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¿Todo por amor?

Elena Laguarda Ruiz

“La maternalización del amor lleva a las mujeres a renunciar a sí mismas,


lo que es mucho más difícil de encontrar en hombres”.
Esteban Galarza (2011:62)

Al cursar mi carrera hice el servicio social en Telsida, la línea de información sobre sida y
sexualidad que inicio sus operaciones con la llegada de esa pandemia a nuestro país. Yo
ayudaría a realizar una campaña para medios de comunicación sobre el uso del condón. No
fue así, había pocos voluntarios por lo que mi servicio consistió en 480 horas de atención a
la línea anónima de ayuda. Nadie me preparó para enfrentar realidades tan duras y diversas.
Cada llamada me confrontó con una historia dolorosa, en especial las que realizaban las
mujeres. Esas me llevaron a cuestionar mi propia muerte, vida y sexualidad, e incluso mi
visión sobre el amor. Tenían temáticas distintas, pero la mayoría giraba alrededor de la
relación con un hombre disfrazada de amor. Recuerdo en especial la de una mujer que
perdió a su marido por sida, un hombre que le había sido infiel toda la vida y aun así la
celaba y la controlaba. Ella se quedó hasta el final con él, pues el amor lo puede todo y
nunca renuncia, “que le iba a hacer, era el padre de sus hijos y lo amaba”. Él nunca le dijo
que tenía sida y la infectó. Los médicos guardaron un silencio cómplice hasta que ella
enfermó. Ella me confrontaba del otro lado de la línea: “¿cómo voy a dejar seguros a mis
hijos?, muerta no los puedo seguir cuidando”.
Al salir de la carrera fundé una organización en la lucha contra el sida y me dediqué
a viajar por todo el país brindando conferencias y talleres de prevención. Fue un día caluroso
de mayo cuando al terminar una conferencia con adolescentes se me acercó una de ellas.
Recuerdo sus palabras como si hubiera sido ayer: “necesito que me ayudes a decirle a mi
mamá que tengo sida”. Le habían entregado el resultado unos días atrás y no sabía cómo
compartírselo, “le he fallado”, repetía una y otra vez. Cabe mencionar que, en esa época el
salir positivo a VIH era equivalente a una sentencia de muerte temprana. La acompañe a
platicar con su mamá. Al final la mamá habló conmigo a solas, me contó la angustia que
vivió desde que su hija comenzó la relación de pareja en la que se infectó. Él era celoso,
dominante, posesivo y su hija traducía eso como amor. Era incapaz de ponerle límites, pues
el amor es invasivo y no permite más frontera que la piel. Ella intentó todo para que su hija
abriera los ojos y se diera cuenta de que él era violento, pero el amor de pareja no permite
intrusos y se cierra en un universo sólo de dos. Al final la mamá dolida me dijo una frase
que se quedó en mi mente: “¿cómo iba yo a protegerla del amor?”.
Creo que como sociedad debemos cuestionar la visión romántica que nos venden
desde nuestra tierna infancia, ver con cautela la idea impuesta de una relación única que lo
exige todo, en especial a las mujeres: rendirse a los pies del ser amado, renunciar a la
autonomía, atender y satisfacer sus más mínimas necesidades y cederle el control de la
propia vida, navegando en la vulnerabilidad que posibilita morir de una estocada, pensando
que fue una elección libre amar de esa manera. Como sostiene Langford (1999) en Esteban
Galarza (2011), existe “…la visión de que el amor romántico es un vehículo de libertad y
satisfacción” cuando en realidad “…retrata a éste más bien como el camino hacia la
servidumbre (...) En el pensamiento feminista existe una larga tradición que identifica una
relación directa entre la práctica del amor y la reproducción del poder patriarcal” (p.26).
El presente ensayo tiene como objetivo analizar la visión del amor romántico que va
intrínsecamente ligado al concepto de monogamia heterosexual como finalidad última y
espacio único y obligatorio para vivir el deseo erótico y la posibilidad de ser familia.
Pareciera tarea sencilla en una época en la que la diversidad relacional es un tema visible y
presente, en especial para las personas más jóvenes, pero no es así. Resulta que la visión
del amor que nos han vendido nos ha calado hasta el tuétano y cuesta trabajo arrancarla
de tajo. Como sostiene Langford (1999) en Esteban Galarza (2011) “A pesar de todo,
creemos en el amor. Tenemos fe en el amor. Tenemos una fe ciega en el amor. Por eso vemos
el amor como un medio de salvación sin darnos cuenta de que es una manera de devenir. Si
soltamos nuestras ataduras y empezamos a ver el amor por lo que es, no tendremos más
remedio que enfrentarnos a una crisis de fe, por qué si no es el amor, ¿qué pondremos
entonces en nuestros corazones?” (p.162).

