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Equis / Mar Petryk - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

ISBN 978-987-783-638-7

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incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio
(electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los
titulares del copyright. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la
propiedad intelectual.
© 2019, Mar Petryk

Corrección: Mar Petryk


Diseño de portada y diagramación: Natalia López
dg.natalialopez@gmail.com
DEDICATORIA

Para todos aquellos que, alguna vez, tuvieron miedo


de lanzarse al vacío.
Solo saltá. Hay un océano entero para recibirte.
Lo prometo.
PRÓLOGO

Decirles adiós a estos personajes no fue ni será fácil.


Pasaron días desde que terminé de leer el manuscrito de esta historia y aún sigo entre estas páginas,
fascinada y emocionada. Sensaciones que comenzaron con “Es Ángel, Es demonio”. Historias que se
metieron profundo en mi corazón y en mi memoria.
Pero Mar tenía más para contar, y había alguien que quería gritar fuerte aquello que le pasaba. Y es
que Equis se fue asomando de a poco. Él es así. Tímido, sensible, sin querer llamar mucho la atención,
pero dejando todo por la gente que ama. Lo da todo, entregándose al extremo.
Fue a través de su amistad con Ángel, que más que un amigo es un hermano de la vida, su vínculo
tan especial con Bas y la adoración por su sobrino, que pudimos espiarlo en “Roto”. Pero no era su
momento, hasta ahora.
Estás por conocer al gran Equis. Su verdadero ser, sus temores, pero también sus mayores deseos.
Sus sentimientos más profundos, guardados durante años, dejados en libertad.
Dejar el dolor atrás, perdonar y dar el salto hacia aquello que se ansía desde hace tanto tiempo.
No tengo mucho más que decir. Este libro es el broche de oro para estos grandiosos y queridos
personajes. Pero, como dije al inicio, decir adiós no es fácil. Por eso les digo hasta luego, ya que
siempre van a estar presentes en cada relectura, en cada recomendación, en cada recuerdo.
Ahora, es el momento de ustedes. De meterse en esta historia y que Equis se desnude ante sus ojos.
Espero que los emocione tanto como a mí. Y que el amor y el cariño, que ya le tenían, aumente a
niveles inmensos.

Carolina Pérez.
Beta reader
LA CAÍDA DE UN ÁNGEL

Un año después…

El silencio ensordecedor es interrumpido por un estallido seco, frío,


inesperado.
El cuerpo de Ángel cae sobre mis brazos, inerte, ahogado en un mar
de sangre que acaricia su cabeza. Sus ojos verdes se vuelven pálidos
mientras le suplico que no me abandone, mientras le exijo que no se dé por
vencido, no ahora que al fin ganamos. Porque ganamos. Porque Emma y
Bas están a salvo y todo por fin ha terminado.
Sus ojos dejan de mirarme mientras le grito. Le grito que no se vaya
ahora. No ahora que puede ser un hombre normal, que puede alcanzar sus
sueños. No ahora que puede abrazar a Emma, que puede darle a Bas todo lo
que siempre quiso.
Sigo gritando, pero sus ojos ya no me escuchan, miran el vacío.
Y la sangre es una marea roja que nos engulle mientras su cuerpo
muere entre mis brazos.
Mis ojos se abren aturdidos por el pánico. Estoy en el sillón,
abrazado a una almohada, teniendo el mismo sueño otra vez. Ese. Ese que
tengo cada maldita noche que logro cerrar los ojos y evadirme de este
mundo.
¿Por qué? ¿Por qué soy yo quien los sostiene en brazos mientras
Ozuna intenta arrebatarle la vida? ¿Por qué?, si fue ella quien lo sostuvo
contra su cuerpo cálido. ¿Por qué es mi boca la que escupe súplicas?, si
fueron sus labios los que intentaron mantenerlo con vida. ¿Será porque
escuché mil veces la historia? ¿Será porque sentí tanto su dolor que lo hice
mío? ¿O será porque la culpa me come vivo?
Un llanto agudo llega a mis oídos y me levanto. Es una noche más.
Una como tantas desde… él. Camino por la oscuridad del pequeño pasillo,
sintiéndome pesado, abatido. Me paro delante de la puerta de madera y
escucho. El llanto es afilado y penetrante, y un sollozo gastado se le une
antes de que mi puño decida tocar.
La puerta se abre.
Sus ojos están llenos de lágrimas esta noche, igual que todas las
noches desde… él.
—¿Otra vez retorcijones de panza? —pregunto, adentrándome en la
pequeña habitación, sumergiéndome en los recuerdos que hablan en cada
esquina—. ¿O esta vez son los dientes?
Bas mira al bebé que acuna en sus brazos, las lágrimas corren por sus
mejillas hasta caer en sus carnosos labios. Labios que ya no sonríen. Labios
que ya no dicen cosas bonitas. Labios que solo susurran una palabra en
sueños: Ángel.
—Ya no puedo más, Equis —su voz se quiebra y apenas la oigo—.
No puedo hacer esto… No sirvo. No se calma, ¿lo ves? Casi nunca logro
que deje de llorar. Ya no sé… —Sorbe las lágrimas. El grito agudo del
pequeño estalla otra vez—. No puedo más. Ya no… no quiero más.
Me acerco y tomo a Rufi de sus brazos, que se queja hasta que logra
acomodarse sobre mi pecho.
¿Quién hubiera dicho que iba a sostener un bebé con tanta facilidad?
Supongo que todo se aprende cuando estás obligado a ponerle el pecho a las
balas.
—¿Qué pasa, campeón? —hablo bajo, la voz llena de calma y
dulzura recién nacida—. ¿No piensas dejar dormir a mamá? —Sus ojos
verdes se agrandan, ganando terreno en su rostro colorado y húmedo—. No
estás siendo un buen chico esta noche. ¿No te parece?
Sigo hablándole a la pequeña cabeza de rulos dorados, intentando no
pensar en ese otro rostro que lleva sus mismos ojos. Mis pies caminan por
la pequeñísima habitación. Mis brazos lo mecen y mi boca no canta
canciones de cuna, porque no sé ninguna, porque todavía no soy tan buen
tío como debería.
Paso a paso su llanto enmudece y sus ojos se cierran, dejando un río
de pestañas rubias.
Con precisión, casi quirúrgica, lo deposito en la cuna.
Me acerco a la punta de la cama, donde la rubia intenta ahogar su
débil llanto con las manos. Hasta eso le han robado, las ganas de llorar.
—Perdón, no quería despertarte —dice, entre lágrima y lágrima.
Me siento a su lado, cerca, demasiado cerca, porque las distancias se
desdibujaron desde que somos todo lo que tenemos.
—No me despertaste, Bas. —Pongo un mechón de cabello detrás de
su oreja, el gesto casi la hace sonreír. Casi. Yo no tengo el don de hacer esa
magia—. Estaba despierto. Estaba teniendo esa pesadilla otra vez.
—Es mi culpa —susurra, limpiándose las mejillas con las mangas del
suéter—. No debí contarte lo que pasó con tanto lujo de detalles.
—No es tu culpa —aclaro, buscando su mirada inundada y cabizbaja
—. Los culpables ya están pudriéndose entre rejas, Bas. Y eso, algún día,
nos traerá paz.
Asiente sin parar, retorciéndose las manos sobre el regazo.
—¿Emma se despertó? —pregunta la rubia, preocupándose por los
demás. ¿Cuándo no?
—No, estaba durmiendo al otro lado de living cuando me levanté del
sofá.
Ladea la cabeza, el cabello largo y ondulado le cae sobre un hombro
cuando me mira.
—Tienes que ir a tu casa, Equis… No puedes seguir durmiendo en
ese sillón todas las noches. Tu mamá te necesita.
—Ey. —Acaricio su mejilla con mi pulgar, robándome una lágrima,
tratando de entender cómo fue que logramos esta cercanía tan
desesperadamente necesaria—. Mi mamá está con mi hermana y la
enfermera, no te preocupes por eso. Además, quiero estar acá todas las
noches que me necesites. Quiero estar con ustedes, cuidar de Emma y de
Rufi. Se lo prometí, te lo prometí.
—Estás postergando tu vida —me dice y sus ojos se cierran ante mi
caricia silenciosa, que no es la que desea, pero es suficiente ahora mismo.
—También estás postergando la tuya desde hace un año. —No puedo
evitar el reproche que suena en mi garganta—. Dejaste de estudiar, no
quieres recibir a tus amigos ni a tu familia, te la pasas usando su ropa,
encerrada en su casa, viviendo su sueño eterno. ¿Crees que él querría esto?
—Me gustaría saber qué quiere, qué espera de mí… —Sus ojos
negros se nublan y el cielo estalla—. Me gustaría poder escuchar su voz una
vez más, Equis, antes de volverme loca. Antes de… olvidarla.
Ahoga su llanto en mi hombro, humedeciendo mi camiseta. Mis
brazos la rodean y la sostienen con fuerza. Eso hacen desde hace un año.
Eso hacemos, sostener nuestros pedazos rotos, intentando evitar lo
inevitable. Porque la noche llega y los recuerdos también.
—Va a despertar, Bas. —Acaricio su cabello, mis ojos se cierran con
fuerza. La angustia salta dentro de su pecho y me conmueve a más no poder
—. Te lo prometo.
—Ya no puedo esperar más, Equis —susurra entre sollozos histéricos
—. Lo extraño tanto. Me siento tan… vacía. Es como si me estuvieran
abriendo el pecho con los dedos, como si me estuvieran apretando el
corazón hasta reventarlo. Me cuesta respirar. Me cuesta despertar y no tener
sus manos haciéndome cosquillas. Me cuesta sonreírle a Emma y decirle
que todo estará bien. Me cuesta ser la madre entera que su hijo necesita
cuando estoy en pedazos.
No sé qué mierda decir. Su ausencia hizo un agujero en la tierra y nos
tragó de un bocado. A ella, a mí, a todos.
Dejo que sus uñas se entierren en mi espalda. Dejo que se aferre a mí
como si yo estuviera intacto, como si no fuera endeble, como si aún
estuviera dispuesto a dar pelea a la desolación.
—Voy a morir si no vuelve a mirarme a los ojos. —La fragilidad en
su voz me pone la piel de gallina—. Lo siento. Siento cómo me estoy
apagando con cada día que sigue dormido. Y tengo miedo. Carajo, tengo
mucho miedo, Equis. Por él, por Rufi, por Emma, por ti. No quiero esto, no
quiero ser la sombra de lo que alguna vez fui. Pero se llevó una parte de mí
cuando dejó de pelear por quedarse a mi lado.
—¿Dejar de pelear? —Me separo, la obligo a mirarme a los ojos—.
No está muerto —le recuerdo. Sus ojos perdidos van de mi boca a mi
mirada oscura—. Está en esa cama luchando con su mente para volver a ti,
a Rufi, a Emma. ¿Me escuchas? —Le seco las lágrimas con los pulgares—.
Nunca dejó de pelear, jamás se dio por vencido. No quiero que vuelvas a
decir eso.
—Lo amo, Equis. —El labio inferior le tiembla y así se siente hablar
de amor—. Lo amo tanto que le daría mis huesos, si eso lograra ponerlo de
pie.
Sus palabras son ladrillos que se apilan en mi garganta, uno a uno,
sílaba a sílaba.
—También te ama —susurro, y ahora soy yo el que no puede
contener las putas lágrimas—. Te ama más de lo que jamás amó a una
mujer. Te lo digo yo, que las vi pasar a casi todas. Te ama, Bas. Te ama más
que a sí mismo y lo supo desde el primer café, lo juro. Vi cómo sus ojos se
iluminaban cuando decía tu nombre. Lo vi observar embobado tus fotos, fui
testigo de cómo se rompió los dedos golpeando una bolsa de box para evitar
pensarte. —Tomo aire mientras ella niega con la cabeza, queriendo ignorar
la cruel realidad—. Soñaba contigo, decía tu nombre como si fuera maldita
miel en sus labios. Hablaba de tu pelo, de tus ojos, de tus pestañas. ¿Me
crees? ¡De tus pestañas! Le saqué la confesión palabra a palabra, le volaste
la cabeza como ninguna otra. Hiciste que quisiera ser el de antes, ser mejor.
Le diste un motivo nuevo para seguir, para vivir, para terminar con toda esta
mierda y venir por ti. —Tomo su rostro entre mis manos y la miro fijo, de
cerca, intentando conectar con el centro de su dolor—. Fue feliz cada día
desde que te conoció. ¿Me escuchas? Ibas a darle un hijo y no podía esperar
para ser padre. Lo hablamos mil veces, mil madrugadas. No dejaba de
pensar qué haría si nacía una niña tan hermosa como su madre. Se volvería
loco, sin dudas, lo sabía. —Mi risa seduce a sus lágrimas—. Quería ser el
mejor papá sobre esta tierra, quería darle todo. A los dos. Aún quiere darles
todo. —Esconde la cabeza entre mis manos—. Eres la realidad que supera
sus sueños y te juro, Bas, te lo juro, volverá por ti.
Su cabeza se desploma sobre mi pecho, sus ojos no conocen lo
opuesto al llanto.
Es otra noche más, una como tantas, desde la caída del ángel.
¿LOS CUMPLIRÁS FELIZ?

La puerta de la habitación está entreabierta, me detengo antes de


entrar.
—Siempre me pregunto qué dirías si supieras que te corto el cabello.
—La voz de Bas suena azucarada, serena—. Tu preciada cabellera en
manos inexpertas. —Ríe suavemente—. Apuesto a que te volverías loco,
Blanco. —Cierro los ojos, una sonrisa se filtra en mi boca mientras la
escucho—. Pero hago un buen trabajo, lo juro. Estás siempre prolijo,
perfumando y… —su voz se quiebra— los años no hacen más que ponerte
más hermoso, más… masculino.
El silencio se hace presente en el cuarto, contrastando con la
actividad que da vida al resto de la clínica. Asomo un poco la cabeza, Bas
esconde algunas lágrimas y se agacha hasta depositar su boca sobre los
labios secos de Ángel.
—Te extraño, Blanco —susurra.
Decido que es momento de entrar, antes de que se desmorone.
Golpeo dos veces y paso.
—Buen día. —Sonrío como si el sol brillara, como si el cielo no
estuviera cayendo, como si mi mejor amigo estuviera celebrando su
cumpleaños de pie con su novia y su hijo, y no perdido en su sueño eterno.
—¿Cómo estás? —pregunta la rubia, abrazándome con fuerza. Inhalo
su perfume dulce e intenso. Siempre huele de puta madre—. ¿Alguna
novedad de Ofelia?
—La enfermera está haciendo un buen trabajo y accedió a quedarse
en casa el turno completo. —Le sonrío otro poco, obviando algunos detalles
escabrosos, como por ejemplo, que cuando desperté mi madre no me
reconoció y empezó a gritar—. No te preocupes por eso. ¡Qué linda estás
hoy! Bueno, en realidad siempre, pero hoy…
—Entendí. —Golpea mi hombro y se acerca a la mesita que está al
lado de la cama—. Gracias, Equis.
El vestido blanco le acaricia las curvas y luce radiante, aunque por
dentro esté marchitándose. Hace tanto tiempo que no la veía con su antigua
ropa… Desde hace dos años que se limita a las camisetas y buzos de Ángel.
¿Por qué el tiempo se me escurre de las manos?
—¿Y Emma? —Me apoyo en la pared, observando ese cuerpo
inerte…
—Está con la psiquiatra —responde, acomodando la perfectamente
hecha cama de hospital.
—Creí que iba a venir…
—Aún no está preparada para afrontar esto. —Acaricia las piernas de
Ángel—. Venir a verlo no le sentó bien, implicó un retroceso en su
tratamiento. Estoy preocupada y no sé…
—Aquí hay más rosas que el año pasado —suelto abruptamente,
olisqueando el gigantesco ramo solo para cambiar de tema. Para hacerla
sentir mejor.
—Es el segundo cumpleaños que pasa en esta habitación… —su voz
parece desvanecerse con cada palabra—. Quería que fuera mejor,
diferente...
—Es mejor que cualquiera de los cumpleaños que tuve estando
consciente, créeme.
Su mirada húmeda me recuerda cuán bruto soy.
—Perdón, no quería…
—Está bien. —Fuerza una sonrisa.
La puerta se abre y un terremoto rubio llamado Azul arrasa con la
habitación.
—¡Tía Bas! —La pequeña se abraza a las caderas de su tía—. ¿Y
Rufi? ¿Dónde está?
—Azul, baja la voz. —Francisco entra rezongando como siempre—.
Estamos en una clínica, ya te expliqué lo de hablar bajito.
La niña asiente, abrazada a Bas.
—Rufi está con su abuelo. Lo traerá en un ratito y podrás verlo. ¿Sí?
Le acaricia el cabello, Azul la mira con adoración. Esta mujer tiene
un instinto maternal visible a kilómetros de distancia. Aunque ella esté
demasiado ciega para verlo, es una madre excepcional para Rufino y
Emma, quien encontró en Bas mucho más que una cuñada.
—¿Dónde está mi sobrino? —Isabel hace su entrada triunfal,
embarazadísima.
—Está con el papá de Bas —dice su esposo—. Te dije que no
cargaras peso, qué cabeza dura.
Todos nos saludamos, hablamos casi en susurros y miramos al
anfitrión de ojos dormidos.
¿Nos escuchará? ¿Sentirá el amor que emana de cada una de las
personas que pisan este cuarto?
Azul comienza a llenar las paredes con sus obras de arte. En todos los
dibujos su tío sonríe y le da la mano a dos chicas rubias, que deduzco son
Bas y ella.
Isabel y su panza se acercan a la rubia de oscuros ojos inquietos.
—¿Estás mejor del estómago? —le pregunta, recordándome las
noches de vómitos que esa maldita úlcera nerviosa le costó.
Bas asiente y le sonríe con dulzura herida. Desde esa noche, hay que
tirar del hilo para sacarle las palabras de la boca. O conformarse con un
gesto.
Francisco ayuda a Azul a pegar los últimos dibujos allá donde no
llegan sus brazos.
La puerta se abre una vez más, Gabriel Bas entra con su nieto en
brazos y el bolso a rebosar de pañales cargado al hombro.
—Nunca he visto niño más mamero que este… —dice el abuelo
baboso.
—¡El nene de la tía! —chilla Isabel, intentando moderar el tono de
voz—. Necesito cargarlo un poquito.
Va hacia Gabriel y, prácticamente, se lo arrebata de los brazos. Rufi
ni se queja, le encanta pasar de mano en mano.
Bas le besa la cabeza a su hijo antes de poner una enorme torta de
chocolate sobre la mesa auxiliar. La cobertura, casi negra, brilla y sostiene
veinticinco velitas blancas.
Todos rodeamos la cama de Ángel, en silencio.
Nadie canta el Feliz cumpleaños.
Nadie aplaude.
Todos piden un deseo.
El mismo deseo.
Bas sopla las velas y la lluvia se desata en sus ojos.
Francisco besa a Ángel en la frente y sale de la habitación.
Isabel repite la acción de su marido, llevándose a Rufi con ella.
Azul le pone una flor en la oreja a su tío, le besa la mejilla y camina
hacia la puerta.
Gabriel sostiene los pedazos rotos de su hija.
Y yo… Yo hago lo mismo de siempre, dejar que la impotencia me
consuma.
MARCHITÁNDOSE

—¿Lista?
Asiente, agarra su libreta, se pone el abrigo y bajamos los escalones
en silencio. Emma está cada día menos habladora y me preocupa, pero no
quiero decírselo a Bas. No puedo poner ningún problema más en esa cabeza
rubia.
—¿Vas a avisarme cuando necesites un cuaderno nuevo? —pregunto,
poniéndole el casco. Ella asiente y guarda la libreta en su pequeño morral
—. ¿Estás bien?
—Estoy… cansada. Anoche no dormí bien.
—¿Pesadillas de nuevo?
Niega con la cabeza, el aparatoso casco baila sobre su diminuto
cuerpo.
—Bas estuvo llorando. Yo… no sé qué hacer para que se sienta
mejor. Yo… quiero ayudarla y no sé cómo hacerlo.
Cierro los ojos, puedo escuchar el llanto de la rubia. Puedo sentirlo
como si lo estuviera oyendo, porque lo oí tantas veces que su tono se grabó
en mi memoria.
—Estás haciendo todo lo que está a tu alcance, Emm. —Acerco
suavemente mi mano a la suya y la estrecho. Han pasado tres años, la
terapia es intensa, pero aún hay que ir despacio cuando se trata del contacto
físico—. Todos lo hacemos, pero no es fácil. Bas ama a tu hermano, no
podemos pretender que no sufra. Sé que te llena de impotencia, créeme,
pero no podemos pedirle más de lo que está dando.
—Tengo miedo —casi susurra.
—¿De qué? —Miro hacia los costados, paranoico. ¿Algún día
dejaremos de sentirnos perseguidos? ¿Algún día entenderemos que todo
terminó?
—De que enferme de tristeza.
Miro hacia el balcón, las ventanas siguen cerradas. Hay días, como
hoy, en los que tengo que obligarla a levantarse, a ventilar la casa, a
comer…
—¿Qué pasará con Rufi si Bas enferma? ¿Qué pasará… conmigo?
—Bas no va a enfermar. —Me gustaría que mi voz sonara más
convincente—. Y yo estaré para Rufi y para ti, siempre. ¿Me escuchas? Sin
importar lo que pase, ustedes cuentan conmigo.
Sus ojos claros se humedecen con facilidad. Asiente y se sube a la
moto. Me pongo el casco, dejo que se abrace a mi cintura y comenzamos a
recorrer las calles, sintiendo la tarde invernal sobre nosotros.
—Paso a buscarte en cuarenta minutos. ¿Sí? —Baja con cuidado—.
Espérame adentro como siempre.
Asiente, me da el casco, abraza el morral y se aleja.
Tres años de terapia. Tres años escribiendo su historia en cuadernos.
Exorcizando sus demonios, detallando sus miedos, exactamente como la
psiquiatra lo pidió.
La mejoría es notable, pero… ¿cuándo tendrá el alta? ¿Cuándo
volverá a caminar por la calle sola sin sentir miedo? ¿Cuándo volverá a
tener seguridad en sí misma? ¿Cuándo dejará de odiarse por ser mujer?
¿Cuándo acabarán las pesadillas? ¿Cuándo dejará de gritar nombres en
sueños? ¿Cuándo sanará su cuerpo?
El living está a oscuras, todo está en silencio. Dejo las llaves y el
celular sobre el sofá, tengo media hora antes de pasar por Emma y traerla de
nuevo a casa.
La cocina está vacía. Avanzo por el pasillito y golpeo la puerta
entreabierta de su habitación.
—¿Bas? —susurro, por si Rufi está dormido—. ¿Puedo pasar?
—Pasa… —responde en voz baja y nasal. Estuvo llorando.
Una tenue luz anaranjada ilumina la mitad del cuarto. Rufi duerme en
su cuna y Bas está acurrucada en su cama en posición fetal.
—¿Cómo estás? —susurro, sentándome en la punta.
—¿Emma entró tranquila? —Esquiva mi pregunta.
—Sí, en media hora paso por ella. ¿Cómo estás? —repito, poniendo
una mano sobre su pierna.
Cierra los ojos, se abraza a sí misma como si fuera un bicho bolita,
como si quisiera protegerse de todo y de todos.
Nunca me sentí tan impotente. Verla así me destroza. Esta mujer
fuerte, valiente, independiente y hermosa, se ha reducido a una flor frágil,
que se marchita sin que mis manos puedan evitarlo.
—Rufi tuvo fiebre anoche —dice, secándose una lágrima.
—¿Por qué no me llamaste?
—Era viernes por la noche, Equis. Estabas con tus amigos, no quiero
seguir causándote problemas.
—Estábamos jugando videojuegos, Bas. Lo más emocionante de la
noche fue una pizza con morrones. ¿Por qué no me llamaste? Sabes que
prefiero mil veces estar con ustedes. No me causas ningún problema,
ustedes son… mi familia.
—Estás postergando tu vida por nosotros.
—Eso no es verdad.
—Sí, sí lo es. ¿Qué pasa con Luci? La quieres y no haces nada para
que lo sepa. Te conformas con ser su amigo. Te sientas a mirar cómo otro se
la lleva de la mano.
—No puedo pensar en una relación ahora…
—Exacto, porque estás demasiado ocupado haciéndote cargo de
nosotros.
—Yo disfruto estando con ustedes… Estoy haciendo lo que él
querría.
Su mirada se inunda. Es un mar enfurecido.
—¿Y yo? —Lleva las rodillas a su pecho—. ¿Estoy haciendo lo que
él querría?
—Estás haciendo más de lo que él o cualquiera de nosotros esperaría.
Estás criando a un hijo sola, estás estudiando de nuevo, estás cuidando de
Emma como si fueras su madre.
—Siento que no estoy… haciendo las cosas bien —su llanto es mudo
—, especialmente con Rufi. No sé si estoy siendo buena madre. Es todo tan
nuevo y me siento tan… sola. No me malinterpretes, sé que estás conmigo.
No sé qué haría sin tu ayuda, pero… no es… lo mismo. ¿Qué voy a hacer el
año que viene, cuando empiece el jardín? ¿Cómo voy a hacerle frente a los
problemas, a las nuevas etapas? ¿Cómo voy a hacerlo sin él?
—¿Por qué eres tan dura contigo, rubia? ¿No lo ves? —Me acerco,
mi pulgar se roba sus lágrimas—. Tienes veintitrés años y pasaste por más
de lo que cualquiera podría soportar. Y aquí estás, entera.
—No estoy entera, Equis, me falta un pedazo…
—No. —Acaricio su mejilla, suave y húmeda—. Estás entera, ese
otro pedazo no te falta, solo está dormido. Dale tiempo.
—¿Cuánto tiempo?
—Daría cualquier cosa por saberlo…
Su labio inferior tiembla mientras asiente y lucha por mantener las
lágrimas dentro de sus ojos.
—Ven aquí —digo, extendiendo mis brazos—. Todo va a estar bien,
te lo prometo. —Aprieto fuerte su pecho contra el mío, sintiendo su
angustia, haciéndola mía—. Y si no lo está, puedes patearme el culo hasta
que te canses. No me quejaré.
Una risa débil entre lágrimas fuertes.
—Puedo pedirte algo —susurra cerca de mi oído.
—Lo que quieras.
—No quiero decírselo. Ni a él ni a Emma. No quiero que lo sepan. —
Cierro los ojos, la furia y la tristeza tiran de mis brazos—. No quiero que
sepan que Venencia me entregó —susurra—. No quiero que sepan cómo
murió. Por favor, Equis, ayúdame a guardar el secreto.
Mi pecho se sacude, mis brazos se vuelven piedra a su alrededor.
—Es tu decisión, rubia —susurro—. Jamás diré una sola palabra.
CONFUSIÓN

La oscuridad es absoluta, absorbente, fría. Un estruendo acelera mi


pulso, agudiza mis oídos. Mi cuerpo se vuelve piedra cuando lo comprende,
esta vez no estoy preso de mis sueños, esta vez estoy acostado en el sofá de
Ángel, en el medio de la penumbra de su sala.
—¡¿Qué pasa?! —El grito de Emma me hiela la sangre.
Me levanto de un salto y enciendo la luz.
—Tranquila. —Compruebo que las puertas y ventanas estén bien
cerradas—. Voy a ver a Bas, no te muevas.
Me como el pasillo con tres pasos desesperados, y abro la puerta de
su habitación sin golpear.
Rufino comienza a llorar dentro de su cuna, aferrando sus deditos a la
madera, hundiendo los pies en el colchón.
—¿Por qué lloras, campeón? —susurro, tomándolo en brazos,
acariciando su cabeza rubia y llena de rulos.
—Mamá —chilla entre lágrimas, aún adormecido—. Quero mamá.
—¿Qué pasa? —Emma entra a la habitación, pasándose las manos
por los brazos desnudos—. ¿Qué fue ese ruido? ¿Dónde está Bas?
—No lo sé. ¿Puedes sostenerlo?
Ella asiente y le paso el pesado cuerpito de Rufi.
—¿Bas? —Golpeo la puerta del baño—. ¿Bas? —Escucho su sollozo
ahogado—. ¿Qué pasa? ¿Qué fue ese ruido?
—¡Vete!
Su grito retumba en todo mi cuerpo.
—Bas —pego mi frente a la madera—, ábreme la puerta. Por favor,
hablemos.
—Quiero estar sola…
Su voz suena tan rota, que algo en mi garganta se astilla. Inhalo
profundo, la rabia me consume.
—Emma, ¿puedes llevarte a Rufi al living e intentar que vuelva a
dormirse?
Emma asiente y, abrazada a su sobrino, desaparece de la habitación.
Miro el reloj despertador, son las cuatro de la mañana.
—Bas —hablo bajo, mi frente pegada a la puerta—. Vamos, rubia.
Escucho el sonido de su dolor, imagino el calor de sus lágrimas.
El silencio me abre la puerta.
—¿Qué… pasó?
El espejo está roto en mil pedazos, la sangre se escurre entre sus
dedos.
—No sé… —Se limpia las lágrimas, manchándose el rostro pálido
con su esencia—. No sé qué estoy haciendo. Yo no quise. Yo…
Alejo la mano herida de su mejilla, abro la canilla y la meto debajo
del agua, que se torna rosada mientras se roba la violencia de su piel.
El agua cesa. Una toalla envuelve sus manos, los pequeños cortes de
sus dedos tiñen el paño blanco.
—¿Qué pasó? —susurro, sosteniendo su mano entre las mías.
Sus ojos son dos abismos oscuros, solitarios, peligrosos.
—No puedo dormir. —El hilo de su voz no me convence.
—¿Y eso qué tiene que ver con esto? —Acaricio el dorso de su
mano, inspeccionando de cerca las heridas.
—No puedo dejar de verlo, Equis —susurra.
—¿Qué? ¿De ver qué?
—Su cuerpo desplomándose, su sangre tiñendo mis dedos, sus ojos
perdiendo el brillo…
Mis manos se aferran a sus hombros y la hago chocar contra mi
pecho. La abrazo. Dejo que entierre su cara en mi camiseta, dejo que libere
la angustia, que me golpee y muerda los gritos hasta que el cansancio la
domine y se duerma entre mis brazos. Mi cuerpo sabe reaccionar a su dolor,
porque tuvo cuatro años de entrenamiento.
—Ya está —susurro, hundiendo los dedos en su cabello, masajeando
su cabeza.
—Pensé que moría, Equis. —Su voz se pierde en la angustia.
—Pero eso no pasó. —Su cuerpo tiembla contra el mío, la aprieto un
poco más—. Él está bien. Él…
—Lo perdí —me interrumpe y toma una bocanada de aire—. No va a
despertar, ya pasó demasiado tiempo. Lo perdí para siempre.
—No es verdad…
—No puedo más. —Entierra su rostro en mi pecho. Apoyo mi
mentón en su cabeza, mis ojos se humedecen—. No quiero hacer esto sola.
No quiero que Rufi siga creciendo, si él no puede verlo. No quiero hablarle
de su padre como si fuera un cuento, una historia antes de dormir. No puedo
inventar más repuestas a sus preguntas. No quiero vivir más así. Ya no
puedo… Me odio. ¡Me odio! —Golpea su frente contra mí cuerpo—. Me
odio por pensar así. Me odio por desear estar dormida a su lado y que
despertemos juntos cuando esté listo para seguir.
—Ey, no. —Levanto su mentón, sus ojos son una noche de tormenta
—. No vayas ahí. No hables así de ti. Ni siquiera pienses en eso.
¿Entendido?
—Estoy tan sola.
—No estás sola.
—Sí, sí lo estoy.
La rabia se filtra en mi sangre, recorre todo mi cuerpo. Años
sufriendo su dolor, años poniendo el hombro, años intentando sacarle una
sonrisa…
Su labio inferior tiembla y, de repente, quiero besarlo. No sé en qué
carajo estoy pensando, no sé por qué mierda mi cerebro no detiene a mi
cuerpo, hasta que ella lo hace.
—Equis. —La palma de su mano está en mi pecho, mi boca a
peligrosos centímetros de la suya—. Qué…
Se aleja. Una capa de sudor frío me recorre la espalda.
—Carajo. —Sus ojos negros están muy abiertos, se lleva los dedos a
los labios que no llegué a besar—. ¡Carajo! —Me alejo todo lo que las
dimensiones del baño me lo permiten—. Perdón, Bas —susurro—. No sé…
Mierda. No sé en qué estaba pensando, yo… Es que… no puedo verte así.
Yo… no quiero que sigas sufriendo. No sé qué…
—Equis —las lágrimas se secan sobre sus mejillas—, te confundiste.
Ya está.
—Soy un imbécil. —Mis manos aprietan mis sienes. ¿Casi beso a la
novia de mi mejor amigo? No. ¿Casi beso a la madre del hijo de mi mejor
amigo en coma?—. ¡Soy un puto imbécil!
—Ey. —Sus manos toman mis muñecas, bajando mis brazos—. No
eres un imbécil. No pasó nada. Solo fue un momento de confusión, ya está.
—Su voz suena nasal y tranquila—. Prácticamente vivimos juntos, estás
haciendo de padre de Rufi, estás pegado a mí la mitad del día… Equis —
aprieta mis manos, exigiendo mi atención—, los dos sabemos que amo a
Ángel y que tú llevas años estando loco por Luci…
Es así. Sé que es así. Estoy perdidamente enamorado de Luci, aunque
ni siquiera me animo a invitarle un puto helado si no es como amigos. Bas
es la novia de mi mejor amigo, la madre de su hijo. De mi sobrino. ¿En qué
carajo estaba pensando?
—Mierda… —susurro, el corazón se me sale del pecho—. La cagué.
—Ya está.
—No. No está. ¿Qué pasa ahora? Ahora… Ahora todo será raro entre
nosotros, ahora…
—¡Equis! —Sus ojos brillan tanto que enceguecen—. Nada cambia
entre nosotros. No me besaste. No…
—Pero lo intenté.
—Te confundiste. Es algo que podría pasarle a cualquiera. Es
comprensible. Estamos estresados, sufriendo, estamos demasiado unidos…
Dejemos de hablar de esto, ¿sí? Te convertiste en mi mejor amigo, soy tu
mejor amiga. Nada cambia eso. Nada cambia todo lo que hiciste y haces por
mí.
Intenté besarla. Intenté besar a Bas. Que… ¿Qué?
—Necesito un momento.
Asiente, toma la toalla manchada y sale.
Los trozos del espejo roto descansan sobre la pequeña pileta y el
piso. Veo una imagen fragmentada de mí mismo. Veo unos ojos color café,
que no son verdes. Un cabello negro, que no es castaño ni largo. Abro la
canilla, dejo que el agua fría moje mi rostro y me devuelva a la realidad.
UN CUENTO ANTES DE DORMIR

La tarde cae calurosa sobre la ciudad.


Me saco el casco y bajo de la moto. Espero, creo que llegué a tiempo.
Una rubia de piernas largas sale de la Facultad de Psicología. Saluda
a algunos nerds y su voz se pierde entre los comentarios eufóricos del resto
de los estudiantes.
—¡¿Ya me puedes psicoanalizar?! —grito.
Su mirada me encuentra en un instante y una sonrisa, poco vista en
los últimos casi cinco años, se dibuja en sus labios. Comienza a correr hacia
mí, con las manos llenas de libros aferrados al pecho. La recibo con los
brazos bien abiertos, a ella y a su euforia.
—¡Aprobé! —chilla cerca de mi oído, saltando entre mis brazos—.
¡Estoy en cuarto! ¡Estoy en cuarto!
Cierro los ojos, disfruto del sol y del sonido de su risa. De la calma,
un verdadero lujo en nuestras vidas.
—¿Ya puedo sentarme en el sillón y dejar que saques a la luz los
traumas de mi infancia?
Se muerde el labio mientras sonríe y aprieta con fuerza los
gordísimos libros de texto, dando saltitos infantiles en el lugar.
—¡Dos años! Dos años más y podré psicoanalizarte.
—Creo que merezco algo de crédito por haber insistido tanto…
—¡Todo el crédito del mundo! —Me abraza con fuerza otra vez—.
Equis, gracias por ser tan insoportable a veces. Habría abandonado la
carrera para siempre, si no me hubieras obligado a agarrar esos libros y
poner mi mente en otro lado. —Sonrío, absorbiendo el instante de felicidad
—. ¿Qué quieres de cenar? ¡Haré tu comida favorita! Pizza para todos.
Le pongo el casco y le bajo la visera, sé que la odia. Se queja y
vuelve a subirla.
—¿Vamos a la clínica? —pregunto.
—Prefiero… ir y quedarme esta noche. Si puedes quedarte con
Emma y Rufi, claro. Se lo pediría a Javier, pero no le gusta dejar a Clara y
Alma solas por la noche.
—Bas, tienen enfermeros las veinticuatro horas. No hace falta que
duermas en una silla toda la noche.
—Lo sé… —Guarda los libros en la mochila y la carga sobre su
espalda—. Pero necesito pasar un tiempo con él, tengo muchas cosas para
contarle. Además, me toca cortarle el pelo y afeitarlo.
—Está bien. —Le regalo una sonrisa forzada—. Yo me quedo con los
chicos, no te preocupes.
Me sonríe y el nudo en mi garganta se afloja un poco. Subimos a la
moto, sus brazos rodean mi cintura y sus dedos me pellizcan el abdomen
hasta que me quejo. Le gusta molestarme cuando está de buen humor, y a
mí me gusta que lo haga…
Acelero, el viento refresca mi piel. Serpenteo por las calles deseando
que la risa se quede en su boca.

—Rufino o Felicia —la voz de Bas es dulce, suave, y me paraliza


antes de golpear la puerta entreabierta de su habitación—. No sé si eres
niño o niña, no conozco tu mirada, ni el sonido de tu voz. No sé si estás
leyendo esto en voz alta, o mamá te lo susurra al oído con su tono más
dulce. Solo sé que te amo de una manera que jamás creí posible. Una forma
de amor que no existía, hasta que te vi a través de una pantalla, un puntito
perfecto aferrándose a la vida.
—¿Papá no sabía que yo iba a ser un hombre? —pregunta Rufi,
escucho la suave risa de su madre.
—No, cariño —casi susurra—. Papá no sabía que ibas a ser un
hombre, porque aún eras muy chiquitito y el médico no podía decirnos si
esperábamos un varoncito o una nena.
—¡Sigue, porfi!
—Quiero que sepas que tu madre es la mujer más amada de este
mundo. No existe quien no quiera su sonrisa, tampoco quien no envidie su
fortaleza.
—¿Papá te quería mucho?
El silencio se me atora en la garganta. Cierro los ojos, espero su voz.
—Papá me ama más que a nada en el mundo —susurra—. Nos ama.
A ti, a la tía Emma y a mí. Muchísimo.
—¿Qué es fortaleza, mami?
—Es… la capacidad de soportar o resistir algo. Es la fuerza que
tenemos para enfrentar las cosas que nos pasan en la vida.
—Papá pensaba que eras muy fuerte. —La voz de Rufi suena
maravillada.
—Papá siempre pensó que yo era fuerte, pero él es el más fuerte de
los dos. Papá es tan fuerte como un superhéroe.
—¿Como Spiderman?
—Más fuerte que Spiderman.
Su risa me hace olvidar que soy un jodido metiche.
—Tu misión será ser libre, y asegurarte de que mamá sonría todos los
días —continúa leyendo.
—Pero no sonríes todos los días, lloras mucho. ¿Cómo puedo hacerte
sonreír, mami?
Un puto nudo en mi garganta.
—Cada vez que pienso en ti, sonrío. A veces no puedes verlo, Rufi,
pero saber que me das un abrazo de oso cada noche antes de dormir y un
beso baboso, siempre me hace sonreír.
—Entonces, ¿estoy cumpliendo mi misión?
—Claro que sí. —La angustia aflora en su voz, mi sonrisa se
desvanece—. Lo estás haciendo muy bien. Papá está orgulloso de ti.
—¡Sí! —Rufino grita y creo que es él quien aplaude—. ¿Podemos ir
a verlo? Quiero llevarle los dibujos nuevos que le hice.
—Mañana, amor. Ahora es muy tarde, tienes que dormir.
—Mami, ¿me parezco a papá?
No me hace falta ver las lágrimas en su rostro para saber que están
ahí, cayendo cálidas, abandonando sus ojos negros.
—Eres igual a papá —susurra—. Fuerte, valiente, dulce y hermoso.
DESEQUILIBRIO

Las bolsas del supermercado me cortan la circulación de las muñecas


mientras intento meter la maldita llave en la cerradura. Abro, apoyo las
bolsas en el suelo. La oscuridad es casi total, a pesar de que afuera el sol
aún brilla. Bas está acurrucada en el sofá, con su diario entre las manos,
escribiendo bajo la luz amarillenta de un pequeño velador.
—¿Qué pasó? —pregunto, quitándome la campera.
Su mirada oscura se alza lentamente, perdida.
—¿Con qué?
—Fui a buscarte al consultorio, como todos los días que trabajas. —
Frunzo el ceño, analizándola. Algo pasa hoy.
—No fui, no me sentía bien.
Vuelve la vista a su cuaderno, ignorándome.
—¿Qué te duele?
—Nada. ¿Todo?
Apoyo las bolsas con víveres en la mesa.
—¿Cuántas veces voy a tener que repetirte que ya no hace falta que
me ayudes económicamente, Equis?
Su humor no es el mejor esta tarde y cada poro de su piel se encarga
de hacérmelo saber.
—Vivo acá más de lo que vivo en mi casa, es justo que colabore con
algunas cosas.
—Pero ya no quiero que lo hagas, no quiero que sigas…
—Bas —la interrumpo, sentándome a su lado—. No vamos a discutir
por esto, ¿verdad?
Muerde el lápiz, estudiándome.
—Perdón por no avisarte que no iba a trabajar, lo olvidé.
—No te preocupes. —Aprieto su mano, cierra el diario y me presta
atención—. ¿Rufi y Emma?
—Duermen en la habitación. Emma intentaba que Rufi durmiera la
siesta, pero no sé quién terminó durmiendo a quién…
Sonrío, dejando caer mi espalda entre los mullidos almohadones.
—¿Qué harás esta noche? —pregunta, jugando con el lápiz.
—Es la noche libre de la enfermera de mamá, así que me quedaré en
casa a cuidarla. —Cierro los ojos, el cansancio es plomo en mis venas—.
Puede que intente tener una cena normal con mi hermana, si es que no
desaparece como la mayoría de las noches. ¿Por qué lo preguntas? ¿Me
necesitas?
Leo la duda en sus ojos.
—No, no. —Se ata el pelo en un rodete desprolijo, que siempre
consigue lucir con elegancia—. Simple… curiosidad. ¿Ofelia y la
enfermera ya se llevan mejor?
—Cuando no la acusa de ser una delincuente o espía de Servicios
sociales, sí…
Sonríe sutilmente. Bas sería un buen bálsamo para mi madre, pero
quiero mantenerlas a un abismo de distancia. No quiero hacerla partícipe de
mi caos. Bastante tiene con el suyo, que siempre encuentra la manera de
tragársela.
—¿Cómo están las cosas en el trabajo? —pregunta, acariciando un
almohadón.
—Movidas —resoplo, no quiero pensar en la docena de expedientes
que me esperan por la mañana—. Tengo una camada nueva de novatos que
entrenar. ¿Puedes creer que hay gente que no sabe distinguir entre hardware
y software? Es decir, es información básica. ¿Cómo se supone que van a
trabajar en cibercrimen?
—Qué tragedia. —Se lleva la mano al pecho, fingiendo pena—. Te
volviste muy gruñón desde que trabajas para la policía.
—No es verdad. —Sonrío—. Tampoco tuve opción, prácticamente
me obligaron.
—Diría que te extorsionaron…
—Tienes razón. —Niego con la cabeza y atrapo mi labio inferior con
los dientes—. Recuerdo que casi te infartas ese día.
—¡No te burles! —Me golpea el brazo—. Creí que iban a meterte
preso.
—Y yo también. Casi me cago encima. —Le devuelvo
juguetonamente el golpe—. Volví a respirar cuando me ofrecieron el
trabajo. ¿Hacía falta encerrarme en una habitación para proponérmelo?
—Mírale el lado positivo. —Se encoge de hombros—. Ahora tienes
un trabajo dentro del marco de la ley.
—No es tan genial si pienso en todo el dinero que podría estar
haciendo si continuara trabajando por mi cuenta.
—Equis…
—Okay, no se habla más del pasado.
Me observa sin reparos, una sonrisa dulce colorea sus labios. Fue un
instante. Fue fugaz, pero la vi.
—¿Qué pasa?
—Estás raro. —Me pincha con el lápiz.
—¿Raro?
—Hoy estás… más contento. ¿Qué me estás ocultando, Simón?
Me tapo la cara con el brazo, ella me pellizca una tetilla hasta que
largo una carcajada que casi despierta a los dormilones de la casa.
—¡No me gusta que me digas Simón!
—No me obligues a decirlo y desembucha, Simón.
—Puede… que hoy haya vuelto a hablar por Skype con Luci.
—Maldito desgraciado, ¿no pensabas contarme nada?
Abro un ojo, la observo, sonríe como si fuera mi cumpleaños.
Quisiera sacarle una foto o detener el tiempo.
—No te emociones demasiado, tiene novio o algo así. Solo somos…
amigos.
—¿Va en serio con el tipo ese? —pregunta, su sonrisa se desdibuja
con cada palabra.
—Salen hace seis meses, supongo que eso es ir en serio…
—¿Qué sabes de él? —Curiosea, sentándose como indio.
—No mucho, en realidad. Solo que es una montaña de músculos que
podría partirme el cuello con dos dedos si me acerco demasiado a su novia.
Pero… eso no es un problema para alguien que apenas puede ver a la chica
sin empezar a tartamudear. Aunque estoy aprendiendo a controlarlo, hago
mi esfuerzo.
—Ay, Equis. —Su mano se aferra a la mía, me acaricia—. Él no la
merece.
—No, no la merece. Es un hijo de puta machista y manipulador, pero
¿qué puedo hacer yo, más que escucharla? En realidad leerla, como hago
desde hace años…
—Equis, no… ¿No crees que deberías decírselo? —Se coloca un
mechón de cabello brillante detrás de la oreja—. No es justo para ti
escucharla hablar de su relación con ese imbécil, cuando llevas años
deseándola en secreto. Eso te lastima, ella tiene que saberlo.
—No puedo decírselo, rubia. No gano nada. —Niego con la cabeza,
inspecciono mis dedos—. Prefiero ser su amigo antes que no ser nada. Soy
tan estúpido que prefiero mirar cómo otro la besa con tal de seguir estando
cerca.
—Equis, no…
—Ya lo hablamos, Bas —la interrumpo—. Nuestra amistad es rara,
no es como la que tenemos tú y yo. Apenas puedo mirarla a los ojos sin
sudar de pies a cabeza, por eso la red es nuestra casa, nuestro lugar seguro.
—Me encojo de hombros, sé que es difícil de entender—. Solo piensa en la
cita doble que Ángel me obligó a tener. ¡Volqué la gaseosa sobre su ropa
solo porque me sonrío! ¿Entiendes? Y cuando el imbécil de tu novio puso
mi celular en su cartera, intenté que me lo mandara por correo para no tener
que verla. ¿Qué tan ridículo es eso?
—Bastante.
—Lo ves. —Niego con la cabeza. A veces me gustaría ser… menos
yo—. Son años de chats, horas y horas, noches enteras hablando de lo que
se te ocurra. ¿Sabes lo fácil que es enamorarte de alguien cuando aprendes a
amar lo que piensa antes que su cuerpo?
Su mirada de cristaliza con facilidad.
—Te mereces el amor más puro y mágico de este mundo, Equis, y sé
que vas a tenerlo.
Sus brazos me reclaman y dejo que me apretuje a su antojo, hasta que
la alarma de mi celular nos interrumpe.
—Carajo, la hora. —Me levanto y busco mis cosas—. Tengo que ir a
casa. ¿Vas a llamarme si me necesitas?
—Ve, olvídate de nosotros por una noche. Ocúpate de Ofelia.
—No me pidas imposibles, rubia.
Ríe, negando con la cabeza.
—Cuídate.
—Ustedes también. —Señalo el balcón—. Cierra bien puertas y
ventanas y saluda a los dormilones de mi parte.
—Hecho.
Le guiño un ojo y desaparezco en la oscuridad del pasillo, anhelando
una noche tranquila.

