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ISBN 978-987-783-638-7
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© 2019, Mar Petryk
Carolina Pérez.
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LA CAÍDA DE UN ÁNGEL
Un año después…
—¿Lista?
Asiente, agarra su libreta, se pone el abrigo y bajamos los escalones
en silencio. Emma está cada día menos habladora y me preocupa, pero no
quiero decírselo a Bas. No puedo poner ningún problema más en esa cabeza
rubia.
—¿Vas a avisarme cuando necesites un cuaderno nuevo? —pregunto,
poniéndole el casco. Ella asiente y guarda la libreta en su pequeño morral
—. ¿Estás bien?
—Estoy… cansada. Anoche no dormí bien.
—¿Pesadillas de nuevo?
Niega con la cabeza, el aparatoso casco baila sobre su diminuto
cuerpo.
—Bas estuvo llorando. Yo… no sé qué hacer para que se sienta
mejor. Yo… quiero ayudarla y no sé cómo hacerlo.
Cierro los ojos, puedo escuchar el llanto de la rubia. Puedo sentirlo
como si lo estuviera oyendo, porque lo oí tantas veces que su tono se grabó
en mi memoria.
—Estás haciendo todo lo que está a tu alcance, Emm. —Acerco
suavemente mi mano a la suya y la estrecho. Han pasado tres años, la
terapia es intensa, pero aún hay que ir despacio cuando se trata del contacto
físico—. Todos lo hacemos, pero no es fácil. Bas ama a tu hermano, no
podemos pretender que no sufra. Sé que te llena de impotencia, créeme,
pero no podemos pedirle más de lo que está dando.
—Tengo miedo —casi susurra.
—¿De qué? —Miro hacia los costados, paranoico. ¿Algún día
dejaremos de sentirnos perseguidos? ¿Algún día entenderemos que todo
terminó?
—De que enferme de tristeza.
Miro hacia el balcón, las ventanas siguen cerradas. Hay días, como
hoy, en los que tengo que obligarla a levantarse, a ventilar la casa, a
comer…
—¿Qué pasará con Rufi si Bas enferma? ¿Qué pasará… conmigo?
—Bas no va a enfermar. —Me gustaría que mi voz sonara más
convincente—. Y yo estaré para Rufi y para ti, siempre. ¿Me escuchas? Sin
importar lo que pase, ustedes cuentan conmigo.
Sus ojos claros se humedecen con facilidad. Asiente y se sube a la
moto. Me pongo el casco, dejo que se abrace a mi cintura y comenzamos a
recorrer las calles, sintiendo la tarde invernal sobre nosotros.
—Paso a buscarte en cuarenta minutos. ¿Sí? —Baja con cuidado—.
Espérame adentro como siempre.
Asiente, me da el casco, abraza el morral y se aleja.
Tres años de terapia. Tres años escribiendo su historia en cuadernos.
Exorcizando sus demonios, detallando sus miedos, exactamente como la
psiquiatra lo pidió.
La mejoría es notable, pero… ¿cuándo tendrá el alta? ¿Cuándo
volverá a caminar por la calle sola sin sentir miedo? ¿Cuándo volverá a
tener seguridad en sí misma? ¿Cuándo dejará de odiarse por ser mujer?
¿Cuándo acabarán las pesadillas? ¿Cuándo dejará de gritar nombres en
sueños? ¿Cuándo sanará su cuerpo?
El living está a oscuras, todo está en silencio. Dejo las llaves y el
celular sobre el sofá, tengo media hora antes de pasar por Emma y traerla de
nuevo a casa.
La cocina está vacía. Avanzo por el pasillito y golpeo la puerta
entreabierta de su habitación.
—¿Bas? —susurro, por si Rufi está dormido—. ¿Puedo pasar?
—Pasa… —responde en voz baja y nasal. Estuvo llorando.
Una tenue luz anaranjada ilumina la mitad del cuarto. Rufi duerme en
su cuna y Bas está acurrucada en su cama en posición fetal.
—¿Cómo estás? —susurro, sentándome en la punta.
—¿Emma entró tranquila? —Esquiva mi pregunta.
—Sí, en media hora paso por ella. ¿Cómo estás? —repito, poniendo
una mano sobre su pierna.
Cierra los ojos, se abraza a sí misma como si fuera un bicho bolita,
como si quisiera protegerse de todo y de todos.
Nunca me sentí tan impotente. Verla así me destroza. Esta mujer
fuerte, valiente, independiente y hermosa, se ha reducido a una flor frágil,
que se marchita sin que mis manos puedan evitarlo.
—Rufi tuvo fiebre anoche —dice, secándose una lágrima.
—¿Por qué no me llamaste?
—Era viernes por la noche, Equis. Estabas con tus amigos, no quiero
seguir causándote problemas.
—Estábamos jugando videojuegos, Bas. Lo más emocionante de la
noche fue una pizza con morrones. ¿Por qué no me llamaste? Sabes que
prefiero mil veces estar con ustedes. No me causas ningún problema,
ustedes son… mi familia.
—Estás postergando tu vida por nosotros.
—Eso no es verdad.
—Sí, sí lo es. ¿Qué pasa con Luci? La quieres y no haces nada para
que lo sepa. Te conformas con ser su amigo. Te sientas a mirar cómo otro se
la lleva de la mano.
—No puedo pensar en una relación ahora…
—Exacto, porque estás demasiado ocupado haciéndote cargo de
nosotros.
—Yo disfruto estando con ustedes… Estoy haciendo lo que él
querría.
Su mirada se inunda. Es un mar enfurecido.
—¿Y yo? —Lleva las rodillas a su pecho—. ¿Estoy haciendo lo que
él querría?
—Estás haciendo más de lo que él o cualquiera de nosotros esperaría.
