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Sabiduría

de la Selva
Sabiduría
de la Selva
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VERA BARCLAY

Sabiduría de la Selva
Ilustraciones y cubierta: Pema Cardenas.

Título original inglés: JUNGLE WISDOM


Publicado por Brown, Son & Ferguson, Ltd.

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VERA C. BARCLAY

Nace en 1893 en una familia de ocho hijos. Su padre fue el


Rev. Charles Barclay y su madre, Florence, era escritora.
Desde 1911 a 1930 se dedicó activamente al escultismo,
colaborando con Baden Powell en le puesta a punto del
lobatismo desde Hertfordshire donde residía. Después su
influencia se extendió a través de la Oficina Central de
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Londres. Ella siguió trabajando en los barrios de
Westminster, Chelsea y Soho. Participó en la organización
del Jamboree de Olympia y posteriormente, en formación
de responsables, en Birmingham y Chamarande (Francia).
De esta época son sus obras El lobatismo y la formación
del carácter y Sabiduría de la selva. A la vez publicaba
regularmente artículos en la revista The Sower. Se trasladó
en 1931 a Suiza donde escribió libros para niños sobre
naturaleza y ecología.
Vuelve en 1936 a Sussex y termina une serie de cuentos y
novelas para la BBC. Durante la Segunda
Guerra Mundial hospedó en su casa a tres refugiados
judíos. Se cuenta que, en esta época de dificultades,
disfrutaba organizando las vacaciones de sus amigos. A
partir de 1947 investiga algunos temas sobre el
materialismo que publica en un libro titulado Darwin is
nof for children. Posteriormente colaboró con entidades
religiosas en otros estudios y trabajos. Un total de treinta y
dos publicaciones y otros tantos artículos en revistas
especializadas nos dan idea de su amor por los niños.
Falleció en Sheringham, el 19 de septiembre de 1989.

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Introducción inglesa

Hay bastantes personas que comprenden a los niños


en edad lobato, pero suelen ser incapaces de
transmitir a los demás lo que saben. Un mayor
número incluso puede escribir o disertar sin fin sobre
estos chicos sin conocer gran cosa sobre el asunto.
La autora de este libro no sólo conoce y comprende a
los niños de esta edad sino que nos comunica sus
conocimientos de una manera viva e interesante.
Por eso el libro Sabiduría de la Selva será un éxito.
Leyéndolo comprenderéis mejor el espíritu de la
manada, seguiréis con mayor eficacia los métodos del
escultismo, siempre que los apliquéis bien, y tal vez
podéis llegar a deciros: “Nunca había reparado en ese
punto de vista” o “No tenía ni idea de cómo estos
niños encaran la vida y sus cosas”.
Los lobatos son profundamente humanos y su
humanidad está tan deliciosamente descrita en este
libro que el tiempo empleado en leerlo no será, estoy
seguro, tiempo perdido. Amaréis más a vuestros
lobatos y trabajaréis con ellos mejor que nunca.

N.D. Power
Julio, l925

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Primera parte:
Sabiduría de la Selva
“Llévatelo –dijo Akela a papá lobo– y adiéstralo en lo que deba
saber un miembro del Pueblo Libre. Y papá lobo enseñó a
Mowgli su oficio y el significado de las cosas en la selva” (De El
libro de la Selva)1.

Capítulo I El significado de las cosas

Podemos estar seguros de que las enseñanzas


de papá Lobo fueron las más prácticas del mundo, lo
cual significa que solo compartía conocimientos
valiosos. Y lo hacía de manera clara, evitando
palabras y expresiones que Mowgli no entendiera.
Además, no se limitaba a impartir las lecciones desde
la comodidad de la cueva; por el contrario, llevaba a
Mowgli a explorar y descubrir cosas por sí mismo,
incluso permitiéndole aprender de sus propios errores.

¿Y nosotros qué?
A los líderes de lobatos les encanta compartir
anécdotas y chismes de lobatos para sacarnos risas.
Pero, si lo observamos bien, estas historias de los
lobatos son simplemente un reflejo de nuestra forma
de comunicarnos.

"Hace poco, un niño de cinco años preguntó:


'¿Noé metió dos microbios en el arca?'", quizás
porque escuchó a sus primos lobatos hablando sobre
primeros auxilios. Sin embargo, si hubiera escuchado
a un lobato explicando su pista de socorrista, habría
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pensado que los microbios eran como dragones
alados. Incluso dos niños bastante inteligentes los
describían como "pequeños insectos que vuelan por el
aire".

Recientemente, durante una conversación sobre


la organización de la casa, un lobato afirmó que se
deben sumergir las coles en agua salada antes de
cocinarlas para eliminar los microbios. Esto sugiere
que para él, la palabra "microbios" representaba algo
así como pequeñas babosas, gusanos, orugas y todo
tipo de bichos serpenteantes.

Así que, supongo que los lobatos perciben


nuestras explicaciones sobre los gérmenes como
cuentos de hadas que no deben tomarse en serio ni
aplicarse. Esto de los microbios es solo un ejemplo.

Pocos lobatos conocen la importancia de los


ejercicios físicos, aunque esto podría deberse más al
programa que a los ejercicios en sí. Años atrás,
cuando ganar la primera estrella requería realizar dos
ejercicios diferentes, si le preguntabas a un lobato por
qué hacía el primer ejercicio, probablemente
respondería: "Para agradecer a Dios por el aire que
respiro", ya que esa pequeña y valiosa observación
del manual sobre dar "gracias" a Dios al final de cada
ejercicio era lo único que entendía realmente.

En cuanto a los primeros auxilios, un lobato


afirmaba: "Lo mejor para una quemadura abierta es
jugo de limón y soda", intentando decir "agua de cal y
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aceite de lino". Este tipo de cura no le venía a la
mente cuando se lo mencionaban.

A veces interpretan las frases de manera


errónea. "Para sacar una mota del ojo de un
compañero", decía un niño ingenioso, "es preciso
mantener el ojo abierto con una cerilla atravesada.
Después, sacas la mota con la punta del pañuelo".
Podría funcionar, pero preferiría que ese lobato no
experimentara con mi ojo.

Estas anécdotas sugieren que nuestra forma de


comunicar no es perfecta, y hay dos razones
principales. En primer lugar, a menudo utilizamos
palabras y expresiones que definirían claramente
nuestro pensamiento entre adultos, pero que no tienen
sentido para los lobatos, quienes adaptan nuestras
ideas a su manera, como sucedió con los microbios,
las cerillas y el jugo de limón. Es un problema de
pereza en la enseñanza: no nos molestamos en
explicar o describir las cosas, y tampoco les pedimos
a los niños que nos expliquen con sus propias palabras
lo que les hemos dicho.

En segundo lugar, damos explicaciones


teóricas sobre asuntos prácticos. Podríamos contar
historias para enseñar cosas prácticas de manera
teórica. Por ejemplo, en socorrismo, podríamos relatar
un accidente de tren, una pelea o un incendio. Seamos
gráficos al describir las heridas, haciendo que los
lobatos comprendan lo que es necesario curar: una
hemorragia, quemaduras, una herida abierta que

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podría infectarse, y hablando de microbios,
asegurémonos de que nos entiendan para que actúen
en consecuencia en el futuro. Despiertemos su deseo
de ayudar y que se pregunten cómo. Luego,
expliquemos con detalles el tratamiento necesario
como parte integral de la historia, pero limitémonos a
los primeros auxilios más simples, ya que las
fracturas, por ejemplo, son más propias de los scouts.

Casi todo se puede enseñar de esta manera. En


esta época en que más de la mitad de la humanidad
vive en ciudades y la vida cotidiana ofrece pocas
oportunidades para realizar actividades prácticas, la
imaginación se vuelve esencial en el arte de enseñar y
educar. Trabajemos para que Mowgli crezca con una
comprensión precisa de lo que debe hacer y cómo
hacerlo.

1
N.T. (Nota de traducción). Rudyard Kipling escribió El Libro de la Selva y
posteriormente El Segundo Libro de la Selva. El orden de los capítulos de ambos
libros en su edición española no corresponde con el original. Para poder leerlos
todos hay que recurrir a El Libro de las Tierras Vírgenes (Ed, Gustavo Gili.
Barcelona 1980. 14° edición). Este es el orden original en inglés:
(1894) The Jungle Book: 1. Los hermanos de Mowgli. 2.La caza de Kaa. 3. ¡Al
Tigre! ¡Al Tigre! 4. La foca blanca. 5. Rikki-tikki-tavi. 6. Toomai, el de los
elefantes. 7. Los servidores de Su Majestad.
1895) The Second Jungle Book: 8. De cómo vino el miedo. 9. El milagro de
Purun-Bhagat. 10. La selva invasora. 11. Los enterradores.
12. El “ankus” del rey. 13. Quiquern. 14. Los perros jaros. 15. Correteos
primaverales.
Lo que conocemos en España como el Libro de la Selva son las aventuras en las
que aparece Mowgli y comprende sólo estos capítulos: 1, 2, 8, 3, 10, 14, 12 y 15.
El orden de los restantes capítulos en la edición española completa es 13, 5, 7, 4,
11, 9 y 6. De aquí puede proceder la distinta valoración que tienen en España dos
personajes de El Libro de la Selva –Kótik y Darzee– que no figuraban en la

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primitiva y recortada edición. Esta simplificación se ha mantenido en otras
ediciones actuales.
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N.T. En nuestra opinión, la autora quiere dar aquí el espíritu con el que deben
interpretarse las frases de B. P. del Manual de Lobatos: Las especialidades
habitualmente no deberían formar parte del trabajo normal de la manada... y más
adelante insiste: deberán ser alentados para pasarlas... pero sin que esto sea a
expensas del trabajo ordinario de la manada.
Capítulo II La pedagogía de la selva

“Bagheera se tendía sobre una rama y le llamaba


diciendo: Ven acá, hermanito y al principio Mowgli
se agarraba torpemente, como el perezoso; pero
luego volaba a través de las ramas con todo el
aplomo de un mono gris”. (De El libro de la Selva).

Es esencial considerar el lobatismo como una


preparación para la etapa scout, es decir, como una
preparación para la vida. Hacer escultismo implica
vivir la propia vida imbuida de sentido común y buen
humor.

Así que debemos preguntarnos a veces:


¿Estamos haciendo todo lo posible para convertir el
lobatismo en una preparación para la vida scout, o lo
vemos como algo limitado que terminará cuando el
niño cumpla once o doce años?

En esta etapa, es más importante aprender a


disciplinarse y formar el carácter propio que perseguir
el ideal del lobato que gana insignias. Las lecciones
de Bagheera, tan valiosas como las de papá Lobo o
Baloo, son difíciles de transmitir para aquellos de
nosotros que vivimos en áreas urbanas, pero es en la
naturaleza donde podemos hacerlo.

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Durante el resto del año, debemos
conformarnos con sacar lo mejor posible de una tarea
realizada en condiciones deficientes. Aquí, nuestras
mayores esperanzas radican tal vez en las
posibilidades que nos ofrecen los juegos.

Citando unas palabras sensatas de una revista


educativa (The Sower, Nov - 1922): "Todavía se
puede enseñar disciplina moral permitiendo a los
chicos hacer lo que les agrada, y esto se logra mejor a
través de los juegos. Es el interés común en su
desarrollo, la voluntad perseverante que exige y el
deber que impone a cada jugador, lo que convierte la
disciplina moral en un hábito de la mente. Se podría
lograr la disciplina moral sin juegos, pero no tan
rápidamente ni de manera tan eficaz".

En cuanto al sentido del deber, siempre es


mejor presentarlo como algo agradable. Aunque habrá
deberes que no resulten placenteros, ¿no será más útil
para un niño realizar obligaciones divertidas en lugar
de enfrentar invariablemente el deber como algo
aborrecible?

Recuerdo a un jefe que desaprobaba el fútbol


para sus lobatos hasta que leyó una sección de un
boletín de la rama. Aquí tienes unas palabras para la
manada sobre el fútbol:

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¡Por supuesto, les gusta el fútbol! Es un juego
alegre y útil que contribuye a hacer de un niño un
buen lobato, y les contaré por qué.

En primer lugar, es una práctica magnífica para


obedecer la primera ley del lobato. En este juego,
deben obedecer a dos viejos lobos: el capitán del
equipo y el árbitro. Sin dudarlo un momento y sin
refunfuñar.

Cualquier jefe que asista a un partido de fútbol


puede decir de inmediato si un equipo está formado
por buenos o malos lobatos. Los buenos lobatos,
cuando juegan al fútbol, no disponen generalmente de
verdaderas porterías y se contentan con una pila de
abrigos. Esto significa que es difícil decir si el balón
entró correctamente en la portería, dio en el poste o se
fue alto. El árbitro tiene que decidir.

Los que no son buenos lobatos discuten cada


gol. Unos gritan: ¡gol, gol! Y los del otro equipo
gritan: ¡no ha sido gol!, ¡fue poste! Nadie presta
atención a lo que el árbitro tiene que decir al respecto.
Incluso después del veredicto, siguen discutiendo, y
ves niños con malas caras. El que ha metido el gol
discutido se sienta de espaldas al campo y grita: ¡no
es justo!, o el delantero centro dice: ¡no vuelvo a jugar
con esa panda de tramposos!

Todo esto es muy triste y prueba que estos


niños no son buenos lobatos ni buenos deportistas. Es
duro, evidentemente, ver al otro equipo sumar un

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punto cuando estás absolutamente convencido de que
ese gol no entró. Pero la vida está llena de
contrariedades similares a esta. Un verdadero
deportista dice simplemente: ¡mala suerte! Y
enseguida se pone a jugar con más fervor para
compensar su mala fortuna y marcar un nuevo gol
que, sin duda, será indiscutible. La oportunidad de
demostrar que son buenos lobatos y que conocen la
primera ley del lobato es más importante que ganar un
partido.