—Por favor, baja la voz. Mamá está durmiendo…


—Ella no es nuestra madre.
—¿No? —El cuerpo entero me vibra, soy furia—. ¿Y quién es
nuestra madre? ¿La mujer que nos sentó en las escaleras de una iglesia y
nos dijo que la esperáramos mientras iba a comprar caramelos? ¿La que
dejó a dos criaturas de seis y dos años solos en medio la noche? ¿Ese
monstruo es nuestra madre?
Su mirada húmeda rebota en cada esquina de la enorme cocina.
—Ofelia te crio, te cuidó y te amó más que tu propia madre. Tienes
que respetarla por eso.
Una lágrima rencorosa aterriza en su mejilla
—¡¿Por qué no me das las llaves del puto auto y todos contentos?!
Cierro los ojos, mis manos se aferran a la isla de mármol.
—Porque estás borracha, Lara. Como cada puta noche. No vas a
conducir en este estado, ni lo sueñes.
—¡También es mi auto!
—¡¿No ves que el auto me importa una mierda?! —Golpeo la
mesada, intento calmar el tono de mi voz—. Es tu seguridad lo que
preocupa, no el puto auto.
—Voy a irme —masculla con arrogancia—. Con o sin el auto.
—Tendrás que ir a pie, entonces.
—¿Piensas que vas a detenerme?
Hace años que sus ojos dejaron de ser dulces, pero esta noche el odio
brilla en ellos, desafiándome.
—Lara… —Intento detenerla, pero ya está saliendo de la cocina—.
Lara, por favor, quédate y pasemos una maldita noche tranquilos, en
familia. —Toma el abrigo y las llaves—. Lara.
El portazo hace vibrar las ventanas.
—Linda noche…
La peor película de zombies de la historia se reproduce en mi
televisor. Mis ojos miran, pero mi mente está en otro lado.
Mi celular comienza a vibrar sobre la mesita ratona, el nombre de
Bas brilla en la pantalla. Me desespero por agarrarlo y vuelco el vaso de
gaseosa sobre la maldita alfombra blanca.
—Imbécil —me susurro un cumplido antes de atender—. Rubia, ¿va
todo bien?
Su llanto va apoderándose del silencio al otro lado de la línea.
—¡¿Qué pasa?!
—Él…
La angustia se come el resto de sus palabras y mi corazón comienza a
golpear desesperado contra mis costillas.
—¿Qué? ¿Qué pasa? Por el amor de Dios, Bas, habla.
Escucho cómo su boca pelea por oxígeno, hasta que su voz me roba
el último hilo de cordura.
—Él… despertó.
EL RENACER DEL ÁNGEL

Estaciono en un lugar para discapacitados, ni siquiera intento atar la


moto. Mi cabeza solo puede pensar en llegar a ese segundo piso; mi cuerpo,
en correr.
Las puertas se abren, los escalones se desvanecen bajo mis pies.
Ignoro a la gente que empujo al pasar, también las miradas de alarma de las
recepcionistas. Las suelas de mis zapatillas chillan cuando freno en seco.
Ahí está, con las mejillas bañadas en lágrimas y el corazón en un puño.
—Bas…
Su mirada me encuentra y sus brazos se desesperan por llegar a mí.
Su pecho se pega al mío con violencia. Nos abrazamos con desesperación,
con pánico, con esperanza. Sus dedos se entierran en mi espalda; los míos,
en su cintura. Y así nos quedamos, en silencio, mientras su angustia se
aferra a la mía.
—Te lo dije —susurro cuando sus brazos comienzan a cansarse—. Te
dije que volvería por ti.
La angustia sigue sacudiendo su pecho.
—Tengo miedo, Equis. Tengo mucho miedo.
Acaricio su espalda, sintiéndome igual de aterrado.
—Todo estará bien, te lo prometo —susurro sobre su cabeza.
Asiente sin parar, separándose poco a poco.
—Están haciéndole unos chequeos, me hicieron salir.
Mis pulgares borran las lágrimas de sus pómulos.
—Debe ser el procedimiento, ya nos dejarán entrar. —Miro alrededor
—. ¿Dónde están los chicos?
—Yo… los dejé solos. —Se agarra la cabeza, no imagino el caos que
debe haber ahí—. Necesitaba venir, estaba escribiendo y… algo me decía
que tenía que estar aquí.
—¿Por qué no me llamaste? —Me siento a su lado, frente a la puerta
que me separa de mi mejor amigo—. Podría haberte acompañado.
—No quería molestarte, estabas pasando la noche con tu familia.
—Lara desapareció apenas llegué, estaba pasando la noche con unos
zombies que no serían capaces de asustar ni a Rufi.
Sonríe, pero no ha dejado de mirar la puerta. Sé que desea que se
abra, yo también estoy desesperado.
—Espera —susurra—, ¿dejaste a tu madre sola?
—No. Llamé a la enfermera y le supliqué que viniera, por eso tardé.
Ofrecí pagarle doble y accedió.
Asiente, retorciéndose las manos sobre el regazo.
—¿Crees que esté bien? —Señala la puerta con la cabeza—. ¿Crees
que recuerde… todo?
—Creo que…
La puerta se abre, los médicos salen y Bas se pone de pie de un salto.
—¿Cómo está? —La desesperación encarna su voz.
Uno de los doctores cierra la puerta y se acerca, acomodando papeles
en una carpeta blanca.
—Todos sus signos vitales son correctos. —La vida vuelve a mi
cuerpo—. Como les habíamos adelantado, por la posición en que fue
alojada la bala, no hay indicios de posibles trastornos motores. No obstante,
aún no puede mover su cuerpo. Eso tomará tiempo y mucha rehabilitación.
Está estable y despierto, eso es lo importante. —Mira a Bas, le toma la
mano y se la aprieta amigablemente.
»Deben hablarle como lo hicieron siempre. No levanten demasiado la
voz, no le hablen como si fuera un niño. Háblenle de él, de su familia, de
cosas que le gustan. Háganlo despacio y no discutan. ¿Está claro? —Ambos
asentimos sin emitir sonido—. Le explicamos que estuvo en coma, sin
demasiados detalles, pero está muy confundido y es probable que diga
cosas que ya no corresponden a la actualidad. No se lo discutan, podemos
explicarle todo poco a poco. Sé que es difícil, pero necesito que entren
estando positivos, si los percibe angustiados él también lo estará. —La
rubia comienza a secarse las lágrimas, yo inhalo profundo. ¿Dónde carajo
dejé el valor?—. Hemos abierto las ventanas para renovar el aire, déjenlas
así aunque esté un poco frío. Ah, con respecto a la visita, no más de dos
personas a la vez. Un último pedido, en estos días necesitará estimulación
sensorial. Deben traer algunas de sus pertenencias, fragancias o comidas
que le gustaban. Ir personalizando su ambiente para que retome el contacto
con su esencia. ¿De acuerdo?
Bas está aturdida, yo estoy aturdido, pero ambos asentimos.
—¿Podemos pasar? —Estoy desesperado, apenas puedo razonar.
El doctor Pereyra sonríe.
—Pueden pasar.
La puerta se abre, me encuentro con su mirada verde, y los últimos
cinco años de mi vida cobran sentido.
—Bas —es lo primero que dice, apenas reconozco su voz.
La rubia se acerca despacio, vistiendo su mejor sonrisa, luchando con
las lágrimas. Ángel está acostado como siempre, solo que esta vez han
levantado un poco el respaldo de la cama. Su cuerpo está tieso y
ligeramente hinchado, solo se mueven sus ojos y sus labios al hablar.
Permanezco cerca de la puerta, no quiero aturdirlo.
—Quiero tocarte —le susurra a la rubia—. No puedo tocarte.
—Shhh. —Bas acerca sus dedos a la piel dormida de Ángel. Le
acaricia el brazo, el rostro, el pelo—. De a poco, Blanco —habla suave.
Lo intento, pero no puedo contener las lágrimas cuando los ojos de
Ángel se inundan. Le doy la espalda un instante, me limpio las mejillas e
inhalo profundo.
—¿Cómo te sientes? —le pregunta, sentándose junto a él en la cama.
—¿Qué pasó? —Cuando su mirada repara en mí, me acerco—.
Equis.
—Gelco. —Le sonrío sin saber qué hacer o decir para no cagarla—.
Ya era hora, hermano.
—Estás… —traga sonoramente, me observa de pies a cabeza—
diferente.
—¿Más hermoso? —Alzo una ceja, Bas sonríe.
—Más… musculoso.
—Estuve matándome en el gimnasio para patearte el culo cuando
despertaras.
Hay un atisbo de sonrisa en su boca y los ojos de la rubia se
iluminan. Es la primera vez, en cinco años, que vuelvo a ver su típico brillo.
Ángel vuelve a posar la vista en Bas, al parecer es lo único que vale
la pena en esta habitación. Le haré una escena de celos por esto en algunos
meses.
—Bas. —La confusión en sus ojos viaja hasta el abdomen de la rubia
—. Tu… panza. ¿Dónde está tu panza? —La mirada se le llena de lágrimas
—. Tu panza… Estabas… estabas embarazada.
Bas se levanta, no sabe cómo reaccionar.
—Ángel, no…
—¿Qué pasó con el bebé? —La angustia resbala por sus mejillas, no
puede hacer nada para detenerla—. Dónde…
—Blanco, el bebé está…
—¡No! —Su voz se rompe cuando intenta gritar—. ¡No! ¿Dónde
está? ¿Dónde está nuestro bebé? —Su rostro se pone colorado cuando
intenta moverse y el cuerpo no le responde—. No puedo tocarte. ¡¿Por qué
no puedo tocarte?!
Bas está paralizada, absorbiendo la escena. Doy un paso al frente y la
tomo del brazo, haciéndola reaccionar.
—Llama al médico.
CINCO MESES DESPUÉS

—Bas está preparando a Ángel, ya lo trae. —Emma me sonríe


dulcemente, le devuelvo el gesto y apoyo mis cosas en el sofá.
—¿El terremoto sigue en la escuela?
—Sip, hasta las cinco y media tenemos paz. —Esparce los apuntes
sobre la mesa—. ¿Quieres café o una cerveza?
—No, gracias. En realidad ya tenemos que irnos, si no queremos
llegar tarde.
Ojeo sus libros de texto, todas esos artículos infinitos… Jamás
estudiaría derecho. Aunque también creí que jamás respetaría la ley y ahora
trabajo para ella.
«Las cosas evolucionan. O cambias con ellas o sufres las
consecuencias.»
—¡Basta!
El grito me hace alzar la cabeza, poniéndome alerta.
—Todos los días son iguales —interviene Emma, sentándose—. Se la
pasa tratándola así…
—¿Así?
—Mal. Y arrepintiéndose al segundo. —Revuelve su café, la sonrisa
se borró de su rostro—. Sé que no debe ser nada fácil para él, es como si
hubiera vuelto a nacer, pero Bas está dejando la vida ocupándose de él.
Apenas me deja ayudarla.
—¡No puedo! —Las paredes de la habitación no logran contener el
grito—. ¡Déjame solo!
Suelto las hojas y sigo la disgustada voz de Ángel. Sé que lo que está
atravesando es una mierda, sé que apenas puede soportar vestir su piel, pero
no voy a permitir que trate a la rubia como si fuera basura.
—Blanco, por favor. —La voz suave y cansada de Bas me detiene a
centímetros de la puerta entreabierta—. Con paciencia, primero una pierna
y luego la otra. Vamos, agárrate de mis hombros.
—No puedo. —Su voz el hielo.
—Claro que puedes, solo tienes que hacerlo despacio como la última
vez. —Cierro los ojos, quiero intervenir pero no sé si me corresponde—.
Solo… ayúdame a sentarte en la cama y yo me encargo de pasarte a la silla.
Vamos, como la última vez.
—¡La última vez terminé tirándote al piso! —Grita—. Te saco dos
cabezas de altura, Bas, ¿qué quieres inventar?
—Voy a sentarte en esa maldita silla de ruedas aunque me deje la
espalda en el intento. ¿Me escuchaste? —La paciencia se evaporó de su voz
—. Y Equis va subirte al auto y a llevarte a rehabilitación como todas las
semanas. Ahora, baja la maldita pierna, Blanco.
Escucho el forcejeo de una respiración agotada.
—No puedo.
—Sí puedes.
—¡¿Estás sorda?! ¡Te estoy diciendo que no puedo! —Aprieto los
puños, intentando controlarme—. ¡Vete! Quiero estar solo.
—No voy a irme. —Su voz suena firme, pero yo conozco demasiado
bien su dolor.
—No te quiero aquí, quiero estar solo. ¿Me escuchas? So-lo.
—Vas a ir a rehabilitación.
—¡No voy a ir a ningún lugar! Voy a quedarme en esta cama de
mierda todo el puto día. ¿Entendiste?
—Puedes gritarme todo lo que quieras, Blanco, pero vas a ir.
—¡Deja de intentar arreglarme! —Estalla—. ¡¿No me ves?! Mis
piernas no sirven, apenas puedo mover los putos brazos y…
—Tus músculos necesitan despertarse, eso es todo.
—Es fácil decirlo cuando estás parada y puedes irte caminando
cuando se te de la puta gana. ¡Vete!
—¿Crees que esto es fácil para mí? —Ahora sí, la angustia aflora en
su voz—. ¿Crees que fue fácil ver a la persona que más amo en la vida
postrada en una cama cinco malditos años? ¿Crees que fue fácil esperarte?
¿Extrañarte? ¡Vivir después de ver cómo te morías en mis brazos! —Baja la
voz—. ¿Crees que es fácil ahora, que estás despierto pero el Ángel que
conocí sigue dormido? Porque este no eres tú, Blanco. Mi ángel nunca me
hablaría así. Nunca me pediría que lo dejara solo. Nunca me gritaría…
El llanto es tosco y el gemido que le sigue a continuación, ahogado.
Sé de qué garganta sale…
—Perdóname —susurra. Me apoyo en la pared, respiro hondo y trago
la angustia—. Preciosa, perdóname, por favor. No sé… No sé cómo hacer
esto.
—No llores. —La voz de la rubia apenas parece suya—. Vamos a
estar bien, todo estará bien. Vas a caminar, te lo prometo. Saldrás adelante.
—Te extraño —susurra entre sollozos roncos. Sé que no es correcto
estar escuchándolos, pero necesito saber que mi amigo sigue estando ahí,
aunque sea muy en el fondo—. No soporto tenerte cerca y no poder…
—Lo sé —susurra ella.
—Quiero abrazarte fuerte, quiero cargarte y llevarte a la cama como
antes. Quiero tocarte, sentirte y hacerte… —Las palabras lo ahogan—. Ni
siquiera… Ni siquiera puedo sentarme sin tu ayuda.
—Shhh… Basta, Blanco. No te tortures con eso. Tenemos mucho
tiempo, ¿me escuchas? Mucho tiempo para amarnos.
—No puedo más, Rulosa. No soy fuerte, esto es demasiado para mí.
No puedo con esto. No soy fuerte…
OCHO MESES DESPUÉS

Ordeno el escritorio lo más rápido que puedo, abro el maletín y


guardo los expedientes del nuevo caso para echarle un vistazo cuando
llegue a casa. Tengo que reportarle los avances a mi jefe por la mañana
antes de ir a mi prueba de tiro. Un arma. Después de años van a darme un
arma. Por supuesto, obvié el hecho de que ya sé manejarlas y tuve una
bastante ilegal en el pasado. Si ellos no lo sacaron a relucir, no saldrá de mi
boca. La cuestión es que, en realidad, dudo tener que usarla. Las pocas
veces que acompaño al equipo a algún operativo, nunca salgo de la
camioneta de monitoreo. Mi trabajo sigue siendo estar pegado a la pantalla,
esté donde esté.
—Villalba —Oviedo se acerca con aires de superioridad, como
siempre—, se olvida de dejarme el informe final del análisis de la
computadora del caso Prieto.
Me odia desde el primer día que puse un pie en este lugar. Él fue el
encargado de supervisarme en mi periodo de prueba y no me soporta porque
entré por la puerta de atrás. Porque, según él, no merezco el puesto que
tengo ni el respeto de mis superiores.
Como si hubiera tenido elección, era esto o una lluvia de cargos por
ciberdelito. Y tampoco me la llevé de arriba, tuve que hacer media docena
de cursos y exámenes para tener la chapita que hoy tengo. Tuve que
aprender a seguir las reglas, tuve que adaptarme. Ese carnet me lo gané con
esfuerzo.
—El informe está en su oficina desde hace —miro mi reloj de
muñeca— cuarenta y tres minutos.
Su mirada luce perdida, pero se recompone al instante.
—Le haré saber si necesito algo más —dice antes de darse vuelta, no
sin antes mirarme de arriba abajo.
Hijo de puta egocéntrico y cagón.
El celular vibra en el bolsillo de mi pantalón. Es un mensaje de Luci.
¿Qué te parece si te pateo el culo en el Mortal Kombat? ¿Puedes
conectarte?
¿Hay algo más perfecto que una mujer invitándote a jugar
videojuegos?
Tipeo con rapidez:
¿Quieres perder de nuevo? Paso a dejarle unos libros a Bas y me
conecto ;) Te doy tiempo para que practiques un poco.
El aparato vibra al instante.
¿Practicar? Eso se lo dejo a mis discípulos ;) Te espero. Pd: Pido
Scorpion.
Sonrío como un imbécil, cierro el maletín, tomo las llaves, apoyo mi
pulgar y soy libre.

Me saco el casco, pongo la cadena a mi bebé y me acerco al edificio.


Estoy a punto de tocar el timbre, pero un vecino sale y aprovecho para
entrar. Subo las escaleras de dos en dos, golpeo la puerta y espero mientras
intento peinarme un poco con los dedos.
—¡Tío! —El terremoto me salta encima—. ¡Viniste! ¡Viniste! ¿Vas a
llevarme a jugar videojuegos? ¡Mamá me compró uno nuevo! ¿Quieres
verlo?
—Mi campeón. —Dejo que se cuelgue de mi cuello—. Hoy no
puedo llevarte, pero te prometo que el sábado vamos a jugar hasta que nos
sangren los ojos y comer chatarra hasta que nos duela la panza.
—¡Rufi! —Bas se acerca intentando que su voz suene más autoritaria
—. ¿Qué te dije de abrir la puerta?
—¡Pero era el tío, mamá! —Se defiende, ocultándose bajo mi brazo
—. Vi su maletín por el agujerito de las llaves.
—Vio mi maletín. —Le acaricio la cabeza llena de rulos—. El chico
sabe, está entrenado.
—Deja de defenderlo, Simón. —Me empuja juguetonamente antes de
abrazarme—. Cuánto te extrañé.
La apretujo todo lo que puedo, sosteniendo el maletín y una bolsa
con la otra mano.
—Voy a dejar de extrañarte si sigues diciéndome Simón.
—Es tu culpa por no venir en toda la semana.
Inhalo un poco más su perfume dulzón antes de soltarla.
—Entre mi madre y el hijo de… —Rufi me mira, sabe que estuve a
punto de decir la palabra prohibida. Me corrijo— y el buenazo de mi jefe,
no tuve respiro.
—No desaparezcas así. —Su mano empuja mi pecho—. Es raro estar
tantos días sin verte.
Sonrío y asiento lentamente. Lo sé. Todo esto es raro, nuevo. No
vivir más juntos, no verla casi todas las mañanas, no dormir a Rufi cada
noche, no ayudar a Emma con las investigaciones para sus proyectos de la
universidad. Lo extraño, no voy a negarlo. Pero siempre supe que estaba
viviendo una vida que no era mía.
—Traje tus libros. —Sostengo la bolsa en alto.
—¡Cómo te quiero! ¡Cómo te quiero! —Salta mientras revisa el
interior de la bolsa y extrae los libros. Los acaricia antes de ojearlos—. Son
los últimos que necesito para mi tesis, no puedo creer que los hayas
conseguido. No los encontraba por ninguna librería. ¿Cuánto te debo?
—Nada…
Su mirada se pone seria al instante. Hablar de dinero con Bas nunca
fue fácil, no le gusta que le paguen las cosas.
—Equis, estas ediciones son carísimas. ¡Ni siquiera sé cómo hiciste
para conseguirlas!
—Puedes conseguir cualquier cosa en internet, créeme. Solo hay que
saber dónde buscar.
—Eres incorregible…
—¡Ey! —Me encojo de hombros y le guiño un ojo—. Fue por una
buena causa.
Escucho un carraspeo suave, miro por encima del hombro de Bas.
Ángel está sentado en su silla de ruedas, mirándonos desde la oscuridad del
pasillo que da a la habitación.
—Gelco. —Se acerca, luce serio y no me saca los ojos de encima—.
¿Cómo te sientes?
—No sabía que vendrías.
Miro a la rubia como diciendo ¿Qué le pasa?
—Vine a traerle unos libros a Bas.
—Creí que habías venido a verme. —Agarra una botella de agua de
la mesa y toma una pastilla. Su maldita pastilla diaria.
—Claro. —Frunzo el ceño, pero sonrío—. Siempre que vengo es
para verlos a todos. ¿Dónde está Emm?
—Emma está estudiando en la biblioteca de la universidad con un
grupo de compañeros —interviene Bas, dejando los libros sobre la mesa
ratona y agarrando su cartera—. Tengo que llevar a Rufi a clase de batería.
¿Vas a quedarte a cenar? —me pregunta.
—Tengo un compromiso más tarde. —Con una pizza grasienta, un
videojuego online y la mujer de mis sueños.
—Pero apenas pude verte cinco minutos. —Finge pucheros—. ¿Qué
te parece este sábado? También vendrán Lola y Jerónimo, podríamos
avisarles a Francisco e Isabel. —Se pone la cartera al hombro y busca esa
mirada verde que tanto adora—. ¿Qué opinas, Blanco?
—Lo que quieras, preciosa. —Le sonríe. A ella sí le sonríe.
Los labios de Bas se curvan con elegancia.
—Este sábado, entonces. —Me apunta—. Después de que te lleves a
Rufi a jugar, agéndalo. Nada de casos ni compromisos, ¿hecho?
—Hecho.
Chocamos puños y me abraza una vez más. Los ojos de Ángel están
fijos en los míos mientras mis brazos la rodean.
«¿Qué carajo le pasa?»
—¡Rufi! Se nos hace tarde, vamos.
El terremoto viene corriendo, le planta un beso en la mejilla a su
padre y se abraza a mis piernas.
Bas se acerca a Ángel y sus pequeñas manos le acarician el rostro.
—Solo estaré fuera unos quince o veinte minutos, ¿sí? Llámame si
necesitas algo. —Agacha la cabeza hasta besar sus labios. Ella pretende que
sea un beso casto y rápido, pero Ángel la toma de la nuca e intensifica el
contacto. Aparto la vista, sintiéndome un intruso.
—Te amo —le susurra la voz dulce.
—Te amo, preciosa.
Estoy acostumbrado a que chorreen miel, en especial este último año,
a lo que no estoy acostumbrado es al reto implícito en su mirada.
—¡Nos vemos! —Saluda la rubia una vez más, antes de desaparecer
por la puerta.
El silencio se acomoda entre nosotros. Ángel lleva la botella a sus
labios y da otro trago largo sin dejar de mirarme.
—¿Puedo saber qué carajo te pasa? —escupo.
—Nada.
—¿Nada? —Dejo escapar una risa tosca—. ¿Y qué mierda significa
toda esa hostilidad?
Su expresión es indescifrable y me aterra, Ángel siempre fue un libro
abierto para mí.
—¿Cómo está Ofelia? —pregunta, tomando el control remoto y
encendiendo el televisor—. ¿Lara accedió a ir a las reuniones?
—Si escupes lo que sea que tienes para decirme, con gusto te
respondo.
El fuego no abandona sus ojos. Su boca llama al silencio, pero yo lo
rompo.
—Nos conocemos hace una vida, Gelco, no juegues conmigo.
—¿Qué pasa con Bas?
Mi ceño se frunce, todo su cuerpo está a la defensiva.
—Espero que no estés insinuando lo que creo que estás insinuando.
—Puede que aún esté medio inválido, pero no soy ciego.
Es furia, pura y acuciante, lo que viaja por mis venas. Aprieto los
puños y mascullo:
—Por el cariño que te tengo, voy a hacer de cuenta que no escuché
eso.
—Solo quiero saber qué pasa. —Desvía la mirada—. Noto cómo la
miras, Equis. Quiero saber si estás confundido o… qué es lo que realmente
sientes por ella.
Contra todo pronóstico, me da un ataque de risa. ¿Está hablando en
serio?
—No lo puedo creer. —Me acerco, su cabeza se alza y me mira a los
ojos—. ¿Quieres saber qué siento? Profunda admiración, eso siento.
—Perdón por discrepar, pero parece mucho más que admiración…
—Cinco años, Ángel. —Me agacho, mi índice se entierra en su
pecho—. Cinco años esperándote. Cinco años sin un beso en la boca, sin
sentir a un hombre. ¡Cinco años ahogándose en lágrimas, protegiéndolo lo
tuyo! —Tiene los puños apretados sobre las piernas, sus ojos no quieren
encontrarse con los míos—. ¡Mírame! ¿Sabes qué más siento? Amor. Amor
infinito por su fortaleza y un respeto profundo a nuestra amistad. Cinco
años, Ángel. Prácticamente viví con ella, te reemplacé, cuidé de tu familia,
y ¿ahora vienes con esto?
—Eso es lo que me da miedo —su voz es dura, pero su mirada lo es
aún más—, que realmente me hayas reemplazado, que hayas jugado
demasiado a la casita.
—¿Te estás escuchando?
—No es tan alocado. Estuviste viviendo mi puta vida durante cinco
años. Viendo crecer a mi hijo, abrazando a mi mujer y riéndote con mi
hermana.
—¿Tu mujer? —Niego con la cabeza, atónito—. ¿Desde cuándo
hablas así? ¿Quién eres?
—No des vuelta la situación, sabes perfectamente a lo que me
refiero. Cuidaste tan bien de lo mío que lo creíste tuyo.
—No acabas de decir eso…
—¿Necesitas que te lo repita?
El cuerpo entero me vibra, mis oídos no pueden creer lo que
escuchan.
—Voy a culpar a tu estado de ánimo por esto. Voy a creer que es tu
autoestima de mierda la que está hablando por ti. —Lo señalo, alejándome
—. Voy a pensar que toda esta basura es la impotencia que sientes por el
tiempo perdido, por no poder moverte, ¡porque todavía ni siquiera pudiste
hacerle el amor!
Es un segundo en el que su rostro se desfigura y lo entiendo, todo
acaba de irse a la mismísima mierda.
—Fuera. —Su voz es un trueno.
—Gelco…
—¡Fuera!
Actualidad
CAPÍTULO 1

¿Por qué no planché una maldita camisa anoche? ¿Por qué no me


levanté cuando sonó el despertador por primera vez?
Me subo el cierre del pantalón negro y revuelvo el cajón de camisetas
en busca de alguna sobria. Star wars no, Elvis tampoco, las Tortugas ninja
menos.
«Veintiocho años ¿y no tengo una puta camiseta lisa? Voy a comprar
media docena por internet ya mismo.»
Encuentro una con un pequeño logo de Nintendo, lo analizo. A la
mierda, tendrá que ser suficiente. La paso por mi cabeza y mis brazos
rápidamente mientras mis ojos barren el piso en busca de mi campera de
cuero.
La puerta de mi habitación se abre.
—¡Están aquí! —La espalda de mi madre se pega a la puerta—. ¿Los
escuchas?
Inhalo profundo, cierro los ojos un instante.
—Mamá, no hay nadie. —Me acerco despacio—. Solo estamos tú y
yo.
—Shhh. —Pega su índice a mis labios y sus ojos desorbitados se
humedecen—. Están diciendo tu nombre, vienen por ti. —Mi corazón se
agrieta otro poco—. Ya se llevaron a tu hermana, no dejaré que te lleven
también.
Sus brazos se extienden, como si alguien estuviera a punto de patear
la puerta y ella fuera a detenerlo con su propio cuerpo. Solo que ese alguien
está en su cabeza, y no hay escenario más peligroso que ese.
—Mamá —mis dedos se aferran a sus muñecas y bajan sus brazos
lentamente—, Lara no pasó la noche en casa, está con una amiga. —
Miento, no voy a decirle que debe estar tirada en algún bar del centro—.
Nadie se la llevó. —Las lágrimas bañan su rostro pálido, surcado por la
vida—. Nadie está buscándome, nadie va a alejarme de ti. ¿Me escuchas?
Nadie quiere hacernos daño.
—Los escucho. —Sus manos comienzan a temblar—. ¿No los oyes?
Son ellos, saben que no puedo cuidarte y por eso van a llevarte como se
llevaron a Lara. Mi niño… —Me acaricia el rostro—. ¡No voy a dejar que
te toquen!
El corazón me late con tanto brío que va a salirse de mi pecho.
Debería estar acostumbrado a esto, a los síntomas positivos, a las
alucinaciones auditivas, a su llanto y su pánico por la gente de Servicios
sociales. A toda esta rutina que casi es parte de mi desayuno diario; sin
embargo, no puedo. Jamás lograré acostumbrarme a ver cómo la mujer que
me eligió, me cuidó y amó, lucha contra su propia mente.
Sujeto su cuerpo delgado y tembloroso y lo estrecho contra mi pecho.
—Los asistentes sociales ya no vienen por mí mamá, soy adulto
ahora. —Acaricio su espalda, suplicando en silencio que se calme—. No
tienes que temer, nadie va a separarnos. No voy a irme a ninguna parte. Soy
yo quien te cuida ahora.

Estoy llegando tarde, sé que todos ya deben estar ahí. Se lo prometí.


Le prometí ser puntual e ir arreglado, y acá estoy, con una camiseta de
Nintendo y media hora de retraso.
Bajo de la moto, cierro más mi campera en un patético intento por
ocultar el logo de la vieja remera y camino hacia el enorme edificio. Intento
no pensar en mi madre, que quedó sedada y a cargo de la enfermera.
Tampoco quiero pensar en Lara, que no aparece desde anoche. Hoy solo
voy a pensar en ella, que después de tanto esfuerzo verá materializarse su
sueño.
Las puertas pesan una tonelada, pero las abro con rapidez y troto por
el pasillo vacío. Dejo que los aplausos me guíen mientras me peino con los
dedos.
«Va a matarme. Va a matarme.»
Aterrizo frente a la fuente de gritos y aplausos y pego la nariz al
vidrio. El enorme salón está atestado de gente elegantemente vestida. Abro
la puerta, tengo suerte y nadie me mira. Todos tienen la mirada absorta en el
escenario y el viejo de traje con el micrófono. Me quedo parado en el
fondo, es imposible visualizar a los demás.
—Tomás Ayala.
«Genial, todavía van por la A.»
Los aplausos estallan cuando el joven barbudo sube a recibir su
diploma. Unos apretones de manos y abrazos formales, lágrimas y silbidos,
y la audiencia comienza a silenciarse de a poco.
El viejo toma un vaso del atril y bebe casi con desesperación. Debe
ser el director y sé que está deseando ir por la Z.
—Continuamos —carraspea, llamando la atención de su público—.
Carola Bas.
La mención de su nombre me eriza la piel.
Y ahí está, subiendo al escenario como si fuera la reina del maldito
lugar, la rubia enfundada en un delicado vestido rosa pálido, casi blanco. No
se necesita nada más cuando se tiene una sonrisa como la suya.
Aplaudo como un desquiciado y chiflo hasta que me miran mal. Me
vibra el pecho de emoción al verla recibir su diploma. Las lágrimas de
felicidad que cubren su rostro son mías, las siento junto a cada recuerdo.
Cada noche de insomnio, cada libro que terminó en el piso después de un
ataque de nervios, cada llanto, cada pañal de Rufi que cambié para que ella
siguiera estudiando, cada parcial aprobado, cada sonrisa, cada vez que bajó
los brazos y le recordé cómo se mantenían en alto. Todo viene a mí como
una brisa fresca, anhelada.
Llegó. Tal vez el camino no haya sido el más fácil ni placentero, pero
lo que importa es tocar los sueños. Y ella lo sostiene entre las manos ahora
mismo.
Media docena de profesores la abrazan y murmuran palabras que no
puedo escuchar. La rubia sonríe y escanea la audiencia antes de bajarse del
escenario.
Sé que me está buscando. Sé que no estoy al frente como prometí. Sé
que soy el único que falta.
Me abro paso entre la gente mientras otro alumno es llamado y las
manos de los presentes arden en aplausos otra vez.
Ángel la abraza tan fuerte, que el cuerpo de Bas se pierde entre sus
brazos. Rufi se une al abrazo, aferrándose a sus padres, y es el momento
justo para sacar mi teléfono y tomarles la foto familiar más jodidamente
perfecta de la historia.
Gabriel y Julia piden a su hija, a Blanco le cuesta soltarla. Desde
hace algunos meses, cuando volvió a caminar y a ser él, no para de
levantarla en brazos y pegársele como una garrapata. No importa dónde
estén, lo hace. Si antes era meloso, ahora lo llevó a otro nivel de azúcar.
No hay rencores entre nosotros, no después de la docena de disculpas
que no se cansó de ofrecerme. Él entendió que no hay mujer que se
interponga entre nosotros; yo, que no era él mismo cuando escupió aquellas
palabras. Con el tiempo volvió a ser el tipo de fierro que conocí, el cabeza
dura, el valiente, el pulcro y detallista y también el indomable. Con el
tiempo su autoestima volvió a ser la de siempre, alta y compradora.
Volvieron los chistes, las cervezas, las madrugadas de recuerdos. Con el
tiempo también comprendió aquel hilo indestructible que me une a Bas y a
su hijo. Entendió el amor y la admiración que les tengo, y lloró sobre mi
hombro hasta que no hubo más palabras de agradecimiento.
Lola y Jerónimo reclaman a la rubia, quien los recibe con los brazos
abiertos y lista para seguir entregándose a la emoción. Continúo
observándola, a escasos metros de distancia, esperando mi turno, que no
llega hasta que Javier, Clara y su pequeña la sueltan.
Me acerco, perdiéndome entre el mar de gente.
—¿Ya puede psicoanalizarme, Licenciada Bas?
Se da vuelta, siguiendo mi voz, y corre hacia mí entre el gentío. Su
pecho impacta contra el mío y nos fundimos en un abrazo que habla. Que
grita.
—Te dije que podías, rubia. —Cierro los ojos, dejo que su emoción y
mi angustia se fundan en el abrazo—. Te creo capaz de mover una montaña,
si me dices que quieres hacerlo.
—Por un segundo creí que no ibas a venir. —Suspira—. Esto es tuyo
también —susurra a mi oído con la voz afectada—. Que esté aquí, hoy, no
es solo mérito mío. Te quiero, Equis. Nunca voy a poder agradecerte lo
suficiente. Te quiero muchísimo.
—También te quiero. —La apretujo otro poco, sé que mi tiempo se
acaba. Sé que alguien más está esperando su turno con la Licenciada—.
Pero no me metas en esto, yo no pienso hablar con ningún loco. Ese papel
es todo tuyo, Carola.
—Si me dices Carola, voy a tener que decirte Simón…
—Mejor no arruinemos la fiesta. —Le guiño un ojo y nos acercamos
a los demás.
—¿Ya viste a Luci? —Me da un codazo en las costillas.
—¿Luci está acá?
—¡Claro! Está ahí, junto a Emma.
Mi mirada sigue el índice de Bas y la veo. Lleva un vestido negro,
corto pero elegante, y tiene el cabello recogido. Sus dedos acarician un
mechón castaño que escapa del peinado y lo colocan detrás de su oreja. Sus
ojos me encuentran en el proceso, me sonríen y yo soy de piedra.
«Carajo. ¿Por qué me pongo así? Avanzamos, sé que lo hicimos. En
estos últimos años aprendí a tenerla cerca y no morir en el intento. ¿Qué
mierda me pasa?»
—¿Te pusiste antitranspirante? —Me golpea otra vez,
devolviéndome a la realidad.
—Sí.
—Genial, porque vas a necesitarlo. —Mi ceño se frunce—. Vamos
todos a casa para festejar.
CAPÍTULO 2

Una capa de sudor me cubre la frente, y no es obra de la tarde


primaveral.
—¿Escapando, Cerdo?
Su voz me sobresalta y se me caen algunos hielos.
—Puta madre —mascullo mientras los recojo y los tiro a la pileta de
la cocina—. ¿Siempre apareces así?
—Perdón, no sabía que tenía que llamar en mi propia casa. —Golpea
el armario de la cocina dos veces—. ¡Hola! ¡Voy a entrar a mi cocina!
—Imbécil.
—¿Qué haces aquí? —Destapa una cerveza y se apoya en la mesada
—. Luci está en la sala.
—Precisamente por eso estoy acá.
—Cerdo, no te entiendo… Realmente lo intento, pero no lo logro. —
Agarra un puñado de maní de mi cuenco y lo mete en su boca—. He leído
tus chats, el coqueteo está en cada línea, está clarísimo que ambos se
desean. ¿Por qué mierda actúas como si no la conocieras cada vez que la
ves en persona?
—No actúo como si no… —Freno—. ¿Leíste mis chats?
—Algunos…
—¡¿Qué carajo, Gelco? ¿Por qué?
—Ojo por ojo… ¡Me hackeaste el homebanking para ver el resumen
de mi tarjeta de crédito!
—¡Quería saber qué le habías comprado a Bas para su cumpleaños!
Así no le regalaba lo mismo…
—¡Exacto! —Me golpea el hombro, pero está sonriendo—. La gente
normal pregunta, Cerdo.
—Exacto, la gente normal. Yo no soy normal, soy excepcional…
—Excepcionalmente irritante.
Finjo pensarlo.
—No lo discuto…
—No nos desviemos del tema —dice, atándose el cabello en ese
rodete de minita—. ¿Por qué es tan difícil actuar en persona como lo haces
detrás de la pantalla? Eres tú quien escribe, quien la hace reír, quien genera
todo esa tensión sexual entre ustedes, porque créeme, se siente en cada
mensaje. Ella quiere algo más que una amistad, Equis…
—Ella tiene novio. —Me quito los lentes, me paso las manos por la
cara y vuelvo a ponérmelos—. O algo así.
—Es demasiado imbécil para ser su novio…
—Será demasiado imbécil pero se acuesta con él —mascullo—. No
sé qué es lo que tienen, pero tienen algo, y a mí no me va eso de los
triángulos amorosos. Demasiado drama. Demasiada novela.
—Equis, conozco a Luci y tú también. —Su mirada es seria ahora—.
Si realmente estuviera enamorada de ese imbécil, no coquetearía contigo.
Necesitas dejar de lado las palabras y pasar a la acción, al plano real.
Invítala a salir, de verdad, nada de citas por Skype. Deja de sudar como un
condenado a muerte cada vez que la tienes frente a frente. Es Luci, te
conoce, te quiere, son amigos desde hace años. Se ríe de tus estúpidos
chistes por chat y también lo hará en persona. Eres tú, eres el mismo con o
sin pantalla de por medio. ¿Me escuchas?
—Suena tan fácil…
—Es fácil. Solo tienes que dejar de pensarlo y ser… más impulsivo.
Inhalo profundo, quiero que sus palabras me llenen de valor. Quiero
encontrarlo, quiero… dejar de mirar y jugar mis fichas.
—¿Están conspirando? —La rubia entra y deja una bandeja vacía
sobre la mesada—. ¿Debería preocuparme?
Ángel abre los brazos y Bas va hacia ellos sin vacilación.
—¿Debería preocuparme yo porque mi futura esposa puede
psicoanalizarme mientras duermo?
Bas sonríe y Ángel hunde la nariz en su cuello.
—Mmm… Ya percibo ansiedad y una cuota grande de narcicismo —
dice la rubia—. Podríamos empezar con eso.
—No creo que pueda respetar el límite médico-paciente con una
doctora como usted… —Blanco toma su rostro y la besa con intensidad.
—Okay, esta es más miel de la que puedo tolerar… —canturreo
mientras salgo de la cocina.
Apenas cabemos todos en el living. Rufino intenta entretener a su
prima, Alma, la pequeña de Javier y Clara, que enamora a todos con sus tres
años y esos dientes de leche. Lola y Jerónimo están abrazados en el sofá,
otro par que chorrea miel.
«¿Seré así? ¿Algún día la gente sentirá nauseas al verme como un
tonto enamorado?»
Gabriel y Julia se fueron hace un rato. Bas no quiere admitirlo, pero
todos sabemos que se están separando. Julia cambió mucho desde que se
enteró del embarazo de la rubia, le dio la espalda a su hija solo porque no
estaba siguiendo el camino que ella había diseñado para su niña. La vida
con clase, la vida perfecta. Gabriel sacó sus garras y protegió a su hija y a
su nieto, lo admiro por eso. Lo admiro por haberlos puesto por encima de su
esposa, aunque le costara su matrimonio.
Con el tiempo, cuando todo se aclaró y entendió que Ángel no era el
villano de la historia, Julia se acercó, pero Bas ya no era la misma…
El timbre suena.
—¡Yo voy! —La pelirroja se pone de pie, enérgica como siempre.
—Deben ser Francisco e Isabel —agrega Bas, apareciendo con Ángel
pisándole los talones. La rubia tiene el labial corrido y los labios hinchados,
él se arregla el cuello de la camisa. Esos dos se comieron a besos.
Corrección, esos dos estuvieron a punto de hacerlo en la cocina.
«¿O lo hicieron? ¿Es que no pueden contenerse?»
Sonrío cuando Ángel me mira y me toco el labio, indicándole que
tiene labial por toda la boca. Él se pasa los dedos inmediatamente,
sonriendo cabizbajo.
Isabel, Fran, Azul y su pequeño hermanito llorón entran como uno
solo.
Bas se abalanza sobre el pequeño Mateo y comienza a llenarlo de
besos ruidosos. No me pasa desapercibida la mirada hostil de Rufi, sé que
está celoso aunque no quiere admitirlo.
—¿Cómo está la princesa del tío? —Ángel levanta a Azul y la hace
girar.
—¡Tío! —Ríe a carcajadas—. Ya no soy una niña, bájame.
—¿Que no eres una niña? —La apretuja otro poco antes de soltarla
—. ¿La escuchaste, Fran?
—Preadolescente le dicen ahora… —Se queja el padre, igual o más
celoso que su tío.
—Está muy callado hoy, señor Equis.
Su voz me paraliza. Se sienta a mi lado, su pierna roza la mía y es
lava lo que corre por mis venas.
—Luci… —Me muevo incómodo, estoy agarrando el vaso tan fuerte
que podría romperlo—. Estás… —Carraspeo, cierro los ojos. Vamos,
imbécil, sé tú mismo. Sé como siempre. Esto es igual al chat. Abro los ojos,
su mirada verde me inspecciona. Carajo, esto no es como el chat—.
Estás… preciosa.
—Gracias. —Choca mi hombro en un gesto juguetón, su perfume me
hipnotiza—. Tú estás… —su mano se acerca a mi pecho. ¿Qué está
haciendo? ¿Va a tocarme? Va a tocarme. Sus dedos corren mi chaqueta y
acarician el logo de Nintendo— muy tú.
Sus rosados labios se curvan en una sonrisa de lo más apetecible.
—¿Muy yo? —Mi ceño se frunce. ¿Qué carajo significa muy yo?
—Único y adorable.
«Único y adorable. ¿Eso es bueno? Es decir, ¿esas palabras no te
encasillan en Mejor amigo para siempre? Nada de “Me gustaría lamerte
esos abdominales” o “Estoy deseando que me rodees con tus fuertes
brazos” No. Todo el ejercicio para nada. Para ser… único y adorable.
Genial. Estupendo. Voy a volver a los nachos y las gaseosas.»
—Ey —pasa su mano por delante de mis ojos—, ¿en qué nube estás?
Sonrío y me acomodo los lentes.
—No sabía que vendrías —hablo por hablar. Me sudan las malditas
manos.
—Ángel dijo que importante que estuviéramos todos y entiendo por
qué. —Su mirada se pierde en el bullicio, en las risas de nuestros amigos,
de sus hijos—. De cierta manera, hoy significa mucho para todos. Es una
especie de enseñanza.
—¿Enseñanza?
Sus ojos vienen a mí, su boca carnosa sonríe ligeramente.
—Si aceptas tu destino, lo dominas. Si lo dominas, lo forjas a tu
manera.
—Eso es… intenso.
—La vida es intensa, Equis. Lo sabes. —Su mirada vuelve a Bas, que
está de vuelta entre los brazos de Ángel—. Míralos, ¿no crees que él era su
destino? ¿No crees que ella era su camino? ¿No crees que ambos aceptaron
que estar juntos era cuestión de tiempo, que el peligro no era más que una
palabra y no un impedimento? A veces tienes que dejar de luchar contra eso
que te quita el sueño. A veces tienes que aceptarlo, hacerlo tuyo. Sé que
Ángel no quería meterla en esto, me lo dijo aquella noche, pero creo que
ella es la razón de su final feliz. Creo que esto, todo esto, era inevitable. —
Estoy hipnotizado. Me la paso leyendo a Luci y sus teorías sobre cómo las
grandes empresas nos dominan, pero nunca había escuchado algo tan
profundo de sus labios—. Hoy no se trata solo de un título universitario.
Hoy se trata de conquistar tus miedos, de hacer tuyo el destino.
—Mierda, me encanta como piensas casi tanto como…
Freno cuando sus ojos pasan a mi boca.
«¿Qué? ¿Acabo de soltarle eso?»
—¿Casi tanto como…?
Quiere que termine la frase, pero no puedo hacerlo. No puedo decir
casi tanto como tu boca. No sin mandar años de amistad a la mismísima
mierda. Infinitas madrugadas de chats y risas directo a la basura.
—Tío Equis, ¿me instalas este juego?
¡Gracias a Dios! Salvado por Rufino y su adicción a los videojuegos.
—¡Campeón, claro! —Me pongo de pie y dejo el vaso sobre la mesa
—. Si me disculpas, solicitan mis servicios…
Luci sonríe y se lleva la cerveza a los labios, esos que sueño con
probar cada noche.
Una hora después, el juego está instalado y Rufi a veinte centímetros
del televisor. La puerta de la antigua habitación de Ángel, que ahora le
pertenece a su hijo, se abre.
—Emm. —Sonrío al verla pasar—. ¿Qué cuentas? Estuviste callada
esta tarde.
—Hace tiempo no había tanta gente en esta casa. —Se sienta en la
punta de la cama de su sobrino y se cruza de piernas—. ¿Crees que estarás
libre este sábado? Mi computadora está fallando, creo que se le metió un
virus o algo, y no quiero molestar a Ángel ahora que está tan ocupado con
el nuevo trabajo.
—Claro, paso a buscarla el sábado.
Observa la pantalla y sonríe con los gestos que hace Rufino al jugar.
—¿Crees que podría llevártela yo? Tengo que ir al centro de todos
modos…
—Sí, no hay problema.
—Genial. —Se levanta, acaricia los rulos del pequeño y se acerca a
la puerta—. Gracias, Equis.
—De nada, Emm.
La puerta se cierra, vuelvo a centrar la vista en el televisor.
—Tienes que cubrirte mejor, te está sacando vida —indico.
—Le gustas.
—¿Qué?
—A la tía Emma le gustas.
La sangre se me congela en las venas. ¿Qué les pasa a los niños de
ahora?
—Claro que no…
—Claro que sí.
—Enano, no se te ocurra decir eso delante de tu padre.

