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A veces me odio, me odio y me hablo mal.

Me hablo mal porque dudo de mí, porque tengo miedo.

Dudo porque creo que soy patético, porque creo que merecería ser más feliz.

Más feliz, permitiéndome alegrarme por mí.

Pero me cuesta, soy incapaz, me cuesta mucho llegar a alegrarme verdaderamente


por mí.

Me cuesta valorar aquello que hago, aquello de lo que soy capaz.

Me imagino que soy feliz, soy alegre y tengo alegrías, pero mi felicidad reside en un
recuerdo, vago, incorpóreo y, por supuesto, idealizado.

Yo no puedo llegar a imaginar que soy feliz, no lo concibo, tan solo lo recuerdo.

Recuerdo experimentar la felicidad y vivir alegrías.

Vivo alegrías, pero ahora mismo me saben a poco, no me llenan.

Me gustaría pensar que vivo, vivo, pero con miedo. Vivo, pero no mucho, y lo que
vivo no sé disfrutarlo, simplemente porque creo que no tengo derecho a hacerlo.

Me gustaría creer que no puedo.

Me gustaría pensar que “el fracaso” me reconecta con la realidad.

Conseguir y lograr es una distopía de mis aspiraciones vitales.

Parar no me deja imaginar ni actuar.

Encadenar reto tras reto me ancla en la comodidad del deseo reprimido alimentado
por el recuerdo. Pervirtiendo el recuerdo, convirtiéndolo en un anhelo imposible.
Idealizado, por supuesto.

Condenado a alimentar la posibilidad de poder permitirme sentir la necesidad de


imaginar que el camino es finito y la finalidad no es insondable.

Envidio y me asquea en partes iguales la capacidad relativizadora de mis iguales, me


genera rechazo.
No soy, no quiero ser y me aterra dejar de ser.

No quiero renunciar a aquello en que supuestamente me estoy convirtiendo, no es


vanidad, no es autocomplacencia. Es sentir que no me desagrado, que no me
desagrada aquello que, aparentemente, proyecto.

No soy, no he sido y no seré, pero es tan difícil dejar de ser.

Sé que me aceptan, de verdad, pero soy incapaz de aceptarme a mí mismo. Puesto


que ser me ha alejado de mis iguales.

No me incomoda el compromiso, me incomoda mi intento de priorización lógica, en


las cosas y en las personas.

No finjo, no mucho, no me aburre la gente, pero siento que solamente soy capaz de
encajar de manera temporal en su vida.

No soy feliz, pero intento estar tranquilo, y, a veces, imaginándolo lo consigo.

El tiempo no me da vueltas. Yo contemplo, impertérrito, como él solo sigue girando y


avanzando, con fatiga o sin fatiga, con prisas o parsimoniosamente, pero nunca con
pausas.

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