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5 Apuntes breves en torno a la construcción de demandas de fortalecimiento de


capacidades relacionadas a conflictos socioambientales en la región

Por Pablo Ortiz-T.


Universidad Andina Simón Bolívar, Ecuador

Luego de casi 15 años de haber iniciado, junto a un equipo de profesionales de distintas


disciplinas y países de nuestra región, una incursión en el campo de los conflictos
socioambientales, cabe revisar algunas de aquellas premisas y preguntas que por
entonces nos formulábamos para el desarrollo, investigación, adaptación o diseño de
metodologías en el tratamiento de los conflictos socioambientales. Durante esos años, la
Unidad de Forestería Comunitaria y las instituciones asociadas al Programa de Bosques,
Árboles y Comunidades Rurales de la FAO promovían de alguna manera, junto con el
intercambio de experiencias dentro de la región, la transferencia tecnológica (conceptual e
instrumental) para la resolución de conflictos socioambientales.

Uno de los primeros esfuerzos en este sentido fue el realizado en San José, Costa Rica,
por iniciativa del FTPP/FAO con los colegas de la Universidad de La Paz. Fue
precisamente un encuentro con las tesis provenientes de los Estados Unidos, a través de
Resolve de Washington, que no hacía sino replicar en el campo ambiental los enfoques
convencionales de resolución de conflictos, provenientes del contexto de la cultura política
anglosajona y de las tesis, ampliamente conocidas entonces, provenientes de la Escuela
de Negocios de la Universidad de Harvard. Esta tesis planteaba que la resolución de
conflictos debía entenderse fundamentalmente como una estrategia para la concertación
y el acuerdo entre partes, bajo la premisa de que ambas tenían intereses que eran
posibles de compatibilizar, sobre la base de un ejercicio de concesiones mutuas hasta
llegar a un punto denominado acuerdo que ambas partes podían aceptar y percibir que
ganaban por igual. Aquellos supuestos, obviamente, nos remitían al tema de la equidad,
de relaciones simétricas entre las partes, de la internalización de normas, de la
credibilidad y legitimidad del sistema institucional y de una cultura política basada en una
mínima homogeneidad.

¿ Cómo fue nuestro encuentro con ese campo complejo de supuestos conceptuales e
instrumentales, que además nos referían a que el tipo de conflictividad ambiental era una
de las tantas expresiones de los procesos de cambio global, junto con la crisis del sistema
de Estados-nación, de interdependencia ecológica global y de consolidación de una
nueva fase de acumulación del capital?

Para algunos de nosotros, la lectura que hacíamos era desde nuestra experiencia de
acompañamiento a organizaciones campesinas e indígenas con las cuales laborábamos.
Específicamente, las circunstancias de nuestra experiencia atravesaban el momento
crucial de la legalización de territorios en la amazonía, las luchas de resistencia a la
ampliación de la frontera extractiva, y la agudización del modelo neoliberal, que entre
otras cosas significaba una mayor presión por la explotación de los recursos naturales
para atender las exigencias de la macroeconomía. Nuestro contexto local, regional
ynacional estaba caracterizado precisamente por la inequidad, la exclusión, la gran
asimetría entre las partes, la débil institucionalidad y presencia del Estado en zonas
periféricas del país, la escasa credibilidad y legitimidad del sistema institucional, y una
cultura política altamente autoritaria, basada en el desconocimiento de la heterogeneidad
y diversidad cultural. Nosotros, inicialmente no teníamos definido durante esos años, al
menos en una primera etapa, una estrategia de capacitación. Ni siquiera nos
preguntábamos capacitación de qué, a quiénes y para qué. La capacitación no estaba en
ese momento dentro de nuestras tareas. Fue precisamente ese desencuentro con la
oferta hegemónica internacional, a nivel conceptual y metodológico, lo que provocó el
debate e impulsó la conformación de al menos tres colectivos de trabajo en la región
sobre conflictos socioambientales. En Perú, el Foro Ecológico y varios subgrupos
regionales, en la región sur y en distintos puntos de la amazonía; en Mesoamérica la Red
de Forestería Comunitaria y en Ecuador, el Grupo de Conflictos Socioambientales
relacionados a la actividad petrolera. No podíamos tener planes de capacitar si aún no
encontrábamos siquiera respuestas a las preguntas más elementales.
¿Cómo entender los conflictos socioambientales, desde nuestros lugares, nuestras
urgencias, nuestras angustias y nuestras esperanzas?
¿Por qué este grupo de latinoamericanos siente que es necesario un nuevo u otro
entendimiento de los conflictos en general, y de los conflictos socioambientales en
particular?

