janet, podemos buscar más opiniones
médicas. Hay un hospital en España donde…
—No —me cortó—. Ya me cansé de preguntar, de
moverme y de volverme loca a mí y a mi familia buscando
soluciones. Tengo que asumirlo y ya está. —Me dejó con la
palabra en la boca y volvió a su habitación.
Faltaban tres horas para levantarnos y ni ella ni yo íbamos
a dormir nada. Quería hacer algo para ayudarla, pero no sabía
cómo hacer que se sintiera mejor sin que la molestase. Al
final, pensé que lo único que podía ofrecerle en estos
momentos era mi compañía. No solo no me fui, sino que entré
en aquella habitación y me acurruqué a su lado. Sentí su llanto.
La abracé fuerte por detrás y ella me cogió de la mano. Su
respiración se fue calmando. Nos dormimos juntas.
La semana pasó rápida. Julissa se fue y apenas nos
despedimos de ella. Debió de pensar que éramos muy
desagradecidas, pero nosotras pensábamos que era gilipollas,
así que nos dio igual.
9

La complicidad entre Janet y yo fue creciendo mes a mes.


Después de trabajar nos íbamos a pasear a Central Park o a
tomar algo en algunos de los locales que mi ayudante conocía.
Con el paso de las semanas me di cuenta de que ella estaba
más cómoda en los sitios que se sabía de memoria, en los
restaurantes donde prácticamente tenía hasta los pasos
contados hasta su mesa de siempre o en el parque donde le
encantaba tumbarse en el césped y mirar al cielo sin más.
—¿Ves ese pájaro que vuela tan alto? —me preguntó.
—No lo veo —contesté. Siempre caía en la misma trampa.
—Pues yo tampoco. —Y se echaba a reír. La cabrona
empezaba a bromear con esas cosas y a mí esos gestos tan
tontos me hacían feliz. El haberme contado su problema le
supuso desprenderse de una gran carga.
Con el paso del tiempo a Janet cada vez le costaban más
ciertas tareas, sobre todo si eran cosas nuevas como montar un
trípode que acabábamos de comprar o escribir las anotaciones
del día. Durante la visita a unos grandes almacenes no dudé en
comprar para ella una grabadora y un teclado con braille que
podía conectar a su móvil para que le fuese más sencillo
utilizarlo. Al principio se negó, pero pronto aprendió a usarlo
y acabó por agradecérmelo cada día. Mi admiración y cariño
hacia ella crecía por momentos.
Habíamos ya pasado un junio de Jennifer y un julio de
Madison. Ambas modelos desfilaron por el objetivo de mi
cámara con poca ropa bajo un sol abrasador. Y entonces llegó
agosto y con él vino Dana. Tenía nombre de tormenta.
—¿Te gusta Dana? Es guapa —pregunté a Janet.
Estábamos en una hamburguesería durante unas horas libres de
las que disponíamos mientras Dana tenía que atender a otros
trabajos.
—¿Me vas a preguntar eso de cada chica que pase por
aquí?
—No, pero me parece muy atractiva y le gustan las chicas.
He leído que estuvo con la actriz protagonista de la serie de los
vampiros.
—¿Puede ser que te guste a ti? —resopló—. Llevas aquí
ocho meses y aún no te has liado con nadie. Me acuerdo
cuando me dijiste que te gustaban mucho las mujeres solo para
un rato, sin amor.
—Sí, y ahora que lo dices cuando te confesé ese pequeño
secreto te gustó mucho la idea. Pensé que intentarías ligar con
la modelo que solo iba a estar aquí una semana, hasta que pasó
lo del karaoke.
—Alison, el hecho de que me vaya a quedar ciega ha
cambiado mucho mi perspectiva en cuanto al amor. Tú diste en
el clavo. Si solo van a estar aquí unos días es más fácil.
Enamorarme no es una opción porque no quiero que nadie
tenga que cargar conmigo. No es que no crea en el amor, es
que es mejor hacer lo que tú y que solo sea para unas horas —
dijo mientras daba un mordisco a la hamburguesa del Shake
Shack que comía en ese momento.
Me di cuenta de que lo que había debajo de toda esa
fachada de «prohibido enamorarse» era mucho más
complicado que mi teoría de «no creo en el amor». Aquella
chica sí creía en el amor, pero sentía que no valía lo suficiente
como para que alguien la quisiera tal cual es. No quería
quedarse ciega y arrastrar a esa oscuridad a la persona que
estuviera con ella. A estas alturas del año noté que cada vez
necesitaba más de mi ayuda y yo, aunque ella se negara, se la
daba con gusto. Para mí no era ninguna carga, solo era Janet,
una chica estupenda. Yo no quería que ella fuese como yo.
Después de unas fotos por Brooklyn, fuimos al puente y
seguí tomando imágenes de la cantidad de gente diversa que
pasaba por allí. Era agosto, por lo que había mucho más
turismo del que era habitual y yo quería plasmar ese cambio de
ritmo de vida cuando se pasaba del frío al calor. Mientras yo
trabajaba Janet y Dana se quedaron hablando en un lateral.
Parecían congeniar y me sorprendió ver a Janet en una actitud
más tranquila con otra persona que no fuera yo.
—Alison, hemos pensado en ir a Williamsburg, a la
cafetería Devoción, ¿te vienes? Es un sitio con mucho encanto.
No puedes irte de Nueva York sin probar mi café favorito —
me dijo Janet desde lejos.
¿Hola? ¿Dónde estaba mi introvertida Janet, la que solo
hacía cosas conmigo y después de meses de lucha? Quizá
Dana sí que le estaba gustando de verdad. No paraba de reírse
con ella y yo, aunque le había animado a abrirse a más chicas,
tenía cierta sensación de celos. O eso creía, porque los celos
era un sentimiento que no había experimentado en mi vida.
Estuve a punto de decirle que no. Estuve a punto. Pero no lo
hice.
—Claro, me apunto.
Una fachada gris, con plantas y un rollo muy industrial
daban paso a un interior con mesas de madera, paredes de
ladrillo y cómodos sofás. Destacaba el gran techo de cristal
desde el que podíamos ver todo el cielo mientras tomábamos
un café, un té helado y un capuchino.
—Chicas, hacéis un gran trabajo juntas —afirmó Dana
para romper el hielo.
—Sí, la verdad es que nos hemos compenetrado muy bien
—dijo Janet.
—Bueno, yo era reticente al trabajo en equipo, pero ahora
me alegro de tenerla. Es mucho más fácil trabajar así y no
encargarme yo de todo.
—Trabajáis muy bien en equipo. Muy bien. —Dana
insistía y Janet y yo nos mirábamos extrañadas.
De repente, noté que Dana me estaba rozando con su pie
por debajo de la mesa. Casi escupo la crema del capuchino del
susto, pero disimulé. Dos minutos después me tocó el muslo
mientras le contaba a Janet lo mucho que le gustaba Nueva
York. La situación me estaba poniendo cachonda, aunque
también nerviosa porque ese numerito delante de mi amiga no
me parecía correcto.
—Tengo que ir al baño —dije para salir un momento de
aquella situación tan rara.
Llevaba ya un buen rato esperando porque había cuatro
chicas por delante de mí. Podía ver nuestra mesa desde la cola
del baño y estuve observándolas. Se reían, la modelo se tocaba
el pelo y Janet parecía incómoda. Jo-der, en un descuido Dana
estaba metiéndole mano como a mí, pero con menos
discreción porque yo no estaba. Volví a la mesa sin hacer pis y
me tiré a la silla de golpe para que pararan de hacer lo que
fuera que hicieran.
—¿Os apetece venir a mi habitación de hotel? Es una suite
muy confortable.
Janet me miró a mi y yo la miré a ella. No nos habíamos
visto en una situación así en nuestra vida. Yo había hecho
varios tríos, pero nunca con una amiga.
—Si nos disculpas vamos un momento fuera y ahora
venimos —dije sin pensarlo.
Cogí la mano de mi ayudante y casi la arrastré hasta la
calle.
—Alison, ¿qué dice esta mujer?
—¿Tú qué crees? No vamos a jugar al parchís, quiere
acostarse con las dos.
—¿A la vez? —dijo Janet de forma inocente.
—Pero ¿tú de dónde has salido? Claro, a la vez. Un trío.
No va a ser por turnos. Madre mía —reí y se lo contagié a ella.
—Bueno, Dana es agosto y quiere un trío. Más fugaz que
esto no puede haber. Sin complicaciones ni ataduras y todavía
veo lo justo como para saber dónde tiene el culo y la boca.
—Cada día me sorprendes más, chica de la gorra.
10

