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LA NUEVA

JERUSALEN
ESPERANZA DE LA IGLESIA

Francisco Contreras

SIGÚEME
La historia de la humanidad es una larga pere-
grinación en busca de una ciudad en donde pue-
dan habitar felizmente y para siempre Dios y los
hombres rescatados (Heb 11). Esta meta ansia-
da es «la nueva Jerusalén», cuyo arquitecto es
Dios, edificada sobre los cimientos de los após-
toles del Cordero, labrada por el trabajo de los
hombres, la consumación del reino de Dios.
En los umbrales del tercer milenio, resulta pro-
videncial ofrecer a los cristianos la visión de la
nueva Jerusalén, que anima su marcha por el
mundo y que constituye la razón suprema de su
esperanza.
En la nueva Jerusalén culmina la historia de la
revelación bíblica: la nueva alianza, la derrota
del mal o de la gran Babilonia, la apertura de la
salvación a todos los pueblos, las bodas de
Cristo y su esposa, que es la Iglesia, la visión ca-
ra a cara con Dios Padre, el triunfo definitivo del
bien.
El presente libro es una investigación sobre la
nueva Jerusalén en su conjunto, descrita en los
últimos capítulos del Apocalipsis. Se trata de un
estudio pormenorizado, bíblico y teológico, rea-
lizado con los métodos de una rigurosa exége-
sis. A ello se suma el logro de la claridad y be-
lleza expositiva, pues F. Contreras ha sabido
venturosamente unir sus conocimientos y sus
dotes de escritor.
La Iglesia debe mirar a su destino. «¡Ay de ti,
Iglesia, si te olvidas de la nueva Jerusalén». Es-
ta visión reconforta el espíritu y fortalece el com-
promiso cristiano. ¡Es la hora de la esperanza!

ISBN: 84-301-1350-9
LA NUEVA JERUSALEN
FRANCISCO CONTRERAS MOLINA
BIBLIOTECA DE ESTUDIOS BÍBLICOS
101

LA NUEVA JERUSALEN
ESPERANZA DE LA IGLESIA
Ap21, 1-22,5

Otras obras publicadas


por Ediciones Sigúeme:

—F. Contreras, El Señor de la vida (Apocalipsis) (BEB 76)


—U. Luz, El evangelio según san Mateo (BEB 74)
—J. Gnilka, El evangelio según san Marcos (BEB 55-56)
—F. Bovon, El evangelio según san Lucas (BEB 85)
—X. Léon-Dufour, Lectura del evangelio de Juan (BEB 68-70.96)
—U. Wilckens, La Carta a los romanos (BEB 61-62)
—H. Schlier, La Carta a los efesios (BEB 71) EDICIONES SIGÚEME
—E. Schweizer, La Carta a los colosenses (BEB 58) SALAMANCA
—N. Brox, La primera Carta de Pedro (BEB 73) 1998
CONTENIDO

Preludio 11
Introducción 21

1. El nuevo mundo (Ap 21, 1-8) 41


1. Un cielo nuevo y una tierra nueva 42
2. La nueva Jerusalén. Historia de su nombre 49
3. La presencia de la nueva Jerusalén 53
4. Origen de la nueva Jerusalén en el Apocalipsis 65
5. Presencia de Dios entre los hombres. Alianza universal 66
6. Superación de todo mal 71
7. La creación divina de un universo nuevo 76

2. La nueva Jerusalén (Ap 21, 9-27) 99


1. La visión proféüca-en el Espíritu-de la nueva Jerusalén. 101
2. La gloria de Dios inunda la nueva Jerusalén 103
3. La muralla. La nueva Jerusalén, ciudad protegida 106
4. Las puertas. La nueva Jerusalén, ciudad abierta 107
5. Los cimientos. La nueva Jerusalén, ciudad apostólica 110
6. Las medidas «desmesuradas» de la nueva Jcrusalén 112
7. El cubo y las murallas 117
8. La nueva Jerusalén, ciudad sacerdotal 120
9. La nueva Jerusalén, ciudad de jaspe y de oro 122
10. Los cimientos de la nueva Jerusalén. El enigma de las doce
piedras preciosas 125
11. Las doce puertas-perlas de la nueva Jerusalén 148
12. La nueva Jerusalén, ciudad que es templo 150
13. La luz de Dios y del Cordero 156
14. La nueva Jerusalén, ciudad del mundo 159
PRELUDIO
10 Contenido

3. El paraíso recreado (Ap 22, 1-5)


1. El río de agua de vida y el árbol de la vida jov
2. La nueva humanidad
185
4. Interpretación teológica ,
1. La nueva Jerusalén. La ciudad de Dios-Trinidad i»°
2. La nueva Jerusalén. Ciudad de la humanidad renovada 2U/ Este preludio, tal como su nombre sugiere, posee en la más no-
3. La nueva Jerusalén, la ciudad de Dios y de los hombres.... 222 ble acepción del término, un carácter lúdico; es una recreación —no
2
4. La humanidad, cara a cara con Dios un juego, sino el arranque de un sueño portentoso—, que orienta
5. La nueva Jerusalén, plenitud de las bienaventuranzas -¿34 nuestros primeros pasos hacia la senda de la nueva Jerusalén.
6. La nueva Jerusalén. Misterio de doce piedras preciosas 23b Constituye los preliminares que nos ambientan, temática y existen-
7. La nueva Jerusalén. Comunidad santa - cialmente, antes de entrar con decisión por las puertas en la ciudad
8. La nueva Jerusalén, la perfecta ciudad ecológica - fj santa. Preludio recuerda también el canto inaugural, previo a la
9. La nueva Jerusalén, la anti-cortesana, la anti-Babiloma ¿4/ apoteosis de toda gran obra. Se anticipa, a modo de obertura, la so-
10. La nueva Jerusalén, la ciudad de los vencedores ^ lemne música que va a ser ejecutada por la mano todopoderosa de
11. La nueva Jerusalén, la esposa del Cordero Dios: la sinfonía del «nuevo mundo». Un cielo nuevo y una nueva
12. La nueva Jerusalén y la universalidad de la salvación ¿o tierra van a ser creados, a fin de servir de ámbito ante la irrupción
de la nueva Jerusalén.
Epílogo En los umbrales ya del tercer milenio, cuando lamentablemen-
te se resquebrajan muchas ilusiones y una grieta de pesimismo se
abre en no pocos corazones, providencial resulta ofrecer a la Igle-
sia la razón suprema de su esperanza: la ciudad de la nueva Jeru-
salén, que es la consumación del reino de Dios.

Vista así, toda la historia cristiana aparece como un único río, al


que muchos afluentes vierten sus aguas. El año 2000 nos invita a
encontrarnos con renovada fidelidad y profunda comunión en las
orillas de este gran río: el río de la revelación, del cristianismo y
de la Iglesia, que corre a través de la historia de la humanidad a
partir de lo ocurrido en Nazaret y después en Belén hace dos mil
años. Es verdaderamente el 'río' que con sus 'afluentes', según la
expresión del salmo 'recrean la ciudad de Dios' (46/45, 5)1.

Puede legítimamente afirmarse que la historia de la salvación


ha peregrinado desde siempre, toda ella sin desmayos, a la bús-
queda de la ciudad de Dios. La esperanza de la nueva Jerusalén ha
infundido aliento a la andadura del pueblo de Dios por el desierto

1. Juan Pablo II, Tertio millennio adveniente, n.° 25. En Encíclicas de Juan Pa-
blo II (edición preparada por J. A. Martínez Puche), Madrid '1995. Conforme a esta
edición serán citadas las diversas encíclicas papales.
12 Preludio Preludio 13

de este mundo. Y cuando la caravana de la humanidad parecía su- Contemplar el misterio de la nueva Jerusalén es un regalo in-
cumbir extenuada en medio de las arenas, alzaba sus ojos para vis- merecido; sólo le es dado a quien el Espíritu inspira y mueve, co-
lumbrar en lontananza —casi como un sueño, nunca como un espe- mo a Juan, el vidente del Apocalipsis (21, 10). Ojalá cada uno de
jismo— las deseadas murallas de la ciudad. Anhelaba encontrar los cristianos que componen la Iglesia pueda ser testigo favorecido
dentro de ella el oasis del paraíso, el río de la vida, la presencia de de tan alta revelación: «Jerusalén, igualmente ciudad de Dios, de
Dios, que pudiese colmar su sed de infinito. Espoleada con tan es- Cristo y de los hombres, donde la divinidad se hace humana y la
timulante aliento arreciaba sus pasos, y se confirmaba en su deter- humanidad se hace sorprendentemente divina, llevada al nivel de
minación de proseguir adelante en su peregrinación2. un amor vertiginoso, es realmente nuestra ciudad»3.
El autor de la Carta a los hebreos ha descrito en un hermoso ca- Es nuestra intención —permítasenos declarar la aspiración pri-
pítulo (11) el itinerario de esta historia salvífica, interiormente mo- mordial que anima estas páginas y la responsabilidad que alberga
vida por la palanca de la fe que es garantía de lo que se espera (11, por compartirla—, mostrar, por medio del presente libro y ante los
1). A lo largo de un pormenorizado reconocimiento, el autor sagra- ojos de los cristianos, la siempre atrayente imagen de la ciudad,
do enaltece la fe de los patriarcas y profetas. Así Abel, quien ofre- don de Dios para la humanidad. Esta suprema visión fortalece la
ció a Dios un sacrificio más excelente que el de Caín y fue decla- esperanza, permite «levantar las manos caídas y las rodillas vaci-
rado justo (11, 4). De manera análoga Henoc, quien no vio la muer- lantes» (Heb 11, 12); ayuda a la Iglesia, hoy peregrina, a fin de que
te (11, 5). También Noé, quien se salvó del naufragio y llegó a ser no se «des-oriente» (falta de luz), no desfallezca en su fe (abruma-
heredero de la justicia, según la fe (11, 7)... La bien ponderada nu- da por la multitud de sus pecados), no se pierda (carente de rumbo)
be de testigos se detiene con preferencia en Abrahán, quien fue lla- ni se «extra-víe» (fuera de camino).
mado por Dios, obedeció con prontitud y salió, aun sin saber adon- De esta esperanza escribía san Juan Crisóstomo:
de iba, al lugar que había de recibir en herencia (11, 8). Más ade-
lante —convirtiendo su caminar en modelo de la marcha del pueblo Tengamos en nuestro espíritu la ciudad de Jerusalén. Contemplé-
de Dios—, refiere que por la fe estuvo peregrinando a través de la mosla sin descanso, tengamos siempre delante de nuestros ojos su
tierra prometida, cual si fuese una tierra extraña; habitando en tien- belleza. Es la capital del Rey de los cielos, donde todo es inmuta-
das, al modo de un nómada, como también hicieron los grandes pa- ble, donde nada es pasajero, donde todas las bellezas son inco-
rruptibles. Contemplémosla para llegar a ser cada día más afec-
triarcas Isaac y Jacob (11, 9). Y ofrece, por fin, la razón última de tuosos con nuestros hermanos y así poder heredar el Reino de los
tan dilatado peregrinaje: cielos4.
Pues esperaba la ciudad asentada sobre cimientos, cuyo arquitecto De esa misma esperanza, pero renovada ante los acontecimien-
y constructor es Dios (11, 10). tos que la historia se apresta a protagonizar —la ocasión irrepetible
Esta ciudad no es otra sino la nueva Jerusalén, descrita en Ap de alcanzar el tercer milenio—, habla el papa Juan Pablo II, bus-
21-22, 5, edificada sobre doce cimientos y venida del cielo, de par- cando afianzarla en el corazón de los cristianos, que viven en la fe
te de Dios. Ella constituye la esperanza de Abrahán, el padre del de la Iglesia e inmersos en la historia del mundo:
pueblo, y asimismo sustenta la esperanza viva de todo el pueblo de
Los cristianos están llamados a prepararse al gran Jubileo del ini-
Dios en su larga marcha por la historia. cio del tercer milenio renovando su esperanza en la venida defini-
tiva del reino de Dios, preparándolo día a día en su corazón, en la
2. Con esta imagen bíblica de la peregrinación describe el papa Juan Pablo II la
condición de la existencia cristiana, que repercute en la esfera más íntima de la per-
sona, en la situación de la Iglesia y en el devenir de toda la humanidad: «Toda la vi-
da cristiana es como una gran peregrinación hacia la casa del Padre, del cual se des- 3. U. Vanni, L'Apocalisse. Ermeneutica, esegesi, teología, Bologna 1988, 390.
cubre cada día su amor incondicionado por toda criatura humana, y en particular por Cf. con atención un reciente libro, que reúne enriquecedoras perspectivas sobre la ciu-
el 'hijo pródigo' (cf. Le 15, 11-32). Esta peregrinación afecta a lo íntimo de la perso- dad de Jerusalén, y que tiende una esperanzada mirada al futuro de su historia: G. Bis-
na, prolongándose después a la comunidad creyente para alcanzar la humanidad ente- soli, Gerusalemme. Realta, sogni e speranze, Jerusalén 1996.
ra» (Tertio millennio adveniente, n.° 49). 4. Comm. Sal 47 (48): PG 55, 2221 -2222.
14 Preludio
Preludio 15

comunidad cristiana a la que pertenecen, en el contexto social don-


de viven y también en la historia del mundo5. De C. M. Martini son estas palabras, que no nos resignamos a
dejar de consignar, y que valen como mensaje nuclear del salmo de
Poder contemplar la nueva Jerusalén, permite realizar un nuevo la esperanza en la nueva Jerusalén:
éxodo, entretejido de recuerdos bíblicos, de pasajes de los salmos
y de cantos de peregrinos. Hace que la Iglesia se sitúe rápida, aun- El hombre está en camino, peregrino hacia una ciudad sólida, com-
que idealmente, en su meta, como si hubiera conseguido alcanzar pacta, en la que Dios es alabado y en la que existe plenitud de paz,
ya el final de su peregrinación. La Iglesia repite el dinamismo, que hacia una ciudad que no engaña y por la que vale la pena abando-
tan vivamente aparece descrito en el salmo 1226. nar las otras ciudades... ¿Nuestros intereses están verdaderamente
allí?... Todas las otras realidades son relativas, todos los aconteci-
¡Qué alegría cuando me dijeron: mientos (históricos, sociales, políticos, culturales, eclesiales) son
'Vamos a la casa del Señor'! valorados en tanto en cuanto responden a un camino hacia la ciu-
Ya están pisando nuestros pies dad compacta, pacífica, justa... El cristiano, interrogado sobre sus
tus umbrales, Jerusalén. esperanzas, debería responder espontáneamente: mis esperanzas
son la Jerusalén celeste, allí están mis esperanzas9.
En estos dos primeros versos se enlazan los extremos de la pe-
regrinación. La alegría de iniciar el viaje a Jerusalén produce mila- Redescubrir la presencia de la nueva Jerusalén en el horizonte
grosamente la real ilusión de que, por fin, se están pisando sus ca- de la vida cristiana es urgente para la Iglesia. Sería preciso, en es-
lles. La partida y la llegada se tocan. Se olvidan las penalidades del te contexto, hacer memoria del salmo de las cítaras (137) o, por
viaje, que tanto ralentizan la marcha, como sucede en el salmo 85. mejor decir, del canto de los «sin tierra». Los cristianos se encuen-
Se supera todo el cúmulo de dificultades y el peregrino contempla tran justamente viviendo fuera de su patria, también «desterrados»,
ya a Jerusalén: «Al final del Apocalipsis, al final de la Biblia cul- y andan buscando la ciudad futura, que es la nueva Jerusalén. Lla-
mina el destino de Jerusalén»7. marla, desearla, suspirar por ella, es invocar la esperanza contra la
Pero este salmo recrea a Jerusalén, designada en el primer y úl- desilusión y el abatimiento. Si se pierde de vista en el sinuoso ca-
timo verso mediante una sinécdoque cultual: «La casa del Señor» mino de la historia la presencia de la nueva Jerusalén, valorada co-
(vv. 1.9), es decir, el templo. Después se contempla la ciudad en su mo la alegría más grande (v. 6b), entonces todo está perdido: es
conjunto: sus puertas (v. 2), sus muros (v. 7). Por medio de una in- quedarse reducido —desde el simbolismo bíblico- a una insignifi-
terpelación directa —resuelta gramaticalmente en segunda persona, cante apariencia, a una sombra que vegeta, prácticamente muerto
a modo de efusivo saludo— invoca de forma sorprendente a «tus en vida: manco y mudo, sin brazo derecho y sin lengua (v. 5-6).
puertas» (v. 2), a «tus muros» (v. 7). Jerusalén se convierte en un Este salmo 137 es el canto de la resistencia, que mantiene en es-
tú conocido, vivido, a quien se desea la paz (v. 7); adquiere pro- tado de fidelidad a la Iglesia, para no dejarse embrujar por la se-
porciones personales, denotativas de una presencia amiga, o una ducción de otras Babilonias; conserva el espíritu tenso hacia la me-
esposa. Esta serie de elementos señalados no están lejos, ni en el ta de la esperanza: la nueva Jerusalén10.
espíritu ni en la forma narrativa, de la ciudad descrita en Ap. El sal- Asimismo es toda una súplica, que resuena para la Iglesia como
mo 122 no parece, por ello, sino una miniatura concentrada de la una voz de alarma: «¡Ay!, si me olvido de ti, Jerusalén», exclama
nueva Jerusalén de Ap 21-22, 58. con advertencia el verso cinco. Hoy, situados en fechas precisas, a
las puertas del tercer milenio, tendría que ser entonado así: «¡ Ay de
5. Juan Pablo II, Tertio millennio adveniente, n.° 46. ti, Iglesia, si te olvidas de la nueva Jerusalén!».
6. Cf. L. Alonso Schokel-A. Struss, Salmo 122: canto al nombre de Jerusalén:
Bib 61 (1980)234-250
Pero la contemplación adecuada de Jerusalén —he aquí otro es-
7. L. Alonso Schokel-C. Carniti, Salmos II, Estella 1993, 1477-1485. De esta corzo que se vislumbra como arista de discordias— debiera ser sig-
manera lacónica, los autores, al acabar su comentario sálmico, lo sentencian y lo con-
templan en un horizonte de plenitud (p. 1485).
9. Ibid, 22.
8. Cf. Cario M. Marti ni, A Gerusalemme salgono le moltitudini del Signare.
Lectio bíblica sul Salmo 122: Credere oggi 91/1 (1996) 15-24. 10. Cf. siempre interesantes sugerencias en L. Alonso Schokel-C. Carniti, Salmos
II, 1565-1575.
16 Preludio Preludio 17

no de unión para todos los creyentes, que profesan la fe de Abra- Se ha interpretado este pasaje como la ascensión de Mahoma al
hán, aquel que esperó la ciudad futura, y que avizoró una Jerusalén cielo, desde este lugar, a partir de entonces sagrado para los mu-
convertida —como su nombre enseña— en ciudad de la paz. La- sulmanes, que es la ciudad de Jerusalén13.
mentablemente, su posesión concede triste actualidad al enfrenta- Resulta ilustrativo leer en el pórtico de la novela histórica
miento de pueblos creyentes, enzarzados en una escalada irrefre- —¡Oh, Jerusalén— que documenta los trágicos avatares, en torno a
nable de violencia, que lacera su fe compartida en el único Dios y 1948, año de la independencia del pueblo judío, estos tres testimo-
no cesa de ensangrentar su convivencia. nios, que por mor de la fidelidad ahora reproducimos literalmente,
Jerusalén constituye para las tres grandes religiones monoteís- tal como se encuentran en el libro14:
tas una ciudad santa, una patria (de padre), cuya presencia habría
de ejercer una atracción irresistible de convergencia y reconcilia- Si alguna vez te olvidase, Jerusalén,
ción: «Jerusalén, 'ciudad santa'para hebreos, cristianos y musul- que se me falle la diestra;
manes»". Respecto al pueblo judío y cristiano, ya existen pruebas se me pegue la lengua al paladar
sin número que testimonian su devota admiración, tal como se ve- si no te recuerdo,
si no ensalzo a Jerusalén
rá a continuación, a lo largo de estas páginas. por encima de mi alegre canción»15.
Por lo que toca al pueblo musulmán, elemento cultual-cultural
para nosotros más ignoto, pueden leerse con provecho algunos es- ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas
tudios notables12. Hay que decir, en un intento sumarísimo de sín- y apedreas a los que te son enviados!
¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos
tesis, que la historia de ocupación musulmana, iniciada en el 638 como la gallina reúne a sus
d. C , se caracterizó por un pacto de protección (dhimma), conce- polluelos bajo sus alas...!16.
dido a los cristianos. Tras la edificación por el Califa Ornar de la
gran mezquita en la explanada del Templo, Jerusalén representa, ¡Oh, Jerusalén, tierra elegida de Alá y patria
junto a la Meca y Medina, la ciudad santa para el Islam. Su impor- de sus servidores! ¡A partir de tus murallas, el mundo
se ha convertido en mundo!
tancia está atestiguada en el Corán, justamente en el primer verso ¡Oh, Jerusalén, el rocío que cae sobre ti
de la sura XVII. cura todos los males, porque procede
de los jardines del Paraíso17.
Gloria a Aquel que tomó de noche a Su Siervo del Templo Santo
(Al-Masgid al-Haram) al Templo Ultimo (al-Masgid al-Aqsa). La nueva Jerusalén, como misterio de profecía, trasciende las
dimensiones históricas y topográficas de la Jerusalén terrestre; se
convierte en la meta escatológica no sólo de la Iglesia, sino de to-
da la humanidad. Apocalipsis habla de una Iglesia, germen y pri-
micias del reino de Dios, que desborda los límites jurisdiccionales
11. Así reza el reciente título monográfico de una revista de orientación y actua- de una Iglesia visible, pero que ubica en esta Iglesia presente y pe-
lidad teológica, pero que recoge el sentir de estos tres grandes credos monoteístas:
Credere oggi 91/1 (1996). Juan Pablo II desea realizar encuentros comunes para fa- regrina, tachonada de luces y sombras, un signo e instrumento de
vorecer el diálogo entre las grandes religiones, especialmente para intensificar el acer- salvación universal. En este devenir histórico, la nueva Jerusalén
camiento entre los hebreos y los fieles de Israel. Pretende preparar reuniones históri- constituye la eficaz palanca de su esperanza; ella aparece siempre
cas en el Sinaí, en Belén y en Jerusalén, para que, con el olvido de los errores del pa- en el destino del itinerario de la salvación, como la plenitud anhe-
sado, tristemente acaecidos en dichos lugares (con reiterado énfasis en Jerusalén, ciu-
dad de discordia durante tantos siglos) todos se reencuentren como hermanos e hijos
del mismo Padre. Cf. Tertio Millenio Adveniente, n.° 53. 13. Cf. P. Branca, // posto di Gerusalemme tra i luoghi santi dell'Islam: Credere
12. M. Borrmans, Gerusalemine nella tradizione religiosa musulmana, en Geru- oggi 91/1 (1996)33-47.
salemme. Atti della XXVI settimana bíblica italiana, Brescia 1982, 111-130; A. L. Ti- 14. D. Lapierre-L. Collins, Oh, Jerusalén, Barcelona "1972,
bawi, Jerusalem, ist Place in Islam and Arab History. The Islamic Quarterly XII 15. Canto de los hijos exiliados de Israel, salmo 137.
(1968) 185-218; F F. Peters, Jerusalem and Mecca. The Typology ofthe Holy City in 16. Jesús contemplando el monte de los Olivos; Mt 23, 27.
the Near East, New York 1986. 17. El «Hadith», palabras del profeta Mahoma.
18 Preludio Preludio
h
lada, la ciudad de paz y de futuro soñada por los hombres, hasta bandos opuestos (verdugo —lado alemán— y víctima —parte j u d f ^
que «Dios sea todo en todos» (1 Cor 15, 28). respectivamente en la última guerra mundial). Ambos piden, corr,
La esperanza busca siempre, de manera indeclinable y tenaz grito de alarma, la voz testimoniante de la esperanza, mayor de i
—nada es capaz de apartarla de la realización de su destino de glo- que cada uno, individualmente, pueda concebir; más allá de los h 0 s
ria— un sentido. Al hombre le es consustancial la apertura a un más rrores del pasado y de los pronósticos agoreros. J. B. Metz se re^
allá. El aliento de la humanidad no se harta con su finitud; al con- fiere a la Iglesia como la veladora (la que cuida y protege) de la e$v
trario, instalada en su menesterosidad, sin horizontes de un futuro peranza en el mundo:
más grande y más hermoso, languidece y muere. Vive proyectada
confiadamente hacia una felicidad, que dé plenitud de sentido y de Sin la Iglesia habría caído en el olvido una esperanza de siglos, UJJ
ser a su vida. Mientras el hombre vive, espera: «Dum spiro, spero». esperanza, además, tan grande y tan improbable que nadie la pue,
La esperanza es el aliento de la humanidad: cuando hay vida hay de esperar para él solo21.
esperanza.Y la nueva Jerusalén es la esperanza viva de la Iglesia.
E. Wiesel aboga por el recuerdo, la anamnesis, para que la vo^
La vida humana tiene, pues, un hacia dónde, un destino que no se de los testigos no se olvide; e invoca desde su fe judía, él supervL
identifica con la oscuridad de la muerte. Hay una patria futura pa- viente del «reino de la noche» en Auschwitz, un reino de la luz:
ra todos nosotros, la casa del Padre, a la que llamamos cielo. La in-
mensidad de los cielos estrellados que observamos 'allá arriba', Si miro a mi alrededor, en el mundo sólo veo falta de esperanza.
desde la tierra, puede sugerir, a modo de imagen, la inmensa feli- Y a pesar de todo: yo y todos, tenemos que encontrar una fuen-
cidad que supone para el ser humano su encuentro definitivo y ple- te de esperanza22.
no con Dios. Este encuentro es el cielo del que nos habla la sagra-
da Escritura con parábolas y símbolos como los de la fiesta de las El considerable olvido, palpable incluso en las altas instancias
bodas, la luz y la vida. 'Lo que ojo no vio, ni oído oyó, ni mente del saber teológico23, y el general desconocimiento también exis-
humana concibió' es i o que Dios preparó para los que le aman' (1 tente entre el pueblo fiel acerca de la nueva Jerusalén —su patria
Cor 2, 9)18. verdadera (¡)—, se convirtieron en fuerte acicate para acometer con
entereza este trabajo, y poder ofrecer a la Iglesia la descripción
Hoy es preciso reivindicar una fuerte dosis de esperanza, «la simbólica, ya interpretada, de la meta de su esperanza.
virtud que tiene peor prensa», según E. d'Ors 19 . En los umbrales de El presente libro constituye el primer estudio bíblico monográ-
este tercer milenio, sacudido por contiendas inacabables y presa- fico, a la vez pormenorizado y teológico, del que tengamos noticia
gios nada halagüeños, bien podríamos apropiarnos —como diag- acerca de la nueva Jerusalén.
nóstico— del título de un libro reciente: «Esperar a pesar de todo»20.
Se trata de unas densas conversaciones mantenidas con dos teólo- 21. Ibid., 27.
gos/escritores actuales de prestigio. Como sendos botones de mues- 22. Ibid., 73.
tra espigamos sólo unas palabras reveladoras acerca de la esperan- 23. Valga como botón de muestra el reciente documento eclesial, ya citado, «Es-
peramos la resurrección y la vida eterna». Documento de la Comisión episcopal pa-
za de estos testigos de nuestra época, curiosamente situados en ra la doctrina de la fe de la Conferencia episcopal española. Lamentamos que se si-
lencie la gran aportación de Ap 21-22, 5 en todo el escrito, pues entre otros olvidos,
18. «Esperamos la resurrección y la vida eterna». Documento de la Comisión afirma tal vez demasiado categóricamente: «No podemos, por eso, pretender una des-
episcopal para la doctrina de la fe de la Conferencia episcopal española (26-11-95): cripción del cielo» (p. 14). El documento no tiene en cuenta el verso inmediatamente
Ecclesia 2.766 (1955) 14. posterior al que ha sido citado de 1 Cor 2, 9, para invocar ese «silencio» sobre la des-
19. Esta cita pertenece al libro de P. Laín Entralgo, La espera y la esperanza. His- cripción del cielo: «A nosotros nos los reveló Dios por medio del Espíritu» (v. 10a). E s
toria y teoría del esperar humano, Madrid '1962. Se trata de un estudio enciclopédi- el Espíritu quien ha hecho posible la experiencia profética de Juan (Ap 1, 10) para p°"
co acerca de la esperanza, teniendo en cuenta las aportaciones de la Biblia y la tradi- der escribir el libro del Ap; y es el mismo Espíritu concretamente quien le ha mostré'
ción de los santos Padres —santo Tomás, san Juan de la Cruz...—; se analiza la espe- do la ciudad de la nueva Jerusalén (Ap 21, 10), tal como Juan con fidelidad atestigua-
ranza en el mundo moderno y en la crisis de nuestro tiempo, con bien ponderadas ca- y él la ha descrito para enseñanza de la Iglesia. Pues justamente de esto trata Ap 2 l '
las en autores representativos. 1-22, 5, de describir el cielo, aunque con símbolos que deben luego ser descifrado5-
20. J. B. Metz-E. Wiesel, Esperar a pesar de todo, Madrid 1966. Para descodificar estos símbolos apocalípticos presta su tarea el biblista.
INTRODUCCIÓN

Una vez considerado en este preludio el ambiente bíblico en


que irrumpe la nueva Jerusalén; habiendo caído en la cuenta de la
urgencia —acuciada de perentoriedad insoslayable, a causa de los
tiempos que nos tocan— acerca de su visión —la que puede devol-
ver la esperanza a la Iglesia, a las grandes religiones monoteístas y
a la humanidad—, será preciso examinar cuál es la novedad del li-
bro de Ap y cómo la ejecuta, es decir, se atenderá a la aportación
original de Ap 21, 1-22, 5. Después será menester considerar la
importancia de la nueva Jerusalén en la vida misma de la Iglesia de
todos los tiempos. Por fin, se estudiará con detalle la unidad es-
tructural-temática del fragmento.

1. Presentación literaria de la nueva Jerusalén


Ap 21, 1-22, 5 es el único lugar, no sólo de la Biblia sino de to-
dos los escritos judíos, donde se hace una extensa mención de la
ciudad de la nueva Jerusalén1. En ningún otro texto —preciso es re-
calcarlo— se ofrece descripción alguna de la Jerusalén celeste. Nin-
gún escritor apocalíptico, que tome parte en un viaje celeste, nin-
gún rabino que haya subido a la Merkabá, ha delineado, ni siquie-
ra en mero bosquejo, la imagen de esta ciudad2. En medio de tan
vasto desconocimiento acerca de la realidad íntima de la ciudad de
la nueva Jerusalén, la aportación de Ap 21, 1-22-5 resulta funda-
mental.
El Ap cristiano surge como el cumplimiento eficaz de las mejo-
res promesas bíblicas del antiguo testamento. El anhelo de los pro-

1. «Ap 21 ofrece la única descripción de la Jerusalén celeste en el ámbito judeo-


cristiano. La ciudad es idéntica con el nuevo eón, con el reino de Dios» (H. Bieten-
hard, Die himmlische Welt in Urchrístentum und Spatjudentum, Tübingen 1951, 202).
2. Cf. H. Bietenhad, Die himmlische Welt in Urchrístentum und Spatjudentum,
196.
22 Introducción Introducción 23

fetas y la irrenunciable expectativa judía, manifestada a través de ción que sus versos fulguran con pulcritudes de deslumbrante lus-
tantos textos a menudo inextricables, no se perdió para siempre en tre y brillanteces hasta ahora no usadas en ninguna otra parte de la
un vacío lamentable, sino que se realizó en su plenitud mediante la Biblia. Como un relámpago de hermosura sobrenatural es la apote-
irrupción de la nueva Jerusalén, tal como, de manera espléndida, se osis de la nueva Jerusalén, que aquí irrumpe y nos envuelve. Hay
consigna en Ap 21, 1-22, 5. que dejarse, pues, afectar y envolver por el aura de su gloria.
Tal vez Juan no supiese, mientras describía la nueva Jerusalén, Si hubiese que elegir a algún escritor contemporáneo —por tan-
que estaba redactando las postreras páginas de la Biblia escrita, sea to, acorde con nuestro sentir actual—, cuya obra se acercara de al-
del antiguo como del nuevo testamento. La Iglesia, posteriormen- guna manera a la descrita en Ap 21, 1-22, 5, sin duda habría que
te, no sin la presencia inquieta de ciertos avatares sobre su canoni- designar unánimemente a V. Aleixandre. Este autor ofrece unos
cidad3, pero asistida siempre por la fuerza inspiradora del Espíritu, textos de enorme fuerza y resonancia; en él sobresalen las imáge-
colocó el Ap al final de todos los libros escritos. Hizo providen- nes visionarias, cuya magnitud telúrica y celestial —y asombrosa-
cialmente una sabia elección, pues Ap sustenta toda la Biblia como mente, cuyo amor por el detalle—, son colindantes con Ap. V. Alei-
la meta sostiene el esfuerzo de la gran marcha. Aún más, la nueva xandre crea visiones, que producen un efecto conmovedor, debido
Jerusalén se erige en la gran visión de totalidad: «Ap 21, 1-22, 5 se a asociaciones emotivas, no conscientes7.
presenta como el punto culminante, la clave de bóveda de esa gran Preciso es penetrar por la puerta de la palabra del Ap para ac-
obra milenaria que es la Biblia»4. Los más nucleares eventos bíbli- ceder a la visión de la ciudad. Hay que permitir ser llevados casi de
cos encuentran en la nueva Jerusalén su confirmación: la elección la mano por lo que este pasaje, paso a paso, nos va indicando. Hay
divina, la nueva creación, la alianza, la apertura de la salvación, las que detenerse en cada palabra —como si de la contemplación insó-
nupcias sagradas entre Dios y su pueblo, el ver a Dios, la ecología... lita de un edificio de Jerusalén se tratase—, mirarla con complacen-
Resulta esclarecedor, a estas alturas, poder conocer el espíritu cia y estudiarla con esmero, «re-creándose» en ella (todo este tri-
(con minúscula, a saber el tono y talante) que alienta en estas pá- buto constituye las minucias requeridas de la exégesis literal). El
ginas que contemplamos. Sea dicho a modo de anticipo sumarial.
Preciso es afirmar que la nueva Jerusalén de Ap 21, 1-22, 5 es un
pasaje lleno de misterio, sin parangón posible con ningún otro tex- 7. El autor escribe, por ejemplo: «Águilas como abismos / como montes altísi-
mos». No existe un nexo lógico que enlaza las comparaciones, sólo se produce el sí-
to cristiano o judío: la luz que ilumina la larga noche del tiempo y mil por la emoción suscitada en ambos casos, por la resonancia magnética que crea en
de la historia5. el ánimo del lector la grandeza del abismo y de la elevación de los montes (asimismo
El texto constituye en sí mismo una de las «obras de arte litera- hay que dejarse ganar emotivamente por el clima original y paradisíaco de Ap 21-22,
rias del autor del Ap»6. Únicamente aquí se describe, con la elo- 5 —¡—). El más completo estudio de la obra de Aleixandre se debe a C. Bousofio, La
poesía de V. Aleixandre, Madrid M977, especialmente las páginas donde se trata acer-
cuente expresividad del símbolo, cuál y cómo es la confirmación ca de la imagen visionaria, la visión y el símbolo (159-200). Entre todos sus libros,
de la esperanza, el premio que Dios otorga tan desbordada cuanto desde nuestra perspectiva del Ap, cabe destacar Sombra del paraíso. El poeta canta a
gratuitamente a la Iglesia y a la humanidad. Fragmento de riqueza un mundo original, donde la naturaleza —elevada a categoría de coprotagonista, ani-
teológica inconmesurable y de belleza casi mágica. No pretende- mada de sentimientos—, los animales y los hombres conviven en una inocencia prísti-
na, en medio de una luminosidad que los invade y los deslumhra. Cf. L. de Luis, V.
mos caer en la metáfora hiperbólica al afirmar con plena delibera- Aleixandre, Madrid 1970; V. Granados, La poesía de V. Aleixandre, Málaga 1977. A
modo de cita esclarecedora, que propicia el clima descriptivo de la nueva Jerusalén de
3. Cf. una detallada panorámica sobre los problemas que aquejaron a la recta in- Ap 21, 1-22, 5, bien merece ser reproducida parcialmente la poesía, que se titula
terpretación del libro de Ap, en F. D. Mazzaferri, The Genre ofthe Book of Revelation. —otorgando aún mayor parecido a la ciudad de la nueva Jerusalén— Ciudad del paraí-
From a source-críticalperspective, Berlin-New York 1988, 1-34. so. Esta ciudad descrita por el poeta parece sobrenatural, encaramada en un monte ele-
4. J. P. Prévost, Para leer el Apocalipsis, Estella 1994, 121. vado (como el escenario de la nueva Jerusalén), entregada por una mano invisible, rei-
5. También se podría añadir —para no excluir ninguna clave de simbolismo bí- nando señera entre el cielo y el mar. Esta ciudad, se recuerda aun sin haberla conoci-
blico— que en medio del mar -paradigma de todo peligro acechante en que navega la do antes, está habitada idealmente. He aquí los versos iniciales: «Siempre te ven mis
historia—, una luz poderosa como un alto faro, rompe la oscuridad y libera del nau- ojos, ciudad de mis días marinos. / Colgada del imponente monte, apenas detenida /
fragio: es la fuerza, impregnada de irradiación divina, de la nueva Jerusalén. en tu vertical caída a las ondas azules, / pareces reinar bajo el cielo, sobre las aguas, /
6. Así lo reconoce textualmente U. Vanni, Gerusalemme nell'Apocalisse, en Ge- intermedia en los aires...». Cf. V. Aleixandre, Sombra delparaíso. Edición, introduc-
rusalemme. Atti della XXVI settimana bíblica, Brescia 1982, 42. ción y notas de L. de Luis, Madrid '1990, 175.
24 Introducción Introducción 25

fiel análisis del pasaje de Ap 21,1-22, 5, permitirá acceder a la con- por el siempre soprendente lenguaje de Ap. Hay que hablar de la
templación serena de la ciudad —es decir, obtener su mensaje teo- desmesura de las dimensiones de la nueva Jerusalén. No se sabe
lógico—, de la misma manera que por los vericuetos de sus calles qué aspecto destacar con más relieve, si sus medidas o sus desme-
más íntimas se llega hasta la plaza de la ciudad. didas. Las dos cualidades, en principio antípodas, se funden al uní-
Ap deliberadamente crea imágenes insólitas, estilo vivísimo y sono, logrando mediante la vigorosa expresividad literaria un alto
acuña palabras relucientes. Cincela —no es la suya sino la depura- alcance eclesiológico.
dísima obra de un orfebre— un expresivo lenguaje para ponerlo al La nueva Jerusalén es simultáneamente (¡) ciudad segura (cir-
servicio de su noble causa: describir con las mejores palabras la cundada de una alta muralla de protección) y ciudad abierta (con
gloria de la nueva Jerusalén, que es la perfección de la Iglesia y de doce puertas francas).
la humanidad como dádiva de Dios. De esto se trata definitiva- A través de un simbolismo mineral —precioso más allá de lo que
mente, de descubrir y reconocer la hermosura de la Iglesia, hecha toda imaginería religiosa pudiera concebir o que orfebre humano
a imagen de la nueva Jerusalén y hacia donde esperanzadamente pudiera engastar-, Ap desvela la belleza de la nueva Jerusalén, una
aquélla camina. ciudad enladrillada entera del más purísimo oro.
La nueva Jerusalén aparece como un esplendor de belleza, por- La insistencia, asimismo, en las piedras preciosas, manifiesta el
que —tal como muestra el ángel al vidente (21, 9-10)—, es la espo- misterio de la Iglesia. La presencia trascendente de Dios llena por
sa del Cordero y porque es ciudad escatológica. Dos símbolos y completo la ciudad. Las doce piedras preciosas se incrustan en los
dos registros, ambos imbricados como los anillos de una alianza; el cimientos de la ciudad. Esta se puebla de habitantes, que son sa-
primero mira al amor personal, esponsalicio; el segundo contempla cerdotes; toda ella es una Iglesia sacerdotal. Se trata, también, de
las relaciones humanas en el entramado social de la convivencia. la gloria de la Iglesia apostólica, cimentada en los doce apóstoles
Aparece hermosa, porque ya es no sólo la prometida, sino la es- del Cordero, pero cuyo fundamento último es Cristo.
posa radiante de Cristo, quien la quiso para sí «resplandeciente, sin Con palabras que son de este mundo, pero que nos han sido re-
mancha ni arruga, sino santa e inmaculada» (Ef 5, 27)8. El hecho creadas por la revelación divina, es preciso descubrir la grandeza
de que sea llamada la esposa del Cordero no proviene de la mente eterna que Dios otorga a la Iglesia y a la humanidad.
en delirio del autor, que configura un recurso estético personifica- Pero no sólo queremos demorarnos en la complacencia de su
dor. Tiene un arraigo profundísimo en la consagración bautismal de estilo único e inconfundible; hay que reivindicar una interpretación
cada cristiano a Cristo, el Señor y en su vocación escatológica. La simbólico-teológica de la visión última del Ap a la que combaten
comunidad se siente amada por el Señor, su Redentor, mediante el todas las disecciones que un pretendido bisturí analítico quiere per-
sacrificio oneroso de su sangre (Ap 1, 5)g. petrar contra el mensaje meridiano de estos versos, intentando se-
Y también resulta hermosa porque es ciudad santa, a saber, parar el mundo nuevo de la ciudad de Jerusalén, y dividiendo a és-
constituye el lugar de la comunión-comunicación, en paz, entre ta en una Jerusalén nueva y una Jerusalén celeste, en esposa y pa-
Dios y los hombres. Así se verá con más detalle en las siguientes raíso. Preciso es no hacer juego ni parodia sobre la letra del texto,
páginas. cuando se desconoce el aliento simbólico que lo invade10.
Sería preciso utilizar a lo largo de toda la explicación apocalíp- Son las suyas imágenes no geográficas, sino simbólicas; y todas
tica algunas figuras literarias extremas, como la paradoja, el con- ellas engarzadas en una cadena interpretativa, dotada de múltiples
trasentido y el oxímoron, que den cuenta de los efectos pretendidos
10. Cf. el comentario de P. Claudel: «Voilá une fiancée qu'il faudrait des grands
8. Cf. Ch. Journet, L'Eglise de Yerbe Incarné II, Paris 1951, 893. Especialmen- bras pour étreindre» (P. Claudel interrogue l'Apocalypse, Paris 1952, 213). Es una
te sugerente el excursus VI: Sur VEglise sans tache ni ride (1115-1129), que es un es- ocurrencia irónica ante las explicaciones de Alio —demasiado literales—, con quien si-
tudio histórico con aportaciones de san Jerónimo, san Agustín, san Juan Crisóstomo, gue dialogando en idéntico tono burlesco: «¿Qué me decís, ahora, R. P. Alio, acerca
santo Tomás de Aquino, entre otros autores importantes. de vuestro pequeño río en tirabuzón que alegra con toda clase de divertimientos hi-
9. Tal como ha sido escrito: «Dar a la Iglesia el nombre de Esposa no es en ab- dráulicos este 'promontorio' de 300 km. de alto que san Juan, según usted, habría atri-
soluto un artificio literario: es una necesidad teológica» (A. Vonier, L'Esprit et l'E- buido como residencia a los elegidos y que desciende amablemente hacia ellos como
/wi/.re Paris 1947, 13). una novia?» (ibid., 241).
2(> Introducción Introducción 27

registros. Son variaciones del mismo tema teológico y eclesial: la manos, asamblea de la Jerusalén celeste, que eternamente te alaba.
creación del mundo nuevo (cielo y tierra nueva), en el que aparece Hacia ella, aunque peregrinos en país extraño, nos encaminamos
la ciudad de Jerusalén (la Jerusalén celeste es la nueva Jerusalén), alegres, guiados por la fe y animados por la gloria de los santos; en
y dentro de sus muros, el paraíso recreado". ellos encontramos ejemplo y ayuda para nuestra debilidad»13.
Como mensaje nuclear se insiste en que la nueva Jerusalén En las oraciones que la Iglesia implora, al consagrar una igle-
—genuina unidad temática que cohesiona todo el pasaje apocalípti- sia, de nuevo se hace una súplica con la mirada puesta en el desti-
c o - representa la vida desbordante, donde la Iglesia, al fin glorifi- no último que aguarda a los cristianos, que no es sino la nueva Je-
cada y salvada, se une con toda la humanidad, formada por el pue- rusalén: «Concédenos a nosotros y a cuantos en esta iglesia cele-
blo elegido y las naciones del mundo, en una vida de comunión con brarán los divinos misterios llegar a la Jerusalén del cielo»14.
Dios12. En segundo lugar, hay que decir que la Iglesia ha sentido desde
siempre añoranza de la nueva Jerusalén, su verdadera patria celes-
te. Esta nostalgia ha tomado forma —línea, color, arquitectura— de
2. La nueva Jerusalén en la vida de la Iglesia arte. La labor artística cristiana es un lugar teológico y se convier-
te, por ello mismo, en una obra de interpretación bíblica. También
Al pretender hablar con detenimiento de la nueva Jerusalén, no la exégesis puede sacar luz de las diversas referencias iconográfi-
estamos tratando un asunto raro (por novedoso), sino que nos es- cas. En este punto, es preciso destacar la riqueza simbólica de la
forzamos en hacer visible el misterio que ha sido vivido a lo largo nueva Jerusalén en el arte cristiano de todos los tiempos.
de la historia de la Iglesia, y que se ha manifestado en la celebra-
ción cristiana de la liturgia y en las obras egregias de su fe, a saber, La Jerusalén presente que es la Iglesia adquiere en el arte cristiano
en la sublime expresión del arte cristiano. cada vez más los colores y los contornos de la Jerusalén celeste,
conforme al espíritu del Apocalipsis que no es sólo el designio de
En primer lugar, la Iglesia ha hecho explícita mención de la un Reino final y futuro sino también el análisis simbólico de su
nueva Jerusalén en importantes lugares de su liturgia, algunos de historia y de su actuar guiadas por Cristo en medio de las tempes-
ellos constituyentes de momentos privilegiados. Cuando la comu- tades y del asedio desencadenado por el mal'5.
nidad cristiana acompaña, doliente y esperanzada, el cuerpo del di-
funto para ser enterrado, realiza, consciente de la certeza de la re- Durante la celebración litúrgica especialmente —así ha sido re-
surrección y de la vida inmortal que tendrá lugar en la ciudad de cordado previamente—, la Iglesia terrestre entra en comunión con
Jerusalén, esta última súplica: «Al paraíso te lleven los ángeles, a la Iglesia escatológica, según repetidas afirmaciones de la Carta a
tu llegada te reciban los mártires y te introduzcan en la ciudad san- los hebreos (12, 22-24; 16, 25: «Vosotros habéis penetrado en la
ta de Jerusalén». montaña de Sión, en la ciudad del Dios viviente, en la Jerusalén ce-
Cuando la Iglesia peregrina se congrega para celebrar su fe, es- lestial»). Por ello el templo se convierte —arquitectónicamente ha-
pecialmente en la eucaristía, se une a la Iglesia celeste. Esta viven- blando— en un espejo de la ciudad de la nueva Jerusalén16.
cia comunitaria se expresa muy acertadamente en el prefacio de la
festividad de todos los santos. La nueva Jerusalén es considerada 13. Semejante idea se encuentra en el prefacio de la eucaristía del común de la
en referencia a sus pobladores, como una asamblea de hermanos, dedicación de una Iglesia. El templo verdadero no hace referencia a un edificio mate-
que alaban eternamente a Dios, que operan una profunda atracción rial, sino a la comunidad cristiana. La Iglesia, Cuerpo de Cristo, crece vigorosamen-
te, entretejida cada vez con más miembros, hasta arribar a su meta: la nueva Jerusa-
sobre los cristianos peregrinos, a quienes sirven de estímulo: «Hoy, lén: «En este lugar, Señor, tú vas edificando aquel templo que somos nosotros, y así
nos concedes celebrar la gloria de todos los santos, nuestros her- la Iglesia, extendida por toda la tierra, crece unida, como Cuerpo de Cristo, hasta lle-
gar a ser la nueva Jerusalén, verdadera visión de paz».
11. Cf. R. H. Gundry, The New Jerusalem People as Place, not Place for People: 14. Se trata de la oración, hecha por el obispo, en los momentos iniciales de la
NT 29 (3) 254-264; G. Caird, The Language and Imagery of the Bible, Philadelphia bendición. Rituales de la dedicación de iglesias y de altares, Madrid 1979, 42.103.
1980, 160-167. 15. G. Ravasi, en en Varios, La dimora di Dio con gli uomini. Immagini della Ge-
12. Cf. A. T. Nikolainen, Die Kirchenbegriff in der Offenbarung des Johannes: rusalemme celeste dal III al XIVsecólo, Milano 1983, 47.
NTS (1963) 360. 16. Cf. R. Grosche, Zur Theologie der Kirchengebaude, Würzburg 1962, 27.
28 Introducción Introducción 29

Se transforma la visión teológica, y de ahí que también se mo- de aquí abajo —toda la variada e inmensa constelación de templos
difique la planta de los nuevos templos e iglesias en la cristiandad. erigidos en la historia, ya suntuosos o humildes— son sólo etapa de
En el período romano la puerta principal iba lateralmente adosada transición hacia la nueva Jerusalén.
a la basílica, pero el templo cristiano cambia la orientación. Aque- Así, pues, los templos cristianos se convierten en imágenes de
lla puerta principal se convierte ahora en la puerta de entrada, a sa- gloria y signos de caducidad. La visión de la Jerusalén celeste, ins-
ber, el comienzo de un camino que atraviesa el edificio y llega has- crita en el ábside de los templos, recuerda a la Iglesia terrestre que
ta el altar formando un «iter» representativo, a saber; señala el éxo- va en camino, es peregrina, que está en el Reino, pero que aún no
do que la Iglesia debe realizar hasta arribar a la Jerusalén celeste. ha conseguido serlo de manera acabada.
Por ello, la figura gloriosa que corona el ábside es la del Kyrios, el Sumamente revelador resultaría, incluso como lección interpre-
Pantocrátor y, sobre todo, el Cordero del Apocalipsis. La presencia tativa de Ap 21, 1-22, 5, recorrer la visión iconográfica completa
del Resucitado, situada no sólo con los cristianos, sino en medio de de la nueva Jerusalén en la historia del arte. Las referencias edili-
ellos (Cristo es contemplado en Ap 1, 13, como el que está «en me- cias, ornamentales, pictóricas... de la nueva Jerusalén, son tan am-
dio de» los siete candelabros de oro —de oro o encendidos—, a sa- plias que ni en un solo libro podrían ser tratadas. Y tales tópicos
ber, en la posición del que preside toda celebración litúrgica en la provienen prevalentemente de las raíces del Apocalipsis20.
Iglesia) les transporta por el arte y la fe a la visión de la Jerusalén Para darse cuenta de la inmensa producción artística que el mo-
celeste17. tivo de la nueva Jerusalén ha originado en el arte cristiano, véase
Exponentes genuinas de esta visión simultánea —el cielo en la una somera prueba, aparte de los libros citados previamente, en es-
tierra, la nueva Jerusalén en el templo representada—, son las pala- ta selecta reseña bibliográfica abajo confeccionada21.
bras que Eusebio de Cesárea refiere en la consagración de una ba-
sílica cristiana:
3. Unidad estructural-literaria de Ap 21, 1-22, 5
Esta basílica es el gran templo que el soberano Creador del cos-
mos, el Verbo, ha erigido bajo el sol en el centro mismo de la tie- He aquí el pasaje íntegro de Ap que versa sobre la nueva Jeru-
rra y en el que ha establecido en este mundo un símbolo espiritual,
un trasunto de lo que es en el más allá la bóveda del cielo... Nin- salén. Sobre él es preciso volver repetidamente los ojos a fin de fa-
gún mortal puede celebrar debidamente la patria celeste, el proto- miliarizarse con las palabras y visiones que alberga. Esta traduc-
tipo de las cosas terrestres allí contenido, la Jerusalén celestial aquí ción, fiel y matizada del texto griego, encuentra su justificación en
representada18. las páginas posteriores, tras el análisis respectivo; y debería ir, ló-
gicamente, al final, como un logro adquirido por la exégesis. En
El motivo ornamental de la nueva Jerusalén va colocado en el beneficio del lector, la situamos al principio, para que su presencia
ábside de los templos cristianos, es decir, en el eje que une los fie-
20. Cf. B. Kühnel, From the Earthly to the Heavenly Jerusalem. Representation
les con el altar, y por encima del altar. Esta precisa ubicación po- ofthe Holy City in Christian Art ofthe Fist Millenium, Rom-Freiburg-Wien 1987, 13,
see una significación ambivalente: de presencia y de provisionali- 166.
dad. De presencia porque en todo templo cristiano, se adensa y se 21. Varios, L'Apocalypse de Jean. Traditions exégetiques et iconographiques (II-
refleja, aunque sea «per speculum et in aenigmate» la Jerusalén ce- XIII siécles), Genéve 1973; A. Coli, La Gerusalemme celeste nei cicli apocalittici al-
leste". Pero también de provisionalidad, porque el templo material tomedievali e l'affresco de san Pietro al Monte di Civate: proposta di lettura icono-
gráfica: Arte Lombarda. Nuova Serie 58/59 (1981) 7-20; J. Engemann, L'Apocalypse
de Jean. Traditions exégetiques et iconographiques. III-XII siécles, Genéve 1979; M.
17. Así reconocido por L. Bouyer, Le rite et l'homme, París 1962, 236. T. Gousset, La representation de la Jerusalem celeste á l'époque carolingienne:
18. Historia Eclesiástica X, 4, 69-70. El párrafo forma parte de un larguísimo Cahiers Archéologiques 23 (1982) 81-106; M. R. James, The Apocalypse inArt, Lon-
(contiene setentaidós fragmentos) panegírico sobre la edificación de las iglesias, diri- don 1931; A. Rodríguez, El simbolismo de 'Jerusalén celeste', constante ambiental
gido a Paulino, obispo de Tiro. Cf. E. Sauser, Symbolik der katolischen Kirche, Stutt- del templo cristiano, en Varios, Arte sacro y Concilio Vaticano II, León 1965, 137-
gart 1960, 60. 151; F. Van der Meer, Maiestas Domini. Théophanies de VApocalypse dans l'art
19. Cf. L. F. Pizzolato, en Varios, La dimora di Dio con gli uomini. Immagini del- chrétien. Etude sur les origines d'une iconographie spécial du Christ, Roma-Paris
la Gerusalemme celeste dal ¡II al XIV secólo, 19. 1938; Id., L'Apocalypse dans l'art, Anvers 1978.
Introducción Introducción 31
30

presida estratégicamente todo el proceso de lectura. Además, las dad es de oro puro semejante al vidrio puro. I9Y los cimientos de
la muralla de la ciudad están adornados con toda clase de piedras
partes señaladas se irán presentando, de manera progresiva, al co- preciosas: el primero es de jaspe, el segundo de zafiro, el tercero
mienzo de cada capítulo y al inicio de la exégesis de cada verso. de calcedonia, el cuarto de esmeralda, 20el quinto de sardónica, el
sexto de cornalina, el séptimo de crisólito, el octavo de berilo, el
noveno de topacio, el décimo de ágata, el undécimo de jacinto, el
A. EL MUNDO NUEVO (21, 1-8) duodécimo de amatista . 21Y las doce puertas son doce perlas, ca-
da una de las puertas hecha de una sola perla. Y la plaza de la ciu-
'Y vi un cielo nuevo y una nueva tierra, pues el primer cielo y la dad era de oro puro como vidrio translúcido. 22Y santuario no vi en
primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe. 2Y vi la ciu- ella, pues el Señor, el Dios Todopoderoso y el Cordero es su san-
dad santa, la nueva Jerusalén que descendía del cielo, de parte de tuario. 2,Y la ciudad no necesita del sol ni de la luna para que alum-
Dios, preparada como una esposa que se ha adornado para su es- bren, pues la gloria del Señor la ilumina, y su lámpara es el Cor-
poso. 3Y oí una gran voz desde el trono que decía: 'He aquí la mo- dero. 24Y las naciones caminarán a su luz, y los reyes de la tierra
rada de Dios entre los hombres, y morará entre ellos, y ellos serán traerán su gloria hasta ella; "sus puertas no cerrarán, pues allí no
sus pueblos, y él mismo, Dios con ellos, será su Dios'. 4Y enjuga- habrá noche, 26y llevarán hasta ella la gloria y el honor de las na-
rá toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llan- ciones. 27Y no entrará en ella nada profano, ni el que comete abo-
to ni dolor, porque lo primero ha desaparecido. 5Y dijo el que está minación y mentira, sino sólo los inscritos en el libro de la vida del
sentado en el trono: 'Mira, hago nuevas todas las cosas'. Y dijo: Cordero.
'Escribe: estas palabras son fieles y verdaderas'. 6Y me dijo: 'He-
cho está'. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que
tenga sed yo le daré de la fuente del agua de la vida gratis. 7E1 ven- C. EL PARAÍSO RECREADO (22, 1-5)
cedor heredera esto: yo seré Dios para él, y él será para mí hijo.
8
Pero los cobardes, incrédulos, abominables, asesinos, impuros, 'Y me mostró un río de agua de vida, reluciente como el cristal,
hechiceros, idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte (de que brotaba del trono de Dios y del Cordero. 2En medio de su pla-
herencia) en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte za, a un lado y otro del río, hay un árbol de vida que da doce fru-
segunda. tos, uno cada mes. Y las hojas del árbol sirven para la curación de
las naciones. 3Y ya no habrá ninguna maldición más. Y el trono de
Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le darán culto. 4Y
B. LA NUEVA JERUSALÉN (21, 9-27) verán su rostro, y su nombre está sobre sus frentes. 5Y ya no habrá
9 más noche, y no tienen necesidad de luz de lámpara ni de luz de
Y vino uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de sol, porque el Señor Dios los iluminará y reinarán por los siglos de
las siete últimas plagas, y me habló diciendo: 'Mira, te mostraré la los siglos.
prometida, la esposa del Cordero'. I0Y me llevó en Espíritu a un
monte grande y elevado, y me mostró la ciudad santa de Jerusalén
que descendía del cielo, de parte de Dios, "y tenía la gloria de Tan extenso pasaje es la coronación ideal del Ap. Toda la obra
Dios, su resplandor era semejante a una piedra preciosísima como se ha escrito teniendo en cuenta la ciudad de la nueva Jerusalén
piedra de jaspe cristalino. l2Tenía una muralla grande y elevada, te- —tal como se verá con más minuciosidad en páginas posteriores—,
nía doce puertas y sobre las puertas doce ángeles y nombres gra- y sólo dentro de ella encuentra el libro cabal sentido y compren-
bados que son las doce tribus de Israel. "Al oriente tres puertas, al sión. Resulta aleccionador detectar el cambio de ritmo narrativo de
norte tres puertas, al sur tres puertas, al poniente tres puertas, 14y la Ap en los últimos capítulos. El libro acelera su marcha. Tras men-
muralla de la ciudad tenía doce cimientos y sobre ellos los nom- cionar el infierno, de una manera brevísima, casi como de pasada
bres de los doce apóstoles del Cordero. I5Y el que hablaba conmi- y con cierta repugnancia, el Ap se detiene ahora con premiosa com-
go tenía una caña de medir, de oro, para medir la ciudad, sus puer-
tas y su muralla. 16La ciudad se asienta sobre un cuadrado: su lon- placencia, con entusiasmo diríase, en describir las maravillas de la
gitud es igual a su anchura. Y midió la ciudad con la caña: doce mil nueva Jerusalén22. Estos treintaidós versos están dotados de inson-
estadios, su longitud, anchura y altura son iguales. I7Y midió su
muralla: ciento cuarenta y cuatro codos, con medida humana, que
era la del ángel. 18Y el material de su muralla es de jaspe y la ciu- 22. Cf. E. B. Alio, L'Apocalyse, 332.
32 Introducción Introducción 33

dable alcance teológico y eclesiológico, también de hallazgos lite- explicar la causa de este informe estado de cosas. Se ha conjetura-
rarios23. do que básicamente este caos narrativo se debe a la alteridad de
Las tres partes del texto pueden asemejarse a un tríptico de pin- fuentes, mal asimiladas por el autor; o bien a los orígenes judíos,
tura religiosa, dotado de profunda simbología. Cada una de ellas, transformados de manera inhábil por el redactor griego del Ap.
en gradación creciente, va mostrando las maravillas del Señor pa- Concentramos los principales intentos que se han dado en la
ra los cristianos fieles. También se ha comparado la descripción de historia exegética para resolver el enigma literario de Ap 21, 1-22,
Ap 21, 1-22, 5 con una hermosa vidriera, hábilmente construida y 5. Vólker considera tres fuentes innatas dentro del relato: 21, 1-13;
conjuntada por Juan; la vidriera posee tres amplios panoramas24. 15-21; 22, 4-6. El posterior editor en tiempos de Trajano diseccio-
El estilo de los tres grandes párrafos resulta bastante afín. Co- na el relato en estas partes fundamentales: 21, 14.22.27; 22, 1-2.
ordinación y polisíndeton son las notas más características, en im- Incluso se detectan interpolaciones internas: 21, 9; 22, 3. Calmes
presionante frecuencia: quince veces en el primero, veintiséis en el cree que 21, 3-1 la es un desarrollo intercalado entre dos partes de
segundo y ocho en el tercero, que es con mucho el más breve. Exis- un mismo relato. Bousset opina que el autor utiliza fragmentos de
te una tendencia, pues, a amontonar oraciones y palabras con igual fuentes judías que ya han ido apareciendo en los capítulos 17-1825.
función sintáctica. Hay, por tanto, una simplicidad muy deliberada Creemos que todas las anteriores hipótesis, sustentadas por sus
al servicio de una estrategia narrativo-descriptiva clara: la técnica respectivos autores, adolecen de una falla original: diseccionan el
de contar «lo visto» y «oído». texto, y carecen de la perspectiva suficiente para considerarlo, aun
A través del texto se advierte la presencia del minucioso obser- con sus matices diversos, dentro de su unidad fundamental.
vador, del testigo directo, siempre atento a ver y presto a transmi- Quien ha dado sistematización a estos planteamientos ha sido
tir. Para ello recurre a detalles precisos o da una visión estilizada, R. H. Charles en su comentario al Ap, cuya exposición ahora se re-
pero preñada de sabrosos apuntes, que confieren realismo a su coge y se valora. El texto de los ce. 20-22 está completamente des-
mensaje. Pretende comunicar con fidelidad al lector del Ap, la ordenado en un grado asombroso y no muestra en la disposición
realidad sobrenatural, que con la fuerza del Espíritu, le ha sido po- actual la secuencia original buscada por el autor del Ap26. La cau-
sible contemplar. sa de tan intolerable confusión y la única hipótesis que puede dar
La crítica de todos los tiempos, especialmente a partir del siglo cuenta de ésta para un estudio comprehensivo de los datos es que
XIX, se ha planteado el problema de la homogeneidad de esta sec- Juan (mártir o fallecido de muerte natural) sólo escribió de Ap has-
ción. Las anomalías de algunos fenómenos de índole narrativa, co- ta el c. 20, 3. Dejó para completar su obra una serie de materiales,
mo el frecuente uso de la prolepsis, el sorprendente empleo de an- unos documentos independientes. Juan había presentado la Jerusa-
ticipaciones indebidas, entorpecían en exceso una lectura armóni- lén del milenarismo (el autor era milenarista), que descendía del
ca del pasaje. Llama la atención, por encima de otras trabas lin- cielo antes de la destrucción de la tierra actual, cuando aún pervi-
güísticas, la descripción de Jerusalén, que en una primera lectura vía el mal en el mundo y quedaban muchas naciones por evangeli-
resulta doble y superpuesta: su consumación parece haber tenido zar (incluía 20, 9; 20, 2.14-15.17). La otra visión de Jerusalén co-
ya lugar (21, 1-5), pero también se ofrece la imagen de una Jeru- rrespondía a su estado celeste, donde los vencedores habitarán des-
salén que aún vive en la tierra, habitada por variedad de pueblos pués de la consumación final, y abarcaba 21, 5a, 4d, 5b; l-4abc;
(21, 9-22, 5); una Jerusalén santa (21, 2-7), y, por otra parte, so- 22, 3-527. Estos materiales fueron puestos juntos por un «fiel pero
metida a todo tipo de acechanzas y pecados (21, 27). La dificultad ininteligente discípulo en el orden que él creyó justo»28, dando ori-
resulta evidente y clamorosa. Se ha intentado de diversas maneras gen al caos actual, caracterizado por la abundancia de rasgos con-
tradictorios.
23. Sigue resultando válido el jucio global de E. Lohmeyer (Die Offenbarung des
Johannes, 165) a los dos capítulos: «Esta visión está fuertemente basada sobre mate- 25. En la presentación inicial de este panorama interpretativo, seguimos a E. B.
riales tradicionales; en sus descripciones concretas es concisa y se contenta volunta- Alio (L'Apocalypse, 341-342), quien refiere objetivamente el estado de la cuestión.
riamente con alusiones. Original en su composición, comenta todos los acontecimien- 26. Cf. A Critical and Exegetical Comentary on the Revelation ofSt. John I, 147.
tos por una palabra profética de gran envergadura». 27. Ibid., 148-154.
24. Cf. J. P. Prévost, Para leer el Apocalipsis, 116. 28. Ibid, 147.
34 Introducciónn
Introducción 35

Esta hipótesis de Charles, tan sutil en el detalle exegético cuan-


Aceptamos la propuesta global —aunque no compartimos los
to crédula en sus reconstrucciones interpretativas, ha sido criticada
puntos de vista particulares de su estudio— de J. Comblin36; pues
con tanta dureza como justicia. Encubre un pseudo delirio de fan-
ofrece una perspectiva coherente, fundamentada en la seriedad del
tasía, pues ¿quién, con fiable garantía, puede haber seguido la
análisis filológico y marcas configuradoras. El autor reclama la
prehistoria del texto apocalíptico y sus avatares? Denota una nota-
unidad literaria y teológica de Ap 21, 1-22, 5, dentro de la obra
ble estrechez de miras, haciendo una lectura plana del texto; no tie-
apocalíptica. Existen claramente tres fragmentos: 21, 1-8; 21, 9-27;
ne en cuenta la simbología de Juan, que adopta diversas metamor-
22, 1-5), emparentados por toda una serie de elementos formales.
fosis, creando registros inéditos; y carece de la amplitud de toda vi-
Se encuentran interconectados por una red de relaciones fácilmen-
sión apocalíptica29, tal como se irá viendo detenidamente en la exé-
te identificables, que ahora sólo señalamos con suma brevedad.
gesis respectiva.
Dicha hipótesis apenas ha tenido eco en los comentarios de Ap, 1.° Los tres comienzan con una formulación de estilo apocalíp-
salvo la propuesta de M. E. Boismard30 que, por mor de la exhaus- tico: «Y vi» (21, 1); «Y vino...y me mostró» (21, 9.10); «Y
tividad de la historia interpretativa de estos capítulos, recogemos me mostró» (22, 1-6).
ahora con fidelidad. El autor declara explícitamente: «No hacemos 2.° Cada uno de ellos inicia con una descripción de la ciudad de
más que completar aquí, con nuevos argumentos, la demostración Jerusalén, de corte apocalíptico: 21, 1.2.3ab; 21, 9-21; 22,
de Charles»31. La visión de la Jerusalén futura, según él, se presen- 1.2. Los verbos se conjugan en un tiempo pasado o presen-
ta de doble manera: la primera quiere destacar esta breve perícopa te; hay abundancia de oráculos celestes.
21, 1-8; la segunda aglutina esta parte 21, 9-22, 5. Pero surge ine-
3.° Cada fragmento se articula desarrollando oráculos proféti-
vitable una dificultad. La primera visión de Jerusalén se sitúa en
cos del antiguo testamento, citados explícita o implícita-
una perspectiva trascendente: el cielo y la tierra han desaparecido,
mente: 21, 3cde.4.6c.7; 21, 24-26; 22, 3-5. Los verbos están
también el mar e incluso la muerte. En cambio, la segunda des-
en futuro.
cripción de Jerusalén se ubica en una dimensión terrestre: la tierra
4.° En cada segmento profético, la descripción del último mo-
existe todavía (21, 10) y los gentiles pueden convertirse y venir
tivo resulta idéntica al primero. Véase esta perfecta recipro-
hasta Jerusalén (21, 24-26). ¿Cómo conciliar ambas presentacio-
cidad: 21, 7b = 21, 3cde; 21, 26 = 21, 24b; 22, 5c = 22, 3.
nes? «Se está justamente obligado a concluir que las dos descrip-
ciones pertenecían de hecho a dos textos diferentes»32. El autor se 5.° Cada parte acaba con una fórmula de maldición respecto a
extiende en un largo discurso para tratar de mostrar la coherencia los pecadores. Obsérvese la repetida cadencia: 21,8; 22, 27;
de sus hipótesis31; discurso que se torna sinuoso, poco fiable, y que 22, 15.
no ha contado con ningún adepto. A la unidad literaria de Ap 21, 1-22, 5, palmariamente detecta-
Últimamente H. Kraft apunta de manera sucinta un intento de da, corresponde una fundamental unidad de contenido, que versa
solución, que sigue en la misma línea de una redacción sucesiva. sobre la nueva Jerusalén. El autor de Ap toma palabras y evocacio-
Los versos 21, 1-8 formaban la conclusión antigua del libro. Los nes de los profetas, las asimila profundamente y describe con vigor
versos 21, 9ss, que corresponden a la visión de la gran prostituta genial, dotando ya a sus imágenes de un genuino cuño personal.
sobre la Bestia (Ap 17), han sido añadidos posteriormente al li- La unidad está hoy reclamada por los más prestigiosos comen-
bro34. Parecida es la aportación de J. Massingberde Ford35. tadores37. Se ha declarado sin ambigüedades: «Apocalipsis 21, 1-
29. Cf. la critica de E. B. Alio, L'Apocalypse, 342; P. Prigent, L'Apocalypse de 22, 5, el relato de la visión de la nueva Jerusalén, contiene en sí
saint Jean, 319. mismo una unidad literaria»38.
30. «L'Apocalypse» ou «Les Apocalypses» de S. Jean: RB 56 (1949) 507-541.
31. Ibid., 525.
32. Ibid., 525. 36. La Liturgie de la nouvelle Jérusalem (Apoc 21, 1-22, 5): ETL 29 (1953), 5-9.
33. Ibid., 525-527. 37. Cf. una muestra en M. Wilcox Tradition and Redaction ofRev 21, 9-22, 5, en
34. Die Offenbarung des Johannes, 262. J.Lambrecht (ed.), L'Apocalypse juhannique et VApocalypúque dans le Nouveau Tes-
35. Revelation, 38-39. tament, Gembloux 1980, 205-215.
38. Ibid, 205.
36 Introducción Introducción 37

Por nuestra parte reconocemos abiertamente que la nueva Jeru- Jesús: He aquí, yo vengo pronto. Bienaventurado el que guarda las pala-
salén es el tema principal y aglutinador de toda la sección. Juan bras de profecía de este libro (v. 7).
propone tres partes esenciales (21, 1-8; 21, 9-27; 22, 1-5), coinci- Juan: Yo, Juan, soy el que oía y veía esto; y cuando oí y vi, caí a los pies
dentes en describir con distinta imaginería la misma realidad repe- del ángel que me mostraba esto, para adorarle (v. 8). Y me dijo:
tida: la ciudad de la nueva Jerusalén39. Preferimos seguir a la ma- Ángel: Mira, no lo hagas. Yo soy un compañero de servicio tuyo y de tus
yoría de los comentaristas y adoptamos, por ello, una nomenclatu- hermanos los profetas y de los que guardan las palabras de este libro.
ra más clara por cuanto resulta más descriptiva y funcional, que en- Adora a Dios (v. 9).
cabezamos con las tres primeras letras mayúsculas del alfabeto: A. Juan: Y me dijo:
El mundo nuevo; B. La nueva Jerusalén; C. El paraíso recreado40. Ángel: No selles las palabras de profecía de este libro, porque el tiempo
La exégesis nos irá mostrando detenidamente los avances de está cerca (v. 10). Que el injusto siga cometiendo injusticias y el man-
chado siga manchándose; que el justo siga practicando la justicia y el
cada sección, el proceso por el que los distintos cuadros se van santo siga santificándose (v. 11).
completando armoniosamente.
Hay que añadir —a fin de anular todo equívoco y evitar el tras- Jesús: He aquí, yo vengo pronto y mi recompensa conmigo para dar a ca-
da uno según sus obras. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el
vase de versos de una sección a otra— que el pasaje conclusivo de fin, el primero y el último (v. 13). Bienaventurados los que lavan sus
Ap, a saber, 22, 6-21, el verdadero epílogo del libro41, no es objeto vestiduras para tener acceso al árbol de la vida y entrar por las puertas
de nuestro estudio. Se encuentra claramente separado de la precisa en la ciudad (v. 14). Fuera los perros, los hechiceros, los lujuriosos, los
temática de la nueva Jerusalén, no por su ilación en la narración, a asesinos, los idólatras, y todo el que ama y practica la injusticia (v. 15).
la que inmediatamente sigue, pero sí por su contenido y estilo di- Yo, Jesús, he enviado a mi ángel para dar testimonio de esto a las Igle-
versos. Pertenece a otro género literario; constituye un diálogo li- sias. Yo soy la raíz y la descendencia de David, la estrella radiante de
túrgico mantenido entre Juan, el ángel, la asamblea y Jesús glorifi- la mañana (v. 16).
cado. En este aspecto, hay suma coincidencia entre los comenta- Asamblea: El Espíritu y la esposa dicen: ¡Ven! (v. 17a).
dores; otra cosa distinta será fijar con precisión los componentes El cristiano: Y quien lo oiga, diga: ¡Ven! Y quien tenga sed, que venga.
del diálogo litúrgico y las partes de la lectura respectivamente re- Y quien quiera, que tome el agua de la vida gratuitamente (v. 17b).
servadas42. Jesús: Yo declaro a todo el que oye las palabras de profecía de este libro:
Véanse la distribución y asignación correspondientes a cada Si alguien añade a estas cosas, Dios añadirá sobre él las plagas que es-
participante, resueltas en forma de repetidas invocaciones, llama- tán escritas en este libro (v. 18). Y si alguien quita de las palabras de
das, respuestas y antífonas corales. este libro de profecía, Dios quitará su parte del árbol de la vida y de la
ciudad santa, descritas en este libro (v. 19). El que da testimonio de es-
Juan: Y me dijo: tas cosas dice: Sí, vengo pronto (v. 20a).
Ángel: Estas son palabras fieles y verdaderas; el Señor, Dios de los espí- Asamblea: Amén, ¡Ven, Señor Jesús! (v. 20b).
ritus de los profetas, ha enviado su ángel para mostrar a sus siervos lo Juan: La gracia del Señor Jesús esté con todos (v. 21).
que tiene que suceder pronto (22, 6).
Estos personajes no resultan demasiado evidentes, fenomenoló-
39. Cf. J. P. Prévost, Para leer el Apocalipsis, 116.
40. Así lo haremos en los comentarios filológicos respectivos. E. B. Alio une el
gicamente recortados y palpables en una experiencia, aun de tipo
fragmento de Ap 21, 1-5 con la visión precedente, a la que completa. Rompe así la religioso; son interlocutores estilizados por la atmósfera de fe y el
unidad de toda esta gran sección (L'Apocalypse, 332). carácter concluyente del epílogo, apretado de densidad teológica.
41. Cf. U. Vanni, La struttura Iliteraria dell'Apocalisse, Roma 1971, 109-115. El autor del Ap ha querido recoger los protagonistas decisivos de
42. Cf. F. Contreras, El Espíritu en el libro del Apocalipsis, Salamanca 1987, su obra, y dar de cada uno de ellos los rasgos más sutiles (la quin-
147-154. Difiero bastante de los esquemas establecidos por E. B. Alio, L'Apocalypse,
358-361; y de R. H. Charles, A Critical and Exegetical Commentary on the Revela- taesencia de su actuación apocalíptica; son personajes transfigura-
don ofSt. John II, 221-225. Sigo fundamentalmente—aun discrepando en algunas par- dos con funciones decantadas), situándolos juntos, al final del li-
tes—, las propuestas de de M. A. Kavanagh, Apocalypse 22:6, 21 as Concluding Li- bro, en un diálogo litúrgico pero ideal; diálogo al que tiene acceso
turgical Dialogue, Roma 1984; y más recientemente de U. Vanni, Liturgical Dialogue privilegiado y participación activa la comunidad eclesial —«la es-
in the Book ofRevelation: New Testament Studies 37 (1991) 356-372.
38 Introducción Introducción 39

posa»— cada vez que, inspirada por el Espíritu, se reúne en la li- El libro está estructurado en tres grandes capítulos. Pretende se-
turgia para invocar a su Señor. guir en principio la vertebración, ya adoptada con respecto a la di-
Es preciso insistir en este último punto. Los protagonistas in- visión de la gran sección. El primer capítulo (A) versa sobre el uni-
terpretativos del libro del Ap son el grupo cristiano, a saber, «los verso nuevo (Ap 21, 1-8); el segundo engloba las dos divisiones si-
que escuchan» (oi áxoíiovteg) las palabras de esta profecía, y tra- guientes (B y C): la nueva Jerusalén (Ap 21, 9-27) y el paraíso re-
tan de cumplirlas, tal como aparece reiterativamente señalado en el creado (Ap 22, 1-5). Ello se debe a que creemos que los cinco ver-
prólogo (1, 3) y epílogo (22, 7). La asamblea debe interpretar el sos iniciales de Ap 22, desde el punto de vista de la nueva Jerusa-
símbolo apocalíptico de la nueva Jerusalén; tiene, por tanto, que lén, carecen de entidad suficiente para configurar por ellos mismos
verificar mediante una lectura hecha en el Espíritu estas exigencias todo un capítulo; de ahí que hemos optado por unirlos a lo anterior,
que se desprenden del texto en su aplicación con la historia con- por razones de proporcionalidad con el conjunto del libro, pero con
creta personal y comunitaria43. el respeto siempre a su peculiariedad dentro de la sección; y así se-
Presentamos los más reconocidos comentarios al libro del Ap, rán tratados.
que nos han servido en nuestro trabajo. Se citan ahora de manera En estos dos capítulos se hace un análisis exegético detallado.
completa. Durante nuestro estudio, se ofrece sólo la referencia del Se escudriñan con esmero todos los versos que integran el pasaje,
autor, el título y el número de la página correspondiente44. siendo conscientes de que cada uno de ellos constituiría, merced a
su insondable densidad, un tratado autónomo. Nos interesa sobre-
43. Cf. U. Vanni, L'Apocalisse, Ermeneulica, esegesi, teología, 389; T. Collins, manera contemplar su ensamblaje, no su discordancia, en esta gran
Apocalypse 22:6-21 as the focal point of moral teaching and exhortation in the Apo- arquitectura de armonía que representa la nueva Jerusalén. Se pro-
callypse, Roma 1986. cura ir iluminando los pasajes con rótulos orientadores.
44. E. B. Alio, L'Apocalypse, Paris M933; W. Barlay, The Revelation of John 1, En el tercer capítulo, prácticamente la conclusión final del li-
Westminster 1960; S. Bartina, Apocalipsis de S. Juan, Madrid 1962; Beato de Liéva-
na, Comentario al Apocalipsis de San Juan, en Varios, Obras completas de Beato de bro, se atiende con deliberada amplitud a la interpretación teológi-
Liévana, Madrid 1995, 5-663; I. T. Beckwit, The Apocalypse ofJohn, New York 1919; ca de toda la sección, con referencias explícitas a Dios, contem-
J. Behm, Die Offenbarung des Johannes, Gottingen 1935; P. Benoit, Ce que TEsprit
dit aux Eglises. Commentaire sur ¡'Apocalypse, Vennes 1941; A. Bisping, Erkldning
der Apokalypse des Johannes, Münster 1876, M. E. Boismard, L'Apocalypse, Paris St. John, London 1940; H. Kraft, Die Offenbarung des Johannes, Tiibingen 1974; G.
1950; J. Bonsirven, L'Apocalypse de saint Jean, Paris 1951; W. Bousset, Die Offen- E. Ladd, Commentary on the Book of Revelation of John, Miami 1928; A. Lancelloti,
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40 Introducción 1
piado en su imagen trinitaria, a la Iglesia en su relación de conti- EL MUNDO NUEVO
nuidad-discontinuidad con la nueva Jerusalén, a la consumación fi- (Ap21, 1-8)
nal, a la suerte de la humanidad nueva, la salvación universal, la
ecología, la visión cara a cara de Dios... Los dos primeros capítu-
los son exegéticos, el tercero teológico. No configuran partes neta-
mente separadas, sino orgánicamente enlazadas; pues en cada una
de ellas no pueden menos de coexistir motivos de la otra, aunque
prevalentemente cada bloque es fiel a su título.
Un epílogo, réplica literaria al preludio o prólogo inaugural con
que este libro comenzaba, remata la obra.
1
Y vi un cielo nuevo y una nueva tierra, pues el primer cielo y la
primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe. 2Y vi la ciu-
dad santa, la nueva Jerusalén que descendía del cielo, de parte de
Dios, preparada como una esposa que se ha adornado para su es-
poso. 3 y oí una gran voz desde el trono que decía: 'He aquí la mo-
rada de Dios entre los hombres, y morará entre ellos, y ellos serán
sus pueblos, y él mismo. Dios con ellos, será su Dios'. 4Y enjuga-
rá toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni duelo, ni
llanto ni dolor, porque lo primero ha desaparecido. 5Y dijo el que
está sentado en el trono: 'Mira, hago nuevas todas las cosas'. Y
dijo: 'Escribe: estas palabras son fieles y verdaderas'. ''Y me dijo:
'Hecho está'. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al
que tenga sed yo le daré de la fuente del agua de la vida gratis. 1El
vencedor heredera esto: yo seré Dios para él, y él será para mí hi-
jo. *Pero los cobardes, incrédulos, abominables, asesinos, impu-
ros, hechiceros, idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte
(de herencia) en el lago que arde con fuego y azufre, que es la
muerte segunda.