El sol está cayendo al igual que la energía de los presentes. Hace


horas que reemplacé la cerveza por el agua, necesito conducir hasta mi casa
y tengo que tomar la ruta.
—Ey, Cerdo. —Ángel se acerca con una taza de café entre las manos
—. Dentro de una semana es la última prueba del traje, dime que lo tienes
agendado, por favor.
—¿Crees que soy imbécil?
—Sí.
Golpeo su hombro.
—Lo tengo anotado en la agenda, en la computadora y hasta puse
una alarma en celular. No hay forma de que lo olvide. Nueve y treinta, seré
puntual.
—Te lo ruego, no me obligues a patearte el culo.
—No lo haré, quiero poder sentarme en tu boda.
Se apoya contra la pared, sigo sus ojos, que están fijos en la rubia.
—No puedo creer que finalmente vaya a hacer esto —murmura sin
dejar de mirarla.
—¿Qué puedo decir? Te dije que estabas hasta las pelotas…
—Es… un sueño, Equis. Es mi sueño.
Apoyo el brazo en su cuello y murmuro:
—Vívelo.
Como si supiera que hablamos de ella, Bas comienza a llamarme.
—¡Equis! ¡Ey! Luci necesita que la lleven hasta su casa. Ángel y yo
lo haríamos, pero no comprometimos a llevar a Javier y Clara. ¿Puedes
llevarla tú?
Maldita rubia pecosa. Esa cara angelical no me engaña, lo está
haciendo a propósito. Es un viaje de dos horas, está regalándome tiempo
con ella.
La incomodidad de apodera del rostro dulce de Luci.
—Si es molestia puedo…
«Hazlo. Hazlo. Juega tus fichas. Eres su mejor amigo. Te quiere. Se
ríe contigo. Hazlo. Es como en los chats. Es como en los chats. Solo… sé tú
mismo.»
—Vine con la moto, ¿te importa? —la interrumpo, luce sorprendida.
—Para nada, me encantan las motos.
Sonrío, sus labios se curvan para mí y caigo.
«Voy a llevarla en mi monstruo. Va a abrazarme durante dos horas.»
Luci agarra su cartera y comienza a saludar a los demás. La sigo con
la mirada, idiotizado, hasta que alguien pega su boca a mi odio.
—De nada —susurra la rubia—. Sé un caballero, Simón.
CAPÍTULO 3

Sus brazos se cierran alrededor de mi cintura, sus manos aprietan el


cuero de mi campera. El viento se las apaña para jugar con su cabello, el
casco no es un obstáculo. La observo por el espejo retrovisor en cada
semáforo, desvío la mirada cuando nuestros ojos se encuentran. Cada curva
la acerca más a mí, su pecho blando acaricia mi espalda y me vibra el alma.
La noche sedujo al atardecer y sé que estamos llegando. También sé
que nunca disfruté tanto del viaje, el disfraz de un abrazo y su aroma a
realidad.
Aminoro la marcha, el andar es casi una caricia al asfalto. Me siento
relajado, sedado, despreocupado. Me aferro con uñas y dientes a esa
sensación que hace tanto no me visita.
Luci se quita el casco cuando dejamos de flotar. Sus brazos me
abandonan y siento cómo dejamos de ser uno.
—Nunca anduve en moto con alguien que manejara de manera tan…
natural. —Me devuelve el casco mientras se acomoda el cabello—. Tu
monstruo sabe responderte.
«Es un elogio. Responde con otro. Responde con otro».
—¿Qué podemos decir? —Palmeo mi Honda Shadow 750 antes de
bajar—. Tuvimos un pasajero especial, supo adaptarse a cada curva.
Esa sonrisa, sutil y deseada, se dibuja en sus labios otra vez.
—Gracias por traerme. —Comienza a caminar de espaldas, despacio
—. ¿Me escribes para nuestra cita semanal?
Nuestra cita semanal. Skype —cámara encendida— una película de
terror malísima y yo mirando sus gestos durante dos horas, fingiendo
prestar atención a la trama redundante.
—Claro. —Sonrío de costado, asimilando la ausencia de su cuerpo
alrededor del mío.
Me sonríe otro poco antes de darse vuelta y comenzar a alejarse.
Me quedo ahí, parado, pensando en la contradicción perfecta que
representa esa mujer.
Su rostro es la definición de inocencia; su apariencia, la de
feminidad. Su lenguaje suele ser delicado y cuidado; sin embargo, puede
hackearte la vida en lo que dura un aleteo de pestañas. Luci es dulce,
peligrosa, inocente y rebelde. Y me encanta. Hay tantas partes de su vida
que aún son una incógnita para mí, a pesar de los años y la amistad, su
corazón no se abre fácilmente.
—Ey, Equis —su voz me llama, me despierta. Está parada en la
puerta del edificio—. ¿Quieres… pasar? Podríamos ver la película de esta
semana aquí, si no tienes nada que hacer.
Una chispa. Una llama que asciende por mis piernas.
«Te está invitando a pasar. No quiere que te vayas. Reacciona.
¡Reacciona!»
—O podemos verla por Skype como siempre, no hay pro…
—¿Qué película toca? —la interrumpo, acercando la moto a un poste
para atarla.
—Mmm, ¿La purga?
—¿Cuál de todas? —intento sonar casual, aunque quiero salir
corriendo.
«¿Por qué es tan difícil actuar en persona como lo haces detrás de la
pantalla? Eres tú quien escribe, quien la hace reír, quien genera todo esa
tensión sexual entre ustedes». Las palabras de Ángel torturan mis oídos.
—¿La primera?
Aseguro bien al monstruo, meto las manos en los bolsillos de mi
pantalón y me acerco. Siento el corazón palpitando en mi garganta y su
sonrisa no hace más que aumentar la euforia con la que este late.
—¿Pizza o hamburguesas? —pregunta mientras busca las llaves en
su cartera.
—¿Qué fue la última vez? —digo, aunque sé perfectamente qué fue.
Hamburguesas, tenías el cabello suelto y esa remera de Nirvana que usas
para dormir.
—Creo que hamburguesas. —Abre la puerta, la sigo al interior de la
ostentosa recepción.
—Pizza, entonces.
Entramos al ascensor, marca el sexto pisto y sonríe.
—Pizza, entonces —susurra.
El tiempo parece de goma, contengo la respiración mientras
ascendemos. Sé que me cuesta estar a su lado, pero también sé que me es
tortuosamente imposible contenerme cuando me está mirando así. Voy de
un extremo a otro. Quiero frenar este maldito ascensor, acorralarla contra el
espejo y besarla hasta quedarme sin aliento. No, no lo quiero. Lo necesito.
Nos detenemos, las puertas se abren y la dejo salir como el cobarde
que soy.
No es la primera vez que estoy en su departamento, tampoco la
primera vez que siento que voy a desaparecer formando un charco a mis
pies. ¿La diferencia? Las cuatro veces que pisé este lugar estaba atestado de
gente. Fiestas al mejor estilo universitario o reuniones para frikis. No
importa. Nunca hubo silencio, nuca escuché el sonido de su respiración
como lo hago ahora.
—Voy pidiendo la pizza. —Deja la cartera y se suelta el cabello.
Mierda—. ¿Pones la película?
—Hecho.
Se aleja, mis ojos no pueden evitar acariciar sus curvas.
«Compórtate. Es tu amiga. Compórtate».
Inhalo profundo, me quito la campera, dejo el casco sobre un sofá y
me acerco al mueble del televisor. Mi índice acaricia la colección de
películas ordenadas alfabéticamente. Tiene una obsesión con el cine y los
malditos DVDs originales. Sería más práctico tenerlas en un pendrive, pero
no sería Luci.
—¿La encontraste?
Mi dedo roza el título, lo saco.
—Está demasiado ordenado como para no encontrarla.
Sonríe, se quita los zapatos y se deja caer en el enorme sofá beige. El
departamento de Luci es un lugar que pocos pueden permitirse, pero
teniendo los padres que tiene… no hay que preguntar.
Enciendo el televisor y el reproductor de dvd, coloco la película y me
siento a su lado. Hay una distancia sana y amigable entre nosotros, diez
centímetros nunca causaron tanto daño.
—Amo esta película —murmura, poniéndose más cómoda.
—Lo sé. —Intento ignorar el hecho de que su pierna desnuda está
destrozando la distancia amigable y mi cordura.
Me observa de reojo, vuelve a mirar la pantalla.
«Di algo más, di lo que sea que estés pensando. ¿Por qué estás tan…
seco? Sé tú mismo. Sé tú mismo».
—Sé que llevas la anarquía en la sangre —agrego—, esa carita dulce
no me engaña.
—Uf. —Achina los ojos, sus labios sonríen—. Me lees tan bien.
—Lo sé, soy un experto en Luci. —Okay, tampoco te pases de
intenso.

Llevamos más de una hora de sangre, gritos, máscaras y psicópatas.


La pizza está frente a nosotros a medio terminar, Luci no tenía gran apetito
esta noche y yo estoy mirando algo mucho más apetecible que la
mozzarella.
Mi pequeña hacker se mueve, soy absolutamente consciente de que
su pierna está sobre la mía. Lleva en esa posición alrededor de media hora y
no pienso moverme a pesar de que tengo los músculos acalambrados. Está
cómoda y concentrada, dos factores que me permiten observarla sin
reparos. Paseo por su belleza pálida, en absoluto contraste con el dorado de
mi piel, y me detengo en su boca. Esa boca voluptuosa, que me tienta
cuando habla y cuando calla también.
—¿Qué harías?
El tono sedoso de su voz me espabila.
—¿Eh? —Desvío la mirada hacia la película.
—Si durante doce horas fuera legal hacer cualquier cosa, ¿qué
harías?
—¿Nunca una pregunta sencilla? —Me peino con los dedos y apoyo
la mano sobre su tobillo. Fue un gesto inconsciente, pero me alegra que no
parezca molestarle en absoluto—. Mmm… —Ríe mientras pienso en una
buena respuesta—. Teniendo en cuenta que pueden matarme cinco veces
antes de que toque el suelo, creo que, previamente, construiría un bunker y,
ese día, me encerraría con todos mis seres queridos. Y mi moto, obvio.
Su carcajada es vida corriendo por mis venas.
—¿Es broma?
—Claro que no. ¿Piensas que la dejaría sola? La amo más que a mi
propia vida… ¿Y usted? ¿Qué haría, princesa Organa? —Adoro molestarla
con su nickname.
—Prendería fuego la empresa de mi papá.
Lo dice sin un atisbo de duda y sin mirarme.
—¿Y la gente que trabaja allí?
—Supongo que ese día no estarían trabajando. —Buen punto—.
Igualmente, me aseguraría de que estuviera vacía antes de verla arder.
—¿Tengo que preocuparme por esta faceta pirómana?
Su mirada vuelve a mí. Está seria, pero poco a poco me sonríe.
—¿Tengo que preocuparme porque no acabaste la pizza?
Niego con la cabeza, mi pulgar cobra vida propia y comienza
acariciar un centímetro de la piel de su tobillo. Es tarde cuando me doy
cuenta, ya no puedo dejar de hacerlo.
—¿Las cosas con tu padre no mejoraron? —No quiero pisar ese
terreno, pero su respuesta me dejó preocupado.
—Las cosas con mi padre nunca van a mejorar. —Ladea la cabeza, la
película ya no existe—. Él seguirá siendo el burgués hijo de puta de siempre
y yo la oveja negra de la familia. Es así, cada uno tiene su rol. Y la familia
Galante nunca se sale de los esquemas.
Asiento, aunque no estoy de acuerdo. Luci no es la oveja negra, no es
la manzana podrida del cajón. Solo es… diferente. Solo… no quiere vivir
bajo las putas reglas de sus perfectos padres. Pero ¿quién quiere? ¿Quién
quiere que le digan quién debe ser y cómo debe vivir?
—¿Tu mamá está… mejor? —pregunto.
—Si estar mejor es taparlo todo con cirugías plásticas y novios que
tienen mi edad, sí, está mucho mejor.
—¿Novios que tienen tu edad?
—Tendrías que haber visto al último. —Niega con la cabeza—. El
muy imbécil no me sacaba los ojos de encima. En fin, ella nunca tuvo buen
ojo para los hombres, ¿sabes? Siempre el equivocado.
El silencio es incómodo ahora, decido fingir que no escuché eso. La
observo de reojo. Sus ojos están fijos en la pantalla, pero sé que su mente
está en otro lado. Apenas me doy cuenta cuando la bola de pelo aterriza en
mi regazo.
—Ey, Pixel. —Acaricio al gato negro, sus pupilas se dilatan sobre el
lienzo amarillo—. ¿Dónde andabas, amigo?
—Seguramente durmiendo en mi cama, llenándolo todo de pelos.
La mano de Luci se une a la mía, ambos acariciamos al gato mientras
este ronronea de placer. Sus dedos rozan los míos sin querer, busco sus ojos
sin perder el tiempo.
—Deberíamos hacer esto más seguido —dice, enfocándose en el
felino—. Juntarnos aquí en lugar de conectarnos a Skype.
Siento el pulso detrás de mis oídos.
«Si realmente estuviera enamorada de ese imbécil, no coquetearía
contigo. Necesitas dejar de lado las palabras y pasar a la acción, al plano
real».
—Mmm… —carraspeo, su mirada vuelve a mí—. Claro, pero la
próxima me toca elegir la película.
Hace rodar sus ojos.
—¿En serio?
—Tenemos un trato, hay que respetarlo.
Sonríe, asintiendo, sin romper el vínculo vicioso que tienen nuestros
ojos. Siento cómo el tiempo se borra a nuestro alrededor cuando se muerde
el labio y lo suelta en cámara lenta. De repente, soy consciente de que el
bajo de su vestido se ha subido y ese escote dice mi nombre. Su lengua
humedece su boca y me vuelvo de piedra.
—Tengo… Tengo que ir al baño.
Levanto su pierna de mi regazo y Pixel salta antes de que me ponga
de pie. Esta vez ignoro el arte que adorna el pasillo y me encierro en el
baño.
—Tienes que calmarte —le ordeno en un susurro a mi reflejo—. Es
Luci. No vas a perderla por esto. No puedes perderla por esto.
Siento un dolor punzante en la entrepierna y maldigo en más idiomas
de los que puedo.
«¿De verdad? ¿Tenía que ponerme duro? Solo se lamió la maldita
boca. No eres un animal. Ubícate. Concéntrate».
Meto la mano en mis pantalones y acomodo la situación. Genial, al
menos ya no parece una carpa. Abro la canilla, mojo mis manos y mi cara
con agua helada. Pienso en cosas horribles, como viejos panzones en zunga,
una invasión de cucarachas o pelos en el jabón.
—Mejor —susurro—. ¿Ves? Ya lo tienes. Ya está.
Tomo la toalla y comienzo a secarme. Escucho el timbre y el sonido
de la película desaparece.
Me miro al espejo una vez más y ruego que no sea ninguno de los
padres, no quiero conocerlos justo ahora.
Salgo, me tomo mi tiempo para recorrer el extenso pasillo, entonces
la escucho.
—¿Qué haces aquí? No me avisaste que vendrías.
Me detengo en las sombras.
—Tenía ganas de verte.
—Esto no es… no es lo que arreglamos. —Está incómoda, puedo
notarlo en la inestabilidad de su voz—. Tienes que avisarme si vas a venir.
—¿Por qué?
—Porque sí… Me gusta mi privacidad, me gusta decidir que…
—¿Estás con alguien? —No me gusta el tono de su voz.
—Eric, puedes…
Guardo las manos en los bolsillos del pantalón y avanzo. En cuanto
estoy en el radar del imbécil, su expresión se relaja.
—Equis. —Pasa de largo a la mujer que aún mantiene abierta la
puerta—. ¿Qué onda? —Se tira en el sofá, apoya las piernas sobre la mesa
ratona y toma el control remoto—. ¿Tomamos unas cervezas, bro? Luci,
tráenos unas cervezas.
Mi pecho se infla, aprieto los puños. No sé si me enoja más cómo se
dirige a ella o el hecho de que ni siquiera me vea como una amenaza.
—Estaba a punto de irme —digo, la mirada de Luci pide disculpas—.
Tal vez la próxima, bro.
Agarro mi campera y el casco, comienzo a caminar hacia la puerta.
Me detengo delante de su rostro, que ahora no sonríe.
—Le diré al de seguridad que me abra, no te preocupes.
Asiente con la cabeza, le sonrío y doy media vuelta.
—Equis. —Detengo mis pasos, giro. Luci trota descalza y sus brazos
se aferran a mi cuello—. Gracias por traerme —susurra a mi oído, haciendo
que mi puta piel se erice— y por esta noche.
Me quedo en silencio, absorbiendo su abrazo, sabiendo que en cuanto
cruce esa puerta ya no será mía. Que nunca fue mía. Pero no me resisto, soy
débil. Inhalo su perfume, es una adicción y me está matando.
CAPÍTULO 4

Caso Navarro. Dieciséis años, desaparecida cuatro meses atrás. Sin


novio. Sin rastros. Familia perfecta. Típica adolescente. Típico día de
trabajo en esta sociedad de mierda.
El disco duro de su computadora está limpio, su historial de
navegación también. Nada más que visitas a algunas páginas pornográficas
y selfies sin ropa que creyó borrar.
Nada se borra. Todo está ahí, latente, a la espera de ser descubierto.
Guardo la notebook en la caja que lleva su nombre. Agarro su
teléfono celular, lo saco de la bolsa de plástico que lo protege y comienzo a
hacer lo que mejor se me da: meterme en la vida de los demás desde el
anonimato. Descubrir qué ocultan, quiénes son en realidad.

Cuando llego a casa, lo único que quiero hacer es enterrar la cara en


la almohada y desaparecer por las próximas seis horas. Pero no tengo tanta
suerte.
—¡¿Dónde hay plata?! Necesito plata.
Dejo el casco y mi maletín sobre la mesa de arrime, cuelgo mi
campera, sigo los gritos.
—Si necesitas dinero, podrías empezar trabajando.
Su mirada es filosa y está sedienta de sangre.
—Necesito plata. Ahora.
—Lara, no voy a darte un solo billete más. —Abro la heladera, saco
una botella de agua—. Tienes comida y elementos de aseo. ¿Necesitas
ropa?, te llevo a comprarla. ¿Necesitas remedios?, voy ahora mismo a la
farmacia. Pero no verás ni un centavo, excepto te lo ganes. No para que te
ahogues en alcohol. Tienes veinticuatro años, ¿no es hora de que decidas
qué carajo quieres hacer con tu vida?
—¡No es para eso!
—¿No? —Me apoyo contra la mesada, bebo intentando conservar la
calma—. ¿Para qué es, entonces?
Su mirada rebota por cada objeto de la cocina.
—Te odio. Quiero que sepas que te odio con todas mis fuerzas,
Simón.
Sus palabras son un puñal en el pecho, pero ya las oí demasiadas
veces.
—Yo también te quiero, hermana. Estaré en mi habitación. Trata de
no molestar a mamá con tu voz angelical.
Ignoro los insultos de su sucia boca y atravieso el living. Me acerco a
la mesa ratona y agarro el cuaderno de informes que Dora llena cada día
antes de irse.
Ofelia estuvo estable hoy. No hubo episodios violentos ni
alucinaciones nuevas. Miró su programa favorito la mayor parte del día y
coloreó mandalas luego del té.
Ya tomó la medicación, la próxima pastilla le toca a las 6 am.
Me retiro siendo las 20:03.
Observación: sería bueno para Ofelia si la señorita Lara utilizara un
tono de voz más bajo mientras se encuentra en la casa, eso evitaría los
dolores de cabeza y los episodios de estrés.
Dejo el cuaderno en su lugar. Miro la hora, son las nueve de la noche.
Lara pasó una hora a solas con mamá, eso no puede volver a repetirse. No
hasta que decida aceptar la ayuda que necesita. No hasta que una botella de
vino sea más importante que su madre.
No puedo volver a salir tarde del trabajo. Genial, vamos a hacérselo
entender a Oviedo.
Paso por delante de la habitación de mi madre, asomo la cabeza por
la puerta entreabierta y la observo. Su expresión está relajada, duerme con
el velador encendido. La oscuridad ya no es amiga en esta casa.
Entro a mi habitación y cierro la puerta con llave, cosa que hago
pocas veces. La cama se ve tan tentadora como una hamburguesa triple,
pero hay algo que me tienta más. Algo que me grita. Que me llama. Ella.
Enciendo la computadora, escribo la contraseña, apago las luces y me
conecto al chat como cada noche. Tengo un mensaje pendiente.
<princesa_Organa> Perdón por lo de la otra noche. No quería arruinarlo,
la estábamos pasando bien.
Inhalo profundo. Hago tronar mis dedos mientras pienso qué
responder.
<X> No fue tu culpa. No te preocupes, podemos terminar la película otro
día.
Visto. Está tipeando.
<princesa_Organa> Hasta que apareciste. Creí que te había comido un
Troyano.
<X> No te ilusiones, estás hablando con un experto ;) Días de mucho
trabajo, supongo.
<princesa_Organa> Cierto que estoy hablando con La ley. ¿Tengo que
medir lo que escribo?
Sonrío, mis dedos tienen vida propia.
<X> Eso sería muy inteligente de su parte, princesa Organa. No quiere
terminar entre rejas.
<princesa_Organa> ¿Corro el riesgo de ser detenida si confieso que acabo
de hackearle el Tinder a mi madre?
<X> No mientras no estés usurpando su identidad. Yo no leí nada ;)
<princesa_Organa> Tendré una noche entretenida entonces
<X> También yo, si seguimos hablando.
<princesa_Organa> Hay una invasión zombie. Debes dejar tu casa y
puedes llevarte solo tres objetos. ¿Qué llevarías?
Me encuentro riendo, solo, en la oscuridad de mi habitación.
<X> Mi moto, mi arma reglamentaria y mi almohada.
<princesa_Organa> ¡¿Tu almohada?! ¡Es una invasión zombie! D: ¿Quién
piensa en dormir?
<X> Yo, después de meter unas cuántas balas en esos cerebros podridos.
<princesa_Organa> Y esa moto… Empiezo a pensar que la quieres más
que a mí.
<X> La adoro, pero no tanto como a ti.
<princesa_Organa> Me siento halagada <3
<X> Un punto para Equis y su almohada.
<princesa_Organa> Mil puntos para Equis, su moto y su almohada.
<X> ¿Qué llevaría la princesa?
<princesa_Organa> Probablemente llevaría a su gato Pixel, provisiones
titánicas de ranitas de chocolate y su par de patines. ¿Qué tan épico sería
ir matando zombies mientras patinas?
<X> Bastante épico…
<princesa_Organa> ¿Cómo está tu madre? ¿Lo está llevando bien?
Así es hablar con Luci, podemos pasar de una invasión zombie a la
esquizofrenia de mi madre sin antesala.
<X> Está estable, parece que hoy tuvo un buen día. Gracias por preguntar.
Es la peor respuesta del mundo, se nota a kilómetros que quiero
evitar el tema.
<princesa_Organa> Me gustaría conocerla algún día. Por lo que sé de
ella, suena a que tienes la mejor madre del mundo.
<X> La tengo.
No quiero a Luci en mi casa. No quiero a nadie en mi casa. No quiero
que ni ella, ni Ángel ni Bas vean a lo que me enfrento cada día.
Sus dedos no escriben, siento el silencio virtual. También el real.
<X> ¿Cuándo vas a dejar de trabajar para Dafne?
<princesa_Organa> No trabajo para Dafne, trabajo CON Dafne.
<X> Da igual. ¿Cuándo vas a dejarlo? Puedo hacerte entrar en la central,
puedo hablarlo con mi superior. ¿Sabes lo útil que podría sernos alguien
con tus habilidades?
<princesa_Organa> No pienso trabajar para la policía, ni aunque me
recluten. ¿Qué pasa? ¿No me crees lo suficientemente inteligente como
para no caer?
Inhalo profundo. Odio tocar este tema. Odio que sea tan necia.
<X> Te creo la persona más inteligente que conocí, ese es el punto. No veo
por qué seguir exponiéndose a ser atrapado en cualquier momento. Dafne
no está en sus cabales ahora mismo.
<princesa_Organa> Dafne es divertida. Lo que hacemos es divertido.
Además, se lo merecen. Es solo matar el tiempo, X.
Rasco mi frente, me inclino hacia atrás y descanso la espalda.
Dafne ayudó ese fatídico día. Gracias a ella pudimos finalmente
mandar el ataque DDoS que acabó con el servidor de Las puras. Es una
buena chica, pero sus ideas no lo son tanto. Le gusta la adrenalina, le gusta
lo extremo y odia el puto sistema. Y Luci se deja llevar. Necesita inhalar
eso, alimentar su rebeldía, enfurecer a sus padres. Castigarlos.
<X> Llegará el día en el que un técnico de alguna empresa salve el
servidor y rastree el origen del ataque. No quieres ir presa, Luci. No
quieres.
<princesa_Organa> Eso es imposible… Tendríamos que ser tontas.
<X> Tendrían que ser descuidadas, solo basta con eso.
<princesa_Organa> Parece que estoy hablando con La policía científica
ahora. Avísame cuando vuelva Equis.
<X> Luci, hablo en serio. No quiero que te pase nada. No quiero que
corras riesgos.
<X> Luci…
<princesa_Organa> se desconectó.

—Carajo —mascullo, pasándome las manos por la cara.


Apago la computadora y me dejo caer sobre la cama. Quiero
apagarme. Quiero dejar de pensar, de sentir por un rato. Dormir y despertar
con mi madre sana, Lara rehabilitada y Luci de mi mano. Poder mudarme
solo. O con ella. Saber quién soy. Dejar de negar la necesidad de saber de
quién es la sangre que corre por mis venas. Entender por qué. Perdonar.
Olvidar. Sanar.
Es increíble el dolor que puede causar fantasear un rato.
Mi teléfono suena. Me desespero pensando que puede ser ella, a
pesar de que casi nunca hablamos por mensajes de texto.
Es Gelco.
Ey, Cerdo, última prueba de trajes mañana. No te quedes dormido.
Juro que voy a patearte el culo hasta fracturarme el tobillo si lo haces.
Paso a buscarte a las 9.
Ángel y su perfecta boda, que está sacando a relucir su faceta más
amigable.
Respondo:
Estoy depilado y perfumado para nuestra cita. Te espero con ansias,
bombón.
Pongo el despertador una hora antes de lo necesario, me desvisto y
me meto a la cama. Me abrazo a mi almohada, pensando que es ella.
Deseándola a mi lado una noche más.
CAPÍTULO 5

—Diez minutos tarde.


Está apoyado contra el Impala, fumando su mentolado. Los lentes de
sol no ocultan su enojo.
—¿Qué mierda tienes con el tiempo? —Cierro la puerta de casa y me
acerco con una sonrisa dormida—. ¿Es un trauma o algo?
—Sí, se llama puntualidad.
—¡Es sábado! —Me excuso, subiendo al auto—. El trabajo me está
consumiendo. Este cuerpito necesita descansar.
—Vamos a llegar tarde. —Enciende la radio y arranca.
—No entiendo cómo Bas te soporta.
—Hago los mejores panqueques, soy el mejor amante y buen padre.
Eso oculta mis defectos.
—Pondría arrogante hijo de puta en el top diez de defectos.
—¿Diez?
—Y estoy siendo tu mejor amigo.
Kaleo suena bajo entre nosotros, la brisa casi veraniega acaricia el
momento.
—Nos probamos los vestidos y ¿qué hacemos después?
Ángel sonríe y apoya el codo en la ventanilla. La mañana está
atestada de vehículos, pero dentro del Chevy el aire es dulce.
—Podemos ir a comer. Por cierto, ¿te depilaste? —pregunta con tono
casual.
—Todita como te gusta.
—Cerdo inmundo.
—No me halagues tanto que me sonrojo.
Niega con la cabeza, no oculta la sonrisa, pero pronto su expresión
vuelve a estar seria.
—¿Vas a soltarlo de una vez?
Mi ceño se frunce. Lo observo cuando nos detiene el semáforo.
—¿Qué?
—Lo que pasó con Luci cuando la llevaste a su departamento.
Pasaron dos semanas y no largaste nada.
—No hay nada para contar…
Levanta una ceja, me mira como si pudiera oler la mentira.
—Me invitó a pasar —escupo y la sonrisa de te lo dije aparece en su
rostro—. Miramos una película y comimos pizza.
—¿Y? —presiona.
—Y eso.
—¿Y? —insiste.
—Y puso las piernas sobre las mías y me puse de piedra como un
púber inexperto.
—Eres un púber inexperto.
—Gracias, no me tengas en un pedestal. No soy la maquina sexual
que todos creen.
Ríe, retomando la marcha.
—¿Qué pasó?
—Me encerré en el baño hasta que me calmé. Cuando salí, el imbécil
de Eric estaba en la sala.
Me mira de reojo.
—¿Se enojó porque estaban solos?
—No. —Niego con la cabeza, la apoyo en la ventanilla—. Ni
siquiera me ve como una amenaza, es demasiado confiado.
—¿Qué dijo Luci?
—Se disculpó y me abrazó. —Recuerdo su maldito perfume.
Necesito averiguar cuál es, comprar una docena y perfumar la casa con
aroma a Luci—. Creo que no sabía que el idiota iba a aparecer.
—No entiendo esa relación.
—Yo tampoco. Debe ser algo como lo que tenías con Sofía. —Abro
la guantera para revisarla como siempre—. ¿En serio? ¿Una tanga? —
Sostengo la prenda roja con el índice—. ¿Es de repuesto o quedó acá
después de la fiesta? Ustedes dos no pueden sacarse las manos de encima.
—Dame eso, imbécil. —Ángel me arrebata el calzón, la tela se
vuelve un bollito y la guarda en el bolsillo de su pantalón.
—No creí que Bas fuera de las que usan tangas rojas, la imaginaba
más del blanco o el rosa, algo bien angelical.
Estaciona. Su mirada me rompe los huesos.
—Vuelves a poner Bas y tangas en la misma oración, y te hago tragar
los dientes. ¿Entendido?
Me desabrocho el cinturón de seguridad mientras me burlo de su culo
celoso.
—Sí, Coronel.
—Y tampoco quiero que vuelvas a mencionar a Sofía.
Bajamos del Impala y caminamos hasta la tienda del sastre.
—¿Estuvo molestando otra vez?
—Sí. Y si no deja de mandarme mensajes, voy a tener que cambiar
de número. —Luce preocupado—. La bloqueé mil veces, pero me escribe
desde otros teléfonos. No quiero que Bas se entere. —Suspira—. No quiero
problemas, Equis.

—Parecías un muñequito de torta, todo perfecto y elegante. —Me


burlo.
—Ey, tampoco te quedabas atrás.
La camarera se acerca con nuestros platos de pasta, que huelen de
puta madre. Agradecemos antes de atacar a esos pobres ravioles de ricota.
—Falta una semana —digo, masticando—. ¿Estás ansioso?
—Estoy como loco. —Se limpia la boca con la servilleta de tela. Él y
sus malditos modales de nene lindo—. Intenté ver su vestido, pero no me
dejó. Me muero de curiosidad.
—Podrías hackear su teléfono y ver la galería. Seguro le sacó fotos.
—Doy un sorbo a mi gaseosa.
Me evapora con la mirada.
—No voy a hackear a mi esposa.
Me encojo de hombros.
—Todavía no es tu esposa. Y yo puedo hacerlo.
—Nadie hackea a Bas. —Me apunta con el índice mientras sostiene
su copa—. Punto.
Levanto las manos en señal de paz.
—Entendido. Nadie hackea a Bas.
—Ya está todo listo, solo queda esperar. —Y después dicen que las
soñadoras son las mujeres, tendrían que verle la cara a este imbécil
enamorado—. Rufi se ve como un pequeño empresario con su traje —
sonríe—, aunque no quiere ponérselo.
—Ni yo quiero ponérmelo, no lo culpes.
Ignora mi comentario y seguimos comiendo.
—Emma me contó que le arreglaste la computadora —dice, y el
comentario de Rufino aterriza en mi mente. «Le gustas».
—Tenía un worm —explico sin entrar en detalles—. Ya está limpia y
le instalé un buen antivirus.
—Gracias, Cerdo. —Acomoda perfectamente su plato vacío—. No sé
por qué no me lo pidió a mí.
—Dijo que estabas muy ocupado con el trabajo y no quería
molestarte. En realidad no fue nada, no me llevó mucho tiempo.
—Estuve atareado varios días con un programa nuevo que diseñé
para la empresa. —Se inclina hacia atrás—. Crear sistemas de seguridad no
es tan divertido como romperlos.
—Dímelo a mí. —Suspiro e imito su pose—. Adiestrar a novatos no
es tan divertido como hackear a imbéciles forrados.
Reímos por lo bajo, la panza llena y la amistad intacta.
—No pueden decir que no sentamos cabeza… —murmura, hay un
vestigio de nostalgia en su voz.
—Habla por ti, yo sigo siendo un alma rebelde y libre.
—Escúchame, alma rebelde y libre, ¿cómo está tu madre?
—Esa es la pregunta del millón. —Sonrío y me incorporo un poco,
apoyo los codos sobre la mesa—. Está… llevándolo lo mejor que puede. En
estos últimos años la enfermedad hizo estragos. Los ataques son más
frecuentes que nunca; las alucinaciones, casi cosa de todos los días. La
escucho, veo cómo se desespera pensando que los de Servicios sociales van
a llevarme y me desarmo. A veces no sé qué más hacer.
—Estás haciendo todo lo que está a tu alcance. —Se acerca—. ¿Me
escuchas? Todo. Tiene atención médica personalizada, un hogar en las
mejores condiciones y contención. No puedes hacer más de lo que haces,
Equis. No puedes contra esto.
—Lo sé. —Me paso las manos por la cara—. Solo… me gustaría
sentir que no estoy solo en esto.
—Sabes que simplemente tienes que decirme lo que necesitas y me
ocuparé de ello.
—Lo sé. Pero no me refiero a ti, estoy hablando de Lara…
—¿No hubo cambios?
Exhalo de forma cansina, agobiada.
—Ni siquiera asiste a las reuniones de grupo. No creo que vaya a
dejarlo nunca, y eso me aterra. ¿Qué será de su vida, Ángel? Tiene
veinticuatro años, jamás trabajó, jamás estudió, jamás tuvo una pareja sana.
Su mundo y su experiencia se reducen al alcohol.
—Lamentablemente, no somos artistas. Las personas no son cuadros
o esculturas que podemos moldear a nuestro gusto. No puedes esperar que
otros sean como tú. No puedes esperar que otros actúen como tú lo harías.
Si sigues ahí, aguardando en silencio esa reacción que sabes que jamás
llegará, morirás otro poco.
—Es mi hermana, Gelco. ¿Cómo se supone que no me importe?
—No digo que no te importe, digo que no te consuma. —Sus ojos
están fijos en los míos—. Todos tenemos un detonante, una mecha
escondida. Ya llegará la suya. Y cuando se encienda, empezará el cambio.

Tres llamadas perdidas. Nunca volveré a poner el puto teléfono en


vibrador.
Escucho los gritos desde la calle, me desespero por entrar. Mis manos
torpes tiran las llaves y contengo la respiración mientras las busco y abro la
maldita puerta.
—¡¿Qué pasa?! —grito, cerrando de un portazo.
Lara está rompiendo todo lo que ve a su paso. Miro al suelo, el pulso
me estalla. Restos de jarrones, flores, almohadones, fotos y la tostadora que
tanto me gusta.
—¿Qué carajo estás haciendo? —pregunto. Y entonces, cuando el
silencio se abre paso, distingo el llanto ahogado de mi madre.
—Necesito plata. ¡¿Dónde mierda hay plata?!
—No puedo lograr que se calme —dice Dora, abrazando a mi madre
—. Está gritando, insultando y rompiendo cosas desde que se levantó.
Camino sobre los pedazos de porcelana y vidrio hasta arrodillarme
cerca de mi madre.
—Mamá, estoy acá. —Tomo sus manos. La enfermera me deja
espacio, pero no se va de su lado—. Tranquilízate, ya estoy contigo. No
llores, respira profundo.
—Simón —susurra entre lágrimas. Una mano escapa de mi agarre y
acaricia mi rostro.
Un estruendo hace que mis hombros se encojan. Me doy vuelta y veo
el televisor en el piso.
—Si no me das dinero, voy a seguir rompiendo todo lo que hay en
esta puta casa.
Su voz no es suya, su rostro está desencajado y le tiemblan las
manos.
—¿Dónde está mi hermana?
Sus ojos húmedos van del rostro de mi madre al mío.
—¿Quién eres? —susurro. Ofelia tiembla entre mis manos—. ¿Qué
es este monstruo que lastima a su madre?
—¡Esa enferma no es mi madre!
El silencio borra mi existencia.
—Eres mi niña, Lara. —La voz de Ofelia está débil y angustiada—.
Mi bebé.
—¡No soy nada tuyo! Eres una loca que nos consume la vida con sus
delirios. Lo único que quiero es dinero y salir por esa puta puerta.
La ira se calza sus mejores zapatos y avanza a paso seguro.
Demoledor. Ya la siento en todo mi cuerpo.
Me levanto, saco la billetera del bolsillo de mi pantalón y la tiro a sus
pies.
—Te quiero fuera de esta casa. Ahora. Y no vuelvas.
Lara se tira sobre la billetera como un animal sobre un pedazo de
carne. La abre, comprueba que la cantidad de billetes le guste, y sale sin
mirar atrás.
Mamá solloza contra mi pecho.
—Mi nena, mi pequeña. —Se aferra a mi camiseta—. ¡¿Por qué la
echaste?! Mi nena…
—Shhh. —Presiono la palma de mi mano en su cabeza, intento que
se calme mientras le hago señas a Dora para que se vaya y respire un poco
de paz—. Tranquila, no volverá a gritarte. Todo estará bien. Lo prometo.
Cuando mi madre se calma y consigue dormirse, soy pólvora y
necesito explotar. Siento el pitido en mis oídos, el corazón revolviéndose en
mi pecho y mis manos ansiosas.
Enciendo la computadora y me conecto.
<X> ¿Puedes hablar?
<princesa_Organa> ¿Qué pasó?
<X> Te necesito.
CAPÍTULO 6

Y vivieron felices para siempre

Trabajo. Cuido de mi madre. Como —cuando me acuerdo—. Chateo


con Luci. Me preocupo por Lara. Duermo.
Repito.
Repito.
Repito.
Así existo últimamente. Durante los últimos siete días no supe de mi
hermana, soporté el llanto de mi madre, ignoré el enojo de mi jefe por mis
llegadas tarde, le fallé a Rufi y no lo llevé a jugar videojuegos y también
falté a mi casi semanal café con Bas. Genial. Lo estoy haciendo genial.
Hoy nada importa. Porque hoy es el puto y magnifico día. Hoy Ángel
y Bas se casan, y tendrán su merecido Y vivieron felices para siempre.
Me anudo la corbata como puedo. Jamás lograré entender por qué la
gente se complica tanto la existencia para vestir un pedazo de tela alrededor
del cuello. Pero Gelco me mataría si me viera llegar sin ella. Y no voy a
arriesgarme. No hoy.
Un golpe suave en la puerta y el rostro de mi madre se asoma. Se
lleva las manos a la boca y suelta un suspiro emocionado.
—Creo que no te veía con traje desde… —Busca en su memoria
aturdida.
—¿Mi entrega de diplomas en la secundaria?
Sonríe y se acerca, me quita las manos de la corbata y comienza a
trabajar en ella.
—Estás precioso. —Sus dedos siguen siendo hábiles y delicados; su
gesto, tan maternal como siempre—. Eres un hombre precioso, Simón.
Sabes que estoy orgullosa de la persona en que te convertiste, ¿verdad?
Le sonrío como le gusta, mostrando todos mis dientes.
—Lo sé.
—Ahí está. —Alisa la corbata y las solapas del traje azul marino—.
Perfecto.
—Gracias, mamá.
—Saluda a tu amigo y a su esposa de mi parte.
—Lo haré. ¿Estarás bien mientras no estoy?
—Estaré bien. No iré a ningún lado, no con la pesada de Dora
respirándome en la nunca.
Se me escapa una risa tosca. Le acaricio las mejillas y la abrazo.
—Dora no es pesada, mamá. Hace su trabajo, te cuida. Y lo hace
muy bien.
—No necesito que me cuiden.
«Ojala todos los días estuvieras así de tranquila. Ojalá todos los
días fueras tan… Ofelia».
—Sí lo necesitas, mamá. Todos necesitamos que nos cuiden.

Me pongo el casco y subo a la moto. Mi celular suena antes de que


arranque, es Luci.
¿Puedes pasar a buscarme? Eric prometió llevarme, pero no apareció.
Lo estoy llamando desde hace más de media hora y tiene el teléfono
apagado. No estoy vestida como para ir en el transporte público y mi
auto está en el taller otra vez. Por favor.
Estudio el mensaje. No está vestida para viajar en el transporte
público, pero sí para tomarse un taxi. Dinero le sobra. ¿Quiere que vaya a
buscarla?
Tipeo:
Estoy con el monstruo. ¿No importa?
El aparato suena otra vez.
No. ¿Vienes?
«Quiere que vayas a buscarla, no seas imbécil».
Escribo:
Estoy en 15 minutos.
Guardo el celular en el bolsillo del pantalón y enciendo a mi bebé. Es
hora de sentir los brazos de Luci rodeándome otra vez.
Cuando freno frente a su departamento, me tambaleo y no es por el
peso de la moto. La razón es la despampanante mujer que espera de pie.
Que me espera. Recorro su cuerpo de pies a cabeza, extasiado. Luce un
vestido entallado de un rojo anaranjado, que le llega poco más arriba de las
rodillas. La tela se ajusta a cada una de sus curvas. Es demencial. El
recorrido me lleva hasta el verde en su mirada, que resalta con el cabello
castaño que le enmarca el rostro.
—Ca-ra-jo.
—¿Estoy mal? —pregunta, acercándose rápidamente—. ¿Este color
es demasiado para una boda de tarde?
—Los colores no tienen días ni horarios. —Bajo del monstruo, le
ofrezco el casco—. Estás… —niego con la cabeza, dándole otro repaso
bastante descarado—. Te lo diré cuando se invente una palabra para
describirte.
Sonríe y se muerde el labio inferior, ese que hoy lleva un brillo que lo
hace lucir mil veces más apetecible.
Intenta subirse a la moto, pero se detiene.
—¿Te molesta que vaya haciendo un espectáculo por media ciudad?
—Señala el largo de su vestido. Mejor dicho, el corto de su vestido.
—¿No te trajiste abrigo?
—Estamos casi en verano, ¿para qué voy a querer un abrigo?
Niego con la cabeza mientras me quito la parte superior del traje. Me
acerco y anudo el saco a su cintura.
«¿Por qué esta mujer tiene que oler de puta madre? ¿Por qué todo
en ella me tiene que llamar como carteles de luces de neón?»
—Listo.
Mira la tela que cubre la mitad de sus piernas, me observa.
—Va a quedar todo arrugado. Lo sabes, ¿no?
Me encojo de hombros.
—Esos tórtolos ya saben que la prolijidad no es lo mío. No sería yo,
si no llegara a la boda con un par de arrugas o alguna mancha.
—Gracias —murmura y sube con cuidado.
—Casco —ordeno y hace rodar sus ojos—. Sin casco, no hay viaje.
—¡Voy a despeinarme!
—Te prefiero despeinada, pero viva.
Masculla guarangadas, me saca la lengua y se pone el casco.
«Esa lengua, Luci. Esa lengua».
Subo al monstruo y lo enciendo.
—¿Lista?
Sus brazos rodean mi cintura con fuerza.
—Siempre lista para este piloto.
Intento no buscar significados ocultos en su comentario, muerdo una
sonrisa y comenzamos a volar por las calles.

Salido de un puto cuento de hadas, así es este lugar.


El parque es inmenso y el césped es de un verde tan vibrante y tan
perfecto, que da lástima pisarlo. Hay una mesa de madera larguísima,
rodeada de una infinita cantidad de sillas con almodones blancos. Las velas
son de todos los tamaños y están por todas partes, haciendo que el lugar se
sienta… cálido. Y los arboles… ¡Los árboles están cubiertos de putas
lucecitas!
—Mierda —susurra Luci, que está agarrada de mi brazo—. Ángel
vació su billetera.
—No te quepa duda. —Miro embobado la pequeña casa blanca que
se pierde en el parque—. Quiere darle a Bas un día de cuento.
—Esa chica se sacó la lotería, ya no quedan tipos como Ángel.
—Ey. —Pellizco su brazo suavemente—. Eso dolió.
—¿Qué? Tú no eres así de romántico.
—¿Cómo lo sabes?
—Eres gracioso, pero no romántico.
—No puedes saber eso…
Su mirada va de mis ojos a mi boca. Dejo que me observe como si
fuera un ejemplar único.
—Supongo que tienes razón.
—¡Llegaron! —La pelirroja salta sobre nosotros—. Mierda, Equis,
estás increíble. Y Luci… ¡Ese vestido es un arma mortal!
Mi pequeña hacker le sonríe y le devuelve el halago. Yo, por otro
lado, recorro el prado en busca de una voz más grave que la de Lola.
—¿Dónde está Ángel? —pregunto cuando mis ojos no consiguen
localizarlo.
—Está en la casa. Todavía no salió de la habitación. —Toma a Luci
del brazo y comienzan a caminar. Las sigo—. Ya no deben quedarle uñas de
lo nervioso que está. ¿Puedes echarle un vistazo?
Asiento con la cabeza y recorro el camino de velas que me lleva
hasta la pequeña casa blanca.
—¡¿Gelco?! —lo llamo a los gritos mientras miro y toqueteo la
estancia. Todo es tan cálido y perfecto, que parece una de esas casas de
revista de decoración—. No vale escaparse hoy…
—Estoy a un pelo del culo del colapso nervioso, te recomiendo que
no me jodas hoy.
Giro, está apoyado en el marco de una puerta.
—Ey. —Me acerco—. El novio no puede tener ese humor. ¡Se
supone que es el día más feliz de tu vida!
—Lo es. Solo estoy… nervioso.
—¿Por qué?
—Quiero que todo sea perfecto. Ella se merece lo mejor. —Se frota
las sienes—. Lo merece, después de todo lo que pasamos… Yo… pienso en
este día desde la primera vez que la vi. Puedes decirme loco, pero no estoy
exagerando.
—¡Y esto es lo mejor de lo mejor! Apuesto a que hasta el papel
higiénico de este lugar tiene estilo y refinamiento. Mi trasero se sentirá
único y especial si lo uso, lo sé.
Ahí, tirando de las comisuras de sus labios, una sonrisa que lo relaja.
—¿Hace falta que te recuerde que hablamos de Bas? Carola Bas, la
mujer que vio lo mejor y lo peor de ti, la que estuvo a tu lado cuando hasta
el diablo estaba demasiado asustado para quedarse, la que te amó y te ama
por encima de tus defectos, que son muchos, créeme.
Otra sonrisa.
—Lo entendí, lo entendí. Estoy siendo un imbécil. —Se pasa las
manos por el pelo, largo y enrulado como siempre—. Me ama, la amo y
somos perfectos juntos.
—Ella es perfecta, tú… haces buen trabajo. —Le doy un codazo—.
Vamos, tienes una mujer que desposar.

