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Protesta proviene de protestar, que en latín significa protestari y refiere, según la Real
Academia Española, a la “acción y efecto de protestar”. Por su parte, protestar significa declarar
la intención de ejecutar una cosa, expresar queja o disconformidad, confesar públicamente la fe
y creencia religiosa ( https://dle.rae.es/protestar ). Protesta, entonces, se puede definir como
un acto público que expresa la promesa de ejecutar una cosa. También, indica la declaración o
proclamación de un propósito, la expresión de una disconformidad o una queja sobre una
situación puntual (Pérez Porto y Merino, 2010). La protesta permite manifestar el desacuerdo
respecto a algo y, como dice Massa (2017), constituye el derecho a negarse.
Toda protesta deviene en frontera, cualquiera sea la escala y naturaleza de ésta, en el sentido
de espacios que se transforman por el accionar de determinados actores y que provoca nuevas
situaciones, tanto de separaciones como puede ser el caso de un piquete o barricada que
impide el paso de un lado al otro, como de vinculaciones, de encuentros con otros, de la
visibilización de otros. En cualquier caso, se entiende que la protesta se vincula estrechamente
con la idea de frontera. Esto puede materializarse, por ejemplo, en una valla, barrera o
barricada que impide el paso o marca una diferencia con el resto del espacio. Se expresa,
también, a nivel de lo simbólico o inmaterial, mediante la sensación de miedo o extrañeza hacia
el otro que protesta.
La protesta tiene diversas formas de expresión o manifestación de acuerdo con el momento histórico-
social y espacial en que se indague. No obstante, se entiende como un acto social o político cuyo fin u
objetivo es la transformación o cambio de una determinada situación. En este sentido, toda protesta
involucra un actor o agente social que la motorice, además de algún motivo que la genere.
Toda protesta deviene en frontera, cualquiera sea la escala y naturaleza de ésta, en el sentido de
espacios que se transforman por el accionar de determinados actores y que provoca nuevas situaciones,
tanto de separaciones como puede ser el caso de un piquete o barricada que impide el paso de un lado
al otro, como de vinculaciones, de encuentros con otros, de la visibilización de otros. En cualquier caso,
se entiende que la protesta se vincula estrechamente con la idea de frontera. Esto puede materializarse,
por ejemplo, en una valla, barrera o barricada que impide el paso o marca una diferencia con el resto del
espacio. Se expresa, también, a nivel de lo simbólico o inmaterial, mediante la sensación de miedo o
extrañeza hacia el otro que protesta.
La categoría de protesta ha sido conceptualizada de distintas maneras por diversas disciplinas. Algunas
de ellas se recuperan a continuación.
Desde el derecho, la protesta es, según Massa (2017), una de las maneras en que puede ejercerse el
derecho a peticionar ante las autoridades y la libertad de expresión de los y las ciudadanas.
En este contexto, hacia las décadas de 1980-1990 desde la geografía y la sociología surgen
investigaciones que vinculan espacio y protesta, desde lo que puede denominarse la espacialidad de la
resistencia o la geografía de la resistencia. Se entiende que las ideas de espacio y protesta están
intrínsecamente relacionadas, dado que el espacio materializa y expresa las relaciones de dominación
entre agentes sociales. Las clases dominantes determinan límites que las clases dominadas intentan
resistir, evitar o romper (Sznol, 2007 y 2010). En este juego de enfrentamientos diversos, en el que
intervienen incluso otros agentes sociales, se va construyendo y reconstruyendo constantemente el
espacio y, por ende, también las fronteras.
Wacquant (2013) analiza la marginalidad urbana de las ciudades contemporáneas hacia fines del siglo XX
desde una investigación sociológica comparada de grandes metrópolis, tanto del llamado Primer Mundo
como subdesarrolladas. Allí explora las situaciones de protesta social étnica, racial y de clase, en
estrecha relación con la dimensión espacial: los barrios en los suburbios, las calles, el espacio público
urbano.