“Creo que el problema del amor es que nos lo venden como algo que todos tenemos que
vivir, lo que le da sentido a nuestra vida, parece ser tierno y lindo;
pero en el fondo es una experiencia dolorosa, trágica, con sufrimiento. Intensa y pasional
sí, pero dramática, tanto, que puede costarte la vida”.
Reflexión durante el taller “Ética en la diversidad relacional” de Sexualidad ATI.

Esteban Galarza (2011) sostiene que en los últimos siglos se ha gestado una ideología
cultural: la del amor romántico que enfatiza “el amor por delante de otras facetas humanas
y subraya el amor-pasión frente al resto” (p.44). Una visión que sostiene que la
trascendencia y felicidad sólo se puede alcanzar a través del amor de pareja. Éste se ha
convertido en el “sustituto de la religión” (op.cit). Una visión que también lo vincula con la
pasión, la tragedia y la muerte “y otorga el máximo valor a cualquier proceso amoroso que
implique superar dificultades; que idealiza la relación” (op.cit). Así, “el amor sexual o de
pareja queda absolutamente encumbrado y entra en tensión con otros tipos de amores (…),
lo que posibilita a su vez la consolidación de un determinado orden social, desigual” (op. cit).

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“El problema de las mujeres es que cuando aman lo dan todo hasta quedar vacías y
¿quién va a querer a alguien que depende de uno para ser feliz?”
Comentario durante el taller de “Ética en la diversidad relacional” de Sexualidad ATI.

Al brindar talleres con adolescentes me he dado cuenta que el discurso sobre las
relaciones amorosas se ha transformado, pero no de fondo. Si bien hacen un recuento de
la diversidad relacional existente, en sus palabras: “ligue”, “quedante”, “amigos con
derechos”, “relaciones abiertas”, “poliamor”, entre muchas otras. Sigue estando en el
centro la idea del amor de pareja como la relación que será la más importante en la vida.
Para la mayoría, aunque se permita experimentar otras relaciones a su edad, la monogamia
es la opción para el futuro. En palabras de un estudiante: “puedes estar jugando un rato,
pero en algún momento tienes que formalizar la relación, ni modo que te quedes solo”. Son
pocas las personas jóvenes en los talleres que cuestionan la idea y establecen la soltería
como una opción viable y digna, sosteniendo incluso que existe la amistad. Para las demás,
la opción de no vivir en pareja simplemente no está en su radar y otro tipo de relaciones
como la amistad, no tienen el mismo peso.
No sólo las personas jóvenes tienen esta idea, somos la sociedad misma que vive en
este imaginario del amor de pareja monogámica como una verdad inherente a ser persona,
idea que se representa en la voz de una madre en una conferencia: “me preocupa mucho
la visión de los jóvenes que piensan que tener una pareja exclusiva es cosa del pasado y
ahora andan con unas y otras diciendo que son muy abiertos o poliamorosos, creo que eso
no sólo los lleva a mayores riesgos de infección y embarazos, sino a relaciones que no son
de verdad y que destruirán lo más importante que tenemos: la familia”. Como sostiene
Esteban Galarza (2011) “En el marco de esta emocionología se hipertrofia, se romantiza, se
clasifica y se jerarquiza el amor. En el centro estaría, como ya se ha dicho, el amor romántico,
de pareja o sexual, como pedestal de toda la organización social, enraizado en una
ideología, en una determinada manera de entender e institucionalizar el matrimonio y la
familia (indemnes a pesar de los cambios) y una estructuración de la convivencia, donde el
lugar central (real o simbólico) de la pareja es incuestionable” (p.58). Así, para Friedrich
Engels (1981) en Esteban Garlza (2011) la pasión del amor romántico es el centro de la
reproducción del sistema social, lo que hace necesario cierta domesticación de la
sexualidad. Como lo sostiene Stephanie Coontz (2017) el matrimonio en el siglo XIX se
sentimentaliza, y en el siglo XX se sexualiza.
Coincido con Galarza (2011) cuando sostiene que en la última década las
adolescencias han sido educadas en discursos de igualdad que han llevado a que cambien
sus planteamientos, referencias, comportamiento y argumentos en torno a las diferencias
entre mujeres y hombres; sin embargo, aún están vigentes las diferencias de poder entre
unos y otras sobre todo en cómo entienden y viven el amor y las relaciones de pareja.

