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La última guerra �
mundial, 1939-1945*

La Segunda Guerra Mundial fue realmente global en cuanto a su alcance e impacto.


Unió a pueblos de todo el mundo en un esfuerzo humano vasto y terrible. Sus campos de
batalla estuvieron repartidos por Europa, África, Asia, así como las islas del océano Pacífi-
co; sus batallas navales se extendieron por (y debajo de) los océanos Atlántico, Pacífico e
Índico. El heroísmo dejó de ser cosa de los soldados en la batalla. Los movimientos de
resistencia en países ocupados por las potencias del «eje» (Alemania, Italia y Japón) mantu-
vieron vivas la imagen de una vida mejor tras la liberación. Por primera vez, los ejércitos
admitieron en sus filas a las mujeres, que todavía no eran guerreros; pero tampoco meras
trabajadoras temporales y protectoras de los hogares. La nueva tecnología militar devolvió
la movilidad a los ejércitos e hizo de los aviones el elemento clave en las batallas navales,
además de llevar la batalla lejos de los frentes. Al final de la guerra, un único dispositivo
explosivo reveló la capacidad de la energía atómica para arrasar a una ciudad entera. El
ingenio humano puso fantásticas armas de destrucción en las manos de los estadistas y de
sus comandantes militares.
En los primeros años de la guerra, las victorias alemanas y japonesas destruyeron el anti-
guo equilibrio del poder. Los pueblos y recursos de los territorios conquistados quedaron a
disposición de esos imperios. Su conquista marcó profundamente a la población de esas zo-
nas, eliminando las antiguas fronteras y derrocando a los gobiernos establecidos. El nuevo
orden nazi en Europa y el Imperio asiático de Japón diferían enormemente; pero ambos bus-
caron partidarios entre los pueblos conquistados. En las zonas conquistadas, los nazis recluta-
ron fascistas y simpatizantes para el ejército y la administración, mientras que los japoneses
eligieron nacionaJistas antioccidentales para gobernar las antiguas colonias europeas. Su éxito
al encontrar esa ayuda añadió una nueva palabra al vocabulario �e la guerra: «colaboradores»
(aquellos que proporcionaban ayuda a las fuerzas de ocupación alemanas o japonesas).
Unida en su oposición a los imperios del «eje» se encontraba una coalición internacio-
nal de Estados aliados. Su alianza era el resultado de la agresión del «eje»; sus objetivos de
guerra surgieron de la necesidad de aplastar a sus enemigos. Al final, las victorias militares

* El autor considera que la guerra mundial, en cuanto a «mundial», no comenzó hasta el ataque japonés a Pearl Har-
bor, por tanto tituló este capftulo « 1941-1945». Hemos preferido acoger aquí el concepto «europeo» de la Segunda Guerra
Mundial, y por tanto decidimos fechar el inicio de esta guerra en 1939. (N. del E.).
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aliadas demostraron que eran más fáciles de conseguir que los acuerdos políticos tras la
guerra. Para 1944, esas victorias habían dejado claro que las fuerzas de Gran Bretaña, la
Unión Soviética y los Estados Unidos no tardarían en derrotar a los. Imperios alemán y ja-
ponés. Los dirigentes durante la guerra de esas naciones -Churchill, Stalin y Roosevelt-
estuvieron de acuerdo en que el objetivo a corto plazo era la completa destrucción del
«eje», resumido en la expresión «rendición incondicional».
Sus discusiones en tiempos de guerra revelaron las grandes dificultades a las que se en-
frentaban al definir un espacio estable. Posteriormente, los críticos occidentales condenaron
el fracaso de los dirigentes británico y norteamericano a la hora de obligar a Stalin, que
sospechaba profundamente de sus aliados occidentales, a aceptar la restauración de las
fronteras anteriores a la guerra. Sin embargo, esos críticos pasan por alto los límites del
poder occidental y los poderosos movimientos revolucionarios que emergieron en las tierras
que habían sido ocupadas. Según la guerra se acercaba a su final, fue apareciendo una nue-
va frontera, que dividía las tierras liberadas por las tropas soviéticas de las tierras liberadas
por los aliados occidentales. La paz, al igual que el conflicto que la precedió, se parecía
poco a la de la Primera Guerra Mundial.

LOS IMPERIOS DE ALEMANIA Y JAPÓN


La primera fase de la guerra europea, de 1939 a 1941, comenzó con rápidas victorias
militares alemanas seguidas de la creación de un imperio continental alemán. Confiadas en
la neutralidad de la Unión Soviética, para finales de septiembre las tropas alemanas ya ha-
bían derrotado con facilidad a las fuerzas polacas. Gran Bretaña y Francia declararon la
guerra a Alemania; pero no eran capaces de realizar operaciones ofensivas militares para
ayudar a Polonia. En la primavera de 1940, Alemania dirigió sus fuerzas contra los Estados
occidentales. En otra. «guerra relámpago», las tropas alemanas conquistaron la Europa occi-
dental, derrotando a Francia en seis semanas.
Gran Bretaña luchó en solitario; un país asediado que confiaba en su armada y fuerza
aérea para contener la invasión alemana. Su nuevo Primer Ministro, Winston Churchill,
prometió pelear hasta el final, «por tierra, mar y aire». La batalla de Inglaterra, que tuvo
lugar entre el otoño y el invierno en los cielos de Gran Bretaña, dejó como vencedora a la
Royal Air Force y desanimó los planes de Hitler de invadir las Islas Británicas. Aún así,
Gran Bretaña se encontraba en una situación desesperada. Sus cargueros estaban siendo
hundidos y su armada estaba perdiendo la guerra contra los submarinos alemanes. Las co-
municaciones marítimas con su imperio asiático estaban casi rotas. Churchill podía esperar,
como mucho, aguantar en la guerra durante un año más.
El dominio alemán sobre Europa aumentó en 1940 con la entrada en guerra de Italia del
lado de Alemania. Pequeños países del este de Europa también se unieron a los nazis. A
finales de ese mismo año, la tercera potencia del «eje», Japón, firmó un pacto defensivo
con los Estados fascistas. Las conquistas alemanas en la Europa oriental y occidental hicie-
ron del Estado nazi el más poderoso imperio militar del mundo occidental. La única espe-
ranza de Churchíll de conseguir la victoria era la eventual ayuda de las otras dos grandes
potencias del mundo, los Estados Unidos y la Unión Soviética.

Los Estados Unidos: entre la neutralidad y la guerra


Según fue creciendo el poder alemán, disminuyó gradualmente el aislacionismo de
los EE UU. El presidente Franklin Roosevelt nunca había compartido la repugnancia que
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sentían _muchos norteamericanos por la participación de su país en la Primera Guerra Mun-
dial. Comenzó su carrera política como seguidor de la política interna y exterior de Wilson
y participó activamente en el esfuerzo de guerra como secretario de la marina. Compartía la
creencia, defendida por primera vez en la década de 1900 por su primo mayor, Theodore
Roosevelt, de que los Estados Unidos tenían que desempeñar un papel activo en la política
del mundo. Al igual que Wilson, consideraba a Gran Bretaña un valioso aliado, cuya derro-
ta en la guerra supondría un desastre para los Estados Unidos. Sin embargo, no era un inter-
nacionalista tan ardiente como Wilson. Parecía haber considerado la colaboración entre los
dirigentes de las grandes potencias más importante para la paz que los foros como la Socie-
dad de Naciones. Un político hábil y una figura pública, aprendió del rechazo del Congreso
de los EE UU al tratado de paz de Wilson la necesidad de tener en cuenta los deseos de
aquél y de los votantes norteamericanos. En cuestiones de política exterior, buscó continua-
mente objetivos tanto alcanzables como deseables. Hasta los últimos añosde la década de
1930, su atención estuvo dirigida a las reformas internas y a las luchas políticas que surgían
como consecuencia de su programa del New Deal. Los asuntos internacionales fueron una
cuestión secundaria hasta que el conflicto europeo se inmiscuyó de nuevo en la seguridad
norteamericana y en su actividad económica.
El primer año de la guerra en Europa obligó a Roosevelt a enfrentarse a las consecuen-
cias del aislacionismo estadounidense. Al estallar la guerra en 1939, la reacción inicial del
congreso de los EE UU fue la de repetir. su compromiso de no participar en los conflictos
europeos. Anteriormente, en la década de 1930, el Congreso había aprobado actas que pro-
hibían la venta de suministros militares norteamericanos y el uso de los mercantes estadou-
nidenses para comerciar con cualquier país en guerra. Roosevelt tuvo que declarar a los EE UU
neutrales en el conflicto de 1939.
Según fueron multiplicándose las victorias alemanas, comenzó a hablar en contra del
aislacionismo y en apoyo del esfuerzo de guerra británico. Temía la amenaza estratégica
que, para la seguridad de los EE UU, suponían las victorias alemanas de 1940 en Europa
occidental. Dijo que «sí Gran Bretaña se hunde, las potencias del eje controlarán los conti-
nentes y estarán en condiciones de reunir unos enormes recursos militares y navales contra
este hemisferio». En 1940 ordenó el reclutamiento en tiempos de paz para construir de nue-
vo el ejército estadounidense. A comienzos de 1941 creó el escuadrón del Atlántico. Era la
primera fuerza naval estadounidense en ese océano desde 1918 y estaba formada en gran
parte con barcos tomados de la flota del Pacífico.
A comienzos de ese año obtuvo la aprobación del Congreso para proporcionar arma-
mento a Gran Bretaña con el programa de préstamo y arriendo. No había ningún préstamo
y tampoco se esperaba ningún pago; el nombre, destinado a apaciguar a los aislacionistas,
escondía un nuevo programa de ayuda militar. En la primavera de 1941, la armada estadou-
nidense amplió su zona de guerra marítima hasta al Atlántico norte y sur. Esto permitía a
sus navíos proteger de los ataques de los submarinos a los barcos estadounidenses enviados a
Gran Bretaña. Ese otoño, Roosevelt autorizó a los destructores norteamericanos a atacar y
destruir a los submarinos alemanes que operaban en el Atlántico. Los Estados Unidos se
encaminaban hacia una guerra no declarada contra Alemania.
Con todo, ese año Roosevelt todavía carecía del suficiente poder como para apoyar una
guerra en defensa de Gran Bretaña. Sus medidas contra Alemania se basaban principal-
mente en consideraciones de seguridad y poder. Sin embargo, el público norteamericano
comprendió mucho mejor la retórica del internacionalismo que la del equilibrio de poderes.
Sus más logrados discursos sobre cuestiones internacionales hablaban de la guerra en Euro-
pa en términos ideales. Para conseguir apoyo popular para su política, Roosevelt habló en
contra de la amenaza que el nazismo suponía para «la religión, la democracia y la buena fe
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�; entre las naciones». Prometió el apoyo de los BE UU a un «mundo basado en cuatro liber-
,, tades humanas fundamentales: religión, opinión, seguridad y la libertad de elección». Roo-
¡; sevelt, al igual que Wilson antes que él, hablaba del conflicto en Europa en unos términos
que enfatizaban la defensa de la democracia y omitían en gran parte las cuestiones de la
f'.. \ seguridad nacional de los BE UU. En el verano de 1941 obtuvo la aprobación de Churchill
r para el Acta del Atlántico. Ésta comprometía a ambas naciones a «un futuro mejor para el
,t.' mundo» tras la «destrucción final de la tiranía nazi». No obstante, el acta no era una alianza
K militar. La mayoría del Congreso todavía se oponía a la guerra contra Alemania. Muchos
fil),; norteamericanos· consideraban que el creciente peligro de conflicto con Japón era una cues-