Ap 21, 1-8 muestra por su amplitud evocadora y función reca-


pituladora, debido sobre todo a la mención de la misma voz de Dios
(Ap 21, 3.5), que los misterios divinos, proféticamente anunciados
por el Ángel poderoso (cf. Ap 10, 7), se han cumplido, y que la
aventura humano-divina descrita durante el largo proceso narrativo
del Ap, ha conseguido llegar a su punto culminante de realización1.
En este «mundo nuevo», pues, el último y más temible reducto
del mal desaparece ante la novedad de la potencia divina. Se trata
de una negación absoluta, que tiene que dar inevitablemente paso

1. Cf. M. Rissi, Die Zukunft der Welt, eine exegeüsche Studie über Johannesof-
fenbarung 19, 11-22, 15, Bale 1965, 63-64; M. Coune, L'univers nouveau (Ap 21, 1-
5): AssSeign 26 (1973) 67-72.
La nueva Jerusalén El mundo nuevo 43
42

a una instauración asimismo absoluta. Frente a la existencia del formación del libro3 y la incorporación de antiguas tradiciones yah-
cielo y de la tierra nueva, se constata que el primer cielo y la pri- vistas4.
mera tierra desaparecen; que el mar no existe; que ya el oscuro do- Ya el profeta (Is 11, 6; 65, 25) había descrito la felicidad me-
minio del caos en el cosmos inaugurado está de más. El nuevo cie- siánica futura como un retorno a las inmejorables condiciones de
lo y la nueva tierra ofrecen un lugar para que habiten los hombres aquel paraíso perdido pero recobrado. Existen, sin embargo, dos
rescatados, una plataforma ideal para acoger la presencia de la nue- textos de influencia certera en Ap:
va Jerusalén.
Dios comienza su obra regeneradora con la humanidad. La Mirad, yo voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva; de lo pa-
sado no haya recuerdo ni venga pensamiento (Is 65, 17).
imagen de un Dios personal se impone por el derroche de sus efec- Porque así como los cielos nuevos y la tierra nueva que yo hago
tos benéficos: mora entre todos los hombres, renueva una alianza permanecen siempre en mi presencia —oráculo de Yahvé— así per-
universal, anula el mal. Hace desaparecer el llanto y la congoja, la manecerá vuestra raza y vuestro nombre (Is 66, 22).
muerte y el dolor. Sacia su sed con abundancia de vida y convier-
te a los humanos en hijos suyos. Isaías anuncia con tono de solemnidad una renovación íntegra.
Desde una óptica narrativa, es preciso señalar que los sujetos Avizorando proféticamente el futuro, declara la instauración de un
intervinientes —Dios, la nueva Jerusalén y los hombres— son des- orden nuevo5. El pasaje de 65, 17 —el primero de los dos citados—
critos desde lo sobresaliente a lo nimio. No se pierde la gradación. se revela como el paralelo más diáfano, no sólo por la semejanza
Los sentidos captan los más variados matices, mediante las accio- textual de la cita, sino por el parecido climático del contexto. En
nes puntuales de los verbos, tales como «ver», «oír», «decir». De los versos siguientes Isaías concentra la instauración anunciada en
adjetivación escasa, el vocabulario es variado, preciso y pintoresco la ciudad de Jerusalén, doblemente señalada (vv. 18.19), y men-
a un tiempo. ciona —tal como puntualmente hará Ap 21, 4— la abolición del llan-
to (vv. 19-20). El profeta habla con palabras metafóricas, a modo
de una larga paráfrasis, acerca de un cielo nuevo y una tierra nue-
1. Un cielo nuevo y una tierra nueva va, alusivos a la renovación de Jerusalén, mas siempre con una
1
aplicación unívoca a la Jerusalén terrena. Su contemplación se en-
Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la sancha en una perspectiva de esperanza: Jerusalén, madre de las
primera tierra habían desaparecido, y el mar no existe ya. naciones, se convierte en el centro de su espacio poético6. Pero es-
ta visión —preciso es recordarlo— no se refiere a un comienzo ro-
Hay que reconocer las fuentes bíblicas que inspiran este verso. tundamente nuevo, no habla de «otra» Jerusalén completamente
El profeta Isaías surte con abundancia al autor de Ap para la com- distinta a la actual. Tal grado de alteridad absoluta pertenece de lle-
posición de su gran visión de la nueva Jerusalén2. La capital im- no a la apocalíptica7.
portancia del tema «Jerusalén» —que será tratado de forma siste- El tema de la novedad cósmica es ampliamente recogido por los
mática un poco más adelante—, se encuentra resaltado en Isaías por escritos apocalípticos. He aquí una selecta antología de los textos
la inusitada frecuencia del vocablo (3, 8; 4, 4; 5, 3; 7, 1; 8, 14; 10, principales, en donde se declara, aun dentro de una cierta ambi-
32; 22, 10.21; 31, 5; 33, 20; 37, 10.22; 40, 2.9; 51, 17; 52, 1.2.9;
62, 1.6.7; 64, 9; 65, 18; 66, 10.20). Se enriquece con la progresiva
3. Cf. R. Lack, La Symbolíque du livre d'Isaie, Rome 1973. Especialmente es-
2. Cf. E. Franco, Gerusalemme ¡n Is 40-66. Archetipo materno e simbolismo clarecedor resulta el excursus, La Redaktiongeschichte du livre d'Isaie, 142-145.
sponsale nel contesto dell'alleanza eterna, en Gerusalemme. Atti della XXVI Settima- 4. Cf. M. Noth, Jerusalén y la tradición israelita, en Estudios sobre el antiguo
na Bíblica, Brescia 1982, 142-152; Marconcini, L'utilizzazione del TM nelle citaziom testamento, Salamanca 1985, 145-158; R. A. F. MacKenzie,77¡e City and Israelitische
isaiane dell' Apocalisse: RivBiblt 24 (1976) 113-136; A. Gangemi, L'utiliz.zaz.ione del Religión: CBQ 25 (1963) 60-72.
Dt-ls nell'Apoc. di Giovanni: EuntDoc 27 (1974) 109-44, 311-339. Especialmente im- 5. Cf. L. Alonso Schókel-J. L. Sicre, Profetas. Comentario I, Madrid 1980, 388.
portante el artículo de J. van Ruiten, The intertextual Relationsships between Isaías 6. Cf. R. Lack, La Symbolíque du libre d'Isaie, 121.
65, 17-20 and Revelation 21, J-5b: EstBíb51 (1993)473-510. 7. Cf. L. Alonso Schokel-J. L. Sicre, Profetas. Comentario I, 389.
44 La nueva Jerusalén El mundo nuevo 45

güedad por parte de algunos de ellos, una ruptura con el mundo La renovación del mundo aparece también descrita en 1 Henoc
presente e instauración de un mundo nuevo. 45, 4-5. Se menciona la formulación binaria del cielo y de la tierra,
Describe el libro de los Oráculos Sibilinos (V, 476-483) el mo- tal como hace Ap 21, 1. Se alude con claridad a una mutación ge-
mento final de la historia, mediante un cuadro alucinante con tin- neral, debida al inapelable juicio de Dios. Este se muestra benévo-
tes dramáticos, que recuerda los apocalipsis sinópticos: el sol se lo para los justos, a quienes mira y sacia de paz, mas inflexible con
oculta sepultado en las aguas del mar, y la luna desaparece para los pecadores «a fin de eliminarlos de la faz de la tierra» (v. 6):
siempre. De esta oscuridad emergerá la luz de Dios, como una nue-
va creación: En ese día asentaré entre ellos a mi Elegido y transformaré el cie-
lo, volviéndolo bendición y luz eterna. Transformaré la tierra, ha-
Innumerables lamentos dejará escapar la mísera raza humana al fi- ciéndola bendición, y asentaré en ella a mis elegidos, pero los que
nal, cuando el sol se ponga para ya no volver a salir y se quede en cometen pecado y extravío no la pisarán".
el océano, para sumergirse en sus aguas, pues de muchos mortales
contempló las maldades impías. La luna desaparecerá del gran cie- Esta transformación anunciada llegará a su plenitud en Ap 21,
lo y densas tinieblas ocultarán los repliegues del mundo por se- 1. En análoga perspectiva cabe colocar el pasaje de Rom 8, 19-22.
gunda vez; mas luego la luz de Dios será el guía de los hombres El texto del nuevo testamento que registra un mayor parecido y
buenos, de cuantos elevaron a Dios sus himnos8. que requiere, por tanto, una circunspecta observación, es el de 2 Pe
3, 10:
Habla resueltamente el pasaje de la destrucción del mundo pre-
sente para dar paso a otra nueva creación material. El Día del Señor llegará como un ladrón; en aquel día los cielos,
En un ciclo hebdomadario, cuya alternancia de semanas señala con ruido ensordecedor, se desharán; los elementos, abrasados,
se disolverán, y la tierra y sus obras serán descubiertas
el devenir de la historia, otro libro (4 Esdras 7, 30-32) reseña la —eíiQe'fhjoETai—.
transformación final. Tras una semana de silencio absoluto —«si-
lencio de muerte», señala el texto—, vendrá otra semana de desper- Una conflagración apocalíptica, llevada a término especialmen-
tar y de renovación: te por el fuego, era tanto para los cristianos como para los judíos,
no sólo la prueba necesaria por la que el universo quedaba purifi-
El mundo volverá al silencio primigenio durante siete días, co- cado, sino la señal del fin de un mundo y el comienzo de un orden
mo había sido en el comienzo original, de tal manera que nadie
completamente nuevo12. La tierra y sus obras serán manifiestas, re-
quedará. Tras siete días, sin embargo, el mundo, que todavía es-
tá despierto, se despertará. Y lo pasajero morirá. La tierra devol- conocidas; y, puesto que se trata de un contexto de juicio final, se-
verá cuanto en ella dormía, y las cámaras devolverán las almas rán patentes ante el tribunal de la presencia de Dios13.
de los fieles9. Aceptamos críticamente la lectura EXJQE^qaETai que significa li-
teralmente: «será encontrada», a saber, «será descubierta ante los
En Jubileos 1, 29 se hace mención «del día de la nueva crea- ojos del Señor». Esta versión está fiablemente garantizada por la
ción, cuando se renueven el cielo y la tierra y todas las criaturas». tradición textual14, la calidad de los autores y es «lectio difficilior»15.
El valor que posee este texto estriba en que la nueva creación, se-
gún la peculiar visión del libro, atañe esencialmente a la renovación 11. Cf. F. Corriente-A. Pinero, Libro 1 de Henoc, en A. Diez Macho (ed.), Apó-
de un orden total, considerado como la armonía del mundo y de la crifos del antiguo testamento IV, Madrid 1982, 71.
ley; que encuentra su confirmación en la formulación de un nuevo 12. Cf. J. Chaine, Cosmogonie aquatique et conflagration finales d'aprés la se-
calendario por el que ya empezará a regirse la vida los hombres10. cunda Petri: RB 46 (1937) 215.
13. Cf. H. Lenhard, Ein Beitrag zur übersetzung von 11P 3, ¡Od: ZNW 52 (1961)
128.
8. Cf. E. Suárez, Oráculos Sibilinos, en A. Diez Macho (ed.), Apócrifos del an- 14. Así se mantiene por The Greek New Testament, Nestle-Aland; y es atestigua-
tiguo testamento III, Madrid 1982, 336. da por X, B, K, P, 0156.
9. Cf. J. Schreiner, Das 4.Buch Esra, Gütersloh 1981, 46. 15. De ahí la existencia de algunas variantes señaladas: xata)if|08Tai «será de-
10. Cf. K. Berger, Das Buch derJubilaen, Gütersloh 1981, 320. molida», ácpavuxf)r|aoTca «desaparecerá». F. Olivier ha propuesto (Une correction au
46 La nueva Jerusalén
El mundo nuevo 47

Los cristianos se asocian por su leal comportamiento al esta-


visten acentos fantasmagóricos; resultan ser abigarrados inventa-
blecimiento definitivo del reino de Dios, «esperando y acelerando
rios de colosales cataclismos y maremotos18.
la venida del Día de Dios, en el que los cielos, en llamas, se disol-
Frente a tanto tremendismo se destaca la sobriedad del Ap de
verán» (v. 13). El tiempo no aparece inexorablemente determina-
Juan. No pretende enajenar al lector por medio de descripciones
do, sino que puede ser adelantado por el mismo Dios, quien en su
turbulentas ni decorar con fantásticas elucubraciones el final de la
providencia cuenta con la generosa contribución de los fieles a fin
historia. Habla —¡cuánta sencilla majestad en su relato!— de la re-
de incrementar el ritmo positivo de la historia salvífica. Esta con-
novación total, de un cielo nuevo y de una tierra nueva, merced a
cepción se encuentra asimismo registrada en la literatura apocalíp-
la intervención todopoderosa de Dios.
tica: «Si los israelitas cumpliesen un día de penitencia, el Hijo de
David vendría en seguida»16. El apelativo «nuevo», doblemente registrado y referido al cielo
y a la tierra como enumeración polar, a saber, que abarca íntegra-
El texto de 2 Pe 3, 13 sigue recalcando, mediante una cláusula mente a toda la creación, no alude al tiempo sino a la cualidad19. Lo
adversativa —6é—, el motivo de la esperanza: «nuevo» (xaivóc,) se opone a lo «viejo» y «caduco» (jtcdmóc;).
Pero nosotros esperamos, según la promesa, cielos nuevos y tierra Se relaciona esta novedad del cielo y de la tierra con la xakvy-
nueva donde habite la justicia (v. 13). YEveoía de Mt 19, 2820. Jesús promete a sus discípulos el poder
sentarse, egregiamente, como señores y jueces de su pueblo, ha-
El autor se remite a la esperanza en una promesa divina —pro- ciéndolos partícipes de su capacidad regia. El dicho del Señor, con-
mesa anticipada en Is 65, 17—, un compromiso personal mantenido forme a la versión de Mateo, posee un contexto mesiánico; se re-
por Dios. Se sitúa, así, fuera del ámbito de los mitos circundantes fiere a la renovación que se manifestará al fin del mundo, con el
acerca del fin del mundo. Quiere decirse que la recreación del uni- triunfo universal de Cristo; pero que se inaugura ya con su resu-
verso no se deberá a la fuerza innata de las cosas, a las leyes evo- rrección y la implantación de su Reino en la Iglesia (cf. Hech 3,
lutivas de la creación, sino gracias a la libre voluntad de Dios y a 21). Esta revelación final del Hijo del hombre supera con creces
su decidida intervención. La cosmogonía se somete a la cosmo- una dimensión individual o asépticamente «espiritual». Hay que
logía, y ésta se subordina a la soteriología; y ésta, por fin, se fun- recordar que Me 10, 30 y Le 18, 30 hablan, en sus respectivos tex-
damenta en la fe de los cristianos en la palabra todopoderosa de tos paralelos, del «mundo venidero»21.
Dios17.
Leyendo con atención el pasaje, no deja de sorprender que la Yo os aseguro que vosotros que me habéis seguido, en la 'regene-
justicia sea la única virtud mencionada; sin embargo, ya aparece en ración' (jrcdiYYeveoícO, cuando el Hijo del hombre se siente en su
las representaciones del nuevo orden en algunos libros apócrifos (1 trono de gloria, os sentaréis también vosotros en doce tronos para
Henoc 10, 18; 38, 2; Salmos de Salomón 17, 25.35). Por otra par- juzgar a las doce tribus de Israel (Mt 19, 28).
te, acorde con la visión de la carta, la justicia caracteriza el cami-
no-comportamiento de la vida cristiana (2 Pe 2, 2). Este vocablo-adjetivo xaivóc; posee una significación ulterior;
Los anteriores textos apocalípticos o, al menos, de índole apo- es el concepto de lo totalmente otro, maravilloso, lo que trae con-
calíptica, insisten en una enorme conflagración final, llevada a ca- sigo, como nota esencial y distintiva, la salvación escatológica. Por
bo por el agua o atizada por un fuego devorador. Sus visiones re- eso, «nuevo» desborda la acepción de un simple adjetivo orná-
is. Cf. W. Bousset-H. Gressmann, Die Religión des Judentums im spathellenis-
texte de Nouveau Testament: II Pierre 3, 10, en Essais dans le domaine du monde gré- tischen Zeitalter, '1926, 280-282; P. Volz, Die Eschatologie der Jüdischen Gemeinde
co-wmain anlique et dans celui du NT, Paris 1963, 134) la lectura de 8X7n)QW&f|Oe-
TOtt «purificadas por el fuego»; pero esta corrección no es sino una repetición de un im neutestamentlichen Zeitalter, 21934, 333-340.
concepto poco antes señalado: xavaov^iíva «abrasados». Sobre esta problemática 19. Cf. R. H. Charles, A Critical and Exegetical Commentary on the Revelation
textual-semántica, cf. E. Fuchs, La deuxiéme épitre de saint Pierre, Paris 1980, 119. ofSt. John II, 158.
16. Asi citado en H. L. Strack-P. Billerbeck, Kommentar zum Neuen Testament 20. Cf. R. H. Mounce, The Book of Revelation, 369. El vocablo griego de Mateo
aus Talmud und Midrasch I, 164. significa literalmente: «generación de nuevo».
17. Cf. E. Fuchs, La deuxiéme épitre de saint Pierre, Paris 1980, 121. 21. Cf. A. Charbel, O Conceito de «Palingenesia» ou Regenera^ao em Mt 19, 28:
RCB 7(1963) 13-17.
48 La nueva Jerusalén El mundo nuevo 49

mental, se convierte en categoría paradigmática, pasa a ser la «pa- ya nada tiene que hacer la patria de los muertos. Con la aniquila-
labra guía de la promesa apocalíptica»22. Lo nuevo «sugiere vida ción del mar, desaparece también la última hostilidad que va con-
fresca que surge tras la decadencia y el naufragio del viejo mun- tra Dios y su designio de vida en la humanidad: la muerte25.
do»23. Basten por ahora estas observaciones preliminares de tipo En los escritos apocalípticos también se menciona el aniquila-
general. Más adelante se atenderá con detenida atención, según re- miento del mar. Según el libro de la Asunción de Moisés, cuando
clama la peculiar visión del Ap, a su valor específicamente cristo- Dios aparezca en el último día para castigar a los gentiles, «el mar
lógico. se retirará dentro del abismo» (10, 6). Al final de los tiempos una
La original aportación de Ap en torno a la existencia del mun- gran estrella caerá del cielo y quemará el profundo mar (Oráculos
do nuevo, se sitúa en la línea de un comienzo definitivo, a partir de Sibilinos 5, 158-159). Resulta ser éste —la desaparición del mar en
la notificación que el mismo pasaje ofrece. Se trata de un acto crea- los momentos del juicio final— un motivo tradicional dentro de la
dor de Dios: «Y dijo el que está sentado en el trono: 'Mira, hago literatura apocalíptica26.
nuevas todas las cosas'» (v. 5). En seguida se constata la eficaz in-
tervención divina: «Y me dijo: 'Hecho está'» (v. 6).
Dios crea un mundo nuevo merced a la redención de Cristo, el 2. La nueva Jerusalén. Historia de su nombre
Cordero. El universo se llena profusamente de esta novedad. La
2
creación entera, que suspira por la liberación, es renovada de la Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén que descendía del cielo,
servidumbre de la vanidad presente (cf. Rom 8, 20-22). El génesis de junto a Dios, preparada como una esposa que se ha adornado
es recreado ahora por Cristo. \ para su esposo.
En este mundo nuevo —señala la parte última del texto de Ap—
ya no hay mar. No puede tratarse de una mera descripción geográ- No es preciso ponderar la importancia de este verso, pues la so-
fica, puesto que ya antes se había dicho que el cielo y la tierra hu- la mención de Jerusalén incide de lleno en la temática de nuestro
yeron de la presencia de Dios (20, 11). ¿Cómo es posible que aún libro. De acuerdo con su real alcance, se le dará el pormenorizado
exista mar, si no hay tierra que lo contenga ni orillas que lo limi- tratamiento que se merece.
ten? Lo que sin duda interesa al autor de Ap, al margen de elucu- Jerusalén es, a la vez, geografía, historia y profecía27; represen-
braciones espaciales, del todo ajenas a su escritura, es constatar ta un cúmulo ingente de nociones de todo tipo, que es preciso aco-
que el mar, como símbolo proverbial del caos en la historia bíbli- tar. De su geografía no nos ocupamos, sí brevemente de la historia
ca, ha desaparecido por completo del nuevo mapa del mundo, que de su nombre y con mayor detención de su dimensión profética28.
ahora se instaura. Llegar a saber el nombre no quiere decir captar algo extrínseco
La mentalidad bíblica concibe el mar como lugar siniestro, po- —tarea para nosotros ociosa—, sino que, conforme a la antropología
blado por potencias enemigas a Dios. Así puede apreciarse en al- bíblica, consiste en conocer la más íntima condición de una perso-
gunos pasajes especialmente significativos: Job 7, 12; Is 27, 324. El na, de un pueblo, de una ciudad. Se trata de entender cómo es Je-
libro persiste, al menos en alguna medida, en semejante perspecti- rusalén, de qué forma ha sido interpretada por la Escritura, cuál es
va; pues del hondo mar surge la primera Bestia (Ap 1 3 , 1 , 6-7); ha la esencia que la constituye.
sido considerado el habitáculo donde residen los muertos (Ap 20,
13). Pero Ap proclama sin ambages la derrota del mar, como per-
25. Cf. H. Kraft, Die Offenbarung des Johannes, 263.
sonificación del mal. Esta declaración de victoria divina sobre el 26. Cf. Testamento de Leví 4, 1; Oráculos Sibilinos 5,447. Cf. también Plutarco,
mar es inédita en nuestro libro. En el mundo nuevo que Dios crea, De Isis et Osiris, 7. Cf. algunos testimonios antiguos recogidos por E. Lohmeyer, Die
Offenbarung des Johannes, 162.
27. Cf. C. M. Martini, Gerusalemme: storia, mistero, profezia, en Gerusalemme.
22. J. Behm, xcuvóg, en TWNT III, 451. Atti della XXVI Settimana bíblica, Brescia 1982, 1-12. En este prestigioso autor nos
23. H. B. Swete, The Apocalypse ofSt. John, 275. inspiramos libremente para confeccionar el rótulo orientador de nuestro estudio.
24. Cf. M. Lurker, Worterbuch biblischer Bilderung Symbole, München 1973, 28. Cf. S. Garofalo, Jerusalén/Sión, en P. Rossano-G. Ravasi-A. Girlanda (eds.),
205-206. Nuevo diccionario de teología bíblica, Madrid 1990, 848-864.
50 La nueva Jerusalén El mundo nuevo 51

En el primer libro de la Biblia existe una referencia, universal- Los comentaristas antiguos, especialmente medievales, han in-
mente entendida como alusión a Jerusalén: «Entonces, Melquise- terpretado a Jerusalén primordialmente en relación con la paz. Es-
dec, rey de Salem, presentó pan y vino, pues era sacerdote del Dios tas son las más habituales expresiones aplicadas a Jerusalén:
Altísimo» (Gen 14, 18). Al margen de alguna interpretación alego-
rizante (cf. Heb 7, 2), se concuerda en que es preciso entender el OQOÍOIS EÍoijvnc,: visión de paz
extraño vocablo «Salem» como sinónimo apocopado de Jerusalén. ÍEQOV eíoiyvrig: santuario de paz
Un comentario tradicional hebreo, consignado en Gen Rabbá 43, 6, cpwg eiQi']vr|5: luz de paz
afirma: ogog eÍQijvng: monte de paz".

Melquisedec, 'rey de justicia', rey de Salem... este lugar hace jus- Hoy se admite mayoritariamente que la designación más genui-
tos a sus habitantes... Jerusalén es llamada Sedeq porque ha sido na de Jerusalén, es «ciudad de paz»32.
dicho: 'la justicia mora allí' (Is 1, 21). Jerusalén constituye el nombre de ciudad más importante de la
revelación bíblica33. Fijando nuestra atención en la historia del an-
Resulta significativo que los nombres de los dos primeros re- tiguo testamento, puede afirmarse que Jerusalén es el centro irra-
yes de Jesusalén se relacionen con la palabra hebrea justicia «se- diante de Israel (Sal 84; 87; 122; 137; Is 12-13; 60; Zac 8, 7-8) y
deq»: Melquisedec (Gen 14, 18) y Adonisedec (Jos 10, 1). Se ha polo de atracción para los otros pueblos (Sal 87; Is 2, 1-4; 60; 66,
conjenturado que «Sltn» y «Sdq» fuesen dos divinidades protecto- 16ss; M i q 4 ; Z a c 8 , 20-23)34.
ras de Jerusalén y que incluso fuesen adoradas allí desde los más La ciudad, la que por antonomasia ostenta este título privilegia-
remotos orígenes29. do, es, dentro ya de la inmensa proliferación de escritos no sólo bí-
Aunque es arriesgado decidirse por una sola raíz etimológica, sí blicos sino también judíos, Jerusalén. Ella sola es la ciudad (Ez 7,
que es preciso subrayar la conexión entre Jerusalem «ciudad de 23), y asume la suprema capitalidad porque es el lugar elegido por
paz», mediante los vocablos hebreos «ir» —ciudad— y «shalóm» Dios para habitar en ella y para que dentro de sus muros sea invo-
—paz—, por su evidente asonancia30. cado su santo nombre (Dt 12, 5.11; 14, 24)35.
El salmo 122 constituye un conocido ejemplo de paronomasia, Merced a esta elección divina, Jerusalén es llamada la ciudad
juego deliberado de vocablos para conseguir una significación. La de Dios (Sal 46, 5; 48, 2.9; 87, 3; Dan 3, 28; 9, 16), la ciudad del
Biblia no es ajena a este recurso de la poesía oriental; utiliza este Santo (Tob 13, 9). Y, sobre todo, con nomenclatura que ya perma-
procedimiento con Salomón en relación con «shalóm», la paz (cf. necerá clásica, la ciudad santa (Is 48, 2; 52, 1; 66, 20; Ñeh 1 1 , 1 ;
1 Cr 22, 9; 29, 19; 1 Re 5, 4). En nuestro caso, la paronomasia se Dan 9, 24; 1 Mac 2, 7; 2 Mac 1, 12; 3, 1; 9, 14). Con frecuencia se
aplica a Jerusalén, «ciudad de paz», tal como se refiere por tres ve- asocian en Jerusalén, los motivos recurrentes de ciudad santa, lu-
ces en el salmo: gar de la morada de Dios, y templo de su gloria (Eclo 36, 12s). Tan-

Saludad con \apaz a Jerusalén (v. 6)... Haya paz en tus murallas (v.
7)... Por mis hermanos y compañeros pido la paz para ti (v. 8). 31. Cf. F. Wutz, Onomástica Sacra. Untersuchungen zum Liber Interpretationis
nominum hebraicorum des Hl. Hieronimus, Leipzig 1914, 109-697. Es muy conocido
el himno medieval que también incidía sobre la paz: «Caelestis urbs Jerusalem / bea-
ta pacis visio, I quae celsa de viventibus / saxis ad astra tolleris». Para estas significa-
29. Cf. J. Gray, The Desert God 'Attr in the Literature and Religión ofCanaan: ciones patrísticas, L. Alonso Schókel-A. Strus, Salmo 122: Canto al nombre de Jeru-
JNES 8 (1949) 82. A. Spreafico, Gerusalemme, cittá di pace e di giustizia, en Geru- salén: Bib 61 (1980) 234-235.
salemme. Atti delta XXVI Settimana bíblica, Brescia 1982, 80-83; P. Stefani, Ebrei, 32. Cf. L. Alonso Schokel-C. Carniti, Salmos II, Estella 1993, 1480-1484.
cristiani e musulmani guardano a Gerusalemme: Credere oggi 91/1 (1996) 6-7. 33. Cf. J. Schreiner, Sion-Jerusalem Yahwes Kónigstum, München 1963, espe-
30. Cf. E. Burrows, The ñame of Jerusalem, en The Gospel of the infancy and cialmente p. 219-222; E. Otto, Jerusalem. Die Geschichte der Heiligen Stadt, Stutt-
other biblical essays, London 1940, 118-123; N. W. Porteous, Shalem-Shalom: gart 1980.
TGUOS 10 (1940-41) 4; Id., Jerusalem-Zion: the Growth ofa Symbol, en Verbanmmg 34. Cf. R. A. F. McKenzie, The City and Israelite Religión: CBQ 23 (1963) 60-
und Heimkehr. FS W. Rudolf Tübingen 1961, 235-252; A. Spreafico, Gerusalemme, 70.
cittá di pace e di giustizia, en Gerusalemme. Atti della XXVI Settimana bíblica, 81 -98. 35. Cf. G. Dalman, Jerusalem und sein Gelande: BFTh 2/19 (1930) 284-285.
52 La nueva Jerusalén El mundo nuevo 53

to énfasis en su sacralidad la convierte en ciudad de tal manera ín- De ahí que la esperanza en el nuevo testamento no pueda fijar-
tegra y santa, que no puede albergar nada profano —a imagen de la se ya en esta ciudad, sorda a la voz de Dios y asesina de su Hijo,
nueva Jerusalén de Ap—; por eso no entrará en ella ningún incir- asentada en unas coordenadas geográfico-históricas demasiado
cunciso o impuro (Is 52, 1); ningún extranjero habitará dentro de concretas y manchada por la culpabilidad de sus habitantes, y ten-
sus muros (Salmos de Salomón 17, 28). En esta ciudad mora el ga que, levantando su mirada, dirigirse a una ciudad completa-
Creador (Oráculos Sibilinos 3, 787)36. La Sekiná encontrará para mente nueva, que descenderá del cielo.
siempre su lugar de descanso en la nueva Jerusalén. Así es repeti- La ciudad de Jerusalén se trasciende a sí misma para convertir-
do, a manera de cantinela, por los maestros rabinos37. se en un símbolo, que representa la renovación final de la historia,
En el nuevo testamento, siguiendo la inercia del uso veterotes- el estado definitivo de la escatología.
tamentario, se habla también de Jerusalén con la designación de La nueva Jerusalén constituye el acto creador de Dios, su dona-
ciudad santa (Mt 4, 5; 27, 53; Ap 11, 2). En el primer evangelio, se ción perfecta a la humanidad. El Ap cristiano termina, no sólo con
trata más bien de una mera señalización; pues no se menciona ex- la aparición victoriosa del Hijo del hombre (19, 11-18) —formando
presamente el nombre de Jerusalén. Tal empleo muestra que la inclusión semítica, dotada de una cadena de vistosos paralelismos,
identificación había calado profundamente en la mentalidad judía, con su descripción inicial (1, 9-20)-, sino con la irrupción de la
a la que se dirige el evangelio de Mateo. La semejanza semántica Iglesia gloriosa, es decir, de la humanidad redimida por la sangre
la convierte en sinónimo usual, a saber; decir ciudad santa equiva- de Cristo y recreada toda ella a imagen de Dios40.
le a pronunciar Jerusalén.
La designación de la ciudad amada se encuentra como rara ex-
cepción en Ap 20, 9; pero no aparece de esta manera acuñada en el 3. La presencia de la nueva Jerusalén
antiguo testamento; aunque sí se habla mediante alguna paráfrasis
del amor de Dios por Jerusalén o Sión (Jer 11, 15; Sal 76, 68; 87, a) Perspectiva del antiguo testamento
2). La ciudad santa se aplica a Jerusalén en Ap 11, 2. En este mis-
mo verso se registra una elipsis evocadora. Es la única vez en toda Desde los tiempos del exilio la imagen de Jerusalén se va pro-
la Biblia que dicha expresión se refiere a la Jerusalén terrestre. gresivamente idealizando (Is 54, 10-13; 60, 1-62, 12; cf. Bar 4,
Normalmente el sintagma «ciudad santa» se utiliza para indicar a 30-5, 9; Tob 13, 17-18); se convierte, dentro de un proceso de exal-
la nueva Jerusalén (Ap 21, 2; 22, 19)38. tación nacional judía, en una ciudad preexistente, que se sitúa jun-
Pero la ciudad histórica de Jerusalén, es también acreedora del to a Dios, y allí está omnipresente desde los orígenes (Is 49, 16)41.
rechazo culpable del evangelio de la salvación. Se ha cerrado al co- Más tarde, los desastres de la Jerusalén terrestre concedieron ac-
nocimiento de Jesús, quien ha venido a visitarla con la paz y por tualidad a estas especulaciones místicas. Y de la ciudad ideal se pa-
ella ha llorado en vano (cf. Le 19, 41-44); tiene sus días contados sa a la Jerusalén celeste o nueva Jerusalén42.
(Me 13, 2; Mt 24, 15). De este empleo negativo se hace eco el li-
bro de Ap. Por eso Jerusalén, alusivamente mencionada con la pa-
ráfrasis «allí donde nuestro Señor también fue crucificado» (Ap 11, 40. Cf. L. Bouyer, La Bible et l'Evangile, París 1953, 200.
81), es parangonada a las ciudades-pueblos más fatídicos respecto 41. Para todo este desarrollo, aquí sucintamente apuntado, cf. K. L. Schmidt, Je-
al pueblo de Dios: «Babilonia o la 'Gran Ciudad', Sodoma, Egip- rusalem ais Urbild und Abbild: ErJb XVIII (1950) 207-247.
to» (Ap 11, 8)39. 42. Cf. A. Aptowitzer, The Heavenly Temple in the Agada: farb II (1931) 137-
153.257-277. El autor recoge gran cantidad de testimonios judíos. Según su propio ba-
lance, la imagen de la bajada de la Jerusalén celeste sería la más antigua en los escri-
36. Cf. H. Strathmann, nóX.15, en TWNT VI, 528-532. tos rabínicos. Cf. los siguientes estudios monográgicos: A. Alvarez, La Nueva Jeru-
37. Cf. L. Strack-P. Billerbeck, Kommentar zum Neuen Testament aus Talmud salén del Apocalipsis y sus raíces en el antiguo testamento: la Jerusalén reconstrui-
und Midrasch IV, 923-925. da: RBibArg53 (1992) 141-153; Id., La Nueva Jerusalén del Apocalipsis y sus raíces
38. Cf. K. L. Schmidt, Die Polis in Kirche und Welt, Bale 1939, 67-70. en el antiguo testamento: el período de la «Jerusalén nueva»: RBibArg 56 (1994/2)
39. Cf. más adelante el estudio de estos nombres de ciudades bíblicas y de Jeru- 103-113; L. Rosso, Dalla nuova Gerusalemme alia Gerusalemme celeste: Henoch 3
salén, a ellas asociada. (1981)69-80.
54 La nueva Jerusalén
El mundo nuevo 55

Contemplemos a grandes rasgos esta muy interesante evolución


histórica. El libro de Nehemías es testigo de un presente trastorna- como voy a concederle. Así dice Yahvé: aún se oirá en este lugar,
del que vosotros decís que está abandonado, sin personas ni gana-
do. Los judíos que vuelven del destierro se muestran reacios a ha- dos, en todas las ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén de-
bitar los antiguos recintos de Jerusalén, debido a sus condiciones soladas, sin personas ni habitantes ni ganados, voz de gozo y ale-
inhóspitas y a la escasez de sus recursos geográfico-agrícolas: «La gría, la voz del novio y la voz de la novia, la voz de cuantos traigan
ciudad era espaciosa y grande, pero tenía muy poca población y no sacrificios de alabanza a la Casa de Yahvé Sebaot (Jer 33, 9-11).
se fundaban nuevas familias» (Neh 7, 4). Más adelante se constata
la desolación, que ha hecho presa entre quienes regresaban con la El profeta predice un futuro dichoso para la ciudad: «En aque-
nostalgia de poblar la ciudad de sus sueños, y ahora se ven del to- llos días estará a salvo Judá, y Jerusalén vivirá en seguro. Y así se
do des-ilusionados. Desde instancias del poder político-religioso se llamará: 'Yahvé, justicia nuestra'» (v. 16). La exalta más allá de to-
intenta premiar a quienes se ofrezcan a vivir entre los restos de la da humana ponderación al aplicar a la ciudad el título mesiánico de
ciudad destruida: «nuestra justicia» (cf. Ez 48, 35; Is 1, 26).
La más hermosa página sobre Jerusalén la ha escrito el profeta
Los jefes del pueblo se establecieron en Jerusalén, el resto del pue- Isaías (c. 60). Todo el capítulo representa uno de los grandes poe-
blo echó a suertes para que de cada diez hombres habitase uno en mas del libro. Con esta descripción (en especial los vv. 17-22) se
Jerusalén, la Ciudad santa, quedando los otros nueve en las ciuda- pasa del registro simbólico de la Jerusalén de abajo a la Jerusalén
des. Y el pueblo bendijo a todos los hombres que se ofrecieron vo-
luntarios para habitar en Jerusalén (Neh 11, 1-2). de arriba43.
Tanta es la belleza de estos versos antológicos, que no es posi-
Los profetas, infatigablemente con su voz alentadora, procuran ble dejar de leerlos, máxime cuando constituyen el trasfondo nece-
levantar el ánimo del pueblo decaído, y comienzan a ensalzar a Je- sario para entender algunas de las imágenes nutricias, que el autor
rusalén, como ciudad digna de ser habitada. Hacen de ella una pre- del Ap retomará y ampliará en los dos últimos capítulos del libro:
sentación aureolada. En vez de bronce, te traeré oro, en vez de hierro, te traeré plata; en
Tras el regreso de Babilonia, se habla por vez primera (521) de vez de madera, bronce, y en vez de piedra, hierro; te daré por ins-
la reconstrucción de Jerusalén, que yace lamentablemente en es- pectores la paz, y por capataces, la justicia. No se oirán más vio-
combros: lencias en tu tierra; ni dentro de tus fronteras, ruina o destrucción;
tu muralla se llamará «Salvación», y tus puertas, «Alabanza». Ya
Por eso, así dice Yahvé: A Jerusalén me vuelvo con piedad: en ella no será el sol tu luz en el día, ni te alumbrará la claridad de la lu-
será reconstruida mi Casa —oráculo de Yahvé Sebaot— y el cordel na; será el Señor tu luz perpetua, y tu Dios será tu esplendor; tu sol
será tendido sobre Jerusalén. Clama también y di: Así dice Yahvé ya no se pondrá ni menguará tu luna, porque el Señor será tu luz
Sebaot: aún han de rebosar mis ciudades de bienes; aún consolará perpetua y se habrán cumplido los días de tu luto. En tu pueblo to-
Yahvé a Sión y aún elegirá a Jerusalén (Zac 1, 16-17). dos serán justos y poseerán por siempre la tierra: es el brote que yo
he plantado, la obra de mis manos, para gloria mía. El pequeño
A la reconstrucción de Jerusalén se refiere con entusiasmo el crecerá hasta mil, y el menor se hará pueblo numeroso: yo soy el
profeta Jeremías. Sus palabras revelan el sentir del pueblo, ahora Señor y apresuraré el plazo.
abochornado a causa de la Jerusalén derruida. Pero muy pronto, de-
bido a la inaudita acción de Dios, el lamento del pueblo se trans- Tan poderosa es la luz que Isaías proyecta sobre Jerusalén que
formará en una voz festiva en honor de una Jerusalén, convertida la ciudad rompe sus límites naturales, geográficos, y se eleva a la
en júbilo para Dios y orgullo de todos. categoría de tipo. Se trata de una ciudad de tal manera transforma-
da, que apunta ya a una ciudad escatológica. No obstante, dentro
Jerusalén será para mí un nombre evocador de alegría, será prez y del capítulo 60 coexisten dos tendencias: una insiste en el nacíona-
ornato para todas las naciones de la tierra que oyeron todo el bien
que voy a hacerle, y se asustarán de tanta bondad y de tanta paz 43. Según R. Poelman, Jérusalem d'en Haut: VieSpir 495 (1963) 652. El autor
revisa las diversas imágenes que el AT propone para Jerusalén (p. 637-659).
56 La nueva Jerusalén El mundo nuevo 57

lismo excluyente, otra en la peregrinación universal, por la que Je- y también espacial «lo alto». La Jerusalén de los judíos, la del
rusalén se convierte en meta de todas las naciones44. tiempo presente —por oposición a la de lo alto, que pertenece al
Contemplando el devenir de la revelación bíblica, y, situados mundo venidero—, es conocida en todo el mundo. La otra es una
desde una atalaya neotestamentaria, se constata que estos hermo- ciudad del cielo, pero no completamente celeste, puesto que se ha-
sos textos encierran virtualidades que van más allá de su realismo lla también provisionalmente sobre la tierra y es madre de los cris-
histórico, debido a la fuerza inherente de sus símbolos. Así ha sido tianos46.
sentenciosamente formulado: «El Apocalipsis nos ofrece una clave Pablo no ofrece especulaciones sobre esta Jerusalén de arriba.
para prolongar estas sugestiones»45. Concentra en una sola palabra el carácter de la Iglesia, afirmando
Es preciso señalar que la voz unánime de los profetas se refie- que es nuestra madre —tal como Jerusalén fue la madre de los judí-
re de continuo, por más que se esfuerce en idealizarla, a la Jerusa- os (y de los judaizantes)—. La Iglesia cristiana se halla a la vez en
lén terrena. La transformación última acontecerá —según ellos— el cielo y sobre la tierra, es libre de la ley y heredera de la prome-
siempre a ras de tierra, aunque sea ésta una tierra santa. sa: es la madre de todos los cristianos que aún peregrinan sobre la
tierra47.

b) Perspectiva del nuevo testamento


2. Flp3, 20
El tema de la nueva Jerusalén, aunque no de manera explícita
así formulado, es recogido mediante designaciones afines funda- Pero nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos co-
mo Salvador al Señor Jesucristo.
mentalmente en tres pasajes: los dos primeros pertenecientes a las
Cartas paulinas de gálatas y filipenses, y el último consignado en
la Epístola a los hebreos, cuya explicación respectiva se verá a con- El hombre, conforme a la mentalidad helenista del tiempo, era
tinuación. considerado, antes que una persona independiente, un ciudadano,
un ser social en interacción con otros. Los cristianos de Filipos, ha-
bitantes de una colonia romana, estaban capacitados para com-
prender la imagen de la ciudadanía. Pablo tampoco elucubra aquí
1. Gal 4, 24-26 sobre la índole peculiar de esta ciudad (jrókg), sino sobre el dere-
cho a la participación en los asuntos cívicos (KoXíxev^ia). Al após-
Hay en ello una alegoría: estas mujeres representan dos alianzas;
la primera, la del monte Sinaí, madre de los esclavos, es Agar, tol le interesa, por encima de otras consideraciones, extraer las
(pues el monte Sinaí está en Arabia) y corresponde a la Jerusalén consecuencias prácticas para la vida cristiana, rodeada por las on-
actual, que es esclava, y lo mismo sus hijos. Pero la Jerusalén de das de un ambiente negativo casi asfixiante, en el que «muchos vi-
arriba es libre; ésa es nuestra madre. ven, como enemigos de la cruz de Cristo, cuyo final es la perdi-
ción, cuyo Dios es el vientre, y cuya gloria está en su vergüenza»
Los cristianos son habitantes de derecho de una ciudad que no (vv. 18b-19).
es creación humana, sino divina, realidad escatológica. Pablo des- En estas líneas se delata el pastor, que es Pablo; no el sofista ni
arrolla este pensamiento central en una larga paráfrasis. Se sirve de el fantasioso. Indica que los cristianos, en oposición a aquellos cu-
una alegoría para ofrecer una serie binaria de elementos contra- yos móviles son «terrestres» (ol toe é^Lyeía (pQovoüvtec;, v. 19), so-
puestos: dos hijos, dos madres, dos alianzas y dos ciudades: la Je- mos ciudadanos del cielo. Y es justamente de esta patria celeste,
rusalén de ahora (vOv 'iEQODoaA.ijp) y la de arriba (ávco cIe-
QOuaXíiti). Utiliza sorprendentemente un registro temporal «ahora»
46. Cf. A. Causse, De la Jérusalem terrestre á la Jérusalem celeste: RHPR
(1947) 12.
44. Cf. L. Alonso Schokel-J. L. Sicre, Profetas. Comentario I, 365-366. 47. Cf. M. J. Lagrange, Epitre aux Galates, París 1926, 128-129; P. Bonnard,
45. Ibid. I, 368. L'Epttre de Saint Paul aux Galates, París 1953, 98.
El mundo nuevo 59
58 La nueva Jerusalén

tos. El primero aconteció entre los torbellinos de una teofanía, nim-


desde donde «esperamos» (ájtexóexófie'da) que vendrá el Señor,
quien transformará nuestro miserable cuerpo a semejanza de un bada por fuego ardiente (Heb 12, 18-19), en un monte que inspira-
cuerpo glorioso como el suyo (v. 21). ba el temor sacro de la muerte por lapidación a quien traspasase sus
Del cielo, ansiada meta del peregrinar cristiano, es preciso sa- lindes (v. 20), y por medio de una revelación ante la cual hasta el
car energías para proseguir, sin desmayos, la ardua marcha por la mismo Moisés quedó espantado y tembloroso (v. 21).
historia. Hay una tensión expectante —somos ciudadanos del cielo En cambio —ahora el autor de la carta presenta una vigorosa
y aguardamos serlo del todo—, que mantiene en vilo la esperanza y contraposición; sobre un trasfondo material transfigura diversas
reanima el comportamiento cristiano, a ejemplo del Señor. Esta realidades-, los cristianos son partícipes de un cumplimiento festi-
ciudadanía no hurta al creyente de la lucha de este mundo, sino que vo transcendental. Repárese en que la densísima descripción de la
le ofrece un don de lo alto, que se convierte dinámicamente en Jerusalén celestial no es una vaga alusión a «la ciudad futura» (Heb
fuerza operativa constante48. 13, 14), sino que está fraguada por una serie de realidades decisi-
No parece probable que Pablo haya sido influenciado por los vas que recorren la historia de la salvación. Los cristianos se han
mitos helenistas paganizantes49. Se apoya, más bien, en la concep- acercado al monte Sión, término técnico para designar la colina del
ción judía de la Jerusalén celeste50. templo y el templo mismo (1 Mac 4, 37.46.60; 6, 48). Aquí se re-
vela el Señor, por eso se llama (obsérvese cómo pasa deliberada-
mente del referente del templo al de la ciudad) la ciudad del Dios
3. Heb 12,22-24 vivo, que es Jerusalén (Sal 122); y de esta Jerusalén, se traslada a
la Jerusalén celestial, que fue objeto de esperanza de Abrahán y de
Vosotros, en cambio, os habéis acercado al monte Sión, a la ciudad los patriarcas (Heb 11, 10.16).
del Dios vivo, la Jerusalén celestial CIEQOUOXIJU, ÉJTOUQavkp), y a Es la Jerusalén preexistente, tipo de la Jerusalén de aquí abajo
minadas de ángeles, reunión solemne y asamblea de los primogé- (8, 2.5). Pero el autor la describe con absoluta sobriedad. Trátase
nitos inscritos en los cielos, y a Dios, juez universal, y a los espí- de la Iglesia escatológica, glorificada, habitada por los cristianos
ritus de los justos llegados ya a su consumación, y a Jesús, media- ya rescatados, que viven para adorar a Dios y Jesús. Pero no es una
dor de una nueva Alianza, y a la aspersión purificadora de una san- ciudad totalmente futura, a saber, lejana y remota, sino una reali-
gre que habla mejor que la de Abel.
dad celeste, que influye decisivamente en la vida cristiana, en
acentuado contraste con aquella institución cultual del antiguo tes-
Este fragmento resulta ser el más ilustrativo de los pertenecien- tamento, que es sólo imagen (8, 5), símbolo (9,9) y sombra (10, 1).
tes al nuevo testamento, por ello exige un comentario más amplio. Aquí se habla de una Iglesia celeste vitalmente unida a la Iglesia
El autor de la Carta a los hebreos pretende robustecer la fe de los peregrina, en donde los cristianos pueden encontrarse como her-
nuevos cristianos, poco conscientes de los privilegios de la vida
manos. Y esta asamblea festiva —comunión de los bautizados con
dentro de la Iglesia, y tentados de continuo a volver la mirada ha-
la Iglesia celeste—, constituye una realidad que supera con creces
cia atrás, con una no envidiada añoranza del antiguo testamento y
las más grandiosas asambleas y solemnidades del templo antiguo.
la sinagoga, cuyas celebraciones festivas ansian. Dios ha tenido
Otra vez se impone el enfoque parenético al tratamiento de la Je-
dos encuentros con los hombres, pero con caracteres muy opues-
rusalén celeste. Ante la revelación de este misterio, los cristianos
no tienen ningún motivo para lamentarse; pues poseen todos los
48. Cf. L. De Lorenzi, «II nostro poltteuma é nei cieli» FU 3, 20a: ParSpVi 28 medios que se despliegan con generosidad a su alcance a fin de vi-
(1993) 165-181. Cf. también: N. Flanagan, «A Note on Phil 3, 20-21»: CBQ 18 (1956)
8-11; G. Strecker, Redaktion und Tradition im Christushymnus Phil 2: ZNW 55 (1964) vir gloriosamente su fe51.
75-78. El autor precisa el estado actual de los cristianos; no dice que
49. Cf. el vasto estudio de Ruppel, Politeuma. Bedeutungsgeschichte eines sta- éstos ya hayan ingresado en la ciudad. Existe una distinción neta
atsrechtlichen Terminus: Philologus 82 (1927) 289s; Platón, República, 9, 592b; Aris-
tóteles, Plitinica, 3, 7.1297b. entre la situación presente y el cumplimiento final de su «vocación
50. Cf. J. F. Collange, L'Epltre de Saint Paul aux Philippiens, Delachaux-Niestlé
1973, 122-123. 51. Cf. C. Spicq, L'építre aux Hébreux 11, París 1953, 404-405.
60 La nueva Jerusalén El mundo nuevo 61

celeste» (3, 1). Los cristianos habitan en una ciudad pasajera, pero postasiada, que en el reducto de los cielos se alberga y allí se con-
deben esforzase por ir al encuentro de la ciudad «futura». fina. La contemplan, eso sí y con énfasis fuertemente acentuado,
Esta búsqueda se realiza siguiendo las huellas de Cristo. La fe- como la verdadera patria a la que se dirigen los cristianos y que
cundidad de su misterio pascual ha hecho posible la gloria de la moviliza todas sus energías: o «madre» que los nutre y que les
ciudad futura. Cristo ha vivido en solidaridad con sus hermanos (2, aguarda; o «magnífica (es decir, grande y esplendorosa) asamblea
14-18). Manifestación suprema de este misterio de amor es la litúrgica», poblada por Dios, Cristo y los santos, a la que todos los
afrenta de su muerte; pues ha muerto fuera de la puerta de la ciu- cristianos son invitados desde su bautismo a entrar festivamente.
dad terrena (13, 12). El cristiano, a la zaga de Cristo, debe vivir en
una dialéctica de presencia-distancia respecto a las realidades de
este mundo, que le amenaza por doquier, y debe «llevar las igno- c) Perspectiva apocalíptica
minias de Cristo» (13, 5). La fe en Cristo, sumo Sacerdote, que ha
ofrecido a Dios el sacrificio de su propia existencia y en íntima so- El tránsito definitivo de la ciudad terrestre a una ciudad celes-
lidaridad con los hombres pecadores, constituye la fuerza sustenta- te, a saber, el trueque de la Jerusalén histórica por la nueva Jerusa-
dora en su marcha irrenunciable hacia la ciudad futura, a saber, la lén, que incluye una radical ruptura, se describe únicamente en los
unión perfecta de todos en Dios52. escritos apocalípticos. He aquí, en apretada gavilla, la recolección
de los textos más relevantes.
Es preciso ilustrar esta visión neotestamentaria, cuyos radios de En el «libro de los sueños» de 1 Henoc se lee:
influencia alcanzan el pensamiento cristianos de los primeros si-
glos. Según El pastor de Hermas (1, 1-6), los cristianos existen Me levanté para ver hasta que él enrolló la vieja Casa. Sacaron to-
aquí, sobre la haz de la tierra, como habitantes de una ciudad ex- das las columnas, vigas y ornamentos de la Casa enrollados juntos
tranjera, en contraste con su ciudad de origen a la cual volverán". con ella y los echaron en un lugar al sur de la tierra. Y vi al Señor
Esta ciudad celeste es mencionada con frecuencia por los escri- de las ovejas que trajo una Casa nueva, más grande y alta que la
tores cristianos: Primera Carta de Clemente 2, 1; Martirio de Poli- primera, y la puso en el lugar de la que había sido recogida. Todas
carpo 17, 1; Clemente de Alejandría (Stromata 172, 2)54. sus columnas y ornamentos eran nuevos y mayores que los de la
antigua que había quitado, y el Señor de las ovejas estaba dentro
Hay que indicar, como balance conclusivo de esta presentación (90, 28-29).
neotestamentaria, que el vocabulario de los tres pasajes reseñados
resulta oscilante y adopta diversas expresiones: «La Jerusalén de
Mediante la imagen de las dos Casas se alude a la antigua y
arriba, nuestra madre», señala Pablo en Gal 4, 26. O bien utiliza
nueva Jerusalén55. Ya no se habla de una progresiva transforma-
una mención indirecta al hablar de los cristianos, como «ciudada-
ción, sino de un trueque operado sólo por Dios; y este cambio ra-
nos del cielo» (Flp 3, 20). O la designación se manifiesta con más
dical se sitúa en exclusiva dentro de una perspectiva apocalíptica.
rotundidad por el autor de la Carta a los hebreos (12, 22): «ciudad
Hay escisión entre la vieja y la nueva Casa. Además, el sorpren-
del Dios vivo, la «Jerusalén celestial» OIerjouoXr|Li éjtouoavíq)).
dente dato literario de mencionar indistintamente un vocabulario
Todos los textos se mueven dentro de la más severa contención; característico, que incluye la mención de la casa, columnas y orna-
no se dejan llevar por la fantasía ni el delirio. Son delicadamente mentos, induce a pensar que se habla también del templo. De don-
sobrios. Es preciso señalar también que se inscriben en un contex- de se infiere una identificación de la ciudad con su templo. Esta
to parenético, no hacen cálculos cabalísticos sobre la hora de la equivalencia lexicográfica sólo aparece registrada en Ap 21, 22-
irrupción de esta Jerusalén. Tampoco la ven como una realidad hi- 2356.
52. Cf. A. Vanhoye, La cittá futura, la Gerusalemme celeste (Eb 13, 14; 12, 22):
ParSpVi (1991) 222-226. 55. Idéntica figura aparece en 89, 50.54.56.66.72, referida a la contrucción de Je-
53. Cf. H. Strathmann, jrótag, en TWNT VI, 525. rusalén y del templo, cf. F. Corriente-A. Pinero, Libro I de Henoc (etiópico y griego),
54. Cf. K. L. Schmidt, Jerusalem ais Urbild und Abbild: ErJb XVIII (1950) 232- en A. Diez Macho (ed.), Apócrifos del antiguo testamento IV, Madrid 1984, 116.
248. 56. Cf. L. Rosso, Dalla nuova Gerusalemme alia Gerusalemme celeste, 70.
62 La nueva Jerusalén El mundo nuevo 63

En el Testamento de Daniel se menciona por vez primera y de Y el Señor me dijo: Esta ciudad será entregada por un tiempo, y el
pueblo durante un tiempo será castigado, pero el mundo no será
manera harto explícita «la nueva Jerusalén»: entregado al olvido. ¿O tal vez tú te imaginas que es ésta la ciudad
Surgirá de las tribus de Judá y Leví la salvación del Señor. Hará la de la que yo he dicho: 'Sobre las palmas de mi mano yo te ha gra-
guerra a Beliar, y otorgará una venganza victoriosa de nuestros vado'? No, esta edificación que se levanta ahora entre vosotros no
es la que será revelada cerca de mí, la que ha sido preparada aquí,
enemigos. Arrebatará los cautivos —las almas de los santos— a Be- al comienzo, desde que yo he concebido la idea de hacer el paraí-
liar, hará volver hacia el Señor los corazones desobedientes y con- so. Yo la hice ver a Adán antes de que él pecase. Cuando él infrin-
cederá a los que lo invoquen la paz eterna. Descansarán en el Edén gió el orden, fue privado de ella como también del paraíso. Yo la
los santos, y los justos se alegrarán por la nueva Jerusalén, que mostré en seguida a mi siervo Abrahán, durante la noche, entre las
subsistirá para gloria de Dios por siempre... El Señor estará en me- partes de las víctimas. A Moisés también yo la mostré sobre el
dio de ella, el Santo de Israel reinando sobre ellos (5, 10-13)57. monte Sinaí, cuando yo le descubrí la imagen de la Tienda y de to-
dos sus vasos. Y he aquí que ahora permanece reservada cerca de
Aparecen asociadas, tal como señala la descripción de Ap 22, 1- mí, como también el Paraíso (4, 1-6).
5, las imágenes de la ciudad de Jerusalén y del Edén. Se menciona
la presencia de Dios en medio de la ciudad o, con formulación más
La histórica ciudad de Jerusalén, que acaba de ser destruida por
precisa, la permanencia de la gloria divina y una subsistencia esta-
la impiedad humana, no puede en absoluto compararse con la ver-
ble; por ello se tiene una certidumbre confortante: ya nunca será
dadera ciudad de Jerusalén, que está cerca de Dios —como asimis-
destruida esta ciudad. En ella sólo habitarán los santos, no los des-
mo el Paraíso—; y que ahora permanece en una situación de reser-
obedientes. Idéntica separación entre los santos y pecadores acon-
va, aguardando a que algún día Dios la haga descender.
tece en Ap 21, 7-8; 22, 14-15. Resulta interesante constatar las no-
tas afines entre ambos escritos, los apocalípticos y el Ap de Juan. El autor, que utiliza la peseudonimia de Baruc, mezcla delibe-
Sin embargo, aun contando con la evidencia de estas semejanzas, radamente en un solo fragmento ambas aniquilaciones de Jerusalén
no se habla todavía con claridad de otra Jerusalén, definitivamente (la del 586 a. C. y la del 70 d. C ) . La segunda destrucción repre-
distinta; la perspectiva sigue siendo histórica y terrena aunque senta el final de la era mesiánica. Tras ella acontecerá una renova-
existan indicios de una cierta ruptura58. ción completa, que tiene por objeto la edificación de la Jerusalén
celeste en el mundo que ha de venir59.
En el libro segundo de Baruc la interpretación de algunos pa-
Este es, sin asomo de duda, el pasaje apocalíptico que con ma-
sajes relativos a la nueva Jerusalén no resulta en apariencia fácil.
yor rotundidad hace mención de otra ciudad de Jerusalén comple-
Esta obra se mueve entre una concepción terrena y otra trascen-
tamente distinta, del todo trascendente. El presente fragmento re-
dente; pero una indagación más profunda descubre algunos párra-
sulta esclarecedor y se abre a una fecunda expectativa. En seme-
fos claramente decisivos.
jante perspectiva esperanzadora se sitúa Ap 21, 1-22, 5, que con-
Baruc se queja con pesadumbre ante el Señor por la ruina de Je- templa ya la irrupción de la nueva Jerusalén y también del paraíso.
rusalén. De la siguiente manera va desgranando el rosario de sus
Se encuentran en la literatura apocalíptica otros textos de se-
amargas razones. Si el Señor ha destruido la ciudad y entregado la
mejante índole. En 4 Esdras 8, 36 y 2 Baruc 51, 11 se habla de las
tierra a todos los enemigos, ¿cómo persistirá todavía en el mundo
condiciones ideales del paraíso, reservado para los elegidos en el
el nombre de Israel? ¿cómo proclamarán los judíos la gloria de
mundo por venir.
Dios y explicarán el contenido de la ley? La creación entera pare-
ce un contrasentido. El universo volverá de nuevo al silencio pri- También en 4 Esdras 7, 26 se dice: «Mira, viene el tiempo en
mordial. Y la promesa dicha a Moisés, que fue soberanamente pro- que los signos que he predicho se cumplirán... Pues la ciudad invi-
nunciada por Dios, se quedará sólo en una vana palabra. Ante este sible aparecerá y se mostrará el paraíso ahora oculto»60. Algunos
cúmulo de reproches, así responde la voz divina:
59. Cf. para toda esta descripción apocalíptica y explicación pertinente, P. Boga-
57. Semejante tratamiento en un pasaje de Oráculos Sibilinos 5, 420ss.
ert, Apocalypse de Baruch, París 1969, 421-424.
58. Cf. A. Alvarez, La Nueva Jerusalén del Apocalipsis y sus raices en el antiguo
60. J. Schreiner, Das 4. Buch Esra, 344-345.
testamento: el período de la «Jerusalén nueva»: RBibArg 56 (1994/2) 110.
64 La nueva Jerusalén El mundo nuevo 65

pasajes, provistos de parecida temática, se mencionan en el mismo completamente la creencia por la que la Jerusalén celeste, en los
libro: 8, 52; 10,49-50; 13,36. tiempos finales de la consumación, descenderá a la tierra 65.
Hay que indicar que la Jerusalén preexistente y el Paraíso son, Justo es reconocer —al deudor no le duelen prendas— que para
en su más íntima esencia, la misma y única realidad, aunque dife- la elaboración de este apartado, nos ha sido de gran utilidad la obra
rentes sean los nombres asignados, pues pertenecen a diversas tra- monográfica de H. Bietenhard66. Pero asimismo reconocemos que
diciones escatológicas61. Ap recoge en sus dos últimos capítulos la no nos hemos limitado sólo a tomar nota de sus afirmaciones, sino
conexión entre ambas imágenes: la ciudad y el paraíso; y las funde que hemos acudido directamente a los libros apocalípticos, y he-
admirablemente en la descripción conjunta de la nueva Jerusalén. mos descubierto otros lugares no aportados previamente por el au-
Otros textos resultan, sin embargo, un tanto ambiguos. En 4 Es- tor; y dentro de las mismas fuentes escriturísticas hemos indagado
dras 6, 7-9 se anuncia la restauración de Jerusalén, pero también se y buscado testimonios fehacientes para compulsar el valor doctri-
habla de un culto que es preciso continuar en el mundo que ha de nal de nuestras afirmaciones.
venir. Por tanto, el corte no es del todo radical. En 32, 1-6 se habla
asimismo —la interpretación es compleja y dificultosa resulta ya su
simple traducción— de dos destrucciones. 4. Origen de la nueva Jerusalén en el Apocalipsis
También en el Talmud se manifiesta una contraposición entre la
Jerusalén de ahora y la futura: 2
Que descendía del (ex) cielo, de parte de f curó) Dios61.

No puede compararse la Jerusalén de este mundo a la Jerusalén del La nueva Jerusalén proviene «del» cielo (éx indica el origen),
mundo futuro. A la Jerusalén de este mundo sube quien quiere su- y, resaltado con sutil precisión, «de parte de» o «de junto a» Dios
bir; a la Jerusalén del mundo futuro sólo subirán los que son invi- ( a r ó alude al autor)68. Así, pues, con un notable lenguaje preposi-
tados62. cional, Ap recalca que desciende no sólo de la más alta trascen-
dencia (el «cielo» en Ap significa la morada de Dios: 3, 12; 4, 1.2;
Como característica dominante, confirmada incluso por la pre- 5, 3.13; 8, 1; 9, 1...), sino que, de manera explícita, con la fuerza
sencia de alguna excepción esporádica, puede afirmarse que el la- de la reiteración, se determina que procede directamente desde su
mento de Esdras y de Baruc (marcadamente estos dos libros) a cau- fuente divina. Por eso la traducción española debe respetar este
sa de la destrucción de Jerusalén y del santuario, es característico precioso matiz, que acentúa el valor de donación, otorgada desde
del judaismo a partir del 70 (d. C ) , como asimismo es nota pecu- la presencia generosa del mismo Dios, que posee la nueva Jerusa-
liar el consuelo en la esperanza de una Jerusalén totalmente nueva, lén. Esta peculiaridad de la gramática del Ap consigue uno de los
revelada y dada por Dios63. La imagen de una nueva Jerusalén sur- más felices hallazgos del libro: considerar el don de la nueva Jeru-
ge poderosamente tras la catástrofe del 7064. salén en relación con la bendición de Dios Trinidad, al inicio del li-
Muy raramente la tradición judía dirá que la Jerusalén celeste
vendrá a la tierra en los últimos tiempos de la salvación; apenas se
han sugerido algunas leves alusiones, tal como han recordado los 65. P. Volz, Die Eschatologie der Jüdischen Gemeinde im neutestamentlichen
fragmentos de 4 Esdras 7, 26; 13, 36. Es preciso consignar que esa Zeitalter, 375; L. Strack-P. Billerbeck, Kommentar zum Neuen Testament aus Talmud
und Midrasch III, 796.
multisecular espera se malogró. La teología rabínica desconoce 66. Die himmlische Welt im Urchristentum und Spatjudentum, Tübingen 1951. El
autor dedica un concienzudo capítulo al estudio de la Jerusalén celeste (Das himmlis-
che Jerusalem; p. 193-204) en su libro.
61. Cf. P. Volz, Die Eschatologie der Jüdischen Gemeinde im neutestamentlichen 67. Aparece la nueva Jerusalén descrita también como esposa. Así reza la segun-
Zeitalter, 373. da parte del verso: «preparada como una esposa que se ha adornado para su esposo»
62. Baba Batra 75 b. Cf. K. L. Schmidt, Jerusalem ais Urbild und Abbild, 224. (2b). Este registro figurativo de esposa, aplicado a la ciudad, será tratado más adelan-
63. Cf. P. M. Bogaert, Les Apocalypses contemporaines, en J. Lambrecht (ed.), te, en conexión orgánica con todos los otros textos relativos al simbolismo nupcial de
L'Apocalypse johannique el l'Apocalyptique dans le Nouveau Testament, Gembloux la nueva Jerusalén.
1980,64. 68. Exégesis clara desde Bousset (Die Offenbarung Johannis, 443): «ex gibt den
64. Cf. K. L. Schmidt, Jerusalem ais Urbild und Abbild, 230. Ursprung, ¿OTÓ den Urheber».
66 La nueva Jerusalén El mundo nuevo 67

bro (1, 4-5). De esta manera elocuente se evidencia que todo el Ap Existe una referencia a la fiesta de las chozas o tiendas75. Esta
se abre y se cierra con la bendición de Dios69. fiesta tenía para los judíos un componente bifronte, de mirada ha-
cia atrás y también hacia el porvenir. Por una parte, recordaba los
tiempos de su marcha por el desierto cuando habitaban en chozas;
5. Presencia de Dios entre los hombres. Alianza universal y, por otra, acrecentaba la esperanza en la definitiva venida de Dios
3a a fin de que también él pusiera su tienda entre ellos. La fiesta de las
K oí una gran voz desde el trono que decía: 'He aquí la morada chozas poseía una clara dimensión escatológica (cf. Zac 14, 16)76.
de Dios con los hombres, y morará entre ellos'. De esta manera Ap 21, 3 vendría, con su nítido mensaje escatoló-
gico, a colmar las esperanzas del pueblo.
La voz que pronuncia estas palabras debe ser angélica, la del
«Ángel de la faz de Dios»70. El sujeto emisor no puede ser ni Dios El texto de Ap recalca la presencia estable del Señor. La alusión
ni Cristo. El mismo libro nos disuade de tal atribución divina. Vé- a una tienda pasajera ha desaparecido77. Es preciso recordar que las
ase un claro paralelismo con nuestro texto, inserto, casi como un tres consonantes griegas «a-x-v» equivalen a las tres consonantes
calco, en idénticas circunstancias y motivos: «Y salió una voz del hebreas de la Sekiná (ti?, 3,3). Se insiste con fuerza, mediante este
trono, que decía: 'Alabad a nuestro Dios'» (19, 5). Además, esta recurso sonoro, en la firme presencia de Dios entre su pueblo; pues
voz se refiere a Dios en tercera persona; resultaría inverosímil pen- la significación del vocablo hebreo subyacente así lo subraya78.
sar que Dios mismo se fuera a desdoblar como sujeto interlocutor El motivo inspirador de la primera parte del verso se encuentra
—primera persona— en referente objetivo71. S. Bartina lo aplica, en el Targum de Neophyti a Lev 26, U-12 79 . Todo este capítulo
erróneamente creemos, a Dios72. presenta una larga serie de bendiciones de Dios al pueblo, a condi-
ción de que éste guarde los preceptos de la Ley (v. 1-3): la lluvia,
Esta voz, emergente del trono, anuncia con solemnidad dos co-
los frutos (v. 4), el vino y el pan (v. 5), la paz (v. 6), el éxito en la
sas: en primer lugar la presencia de Dios de la manera más íntima
batalla (vv. 7-8). Dios proclama solemnemente:
(v. 3); y luego la carencia de todo aquello que es causa de infelici-
dad (v. 4).
Y volveré mi Verbo (mi rostro) bienhechor a vosotros y os fortale-
La partícula «he aquí» o «mira» (í6oí))73 introduce una serie de ceré y os multiplicaré y mantendré mi alianza con vosotros. Y co-
textos proféticos, que el autor recrea. Este significado se extrae de meréis la cosecha antigua tornada añeja y sacaréis la antigua de-
su peculiar uso en los pasajes de Ap, que dicha partícula encabeza: lante de la nueva y haré habitar la Gloria de mi Sekiná entre vos-
1, 7; 5, 5; 14, 14; 16, 15; 21, 3.5; 22, 1274.
En la lectura griega de Ap los dos miembros de la frase poseen 75. Cf. H. Bornhauser, Sukka, 1935; R. Vicent, La fiesta judía de las Cabanas
idéntica matriz sonora: oxT]vi]... oxr|Vü)oei; «la tienda... pondrá su (Sukkot), Estella 1995. Este último libro estudia por vez primera mediante una rigu-
tienda». Por ello, nuestra traducción intenta conservar la misma ca- rosa investigación este tema, mucho tiempo olvidado, debido posiblemente al hecho
de haber desaparecido dicha fiesta del horizonte litúrgico cristiano, a diferencia de
dencia expresiva del texto griego del Ap: «morada... morará». pascua y pentecostés. La monografía se refiere a las Interpretaciones de la fiesta de
Sukkot en el judaismo antiguo. Pero el tema se acota aún más, y se concentra en el
trasvase del texto bíblico al targum y midrás. Lamentablemente sólo en una nota se
hace explícita alusión a nuestro texto: «En Ap 21, 3 esta morada de Dios toma la for-
69. Más tarde, podremos explicar merecidamente esta genial intuición del Ap (cf. ma de una ciudad en la que habitan juntos: 'habitará con ellos', oxrrvcüoei JIET' ai)-
infra, 214-216). xwv» (p. 234, n. 60).
70. E. B. Alio, L'Apocalypse, 334. 76. Cf. E. Lohmeyer, Die Verklarung Jesu nach dem Markus Evangelium: ZNW
71. Cf. E. Lohmeyer, Die Offenbarung des Johannes, 163. 21 (1922) 197-199; P. Prigent, La fin de Jérusalem, Neuchátel-Paris 1969, 105.
72. «En toda esta perícopa es mucho más congruente atribuir todas las declara- 77. Cf. P. Prigent, L'Apocalypse de Jean, 328. Pero el autor va demasiado lejos,
ciones a la voz de Dios (Apocalipsis de S. Juan, 827). al afirmar que incluso se ha roto todo lazo posible con la fiesta de las tiendas. Tal vez
73. «Para conseguir la advertencia del oyente o lector», así describe la función de no valora suficientemente la dimensión escatológica que la celebración de esta fiesta
esta partícula, W. Bauer, en Worterbuch zum Neuen Testament, Berlin-New York resaltaba (ibid.)
5
1971,733. 78. Cf. A. R. Hulst, ptíi, en E. Jenni-C. Westermann (ed.), Theologisches
74. Cf. el análisis de estos fragmentos y de otros introducidos por la formulación Handwórterbuch zum Alten Testament II, München 1976, 906.
—nax i&oii— en F. Contreras, Estoy a la puerta y llamo, Salamanca 1995, 26-32. 79. Cf. E. Lohmeyer, Die Offenbarung des Johannes, 163.
68 La nueva Jerusalén El mundo nuevo 69

otros y yo no os rechazaré... y vosotros seréis para mi nombre un 3h


Ellos serán sus pueblos, y él mismo, Dios con ellos, será su Dios.
pueblo santo (vv. 9-12)80.
Esta segunda parte del verso tercero, tan escueta, encierra en su
Este es, resueltamente, el texto más claro en donde bebe Ap 21, difícil comprensión y traducción, virtualidades insospechadas res-
3a. Aparecen dos temas de singular relevancia teológica: la alusión pecto a la apertura del arco de la salvación. Por fin, la alianza se
a la alianza, establecida entre Dios y el pueblo santo; y, sobre todo, despliega, sin límites impositivos de restricción alguna, en un ho-
la mención de la Sekiná, la gloria de Dios habitando en medio del rizonte universal.
pueblo. La trama narrativa se articula mediante una cadena de ver- Se recuerda la vieja promesa de la alianza, tan insistentemente
bos conjugados, de manera invariable, en futuro. El pueblo con- repetida en el antiguo testamento: Ex 6, 7; Lev 26, 12; 2 Crón 6,
templa, pues, la acción divina en el remoto horizonte del porvenir. 18; Jer 24, 7; 30, 22; 31, 1.33; 32, 38; 37, 23; 38, 33; Ez 37, 27;
Ap representa el momento culminante: en la actualidad del ahora Zac 2, 10; 8, 8. En estos pasajes resonaban las palabras encendidas
acontece el cumplimiento de tan ansiada espera respecto a la alian- de Yahvé donde al fin prometía que él iba a ser para el pueblo su
za y a la Sekiná. Dios, y ellos su pueblo («serán mi pueblo» —eaovtcu kxóg [rou—).
La tienda de Dios es una metonimia literaria, se designa el con- Hay que sorprenderse ante la lectura del texto de Ap 21, 3b y
tinente por el contenido. Bajo esta imagen es preciso referirse a caer en la cuenta de la intrusión deliberada de un cambio sustan-
Dios mismo. La tienda mostraba en un claro-oscuro la presencia de cial. Si el antiguo testamento hablaba siempre, en tales promesas
Dios; era elocuente signo para una población nómada de esa pre- de alianza, de un solo pueblo, como referente único del amor de
sencia, pero también la ocultaba a sus ojos. En la nueva Jerusalén Dios (cf. Jer 7, 23; 30, 22; Os 2, 23), ahora el libro de Ap, en con-
se realiza de manera sublime la perfección de cuanto la tienda evo- tra del uso inveterado de la frase, introduce una profunda modifi-
caba para el pueblo: la presencia divina. Dios ahora se da en una cación. No dice, como siempre solía repetirse: «Ellos serán su pue-
comunicación, no lastrada por los impedimentos de cortinas opa- blo», sino justamente: «Ellos serán sus pueblos».
cas ni la precaria condición de tiendas pasajeras. Ahora directa- La crítica textual se ha debatido por determinar la correcta lec-
mente se revela81. tura, entre las dos variantes: «pueblos» (taxoi) y «pueblo» (taxóc,)83.
Por otra parte se rememora un largo proceso de mediación di- La tendencia natural es continuar en la inercia de las conocidas
vina, que ya toca a su término. Primero, la presencia de Dios se al- profecías y escribir «pueblo» (kaóc,). Nosotros nos decantamos por
bergaba en la tienda de la reunión (Ex 33, 7-11); luego en el tem- la «lectio difficilior» que usa el plural, puesto que el singular se ex-
plo (1 Re 8, 10-11); y, llegada la plenitud de los tiempos, en Jesu- plica como una armonización con el antiguo testamento84.
cristo (Jn 1, 14). Por fin, en la Jerusalén celestial la presencia divi- El autor de Ap, al insertar de manera pretendida esta brusca al-
na llenará colmadamente toda la ciudad habitada; y los hombres teración y transformar el empleo habitual de la expresión, alude no
rescatados —ya sin el impedimento del velo, de los muros o atrios a un solo pueblo, sino a todos los pueblos; está reconociendo que
del templo; tampoco sin la conciencia de su pecado (Is 6, 5)—, po- el cumplimiento de la multisecular profecía se lleva a término con
drán ver a Dios cara a cara (Ap 22, 4). Ap insiste en la presencia la apertura a todas las naciones. A saber, todos los «pueblos de la
inmediata de Dios entre los hombres82. tierra» —no exclusivamente el pueblo elegido—, están llamados a
ser «pueblos de Dios».

83. Por el plural kxoí se decantan: X. A. 046.2930.2050.2053. Ireneo. Por el sin-


80. A. Diez Macho, Neophyti IIII. Levítico, Madrid-Barcelona 1971, 194; cf. D. gular >iaó;: P.051M006.1841.1854.1859... Ticonio, Ambrosio, Agustín, Primasio, An-
Muñoz, Gloría de la Shekiná, Madrid 1977. drés Aretas. Y entre los modernos: Bousset, Charles, Comblin. F. Cantera-M. Iglesias
81. Cf. J. Comblin, La liturgie de la nouvelle Jérusalem (Apoc 21, 1-22, 5), 21. (Sagrada Biblia, Madrid 1975, 1442) precisan con acierto: «Literalmente pueblos de
82. Cf. ibid., 12: «Parece excluirse todos los seres abtractos por los cuales la teo- él serán». Y entre los modernos se deciden por el singular: Nestle, Alio, Lohmeyer,
logía judía tenía a los hombres a distancia de Dios»; J. Abelson, The Immanence of Bonsirven, Bartina, Strathmann, Mounce, Prigent.
God, London 1912, 80-85; S. Terrien, The elusive Presence, San Francisco 1978, 161- 84. Cf. B. M. Metzger, A Textual Commentary on the Greek New Testament, Lon-
226. don-New York H975, 763.
70 La nueva Jerusalén El mundo nuevo 71

Esta frase, bien entendida, debía resultar para los oídos de un za86. El texto original griego suena así: «Y él, el Dios que está con
judío creyente, tremendamente ofensiva, pues lesionaba los inalie- ellos, será el Dios de ellos». A causa de la complejidad expresiva
nables derechos adquiridos, merced a la elección divina de un solo de la frase han surgido diversas correcciones que han tratado de
pueblo, durante muchas generaciones. El particularismo de Israel, hacerla más inteligible. En aras de la claridad interpretativa se eli-
tan afianzado en la conciencia colectiva, toca su fin. minan las palabras finales: «su Dios»87. Pero como en tantas otras
Todos los hombres, sin excepción ya de etnias o cualquier tipo páginas del libro, la aparente rudeza idiomática de Ap conserva la-
de segregación excluyeme, entran en la nueva alianza que Dios ins- tentes sus riquezas. Basta saber leer e interpretar con corrección.
taura; y este cambio acontece porque Cristo, verdadero Cordero Nos decidimos por la lectura completa, tal como la hemos traduci-
degollado, ha hecho una Iglesia de todas las tribus, lenguas, razas do más arriba88.
y naciones (Ap 5, 10; 7, 15-17). Los privilegios que, de manera ex- El Dios que ahora forja la alianza no es el Dios del antiguo tes-
clusiva, poseía el antiguo pueblo de Israel, pasan a ser propiedad tamento, que sólo se ha fijado en un pueblo, sino «ese Dios» —el
de «los pueblos». Todos los pueblos son ahora de hecho y derecho griego tortuoso del Ap lo identifica, por medio de un pleonasmo re-
el nuevo pueblo de Dios constituido. petitivo— que ha hecho una alianza con todos los pueblos. Ese mis-
El texto se muestra en sintonía con el mensaje de apertura uni- mo Dios, «El Dios con ellos» (ó deóg \iex' axixc&v), y no otro, jus-
versal, peculiarmente característico del Ap y también de la escuela tamente «será su Dios» (éotou aíitcbv freos), a saber, el Dios con
joánica. quien ahora toda la humanidad participa en una comunicación de
Este acento universal es recogido fielmente por el cuarto evan- mutua reciprocidad. Así se completa perfectamente el círculo de la
gelio, mediante la mención de tres símbolos fundamentales (el pas- formulación de la alianza universal entre Dios y todos los pueblos.
tor, la túnica y la red) y la oración misionera, de los que conviene La expresión «El Dios que está con ellos» se relaciona con el
hacer ahora, evitando una exégesis, tan sólo una somera reseña in- «En-Manuel» hebreo (Is 7, 14; cf. Ex 3, 12; Ez 48, 35) y el «Dios
dicativa. con nosotros» neotestamentario (Mt 1, 23). La aspiración de las an-
Jesús habla de otras ovejas que no son de este redil; ovejas que tiguas promesas se cumple verdaderamente, instaurándose una pre-
es preciso conducir, a fin de que escuchen su voz y haya un solo re- sencia cercana de Dios, a la vez íntima («dentro de»), familiar («en
baño y un solo pastor (Jn 10, 16). medio de») y universal («con todos los pueblos»)89.
En la oración sacerdotal, Jesús ruega no sólo por sus discípulos,
sino por todos aquellos que mediante la palabra de los suyos, cre-
erán en él (Jn 17, 20). 6. Superación de todo mal
La túnica inconsútil, tejida de una sola pieza, de arriba abajo, 4
—según la apreciación de los soldados, la túnica «no debe romper- y enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni
se»—, es una ilustración gráfica de esta unidad eclesial, que tampo- duelo, ni llanto ni dolor, porque lo primero ha desaparecido.
co debe desgarrarse (cf. Jn 19, 23-24).
En la red de la Iglesia caben ciento cincuenta y tres peces gran- Se inaugura una nueva existencia, hecha posible por la presen-
des —todas las clases de peces entonces conocidos en el mundo—; a cia irradiante de Dios entre los hombres, cuyo efecto primero en la
pesar de tanta cantidad, la red no se «rompe» —idéntico verbo que
el empleado para designar la túnica, oyiQtíi— (Jn 21, 11). De nuevo 86. Reconoce la dificultades B. M. Metzger, A Textual Commentary on the Greek
otra ilustración, que insiste en el universalismo de la Iglesia, for- New Testament, 765-766.
87. El Sinaítico, algunos minúsculos, Ambrosio, Agustín, Primasio y Andrés ha-
mada por todos los pueblos de la tierra85. cen una lectura abreviada, y prescinden de «su Dios», otwüv íteóg. Incluso la ver-
No resulta tampoco fácil la traducción de la última parte del sión del The Greek New Testament, Sociedades Bíblicas Unidas '1975, 280 pone en-
verso, a saber, el segundo miembro de la formulación de la alian- tre paréntesis las dos palabras griegas aíixc&v frsóg.
88. Así lo atestiguan: A, Ireneo, Ticonio, Ambrosio, Beato de Liévana. Por esta
lectura se decanta B. M. Metzger, A Textual Commentary on the Greek New Testa-
85. Cf. F. M. Braun, Quatres «signes» johanniques del'unité chrétienne: NTS 9 ment, 766.
(1962-1963)147-155. 89. Cf. S. Bartina, Apocalipsis de san Juan, 828.
72 La nueva Jerusalén El mundo nuevo 73

descripción apocalíptica es extinguir todo tipo de penalidades. Ya Rom 5, 12). Tan contundente es su victoria que la «muerte no exis-
el Ap había declarado la desaparición del mundo anterior (21, 1); y tirá más» (ó ftávaxog oiix eoxcu exi). Pablo dirá que «la muerte ha
que también la muerte y el infierno habían sido precipitados en el sido absorbida en la victoria» (1 Cor 15, 45). Con la desaparición
estanque de fuego (20, 4). de la muerte, se desvanece la desgracia primigenia que atenazaba
El pasaje de Is 25, 6-8 sirve de fecunda inspiración para el al hombre (Gen 3, 19). Elimina el Señor la muerte, que ha causado
anuncio de Ap. El Señor ofrece desde su monte santo de Sión un tanto dolor en la humanidad, tal como dramáticamente ha sido re-
banquete, aderezado con unas peculiares características: la univer- saltado en el cuarto sello. La muerte, cual personificación simbóli-
salidad, la abundancia y la exquisitez. Sus comensales serán todos ca, va dejando tras de sí un reguero de calamidades, toda clase de
los pueblos; será un «festín de manjares suculentos, un festín de vi- violencia ocasionada por la espada, el hambre, la peste, y la natu-
nos de solera, manjares enjundiosos, vinos generosos» (v. 6). Des- raleza indómita de los animales salvajes, aún no domesticados por
pués el Señor insiste en el tema de la mutua compañía, que otorga el cuidado del hombre:
el derecho a compartir la misma mesa: poder estar juntos gozando
de la inmediatez de la presencia. A fin de que los pueblos puedan Cuando abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto Viviente que de-
contemplarlo sin estorbos, el Señor «arrancará en este monte el ve- cía: 'Ven'. Miré entonces y había un caballo verde-amarillo91; el
lo que cubre a todos los pueblos, el paño que tapa a todas las na- que lo montaba se llamaba Muerte y el Infierno lo seguía. Se les
ciones» (7a). dio poder sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con la espa-
da, con el hambre, con la peste y con las fieras de la tierra (Ap 6,
Y también el Señor —estas palabras aseguradoras constituyen el 7-8).
paralelo con nuestro texto de Ap 21, 4— va a quitar los impedi-
mentos negativos de la humanidad: Después, con su fuerza todopoderosa, va el Señor eliminando
lh% cada uno de los azotes que aflijen a la humanidad. El texto de Ap
Y aniquilará la muerte para siempre. El Señor enjugará las lá-
grimas de todos los rostros y alejará de la tierra entera el oprobio
2 1 , 4 constituye, debido a su semejanza lexicográfica griega y te-
de su pueblo —lo ha dicho el Señor—'m. mática, un apretado resumen de la descripción dramática de los pri-
meros cuatro sellos (el cuarto que alude a la muerte, ya se ha con-
Ap invierte la disposición narrativa de Isaías. Primero anuncia signado). El segundo sello o la violencia (6, 3-4), es causa de «la-
la presencia de Dios, quien personalmente eliminará toda lágrima. mento» (jrivdoc;) y de «gritos» (XQCCUYT)). El tercero (6, 5-6) o la
Luego vienen los efectos de esta presencia sanadora divina. injusticia social, es ocasión de «fatiga» (jtóvog) y desesperación92.
Ap desarrolla con más detalles la promesa reconfortante de que Veamos ahora, más de cerca, cada una de las penalidades, men-
Dios va a eliminar las lágrimas. Corrige a su fuente, indicando que cionadas en Ap 21, 4, y que el Señor va a aniquilar con su poder.
el Señor enjugará no ya «las lágrimas», sino de manera tajante y
absoluta: «toda lágrima» (JTOVV báxQvov). La fuerza de este adjeti- «Duelo» (jtévfroc;)
vo «toda» (jráv) es un motivo de consolación, pues Dios remedia-
rá toda angustia y toda pena, causantes de las lágrimas. No se de- Palabra peculiar del Ap, pues se encuentra cuatro veces en el li-
rramará ni una sola lágrima de dolor en la nueva Jerusalén. Y lue- bro, de entre las cinco frecuencias registradas en el nuevo testa-
go señala con una imagen delicada que el Señor enjugará toda lá- mento. El vocablo aparece en un habitat determinado —y tal deli-
grima, que brota no genéricamente de los «rostros» —como señala- mitación resulta significativa—: la ciudad opresora y asesina. Es el
ba Isaías—, sino «de los ojos» (éx xo>v ócp§aX.|j,d)v) en llanto de la
humanidad.
91. El adjetivo y\(üQÓg indica el color de la hierba verde cuanto se torna mustia,
Aniquila el Señor la muerte, que constituye la maldición funda- símbolo de la caducidad y de la muerte («Toda carne es hierba y todo su esplendor co-
mental de la humanidad, la que entró por culpa del pecado (Gen 3; mo flor del campo. La flor se marchita, se seca la hierba» ls 40, 7-8). Alude al color
cetrino de un moribundo.
90. «Lo ha dicho el Señor, y no ha dicho promesa más grande en todo el AT» (co- 92. Cf. U. Vanni, // terzo sigillo dell'Apocalisse (Ap 6, 5-6), símbolo dell'ingius-
menta sentenciosamente L. Alonso Schókel-J. L. Sicre, Profetas. Comentario I, 211). tizia sociale, en L'Apocalisse. Ermeneutica, esegesi, teología, 193-213.
La nueva Jerusalén El mundo nuevo 75
74

castigo reservado para los últimos tiempos a Babilonia (Ap 18, biduría reconstituida. Y toda raíz mala es arrancada de en medio de
vosotros, la enfermedad es extinguida de vuestros caminos. Y la
7a.b.8; cf. Is 47, 7-10). Se resalta sobre todo el contraste entre am- muerte está ocultada, el hades huye, la corrupción es olvidada, las
bas ciudades. En la nueva Jerusalén no existirá ya el duelo, que tan- penalidades se pasan, y los tesoros de la inmortalidad son hechos
to aflige a Babilonia93. manifiestos (4 Esd 8, 52-54).

«Llanto» (xQauyií) Resulta esclarecedor cotejar el contexto del fragmento último,


donde aparecen asociados el tema del paraíso, la nueva ciudad y la
Es un grito de angustia, tan intenso que prorrumpe en lágrimas desaparición de los males que hacen sufrir al hombre. Según la
(Ef 4, 31). Tiene un sentido cristológico y soteriológico; de hecho prolija descripción de estos versos, la «gloria» divina interviene,
vale para indicar el vehemente clamor, que acompañó a la pasión acompañada de una serie de eventos alusivos a la vida futura de los
de Cristo (Heb 5, 7)94. justos; es una fuente de consolación para sostener también las tri-
bulaciones de la vida presente. Esta ciudad se refiere a la Jerusalén
«Dolor» (JTÓVOC,) celeste, contemplada no como la restauración o reedificación de la
Jerusalén terreste, sino como nueva ciudad97.
Indica no sólo trabajo o esfuerzo (Col 4, 13), sino dolor extre- Importa señalar —el Ap lo recalca una vez más— que la ciudad
mo, irreprimible, que llega hasta la desesperación. Así aparece re- de la nueva Jerusalén se ve libre de aquellas congojas que angus-
gistrado en la misteriosa acción de verter las copas del furor de tiaban a su antípoda, la ciudad de Babilonia; pues no habrá en ella
Dios: «El quinto ángel derramó su copa sobre el trono de la Bestia; «ni duelo, ni llanto, ni dolor», en antítesis con la ciudad engreída
y quedó su reino en tinieblas y los hombres se mordían la lengua de Babilonia. En un triple coro de lamentos sucesivos se condue-
'de dolor' (éx xov Jtóvou)» (Ap 16, ll) 9 5 . len por su desgracia todos sus potentados:
Era común en los escritos apocalípticos la coincidencia de dos
circunstancias: la irrupción de la gloria divina y el alejamiento de Llorarán, harán duelo por ella los reyes de la tierra... Lloran y se
la muerte con todas sus secuelas de pesar y corrupción. Y aún pue- 'lamentan' (iiEVÍkñJoiv) por ella los mercaderes... Los marineros
de legítimamente afirmarse que el poder de Dios era causa eficaz gritaban llorando y 'lamentándose' (jrevfroüvreg) (Ap 18, 9.11.19).
—no sólo elemento concomitante—, de la eliminación de las penali-
dades96. Véanse esta serie de textos elocuentes: La antítesis entre ambas ciudades queda acentuada también con
la mención contrastada de estos elementos descriptivos.
Refrena pues también al ángel de la muerte, y que tu gloria irrum- Mediante la eliminación de toda lágrima y de la muerte, tam-
pa. Que la grandeza de tu belleza se manifieste. Que el Sheol sea bién del fúnebre cortejo de penalidades que les acompañan, desa-
cerrado; que, desde este momento, no reciba ya a los muertos (2 parece el viejo orden (Is 42, 8; 43, 18; 65, 16) y brota la novedad.
Bar 21, 23). Sea dicho con mayor rotundidad, desde la clave neotestamentaria:
Sea pura la tierra de toda corrupción y pecado, de toda plaga y do- la resurrección de Cristo hace desaparecer lo antiguo. Lo primero
lor (1 Hen 10,22). ha desaparecido, señala Ap 21, 4.
Para vosotros está abierto el Paraíso, plantado el Árbol de la vida, Pablo indica —obsérvese el parecido con Ap 21, 5-6 cuya exé-
preparada la futura edad, la abundancia está dispuesta, la Ciudad gesis se hará más adelante— que:
construida, el Resto señalado, las obras de Dios establecidas, la sa-
El que está en Cristo es una nueva creatura: lo antiguo ha pasado,
93. Cf. H. Lilje, L'Apocalypse, le dernier livre de la Bible, 257; H. Balz, ná"&og, lo nuevo se ha hecho (yéyovev) (2 Cor 5, 17).
en DENT II, 672-673.
94. Cf. H. W. Kuhn, XQavyr\, en DENT I, 2400; L. Grundmnann, xoo^co -
XQavyi], en TWNT III, 901-904. 97. Cf. R. H. Charles, The Apocripha and Pseudoepigrapha ofthe Oíd Testament
95. Cf. G. Schneider, novo?, en DENT II, 1080. II, Oxford 1963, 597-598. Se pueden encontrar abundantes paralelos en 2 Henoc 65,
96. Cf. P. Volz, Die Eschatologie der Jüdischen Gemeinde im neutestamentlichen 9-10; Éxodo Rabbá 15.
Zeitalter, 386.
76 La nueva Jerusalén El mundo nuevo 77

56
y dijo el que está sentado en el trono: 'Mira, hago nuevas todas — Por tres veces se repite el verbo «dijo» (EIJTEV). El discurso di-
las cosas'... Y me dijo: 'Está hecho' (yéyovav). vino versa trípticamente sobre la creación, las palabras y la ve-
rificación de cuanto acaece.
Cuanto Pablo afirma de la vida del cristiano hecho uno con — Dios mismo da las credenciales que fundamentan el alcance de
Cristo1'8, Ap lo refiere a la creación, que es ahora completa y um- su acción.
versalmente renovada en Cristo. Esta afirmación no sólo reviste un — Ofrece una inconmensurable recompensa, a saber, concede el
significado moral, sino esencialmente ontológico. Cristo, transfor- magnífico lote de tres premios al cristiano que resulte vencedor:
mado por su resurrección, transforma también el universo. Su cuer- el don del agua de la vida, la herencia, la filiación divina.
po glorificado instaura una relación nueva con la creación, que — Por otra parte —no puede olvidarse el funesto envés de la histo-
abarca a la humanidad de los seres rescatados, y a través de ellos, ria de la salvación—, Dios deshereda a los que culpablemente se
alcanza dimensiones cósmicas, de tal manera que ya nada puede comportan con lesa indignidad, apartándose de manera volun-
quedar fuera de su todopoderosa órbita de gloria". taria del camino que conduce a la nueva Jerusalén.