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“Es bonito que te celen, porque significa que te ama y tiene miedo a perderte, a mí me
gusta cuando me pide que sólo sea para él”
Comentario durante el taller de “Ética en la diversidad relacional” de Sexualidad ATI.

El amor romántico aún se cotiza al alza, con todo lo que implica su reinado. Aún
creemos que si llega el amor perderemos la cabeza, pues éste escapa al control humano
situándose más allá del raciocinio. Todos podemos entrar en un estado alterado de
conciencia si cupido decide apuntar a nuestro corazón, y no hay posibilidad de escapar ni
tomar decisiones que nos pongan a salvo. Finalmente consideramos que el amor de pareja
está por encima de otro tipo de relaciones. Este amor que puede serlo todo o quitarlo todo,
salvarnos o dañarnos de por vida y es con base a él que estructuraremos y narraremos
nuestra propia biografía, haciendo continuamente el recuento de los daños. Los celos y la
posesión son un ingrediente central de esta visión amorosa, pero, como sostiene Norma
Mogrovejo (2016), los celos “han sido utilizados como dispositivos de control para la
privatización del cuerpo, la sexualidad y los sentimientos de las personas, mediante el
ejercicio de la violencia, los celos funcionan como el brazo armado del patriarcado” (p.17)
Por otro lado, la fuerza de ese amor nos coloca como personajes de un guión
establecido en el lugar que debemos ocupar, unas y otros debemos comportarnos de
manera previsible, en un engranaje social de coordenadas culturales que, como dice
Esteban Galarza cuando delinea la idea de Pensamiento amoroso (2011), “permea todos los
espacios sociales, también los institucionales, e influye directamente en las prácticas de la
gente, estructurando unas relaciones desiguales de género, clase y etnia, y un modo
concreto y heterosexual de entender el deseo, la identidad y, en definitiva, el sujeto” (p.23).
Así, el amor se convierte en lo que suele llamarse la subjetividad femenina, pues en esta
apuesta por el amor, las mujeres somos las que sentimentalizan y se nos ve como
incompletas y dependientes; por el contrario, los hombres son percibidos como completos
e independientes —aunque irónicamente son las mujeres quienes abastecen sus
necesidades físicas y emocionales para que puedan salir a comerse el mundo—. “El amor
influye no solo en la socialización y generización de las personas, que quedan así convertidas
en mujeres y hombres, diferentes y desiguales, sino en la organización general de la vida
cotidiana. El amor inspira leyes (…) y afecta a la vida política e institucional en su conjunto”
(p.40). Medios de comunicación, estudios científicos, ciencias sociales giran en torno al
amor, enalteciendo “las supuestas virtudes de la vida en pareja” e intentado “minusvalorar,
subordinar cualquier otra alternativa” (op. cit).