Lo hacíamos aún cuando dentro de las propias corrientes teóricas occidentales


mirábamos con interés los debates, las irrupciones y las antinomias. No era lo mismo por
cierto las tesis de Johan Galtung o de Peter Wallensteen o Thomas Homer-Dixon que
aquellas que provenían del publicitado grupo de Cambridge encabezado por Fisher.
Podríamos decir también que esas perspectivas “intra-occidentales” eran un punto de
partida y de referencia teórica obligado. Eran perspectivas en disputa, donde había que
optar. El concepto de paz y conflictos de J.P. Lederach o de Galtung sin duda nos
resultaba muy sugerente en nuestras reflexiones y discusiones. Claro, que de las tesis de
Fisher y su equipo, sus instrumentos y técnicas eran altamente sugestivas. Sin embargo,
era el transfondo teórico y político, y esto a partir de ser cursantes en dos programas
distintos en Harvard en Cambridge, lo que reafirmaba nuestras dudas y nuestras certezas.

¿Por qué ciertas tesis, metodologías e instrumentos logran posicionarse en el mercado


del conocimiento y de las metodologías? ¿ Simple eficacia?

Obviamente, esto no podría entenderse al margen de las relaciones de poder global, de la


geopolítica del conocimiento y de las colonialidades del poder y del saber. Las tesis de
resolución de conflictos y negociación de Harvard, se habían difundido junto con la
expansión de las políticas de ajuste, la desregulación del Estado, los procesos de
privatización de los recursos naturales en varios países de la región, la ampliación de las
fronteras extractivas y el estallido de los conflictos socioambientales asociados a tales
procesos.

¿ Acaso las tesis de mediación y arbitraje no fueron cooptadas en casi la totalidad de


casos por las facultades de derecho, excluyendo la posibilidad de un abordaje inter y
multidisciplinario?

Difícilmente podíamos admitir la existencia de correspondencia alguna entre el tipo de


conflictividad asociada a la expansión de las fronteras extractivas o la presencia de
relaciones altamente incompatibles y asimétricas entre los actores, y las perspectivas de
diagnóstico y resolución de conflictos, que se vendían desde los quioscos de los
supermercados u otros puntos de venta ubicados en los centros de mediación de las
cámaras de comercio en las principales capitales de nuestros países. Obviamente que no.
Y ahí viene el antecedente al que me quería referir: al desencuentro entre lo que se ha
ofertado y lo que se demanda en nuestros procesos conflictivos, y específicamente en los
conflictos socioambientales.
Los perfiles de demanda podríamos asociarlos al tipo de conflictos socioambientales de
los cuales hablamos. Si tenemos conflictos altamente asimétricos, que involucran un
choque de racionalidades opuestas, asociados a un modelo extractivo de sobre-
explotación de la naturaleza, mal podríamos encontrar respuestas válidas en textos
generados en contextos culturales, institucionales, políticos, económicos y ambientales
distintos. De alguna manera podemos encontrar en el campo formal de la oferta
académica de la mayoría de las universidades de nuestros países, que el manejo de
conflictos se plantea desde una óptica disciplinar del derecho positivo, omitiendo lecturas
provenientes desde la psicología, la comunicación, la sociología, la antropología, los
estudios culturales, la geografía o la economía.