En segundo lugar, el fútbol es un magnífico


aprendizaje de obediencia a la segunda ley del lobato,
ya que el no poder utilizar las manos obliga a no
escucharse a uno mismo. Es tan natural parar una
pelota con las manos que la vuestra se extiende casi
espontáneamente. "La práctica hace maestros" es una
buena divisa para los lobatos, ya que, al entrenarse sin
escucharse a sí mismos, juegan al fútbol y encuentran
más facilidades para no ceder ante sí mismos al
primer impulso de la vida.

El control de uno mismo respecto al uso de las


manos no es todo. Además, es necesario evitar ser
individualista y aprender a jugar con toda el alma,
incluso en puestos que no sean de vuestro agrado.

Resumiendo: es necesario observar


estrictamente las reglas del juego. Y, al terminar el
partido, tienen la oportunidad de mostrar el espíritu
fraternal de los lobatos, ya que cada capitán debería
recibir las aclamaciones del equipo contrario, tan
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ruidosas y efusivas como las de los auténticos lobatos.
Todos los lobatos que tienen estrellas deberían tratar
de incluir en sus pruebas el llegar a ser miembro del
equipo en este trimestre.

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N.T. Esta tesis de la formación del carácter es para la autora uno de los
objetivos esenciales de la etapa lobatos. Así lo expresó en su obra El
lobatismo y la formación del carácter.

Capítulo III Enseñanzas de la selva

“Cuando Mowgli no tenía que aprender algo se


sentaba a tomar el sol o dormía y luego comía y
volvía a dormir; cuando sentía necesidad de
limpieza, o le molestaba el calor, se iba a nadar en
las lagunas del bosque; en fin, cuando quería miel
(Baloo le había dicho que la miel con nueces era una
comida tan delicada como la carne cruda), trepaba a
los árboles para buscarla. Bagheera le había
enseñada a hacerlo.
...
Sabía subir a los árboles casi tan bien como nadar, y
nadar casi igual que correr; por eso Baloo, el
maestro de la ley, le había explicado las leyes del
Bosque y del Agua.
...

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Y creció, creció tan fuerte como debe crecer un niño
que no sabe que está aprendiendo lecciones”. (De El
Libro de la Selva).

Y ahora, ¿qué ocurre con los lobatos en el


campamento? ¿Aprenden también lecciones? No me
refiero a enviar mensajes, utilizar brújulas, ni siquiera
a la cocina o a encender un fuego. Cuando hablo de
lecciones, me refiero a esas cosas que se aprenden sin
darse cuenta de que son lecciones.

Me parece que el mundo tiene una gran


necesidad de aprender dos tipos de lecciones: la
primera es saber trabajar y amar el trabajo, y la
segunda es saber divertirse. En resumen, los hombres
y mujeres de nuestros días tienen la gran necesidad de
aprender a vivir.

Podría decirse que solo durante la corta


duración de un campamento vivimos según el plan
que Dios quiso en el origen del mundo para nosotros.
No estoy insinuando que Dios nos creó más para
dormir en tiendas que bajo techo, o que los zapatos,
calcetines, mesas, sillas, tranvías, discos y la radio
sean contrarios al plan de Dios. Tampoco estoy
sugiriendo que "el buen salvaje" sea el modelo para
los niños de hoy. No me refiero a los pequeños
detalles de la vida en el campo que incluyen, por
supuesto, los bichos que aparecen por la mañana en el
saco de dormir o los trozos de hierba dentro de la

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cazuela. Estoy pensando en la forma en que
trabajamos o nos divertimos.

Muchos trabajos, sin duda, pueden


considerarse tareas obligatorias, como barrer, cocinar,
ordenar o transportar, y todas estas cosas no deben
considerarse indignas. De hecho, San Benito, cuyos
monjes realizaron las tareas más duras, tenía un lema
hermoso muy similar al de los scouts y lobatos:
"Laborare est orare", es decir, trabajar es rezar. Para
él, se trataba, naturalmente, de un trabajo realizado
con un cierto espíritu.

En la Edad Media, toda la cristiandad parecía


impregnada del espíritu de San Benito porque el
trabajo tenía, en el pensamiento de los hombres y en
su existencia, un lugar muy diferente del que tiene
hoy. Pero después sucedieron circunstancias por las
cuales políticos y oportunistas tomaron la dirección
del mundo, de manera que han guiado al mundo por
un camino equivocado. Hemos perdido el sentido
espiritual del trabajo sin que parezca posible
recuperarlo.

La idea actual es no dar un golpe, si fuera


posible, y si tienes que hacerlo, trabajar lo menos
posible por el mayor salario.

Huyamos de esta pesadilla quince días al año y


demos a nuestros chicos la alegría de trabajar por
amor al trabajo, creando un hogar para la manada que
funcione de manera que sirvan a sus hermanos y se

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ganen su descanso y su juego. Aprenderán así, sin
darse cuenta, lecciones que contribuyen a formar su
personalidad porque, por supuesto, trabajamos por
razones elementales de supervivencia y no por un
salario o filantropía. De hecho, si no cocinamos, no
habrá comida; si no buscamos agua, tendremos sed y
estaremos sucios; si no cortamos leña, no habrá fuego;
si no fregamos bien las cazuelas ni recogemos las
basuras, nos intoxicaremos. Hay, por lo tanto, buenas
razones para trabajar y, si tenemos brazos suficientes
para hacer lo necesario, las tareas se terminarán
pronto y sacaremos tiempo para divertirnos.

Y esto es precisamente lo que Dios quiso en un


principio para la especie humana. Quizás si los chicos
descubren que se puede vivir la vida de esta forma,
evitarán más adelante esa actitud desesperanzada
llamada pesimismo. Aprovechemos la oportunidad de
realizar estas experiencias básicas y la lección que sin
darnos cuenta nos ofrece el campamento. Hemos
dicho bastante sobre el trabajo, ahora veamos el
aspecto de las diversiones.

¿Cómo se divierte la gente en el campamento?


Nos divertimos con todo. El trabajo es un placer
porque no es excesivo, ponemos buena voluntad y lo
hacemos por una buena causa, es decir, para prestar
un servicio a nuestros hermanos y hermanas de la
manada y del grupo. Las comidas nos gustan porque
estamos verdaderamente hambrientos, una vez que
llevamos una vida sana. El sueño nos da placer
porque estamos cansados, aunque no demasiado.
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Disfrutamos con los amigos porque son buenos
compañeros y realizamos juntos cosas buenas. Y, por
encima de todo, nos divertimos porque las acampadas
proporcionan el placer de la libertad y la huida de la
rutina y los convencionalismos diarios.

Estas observaciones se aplican mejor a los


lobatos que a cualquier otra unidad. Los pequeños son
aún los individualistas por excelencia y necesitan la
oportunidad de ser ellos mismos, libremente. Tal vez
nunca se sientan tan felices como cuando nos vamos
al campo, a la playa, a los bosques y los dejamos
durante un cierto tiempo divertirse a su libre albedrío,
sin organización ni reglamentos. Unos empiezan un
juego con una pelota, otros corren para fabricarse
arcos y flechas y jugar a los indios. Alguno se pasea
solitario; otro persigue insectos; los de más allá
pasarán la tarde buscando nidos; aquellos treparán a
los árboles, esos se pondrán tibios en las charcas,
aquel intentará hacer un refugio y este llenará el fuego
de la cocina con ramitas y meditará frente a su espiral
de humo, mientras otro se tumbará a la sombra para
leer.

Son felices, deliciosamente felices. La


naturaleza les dice lo que tienen que hacer.

Pero el resto del año estarán sujetos por las


limitaciones que les impone la escuela, la calle, una
casa superocupada donde no tienen prácticamente
más que dos alternativas: o dejarse aniquilar bajo la
tiranía de los adultos o hacer mil y una travesuras.

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Dejemos que aprendan la alegría de ser buenos
y felices en su tiempo de ocio, jugando con los
juguetes que Dios preparó para el hombre mucho
antes de que la civilización inventara el cine y todas
las otras formas de manejar el tiempo.

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N.T. Aunque esta interpretación pueda ser válida –ya que todo en la regla de San
Benito, hasta la disposición material más insignificante, tiende a la santificación y
éste es el pensamiento que le da unidad–, se debe señalar que la frase original es
orare et laborare (Ora et labora).

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Capítulo IV «un corazón valiente y una lengua
cortés»

“Tienes un corazón valiente y una lengua cortés –dijo


Kaa.– Con esas dos cualidades llegarás lejos en la
Selva, hombrecillo”. (De El libro de la Selva)

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Y nosotros deberíamos desarrollar estas dos
cosas en nuestros lobatos. La tarea será tanto más
difícil cuanto que trabajamos con un material
excelente. Como Bagheera en El Libro de la Selva, he
correteado bastante a lo largo y ancho de esta selva
humana, y la verdad es que siempre recibí la mejor
acogida por parte de mis hermanos y hermanas
responsables de las manadas. Pero siempre me ha
sorprendido la gentileza con que muchos lobatos
reciben a un viejo lobo a quien no conocen. Tienen
una cortesía natural y franca que es un atributo de su
edad.

En cierta ocasión, cuando mi "terreno de caza"


estaba en una parte de la Selva totalmente
desconocida para mí, fui llevada en el coche de un
jefe regional a una gran exposición scout. La entrada
estaba repleta por una multitud que visitaba las
casetas. La exposición duraba una semana y un lobato
estaba encargado de abrir esa tarde. No conocía a
nadie allí, y mi anfitrión me condujo ante él y le pidió
que me acompañase para visitar el recinto.

Era un pequeño lobato, muy espabilado, y el


más guapo que he conocido; pero, sobre todo, él no
era consciente de esos atributos. Me sonrió, me dio su
mano y me condujo de mostrador en mostrador,
deslizándose entre la multitud para abrirme paso y
explicarme todo lo que sabía sobre los diversos
objetos expuestos. Tuvo cuidado de no dejarme
desamparada, no fuera a ser que me perdiera antes de

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que él pudiera entregarme sana y salva en las manos
del jefe.

Nunca vi tanto "saber hacer" aderezado con


tanta sencillez, modestia y cortesía natural. (Me enteré
más tarde que, además de una lengua cortés, tenía un
corazón valiente: unas semanas antes, arriesgando su
vida, había salvado a otro lobato que se ahogaba en un
pantano.) Pero esto es solo una cosa de las muchas
que recuerdo de él.

La razón de esta actitud es, tal vez, fácil de


explicar: los lobatos tienen el hábito de estar con
personas adultas con un cierto grado de igualdad, ya
que sus jefes se consideran sus hermanos y hermanas
mayores. No recelan, seguros como están de su
simpatía, interés y aprobación; además, tienen las
buenas maneras naturales en los niños cuando se
despreocupan de su timidez y de sus torpezas. No
están, como los niños que viven en las calles, en
guerra con los adultos ni a la defensiva.

También los niños que han pasado por el


lobatismo se comportan natural y amigablemente
tanto con los demás chicos como con sus jefes, ya que
tienen la certeza de estar entre amigos y no frente a un
enemigo. La educación recibida ha hecho desaparecer
esa barrera de desconfianza que separa a muchos
niños de los adultos.

El espíritu de cortesía que debemos procurar


hacer nacer en nuestros lobatos está, por tanto, muy

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lejos de ser una cualidad suplementaria. Todos
nuestros esfuerzos se harán en el sentido de que sean
desenvueltos, para que traspasen ese período de la
adolescencia en el que aparece la timidez, a
contrapunto de una exagerada consciencia del "yo", y
lo puedan superar de forma sencilla, manteniendo su
estilo abierto y natural.

La cuestión es: ¿cómo? No existe una receta.


Además, debemos considerar una serie de
circunstancias. Mientras tanto, podemos señalar varias
observaciones útiles. Antes que nada, es preciso que
la manada no sea demasiado numerosa. No se pueden
desarrollar buenas maneras en medio de una algarabía
multitudinaria. Lo ideal son cuatro seisenas, es decir,
unos veinticuatro niños. Por tanto, atención personal.
Hay que ocuparse de cada lobato en particular y
conquistar su amistad. Cuando puedas, atiéndelos en
grupos de dos o tres, invítalos a tu casa o visita la
suya.

Conozco un Akela que utilizó con éxito este


sistema. Siempre que realizaba una salida con sus
lobatos, hacía responsables a uno u otro de comprar
los boletos, solicitar alguna información, unos
refrescos, etc., para que aprendieran a realizar estas
tareas con gentileza.

El campamento puede ser otra oportunidad


para esto. Incluso comiendo sentados en el suelo y
teniendo dos alimentos en un mismo plato, se puede
comer con limpieza y elegancia o con las maneras
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más groseras. Encontraréis muchos detalles
semejantes en un montón de ocasiones.

Y finalmente, y no es lo menos importante,


podéis con vuestro propio ejemplo enseñar a los
lobatos a tener una lengua cortés. Nos observan muy
de cerca, se fían completamente de nosotros y los más
pequeños detalles les causan una impresión muy
duradera a su edad. El verdadero scout es un auténtico
socialista (en su alma, pienso, no necesariamente en
un partido político). Habla de la misma manera a un
duque o a un barrendero. Las diferencias de clase no
ejercen ninguna influencia en su manera de tratar al
prójimo.

Por la forma en que les hablamos, estamos


enseñándoles a hablar con las demás personas. Si
esperamos que sean corteses con nosotros y con todo
el mundo, debemos ser corteses con ellos. Dicho de
esta manera, puede parecer divertido, pero es así.
Ellos reproducen inconscientemente las mismas
formas que nosotros empleamos. Un niño malcriado,
grosero con las personas mayores, repite la lección
que le enseñaron.