Desde Argentina, Svampa (2006) indaga los movimientos sociales latinoamericanos durante la década de
1990 y explica que una de las dimensiones centrales de estas acciones colectivas es la territorialidad. Así,
el territorio aparece tanto como un espacio de resistencia, como de resignificación de las relaciones
sociales. Los movimientos sociales se convierten en movimientos territoriales. Svampa (2004) y Svampa
y Pereyra (2003) se interesan por el movimiento piquetero en Argentina. De igual modo, Tobío (2010)
analiza los movimientos sociales y, en particular, el movimiento piquetero en Argentina de la década de
1990, la construcción de territorialidades y la resignificación del espacio público y de lo local.
La protesta como acción colectiva es definida por Schuster et al. (2006) en el sentido de la producción y
emergencia en el espacio público de subjetividades sociales con impacto político. Aparece aquí la idea
de espacio público como el lugar donde ocurre la protesta y su uso, apropiación, ocupación,
transformación y producción. Por ello, esta categoría está muy vinculada a gran parte de los estudios
sobre protesta, dado que es el espacio público, en general, donde ésta se manifiesta en las sociedades
actuales.
Hoy se piensa en la imbricación del espacio y la sociedad, en el sentido de que ambos influyen entre sí:
ni el espacio es el soporte que contiene a la sociedad, ni el primero es exclusivamente un producto
social, sino que hay influencias mutuas; hay entre ambos una relación dialéctica. Al respecto, Sabatini et
al. (2007) manifiestan que la importancia de lo espacial en la lectura de la realidad social es aún mayor
en los periodos de cambio social, cuando se producen momentos de protesta en la búsqueda por una
transformación, dado que dan cuenta de una nueva realidad urbana en construcción.
Los conceptos más significativos vinculados a la palabra protesta son aquellos que designan en primer
lugar la existencia de un conflicto, de una disputa, de una demanda social por algo con lo que un grupo
está en desacuerdo y que quiere ser impuesto por otro: aquello que pide el sujeto de acción colectiva y
cómo lo pide (Schuster et al., 2006). Y de ahí, emerge el conflicto social que se genera, la violencia
colectiva o los desórdenes urbanos. Aparece, así, la resistencia de una parte versus la represión de otra;
la criminalización y el orden.
Las protestas son desplegadas por actores sociales que van modificando su papel y relevancia en el
tiempo y en un lugar, tales como: colectivos de trabajadores y trabajadoras, organizaciones sociales de
mujeres, movimientos sociales indígenas, activismo de los grupos LGBTTTIQ. Inclusive, participa el
propio estado en cualquiera de sus escalas de injerencia o el sector privado. También, aparece la idea de
identidades y de memoria colectiva en cada protesta que le da fuerza, contenido y continuidad al
reclamo popular.
Barricadas y piquetes
Existen diversos tipos o modalidades de protesta, entre los que se encuentran las movilizaciones, las
asambleas, las tomas, el piquete y la barricada. Esta última puede definirse como una valla u obstáculo
dispuesto en determinado espacio por parte de los y las manifestantes para bloquear o imposibilitar el
acceso a determinado lugar, calle, ruta o edificio. En consecuencia, puede entenderse como defensa y
obstáculo: defensa frente a algo o a alguien contrario a los y las manifestantes; obstáculo como un
bloqueo al paso o circulación entre espacios como forma de reclamo colectivo. La barricada es un corte
con algún objeto (Auyero, 2002). En este sentido, su nombre proviene de las barricas o toneles de
bebida alcohólica originalmente utilizadas en Francia hacia el siglo XVI para cortar las calles de París en
momentos de protesta social.