El presente fragmento posee un estilo muy denso, que de tan


7. La creación divina de un universo nuevo sincopado resulta hermético, casi confuso; pero una observación
atenta descubre en tan sólo cuatro versos una admirable orquesta-
58
Y dijo el que está sentado en el trono: 'Mira, hago nuevas todas ción, en cuanto a su ordenada gradación doctrinal. Iremos estruc-
las cosas'. Y dijo: 'Escribe: estas palabras son fieles y verdade- turando, pues, escalonadamente, en sucesivos apartados (hasta sie-
ras'. Y me dijo: 'Hecho está'. Yo soy el Alfa y la Omega, el prin- te), aglutinados por su interés temático, no por la estricta ordena-
cipio y el fin. Al que tenga sed yo le daré de la fuente del agua de ción de los versos, el contenido del pasaje.
la vida gratis. El vencedor heredera esto: yo seré Dios para él, y
él será para mí hijo. Pero los cobardes, incrédulos, abominables,
asesinos, impuros, hechiceros, idólatras y todos los mentirosos
tendrán su parte (de herencia) en el lago que arde con fuego y azu- a) La voz divina
fre, que es la muerte segunda.
Habla Dios directamente: «Y dijo el que está sentado en el tro-
Estos cuatro versos (5.6.7.8) parecen interrumpir la descripción no», no un intermediario, la voz del ángel, como suele acontecer en
que hasta ahora se estaba siguiendo. El autor de Ap, llegada la lec- Ap con cierta frecuencia (1, 1; 5, 2; 8, 8.10.12.13; 10, 1.5.7.9; 14,
tura del libro a tal punto de relevancia teológica, reivindica con to- 6.8.9.10.15.17.19; 19, 7; 22, 6.8.16). La expresión «El -perfecta-
da solemnidad que Dios otorga garantías fiables acerca de la ver- mente— sentado en el trono» (ó xafriíiievoc; éjtl xóv froóvov), es
dad de las visiones que acontecen. Hay que hacer notar que el su- abundante en el libro de Ap (4, 2.3.4.9.10; 5, 1.7.13; 7, 10.15; 21,
jeto, absolutamente principal de este breve fragmento, es Dios y no 5) y equivale de hecho a una designación divina. Dicho sea con
otro. Con énfasis recalcado: él en persona habla, interpela, premia, mayor rigor, se refiere, debido a tan gráfica postura, a su completo
deshereda; continúa siendo el protagonista activo e indiscutible a señorío sobre todo lo creado (cf. Sal 93, 1-2).
lo largo del presente parlamento10". Pero Ap no alude al trono vacío de una divina trascendencia ale-
jada de la historia. Interpretado en su simbolismo por el mismo li-
98. Cf. B. Rey, Creados en Cristo Jesús. La nueva creación según San Pablo,
bro, hay que decir que desde él comienza a realizarse la historia de
Madrid 1968, 43-45, 72-73, 298-300. la salvación; pues merced a la iniciativa del Sentado en el trono se
99. Cf. Ch. Duquoc, Le Christ, chefde la création: VieSpir 109 (1965) 707-718. ofrece a la humanidad el libro sellado con siete sellos (Ap 5, 1),
100. Cf. estos tres densos artículos, que han servido para la confección de las si- que el Cordero abrirá e interpretará (5, 5.7). El Sentado en el trono
guientes páginas: P. Stuhlmacher, «Siehe, ich mache alies neu» (Apk 21, 5): LuthRu es origen dinámico y meta concluyeme de toda la historia de la sal-
18 (1968) 3-18; G. Stáhlin, «Siehe ich mache alies neu» Das Leitwort für die Weltkir-
chenkonferenz ¡968 und seine biblischen Hintergrunde: OkRu 16 (1967) 237-352; D. vación (20, 11).
M. Stanley, So! 1 Make All Things New (Apoc 21, 5): Way 9 (1969) 278-291.
78 La nueva Jerusalén El mundo nuevo 79

No es ésta la primera vez que habla Dios en el libro, en contra senté continuo (JTOIÓJ), sin intermitencias ni desmayos—103, hacien-
del parecer de diversos comentadores101. Dios ha hablado ya al co- do nuevas todas las cosas.
mienzo del Ap: «Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios» La acción creadora de Dios, señalada por Ap, recuerda espe-
(1, 8); tampoco su voz se dilata tanto en la narración apocalíptica, cialmente un texto del profeta Isaías:
como para aparecer tardíamente en 16, 1.17102. Fue entonces —jus-
tamente, en 1, 18— cuando se oyó la voz divina, la de Dios Padre, Mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando ¿no lo notáis? (43,
y ahora será la última vez. El libro entero del Ap se inaugura y se 19).
recapitula con la palabra de Dios, formando una inclusión semíti-
ca. Lleno está de la poderosa resonancia de Dios. Todo él queda La imagen se relaciona con la transformación del desierto, en
transido por este eco divino, que debe ser acogido atentamente por donde milagrosamente germinará un vergel y crecerá una riente ve-
el oído de la Iglesia. En nuestro caso (Ap 21, 1-4), es preciso indi- getación (cf. 42, 9). Pero esta novedad que Dios declara —y al de-
car que ante una revelación de tanta trascendencia, sólo Dios pue- cirlo lo ejecuta; tal es la fuerza de su palabra todopoderosa— supe-
de decir una palabra autorizada. ra con creces la maravilla del primer Éxodo (cf. 35, 6; 41, 18s)104.
La novedad que se anuncia no mira a un remoto futuro, sino que se
concentra en un hoy y reviste acentos de actualidad. Claramente se
indica: «ya está brotando». El profeta anima al pueblo perplejo a
b) Creación en acto
percibirla con ojos atentos y a rendirse ante la evidencia del prodi-
gio divino: «¿no lo notáis?».
La voz divina enuncia solemnemente: «Mira, hago nuevas to-
das las cosas». Se insiste en la dimensión creadora de Dios, que el La renovación del universo era idea común dentro de la litera-
libro de Ap con reconocida razón realza, tal como se desprende de tura apocalíptica (cf. 1 Henoc 91, 16; 2 Baruc 57, 2; 44, 12; 2 Es-
la lectura de algunos pasajes. dras 7, 75; Jubileos 1, 29). El significado real de tales afirmacio-
En la primera gran doxología frente al trono de Dios, los vein- nes, por lo demás bastantes genéricas, no suele perfilarse con pre-
ticuatro ancianos se postran delante del Sentado en el trono, lo ado- cisión. Es habitual emplearlas a manera de estereotipo literario-
ran, echan sus coronas de oro en señal de acatamiento obediencial teológico.
ante quien se erige como el solo Dios verdadero, y lo proclaman Pero el texto de Ap va más lejos todavía, desborda el optimis-
único autor de toda la obra de la creación. Por dos veces —en un so- mo del profeta y de los escritos apocalípticos; puesto que no es só-
lo verso (!)— ensalzan esta acción creadora de Dios: lo «algo nuevo», sino una omniabarcante dimensión de totalidad la
que se describe: «Hago nuevas todas las cosas». La traducción li-
Eres digno, Señor Dios nuestro, de recibir la gloria, el honor y el teral reza así: «Mira, nuevas estoy haciendo todas las cosas» ('I6oí3
poder, porque tú has creado el universo, porque por tu voluntad lo xcuvá Jtoiü) navio:). La Epístola a Bernabé (VI, 13) afirma que se
que no existía ha sido creado (4, 11). refiere tanto a «las últimas como a las primeras» (xa e c x a t a (he, xa
jiQÚJxa), a saber, «todas las cosas».
La asamblea cristiana, a lo largo de la lectura litúrgica del libro, Se habla de la perfecta recreación cósmica, que admirablemen-
también celebra gozosamente su dinamismo creador (cf. Ap 15, 3; te se concentra en la nueva Jerusalén. Dios mismo se delata como
19, 6). Y Dios persiste activamente en su obra creadora —en pre- todopoderoso en su acto creador, y se dirige al lector creyente de
Ap. «Mira» (íóoü), invita Dios a través del texto apocalíptico al
cristiano-lector, el cual, una vez apercibido, sorprende a Dios con
las manos puestas en su obra creadora. La expresión de Ap es una
101. En contra efectivamente de la opinión de J. Behm, Die Offenbarung des Jo-
hannes, 107: «Por primera vez en el Ap resuena una palabra inmediata de Dios mis-
mo». Asimismo de R. H. Mounce, The Book ofRevelation, 373: «El silencio de Dios 103. Así queda resaltado merced al valor durativo del presente de indicativo. Cf.
es roto por esta declaración». Y de S. Bartina, Apocalipsis de San Juan, 828: «Por pri- F. Blass-A. Debrunner-A. Rehkopf, Grammatik des neutestamentlichen Gríechisch,
mera vez en este pasaje se dice de modo indudable que habla Dios, el Padre». 264 § 319.
102. Tal como pretende P. Prigent, L'Apocalypse de saint Jean, 329. 104. Cf. L. Alonso Schókel-J. L. Sicre, Los profetas. Comentario I, 295.
80 La nueva Jerusalén El mundo nuevo 81

secuencia de presencialidad y de verismo narrativo. Privilegia un Por tanto, el que está en Cristo, es una 'nueva creación' (xcuvf|
encuentro sin intermediarios entre Dios-autor y el cristiano-inter- XTÍ015); pasó lo viejo, todo es 'nuevo' (xouvá) (2 Cor 5, 17).
pelado, ambos admirándose de consuno ante la reciente frescura
—infieri— de la nueva creación divina. Esta afirmación paulina, junto a la registrada en Gal 6, 15, cons-
Para insistir en la índole de esta radical novedad, apenas si lo- tituye una referencia a Is 42, 19 y una ilustración del texto de Ap109.
gramos acertar con las palabras justas que nos la puedan definir
certeramente. No se trata de repetir de nuevo, tampoco de hacer pa-
ra mejorar: es una plena transformación creadora, una instauración c) Garantía divina
total («Non pas seulement du nouveau, mais du neuf»)105. Pero es
necesario interpretar correctamente desde la cristología del Ap: es- Ratifica Dios su obra creadora y reveladora de esta manera: «Y
ta renovación supone la presencia de Cristo; él constituye, merced dijo: 'Escribe: estas palabras son fieles y verdaderas'». La frase se
a su misterio pascual, el comienzo de toda novedad absoluta106. repite, con idéntico tenor, en 22, 6.
En el Ap la acción de renovación continua se atribuye siempre El imperativo «escribe» (yoátyov), ya lo ha escuchado el vi-
a Cristo, al que compete la implantación y el despliegue del reino dente en otras ocasiones, siempre con el motivo apremiante de ano-
de Dios sobre toda tierra: «El objeto de nuestra esperanza, la crea- tar con fidelidad una revelación de gran trascendencia para el lec-
ción nueva tendrá lugar un día. Esta ha empezado en el ser vivien- tor cristiano (2, 1.8.12.18; 3, 1.7.14; 14, 13; 19, 9). La insistencia
te de Cristo»107. El es el principio y «arquetipo» de toda novedad incide sobre el carácter sacro-canónico del libro. Se trata de una
que se realiza en el mundo, quien es capaz de superar el mal por la doble aseguración (con la certeza de fiabilidad que posee el testi-
fuerza de su energía de resurrección. Con formulación harto signi- monio por dos veces repetido o doblemente formulado por dos tes-
ficativa, Cristo glorioso, en su autopresentación divina a la Iglesia tigos) de las presentes visiones. La orden de escribir es impartida
de Laodicea, así se ha autodesignado: «El principio —i] áoxií— de en esta ocasión por el mismo Dios. Hasta ese momento de la his-
la creación de Dios» (3, 14). De esta manera se identifica con el po- toria apocalíptica, tal mandato había sido dado por diversos emiso-
der creador de la Sabiduría y de la Palabra: Prov 8, 22; Sab 9, lss; res: un ángel (1, 11), Cristo (1, 19), una voz celeste anónima (14,
Jn 1, 3; Col 1, 15-17; Heb 1,2. 13) y una voz que sale del trono (19, 9).
En fin, todo será renovado, no por un prodigio de encantamien- Ahora, al final del libro, es Dios quien resulta garante de todas
to, sino por esta obra de Dios que ha comenzado ya a actuar en la las revelaciones mostradas. Son las suyas palabras ciertas, verda-
resurrección de Cristo, y que no se detiene en su proceso instaura- deras, asentadas sobre la firmeza divina, a saber, que se cumplirán.
dor hasta que desemboque en la plenitud cósmica de la renovación Estas palabras se refieren a «todas las visiones del Ap»"°. Está cla-
universal. De manera acertada ha sido comentado por san Ireneo: ro que por influjo del semitismo, el lexema «palabras» abarca «per
modum unius» palabras y acontecimientos.
Entonces, preguntaréis: ¿qué ha traído el Señor de nuevo por su San Ireneo ha mostrado que toda la prodigiosa realización de la
venida? Sabed que ha traído toda novedad, trayendo su propia per- nueva Jerusalén, no alegórica, sino real o verdadera —insiste con
sona (yvüjxe OTI Jiüaav xi]v xaivÓTrrra ííveyxev, éaxóv évéy- vigor en esta contraposición, seguramente para hacer ver que la
xaS)108. maravilla que se espera no se debe a la fantasía del hombre, sino a
la palabra de Dios—, se apoya en el poder divino y cita justamente
este verso de Ap:
Palabras, cuyo fundamento se encuentra en Pablo:
Cuando todas estas cosas hayan pasado, nos dice Juan, el discípu-
105. J. Bonsirven, L'Apocalypse, 312. lo del Señor, sobre la nueva tierra descenderá la Jerusalén de arri-
106. Cf. U. Vanni, L'Apocalisse. Ermeneutica, esegesi, teología, 142-146, 266.
107. Así lo refiere con razón R. Guardini (El Señor, Madrid 5 1963, 952), al co-
mentar sucintamente el libro del Apocalipsis. 109. Cf. B. Rey, Creados en Cristo Jesús. La nueva creación según san Pablo, 25-
108. Adversus Haereses 1, 34, 1. Cf. A. Rousseau, Irénée de Lyon. Contre les Hé- 53, en donde se estudian concienzudamente ambos textos.
resies, Paris 1968, 847. 110. E. Lohmeyer, Die Offenbarung des Johannes, 165.
82 La nueva Jerusalén El mundo nuevo 83

ba, tal como una novia preparada para su esposo, y ella será el ta- ferible"4. La partícula o u no sólo introduce la siguiente frase como
bernáculo de Dios, en el que Dios habitará con los hombres... En un discurso directo, sino que ofrece la razón por la que Juan tiene
esta Jerusalén, que será la imagen de la Jerusalén de la primera tie- que escribir, a saber, porque la revelación que se le ofrece de parte
rra, los justos se ejercitarán en la incorruptibilidad y se prepararán de Dios es genuina y fiable"5.
para la salvación... Y nada de todo esto puede entenderse 'alegóri-
camente' (ctXXriYOQelada), sino al contrario todo es firme, verda-
dero, y posee una existencia auténtica, 'realizada por Dios' (vnb
TOÍJ fleoü yzyovóxa) P
ara e
l g ° c e de los hombres justos. Pues, del d) Realización plena
mismo modo que realmente —áXTidrog— es Dios quien resucitará al
hombre, así también realmente el hombre resucitará de entre los La ejecución: «Y me dijo: 'Hecho está'» (Y¿YOvav v. 6a), se re-
muertos, y no 'alegóricamente' (áXXriYOQixcBc;), como lo hemos fiere, en primer lugar y en sintonía con la gramática griega del tex-
abundantemente mostrado. Y del mismo modo que resucitará 'real- to apocalíptico, a las palabras que se han declarado: éstas se cum-
mente' (ccXT)dcb5), 'realmente' (cdridcoc;) Dios es el principio, con- plen al instante" 6 . Se sigue el mismo esquema redaccional que en
sistencia y fin de todas las cosas; se ejercitará en la incorruptibili- la narración de la creación según Génesis (1, 3.6.9.11.14.20.24.26),
dad y crecerá y llegará a la plenitud de su vigor en los tiempos del en donde a una palabra divina pronunciada, indefectiblemente su-
Reino, hasta hacerse capaz de acoger la gloria del Padre. Pues
cuando todas las cosas hayan sido renovadas, realmente él habita- cede la correspondiente ejecución. Tal como más arriba se ha indi-
rá la ciudad de Dios. Pues, dice Juan: «Y dijo el que está sentado cado, estas palabras aluden, dentro de la más amplia panorámica, a
en el trono: 'Mira, hago nuevo todas las cosas'. Y dijo: 'Escribe: la revelación íntegra del Ap —totalidad de palabras/visiones—, que
estas palabras son fieles y verdaderas'»1". se cumplen perfectamente en la ciudad de la nueva Jerusalén" 7 .
Véase idéntico procedimiento, provisto incluso del mismo ver-
Aún más, todas estas palabras descansan en Jesucristo, la má- bo, en Ap 16, 17. Cuando el séptimo ángel versa sobre el aire el
xima y definitiva Palabra de Dios" 2 . Su título cristológico es «El contenido de la séptima copa, entonces sale del Santuario una fuer-
Verdadero» ('AXirfrivóg). Así es designado Cristo en sendas oca- te voz que proclama: «Hecho está» (YÉyovav).
siones por el libro: en la última de las siete misivas a las Iglesias, Se presenta en tan breve frase el poder omnímodo de la palabra
a la comunidad de Laodicea (3, 14); y en el combate escatológico, divina, capaz de llevar a cabo al instante cuanto proclama. Dios lo
como emblema del jinete que monta el caballo blanco de la victo- dice, y se hace; habla y se cumple.
ria y que ejecutará los planes de Dios (19, 11). Para seguir afianzando su autoridad divina, Dios afirma con to-
El Ap comienza de esta manera: «Revelación de nuestro Señor da solemnidad: «Yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin»
Jesucristo» (Ap 1, 1). Y de modo semejante acaba (21,5; 22, 6). El (6b).
libro entero se polariza en Jesucristo, quien realiza en sí el cumpli- «Alfa y Omega», lo dice Dios (Ap 1, 8); también lo afirma Cris-
miento de todas las palabras y visiones del Ap. Es obligado, pues, to (22, 13), quien añade «el Primero y el Ultimo». El título binario
insistir en el carácter cristológico de esta declaración divina. «El Primero y el Ultimo» se aplica asimismo a Cristo en los si-
Un matiz lexemático resulta interesante en dicha alocución. La guientes textos: 1, 17; 2, 8; 22, 13.
partícula OTL puede ser declarativa («escribe que estas palabras son El transferí cristológico, tan peculiar dentro del Ap, es de nue-
fieles y verdaderas») o causal («escribe, porque estas palabras...»). vo utilizado. Con esta común asignación se insiste en el rango de
Ambas explicaciones son correctas" 3 ; pero la segunda parece pre- la divinidad que ambos —Dios y Cristo— comparten esencialmente.

111. Cf. A. Rousseau, Irénée de Lyon. Contre les Héresies. Livre V, Paris 1969, 114. De hecho el texto de The Greek New Testament, 891, así lo insinúa.
451-453. 115. Cf. R. H. Mounce, The Book of Revelation, 373; J. Bonsirven, L'Apocalypse
112. Tal como reza el significativo título del iluminador libro de P. Hünemann, del de saint Jean, 312: «porque estas palabras transmiten verdades necesarias».
que ahora no podemos sino aludir con su escueta referencia: Jesús Chritus. Gottes 116. Cf. E. B. Alio, L'Apocalypse, 338.
Wort in der Zeit, Münster 1994. 117. Cf. M. Rissi, Die Zukunft der Welt, eine exegetische Studie über Johannesof-
113. Cf. S. Bartina, Apocalipsis de san Juan, 829. fenbanmg 19:11-22, 15, Bale 1965, 68.
84 La nueva Jerusalén El mundo nuevo 85

Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, es Señor del cosmos Dios se revela como seguro amparo de la creación, pues sólo él
y también de la historia, de las que es 'el Alfa y la Omega' (Ap 1, es su autor, y la conducirá a feliz desenlace. Es cuanto afirma Pa-
8; 21, 6), 'el Principio y el Fin' (Ap 21, 6). En él el Padre ha dicho blo en el denso himno a la sabiduría divina (Rom 11, 33-36), ante
la palabra definitiva sobre el hombre y sobre la historia"8. cuyo abismo de riqueza y de ciencia el hombre enmudece, incapaz
Consideramos como sinónimos los dos sintagmas, que tienen de sondear los designios de Dios y rastrear sus caminos. Proclama
un trasfondo común, presente en el helenismo y judaismo" 9 . Su que la creación tiene un principio, una consistencia y una finalidad:
origen bíblico más palmario se encuentra en sendos oráculos del Dios. «Porque de él, por él y para él son todas las cosas. ¡A él la
profeta Isaías (44, 6; 48, 12)'20. Del contexto de estos dos pasajes gloria por los siglos! Amén» (v. 35)124.
—especialmente el primero, al que nos referiremos— se infiere que
se trata de un entorno polémico. Frente a la orgullosa pretensión de
e) Donación gratuita de vida
otras divinidades, sólo el Dios de Israel se presenta como el único
Dios verdadero. Véase esta insistente cadena de reivindicaciones: ^Al que tenga sed yo [le] daré de la fuente del agua de la vida gra-
«Fuera de mí no hay dios» (v. 6); «¿Quién se parece a mí?» (v. 7); tis.
«Vosotros sois testigos: ¿Hay un dios fuera de mí?» (v. 8). De ahí
que aparezca dicha expresión en este lugar preciso del discurso El origen inspirador de este texto del Ap, formulado a manera
apocalíptico; puesto que Dios, revestido de su soberana autoridad de una dilatada paráfrasis, se encuentra en Is 55, 1:
divina, sí puede garantizar la verdad de tan altas palabras. Sólo él,
que es verdaderamente Dios —recordar el contexto polémico entre ¡Atención, sedientos!, acudid por agua, también los que no tenéis
divinidades—, resulta fiador de tales exigencias. dinero: venid, comprad trigo, comed sin pagar, vino y leche de bal-
La enumeración polar indica la completez divina, la perfección; de.
pues la primera y la última letras de alfabeto incluyen las otras. La
bina de las dos letras extremas significa totalidad y carácter úni- El Señor invita por medio de cuatro imperativos-desiderativos
co121. Las dos afirmaciones dicen lo mismo122. El principio y el fin a recibir los bienes característicos de la historia bíblica: el agua
deben ser tomados no en sentido filosófico o escolástico, sino con —ese don tan preciado en la sequedad hórrida del desierto—; la le-
la significación precisa de la historia de la salvación123. A saber, el che de la tierra prometida (en habitual expresión deuteronomista:
Dios que ha creado de manera gratuita el mundo, él lo llevará a tér- «tierra que mana leche y miel»); el trigo y el vino, símbolos de la
mino, plenificandolo. Dios es origen y finalidad del universo, que felicidad que llena el corazón del creyente en Dios («Señor, tú has
él ha hecho por sus manos y que perfectamente recreará al final de dado a mi corazón más alegría que cuando abundan ellos en trigo
la historia, según la narración apocalíptica. No sólo es el primero y vino nuevo» [Sal 4, 7]).
en el tiempo, sino que es el origen eficaz de todo lo creado («Alfa, Dios brinda y convida a aceptar el don de la vida, a través de
el Primero»), y el objetivo teleológico hacia el que todo providen- unos símbolos fundamentales, tal vez los elementos primordiales
cial e inexorablemente camina («Omega, el Ultimo»). de la historia humana. Pero junto a esta plenitud, se da también otra
nota de acusado relieve: la completa gratuidad. Son invitados «los
118. Juan Pablo II, Tertio millennio adveniente, n.° 5. sedientos, los que no tenéis dinero» a comer «de balde». Se insiste
119. Cf. R. Kittel, A Q , en TWNT I, 1-3; W. C. Van Unnik, Het godspredikaat en la total franquicia y desprendida benignidad de la oferta. Esta no
«Heet beginen het einde» bij Flavius Josephus en in de openbaring van Johannes:
MNAW39/1 (1976), 12-27. se merece, sino que se recibe gratuitamente, sin que se precisen los
120. Cf. W. J. P. Boyd, «I am the Alha and Omega» (Rev 1, 8; 21, 6; 22, 13): SfEv merecimientos y las fatigas para su obtención. Cabe reconocer con
2 (1964) 526-31. Y una matizada exposición en F. Contreras, El Señor de la Vida, 54- justicia que si grandes son los dones, mayor es la generosidad del
56. donante.
121. Cf. Ch. Brütsch, La ciarte de VApocalypse, 32.
122. Cf. E. Stauffer, iyú>, en TWNT II, 349, donde estudia «éycó in den Christus-
worten der Apokalypse». 124. El texto es citado por san Ireneo (Adversus Haereses V, 35, 2). Cf. la refe-
123. Cf. S. Bartina, Apocalipsis de san Juan, 829. rencia más arriba.
86 La nueva Jerusalén El mundo nuevo 87

Ap recrea esa pródiga invitación; pero no se trata ya tan sólo de «al vencedor daré» TCÜ VIXÓJVTI SCÓOÜJ (2, 7.17)
la invitación anónima de un heraldo, sino la del mismo Dios, quien «al que tiene sed daré» TU) SLtyüJVU 5CÓOOJ (21, 6)
personalmente convida y ofrece. Concentra el lote de los cuatro do-
nes mencionados por el profeta (el agua, el trigo, el vino y la leche)
y se reserva, como la más exquisita quintaesencia de todos ellos, el f) La herencia del vencedor
símbolo del agua. Pero exige una sola condición: tener sed. Esta
sed sentida hace caminar hacia la fuente de la vida; es activa, de- 1
El vencedor heredará esto: yo seré Dios para él y él será para mí
sencadenante. Moviliza a la Iglesia peregrina en el desierto de es- hijo.
te mundo125.
Ap afirma que Dios dará de la fuente del agua de la vida. Cla- Conforme a la estricta construcción del texto apocalíptico («El
ramente se refiere, siguiendo la estela significativa de la metáfora vencedor heredera esto», v. 7a), no aparece claro si el indefinido
acuática, a la plenitud de la vida. Es un tema privilegiadamente jo- neutro (xafjta), «esto, estas cosas», se refiere genéricamente al don
ánico (Jn 4, 10.14; 7, 17) y que aparece en Ap (7, 16; 22, 17). Se gratuito del agua de la vida (21, 6), o a las promesas que se enun-
trata del símbolo de la vida divina, que será visionariamente des- ciarán un poco después, en 21, 9ss128. Parece más coherente preci-
crito más adelante, en la imagen cristalina de un torrente impetuo- sar, soslayando la alternativa propuesta, que se alude a todos los
so de vida, que brota del trono de Dios y del Cordero (Ap 22, 1). dones previamente señalados, y que ahora encontrarán su pleno
El regalo del agua —tal como acentuaba Isaías— se ofrece libe- cumplimiento en la nueva Jerusalén. Pero, en sintonía rigurosa con
ralmente. El texto de Ap insiste en este carácter gratuito del don, al la visión íntegra del Ap, se afirma que Dios asegura al vencedor la
escribir en último lugar, recapitulador de todo lo dicho, la palabra plena posesión de todos los premios, que ya antes y de manera de-
«gratis» (ÓCÜQEÓV), que significa la excelencia del don o regalo y, tallada se habían indicado en las cartas a las Iglesias. Ya se verá una
sobre todo, la gratuidad126. Con acento religioso se encuentra en pormenorizada correspondencia, más adelante, en la conclusión
Sab7, 14; 16, 25; Rom 5, 15-17; 2 Cor 9, 15; Ef 3, 7; 4, 7. teológica, merced a la deliberada repetición del motivo literario-
Esta invitación posee rango universal y se amplía a todo cre- apocalíptico del «vencedor». La promesa al vencedor en este ver-
yente (cf. Sal 36, 9; 42, 1; 63, 1). El destinatario no se refiere, pues so compendia las siete promesas a los vencedores, diseminadas en
tal aplicación resultaría demasiado restrictiva, al «todavía no már- los capítulos dos y tres129.
tir»127. A estas alturas privilegiadas del libro, situados ya en el climax
Como Cristo, durante la interpelación de las cartas a las siete de la historia apocalíptica y tras la batalla contra los enemigos y su
Iglesias (siete = totalidad; siete Iglesias = Iglesia universal), se di- derrota sin paliativos, el vencedor es digno merecedor de todas las
rigía a todo creyente para animarlo a que se mantuviera fiel y re- recompensas que se le concederán en el ingente lote de la nueva Je-
sultase vencedor, asimismo Dios, fuente de agua viva (Jer 2, 13), rusalén.
invita ahora a todo cristiano a ser testigo fiel de Jesús. El vencedor se hace acreedor a tal donación: «heredará», seña-
Véase, apoyados en la expresiva gramática griega del Ap, el de- la el texto. El verbo «heredar» (xÁ.r|Qovotiéü)) asume una doble
liberado paralelismo con las promesas al vencedor en las cartas a acepción. Por una parte significa recibir un don gratuito (Heb 1, 2;
las Iglesias. Ambos pasajes denotan su semejanza al ir provistas de 6, 17; 9, 15) y, de otra, lograr la adquisición para la que se tiene al-
idéntica construcción sintáctica: el participio de presente en dativo gún derecho natural, legitimado por la ley130.
más el futuro del verbo ÓÍÓOJUA:

125. Esta sed de los fieles conviene a la Iglesia y en este mundo, en su condición 128. Así expresa su perplejidad, E. Lohmeyer, Die Offenbarung des Johannes,
actual (cf. 22, 17); ella no será perfectamente saciada sino en el cielo. Cf. E. B. Alio, 165.
L'Apocalypse, 338. 129. Cf. H. B. Forck, Bibelhilfe für die Gemeinde. Die Offenbarung des Johannes,
126. Cf. F. Büchsel, 6í5w|it - Surjéav, en TWNT II, 169-170. 154.
127. Como pretende E. Lohmeyer (Die Offenbarung des Johannes, 165): «el se- 130. Cf. W. Foerster-J. Hermann, xX'nQovotiéw, en TWNT III, 775; S. Bartina,
diento o dipson no es el creyente, sino el aún no mártir». Apocalipsis de san Juan, 830.
88 La nueva Jerusalén El mundo nuevo 89

En este contexto final del Ap y acordes con la abundancia ma- Pero existe un innegable acento cristológico, que es preciso no
siva de textos neotestamentarios, es preciso insistir en la gratuidad soslayar, sino que debe ser recalcado con vigor134. Según Gal 3, 15-
del don concedido. No puede silenciarse ni, por supuesto, negarse, 16, Cristo es el único descendiente que tiene derecho a todas las
la leal colaboración del creyente en el orden de la gracia; tampoco promesas hechas a Abrahán (Gen 12, 7). Es el heredero universal.
puede abdicar irresponsablemente de ella. Esta colaboración hu- La Carta a los hebreos afirma que Dios ha instituido heredero de
mana, aun esmerándose en contestar con generosidad, resulta a la todo al Hijo (Heb 1, 2). El Hijo está por encima de los ángeles,
postre pequeñísima, casi ínfima, comparada con la excelencia de la pues ha heredado un nombre mayor. Sólo el Hijo tiene derecho de
gracia divina; pero nunca —preciso es resaltarlo, aun a pesar del herencia. La parábola de los viñadores homicidas así lo reconoce:
manifiesto desajuste—, puede ser nula ni estéril131. Léase con aten- «Al ver al hijo, se dijeron: 'Este es el heredero'» (Mt 21, 38).
ción la siempre sorprendente descripción de la paradoja de la sal- El pasaje más claro en este mutuo reconocimiento de paterni-
vación cristiana, según Ap. dad y filiación, que Ap 21, 7 subraya con un lenguaje de relacio-
nalidad (obsérvese la doble serie de elementos binarios existentes
La herencia es, según su verdadera noción, la posesión que es en- en el texto: padre = hijo; para él = para mí), se encuentra registra-
tregada gratuitamente, sin ningún trabajo ni mérito propios, por el do en la profecía de Natán al rey David, cuyo texto preciso consti-
hecho de la muerte del testador... al 'vencedor'... La vida eterna no tuye una fórmula de adopción (Sal 2, 7; 110, 3 —LXX—) y consti-
puede ser más que la recompensa de una fidelidad de toda la vi- tuye la primera expresión del mesianismo real:
da...; y, sin embargo, esta fidelidad puesta a prueba es una gracia:
así la exigencia es gracia y el cumplimiento es gracia. La fidelidad Yo seré para él padre y él será para mí hijo (2 Sam 7, 14)135.
del cristiano es el reflejo de la de Dios; sus obras son cumplidas en
él por Cristo132. Otra mención importante aparece —aunque formando una pará-
frasis a 2 Sam 7, cuya tradición continúa—, en el Salmo 89, 27' 36 .
La herencia por antonomasia en el antiguo testamento se refie- Estos son los dos más relevantes pasajes del antiguo testamen-
re al don de la tierra prometida. Así lo declara con solemnidad Dios to, en donde se destaca la existencia de una mutua reciprocidad: un
al pueblo elegido: hombre es llamado hijo, y Dios es designado Padre.
El primer texto señalado (2 Sam 7, 14) es reinterpretado cristo-
Toda esta tierra que os tengo prometida, la daré a vuestros descen- lógicamente en Heb 1, 5: «En efecto, ¿a qué ángel dijo alguna vez:
dientes, y ellos la heredarán para siempre (Ex 32, 13; cf. Núm 26, Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy; y también: Yo seré pa-
52-56). ra él Padre, y él será para mí Hijo?».
En el nuevo testamento se halla un pasaje afín. Pertenece a Pa-
Dicha herencia («heredar la tierra», precisará el primer evange- blo y está formado por un conglomerado de citas veterotestamen-
lio, Mt 5, 5) va ampliando su valencia significativa y asume deci- tarias, entre las cuales se encuentran algunos paralelos con textos
didamente una dimensión ultra-terrena, escatológica. De ahí la pre- aparecidos en Ap:
sencia de estas peculiares formulaciones neotestamentarias: «here-
dar el reino de Dios» (Mt 25, 34; Sant 2, 5; 1 Cor 15, 50); «here- 134. Cf. H. Langkammer, Den er zum Erben von alien eingesetz hat (Heb 1, 2):
dar la vida eterna» (Me 10, 17; Le 10, 25; Mt 19, 29; Tit 3, 7; Col BZ 10(1966)273-280.
3, 24). Esta herencia sobrenatural constituye un don de Dios para 135. Cf. G. W. Ahlstrom, Der Prophet Nathan und der Tempelbau: VI 11 (1961)
113-127; E. Kutsch, Die Dinastie von Cottes Gnade: Problem der Nathanwetssasgung
el creyente (1 Pe 1, 2-5)133. in 2 Sam 7: ZTK 58 (1961) 137-153; T. N. D. Mettinger, King and Messiah: CBOT 8
(1976) 48-63; J. Becker, Messiaserwartung im Alten Testament, Stuttgart 1977. J. L.
131. Asi P. Prigent, L'Apocalypse de saint Jean, 331; y, en general, los comenta- Sicre, De David al Mesías, Estella 1995. Así lo califica el autor: «Texto, que termina-
ristas protestantes del Apocalipsis. rá siendo el más importante en la esperanza de un Mesías real» (p. 85).
132. H. Echternach, Der Kommende. Die Offenbarung St. Johannes für die Ge- 136. Tal como ha sido puesto de relieve por L. Sabourin, The Psalms. Their Ori-
genwart ausgelegt, 175. gin and Meaning, New York 1974, 353; J.-L. McKenzie, Royal Messianism: CBQ 19-
133. Cf. J. H. Friedrich, jdneovouicü, en DENT I, 2344-2348. (1957) 33.
El mundo nuevo 91
90 La nueva Jerusalén

Habitaré en medio de ellos y caminaré entre ellos; yo seré su Dios nid, benditos de mi Padre, 'heredad' (xAT]Qovo¡.iiíaaTe) el reino
y ellos serán mi pueblo. Por tanto, salid de entre ellos y apartaos, preparado para vosotros desde la creación del mundo» (Mt 25, 34).
dice el Señor. No toquéis cosa impura, y yo os acogeré. Yo seré pa- Pero también este pasaje mateano incluye, lo mismo que Ap
ra vosotros padre, y vosotros seréis para mí hijos e hijas, dice el (21, 8), una segunda parte -que a continuación se estudiará— de re-
Señor todopoderoso (2 Cor 6, 16b-18). probación y rechazo (Mt 25, 41-46).

Aquí se encuentra citado Lev 26, 11-12, cuya paráfrasis targú-


mica ya ha sido señalada en el análisis de Ap 21, 3. También se des- g) Abominación de conductas reprobas
taca la expresión relacional «seré su Dios y serán mi pueblo», que
asimismo se encuentra en Ap 21, 3. Figura el tema de la inhabita- La salvación divina es ofrecida, pero nunca impuesta ni arran-
ción de Dios en medio de su pueblo, como igualmente la referen- cada violentamente a la libertad. La gracia es absolutamente de bal-
cia a abundantes textos del antiguo testamento. Se ha creído, por de, tal como Ap ha evidenciado con la mención de las magníficas
ello, que Pablo y Ap debían conocer un fondo de tradición común, recompensas que Dios acaba de prometer. Pero ante tan gran mis-
parcialmente registrado en algunos escritos judíos: Jubileos 1, 24; terio de gracia, el hombre puede responder con otro misterio —esta
1QH9, 35'". vez de iniquidad—: mediante un rechazo deliberado y culpable.
Este acento cristológico, nota peculiar de la herencia según Ap, l
es también concepción oriunda del nuevo testamento. Existe una Pero los cobardes, incrédulos, abominables, asesinos, impuros,
estrecha conexión entre Cristo, la herencia y la filiación. Todas las hechiceros, idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte (de
promesas se realizan en la persona del Señor. Cristo posibilita al herencia) en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte
cristiano la herencia de la filiación divina. Pueden recordarse algu- segunda.
nos selectos fragmentos, de por sí altamente elocuentes:
Esta lista de vicios —verdadero catálogo de pecados—, muestra
que la Iglesia del Ap no era todavía una comunidad totalmente con-
El Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que so-
vertida, ni tampoco idealizada. Con la presentación de dicho re-
mos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de
Dios y coherederos de Cristo (Rom 8, 16-17). pertorio, Juan no pretende cerrar las puertas de la nueva Jerusalén,
De modo que ya no eres esclavo sino hijo; y si hijo, también here- ni anatematizar a nadie, sino, más bien, permitir la entrada franca
dero por voluntad de Dios (Gal 4, 7)138. mediante la conversión de las «obras de la carne», según expresión
paulina139.
No puede olvidarse un pasaje crucial en el nuevo testamento, Se atenderá a cada conducta reprobada, una por una, tal como
perteneciente al primer evangelio, en donde el Hijo del hombre se señala en el texto apocalíptico. Se trata de una lista, que contie-
juzga a cada hombre por su comportamiento de servicio amoroso ne ocho vicios; en realidad siete, puesto que el octavo se conside-
respecto a los hermanos más humildes, en donde él se hace pre- ra un compendio, que engloba a los siete anteriores140.
sente («Lo que hicisteis a mis hermanos más pequeños, a mí me lo
hicisteis», Mt 25, 40). La recompensa mira a una posesión del rei-
«Los cobardes» (5EIAOÍ)
no, preparado para quienes practicaron la misericordia. Ap habla-
rá, con su típica formulación, del cristiano vencedor. Este premio
Aparece significativamente al principio de la lista. Representa
es descrito, al igual que en Ap 21, 7, en términos de herencia: «Ve-
la antinomia de la que apenas un poco antes ha hablado el texto: el

137. Cf. P. Prigent, L'Apocalypse de saint Jean, 332. 139. Cf. U. Vanni, 1 peccati nell'Apocalisse e nelle lettere di Pietro, di Giacomo,
138. Cf. K. Romaniuk, Spiritus clamans (Gal 4, 6; Rom 8, 16): VD 40 (1962) 190- di Giuda: ScuolC 3/4 (1978) 372-379.
198; A. Duprez, Note sur le role de l'Esprit-Saint dans lafiliation du chrétien. A pro- 140. Es pertinente observación de P. Prigent, Le Temps et le Royaume, en J. Lara-
pos de Gal 4, 6: RSR 52 (1964) 421-431; S. V. McCasland, Abba, Falher: JBL 72 brecht (ed.), L'Apocalypse johannique et l'Apocalyptique dans le Nouveau Testament,
(1953)79-91. 235.
92 La nueva Jerusalén El mundo nuevo 93

vencedor, es decir, quien arrostra con valentía el combate de su fe, Vendrá el Señor de aquel siervo el día que no espera y en el mo-
y, unido a Cristo, participa con él en su muerte y resurrección. Co- mento que no sabe, le separará y le señalará 'su suerte entre los in-
barde es quien, cansado, abandona y huye; vergonzante desertor de fieles' (TÓ iiÉQOg aüxoij u.etá TCÜV COTÍOTCOV •frrjaei, Le 12, 46).
la fe cristiana. Su absoluta falta de coraje equivale a la actitud de
la tibieza, tan duramente denostada por el Señor en la carta a Lao- Infiel es el siervo que, cansado de esperar, no obedece al man-
dicea (Ap 3, 15-16). Adolece de capacidad de aguante y, abochor- dato recibido, maltrata a los criados: come, bebe y se emborracha.
nado de dar testimonio de Cristo, cede ignominiosamente ante Abdica de su tarea de servicio. Véase, además de la semejanza con-
cualquier eventualidad y contrariedad. El texto que refleja muy textual, la mención del aspecto judicial y la literal repetición de es-
bien esta postura, y que sirve como fiel comentario a la cobardía, tas palabras temáticas, registradas tanto en Le como en Ap: «su
aquí señalada, lo ofrece Pablo: suerte» (TÓ (.lépog); «infieles» (ámoxoiv)' 43 .
Porque no nos dio el Señor un 'espíritu de cobardía' (jtveíj(.ia 6ei-
Xíac;), sino de fortaleza, caridad, y templanza. No te avergüences, «Abominables» (é(3e5X.iJYP£V0i)
pues, ni del testimonio que has de dar de nuestro Seflor, ni de mí,
su prisionero; sino, al contrario, soporta conmigo los sufrimientos
del evangelio, ayudado por la fuerza de Dios (2 Tim 1, 7-8)141. Son todos aquellos que se confabulan para participar irreveren-
temente en la adoración de los ídolos. Esta actitud no es reciente,
Este comportamiento vilipendiado por Ap, resulta de modo ad- posee un trasfondo veterotestamentario. Representan a los suceso-
mirable retratado en la pregunta-reprimenda de Jesús a los discí- res de los israelitas idólatras, quienes «se consagraron ellos mis-
pulos, quienes, ante las acometidas violentas de la tempestad, pen- mos a Baal, y se hicieron 'abominables' (é|3óeXi)Y|.l£v(H) como el
saban que la barca se hundía irremediablemente: «¿Por qué sois co- objeto de su amor» (Os 9, 10 —LXX—; cf. el episodio narrado en
bardes?» (Tí óei^oí éote). Como duro reproche, que sustenta la Núm 25). Merece la pena recordar este texto, debido a la semejan-
existencia de la cobardía, les echa en cara su actitud carente de fe. za de varias palabras. Abominables son quienes ofrecen acata-
Con auténticas palabras («ipsissima verba lesu»), pronunciadas por miento a la gran prostituta: «La gran Babilonia, la madre de las ra-
el Jesús histórico, les hace descubrir la vaciedad de su fondo, in- meras y de las 'abominaciones' (PSeXxJYpxrujov) de la tierra» (Ap
crepándolos así: «Hombres de poca fe» (ÓXIYÓJUOTOI, Mt 8, 26; cf. 17, 5). En lugar de adorar a Dios, rinden pleitesía a la gran ramera.
Me 4, 40). En esto consiste su gran abominación, por la que quedan contami-
nados ellos también de todas sus prostituciones, que les arrastran,
Igualmente en Ap 21, 8 aparece descrito el origen de la cobar-
más allá de los confines de un ámbito estrictamente cultual, hasta
día. Por eso, viene a continuación mencionado el siguiente vicio
la abyección de unas costumbres depravadas, que desnaturalizan su
capital.
existencia. Pablo hace un vigoroso retrato de este tipo de persona-
jes, cuya pretendida adoración a Dios es desmentida por la hipo-
cresía de su vida. Son gente incrédula, para quienes nada hay lim-
«Los incrédulos» (ámoxoi) pio, ya que su mente y corazón están emponzoñados. «Confiesan»
(ÓLIOXOYOÜOIV) conocer a Dios, pero con sus obras le niegan; son
Esta cobardía tiene, pues, su profunda causa en la deficiencia de
fe; pero preciso es señalar que la fe, según el contexto ambiental de abominables (ftbeXvxToi) y rebeldes e incapaces de toda obra bue-
Ap, debe vivirse en medio de circunstancias desfavorables e inclu- na ( c f . T i t l , 15-16)144.
so adversas. Por eso, según Ap, el incrédulo equivales al infiel142.
Tal actitud queda muy bien ejemplificada en la breve parábola del
siervo inicuo:
143. Cf. G. Barth, ajuotog, en DENT I, 366-368.
141. Cf. G. Schneider, óedóg, en DENT I, 846. 144. Cf. W. Foerster, póeXiiaaonca - PóéXuyua, en TWNT I, 598-600; J. Zmi-
142. Cf. P. Prigent, L'Apocalypse de sa'mt Jean, 333. jeswski, |36éXx)Y(ia, en DENT I, 627-629.
La nueva Jerusalén El mundo nuevo 95
94

En definitiva, parece referirse a una cierta presión que se dirige


«Asesinos» (qpovetg)
hacia la personalidad de los demás, y que mediante una sutil estra-
El vocablo es el primero de una serie de tres vicios «asesinos, tagema de artificios anula o limita la libertad148.
impuros, hechiceros», que se encuentran reiterada y literalmente Es suficiente esta descripción, más que definición acotada. Pe-
registrados también en Ap 22, 15. Dicho sustantivo adquiere un ro no conviene precisar hasta el detalle y afirmar con excesiva ro-
sentido activo, transitivo: son los homicidas, los que matan145. Con- tundidad que se trata de la falacia de los filtros venenosos149; o con-
forme a la visión del Ap, éstos reciben el aliento asesino de la se- jeturar sobre bebidas mágicas o abortivas150.
gunda Bestia, de tal manera que consiguen «matar a cuantos no
adoran la imagen de la Bestia» (13, 15). Son también corresponsa-
bles y copartícipes del gran genocidio que perpetra la ciudad de «Idólatras» (eíócoXoXáTQeic;)
Babilonia, la que mercadea no sólo con toda clase de objetos pre-
ciosos —madera y perfumes—, sino —lo cual recae en lo absoluta- Esta actitud permite descubrir la oscura raíz de todos los vicios
mente antihumano, convierte su comercio en un tráfico asesino—: mencionados. Palabra dotada de la enorme carga teológica que po-
negocia con «las vidas humanas» (ipuxás ávdfjüMuov, Ap 18, 13). see en Ap. No es una omisión moral —el quebranto de una norma—,
sino el gesto culpable de dar la espalda a Dios para volverse al Dra-
gón. Es la anticonversión, lúcidamente ejecutada, acompañada de
una plena implicación personal y social. Los idólatras cambian la
«Impuros» (jtÓQVOi) adoración a Dios por el culto al gran Instigador y a sus Bestias. Ya
no aman a Dios, sino al Diablo y practican sus obras151.
Siguen el dictado inmoral de la «gran prostituta» (i] ^zyakx]
JTÓQVTI, Ap17), contrafigura simbólica de la «esposa» (vúu.qpT]). Es- De ellos habla severamente el libro, cosa nada extraña pues Ap
quiere alertar a los cristianos para que no sucumban ante el peligro
ta impureza designa ante todo la idolatría en Ap, pero su significa-
de la apostasía circundante, los alienta en su fe intrépida en el Dios
ción no queda desprovista de alusiones a desórdenes de tipo se-
de Jesucristo. Los idólatras adoran la fuerza de los demonios, a su
xual146.
poder se rinden (Ap 9, 20). Son mencionados en Ap 22, 15. Apare-
cen también en 1 Cor 5, 10.11 (junto a los «impuros» JIÓQVOI) y en
Ef5, 5152.
«Hechiceros» (cpáoiiaxoi)
El presente catálogo de siete pecados es recapitulado, con un
Se atribuye por antonomasia a la ciudad de Babilonia «porque deliberado efecto de perfecto resumen, mediante la mención de
con tus hechicerías (av TÍ) qpaQiiaxeía aov) se extraviaron todas «los mentirosos». Con lenguaje prestado podría ser parafraseado de
las naciones» (Ap 18, 23). Quiere decir una seducción o conjuro, la siguiente manera: «Todos los anteriores vicios se encierran en»:
que es causa de perdición —de engaño que acaba en extravío— no
sólo para unos pocos incautos, sino que tiende a ejercitarse en un
ámbito universal. Aparece en el catálogo de vicios, descritos en «Los mentirosos» (tyeu&eíg)
Gal 5, 20. También se ha visto en esta conducta una especie de ma-
gia o encantamiento147. Esta falsedad es retomada y, sobre todo, clarificada en la más
breve lista de pecados que ofrece Ap 22, 15b: «Todo el que ama y

148. Cf. U. Vanni, I peccati nell'Apocalisse e nelle lettere di Pietro, di Giacomo,


145. Cf. H. Balz, cpovsús, en DENT II, 1985-1986. di Giuda, 376.
146. Cf. U. Vanni, I peccati nell'Apocalisse e nelle lettere di Pietro, di Giacomo, 149. Cf. S. Bartina, Apocalipsis de san Juan, 830.
di Giuda, 375. 150. Cf. J. Massyngberde Ford, Revelation, 345.
147. Así W. Bauer, Woterbuch, s. v. cpctQ¡tcoceta; G. Schneider, cpaQ(iaxEÍa, qpao- 151. Cf. W. Bauer, Worterbuch, s. v. EÍocoXáTQT]c;.
[laxEiJg, cpá@[iaxov, cpag|taxóg, en DENT II, 1931-1932. 152. También se encuentra esta expresión en los Oráculos Sibilinos 3, 38.
La nueva Jerusalén El mundo nuevo 97
96

realiza la mentira». Se refiere en primer lugar a una opción asumi- «Pero los cobardes, incrédulos... tendrán su parte (de herencia) en
da, pretendida por propia voluntad: «El que ama (cpdwv) la menti- el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda» (21,
ra». Luego, este apetito de mentira, volitivamente engendrado y 8). Se puede esclarecer el desenlace de esta lista de personas re-
concebido, no se queda en un mero deseo alojado en el ámbito pri- probas, cotejándola con esta otra paralela, que presenta el Ap a
vado, sino que invade las zonas todas de la vida, convirtiéndola de continuación del presente macarismo:
hecho en una falsedad: «el que hace la mentira» (JTOUJÜV ipEü&oc;).
Dichosos los que lavan sus vestiduras, así podrán disponer del ár-
Es la mentira existencial, que tanto reprocha el Señor en Ap (2, 2;
bol de la vida y entrarán por la puerta en la ciudad. Fuera los pe-
3, 9). No se trata ingenuamente de una mentira emitida por el ór- rros, los hechiceros, los impuros, los asesinos, los idólatras y todo
gano de la boca, sino —de ahí su malicia— del sustancial engaño el que ama y practica le mentira (22, 14-15).
manante de la vida entera, que va en contra de la Palabra de Dios,
testimoniada por Jesús (Ap 1, 2.9; 6, 9; 12, 17)'". Se observa que, en el primer caso, el castigo es la muerte se-
No únicamente califica, pues, a los que no dicen la verdad, sino gunda; y en el segundo es la no entrada en la ciudad de Jerusalén.
a los enemigos de la misma verdad; enemigos, por tanto, de Cristo; Merced a la perfecta correspondencia del paralelismo «membro-
ya que sólo él es el Verdadero (Ap 19, 11). En cambio, el Diablo es rum», se puede colegir con rigor que sufrir la muerte segunda equi-
el mentiroso, el engañador por excelencia (Jn 8, 44s). Quienes ha- vale en el libro del Ap a no tener entrada en la nueva ciudad de Je-
cen la mentira se alinean en las filas del Diablo; se colocan en las rusalén.
antípodas de quienes realizan la verdad, expresión característica de La muerte segunda es un sintagma inédito dentro de la Biblia;
la escuela de Juan (Jn 3, 21; 1 Jn 1, 6). Aquellos cristianos fieles pero sí aparece con cierta profusión en la literatura judía, a la que
que siguen al Cordero, el Verdadero, son asimismo verdaderos; en es preciso recurrir en busca de una significación precisa. Tras una
«su boca no se encuentra la mentira, pues son sin tacha» (Ap 14, 5). larga etapa de evolución semántica, la expresión quedó ya fija y
acuñada en la mentalidad judía. Quiere decir la exclusión total de
Dos observaciones deben ser tenidas en cuenta en la valoración los bienes de la otra vida: es la muerte escatológica154.
de esta lista de pecados, referida por el libro de Ap, y que puede ser Frente a la imagen apocalíptica del lago de fuego y azufre, pre-
ilustrada con el simbolismo de un árbol. Una hace relación a la raíz sente en tantos pasajes de los libros apocalípticos, pinturas horren-
que los sustenta, la otra alude a su ramificación. das de cuadros alucinantes, macabros, casi espeluznantes, cuya
Se insiste, por una parte, en la gravedad y profundidad satánica contemplación produce vértigo y temor155, es preciso de nuevo va-
de estos pecados; pues están alentados por un origen demoníaco, lorar la sobriedad de nuestro libro. Ap presenta de manera discreta
cuya malicia es suprahumana, descomunal; están nutridos por el esta mención. No se pierde en detalles fantásticos de tinte sinies-
gran fautor de la mentira, que es el Diablo. tro. Le da un nombre apenas y añade que este lugar de castigo úl-
Hay que caer en la cuenta, también, de la carga fuertemente so- timo equivale a la muerte segunda156.
cial —no son sólo asuntos del ámbito privado, no «son marchitos
árboles sin ramas»— que poseen estos vicios encadenados. Se les 154. Para entender su aparición en la literatura judía, su peculiar significación y
ha visto en conexión profunda con la ciudad de Babilonia y con la posterior desarrollo interpretativo en los diversos targumim, cf. M. McNamara, The
gran prostituta. Estas actitudes poseen dimensiones macrocósmi- New Tesíament and ¡lie Palestinian Targum to the Pentateuch, Rome 1966, 117-125;
A. Gangemi, La marte seconda: RBiblt 26 (1976) 3-11; H. L. Strack-P. Billerbeck,
cas y alteran profundamente el haz de las relaciones de todo orden. Kommentar zum Neuen Testament aus Talmud und Midrasch III, 830-834; A. Diez
Emergen de la esfera particular a fin de corromper las conductas Macho, Apócrifos del antiguo testamento II, Madrid 1983, 234; F. Contreras, El Se-
humanas, viciando hasta su más vil podredumbre el entramado so- ñor de la Vida, 166-170.
cial en que éstas se desenvuelven. 155. Cf. Henoc 27, 1-3; 56, 23-26; 90, 26-27; Masseket Geehinnon 147; Oráculos
Sibilinos 1, 101-101; 4, 185-186. Cf. una completa antología de textos en la enciclo-
Para todos estos hay un destino amenazante: el lago que arde pédica obra de L. Ginzberg, The Legends of the Jews II, 310; III, 470; IV, 19, 20.37.
con fuego y azufre, que es la muerte segunda. Así dice el texto: 156. Cf. M. Girard, La violence de Dieu dans la Biblejuive: approche symbolique
et interprétation théologique: Sc(i)Esprit 39 (1987) 145-170; F. Contreras, El Señor
153. Cf. H. Balz, i|)Ei>&f|5, en DENTII, 2168-2169. déla Vida, 170-181.
98 La nueva Jerusalén
2
Ap ha recordado que en la nueva Jerusalén no habrá ya muerte LA NUEVA JERUSALÉN
(21, 4); por eso, resultaría intolerable que ahora el cristiano sufrie-
se la muerte segunda. Antinatural sería que no siguiese su destino (Ap 21, 9-27)
glorioso al que está llamado; que se desviase y cayese en el mismo
sitio en donde han sido precipitados el Dragón y las Bestias: el la-
go de fuego y azufre (19, 20; 20, 10); y que sufriese perpetuamen-
te la muerte segunda, es decir, la muerte escatológica (20, 14): la
no entrada en la nueva Jerusalén.
Cuando el libro del Ap comienza a describir la ciudad de la
nueva Jerusalén, busca una intención parenética. Pretende animar
al cristiano a fin de que abandone el pesado lastre de sus vicios, se
purifique, y se convierta. No quiere atemorizar ni inhibir, sino
alentar a que, dejando las obras de la carne, ingrese con todo dere- La concentrada visión anterior, que englobaba el primer capítu-
cho por la puertas en la nueva Jerusalén. lo y que literariamente asumía forma de prolepsis anticipativa, aho-
ra se describe de manera pormenorizada, incluso profusamente, en-
Existen también catálogos de pecados en algunos pasajes del riquecida con todo lujo de detalles ornamentales. Esta descripción
nuevo testamento, con los que nuestro texto de Ap parece presentar de la nueva Jerusalén celeste no es más que la eclosión, la 'última
un alto grado de afinidad157. Especialmente en tres fragmentos de onda', del tema tratado en 21, 1-8'. El lector —o vidente del Ap—
las cartas paulinas: 1 Cor 6, 9-11158; Gal 5, 19-23159; 2 Tim 3, 2-5,6l). asiste maravillado a la apoteosis de la ciudad de Jerusalén. Con es-
Puede afirmarse —sea dicho sin detenernos en cada uno de los ta contemplación se arriba al punto más alto -al cénit— de las vi-
fragmentos anteriores, a modo de una concordancia sintética—, que siones apocalípticas. Juan desarrolla en la más amplia panorámica
estas listas poseen muchos puntos en común con Ap —la sola enu- de su obra entera el esplendor del eón nuevo, en donde se hace pre-
meración de pecados ya es elocuente—. Hacen referencia expresa al sente la nueva Jerusalén2.
cristiano bautizado; insisten en la novedad de vida que debe llevar, Los actantes del relato ya aparecieron con anterioridad. Ahora,
so pena de no poder heredar el reino de Dios. Animan fuertemente un ángel es el encargado de mostrar la nueva Jerusalén, principal
a no acomodarse ya a los dictados de la carne, sino a vivir como protagonista. No exhibe un mundo creado en la fantasía, sino una
hombres renacidos. Estos pasajes se inspiran en catequesis o litur- realidad asible con los sentidos, aun cuando las imágenes y compa-
gias bautismales, que explicitan la conducta del hombre natural, raciones se suceden en un ambiente sobrenatural e hiperbólico. Se
que no ha conocido aún el nuevo nacimiento o que se sitúa al mar- utiliza el estilo directo, siempre más vivo, así como el presente de
gen de él. Tales comportamientos deben ser rechazados por el cris- narración que da actualidad y verismo a los hechos mencionados.
tiano regenerado161. Hay un orden marcado por la sucesión lógica de los acontecimien-
tos; un argumento pensado y estructurado. Cada acción ha sido
nombrada con propiedad y precisión. No se pasa sin transición de
una escena a otra; se procura la suficiente trabazón entre ellas. El
157. Cf. E. Kamlach, Die Form der katalogischen Parane.se im NT, Tübingen
1964, 23-45. lenguaje posee ductilidad para amoldarse a los cambios del relato:
158. Cf. H. Conzelmann, Die Tugend- und Lasterkataloge inder ersle Briefandie frases breves y concisas cuando los hechos transcurren velozmente
Korinther, Gottingen 1969, 121-146; G. Giavini, «Tutto é vostro, voi siete di Cristo». y las escenas se suceden con rapidez (vv. 22-26); períodos largos y
I peccati del cristiano in 1 Corinti: ScuolC 3/4 (1978) 266-289. pausados cuando la narración se detiene a describir minuciosamen-
159. Cf. B. Ramazzotti, Etica cristiana e peccati nelle lettere ai Romani e ai Ga-
lati: ScuolC 3/4 (1978) 290-342.
te (vv. 11-14). Las palabras que dan testimonio son los verbos en
160. Cf. G. Segalla, / cataloghi dei peccati in San Paolo: StPatav 15 (1968) 205- pasado absoluto: vino, habló, me mostró..., pero la ciudad existe y
228.
161. Cf. P. Prigent, Une trace de liturgie judéo-chrétienne dans le chapitre XXI de
VApocalypse de Jean: RecSC 60 (1972) 165-172. 1. Así lo ve E. B. Alio, VApocalypse, 339.
2. Cf. P Halver, Der Mythos im letzten Buch der Bibel, Hamburg 1964, 110.
100 La nueva Jerusalén La nueva Jerusalén 101

sigue existiendo: descendía, tenía, el Señor es su santuario. La ciu- He aquí el texto que va a ser comentado próximamente, a fin de
dad queda convertida, mediante el arte narrativo de Ap, en un sím- que el lector disponga de una cercana referencia, y no se extravíe
bolo teológico, digno de la más atrevida metamorfosis. entre tan prolijas descripciones y atrevidas dimensiones:
La prolija descripción se recarga de cifras astronómicas, repeti-
9
ciones intencionadas, pedrerías deslumbrantes; pero, después de Y vino uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas
una contemplación parsimoniosa, la visión se serena: cada detalle de las siete últimas plagas, y me habló diciendo: Mira, te mostra-
recobra su brillo propio y cada repentino fragor su cadencia pecu- ré la prometida, la esposa del Cordero. 10K me llevó en Espíritu a
liar. No puede olvidarse otra vez el propósito parenético que reco- un monte grande y elevado, y me mostró la ciudad santa de Jeru-
salén que descendía del cielo, de parte de Dios, uy tenía la gloria
rre el relato, ajeno por completo a recrearse estérilmente en un jue- de Dios, su resplandor era semejante a una piedra preciosísima
go de fatuos daguerrotipos. El móvil que inspira esta grandiosa vi- como piedra de jaspe cristalino. l2Tenía una muralla grande y ele-
sión es pintar la heredad desbordante de los creyentes, para que los vada, tenía doce puertas y sobre las puertas doce ángeles y nom-
lectores cristianos del Ap, superen con confianza los terrores cau- bres grabados que son las doce tribus de Israel. nAl oriente tres
sados por los «reyes y naciones» y los misterios de «la abomina- puertas, al norte tres puertas, al sur tres puertas, al poniente tres
ción y mentira»3. Por eso se adorna con tanta profusión ornamen- puertas, l4y la muralla de la ciudad tenía doce cimientos y sobre
tal, rayana en un lujo que supera cualquier delirio imaginativo. ellos los nombres de los doce apóstoles del Cordero. i5Y el que ha-
Mas la intención del simbolismo deslumbrante —tal como se verá— blaba conmigo tenía una caña de medir, de oro, para medir la ciu-
pretende ser una clara advertencia y un magnífico consuelo. dad, sus puertas y su muralla. X6La ciudad se asienta sobre un cua-
drado: su longitud es igual a su anchura. Y midió la ciudad con la
Aun cuando Ap despliegue, pues, ante nuestra mirada cautiva- caña: doce mil estadios, su longitud, anchura y altura son iguales.
da, sorprendentes hallazgos arquitectónicos, es preciso contemplar 11
Y midió su muralla: ciento cuarenta y cuatro codos, con medida
este flujo creciente de palabras e imágenes, como una señal des- humana, que era la del ángel. nY el material de su muralla es de
bordante que mira a animar al cristiano con toda clase de avisos y jaspe y la ciudad es de oro puro semejante al vidrio puro. ,9Y los
promesas4. cimientos de la muralla de la ciudad están adornados con toda
Para la estructuración del fragmento, se han ofrecido principal- clase de piedras preciosas: el primero es de jaspe, el segundo de
mente estas tres soluciones, propuestas respectivamente por E. B. zafiro, el tercero de calcedonia, el cuarto de esmeralda, 20el quin-
Alio5, E. Lohmeyer6, M. Rissi7. No queremos perdernos en enma- to de sardónica, el sexto de cornalina, el séptimo de crisólito, el
octavo de berilo, el noveno de topacio, el décimo de ágata, el un-
rañadas clasificaciones y nomenclaturas. No pretendemos añadir
décimo de jacinto, el duodécimo de amatista. 2[Y las doce puertas
adicionales dificultades a un pasaje ya de por sí complejo. Vamos son doce perlas, cada una de las puertas hecha de una sola perla.
a seguir de manera natural y, sobre todo, pedagógica, pero con fi- Y la plaza de la ciudad era de oro puro como vidrio translúcido.
delidad a la temática, la orientación señalada por el texto de Ap. 22
Y Santuario no vi en ella, pues el Señor, el Dios Todopoderoso y
Nos detendremos en los elementos arquitectónicos que la descrip- el Cordero es su santuario. 23Y la ciudad no necesita del sol ni de
ción apocalíptica nos muestra, como altamente dignos de relieve, y la luna para que alumbren, pues la gloria del Señor la ilumina, y
en consecuencia dotados de revelador alcance más allá de su pre- su lámpara es el Cordero. 2*Y las naciones caminarán a su luz, y
tendido efecto estético. los reyes de la tierra traerán su gloria hasta ella; 25sus puertas no
cerrarán, pues allí no habrá noche, 26y llevarán hasta ella la glo-
3. E. Lohmeyer, Die Offenbarung des Johannes, 167. ria y el honor de las naciones. 21Y no entrará en ella nada profa-
4. Cf. ibid., 167. no, ni el que comete abominación y mentira, sino sólo los inscri-
5. El autor hace una vertebración en tres partes: 1.a: 9-10; 2.a: 11-23; 3.a: 24-27. tos en el libro de la vida del Cordero.
Cf. L'Apocalypse, 343.
6. Quien divide en cinco partes: 1.a: descripción de la ciudad (9-14); 2.a: las me-
didas (15-17); 3.a: el material (18-21); 4.a: el interior de la ciudad (22-27); 5.a: señal 1. Visión profética -en el Espíritu- de la nueva Jerusalén
de Dios en la ciudad (22, 1-5). Cf. Die Offenbarung des Johannes, 168.
7. Este autor asigna siete partes. Dicho septenario se resuelve —pensamos— de 9
Y vino uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas
manera poco clara y sí muy intrincada. Cf. Die Zukunft der Welt, eine exegetische Stu- de las siete últimas plagas, y me habló diciendo: Mira, te mostra-
die über Johannesoffenbarung 19; 11-22, 15, Basel 1965, 71.
102 La nueva Jerusalén La nueva Jerusalén 103

ré la prometida, la esposa del Cordero. ,0Y me llevó en el Espíritu no sólo interesa indicar el escenario, sino la cualidad de su visión
a un monte grande y elevado, y me mostró la ciudad santa de Je- profética. Juan puede tener esta revelación, gracias a la fuerza del
rusalén que descendía del cielo, de parte de Dios. Espíritu, que le capacita sobrenaturalmente. No se trata de éxtasis
o de un estado de arrebatamiento10; puesto que la formulación
Llama la atención la construcción extraña de la primera parte exacta empleada en Ap 21, 10 dice así: «Me llevó en el Espíritu»
del verso nueve: «Y vino uno de los siete ángeles que tenían las (ájr.f|V£Yxév u,e év jíveíiuaTi).
siete copas llenas de las siete últimas plagas». Sorprende ese adje- Para entender de forma adecuada esta declaración de Juan, es
tivo participial «llenas» (Y£U.ÓVTCDV), que no concuerda con el an- preciso acudir al recurso, por otra parte peculiar del Ap, de la dia-
tecedente más lógico «copas» (cpicdac;), sino con uno lejano «án- léctica de las figuras contrastadas. Esta visión es la antípoda de otra
geles» (ctYYéA.ü)v)8. anterior, descrita en Ap 17, 3: «El Espíritu me llevó al desierto y
Pensamos que debe existir alguna razón para este cambio, no vi...». No obstante, ambas visiones tienen un factor que las rela-
imputable, como si de un grueso error accidental se tratase, a al- ciona causalmente: han sido posibles, no por la eximia cualidad del
guien que durante toda la escritura del Ap se ha mostrado como un vidente, sino merced a la acción del Espíritu, explícitamente seña-
consumado maestro de la gramática griega. Convencidos estamos lado". Por lo demás, son dos visiones proféticas estructuradas lite-
de que el autor utiliza una figura retórica, denominada hipálage, rariamente por la alternancia de elementos contrarios. Obsérvese la
que consiste en el desplazamiento de la relación gramatical (y tam- detenida secuencia de ambos pasajes, recorrida por tres factores di-
bién semántica) de un adjetivo. Este es referido, en lugar de al sus- ferenciados. Ap 17, 3 tiene como marco un desierto, como objeto
tantivo unido a él sintácticamente, a otro sustantivo del contexto la gran cortesana que más tarde se convertirá en ciudad, y que se-
inmediato. rá arrasada hasta quedar hecha un desierto. Ap 21, 10 posee como
En Ap 21, 9 se pretende acentuar sobre todo la función de los escenario un monte grande y elevado; tiene como objeto una ciu-
ángeles, cuya misión esencial consiste en este momento de la his- dad, que antes fue esposa, y que permanecerá para siempre, llena
toria apocalíptica en dar cumplimiento a las siete últimas plagas; de la gloria de Dios.
ellos se identifican prácticamente con las plagas; y así el autor es- La visión de la gran prostituta manifiesta la naturaleza que al-
cribe literalmente que «están llenos de las siete ultimas plagas»9. berga la ciudad de Babilonia, el imperio romano, profanador e ido-
La segunda parte del verso nueve hace referencia a la visión de látrico. Representa el fracaso irremediable del poder del mal, que
la esposa del Cordero. Este tema nupcial, aquí tan sólo alusiva- atenta contra la historia de la salvación. La visión de la ciudad san-
mente señalado, se tratará de manera recapituladora, en la conclu- ta de Jerusalén, revela la condición de la Iglesia con dos notas
sión teológica. esenciales: es santa, pues proviene de Dios, y es escatológica, pe-
Mas la fuerza narrativa del pasaje recae en la visión profética ro recordando que el «esjaton» ya ha comenzado con el aconteci-
que es concedida al autor de Ap (v. 10). Como Moisés (Dt 34, 1), miento de la muerte y resurrección de Jesús.
Juan debe contemplar desde un alto monte la tierra prometida. Mas
2. La gloria de Dios inunda la nueva Jerusalén
8. Aparece la lectura twv YÉ|IÓVTCÜV [TÓC,] yeiiorjoag, en la rec. K y algunos có-
dices y comentaristas. No estoy de acuerdo con la opinión de E. B. Alio (L'Apocalyp- Se pasa del registro simbólico de la esposa -anteriormente se-
se, 343). Sostiene este autor que se trata de «una singular falta de concordancia, debi-
do sin duda al cercano áyYÉ^CDv: denota una tal precipitación, que se diría que el au- ñalado— a la imagen de la ciudad. Y se anuncia su fundamental ca-
tor mismo no se ha leído». Muestro mi disconformidad asimismo con P. Prigent (L'A- lo. Cf. E. Moering, ÉYEVÓHTIV év nvex)(iaxi: ThStK 92 (1919) 159.
pocalypse, 336): «No se ve verdaderamente a qué intención respondería esta cons- 11. Para el estudio, reivindicador legítimo de una decidida interpretación pneu-
trucción que debe ser el fruto de un error accidental». matológica —que otorga papel protagonista al Espíritu- de la expresión «El Espíritu
9. Esta figura literaria es habitual, se encuentra atestiguada en los autores anti- me llevó» (cuir|VEY?tév (te év j[vei>u.ciTL), que se encuentra en estos dos textos cons-
guos con cierta profusión. Cf. algunos claros ejemplos de Virgilio: Altae moenia Ro-
trapuestos (Ap 17, 3; 21, 10); como asimismo de la formulación «entré en la fuerza
ma (Eneida 1, 7). Ibant oscuri sola sub nocti (Eneida 6, 28). Cf. para el estudio de la
hipálage, H. Lausberg, Elementos de Retórica literaria. Introducción al estudio de la del Espíritu» (EY£vó[ir)v év jtvEi)|taxt, que aparece en Ap 1, 10; 4, 2), cf. F. Contre-
filología clásica, románica, inglesa y alemana, Madrid 1983, 155. ras, El Espíritu en el libro del Apocalipsis, Salamanca 1987, 57-66.
104 La nueva Jerusalén La nueva Jerusalén 105

racterística: la gloria de Dios habita en ella y le pertenece por esen- presencia de Dios, el sentado en el trono. Repárese en el siguiente
cia. paralelismo:
11
y tenía la gloria de Dios, su resplandor era semejante a una pie-
El que estaba sentado en el trono tenía un aspecto 'semejante a una
dra preciosísima como piedra de jaspe cristalino.
piedra de jaspe' (ou,oioc; Xv&m iáambí) (4, 3)
La parte inicial del hemistiquio se inspira en el primer verso del ...su resplandor era 'semejante a una piedra' preciosísima, 'como
capítulo sesenta de Isaías, -pasaje matriz del que Ap extrae sus piedra de jaspe' (ou.oi.oc; Mito... dbg Xr£rcp iáomoi) (Ap 21, 11).
mejores imágenes descriptivas—, en donde el profeta anima a Jeru-
salén a levantarse de su abyección y a resplandecer, porque «la glo- Quiere decirse, a través de esta correlación mineral-luminosa,
ria de Yahvé sobre ti ha amanecido». La gloria significa la presen- que la presencia de Dios llena e invade a la ciudad. El resplandor
cia y potencia de Dios, en cuanto que manifestada al exterior, bri- de Dios (4, 3) y de la ciudad (21, 11) es calificado en ambos textos
lla; la gloria divina es epifánica12. Se ha dicho con certera breve- con la idéntica paráfrasis descriptiva «semejante a una piedra de
dad: «La gloria de Dios es la presencia de su majestad»11. jaspe».
La luminosa visión proviene también de Ezequiel: El uso de la palabra «resplandor» (cpcootíiQ) e s m u v r a r o - Pablo
compara a los creyentes que viven en medio de esta generación
He aquí que la gloria del Dios de Israel llegaba de la parte de malvada «como resplandores, que lucen en el mundo» (—év 015
Oriente... La gloria de Yahvé entró en la Casa por el pórtico que qpcdveofte— (be; cpcootfiQec; év XÓOLICO, Flp 2, 15). Pero el vocablo
mira Oriente (43, 2.4). asume un sentido escatológico, se utiliza para describir el brillo de
la luz celeste que alumbra el mundo de los justos (cf. 1 Esdras 8,
Pero Ap posee sus matices diferenciales. En Ez la gloria era una 79; 3 Esdras 8, 76)17. Así, pues, esta luz que brilla en la nueva Je-
hipóstasis, la corporeidad de una propiedad divina; en Ap es el re- rusalén posee un resplandor divino; es la manifestación de Dios,
flejo de Dios, quien habita —¡él mismo!— en la ciudad14. No es la quien se comunica sin velos a la ciudad.
gloria de Dios una irrupción momentánea —como indica el Los autores están de acuerdo en que por jaspe hay que entender
profeta—, sino que forma parte sustantiva de la ciudad, permane- el actual diamante, conforme a una muy antigua interpretación18; y
ciendo dentro de ella15. Así ha sido acertadamente sugerido: «El por ser extremadamente precioso y cristalino19. Además, si no se
cielo de Dios es la experiencia vivida de su gloria»16. También Pa- incluye aquí, faltaría la mención de la piedra más célebre de cuan-
blo (2 Cor 3, 8), haciéndose eco de una tradición bíblica, ha acen- tas piedras adornan la ciudad. No obstante, respetamos la grafía
tuado el carácter pasajero de la gloria en el rostro de Moisés (AT) griega del Ap —tan parecida a la versión española del vocablo—, y
en confrontación con la gloria duradera del régimen salvador del por eso preferimos seguir adoptando la palabra «jaspe» (íotamc,).
Espíritu. El segundo miembro del verso es una repetición sinonímica del
A fin de profundizar en las implicaciones de tan singular sim- primero, pero resuelto en clave mineral. A saber, la ciudad está ilu-
bolismo, desde el libro del Ap, hay que indicar que el resplandor minada por la gloria de Dios, luz escatológica ((pcoarrjQ), la más
luminoso, señal de la gloria divina, es el mismo que emerge de la hermosa de las luminarias. Más adelante Ap dirá de nuevo que la
gloria de Dios, tan invicta y poderosa que logra derrotar y conver-
12. Cf. M. Didier, La gloire de Dieu: réalité méconnue: FoiTemps 4 (1974) 579- tir en tonos desvaídos la luz del sol y de la luna, ella sola hace bri-
602; H. Kittel, Die Herrlichkeh Goltes, Giessen 1934; C. Mohrmann, Note sur dóxa, llar toda la ciudad (21, 23).
en Sprachgeschichte und Wortbedeutung. FS A. Debrunner, Bern 1954, 321-328; D.
Muñoz, Palabra y gloría, Madrid 1983, 319-320.
13. Aprinjio de Beja, Comentario al Apocalipsis (Introducción, texto latino y tra- 17. Cf. H. Balz, qpcocrrriQ, en DENT II, 2027; R. H. Charles, A Critical and Exe-
ducción de A. del Campo), Estella 1991, 207. getical Commentary on the Revelation II, 162.
14. Cf. H. Kraft, Die Offenbarung des Johannes, 268. 18. Cf. Plinio, Historia natural, 37, 115; S. Bartina, Apocalipsis de san Juan,
15. Cf. M. Rissi, Die Zukunft der Welt, eine exegetische Studie über Johannesof- 832; E. Schick (El Apocalipsis, 261): «el diamante que centellea con todos los colo-
fenbarung 19: 11-22, 15, Basel 1965, 71. res de la luz del sol».
16. E. Schick, El Apocalipsis, 261. 19. Cf. H. Kraft, Die Offenbarung des Johannes, 268.
106 La nueva Jerusalén La nueva Jerusalén 107

3. La muralla. La nueva Jerusalén, ciudad protegida ría un «dentro» santo y un «fuera» impuro. En conexión con las se-
n
rias advertencias de Ap 21, 8.27 y 22, 15, se indicaría que «fuera»
"Tenía una muralla grande y elevada de la ciudad está el estanque de fuego, a saber, en el «afuera» se en-
cuentra el lugar nefasto de la condenación22. Pensamos que esta in-
Esta ciudad, proféticamente entrevista por el vidente, como terpretación de la muralla, como linde recio de discriminación, de
cualquier otra antigua se encuentra de manera estratégica rodeada pertenencia o no a la ciudad, adolece de artificiosidad. La alusión
por una muralla. Es inconcebible pensar una ciudad primitiva sin al estanque de fuego queda, según la disposición del texto de Ap,
la existencia de una muralla, que le servía de segura protección20. demasiado lejos. Y sigue resultando rebuscada en demasía porque
La muralla vale, pues, no sólo como ornato sino también de defen- la temática tratada es ahora otra bien distinta. Ahora el Ap preten-
sa, aunque —como más adelante se comprobará—, la muralla de la de realzar un aspecto esencial de la ciudad de Jerusalén, que se
nueva Jerusalén posee un simbolismo que desborda la valencia de convierte en centro acogedor, sin replegarse sobre ella misma: es
ambas funciones. meta de todas las naciones.
El soporte inspirativo de esta imagen apocalíptica se encuentra
en los últimos capítulos del profeta Ezequiel (40-48), donde por-
menorizadamente se habla de la gloria del templo futuro. Ya se ha 4. Las puertas. La nueva Jerusalén, ciudad abierta
aludido al paralelismo existente entre el profeta y Ap respecto a la
visión del alto monte (Ez 40, 2 = Ap 2, 10), atalaya desde donde l2b
Tenía doce puertas y sobre las puertas doce ángeles y nombres
Juan contempla la ciudad. Ambas descripciones prosiguen en se- grabados que son las doce tribus de Israel. ¡iAl oriente tres puer-
mejante pauta narrativa. Lo primero que ve el profeta es una mu- tas, al norte tres puertas, al sur tres puertas, al poniente tres puer-
ralla todo alrededor (v. 5); idéntico objeto visual posee el autor de tas.
Ap. Sólo una precisión cabe reseñar; esta muralla, en torno a la
nueva Jesusalén, sobresale con una majestuosidad mucho más im- La ciudad —señala el texto, en primer lugar- tenía doce puertas.
ponente que su tipo inspirador, provista está con tres destacadas El modelo inspirador sigue siendo el pasaje de Ez 48, 30-35, en
cualidades. Aparece hermosamente coloreada —está adornada por donde se mencionan justamente doce puertas, adornadas además
perlas preciosas—, profundamente excavada —tiene cimientos que con dos características semejantes a Ap. Están distribuidas según
son los doce apóstoles del Cordero— y angélicamente coronada los puntos cardinales, y asignadas a las doce tribus de Israel. El pa-
—los nombres de doce ángeles y tribus se inscriben en sus alme- ralelismo no puede resultar más palmario23.
nas—21. Ap añade además dos adjetivos, que tampoco se hallaban La palabra griega (jrvtaóv) —utilizada en nuestro verso— no sig-
mencionados por el profeta, y que se corresponden deliberadamen- nifica propiamente puerta - e s o sería en rigor (nv\r\)—, sino más
te —al igual que un calco— con los apelativos del monte. La mura- bien portal24. Se trata de un deslizamiento semántico, comprobable
lla de la ciudad, al igual que el monte, escenario de la contempla- incluso en nuestras lenguas (de «puerta» a «portal»). El lexema
ción (Ap 21, 10), es «grande y elevada» {yuya xod útyri^óv). (nvXíbv) indica, pues, una puerta amplia o portal, y alude a todo lo
El simbolismo de una muralla levantada en torno a una ciudad, relativo a la puerta, como lugar de reunión social, en donde se des-
tiende a resaltar la seguridad de ésta. La nueva Jerusalén se en- envuelve la opinión pública25.
cuentra bien defendida y pertrechada. La muralla, como metáfora
de refugio, aparece registrada en los pasajes de algunos profetas, 22. Cf. M. Rissi, Die Zukwift der Welt, eine exegetische Studie uber Johannesof-
en Is 26, 1 y Zac 2, 5. Jerusalén es una ciudad protegida debido a fenbarung 19: 11-22: 15, 81, 85.
la existencia de una muralla compacta y elevada. 23. En 1 Hen 33-35 existe la misma distribución respecto a las puertas del cielo.
24. «Gatehouse, porch», así R. H. Charles (A Critical and Exegetical Commen-
Se ha especulado también —es preciso valorar cualquier hipóte- tary on the Revelation ofSt. John II, 162). De esta forma traduce W. Bauer (Worter-
sis interpretativa— en que la muralla marcaría una frontera; señala- buch zum Neuen Testament, 1446) la palabra griega KvXáv: «das Tor, der Tor-ein-
gang, das Portal, die Vorhalle».
20. Cf. S. Bartina, Apocalipsis de san Juan, 832. 25. Cf. H. Langensberg, Die prophetische Bildsprache der Apokalypse, Metzin-
21. Cf. E. B. Alio, LApocalypse, 346. gen s. f., 26.
La nueva Jerusalén 109
108 La nueva Jerusalén

Tal es el sentido que posee en algunos pasajes del nuevo testa- La descripción del Ap se presenta de una forma del todo origi-
mento: Mt 26, 71; Le 16, 20; Hech 10, 17; 14, 13. Y ésta es la sig- nal, respecto a estos posibles modelos conocidos. Llama la aten-
nificación que asume en las once veces mencionadas por Ap, con- ción, pues, ese intento deliberado de independencia. Según dicha
centradas justamente en los dos últimos capítulos (prácticamente descripción, parece que Ap combina la salida del sol (el oriente:
en el 21) y en referencia siempre a la ciudad de Jerusalén (21, 12 ávaToXíjc;) con los vientos (el bóreas o tramontana: (3oooá) y el sur
(bis).13 (tres).15.21 (tres).25; 22, 14). En cambio, el evangelio de (o austro: vóteu); y retoma de nuevo el sol en su ocaso (el ponien-
Jn en lugar de utilizar jtuXcóv- JUJXTI, emplea íKioa (10, 1.2.7.9; 18, te: óuoiicóv).
16; 20, 19), otorgándole idéntico valor. Resultaría demasiado arbitrario pretender establecer una alu-
La mención de los «doce ángeles», que se encuentran situados sión a la disposición de Babilonia27. Pero —justo es reconocerlo-
sobre las doce puertas, es alusión intencionada al profeta Isaías, este carácter inédito del texto apocalíptico, tal vez no puede ser ex-
quien, mediante la existencia de puertas vigiladas, pretende afirmar plicado con satisfactoria seguridad. No poseemos garantía fiable
la defensa y seguridad de la Jerusalén restaurada: para determinar ni la dirección ni la disposición de las puertas, ni
cómo éstas se situaban respectivamente o con qué espacio se inter-
Sobre tus murallas, Jerusalén, he colocado centinelas: nunca ca- calaban. En tal caso bien vale una buena dosis de prudencia y pon-
llan, ni de noche ni de día (62, 2). deración interpretativa28. Posiblemente el autor de Ap escoge la
manera más errática para disuadir al lector de cualquier interés pa-
Asimismo la aparición de los nombres de las doce tribus de Is- ra buscar una correspondencia con el ciclo zodiacaP. Y segura-
rael, es un eco de Ez 48, 31; pero con una notoria salvedad: las tri- mente para hacer ver la absoluta novedad de la ciudad de Jerusa-
bus no son numeradas como hace el texto veterotcstamentario y co- lén, no clasificable en ningún plano urbano ni reductible a ningún
mo también se registra en otro pasaje de Ap 7, 4-826. Este verso de calco conocido, respecto a todas las ciudades anteriores.
Ap insiste, propiamente, en la dimensión genérica; le interesa re- De nuevo nos topamos —igual que frente a un muro— con una
saltar el número completo, la cifra simbólica; seguramente para ha- paradoja al tratar de explicar adecuadamente el simbolismo de la
cer ver la estrecha relación en el próximo verso con la mención de ciudad. El objetivo de la muralla no consiste —ya se ha visto ante-
los doce apóstoles del Cordero. riormente y de nuevo es preciso retomarlo con mayor amplitud—
La distribución de las puertas —circunstancia para los antiguos sólo en la separación ni protección contra los enemigos, tal como
no baladí, ya que afecta de lleno a su seguridad— es sumamente no- acontecía con cualquier ciudad de la civilización humana, eso que
vedosa, pues tal disposición no se encuentra registrada en ninguna Ap ha denominado la «primera tierra». Su interés radica en pre-
otra parte de la Biblia, aun con ser varios los lugares que de ella ha- sentar la nueva Jerusalén (imagen desacostumbrada e impensable
blan. Véase en pretendida síntesis las diversas orientaciones, tan entonces) con la imagen de una ciudad con las puertas abiertas.
sorpresivamente cambiantes, sea en textos bíblicos como incluso Creemos, pues, que las doce puertas son símbolo de una entra-
extrabíblicos que de esta cuestión estratégica se han ocupado. Se da franca, sin restricciones. Su existencia, sin embargo, no va en
escribe, pues, el orden situacional conforme a los cuatro puntos detrimento de la seguridad. Doce puertas (tantas puertas como po-
cardinales. tenciales entradas y desguarnecidos flancos a todo tipo de hostili-
dad externa) podían atentar contra la defensa de la ciudad. La nue-
E(ste). S(ur). O(este). N(orte) según Núm 2, 3. va Jerusalén es una ciudad entregada al peregrino. En ella entran
E. N. O. S. conforme a la medición del tem-
plo en Ez 42, 16. todos los pueblos de la tierra, cuyos nombres están inscritos en el
N. E. S. O. según Ez 48, 30.
N. O. S. E., en 1 Henoc 34-36 (las puertas del
cielo). 27. Cf. E. Lohmeyer, Die Offenbarung des Johannes, 173.
28. Así recomienda R. H. Charles, A Critical and Exegetical Comentary on the
Revelation ofSt. John II, 162.
26. En Qumrán se ha encontrado un pasaje del Libro de la Guerra, donde pueden 29. Cf. G. B. Caird, A Commentary on the Revelation ofSt. John the Divine, 272.
leerse los nombres de las doce tribus como emblema de un estandarte: 1QM 3, 13-14. 30. Cf. R. H. Mounce, The Book of Revelation, 379.
110 La nueva Jerusalén La nueva Jerusalén 111

libro de la vida del Cordero (Ap 21, 24-27); pues sólo una ciudad recoge todas las expectativas del antiguo testamento y las cumple.
completamente abierta, de par en par, puede dar cobijo a tanta mul- La nueva Jerusalén no rompe ni anula del todo las esperanzas ve-
titud, que acude hacia ella en peregrinación universal30. terotestamentarias, sino que las lleva a término. Con redoblada in-
sistencia se recalca la continuidad en la obra de la salvación. La
imbricación de las doce tribus y de los doce apóstoles muestra
5. Los cimientos. La nueva Jerusalén, ciudad apostólica perfectamente la unidad de Israel y de la Iglesia del nuevo testa-
,4
mento32.
Y la muralla de la ciudad tenía doce cimientos y sobre ellos los La expresión de los «doce» aparece con el valor semántico de
nombres de los doce apóstoles del Cordero. un organismo íntegro, una totalidad; por ello, no es preciso buscar
su exacta identificación. Es una referencia corporativa. Inútil re-
Precisa el texto que la ciudad tenía doce cimientos (v. 14a). Los sulta conjeturar arbitrariamente sobre la presencia o no de Judas, o
tramos o secciones de muralla que iban de puerta a puerta debían la ausencia de Pablo, o la insistencia sobre Pedro33; o interpretar
de ser lógicamente doce31. Cada uno de ellos tenía un cimiento. Pe- sesgadamente indicando que «descansa sobre doce no sobre uno
ro más que distraernos con cálculos edilicios que no son de la con- solo»34. Esta Iglesia gloriosa tiene su origen en Jesús, quien eligió
sideración del libro, es preciso fijar la atención en la original es- a doce como discípulos, y a quienes dejó una misión universal, y
critura del Ap, porque ésta muestra una justa correspondencia en- éstos se han comportado como enviados de Cristo35.
tre las doce tribus y los doce apóstoles del Cordero.
Sobre este testimonio apostólico acerca de Cristo —fielmente
Sobre las puertas están inscritos los nombres de las doce tribus mantenido a través de los siglos—, se asienta la Iglesia. Algunos pa-
de Israel (v. 13); y sobre los cimientos están los nombres de los do- sajes selectos del nuevo testamento así lo atestiguan.
ce apóstoles del Cordero (v. 14). Leyendo el texto de Ap con aten- En la declaración de Jesús a Pedro, resulta interesante notar el
ción, se descubre una logradísima conexión. Repárese en este es- simbolismo de la construcción y la alusión a dos ciudades. La ciu-
trecho paralelismo, orquestado por las palabras claves de la des- dad de la Iglesia y la ciudad del Maligno, cuyas puertas nada po-
cripción: «nombres», «doce», «tribus - apóstoles», «Israel - el Cor- drán contra aquella:
dero»:
Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edifi-
t á óvÓLiata TCÜV 6coSexa cpvtaBv mcov 'loQar\k. caré mi Iglesia, y las puertas del Infierno no prevalecerán contra
óvÓLiaxa TCÜV ócóSexa áicoaxó^cov xoü ágvíov. ella(Mt 16, 18).
Los nombres de las doce tribus de los hijos de Israel.
—Los— nombres de los doce apóstoles del Cordero. Véase también este pasaje de Pablo, donde el apóstol, tras re-
conocer la ingente obra de reconciliación de Cristo, quien ha hecho
Juan ha querido mostrar, de manera bien patente a través de la de dos pueblos uno solo, derribando el muro que los separaba, ha-
visión de las puertas y cimientos, y mediante una fidelísima escri- bla de la Iglesia universal, en la que los cristianos, como edificios
tura, en justa correspondencia con su arquitectura, que la ciudad de nueva planta se yerguen sobre el cimiento vivo de los apóstoles.
está formada y compenetrada por las doce tribus y los doce após- Pero toda la construcción descansa en Cristo y de él enteramente
toles del Cordero. A saber, que la nueva Jerusalén está fraguada por depende. Esta edificación se eleva —al igual que la ciudad de Jeru-
la unión del antiguo y del nuevo testamento; constituye el Israel salén— hasta configurar un santuario santo:
nuevo. Es la Iglesia apostólica regida por Cristo, el Cordero, la que