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“(…) pensar sobre el amor es afrontar el pánico que sentimos cada vez que algo amenaza
al amor, [lo que] es una buena pista para comprender su importancia política”.
Firestone, Shulamit (1976:159)

La visión del amor tiene una importancia y papel social, más allá de la tortuosa vida
que plantea para aquellos enamorados prisioneros en sus redes. Como sostiene Esteban
Galarza (2011), en este Pensamiento Amoroso también se naturaliza la relación de las
mujeres con las criaturas, es decir la crianza y el amor maternal, que se convierte en la idea
central de que las mujeres son seres emocionales en mayor medida que los hombres y por
lo tanto como “guardianas de los afectos, es lógico que sean ellas las que cuiden. Una
secuencia que, en definitiva, no hace más que justificar la subordinación para una parte de
la población” (p.70) lo que genera desigualdad, creando relaciones de dependencia. Así, a
los hombres se les prepara para producir bienes para el mercado, mientras que las mujeres
son orientadas hacia el cuidado y atención, sin darse cuenta de que “cuanto más cuida una
mujer, más está contribuyendo a aumentar su pobreza y su falta de reconocimiento social”
(p.69) Es por esto por lo que se me hace fundamental su propuesta de denunciar las
injusticias sociales que se cometen en nombre del amor y cuestionar la perpetuación de un
orden social jerarquizado inaceptable y abusivo.

“Lo que molesta al poder no son las relaciones homosexuales, sino la amistad (...) Es decir,
la posibilidad de crear redes de amigos, apoyos, afectos, solidaridades, difíciles de
localizar, que escapan al control social y que van más allá del modelo binario individualista
o liberal: «pareja- amor-matrimonio»”.
Foucault en Esteban Galarza (2011:14)

Marcela Lagarde (2005) en Esteban Galarza (2011) sostiene que es el feminismo el que
plantea una visión distinta del amor, una en la que “no se le ve como algo que no es
irremediable ni funciona como una avalancha que te arrastra y te arrasa la vida. Por primera
vez aparece el amor como una experiencia en la que se puede intervenir, decidir, elegir,
optar, características todas que tienen que ver con la libertad. Cuando es así, el amor se
convierte en una experiencia en la que se puede negociar”(p.26). Es el feniminismo esa
bocanada de aire que permite respirar otras narrativas al cuestionar las existentes.
Como sostiene Esteban Galarza (2016) hay que contextualizar analítica y
culturalmente al amor para mostrar a qué nos referimos cuando hablamos de él. Para ella
el dilema no es vivir con o sin amor, “el dilema es cómo re definirlo, construirlo y aprenderlo
de maneras alternativas. Es posible que en una era que reivindica el amor por encima de
todo lo demás sea difícil vivir sin vínculos amorosos. Pero en todo caso, parece urgente de-
construirlo, des-centrarlo, des-encarnarlo y re-en-carnarlo” (p.86).