Ángel no deja de moverse, nervioso. Me acerco un paso para pegarle


en el hombro y vuelvo a mi lugar de padrino, a su lado.
Miro de reojo a la jueza, que está acomodada detrás de un viejo atril
blanco de madera. No hay iglesia, no. Ninguno de los dos es religioso. Pero
eso no impide que la ceremonia sea jodidamente hermosa. Vuelvo la vista al
frente, a las filas de sillas blancas perfectamente colocadas hacia la derecha
y la izquierda, sobre el césped, formando un camino para la novia.
Todos los rostros de los presentes forman uno solo, emocionado y
rebosante de alegría. Isabel, Francisco, Azul, el pequeño Mateo, Gabriel,
Julia, Javier, Clara, la dulce Alma, Jerónimo, Luci, Emma, Rufi y Lola, que
está parada intentando no explotar de alegría por ser la madrina.
Me vibra el pecho al ver cada una de esas sonrisas, que terminaron
siendo más que amigas. Terminaron siendo familia.
Una melodía suave comienza a sonar. Es clásica, fina y cautivadora.
No hay voces, solo un violín dulce y apasionado. Y no me sorprende ver al
músico acercándose con el instrumento pegado al rostro, Ángel dejó el alma
en esto.
El cuchicheo se desvanece, todos los rostros giran. Y ahí está ella,
robándonos el oxígeno. Mi pecho se infla de orgullo y no sé qué mirar
primero, si esa sonrisa arrebatadora o ese vestido que es magia.
—Mierda, es un sueño —Ángel susurra, llevándose instintivamente
una mano al pecho.
Me acerco un paso.
—No es un sueño, es tu realidad —murmuro, mirando cómo Bas
avanza junto a su padre—. Disfrútala, te la mereces.
El tiempo es juguetón y se esconde cuando Gabriel le entrega la
mano de su hija a Blanco.
No hacen falta palabras, solo basta con observar cómo se miran. Se
devoran. Se aman. Se protegen. Se entregan con cada parpadeo.
El nivel de azúcar me está subiendo, pero, carajo, no puedo estar más
orgulloso de estos dos.
Todos hacen silencio, me sitúo a un costado. Lola hace lo mismo,
pero del lado derecho donde está la rubia.
La jueza comienza hablar sobre lo que significa el matrimonio.
Quiero escuchar, no quiero perderme un solo instante de esto, pero mi
mente no puede evitar viajar.
Lo veo pasar como un recopilado de mi vida junto a ellos, lo mejor y
lo peor de la mano de los recuerdos. Años de amistad, noches de búsqueda,
madrugadas de llanto y nudillos partidos, prostíbulos, miedo y ansiedad.
Armas que aprendí a sostener y rogué jamás tener que usar. Risas y comida
chatarra. La llegada de Bas, los sueños babosos de Blanco y todas y cada
una de las veces que me negó que esa rubia le había volado la cabeza. Todas
y cada una de las veces que supe que mentía, pero que terminaría
admitiéndolo tarde o temprano.
Bas. Su llanto y su risa. Su dolor y su fuerza. Sus ideas y el amor que
pone en ellas. Rufino y mi miedo al sostenerlo. Yo siendo el mejor tío que
puedo. Emma y la sombra que cargó a su espalda. Emma deshaciéndose de
las sogas del odio y el dolor. Emma venciendo. Renaciendo. Y yo…
aprendiendo que la familia no es sangre, es algo más arrollador que eso. Es
confianza. Es dolor. Es amor.
—Simón Villalba.
La mención de mi nombre me arrastra al presente.
—Equis —Ángel masculla sin dejar de sonreír—, acércate.
La jueza me mira con cara de pocos amigos.
—Simón Villalba, ¿se presenta como testigo de esta unión?
—Sí. —Intento sonar serio y concentrado.
—¿Tiene alguna objeción ante el acto que se lleva a cabo?
—No. Estos dos deberían estar casados desde antes de nacer. —Las
risitas me ponen colorado—. Su señoría —agrego, por las dudas.
La jueza intenta reprimir una sonrisa, lo veo. Lucha contra ella con
todas sus fuerzas. Vuelve a colocarse los lentes y yo vuelvo a mi lugar.
—Ángel Blanco, ¿acepta por esposa a Carola Bas?
La pregunta flota en el aire, que huele a primavera y posibilidades.
Ángel observa a la mujer que le voló la cabeza sin decir una palabra.
Se miran de una forma tan íntima, como si estuvieran devorándose en
silencio.
—Sí, acepto.
Los ojos de la rubia se llenan de lágrimas y sé que el imbécil no
puede esperar para besarla.
—Carola Bas, ¿acepta por esposo a Ángel Blanco?
Bas se seca una lágrima, su labio inferior tiembla.
—Sí, acepto.
Blanco es una sonrisa.
Lola le da un empujoncito en la cola a Rufino, quien avanza
sosteniendo una almohadita blanca con los anillos.
Ángel le acaricia la cabeza a su hijo y toma el más pequeño, lo
coloca en el dedo anular de Bas. Besa su mano antes de dejarla ir.
La rubia agarra el anillo que el pequeño le ofrece, le sonríe, y pasa la
alianza por el dedo de Ángel.
Y como Ángel es Ángel, no espera al famoso Puede besar a la novia,
se come la boca de Bas con un beso hambriento que nos hace sentir de más.
Y como yo soy yo, arranco con los aplausos. El resto de los invitados
me sigue poco a poco y, pronto, hacemos tanto ruido que apenas puedo
escuchar el débil Los declaro marido y mujer de la jueza, que ahora sí
sonríe.
—¡Firmen los novios! —grita la señora.
Me acerco a los tórtolos.
—Ángel. —Carajo, tengo que echar agua hirviendo en sus bocas para
que se separen—. A firmar, vamos. Después sigues asfixiándola con tus
asquerosos labios.
Ángel firma primero; luego Bas, que no ha dejado de moquear ni un
segundo.
—Los testigos.
Doy un paso más al frente, tomo la birome y firmo un libro
gordísimo con mi horrenda letra. Lola hace lo mismo, solo que su caligrafía
es de lo más fileteada.
—Ahora sí, ¡fiesta! —grita la colorada.
El violinista es reemplazado por media docena de gigantescos
parlantes estratégicamente colocados, que liberan música alegre y viva.
Poco a poco el prado se inunda de elegantes camareros que reparten bebidas
en copas largas, mezclándose con los invitados que ya han empezado a
bailar.
Me apoyo en una columna, cerca del atril donde mis mejores amigos
firmaron amarse hasta la eternidad.
—Eso ha sido bonito —susurra esa voz.
Mi mirada la busca, Luci se apoya en mi hombro.
—Increíblemente bonito y empalagoso.
—¿Crees en el amor, Equis?
Inhalo su perfume, dejo que se meta bajo mi piel.
«¿Cómo no creer en él, si lo siento en la piel cada vez que te miro?»
—Sí. Sí creo. —Señalo a los recién casados, que bailan apretados—.
Ellos me enseñaron que es la emoción más poderosa que existe.
—¿Incluso más fuerte que el miedo?
—Incluso más fuerte que el miedo.
CAPÍTULO 7

La noche es cálida y nos acaricia. Está acompañada de sonrisas y


lágrimas con aroma a recuerdos. La felicidad corre por la mesa, de punta a
punta, deteniéndose para saludar a cada uno de nosotros.
Bas y Ángel ignoran la deliciosa comida que desfila de un lado a
otro, están en otro mundo. En su propio mundo, comiéndose con la mirada,
absortos en los susurros al oído y las risas suaves.
Luci está sentada a mi lado. Su pierna desnuda rozando la mía,
nuestros codos jugando, su perfume adormeciendo mi mente. Y yo
dejándome llevar, intentando ignorar el creciente nerviosismo que me
retuerce las tripas. Es mi momento, llevo meses preparándolo; sin embargo,
siento que ya lo arruiné y aún no dije una palabra.
Me levanto, copa en mano, y hago que el filo del cuchillo roce el
cristal, llamando la atención de los presentes.
—Apenas queda comida en esta mesa, veo que están teniendo una
linda velada así que voy a saltearme esa parte. —Las risitas bajas me hacen
sentir un megabyte más seguro—. En serio, ¿hace cuánto no comían?
¿Hicieron una semana de ayuno? —Más risas despiertan la mesa, Lola me
tira un pedazo de pan en la cabeza—. Buena puntería, pelirroja. —La
apunto con mi índice, ella se regocija en atención mientras busco el papelito
en mi bolsillo y lo abro—. Juro que estaba perfectamente doblado cuando lo
guardé. En fin, acá vamos. Como todos saben, esta hermosa pareja me
eligió como padrino de su boda. —Señalo a los recién casados, que me
sonríen. Bas ya está violeta de la risa y Ángel de la vergüenza—. No voy a
decir que fue una decisión difícil, todos sabemos que era la mejor opción.
—Otra vez las risas y las copas chocándose—. ¿Qué iba a decir? —Miro el
papelito arrugado, mi horrenda letra—. Ah, sí. Como soy el padrino, es mi
deber dar un discurso esta noche. Trabajé durante meses para escribir estos
diez renglones y ahora ni siquiera puedo leerlos, porque mi letra es una
mierda y no la entiendo. —Isabel me reprende por mi vocabulario, me
encojo de hombros—. A la mierd… —Observo la advertencia juguetona en
su mirada— ¡Al excremento este papel! Bas, Gelco —los observo, tomados
de las manos, los ojos negros húmedos desde el comienzo de la tarde—,
¿qué puedo decir? Son mis mejores amigos, son mis hermanos, mi familia.
Los vi luchar con uñas y dientes por el amor que sienten, por lo que
querían, por lo que tienen… Los vi crecer, como individuos y como pareja.
Los vi entenderse, protegerse, adorarse y comerse porque, ¡por el amor de
Dios!, no pueden dejar las manos quietas. —Más risas, silbidos, copas
sirviéndose—. Gelco, eres un ejemplo a seguir para mí. Excepto por el pelo
largo y los baños de crema, eres un modelo. Un hombre de fierro. Un tipo
de códigos que pone a las personas que ama por encima de todo. Quisiera
ser como tú, tener esa garra y esa valentía que hace que luches contra los
molinos que nadie ve, pero que están ahí, golpeándonos cada puto día. —
Trago el cóctel de recuerdos—. Me enseñaste tantas cosas, caminamos
tantos bosques sin salida… Me alegra que hayas encontrado tu luz —miro a
la rubia—, que la hayas seguido y te hayas aferrado a ella. No más
oscuridad para ti, amigo. —Levanto mi copa, él me imita y brindamos a la
distancia—. Y Bas… Carajo, ¿qué puedo decirte que no te haya dicho en
estos siete años? Te vi madurar, te vi convertirte en madre, te vi luchar
contra la soledad cada noche, te vi llorar, aprendí a clasificar el dolor según
tus lágrimas. ¿Estrés? ¿Cansancio? ¿Sueño? ¿Miedo? ¿Ansiedad? ¿Vacío?
Me hiciste experto en tus emociones. Me ayudaste a… —ignoro las miradas
que caen sobre mí, sé que Luci está a mis espaldas. Aprieto el papel con
fuerza entre mis dedos— ser más extrovertido con las mujeres, a no
temerles. Tanto. —Más risas—. Criaste un hijo, criaste un amigo. Te vi
vencer y vencí a tu lado. Hoy, solo tienes lo que te mereces. Lo que ganaste
con lágrimas y sudor. Un esposo que te idolatra, créeme, vi el altar en su
oficina. —La rubia me sonríe, Ángel le besa la mejilla—. Un hijo increíble
y dulce, una familia numerosa que te respalda y un título que cuelga de tu
pared. Hoy… todo es luz para ti, rubia. —Levanto mi copa, años de
vivencias y recuerdos agridulces en el gesto. El pecho se me endurece y
digo basta—. ¡Qué vivan los novios!
—¡Qué vivan los novios! —La mesa estalla al unísono.
Todos brindan. Bas se levanta y corre a mis brazos. La atajo antes de
tiempo, acortando la distancia.
—Rubia —la apretujo todo lo que puedo, hundiendo la nariz en su
pelo—, me pone tan feliz verte así.
—No sabes lo que significas para mí, Equis. —Su mano busca mi
nuca, la acaricia—. No me alcanzará la vida para agradecerte.
—No tienes que agradecerme nada, fue un placer pasar todos estos
años con ustedes. Cuidarlos. Es un placer ser tu amigo, Carola.
Sus brazos me aprietan, sé que está llorando. La emoción se apoderó
de su voz.
—Cuando te conocí —susurra—, aquella noche en casa de Blanco,
supe que podía confiar en ti. Solo me bastó mirarte a los ojos. Cómo
hablaste de lo que Ángel sentía por mí, cómo detectaste que yo estaba…
abrumada. Asustada. Esa forma de leerme, Equis, eso fue todo lo que
necesité para saber que te quería en mi vida.
—Mierda. —Me separo, paso los pulgares por sus mejillas húmedas
—. Basta, rubia. Basta. Vas a hacer que me largue a llorar como una marica.
Tengo una reputación que mantener…
Me sonríe entre lágrimas y me pega en el hombro.
—Okay, ya me estoy poniendo celoso. —Jerónimo aparece por
detrás, Bas gira en busca de su voz—. ¿Qué hay para mí? ¡Soy el mejor
amigo! ¿Dónde está mi abrazo?
—Perdiste ese título hace muchos años, hermano. —Palmeo su
espalda y los dejo solos.
Camino entre los invitados, que han comenzado a pararse y pisotear
el perfecto césped con sus ridículos pasos de baile.
—Equis. —la mano de Ángel aterriza en mi pecho—. Ven conmigo.
Lo sigo hasta la casa blanca que se pierde entre los arboles cubiertos
de lucecitas cálidas. Me falta un puto tutú y soy la princesa de este cuento.
—¿Qué pasa?
Saca su teléfono y me lo muestra.
—¿Te compraste un barco? —Lo miro, incrédulo—. ¿Cuánto te están
pagando en la empresa? Creo que voy a dejar la policía para ofrecerme
como Técnico de seguridad informática de algún ricachón.
—No, imbécil. —Me golpea el pecho—. Lo alquilé para esta noche.
Cuando termine la fiesta, Bas y yo subiremos a ese barco y pasaremos la
noche de bodas en el agua. Es una sorpresa. —Observa mi boca abierta—.
Carajo, ¿es mucho? ¿Crees que le parecerá demasiado? ¿No le gustará?
—¿Te escapaste de alguna de esas películas románticas de Nicholas
Sparks o algo?
Sonríe.
—No seas idiota.
—Con esto, te aseguras llegar como mínimo hasta la boda de plata.
—Exploto en una risotada—. ¿Siguen haciendo esas cosas todavía? De
repente, me sentí como de ochenta años. —Me pongo serio—. Mierda, no
quiero ser viejo. Creo que prefiero morir joven y hermoso.
—Lo de hermoso te lo dejaste para la otra vida.
—Ay, habló el modelo.
Reímos otra vez. La noche se siente… eterna. Dulce.
—Gracias, hermano —dice—. Tú… hiciste posible este día para mí.
Gracias por cuidarla y… perdón por todas las veces que quise romperte la
cara. Sabes que me costó, pero ahora lo veo. Lo entiendo. Bas y tú… —
Niega con la cabeza—. El vínculo que los une es fuerte, y ella lo necesita.
Te necesita.
—¿Gelco?
Mueve la cabeza, tengo su atención.
—Ya sabes que no me interesan las tangas rojas de tu esposa, así
que… ¿podemos no hablar más del tema?
Una sonrisa tira de sus labios.
—Hecho.

La música está altísima. Todos bailan y saltan, poseídos por la


felicidad y la energía de un par de copas. Y yo, yo que prometí que este día
me agarraría el pedo de mi vida, estoy acá, sentado con una copa de gaseosa
en la mano. Disfrutando en soledad del bienestar de mi gente.
—¿Me permite esta pieza? —La mano de Emma aparece ante mis
ojos.
—Me gusta el siglo XXI —digo, aceptándola.
Nos acercamos a la improvisada pista, chocándonos con espaldas y
brazos ajenos. La música cambia. Ahora es más lenta, suave y relajante.
—Soy malísimo en esto, Emm. Te lo advierto. —Agarro su cintura,
bien arriba, nada de manos fugitivas con la pequeña Emma—. Solo puedo
hacerte girar y girar, hasta que termines vomitando.
Su sonrisa blanca es grande y seductora, al igual que su boca roja. No
sé en qué momento pasó, pero esta chica floreció frente a mis ojos y no me
di cuenta.
—Me gustó tu discurso —dice, pasando tímidamente sus brazos
alrededor de mi cuello. Comenzamos a movernos.
—¿Sí? Yo creo que fue bastante patético, bien de mi estilo.
—No fue patético. —Sus ojos claros son el reflejo de su madre, que
en paz descanse—. Fue… sincero y emocional.
—Supongo que soy el rey de los discursos de boda. ¿Debería
hacerme publicidad en las redes? ¿Ofrecer mis servicios?
Su risa es suave y armoniosa.
—¿Te molesta si suelto tu cintura? Tu hermano está despellejándome
con los ojos.
Ambos miramos a la izquierda, Ángel baila abrazado a Bas pero sus
ojos están fijos en nosotros.
—Es un imbécil. —Niega con la cabeza, seguimos bailando—. Soy
adulta ahora.
—Y tu hermano sigue teniendo un derechazo de hierro.
—¿Le tienes miedo? —Sus ojos van de mis ojos a mi boca.
«Le gustas. Le gustas. Le gustas».
—Es mi mejor amigo y tú su hermana pequeña. Solo… quiero
respetarlo.
—Supongo que sigo siendo La pequeña Emma para todos.
—Para siempre —agrego.
Un dejo de tristeza cruza su mirada y, de repente, me siento un
completo estúpido. Emma no quiere bailar con cualquiera. Emma no confía
fácilmente en los hombres. Emma aprendió a sanarse y abrirse al mundo,
poco a poco. Y acá estoy yo, espantándola. Cagándola. Haciéndola sentir…
nada.
—Gracias por el baile —susurra y sus brazos me sueltan.
—Emm… —Su cuerpo desaparece entre el gentío—. Emma…
La música vuelve a su auge, retumbando en mi pecho. Lo veo a
Rufino correr como un desquiciado, persiguiendo a Azul, que esta noche se
olvidó de que es casi preadolescente y juega como una niña más. Como lo
que realmente es.
¿Por qué siempre nos empeñamos en crecer? ¿Por qué queríamos
vivir en el mundo de mierda de los adultos?
—¿Me permite esta pieza?
Luci aparece en mi campo de visión, imitando a Emma. Detecto un
problema. Un grave problema.
—¿Estás borracha?
—¿Tal vez? —Sus pies tropiezan, sus manos se aferran a mi pecho
—. ¿Un poco…?
Tomo su cintura instintivamente, su rostro se refugia en mi pecho.
—¿Bailamos? O podeeeemos tomarrr otro trago. —La manera en la
que arrastra las palabras enciende las alarmas—. ¡El barman hace unos
daiquiris de frutilla tremeeeendos!
—Ya lo creo. —Me mantengo firme como un árbol de raíces viejas
mientras ella intenta que bailemos—. Suficiente fiesta, te llevo a casa.
—¡No fue suficiente fiesta para Luci!
Sonrío, aunque me siento un poco enojado. Creí que se había
terminado eso de beber hasta decir estupideces. Creí que había enterrado
esa faceta años atrás.
—Ya estás hablando en tercera persona así que, sí, fue suficiente
fiesta para Luci.
—¡No es justo! —Hipo. Se cubre la boca y ríe cada vez que la asalta
—. ¡Me estoy divirtiendo!
«No es Lara. Ella no tiene un problema con la bebida. No es Lara.
Solo se está divirtiendo en una boda».
—Saludamos a los novios —tomo su mano, comenzamos a abrirnos
paso entre los invitados— y a casa.

Media hora después, estoy manejando el Impala de Blanco. A riesgo


de que Luci se durmiera o decidiera que tirarse de mi moto sería divertido,
se lo pedí prestado. Refunfuñó un poco antes de soltarlo; pero se distrajo
con las manos juguetonas de Bas, que lo tiraban hacia la pista de baile.
Soltó las llaves y aquí estoy.
—Me encannnnnta este auto —masculla, acariciando el tapizado—.
Siempre me gustó este auto.
—¿Más que mi moto?
—Nada me gusta más que tú…
La observo, desviando la vista del camino mucho más de lo debido.
Sus ojos se cierran poco a poco, cansados.
Sus palabras borrachas se tatúan en mi mente. Una a una, sílaba a
sílaba.
«Nada me gusta más que tú».
CAPÍTULO 8

—¿Qué es tan gracioso?


Sus brazos son un collar sobre mi cuello. Mi mano derecha se aferra
a su cintura, manteniéndola erguida, mientras la izquierda intenta abrir la
puerta de su departamento.
—Este… mechoncito que siempre te cae sobre la frente. —Sus dedos
buscan mi pelo, lo acarician. Mi cuerpo se tensa en respuesta—. Parece un
resorte. Un resortito. Es… adorable.
Me observa con los ojos vidriosos por el sueño y el alcohol, sus
dedos siguen juguetones.
—Ya lo entendí. —Abro la puerta, entramos antes de despertar a los
vecinos—. Soy adorable y gracioso, pero no romántico.
Cierro, tiro su pequeña cartera sobre el sofá. Pixel aparece andando
como si fuera el rey del lugar.
—Hola, Pixelito. —Luci intenta agacharse para tomarlo entre sus
brazos, pero se tambalea y termino sujetándola de la cintura.
—Parece que el diminutivo es lo tuyo cuando te dedicas a catar
daiquiris.
Su aliento es una cálida mezcla de fruta y alcohol cuando golpea mi
barbilla. Sus ojos borrachos bucean por mi rostro, me observan como si
intentaran descubrir algo más. Ver más allá de lo que hay.
Siento su perfume. Ese maldito perfume. Mis dedos son rebeldes y se
entierran en su cintura, reclamando algo. Lo que sea. Jamás estuvimos más
cerca que ahora mismo. Me parece surrealista pensar que estoy a
centímetros de su boca. Yo, el tipo que transpiraba la camiseta solo con
pensarla.
¿Qué pensaría Ángel si me viera en este momento? Seguro estaría
orgulloso. No, me daría una patada en las pelotas por no haberla besado
todavía.
—Equis…
Su voz susurra mi nombre y veo el movimiento de sus labios en
cámara lenta. Lo juro. Está mirando mi boca. Estoy mirando la suya. No sé
exactamente qué está pasando, pero tiembla en mis brazos y yo tiemblo en
los suyos. Su nariz roza la mía, todo el vello de mi cuerpo se eriza. Cierro
los ojos, inhalo profundo. Sigue acariciándome con la punta de su nariz,
hasta que siento su aliento caliente sobre mis labios.
—No —susurro, dando vuelta la cara, haciendo que su boca se pegue
a mi mejilla—. Cuando te bese, porque algún jodido día voy a hacerlo, vas
a estar consciente. Vas a sentirlo. —Dejo un beso casto en el lóbulo de su
oreja—. Vas a recordarlo.
—Me… equivoqué —susurra, escondiendo el rostro en el hueco de
mi cuello.
—Lo sé. —Muerdo mi labio, ignoro el palpitar desbocado de mi
corazón—. Esto no cambia nada. Mañana no vas a recordarlo y yo…
—Sí puedes —me interrumpe—. Sí puedes ser romántico.
Sus brazos me aprietan con fuerza, deja caer su peso sobre el mío.
Sentir su pecho blando, el calor y el dulzor que emana de su piel me está
matando. Pero la sostengo. Disfruto de esta cercanía inconsciente, sabiendo
que cuando salga el sol volveré a la sombra del mejor amigo. La sombra de
donde no puedo salir. No quiero salir. Porque me aterra pensarlo. Porque me
aterra perderla.
—Deberías ducharte y acostarte —hablo bajo, mi mano camina por
su espalda.
—Tengo mucho sueño y… estoy mareada —susurra—. ¿Me llevas a
la cama?
«Carajo. ¿Por qué? ¿Por qué tenía que ponérmelo tan difícil? ¿Si te
llevo a la cama? Lo he soñado mil veces, Luci. Mil veces».
—Claro.
Caminamos despacio, no suelto su cintura hasta que entro en su
habitación y la siento en la punta del colchón. Es la primera vez que estoy
en este cuarto y no se parece en nada al resto de la casa. Es pequeño, a
comparación con el inmenso living, la pared donde reposa el cabecero de la
cama está cubierta de recortes de diarios y revistas. Es un collage estridente
y llena la habitación de personalidad, en contraste con el resto de la casa,
que parece un hotel de lujo impersonal y frío. Mis ojos recorren el lugar.
Hay una mezcla entre orden y desorden, entre feminidad y masculinidad,
moda, arte y tecnología. La habitación es un caos perfecto. Es el reflejo de
quien, levantando demasiado las piernas, intenta quitarse los zapatos.
—Yo te ayudo. —La freno antes de ver algo que no pueda olvidar—.
¿Cómo te sientes? —Agarro delicadamente su tobillo y quito un zapato,
luego el otro. Su tacto arde en mi piel—. ¿Quieres agua o algo?
Niega con la cabeza.
—¿Quieres… que te busque ropa y te quitas el vestido?
Asiente. Lleva las manos a su espalda y comienza a bajarse el cierre.
—No, no, no. —Cierro los ojos y, como no me fío de mí mismo, me
los tapo con la mano—. Déjame salir de la habitación primero, ¿sí?
Silencio. Dejo salir el aire lentamente. Si abro los ojos y está
desnuda, no habrá vuelta atrás. Será el fin para mí.
—¿Luci?
El silencio sigue presente. Tomo aire y miro entre los dedos, como si
tuviera cinco putos años y mirara una película de terror.
—Mierda. —Exhalo de golpe.
Está acostada, casi bocabajo, en un costado de la cama. Me acerco. El
cierre de su vestido está completamente abierto, dejando su espalda blanca
al descubierto.
—¿Luci? —susurro.
—Tengo… mucho sueño.
—Voy a dejarte dormir tranquila, ¿sí?
—No. —Su ceño se frunce, sus párpados caen casi dormidos—. No
me dejes… sola. No quiero estar sola. Hay mucho silencio. No me gusta el
silencio…
Doy la vuelta, puteándome internamente, y me siento al otro lado de
la cama. Cerca, pero no lo suficientemente para hacerme perder el juicio.
—¿Puedes… —se mueve, abrazándose a la almohada— acariciarme
el pelo? Papá lo hacía cuando me quería. Me ayudaba a… dormir sin
pesadillas después de...
El aire se atora en mis pulmones.
«Puedo hacer lo que me pidas, Luci. Y eso me aterra».
Acerco mi mano a su cabeza, despacio. Muy despacio. Mis dedos se
pierden en la oscura suavidad de su cabello, masajeándolo. Su respiración
se acompasa, su cuerpo se relaja y el mío se tensa dolorosamente. Sin
embargo, aunque su cercanía duele como si me estuvieran arrancando el
corazón del pecho, me quedo acá. A su lado. En su cama. Acariciándola
hasta que el mundo de los sueños la reclama.

Sé que duerme plácidamente, su cabeza recostada sobre mi pecho y


su respiración calma me lo dicen.
Sé que llevo horas en esta posición, mirando el techo, acariciando la
piel de su brazo.
Sé que no estoy soñando, pero aun así me pellizqué algunas veces.
Sé que amanecerá muy pronto y que no quiero estar acá cuando
suceda. No quiero ver cómo el alcohol borró de su memoria este momento
tan… íntimo, que jamás podré sacar de mi puta cabeza. No quiero volver al
lugar de partida.
Intentando que mi cuerpo se resigne a soltarla, logro levantarme.
Luci se mueve y mi corazón se congela dentro de mi pecho.
«No te despiertes. No te despiertes».
Vuelve a acomodarse bocabajo. Esa espalda al descubierto… Esas
piernas y esa maldita cola jugando con mi juicio. Acerco mis manos al
cierre, lo subo despacio y salgo de la habitación sin mirar atrás.
Respiro. Por primera vez en horas, siento que respiro. La tensión me
abandona con cada paso que me aleja de su habitación.
Pixel está echado en el sofá, me acerco y lo acaricio.
—¿Vas a cuidarla mientras yo no esté? —Le susurro al felino, que
me mira con lástima—. Tú y yo tenemos que hacer un trato, amigo. —
Ronronea en aceptación—. La próxima vez que el imbécil de Eric aparezca
por acá, tienes que rasguñarlo. ¿Entendido? —Mis dedos rascan su pelaje
—. A cambio, te traeré un sobrecito de esa comida que te gusta. Si le das en
la cara, serán dos.
Un teléfono empieza a sonar, mis ojos buscan con desesperación. El
sonido es chillón y fragmentado. Son mensajes. Y no paran de llegar. La
robótica melodía me lleva hasta el bolso de Luci, lo abro y tomo su celular.
La pantalla está iluminada. Lo silencio, pero los mensajes solo se acumulan.
Es Eric. Bingo.
Espero que te hayas aburrido en esa puta fiesta. Sabes que no puedes
divertirte sin mí
—¿Qué carajo? —susurro. Miro hacía la puerta de su habitación,
cerrada.
Quiero pedirte perdón por lo de la otra noche, no quise hablarte así.
Hasta el último músculo de mi cuerpo se pone alerta.
Pero no estuviste bien, amor. Si empiezas algo, tienes que terminarlo.
No puedes meterme mano y después saltar con alguna excusa de
mierda como “me duele la cabeza” o “no estoy cómoda”. Soy un
hombre, no juegues así conmigo. No seas una calienta piernas.
Aprieto el celular como si fuera su cuello. Voy a matarlo. Voy a
arrancarle la puta cabeza si sigo leyendo.
¿Hace cuánto que no lo hacemos? ¿Dos? ¿Tres semanas? No voy a
esperarte para siempre, tengo necesidades. Tienes que ser una mujer.
Necesito una mujer.
Me tiembla el cuerpo de la rabia.
Luci, bebé, ¿estás ahí? Te quiero.
Tiro el celular sobre el sofá. Mis manos aprietan mi cabeza cuando
me siento. No puedo contener la furia, voy a explotar.
¿Le gritó? ¿La insultó? ¿La está obligando a algo? ¿Ella… no quieres
acostarse con él?
«No seas una calienta piernas».
Aprieto los puños con tanta fuerza, que mis nudillos están blancos.
Eric Salas acaba de firmar su sentencia de muerte.
Eric Salas tiene mis ojos en la nuca.
CAPÍTULO 9

Eric Salas. Veintiséis años. Desempleado. Primaria completa.


Secundaria incompleta. Experiencias laborales nulas. Madre soltera. Hijo
único. Sin enfermedades crónicas o hereditarias. Antecedentes penales por
conducir ebrio. Cantante y guitarrista de la banda Bizarros. Múltiples
perfiles falsos en Facebook. Cuentas activas en Tinder y otras aplicaciones
similares.
Un imbécil bueno para nada, en resumidas cuentas.
Un imbécil bueno para nada que disfruta del cuerpo de Luci y,
encima, se digna a llamarla calienta piernas.
Un imbécil bueno para nada que la engaña. Y estoy dispuesto a
demostrarlo, si es necesario. Luci tiene que saber con qué clase de parásito
va de la mano.
Cierro el navegador cuando veo pasar a mi jefe. Intento concentrarme
en el celular que tengo que analizar y entregar limpio antes de irme. Me
espera un puto informe para llenar y una maldita clase que dar.
Sus labios a centímetros de los míos. Su aliento caliente. Su espalda
suave y pálida. Su cabello bajo las puntas de mis dedos.
Si tan solo pudiera sacármela de la cabeza por un segundo. Si tan
solo pudiera… dejar de pensarla.

¿Qué tal la noche de bodas? ¿Hundieron el barco? ;)


Espero mientras escribe la respuesta. Sé que va a putearme.
Siempre tan idiota y desubicado. Pero ya que preguntas, fue la mejor
noche de mi vida. ¿Qué pasó con Luci?
Sonrío, sintiéndome feliz por los dos. Tipeo:
La llevé a su casa, se durmió y me fui.
Escribe:
Lárgalo. Ahora.
Suspiro, mis dedos se deslizan por la pantalla. ¿Por qué siempre sabe
cuándo miento?
Intentó besarme y la frené. Fin.
Pd: Tal vez le acaricié el pelo hasta que se quedó dormida.
Pd2: Sí, sigo vivo.
Me muerdo la pielcita a los costados de las uñas mientras espero.
¡¿LA FRENASTE?! ¿Quién de los dos estaba borracho?
Entro a casa, tiro el portafolio. Niego con la cabeza y escribo:
Ojalá los dos. Nos besábamos hasta quedar sin aire y después
culpábamos a la borrachera. ¿Qué tan genial suena?
Leo con una sonrisa nostálgica.
Muy genial.
Sabes que le gustas, ¿verdad? Intentó besarte. ¿Qué más necesitas para
tirarte a la pileta? Hay agua, Equis. Hay un océano entero.
Tipeo:
Estaba borracha.
Cierro los ojos, apoyo la espalda en la puerta. Casi puedo sentir el
calor de su aliento.
Eso es una excusa. Lo sabes. ¿Por qué mierda no quieres arriesgarte?
¿No lo vale?
Porque es mi mejor amiga, después de Bas. Porque pasamos cada
maldito segundo del día conectados desde hace años. Porque la amo con
cada puto nervio de mi cuerpo y me aterra decirlo en voz alta. Perderla. Me
aterra pensar que lo que imagino cada noche no funcione. Me aterra saber
que, después de cruzar la línea, no podré volver a ser su amigo.
Cambio de tema antes de explotar.
¿Cuándo se van de luna de miel?
Responde al instante:
En una semana. Vamos a cenar todos juntos antes. ¿Vienes?
Escribo:
¿Comida y amigos? No se pregunta ;)
—¡Llegaste! —Mamá se levanta del sofá, sus pies se desesperan por
acercarse—. ¡Cociné de nuevo! ¡Te preparé tarta de frutillas! ¡La que más te
gusta!
Abrazo su entusiasmo, miro a Dora por encima del hombro de mi
madre. La enfermera me hace una seña, mamá tuvo un excelente día.
—¿Tienes hambre? —pregunta, acariciándome la mejilla,
observando mi barba incipiente—. ¿Quieres empezar directamente por el
postre, como cuando eras pequeño? —Asiento, saboreando el dulzor de la
nostalgia—. Pero tenemos que guardarle una buena porción a Lara, se
pondrá celosa si no lo hacemos.
Le acaricio ambos brazos, como si estuviera helada y necesitara mi
calor.
—¿Me esperas en la cocina y preparo café? —pregunto, mirando a
Dora de reojo. Mamá asiente.
—Cómo te extrañé, Simón. Ojalá no trabajaras tanto…
Otra caricia dulce en la mejilla, antes de perderse camino a la cocina.
Espero para hablar.
—Veo que estuvo rebosante de energía hoy —señalo, sacando un
sobre de mi maletín.
—Hoy tuvo uno de sus mejores días, Simón. No hubo alucinaciones
desde el almuerzo, no necesitó ningún calmante extra… Por eso la dejé
cocinar. Supervisé todo el proceso, por supuesto.
—Lo sé. —Me acerco, sonriendo, y le extiendo el sobre con su pago
mensual—. Hay un poco más de lo normal por todas las veces que tuviste
que quedarte más tiempo del que te corresponde. Gracias, Dora. No sabes lo
valiosa que eres para mí. No sabes lo que me costó encontrar a la persona
perfecta para ella. Gracias.
Dora sostiene el sobre, observándome. Se acerca y me aprieta el
hombro.
—Eres un buen hijo, Simón. Tu madre tiene suerte.
Quiero sentir sus palabras. Quiero sentir que hago todo lo que está a
mi alcance y lo que no también.
—¿Lara… llamó o estuvo por acá?
Dora niega con la cabeza, leo la lástima en sus ojos. Eso es lo que
esta familia rota provoca en los demás. Lástima. Eso es lo que no quiero ver
en los ojos de Luci. En los ojos de Bas…
—Gracias por todo, Dora. —La acompaño hasta la puerta—. Que
descanses, hasta mañana.
Su mirada empática desaparece y el peso del día cae sobre mis
hombros.
Pasos lánguidos me llevan a la cocina, el olor a café y el ruido de la
vajilla al chocar me transportan. Cuando me siento en el taburete junto a la
isla, me siento un niño otra vez. Un revoltoso enano que se come el postre
en lugar de la cena.
—¡Ahí está mi chiquitín! —Pone una taza y una enorme porción de
torta de frutilla frente a mis ojos—. Más leche que café y tu tarta preferida.
No le digo que ya no tomo el café con leche y que prefiero la cena
antes que el postre. Simplemente sonrío hasta que me duele la cara. Y me
doy un atracón de tarta para mantener la felicidad en sus ojos.
—¿Cómo estuvo el trabajo hoy? —Me mira entusiasma, ni siquiera
probó bocado—. ¿En qué caso están trabajando ahora? ¿Lo vi en las
noticias?
—Sabes que no puedo hablar de eso, mamá. —Doy un trago al café.
Todo está tan dulce que ya me siento enfermo—. ¿Qué hiciste hoy?
—Uf. —Apoya la mejilla en su mano, me observa comer—. Miré la
novela, me aburrí con Dora, cociné, te esperé y esperé el llamado de Lara.
La tarta y la desilusión en su voz se me atoran en la garganta.
—No creo que Lara llame, mamá.
—¿Por qué no? Hace muchos días que no viene.
—Porque ella no es así. Es… complicada, mamá. No quiero que
pienses en eso, ¿de acuerdo? Ya volverá.
—¿Dónde está?
Suspiro, apoyo el tenedor en el plato.
—No lo sé…
—¡¿Por qué la echaste, Simón?! Es mi niña y ahora está por ahí…
sola.
—La eché porque te estaba haciendo daño. No voy a permitirlo. Y no
quiero hablar más de esto.
—Pero la extraño…
Aprieto los puños encima de la mesa.
—Yo también la extraño, mamá. Volverá. —Miro el reloj de pared—.
Es muy tarde y estoy cansado. También tuviste un día largo, deberíamos ir a
dormir.
—Pero tengo que juntar y lavar los platos…
Me levanto, rodeo la isla de mármol y la ayudo a levantarse.
—Cocinaste esta tarta riquísima, lo menos que puedo hacer es
encargarme de limpiar todo.
—Pero estás cansado…
Logro que camine fuera de la cocina.
—Y tú también. Vamos.
La dejo en la puerta de su habitación, al lado de la mía.
—Te quiero, Simón. —Su mano suave en mi mejilla—. Descansa.
Sonrío sin ganas.
—Te quiero, mamá. Estaré al lado si me necesitas.
Un pellizco en la mejilla, su puerta se cierra. Los platos sucios me
esperan.
<princesa_Organa> ¿Estás ahí?
La ventana de mi chat con Luci parpadea. Cierro los programas
después de siglos de intentar que el rastreador que le puse al celular de mi
hermana me dé su locación exacta. Pero está muerto. O no tiene batería o ya
no tiene teléfono.
Sí, así rastreo a mi hermana. Estoy enfermo.
<X> Estoy ahí.
<princesa_Organa> Del 1 al 10, ¿qué tan mal me porté anoche en la
fiesta?
<X> 10. Vomitaste sobre el vestido de Bas. Fue horrible.
Miento. Sonrío, imaginando su reacción ahora mismo.
<princesa_Organa> No. ¡NO! Yo no pude haber hecho eso. Sé que no hice
eso. ¡No me jodas, Simón!
<X> Diría que su comportamiento fue un 5 en la escala del bochorno,
Lucía. La saqué de la fiesta antes de que ocurriera una desgracia.
<princesa_Organa> ¡Lo sabía! Jamás vomité a nadie. ¿Me trajiste a casa?
¿O vine en taxi?
El alcohol me borró de su cabeza, de su noche. Y jode. Mucho.
<X> Te llevé con el Impala de Ángel. ¿Crees que te dejaría sola, en un taxi,
en ese estado? ¿Qué clase de mejor amigo sería?
<princesa_Organa> Lo supuse Un taxi está por debajo de tu nivel de
amistad. ¿Dije algo estúpido o indebido?
Me pican los dedos. ¡Carajo! Necesito hacerlo. Necesito saber qué…
<X> Nada. Solo intentaste besarme.
<princesa_Organa> No jodas, Equis. Te estoy hablando en serio.
Mi pecho se agrieta.
<X> También yo. Intentaste abusar sexualmente de mí. Acosadora.
<princesa_Organa> No creo que estuviera TAN borracha.
<X> Estabas TAN borracha. Créeme.
—Tanto como para querer besarme —susurro para mí.
<princesa_Organa> Tengo suerte de tenerte. Gracias por cuidarme. ¿Por
qué te fuiste tan temprano esta mañana? ¿Tenías que trabajar?
<X> Me fui de madrugada, luego de que te durmieras. Sí, tenía que
trabajar.
<princesa_Organa> Creí que no trabajas los domingos…
<X> Y no trabajo. Alguien intentó atacar el sistema y varios técnicos
estuvimos tratando de bloquearlo y rastrear el origen. Ya estaba ahí, así
que me quedé adelantando algo de papelerío.
<princesa_Organa> ¿Funcionó?
<X> ¿Se lo estás preguntando a Mr. X?
<princesa_Organa> Disculpe mi imprudencia, Señor.
<X> Le besaría la imprudencia, señ…
BORRAR
<X> Disculpas aceptadas, Lucía.
<princesa_Organa> ¡No me digas Lucía!
<X> Hace un rato me llamaste Simón. Es mi venganza.
Faltan dos semanas para tu cumpleaños. ¿Por qué no estás
hablándome de una fiesta infernal, como todos los años?
<princesa_Organa> ¡Lo mismo me pregunto yo! ¿Quién soy? No entiendo
por qué no empecé a planearlo todavía. Estuve ocupada con Dafne, pero
me estoy poniendo con eso ahora mismo. ¿Debería alquilar un castillo
inflable?
Dafne. Maldita y desafiante Dafne que lleva por mal camino a mi
pequeña hacker.
<X> No va mucho con tus amigos y la exhibición de drogas que hacen
sobre la mesa.
<princesa_Organa> Quiero uno desde mi cumpleaños número trece, desde
entonces dejé de tenerlo. Una de las tantas cagadas de mi papá, decidir que
estaba demasiado grande para eso. ¿Qué clase de padre te roba la
infancia?
Lo siento. El rencor que siente hacia su padre está ahí, dispuesto a
aflorar en cualquier momento. Pero no es odio. Sé que en el fondo solo es
una nena de papá, demasiado herida para pedir explicaciones o escuchar
perdón.
<X> Un castillo sería épico.
<princesa_Organa> Llevaría la fiesta a otro nivel, ¿no? Cambiando de
tema, ¿qué haces mañana después del trabajo? Se estrena una peli de
terror, que seguro será igual que todas. Un grupo de adolescentes imbéciles
van a pasar el rato a un hospital abandonado, se quedan encerrados y uno
a uno se vuelven locos y se matan entre ellos. La rubia bonita de tetas
grandes muere primero, nadie lamenta la pérdida porque era una perra. El
más odioso, ese que estás deseando que muera desde el principio,
sobrevive. Una mierda, pero tengo ganas de ir al cine. ¿Te sumas? Habrá
pochoclos ;) Es promesa de honor.
Me está invitando al cine. Le importa tres kilos de mierda la película,
quiere ir al cine. Conmigo.
<X> Suena a que me voy a reír durante dos horas, y hay pochoclos en la
oferta, es tentador.
<princesa_Organa> Entonces tenemos una cita.
CAPÍTULO 10

Me eché tanto perfume, que pueden olerme a kilómetros de distancia.


Aún resfriados.
La noche se siente pesada, la tormenta de verano puede olerse. Estoy
apoyado sobre la moto en el húmedo estacionamiento del cine, toqueteando
mi celular, activando la cámara que me muestra el living de casa. Dora está
dándole la cena a mamá con esa paciencia infinita que la caracteriza. Le
rogué que se quedara unas horas extra que, por supuesto, serán bien
remuneradas. Debe odiarme. Pero esa mujer es mi salvavidas en medio de
este mar negro llamado Esquizofrenia. Es la que me enseña a flotar, a no
ahogarme con la primera ola.
—Así, das perfecto para el papel del típico chico malo de película
adolescente. Ya sabes, esas donde se odian a muerte el primer día y planean
su casamiento al tercero.
Levanto la vista, siguiendo su voz.
—Estoy a una bien aprovechada década de la adolescencia. —
Levanto una ceja—. Además, creí que el típico badboy no podía usar lentes.
—Señalo mis gafas de aumento—. ¿Esto no me convierte directamente en
el nerd del que todos abusan?
—Los lentes son sexys. —Siento su desquiciante aroma y mi puta
testosterona enloquece—. Podría disfrutar de un badboy nerd. ¿Inteligencia,
músculos, motos y lentes de montura gruesa? Sería algo interesante de ver.
Ahora es su ceja la que se alza seductora.
«¿Me está describiendo? ¿Por primera vez se está fijando en los
malditos músculos que tanto me costó conseguir? Hice bien en ponerme
esta musculosa negra, aunque no entiendo por qué la sisa es tan grande.
¡Se ven mis putas tetillas si me muevo!»
Me separo de la moto y me acerco, guardando el celular en mi
bolsillo. Su cabeza se ve diminuta a mi lado y lucho contra las ganas de
fundirla con mi pecho y acariciar ese pelo suave como la otra noche.
—¿Llegamos a comprar pochoclos? —pregunto mientras nos
encaminamos a las puertas mecánicas.
—Mmm —mira su reloj, niega con la cabeza—, no. Pero no pienso
entrar sin pochoclos. Si la película es malísima y no tengo nada que
masticar, voy a empezar a hablar y todo el cine va a insultarme.
—Estoy de acuerdo. —Entramos, el aire acondicionado acaricia la
humedad de mi piel—. Aunque yo te defendería.
—¿De tooooodo el cine?
—De tooooodo el cine.
Una sonrisa maquilla sus labios y el puto día cobra sentido.

Es la peor película en la historia de las peores películas. La trama es


igual de sosa y repetitiva que todos los thrillers de terror de los últimos
años. Hay sexo —de ese que no tengo hace mucho, mucho, tiempo—, tetas
siendo rebanadas por el aire, personajes de lo más estereotipados y sé quién
va a sobrevivir desde el minuto cero.
¿Qué sentido tiene estar aplastando el culo en el asiento desde hace
más de una hora? La morocha de ojos verdes que, absolutamente
compenetrada con la mierda en la pantalla grande, devora una bolsa de
pochoclos.
Entre los flashes de luces, miro su boca hipnotizado. Cómo su lengua
limpia sus labios después de saborear el maíz. Carajo, quiero ser un
pochoclo. Quiero que me meta a esa boca y me…
—¡¿Por qué hacen eso?! —chilla en un susurro y se da vuelta para
mirarme—. ¿Viste lo que hizo? Odio que hagan eso.
—Son demasiado estúpidos —susurro, aunque no tengo ni puta idea
de lo que me habla.
Se acerca hasta que su boca se pega a mi oído y toda mi sangre viaja
al sur. Muy al sur. Inhalo profundo y escucho:
—No entiendo por qué siempre preguntan ¿Hay alguien ahí? —Deja
escapar un suspiro, toda mi puta piel se eriza—. ¿De verdad piensan que un
maldito psicópata con un hacha va a responderles Yo, cariño. Te doy ventaja
para correr por tu maldita vida antes de que te corte la cabeza y decore la
sala con tu sesos?
Sonrío como un imbécil. ¿Es muy difícil ver por qué amo a esta
mujer?
—Me encanta cómo te sulfuras por una película de aficionados. ¿Ya
te subió la presión?
Giro el rostro, pero sus labios aún estaban muy pegados a mi oído.
Error. Su boca a peligrosos centímetros de la mía. Su aliento cálido y dulce
iniciando el fugo. Un fuego en el que amaría arder hasta las cenizas.
—¿Puedes… pasarme la gaseosa? —susurra sin moverse.
Tengo la mirada cosida a su preciosa boca, el pulso enloquecido.
Alguien nos calla y lo que sea que estaba sucediendo entre los dos,
ahí, con esa estúpida película de fondo, se pincha como una burbuja.
Le paso la gaseosa, su boca se apodera del sorbete y aparto la vista
cuando mi hombría duele.
Gritos, sangre y más tetas que no quiero ver. Así paso la próxima
media hora, sintiendo cómo el roce de su brazo quema en mi piel.

