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Lukacs Narrar o Describir
Lukacs Narrar o Describir
PROBLEMAS
DEL
REALISMO
[1936]
MARX
Sin duda, éste es un caso extremo. Los objetos del medio del
individuo no están siempre ni necesariamente enlazados tan ínti-
mamente con su destino como aquí. Pueden ser instrumentos de
su actividad, instrumentos de su destino, y también —como aquí
en Balzac— nudos de su destino social decisivo. Pero pueden ser
también mero escenario de su actividad y su destino.
¿Subsiste la oposición aquí ilustrada también allí donde sólo
se trata de la representación literaria de semejante escenario?
En el capítulo de introducción de su novela Old Mortality
("Vieja mortalidad"), Walter Scott describe una exhibición de ar-
mas combinada con festividades populares en Escocia, que fue or-
ganizada por la Restauración estuardiana como intento de reno-
vación de las instituciones feudales, como revista general de los
fieles y como provocación y desenmascaramiento de los desconten-
tos. Esta revista tiene lugar, en Scott, la víspera del levantamiento
de los puritanos oprimidos. El gran arte épico de Walter Scott
reúne en este escenario total las contradicciones que poco después
habrán de explotar en lucha sangrienta. La exhibición de armas
pone de manifiesto en escenas grotescas el carácter irremisiblemen-
te anticuado de las relaciones feudales y la oposición sorda de la
población contra el intento de su renovación. El concurso de tiro
subsiguiente muestra inclusive las oposiciones dentro de los dos
partidos hostiles, mediante el hecho de que solamente los mode-
rados de ambos participan en esta diversión popular. En la taber-
na vemos la violencia brutal de la soldadesca real, y al propio
tiempo se revela ante nosotros, en su grandeza sombría, la figura
de Burley, el futuro jefe del levantamiento puritano. En una
palabra: al narrar Walter Scott la historia de dicha exhibición y
al desplegar ante nosotros en dicho relato el escenario entero, ex-
pone al propio tiempo todas las tendencias, todas las figuras prin-
cipales de un gran drama histórico, nos sitúa de un solo golpe en
medio de la acción decisiva.
La descripción de la exposición agrícola y los premios otorga-
dos a los campesinos en Madame Bovary, de Flaubert, formaba
parte de los puntos culminantes más célebres del arte descriptivo
del realismo moderno. Flaubert sólo describe aquí verdaderamen-
te el "escenario". Porque toda la exposición no es para él, más
que ocasión para la escena de amor decisiva entre Rodolfo y Erna
Bovary. El escenario es casual y mero escenario en sentido literal.
El carácter accidental lo destaca el propio Flaubert de modo con-
ciso e irónico. Al poner paralelamente y en contraste discursos
oficiales y fragmentos del diálogo amoroso, pone al propio tiempo
176 ¿NARRAR O DESCRIBIR?
II
El contraste entre el convivir y el contemplar no es casual. Pro-
viene de la posición básica del propio escritor. Y más concreta-
mente de su actitud fundamental frente a la vida, frente a los
grandes problemas de la sociedad, y no sólo como método de un tra-
tamiento artístico de la materia o de ciertas partes de la misma.
Solamente mediante esta comprobación podemos llegar a la
concreción verdadera de nuestra cuestión. Lo mismo que en otros
dominios de la vida, tampoco en literatura se dan "fenómenos
puros". Engels menciona en una ocasión irónicamente que el feu-
dalismo "puro" sólo ha existido en la constitución efímera del rei-
no de Jerusalén. Sin embargo, el feudalismo fue por supuesto una
realidad histórica y puede en consecuencia constituir razonable-
mente objeto de un estudio. No hay con seguridad escritor alguno
que no describa en absoluto. Y tampoco puede afirmarse de los
representantes importantes del realismo de la época posterior al
1848, de Flaubert y Zola, que no narren en absoluto. Lo que im-
porta son los principios de la composición, y no el fantasma de un
"fenómeno puro" del narrar o el describir. Lo que importa es
cómo y por qué la descripción, que originariamente fue uno de los
numerosos medios de la plasmación épica —y un medio subordi-
nado además—, se convierte en principio decisivo de la composi-
ción. Ya que con esto cambia la descripción fundamentalmente
su carácter, su misión en la composición épica.