" tión más importante para los intereses de los BE UU que la guerra europea. Los británicos
g);: tendrían que luchar sin los Estados Unidos.
¡[:
*f La guerra germano-soviética
f;¡¡: La Unión Soviética se convirtió en el primer aliado importante de Gran Bretaña; a pesar
: :·: de que en 1939 había colaborado con Alemania en la derrota de Polonia, los dos Estados
¡, eran enemigos ideológicos y rivales por el poder en el este de Europa. Stalin se aprovechó a
'; fondo del acuerdo secreto firmado en 1939 con Alemania (véase el Capítulo 4). Anexionar-
se el territorio oriental de Polonia y apoderarse de los Estados bálticos independientes no
/' eran más que los preparativos de guerra para sil expansión territorial. En el sur, obligó al
Gobierno rumano a entregarle tierras orientales. En el norte, en el invierno de 1939-1940
... las fuerzas soviéticas atacaron Finlandia, después de que su Gobierno se negara a entregarle
j su territorio oriental. Si bien el ejército finlandés era pequeño comparado con el ejército
f rojo, luchó con habilidad, resistiendo repetidas ofensivas. Su heroica resistencia salvó su
'. independencia, pero tras varios meses de lucha tuvo que capitular. El tratado de paz cedía
!i la parte oriental de Finlandia a la Unión Soviética. Esas operaciones militares aumentaron
el territorio soviético en las zonas occidentales, en las que Stalin preveía que podría produ-
cirse la guerra con Alemania.
Al mismo tiempo, Stalin intentaba calmar a los alemanes. Su Gobierno firmó un acuer-
do comercial con Alemania mediante el cual entregaría a ésta cargamentos de las materias
primas vitales, incluido petróleo, que necesitaba para su guerra en el oeste. La Unión So-
viética cumplió el acuerdo al pie de la letra; pero los alemanes nunca entregaron los bienes
que habían prometido. Además, las fuerzas fronterizas occidentales recibieron la orden de
no hacer nada que pudiera provocar a los alemanes. Stalin creía que los generales alemanes
serian los principales instigadores de la guerra en el este. El dictador soviético desdeñó co-
mo «provocaciones británicas» los informes de la primavera de 1941, procedentes de espías
soviéticos y británicos, sobre una planeada ofensiva alemana contra la Unión Soviética. No
le cabía en la cabeza que Hitler, todavía en guerra en el oeste, atacara a su país ese año.
Dado que su palabra era ley; la Unión Soviética fue pillada desprevenida· por la mayor
ofensiva militar de la historia. ·
Hitler no esperó, como Stalin deseaba que hiciera, para volver sus armas contra la Unión
Soviética. Estratégicamente, la guerra soviética no tenía sentido, puesto que Alemania se-
guía en guerra con Gran Bretaña y estaba recibiendo grandes cantidades de materias primas
gracias al acuerdo comercial. Militarmente, el ejército rojo era la mayor fuerza terrestre del
mundo y estaba apoyado por una-economía industrial productiva. Ninguna de esas circuns-
tancias refrenó a Hitler. Su fanática hostilidad contra el comunismo era tan grande como la
. que sentía contra los judíos. En el otoño de 1940 ordenó que los vastos recursos del Im-
\ perio alemán y de sus aliados europeos fueran movilizados para una «guerra relámpago»
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contra la Rusia soviética. Tendría lugar a lo largo de un frente de 3 200 kilómetros, con
cuatro millones de hombres y una cabeza de lanza de 10 000 tanques y 5 000 aviones. Los
planes hablaban de victoria en tres meses. El 22 de junio de 1941, los ejércitos del «eje»
invadieron la Unión Soviética.
Inicialmente, el ataque tuvo un éxito que ni los más optimistas comandantes alemanes
esperaban. .En dos semanas las defensas fronterizas soviéticas fueron aplastadas y las fuer-
zas de tanques alemanas habían penetrado profundamente en el territorio soviético. En su
camino capturaron a cientos de miles de prisioneros del ejército rojo. Cuando la escala del
desastre militar se hizo evidente, a comienzos de julio, Stalin asumió el cargo de Jefe del
Gobierno soviético (anteriormente sólo había ocupado el puesto de Secretario General del
Partido Comunista).
Stalin ordenó a los soldados soviéticos que resistieran la ofensiva alemana. En un <lis-
.curso por radio (el primero que daba), rogó al pueblo soviético, a quien se refirió como
«camaradas, hermanos, queridos amigos», que hiciera todos los sacrificios en lo que descri-
bió como su «gran guerra patriótica». El patriotismo era la fuerza en la que tenía que con-
fiar para conseguir el apoyo de los pueblos de su país. Los mecanismos de su Estado
policial estaban allí para castigar a aquellos que no escucharan su llamada .. Los soldados
que no cumplieron con su deber y que parecía que se hubieran rendido sin buenos motivos
eran juzgados como traidores. Se negó a hacer ningún esfuerzo para salvar la vida de su
hijo mayor, que fue hecho prisionero ese verano cuando resultó derribado su caza. En esta
guerra no se permitió ningún tipo de concesión a la debilidad humana, la piedad o la com-
pasión.
La ofensiva alemana continuó hasta finales del otoño. Para octubre, toda la Rusia occi-
dental había caído. Leningrado estaba asediada; Kiev había sido conquistada y las tropas ale-
manas estaban acercándose a Moscú. Las pérdidas rusas eran enormes, totalizando quizá dos
millones de bajas; la mayoría de los tanques y aviones soviéticos habían sido destruidos. Sin
embargo, el ejército rojo encontraría nuevas reservas, tomadas del Lejano Oriente, donde ya
no se temía una guerra eón Japón. Además, un invierno tremendamente frío se convirtió en el
mejor aliado del ejército ruso, ralentizando el avance alemán. En diciembre, las tropas sovié-
ticas desencadenaron una exitosa contraofensiva, que sería la primera derrota sufrida por las
fuerzas alemanas durante la Segunda Guerra Mundial. La «guerra relámpago» alemana había
fracasado; pero la línea del frente se encontraba muy dentro del territorio ruso.
El espíritu de la guerra global poseía a Hitler. Aunque muy comprometido militarmente
en el frente oriental y sin ningún tipo de obligación diplomática, unió las guerras europea y
asiática al declararle la guerra a los Estados Unidos tres días después del ataque japonés
sobre las fuerzas navales de los EE UU en Pearl Harbor (Hawaii). Su acción aseguró que
los deseos de Roosevelt de unirse a Gran Bretaña en la guerra europea se cumplieran. En
occidente, la guerra contra Gran Bretaña incluía la lucha submarina en tomo a las Islas Bri-
tánicas y el frecuente bombardeo de las ciudades británicas. En el norte de África, las divi-
siones del general Rommel fueron en ayuda de las tropas italianas, que luchaban contra los
británicos en Egipto. A comienzos de 1942, las fuerzas deRornmel comenzaron una ofensi-
va cuya intención era apoderarse del canal de Soez y crear Estados satélites de Alemania en
Oriente Próximo y Medio.
El frente oriental se convirtió en el principal frente de batalla europeo. La operaciones
militares se extendían por un largo frente que iba desde el círculo polar ártico hasta las
costas del mar Negro. Los. alemanes y sus aliados mantenían a un millón de soldados en
ese frente; las fuerzas de combate soviéticas, aunque debilitadas por su derrota de 1941,
eran más de dos millones y la cifra continuaba creciendo. La ferocidad de los combates no
dejaba sitio para la compasión. Muchas de las fuerzas soviéticas hechas prisioneras en
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1941, de las que los alemanes se preocuparon poco o nada, murieron de hambre o congela-
ción. El cerco alemán a Leningrado intentaba hacer que la ciudad se rindiera por el hambre.
Ese invierno se convirtió en un erial congelado, sin comida o calor, en el que cientos de
miles de sus habitantes murieron de hambre o de frío.
En un último esfuerzo para conseguir la victoria sobre la Unión Soviética, Hitler ordenó
a sus generales que prepararan para el verano de 1942 un ataque desde la Rusia central
hasta las montañas del Cáucaso y los campos petrolíferos del Caspio. Al sur se encontraba
el Oriente Próximo y Medio, donde esperaba que Rommel hubiera vencido y se uniría a sus
fuerzas en el norte. El plan, bautizado «Operación Azul», exhibía un concepto de la guerra
visionario y tan alejado de la capacidad de Alemania que rozaba la locura. Cuando comen-
zó, la habilidad alemana y la debilidad del ejército rojo lograron los objetivos iniciales. Pa-
ra septiembre, las unidades alemanas habían alcanzado el Cáucaso 'y la ciudad de
Stalingrado, en el bajo Volga. Sin embargo, no habían destruido a las fuerzas soviéticas del
sur de Rusia, la mayoría de cuyas tropas se habían retirado más allá del Volga. La victoria
se mostraba esquiva; no obstante, Hitler no se conformaría con otra cosa respecto a su odia-
do enemigo. La ciudad de Stalingrado adquirió para él una importancia simbólica. Decidió
hacer de su conquista, que en principio no era un objetivo importante, el objetivo de la
ofensiva. La guerra de movimientos se convirtió en una guerra de lucha callejera en una
ciudad muy alejada hacia el este de ht línea principal del frente. La batalla de Stalingrado
se alargó hasta el invierno.