—No estuvo tan mal. —Camino despacio, las manos y la noche en


los bolsillos—. El final sumó un punto.
Sus pasos frenan, mira sus Converse negras mientras lucha contra un
ataque de risa que la deja sin aire.
—¿Qué? ¡Al menos la teta voladora sirvió para algo!
Sigo observándola, idiotizado. Perdiéndome en esa risa chillona que
se le escapa de las manos, en ese par de hoyuelos pícaros en sus mejillas y
esos mechones rebeldes que adoran aterrizar sobre su frente. La miro como
si estuviera devorando una obra de arte en el más prestigioso museo. La
miro encontrando más cosas que amar con cada puto parpadeo.
—¡Fue la peor película de la historia! —Se alisa ese vestidito rojo
con pequeñas flores amarillas, ese del que no se desprende a pesar de tener
un armario lleno de prendas caras—. ¡Se suponía que tenía que darme
miedo y me desmayé de la risa!
Su voz es lo único que suena en la tranquilidad de la noche,
haciéndome vibrar el pecho.
—Creo que será la última vez que te deje elegir la película.
—¡Ey! —Me choca con su hombro y retoma la marcha. Esa maldita
sonrisa deslumbrante volviéndome loco—. A veces me equivoco, soy
humana y me encanta la imperfección.
«Entonces tienes que amarme, Luci».
—Puedo dejarlo pasar, si me aceptas un helado.
Me tiembla la voz. Lo sé. Sé que acaba de notarlo. Me observa de
reojo, sus labios curvados hacia arriba.
—Me invitaste pochoclos —agrego—. No sería un caballero si no
devuelvo el gesto.
El silencio me aprieta la garganta.
—¿Puede ser con cobertura de chocolate?
Una sonrisa titánica tira de mi boca.
—Puede ser con lo que quieras.
Seguimos caminando en silencio, pero es cómodo cuando las
sonrisas continúan estampadas en nuestros rostros.
—¿Cómo está tu mamá? —su voz rompe el silencio luego de un rato.
Sé que odia estar callada. Sé que odia ese vacío que provoca la ausencia de
palabras.
—Lo lleva bien —suelto mi puta respuesta de siempre como un
robot.
Luci me observa, sin detenerse, no vuelve a hablar. Sé que merece
más, por eso me aclaro la garganta y me obligo a decir:
—Cuando no tiene alucinaciones, cuando no piensa que la gente del
hogar o de Servicios sociales va a venir a buscarnos a Lara y a mí, está
bien. Está… como siempre. Como si ninguna maldita enfermedad jugara
con su mente. Simplemente es… ella.
—Nunca me hablaste de eso —dice en voz más baja, la mirada al
frente.
—¿De qué?
—Del hogar. De Servicios sociales. De tu infancia…
Los clavos vuelven a mi garganta.
—No me gusta hablar de eso.
—¿Por qué?
—Porque es parte del pasado. —No puedo filtrar la dureza que se
escapa en mi voz—. ¿Qué sentido tiene perder el tiempo con algo que no
podemos cambiar?
—De alguna manera, ese pasado te trajo a donde estás ahora.
Niego con la cabeza. Odio que todos saquen siempre ese puto tema.
El pobre niño abandonado. Los hermanitos adoptados. ¿Por qué tienen que
revolver la mierda?
—¿Y qué hay de tu hermano?
Sus pies frenan, me detengo. Los autos pasan, pero somos los únicos
locos que siguen en la calle, a pesar de la tormenta que amenaza con romper
el cielo.
—¿Qué hay de él? —Insisto, imprimiendo calma y dulzura en mi voz
—. Nunca me contaste nada más allá del… accidente.
—Está muerto. —Todo vestigio de risa es solo un cuento—. Eso es
todo lo que hay que saber.
Comienza a caminar a paso rápido, pero me adelanto y la detengo.
—Sé que hay más —hablo bajo, mis dedos hirviendo sobre la piel de
su brazo—. Así como tú sabes que hay más de lo que ves ahora mismo.
Hagamos un trato. —Me observa, interesada y en silencio—. Cuando estés
lista para contarme la verdad sobre tu hermano y tu familia, estaré listo para
contarte mi historia en el hogar.
Su cabeza inclinada hacia atrás para poder mirarme, su boca
entreabierta en busca de palabras y esa garganta esbelta, digiriendo mi voz.
—¿Dónde queda la heladería? —Aprieta el paso—. ¿Hay que
atravesar un desierto para conseguir un maldito cono de helado?
Ahí está Luci, escondiendo la mugre debajo de la alfombra.
—Tres cuadras más, Lucía.
—Camina más rápido, Simón.
Quince minutos después, el gigante cono de chocolate, cubierto con
más chocolate, de Luci se derrite en su mano.
—Creo que Rufino se ensucia menos. —La molesto un poco.
—¡Hace calor! Y estamos caminando… No puedo evitar que se
derrita y tampoco comer más rápido —se queja entre bocado y bocado, y yo
intento no ver cómo su boca moldea ese maldito cono cremoso.
«Carajo. ¿Por qué se me ocurrió comprarle un helado? De todas las
cosas que podría haberle invitado, tenía que ser la comida más sexy. Sí,
puse comida y sexy en la misma oración. Yo y mis ideas».
—… me pareció un recurso bastante mal usado. Podrían haber hecho
una mejor escena, ¿no te parece?
No tengo puta idea de lo que acaba de decir. Mi pulso está
enloquecido.
—Acércate —digo, frenando.
Luci se acerca y me observa con curiosidad. Paso mi pulgar por su
labio inferior, bajando hasta su pequeño mentón cubierto de chocolate. Le
muestro el dedo manchado antes de probar el helado que estuvo en su boca,
siendo lo más cerca que estaré de esos labios.
—No tengo un pañuelo de tela para ofrecerte, mi nivel de
caballerosidad no es tan alto.
—¿Quién usa pañuelos de tela en pleno siglo XXI?
—Te asombrarías. Mi jefe usa unos ridíc…
—Eso es… —me interrumpe, mirando hacia el cielo— lluvia.
¡Mierda, corre!
Las primeras gotas caen gordas y frías. Segundos después, el cielo se
rompe.
El pequeño cuerpo de Luci corre como si fuera más rápido que la
lluvia. Se esfuerza por proteger el cono de helado y yo me parto de la risa
mientras mis pies aterrizan en los charcos.
—¡Tíralo! —grito por encima de los truenos.
—¡¿Estás loco?! ¡Es mi cono!
—¡Te compraré otro cuando quieras!
Corre con el cono bien agarrado, hasta que tropieza y el helado vuela
en cámara lenta, estrellándose contra el asfalto mojado.
—Carajo. —Desesperado, la alcanzo y me arrodillo. Dos raspones
decoran la piel de sus rodillas—. ¿Estás bien?
Su risa brota eufórica.
—¿Qué te pasa? —pregunto, intentando levantarla.
—Hace tanto no me caía así, de una forma tan… estúpida. —
Continúa riendo de su propia caída—. Valió la pena intentar salvarlo. —
Señala el cono de helado derritiéndose en el piso.
—Estás loca —murmuro, sosteniéndola.
Estamos completamente empapados, la lluvia apenas deja ver.
—Por suerte. ¿Quién quiere ser normal?
Una sonrisa mojada me tienta, me llama y toma toda mi puta fuerza
ignorarla.
—Vamos a refugiarnos. —Señalo un techito a pocos metros—. En
cuanto pare, buscamos la moto.
—Ya no quiero refugiarme. ¡Disfrutemos la lluvia! —Comienza a
caminar y dar vueltas debajo de la tormenta, con las dorillas como dos
flores—. ¿Te da miedo el agua, Simón?
—¡Ese es Pixel, no yo!
Mi teléfono comienza a sonar mientras la persigo, me refugio y
atiendo.
—¿Hola?
Escucho la voz al otro lado.
Mi cuerpo se prende fuego.
La vida deja de latir para mí.
—¿Equis? —Luci se acerca—. Equis, ¿qué pasa?
CAPÍTULO 11

Todo es blanco, como mi mente desde que escuché esa voz


desconocida.
Todo está alborotado, como los sentimientos que luchan a mano
limpia dentro de mi pecho.
—¿Equis?
Soy un amasijo de nervios y sensaciones. El detonante es un suspiro.
—¿Equis?
Su mano cálida se apoya en mi mejilla, arrastrándome, alejándome de
mí mismo. Alzo la vista, el verde en su mirada me observa preocupado.
—¿Quieres agua o café? —pregunta de nuevo, su pulgar me acaricia
antes de soltarme.
Niego con la cabeza, incapaz de hablar.
—¿Quieres que… vaya a fijarme si estacionaste bien la moto? ¿Que
llame a alguien?
Niego otra vez. Escucho el denso suspiro que sale de su preciosa
boca.
—Solo… quédate conmigo un rato más.
Sus ojos aterrizan en los míos.
—No pienso irme. No voy a dejarte solo.
Está ahí. Lo que siento por esta mujer, inclusive en momentos de
mierda como este, tirando de la comisura de mis labios hacia arriba.
—Gracias.
Los minutos pasan. El silencio es abrumador. Las horas clavan sus
garras en mi piel.
Saboreo el miedo en la punta de la lengua. Mi pie no deja de rebotar
contra el suelo. Luci mantiene su mano aferrada a la mía. Sus dedos
reteniéndome aquí, en el presente.
—¡Equis!
La voz de Gelco levanta mi cabeza; los ojos negros de la rubia, mi
cuerpo.
—¿Cómo está? —Ángel me aprieta y palmea mi hombro antes de
soltarme—. ¿Hay novedades?
Niego con la cabeza.
—¿Hace cuánto tiempo están esperando? —Bas me sostiene entre
sus brazos, intentando juntar mis pedazos—. Vinimos lo más rápido
posible.
—Hace unas… tres horas —Luci habla, llenando la ausencia de mis
palabras.
—Va a estar bien —Bas me susurra al oído, mientras sus manos
frotan mi espalda, y yo me desplomo sobre ella como un maldito niño
asustado—. Te lo prometo, Equis. Ella va a estar bien. Todo va a estar bien.
—¿Les dieron el parte médico?
Ángel suena preocupado. Me separo de Bas lentamente y consigo
que la angustia me deje hablar:
—No. —Toso, aclarándome la voz que comenzó a fallarme. Siempre
me pasa cuando me pongo muy nervioso. Mi maldita voz desaparece, como
si quisiera aislarme, resguardarme—. Solo nos dijeron que entró al borde de
un coma alcohólico. Están trabajando en ella.
Veo los puños de Ángel blancos de impotencia. Se acerca a Bas, le
besa la frente y dice:
—Ya vengo.
Regresa a los cinco minutos con su notebook, se sienta en la silla
vacía a la derecha de su esposa.
—¿La tenías en el auto? —pregunta Bas, mirándolo extrañada—.
Nunca la sacas de casa.
—Estuve llevándola a la empresa. Tengo todos los programas que
diseñé aquí, aún no los paso —explica mientras la abre y comienza a tipear
con furia.
—¿Qué estás haciendo? —mi ceño se frunce, los tres observamos en
silencio.
—Dame un… momento. —Los ojos fijos en la pantalla, los dedos
ágiles—. Por favor, este lugar necesita un sistema de seguridad del maldito
siglo XXI —susurra. Su mirada va y viene, leyendo—. Ahí está.
Me pasa la computadora, mis ojos cansados leen.
Paciente: Villalba Lara
Sexo: Femenino
Edad: 24 años.
—¿Hackeaste la base de datos del hospital? —mascullo, pasándome
las manos por la frente, volviendo la vista a la pantalla.
Mi mirada saltea todos los datos que ya conozco, hasta posarse en
intoxicación alcohólica - lavado gástrico. Mi cuerpo tiembla de pies a
cabeza.
—Necesitas tranquilizarte. —Bas lo mira atónita. Luci sonríe con
discreción, contenta porque alguien haya roto las reglas—. Sé lo que es
estar desesperado por no saber qué mierda pasa con tu hermana. Sé que
estás al límite, lo noto en tu voz… —Niega con la cabeza, toma a Bas en
sus brazos—. Ahora sabes lo que pasó, lo que los médicos hicieron. Sabes
que está estable. No importa si tardan diez horas en salir por esa maldita
puerta. Tranquilízate, Cerdo.
Y así, en silencio y con la computadora en mi regazo, los cuatro
esperamos sentados a que la puerta se abra.

El médico me habla como si la mujer que está dormida en la cama


fuera una completa desconocida para mí, como si no supiera que el alcohol
la domina, como si no conociera los riesgos de su adicción, como si ese
puto veneno no hubiera hecho de mi hermana un monstruo.
Dejé de escuchar lo que dice. Me importan una mierda las granjas de
rehabilitación que me recomienda, las charlas para alcohólicos anónimos, la
terapia familiar. Ya lo intenté todo. Todo lo existe lo intenté. Lo que no,
también.
Sigue hablando mientras anota cosas en un papel, que luego me da.
Yo finjo escuchar, pero mi mente está divida entre mi hermana en la camilla
a su espalda y mi madre en casa con Dora.
Ángel se fue hace un rato, Rufino reclamaba a su mamá. Está celoso
y posesivo desde la llegada del hermanito de Azul.
—…entonces repetiremos los estudios cuando despierte. Pero esta
noche deberá quedarse en observación. Si todo sigue bien, mañana tendrá el
alta.
Abro la boca, pero la cierro cuando siento el ardor en mi garganta.
Asiento con la cabeza, el médico me da la mano antes de irse.
Cierra la puerta y la realidad es una patada en las pelotas.
Me acerco a la silla al lado de la cama, me siento y la observo en
silencio. Entrelazo mis dedos con los suyos, suavemente, esquivando el
suero que la mantiene hidratada.
¿Hace cuánto que no siento su toque? ¿Hace cuánto que no me
abraza? ¿Que no reímos hasta que nos duela la panza? ¿Hace cuánto que no
peleamos para decidir quién elije el programa de televisión? ¿Hace cuánto
que no nos cubrimos con las mantas porque nos aterra la oscuridad? El
silencio. ¿Hace cuánto que dejó de ser… mi hermana?
Su rostro dormido luce en paz, sin vestigios del daño que se hace a sí
misma. Sin temor. Sin necesidad. Sin vacío.
Cierro los ojos sin poder evitar que los recuerdos me sacudan.
La madera del piso está húmeda, la lluvia golpea las ventanas, el
frío me come los huesos.
—Simón dice que te toques la punta del pie con la nariz.
Lara se estira para juntar su pequeña pierna con su nariz. Parece un
elástico. Lara siempre puede estirarse más que cualquier otro niño del
hogar.
—Dice que saltes —digo rápidamente y mi hermana se pone de pie
para saltar—. ¡Perdiste! No dije Simón dice. —Me río. Lara frunce su
pequeño ceño y, enojadísima, vuelve a sentarse frente a mí—. Te equivocas
una más y pierdes. Solo te queda una vida.
—Me duele la panza, Timón. —Se lleva las manitos al vientre—.
Tengo hambre.
Escucho el rugido de su estómago hambriento, parece un monstruo.
—Me llamo Simón, no Timón —la corrijo, ignorando el hambre
comiéndome—. Sigamos. Dice que cantes. —Lara se queda en silencio—.
Simón dice que bailes.
Mi hermanita se levanta y comienza a bailar hasta que, mareada, se
deja caer sosteniendo su panza.
—Simón dice que no tienes hambre. —La aprieto entre mis brazos,
sintiéndola helada, sujetándola fuerte mientras cierro los ojos—. Simón
dice que no tienes frío.
Me aseguro de que mis brazos la cubran, son cortos pero soy más
grande que ella. Tengo que protegerla. Es mi trabajo. Soy el hermano
mayor. Los hermanos mayores cuidan de los más pequeños. Dejo que mi
aliento caliente roce su cuello, intentando pasarle calor. Su estómago sigue
rugiendo.
—Simón dice que no tienes hambre —repito.
—No tengo hambre —susurra.
Sigo abrazándola, meciéndonos despacito hacia adelante y atrás. La
tormenta me asusta. Pero no puedo tener miedo si soy el hermano mayor.
—Simón dice que no tienes frío.
—No tengo frío.
Sus uñitas filosas se entierran en mis brazos hasta que, poco a poco,
se queda dormida.
—Ganaste, Lara —susurro—. Eres inteligente y fuerte, siempre
vences a Simón.
Mis ojos se abren, húmedos por los recuerdos. Acaricio su piel tibia y
susurro:
—Simón dice que vuelvas a tu hermano. Simón dice que te necesita.
CAPÍTULO 12

El aroma del café despierta uno a uno mis sentidos. La taza entibia
mis manos; la mirada de Luci, mi pecho.
—Para ser un café de hospital, estamos frente a una delicia. —Echa
su cuarto sobre de azúcar, va a morir en cualquier momento—. ¿De verdad
no vas a comer nada?
Suspiro lentamente, como si me desinflara.
—No tengo hambre, gracias.
—Nunca te escuché decir eso. —Se lleva una medialuna a la boca—.
¿Entiendes por qué estoy preocupada?
Sonrío sin ganas, sigo revolviendo mi café.
—Deberías ir a descansar —sugiero—. No hacía falta que te
quedaras toda la noche.
Se encoge de hombros.
—Me gusta trasnochar.
—¿En una sala de hospital?
—Contigo.
Algo dentro de mí se revuelve, son las putas mariposas. Y, de
repente, las palabras de Ángel vuelven a mi cabeza aturdida.
«Si realmente estuviera enamorada de ese imbécil, no coquetearía
contigo».
—¿Puedo preguntarte algo? —murmuro.
—¿En serio me preguntas eso después de tantos años? —Apoya los
codos sobre la mesa, me observa con interés—. Lárgalo, lo que sea.
—Qué… —Lleno mis pulmones de valor—. ¿Qué tienes con Eric?
—Sus ojos se agrandan lentamente, sus hombros caen—. Sé que están
juntos, lo sé. Pero… ¿es serio? ¿Son novios?
—¿Por qué lo preguntas?
La llama se enciende en mi estómago, pero es frío lo que se desliza
por mi columna.
—Tengo curiosidad. —Me encojo de hombros, restándole
importancia, como si no fuera lo que me pregunto todas las putas noches—.
Eres mi mejor amiga, quiero… —besarte— saber si estás bien, si… te trata
como te mereces.
Una sonrisa perezosa tira de los labios de Luci. Mi Luci…
—Es… complicado —dice, jugando con un sobrecito de azúcar—.
No somos novios, no es nada oficial. Simplemente… —Dilo. Simplemente
le compartes tu hermoso cuerpo a ese imbécil que no te valora— pasamos
el rato. Yo lo acompaño a los ensayos y a los shows y él…
El silencio roba sus palabras.
—¿Y él? —presiono. Ella niega con la cabeza, apenas sonriendo—.
¿Qué hace él por ti, Lu?
Su mirada se alza, buscándome con un brillo especial. Un maldito
brillo que me dejará ciego.
—Hace mucho que no me decías Lu. Creí que ya no ibas a hacerlo.
Aprieto la taza de café, ya frío.
—No esquive la pregunta, princesa Organa.
—Él… me distrae.
Alzo una ceja.
—¿Te distrae? ¿Eso es todo? ¿Una distracción?
—Me distrae. Tiene muchos amigos, es divertido y…
—¿Y qué?
—Es lindo. No sé. Solo me distrae.
El cuerpo entero me vibra de… celos. Putos celos, ardiendo bajo mi
piel. Apretando los puños y la mandíbula pregunto:
—¿Te trata bien?
«Sé que no. No me mientas. Luci, no me mientas».
—Sí. —Se encoge de hombros otra vez—. ¿Y qué hay de ti?
¿Alguna policía sexy dando vueltas? —Evita mirarme a los ojos—. ¿Algún
amor por ahí?
Pienso en Sonia, la cadete de la central. Pienso en todas las veces que
me sonrío de más, en las atenciones especiales al traer mis pedidos, en las
risas de mis compañeros cada vez que se paseaba por delante de mí. Sé que
le gusto o algo así. Lo sé. Pero…
—Nada que yo quiera. Parece que el amor no es para mí.
—No digas eso. —Niega con la cabeza, apoyando su mano sobre la
mía—. Ya llegará la indicada.
Miro sus dedos ardiendo sobre mi piel. Quiero decir mil cosas.
Quiero explicarle cómo me siento. Quiero… entender cómo me siento.
Quiero averiguar si ella se siente como yo. Pero acá estoy, asintiendo
mientras su toque me derrite y su boca me tienta.

Lara está lista, parada al lado de la cama. No dijo una palabra desde
que despertó. No respondió mis preguntas. No hizo contacto visual
conmigo ni una sola vez.
Luci se fue poco después de que yo firmara para sacar a mi hermana.
Tiene el alta, pero tuve que firmar como responsable debido a su adicción.
Ahora, el silencio invade el taxi que nos lleva a casa. Sé que tendré
que buscar mi moto más tarde.
Dora pasó la noche en casa, no hay dinero suficiente para
agradecérselo. Le pedí que prepara el ambiente para recibir a Lara, no
quiero que mi madre se altere demasiado. No quiero que mi hermana la
hiera. Sé que sueño sin límites.
El taxi frena, Lara baja antes de que pueda abrirle la puerta y
ayudarla. No importa cuánto me apure para pagarle al chofer, ya está
tocando el timbre como una desquiciada. Y la veo entrar. Ignoro el cambio
que el taxista busca en su billetera y salgo disparado.
«No va a escaparse. No va a escaparse hoy. Está cansada y necesita
dinero».
Mamá se levanta del sillón justo cuando entro. Sus brazos están
abiertos mientras se acerca a Lara con desesperación. Pero ella comienza a
subir las escaleras directo a su cuarto.
—¿Está enferma? —la voz de mamá alberga lágrimas no derramadas.
—Sí. —La abrazo, intentando tranquilizarla—. Pero estará bien en
unos días, no te preocupes. ¿Ya almorzaste?
—Almorzó y tomó la medicación. —Dora sale de la cocina, me
sonríe con lástima. Eso es lo que provoco últimamente en todos los que me
rodean, lástima—. ¿Me necesitas mañana?
—Es tu día libre…
—Sé que necesitas una mano, Simón. Tengo ojos.
—¿Estarías dispuesta?
—No me vienen mal las horas extra.
Sé que simula hacerlo por el dinero, pero la razón es otra. Dora
perdió a su padre por esta misma puta enfermedad, me lo confesó días
después de contratarla, cuando mamá tuvo uno de sus peores ataques. Dora
sabe lo que siento.
—Gracias. —Aprieto a mamá y digo—: ¿Por qué no empiezas a
mirar tu programa de la tarde y te acompaño en un rato?
—¿Sí? —Sus ojos se llenan de ilusión.
—Claro que sí. Me ocupo de Lara y bajo. —La empujo suavemente
hacia el salón—. Adelántate.
Cuando mamá nos deja solos, Dora se acerca.
—¿Qué piensas hacer con tu hermana?
Me desinflo.
—¿La verdad? No tengo ni puta idea. —Me paso las manos por el
rostro—. Por el momento, dejar que se recupere de esta e intentar razonar
con ella.
Dora asiente, leo la impotencia en sus ojos. Se pone la cartera al
hombro y me da un apretón maternal en el hombro antes de despedirse.
La casa queda en silencio, hasta que el programa de mamá comienza
a sonar a todo volumen en el living. Miro hacia las escaleras, inhalo
profundo. Me preparo para subir como si estuviera a punto de encontrarme
con el Diablo. Aunque, a veces, el mismísimo Señor de las tinieblas puede
quedar como un cachorrito asustado ante la sombra de Lara.
Tengo un ladrillo atado a cada pie, pero subo. Golpeo la puerta de su
habitación y, como no responde, entro.
Lara está acurrucada en su cama individual, pegada a la ventana.
Mira hacia afuera, el sol filtrándose sobre su piel.
—¿Cómo te sientes?
Silencio amargo.
—Vas a tener que hablarme alguna vez. Lo sabes, ¿no?
—Quiero dormir. —Su voz suena ronca y débil. Imagino que debe
arderle la garganta.
—Y yo quiero hablar con mi hermana.
—¿Qué mierda es lo que quieres saber? ¿Eh? —Se da vuelta, sus
ojos incinerándome—. Sí, bebí cada maldita botella que desfiló delante de
mi cara sin importar lo que fuera. Sí, terminé inconsciente en un callejón
con un grupo de drogadictos de mierda. Sí, a todo lo que imagines. ¿Ya
puedo dormir?
Siento las lágrimas formarse. Sin importar cuánto me esfuerce por
hacerlas desaparecer, están ahí, acechando.
—¿Dónde está la niña que jugaba a Simón dice conmigo? —susurro,
inmóvil—. ¿Por qué te haces esto?
—¿Quieres saber por qué me hago esto? ¿Crees que estás preparado
para escuchar la maldita verdad?
Entierro las uñas en las palmas de mis manos. Cuando me doy
cuenta, estoy respirando como un animal herido.
—Sí.
—Por tu puta culpa —sisea, levantándose—. Porque intentaste
hacerme olvidar que mi madre, mi verdadera madre, me dejó tirada como
un perro sarnoso. Porque crecí con miedo a preguntar quién mierda soy,
cuál es mi puto verdadero apellido. Porque la aceptaste a ella —señala las
escaleras, abajo— sin extrañar tu sangre. Porque me mentiste una y otra
vez, contándome una versión bonita de la historia.
—Lo hice para protegerte —susurro, el corazón en un puño.
—Porque eres más fuerte que yo. —Su índice se entierra en mi pecho
mientras avanza—. Porque eres inteligente. Porque te construiste desde cero
mientras yo sigo atrapada acá. —Su dedo perfora su sien—. Porque tienes
amigos que te cuidan la espalda. Porque ríes. Porque eres libre. Porque el
pasado no te ata. Porque no puedo dejar de pensar qué hice mal. Qué hice
para que ella no me quisiera. Porque jamás podré preguntárselo. ¡Porque no
sé quién soy y no sé cómo mierda averiguarlo!
Mi pecho sube y baja, conteniendo al titán de emociones. Mis ojos
pican mientras las lágrimas queman mi piel. Mi lengua se entumece, pero
me obligo a susurrar:
—¿Quieres que la busque?
Su mirada es veneno, lento y letal.
—Te odio. —Las lágrimas la acarician—. ¡Te odio, Simón! ¡Te odio!
Dejo que sus puños se descarguen sobre mi pecho. Dejo que sus uñas
arañen mi rostro. Dejo que descargue su odio.
—¿Quieres que la busque? —repito, agarrando sus muñecas.
Sus ojos están desorbitados, cansados. Su cabeza cae en mi pecho.
—No sé quién soy. Necesito saber por qué. Necesito saber quién soy.
Mis brazos la rodean con fuerza, su llanto se funde con el mío.
—Voy a buscarla —susurro sobre su cabeza—. Voy a encontrarla
para ti.
CAPÍTULO 13

La angustia llorando en la garganta, el abrazo esperado y la promesa


en los labios no sirvieron para nada. Solo un recuerdo emotivo que guardar
en el cajón lleno de polvo.
Lara siguió emborrachándose minuto a minuto desde que tuvo el alta
hace cinco días. Desde que su adicción casi me la arrebata de los brazos. Yo
seguí negándole el dinero que se gastaría en alcohol, viéndola salir hecha
una furia y volver de madrugada sin recordar su nombre. Seguí ayudándola
a subir las escaleras, permitiendo que descargara su odio en mi piel hasta
quedarse dormida.
Mamá no dejó de preguntar por su niña.
¿Por qué llora, Simón? ¿Alguien le hizo daño? ¿Tiene fiebre? ¿Tengo
que llamar al médico?
Cierro los ojos, aprieto el vaso en mi mano, intento arrancar su voz
de mi cabeza.
«No sé quién soy. No sé de dónde vengo. Te odio, Simón. Te odio».
—Aquí estás.
Bas aparece en el balcón, apoya los brazos en la baranda y me
observa.
—Déjà vu—susurro.
Sonríe y cierra los ojos como si estuviera imaginándonos, siete años
atrás, conociéndonos en aquel pequeño balcón tan parecido a este.
—¿Estabas escapando de mí? —Frunce el ceño, pero sonríe.
—Jamás escaparía de mi psicóloga favorita.
Otra sonrisa grande, un golpe en el hombro. Me gusta verla así,
sonriéndole a las estrellas. Feliz. Completa.
—¿Las cosas siguen igual con Lara?
Un suspiro cansino pretende quitarme peso de los hombros.
—Sé que estoy siendo insoportable y que no paro de hacerte
preguntas —agrega—, pero estoy preocupada Equis. Estoy preocupada por
ti.
Acerco mi mano a la suya, la aprieto suavemente.
—No me molesta que me hagas preguntas, me molesta no tener nada
que responderte.
—¿Cómo puedo ayudarte? —Leo la súplica en su mirada nocturna—.
Por favor, debe haber algo que pueda hacer. Quieres… ¿Quieres que
comience a tratarla? Sé que aún no tengo un consultorio, pero podríamos…
—No vas a tratar a mi hermana, Bas.
—¿No confías en mí?
—Te quiero demasiado como para ponerte semejante carga —
confieso, intentando no herir sus sentimientos—. Solo… necesito que estés.
Un abrazo, un café. Esto. —Señalo el interior, donde nuestros amigos cenan
entre risas—. Esto me ayuda, rubia. Más de lo que puedes imaginar.
—Dame un abrazo, Simón.
Mis brazos la buscan al instante y, cuando sus manos acarician mi
nuca, algo se calma en mi interior. El hielo en mi garganta comienza a
derretirse y comprendo el poder de un abrazo, de un amigo, de un alma que
te quita una a una las piedras para cargarlas en su mochila.
—Gracias —murmuro, haciéndola desaparecer entre mis brazos.
—Estoy, Equis. —Siento mi cuerpo relajarse—. Sé que no puedo
pelear tus batallas, pero no me pidas que no esté ahí cubriéndote la espalda.
—Me vas a hacer llorar, Carola. —La suelto—. Suficiente amor.
Se ríe, intentando ocultar la humedad en sus ojos.
—Quiero fotos de esa luna de miel. —Mi índice la apunta—. Quiero
que te dores sobre la arena, que comas cosas ricas, que tengas mucho sexo y
que te olvides de todo. Incluidos nosotros. No quiero diez llamadas al día.
¿Entendido?
—Pero Rufi…
—Pero Rufi estará con su abuelo, con su tía y conmigo. Con todo lo
que tengo planeado para ese enano, ni siquiera va a tener energías para
extrañarlos. Te lo aseguro.
—No sé cómo voy a soportar una semana sin él…
Veo la preocupación apoderarse de su rostro.
—¡Todavía no te fuiste y ya estás preocupándote! Basta. —La
empujo hacia el interior—. Vas a tomar algo y a divertirte con tus amigos.
El bullicio agujerea mi cabeza cuando entramos. Dejo a Bas junto a
Lola y Clara, Luci no deja de mirarme mientras finge prestar atención a los
comentarios de la pelirroja sobre lo que se usará la próxima temporada.
Decido pasarla de largo, no tengo fuerzas para hablar con ella, para
pretender que no necesito sus labios.
—No estás bien.
La afirmación sale de la boca del ángel que acaba de darle un trago a
su cerveza.
—Necesito que hablemos.
Sus ojos me leen sin perder el tiempo. Siempre fuimos así, libros
abiertos, transparentes para el otro.
—Bajemos. —Señala la puerta con un movimiento de cabeza.
La noche de verano sorprende con su brisa fresca. Nos sentamos
sobre el cordón de la vereda, como en los viejos tiempos, cuando todo era
diversión y adrenalina en su dosis justa.
—Lárgalo —habla con un cigarro entre los labios y un encendedor en
sus manos, que intentan proteger la llama del viento.
—Le prometiste que ibas a dejar de fumar —le recuerdo.
—¿Estoy hablando con mi mejor amigo o con el agente de
ciberdelito? —me molesta con ese título, sabe que es mi fibra sensible.
—Solo te recuerdo lo que le prometiste a tu esposa y a tu hijo.
—Lo estoy intentando. —Da una calada profunda, la punta rojiza
cobra vida—. Será el último, no voy a fumar en mi luna de miel.
—Repítelo como un mantra.
Sonríe, negando con la cabeza.
—Lo hago cada maldita mañana. —Deja caer la ceniza, la vida—.
Ahora, lárgalo.
Inhalo profundo, dejo escapar el aire como si respirar doliera.
Aunque a veces lo hace. A veces respirar duele.
—Necesito pedirte un favor.
—Lo que sea.
No hay vacilación. Sé que este hombre me cortaría una pierna, si yo
lo convenciera de que tiene que hacerlo por mí.
—Sé que no es el mejor momento para pedir ayuda, estás a punto de
irte de via…
—¿Me estás cargando? —me interrumpe, su ceño fruncido como
siempre—. Prácticamente consumí tu vida durante años. ¿De qué mejor
momento me estás hablando? Puedes pedirme lo que mierda sea cuando
mierda quieras.
Asiento, desviando la vista al frente. No pasa un solo auto, solo se
escucha la música y el retazo de las risas de nuestros amigos.
—Necesito que averigües quién soy.
Su mirada, como el ácido más corrosivo, perfora mi perfil.
—Quiénes somos. —El aire arde en mis pulmones cuando inhalo con
fuerza—. Con Lara.
—¿Quieres que busque a tu familia?
Su boca lo escupe, haciéndolo real.
—Necesito… —Cierro los ojos—. Lara necesita saber de dónde
viene. Saber por qué esa mujer… nos abandonó. Ella quiere respuestas,
Ángel. Ella necesita respuestas para seguir adelante. Y yo… no puedo
hacerlo. No puedo indagar sobre mí mismo. No sé si quiero… saber.
—Hecho.
Nuestros ojos se encuentran, leo la determinación en su mirada.
—Gracias —susurro, y siento como si un elefante quitara su pata de
mi pecho.
—¿Necesitas que retrase la luna de miel? Podemos irnos una vez que
haya terminado.
—¿Estás loco?
—Esto es prioridad, Equis.
—La prioridad es que te subas con Bas a ese puto avión y estés una
semana en el paraíso. Podemos… —Me paso las manos por el rostro,
quiero zanjar este puto asunto—. Puedes ocuparte de esto cuando vuelvas.
No es de vida o muerte.
La duda está en cada uno de sus movimientos, pero asiente.
—Lara… Ella no lo lleva como tú, ¿verdad?
—Desde que entendió su realidad, a los cinco años, la inocencia
desapareció de sus ojos. No importó que Ofelia fuera todo lo que cualquier
chico del hogar soñaba. No importó que nos haya elegido a nosotros.
Juntos. A los dos. No importó nada. Lara siempre se sintió… despreciada.
—Suspiro, abatido por la puta emoción—. Y esa mierda tiene que terminar,
Gelco. No puedo permitir que siga destruyéndose.
Su brazo se engancha en mi cuello, tira de mí, me sostiene con
fuerza.
—Solo mándame datos básicos sobre ustedes y el nombre del último
hogar, yo me encargo del resto.
Asiento y, con ese gesto, me libero de una piedra más.

Jerónimo está contando cómo le partió la cara a un fotógrafo imbécil


que quiso que Lola se desnudara cuando no era lo pactado para la sesión.
Puedo ver vergüenza en el rostro de la pelirroja, algo nunca antes visto.
Sostiene la mano de su novio, intentando tranquilizarlo. Ángel lo observa
con empatía, como si por primera vez estuviera de acuerdo con algo que
sale de su boca.
Javier y Clara se fueron hace un rato, cuando la pequeña Alma
empezó un concierto con su llanto. Isabel, Fran y sus niños se fueron con
ellos.
La noche se va apagando.
—Yo… tengo que irme. —Me levanto, interrumpiendo el gráfico
discurso de Jero—. Mi mamá… —miro alrededor, a esos pares de ojos que
no saben de Ofelia y su enfermedad— no se sentía muy bien.
Ángel y Bas no acotan nada, solo me sonríen suavemente.
—Podemos quedar para unas cervezas, Equis.
La voz de Jerónimo me distrae.
—Claro, cuando quieras —digo, a pesar de que no sé de qué
podríamos hablar con el nuevo arquitecto.
Hago un saludo general y busco mis cosas.
—¿Hay lugar para una pasajera? —dice Luci, entregándome el casco.
Quiero decirle que sí, que siempre habrá lugar para ella. En mi moto,
en mi cama, en mi corazón, en mi puta vida. Sin embargo, asiento
intentando evitar sus ojos. No estoy de ánimo para lidiar con nuestra
extraña relación hoy. Hoy no puedo soportar la química entre nosotros.
Como si pudiera leerme a la distancia, Bas viene a salvarme con su
abrazo. Se prende de mí como si fuera una garrapata, succionando todo el
cariño que guarda su nombre.
—Voy a extrañarte tanto. —Se cuelga de mi cuello y me tira hacia
abajo—. Tanto.
—Vas a pasarla tan bien, que apenas vas a recordar a los que
quedamos en este infierno. —La apretujo de vuelta—. También voy a
extrañarte, Rubia.
—¿Vas a cuidar de mi bebé? —pregunta cuando me suelta.
—¿De tu bebé de siete años? Sí, estará feliz de que dejes de
besuquearlo a toda hora.
Su mano empuja mi pecho mientras su boca sonríe para mí.
—Todo estará más que bien. ¿Te olvidas con quién lo estás dejando?
—Levanto una ceja, arrogante.
Un abrazo más con la rubia, docenas de palabras de despedida con
Ángel y un arreglo de horario con Emma después, estoy en la ruta con los
brazos de Luci alrededor de mi cintura.
La tensión es palpable entre nosotros. Sé que sabe que algo pasa. Sé
que no va a presionar.
Cuando los edificios comienzan a aparecer, dominando el paisaje, me
relajo sabiendo que dejaré a Luci e iré a liberar a Dora y enterrar la cara en
mi almohada. A desaparecer por cuatro o seis horas.
Sus brazos no me sueltan cuando apago la moto. Se toma unos
segundos más antes de sacarse el casco y bajar.
—¿Estás… bien?
Sus ojos verdes brillan bajo la luz de la farola.
—Estoy cansado.
Ladea la cabeza, intentando analizar la mierda que guardo dentro.
—¿Necesitas hablar? ¿Quieres pasar, Equis?
Sería lindo. Entrar, tirarme en el sofá y dejar que sus brazos me
consuelen. Idílico. Pero la realidad disfruta pateándome las pelotas,
recordándome cuál es mi lugar. Me queda muy claro cuando Eric aparece
de entre las sombras.
—Al fin llegaste, bebé. —Se acerca a Luci por detrás, la abraza
tomándola por sorpresa—. Creí que esta noche también dormiría solo.
Pierdo noción del tiempo cuando su boca ansiosa aplasta los labios
de Luci. La besa como si estuvieran solos en el mundo, como si fuera suya,
como si la ropa no existiera entre sus cuerpos. Como si mi corazón no
estuviera partiéndose, marchitándose latido a latido.
CAPÍTULO 14

La luz se filtra por la ventana, invitándome a levantarme, a empezar


un nuevo día. Elijo ignorarla, asfixiándome contra la almohada hasta que
decido que no es tiempo de morir. No hoy. No en el cumpleaños de Luci.
La alarma de mi celular suena, es un recordatorio llamado
Cumpleaños de mi pequeña hacker. Como si pudiera olvidarlo. Como si
pudiera ignorar el día en que nació la mujer de mi vida.
Ruedo por la cama hasta quedar de cara al techo, juntando las agallas
para enfrentar el día de hoy.
Dos entradas para ver a Cigarettes After Sex, su banda favorita, mi as
bajo la manga. Luci cree que no irá a la primera fecha, esta noche, porque
las entradas están agotadas. Lo que no sabe, es que hoy no vamos al cine.
Hoy voy a ver la sonrisa más demencialmente perfecta en sus labios cuando
suene su canción favorita.
Me levanto de un salto, aprovechando la energía que pensar en su
boca me da. Enciendo la computadora y mi celular del trabajo. No hay
mensajes nuevos en el chat con Luci, elijo fingir que la conversación que
tuvimos hace algunos días no existió. Que no se disculpó por lo que pasó,
como si tuviera que darme explicaciones. Elijo fingir que ver cómo Eric se
comía sus labios no me arrancó la mitad del pecho.
Hay un mensaje de mi jefe en el celular, me necesitan en la central.
Genial. Se suponía que hoy era mi puto día libre. Negocio a través de la
pantalla para salir algunas horas antes y poder llevar a Luci al recital,
mientras me visto con la otra mano.
No desayuno para no romper con la rutina. Sé que voy a morir en
cualquier momento si no empiezo a comer comida real.
Los gritos de Lara, seguidos del llanto de mi madre, me avisan que el
día acaba de empezar para mí.

Los putos nervios me llevan de la mano cuando estaciono al


monstruo y bajo a tocar el timbre. Escucho su voz a través del portero
eléctrico, baja antes de lo humanamente posible.
No puedo pedirle a mis ojos que no besen cada centímetro de su
cuerpo. Cuando luce así de hermosa, con ese vestido floreado que ama y sus
Converse más destruidas, la petición suena irrisoria hasta en mi mente.
—Feliz cumpleaños —susurro y apenas me doy cuenta.
Una sonrisa infantil tira de sus labios.
—Gracias, Simón.
—¿Lista para ir al cine, Lucía?
—Ey. —Su hombro me empuja antes de empezar a caminar hacia mi
moto.
—Yo no fui el que empezó…
—¡Pero es mi cumpleaños! Tienes que dejármelo pasar, Simón.
Sonríe con picardía mientras sube a mi bebé.
—¿Hoy tengo que dejarte pasar todo? —Achino los ojos—. ¿Sin
importar lo que sea?
—Todo. —Se pone el casco que tanto odia—. Sin importar lo que
sea.
Le bajo la visera mientras la escucho reír. Subo y pongo en marcha
mi sorpresa.
Pasados los veinte minutos de viaje, las preguntas comienzan.
—¿Hay un corte o algún desvío? —Escucho su voz amortiguada por
el casco.
—No.
Tomo la curva con sutileza, Luci vuelve a hablar.
—¿Estamos yendo a otro cine?
Cierro la boca, dejo que la imagen de la multitud de gente haciendo
fila hable por mí.
—No. —Escucho el susurro cuando aminoro la velocidad—. No.
—Sí. —Estaciono frente al teatro, siento su agarre tensarse sobre mi
cintura.
—Equis, no…
Bajo, le quito el casco y, en un arranque de valentía, mis dedos
peinan su cabello hacia atrás.
—¿Qué pasa? —Sus ojos se agrandan mientras asimila dónde
estamos—. ¿No tienes ganas de ver a tu banda favorita?
—Yo… —baja de la moto, señala en dirección a la fila de gente que
espera para entrar— no conseguí entrada para hoy, ya no había. Tengo
entrada para…
Se traga el resto de sus palabras, me observa rebuscar en mi bolsillo.
Saco las dos entradas y sus ojos se humedecen de felicidad.
—Tienes entrada para hoy y para el próximo show. —Pongo los
tickets en sus manos—. Feliz cumpleaños, Luci.
Sus ojos pasean por los míos, hasta que sus brazos deciden aferrarse
a mi cuello.
—Gracias. —Siento su voz al oído—. No sabes lo que esto significa
para mí.
La disfruto todo lo que me permite, sabiendo que tengo que dejarla ir.
—Sabes que no es para tanto, ¿no? —Aseguro la moto y el casco—.
Podrías haber hackeado el sistema de ventas o falsificado la entrada —
murmuro.
—No haría eso. —Empezamos a caminar. Ella, su entusiasmo y yo
—. Jamás le haría eso a Cigarettes.
—Uf, debo parecer un monstruo en este momento.
Se muerde el labio mientras busca el final de la fila.
—Te perdono, solo porque hiciste posible que estuviera aquí.