El ambiente estaba muy caliente en aquella habitación de


hotel. Dana nos ofreció una copa de vino rosado y se fue al
baño. Cuando salió solo tenia puesta una bata negra
transparente con la que se le veía absolutamente todo. Nos
miró, se dio la vuelta y aquella prenda se fue resbalando por
sus hombros y su espalda hasta quedarse completamente
desnuda mientras se tumbaba sobre la cama. Janet me miró.
Parecía un cachorrito desvalido que no sabía qué hacer, pero
tengo que reconocer que por alguna razón me daba morbo.
—Está muy buena y eso que veo poco.
—Vamos a seguirle el rollo.
Nos desnudó, nos besó, nos acarició por turnos y nosotras
hicimos lo mismo. Cuando besé a Dana enseguida noté la
necesidad de más. Le toqué el pecho, las nalgas y la chica
pasional que tenía dentro quiso salir para hacer lo que llevaba
meses sin hacer. Estaba a falta de sexo y se notaba.
—Esto tiene que ser entre las tres. Janet, ven aquí —dijo
Dana. Y tenía razón, Janet estaba un poco apartada y solo nos
observaba—. Ahora besaros las dos, yo también quiero mirar
—sugirió la modelo.
¿Besarla? Jo-der, me daba impresión. Era raro, tenía un
cosquilleo por la tripa que nunca me había pasado. Ni siquiera
le había mirado mucho el cuerpo cuando nos habíamos
desnudado, pero cuando me giré hacia ella me di cuenta de
que era preciosa. Toda esa ropa ancha escondía a una chica
que no tenía nada que envidiar a cualquier modelo de pasarela.
Era perfecta. No tenía ningún motivo para tanta inseguridad.
Ella solo pretendía pasar desapercibida para que nadie se fijara
en lo bonita que era, para no enamorarse, para que nadie
sufriera por su enfermedad. Y yo, que intentaba ser un ser
superficial, me fijé en Janet por algún motivo desde el primer
momento y lo único que ella había hecho para eso fue pasar de
mí.
Entonces, me besó. Janet tomó la iniciativa y me besó. Ella
no besaba normal o, al menos, lo normal que yo había
conocido hasta ahora. Ella lo hacía lento, con pausas,
sujetando mi cara, saboreando mi lengua con la suya,
chupando mis labios despacio hasta volverme loca. Dios,
podría haber estado así años, solo besándola, pero a lo que
habíamos venido era a un trío y aquí desde el primer momento
parecía que sobraba alguien. Cuando yo quería más, Janet se
retiró, cogió su ropa y desapareció de aquella habitación. Era
la segunda vez desde que la conocía que salía corriendo de
algún sitio. La primera logré entender sus miedos, pero esta
no.
No salí detrás de ella. Me quedé.
Dana y yo follamos toda la noche.
Hasta saciarnos.
11

Mensaje de Janet, 05:29 a. m.