El Imperio alemán
A finales de 1942, casi todo el continente europeo había caído en manos de la Alemania
nazi y de sus Estados aliados. Un nuevo orden alemán reinaba desde las costas del océano
Atlántico hasta tan lejos como la Rusia central, desde el océano Ártico hasta el mar Medite-
rráneo. Descansaba en parte en la colaboración de los Estados aliados y de los movimientos
políticos que simpatizaban con la Alemania nazi. Hasta 1943, la Italia fascista siguió siendo
el principal aliado de Alemania, con sus tropas luchando en el norte de África, los Balcanes
y Rusia. En Francia, un pequeño grupo de dirigentes políticos colaboró con los alemanes,
que les permitieron crear un Estado en el sur de Francia con capital en Vichy. En el primer
año de la guerra, la mayoría del pueblo francés se resignó a la dominación alemana. Regí-
menes colaboracionistas semejantes existían en Holanda y Noruega.
En la Europa oriental, algunos Estados se aliaron con Alemania justo antes o nada más
empezar la guerra. Rumanía, Bulgaria, Hungría y Finlandia ayudaron al esfuerzo de guerra
alemán. En esos Estados, los nacionalistas conservadores, que eran enconados enemigos de
la Rusia soviética, esperaban compartir el botín de la victoria alemana. Los partidos fascis-
tas proporcionaron colaboradores para la administración alemana. Los voluntarios de otros
países para las divisiones de las SS del ejército fueron cada vez más numerosos. Los odios
nacionales y políticos que dividían a los europeos orientales también ayudaron a los alema-
nes. Los ucranianos ayudaron a los alemanes corno policías, administradores y soldados en
la lucha contra los comunistas, quienes habían hecho sufrir grandes penalidades al país an-
tes de la guerra. En Yugoslavia, los nazis buscaron la colaboración de los nacionalistas
croatas, que se unieron a ellos ante la promesa de una Croacia independiente tras la guerra.
Esta colaboración nunca alcanzó más que a pequeñas minorías de esos grupos nacionales.
En contra de ellos había grupos de resistencia, que lucharon contra los alemanes en zonas
boscosas y montañosas, además de proporcionar ayuda a los aliados. Sin embargo, los cola-
boradores sirvieron bien a los alemanes, ayudándolos a controlar la Europa ocupada.
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La característica principal del nuevo orden alemán era la explotación de las tierras con-
quistadas. Toda Europa se encontraba a disposición de los dirigentes nazis: la agricultura
francesa ayudó a alimentar a los ejércitos alemanes y a mantener un nivel de vida conforta-
ble en Alemania; la producción industrial de la Europa ocupada aumentó los recursos eco-
nómicos alemanes y proporcionó equipo militar a su ejército. Las autoridades germanas
consideraban que la población trabajadora de Europa estaba disponible para sus necesida-
des. Los trabajadores alemanes tenían que servir en las fuerzas armadas. En su lugar, los
nazis deportaban trabajadores de otros países para trabajar en condiciones miserables en las
granjas y fábricas alemanas. Procedentes de Ucrania, más de un millón de hombres y muje-
res fueron transportados a las tierras germanas; de Checoslovaquia, más de trescientos mil;
y de Francia, más de un millón: en total, cinco millones de trabajadores forzosos. Alemania
convirtió a las poblaciones conquistadas en sus súbditos.
Esta política represiva golpeó a la nación polaca y a los judíos europeos con más bruta-
lidad aún. Polonia había dejado de existir de nuevo. Gran parte de su territorio occidental
había sido incorporado a Alemania y los habitantes polacos obligados a abandonarlo todo y
a trasladarse hacia el este. La región central se convirtió sencillamente en el Gobierno-ge-
neral, una zona abierta a la explotación de los hombres de negocios alemanes, a quienes se
proporcionaba trabajo forzoso polaco. Los recursos económicos de la zona iban a parar a
Alemania, dejando allí exclusivamente, y en palabras de Goering, «el mínimo imprescindi-
ble necesario para el mantenimiento, a un nivel bajo, de la existencia misma de los habitan-
tes [polacos]».
Esa política racista alcanzó su nivel más inhumano con el exterminio de los judíos de
Europa. El antisemitismo nazi era un poderoso lazo entre todos los miembros del Partido y
encontró apoyo en la Europa oriental, en donde vivían más de seis millones de judíos. Los
nazis buscaron la forma más rápida de destruir a ese odiado pueblo. El asentamiento forzo-
so de los judíos en juderías comenzó en 1940, pero Hitler consideró insatisfactoria la lenta
muerte por enfermedad y hambre. Siguiendo los pasos de las tropas alemanas que barrían la
Rusia soviética, escuadrories de la muerte especiales de las SS se diseminaron por toda la
zona ejecutando a cientos de miles de judíos. Pero esos métodos también le parecieron in-
suficientes para que Europa quedara «libre de judíos».
La solución de Hitler fue ordenar el exterminio en masa de todo un pueblo. A finales de
1941 dio su aprobación a una política llamada por lbs dirigentes nazis la «Solución Final».
Su puesta en -práctica comenzó en 1942. El instrumento para esa demente política estaba al
alcance de la mano, la organización de las SS, cuyos miembros habían jurado obediencia
absoluta a sus órdenes. Toda la población judía de Europa fue llevada por tren en vagones
para ganado a campos especiales en territorio polaco. Eran campos de exterminio, organi-
zados según los mismos estándares de eficiencia industrial que los mataderos para ganado.
Los trenes, que por lo general llegaban a su destino por la noche, se libraban allí de su
carga de hombres, mujeres y niños. La mayoría de los hombres eran llevados de inmediato
a edificios especiales sellados para ser asesinados con gas venenoso y sus cuerpos incinera-
dos en hornos gigantescos. Todo lo que quedaba eran montañas de ropas, dientes de oro,
pelo y otros objetos obtenidos de las víctimas. Unos cuantos prisioneros sobrevivían duran-
te algún tiempo como trabajadores forzosos, para ser asesinados después.
Cuando las noticias sobre la existencia de esos campos comenzaron a llegar a Occiden-
te, en 1942, no fueron creídas, ni siquiera por los judíos. Los dirigentes europeos, ante la
creciente evidencia de los asesinatos masivos, lanzaron avisos públicos a los alemanes para
que abandonaran los campos de exterminio. No obstante, las prioridades de guerra tenían
preferencia sobre los esfuerzos militares para salvar a los judíos. Hasta finales de ese año
no hubo bombardeos contra las instalaciones o las líneas de ferrocarril de los campos.
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La «Solución Final» continuó en marcha hasta el final de la guerra. La escasa resisten-


cia judía demostró ser fútil. El alzamiento de 1943 de los restantes habitantes de la judería
de Varsovia fue un acto imposible de heroica desesperación. Hacia el final de la guerra, más
de cinco millones de judíos habían sido exterminados, víctimas del demente racismo nazi y
de la cobardía moral de los alemanes. Los historiadores todavía debaten las circunstancias y
las causas de esta política de genocidio. Se trata de un fenómeno tan complejo y terrorífico
que desafía cualquier explicación. El nuevo orden alemán hizo pedazos a la antigua Euro-
pa, a sus pueblos y a sus Estados. En el viejo continente nada pudo volver a ser como antes.

El Imperio japonés
Los jefes militares japoneses llevaron adelante su guerra, empujados por su necesidad
del petróleo de las Indias Orientales e impulsados por visiones de una gran victoria en el
Pacífico oriental. Pusieron en marcha su plan de conquista militar el 7 de diciembre de
1941: consistía en una serie de ataques por sorpresa de la aviación naval japonesa para des-
truir las flotas del Pacífico de Gran Bretaña en Singapur y de los Estados Unidos en Pearl
Harbar. Subsecuentemente, las tropas de tierra japonesas invadirían las Filipinas, las colo-
nias británicas en el sureste asiático y las Indias Orientales Holandesas. El ataque a Pearl
Harbor puso fuera de combate al grueso de la flota estadounidense del Pacífico, a excep-
ción de sus tres portaaviones, que habían salido de maniobras. Ese mismo día, los aviones
japoneses hundieron los dos barcos de guerra británicos que eran la única protección naval
de la fortaleza de Singapur. Durante el año siguiente, la armada japonesa controló el océano
Pacífico, desde las islas Aleutianas hasta el mar del Coral, cerca de Australia.
Las victorias navales despejaron el camino para las ofensivas militares del ejército japo-
nés. La gran fortaleza británica de Singapur sucumbió al ataque por sorpresa de febrero de
1942. La rendición de la guarnición eliminó el gobierno británico del sureste de Asia y dejó
a los japoneses con 90 000 prisioneros, muchos de ellos soldados del ejército indio. Esa
primavera las tropas japonesas completaron la conquista de las Indias Orientales Holande-
sas. En mayo, las últimas fuerzas norteamericanas en las Filipinas se rindieron en la más
grande derrota individual sufrida nunca por los Estados Unidos. Los japoneses se comporta-
ron duramente con las tropas occidentales capturadas, a las que trataron virtualmente como
esclavas, desprovistas de comida adecuada y empleadas como trabajadores forzosos. Las
fuerzas japonesas conquistaron rápidamente Tailandia, Malasia y Birmania, donde su ejér-
cito preparó el ataque a las fuerzas británicas de la India oriental. En medio año habían
conquistado un territorio con más de 140 millones de habitantes, destruyendo en el proceso
los imperios occidentales del sureste de Asia.
El Gobierno japonés gobernó esos territorios con fuerzas de ocupación y dirigentes lo-
cales dispuestos a colaborar con los conquistadores. Por todo el sureste de Asia fueron los
nacionalistas quienes administraron las tierras ocupadas en lugar de los desaparecidos occi-
dentales. Las Indias Orientales Holandesas se convirtieron en- Indonesia, cuya administra-
ción era dirigida por el líder nacionalista Sukarno. Birmania se convirtió en un satélite
japonés modelo, recibiendo la independencia formal en 1943. En todas las Filipinas, los
japoneses encontraron influyentes dirigentes políticos de la elite terrateniente dispuestos a
colaborar en el gobierno de la población. Ofrecieron a los prisioneros indios de guerra, cap-
turados cuando la caída de Singapur, la oportunidad de unirse a un ejército nacional indio
para luchar contra las fuerzas británicas en el frente indio, prometiéndoles que la victoria
significaría la independencia para la India. Miles de prisioneros indios se ofrecieron volun-
tarios, muchos de ellos simplemente para escapar a la muerte en los campos de prisioneros.
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Las declaraciones asegurando la liberación nacional y los triunfos militares le valieron a
Japón la colaboración de los nacionalistas de todas las tierras conquistadas.
China siguió siendo el premio gordo y su Gobierno nacionalista la conquista más esqui-
va. Tras su conquista de las zonas costeras de la China septentrional y central, el régimen
japonés había puesto en el poder a colaboracionistas chinos. Los antiguos dirigentes del
Partido Nacionalista de Chiang eran los testaferros del Estado títere de la China central,
cuya capital se encontraba en la que fuera la capital nacionalista, Nanking. En 1942, otros
triunfos militares japoneses incitaron a varios generales chinos, al mando de.medio millón
de soldados, a abandonar a los nacionalistas y unirse al régimen de Nanking. Para el final
de la guerra, su ejército había crecido hasta alcanzar casi el millón de soldados, y ayudó a
los japoneses en sus operaciones, tanto contra el ejército de Chiang como contra las guerri-
llas comunistas chinas. A este respecto, la guerra en China fue otro capítulo de la guerra
civil que siguió a la caída del Imperio chino en 1911.
Los planes japoneses para su Imperio asiático se extendían a toda esta tierra conquista-
da. China, Indonesia, las Filipinas, Birmania, Tailandia e Indochina participarían «mediante
la cooperación mutua» en un «orden de prosperidad y bienestar común basado en la justi-
cia». La premisa nunca se convirtió en realidad. La guerra ocupaba el primer lugar en las
prioridades japonesas. Los recursos de su Imperio y de las tierras que gobernaban los cola-
boradores hacían frente a las necesidades de los militares japoneses. El petróleo de Indone-
sia mantenía en marcha a la armada japonesa y los suministros de alimentos a las islas de la
madre patria. Esta explotación económica molestó a la población, y alentó a los movimien-
tos de resistencia, que surgieron en todos esos países. Posteriormente, según se incrementó
la guerra submarina norteamericana a los mercantes japoneses, el mar se convirtió en un
campo de batalla y aisló a los distintos países unos de otros, por lo que el comercio entre
las tierras conquistadas fue disminuyendo. La guerra contra los aliados, y no la «coprospe-
ridad», era el rasgo dominante de la política de ocupación japonesa. ·
A pesar de las impresionantes victorias de su armada y ejército, el alto mando japonés
no pudo llevar la guerra a feliz término. Para mediados de 1942, la flota norteamericana del
Pacífico se había recuperado lo suficiente como para lanzar sus propios ataques contra las
fuerzas navales japonesas. En China, las campañas japonesas .contra las regiones controla-
das por los comunistas no acabaron con la guerra de guerrillas. Los japoneses continuaron
sus ofensivas contra los ejércitos nacionalistas. La 'mitad de sus fuerzas de ultramar se en-
contraban comprometidas en la guerra de China. Chiang, que seguía fuera de alcance en su
montañosa capital de Congqing, muy arriba del río Yangtzé, no se rendiría. Ni los triunfos
militares alemanes ni las grandes conquistas de los japoneses les dieron a esos países la
victoria final que sus dirigentes habían buscado.