Ya Balzac subraya en su crítica de la Chartreuse de Parme ("La
cartuja de Parma"), de Stendhal, la importancia de la descripción
como medio de exposición esencialmente moderno. La novela del
siglo XVIII (Le Sage, Voltaire, etc.) apenas conoció la descripción;
jugaba en aquélla un papel insignificante y más que subordinado.
La situación sólo cambia con el romanticismo. Balzac destaca
que la tendencia literaria por él representada, como cuyo fundador
considera a Walter Scott, atribuye a la descripción una importan-
cia mayor.
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III
Comprender la necesidad social de un estilo determinado no es
lo mismo que valorar estéticamente las consecuencias artísticas de
dicho estilo. En estética no rige el lema: "Comprenderlo todo sig-
nifica perdonarlo todo." Solamente la sociología vulgar, que
considera como su misión principal la de describir el llamado equi-
valente de los diversos escritores o estilos, cree que con la demos-
tración de la historia social del origen toda cuestión se halla
contestada y liquidada. (De cómo lo hace no queremos hablar aquí.)
Su método significa prácticamente el esfuerzo por rebajar toda la
evolución pasada del arte de la humanidad al nivel del burguesis-
mo decadente: según esto, Homero o Shakespeare son "productos"
al mismo título que Joyce o Dos Passos; la tarea de la ciencia de
la literatura sólo consiste siempre en descubrir el "equivalente
social" de Homero o de Joyce. Marx planteó la cuestión de modo
totalmente distinto. Después de analizar la génesis de las epope-
yas homéricas, dice: "Sin embargo, la dificultad no está en com-
prender que el arte y la épica griegos estén ligados a determinadas
formas sociales de evolución. La dificultad consiste, antes bien, en
comprender que nos proporcionen todavía un goce estético y que
se consideren en cierto modo como norma y modelo inasequible."
Por supuesto, esta indicación de Marx se refiere también a los
casos en que la estética ha de pronunciar un juicio negativo. Y
en ambos casos no puede separarse mecánicamente la valoración
estética de la derivación histórica. El hecho de que las epopeyas
homéricas sean verdaderas epopeyas, y no así, en cambio, las de
Camoens, Milton y Voltaire, constituye a la vez una cuestión his-
tórico-social y una cuestión estética. No se da "maestría" alguna,
separada e independiente de condiciones histórico-sociales y perso-
nales que sean poco favorables para un reflejo artístico, rico, ex-
tenso, diverso y animado de la realidad objetiva. El carácter social
desfavorable de las premisas y las circunstancias de la creación
artística ha de deformar también las formas esenciales de la plas-
mación. Esto se aplica asimismo al caso por nosotros tratado.
Existe una autocrítica muy instructiva de Flaubert a propósito
de su novela L'éducation sentimentale ("La educación sentimen-
tal"). Dice en ella: "Es demasiado verídica, y desde el punto de
vista estético le falta la falsedad de la perspectiva. Una vez bien
concebido el plan mentalmente, ha desaparecido. Toda obra de
arte ha de tener una punta, un pico, ha de formar una pirámide,
o bien la luz ha de caer en un punto de la esfera. Y de todo esto
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IV
La narración articula, la descripción nivela.
Goethe exige de la composición épica que trate todos los acón-
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V
Pero, ¿y la vida intensiva de los objetos^ Pero, ¿y la poesía de las
cosas? ¿La verdad poética de estas descripciones? Tales preguntas
podrían plantearnos los admiradores del método naturalista.
Frente a tales cuestiones hay que volver a las cuestiones bási-
cas del arte épico. ¿De qué modo se hacen poéticas las cosas en
la poesía épica? ¿Es realmente cierto, en verdad, que una descrip-
igG ¿NARRAR O DESCRIBIR?
ción, por muy excelente que sea y por mucho que respete el de-
talle técnico de una manifestación, del teatro, del mercado, de la
bolsa, etc., reproduce la poesía del teatro o de la bolsa? Nos pei'-
mitimos dudarlo. Los palcos y la orquesta, el escenario y la pla-
tea, los bastidores y los camarines son, en sí, objetos inanimados,
sin interés y faltos por completo de poesía. Y siguen careciendo
de poesía, aun si se los llena con figuras humanas, en la medida
en que los destinos humanos de los personajes representados no
están en condiciones de emocionarnos poéticamente. El teatro o la
bolsa son encrucijadas de aspiraciones humanas, escenario o campo
de batalla de las relaciones reciprocas antagónicas entre los indivi-
duos. Y solamente en esta conexión, solamente en la medida en
que el teatro o la bolsa proporcionan las relaciones humanas, en la
medida en que aparecen como mediación indispensable concreta de
relaciones humanas concretas, se hacen, en el papel de mediadores
y gracias a este papel, poéticamente significativos o, simplemente,
poéticos.