El piquete constituye una expresión popular de protesta que ha estado presente en la escena política
latinoamericana desde por lo menos la década de 1970. Esta acción se asocia a una forma de reclamo
encabezado por trabajadores y trabajadoras desocupadas que de diversas maneras realizan un corte
para impedir la circulación y comunicación parcial o total de un espacio. Estos bloqueos pueden ser de
calles, rutas, puentes en lugares estratégicos para la circulación y la comunicación de la ciudadanía al
interior y entre sitios en una determinada área. Se expresa, también, con los acampes en las plazas en
señal de descontento, las ollas populares y las intervenciones en edificios públicos, principalmente por
medio de pintadas.
Las protestas, más allá de sus características generales arriba explicitadas, van adquiriendo
peculiaridades porque los contextos espaciales y temporales también se van modificando. En otras
palabras: la agenda de movilizaciones sociales y políticas se va transformando y es fundamental poder
analizarla, así como indagar su vínculo con los territorios en los que éstas suceden.
Si bien es muy complejo plantear un inicio histórico de las primeras protestas sociales en Argentina, se
puede dar cuenta de éstas con claridad en Buenos Aires hacia la década de 1860 y 1870. Los
movimientos sociales siguieron durante todo el siglo XIX con el objeto de animar o protestar sobre
acciones de los gobiernos de turno. Algunos ejemplos de ello fueron la movilización estudiantil en la
ciudad que, en 1889, conformó la Unión Cívica de la Juventud en oposición al gobierno, y de las
federaciones anarquistas que organizaron manifestaciones y hasta huelgas generales por el 1° de mayo
en defensa de los trabajadores, entre 1899 y 1910 (Tilly y Wood, 2010).
Ya entrado el siglo XX, hacia 1968 se produjo un estallido de los movimientos sociales en gran número
de países en diversos continentes: los estudiantes en la Universidad de Berlín, también en Italia a través
del partido comunista; el movimiento obrero-estudiantil en Francia contra el gobierno de Charles de
Gaulle tomó las calles, ocupó fábricas y realizó huelgas; las movilizaciones estudiantiles en América,
particularmente en Canadá, México y Estados Unidos. En este país, las movilizaciones incluyeron el
rechazo a la Guerra de Vietnam. Durante la década de 1960 se desarrollaron importantes
manifestaciones, así como fuertes disturbios vinculados a la marginalidad racial.
Hacia las décadas de 1970 y 1980 en América Latina surgieron importantes movimientos vinculados a
la defensa de los derechos humanos, derechos de las comunidades indígenas y derechos de las mujeres
en el marco de las dictaduras militares reinantes.
Durante la década de 1990 las protestas sociales se centraron en la defensa de derechos laborales, así
como en el derecho a la educación por parte de movimientos estudiantiles, vigentes hasta el día de hoy
en México, Chile, Argentina, entre otros. En algunos casos, ambos actores se unieron en el reclamo
frente a los estados neoliberales que comenzaban a imponerse en la región. Otros ejemplos de
protestas son los movimientos rurales como el MST (Movimiento de Trabajadores Sin Tierra) en Brasil y
otras movilizaciones campesinas y de pueblos indígenas en México, Perú y Ecuador y los movimientos
socioambientales (Svampa, 2006).
A fines de la década de 1990 y principios del 2000 en diversas ciudades de Argentina emergieron
movimientos territoriales de protesta colectiva urbana: las organizaciones piqueteras. Frente a la
destrucción de la industria y al vaciamiento del estado, surgieron las movilizaciones de trabajadores y
trabajadoras desocupadas, las ollas populares, los cortes de rutas y puentes, los acampes en las plazas y
los ataques a edificios públicos, dando lugar al surgimiento de un nuevo actor social: los y las piqueteras
(Svampa y Pereyra, 2003; Svampa, 2004 y 2006). Auyero (2000, p. 41) afirma que el interior del país se
había convertido en “un espacio de protesta colectiva”. Bolivia es otro ejemplo de protesta social
cuando hacia el 2010, durante el inicio de la segunda presidencia de Evo Morales se registraron
bloqueos de carreteras, paros y movilizaciones. La ciudad de La Paz fue sitiada como forma de protesta
frente a determinadas políticas del gobierno nacional por parte de un gran número de instituciones
sindicales, privadas y gremiales, trabajadores mineros, estudiantes y docentes de la ciudad de Potosí.
