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1 REC Ortiz 2006 Demandas Fortalecimiento 1
1 REC Ortiz 2006 Demandas Fortalecimiento 1
Uno de los primeros esfuerzos en este sentido fue el realizado en San José, Costa Rica,
por iniciativa del FTPP/FAO con los colegas de la Universidad de La Paz. Fue
precisamente un encuentro con las tesis provenientes de los Estados Unidos, a través de
Resolve de Washington, que no hacía sino replicar en el campo ambiental los enfoques
convencionales de resolución de conflictos, provenientes del contexto de la cultura política
anglosajona y de las tesis, ampliamente conocidas entonces, provenientes de la Escuela
de Negocios de la Universidad de Harvard. Esta tesis planteaba que la resolución de
conflictos debía entenderse fundamentalmente como una estrategia para la concertación
y el acuerdo entre partes, bajo la premisa de que ambas tenían intereses que eran
posibles de compatibilizar, sobre la base de un ejercicio de concesiones mutuas hasta
llegar a un punto denominado acuerdo que ambas partes podían aceptar y percibir que
ganaban por igual. Aquellos supuestos, obviamente, nos remitían al tema de la equidad,
de relaciones simétricas entre las partes, de la internalización de normas, de la
credibilidad y legitimidad del sistema institucional y de una cultura política basada en una
mínima homogeneidad.
¿ Cómo fue nuestro encuentro con ese campo complejo de supuestos conceptuales e
instrumentales, que además nos referían a que el tipo de conflictividad ambiental era una
de las tantas expresiones de los procesos de cambio global, junto con la crisis del sistema
de Estados-nación, de interdependencia ecológica global y de consolidación de una
nueva fase de acumulación del capital?
Para algunos de nosotros, la lectura que hacíamos era desde nuestra experiencia de
acompañamiento a organizaciones campesinas e indígenas con las cuales laborábamos.
Específicamente, las circunstancias de nuestra experiencia atravesaban el momento
crucial de la legalización de territorios en la amazonía, las luchas de resistencia a la
ampliación de la frontera extractiva, y la agudización del modelo neoliberal, que entre
otras cosas significaba una mayor presión por la explotación de los recursos naturales
para atender las exigencias de la macroeconomía. Nuestro contexto local, regional
ynacional estaba caracterizado precisamente por la inequidad, la exclusión, la gran
asimetría entre las partes, la débil institucionalidad y presencia del Estado en zonas
periféricas del país, la escasa credibilidad y legitimidad del sistema institucional, y una
cultura política altamente autoritaria, basada en el desconocimiento de la heterogeneidad
y diversidad cultural. Nosotros, inicialmente no teníamos definido durante esos años, al
menos en una primera etapa, una estrategia de capacitación. Ni siquiera nos
preguntábamos capacitación de qué, a quiénes y para qué. La capacitación no estaba en
ese momento dentro de nuestras tareas. Fue precisamente ese desencuentro con la
oferta hegemónica internacional, a nivel conceptual y metodológico, lo que provocó el
debate e impulsó la conformación de al menos tres colectivos de trabajo en la región
sobre conflictos socioambientales. En Perú, el Foro Ecológico y varios subgrupos
regionales, en la región sur y en distintos puntos de la amazonía; en Mesoamérica la Red
de Forestería Comunitaria y en Ecuador, el Grupo de Conflictos Socioambientales
relacionados a la actividad petrolera. No podíamos tener planes de capacitar si aún no
encontrábamos siquiera respuestas a las preguntas más elementales.
¿Cómo entender los conflictos socioambientales, desde nuestros lugares, nuestras
urgencias, nuestras angustias y nuestras esperanzas?
¿Por qué este grupo de latinoamericanos siente que es necesario un nuevo u otro
entendimiento de los conflictos en general, y de los conflictos socioambientales en
particular?
Con respecto a esto, cabe anotar que aquello nos remite a las limitaciones de partida que
tenemos al asumir, sin crítica alguna, un conocimiento que responde a puntos de vista
centrados en un conjunto de experiencias sociales y culturales. La perspectiva occidental,
y específicamente de una corriente teórica norteamericana, para tratar conflictos ha sido
naturalizada como una perspectiva universal, excluyendo, deslegitimando e invisibilizando
de plano cualquier otra perspectiva. La consecuencia de aquello en el tratamiento de
conflictos socioambientales ha sido precisamente la de distorsionar las funciones de un
campo científico pensado para construir paz, para hacerlo sobre la base de la búsqueda
de equidad o respeto de derechos. Al contrario, hemos tenido una oferta perversa que ha
legitimado los simulacros de negociación existentes en conflictos asimétricos, donde se
han atropellado continuamente los derechos individuales y colectivos de los actores más
débiles.
Demandas
El resultado se lo puede ver casi a simple vista: el irrelevante y torpe manejo del Estado
de situaciones conflictivas, que termina cediendo la conducción de esos procesos a los
entes menos calificados y adecuados en la búsqueda de salidas pacíficas, consensuadas
o sostenibles; solamente debemos analizar los casos recurrentes en los últimos 10 años
en torno a los conflictos en la Amazonía, donde es constante la represión, la violación de
derechos humanos, la criminalización de las protestas y una perspectiva dada no por
especialistas en conflictos ni equipos multidisciplinarios, sino por funcionarios de la
inteligencialistas para exhortar la intervención de una fiscalía dispuesta al
amedrentamiento y a la coacción del sistema judicial.