Una vez, uno de mis amigos se encontraba en


la entrada de unos apartamentos y oyó, sin querer, los
ecos de una discusión entre un niño malcriado y una
madre irritable. Decía ésta: "Donald, ¿cuándo dejarás
de hablar a mamá con esta falta de educación?" Y el
niño respondió: "¡cuando dejes de hablarme de ese

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modo!" No apruebo la respuesta de Donald, pero
pienso que su madre recibió una buena lección.

Pero después de todo, la cortesía de los niños


no es tema de aspectos amables, de apariencia de
respetabilidad. Es, más bien, un asunto de corazón,
como solía decir Kaa.

Para terminar, he aquí una anécdota que os


contará la cortesía y generosidad de un lobato de
Birmingham. Estaba visitando su manada. Les había
dado las buenas noches y me iba ya. Entonces, oí a mi
espalda una vocecita que susurraba mi nombre. Me
volví y encontré a un lobato, que no me había dirigido
la palabra ni había destacado por nada especial
durante la visita, que me decía: "¡Este es mi último
bocado! ¡Puedes comértelo!" Dejó algo en mi mano y
se desvaneció en la oscuridad. Era un trozo de
chocolatina.

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Capítulo V El castigo en la selva

“Bagheera le dio media docena de cariñosos golpes.


Eso si lo juzgamos con criterio de pantera porque
apenas habrían espabilado a uno de sus cachorros,
pero para un muchacho de siete años, era aquello tan
fenomenal paliza que no la quisiérais, seguro, para
vosotros. Cuando hubo terminado, estornudó Mowgli
y se enderezó sin decir palabra.
...
–Ahora siéntate en mi lomo, hermanito y volveremos
a casa– dijo Bagheera.
Una de las bellezas de la Ley de la Selva es que el
castigo salda definitivamente todas las cuentas
pendientes. No se vuelve a hablar del asunto.” (De El
libro de la Selva)

La razón principal es que en la selva se castiga


solo cuando sirve para algo. Si una autoridad se
decide a castigar, no debe ser para dar cauce a su mal
humor; sin perder la calma y con una buena actitud,
resuelve imponer un castigo porque pretende evitar
que la falta vuelva a ser realizada. Esta ley
característica de la selva se aplica también aquí
provechosamente.

En teoría, es verdadera ya que nuestras


propias ideas de disciplina son de sentido común.
Sabemos que es inútil castigar a un lobato que no
pone la menor voluntad por conseguir las estrellas,
puesto que no existe ninguna relación entre trabajo y
castigo, aunque lo crean así las escuelas del mundo.
El verdadero castigo se produce automáticamente y
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es aquel que le coloca un mes tras otro sin superar
sus pruebas y acaba por darse cuenta de que, en
opinión de la manada, no pasa de ser un vago y
cuenta para muy poco.

No reprendemos con la misma severidad a


todos los que llegan tarde, ya que sabemos que
algunos viven lejos; otros no pueden tomar el té
puntualmente por el tipo de mamá que tienen; aquel
ha tenido que realizar unos recados o cuidar a sus
hermanos más pequeños, o qué sé yo... Nunca los
castigamos, claro, pero si lo hiciésemos, tendríamos
cuidado de no aplicar el mismo castigo a todos los
atrasados.

Es cierto que nuestra selva es una institución


nueva sin malas tradiciones ni rutinas carentes de
sentido. Nuestro estilo scout nace de unos cuantos
principios de sentido común y, sobre todo, de que
intentamos comprender el espíritu de los niños y ver
las cosas como las ven ellos mismos desde su propio
punto de vista. Así que castigamos raras veces y,
cuando lo hacemos, suele ser de forma muy
razonable y, a semejanza del que aplicó Bagheera, no
hay regañina detrás.

La Ley de la Selva, según he dicho, era válida


en teoría: pienso que en la práctica también. Muchas
manadas hacen realidad el lema de vivir como una
familia feliz, cuidada por un viejo lobo y no por un
oficial de policía; sufridos y alegres Viejos Lobos,
queridos por sus hermanos pequeños.

30
Este es un punto a nuestro favor porque, al fin
y al cabo, Akela llega al cubil después de un agitado
día de trabajo y no como Bagheera o Baloo que iban
al encuentro de Mowgli con el rocío de la mañana.
Más aún, nuestra condición humana nos proporciona
un cierto nerviosismo que no tenían papá Lobo ni
mamá Loba ni Bagheera ni Baloo. Además, somos
humanos, tenemos enfados, mal genio, preferencias y
antipatías. Nuestros instintos para saber qué es qué
en la selva no son tan infalibles como los de un oso
adulto o una pantera experimentada. Tampoco somos
psicólogos ni podemos extraer de la realidad
conclusiones correctas de lo que observamos. Y no
conocemos lo suficiente las circunstancias familiares
de cada lobato como para comprender perfectamente
la situación de la manada y ser ecuánimes e
imparciales en nuestras apreciaciones de cada chico.
Es casi un milagro que tan solo nos apartemos un
poquito de la selva ideal.

Pero al margen de los métodos de disciplina


propiamente dichos, hay otras cosas que forman
parte de la selva ideal. Quizá poca gente advierte
cómo los niños son sensibles a la forma y al sentido
del trato que reciben de las personas mayores.

Sucedió un día que un recién llegado a la


manada fue presentado a una Akela de esas que
hablaba a sus lobatos como un buen jefe debe
hablarles. Esta fue, más o menos, la conversación.

31
– “Luis viene de la manada de T”.
– “Y ¿por qué dejaste la manada de T?”
– “Por el jefe”, dijo en un susurro.

Se quedó intrigada. Los otros lobatos se


apresuraron a explicarlo. “Dice que el jefe de T le
grita como un loco”. Una Akela usaba un silbato que
tenía un sonido agudísimo. Todo iba bien mientras no
perdiera la paciencia. Pero a medida que se ponía
nerviosa (cosa que ocurría cada cinco minutos,
porque la manada era un poco bulliciosa), daba unos
pitidos breves y estridentes que hacían saltar los
tímpanos. La excitación subía de punto y algún
lobato pequeño solía taparse los oídos cada vez que
sonaba, pero la mayor parte acabaron por habituarse
y tomarlo a broma.

Este era el caso del típico chico inquieto que


siempre se porta mal en las inspecciones y en los
momentos en que es necesario estar sosegado. A
consecuencia de ello, comienza a ser tratado de
forma diferente que los demás y se le habla con
severidad incluso antes de haber hecho una travesura.
El resultado es fácil de prever. Sintiéndose siempre
bajo un control exhaustivo, acaba por merecer la
fama que le atribuyen. Si el responsable hablara tan
amablemente como a los seiseneros “modélicos”, o si
le dirigiese de vez en cuando una sonrisa amable, o
saltara y jugara como él, o le proporcionase un
pequeño estímulo, él tendría la posibilidad, casi sin
pensarlo, de merecer una nueva reputación.

32
Pocas personas se imaginan la importancia
que los niños dan a la sonrisa. Ellos tienen miedo y
desconfían de las personas adultas que rara vez
sonríen. Por poco que la sonrisa sea vuestro estado
habitual, bastará un cambio de semblante un día que
queráis reprenderlos para que lo sientan y os miren
con respeto. Si, por el contrario, habitualmente tenéis
melancolía en vuestro rostro, la manada acabará
siendo invadida por la tristeza. Cuando hayáis
acabado con vuestro aspecto serio y solemne gracias
a una sonrisa, la manada entenderá que están
perdonados y que vosotros confiáis en ellos.

33
34
Capítulo VI Adiós a la selva

Entonces empezó Mowgli a sentir en su interior una


pena como jamás la había experimentado antes. Y,
tomando aliento, sollozó y las lágrimas corrieron por
sus mejillas.

- ¿Qué es esto? ¿Qué me pasa? –dijo.– No quiero


abandonar la selva y no sé qué me ocurre.¿Me estoy
muriendo, Bagheera?

- No, hermanito. Eso son sólo lágrimas, como las que


derraman los hombres – le explicó lapantera.– Ahora
eres realmente un hombre y no un cachorro humano,
como antes. Ya no hay sitio para ti en la selva.
Déjalas correr, Mowgli. Son solamente lágrimas.

Se sentó y lloró como si el corazón fuera a


rompérsele en pedazos. Era la primera vez que
lloraba.

- Ahora –dijo – me voy con los hombres, pero antes


debo despedirme de mi madre. Se fue alcubil donde
vivía con papá lobo y allí lloró sobre su piel, mientras
los cuatro lobatos aullaban tristemente (De El libro
de la Selva).
35
En cada vida humana, hay al menos uno o dos
momentos de despedida que parten el corazón hasta lo
más profundo, y cada persona tiene alguna
experiencia de ello. La despedida de la manada de un
lobato que se une a los scouts tiene algo de eso, tanto
para él como para Akela y sus ayudantes.

Y es que no nos damos cuenta verdaderamente


de la lucha y los sacrificios que implica el lobatismo
para un equipo de jefes. Llegamos a querer a esos
chicos y chicas: reuniones, salidas, campamentos,
juegos... Justo cuando empezamos a verlos más
responsables y se palpa el resultado de nuestro
trabajo, se van a la siguiente etapa. Sin duda, nos
consolamos con los que quedan, pero a ellos también
les llegará su momento y habrá otra despedida.

He visto lágrimas en más de un lobato en su


última noche en la manada. Recuerdo a un seisenero
al que todos apreciaban. Ya había comenzado un
discurso explicándoles cómo hacer el último gran
clamor en honor a su jefe que se iba. Era como sumar
un adiós, un agradecimiento y una alabanza a su
forma de vivir la promesa de lobato. De repente, en
una mirada que lancé a mi "ex-seisenero", noté que el
discurso iba más allá de lo que podía aguantar.
Cambié inmediatamente mis palabras y le dije:

– Si sigues aullando con la fuerza que lo haces,


ten cuidado: puedes reventar y te están esperando en
los scouts.

36
La manada, por supuesto, siguió aullando con
toda su alma, y el pequeño aprovechó la insinuación
para expresar libremente su emoción. El nudo que
sentía en su garganta desapareció cuando entonó su
último "mejor".

Sin duda, a un chaval de nueve años le gustaría


que, al dejar la manada, le dediquen un discurso que
lo tenga como centro de atención y habría deseado
que su partida fuera considerada como un gran
acontecimiento. Pero un lobato de casi doce años
piensa de otra forma. Recordemos las misteriosas
lágrimas que recorrieron las mejillas de Mowgli. Lo
dejaron muy perplejo y brotaron en el momento en
que Mowgli cumplía la edad de lobato.

Cuando observamos a un lobato que siente


verdadera pena por dejar la manada, recordemos que a
esta edad se despierta la facultad emotiva y se
descubre la sensibilidad espiritual. Además, puede ser
su primera experiencia en este terreno. Por eso, más
que una ceremonia solemne, quizás sea conveniente
darle un toque alegre, a semejanza de los soldados
ingleses que enfrentaban ciertas situaciones
parodiando las despedidas con bromas y algunas
canciones. Esta suele ser una forma de actuar muy
inglesa. A un francés le ayudaría una pizca de
heroísmo. Un italiano, creo, se reconfortaría una y
otra vez en sus propias lágrimas. Pero cada uno es
como es. Evitemos, por tanto, jugar con las emociones
de nuestros lobatos. Bastaría que un extraño se
37
permitiera un chiste o una burla del "gran clamor"
para que los chicos, ya tan emocionados, se sintieran
cruelmente ofendidos.

Mi opinión personal es que esta última velada


se debe pasar alegremente y en familia, sin que se
admita a ningún personaje demasiado importante.
Utilicen las ceremonias tanto como quieran, con la
condición de no agobiarlos y de que los scouts
disfruten también con ellas sin tomarlas a chirigota,
ya que esto chocaría con la vivencia que tienen del
"ex lobato" a través del "gran clamor", "el círculo de
la manada" y otros ritos sencillos del lobatismo.

Todo lo dicho se aplica principalmente al


lobato que siente pena de dejar la manada. Algunos no
sienten eso y están radiantes por pasar a los scouts;
otros, sin gusto ni voluntad propia, siguen a favor de
la corriente. Una ceremonia un tanto solemne solo
podría beneficiar a estos últimos.

En realidad, todo depende del caso que


tengamos entre manos, del espíritu que reine en la
manada o en la unidad scout. Una ceremonia conjunta
solo se justifica si el espíritu de ambas unidades va al
unísono. Los reglamentos, gracias a Dios, no se
pronuncian sobre los detalles y cada uno puede buscar
lo mejor en cada caso.

Lo que importa es escoger la manera de dar al


lobato el mejor impulso posible para empezar su
nueva vida y ayudarle a que se mantenga en ella.

38
Y esto nos lleva a un tema que algunos fingen
ignorar y que debemos afrontar francamente. ¿Por qué
un cierto número de lobatos no pasa a los scouts y, si
pasa, no continúa? No puedo empezar aquí y ahora a
hacer conjeturas sobre todas las posibles causas. Me
limitaré a dar unas sugerencias sobre una de las
razones del abandono, y para expresarlo en pocas
palabras, diría que es la que considero más
importante. Recuerden que el chico que pasa de
lobato a scout se encuentra en una edad de transición,
con una sensibilidad naciente que pide ser tratada con
suma delicadeza. No es un novato normal y sus
conocimientos de socorrismo o orientación no son los
de un scout; tampoco seguirá siendo un lobato.