31. La preposición ¿OTÓ, en la que subyace la preposición hebrea ]ti, puede tener 32. «Hay dos revelaciones, la del viejo y la del nuevo testamento; pero una sola
un doble sentido: «de, desde», y también «hacia». Este último significado parece más es la economía salvífica de Dios» (S. Bartina, Apocalipsis de san Juan, 833).
adecuado. A saber, sería preciso leer la preposición griega JtQÓc, (justamente la que se 33. Cf. J. Moffat, The Revelation ofSt. John the Divine, 324.
emplea en Ez 48, 31), que insiste en la apertura de las puerta y que da mejor explica- 34. Ch. Brütsch, La ciarte de l'Apocalypse, 366.
ción del verso. 35. Cf. Rengstorf, Ócó6e>ca, en TWNTII, 326-328.
La nueva Jerusalén 113
112 La nueva Jerusalén

tura son iguales. nY midió su muralla: ciento cuarenta y cuatro


Así, pues, ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de codos, con medida humana, que era la del ángel.
los santos y familiares de Dios, edificados sobre el cimiento de los
apóstoles y profetas, siendo la piedra angular Cristo mismo, en
quien toda edificación bien trabada se eleva hasta formar un tem- Leemos estos tres versos conjuntamente, dada su imbricación y
plo santo en el Señor (Ef 2, 19-21). dependencia mutua. No obstante, ya se irá señalando en su mo-
mento oportuno el comentario explícito al contenido teológico que
Los apóstoles son el principal nexo de unión viviente entre Je- cada uno de ellos reviste.
sús y la Iglesia posterior a la resurrección. Su testimonio acerca de El vidente contempla ahora la ciudad más de cerca. Ve a alguien
las palabras, milagros y, especialmente, de su misterio pascual, midiendo: un ángel, a saber, «el que hablaba conmigo». Esta ac-
muerte y resurrección, fueron la base de la Iglesia. Ellos, inspira- ción posee algunas notas distintivas. No se trata ya de un hombre,
dos por la fuerza del Espíritu santo, guiaron a la Iglesia, superaron sino de un ser sobrenatural; tampoco se emplea una caña frágil (co-
los estrechos límites de la comunidad en Judea, y la abrieron mi- mo aparecía en Ap 11, 1.2; medición que servía para preservar el
sioneramente al mundo. Como grupo, convocado inicialmente por templo), sino que se utiliza una caña de oro, acorde con el simbo-
Cristo, formado en su presencia y alentado a la misión universal, lismo áureo que impregna a la ciudad de la nueva Jerusalén. Dichas
supieron dar testimonio más tarde, tras la resurrección, mediante su matizaciones suponen un designio divino (cf. Ez 40, 3.5), no ocul-
palabra y con el ofrecimiento de su vida de pertenecer por entero a to, sino público; pues estas medidas se van a dar a conocer (no se
Cristo y a su designio de salvación. Por estas razones la Iglesia del mantienen en secreto como en Zac 2, 5). Se enuncia la estructura
nuevo testamento es considerada como «apostólica»36. del plano.
El ángel, pues, provisto de una caña de oro «verifica» las di-
Lo que importa es eso que surge de la muerte y de la resurrección mensiones de la ciudad, según el orden antes expuesto: sus puertas
de Cristo. Lo importante es lo que proviene del poder del Espíritu y su muralla. El resultado de su acción es de sorpresa. La configu-
santo. En este campo, Pedro, y con él los otros apóstoles, y luego ración y las dimensiones de la ciudad se alzan al nivel de lo huma-
también Pablo después de su conversión, se transformaron en los namente inimaginable38.
auténticos testigos de Cristo, hasta el derramamiento de sangre. En En primer lugar, la ciudad posee forma cuadrangular. «se asien-
definitiva, Pedro es el que no sólo no niega ya nunca más a Cris- ta sobre un cuadrado» (xeTQÚycovog XEÍTCU). En la cultura antigua,
to, el que no repite su infausto 'No conozco a este hombre' (Mt 26, en particular la griega debido a la abundancia de sus testimonios,
72), sino que es el que ha perseverado en la fe hasta el fin: 'Tú eres el cuadrado es considerado una figura geométricamente perfecta39.
Cristo, el Hijo de Dios vivo' (Mt 16, 16). De este modo, ha llega- Algunas de las más célebres ciudades antiguas tenían una planta
do a ser la 'roca', aun si como hombre, quizá, no era más que are- cuadrangular: así Babilonia40 y Nínive41. Se han descubierto inclu-
na movediza. Cristo mismo es la roca, y Cristo edifica su Iglesia so restos arqueológicos de una remota ciudad en forma cuadrangu-
sobre Pedro. Sobre Pedro, Pablo y los apóstoles. La Iglesia es
apostólica en virtud de Cristo". lar, llamada Timgad42.
Dentro ya de un ámbito geográfico y cultual más cercano al am-
biente de Ap, cabe mencionar algunos datos de importancia. La
6. Las medidas «desmesuradas» de la nueva Jerusalén
l;
38. «Dios -se diría— no podi'a hacer ya más (21, 16-17). Así comenta U. Vanni,
'Y el que hablaba conmigo tenía una caña de medir, de oro, para Gerusalemme neU'Apocalisse, en Varios, Gerusalemme. Atti della XXV Settimana bí-
medir la ciudad, sus puertas y su muralla. l6La ciudad se asienta blica, 44.
sobre un cuadrado: su longitud es igual a su anchura. Y midió la 39. «El cuadrado es signo de perfección» (E. Lohmeyer, Die Offenbarung des Jo-
ciudad con la caña: doce mil estadios, su longitud, anchura y al- hannes, 173; cf. Platón, Protágoras, 244a; Aristóteles, Retórica III, 11,2. Diversos
testimonios en Ch. Brütsch, La ciarte de l'Apocalypse, 366.
40. Cf. Herodoto, Historias I, 178.
36. Cf. Un desarrollo expositivo, F. A. Sullivan, La Iglesia en la que creemos, 41. Cf. Diodoro Sículo, Biblioteca I, 3.
Bilbao 1995, 177-194. 42. Cf. S. Bartina, Apocalipsis de san Juan, 835.
37. Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la esperanza, Barcelona 1994, 31-32.
114 La nueva Jerusalén La nueva Jerusalén ¡15

forma cuadrada es típica del santuario de Ezequiel43. La configura- 2) y serán recogidas en ti todas las naciones. Y Jerusalén llegará
ción cuadrangular es también propia del templo descrito en el «Ro- hasta la puerta de Damasco... R. Berekha había dicho que Jerusa-
llo del Templo»44. Es preciso valorar el siguiente testimonio, que lén se extenderá hasta el Océano (mar Mediterráneo). Y R. Zakay
tiene que ver directamente con nuestro tema central: según los ma- había dicho que llegaría hasta las puertas de Damasco52.
nuscritos de Qumrán incluso «la nueva Jerusalén» tiene figura cua-
drada45. No hay que perderse en la inmensidad de estas «desmesuras»,
es preciso señalar el objetivo perseguido, la intención teológica que
En segundo lugar, las dimensiones de la nueva Jerusalén resul-
se insinúa en tales desmedidas. Se recalca que Jerusalén debe ser
tan, de nuevo, sorprendentes. El ángel mide el perímetro de la ciu-
inmensa porque en ella va a habitar la gloria y el trono de Dios, y
dad: doce mil estadios, a saber, 2.131 kilómetros de perímetro46. Es
porque se va a convertir en la patria de todas las naciones. Como
decir, que la nueva Jerusalén vendría a tener —a fin de obtener una
lugar de peregrinación universal, tiene que albergar a una multitud
idea aproximativa— una superficie acorde con la mitad de toda Es-
de pueblos; por eso se ensanchan sus fronteras hasta el confín del
paña.
mar y de la tierra.
La medida de doce mil equivale a la inmensidad y a la perfec-
ción; es la cifra resultante de multiplicar doce, «el sagrado número En los Oráculos Sibilinos (5, 251) se hace mención de la ciudad
del pueblo de Israel», por mil «el número de la historia de la sal- de Dios, circundada con un gran muro y que se «eleva a las alturas
vación»47. El vidente está esforzándose en expresar mediante sím- hasta las sombrías nubes» (tiéya xuxXcóotec; íiipóc; áeíoovTai áxQi
bolos bíblicos y apocalípticos la perfecta simetría y el esplendor de xai vecpéwv éoePevTfJov)53.
la nueva Jerusalén48. Así, pues, se designa con estas medidas al El Targum de Pseudo Jonatán a Gen 2, 8-9a, refiriéndose al jar-
«perfecto pueblo de Dios»49. dín —que también aparece en la descripción de la nueva Jerusalén
de Ap— habla de esta manera hiperbólica:
Existe una serie de textos judíos que ilustran el carácter incon-
mensurable de estas dimensiones50. La literatura rabínica ha reco-
Un jardín había sido plantado por la Palabra de Yahvé Elohim an-
gido testimonios de diversos maestros sobre las medidas grandio- tes de la creación del mundo y allí hizo habitar a Adán cuando él
sas de la ciudad de Jerusalén: fue creado. Yahvé Elohim hizo brotar del suelo toda especie de ár-
bol deseable a la vista y agradable para comer, así como el árbol
En aquel tiempo se llamará a Jerusalén 'trono de Yahvé' e irán ha- de la vida en medio del jardín cuya altura (representaba) un reco-
cia ella todas los pueblos de la tierra (Jer 3, 17)5'. rrido de quinientos años.
Ahora bien, ¿cómo podrá Jerusalén recoger a todas las naciones?
A esto responde Dios: «Ensancha el espacio de tu tienda» (Is 54, Como fácilmente se puede detectar, se emplea el recurso de las
medidas fantásticas. Tal es la intención del símbolo de la desmesu-
43. Cf. R. Kóster, Der Tempel von Jerusalem von Salomo bis Herodes. Eine ra: subrayar al máximo la idea de la plenitud. Se trata de expresar
archáologisch-historische Studie unter Beriicksichtigung des westmitischen Tempel- la amplitud inabarcable de lo que Dios crea; y entre las obras de
baus II. Von Ezequiel bis Middot, Leiden 1980, 709-712.
44. Cf. Y. Yadin, The Temple Scroll, Jerusalem 1983, 190-192.
Dios, destaca sobremanera, la creación de la nueva Jerusalén.
45. Cf. J. Licht, An Ideal Town Planfrom Qumran: the Descriptions of the New Vano intento resultará tratar de entender, por parte de ciertas
lerusalem: IEJ 29 (1979) 45-59. mentalidades, las medidas de la ciudad del modo más literal y bus-
46. Conforme a las dimensiones áticas, un estadio equivale a 400 codos, o sea, car por doquier correspondencias de tipo arqueológico, que puedan
177'6 metros. Cf. S. Bartina, Apocalipsis de san Juan, 834. Según el texto, no resul-
ta claro si estas dimensiones se refieren a un solo lado o a todo el perímetro; aunque
ser exhumadas y eventualmente comprobadas. Es de lamentar que
parece más verosímil atribuirlas a este último. incluso en estos años recientes se pretenda todavía una explicación
47. A. Farrer, The Revelation of John, 217.
48. Cf. I. T. Beckwit, The Apocalypse of John, 760.
49. L. Morris, The Revelation of St. John, 217. 52. Cf. H. L. Strack-P. Billerbeck, Kommentar zum Neuen Testament aus Talmud
50. Cf. abundantes muestras en J. Bonsirven, Le Judáisme Palestinien au temps und Midrasch III, 849-850.
de Jésus-Christ I, Paris 1934, 429-432. 53. Cf. R. H. Charles, The Apocripha and Pseudoepigrapha ofthe Oíd Testament
51. Testimonio de R. Eleazar, transmitido en la Pesijta 143. II, Oxford 1963, 402.
116 La nueva Jerusalén La nueva Jerusalén 117

«racionalista» de la ciudad, soslayando la intención siempre deter- 7. El cubo y las murallas. La nueva Jerusalén, ciudad perfecta
minante del símbolo tan omnipresente en esta descripción.
Baste pasar reseña a dos pretendidas visiones de la nueva Jeru- A la anchura y longitud, se añade ahora la altura: «Su longitud,
salén. El primer autor, M. Tophan54, cual el ángel de Ap 21, 15 y anchura y altura son iguales» (16b). La escritura del Ap se resien-
provisto él también de una imaginaria caña de medir, se pierde en te de una cierta indeterminación. La existencia de las tres dimen-
una enmarañada madeja de metros para mensurar los estadios y co- siones resulta difícilmente aplicable a una ciudad. Acorde con el
dos. Les asigna desigual valor, a fin de que logren encajar con las texto apocalíptico, la nueva Jerusalén no es solamente cuadrángu-
medidas de la ciudad geográfica de Jerusalén, que tendría unos las sino cúbica; con lo cual la imagen propuesta nos transporta a
144.000 habitantes; por tanto, sería mucho más pequeña que Ro- una iconología de ensueño. Esta visión más bien encajaría con otro
ma, Antioquía o Alejandría. El muro que la rodeaba giraba en tor- tipo de construcción edilicia: una mole ingente o una pirámide.
no a 4 kmts (22 estadios u 8.800 codos). Es la ciudad de la nueva Será preciso recurrir a testimonios que nos expliquen esta atre-
Jerusalén que, en sus delirios de grandeza nacional, imaginaron los vida imagen de la nueva Jerusalén. Se ha dicho en Baba Batra 75
históricos adalides del judaismo Simón Bar Kokba, G. de Boulog- que la ciudad de Jerusalén celeste tendrá tres parasangas en sus tres
ne y T. Herzl. dimensiones". Cabe remontarse a períodos culturales-cultuales de
También se ha pretendido corregir el texto mismo del Ap55. El la antigüedad y recordar viejas tradiciones acerca de la existencia
segundo autor, M. del Álamo, tal vez asustado de la desmesura de de un templo-torre, surgidas en Babilonia, y que muestran que las
la ciudad, exagera a su vez las medidas; pues piensa que la super- tres dimensiones del santuario —su longitud, anchura y altura— eran
ficie de la ciudad superaría a la mitad de toda Europa (?)56. Quita exactamente iguales58. Autores modernos renuncian a imaginar
los inconvenientes del texto, despojándolo de la problemática pa- cualquier volumen geométrico, y acuden a la célebre ciudad de Ba-
labra «mil». Obviada la dificultad, se obtienen entonces unas me- bilonia, adornada con un prodigioso zigurat (templo en forma de
didas razonables conforme a un canon de normalidad, con unos dos torre) que ha podido servir como modelo representativo59. El cubo
kilómetros de perímetro, como cualquiera de nuestra ciudades. Pa- era también para los griegos emblema de solidez inquebrantable60.
ra ello se apoya en el comentario —que no en el texto de Ap— de al- E. B. Alio, un autor que se ha prodigado en escudriñar la confi-
gunos autores (Beato de Liévana, Apringio de Beja, Pseudo Am- guración cúbica de la nueva Jerusalén, se decide por una forma pi-
brosio y Beda); pero sólo se fija en sus escolios. Hay que decir que ramidal; pues expresa muy acertadamente la consistencia de la ciu-
estos últimos cuatro autores mencionados comentan, debido a su dad, como «morada de eternidad»61. Incluso podría pensarse en Es-
interés eclesiológico y por la cercanía textual con los doce apósto- mima, ciudad compacta que se levantaba hasta la acrópolis ocu-
les (v. 14), sólo doce estadios (evitando la palabra «mil»). También pando la cumbre de Paagus. Tales intentos no han logrado su últi-
elimina M. del Álamo el problemático dato de la altura, porque no ma aquiescencia y, tras dubitativas reflexiones, el autor desiste de
puede en modo alguno concebir la forma cúbica de la Jerusalén ce- su empeño y, derrotado, confiesa: «Pero el 'cubo' alegórico, yo no
leste. sé qué paisajista o qué geómetra llegará a imaginárselo»62. Otros
Ambos estudios, traídos deliberadamente a colación, pues son han imaginado la ciudad en evidente forma de pirámide, y, de esta
prototipos de cierta interpretación fundamentalista con que se lee manera, se explicaría que el río del agua de la vida pudiese bajar
el Ap, constituyen un intento de reduccionismo y parcialidad; pre- desde el trono de Dios63.
tenden crasamente dar realismo material a la irreductible grandeza
del simbolismo apocalíptico, desfigurando así el profundo sentido 57. Cf. H. Schlier, ftáfto;, en TWNT I, 515.
eclesial que encierran estos versos. 58. Cf. E. Lohmeyer, Die Offenbarung des Johannes, 173.
59. Cf. H. Kraft, Die Offenbarung des Johannes, 271.
60. Los pitagóricos Filolaos y Proclo creían que la tierra tenía figura de cubo. Cf.
54. The Dimensión* ofthe New Jerusalén: ExpTim 100 (1988/89) 417-419. diversos testimonios antiguos en Ch. Brütsch, La darte de la l'Apocalypse, 366.
55. Cf. M. del Álamo, Las medidas de la Jerusalén celeste: CuBíb 3 (1946) 136- 61. L'Apocalypse, 349.
138. 62. Ibid, 350.
56. «Cosa no fácil de imaginar, aun añadiendo alas a la fantasía; pues ¿cómo con- 63. Cf. W. Hoste, The Visions of John the Divine, 178; H. Lilje, The Last Book of
cebir una ciudad con esa misma altura?» (ibid., 138). the Bible, 267.
118 La nueva Jerusalén La nueva Jerusalén 119

Resulta harto complejo la representación de una ciudad que se lo aplica a sí misma («La torre... soy yo, la Iglesia», comenta el
adopta una imagen cúbica. ¿Cómo puede ésta disponer de un río texto). Sobre el tipo de la creación antigua - l a s aguas primordia-
que se desliza, de unos árboles que crecen —¿hacia dónde?—, de les— se yergue ahora la imagen de la Iglesia, realidad plena de la
una plaza que debe ser el centro de la vida urbana...? Hay que in- nueva creación. Pero aún no ha finalizado su tarea de ser, de ma-
sistir en que esta visión del Ap, más que «imaginativamente vista» nera lograda, la nueva Jerusalén; por eso se encuentra en un proce-
—contemplación imposible de reproducir de manera figurativa—, ha so inacabado de construcción:
sido pensada sobre datos subyacentes, que mezcla «disjecta mem-
bra» de diversas tradiciones, con una finalidad esencialmente teo- La torre que ves en construcción, soy yo, la Iglesia, que has visto
lógica y eclesiológica. ahora y antes... Por tanto, escucha por qué la torre70 es construida
Es preciso acudir —como recurso a todas luces imprescindible— sobre el agua: porque vuestra vida fue salvada y se salvará por el
a la llave interpretativa del simbolismo aritmético-geométrico del agua. La torre está cimentada en la palabra del Nombre todopode-
Ap. Según éste, la forma cúbica expresa el máximo de la perfec- roso y glorioso, y es fuerte por el poder invisible del Señor (Pastor
ción: «El resultado es sorprendente: las dimensiones al límite de lo de Hermas II, 3.5)
inimaginable»1'4. La forma cúbica manifiesta la solidez y de mane-
ra señalada la perfecta unidad65. El símbolo apocalíptico del cubo se El libro de Ap prosigue su descripción simbólica y se detiene
asigna a la Jerusalén celeste e «igualmente a la celeste éxxX/noía»66. ahora morosamente en las medidas de la muralla:
Lo decisivo en nuestro empeño interpretativo es ir siguiendo, [1
con plena fidelidad, las pistas que nos ofrece el texto apocalíptico Y midió su muralla: ciento cuarenta y cuatro codos, con medida
a fin de conseguir un mensaje válido67. Tal como enigmáticamente humana, que era la del ángel
nos describe esta ciudad el Ap, no queda más remedio que evocar
la imagen de una pirámide o zigurat, cuya elevación evoca la idea Esta cifra de ciento cuarenta y cuatro codos da como resultado
de que la ciudad aspira hacia lo alto. De esta manera simbólica, se unos 64 metros de altura71. La desproporción es notable. ¡Cómo
insiste en que la ciudad de Jerusalén es la negación de toda ambi- puede explicarse tan tremenda oscilación, que va desde unos 2.000
ción humana: crece hacia Dios. Pretende, en una supremo gesto de kmts que medía el perímetro hasta 64 mts de altura; pues previa-
superación, una comunión universal: unir el cielo con la tierra. La mente se ha dicho que su longitud, anchura y altura eran iguales (v.
nueva Jerusalén es la antípoda de la torre de Babel68. 16)! Sigue habiendo distintas teorías, de corte arqueológico, para
explicar esta anomalía72.
La torre, como símbolo de estabilidad y de aspiración hacia el
cielo, es imagen denotativa de la Iglesia. Así aparece en los prime-
año 140. Cf. Cf. J. J. Ayán, Hermas. El Pastor, Madrid 1995, 26-27; L. W. Barnard,
ros tiempos del cristianismo, conforme al testimonio del Pastor de Studies in the Apostolic Fathers and their Background, Oxford 1966, 156.
Hermas69. Revelador resulta este símbolo porque la misma Iglesia 70. Existe un trasfondo judaico en esta imagen de la torre. Cf. el texto de 4 Es-
dras 10, 44. Cf. L. Grillo, Erma e il problema dell'apocalittica a Roma: CrSt 4 (1983)
10-15. La alusión a las aguas es una referencia al bautismo. J. Daniélou (Théologie du
64. U. Vanni, L'Apocalisse. Ermeneutica, esegesi, teología, 383. Judéo-Christianisme, Paris 21991, 357-358) compara la imagen de la torre, funda-
65. «Tetrágonos symbolum est unitatis et perfectionis», así lo describe Aristóte- mentada en la palabra y levantada sobre las aguas, con el relato de la creación donde
les, Etica a Nicómaco I, 10, 11. aparecen las aguas originales y la palabra eficaz de Dios.
66. H. Schlier, |3áf>og, en TWNT I, 515. 71. 144 codos por 0,444 m da como resultante: 63,936 m, casi 64 m de altura. Cf.
67. Así nos aconsejan sabiamente L. Cerfaux-J. Cambier (El Apocalipsis de Juan M. del Álamo, Las medidas de la Jerusalén celeste, quien se sirve del sistema métri-
leído a los cristianos, 188): «Es preciso renunciar a representarse concretamente es- co empleado entonces.
tos datos fantásticos, y contentarse con su significación simbólica, que es por otra par- 72. Asimismo lo reconoce E. Schüssler-Fiorenza, The Book of Revelation: Justi-
te la verdadera». ce and Judgment, Philadelphia 1985, 136: «Existe una gran discrepancia entre la ex-
68. Cf. U. Gressmann, The Tower of Babel, New York 1928, aporta testimonios tensión de la ciudad y la extensión de su muro». Explica - o trata de explicar— que es-
de algunas tradiciones asirio-babilónicas, sobre estas ciudades en forma de zigurats. ta discordancia pretende expresar cómo la nueva Jerusalén sobrepasa las medidas de
en especial en el c. IV, que habla de la Jerusalén celeste y la Torre de Babel. la ciudad judía y cristiana (136 [!]). Pensamos que la autora mezcla dos patrones re-
69. Es interesante este testimonio eclesial porque el libro comenzó a gestarse a fi- ferenciales distintos, rompiendo así la coherencia simbólica del conjunto de la ciudad
nales del siglo I, durante el pontificado de Clemente Romano, y se concluiría hacia el descrita en Ap.
ba nueva Jerusalén 121
120 La nueva Jerusalén
biendo con lenta complacencia, por orden creciente de importan-
Es recomendable acudir al simbolismo numérico típico de Ap y cia: el interior del Templo (1 Re 6, 15-21), los querubines (vv. 23-
desde él interpretar el texto, sin aventurarse en otras deducciones. 30), las puertas y el atrio (vv. 31-36). Se detiene con esmero en la
La cifra de 144 es el resultado de mutiplicar 12 por 12. Así nos visualización del «santo de los santos», y señala:
orientamos, pues el texto nos ofrece pistas para esta operación, ya
que un poco antes ha hablado de la ciudad, que tenía doce puertas Había preparado un Debir al fondo del Templo en el interior para
y sobre ellas los nombres de las doce tribus (v. 12), y sobre los ci- colocar en él el arca de la Alianza de Yahvé. El Debir tenía veinte
mientos estaban los nombres de los doce apóstoles (v. 14). El au- codos de largo, veinte codos de ancho y veinte codos de alto; lo re-
tor insiste en esta cifra de cumplimiento, a saber; se trata de resal- vistió de oro fino (1 Re 6, 19-20).
tar el valor de la plenitud cristiana: el antiguo testamento (12) po-
tenciado por y realizado en el nuevo testamento (12). Las cifras son El texto refiere, pues, que las tres dimensiones tenían veinte co-
elocuentes y válidas no por la exactitud de su importancia aritmé- dos, a saber, eran iguales. Resulta ilustrativo recordar que según
tica, sino por su valor simbólico, conforme al código que les otor- Ap 21, 16 «su longitud, anchura y altura son iguales». Ambos tex-
ga Ap. tos, que son «iguales», subrayan la igualdad de las proporciones.
Y añade el autor que esta medida es humana —y que es también Véase el sorprendente paralelismo e incluso la disposición sintác-
la del ángel—, a saber, se sigue en la misma dimensión simbólica de tica de sus miembros:
todo el fragmento, que comenzaba con el v. 15. El libro da un to-
que realista para evitar un juego excesivamente críptico; se trata de TÓ m~|xog xal TÓ nXároc, xcd TÓ íítyog oam~]c; íaa eoxív (Ap 21, 16)
una ciudad humana y divina al mismo tiempo, donde habitan en uíptos... jtkxTOg... ííi|>oc;... (1 Re 6,20)
fundida armonía Dios y los hombres rescatados. Su longitud y anchura y altura son iguales
longitud... anchura... altura
8. La nueva Jerusalén, ciudad sacerdotal Existe una correspondencia fidelísima entre el texto del antiguo
testamento y nuestro verso del Ap. Frente a la evidencia de tan
Finalmente —dando el sentido pleno a cuantas significaciones exacta equivalencia no es posible sino afirmar con rotundidad la
antes han sido mencionadas—, lo que verdaderamente interesa re- afinidad de ambos pasajes, la deliberada dependencia de Ap respe-
saltar al autor del Ap, es mostrar que toda su magnificencia estriba to a 1 Re 6, 20, y, por tanto, la interpretación sacerdotal de Ap 21,
en que la nueva Jerusalén es una ciudad sacerdotal: se convierte en
16.
el lugar en donde Dios ha hecho morada con su pueblo.
La nueva Jerusalén, descrita por Ap, es una ciudad con forma
Ha ido sabia y escalonadamente yuxtaponiendo estratos simbó-
geométrica de cubo". El santo de los santos tenía forma cúbica. La
licos —que no debieran distraer por su deslumbrante confusión—, en
nueva Jerusalén asume decididamente forma de santuario74; queda
atrevidas contorsiones —y cada perspectiva reciente descubría en
convertida en lo más santo, «el santo de los santos»; es «Debir»,
escorzo nuevos destellos— hasta lograr su imagen justa, la más aca-
bada y la más teológica: la ciudad es enteramente sacerdotal. templo consagrado a Dios: ciudad sacerdotal, en donde Dios per-
sonal y permanentemente habita.
La forma de un cubo —ya se ha dicho— indica el máximo de la
perfección. Pero con más justicia hay que decir que su configura-
ción apunta certeramente a la imagen del santo de los santos. Para
decidirse por una opción interpretativa, hay que atender sobre todo
a la escritura del Ap. En el texto griego las palabras resultan la cla-
ve de bóveda, en donde se sostiene la ciudad. Y por aquí se debe 73. Asi M. Rissi (Die Zukunft der Welt. Eine exegetische Studie über Johannes-
rastrear la verdadera solución. offenbarung 19: 11-22, 15, 73) cree que el autor, familiarizado con el antiguo testa-
Cuando el antiguo testamento menciona la construcción del mento, piensa en el santo de los santos.
templo, llevada a cabo por Salomón, el autor sagrado va descri- 74. Cf. R. Koster, The Dwelling ofGod, Washington 1989, 121.
La nueva Jerusalén 123
122 La nueva Jerusalén

9. La nueva Jerusalén, ciudad de jaspe y de oro ya innata indica la ausencia de cualquier mezcla de heterogeneidad
y ganga, y su perfecto estado translúcido. El oro de la nueva Jeru-
n salén no sólo brilla, sino que es en sí mismo del todo transparente;
Y el material de su muralla es de jaspe y la ciudad es de oro pu-
ro semejante al vidrio puro. en cambio, el oro conocido es duro, compacto e impermeable. La
ciudad entera es de oro; pero no del oro de la tierra, sino del cielo.
La extraña palabra «material» (év5ü)(.ieoi5), que no aparece en Puede dar una idea más aproximada —aunque por más que se
parte alguna del nuevo testamento, sino únicamente en Ap 21, 18, pretenda un acercamiento, siempre se obtendrá una imagen lejana
contiene dos particularidades. Es vocablo empleado habitualmente y remota— de la belleza de la nueva Jerusalén, la descripción que
para designar construcciones sagradas75; incluso se menciona en F. Josefo hace del templo de Jerusalén, todo él bañado en oro, im-
una inscripción precristiana76. Indica al mismo tiempo el edificio y posible de ser mirado de frente, como si fuese una ascua viva o un
la base que lo sostiene77. sol en su apogeo:
Pero la escritura del Ap no se detiene en estos aspectos parcia-
les, los desborda por su enorme potencia expresiva. No sólo el tro- Por todos los sitios estaba cubierto con planchas macizas de oro
no de Dios resplandece como jaspe (4, 3), o la ciudad entera brilla (jiXaíjL yág XQuaoiJ empapáis xexaX'uu.u.évog Jtávxodev), el tem-
como jaspe (21, 11), sino que afirma que «el material de su mura- plo brillaba con los primeros rayos de sol con un resplandor tan vi-
lla es de jaspe» (f| évócój-ieoig xov xeixovc, oÚTfjg íaomc,)78. Ap vo, que los espectadores tenían que apartar sus miradas, como si
quiere sugerir, en atrevida sinécdoque, que incluso la muralla está fuese el templo rayos de sol79.
edificada con el mismo brillo de la luz (!). Su lenguaje no se limi-
ta a describir, se convierte en la más enriquecedora elocuencia, de- Pero en el Ap el oro posee, además, una valoración peculiar. Es
bido a la capacidad de sus sorprendentes simbolismos. ¡Qué prodi- el metal/símbolo que expresa la cercanía de Dios, es el color de la
gio de belleza mediante el recurso de inusitados resortes literarios! liturgia. Repárense en las precisas alusiones del libro al uso del oro.
El lector/vidente asiste atónito a la visión de la nueva Jerusalén, an- Cristo glorioso aparece al vidente, vestido de túnica talar, ceñido el
te él desplegada, camina de pasmo en pasmo. Es preciso caer en la pecho con una cinta de «oro», y caminando en medio de siete can-
cuenta de este cúmulo de novedades sin cuento, so pena de desvir- delabros de «oro» —de oro o encendidos— (1, 12-13), a saber, Cris-
tuar el texto y deformar la maravilla de la visión del Ap. to preside como único y sumo Sacerdote la gran liturgia de la Igle-
La muralla es una cristalización de luz divina. El libro pretende sia. Los veinticuatro ancianos tienen coronas de «oro» (4, 4) y las
mostrar, mediante el simbolismo de la piedra de jaspe, la presencia arrojan al que está sentado en el trono, en señal de adoración (4,
de Dios en los cimientos de la ciudad, su compenetración radical 10). Ofrecen en copas de «oro», llenas de perfume, las oraciones
con ella. Dios se adentra en el ámbito más hondo y firme de la ciu- de los santos (5, 8). Un ángel misterioso, en un incensario de
dad, impregnándola con su misma luz. «oro», ofrenda los perfumes-oraciones de los santos, en el altar de
El Ap realiza, además, otra hipérbole literaria respecto al oro, «oro», colocado frente al trono de Dios (8, 3). Estas oraciones, ya
que engasta la ciudad. A fin de insistir en la excelencia de la gloria transformadas, llegan hasta Dios y resultan eficaces; pues del altar
divina, que penetra la urdimbre toda de la ciudad, acude a las más de «oro» salen los decretos de la historia (9, 13-15). Ceñidos con
nobles materias primas —el jaspe, el oro—. Pero incluso este último cinturones de «oro» y con copas de «oro» en sus manos, aparecen
debe ser acrisolado; y es catalogado con una cualidad de la que ca- los siete ángeles del santuario de Dios, prontos para ejecutar la vo-
rece el oro de la tierra: es semejante al «vidrio puro». Esta virtud su- luntad divina (15, 6.7).
Así, pues, en metales dorados —copas, candelabros, incensarios
75. Cf. F. Josefo, Antigüedades Judías XV, 9, 6. y altar de oro—, la Iglesia celebra su liturgia. Y en una ciudad, toda
76. Cf. R. H. Charles, A Critical and Exegetical Comentary on the Revelation of revestida y engastada de oro —ya no se trata sólo de algunos uten-
St. John II, 164, quien cita a Moffat. silios sagrados, sino que el oro llena la ciudad y brilla por do-
77. «Bau» equivalente a «Unterbau», así afirma W. Bauer, svScbu.eaic;, en Wor-
terbuch zum Neuen Testament, 524.
78. En donde se sobreentiende el verbo EOTÍV, que aparece en el anterior verso
79. Guerra judía V, 6, 222.
17, a fin de otorgarle mayor énfasis a la expresión griega.
¡24 La nueva Jerusalén La nueva Jerusalén 125

quier—, se consuma la gran liturgia final de la Iglesia: el encuentro lino «puro» (XaujtQÓv, 19, 8). Alude a la transparencia del río de la
definitivo de Dios con los hombres. vida, río «resplandeciente» (taxüJtoóv) como el cristal (21, 1). Y se
Ap registra también el empleo idolátrico del oro. La gran corte- relaciona con Cristo, quien aparece designado como la estrella «ra-
sana está enjoyada de oro, piedras preciosas y perlas, y lleva en su diante» (X.au.jiQÓg) de la mañana (22, 16).
mano una copa de oro (17, 4). Esta mujer usurpa el oro y lo profa- Es de notar que el adjetivo surge siempre en contexto positivo,
na, porque ese cáliz dorado que porta en su mano «está lleno de aludiendo a egregios personajes divinos o purificados, o elementos
abominaciones y de la impureza de su fornicación» (17, 4). Igual- simbólicos de trascendental relieve: los ángeles, la prometida del
mente la ciudad de Babilonia aparece con cargamentos de oro y Cordero, el río de agua de vida, la estrella de la mañana, que es
piedras preciosas (18, 12). Sin embargo, esta riqueza inicua ha si- Cristo. Quiere decirse, a través del uso de este apelativo, que la
do amasada por medio de la injusticia social y de la sangre derra- nueva Jerusalén es una ciudad, totalmente pura, situada al nivel de
mada (18, 13.24). Por eso la ciudad fastuosa será completamente las más hermosas realidades sobrenaturales.
aniquilada. La gran ramera (c. 17) y la ciudad de Babilonia (c. 18),
Como un contrapunto, típico recurso de la narración del libro,
constituyen en el Ap la contrapartida grotesca de la Iglesia, que es
Ap conoce también un uso profano, reservado en exclusiva a la
respectivamente considerada la fiel esposa del Cordero y la nueva
ciudad de Babilonia. Todo su esplendor, tras su ruina, se perderá
Jerusalén.
para siempre: «Los frutos codiciados por tu alma se apartaron de ti,
La descripción de Ap no se contenta con haber determinado ya y todas las cosas exquisitas y 'espléndidas' (ka^uigá) te faltarán y
con admirable acierto la calidad del oro. Sigue retratando sus ge- nunca más las hallarás» (18, 14).
nuinas riquezas por medio de dos epítetos: es «puro y cristalino». El sustantivo «cristal» ({iodos), con el que se pretende redon-
El adjetivo «puro» —o radiante, espléndido— (kxLiJtQÓc;) apare- dear la imagen del oro, sólo aparece en dos ocasiones, y es emplea-
ce nueve veces en el nuevo testamento, de ellas cinco en Ap. Este do en la forma de un símil. Sirve a modo de una determinación aña-
adjetivo, derivado del verbo «brillar, resplandecer» (tai|.ijia>, 2 Cor dida al oro. El cimiento de la ciudad es de oro puro «semejante al
4, 16), expresa la imagen de algo luminoso que resplandece con cristal puro» (OLIOIOV úcdu) xodaoco, 21, 18); y asimismo la plaza
brillo singular. Véanse estos textos: Sab 17, 19; Is 60, 3. Pablo re- de la ciudad es de oro puro, «como cristal transparente» ((he, iíaXog
memora su conversión, indicando que a mediodía vio alrededor de óiauYiíS> 21, 21). La presencia del «cristal» vale para aquilatar, aún
él y de los que le acompañaban, una luz celeste más «brillante que más, la ya de por sí genuina calidad del oro que llena por comple-
el sol» (VKÉQ xi]v Xa\utQÓX£xa xov íjXioi), Hech 26, 13). El adjeti- to la ciudad de la nueva Jerusalén.
vo expresa que un objeto refleja una viva luz8". El nuevo testamen-
to lo emplea, sobre todo, como calificación luminosa de los vesti-
dos. Herodes hace endosar a Jesús un «vestido espléndido» (jteoi- 10. Los cimientos de la nueva Jerusalén. El enigma de las doce
(3cdcbv éaíMita taxujtoáv, Le 23, 11). Un ángel se presenta a Cor- piedras preciosas
nelio «con vestido resplandeciente» (év éo{H"]Ti Xaujcoq, Hech 10,
3). Es denotativo de magnificencia, como indica la carta de San- 19
y los cimientos de la muralla de la ciudad están adornados con
tiago (2, 2): «Si un hombre se presenta ante vosotros con un anillo toda clase de piedras preciosas: el primero es de jaspe, el segundo
de oro y revestido con un 'traje espléndido' (év éoftfJTi XccLurpa)»81. de zafiro, el tercero de calcedonia, el cuarto de esmeralda, 20el
En el libro de Ap el adjetivo designa la brillantez de las ropas quinto de sardónica, el sexto de cornalina, el séptimo de crisólito,
de los ángeles, que salen del templo del cielo, vestidos de lino lim- el octavo de berilo, el noveno de topacio, el décimo de ágata, el un-
pio y «puro» (XocujtQÓv, 15, 6). Califica el radiante vestido de la décimo de jacinto, el duodécimo de amatista.
prometida ante la inminencia de las bodas del Cordero, que es de
a) Originalidad de la escritura del Apocalipsis
80. Cf. Ch. Mugler, Dictionnaire historique de la terminologie optique des
Grecs, París 1964, 238.
81. Cf. una matizada exposición en C. Spicq, Notes de lexicographie néo-testa- El autor pasa de la descripción de la muralla a los cimientos. Ya
mentaire I, Gottingen 1978, 460-462. anteriormente había mencionado los doce cimientos; pero entonces
La nueva Jerusalén 127
126 La nueva Jerusalén

orígenes míticos o bíblicos... Puede decirse que el brillo multise-


se había limitado a decir que sobre ellos están grabados los nom-
cular de las perlas preciosas aún no se ha apagado. Nuestro elenco,
bres de los doce apóstoles del Cordero (v. 14).
que se afana por abarcar cuantas teorías relevantes se han dado a lo
Ahora el pasaje trata de penetrar en la naturaleza de estos mis-
largo de la historia, pretende ser completo. Nos esforzaremos en
teriosos cimientos; indica de qué noble materia están compuestos,
presentar con la mayor claridad posible —cosa no siempre fácil,
también refiere su número y la piedra preciosa que le corresponde.
aunque sí deseable— cada teoría, sustentada por el autor correspon-
Los cimientos, precisa el texto, no sólo están «adornados» (XE-
diente. Con frecuencia unas breves líneas constituyen la síntesis de
xoouivoi), sino que, en otro salto audaz, afirma que están hechos
muchas páginas farragosas de los diversos autores; iremos ofre-
de perlas preciosas; aún más, que se identifican con ellas: cada ci-
ciendo también una crítica razonada a cada una de las teorías. Tras
miento es una perla preciosa. Por eso el autor violenta de nuevo la
este amplio recorrido, daremos un balance ponderativo. Acabare-
gramática griega, por motivos expresivos. Afirma en primer lugar
mos, en fin, ofreciendo nuestra propia interpretación desde la Bi-
que «los cimientos están adornados de toda piedra preciosa». Lue-
blia y, en particular, desde el Ap.
go va detallando cada uno de los doce cimientos y las perlas; de-
bería repetir en estas frases particulares la cadencia descriptiva: «el
primer cimiento está adornado de jaspe; el segundo está adornado
de zafiro, el tercero...». Pero interrumpe el período de la secuencia b) Historia interpretativa
narrativa. Quita el verbo «adornar», e incluso el verbo «ser»; y el
nombre de la piedra preciosa no va declinado ya en dativo, como —Las perlas son simplemente una hipérbole poética que acentúa
debiera ser en coherencia sintáctica. Emplea deliberadamente fra- la belleza de la ciudad en general82; su presencia recalca la brillan-
ses nominales puras, que tienden a dar mayor énfasis al sustantivo. tez luminosa de la nueva Jerusalén83.
Así queda resaltado el valor de cada piedra preciosa. Quiere recal- —La lista proviene de una remota mitología astral. Se le asigna
car, en fin, que cada cimiento es justamente una perla. un confuso simbolismo, en conexión con teofanías, oráculos y sig-
Por medio de un recurso circundante, el Ap se detiene morosa- nos del zodíaco84.
mente en repetir por doce veces la misma afirmación. Multiplica
—La lista tiene su origen en las «lapidaria» del mundo judío y
una idea a fin de crear un efecto persuasivo en el lector, de tal ma-
greco-romano. Posee cualidades mágicas, prácticamente equivale a
nera que éste quede totalmente convencido y se rinda a la eviden-
amuletos. Guarda estrecha relación con textos medievales y caba-
cia de que —a través de tan insistente simbolismo mineral—Dios es-
lísticos85. Pero —hay que juzgarla debidamente- esta interpretación
tá presente en la ciudad. Por eso subraya con mayor énfasis toda-
se pierde en una maraña de invenciones arbitrarias, que se alejan
vía la presencia de Dios, que llega incluso a las zonas más oscuras
por completo de la visión de Juan.
y ocultas de la ciudad como son los cimientos, convertidos en pie-
dras preciosas. Lo que «fundamenta» y sostiene verdaderamente la —Novedosa y merecedora de atención, resulta la opinión de R.
ciudad de la nueva Jerusalén es la presencia, tan gloriosa como la H. Charles86. El autor sostiene que el orden de las piedras precio-
más hermosa pedrería, de la belleza divina. sas de Ap no puede ser explicado según la disposición señalada en
Hay que constatar que la diversidad de las piedras preciosas Ex 28, 17-20; y propone, en un pormenorizado y muy complejo es-
mencionadas, muestra la amplia cultura del autor y su delicadeza
refinada. Pero nos interesa conocer, ante todo, la correcta interpre- 82. Cf. D. Georgi, Die Visionen vom himmlischen Jerusalem in Apk 21 un 22, en
tación de esta lista de piedras preciosas, comprobar su trasfondo Kirche. FS G. Bornkamm, Tübingen 1980, 367.
cultual y su validez teológica. Para ello, haremos un amplio reco- 83. Cf. Beckwith, The Apocalypse of John, 762, G. B. Caird, A Commentary of
the Revelation ofSt. John the Divine, 274.
rrido en su historia interpretativa, que se ha mostrado a través de 84. Cf. P. L. Garber-R. W. Funk, Jewels and Precious Sienes, en IDB II, 898-905.
sus exegetas y alquimistas más insignes, de una manera tan varia- 85. Cf. U. Jart, The Precious Stones in the Revelation ofSt. John 21, 18-21: ST
da como atrevida; pero siempre fecunda. Estas doce perlas precio- 24(1970) 150-81.
sas del Ap han suscitado un atractivo imperecedero; se ha indaga- 86. A Critical and Exegetical Commentary on the Revelation of St John II, 165-
do incansablemente sobre su nomenclatura, su distribución, sus 167.
128 La nueva Jerusalén La nueva Jerusalén 129

tudio, un diagrama siguiendo las medidas de la ciudad, efectuadas mostrado la arqueología en numerosos hallazgos de monumentos
por el ángel. egipcios y arábigos89. La exacta correspondencia es la siguiente:
Mezcla, en amalgamada visión, los pasajes de Ap 7, 5-8; 21, 13
y 21, 18-19. Sin criterio uniforme que lo justifique, hace una ex- Aries = amethistus;
traña combinación de los nombres de los doce patriarcas. Véase taurus = hiancinthus;
con esmero su extraña distribución a fin de configurar en el cua- gemini = chrysoprasus;
drado de la ciudad los nombres de los patriarcas. Los seis hijos de cáncer = topazius;
Lía, es decir; Judá, Rubén, Simeón, Leví, Isacar y Zabulón, están leo = beryllus;
situados al este y el norte. Junto a los hijos de Lía aparecen los hi- virgo = chrysolithos;
jos de Raquel: José y Benjamín. Dado que el sur era preferido al libra = sardius;
oeste entre el pueblo judío; y, puesto que el ángel mide la ciudad scorpio = sardonyx;
en el siguiente orden (este, norte, sur, oeste [Ap 21, 13], éstos —Jo- sagittarius = smaragus;
capricornius = chalcedonius;
sé y Benjamín— deben ser colocados a lo largo del flanco Sur. Jun- aquarius = sapphirus;
to a ellos, vienen los hijos de la criada de Lía: Gad y Aser. He aquí piscis = iaspis.
el cuadro resultante87.
Repárese en el marco, ya completo de la lista, en donde se tie-
Zabulón Isacar Leví nen en cuenta nuevos elementos de interrelación, a saber, el texto
griego del Ap (en paréntesis se incluye el correspondiente al de los
LXX) y los signos del zodíaco90.
Manases Simeón
OCLQ&ÓVV^
oágbiov (xoná^iov) ouáoay&oc.
Rubén Libra Escopio Sagitario
Neftalí
XCt>.xr|óü)v
Aser Judá áuiduvroc, (ávdjiccí;)
Aries Capricornio

üáxivdoc,
oájttpeiTcog
(rixcmiS)
Gad Benjamín José Acuario
Tauro

XQuaójraaoc, laomc;
(^lyúpiov) Piscis
Hay que concluir afirmando que esta figura, asignada a los ci- Gemí ni s
mientos y puntos cardinales de la ciudad, resultado final de tan di-
versas operaciones de ingenio88, no es más que el fruto de una pu- TOJtá¡;i,ov pngt'Waov
(óvúxtov) Leo
xSuaóXtdoc,
Virgo
ra especulación. Cáncer
Sostiene también el autor —subyugado por este misterio de las
perlas preciosas, sobre las que indaga de forma insistente, y esta La nota característica del pasaje de las piedras preciosas de Ap
vez no desprovisto de todo acierto— que cada una de las piedras pre- 21, 19-20 —y esta observación muestra la índole peculiar de su es-
ciosas está relacionada con los doce signos del zodíaco, según ha critura, su irreductible originalidad— es que ofrece un orden inver-
89. Esta identificación de las piedras con los signos del Zodíaco había sido d e -
87. De manera extraña, el autor no establece alusión alguna con el resto de los tectada, mucho tiempo atrás, por A. Kircher, Oedipus Aegiptiacus II, Roma 1653,
patriarcas. 2177.
88. A Crítica! and Exegetical Commentary on the Revelation ofSt John II, 166. 90. A Critical and Exegetical Commentary on the Revelation ofSt John II, 168.
130 La nueva Jerusalén La nueva Jerusalén 131

so al establecido por los signos del zodíaco. La lista de piedras pre- dos como símbolos cúlticos en la sinagoga y sin ninguna intención
ciosas es exactamente el reverso de la ciencia astronómica. No tie- polémica96.
ne nada que ver con las especulaciones étnicas de las ciudades de
los dioses. En éstas las doce puertas estaban conectadas con doce —Otra hipótesis explicativa trata de hilvanar una conexión en-
piedras preciosas y los signos del zodíaco, según el orden del mo- tre las piedras, los patriarcas y los signos del zodíaco97. Se unen
vimiento solar. Obsérvese el siguiente proceso. Cuando el sol cru- —en extraña mezcla aleatoria y arbitraria alegoría— los nombres de
za el ecuador hacia el norte, entonces comienza el signo Aries; las piedras con los patriarcas y los signos del zodíaco. Esta catalo-
treinta días más tarde, Tauro, y luego Géminis... así hasta llegar a gación se hace sin justificar criterio alguno para asignar cada uno
Piscis. En la ciudad nueva de Jerusalén según el orden (este, norte, de los signos astrológicos a los patriarcas y a las piedras de Ap.
sur, oeste —Ap 21, 13—) se comienza por Piscis, Aquario, Capri- Adolece, por tanto, de una seria metodología y del rigor de la atri-
cornio... hasta acabar en Aries91. bución efectuada con coherencia.
Esta disposición de Ap, fielmente reproducida en el diseño arri-
ba realizado, no sólo carece de paralelos y semejanzas célebres, si- —La lista de las doce perlas posee una belleza arraigada en su
no que refleja la concepción de una ciudad diametralmente opues- escueta ortografía98. Se ha estudiado la armonía y eufonía de los
ta a las entonces conocidas. La pretensión de Ap es ante todo mos- nombres de las perlas. Ninguno de los doce vocablos acaba con un
trar que la ciudad de la nueva Jerusalén se sitúa en las antípodas92. sonido sibilante (c; o "£,); sólo tres finalizan con el sonido nasal (v),
La nueva Jerusalén es del todo inédita, carece de parangón experi- y están colocados en los puntos centrales de la división
mentado aquí en la tierra; proviene directamente de Dios. \...yak'M\bú>v... oárjóiov... xojtá^iov). La teoría se asemeja a un
Es justo reconocer que ya Filón93 veía en las doce piedras del juego musical, que no deja de ser sino una ocurrente sugerencia.
efod del sumo sacerdote una alusión a los doce signos del zodíaco.
Ahora bien, tal como reivindica R. H. Charles, Ap se presenta co- —El pasaje de Ap 21, 19-21 bebe directamente del texto he-
mo una contrarréplica a las concepciones paganas de entonces, me- breo, donde las piedras estaban colocadas en cuatro filas parale-
diante una lista que posee un orden totalmente distinto. Pero el ta- las99. Ap resultaría ser un texto iconológico, realizaría de este mo-
lón de Aquiles de esta teoría es que R. H. Charles no muestra nin- do tan llamativo su propia construcción simbólica:
gún documento fiable o de alguna manera identificado —tampoco
lo hace Kircher—; y falta saber si esta correspondencia entre las
piedras preciosas y los signos del zodíaco era conocida por el au- n + H
tor de Ap, a fin de poder atribuirle alguna intención teológica. n H
- _^
Esta interpretación ha sido contestada, aunque sin mostrar prue-
bas fehacientes, por T. F. Glasson94. Cree el autor que, debido a las
circunstancias de composición del libro del Ap, al ser escrito en el y + x
exilio, el orden de las perlas se basaba en la frágil memoria del vi- 12 + + •*'+ + + 10 + + -£-+ + + 11
dente; de ahí la confusión actual95. Su conclusión, como puede co- :
legirse, no pasa de ser una pura conjetura. Incluso en los períodos 1 g j
talmúdicos y post-talmúdicos, los signos del zodíaco eran utiliza-

91. Ibid., 167-168. 96. Cf. C. E. Douglas, The Twelve Houses of Israel: JTS 37 (1936) 49-56.
92. Ibid., 168. 97. Cf. A. Farrer, A Rebirth of Images. The Making ofSt. John 's Apocalypse, Bos-
93. Cf. más adelante los textos pertinentes: De specialibus legibus, 1, 87; De vi- ton 1963,216-235.
ta Mosis 2, 124.126-133. 98. Cf. otra original faceta en la interpretación de A. Farrer, A Rebirth of Images.
94. The Order ofjewels in Revelation XI. 19-20: A Theory Eliminated: JTS 26 The Making ofSt. John's Apocalypse, 219.
(1975)95-100. 99. Según la opinión de E. F. Jourdain, The Twelve Stones in the Apocalypse:
95. Ibid., 100. ExpTim 22 (1910/11) 448-500.
132 La nueva Jerusalén La nueva Jerusalén 133

Según el autor, la secuencia de las piedras asume tres diferen- N


tes formas geométricas. Las tres primeras piedras configuran un TRAMONTANA
triángulo, que es símbolo en el rabinismo de la divinidad. Las cua-
tro siguientes forman un cuadrado, símbolo de la tierra. Las últi- ZABULÓN ISACAR LEVI
mas cinco diseñan una cruz que atraviesa las dos figuras geométri- sardo sardónica esmeralda calcedonia
cas anteriores y las enlazan, a saber, unen el cielo con la tierra100.
Hay que reprochar a esta teoría que resulta demasiado críptica pa-
ra ser aceptada. Responde más a un sofisticado dibujo de filigranas BARTOLOMÉ FELIPE JUAN SANTIAGO
que a las exigencias de una exégesis seria.
—Las doce piedras de Ap tienen su origen en las más remotas MANASES SIMEÓN
y diversas tradiciones'01:
DIOS
* Las teofanías (Ez 1, 16.22; 26; 10, 1). amatista ' ,i MATÍAS
* El jardín del Edén (Gen 2, 12; Ez 28, 18; Gilgamés 9, 49-51),
* La ciudad de los dioses (Ez 48, 30-35, Platón, Fedro 110b; NEFTALÍ RUBÉN
Luciano, Vera Historia, 2, 11).
* Escritores helenistas, interpretados en clave cosmológica (Fi- CORDERO
jacinto SIMÓN
lón, Vita Mosis 2, 122-136; ad Gaium 87-98; Clemente de
Alejandría, Stromata 5.38)
* Escritos rabínicos (Ex Rabbá 38, 8-9; Núm Rabbá 2, 7). ASER JUDA
El autor acumula y presenta un copiosísimo arsenal de material,
sin clasificar; aglutina en extraña mixtura interpretaciones cabalís- TOMAS MATEO
ticas, astrológicas, que no llegan a convertirse sino en una informe
suma de probabilidades.
topacio
m+m
berilo
E255&
crisólito
crisoprasa
—Existe también una clasificación científica de las doce pie- GAD BENJAMÍN JOSÉ
dras. Se atiende a la constitución física de las piedras, a su color y
aspecto"12. El autor trata de ofrecer una nomenclatura actual103; pre- S
senta un estudio de sus diversos colores y matices104. Toma de R. NOTO
AUSTRO
H. Charles alguna de las claves interpretativas para su disposición
ordenada —las doce tribus— en el plano de la ciudad, y configura
una estricta correspondencia con cada uno de los apóstoles105. La distribución de las tribus se inspira en la larga descripción
del capítulo segundo del libro de los Números. La de los doce
100. Ibid., 450. apóstoles en Mt 10, 2-4; Me 3, 16-19; Le 6, 14-16. En el centro de
101. Cf. U. Jart, The Precious Sumes in the Revelation ofSt John XXI. 18-21: ST la ciudad, en la plaza, se sitúa el trono de Dios y del Cordero, del
24(1970) 150-181.
102. Cf. S. Bartina, El Apocalipsis de san Juan, 836.
que mana un torrente impetuoso de agua viva (22, 1), dirigido ha-
103. Sigue a Levesque DB V, 423-427; E. B. Alio, L'Apocalypse, 347; Camps BM cia oriente según Ezequiel (47, 1-12), o hacia poniente, conforme
22, 345-347. a la descripción de Zacarías (14, 18). A ambos lados se sitúa la «ar-
104. Esto añade a Plinio, Historia natural I, 37; A. Laudunense, Enarrationes in boleda» de la vida.
Apocalypsin; PL 162, 1579-1582.
105. S. Bartina, El Apocalipsis de san Juan, 840. Aquí puede verse su exhaustivo
Hay que decir, en aras de una fiable exégesis de Ap, que no po-
organigrama. demos conocer ni siquiera con un mínimo de garantía qué aposto-
134 La nueva Jerusalén La nueva Jerusalén 135

les corresponden a las tribus o a las piedras preciosas106. Todas las nación. La estructura de la lista tiene, no obstante, su sentido pro-
combinaciones y asignaciones que se han hecho se mueven en el pio. Este autor examina cuidadosamente las piedras. Su trabajo es
terreno pictórico e hipotético, llevan el estigma de la propia fanta- comparable al de un orfebre volcado sobre sus piedras, y mirando
sía107. Fácilmente se combina la mística de J. van Ruysbroek (1294- con lupa sus propiedades. Sólo que él examina escrupulosamente
1381) y de J. Tirinius (1580-1636), quien ordena así la lista de los la composición lexicográfica; trata de dibujar acrósticos, juega con
apóstoles: Pedro, Andrés, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Ma- el valor de las letras, hace gematría, labor de encaje típicamente ju-
teo, Tomás, Santiago, Judas Tadeo, Simón, Matías108. Incluso se ha dío. Realiza siete operaciones metodológicas para concluir con es-
establecido una asignación de las piedras preciosas, conforme a los ta disposición:
colores de cada piedra. Esta operación ha resultado ser una extra-
ña aleación de imaginación y de visiones sobrenaturales109. IC XC CC / XBT / XYA
'ITIOOÜC; XQLOTÓ^ StOTiíe, XQIOTÓC; Baoi>.eiis (xai) TÉX05 (TCUCELVÓC;), XQIOTÓS YÍ05 'Av&Qü>jtou
—No debe quedar por reseñar la interpretación de O. Bocher110. Jesucristo Salvador, Cristo Rey (y) Fin (humilde), Cristo, Hijo de hombre.

El autor cree encontrar en las piedras preciosas un valor medicinal;


equivaldrían a una especie de amuletos curativos. Nada en el texto La traducción final insiste sobre el título de Cristo. Presenta su
induce a pensar en ello. La discreta mención «para la curación de misión escatológica y la realización de las profecías sobre el Rey-
las naciones» no sirve como apoyatura de su teoría; es bastante Mesías y el Hijo de hombre. La significación teológica e histórica
posterior en el pasaje (Ap 22, 2), se sitúa en otro contexto, y posee de esta confesión cristológica es considerable, y refleja con bas-
una clara alusión: el árbol de la vida. tante fidelidad la teología y la liturgia de la Iglesia de Ap.
Hay que objetar que bastantes procedimientos y pasos metodo-
—La lista de las piedras ha tenido diversos referentes; ha sido lógicos no están suficientemente llevados con rigor. Incluso el au-
asociada con los doce apóstoles del Cordero (Ap 21, 14; cf. Ef 2, tor reconoce que algunas soluciones propuestas no son plenamen-
20s), con Cristo (1 Cor 3, lOs; Rom 15, 20), con las tribus de Isra- te convincentes"2. Es un intento que se mueve en la línea del ju-
el (Ex 28, 17-21) e incluso con los signos del zodíaco111. Todas es- daismo más nominalista. Esta teoría vale no como prueba sino tan
tas hipótesis explican el simbolismo de las piedras principalmente sólo como una estimulante invitación. Cae en el mismo error que
con la ayuda de fuentes externas, a excepción de la primera asig- en principio pretende combatir, quedarse en la superficie del texto,
en su dimensión puramente literalista, para inferir una significa-
ción teológica.
106. Cf. O. Bocher, Zur Bedeutung der Edelsteine in Offb. 21, 29. Así resuena el
resignado y bien ponderado juicio de A. Bisping (Erklarung der Apokalypse des Jo-
hannes, 341): «El esfuerzo de algunos intérpretes, para asignar cada una de las piedras
a cada apóstol, por ejemplo, el jaspe a Pedro, el zafiro a Andrés... hemos de rechazar- c) Balance ponderativo
lo como infructuoso y debemos quedarnos en la significación de alguna manera sim-
bólica de esta descripción». Creemos que buscar una referencia demasiado concreta, una es-
107. Cf. para una historia de estas interpretaciones, P. Schmidt, Edelsteine, Ihr We- pecífica coloración, un apóstol para cada piedra, un signo del zo-
sen und ihr Wert bei den Kulturvolkern, Bonn 1948, 100-127; C. Meier, Gemma Spi-
ritalis. Methode und Gebrauch der Edelstein allegorese von frühen Christenlum bis
díaco... no esclarece sino que empobrece la lectura de Ap. Preferi-
ins 18. Jahrhundert, München 1977. ble es dejar el símbolo, en su aspecto sugerente y en la profunda
108. Cf. J. Tirinius, Commentarius in Vetus et Novum Testamentum III, Antverpiae significación que le otorga el libro entero de Ap, y no tratar de bus-
1632, 603-605. car una asignación tan particularizada.
109. F. Bussa de Leoni gozó de una visión mariana, en donde aparecían las piedras
preciosas de Ap, dotadas de un color refulgente. Cf. P. Schmidt, Edelsteine, Ihr Wesen
Las diversas imágenes del Ap no son piezas de un rompecabe-
und ihr Wert bei den Kulturvolkern, 106. zas, con cuya unión en las coordenadas del espacio y del tiempo,
110. Zur Bedeutung der Edelsteine in Offb 21, en Kirche und Bibel. FS E. Schick, se obtendría la panorámica cabal. Estas imágenes son simbólicas,
Paderborn 1979, 19-31.
111. Cf. M. Wojciechowski, Apocalypse 21, 19-20; des titres christologiques ca-
ches dans la liste des pierres précieuses: NTS 33 (1987) 153s. 112. Ibid., 153.
136 La nueva Jerusalén La nueva Jerusalén 137

y, por tanto, con frecuencia incompletas y contradictorias entre voz a una esperanza colectiva; han sido testigos privilegiados de la
ellas mismas; tratan de expresar, a su manera, mediante el torpe gran expectación, que desbordaba los anhelos del pueblo judío por
lenguaje humano, el inefable mensaje de Dios, que trasciende toda la renovación de Jerusalén. La vieja ciudad santa sería transforma-
lengua y comparación. Para la policromía de las piedras, es sufi- da en suntuoso edificio, lleno de piedras preciosas. He aquí los dos
ciente con evocar la sinfonía de colores que reverberan estos mati- textos principales, en donde resuena la voz de la promesa:
ces tan variados de azul, verde, rojo y amarillo: la impresión de
¡Oh afligida, zarandeada, desconsolada!
deslumbramiento y belleza" 3 . Mira, yo mismo te coloco piedras de azabache,
Como conclusión a esta reseña crítica, se constata que la inves- te cimiento con zafiros,
tigación histórica de la tradición de las doce piedras preciosas ha te pongo almenas de rubí, y puertas de esmeralda,
producido un resultado decepcionante. Los modernos intentos de y murallas de piedras preciosas (Is 54, 11-12).
interpretación han marchado de forma errática, por sendas equivo-
cadas. ¡Qué derroche de esfuerzo empleado para no llegar a ningu- El fragmento profético articula una descripción de Jerusalén,
na conclusión segura! rápidamente resuelta con el procedimiento de una reconstrucción
En cuanto a datos ya adquiridos es preciso señalar algunos, (cf. Is 60, 10-18). Se pasa del lenguaje alusivo a una mujer (vv. 1-
pues no todo ha sido estéril en tan dilatada investigación. Hay que 9), que está desconsolada, a otro registro simbólico, hecho de pe-
indicar que las piedras preciosas del Ap no pueden parangonarse en drerías. El profeta acentúa tres notas esenciales: la estabilidad
referencia distributiva con alguna de las tribus, apóstoles, signos («Aunque se retiren los montes y vacilen las colinas, no te retiraré
del zodíaco, o direcciones geográficas. Nada fructífero puede deri- mi lealtad ni mi alianza de paz vacilará», v. 10); el consuelo (lo
varse de los colores, nombres o secuencias de las piedras. Los cé- opuesto a la situación actual de desconsolada, eco de las célebres
lebres «lapidaria» del mundo griego/romano no ofrecen motivos palabras «Consolad a mi pueblo»; cf. Is 40, 1) y el amor. Por eso,
fiables para una exégesis seria. Lo mismo cabe decir de los textos acude a un lenguaje simbólico, que sugiere esa firme presencia de
cabalísticos. Dios, su permanencia y la solicitud de su cariño. Isaías lleva a ca-
bo este transfert a través de la hermosura y la estabilidad de los mi-
Sin embargo, no nos sentimos derrotados —resignados a dejar la nerales. Describe la profundidad (los cimientos) y la altura (las al-
tarea—, sino sabiamente apercibidos por la historia interpretativa. menas); luego el exterior (las puertas y la muralla). La ciudad en-
No parece que el autor de Ap haya querido enterrar en los cimien- tera es hermosa mansión compacta de perlas preciosas.
tos de la ciudad, junto al tesoro de las perlas preciosas, el secreto
oculto de su interpretación. Secreto que está solicitando al lector Se da un trueque en la imagen descrita. Es el paso de la mujer
para que exhume esos restos escondidos. Si los conatos de inter- a la ciudad, una metamorfosis que es, por otra parte, recurrente en
pretación se han revelado a la postre negativos, tienen un efecto di- los escritos proféticos. Léanse los hermosos capítulos de Isaías 60
suasorio y sanante; nos apartan de un camino extraviado y nos se- y Ezequiel 40; 48. Lo mismo que una mujer se engalana con sus jo-
ñalan la dirección por donde deben ir las futuras investigaciones. yas, la ciudad también se adorna con piedras preciosas, a fin de ma-
nifestar su hermosura y belleza. Este tema, prevalentemente bíbli-
Así, pues, con la experiencia cautelar del que conoce pasados co, es típico de Ap.
errores y evita tropezar en ellos, es preciso caminar decididamente
El siguiente pasaje representa un saludo a Jerusalén. La nostal-
por la senda bíblica.
gia de los desterrados decora una Jerusalén por fin reconstruida, se
aspira a que sea centro de reunión universal y que resulte (de ahí la
d) Interpretación bíblica insistencia en murallas, torres, defensas) ya invencible para siem-
pre.
El pasaje de Ap acerca de las piedras preciosas posee un inne- Las puertas de Jerusalén serán rehechas con zafiros y esmeraldas,
gable trasfondo veterotestamentario. Los profetas han sabido dar y de piedras preciosas sus murallas. Las torres de Jerusalén serán
alzadas con oro, y con oro puro sus defensas. Las plazas de Jeru-
113. Cf. J. Bonsirven, L'Apocalypse, 318.
salén serán soldadas con rubí y piedra de Ofir (Tob 13, 16b-17a).
138 La nueva Jerusalén La nueva Jerusalén 139

Se sigue en la misma línea descriptiva de Isaías. Existe profu- Tan magnífica indumentaria ha sido descrita con detalle y emo-
sión de piedras preciosas. La novedad interesante es que introduce ción por diversos pasajes bíblicos (Ex 28 —¡Todo un capítulo!—;
la mención del oro, y «oro puro», como hace justamente Ap 21, 18. Eclo 45, 6-13; 50, 5ss). Algunos escritores extrabíblicos también la
Pero el «locus classicus» para la confección de la lista de las han ponderado en textos memorables: Filón116 y F. Josefo117.
doce piedras preciosas se halla en la descripción del sumo sacer- Las vestiduras sacerdotales se componían de túnica de seda,
dote, tal como aparece en Ex 28, 17-20; 39, 10-12. calzones de seda, turbante, cinturón; además de otras cuatro piezas,
También se encuentra —aunque secundariamente— un pasaje si- típicamente peculiares de su función: pectoral, efod, túnica talar
milar en Ez 28, 13. En este último texto, el profeta se lamenta a —que se prolongaba desde lo alto de la cabeza hasta los pies— y dia-
causa del arrogante rey de Tiro, cuyo corazón se ha corrompido y dema de oro, colocada sobre el turbante118.
que es objeto de espanto (cf. vv. 16-19); pero que inicialmente fue Entre las prendas destacaba el efod, confeccionado con tejidos
comparado con el primitivo hombre del paraíso. He aquí la des- de lana, dibujos multicolores y entorchados de oro. En su centro,
cripción: reposando en el corazón, estaba el pectoral, incrustado de doces
perlas preciosas (cf. Ex 28, 6-14; 39, 2-7)" 9 . Sobre el efod, pues, se
En Edén estabas, en el jardín de Dios. Toda suerte de piedras pre- situaba, el pectoral (Ex 28, 30)120.
ciosas formaban tu manto: rubí, topacio, diamante, crisólito, pie- Este vocablo —el pectoral— es de origen desconocido; estaba
dra de ónice, jaspe, zafiro, malaquita, esmeralda; en oro estaban la- confeccionado del mismo tejido del efod. No se ha encontrado nin-
brados los aretes y pinjantes que llevabas (28, 13). gún resto arqueológico o vestigio de otro tipo, que permita una re-
construcción verosímil. Una posible reconstrucción, hecha a partir
El pasaje pretende acentuar fuertemente el contraste respecto a del texto bíblico (y algunos pasajes ugaríticos y egipcios), no tiene
Tiro, entre su primera condición —adánica— y la última —satánica—, sino el valor de una conjetura121.
debido al orgullo y violencia de que ha hecho gala, combatiendo Se ha querido ver que el texto masorético de Ex 28, 17-20 sub-
contra el pueblo elegido. Además, la lectura masorética sólo rese- yace detrás de Ap 21, 19-20, siendo su fuente inspirativa; y que las
ña nueve piedras. piedras del pectoral estaban colocadas en cuatro filas paralelas122:
He aquí, pues, el texto principal. Hay que indicar que Ex 39, 10-
13 es una reproducción literal de éste: 1 np~Q = a|_iáQay5o5 THtSS = TOJIÓ£IOV DIK = aáoóiov
2 D7rp = aapóóvii; T30 = aájtqpipos *]33 = xe>uaóUf}os
Lo llenarás (el pectoral) de pedrería, poniendo cuatro filas de pie- 3 ¡"IQ7nX = áuifruaroc; 13Ü = XQvaóxQaooc, 0V7 = üáxivftog
dras: en la primera fila, un sardio, un topacio y una esmeralda; en
4 nSttT = íaam; ttínD = PiipuXXog ETUhn = xa^owv
la segunda fila, un rubí, un zafiro y un diamante; en la tercera fila,
un ópalo, una ágata y una amatista; en la cuarta fila, un crisólito, un
ónice y un jaspe; todas estarán engastadas en oro (Ex 28, 17-20). Nos encontramos, sin embargo, con graves problemas de orden
textual. Hay que reconocer que la identificación del texto hebreo
El pasaje habla de las vestiduras del sumo sacerdote. La señal
visible de su sacerdocio se manifestaba en los ornamentos que so- 116. De vita Mosis 2, 23; De specialibus legibus 1,16.
lemnemente portaba; le eran conferidos en un rito de investidura, y 117. Antigüedades Judías III, 7, 4-7; Guerra judía V, 5, 7. Cf. M. Harán, Priestley
le hacían apto para actuar en la liturgia como representante de Dios Vestments, en Enciciop. Jud. 13 cois. 1063-1069.
118. Cf. K. Elliger, Ephod und Choschen: VT8(1951) 19-35.
sobre la tierra114. Estas esplendorosas vestiduras que endosaba, eran 119. Cf. H. Thiersch, Ependytes und Ephod, Stuttgart 1936; S. de Ausejo, Efod, en
también signo de la pureza y santidad de su alto cargo" 5 . Diccionario de la Biblia, Barcelona 1963, 516-517.
120. La palabra suele traducirse del hebreo BS'iían fáh al griego por «XoY[e]tov
xi"i5 xpíosiog». La Vulgata traduce «rationale».
114. Cf. J. Gabriel, Untersuchungen überdas alttestamentliche Hohenpriestertum, 121. Cf. H. G. May, Ephod und Ariel: AJSL 56 (1939) 44-69; C. Gancho, Pecto-
Wien 1933,44-90. ral, en Enciclopedia de la Biblia 5, Barcelona 1963, 953.
115. Cf. E. Schürer, Historia del pueblo judío en tiempos de Jesús II, Madrid 1985, 122. Cf. E. F. Jourdain, The Twelve Stones in the Apocalypse: ExTim 22 (1910/11)
365-369. 448-50).
140 La nueva Jerusalén La nueva Jerusalén 141

con el griego, para designar con propiedad a las piedras preciosas OÓQSIOV / xojtáí^iov /a\iáQay&oc, I ávfrjcaS; / aájtqpEuiog / i'aaitig /
es puramente hipotética. Esto se debe al distinto orden de las pie- XiytiQiov /áxátr|g /á[ié-Qvaxog I yQvaohftoc, I pr|Qi>XXiov / óvú-
dras según el texto masorético y Ap123. Este comienza enumerando Xiov126.
las piedras correspondientes a la segunda fila del efod (según el
texto masorético); sigue con la primera, después con la cuarta, y La segunda entrega es así:
acaba con la tercera. Los inconvenientes se suman al tener también
—en algunos casos— diversa nomenclatura124. Hay coincidencias só- aágSiov / xojtá^iov / a|.iáQaY8og / ávífrtaí; / oáncpEinog / íaarag
lo entre diez piedras; quedan sin correspondencia las piedras oao- / XiyÚQiov / áxáxr|g / ctuifhjvTos / xQucróXi-frog / |3r|QÚXXiov / óvv-
6óv\)^ y xQvoónaaoc,. Ante tal cúmulo de dificultades es preferi- Xiov127.
ble, en este sentido, mantener el texto de los LXX125.
Conforme a la versión de los LXX de ambos textos (Ex 28, 17- Se ha conjeturado que el autor, F. Josefo, para inspirarse en su
20: 39, 10-13), he aquí los nombres de las piedras preciosas: precisa descripción, pudo ver en Roma el efod del sumo sacerdote,
prenda que fue arrebatada por el ejército de Tito, entre otros trofe-
1.a aágSiov 2.a xojiá¡;iov 3.° o^iáQayboq os de singular relieve, en la gran guerra judía y considerada parte
4.a ávftnaE, 5.a aájiqpeiQog 6.a íaamg del botín de la victoria128.
7.a XiyvQiov 8.a á%áxf\c, 9.a ót|.iéíh>vToc; En tiempos helenistas se conocía una lista no fija, sino más bien
10.a xe^oóXi#og 11.a priQÚMaov 12.a óvúxiov flexible acerca de la tradición de las doce piedras (Sab 18, 24; Eclo
45, 11; 50, 9; Ep. Aristeas 97). De manera semejante se encuentran
Véase el texto correspondiente de Ap 21, 18-19 varios catálogos de las doce piedras preciosas, registrados en los
principales targumim, que «traducen» los conocidos textos de Ex
1 .a i'aamc; 2a acmcpiQoc; 3.a xákKr\&á>v I 28, 17-20 y 39, 10-13: Neophyti129, Pseudo-Jonatán130 y Onque-
a
4. anágayóog 5.a aao6óvu§ 6.a oáQ&iov / los131. Una lectura sinóptica de las tres versiones, muestra que exis-
a
7. XQuaóXiftog 8.a PnQÍiXXog 9.a xojtáí;iov/ te un mixtum compositum, donde aparecen sus semejanzas entre
10. XQVoóiiQaooc, 11.a úcbuvdog
a
12.a áuiílvaxog ellos y también leves diferencias con respecto al TM. Estas listas
fueron compiladas teniendo en cuenta la tradición oral; no son fi-
Confrontando ambas listas de piedras preciosas, se llega al si- dedignas traducciones de la peculiar designación hebrea132.
guiente resultado. El orden en cada uno de los dos pasajes es dis- En Ex 28, 21 (en la inmediata continuación, pues, del texto arri-
tinto. La nomenclatura no se repite de manera uniforme. Hay tres ba reseñado) se da la explicación al simbolismo de las piedras. Es-
piedras cuyos nombres no aparecen en el Ap, a saber; falta de la lis- tas corresponderán a los nombres de los hijos de Israel; serán do-
ta la asignada a la numeración 4.a áv&jta^, la 7.a XIYÚQIOV y la 8.a
áxáxTis. 126. Guerra judía V, 5, 7.
127. Antigüedades judías III, 7.5. Respecto al orden de la versión de los LXX, he
En F. Josefo aparecen en dos ocasiones una lista de doce pie- aquí el orden que ofrece F. Josefo. En la Guerra judía: 1.2.3.4.6.5.8.9.7.12.11.10). En
Antigüedades judías, cambia la palabra aáoóiov y oap&óvvjí;, y difiere del orden de
dras preciosas. La primera versión es ésta: los LXX: [1].2.3.4.6.5.7.9.8.10.12.11.
128. Cf. U. Jart, The Precious Sumes in the Revelation ofSt. John 21, 18-21, 153-
154.
129. Cf. A. Diez Macho, Neophyti I, Targum Palestinense I. Éxodo, Madrid-Bar-
123. Cf. L. Thorndike, De lapidibus [1. de textibus relatis ad Apoc 21, 19s et Ex celona 1970, 181, 183,263.
28, 17-20)]: Ambix 8 (1960) 6-23. 130. Cf. M. Ginsburger, Pseudo-Jonatan, New York 1971, 149, 170.
124. Cf. R. H. Charles, A Critica! and Exegetical Comentary on the Revelation of 131. Cf. A. Sperber, The Bible in Aramaic According to targum Onkelos, Leiden-
St. John 11, 169 y P. Prigent, L'Apocalypse, 340, quienes reconocen las evidentes difi- Brill 1959, 137-138, 160-161.
cultades. 132. Cf. W. W. Reader, The twelve Jewels of Revelations 21:19-20: Tradition His-
125. Cf. W. W. Reader, The twelve Jewels of Revelations 21: 19-20: Tradition His- tory and modern Interpretations, 440-441.
tory and modern Interpretations: JBL 100/3 (1981) 437.
142 La nueva Jerusalén La nueva Jerusalén 143

ce, como doce son sus nombres. Estarán grabadas a manera de se- e) Interpretación desde el Apocalipsis
llos, cada una con su nombre, conforme a las doce tribus; pero no
se detallan los nombres de las tribus, ni se ofrece asignación para La anterior reseña comparativa de textos, prevalentemente bí-
cada una de ellas. blicos o, al menos, fundados en última instancia sobre la Biblia,
nos ha mostrado fehacientemente que ya existía de manera autóno-
Los targumim, antes aludidos, deletrean -detalle interpretativo
ma una lista, aunque confeccionada con variados matices. También
que no hace el texto bíblico—, cada uno de los nombres de los do-
nos ha convencido de la dificultad insuperable de lograr una tra-
ce patriarcas. Los tres son coincidentes. Véase la detallada y colo-
ducción actualizada y fidedigna. De ahí que interesa ahora sobre-
rista lectura que hace Neophyti I a Ex 28, 15-20:
manera atender a la peculiar lectura que hace Ap y extraer válida-
Y harás el pectoral del juicio, una obra de artista: lo harás como la mente su mensaje teológico.
bara del efod; lo harás de oro, de púrpura violeta, escarlata, color Nuestro libro muestra que la lista de doce perlas ha sido resca-
carmesí precioso y lino de hilo torzal. Será cuadrado, doble, de un tada de una antigua tradición. Lo prueban algunos fenómenos de la
palmo de longitud y un palmo de anchura. Y lo llenarás con un re- sintaxis propia del texto apocalíptico. No se explica el hecho de la
lleno de piedras: cuatro filas de piedras preciosas. La primera fila: reiteración de la piedra preciosa «jaspe» —repetición impensable—,
una cornalina, un topacio y un carbunclo: una fila. Y estará escri- cuando previamente se ha dicho que el material de la muralla era
to y expresado sobre ellas el nombre de tres tribus: Rubén, Si- de jaspe (v. 18). Cada nombre de las perlas va declinado en nomi-
meón, Leví. Y la segunda fila: una calcedonia, un zafiro y un ojo nativo, originando así una crasa incoherencia; pues de acuerdo con
de becerro133. Y estará escrito y expresado sobre ellas el nombre de todas las secuencias anteriores, tendría que ir declinado en dativo.
tres tribus: Judá, Isacar, Zabulón. Y la tercera fila: un jacinto, un
berilo y una esmeralda. Y estará escrito y expresado sobre ellas el Estas anomalías o incorrecciones, inexplicables para un escritor,
nombre de tres tribus: Dan, Neftalí, Gad. Y la cuarta fila: berilo del como es el autor del Ap, que con tanta maestría emplea el griego,
Gran Mar, el bedelio, la margarita, y estará escrito y expresado so- subrayan la importancia y el realce de la presente lista, cuyo sus-
bre ellas el nombre de tres tribus: Aser, José y Benjamín. Estarán tancial sustrato puede inferirse que es anterior a la composición ac-
engastadas en oro134. tual del Ap, sin que tal antelación implique que nuestro autor re-
mede sin más los doce nombres de las piedras.
Resultaría empresa ardua si no imposible, intentar una equiva- Con toda certeza, pues, Ap se refiere a las doce piedras que
lencia semántica, a saber, acomodar la vieja denominación de estas adornaban el pectoral, que reposaba en el efod del sumo sacerdote
antiguas piedras con la nomenclatura actual. Esta tarea restaurado- (cf. Ex 28, 17-20; 39, 10-12); tanto más que en Ex 28, 21 se alude
ra se ha visto repetidamente baldía135. a las doce tribus (sobre cada piedra va el nombre de una tribu) co-
Las versiones en nuestra lengua, fenómeno fácil de detectar pa- mo aparece también en Ap 21, 12.
ra cualquier lector avezado, son variadísimas, y nos hacen desistir Pero no basta con afirmar y sostener la dependencia textual
de cualquier intento de traducción concordada. —cosa por lo demás admitida— entre Ap y los pasajes respectivos
del Éxodo. Tal reconocimiento sería cosecha de poca envergadura.
Es preciso leer e interpretar —con mentalidad apocalíptica, a saber,
desde la perspectiva reveladora que otorga la integridad del libro
del Ap— la descripción simbólica de la que el vidente es testigo;
133. En la nota n.° 12 (p. 180) el autor se pregunta si esta piedra pueda correpon- hay que caer en la cuenta de la importancia del trueque que se rea-
der al diamante. liza, y desvelar sus consecuencias eclesiales.
134. A. Diez Macho, Neophyti 111. Éxodo, 181-182.
135. He aquí los intentos fallidos: S. V. Gliszcynski, Versuche einerldentifizierung
der Edelsteine im Amtsschikd des Jüdischen Hohenpriesters aufGrund kritischer und f) La nueva Jerusalén, ciudad sacerdotal
iisthetischer Vergleichsmomente: FuF 21/23 (1947) 234-238; H. Quiring, Die Edels-
teine im Amstsschild des jüdischen Hohenpriesters und die Herkunft ihrer Ñamen:
Sudhofs Archiv für Geschichte der Medizin und der Naturwissenschaften 38 (1954)
El autor de Ap ejecuta una novedad inusitada, un atrevimiento
193-213. rayano en el sacrilegio: despoja las piedras preciosas del lugar sa-
La nueva Jerusalén 145
144 La nueva Jerusalén

grado en donde estaban —el pectoral del sumo sacerdote—, para po- tos» (cf. v. 22; ya se vio la importancia de este verso y su interpre-
nerlas como material de construcción de una ciudad. tación sacerdotal-cultual). Y así, otro detalle simbólico -esta vez
Este acto desacralizante resulta tanto más sorprendente dada la de construcción— revela la naturaleza sagrada de la ciudad. La nue-
mentalidad religiosa de entonces, que es preciso conocer para cali- va Jerusalén está convertida —íntegramente, sin exclusión de parte
brar el alcance del texto apocalíptico. Las vestiduras del sumo sa- alguna— en «santo de los santos», lo más sagrado. Ap se esmera
cerdote tenían poderes especiales —actuaban casi como talismán con denodado esfuerzo por establecer y consolidar, mediante una
sagrado—, poseían virtud expiatoria136. Dichos ornamentos consti- cadena simbólica, forjada de atrevidos eslabones, el carácter cul-
tuían para los judíos el símbolo inviolable de su religión. Resulta- tual-sacerdotal de la ciudad.
ban, por ello, moral y físicamente «intocables». Por la historia sa- Esta interpretación global, no aislada ni ocurrente, sino respe-
bemos que Herodes el Grande, Arquelao, y los procuradores roma- tuosa con el texto y contexto del Ap, permite mostrar la coherencia
nos guardaron en la torre Antonia, bajo una eficaz custodia, las de nuestra propuesta. Aunque el gesto simbólico resulte un tanto
vestiduras sagradas del sumo sacerdote. Sólo así lograron evitar las osado, entra perfectamente en la congruente explicación del sim-
revueltas de los judíos. Estos lucharon denodadamente hasta que bolismo de Ap. «El privilegio reservado al sumo sacerdote en el
un decreto del emperador Claudio (45 d. C.) les devolvió tales in- antiguo testamento es ahora dado libremente a todo el pueblo de
dumentarias anteriormente robadas y que habían permanecido en Dios»13".
poder romano desde el 6 hasta el 36 d. C. (Vitelio las restituyó). Así Se nos antoja reductivo no percibir ni valorar este aspecto sa-
se escribía la encarnizada historia de la reivindicación nacional pa- cerdotal-cultual, el verdaderamente consustancial en la lista de las
ra detentar y poder enarbolar la bandera religiosa del pueblo ju- doce piedras preciosas; y aún más grave, ni siquiera mencionarlo
dío 1 ". —pues es depauperizar la riqueza interpretativa de tan fecundo tex-
Sólo el autor de Ap —entre tantos escritores que han comentado to—, tal como lamentablemente se ha hecho. Así P. Prigent, para
el texto bíblico respecto a las vestiduras del sumo sacerdocio— ha quien el objetivo último, tan modesto en comparación con el des-
tenido la osadía de describir los cimientos de la ciudad de la nueva pliegue de su erudición, se concentra en la insistencia sobre la glo-
Jerusalén, recurriendo a las doce perlas que adornaban el pectoral ria y magnificencia de la ciudad celeste. Esta finalidad resulta de-
del sumo sacerdote. masiado genérica e imprecisa140. Según H. Kraft, el autor de Ap se
Es preciso interpretar con coherencia apocalíptica este trueque limita a enumerar la lista de las doce piedras preciosas, y concluye
simbólico entre las vestiduras sacerdotales y las doce piedras. Este afirmando que «la suntuosidad y el brillo de la ciudad celeste son
es, en esencia, su mensaje teológico-eclesial. Ap afirma que el sa- expresados, pero nada más se ha pretendido»141. No se diga nada de
cerdocio que plenamente asumía el sumo sacerdote, quien quedaba R. H. Charles142, obsesionado por la correspondencia nominal entre
investido de un carácter indeleble, que lo representaba en la tierra el vocablo griego de las piedras y su partner latino, siguiendo de
con santidad eterna138, simbolizado en las doce perlas del pectoral cerca las prolijas explicaciones de Plinio143.
del efod sagrado, ahora se extiende por toda la ciudad. Las doce
piedras preciosas, que adornan los cimientos, que son la noble ma- g) La nueva Jerusalén, ciudad apostólica
teria de la que están hechos, muestran que la nueva Jerusalén es
una ciudad sacerdotal, sin necesidad de mediaciones ni sacrificios: La enumeración de las doce piedras posee también un sentido
toda ella consagrada al culto del Dios vivo, mediante una comu- apostólico. Los apóstoles son considerados como cimientos (Ap
nión, hecha de presencia mutua, directa e ininterrumpida.
Esta explicación queda reforzada por el hecho de que la ciudad 139. R. H. Mounce, The Book of Revelation, 382. No estoy solo, pues, mantenien-
santa está construida de la misma forma que el «santo de los san- do esta opinión. También la comparten: O. Bocher, Zur Bedeutung der Edelsteine in
OJJb 21, 28-29; E. Schich, El Apocalipsis, 266.
136. El poder expiatorio de las prendas del sumo sacerdote se encuentra registra- 140. L'Apocalypse, 341-342.
do en Cantar Rabbá 4,7 y en La Pesijta 6, 5. 141. Die Offenbanmg des Johannes, 272.
137. Cf. J. Jeremías, Jerusalén en tiempos de Jesús, Madrid 1977, 168-169. 142. A Critical and Exegetical Commentary on the Revelation ofSt. John II, 169s.
138. F. Josefo, Vida 1, 1. 143. Cf. Historia natural, 37.
146 La nueva Jerusalén La nueva Jerusalén 147

21, 12-14), jueces y testigos. Puede cotejarse Ap 20, 4 con Mt 19, Otro texto insiste sobre la misma interpretación espiritual:
28; Le 22, 30; cf. 1 Cor 12, 4-6.
La nueva Jerusalén alberga en sí a la fiel comunidad de Israel Las esmeraldas brillantes colocadas sobre el efod significan el sol
(Ap 21, 12) y a la fundada por Jesús: la que reposa sobre el cole- y la luna que trabajan con la naturaleza. El hombre, creo, es el co-
gio apostólico establecido por el mismo Jesús («los doce cimien- mienzo del brazo. Las doce piedras colocadas en cuatro filas sobre
el pecho (cf. Ex 28, 17-20) nos describen el círculo del zodíaco
tos, los apóstoles del Cordero» —Ap 21, 14—). La Iglesia tiene con- con los cuatro cambios del año. Era necesario que a la cabeza, al
ciencia de ser el nuevo y verdadero Israel, la realización del cum- Señor, estuviesen sometidos la Ley y los profetas; pues podemos
plimiento de las esperanzas judías en la restitución de las doce tri- decir con razón que los apóstoles son al mismo tiempo profetas y
bus (Ap 7, 4-8; 14, 1-5; cf. Sant 1, 1) justos, puesto que un solo y mismo Espíritu santo actúa en todos148.
Las piedras preciosas hacen relación con los doce apóstoles, y
su brillo es el Espíritu santo. El es quien hermosea la ciudad de Je- A través de la interpretación de Filón, sobre el efod, quien ve en
rusalén144. él los signos del zodíaco149, Clemente hace una interpretación apos-
Resulta esclarecedora en este punto la interpretación que de las tólica, y la fundamenta en la actuación del Espíritu santo.
doce piedras ofrece Clemente de Alejandría, autor de quien es pre- Ya el rabinismo había explicado el significado de las piedras
ciso citar algunos fragmentos. preciosas150. El judaismo helenístico, en especial a través de Filón
(cf. textos arriba citados), asociaba los signos del zodíaco a los do-
Nosotros sabemos por la tradición que la Jerusalén de arriba ha si- ce patriarcas. A la alegoría cósmica sucede la exégesis de interpre-
do construida con piedras santas, y entendemos que las doce puer- tación cristiana. Clemente relaciona las piedras preciosas con los
tas de la ciudad celeste, parecidas a piedras preciosas, significan la doce apóstoles151.
manifestación visible de la gracia anunciada por los Apóstoles. El texto apocalíptico que refiere que los cimientos de la mura-
Pues es sobre estas piedras donde se encuentran dispuestos los co-
lores; estos colores preciosos, mientras que todo el resto es dejado lla están adornados de toda clase de piedras preciosas (21, 19-20),
de lado como materia terrestre. Con razón es fortificada simbóli- ha sido comentado, pues, en clave apostólica y pneumatológica.
camente con ellas la ciudad de los santos, edificada espiritualmen- Esta interpretación que conecta los cimientos y las piedras con
te —jtóXtg Trveiiumixa)?'45 otxo5o(xou|iévr|—l46. los apóstoles, movidos por la inspiración del Espíritu, ha sido man-
tenida en la Iglesia. Véanse dos muestras elocuentes. La primera
Según Clemente la significación de las piedras preciosas es la pertenece a Cesáreo de Arles:
manifestación visible de la gracia, anunciada por los apóstoles; a
saber, el anuncio del evangelio, la vivificación a través de los sa- Ha querido nombrar la diversidad de piedras preciosas en los fun-
cramentos. Pero su brillo y resplandor se debe al Espíritu, aquí re- damentos para mostrar los dones de las diversas gracias que son
concedidas a los Apóstoles, como dijo a propósito del Espíritu san-
ferido al «Espíritu santo o Espíritu de Dios»147. Este carácter espi- to: 'Repartiéndolas a cada uno en particular según su voluntad'152.
ritual se atribuye expresamente a la Iglesia en su conjunto, que es
apostólica en el ejercicio del anuncio del evangelio.

148. Stromata V, 6, 38, 3-5.


149. Cf. De specialibus legibus, 1, 87; De fuga et inventione, 184-185; De vita
Mosis 2, 124.126.133; Quaestiones et solutiones in Exodum, 2, 112-114.
144. Cf. H. B. Swete, The Apocalypse ofSt. John, 294. 150. Cf. W. Bacher, Une ancienne liste des noms grecs des pierres précieuses re-
145. Este adverbio, característico de Ap (cf. 11, 8. Su explicación se verá con de- latée dans Exode XXVII, 17-20. Fragment du midrasch de l'école d'Ismaél sur le Lé-
talle más adelante) aparece en otros lugares de Clemente: Stromata V, 7, 5; VI 41, 7. vitique: REJ 29 (1894) 79-90.
Tiene el significado: «por medio de o con el Espíritu». Según el resplandor inimitable
151. Ver arriba los textos. Cf. J. Daniélou, Les dome Apotres et le Zodiaque:
de las piedras preciosas se ha entendido «el resplandor del Espíritu» (TO ar9oQ xov
VigChr 13(1959)21.
jtvEÚ|taxo5), que es imperecedero y santo por esencia.
152. Comentario al Apocalipsis (Introducción, traducción y notas de E. Romero),
146. Pedagogo II, 119, 1-2. Madrid 1994, 152.
147. Cf. L. F. Ladaria, El Espíritu en Clemente Alejandrino, Madrid 1980, 244.
148 La nueva Jerusalén La nueva Jerusalén 149

Explicación similar es adoptada por Apringio de Beja. ésa una definición acorde con la estructura o trazado urbanístico-,
se refiere al centro neurálgico más importante de reunión cívica, a
Estos cimientos de la ciudad, se enseria que son la fe apostólica y saber, la convivencia157. La plaza es el lugar de encuentro entre los
la predicación de los Apóstoles; sobre estos construye su ciudad ciudadanos, donde éstos anudan sus relaciones humanas158. Ap afir-
nuestro Señor Jesucristo... El que cada uno de ellos sea equipara- ma que la plaza es de oro puro, como previamente se había dicho
do a una piedra preciosa, debe entenderse que brillan en cada uno
de ellos los dones y milagros propios del Espíritu santo153. de toda la ciudad (v. 18).
Aparece, así, uno de los casos más llamativos de versos «do-
bles» en Ap159. Véase la estrechísima similitud entre los versos 18
11. Las doce puertas-perlas de la nueva Jerusalén y 21:

xa't i| jióXtg xQÚaiov xaftaQÓv ofioiov ítcdco xafraQcp


21
y las doce puertas son doce perlas, cada una de las puertas he- xai i] jtXateía tfjg nóXecog xQ^íov xafragóv (be, ííoAog StauYíjg
cha de una sola perla. Y la plaza de la ciudad era de oro puro co- Y la ciudad de oro puro semejante a vidrio puro
mo vidrio translúcido. Y la plaza de la ciudad de oro puro como vidrio translúcido.