Estás criando a un hijo sola, estás estudiando de nuevo, estás cuidando de
Emma como si fueras su madre.
—Siento que no estoy… haciendo las cosas bien —su llanto es mudo
—, especialmente con Rufi. No sé si estoy siendo buena madre. Es todo tan
nuevo y me siento tan… sola. No me malinterpretes, sé que estás conmigo.
No sé qué haría sin tu ayuda, pero… no es… lo mismo. ¿Qué voy a hacer el
año que viene, cuando empiece el jardín? ¿Cómo voy a hacerle frente a los
problemas, a las nuevas etapas? ¿Cómo voy a hacerlo sin él?
—¿Por qué eres tan dura contigo, rubia? ¿No lo ves? —Me acerco,
mi pulgar se roba sus lágrimas—. Tienes veintitrés años y pasaste por más
de lo que cualquiera podría soportar. Y aquí estás, entera.
—No estoy entera, Equis, me falta un pedazo…
—No. —Acaricio su mejilla, suave y húmeda—. Estás entera, ese
otro pedazo no te falta, solo está dormido. Dale tiempo.
—¿Cuánto tiempo?
—Daría cualquier cosa por saberlo…
Su labio inferior tiembla mientras asiente y lucha por mantener las
lágrimas dentro de sus ojos.
—Ven aquí —digo, extendiendo mis brazos—. Todo va a estar bien,
te lo prometo. —Aprieto fuerte su pecho contra el mío, sintiendo su
angustia, haciéndola mía—. Y si no lo está, puedes patearme el culo hasta
que te canses. No me quejaré.
Una risa débil entre lágrimas fuertes.
—Puedo pedirte algo —susurra cerca de mi oído.
—Lo que quieras.
—No quiero decírselo. Ni a él ni a Emma. No quiero que lo sepan. —
Cierro los ojos, la furia y la tristeza tiran de mis brazos—. No quiero que
sepan que Venencia me entregó —susurra—. No quiero que sepan cómo
murió. Por favor, Equis, ayúdame a guardar el secreto.
Mi pecho se sacude, mis brazos se vuelven piedra a su alrededor.
—Es tu decisión, rubia —susurro—. Jamás diré una sola palabra.
CONFUSIÓN
El aroma del café despierta uno a uno mis sentidos. La taza entibia
mis manos; la mirada de Luci, mi pecho.
—Para ser un café de hospital, estamos frente a una delicia. —Echa
su cuarto sobre de azúcar, va a morir en cualquier momento—. ¿De verdad
no vas a comer nada?
Suspiro lentamente, como si me desinflara.
—No tengo hambre, gracias.
—Nunca te escuché decir eso. —Se lleva una medialuna a la boca—.
¿Entiendes por qué estoy preocupada?
Sonrío sin ganas, sigo revolviendo mi café.
—Deberías ir a descansar —sugiero—. No hacía falta que te
quedaras toda la noche.
Se encoge de hombros.
—Me gusta trasnochar.
—¿En una sala de hospital?
—Contigo.
Algo dentro de mí se revuelve, son las putas mariposas. Y, de
repente, las palabras de Ángel vuelven a mi cabeza aturdida.
«Si realmente estuviera enamorada de ese imbécil, no coquetearía
contigo».
—¿Puedo preguntarte algo? —murmuro.
—¿En serio me preguntas eso después de tantos años? —Apoya los
codos sobre la mesa, me observa con interés—. Lárgalo, lo que sea.
—Qué… —Lleno mis pulmones de valor—. ¿Qué tienes con Eric?
—Sus ojos se agrandan lentamente, sus hombros caen—. Sé que están
juntos, lo sé. Pero… ¿es serio? ¿Son novios?
—¿Por qué lo preguntas?
La llama se enciende en mi estómago, pero es frío lo que se desliza
por mi columna.
—Tengo curiosidad. —Me encojo de hombros, restándole
importancia, como si no fuera lo que me pregunto todas las putas noches—.
Eres mi mejor amiga, quiero… —besarte— saber si estás bien, si… te trata
como te mereces.
Una sonrisa perezosa tira de los labios de Luci. Mi Luci…
—Es… complicado —dice, jugando con un sobrecito de azúcar—.
No somos novios, no es nada oficial. Simplemente… —Dilo. Simplemente
le compartes tu hermoso cuerpo a ese imbécil que no te valora— pasamos
el rato. Yo lo acompaño a los ensayos y a los shows y él…
El silencio roba sus palabras.
—¿Y él? —presiono. Ella niega con la cabeza, apenas sonriendo—.
¿Qué hace él por ti, Lu?
Su mirada se alza, buscándome con un brillo especial. Un maldito
brillo que me dejará ciego.
—Hace mucho que no me decías Lu. Creí que ya no ibas a hacerlo.
Aprieto la taza de café, ya frío.
—No esquive la pregunta, princesa Organa.
—Él… me distrae.
Alzo una ceja.
—¿Te distrae? ¿Eso es todo? ¿Una distracción?
—Me distrae. Tiene muchos amigos, es divertido y…
—¿Y qué?
—Es lindo. No sé. Solo me distrae.
El cuerpo entero me vibra de… celos. Putos celos, ardiendo bajo mi
piel. Apretando los puños y la mandíbula pregunto:
—¿Te trata bien?
«Sé que no. No me mientas. Luci, no me mientas».
—Sí. —Se encoge de hombros otra vez—. ¿Y qué hay de ti?
¿Alguna policía sexy dando vueltas? —Evita mirarme a los ojos—. ¿Algún
amor por ahí?
Pienso en Sonia, la cadete de la central. Pienso en todas las veces que
me sonrío de más, en las atenciones especiales al traer mis pedidos, en las
risas de mis compañeros cada vez que se paseaba por delante de mí. Sé que
le gusto o algo así. Lo sé. Pero…
—Nada que yo quiera. Parece que el amor no es para mí.