Tanto Akela como el jefe scout tendrán que


hacer un esfuerzo de imaginación y comprensión,
añadiendo unas gotas de tacto y paciencia. Echemos
un vistazo primero a lo que corresponde al equipo de
jefes de lobatos.

Imaginemos que el que pasa es un seisenero


estupendo. Es uno de esos niños que parecen captar
las ideas y el significado de las cosas de una forma
que difícilmente esperamos encontrar en un personaje
de su edad. Alguien que realmente ha sido el líder de
su seisena. Tanto en el Consejo de la Roca como en
las conversaciones privadas, su punto de vista era
muy considerado. Además, tenía espíritu, vivacidad,
buen humor, un interés palpitante por las cosas que
hacía y normalmente no se escuchaba a sí mismo.
39
Adornaba su manga con dos especialidades y
nunca había faltado a un campamento. Jugaba con
entusiasmo y estaba presente en todos los
acontecimientos de la manada. Akela siente

que no hay nada por qué preocuparse en su


ascenso y confía en su integración y en que pronto
será tan buen scout como lo fue de lobato. Es duro
perderlo, pero es por su bien. La manada le da una
calurosa despedida y él asciende. La responsable
centra su atención en el difícil trabajo de sacar
adelante la manada sin él, manteniendo su antiguo
nivel de entusiasmo y organización; entrenará al
nuevo seisenero de los "marrones" y el seisenero
"gris" podrá ser el primer seisenero. Esto la mantiene
ocupada. Está en su tarea y confía en que el
responsable de la unidad scout haga la suya.

Pero estaba equivocada. Él era un chiquillo de


ocho años cuando aterrizó en la manada. No necesitó
expresar sus ideas; se limitó a meterse en el juego.
Pero a los doce las cosas no son tan fáciles. Era un
vigoroso chico de diez años cuando consiguió su
primera estrella, y seis meses más tarde aceptó las
responsabilidades de seisenero con ligereza. A los
doce ya no es tan fuerte. La consciencia de su
personalidad le hace asustarse de las cosas. Su nueva
sensibilidad le oprime y le hace temer el ridículo y las
burlas. Un conocimiento más profundo de la realidad
le produce inseguridad. Siente de otra forma el peso
de las responsabilidades. El pudor, nuevo también, le

40
hace esconder sus más queridos deseos, sus temores
más vivos, sus intuiciones de desilusión, sus dudas y
sus problemas. Morir como lobato y renacer como
scout va a ser lo que Peter Pan llama una "gran
aventura". Su madre no lo entiende. El cambio para
ella es una mera cuestión de comprar otra camisa
distinta. Akela siempre lo sabe todo: pero él no sabe
qué decirle excepto que no quisiera tener doce años. Y
así pasa a los scouts sin haber expresado las cosas a
aquella persona que menos le intimidaba y en la que
más confiaba. Asciende sin el consejo ni las
sugerencias ni la comprensión que inconscientemente
buscaba. Tampoco ha tenido previamente la ocasión
de trabar amistad con el jefe scout ni con sus nuevos
compañeros. Asciende, aunque no lo parezca, sin todo
aquello que a cualquiera de sus jefes de la manada le
hubiera sido tan fácil enseñarle si se hubieran dado
cuenta de que él no era otra cosa que un lobato.

Y para remate, lo peor de todo: su antigua vida


de lobato –el tema por el que ha luchado
denodadamente durante los últimos años– terminó de
golpe. La manada sigue adelante alegremente sin él;
el nuevo seisenero de "su" seisena y el nuevo primer
seisenero son la gente importante, aquellos a quienes
Akela presta ahora toda su atención. Se avergüenza de
estar con ellos sin haber sido invitado a las reuniones.
Echa horriblemente de menos a Akela y a sus amigos,
pero no pedirá su ayuda y consejo ahora: ella está
ocupada y él no la molestará. No lo sabe, pero a un
nivel inconsciente se ha derrumbado un gran apoyo y
se ha cortado el enorme poder que lo motivaba. Y esto
41
antes de que se desarrollen las nuevas fuerzas.
¿Sobrevivirá?

Bueno, todo depende ahora del jefe scout desde


que Akela lo abandonara. Su nuevo jefe, realmente, es
un tipo agradable. Pero hasta ahora solo ha tenido
novatos muy verdes, y no sabe que un lobato curtido
es algo muy diferente. Quizás olvidó decirle que se
pusiera sus especialidades en la nueva camisa, o a lo
mejor creyó que no debía recordárselo. Calculó que
contaba con el entusiasmo de un novato, asustado por
estar entre chicos con atavíos scouts, en un lugar lleno
de cosas scouts, aprendiendo nuevos juegos, hablando
con un adulto de forma diferente a la de sus
profesores, sus padres o su antiguo jefe. Pero olvidó
que el entusiasmo o la emoción de los primerizos
descubridores del escultismo no son un ingrediente
propio de un ex lobato. Olvida también que conoce la
mayoría de los juegos. Como jefe, no capta los ojos
inquisidores que lo observan, que desmenuzan a sus
líderes de las patrullas, examinando cómo se hacen las
cosas; o se pregunta si ese chico está juzgando a la
unidad scout desde un alto estándar de disciplina,
autocontrol, justicia, vigor y humor.

El jefe scout deja a un guía de patrulla que le


explique y enseñe la Ley Scout, y no se da cuenta de
que el novato, habiendo sido el tipo de lobato que era,
ve más en la Ley Scout que ese líder; pero también le
gustaría entenderla mejor y puntualizar algunos
detalles. El responsable de los scouts lo mantiene sin
hacer la promesa scout porque los demás novatos

42
están verdes aún y no los considera preparados.
Olvida de nuevo que nuestro amigo se siente como
pez fuera del agua; ni lobato, ni scout. Por otro lado,
unas veces espera demasiado de él y otras lo reprende
con acritud porque es un viejo lobato y todo eso...
Tampoco aprecia la diferencia entre el monótono y
lento aprendizaje de un recién llegado y el ritmo
necesario para aquel que ha vivido esas técnicas. Y
algo más importante aún: cuando repentinamente un
seisenero se encuentra que ya no es responsable de
otros, ni nadie depende de él, ni esperan su ejemplo,
se produce una fuerte reacción (inconsciente del
todo): una relajación de tensión. Y, si esto no se
contrarresta de una vez por todas, sufrirá un daño
importante.

De esta forma, el estupendo seisenero es ahora


un relajado y perezoso scout, abandonado a sus
propios recursos. Quizás se separe de la gran
hermandad scout.
El impacto de esta situación de abandono
podría amortiguarse hasta cierto punto si ambos jefes
realizaran mejor su función. También puede superarse
si Akela hace un sacrificio –un auténtico sacrificio–
por el que normalmente no recibirá el agradecimiento
del responsable de los scouts, ni de la madre del
lobato y ni siquiera del mismo chico. Algún día es
posible que se lo agradezca, si es que llega a darse
cuenta.

Estoy hablando de que si logramos hacer la


transición de los lobatos a los once años (y a los doce
43
como excepción), estarían mucho mejor preparados
para unirse a la unidad scout, establecerse con alegría
en ella y consolidarse definitivamente. Aquí algunas
razones:

1. A los once años, por lo general, un niño tiene una


situación psíquica y temperamental menos compleja
que a los doce.
2. Su entusiasmo está en su punto máximo y aún no
ha desarrollado la tendencia a aburrirse de las
actividades de los lobatos ni a considerarlas
demasiado pequeñas.
3. A los once años, está tan comprometido con las
actividades de la manada que, si tuviera que dejarla,
transferiría su entusiasmo a la nueva unidad.
4. A pesar de su rigor, no es tan difícil para un chico
de once años dejar sus cacerías y su autoridad, ya que
aún no tiene una consciencia excesiva de su dignidad.
Suelo decir que debemos detener un juego cuando
todavía se están divirtiendo si queremos que el
siguiente se desarrolle con el mismo entusiasmo. Esto
se aplica exactamente al cambio de rama.

Akela tendrá que acostumbrarse a la idea de


perder a sus mejores lobatos, aquellos que eran una
verdadera ayuda. Y, naturalmente, deberá renunciar a
los concursos de distrito y otras manifestaciones
similares. Por lo tanto, se ocupará individualmente de
los lobatos que van a pasar. Además, estoy segura de
que la manada se beneficiará con esos ascensos. Una
manada con una edad promedio de nueve o diez años
es, por lo general, más fácil de llevar que otra con
lobatos mayores de once años, simplemente porque el
método fue diseñado para chicos de estas edades y no
para niños de once a doce años.

44
Finalmente, el equipo de jefes de lobatos se
encontrará con muchos menos problemas. Los chicos
difíciles suelen tener más de once años: el chico de
nuestra anécdota que se fue del grupo, el que rechazó
la disciplina, el perezoso que se esconde en el
campamento, el que protesta e insulta en los juegos, el
que ejerce una mala influencia. Estos suelen ser
"niños difíciles" porque están actuando en un
ambiente equivocado. Son demasiado mayores para
las actividades de los lobatos, demasiado grandes para
jugar con los de ocho años; necesitan la influencia de
un hombre más que de una mujer; quieren ser
miembros de una patrulla en lugar de líderes de una
seisena. Necesitan el trato más directo de compañeros
mayores y no el razonamiento suave de Akela,
Bagheera o Baloo. Están pidiendo que las cosas se les
expliquen a otro nivel, y agradecen el ímpetu fresco
de los preadolescentes y las competiciones entre
patrullas.

He conocido lobatos reacios y problemáticos


que se han transformado en buenos scouts y se han
integrado, así como magníficos seiseneros que no han
perseverado al cambiar de rama. Sé que esta
sugerencia sobre los mayores de once años es difícil
para los jefes de lobatos. Hago hincapié en esto
porque ser un buen Akela es mucho más difícil y
aparentemente tiene menos recompensas que ser un
buen jefe scout. ¡Ánimo! Siempre hay nuevos
lobeznos que son llevados al círculo del consejo, y sus
pequeñas manos nos piden que los aceptemos.
Nuestro privilegio es ayudarles a abrir los ojos y ver
el mundo como es. Podemos lograr que este mundo

45
valga la pena a los ojos maravillosos de estos nuevos
e inocentes lobatos.

Tenemos la primera oportunidad, con sus


mentes despertando, de mostrarles lo que después no
se les podrá enseñar jamás. Podemos prepararlos para
comprender lo que vendrá más adelante. Recuerden a
Mowgli: dejó la jungla y llegó hasta el final matando
a Shere Khan, que representaba todo lo bajo, ruin,
cobarde y egoísta en nuestra naturaleza. Pero nunca
podría haberlo hecho sin la paciente enseñanza de
mamá y papá lobo, Akela, Bagheera y Baloo.

- "Vuelve pronto", dijo mamá loba...

- "Volveré, seguro", dijo Mowgli. "Cuando regrese,


será para extender la piel de Shere Khan sobre la
Roca del Consejo. ¡Acuérdense de mí! ¡Díganle a
todos en la selva que nunca se olviden de mí!"

Era de día cuando Mowgli bajaba de la colina,


completamente solo, para encontrarse con esos
misteriosos seres llamados hombres (De El Libro de
la Selva).

46
Segunda parte:
Los lobatos y la belleza de la naturaleza
I

En una reunión de jefes de lobatos, un orador


que parecía comprender bien a los lobatos en todos
los demás aspectos hizo una observación que me
47
empujó irresistiblemente a escribir un artículo
contradiciéndolo. Soy demasiado tímida para
levantarme y hacerlo allí mismo de viva voz. Dijo que
los lobatos no sabían apreciar la belleza; según él les
daba lo mismo acampar en un paraje de ensueño o en
un lugar horroroso con tal de que hubiera un barrizal
para chapotear, cazar renacuajos o realizar otras
peripecias por el estilo. Contó que en una acampada
se despertó a las cinco de la mañana y vio los
maravillosos colores de un rojizo amanecer. Deseando
compartir ese placer despertó al lobato que dormía
junto a él para que lo admirara. Este, con aire
soñoliento, sólo hizo un comentario sobre una vaca
gorda que rumiaba en el prado cercano. Afirmó que el
niño pequeño no tiene capacidad estética para percibir
la belleza. Esta opinión me ha estado recomiendo
hasta hoy que he podido desahogarme escribiendo
este articulo.

II
¿Aprecian los niños la belleza? Los adultos que
tienen puntos de vista convencionales lo niegan.
Personalmente afirmo que los niños captan vivamente
la belleza. Es importante que así ocurra porque
cualquier vida que no perciba esa necesidad, puesta en
el ser humano por el misma Dios, realizará
inadecuadamente sus propios anhelos. Está claro que
ellos no expresan su admiración como lo hacen las
personas mayores. No emplean crípticas palabras para
impresionar a la gente y manifestar así lo que
admiran; están demasiado ocupados para hacerlo.
Tampoco observan la belleza como poetas

48
sentimentales de poca monta porque la melancolía
sólo existe en personas que han experimentado
desilusiones y en aquellas otras que han decidido ser
pesimistas.
Y esto que digo no es una teoría. Todavía tengo
vivas en mi mente las “aventuras”, como ellos las
llamaban, con las que un grupo de lobatos londinenses
y yo misma exploramos juntos este mundo
maravilloso, y aún me sonrío con complacencia
cuando lo recuerdo.

