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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

CERVANTES, Miguel de (2005): Don Quijote de la Mancha (edición del Instituto


Cervantes 1605-2005, dirigida por Francisco RICO). Madrid: Círculo de Lectores.

Procurad también que, leyendo vuestra historia, el melancólico bilis negra se mueva a
risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la
invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla. En efecto, llevad la
mira puesta a derribar la máquina mal fundada destos caballerescos libros, aborrecidos
de tantos y alabados de muchos más; que, si esto alcanzásedes, no habríades alcanzado
poco.

(I, Prólogo, p. 19)

—No sé yo cómo puede ser eso, que en verdad que, a lo que yo entiendo, no hay mejor
letrado en el mundo, y que tengo ahí dos o tres dellos, con otros papeles, que
verdaderamente me han dado la vida (m’ho pas beníssim llegint el quijote), no solo a
mí, sino a otros muchos. Porque cuando es tiempo de la siega, se recogen aquí las
fiestas muchos segadores, y siempre hay algunos que saben leer, el cual coge uno
destos libros en las manos, y rodeámonos dél más de treinta y estámosle escuchando
con tanto gusto, que nos quita mil canas. Em fa gaudir tant que els cabells blancs dels
disgustos em fugen

(I, Cap. XXXII, pp. 404-405)

[…] pues no ha sido otro mi deseo que poner en aborrecimiento de los hombres las
fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías, que por las de mi
verdadero don Quijote van ya tropezando y han de caer del todo sin duda alguna. Vale.
És la última paraula del llibre

(II, Cap. LXXIIII, p. 1337)

Don Quijote de la Mancha


Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años. Era de complexión recia,
seco de carnes, enjuto de rostro,
[...]
es un hombre alto de cuerpo, estirado y avellanado de miembros, entrecano, la nariz
aguileña y algo corva, de bigotes grandes, negros y caídos.

(I, Cap. I, p. 39; i II, Cap. XIIII, p. 802)

Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso –que eran
los más del año–, se daba a leer libros de caballerías, con tanta afición y gusto, que
olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza y aun la administración de su hacienda;
[...] En resolución, él se enfrascó tanto en su letura, que se le pasaban las noches
leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del
mucho leer, se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el jucio. Aquest
assecament del cervell porta a dues conclusions: libres de cavallaries contenen una
veritat histórica i que al segle XVII cal ressuscitar la vida cavalleresca

(I, Cap. I, pp. 39 i 41-42)

Y lo primero que hizo fue limpiar unas armas que habían sido de sus bisabuelos, que,
tomadas de orín y llenas de moho, luengos siglos había que estaban puestas y olvidadas
en un rincón.

(I, Cap. I, p. 44)

[…] yo soy enamorado, no más de porque es forzoso que los caballeros andantes lo
sean, tot cavaller necesita estar enamorat d’una dama. Quan s’ha d’afrontar a un perill
encomana a aquesta dama
[…] porque quitarle a un caballero andante su dama es quitarle los ojos con que mira y
el sol con que se alumbra y el sustento con que se mantiene. Otras muchas veces lo he
dicho, y ahora lo vuelvo a decir: que el caballero andante sin dama es como el árbol sin
hojas, el edificio sin cimiento y la sombra sin cuerpo de quien se cause.

Don Quijote de la Mancha


(II, Cap. XXXII, pp. 972 i 979)

On troba la dama
Y fue, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo había una moza labradora de
muy buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque, según se
entiende, ella jamás lo supo ni le dio cata de ello. Llamábase Aldonza Lorenzo, y a
ésta le pareció ser bien darle título de señora de sus pensamientos; y, buscándole
nombre que no desdijese mucho del suyo y que tirase y se encaminase al de princesa y
gran señora, vino a llamarla «Dulcinea del Toboso» porque era natural del Toboso:
nombre, a su parecer, músico y peregrino (especial, perfecte o excelente) y
significativo, como todos los demás que a él y a sus cosas había puesto.
[...]
― Bien la conozco –dijo Sancho–, y sé decir que tira tan bien una barra como el más
forzudo zagal de todo el pueblo. ¡Vive el Dador, que es moza de chapa, hecha y
derecha y de pelo en pecho, y que puede sacar la barba del lodo a cualquier caballero
andante o por andar que la tuviere por señora!

(I, Cap. I, p. 47; i Cap. XXV, pp. 309-310)

Mas apenas se vio en el campo, cuando le asaltó un pensamiento terrible, y tal, que por
poco le hiciera dejar la comenzada empresa; y fue que le vino a la memoria que no era
armado caballero y que, conforme a la ley de caballería, ni podía ni debía tomar armas
con ningún caballero, [...] ell que és tan estricte amb els libres de cavalleria, diu que si
no has estat nomenat no pots sortir amb aquests honors

(I, Cap. II, p. 49)

Advertido y medroso desto el castellano, trujo luego un libro donde asentaba la paja y
cebada que daba a los arrieros, y con un cabo de vela que le traía un muchacho, y con
las dos ya dichas doncellas, se vino adonde don Quijote estaba, al cual mandó hincar de
rodillas; y, leyendo en su manual, como que decía alguna devota oración, en mitad de
la leyenda alzó la mano y diole sobre el cuello un buen golpe, y tras él, con su mesma
espada, un gentil espaldarazo, siempre murmurando entre dientes, como que rezaba.

Don Quijote de la Mancha


Hecho esto, mandó a una de aquellas damas que le ciñese la espada, la cual lo hizo con
mucha desenvoltura y discreción, porque no fue menester poca para no reventar de risa
a cada punto de las ceremonias; pero las proezas que ya habían visto del novel
caballero les tenía la risa a raya. Al ceñirle la espada dijo la buena señora:
― Dios haga a vuestra merced muy venturoso caballero y le dé ventura en lides.