Alison, hoy no me encuentro bien. Te paso por correo
electrónico las localizaciones para las fotos y un plano con
detalle para que sepas cómo ir. No hay perdida porque son
sitios bastante turísticos. Seguro que sabes apañártelas sola.
Estaba claro que Janet no quería verme. Esta vez no le di
más vueltas al asunto. Si ella huía yo lo haría aún más. Dana
fue un huracán de agosto que pasó para dejarlo todo revuelto y
después ella quedarse en calma. Al día siguiente se tuvo que ir
por otros compromisos y no me importó, mi trabajo con esta
modelo ya había concluido. No la iba a volver a ver más,
como a tantas otras.
Mensaje de Alison, 09:14 p. m.
Espero que te encuentres mejor porque mañana te necesito
para trabajar. Un saludo.
12

Janet estaba colocando el material para hacer unas


fotografías en Harlem. Le noté algo de torpeza debido a su
problema de visión, pero ella no quería que le ayudara. Era
muy cabezota, más que yo. Ese día había que plasmar el
espíritu del barrio y la belleza de sus misas góspel y yo no
tenía ganas de nada. Si ella estaba mal a mí me afectaba en el
ánimo.
—Alison, la semana que viene vendrá la modelo de
septiembre, Dacota. Es una influencer que vive en Nueva
York. La idea es seguirla en un día de su vida en la ciudad para
fotografiarla en su ambiente.
—Estupendo —dije con indiferencia—. Janet, no quiero
que estemos así. ¿Qué te sentó mal aquella noche como para
que hayas cambiado tanto conmigo? —me atreví a preguntar.
—¿Alguna vez has sentido miedo? Miedo a que tu vida se
apagara, miedo a no ser suficiente, miedo a querer algo que no
puede ser. —Se me quedó mirando. Su azul me deslumbraba.
Era como si me mirara, pero no me viera.
—No tenías que hacer nada que no quisieras. Pensé que
estábamos de acuerdo en ir a su hotel.
—Empecé a ver halos de luz. Erais algo borroso para mí.
Oí cómo la besabas, te oí jadear y, de repente, aunque yo no te
viera bien mi mente sí. He pasado tanto tiempo contigo que sé
perfectamente cómo es tu boca, tus manos, tus hombros.
Mierda, Alison, no sé qué decirte. Me sentí mal. Y luego te
besé y…
—¿Sentiste algo especial cuando me besaste? —pregunté
con miedo a su respuesta.
—Sí.
—¿Tuviste celos? ¿Es eso?
—Tuve miedo. Tengo mucho miedo. —No contestó mi
pregunta, pero su respuesta me sirvió.
Se derrumbó y me abrazó. Y yo con ella. Sentí su miedo
en cada lágrima. Su vida se estaba volviendo oscura, borrosa y
no era capaz de asimilar todo esto. Le dieron un año para que
sus ojos se apagaran y, si eso iba a ser así, ya solo la quedaban
tres meses.
—Tienes que descansar y tranquilizarte. Puedo decir en la
revista que me apaño yo sola el tiempo que queda o que me
manden a otra ayudante. Entenderán tu problema.
—Ni te atrevas a decirles nada. —Se apartó de mí y se
limpió las lágrimas con su camiseta—. Nadie lo sabe, ya te
dije que solo mi familia. Lo he ocultado porque, seamos
realistas, ¿quién va a dar trabajo de ayudante de fotografía a
una casi ciega?
—Vale, no te preocupes. Yo te ayudaré. El trabajo termina
en diciembre, así que podemos con ello. Puedes con ello. Y
¿sabes qué? En diciembre a la que tendrás que aguantar será a
mí porque soy un auténtico suplicio. Odio la Navidad, así que
no te pierdes nada si no ves bien.
—Qué tonta eres. —Me dio un codazo—. Pobre de quien
sea tu chica de diciembre. No solo tiene que asumir que te
volverás a España en enero, sino que tendrá que aguantar tu
poco espíritu navideño.
Me puse seria y la miré. Estaban siendo unos meses tan
intensos que no me había planteado hasta entonces que mi
estancia en Nueva York no era para siempre. No quería que
Janet también tuviera fecha de caducidad como había deseado
hasta entonces con cualquier persona de las que habían pasado
por mi vida.
—Lo único que te pido es que no me cantes All i want for
christmas is you de Mariah Carey.
—Pues esa sí que me la sé sin tener que leer la letra. —Me
hizo reír—. Te voy a confesar algo. Acepté este trabajo
contigo porque solo iba a ser un año, justo el plazo que me
había dado el médico. Lo que no imaginé es que te acabarías
dando cuenta. Tonta de mí porque ya solo me falta tropezarme
con una farola.
—Bueno, que yo me doy ostias con las farolas y veo
perfectamente. La última ayer, mientras iba mirando el móvil
para escribirte.
Janet sonrió, se colocó la gorra y no quise insistirle en el
tema de los celos. En ese momento dudé en si era mejor
olvidar el hecho de que le molestase verme con otra mujer y lo
que ambas sentimos cuando nos besamos. Yo no era una chica
de profundizar en estas cosas.
13