LA FORMACIÓN DE LA GRAN ALIANZA


1
La alianza que se opuso a las fuerzas del «eje» se formó a finales de 1941. La declara-
ción de guerra alemana contra los Estados Unidos proporcionó a Gran Bretaña y la Unión
Soviética el aliado que necesitaban en la guerra europea. Gran Bretaña y todo el Imperio
británico estaban también en guerra contra Japón, pero su principal esfuerzo tenía que ser
derrotar a Alemania. La «gran alianza» estaba completa.
Los aliados occidentales .y la Unión Soviética se diferenciaban en muchos aspectos: lu-
charon en frentes distintos, perseguían objetivos de guerra diferentes y sus sistemas políti-
cos eran el resultado de ideologías contrarias. Esas diferencias crearon barreras para el
entendimiento y fueron el origen de serios desacuerdos; aunque, mediante encuentros de los
La última guerra mundial, 1939-1945 1 63

ministros de asuntos exteriores y conferencias internacionales, gradualmente se pusieron de


acuerdo con respecto a una serie de objetivos comunes. Esos objetivos eran las directrices
de la colaboración militar y de la reconstrucción en la posguerra de Europa y Asia.

Los Estados Unidos en la gran alianza


Con la entrada de los EE UU en la guerra, el conflicto global encontró un punto de
referencia. Las decisiones tomadas en Washington tenían influencia en el curso de la guerra
en Europa y Asia, asf como en la elaboración de los objetivos diplomáticos de los aliados.
Esta situación era el resultado, principalmente, de la presencia militar global de las fuerzas
de los EE UU y de la ayuda económica proporcionada por los Estados Unidos a sus aliados.
Los Estados Unidos no tardaron en poseer la más amplia colección de armamento mo-
derno de todos los beligerantes. En 1943, las flotas de los EE UU en los dos océanos conta-
ban con el mayor número de barcos de guerra que navegaran bajo una misma bandera. El
programa de construcción naval, comenzado por Roosevelt en 1940, produjo rápidos resul-
tados, reemplazando los barcos hundidos en Pearl Harbor al mismo tiempo que ampliaba la
flota del Atlántico. Durante el transcurso de la guerra, sólo los Estados Unidos tenían acce-
so, gracias a sus fuerzas navales, a las costas e islas de todos los continentes. La fuerza
aérea norteamericana creció en tamaño hasta sobrepasar a la de Gran Bretaña. Para 1943,
las fuerzas combinadas de los dos Estados controlaban los cielos de Alemania. En el Pacífi-
co, los aviones de los portaaviones abrumaron a los aviones embarcados de los japoneses, y
en 1943 ya habían hundido la mayoría de los portaaviones nipones. Sólo en tierra los nor-
teamericanos eran sobrepasados en número por un aliado: el ejército rojo era el mayor ejér-
cito terrestre del mundo, un factor de importancia crucial para el destino final de los
Estados de la Europa oriental y central.
Otra razón del liderazgo de los EE UU durante la guerra fueron sus enormes recursos
económicos. Tras permanecer parcialmente en desuso durante la depresión, las factorías y
las granjas volvieron a funcionar a pleno rendimiento cuando comenzó la producción de
guerra. Los nueve millones de desempleados de 1940 encontraron trabajo y los negocios
sufrieron un boom. El «frente interior» necesitaba que las mujeres regresaran al trabajo. El
cartel patriótico de «Rosie la Remachadora» era una vívida llamada para que las mujeres
pasaran a formar parte de la fuerza laboral; utilizando el apodo de una trabajadora real de
California, el cartel ayudó a construir muchos barcos de transporte militar. Movilizada para
una guerra en dos frentes, la economía de los EE UU equipó a sus propias tropas de tierra,
mar y aire, además de proporcionar grandes cantidades de suministros a sus aliados. Roose-
velt había empezado un programa de ayuda militar a Gran Bretaña antes incluso de que los
Estados Unidos entraran en la guerra. La ayuda del «préstamo y arriendo» comenzó a llegar
a la Unión Soviética poco después de la invasión alemana de Rusia.
Cuando los Estados Unidos se convirtieron en beligerantes,, todos los obstáculos políti-
cos para la ayuda económica desaparecieron. Las únicas barreras eran consecuencia de la
propia guerra. La ayuda a la China nacionalista llegó por vía aérea durante la mayor parte
de la guerra, puesto que Japón controlaba Birmania. Como resultado de ello, China sólo
recibió una pequeña cantidad de suministros. Los submarinos y la fuerza aérea alemana
bloqueaban el acceso directo a la Unión Soviética. Finalmente, el camino tomado por en-
viar ayuda masiva a Rusia pasó por Irán, cuyo territorio estaba ocupado a la vez por la
Unión Soviética, Gran Bretaña y los Estados Unidos. Construyeron carreteras y ferrocarriles
desde la costa iraní hasta la frontera soviética. En 1943 los suministros comenzaron a llegar
a Rusia, hasta totalizar 11 000 millones de dólares en ayuda, principalmente alimentos,
164 Historia del Mundo Contemporáneo 1900-2001
164
164

Cartel de reclutamiento norteamericano para el «frente


interior»: «Es una WOW: Woman Ordnance Worker»
(Poster Collection/Hoover Institution).

aviones y vehículos militares. El mayor receptor individual de la ayuda norteamericana fue


Gran Bretaña. Junto Ios países de la Commonwealth, recibió 30 000 millones de dólares
á

en suministros mediante el sistema del préstamo y arriendo.


Los Estados Unidos y Gran Bretaña habían formado durante medio siglo una asociación
diplomática basada en intereses y objetivos comunes que en 1917-1918 se había convertido
en una alianza de guerra. Churchill y Roosevelt habían comenzado a forjar nuevos lazos
antes incluso de Pearl Harbar. Los objetivos diplomáticos de los dos gobiernos no eran
idénticos. Mientras que los dirigentes de los Estados Unidos favorecieron la causa de la
independencia de los pueblos coloniales en todas partes, incluida la India, Churchill inten-
taba retener tanto territorio imperial como fuera posible; pero su 'país estaba terriblemente
debilitado por dos años de derrotas militares. En el invierno de 1941-1942, la flota combi-
nada norteamericano-británica del Atlántico tenía que conseguir que los suministros llega-
ran a Gran Bretaña. Sus· convoyes apenas podían hacer frente a los ataques submarinos
alemanes, que redujeron a niveles críticos los suministros de comida y petróleo que llega-
ban a las Islas Británicas.
Ambos países dependían mucho de la contribución militar de su aliado soviético. Du-
rante toda la guerra, Roosevelt se guió a la hora de tomar decisiones estratégicas por la
convicción de que había que minimizar tanto como fuera posible las bajas de guerra nortea-
mericanas. Prefería construir grandes cantidades de armamento antes de arriesgarse a gran-
des ofensivas. La invasión del norte de Europa tenía que esperar. Hasta 1944, sólo el
ejército rojo evitaba una victoria total de las fuerzas alemanas en Europa. Sin el frente
oriental, los aliados se habrían enfrentado al grueso de las fuerzas alemanas cuando al fin
hubieran intentado su invasión europea.
El Gobierno de los EE UU creía que la alianza con la Unión Soviética también era indis-
pensable para la victoria militar en Asia. El ejército rojo les parecía la única fuerza militar
La última guerra mundial, 1939-1945 165

en posición de poder derrotar a Japón en Manchukuo y el norte de China. En ambas gue-


