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D.

La tipología como estructura básica que une el Antiguo y el Nuevo


Testamento

Pierre Grelot nos dirá respecto a este asunto:

«El griego typos y el latín figura son utilizados por los teólogos para designar
los simbolismos más originales que se encuentran en el lenguaje de la Biblia: las
prefiguraciones».310

Lo que actúa como un «tipo» o «figura» (en el sentido del tal) en el Antiguo
Testamento encuentra su «antitipos» (su correspondencia al tipo o figura) en
el Nuevo Testamento; es decir, el evento o la persona o la circunstancia que le
concierne al tipo o figura.

La tipología aplicada a la escatología o a la soteriología debe tener como base el


Nuevo Testamento, y a Jesucristo como centro y llave de la comprensión de su
correspondencia.

Es evidente que Jesucristo es consciente de llevar a cabo todo lo que el Antiguo


Testamento anunciaba (cf. Mr. 1:15; Mt. 11:4 y ss.; Le. 4:17 y ss.). En Él y su
misión el tiempo de los antitipos, de las correspondencias de los tipos
prefigurados en el Antiguo Testamento habían acontecido de manera singular
ahora con su presencia. él dejará constancia no sólo en sus comparaciones con
Jonás, Salomón y el propio Templo (Mt. 12:6, 41, 42), dando a entender con su
superioridad respecto de aquello que ha ocupado su lugar, sino por la noción de
Nueva Alianza que en su persona se realiza (Mr. 14:24; cf. He. 8:8-10)
cumpliendo lo que ya Jeremías había indicado que ocurriría (Jer. 31:31-33).

Grelot, nos dirá del significado de la venida y obra de Jesucristo:

«Desde entonces toda la historia santa transcurrida durante la primera alianza


adquiere su significación definitiva en los actos que él cumple, en las institu-
ciones que establece, en el drama que él vive. Tanto es así, que para definir su
obra y hacerla inteligible, la une intencionadamente a los elementos figurativos
contenidos en esta historia»

Y el autor añade en base a diversas correspondencias tipológicas que entresaca


como ejemplo Israel-Iglesia (Mt. 16:18; cf. Hch. 7:38); la estructura del pueblo
de Israel en doce tribus-doce apóstoles (Mt. 19:28); Pascua y Alianza sinaítica-
Santa Cena (Le. 22:16-20):

«Estos ejemplos muestran cómo Jesús, recogiendo los simbolismos escatológicos


de la historia santa, los explota para evocar concretamente el misterio de la
salvación llegado al fin de los tiempos, inaugurado en su persona y en su vida,
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llamado a actualizarse en la historia de su Iglesia y a consumarse en la eternidad


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cuando el tiempo humano haya tomado su fin».


San Pablo, además de ofrecernos numerosos ejemplos del tipo en el Antiguo
Testamento y de su correspondencia en el Nuevo Testamento (cf. Ro. 5:14), nos
da la ideología que actúa como fundamento del sentido tipológico de las
Escrituras cuando en Ia de Corintios 10:6, 11 evoca el que los «tipos del Antiguo
Testamento fueron escritos para instruirnos a nosotros que hemos salido al
encuentro del fin de los tiempos».

El valor teológico de lo tipológico permite comprender el sentido que hemos dado


a la relación entre Israel y la Iglesia, la noción de Resto que suscita Jesucristo:
todo ello era una correspondencia teniendo en cuenta el «Tipo» del Antiguo
Testamento, y el cumplimiento autorizado que nos ofrecía el Nuevo Testamento
cuando identificaba el Antitipo.

Descubrimos al mismo tiempo que de un modo intencionado, al hacerse la apli-


cación antitípica se abandona el sentido geofísico. Del tipo de Israel se recupera
exclusivamente el sentido espiritual, el sentido político de nación ha
desaparecido.

A la toponimia israelita se le han sustraído los contenidos geográficos y


materialistas aun cuando se utilicen los mismos términos para identificar el
antitipo. De este modo el monte de Sion se ha convertido en su antitipo en una
figura de la salvación en Cristo (He. 12:22; cf. Jn. 4:20-24). Ya no se trata de
una montaña física sino de un poder espiritual, Jesucristo que la ha sustituido, y
que nos puede otorgar Salvación. Jerusalén ya no tiene unos contornos
terrestres sino celestiales (Ap. 21:2, 10), y encuentra su doble terrestre,
mientras ella está en el cielo, en los adoradores fieles de la tierra (Ap. 11: 1,2).