Una "poesía de las cosas", independiente de los individuos y
de los destinos individuales, no existe en literatura. Y es más que
discutible si la tan loada integridad de la descripción, la veracidad
de los detalles técnicos, está en condiciones de proporcionar una
representación verdadera del objeto descrito. Toda cosa que des-
empeñe un papel verdadero en una acción importante de un in-
dividuo que nos interesa poéticamente se hace, a partir de esta
conexión y si la acción se narra justamente, poéticamente signifi-
cativa. Basta recordar el efecto profundamente poético de los ins-
trumentos recogidos del naufragio en Robinson.
Recuérdese, en contraste, cualquiera descripción de Zola. To-
memos así de Nana un cuadro de tras los bastidores. "Bajó una
tela pintada. Era la decoración del tercer acto: la gruta del Etna.
Los tramoyistas plantaban palos en los hoyos, otros traían las
bambalinas, les practicaban agujeros y las fijaban con grandes
cuerdas a los palos. En el trasforo, un electricista instalaba un
reflector cuyas llamas ardían detrás de un vidrio rojo: esto era el
fiero resplandor de la fragua de Vulcano. Todo el escenario era
una enorme confusión, un apiñamiento y un empujar al parecer
inextricables, y sin embargo, aun el movimiento más insignificante
era necesario, y toda manipulación estaba reglamentada. En me-
dio de esta prisa y esta agitación, el apuntador paseaba tranquila-
mente de un lado a otro, con breves pasos, para estirar las piernas."
¿A quién proporciona semejante descripción algo? El que de
todos modos no conoce el teatro, tampoco obtiene de esto una
¿NARRAR O DESCRIBIR? 197
VI
Toda composición poética se halla determinada de la manera más
profunda, precisamente en sus principios estructurales, ideológica-
mente. Tomemos el ejemplo más sencillo posible. Walter Scott
pone en el centro de la mayoría de sus novelas —^recuérdese Waver-
ley u Old Mortality— a un individuo mediocre, indeciso en las
grandes luchas políticas descritas. ¿Qué consigue con ello? El in-
dividuo indeciso está entre los dos campos: en Waverley entre el
levantamiento escocés en favor de los Estuardos y el gobierno in-
glés, y en Old Mortality entre la revolución puritana y los repre-
sentantes de la restauración del gobierno estuardiano. En esta for-
ma, los representantes importantes de los partidos extremos pueden
enlazarse alternativamente con los destinos humanos del protago-
nista. Con esto, las grandes figuras de los extremos políticos se
plasman no sólo desde el punto de vista social-históríco, sino tam-
bién desde el punto de vista humano. Si Walter Scott hubiera
puesto en el centro de su relato a una de sus figuras realmente im-
portantes, entonces habría resultado imposible ponerla en una re-
lación humana, adecuada a la acción, con su antagonista. La no-
vela habría resultado una "acción principal y de Estado", es decir,
la descripción de un acontecimiento histórico importante, pero no
un drama humano conmovedor, en el que vamos conociendo en
su humanidad desarrollada a todos los representantes típicos de un
gran conflicto histórico.
En este tipo de composición se revela la maestría épica de Wal-
ter Scott. Sin embargo, esta maestría no resulta de consideracio-
nes puramente artísticas. El propio Walter Scott adopta en rela-
ción con la historia de Inglaterra un punto de vista "medio", un
punto de vista mediador entre las tendencias extremas. Está tanto
contra el puritanismo radical, sobre todo en sus corrientes plebe-
yas, como contra la reacción catolicizante de los Estuardos. La
esencia artística de su composición es, pues, el reflejo de su actitud
político-histórica, la forma de manifestación de su ideología. El
protagonista situado entre los partidos no es meramente la oportu-
nidad estructuralmente favorable de plasmar a los dos partidos
humanamente, sino al propio tiempo expresión de la ideología de
Walter Scott. El significado humano-poético de Scott se revela sin
duda en el hecho de que, a pesar de esta preferencia político-ideo-
lógica por su héroe, ve con todo claramente y plasma de modo
convincente hasta qué punto los representantes enérgicos de los
extremos son superiores en calibre humano a aquél.