En octubre vino Mery. Una chica con curvas y con mucha


seguridad en sí misma. Su novio viajó desde Canadá con ella y
pasamos unas semanas muy entretenidas. Cogimos confianza
y Janet se atrevió a contarles su problema con la visión. Eso
fue bueno porque no me sentí agobiada por tener que esconder
su problema y, a la vez, querer ayudarla en todo lo que podía.
Hubo momentos en los que se olvidó de que su enfermedad no
le daba tregua y se la notaba resplandeciente, disfrutando de
vivir el «ahora». Estaba feliz y yo me atrevía a querer hacer
más cosas con ella para que se olvidase un poco de sus
miedos. Me encantaba su compañía.
Antes de que comenzara noviembre supimos que Beth,
nuestra modelo del mes, iba a retrasarse unas semanas.
Decidimos acabar rápido con todas las imágenes que teníamos
que hacer sin ella de la celebración de Halloween y pudimos
disfrutar de un fin de semana entero libre. El plan era genial: ir
a ver un partido de la NBA en el Madison Square Garden,
donde jugaban los Knicks de Nueva York contra los San
Antonio Spurs. Al principio, Janet no estaba segura de ir.
Rechazaba la idea de estar en un ambiente tan ruidoso sin
enterarse muy bien de qué pasaba, pero justo era mi
cumpleaños y al final accedió para darme el gusto. Pronto se
dio cuenta de que aquello había sido una buena idea. Le
retransmití el partido de principio a fin, cada pase, cada triple
o lo que pasaba en los descansos. En uno de los tiempos
muertos tiraron camisetas y ella cogió una.
—¡Janet, qué reflejos tienes! La has cogido no me lo
puedo creer. Mira, estamos saliendo en aquella pantalla
grande. ¡Saluda!
—Gracias, gracias, querido público. Qué vergüenza —me
dijo al oído emocionada—. Toma, esta camiseta te la regalo
para que nunca te olvides de Nueva York. Es tu regalo de
cumpleaños.
—No creo que me olvide nunca —respondí mientras me
ponía aquella camiseta de los Knicks que lucía un número
once en la espalda.
Pude ver la alegría en el gesto de su cara, en la mirada, en
la sonrisa. Ambas disfrutamos del partido y, lo que es mejor,
disfrutamos la una de la otra.
—Ha sido genial, Alison, esto hay que repetirlo. Si te
despiden como fotógrafa después de este trabajo siempre
puedes retransmitir partidos. Se te da genial.
—A ti te lo retransmitiría todo con mucho gusto —dije y
me asombré yo misma de mis palabras.
Esta chica me estaba cambiando los esquemas. Me sentía
viva con ella. Solo éramos amigas, pero siempre nos
sobrevolaba por encima una especie de mariposa que decía
«quiero más».
14

A mediados de mes vino Beth. Era una chica muy alegre,


sencilla y simpática. Por fin la revista estaba contando con
modelos con un perfil mucho más normal para dar un aire de
naturalidad que se había perdido con tanta chica de medidas
perfectas. Fuimos al Bronx para fotografiar los grafitis, el
ambiente de las calles y de las canchas de baloncesto y las
zonas más amables de un barrio con una vida que a Janet le
resultaba muy atractiva. Conocí de cerca la cultura del hip-
hop, el arte callejero reflejado en cada esquina y el fervor del
beisbol en el mítico estadio del equipo de los Yankees. Todo
esto era muy ella. Se notaba que conocía la zona muy bien.
Sabía dónde podíamos meternos y dónde no y se relajó más en
cuanto al trabajo. A estas alturas del año yo me desenvolvía a
las mil maravillas por Nueva York y me sentía cómoda
también en otras labores de las que se había encargado Janet
hasta ahora, por lo que la convencí para que se lo tomara con
calma. Noviembre iba a ser un mes con mucho movimiento en
la ciudad y la antesala a todos los preparativos para la
Navidad.
Cuando estábamos a punto de finalizar el mes aún quedaba
una de las fechas más señaladas por los estadounidenses:
Acción de Gracias. Un 24 de noviembre que para mí sería
especial porque nunca había visto algo así. En España esa
fiesta no existía y era la primera vez que iba a vivir esto de una
forma tan cercana. La gente no paraba de felicitarse por las
calles y algunos llevaban una especie de pavo de plástico a
modo de sombrero que me hacía mucha gracia. Para Janet era
algo normal, pero para mí no, y ella se sorprendía al ver mi
reacción ante todo aquello.
Hice unas fotos geniales en el clásico desfile de los
almacenes Macy’s, donde había globos gigantes con forma de
personajes infantiles, músicos, bailarines y cientos de carrozas.
Gracias a los contactos de Janet y a nuestra acreditación de la
revista conseguimos estar en primera fila y fue una mañana
que seguro recordaré durante toda mi vida.
—¿Y después de esto qué pasa? —pregunté a Janet cuando
el desfile iba terminando.
—La gente de las calles desaparece, los comercios cierran
y todo se queda vacío porque es hora de preparar la cena con
tus seres queridos. Nos reunimos y damos gracias por todo lo
bueno que tenemos al lado de un gran pavo al horno
acompañado de puré de patatas.
Eso me sonaba a cosas que yo nunca había tenido, pero
que tampoco echaba de menos. Cuando has crecido en una
familia desestructurada no le das importancia a celebraciones
así, incluso las coges manía.
—Vaya. Suena bien. Yo me quedaré en mi apartamento y
prepararé una buena tortilla de patatas.
—He quedado con mi madre y mi hermano. No somos una
familia muy grande y hacemos algo sencillo. ¿Quieres venir?
—En mi país no hay Acción de Gracias. Esto es como
demasiado para mí —dije mientras miraba la calle en busca de
algún taxi para irme—. Pásatelo bien, Janet.
Deseaba estar sola y también deseaba estar con Janet, pero
a mí no me gustaban estas demostraciones de amor, de dar las
gracias, de alegría por tener a nuestros seres queridos al lado.
Yo era de vivir sin apego a nada ni a nadie. O eso pensaba.
Pasé las horas viendo películas antiguas en la televisión, de
esas comedias románticas que repiten hasta la saciedad cuando
no hay personal para quedarse a hacer otro tipo de
programación. Cené tarde y me fue dando sueño. A las doce
de la noche estaba a punto de meterme en la cama cuando
sonó el timbre de la puerta.
—¿Te queda de eso que dices que se llama tortilla de
patatas? Te traigo a cambio un poco de pavo.
—Janet, estás aquí. —Me sorprendí al verla porque sabía
que ese día era importante para ella y había decidido
terminarlo conmigo. Creo que jamás nadie había tenido un
detalle parecido.
Volví a cenar, porque ese pavo no se merecía terminar en
ningún cubo de basura. Era una delicia.
—¿Te gusta?
—Jo-der, esto está de muerte.
—Ya lo veo, parece que no has comido en tu vida —dijo
riendo—. Tu tortilla es increíble, tienes que enseñarme a
hacerla.
—Ahora mismo.
—¿Estás loca? Otro día.
—He dicho que te enseño ahora mismo.
Saqué unas patatas, cuatro huevos y nos pusimos manos a
la obra. Me pareció divertido ponerme a cocinar con ella a la
una de la madrugada. Le enseñé el punto perfecto en que hay
que sacar la patata de la sartén, cómo batir los huevos y cómo
mezclarlo todo para sacar la tortilla perfecta.
—Ahora llega el momento clave de toda la preparación.
Hay que darle la vuelta.
—No, no. Eso tú. No veo bien.
—Es un movimiento seco con la muñeca. Yo creo que
podrías aprender a hacerlo incluso sin ver. Voy a probar con
los ojos cerrados.
—No, Alison, vas a tirarla. ¡Para! —gritó. Estaba nerviosa,
pero a la vez se divertía.
—Una, dos… y tres. —Cerré los ojos y volteé la tortilla
con éxito—. Lo hice. ¿Ves como se puede? Todo se puede,
Janet, todo. Prueba tú. —Janet me miraba con admiración.
Cerró los ojos, agarré su mano y juntas volteamos de
nuevo la tortilla. Sonrió. Dejamos la sartén en la encimera y
me agarró de la mano.
—Eres la persona que mejor me ha hecho sentir en mi vida
y, además, eres preciosa.
—Eso es porque me ves borroso —dije para ponerle
humor a algo que me ponía nerviosa.
—No seas tonta. En enero, cuando viniste, yo veía lo
suficiente como para fijarme en ti. Además, te pillé desnuda
encima de la cama cuando entré a tu casa sin avisar y me dio
tiempo a verte el culo. —Se quito la gorra en ese momento y
vi la cara de pilla que tenía. Janet tenía el rostro de una niña
gamberra en un cuerpo de una mujer de treinta y dos años—.
He memorizado cada detalle de tu cara en estos meses para
que no se me olvide nunca.
Quería besarme, lo noté y tuve pánico de lo que aquello
podía suponer. El amor duele. A mí me enseñaron eso. Yo no
quería sufrir y menos hacerle daño. Mi ayudante y amiga no
podía ser solo una chica ni para unos días ni para un rato. Me
iba a ir en enero, quedaba poco tiempo y, además, ella sí creía
en el amor, por mucho que tuviera miedo a tener una relación
con alguien y que pensara que podía ser una carga al quedarse
ciega. Ella no era una carga. Janet era especial y se merecía a
una mujer tan especial como ella.
—¿Qué te parece si probamos la tortilla y nos vamos a
descansar? Mañana es el Viernes Negro y hay que hacer fotos
desde primera hora en los centros comerciales para plasmar el
consumismo en todo su esplendor. —Me retiré de ella y captó
el mensaje.
—Claro, pero no tengo más hambre. Me voy ya. Mañana
nos vemos. —Se puso el abrigo, la gorra y se marchó.
Noté su tristeza. Su decepción.
En ese momento solo sentí que había sido una auténtica
gilipollas, incluso más que Julissa Carter.
15