—No digas eso. —Niega con la cabeza, apoyando su mano sobre la
mía—. Ya llegará la indicada.
Miro sus dedos ardiendo sobre mi piel. Quiero decir mil cosas.
Quiero explicarle cómo me siento. Quiero… entender cómo me siento.
Quiero averiguar si ella se siente como yo. Pero acá estoy, asintiendo
mientras su toque me derrite y su boca me tienta.
Lara está lista, parada al lado de la cama. No dijo una palabra desde
que despertó. No respondió mis preguntas. No hizo contacto visual
conmigo ni una sola vez.
Luci se fue poco después de que yo firmara para sacar a mi hermana.
Tiene el alta, pero tuve que firmar como responsable debido a su adicción.
Ahora, el silencio invade el taxi que nos lleva a casa. Sé que tendré
que buscar mi moto más tarde.
Dora pasó la noche en casa, no hay dinero suficiente para
agradecérselo. Le pedí que prepara el ambiente para recibir a Lara, no
quiero que mi madre se altere demasiado. No quiero que mi hermana la
hiera. Sé que sueño sin límites.
El taxi frena, Lara baja antes de que pueda abrirle la puerta y
ayudarla. No importa cuánto me apure para pagarle al chofer, ya está
tocando el timbre como una desquiciada. Y la veo entrar. Ignoro el cambio
que el taxista busca en su billetera y salgo disparado.
«No va a escaparse. No va a escaparse hoy. Está cansada y necesita
dinero».
Mamá se levanta del sillón justo cuando entro. Sus brazos están
abiertos mientras se acerca a Lara con desesperación. Pero ella comienza a
subir las escaleras directo a su cuarto.
—¿Está enferma? —la voz de mamá alberga lágrimas no derramadas.
—Sí. —La abrazo, intentando tranquilizarla—. Pero estará bien en
unos días, no te preocupes. ¿Ya almorzaste?
—Almorzó y tomó la medicación. —Dora sale de la cocina, me
sonríe con lástima. Eso es lo que provoco últimamente en todos los que me
rodean, lástima—. ¿Me necesitas mañana?
—Es tu día libre…
—Sé que necesitas una mano, Simón. Tengo ojos.
—¿Estarías dispuesta?
—No me vienen mal las horas extra.
Sé que simula hacerlo por el dinero, pero la razón es otra. Dora
perdió a su padre por esta misma puta enfermedad, me lo confesó días
después de contratarla, cuando mamá tuvo uno de sus peores ataques. Dora
sabe lo que siento.
—Gracias. —Aprieto a mamá y digo—: ¿Por qué no empiezas a
mirar tu programa de la tarde y te acompaño en un rato?
—¿Sí? —Sus ojos se llenan de ilusión.
—Claro que sí. Me ocupo de Lara y bajo. —La empujo suavemente
hacia el salón—. Adelántate.
Cuando mamá nos deja solos, Dora se acerca.
—¿Qué piensas hacer con tu hermana?
Me desinflo.
—¿La verdad? No tengo ni puta idea. —Me paso las manos por el
rostro—. Por el momento, dejar que se recupere de esta e intentar razonar
con ella.
Dora asiente, leo la impotencia en sus ojos. Se pone la cartera al
hombro y me da un apretón maternal en el hombro antes de despedirse.
La casa queda en silencio, hasta que el programa de mamá comienza
a sonar a todo volumen en el living. Miro hacia las escaleras, inhalo
profundo. Me preparo para subir como si estuviera a punto de encontrarme
con el Diablo. Aunque, a veces, el mismísimo Señor de las tinieblas puede
quedar como un cachorrito asustado ante la sombra de Lara.
Tengo un ladrillo atado a cada pie, pero subo. Golpeo la puerta de su
habitación y, como no responde, entro.
Lara está acurrucada en su cama individual, pegada a la ventana.
Mira hacia afuera, el sol filtrándose sobre su piel.
—¿Cómo te sientes?
Silencio amargo.
—Vas a tener que hablarme alguna vez. Lo sabes, ¿no?
—Quiero dormir. —Su voz suena ronca y débil. Imagino que debe
arderle la garganta.
—Y yo quiero hablar con mi hermana.
—¿Qué mierda es lo que quieres saber? ¿Eh? —Se da vuelta, sus
ojos incinerándome—. Sí, bebí cada maldita botella que desfiló delante de
mi cara sin importar lo que fuera. Sí, terminé inconsciente en un callejón
con un grupo de drogadictos de mierda. Sí, a todo lo que imagines. ¿Ya
puedo dormir?
Siento las lágrimas formarse. Sin importar cuánto me esfuerce por
hacerlas desaparecer, están ahí, acechando.
—¿Dónde está la niña que jugaba a Simón dice conmigo? —susurro,
inmóvil—. ¿Por qué te haces esto?
—¿Quieres saber por qué me hago esto? ¿Crees que estás preparado
para escuchar la maldita verdad?
Entierro las uñas en las palmas de mis manos. Cuando me doy
cuenta, estoy respirando como un animal herido.
—Sí.
—Por tu puta culpa —sisea, levantándose—. Porque intentaste
hacerme olvidar que mi madre, mi verdadera madre, me dejó tirada como
un perro sarnoso. Porque crecí con miedo a preguntar quién mierda soy,
cuál es mi puto verdadero apellido. Porque la aceptaste a ella —señala las
escaleras, abajo— sin extrañar tu sangre. Porque me mentiste una y otra
vez, contándome una versión bonita de la historia.
—Lo hice para protegerte —susurro, el corazón en un puño.