Hemos escogido este ejemplo en gracia a su simplicidad. Por-
que en Scott nos hallamos en presencia de una conexión muy poco
complicada y ante todo directa entre ideología y tipo de compo-
sición. En los demás grandes realistas, estas conexiones son en
general más indirectas y más complicadas. La constitución épico-
estructural del héroe "medio" favorable a la novela es un princi-
pio estructural-formal que puede manifestarse en la práctica
poética de la manera más variada. Este carácter de "medio" no
necesita manifestarse como mediocridad humana, sino que puede
provenir de la posición social y ser consecuencia de una situación
humana única. Se trata solamente de hallar la figura central en
cuyo destino se cruzan todos los extremos esenciales del mundo
descrito, a cuyo alrededor, pues, se deja construir un miuido total
con todas sus contradicciones vivas. Así media por ejemplo la
posición social de Rastignac como noble sin fortuna entre el mun-
do de la pensión Vauquer y el de la aristocracia; así también la
indecisión interna de Lucien Rubempré entre el mundo de los
ambiciosos aristócratas y periodistas y el de la aspiración a un arte
verdadero del círculo de d'Arthéz.
Pero el poeta ha de poseer una ideología firme y viva, ha de
ver el mundo en sus contradicciones agitadas, para estar siquiera
en condiciones de escoger como héroe a un individuo en cuyo des-
tino las contradicciones se crucen. Las ideologías de los grandes
poetas son muy diversas, y las maneras de exponer las ideologías
en la composición épica son más variadas todavía. Porque cuanto
más profunda y más diferenciada es una ideología y cuanto más
se nutre de experiencias vivas, tanto más diversa y cambiante
puede ser su expresión estructural.
Pero sin ideología no existe composición alguna. Flaubert per-
cibió esta necesidad profundamente. Vuelve a citar siempre las
profundas y bellas palabras de Buffon: "Escribir justamente signi-
fica al propio tiempo sentir justamente, pensar justamente y ex-
presar justamente lo sentido y lo pensado." Sin embargo, en él la
relación se halla ya puesta de cabeza. Escribe a George Sand: "Me
esfuerzo por pensar justamente para escribir justamente. Pero el
escribir justamente es mi objetivo, no lo oculto." Así, pues, Flau-
bert no ha conseguido en la vida una ideología que luego expre-
sara en sus obras, sino que en cuanto individuo sincero y artista
importante ha luchado por una ideología, porque había compren-
dido que sin ideología no puede producirse literatura grande
alguna.
Este camino invertido no puede conducir a resultado alguno.
¿NARRAR O DESCRIBIR? 203
VII
Pero tampoco en la Unión Soviética esta lucha está todavía deci-
dida, ni con mucho. Vemos un contraste muy interesante, pero
para nosotros escritores asaz humillante, que la evolución desigual
ha producido. Por una parte, el auge enorme de la economía
socialista, la rápida extensión de la democracia proletaria, el sur-
gir con gran ímpetu de las masas muchas personalidades importan-
tes, y el crecimiento del humanismo proletario en la práctica del
pueblo trabajador y de sus jefes actúan de modo formidable y en
sentido revolucionario sobre la conciencia de los mejores intelec-
tuales del mundo capitalista. Pero por otra parte vemos que nues-
tra literatura soviética no ha superado todavía los restos de las
tradiciones de la burguesía decadente que obstaculiza su desarrollo.