rras, en Asia y en Europa, la Unión Soviética era un aliado extremadamente valioso.
En los primeros años de la guerra, los gobiernos norteamericano y británico poco pudie-
ron hacer para enfrentarse a la tarea de superar al ejército rojo. Stalin les recordaba este
hecho continuamente y en 1942 les pidió que abrieran un frente occidental para relevar a
sus ejércitos, que se retiraban de nuevo ante la ofensiva alemana; pero Roosevelt y Chur-
chill estuvieron de acuerdo en que sus militares carecían tanto del poder naval como de las
fuerzas de infantería necesarias para realizar con éxito una invasión a través del/canal de la
Mancha. En 1942, la Unión Soviética tuvo que continuar luchando sola en Europa.
Así las cosas, un gesto diplomático adquirió un especial significado para demostrarle a
Stalin que Occidente valoraba mucho la alianza con los soviéticos. Los Estados Unidos y
Gran bretaña se comprometieron en 1943 a no aceptar ningún acuerdo de paz con Alemania
que no fuera la «rendición incondicional». El significado real de la declaración era que,
bajo ninguna circunstancia, las dos potencias negociarían una paz por separado con Alema- nia.
Conseguir el acuerdo de Stalin a esa política significaba para ellos que la Rusia soviéti- ca
permanecería en guerra incluso sin un segundo frente en el oeste. La Unión Soviética era un
miembro importante, pero misterioso, de la gran alianza. Los estadistas occidentales se dieron
cuenta desde el principio de que la Unión Soviética ocuparía una posición dominan-
. te en la Europa central una vez derrotada Alemania. El mayor misterio para los occidenta-
les eran los objetivos internacionales que perseguía Rusia.
En la década de 1930, Stalin había dirigido la política exterior soviética según el princi-
pio de que lo que fuera de interés para la seguridad territorial y el poder soviéticos era de
máxima prioridad para su país y para el comunismo mundial. Utilizó el pacto de no agre-
sión germano-soviético de 1939 para ampliar el territorio soviético en la Europa oriental.
Posteriormente hizo saber a los aliados su determinación de conservar esas tierras tras la
guerra. Protegió a la Unión Soviética y a su esfera de influencia en el este de Asia, para lo
cual en 1941 firmó un pacto de neutralidad con Japón. Actuó respetando el tratado hasta
que, cuatro años después, Roosevelt le prometió una sustancial recompensa si se unía a la
guerra en el Lejano Oriente. La expansión revolucionaria no tenía nada que ver en esas
cuestiones extranjeras. Aparentemente, la Unión Soviética era un régimen comunista revo-
lucionario; pero su política era la de una gran potencia. En ambos aspectos era una presen-
cia perturbadora en la coalición.
Desde el estallido de la guerra con Alemania, a mediados de 1941, los objetivos soviéti-
cos se concentraron en la defensa de su territorio. La guerra había comenzado con una serie
de desastrosas derrotas militares y la pérdida de la mayoría de sus tierras occidentales y de
Ucrania. Enfrentado a esta crisis, el país se movilizó para una guerra total. Stalin se ocupó
directamente de los asuntos políticos y militares. Siguió las acciones de sus generales muy
de cerca y reorganizó la economía nacional para la guerra. Sus poderes dictatoriales acaba-
ron con la distinción entre liderazgo político y miliar. Posteriormente, esto le permitió ade-
cuar las operaciones militares a los intereses diplomáticos del Estado.
Los vastos poderes del Estado y delPartido Comunista se volcaron hacia el esfuerzo de
guerra. El aparato del Estado policial siguió en su sitio. Sus energías durante la guerra se
dirigieron a hacer que la población deseara luchar. Sus poderes arbitrarios para el arresto
fueron utilizados contra los sospechosos de colaboracionismo, así como contra aquellos que
se atrevían a criticar a Stalin. Los desertores del ejército eran fusilados. Los campos de pri-
sioneros siguieron existiendo, aunque en ocasiones sus internos eran enviados al frente en.
misiones suicidas; los pocos que conseguían sobrevivir recibían la libertad. La exigencia de
Stalin de que el pueblo de su país «debía luchar hasta la última gota de sangre» se convirtió
en el rasgo predominante de la vida soviética. ·
166 Historia del Mundo Contemporáneo 1900-2001

La guerra requería la movilización de todos los recursos económicos del país. Las vic-
torias alemanas de 1941 habían privado a la Unión Soviética de sus zonas industriales más
importantes y de las regiones agrícolas más productivas. Durante ese período, la economía
industrial de Siberia demostró ser la verdadera defensa del país. En 1942 el ejército rojo
todavía estaba pobremente equipado y el nuevo armamento que recibió procedía de las fábri-
cas occidentales. La población tenía que sobrevivir con los escasos suministros de alimentos
que quedaban y muchas personas pasaban hambre. La ayuda alimentaria de los Estados Uni-
dos comenzó a llegar ese año y, en ocasiones, la única carne disponible para los.civiles proce-
día de una lata llegada de «Amerika» y con el inusual nombre de Spam en el bote.
La población respondió con un fervor patriótico extraordinario, si bien no se trataba de
un sentimiento universal. La población de las regiones occidentales, de las que el ejército
rojo se había apoderado en 1939 y 1940, dio la bienvenida a los invasores alemanes. Las
nacionalidades no rusas de las zonas meridionales soviéticas proporcionaron a los alemanes
muchos colaboracionistas; para la población rusa, la guerra se convirtió en una causa nacio-
nal. La población de la sitiada ciudad de Leningrado soportó unas inhumanas condiciones
de hambre y frío con un ánimo que sólo puede describirse como de heroísmo colectivo.
Más de un millón de vidas se perdieron antes de que las fuerzas del ejército rojo acabaran
con el sitio del «eje» en 1944. La «gran guerra patriótica», como los rusos llamaban a la
guerra contra Alemania, exigía y recibía un amplio apoyo.
El mayor sacrificio procedió de los soldados de primera línea. En los primeros dos
años, el ejército rojo carecía del suficiente equipo militar y de oficiales preparados como
para enfrentarse al poderoso ejército alemán, dado que muchos de los antiguos y experi-
mentados oficiales soviéticos habían muerto durante el «Gran terror». Esa debilidad fue
particularmente aparente durante el primer verano de la lucha. La derrota militar y las «bol-
sas» de ejércitos enteros llevaron a los soldados a rendirse en cantidades enormes. Éste fue
el caso en 1942 de la ofensiva alemana lanzada en el sur de Rusia hasta Stalingrado. Los
generales soviéticos reemplazaron el inexistente armamento pidiendo un heroísmo suicida a
sus soldados. La infantería de primera línea podía esperar, como mucho, sobrevivir un mes
en la batalla antes de sufrir heridas serias o de morir. Para el final de la guerra, habían
muerto diez millones de militares soviéticos.
En esas desesperadas circunstancias, ]as autoridades soviéticas ordenaron a los comu-
nistas de las zonas ocupadas que organizaran guerrillas antinazis en donde fuera posible
hacerlo. Sus débiles operaciones militares eran útiles para debilitar el esfuerzo de guerra
alemán en el este. En la Europa oriental, así como en Francia y también en Italia, los gru-
pos de resistencia comunista crearon unas guerrillas efectivas, pero donde tuvieron más éxi-
to fue en Yugoslavia. Tito, el líder del Partido Comunista, creó un ejército guerrillero que
gradualmente se hizo con el control de las regiones montañosas del país. Recibió una im-
portante ayuda militar de los aliados occidentales. Para él, Moscú seguía siendo La Meca y
la revolución, su objetivo final.
Las operaciones militares soviéticas comenzaron a conseguir algunos éxitos en la bata-
lla de Stalingrado. Tras una testaruda defensa de una pequeña zona de la ciudad a orillas
mismas del Volga, una gran contraofensiva del ejército rojo envolvió a las fuerzas alema-
nas que allí se encontraban. Dos meses después, los restos del ejército germano se rindie-
ron. El ejército rojo probablemente perdiera medio millón de hombres en la batalla y los
alemanes a otros tantos. En el verano de 1943, el frente oriental todavía se encontraba muy
dentro de Rusia.
La batalla que decidió el resultado de la guerra germano-soviética tuvo lugar ese verano
en las llanuras de la Rusia central. Hitler intentó una última gran ofensiva. Fue la mayor
batalla de tanques de la Segunda Guerra Mundial. Esta vez el ejército rojo estaba preparado,
La última guerra mundial, 1939-1945 167

con equipo, tropas y generales competentes. Al final, la maquinaria de guerra soviética de-
mostró ser más poderosa que el ejército alemán, que resultó derrotado y tuvo que huir. Para
finales del otoño, la retirada alemana había llegado hasta la Rusia occidental. La victoria
había comenzado a ser al fin una realidad tangible para sus dirigentes.

La cooperación aliada
En esas condiciones de recién encontrado poder militar, Stalin estaba listo para negociar
una alianza diplomática real con las potencias occidentales. En la conferencia de Teherán,
en otoño de 1943, finalmente se encontró con Churchill y Roosevelt. Por su parte, los diri-
gentes occidentales fueron capaces de comprometerse formalmente respecto a un segundo
frente en Francia para la primavera de 1944. La conferencia significó el punto álgido de las
buenas relaciones entre los aliados. Los tres dirigentes estuvieron de acuerdo en los térmi-
nos básicos de su gran alianza, que se centraba en tres objetivos importantes: primero, repe-
tía su intención de continuar la guerra hasta la victoria total; tras la rendición alemana, el país
se dividiría temporalmente en zonas de ocupación; a la población alemana se le impondrían
una política de desmilitarización y «desnazificación» y el pago de indemnizaciones.
Los dirigentes occidentales aceptaron la exigencia de Stalin de que la Unión Soviética
conservaría sus nuevas tierras occidentales .. De modo informal, también estuvieron de
acuerdo en que Polonia, al haber perdido territorios orientales frente a la Unión Soviética,
recibiría tierras alemanas en su frontera occidental. Por el bien de la alianza aceptaron, con
reticencias, las anexiones territoriales y las nuevas fronteras de Polonia; al hacerlo contri-
buyeron a la creación de una nueva esfera de influencia soviética durante la posguerra.
Stalin, por su parte, consentía en entrar en el conflicto asiático tras la victoria en Euro-
pa. Roosevelt, siguiendo la opinión de sus consejeros militares, estaba convencido de que
sólo la ayuda del ejército rojo permitiría acabar rápidamente con la guerra contra Japón. La
promesa de Stalin de ayuda militar era un logro importante para el presidente de los EE UU.
Para conseguirla estaba dispuesto a consentir las ganancias territoriales de la Unión Soviéti-
ca y una nueva esfera de influencia en Europa y Asia.
Las grandes batallas de 1944 hicieron visible el poder de la alianza tanto para los alia-
dos como para el «eje» ..En junio, las fuerzas combinadas navales· y terrestres aliadas abrie-
ron un frente en la costa de Normandía, en Francia. Tras semanas de lucha, las columnas
blindadas fueron capaces de comenzar una rápida ofensiva a través de la Francia central,
capturando a varios cientos de miles de prisioneros alemanes. En agosto, las fuerzas aliadas
liberaron París; pero las esperanzas de que los ejércitos aliados serían capaces de penetrar
en territorio alemán se vieron frustradas por el fracaso de la ofensiva británica de ese otoño,
destinada a alcanzar el Rhin en Holanda. Alemania acababa de sufrir una gran derrota en el
oeste, pero la guerra todavía seguía fuera del territorio germano.
En el este, las fuerzas alemanas sufrieron una derrota tan .devastadora como la de la
batalla de Normandía. Ese verano, Stalin ayudó a la invasión 'aliada ordenando una gran
ofensiva soviética en todo el frente central, localizado en la Rusia occidental. Las instruc-
ciones de Hitler de que el ejército alemán debía luchar sin retirarse eran imposibles de cum-
plir, pero su general obedeció. El ejército rojo fue capaz de rodear a la mayor parte de las
fuerzas militares alemanas en el frente, aproximadamente 300 000 hombres. La destrucción
del frente central dejó el camino soviético expedito hacia Polonia y el este de Alemania.
Para agosto, sus divisiones avanzadas habían alcanzado los arrabales de Varsovia.
La cercanía del ejército rojo originó un alzamiento en Varsovia, organizado por las
fuerzas clandestinas no comunistas del ejército nacional polaco. Sus dirigentes intentaban
168 Historia del Mundo Contemporáneo 1900-2001