III
La primera emoción de un niño al encontrarse
con la belleza es sorprenderse. La impresión se
traduce, primero, en un silencio de enormes ojos;
después –si el niño sabe expresar lo que siente– en
alguna observación; luego aparece un deseo intenso
de compartir esa experiencia total; y, por último,
desencadena un torrente de preguntas.
Una cálida mañana de agosto nos detuvimos en
las playas de la isla de Wight y miramos, por primera
vez para muchos de nosotros, la chispeante extensión
del mar. El cielo estaba despejado. Por una vez
estuvimos en silencio. Nos emborrachamos de aquello
y nos sentimos infinitamente contentos porque existía
el mar, porque estábamos vivos para conocerlo,
porque estaba realmente ahí y porque nada podía
llevárselo ni cambiarlo –como un mayor puede
quitarnos un libro con dibujos.– (La gente no puede
llevarse los libros de colores de Dios). Entonces
alguien dijo: “¡No sabía que el cielo pudiera ser tan
azul!”.
49
Esto rompió el embrujo y una cascada de
preguntas surgió de repente. ¿Por qué el cielo y el mar
son tan azules?... y así hasta la última. Después surgió
en nosotros la certeza de que el mar iba a ser nuestro
durante diez días. Empezamos a gritar y correr de un
lado a otro, de arriba a abajo, una y otra vez y nos
reímos. Luego alcanzamos un estado experimental de
nuestra admiración: deseamos entrar en el mar. Para
ello apresuramos el paso hacia los empinados
escalones de roca que conducían a la arena dorada y
nos metimos en el mar hasta donde nuestros
pantalones cortos remangados nos lo permitieron.
¿Quién puede decir que nosotros no apreciábamos la
belleza de la obra maestra de Dios, el mar?
Aquella noche, a la excitación del fuego de
campamento y a la aún mayor de dormir en el pajar de
un establo, sumamos la contemplación sobre el mar
de unos destellos grisáceos producidos por las luces
de la orilla opuesta, como si de una ordenada siembra
de estrellas se tratara. “¿Podemos ir a ver esas
lucecitas?”, preguntó un lobato. Los demás se
sumaron suplicantes: “¡Si!”. Echamos a correr y nos
sumergimos en su tranquila y cenicienta belleza, en
silencio. Pronto el interés por una de esas lucecitas
centelleantes, que aparecía y desaparecía a intervalos
regulares, rompió el encanto y nos introdujo en los
insondables enigmas de los barcos y de sus luces.
Un día caluroso: el vago del campamento está
tendido todo lo largo que es sobre la hierba mirando al
cielo.
Tengo en mente leerle la cartilla por la habitual
negligencia en sus obligaciones, pero él rompe el

50
silencio primero. “Me interesan mucho las nubes y las
estrellas”, dice pensativo. “¿Cómo se llaman esas que
se amontonan unas sobre otras?”. Entendí en ese
momento por qué no había ido a buscar agua.
Hablamos sobre nubes y estrellas y no de “trabajos”.
Pasábamos, después de una tarde de fútbol,
sobre el puente de Chelsea. “¿No es verdad que tú
querías ser pintora?”, dijo un lobato tocándome en el
brazo, casi mudo de admiración y señalando el
crepúsculo – una amalgama de oro, púrpura y tintes
rosáceos– reflejado en el Támesis. Todos nos paramos
a contemplar el espectáculo. “lncluso sin ser un artista
podrías pintar eso, ¿verdad?”, me comentó, sin duda
para consolarme de mi mediocridad. Y, sin decir nada
más, pensamos en la grandeza de Dios que podía
pintar tales cuadros. Entramos entonces en una
conversación para dilucidar por qué el cielo se pone
así muchas tardes.
Un atardecer, al principio de la primavera. Una
fila de lobatos sobre el cemento gris del patio de un
colegio en Gloster. Supuestamente firmes y en
silencio. De pronto, algo latió en el aire. “Alerta,
¡estaos quietos! dijo un seisenero. “¡Mirad, está
creciendo el verde!” y señaló con su dedo un árbol
que, con un velo de brotes, decía “primavera”, más
claramente que nada. Nos quedamos atentos unos
instantes, felices de contemplar este heraldo de la
naturaleza, un plátano silvestre que había sido el
primero en tener la gran idea de ponerse ya las ropas
de verano.
Montes de Sussex, veredas de Hertfordshire,
orillas verdes y tranquilas, arroyos burbujeantes sobre
51
lechos pedregosos dorados al sol, campos
amarillentos con bancales de amapolas, aromas de
alubias en flor, misterios de bosques lejanos... Con
todo eso y más nos hemos regocijado juntos. Pero no
puedo evitar sonreír ante el recuerdo de nuestra
primera tarde en los montes de Hampstead.
Habíamos parado en silencio en esa parte de la
carretera donde las verdes colinas se extienden hacia
un lado, y de pronto una sorprendente vista de
Londres nos saludaba por este. Londres, hermosa,
inabarcable y silenciosa estaba cubierta por un vestido
de humo gris-perla y reconocible aún por San Pablo,
la Abadía y la torre de la Catedral de Westminster. El
paisaje nos había absorbido, pero ahora unos corrían a
atrapar ranas y otros trepaban por las ramas de un
árbol caído. Patsy, un pequeño irlandés, buscaba
desesperadamente un medio de expresar su
admiración. Todos los gritos que dio no le bastaron...
Él experimenta cualquier cosa como un violento
deseo de artista que quería dejar de ser un “medium”
para identificarse con su objeto, porque, de repente,
manifiesta la firme resolución de hacer semáforo1.
Persuade a otro lobato para que haga de receptor. Él
enviará los mensajes. Busca papel y lápiz, pero no
para pedirme un mensaje; a él le desbordan ya un
montón de ellos. Mandó a su receptor, que no parece
movido por el mismo entusiasmo, a una colina
distante. El se sube a un montículo desde donde envía,

1 N.T. La palabra semáforo se ha utilizado para designar algunos


sistemas de señalización por banderas y otros más sencillos de transmisión
manual de morse.

52
en la soleada atmósfera de la tarde, mensaje tras
mensaje sobre todos las esplendores que le rodean.
Después, en la reunión, se me acercó triunfante
con un trozo de papel algo mugriento que contenía los
mensajes recibidos: “Se ve un paisaje magnífico”;
“Aquí los árboles crecen muy altos”. Tal vez traduzca
un día toda esa riqueza de expresión en una obra lírica
sobre los árboles de Hampstead, sus colinas y sus
valles si el poeta que en él duerme no ha sido
estrangulado en la lucha por la vida que acompaña a
la pobreza o por los convencionalismos del poder y
del dinero.

IV
El sentido de la belleza es innato en los niños,
pero en ciertos momentos se manifiesta más
vivamente.
Es preciso, también, recordar que ellos no
restringen la noción de belleza a la naturaleza salvaje
o al arte. Saben instintivamente lo que Elizabeth
Barret Browning expresa en estas líneas:
“El materialismo que sólo quiere ver en la
naturaleza campos y bosques es esencialmente falso y
antipoético. Donde está la creación está Dios y, por
tanto, la poesía. ¿A dónde podéis subir, descender, o
guiar vuestros pasos sin encontrarle? En el ruido
ensordecedor de vuestras máquinas, en los oscuros
humos de vuestras chimeneas, en las enloquecedoras
calles de vuestras ciudades está tan realmente como
en los pinares de Broken o en las Cataratas del
Niágara. En todas partes naturaleza y poesía se dan la

53
mano bajo su mirada. Háblales y te responderán. La
naturaleza tiene mil voces diferentes. Déjanos hacer
un hueco para que comprendas nuestro amor”.
Cuando recorro calles miserables y veo las
expresiones de los niños desamparados, la
profundidad de sus ojos y su sonrisa, me hacen sentir
que tales lugares no pueden ser tan malos cuando
tienen esas flores. Aunque sucias, son el hogar de
alguien, un hogar que quizá no cambiarían por el
mismísimo palacio de Buckingham.
Lógicamente, hay cosas que son más hermosas
que otras; es natural, por ejemplo, que un niño inglés
experimente una atracción instintiva y particular por
el país que lo vio nacer y en el que crecieron sus
antepasados. Todo instinto se orienta hacia un objeto
determinado y, si no lo encuentra, el chico lo dirigirá
hacia otra cosa más o menos inadecuada o depravante.
Un americano observador, Price Collier,
explicó de esta forma el tipo de atracción que un
inglés experimenta por su país y no me resisto a
citarlo.
“Inglaterra es Londres, dijo alguien. Inglaterra
es el Parlamento, dijo otro. Inglaterra es el Imperio,
dijo uno más, pero si no me equivoco, ese trozo de
verdes campos, colinas y valles, esas cercas y árboles
frutales, esa tierra suave es la Inglaterra que los
hombres aman. En la India, Canadá y Australia, a
bordo de sus barcos, en sus enredos militares por todo
el mundo, los ingleses necesitan, a veces, cerrar sus
ojos. Cuando lo hacen, ven campos verdes y
marrones, setos espolvoreados con una suave nevada
de flores, casas de las que cuelgan hiedras y rosales.

54
Al abrirlos, tienen los ojos húmedos de recuerdos. El
pionero, el navegante, el colono o el soldado pueden
luchar, matar, sufrir y proclamar su orgullo por un
nuevo hogar o por unas nuevas posesiones. Este amor
es el mismo que tienen por una esposa, unos hijos o
unos amigos. El otro que quiero comentar es
esencialmente distinto: es un amor que mezcla
misteriosamente adoración, dedicación y respeto por
el país que los vio nacer.”
Este amor por la belleza de Inglaterra es propio
del carácter inglés. Y es tan verdadero que se refleja
por todas partes en el espejo de la forma de ser de un
país que es su arte.
“Ellos fueron los primeros en comprender la
belleza de un paisaje”, dice el mismo autor en otra
parte de su obra Inglaterra y las ingleses.
“Si consideramos aisladamente el arte de
griegos, romanos o renacentistas no encontraremos
ningún entusiasmo por su cielo o por su tierra. El
amor por el país natal ha nacido allí y está idealizado
en sus poesías, descrito por el pincel y la pluma de los
ingleses”. Tiene razón. Paseando por la National
Gallery o la Tate Gallery observamos que las mejores
obras de artistas ingleses son pequeños trozos de su
país, no reflejados en un espejo, sino idealizadas
creaciones presididas por una luminosidad –
consagrada por el sueño de los poetas– que jamás se
vio en la tierra o en el mar.
Esta misma peculiaridad aparece en la poesía.
Chaucer, quizás el primer poeta típicamente inglés,
rebosa de amor por la naturaleza. Lo mismo
Shakespeare, aunque éste ama más la naturaleza
55
humana. Wordsworth y los del XIX beben en la
misma fuente. No se encuentra nada parecido en la
poesía de otros países.
¿No es una pérdida, una irremediable pérdida,
que los niños ingleses crezcan sin tener la oportunidad
de desarrollar el conocimiento y amor por esa belleza
que responde a las aspiraciones profundas de sus
corazones y en la que fueron formados sus
antepasados?
Así pues, aunque sólo sea un día al mes o unas
semanas al año, saquémosles fuera de las ciudades y
eduquémosles en poseer lo que es suyo: la belleza de
Inglaterra.
Por supuesto que el movimiento scout ha hecho
ya mucho, sin duda, para entregar a los niños esa
parte de su herencia, el retorno hacia lo bello y lo
natural y la inexpresable poesía de la existencia. Los
scouts han demostrado que no es la compasión lo que
se necesita para unir juventud y naturaleza. Bastan
sencillamente un poco de iniciativa y una cuidadosa
organización.
¿Es que aún no es el momento de hacer un
verdadero esfuerzo para ofrecer a los niños la
oportunidad de vivir la belleza de Inglaterra, de
aprender a amar la naturaleza con el mismo amor
sencillo y fraternal que Francisco de Asís tenía por “la
hermana tierra”, “el hermano sol” o los pájaros, de
agradecer a Dios el haber creado cosas tan
maravillosas y de hacer entender al hombre que puede
usar todo esto siguiendo sus leyes naturales y
conseguir que sobreviva a través de los tiempos?

56
57
Tercera parte:
La psicología de la Rama Lobato

La psicología no es algo tan complejo como


parece a primera vista. Intelectuales y científicos han
escrito un gran número de opiniones sobre ella. Pero,
realmente, la psicología es solo un método razonable
para observar cómo trabaja nuestra mente y cómo
afectan las cosas a nuestra manera de ser, sin seguir
ciegamente las antiguas rutinas, modas o leyes. Todo
buen responsable de lobatos tiene algo de psicólogo.
Pero, por supuesto, la psicología del lobatismo
tiene un fin eminentemente práctico. No tenemos
consulta ni laboratorio ni inventamos nuevas palabras ni
teorías complejas sobre por qué los niños anormales son
así. Nos remangamos y nos sentamos en el suelo con un
montón de lobatos bastante corrientes, o nos vamos con
ellos al viento, a la lluvia y a la luz del sol. Trabajamos
y jugamos con ellos, los escuchamos y nos reímos con
ellos. En toda momento intentamos que descubran qué
es lo que produce mayor bienestar y qué es lo que puede
llegar a hacernos daño. Además, procuramos encontrar
por qué Willie es siempre tan desobediente o por qué
58
Dick tiene tanto éxito en su seisena, por qué Henry es
tan abierto y Alex tan impopular o por qué Tim no
puede simplemente aprender una cosa mientras Jack
supera su progresión rápidamente y gana la estrella ante
el asombro de Akela. Observas, te preguntas, piensas y
sueles encontrar el porqué. Luego aplicas tu
experiencia, año tras año, a nuevas generaciones de
lobatos. Tratas a cada uno de diferente manera sin crear
reglas inflexibles ni soluciones milagro.
Esto es Psicología.