Tenemos entonces un primer campo problemático que va desde la ausencia de debate


teórico-conceptual, investigación y generación de conocimientos válidos sobre los
procesos conflictivos socioambientales locales o regionales en nuestros países hasta la
reproducción a-crítica de las matrices conceptuales y los paquetes instrumentales
provenientes del Norte, y específicamente de las tesis más convencionales y
conservadoras en el campo del tratamiento de los conflictos.

Con respecto a esto, cabe anotar que aquello nos remite a las limitaciones de partida que
tenemos al asumir, sin crítica alguna, un conocimiento que responde a puntos de vista
centrados en un conjunto de experiencias sociales y culturales. La perspectiva occidental,
y específicamente de una corriente teórica norteamericana, para tratar conflictos ha sido
naturalizada como una perspectiva universal, excluyendo, deslegitimando e invisibilizando
de plano cualquier otra perspectiva. La consecuencia de aquello en el tratamiento de
conflictos socioambientales ha sido precisamente la de distorsionar las funciones de un
campo científico pensado para construir paz, para hacerlo sobre la base de la búsqueda
de equidad o respeto de derechos. Al contrario, hemos tenido una oferta perversa que ha
legitimado los simulacros de negociación existentes en conflictos asimétricos, donde se
han atropellado continuamente los derechos individuales y colectivos de los actores más
débiles.

Demandas

Las demandas las encontramos obviamente en los conflictos socioambientales. Es


importante entender la tipología de los conflictos, sus dinámicas y sus estructuras en tanto
involucran tipos determinados de problemas, procesos y actores.

¿ Cuáles son nuestros escenarios conflictivos socioambientales más comunes?

Tenemos desde conflictos intra-locales, familiares o comunitarios, donde existen prácticas


y conocimientos acumulados. Las iniciativas que ha acompañado durante mucho tiempo,
el Centro sobre Derecho y Sociedad (CIDES) por ejemplo da cuenta de esas capacidades
locales existentes y que han buscado ser fortalecidas a través de sus proyectos de
mediadores comunitarios. Por otro lado, también tenemos conflictos simétricos de distinto
tipo donde hay actores con iguales capacidades, fortalezas y poder. Quizás es en ese
escenario donde menos desfases podríamos encontrar entre la oferta y demanda
existentes. De igual manera, encontramos los conflictos asimétricos entre actores con
distintas capacidades, fortalezas y poder. Es aquí donde podemos advertir fuertes
desencuentros entre la oferta y la demanda. Generalmente se ha respondido a la
demanda del más fuerte para neutralizar las acciones del más débil. Muchos de los
supuestos procesos de negociación entre empresas extractivas y comunidades locales,
en realidad son un simulacro que atenta contra los principios y las premisas de lo que
deben ser verdaderos procesos de construcción de acuerdos. Ahí hablaríamos casi de la
constitución de un mercado de mercenarios en mediación que han servido para legitimar
las propuestas impuestas por los actores más fuertes a los actores más débiles.
Conocemos varios casos de estas empresas asesoras o consultoras que incluyen en su
personal técnico precisamente a fieles seguidores de las metodologías de negociación
convencionalmente dominantes.

En esos contextos hay demandas no satisfechas, o satisfechas de manera muy irregular y


parcial. Me refiero a las demandas existentes en las instancias reguladoras del Estado y
en las de los actores más vulnerables o desfavorecidos, involucrados en estos conflictos
altamente asimétricos. Si hablamos de demandas existentes en el Estado, éstas van
desde la generación misma de información en torno a los conflictos socioambientales.
Han pasado más de 12 años desde que se planteó la posibilidad de establecer un sistema
de prevención y manejo de conflictos socioambientales y hasta ahora no ha sucedido
absolutamente nada al respecto. No existe información oficial ni ningún sistema de
registro, seguimiento o evaluación de los procesos de conflicto socioambiental que sean
de interés del propio Estado. A esto se añade la ausencia de enfoques multidisciplinarios
en la gestión ambiental en el sector público y el predominio de un tratamiento sectorial de
la política ambiental en el país.