Todas las tiendas de la ciudad eran un hervidero de


personas que salían con bolsas llenas de lo que ellos
denominaban «gangas». Fotografié a Beth posando como si
fuera una consumista más. Le dijimos que nos llevara a los
sitios donde ella compraría y que se comportara como si fuera
un día normal. Lo hizo muy bien. Janet, durante toda la
jornada, estuvo mucho más pegada a ella que a mí. Podía notar
su incomodidad a mi lado y estaba distante. No podía juzgarla
por ello, lo que pasó la noche anterior abrió una brecha entre
nosotras. La eché de menos. La estaba echando de menos a
cada segundo que no me mostraba su sonrisa.
Creo que pocas veces me había sentido tan sola. Me tenía
que remontar muy atrás, cuando mi padre me abandonó en
aquel coche. O cuando mi madre trabajaba, bebía y yo
deambulaba por la casa con la única esperanza de que mi
abuelo me llamara para tener a alguien con quien hablar.
Después de todo aquello mi coraza creció tanto que no me
permití sentirme sola porque nunca necesité a nadie. Pero ese
día para mí fue un «viernes negro» en su sentido más literal.
Me di cuenta de que mi estancia en Nueva York no tenía
mucho sentido si ella no iba a estar conmigo como siempre.
Por la tarde estuvimos al sur de Manhattan y cogimos un
ferry hasta Liberty Island donde me pasé horas fotografiando a
la Estatua de la Libertad en todos sus ángulos. Desde que
llegué a la ciudad estaba deseando venir aquí, pero el
momento no estaba siendo tan increíble como yo pensaba. No
me podía creer que un sentimiento por alguien pudiera
chafarme un día. Cuando acabamos el trabajo, Beth y Janet
seguían con esa complicidad que parecía no dejar de crecer.
Demasiado juntas para mi gusto. Volvimos en el barco, ellas
hablando y yo en silencio. Al llegar, se despidieron de mí y se
fueron las dos por un camino distinto al que Janet siempre
cogía conmigo para volver a nuestros apartamentos.
Lo único que esperaba es que el día para ellas no acabara
como mi mente se estaba imaginando. «¿Qué has hecho,
Alison?» me repetí una y otra vez en mi cabeza. Estaba
sintiendo dolor por alguien a quien había rechazado el día
anterior. No tenía sentido. Hui de ella para no sufrir y fue justo
eso lo que más me estaba dañando. Me estaba retorciendo de
rabia en mi apartamento junto con una cerveza y una tortilla
que había hecho con ella hacía unas horas. El corazón me
palpitaba demasiado rápido y en un impulso me puse la
camiseta de los Knicks que me había regalado en mi
cumpleaños, un pantalón de chándal que usaba en los días de
estar en casa y salí corriendo con el único propósito de arreglar
todo esto.
16

