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Papeles del Psicólogo, 1997. Vol. (67) (contenido?num=1067).

(contenido?num=1067)

PSICOLOGÍA AMBIENTAL Y CONSERVACIÓN DEL ENTORNO

Ricardo de Castro

Consejería de Medio Ambiente. Junta de Andalucía.

RETOS Y ESPACIOS DE INTERVENCION

No es sino desde épocas recientes cuando empieza a analizarse el papel fundamental que juegan las personas y los sistemas sociales en la
configuración y el mantenimiento de los problemas ambientales. El agotamiento de algunos recursos naturales finitos, el impacto sobre los
ciclos del agua o del aire, la pérdida de biodiversidad, la desaparición de paisajes y ecosistemas singulares, la deforestación y la desertización o
problemas ambientales globales como el efecto invernadero, la lluvia ácida o la pérdida de la capa de ozono, son elementos constitutivos del
escenario de la crisis ambiental actual, que no tienen un origen natural, ni tampoco dependen del azar. Son fenómenos claramente originados
por el hombre y por sus formas de relación con el medio que la cultura ha ido creando a lo largo de los tiempos.

Estos modos culturales de interacción con el ambiente están íntimamente relacionados con el desarrollo de tecnologías que han superado
ampliamente la capacidad de recuperación del entorno ante los graves impactos por la utilización desmedida de sus recursos. Situación
agravada por el crecimiento sostenido y geométrico de la población mundial, junto a la preminencia, cada vez mayor, de los modos de vida
urbanos, donde la concentración de población determina sistemas muy dependientes del exterior, que necesitan constantemente importar
materia (agua, productos agrícolas, materias primas...) y energía para mantener su dinamismo y donde, además como consecuencia de sus
múltiples actividades, se generan una importante cantidad de residuos sólidos, líquidos y gaseosos, que no son asimilados y que por tanto es
preciso exportar fuera (vertederos, plantas de tratamiento, ríos, mares, lagos, atmósfera...).

Los cambios ambientales se denominan globales cuando sus impactos no pueden ser localizados. Este atributo diferencia los cambios
ambientales globales de aquellos problemas ambientales localizados, como la contaminación de ríos, la contaminación acústica o la pérdida de
áreas silvestres por el desarrollo agrícola e industrial. Las actividades humanas pueden afectar al cambio global de dos formas, por un lado
pueden alterarse sistemas globales, como los océanos y la atmósfera, de forma directa y por otro lado, un aumento de cambios locales puede
tener de forma acumulativa un impacto global, como por ejemplo la deforestación de áreas naturales que constituyen el hábitat para un gran
número de especies, situación que puede contribuir en la extinción de especies de fauna y flora. (Stern, 1992).

La psicología es una disciplina relevante para comprender estos procesos ambientales, ya que los cambios son mayoritariamente
antropogénicos en origen y los impactos de estos desajustes del entorno afectan a la calidad de la vida humana. La psicología ambiental es el
ámbito desde donde se pueden desarrollar propuestas en este sentido, pudiendo entenderse ésta como la disciplina que se ocupa del estudio
de las relaciones entre el medio físico y social y las cogniciones, las actitudes y los comportamientos de las personas. Este tópico ha tenido un
importante desarrollo en las últimas décadas, tanto en investigación como en intervención aplicada (Sundstrom y otros, 1996).

Así, el reto que la psicología como ciencia básica y aplicada tiene planteado, se concreta en la necesaria evolución de su objetivo tradicional, de
ayudar al hombre a adaptarse a su medio, a participar en la tarea de conseguir un medio ambiente de acuerdo con las necesidades y las
expectativas humanas.

Los modelos de gestión de los recursos naturales han ido evolucionando en el tiempo desde modelos que operaban con un soporte de tipo
economicista, en el cual prima una visión de aprovechamiento económico de los recursos, a modelos de tipo biologicista, donde se prima un
análisis más sistémico y globalizador, pero basado únicamente sobre parámetros de carácter físico y biológico. Es urgente reconocer un tercer
modelo de acción que pivote sobre todo en los aspectos psicológicos, sociales y culturales del hecho ambiental. Estos modelos no pueden
suplirse unos a otros, son dimensiones y acercamientos necesariamente complementarios, ya que no son aconsejables modelos de factor único
en relación a sistemas tan complejos como el ambiental.

Aún siendo evidente la necesaria incorporación de las perspectivas de las ciencias sociales y del comportamiento en los esfuerzos
institucionales y comunitarios para contribuir a la resolución de los problemas ambientales que la sociedad tiene planteados, ésta es mínima en
la actualidad. Así puede constatarse la minoritaria participación de profesionales con formación psicológica y social en las estructuras de
gestión ambiental, tanto a niveles locales como a una escala mayor y el importante déficit que poseen los técnicos en estas instituciones en
relación a herramientas de carácter psicosocial como las estrategias de participación social, comunicación o formación y la evaluación de
programas sociales.