59
Capítulo I La Buena Acción

Todo en el método scout sea cual sea su rama,


responde siempre a una necesidad psicológica. Esto es
mucho más de lo que se puede decir de las escuelas,
las prisiones, los asilos o los ejércitos.
No está de más, sin embargo, que de tiempo en
tiempo nos preguntemos cuáles son las razones que
orientan nuestros actos y apreciemos, en todos sus
pormenores, los valores del escultismo. Tal análisis
nos permite actuar de una forma más inteligente y
enfocar correctamente las cosas importantes que
producen resultados. De este modo daremos
preferencia a unas cosas sobre otras secundadas,
aunque personas no comprometidas pudieran
considerarlas como esenciales.
Cuanto más lo pienso, más tengo la impresión
de que el éxito del escultismo se debe al hecho de dar
importancia a los buenos elementos que tiene la
naturaleza de los chicos y a hacer funcionar esos
mismos buenos elementos dentro de un esquema. Una

60
vez descubiertos por cada chico como tales, los
reconoce y acepta, e intenta vivir según ellos. Esta no
empezó considerando a los muchachos de hoy como
descarados, desordenados, crueles, ruidosos, sucios y
traviesos ni dándoles una serie de consejos para ser
perfectos – que no les entran realmente en la cabeza–,
ni ordenándoles observar unos preceptos bajo
amenaza de castigo o promesa de premio. Este
camino, nada psicológico, lleva fracasando muchos
siglos.
Tomemos, por ejemplo, la idea de la buena
acción. Es algo que forma parte de cada chico, desde
siempre. Todos ellos están llenos de energía y
generosidad, de espíritu de iniciativa y de una alegre
amistad por sus semejantes, lo cual, trasladado a la
vida cotidiana, es una cierta disposición para realizar
buenas acciones si se presenta la ocasión. Muchos
hacen buenas acciones, incluso inconscientemente, sin
tener noticia de ello. Otros no tienen oportunidad. En
muchos casos, su buena disposición es tan a menudo
despreciada que algo hace que cambien, de arriba a
abajo, y aparezca como una tendencia para realizar
malas acciones, porque un chico con buena salud
siempre está haciendo algo. Y hay incluso quienes
estuvieron realizando buenas acciones y no se
beneficiaron con ello. Me explico: sin conocer ni
saber que están haciéndolas no hay intención
deliberada y, por tanto, no se convierte en un hábito ni
crece dentro de su carácter. Quizás la tendencia a
hacer una buena acción se desvaneció con la timidez y
la pereza que aparecen tras una infancia generosa, o

61
tal vez no existió nunca al alcanzar prematuramente el
natural egoísmo de la madurez.
Pero en los scouts, y antes en los lobatos, los
cincos se conciencian de su disposición a realizar
buenas acciones, algo que desde ese momento
formará parte de ellos.
Observando a mis muchachos veo aparecer a
menudo en sus vidas la buena acción, es decir, les veo
hacer deliberadamente buenas acciones. Pero también
aprecio muchas veces la buena acción inconsciente,
algo hecho por un impulso de generosidad, con
bondad, sin egoísmos, sin que surja el pensamiento
“ésta va a ser mi buena acción del día”. Fueron esta
clase de cosas las que me hicieron darme cuenta de
que B. P. descubrió en los chicos esta predisposición a
hacer buenas acciones y no la implantó en los scouts.
He aquí una pequeña historia sobre la mejor, y
realmente inconsciente, buena acción que he conocido
jamás.
Habíamos esperado con impaciencia aquella
tarde de sábado en la que íbamos a jugar contra los
Ampsteads. Al llegar me sorprendió encontrar al
equipo muy desanimado. “¿Qué pasa?”, dije. “¡Una
tragedia!” respondieron. Pip, el rey de las porteros,
alguien que nunca dejaba que le encajaran un gol (o
casi nunca), tenía los pies completamente paralizados
por un par de botas nuevas y duras que estrenaba ese
día. Nada podía persuadirle de que jugara. Quizás, si
hubiera empleado la obediencia podría haberlo
conseguido, pero el equipo tenía poca fe en un portero
en tales condiciones. Sabían que el desánimo y la falta
de confianza no se pueden evitar tan sólo con una

62
orden. Sabían que si el portero se sentía prisionero de
sus botas nuevas estaría realmente inmóvil. Fue
nuestro delantero centro quien, de pronto, se sacrificó.
“Venga –dijo– te las cambio por las mías”, y sin más
se quitó sus viejas y cómodas botas allí mismo, en
medio de la calle, dejándolas a los pies del triste, y en
ese momento lloroso, Pip. El resto del equipo le libró
con alegría de sus botas y se las dio al delantero
centro quien, con espíritu de un héroe, se fastidió
valientemente llevándolas hasta el final del día. Pero
el equipo le olvidó al instante; el objeto de su
entusiasmo era el ahora recuperado portero. Cuando
regresábamos a casa, después de haber ganado el
partido, iba al lado de Dick y le pregunté: “¿Duelen?”.
Contestó que “no demasiado” y eso fue todo.

63
Capítulo II El uniforme

La psicología del uniforme es muy interesante.


Nos lleva a tiempos pasados en los que cada gremio
tenía su propio modo de vestir. Entonces la gente se
sentía orgullosa de su oficio y no lo ejercían como
quien procura gastar el menor tiempo posible para
sacar el máximo beneficio, elevarse socialmente y
mirar por encima del hombro a los infelices que
todavía no habían alcanzado esa posición de personas
nacidas para el ocio. Ciertamente en aquellos días
había demasiada sangre y demasiado hierro, pero muy
poco esnobismo. Y volviendo al tema, lo importante
es que llevar un uniforme puede haber ayudado a la
gente a vivir de acuerdo con los ideales de su oficio o
estado, parecer lo que eran –lo mejor de ellos

64
mismos–, no para sacar provecho sino como una
especie de orgullo profesional. Su uniforme les
causaba una continua autosugestión dentro de su
propio entorna. Y esto es exactamente lo que los
uniformes intentan producir. Si lo sientes así, puedes
ayudar a los lobatos a beneficiarse de ello.
Pero estos uniformes no son los únicos. ¿Qué
me dices del uniforme de un futbolista? ¿Has vista
alguna vez a unos niños quedarse callados de repente
y mirar con atención al ver pasar un joven atlético,
rodillas vigorosas bajo su abrigo, botas negras con
cordones blancos, camisa de colores que su bufanda
no tapa, con todo tipo de bellos ideales y el mejor de
los balones de reglamento sujeto bajo el brazo? Es la
representación concreta de todos esos deportistas. El
pequeño y silencioso chico que está junto a ti
experimenta ahora un profundo deseo de ser
futbolista.
¿Y los vestidos blancos? Cuando cantamos el
Te Deum decimos “blancas multitudes de mártires”;
pero creo que los chicos se interesan más por las
blancas multitudes de los jugadores de criquet. Y no
son dos conceptos distintos. Los mártires eran gente
alegre que jugaba con entusiasmo en el mejor de los
deportes, con el mejor de las capitanes; defendían las
porterías de la Iglesia y jugaron duro para toda la
eternidad, teniendo enfrente a los “jugadores del
demonio”, que siempre han perdido el partido con
ellos.
El entusiasmo que despierta en los niños el ser
jugadores de criquet y llevar su atuendo no es sólo por
el mero interés de formar parte de un equipo
65
determinado: es una vocación mucho más amplia.
Pude dame cuenta de ello debido a un pequeño pero
singular incidente que tuve la suene de vivir durante
una acampada. Habíamos retado a los lobatos locales,
que no conocíamos, a jugar un partido de criquet. Por
fin llegó el tan esperado y comentado día. Creí que los
chicos querrían llevar el uniforme completo con todas
las insignias de progreso y habilidad. Pero no. Aquel
día eran jugadores de criquet, no lobatos.
A media mañana, Sam, el capitán, dijo que
quería tener una conversación seria con toda la
manada junto a su tienda. Aunque estaban esparcidos
por todas partes jugando a los indios con arcos y
flechas, se reunieron pronto. Después de pedir un
poco de silencio hizo un discurso que no pude
escuchar muy bien. Aun así, pronto pude entender que
pedía a cada lobato vaciar su mochila y reunir toda la
ropa blanca que tuviera para distribuirla entre el
equipo. Esto iba a llevar su tiempo, pero Sam estaba
decidido: tenía la oportunidad de capitanear, de una
vez por todas, un equipe de criquet totalmente blanco.
Hora y media antes de que llegara el otro equipo
volvió a reunir a sus muchachos y los estuvo
vistiendo. Después vino hacia mí, serio y triunfante, y
me preguntó si quería revisar el equipo. Le dije que sí
y los hizo pasar en fila india delante de mí
alineándolos después enfrente. Todos llevaban algo
blanco y el equipo, en general, tenía un aspecto
decididamente blanco. Estaban ahí, relucientes de
agua, jabón y satisfacción. Alguno de los presentes le
echó en cara el haber cuidado más su aspecto que un

66
grupo de niñas; pero no era eso, no había vanidad
personal.
El otro equipo llegó luciendo el uniforme de
lobato completo. Mis once pequeños, enfundados en
sus medio rotas y sucias camisetas “blancas” daban
una impresión distinta. ¡Cómo jugaron aquel día!
Nunca pensé que pudieran hacerlo tan bien. Todos y
cada uno demostraron sagacidad y un gran dominio
de sí. Los rastrillos cayeron, los golpes fueran
rechazados, la pelota volaba, los que paraban
estuvieron alerta, los más pequeños jugaron con todo
el paciente cuidado de que fueron capaces mientras él,
Dick y los otros jugadores de mayor resistencia
conseguían carreras continuamente. El otro equipo
parecía estar formado por inútiles. Sin embargo, no se
corearon sus fallos. Mis blancos jugadores nos habían
pedido que, dado que ellos eran nuestros invitados, no
debíamos aplaudir su denota porque eso no era muy
deportivo. Mostraron un gran dominio de sí. Era
criquet.
Por supuesto debo decir que los chicos
prefirieron ese día ser antes jugadores de criquet, y
vestirse como tales, que lobatos. En otra situación
más normal habrían escogido su uniforme antes que
cualquier otro. Y no sólo por afán de disfrazarse sino
sobre todo por lo que significa para ellos. Creo que
todos los lobatos piensan lo mismo.
Dejadnos, pues, enseñar a nuestros chicos a
respetar su uniforme, a que se den cuenta del íntimo
significado que tiene, que es, por así decirlo, “el signo
exterior y visible de un modo de ser interno y
espiritual”, el signo exterior de tener mente y corazón
67
de lobato, un alma valiente y animosa que nos hace
dar lo mejor de nosotros mismos. Dejadnos recordar
que porque somos hombres, no ángeles, y porque
tenemos cuerpo y espíritu, estas cosas exteriores son
importantes, esencialmente importantes.

68
Capítulo III La Ley de los lobatos

Cuando señalé que el uniforme produce una


“continua autosugestión” no lo hacía sólo por emplear
el argot periodístico de hoy día. Quería
verdaderamente expresar esto: cuando las
características de un lobato empiezan a ser una parte
auténtica de un “niño normal”, ni siempre ni
totalmente se debe al hecho de que el muchacho haya
tomado una deliberada resolución sobre ello. Algunos
chicos comprenden muy poco de nuestras charlas y
reuniones, y –especialmente si son muy jóvenes– les
cuesta mucho aplicar a su propia persona lo que se
dice. Otros, por el contrario, se beben nuestras
palabras, que producen sobre ellos un efecto
sorprendente. Sin embargo, en este momento me
refiero a aquellos que imitan a los hermanos de leche
de Mowgli, cuya conciencia despertó levemente al
final. Mientras tanto y a pesar de todo llegan a ser
buenos lobatos. ¿Qué ha sucedido? La idea de ser un
viejo lobo cautiva su imaginación y participan de todo
corazón en los juegos que forman parte del lobatismo.
Y como cada detalle fue concebido para producir un
determinado efecto –por un psicólogo nato como era
B. P.– el método en su conjunto cambia gradualmente
al niño en un lobato sin que se requiera otra cosa por
su parte que querer serlo y disfrutar realizando el
juego.
Como ya dije, el llevar uniforme es una ayuda
poderosa para ser realmente lo que se parece. Mis
lobatos jugaron mejor al criquet porque iban vestidos
69
de blanco. Un lobato estará más dispuesto a hacer
siempre lo mejor si a menudo viste su uniforme.
No hay ninguna necesidad de apelar a la razón.
Es un hecho psicológico que una idea totalmente
apoyada por la imaginación se materializa en la
acción, y entonces pasa a formar parte de su carácter.
Una vez que está realizada, lo normal es que el
muchacho comprenda que fue una buena idea. Es el
mismo proceso que habíamos señalado con la Buena
Acción (B. A.).
La mejor manera de pasar de la idea a la acción
será siempre realizarla de forma que el chico lo
entienda siguiendo sus propios esquemas; sólo
haciendo buenas acciones, por ejemplo, entenderá lo
que son.
Todas las ventajas del lobatismo proceden de
este mismo principio. Así pues, si queremos
transformar a nuestros críos en lobatos, es necesario
organizar un montón de juegos y cosas semejantes sin
abandonar ninguna de ellas a lo largo de uno o dos
años. Y no lo hagamos de modo superficial; tus chicos
estarán siempre dispuestos a actuar vivencialmente si
les das la oportunidad e inventas nuevas destrezas que
renueven su interés y les eviten caer en la rutina.
Y mientras tú juegas el juego divirtiéndote
tanto como los mismos lobatos, recuerda, de vez en
cuando, que esas cosas se están transformando en
ideas dentro de cada chico, donde sin que lo sepa,
arraigan y florecerán algún día como cualidades de un
lobato y le ayudarán al final a ser un hombre.
Y esto es, en la práctica, lo que los psicólogos
entienden por “autosugestión”. Algunos de ellos