Llamé al timbre después de subir las dichosas escaleras


que tienen todos los apartamentos de esta ciudad y recé para
que mi corazón siguiera en su sitio cuando me abriera.
—Alison, qué sorpresa. ¿Ha pasado algo? ¡Janet, ven, es
Alison!
Quise morirme cuando la persona que me abrió la puerta
fue Beth. Salió en pijama y tenía una copa en la mano, por lo
que supuse que no estaba ahí por trabajo precisamente.
Además, la modelo se marchaba ya de la ciudad al día
siguiente. Vi a Janet asomarse por la ventana, pero antes de
que viniera hacia la puerta me fui de ahí sin decir nada más.
Todo me quedó claro. A veces, las oportunidades solo se
presentan una vez en la vida y las dejamos pasar por el miedo,
las inseguridades y todo lo que llevamos acumulado en esa
mochila que cargamos a la espalda. Lo que estaba sintiendo
tenía que ser eso que llaman «celos» y es justo lo que hice
sentir a Janet cuando me vio con el huracán Dana. Me lo tenía
merecido.
No quería notar dolor por todo aquello, quería huir.
Llegué a mi casa y me tomé una botella de vino blanco que
me quedaba en la nevera hasta que dejó de doler.
Me faltaba casi un mes para salir de Nueva York y era el
peor de todos: diciembre.
Maldita Navidad.
17

Las luces, las canciones navideñas americanas, los


luminosos por las calles anunciando las fiestas, las imágenes
de renos, de Santa Claus, los abetos naturales cortados para
formar parte del salón de las casas, los jardines decorados
hasta la exageración, todo y más llenaban las calles para
formar un hipotético mundo de fantasía, felicidad y unión.
A mí me parecía ciencia ficción.
Me pasé dos semanas sin ver a Janet. Solo me mandó el
planteamiento mensual en el que ponía que empezábamos el
trabajo a partir del 14 de diciembre porque nos cogíamos
vacaciones. Supuse que lo había pedido ella.
Me sentí tentada muchas veces a llamarla. También esperé
a que lo hiciera ella. Cada vez que veía a una pareja feliz por
la calle escupía pestes por la boca maldiciendo lo que duele el
amor. Hacía tanto frío que me pasaba demasiadas horas metida
en mi apartamento pidiendo comida a domicilio. Nueva York
no era bonita sin Janet. Empecé a descubrir lo que las películas
contaban de que todo es mejor al lado de la persona a la que
amas. Quizá la amé desde el primer momento en que la vi,
porque yo me hice mucho mejor persona con ella al lado. Me
preguntaba cómo estaría de su vista. A estas alturas no sabía si
podría ver las luces, o la calle, o a mí…
A veces deseé no haberla conocido nunca para seguir en
mi mundo de las citas sin compromiso. De la superficialidad.
Y entonces la vi. Llegó el día. Habíamos quedado debajo
del árbol que cada año instalaban en el Rockefeller Center.
Llevaba encendido desde hacía semanas y era impresionante,
aunque lo que más me sorprendió fue la imagen de Janet
debajo de aquel abeto de tamaño gigante. Estaba preciosa.
Tenía una gorra nueva de color marrón, sus gafas de sol
oscuras, un abrigo largo de cuadros grises y unas zapatillas de
deporte al más puro estilo baloncesto. Era ella en todo su
esplendor, pero me impactó que, aunque estaba a dos metros,
parecía no verme. A Janet le quedaba poca visión, pero su
conocimiento al milímetro de esta ciudad le permitía el poder
todavía ir sin bastón ni ayuda.
—Estás muy guapa —le dije cogiendo su mano para que
supiera que era yo.
—Alison. Hola. —Estaba nerviosa.
—Estas semanas sin verte se me han hecho eternas. Mira
cómo está todo.
—Se llama Navidad —contestó con ironía.
—Ya sabes, no me llevo bien con estas fechas, pero voy a
sacar unas fotografías estupendas para terminar el especial.
Seguro que va a quedar genial —le dije mientras se quitaba las
gafas de sol y me hipnotizaba con su azul. Como siempre lo
hacía—. Te he echado de menos.
—Ya solo te quedan unas semanas y serás libre. —Sentí
pena al ser consciente de que lo que decía era verdad, en el
fondo no me quería ir de allí o, más bien, no me quería ir de
ella—. Yo también te he echado de menos —dijo al final tras
una pausa que me pareció eterna.
Por la mañana fotografiamos el ambiente y la mezcla entre
el apabullante ritmo de una ciudad llena de multinacionales y
la alegría de un Nueva York vestido de rojo y verde, de renos y
luces. Aún no había llegado nuestra modelo de diciembre y
pasamos tiempo las dos solas. Janet me iba enseñando los
escaparates y las calles mejor decoradas para sacar imágenes.
En un par de ocasiones la fotografié a ella y fue curioso cómo
la Navidad era más bonita a mis ojos si ella formaba parte del
paisaje. Era una bomba de sentimientos aflorando en mi
interior. De sensaciones que para mí eran nuevas. También de
frustración por haber perdido tanto el tiempo. Si ahora me
lanzaba lo único que podía ser era mi chica de diciembre.
Tenía que volver a España.
Por la tarde estábamos cansadas de patear la ciudad y nos
metimos en una bonita cafetería de Chelsea, un barrio con
mucho ambiente gay. Hasta ese momento no habíamos pisado
mucho las zonas de más ambiente LGTB porque la revista no
lo había tenido en cuenta a la hora de plantear el trabajo. Algo
que nunca entendí puesto que era una publicación en la que la
mitad de la plantilla era lesbiana. Janet se pidió un zumo verde
y yo un vainilla chai con una buena dosis de canela. Después
de toda la jornada ella estaba mucho más relajada conmigo,
pero yo seguía nerviosa.
—¿Te pasa algo? —preguntó—. Quizá es un poco
incómodo para ti estar conmigo después de que la última vez
huyeras así de mi casa. Por cierto, aunque veo poco me di
cuenta de que te quedaba muy bien esa camiseta de los
Knicks, lo que no sé es cómo no cogiste una pulmonía con el
frío que hacía.
Me quedé perpleja. Primero porque me echara en cara que
yo huyera cuando era yo la que había aguantado sus
espantadas por diversos motivos durante todo este año. Y
segundo porque se hubiera fijado en lo que llevaba puesto.
—Fui corriendo, tenía calor.
—¿Y qué buscabas con tanta prisa si se puede saber?
—A ti, pero te pillé en mal momento. Ya estabas bien
acompañada.
—¿Cómo? Alison, yo no…
—No tienes que darme explicaciones. Congeniaste con
Beth y me alegro de que fuera tu noviembre dulce.
—Alison, escúchame. Yo no me he liado con Beth en
ningún momento, solo nos caímos bien y me sentí cómoda con
ella ese día. Se quedó en mi apartamento a dormir porque se
iba a la mañana siguiente y yo le propuse que dejara el hotel y
se fuese desde aquí al aeropuerto a primera hora. Estuvimos
charlando, cenando, nos fuimos a dormir y después se fue. Nos
hemos hecho amigas, es una chica muy agradable y no hay
nada más. No pienses lo que no es.
—La noche de Acción de Gracias te fuiste de mi casa de
manera muy precipitada y al día siguiente estuviste todo el
rato con ella. Apenas me hablabas —contesté confundida—.
—Porque no fue una situación agradable para mí. Sentí
que me rechazabas y no es tu culpa. Tu eres la chica de hielo,
la que solo quiere su pareja del mes y luego irse. Sin
compromisos. Y yo… yo pensé que eso era buena idea porque
no quiero enamorarme de nadie y que cargue con esto. —Se
tocó ojos—. Aunque contigo me pasó algo que no pude
controlar. No quiero que seas solo para un rato.
—Janet, fui gilipollas.
—¿Más que Julissa Carter? —me preguntó riendo.
—Muchísimo más —bromeé—. Y deja de decir que serás
una carga para alguien. Además, en diciembre soy
inaguantable así que no valgo ni para un rato.
Nos reíamos como antes, como siempre, y esa mariposa
que nos sobrevoló un día diciendo «quiero más» volvió a
venir.
De repente me sonó el teléfono, era Teresa, la directora de
la revista.
—Alison, tenemos problemas, ha pasado algo con la
modelo de diciembre y no va a ir —me dijo sobresaltada.
Estuvimos treinta minutos hablando y Janet me miraba
sorprendida porque no se enteraba de nada, pero estaba viendo
mi reacción. Cuando colgué primero respiré hondo y después
sonreí.
—Janet, diciembre no va a venir.
—¿Cómo que no va a venir? ¿Y qué hacemos? Bueno,
podemos hacerlo sin modelo, tenemos fotografías estupendas.
Por cierto ¿por qué te llama a ti y no a mí?
—Porque si te llama a ti te ibas a negar.
—¿Me iba a negar a qué? —preguntó sobresaltada, se
quitó la gorra y se atusó el pelo hacia atrás con la mano.
—A ser diciembre.
—¿Qué? No, no. ¿Eso qué significa?
—Pues eso. Que tú vas a ser mi chica de diciembre. Eres
preciosa y muy fotogénica, así que su idea me ha parecido
genial. Venga, no puedes negarte. No veo mejor imagen que la
tuya para plasmar el espíritu navideño.
—¿Y no puedes ser tú?
—Tú no sabes hacer fotos y yo sí. Yo voy a salir con cara
de culo delante de un árbol de Navidad y tú no. Somos un
equipo.
No pudo decir nada más. El enfado le duró media hora,
después empezó a ser la mejor modelo que había tenido en
todo el año.
18