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Galarza hace una apuesta que es fundamental, con la que coincido: desnaturalizar
los escenarios heterosexuales,“utilizando el adjetivo lesbiano/queer como potencial
subversivo y no (o no obligatoriamente) como práctica” (p.175). Para ella tendríamos que
desestabilizar nuestra mirada del amor revisando el imaginario heterosexual para escapar
de las asimetrías del orden simbólico heterosexual pues “no se puede ser heterosexual de
manera acrítica, tranquila, inocente” (op. cit). Debemos interrogar de manera continua los
mandatos culturales, para encontrar nuevos caminos y narrativas que desquebrajen los
intereses del patriarcado construidos alrededor de él.
Para lograrlo surge la propuesta del contra amor que propone, por un lado, desterrar
la idea de la monogamia, con su deseo pasional de propiedad eterna, como el único camino
para establecer una relación. Como sostienen Catalina Trebisacce y Virginia Cano en Contra-
amor, poliamor, relaciones abiertas y sexo casual (2016) la monogamia obligatoria y el amor
romántico “nunca han podido abandonar las coordenadas de «la verdad»: la del «amor
verdadero»” (p.29) pues establecen la búsqueda de un amor que sea exclusivo y por lo tanto
excluyente, a la par que sucumben a la lógica de creer que éste se puede realizar en una
única forma: la exclusividad.
En palabras de Alejandra Kollantai (1927) en Esteban Galarza (2017) “Si conseguimos
que de las relaciones de amor desaparezca el ciego, el absorbente y exigente sentimiento
pasional; si desaparece también el sentimiento de propiedad, lo mismo que el deseo egoísta
de «unirse para siempre al ser amado»; si logramos que desaparezca la fatalidad del hombre
y que la mujer no renuncie criminalmente a su «yo», no cabe duda que la desaparición de
todos estos sentimientos hará que se desarrollen otros preciosos elementos para el amor”
(p.138). Un ejemplo de ello es la apuesta por el Contra-amor de la que habla Norma
Mogrojevo (2016) que propone una discidencia amorosa que replanteé “los mandatos
sociales del mito de la pareja y el amor romántico (…) e invita aventurarse a construir
relaciones horizontales, igualitarias, libertarias” (p.15) desterrando la idea de relación
erótica en términos de propiedad para establecer una visión ética que reconozca la libertad
de cada persona. Plantea el construir una libertad que no sea controlada ni por el Estado ni
por alguien más. Es un desafío que destierrra el concepto de pareja, con su significado
colonial de “exclusividad, complementariedad, jerarquía, dominación y sumisión (…)
construida desde las carencias e implican ejercicios de poder y control” (p. 15) y apuesta por
lo colectivo, por el “apoyo mutuo (…) desde la individua fortalecida que no busca en su(s)
contraparte(s) llenar sus carencias” (op. cit) sino por el contrario, evita juegos de poder para
retroalimentarse y crecer, fortaleciendo la colectividad.
Para Rosa María Laguna Gómez, en Contra-amor, poliamor, relaciones abiertas y
sexo casual (2016) las personas estamos llenas de prejuicios que nos hacen creer a ciegas
en la fidelidad —que no es otra cosa que un mecanismo de control— lo que nos impide a
tener más parejas. Para ella es fundamental la libertad amatoria, pues “las personas no nos

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pertenecen se pertenecen a sí mismas y eso es algo que merce ser respetado” (p.37).
Finalmente cada persona tiene el derecho de amar acorde a su forma de pensar, sentir y en
la justa medida de sus posibilidades.
Concuerdo con Mogrojevo (2016) cuando establece la importancia de la
comunicación y acuerdos flexibles en las relaciones amorosas como parte de la ética de
cuidado que a la par establezcan “lazos de acción política para la transformación” (p. 16).
Apuesta ligada a fortalecer, hacer visibles y poner en primer plano otras formas de relación
amorosa como la amistad. Tarea nada sencilla, pues la estrategia del patriarcado es dividir
para vencer estableciendo dispositivos de control para la privatización del afecto y marcar
límites en las relaciones amistosas. Concuerdo con la postura de Marian Pessah (2016)
cuando sostiene la importancia de la ética feminista de cuidado entre nosotras, de esa
amorosidad que se distancia del amor romántico y que cuestiona con su existencia a la
sociedad patriarcal, capitalista que “hará de todo para que nos cansemos y nos asimilemos
a la manada” (p.60). El reto es poder sacar este tipo de relación del destierro, para
contemplarlo como una forma colectiva de vinculación, tan fuerte e importante como otras,
tarea fundamental, pero difícil, pues como sostiene Esteban Galarza (2016) “no es fácil en
una cultura como la nuestra construir y mantener lazos personales y modelos de relación
activos, o incluso estables, con la misma fuerza simbólica que los vínculos del parentesco. O
que, al menos, no es fácil visualizarlos, darles toda la legitimidad, cuando ya existen” (p.191)
No menos importante es hacer un esfuerzo por desenmascarar la relación que se
establece entre el amor como emoción y la “asignación a las mujeres del trabajo de cuidar,
basada en el hecho de que sean consideradas seres emocionales en mayor medida que los
hombres”, lo que define a las mujeres “como las otras” (Esteban Galarza 2016:70),
generando una división sexual del trabajo no sólo discriminatoria, sino ineficaz, pues no
“garantiza un sostenimiento idóneo de la vida”. (op.cit). Coincido con ella en la necesidad
de “reconocimiento, reciprocidad y redistribución” (p. 184) para establecer relaciones
equitativas. Finalmente, “los afectos, el amor, no son más que uno de los ingredientes de las
relaciones humanas. Un componente más entre algunos otros también básicos y
fundamentales: el respeto mutuo, la justicia, la solidaridad, la autonomía, la libertad...”
(p.192). En la misma línea, Norma Mogrojevo (2016) sostiene que hay que descolonizar los
vínculos amorosos. Idea que cuestiona hasta la médula el sistema económico y social en el
que vivimos, pues nos permite pensar las relaciones “fuera de los términos de propiedad y
la administración estatal y en consecuencia, desbaratar la lógica capitalista que ha puesto
todo su interés en la privatización de los cuerpos de las mujeres para el plus valor” (p.26).