Por otro lado, tampoco puede obviarse el escaso interés que muestran psicólogos y otros profesionales de las ciencias sociales por mostrar las
posibilidades de los diversos soportes teóricos y de los instrumentos propios al objeto de contribuir con otras profesiones en la resolución de
estas graves problemáticas comunitarias.

Espacios de intervención ambiental desde la psicología

Desde la psicología pueden aportarse importantes contribuciones a los esfuerzos institucionales y sociales de conservación y mejora de nuestro
entorno. De forma general pueden diferenciarse dos áreas fundamentales en las iniciativas de intervención ambiental, por un lado las acciones
de conservación de los recursos naturales y por otro las de mejora de la calidad ambiental. Desde las iniciativas de conservación de los
recursos naturales se pretende impedir su deterioro o despilfarro, mediante la protección de la diversidad biológica, la preservación de
espacios naturales singulares, la reducción de riesgos y accidentes naturales y la conservación de recursos como el agua, el suelo, la fauna, la
flora, el paisaje... (Castro,1994).

Las acciones de mejora de la calidad ambiental, tienen una mayor tradición dentro del campo de la psicología ambiental, ya que las
situaciones de degradación del entorno tienen un importante impacto sobre la vida de las personas, tanto sobre su salud física como psíquica,
como interfiriendo los procesos de interacción social. De esta manera se plantean retos trascendentales en relación a problemas como la
contaminación acústica, la polución atmosférica, el vertido a mares y ríos o el depósito incontrolado de residuos sólidos urbanos, industriales y
radiactivos.

Espacios naturales. A través de las políticas de conservación de espacios naturales, se pretende salvaguardar los valores de áreas singulares
o frágiles, protegiendo ecosistemas relevantes o representativos, al objeto de mantener su biodiversidad, pero también de promocionar un uso
sostenido de sus recursos naturales y posibilitar su utilización recreativa. Con más de medio millar de zonas protegidas y sumando más de
25.000 kilómetros cuadrados, lo que constituye el 5 % del territorio, en nuestro país, es difícil hablar de espacios naturales, de carácter primario,
ya que a lo largo de la historia las comunidades humanas han ido modificando paulatinamente su entorno, de manera que estos espacios,
denominados naturales, tienen una componente social muy importante.

De manera que la protección del espacio es imposible hacerla de forma aislada a las poblaciones que residen en su entorno, sin el consenso y la
participación profunda de esas comunidades en su planificación y su gestión. Es prioritario compatibilizar los objetivos diversos de estas figuras
de ordenación del territorio: conservación ambiental, promoción social y económica y utilización recreativa, desarrollando estrategias que
posibiliten el diálogo constructivo de todos los sectores implicados, gestores, científicos, pobladores, visitantes, ecologistas... Muchos de los
problemas de gestión de los espacios naturales españoles proceden de la falta de dominio de estas estrategias. Muestra de ello son conflictos
recientes como el del parque nacional de los Picos de Europa u otros episodios en el parque nacional de Doñana.
Los importantes beneficios intangibles, de carácter emocional y resturador de las tensiones de la vida diaria que aporta el paisaje natural
(Kaplan y Kaplan, 1989) hace que sea fundamental fomentar su valoración social, no como un mero escenario o soporte para las actividades
humanas. Por otro lado también es necesario analizar y desarrollar acciones que reduzcan el impacto de la actividad turística en el medio
natural, tanto sobre la calidad del espacio, como sobre los usos y costumbres de las poblaciones locales, potenciando de forma colateral una
mejora de la experiencia recreativa de los usuarios, los cuales a menudo trasladan de forma automática sus patrones de comportamiento
típicamente urbanos a estos entornos.

Incendios forestales . Uno de los principales problemas ambientales de nuestro país son los fuegos que afectan de forma periódica a los
entornos forestales, contribuyendo de forma directa en los procesos de desertificación. La casi totalidad de los incendios tienen un origen
humano, ya sea de forma directa (fuegos intencionados y negligentes, originados tanto desde la población rural como por turistas) como de
forma indirecta (motivados por cambios en la estructura demográfica, social y económica del medio rural). Las acciones de gestión de este
problema se han centrado sobre todo en actividades de detección y extinción de incendios, con unas inversiones económicas muy elevadas,
siendo necesario un importante esfuerzo en la prevención social del problema, al objeto de promover comportamientos proambientales en
agricultores y pastores y en los visitantes de los entornos naturales.