Los dirigentes de las grandes potencias: Stalin y Roosevelt en la conferencia de Tehcrán, 1943 (National Archives).

conquistar la ciudad antes de que los rusos llegaran a ella, temiendo que sí no sucedía así,
no tendrían posibilidades de formar un nuevo gobierno polaco. Entonces el ejército sovié-
tico se detuvo. Durante meses se mantuvo al este de Varsovia mientras una división ale-
mana acababa lentamente con el alzamiento y, al mismo tiempo, destruía la ciudad
misma. Sólo en enero de 1945 reanudó el ejército rojo su ofensiva en la zona. Los histo-
riadores todavía debaten si el alto soviético se debió a una necesidad militar o política.
Lo que resulta evidente es que la aniquilación por parte de Alemania de las fuerzas del
ejército nacional polaco supuso el fin del principal obstáculo para la dominación política
soviética de Polonia.
Las grandes victorias militares aliadas provocaron el colapso de la alianza del «eje». De
hecho, una de las potencias del «eje» capituló ya en 1943. Ese año, el desembarco aliado en
el sur de Italia hizo que los generales se unieran a la oposición al Estado fascista y a Mus-
solini. Ni ellos ni el pueblo italiano tenían más deseos de continuar una guerra desesperada
y destructiva. Con la ayuda del rey italiano y de importantes políticos fascistas, 'consiguie-
ron expulsar a Mussoliní del poder a mediados de 1943 y firmar un armisticio con los alia-
dos. Sin embargo, inmediatamente después, las divisiones blindadas alemanas ocuparon el
poder y reemplazaron a las tropas italianas en el frente. La guerra en Italia, que nunca había
sido un teatro importante de operaciones en la guerra, continuó durante otros dos años. Más
que nunca, la Alemania nazi era la fuerza de la coalición del «eje».
La última guerra mundial, 1939-1945 169
170 Historia del Mundo Contemporáneo 1900-2001
La última guerra mundial, 1939-1945 171

Para 1944, las fuerzas aéreas alemanas ya no podían proteger el país de los continuos
bombardeos aéreos aliados. Los masivos ataques de bombarderos británicos y norteameri-
canos con explosivos y bombas incendiarias convirtieron algunas ciudades en ruinas, con la
pérdida de cientos de miles de vidas alemanas. Las «tormentas de fuego» causadas por esos
ataques fueron tan destructivas como las explosiones de las primeras bombas atómicas. La
peor tuvo lugar a comienzos de 1945, cuando la ciudad de Dresde fue bombardeada, con
unas pérdidas estimadas de entre 50 000 y 80 000 vidas. A pesar del fanatismo nazi y de la
lúgubre determinación de las tropas alemanas, la derrota del «eje» era ya inevitable. Pero la
guerra continuó, pues Hitler y sus seguidores nazis preferían morir luchando a rendirse.

LA DERROTA DE LOS IMPERIOS DEL EJE


A comienzos de 1945, la guerra en Europa y Asia estaban llegando a su fin rápida-
mente. El futuro de los Estados europeos y asiáticos ocupados dependía en gran medida de
la política de las potencias aliadas victoriosas, ya fueran juntas o por separado. La gran
alianza prometía cooperación tanto para la guerra como para la paz que la seguía. Para
Europa, más importante que los acuerdos entre los aliados era el movimiento hacia la zona
central del continente de los ejércitos soviético y occidentales. Tras ellos las autoridades
soviéticas y occidentales ccmenzaron la reconstrucción; el resultado fue muy diferente en
las regiones occidentales y órientales. Mientras que los nuevos planes aliados pensaban en
un futuro común para Europa, un especie de reparto del continente estaba ya en marcha. El
destino de Asia se decidiría poco después, cuando el mundo entrara en la era de la guerra
nuclear. El poder militar norteamericano decidió el resultado de esa guerra. China y Corea
sufrieron un proceso de reparto similar al de Europa. El resultado de la guerra estaba en
manos de los aliados.

Los Estados Unidos y la liberación de la Europa occidental


Entre los estadistas occidentales, fue Roosevelt quien más influencia tuvo a la hora de
trazar los planes para reconstruir la Europa de posguerra. El sistema político norteamerica-
no ponía las decisiones de la política exterior en sus manos, aunque dejaba al Congreso y
los votantes la decisión de conceder los fondos necesarios para esas aventuras internaciona-
les. Roosevelt, como político astuto que había vivido las esperanzas y frustraciones de la
política internacionalista de Wilson, previó que la influencia que habían tenido los EE UU
durante la guerra no continuaría tras la paz. El pueblo norteamericano, mediante sus repre-
sentantes electos, exigiría el inmediato regreso a las condiciones de antes de la guerra: la
desmovilización de las tropas norteamericanas y el final de la ayuda al extranjero. Lo mejor
que podría conseguir Roosevelt sería una paz que se sostuviera por sí misma, es decir,
una que no necesitara compromisos militares c_onstantes por parte de los Estados Unidos. El
internacionalismo de Wilson daba forma a su visión de la paz futura. Mantuvo el compro-
miso de la autodeterminación de las tierras ocupadas por el «eje», incluso sí antes habían
sido colonias occidentales. Esperaba la colaboración de las grandes potencias en el seno de
una nueva organización para mantener la paz internacional que se llamaría las Naciones
Unidas.
Sus planes modificaban el wilsonismo de dos modos. Por un lado sus consejeros y el
Gobierno británico trabajaron para crear una economía internacional basada en el libre mer-
cado y en un sistema financiero estable. Los dirigentes de los EE UU esperaban ver una
expansión económica global tras la guerra; esto beneficiaría a los países afectados por la
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Un economista entre diplomáticos: 'John Maynanl Keynes dirigiéndose a los asistentes a la Conferencia Brettou-Woods,
1944 (UPI/Bet1man)-

guerra y también a la economía norteamericana. En una reunión que tuvo lugar en los Esta-
dos Unidos a finales de 1944, los funcionarios británicos y norteamericanos llegaron a un
acuerdo sobre el apoyo de los EE UU al comercio internacional y a, los asuntos financieros.
El llamado «sistema Bretton-Woods» prometía fortalecer la economía de mercado global,
apuntalada por la riqueza económica de los EE UU.
Roosevelt esperaba una colaboración pacífica entre las grandes potencias. Su liderazgo
en los asuntos mundiales le importaba más que los proyectos institucionales para las Nacio-
nes Unidas. Éstas aceptarían la principal responsabilidad para la creación o la restauración
de los gobiernos democráticos en las naciones-estado pequeñas y para las acciones colecti-
vas para resistir a los gobiernos agresivos. Daba por sentado que el aislacionismo norteame-
ricano estaba muerto e intentó reemplazarlo por una política exterior que sólo requiriera
una mínima participación en los asuntos globales. En el discurso que dirigió al Congreso
tras su regreso de la Conferencia de Teherán, de 1943, dejó claro cuánta importancia le
concedía al nuevo espíritu de colaboración de posguerra. «Gran Bretaña, Rusia, China y los
Estados Unidos y sus aliados -declaró� representan más de las tres cuartas partes de la
población total de la Tierra. Mientras estas cuatro naciones con gran poder militar perma-
nezcan juntas y decididas a mantener la paz, no habrá ninguna posibilidad de que una na-
ción agresora surja para desencadenar una nueva guerra mundial».
La última guerra mundial, 1939-1945 173
174 Historia del Mundo Contemporáneo 1900-2001
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Se refería a su colaboración como el trabajo de «cuatro policías». Insistía en que a esos
Estados se les concedieran poderes especiales en el Consejo de Seguridad de las nuevas
Naciones Unidas. Se necesitaba buena voluntad por su parte para imaginar que la China
nacionalista sería capaz de convertirse en el «policía» del este de Asia. Sólo el profundo
optimismo de Roosevelt (y la euforia de la cooperación de guerra) justifican su esperanza
de que continuaría el acuerdo con la Unión Soviética. La alianza tenía que resistir, pues no
veía otra esperanza para una paz duradera.
Según se movían las fuerzas aliadas hacia el centro de Europa, el papel, clave de las
autoridades de ocupación se fue haciendo evidente. Francia era el país más importante libe-
rado por la invasión de Normandía. Había perdido toda libertad real durante la guerra. Su
economía había estado al servicio de la maquinaria de guerra alemana y su población había
estado sometida a la explotación germana. Según pasaron los años de ocupación, la oposi-
ción a los alemanes creció y las fuerzas de la resistencia se unieron en el movimiento
«Francia Libre». Su líder, el general Charles de Gaulle, traicionó a su ejército en 1940,
cuando se negó a aceptar el armisticio con Alemania y huyó a Londres. Su dedicación y
elocuencia defendiendo la causa de la libertad francesa no tardó en situarlo al frente de las
fuerzas que se oponían a los alemanes. Según se acercaba la liberación, incluso los comu-
nistas reconocían, si bien a regañadientes, su liderazgo.
De Gaulle tuvo muchas dificultades para obtener el reconocimiento de Roosevelt. El
presidente norteamericano creía que la «autodeterminación nacional» significaba la elec-
ción de un nuevo líder mediante unas elecciones libres y no por autoproclamación. Sin em-
bargo, De Gaulle era el principal líder anticomunista de Francia y estaba decidido a crear
un gobierno libre y democrático. Este acuerdo sobre los principios políticos básicos, más la
popularidad de De Gaulle entre los franceses y las fuerzas de la resistencia, le valieron el
apoyo diplomático de los aliados occidentales poco después de la invasión de Normandía.
En los meses que siguieron llegó a un acuerdo con las fuerzas de la resistencia francesa
para celebrar unas elecciones democráticas y crear una nueva República en lo que todos
esperaban que sería una nueva Francia. De un modo adecuado al principio de la autodeter-
minación nacional, Francia recuperó su independencia.