—Porque eres más fuerte que yo. —Su índice se entierra en mi pecho
mientras avanza—. Porque eres inteligente. Porque te construiste desde cero
mientras yo sigo atrapada acá. —Su dedo perfora su sien—. Porque tienes
amigos que te cuidan la espalda. Porque ríes. Porque eres libre. Porque el
pasado no te ata. Porque no puedo dejar de pensar qué hice mal. Qué hice
para que ella no me quisiera. Porque jamás podré preguntárselo. ¡Porque no
sé quién soy y no sé cómo mierda averiguarlo!
Mi pecho sube y baja, conteniendo al titán de emociones. Mis ojos
pican mientras las lágrimas queman mi piel. Mi lengua se entumece, pero
me obligo a susurrar:
—¿Quieres que la busque?
Su mirada es veneno, lento y letal.
—Te odio. —Las lágrimas la acarician—. ¡Te odio, Simón! ¡Te odio!
Dejo que sus puños se descarguen sobre mi pecho. Dejo que sus uñas
arañen mi rostro. Dejo que descargue su odio.
—¿Quieres que la busque? —repito, agarrando sus muñecas.
Sus ojos están desorbitados, cansados. Su cabeza cae en mi pecho.
—No sé quién soy. Necesito saber por qué. Necesito saber quién soy.
Mis brazos la rodean con fuerza, su llanto se funde con el mío.
—Voy a buscarla —susurro sobre su cabeza—. Voy a encontrarla
para ti.
CAPÍTULO 13
—¿Me abrazas?
La observo, parada en el medio de la multitud, con su banda favorita
de fondo, con su canción preferida sonando, pidiéndome que la sostenga
entre mis brazos.
No hacen falta palabras cuando el cuerpo habla con un simple roce.
Su pecho blando acaricia el mío, su mejilla descansa justo donde mi
corazón late desenfrenado. Por ella, por este momento, por lo que su piel
me hace sentir. Mis brazos son una muralla a su alrededor, encerrándonos,
protegiéndonos de la realidad disfraza. Miro hacia abajo, las pestañas
descansan sobre sus pómulos. Y ahora entiendo a Ángel, obsesionándose
por algo tan insignificante y perfecto como un mar de pestañas negras.
Cierro los ojos, siguiéndola, sintiendo, escuchando. Todos mis putos
sentidos a flor de piel. Despiertos. Despierto.
Your lips, my lips, apocalypse
Your lips, my lips, apocalypse
Es la única frase que escucho. La única que se repite en mi cabeza
mientras siento cómo la gente desaparece y el momento es nuestro.
Creo que la música dejó de sonar. Digo creo, porque en mi cabeza
todavía suena. Mi piel aún se eriza. Los gritos se encienden, las luces
también. Lo siento a pesar de que no abrí mis ojos. Alguien me empuja por
la espalda, pero no me muevo. Mis piernas son raíces firmes sobre la tierra.
Siento la calidez de unas manos deslizándose por mis mejillas, jugando con
la barba de apenas unos días.
—Abre los ojos.
Su voz es todo lo que necesito.
Su pecho pegado al mío, mis manos alrededor de su cintura, sus
dedos perfilando mi rostro.
—Luci —digo en un gemido ahogado.
Veo el movimiento de su garganta al tragar, siento el pulso a través de
las puntas de sus dedos.
—Equis —susurra.
Sus manos inclinan mi cabeza hasta que me tiene a su altura. A su
completa merced. Su nariz recorre mi mentón, ascendiendo hasta mis
mejillas, trazando círculos que se vuelven fuego al tocar mi piel.
—Luci —estoy rogando. Suplicando clemencia.
Siento el cambio en su respiración, su aliento cálido golpeando mis
labios, su pecho cabalgando junto al mío.
—Equis.
Aprieto los ojos, mi pecho sube y baja a un ritmo bestial.
Su nariz desciende, dibujando el contorno de mi boca y mi pulso
estalla. Siento sus labios en la comisura de los míos, conociéndose con
timidez. Sé que estoy temblando. Sé que no es un sueño. El sabor que
inunda mi boca me lo dice. Mis manos sueltan su cintura para escalar hasta
su cuello, la sujeto para mí como si fuera a desvanecerse. Siento su pulso
sobre mis dedos, desviviéndose por sentir.
«Es real».
Su sabor se aleja, su nariz vuelve a coquetear con la mía. Mis ojos se
abren.
—Es real —susurro. Mis manos a los costados de su cuello, su boca a
milímetros de la mía.
Vuelve a acercarse, sus labios reptando por mi piel hasta llegar a los
míos. Sus dientes se llevan un pedazo de mi boca y el resto de la inocencia
de este beso.
—Equis…
Mis manos se pierden en su nuca; mis dedos, en su pelo. Mi boca
ansiosa saquea la suya, que responde con fiereza. Su lengua desafía a la mía
a ver quién tiene más hambre. La batalla es cruda, pero ninguna de las dos
está dispuesta a rendirse.
Y somos hambre. Somos gustos, manos inquietas y corazones
despiertos.
Y soy fragmentos, soy recuerdos, soy miles de sensaciones que me
llevan hasta esto. Su boca marcándome a fuego.
Siento una lágrima tocar la punta de mi nariz y me sorprende que no
sea mía. Dejo ir su boca, sintiéndome vacío de nuevo. Me separo un poco,
mis manos no se despegan de su cuello. Otra lágrima se desliza por su
mejilla, la atrapo con mis labios.
Lágrima a lágrima, beso a beso, la línea de la amistad se va
desdibujando, abriendo una grieta a mis pies.
Dejándome caer.
CAPÍTULO 15
—¿Cómo te llamas?
La voz de la rubia no logra arrancarme de la mirada de Luci, pero me
obligo a responderle.
—Equis.
Una risa chillona.
—¿Equis? ¿Qué nombre es ese?
—Me dicen Equis.