Es más, ni siquiera ha emprendido aún con decisión suficiente
el camino de la superación de dichos restos. La discusión sobre
naturalismo y formalismo en la Unión de Escritores muestra de la
manera más clara cuan poco ha avanzado hasta ahora la literatura
soviética en dicho camino. A pesar de la gran claridad de los ar-
tículos de la Pravda, la discusión apenas ha rozado las cuestiones
de principio de naturalismo y formalismo. Si Olescha ha podido
encontrar a Joyce más interesante desde el punto de vista formal
que a Máximo Gorki, esto muestra de modo impresionante en cuan
poco grado este problema de la forma se ha aclarado hasta el pre-
sente para algunos escritores, y hasta qué punto siguen todavía
confundiendo —enmarañados en las tradiciones burguesas tardías y
bogdanovianas— la forma y la técnica. Y en cuanto a la conexión
de las cuestiones formales con las de la profundización de la ideo-
logía, del desprendimiento de los restos burgueses en materia de
aog
ideología, de esto ni se ha hablado prácticamente, o solamente, en
su caso, en ima forma de vulgarización que sólo podía contribuir
a la confusión de los problemas: al ver algunos en el naturalismo y
el formalismo orientaciones políticas hostiles directamente al po-
der soviético. Podemos, pues, plantear a justo título la cuestión de
si la crítica que hemos ejercido respecto del método de la mera
observación y de la descripción dominante en la literatura bur-
guesa después de 1848 se aplica o no asimismo a una parte de la
literatura soviética. Sentimos tener que contestar esta pregunta
afirma ti vamen te.
Recuérdense las composiciones de la mayoría de nuestras nove-
las. Son en su mayor parte de carácter objetivo-material en el sen-
tido naturalista de la novela documental de Zola; el atavío con
"conquistas de la técnica más reciente" más modernas todavía, en
nada cambia este hecho fundamental. No plasman en primer tér-
mino destinos humanos ni relaciones entre individuos proporcio-
nadas por las cosas, sino que dan monografías de un koljós, de una
fábrica, etc. En la mayoría de los casos, los individuos no son más
que "accesorios" o material ilustrativo de las conexiones objetivas.
Por supuesto, no actúan meramente aquí tradiciones naturalis-
tas. Ya hemos señalado en el curso de nuestros comentarios ante-
riores que el naturalismo se convierte necesariamente en tendencias
formalistas (símbolo). Pero añadamos todavía que las tenden-
cias formalistas inspiradas en la oposición contra el naturalismo
adoptan frente a todas las cuestiones importantes la misma actitud
trivial, desde el punto de vista ideológico, que el naturalismo mis-
mo. La relación entre el individuo y la sociedad, o entre el indi-
viduo y la colectividad, está por lo menos tan deformada y es por
lo menos tan abstracta y fetichista en el expresionismo y el futu-
rismo como en el naturalismo mismo. Y la corriente seudorrea-
lista del imperialismo de posguerra, la "nueva objetividad" con
su renovación empobrecida de la literatura documental, constituye
tal vez un legado más pernicioso que el naturalismo mismo. Por-
que el dominio de las cosas sobre el hombre en la plasmación se
expresa, en estas modernas tendencias formalistas y pseudorrealis-
tas, más agudamente todavía, si cabe, y de modo más desprovisto
de alma y más inhumano.
Hace algunos años, por ejemplo, se publicó la siguiente decla-
ración teórica de principios, que puede servir, debido a su since-
ridad, de ilustración valiosa. Dice: "El periódico me dio la entre-
vista como método de trabajo. El estudio de las novelas de la
Koveyer Ampa provocó un interés aumentado por la biografía de:
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las cosas. Me pareció por algún tiempo que una cosa que se sigue
durante un viaje a través de las manos de los individuos podía re-
latar más acerca de una época que una novela psicológica." (El
subrayado es mío. G. L.) Sin duda, la teoría de una semejante
"biografía de las cosas" raramente se proclama tan abiertamente o
se realiza de modo tan burdamente fetichista como aquí. Pero
sólo se trata aquí, con todo, del extremo de una tendencia gene-
ralmente extendida. La unidad de composición de más de una
novela soviética forma, sin embargo, la biografía de un complejo
objetivo-material, y los individuos que aparecen en él no propor-
cionan más que el material ilustrativo del mismo.
Esto se relaciona con la monotonía de su composición. Con la
mayoría de estas novelas, apenas se ha empezado a leerlas, ya se
sabe el curso entero: en una fábrica trabajan enemigos del pueblo;
reina una confusión horrorosa, finalmente, la célula del partido
o la GPU descubre el nido de los elementos antisociales, y la pro-
ducción florece; o bien: debido al sabotaje de los kulaks el koljós
no trabaja, pero el trabajador comandante o la MTS logra romper
el sabotaje, y asistimos al auge del koljós.