Se revela también cuando analizas la Apocalíptica del Nuevo Testamento que los
enemigos de Israel no están ubicados ni limitados con la misma etnografía y
geografía. Babilonia y Egipto enemigos proverbiales de Israel aparecen ahora en
un sentido puramente simbólico y espiritual (cf. Ap. 17 y 18; Ap. 11:8).

El punto de referencia «Israel» que ha sido descolocado de su posición original,


y que tenía unos límites determinados en Palestina, y que ha encontrado su
antitipo perdiendo consecuentemente los componentes físicos y materiales
traerá coherentemente un trastoque en la posición y significado de los enemigos
del Nuevo Israel de Dios que nada tiene que ver con la nación israelita. Eso es lo
que se evidencia con la lectura de los pasajes del Apocalipsis precitados. Es un
espacio total, de tierra y muchedumbres, el que dominan los enemigos antitipos
que conservan los nombres antiguos para que entendamos mejor su significado
(Ap. 17:1, 2, 5, 15, 18; cf. 17:3, 18; 11:7-9).

Gog y Magog que habían sido anunciados por Ezequiel (38:2 y ss.; 39:1 y ss.) como
pueblos que atacarían a Israel son estacionados fuera de la historia anterior al
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segundo Advenimiento de Jesucristo (cf. Ap. 19:11; 20:8, 9), y en relación con el
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nuevo Israel que posee una Jerusalén Celestial no terrenal (Ap. 20:9; cf. 21:2,
10).
Podríamos multiplicar los ejemplos, pero es suficiente para el punto que nos
ocupa.

Observamos en conclusión que existe respecto del tipo una correspondencia en


el antitipo. La analogía no reside en la literalidad del significado primario de los
componentes de la figura o tipo, sino en la estructura.

Lo que estructura esencialmente a Israel es su relación espiritual con Dios, su


vocación religiosa. Ahí es donde aparece la identidad y la continuidad de lo
esencial, sin embargo, hay una ruptura radical, una discontinuidad con lo no
esencial: Para conseguir el plan de Dios, una vez que Israel como nación apostató
y rechazó al Mesías, Jesucristo ya no necesita más que lo esencial: un Resto que
mantenga fiel su relación espiritual con Dios y pueda con El cumplir las cláusulas
del Nuevo Pacto profetizado por Jeremías.

Lo que estructura esencialmente a Babilonia y Egipto como tipos es la


confrontación con Dios erigiéndose en enemigos de Éste creando una ideología
contraria al Dios verdadero y atacando al Pueblo que proclamado «de Dios» por
los profetas antiguos, se opone a los intereses político-ideológicos de esos
enemigos.

Los antitipos enemigos del Israel antitipo se corresponden analógicamente en


esa misma estructura cuando el Pueblo de Dios, proclamado así por su
seguimiento de las doctrinas de las Escrituras; no quiere compartir ni la
conducta ni la política doctrinal de esos enemigos. Es una lucha espiritual y
psicológica la que está en la base, puesto que la actuación de ese Pueblo se ve en
la obligación de identificar y desenmascarar lo falso y peligroso de los enemigos
del Dios verdadero, al presentar precisamente a Jesucristo con toda su
implicación moral y doctrinal. La reacción de éstos es la de atacar con todas las
armas disponibles incluso la de la persecución religiosa.

No olvidemos que el escenario ya no está limitado a una zona específica, es un


conflicto que se eleva en toda la tierra.

1. Consecuencias de todo esto para la profecía de Daniel 11:21-45

a. Habrá un fracaso de la hermenéutica siempre que se ignore el aspecto


Cristológico en la interpretación de las profecías apocalípticas del Antiguo
Testamento.
b. Es preciso y urgente que dejemos al Evangelio y a la Apocalíptica del
Nuevo Testamento que nos ofrezcan los elementos adecuados exegéticos para
interpretar todo lo que se refiere a la Apocalíptica del Antiguo Testamento
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(Daniel, ciertas partes de Ezequiel e Isaías, Joel, Zacarías y los Salmos).


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c. Necesidad de la proyección del valor tipológico inicial del tipo del Antiguo
Testamento de acuerdo al Nuevo Testamento.
Va a ser preciso aplicar la estructura tipológica cada vez que la apocalíptica del
Nuevo Testamento nos lo autorice mediante la referencia a un lugar hebreo,
persona o acontecimiento del Antiguo Testamento. Puesto que, como ya vimos,
esa estructura exige en principio conocer el valor inicial en la historia de la
salvación de ese término respecto a la Alianza de Dios con el antiguo Israel,
ahora desechado como nación, para de este modo, por medio de la analogía
estructural, obtener correctamente la significación cristológica y eclesiológica.