70
valoran sobre todo su eficacia a través de las palabras.
Recordad, por ejemplo, nuestro mismo lema:
“Siempre Mejor”. Además de esta máxima el lobato
entiende, por supuesto, los dos preceptos de la ley de
la manada y está decidido a observarlos. Pero sobre
ellos puede añadirse algo de autosugestión si
repetimos frecuentemente la fórmula que empleamos.
Muchas personas buenas han dicho que
deberíamos ser esto o aquello y no las escuchamos.
La ley de los lobatos está expresada en términos
afirmativos: “El lobato escucha y sigue al viejo lobo.
El lobato no se escucha a sí mismo”2.
A fuerza de repetir esa frase acaba por grabarla
inconscientemente en su espíritu. El resultado es
mejor que si se produce por un nuevo esfuerzo de
voluntad. A menudo actúa impulsado por su
inconsciente hasta el punto que tanto la obediencia
como el control de sí mismo se transforman en un
hábito, y finalmente alguna parte de él se avergüenza
cuando no la cumple. La ley de los lobatos llega a ser
una especie de criterio a partir del cual juzga las cosas
de este mundo, incluso cuando es mayor. Se trata,
claro está, de un juicio amable y no de una crítica
impertinente. Ellos nos ven jugando el gran juego de
la vida y se percatan de si observamos las normas que
ellos han llegado a entender tan bien.
“Sólo te has escuchado a ti misma” me
reprocharon un día, porque después de haber
intentado en vano romper un palo con mi rodilla para

2 Nota de Edición. El texto del lema y la ley de la manada


corresponden a la versión utilizada en general por los Scouts Católicos
Argentinos. El texto fuente estaba adaptado a la metodología española.
71
ponerlo en el fuego de campamento, lo tiré. No había
nada que hacer con él excepto traerlo y continuar
intentándolo hasta conseguir romperlo. Y como éste,
otros. Por ejemplo: “Vale, no has cedido en tu propio
beneficio”, cuando las circunstancias han sido
demasiado duras y no lo has conseguido a pesar de
realizar un gran esfuerzo. Así nos juzgará Dios. “De
éstos es el reino de los cielos”, dijo un día que estaba
rodeado de un montón de niños.
Y cuando crecen (incluso si dejan la manada a
los doce años y no llegan nunca a ser scouts), ¿no
pervivirá en ellos esa tradicional explicación de la ley
referente a que el lobato no se escucha a sí mismo ni
cede en su propio beneficio? El eco anclado en sus
inconscientes hará su trabajo y ganará muchas batallas
desconocidas que se libran en ese misterioso interior
de nuestra persona.
La ley de la manada... ¡qué buen ejemplo para
legisladores y gobernantes!; no un “no harás...” ni un
“harás...” sino sólo una hermosa afirmación que no da
pie a discusiones y que al ser inevitable sabemos que
hay que vivir de acuerdo con ella. El Decálogo, con
sus “no harás...”, fue válido en una edad más cruda y
tosca. Cristo prescindió de ese estilo y afirmó:
“Bienaventurados los que crean la paz..., los que
tienen hambre y sed de justicia...”; “Vosotros sois la
sal de la tierra”, y muchas cosas como éstas.
He mencionado la ley de la manada porque
estos capítulos son esencialmente ideas sobre los
lobatos, pero, por supuesto, la ley scout es un ejemplo
mucho más brillante. ¡Toda la ley, los profetas y lo
mejor de los consejos cristianos de perfección se

72
condensan en pequeñas frases afirmativas que han
conducido al chico al mundo de la autosugestión! Y
esto nos lleva a la conclusión de que los scouts son
esencialmente algo cristiano, si no en el nombre sí en
su espíritu.
Son las primitivas comunidades cristianas,
fundamento de nuestra cultura, que muestran a través
de un largo camino de errores, desatinos y fracasos, el
nacimiento de un conjunto de ideas que funciona. No
te olvides de la ley de los lobatos. Introdúcela en la
mente de tus chicos en todo momento y siempre que
puedas, vívela.

73
74
Capítulo IV La Promesa

Si los ideales de los lobatos –la ley, las


máximas y todo lo demás– captan y desarrollan sobre
todo la imaginación del niño, la promesa apela a su
corazón. Tomemos la palabra “promesa” en su
significación general. ¿Qué empuja a los hombres a
hacer una promesa? Todo lo que rodea al corazón:
amor, país, religión... En una promesa hay casi
siempre algo de generoso, y es necesario que haya dos
personas para que exista.
Los lobatos son hombrecitos; la promesa es
una especie de compromiso que toca e implica a su
corazón. ¿Somos los viejos lobos conscientes de ello?
Realmente esto debería estar entre nuestras
preocupaciones.
Del equipo de jefes depende la mayor parte de
las cosas que modelan y transforman a un crío en un
lobato. Esto, me imagino, es porque están en una edad
en la que necesitan aún de los padres. La naturaleza
no los ha preparado para poder pensar por sí mismos.
Son dependientes, desde cualquier punto de vista.
Si Akela trata la promesa como un conjunto de
palabras aprendidas para repetir cierto día, los lobatos
75
piensan que “eso” es el compromiso. Y tal actitud
tiene dos consecuencias: primera, el lobato no
comprenderá el sentido de su promesa ni de lo que es
un compromiso en general y, por tanto, no se sentirá
obligado a cumplirla. Segunda: si no se implica a su
afectividad, como exige la esencia de una promesa, no
tendrá la motivación necesaria para observarla. Por el
contrario, si el responsable aprecia la promesa en su
debida dimensión, ejercerá sobre el lobato una
influencia vital.
Dije que hacer una promesa es cosa de dos
porque es como una seguridad dada a alguien de que
tal cosa será fielmente cumplida. No se trata de una
mera declaración de intenciones sino de la palabra de
uno que, de todo corazón, desea que el otro confíe en
él. ¿Quién está involucrado en este asunto personal de
la promesa del lobato?
En primer lugar el mismo lobato. El debe,
posiblemente por vez primera, darse cuenta de su
propia, aunque pequeña, individualidad, y ser
consciente de que hace una elección personal al
desear llegar a ser un lobato. Esta identificación
requiere tomar una responsabilidad: poner su mejor
voluntad para conseguirla. Debe sentirse feliz por
hacer esta promesa tan generosa y sentir temor a
romperla. Debe darse cuenta también de que cualquier
cosa contraria a ella le avergonzará ante sí mismo.
Después, ¿a quién va hacer su promesa? A ti,
su viejo lobo. Por eso no debes dejar que la recite en
tu presencia sin que sienta que está prometiendo dar
lo mejor de sí mismo, sin que sienta que tú confías en
él y aceptas su promesa. Además, manifiéstale que

76
eso te hace muy feliz. Le das tu mano izquierda coma
símbolo de confianza y le devuelves el saludo de los
lobatos porque es ya tu hermano. A partir de ahora
tienes con él una nueva relación: eres la única persona
en el mundo a la que él ha prometido ser un auténtico
lobato. Por eso, saca tu corazón de viejo lobo y date
cuenta de que tus lobatos te han prometido todo eso.
Hazles entender que, personalmente, has recibido sus
promesas en nombre de B. P. y del Jefe de Grupo que
te confió esa tarea y autorizó que cada uno de ellos
fueran Viejos Lobos de esa manada. Cuéntales que el
fundador del escultismo sabe muy bien cuántos viejos
lobos en su país y en todo el mundo se esfuerzan por
serlo y se pondría triste si oyera que un lobato no
cumple su promesa. Haz de B.
P. una persona viva, actual y la encarnación de
los ideales scouts. El culto al héroe es un fermento
más poderoso que la simpatía personal. Más aún,
siempre hay algo de ello en todos los amores de un
niño.
Y éste es el mejor camino para enseñarles a
amar una idea, la idea de que es su deber ser leal,
autocontrolarse, ser amable y estar dispuesto siempre
a hacer lo mejor. Hasta que ellos no aprendan a amar
verdaderamente esta idea, la promesa no ejercerá en
su carácter el efecto que podría ejercer. Si tienes éxito
en el crecimiento gradual de tan elevado afecto en sus
pequeños corazones, habrás hecho que esa suponga
probablemente la conclusión de su etapa de lobato.
“Fe, esperanza, amor”, dijo San Pablo, el más realista
de los psicólogos, “y de ellas la más valiosa es el
amor” (1 Cor. 13,13).
77
Además del lobato que hace la promesa y de
Akela que la recibe hay también otros implicados:
“con la ayuda del Señor y de todos los lobatos...”
Recuerdo bien el momento en que recibí la
promesa de los doce primeros lobatos de mi manada
actual. Después de la ceremonia los reuní para
decirles lo contenta que estaba por haber acogido sus
compromisos. Les hablé de B. P. y de todos sus
hermanos lobatos esparcidos por el ancho mundo.
Añadí que ni yo, ni el equipo de jefes, ni los lobatos
ni nadie más sabía cómo iban a cumplir su promesa.
Pero “si” hay alguien que lo sabe. ¿Quién es?
Esperaba que alguien hubiera soltado “Dios”, pero el
más pequeño, un chiquillo con la ropa mal puesta y
parpadeantes ojos negros respondió al momento
“Jesús”. Y tenía razón. La idea genérica de un Dios
omnisciente no significa gran cosa para un niño de
esta edad. Pero si de le explica que Jesús, el
carpintero de Nazaret, le conoce y le quiere, esto sí
representa algo importante para él. Tomé esta
respuesta de mi lobatillo y en lugar de contarles lo
que tenía preparado sobre un Dios que todo lo sabe,
les dije lo contento que estaría “Jesús” cada vez que
se enterara de que estaban haciendo lo mejor para
cumplir su promesa, incluso en aquellas ocasiones en
las que nadie podría verlo o saberlo y esas otras en
que los mayores se enfadarían y no entenderían.
Afecta también a todos los lobatos porque los
une, porque tienen el derecho de pedirle ayuda a él y
de pedirla él a los demás, y porque un lobato está
siempre dispuesto a abrir su corazón a todos.
Finalmente, la obligación de hacer cada día alguna

78
buena acción, es decir, el gran mandato de la caridad
hecho concreto, le relaciona con toda la gente de casa,
de la escuela, de la calle, que necesita ayuda. Y él está
totalmente dispuesto a abrirles igualmente su corazón.

79
Capítulo V El progreso del lobato

Hay en la naturaleza humana un cierto número


de motivaciones que podrían calificarse como
ideasfuerza. Son instintos colocados en el hombre por
el Creador para empujarle a actuar. Por supuesto que
no son la última opción ni los más nobles motivos.
Horizontes más altos, más amplios, y más
firmes se abren al alma humana a medida que se
desarrolla. Una auténtica religión y una educación
creativa le ayudarán a conquistar lo que por derecho
le pertenece y a aparecer ante su Creador en plena
posesión de su voluntad libre. Pero al mismo tiempo,
una verdadera educación siempre tiene en cuenta al
instinto sabiendo que es un móvil poderoso, una
influencia determinante para el bien o para el mal.
Además, es el punto de partida común de la raza
humana, el terreno sobre el que todos pisamos y desde
el que construimos paso a paso.
Ahora bien, el escultismo, como auténtica
educación, se sirve de los instintos de los chicos y les
muestra cómo usarlos, controlarlos y disfrutar con
ellos. Esto era algo que se aprovechaba
deficientemente porque la educación, durante los
últimos dos siglos, ha considerado a los jóvenes como
si fueran máquinas primitivas y ordinarias. El
resultado es que unos crecieron manejando sus
instintos al azar, o dejándose manejar, y otros
olvidándose de ellos sin sacarles provecho. Por
supuesto hay una variedad infinita de personas y en
este sistema ha producido toda una serie de tipos,

80
desde el oportunista sin escrúpulos al apático que
amaba sus cadenas. Gente infeliz que o no eran
capaces de disfrutar de este mundo, o no hacían otra
cosa en la vida que perseguir sus placeres. De aquí se
derivaban una serie de falsas reacciones y errores en
aquéllos que intentaban reformar la naturaleza
humana. Así pues, en el pasado, la falta de sentido
común y la inexistencia de unos principios
psicológicos es, en parte, responsable de mucha
infelicidad en el mundo de hoy.
La ambición figura como una de esas fuerzas
importantes que gobiernan a la humanidad. Es digna
de estudio sobre todo porque la palabra es
ambivalente –se usa lo mismo para designar el bien o
el mal–, y nos produce una impresión confusa.
De hecho, la mayoría de nosotros no tiene clara
la actitud que debe tomar ante este concepto y sí la
tiene, por ejemplo, respecto a otras categorías tales
como valor, generosidad a crueldad.
El primer punto a indicar sobre la ambición, es
que me parece un atributo esencialmente masculino.
Una mujer sin una pizca de ambición puede hacer
grandes cosas y tener un carácter noble y firme. Un
hombre sin ambición carece, en cierto modo, de algo
esencial. Y, por desgracia, es la fuerza motriz más
adormecida entre los hombres, exceptuando aquellos
casos en que los devora de forma total3.