El resultado se lo puede ver casi a simple vista: el irrelevante y torpe manejo del Estado
de situaciones conflictivas, que termina cediendo la conducción de esos procesos a los
entes menos calificados y adecuados en la búsqueda de salidas pacíficas, consensuadas
o sostenibles; solamente debemos analizar los casos recurrentes en los últimos 10 años
en torno a los conflictos en la Amazonía, donde es constante la represión, la violación de
derechos humanos, la criminalización de las protestas y una perspectiva dada no por
especialistas en conflictos ni equipos multidisciplinarios, sino por funcionarios de la
inteligencialistas para exhortar la intervención de una fiscalía dispuesta al
amedrentamiento y a la coacción del sistema judicial.

A nivel de los gobiernos locales, tenemos casos donde se han desarrollado ciertas
capacidades asociadas a los nuevos procesos de gestión incorporando enfoques más
integrales en torno al desarrollo, que se traducen en la existencia de unidades o
mecanismos de participación social donde está también considerada la variable
ambiental. Sin embargo, las limitadas competencias asumidas por estos entes en materia
de gestión ambiental, restringe de alguna manera el campo de intervención y desarrollo
en torno al tratamiento de los conflictos socioambientales.

Otro tipo de demandas está asociado a los conflictos socioambientales que involucran a
pueblos y nacionalidades indígenas o comunidades afro-descendientes. Además de las
connotaciones ya aludidas de los conflictos asimétricos, podemos agregar otras variables
complejas en estas demandas como la perspectiva que tienen estos actores de los
conflictos.

Cuando el conflicto va más allá de un simple choque de intereses o un desacuerdo y


encaramos más bien la confrontación de racionalidades, lógicas y cosmovisiones no sólo
diferentes sino incompatibles.
¿ Qué podemos hacer cuando las ofertas precisamente parten de matrices
epistemológicas y paradigmas frecuentemente occidentales y etnocéntricos?

Se busca convertir a la noción de sustentabilidad, ahora reducida a cliché, en la pieza


clave para hallar una compatibilidad con los conceptos y las lógicas de relacionamiento
sociedad naturaleza presentes en la mayoría de las nacionalidades indígenas. Se ve
empresas mineras, petroleras o madereras que dicen respetar el ambiente y ser buenos
vecinos, apelando al respeto a los derechos colectivos y consultando con la gente, que
construyen escuelas para las comunidades indígenas, educan a sus hijos, sanan a sus
enfermos, dan empleo a sus familias, y mucho más.

¿ Alguien independiente ha evaluado si eso es cierto?

Las estrategias de manejo de la conflictividad desde la perspectiva dominante ha


terminado no sólo por avalizar la imposición de acuerdos, condiciones y límites, sino
también por acelerar los procesos de desarticulación social y cultural de esos pueblos o
nacionalidades indígenas, en tanto no han considerado en ningún caso la otra
perspectiva, incompatible con el proceso extractivo, que no admite la fragmentación de la
naturaleza del propio cuerpo social. Ahí existe una violencia simbólica y real de despojo y
de aniquilamiento, no sólo del recurso, sino del saber del otro. Se evidencia una relación
de dominio.

Me permito aludir al caso ecuatoriano, donde los conflictos socioambientales de los años
90 y lo que va de la presente década, se dan en un contexto de búsqueda y
replanteamientos en torno a las identidades, sobre todo considerando el surgimiento de la
plurinacionalidad como un nuevo discurso. Sin abandonar sus reclamos particulares y
ancestrales, los pueblos indígenas o nacionalidades, junto con otros actores civiles
aliados, han defendido los intereses de colectivos mucho mayores y han padecido las
consecuencias de las políticas de ajuste estructural y la destrucción ecológica, inherentes
a las políticas adoptadas por gobiernos supeditados a diversas fuerzas transnacionales.
Aunque a muchos ecuatorianos no indígenas les cuesta aprender y romper con sus viejos
prejuicios coloniales respecto a los pueblos indígenas, urge recordar que la complejidad
de los movimientos indígenas se basa precisamente en el respeto por la diversidad. La
diferencia sugiere multiplicidad, heterogeneidad, pluralidad en lugar de oposición binaria y
exclusión.