Lo que en un principio podía ser la época más odiosa del


año para mí empezó a ser la más dulce. Janet era amor, alegría,
belleza, bondad, ilusión… Janet era Navidad y a mí me
gustaba Janet. La pista de hielo de Central Park era más bonita
con ella en primer plano, el alumbrado en Bryant Park tomaba
sentido con su imagen de fondo, la decoración de los abetos de
Hudson Yards me resultaba preciosa al igual que las casas de
Dyker Heights con figuras y luces exageradas. Todo estaba
bien si ella estaba ahí.
No me gustaban las navidades, lo que me gustaba eran las
navidades con ella.
—Podrías ser modelo —le dije en medio de un mercadillo
que estábamos fotografiando.
—Solo podría ser modelo en esta ciudad, si me llevas a
otra me pierdo.
—Pues serás la mejor modelo de Nueva York. Por cierto,
hoy es 24 de diciembre. ¿Celebras Nochebuena?
—Aquí no se celebra Nochebuena, aquí es mañana, el día
de Navidad, cuando se abren los regalos y por la noche nos
reunimos a cenar con la familia.
—¿Y qué vas a cenar?
—¿Qué te apetece?
—Yo cenaré tortilla de patatas —me reí.
—Pues eso haremos.
—¿Te espero sobre las doce? —pregunté.
—No me has entendido. Mañana tú vas a ser mi familia.
Quiero cenar contigo a solas. Mi madre y mi hermano se van
fuera y yo no quiero. Prefiero estar contigo.
Se me saltaron las lágrimas e intenté disimularlo. Janet me
consideraba su familia y para mí ella lo empezaba a ser todo.
Un vertiginoso «todo».
La noche de Navidad comimos, reímos, hicimos juntas
galletas de jengibre y cantamos en mi apartamento en un
karaoke improvisado con canciones que Janet se sabía. Tuve
miedo de fastidiarlo. Era consciente de que yo tenía fecha de
caducidad en Nueva York y no intenté nada, ella tampoco,
pero estuvo bien así.
Fue perfecto.
Éramos perfectas.
19