—Qué misterioso… Me encantan los chicos con lentes, es tan sexy.
Unas uñas largas y brillantes me hacen cosquillas en la mejilla,
observo a su dueña.
—Soy Bárbara, pero me dicen Barbie. —Qué original. Carajo, no se
me había ocurrido—. No parece que la estés pasando muy bien. ¿Bailamos
un poco?
Estoy a punto de decir que no, que estoy muy bien en este sofá,
hundiéndome en mi miseria, cuando la mano traviesa de Eric llama mi
atención.
—¿Sabes qué? —inhalo profundo, sintiendo cómo toma todo de mí
no arrancarle los putos dedos de la piel de Luci—, bailar suena bien. Vamos
a divertirnos un poco.
Me levanto y ayudo a la rubia voluptuosa a ponerse de pie. Dejo que
tome mi mano y me guíe al centro de la sala, donde la música electrónica
hace vibrar los cuerpos.
—No sé bailar —confieso a los gritos, viendo cómo Barbie se mueve
a mi alrededor.
—¡Solo siente la música!
Su cabello largo se balancea de un lado a otro mientras sus curvas
entran en acción.
—Odio esta música —grito—. ¿A nadie le gusta el rock?
Continúa saltando, yo sigo tieso sin saber qué hacer. La música
cambia sin transición. Ahora es un ritmo tropical que los pone a todos
calientes.
—¡Amo esta canción! —chilla y sus caderas se acercan a las mías.
—Creo que… me voy a buscar algo de tomar.
—No, no, no. —Toma mis manos, sonríe con su linda boca—. Yo te
enseño, solo sígueme.
Se da vuelta, pegando su espalda a mi pecho y su cola a mi
entrepierna. El aire se atasca en mis pulmones cuando coloca mis manos
sobre su abdomen desnudo y comienza a moverse. Círculos suavemente
trazados.
Lo siento. Siento su mirada quemándome, entonces la busco. Y la
encuentro, dejándose manosear por un muy borracho Eric, fingiendo
disfrutar de la música.
Continúo dándole el show que quiere, intentando alimentar el bichito
de los celos. Como un virus, desapercibido, comiéndoselo todo, hasta que
alguno de los dos explote.
No hay un solo centímetro entre el cuerpo de la rubia y el mío
mientras se mueve seductoramente, esperando provocar algo que no llega.
Me siento como si estuviera viendo una masacre de gatitos bebés,
cero excitación. Solo… perplejo, inerte.
—Puedes tocarme, no quemo —susurra a mi oído, dejando su esbelto
cuello expuesto.
Lleva mis manos hasta su pequeña cintura, su perfume está a punto
de hacerme estornudar.
Comienzo a moverme, intentando seguir su ritmo, cuando los ojos
verdes vuelven a mí. Y así seguimos canción tras canción, uno en cada
punta, en brazos de otros, miradas ardientes sostenidas, fingiendo que
nuestras bocas no se adoraron, que no morimos por hacerlo de nuevo.
Y lo llevo bien. Llevo este jueguito mejor de lo que esperaba, hasta
que la boca de Eric se acerca demasiado a la de Luci y mi control
desaparece cuando la besa.
La emoción que me invade es oscura. La siento metiéndose en mis
huesos, despertando mi ira. Pero cuando Luci no rechaza su boca, mi
dignidad es solo un recuerdo.
Con un gesto demasiado bruto, me separo de la rubia. Camino entre
la gente, empujando espaldas, mi corazón perdiendo latidos.
La puerta aparece, entro. Una tenue luz rosada ilumina la habitación.
Me acerco hasta la cama —su cama— y me siento en la punta. La música
existe en un segundo plano ahora. La soledad me permite cambiar de
perspectiva, verlo todo con claridad.
¿Qué estaba haciendo? Yo no soy así. Yo no hago esas cosas.
Pixel salta sobre la cama, apenas lo vi al entrar. Lo acaricio. No tengo
ánimos para hablarle hoy.
Me quito los lentes, tirándolos sobre el colchón. Apoyo los codos en
las piernas, dejo caer la cabeza entre mis brazos. Puedo sonar como un
maricón, pero quiero llorar. Quiero vaciarme de estas putas lágrimas, hasta
que sus labios en otra boca dejen de reinar en mi mente.
Algo en mi cabeza zumba, volviéndome loco. Comienzo a tirarme de
los pelos cuando la puerta se abre.
—Supuse que estabas aquí. —Cierra, apoya la espalda contra la
madera.
Dejo caer la cabeza de nuevo, abrumado, confundido. Enojado.
—¿Qué estamos haciendo? —susurro.
—Equis…
—No. —Corto su discurso—. Quiero saber qué es lo que estamos
haciendo.
—No… No estamos haciendo nada.
Mi cabeza sigue su voz, sus ojos evitan los míos.
—¿No estamos haciendo nada? —Mi ceño se frunce y bajo la mirada
—. Nos besamos, Luci. Nos besamos y…
—¿Y qué?
Su cuerpo sigue contra la puerta, como si quisiera impedir que
alguien entrara.
Mi corazón está enloquecido y mis manos tiemblan.
—Y llevo nueve jodidos años queriendo hacerlo.
El mundo deja de girar. La vida tiene otro color y mis pulmones
gritan de alivio.
«Lo dije. Carajo, lo dije».
—Años intentando aprender a estar a tu alrededor, dejando de lado la
puta timidez. Años adorando tu forma de pensar, tus locuras, conociéndote
más y más a través de noches enteras de chat. Hablando de todo y de nada.
Metiéndome en tu cabeza, queriendo descifrarte. —No puedo parar, ya no
sé dónde está el freno—. Creciendo a tu lado, compartiendo locuras,
peligros y vicios. —Niego con la cabeza, enterrándola en mis manos—. Y
llega el día en que te ves más hermosa y feliz que nunca, cantando tu
canción favorita. Y me pides que te sostenga. Y me besas y todo… fluye.