El triunfo soviético en la Europa oriental


Mientras los líderes occidentales consideraban que la autodeterminación era adecuada
para toda Europa, Stalin sólo la aceptaba si convenía a la política de potencias soviética.
Sus objetivos y métodos para construir la paz diferían fundamentalmente de los de Roose-
velt. La diferencia fundamental estribaba en el uso del poder del Estado. Mientras que el
Gobierno de los EE UU intentaba crear un nuevo orden mundial que requiriera la menor
intervención internacional, el líder soviético procedía a desplegar su poder militar para ase-
gurar el dominio diplomático o político de las zonas liberadas en torno a la Unión Soviética
por el ejército rojo. Al igual que en la década de 1930, Stalin honraba la ley de la política
de potencias de «respetar sólo al fuerte» y seguía mantenierido sus sospechas sobre «la ley
de la selva capitalista». La guerra contra Alemania había aliado temporalmente a los Esta-
dos capitalistas y a la Unión Soviética; pero en su opinión el antagonismo fundamental en-
tre los dos sistemas políticos seguía existiendo. En la visión que Stalin tenía del mundo,
aplicada todavía con más crueldad en su trato con sus socios comunistas, no se podía con-
fiar en el libre albedrío de nadie para que trabajara para el bien común. Sólo reconocía el
poder político y militar.
Según esta lógica, le debía a los aliados occidentales un cierto respeto. Comprendía las
razones para la preponderancia mundial de los Estados Unidos, con su intacta y productiva
La últíma guerra mundial, 1939-1945 175

ft{ economía, grandes navíos y enorme poder militar. La Unión Soviética, desangrada y allí-
mite de sus fuerzas por apoyar al ejército rojo, no era rival. Ése fue el motivo por el que le
concedió la máxima prioridad al fortalecimiento de la posición internacional de la Unión
Soviética. Durante la guerra, sus espías en los Estados Unidos le habían informado del de-
. sarrollo de la bomba atómica norteamericana y, antes incluso de la derrota de Alemania, los
científicos soviéticos ya habían comenzado a trabajar en las armas nucleares. Las forzosas
relaciones con sus aliados de tiempos de guerra no habían hecho nada para disuadirlo de
crear una esfera de influencia soviética en torno a su país.
Para 1943 había comenzado a reunir las partes políticas y diplomáticas de una zona pro-
tectora de posguerra en las fronteras occidentales soviéticas. Su condición fundamental era
la exigencia de que los pequeños Estados vecinos renunciaran a su independencia en cues-
.· tiones internacionales. El Gobierno checo en el exilio en Londres se dio cuenta rápidamente
·· de que sus esperanzas de regresar a su patria dependían de satisfacer el requerimiento de
Í: Stalin. En 1943 propuso a la Unión Soviética un acuerdo diplomático mediante el cual du-
rante la posguerra los checoslovacos aceptarían el liderazgo internacional soviético de pos-
guerra a cambio del autogobierno interno. Stalin estuvo de acuerdo con la propuesta.
Cuando el ejército rojo liberó Checoslovaquia, le traspasó el poder a ese Gobierno, que pro-
cedió a reconstruir una democracia parlamentaria y un Gobierno de coalición. En 1945 Sta-
lin buscaba el reconocimiento diplomático del poder soviético, no una revolución
.· . comunista en Checoslovaquia. Aplicó el modelo checoslovaco a su tratado de paz con Fin-
landia. El realismo, y no la ideología comunista, dictaba esos acuerdos.
·. Stalin estaba dispuesto a aceptar el gobierno de las fuerzas comunistas allí donde éstas
> disfrutaban de un poder importante, a condición de que también se plegaran al dominio so-
··. viético. En 1945 Yugoslavia estaba en poder de las fuerzas guerrilleras de Tito. Desde sus
bases en las montañas procedieron a ocupar el país tras el paso del ejército rojo. Llevando a
la práctica sus planes revolucionarios, de inmediato instalaron, siguiendo el modelo soviéti-
co, una dictadura de partido único dentro de un Estado federal, para poder gobernar a su
población multiétnica. Dada la insistencia soviética, aceptaron acuerdos económicos me-
diante los cuales le venderían a bajo precio las materias primas de su país con vistas a re-
construir la URSS.
Los acontecimientos de Polonia revelaron claramente las intenciones soviéticas a Occi-
dente. Antes incluso de que la guerra terminara, el futuro de Polonia suscitó controversias
entre los aliados. El Gobierno polaco en el exilio, radicado en Londres, reclamaba su dere-
cho a reconstruir la nación-estado polaca, destruida por los nazis. Los dirigentes soviéticos
comenzaron las negociaciones con los polacos de Londres. Sin embargo, en 1943 las rom-
pieron cuando los funcionarios polacos exigieron una investigación de los informes que de-
cían que, en 1940, la policía secreta soviética había masacrado a miles de los oficiales
polacos capturados durante la guerra de 1939. A Stalin no le importaba en absoluto que los
informes fueran ciertos. Para él, la petición polaca condenaba a su Gobierno como desleal y
de poco fiar, inadecuado para gobernar en la esfera soviética. A.partir de ese momento, se
dispuso a formar otro régimen polaco a partir de los restos del Partido Comunista Polaco, la
mayor parte de cuyos dirigentes habían sido ejecutados por su policía durante el «gran te-
rror». Cuando el ejército rojo alcanzó el territorio polaco en 1944, las autoridades de ocupa-
ción soviéticas comenzaron de inmediato a eliminar a los restos del ejército nacional
polaco. A finales de ese año habían creado un gobierno provisional polaco. Sus miembros
eran comunistas; los polacos de Londres quedaron excluidos. Los Gobiernos estadouniden-
se y británico protestaron por esta burla de la autodeterminación nacional en Polonia, pero
en vano. En ese país la influencia soviética se extendía hasta la propia vida política de la
nación.
176 Historia del Mundo Contemporáneo 1900-2001

Cuando los dirigentes aliados se reunieron en Yalta en febrero de 1945, tenían que dis-
cutir la paz futura, así como las medidas para acabar con la guerra. El acuerdo sobre el
modo en que se dispondría de las tierras alemanas, una vez derrotados los nazis, no planteó
ningún problema. De los debates del año anterior habían surgido unas zonas de ocupación
para las cuatro potencias europeas (incluida Francia). Berlín también se dividiría entre las
fuerzas aliadas, aunque la ciudad propiamente dicha se encontraba en la zona soviética de
la Alemania oriental. Sin importar el lugar en el que se hubieran encontrado las tropas del
este y el oeste al final de la guerra, esas zonas definían los límites de las zonas que ocupa-
rían subsecuentemente.
La cuestión de la guerra en el este de Asia tampoco planteó serios problemas en la Con-
ferencia de Yalta. A cambio de una ofensiva soviética en Manchuria y Corea, Stalin pedía
algunos territorios japoneses (las islas Sajalín y Kuriles) y concesiones en el norte de China
(las mismas que poseyó el Imperio ruso hasta la victoria japonesa en la guerra de 1904-
1905). Roosevelt prometió conseguir el acuerdo del Gobierno nacionalista de Chiang a esas
peticiones. De nuevo se había convertido en el colaborador de Stalin a la hora de satisfacer
las demandas territoriales del líder soviético. Ni siquiera la cuestión de la pertenencia de la
Unión Soviética a las Naciones Unidas planteó una amenaza real. Es probable que Stalin
llegara a la conclusión de que el proyecto de Roosevelt, si bien inútil para los intereses
soviéticos, no suponía una amenaza real para los mismos. En ese sentido, la gran alianza
siguió funcionando perfectamente.
Los límites de la alianza se hicieron aparentes cuando los aliados discutieron el destino
de los países liberados por el ejército rojo. Roosevelt pidió que los soviéticos aceptaran el
principio de la autodeterminación nacional y de las elecciones democráticas. Stalin estuvo
de acuerdo en una declaración sobre la Europa liberada y prometió elecciones libres; pero
el acuerdo dejaba tantas vías de escape para los soviéticos que, como le dijo a Roosevelt
uno de sus consejeros, «puedes hacer pasar a un camión por ellas». El dominio soviético en
Polonia, que era la verdadera preocupación y la principal fuente de divergencias entre los
aliados, no se vería afectado por las declaraciones diplomáticas. Sin embargo, Roosevelt no
pidió nada más: tan importante era para él la colaboración soviética en la guerra contra el
Japón. El debate histórico sobre la incapacidad estadounidense de asegurar una Polonia li-
bre en la Conferencia de Yalta continúa todavía. Algunos críticos llamaron a esas decisio-
nes una «claudicación» ante los rusos. Sin embargo, la imposición en ese país de un
régimen comunista apoyado por los soviéticos probablemente no fuera negociable. La inca-
pacidad de Stalin para llegar a un acuerdo en Yalta sobre esta cuestión demuestra hasta qué
punto estaba preparado para ignorar las protestas occidentales ante su decisión de convertir
al pueblo polaco en un Estado cliente.
Stalin asumió que las potencias occidentales exigirían sus propias esferas de influencia,
de modo que ordenó a los comunistas de Francia e Italia que entregaran sus armas a las
fuerzas de ocupación aliadas. Según él comprendía la política de potencias, esa zona caía
dentro de la esfera de Occidente y los comunistas tenían qu� unirse a las democracias «bur-
guesas» occidentales. Su futuro acceso al poder tendría que seguir el camino de la lucha
social y política, no el de la revolución violenta. Cuando Roosevelt habló de un mundo de
paz y colaboración entre las grandes potencias, Stalin entendió que se refería a hegemonía
y esferas de influencia. Entre dos estadistas con unos puntos de vista tan diferentes no po-
día existir acuerdo ni comprensión permanente.
Esa primavera, los ejércitos aliados procedieron a derrotar a las restantes fuerzas alema-
nas. Los generales alemanes conservaron el grueso de sus fuerzas en el este en un intento
por detener la ofensiva soviética. Para abril, los ejércitos aliados estaban avanzando rápida-
mente por la Alemania central y meridional. Churchill, quien preveía el enfrentamiento con
Lá última guerra mundial, 1939-1945 177

La victoria aliada en Europa: la roja


bandera soviética en lo alto del Reichstag,
Berlín, mayo de 1945 (Hoover Institutioni,

la Unión Soviética respecto a' las esferas europeas, apremiaba a las tropas occidentales a
que ocuparan Berlín y Praga. Se trataba de ciudades importantes, situadas políticamente
dentro de las zonas designadas para ser liberadas por los soviéticos. El general Dwíght
Eisenhower, comandante supremo aliado, se negó a alterar sus prioridades militares para
hacer sitio a los cálculos políticos. En abril murió Roosevelt. Fue reemplazado por su vice-
presidente, Harry Truman, un ex senador del medio oeste sin experiencia. Lo único que
podía hacer el nuevo Presidente era seguir las directrices marcadas por el difunto Roose-
velt. Tras el suicidio de Hitler a comienzos de mayo, los dirigentes militares alemanes se
rindieron a los aliados. La guerra europea terminó con las tropas soviéticas en Berlín.
En julio, las tropas occidentales de la Alemania Oriental se retiraron para permitir al
ejército · soviético hacerse cargo de su zona de ocupación. Cumpliendo con su parte del
acuerdo, las autoridades soviéticas permitieron el acceso al Berlín oeste a las tropas occi-
dentales. Éstas dieron comienzo la desmilitarización y la «desnazificación»; en todas las
zonas del país derrotado comenzaron los planes para la imposición de las indemnizaciones.
El Estado alemán había dejado de existir. Aquello que ocupó su lugar dependía de las cua-
tro potencias ocupantes, que por entonces todavía cooperaban como aliados.