El sudor de la gente rozando mis brazos, la música retumbando


dentro de mi pecho, las luces creando un caleidoscopio de emociones y
Luci. Luci bailando, saltando y dejándose la garganta en cada canción.
Cuando la melodía cambia, la euforia en su cuerpo se detiene. Una
sonrisa inenarrable se apodera de su rostro, poniéndome de rodillas.
Mi brazo roza su brazo, sus dedos buscan los míos, se enredan, se
acarician. Cuando su mirada húmeda encuentra la mía, dice:
—Es mi canción favorita.
La emoción escribe el futuro en sus ojos.
—Lo sé.
Su mirada está perdida en la mía mientras la música nos envuelve.
Your lips, my lips, apocalypse
Your lips, my lips, apocalypse

—¿Me abrazas?
La observo, parada en el medio de la multitud, con su banda favorita
de fondo, con su canción preferida sonando, pidiéndome que la sostenga
entre mis brazos.
No hacen falta palabras cuando el cuerpo habla con un simple roce.
Su pecho blando acaricia el mío, su mejilla descansa justo donde mi
corazón late desenfrenado. Por ella, por este momento, por lo que su piel
me hace sentir. Mis brazos son una muralla a su alrededor, encerrándonos,
protegiéndonos de la realidad disfraza. Miro hacia abajo, las pestañas
descansan sobre sus pómulos. Y ahora entiendo a Ángel, obsesionándose
por algo tan insignificante y perfecto como un mar de pestañas negras.
Cierro los ojos, siguiéndola, sintiendo, escuchando. Todos mis putos
sentidos a flor de piel. Despiertos. Despierto.
Your lips, my lips, apocalypse
Your lips, my lips, apocalypse
Es la única frase que escucho. La única que se repite en mi cabeza
mientras siento cómo la gente desaparece y el momento es nuestro.
Creo que la música dejó de sonar. Digo creo, porque en mi cabeza
todavía suena. Mi piel aún se eriza. Los gritos se encienden, las luces
también. Lo siento a pesar de que no abrí mis ojos. Alguien me empuja por
la espalda, pero no me muevo. Mis piernas son raíces firmes sobre la tierra.
Siento la calidez de unas manos deslizándose por mis mejillas, jugando con
la barba de apenas unos días.
—Abre los ojos.
Su voz es todo lo que necesito.
Su pecho pegado al mío, mis manos alrededor de su cintura, sus
dedos perfilando mi rostro.
—Luci —digo en un gemido ahogado.
Veo el movimiento de su garganta al tragar, siento el pulso a través de
las puntas de sus dedos.
—Equis —susurra.
Sus manos inclinan mi cabeza hasta que me tiene a su altura. A su
completa merced. Su nariz recorre mi mentón, ascendiendo hasta mis
mejillas, trazando círculos que se vuelven fuego al tocar mi piel.
—Luci —estoy rogando. Suplicando clemencia.
Siento el cambio en su respiración, su aliento cálido golpeando mis
labios, su pecho cabalgando junto al mío.
—Equis.
Aprieto los ojos, mi pecho sube y baja a un ritmo bestial.
Su nariz desciende, dibujando el contorno de mi boca y mi pulso
estalla. Siento sus labios en la comisura de los míos, conociéndose con
timidez. Sé que estoy temblando. Sé que no es un sueño. El sabor que
inunda mi boca me lo dice. Mis manos sueltan su cintura para escalar hasta
su cuello, la sujeto para mí como si fuera a desvanecerse. Siento su pulso
sobre mis dedos, desviviéndose por sentir.
«Es real».
Su sabor se aleja, su nariz vuelve a coquetear con la mía. Mis ojos se
abren.
—Es real —susurro. Mis manos a los costados de su cuello, su boca a
milímetros de la mía.
Vuelve a acercarse, sus labios reptando por mi piel hasta llegar a los
míos. Sus dientes se llevan un pedazo de mi boca y el resto de la inocencia
de este beso.
—Equis…
Mis manos se pierden en su nuca; mis dedos, en su pelo. Mi boca
ansiosa saquea la suya, que responde con fiereza. Su lengua desafía a la mía
a ver quién tiene más hambre. La batalla es cruda, pero ninguna de las dos
está dispuesta a rendirse.
Y somos hambre. Somos gustos, manos inquietas y corazones
despiertos.
Y soy fragmentos, soy recuerdos, soy miles de sensaciones que me
llevan hasta esto. Su boca marcándome a fuego.
Siento una lágrima tocar la punta de mi nariz y me sorprende que no
sea mía. Dejo ir su boca, sintiéndome vacío de nuevo. Me separo un poco,
mis manos no se despegan de su cuello. Otra lágrima se desliza por su
mejilla, la atrapo con mis labios.
Lágrima a lágrima, beso a beso, la línea de la amistad se va
desdibujando, abriendo una grieta a mis pies.
Dejándome caer.
CAPÍTULO 15

Sus labios jugando con los míos, su sabor inundando mi boca. Mi


puto sueño hecho realidad.
Solo, en la cama, fantaseando como una quinceañera con su primer
beso. Un beso que nació hace tres días. Un beso que no puedo dejar de
revivir en mi mente una y otra y otra maldita vez.
Cuando terminamos de devorarnos con la boca, no quedaba una sola
persona en el teatro. Solo nosotros, en medio del vacío, bajo las luces,
viendo cómo nuestra amistad se iba a la mismísima mierda. Salimos sin
emitir sonido. Nos subimos a la moto, sus brazos tiesos alrededor de mi
cintura. Conduje en silencio, con el corazón convulsionando dentro de mi
pecho. La piel erizada. El sabor de su beso.
Paré en la puerta de su departamento. Bajó, puso el casco en mis
manos y me regaló una sonrisa que no supe interpretar. Vi su espalda
alejarse, desaparecer.
Esa noche no dormí.
La siguiente, tampoco.
No hablamos desde entonces. Ni mensajes, ni chat, ni llamadas.
¿Dónde nos pone ese beso? ¿Cómo sigue nuestra historia ahora?
¿Puedo besarla de nuevo cuando la vea? ¿Debo fingir que su cuerpo no
temblaba contra el mío? ¿Que su boca no estaba ansiosa por la mía? ¿Que
ese beso, ese maldito beso, no fue lo mejor que me pasó en veintiocho años
de existencia?
Doy vueltas sobre la cama, las sábanas blancas me engullen. Miro el
despertador, son las siete de la tarde. Pasé la noche en la central, trabajando
en el último caso, haciendo la maldita autopsia a la computadora del
pedófilo hijo de puta. Estoy cansado de ver cosas que no quiero ver. Pero
cierro los ojos, aprieto los puños y me repito una sola cosa: estoy ayudando.
Estoy ayudando a que la mierda esté en la basura, y no salga de ese puto
tacho. Además, necesitaba poner la cabeza en otro lado. Necesitaba dejar de
pensarla. De recordar la suave calidez de su boca. Y ayudó. Entré a casa a
las ocho de la mañana, Dora ya preparaba el desayuno de mamá y Lara
dormía después de otra noche de borrachera. Caminé directo a mí
habitación, queriendo olvidarlo todo. Cerré los ojos y acabo de abrirlos.
Casi once horas de sueño; sin embargo, no me siento lo suficientemente
fuerte para el día de hoy. Para esta noche. La fiesta de cumpleaños de Luci.
Y yo sin saber qué hacer.

—Cerdo, necesito que te calmes y cierres la puta boca un segundo.


—Lo escucho, el teléfono hirviendo contra mi oreja—. No la besaste, no
fuiste un impulsivo de mierda. Fue ella la que te besó primero, la que inició
todo. ¿Qué te hace pensar que las cosas están mal ahora?
—Que hace tres putos días que no hablamos, eso. —Me paso la
palma de la mano por la frente húmeda.
—Tal vez estuvo ocupada organizando la fiesta.
—Hablamos todos los días, Gelco. Todos. Aunque fuera el
apocalipsis, hablaríamos antes de morir.
—Me dijiste que te sonrió antes de irse.
Camino de un lado a otro, sintiendo la música a punto de explotar las
ventanas.
—Sí. Y también te dije que no supe cómo interpretarla, no fue su
sonrisa de siempre. Fue algo así como un acabamos de cagarla y voy a
desaparecer lentamente.
—Estás haciendo de una escena una película. —Suspira, cansado de
mí—. Voy a arrancarte los huevos con una pinza oxidada, si no dejas el
drama. El teatro no es lo tuyo. Entra a la puta fiesta y averigua qué siente.
En qué lugar están ahora.
Cierro los ojos, me apoyo contra la pared.
—Soy un imbécil —mascullo—. Soy un fracasado.
—No eres un…
—Estoy en la calle, con un castillo inflable al lado, escuchando cómo
su fiesta hace explotar el edificio y no soy capaz de moverme. ¡Un puto
castillo inflable! ¿Te das cuenta? —Camino como animal enjaulado—. Me
dijo que quería un castillo inflable. Tal vez lo dijo en chiste, pero acá estoy
yo, con un castillo inflable y cagado hasta las pelotas. Me voy…
—Vas a subir tu culo a esa fiesta ahora. ¿Me escuchaste? Estaremos
ahí en menos de una hora. ¡No seas imbécil! Deja de llorar como un marica
y sube ya.
Me corta. Es mi mejor amigo y me corta. Genial…
Pienso en el beso, en mis manos acariciando su cuello mientras la
sostenía ahí para mí. Y ese es el impulso. La descarga eléctrica.
Inhalo profundo, entro. Los ojos del tipo de seguridad me observan,
luego se clavan en el castillo inflable que arrastro como un imbécil. Me
saluda con la cabeza, demasiado contento con el bullicio del sexto piso que
amenaza con arrasar con todo hasta la planta baja. Sigo mi camino hasta el
ascensor, el tiempo se burla de mí cuando las puertas se cierran.
Contengo el aire mientras camino por el pasillo. Dejo el castillo a un
costado, me acomodo el pelo y la camiseta blanca que se ciñe a mis brazos.
Uno, dos, tres, seis, ocho. Nadie escucha el timbre. La música hace
retumbar las paredes. Cierro los ojos. Lo intento de nuevo cuando la
canción termina, manteniendo mi índice presionando hasta que alguien me
escucha.
La puerta se abre.
—Feliz cumpleaños.
La sonrisa desaparece del rostro de Luci. Sus ojos barren mi cuerpo,
deteniéndose en el bulto al costado de mis pies.
—Eso es un…
—Castillo. —Miro la lona de colores y el motor a su lado—. La
princesa Organa quería un castillo.
—Equis…
Su voz susurra mi nombre como si fuera miel en los labios.
—Se arma en menos de diez minutos —suelto la información técnica
antes de que los nervios me coman por completo.
Una sonrisa preciosa se dibuja en su boca mientras se aparta de la
puerta.
—Pasa.
Es un nanosegundo en el que escaneo todo su cuerpo antes de pasar.
Lleva un vestido rojo que acaricia cada una de sus curvas, con un escote en
forma de corazón que hace que su pecho luzca demencial.
«¿Yo besé a esta mujer? ¿Sostuve su boca en mi boca?»
El pensamiento se esfuma en cuanto la música retumba dentro de mi
cuerpo. El salón está repleto, hay gente en cada rincón.
—No exagerabas cuando decías que ibas a festejar a lo grande —
grito por encima de la música.
—Esto es lo mío —grita cerca de mi oído.
«No, Luci. Una fiesta repleta de desconocidos drogados no es lo
tuyo».
Luci hace señas, la música baja gradualmente.
—¡Ey, Tobi! Corre el sofá —ordena a un rubio que bebe al otro lado
de la sala—. ¡Tenemos castillo inflable!
Un vitoreo rompe la calma y la música vuelve a retumbar dentro de
mi pecho. El tal Tobi se mueve con rapidez, ayudado por varios pares de
brazos fuertes. En cuestión de minutos, el living está despejado y el castillo
que alquilé comienza a erguirse.
—No puedo creer que realmente me hayas traído un castillo.
La voz de Luci me hipnotiza. O tal vez son sus labios, esos que ansío
probar otra vez.
—Los deseos de la princesa no son más que órdenes para este simple
servidor. —Hago una reverencia, que le roba más de un sonrisa.
—Ven. —Sus dedos se aferran a los míos—. Vamos a darte algo de
beber.
Tira de mí y comenzamos a abrirnos paso entre los cuerpos que
bailan al ritmo de la asquerosa música. Después de tres minutos de buceo
entre los desconocidos, que no hacen más que destruir el departamento de
Luci, llegamos a la cocina. El bullicio eufórico es amortiguado por estas
cuatro paredes blancas, llenas de utensilios de metal que, estoy seguro,
jamás usó. Si hay algo que Luci detesta más que a su padre, es cocinar. Y
eso es decir mucho.
—¿Cerveza, vodka o…?
—Una cerveza estaría bien —la interrumpo—. No sabía que tenías
tantos amigos.
Niega con la cabeza, sonriendo. Agarra dos cervezas de la heladera,
las destapa. No puedo sacar mis ojos de su maldito cuerpo en todo el
proceso.
—¿La estás pasando bien? —insisto.
—Claro —me da la cerveza—, es una fiesta.
Se lleva el pico a los labios, da un pequeño sorbo sin dejar de
mirarme. Me acerco, agachando la cabeza hasta quedar a su altura y
pregunto:
—¿A cuántas de las… cincuenta personas que están en tu living
conoces?
Sus ojos verdes me observan bien abiertos, la botella a medio camino
de su boca.
—Son…
—¿Cuántos son tus amigos, Luci? —Siento su perfume, estoy
jodidamente cerca—. Con sinceridad. ¿Cuántos están acá porque es tu
cumpleaños?
Su pecho se infla, suspira y esquiva mi mirada.
—Son amigos de Eric. Conocidos de la banda y…
—Eric —susurro.
—¿Qué pasa conmigo?
La voz del imbécil es un balde de agua fría. Me separo al instante
mientras la montaña de músculos sin cerebro se acerca a ella.
—Feliz cumpleaños, gatita —dice y su mano desciende hasta la cola
de Luci, apretándola sin pudor.
Lo siento. Está ahí, burbujeando en mi sangre, volviéndolo todo rojo.
—Eric. —Luci lo aparta—. Eric, basta. No estamos solos, no seas
tonto.
«¿Gatita? Hijo de puta».
El idiota se ríe y me mira con sus ojos celestes de nene lindo.
Entonces lo veo. Eric no se parece en nada a mí. Ni en lo blanco del ojo.
—Voy a pedir que pasen buena música. —Comienzo a salir del
infierno, cerveza en mano.
—Ey, Equis. —La voz del imbécil juega con mi paciencia—. Tengo
una rubia para presentarte que está para el infarto. ¡Tiene un par de tetas
como para dormir en ellas!
Cierro los ojos.
«No dijo eso. No dijo eso. No estando al lado de Luci. No teniendo a
Luci».
—Las rubias están bien —la mirada que busco se humedece—, pero
me gustan más las morochas —digo, y dejo a la parejita feliz a solas.
Me retumban los oídos. Me hierve la sangre. Estoy a un latido del
arrepentimiento.
Mi celular vibra cuando me siento en un sofá, lo más apartado
posible de los simios que aplastan pastillas sobre la mesa ratona.
Es Ángel.
Bas no se siente muy bien. No vamos a poder ir. Discúlpame con Luci.
Y mantente enfocado, Cerdo. No la cagues ahora.
Guardo el teléfono en el bolsillo del pantalón, ni siquiera le respondo.
Aún no nos vimos desde que volvieron de la luna de miel. Solo aguanté sus
gritos al teléfono porque dejé que Rufi comiera pizza cuatro de los sietes
días de la semana. Emma tampoco se quejó, esa chica ama la chatarra más
que yo. En fin, soy tío. ¿Mi trabajo no es malcriar a mi sobrino y dejar a sus
padres como los villanos de la historia?
Un perfume insoportablemente dulce e intenso me noquea, un par de
pechugas obstruyen mi visión.
—¿Aburrido?
Una rubia despampanante se sienta a mi lado, cerca. Muy cerca.
Miro a mi alrededor, encontrándome con la mirada de Eric. Me guiña
un ojo mientras sus manos se aferran a la cintura de Luci, quien no puede
apartar la mirada de la rubia a mi lado.
¿Qué le pasa? ¿Por qué me está destripando con la mirada? ¿Yo
tengo que soportar ver cómo el idiota de ojitos claros le mete mano y ella
no puede tolerar que una mujer se siente a mi lado?
Eric la abraza por detrás, los ojos de Luci no me abandonan. Hay
fuego en su mirada, como si me estuviera… desafiando.
¿Es eso? ¿Quiere jugar sucio?
Entonces, juguemos.
CAPÍTULO 16

—¿Cómo te llamas?
La voz de la rubia no logra arrancarme de la mirada de Luci, pero me
obligo a responderle.
—Equis.
Una risa chillona.
—¿Equis? ¿Qué nombre es ese?
—Me dicen Equis.
—Qué misterioso… Me encantan los chicos con lentes, es tan sexy.
Unas uñas largas y brillantes me hacen cosquillas en la mejilla,
observo a su dueña.
—Soy Bárbara, pero me dicen Barbie. —Qué original. Carajo, no se
me había ocurrido—. No parece que la estés pasando muy bien. ¿Bailamos
un poco?
Estoy a punto de decir que no, que estoy muy bien en este sofá,
hundiéndome en mi miseria, cuando la mano traviesa de Eric llama mi
atención.
—¿Sabes qué? —inhalo profundo, sintiendo cómo toma todo de mí
no arrancarle los putos dedos de la piel de Luci—, bailar suena bien. Vamos
a divertirnos un poco.
Me levanto y ayudo a la rubia voluptuosa a ponerse de pie. Dejo que
tome mi mano y me guíe al centro de la sala, donde la música electrónica
hace vibrar los cuerpos.
—No sé bailar —confieso a los gritos, viendo cómo Barbie se mueve
a mi alrededor.
—¡Solo siente la música!
Su cabello largo se balancea de un lado a otro mientras sus curvas
entran en acción.
—Odio esta música —grito—. ¿A nadie le gusta el rock?
Continúa saltando, yo sigo tieso sin saber qué hacer. La música
cambia sin transición. Ahora es un ritmo tropical que los pone a todos
calientes.
—¡Amo esta canción! —chilla y sus caderas se acercan a las mías.
—Creo que… me voy a buscar algo de tomar.
—No, no, no. —Toma mis manos, sonríe con su linda boca—. Yo te
enseño, solo sígueme.
Se da vuelta, pegando su espalda a mi pecho y su cola a mi
entrepierna. El aire se atasca en mis pulmones cuando coloca mis manos
sobre su abdomen desnudo y comienza a moverse. Círculos suavemente
trazados.
Lo siento. Siento su mirada quemándome, entonces la busco. Y la
encuentro, dejándose manosear por un muy borracho Eric, fingiendo
disfrutar de la música.
Continúo dándole el show que quiere, intentando alimentar el bichito
de los celos. Como un virus, desapercibido, comiéndoselo todo, hasta que
alguno de los dos explote.
No hay un solo centímetro entre el cuerpo de la rubia y el mío
mientras se mueve seductoramente, esperando provocar algo que no llega.
Me siento como si estuviera viendo una masacre de gatitos bebés,
cero excitación. Solo… perplejo, inerte.
—Puedes tocarme, no quemo —susurra a mi oído, dejando su esbelto
cuello expuesto.
Lleva mis manos hasta su pequeña cintura, su perfume está a punto
de hacerme estornudar.
Comienzo a moverme, intentando seguir su ritmo, cuando los ojos
verdes vuelven a mí. Y así seguimos canción tras canción, uno en cada
punta, en brazos de otros, miradas ardientes sostenidas, fingiendo que
nuestras bocas no se adoraron, que no morimos por hacerlo de nuevo.
Y lo llevo bien. Llevo este jueguito mejor de lo que esperaba, hasta
que la boca de Eric se acerca demasiado a la de Luci y mi control
desaparece cuando la besa.
La emoción que me invade es oscura. La siento metiéndose en mis
huesos, despertando mi ira. Pero cuando Luci no rechaza su boca, mi
dignidad es solo un recuerdo.
Con un gesto demasiado bruto, me separo de la rubia. Camino entre
la gente, empujando espaldas, mi corazón perdiendo latidos.
La puerta aparece, entro. Una tenue luz rosada ilumina la habitación.
Me acerco hasta la cama —su cama— y me siento en la punta. La música
existe en un segundo plano ahora. La soledad me permite cambiar de
perspectiva, verlo todo con claridad.
¿Qué estaba haciendo? Yo no soy así. Yo no hago esas cosas.
Pixel salta sobre la cama, apenas lo vi al entrar. Lo acaricio. No tengo
ánimos para hablarle hoy.
Me quito los lentes, tirándolos sobre el colchón. Apoyo los codos en
las piernas, dejo caer la cabeza entre mis brazos. Puedo sonar como un
maricón, pero quiero llorar. Quiero vaciarme de estas putas lágrimas, hasta
que sus labios en otra boca dejen de reinar en mi mente.
Algo en mi cabeza zumba, volviéndome loco. Comienzo a tirarme de
los pelos cuando la puerta se abre.
—Supuse que estabas aquí. —Cierra, apoya la espalda contra la
madera.
Dejo caer la cabeza de nuevo, abrumado, confundido. Enojado.
—¿Qué estamos haciendo? —susurro.
—Equis…
—No. —Corto su discurso—. Quiero saber qué es lo que estamos
haciendo.
—No… No estamos haciendo nada.
Mi cabeza sigue su voz, sus ojos evitan los míos.
—¿No estamos haciendo nada? —Mi ceño se frunce y bajo la mirada
—. Nos besamos, Luci. Nos besamos y…
—¿Y qué?
Su cuerpo sigue contra la puerta, como si quisiera impedir que
alguien entrara.
Mi corazón está enloquecido y mis manos tiemblan.
—Y llevo nueve jodidos años queriendo hacerlo.
El mundo deja de girar. La vida tiene otro color y mis pulmones
gritan de alivio.
«Lo dije. Carajo, lo dije».
—Años intentando aprender a estar a tu alrededor, dejando de lado la
puta timidez. Años adorando tu forma de pensar, tus locuras, conociéndote
más y más a través de noches enteras de chat. Hablando de todo y de nada.
Metiéndome en tu cabeza, queriendo descifrarte. —No puedo parar, ya no
sé dónde está el freno—. Creciendo a tu lado, compartiendo locuras,
peligros y vicios. —Niego con la cabeza, enterrándola en mis manos—. Y
llega el día en que te ves más hermosa y feliz que nunca, cantando tu
canción favorita. Y me pides que te sostenga. Y me besas y todo… fluye.
Perfecto. Armonioso. Casi onírico. Mejor que mis sueños… Un sueño que
se convierte en pesadilla cuando Eric toca tus labios. —Mis ojos la buscan
otra vez—. Cuando no puedo dejar de pensar que mandamos a la mierda
años de amistad.
Hay lágrimas en sus ojos, que me invitan a levantarme. Su mirada se
agranda cuando me acerco. Su cabeza se inclina hacia atrás al sentir mi
respiración en su frente.
—Necesito que me digas qué sientes —susurro, mis pulgares
llevándose las lágrimas de su piel—. Tu silencio me está matando.
Entierro los nervios, dejo que mi nariz acaricie la suya.
—Yo… estoy confundida. —Su voz es un puño traspasando mi
pecho—. Todo lo que me dijiste…
—Por favor —mis ojos se cierran, nuestras narices siguen rozándose,
seduciéndose—, no me digas que no lo sabías.
—Jamás me diste ningún indicio.
Su respiración se acelera, la piel de sus brazos se eriza bajo la yema
de mis dedos.
«Eso es bueno. Eso tiene que ser bueno».
—Luci, sabes que me cuesta horrores acercarme a una mujer como
tú.
—¿Como yo?
Mi boca descansa cerca de su oído. Su piel es un puto paraíso de
sensaciones donde quiero perderme y no ser rescatado jamás.
—Perfecta.
«No está alejándote. Eso es bueno. Eso tiene que ser bueno».
—El beso… —susurra, haciéndome temblar de pies a cabeza— me
gustó.
—¿Te gustó?
Estamos mirándonos a la boca, famélicos. Diciendo todo y nada a la
vez.
—Mucho.
Su pecho sube y baja agitado, rozándome en el proceso, haciendo que
me pregunte dónde dejé el puto control.
—Eso es bueno, porque tu boca es lo mejor que me pasó en la vida.
Un gemido torturado escapa de sus labios, endureciéndome al
instante.
—Equis, esto es… raro.
Mis manos no están tocándola. Solo es su pecho pegado al mío y
nuestras narices rozándose hipnotizadas; sin embargo, siento que podría
acariciar un orgasmo ahora mismo. Así, solo sintiendo su calor y su
perfume. La confusión en su voz y el anhelo en su respiración.
—¿Raro bien o raro mal?
Mi mano se anima a buscar su pelo, cerca de su nuca, como tanto me
gusta.
—Raro… bien.
La emoción se me escapa en suspiro libidinoso.
—Mierda, Luci —acerco mi boca a la suya—, dame una buena razón
para que no te bese otra vez.
—Tengo gusto a cerveza —susurra entre jadeos suaves—. Mucho
gusto a cerveza.
Mis ojos ligeramente entreabiertos captan su sonrisa.
—Me encanta la cerveza —murmuro y, por una vez en mi maldita
vida, doy rienda suelta a mi cuerpo.
Mi boca se funde con la suya. Sus labios me reciben llevándose toda
la timidez, inundándome con su sabor, arrastrándome al mismísimo cielo.
Volvemos a ser hambre. Ganas. Anhelo. Fuego.
Mis manos se aferran a sus muslos, acariciándolos, incitando a sus
piernas a que rodeen mi cintura. Y lo hacen, dejan el suelo y se enroscan en
mí. Su espalda choca de nuevo contra la puerta cuando mi boca bucea por
su cuello, lamiendo la piel dulce y necesitada.
—Equis —mi nombre en un jadeo, sus manos tirando de mi pelo.
—¿Qué? —Mi boca se desliza por la humedad de su piel—. Dime
qué quieres, Luci.
—Quiero…
Un golpe seco en la puerta.
—¿Gatita?
Como si despertara de un sueño, la realidad me golpea. La música
vuelve a sonar para mis oídos, la habitación vuelve a tomar color y el aire
se siente pesado otra vez.
—¿Gatita, estás ahí?
Las piernas de Luci me sueltan como si mi piel fuera lava hirviendo.
Comienza a empujarme hacia atrás, hasta que nos metemos en el baño.
Ahora soy yo el que está de espaldas contra la puerta.
Escucho la puerta del dormitorio abrirse, los pasos cada vez más
cerca.
—¿Gatita?
Cierro los ojos, siento su mano tapándome la boca.
—¡Estoy en el baño! —Sus dedos tiemblan sobre mis labios.
—¿Puedo pasar? —Su voz es sugerente—. Estoy tan tenso,
podríamos descargarnos rápido.
Mi pecho se detiene en medio de la exhalación, mi estómago se
revuelve.
—Estoy… algo descompuesta —habla demasiado rápido. Hay que
ser muy imbécil para no darse cuenta de que algo pasa. Por suerte, Eric lo
es—. Necesito un momento. ¿Puedes fijarte si aún quedan suficientes
cervezas?
Mis ojos están abiertos ahora, perdiéndose en ese bosque verde que
me devuelve la mirada.
—Métete un poco los dedos y vomita —le indica el idiota—. Te hará
sentir mejor. Además, tienes que estar bien para tu regalito. Me puse
creativo. Pensé en varias cosas para esta noche, gatita.
Mis ojos se cierran un instante, viéndolo todo rojo.
—Genial. ¡Te busco en la cocina en unos minutos!
—No tardes.
Los pasos se alejan, la puerta se cierra, Luci vuelve a respirar.
—Yo… —Incapaz de hablar, niega con la cabeza y sus manos sueltan
mi boca.
Mientras me pierdo en sus ojos, el verdadero Simón vuelve a tomar
posesión de mi cuerpo. Siento la inseguridad corriendo por mis venas. La
bronca. El miedo. El vacío. El dolor. La pérdida.
—No puedo hacer esto —susurro, saliendo del ensimismamiento—.
Yo… no puedo hacer esto.
—Equis, espera… Podemos hablar.
—No puedo. No puedo hacer esto.
Salgo del baño con la misma rapidez que salgo de su habitación,
como si la casa estuviera en llamas. Me importa una mierda si Eric está
cerca y logra verme. Me importa una mierda si tengo que partirle la cara
delante de los drogadictos de sus amigos. Solo quiero irme. Ya. Solo
desearía no haber venido.
Me abro paso entre la multitud, desesperado por llegar a la salida.
—Ey, Equis, ¿qué te pareció la rubia?
Miro la mano que aterriza en mi hombro.
—Si la invitas a tu casa, te hará pasar una de las mejores noches de tu
puta vida. —La sonrisa se Eric se ensancha, vuelvo a mirar su mano sobre
mi hombro—. Esa rubia sabe cómo moverse, te lo aseguro.
Me guiña un ojo y la repulsión me traga.
Lo empujo. Trastabilla hacia atrás y cae. La incredulidad brillando en
sus ojos.
—¡¿Qué mierda?! —escupe.
—No me interesan tus recomendaciones. No me interesa nada que
salga de tu estúpida boca. —La música desapareció, solo se escucha mi voz
—. No vuelvas a tocarme en tu puta vida. ¿Entendido?
Doy media vuelta, acercándome a la puerta, entonces lo siento.
Demasiada práctica. Demasiados años cubriendo mi espalda y la de Ángel.
Sé que su puño está a centímetros de mi cabeza.
Un nanosegundo.
Doy un paso al costado y su mano impacta contra la nada misma.
Agarro su desorientado cuerpo y lo estampo contra la pared.
—Te dije que no volvieras a tocarme. —Aprieto su perfil,
contorsionando su carita de nene lindo—. No soy un tipo violento, Eric.
Pero no me busques. —Aprieto un poco más mientras levanta sus brazos.
Nadie se mueve, nadie lo ayuda—. Y te sugiero que dejes de tratar a Luci
como un pedazo de carne, si no quieres conocerme enojado.
Cacheteo su mejilla antes de soltarlo.
—Que termines bien la fiesta —escupo y dejo el infierno atrás.
CAPÍTULO 17

Su espalda contra la puerta. Su boca derritiéndose sobre la mía. Sus


piernas rodeándome, probando mis límites.
Cuellos. Lenguas. Manos ansiosas. Ropa que sobra. Sentimientos
desbordantes. Mentes abrumadas.
Caos. Absoluto y perfecto caos.
—Equis.
Su boca jadea mi nombre, enviándome al puto cielo.
No sé qué es lo que hacemos, pero sé que se siente correcto.
—Luci.
Hundo mis manos en su pelo, acercándola más a mí.
Mi boca en su boca. Nuestros cuerpos temblando de deseo,
poseyéndose uno al otro.
—¿Gatita?
Sus labios se alejan. Sus ojos siguen la voz.
—¿Lista para esta noche? Me puse creativo. No pienso dejarte salir
de la cama.
Las piernas de Luci me sueltan, dejándome vacío. La observo
caminar hacia él.
—Luci, por favor, quédate conmigo. —Extiendo la mano, pero ni
siquiera me escucha—. ¡Luci! No te merece. Por favor, te necesito…
Los brazos de Luci se enroscan alrededor del cuello de Eric cuando
comienza a tocarla.
Quiero moverme. Quiero escapar. Pero mis pies están clavados al
suelo.
—Eric —jadea mientras él la desnuda.
Quiero gritar, pero no encuentro mi voz. Mi garganta está en llamas.
El grito es mudo.
—Gatita.
Eric la empuja y el cuerpo de Luci cae de espaldas sobre la cama, las
piernas abiertas para él.
Mis ojos se llenan de lágrimas. Quiero cerrarlos, pero no puedo
moverme.
—Eric, me encanta.
Los jadeos llegan de todas las direcciones mientras la embiste con
fuerza.
Quiero cerrar los ojos. Quiero moverme. Quiero desaparecer.
—¡Eric!
Quiero respirar. Necesito respirar.
—¡Te amo, Eric! ¡Te amo!
Una mano atraviesa mi pecho, acaricia mi corazón, apretándolo cada
vez más fuerte. Los latidos desaparecen, puedo escucharlos perderse. Puedo
sentir cómo muero.
—¡Luci! —grito.
Estoy empapado en sudor. Su nombre todavía duele en mi garganta.
Me cuesta reconocer dónde estoy, hasta que mi mirada húmeda enfoca la
pequeña lámpara de noche.
Mi habitación.
Estaba soñado con ella. Otra vez.
Me destapo, muerto de calor. Mi pecho sube y baja, agotado. Clavo
la vista al techo, me seco las lágrimas. Es la segunda noche consecutiva que
tengo este sueño. La segunda noche desde su fiesta. Desde que probé su
boca otra vez, desde que vi el deseo en sus ojos.
Incapaz de reconciliar el sueño, me levanto. Busco unos pantalones
cortos y me los pongo antes de ir a la cocina. Ayer mamá tuvo una crisis
fuerte, Dora está vigilándola veinticuatro horas hasta que considere que ya
no es necesario. Apenas duerme. Es probable que esté dando vueltas por el
living, no quiero quedar como un enfermo exhibicionista caminando por los
pasillos todo excitado.
Puto sueño.
Puta imaginación.
Puto deseo traicionero.
Camino en la oscuridad. Odio la oscuridad. Cuando entro a la cocina
enciendo todas las luces, tiro el teléfono sobre la isla, me sirvo un vaso de
agua helada y me siento en el taburete. Cierro los ojos, no quiero pensar. No
quiero pensar en ella, en lo que hicimos, en la docena de mensajes que
ignoré después. No quiero saber qué tiene para decir. Me aterra la simple
idea de que las palabras que salgan de su boca no sean las que espero.
Entonces, la ignoro. Decido ignorarla con todas mis fuerzas. Hasta
que mi cuerpo o mi cabeza diga basta.
Mi celular comienza a sonar. Son las cuatro de la mañana. ¿Qué
mierda? Atiendo antes de que alguien se despierte, rogando que no sea
trabajo.
—¿Hola?
—Voy a ser padre. —Una risa amortiguada—. Otra vez.
El oxígeno se congela a mi alrededor.
—¿Ángel? ¿Estás borracho? ¿Me estás jodiendo?
—Yo no. ¿Y tú?
La más hermosa sensación de déjà vu me abraza.
—Qué…
—Voy a ser padre. —Un suspiro cargado de emoción—. Bas está
embaraza. Voy a ser padre otra vez. Vas a ser tío de nuevo, Cerdo.
—¡Carajo! —Bajo la voz cuando me doy cuenta de que estoy
gritando—. No lo puedo creer… Hijo de puta, ¡no estás perdiendo un solo
minuto!
—Perdí cinco años, Equis. No me va a alcanzar la vida para
recuperarlos.
El silencio me corta la lengua.
—¡Voy a ser padre de nuevo! —Explota en felicidad. Escucho una
puerta cerrarse, se está alejando—. No lo puedo creer.
—¿Cómo está la rubia?
—Feliz. —Lo escucho y mi pecho se infla—. Ansiosa. Preciosa.
—Mierda. —Me restriego el rostro, incrédulo—. Es… increíble.
—Lo sé.
—Te felicito, imbécil.
Una risa suave.
—Gracias, Cerdo. No puedo creerlo… Voy a poder vivirlo de nuevo.
¿Entiendes? Voy a poder disfrutarlo todo. Sostener a este bebé en mis
brazos como no pude hacerlo con Rufi. Voy a poder verlo nacer. Yo…
La emoción roba el resto de sus palabras.
—Carajo, cierra el pico y ve a abrazar a tu esposa. —Trago el nudo
de sentimientos—. Duérmete antes de que me ponga a llorar como la
marica que soy. Mañana hablamos. Hoy hablamos —me corrijo—. Saluda a
Bas de mi parte.
—Lo haré. Que descanses, Tío Cerdo.
Río en soledad.
—Que descanses, papito lindo.
El silencio me engulle. La emoción me desborda. Voy a ser tío.
Carajo, voy a ser tío otra vez.
Me paso el resto de la madrugada en la computadora, comprando
mierdas para bebés que retiro a primerísima hora. Meto la canasta, los
globos, el oso de peluche gigante y la bandeja con el desayuno para Bas en
el asiento trasero del auto y conduzco hasta la casa de los tórtolos antes de
ir al trabajo.
Dos timbrazos, una Bas recién amanecida aparece detrás de la puerta.
—Qué…
—¡Felicidades!
La risa la asalta mientras intento meterme, a mí y a la juguetería que
llevo encima, dentro de la casa.
—¿Qué haces aquí tan temprano? —Sus ojos negros pasean por
todos los objetos que, casi, ocultan mi rostro—. ¿Y qué es todo esto? ¿Te
volviste loco?
Me encojo de hombros y exploto:
—¡Voy a ser tío otra vez!
—¡Shhh! —La mano de la rubia aterriza en mi boca mientras ríe—.
Rufi todavía no lo sabe. Vamos a esperar unos días más para decírselo,
quiero asegurarme de que todo esté bien.
De repente, me pongo rígido.
—Estará todo bien. Tiene que estarlo.
Su mano cálida se apoya en mi mejilla.
—Gracias por… —me saca el peluche gigante, lo abraza— todo esto.
Eres tan dulce que das indigestión, Simón.
—¿Ya empezamos?
Reímos en voz baja. Sus manos toquetean el interior de la canasta,
descubriendo la ropita blanca, los chupetes de todos los tamaños y las
demás mierdas para bebés chillones. Sus ojos se agrandan cuando descubre
la bandeja, debajo de todo lo demás.
—¿Me trajiste el desayuno?
—Por supuesto. ¿Por quién me tomas?
Muerde otra sonrisa.
—Hay que esconder todo esto antes de que Rufi despierte y lo vea.
—Me empuja por el pasillo—. Déjalo en la habitación de Emma, ya está
despierta. Rufi casi nunca entra allí, no lo verá.
Camino, intentando hacer equilibrio.
—¡Esto no! —Me quita la bandeja con el desayuno de los brazos—.
¿Churros de chocolate? ¿Ves por qué te amo?
—¿A quién amas?
La voz ronca de Ángel nos detiene a medio camino. Recién bañado,
cabello mojado y sin camiseta.
—Dile a tu hombre que se vista, si no quiere tentarme.
Bas me pellizca la mejilla antes de correr a los brazos de su ángel y
mostrarle el oso de felpa gigante.
—Ignoren al idiota sosteniendo su peso en regalos. —Comienzo a
acercarme hasta la habitación de Emma—. No se desesperen por ayudarme,
puedo solo. Ustedes sigan. Sigan comiendo delante de los pobres…
—¿Qué le pasa? —Lo escucho a Ángel murmurar entre risas—.
¿Qué es todo eso?
Golpeo la puerta del cuarto de Emma. Una vez, dos veces, tres. Nada.
Inclino la cabeza hacia el pasillo, los tórtolos desaparecieron.
—¿Emm? —Golpeo otra vez, un poco más fuerte.
Bas dijo que ya estaba despierta. Tal vez tiene los auriculares
puestos, suele hacerlo mientras estudia.
Golpeo de nuevo. Nada.
Abro la puerta despacio, asomo la cabeza, la habitación está vacía.
Entro, cierro la puerta para que Rufi no pueda verme si se levanta. Camino
hasta la cama, perfectamente hecha y repleta de almohadones coloridos, y
deposito los regalos con cuidado. Mis brazos duelen cuando suelto todo el
peso de golpe.
La puerta del baño se abre, una Emma en ropa interior aparece.
—¡Carajo! —suelto y me doy vuelta.
—¿Equis, qué…?
—Perdón, perdón, perdón. —Sigo de espaldas, una mano en mis ojos
para reforzar su seguridad—. No vi nada, lo prometo —miento. El cuerpo,
para nada aniñado de Emma, aún en mi mente.
—¿Qué estás haciendo en mi habitación?
No suena enojada, ni asustada. Solo… sorprendida. Escucho los
cajones abrirse, se está vistiendo.
«Mierda, eso espero».
—Vine a dejar todo eso. —Apunto hacia donde debe estar su cama
—. Bas me pidió que lo dejara acá para que Rufi no lo viera. Me dijo que
estabas despierta y toqué varias veces la puerta. Yo… creí que estabas
escuchando música con los auriculares y…
—Está bien —me interrumpe, su voz más cerca—. Ya estoy vestida.
Dejo escapar todo el aire. Un segundo más y mis pulmones
explotarían. Me doy vuelta lentamente. Escaneo el bonito vestido azul que
cubre su cuerpo, a tono con sus ojos.
—Perdón, de nuevo. —Junto las palmas, suplicando—. No te
molesto más.
Comienzo a salir de su habitación y del bochorno.
—Equis —su voz me detiene.
Doy media vuelta.
—¿Sí?
Mira su cama, repleta de regalos.
—Es un gesto muy dulce. Eres muy dulce.
No sé qué mierda decir, solo… sonrío.
—No voy a decirle a Ángel lo que pasó, puedes respirar.
Cierro los ojos, mis hombros caen aliviados.
—¡Mierda! ¡Te adoro! Gracias. ¡Ah! Felicidades otra vez, tía —
susurro.
Me sonríe suavemente, cierro la puerta y bajo al living.
—Ahora sí, tórtolos —me siento a la mesa, donde un café humeante
me espera—, cuénteme todo. —La mirada ilusionada de Bas busca la de
Ángel, mientras este le abre todos los paquetitos de dulces que trae el
desayuno—. Y, por favor, salteen la parte donde sus cuerpos sudorosos se
retuercen entre las sábanas.
—¡Equis!
Bas me reprende, Ángel no puede parar de reír y comérsela a besos.
Y yo los observo, deseando tener, alguna vez, un fuego tan puro como el
que arde entre ellos dos.

El día transcurrió en cámara lenta. Cada paso se sintió pesado.


Respirar es para valientes cuando se tiene una guerra en la cabeza.
Revisé las computadoras de todos los novatos. Evité pensarla.
Elaboré una lista de aprobados y otra de aplazados. Evité pensarla. Dejé los
resultados del examen en el escritorio de mi jefe. Evité pensarla, fracasé de
nuevo. Volví a sentarme en mi cubículo en la central, comencé a diseccionar
una notebook. Evité pensarla. Entregué el informe pericial parcial. Volví a
pensarla. Subí al auto, extrañando mi moto. Y sus brazos alrededor de mi
cintura.
Creí que el alivio llegaría cuando entrara a casa, pero no es así cómo
me siento mientras cruzo la puerta.
Dora alza la mirada, apoya la taza de té en la mesa ratona y se acerca
a mí.
—¿Cómo estuvo hoy? —pregunto, dejando el maletín por cualquier
lado.
—Durmió la mayor parte del día, los sedantes la mantienen muy
cansada.
Dora se sienta de nuevo en el sofá, mira las notas que siempre hace
en su cuaderno.
—¿Siguió hablando de los asistentes sociales?
Un suspiro preocupante escapa de su boca.
—Sí.
Cierro los ojos, me dejo caer en el sofá. Estoy cansado, hambriento y
preocupado.
—Simón. —Su mano robusta se acerca a mi antebrazo, llamándome
suavemente la atención—, los ataques de los últimos tres días fueron
fuertes. Los más fuertes que tuvo hasta el momento —aclara, hundiéndome
un poco más—. Tu madre ya no es una jovencita, Simón. Es una mujer
grande y de salud delicada.
—¿Qué estás queriendo decir?
Sus ojos marrones se suavizan, acerca su cuaderno a mis manos.
—Los últimos ataques subieron muchísimo su presión arterial. —
Señala los valores anotados—. También su ritmo cardíaco. Si continúa
así…
—¿Qué?
Siento el pulso detrás de los oídos.
—Si continúa así, deberías considerar la internación.
—No.
Me levanto, soltando el cuaderno, dándole la espalda.
—Simón, hay cosas que yo no puedo hacer si no estoy en un hospital,
tienes que entenderlo.
—¡Van a mantenerla todo el día sedada como si fuera un maldito
fenómeno!
—Podemos ponerla en la mejor clínica. Tengo muchos contactos y…
—¡No! —Me paso las manos por la cara, intentando calmarme—. No
voy a internarla, no otra vez. —Bajo la voz—. No voy a dejar que le hagan
olvidar quién es de nuevo, no voy a permitir que la aíslen de todos otra vez.
Yo… te agradezco todo lo que haces por nosotros y… si no quieres seguir
ocupándote de ella, lo entenderé. Puedes recomendarme a alguien o…
—No voy a dejarla, Simón —me interrumpe, cerrando su cuaderno
—. No voy a dejarte. —Suspira y una sonrisa dulce aparece en sus labios—.
Vamos a mantenerla aquí todo el tiempo que sea posible, ¿sí? Pero si es
peligroso para ella, tomaré la decisión correcta.
Dejo que sus palabras se acomoden en mi cabeza. Inhalo profundo,
estoy a punto de abrir la boca pero el timbre suena.
Miro la hora, las nueve y cinco de la noche.
Camino hasta la puerta y la abro.
—¿Luci?
Mis ojos aturdidos y anhelantes acarician su cuerpo, deteniéndose en
el brillo de su mirada verde.
—¿Podemos hablar?
CAPÍTULO 18