El verso veintiuno sigue insistiendo en la gloria de Jerusalén. Dado que el «oro» en Ap es metal/símbolo de la liturgia, del en-
Las doce puertas (que han sido mencionadas con anterioridad, re- cuentro con Dios —se han visto diversos pasajes con sus comenta-
feridas a las doce tribus de Israel, v. 12) se asocian ellas también al rios respectivos—, y que la plaza de la ciudad es de oro puro, se es-
entramado simbólico de la ciudad. Están invadidas por la presen- tá subrayando, mediante este simbolismo mineral, que la presencia
cia de Dios. de Dios se muestra cercana; que Dios está y se encuentra «en la
Se dice, primero, de manera genérica, que las doce puertas son plaza», a saber, en medio de la vida de los hombres.
doce perlas; después, de forma específica, que distributivamente También se alude a su transparencia, manifestada por el apela-
(ává), «cada una» (eíg maaxoc,) de las puertas es una perla distin- tivo que califica al vidrio, pues afirma el texto que es como vidrio
ta. Hay que rescatar la fuerza expresiva de la frase, que se esmera «translúcido» (óirxuYfjc,)'60. Esta descripción, resuelta en forma de
en delimitar hasta el mínimo pormenor la justa distribución y par- símil, recalca de manera original cuanto ya antes se había afirma-
ticularidad de cada puerta. Es preciso admirar el amor por el deta- do de Dios, quien pone su morada entre los hombres, a fin de mo-
lle de la observación, que manifiesta el autor de Ap154. rar con ellos y convertirlos en su pueblo (21, 3). Ap insiste con es-
Los escritos judíos hablan con magnificencia de enormes per- te simbolismo en que la presencia de Dios se comunica: no se es-
las, que configuraban las puertas de la Jerusalén escatológica. El conde, no se repliega. Su presencia es del todo transparente. Dios
Santo traerá piedras preciosas y perlas, de medidas colosales, y las se encuentra en medio de los hombres, en su hacer y su habitat. Es-
pondrá como puertas de Jerusalén" 5 . tá «en el centro de la vida» —expresión cara a D. Bonhoffer— igual
«La plaza» (í| Jt^ateía) constituye una parte esencial e indis- que está la plaza en medio de la ciudad; y en la plaza convergen to-
pensable de la ciudad. Más que designar la calle principal156 —es das las calles o de ella surgen todas las arterias múltiples de la ciu-
dad: se erige la plaza en el centro vitalizante de las relaciones hu-
manas.
153. Comentario al Apocalipsis de Apringio de Beja (Introducción, texto latino y
traducción de A. del Campo), Estella 1991, 206.
154. Aunque Charles (A Critical and Exegetical Commentary on the Revelation of
St. John II, 170) califique a esta construcción gramatical de «bárbara».
155. Conforme a la visión de R. Johanan. Cf. en H. L. Strack-P. Billerbeck, Kom- 157. Cf. W. Bauer, JiXaxEÍa, en Worterbuch zum Neuen Testament, 1322.
mentar zum Neuen Testament aus Talmud und Midrasch III, 851 s. Cf. también Baba 158. Cf. E. B. Alio, L'Apocalypse 153; S. Bartina, Apocalipsis de san Juan, 716.
Batra 75; E. Burrous, The Pearl in the Apocalypse: JTS 43 (1942) 177-179. 159. Así lo califica, W. Bousset, Die Offenbarung Johannis, 454.
156. Cf. E. Lohmeyer, Die Offenbarung des Johannes 90; Ch. Brutsch, La ciarte 160. El adjetivo «translúcido» (ótauyrig) sólo se encuentra aquí en todo el NT,
de VApocalypse, 186. tampoco aparece en los LXX.
150 La nueva Jerusalén La nueva Jerusalén 151

A través de cuatro registros simbólicos —«plaza», «ciudad», fiel testimonio, que registra todos los pormenores con primorosa
«oro puro», «vidrio transparente»—, concentrados en un solo verso, complacencia.
Ap describe toda una secuencia del ser divino, a manera de un pro- En dicho verso se aduce una extraña circunstancia que rompe
longado intento de definición. El Dios que habita en la nueva Jeru- sus expectativas. Algo esperaba contemplar y ese algo no lo con-
salén es el Dios de la relación humana, quien la hace posible («la templa. En la visión íntegra de la ciudad, una parte esencial se le
plaza de la ciudad»); es un ser cercano y al que los hombres pue- ha hurtado. Y esta no visión se convierte sin duda en uno de los fe-
den acercarse de por vida («de oro puro»), y cuya presencia no es- nómenos más insólitos de su descripción. De manera paradójica, la
tá velada, sino «expuesta» o manifiesta, luminosa; pues es del to- «no visión» va a iluminar el panorama completo, otorgándole la
do «transparente» (como el cristal de vidrio «translúcido» perfecta perspectiva.
—6iauYT|S—). La mentalidad bíblica (y en parte judía del autor) resulta estre-
mecida. ¿Por qué se ha sentido turbado el vidente hasta el punto de
que su misma escritura delata esta sacudida y conmoción? El libro
12. La nueva Jerusalén, ciudad que es templo responde a esta grave interrogación. El texto griego de Ap lo sitúa
en posición enfática, en primer lugar: «Y santuario no vi en ella
22
Y santuario no vi en ella, pues el Señor, el Dios Todopoderoso y (xod vaóv oí)x EI&OV év axinj)» (Ap 21, 22a). Para un israelita es-
el Cordero es su santuario. ta ausencia resulta algo inaudito, va demasiado lejos. ¡Cómo es po-
sible pensar que la ciudad santa de Jerusalén se vea privada de su
La serie de versos, que van desde el veinte hasta el veintisiete, gloria; que dentro de ella no se encuentre el templo, el lugar de la
se articula principalmente según un patrón literario que se repite de presencia de Dios! ¡Jerusalén, sin templo, dejaría de existir! Y si
manera uniforme: una sarta de negaciones: «no» (ov), «nunca» (ov Jerusalén desaparece, también el mundo se desvanecerá sin reme-
LUÍ), continuada por una explicación concorde «pues» (yáo). Véa- dio. La frase suena a los oídos de un israelita piadoso cargada de
se el procedimiento en esta secuencia: un cúmulo infausto de impresiones, propias de una pesadilla, que
van desde la perplejidad y el desencanto hasta la suprema profana-
Y santuario 'no' (OVK) vi en ella, 'pues' (yág) el Señor (v. 22). ción.
Y la ciudad 'no' (oí)) necesita del sol... 'pues' (yáfj) la gloria del Pero la explicación inmediata saca de la confusión al autor. Es-
Señor (23). ta aclaración superará incluso los mejores cálculos y aportará una
Sus puertas 'nunca' (ov iii)) cerrarán, 'pues' (yág) no habrá noche novedad inusitada. El vidente se aparta deliberadamente del influ-
allí (25). jo de Ezequiel, que había sido hasta ahora su principal fuente ins-
pirativa. El profeta había empleado siete densos capítulos (40-46)
En el verso veintidós se encuentra, teniendo en cuenta la hila- para describir el templo restaurado y sus dependencias. El Ap se
zón narrativa anterior, un elemento anómalo. Todo nuestro capítu- separa de todas las ancestrales expectativas, que esperaban un tem-
lo, que versa sobre la visión de la nueva Jerusalén, está jalonado plo futuro completamente renovado (cf. Ez 44-45; 48, 15-16.30-
con reiteradas menciones de la visión que ha sido otorgada profé- 35; y testimonios judíos161), para las que tenía que contar, como
ticamente a Juan, y éste con la garantía del testigo va puntualmen- presencia determinante, la existencia del templo en la Jerusalén ce-
te anotando: «Y vi un cielo nuevo y una nueva tierra» (v. 1); «y vi lestial162.
la ciudad santa» (v. 2). Otras veces el subrayado se hace mediante El libro de Ap se opone incluso radicalmente al judaismo tardío
verbos alusivos a los sentidos «oír», «mostrar», o la partícula «he y lo supera en su original concepción —otra nueva barrera que tras-
aquí, mira»: «y oí una gran voz desde el trono...» (v. 3); «mira, te
mostraré la prometida» (v. 9); «y me mostró la ciudad santa» (v. 161. R. Johananb. Torta, Nehahot 13, 23; R. Aquiba, Makkot, 24; Pesijta 144. Cf.
10). El vidente ha descrito con detalle el conjunto de la ciudad y para mayor información, J. Bonsirven, Le Judáisme Palestinien au temps de Jésus-
cada uno de sus componentes: su muralla, sus puertas, sus dimen- Christ I, 430-432.
162. Cf. H. L. Strack-R Billerbeck, Kommentar zum Neuen Testament aus Talmud
siones, el material de su muro y sus puertas. Nada se excluye a su undMidrasch 111, 852-853.
152 La nueva Jerusalén La nueva Jerusalén 153

pasa—; pues éste creía del todo punto necesaria en la representación Tal grado de novedad es registrado y expuesto vigorosamente
de la nueva Jerusalén la existencia de un templo rico y célebre. Se- también por Pablo. Este declara que la comunidad cristiana consti-
gún Dan 8, 14, el templo purificado se yergue en el horizonte de la tuye de hecho el templo de Dios: «Porque nosotros somos santua-
espera escatológica: Dios construirá su santuario en medio de su rio de Dios vivo» (2 Cor 6, 16). La congregación de los creyentes,
pueblo. El profeta Daniel (8, 14) afirma: «Hasta dos mil trescien- cuerpo de Cristo, es el verdadero templo de la nueva Alianza: «¿No
tas tardes y mañanas: después será reivindicado el santuario». Se- sabéis que sois santuario de Dios y que el Espíritu habita en voso-
mejante pensamiento se encuentra también registrado en el libro de tros» (1 Cor 6, 19). Puede leerse igualmente el pasaje de la Carta a
los Jubileos 1, 17163. los romanos 8, 10-13.
La literatura apocalíptica considera como una realidad transito- El hueco que deja la ausencia de templo es sobradamente col-
ria las instituciones del templo, en cuanto que pertenecen al eón mado por la plenitud divina, que Ap refiere en primer lugar a Dios,
presente; pero cree en la existencia de la ciudad de Jerusalén y del luego a Cristo, mediante el atributo más característico «Cordero».
templo en el eón futuro, hacia el que se dirige la comunidad para Dios es, pues, nombrado con el apelativo de «El Todopodero-
superar la ruina causada por la guerra164. so» (ó jtavxoxQátcoQ). Este título aparece únicamente en Ap
El hecho de que Ap no garantice la restitución renovada del —aparte de la sola vez que se encuentra en el nuevo testamento (2
templo destruido en la nueva Jerusalén, sino que afirme resuelta- Cor 6, 18)—. Posee un contexto cultual, pues va situado en aclama-
mente que el Cordero es el único templo, y que él lo hace presen- ciones litúrgicas, que la Iglesia de Ap le tributa. Así Dios es pro-
te en su misma persona —pretensión que había sido el motivo de la clamado «Todopoderoso» en el saludo litúrgico inicial, por el lec-
condena a muerte de Jesús—, constituye la escisión abismal con la tor del libro (1, 8); en la trascendencia del cielo, por los cuatro vi-
esperanza apocalíptica judía165. vientes (4, 8); ante la majestad de su trono, por los veinticuatro an-
Antes el pueblo judío erigía templos para albergar la gloria de cianos (11, 17); en el cielo, por los vencedores de la Bestia (15, 3);
Dios. Mediante la ofrenda ininterrumpida de víctimas y plegarias por los ángeles del altar (16, 7.14), por una gran multitud (19,
buscaba un acercamiento con Dios166. Pero los templos estaban se- 6.15). La comunidad de la Iglesia, celeste y terrestre, se une en es-
parados con recintos sacros y limitados a un solo pueblo. Ahora ta aclamación litúrgica y celebra el señorío de Dios en la economía
existe una ruptura y una transformación impensada. de la salvación; su fuerza salvífica sostiene la historia y la llevará
La ausencia de un templo material se llena con la presencia vi- a plenitud168.
va de Dios y del Cordero. Antes los hombres buscaban a Dios; aho- El Cordero es Cristo muerto y resucitado, cuya presencia glo-
ra es Dios quien busca a los hombres. Antes el templo se ceñía a un riosa se convierte en el templo de la Jerusalén escatológica. Algu-
edificio material, ahora el templo invade la ciudad. En la Jerusalén nas páginas del nuevo testamento permiten esclarecer esta afirma-
celeste todo es nuevo; y nueva es esencialmente la relación entre ción de suma relevancia. Según los evangelios sinópticos, entre el
Dios y la humanidad. Dios no aparece ya sólo como objeto de cul- templo de Jerusalén y el cuerpo de Jesús existe una solidaridad
to, sino como el mismo lugar de culto. La presencia eterna de Dios misteriosa, que se va acentuando conforme se acercan los aconte-
y del Cordero, significa el cumplimiento de todas las profecías que cimientos de la pasión. En el proceso judío contra Jesús, algunos
conlleva la idea de templo167. dan testimonio contra él diciendo que había afirmado: «Yo destrui-
ré este santuario, hecho por hombres y en tres días edificaré otro no
163. Cf. Michel, vaóg, en TWNT IV, 894. hecho por manos de hombres» (Me 15, 28). Es una frase articula-
164. Cf. G. Bissoli, // Tempio nella letteratura giudaica e neotestamentaria. Stu- da en claro paralelismo antitético. Las dos acciones resultan con-
dio sulla correspondería fra tempio celeste e tempio terrestre, Jerusalem 1994, 186- trapuestas: «destruiré» (xaTcdúoco) y «levantaré» (oi>íoóou,TJaa)).
187.
165. Cf. R. Halver, Der Mythos im leiíen Buch der Bibel, Hamburg 1964, 45.
El objeto es indicado por el texto: se trata de «este» (TOXJTOV) san-
166. Para la interpretación teológica del templo en la historia de la salvación, cf.
Y. M. Congar, El misterio del templo, Barcelona 1964. El subtítulo del libro ya resul-
ta esclarecedor: «Economía de ¡a presencia de Dios en su criatura, del Génesis al 168. Cf. Th. Blatter, Macht und Herrschaft Gottes, Freiburg 1962; D. L. Holland,
Apocalipsis». jravToxQÓTCop in NT and Creed: StEv 6 (1973) 256-266; W. Michaelis, jiotvto-
167. Cf. P. Prigent, L'Apocalypse, 342. XOÓTCÜQ, en TWNT III, 913-915.
154 La nueva Jerusalén La nueva Jerusalén 155

tuario, a saber, del único santuario existente en Jerusalén. «Este unión permanente, eficaz camino de ida y vuelta, entre la humani-
santuario» es distinguido de «otro» (á'k.Xov); y se añade una preci- dad y Dios172.
sión temporal «después de tres días» (óiá TQICOV ÍILIEQC&V). Pero la La vida entera de Jesús, que a continuación el cuarto evangelio
antítesis reside especialmente en los atributos que califican el tem- fielmente va a referir, ilustra el mensaje de que el culto no está li-
plo. El primero es «hecho por mano de hombre» (%EIQOJIOÍ\]XOC,), a gado ya al templo de Jerusalén, sino a la persona misma de Jesús17-1.
saber, «manufacto» o «manufacturado»; el segundo es «no hecho Esta idea aparece de manera particularmente dramática en el
por mano de hombre» (áxBiQOJtoínTog), es decir, nuevo, natural, episodio de la purificación del templo. Jesús con total dominio de
no de imagen religiosa esculpida o tallada, pues el adjetivo adopta la situación afirma: «Destruid (Moate) este templo y yo en tres
un sentido cultual169. días lo levantaré (íyegü))» (Jn 2, 19). Jesús —anota el evangelista-
Cuando Jesús muere en la cruz, los evangelistas testimonian hablaba del templo de su cuerpo (Jn 2, 21). Y cuando «resucitó de
que el velo del templo se rasga en dos, de arriba abajo (Mt 27, 71; entre los muertos» (r|Yé(rf>n ex vexoorv, Jn 2, 22), los discípulos se
Me 14, 58; Le 23, 45). Quiere afirmarse, desde la descodificación acordaron de estas palabras (es decir, las comprendieron plena-
del símbolo bíblico que lo sustenta, que a partir de este momento mente) y creyeron en él. El evangelista, al disponer de idéntico ver-
queda irremisiblemente anulada la validez del templo antiguo. bo para referirse al levantamiento del templo y a la resurrección de
Preciso es acudir al cuarto evangelio, debido a sendas razones. Jesús —eyetQü)—, está mostrando desde la patente semántica de la
Es oriundo de la misma escuela joánica, patria nutricia de Ap, de frase que Jesús resucitado se erige en el verdadero templo para la
donde éste se surte doctrinalmente; además, este evangelio ha en- comunidad cristiana.
fatizado la relación entre Jesús y el templo con mayor rotundidad El Ap se mantiene en la misma línea teológica del evangelio;
que cualquier otro escrito neotestamentario. Dicha conexión ha si- sólo que su expresión resulta más clamorosa. Pretende recalcar la
do sugerida en el prólogo, al anunciar el misterio de la encarnación relación directa de Dios y del Cordero con la ciudad, y lo hace de
del Verbo de Dios mediante la expresión: «puso su tienda» manera rayana en el escándalo, afirmando con intolerable fuerza y
(éaxrjvoooev — 1, 14—), en alusión a la tienda del Éxodo, señal de la en contra de todas las expectativas entonces dominantes, que en
presencia de Dios en medio de los hombres170. ella no existe ningún templo. Quiere decir, desde su mensaje teo-
Al final del capítulo primero, Jesús responde con autoridad y lógico, que en la nueva Jerusalén no se precisa la mediación de nin-
clarividencia a Natanael: «En verdad, en verdad os digo: veréis el gún santuario para encontrarse con Dios, porque el Cordero, Cris-
cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del to muerto y resucitado, anula todas las barreras y cumple en sí to-
hombre» (1, 50-51). El texto tiene como trasfondo la visión de Ja- das las comunicaciones: él es el lugar de encuentro perfecto entre
cob sobre Betel (Gen 28, 12) y numerosas tradiciones judías171. Se Dios y los hombres. Lo que en vano pretendía conseguir la más
debe notar cómo el evangelista cambia el sujeto interpelante; en lu- honda aspiración de cualquier templo, Cristo lo realiza por medio
gar del tú —que tendría como único referente a Natanael— utiliza el de su humanidad resucitada174.
plural «veréis», y éste conjugado en futuro, aludiendo a un evento El libro recalca, también con énfasis, la comunión entre Dios y
que debe llegar: la muerte y glorificación de Jesús. La afirmación el Cordero. Esta perfecta comunión divina hace posible la comu-
de Juan a la comunidad cristiana es que Jesucristo constituye la nión entre los hombres. Sólo el evangelio de Juan ha subrayado la
profundísima unión entre el Padre y Jesús a propósito del relato
arriba mencionado. Jesús emplea un vocabulario muy personal, fiel
169. Cf. G. Biguzzi: Me 14, 58: un tempio ayt\Q<moix\xo<;: RivBib 26 (1978) 225- trasunto de su relación íntima con el Padre. Al hablar del templo lo
240. califica no como «casa de oración» (así registrado por los evange-
170. Cf. F. Manns, L'Evangile de Jean a la lumiére de Judaísme, Jérusalem 1991,
29.
171. Cf. H. Odeberg, The Fourth Gospel. Interpreted in its Relation to Contempo- 172. Cf. F. J. Moloney, The Johannine Son of Man, Roma 21978, 25.
raneuos Religious Currents in Palestine and the Hellenistic-Oriental World, Amster- 173. Cf. O. Cullmann, L'opposition contre le temple de Jérusalem, motiv commun
dan 1968, 35; C. Rowland, John 1. 51, Jewish Apocalyptic and Targumic Tradition: de la théologie johnannique et du monde ambiant: NTS 5 (1958) 171.
NTS 30 (1984) 498-507; J. H. Neyrey, The Jacob AllusUm in John 1: 51: CBQ 44 174. Cf. G. Bissoli, // Tempio nella letteratura giudaica e neotestamentaria. Stu-
(1982) 586-605. dio sulla correspondenza fra tempio celeste e tempio terrestre, 125-126.
156 La nueva Jerusalén La nueva Jerusalén 157

lios sinópticos: Mt 21, 13; Me 11, 17; Le 19, 45), sino cual es, en ciosas criaturas de Dios (Gen 1, 18) y necesarios para el recto des-
verdad, a partir de la conciencia de su filiación divina: «la casa de envolvimiento de la vida y regulación de la actividad humana, son
mi Padre» (Jn 2, 16). Y él será, una vez resucitado de entre los pálidos reflejos en comparación con la luz divina, aquí potenciada
muertos, la nueva y definitiva casa del Padre, en donde los hom- hasta el infinito.
bres podrán encontrar efectivamente a Dios y encontrarse mutua- La fuente de nuestro texto sigue siendo el profeta Isaías, que
mente en Dios (Jn 14, 2.6.9). emplea con frecuencia el símbolo de la luz para indicar la presen-
Este verso del Ap, dotado con toda la extrañeza inicial («san- cia de Dios (2, 5; 24, 23); pero se destaca en especial el siguiente
tuario no vi») y de radicalidad («Dios y el Cordero es su templo»), texto:
acentúa la definitiva transformación operada en la historia de la
salvación. Los templos, cuantos santuarios ha erigido la piedad de No será para ti ya nunca más el sol luz del día, ni el resplandor de
los hombres y las más dispares religiones, señalaban la presencia la luna te alumbrará de noche, sino que para ti el Señor será luz
provisoria de Dios. Eran un sincero, mas vano intento, por querer eterna, y tu Dios tu gloria (60, 19).
alojar la divinidad: amurallar en un recinto material su presencia
infinita, clausurar en un tiempo fugaz su eternidad. Tras esa larga Las dos últimas frases se estructuran en estricto paralelismo si-
constelación de templos, después de constatar que no lograron lo nonímico: «El Señor será luz eterna»; «tu Dios tu gloria». Ap in-
que con tan loable afán pretendían, ahora, situados en el momento troduce un cambio significativo. Allí donde Isaías escribe «tu
de plenitud de la historia, Ap realza con majestad que Dios, en co- Dios», Ap inserta «el Cordero». Esta deliberada corrección posee
munión de personas (el Padre y Cristo), constituye el templo ver- dos significaciones fundamentales. La primera es que la luz divina
daderamente único de la humanidad, en donde se asienta la nueva se ha manifestado ante todo como luz cristiana/crística, hecha visi-
ciudad formada por hombres rescatados. ble únicamente con la presencia de Jesucristo. La segunda estriba
Ap resalta con el recurso literario de dos metonimias la interac- en que la mención expresa del Cordero junto a Dios, sitúa a aquél
ción de lo divino y lo humano; explica el contenido por el conti- en el mismo rango de divinidad que posee Yahvé en el antiguo tes-
nente: la ciudad descrita son los hombres, el templo designado es tamento. Cristo es la plena revelación de la gloria de Dios.
Dios. Y templo no se ve en la ciudad, porque la ciudad es ya todo Otro cambio se registra, al constatar que mientras Isaías habla
un templo. La presencia de Dios irrumpe en la ciudad, se adentra de luna, el Ap menciona la «lámpara» (A/úxvoc;) que es el Cordero.
en su interior hasta ensimismarse con ella; transfigura las relacio- En principio, esta modificación no se debe a que al autor de Ap le
nes humanas ya consideradas 'en referencia a' y 'a imagen de' la repugne quizás el simbolismo lunar aplicado a Cristo176, sino sobre
comunión de Dios Padre e Hijo, íntima relación personal, como
una convivencia asimismo profunda e interpersonal, realizada en 176. Así cree P. Prigent, L'Apocalypse de saint Jean, 342. No podemos menos de
plenitud de transparencia175. recordar que este símbolo sí se aplica plenamente a Cristo en el libro-poemario, que
con más hondura ha tratado en este siglo, desde la voz de la poesía, el misterio de Cris-
to: El Cristo de Velázquez, de M. de Unamuno. Cristo es la luna de Dios y es la luna
para la humanidad. En la noche, que envuelve a la tierra, la luna es el único destello
13. La luz de Dios y del Cordero de luz, que la humanidad puede recibir. La luna es testigo del sol vivificador (que en
el poema se refiere a Dios). Asimismo, Cristo recibe toda la luz del Padre, es su úni-
23
Y la ciudad no necesita del sol ni de la luna para que alumbren, co testigo, y con su luminosidad (cuerpo blanco, donde brilla al unísono la divinidad
y la humanidad) puede alumbrar y «or-ientar» a la humanidad errática y oscurecida.
pues la gloria del Señor la ilumina, y su lámpara es el Cordero.
Léanse estos hermosos versos: «Mientras la tierra sueña solitaria, / vela la blanca lu-
na; vela el Hombre / desde su cruz, mientras los hombres sueñan, / vela el Hombre sin
Este verso, en forma de quiasmo con el anterior, describe de sangre, el Hombre blanco / como la luna de la noche negra (El Cristo de Velázquez
manera concisa la más hermosa luminaria. En la nueva ciudad no (edición crítica de V. García de la Concha) Madrid 1988,1, IV, 94). «De noche la re-
donda luna dícenos / de cómo alienta el sol bajo la tierra; y así tu luz: pues eres testi-
se precisa de la luz del sol ni de la luna. Estos seres naturales, pre- monio Tú el único de Dios: / sólo tu luz lunar en nuestra noche / cuenta que vive el
sol...» (El Cristo de Velázquez I, V, 98). Para un desarrollo ulterior, cf. J. Bergamín, El
175. Cf. J. Bonsirven, L'Apocalypse, 319-320. Cristo lunar de Unamuno: Luminar 4 (1940) 10-30; J. G. Renart, El Cristo de Veláz-
La nueva Jerusalén 159
158 La nueva Jerusalén

pues Dios y el Cordero son la única fuente de luz que inunda la ciu-
todo porque utiliza, recurso expresivo en él bastante habitual, el
término «lámpara» (kv%voc,) como elemento de contraste en la des- dad, la plena luz escatológica.
cripción de la ciudad de Babilonia. La ciudad autosuficiente se su- Ap insiste en la presencia inmediata de Dios y del Cordero; la
mergerá en la oscuridad, carente de luz: «la luz de la lámpara (qpójg irradiación de su vida se da a los hombres de forma esplendorosa,
Xv%vov) n o brillará más en ti» (18, 23). En cambio, la nueva Jeru- en una comunión hecha de luz. Unas palabras de un salmo cultual
salén se ve inundada por la luz de la lámpara que es el Cordero. Só- pueden servir de comentario sapiencial a esta misteriosa realidad:
lo en tres ocasiones aparece la palabra «lámpara» (Xíi^vog) en Ap:
las dos ya mencionadas (18, 23; 21, 23) y una tercera vez para de- Los humanos se acogen a la sombra de tus alas, se nutren de los
sabroso de tu casa, les das a beber del torrente de tus delicias; por-
signar la felicidad de los santos, que no necesitan de luz de «lám- que en ti está la fuente viva y tu luz nos hace ver la luz (Sal 36, 8-
para» (kvxvov) m de luz del sol en el paraíso recreado (22, 5). 18).
También en los escritos de Juan, el motivo recurrente de la luz,
con su amplia estela simbólica, subraya la comunión entre el Padre
y Jesús. Ambos son designados como luz perfecta, sin mancha al- 14. La nueva Jerusalén, ciudad del mundo
guna de sombra. De Dios se dice: «Este es el mensaje que oímos
de él, y os anunciamos: que Dios es luz y en él no hay tinieblas» (1 2A
Y las naciones caminarán a su luz, y los reyes de la tierra trae-
Jn 1, 5). De Jesús se afirma: «El es la luz verdadera que alumbra a rán su gloria hasta ella; 2i'sus puertas no cerrarán, pues allí no ha-
todo hombre» (Jn 1, 19). brá noche, 26y llevarán hasta ella la gloria y el honor de las na-
En el cuarto evangelio Jesús es considerado como luz, porque ciones.
él se ha mostrado soberanamente como la revelación de la vida de
Dios para el hombre que camina en la oscuridad. Los textos alusi- Estos versos hablan de la función centrífuga de la nueva Jeru-
vos son abundantes: 3, 19; 8, 12; 9, 5; 11, 9; 12, 35.36.46. salén, la que irradia luz por doquier. También aluden a su función
Dentro de la obra joánica, Ap mantiene una significación muy centrípeta: las naciones y los reyes de la tierra caminan atraídos por
peculiar con respecto a la luz. Esta se manifiesta como una prolon- la «orientación» de su luz y le llevan su gloria. Son, en fin, el cum-
gación visible de la gloria y de la lámpara, términos que poseen plimiento de unas antiquísimas profecías y salmos, en torno a la
significación cultual; pues la luz es referencia de la «gloria» (6ó- gloria de la Jerusalén futura.
£a) que llenaba el templo; como asimismo de la «lámpara» (tanLi- Los escritores bíblicos avizoraban en un lejano porvenir que Je-
Jtác,), señal de la presencia vigilante de Dios en el templo (cf. Ap rusalén se convertiría en la meta de todas las naciones (Is 60,
4,5). 3.5.11; Sal 17, 34; 72, 10.15)177. Todas ellas subirían hacia Jerusa-
Este verso, pues, se revela como la continuación orgánica del lén, mas esta confluencia quedaba ensombrecida por mor de unas
anterior, que mencionaba el templo. Ahora se sigue hablando del condiciones históricas humillantes; pues su peregrinación no se
mismo templo, mediante la simbología de la luz y con la utiliza- realizaba en son de paz igualitaria, sino para rendir servilmente la
ción de un haz de palabras impregnadas de connotación luminosa. contribución de vasallaje con respecto a Jerusalén.
Repárese en la fuerza acumulativa de los vocablos empleados: El presente pasaje de Ap 21, 24-26 es una remembranza del
«sol, luna, alumbrar, gloria, iluminar, lámpara». profeta Isaías:
La ciudad aparece como el lugar oriundo de la luz, el verdade-
ro «oriente» luminoso. Ya no hay necesidad ni de luz astral (sol o Marcharán las naciones a tu luz, y los reyes al esplendor de tu al-
luna) ni de luz cultual (lámpara) tal como señala Ap 21, 23; 22, 5; borada... Vendrán a ti los tesoros del mar, las riquezas de las na-
ciones..., un sinfín de camellos, jóvenes dromedarios de Madián y
quez: Estructura, estilo, sentido, Toronto 1982, 69-80. Para valorar adecuadamente to-
de Efá. Todos ellos vienen de Sabá, portadores de oro y de incien-
do el poema, teniendo en cuenta la teología subyacente, cf. O. González de Cardedal,
Cuatro poetas desde la otra ladera. Unamuno, Jean Paul Sartre, Machado, O. Wilde, 177. Cf. V. Eller, How the Kings of the Earth latid in the New Jerusalem: The
1996, 19-192. El autor se refiere al poemario como uno de los monumentos máximos World on the Book of Revelation: Katallagete/be Reconcüed 5 (1975) 21-27.
en la historia de la poesía y de la religiosidad españolas (p. 192).
760 La nueva Jerusalén La nueva Jerusalén 161

so. Todas las ovejas de Quedar se apiñarán junto a ti, los machos El ingente lote de «gloria y honor», aportado generosamente
cabríos de Nebayot (Is 60, 3.5-7). por las naciones, no va a hermosear a Jerusalén, como ocurría en la
narración del profeta Isaías: «Y mi hermosa Casa hermoseará aún
El Ap, conforme a su fiel costumbre de empleo del trasfondo más» (60, 6); puesto que la nueva Jerusalén, de tanta hermosura co-
veterotesmentario que lo sustenta, modifica la cita de Isaías. El lec- mo está engalanada —portentoso cúmulo henchido de belleza, que
tor será testigo, a lo largo de los siguientes párrafos, en que ambos la sitúa en un inigualable rango divino, recuérdese la exuberancia
textos se cotejan, de los logros interpretativos con que el autor de del oro y la pedrería preciosa que la cimentan y pavimentan—, no
Ap sabe matizar y enriquecer genialmente su mensaje teológico. admite ni un ápice ni una joya más, que puedan volverla aún más
Omite la larga enumeración del profeta que se complacía en de- hermosa.
tallar las riquezas y tesoros traídos: vienen del oeste los tesoros del Ap introduce el verbo «caminarán» (jreQiJtcmíoo'uoiv) —que no
mar en barcos fenicios; las riquezas del oriente proceden del de- estaba en el original de Isaías—, en lugar de la forma habitual del
sierto de Arabia, una abigarrada multitud polícroma sube en holo- profeta: «marcharán» (jiooeiJoovTai). Utiliza de manera delibera-
causto para hermosear la casa de Dios. da el verbo, que en todo el libro posee un peculiar registro, cuyo
Ap reemplaza esta inmensa carga por un sobrio binomio «la sentido es preciso descubrir. Se asigna a Cristo, «el que camina» (ó
gloria y el honor» (TÍ|V 6ó^av xai rn.v -uiiíiv). Despoja a su fuente jieQiJtatcov) en medio de los siete candelabros de oro (2, 1). Se
inspiradora de todo sabor demasiado folklórico, de alusiones a to- aplica a los cristianos de Sardes, que no se han manchado y «ca-
pografías y pueblos muy determinados, para hacer ver que se trata minarán» (jt£QUTaTí)oouoiv) con Cristo, vestidos con blancas ves-
ahora de una peregrinación universal178. ¡Aprecíese otra vez más, el tiduras, pues son dignos (3, 4). El cristiano debe vigilar y guardar
discreto encanto de la escritura de Ap, respecto a sus modelos de sus vestiduras, para que no «camine desnudo» (yv^ivóc, jteQutaxrj)
inspiración —sean bíblicos o extrabíblicos—: cuánta contención y y poder marchar dignamente con Cristo (16, 15). Así, pues, el ver-
elocuencia en sus elementales afirmaciones! bo se refiere a Cristo «el que camina» en medio de la Iglesia, y a
En este proceso valorativo resulta digno de atención otro con- los cristianos que, merced a su fidelidad, también tendrán derecho
traste conscientemente descrito. La comparación tiene ahora como a caminar victoriosos con Cristo. Quiere decirse que estas ciudades
referente la situación en la ciudad de Babilonia. Las riquezas, que y reyes, que Ap menciona, poseen, merced al característico verbo
antes eran objeto de comercio, codicia y ambición desmesurada en que les acompaña, una acepción positiva y un acentuado valor cris-
la metrópolis de Babilonia y que la hicieron centro de poder inhu- tológico.
mano (18, 11-17), ahora se convierten en regalo y dádiva. Se trans- Es preciso atender críticamente a una observación original, for-
forman en vehículo eficaz de comunicación pacífica entre nación y mulada a propósito de la subida de las naciones y reyes. J. Com-
nación; entre éstas y la ciudad de la nueva Jerusalén. Además, hay blin ha intentado mostrar que la llegada a la ciudad nueva es una
que notar la ausencia de todo inventario, salvo los lacónicos térmi- acción que se prolonga ininterrumpidamente. El autor estudia las
nos «gloria y honor», a diferencia del recargado pasaje, que des- frecuencias y acepciones de los verbos «subir» (ávafSaíveiv) y «ca-
cribe pormenorizadamente, hasta con exceso rayano en el derro- minar» (jiEQuiaTEiv), las compara, extrayendo la siguiente conclu-
che, las mercancías y productos de Babilonia (Ap 18, 11-13)179. Es- sión: «El verbo 'subir' se adapta a las condiciones espaciales y
ta ciudad se asienta sobre el comercio, y comercio sacrilego, capaz temporales de la antigua alianza: incluye un desplazamiento del
de matar vidas humanas; en la nueva Jerusalén ya no existe la in- país hacia la ciudad, y designa una acción que dura un tiempo de-
humana lucha de mercado, sino que se instauran relaciones de paz terminado. Pero la nueva Jerusalén es coextensiva al mundo nue-
duradera y de armonía entre todos los pueblos. vo»180. Tal concepción no puede legítimamente formularse desde el
rigor de la gramática empleada; pues una lectura atenta de Is 60, 1-
178. Kraft reconoce que Ap 21, 24-26 es una repetición de la profecía de Is 60, 1- 10, según el texto de los LXX, no descubre en ninguno de los diez
11, pero carente de orden y claridad, está mucho mejor descrita en su modelo (Die Of- versos la presencia del verbo «subir» (áva|3aívav); por eso su con-
fenbarung des Johannes, 273). Dicha observación, atribuida al autor del Ap, nos pa-
rece infundada e insuficiente.
179. Cf. J. Schneider, Ti|tíí, en TWNT VIII, 179. 180. J. Comblin, La liturgie de la nouvelle Jérusalem, 25.
162 La nueva Jerusalén La nueva Jerusalén 163

clusión, que suena con acentos muy sugerentes, parece ser precipi- En nuestro texto se realiza lo que habían visto anticipadamente
tada y errónea. los profetas en lo tocante al atractivo que ejerce Jerusalén sobre las
Hay que decir que Ap utiliza las imágenes de Isaías, pero so- naciones (Is 2, 2-4; 60, 3; Ag 2, 6-9). Pero hay que decir, matizan-
metiéndolas a una muy alta depuración. A fin de conocer con pre- do, que éstas abandonan ya el orgullo étnico; dejan de ser rivales
cisión el significado de las expresiones, «las naciones» y «los re- para convertirse en hijas/hermanas de la ciudad de Dios, madre de
yes de la tierra», es menester realizar un completo recorrido por el todas la naciones. Reina ya una paz universal y duradera.
conjunto del libro, ya que no resulta unívoca su interpretación. Ha
llegado a decirse que el autor de Ap utiliza expresiones, tales como
«naciones» o «reyes de la tierra», que, al ser un calco literal del «Los reyes de la tierra» (ol Paodeíc, Tfjg vil?)
profeta Isaías, no resultan apropiadas para describir la nueva situa- También esta expresión ha padecido la misma transformación
ción que se instaura181. semántica que el lexema de las naciones; de ser un concepto con
denotaciones claramente hostiles al pueblo de Dios durante todo el
curso de la historia -según Ap 6, 15; 17, 2.19; 18, 3.9.19—, ha lle-
«Las naciones» (rá Eftvr)) gado a convertirse en elemento integrante del cortejo universal que
acude en peregrinación a Jerusalén, a fin de rendirle triunfal plei-
Tres significados fundamentales puede alcanzar en Ap: tesía (Ap 21, 24).
—Interpretación étnica. Es una designación gentilicia, se refie- Se cumple lo predicho por el salmo:
re de manera neutral a naciones o pueblos. Con frecuencia está
añadido a expresiones parecidas, sinonímicas. Véanse las abun- Contaré a Egipto y a Babilonia entre mis fieles, filisteos, tirios y
dantes citas que ofrece el libro: 2, 26; 5, 9; 7, 9; 10, 11; 12, 5; 13, etíopes han nacido allí... y cantarán mientras danzan: Todas mis
fuentes están en ti (87, 4.7).
7; 14, 6; 15, 3.4; 20, 3.8.
—Interpretación hostil-negativa. Alude a las naciones como Este canto a Jerusalén rompe cualquier clase de particularismo
símbolo de un poder que desprecia y pisotea el lugar santo (11, 2), y reticencia sectaria. Es preciso leerlo en clave de arquetipos uni-
que se burla de los profetas (11, 9). Las naciones se llenan de có- versales, procurando alcanzar, más allá de los nombres concretos,
lera ante el triunfo final de los testigos-profetas (11, 18); han bebi- la realidad profunda que encarnan. Los proverbiales enemigos del
do del vino del furor de la fornicación (14, 8; cf. 18, 3); sirven de pueblo, como son Egipto y Babilonia, se convierten en ciudadanos
soporte a la gran cortesana (17, 15); han sido engañadas por el po- del nuevo reino. Igual acontece con los rivales históricos: filisteos,
der pagano e idolátrico de Babilonia (18, 23); serán objeto de un los comerciantes de Tiro y los residentes de Etiopía. Todos son ga-
severo castigo por parte del jinete que monta el caballo blanco (19, nados pacíficamente a la ciudadanía de Jerusalén; se rompe la mul-
15). tisecular enemistad y las remotas diferencias se acercan: Jerusalén
es ciudad universal, que irradia su gloria por todo el orbe.
—Interpretación positiva. Esta acepción aparece sólo en el ca-
Se insiste, por tanto, en una de las notas más características de
pítulo 21 del libro. Las naciones dejan su imagen negativa y opre-
la nueva Jerusalén: ciudad de puertas francas, abierta a todo el
sora; ya no tienen en ellas mismas su punto de gravedad, sino que
mundo. Las naciones paganas (xa. e$vr\) —no importa ya ni la raza
marchan como imantadas a su lugar y encuentran su patria en la
ni el origen— van en dirección de la luz de la nueva Jerusalén. Los
nueva Jerusalén, que se convierte en centro de atracción para todas
reyes de la tierra, cetros y centros de poder asfixiante, quienes eran
ellas y meta del universo. Todos las naciones caminan hacia Jeru-
antaño aliados de la Bestia y enemigos del Cordero (cf. anteriores
salén en busca de la luz salvadora (cf. 21, 24-26).
textos), deponen su actitud de amenaza; y traen su «gloria» (óó-
í;av), cuanto tienen de más preciado, su «honor» (tí|iT|v), y reco-
nocen el señorío de Dios y de Cristo. Un ambiente ya logrado de
181. Asi lo hace T. F. Glasson, The Revelation ofJohn, Cambridge 1965, 120. Tal
vez desconoce este exegeta la evolución semántica que Ap realiza dentro de su libro. paz universal reina en la nueva Jerusalén.
164 La nueva Jerusalén La nueva Jerusalén 165

Se describe, pues, una peregrinación universal, la enorme cara- da de gloria, portadora de la liberación final, ha dejado profunda
vana del mundo que camina rumbo a la nueva Jerusalén. Se reali- impronta en la literatura judía186. La llegada del Mesías -justamen-
za la aspiración, presente en tantos testimonios de la literatura apo- te en la noche de pascua— la Iglesia la ha visto realizada con la re-
calíptica: Tob 13, 9; 14, 5; 1 Henoc 90, 28-33; Oráculos Sibilinos surrección de Jesús187; y así lo canta en el pregón de la noche san-
702-731. Esta recibe a las naciones con las puertas abiertas, en una ta del sábado de gloria: «Esta es la noche de la que estaba escrito /
afluencia de gloria y de júbilo incesante, sin que la noche ponga será la noche clara como el día / la noche iluminada por mi gozo».
pausa a tanto desfile. Finalmente se oye una severa advertencia, dirigida a todos los
Solía ser habitual que el desenvolvimiento de la vida dentro de lectores: «Y no entrará en ella nada profano, ni el que comete abo-
una ciudad antigua, en sus aspectos sociales, comerciales..., se vie- minación y mentira, sino sólo los inscritos en el libro de la vida del
se interrumpido o disminuido ante la llegada de la noche o al ce- Cordero» (21, 27). Es una voz de alerta, que guarda estrecha se-
rrarse las puertas con el exterior. No ocurre así en la nueva Jerusa- mejanza con 21, 8 —texto ya detenidamente estudiado—. La entra-
lén, donde hay de continuo vida exuberante182. Se cumple la profe- da en la ciudad no queda reservada al capricho de cualquiera, mo-
cía de Is 60, 11: dificable según el talante del peregrino; respeta la libre responsa-
bilidad de cada uno. El texto resuena con entera claridad: no pue-
Abiertas estarán tus puertas de continuo; ni de día ni de noche se de entrar en la ciudad nada «profano». El adjetivo xoivóc, puede
cerrarán, para dejar entrar a ti las riquezas de las naciones, traídas significar impuro (Is 52, 1; Hech 10, 14.28; 11,8; Rom 14, 14); pe-
por sus reyes. ro también profano (Me 7, 2; Heb 10, 29)188. Este sentido concuer-
da mejor con nuestro pasaje de Ap, añadiendo la salvedad de que
Esta noche no es oscura, al contrario resulta sorprendentemen-
la categoría de lo profano no se mide por criterios sacrales o na-
te brillantísima; tiene profundas reminiscencias con la noche pas-
cionalistas, sino por la colaboración de cada cristiano en la obra de
cual, tipo de la noche de la venida del Mesías, que traerá la salva-
Cristo, quien lo elige y lo inscribe en su libro y en él permanece es-
ción escatológica. Algunos escritos judíos han enaltecido sus ma-
crito, a no ser que aquél, de forma autónoma, quiera borrarse del li-
ravillas: la noche será luminosa, la luna brillará como el sol y éste
bro de la vida del Cordero189.
será siete veces más luminoso «como la luz que Dios había creado
al comienzo y reservado en el paraíso»183. El origen más antiguo de La esperanza en la nueva Jerusalén se muestra activa, desenca-
esta creencia se encuentra en una Barayta de Gen Rabbá 1, 3, acer- dena una nueva conducta, antípoda de la llevada por los ciudada-
ca de la luz primigenia de Gen 1, 3, oculta en el paraíso hasta el nos de Babilonia, que practicaban la abominación y la mentira. To-
momento en que aparezca con la presencia del Mesías184. La noche, das las naciones pueden entrar en la nueva Jerusalén, a excepción
como se verá, se asocia a la venida última del Mesías. de las que, de manera recalcitrante, se empeñan en autoexcluirse al
Es preciso mencionar, dentro de nuestro preciso contexto, el mancharse por la idolatría.
más privilegiado testimonio judío, titulado Poema de las cuatro No existe aquí ninguna alusión a la predestinación ni al fatalis-
noches. Esta reflexión litúrgica —el Targum a Ex 12, 42— asocia en mo; al contrario, este verso constituye un vigoroso acicate para tra-
una teología histórica cuatro eventos cruciales, situándolos respec- tar de vivir conforme al evangelio de Jesús, muerto y resucitado, en
tivamente en cada una de las noches: la creación, la ofrenda de
Abrahán con el sacrificio de Isaac (Aquedá), la pascua de Egipto y 186. Cf. H. L. Strack-P. Billerbeck, Kommentar zum Neuen Testament aus Talmud
und Midrasch III, 417; J. Klausner, Die Messianische Vorstellungen des jüdisches Vol-
la llegada del Mesías en la noche de pascua185. Esta noche ilumina- tees in Zeitalter der Tannaiten, Krakau 1903, 32.
187. Cf. R. Cantalamessa, La pasqua nella Chiesa antica, Tormo 1978, XII; R. Le
182. Cf. S. Bartina, Apocalipsis de san Juan, 842. Déaut, La nuit paséale, 284. Muy documentados artículos, de una abundancia casi
183. Cf. Éxodo Rabbá 12, 2. Cf. H. L. Strack-P. Billerbeck, Kommentar z.um abrumadora de testimonios en A. Strobel, Die Passa-Erwartung in Lk 17, 20f: ZNW
Neuen Testament aus Talmud und Midrasch IV, 960-962. 49(1958) 157-197.
184. Cf. R. Le Déaut, La Nuit Paséale, Rome 1963, 235-236. 188. Cf. J. Bonsirven, L'Apocalypse de saint Jean, 323; F. G. Untergassmair, xot-
185. Cf. la versión española en A. Diez Macho, Neophyti I II. Éxodo, Madrid-Bar- vóg, en DENT I, 2357-2360.
celona 1970, 78. Y una pertinente explicación en D. Muñoz, Derás. Los caminos y 189. Para las otras expresiones, recordar la explicación ya dada previamente en 21,
sentidos de la Palabra divina en la Escritura, Madrid 1987, 137, 174. 7-8.
166 La nueva Jerusalén
3
quien cada cristiano ha sido llamado y destinado a la vida. Así se EL PARAÍSO RECREADO
ha recordado en Ap repetidamente: 3, 5; 13, 8; 20, 15. Nadie ni na- (Ap 22, 1-5)
da debe apartar al discípulo de su corona de vida, que él va pa-
cientemente entretejiendo con los juncos diarios de su lealtad, y
que Cristo le otorgará merced a los frutos de su obra salvadora en
él (2, 10).

La tercera parte de la gran sección unitaria, la más concisa (22,


1-5), evoca el paraíso renovado. Se pasa del registro simbólico de
la ciudad a otro, cuyo referente es la naturaleza. La alegoría llega
a su cima. Es la exhortación a los hombres a sumergirse en la di-
cha de soñar la promesa de Dios: el paraíso intacto, un ámbito de
perfección, ajeno a toda caída. Estos cinco primeros versos (22, 1-
5) evocan con las imágenes primordiales del agua, la vida, el ár-
bol... los temas característicos del paraíso bíblico y la idea del ori-
gen incontaminado que se respira en todos los hermosos jardines
del mundo, patrimonio de la mejor humanidad: es el edén soñado,
el «locus amoenus», el paraíso del Corán, cruzado asimismo por un
río, el lugar encantado de la Arcadia clásica...
Aquí se expresa un deseo antiguo, emergente en todas las eda-
des y pueblos: la nostalgia de la paz divina en la creación, la bús-
queda de los orígenes perdidos'.
Pero en este paraíso no encontramos un mundo forjado por la
fantasía oriental: ni ríos desbordados, ni paisajes multicolores, ni
animales exóticos. La descripción es sobria, de intensidad retenida.
La nueva Jerusalén extiende ahora su contagio a la humanidad y a
la naturaleza, transfigurándolas en su luz sobrenatural2.
1
Y me mostró un río de agua de vida, reluciente como el cristal,
que brotaba del trono de Dios y del Cordero. 2En medio de su pla-
za, a un lado y otro del río, hay un árbol de vida que da doce fru-
tos, uno cada mes. Y las hojas del árbol sirven para la curación de
las naciones. }Yya no habrá ninguna maldición más. Y el trono de
Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le darán culto. 4Y
verán su rostro, y su nombre está sobre sus frentes. 5Y ya no habrá

1. Cf. R. Halver, Der Mythos im letzen Buch der Bibel, Hamburg 1964, 112.
2. Cf. K. L. Schmidt, Die Bildersprache in der Johannes-Apokalypse: TZ 3
(1947) 60.
168 La nueva Jerusalén El paraíso recreado 169

más noche, y no tienen necesidad de luz de lámpara ni de luz de diablemente. La visión última de la que Juan es testigo muestra un
sol, porque el Señor Dios los iluminará y reinarán por los siglos paraíso, dotado con la categoría de lo nuevo, lo prístino, lo recién
de los siglos. acabado de hacer por las manos de Dios como regalo para la hu-
manidad. Este altísimo grado de novedad se ajusta al mismo rango
Estos cinco versos, escritos con lenguaje genesíaco, describen que reviste la ciudad de la nueva Jerusalén, tal como ya se ha estu-
esta feliz armonía ya recobrada y para siempre. Se huye de lo ne- diado con cierta profusión.
gativo para dar paso a un reinado glorioso del amor, de perenne Así, pues, la presente contemplación profética no se desentien-
contemplación directa de Dios. Entonces observamos cómo la con- de de la iconología de la nueva Jerusalén. Esta prosigue en una es-
junción copulativa se multiplica, pretende enlazar en gozosa alga- pecie de metamorfosis urbana, con rasgos propios de un paraíso. El
rabía las múltiples gracias que Dios tiene reservadas a los suyos. lenguaje empleado por Ap delata la persistencia; sólo una lectura
Estos versos expresan rotundamente la locuacidad de la dicha, que, atenta descubre esta continuidad; pues el río de agua es «relucien-
en pura dádiva divina, ha de llenar a toda la humanidad. te» como el «cristal» (22, 1), con la misma cualidad que ha sido
Capacitado, pues, «con la fuerza del Espíritu» (21, 10), el autor predicada de la gloria de la ciudad (21, 11) y de la plaza (v. 21).
del Ap puede acceder a la contemplación del paraíso, que está lo- Con respecto al otro gran símbolo, el árbol de la vida, también se
calizado en la nueva Jerusalén. Se trata de una visión profética, que indica que brota «en medio de la plaza» (22, 2). Y no existe otra
altera los habituales esquemas convencionales de pensamiento pa- plaza sino la descrita en la nueva Jerusalén (21, 21). Es justamen-
ra adentrarse en el misterio subyugante del simbolismo apocalípti- te en el centro mismo de la ciudad, no al margen, ni en las afueras
co; por eso no le importa gran cosa incurrir en reiteradas tropelías —extrarradios en que se ubicaría cualquier jardín terrenal antiguo—,
lógicas: que del trono de Dios y del Cordero mane —¡extrañísimo donde crece fecundo, en agua y fruto, el paraíso nuevo.
venero, de cuyo seno nace un agua borbotante!— un río de agua de
vida (22, 1); y que en medio de la plaza brote un árbol de vida (22,
2), por más que la plaza ofrezca un suelo improductivo y refracta- 1. El río de agua de vida y el árbol de vida
rio, pues «es de oro puro, transparente como el cristal» (21, 21).
En este fragmento el autor toma fundamentalmente motivos li- De la imagen conjunta del paraíso, poco ha vislumbrada, nues-
terario-teológicos del Génesis, enriquecidos por la tradición profé- tra retina se queda en la contemplación de sus dos componentes
tica, para formular de manera original su propio mensaje teológi- esenciales, como son el agua y el árbol. Ni el uno ni el otro pueden
co. La ciudad de la nueva Jerusalén se convierte ahora en el paraí- ser tratados de forma totalmente independiente; pues están imbri-
so —sorprendente metamorfosis de enormes proporciones—, en cados en la misma visión y determinados, además, en el texto por
donde se realiza íntegramente la comunicación de Dios con los el sustantivo «vida», que los circunscribe.
hombres, de los humanos entre sí, y con la naturaleza. 1
El pensamiento apocalíptico tiende a unir el fin de la historia Y me mostró un río de agua de vida, reluciente como el cristal,
que brotaba del trono de Dios y del Cordero. 2En medio de su pla-
con los comienzos; el porvenir con el origen3. No se trata, sin em- za, a un lado y otro del río, hay un árbol de vida que da doce fru-
bargo, de un retorno, teñido de nostalgia, a aquel paraíso perdido. tos, uno cada mes. Y las hojas del árbol sirven para la curación de
No se repetirán ya los graves errores del pasado, que causaron la las naciones.
desarmonía de la humanidad y del cosmos. La historia no puede ya
volver sobre sí misma. Hay que ser consecuentes con la fuerza ob- La presente visión tiene su fuente inspirativa en el Génesis:
jetiva de los hechos de la revelación bíblica. El Ap cristiano no pre-
senta ahora otra edición corregida de aquel paraíso perdido y aban- De Edén salía un río que regaba el jardín, y desde allí se repartía
donado. Perdido el paraíso, hay que darlo ya por perdido irreme- en cuatro brazos (2, 10).

Asimismo recuerda la célebre descripción del templo futuro


3. Cf. M Rist, The Reveladon of St. John ihe Divine, 541; R. H. Mounce, The narrada por Ezequiel en la última parte de su libro (ce. 40-48). El
Book of Revelarían, 387.
El paraíso recreado 171
170 La nueva Jerusalén

La significación teológica acerca del río de agua de vida es ri-


profeta, desde un monte alto (40, 2; igual escenario y localización ca. Se ha interpretado en clave bautismal o pneumatológica. El
que describe el vidente de Ap —21, 10—), contempla, llevado por la evangelista Juan comenta unas palabras de Jesús, que inducen a es-
mano de Yahvé (40, 1; en Ap se habla, en cambio, de un ángel), la ta última equivalencia: «De su seno correrán ríos de agua viva. Es-
gloria futura de una Jerusalén reconstruida e idealizada. to lo dijo refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creye-
Hay que decir que los últimos capítulos del Ap han tenido co- ran en él» (Jn 7, 38b-39). Diversas interpretaciones han sido for-
mo inspiración las visiones de los profetas Isaías, Zacarías, Daniel, muladas con respecto al texto de Ap. Se ha visto una clara referen-
y especialmente Ezequiel. Esta dependencia respecto al profeta cia al Espíritu santo7; una alusión a la promesa de la inmortalidad8
Ezequiel, patentizada en numerosas pruebas de citas explícitas y y una referencia a la abundancia de bienestar que Dios concede a
remembranzas, ha sido ampliamente puesta de manifiesto y recal- su pueblo1'. La expresión, creemos, parece indicar fundamental-
cada4. mente la sacramentalidad de la Iglesia, vivificada por la presencia
La formulación de Ap proviene, pues, ya transformada, del pro- del Espíritu santo.
feta Ezequiel (47, 1-12), quien ve manar agua del templo, agua tan
Según la visión del profeta la mención del río se imbrica, casi
abundante que se convierte en «agua de pasar a nado, un torrente
hasta el punto de fundirse o confundirse, con la alusiva a la arbo-
que no se podía atravesar» (v. 5); agua que sana lo hediondo (v. 8),
leda. Así reza el verso de Ez 47, 7, tan semejante a nuestro texto de
que da vida y hace prosperar (v. 9).
comentario, conforme a las versiones española, hebrea, la griega de
Ap concentra en esta palabra suya tan característica, «vida», la los LXX y la de Ap 22, 2:
dinámica descripción del profeta Ezequiel. Además, el río de agua
de vida, que se le muestra al vidente y que retiene su atención, «es-
En la orilla del río había una arboleda a un lado y otro.
tá brotando» - e n griego va conjugado en participio de presente
nrm rra n'KO :n ya bmr\ nato-1?!* (TM)
(éxjtoQEDÓiievov)—. Es un río de aguas vivas, corrientes, no estan-
xai iboii ¿bii, TOÜ xeíAoug TOÜ noxa\iov SévSga nok\á ocpóSoa ev-
cadas o muertas. Torrente limpio, tan cerca de la fuente que no pue-
ftev xai evfrev (LXX)
de sino fluir incesantemente. El agua serpea serena y fluida, «relu-
'Ev |iéaü) tijc; nkaxzíac, aiixxy^ xai TOÜ jiotauoD evietiftev xai
ciente como el cristal» —señala el texto—; impregnada de aquella
luz, reflejo del centro luminoso, que es la divinidad5. El motivo de éxetfrev 'EyXov ¡¡üjíjg (Ap 22, 2).
la luz sigue estando presente en esta descripción paradisíaca. Tam-
bién las comparaciones, que servían para ilustrar el brillo de la ciu- Como puede apreciarse, existen más parecidos con el texto ma-
dad de Jerusalén; pues el agua es la materia transparente más pare- sorético que con la versión de los LXX. El singular colectivo j*I?
cida a la luz6. 2"\ «árbol numeroso, mucho árbol, arboleda» se adecúa mejor con
el singular ^vXov de Ap que no con el plural neutro &évóoa noXká.
Ap cambia la fecunda fuente desde donde brota el agua. Con- La expresión adverbial del Ap «a un lado y otro» (évTeüdev >cal
forme a la lectura de Ezequiel el agua surgía del templo de Jerusa- éxetfrev) puede muy bien ser la traducción del hebreo Í1TQ1 ¡1TQ,
lén; ahora mana del trono de Dios y del Cordero. Ya no se habla pero no parece corresponder al diverso sintagma evdev xai éVfjgv
más del templo, pues el tema ha quedado suficientemente explíci- de los LXX.
to en el capítulo anterior. De ahora en adelante, el trono de Dios y
del Cordero ocupará el lugar del templo. Pero la diferencia más notable reside en la ausencia del sintag-
ma «árbol de vida» en el profeta Ezequiel. Falta, pues, la expresión
fija y estereotipada de Ap, aunque la mención de la vida no resul-
4. Cf. J. Lust, The Order ofthe Final Events ¡n Revelation and in Ezekiel, en J. ta ajena en el contexto inmediato. Efectivamente, rastreando entre
Lambrecht (ed.), L'Apocalypse johannique et VApocalyptique dans le Nouveau Testa- las líneas próximas del texto profético, se lee que el agua de este
ment, Gembloux 1980, 179-183; H. Bietenhad, Das tausendjahrige Reich. Eine bi-
blisch-theologische Studie, Zürich 1955, 34-35.
5. Es un agua «éticelante», así traduce C. Spicq, Notes de lexicographie néo-tes- 7. Cf. H. B. Swete, The Apocalypse ofSt. John, 298.
tamentaire I, 461. Sobre las características de esta misteriosa agua, cf. Aristóteles, Me- 8. Cf. G. E. Ladd, Commentary on the Book of Revelations ofjohn, 286.
teor., 370 a 13. 9. Cf. W. Barclay, Revelation of John I, 283.
6. Cf. E. Aepli, Der Traum itnd seine Deutung, 278.
El paraíso recreado 173
172 La nueva Jerusalén
da no tiene como referente sólo al mencionado por el libro del Gé-
torrente o río, por dondequiera que pasa, irá dejando tras de sí hue- nesis, sino también a aquel árbol proverbial que la literatura apo-
llas de vida: «Todo ser viviente que en él se mueva, vivirá. La vi- calíptica, entre tantas descripciones de fantasía, aguardaba anhe-
da prospera en todas partes adonde llega el torrente» (v. 9). Mas es- lante"; y de forma señalada al que el profeta Ezequiel columbró en
ta exuberancia de vida está ligada, según el texto de Ezequiel, no su visión del templo futuro. De ahí que la discreta mención del pro-
al árbol —como ocurre en el libro de Ap—, sino al agua del río que feta, sustentada por el texto de Ap, concede valor escatológico al
brota del templo. De donde resulta que ambos sintagmas «río de árbol del paraíso. La calidad de vida que este árbol otorga es de su-
agua de vida» y «árbol de vida» se entremezclan también confor- ma abundancia y perfección12.
me a la descripción del Ap.
El Ap continúa relatando los efectos beneficiosos del árbol de
La imagen del árbol de vida de Ap parece tener su origen in- la vida: da doce frutos, cada mes su fruto, y sus hojas sirven para
mediato no en la lectura del profeta Ezequiel, sino en Gen 2, 9, cu- la curación de las naciones. De nuevo el verso apocalíptico se re-
ya precisa escritura, vertida en hebreo y el griego de los Setenta, laciona con el profeta Ezequiel:
reza así:
Yjunto al río, en la orilla, a uno y otro lado, crecerá toda clase de
El árbol de la vida en medio del paraíso árbol frutal; sus hojas nunca caerán ni faltará su fruto. Producirán
TM: ]|n T|iro 0"nn yy todos los meses frutos nuevos, porque sus aguas salen del santua-
LXX: t ó %vi.ov lije, twiis év uioco tto JiapaSeuxo rio; y su fruto será alimento, y sus hojas medicina (47, 9).

El autor del Ap presenta, pues, una lectura con diversas so- Las diferencias existentes entre ambos textos, manifiestan lo
breimpresiones (Génesis, Ezequiel, su propia versión), que reclama que de original aporta la revelación de Ap. Ez habla con frases ne-
una mirada penetrante para poder captar, nítida, la imagen del ár- gativas, perentorias, de la fertilidad de este árbol: «nunca caerán
bol de la vida entre tanta fronda. No sorprende, por eso, la dificul- sus hojas», «no acabará su fruto». Ap adopta, en cambio, un tono
tad de algunos exegetas en su tarea de ofrecer una correcta traduc- positivo: «da doce frutos», «cada mes da su fruto».
ción del texto. Existe diversa prospectiva temporal. Ez utiliza verbos en futu-
Curioso resulta observar que la expresión «en medio (év LIÉOO)) ro, refiriéndose a una profecía que tendrá que llegar en un remoto
del paraíso», corresponde a «en medio (ev iiéocp) de la plaza». porvenir. Ap insiste en el valor de la actualidad: el árbol de la vida
Existe idéntica preposición en las tres versiones: TM, LXX y Ap. «está dando» (JIOIOÍV), «está produciendo» (ájtoóióoíJv) —todos
La imagen del paraíso ha sido ampliada con la visión de la nueva ellos participios de presente— ya en este tiempo, con una fecundi-
Jerusalén y de su plaza, por cuya causa el texto se ha incrementa- dad continua, incesante y feracísima.
do de riqueza teológica y se ha hecho, por ello, más denso e inex- Ap evita mencionar la expresión «porque sus aguas salen del
tricable10. Es preciso reconocer que una traducción del todo inteli- santuario» propia de Ez; pues está aludiendo al árbol de la vida, no
gible y limpia resulta muy difícil de formular, pues el autor ha re- al río. Y el árbol de la vida está situado en medio de la plaza. Su ri-
cargado con un cúmulo excesivo de alusiones bíblicas el texto apo- gor lógico, en este caso, alcanza a la imagen del árbol, y la respeta.
calíptico. La relevancia de su mensaje teológico estriba en lo que añade
El Ap muestra, por medio de su peculiar mensaje, no una res- de nuevo: la insistencia en el número doce y la expresión «las na-
tauración, sino el cumplimiento de una profecía. El árbol de la vi- ciones».
lo. Para obviar esta dificultad, ha investigado concienzudamente E. Delebecque, El árbol da doce frutos, cada mes produce un fruto. La frase
L'Arbre de la vie dans la Jérusalem celeste: RThom 88 (1988) 124-130. El autor rea- griega (jtoioüv xagicoúg Scbóexa), es retomada y reforzada por la
liza un examen detenido de las posibles traducciones (hasta un número de once); y tras
diversos análisis filológicos y comparativos, concluye dando su propia versión; «'En 11.2 Esdras 8, 52; 2 Henoc 8, 3-4. Cf. otros testimonios y su explicación aneja
medio de su explanada y el río, viniendo de aquí y viniendo de allí, un Árbol de vi- en F. Contreras, El Señor de la Vida, 150-158.
da'... Este árbol se encuentra, pues, a igual distancia de la una y de la otra, es decir, 12. Cf. R. H. Mounce, The Book of Revelation, 387.
justamente en medio» (p. 129).
174 La nueva Jerusalén El paraíso recreado 175

siguiente ( x a t á (.ifjva exaoxov ájioóióoCv). Cada uno de los me- otra vez la universalidad de la nueva Jerusalén: en ella se hace pre-
ses el árbol «produce» (ájtoóióoüv) su fruto correspondiente. Se sente todo el antiguo y nuevo testamento. Ya nadie puede ser apar-
acentúa mediante esta reiteración la puntualidad en la fructifica- tado, por razón de etnia u origen, del fruto de este árbol. A saber,
ción, la perennidad en el ciclo de producción del «fruto» (TÓV todos los pueblos están llamados a participar y a comer del árbol
XCCQJTÓV, en singular). La abundante cosecha está del todo asegura- de la vida. Es una oferta de vida completamente abierta y gratuita.
da y fielmente permanece. Es preciso recordar, en este contexto, el La exuberancia de las alegrías que esperan a las naciones en el rei-
tema joánico de la fructificación, tan insistentemente reclamado no final, encuentra su expresión en la fecundidad mensual de los
por Jesús en la alegoría de la vid y los sarmientos: Jn 15, árboles14.
2.4.5.8.16. La permanencia con Jesús es la única garantía para dar Se trata del tema nuclear de la universalidad de la Iglesia —ver-
fruto duradero. dadera preocupación teológica, rayana en la obsesión a lo largo de
Pero un añadido extraño dificulta la comprensión del texto. todo el libro—, que el autor de Ap siempre introduce allí donde pue-
¿Qué significación posee la expresión «doce» que acompaña a los de, indeleble marca de su estilo, sirviéndose de todos los medios a
frutos? ¿por qué el autor inserta este número que no se encuentra su alcance, tal como acontece en este caso donde rubrica con su se-
en el texto inspirador del profeta Ezequiel? Precisa se hace una vi- llo la mínima referencia original del número doce.
sión panorámica por el libro del Ap para valorar la importancia. La otra mención peculiar de Ap es la expresión «para la cura-
En nuestro libro el número doce sobresale por su frecuencia; se ción de las naciones». ¿Por qué su insospechada presencia y aso-
refiere de manera explícita a las doce tribus de Israel (7, 5 [tres].6 ciación? ¿qué quiere decir la palabra «las naciones» en este con-
[tres],7 [tres].8 [tres]; 21, 12 [tres]). En 12, 1 se relaciona con el texto? Ya se ha visto, poco ha, el empleo completamente positivo
gran signo aparecido en el cielo, una mujer con una corona de do- que adoptaba en estos últimos capítulos el vocablo «naciones», a
ce estrellas (alusión a las doce tribus). En 21, 14 se habla de la nue- saber, aquellas que caminan rumbo a la nueva Jerusalén, trayéndo-
va Jerusalén que tenía doce cimientos, que son los doce apóstoles le el obsequio de su gloria y de sus bienes. La riqueza no sirve ya,
del Cordero. Finalmente las medidas de la ciudad hacen referencia como antaño en la vieja Babilonia, de motivo de confrontación, si-
al número doce o a sus múltiplos: la ciudad, mensurada por un án- no como lazo de comunión.
gel con caña de oro, da la suma de doce mil estadios (21, 16); la De nuevo el autor de Ap, al insertar el lexema «las naciones» en
muralla mide ciento cuarenta y cuatro codos (v. 17); las doce puer- su texto, incrusta de hecho una profunda modificación teológica.
tas de la ciudad son doce perlas (v. 21). Abre, de par en par, su perspectiva de salvación; ésta no queda ya
La literatura apocalíptica menciona con asiduidad la expresión reservada sólo a los justos de Israel, ahora se torna universal. To-
de los doce meses, pero habitualmente en relación con las tribus de das las naciones están destinadas a las salvación. Pueden con ple-
Israel13. no derecho acercarse y tomar el fruto del árbol de la vida.
Creemos que el número doce, clara incrustación por parte del
autor en nuestro texto, se refiere a las doce tribus de Israel, pero no
exclusivamente; incluye también a los doce apóstoles del Cordero, 2. La nueva humanidad
debido al contexto próximo de la visión de la ciudad. Se reafirma 3
y ya no habrá ninguna maldición más. Y el trono de Dios y del
Cordero estará en ella, y sus siervos le darán culto. 4Y verán su ros-
13. He aquí una antología de las principales asignaciones del número doce en la tro, y su nombre (está) sobre sus frentes. 5Yya no habrá más noche,
literatura judía: «Todas las obras de Dios fueron hechas para corresponder al número y no tienen necesidad de luz de lámpara ni de luz de sol, porque el
de las tribus: doce fueron los signos del zodíaco, doce los meses, doce las horas que Señor Dios los iluminará y remarán por los siglos de los siglos.
tiene el día, doce horas la noche, y doce piedras están colocadas en el pecho de Aa-
rón» (L. Ginzberg, The Legends ofthe Jews 1, Philadelphia 1967, 31). José habla a sus Tras describir sobriamente la quintaesencia del paraíso de la
hermanos con gran magnanimidad y dice: «¿Creéis que yo tengo poder de actuar con-
trariamente a las leyes de la naturaleza? Doce horas tiene el día, doce horas la noche, nueva Jerusalén, el Ap se extiende en las inmejorables condiciones
doce meses el año, doce constelaciones hay en los cielos, y también doce tribus»
(ibid., 168). 14. Cf. Delling, (ir)v, en TWNT IV, 644.
176 La nueva Jerusalén El paraíso recreado 177

de vida que Dios y el Cordero, sentados en su trono (esta mención toe,)». Se interpreta esta maldición, con relación a Cristo, quien se
conjunta de Dios y del Cordero, se estudiará más adelante, en la in- hizo por nosotros maldición, conforme a Gal 3, 1318.
terpretación teológica), otorgan con liberalidad. En su atrevida for- La palabra griega xaxoVr>nua, dotada con la fuerza reduplicati-
mulación que causa enorme extrañeza —¡cómo pueden ser ocupan- va del prefijo xaxá, acentúa la gravedad del anatema19. Queda abo-
tes simultáneos del mismo trono!— esta expresión del Ap reviste lida aquella maldición genesíaca (3, 16-22), que condenó a la infe-
una amplitud de enorme transcendencia teológica. Los verbos, en licidad a los primeros hombres, cuyas relaciones se vieron turbadas
contraste con la primera parte (Ap 22, 1-2), cuyas acciones se si- entre ellos mismos, con los animales y con la naturaleza nutricia, y
tuaban en pasado-aoristo y en presente, van conjugados en futuro: que les obligó a abandonar el paraíso20. A estas alturas del libro de
«no habrá (oím eoxou)... estará en ella (év ccuxíí Sáxea)... darán cul- Ap, dicha liberación de toda maldición posee cabal sentido; pues-
to (kaxQBVoovoiv)... verán su rostro (óapovxai xó Jioóoomov av- to que el Diablo, el gran instigador que engañaba a la humanidad y
xov)... no habrá (otix eoxai)... iluminará (qxüxíoei)... reinarán (|3a- que provocó el pecado, ya ha caído; y también la Bestia y el falso
aiAeíiaotiatv)»15. La gramática es elocuente; este cambio manifies- profeta han sido definitivamente abatidos por la fuerza de Cristo
to de tiempos verbales indica una negación absoluta de todo ele- (20, 10). No existe, por tanto, ninguna sombra que oscurezca la luz
mento negativo (maldición, noche) y sirve para remarcar la nueva irradiante de la nueva Jerusalén, ningún peligro de maldición se
condición de los cristianos rescatados: el Señor los iluminará para cierne en este paraíso, antípoda del paraíso terrenal. Perfectamente
siempre, con él reinarán, en una acción duradera e interminable. De se cumple la predicción de Zacarías: «Y morarán en ella, y ya nun-
ahí, el cambio de parágrafo con que se ha rotulado esta inédita si- ca habrá más maldición y morarán en seguridad» (14, 11).
tuación: la nueva humanidad.

b) Cara a cara con Dios


a) No una maldición, sino una bendición
4
Y verán su rostro y su nombre —está— sobre sus frentes.
El primer hemistiquio («Y ya no habrá ninguna maldición
más», v. 3) sirve de transición de una parte a otra: del paraíso a las Este verso refiere la visión directa que la nueva humanidad ten-
condiciones actuales. Lo primero que se enuncia, de manera termi- drá de Dios, quien se convierte por ventura en la permanente con-
nante, es que no existirá más maldición o anatema (xaxGV&r|¡.ia). templación que llenará sus vidas21. El verso, en su escueto laconis-
Esta palabra de uso helenista, tardíamente incorporada al griego, mo, contiene la certidumbre de una dicha suprema, que un creyen-
declinada en su forma singular es única en el nuevo testamento16. te/lector de la Biblia apenas podía llegar a imaginar y que, sin em-
En Le 21, 5 aparece el plural áva§i']iiaoiv, pero con el sentido de bargo, era en el fondo su aspiración más honda: ver a Dios. Ap ase-
«exvotos». Algunos de los presentes admiran la construcción del gura, de manera antropológica, con la mención de la parte más re-
templo, que estaba adornado de piedras hermosas y de «ofrendas presentativa de la persona —como es el rostro-, que los cristianos
votivas o exvotos» (avaxhíuaoiv) 17 . En Mt 26, 74 se encuentra la- fieles «verán su rostro» (v. 4a).
cónicamente mencionado el verbo xaxa^e(.iaxí^a), que significa La situación de la humanidad rescatada sobrepasa con creces al
«maldecir», «echar imprecaciones». Israel antiguo, donde nadie podía ver a Dios sin padecer la muerte.
Fuera del nuevo testamento se halla en un pasaje del libro de la Tal era la experiencia de los grandes patriarcas y profetas. A Moi-
Didajé 16, 5: «Entonces los hombres vendrán al fuego de la prue- sés que suspiraba por ver a Dios (Ex 33, 18), éste le dice: «Mi ros-
ba y muchos se escandalizarán y perecerán, pero los que hayan per-
manecido en su fe se salvarán por el mismo 'anatema' (xaxrxfréua- 18. Cf. E. Stommel, oruietov éxjtetáaeox; (Didaché 16, 6): R6Q 48 (1953) 31-
34.
15. Excepto la expresión negativa: «no tienen necesidad de luz —otix é'xouaiv 19. Cf. F. Blass-A. Debrunner-F. Rehkopf, Grammatik des neutestamentlichen
XQEÍav qpcoTÓc,-» (v. 4). Griechish, § 225, 3; E. B. Alio, VApocalypse, 354.
16. Cf. H. Balz, á v á f i r p a , en DENT I, 241. 20. Cf. S. Bartina, La escatología del Apocalipsis: EstEcl 21 (1962) 309-310.
17. Idéntico significado en F. Josefa, La Guerra judía V, 210. 21. Cf. J. Ladame, «lis verront son visage», Apc 22, 4: VSI 16 (1968) 24.
775 La nueva Jerusalén El paraíso recreado 179

tro no podrás verlo; porque no puede verme el hombre y seguir vi- aquel que me ve» (Gen 16, 13). En el salmo 80 se repite por tres
viendo... podrás ver mis espaldas; pero mi rostro no se puede ver (v. veces, con la fuerza reduplicativa del estribillo, la súplica: «que
20.23). Recuérdese también los ayes desdichados de Isaías, quien brille tu rostro y nos salve» (4.8.20). El brillo del rostro es señal de
se siente hombre perdido porque sus ojos han visto a Dios (6, 3). benevolencia divina —un rostro radiante es denotativo de acogida
Hay que añadir también que esta contemplación abarca miste- y, específicamente de unos ojos complacientes, de unos labios que
riosamente a Dios y a Cristo; pues ambos son los ocupantes del tro- sonríen—, causa de salvación para quien es objeto de esa mirada.
no. Así queda indicado desde el rigor de la gramática del Ap, ya Igualmente la mirada del Señor se fija sobre los que esperan en su
que un solo adjetivo - e l singular «su» (OUTOÜ)— engloba a Dios y amor, para librar sus vidas de la muerte (Sal 33, 18-19). La creen-
a Cristo, como unidad indisoluble22. cia de que la mirada de Dios realiza la bondad y que morar a la
Dicha visión conlleva la comunicación plena de la vida espiri- sombra de mirada es saludable, se convierte en una creencia admi-
tual que el Padre absolutamente posee y que da en plenitud a Cris- tida por la súplica repetida de los salmos. Dios lo mira todo, nadie
to, y que éste otorga gloriosamente a los suyos. El cuarto evange- puede huir de su rostro (139, 7). La mirada de Dios es transforma-
lio lo expresa mediante el simbolismo de la inmanencia comparti- dora, recrea al creyente, devolviéndole el fulgor de su ser origi-
da y del conocer más íntimo posible: nal24.
Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en
mí, y yo en vosotros (Jn 14, 20).
Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdade- c) Plenitud de luz y de sacerdocio real
ro y a tu enviado, Jesucristo (Jn 17, 3). 5
Y ya no habrá más noche, y no tienen necesidad de luz de lámpa-
ra ni de luz de sol, porque el Señor Dios los iluminará y reinarán
Esta contemplación no conocerá mengua ni límite, porque Ap
por los siglos de los siglos.
asegura en la segunda parte del verso que «su nombre —está— so-
bre sus frentes» (4b).
De nuevo se insiste en el triunfo de la luz sobre las tinieblas,
Portar el nombre divino en la frente es señal de pertenencia ex-
merced a la victoria divina. No habrá más noche, aseguraba el pro-
clusiva a Dios y de protección divina, según múltiples testimonios
feta Zacarías (14, 7). No persistirá ninguna sombra en la nueva Je-
del Ap: 3, 13; 7, 3; 14, 1. En cambio, los seguidores de la Bestia
rusalén, que empañe la claridad de la luz, a saber, la presencia irra-
llevan su «marca» (xáQay|.ia) inscrita en sus frentes (13, 16). De
diante de Dios quien hace a los hombres sapientísimos y felices:
nuevo el Ap registra el contraste de caracteres opuestos entre los
«No surgirá ya más la noche del pecado, ni aparecerá la tiniebla de
fieles de Dios y los adeptos de la Bestia.
la injusticia; y los que vivan en esa bienaventuranza no necesitarán
Como trasfondo explicativo de la imagen se puede rememorar de la enseñanza de doctor alguno... porque toda ciencia que se ne-
el pasaje de Ex 28, 36-38, donde se refiere que Aarón llevaba so- cesita, se descubre en la claridad de su rostro»25.
bre su frente, una lámina de oro con la inscripción: «Consagrado a
Yahvé». En nuestro pasaje esta señal sobre las frentes del nombre No hace falta, por tanto, ni luz cultual («lámpara» -'kvyyoc,-)
de Dios, indica la total consagración al servicio de Dios23. ni luz astral («el sol» —íj^iog—). A través de estas palabras denota-
Dios no sólo es objeto de contemplación, sino que se constitu-
ye egregiamente en el que mira; es, en términos absolutos, «quien 24. En una oración, atribuida a san Agustín, desde el s. IV, se suplica: «Aspice me
ut diligam te». «Tus ojos me miran constantemente y yo vivo de tu mirada, mi Crea-
en verdad mira». Así reza la denominación que Agar le rinde a Yah- dor y mi salvación», R. Guardini, Theologische Cébete, Frankfurt 1960, 14. San Ig-
vé, cuando en el desierto, huyendo de la presencia de su señora Sa- nacio también recomienda: «Un paso o dos antes del lugar donde tengo de contemplar
ray, se encuentra con Dios. Ella exclama: «He visto las espaldas de o meditar, me pondré en pie, por espacio de un Pater noster, alzado el entendimiento
arriba, considerando cómo Dios nuestro Señor me mira» (Ejercicios Espirituales, 75).
Interesantes sugerencias en P. van Breemen, Transparentar la gloria de Dios, Santan-
der 1994, 11-21.
22. Cf. T. Holz, Die Christologie der Apokalypse des Johannes, 202.
23. Cf. H. B. Swete, The Apocalypse of St. John, 301. 25. Apringio de Beja, Comentario al Apocalipsis (Introducción, texto latino y tra-
ducción de A. del Campo), Estella 1991, 210.
180 La nueva Jerusalén El paraíso recreado 181

tivas como «lámpara» y «sol», Ap sigue insistiendo en la anulación tres tiempos; fenómeno gramatical que causa extrañeza, pero que
de todo régimen antiguo. En la nueva Jerusalén no se precisa de un poco más adelante podrá ser esclarecido27.
ninguna lámpara para el culto, porque «Dios todopoderoso y el El verbo «kxTQEÍKtí», abundante en los LXX, se refiere siempre
Cordero es la 'lámpara' (X/úxvog)» (21, 23), la única capaz de ilu- al culto dado por el pueblo (Ex 3, 12; 7, 16.26; 8, 16; 9, 1.13; 10,
minar. Merced a la palabra «sol», se anuncia la invalidez del orden 3.7.8.24). Este culto constituye la latría por excelencia. Son ahora
natural, basado en la primera tierra y el primer cielo (Gen 1, 14- los cristianos, nuevo pueblo y nueva humanidad, quienes lo tribu-
16). El sol que alumbra reside en Jesucristo resucitado, cuyo ros- tan a Dios28.
tro, tal como el vidente lo ha contemplado en la cristofanía inicial, El título oficial dado a Israel en Ex 29, 6 —«reino sacerdotal»
brilla «como el sol en su apogeo» (tbc; ó rjkoc; év TÍ] ot)vá[X£i (fiaaikeíav íeoEig)—, se atribuye a la comunidad cristiana en varias
cdrcoü, Ap 1, 16). La luz de la nueva Jerusalén no se alimenta, por ocasiones a lo largo del libro del Ap: 1, 6; 5, 10; 20, 4.6). Pero exis-
tanto, de la fuerza del culto humano, imagen de los templos terre- te una situación inédita: en la ciudad de la nueva Jerusalén, ya no
nos; no teme el ocaso del sol natural, que fatalmente atardece. Sus se utiliza la palabra «sacerdotes» (IEQETC;); no se precisan interme-
luminarias no son pasajeras, parpadeantes, sino divinas, eternas; diarios entre Dios y los hombres; por tanto, no hace falta templo,
porque, como antes se ha dicho (21, 23), y ahora se reitera, la pre- ni sacerdotes, ni sacrificios de ninguna clase. Los elegidos verán
sencia de Dios ilumina siempre y perfectamente. directamente a Dios y tendrán con él una relación íntima, tomando
parte activa en su victoria eterna29.
La expresión «darán culto» se une a «reinarán» por motivos En segundo lugar, Ap señala de manera explícita que los elegi-
metodológicos, en sintonía con el sentir del Ap que con frecuencia dos «reinarán». Se trata de la participación plena en el reinado del
agrega ambas referencias. Con esta mención de Ap 22, 5, culmina Cordero, Señor de señores y Rey de reyes (Ap 17, 14). Ya se había
un proceso, que se había prometido a lo largo del libro acerca de asegurado a los mártires que reinarían con Cristo durante el mile-
los sintagmas «un pueblo de sacerdotes y de reyes» (1, 6; 5, 10). nio (20, 4). Ahora llega el cumplimiento eterno. El verbo, no obs-
Ahora se enuncia claramente que los cristianos fieles serán sacer- tante, va conjugado en futuro, «reinarán» (|3aaiA£Í>aot)oiv). Pero el
dotes, a saber, «darán culto» (kaxQtvaovaiv) y «reinarán» (|3aoi- mismo libro habla igualmente de esta acción de reinar también en
X.EÍIOOVOIV) por los siglos. presente: 1, 6; 5, 10. Ya conocemos la triple rotación del tiempo en
Hay que decir, en primer lugar, con respecto al culto, que se tra- Ap. Sus tres dimensiones implican por igual el presente, el pasado
ta del cumplimiento de lo enunciado en la escena de los que iban y el futuro, apoyándose mutuamente.
vestidos de blanco (Ap 7, 9-14), donde se refería la gloriosa situa- Parece oportuno precisar a estas alturas, a modo de síntesis su-
ción de la muchedumbre de los rescatados y del Cordero pastor. Se marial y desde una perspectiva neotestamentaria, las notas princi-
indicaba que éstos ya han lavado y blanqueado sus túnicas en la pales del Reino, que deben ser consideradas de manera orgánica,
sangre del Cordero; por eso están delante del trono de Dios y le sin exclusivismos. El Reino tiene un componente «teo-lógico»,
'darán culto noche y día' (X.ctTQE'úooouaiv CUITO) rjuioag xai pues su origen absoluto es el Padre. Posee una dimensión cristoló-
v\)XTÓg Ap 7, 15). Este culto se verifica en un encuentro personal, gica, poque Jesús es su artífice, quien lo implanta mediante sus pa-
a saber, «estando delante de Dios»; celebra ininterrumpidamente labras y acciones, especialmente con el misterio de su muerte y re-
—día y noche— el triunfo de Dios y de Cristo, que se ha hecho com-
pleto en la victoria de los cristianos. De ahí que Ap señala oportu- 27. Por ahora, vale la precisión de R. Vicent (La fiesta judía de las Cabanas [Suk-
namente su porte y su indumentaria: llevan palmas de aclamación kot], 233), quien cree que el contexto litúrgico invita a interpretar esta escena no co-
mo una profecía acerca del futuro, sino como una revelación que patentiza el genuino
en sus manos (cf. Sal 118, 25) y van vestidos de blanco26. carácter de la existencia cristiana. Los cristianos participan ya de la salvación de Cris-
Nótese, además, el régimen especial de los verbos en el Ap, to, quien los conduce hacia las aguas de la vida.
aquí fielmente transcritos, que giran ininterrumpidamente sobre los 28. Cf. J. Comblin, La Liturgie de la nouvelle Jérusalem, 25.
29. Cf. L. Cerfaux, Regale sacerdotium: RSPhTh 28 (1939) 5-39; D. Muñoz
León, Un reino de sacerdotes y una nación santa: EstBib 37(1978) 149-212; U. Van-
26. Cf. H. Ulgard, Feast and Future. Revelation 7, 9-17 and the Feast of Taber- ni, Sacerdoz.io e regno nell'Apocalisse, una prospettiva teologica-biblica: RivLtg 69
nacles, Stockholm 1989, 69-107. (1982) 337-350.
182 La nueva Jerusalén El paraíso recreado 183

surrección. Posee asimismo una dimensión soteriológica, porque Por ello, esta expresión «y reinarán por los siglos de los siglos»
busca la salvación de toda la humanidad; y, finalmente, contiene constituye una llamada parenética a no considerar las realidades
una orientación escatológica, pues no desfallecerá, mira a la reali- expuestas por Ap como algo completamente remoto —ignoto aero-
zación perfecta, cuando Cristo haya aniquilado las obras del mal y lito, que sobrevendrá más adelante, cayendo descomunalmente so-
haya hecho resplandecer sobre toda la humanidad el proyecto sal- bre las expectativas actuales, machacándolas incluso—, sino como
vífico de Dios. Así lo reconoce Pablo: «Luego, el fin, cuando en- presencialidad germinal y divina, que ha irrumpido en la historia y
tregue a Dios Padre el Reino, después de haber destruido todo Prin- en el seno de la historia puja por crecer y desarrollarse vigorosa-
cipado, Dominación y Potestad (1 Cor 15, 24)3(). mente. Dentro del curso temporal de la historia de la humanidad,
La comunidad cristiana del Ap, la Iglesia peregrina, vive en el hacen progresar los cristianos el reino de Cristo, el Cordero victo-
tiempo y, aunque inseparable del Reino, no puede sin más confun- rioso (Ap 19, 16). La promesa sobre tan glorioso porvenir que les
dirse con él, es diferente; constituye sus primicias y también su sa- aguarda, se revela asimismo como tarea del hoy que les anima en
cramento; por eso la Iglesia suplica a Dios la llegada del Reino: su testimonio de lealtad33.
¡«Venga tu Reino»! (Mt 6, 9; Le 11, 2). Ap refiere esta invocación Con la certidumbre de un reinado, se corona tan fecunda con-
eclesial, realizada de manera íntima, en unión con el Espíritu, se- solación divina. Así ha sido reconocido por E. B. Alio34: «Tales son
gún declara el diálogo litúrgico final de Ap: «El Espíritu y la espo- las palabras que debían cerrar la última profecía de la Biblia, la
sa dicen: ¡Ven!» (22, 17). Con la venida última del Señor, adviene más completa y la más sublime».
efectivamente el Reino escatológico. La comunidad eclesial anun- Es la promesa, tanto tiempo mantenida del designio salvífico de
cia kerigmáticamente este Reino a todas las naciones, lo va instau- Dios, que no acaba en el absurdo ni en el caos, sino en la más ple-
rando con la proclama viva del evangelio, mediante la generosidad na fecundidad de su realización perfecta. Se cumple el reinado de
de la diakonía y su testimonio martirial. La «Ecclesia consumma- Dios, en el que los cristianos, unidos a Cristo, «Rey de reyes», par-
ta» no es distinta del «Regnum consummatum». En la ciudad de la ticipan y gozan «por los siglos de los siglos», a saber, con una du-
nueva Jerusalén, la Iglesia caminante llegará a su meta final, ob- ración, que no conocerá ya los límites del tiempo, de forma impe-
tendrá su perfección y la plenitud de su cumplimiento glorioso31. recedera, sin fin.
De esa gloria consumada habla explícitamente este futuro: «Reina-
rán por los siglos de los siglos» (22, 5)' 2 .
Llama la atención el contraste que el preciso lenguaje de Ap
instaura mediante la mención del desenlace último de unas vidas
opuestas. Los condenados —señala el texto apocalíptico—: «serán
atormentados día y noche por los siglos de los siglos» (20, 10); en
cambio los justos «reinarán por los siglos de los siglos» (22, 5). Pa-
ra unos, los seguidores del Dragón, su destino será un tormento
inacabable; para los cristianos fieles, seguidores del Cordero, su
suerte será participar en la realeza eterna de Cristo, su Señor.