Después de Navidad Janet se estuvo quedando en mi


apartamento cada noche. Dormía en el sofá y yo respetaba su
decisión, aunque el ambiente estaba cargado de demasiada
tensión romántica y sexual camuflada de miedo por
separarnos. No hablábamos de nosotras, pero en mi interior sí
que lo pensaba a cada segundo. Contaba los días que quedaban
del mes como una sentencia y me planteé mil y una
posibilidades para que esto no acabara.
El día 31 fuimos a hacer las últimas fotos. Unas imágenes
de la bola de Times Square bajando en una cuenta atrás que
daba paso al año nuevo y mi trabajo había terminado. La gente
se agolpaba por toda la calle y el ambiente era muy
emocionante, incluso para mí. Janet estaba preciosa. Joder, era
la persona más fotogénica que había conocido nunca.
—Alison, diez segundos y estaremos en el 2023. Prepárate
para la foto.
Cogí la cámara y puse mi ojo en el visor preparándome
para el momento. La alegría de la gente, el confeti caído del
cielo, los besos, los abrazos, debía de plasmarlo todo en una
sola imagen. La imagen de la felicidad en una sola toma.
—Diez, nueve… —Janet contaba y a mí se me saltaba el
pecho.
—Ocho, siete, seis —oía decir a miles de personas y con
cada número me acordaba de que me tenía que ir de allí con el
cambio de año.
—Cinco, cuatro, tres… —Janet saltaba de emoción.
—Dos —dijimos las dos.
—Jo-der, Janet, jo-der. —Se me iba a salir el corazón del
pecho mientras seguía mirando por la cámara.
—Uno —gritamos las dos a la vez.
—Cero —dije.
Quité mi ojo del visor, alargué el brazo, le di la vuelta a la
cámara, besé a Janet e hice la mejor instantánea de todo el año.
La pura imagen de la felicidad en una sola toma. La última
foto que haría a mi chica de diciembre. Nosotras éramos
Nueva York, éramos la Navidad y éramos el amor
personificado. El confeti nos caía encima y la música empezó
a sonar. Janet se tropezó, ya casi no veía nada y tanto ruido a
veces la desorientaba. La cogí y seguí besando sus labios,
saboreando su lengua, agarrándola para que no se fuera. Que
nunca se fuera.
—Voy a quedarme en Nueva York —le dije cuando separé
mis labios de los suyos.
—¿Cómo? No te oigo bien —El ruido era ensordecedor.
—Que me quedo en esta ciudad. Janet, no voy a volver a
España. No hay nadie que me espere allí. Mi casa está donde
estés tú. Puedo trabajar aquí, hay millones de agencias y yo
trabajo por mi cuenta. Venderé mi piso. Quiero estar contigo y,
por supuesto, no vas a ser solo mi chica de diciembre. —Janet
se puso a llorar—. Te quiero. Joder, ¡te quiero! —Era la
primera vez que pronunciaba esa frase.
—¿Vas a poder con esto? —Señaló sus ojos.
—No me importa que no veas. —Cogí su mano y la puse
en mi corazón—. ¿Lo notas? Es todo lo que tienes que ver, el
resto yo te guío.
Y el 2023 empezó de la mejor manera posible.
Epílogo

Año 2030
24 de diciembre
—Janet, abre los ojos poco a poco y mira lo feo que es tu
doctor —dijo el doctor Parker.
—Veo luces.
—Poco a poco. Pestañea.
—Cariño, ¿me ves? —pregunté a Janet mientras el médico
le limpiaba los ojos con unas gasas.
—Alison —dijo ella. Empezó a llorar—. Te… te veo. Sí,
te veo.
—Seguro que tengo más arrugas que la última vez, no te
asustes —le susurré emocionada.
—Estás preciosa.
—Parece que ha sido todo un éxito. Janet, eres muy
valiente por atreverte a ser una de las primeras personas a las
que le implantamos esta prótesis visual de manera permanente.
Estamos muy contentos con el resultado —exclamó el médico.
Al poco rato llegaron varios periodistas y fotógrafos de
prensa para contar una noticia que llenaría de esperanza a
todas las personas a las que le hubiera pasado un caso parecido
al suyo.
Cuando volvimos a casa le esperaba sobre la mesa el
especial de Navidad del año 2023 de la revista City Style.
Sonrió al poder por fin contemplar nuestro trabajo y lo que fue
una historia de amor que nos unió para siempre sin buscarlo.
Se sorprendió al ver la última página porque, donde debía de
haber una fotografía del ambiente en el final de la cuenta que
daba la bienvenida al nuevo año, había una foto nuestra
besándonos. Es la única que hice y a la revista le gustó. El pie
de foto decía: «El beso de fin de año de la chica de diciembre»
Hoy en día, aunque me ve, continúa poniendo su mano en
mi pecho cada vez que le digo «te quiero».
Sobre la autora
Licenciada en periodismo y escritora de vocación. Soy
madrileña, aunque actualmente vivo en Cádiz, ciudad de la
que estoy enamorada.
Mi género es la novela lésbica y mi primer trabajo,
PideUnDeseo, nace de mis continuas ganas de adentrarme en
nuevos retos y de escribir sobre chicas, para chicas y sin
ningún tipo de tapujos.
Yo las entradas, tú las palomitas, es mi segunda novela,
una comedia erótico-romántica muy original dentro del género
de la literatura lésbica de amor.
Me gusta escribir de forma que la lectura enganche de
principio a fin y con un estilo fresco y actual.
Puedes seguir mi cuenta de Instagram:
@yomariscal.escritora, donde publico muchas cosas y también
escribo prosa poética y microrrelatos de amor lésbico.
Además, ahí empecé a narrar en forma de capítulos las
aventuras de una camarera muy cotilla y enamorada, y de todo
ello salió un relato corto que he reescrito y publicado en
Amazon bajo el nombre de Confesiones de una camarera
cotilla en San Valentín. Es una divertida historia corta, pero
intensa.
Instagram: @yomariscal.escritora
Twitter: @YoMariscal_
Web: yolandamariscal.com
Otros títulos de la autora
PideUnDeseo
Me gusta ponerme un nick que sorprenda.
Últimamente soy PideUnDeseo, un nombre que da mucho de sí.

Una novela romántica que te enganchará.


Yo las entradas, tú las palomitas
¿Será capaz de dar con su chica perfecta?
¿O esas cosas solo pasan en las películas?

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