El Nuevo Testamento nos proporciona más completamente un principio


hermenéutico apocalíptico en torno a las promesas de la alianza del Antiguo
Testamento: la supresión sistemática de toda limitación étnica y geográfica
respecto a la Iglesia cristiana, aun cuando la imagen del Antiguo Testamento sea
conservada y utilizada simbólicamente. Esto mismo hemos comprobado respecto
a los enemigos de Israel.

d. Las consecuencias inmediatas de la pérdida por Israel de los valores


etnográficos topográficos y geodésicos en los enemigos antiguos de esa
nación

Siguiendo los puntos b y c, y de acuerdo a todo lo expuesto en este apartado,


podemos decir que un nuevo Israel, la Iglesia, que no está limitado a una nación,
sino que se ubica sin contornos geográficos en toda la tierra ha hecho perder
también los valores geográficos de los enemigos de Israel que se encontraban al
norte y al sur, ahora comienza a funcionar teniendo en cuenta todo el espacio
total, exigiendo todo el sentido de la analogía estructural que la tipología (tipo-
antitipo) inaugura Jesucristo en su primera Venida.

e. ¿A partir de cuándo podrá ser aplicado este método Cristológico a la


Apocalíptica de Daniel?

Sabemos que en Jesucristo ha comenzado el cumplimiento del Antitipo, de las


correspondencias, pero hay dos elementos a tener en cuenta que marcan el
tiempo exacto de cuándo una profecía apocalíptica del Antiguo Testamento
(estamos refiriéndonos a la apocalíptica) debe de experimentar la aplicación en
el Tipo o Figura, el valor de la analogía estructural en lo que se identifica como
Antitipo (lo «que corresponde al» tipo).

En primer lugar, será preciso que la época por la que se logra identificar al
Antitipo que introduce la aplicación tipológica se agote como evidencia de la
realidad y genuinidad del Antitipo.

La muerte de Jesucristo con la destrucción de la Jerusalén terrenal, señal


externa última de que la nación de Israel ha perdido su papel representativo
(Mt. 21:33-43), pudiéndose cumplir Mateo 22:7 (22:1-14) como evidencia del
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repudio del Mesías, el único que podía salvarles, y que ha propiciado (el desprecio
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hacia Éste) su propia condena y posterior asesinato, son los signos de que la
tipología puede usarse en toda su extensión, en base a lo que ya Jesucristo ha
hecho y enseñado.

En efecto, se precisaban tres cosas fundamentales: que el Antitipo, lo que


sustituye a los tipos, viniera y se identificara como tal; realizara la obra acorde
al significado analógico de los tipos despojándoles de lo que no es esencial. De
este modo aparecía un Resto que formaba el Nuevo Israel con los Doce apóstoles
judíos como cimiento sobre la principal piedra del ángulo que es Jesucristo, y la
continuidad de lo que es auténticamente esencial, entre otras cosas, el heredero
de la dinastía del reino de David en la persona del Mesías prometido y
profetizado para tal destino; y el funcionamiento del Nuevo Israel como Iglesia
de Jesucristo en base al Nuevo Pacto profetizado por Jeremías 31:31-33, y que
Jesucristo da como cumplido con Él (Mr. 14:24, cf. He. 9:18-26; 10:12-18).

Ahora sólo faltaba el último acto de este drama. Y es que Dios se manifestara,
en cumplimiento a lo que el Mesías Jesucristo había estado creando respecto al
significado del Tipo Israel, su utilidad como Figura, continuando mediante la
sustitución, una vez recuperados los valores esenciales de lo que implicaba su
vocación religiosa, por el nuevo Israel de la promesa que encuentra en la Iglesia
cimentada en el judío Jesucristo y el Remanente judío «escogido por gracia»; y
profetizando en cuanto a que la nación de Israel, ya no tendría como tal, como
representativa de la parte permanentemente endurecida, nada que ver ni con el
Reino de Dios ni como Pueblo privilegiado (cf. Mt. 21:43 [ver contextos]; Mr.
13:1-4, 14-23; Luc. 21:5-7, 20-24): el desmantelamiento del Templo por el
general romano Tito (año 70 d.C), y la necesidad obligada a tenerse que
diseminar por el mundo, con lo que esto implicó, en cuanto a la pérdida de ser el
pueblo de Dios como nación, era la prueba de que el Israel físico-político ya no
significaba lo mismo para Dios después de la muerte de Cristo y del sellamiento
del Pacto realizado.

El cumplimiento de la profecía de Jesús en cuanto a la destrucción del Templo,


de la ciudad, y del mundo judío como teniendo valor significativamente religioso
para Dios, cerraba el ciclo que había desencadenado el rechazo del Mesías Jesús
de Nazaret y su posterior muerte en la cruz. No hubo liberación del yugo
romano. Ni lo habría ya nunca.