La victoria en el este de Asia


La guerra en el Pacífico siguió un curso muy diferente. Hasta el final mismo siguió siendo
principalmente una guerra naval. A comienzos de 1945 los británicos lanzaron al fin una
178 Historía del Mundo Contemporáneo 1900-2001

ofensiva desde la India hasta Birmania, ocupada por los japoneses. Durante la guerra el
ejército indio había luchado lealmente por el Imperio británico, defendiendo la India y lu-
chando en Oriente Próximo y Medio y en Europa. El servicio civil indio había cumplido
con sus obligaciones como se esperaba de él. Operando desde la India, el comandante su-
premo del sureste asiático, lord Mountbatten, preparó las ofensivas para retomar las colo-
nias británicas de la zona. Antes de que sus fuerzas pudieran ir más allá de Birmania, la
invasión del ejército rojo en Manchuria y la destrucción de Hiroshima y Nagasaki termina-
ron abruptamente con la guerra.
La ofensiva naval norteamericana había comenzado en 1943. El año anterior, las fuer-
zas navales de los BE UU habían acabado, en batallas que tuvieron lugar en el mar del
Coral y cerca de la isla de Midway, al oeste de Hawaii, con los intentos japoneses de des-
truir el poder militar norteamericano en el Pacífico. De hecho, en esas batallas navales la
flota japonesa había sufrido serias pérdidas. Los aviones de los portaaviones estadouniden-
ses hundieron a la mayoría de los portaaviones del enemigo. A partir de entonces, los Esta-
dos Unidos llevaron ventaja en esa lejana guerra naval. En 1943, la flota estadounidense del
Pacífico ya era superior en número y potencia a las fuerzas navales japonesas. Gradual-
mente, las fuerzas navales y de marines se movieron hacia el oeste por el Pacífico, saltando
de isla en isla para establecer bases aéreas cada vez más cercanas a Japón. En 1944 centro-
laban los mares hasta el archipiélago de las Filipinas. Ese mismo año, las divisiones del
ejército dirigidas por el general Douglas MacArthur reconquistaron el país. El siguiente ob-
jetivo de MacArthur era la invasión del propio Japón, donde se esperaban enconados com-
bates antes de que los japoneses se rindieran.
A finales de 1944, las fuerzas aéreas estadounidenses controlaban los cielos sobre las
islas y operaban desde bases lo bastante cercanas a Japón como para lanzar bombardeos
masivos sobre el país. Las ciudades japonesas estaban abiertas a las mismas «tormentas de
fuego» que habían destruido las ciudades alemanas. En la primavera de 1945, Tokio fue
consumida en un tremendo fuego provocado por las bombas incendiarias, que dejaron cerca
de cien mil muertos. Para el verano la mayoría de los centros urbanos japoneses estaban en
ruinas y la economía del país se estaba haciendo pedazos. La guerra submarina de los
EEUU había destruido el comercio marítimo japonés, privando a los ejércitos nipones y a
la economía industrial del país de unas materias primas vitales. En julio, el gabinete de gue-
rra japonés comenzó a considerar unas negociaciones de paz. Los dirigentes militares,
apoyados por el emperador Hirohito, defendían la guerra a muerte para proteger el honor de
su país. Los miembros del gabinete civil esperaban que continuara la neutralidad soviética
y que los soviéticos mediaran para negociar un compromiso de paz con los Estados Unidos.
Los dirigentes japoneses estaban completamente equivocados. Stalin se estaba preparando
para la guerra en Asia y los Estados Unidos se aferraron a su exigencia de una «rendición
incondicional».
La guerra de los BE UU en el Pacífico era, a su modo, una guerra total. El odio a los
japoneses era alto, en especial al conocerse historias del maltrato de los japoneses a los
prisioneros. La negativa de los soldados japoneses a rendirse ante situaciones desesperadas
confirmaba la posibilidad de una lucha prolongada cuando los norteamericanos invadieran
las islas. Al mismo tiempo, la ofensiva del ejército rojo en el norte de China pretendía cap-
turar a las tropas japonesas en el continente asiático. La fuerza aérea de los EE UU ya había
comenzado con los bombardeos masivos sobre Japón y en el verano de 1945 tuvo a su dis-
posición una nueva bomba, con un poder inimaginable.
El desarrollo norteamericano de la bomba atómica había comenzado por miedo a que los
nazis la consiguieran primero. La derrota de los alemanes en mayo y la exitosa prueba de la
bomba en julio de 1945 dieron a los dirigentes de los Estados Unidos nuevas posibilidades
La última guerra mundial, 1939-1945 179

El final de la Segunda Guerra


Mundial: la rendición japonesa,
agosto de 1945 (Hoover
Institution).

de elección. En la guerra contra el Japón disponían de una nueva arma, de un poder sin
precedentes y lista para ser utilizada. Su uso no era ya para desanimar al enemigo, sino
destruir a un enemigo que estaba indefenso contra los ataques aéreos y que en tierra lucha-
ba hasta morir. El Gobierno de los EE UU decidió, sin dudarlo mucho (sólo alguno de los
científicos aconsejaron que se abstuviera), autorizar su uso a las fuerzas aéreas. El 6 de
agosto una bomba arrasó la ciudad de Hiroshima, matando a más de 100 000 personas; una
segunda bomba destruyó gran parte de Nagasak:i el 9 de agosto. El mundo había entrado en
la era de la guerra nuclear.
La guerra terrestre contra el Japón terminó casi tan pronto como había empezado. El 8
de agosto, el ejército rojo invadió Manchuria. Stalin había respetado al pie de la letra su
acuerdo de Yalta con Roosevelt de que comenzaría una guerra en Asia tres meses después
de que terminaran las hostilidades en Europa. Las fuerzas japonesas fueron arrolladas por la
invasión soviética, que barrió Manchuria y Corea. A pesar de la inevitable derrota, transcu-
rrió toda una semana antes de que el gabinete de guerra japonés aceptara rendirse. El empe-
rador Hirohito les ordenó rendirse porque, según sus palabras, «lo insoportable debe ser
soportado».
La ofensiva soviética y el ataque nuclear habían llevado a la guerra a un final repentino.
La invasión estadounidense de las islas principales ya no era necesaria. Todavía continúa el
debate sobre si el uso de las bombas atómicas era necesario para impedir la invasión. La evi-
dencia histórica sugiere que sí lo era. El emperador y sus consejeros, en cuyas manos se en-
contraba la decisión de escoger la guerra o la paz, continuaban reiterando su petición al
pueblo japonés de que «aplastara a las naciones enemigas». Sus llamamientos a continuar con
La
la guerra se parecían a la negativa de Hitler de aceptar la derrota. población japonesa pare-
cía dispuesta a obedecer. El lanzamiento de las dos bombas atómicas, junto con la invasión
soviética de Corea· y Manchuria, forzaron al emperador a cambiar de opinión y aceptar la
derrota. La preocupación de los expertos militares norteamericanos de que sin la bomba la
guerra hubiera durado meses, con terribles pérdidas norteamericanas, estaba bien fundada.
Los dirigentes y el pueblo norteamericano vieron la bomba atómica como un arma más
para conseguir la victoria. La capitulación del Imperio japonés el 14 de agosto de 1945 dio
por terminada la Segunda Guerra Mundial. Los países aliados habían derrotado a los impe-
rios militares más poderosos de la historia, pero a un precio terrible.
180 Historia del Mundo Contemporáneo 1900-2001
La última guerra mundial, 1939-1945 181
182 Historia del Mundo Contemporáneo 1900·2001

IAJihd•Aél
La Segunda Guerra Mundial completó el lento proceso, comenzando con la Gran Guerra
y la depresión, de acabar con la era de los imperios. La derrota del Japón no sólo terminó
con su imperio ultramarino, sino también con los imperios europeos en el este y el sureste
de Asia. Las autoridades japonesas habían explotado y maltratado a los pueblos de su Impe-
rio, pero también destruyeron la autoridad de la administración colonial occidental que en
un momento dado gobernó esas tierras. En agosto de 1945 poco quedaba de los Imperios
francés y holandés. El Imperio británico estaba debilitado y desacreditado a los ojos de mu-
chos de sus antiguos súbditos. La capitulación del Imperio japonés era completa. Sus tropas
se preparaban para abandonar las tierras conquistadas que habían gobernado. En esa vasta
región se produjo un vacío de poder y nadie sabía cuál podría ser su futuro.
La destrucción producida por el gobierno nazi de Europa y la conquista aliada era ho-
rrorosa. Muchos millones de personas se habían visto reducidas a la miseria y los gobiernos
carecían de los medios para ayudarlos. Cerca de cincuenta millones de personas, entre civi-
les y militares, habían muerto en la guerra: era una espantosa medida del grado de devasta-
ción. Los Estados Unidos, que sufrieron relativamente pocas bajas, surgieron como el país
más poderoso del mundo. La Unión Soviética, pese al sufrimiento de su pueblo, poseía el
poderío militar y diplomático de una potencia internacional. La guerra había hecho que dos
Estados, cada uno de los cuales poseía unos planes muy diferentes para el nuevo orden
mundial, se repartieran la influencia en el orbe.
De las pasiones y las privaciones de la guerra surgieron esperanzas y sueños de cons-
truir un mundo nuevo a partir de las ruinas del viejo. Esas visiones se vieron alimentadas
entre los movimientos de resistencia. Los internos de los campos de concentración, así co-
mo las hordas de refugiados y de personas desplazadas, podían esperar poco más que sobre-
vivir y un nuevo hogar en alguna parte. Los guerrilleros antialemanes y antijaponeses
estaban animados por el deseo de liberar sus naciones y· también de· nevar a sus países una
vida mejor de la que habían llevado antes de la guerra. La esperanza en el progreso no
murió, aunque en medio de la guerra el número de personas arrestadas, torturadas y ejecu-
tadas era tan grande que el esfuerzo parecía vano en numerosas ocasiones. Las grandes es-
peranzas de cambio político y de liberarse del control colonial fueron una herencia de la
guerra. El conflicto entre las grandes potencias era diferente. En ese momento nadie se dio
cuenta de que se había vivido la última guerra mundial del siglo xx.

I HIN ll!r11X111311•1$•111
1939 Comienzo de la Segunda Guerra Mundial.
1940 Invasión alemana de la Europa occidental.
1941 Guerra germano-soviética.
1941 Los EE UU entran en la guerra.
1942-1945 Campos de exterminio nazis.
1942-1943 Batalla de Stalingrado.
1943 Conferencia de Teherán.
1944 Desembarco de Normandía.
1944 Alzamiento de Varsovia.
1944 Acuerdo Bretton-Woods sobre comercio internacional.
1945 Zonas de ocupación en Alemania.
1945 Guerra soviética contra Japón.

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