Siento mi pecho endurecerse, mi garganta esforzarse por tragar sus


palabras.
—No… —Cierro la puerta detrás de mí—. Mi mamá no está bien, la
enfermera está cuidándola veinticuatro horas. No…
—No hace falta que me dejes pasar. —Se apresura a agregar—. Sé
que no traes a nadie a tu casa. Estoy bien con eso, pero —mira hacia los
costados, evitándome— ¿podríamos ir a mi departamento y… arreglar todo
esto?
Tengo un billón de pulsaciones por minuto.
—Estuviste ignorando mis mensajes. —Su voz pierde seguridad, su
mirada decide buscarme—. No hablamos desde hace dos días, yo… no
soporto esto. No quiero esto. ¿Podemos… arreglarlo?
—No sé qué significa arreglarlo, Lu.
—Tampoco yo. —Sus dedos pasan por su pelo ondulado, el viento de
la tormenta que se aproxima sigue jugando con él—. Necesito que dejes de
ignorarme, que me hables, que me hagas reír. Necesito…
Niega con la cabeza, quedándose sin palabras mientras las emociones
me desbordan.
Miro el cielo, a punto de romperse, bajo la vista hasta visualizar su
auto estacionado en la esquina.
—Espérame adentro del auto —suelto y desaparezco antes de hacerle
caso a mi cuerpo y comerme su boca.
Cuando cierro la puerta, el peso de la situación cae sobre mis
hombros. Vamos a hablar. Vamos a arreglar esto y no tengo ni puta idea de
lo que eso significa.
¿Volvemos a ser amigos? ¿Va a dejar al imbécil de Eric por mí?
Me paso las manos por la cara y el pelo mientras subo la escalera.
Entro a mi habitación, agarro la campera de cuero y la billetera. Asomo la
cabeza por la puerta entreabierta del cuarto de Lara antes de bajar. Está
dormida, no hay botellas de vodka a su lado y eso es un puto milagro.
Suspiro aliviado.
Después de avisarle a Dora que estaré fuera por unas horas, me
encuentro caminando hacia su auto. Me tiemblan las putas rodillas y no sé
cómo controlarlo.
«¿Cómo un metro cincuenta y cinco puede ponerme así de
nervioso?»
Golpeo suavemente el vidrio para no asustarla antes de entrar. El aire
acondicionado me acaricia, pero no tanto como su perfume. Mis pulmones
se llenan de esa mierda deliciosa, extasiados.
—¿Todo bien?
Leo la incomodidad en su mirada. Asiento en respuesta y el motor
arranca.
Veinticinco minutos después, estamos en el ascensor, pretendiendo
que no estoy mirando su boca como una cascada de agua cristalina en el
desierto. Pretendiendo que su respiración no se acelera cuando sus ojos se
encuentran con los míos.
La puerta de su departamento se abre, entramos en silencio. Luci
enciende unas luces tenues, yo dejo la campera y el celular sobre el sofá.
Observo a Pixel retorcerse sobre la alfombra blanca, el desgraciado ni
siquiera me mira.
—¿Quieres algo de tomar? ¿Algo de comer?
Paso de largo la cena, ya ni siquiera tengo hambre, y digo:
—Un café, si puede ser.
—Claro.
—Gracias.
La sigo hasta la cocina, el silencio atado a cada paso. No puedo creer
que estos seamos nosotros, callados, tensos. Nosotros, que siempre
hablamos de todo, que abarcamos temas desde la religión hasta una
invasión extraterrestre, sin saber qué decir.
«¿Qué hice? ¿En qué carajo estaba pensando cuando la besé? ¿Por
qué dejé que todo se fuera a la mierda?»
—¿Equis?
Su voz relaja mis hombros.
—¿Qué?
—Te pregunté si lo querías solo o con leche. —Sostiene la jarra de
café en la mano.
—Solo está bien, gracias.
Sirve café en dos tazas, le pone una cucharada de azúcar a cada uno y
me lo da. La infusión me calienta las manos, haciendo de esta rareza una
realidad.
—¿Vamos al living, así estamos más cómodos?
Asiento y la sigo. Todo es tan extraño, que apenas puedo soportar
estar a su lado.
Nos sentamos en el sillón más grande, uno en cada punta. La
dolorosa distancia riéndose de mí.
El silencio se arrastra entre nosotros mientras miramos el café.
Las palabras están ahí, arañando mi garganta, suplicando salir.
—No sé… —decimos al unísono.
Nuestros ojos se encuentran, anhelantes.
—Habla primero, por favor —pido, y me escondo detrás de la taza
como un puto cobarde.
Sus labios mullidos dejan escapar un suspiro.
—No sé… qué es lo que pasa. —Acaricia los bordes de la porcelana
entre sus manos—. ¿Yo… te gusto? ¿Soy tu tipo?
Sus mejillas se llenan de color cuando me descubre mirándola
embobado. Luci no es de las que se ruborizan por cosas como esta.
—¿Te miraste al espejo esta mañana? —le pregunto, su mirada
perdida en la mía—. Eres el tipo de cualquier hombre con dos ojos, Luci.
Pero… —suspiro, muerdo mi labio inferior con fuerza, buscando la puta
valentía. Dilo. Ahora, maricón— no se trata de eso. No solamente me
gustas… Es…
—No sé lo que quiero —sus palabras atolondradas me interrumpen
—. Nunca supe lo que quise, lo sabes. —Niega con la cabeza—. Lo que
pasó entre nosotros me hizo sentir… bien. Muy bien. —Sus ojos vuelven a
la taza de café—. Pero también me hizo sentir confundida, insegura. Y
además está él. Está…
—Eric. —Su nombre es ácido en mi garganta.
La confusión en su mirada me pone de rodillas.
—No quiero hacerle esto. Yo no soy así.
Mi pecho se infla, la pregunta ocupando demasiado espacio.
—¿Estás enamorada de él?
Baja la cabeza, está mordiendo su labio y escondiéndome la mirada.
Está nerviosa. Odio verla así, tan… vulnerable.
Dejo la taza sobre la mesa ratona y me acerco. Ahora soy yo el que se
ríe de la distancia.
—Luci —apoyo mi índice en su mentón, lo levanto hasta que sus
ojos encuentran los míos—, ¿estás enamorada de ese imbécil? Necesito
saberlo. Me está matando.
Su mirada húmeda va y viene por mi rostro.
—No sé si alguna vez estuve enamorada, Equis.
Sus palabras me destrozan. Entierran las uñas en mi pecho y abrazan
mi corazón hasta que deja de latir.
Acerco mi boca a su frente, deposito un beso dulce.
—Está bien —susurro sobre su piel—. No voy a decirte que lamento
haberte besado, porque no es verdad. Fue lo mejor que hice en mi vida. Fue
la primera vez, en veintiocho años, que me sentí realmente vivo. —Trago la
angustia—. Pero jamás haría nada que pudiera lastimarte. Jamás. —Otro
beso en esa frente tersa.
—No puedo vivir sin lo que tenemos. —La ansiedad juega con su
voz—. Necesito que hablemos todos los días, que miremos películas, que
me desafíes a hackearte, que me hagas reír con tus chistes malísimos. —Sus
manos se desesperan por ahuecar mi rostro—. Yo… te necesito. No quiero
perderte. No puedo perderte.
Pierdo la batalla contra esos ojos verdes llenos de emoción.
—No vas a perderme.
Su frente se apoya en la mía, siento el aire cálido que se le escapa en
un suspiro.
—Soy un caos —susurra, sin soltarme—. Pero… cómo eres
conmigo, me encanta. Nadie jamás me trató así. Nadie me escucha con
tanta atención. Nadie se toma lo que digo tan en serio como para aparecer
con un castillo inflable en mi cumpleaños. —Una lágrima traicionera
aterriza en su sonrisa—. Eres especial, Equis. Eres especial para mí y no
quiero arruinarlo. Me aterra alejarte.
—¿Por qué piensas que voy a alejarme, si solo quiero estar más
cerca?
Sus ojos se cierran, su frente se aprieta más a la mía.
—Porque cuando conozcas a la verdadera Luci, no va a gustarte.
—¿Crees que no conozco a la verdadera Luci?
—Solo conoces lo que te dejé ver durante todos estos años. Lo que
quise que vieras.
—Te equivocas. —Mi aliento se mezcla con el suyo, el aroma a café
graba este momento—. Resulta que se me da muy bien leer a las personas.
Eres segura con tu apariencia. Sabes que eres hermosa y te llevas el puto
mundo por delante. Estás indecisa. No sabes qué hacer con toda la
inteligencia que tienes. No quieres hacer lo que se espera de ti. No quieres
doblegarte. No quieres tomar acciones en la empresa de tu papá. No quieres
parecerte a tu mamá. No quieres seguir con la carrera de Ingeniería
informática que, años tras año, se esmeran en pagarte. Amas el cine, dibujas
de puta madre y me juego las dos manos a que en realidad quieres dejar de
lado toda la mierda tecnológica y estudiar arte. Pero estás demasiado
asustada para decirlo en voz alta.
—Basta.
—Guardas tanto rencor hacia tu familia, pero en el fondo solo quieres
hacerlo desaparecer. Volver a ser la niña de papá.
Intenta apartarse, pero mantengo su frente pegada a la mía.
—No tienes amigos, más allá de mí. Toda la mierda de gente que te
rodea solo quiere fiesta. Nadie sostendrá tu pelo si vomitas, nadie te pondrá
paños fríos si hierves de fiebre. Es falso. Es plástico. Todo el ambiente en el
que te esfuerzas por estar, no te llena.
Las lágrimas corren libres por sus mejillas ahora.
—¿Te parece que no conozco a la verdadera Luci?
Sus ojos inundados no pueden separarse de los míos.
—Cómo…
—Te vi, Luci. —Acaricio su mandíbula—. Durante estos nueve años,
me dediqué a mirarte. A entenderte. Y, aunque te parezca una locura, todo
lo que vi me gustó. Haces que los defectos parezcan arte.
El silencio se apodera de la estancia y el peso de la realidad va
cayendo poco a poco.
«Carajo. Lo dije».
—No sé lo que quiero, pero no quiero que te vayas.
La súplica y el deseo en su mirada me tienen atado. Acá. A ella. A
esto que nos envuelve y nos engulle con más fuerza a cada segundo.
—No voy a irme —susurro, la mirada fija en sus labios.
Siento el cambio en su respiración. Todos mis putos sentidos
aflorados.
—Necesito estabilidad. —Pega su frente a la mía otra vez—. Ahora
mismo, eres lo único estable en mi vida. Nuestra amistad es lo único que
está bien. No puedo perder eso. No puedo arriesgarme. ¿Lo entiendes?
—Lo entiendo.
Su nariz roza la mía, empezamos a jugar.
—¿Amigos? —susurra y lo siento. Una palabra, la daga más filosa
enterrándose en mi pecho.
—¿Es lo que necesitas?
Silencio. La suavidad de su nariz hipnotizándome.
—Sí.
Un monosílabo robándose mi último latido.
—Amigos —susurro.
—Bien.
La punta de su nariz recorre mi mandíbula, dibuja el contorno de mis
labios.
—Bien —murmuro. La voz ronca, poseída por el deseo irracional.
Siento su aliento sobre mis labios. Todo comienza con un roce
inocente, hasta que saboreo el café en su boca.
—Luci. —Sus dientes juegan con mi labio inferior—. Los amigos no
se besan.
Su boca no me suelta. Siento cómo se arrodilla sobre el sofá, hasta
que su cuerpo está a horcajadas sobre el mío.
—¿No? —susurra, soltando mi labio. Me quita los lentes y los tira a
un costado.
Toda mi hombría duele cuando la siento descender sobre mí.
—No. —Un gruñido, una súplica.
—Odio esto —murmura y sus labios vuelven a la míos.
—¿Qué? —logro decir cuando me deja respirar.
No hay inocencia en la manera en que su boca me reclama. Solo
necesidad. Hambre. Anhelo.
—Que nunca se me da bien seguir las reglas.
CAPÍTULO 19

Mi cabeza toca el respaldo del sofá, mis manos se aferran a su cintura


mientras su boca se deshace en la mía. No sé hace cuánto tiempo que nos
estamos besando, pero me arden los labios y siento cómo la camiseta se me
pega al cuerpo. La temperatura subió mil grados desde que sus caderas
chocan deliciosamente contra las mías para intensificar cada caricia.
—Luci. —Sostengo su cuello, alejándola algunos centímetros de mi
boca. Jadeo hasta recuperar la fuerza para seguir hablando—. Tenemos que
parar.
Sus ojos brillan de deseo, haciéndome sentir un puto dios. Sus
caderas se mueven hacia adelante, sintiendo la dureza de mi anhelo.
—¡Luci! —Cierro los ojos. Mis dedos bajan hasta su cintura,
enterrándose, queriendo traspasar la fina tela de su vestido—. No me hagas
esto. Me estás torturando.
Su pulgar dibuja mis labios, sus caderas continúan trazando círculos
deliciosos.
—Quiero esto —susurra, apoderándose de mi boca otra vez—.
Necesito esto.
Mis manos aterrizan a ambos lados de su cadera, frenando sus
movimientos. Sus ojos lujuriosos me observan adormilados, deseosos.
—Quiero esto —confieso, buscando la calma—. Jamás quise algo
tanto como quiero esto. Pero no puedo hacerlo.
Su dedo continúa trazando mis labios, a pesar de esa pequeña arruga
de confusión que se acomoda entre sus cejas.
—¿Por qué? —susurra, la voz cargada de deseo.
—Porque no puedo compartirte, Luci. —Mis dedos acarician sus
muslos desnudos, respetando el límite del vestido—. Una vez que
crucemos esta línea, no hay vuelta atrás para mí.
—¿Por qué tienes que ponerle una etiqueta a todo? —Sus dedos
acarician mi frente, descendiendo hasta mi nariz—. ¿Por qué no puedes
simplemente sentir?
—¿Lo dice la chica que me acaba de poner la etiqueta de amigo en la
frente y me dejó listo para despachar?
Una sonrisa agridulce curva sus labios.
—No pienso despacharte a ningún lado.
—Pero la etiqueta está.
Su cabeza baja despacio, el cabello cayéndole sobre los hombros.
Deposita su boca sobre la mía, acaricia mis labios.
—Y lo que siento también —susurra.
Me dejo llevar por su sabor. El café, el deseo y la espera, formando el
puto cóctel más adictivo.
Su boca me abruma, estoy excitado y confundido. No sé qué quiere
de mí. Pero cuando se separa y sus manos deslizan hacia abajo los breteles
de su vestido, sé que no tengo armas para esta guerra.
La suave curva de sus pechos me roba el aliento. Mis ojos recorren su
torso desnudo, los pequeños lunares alrededor de su escote y clavícula.
—Luci. —Mi voz es un gemido ronco y ahogado.
Su mano toma la mía, la acerca hasta su pecho.
—Quiero sentirte —susurra, cerrando los ojos—. Por favor.
Sus manos me sueltan, dejando que la mía cubra la blandura de su
pecho izquierdo. Mis dedos se dejan seducir por la suavidad de su piel, por
la dureza de su botón rosado.
—No sabes cuántas veces soñé con tenerte así —confieso, pasando la
atención al otro pecho—. Cuántas veces imaginé cómo se vería tu cuerpo,
cómo se sentiría tu piel bajo mis dedos. —Dejo escapar el aire lentamente
—. Me quitas la respiración, Luci. —Mi índice se pierde en su clavícula,
deslizándose entremedio de sus pechos—. Desde el primer día en que
entraste a esa fábrica abandonada llena de frikis, me quitas la respiración
solo con pensarte.
Sus dedos juegan con el final de mi camiseta, la levantan y acarician
la piel ardiente de mi estómago. Antes de poder procesarlo, la prenda está
fuera de mi cuerpo. Sus ojos adoran mi torso desnudo, deteniéndose en cada
ondulación. Sus labios se acercan a mi pecho, marcando un sendero de
besos camino al sur.
—Luci, por favor —estoy suplicando—. Quiero ser un caballero
contigo.
Su mirada se alza. Me observa, la boca aún pegada a mi vientre.
—No te abalanzaste sobre mí y tuviste nueve años de oportunidades.
El señor Darcy debería besarte los pies. —Otro beso, todos mis músculos se
tensionan—. Deberían escribir novelas sobre ti.
—Luci…
Estoy luchando. Estoy batallando con todas mis armas para no
sucumbir al deseo, pero, carajo… Sus pechos en mis manos, su boca cálida
en mi estómago.
¿Dónde firmo mi sentencia de muerte? ¿Cuál es la puerta que me
lleva al infierno? Porque no saldré vivo de esto.
—No lo pienses más —murmura, como si acabara de leerme la
mente. Su centro vuelve a rozar mi entrepierna, enviando oleadas de calor.
—Quiero hacer las cosas bien contigo.
Su boca se yergue sobre la mía, una sonrisa para nada inocente
desquiciándome.
—Siempre hiciste las cosas bien conmigo. —Su lengua marca mi
labio inferior, reclamándome como suyo—. Por eso tienes esta vista. —Su
espalda se endereza, dejando sus preciosos pechos a centímetros de mi
rostro—. Por eso estás aquí, conmigo. Ahora.
Cegado por el deseo primitivo, mi boca se anima a deslizarse sobre
sus pechos, capturando la dulzura y suavidad que emana de su piel.
—Quiero hacer las cosas bien, Luci. Y ambos sabemos que esto no
es correcto —susurro, mi lengua vuelve a atacar su pezón—. Pero soy de
carne y hueso —alzo la mirada con su pecho aún en mi boca. Sus ojos casi
cerrados, cargados de necesidad— y llevo nueve años deseándote en
silencio. ¿Estás segura de esto?
El silencio es abrumador, solo se escuchan nuestras respiraciones
saturadas.
—No voy a preguntarlo de nuevo.
Una sonrisa seductora curva su boca.
—Gracias al cielo. Demasiada charla, Simón.
Sus labios son agresivos con los míos mientras sus manos intentan
desabrochar mi cinturón. El desenfreno de nuestras bocas me impulsa a
abrazarla y levantarnos del sofá. Camino a ciegas con su cuerpo aferrado al
mío, chocándonos con cada objeto que se interpone entre esa maldita cama
y nosotros. El camino se hace infinito y el pasillo parece un buen atajo.
Un jadeo escapa de la garganta de Luci cuando su espalda choca
contra la pared. Mi boca se pierde en su cuello, enamorándose de sus
hombros y todo a su paso. Sus piernas me sueltan, sus manos se desesperan
por eliminar mi cinturón de la ecuación. Y lo logran, cae al suelo junto con
el resto de su vestido, despejando una incógnita. Desabrocha mis pantalones
y vuelve a envolver sus piernas en mi cadera.
Un relámpago ilumina la estancia, bañándonos de luz blanca.
Mis manos pasean por su espalda desnuda, memorizándola. Sostengo
su cola mientras camino despacio, quiero hacer que este momento sea
eterno. Quiero que dure mil años. Mil vidas.
Abro la puerta de su habitación de una patada, Luci ríe sobre mi
boca. Deposito suavemente su cuerpo en el colchón, de espaldas. Hay una
súplica escondida en sus ojos.
—Quiero verte —susurra, la mirada fija en el pantalón que cuelga de
mis caderas.
Mi pecho sube y baja, desesperado, mientras el pantalón se desliza
por mis piernas.
—Completo. —Su mirada fija en mis ojos—. Ahora.
Me toma un suspiro libidinoso que mi bóxer sea un charco negro a
mis pies.
Su mirada recorre mi cuerpo desnudo, dejando un incendio a su paso.
—Hermoso —susurra—. ¿Equis? —Sus ojos me llaman—. Siento
que tengo demasiada ropa.
Observo su ropa interior, un maldita tanga de encaje lila que no
olvidaré ni cuando tenga Alzheimer.
—Nunca estuve más de acuerdo.
Mis dedos deslizan la prenda por sus piernas, hasta que es historia
junto a mi ropa.
Cuando la veo, completamente desnuda, llena de deseo y confianza,
olvido cómo llegué hasta acá. No existe nada más que estas cuatro paredes
y su carne llamando a la mía. Mi cerebro cede el control a mi cuerpo, y me
dejo llevar.
—Equis —gime cuando siente mi deseo entre sus muslos.
Llevo mi boca a sus pechos, son mi nuevo vicio y lo declaro justo
ahora. Sus piernas rodean mi cintura, acercándome. Cuando su humedad me
roza y una corriente eléctrica recorre mi columna, lo recuerdo.
—Carajo —mascullo.
—¿Qué pasa?
Alzo la vista hasta encontrarme con sus ojos, beso la punta de su
nariz.
—No tengo…
—El cajón. —Señala a mi derecha, leyéndome la puta mente otra
vez.
Abro el cajón de la mesa de luz, encontrándome con una cajita de
preservativos. Tomo uno y hago lo mío, alejando los pensamientos que
llegaron al tocar la caja y recordar mi pesadilla.
«Solo ella y tú. Ella, esta cama y tú».
Su boca vuelve a relajarme, llevándome de nuevo a ese cálido lugar
entre sus piernas.
Somos lenguas que se envuelven, bocas que se muerden, corazones
desquiciados.
Siento su entrada palpitante, el deseo haciéndome vibrar.
—Luci. —Apenas reconozco mi voz.
Sus ojos inundados de pasión me miran entreabiertos.
—¿Sí?
—Te quiero. —Beso su pecho, justo donde late su corazón—. Jamás
pude pensar en otra mujer desde que te conocí. Quiero que nunca olvides
eso.
Una sonrisa acaricia sus labios, volándome los putos sesos. Una
lágrima solitaria desciende por su mejilla, mi boca la atrapa y me rindo. Me
entrego al anhelo, a la sed, a la necesidad, al aprecio, abriéndome paso entre
sus piernas, llenándola por completo.
Siento sus pies sobre mi espalda, sus piernas apretando mi cintura,
acercándome todavía más. Quiero ser gentil, suave, pero su respiración
enloquecida junto a mi oído me envía al borde del precipicio.
—No voy a compartirte —gruño sobre la piel de su cuello—. No
puedo. No después de esto.
Su pecho unido al mío, latido a latido. El vaivén de nuestras caderas
creando un ritmo. Su boca susurrando mi nombre entre jadeos anhelantes,
mi nueva canción favorita.
—No vas a compartirme.
Su declaración hace vibrar mis vertebras.
Sigo llevándonos a otro mundo, solo ella y yo. Y este momento, por
años en mis sueños, hoy frente a mis ojos.
Su cuerpo se aferra más al mío, obligándome a girar sobre mi
espalda. No recuerdo lo que es el oxígeno cuando sus caderas descienden
sobre mí.
—Mierda, Luci…
Llevo mis manos a su cintura, sosteniéndola como si me fuera la vida
en ello.
—¿Amigos? —murmura entre jadeos, trazando círculos delirantes
con su cuerpo.
—Definitivamente… los amigos no… hacen esto.
—¿No?
—No. —Gruño cuando asciende y se deja caer nuevamente.
—¿Y eso quién lo dice?
Llevo mis manos a sus pechos, acunándolos mientras pierdo el puto
juicio.
—La sociedad…
—A la mierda la sociedad, Simón.
Ella es la dueña de este momento.
—A la mierda la sociedad, Luci.
Sus ojos brillan de deseo, su boca entreabierta se humedece.
—¿Amigos?
Deja la pregunta en el aire y sus caderas enloquecen.
—Amigos.
CAPÍTULO 20

Paz. Libertad. Amor. Deseo. Eso siento mientras la cabeza de Luci


reposa sobre mi pecho y mis dedos juegan con su pelo. Siento su
respiración cálida sobre mi piel, acompasándose. El latido enloquecido de
mi corazón asimilando las últimas horas, sin poder creérselo.
—Era homosexual.
Su voz se une a las gotas de lluvia que golpean la ventana.
Su mejilla viaja por mi pecho, hasta que sus ojos se encuentran con
los míos. Mi ceño fruncido habla por sí solo.
—Mi hermano Lucas era gay.
Deja la confesión en el aire, esperando que la tormenta se la lleve. No
digo nada, solo acaricio su brazo y ruego que mi silencio la incite a seguir.
—Tenía dieciséis años recién cumplidos —continúa, su índice
trazando figuras distraídas sobre mi abdomen—. Tres meses antes me lo
había confesado. Confiado. Era la única que lo sabía. Ni siquiera sus
mejores amigos. Eligió ponerlo sobre mis hombros y fui feliz por eso. A la
mañana siguiente, vi el alivio en sus ojos. El peso disminuido, casi como si
pudiera respirar por primera vez. —Siento una lágrima caer sobre mi piel,
tensionando todos mis músculos—. Jamás debió haber llevado esa carga.
Jamás debió haberse sentido juzgado por su forma de amar. Por su manera
de disfrutar de algo tan banal como el sexo. ¿Odiar a una persona por lo que
decide hacer entre las sábanas, como si eso cambiaría su esencia? ¿En qué
clase de mundo vivimos, Equis?
La aprieto más contra mi pecho cuando otra lágrima cae.
—¿Cuál fue el problema? —susurro con voz ronca y cansada,
suponiendo que hubo uno.
—Tener como padre al macho alfa más homofóbico del país. Ese fue
el problema.
Beso su cabeza, la abrazo fuerte. Me gustaría saber qué decir.
—Se enteró de la peor manera —dice y su voz se endurece—. Los
encontró juntos en su habitación. Tenía la maldita costumbre de entrar sin
golpear, inclusive a la mía. —Siento la contracción de su pecho, juntando
todo el valor para continuar—. Fue caótico. Aún recuerdo los gritos, las
cosas rompiéndose. El chico saliendo semidesnudo de la casa. Mi padre
dándole cachetadas a Lucas, como si quisiera despertarlo, arreglarlo.
Arreglarlo, esa palabra usaba para él. A partir de ese día se convirtió en un
monstruo, Simón. Irreconocible ante mis ojos. Jamás quise volver a ser su
nena. Me avergonzaba decir que era mi papá.
—Carajo, Luci —susurro y vuelvo a besar su pelo—. No sé qué
decir.
—Es lindo que te escuchen, ¿sabes? Así. Simplemente hablar y
sentirte escuchado. Valorado. —Sus ojos húmedos se elevan,
encontrándome—. No siempre hay que tener qué decir, a veces el silencio
grita más fuerte. Me enseñaste eso cuando nos conocimos, Equis.
Le sonrío, la mirada fija en esa boca que beso segundos después.
Vuelve la cabeza a su lugar, sobre mi pecho tibio, y continúa:
—Fueron semanas horribles después de aquella tarde. Semanas de
gritos, peleas, platos rotos y llanto. —La pesadez se vuelve rigidez en sus
hombros. La acaricio, deseando deshacerla—. Mi mamá intento que mi
padre entrara en razón una y mil veces. Pero siempre fue chapado a la
antigua. Correcto. Criado para ser el macho más neandertal del puto
planeta. Título, empresas, matrimonio típico, hijos perfectos, familia
perfecta. Todo listo para la foto.
—No quiero echar más leña al fuego, Lu, pero toda esa rabia que
sientes está más que justificada.
Besa mi pecho, vuelve a rozarme con su mejilla.
—Estábamos a un paso de las vacaciones de verano cuando nos
reunió a todos en el living. Sabíamos que algo pasaba por los días de calma
anteriores a esa noche. Vi el pánico en los ojos de Lucas, su vida
dependiendo de su propia sangre. —Inhala profundo, vuelve a acariciarme
con su pulgar—. Lo mandó a vivir a Mendoza con mis tíos y sus cuatro
hijos varones. Todos jugadores de Rugby, todos machos, todos mujeriegos.
Lo alejó de todos sus amigos, de su chico, de nosotros, para que fuera a
hacerse macho. Hombre. ¿Entiendes eso?
—Mierda, Luci…
Cierro los ojos. La sostengo tan fuerte que podría traspasar mi
cuerpo, volviéndonos uno.
—No llegó, Equis. Nunca llegó. —La angustia se adueña de su voz,
pero ya conozco el final de la historia—. Esa noche, el micro volcó. Murió
en el acto. Murió solo y rechazado por su propia sangre, Equis. Murió
sintiendo que nadie lo quería, que algo estaba mal con él. Murió por un
capricho del hijo de puta de mi papá.
No hay abrazo que pueda contener su llanto, que ruge con más fuerza
que la tormenta. Entonces, la dejo. Dejo que se rompa sobre mi pecho,
sosteniendo todos sus pedazos para unirlos con besos después.
—Tendría que haber hecho algo —susurra cuando la angustia va
cediendo.
Busco su frente, dejo mil besos.
—No había nada que pudieras hacer, Lu. Ambos eran menores de
edad, respondían a las decisiones de sus padres.
—Es mi mellizo. Mi todo. Tendría que haber ido con él. Convencer a
mis papás para que me dejaran acompañarlo.
—No te tendría entre mis brazos ahora, si hubieras estado en ese
micro. —Su mejilla se entierra más en mi pecho—. Ni siquiera sabría cómo
respirar, si te hubieras ido.
—Apenas nos conocíamos —murmura y se le escapa algo tan
doloroso como una sonrisa en medio del llanto.
—Y ya me habías volado la puta cabeza.
Las lágrimas se van silenciando gota a gota. Su mentón se apoya en
mi pecho. Las sombras de la noche no pueden ocultar el verde precioso de
sus ojos vidriosos.
—¿Por qué te cuesta creerlo? —Alejo el cabello de su rostro,
colocándolo detrás de su oreja.
—Porque era un adolescente malcriada y resentida.
—Que entró a la fábrica llevándose el puto mundo por delante y pasó
mi prueba en veintitrés minutos, cuando le di una hora para hacerlo —
agrego, y una sonrisa es mi recompensa.
Su ceño se frunce y quiero besarlo.
—¿Te impresioné?
—Marcaste un antes y un después en mi vida, morocha.
Muerde su labio inferior, endureciéndome al instante. Mira hacia la
ventana, la lluvia golpeando el vidrio, y con cierta nostalgia dice:
—Fuiste un idiota conmigo ese día.
—¡Ay! —Me quejo entre risas cuando muerde mi pecho—. Tenía que
hacerlo, era el encargado de decidir quién entraba y quién no.
—Dime la verdad. —Me muerde otra vez, ahora más suave. Sonrío
en respuesta—. Pensaste que no lo lograría, ¿no?
Clavo los ojos al techo, recordando ese día. Nueve años atrás,
viéndola entrar con ese vestido celeste y sus zapatillas negras, robándome el
oxígeno a cada paso. Vuelvo a perderme en sus ojos, sin poder creer que
estemos así ahora.
—¿La verdad? —Asiente—. Creí que te habías escapado de un puto
desfile de Victoria's Secret. Te subestimé porque era un imbécil. Soy un
imbécil. —Niego con la cabeza, sonriendo, perdido en el recuerdo—. Pero
cuando me dijeron que alguien nuevo se uniría y cuando te vi entrar…
Carajo —suspiro—, me achicharraste las neuronas y quise que pagaras por
eso. Y cuando te di una hora para desbloquear mi computadora, protegida
con lo mejor de lo mejor, y acceder a mis archivos personales y lo hiciste en
veintitrés minutos, ahí, en ese preciso instante, me enamoré de ti.
El silencio es un paño helado sobre mi cuerpo caliente.
—¿Estoy siendo muy intenso?
Su mirada brilla, pero su boca es una bella línea neutra.
—Un poco.
Cierro los ojos, ya la estoy cagando.
—¿Equis?
Su voz me hace ver de nuevo, la encuentro subiéndose sobre mí.
—¿Qué?
Mis músculos se endurecen cuando su boca deja besos por mi pecho,
camino al sur.
—¿Y si dejamos de hablar?
Sus labios continúan descendiendo, la vista volviéndome loco.
—¿No estás cansada?
Una sonrisa pícara en su rostro, mi puto corazón en sus manos.
—No estoy ni cerca de terminar contigo.
CAPÍTULO 21

Revuelvo el café, podría agujerear la taza si continúo un minuto más.


—… por eso apenas pudimos dormir estos días, se la pasa
vomitando. Odio el primer trimestre. Quisiera cambiar de lugar y sufrirlo
por ella.
La cucharita se detiene, la mano de Ángel sostiene mi muñeca.
—¿Dónde estás? —pregunta, soltándome—. Porque no estás
escuchando una mierda de lo que digo. ¿Es Ofelia?
Niego con la cabeza, sorbo un poco de café mientras ordeno mis
ideas.
—Mi madre sigue igual, no hay mejorías. —Me paso las manos por
el rostro, sintiendo el cansancio sobre los hombros—. Solo los mismos
putos ataques multiplicados por cien. La enfermera hace todo lo que puede,
intenta mantenerla sedada cuando todo es demasiado. No me gusta. —
Juego con el sobre de azúcar—. Pero es lo mejor para su salud, es la única
manera de evitar que le suba la presión.
Ángel se recuesta sobre el respaldo del silloncito de la cafetería de
siempre, la misma donde conoció a Bas.
—¿Qué más tienes en la cabeza?
Saca su notebook, la abre. Sé lo que va a mostrarme y no estoy
preparado para verlo. Para escucharlo.
—Estuve con Luci —suelto, sin pensarlo demasiado.
—Bien. —Me guiña el ojo mientras tipea algo, la pantalla
iluminando sus facciones—. ¿Fueron al cine? ¿Qué película vieron?
—No me estás escuchando, estuve con Luci.
—Te escuché, Cerdo. ¿Salieron? ¿Cómo la pasaron?
Su mirada sigue fija en la computadora, concentrado en lo que
realmente nos convoca esta tarde.
Me inclino un poco sobre la mesa y en voz baja añado:
—Hice el amor con Luci.
Sus ojos se clavan como dardos en los míos, su rostro palidece.
—¿Me estás jodiendo?
—¿Te parece que jodería con algo así?
Cierra la notebook mientras una sonrisa gigante toma forma en su
boca.
—¿Cómo…?
—Yo tampoco lo entiendo. —Me encojo de hombros, volviendo a mi
lugar—. Tengo una puta licuadora en la cabeza.
—Necesito… recapitular. —Se rasca la cabeza—. ¿Cómo pasaste de
mejor amigo que le lleva un castillo inflable en su cumpleaños a acostarte
con ella? Me estoy perdiendo de algo.
—Nos besamos otra vez y fue... más intenso. —Me despeino el pelo
con frustración—. En su fiesta de cumpleaños, en su habitación. Contra la
puerta.
—¿Y por qué mierda yo no sé nada de esto?
Está ofendido. Y no está fingiendo.
—No lo sé… No encontré el momento para decírtelo, estoy con
demasiadas cosas en la cabeza. Supongo que se me pasó…
Me mira como si fuera a arrancarme las pelotas con los dientes.
—¿No encontraste el momento para decirme que estás avanzando
con la mujer que amas en silencio desde hace nueve putos años? —Mira
alrededor, vuelve a fulminarme—. Me llamas a cualquier maldita hora y me
lo dices. Punto.
—¿Vas a romper conmigo o algo así? —Alzo las cejas—. Porque
estás poniéndote demasiado dramática. ¿Debería comprar helado para
superar la ruptura?
La sonrisa tira de su boca otra vez.
—Imbécil… —murmura, dejándose caer en el respaldo—. No
entiendo nada. ¿Cómo…? ¿Qué pasó con Eric?
Hasta el último puto músculo de mi cuerpo se tensiona al escuchar su
nombre. No quise detenerme a pensar en él, solo repetí la voz de Luci una y
otra vez en mi cabeza.
«No vas a compartirme. No vas a compartirme».
—Yo tampoco entiendo nada, Gelco. Solo sé que después de su fiesta
de cumpleaños las cosas no quedaron muy bien entre nosotros. El puto Eric
apareció cuando nos estábamos besando.
—¿Los vio?
Niego con la cabeza.
—Luci me arrastró al baño y fingió que estaba descompuesta. El
idiota se lo tragó. Pero lo escuché… Lo escuché hablando de la noche que
tenía planeada para ella y todo dentro de mí hirvió. —Entierro la cabeza
entre las manos—. Me fui y la ignoré por días, hasta que apareció en mi
casa. Me pidió que habláramos. Fuimos a su departamento y… Carajo. —
Cierro los ojos, sintiendo su boca sobre mi piel—. Ni siquiera me lo creo,
Gelco. Fue la mejor noche de mi puta vida. Me sentí tan…
—…vivo —completa por mí—. Así me sentí cuando estuve con Bas
por primera vez. Vivo.
Asiento, los recuerdos aflorando en mi mente.
—¿Qué pasa ahora? ¿Dejó lo que tenía con Eric?
—No lo sé… —Miro el café negro, burlándose de mí—. Le dije que
no podía compartirla, se lo dije antes de que llegáramos a la cama. Me dijo
que no iba a tener que hacerlo, pero soltó esa mierda de amigos con
derechos otra vez.
El ceño de Ángel se frunce.
—¿Amigos con derechos?
—Luci no soporta las etiquetas, la conoces. No quiere atarse a nada,
por eso la mierda que tenía con Eric no era nada sólido. Solo… sexo y
fiestas. —La sangre es lava recorriéndome solo con pensar en Eric
disfrutando de su cuerpo—. Me dijo que solo fuéramos amigos y al segundo
estaba sobre mi regazo, besándome como si el aire solo existiera en mi
boca. No la entiendo…
—¿Estás seguro de que puedes hacer esto? —Mi ceño se frunce, mis
hombros caen—. Ser amigos que tienen sexo. ¿Puedes con eso? La amas,
Equis. No podemos sacar eso de la ecuación.
—Supongo que… puedo, siempre y cuando ninguno de los dos se
acueste con alguien más.
—¿Se lo dejaste claro?
Su cuerpo está tenso, como si lo que acabo de contarle no le gustara
por completo.
—Le dije que no podía compartirla y estuvo de acuerdo en eso. —
Suspiro, necesitando cerrar el tema—. Sabe que estoy enamorado de ella,
Ángel. Se esmera en pretender que no lo ve, que no lo oye, para escapar del
compromiso. Pero lo sabe. Si no quiere que le ponga una etiqueta de Novia
de Equis en la frente, está bien. Mientras podamos estar juntos dejaré que
llame a lo que sea que tenemos como tenga ganas.
—No quiero que esto sea un peso más sobre tu espalda, hermano.
La preocupación brilla en sus ojos.
—Estaré bien, podré manejarlo. —Mis palabras no lo convencen—.
Mierda, Ángel, tranquilo. Por una puta vez tengo lo que siempre quise. Yo,
un imbécil retraído que se escondió toda su vida detrás de una pantalla,
acostándose con la mujer que siempre deseó. ¿Entiendes lo que esto
significa para alguien como yo?
—¿Puedes dejar de menospreciarte? —Su rostro se endurece—. Eres
un tipo atractivo, con una inteligencia peligrosa. Una maldito uniformado,
un amigo de fierro tan meloso como un puto tarro de dulce de leche. No
quiero escucharte hablar más mierda sobre ti.
El silencio me deja sordo. Media cafetería nos está mirando.
—¿Crees que soy atractivo? —Le guiño un ojo—. ¿Debería hablar de
esto con tu esposa?
—Voy a patearte el culo cuando salgamos de aquí.
—Vas a besar mi culo cuando salgamos de aquí. Prácticamente te me
estás declarando.
Ahora sí, no puede evitar la carcajada. Ambos reímos hasta que la
gente deja de mirarnos.
Entonces, suspira agobiado y dice:
—Sé qué no quieres hablar de esto, pero…
—Lárgalo. —Señalo su computadora con la cabeza—. Mejor
terminar con esto lo más rápido posible.
Asiente y abre la notebook, saca una carpeta azul de su portafolio.
—Me llevó un poco más de lo pactado juntar toda la información
porque no existían registros médicos ni laborales de… ella por ninguna
lado, como si se hubiera evaporado del sistema por algunos años.
—Claudia —mascullo—. Puedes llamarla por su nombre, Ángel.
Tengo esta mierda superada hace rato.
Inhala profundo, su gesto se endurece y asiente.
—Desde que los dejó en la iglesia, no hay registros médicos hasta
seis años después, cuando dio a luz en un hospital de Tucumán.
—¿Tucumán?
Asiente.
—Un varón. Sano, tres kilos y trescientos gramos. —Desliza la
carpeta sobre la mesa, la atrapo—. Nicolás. Actualmente tiene dieciocho
años. No hay registros laborales, pero sí escolares. Es estudiante del cbc de
Medicina en la Uba.
Mi cuerpo se entumece.
Tengo un hermano. Un puto hermano que estudia Medicina a
minutos de mi casa. Y no sabe que existo.
—¿Sigo?
La mirada de Ángel es paternal ahora. Asiento.
—Encontré un acta de defunción de tu abuelo José, fechada en el
2014. —Trago duro, puedo notar que algo no va bien—. Y…
—Suéltalo ya, Gelco. ¿Desde cuándo damos tantas vueltas? Te pedí
que hicieras esto, sabiendo cómo podrían ser las cosas. Di lo que sea que
tengas que decir. —Aprieto el puño sobre la mesa—. Tengo esta mierda
superada.
—También hay una de Claudia, fechada en el 2016.
Cierro los ojos. Los pocos recuerdos que guardo de mi madre vienen
a mí, oprimiéndome el pecho.
—¿Causa? —Mi voz es baja.
Mira la pantalla, vuelve a mirarme.
—Sobredosis de cocaína.
Entierro las uñas en mis palmas.
—Siempre fue una adicta, era cuestión de tiempo.
—Equis, no tienes que…
—¿Hay algo más? —lo interrumpo.
Suspira, incómodo. Por primera vez, mi hermano está incómodo a mi
alrededor.
—Sí. —Escucho y me preparo para lo que mierda sea—. Lucrecia, tu
abuela, vive acá en Buenos Aires con Nicolás. —Señala la carpeta cerrada
frente a mí—. Ahí están todas las direcciones, números de teléfonos y la
información detallada de cada uno. Todo. Cuentas bancarias, deudas,
historias clínicas. Todo lo que existe sobre ellos, está ahí.
Miro la carpeta con asco, levanto la solapa y me encuentro con el
montón de hojas que no pienso leer.
—Gracias por hacer esto. —Guardo la información en el bolso, me
aflojo la puta corbata. Odio los días que viene el supervisor y me obligan a
vestir esta mierda.
—Estoy para lo que necesites, Cerdo. Si falta algo más, solo tienes
que decirlo.
Asiento, dejo unos billetes para la camarera sobre la mesa y me
levanto.
—Tengo que llevarle esto a Lara.
—¿Crees que lo tomará bien?
—Ella quería esta mierda, acá la tiene.
—Ey, Equis. —Su mano me detiene, se levanta—. Ella tiene derecho
a saber de dónde viene, lo sabes. Que tú hayas pasado página, no significa
que ella tenga la misma suerte. Deja de lado la rabia y sé el hermano
protector que necesita. —Aprieta mi hombro—. Está gritando en silencio y
eres el único que puede escucharla.
Asiento una vez más, palmea mi espalda y salgo.
Llevo una bomba en la mochila, y está a punto de explotar.
CAPÍTULO 22

Después de tres intentos, mi puño deja el aire y se anima a golpear su


puerta.
—¿Qué? —Escucho desde el pasillo.
—Tenemos que hablar.
—No tengo ganas.
Inhalo profundo, apretando la carpeta entre mis dedos.
—Voy a pasar.
Abro despacio, casi como si estuviera entrando al infierno. Lara está
acostada, mirando por la ventana. El cuello del cadáver de una botella se
asoma por debajo de la cama.
—Tengo lo que querías.
Noto cómo sus hombros se endurecen y rompo el silencio una vez
más.
—¿Lo vas a querer o me lo llevo?
Se da vuelta, sus ojos almendrados atados a los míos. Se sienta en la
cama, mira la botella, su cómplice amargo.
Extiendo el brazo, carpeta en mano, pero me detengo antes de que
pueda agarrarla.
—¿Estás segura de que puedes manejar esto?
La furia se levanta entre sus cejas, lista para atacar.
—¿Alguna vez vas a dejar de verme como un ser inferior?
Mis puños se cierran, arrugando los papeles.
—¿Qué…? —Miro por la ventana, la noche joven y llena de estrellas
—. Estoy intentado cuidarte, Lara. Todo lo que siempre hice fue cuidarte.
Un atisbo de vulnerabilidad cruza sus ojos, humedeciéndolos, pero la
rabia vuelve a pararse.
—¿Vas a dármelo de una puta vez? —Señala la carpeta con la
cabeza.
Suspiro, harto de esta mierda. Cansado de luchar contra esta marea
que me engulle cada día un poco más. Tiro la información sobre su cama y
camino hacia la puerta. Me detengo antes de cruzarla, mis dedos triturando
la manija.
—¿Quieres que lo revisemos juntos? —Mi voz apenas audible.
—Quiero estar sola.
Cierro los ojos, inhalo profundo.
—Si vas a querer hacer algo con toda esa mierda, dímelo primero. —
Mi mandíbula más tensa que mis hombros—. Y, por favor, no se te ocurra
decirle ni una sola palabra de esto a Ofelia. La mataría.
El silencio es la única respuesta de las almas afligidas.
Y estoy bien con eso, porque, ahora mismo, no quiero escuchar nada
más.
Camino hasta la habitación de mi madre como si fuera un fantasma
vagando por los pasillos de esta casa que me acobijó desde los diez años.
Me detengo en su puerta entreabierta, la cruzo cuando reúno suficiente
coraje. Veo su cuerpo, cada vez más delgado, descansando entre las
sábanas. Me acerco en silencio, a pesar de que el sedante que la mantiene
en un mundo mejor apenas la deja ser consciente de lo que la rodea. Me
siento a su lado, su mano fría entre las mías.
—¿Mamá?
Su ceño se contrae suavemente, pero sus ojos y su boca continúan
mudos.
—No voy a permitir que te lleven a ese lugar otra vez —susurro, mi
pulgar acariciándola—. Vas a estar en tu hogar, rodeada de tus cosas, de tus
recuerdos. De mí. Lo prometo.
El ceño se descomprime en un suspiro, casi como si entendiera mis
palabras.
—Nunca voy a poder agradecerte lo suficiente. —Beso el dorso de su
mano, su piel fría me entristece—. Por elegirme. Por elegirnos, a Lara y a
mí. Por amarnos como si fuéramos tuyos. Me diste una segunda
oportunidad. Me diste la vida que hoy disfruto. Por eso no voy a dejar que
te separen de mí. ¿Me escuchas? No voy a permitir que te lleven a ningún
lugar. No otra vez. —Una lágrima moja su piel, es mía—. Estamos juntos
hasta el final. En esta casa. Como desde el primer día, solo tú y yo,
eligiéndonos.
Me levanto, mi alma temblando en sus manos. Deposito un beso en
su frente y susurro:
—Tu Simón. Mi Ofelia. Para siempre.
Cuando bajo la escalera, Dora me observa como si tuviera un tercer
ojo. Sé que estoy pálido, sé que mis piernas parecen gelatina.
—Simón, ¿estás bien?
Su voz llega a mis oídos, pero estoy demasiado aturdido para
responderle.
—Simón, deberías sentarte. —Escucho el eco, no sé de dónde viene
—. Voy a tomarte la presión.
—No. —Toco los bolsillos de mi pantalón, mi cuerpo hierve—.
Tengo que salir. Yo… necesito salir.
—Simón…
Cruzo la puerta. Subo a mi moto. Vuelo por las calles. El mundo sin
sonido. No sé a dónde voy, solo sigo a mi cuerpo mientras mi mente se
esconde en aquella esquina. Oscura. Fría. Segura. Conocida.
Mis pies aterrizan y me llevan. No me doy cuenta dónde estoy hasta
que el hombre de seguridad inclina su cabeza para saludarme y el ascensor
frena en el sexto piso.
Toco el timbre, escucho la melodía suave de Cigarettes escaparse por
debajo de la puerta. Esta se abre solo un poco y el rostro de Luci se asoma.
—¿Equis?
Cuando mis ojos encuentran su mirada, encuentran la calma. La puta
luz al final del túnel.
Abre más la puerta, dejándome ver su cuerpo enfundando en una bata
de seda negra y su cabello mojado. Recién salida de la ducha, preciosa y
relajada. Me tiende la mano, la tomo y me lleva dentro. Cierra, sus ojos se
llenan de preocupación cuando sus dedos acarician mi mejilla y encuentran
una lágrima. Una que ni siquiera sabía que estaba ahí. Deslizándose.
Quebrándome. Rompiéndome.
—Equis, ¿qué pasó? —Sus pulgares acarician el contorno de mis
ojos, queriendo llevarse la angustia—. ¿Qué pasa?
—Necesito dejar de pensar. —Acorto la distancia entre nosotros,
pegando su espalda a la pared, mis manos ahuecando su rostro—. Por favor,
Luci, haz que deje de pensar.
Mi boca devora la suya. Sus labios se sorprenden, pero me responden
con la misma voracidad. Siento su sabor llenándome, café y chocolate.
Quiero más.
Cuando la beso, ella es lo único que ocupa mi mente. Quiero
llenarme de Luci. Necesito llenarme de Luci. Solo ella, mi boca y nada más.
—Equis. —Sus labios me apartan entre jadeos—. ¿Qué pasó?
¿Quieres hablar? Puedes contarme lo que sea.
Mis dedos se aferran a su pelo, llevando suavemente su cabeza hacia
atrás, dejando su esbelto cuello al descubierto. Dibujo un sendero de fuego
con mis besos desde la clavícula al lóbulo de su oreja. Y de vuelta a
empezar.
—Equis…
—No quiero hablar ahora, Lu. —Beso la cima de su escote, sigo mi
viaje de vuelta hasta su mandíbula—. Necesito dejar de pensar.
Su boca me busca de nuevo y nuestros labios se destrozan. El anhelo
y la necesidad rugen con fuerza, implorando alcanzar la saciedad.
Es primitiva la manera en que mis dedos se aferran al lazo que se
anuda en su cintura. Lo deshacen sin culpa y miran satisfechos la bata tocar
el suelo.
—Equis —gime mi nombre, el placer anticipándose en los huesos—.
Necesito saber qué pasa. —Sus manos sostienen mis mejillas, uniendo
nuestras frentes—. Quiero que estés bien.
Miro hacia abajo, sus pechos firmes y húmedos por la ducha.
—Lo estaré cuando te tenga.
Mis manos se pierden en su cintura, levantándola. Sus piernas se
enroscan en mis caderas y sus dedos llegan a mi nuca. Mi boca roba hasta el
último aliento de la suya mientras caminamos a ciegas. Una maraña de
extremidades y nervios atravesando el pasillo. La cocina está mucho más
cerca que la habitación, y parece ser el lugar perfecto para saciar el hambre.
El fuego que trepa por mis piernas, ansiando liberarse.
Apoyo el cuerpo desnudo de Luci sobre la isla. El frío mármol
erizando su piel.
—Tan hermosa —susurro, viendo sus curvas pálidas recostadas sobre
la mesa. Su suave abdomen llevándome hasta sus pechos turgentes.
Llevo las manos a mi espalda, mi camiseta desaparece en un suspiro.
Luci se retuerce de anticipación mientras mis dedos bajan el cierre de mi
pantalón. Antes de liberarme, busco la billetera en el bolsillo trasero. Ahora
preparado, saco un pequeño paquete plateado.
—No —susurra, mirándome desde abajo, las pupilas dilatadas—.
Tomo anticonceptivos y… estoy sana. ¿Estás…?
—Estoy sano. —Miro su cuerpo recostado sobre la mesa, desnudo y
listo para mí—. Nunca lo hice sin uno de estos —digo, sosteniendo el
preservativo en la mano. Mis piernas tensas, mi sangre hirviendo.
—Déjame ser tu primera —susurra, haciéndome olvidar mi puto
nombre.
—Mierda, Luci. —Tiro el preservativo al suelo—. Ni siquiera tienes
que intentar convencerme.
Sonríe, tan segura de sí misma, sabiendo que me tiene en la palma de
su mano. Y, carajo, me encanta que así sea. Me encanta la puta confianza
que su cuerpo desprende, esa que deposita en mí.
La acerco más a mí. Sus piernas se abren, ansiosas por recibirme. Por
crear esa melodía tan nuestra, ese ritmo al que mis caderas se han vuelto
adictas.
Y, a pesar del hambre rugiendo, voy lento. Despacio. Suave.
Sintiéndola formar parte de mí poco a poco.
Piel con piel.
Éxtasis.
Polvo de estrellas.
Puto y delicioso caos.
—Equis. —Su cuerpo vibra bajo el mío.
—Lo sé —gruño. Mis dedos enterrándose en sus caderas, mi pecho
inflándose, jadeando de forma animal.
La paciencia es solo una palabra cuando veo sus pechos mecerse, su
cabello húmedo formando un abanico negro sobre el mármol. El vaivén de
nuestros cuerpos se descontrola. Entro en un bucle infinito donde lo único
que existe son sus gemidos, alentándome a seguir.
Una. Dos. Tres.
—¡Simón!
Cuatro. Cinco. Seis.
—¡Luci!
Mi cabeza cae sobre su estómago, el sudor uniéndonos de mil
maneras más íntimas. Sus dedos aterrizan en mi pelo, juegan con los
mechones enrulados.
—¿Fue suficiente para dejar de pensar?
Alzo la vista, me encuentro con sus pechos y sigo hasta su rostro.
Una puta sonrisa descarada y saciada en su boca.
—Ni siquiera recuerdo cómo me llamo —murmuro, beso la piel tibia
de su abdomen.
Una risa suave y nos desprendemos. La ayudo a levantarse.
—Estoy temblando. —Se aferra a mi pecho. La abrazo, sosteniéndola
entre la mesada y mi cuerpo.
—Ahora todo lo que tengo en la cabeza es Luci.
Sonrío, las olas de la calma cubriéndome.
—Me preocupas, Equis. —Sus dedos alejan un mechón de mi frente.
Sus ojos son dos bonitas piedras verdes que me observan como si fuera
único—. Puedes hablar conmigo. Siempre pudiste hablar con…
El timbre suena, trayéndonos a la realidad.
El ceño de Luci se frunce. La observo caminar desnuda hasta el
portero eléctrico, mientras me subo el cierre del pantalón. Mira la camarita.
Todo el rubor de su rostro desaparece.
—¿Qué pasa?
Sus ojos aturdidos me buscan.
—Es Eric.
CAPÍTULO 23

El nombre rebota en mis huesos, nublándome la vista.