A la mayoría de ecuatorianos, y entiendo que en Perú o Bolivia, los atavismos coloniales


siguen más vigentes que nunca en esta materia. Les cuesta entender que desde hace
algunos años vivimos una ruptura dentro de un proceso de construcción de identidad
nacional. La identidad no existe en términos absolutos, ni de una supuesta unidad
nacional ni tampoco de una fantasiosa homogeneidad cultural, cívica o racial. La
plurinacionalidad precisamente nos invita a superar esos esencialismos añejos,
demostrando que la identidad es un proceso que se reconstruye constantemente. La
cultura y soberanía son construcciones conceptuales que históricamente se modifican. Y
aquellas nociones que se nos impusieron en el período inmediatamente posterior a la
independencia colonial, en el siglo XIX, han sido superadas.

Igualmente la perspectiva de género, que alude al complejo entramado de interrelaciones


que rodean a los mismos actores involucrados en los conflictos, está ausente casi en
todos los casos. En las dinámicas de los conflictos, no se responde a las demandas
planteadas por quienes tienen una perspectiva distinta. Estos conflictos implican a actores
cuyas dinámicas internas están atravesadas por relaciones de opresión y desigualdad: las
mujeres sufren violencia dentro de casa, existe discriminación, hay una sobrecarga en las
tareas domésticas, tenemos una responsabilidad asumida por las mujeres en torno al
cuidado y aprovechamiento de los recursos naturales que abastecen las necesidades
familiares, y vemos una perspectiva transgeneracional que ellas preservan. Sin embargo,
al momento de tratar los conflictos, tanto intra comunitarios, intercomunitarios o con
terceros exógenos, la voz, perspectiva, temores y visiones de las mujeres son excluidas
de plano.

Generalmente, la utilización del concepto de género en muchos ámbitos ha permitido


reflexionar sobre las implicaciones que tiene esta división del espacio social en regiones
desigualmente valoradas según reciben la connotación de lo masculino (lo público) o bien
de lo femenino (lo privado).

Mientras el mundo de lo público, simbolizado por lo masculino, se asocia con valores


fuertes de razón, acción y poder (ciudadanía y política); el mundo de lo privado se
relaciona con el cuerpo, la domesticidad y la afectividad.

Esta diferenciación de esferas reviste múltiples significados debido a que la connotación


abierta de lo público coloca a lo masculino del lado de lo general y lo universal. Por su
parte, la connotación cerrada de lo privado confina lo femenino al registro de lo particular
y lo concreto (lo no abstracto) de la subjetividad y la intimidad, desvinculando a las
mujeres de los espacios de reconocimiento del poder. Los interventores en esos conflictos
muy pocas veces o nunca, incorporan estas perspectivas de género en los diagnósticos y
menos aún en los procesos de tratamiento. En los pocos casos que conocemos en que se
ha incluido la perspectiva de género, tampoco eso involucra una perspectiva integral de la
incorporación del enfoque de género en el tratamiento de los conflictos socioambientales.

Por un lado, es generalmente bien aceptado tratar conflictos con enfoque de género en
las comunidades y con los actores más débiles. Pero por otro lado, ¿Acaso se analizan
las relaciones de género en el Estado o en los aparatos burocráticos? ¿Conoce alguien
que se hayan realizado diagnósticos de actores empresariales involucrados en conflictos
socioambientales, en los cuales se desmenucen las relaciones de género en el equipo de
ejecutivos de una corporación multinacional?

