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Unidad Educativa Municipal Técnica y en Ciencias

“San Francisco de Quito”

Nombre: Rachel Troya

Curso: 3ro BGU “A”

El Candelabro de San Francisco


Cuenta esta leyenda quiteña, por allá entre los siglos XVIII y
XIX, durante unos tiempos verdaderamente malos, cuando la
peste asolaba la ciudad capital, un joven estudiante falleció a
causa de aquellos males…Y para velar el cadáver en la
iglesia de San Francisco, se designó a dos compañeros del
difunto para que pasaran la noche cerca del féretro y
atendiesen los cirios. Pedro Cedeño y Juan Álvarez eran los
incautos, perdón, los encargados de tan noble deber…

El asunto es que los dos no eran precisamente como un par


de gotas de agua. Pedro era uno de esos muchachos que
hacen perder la paciencia hasta al más paciente, medio
truhan, incrédulo de toda manifestación del lejano más allá y
«quemeimportista» de las cosas del más acá. Su
condiscípulo, Juan, era diametralmente opuesto al primero,
creyente y respetuoso estudiante, devoto y un poco temeroso
de lo inentendible.

Así los dos. Ya se habían ubicado en un confesionario para


protegerse del frío y pasar una noche aparentemente
tranquila…Le tocó al pobre Juan soportar todo tipo de burlas
de Pedro: que cobarde, que flojo, que ya te lleva el muerto…

Pasadas algunas horas de guardia, el hambre asomó. Luego


de reiteradas insistencias de Pedro, Juan no tuvo más
remedio que salir a buscar algo de alimento, a eso de las
doce de la noche. Acto seguido, Pedro empezó a llevar a cabo
un plan que ya tenía maliciosamente preparado: se dirigió al
ataúd, sacó el cadáver y lo llevó a rastras al confesionario,
ocupando el puesto del cuerpo en el ataúd, esperando el
regreso del ingenuo Juan y gastarle una broma de terror…
Y pasó que los minutos pasaron y Juan no regresaba. Pedro
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“San Francisco de Quito”
se impacientaba adentro del ataúd…Estando allí, comenzó a
escuchar algunos sonidos inquietantes, como roces de telas,
pasos lentos, respiraciones jadeantes…

Pedro se convencía que era Juan el que había regresado, mas


algo empezó a helar su envalentonada actitud…Fétidos olores
llegaron de repente a dónde él se encontraba. Su ánimo
flaqueaba y un sudor frío le recorría la espalda y las sienes.
Una sensación nunca antes experimentada…Se había
«erizado» por el frío y sobrecogido por el ambiente reinante,
como de… Por un instante se serenó y tomando valor, se
levantó del ataúd para así poder atisbar quien era el osado
que se aproximaba…a él, a Pedro Cedeño, quien no conocía
de miedos ni creía bobadas de ultratumba.

Oh sorpresa, horrorosa sorpresa le causó ver que quien se


aproximaba no era su compañero….Era el cuerpo del difunto
que había cambiado de sitio para entrar en el féretro…Está
demás describir el aspecto del cadáver, que avanzando con
lentitud parecía hasta volar… Pedro, luego del natural
espanto y tras vacilaciones que parecían eternas, saltó del
ataúd y huyó despavorido, no sin antes voltear a ver y
observar que el muerto agarraba un pesado candelabro con
sus manos. No fue más, Pedro cayó desmayado pesadamente
sobre el piso de la iglesia en el justo momento que el difunto
arrojaba el candelabro y lo estrellaba contra una de las
puertas del templo…

A los pocos minutos llegaba Juan bien aprovisionado para


pasar la noche, pero tuvo que hacer acopio de toda su fe, al
encontrar el sarcófago vacío, Pedro desmayado o medio
muerto, y el auténtico muerto saliendo lentamente del recinto
sagrado… A la mañana siguiente, devotos, creyentes y
curiosos se agolpaban ante la puerta de la iglesia que había
sido blanco del candelabro, y cuya imagen podía verse como
impresa sobre la madera…Cuenta la leyenda que así
permaneció durante algunos años hasta que fue reemplazada
por otra de mejor aspecto.

BIBLIOGRAFIA:
Unidad Educativa Municipal Técnica y en Ciencias
“San Francisco de Quito”
https://quitoen360.com/el-candelabro/

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