30. Cf. M. Semerano, Reino, en Diccionario teológico enciclopédico, Estella


1995, 842-844.
31. Cf. Lumen gentium, 48, 68.
32. Sobre tan fecunda temática, cf. W. J. Rewark, The reign ofthe Saints (Apoc),
Colleggeville 1965, 1345-1350; H. Rathke, Die Wirklichkeit der Reiches Gottes nach
Offb 22, 1-5: Exegese, Vorüberlegugen zur Predigt: StimOrth 1 (1977) 45-59; S. Ger-
mán, Das Reich Gottes ais gegenwartige und zukünftige Wirlichkeit: Exegese zu Offb 33. «Todas estas imágenes convienen proporcionalmente a la vida presente y a la
22, 1-5: StimOrth 2 (1977) 31 -46; J. Du Prez, Peoples and Nations in the Kingdom of futura» (E. B. Alio, L'Apocalypse, 353).
God according to the Book of Revelation: JTSAF 49 (1984) 49-64. 34. L'Apocalypse, 355.
4
INTERPRETACIÓN TEOLÓGICA

El peregrino que hoy acude a visitar Jerusalén suele situarse en


un mirador habitual, en la falda del Monte de los Olivos, junto a la
iglesia del Pater Noster. Desde esta atalaya puede ver la Jerusalén
actual: si alza los ojos su vista tropieza con la explanada del tem-
plo, y avizora las dos grandes mezquitas, coronadas en espléndidas
cúpulas, la gris de El Aksa y la dorada de La Roca; más al sur dis-
tingue la iglesia de la Dormición de María, más al norte y a lo le-
jos columbra no sin cierta dificultad la cúpula del santo Sepulcro.
Si su vista desciende, observa la Puerta Dorada, también la puerta
de san Esteban... El peregrino se hace contemplativo y rehace de
nuevo la vieja experiencia del salmista; puede contar los torreones
de Jerusalén, fijarse en sus baluartes, observar sus palacios (Sal 47,
13-14).
Este proceso visionario es el que nos aprestamos a efectuar.
Ahora se trata de contemplar en panorámica la ciudad de la nueva
Jerusalén, sin fijarnos ya en sus calles, ni asomarnos curiosamente
por las esquinas, o mirar sus puertas, murallas, medidas..., a saber,
sin detenernos en los pormenores laboriosos que supone toda inda-
gación exegética. Esta conclusión ya supone todo ese trabajo one-
roso, lo tiene en cuenta, pero quiere alzar la mirada, y ver más al-
to y mejor. Pretende ser una contemplación omniabarcante. Permi-
te saborear el todo, que no es suma de partes, sino la síntesis nue-
va que depara situarnos en una perspectiva inmejorable, la que go-
zó Juan, el vidente del Ap, al situarse idealmente en un monte alto
y elevado (Ap 21, 10). Se atenderá, pues, en primer lugar a la di-
mensión «teológica», a saber, la nueva Jerusalén contemplada des-
de Dios; luego a una visión eclesial, es decir, como realización ín-
tegra en Dios de una humanidad renovada.
La nueva Jerusalén no es sólo conclusión que clausura etapas
bíblicas, sino meta que dinamiza la historia. La última página de la
Biblia (Ap 21, 1-22, 5) no cierra definitivamente la lectura del
186 La nueva Jerusalén Interpretación teológica 187

gran libro o «libros» ( t á p\p^ía), sino que representa la señalada natán a Dt 32, 393. Describe a Dios como el Señor de la historia sal-
culminación hacia donde la multisecular aventura humano-divina vífica, cuya providencia impregna de sentido la ondulante marcha
ha ido orientándose. Desenlace feliz en donde, arribando al fin y del tiempo, vela sobre la historia con amor que no duerme y actúa
descansando de tan duro trabajo, adquiere sentido de plenitud con- poderosamente en las tres dimensiones del tiempo: el presente
sumada la historia de la salvación. (Dios es «el que es»), el pasado (Dios es «el que era») y el futuro
La nueva Jerusalén es la perfecta confirmación del designio de (Dios es «el que ha de venir»)4. Ningún título más adecuado que
Dios. Significa también la recolección madura de cuantos trabajos éste para dibujar la silueta divina que aparece en la nueva Jerusa-
el hombre ha prodigado con sudor generoso, desde aquellos leja- lén. No de otra manera que no sea dinámica, se manifiesta el Dios
nos inicios del Génesis (3, 19); pero sin otear ya como triste desti- de Ap en la vida de la Iglesia y de la humanidad, tal como cabal-
no convertirse en polvo de la tierra —de donde fue tomado—, sino mente ha sido reconocido: «El Dios de nuestra fe, de nuestra espe-
ser morador en una nueva tierra y bajo un nuevo cielo, habitante ranza y de nuestra oración es a un tiempo 'Aquel que es, que era y
con derecho en su genuina patria. que ha de venir' (Ap 1, 8)»5.

1. Dios creador
1. La nueva Jerusalén. La ciudad de Dios-Trinidad1
Ap 21-22, 5 presenta la imagen de Dios que culmina su obra
En cuanto que es Iglesia consumada, la nueva Jerusalén realiza creadora a lo largo de la historia. Puede afirmarse que Dios recrea
la plenitud de la presencia trinitaria, que colma a la Iglesia, tal co- el mundo en un génesis incesante, y lo lleva a la plenitud de su cé-
mo admirablemente recuerda el concilio Vaticano II. La Iglesia es nit ideológico. El lenguaje del Ap, tan rico en sugerencias, susten-
pueblo del Padre, cuerpo del Hijo y templo del Espíritu santo2. ta tales declaraciones. Así puede establecerse un sutil paralelismo
entre el libro del Génesis y el Ap, a saber, entre el primer esbozo
de la creación y la perfección del acabado. Con estilo pretendida-
a) Dios, «el que es, el que era y el que ha de venir» mente sobrio, nos limitamos a señalar este haz de semejanzas y dis-
cordias simultáneas que emparentan ambos relatos.
El mismo libro emplea esta designación divina, que constituye,
dentro de la inmensa producción escrita de la Biblia, una formula- * Al principio, en el primer día, creó Dios la luz (Gen 1, 3);
ción exclusiva de Ap (1, 4.8). Este título divino es remembranza de ahora crea una ciudad tan luminosa, que torna pálida la presencia
una paráfrasis targúmica a Ex 3, 14: «Yo soy el que soy»; enuncia- de aquella luz primigenia. Los habitantes de la nueva Jerusalén
do con más precisión, es propiamente la paráfrasis del Pseudo-Jo- —señala el texto— no tienen ya necesidad de luz (Ap 22, 3).
* En el quinto día creó Dios el sol y la luna (Gen 1, 16); aho-
1. Contemplamos la nueva Jerusalén decididamente en una dimensión trinitaria. ra la nueva ciudad no precisa ya de sol ni de luna, de luminarias ce-
Hay coincidencia de miras. Nos situamos en la misma perspectiva con que Juan Pa-
blo II quiere que se viva la preparación del tercer milenio, a lo largo de una etapa de
lestes, porque la misma gloria esplendorosa de Dios y del Cordero
tres años: «La estructura ideal para este trienio, centrado en Cristo, Hijo de Dios he- la iluminan (21, 23).
cho hombre, debe ser teológica, es decir, 'trinitaria'» (Tertio millennio adveniente, n.°
39). * El mar y la tierra firme que Dios hizo el tercer día (Gen 1,
2. Léanse a este respecto los números iniciales del capitulo primero de la Cons- 9), desaparecen (Ap 21, 1); dejan su lugar a una nueva tierra y nue-
titución Lumen gentium. El número segundo recuerda el designio del Padre que quie-
re que todos los hombres se salven y participen de la vida divina; el tercero muestra
que Cristo cumple la voluntad del Padre y hace presente la Iglesia; todos los hombres 3. Así lo ha mostrado M. McNamara, The New Testament and the Palestinian
están llamados a esta unión viva con Cristo. El número cuarto rememora la función Targum to the Pentateuch, Roma 1966, 98.
del Espíritu, quien santifica y da vida a los fieles para que tengan acceso al Padre. De 4. Cf. T. Holtz, Gott in der Apokalypse, en L'Apocalypse johannique et l'Apo-
esta manera «toda la Iglesia aparece 'como un pueblo reunido en virtud de la unidad calyptique dans le Nouveau Testament, 247-265.
del Padre y del Hijo y del Espíritu santo» (Lumen gentium, I, 4; san Ireneo, Ad. Hae- 5. Conferencia episcopal francesa, Catecismo para adultos. La Alianza de Dios
reses \ll, 24, 1). con los hombres, Bilbao 1993, § 652.
188 La nueva Jerusalén Interpretación teológica 189

vo cielo, sobrenatural ámbito, en donde irrumpe la nueva Jerusalén * No sin real sentido el Génesis (en su relato yahvista) afirma
(Ap21,2). que fue Caín, el asesino de su hermano, proscrito por Dios y hecho
maldito, el constructor de la primera ciudad (4, 17). Será Dios el
* El jardín, que Dios formó para la pareja humana, dotado de
constructor y arquitecto de la definitiva ciudad, la nueva Jerusalén,
un manantial (Gen 2, 6.10), un árbol de vida (Gen 2, 9), y ornado
culmen de todas las bendiciones divinas a la humanidad (Ap 21, 2).
con oro y perlas como el ónice y el bedelio (Gen 2, 11-12), queda
trascendido por el prodigio que ahora realiza: un edén con un ma- * Tras el diluvio, los hombres pretenden edificar una ciudad y
nantial imperecedero de agua de vida (Ap 22, 1), un árbol de vida una torre para escalar el cielo (Gen 11,1 -9), sirviéndose de sus so-
no prohibido ni clausurado, ni objeto de temor codicioso, bajo pe- las fuerzas y por motivos de orgullo (v. 4); pero el trazo de ciudad
na de muerte sin remedio (Gen 2, 17), sino al alcance de todos (Ap bosquejada se convierte en Babel, a saber, confusión: los hombres
22, 2); y una ciudad completamente engastada en oro y enjoyada no logran comunicarse entre ellos y se dispersan por la tierra. Al fi-
con las más célebres perlas preciosas (Ap 21, 11.18-21). Y lo que nal de la historia, culminándola, Dios regala a la humanidad una
resulta aún más de maravilla, un jardín eterno donde los humanos ciudad venida del cielo (Ap 21, 2), la nueva Jerusalén, lugar de
pueden vivir en concordia con la naturaleza sin la amenaza de una congregación universal, a donde se encaminan todas las naciones
maldición (Ap 22, 3b), como aquella que produjo la desarmonía de la tierra (Ap 21, 24).
entre los animales («maldita seas entre todas las bestias del cam-
po», Gen 3, 14) y la tierra («maldito sea el suelo por tu causa», Gen * A lo largo de toda la obra apocalíptica, la asamblea recono-
3, 17). ce a Dios como creador. Los veinticuatro ancianos arrojan sus co-
ronas doradas frente al trono y adoran a Dios, digno de recibir el
* Aquella pareja, el hombre y la mujer que Dios creó con ar- honor y el poder, porque ha creado el universo y gracias a su vo-
cilla de la tierra y con el soplo de su aliento de vida, a imagen su- luntad lo que no existía ha empezado a ser (cf. Ap 4, 11). Dios crea-
ya (Gen 1, 27; 2, 7), principio de la humanidad que más tarde con- dor se ha mostrado todopoderoso a lo largo de la historia, como
tra su mismo creador se rebeló (Gen 3, 1-14), encuentra ahora, tras también lo declara la asamblea litúrgica: sus obras son grandes y
tantos bocetos hechos añicos a causa de la iniquidad del pecado, el maravillosas (15, 3) y su reino ha llegado (19, 6). Ahora Dios crea-
modelo supremo: la Iglesia, que, cual digna esposa, invoca a Cris- dor —quien no puede dejar de actuar— continúa su obra creadora en
to como esposo, con amor de iguales (Ap 22, 17). un presente continuo, sin fin, que será eterno: «Y dijo el que está
sentado en el trono: 'Mira, hago nuevas todas las cosas'» (Ap 21,
* La historia de la humanidad es una larga historia de amor. 5).
Aquel requiebro inicial, el primer piropo de amor que registra la re-
velación bíblica, dirigido por Adán a Eva, por el esposo a la espo-
sa, el «varón a la varona» (véase el parentesco sonoro entre ambas 2. Dios cercano
palabras hebreas: tiTX - ¡"ICÍX; Gen 2, 23), halla ahora su culmina-
ción, pero esta vez dirigido por la esposa —llena de la presencia Ap 21-22, 5 se esmera por hacer caer en la cuenta de que la vi-
profética del Espíritu que la hace prorrumpir— al esposo, de quien va presencia de Dios acontece en medio de los hombres. A través
solicita su pronta venida (Ap 22, 17). de numerosas alusiones simbólicas, Ap recalca el mensaje de que
Dios, por fin, habita entre los hombres; se manifiesta como el En-
* Las fatigas, el quebranto, el duelo... tan inmenso cortejo de manuel, que significa «Dios con nosotros».
penalidades que confluye sin remedio en la muerte; esa fúnebre ca-
ravana de dolor que, por culpa del pecado hizo su aparición enton- * Insiste en que Dios pone su «morada» (oxr|víi) con los hom-
ces (Gen 3, 19) y que no ha dejado de anegar con lágrimas la his- bres y que «morará» (oxr)oa)oei) entre ellos (21, 3). Se trata de la
toria de la humanidad, deja ya de hacer sufrir, no existirá más. Dios presencia gloriosa de Dios, la divina Sekiná —la antigua manifesta-
la elimina para siempre: «Y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llan- ción esplendorosa de Dios que antaño se alojaba en el santuario—,
to, ni dolor, porque lo primero ha desaparecido» (Ap 22, 3). que ahora se establece firmemente entre los hombres.
Interpretación teológica 191
190 La nueva Jerusalén
frecuencia la palabra amor (1, 5; 3, 9.19; 20, 9), retrata fielmente
* El mismo libro de Ap se trasciende a sí mismo en un proce- con esta vivida pintura la imagen bíblica de un Dios, todo amor y
so de revelación divina, que muestra a Dios cada vez más cercano. misericordia6.
El trono de Dios, antes confinado en la bóveda del cielo, tal como Apenas podría inventarse algo más parecido al amor misericor-
muestran repetidos pasajes de Ap (4, 2.3.4.5.6.9.10), ahora se sitúa dioso. Dios, ¡él, personalmente!, limpia los ojos en llanto de la hu-
en medio de la ciudad: «El trono de Dios y del Cordero estará en manidad con el pañuelo de su misericordia.
ella» (22, 3). Dios, «el Sentado en el trono», ahora se «asienta» en- Asimismo Dios quita, ya y para siempre, todo cuanto hace su-
tre los hombres. frir a los hombres: la muerte, el duelo, el dolor (21, 4). Quiere des-
arraigar las oscuras raíces del llanto, y borrar también toda sombra
* El Ap, mediante el empleo atrevido de un lenguaje altamen- de maldición; pues en el paraíso recreado no existirá la amenaza de
te expresivo en sus paradojas, no habla de una ciudad, que tiene un ninguna proscripción como la que antaño padecieron Adán y Eva
templo, sino de la nueva ciudad de Jerusalén, que es toda ella un (Ap 22, 3).
templo; e incluso, más radicalmente dicho, se refiere a un templo
Qué lejos estamos, pues, —literalmente, situados en las antípo-
que es ciudad, a saber, la plenitud de la presencia viva de Dios,
das— de aquella maldición genesíaca (Gen 3, 16-22) que la litera-
quien hace posible la existencia de la ciudad.
tura judía decoró con tintes desgarradores, donde aparece la inau-
* La ciudad se convierte en lo más sagrado; tiene dimensiones dita imagen de un Dios inclemente, sordo a las lágrimas de perdón
sacras, las propias del recinto santo («su longitud, anchura y altura de Adán, y encaprichado en castigarlo con una dureza inflexible7.
son iguales», Ap 21, 16; cf. 1 Re 6, 20). Toda ella es santuario, el
santo de lo santos (Ap 21, 16); la ciudad íntegra goza de la presen- 4. Dios Padre
cia inmediata de Dios.
Aunque más adelante este atributo sea tratado desde la referen-
* Esta ciudad no necesita ya de templos para albergar la ima-
cia de Cristo, el Hijo único del Padre, es tan sustancial designar a
gen de Dios, ni de sacerdotes que lo «re-presenten»; pues la mis-
Dios con el nombre de Padre —¡ le cuadra tan adecuadamente bien
mísima presencia de Dios llena la ciudad e impregna la vida de los
hombres, porque el vacío del templo se colma con el exceso de la
gloria de Dios y se ilumina con la lámpara del Cordero (21, 23). 6. Aquí cabe citar la encíclica de Juan Pablo II Dives in misericordia, cuyo tí-
tulo es sumamente expresivo y cuyo contenido sabe desmenuzar con finos detalles es-
ta riqueza de Dios a lo largo de la revelación bíblica. No se trata de un simple rótulo
3. Dios amor nominalista, sino de una actividad que se ha mostrado operante, sin desfallecer nunca
en medio de la miseria del pueblo, a quien siempre ha socorrido. «Y así, tanto en sus
hechos como en sus palabras, el Señor ha revelado su misericordia desde los comien-
El último gesto expresivo —que no concepto, recordar que Ap es zos del pueblo que escogió para sí y, a lo largo de la historia, este pueblo se ha con-
una larga visión sucesiva de Dios y de la Iglesia— que ofrece nues- fiado continuamente, tanto en las desgracias como en la toma de conciencia de su pe-
tro libro acerca de Dios es el de alguien que acompaña al que su- cado, al Dios de las misericordias. Todos los matices del amor se manifiestan en la mi-
fre, procurando evitarle todo dolor. Así reza el texto: «Y enjugará sericordia del Señor para con los suyos» (n.° 4g).
toda lágrima de sus ojos» (Ap 21,4). Ya se ha visto en un estudio 7. Léase este breve y significativo fragmento, en donde Eva narra retrospecti-
vamente las desventuras acaecidas en el paraíso: «Dicho esto, ordenó a sus ángeles
comparativo que Ap (21, 4) corrige a Isaías (25, 8); añade el adje- que nos arrojaran del paraíso. Una vez expulsados, mientras nos lamentábamos, su-
tivo «todo» e introduce la expresiva palabra «ojos». La acción di- plicó vuestro padre Adán a los ángeles con estas palabras: 'Permitidme un momento
vina gana en universalidad y también en realismo. Quiere Dios res- que pida, por favor, que tenga entrañas de compasión y misericordia, porque yo sólo
tañar toda congoja. Es preciso valorar no sólo la eficacia de su po- he pecado'. Estos dejaron de empujarle. Y Adán se puso a gritar entre sollozos: 'Per-
dóname, Señor, por lo que he hecho'. Entonces el Señor dijo a sus ángeles: '¿Por qué
der omnímodo, sino la delicadeza de su gesto, lleno de ternura pa- dejáis de expulsar a Adán del paraíso? ¿acaso es mío el pecado o he juzgado mal?'.
ra todos los hombres, a quienes consuela como una madre. Justa- Los ángeles cayeron en tierra y adoraron al Señor diciendo. 'Justo eres, Señor, y juz-
mente dice el Señor, haciendo explícita mención de Jerusalén: gas con rectitud'. El Señor se volvió a Adán y le dijo: 'A partir de ahora no te permi-
«Como uno a quien su madre consuela, así os consolaré yo. Y por tiré estar en el paraíso'». Vida de Adán y Eva, en A. Diez Macho (ed.), Apócrifos del
antiguo testamento II, Madrid 1983, 332.
Jerusalén seréis consolados (Is 66, 13). Aunque Ap no utiliza con
Interpretación teológica 19)
192 La nueva Jerusalén

Con otro registro simbólico, Ap muestra esta comunicación de


en Ap!—, que los otros títulos pueden resumirse en él. Por ello, sin
vida de Dios a los hombres. Los nobles materiales del trono de
resignarse a dejarlo pasar, es preciso pespuntar ahora un brevísimo
Dios y de la ciudad son ya los mismos. No existen distancias que
subrayado.
irreparablemente alejen a Dios de los hombres ni a éstos de aquél.
La gran revelación del nuevo testamento, la enseñanza que Je-
Las piedras preciosas que adornaban su trono, son ahora las piedras
sús ha traído con aires de absoluta novedad, lo que ha hecho real
con que se yergue la ciudad. El oro, metal/símbolo de la cercanía
desde su muerte y resurrección, la herencia que él ha comunicado
de Dios, pavimenta ahora el empedrado de la nueva Jerusalén (21,
desde su íntima filiación, ahora se realiza en esta declaración divi-
18). La ciudad entera no es sino un reflejo de la vida de Dios que
na, abierta ya a todo cristiano vencedor, es decir, unido existen-
en ella tan copiosamente se derrama. La ciudad es la Jerusalén nue-
cialmente a Cristo: «Yo seré Dios para él, y él será para mí hijo»
va y santa, porque Dios así la ha construido, y participa de su glo-
(21, 7). Además, la declaración está hecha desde una intensa reci-
ria, «pues la gloria de Dios la ilumina» (21, 22). Toda la ciudad es
procidad, deudora de las fórmulas de la alianza bíblica, que asume
de cristal, puro, translúcido (21, 18.21; 22, 1). Así puede refractar
un intransferible carácter personal8.
nítidamente la luz que la hace resplandecer, y puede también espe-
jar el origen de tanta luz: Dios de Dios, Luz de Luz.
5. Dios de vida
Y la luz, según el sentir de la escuela joánica, es manifestación
de la donación de vida: «En él estaba la vida, y la vida es la luz de
Ap 21-22, 5 no habla de un ser celosamente replegado sobre su
los hombres» (Jn 1, 4).
intimidad, sino de un Dios que se comunica, que da lo que es y
cuanto tiene; a saber, que se da. Encuentra su felicidad suprema do-
nándose: es el Viviente. Este título «El que vive por los siglos», le
conviene, y puntualmente le es aplicado en frecuentes escenas apo- b) La nueva Jerusalén. La ciudad de Cristo, el Cordero
calípticas. Con dicha advocación parafraseada le adoran los veinti-
cuatro ancianos (4, 9-10). Así lo invoca el poderoso ángel que se 1. El Cordero
asienta sobre la tierra y el mar (10, 6). De igual manera lo procla-
ma uno de los cuatro vivientes (15, 7). Dios es reconocido en su in- Sabemos que los escritos neotestamentarios adoptan diversas
finita trascendencia (ancianos, ángel fuerte, vivientes) como el Vi- perspectivas para contemplar el misterio de Cristo. La Carta a los
viente por los siglos. hebreos se polariza sobre la figura de Cristo, sumo Sacerdote; el
evangelio de Juan sobre Cristo, como supremo revelador...; el Ap
Esta vida suprema, que él posee absolutamente, no la retiene
se concentra en la presencia del Cordero; hace sin duda de este
para sí, la comunica con generosidad: es el Vivificante —no sólo el
símbolo la nota más destacada de su presentación cristológica9.
Viviente—. Mediante imágenes paradisíacas Ap 21-22, 5 muestra
esta donación de vida divina. Dios mismo da, de forma gratuita, de Hay que recordar un sorprendente contraste. Quien tuvo que pa-
la fuente de la vida (21, 6). Del manantial de su trono brota ininte- decer la muerte fuera de los muros de la ciudad histórica de Jeru-
rrumpidamente un río de agua de vida («manante» — éxjiOQ£i)óu,e-
vov— en presente continuo: 22, 1). El posibilita la vida de la ciu- 9. Cf. F. G. Blanck, L'Agneau de Dieu. Entretienes sur quelques textes des li-
dad, haciendo brotar un árbol de vida con fruto perenne, sin in- vres de saint lean, Roma 1913; M. E. Boismard, Le Christ-Agneau, rédempteur des
hommes: LumVie 7 (1958) 91-104; J. D. D'Sousa, The Lamb ofGod in the Johanni-
viernos (22, 2). A saber, Dios mismo se erige en el sustento nece- ne Writings, Allhabad 1966; F. Gerke, Der Usprung des Lammallegorien: ZNTW 33
sario y escatológico; ofrece bebida (agua de vida) y comida (árbol (1934) 160-196; P. A. Harle, Le Christ-Agneau de l'Apocalypse. Essai sur la Christo-
de vida) a los habitantes de la nueva Jerusalén. logie de l'Apocalypse: EtTR 31 (1956) 26-35; Id., Le Agneau de l'Apocalypse et le
Nouveau Testament: EtTR 31 (1956) 26-35; N. Hillyer, «The Lamb» in the Apocalyp-
se: EvQ 39 (1967) 228-236M; N. Hohnjec, Das Lamm -to arnion— in der Offenba-
8. Cf. P. O'Callaghan, ¡Que todo sea para alabanza de su gloria! Ixi paternidad rung des Johannes. Eines exegetisch-theologische Untersuchung, Roma 1980; W.
de Dios a la luz. de Cristo, en Tertio millennio adveniente. Comentario teológico-pas- Koster, Lamm und Kirche in der Apocalypse, en Fest. M. Meinertz, Münster 1950,
toral, 217-229. Cf. también W. Marchel, Abba Vater: die Vaterbotschaft des Neuen 152-164; G. E. Ladd, The Lion is the Lamb (Apc): Eternity 16/4 (1965) 20-22; J. Mc-
Testaments, Dusseldorf 1963; J. Galot, Découvrir le Pére, Louvain 1985; J. Jeremías, Ginnis, The Doctrine of the Lamb ofGodin the Apocalypse, Kentucky 1944.
Abba. El mensaje central del nuevo testamento, Salamanca 4 1993.
i 94 Interpretación teológica 195
La nueva Jerusalén

salen (cf. Heb 13, 12), Jesús, Cordero degollado pero de pie, a sa- con el poder de su resurrección contra las fuerzas del mal para ha-
ber, Cristo glorioso, ahora es entronizado en el mismo trono de cer de la historia destino de salvación universal".
Dios, ocupando el centro de la nueva Jerusalén. Estas paradojas de Sorprende aún más, causando profunda estupefacción, una lec-
la historia sirven, desde la perspectiva neotestamentaria, para que tura que verifica la presencia del Cordero en los dos últimos capí-
el autor de la Carta a los hebreos tenga palabras de ánimo a los cris- tulos de Ap. Hasta siete veces (!) aparece explícitamente nombra-
tianos que sufren la persecución —como la comunidad del Apoca- do en la descripción de la nueva Jerusalén, el Cordero. Siete veces
lipsis—, a que sigan cargando con el oprobio, «pues no tenemos es un número de frecuencias muy relevante, no sólo por su canti-
aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la ciudad fu- dad, sino por la significación de plenitud que adquiere esta simbó-
tura» (13, 14). lica cifra en Ap12. He aquí agrupadas todas las menciones:
La designación de «el Cordero» resulta, además, peculiar del
Ap por su originalidad. Sólo en este libro, dentro de la inmensa Mira, te mostraré la prometida, la esposa del Cordero (21, 9).
producción bíblica, aparece la típica formulación, escrita de mane- La muralla tenía doce cimientos y sobre ellos los nombres de los
ra uniforme en singular, «el Cordero» (xó áovíov), que señala a un doce apóstoles del Cordero (21, 14).
sujeto personal, protagonista de acciones irrepetibles10. La palabra Y santuario no vi en ella, pues el Señor, el Dios Todopoderoso, y
resulta llamativa por su abundancia; pues se encuentra veintiocho el Cordero es su santuario (21, 22).
Y la ciudad no necesita del sol ni de la luna para que alumbren,
veces, refiriéndose con claridad a Cristo: 5, 6.8.12.13; 6, 1.16; 7, pues la gloria del Señor la ilumina, y su lámpara es el Cordero (21,
9.10.14; 12, 11; 13,8; 14, 1.4 (bis).lO; 15,3; 17, 14 (bis); 19,7.9; 23).
21, 9.14.22.23.27; 22, 1.3. Solamente en una ocasión, el vocablo Y no entrará en ella nada profano... sino sólo los inscritos en el li-
sirve para calificar a la segunda Bestia, que surge de la tierra, y bro de la vida del Cordero (21, 27).
«que tiene dos cuernos semejantes a los de un cordero» (13, 11). Y me mostró un río de agua de vida, reluciente como el cristal, que
Conforme al sistema descriptivo de paralelismos y antinomias, tan brotaba del trono de Dios y del Cordero (22, 1).
grato al Ap, se trata de descalificar a la segunda Bestia o falso pro- Y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le da-
feta, pues no es sino una torpe imitación de la figura de Cristo, el rán culto (22, 3).
Cordero por antonomasia.
En el Cordero se funden armónicamente estas tres figuras, de Prescindiendo de la exégesis respectiva, que ya en su momento
tanto raigambre bíblico y de enorme trascendencia. fue hecha y cuya tarea ahora resultaría inapropiada, es preciso va-
lorar el protagonismo del Cordero en la nueva Jerusalén. Su pre-
* Siervo de Yahvé (Is 52, 13-53, 12). A saber, es Cristo, quien sencia puede ser descrita en tres momentos sucesivos.
voluntariamente ofrenda el don de su propia vida, en expiación
perfecta en favor de los hombres. 2. El Cordero, sujeto primordial
* Cordero pascual (Ex 12; 24, 8). Es Cristo, quien derrama
Así aparece en relación directa con la nueva Jerusalén, en su
generosamente su sangre, como precio valiosísimo, para rescatar a
doble acepción simbólica de esposa y de ciudad.
los hombres de la esclavitud del pecado, y poder así devolver a
El nombre personal de la nueva Jerusalén es la esposa del Cor-
Dios Padre una herencia de hijos, transformada y santificada en el
dero (21, 9). El la ha adquirido al precio de su amor, mediante la
Espíritu.
entrega onerosa y generosa de su propia sangre. Únicamente por
* Cordero apocalíptico (1 Henoc 89, 41-46; 90, 6-10.37; Test,
de José 19, 8; Tes. de Benjamín 3, 8; Targum de Jerusalén sobre Ex 11. Para un desarrollo temático de estas ideas, aquí sucintamente señaladas, cf. F.
1, 15). Es Cristo, Rey de reyes y Señor de señores, dueño sobera- Contreras, El Señor de la vida, 233-274.
no de la historia, que rige los destinos de la Iglesia, y que combate 12. Ya hace más de un siglo, cayó en la cuenta de esta singularidad, luego la-
mentablemente olvidada, E. Vischer, Die Offenbarung Johannis: eine jüdische Apo-
kalypse in chrístlicher Bearbeitung, Leipzig 1886, 42.
10. Cf. J. Jeremías, a|tvoc„ en TWNT I, 923.
196 La nueva Jerusalén Interpretación teológica 197

ella, por causa de su esposa, él fue cordero degollado (Ap 5, 9). La tura misma del Ap, hablar por ahora de una yuxtaposición. El Cor-
Iglesia ya no sólo es prometida, sino esposa digna. Más allá de to- dero aparece cabe Dios, actuando junto a él.
das las descripciones ornamentales que estos dos capítulos consa-
gran a la ciudad, hay que rendirse a la evidencia de que la nueva 4. El Cordero, unido a Dios
Jerusalén posee una realidad personal: es la esposa de Cristo. A él
se debe como esposa única; a él le pertenece como su solo esposo. Hay que señalar un avance en la revelación cristológica, aten-
El Cordero es también quien hace posible la existencia de la diendo a la precisa ubicación del Cordero a lo largo de la narración
nueva Jerusalén, entrevista como ciudad; es decir, bajo el prisma apocalíptica. Al principio aparecía el Cordero «en medio del trono
de una realidad arquitectónica segura y sólida; pero también como y de los cuatro vivientes y en medio de los ancianos» (5, 6), a sa-
relación social, no monolítica, sino abierta al entramado del mun- ber, ocupando un lugar verdaderamente de dignidad excelsa, la
do circundante. más próxima posible al trono de la divinidad.
El constituye el fundamento último, el que otorga la firme con- Más adelante, se indica que el «Cordero está justamente en me-
sistencia, en quien gravita y descansa el peso de toda la ciudad, dio del trono» (7, 17). Por su significativa escritura griega se alude
pues ésta se sostiene sobre los cimientos de los doce apóstoles del a que el Cordero ha debido recorrer un camino —el camino de su
Cordero (21, 14); y éstos no tienen más título que su pertenencia a pasión y muerte— para poder sentarse en el trono de la gloria13.
Cristo; poseen en el Cordero su origen y razón de ser: él los llamó Debido al copioso fruto de la redención, el Cordero es recono-
y los envió. cido y adorado como Señor y Rey (17, 14). El último objetivo del
designio de salvación es renovar el orden de la creación. La adora-
En la consideración simbólica de su arquitectura, también el
ción al Cordero representa el momento culminante de esta restau-
Cordero sigue desempeñando una función trascendental. Aunque la
ración lograda14.
ciudad disponga de doce puertas francas (21, 13.21), Cristo se eri-
Finalmente en los textos pertenecientes a la nueva Jerusalén, se
ge en la suprema instancia, la puerta definitiva por la que hay que
contempla al Cordero egregiamente sentado, habitando con Dios el
entrar. La lectura del libro resulta determinante y esclarecedora.
mismo trono de la Divinidad. Con ello su condición divina queda
Sólo accede a la nueva Jerusalén quien está inscrito en el libro de
pacíficamente establecida y resaltada.
vida del Cordero, a saber, quien se hace partícipe de la vida y
Dios y el Cordero son los ocupantes simultáneos del trono; son
muerte de Jesús (21, 27).
igualmente los dadores de vida (22, 1) y centro arterial de la ciu-
dad (22, 3). Rompe el Ap toda referencia lógica de la figuración
3. El Cordero, asociado a Dios plástica, para obligarnos a abrirnos a otra comprensión simbólica.
De donde resulta que la comunión divina entre Dios y el Cordero
En dos pasajes seguidos, de la misma factura literaria —resuel- resulta patente, total. Muy acertadamente ha sido formulado:
ta con una negación inicial continuada por una aclaración supera-
dora— aparece esta conexión. Ya no se encuentra el Cordero ac- Sed thronus Dei et Agni erit in ea. Non dixit erunt, ñeque throni;
tuando solo, sino con Dios. El santuario que Juan, en su experien- ubi enim unitas est naturalis et indifferens15.
cia profética, deja de contemplar, es sustituido egregiamente por
otro templo que es Dios, y el Cordero (21, 22). La ciudad no tiene El alcance teológico de Ap quiere ser diáfano: el Dios que se
alumbrado astral ni del sol ni de la luna, porque Dios la ilumina y revela dentro de la Iglesia a la humanidad, es el Dios y Padre de
la lámpara es el Cordero (21, 23). En Ap no se ve muy claro —el
texto griego no precisa en forma depurada— si Dios y el Cordero, 13. La preposición á v á indica un movimiento hacia un estado superior y posee
ambos por igual, son sujeto único de la acción. Si Dios es templo un sentido dinámico: «El Cordero que está 'justamente' —ává— en medio del trono»
(Ap 7, 17). Cf. F. Blass-A. Debrunner-F. Rehkopf, Grammatik des neutestamentlichen
y es luz de la misma manera que lo es el Cordero. O si éste es la Griechisch, § 204, traduce «Reine nach».
realización perfecta, el artífice del templo y de la luz, quien hace 14. Cf. N. Hillyer, The Lamb in the Apocalypse: EQ 39 (1967) 236; R. Surridge,
posible ambas realidades. Esta indeterminación deliberada sugiere Redemption in the Structure of Revelation: ExpTim 101 (1989-1990) 234.
la existencia de dos actantes. Sería preciso, pues, debido a la escri- 15. Primasio, Commentariorum super Apocalypsim B. Joannis; PL 68, 930.
198 La nueva Jerusalén Interpretación teológica 199

nuestro Señor Jesucristo. La salvación no proviene ya del templo, daderamente protagonista e insustituible, que Cristo desempeña en
como señalaba Ez 47, sino directamente de las personas divinas. El toda la edificación. Cristo es el artífice de la nueva Jerusalén, quien
centro irradiante, el corazón (a otros símbolos, aunque más gasta- de forma egregia la levanta y de manera eficaz la sostiene.
dos, tendríamos que acudir también a fin de resultar inteligibles) de Es preciso saber descubrir, leyendo incluso más allá de las pa-
la ciudad-paraíso de la nueva Jerusalén no es el río, ni el árbol..., labras aparentes, envuelto entre sus líneas, el misterio cifrado del
sino el trono de Dios y del Cordero, única fuente original de vida Ap, no a primera vista explícito, que sólo se resuelve en clave cris-
divina. tológica. Pretendemos encontrarnos con el mensaje que oculta ce-
También es preciso advertir un notable proceso en el desarrollo losamente su simbolismo arquitectónico.
doctrinal del libro. Aquel trono que antes aparecía en la trascen- Los antiguos comentadores de Ap han subrayado esta dimen-
dencia («Vi una puerta abierta en el cielo, y alguien sentado en el sión crística de la nueva Jerusalén. Cristo es el Señor de la ciudad,
trono», 4, 1), ahora desciende a la nueva Jerusalén. La última pre- cuya grandeza y enigma únicamente desde él se esclarece. Todas
sencia del trono, y éste ya divinamente compartido, acontece den- las calles de la nueva Jerusalén convergen hacia el centro lumino-
tro de la ciudad (22, 4). Dios y el Cordero ejercen su señorío en so que es Cristo.
medio de los hombres. Baste recordar someramente algunas afirmaciones de eximios
«Y sus siervos le darán culto» (2, 3) —añade finalmente el tex- comentadores del Ap, que convienen en identificar a Cristo con los
to—, a saber, rinden culto por igual a Dios Padre y a Dios Hijo. Así motivos ornamentales principales de la ciudad, otorgándole así a
se cierra perfectamente el ciclo litúrgico del libro. Al comienzo, toda la ciudad la unidad cristológica; pues sólo el Señor es el ci-
tras la entronización del Cordero (5, 1-12), hubo una alabanza cós- miento, la muralla, la perla, la puerta de la ciudad de Jerusalén:
mica. Incluso los seres, que proverbialmente estaban «bajo tierra»
y que no podían alabar a Dios, son partícipes de esta acción de gra- La muralla de esa ciudad es nuestro Señor Jesucristo17.
cias verdaderamente universal. Toda criatura que está en el cielo, El es el cimiento de los cimientos, él mismo es el constructor que
en la tierra, debajo de la tierra y en el mar (cf. Is 38, 18), todo cuan- edifica sobre la fe de su santísimo nombre su primitiva Iglesia, y
la subsiguiente hasta el desconocido final del mundo18.
to hay en ellos, prorrumpe en alabanza y gloria por los siglos, a Pues lo que se dice por cada una de ellas, se enseña que brilla en
Dios y Cristo, a saber: «al que está sentado en el trono y al Corde- cada uno de ellos una sola perla, que es nuestro Señor Jesucristo19.
ro» (5, 13). Esta alabanza universal ahora culmina en el mundo La piedra preciosísima es Cristo20.
nuevo, mediante los siervos que adoran a quienes están sentados en Porque la piedra es Cristo, por quien y para quien está fundada la
el trono (no ya sólo «al que está sentado en el trono»). Ap acuña ya Iglesia, que no es vencida por ola alguna de hombres locos21.
esta formulación fija: «El trono de Dios y del Cordero» (Ap 22, Por tanto, la puerta es Cristo22.
1.3). Trono no hay más que uno, y lo comparten por igual, en idén- Cristo es la puerta23.
tica exuberancia de divinidad, Dios y el Cordero. Su unidad teoló- Nuestro Señor Jesucristo, que es el árbol de la vida24.
gica no puede quedar más acentuada16.
El mensaje nuclear de Ap (21, 1.3) es afirmar la total divinidad La nueva Jerusalén es una ciudad llena de luz, «cristalina» (21,
compartida de Dios y de Cristo, y que ambos, en íntima comunión 18.21), el agua de la vida del paraíso también es «cristalina» (22,
de personas, constituyen toda la vida para la Iglesia, a la que le es
17. Apringio de Beja, en Comentario al Apocalipsis de Apringio de Beja (Intro-
dado vivir a su imagen, es decir, en el amor de Dios compartido. ducción, texto latino y traducción de A. del Campo), Estella 1991, 205.
18. Apringio de Beja, Comentario al Apocalipsis, 206.
5. Cristo, piedra angular de la nueva Jerusalén 19. Ibid., 207.
20. Cesáreo de Arles, Comentario al Apocalipsis, 150; Beato de Liévana, Co-
Mediante el empleo de esta imagen arquitectónica, coherente mentario al Apocalipsis de san Juan, 637.
con el lenguaje propio de la ciudad, queremos aludir al papel, ver- 21. Beato de Liévana, Comentario al Apocalipsis, 653.
22. Ibid., 639. El autor repite por dos veces idéntica atribución a Cristo (ibid.).
16. Cf. R. Bauckham, The Worship of Jesús in Apocalyptic Christianity: NTS 27 23. Ibid., 207.
(1981) 322-341. 24. Ibid, 209.
200 La nueva Jerusalén Interpretación teológica 201

1). Sin pretender hacer una fácil aliteración, sin buscar una equí- a) Cristo, el consolador
voca equivalencia, se puede afirmar, desde la lectura profunda del
Ap y traduciendo con fidelidad su mensaje a nuestra lengua, que la Ya se ha visto que Dios enjuga toda lágrima de los ojos (cf. Is
nueva Jerusalén es luminosa y translúcida como el cristal, porque 25, 8, corregido por Ap 21, 4). El llanto sobra cuando se está de-
está llena de la presencia irradiante del Cordero. Cristo la hace per- lante de Dios. El cara a cara con Dios, como quien está frente a un
fectamente cristalina25. sol ardiente, tiene la virtud de secar las lágrimas de los ojos. Hay
Y como Cristo es reflejo de Dios, la nueva Jerusalén —toda ella que indicar, no obstante, que sólo Cristo resucitado constituye la
inundada de Cristo—, espeja como el cristal, la gloria de Dios —la superación de todo llanto. El es el cumplimiento en la historia sal-
epifanía de su amor— que en ella se desborda. vífica de la misericordia de Dios. Su presencia de Resucitado
Dejando por ahora el simbolismo arquitectónico, acudimos pa- muestra la actualidad del amor de Dios:
ra verificar la importancia capital que asume Cristo en la nueva Je-
rusalén, a las imágenes y declaraciones, hechas por la autoridad de Esta revelación del amor es definida también misericordia, y tal re-
velación del amor y de la misericordia tiene en la historia del hom-
Dios y que se encuentran formuladas en Ap 21, 4-7. Dios aparece bre una forma y un nombre: se llama Jesucristo26.
enjugando toda lágrima; anuncia que va a hacer un mundo nuevo;
también promete al cristiano sediento una fuente de agua de la vi- Así se dibuja finamente en una escena, perteneciente a la es-
da gratis; finalmente, dará al vencedor en herencia el don de la fi- cuela de Juan, de la que el libro del Ap es parte constituyente. Apa-
liación. rece dentro de una narración del cuarto evangelio, marcada por el
Tan ingente lote de premios —de auténtico botín de gloria, po- llanto (Jn 20, 11-18); hasta cuatro veces se menciona la acción de
dría calificarse— sólo es alcanzable porque Cristo lo ha conquista- llorar (11 —bis—.13.15). M. Magdalena busca obsesivamente, casi
do por su muerte y resurrección, lo ha entregado al Padre, para que compulsivamente, un cadáver, y las lágrimas le velan otra visión
éste gratuitamente lo conceda al cristiano. La victoria del Cordero distinta, le impiden contemplar al Señor. Las primeras palabras del
se debe, paradójicamente, a su degüello sacrificial. Así lo recono- Resucitado son: «Mujer, ¿por qué lloras?» (20, 15). No se puede
cen los cuatro vivientes y los veinticuatro ancianos, postrados en llorar la muerte, teniendo delante la Vida.
adoración delante del Cordero, y entonando un canto nuevo: «Eres La presencia del Resucitado, actuante en la humanidad, busca
digno de tomar el libro y abrir sus sellos, porque fuiste degollado realizar lo que durante su ministerio público sólo pudo hacer par-
y has comprado para Dios con tu sangre hombres de toda raza, len- cialmente: eliminar toda lágrima de los ojos que lloran («No llo-
gua, pueblo y nación» (5, 9). res», le dijo a la viuda, madre de un hijo único, que había muerto
Reparemos cómo Cristo va realizando, él mismo y mirando y a quien resucita; cf. Le 7, 11-17); y sanar todo dolor de los cora-
siempre a su Iglesia, respectivamente estas cuatro promesas de zones desgarrados (así rezaba en su programa de evangelización,
Dios. proclamado en la sinagoga de Nazaret, cf. Le 4, 18-19). Ahora, ya
resucitado, viva imagen del Padre, actuando con él al unísono,
mostrando su infinito poder en la inmensidad de su misericordia,
25. Nos orientamos por la expresividad del vocablo y la semejanza sonora que está revestido de una energía tal que es capaz de secar toda lágri-
emparenta las palabras «Cristo» y «cristalina». Algunas veces la fonología, cuando se ma de los ojos.
inscribe naturalmente dentro de la misma palabra, privilegia un modo de interpreta-
ción singular. Tal es el caso del Cántico de san Juan de la Cruz. De todos es conocido
el sorprendente hecho de la ausencia de un referente religioso (la mención de Dios o
de Cristo...), que aparezca de forma explícita en el texto. Semejante fenómeno litera- b) Cristo, novedad absoluta
rio acontece también en el Cantar de los Cantares. Pero un verso puede dar la clave,
que debe ser resuelta en clave poética. Repárese en la mención velada, pero sonora de Dios crea nuevas todas las cosas mediante la presencia renova-
«Cristo», ansia de la amada que lo busca por doquier: «Oh cristalina fuente, / si en dora de Cristo. No existe otra novedad escatológica sino la del Se-
esos tus semblantes plateados / formases de repente / los ojos deseados / que tengo en
mis entrañas dibujados» (Cántico espiritual B, canción 12, 1; cf. san Juan de la Cruz,
Obras completas, Salamanca 21992, 622). 26. Juan Pablo II, Redemptor hominis, n.° 9.
202 La nueva Jerusalén Interpretación teológica 203

ñor muerto y resucitado27. El Ap con su preciso lenguaje así lo se- vencedores se afirma que ya no pasarán más hambre ni sed, porque
ñala y determina. El adjetivo «nuevo» (xcuvóg) —nunca emplea el el Cordero, que está en medio del trono, a saber, Cristo resucitado,
sinónimo veóg— se utiliza siempre en referencia a Cristo. Recorde- los apacentará y los guiará hacia fuentes de aguas vivas (7, 17).
mos en apurada síntesis todas sus apariciones dentro del libro. De- La asamblea cristiana del Ap, durante la celebración de su li-
signa a aquella misteriosa piedra blanca, que Cristo entrega al ven- turgia, invoca al Señor para que venga con urgencia (Ap 22, 17).
cedor a fin de que tenga acceso a la nueva Jerusalén (2, 17). El cris- Todo cristiano, que escucha este grito del «maranatha» eclesial, de-
tiano, acogido en la ciudad de Dios, la nueva Jerusalén, que baja be repetirlo personalmente, y debe acudir con voluntad decidida al
del cielo de parte de Dios, «tiene un nombre nuevo», es decir, el misterio que en la liturgia se conmemora; tiene que acercarse a la
nombre de Cristo inscrito sobre la frente (3, 12). Califica el canto presencia vivificante del Señor, quien ofrece la riqueza del agua de
que proclaman sin cesar los veinticuatro ancianos y que dirigen al la vida: «El que tenga sed, que se acerque, y el que quiera reciba
Cordero degollado, pero de pie (5, 9); el mismo canto nuevo que gratis agua de vida» (22, 17).
entonan los 144.000 rescatados de la tierra, que son primicias para
Dios y para el Cordero, y al que siguen por donde quiera que vaya
(14, 3). Por fin el adjetivo «nuevo» aparece en 21, 1 (bis).2.5 para d) Cristo, el vencedor da la victoria al cristiano: la herencia de
indicar la realidad final: el cielo nuevo, la tierra nueva, la Jerusa- la filiación
lén nueva. El mundo, en especial la humanidad, llega al culmen de
su realización, se hace definitivamente nuevo por la resurrección El Señor ha vencido el mal mediante la ofrenda generosa de su
de Cristo28. El impregna con su nueva realidad la ciudad de Jerusa- propia vida.
lén, haciéndola semejante a su imagen irradiante de gloria.
La religión de la encarnación es la religión de la redención del
mundo por el sacrificio de Cristo, que comprende la victoria sobre
c) Cristo, fuente de agua viva el mal, sobre el pecado y sobre la misma muerte. Cristo, aceptan-
do la muerte en cruz, manifiesta y da la vida al mismo tiempo por-
que resucita, no teniendo ya la muerte ningún poder sobre él29.
Dios da gratis de la fuente del agua de la vida. Pero esta dádiva
sólo es posible porque Cristo ha abierto, mediante el misterio de su
muerte y resurrección, la fuente que estaba sellada. El tema es pro- Así lo reconoce la asamblea celeste de los cuatro vivientes y de
pio de la escuela de Juan, aparece singularmente en el evangelio. los veinticuatro ancianos. El Cordero es digno de abrir el libro y le-
Ya Jesús había anunciado que de sus entrañas brotarían ríos de erlo, porque ha sido degollado (5, 2.5). Por ello la multitud de los
agua viva (Jn 7, 37). El evangelista testimonia con gran solemni- ángeles, los vivientes y los ancianos le tributa solemnemente el ho-
dad que del costado abierto del Señor, traspasado por la lanza, bro- menaje al vencedor con un perfecto reconocimiento (se enumeran
ta el agua y la sangre (Jn 19, 34). hasta siete motivos —!—): «el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuer-
za, el honor, la gloria y la alabanza» (5, 12). Jinete sobre un blan-
Semejante tratamiento también se encuentra registrado en Ap.
co corcel, cabalga como vencedor y para vencer a los tres caballos
El vidente contempla la muchedumbre de rescatados, que vienen
desbocados de la violencia, la injusticia social y la muerte (6, 2).
de la gran tribulación, y que endosan las blancas vestiduras, carac-
Cristo hace posible con su victoria, causa ejemplar, la consecuente
terístico uniforme de su victoria con Cristo (7, 13-15). De estos
victoria de los cristianos, los que con él se configuran (7, 13), los
que le siguen fielmente (19, 14). El ha permitido, en fin, que el
27. La encarnación es el principio de la redención, que culmina con el misteric cristiano fiel tenga tan abundante premio, a saber, «el vencedor he-
pascual. «Gracias al Verbo, el mundo de las criaturas se presenta como cosmos, es de
cir, como universo ordenado. Y es que el Verbo, encarnándose renueva el orden cós
redará esto»: que sea merecedor de la herencia de la filiación (21,
mico de la creación» (Juan Pablo II, Tertio millennio adveniente, n.° 4). 7). La batalla está ya decidida, aunque la lucha aún continúa per-
28. «En el misterio de la redención el hombre es 'confirmado' y en cierto modi
es nuevamente creado. ¡El es creado de nuevo!» (Juan Pablo 11, Redemptor homini.s
n.° 10) 29. Juan Pablo II, Tertio millennio adveniente, n° 7.
204 La nueva Jerusalén
Interpretación teológica 205

sistente en el tiempo y haciendo sufrir a los cristianos; pero es pre- c) La nueva Jerusalén y el Espíritu
ciso saber que el desenlace será de triunfo total para aquellos que
militan y padecen con Cristo, y que el bien prevalecerá sobre el En líneas generales cabe afirmar:
Maligno que acecha continuamente y combate contra Cristo y su
Iglesia30. Este río que tiene su fuente en el trono donde se sientan Dios y el
Todas las promesas de herencia, prodigadas en la historia de la Cordero, es Dios comunicado, la tercera persona divina represen-
salvación, se recapitulan en el Hijo. Este es el genuino heredero por tada por su operación. Así, en la cumbre de Jerusalén, vemos la
Trinidad toda entera: el Padre penetra toda la ciudad con su gloria,
derecho propio (Mt 21, 38), y el único que puede invocar a Dios co- el Cordero la ilumina con su doctrina, el Espíritu la riega y hace
mo Padre y recibir de él el nombre de Hijo (Heb 1, 5). Hay vincu- nacer por todas partes la vida, en primer lugar por el sacramento
lación estrechísima entre el don de la herencia y la filiación; Cris- del bautismo32.
to es absolutamente el heredero, pues es el Hijo del Padre. El es,
además, quien hace factible el don de la filiación para el cristiano. Esta interpretación pneumatológica, que resulta ya clásica, pues
Para éste la gran promesa se concentra en su participación con el bastantes autores —santos Padres y escritores de espiritualidad— se
Hijo, a saber, en el derecho inalienable de ser hijo en el Hijo. Por adhieren a ella, puede ser aceptada como sustancialmente válida,
eso Ap declara el anuncio divino de la promesa: «El vencedor he- pero no exegética ni rigurosamente correcta.
redará esto: Yo seré Dios para él, y él será para mí hijo (21, 7). Se admite una alusión al Espíritu, vislumbrado en el río de agua
Así, pues, la multisecular promesa, formulada en clave de alian- de vida que brota impetuoso del trono de Dios y del Cordero. La
za, que recorría el antiguo testamento, se cumple perfectamente en equivalencia, no obstante, entre la realidad del Espíritu y el símbo-
Cristo, el Hijo; y desde Cristo pasa fecundamente al cristiano. Tal lo del agua, es más propia del cuarto evangelio. Existe concordia
es el alcance de la herencia que Ap declara: que el cristiano es ya entre ambos escritos de la escuela de Juan, al considerar al Espíri-
capaz —pues ha recibido este don que le habilita— de dirigirse, des- tu como don escatológico, proveniente del Padre y del Hijo (Jn 14,
de y con Jesús, el Hijo, a Dios como Padre y vivir con él en una re- 26; 15, 26 = Ap 3, 1; 5, 6)33. Pero el Ap reserva para el Espíritu san-
lación de mutua intimidad. to un tratamiento específico: es por antonomasia el Espíritu de pro-
Dos matices singulares posee la promesa del Ap. No habla en fecía y a ella va esencialmente ligada su actuación.
línea general de hijos e hijas, sino que insiste en una relación per- Situados ya en las postrimerías de Ap y desde la atalaya que nos
sonal e intransferible. Y evita el nombre de Padre. Esta reserva le- permite contemplar la trayectoria de la andadura eclesial, puede
xicográfica está en consonancia con la teología del cuarto evange- hacerse una sucinta panorámica sobre la función del Espíritu den-
lio y de Ap. En nuestro libro sólo Jesús llama a Dios, Padre: 2, 28; tro de la Iglesia34.
3,5; 14, 1". Al principio el Espíritu hablaba a las siete Iglesias de Ap; su
lenguaje era interpretativo y ecuménico, a saber, se dirigía a toda
la Iglesia universal a fin de iluminar e interiorizar la palabra de
Cristo: «El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las Igle-
sias» (2, 7.11.17.29; 3, 6.13.22)35.
30. Cristo, vencedor absoluto, propicia nuestra victoria. Esta conciencia de vic-
toria debe impregnar el corazón del discípulo del Señor, y tiene que alejar toda duda
Este mismo Espíritu ha ido fortificando a los profetas y testigos
y desánimo. Certeramente lo ha expresado Juan Pablo II (Mi decálogo para el tercer de la Iglesia. Promueve y legitima la actuación de Juan, el vidente
Milenio, Madrid 1994, 18): «Nosotros estamos llamados a vencer al mundo con nues- del Ap, y le concede que pueda contemplar realidades sobrenatura-
tra fe (cf. 1 Jn 5, 4), porque pertenecemos a quien con su muerte y resurrección con-
siguió para nosotros la victoria sobre el pecado y la muerte y nos hizo capaces de una
afirmación humilde y serena, pero segura, del bien por encima del mal. Somos de 32. E. B. Alio, L'Apucalypse, 353.
Cristo y es él quien vence en nosotros. Debemos creer esto profundamente, debemos 33. Para una síntesis comparativa entre el Espíritu según el cuarto evangelio y el
vivir esta certeza, pues de lo contrario las continuas dificultades que surgen tendrán libro de Ap, cf. F. Contreras, El Espíritu en el libro del Apocalipsis, 192-194.
desgraciadamente la fuerza de inocular en nuestras almas la carcoma insidiosa que se 34. Cf. F. Contreras, El Espíritu en el libro del Apocalipsis, Salamanca 1987.
llama desánimo, costumbre, acomodamiento pleno a la prepotencia del mal». 35. Cf. Dibelíus, Wer hat zu horen, der hiire: ThStKr 83 (1910) 461-471; F. Sa-
racino, Quello che lo Spirito dice (Apoc. 2, 7, ecc): RBiblt 29 (1981) 3-31.
31. Cf. E. Lohmeyer, Die Offenbarung des Johannes, 165.
206 La nueva Jerusalén Interpretación teológica 207

les, que de otro modo le estarían vedadas, y comunicarlas con fi- se ha ido purificando por la palabra de Cristo, sabiamente interpre-
delidad a la Iglesia (1, 10; 4, 2; 17, 3; 21, 10). tada por el Espíritu y, sostenida por su fuerza, la ha ido procla-
El Espíritu protege a la Iglesia que da testimonio de Jesús, tal mando con valentía al mundo. Al final del libro, la Iglesia aparece
como aparece marcadamente en el episodio de los dos testigos-pro- como esposa, se ha anulado una distancia, y el Espíritu no es ya un
fetas (11, 1-13); les confirma, a pesar de tanta impiedad infligida «inter-locutor» distante, sino una presencia íntima a la Iglesia. El
por parte de los enemigos, en el triunfo final y permite lograr, mer- Espíritu y la Iglesia hablan la misma voz compartida y dicen:
ced a la total entrega de los testigos de Jesús, la conversión de la «¡Ven!» (22, 17).
humanidad (11, 11).
El Espíritu sigue alentando a los cristianos para que permanez-
can fieles, en medio de la cruel persecución y aun de la misma 2. La nueva Jerusalén. Ciudad de la humanidad renovada
muerte. Muertos a causa de la fe de Cristo, el Espíritu les asegura
una bienaventuranza eterna y un descanso de plenitud, pues sus La gloria de Dios es la salvación del hombre, y el deseo del
obras les acompañan (14, 13)36. hombre es la visión de Dios. Tan esclarecedora afirmación proce-
«El testimonio de Jesús es el Espíritu de profecía» (19, 10). Es de de san Ireneo quien dice justamente —y ambas partes de su de-
el «textus princeps» de la pneumatología del Ap37. Su función se claración debieran ser citadas de consuno y ninguna de ellas, por
bifurca en sendas perspectivas: hacia dentro de la Iglesia y hacia tanto, ser sesgadamente relegada—: «pues la gloria de Dios es el
fuera de ella. Primero, el Espíritu en su labor sapiencial hace co- 'hombre viviente' (£;d>v áv&Qomog), y la vida del hombre es la 'vi-
nocer y asimilar a toda la Iglesia el testimonio que Jesús ha pro- sión de Dios' (ooctoic: deoü)» 39 . La nueva Jerusalén cumple acaba-
clamado, es decir, la Palabra de Dios por él testimoniada, confor- damente las dos aspiraciones, tanto la gloria de Dios como el an-
me a esta frecuente hendíadis literaria: «La Palabra de Dios y el helo del hombre. La esperanza de la revelación bíblica se realiza;
testimonio de Jesús (Ap 1, 2.9; 6, 9; 20, 4). Segundo, el Espíritu Dios y los hombres comparten la misma ciudad, son ciudadanos de
convierte a la Iglesia en una asamblea de testigos (tarea misione- derecho en una casa común. La nueva Jerusalén representa la línea
ra), a fin de que sean capaces de proclamar el testimonio único de armónica del plan de Dios, dado a conocer en una historia no vio-
Jesucristo, el mensaje de su evangelio, tal como también insisten- lentamente truncada, sino desplegada y potenciada hasta conseguir
temente reflejan los discursos de misión de los evangelios (cf. Mt el desenlace feliz de su plenitud escatológica.
10, 18-20; Me 13, 11; Le 12, 11-21)38.
Según el libro del Ap la comunidad eclesial ha vivido un expe- Cuando se manifieste la gloria de Dios de manera universal, se
riencia singular, apocalíptica. Al principio, el Espíritu se dirigía a cumplirá también el anhelo más profundo de las criaturas y se ha-
rá realidad el reino de la libertad de los hijos y las hijas de Dios
la Iglesia invitándola a la escucha fiel de la palabra de Cristo (re- (cf. Rom 8, 22-23). Entonces la justicia, la vida, la libertad y la paz
cordar los textos previamente citados de las cartas a las Iglesias). de Dios, la luz de su verdad y la gloria de su amor llenarán y trans-
Esta misma Iglesia, a lo largo de toda la lectura profética del Ap, figurarán todas las cosas. El reino y la gloria de Dios serán la rea-
lidad última, universal y bienaventurada40.
36. Cf. B. Prete, Beati i morti che muiono riel Signare: PalCl 26 (1947) 169-172.
37. Cf. D. Muñoz, La palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo. Una nueva Ap 21, 1-22, 5 insiste con creces en la dimensión social-rela-
interpretación de la fórmula en el Apocalipsis: EstBib 31 (1972) 179-199. J. Mas- cional. No podía hacerlo de otro modo, pues tan profundo pasaje
syngberde Ford, For the Testimony of Jesús is the Spirit ofProphecy: IrTQ 42 (1975)
280-292.
tiene como explícito referente a la ciudad de la nueva Jerusalén
38. La acción del Espíritu santo se asocia estrechamente a la misión de la Iglesia. —nota esencial de toda ciudad es la interrelación de sus habitan-
Así queda recalcado con testimonios muy abundantes en la encíclica de Juan Pablo 11, tes—, por más que sean variados los registros simbólicos que adop-
Redemptoris missio. Baste mencionar un par de citas: «Bajo la acción del Espíritu, la
fe cristiana se abre decisivamente a las 'gentes'» (n° 25). «Los horizontes y las posi-
39. Adversus Haereses IV, 20, 7.
bilidades de la misión se ensanchan, y nosotros los cristianos estamos llamados a la
40. Conferencia episcopal alemana, Catecismo católico para adultos. La fe de la
valentía apostólica, basada en la confianza en el Espíritu ¡El es el 'protagonista' de la
Misión! (n.°30). Iglesia, Madrid 1988, 473.
208 La nueva Jerusalén Interpretación teológica 209

te: agua de vida, herencia, muros, medidas, cimientos, perlas, pa- El mundo no es capaz de hacer al hombre feliz. No es capaz de sal-
raíso. Lo decisivo para el autor es describir el jubiloso término de varlo del mal en todas sus especies y formas: enfermedades, epi-
la Iglesia, entendida en su más ecuménica realidad, agraciada por demias, cataclismos, catástrofes y otros males semejantes. Este
una situación de privilegio, que puede muy bien definirse como la mismo mundo, con sus riquezas y sus carencias, necesita ser sal-
nueva humanidad. Esta situación se caracteriza por gozar de una vado, ser redimido. El mundo no es capaz de liberar al hombre del
doble cualidad adquirida: de despojo y de plenitud. Por una parte, sufrimiento, en concreto, no es capaz de liberarlo de la muerte. El
mundo entero está sometido a la 'precariedad'44.
se ve libre de todos los impedimentos negativos que antaño la ha-
bían encadenado; y, de otro lado, se sabe poseedora, como don gra- No puede alcanzarse la nueva Jerusalén por los caminos de la
tuito de lo alto, de un estado de gracia que la hace vivir ya y para evolución; ni siquiera intentando —tentación constante del fanatis-
siempre en comunión plenísima con Dios y con todos los hombres mo y fundamentalismo religioso, herederos de todo afán «celotis-
y mujeres de la nueva tierra41. ta» imperecedero— erigir aquí en la tierra un estado teocrático45.
Puede afirmarse, siguiendo las pautas orientadores del simbo- La nueva Jerusalén no representa la ciudad ideal, o la idea pla-
lismo eclesiológico de Ap 21, 1-22, 5, que la nueva Jerusalén sig- tónica de una ciudad suprema, suma de los sueños y esfuerzos hu-
nifica la ciudad de los santos, dada por Dios: es la culminación de manos oriundos de la tierra, como creación exclusiva del hombre,
la Iglesia santa. Ya lo había señalado el Beato de Liévana: «La ciu- sino un don divino que viene de lo alto sobre una tierra —eso sí,
dad cuadrada significa la muchedumbre reunida de los santos, en preciso es recalcarlo— que la humanidad ha ido madurando y trans-
los que no pudo de ninguna manera naufragar la fe»42. Esta inter- formando mediante un trabajo solidario. La nueva Jerusalén es la
pretación no resulta novedosa, pero sí debe ser recalcada cada vez anti-Babel y la anti-Babilonia.
con más fuerza y añadiendo sustanciales matices al contemplar en No se identifica tampoco con la Iglesia terrestre, conforme sos-
la nueva Jerusalén en su dimensión eclesial4'. tenía la apreciación exegética de algunos comentadores eximios
del Ap: san Agustín46, Beato de Liévana47. Cesáreo de Arles ha he-

a) La nueva Jerusalén y la Iglesia 44. Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la esperanza, 73.
45. Cf. Conferencia episcopal alemana, Catecismo católico para adultos, 473.
La nueva Jerusalén no puede ser el punto más alto, cenital, a 46. En contra de Alio (L'Apocalypse, CCXLIII, p. 341) citado por Ch. Bruths (La
ciarte de l'Apocalypse, 356), quien hace suyo un pasaje de La ciudad de Dios de san
donde arriba el ímpetu creciente del evolucionismo, sea de tipo Agustín (texto rememorado con frecuencia para ser felicitado o vituperado); cf. P. Pri-
material sea de orden político o religioso. Cualquier pretensión por gent, L'Apocalypse de saint Jean, 326. Ante el panorama confuso de diversas opinio-
hacer de esta tierra la meta definitiva, el sueño utópico de la «Nue- nes en torno al pasaje controvertido de san Agustín, es preciso leer íntegro el texto:
«Esta ciudad desciende del cielo, según él, porque la gracia de Dios, que la ha forma-
va Edad», al margen de Dios —y a veces incluso deliberada y beli- do, es celestial. Y así dice por Isaías: Yo soy el Señor, que te forma. Y ha descendido
gerantemente en contra de é l - se resuelve en la más infructuosa es- del cielo desde el principio, desde que sus ciudadanos van en aumento por la gracia
terilidad. La nueva Jerusalén no debe confundirse con los logros de Dios, que mana de la regeneración comunicada por la venida del Espíritu santo. Pe-
ro en el juicio de Dios, que será el último y obra de su Hijo Jesucristo, recibirá un es-
que en vano han pretendido las utopías de un futuro intramundano, plendor tan nuevo y maravilloso de la gracia divina, que no quedarán ni rastros de su
o los paraísos de las teorías cosmológicas sobre el devenir del uni- vejez, pues los cuerpos pasarán de su antigua corrupción y mortalidad a una inco-
verso. Es preciso desenmascarar las presuntas utopías, que laten fa- rruptibilidad e inmortalidad nuevas... En ese libro, titulado Apocalipsis, hay muchas
cosas oscuras para ejercitar la mente del lector, y unas cuantas, pocas por cierto, cla-
lazmente en torno a la aparición de un «mundo feliz». ras, que permiten comprender las otras no sin gran trabajo» (san Agustín, La ciudad
de Dios XX, 17, Madrid 1958, 1485-1486). No creo que haya que insistir en conce-
41. Cf. J. P. Prévost, Para leer el Apocalipsis, 118. derle excesiva importancia a su interpretación eclesial, pues el pasaje resulta bastante
ambiguo, y máxime cuando ya él mismo se cura en salud, hablando de este modo dis-
42. Comentario al Apocalipsis de san Juan, 651.
tante del Apocalipsis. Pero creemos que el cielo nuevo no se identifica, sin más pre-
43. Cf. R. H. Gundry, The New Jerusalem People as Place, not Place for People:
cisiones, sencillamente con la Iglesia.
NT 29 (1987) 255; R. J. McKelvey, The New Temple, New York 1969, 167-176; W.
Thüsing, Die Vision des 'Neue Jerusalem' (Apk 21, 1-22, 5) ais Verheissung und Got- 47. «En esta Jerusalén se refiere a la Iglesia (hanc Ierusalem Ecclesiam dicit)...
tesverkündigung: TrThZ 77 (1968) 17-34; T. Holtz, Die Christologie der Apokalypse el cielo nuevo es la Iglesia: porque desde que Cristo asumióla carne, creó el cielo nue-
desJohannes, Berlín 1962, 191-195.
270 La nueva Jerusalén Interpretación teológica 211

cho la siguiente equivalencia: «Esta ciudad que ha sido descrita re- to se ha cambiado radicalmente el rumbo de la historia de la hu-
presenta a la Iglesia extendida por toda la tierra»48. El Beato de manidad, pero aún no se ha consumado entre todos la presencia del
Liévana, antes citado, exagera aún más si cabe, cuando afirma que Resucitado, todavía el Reino no se ha implantado plenamente so-
«El trono de Dios es la sede de Dios, es decir, la Iglesia»49. Tal gra- bre la tierra. Hay que seguir reivindicando la proposición de O.
do de identificación no parece justo, desde la perspectiva del Ap Cullmann, «jetzt schon, aber noch nicht», y aceptar decididamente
que reserva para el trono un uso exclusivamente divino. La identi- una escatología dialéctica, con más claridad expuesta por el papa
ficación con la nueva Jerusalén no puede plantearse ni siquiera en Juan Pablo II:
el ámbito espiritual-individual50.
Tampoco se trata de reivindicar, oscilando ahora el pensamien- La escatología está ya iniciada con la venida de Cristo. Evento es-
to hacia sus antípodas, la imagen de una Iglesia glorificada o con- catológico fue, en primer lugar, su muerte redentora y su resurrec-
sumada, que vendrá sobrepuesta, caída del cielo —como un meteo- ción. Este es el principio 'de un nuevo cielo y de una nueva tierra'
rito gigante—, destruyendo todo lo previamente plantado y trabaja- (cf.Ap21, 1)".
do con generosidad por el esfuerzo humano. De esta manera se re-
lega la nueva Jerusalén a un futuro, «un eón futuro», sin conexión Existe continuidad entre la Iglesia y la nueva Jerusalén: son los
alguna con la realidad presente51. Tal ha sido la concepción apoca- cristianos los herederos futuros de la nueva Jerusalén. La semilla
líptica judía, que decididamente se rechaza. de nuestra esperanza, una vez sembrada en el corazón del mundo y
Se trata de interpretar con corrección el mensaje eclesiológico en los corazones humanos, conocerá la realidad anhelada en la nue-
de Ap, enseñanza cifrada pues va envuelta en tan densa simbolo- va Jerusalén, plenitud de los dones universales, donde Dios será to-
gía. Nos decidimos por la interpretación estrictamente escatológi- do en todos y Cristo recapitulará el cosmos en el Padre. Mas esta
ca de la nueva Jerusalén52. realidad última aún no se ha conseguido del todo; la Iglesia es,
El libro del Ap presenta un mensaje escatológico, que no quie- mientras exista el tiempo de la historia, peregrina por este mundo.
re decir remotamente futuro, alejado de nuestra realidad/tarea ecle- Pero los cristianos ya son partícipes de la vida de la nueva Je-
sial y mundana viviente, en modo alguno ajeno a ellas. No es cues- rusalén. El libro de Ap ofrece testimonios de esta comunión con la
tión ya de especular como si de un retorcido ejercicio de cabalas se escatología futura. Repárese con atención en su fuerza probatoria.
tratase, acerca de fechas ni de geografía, sino que es preciso partir A través del bautismo, se tiene ingreso en las fuentes de agua de la
del acontecimiento que ha marcado la historia de la salvación: la vida. Por medio de la liturgia se permite franco acceso a la cele-
visión emblemática de todo el Ap, la presencia del Cordero, dego- bración de la Iglesia celeste. Mediante la eucaristía pueden comer
llado pero de pie, es decir, Cristo muerto y resucitado. Con él se ha con Cristo, los cristianos son comensales sentados en su misma
«incoado» el advenimiento del Reino de Dios. Aunque superficial- mesa (Ap 3, 20). Los cristianos vencedores son ciudadanos de de-
mente las cosas parecen continuar igual, con la presencia de Cris- recho de la nueva Jerusalén (Ap 3, 12).
Tiene razón Cesáreo de Arles cuando, al comentar las maravi-
vo y la tierra nueva» {Comentario al Apocalipsis de san Juan, 633). Comentando el
llas ofrecidas al cristiano en la nueva Jerusalén —se refiere en con-
verso «Y me mostró la ciudad santa de Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a creto al pasaje de Ap 22, 4 - 5 - , afirma lacónicamente: «Todas estas
Dios», sentencia de manera apodíptica: «Esta es la Iglesia, la ciudad situada en el cosas han comenzado a partir de la pasión del Señor»54.
monte, la esposa del Cordero» (ibid., 637). Es cuanto afirman los textos neotestamentarios que se han ana-
48. Comentario al Apocalipsis, 151.
lizado previamente: Gal 4, 24-26; Flp 3, 20; y, sobre todo, Heb 12,
49. Comentario al Apocalipis de san Juan, 653.
50. «Das neue Jerusalem bis du für Gott, mein Christ / Wenn du aus Gottes Geist 22-24. Los cristianos son ya hijos de esta madre —en la que son en-
ganz neugeboren bist» («La nueva Jerusalén eres tú para Dios, querido cristiano, si gendrados, a la que pertenecen por consagración bautismal—, que
por el Espíritu divino eres totalmente regenerado»). Citado por E. Stahlin, Die Ver- no es sino la Iglesia celestial, la Jerusalén de arriba.
kündigung des Reiches Gottes in der Kirche Jesu Christi, Basel 1956, 465.
51. Cf. H. Strathmann, JIÓXLC., en TWNT VI, 532.
52. Con la mayoría de los escritores, tal como propugna A. Feuillet, VApocalyp-
53. Cruzando el umbral de la esperanza, 186.
se, état de la question, Paris-Bruges 1963, 45.
54. Comentario al Apocalipsis, 154.
212 La nueva Jerusalen Interpretación teológica 213

La tendencia de la eclesiología protestante ha sido —y en esta Los profetas esperaban una nueva Jerusalen; pero en el fondo
actitud persiste— mostrar la discontinuidad entre la nueva Jerusalen de su mensaje se traslucía su énfasis en la reconstrucción y embe-
y la Iglesia; mientras que la teología católica acentúa la continui- llecimiento de la Jerusalen terrena, de aquí abajo, la histórica ciu-
dad. Sin negar el aspecto polar y dialéctico de esta escatología, hay dad del judaismo, que sería centro del mundo y se elevaría hasta el
que insistir en la continuidad en la línea ontológica de la Iglesia, trono divino58. Se insistía absolutamente en la continuidad terrena.
aunque sea preciso reconocer el don final de la novedad absoluta La visión de los libros apocalípticos judíos, en cambio, con-
que procede de Dios55. templa el aniquilamiento de este mundo - e l cielo, la tierra, todo
Tarea esclarecedora resulta espigar de entre las páginas del con- cuanto contienen—, del eón presente, completamente malvado y
cilio Vaticano II, los testimonios explícitos acerca de la nueva Je- que es merecedor de castigo. En el solar vacío que ha dejado, se
rusalen —u otra denominación sinónima pero de idéntico contenido pone otra realidad, del todo diversa, venida de los cielos, la Jeru-
temático— y valorar su incidencia en el misterio y vida de la Igle- salen celeste. Se recalca, por tanto, la ruptura total.
sia. Hay, pues, que evitar ambos extremos: identificar la nueva Je-
rusalen con las instituciones terrestres, de cualquier signo; o rom-
La liturgia, no sin razón, compara —la Iglesia— a la ciudad santa, la per toda relación entre los comienzos del tiempo presente y el cum-
nueva Jerusalen. Efectivamente, en este mundo servimos, cual pie- plimiento futuro59.
dras vivas, para edificarla (1 Pe 2, 5). San Juan contempla esta ciu- La nueva Jerusalen, de acuerdo con el pensamiento más genui-
dad santa bajando, en la renovación del mundo, de junto a Dios,
ataviada como esposa engalanada para su esposo (Ap 21, ls)56. namente apocalíptico, es una ciudad preexistente; por tanto, mode-
lo y prototipo para todo el pueblo de Dios. Desde una perspectiva
neotestamentaria la nueva Jerusalen constituye el supremo modelo
Pero el mismo concilio reconoce que la conexión entre Iglesia
de la Iglesia terrestre, que peregrina en busca de la unión con su ar-
terrestre y la nueva Jerusalen debe formularse a modo de una com-
quetipo60.
paración, no de identificación:

Sin embargo, mientras la Iglesia camina en esta tierra lejos del Se- 1. Continuidad entre la Iglesia y la nueva Jerusalen
ñor (cf. 2 Cor 5, 6), se considera como en destierro, buscando y sa-
boreando las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la dere- Creemos que existe una continuidad entre la Iglesia «militante»
cha de Dios, donde la vida de la Iglesia está escondida con Cristo —en el sentido no beligerante del término, sino en el apocalíptico,
en Dios hasta que aparezca con su Esposo en la gloria (cf. Col 3, a saber, la Iglesia que en la tierra testimonia frente al mundo y lu-
1-4)57. cha/padece, al igual que los dos testigos-profetas en el combate de
su fe— y la nueva Jerusalen. Continuidad en el designio de salva-
La nueva Jerusalen de Ap corrige la visión teológica de las ex- ción de Dios, que se resume en la ontológica unidad de la Iglesia61.
pectativas anteriores a ella, propias de los profetas y de la visión Puede afirmarse, desde el mensaje íntegro de Ap, que la Iglesia
apocalíptica. Incluso en este asunto de incesante debate, su presen- actual, martirizada en sus miembros y testimoniante en su misión
cia resulta inédita.
58. Tal como se ha visto en los textos proféticos. Cf. H. Bietenhad, Die himmli-
55. Para un análisis detallado de ambas posturas, que deben reencontrarse en la sche Welt im Urchristentum und Spatjudentum, 202.
visión del Ap, cf. el sugerente trabajo de P. S. Minear, Ontology and Ecclesiology in 59. Cf. E. B. Alio, V Apocalypse, 356.
the Apocalypse: NTS 12 (1965-1966) 89-105. De esta manera rotunda afirma el autor: 60. Cf. S. Levi della Torre, Gerusalemme: la citta duale, en Gerusalemme patria
«La ciudad santa está más sustancialmente, más permanentemente unida a las iglesias di tutti, Bologna 1995, 100-114; K. L. Schmidt, Jerusalem ais Urbild undAbbild, 224-
terrestres de lo que la mayoría de los existencialistas admite» (ibid., 104). 226.
56. Lumen gentium, 6. 61. Así lo subraya con rotundidad meridiana: «Civitas sancta Ierusalem quae des-
57. Ibid., 6. Tal como afirma H. Bietenhad (Die himmlische Welt im Urchristen- cendit de cáelo, Ecclesia Christi militans, in qua Deus et Agnus sunt omnia in ómni-
tum und Spatjudentum. Tübingen 1951, 201): «La Jerusalen celeste es idéntica con el bus, est una, quae veteris et novi Testamenti Eclesias, Iudaeum et Gentilem, com-
nuevo eón, con el Reino de los cielos; y forma contraste con la Jerusalen que asesina plectitur», N. Domínguez, Ecclesia Christi Militans in Apocalypsis Visionibus Reve-
a Cristo (11, 8)». lata: PhilipSac 1 (1966)268.
214 La nueva Jerusalén Interpretación teológica 215

evangelizadora, está construyendo, aunque veladamente pero sí Al comienzo del libro de Ap Dios-Trinidad (Padre-Espíritu san-
con eficacia, la ciudad futura; pues los cimientos de la nueva Jeru- to-Cristo), presente en la más encumbrada trascendencia, bendice
salén son los apóstoles del Cordero. El concilio Vaticano II lo re- a su Iglesia con la gracia y la paz.
conoce: La última visión profética de Juan (Ap 21, 2) se describe así:
Esta compenetración de la ciudad terrena y de la ciudad eterna só- Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo,
lo puede percibirse por la fe; más aún, es un misterio permanente de parte (ano) de Dios.
de la historia humana que se ve perturbado por el pecado hasta la
plena revelación de la claridad de los hijos de Dios62. Al final del libro aparece ya realizado el gran don de la gracia
y de la paz, magníficamente resuelto en el descenso, «de parte»
Será, a todas luces, determinante poder encontrar en el libro su- (ájtó) del mismo Dios de la nueva Jerusalén, como si de un envío
ficientes indicios que permitan inferir legítimamente —y no servir- divino se tratase. Y así el libro entero del Ap se abre con la prome-
nos de postulados gratuitos y discursos programáticos provistos só- sa de una bendición y se cierra con la misma bendición ya cumpli-
lo de buenas intenciones— la imprescindible compenetración y da. La nueva Jerusalén es la concentración de todas las bendicio-
continuidad. Hay, pues, que seguir leyendo con atención el mensa- nes que Dios ha ido impartiendo a la largo de la historia. Es el bro-
je siempre orientador del Ap. che final, la síntesis perfecta.
Resulta extraño que ningún autor haya reparado en esta cone-
2. Continuidad desde el designio de Dios xión que establece el libro a través de la sutileza de su lenguaje.
La presencia providente de Dios ha acompañado a la Iglesia du-
El mismo Dios que, en el diálogo litúrgico inicial del libro, ben- rante la economía salvífica: en el tiempo presente, pues Dios es «el
dice a la comunidad cristiana del Ap, «los que escuchan las pala- que es»; en el pasado, pues sigue siendo Dios «el que era»; y cier-
bras de esta profecía» (Ap 1, 3), es quien otorga el don de la nue- tamente en el futuro, pues Dios será «el que ha de venir» (Ap 1, 4).
va Jerusalén. Incluso el lenguaje de Ap se torna de una precisión De manera semejante hay que hablar de Cristo, el Señor. El vi-
elocuente para marcar este lazo unitivo. «De parte de Dios» (curó ve en la comunidad cristiana, la fortalece, la vivifica, «camina en
xoü freoü) viene la bendición (Ap 1, 4) y proviene también la nue- medio de los siete candelabros» (Ap 1, 12-13; 2, 1), es decir, Cris-
va Jerusalén (Ap 21, 10). to peregrina codo a codo con la Iglesia peregrina; simultáneamen-
Para mejor entender, pues, esta profunda relación —de la mane- te la espera en la nueva Jerusalén. Quiere afirmarse con vigor que
ra más gráfica posible—, hay que poner en sintonía nuestro texto Cristo acompaña fielmente todo el devenir de la Iglesia, desde sus
con la primera bendición trinitaria de Ap (1, 4-5), iniciada por la pasos iniciales e intermedios en la historia hasta su consumación
triple presencia de la preposición «de parte de» (ájtó). Esta prepo- gloriosa. Así el Ap señala que Cristo es contemplado, adorado y
sición enmarca un bloque literario y colorea las frases que le si- creído en la Iglesia, a la que da vida con su palabra (Ap 2-3); quien
guen, de tal forma que constituyen sintácticamente un conjunto au- consuela a los cristianos cada día (1, 9-20). Este Señor de la Igle-
tónomo como si de una verdadera trilogía se tratase: sia es el mismo que promete su venida (22, 20); es el Cordero, que
fundamenta la ciudad, pues de él enteramente dependen los doce
Gracia y paz a vosotros apóstoles, convertidos en cimientos (21, 14); constituye también su
de parte (curó) del que es, el que era y ha de venir, presencia de Resucitado, junto con el Padre, el único santuario y
de parte (airó) de los siete espíritus que hay frente a su trono, lámpara de la nueva Jerusalén (21, 22.23).
y de parte (OJIÓ) de Jesucristo,
el testigo fiel, El Ap muestra continuidad en el proyecto salvífico, al insistir
el primogénito de los muertos, también en la unidad de la revelación. Él pueblo fiel del antiguo
el jefe de los reyes de la tierra. testamento (doce tribus de Israel, Ap 21, 12) continúa realizándo-
se, decantándose en la Iglesia cristiana (doce apóstoles del Corde-
62. Gaudium et spes, 4, 40. ro, Ap 21, 14), y terminará su perfección en la nueva Jerusalén.
Interpretación teológica 217
216 Lo nueva Jerusalén

las nupcias eternas, a saber, la Iglesia es digna esposa cuando va


Léanse estas palabras, tan sugerentes en matices, y que insisten adornada con las «obras justas» de los santos (19, 8).
en la continuidad desde el designio creador de Dios y desde su fi- Y, por fin, aparece el motivo del vencedor, que según Ap actúa
delidad con la creación. Hay que seguir advirtiendo que la nueva como acicate en la vida eclesial a fin de mantener al cristiano en
creación, la nueva Jerusalén, no significa una llana continuación de tensión y no verse privado del acceso a la nueva Jerusalén. El Se-
la historia o el grado sumo de una compleja evolución, sino una ra- ñor asegura que el vencedor será revestido de blancas vestiduras y
dical transformación: que no borrará su nombre del libro de la vida (3, 5). En la nueva
Jerusalén ingresa efectivamente el vencedor como heredero privi-
A diferencia de la primera creación, la nueva no es una creación de legiado de todas las promesas anteriormente impartidas por el Se-
la nada. Se basa en la primera, y, así, no significa ruptura y fin, si-
no plenitud y consumación del mundo. Pues Dios es fiel también ñor (21, 7); entra porque ya está inscrito en el libro de la vida del
a su creación. La redención de la creación tampoco es mera conti- Cordero (21, 26); es decir, ha lavado y blanqueado sus vestiduras
nuación, perfeccionamiento, progreso o evolución de la realidad en la sangre del Cordero (7, 14).
existente. La transfiguración de toda la realidad por la gloria de Esta Iglesia, coronada en la nueva Jerusalén, es el único pro-
Dios, que se manifestará de manera universal, implica una modifi- yecto salvífico de Dios, que ha sido dado a los hombres. Sus puer-
cación radical de la figura de este mundo63. tas son las doce tribus y sus cimientos son los apóstoles del Cor-
dero. Y este Cordero es Jesús, que murió y fue resucitado, quien
3. Continuidad desde la vida cristiana gloriosamente la alumbra.

Esta continuidad se insinúa fundamentalmente en tres imáge- 4. Una cierta discontinuidad


nes/temas, característicos del Ap: las obras, el simbolismo del ves-
tido, el motivo del vencedor. En estos tres temas señalados se ad- La nueva Jerusalén supone y requiere una continuidad con la
vierte la ilación entre la situación actual de los cristianos y su esta- Iglesia terrestre, pero su presencia no consiste en ser una prolon-
do futuro, ambos orgánicamente interrelacionados y mutuamente gación desarrollada, sin más; no va a seguir existiendo de la mis-
interdependientes. ma manera que la Iglesia terrestre; no va a ser más de lo mismo. La
El Espíritu asegura a los cristianos fieles, que mueren en el Se- Iglesia es peregrina, no pertenece a este mundo, mas debe perma-
ñor, que descansen ya de sus fatigas; y añade: «pues sus obras (xa necer en él. Se compone de hombres y mujeres de carne y sangre;
EQya) les acompañan» (14, 13). Según enseña el Ap al hablar re- está, pues, marcada indeleblemente por la debilidad y el pecado;
petidamente, en los dos primeros capítulos, acerca de «las obras» los fallos continuos agrietan su rostro de madre/esposa; no puede
(xa EQYOO a las que acompañan una serie de contenidos, éstas con- pretender ser en la tierra la Iglesia celeste; pero está llamada de ma-
sisten en: «fatigas y paciencia» (2, 2); «tribulación y pobreza» (2, nera apremiante y empujada a serlo. La Iglesia no debe nunca per-
9); «amor, fidelidad, servicio y paciencia» (2, 19). Son las prime- der la fuerza de ser fermento transformador y, cayendo en la tenta-
ras obras que se realizan en consonancia con el amor primero (2, ción de la dejadez o la omisión, aguardar resignadamente todo el
4). Las obras se manifiestan como la expresión privilegiada del fruto sólo de una renovación última de parte de Dios.
amor fraterno: «Hijos mío, no amemos de palabra ni de lengua, si- Así lo ha reconocido reiteradamente el concilio Vaticano II:
no de 'obras' y en verdad» (1 Jn 3, 18). Los que guardan los man-
damientos de Jesús son dichosos (Ap 14, 13), porque les es dada La espera de una tierra nueva no debe amortiguar, sino más bien
capacidad para entrar por las puertas en la ciudad y participar en el avivar la preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece el
árbol de la vida (Ap 22, 14). cuerpo de la nueva familia humana, el cual puede de alguna ma-
nera anticipar un vislumbre del signo nuevo64.
Estas obras forman simbólicamente el vestido de la esposa, con
que se acompaña para recibir dignamente al esposo, y participar en Nacida del amor del Padre eterno, fundada en el tiempo por Cris-
to Redentor, reunida en el Espíritu santo, la Iglesia tiene una fina-
63. Conferencia episcopal alemana, Catecismo católico para adultos. La fe de la 64. Gaudium et spes, 3, 39.
Iglesia, 472.
Interpretación teológica 219
218 La nueva Jerusalén

desengaños..., la esperanza no puede quedar derrotada ante el in-


lidad escatológica y de salvación, que sólo en el siglo futuro podrá gente cometido de su tarea, ni desfallecer abdicando del objetivo
alcanzar plenamente... La Iglesia avanza juntamente con toda la
humanidad, experimenta la suerte terrena del mundo, y su razón de final de su empeño. A saber, la esperanza cristiana no se resigna an-
ser es actuar como fermento y como alma de la sociedad, que de- te el catastrofismo reinante, ni se confunde con los resultados in-
be renovarse en Cristo y transformarse en familia de Dios65. mediatos, por más halagüeños que pudieran resultar, de la acción
humana. La esperanza se afianza en Dios, y Padre de nuestro Se-
Nunca se insistirá suficientemente en la fecundidad transforma- ñor Jesucristo, quien ha revelado, por medio del Espíritu, como a
dora de la esperanza cristiana, la que aguarda, como don de Dios, Juan, el vidente del Ap, la existencia de un cielo nuevo y una tie-
la nueva Jerusalén. Jamás debió ser —ni debe en el presente, o de- rra nueva: la nueva Jerusalén, dada como regalo supremo a nuestro
biera en el futuro— flor adormidera, ni filtro enajenante, narcoti- esfuerzo humano y eclesial, y que premia la generosa esperanza
zante, sino una virtud (que comporta fortaleza, conforme a su eti- cristiana en esta tierra67.
mología latina «virtus»), que no dimite de su urgente tarea, ni deja La nueva Jerusalén es esta Iglesia, fundada por Cristo, en uni-
en manos del destino (llámese con diversos apelativos por exceso dad de la revelación que incluye el antiguo y nuevo testamento, en
o defecto: fatalidad, «ya todo está escrito en las estrellas», azar...), unión misteriosa con todos los hombres de buena voluntad, que vi-
lo que el hombre tiene que hacer con el esfuerzo de sus manos en- ve en el así llamado «tiempo intermedio», pero que un día será lle-
callecidas, pero sabiendo que el fruto copioso de su trabajo es y se- vada a su culmen. Se trata de una continuidad trascendida por un
rá siempre don de Dios: acto gratuito de Dios, que la transforma completamente. En este
sentido se puede hablar de una cierta continuidad, y simultánea-
Fundados en la fuerza de la esperanza y de la caridad, los cristia- mente de una cierta ruptura. Se debe mantener la tensión escatoló-
nos pueden y deben, ya en este mundo y cada uno según sus posi- gica, que es por lo demás inherente a lodo el mensaje del nuevo
bilidades, anticipar de manera fragmentaria y como en esbozo la testamento. Hay que decir que la Iglesia no constituye aun el reino
realidad del reino de Dios, arraigados en el amor, lejos de toda vio- de Dios, pero sí sus primicias.
lencia, con espíritu de comprensión y desprendimiento, con pure- Puede ilustrarnos el ejemplo paulino de la siembra. Existe iden-
za de corazón, como hombres que tienen hambre y sed de justicia tidad entre el simple grano de trigo y la espiga que de él brota; pe-
y están dispuestos a sufrir persecución por ella (Mt 5, 3-13). Su ac-
ción en favor de la paz y de la justicia debe ser efecto y reflejo de ro la realidad final, la fructífera espiga, radiante en belleza y col-
la justicia consumada y de la paz definitiva del reino de Dios66. mada de granos fecundos, no equivale sin más a la semilla inicial.
Ha existido una transformación sustancial (Puede leerse con dete-
«A pesar de todo», aun a pesar de la generosidad e incluso mag- nimiento 1 Cor 15, 35-38).
nificencia del esfuerzo humano, tan sincero como denodado, que Existe un lazo ontológico entre el presente y el futuro, y tam-
se ve acompañado con frecuencia de óptimos logros, la esperanza bién un cierto contraste; pues en la debilidad del presente se ocul-
cristiana va más allá y otea horizontes más amplios. Desborda las ta misteriosamente y opera la fuerza del futuro, activada por el po-
naturales expectativas humanas y supera la estrechez de sus lími- der de Dios. Nada mejor que recordar la parábola de la semilla del
tes, siempre tan contingentes. Por más que se vea defraudada y grano de mostaza, que en confrontación con el «alto cedro», plan-
contradicha por los sufrimientos del tiempo presente, por cuanto el tado en el «alto monte» (cf. Ez 17, 23), se siembra en la tierra, y
Ap llama «la tribulación» (-&Xíipig: la que padece el mismo viden- desde su enterrada humildad («humus» quiere decir tierra), crece
te, relegado en Patmos —1, 9—; como sufre la Iglesia de Esmirna hasta convertirse en poderoso árbol, en cuyas ramas anidan todos
—2, 9—; a la manera de los vencedores que vienen de la 'gran tri- los pájaros (Mt 13, 31-33). La Iglesia es hoy esa semilla; y debe,
bulación' —7, 14—), que comporta una serie onerosa de dificultades
no comunes, persecuciones, calamidades cósmicas, desgracias y 67. La esperanza se encuentra profundamente arraigada en el corazón del hom-
bre, y cuánto más del hombre creyente. Léanse con provecho algunos fragmentos ilu-
minadores en: Esperamos la resurrección y la vida eterna. Documento de la Comisión
episcopal para la doctrina de la fe de la Conferencia episcopal española (26-11-95), II,
65. Ibid., 4, 40. 14; Ecclesian." 2.766.
66. Conferencia episcopal alemana, Catecismo católico para adultos, 474.
220 La nueva Jerusalén Interpretación teológica 221

por imperiosa vocación divina, crecer hasta convertirse en Reino, Cuando la presencia de Cristo, quien con su misterio de muer-
inmenso árbol, bajo cuya sombra se reunirán todos los hombres. te y resurrección ha desencadenado la renovación de este mundo,
Dicho estado de plenitud acabada acontecerá como don gratuito de impregne completamente la existencia de los hombres y mujeres
Dios. que componen la Iglesia; cuando éstos, invadidos por la energía del
La Iglesia no es aún la Jerusalén celeste; vive en el tiempo, y si- Resucitado, sean capaces de amarse con una caridad no fingida;
gue peregrinando. La nueva Jerusalén desciende del cielo, de par- cuando todos los cristianos vivan unidos como hermanos bajo la
te de Dios y se manifiesta al fin de los tiempos. mirada solícita de Dios Padre; cuando el Espíritu de profecía pren-
No hay continuidad absoluta, pero sí una cierta continuidad. No da con su fuego a los cristianos y sepan éstos dar testimonio del
existe una total ruptura, pero sí una cierta ruptura. Cada afirmación evangelio de la salvación al mundo entero; cuando todas las nacio-
debe ser corregida con una matización añadida, a fin de evitar nes acepten el evangelio del amor de Dios y convivan en armonía
cualquier polarización. Se da —como acontecimiento y regalo— la universal... entonces, por un acto gratuito de Dios, acontecerá la
novedad de Dios, que cuenta también con todo lo bueno que ha ido plenitud de la consumación. Esta plenitud se explica mediante un
sembrando el hombre sobre la tierra. Entonces llegará el tiempo de simbolismo temporal o espacial. Si se refiere a la duración del
la recolección final y de la gracia inesperada de Dios68. tiempo, entonces vendrá el así llamado «fin de los tiempos». Si res-
De nuevo nos ayudan a entender mejor las pautas orientativas pecto al espacio, entonces irrumpirá la nueva Jerusalén, la que des-
el concilio Vaticano II: ciende del cielo, de parte de Dios, sobre la tierra renovada.