Con la destrucción definitiva del templo de Jerusalén en el año 70, con el


dispersarse de los judíos a lo largo de la historia, con la irrecuperable sucesión
dinástica hasta nuestros días, y con la gestación, por intereses puramente
políticos y estratégicos, de un gobierno judío laico en nuestro siglo XXI, en el
que está ausente la teocracia, sobresaliendo el agnosticismo y ateísmo, es la
confirmación reiterada de que en Palestina, además de los árabes, existe tan
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sólo una nación que, aunque llamada Israel, se mueve con unos motivos y
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propósitos como los de cualquier otra nación de la tierra.


Con el destino escogido por el pueblo judío, en un permanente endurecimiento y
alejamiento del Mesías, y manifestado al final de estos postreros días se ha
corroborado que la mano de Dios se había apartado de la nación de Israel. Esta
actitud llevada a cabo por voluntad humana no responde a ningún decreto que
Dios hubiese dejado escrito, puesto que la causa, el origen e implantación en
Palestina es fruto exclusivamente de la política y hacer puramente humano (es
irrelevante que posteriormente surjan grupúsculos fundamentalistas religiosos
que querrían restaurar la teocracia).

Todo esto era la ratificación histórica de que, con la muerte de Cristo, los tipos
habían encontrado su Antitipo. Que su obra sobre el Nuevo Israel y su
predicción sobre el destino del Israel antiguo se habían cumplido de acuerdo al
Plan de Dios, y que lo instaurado en su vida no sólo tenía el valor en cuanto a su
ya funcionamiento, sino que además imprimía un sentido que recogido por los
apóstoles se nos legaba a la posteridad.

¿A partir de cuándo tiene utilidad este método Cristológico en la


apocalíptica de Daniel?

Cuando la profecía apocalíptica de Daniel, teniendo en cuenta los datos que te


ofrece, se aplica a tiempos posteriores a la cruz de Cristo unida ésta al
desencadenante final anunciado por Jesucristo en relación a la destrucción del
Templo y de todo lo representativo de Israel como nación, entonces se pueden
proyectar con seguridad los contenidos tipológicos que en Jesucristo tienen un
valor característico de acuerdo a lo que ya hemos explicado.

LaRondelle se expresará de este modo en relación a esto:

«El Nuevo Testamento enseña la aplicación cristológica -comprendido también su


aspecto eclesiológico- de toda la terminología e imaginería de la alianza de la
antigua "dispensación" para el período que sigue al primer advenimiento de
Cristo. Las consecuencias hermenéuticas del evangelio de Cristo para las grandes
profecías de Daniel pueden ahora ser esclarecidas. Ellas exigen que la
significación teológica de términos como Israel, Judá, tierra santa, montaña de
Sion, santuario, santos, cuerno pequeño, rey del norte, y rey del sur sea
aprovechado cristológica y eclesiológicamente a partir del momento en que una
serie profética pasa a la era nueva. Cuando Cristo llega a ser así la llave
hermenéutica que abre los misterios de la apocalíptica de Daniel, su profundo
mensaje escatológico puede ser desvelado para la Iglesia cristiana sin dar lugar
a interpretaciones arbitrarias o a especulaciones materialistas sobre Oriente
Medio».

Conclusión coherente del Nuevo Testamento en la aplicación tipológica y sus


consecuencias
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Si tomamos como ejemplo representativo de las promesas de restauración


hechas a Israel los pasajes que siguen: Dt. 30:1-10; Am. 9:11, 12; Os. 1:10, 11;
2:21-23; Is. 11:11,12; 43:5-7; 49:10-13; 56:8; 60:1-4; Jer. 31:1,10,31-34; Ez.
36:24-28; 37:21,

22; Zac. 8:1-8; Mal. 4:5, 6; encontraremos su cumplimiento inicial y parcial


después del exilio asirio-babilónico (Esd. 1, 7). Otras, o parte de algunas, se
cumplen bajo la «dispensación» de lo que se llama Nuevo Testamento desde una
perspectiva distinta, teniendo en cuenta la estructura tipológica a la que ya
hemos hecho mención y al principio hermenéutico-cristológico. Ellas están
cumpliéndose a través de la historia cristiana en la reunión de judíos creyentes y
de gentiles en la Iglesia de Cristo, cumplimiento intensificado por los mensajes
de los tres ángeles y de la lluvia tardía. (Mt. 12:30, 18-20; 23:37; Jn. 10:14-16;
11:49-52; 12:32; Hch. 15:13-21; Ap. 14:6-12; 18:1-8). Y alcanzan su cumplimiento
final en la reunión del Israel de Dios venido de todos los lugares de la tierra al
encuentro de Cristo descendiendo visiblemente y en gloria del cielo (Mt. 24:30,
31; 25:31-33; Ia Tes. 4:16, 17; 2a Tes. 2:1; Mt. 8:11, 12; Ap. 7:16, 17).