Perfecto. Armonioso. Casi onírico. Mejor que mis sueños… Un sueño que
se convierte en pesadilla cuando Eric toca tus labios. —Mis ojos la buscan
otra vez—. Cuando no puedo dejar de pensar que mandamos a la mierda
años de amistad.
Hay lágrimas en sus ojos, que me invitan a levantarme. Su mirada se
agranda cuando me acerco. Su cabeza se inclina hacia atrás al sentir mi
respiración en su frente.
—Necesito que me digas qué sientes —susurro, mis pulgares
llevándose las lágrimas de su piel—. Tu silencio me está matando.
Entierro los nervios, dejo que mi nariz acaricie la suya.
—Yo… estoy confundida. —Su voz es un puño traspasando mi
pecho—. Todo lo que me dijiste…
—Por favor —mis ojos se cierran, nuestras narices siguen rozándose,
seduciéndose—, no me digas que no lo sabías.
—Jamás me diste ningún indicio.
Su respiración se acelera, la piel de sus brazos se eriza bajo la yema
de mis dedos.
«Eso es bueno. Eso tiene que ser bueno».
—Luci, sabes que me cuesta horrores acercarme a una mujer como
tú.
—¿Como yo?
Mi boca descansa cerca de su oído. Su piel es un puto paraíso de
sensaciones donde quiero perderme y no ser rescatado jamás.
—Perfecta.
«No está alejándote. Eso es bueno. Eso tiene que ser bueno».
—El beso… —susurra, haciéndome temblar de pies a cabeza— me
gustó.
—¿Te gustó?
Estamos mirándonos a la boca, famélicos. Diciendo todo y nada a la
vez.
—Mucho.
Su pecho sube y baja agitado, rozándome en el proceso, haciendo que
me pregunte dónde dejé el puto control.
—Eso es bueno, porque tu boca es lo mejor que me pasó en la vida.
Un gemido torturado escapa de sus labios, endureciéndome al
instante.
—Equis, esto es… raro.
Mis manos no están tocándola. Solo es su pecho pegado al mío y
nuestras narices rozándose hipnotizadas; sin embargo, siento que podría
acariciar un orgasmo ahora mismo. Así, solo sintiendo su calor y su
perfume. La confusión en su voz y el anhelo en su respiración.
—¿Raro bien o raro mal?
Mi mano se anima a buscar su pelo, cerca de su nuca, como tanto me
gusta.
—Raro… bien.
La emoción se me escapa en suspiro libidinoso.
—Mierda, Luci —acerco mi boca a la suya—, dame una buena razón
para que no te bese otra vez.
—Tengo gusto a cerveza —susurra entre jadeos suaves—. Mucho
gusto a cerveza.
Mis ojos ligeramente entreabiertos captan su sonrisa.
—Me encanta la cerveza —murmuro y, por una vez en mi maldita
vida, doy rienda suelta a mi cuerpo.
Mi boca se funde con la suya. Sus labios me reciben llevándose toda
la timidez, inundándome con su sabor, arrastrándome al mismísimo cielo.
Volvemos a ser hambre. Ganas. Anhelo. Fuego.
Mis manos se aferran a sus muslos, acariciándolos, incitando a sus
piernas a que rodeen mi cintura. Y lo hacen, dejan el suelo y se enroscan en
mí. Su espalda choca de nuevo contra la puerta cuando mi boca bucea por
su cuello, lamiendo la piel dulce y necesitada.
—Equis —mi nombre en un jadeo, sus manos tirando de mi pelo.
—¿Qué? —Mi boca se desliza por la humedad de su piel—. Dime
qué quieres, Luci.
—Quiero…
Un golpe seco en la puerta.
—¿Gatita?
Como si despertara de un sueño, la realidad me golpea. La música
vuelve a sonar para mis oídos, la habitación vuelve a tomar color y el aire
se siente pesado otra vez.
—¿Gatita, estás ahí?
Las piernas de Luci me sueltan como si mi piel fuera lava hirviendo.
Comienza a empujarme hacia atrás, hasta que nos metemos en el baño.
Ahora soy yo el que está de espaldas contra la puerta.
Escucho la puerta del dormitorio abrirse, los pasos cada vez más
cerca.
—¿Gatita?
Cierro los ojos, siento su mano tapándome la boca.
—¡Estoy en el baño! —Sus dedos tiemblan sobre mis labios.
—¿Puedo pasar? —Su voz es sugerente—. Estoy tan tenso,
podríamos descargarnos rápido.
Mi pecho se detiene en medio de la exhalación, mi estómago se
revuelve.
—Estoy… algo descompuesta —habla demasiado rápido. Hay que
ser muy imbécil para no darse cuenta de que algo pasa. Por suerte, Eric lo
es—. Necesito un momento. ¿Puedes fijarte si aún quedan suficientes
cervezas?
Mis ojos están abiertos ahora, perdiéndose en ese bosque verde que
me devuelve la mirada.
—Métete un poco los dedos y vomita —le indica el idiota—. Te hará
sentir mejor. Además, tienes que estar bien para tu regalito. Me puse
creativo. Pensé en varias cosas para esta noche, gatita.
Mis ojos se cierran un instante, viéndolo todo rojo.
—Genial. ¡Te busco en la cocina en unos minutos!
—No tardes.
Los pasos se alejan, la puerta se cierra, Luci vuelve a respirar.
—Yo… —Incapaz de hablar, niega con la cabeza y sus manos sueltan
mi boca.
Mientras me pierdo en sus ojos, el verdadero Simón vuelve a tomar
posesión de mi cuerpo. Siento la inseguridad corriendo por mis venas. La
bronca. El miedo. El vacío. El dolor. La pérdida.