Los bienes de la dignidad humana, la unión fraterna y la libertad; Existen cuatro fases en el misterio de la historia de la salvación,
en una palabra, todos los frutos excelentes de la naturaleza y de que ahora, por mor de la síntesis, queremos esquematizar en sus lí-
nuestro esfuerzo, después de haberlos propagado por la tierra en el neas más esenciales, vertebradoras:
Espíritu del Señor y de acuerdo con su mandato, volveremos a en- 1.° El designio de salvación de Dios, proyectado desde toda la
contrarlos limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados,
cuando Cristo entregue al Padre el reino eterno y universal; reino eternidad.
de verdad y de vida; reino de santidad y gracia; reino de justicia, de 2.° La realización de ese proyecto en Cristo, mediante su muer-
amor y de paz. El reino está ya misteriosamente presente en nues- te y resurrección. Es el Cordero degollado pero de pie, la vi-
tra tierra; cuando venga el Señor, se consumará su perfección69. sión emblemática del libro de Ap.
3.° La Iglesia, que actualiza en la historia la presencia vivifi-
La aparición de la nueva Jerusalén no podemos esperarla los cante de Cristo, mediante su fe y el testimonio. Es un mo-
cristianos con los brazos cruzados de la inacción o los brazos caí- mento seminal, que la Iglesia vive en la pequenez, debilidad
dos de la derrota, ni contemplando con despreocupado desdén pa- y persecución.
sar las nubes por los altos cielos (como aquellos varones de Gali- 4.° La nueva Jerusalén en donde Dios, perfeccionando a la Igle-
lea, a quienes se les reprocha esta actitud: Hech 1, 10), sino traba- sia, culminará su designio.
jando por un mundo más acorde y semejante con las condiciones
Estas etapas de realización de la voluntad de Dios han sido sin-
de la nueva Jerusalén, volcándonos en él desde la inquebrantable
tetizadas y sobriamente descritas en el Vaticano II, que utiliza cer-
esperanza final que nos anima. En la presente tierra sembramos los
teramente un verbo alusivo a cada fase respectiva: Iglesia prefigu-
cristianos y los nombres de buena voluntad la semilla de la nueva
rada (desde el comienzo), preparada (desde Abrahán a Jesucristo,
tierra. Esta tierra, por el amor y el trabajo, se convierte en lugar del a saber, la antigua Alianza), constituida (por la presencia de Jesús
crecimiento del reino de Cristo70. y la efusión del Espíritu santo) y consumada (en la gloria de los úl-
timos tiempos, es decir, en la nueva Jerusalén). He aquí la concen-
68. Cí. Ch. Brütsch, La ciarte de l'Apocalypse, 355-356; P. Prigent, L'Apocalyp-
se de saint Jean, 326-327. trada historia de la salvación, vista desde el designio de Dios.
69. Gaudium et spes, 3, 39.
70. Cf. Conferencia episcopal francesa, Catecismo para adultos. La alianza de Y estableció convocar a quienes creen en Cristo en la santa Iglesia,
Dios con los hombres, Bilbao 1993, § 670, 332. que ya fue prefigurada desde el origen del mundo, preparada admi-
Interpretación teológica 223
222 La nueva Jerusalén

rablemente en la historia del pueblo de Israel y en la antigua Alian- idea de una ciudad, que ha de convertirse en patria de todas las na-
za, constituida en los tiempos definitivos, manifestada por la efu- ciones y que debe extenderse hasta el confín último de la tierra, al-
sión del Espíritu y que se consumará gloriosamente al final de los canzar también el peldaño cimero de los cielos; de ahí su vasta in-
tiempos71. mensidad. La nueva Jerusalén posee atípicamente tres dimensiones
inconmensurables, es ciudad de altura: zigurat elevado, configura
una inmensa torre. Es la anti-Babel, a saber, la que desciende de
3. La nueva Jerusalén, la ciudad de Dios y de los hombres parte de Dios, y no proviene de la ambición humana, y que aspira
de nuevo hacia el cielo, hacia Dios.
La nueva Jerusalén no tiene copia, carece de ejemplar en esta Pero el simbolismo, creemos, más fecundo; el que, sin duda,
tierra. Es única, irrepetible, original. No conoce, absolutamente ha- aparece insinuado con más frecuencia, es el sacerdotal. Asombro-
blando, un antes, que, de forma auroral, la haga presentir o vica- so resulta comprobar que los comentadores del Ap no subrayen, o
riamente representar; desconoce un después, que le haga sombra. al menos —lo que ya es una lamentable carencia— que no lo recal-
Rompe cálculos, tritura metros, desborda fantasías. Es una ciudad quen con la fuerza que se merece esta aportación singularísima del
de otro mundo. Dios la regala a la humanidad, para que en ella ha- Ap; y se limiten a especulaciones puramente estéticas sin valorar
bite por siempre. El autor del Ap, mediante un lenguaje nada con- tan alto sentido eclesial que adquiere la nueva Jerusalén en Ap. Es
vencional, sino atrevido y a veces hasta escandaloso, pretende lla- preciso reafirmar, más allá de toda consideración ornamental, que
mar la atención del lector, sorprenderlo, a fin de que contemple con Ap se esmera en resaltar la dimensión sacerdotal de la nueva Jeru-
arrobamiento las inimaginables maravillas que alberga esta ciudad salén. La ciudad queda sustancialmente hecha santuario de Dios,
y, subyugado, se rinda al don de su belleza. quien por completo la llena con su presencia de gloria, tal como ha-
Resulta determinante para todo lector del Ap no tratar de descu- bía decidido llenar el «Debír» en el antiguo testamento.
brir con vana curiosidad, entreteniéndose en ello como si de un jue- La ciudad entera, pues, se ha convertido en morada de Dios,
go de jeroglíficos se tratase, el tipo ideal de construcción subya- presencia divina, Sekiná, sagrado templo, santo de los santos. No
cente, el plano o estructura, que pudiera haber servido de calco a la se encuentra lugar en ella, a donde Dios no llegue; no hay ya peri-
ciudad descrita en Ap 21, 1-22, 5. Incluso esta tarea se resolvería, feria ni extrarradio, que se sitúen al margen de su inmediatez; ya
desde su consideración arqueológica, del todo inviable. Tales in- no hay rincones de sombra por recónditos que pudieran parecer,
tentos de concreción material se han revelado inanes, atentando in- alejados de la claridad de su luz72.
debidamente contra el simbolismo de aquello que no es sino una vi- El Ap, mediante el empleo atrevido de un lenguaje altamente
sión profética, única en su género literario, otorgada por el Espíri- revelador, no habla de una ciudad, que tiene un templo, sino de la
tu a Juan, el testigo. De nuevo, el peculiar estilo del texto apocalíp- nueva ciudad de Jerusalén, que es toda ella un templo; e incluso,
tico nos hace desistir de cualquier proyecto de figuración plástica. más radicalmente dicho, se refiere a un templo que es ciudad, a sa-
El autor del Ap ha acumulado una serie de simbolismos conca- ber, la plenitud de la presencia viva de Dios y del Cordero, quienes
tenados, cuyo sentido esclarecedor nos desvela pacientemente. Ya hacen posible la existencia de la ciudad.
se ha visto anteriormente, con el detalle pormenorizado del análi- Ya existe una relación continua, ininterrumpida, hecha de trans-
sis filológico y exegético, el alcance de tales presentaciones sim- parencia entre Dios y los hombres, pues el mismo Dios se convier-
bólicas. No debemos demorarnos ahora en ellas, sino tan sólo se- te en su morada. Dios y el Cordero son ya el único templo vivien-
ñalarlas. La nueva Jerusalén es una ciudad cuadrada; tiene además te donde los hombres pueden adorar; constituyen la única ciudad
forma geométrica de cubo, a saber, por ser cuadrada y cúbica, re- en donde les es dado vivir en armonía y establemente. La convi-
sulta doblemente perfecta. Es una ciudad de dimensiones desorbi- vencia humana se eleva, merced a la presencia de Dios entre ellos,
tadas, cuya imagen recuerda de lejos a la Jerusalén forjada por los a rango de culto vivo y verdadero. La luz de Dios y del Cordero
sueños de la literatura judía apocalíptica. Se pretende recalcar la sostiene la vida entera de la humanidad, que está entretejida de pro-

71. Lumen gentium, I, 2. 72. Cf. E. B. Alio, L'Apocalypse, 348.


224 La nueva Jerusalén Interpretación teológica 225

fundas comunicaciones y de adoración viviente. Dios y el Cordero nión entre Dios y los hombres, sin la vergüenza del mutuo encuen-
aparecen como el soporte absolutamente necesario —y sorprenden- tro por culpa del pecado de antaño (Gen 3, 10); y es la suma per-
temente gratuito— que instaura una red familiar entre los hombres fección, sin amenazas de maldición (Gen 3, 3.17), de la vida de
renovados. Dios con los hombres.
Y viven todos ellos fundidos en una comunión análoga a la de
la santísima Trinidad, aún más, partícipes de su unión fecunda e in-
divisible. Se cumple la palabra de Jesús: «Aquel día comprenderéis 4. La humanidad, cara a cara con Dios
que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros» (Jn
14, 20; cf. 17,21-23) Para la humanidad la visión de Dios ha constituido, desde siem-
Dios se encuentra tan íntimamente presente a la humanidad res- pre, su ansia más profunda, una inquietud insatisfecha hasta que no
catada, que ya resulta superfluo erigir un edificio material que sir- logre de alguna manera descansar en él74. Es la súplica máxima de
va de encuentro entre Dios y los hombres. Se cumple ahora radi- Moisés a Dios, cuando el caudillo, que había ejercido como tal, de-
calmente la profecía de Ez 48, 35: «El nombre de la ciudad será: ja paso al místico que habitaba dentro de él: «Déjame ver, por fa-
Dios allí»73. vor, tu gloria» (Ex 33, 18). Es la petición de Felipe a Jesús, que
Incluso desaparece en la plena realidad de la nueva Jerusalén, equivale a decir la oración prototipo de todo hombre, en la hora
la presencia de otros templos durante la narración apocalíptica an- memorable de su despedida de este mundo: «Señor, muéstranos al
tes señalados: 3, 12; 7, 15; 11, 1-2.19; 14, 15.17; 15, 5.8; 16, 1.7. Padre, y nos basta» (Jn 14, 8). Estos deseos irrefrenables de todo
El mismo libro de Ap se trasciende a sí mismo, superándose en es- ser humano, que se sabe religado por Dios, han sido expresados por
ta última imagen eclesial. No importa la arquitectura; adquiere re- la voz genuina de la poesía (es decir, el lenguaje más hondo de la
levancia, sí, la amplitud teológica de esta visión para la Iglesia: el humanidad) y la unción mística. Ahora se aduce como fiel diag-
Cordero, a saber, la presencia de Cristo, muerto y resucitado, dota- nóstico de su situación. San Juan de la Cruz ha enseñado que el al-
do de la exuberancia del Espíritu, al que comunica, perpetuamente ma que en Dios tiene puesto el corazón, no vive en paz, sino que
vivo en la plenitud de su misterio pascual, constituye ya la presen- adolece llena de pena, hasta que no le vea; la vida presente se le
cia de Dios en medio de los hombres renovados. convierte en un continuo lamento, en un ¡ay! ininterrumpido; pier-
de el gusto a todas las cosas, aún más, todas le son molestas y pe-
La nueva Jerusalén realiza la aspiración latentemente (a saber, nosas; y si pretende consolarse en el trato humano, también éste se
oculta y palpitante) contenida en las profecías, a la que todos los le vuelve pesado. El alma prendada de Dios recibe mil enojos, por-
templos erigidos remitían y señalaban: la perfecta comunicación de que mientras está en esta vida, sin lograr su propósito, «que es ver
Dios entre los hombres, y el cumplimiento gozoso por parte de és- a su Dios», no puede librarse en poco o en mucho de este tormen-
tos de la voluntad divina. to. Por eso suplica:
El vacío, dejado por la ausencia del templo («templo no vi en
ella», confiesa el vidente), se llena con la abundancia de un culto
vivo y de una adoración perfecta. El defecto se corrige con el ex- Apaga mis enojos, / pues que ninguno basta a deshacellos / y véan-
ceso; pues ya todos sus habitantes participan íntegramente en el sa- te mis ojos / pues eres lumbre dellos / y sólo para ti quiero tene-
llos75.
cerdocio real, y contemplan a Dios cara a cara.
Se habla también de un paraíso totalmente nuevo y definitivo, La aspiración más íntima de la humanidad -tal como Ap 22, 4
en el que la vida divina, como un río impetuoso, se derrama abun- reconoce—, es querer ver a Dios, pues no tiene sino un anhelo mar-
dante, haciendo germinar a toda la creación. Es ya la total comu-
74. Es la primera confesión de las «Confesiones» de san Agustín, que hace suya,
73. La expresión denotativa «Dios allí», compuesta del tetragramma divino apropiándosela en su inquebrantable pretensión de fondo, totalmente, cualquier hom-
«Dios» (mil'') más el adverbio espacial «allí» (Dtlí), constituye en hebreo una paro- bre religioso.
nomasia evidente con el vocablo «Jerusalén». Desde la elocuencia de la grafía hebrea 75. Cántico Espiritual B, estrofa 10, 1. Cf. san Juan de la Cruz, Obras comple-
se patentiza que Jerusalén se convierte en el lugar permamente de Dios, equivale a de- tas, Salamanca M992, 613. Cf. las sugerentes páginas de X. Pikaza, El 'Cántico espi-
cir que es su morada. ritual'de san Juan de la Cruz, Madrid 1992, 236-241.
226 La nueva Jerusalén Interpretación teológica 227

cado a sangre y fuego: «Llevan en su frente el nombre de Dios». La Se da, por fin, lo que es privilegio exclusivo del Hijo y de los
metáfora muestra que los elegidos no pueden pensar y existir sino ángeles:
sólo en Dios, quien se convierte en el único horizonte de sus vidas.
Conforme a la visión de Ap, Dios se acerca para llenar con su A Dios nadie le ha visto nunca, el Hijo unigénito, que está en el se-
presencia el más poderoso instinto de la humanidad, que no es otro no del Padre, él lo ha contado (Jn 1, 18).
sino verle, a él directamente; y en su presencia poder «re-crearse», Porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continua-
a saber, felizmente descansar gozando, y perpetuamente regenerar- mente el rostro de mi Padre que está en los cielos (Mt 18, 10).
se con su vista y hermosura.
La recompensa que Dios regala a los elegidos culmina un largo Las promesas, presagios, profecías..., todo cuanto en la historia
proceso de revelación, no sólo del antiguo testamento, sino inclu- de la revelación era parcial y señalaba a una dirección, lo que se
so del mismo libro del Ap. aguardaba para un futuro lejano, ahora se cumple, toca a su fin, en
Llega a su término lo que ansiosamente deseó el antiguo testa- el «cara a cara» perfecto. Ap lo ha resuelto con una frase definito-
mento, concentrado ejemplarmente en sus dos figuras cimeras, ria: «verán su rostro». El nuevo testamento ha refrendado con mar-
Moisés y Elias, y no les fue permitido. De Moisés ha poco regis- cados acentos esta esperanza en la visión directa de Dios, que se
tramos dicha imposibilidad (cf. Ex 33, 20); asimismo de Elias, contrapone a la situación de destierro, que es peculiar de los cris-
quien buscaba la experiencia primigenia del encuentro con Dios en tianos en este mundo. Pablo así lo reconoce y remite esta visión ha-
el monte Horeb, sabemos que debió cubrirse el rostro con el man- cia un futuro, que en la nueva Jerusalén ya se adelanta. San Juan
to, y quedarse a oscuras, ante la presencia de Dios que pasaba (1 relaciona esta visión con la parusía. He aquí agrupados los textos
Re 19, 9-14). principales:
La inquietud angustiosa del creyente anónimo o salmista, con-
vertida en la «sed de su alma» que le arrecia, al fin se calmaría Mientras habitamos en el cuerpo, vivimos lejos del Señor, pues ca-
minamos en la fe y no en la visión (2 Cor 5, 7).
viendo el rostro de Dios: Parcial es nuestra ciencia y parcial es nuestra profecía. Cuando
Tiene mi alma sed de Dios, del Dios vivo; ¿cuándo podré ir a ver venga lo perfecto, desaparecerá lo parcial... Ahora vemos en un es-
el rostro de Dios? (42, 3). pejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara (1 Cor 13, 9.12).
Sabemos que cuando aparezca seremos semejantes a él, porque le
Pero en estos casos (cf. también Sal 17, 15, donde se habla de veremos tal cual es (1 Jn 3, 2).
saciarse del semblante de Dios), el desasosiego del salmista se de-
bía mitigar de alguna manera, en el culto; de hecho, resultaba prác- Incluso el libro mismo de Ap experimenta una superación, de-
ticamente sinónimo el visitar el santuario en Jerusalén con la visión bido a este momento culmen de trascendencia. Al inicio de la se-
de su rostro divino (cf. Dt 31, 11). La aspiración del hombre, no gunda parte, según la estructura literaria del Ap77, «después de es-
obstante, era —y continúa siendo por siempre, pues no es sino un tas cosas» (^IETÓ: l a u t a 4, 1), la fuerza del Espíritu permitió al vi-
peregrino del Absoluto— contemplarlo cara a cara, sin intermedia- dente contemplar en aquel trono a alguien sentado (4, 2); un lumi-
rios. Juan Pablo II así lo reconoce: noso halo lo nimbaba como el arco iris (4, 3); era una hermosa pe-
ro fría luz; ningún acercamiento era posible, tan sólo surgía de él
Este Dios viviente es en realidad el baluarte último y definitivo del una mano, y en la mano un misterioso libro sellado con siete sellos
hombre en medio de todas las pruebas y sufrimientos de la exis- (5, 2). Ahora, tras la historia apocalíptica, los cristianos vencedo-
tencia terrena. El hombre anhela poseer a este Dios de manera de- res —no sólo Juan, el vidente del Ap— podrán contemplar directa-
finitiva cuando experimenta su presencia. Se esfuerza por llegar a mente el rostro de Dios, cara a cara, es decir; mirarle a los ojos, con
la visión de su rostro, como recuerda el salmista: ¡Como el ciervo una mirada de comunicación perfecta, hecha de transparencia, paz
anhela las corrientes de agua, así te desea mi alma, Señor'76.
76. Mi decálogo para el tercer milenio, 20.
77. Cf. U. Vanni, La struttura letteraria dell'Apocalisse, Roma 1971, 1 82.
228 La nueva Jerusalén Interpretación teológica 229

y amor. No hay temor en el amor (1 Jn 4, 18)78. Mirarán a Dios sin Para san Juan de la Cruz el mirar de Dios consiste en amar; am-
velos ni recelos. bas acciones se convierten en sinónimas82. El mirar de Dios tiene
El verso entero de Ap 22, 4, en uno y otro hemistiquio («Y ve- un esencial componente cristológico, a saber, Dios mira a través de
rán su rostro y su nombre —está— sobre sus frentes»), señala la pro- los ojos de su Hijo; por eso, deja el mundo lleno de hermosura na-
fundidad de la experiencia religiosa, comunicadora de plenitud de tural y sobrenatural, pues lo reviste con la exuberancia de la figura
vida, que poseen los elegidos. Sobre la riqueza de la vivencia hu- de su Hijo83.
mana es posible entender de alguna manera esta situación de privi-
legio. Es la superación de aquella actitud de Adán que se escondía Deliberadamente pedimos prestada a san Juan de la Cruz una
temeroso de un pudor ya perdido y con vergüenza del rostro de preciosísima estrofa, que debe quedar destacada en el texto:
Dios (cf. Gen 3, 8-11). Existe ahora, como contrapunto, un final di-
choso de la historia de la humanidad, experiencia de mirada aden- ¡Descubre tu presencia,
tro y visión mutua, compenetrada de complacencia recíproca y de y máteme tu vista y hermosura;
gozo compartido: poder descansar la mirada en los ojos de Dios, y mira que la dolencia
mirar que el mismo Dios mira79. Únicamente algunos místicos pue- de amor, que no se cura
den ser fiadores de tan altísima vivencia espiritual. Entre ellos, es sino con la presencia y la figura!
preciso citar de forma sobria —sólo se hará con cierta extensión en
las notas a pie de página— las figuras señeras de santa Teresa y san
Juan de la Cruz, que han penetrado en el abismo del alma humana píelas. 109). Solicita con suma urgencia una profunda mirada, nada más que un mirar
y han sabido decir palabras reveladoras. continuo: «No pido que penséis en él, ni saquéis muchos conceptos, ni que hagáis
grandes y delicadas consideraciones en vuestro entendimiento; no quiero más de que
Según santa Teresa en el mirar siempre existe un referente cris- le miréis» (Camino de perfección, 26, 3, en Obras completas, 468). Se trata, sobre to-
tológico; se polariza de continuo en la figura humana de Cristo80. do, de no sentirse protagonista activo de la contemplación, hay que dejarse mirar por
Además, la santa recomienda no sólo mirar a Cristo, sino acoger su él: «Miraros ha él con unos ojos tan hermosos y piadosos, llenos de lágrimas, y olvi-
dará sus dolores por consolar los vuestros» (Camino de perfección, 26, 5, en Obras
mirada. Ella ha acuñado una expresión del todo original, en donde completas, 470).
el mirar transitivo se torna acto reflejo, investido por el mirar del 82. Comentando el verso «mas miras las compiñas», dice: «El mirar de Dios es
Señor, esto es: «mirar que él le mira»81. amar y hacer mercedes» (Cántico espiritual B 19, 6, en Obras completas, Salamanca
2
1992, 665). Con respecto al verso: «mirástele en mi cuello», añade: «lo cual dice pa-
ra dar a entender el alma que no sólo preció y estimó Dios este su amor viéndole so-
78. Cf. J. Bonsirven, L'Apocalypse de saint Jean, 321. lo, sino que también le amó viéndole fuerte; porque mirar Dios es amar Dios» (Cán-
79. Llegados a este punto hay que afirmar con G. Marcel (Le My.stére de l'étre, tico espiritual B, 31, 5, en Obras completas, 723s). Repite la misma equivalencia en-
Paris 1951, 19) que «la presencia sólo puede invocarse o evocarse, y la esencia de la tre ambas acciones divinas: «Porque como habernos dicho, el mirar de Dios es amar»
invocación es mágica». (Cántico espiritual B, 31, 5, en Obras completas, 723s). Comentando el verso: «Cuan-
80. La santa recomienda mirar continuamente al Señor; pues este mirar quita to- do tú me mirabas, su gracia en mí tus ojos imprimían; por eso me adamabas», aclara:
da pena, ya en la vida presente, aunque se esté con muchos trabajos o postrado en la «Es a saber, con afecto de amor, porque ya dijimos que el mirar de Dios es amar»
suma tristeza: «Miradle en la columna lleno de dolores, todas sus carnes hechas pe- (Cántico espiritual B, 32, 3; en Obras completas, 727).
dazos por lo mucho que os ama... o miradle en el huerto, o en la cruz u cargado con 83. Muy reveladora se muestra la estrofa quinta: «Mil gracias derramando / pasó
ella» (Camino de perfección, 26, 5, en Obras completas. Salamanca 1997, 411). De por estos sotos con presura, / y yéndolos mirando / con sola su figura / vestidos los de-
nuevo insiste en la mirada —tan sólo una mirada del Señor basta—, pues es bálsamo y jó de hermosura»; y el comentario esclarecedor: «Según dice san Pablo, el Hijo de
premio de toda una vida: «Considero yo muchas veces, Cristo mío, cuan sabrosos y Dios es resplandor de su gloria y figura de su sustancia (Heb 1, 3). Es, pues, de sa-
cuan deleitosos se muestran vuestros ojos a quien os ama, y Vos, bien mío, queréis mi- ber que con sola esta figura de su Hijo miró Dios todas las cosas, que fue el darles el
rar con amor. Paréceme que sola una vez de este mirar tan suave a las almas que te- ser natural, comunicándoles muchas gracias y dones naturales, haciéndolas acabadas
néis por vuestras, basta como premio de muchos años de servicio. ¡Oh, válgame Dios, y perfectas, según dice en el Génesis por estas palabras: Miró Dios todas las cosas que
qué mal se puede dar esto a entender, sino a los que ya han entendido cuan suave es había hecho, y eran mucho buenas (1, 31). El mirarlas mucho buenas era hacerlas mu-
el Señor!» (Exclamación 14, 1, en Obras completas, 1042). cho buenas en el Verbo, su Hijo. Y no solamente les comunicó el ser y gracias natu-
81. No insiste en el ejercicio de discurrir interminablemente acerca las penas o rales mirándolas, como habernos dicho, mas también con sola esta figura de su Hijo
dolores, lo que más encarece es que «se esté allí con él, acallado el pensamiento. Si las dejó vestidas de hermosura, comunicándoles el ser sobrenatural» (Cántico espiri-
pudiere ocuparle en que mire que le mira» (Libro de la vida, 13, 22, en Obras com- tual B, 5, 4, en Obras completas, 599).
230 La nueva Jerusalén Interpretación teológica 231

Sólo habría que modificar algunas palabras demasiado laceran- Es una visión «teo-lógica», y que da la vida. Unas profundísimas
tes —desgarradas en cuanto «definidoras físicas» de un estado es- líneas de san Ireneo, un teólogo, ilustran el milagro de gracia in-
piritual intenso: «matar», «dolencia»—, que no cuadran bien con la sospechado para el hombre que consiste en poder ver a Dios y te-
pacífica —y «beata» por dichosa— visión de Dios en la nueva Jeru- ner acceso a la vida. Esta iluminación de la visión es obra exclusi-
salén84. va de Dios Trinidad, preparada por el Espíritu y hecha posible por
Pero de estas disgresiones nos libera el comentario esclarece- el Hijo, el único que ha visto a Dios. La visión del «In-visible», se
dor. Sabe el santo que la contemplación de Dios conlleva no un es- debe únicamente a la bondad de Dios. Ver a Dios significa tener vi-
tado de despojamiento sino el cumplirse el deseo del amor y la sa- da, participar en su vida eterna. Sin esta vida divina es imposible
tisfacción de todas sus necesidades. Aquí la prosa sanjuanista llega vivir; la vida del hombre consiste en ver a Dios y gozar de él:
a límites insospechados, delata el goce que la arrebata, pues se rin-
de y se deja envolver en el proceso de la misma pasión amorosa El hombre, en efecto, por él mismo no podrá ver a Dios jamás; pe-
que describe. Ver a Dios, la suprema hermosura (hasta siete veces ro Dios, si él quiere, será visto de los hombres, de los que él quie-
(¡) repite el santo la palabra hermosura, cual si se tratase de un tex- ra, cuando quiera y como quiera. Dios lo puede todo: fue visto en
otro tiempo proféticamente por la mediación del Espíritu, después
to apocalíptico que otorga valor simbólico de plenitud a esta cifra, fue visto por mediación del Hijo según la adopción, Dios será vis-
para recalcar así la infinitud de hermosura que es Dios y el estado to aún en el Reino de los cielos como Padre, preparando el Espíri-
de hermosura en que queda anegada el alma contemplativa) es lle- tu al hombre para ser hijo de Dios, conduciéndolo el Hijo hasta el
narse de la misma hermosura que se contempla. No es, pues, un ver Padre, y el Padre dando al hombre la incorruptibilidad y la vida
distante, objetivante, sino transformador, fruitivo, unitivo: eterna, que provienen de la visión de Dios para aquellos que lo
vean. Pues, del mismo modo que los que ven la luz están en la luz
Razón tiene, pues, el alma en atreverse a decir sin temor: máteme y participan en su esplendor, asimismo los que ven a Dios están en
tu vista y hermosura, pues sabe que en aquel mismo punto que la Dios y participan en su esplendor. 'Vivificante es el esplendor de
viese sería ella arrebatada a la misma hermosura, y absorta en la Dios' (^«oitoioiJaa 5é í| xovfteoOXaujirjótris). Tendrán parte en
misma hermosura, y transformada en la misma hermosura, y ser la vida los que ven a Dios. Tal es el motivo por el que quien es ina-
ella hermosa como la misma hermosura, y abastada y enriquecida barcable, incomprensible e invisible se ofrece para ser visto, com-
como la misma hermosura*5. prendido y percibido por los hombres, a fin de vivificar a aquellos
que le perciben y le ven. Pues si su grandeza es inescrutable, su
bondad es inexpresable, sólo gracias a su bondad él se hace ver y
La visión de Dios supera toda comprensión humana y trascien- da la vida a quien le ven. Es imposible vivir sin la vida, y no hay
de cualquier cálculo, por más que la inteligencia, incapaz de tras- vida más que por la participación en Dios, y esta participación
gredir los límites de sus moldes cognoscitivos, trate de enaltecerla. consiste en ver a Dios y gozar de su bondad86.

84. Cántico Espiritual B, 11, en Obras completas, 616. Es ésta una estrofa nue- Ap continúa su narración en el mismo registro contemplativo.
va que el autor añade en la segunda redacción del Cántico; con lo que resulta el poe- El culto («Y le darán culto», Ap 22, 3) —que algunas traducciones
ma total compuesto de cuarenta canciones. Sirve, al mismo tiempo, como ilustración
poética —el santo la acompaña de un comentario espiritual muy denso (Obras com- vierten indebidamente como «servicio»— consiste es una adoración
pletas, 616-622)— al deleite inenarrable de la contemplación de Dios. Emilio Orozco, viva, hecha de una presencia ininterrumpida. Aquella lejanía abis-
pionero en los estudios «rigurosos» de la poesía sanjuanista, creía que estos versos de mal con el «Sentado sobre el trono» se anula. Aquel a quien sólo
san Juan de la Cruz, surgieron como música dentro de la tradición carmelitana, brota- podían ver los ancianos, los vivientes y los altos ángeles (Ap 4, 4-
ron en los moldes del canto como expresión de un desbordante lirismo (Poesía y mís-
tica, Madrid 1959, 187). Permítaseme añadir, a modo de recuerdo/homenaje agrade- 11), ahora puede ser directamente contemplado por todos los cris-
cido, que cuando Emilio Orozco nos enseñaba con unción y sabiduría el sepulcro de tianos. Contemplación, ya sin límite de tiempo, sin mediaciones ni
san Juan de la Cruz, en Ubeda, lugar de la muerte del santo, no pudo reprimir las lá- restricciones. Ahora el cristiano dispone de «todo el tiempo del
grimas de emoción y se echó de bruces sobre los mármoles del sepulcro, como abra- mundo» para adorar a Dios.
zándolo. Emilio Orozco murió recientemente en Granada recitando la presente estro-
fa del Cántico Espiritual.
85. Cántico espiritual B, 11, 10, en Obras completas, 619. 86. Adversus Haereses IV, 20, 5.
Interpretación teológica 233
232 La nueva Jerusalén

Esta felicidad suprema se completa con la añadidura «y reina- (cf. 1 Pe 2, 4-10). Por ello todos los discípulos de Cristo, perseve-
rando en la oración y alabando juntos a Dios (cf. Hech 2, 42-47),
rán» (Ap 22, 5). Habrá que notar que a lo largo del libro se asocian
ofrézcanse a sí mismos como hostia viva, santa y grata a Dios (cf.
los temas del sacerdocio y de la realeza. Así lo reconoce la asam- Rom 12, 1) y den testimonio por doquiera de Cristo, y a quienes lo
blea cristiana en el diálogo litúrgico inicial, en la triple invoca- pidan, den también razón de la esperanza de la vida eterna que hay
ción/alabanza a Cristo, porque nos ama, nos ha librado/lavado con en ellos (cf. 1 Pe 3, 15)88.
su sangre de nuestros pecados, y —de esta forma reza textualmen-
te—: «Ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes para su Dios y Asimismo, los cristianos son ya reyes no porque reinan sobre
Padre» (1, 6). Semejante invocación es impartida por los cuatro vi- alguien —a ninguno hacen vasallo—, sino porque participan del rei-
vientes y los veinticuatro ancianos, al Cordero, que se ha mostrado nado de Dios y de Cristo por los siglos de los siglos. Culmina aho-
digno de tomar el libro de la historia y abrir sus sellos (a saber, des- ra la promesa previamente ofrecida por Cristo al cristiano vencedor
velar su sentido mediante el misterio de su muerte y resurrección), de la Iglesia de Tiatira —y por ende, a todo cristiano fiel-: darle po-
y ha hecho de toda raza, lengua, pueblo y nación, «un Reino de sa-
der sobre las naciones y «regirlas» con cetro de hierro (Ap 2, 26).
cerdotes y reinan sobre la tierra» (5, 10). En el milenio, son reco-
Este reino se vive ahora, tal como lo ha hecho Cristo, de mane-
nocidos dichosos quienes se ven libres de la muerte segunda, por-
ra muy privilegiada, en la debilidad, en el servicio humilde y fra-
que «serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil
años» (20, 6). terno. Cristo-Rey se identifica con los hermanos más pobres y ne-
cesitados, a quienes se les presta amor misericordioso: «Y el Rey
Ahora, situados en la cumbre reveladora del Ap, es decir, en la les dirá: 'En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de mis her-
plenitud de la historia, desaparece la mención del sacerdocio, por- manos más pequeños, a mí me lo hicisteis'» (Mt 25, 40)89.
que en la nueva Jerusalén no se precisa de ningún intermediario en- La magnificencia de Dios sigue mostrándose paradójica, pero
tre Dios y los hombres, y no existe ningún templo para ofrecer ora- ilusionante: su reino se convierte para los elegidos en un servicio;
ciones o víctimas (21, 22). Los cristianos quedan ya investidos su-
este servicio les granjeará el reino w .
mos sacerdotes, pues tienen acceso directo con Dios.
En la nueva Jerusalén no existirá autoridad dominadora que
Aquí llega a su plenitud el carácter sacerdotal de la Iglesia, pue- subyugue ni pueblo sometido que tenga que obedecer. Sólo Dios y
blo que cree en Cristo y que ha renacido no de semillas corrupti- Cristo reinarán en su trono, y los hombres vencedores se sentarán
bles o de la simple agua, sino de la Palabra de Dios vivo (cf. 1 Pe
en el trono de la victoria y reinarán con Dios. Se cumple aquella
1, 23) y del Espíritu santo (cf. Jn 3, 5-6). Quienes han recibido el
palabra de Jesús: «Al vencedor le concederé sentarse conmigo en
sacramento del bautismo y de la confirmación, son sellados —al
mi trono, como yo también vencí y me senté en su trono» (Ap 3,
igual que acontece en Ap—, mediante una «marca espiritual indele-
21). Todos los ciudadanos reyes. Así reza justamente la fórmula
ble», que los hace ser para siempre partícipes del sacerdocio de
Cristo; sacerdocio que alcanza su cumbre en la nueva Jerusalén. El democrática, que ahora se cumple en su sentido de plenitud jamás
concilio Vaticano II lo ha establecido en la primera parte de un en- imaginado por los mejores tratados de la sociología de la ciudad.
riquecedor pasaje87: Pero este reinado se realiza por elevación del cristiano a la dig-
nidad regia de Dios y de Cristo —no por descenso de categoría, que
Cristo Señor, Pontífice tomado de entre los hombres (cf. Heb 5, 1- igualaría chatamente a los ínfimos—, quienes son los ocupantes del
5), de su nuevo pueblo hizo un reino y sacerdotes para Dios, su trono de la realeza. Estos les dan entrada en su trono de gloria pa-
Padre (Ap 1, 6; cf. 5, 9-10). Los bautizados, en efecto, son consa- ra reinar con ellos.
grados por la regeneración y la unción del Espíritu santo como ca-
sa espiritual y sacerdocio santo, para que, por medio de toda obra 88. Lumen gentium, II, 10.
del hombre cristiano, ofrezcan sacrificios espirituales y anuncien 89. Cf. A. Panimolle, Reino de Dios, en P. Rossano-G. Ravasi-A. Girlanda, Nue-
vo diccionario de teología bíblica, Madrid 1990, 1609-1639; B. Klappert, Reino, en
el poder de Aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable Diccionario teológico del nuevo testamento IV, Salamanca 1980-1984; W. Pannen-
berg, Teología y reino de Dios, Salamanca 1974; R. Schnackenburg, Reino y reinado
87. Cf. Una exposición del carácter sacerdotal del pueblo de la Iglesia en F. A. de Dios, Madrid 1970.
Sullivan, La Iglesia en la que creemos, 84-93. 90. E. Lohmeyer, Die Offenbarung des Johannes, 173.
234 La nueva Jerusalén Interpretación teológica 235

5. La nueva Jerusalén, plenitud de las bienaventuranzas conducta con las leyes de la sabiduría (Prov 3,13; Eclo 14, 1); tam-
poco sirve para implorar el favor de Dios a fin de vivir según las
Las bienaventuranzas son la invitación de Dios a la alegría, fue- normas de la piedad y la religión (Sal 1, 1). Es esencialmente es-
ron pronunciadas por Jesús —y nunca debieran perder, por más que catológico, tal como lo expresó abiertamente a Jesús uno de sus
un uso abusivo pretenda gastarlas, este acento que las caracteriza— muchos comensales, que solían sentarse en la misma mesa, duran-
con el mismo tono jubiloso con que empezó la palabra reveladora te sus frecuentes comidas con los pecadores: «Dichoso el que pue-
de Dios en el nuevo testamento a la humanidad, en el anuncio di- da comer en el reino de Dios» (Le 14, 15). Dios promete su asis-
rigido a María: «Alégrate». Cada una de ellas, en efecto, se inicia tencia y compromete su palabra al discípulo para que éste tenga
con un macarismo, que constituye un insistente motivo de dicha. El parte en la vida eterna, a saber, pueda entrar en el Reino de los cie-
Señor ofrece su don gratuitamente, y dicho don se concentra de los. Por ello, cada una de la bienaventuranzas acaba con la mención
manera admirable en la filiación. Esta hace —y tiende por fuerza del Reino de los cielos, o una alusión a Dios, resuelta literaria-
del amor al milagro de crear incesantemente— hermanos a todos los mente en pasiva teológica. Los que lloran serán consolados; los
hombres. Por ello el discípulo debe mostrarse feliz y bienaventura- que tienen hambre de justicia serán saciados... Quiere decirse que
do; le ha tocado una fortuna, le ha caído, venida del cielo, una suer- el único sujeto protagonista es Dios quien efectivamente consuela
te inimaginable; Dios se acerca hasta el hombre, los hombres se y sacia.
aproximan hasta convertirse en prójimos, aún más: Dios es Padre Sorprenden las afinidades, incluso a nivel textual, entre las bien-
y los humanos son hermanos los unos de los otros. Esta es la ver- aventuranzas y la visión de Ap 21, 1-22, 5. No acaba el lector del
dadera causa de la alegría cristiana y ésta es la cara, el icono au- libro de admirarse del prodigio de la nueva Jerusalén; en ella se en-
téntico, cuya efigie es preciso ver acuñada en todas las bienaven- cierra también la síntesis acabada de la mejor promesa contenida
turanzas91. en las palabras de Jesús: el mensaje de las bienaventuranzas. Bas-
Pero el don divino recibido tiene forma de semilla. Como ger- ta una somera reseña comparativa, para evidenciar tan estrechísi-
men pletórico de vida que es —por tanto, en ciernes, en promesa, mos lazos de comunión.
«infieri»—, hay que colaborar para que se desarrolle, y desaloje to-
do el cúmulo encerrado de sus virtualidades. Cooperar en esta ta- * «Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tie-
rea vivificadora constituye la misión del cristiano. Desplegar la vi- rra» (Mt 5, 4), encuentra su correspondencia con el premio que
da de filiación y abrirla eficazmente a todos los hombres, resume Dios da: «una nueva tierra» (Ap 21, 1), donde está la nueva Jeru-
su entera ética y obligaciones. Cada una de las siete bienaventu- salén (21, 2), y en ella, el cristiano vencedor «heredará estas cosas»
ranzas (Mt 5, 2-12) no es sino una variante de esta fundamental (Ap21,7).
obra: hacer crecer la semilla del Reino, que es filiación que se tra- * «Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán conso-
duce en un amor sincero, no fingido, que debe alcanzar a los hom- lados» (Mt 7, 5), tiene su paralelo en la presencia de un Dios mi-
bres y mujeres de todo el mundo. La cooperación humana con Dios sericordioso, quien «enjugará toda lágrima de sus ojos» (Ap 21,4).
lleva a un dinamismo, sin vuelta atrás, esperanzado, y que otea con
ansias un futuro. La promesa que se ofrece en las Bienaventuran- * «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia,
zas —y que ya va fraguando aunque de manera velada y fragmen- porque ellos serán saciados» (Mt 5, 6), evidencia su relación en la
taria en la vida del cristiano—, sólo se alcanzará plenamente en el nueva Jerusalén, donde brota un río de agua de vida, para saciar la
Reino de los cielos. sed (Ap 22, 1), y crece el árbol de vida (Ap 22, 2), para colmar el
El macarismo que rubrica cada una de las siete bienaventuran- hambre de quienes son justos y han trabajado por la justicia.
zas no es primordialmente de tipo sapiencial; no mira a ajustar la
* «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos ve-
91. Cf. E. Pérez-Cotapos, Parábolas: Diálogo y experiencia. El método parabó- rán a Dios» (Mt 7, 8), tiene su similar en la contemplación eterna
lico de Jesús según D. J. Dupont, Pontificia Universidad de Chile 1991, 191-193. El de los santos, quienes verán el rostro de Dios, y llevan su nombre
autor recoge la obra completa de J. Dupont y también ofrece una ingente bibliografía en su frente (Ap 22, 4).
acerca de las parábolas (pp. 229-261).
La nueva Jerusalén Interpretación teológica 237
236

* «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos a) Iglesia sacerdotal
serán llamados hijos de Dios» (Mt 8, 9), encuentra su más acabada
semejanza en la nueva Jerusalén, donde Dios dice al vencedor: «Yo Esta es la originalísima aportación que refleja el libro en torno
seré Dios para él y él será para mí hijo» (Ap 21, 7). a las piedras preciosas. Ya vimos, de forma abrumadora y creemos
hasta exhaustiva, cuántos intentos de explicación, y desde qué re-
Una esperanza escatológica recorre todas las bienaventuranzas, motas instancias provenientes, se manifestaron a la postre inefica-
desde la primera hasta la última, configurando toda una red de in- ces. Es preciso reivindicar con legítimo derecho que Ap pretende
clusión semítica. Desde los pobres de espíritu (Mt 5, 3), hasta los la instauración de una novedad absoluta, inédita. Ningún autor sa-
perseguidos por causa de la justicia (Mt 5, 10), son dichosos y de- grado se había atrevido a tanto: desvestir simbólicamente al sumo
ben regocijarse («Alegraos y regocijaos», les conforta la voz de Je- sacerdote (cf. Ex 28, 17-20) para revestir una ciudad; despojarle de
sús, mediante una doble llamada a la alegría constante, Mt 5, 12), sus doce perlas preciosas para construir con ellas los cimientos de
porque su dicha no mira a una recompensa terrena y, por ende, pa- una ciudad. Con este gesto simbólico, rayano en el escándalo —una
sajera, corruptible, sino que todos ellos —cuantos conforman su vi- auténtica acción profética—, Ap indica que el sacerdocio ya no re-
da con este espíritu de las bienaventuranzas—, van a tomar parte en side en una sola persona humana, sino en todo un pueblo. La nue-
el reino de Dios, es decir, en clave de Ap, serán ciudadanos de he- va Jerusalén -toda entera y desde los cimientos- es un pueblo sa-
cho y derecho en la nueva Jerusalén, donde Dios es Padre y los hu- cerdotal. Esto es justamente lo que dirá Ap 1,6; 5, 10; 22, 3-5; cf.
manos viven hermanados alrededor y al resplandor de su luz. Heb7, 5-24; 1 Pe2,5.9" 2 .

6. La nueva Jerusalén. Misterio de doce piedras preciosas b) Iglesia una

Tanta insistencia por parte del Ap en la mención de las piedras Se muestra la continuidad de la Iglesia con el Israel de las doce
preciosas —su número exacto, su nomenclatura, su extraña disposi- tribus. El autor de Ap contempla cómo sobre cada puerta (y cada
ción textual...—, obliga a que volvamos de nuevo la vista al enigma puerta es una perla, Ap 21, 20) se aposta un ángel con una misión
de este simbolismo mineral, pero ahora sólo de manera panorámi- tutelar —de guardián según Is 62, 6 - ; y sobre cada puerta está ins-
ca, pues ya tuvimos ocasión de detenernos incluso generosamente crito el nombre de cada una de las tribus de Israel. Asimismo, so-
en su estudio. Busquemos, pues, una recapitulación serena. bre los doce cimientos (adornados con toda clase de piedras pre-
Dios se hace cercano, tan próximo a la ciudad que la transfor- ciosas, Ap 21, 19) están inscritos los nombres de los doce apósto-
ma, la convierte en oro, en luz resplandeciente, reflejo de su mis- les del Cordero (imagen que Pablo ilustra en Ef 2, 20). Se afirma
ma presencia deslumbrante. Pero ese oro no está celosamente guar- la unidad del designio de Dios, la continuidad de las dos revela-
dado (resguardado en un cofre o caja fuerte), sino que es ofrecido ciones que forman una sola economía de la salvación y que se ha-
a la visión del autor del Ap, quien ahora asiste maravillado a este ce presente en la Iglesia". El nuevo pueblo de Dios es, trascen-
espectáculo de luz. Como la luz blanca se refracta en siete colores, diendo cualquier exlusividad étnica, el legítimo heredero del Israel
el oro de la ciudad se reverbera en doce perlas preciosas. Tan ini- antiguo (Ap 21, 12). Sobre los primeros testigos de Cristo se fun-
maginable como la desmedida de sus dimensiones, es la suntuosi- da este verdadero pueblo Dios.
dad y belleza de la nueva Jerusalén.
Sin pretender forzar una estricta y cabal interpretación eclesio-
lógica —reflexión posterior que pertenecería a la declaración dog-
mática—, la mención de las doce piedras de Ap, situadas en su con-
texto preciso, se abre, debido a la múltiple riqueza de su simbolis-
92. Cf. W. Pesch, Zu Texten des Neuen Testamentes überdas Priestertum der Ge-
mo, a unas dimensiones, que aparecen como notas esenciales de la tauften, en Verborum Veritas. FS G. Stahlin, Wuppertal 1970, 303-315.
Iglesia, acordes con la fe cristiana. 93. Cf. J. Bonsirven, L'Apocalypse de saint Jean, 318.
238 La nueva Jerusalén Interpretación teológica 239

c) Iglesia sin mancha 7. La nueva Jerusalén. Comunidad santa

La muralla erigida con doce piedras preciosas —el material más La nueva Jerusalén es comunidad santa (insistimos hasta la rei-
noble de la naturaleza— alude a la santidad de la ciudad. Esta in- teración en dicha cualidad) porque participa de la santidad de Dios,
terpretación queda reforzada también por el contexto: toda impu- y éste reclama la santidad de todos sus miembros: «Sed santos por-
reza es echada fuera de la ciudad (22, 15). Semejante exigencia de que yo soy santo» (Lev 19, 2; cf. Mt 5, 48).
santidad tiene sus antecedentes en las profecías veterotestamenta- Por ello la entrada en la nueva Jerusalén no es automática, exi-
rias respecto a la futura ciudad de Dios y su templo y escritos ju- ge una libertad responsable; requiere la decisión de inscribirse per-
díos (Is 52, 1; 60, 21; Ez 44, 9; Jl 4, 17; Zac 14, 21; cf. Hen et 90, sonalmente en el libro de vida del Cordero (Ap 21, 27). A más de
32; 1QH 6, 27). Dios mismo, considerado como una muralla de un lector sorprende, no obstante, encontrar en la descripción de la
fuego, separa la ciudad santa de la impureza de fuera (Is 26, 1; 60, nueva Jerusalén algunas listas de personas reprobas (21, 8.27; 22,
18; cf. Zac 2, 9). 15). Pero estas menciones, debidamente entendidas, poseen un
Para los cristianos, oprimidos por un poder corrupto que trata- oportuna enseñanza para la Iglesia actual.
ba de usurpar el trono de Dios —la gran prostituta y Babilonia (Ap El Ap no es un libro ingenuo, ni una utopía intimista o etérea;
17, 4; 18, 12.16)—, las joyas son un emblema para sostener la es- no borra las duras aristas y compromisos de la existencia cristiana.
peranza en la victoria final de Dios'M. La nueva Jerusalén no es una pintura idílica, enajenante, al margen
de la vida comprometida de la Iglesia. No diluye la vocación testi-
moniante del cristiano, quien existe aún, sometido a merced de
d) Iglesia de Cristo cualquier estratagema diabólica, combatiendo el duro combate de
la fe.
La Iglesia tiene como cimientos a los apóstoles del Cordero. Ap La historia cristiana, que Ap refleja, está hecha de obstinación
con esta sobria indicación habla del fundamento último de la ciu- y de realismo. Estos vicios, tan duramente denostados, no son sólo
dad, que es Cristo. Los apóstoles sólo quedan explicados desde su faltas privadas, sino que tienen una resonancia eclesial, afectan in-
íntima conexión con el Cordero: a él se remiten, de él dependen to- trínsecamente a su vida y participan de un sistema moral, político
talmente. Mantienen con él una relación de origen (él los llamó), y económico injusto. La comunidad cristiana del Ap debe siempre
de permanencia (con él estuvieron) y de misión (él los envió en su purificarse; se encuentra en perenne trance de conversión, a fin de
nombre a todo el mundo). Véase este texto programático de Mar- poder entrar en la Jerusalén celeste. La luz de la nueva Jerusalén no
cos, que condensa admirablemente esta triple dimensión, arriba se- puede soslayar las sombras de los cristianos pecadores y reprobos.
ñalada: «Subió al monte y llamó a los que él quiso; y vinieron don- La Iglesia, mientras sea peregrina por este mundo, está expuesta
de él. Instituyó a los Doce, para que estuvieran con él, y para en- ella también a la idolatría y a la caída.
viarlos a predicar» (Me 3, 13-14)95. Estas doce piedras preciosas Hay que reconocer que también existen en la historia partida-
son un referente simbólico de la presencia viva de Cristo mismo, rios del sistema opresivo y depravado de Babilonia; éstos se han
en quien la ciudad de Dios descansa permanentemente. Todo el cerrado a ellos mismos las puertas, no pueden entrar (Ap 21,8; 22,
edificio se levanta conforme a la obediencia a Jesús, el Señor, 15): sufrirán idéntico castigo que Babilonia (18, 4); les alcanzará el
quien es la Piedra viva. juicio de Dios (2, 11; 14, 10; 18, 8; 19,20; 20, 10). Según Ap 21,
27 los que no entran en la ciudad santa, es porque no pueden estar
en la presencia santa de Dios (Is 52, 1). Son como aquellas nacio-
nes y reyes que se niegan a convertirse (Ap 14, 6-11).
Todos ellos se presentan a modo de variaciones sobre el mismo
94. Cf. W. W. Reader, The twelve Jewels of Revelations 21: 19-20: Tradition His-
tema de fondo, que es la idolatría. Hasta el final se prosigue en es-
tory and modern lnterpretations, 457. ta radical alternativa existencial: o se adora a Dios o se es irreme-
95. Cf J. Bonsirven, L'Apocalypse de saint Jean, 318. diable esclavo del Dragón y sus secuaces. Cada página de Ap re-
240 La nueva Jerusalén Interpretación teológica 241

presenta una apelación perentoria a la conversión. El creyente está tema del planeta, sino una llamada a humanizarlo y transformarlo,
incesantemente llamado a la nueva vida, que empuja por desarro- llevarlo a su plenitud de armonía y realización íntegra.
llarse y crecer en una imperecedera regeneración cristiana. Mien- Hay que lamentar que a partir de la revolución industrial se ha
tras vive en la carne, está sometido a sus tribulaciones. Es peregri- agravado la capacidad destructiva del hombre, atizada por la cien-
no, y, culpable o involuntariamente, a sus pies andariegos se ad- cia y la técnica, sin la protección de principios que velen por un or-
hiere el polvo de tantos caminos. Debe, por tanto, purificarse, la- den mundial. Los derechos de la naturaleza pasan por una defensa,
varse y endosar las blancas vestiduras de Cristo (Ap 3, 4-5). cada vez más acentuada, de una cultura de la vida. La reconcilia-
Estando tan cerca de habitar en la nueva Jerusalén como ciuda- ción con la naturaleza no representa un problema particular dentro
dano de derecho, Ap advierte al cristiano —lector del libro— con un del orden cósmico, es interdependiente y sólo será posible conse-
reproche a modo de recuerdo con efectos salutíferos, que no vaya guirla mediante la promoción de la paz entre todos los pueblos.
a quedarse fuera, y en lugar de habitar en la región de la luz, se de- Frente a la actual depredación, la ciudad de la nueva Jerusalén,
tenga a morar en las tinieblas, en el lago de fuego y azufre (21, 8). como altísimo modelo a imitar, representa el equilibrio entre hu-
Que en vez de recibir el agua instauradora de la vida, reciba el da- manidad y naturaleza, el ideal de la cultura ecológica.
ño perenne de la muerte segunda (21, 8); y que en lugar de tener Esta perfecta ecología significa, desde la trayectoria de la reve-
por compañía al mismo Dios y a sus hermanos, reciba el séquito lación, la plenitud salvífica del cosmos. Se conoce la interconexión
del Dragón y de las Bestias (20, 10). en el pasado entre el mundo material y el hombre («Maldita sea la
La insistencia, pues, en este momento no podía ser más urgen- tierra por tu causa», Gen 3, 17), pero también su profunda comu-
te y pedagógica. Ap permite gustar un poco la visión cercana de la nidad de destino glorioso. La creación y el hombre prorrumpen en
nueva Jerusalén, para que el cristiano deteste todos los pecados; a un común gemido (véase el mismo verbo «gemir» —oievá^to—
fin de que esc nuevo sabor sea antídoto que haga aborrecer viejos aplicado en el pasaje paulino a la creación y al hombre), a modo de
alimentos y conductas; y, sabiamente enseñado, encamine con re- un doloroso parto, esperando con ansias la salvación definitiva:
solución sus pasos rumbo a la ciudad que le espera.
Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revela-
ción de los hijos de Dios... en la esperanza de ser liberada de la ser-
8. La nueva Jerusalén, la perfecta ciudad ecológica vidumbre de la corrupción... Pues sabemos que la creación entera
gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo ella;
La nueva Jerusalén es la bien compenetrada «ciudad-jardín». En también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, noso-
ella está el río de la vida (22, 1), el árbol de la vida (22, 2); pero es tros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de
nuestro cuerpo (Rom 8, 19-23).
algo más que un jardín recobrado. La nueva Jerusalén contiene el
Edén recreado, tal como Dios lo plantó antes que el pecado man- Gracias a la redención universal de Cristo, el cosmos o «uni-
chara las buenas relaciones entre el hombre y la naturaleza («Mal- verso» visible será también transformado97. La vida gloriosa del
dita la tierra por tu causa», dijo Dios a Adán, Gen 3, 17). Se indica mundo futuro incluye la creación entera; sin la consumación del
que es el lugar de la perfecta armonía entre la cultura (ampliable a mundo no sería posible la plenitud del hombre íntegro, compuesto
todo tipo de «cultivo») humana y la naturaleza. «La ciudad de Dios de alma y cuerpo; pues el mundo sólo se entiende como espacio de
vive en la naturaleza y la naturaleza vive en la ciudad de Dios»9 . realización y plenitud del hombre. El cosmos es transformado «a
La naturaleza es la casa de la humanidad, su espacio de realización fin de que el mundo mismo restaurado a su primitivo estado, ya sin
y lugar de contemplación. La invitación del Gen (1, 28): «Dominad ningún obstáculo esté al servicio de los justos»' 8 . La comunión en
la tierra», no es una justificación para destruir la naturaleza, usarla la misma vocación salvadora debe llegar a todos los ámbitos de la
hasta el abuso, devastando, desertizando y envenenando el eco sis- creación.

96. J. Moltmann, Das Kommen Gottes. Christliche Eschatologie, Gütersloh 97. Cf. Catecismo de la Iglesia católica, Madrid 1992, § 1046-1077, p. 245.
1995, 345 (ed. castellana en prensa Ediciones Sigúeme). 98. San Ireneo, Adversas haereses V, 32, 1.
242 La nueva Jerusalén Interpretación teológica 243

Están inseparablemente unidas, en un gran acontecimiento univer- El autor del Ap sabe por experiencia —lo sufre en carne propia—,
sal, la plenitud de la persona humana, la de la humanidad y la del cuanto acontece en la comunidad cristiana y a ella se dirige: «Juan,
cosmos. Sólo así puede decirse que Dios es Señor, luz y vida de to- a las siete iglesias de Asia» (Ap, 1, 4). Comparte la tribulación y el
da la realidad". reino con sus hermanos: «Yo, Juan, vuestro hermano y compañero
de la tribulación y el reino y de la paciencia en el sufrimiento en
La ciudad de la nueva Jerusalén, por tanto, su sola y muda pre- Jesús» (Ap 1, 9). A causa de la palabra de Dios y del testimonio de
sencia, no es sólo una visión bucólica, «paradisíaca», constituye to- Jesús, le alcanza el destierro y la soledad; está relegado en la isla
da una denuncia profética a nuestro mundo; es la antítesis del des- de Patmos (Ap 1, 9). En el libro del Ap no sólo da testimonio Juan,
acato de esa civilización humana, verdadera plaga asoladora de ve- el personaje, un hombre concreto; habla también un hombre tras-
getación, fauna y flora. Va en contra de las modernas ciudades que cendido, que «entra en la fuerza del Espíritu» (Ap 1, 10). Se ve
se levantan a costa de la degradación de la naturaleza y también del asistido por la inspiración del Espíritu, quien le convierte en profe-
hombre100. Por otra parte, significa la culminación del proyecto ta y le capacita para contemplar, más allá y más adentro de la su-
creador de Dios, el universo llevado a sus máximas cotas de reali- perficie de las contingencias; su visión penetra en lo más profundo
zación íntegra, en donde conviven en una casa común (eco-logia de la historia, en su maldad abisal. Como profeta avizora la mag-
hace relación en el nuevo testamento a la «casa» habitable —oí- nitud de la persecución que rápidamente se aproxima. Es el Espíri-
X05—) Dios y los hombres en medio de una creación renovada. tu, de manera explícita nombrado por Juan, quien eficazmente le
conduce a contemplar las dos visiones antagónicas del Ap: la gran
cortesana (17, 3) y la nueva Jerusalén (21, 10)
9. La nueva Jerusalén, la anti-cortesana, la anti-Babilonia
Frente a la gloriosa imagen de una Iglesia fiel a Cristo, que más
El Ap no es un libro ingenuo; sus descripciones no decoran fi- adelante será Iglesia consumada o nueva Jerusalén, se alza amena-
ligranas de arabescos, no buscan distraer al lector con un enaje- zante la anti-Iglesia, doblemente designada en Ap como la gran
nante virtuosismo literario. Su realismo brota de la arena de la his- cortesana y la gran Babilonia.
toria, se empapa de los duros acontecimientos que sufre la comu- Se presentan, pues, en el libro dos figuras femeninas y dos ciu-
nidad cristiana del final del primer siglo. Por ello tiene que acudir, dades, que dominan los últimos capítulos (17-22). Dejamos, por
debido a una imperiosa necesidad expresiva, al símbolo visionario, ahora al margen, la mención estelar de la «mujer» (Ap 12), entre-
para mostrar que cuanto entonces ocurrió no se confina a unos he- vista más bien en su función materna.
chos registrados en el pasado, sino que persiste todavía, sigue sien- Una característica común hermana - o «separa» según sus ver-
do vigente por culpa de la fuerza negativa de la historia y la mal- tientes aplicativas- a estas figuras binarias, sea que adopten regis-
dad de los hombres. tro humano (entonces se convierten respectivamente en cortesana
La Iglesia, que lee el mensaje de profecía de este libro (Ap 1, o esposa) o urbanístico (en referencia a la ciudad de Babilonia o
3), es una comunidad de testigos y de mártires; padece el influjo nueva Jerusalén). La nota que indeleblemente las marca es que
negativo del poder del Dragón y sus engendros: la primera Bestia aparecen delineadas siempre en permanente antagonismo.
y la segunda Bestia o falso profeta; es sacrificada en algunos de sus Existe también en estos símbolos del Ap un proceso de cambio,
miembros («En los días de Antipas, mi testigo fiel, que fue matado una metamorfosis. La esposa del Cordero, que en Ap posee un
entre vosotros, ahí donde Satanás habita»; Ap 2, 13) y perseguida fuerte contraste con la cortesana, se convierte en ciudad: la nueva
en todos ellos. Recuérdese el relato emblemático de los dos testi- Jerusalén (Ap 21, 1-22, 5). La cortesana (Ap 17), asimismo, se
gos (11, 1-13). trueca en ciudad: Babilonia (Ap 18). Claramente dicho en el texto:
«La mujer que has visto es la gran ciudad, que ejerce imperio so-
99. Conferencia episcopal alemana, Catecismo católico para adultos. La fe de la bre los reyes de la tierra» (17, 18). La apocalíptica ciudad de Ba-
Iglesia, 471. bilonia es «terrestre travestí» de la nueva Jerusalén"".
100. Cf. J. Moltmann, Das Kommen Gottes. Christliche Eschatologie, 344-345; H.
E. Cox, La ciudad secular, Madrid 1968. Mensaje del XV Congreso de Teología: Eco-
logía y cristianismo, Madrid 1995. 101. G. B. Caird, A Commentary on the Revelation ofSt. John the Divine, 269.
244 La nueva Jerusalén Interpretación teológica 245

He aquí, en síntesis gráfica, el proceso de su transformación, * En relación con el simbolismo del vestido, hay que anotar
contemplado también desde la óptica de su paralelismo antitético: —como fino detalle lexicográfico— el contraste entre la ciudad de
Babilonia y la esposa. Mientras que Babilonia se caracteriza por
a La mujer, esposa del Cordero -> ciudad —> La nueva Jerusalén. sus obras injustas, iniquidades (18, 5), la esposa del Cordero se re-
b La mujer, cortesana > ciudad —> Babilonia. viste de obras justas (19, 8)102. El contraste queda más resaltado en
a' í) vúu,cpr| í) yvvi] xofi áovíou —> x\ nóXic, —> f| áyía 'Iegouacdr|[i el lacónico texto griego de Ap.
b' í) yvvi], KÓQVT] > í| jtóXig —> (3a|3uX(bv i] \ie.yá}.r\ Babilonia = xa áóixi^iaxa.
La esposa = t á óixoucotiaTa.
* En este desarrollo progresivo de la antítesis, la farsa burles-
a) La gran cortesana y la nueva Jerusalén, esposa del Cordero ca se convierte en drama. Y éste deviene persecución cruenta, ase-
sinato, muerte. La cortesana está embriagada, grotescamente bo-
El autor de Ap ha conseguido describir dos imágenes femeninas rracha (17, 2), de la sangre de los santos y de la sangre de los tes-
antípodas: la gran cortesana y la esposa del Cordero. Con refinado tigos de Jesús (17, 6). La Iglesia es la esposa del Cordero 'dego-
esmero, mediante sutiles toques geniales, ha logrado evocar la opo- llado'(5, 6.9.12; 13,8).
sición entre la prostitución y la consagración a Dios, la blasfemia
y la adoración, la abominación y la santidad, el imperio pagano y
la Iglesia. Veamos en sus líneas esenciales estas dos figuras, que se b) Babilonia y la ciudad de la nueva Jerusalén
presentan en perpetuo hostigamiento.
* La cortesana se transforma en ciudad, Babilonia, la madre
* La cortesana de la que habla Ap 17, está enjoyada de oro y de las abominaciones de la tierra (17, 5), que tiene poderío sobre
tiene una copa de oro en la mano (v. 4). El oro —según la aprecia- los reyes de la tierra (17, 18), quienes intentan arrebatar el imperio
ción del libro del Ap—, aparece en relación directa con Dios en ce- al Cordero que es Rey de reyes y Señor de señores (19, 16). La es-
lebración litúrgica (1, 12.13.20; 2, 1; 15, 6.7), y en las solemnes posa del Cordero también se muda en ciudad, la nueva Jerusalén
doxologías que tienen lugar frente al trono de Dios (4, 4; 5, 8; 8, 3; (21, 9-10). Ahora la confrontación se realiza entre dos ciudades
9, 13). El oro es el color-símbolo de la liturgia, metal sagrado, alu- opuestas: Babilonia y la nueva Jerusalén.
sivo a la cercanía de Dios. La cortesana usurpa el oro y lo profana, El pueblo de Dios —la Iglesia— tiene que salir espiritualmente
porque el cáliz de oro que lleva en su mano está lleno de las abo- de Babilonia, conforme al aviso de Dios (18, 4) para ir a otra ciu-
minaciones y de la impureza de su fornicación (17, 4). dad alternativa. Babilonia tiene que caer para dar lugar a la nueva
* La cortesana fornica sin pudor con los reyes de la tierra (17, Jerusalén. El aviso del Ap se torna apremiante. Los lectores del li-
2). La esposa del Cordero es casta, está preparada por Dios, como bro podrán reconocer, en primera instancia, esta ciudad en Roma.
esposa digna para su esposo: es la esposa del Cordero (21, 2.9). Ap espera que antes de su caída los cristianos, quienes aún viven
inmersos en el mundo, se decepcionen de sus encantos —ya conde-
* La gran cortesana va vestida con un lujo rayano en la osten- nados a perecer—, y fijen sus ojos en la nueva Jerusalén. Por eso
tación desmedida, de llameante «rojo». El rojo es el color de la vio- presenta dos visiones contrastadas, para que los lectores, sabia-
lencia (cf. apertura del segundo sello, 6, 3-4), y es asimismo el co- mente avisados, no se dejen atraer por el hechizo de Babilonia y se
lor siniestro del gran Dragón (12, 3); se adorna de «colorada» púr- rindan y sucumban. He aquí, reducidas a lacónicas proposiciones
pura y escarlata (17, 4). En cambio, de la esposa del Cordero ape- tan duro antagonismo, esta vez resuelto en clave urbana.
nas sabemos que está modestamente vestida de lino, brillante y
limpio (19, 8). El autor se apresura a identificar el símbolo, dice * El esplendor de Babilonia proviene de engrandecer su im-
que el lino son las obras justas de los santos (19, 8); y éstos han la- perio a costa de explotar a las naciones (17, 4; 18, 12-13.16). El es-
vado sus túnicas y las han blanqueado en la sangre del Cordero (7, plendor de la nueva Jerusalén es la gloria de Dios (21, 1-21).
13-14). 102. Cf. I. T. Beckwith, The Apocalypse of John, 727.
246 La nueva Jerusalén
Interpretación teológica 247

* Babilonia corrompe y con sus hechicerías «engaña» a todas


Hay que decir, al final de esta presentación contrastada, que la
las naciones (18, 23). Es la suya una acción demoníaca, pues este
ciudad de Babilonia para los lectores del Ap está representada en
verbo «engañar» (jtA.aváco) se aplica en Ap al gran instigador, el Roma. Existe una patente identificación motivada por medio de di-
Dragón o Satanás, 'el que engaña' (ó jrlavcóv) a toda la tierra (12, versos enlaces textuales (cf. 17, 15-16): la sucesión de los reyes
9; 20, 3); y a la segunda Bestia o falso profeta (13, 14). Las nacio- (17, 12-14) que serían respectivamente Augusto, Tiberio, Calígula,
nes, pues, van hacia Babilonia, en pos de un engaño diabólico (18, Claudio, Nerón, Vespasiano y Tito, y el octavo, el rey «redivivus»,
23). Hacia la nueva Jerusalén caminan todas las naciones en busca el cruel Domiciano, en cuyo tiempo se escribió el Ap104. También
de la luz, que consiste en la gloria de Dios (21, 24). inducen a esta asignación diversos motivos: la alusión al incendio
* Babilonia se convierte en guarida de toda clase de espíritus (cf. 18, 18) que destruyó por igual a Babilonia y Roma; la mención
inmundos y aves impuras (18, 2). En la nueva Jerusalén la abomi- de las siete colinas, en donde se asienta la ciudad (17, 9). Los au-
nación y la impureza son excluidas (21, 8.27). tores, de manera unánime, están de acuerdo en atribuir la figuras de
la cortesana y de Babilonia al imperio romano anticristiano105.
* En Babilonia corre un vino, con el que se prostituyen —ido- Pero la Babilonia, descrita en Ap, no se circunscribe a los lími-
latran— todas las naciones (18, 3). En la nueva Jerusalén brota el tes de la Roma corrompida y depravada del imperio del final del
agua de la vida y crece el árbol de la vida para curación de las na- primer siglo. Dos razones lo impiden. La primera es su peculiar im-
ciones (21, 6; 22, 1-2). postación simbólica. El símbolo en Ap es realidad bifronte; apo-
* Babilonia, la gran ciudad, tiene poder sobre los reyes de la yándose en la dimensión táctica de la historia, tiene capacidad de
tierra (17, 18). Hacia la nueva Jerusalén traen los reyes de la tierra sobrevolar cualquier concreción particularizada, se eleva a la cate-
su gloria y honor, en señal de adoración a Dios (21, 24). goría de paradigma; y alude a todo tipo de corrupción urbana om-
nipresente en tantas ciudades de la historia humana. Segundo, la
* De la ciudad de Babilonia se dice que la «luz de la lámpara específica modalidad de los verbos existentes en el relato apoca-
no brillará más en ti» (18, 23). En la nueva Jerusalén no hay nece- líptico, que simultáneamente se encuentran en pasado y en futu-
sidad de sol ni de luna —han palidecido frente a la luz divina—, pues ro106, lo liberan de toda aplicación demasiado localizada en unas
la gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el Cordero (21, 21). coordenadas espacio-temporales.
* En Babilonia reina la violencia y la muerte (18, 24). En la Babilonia representa la humanidad deificada, la ambición su-
nueva Jerusalén ya no existe la muerte, ni el duelo, ni el llanto ni prema, la que en lugar de adorar a Dios, se adora a sí misma. To-
el dolor (21, 4), sino la vida abundante (22, 1.2). das las ciudades, sistemas de poder idolátricos, opresoras de los
hombres, presentes en las narraciones del antiguo testamento, las
* Babilonia es la residencia demoníaca (18, 1-3). La nueva Je- que se atrevieron a desafiar a Dios, han contribuido con sus trazos
rusalén es el lugar de la presencia de Dios.
tra parte nos hemos esforzado por ensanchar considerablemente la lista de antónimos,
* El lamento sobre Babilonia acaba con una expresión desola- aglutinando también en diversas secciones los registros de tipo nupcial y urbano.
dora que encuentra su eco en los profetas (Jer 7, 34; 16, 9; 25, 10; 104. Cf. O. Bócher, Die J'ohannesapokalypse, Darmstadt 1975, 96.
JI 1, 18): «la voz del esposo y de la esposa no se oirá más en ti» 105. Cf. W. Bousset, Die Offenbarung Johannis, 403: «No hay duda de que la cor-
tesana se identifica con la ciudad de Roma». Asimismo, R. H. Charles, A Critical and
(Ap 18, 23). Se acaba el grito de la alegría, se enmudece el júbilo Exegetical Commentary on the Revelation of St. John II, 59; W. Hadorn, Die Offen-
nupcial y falla la esperanza de la vida; hay un silencio sepulcral, lu- barung des Johannes, 173, quien excluye cualquier otra aplicación; A. Wikenhauser,
to de muerte. Por contraste afortunado, en la asamblea cristiana, en Offenbarung des Johannes, 128. Para H. Kraft (Die Offenbarung des Johannes, 214)
la Iglesia, resuena una voz compartida, asimismo nupcial, que se es la «diosa Roma».
106. Cf. R. H. Charles, A Critical and Exegetical Commentary on the Revelation
oye: «El Espíritu y la esposa dicen: ¡Ven!» (22, 17)"". ofSt. John II, 56-57, los recoge pormenorizadamente; pero el autor se decanta por la
existencia de un documento diverso en la composición de Ap 18, escrito primero en
hebreo, traducido luego al griego, e inserto por el autor de Ap en su libro. Nosotros
103. Algunos de estos motivos han sido recogidos por C. Deutsh, Transformation valoramos su esfuerzo, estamos por su labor, pero en absoluto desacuerdo con estas
ofSymbols: The New Jerusalem in Rv 21, 3-22, 5: ZNW 78 (1987) 106-126. Por núes- precipitadas conclusiones.
248 La nueva Jerusalén Interpretación teológica 249

tiránicos a pintar la Babilonia del Ap, a saber, Babel, Sodoma, Este tipo de interpretación alternativa, que se resuelve en un di-
Egipto, Tiro, Babilonia, Edom. La fuente inspirativa más cercana, lema perentorio: Jerusalén y/o Roma, no aporta ninguna solución
no obstante, la constituye Ezequiel 27-28. satisfactoria. Negar la evidencia textual del pasaje o pretender di-
El tema ha sido recordado por Ap en el relato de los dos testi- fuminarlo con leyendas —desde el punto de vista histórico incon-
gos-profetas, al referir que sus cadáveres permanecen, en contra de sistentes—, no son argumentos científicamente válidos. Además es-
todo sentimiento de piedad, insepultos en la «gran ciudad», que es te verso ocho no parece ofrecer, a primera vista, indicios suficien-
identificada con Sodoma, Egipto, y donde el Señor fue crucificado. temente claros, sino más bien contradictorios, para decidirnos en
Tan extraño texto debe ser estudiado con cierto detenimiento, de- favor de una u otra ciudad determinada. Por ello resulta imprescin-
biendo acudir, en esta ocasión y por necesidad, a su exégesis; pues dible atender la escritura tan rigurosa del libro, única llave que nos
sólo ella nos permitirá esclarecer el misterio de la ciudad de Babi- dará acceso a su adecuada comprensión.
lonia y nos ofrecerá una adecuada clave de lectura histórica, la pro- Refiere el verso ocho que esa «gran ciudad, la cual se llama».
pia del libro del Ap: Se utiliza el verbo (xaX.é(r)) en pasiva «ser llamado». Este verbo
—siempre conjugado en voz pasiva—, aparece en Ap siete veces: 1,
Y sus cadáveres —quedarán— en la plaza de la gran ciudad, que es- 9; 11,8; 12, 9; 16, 16; 19, 9.13. Aparte de 19, 9 -donde designa
piritualmente se llama Sodoma o Egipto, allí donde también su Se-
ñor fue crucificado (Ap 11,8). una simple invitación a participar en las bodas del Cordero—, en to-
dos los restantes casos el verbo (xodéco) indica una pausa reflexi-
va; marca una distancia respecto a lo que se está afirmando en la
Aparece la designación genérica de «la gran ciudad», que es
trama narrativa del libro del Ap. Esta separación permite tomar una
preciso identificar. Las opiniones de los autores, de manera selecta
postura de discernimiento, de especial verificación aplicativa, a fin
aquí recogidas, difieren notablemente, refiriéndose a dos ciudades
de reconocer la realidad mencionada y «llamarla» con una nueva y
principales.
exacta designación"".
* Jerusalén. Algunos comentadores clásicos la identifican con Junto a este verbo (xaXéto) se encuentra, sobre todo, el extraño
la proverbial ciudad del judaismo107. adverbio «espiritualmcnte» (jtvenpaxixcug), del que tan sólo se ha-
* Roma'0*. Si se acepta que es Roma, ¿cómo hacer frente a es- lla una vez en Ap y, fuera del libro, ocasionalmente, en un texto de
ta aclaración del mismo relato que precisa «donde nuestro Señor Pablo. El apóstol canta un himno de alabanza a la sabiduría de Dios
fue crucificado»?109. (1 Cor 1, 17-2). Pero tal sabiduría no se demuestra en la inescruta-
ble y, de alguna forma, abstracta omnisciencia divina, sino patenti-
zada en la historia de la salvación: Dios, a través de su Espíritu, nos
107. «Esta ciudad es Jerusalén» (E. B. Alio, L'Apocalypse, 152). «Se trata aquí ha revelado su verdadera sabiduría y poder, que es Cristo Jesús:
claramente de Jerusalén» (Bonsirvcn, L'Apocalypse de sainl Jean, 198). «El contexto
señala claramente a Jerusalén, ninguna pista lleva a Roma» (W. Bousset, Die Offen-
barung Johannis, 321). «La gran ciudad: el profeta está pensando en Jerusalén» (Cer- El hombre naturalmente no capta las cosas del Espíritu de Dios;
faux-Cambier, El Apocalipsis de san Juan leído a los cristianos, 113). «La gran ciu- son necedad para él. Y no las puede entender porque sólo 'espiri-
dad sólo puede ser Jerusalén» (R. H. Charles, A Crilical and Exegetical Commentary tualmente' (jwevfuruxw^) pueden ser juzgadas (1 Cor 2, 14-15).
on the Revelation ofSt. John I, 287). «La escena está enteramente localizada en Jeru-
salén» (R. Feuillet, Essai d'interprelalion du ch. II de l'Apc: NTS 3 [1957] 192). «La
gran ciudad es Jerusalén» (Lohmeyer, Die Offenbarung Johannis, 90).
El hombre, abandonado a su capacidad natural, está cerrado a la
108. «Por prevalecer el tinte pagano en el ambiente de esta gran ciudad, parece obra del Espíritu; es incapaz de captarla, se convierte en un absur-
mejor identificarla con Roma» (S. Bartina, Apocalipsis de san Juan, 716). do para él. Tal acción sólo se puede discernir «espiritualmente»
109. Se la ha considerado como una glosa tardía, cf. S. Giet, L'Apocalypse el (jívenLia-U/CWs). El cristiano, en cambio, sí ha recibido el Espíritu
l'Histoire, Paris 94; pero la tradición textual no conoce ninguna variante. Según A. que procede de Dios. El adverbio modal (jtVEUuaTixd)c,) significa
Olivier (La cié de VApocalypse, elude sur la composition el l'interprétation de la
grande prophétie de saint Jean, Paris 1938, 163), «El Señor no es Cristo, sino el Se-
con la ayuda del Espíritu divino. Merced a la luz interna que éste
ñor de los testigos, san Pedro, jefe y modelo de todos los otros, crucificado en Roma»,
refiriéndose a los 'Hechos de Pedro' («Vado Romam, iterum crucifigi»).
110. Cf. W. Bauer, xakéo), en Worterbuch zum Neuen Testament, 788.
250 La nueva Jerusalén Interpretación teológica 251

otorga, el creyente juzga y sabe expresar rectamente los aconteci- ra tal ecuación (Babilonia = Roma), tal como previamente ha sido
mientos de la historia de la salvación. Con este auxilio, por fin, cla- señalado, de diversas alusiones histórico-geográficas muy eviden-
rificador del Espíritu, el cristiano no ve en Jesús de Nazaret cruci- tes de la ciudad imperial de Roma, asentada sobre siete colinas (17,
ficado, un escándalo o una necedad, sino que en él reconoce al Je- 18) y de la narración de la caída de la gran ciudad de Babilonia (18,
sús de la gloria, al Señor, quien se erige absolutamente en la su- 10.16.18.19.21). Babilonia se había convertido en un símbolo de la
prema sabiduría elocuente y poder soberano de Dios" 1 . enemistad frente a Dios y contra la ciudad amada.
El adverbio «espiritualmente» (jTveu|.iaTixü)c;), en nuestro texto En Ap Babilonia, la «gran ciudad», es la antítesis de la ciudad
apocalíptico, ha sido de diversas formas interpretado por los co- de Dios, que es llamada «ciudad santa» (11, 2; 21, 2.10; 22, 19) o
mentarios más autorizados. Algunas veces ha sido silenciado en su «ciudad amada» (20, 9). Cuando Ap, en fin, habla de Babilonia se
exégesis respectiva, como carente de importancia"2; otras veces es está refiriendo con esta designación proverbial a Roma" 4 . El mis-
objeto de una amplia gama de explicaciones, tal como puede com- mo autor realiza dentro de su obra una explícita equivalencia sig-
probarse al pie de la página" 3 . nificativa e interpela así a la comunidad cristiana que está leyendo
La mayoría de ellos —excepto unos pocos (Bartina, Caird, Mas- el libro:
singberde)— insiste en el protagonismo del Espíritu —en Ap especí- «Ahora» —en este momento preciso de lectura e interpretación
ficamente designado como Espíritu de profecía, 19, 10—. No se tra- del Ap— se requiere un esfuerzo aclaratorio para descubrir y ubicar
ta de la manera común y natural de entender y hablar. Se requiere una realidad social de la que se posee un conocimiento previo, pe-
el influjo eficaz del Espíritu para que la comunidad cristiana sea ro insuficiente. Hay que conocer esa ciudad y ponerle un nombre,
capaz de comprender la historia de la salvación con mirada pene- a saber, xcdeíxai nvzv\mxw.(úc, «llamarla espiritualmente». Esa
trante, y asimismo pueda comunicarse mediante un lenguaje profé- gran ciudad, cuya descripción es simbólica, participa de la celebri-
tico. Con esta ayuda, pues, del Espíritu la asamblea del Ap va a dis- dad típica y bíblica de cada ciudad mencionada: Sodoma, Egipto,
cernir su «hora» en medio de la gran ciudad; va a identificarla y po- Jerusalén y Roma.
nerle un nombre nuevo y reconocible por todos. Para ello, Ap ofre- Sodoma. Históricamente Sodoma rechazó a los mensajeros de
ce varios registros interpretativos. Dios, faltó al sagrado deber de la hospitalidad, cayó en la deprava-
Se ha dicho, primero, la «gran ciudad». Esta expresión, que ción moral y se hizo acreedora del juicio de Dios (Gen 18, 25-19,
aparece siete veces, está reservada en Ap a Babilonia-Roma. Ya el 39). Muy pronto esta historia de corrupción se convirtió en un pa-
mismo libro hace la identificación entre una y otra: la Babilonia del radigma. Isaías compara a los jefes de Judá con los jueces de So-
antiguo testamento se prolonga en Roma (Ap 16, 19). Se sirve pa- doma (1, 10; 3, 10). Ezequiel considera el pecado de Israel menos
grave que el pecado de Sodoma (16, 46.55). En el nuevo testa-
mento se asocia con frecuencia a Sodoma con las ciudades de Isra-
111. Cf. E. B. Alio, Prendere Epítre aux Corinthiens, Paris 1934, 48; J. Hering, La
pretiriere Epítre de Saint Paul aux Corinthiens, Paris 1949, 28; W. Grosheide, Com- el que han rechazado a los mensajeros de la salvación (Me 10, 5;
mentary on the First Epistle to the Corinthians, Michigan 1955, 71; H. Conzelmann, Le 10, 12). La respuesta de Cafarnaún a Jesús ha sido calificada
Der erste Briefe an die Korinther; Góttingen 1969, 87. por él mismo más culpable que el pecado de Sodoma (Mt 11, 24).
112. Cf. W. Bousset, Die Offenbarung Johannis, 321; A. Gelin, L'Apocalypse, Así, Sodoma se transmuta en símbolo; representa el rechazo y la
626; R. H. Charles, A Critica! and Exegetical Comentan/ on the Revelation ofSt. John
I, 287; E. Corsini, Apocalisse prima e dopo, 238.
obstinación ante el mensaje de Dios y el juicio de éste sobre tales
113. «Es aquella que ha sido llamada por los profetas» (E. B. Alio, L'Apocalypse, ciudades —o conductas sociales— rebeldes.
134); «De modo metafórico o fingido» (S. Bartina, Apocalipsis de san Juan, 716); «En Egipto. Esta nación es sinónimo de ciudad opresora, cuyos he-
lenguaje profético» (Ch. Brütsch, La ciarte de l'Apocalypse, 186); «De una manera fi- chos funestos quedaron marcados indeleblemente en la memoria
gurada» (G. B. Caird, A Commentary on the Revelation ofSt. John the Divine, 138);
«A la manera de la profecía» (H. Kraft, Die Offenbarung des Johannes, 158); «Ale- colectiva del pueblo, que allí fue hecho esclavo (Ex 1 -4). Egipto
góricanente» (J. Massingberde, Revelation, 187); «Espiritualmente —o alegóricamen- rechazó reiteradamente a los delegados divinos, persiguió a los he-
te—» (R. H. Mounce, The Book of Revelation, 226); «Espiritualmente, es decir, por
inspiración profética» (P. Prigent, L'Apocalypse de saint Jean, 168); «No en lenguaje
común sino en lenguaje profético» (E. Schweitzer, jrveijjia, en TWNT VI, 484); «En 114. Todos los comentarios exegéticos antes citados con profusión concuerdan en
el lenguaje de misterio o de profecía» (H. B. Swete, The Apocalypse ofSt. John, 137). esta aplicación.
252 La nueva Jerusalén Interpretación teológica 253

breos. En Egipto el nombre de Dios no se pronunciará más, y su presenta el Ap? ¿cuáles son sus rasgos dominantes? ¿por qué es ob-
comportamiento resulta ser aún más pecador que el de la prover- jeto de tanto rechazo y ludibrio por parte del libro? ¿a qué se debe
bial Sodoma (Sab 19, 13-17). Egipto se ha convertido para la his- que sea juzgada y condenada por Dios?
toria judía en símbolo de los reinos tiránicos: «Todos los reinos son El autor de Ap no pretende ofrecer una visión surrealista de la
llamados con el nombre de Egipto porque han esclavizado a Isra- gran ciudad, no se recrea en el arte por el arte; persigue ante todo
el»" 5 . una intención parenética y busca una decisión disuasoria: que los
Jerusalén. La ciudad del templo, Jerusalén, participa asimismo cristianos detesten con todas sus fuerza a Babilonia y al sistema de
de esta maldad acumulada, pues —según precisa el texto de Ap 11, vida que ella representa. Sabe que los lectores de Ap son habitan-
8— es la ciudad «donde también su Señor fue crucificado», y así ha tes de las grandes ciudades de nuestro mundo, que viven «entre Ba-
quedado sentenciada para siempre. Esta cuña explicativa del texto bilonia y Jerusalén»" 8 . La Iglesia está permanentemente en tránsi-
reviste suma importancia"6. Es Jerusalén que rechaza con obstina- to de una ciudad a otra, de Babilonia y Jerusalén; pero tiene que sa-
ción a los enviados de Dios, mata a los profetas y, en el colmo de ber, con inteligencia espiritual, la que le otorga el Espíritu, que su
su pecado, crucifica al Mesías (Mt 23, 28-31, 37s; Le 13, 33s; 19, patria no está en Babilonia, que será destruida, sino en la nueva Je-
41-44; 21, 20-24). Jerusalén ha sido designada como «ciudad gran- rusalén, que será eterna. Hacia ella debe encaminar decididamente
de»" 7 . sus pasos. Como un apremiante requerimiento a la Iglesia de todos
los tiempos, el autor de Ap aborda proféticamente su descripción
La expresión de Ap 11,8 «que se llama espiritualmente» (xa-
^elrai jrveuLiaTixójg), es una llamada al discernimiento espiritual y La Babilonia, descrita en Ap, sobrepasa a cuantas ciudades han
a la concretización objetiva. El grupo eclesial —los que escuchan sido mencionadas, debido a su maldad acumulada; es prototipo de
las palabras de esta profecía (Ap 1, 3), el verdadero receptor acti- toda ciudad engreída y secular; rinde adoración a su lujo desmedi-
vo del Ap— debe identificar esa gran ciudad, de la que el mismo li- do e irrespetuoso. La ciudad trafica con vidas humanas. Babilonia
bro hace ya una actualización. Es el Espíritu quien concede la in- no es sólo una ciudad, por más que sus perversiones resulten in-
teligencia espiritual a la comunidad cristiana para saber reconocer contables. Constituye un sistema totalitario, que atenta contra y
el lugar social donde sucede su devenir histórico. Este empeño in- que asesina toda vida. Desborda cualquier localización concreta
tenso de lectura interpretativa y aplicativa (sólo cuando se verifica por la incesante carga de muerte y de exterminio que va propagan-
con la historia actual que vive la comunidad, llega el texto apoca- do. Es el reino del mal organizado sobre la tierra. El libro del Ap la
líptico a desvelar todo su sentido), hay que hacerlo «espiritual- ha descrito —¡visionariamente!— a modo de último estertor en el
mente» (jtve'uiiaTixüjg), es decir, con la asistencia inspiradora del verso final del capítulo: «Y en ella fue hallada la sangre de los pro-
Espíritu, a la luz de toda la economía de la salvación y que corres- fetas y de los santos y de todos los degollados sobre la tierra» (Ap
ponde al criterio de la medida de Dios. 18,24).
Contemplémosla, pues, a la cara; reparemos en sus acusadas
Con la iluminación, pues, del Espíritu los lectores del Ap siguen
facciones, subyugantes pero terribles, siguiendo las indicaciones
discerniendo la historia de la salvación. ¿Cómo es la Babilonia que
que nos depara el texto apocalíptico.
Junto a los ingentes cargamentos de oro y plata y perlas... (Ap
115. Así reza la sentencia de R. Josef b. Jalafta, recogida en H. L. Strack-P. Bil- 18, 12), aparece también —reseñado en último lugar, como inten-
lerbeck, Kominentar zum Neuen Testament aus Talmud und Midrasch III, 812, donde tando tal vez desmentir la realidad— el comercio de esclavos y la
se encuentran otras referencias pertinentes.
116. «En este pasaje encontramos la referencia más precisa de todo el Ap a la exis-
mercancía humana (18, 13). Babilonia es ciudad asesina, pues den-
tencia histórica de Jesús» (H. Lilje, L'Apocalypse, le dernier livre de la Bible, 166). tro de sus muros hay sangre derramada. Recordamos el verso antes
«Esta Jerusalén se ha hecho semejante a Sodoma y Egipto, lugares 'tipos' de los ene- citado, pero ahora desde una perspectiva inédita: «En ella fue ha-
migos del pueblo de Dios en el AT. Jerusalén ha llegado a ser la hermana espiritual de llada la sangre de los profetas, de los santos y de todos los 'dego-
la gran prostituta Babilonia... se convierte en la irradiación y en el lugar de revelación
de la Bestia» (M. Rissi, Das Judenproblem im Licht der Johannes-Apokalypse: TZBas
13 [1957] 246). 118. Así se llama justamente un libro publicado sobre la teología de la ciudad en
117. Cf. Oráculos Sibilinos (5, 154.226.413) y F. Josefo, Contra Apion 1, 197,209. 1988: Zwischen Babylon und Jerusalem, Beitrage zu einerTheologie der Stadt.
Interpretación teológica 255
254 La nueva Jerusalén