No obstante, hay profecías que adquieren un cumplimiento que tiene en cuenta la


repercusión del rechazo de Cristo como Mesías por parte de la nación de Israel,
y en la forma de lo que resulta de la aplicación de la estructura tipológica.

¿Qué ha pasado con el Israel literal? ¿Qué ha acontecido con las profecías que
vaticinaban la victoria del Israel carnal y de una completa restauración de ese
mismo Israel? En el planteamiento, anterior de textos comprobamos el sentido
que el NT quiere ofrecernos y en la profundización que ya hemos realizado se
nos ofrecían las causas.

Recordemos lo que ya hemos expuesto sobradamente: ¿Hacia quién y dónde


debemos mirar para ver el cumplimiento de todas las profecías que no se han
cumplido para el Israel literal? ¿Cómo actuaron los escritores del NT?

Santiago al presentar la decisión del concilio de la Iglesia de Jerusalén, cita una


profecía de Amos concerniente a la restauración de Israel y la aplica a los
conversos gentiles (Hch. 15:14-17; cf. Am. 9:11, 12) Santiago viene a decir que la
profecía de la restauración de la casa de David se estaba cumpliendo con esos
gentiles.

Pedro encuentra en la piedra reprobada angular (Is. 28:16) una predicción de


Jesús como la Piedra Angular principal (Ia P. 2:6).

Pablo en el corto pasaje de 2 a Co. 6:16-18 cita de varias profecías relacionadas


con el Nuevo Pacto y la restauración prometida al antiguo Israel (pasajes tales
como: Jer. 31:33; 32:38; Ez. 11:19,20; 37:37; Is. 52:11; Jer. 31:9) aplicándolos a
los gentiles convertidos: «(...) vosotros sois el Templo de Dios viviente como Dios
dijo (...)» (2a Co. 6:16).
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Si bien la imagen y la terminología del AT es a veces conservada y utilizada


simbólicamente (Mt. 5:5; cf. Sal. 37:11; Ro. 4:13; cf. Gn. 13:14-17; He. 12:22-24 y
Ap. 14:1; cf. Jl. 2:32; Gál. 4:21-31; cf. Is. 54:1-3, etc.) las profecías que utiliza el
NT del AT aplicándoselas a la Iglesia no contienen las restricciones geográficas
y étnicas con que el AT nos tenía acostumbrados: «El NT suprime
sistemáticamente toda limitación étnica o geográfica; ensancha las promesas de
este país del Medio Oriente a la escala de toda la Tierra».

Cuando contemplamos el Apocalipsis y los Evangelios, el conflicto entre «el bien y


el mal» ya no se limita a Israel y Dios con sus enemigos, sino al Pueblo de Dios
que involucra a toda la tierra con el maligno. Si tomamos como ejemplo la
profecía de Ez. 38 y 39 donde se contiene la promesa de liberación del Israel
postexílico de las huestes de Gog notamos que nunca se cumplió con el Israel
histórico y que según el NT se cumplirá con una intencionalidad distinta a la que
aparece en Ezequiel. En el Apocalipsis se nos aclara que dicha batalla se aplica a
la destrucción final de los enemigos de Dios y de su Pueblo después del Milenio
(Ap. 20:7-9). El Israel concentrado en una Raza y una nación específica de
Ezequiel se ha convertido en un Pueblo de Dios formado de todas las naciones,
razas y lenguas (Ap. 7:9, 10, 14; cf. Ap. 20:4).

De la profecía de Ezequiel obtenemos una enseñanza importante. Descubrimos en


el Nuevo Testamento un modo de cumplimiento muy distinto a la concepción
literalista con que la inspiración obligó a Ezequiel a describir. Esa manera
distinta está justificada por Dios, teniendo en cuenta lo que su presciencia divina
había convenido al preconocer las repercusiones de la historia de Israel y de la
venida del Mesías.

En efecto, si bien hay aspectos que no se mencionan en Apocalipsis de la misma


manera que en Ezequiel (cf. Ez. 39:9-15) se comprueba una sustitución: Es el
«fuego», simbólico o no, quien hará desaparecer los cadáveres de los enemigos
de Dios y de su Pueblo (Ap. 20:10, 14; 21:8; cf. Ez. 39:9-15). Dios, como
representante del Pueblo de Dios, asume y reemplaza esa responsabilidad.