Recursos naturales. Tanto en relación con el agotamiento de recursos naturales no renovables, como el petróleo, gas natural, carbón y otros
minerales, como en el impacto creciente en los ciclos de recursos renovables como el agua, es crucial comprender la función de la conducta
humana. Los comportamientos energéticos propio de modos socioculturales despilfarradores como los de nuestra sociedad están detrás de
multitud de problemáticas ambientales, no sólo del agotamiento de recursos derivado del progresivo incremento de la demanda energética.
Esta realidad obliga a profundizar en desarrollo de programas de modificación de los hábitos de los consumidores e inducir conductas
orientadas a la conservación y el ahorro energético (Blas y Aragonés, 1986).

El uso abusivo, el despilfarro y también la contaminación de recursos naturales renovables, como el agua, motiva en algunos casos que se esté
excediendo la capacidad de renovación del recurso, superando la capacidad depuradora del propio ciclo hidrológico (Castro, 1994). Las
personas tienen que ser conscientes de los riesgos que acarrean sus comportamientos sobre la conservación de los recursos naturales antes de
poder adoptar conductas más respetuosas, de la misma manera las instituciones deben disponer los medios y las infraestructuras para
posibilitar respuestas constructivas por parte de los ciudadanos.

Residuos . Desde que existe vida el hombre ha generado desperdicios, la actividad humana es productora de residuos de forma intrínseca, por
el mismo hecho de ser consumidora de todo tipo de bienes. Factores como el rápido crecimiento demográfico, la concentración de la población
en núcleos urbanos, el aumento del nivel de vida y del consumo, con la progresiva utilización de bienes manufacturados de rápido
envejecimiento y de envases y embalajes sin retorno, explican la generalización y la extensión de este problema. Problemática que demasiado a
menudo se soluciona escondiendo el residuo, en el mejor de los casos en vertederos sin las mínimas garantías sanitarias y ambientales, como
muestran episodios recientes como el del vertedero de La Coruña, que tras la continua acumulación de vertidos a lo largo de los años se
desbordó sepultando viviendas y zonas costeras.

El alejamiento progresivo del hombre del medio natural, hace que nos veamos a nosotros mismos como seres independientes del entorno. La
mayoría de las personas no somos conscientes de donde proceden los productos que consumimos y cómo llegan éstos hasta los puntos de
venta, tampoco somos conscientes de hacia donde van los residuos producidos. De ahí la importancia de la extensión de las acciones de
reciclaje, reutilización y reducción de residuos, como comportamiento proambiental y solidario. Los costes personales que pueden ocasionar
estos nuevos hábitos acarrean importantísimos beneficios sociales, económicos y ambientales, como el ahorro de materias primas y del gasto
energético, la reducción del impacto en el paisaje por la extracción de estas materias, la reducción de los vertederos incontrolados, menor
contaminación atmosférica y menores vertidos a los acuíferos. Hay que constatar que aunque en las encuestas un porcentaje muy alto de
ciudadanos, cercano al 90 %, declare estar dispuesto a dejar materiales como vidrios, papeles, pilas... en contenedores especiales para su
reciclaje, los porcentajes de recuperación son muy inferiores al de otros países europeos.

Además, el tratamiento posterior de los residuos ocasiona un cúmulo de conflictos sociales de toda índole, alcanzando unos niveles
desconocidos en tiempos pasados. La pésima gestión institucional de los mismos, donde predominan, todavía en la actualidad, un
importantísimo número de vertederos incontrolados de residuos, unido al desapego social anteriormente explicitado, que hace que no nos
sintamos responsables de los desechos que producimos, pueden explicar la extensión de lo que se ha dado en llamar en castellano, como el
síndrome EMPNO, " en mi patio no". En cierta forma dicho síndrome puede explicar que se esté movilizando una oposición permanente y
generalizada a cualquier tipo de instalación, ya sea un deposito de vertidos industriales o radiactivos, de residuos sólidos urbanos y hasta
incluso, frente a plantas de reciclaje o estaciones de transferencia, lugares donde se deposita un contenedor de residuos urbanos para llevarlo
a otro sitio.

Contaminación . Comportamientos humanos como el uso de combustibles fósiles en vehículos, calefacción, industria, energía..., con la
importante emisión de dióxido de carbono (CO2) o la utilización de disolventes y aerosoles con CFC (clorofluorocarbonos), están detrás del
proceso causante del efecto invernadero, con una contribución a este fenómeno, respectivamente, del 53 % y del 20 %. Además del efecto
invernadero, que según diversos modelos climáticos está causando ya en la actualidad un proceso de calentamiento global del planeta Tierra,
con aumentos previsibles de temperatura y la elevación del nivel del mar, la emisión continua de estos gases está relacionada con otros
problemas ambientales globales como el de la lluvia ácida, con sus secuelas de deforestación y de acidificación del agua dulce y la disminución
de la capa de ozono, asociada sobre todo al uso indiscriminado del CFC.