—No puedo hacer esto —susurro, saliendo del ensimismamiento—.
Yo… no puedo hacer esto.
—Equis, espera… Podemos hablar.
—No puedo. No puedo hacer esto.
Salgo del baño con la misma rapidez que salgo de su habitación,
como si la casa estuviera en llamas. Me importa una mierda si Eric está
cerca y logra verme. Me importa una mierda si tengo que partirle la cara
delante de los drogadictos de sus amigos. Solo quiero irme. Ya. Solo
desearía no haber venido.
Me abro paso entre la multitud, desesperado por llegar a la salida.
—Ey, Equis, ¿qué te pareció la rubia?
Miro la mano que aterriza en mi hombro.
—Si la invitas a tu casa, te hará pasar una de las mejores noches de tu
puta vida. —La sonrisa se Eric se ensancha, vuelvo a mirar su mano sobre
mi hombro—. Esa rubia sabe cómo moverse, te lo aseguro.
Me guiña un ojo y la repulsión me traga.
Lo empujo. Trastabilla hacia atrás y cae. La incredulidad brillando en
sus ojos.
—¡¿Qué mierda?! —escupe.
—No me interesan tus recomendaciones. No me interesa nada que
salga de tu estúpida boca. —La música desapareció, solo se escucha mi voz
—. No vuelvas a tocarme en tu puta vida. ¿Entendido?
Doy media vuelta, acercándome a la puerta, entonces lo siento.
Demasiada práctica. Demasiados años cubriendo mi espalda y la de Ángel.
Sé que su puño está a centímetros de mi cabeza.
Un nanosegundo.
Doy un paso al costado y su mano impacta contra la nada misma.
Agarro su desorientado cuerpo y lo estampo contra la pared.
—Te dije que no volvieras a tocarme. —Aprieto su perfil,
contorsionando su carita de nene lindo—. No soy un tipo violento, Eric.
Pero no me busques. —Aprieto un poco más mientras levanta sus brazos.
Nadie se mueve, nadie lo ayuda—. Y te sugiero que dejes de tratar a Luci
como un pedazo de carne, si no quieres conocerme enojado.
Cacheteo su mejilla antes de soltarlo.
—Que termines bien la fiesta —escupo y dejo el infierno atrás.
CAPÍTULO 17
Mis ojos están fijos en la pantalla, pero no estoy mirando. Desde que
me senté, no pude dejar de pensar en lo mismo. Ofelia y Luci. Luci y
Ofelia. Una y otra puta vez.
Luci me envío dos mensajes desde que se fue. Un simple Llegué
bien. Y un ¿Cómo estás?
No respondí ninguno. Porque, desde que lo recordé, no pude sacarme
de la puta cabeza aquella frase.
«Y por eso no cortarás mis alas».
Y no lo haré. Porque la amo con cada puta fibra de mi ser, no voy a
cortar sus alas. No voy a ser la soga alrededor de su cuello. Voy a dejarla
volar tan lejos como sea necesario. Y si algún día vuelve a mí, sabré que el
viento la quiso conmigo. Sabré que soy su casa.
Llevo media hora escuchando sus gritos, sus miles de razones para
echarme. Media hora aferrándome a la silla, intentando evitar lo inevitable.
—… ese acto de irresponsabilidad. Hace cinco días debería haber
regresado de sus vacaciones y ni siquiera llamó para dar explicaciones.
—Mi madre tuvo un preinfarto —casi lo susurro.
—Y se le dieron sus dos semanas de vacaciones por adelantado. —
Pasea de un lado a otro detrás del escritorio—. Hay gente que depende de
usted, Villalba. Tiene alumnos que esperan sus clases. Tiene media docena
de chatarra electrónica para analizar. El mundo no puede detenerse por su
madre.
Lo siento, viajando por mis venas, llenándome. La furia.
Apenas puedo escuchar lo que sale de su boca.
—… no merece estar aquí, ni llevar esa placa. Ni siquiera ese
cubículo en el trabaja. No sé en qué estaba pensando Lugones cuando lo
reclutó.
Está ahí, burbujeando. Intento detenerlo, pero es demasiado tarde.
—¿Te pones así porque no lo merezco o porque llegué sin
pretenderlo al lugar donde siempre quisiste estar? —escupo, su rostro se
desfigura en cámara lenta—. Deberías dejar la hostilidad de lado, porque si
tengo que recibir una puta bala por cubrir tu culo, lo haré. Porque yo sí me
dedico a hacer mi trabajo.
Me levanto, la silla cae añadiendo dramatismo al puto momento.
Bajo las escaleras, medio equipo me está mirando. Me siento en mi
cubículo, ese que según Oviedo no merezco.
Intento respirar profundo, calmarme. Sé que pueden abrirme un
sumario por esto, pero, honestamente, me importa una mierda.
Entierro la cara en mis manos. Estoy agotado. Tengo las neuronas
achicharradas de tanto pensar. Siento que estoy sosteniendo el mundo sobre
los hombros. Y voy a caer, porque el peso es demasiado.
Justo cuando levanto la cabeza, veo a Bas y a su preciosa pancita
entrando. Aniquilo con la mirada a los imbéciles que quieren comérsela de
un bocado. Me levanto y camino a su encuentro.
—Rubia, ¿qué haces aquí? ¿Cómo te dejaron pasar?
Su rostro está completamente pálido.
—¿Estás bien? —Agarro sus manos, frías y temblorosas—. ¿Pasó
algo con Ángel? ¿Rufi está bien?
Niega con la cabeza, los ojos perdidos.
—Ellos… están bien.
Le sonrío, intentando apaciguar lo que sea que esté pasando.
—¿Quieres que me tome el descanso ahora y vamos por un café?