El juicio de Dios, que escucha el grito de los hijos oprimidos,


liados' —éocpaYtiévwv— sobre la tierra» (18, 24). Estos han muerto, actuará contra ella, y la destruirá. Tan exacerbado grado de bienes-
al igual que Jesús, «el Cordero degollado» (TÓ áovíov TÓ éacpaY- tar se convertirá en ruina, será pavesa de llamas, «será pasada a
iiévov, Ap 5, 6). Un mismo sacrificio común los hermana en pare- fuego» (év JTUQÍ xaxaxauíhíaexai 18, 8), «en un solo momento»
ja suerte: morir víctimas de la violencia, que Ap explica mediante (|iía S o a 18, 9).
la aplicación unívoca del verbo «degollar» (ocpát,co) tanto a Cristo Babilonia se cava su propia ruina. No hace falta ir violenta-
como a los cristianos y a todos los hombres, muertos inocente- mente contra ella. Babilonia, la que se alimenta de la sangre de los
mente a manos de otros hombres. inocentes, ella sola va a la perdición. Puede hacerse una lectura «en
Por dentro, «en su corazón», se cree autosuficiente (év nj xap- el Espíritu» de esta ciudad apocalíptica, con una verificación en la
Sía aiiTf] ^éyei 18, 7); «se glorifica a sí misma» (éóó^aoev aíixrjv historia. Babilonia ha asumido en nuestro siglo una representación
17, 7). Se cree «reina» (Paoílioa —18, 7—), emulando de esta ma- —una de sus múltiples y siniestras ramificaciones— en el sistema
nera, con su desmedida soberbia, el reinado absoluto de quien en cerrado del comunismo, en cuanto negador de la libertad (piénsese
Ap es el único Rey de reyes y Señor de señores (19, 16). Esta pre- en la existencia de los Gulags) y que ha buscado por todos los me-
tensión irreverente se evidencia asimismo en su postura: se «sien- dios un fin idolátrico: desterrar hasta el nombre de Dios entre los
ta» (xáf}r||.iai - 1 8 , 7—) como reina. También este verbo caracteri- hombres. Sobre esta Babilonia de nuestro tiempo, Juan Pablo II ha
za la posición orgullosa de la cortesana: se «sienta» sobre muchas realizado un diagnóstico certero: ha caído ella sola —al igual que la
aguas (17, 1), sobre una Bestia de color rojo (17, 3), sobre siete co- Babilonia de Ap 18—, minada por la podredumbre de sus mismos
linas (17, 9); es, por fin, identificada en dicho estado, como actitud vicios:
permanente y así calificada: «la que se sienta» (xrxdexai 17, 15).
Este connotativo lenguaje gráfico del libro delata la postura arro- El comunismo como sistema cerrado en cierto sentido, se ha caído
gante de Babilonia: la que quiere ser como Dios. Pero en Ap -tal solo. Se ha caído como consecuencia de sus propios errores y abu-
afirmación se subraya fuertemente por su presencia masiva— sólo sos. Ha demostrado ser una medicina más dañosa que la enferme-
hay uno a quien compete estar sentado: Dios, «el Sentado sobre el dad misma. No ha llevado a cabo una verdadera reforma social, a
trono» (ó xa{hiu.évo5 ém xoíl ftoóvou: 4, 2.3; 5, 1.7.13; 6, 16; 7, pesar de haberse convertido para todo el mundo en una poderosa
10.15; 19,4; 21,5). Babilonia es, pues, la ciudad que no sólo se en- amenaza y en un reto. Pero se ha caído solo, por su propia debili-
dad interna"9.
señorea en su poderío, sino que atenta directamente contra el seño-
río de Dios y su designio de salvación. La peculiar presentación que Ap 18 hace de Babilonia, pone en
Babilonia cierra sus puertas a todo sentimiento humano. Dentro guardia a la comunidad cristiana frente a la influencia fascinante de
de ella prospera un consumismo desenfrenado, insolidario, y rige esta ciudad de lujo, pero contemplada desde la luz última, que pue-
u n sistema de injusticia social que provoca incluso el sacrificio de de iluminarla: el inapelable juicio de Dios.
vidas humanas. Pero existe todavía una gradación peor en su mal- Babilonia, así pues, es destruida —Ap insiste en su extrema ani-
dad, pues la ciudad no representa un caso singular, aparte, sino un quilación—, reducida a yermo calcinado. Todo el cap 18 asume la
prototipo, provisto de tentáculos que se multiplican. Es la corrup- elegiaca forma de un lamento universal e incluso, diríase, de un
ción no aislada, sino organizada como sistema. Un complejo pero drama litúrgico, habitado por coros de dolientes que van paulatina-
bien articulado trípode sostiene la existencia de Babilonia. Estos mente levantándose y gimiendo. Merced a su repetida actuación
son los pilares que la sustentan: escénica intensifican el patetismo de tan vasta desolación120.
a) un estado que se hace adorar (17, 3); Por ella se conduelen los reyes, aterrorizados ante tal suplicio,
b) unos centros de poder político, que Ap denomina los «re- y desde lejos exclaman: «¡Ay, ay, gran Ciudad! ¡Babilonia, ciudad
yes de la tierra» (18, 3);
119. En el umbral de la esperanza, 141.
c) y finalmente una red de agentes colaboradores que se ex- 120. Cf. A. Yarbro Collins, Revelation 18: Taunt-Song or Dirge?, en L. Lambrecht
pande a todo el mundo, por tierra y mar, mediante los (ed.), L'Apocalypse johannique et l'Apocalyptique dans le Nouveau Testament, Gem-
mercaderes (18, 11-16) y marineros (18, 17-19). bloux 1980, 185-204.
256 La nueva Jerusalén Interpretación teológica 257

poderosa, que en una hora ha llegado tu condenación» (18, 10). Los arriba. Se abren de par en par a fin de conceder entrada al cristia-
comerciantes, los que se habían enriquecido a costa de ella, se que- no vencedor; se cierran a cal y canto para los cobardes.
dan en la distancia horrorizados y se lamentan: «¡Ay, ay, gran Ciu- Los cristianos vencedores, los que han lavado sus túnicas en la
dad, vestida de lino, púrpura y escarlata, resplandeciente de oro, sangre del Cordero (Ap 7, 13), a saber, quienes se han identificado
piedras preciosas y perlas, que en una hora ha sido arruinada tanta con Cristo en la superación paciente de las tribulaciones, entrarán
riqueza!» (18, 16-17). Finalmente los marineros, en medio de enor- en la ciudad: «Dichosos los que laven sus túnicas, así podrán dis-
mes aspavientos y gestos desorbitados, sienten su ruina: «Se que- poner del árbol de la vida y entrarán por las puertas en la Ciudad»
daron a distancia y gritaban al ver la humareda de sus llamas: (22, 14). Los cristianos vencedores, es decir, quienes tratan con su
'¿Quién cómo la gran ciudad?'. Y echando polvo sobre sus cabe- vida de asemejarse a la vida de Cristo, apuntándose indeleblemen-
zas, gritaban llorando y lamentándose: '¡Ay, ay, la gran Ciudad, con te en su libro, ingresarán asimismo en la ciudad: «Nada profano en-
cuya opulencia se enriquecieron cuantos tenían las naves en el mar; trará en ella..., solamente los inscritos en el libro de la vida del Cor-
que en una hora ha sido arruinada!» (18, 17-19). Pero resulta en va- dero» (21, 27). En cambio, los cobardes, los que reniegan de su
no el canto de las plañideras. Babilonia es aniquilada sin remedio. condición cristiana, desertores en el combate de su fe, no podrán
Y cuando Babilonia haya sido arrasada, desaparecidos esos ce- entrar en la nueva Jerusalén: «Nada profano entrará en ella, ni los
tros-centros de poder asfixiantes e inhumanos, entonces, «después que cometen abominación y mentira» (21, 8). Ellos mismos se au-
de estas cosas» (19, 1), resuena, como contrapunto al lamento an- toexcluyen: «¡Fuera, los perros, los hechiceros, los impuros, los
terior, un aleluya que alcanza a los ciclos e inunda a los santos. asesinos, los idólatras, y todo el que ame y practique la mentira!»
Dios crea un ciclo nuevo y una tierra nueva, que sirva de platafor- (22, 15).
ma y horizonte ideal para el advenimiento de la nueva Jerusalén, la La nueva Jerusalén es la ciudad de los vencedores; en ella in-
esposa del Cordero la ciudad-paraíso de los hombres transforma- gresan para celebrar su victoria asociándose al gran vencedor del
dos, que vivirán y reinarán en la luz de Dios para siempre. Ap: Cristo, el Cordero invicto e invencible. Dentro de ella podrán
La presencia de la nueva Jerusalén es la respuesta, otorgada por festejar Cristo y los cristianos, en comunión inescindible, en col-
Dios, al vehemente grito de los mártires del Ap 6, 10: «¿Hasta mada recolección, la victoria final de la historia.
cuándo, Señor santo y verdadero vas a estar sin hacer justicia y sin Tan dichosa realidad, que se convierte en logro para la Iglesia
tomar venganza por nuestra sangre de los habitantes de la tierra?». consumada y expectativa para la Iglesia peregrina, aparece consig-
Y es también la contestación a la sangre derramada en Babilonia nada en las páginas de libro. Preciso es leer con detenimiento. Re-
(Ap 18, 24, que como la de Abel pide justicia desde la tierra, Gen sulta ilustrativo, en este punto crucial de entronque, recordar la
4, 10). Por la ruina de Babilonia, se alegra el cielo, y cuantos en él promesa de Cristo a la Iglesia de Filadelfia:
habitan: los santos, los apóstoles y los profetas, porque, al conde-
narla, Dios ha juzgado su causa (Ap 18, 20). Al vencedor lo haré columna en el templo de mi Dios y nunca más
Dios, como supremo Goel de la humanidad, no sólo venga la saldrá fuera; y escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nom-
bre de la nueva Jerusalén, que desciende del cielo de parte de mi
sangre de los suyos, sino que, como Padre, «Yo seré Dios para él, Dios, y mi nombre nuevo (Ap 3, 12)'2'.
y él será para mí hijo» (Ap 21,7), los hace hijos y miembros de su
familia en la nueva Jerusalén. En la primera parte, con denotativo lenguaje cultual —se habla
de «columna» y «templo»—, promete el Señor al cristiano una si-
tuación de privilegio, una permanencia estable -hacer de él co-
10. La nueva Jerusalén, la ciudad de los vencedores lumna o pilar— en el santuario, a saber, en el lugar más íntimo de
comunión con Dios. Lo que Ap refiere con un simbolismo sacro-li-
La ciudad déla nueva Jerusalén tiene doce puertas (21, 12), que túrgico, el cuarto evangelio lo declara sin ambages, mediante un
la protegen y al mismo tiempo la comunican con el exterior; pasar
por ellas no es un inalienable derecho adquirido por nadie; no se 121. Cf. para un desarrollo pormenorizado, entretejido de notas y testimonios bí-
abren o se cierran al antojo de cualquier peregrino que a la ciudad blicos y exírabfblicos, F. Contreras, El Señor de la Vida, 220-228.
258 La nueva Jerusalén Interpretación teológica 259

lenguaje intensamente personal: «Padre, quiero que donde yo esté, gresar. La firme esperanza en su destino glorioso —entrar en la nue-
estén también conmigo lo que tú me has dado» (Jn 17, 24). va Jerusalén— moviliza ahora las energías todas de su existencia
La promesa se amplía luego con una total consagración divina. que se verifican en un comportamiento digno de tal promesa.
Cristo le impondrá una tríada de nombres, que conciernen todos Puede afirmarse que no sólo este premio a la Iglesia vencedora
ellos al ámbito divino: el nombre de «mi» Dios, el de la «nueva Je- de Filadelfia, sino todos los premios asignados a cada una de las
rusalén» y «mi» nombre nuevo. Frente al deplorable hecho de la Iglesias del Ap, encuentran su cumplimiento en la nueva Jerusalén.
inscripción de un nombre sobre los cristianos infieles, que les hace Descubrir esta interconexión literario-teológica permite contem-
ser secuaces de la Bestia, idólatras (13, 1.6.8.16; 17, 3.5), aconte- plar a la Iglesia del Ap —y preciso es decir a la Iglesia cristiana de
ce un signo del todo positivo: Cristo escribe por tres veces —para todos los tiempos—, prevalentemente como una comunidad pere-
que de ningún modo se borre— una nomenclatura, mediante la cual grina que marcha con decisión rumbo a la meta escatológica que le
convierte al cristiano en pertenencia exclusiva de Dios122. aguarda: la nueva Jerusalén.
La promesa al cristiano vencedor está matizada por la presen- Veamos de cerca esta llamativa sintonía en Ap. Las siete cartas
cia, también tres veces reiterada, de la expresión «mi Dios». Con se encuentran en profunda correspondencia con la segunda parte
esta designación peculiar, Cristo permite entrar al cristiano en su del Ap —esencialmente, con la nueva Jerusalén— mediante el moti-
atmósfera íntima del Hijo. Por eso cuando dice que le impondrá su vo teológico del vencedor. Pueden espigarse estas referencias ex-
nombre nuevo (el nombre de Jesús en la escuela de Juan es ser Hi- plícitas, aquí y allá, por la extensa área del libro. Obsérvese con
jo; Jn 14, 13.26)123, quiere significar que le hará partícipe del don sorpresa tan estrecha interrelación
de su filiación.
El Señor asegura al creyente fiel el derecho de ciudadanía en la Al vencedor le daré a comer del Allí está el árbol de la vida que
nueva Jerusalén. El cristiano, urgido por tan magnífica promesa, árbol de la vida, que está en el da doce frutos (22, 2)
vive en la expectativa de convertirse un día en habitante de hecho paraíso de Dios (2, 7). ...para tener derecho sobre el ár-
de la ciudad santa. Esta es justamente descrita con las mismas pa- bol de la vida (22, 14).
labras —salvo el posesivo «mi» Dios— en el premio a la Iglesia de El vencedor no sufrirá daño de la Esta es la muerte segunda, el es-
Filadelfia y al final del libro. muerte segunda (2, 11). tanque de fuego (20, 14). En el
estanque encendido de fuego y
azufre, que es la muerte segunda
La nueva Jerusalén, La nueva Jerusalén, (21,8).
que desciende del cielo que desciende del cielo Al vencedor... le daré autoridad Y dio a luz un hijo varón, el cual
de junto a mi Dios (3, 12) de junto a Dios (21, 2). sobre las naciones y las pastorea- pastoreará a todas las naciones
xíjs xaivijg 'iEQovoaXefi 'IeQouoodqi xcuvíyv rá con cetro de hierro... y le daré con cetro de hierro (12, 5). Yo
í| xaTa|3aívouaa ex ion oíiQavoü xaxa(3aívoi)oav éx xov oíjQavoii la estrella de la mañana (2, 27- soy la estrella radiante de la
cura xov {reoü LIOU (3, 12) cmó xov fjeoíj (21, 2) 28). mañana (22, 16).
El vencedor será vestido de blan- Y se dio a cada uno una blanca
El cristiano aguardará confortado la irrupción de la ciudad, cu- cas vestiduras (3, 5). vestidura (6, 11). Estaban de pie
yo arquitecto es Dios y a la que gratuitamente le es garantizado in- delante de trono y del Cordero,
vestidos de blancas vestiduras (7,
122. «El escribir un nombre sobre alguien... expresa la pertenencia, aquí a Dios y
9).
su ciudad; concede el derecho de ciudadanía en ella» (E. Lohmeyer, Die Offenbarung Al vencedor lo haré columna en Y vi la ciudad santa, la nueva
des Juhannes, 37). el templo de mi Dios... y escribi- Jerusalén, que descendía del cie-
123. Cf. J. Howton, Son of God in the fourth Gospei. NTS 10 (1963-1964) 227-
237; T. E. Clarke, The Son of the Living God: Way 8 (1968) 97-105; W. H. Cadman,
ré sobre él el nombre de mi Dios lo de parte de Dios (21, 2).
The open Heaven. The Revelation of God in the Johannine sayings of Jesús, Oxford y el nombre de la ciudad de mi
1969. Dios, la nueva Jerusalén, que
260 La nueva Je rus alen Interpretación teológica 261

desciende del cielo de parte de talmente, el vixáoo prometido no es otro que el vixáa) de Cristo:
mi Dios (3, 12). una participación de los cristianos en la egregia victoria de Cristo,
Al vencedor le daré sentarse con- Y dijo el que está sentado en el el Señor126. El es el Cordero degollado, pero de pie (muerto y resu-
migo en mi trono, como yo he trono: he aquí que hago nuevas citado); por tanto, vencedor supremo (Ap 5, 6). Los cristianos son
vencido y me he sentado con mi todas las cosas (21, 5). asimismo vencedores porque han lavado y blanqueado sus túnicas
Padre en su trono (3, 21). en la sangre del Cordero; han participado plenamente del misterio
pascual de Jesús (7, 14). Han pasado el mar amargo de las tribula-
Estos paralelismos muestran que el motivo teológico del ven- ciones, y están de pie, entonando con arpas divinas el canto victo-
cedor se halla presente en todo el Ap, pero especialmente concen- rioso del Cordero (15, 2-3).
trado en la primera parte —cartas a las Iglesias—, y en la parte final Detrás de Cristo, Señor de Señores y Rey de Reyes, marcha la
o consumación. Mediante esta conexión pretende el Señor mante- tropa de los cristianos, que son «los llamados, elegidos y fieles»
ner a la Iglesia en estado de tensión expectante. La firme esperan- (17, 14). Leyendo con atención la escritura de estas tres palabras
za de la victoria final actúa de resorte literario y de acicate que pro- griegas (X^.T]TOÍ, EX^EXTOL, motoi) con que la tropa es designada,
voca en la vida de la Iglesia una respuesta de fidelidad. El Ap ínte- aparece —igual que un criptograma— el nombre dinámico de la
gro queda bañado con esta esperanza; puede legítimamente hablar- Iglesia, 'ExxX.T]oía, a saber, la «convocación de los fieles», que si-
se de una comunidad en trance de victoria, a saber; la Iglesia del guen a Cristo peleando el combate de la fe.
Ap es una Iglesia vencedora124. Esta victoria descansa en la palabra En pos de Cristo, el jinete vencedor que monta el blanco corcel
del Señor y en su misterio pascual. («Miré entonces y había un caballo blanco; el que lo montaba te-
Ap muestra en la historia de la Iglesia el cumplimiento de la pa- nía un arco; se le dio una corona, y salió como vencedor para se-
labra consoladora de Jesús a los discípulos, sometidos a todo tipo guir venciendo» Ap 6, 2), marchan los cristianos —vencedores tam-
de tribulación: «¡Animo!, yo he vencido al mundo» (Jn 16, 33); la bién— subidos en blancos caballos (19, 14). A través del simbolis-
desarrolla por su amplitud numérica y por su presencia cualifica- mo cromático (el blanco) y teriomórfico (el caballo), se puede es-
da125. tablecer la cercanía entre los vencedores; pues ambos, Cristo y los
Cristo es el vencedor absoluto. El verbo «vencer» (vixáco) tie- cristianos, son sujetos revestidos de idénticas atribuciones. Cristo
ne el carácter de promesa; es un término escatológico. Fundamen- resultará definitivamente vencedor con la victoria de la Iglesia; es-
te triunfo eclesial significa llevar a sus últimas consecuencias la
primordial victoria de su Señor. Entonces acontecerá la renovación
124. Esta interconexión literaria del «vencedor» señala que «la primera y la últi- mesiánica, el génesis recreado desde Cristo (21, 5), la total consu-
ma unidad del Apocalipsis se corresponden entre ellas como promesa y cumplimien-
to» (E. Schüssler-Fiorenza, Composition and Structure of the Book of Revelation: mación y comunión de Dios con los hombres.
CBQ 39 [1977] 364). Más prudentemente U. Vanni (La struttura ¡eneraría dell'Apo- La victoria de Cristo, conseguida con la victoria de la Iglesia,
calisse, 364) alude a una continuidad genérica, sin que se encuentren razones para ha- significa ya la participación de la vida divina en la nueva Jerusa-
blar de una correspondencia organizada. Demasiado genérico e impreciso, en cambio,
se muestra N. W. Lund, Chiasmus in the New Testament, Chapel Hill 1942, 343-355, lén, contemplada como esposa radiante (plenitud de vida personal:
enseñando que las siete cartas hacen alusión a los siete ángeles de Ap 17, 1-22. Las 19, 7-10; 21, 20) y finalmente como ciudad perfecta (plenitud de
cartas se presentan a manera de un resumen concentrado, una especie de miniatura del vida social: 21-22, 16). La Iglesia es vista, simbólicamente, como
Ap en estilo prosaico; pues contienen todos los temas teológicos de la obra: juicio (2, la ciudad de la victoria —en ella se realizan todas las promesas de
5), salvación (2, 10), adoración (1, 7; 2, 13), eucaristía (3, 20), ataque del enemigo (2,
10), martirio (2, 13), incluso la venida de Jesús (2, 5; 2, 16; 3, 3) y la nueva Jerusalén victoria antes anunciadas: 21,5; 22, 2.14.16—, la nueva Jerusalén,
(3, 12) (The Apocalipsis ofJohn as oral Interpretation, 247). Defienden, sin entrar en que se va construyendo con los materiales de las tribulaciones pa-
matizaciones, la relación con el resto del Ap: I. Schuster, La Chiesa e le sette ciñese decidas en nombre de Cristo, durante el tiempo «intermedio» de la
apocalittiche: ScC 81 (1953) 217-23; F. Hoyos, La carta común a las siete Iglesias: historia, pero cuya terminación última acontecerá como don exclu-
RBiCalz 83 (1957) 18-22.
sivo de Dios (21, 2).
125. Ap es el libro que más utiliza el verbo «vencer» vixáco (16x); de los otros es-
critos joánicos: Jn (1 x) y 1 Jn (6x). Los restantes libros neotestamentarios sólo lo men-
cionan: Le (lx) y Rom (2x). 126. Cf. D. Bauerfeind, vtxáw, en TWNT IV, 944.
262 La nueva Jerusalén
Interpretación teológica 263
11. La nueva Jerusalén, la esposa del Cordero
(1) éxoifiátiou (19, 7) >
Ap habla de la prometida/esposa del Cordero en tres pasajes si- (2) é-couiáííü) — xoouiü) (21, 2) >
tuados en la parte final del libro127. Primero, en un entorno que se (3) >XOOLIÉCÜ (21, 9).
refiere por entero a la ciudad de Babilonia (19, 7-8); después me-
diante dos fragmentos (21, 2.9-10), rodeados de alusiones a la ciu- El primer pasaje constituye (19, 7-8) el punto final de la doxo-
dad de Jerusalén128. Por ello es preferible —desde la metodología de logía (19, 1-8), que celebra la destrucción del mal, representado en
esta parte esencialmente conclusiva— agrupar los tres párrafos re- el drama de la gran Babilonia (18, 1-24). Tras la ruina de tanta
ferentes al tema de la prometida/esposa, y que guardan relación opresión, Ap festeja el definitivo triunfo del bien. Lo hace con in-
con la ciudad de la nueva Jerusalén o su antípoda. Los tres pasajes tensidad, de forma pleonástica, mediante la reiteración de tres ac-
son de capital importancia para entender a la nueva Jerusalén bajo ciones jubilosas: «Alegrémonos, regocijémonos, démosle gracias»
una nueva luz129. (v. 7).
Hay que notar una peculiaridad expresiva de este lenguaje. La
1. «Han llegado las bodas del Cordero, y su 'esposa' (yuvr|) 'se ha secuencia de Ap 19, 7 «alegrémonos y regocijémonos... porque»
preparado' (íJTOÍ|iao£v écu>TÍ]v), 'se le ha concedido' (éSofh) (XaÍQ(D|.i£V xod áYaM.iü>|.i£V... OTI), es del todo similar a Mt 5, 12,
aíiTi)) vestirse de lino, resplandeciente y puro. El lino son 'las pronunciada por Jesús a propósito de la última bienaventuranza,
buenas acciones', xa (óixaicüfiaxa) de los santos» (Ap 19, 7-8). pues habrá gran gozo en el cielo para los cristianos perseguidos:
2. «Y vi la ciudad santa de Jerusalén que descendía del ciclo, de «alegraos y regocijaos, porque» (XOÚQETE xod áyocXAiáoOri ótt Mt
parte de Dios, 'preparada' (í]tomao[i£VT]v) 'como una esposa' 5, 12); y también a las menciones de algunos salmos festivos que
(cbg víiLicpTiv) 'que se ha adornado' (XEXOOUÍVTIV) para su espo- ensalzan las acciones de Dios: 97, 1; 118, 24. El motivo fundante,
so» (Ap21, 2). según Ap 19, para la irrupción de tanto gozo es que se ha estable-
cido el reinado de nuestro Dios (v. 6) o, dicho en lenguaje nupcial,
3. «Mira, te 'mostraré' (6eí^co) 'la prometida' (TI'IV vúu.(priv), i a han llegado las bodas del Cordero (v. 7).
esposa' (xí]v y w a í x a ) del Cordero. Y me llevó a un monte La esposa del Cordero, que es la comunidad cristiana, se ha pre-
grande y elevado. Y me 'mostró' (E&EI^EV) la ciudad santa de parado. Se trata de una acción activa, refleja: «ella a sí misma se ha
Jerusalén que descendía del cielo, de parte de Dios» (Ap 21,9- preparado» (i]TOLtiaoev ecunriv). También se añade que le ha sido
10). dado por Dios (E5O$TI amíj —en pasiva divina—) vestirse de lino.
En los tres fragmentos se da una gradación, hábilmente encade- Aquí se insinúa una doble modalidad. En primer lugar, la actividad
nada por el autor conforme a la aparición del verbo. En el primero se refiere a una preparación, a un embellecimiento, hecho por la
la esposa se prepara; en el segundo la esposa se prepara y se ador- misma Iglesia. Luego se insiste en que el definitivo vestido de bo-
na; en el tercero la esposa se adorna. La acción, registrada en cada das le es concedido gratuitamente por Dios. Esas vestiduras res-
pasaje, pasa a ser constitutivo del siguiente, formando toda una se- plandecientes y puras son regalo de Dios. Y para que el simbolis-
rie organizada de acciones consecuentes. Véase dicha imbricación, mo deslumbrante no extravíe al lector del Ap, se indica claramen-
conforme al verbo griego, que hace de sutura unitiva. te que tales vestiduras son las acciones justas, «las obras buenas»
(tá óixauóuOTOt) de los santos que forman la Iglesia. Con una vi-
da de conversión (primer momento), del todo purificada por Dios
127. Cf. A. Feuillet, Visión de conjunto de la mística nupcial en el Ap: Scripta (segundo requerimiento), la Iglesia está ya pronta para la celebra-
Theologica 18 (1988), 407-431. ción de las bodas.
128. Algunos comentadores han manifestado que estas dos referencias, en especial
21, 9-10, pueden ser redaccionales; se trataría de glosas, tardíamente incorporadas al Hay que matizar diciendo que este canto de la doxología cele-
texto primitivo de Ap; W. Bousset, Die Offenbarung Johannis, 446; R. H. Charles, A bra los desposorios de una manera proléptica; porque el definitivo
Critica! and Exegetical Commentary on the Revelarían ofSt. John II, 156. encuentro nupcial aún no ha llegado.
129. En esta perspectiva, de mirada panorámica sobre los tres pasajes apocalípti-
cos, seguimos, creemos que con acierto, a J. Fekkes, 'His Bride has prepared herself:
Revelation 19-21 and Isaian Nuptial lmagery: JBL 109/2 (1990) 269-287.
264 La nueva Jerusalén Interpretación teológica 265

La influencia del profeta Isaías resulta patente130. consoladamente la pérdida de su hijo, muerto en la noche de bodas.
Durante la visión apocalíptica desaparece de improviso la mujer y,
Con gozo me gozaré en Yahvé, exulta mi alma en Dios, porque me en su lugar, se levanta una ciudad de gran esplendor y magnitud.
ha revestido de ropas de salvación, con manto de justicia me ha en- Los pasajes anteriormente citados de Ap están influenciados por
vuelto como el esposo se pone una diadema, como la esposa se los profetas, extrañamente puede aplicársele, en estos casos, una
adorna con sus joyas (61, 10). dependencia directa de los escritos apocalípticos. Y ello debido a
una doble razón. En 4 Esdras 10, 27 se habla de una madre, no de
Se encuentran los motivos recurrentes del gozo, las nupcias, el esposa; por otra parte, la visión es de duelo, lo que contrasta con la
vestido de salvación, que es la justicia: la esposa ha sido prepara- escena de triunfo y alegría presente en Ap 19, 9; 21, 2.9.
da (éxoipá^íü), adornada (xoo|.iéü)), regalada (éóófrij axiifl) por La imagen de unos desposorios entre el Mesías y Jerusalén (que
Dios. El pueblo de Dios como mujer/esposa (YUVIÍ, vúitcpr|) apare- asumiría la figura simbólica de mujer, para que pueda verificarse
ce también descrito en Is 62, 4-5131. dicho matrimonio sacro) no está atestiguada en el judaismo, a pe-
En los dos últimos pasajes de Ap existe una mutua metamorfo- sar de que incluso los tiempos mesiánicos han sido frecuentemen-
sis entre ciudad y esposa. En Ap 21, 2 Juan contempla la ciudad, y te descritos como unas nupcias135.
añade, contra toda verosimilitud, pensando más desde su visión te- En el segundo fragmento (Ap 21, 9-10), se dice rotundamente
ológica que gráfica, que la ciudad estaba preparada como una es- que la prometida o novia ya se ha convertido en esposa. Ha pasa-
posa. En Ap 21, 9-10 el cambio resulta aún más drástico. El ángel do el tiempo de la purificación, de la larga espera; ya ha sido pre-
intérprete le asegura que le va a mostrar la esposa del Cordero, y lo parada por Dios. Para dar énfasis a esta fuerza transformadora de
que en verdad le muestra (el mismo verbo se emplea para la pro- Dios aparecen dos verbos en pasiva. El primero, «preparada»
mesa de ver y la acción de «mostrar» — ÓEÍXVVLU—) es la ciudad san- (í]TOu,iaoiiévTiv), y el segundo, «adornada» (xexoatiévT]v). Ambos
ta de Jerusalén (¡). En ambos pasajes se registra un deslizamiento están en participio de perfecto, de donde resulta que la acción de
visual entrecruzado: en Ap 21, 2, la referencia va desde la ciudad a Dios operada en la Iglesia tiene una validez perfecta en cuanto a la
esposa; en Ap 21, 9-10, viceversa. dignidad de esa preparación, y en cuanto a su duración eterna, que
El trueque entre la imagen de la mujer y la ciudad, es un tema no conocerá en el rostro de la Iglesia las arrugas del tiempo.
que aparece en la Biblia (Ez 16, 11-13; cf. Is 54, 60; Ez 40; 48) y En este pasaje la visión de la esposa no está del todo perfilada.
asimismo en la literatura apocalíptica (4 Esdras 7, 38; 8, 27; 10, Juan contempla sin nitidez plena y su escritura delata una cierta ge-
27)132 y, en fin, resulta una constante dentro del patrimonio de la li- neralización. No dice claramente la esposa, sino «como esposa»
teratura universal133. ((1)5 vúpcpTr/). Tampoco precisa de quién es esposa; añade vaga-
El pasaje más invocado es 4 Esdras 10, 27134. Pero, leyendo de- mente —y tal añadido es obvio, redundante—, «para su esposo» (t<I>
tenidamente su contenido, hay que decir que no resulta tan acerta- ávSoí).
da la asignación. En dicho texto aparece una mujer llorando des- El último pasaje (Ap 21, 9-10) sacará al lector de su estado de
imprecisa perplejidad; pues manifiesta que la prometida es ya la
130. Cf. P. van Bergen, Dans ¡'atiente de la nouvelle Jerusalem: LumVie 45
(1959). esposa del Cordero. A través de referencias veladas o pleonásticas,
131. Cf. J. Fekkes, 'His Bride has prepared herself: Revelation 19-21 and Isaian se llega por fin a contemplar la realidad íntima de la Iglesia: ser la
Nuptial lmagery, 277-287. esposa del Cordero. A él le pertenece y a su único esposo, Cristo,
132. Cf. H. Kraft, Die Offenbarung des Johannes, 267. está consagrada. Su belleza consiste en ser la esposa digna, sin ta-
133. Como una válida muestra recuérdese el conocido «Romance de Abenámar»,
en donde la ciudad —Granada, mi tierra- es interpelada con evidente lenjuaje denota-
cha, del Cordero; la esposa que Cristo se ha adquirido con el sacri-
tivo de amor nupcial: «Si tú quisieses. Granada, /contigo me casaría; / daréte en arras ficio de su sangre y al precio de su amor generoso.
y dote / a Córdoba y a Sevilla. / —Casada soy, rey Don Juan, / casada soy, que no viu-
da» {El Romancero viejo, Madrid '" 1991, 61). 135. Cf. H. L. Strack-P. Billerbeck, Kommentar zum Neuen Testament aus Talmud
134. Asi ha sido considerado por parte de P. Prigent, L'Apocalypse de saint Jean, und Midrasch I, 517-518; M. Bogaert, Les Apocalypses contemporaines, en J. Lam-
327: «Para la visión del bajo-judaismo hay que referirse sobre todo a la visión de 4 brecht (ed.), L'Apocalypse johannique et l'Apocalyptique dans le Nouveau Testament,
Esdras 10». Gembloux 1980, 65.
266 La nueva Jerusalén Interpretación teológica 267

Esta cadena simbólica, entretejida de menciones nupciales y de ser contemplados a la luz de otra dimensión trascendente, que
alusiones esponsalicias (toda una secuencia lexicográfica, que ha- va allende las apariencias contingentes que se pormenorizan en la
bla de «bodas», «vestido de bodas», «preparación», «prometida», historia concreta140. Aunque Asenet es la prometida de José, sin em-
«esposa»), posee cabalmente un sentido eclesial, no es vana guir- bargo, ella —como tipo representativo de todo un pueblo, fiel a la
nalda de hermosas metáforas. La nueva Jerusalén, de la que Juan Alianza— se adorna «como novia de Dios» (4, 2).
está hablando, ciudad construida con gran profusión de piedras y Acudiendo al simbolismo que nos interesa, se recuerda que la
de medidas colosales, no se encierra en la frialdad de sus muros o prometida de José, Asenet, se prepara para el banquete con su pro-
se complace en el virtuosismo de su pedrería. Es una ciudad no he- metido. El acto de vestirse «reviste» toda una secuencia narrativa,
cha sólo con piedras preciosas, sino que alberga en su interior sen- llena de colorido y dinamismo; un parsimonioso ceremonial de be-
timientos. Es una ciudad, donde habitan personas, que se saben lleza se despliega ante los ojos del lector. Hay que notar cómo se
amadas por Cristo, y responden asimismo con la fidelidad de su insiste en la profusión de perlas preciosas. Desde aquí puede en-
amor; tal como acontece en una relación esponsalicia. tenderse mejor, según la mentalidad judía/oriental de la época, el
Resulta revelador, en este momento de nuestra indagación del paso de esposa a ciudad; lo mismo que una esposa se adorna con
símbolo nupcial, rescatar del olvido —ningún autor lo destaca— un joyas, la nueva Jerusalén —que es en su realidad sustancial más ple-
precioso paralelismo. na la esposa del Cordero— también se engalana profusamente con
Se trata de una novela piadosa judía, llamada «José y Asenet», las mejores piedras preciosas. Hay que añadir que no se trata de un
que narra los amores y boda entre dos protagonistas enfrentados gesto de simulacro, de un pagano y externo adorno esteticista. Ase-
por sus respectivas creencias: un judío (José) y una mujer egipcia net aparece —no olvidar este registro que esclarece la visión de la
(Asenet)136. Fue escrita hacia el final del primer siglo de nuestra nueva Jerusalén como esposa— revistiéndose con sus más preciadas
era, por tanto, contemporánea del Ap137; e incluso —se ha conjetu- joyas, su rostro destella en belleza como el refulgir de un diaman-
rado no sin fundamento—, está provista de interpolaciones cristia- te, porque va a encontrarse con su prometido —clara premonición
nas138. Este escrito muestra llamativamente, aun a despecho del esponsalicia— y porque ya se ha convertido al amor y al Dios ver-
sentir de la época, un espíritu no de cerrazón, sino de apertura a dadero.
otros pueblos y mentalidades —acorde con la teología profunda de
Ap—; y celebra la grandeza de la conversión a la fe139. Además, co- Asenet llamó al mayordomo y le ordenó:
mo toda gran obra literaria que de ello se precia, se sustenta de ca- —Prepárame un buen banquete, porque José, el fuerte de Dios vie-
racteres paradigmáticos, ejemplares; los personajes son proclives ne hoy a nuestra casa.
Entró Asenet en su alcoba, abrió su cofre y sacó su traje, el prime-
ro, brillante como un relámpago, y se lo puso. Se ciñó un cinturón
136. Cf. M. Philonenko, Joseph et Asénelh. Introduction. Texte critique. Traduc- refulgente, regio, hecho con piedras preciosas. Colocó alrededor
tion et Notes, Leiden 1968. El autor propone, en su monumental estudio filológico, en-
riquecido con abundantes paralelos en la literatura religiosa helenista, este título: Con-
de sus manos unas pulseras de oro y en sus piernas unos calzones
fesión y plegaria de Asenet, la hija del sacerdote Pentefrés. dorados, y un preciado collar en su cuello, y en torno a su cabeza
137. Se insiste en la coetaneidad de estos escritos, debido a la similitud entre el una corona de oro, en cuya parte delantera había piedras de gran
banquete de purificación y la sorprendente semejanza de algunos párrafos. Cf. K. G. valor (18, 2-5)141.
Kuhn, The Lord's Super ant the Communal Meal at Qumram, en K. Stendahl, The
Scrolls ant the New Testament, London 1958, 76. Descodificado el simbolismo nupcial en los tres pasajes apoca-
138. Asi lo ha defendido T. Holtz, Christliche Interpolationen in Joseph und Ase- lípticos reseñados (19, 7-8; 21, 2; 21, 9-10), quiere decirse que la
neth: NTS 14 (1967-1968) 482-497.
139. Cf. M. Pérez Fernández, La apertura a los gentiles en el judaismo intertesta-
nueva Jerusalén es una personalidad corporativa -«una esposa»— o
mentario: EstBib 43 (1983) 93-98. El autor reivindica estos dos aspectos fudamenta-
les de la obra: la conversión y la apertura: «La concepción clave que sostiene toda la 140. Para encontrar los más diversos referentes en su aplicación simbólica, cf. P.
novela es la referida a la conversión... Importa aquí la actitud de apertura, de ofreci- Riessler, Joseph und Aseneth. Eine altjüdische Erzahlung: ThQ 103 (1922) 1-22; 145-
miento absolutamente abierto. La Alianza está comprometida no en términos de sepa- 183.
ración, la elección no es exclusiva, el pueblo de los hijos de Dios no está cerrado» 141. José y Asenet (traducción por R. Martínez-A. Pinero), en A. Diez Macho
(ibid., 93-94). (ed.), Apócrifos del antiguo testamento III, Madrid 1982, 227.
268 La nueva Jerusalén Interpretación teológica 269

una asamblea que está compuesta de personas, que viven para el pecados» (Ap 1, 5)146. El Ap, como libro que registra una historia
amor. La esposa es palabra transida de profundo y entrañable sim- de amor entre Cristo y la Iglesia, cuenta cómo ésta se ha ido puri-
bolismo a lo largo de toda la revelación bíblica, tanto en el anti- ficando mediante la escucha atenta de la palabra de su Señor (2-3),
guo142 como en el nuevo testamento, designando respectivamente a el compartir de las grandes tribulaciones (7), y la participación en
la comunidad de Israel y a la Iglesia de Cristo. su testimonio (11). A lo largo de esta aventura apocalíptica, la co-
Las «nupcias sagradas» (70:1.105) en donde el Mesías aparece co- munidad cristiana no ha desfallecido en su amor primero, a excep-
mo «esposo» (aunque Ap no utiliza esta palabra referida a Cristo) ción de algunos de sus miembros, que prefirieron los amoríos de la
aparecen principalmente en estos pasajes del nuevo testamento: Mt gran cortesana (17) y los hechizos de Babilonia (18). Hacia el final
22, 1-13; 25, 1-3 (cf. Me 2, 19-20 y par); Jn 3, 29; 2 Cor 11, 2; Ef de la historia desea vivamente el encuentro con su Señor. La Igle-
5, 22143. sia no puede olvidar que su Señor la ha rescatado, la ha adquirido
La «esposa» designa al pueblo de Dios, situado en la órbita para sí y la ha hecho digna, dando la vida por ella. Cristo, el espo-
amorosa de la alianza divina, y que en la plenitud de la revelación so de la Iglesia, es el Cordero degollado (5, 6.12). Su amor por ella
se convertirá ya en la «esposa de Cristo», quien la desposará dan- se ha evidenciado mediante la ofrenda de su sangre derramada; «la
do la vida por ella. Con palabras inspiradas en Ap el concilio Vati- ha comprado con su sangre» (5, 9). Por ello, la Iglesia recuerda que
cano II ha descrito la situación presente de la Iglesia: las bodas que va a celebrar son, en su más genuino sentido, «bodas
de sangre». Ante tanto amor de su Señor, la Iglesia no quiere sino
Caminando la Iglesia a través de la desgracia y la tribulación, se ve unirse con él. De ahí el grito vehemente que la Iglesia, llena ya del
confortada con el poder de la gracia de Dios, que le prometió el Se- Espíritu, al unísono con él, incesantemente, le dirige. «El Espíritu
ñor, para que en la debilidad de la carne no desfallezca de la fide- y la esposa dicen: ¡Ven!» (22, 17)147.
lidad perfecta, sino que permanezca como una esposa fiel a su Se- No olvidemos en este contexto esponsalicio, dibujar un detalle
ñor, para que movida por el Espíritu santo nunca deje de renovar- final. Como contempla la Iglesia peregrina a la nueva Jerusalén
se, hasta que por la cruz llegue a la luz sin ocaso144. —para acrecentar su esperanza—, de igual modo mira a María, la
Virgen Inmaculada, llena de gracia, uno de sus miembros —y al
La esposa del Ap, a saber, la comunidad cristiana, vive en si- mismo tiempo—, su modelo de consagración y de glorificación,
tuación de nupcias, en ese trance indecible que se refiere a un amor plenitud de alianza personal entre Dios y la humanidad:
personal y que busca una respuesta de fidelidad a su Señor. Está
desposada con un solo esposo, el Cordero. Y este esposo es Cristo, En la santísima Virgen la Iglesia ya ha alcanzado esa perfección,
quien vive solícito para colmar las ansias de su esposa. La Iglesia por lo cual ella existe sin mancha ni arruga148.
se sabe amada cada día por Cristo'45. Por eso lo invoca de esta ma-
nera: «Al que nos ama y nos ha liberado con su sangre de nuestros
12. La nueva Jerusalén y la universalidad de la salvación
142. Cf. V. Dellagiacoma, Israele, Sposa di Dio, Roma 1956; A. Ncher, Le sym- Ap insiste de manera martilleante en la universalidad de la sal-
bolysme conjugal, expression de l'histoire dans VAT: RHPR 34 (1954) 30-49; R. M.
Serra, Ensayo de estudio de la terminología hebrea del amor de Dios en el libro del vación. No se cansa de repetirlo, no abdica de este énfasis, y lo
Deuteronomio y en los profetas Amos, Oseas Isaías, Jeremías y Ezequiel, Roma 1977. acentúa especialmente en los últimos capítulos. La nueva Jerusalén
143. Cf. H. A. A. Kennedy, The New Testament Metaphor ofthe Messianic Bridal. está formada por todas las naciones; constituye no sólo la plenitud
ExpTim 11 (1916) 106-118; C. Chavasse, The Bride of Christ. An Enquiry into the
Nuptial Element in Early Christianity, London 1940; J. Comblin, L'Homme retrouvé:
la rencontre del'époux et del'épouse: AssSeg 29 (1970) 39-42; R. Batey, New Testa- 146. También se admite la lectura de Xovaavxi «nos ha lavado», cuya versión,
ment Nuptial Imagery, Leiden 1971. atestiguada por P y algunos unciales, añadiría un matiz de preparación en este simbo-
144. Lumen gentium, II, 9. lismo nupcial.
145. Debido a la fuerza del participo de presente «que nos ama» (xw áyajTCOVTt 147. Para la significación de la esposa, como personificación del pueblo (AT) e
T||iag), en contraste con los otros verbos adyacentes, conjugados en tiempos del pasa- Iglesia (NT), y especialmente en el Ap, cf. F. Contreras, El Espíritu en el libro del
do, aoristo: «nos ha liberado» (WiaavTt fpag), «nos ha hecho» (EJIOHIOEV f|¡ictg). Cf. Apocalipsis, 150-169; U. Vanni, L'Apocalisse. Ermeneutica, esegesi, teología, 382.
más abajo el texto completo. 148. Lumen gentium, VIII, 65.
270 La nueva Jerusalén Interpretación teológica 271

de la Iglesia, sino la esperanza de la íntegra humanidad. Ya se ha En la nueva Jerusalén converge el verdadero Israel. Están ins-
visto, incluso con pormenorizada atención pues este t e m a capital critos los nombres de las doce tribus (21, 12) y, asimismo, los nom-
así lo requería, cada uno de los pasajes que hablan de la universa- bres de los doce apóstoles del Cordero (21, 14). También se ha vis-
lidad. Ahora nos esmeramos en ofrecer con sobriedad u n a síntesis to cómo en la descripción de la ciudad, abunda la mención de la ci-
recapituladora. fra doce y los múltiplos aritméticos del número doce: la nueva Je-
La voz autorizada, justamente la que emerge del trono, declara rusalén tiene doce puertas (Ap 21, 12-13); sus cimientos están he-
ante la aparición de la nueva Jerusalén: «He aquí la morada de Dios chos de doce piedras preciosas (Ap 21, 19-21); su muralla mide
con los nombres y morará entre ellos» (Ap 21, 3a). Esta morada o ciento cuarenta y cuatro codos (Ap 21, 17). Esta frecuencia cuan-
tienda, que antaño Dios puso entre su pueblo elegido, ahora se titativa resulta elocuente desde su simbolismo apocalíptico. Pre-
planta «en medio de los hombres» (iietá x&v áv-frocDJTOJv). La de- tende evidenciar que el designio de la salvación, hecho posible por
claración se torna más reveladora, adquiere vuelos de mayor am- la existencia del pueblo de Israel y la Iglesia, plenamente culmina
plitud, cuando reparamos en la construcción lexicográfica utiliza- en la nueva Jerusalén.
da en Ap 21, 3. El vocablo «hombres» (áv&QÚJioi), aquí emplea- Esta posee una larga historia, saturada con la mejor aportación
do con plena conciencia, designa en Ap no a una porción o resto, del antiguo y del nuevo testamento, que aquí se realiza. A saber, sus
sino a toda la humanidad. Esta equivalencia puede verificarse le- cimientos son muy hondos; no es una ciudad edificada de manera
yendo los siguientes pasajes: 8, 11; 9, 6; 10, 15.18.20; 1 3 , 13; 14, improvisada sobre una tierra de nadie; su origen se remonta a muy
4; 16, 8.9.21. lejos, viene desde el inicio de la historia de la salvación, que ha ido
Además, aun a conciencia de estar resquebrajando el uso habi- madurando hasta hacer realidad el proyecto de construcción de
tual del lenguaje bíblico, sancionado por los escritos d e l antiguo Dios sobre este mundo: que se levanten los inquebrantables muros
testamento, respecto a las formulaciones de la alianza, A p insiste de la ciudad de Dios y de los hombres.
en que el referente no es ya un solo pueblo, sino los pueblos, todos Pero —aquí reside otra novedad radical, expresada en Ap 21, 24-
los pueblos. 26— no es la nueva Jerusalén una ciudad cerrada dentro de sus mu-
Utiliza un lenguaje desconcertante: «Y ellos serán sus pueblos, rallas sino abierta por los flancos de sus doce puertas. Y estas puer-
y él mismo, Dios con ellos, será su Dios (Ap 21, 3b). Y a estudia- tas —apunta el texto— «no cerrarán, pues allí no habrá noche» (Ap
mos la complejidad de este retorcido hemistiquio y pudimos ex- 21, 25; expresión que aparece en el contexto referido a las nacio-
traer las enormes consecuencias de su contenido salvífico. Ap no nes). Todas las naciones suben a ella y forman parte de sus habi-
emplea, en la nueva designación de la alianza, el plural «naciones» tantes legítimos; llevan «la gloria y el honor» (6óí;av xcd Tiiii]v;
(eftvri), que aparece con frecuencia en el libro (2, 26; 11, 18; 12, 5; 21, 26). El privilegio de ser ciudadanos de derecho (jtoXíxEuiia) en
14, 8; 15, 3-4; 18, 3.23; 19, 15; 20, 3), sino el término técnico que la nueva Jerusalén, es compartido por todos los pueblos.
la Biblia adopta para señalar el pueblo elegido, «pueblo» (taxóc,; cf. Esta procesión universal forma un doble contraste, según seña-
Ez 37, 27) y éste, aun en contra del empleo sacro de la alianza, lo la Ap 21, 24-26, que no quiere que nos acostumbremos al uso con-
declina en plural: no es ya un «pueblo» (kaóc¡), sino los «pueblos» vencional del lenguaje, aunque sea de tipo religioso o bíblico. Pri-
()taoí). Así, de manera harto escandalosa, Ap sigue rompiendo to- mero corrige a su fuente inspirativa, el profeta Isaías, que hablaba
da la inercia del tiempo y del uso de la formulación bíblica. El de un tributo de vasallaje de las naciones (60, 5-10). Ap precisa que
mensaje de Ap quiere ser diáfano: la alianza de Dios, que antaño se las naciones ahora entran por las puertas en la ciudad con el mis-
reservaba para un solo pueblo, se extiende ya a todos pueblos, mo derecho que los cristianos fieles (Ap 2, 14). En segundo lugar,
abrazándolos en el misterio universal de su elección divina. Ahora se señala un antagonismo con Babilonia, la que explotaba a otros
todas las naciones de la tierra participan en los privilegios del an- pueblos mediante un sistema comercial corrompido (18, 11-14).
tiguo pueblo; quedan convertidas en el genuino pueblo/s d e Dios149. Jerusalén es ya ahora un centro de convivencia, no una ciudad de
mercado.
Se trata del cumplimiento de la historia universal. El aniquila-
149. Cf. R. Bauckham, The Theology ofthe Book of Revelation, Cambridge 1993,
137.
miento de las naciones narrada en los capítulos 19 y 20 de Ap, pro-
272 La nueva Jerusalén Interpretación teológica 273

baba la separación absoluta entre el mundo antiguo y el mundo amasado con tribulaciones y lágrimas, siempre resulta fecundo; no
nuevo. La peregrinación de las naciones muestra en todo su es- perecerá jamás, lisia persistencia inmortal de cuanto es noble, y
plendor la reunión universal en la nueva Jerusalén150. con nobleza se hace, cuya práctica inculcaba el apóstol Pablo a sus
Las naciones, según la óptica de Ap, ofrecen lo mejor que tie- cristianos y que certifica el concilio Vaticano II, se encuentra asi-
nen, y reconocen que esta «gloria y honor» pertenece a Dios. Así mismo registrado en el Ap, aunque con el revestimiento del sím-
queda reflejado en el uso que Ap hace de este binomio, cuya pre- bolo apocalíptico. El libro asegura que los cristianos que mueren
sencia se ubica en las doxologías que tributa la asamblea litúrgica. en el Señor serán dichosos, cesarán de sus fatigas; y sus obras, a
Los cuatro vivientes y los veinticuatro ancianos adoran a Dios, sen- saber, cuanto han hecho de bueno y noble, de paciente y testimo-
tado sobre el trono, y le aclaman, pues es digno de recibir la «glo- niante (cf. contexto próximo: Ap 14, 12) no se perderán en la más
ria y el honor» (4, í 1). Miríadas de ángeles aclaman al Cordero, vana esterilidad. «Sus obras —asegura la voz del Espíritu— les
pues es digno de recibir «el honor y la gloria» (5, 12.13). Todos los acompañan» (Ap 14, 13). Asimismo las obras justas de los cristia-
ángeles se postran delante del trono y adoran a Dios, pues a él co- nos constituyen el vestido de la esposa del Cordero: «Su esposa se
rresponde «la gloria y el poder» (7, 12). Mediante esta lectura es- ha preparado, se le ha concedido vestirse de lino, resplandeciente y
clarecedora del libro, puede afirmarse que las naciones todas de la puro. Este lino son las buenas acciones de los santos» (Ap 19, 7-8).
tierra —he aquí otro privilegio de suprema categoría— pueden par- Nosotros ya conocemos esta metamorfosis de la imagen de la es-
ticipar también en culto que la asamblea del cielo tributa a Dios y posa convertida en ciudad. Quiere decirse que la Iglesia consuma-
al Cordero. da, como esposa resplandeciente que es, se reviste de las buenas
La nueva Jerusalén no sólo es plenitud de la Iglesia, sino tam- obras de los cristianos; o que la nueva Jerusalén, como ciudad per-
bién es la esperanza de la humanidad. «Las naciones», a saber, to- fecta, se edifica con los materiales de las buenas acciones, hechas
da la humanidad trac todo aquello que ante Dios es una gloria per- en conformidad con las obras de Cristo.
manente. Es justamente lo que Pablo, mediante un lenguaje moral El mismo Jesús invitaba a poner los tesoros no en la tierra, sino
habitual en su tiempo, alaba como una conducta digna: en el cielo, en donde ni la herrumbre los corroe ni los ladrones lo
socavan (Mt 6, 19-20). Los tesoros son las obras que se «hacen»
Todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de amable, de —insistencia mateana en la terminología de la praxis— en el diario
honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso servicio del amor, tal como alaba Jesús (Mt 25, 31-46) y requisito
tcnedlo en cuenta (Flp 4, 8). indispensable para entrar en el Reino preparado desde la creación
del mundo (Mt 25, 33), a saber, en la nueva Jerusalén.
Y añade el apóstol que se ponga por obra (v. 9). El concilio Va- También se ha visto que el proverbial árbol de la vida, exclusi-
ticano II ha hecho un comentario digno de ser tenido en cuenta: vidad reservada para un solo pueblo elegido (Ez 47, 9), es ahora
—de nuevo una corrección que Ap opera en sus modelos configura-
Todos estos frutos de nuestra naturaleza y de nuestra diligencia, dores— otorgado a las naciones (22, 2). Quiere mostrar que la sal-
tras haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y se- vación —«la curación» dice Ap— llega a todas las naciones. Se cum-
gún su mandato, los encontraremos después de nuevo, limpios de ple la culminación de un proceso, que el libro ha ido paulatina-
toda mancha, iluminados y transfigurados cuando Cristo entregue
al Padre el reino eterno y universal151. mente señalando al referirse a la conversión de las naciones: 11,
13; 14, 14-16; 15,4.
Todo este esfuerzo de la humanidad que fructifica en un cúmu- La gloria de la nueva Jerusalén es verdaderamente universal, y
lo de valores, relativos a la verdad, convivencia, justicia... no se los las naciones en ella encuentran la meta de su peregrinación y su
tragará una tierra inmisericorde. El generoso trabajo del amor, sustento; se alimentan del árbol de la vida (Ap 22, 3)152.

150. Cf. J. Comblin, La lilitrgie de la Nouvelle Jerusalem, 16; Ch. Briitsch, La


ciarte de l'Apocalypse, 371. 152. Cf. interesantes reflexiones en W. Thüsing, Studien zur neutestamentlichen
151. Gaudium el spes, 39, 3. Theologie, Tübingen 1995, 163-168.
EPILOGO
La nueva Jerusalén, la ciudad de los sueños de Dios

Empleamos la palabra sueño en su más honda acepción. No es


vana ensoñación, una quimera, un embeleco, sino la aspiración
creadora, el anhelo genuino que nunca se rinde y con ansias porfía
siempre por algo mejor, el dinamismo eficaz que da alas al esfuer-
zo y hace caminar la historia de la humanidad1. El sueño resulta,
aquí, sinónimo coincidente con la utopía: el motor de la historia,
capaz de alumbrar una nueva sociedad. Aceptamos la etimología
de la palabra utopía cuyo significado correcto no es «lo que no tie-
ne lugar» (OIJ-TÓJTOC;)2, algo irreal, sino más bien, «el lugar de la su-
prema dicha» (EÍJ-TÓJTOC;), el espacio gratificante y completo, la
meta en donde la humanidad alcanza la plenitud de sus aspiracio-
nes3. Con justicia puede reivindicarse la presencia de la nueva Je-
rusalén con el rango de constituir egregiamente la utopía de la Igle-
sia y de la humanidad.
Como Dios ha hablado por medio de los profetas y especial-
mente de su Hijo (Heb 1, 1-2), asimismo ha manifestado algunas
veces y de forma cimera su mejor sueño, a través de los sueños de
los profetas y de su Hijo.
Con la presencia de la nueva Jerusalén se cumple el sueño de
los profetas, que ya oteara Isaías:

1. El sueño concebido con los componentes de anticipación previsora y de pa-


lanca impulsora de actos que tienden hacia el logro del objeto forjado, es propio de la
psicología de C. C. Jung. En cambio, para S. Freud el sueño se aloja en el pasado, no
en el porvenir, como un reducto de la libido. Cf. J. Jacobi, La psicología de C. C. Jung,
Madrid 1963, 114-138.
2. Cf. K. Mannheim, Ideología y utopía, Madrid 1966.
3. Cf. J. M.a Castillo, Las siete palabras de..., Madrid 1996. El autor menciona
la séptima palabra «utopía», y certeramente la describe y evalúa (pp. 119-132). Para
una profundización del concepto, cf. el indispensable libro de A. Neusüss, Utopía,
Barcelona 1971. También J. A. Gimbernat, Utopía, en C. Floristán-J. J. Tamayo (eds.),
Conceptos fundamentales de pastoral Madrid 1883, 1015-1022.
276 La nueva Jerusalén Epílogo 277

Al final de los tiempos estará firme el monte de la casa del Señor, que la gloria de Dios en el cielo se colmara con una invasión de paz
en la cima de los montes, encumbrado sobre las montañas. Hacia sobre la tierra? (cf. Le 2, 14). Para una humanidad, tanto tiempo
él confluirán todas las naciones, caminarán pueblos numerosos.
Dirán: Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de cainita, envuelta en una incesante guerra fratricida, la irrupción de
Jacob: El nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sen- la nueva Jerusalén colma su sueño: la paz.
das; porque de Sión saldrá la ley, de Jerusalén, la palabra del Se-
ñor (Is 2, 2-3). Dios ha preparado una nueva morada y una nueva tierra en la que
habita la justicia y cuya bienaventuranza llenará y superará todos
Reside en Jerusalén una doble fuerza cordial. De sístole: las na- los deseos de paz que se levantan en los corazones de los hombres4.
ciones suben atraídas a la santa ciudad, como arrastradas, casi El sueño de Jesús llega a su término. El deseaba ardientemente
imantadas por ella; y también de diástole expansivo, porque de Je- una salvación universal. Por ello predicó la palabra de Dios, hizo
rusalén brota y se extiende la ley, la palabra del Señor (v. 3b). Hay milagros, derramó su sangre por todos (cf. Le 22, 20; preferencia
que subrayar que esta peregrinación cósmica a Jerusalén no se rea- lucana en el «todos» que, por nuestra parte, también recalcamos en
liza —como era habitual costumbre antaño— en plan de guerra, sino estos párrafos recapituladores, con la intención de que nos marti-
en son de paz; pues una era de desarme universal invade a toda la lleen con obstinada insistencia, y nos devuelvan el logrado mensa-
tierra. El profeta mediante símbolos elementales ha detectado un je de la universalidad) y extendió sus brazos en la cruz. Quería re-
asombroso trueque: los instrumentos crueles de la guerra se mudan conciliar y reunir a todos los hombres en un abrazo fraterno, para
en eficaces utensilios de labranza, a fin de cultivar la paz y el bien- que todos se sentaran, con la dignidad de hijos y con la confianza
estar: «De las espadas forjarán arados, de las lanzas podaderas. No de hermanos, en la misma mesa, en el banquete que el Padre a to-
alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la dos ofrecía:
guerra» (v. 4). El profeta otea una situación de paz universal, para-
disíaca, en donde el mal hasta ahora reinante quedará deslegitima- Y os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se senta-
do por la fuerza instauradora del bien, ahora convertido en el más rán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos
puro instinto que renueva la condición de todos los seres, hombres (Mt8, 11; cf. Le 13,29).
y animales:
El sueño de la Iglesia —la Iglesia misionera5— aquí se cumple,
Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el ca- conforme al mandato recibido por parte del Señor:
brito... el niño jugará con la hura del áspid... No harán daño ni es-
trago por todo mi monte santo (Is 11, 6.8-9). Id y enseñad a 'todas las naciones' (icávta xa e&vri; Mt 28, 19).

El sueño de Isaías es retomado, mucho tiempo después, por uno Se anticipa felizmente —igual que ocurre en los mejores sue-
de los últimos profetas escritores para indicar, a modo de inclusión ños— el tiempo de la tarea encomendada por el Señor. La siembra
semítica, que este proyecto de salvación universal —todos los pue- coincide con la cosecha (Jn 4, 35-38). Estas naciones —que son «to-
blos habitando en una tierra en paz— constituye sin duda el corazón
del mensaje profetice 4. Gaudium et spes, 39, 1.
5. Cuando redactaba estas páginas tuve la suerte inmensa de encontrarme con
un libro (acaso su mejor testamento espiritual) del malogrado J. L. Ruiz de la Peña,
Y sucederá al fin de los tiempos que la montaña de la casa del Se- donde en un alarde de clarividencia aventura cómo será el perfil de la Iglesia supervi-
ñor se consolidará como la más alta de las montañas, y se elevará viente, con qué rostro va a comparecer ante el mundo del siglo XXI. Entre sus notas
sobre las colinas, y se apresurarán a ella todas las gentes y las na- esenciales, la Iglesia debe concentrarse en lo que le es más propio, tiene que presen-
ciones vendrán diciendo: 'Venid, subamos a la montaña del Señor, tarse ante todo como una «comunidad misionera», pues ya está padeciendo de un dé-
a la casa del Dios de Jacob' (Miq 4, 1-2). ficit de dinamismo misionero. La Iglesia no existe por ella misma ni para ella misma;
tiene una tarea urgente que realizar, ser testimonio de Dios y de Cristo. «Por tanto, una
¿Acaso no era un sueño el cántico de los ángeles, que en la no- Iglesia que planea en vuelo rasante sobre el sancta sanctorum, sin osar asomarse al
atrio de los gentiles, deja de ser lo único que debe ser: signo de salvación (Crisis y
che de la navidad, recién nacido el Salvador del mundo, deseaban apología de la fe. Evangelio y nuevo milenio, Santander 1995, 335).
278 La nueva Jerusalén Epílogo 279

das las naciones (tá edvn.) y pueblos de la tierra», conforme enfa- El particularismo se ha acabado. Lo que antaño era prerrogati-
tizan los pasajes de Ap 21, 24.26— ya vienen para ser evangeliza- va intocable de una minoría, un reducto sacro, un pueblo elegido,
das, y se postran ante el Señor. una condición social... ha sido invalidado por la superación de un
Se trata de la Iglesia misionera o de la epifanía de la luz. Esta derecho, que Cristo propicia para todos.
radiante imagen de la nueva Jerusalén, recogida en las últimas pá- Antes sólo los sacerdotes podían estar en el «atrio de los sacer-
ginas de la Biblia escrita, se encuentra insinuada en las primeras dotes» y acercarse a Dios, ahora todos son sacerdotes y andan li-
páginas del evangelio, a saber, en el relato de los magos (Mt 2, 1- bremente en el templo de Dios. Antes únicamente al sumo sacer-
12)6. La escena es todo un símbolo de la peregrinación de las na- dote le era permitido entrar en el santo de los santos, un día al año,
ciones, que buscan en la nueva Jerusalén la luz. Los magos buscan ahora todos están de continuo en el santo de los santos. Antes sólo
también, siguiendo la estela luminosa de una estrella, la luz mesiá- Moisés podía ver a Dios, ahora todos contemplan el rostro de Dios,
nica. Esta estrella, símbolo de designación regia, se posa encima de lo ven cara a cara.
donde está el niño. En Jesús, un niño con su Madre, encuentran la El mundo entero se hace ciudadano de la nueva Jerusalén, que
luz; a él en persona lo reconocen y lo adoran como Señor, le ofre- desborda los límites étnicos de la vieja Jerusalén: es ya la ciudad
cen sus más preciosos dones: oro, incienso y mirra, los propios pa- (urbis) del universo (orbe), la madre de todas las naciones.
ra un rey soberano. Ahora esta adoración de los magos se realiza a La nueva Jerusalén, abiertas ya de par en par sus puertas, hen-
escala universal y con validez para todos los tiempos; las naciones chida en su interior por ser albergue de una peregrinación univer-
siguen buscando la luz de la vida. sal, se convierte de hecho en la ciudad del mundo. Tal es el sueño,
No vige ya aquella imagen eclesial de un grupo ensimismado, dotado de amplitud universal, del concilio Vaticano II:
silenciado y pusilánime, «con las puertas cerradas» por miedo a los
judíos (Jn 20, 19), sino la Iglesia de pentecostés, henchida de la Entonces, como se lee en los santos Padres, todos los justos desde
fuerza del Espíritu, la que habla, abiertas sus puertas de par en par, Adán, desde el justo Abel hasta el último elegido, serán congrega-
a todos los pueblos de la tierra en una misma lengua (Hech 2, 1- dos en una Iglesia universal en la casa del Padre".
12). Pentecostés es asimismo imagen de la nueva Jerusalén; pues La Iglesia es muy consciente de que debe congregar en unión de
en la ciudad se reúnen de nuevo todos los pueblos de la tierra, y no aquel Rey, a quien han sido dadas en herencia todas las naciones
(cf. Sal 2, 8) y a cuya ciudad ellas traen sus dones y tributos (cf.
sólo los judíos piadosos7. Sal 72, 10; Is 60, 4-7; Ap 21, 24). Este carácter de universalidad
La nueva Jerusalén es la Iglesia misionera, que ya ha cumplido que distingue al pueblo de Dios, es un don del mismo Señor con el
su tarea: la que abre pacíficamente sus puertas para que el mundo que la Iglesia católica tiende, eficaz y perpetuamente, a recapitular
entero contemple la luz que la ilumina: la viva presencia de Dios y toda la humanidad, con todos sus bienes, bajo Cristo Cabeza, en la
de Cristo. unidad de su Espíritu9.
Se realiza el sueño del Ap, aquella alabanza a Dios, que ento-
naron los vencedores de la Bestia, quienes atravesaron a pie el mar En efecto, como asimismo reconoce y reitera el concilio, todos
de las tribulaciones, cantan al unísono el canto de Moisés y del los hombres están llamados a formar parte del nuevo pueblo de
Cordero; y reconocen el señorío universal de Dios: Dios. Existen «tres círculos de pertenencia» a la Iglesia, a saber,
pertenecen o se ordenan de diversos modos a ellas, los fieles cató-
Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios omnipotente... licos, los cristianos no católicos, y todo los hombres, creyentes o
porque tú solo eres santo, porque vendrán todas las naciones y se no creyentes10. Se cumple, pues, el sueño de esta Iglesia, verdade-
postrarán en tu acatamiento (Ap 15, 3.4). ramente universal: ser desde Cristo «Luz de las naciones» y com-
partir con toda la humanidad «sus gozos y esperanzas»
6. Cf. P. Prigent, L'Apocalypse de saint Jean, 343; J. M. González Ruiz, Apo-
calipsis de Juan, 193. 8. Lumen gentium, I, 2.
7. Así ha sido puesto de manifiesto. Cf. V. Fusco, Effusione dello Spirito e ra- 9. Ibid., I, 13.
duno dell'Israele disperso, en Gerusalemme, Atti della XXVI Settimana bíblica, Bres- 10. Cf. para una matizada interpretación los números 14, 15 y 17, de Lumen gen-
cia 1982,201-218. tium I, que hablan respectivamente de cada uno de estos círculos.
280 La nueva Jerusalén Epílogo 281

Pero la nueva Jerusalén es descrita también como esposa —no mente con una presencia cada vez más creciente, que se colmará en
sólo ciudad—. Contemplada bajo este registro simbólico, se llega el encuentro ansiado en la nueva Jerusalén.
asimismo a la plenitud de los sueños, entrevistos por los profetas,
los salmos y el Cantar de los cantares. En la perspectiva del tercer milenio después de Cristo, mientras 'el
Acaso en ninguna otra parte de la Biblia, creemos, se manifies- Espíritu y la Esposa dicen al Señor Jesús; ¡Ven!', esta oración su-
ta con tanta claridad y a tanta altura, el misterio de la Iglesia y el ya conlleva, como siempre, una dimensión escatológica destinada
destino que le aguarda con su Señor, cuando ésta es dócil a la voz también a dar pleno significado a la celebración del gran jubileo.
Es una oración encaminada a los destinos salvíficos hacia los cua-
persuasiva del Espíritu. La Iglesia gloriosa puede ya, por fin, amar les el Espíritu santo abre los corazones con su acción a través de
al Señor con amor de esposa, es decir, de iguales, porque dentro de toda la historia del hombre en la tierra. Pero al mismo tiempo, es-
ella el Espíritu es su sentir fundamental, quien al unísono, como ta oración se orienta hacia un momento concreto de la historia, en
una «sin-fonía» —o «voz compartida—, le hacer prorrumpir en la el que se pone de relieve la 'plenitud de los tiempos', marcada por
misma invocación. El Espíritu mantiene viva e intacta la consagra- el año dos mil. La Iglesia desea prepararse a este jubileo por me-
ción de la Iglesia, que significa la indisoluble unión con Cristo, co- dio del Espíritu santo, así como por el Espíritu santo fue prepara-
mo esposa fiel e inmaculada del Cordero. Gracias al Espíritu que da la Virgen de Nazaret, en la que el Verbo se hizo carne12.
la transforma, la Iglesia se reconoce delante de Cristo como espo-
sa, lo ama con intimidad única y cariño exclusivo. El Espíritu va Es el Espíritu, instinto profundo de la Iglesia, quien, llenándola
conduciendo a la Iglesia a la apoteosis del encuentro definitivo con proféticamente, sugiere esta llamada.
su Señor. La venida del Señor se apresura y se presenta como una res-
Hay que saber leer los últimos versos del Ap con toda la fuerza puesta de amor a su esposa, que es la Iglesia ya purificada. Dios,
evocadora de que están impregnados, a la luz de los primeros ver- ante la infidelidad reiterada del pueblo, había ansiado unos despo-
sos de la Biblia, cuando Dios hizo el cosmos y creó, a su imagen y sorios eternos, que ya se cumplen:
semejanza, el primer hombre y la primera mujer (Gen 2, 27). El
Me casaré contigo para siempre, me casaré contigo en justicia y
sueño de Dios era hacer del mundo un hogar y de la humanidad una derecho, en afecto y cariño. Me casaré contigo en fidelidad y tú co-
esposa. Este designio divino, que ha durado cuanto se prolonga la nocerás al Señor (Os 2, 21-22).
historia de la salvación con toda su larga constelación de luces en-
tre las sombras, encuentra ahora su cumplimiento. «El Espíritu y la Esta esposa se encuentra ya preparada por el mismo Dios, en-
esposa dicen: '¡Ven!'» (22, 17). Y el Señor responde: «Sí, vengo galanada para su esposo: es esposa sin mancha ni arruga. Quien la
pronto» (Ap 22, 20a). «Pronto» se refiere a la incidencia e intensi- «construyó» (el verbo del profeta es el característico vocablo bí-
dad positiva que la historia recibe por parte de Cristo resucitado. El blico empleado para la edificación) como ciudad y esposa, se des-
tiempo se ha acortado tras su venida, y la historia, guiada por el Se- posará con ella para siempre, llenándose de la alegría que encuen-
ñor y compenetrada de la fuerza de su Espíritu, marcha irremedia- tra un marido con su esposa (cf. Is 62, 5). Esta esposa, que es tam-
blemente a su fin". bién ciudad (repárese en la continua metamorfosis de la imagen),
Como en una antífona coral, la Iglesia confirma su fe. «¡Ven!», es objeto predilecto del amor de Dios: «Con amor eterno te he ama-
dice. Y el Señor asiente y asegura: «Sí, vengo pronto». Así, la Igle- do: por eso he reservado gracia para ti. Volveré a edificarte y serás
sia va alimentando su esperanza de que el Señor viene continua- reedificada» (Jer 31, 3-4). En la nueva Jerusalén (Ap 21, 2.9) ten-
drán lugar las bodas eternas de amor entre Dios y la Iglesia.
Se realiza egregiamente el sueño mismo de Dios. Por fin la glo-
II. «Y nos resulta entrañable tener conciencia cada vez más viva del hecho de ria de Dios, su divina presencia —la Sekiná— halla su lugar perdu-
que dentro de la acción desarrollada por la Iglesia en la historia de la salvación —que rable de descanso, tras haber morado sucesivamente en el desierto,
está inscrita en la historia de la humanidad— está presente y operante el Espíritu san-
to, aquél que con el soplo de la vida divina impregna la peregrinación terrena del hom- en el templo de Jerusalén y en la Iglesia peregrina.
bre y hace confluir toda la creación —toda la historia— hacia su último término en el
océano infinito de Dios» (Juan Pablo II, Dominum et vivificantem, n° 64). 12. Juan Pablo II, Dominum et vivificantem, n° 66.
Epílogo 283
282 La nueva Jerusalén

la ha hecho. Y ve Dios que es no sólo buena, sino muy buena, es


Entonces, la gloria de Dios brillará en toda la creación, devuelta a
su esplendor primero. El reino de Dios, reino de luz, de amor, de decir, totalmente impregnada de su misma bondad y belleza16. Es-
justicia y de paz, colmará y traducirá todos los anhelos y todos los tá muy bien. Amén.
deseos profundos de los hombres. «Noche ya no habrá; no tendrán Amén es el «sí» a los sueños y promesas de Dios. Cristo es de-
necesidad de lámpara ni de luz de sol, porque el Señor Dios los signado el «Amén» de Dios (Ap 3, 14); en él todas las promesas di-
alumbrará y reinarán por los siglos de los siglos» (Ap 22, 5)11. vinas han recibido un sí categórico (2 Cor 1, 20). La nueva Jerusa-
lén es el amén, tan gozoso cuanto recapitulador, de toda la historia
Dios está aquí, en medio de la humanidad. Se cumple la alian- de la salvación.
za que Dios antaño estableció con un solo pueblo y que ahora se * **
abre umversalmente, abrazando ya a todos los pueblos de la tie-
rra14. Su presencia es fuente perenne de inmortalidad para los hom- Al final de este libro sobre la nueva Jerusalén, esperanza de la
bres, quienes pueden participar ya de su misma vida divina trinita- Iglesia, nos es permitido hacer —como miembros vivos de la comu-
ria. Una misma comunión de vida los une y los sustenta15. nidad cristiana y peregrina que somos— un triple acto de virtud te-
El cielo nuevo, el definitivo eón, el reino de Dios consumado, ologal: de fe, esperanza y caridad. Este triple acto se expresa con un
ha descendido sobre la nueva tierra. La tierra se hace ciudad habi- «yo creo, espero y amo» personal, responsable, y simultáneamente
table, y en la ciudad está el paraíso (el edén recreado). Esta ciudad con un solidario «nosotros creemos, esperamos y amamos»17.
es abierta, tiene doce puertas francas. Todos los pueblos entran en Admitir la existencia de la nueva Jerusalén es renovar aquel so-
ella y forman parte de su ciudadanía. Las mediaciones están de lemne compromiso, personal y también comunitario, en donde los
más. El sacerdocio sobra. Nadie es subdito de nadie. Todos reinan cristianos proclámanos el símbolo de nuestra fe: «Credo in vitam
con Cristo y para siempre. Templo ya no existe. La humanidad se vcnturi saeculi».
ve libre de las heridas del pecado, el llanto y la muerte. Reconocer la presencia de la nueva Jerusalén es reafirmarnos
La nueva Jerusalén es la ciudad que Dios ha soñado desde siem- en un acto de esperanza; no resignarse a la figura de este mundo
pre en su insondable designio de amor, la primorosa hechura de sus que pasa (1 Cor 7, 31) y que gime bajo la servidumbre del pecado,
dedos, su lograda obra escatológica. Ciudad, que es congregación sino ansiar la liberación (cf. Rom 8, 21), levantar los ojos y fijar-
de hermanos, al escoger Dios de manera progresiva un pueblo, al los en la meta que aguarda a la Iglesia y a la humanidad.
fundar una Iglesia, cimentada sobre el antiguo y nuevo testamento, Quiere Dios, mediante la visión de la nueva Jerusalén, infundir
y que ahora llega a su culmen. a la Iglesia una esperanza firme. Pretende darle una moral de vic-
Puede Dios descansar, al mirar complacido, tras una larga his- toria, para que no sucumba en el abatimiento derrotista, en el si-
toria de salvación, la obra reciente de sus manos. En su último ac- lencio de quien con pesadumbre piensa que ya nada tiene que de-
to creador, réplica del Génesis, Dios crea todo nuevo; y desde él cir ni hacer...; busca insuflarle un recio espíritu de ánimo, tanto
mismo hace descender la nueva Jerusalén, que es la radiante espo- más profundo cuanto más graves resulten ser las dificultades y per-
sa del Cordero y ciudad para vivir en comunión perenne de amor secuciones que la hostigan. Esta esperanza eclesial no es sueño
Dios y los hombres renovados: «He aquí la nueva Jerusalén». Dios inalcanzable, está afianzada en la palabra y victoria de Jesús, fun-
damento de esperanza para toda la Iglesia.
Confesar la existencia de la nueva Jerusalén es comprometerse
13. Cf. Conferencia episcopal francesa, Catecismo para adultos. La alianza de
Dios con los hombres, Bilbao 1993, § 680, p. 339. con denuedo a fin transformar nuestra tierra y nuestra vieja húma-
14. «Así, pues, la alianza que Dios, en su designio salvífico, quiso entablar con
toda la humanidad, inaugurada ya con Abrahán y sellada de modo definitivo en Cris- lo. Tal es el sentido del adjetivo hebreo 3ÍB que se repite como cadencia sonora
to, encontrará su consumación plena en esa comunión de amor y vida eterna de los
hombres con Dios» (ibid.). en el relato la creación, Gen 1, 10.12.18.21.25.31.
15. «La vida subsistente y verdadera es el Padre que, por el Hijo y en el Espíritu 17. Cuanto profesamos no pertenece en exclusiva al ámbito privado, sino al con-
santo, derrama sobre todos sin excepción los dones celestiales. Gracias a su miseri- tenido de existencia de la comunidad cristiana que somos. Cf. R. Fisichella, Año san-
cordia, nosotros también, hombres, hemos recibido la promesa indefectible de la vida to: un signo de la fe que nunca se cansa de buscar, en Tertio millennio adveniente.
eterna» (san Cirilo de Jerusalén, Catech. ;'//., 18, 29). Comentario teológico-pastoral. Salamanca 31997, 156.
284 La nueva Jerusalén
ÍNDICE GENERAL
nidad, según el modelo que nos ha sido dado. La nueva Jerusalén
es arquetipo que debe copiar la Iglesia: modelo de comunión, de
santidad, de adoración a Dios, de ecología, de apertura universal,
de empeño misionero, y de vida eterna. Todo esfuerzo solidario,
aunque mínimo y escondido pero hecho con amor, pervivirá, trans-
formado, en una tierra nueva y un cielo nuevo.
Ese sueño futuro —Dios mismo, como anhelo indeclinable del
hombre—, a veces tan distante, o sinuoso, se torna un presente sin
sombras, sin la amenaza de la pesadilla insomne, del despertar an-
gustioso. Ahora sí se cumple, transida en todo el fulgor de su ver-
dad, la aspiración del salmista, eco fiel de la humanidad inquieta:
«al despertar me saciaré de tu semblante» (cf. Sal 17, 15)'". Acon-
tece ahora un cara a cara eterno. «Conociendo a Dios 'cara a cara', Preludio 11
el hombre encuentra la absoluta plenitud del bien»'9. La humani- Introducción 21
dad ya consigue su meta: ver su rostro; y logra alcanzar la espe- 1. Presentación literaria de la nueva Jerusalén 21
ranza más dichosa: participar de la misma vida eterna de Dios, san- 2. La nueva Jerusalén en la vida de la Iglesia 26
tísima Trinidad20. 3. Unidad estructural-literaria de Ap 21, 1-22,5 29
La Iglesia peregrina, a saber, la comunidad lectora del Ap, nos-
otros, los cristianos de este siglo XX que agoniza, todos los hom- 1. El nuevo mundo (Ap 21, 1-8) 41
bres de buena voluntad, habitantes de nuestro mundo, vamos rum- 1. Un cielo nuevo y una tierra nueva 42
bo a la nueva Jerusalén, cuya imagen nos ha sido permitido con- 2. La nueva Jerusalén. Historia de su nombre 49
templar de cerca en este libro, que ya finaliza sus líneas, pero que 3. La presencia de la nueva Jerusalén 53
se abre a la esperanza. Esperamos, viviendo a la altura de nuestra a) Perspectiva del antiguo testamento 53
fe, la ciudad inmortal de Dios y de los hombres renovados, donde, b) Perspectiva del nuevo testamento 56
bañados en la bondad de Dios, nos saciaremos de la luz de su ros- 1. Gal 4, 24-26 56
tro y viviremos como hermanos para siempre. 2. Flp 3, 20 57
El sueño de Dios, que no es sino el culmen de los sueños de la 3. Heb 12,22-24 58
humanidad, por fin se realiza. c) Perspectiva apocalíptica 61
4. Origen de la nueva Jerusalén en el Apocalipsis 65
18. Con qué acordes de oportuna actualidad resuena en este contexto la «Oración
5. Presencia de Dios entre los hombres. Alianza universal 66
final» de El Cristo de Velázquez, donde el poema entero alcanza su climax pletórico, 6. Superación de todo mal 71
y hace olvidar ambigüedades anteriores. El alma de un hombre —de todo un hombre, 7. La creación divina de un universo nuevo 76
de carne y hueso como él solía repetir- de M. de Unamuno, prototipo de congoja que a) La voz divina 77
angustia el corazón humano, se abre en súplica confiada. Lo que quiere al fin es cuan-
to promete nuestro libro de Ap: poder contemplar a Dios, los ojos fijos en sus ojos,
b) Creación en acto 78
anegarse en el Señor. He aquí los versos postreros del libro: «Dame, / Señor, que cuan- c) Garantía divina 81
do al fin vaya perdido / a salir de esta noche tenebrosa / en que soñando el corazón se d) Realización plena 83
acorcha, / me entre en el claro día que no acaba, / fijos mis ojos en tu blanco cuerpo, e) Donación gratuita de vida 85
/Hijo del hombre, Humanidad completa, /en la increada luz que nunca muere; / ¡mis 0 La herencia del vencedor 87
ojos fijos en tus ojos, Cristo, / mi mirada anegada en ti, Señor! (El Cristo de Veláz- g) Abominación de conductas reprobas 91
quez, ¡44-145).
19. Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la esperanza, 86. 2. La nueva Jerusalén (Ap 21, 9-27) 99
20. «La visión beatífica, en la que Dios se manifestará de modo inagotable a los
elegidos, será la fuente inmensa de felicidad, de paz y de comunión mutua» (Catecis- 1. La visión profética —en el Espíritu— de la nueva Jerusalén.. 101
mo de la Iglesia católica, Madrid 1992, § 1045, p. 244-245). 2. La gloria de Dios inunda la nueva Jerusalén 103
286 Índice general
Índice general 287

3. La muralla. La nueva Jerusalén, ciudad protegida 106


c) Cristo, fuente de agua viva 202
4. Las puertas. La nueva Jerusalén, ciudad abierta 107 d) Cristo vencedor da la victoria al cristiano:
5. Los cimientos. La nueva Jerusalén, ciudad apostólica 110 la herencia de la filiación 203
6. Las medidas «desmesuradas» de la nueva Jerusalén 112 c) La nueva Jerusalén y el Espíritu 205
7. El cubo y las murallas. La nueva Jerusalén, ciudad perfecta... 117 2. La nueva Jerusalén. Ciudad de la humanidad renovada 207
8. La nueva Jerusalén, ciudad sacerdotal 120 a) La nueva Jerusalén y la Iglesia 208
9. La nueva Jerusalén, ciudad de jaspe y de oro 122 1. Continuidad entre la Iglesia y la nueva Jerusalén 213
10. Los cimientos de la nueva Jerusalén. El enigma de las doce 2. Continuidad desde el destino de Dios 214
piedras preciosas 125 3. Continuidad desde la vida cristiana 216
a) Originalidad de la escritura del Apocalipsis 125 4. Una cierta discontinuidad 217
b) Historia interpretativa 127 3. La nueva Jerusalén, la ciudad de Dios y de los hombres 222
c) Balance ponderativo 135 4. La humanidad, cara a cara con Dios 225
d) Interpretación bíblica 136 5. La nueva Jerusalén, plenitud de las bienaventuranzas 234
e) Interpretación desde el Apocalipsis 143 6. La nueva Jerusalén. Misterio de doce piedras preciosas 236
f) La nueva Jerusalén, ciudad sacerdotal 143 a) Iglesia sacerdotal 237
g) La nueva Jerusalén, ciudad apostólica 145 b) Iglesia una 237
11. Las doce puertas-perlas de la nueva Jerusalén 148 c) Iglesia sin mancha 238
12. La nueva Jerusalén, ciudad que es templo 150 d) Iglesia de Cristo 238
13. La luz de Dios y del Cordero 156 7. La nueva Jerusalén. Comunidad santa 239
14. La nueva Jerusalén, ciudad del mundo 159 8. La nueva Jerusalén, la perfecta ciudad ecológica 240
9. La nueva Jerusalén, la anti-cortesana, la anti-Babilonia 242
3. El paraíso recreado (Ap 22, 1-5) 167 a) La gran cortesana y la nueva Jerusalén 244
1. El río de agua de vida y el árbol de la vida 169 b) Babilonia y la ciudad de la nueva Jerusalén 245
2. La nueva humanidad 175 10. La nueva Jerusalén, la ciudad de los vencedores 256
a) No una maldición, sino una bendición 176 11. La nueva Jerusalén, la esposa del Cordero 262
b) Cara a cara con Dios 177 12. La nueva Jerusalén y la universalidad de la salvación 269
c) Plenitud de luz y de sacerdocio real 179
Epílogo 275
4. Interpretación teológica 185
1. La nueva Jerusalén. La ciudad de Dios-Trinidad 186
a) Dios, «el que es, el que era y el que ha de venir» 186
1. Dios creador 187
2. Dios cercano 189
3. Dios amor 190
4. Dios Padre 191
5. Dios de la vida 192
b) La nueva Jerusalén. La ciudad de Cristo, el Cordero 193
1. El Cordero 193
2. El Cordero, sujeto primordial 195
3. El Cordero, asociado a Dios 196
4. El Cordero, unido a Dios 197
5. Cristo, piedra angular de la nueva Jerusalén 198
a) Cristo, el consolador 201
b) Cristo, novedad absoluta 201

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