Para el cumplimiento de los acuerdos tomados en la Cumbre de la Tierra, celebrada en 1992 en Río de Janeiro, en el sentido de limitar las
emisiones de estos gases, es fundamental el desarrollo de acciones que posibiliten la adopción de comportamientos individuales e
institucionales de reducción de estos procesos. El hecho de que esta contaminación sea de difícil percepción directa por las personas y que su
impacto sea diferido, tanto en el tiempo y como en el espacio, determina la dificultad por hacer comprensible este problema y motivar un
cambio consistente en la población (Castro, 1996).

Otro de los problemas ambientales que ha tenido un especial tratamiento desde la psicología, ha sido el impacto del ruido sobre la experiencia
humana. El aumento del tráfico viario es la causa más importante de los altos niveles de contaminación acústica que se registran sobre todo en
nuestras ciudades, donde un 23 % de la población está sometida a más de 65 decibelios por este tipo de ruido. En menor proporción las
actividades de ocio -especialmente en horas nocturnas-, la construcción o las industrias, también son fuente de ruidos molestos, que ocasionan
importantes impactos sobre la conducta y la salud mental y física de las personas. Los esfuerzos deben concentrarse tanto en el análisis de la
incidencia psicológica y social de este tipo invisible de contaminación como en proponer estrategias para la prevención social en origen.

Estrategias psicosociales para la conservación del entorno

Como ha podido comprobarse, la importancia de las actitudes y los comportamientos sociales en la génesis y en el mantenimiento de
problemas ambientales, ya sean estos globales o a escala local, aconseja la incorporación de modelos de investigación e intervención propios de
las ciencias sociales y del comportamiento. Pero la ciencia psicológica no sólo se encuentra con nuevas oportunidades, con marcos renovadores
de acción, sino sobre todo tiene una responsabilidad ineludible, responder al reto de colaborar en la resolución de la grave crisis ambiental de
nuestra época. Los científicos sociales están obligados a aportar, en colaboración con otras disciplinas, sus marcos teóricos, sus herramientas y
sus estrategias de acción y de evaluación.

Estrategias basadas en el potente efecto del compromiso personal, en los procesos de influencia social tanto desde minorías activas como
desde la conformidad a las normas sociales, en los fenómenos de modelado, en los modelos de comunicación persuasiva, en la participación
comunitaria, en el manejo de incentivos, en el diseño de entornos facilitadores del comportamiento, en la información sobre los efectos de la
conducta..., las cuales deben traducirse de forma práctica y comprensible para su aplicación a problemas socialmente relevantes como los de la
conservación del entorno, con el objetivo de obtener cambios consistentes en las cogniciones, las actitudes y los comportamientos de las
personas.

Para ello los psicólogos interesados en este campo deben analizar en profundidad los problemas ambientales, en toda su extensión, analizando
los datos técnicos y científicos de los que se dispone en la actualidad, y asimismo, deben conocer las instituciones que trabajan en la solución
de estos problemas, en los diferentes niveles, identificando los departamentos que desarrollan labores cercanas a nuestra perspectiva, como
los de educación ambiental, participación, formación... También es fundamental desarrollar un esfuerzo de conexión con otras disciplinas
científicas, intentando salvar la compartimentación actual y la preminencia de las tribus profesionales, posibilitando la interacción y el trasvase
de información, desarrollando conceptos-puente útiles, tanto en las formas de aproximación al estudio de los problemas como en relación a las
alternativas para su reducción o su prevención .

Referencias

Blas, F.A., y Aragonés, J.I. (1986). Conducta ecológica responsable. La conservación de la energía. En F. Jiménez Burillo y J.I. Aragonés.
Introducción a la psicología ambiental. Madrid: Alianza editorial.

Castro, R. de (1994). La conservación y la gestión de los recursos naturales. Aspectos psicológicos y sociales. En M. Amérigo, J.I. Aragonés y J.A.
Corraliza. El comportamiento en el medio natural y construido. Badajoz: Junta de Extremadura.

Castro, R. de (1996). Influencia social y cambio ambiental. Actualidad y prospectiva de las estrategias de intervención. Intervención Psicosocial,
Vol. V,13: 7-20.

Kaplan, R. y Kaplan, S. (1989). The experience of nature. A psychological perspective. New York: Cambridge Univers. Press.

Stern, P.C. (1992). Psychological dimensions of global environmental change. Annual Review of Psychology. 43: 269-302.

Sundstrom, E., Bell, P.A., Busby, P.L. y Asmus, C. (1996). Environmental psychology 1989-1994. Annual Review of Psychology. 47: 485-512.
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