Niega con la cabeza, sus manos se aferran con fuerza a las mías.
—Rubia, ¿qué pasa? —Acaricio su mejilla—. Me estás asustando.
—Equis. —Sus ojos se humedecen—. Ofelia…
El mundo se detiene en su nombre.
—No.
—Equis… —susurra, las lágrimas deslizándose por sus mejillas. Sus
manos apretándome con fuerza.
—No, no, no, no, no.
Bas asiente, llevándose las manos a la boca.
Miro a mi alrededor, el fuego trepando por mis piernas.
—No. —Niego con la cabeza, sonrío—. No, Bas. No. Mamá no. No.
—Equis. —Agarra mis hombros, busca mis ojos—. Mírame. —Miro
sus ojos llenos de lágrimas—. Vamos a sentarnos. ¿Sí?
—No. —La alejo—. No. Ofelia no. Mi Ofelia, no.
—Equis… Voy a explicarte todo, solo tienes que sentarte. Por favor.
Escucho su voz como si estuviera dentro de un túnel, perdiéndome
con cada paso.
Siento cómo caigo. Cómo mis rodillas tocan el suelo. Cómo el
mundo que conozco se desvanece.
—Equis. —Siento sus manos sostener mi rostro, su frente acercarse a
la mía. Pero no puedo verla—. Todo va a estar bien. Te lo prometo. Estoy
aquí, estamos juntos en esto.
—No… —Siento el llanto construirse en mi garganta—. Ofelia... No.
No es verdad. Bas —aprieto sus brazos—, estás mintiendo.
—No… No estoy mintiendo, cariño. —Su cabeza niega rápidamente,
las lágrimas enrojeciendo sus ojos—. Lo lamento. Lo lamento tanto.
Observo su rostro, pero en realidad me estoy mirando a mí mismo.
Dieciocho años atrás. Entrando a mi nuevo hogar. Mi nueva mamá
sosteniendo mi mano. Impidiendo que me separaran de mi hermana.
Tapándome cada noche. Leyéndome hasta que el sueño me vencía.
Cocinándome mi comida favorita. Defendiéndome de los chicos de la
escuela, que se burlaban de mí por ser adoptado. Amándome como mi
propia sangre no supo hacerlo.
—Te tengo. —Escucho—. Te tengo. Te tengo.
Mi cabeza sobre el vientre abultado de Bas, en el piso,
deshaciéndome.
Unas manos acariciando mi pelo, susurrándome cosas lindas en el
medio del infierno.
Mi pecho se sacude con violencia. Vaciándome. Gota a gota.
Recuerdo a recuerdo. Hasta que llorar ya no tiene sentido y las lágrimas
perdieron sabor.
CAPÍTULO 33
Ángel
Un año después.
¿Te reíste? ¿Sí? ¿No? Supongo que a Equis se le da mejor esto del
humor.
¿Qué estábamos haciendo? ¡Ah, sí! Agradecimientos.
Qué locura estar escribiendo esto. Ni siquiera sé por dónde empezar.
Pero sería justo comenzar por ellos, Ángel y Bas. Mis primeros personajes,
quienes trazaron el camino para mí. Quienes me llevaron hasta donde estoy
hoy, permitiéndome mirar atrás y ver todo lo que caminé. Lo que crecí. Lo
que guardo en la mochila como recuerdo de esta aventura de letras.
Gracias, Bas, por enseñarme fortaleza.
Gracias, Ángel, por enseñarme lealtad.
Y gracias a ambos, por dejarme escribir sobre Equis. Equis, un hombre
demasiado bueno para ser real…
Cada detalle del libro que sostenés en tus manos fue cuidado por mi
mejor amiga, y compañera de locuras y sueños, la Diseñadora Gráfica
Natalia López. Gracias, Lop, por interpretar mis bosquejos horrendos y
convertirlos en arte. Te amo con la vida.
Y, dejando lo mejor para el final, gracias a mis lectores. Este travieso
spin off no existiría de no ser por ustedes.
Gracias a Carolina Pérez por ser la lectora beta de esta historia y dejar
su corazón en el prólogo. Caro, ¿qué puedo decirte que no te haya dicho
por audios a la madrugada? Gracias por enamorarte de mis personajes,
por poner tanta dedicación en cada lectura, por resaltar tus emociones y
hacerme saber qué iba provocando a cada paso. Gracias por formar parte
de este proyecto y hacerlo mucho más divertido.
Gracias a Daniela Bustamante, la cordobesa más adorable que tengo el
placer de conocer. Gracias por recomendar hasta el cansancio mis novelas,
tanto así que la gente piensa que trabajás para mí. No, amigos míos, es
solo esa mujer y su increíble amor por los libros.
Y no puedo olvidarme de Jesica Paniagua, una de las primeras en
enamorarse de Equis y pedir su historia. ¡Gracias por el empujón!
Gracias a vos por leer. Por sentir y dar vida a estas páginas.
Y no lo olvides:
Los mejores recuerdos nacieron del ridículo. Las mejores ideas, de la
tenacidad.
Pd: Gracias a Equis y a Blanco por enseñarme que siempre, pero
siempre, hay que tapar la camarita de la notebook.
Contenido
DEDICATORIA
PRÓLOGO
LA CAÍDA DE UN ÁNGEL
¿LOS CUMPLIRÁS FELIZ?
MARCHITÁNDOSE
CONFUSIÓN
UN CUENTO ANTES DE DORMIR
DESEQUILIBRIO
EL RENACER DEL ÁNGEL
CINCO MESES DESPUÉS
OCHO MESES DESPUÉS
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30
CAPÍTULO 31
CAPÍTULO 32
CAPÍTULO 33
CAPÍTULO 34
CAPÍTULO 35
EPÍLOGO
PLAYLIST
AGRADECIMIENTOS