El glorioso templo descrito por Ezequiel (caps. 40-43), basado en una concepción
puramente judía, con los símbolos y las sombras de los sacrificios que cesan con
el sacrificio real de Cristo en la cruz del Calvario, exige un cumplimiento más allá
de lo que pueden suponer la Iglesia y la Tierra Nueva (cf. Ap. 21:22) en la forma
de una sustitución que lógicamente no tiene en cuenta los detalles: en su lugar
tenemos el ministerio sacerdotal del Hijo de Dios en el Santuario «no hecho de
manos» en el Cielo mismo (He. 8 y 9).

Esto nos muestra una vez más que hay profecías dichas para Israel que eran
estrictamente condicionales en aquellos elementos que dependían del
comportamiento de Israel al Pacto convenido con Dios, y que por su propia
naturaleza sólo se aplicarían detalles, ya que algunos de esos rasgos se refieren
al Israel como nación literal situada en la tierra de Israel. Y otras que como
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hemos visto se cumplen con Israel literal parcialmente antes del acontecimiento
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escatológico Cristo-Jesús.
Cuando Isaías describe la fisonomía de una futura restauración de Israel (Is.
65:19-25) se limita a una Israel terrenal que debido a los cambios que Yahvé
podrá realizar será como si fueran «nuevos cielos y nueva tierra» (vv. 17-19).
Aun a pesar de la alegría de este nuevo estado, la muerte, aunque tendría un
lejano acontecer, seguiría existiendo (v. 20), y el pecador conviviría de algún
modo con esos «santos de Israel» (v. 20 up.). En el Apocalipsis se nos describe
cómo serán ese Nuevo Cielo y Nueva Tierra (Ap. 21:1 ss-23). Ya no se trata de un
Israel con unos límites geográficos y étnicos sino toda la tierra (21:1). La
Jerusalén ya no es la terrenal sino la celestial (21:2, 10). La muerte y los impíos
ya no pueden existir, porque tanto la una como los otros han sido destruidos
(21:4, 8, 27; cf. 20:12-15). En la nueva ciudad de Jerusalén están representados
tanto los salvos judíos como los gentiles (21:12-14) que conjuntamente forman la
iglesia. De ahí que los salvos sean de diferentes naciones (21:24).

Comprobamos una vez más que ciertos retratos de la profecía de Isaías se


omiten en ese sentido distinto que supone una no aplicación literalmente terrenal
en el cumplimiento de la profecía en cuestión. Su realización la justifica la
inspiración mediante la sustitución. La promesa de la restauración de ese Israel
literal ha venido a cumplirse en la Iglesia de Cristo formada por judíos y gentiles
convertidos de todas las naciones. Si tomamos como ejemplo la profecía de Joel
anunciando la promesa de una gran efusión del espíritu de Dios sobre una Sion
arrepentida (2:28, 29), comprobaremos un cumplimiento no ya con un Israel
carnal sino con uno espiritual. No antes de la cruz de Cristo sino después.

Pedro aplica esta profecía a la efusión del Espíritu Santo por Cristo en el
día de Pentecostés (Hch. 2:16-21, 33).

De todo esto se desprende que toda literatura que pretende convertir a la


nación laica de Israel, surgida por una mera voluntad humana, como cumpliendo lo
anunciado por los profetas, e interpretándolo de un modo literal, no podrá
comprender, lo que está implicado en el Nuevo Orden Mundial trazado por
Occidente, y en el que la nación israelita, como cualquier otra nación
perteneciente a los reinos de este mundo, está involucrada.

Todavía más, el mensaje confuso y erróneo que se suscita de no tener en cuenta


lo que el Nuevo Testamento nos explica sobre todo este particular investigado,
creará unos clichés que se fijarán de manera inalterable impidiendo un
conocimiento sobre lo que realmente está sucediendo, con el consiguiente
perjuicio que supondrán ciertas posturas políticas e intransigentes que se toman
en base a una hermenéutica que no aplica adecuadamente los métodos sanos de
una exégesis auténticamente científica.

Debemos procurar en nuestra teología sobre Israel evitar los extremos, y no


inventar hipótesis para evitar esos extremos.
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Cuando se hace un estudio suficientemente amplio de todo lo que las Escrituras
nos describen, podemos llegar a una racionalización imprescindible para este
asunto.