3 N.T. No se debe olvidar que la autora escribió en 1925. La


ambición como deseo ardiente de poder, dignidad, etc. resultaba un
atributo masculino porque socialmente no se admitía en una mujer.
Sin embargo, hoy sabemos que todo ser humano cuenta con las
mismas posibilidades básicas matizadas también por factores
culturales y psicológicos.
81
Es preciso, por tanto, desarrollar en nuestros
chicos una buena y sana ambición. No la simple
ambición de ser algo o de progresar en el mundo sino
aquélla que le mueve a hacer cosas, a dejar el mundo
en mejores condiciones que cuando la encontramos.
Una ambición divina que a los doce años decía “debo
ocuparme de las cosas de mi Padre”. Esa especie de
ambición que no se contenta con decir “venga a
nosotros tu reino” sino que hace todo lo posible para
realizarlo.
A partir del día en que el niño entra en los
lobatos intentamos despenar en su carácter esa
ambición. Es un lobato casi ciego, ciertamente. Aún
no está preparado para dejar su guarida, no puede
cazar en la selva, ni sabe acampar, ni es capaz de
mantener un honrosa lugar entre sus hermanos. No
sabe hacer un nudo que se sostenga, ni saltar la cuerda
tan bien como las niñas, ni lee el reloj para saber si es
la hora de la reunión. Sólo le ha tocado estar un día de
servicio y aún no ha aprendido varias señales de
tráfico. ¡Cómo le gustaría tener ya superada la etapa
de cachorro! Le parece que las cosas son difíciles –
hasta casi imposibles de superar– y los tres meses
inaguantablemente largos.
Pero la promesa puede estar a la vuelta de la
esquina.
Espera pacientemente durante el lento paso de
las semanas y sabe que puede llegar a ser lo que
desee. Quizá nunca antes había ambicionado
conseguir algo. Ahora quiere ser lobato. Soñó ser
navegante o mensajero, pero no con la posibilidad
práctica de serlo al cabo de unos meses. Así ayudará a

82
construir y realizar las cazas que la manada decida. El
lobatismo le ha despertado una nueva fuente de
energía en su pequeña alma, y desde ese momento
empezó a crecer para llegar a ser un hombre.
Pero superar la etapa de cachorro es sólo un
paso, y hay una gran cantidad de ellos que dar, en
habilidad o en calidad, abriéndose ante el niño según
crece mes a mes y año tras año. Tal vez el patatierna
de hoy llegue a conquistar un día toldos los escalones
de su progreso y consiga ser un magnífico director de
campamento, a sea delegado del comité nacional para
organizar un centro de formación en un país lejano.
Por supuesto le guiarán otros buenos motivos, y estos
serán más y más predominantes, pero sin ambición
nunca habría logrado alcanzar esa posición.
Podríamos decir que en este momento la
ambición ha dejado de ser un motivo, pero tiene una
especie de energía física de la que se siente lleno.
Posee una superabundancia de vitalidad, de alegría de
vivir, de fuerza, que su escultismo le enseñó a
apreciar, estimular, desarrollar y a incrementar. La
ambición, hoy, le produce salud corporal y energía
mental. Su primer paso en el progreso como lobato
fue el fermento inicial de esa fuerza motriz.
Por ello, tanto en los lobatos como en los
scouts, debemos recordar cómo hay que emplear,
según las circunstancias, todos los medios que nos
ofrece el método para estimular la ambición. Inventar
juegos, crear recursos, realizar cazas y aventuras,
organizar buenas acciones, manualidades, proyectos,
pequeñas responsabilidades... Todas estas cosas
contribuirán a fortalecer esa peculiar ambición para
83
sobresalir, tener éxito y ganar las espuelas de una
honorable caballerosidad.

84
Capítulo VI Fantasía

Seguir, en un brumoso y azul crepúsculo, los


destellos rojos que pasan rápido. El encanto de estar
sentado, envuelto en una manta al estilo indio. Sentir
el rocío del amanecer bajo los pies desnudos. El olor
del humo de leña y del pan frito antes del desayuno.
Dormir en un pajar o bajo la tienda en vez de en
casa... Los lobatos no podrían contar qué sienten, pero
viven todas estas sensaciones y las disfrutan en toda
su realidad.
Algo parecido a lo que notan cuando se sientan
alrededor del fuego en las tardes de invierno y
escuchan una historia, o cuando viniendo del frío
entran en un local caliente, no muy ordenado, ni
demasiado limpio, con escasa luz, pero suyo. Suyo
porque tal como ellos comprenden las cosas, ni la
casa en que viven les pertenece más que la escuela o
el patio de juegos. En ese local –más real que su
propio hogar– experimentan una misteriosa sensación
de posesión que les satisface íntimamente. Juntarán en
ese antro una serie de extravagantes objetos de su
agrado, encontrados, hechos o comprados por ellos.
Es el mismo sentimiento que experimentan cuando se
entregan a un juego imaginativo bien preparado, o
cuando salen un día y descubren bosques y ríos
auténticos. Los lobatos de zonas rurales reciben estas
impresiones en otras circunstancias. Un día, por vez
primera, comprenden el misterio de la naturaleza y lo
maravillosas que son las cosas que hasta ayer les
parecían vulgares: flores, nidos, árboles, insectos; las
85
posibilidades de esconderse, explorar, emboscarse tras
setos y manojos; y el lenguaje de las huellas hasta
ahora desconocido para ellos. Aman también el saludo
como un signo secreto, el gran clamor como modo de
expresar sus sensaciones de lobatos y la misteriosa
relación con miles de lobatos del mundo entero. Aman
a Robert S. Baden-Powell, el mayor y más cercano de
los viejos lobos. Siempre esperan que un día venga al
círculo de su manada y puedan mostrarle cómo aúllan.
Más de una vez me han preguntado, cuando un
comisionado llega a una reunión, ¿es ése Baden-
Powell?
Todo ello forma parte de una misteriosa
intuición, el sentido de la fantasía y lo maravilloso,
que es imposible de explicar desde la psicología.
Probablemente el escritor que mejor lo ha
captado, elaborado y expresado en un libro haya sido
Kenneth Graham en Edad de oro y Días soñados.
Pienso que lo poseen casi todos los niños y algunos
adultos.
Pero muchos lo han perdido, porque “Las
preocupaciones de este mundo apagan la fantasía” o
quizás están tan aturdidos que la dejan morir.
El escultismo, y el lobatismo, deben la mayor
parte de su atractivo a este gusto por lo maravilloso,
por la fantasía, que existe en todos los niños y del que
B. P. quiso sacar provecho. Este es un aspecto que no
podemos ignorar.
Los niños necesitan la fantasía y lo maravilloso
para vivir. Los hijos de familias acomodadas tienen
muchas posibilidades: jardín para jugar, montones de
libros e imágenes, madres y padres que tienen tiempo

86
de contarles historias, cada año algunas semanas de
vacaciones junto al mar, excursiones al campo,
“Peter Pan” y otras obras de teatro en Navidad,
sin mentar a Santa Claus o el resplandeciente árbol
con sus adornos. Pero muchos niños que son lobatos
no tienen esas casas. Descubren la fantasía por sí
mismos de una u otra forma. Pero no es fácil, y el
modo con el que subrayan su atracción por el
lobatismo indica, muchas veces, la necesidad
inconsciente que tienen de ella.
Por eso, si queremos entregarles lo mejor de
nosotros mismos, debemos tener presente esa idea. El
mejor modo es intentar recordar cómo nos sentíamos
cuando éramos años. Aquí tenéis varios puntos
prácticos para pensar:
–Deberíamos hacer cualquier esfuerzo para
conseguir un cubil y no reunirnos en una escuela o en
una sala cualquiera.
–Renunciemos a nuestras tardes de sábado y
vayamos con ellos al campo, sobre toda en otoño y
primavera.
–Intentemos con todas nuestras fuerzas
acampar frecuentemente, aunque a veces sólo sea un
fin de semana.
–Aprendamos el arte de contar historias porque
es esencial.
–Tengamos siempre preparados unos cuantos
juegos.
–Recordemos que es más importante inventar
canciones, realizar juegos activos, tener una biblioteca
que multiplicar las insignias.

87
–Para despertar el sentido de la fantasía no se
necesita un esfuerzo consciente y organizado. Basta
simplemente tener la oportunidad de barajar cosas
elementales y sencillas tales como fuego, agua,
árboles y oír relatos de aventuras. A propósito de esto
le pregunté una noche a un lobato. “¿Estabais
sentados alrededor del fuego del consejo?”, y me
contestó: “¡no!, estábamos sentados alrededor del
primus”.4
¿Molestaré a alguien si digo que la religión, si
ha de tener algún atractivo para las niños o para
alguien más, debe estar fuertemente impregnada por
la fantasía? Está claro: no me refiero al
sentimentalismo disfrazado de religión que acompaña
al arte romántico de finales del XIX. Hablo de la
fantasía esencial de la fe que nos lleva a creer que
Dios nos ama realmente, que conoce, por pequeñas
que sean, nuestras cosas y eso le alegra o le entristece,
y que él vino a la tierra, nació como uno de nosotros,
llevó nuestra naturaleza humana al cielo y, como ser
humano, nos espera allí.
Nada es tan incomparable en la historia del
alma humana, como la lucha contra mundo, demonio
y carne, ya que está unida con la justicia y enfrentada
con el pecado. La vida de los santos es más poética y
novelesca que la suma de todas las leyendas del Rey
Arturo, de los grandes héroes griegos, de las
campañas francesas, de los clanes irlandeses y de los
trovadores medievales. La esencia profunda de la

4 Nota de edición. Primus es el nombre familiar que recibe en países


anglosajones el farol de querosén. El sentido de esta palabra en el texto es
semejante al que en Argentina podemos dar hoy al de “sol de noche”.

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religión es misterio y poesía. El Antiguo Testamento
está tan impregnado de ella como toda la Edad Media.
La vida moderna, desgraciadamente, ha
ahogado el sentido de la fantasía y lo maravilloso,
pero no llegará a destruir la poesía de la auténtica
religión. Y no debemos permitir que la moderno la
camufle demasiado y pierda el encanto que tiene para
los críos.
Nuestros antepasados sabían lo que hacían
cuando para enseñar religión a los niños utilizaban
pinturas y vidrieras más que libros y catecismos.
Contaban historias, representaban misterios,
personificaban virtudes y vicios, celebraban fiestas
con procesiones y ritos de alegría, pena o adoración.
Por ejemplo, cuando iban de procesión el Domingo de
Ramos salían de los muros de la ciudad, cortaban
ramas de olivo y palmas junto al río y volvían
cantando. Otras veces recorrían los campos desnudos
por el invierno y, arrodillándose aquí y allá, pedían
que fuera bendecida la madre tierra y se tornara
fecunda. Los hombres, en aquella época, vivían más
cerca de la naturaleza, de Dios y de la fantasía.
El escultismo nos reconduce hacia ello. Un
altar tosco, la alfombra de hierba verde y musgo, una
pared de ramas y pájaros que cantan a coro forman el
tipo de iglesia preferido por mis lobatos. Un cuento al
resplandor del fuego de campamento y una oración a
la luz de las estrellas parpadeando allá arriba son el
mejor medio para entrar en sus corazones y hacer
brotar un acto de adoración. Pero tengamos cuidado
de que tal acto se dirija al único y verdadero Dios y
no a cualquier espíritu indio que encarne a la
89
naturaleza sin tener ningún atributo divino ni incluso
humano, o que una vaga idea de poder o de infinito
usurpe su lugar.
Si estáis ávidos de grandeza, misterio y poesía
leed el maravilloso prólogo de San Juan que cuenta
cómo Dios se hizo hombre, y después la historia de
una vida que es la fantasía más divina de todos los
siglos: una tragedia que termina en un maravilloso
triunfo.

90
Capítulo VII El ambiente adecuado

En los capítulos precedentes he intentado


explicar lo que podríamos llamar el atractivo secreto
del lobatismo, su relación con la naturaleza de los
niños y la importancia de jugar en serio el juego del
escultismo –tal como B. P. quería que se disfrutase–
para que el método produzca sus efectos.
Pero, como decía, esta llamada silenciosa, de
la que el chico difícilmente es consciente, no es su fin
último. Lo sería si el niño fuera un pequeño y peludo
cachorro de lobo enteramente gobernado por sus
instintos. Recordar que Mowgli era un hombre criado
por unos lobos. Bagheera lo sabía bien y, cuando llegó
la crisis, apeló a la inteligencia humana, adormecida
en este salvaje hijo de la selva. Una inteligencia
dotada de una voluntad libre, capaz de elegir de forma
voluntaria los ideales que dominan a los instintos.
El instinto de la manada era matar a Akela,
porque era viejo. Bagheera sospechaba que en el
cachorro de hombre existía algo que subordinaría el
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instinto de conservación a las ideas de lealtad y
agradecimiento. La manada soportaba a Shere Khan
porque era poderoso. Bagheera, además, sabia que el
cachorro humano entendería la llamada de la justicia.
Y por eso Akela se salvó y Shere Khan, como todos
los tiranos, acabó cobardemente su existencia.
Si el lobatismo responde tan bien a las
aspiraciones de los niños es porque se adapta a las
leyes naturales de la psicología. Y éste es el mejor y
más actual caldo de cultivo para el crecimiento y
desarrollo del alma humana.
Este entorno apropiado a los niños hará
florecer, por decirlo así, lo que de bueno hay en cada
uno, y le ayudará, poco a poco, a elevarse por encima
de sus mejores instintos hasta los actos superiores de
un ser racional, capaz de preferir el bien sobre el mal,
a Dios antes que al mundo o a sí mismo. Y Baden
Powell hizo de esta creencia en Dios la piedra angular
del escultismo.
Sé que es difícil interesar directamente a los
chicos en esta idea, sobre todo a las que están en edad
de lobato. La mayor parte de las veces sólo podemos
hacer lo que se dice en estas páginas: colocar al niño
en el ambiente apropiado y dejarlo actuar según su
propia naturaleza. Pero nuestro fin principal será
siempre elevarlo paso a paso para que, sirviéndose de
su voluntad cada vez más libre, escoja
conscientemente el mejor camino y lo mantenga toda
la vida.

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Impreso en los talleres
de Editorial Baden Powell
San José – Costa Rica

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