Actualmente, las manifestaciones de protesta más importantes son encabezadas por las mujeres (Di
Marco, 2010) y los movimientos LGBTTTIQ que luchan por la legalización del aborto, contra la violencia
machista y por trabajo digno, en defensa de la libertad en el ejercicio de sus derechos vinculados a su
sexualidad y cuerpo. Las marchas de Ni una Menos, las del 8M (8 de marzo) por el Día Internacional de
la Mujer, la marcha del 8A (8 de agosto) del 2018 frente al debate en el Congreso Nacional argentino por
la legalización del aborto (Elizalde, 2018; Fernández Hasan, 2018), son algunos ejemplos en los que los
movimientos de mujeres y de grupos de disidencias sexuales tomaron el espacio público en las
principales ciudades del país y se lo apropiaron desde lo discursivo y desde la práctica.
Las juventudes y el movimiento estudiantil en Chile también son un actor fundamental en los actuales
procesos de movilización popular y lucha contra la desigualdad que imponen las políticas neoliberales.
Todas estas expresiones colectivas de protesta han dejado huellas materiales y simbólicas en los
territorios transitados y seguramente las seguirán dejando.
A partir de lo expresado en el apartado anterior puede afirmarse que actualmente la acción colectiva
ocurre en gran parte del mundo con patrones similares; protestas a nivel comunitario, que se movilizan
por objetivos más definidos y específicos del contexto local y otras que presentan demandas más
generales. Algunas se vinculan con cuestiones políticas, quejas frente a un gobierno y frente a la
corrupción que representa, por ejemplo. Sólo parte de estos reclamos obtiene ciertas concesiones
puntuales por parte de las autoridades, pero no transformaciones profundas (Youngs, 2017).
Afirma Sznol (2007, p. 32) que “el habitar la ciudad y ser habitado por ella es cambiante”. Esto lo
demuestran las protestas sociales mediante las cuales a través de las diversas formas que adoptan, la
ciudad cambia, se modifica. Al mismo tiempo, estas prácticas de beligerancia popular colectiva se
expresan espacialmente de variadas maneras de acuerdo con los límites que les imponen los espacios en
que se suceden y los gobiernos de turno a través de sus medidas y políticas, entre otros factores. En
consecuencia, dan al espacio público nuevas características y usos.
Los piquetes y las barricadas constituyen formas de reclamo colectivo que significan una toma del
espacio público en el sentido de una ocupación más o menos permanente y ofensiva, y un cambio de su
uso hacia el reclamo, el pedido o el rechazo. Con su aparición, los límites de la ciudad se transforman y,
por lo tanto, surgen nuevas fronteras, se alteran y desaparecen otras.
A su vez, ante un piquete o barricada, se generan espacios de separación entre los y las manifestantes
y el resto de los y las ciudadanas. Es decir que, por un lado, estas formas de protesta separan espacios y
constituyen fronteras con lo opuesto, lo distinto, y hasta pueden generar sentimientos de rechazo e
incluso de miedo y una reacción violenta en respuesta.
Sin embargo, al mismo tiempo, estas acciones permiten a los actores en protesta unirse y visibilizarse
ante el resto de la sociedad, en áreas del espacio público que en general tienen un importante
significado social y que, por lo tanto, los vuelve estratégicamente interesantes para ejercer el reclamo.
Entonces, la protesta también permite el encuentro, la unidad y la expresión colectiva, así como la
generación de representaciones e identidades en común fruto de estas acciones colectivas. En
consecuencia, puede concluirse que las diversas formas de protesta se asocian con la posibilidad de la
transformación espacial, tanto del orden de lo material como del orden de lo simbólico o inmaterial, de
ahí la relevancia de su estudio en épocas de fuertes movilizaciones ante los procesos de fragmentación y
segregación socioespacial que determinan las ciudades neoliberales.
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