La teoría del rechazo sin tener en cuenta la noción de Resto, llevó al Catolicismo
Romano y a otros a no comprender que el concepto de pueblo elegido puede
surgir constantemente para Israel, representada como un colectivo de nación,
por cuanto han sido depositarios de la Palabra de Dios, de promesas, de haber
sido el vehículo por el que el Mesías se hizo realidad histórica, y especialmente
porque aunque existan en incredulidad respecto del Mesías Jesús de Nazaret y
de lo que implica el Evangelio del Reino, y haya un laicismo, a veces agnóstico e
indiferente, dominando el espectro del Judaísmo, existe también, favorecido por
lo que implicó la elección, de las raíces de los padres, una serie de individuos
predispuestos por todo lo que la Escritura hebrea contiene, y que en cada época
un Resto abandona el endurecimiento y se suma al Resto que desde Jesús de
Nazaret se ha constituido como el Israel de Dios, el Olivo.

Si se hubiesen respetado los principios del Reino de Dios que tanto los libros
judíos del Antiguo y Nuevo Testamento exponen, jamás nadie se hubiese
arrogado falsamente el nombre de cristiano, y en dicho nombre matar y
perseguir. No se debe olvidar que toda la ideología cristiana tiene como
fundamento una teología estrictamente judía (despojada de todo aquello que
implica la nueva situación en Jesucristo [cf. Ef. 2:8-22; Col. 2:8-23]). Y es en esa
base donde debemos encontrar el cimiento del diálogo interconfesional y del
buen entendimiento. El antisemitismo no puede hacer su aparición donde exista
un genuino cristianismo, puesto que la Iglesia o Asamblea que

continua el trayecto constituido por el pueblo judío que precedió a Jesucristo, y


que se precia de ser la que releva al pueblo judío para el objetivo marcado por el
Evangelio del Reino vivirá como testimonio en continuo recuerdo todo lo que
supuso el testimonio del pueblo judío: las raíces, la Ley, el Pacto eterno. Al
mismo tiempo su recuerdo le llevará siempre a proyectar un programa de
acuerdo a lo que significa el perpetuar ser Pueblo elegido en virtud de la
elección, y del continuo Remanente que se puede dar a través de la historia
dentro del judaísmo.

Cada vez que un judío, familia israelita, rabino, enseña o escudriña la revelación
correspondiente a la Escritura hebrea está ejerciendo la posibilidad de dar a
conocer lo que las profecías dicen sobre el Mesías, y lo que la Tora dice sobre la
Ley de Dios. Esto es un testimonio continuo del mensaje de Dios. Les
corresponde a los que ya comprendieron quién era el Mesías, el valor de la Ley, el
cumplimiento de lo que señala el plan de la salvación, entre otras cosas, ser
verdaderos testigos, demostrando con su ejemplo y palabra que el Mesías ha
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venido en la persona de Jesús de Nazaret.


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La Iglesia Constantiniana, fruto de una apostasía anunciada que va tomando


forma desde mucho antes incluso al siglo IV en que cuajó, es el prototipo de
organización religiosa, a pesar de los aparentes cambios propiciados por el
Concilio Vaticano II y la actual situación socio-religiosa mundial, para que el
antisemitismo se haya podido ofrecer a través de la historia. Ese tipo de Iglesia
no podía mantener ningún vínculo con el judaísmo, lo que va demostrando a lo
largo de toda la historia hasta Auschwitz Los presupuestos actuales, marcados
por un objetivo de nuevo ordenamiento mundial exige un cambio de estrategia
que tiende a borrar toda la imagen negativa del pasado, pero que, en su momento,
si su supremacía, cuando esta pueda ser implantada, se ponga en entredicho, sus
reacciones serán acordes a lo que su propia naturaleza intransigente contiene.

En realidad, no hubo ruptura entre Israel y una Iglesia, la de Jesucristo, que


todo su cimiento está en Israel sino una perfecta continuidad basada en la tesis
del Resto.

Debemos también ser cuidadosos respecto a lo que implica el que los judíos
acepten el evangelio. Ciertas circunstancias del fin escatológico pueden
favorecer la predicación del evangelio, y los judíos, por un lado, dadas sus
características de ser un Pueblo resultado de la elección, y los cristianos,
beneficiados de esa misma elección divina, pueden en un contexto del fin, los
unos sentir la necesidad de investigar sobre el fenómeno Mesías Jesús de
Nazaret; los otros sentirse en la obligación de proyectar la predicación y la
ejemplificación del Evangelio del Reino hacia sus hermanos que poseen las
mismas raíces.