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“La amistad para mí es más importante que todo, las amigas nos platicamos la vida, nos
defendemos, nos acompañamos, yo sueño con ser grande y vivir con mis amigas”
Comentario de niña de 10 años en los talleres de Sexualidad Ati.

Ha sido un largo caminar en mi vida para poder visibilizar y cuestionar el amor de


pareja romántico con el que yo soñaba de niña. Como muchas de nosotras yo creía
firmemente que la finalidad última en la vida era encontrar el amor que llegara a
completarme y hacerme feliz. Muchas de mis colegas se dedican a cuestionar el amor
romántico, pero sin cuestionar los pilares en los que se encuentra asentado: el mandato de
la monogamia y la heterosexualidad obligatoria.
Las infancias y adolescencias merecen la oportunidad de construir relaciones
equitativas libres de la violencia que establecen los mandatos con su visión de un romance
de película hollywoodense que ata, sobre todo a las mujeres, a una sentencia de
desigualdad perenne, todo en nombre del amor.
Impartir talleres de sexualidad no se limita a brindar información, es fundamental
cuestionar los imaginarios sociales que nos conforman como una sociedad jerárquica y
desigual. Parte de ello es ayudar a las infancias y adolescencias a generar nuevas narrativas
que no las mantengan cautivas en relaciones dolorosas al servicio del patriarcado
capitalista. Es brindarles la posibilidad de visibilizar otras formas de relación significativas a
las que deberíamos de darles cabida como escenciales para construir comunidad.
A manera de conclusión me es importante resaltar la visión de Esteban Galarza
(2016), que comparto, de sostener que es fundamental el pensarnos y construirnos a
nosotras mismas lejos de formas de relación dicotómicas y optar por relaciones abiertas,
alternativas; atrevernos a construir sobre la marcha nuestra propia forma creativa de
relacionarnos, ensayar maneras nuevas que nos lleven también a generar transformaciones
sociales que generen colectividades horizontales. Para ello es fundamental “cuestionar el
cuarteto familia / matrimonio / monogamia / convivencia, así como la deconstrucción del
amor, el deseo, la sexualidad, la intimidad, y la re-fundamentación de los conceptos de
reciprocidad, reconocimiento y redistribución (…) pensar en el vínculo nos conduciría de
nuevo a reflexionar sobre el amor, la amistad” (p.191).
¿Hay que darlo todo por amor? Sí, por uno que tenga como pilares la libertad
relacional, el respeto, el cuidado, que construya en colectividad una sociedad más justa y
cuestione de tajo el consumismo que usa como moneda de cambio nuestro cuerpo,
sexualidad e intimidad. Un amor que cuestione cualquier tipo de renuncia personal y ponga
sobre la mesa nuestra capacidad de pensarnos juntas.

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Referencias bibliográficas
• Coontz, Stephanie (2017). Historia del matriominio, cómo el amor conquistó el
matrimonio. Editorial Gedisa Mexicana.
• Esteban Galarza, Mari Luz (2011). Crítica del pensamiento amoroso Editorial
BELLATERRA.
• Firestone, Schulamit (1976). La dialéctica del sexo. Editorial Kairos.
• Mogrovejo, N. Comp. (2016). Contra-amor, poliamor, relaciones abiertas y sexo casual.
Reflexiones de lesbianas del Abya Yala. México. desde abajo.

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