A nivel de los gobiernos locales, tenemos casos donde se han desarrollado ciertas
capacidades asociadas a los nuevos procesos de gestión incorporando enfoques más
integrales en torno al desarrollo, que se traducen en la existencia de unidades o
mecanismos de participación social donde está también considerada la variable
ambiental. Sin embargo, las limitadas competencias asumidas por estos entes en materia
de gestión ambiental, restringe de alguna manera el campo de intervención y desarrollo
en torno al tratamiento de los conflictos socioambientales.
Otro tipo de demandas está asociado a los conflictos socioambientales que involucran a
pueblos y nacionalidades indígenas o comunidades afro-descendientes. Además de las
connotaciones ya aludidas de los conflictos asimétricos, podemos agregar otras variables
complejas en estas demandas como la perspectiva que tienen estos actores de los
conflictos.
Me permito aludir al caso ecuatoriano, donde los conflictos socioambientales de los años
90 y lo que va de la presente década, se dan en un contexto de búsqueda y
replanteamientos en torno a las identidades, sobre todo considerando el surgimiento de la
plurinacionalidad como un nuevo discurso. Sin abandonar sus reclamos particulares y
ancestrales, los pueblos indígenas o nacionalidades, junto con otros actores civiles
aliados, han defendido los intereses de colectivos mucho mayores y han padecido las
consecuencias de las políticas de ajuste estructural y la destrucción ecológica, inherentes
a las políticas adoptadas por gobiernos supeditados a diversas fuerzas transnacionales.
Aunque a muchos ecuatorianos no indígenas les cuesta aprender y romper con sus viejos
prejuicios coloniales respecto a los pueblos indígenas, urge recordar que la complejidad
de los movimientos indígenas se basa precisamente en el respeto por la diversidad. La
diferencia sugiere multiplicidad, heterogeneidad, pluralidad en lugar de oposición binaria y
exclusión.
Por un lado, es generalmente bien aceptado tratar conflictos con enfoque de género en
las comunidades y con los actores más débiles. Pero por otro lado, ¿Acaso se analizan
las relaciones de género en el Estado o en los aparatos burocráticos? ¿Conoce alguien
que se hayan realizado diagnósticos de actores empresariales involucrados en conflictos
socioambientales, en los cuales se desmenucen las relaciones de género en el equipo de
ejecutivos de una corporación multinacional?
También tenemos demandas asociadas, a todas las anteriores, que aluden a procesos
conflictivos estructurales de nivel macro y de mediano y largo plazo. No es posible
responder a estas demandas con ofertas pensadas para situaciones micro y coyunturales,
donde además hemos despolitizado el tratamiento de los conflictos a nombre de la
neutralidad; casi como si el tratamiento de los conflictos fuera simple y pura mediación,
cuando muchos conocen que esa es apenas una parte de las opciones metodológicas
posibles a aplicar a determinado tipo de conflictos que se enfrentan, especialmente donde
las asimetrías e incompatibilidades no existen o son mínimas.
Desafíos
Un primer desafío está ligado a que podemos decir que tenemos lagunas conceptuales
que no hemos resuelto. El desarrollo de opciones metodológicas adecuadas es un
proyecto de largo plazo que demanda un esfuerzo compartido multidisciplinario entre la
academia, las organizaciones sociales, los organismos de cooperación, las ONGs y el
Estado. Para ese propósito tenemos que revisitar los conflictos socioambientales y
entender que no son monocausales; no son sólo ambientales porque hay un llamado
recurso natural en disputa que implica frecuentemente relaciones de poder e intereses
económicos que entrañan una disputa real por el control y el ordenamiento de los
territorios y los espacios. Esta situación a su vez nos remite a la construcción y
deconstrucción de identidades, a las transacciones simbólicas, y a la reconfiguración de
las relaciones de género – si estamos mirando la desarticulación de las unidades
familiares por causa de la migración masiva.
Los conflictos, aunque hayan sido transnacionalizados, están basados en lugares y esto
no significa reducir el conflicto a un tratamiento micro o focal. Por ejemplo, varios casos
que tenemos de conflictos en la Amazonía han sido tratados política o judicialmente en el
Parlamento Europeo, en cortes de Estados Unidos o en la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos. Estos procesos de conflicto nos remiten a políticas de lugar que
constituyen una forma emergente de la política o un nuevo imaginario político en el cual
se afirma una lógica de la diferencia y una posibilidad que desarrollan una multiplicidad de
actores y acciones que operan en el plano de la vida diaria. En esa perspectiva, que la
tomo del profesor Arturo Escobar, “los lugares son sitios de culturas vivas, economías y
medio ambientes antes que nodos de un sistema capitalista global y totalizante. Estas
políticas de lugar, a menudo apoyadas por mujeres, ecologistas y aquellos que luchan por
formas alternativas de vida, son una lúcida respuesta al tipo de ‘políticas del imperio’ (en
la acepción de Hardt y Negri) que es común también en la izquierda y que requiere que el
imperio sea confrontado en el mismo plano de la totalidad y que, en cuanto tal, devalúa
todas las formas de acción localizada, reduciéndolas a acomodación o reformismo”.