Pero no olvidemos que la profecía apunta también hacia un desarrollo, sin


precedentes de los sistemas de maldad (la Bestia, el Falso Profeta, la Babilonia,
instigados e inspirados por el Dragón), y en esta ocasión se va a recurrir a
fórmulas muy sutiles para tergiversar la verdad. Cualquier parte, hasta entonces
endurecida, que reconozca a Jesús de Nazaret, es considerada de un valor
incalculable en cuanto a la cantidad (por muy mínima que ésta fuese) y por la
calidad. Después de que el Nuevo Testamento considera que todos, tanto judíos
como gentiles, estábamos condenados a muerte por el pecado (Ro. 3:10-12; 6:23),
la salvación de un alma es una cantidad que supera el infinito.

Con relación a esto es interesante constatar lo que se denomina el Movimiento


Mesiánico actual (Messianic Jewish Alliance of América [MJAA]) integrado por
miles de judíos que han aceptado a Jesús de Nazaret, y al propio Nuevo
Testamento. Se esfuerzan en formar sinagogas y alianzas mesiánicas por todo el
mundo. Su propósito, a pesar de la oposición que soportan de los judíos
tradicionales, es la de predicar el evangelio, exclusivamente a sus hermanos de
raza. Conservan toda la cultura religiosa judía, y reconocen que Jesús de
Nazaret posee la naturaleza divina, es Dios.
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La teoría de las dos Alianzas preconizada por el dispensacionalismo de ciertas


comunidades evangélicas no solamente contradice al texto bíblico e imposibilita,
Página

teniendo en cuenta el concepto de Alianza, una división en «economías» como la


que los defensores de esta teoría preconizan, con las implicaciones teológicas
que subyacen, sino que además la teología ficción que se desprende, a pesar de
su apoyo táctico a Israel, engendra la figura de un Anticristo, todavía en el
futuro, que convencerá a Israel durante «siete años literales», para producirse
después una aceptación del Mesías en masa cuando se dé, según esta teoría, la
batalla del Armagedón literal, en la tierra de Canaán literal también. De acuerdo
a esta hipótesis insostenible, cuando los ejércitos atacantes de Israel (Rusia y
sus aliados) sean destruidos (en la batalla del Armagedón), «Israel reconocerá
que es Dios el que ha obrado» y se convertirá al Mesías.

Esta manera incorrecta de estudiar la Biblia puede provocar a incluirse como


protagonistas activos en aquellos momentos que se piense (equívocamente) que
se está cumpliendo lo que previamente se ha fijado como plausible a realizarse.
Puede señalar un tipo de política a llevar a cabo coincidente con las tesis
defendidas, además de producir efectos antisemitas. Sobre esto último
Alexander Schindler, presidente de Unión of American Hebrew Congregations
comenta:

«Yo no digo que Jerry Falwell y su grupo estén deliberadamente fomentando


sentimientos antisemíticos y violentos. Pero lo que sí digo es que sus argumentos
tienen ese efecto, inevitablemente».

Frente a todo esto deberíamos guardarnos de caer en la tentación de anular o


barnizar la verdad, por un compromiso de diálogo y de reconciliación, aunque
ambas cosas sean necesarias. Si la tesis del rechazo, tal como se ha propuesto
en la historia, es objetable, y si la de las dos Alianzas es infundada, con las
consecuencias graves que ambas pueden desencadenar, no es más atractiva la
tesis de «los dos testigos» defendida tanto por Hans Küng y Gregory Baum, si se
tienen en cuenta ciertos presupuestos y conclusiones. Con ella se esconde
(aunque no sea intencionadamente) un servicio en bandeja a ese Nuevo Orden
Mundial en el que no se van a tener en cuenta ciertos aspectos doctrinales y
teológicos sino aquello que favorezca la implantación de la religión que se ha
constituido en regidora de los destinos de Occidente.

Debe quedar meridianamente claro, con las consecuencias que eso suponga, lo que
implica el advenimiento Jesucristo, y además en su relación con la nación judía. Y
si bien la existencia del pueblo judío como etnia y nación nos recuerda
continuamente el que fue el Pueblo elegido, y por tanto «testigo» de la obra y
Revelación de Dios, y que por causa de la elección se puede producir
constantemente, en todas las épocas, un resto que se añade al Remanente
originado por la «simiente» o «descendencia» Jesucristo, no olvidemos que
mediante el método que ya hemos explicado y tue la Palabra de Dios nos ofrece,
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la nación de Israel portadora en su seno de la concepción Pueblo de Dios, se


desprendió de esa concepción especial cuando fue relevada de esa
Página

responsabilidad, como consecuencia de su actitud frente al Mesías, y por el plan


divino de formar de los dos pueblos (judío y gentil), uno solo (Ef. 2:14).
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