También tenemos demandas asociadas, a todas las anteriores, que aluden a procesos
conflictivos estructurales de nivel macro y de mediano y largo plazo. No es posible
responder a estas demandas con ofertas pensadas para situaciones micro y coyunturales,
donde además hemos despolitizado el tratamiento de los conflictos a nombre de la
neutralidad; casi como si el tratamiento de los conflictos fuera simple y pura mediación,
cuando muchos conocen que esa es apenas una parte de las opciones metodológicas
posibles a aplicar a determinado tipo de conflictos que se enfrentan, especialmente donde
las asimetrías e incompatibilidades no existen o son mínimas.

Desafíos

Un primer desafío está ligado a que podemos decir que tenemos lagunas conceptuales
que no hemos resuelto. El desarrollo de opciones metodológicas adecuadas es un
proyecto de largo plazo que demanda un esfuerzo compartido multidisciplinario entre la
academia, las organizaciones sociales, los organismos de cooperación, las ONGs y el
Estado. Para ese propósito tenemos que revisitar los conflictos socioambientales y
entender que no son monocausales; no son sólo ambientales porque hay un llamado
recurso natural en disputa que implica frecuentemente relaciones de poder e intereses
económicos que entrañan una disputa real por el control y el ordenamiento de los
territorios y los espacios. Esta situación a su vez nos remite a la construcción y
deconstrucción de identidades, a las transacciones simbólicas, y a la reconfiguración de
las relaciones de género – si estamos mirando la desarticulación de las unidades
familiares por causa de la migración masiva.

El segundo desafío está en el reconocimiento de relaciones de exclusión que condicionan


muchos escenarios conflictivos socioambientales.

El problema de la exclusión se ha acentuado gravemente con un número creciente de


personas arrojadas a una auténtico “estado de naturaleza”. El resultado de eso es un
nuevo tipo de fascismo social como un “régimen social y civizacional”, conforme lo diría el
profesor Boaventura de Sousa Santos. Este régimen paradójicamente coexiste con
sociedades democráticas, de ahí su novedad. Este fascismo puede operar de varios
modos en términos de exclusión espacial (territorios disputados por actores armados). A
propósito de esto debemos poner mucha más atención a las connotaciones
extraordinariamente violentas que aparecen en los conflictos mineros de los últimos 3
años en Ecuador, en los cuales las empresas interesadas en los proyectos extractivos de
minería metálica a cielo abierto, no han escatimado en usar casi todo el menú de
opciones que combinan persuasión, chantaje, soborno, amedrentamiento, abrasión y
hasta avasallamiento a cargo de fuerzas combinadas del ejército, la policía y grupos
paramilitares…y todo dentro de nuestra democracia.

El tercer desafío pasa por reposicionar y aproximarnos a los lugares, a vincular el


tratamiento de los conflictos socioambientales con las políticas del lugar como una nueva
lógica de lo político.

¿ Qué implica este desafío?

Los conflictos, aunque hayan sido transnacionalizados, están basados en lugares y esto
no significa reducir el conflicto a un tratamiento micro o focal. Por ejemplo, varios casos
que tenemos de conflictos en la Amazonía han sido tratados política o judicialmente en el
Parlamento Europeo, en cortes de Estados Unidos o en la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos. Estos procesos de conflicto nos remiten a políticas de lugar que
constituyen una forma emergente de la política o un nuevo imaginario político en el cual
se afirma una lógica de la diferencia y una posibilidad que desarrollan una multiplicidad de
actores y acciones que operan en el plano de la vida diaria. En esa perspectiva, que la
tomo del profesor Arturo Escobar, “los lugares son sitios de culturas vivas, economías y
medio ambientes antes que nodos de un sistema capitalista global y totalizante. Estas
políticas de lugar, a menudo apoyadas por mujeres, ecologistas y aquellos que luchan por
formas alternativas de vida, son una lúcida respuesta al tipo de ‘políticas del imperio’ (en
la acepción de Hardt y Negri) que es común también en la izquierda y que requiere que el
imperio sea confrontado en el mismo plano de la totalidad y que, en cuanto tal, devalúa
todas las formas de acción localizada, reduciéndolas a acomodación o reformismo”.

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