(I, Cap. III, p. 65)

Pero el autor desta historia, puesto que con curiosidad y diligencia ha buscado los
hechos que don Quijote hizo en su tercera salida, no ha podido hallar noticia de ellas, a
lo menos por escrituras auténticas: solo la fama ha guardado, en las memorias de la
Mancha, que don Quijote la tercera vez que salió de su casa fue a Zaragoza, donde se
halló en unas famosas justas que en aquella ciudad se hicieron, y allí le pasaron cosas
dignas de su valor y buen entendimiento.
[...]
—Yo –dijo don Quijote– no sé si soy bueno, pero sé decir que no soy el malo. Para
prueba de lo cual quiero que sepa vuesa merced, mi señor don Álvaro Tarfe, que en
todos los días de mi vida no he estado en Zaragoza, antes por haberme dicho que ese
don Quijote fantástico se había hallado en las justas desa ciudad no quise yo entrar en
ella, por sacar a las barbas del mundo su mentira, y, así, me pasé de claro a Barcelona,
archivo de la cortesía, albergue de los estranjeros, hospital de los pobres, patria de los
valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades, y en
sitio y en belleza, única; y aunque los sucesos que en ella me han sucedido no son de
mucho gusto, sino de mucha pesadumbre, los llevo sin ella, sólo por haberla visto.

No vol anar a Saragossa perquè el segon tom publicat per aquel va allá i Cervantes no
vol plagiar, té enfrontaments. Per això canvia i va a Barcelona.

(I, Cap. LII, pp. 646-647; i II, Cap. LXXII, pp. 1319-1320)

Pasó adelante y vio que asimesmo estaban corrigiendo otro libro, y, preguntando su
título, le respondieron que se llamaba la Segunda parte del ingenioso hidalgo don
Quijote de la Mancha, compuesta por un tal, vecino de Tordesillas. Passava per davant

Don Quijote de la Mancha


una imprenta i tot emocionat va a veure quin llibre és i per sorpresa es troba que
imprimeixen la segunda parte del ingenioso hidalgo
—Ya yo tengo noticia deste libro —dijo don Quijote—, y en verdad y en mi conciencia
que pensé que ya estaba quemado y hecho polvos por impertinente; pero su San Martín
se le llegará como a cada puerco refrany, tothom acaba pagant pels seus pecats, que las
historias fingidas tanto tienen de buenas y de deleitables cuanto se llegan a la verdad o
la semejanza della, y las verdaderas tanto son mejores cuanto son más verdaderas.
Y diciendo esto, con muestras de algún despecho, se salió de la emprenta; […]

(II, Cap. LXII, p. 1251)

Don Quijote es derrotat pel caballero de la blanca luna


[…] sin tocar trompeta ni otro instrumento bélico que les diese señal de arremeter,
volvieron entrambos a un mesmo punto las riendas a sus caballos, y como era más
ligero el de la Blanca Luna, llegó a don Quijote a dos tercios andados de la carrera, y
allí le encontró con tan poderosa fuerza, sin tocarle con la lanza (que la levantó, al
parecer, de propósito), que dio con Rocinante y con don Quijote por el suelo una
peligrosa caída. […]
Don Quijote, molido y aturdido, sin alzarse la visera, como si hablara dentro de una
tumba, con voz debilitada y enferma, dijo:
― Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo y yo el más desdichado
caballero de la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad. Aprieta,
caballero, la lanza, y quítame la vida, pues me has quitado la honra.
Comparat amb sa carta aquella, ara no diu arcaísmes, diu hermosa enlloc de fermosa
com deia sa carta; això ens indica que ens trobem al final, tant de la seva vida com de
la novel·la.

(II, Cap. LXIIII, p. 1267)

― Yo tengo juicio ya libre y claro, sin las sombras caliginosas de la ignorancia don
Quijote té uan boira mental per haver llegit els libres de cavalleria que sobre él me
pusieron mi amarga y continua leyenda de los detestables libros de las caballerías. Ya

Don Quijote de la Mancha


conozco sus disparates y sus embelecos embustos, y no me pesa sino que este
desengaño ha llegado tan tarde, que no me deja tiempo para hacer alguna recompensa
leyendo otros que sean luz del alma. Yo me siento, sobrina, a punto de muerte: querría
hacerla de tal modo, que diese a entender que no había sido mi vida tan mala, que
dejase renombre de loco; que, puesto que lo he sido, no querría confirmar esta verdad
en mi muerte. [...] ya yo no soy don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano, a
quien mis costumbres me dieron renombre de «bueno».
Recupera el seny. Apareix el nom complet del protagonista

(II, Cap. LXXIIII, p. 1330)

— Bien sea venido a nuestra ciudad [...] el valeroso don Quijote de la Mancha: no el
falso, no el ficticio, no el apócrifo que en falsas historias estos días nos han mostrado,
sino el verdadero, el legal y el fiel que nos describió Cide Hamete Benengeli, flor de
los historiadores.
[...]
Aquí pinta el autor todas las circunstancias de la casa de don Diego, pintándonos en
ellas lo que contiene una casa de un caballero labrador y rico; pero al traductor desta
historia le pareció pasar estas y otras semejantes menudencias en silencio, porque no
venían bien con el propósito principal de la historia, la cual más tiene su fuerza en la
verdad que en las frías digresiones.

(II, Cap. LXI, p. 1235; i Cap. XVIII, p. 842)

Don Quijote de la Mancha

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