Por supuesto, éstos eran materiales típicos de una etapa de des-
arrollo. Y nada se puede objetar en absoluto al hecho de que
muchos escritores se hayan servido de tales materiales. Al contra-
rio. Pero revela en cambio el bajo nivel de la cultura literaria el
hecho de que muchos escritores confundan una formulación social-
men te más o menos justa del tema con la invención de una fábu-
la. El trabajo propiamente literario de la invención, de la composi-
ción, habría debido empezar allí donde la mayoría de los escritores
consideran su obra como ya literariamente acabada. Esta confusión
del tema con la fábula, o mejor dicho, esta sustitución de la fábula
por la descripción materialmente completa de todas las cosas rela-
cionadas con el tema, constituye un legado esencial del natura-
lismo.
La importancia de la fábula no consiste en primer término en
que sea rica de color y de cambios. Estas cualidades de la buena
fábula provienen tal vez más de que solamente con el auxilio de
la fábula pueden los rasgos verdaderamente humanos de una figu-
ra, tanto los individuales como los típicos, hacerse animados y vivos,
en tanto que la monotonía de la exposición puramente descriptiva
del tema no ofrece posibilidad alguna de plasmar individuos per-
sonales y completos. La verdadera multiformidad de la vida, su
riqueza infinita, ha de perderse si el entrelazamiento complicado
de los caminos y rodeos por los que los individuos particulares
¿NARRAR O DESCRIBIR? 2!i
estado descrito del dominio de las cosas confieie con todo a éstas,
artísticamente, el predominio sobre los individuos.
Ya lo dijimos; naturalismo y formalismo han empequeñecido
la realidad capitalista, han descrito sus horrores más débilmente
y más trivialmente de lo que son en realidad. Y los restos del na-
turalismo y del formalismo, los métodos de la observación y la
descripción empequeñecen y desvirtúan de modo análogo el ma-
yor proceso revolucionario de la humanidad.
Del mismo modo que los escritores burgueses que se sirven de
dicho método sienten instintivamente la falta de significado in-
terno de sus descripciones asi ocurre también con los soviéticos.
Y del mismo modo que entre los escritores burgueses se introdujo,
a partir del intento de eliminar con medios puramente artísticos y
descriptivos la insignificancia interior de los individuos y los acon-
tecimientos representados, el símbolo, así ocurre también con al-
gunos escritores proletarios. Podrían citarse en apoyo de esto
muchos ejemplos de falsa profundidad y de trivialidad exagerada.
Y esto es tanto más triste cuanto que estas cosas ocurren muy a
menudo en escritores que poseerían sin duda alguna la capacidad
de dar a sus relatos, desde dentro, un significado verdadero; me-
dido a la escala precisamente de la gran realidad rusa, el símbolo
actúa como pobre sustituto de la poesía interna. Y a esto se debe
precisamente que dicha "manera" ha de eliminarse por medio de
la crítica más severa. Recuérdese por ejemplo la elevación exa-
gerada de bayas inofensivas a símbolo de la sangre, en el Árbol
motor de Ilienkov, la personificación del torrente en Schaginian
y, en particular, las líneas finales de la nueva novela de Gladkov:
"Los alambres cantaban en lo alto de los postes con voces lejanas,
como si se extinguiera un leve acorde de un oratorio inacabado.
En las vías de acceso, detrás de las rocas, voces de mujeres y mu-
chachas se gritaban algo unas a otras, probablemente eran guar-
dagujas. —'...Conduce el tren a la vía de a r r i b a . . . a la de
arriba..." ' S í . . . ya sé, a la n u e v a . . . que lleva al d i q u e . . . ' Si,
pensaba Mirón con la mirada en la aurora azul, sí, a una vía
nueva. . . La vida traza siempre nuevas vías." Es comprensible,
e inclusive casi trágico, que un Zola o un Ibsen recurran, por
desesperación acerca de la inanidad de la vida cotidiana del capi-
talismo que han de plasmar, al medio del simbolismo. Pero para
escritores, en cambio, cuya materia es esta realidad inmensamente
grande, no existe disculpa alguna.
Todas estas formas de descripción son residuos del capitalis-
mo. Pero los residuos en la conciencia revelan siempre residuos en
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