—Es Eric —repite.
El timbre sigue sonando. Una, dos, tres, mil veces.
—¿No hablaste con él?
Me da la espalda, corriendo hacia el living. Su silencio abriéndome el
pecho a la mitad.
Sigo sus pasos, sintiendo cómo su mentira duele. Quema. Arde bien
adentro.
«No vas compartirme. No vas a compartirme».
—No hablaste con él, ¿verdad?
La observo buscar la bata por el piso, ponérsela con nerviosismo.
—Luci, te estoy hablando.
El puto timbre sigue sonando.
—No pude. —Sus manos van a su cabello húmedo—. Desde que
estuvimos juntos… Desde que nosotros…
—¿Qué?
Tengo el corazón en la garganta. Imágenes enfermizas en la cabeza.
—Eric y yo no nos vimos. —Mi cuerpo se afloja, casi puedo respirar
—. Estuve evitándolo. Estuve intentando ver cómo terminar todo esto…
Equis, escóndete. ¿Sí?
—¿Que me esconda?
Corre de un lado a otro como si fuera la escena de un crimen.
—Sí, por favor. —Señala a mi izquierda—. Ve al taller. Quédate ahí
hasta que se vaya. Será rápido, lo prometo.
—No voy a esconderme. —Mi pecho se endurece—. Déjalo pasar y
yo hablaré con él.
Su puto dedo se pega al timbre, rompiéndome los tímpanos.
—No vas a hablar con él.
—Hablemos los tres.
—Equis —sus palmas tibias se apoyan en mi torso desnudo,
empujándome hacia atrás, guiándome a su taller—, es algo que tengo que
resolver sola. Por favor.
Cierro los ojos, gruño por lo bajo.
—Voy a salir si escucho algo que no me gusta.
—Solo entra. —Me empuja—. Será rápido.
La oscuridad de su taller me engulle. Enciendo la luz, media docena
de atriles con pinturas a medio terminar me dan la puta bienvenida.
Mis ojos recorren el pequeño cuarto, absorbiendo todo su arte.
Paredes cubiertas de bosquejos en tonos grises, lienzos blancos, acrílicos y
sábanas manchadas de mil colores.
Quiero acercarme a los cuadros. Quiero verlos. Leerlos. Pero no
pienso despegarme de la puerta. Tengo que estar alerta. Saber qué es lo que
pasa.
Después de varios minutos de silencio, escucho la puerta abrirse. Mi
vello se eriza cuando el murmullo de voces se limpia, poco a poco,
volviéndose audible.
Apago la luz, abro la puerta. Solo una hendija. Solo para dejar pasar
el sonido.
—¿Por qué no me esperaste para la ducha?
Lo siento correr por mi espina dorsal. El fuego. La furia.
—No me siento bien, Eric. —La voz de Luci suena distinta.
—¿Otra vez la mierda de la menstruación? ¿Cuántas veces te viene al
mes? —Aprieto los puños, me pego más a la puerta—. ¿Por eso me estás
evitando, gatita?
Pienso en ella. Pienso en lo que acaba de pasar en su cocina. Su
cuerpo y el mío. Cuento hasta diez. Aun así, no digiero el puto gatita.
—¿Por qué viniste? —Hay que ser un imbécil para no darse cuenta
de que Luci esconde algo. ¿El idiota no conoce su voz?—. ¿Hoy no tenías
ensayo?
—Justo en diez minutos. —Escucho, el alivio en oleadas gigantes. Se
va. Se va—. Pero dejé mi guitarra favorita acá la noche de tu fiesta. ¿Sigue
en el taller, donde la dejé?
Mi cuerpo se vuelve piedra. Célula a célula, endureciéndose.
—Eh… No estoy segura. —Siento el pánico en su voz. ¿Por qué este
imbécil la pone tan nerviosa?
—Voy a fijarme.
Escucho los pasos acercarse.
Miro alrededor. Con pies mudos, intento esconderme en el armario.
Mi puto metro noventa apenas cabe, mi cuello contorsionándose,
ganándome una contractura segura.
Ni siquiera respiro cuando la luz se enciende. Lo escucho. Hace
sonar las cuerdas afinadas. Segundos después, la oscuridad vuelve a reinar.
La puerta se cierra.
Respiro.
Cuento hasta diez y salgo, intentando no hacer ruido. La penumbra es
absoluta, no puedo divisar las figuras que me rodean. Sé que voy en
dirección a la puerta, quiero llegar. Necesito escuchar. Me choco con algo,
creo que un atril, y el estruendo me congela en el lugar.
—Por Dios, ya no sé qué hacer con Pixel —dice Luci, exagerando—.
Se la pasa tirándome los atriles, voy a tener que empezar a cerrar la puerta.
—¿El gato está indomable? —La voz del imbécil haciendo presencia.
—Indomable —recalca ella, y sé que ese cumplido es para mí—.
Absolutamente indomable.
—El otro día, en tu fiesta, el malnacido me rasguño.
Una sonrisa se ensancha en mi boca.
«Bien hecho, Pixel. Te debo un sobrecito».
—¿Vas a llamarme cuando se te pase esta mierda? —Siento las venas
de mi frente a punto de explotar—. Te extraño, gatita.
—Claro. —Su voz es tensa.
El silencio es lo único que se escucha por unos segundos y mi
corazón se desespera.
—No me corras la cara, Lucía.
Mi pulso se acelera cuando percibo el cambio en su voz.
—No estoy de humor hoy, Eric. Ya sabes cómo me pongo en esos
días…
No sé cómo hice, pero la puerta está entreabierta otra vez.
—Nunca me niegues un puto beso. ¿Me escuchaste?
Silencio.
Mi pulso latiendo a un ritmo inhumano.
—Llámame, gatita.
La puerta se cierra.
No espero ni un puto segundo para salir.
Luci está de espaldas a la puerta, la mano en su cuello.
—¿Qué mierda fue eso?
Su mirada me encuentra, veo el esfuerzo que hace por volver a ser la
misma chica que gimió mi nombre minutos atrás.
—¿Podemos sentarnos? —Su cuerpo va directo al sofá—. ¿Podemos
mirar una película y comer chatarra como siempre? Lo necesito.
Camino hasta el sillón, su pequeño cuerpo perdiéndose entre los
almohadones. Me siento cerca. Muy cerca.
—Quiero saber de qué va toda esta mierda, pero, lo más importante,
¿por qué dejas que te trate así?
Cierra los ojos, niega con la cabeza. Veo una emoción sin nombre
cruzar su rostro.
—Luci —mi mano reposa en su tobillo desnudo, acariciándolo—,
¿por qué le tienes miedo?
Sus ojos se abren, grandes, verdes y húmedos.
—No le tengo miedo.
—Lu, puedo ver lo nerviosa que te pone estar cerca de él. ¿El imbécil
te hizo algo?
Su silencio me come vivo.
—¿Lu?
—No. —Su mano busca la mía, juega con mis dedos—. Solo… se
pone un poco idiota cuando está drogado. Eso es todo. Me habla como un
imbécil, pero jamás me hizo nada.
Enloquecido. Sediento de su puta sangre en mis manos.
—¿Estaba drogado recién?
Una risa nerviosa escapa de su boca carnosa.
—Siempre está drogado cuando va a ensayar. Estímulo extra para la
creación…
Cierro los ojos, inhalo profundo.
—No voy a presionarte para que hables con él. —Siento mis dedos
tiesos entre los suyos—. Solo… no te acerques demasiado, por favor. No
me gusta cómo te trata, Lu. No me gusta nada.
Asiente y su mejilla busca mi pecho. Nos quedamos en el sofá,
abrazados. Crush de Cigarettes sonando de fondo. Mi mente había
bloqueado la música desde el momento en que su bata tocó el suelo. Recién
ahora soy consciente de la melodía que nos envuelve.
—¿Por qué viniste, Equis?
Su voz es suave y seductora ahora. La voz de mi Luci. La verdadera
Luci.
—Te necesitaba.
La acerco más a mi pecho. Su boca deja un beso sobre mi piel.
—¿Tu mamá y Lara están bien?
Sé que siente cómo mi cuerpo se tensa. Lo sé porque su mano recorre
mis músculos.
—Mamá no está bien. —Aprieto la mandíbula, intentando controlar
el tono de mi voz.
Su cabeza se alza un poco, sus ojos me buscan.
—Puedes hablar de esto conmigo, Equis.
Beso su frente. Mi boca se queda en su piel unos segundos más
buscando fuerza.
—Las alucinaciones son cada vez más fuertes, más recurrentes. Su
salud se está deteriorando.
Besa mi pecho y susurra:
—¿Vas a… internarla otra vez?
—No. —Siento la impotencia calentar mis venas—. Después de lo
que pasó la última vez, no voy a permitir que vuelva a ese lugar. A ningún
lugar.
Su silencio me reconforta. Sé que no quiere presionar.
—La mantenían sedada las veinticuatro horas del puto día, Lu. —Mis
brazos se cierran instintivamente a su alrededor—. No importaba si tenía
alucinaciones o no, la sedaban. Cuando iba a visitarla, no me reconocía.
Gritaba pensando que iba a hacerle daño. Yo, su hijo.
Sus dedos acarician mi torso, subiendo y bajando, trazando
armoniosas líneas en mi piel.
—Cómo… ¿Cómo llegaste a ser su hijo?
Cierro los ojos, pienso en ella contándomelo todo sobre su pobre
hermano y el hijo de puta homofóbico de su padre. Sobre la destrucción de
su familia.
—Mi madre biológica nos dejó en la puerta de una iglesia a mi
hermana y a mí cuando tenía seis años. Esa parte ya la conoces. —Me ve
apretar el puño; entonces, su mano envuelve la mía, relajándome—. No
recuerdo mucho sobre esa época, era demasiado chico. En mi cabeza solo
hay fragmentos. Como escenas de una película, como una historia que te
contaron. Solo sé que en mi casa había gritos. Todo el día, gritos. Y hambre.
Y mamá dormía mientras Lara lloraba y lloraba. Y yo la sostenía en mis
brazos, pero era tan pequeña… y mis brazos no eran fuertes. Recuerdo que
me daba miedo lastimarla. Pero solo cuando la sostenía se calmaba. Y mi
cabeza dolía tanto. Solo quería que parara de llorar. Y mamá dormía. Solo
dormía.
Sus dedos me acarician el brazo. Su cabeza sobre mi pecho me hace
sentir tranquilo, seguro.
—¿Qué pasó después de la iglesia? —pregunta en un susurro.
Intento recordar. Siempre intento recordar, pero todo es tan confuso.
—En realidad no lo sé. Solo… la policía. Y después aparecimos en
una casa gigante, llena de chicos de diferentes edades.
—¿El Hogar?
—Uno de tantos. Durante los siguientes cuatro años pasamos por
diferentes hogares. Algunos mejores, otros peores. Fue difícil mantenernos
juntos. —Mis dedos se pierden en su pelo, necesitando una distracción—.
Lara era un bebé, tenía dos años. Todo el mundo quiere a los bebés, son
fáciles de moldear. Nadie quiere a un nene de seis años con demasiada
mierda en la cabeza.
—Excepto Ofelia —susurra.
—Excepto Ofelia. —Mi pecho se llena de calidez con el recuerdo—.
Cuando tenía ocho años, una celadora nos juntó a Lara y a mí. Nos dijo que
había una joven pareja interesada en nosotros. En ambos. Íbamos a
permanecer juntos, nadie iba a separarme de mi hermana. Fue el puto día
más feliz de mi vida. —Beso su cabeza, necesitando más contacto para
poder continuar—. Los conocimos semanas después. Ofelia era joven y
hermosa. Buena y dulce. Su esposo, Rubén, era divertido y un abogado
importante. Tuvimos muchas visitas, salimos a pasear muchas veces. Cine,
juegos, comidas. Todos los chicos del hogar nos envidiaban. —Recuerdo
aquellos días y me pregunto qué mierda habrá sido de ellos—. Nos llenaban
de regalos que no podíamos tener, porque en el hogar no había pertenencias
individuales. Todo era de todos. Al cabo de dos años, ya era oficial.
Estábamos viviendo con ellos en una casa hermosa y éramos los Villalba.
—¿Qué pasó con Rubén? Nunca me hablaste de él.
—Rubén falleció poco tiempo después. Fumaba demasiado y sus
pulmones dijeron basta. —Recuerdo a mi madre rompiéndose, muriendo
día a día—. Ahí empezaron los problemas. Servicios sociales comenzó a
rondar sobre nosotros. Solo dan niños en adopción a parejas casadas,
entonces mi madre estaba sola. Sola con nosotros.
—Por eso…
—Sí. Por eso su mente se quedó atrapada en ese momento. Por eso
los asistentes sociales son su peor pesadilla. Su tortura.
—¿Y Lara?
—Lara jamás logró adaptarse. —Niego con la cabeza. Las noches de
llanto tatuadas en mi mente—. Yo era el chico más feliz de esta puta tierra,
Lu. Tenía un hogar, una madre amorosa y había conservado a mi hermana.
Pero ella… extrañaba jugar con los chicos del Hogar, a las celadoras. Ese
era su mundo. Todo lo que conoció desde que tuvo consciencia. Era en
esencia rebelde y Ofelia no era nada más que dulce. Nunca pudo ponerle
límites y Rubén ya no estaba. La adolescencia de Lara fue el detonante para
la enfermedad de mi madre. Ahí todo comenzó a empeorar y ahora… no
puedo hacer nada. Solo sentarme a ver cómo todo lo que amé se desmorona.
—Es demasiada carga para ti. —Sus ojos me encuentran—. Fuiste un
hijo maravilloso desde el primer momento, Equis. Y un hermano aún más
increíble. ¿Por qué no te das un poco de crédito?
—Lara me pidió que buscara a Claudia, nuestra madre biológica.
Su piel palidece. Tomo su mano y beso el interior de su muñeca,
haciéndole saber que todo está bien.
—Le pedí a Ángel que investigara, yo no podía hacerlo.
—¿La encontró? —La pregunta es tímida y la timidez suena extraña
en su boca.
—Está muerta.
Su mano aterriza en mi mejilla.
—Equis…
—Está bien. —Beso sus dedos tibios—. No puedo sentir nada, Lu.
No hay nada que me una a esa mujer. Solo sangre. Y la sangre no es
sinónimo de cariño.
Nos quedamos en silencio un rato.
—Hay más. —Su mirada me busca de nuevo—. Tengo un hermano y
mi abuela sigue viva.
Veo la curiosidad brillar en los ojos de Luci y, tal vez, desearía que
brillara en los míos también. Pero no lo hace.
—¿Sabes algo más sobre él?
Pienso en Ángel, su rostro volviéndose pálido mientras me decía la
jodida novedad del año.
—Tiene dieciocho años y está cursando el curso de ingreso a
Medicina.
—¿Dónde?
—Acá, en la universidad de Buenos Aires.
El silencio otra vez, ahora demasiado cómodo.
—¿Quieres conocerlo?
—No.
Besa mi mentón, su mejilla vuelve a reposar sobre mi pecho.
—¿Estás seguro?
—Sí.
El odio hablando por mí.
—¿Crees que Lara querrá conocerlo?
—Es muy probable. —Mi estómago se revuelve solo de pensar en
ella en manos de esa familia.
—¿Vas a acompañarla?
Me toma más tiempo de lo esperado decir:
—No creo que pueda hacer eso. Y ya no quiero hablar más del tema.
Su boca busca la mía, sus labios me besan suavemente. No hay más
que cariño en el roce de nuestras lenguas.
—Eres un buen hombre, Simón.
CAPÍTULO 24

El calor se mete en mis sueños, sacándome el cuerpo inerte de


Blanco de mis brazos.
Abro los ojos, el pecho agitado y la frente húmeda. No puedo creer
que todavía siga atado a esa mierda.
Siento un peso sobre mi abdomen, levanto la cabeza. Luci. Luci
dormida sobre mi jodido vientre. Mis dedos vuelan automáticamente hasta
su pelo revuelto, enterrándose en las hebras sedosas. Miro alrededor. Su
casa, su sofá, el puto sol entrando por la ventana.
«Carajo, nos quedamos dormidos. Me quedé dormido acá».
—Lu. —Acaricio su mejilla, también húmeda. El calor es
insoportable—. Bebé, despierta.
Me quedo congelado. La palabra salió de mis labios antes de que
pudiera procesarla. Bebé. Ruego que no me haya escuchado.
—¿Lu?
Su rostro remolonea contra mi abdomen mientras su mano asciende
hasta mi pecho. La tomo y la beso.
—Luci, nos quedamos dormidos en el sofá.
Una risita amanecida me roba una sonrisa. Así soy a su alrededor,
todo sonrisas y rositas.
Su mentón se apoya en mi piel, sus ojos ligeramente hinchados me
observan.
—Buen día, Simón.
—¿Cómo mierda puede ser que te veas así cuando recién despiertas?
—No soy yo, son tus ojos. —Besa mi abdomen, mi cuerpo
empezando a vibrar.
—Son tus ojos y esa jodida sonrisa. —Mi pulgar acaricia su labio
inferior.
Invitamos al silencio, despertándonos. Y pienso que es la primera
vez, en nueve años, que mi puto sueño es una realidad. Estoy amaneciendo
al lado de esta mujer.
—¿Lu?
—¿Humm?
—¿Tienes algo que hacer ahora?
—Solo darle de comer al indomable de Pixel.
Otra risita, me uno con gusto.
—¿Quieres ir a desayunar conmigo?
Sonríe y comienza a besar mi estómago, descendiendo por caminos
peligrosos.
—Lu…
Luce como un ángel, pero seduce como un demonio.
—Luci… —siseo cuando el fuego comienza a crepitar—. Vamos a
desayunar.
Me muerde un pectoral y se levanta llena de energía.
—Estoy lista en quince minutos.
—¿Tengo que creerte?
—No.
Me guiña un ojo y se pierde en su habitación.
Aprovecho la soledad para llamar a Dora y preguntar por Lara y
mamá. Es la primera vez en mucho tiempo que paso toda la noche afuera y
la culpa me corroe despacio. Me siento nuevo cuando compruebo que todo
está en orden. Pero me marchito otro poco al saber que todo sigue igual.
Vestido con la ropa de ayer, vuelvo al sofá y chequeo los mails y
mensajes de mi jefe. El muy imbécil no es capaz de dejarme en paz, ni
siquiera en mis días libres.
—¿Listo?
Busco su voz. Escaneo su cuerpo como el bastardo baboso que soy.
Su mismo vestido floreado preferido, solo que esta vez las florcitas
amarillas están sobre un lienzo negro. Me pregunto en cuántos colores más
lo tendrá.
—¿Yo te besé? —Frunzo el ceño, sin poder evitar la sonrisa. Luci
asiente, acercándose con los ojos achinados por la risa—. ¿Hiciste el amor
conmigo? —Asiente de nuevo, trepando sobre mis piernas—. ¿Tuve ese
cuerpo? ¿Estás segura?
Su boca comiéndome es respuesta suficiente.
—O salimos ahora —muerdo su labio inferior, lleno del coraje que
me comparte con cada beso—, o te ato a la cama todo el día.
Levanta una ceja, una sonrisa seductora en su boca.
—¿Atar? Eso suena interesante.

La mañana pasa rápido, como todo lo bueno. Risas, café, besos


dulces y fogosos, caricias por debajo de la mesa y una jodida erección
difícil de camuflar.
—¿En qué piensas? —pregunto, caminando más despacio, yendo a
su ritmo.
—¿Alguna vez reprimes lo que sientes? —La miro extrañado,
entonces continúa—. Los impulsos. ¿Alguna vez los reprimes por miedo a
lo que piensen los demás?
Sonrío sin poder creérmelo.
—¿A Lucía Galante le importa lo que piensen los demás?
Camina más rápido, el sol pegándonos de lleno.
—A veces…
—¿Qué sientes?
Me mira de reojo, sonríe y sigue avanzando.
—¿Ahora?
—Sí. Ahora mismo. ¿Qué quieres? ¿Qué estás reprimiendo?
Ríe. Por primera vez, en todos estos años, la noto avergonzada.
—Me gustaría bailar un lento.
—¿Acá?
—Acá. —Señala el parque con la cabeza, las personas ejercitando y
paseando—. Con el sol ardiéndome en la piel, escuchando mi grupo
favorito.
Me detengo. Sus pasos la alejan un poco de mí, pero, cuando se da
cuenta de que no la sigo, se detiene.
—¿Qué pasa? —pregunta, retrocediendo.
—¿Qué te detiene?
Ríe, mirando hacia los costados, pero entiende que la pregunta va en
serio.
—La vergüenza, ¿tal vez? Que la gente pensará que estoy loca.
Me acerco, la gente pasando a nuestro alrededor.
—¿Vas a privarte de un momento de plenitud por lo que un grupo de
desconocidos piense sobre ti?
—No voy a hacer el ridículo.
—Probablemente, no volverás a verlos. Y, probablemente, si haces lo
que ahora mismo cruza tu mente, jamás olvides cómo se sintió.
—No puedo.
—Claro que puedes. —Extiendo la mano—. Dame tu teléfono.
¿Tienes los auriculares en la cartera?
—Sí. ¿Para qué? —Mis ojos hablan—. Equis, no…
—Dámelos.
Saca su teléfono y los auriculares rosados. Me los da.
—¿No vas a preguntarme la contraseña? —dice, en puntas de pie,
intentando curiosear.
—Lu. —Desbloqueo la pantalla—. Soy hacker, ¿recuerdas?
Me besa la mejilla y susurra a mi oído:
—Estuve en tu grupo, ¿recuerdas?
—Y eres jodidamente buena, mi pequeña hacker. —La beso de
vuelta—. Pero te conozco del derecho y del revés.
Desbloqueo su teléfono al segundo intento.
—Buena contraseña, Luci. Pero no te protege de mí. —Le guiño un
ojo y busco la música.
—¿Qué haces? —Tira de mi mano—. Mejor vamos.
—Ven.
La acerco más a mí. Pongo un auricular en su oreja, el otro en la mía.
Nothing's Gonna Hurt You Baby de Cigarettes comienza a sonar solo para
los dos.
—No voy a hacer esto —susurra.
Pego su frente a la mía. Llevo sus brazos a mis hombros, los míos a
su cintura.
—Claro que vas a hacer esto. —Sonrío mientras la letra se mete en
mi piel—. Vamos a hacer esto.
—Equis…
—Cierra los ojos, Lu. Déjate llevar por la música. —Hago lo que mi
boca dice, dando el ejemplo—. Olvídate de la gente. A nadie le importa este
par de locos, tienen mejores cosas en que pensar. —Ríe, relajándose—.
Solo estamos tú y yo. ¿Lo sientes?
Nothing's gonna hurt you baby
As long as you're with me, you'll be just fine
Nothing's gonna hurt you baby
Nothing's gonna take you from my side
La música nos envuelve. Y me lo creo. Estamos solos. Solo ella y yo,
bailando en medio de este parque vacío. Mi frente sobre la suya. El sol
calentando nuestras pieles, grabando el momento.
When we dance in my living room
To that silly '90s R&B
When we have a drink or three
Always ends in a hazy shower scene
—Si sabes que no lastimará a nadie, no reprimas el impulso —
susurro a su oído—. Los mejores recuerdos nacieron del ridículo. Las
mejores ideas, de la tenacidad. —Deslizo mi nariz por su mejilla, la piel de
sus brazos erizándose—. Solo tienes una vida, Lu. Haz que cada maldito
segundo cuente.
Nothing's gonna hurt you baby
Nothing's gonna take you from my side
Como si despertara de un trance, sus ojos se abren.
La música ya no existe, solo el murmullo de la gente.
—Dime —acerco mis labios a su oído—, ¿quién te quita este
recuerdo?
Una sonrisa florece en su boca. La hago mía. La devoro. La disfruto
hasta que mis pulmones dicen basta.
Sintiéndome valiente, entrelazo sus dedos con los míos y caminamos
juntos. No se aparta, y eso es más de lo que alguna vez deseé.
—¿Cómo va el trabajo? —pregunta—. ¿Ahora te dan los sábados?
Mis pies echan raíces, deteniéndonos.
—¿Hoy es sábado?
Achina los ojos, sonriéndome.
—Sí…
—¡Carajo! ¿Qué hora es? —Busco mi celular—. Mierda, Rufi. Lo
olvidé.
—¿Qué pasa con tu sobrino?
—Dos sábados al mes vamos a los juegos. —Escribo un mensaje
rápido a Bas—. Autos chocadores, Tejo, Daytona y toda esa mierda
adictiva.
Ríe, alejando un cabello de mi frente.
—¿Aún estás a tiempo?
—Sí. —Miro ese maldito rostro que tanto amo—. ¿Quieres venir con
nosotros?
—¿A jugar?
—Sí, podemos pasar a buscarlo ahora mismo.
—¿Estás seguro de lo que estás haciendo? —Levanta una ceja
perfecta—. Soy muy competitiva.
—De repente me dieron ganas de hacerte morder el polvo, Lu.
—¿El polvo? —Niega, fingiendo decepción—. Podría morder cosas
mucho más interesantes.
Su boca alimenta la pequeña llama que arde a mis pies cada vez que
estoy a su lado.
—Vamos antes de que cancele todos los putos planes y realmente te
ate a esa cama.

—¿Entendiste todo, enano?


Rufi asiente, mirando al objetivo jugar al Daytona.
—Sí. ¿Cuántas hamburguesas me gano?
Despeino sus rulos rubios.
—Todas las que puedas comer.
Su ceja se alza.
—¿Hasta que duela la panza?
—Hasta que duela la maldita panza.
—Trato.
Chocamos nuestros puños y entramos en acción.
—Ahí viene, actúa normal. —Lo pellizco y se ríe.
—¿En qué andan los hombres? —Le acaricia el pelo al mini-Ángel
—. ¿Ya te cansaste de jugar, Rufi?
El enano niega con la cabeza.
—Estoy pensando en qué juego gastar lo último que queda en mi
tarjeta. —Toca el plástico entre sus dedos, siguiendo el plan.
Luci se sienta a mi lado, frente a Rufi.
—Puedo cargarte más dinero cuando quieras, campeón. —Le
despeino el pelo de nuevo. Es la señal.
—¿Sabes que tengo el mejor tío del mundo, Luci?
Los ojos de la morocha se iluminan y le sonríe con dulzura.
—¿Sí?
—Sí. —Rufi le devuelve el gesto con su sonrisa más compradora,
ajustándose a lo ensayado—. ¿Sabes que me haría muy súper mega feliz?
Luci apoya los codos sobre la mesa, acercándose, toda sonrisas.
—¿Qué te haría muy súper mega feliz?
—Que aceptaras una cita con el tío más genial del mundo.
Los dos pares de ojos verdes me miran. Sonrío, encogiéndome de
hombros.
—Es súper mega divertido y hace chistes buenísimos. —Rufino
continúa vendiéndome—. Te vas a reír un montón.
Luci muerde una sonrisa y se acerca a mi oído para susurrarme:
—Eso es un golpe bajo, Simón. Muy bajo. Inclusive para ti.
—¿El martes a las siete? —pregunto—. Una cita real.
—¿Con cena romántica y toda la cosa?
—Especialmente toda la cosa.
Su risa explota, Rufi nos mira como si fuéramos bichos raros.
—Martes a las siete —susurra.
Sonrío y choco mi puño con el rubiecito.
—Vamos por esas hamburguesas, enano.
CAPÍTULO 25

Siete menos cinco de la tarde. Martes. Finalmente martes.


Me desabrocho otro botón de la camisa blanca, sintiéndome
asfixiado. Intento relajarme, sentado en un banco del parque. Ese donde
bailamos un lento bajo el sol, ignorando a la multitud que nos rodeaba.
El atardecer cae sobre el horizonte, jodidamente precioso. Y pienso
que pocas veces uno se detiene a apreciar cosas tan sencillas y absolutas
como esta. Sin teléfonos, sin ruido. Solo la vida pasando. La Tierra girando.
La gente me mira como si nunca hubieran visto a un imbécil de traje
con un ramo de rosas amarillas en la mano, sentado en un puto parque,
mirando el atardecer. Solo. Acerco las flores a mi nariz, inhalo profundo.
No sé si son las preferidas de Luci, pero el amarillo es su color favorito.
Miro mi reloj de muñeca, las siete en punto. Luci no es la definición
de puntualidad, así que no debería preocuparme cuando escaneo los
alrededores y no la veo.
Sabe que voy a estar en este banco, donde hicimos el ridículo juntos.
Donde escribimos uno de esos recuerdos a los que mi mente siempre querrá
volver.
Pasan los minutos, su figura despampanante no está a la vista.
Desabrocho otro botón de mi camisa, a este paso voy a terminar desnudo.
Decido pensar en otra cosa. Entonces Lara viene a mi mente. Lara y su
extraña conducta de los últimos dos días. No salió. No bebió otra cosa que
no fuera cerveza. Y paró antes de que el alcohol la tumbara. No me
provocó. Apenas me dirigió la palabra, pero no había hostilidad en su
mirada. Solo se encerró en su cuarto, escuchando música la mayor parte del
día.
Y mamá. Mamá y sus ataques. La presión y las pulsaciones por las
nubes. Y Dora. Dora mirándome con lástima, como si fuera un cachorrito
perdido.
Cierro los ojos, respiro la brisa cálida que anuncia la transición hacia
la noche. Miro el reloj otra vez, veinte minutos pasados de las siete.
Intento relajarme y espero.
Pienso que tal vez esto es demasiado para ella.
Espero.
Tal vez estamos yendo demasiado rápido.
El sol se escondió por completo.
¿Una cita es algo que tienen los amigos con derecho? ¿Habrá
información sobre esto en Wikipedia?
Espero.
Una llamada hace temblar la tierra.
—¿Lu? ¿Estás bien?
—Perdón, Equis. —Su voz suena extraña, apagada—. No… No
podré ir. —Mi corazón cae, quiero levantarlo pero me siento entumecido—.
Quise avisarte antes, pero no puede. El último novio de mi mamá la dejó,
está con una crisis. Voy a… pasar la noche con ella.
Proceso la información, lento. Muy lento. Como si tuviera un maldito
MS-DOS en la cabeza.
—¿Podemos dejarlo para la próxima vez? —repite.
Aflojo los hombros, miro las putas flores en mi mano.
—Claro.
—Gracias y… perdón otra vez.
—No te preocupes, Lu. —Me levanto—. Tampoco es como si
estuviera de traje, con un ramo de rosas en la mano.
Escucho una risa tensa.
—Me conecto al chat en cuanto pueda.
—Está bien.
Corta sin más.
Camino a paso desgarbado, pateo las piedritas. Le doy el ramo de
flores a una viejita que le da de comer a las palomas. Me regala una enorme
sonrisa postiza, se la devuelvo y sigo mi camino.
Hay dos cosas que hacen ruido. Mucho ruido.
Uno: Luci jamás llamaría para avisarme algo así. Odia hablar por
teléfono y lo evita siempre que puede. Ella enviaría un mensaje de texto
lleno de emoticones tontos. Esa es Luci.
Dos: ¿Ir a consolar a su madre porque uno de sus jóvenes juguetes
sexuales la dejó por alguien de su edad? Luci, mi Luci, se reiría en su cara.
Así de simple.
Y después está su voz. Esa voz ligeramente temblorosa, sin la
seguridad que la caracteriza.
Algo está mal. Lo sé. Lo siento.
Y no puedo ignorarlo, por eso voy al estacionamiento a buscar mi
monstruo, me subo y vuelo hasta su casa.
Aterrizo frente al edificio. El tipo de seguridad me ve hasta en sus
sueños, así que me abre apenas me reconoce. No soy consciente del latido
desbocado de mi corazón hasta que estoy en el ascensor.
Sexto piso. Camino por el pasillo. Golpeo la madera tres veces.
Escucho el movimiento en el interior. Lo sabía, nada de consolar a mamita.
La puerta se abre, veo la mitad del rostro afligido de Luci.
—Equis. —Su expresión palidece—. ¿Qué…?
—Dime qué pasa. Y esta vez no me mientas, Lu.
—¿Qué haces aquí? —Cierra más la puerta, ocultándose—. Te dije
que no podíamos vernos hoy, estoy con mi madre.
—Te conozco hace nueve años, Luci. —Apoyo el brazo en el marco
de la puerta. Puedo sentir su maldito perfume—. Sé que estás mintiendo. Sé
que algo pasa.
—No pasa nada. —Intenta sonar dura, pero su labio inferior tiembla,
enviándome directo a la locura.
—Abre la puerta, Lu.
—Equis, no podemos hablar ahora. Yo te escribo cuando…
Intento mantener la calma, pero es difícil cuando sus ojos se
humedecen.
—Abre la puerta, Lucía.
—Equis, no…
Con cuidado, pero con firmeza, empujo la puerta hasta que estoy
dentro.
Siento la vida drenarse de mi cuerpo. La imagen llevándose toda la
bondad de mis huesos.
—Lu.
El aire atorado en mi garganta. El puto infierno ardiendo a mis pies.
CAPÍTULO 26

—Equis, no es nada. No…


Su mirada me esquiva, ocultándose.
Acuno su rostro entre mis manos, paso el pulgar por el enorme
hematoma violáceo que arruina su ojo izquierdo.
—¿Fue él?
Sus ojos se llenan de lágrimas, alimentando a la bestia que ruge en
mi interior.
—Lucía. —Pego nuestras frentes, veo las putas lágrimas descender
por sus mejillas—. Dime qué mierda pasó, antes de que me vuelva loco.
—No fue… —Cierra los ojos con fuerza, inhala profundo e intenta
recomponerse—. Quiero estar sola, Equis. Por favor. Estoy cansada.
—Lu —entierro los dedos en su pelo, respiro su aliento angustiado
—, voy a perder la puta paciencia. Habla.
—Ayer… fui a su casa para decirle que ya no podíamos vernos y…
—El hijo de puta te golpeó.
La sangre burbujea dentro de mis venas. Completamente
enceguecido, la suelto.
—Equis, no… —Sus uñas se entierran en mi brazo, pero me zafo con
un movimiento bestial—. Por favor, no vayas.
Abro la puerta.
—¡Equis!
La escucho gritar mientras bajo las escaleras de dos en dos.
—¡Equis, por favor!
Todo lo que veo es violeta, como su rostro herido.
Todo lo que siento es furia irrefrenable.
Sed de su sangre.
Hambre de su carne deshaciéndose bajo mis nudillos.
Subo a la moto, saco mi celular y busco el informe con su puto
nombre.
Eric Salas.
Memorizo la dirección. Enciendo el motor. Y, mientras mis ruedas se
deshacen sobre el asfalto, pienso cuál de sus huesos voy a romper primero.

Tres golpes secos en la puerta. Miro alrededor, ni una puta alma en la


calle. Maravilloso.
Un muy borracho y semidesnudo Eric abre la puerta.
—¿Equis? —Achina los ojos, intentando enfocarme—. ¿Qué onda,
Bro? Espera. Cómo sabes dónde vi…
Lo agarro de la roñosa camiseta, empujando su culo borracho al
interior de la casa. Miro alrededor. Vodka, coca, porros y preservativos
sobre la mesa.
—¿Acabo de arruinarte la fiesta? —siseo.
—¡¿Qué mierda estás haciendo?! —chilla, un olor hediondo saliendo
de su puta boca.
Lo estampo contra la pared.
—¿Qué mierda estoy haciendo? —Su espalda vuelve a golpear un
cuadro, que cae sobre su cabeza—. Viendo si eres tan macho como para
dejar mi ojo morado. ¿O solo tienes pelotas para meterte con Luci?
—Hijo de puta. —El alcohol me noquea cuando abre su boca—. Te
la estás cogiendo. —Una risa enfermiza retumba en su garganta—. Por eso
vino a soltarme toda esa mierda sobre no vernos más. —Sus pupilas
dilatadas clavándose en la mías—. Por eso hace semanas que no se abre de
piernas para mí.
Rojo.
Rojo como la puta sangre que brota de su nariz cuando mi puño
dobla su tabique.
Un grito ahogado, manos intentando contener la marea roja.
—¿Qué pasa? —Mis puños aprietan el material de su camiseta,
manteniéndolo contra la pared—. ¿Por qué no te animas conmigo, eh? ¿No
pido un puto metro cincuenta y me faltan un par de tetas? ¿Es eso?
—¿Eric? ¿Qué está pasando?
Una voz femenina llega a mis oídos. Giro la cabeza, manteniendo al
imbécil y su sangre bien apretados con la pared.
La rubia plastificada de la fiesta de cumpleaños de Lu aparece en
ropa interior, despeinada.
Vuelvo la cabeza al imbécil y mascullo:
—¿También la engañas con ella? —Mis dedos aprieta sus mejillas,
manteniéndole la cara erguida—. ¿La agrego a la lista de conquistas de
Tinder?
—Hijo de puta —balbucea, ahogándose con su propia sangre.
—Barbie —la rubia lloriquea detrás de mí—, vístete. Te quiero fuera
de esta casa. Ahora.
No emite sonido. Solo siento sus tacos y la puerta cerrarse minutos
después.
—¿Qué vas a hacer? —Jadea, la mirada borracha y llena de odio—.
¿Molerme a golpes? Me tocas un pelo más y te pongo una puta denuncia.
Un poli perdiendo su placa. ¿Cómo lo ves?
Mis fosas nasales se ensanchan. El ritmo de mi corazón igualando al
de una bestia.
Analizo mis opciones, intentando que la rabia no me nuble la vista.
—¿Sabes qué voy a hacer? —Mis dedos se aferran a su pelo, tirando
su cabeza hacia atrás con fuerza—. Voy a mostrarte lo que le pasa a las
bolsas de mierda como tú.
Arrastro su cuerpo, dejándolo caer sobre la mesa del televisor. El
estruendo y los quejidos solo alimentan el hambre. La sed.
—No merecías ni una de sus putas sonrisas. —Escupo sobre su rostro
magullado—. Cuida tu culo borracho y narcisista.
Un portazo. El aire enfriándome hasta los huesos.
Me alejo de su casa, saco el teléfono de mi bolsillo y llamo.
—Oviedo —dice con su voz seca y profesional.
—Tenencia de drogas. Cocaína y marihuana. Necesito un móvil,
envío la localización.
—¿Villalba? ¿Qué mierda estás haciendo?
—Reportando un caso de tenencia simple.
—Te recuerdo que tu área es la científica, ingeniería.
—¿Entonces lo dejamos consumir libremente y, tal vez, el día de
mañana distribuir?
Escucho el suspiro.
—¿Cantidades?
—Consumo personal, aparentemente. Pero sé que hay una pequeña
plantación en el patio trasero. —Recuerdo al imbécil jactándose de eso.
—Mando el móvil.
Corto. Envío la localización y sigo caminando. Me siento en la
equina, debajo de un árbol, y espero.
Espero.
Las sirenas comienzan a escucharse.
Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco.
La camioneta frena en la puerta de Eric, tres oficiales bajan.
Uno. Dos. Tres.
La puerta está abierta.
Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Seis.
Eric sale esposado y con la nariz rota. El uniformado lo sube a la
parte de atrás de la camioneta.
Sigo mirando el espectáculo.
La policía científica llega minutos después. La causa empieza.
Y el hijo de puta recordará esto cada vez que piense en ponerle un
solo dedo encima a una mujer.
Una hora después, más calmado, me encuentro tocando la puerta de
Luci.
—Equis.
Su mirada me recorre, deteniéndose en mi camisa. Miro hacia abajo,
la sangre arruinando el blanco impoluto.
—No es mía.
Entro, cierro detrás de mí. Me saco la camisa manchada y me
abalanzo sobre la pequeña morocha.
—Carajo, Luci. —Hundo su cabeza en mi pecho, mis brazos
formando una coraza.
—¿Qué hiciste? —habla bajo, sus dedos enterrándose en mi espalda
—. ¿Lo golpeaste?
—Hice algo mejor que eso. —Acaricio su cabello—. Usé la cabeza.
Su mentón se apoya en mi pecho, sus ojos me buscan.
—Equis, no…
—Está detenido.
Su mirada se agranda. No sé si me gusta la emoción que se refleja en
ella.
—¿Lo llevaste a la comisaría?
—Hice que lo llevaran.
—Pero… yo no presenté ninguna denuncia. Equis…
—No fue por esto. —Mi pulgar acaricia el hematoma que rodea su
ojo, sintiendo el dolor cruzar su mirada—. Sabía que si lo denunciaba por
esto saldría a las pocas horas, sabes cómo son las cosas en este país.
—¿Entonces…?
—Tenencia de Drogas. —Su ceño se frunce—. Eso le asegurará un
tiempo más adentro. Lo suficiente como para que se cague en los
pantalones.
No está convencida, puedo leerlo en su mirada.
—Ey. —Levanto su mentón, sus ojos me encuentran—. No quiero
que te preocupes por él, yo me voy a encargar de todo. Voy a seguir el caso
de cerca. Si sale, no va a volver a acercarse. —Dejo uno y mil besos sobre
su cabeza—. Mierda, Lu. No va a volver a ponerte un puto dedo encima sin
morir en el intento.
—No me gusta esto. Yo… —Niega con la cabeza, apartándose—. Ser
una víctima no es lo mío, Simón. Yo no soy débil. Yo… no quiero sentirme
así.
—No eres débil. —Mis brazos no pueden evitar buscarla otra vez—.
Eres una mujer fuerte y preciosa, que se cruzó con un enfermo hijo de puta
en el camino. Eso es todo. Esto no te define.
—¿Podemos… sentarnos en el sofá y mirar una película malísima?
Por favor, necesito distraerme.
Sonrío, intentando ignorar la mitad de su rostro herido, intentando
ahogar las putas lágrimas que sé que van a salir.
—¿Zombies o psicópatas?
Sonríe, ocultando el moretón con su cabello.
—Zombies esta vez.
Llevo mi índice tembloroso a su rostro, coloco el cabello detrás de su
oreja.
—No te ocultes de mí, Lu. —El dorso de mi mano acaricia su mejilla
—. Nunca te ocultes de mí.
Una hora después, los gruñidos de los podridos hambrientos de
cerebros es lo único que se escucha en la habitación.
Su cuerpo descansa abrazado al mío, en el sofá. Su cabeza en mi
pecho, mis dedos en su pelo.
—Sí había traje y un ramo de rosas, ¿verdad?
Río suavemente.
—Carajo, sí que lo había. Y el ramo más grande.
Siento la sonrisa de Luci sobre mi piel.
—Eres romántico, Simón.
—¿Lo soy?
—Dulce y picante a la vez —susurra.
Levanto la cabeza para observarla, se esconde en mi pecho.
—Explica eso.
—Puedes ser el chico dulce y adorable que me espera con rosas en un
parque, pero también el hombre picante que me hace el amor sobre la mesa
de la cocina.
Siento el calor trepando por mis piernas solo con recordar el
momento.
—¿Eso está bien?
—Eso está muy bien. —Besa mi pecho—. Eres algo así como un
cupcake fogoso.
La risa rompe en mi garganta.
—¿Un cupcake fogoso?
—Mi cupcake fogoso.
Su sonrisa me derrite. Casi me hace olvidar del puto golpe en su ojo.
—¿Me acabas de bautizar?
—Te acabo de bautizar, Simón.
Su cuerpo escala sobre el mío hasta que su boca me encuentra. Mi
lengua está ansiosa por encontrarse con la suya en el camino.
Bailamos en un beso húmedo, cargado de angustia y necesidad.
—¿Por qué no me llamaste ayer, Lu? —susurro, uniendo nuestras
frentes—. Cuando esta mierda pasó.
—No quería que te volvieras loco… Además, era un problema mío.
—¿Un problema tuyo? —Me alejo para verla a los ojos—. Soy tu…
—Muerdo mi labio—. Mierda, estoy contigo. Estamos juntos, Lu. Como
amigos con derechos o lo que mierda quieras, pero juntos. Tu bienestar es
mi prioridad. No desde hoy, desde el día que entraste a mi vida.
—Lo sé —susurra—. Lo sé.
—No vuelvas a mentirme. —Sostengo su rostro entre mis manos—.
Soy Equis, tu mejor amigo. Por sobre todas las cosas, soy eso.
Asiente, luchando contra esa sensibilidad que tanto odia.
—Equis —susurra, buscando la comisura de mi boca—, ¿puedes…
distraerme?
Ignoro el calor que trepa por mi cuerpo.
—Lu, creo que deberías dormir un poco…
Se apoya sobre sus rodillas, enderezando su espalda. Sus manos van
hasta el dobladillo de su camiseta de Nirvana y la levantan. La prenda toca
el suelo, sus pechos buscan mis manos.
—Por favor, distráeme.
CAPÍTULO 27

<princesa_Organa> ¿Es demasiado pronto para sexo virtual?


Una sonrisa idiota se forma en mi boca.
<X> Es demasiado tarde para sexo virtual. Después de tres meses de
tenerte en el plano real, te necesito en carne y hueso.
<princesa_Organa> ¿Y ahora cómo solucionamos esta urgencia?
Porque te aseguro que hay un incendio.
<X> Luci… No seas así. Ayer estuve en tu casa, no puedo ausentarme cada
noche.
<princesa_Organa> Supongo que tendré que arreglármelas sola, ya que no
hay ningún bombero dispuesto a salvarme.
<X> Eres malvada Lucía Galante, muy malvada.
<princesa_Organa> ¿Ni siquiera veinte minutitos?
<X> Lu…
<princesa_Organa> Es que hace tanto calor… Creo que voy a quitarme la
bata, es una lástima que no lleve nada debajo.
Gruño, mis puños y otras partes de mi cuerpo se endurecen.
<X> Quince minutos.
Me desconecto. Busco mi billetera y bajo. Dora está sentada en el
sofá, leyendo. Finalmente aceptó ocupar la habitación de invitados, junto al
cuarto de Lara.
—Dora, voy a salir un momento. —Busco las llaves de la moto—.
Volveré en una hora aproximadamente. ¿Me llamas si pasa algo?
—Todo está igual, Simón. Hoy no fue necesario sedarla, estuvo
tranquila y ahora está descansando. —Hace señas para que me aleje—. Vete
ya.
Me acerco a la puerta con una sonrisa, que desaparece apenas abro.
—¿Bas?
Su rostro afligido está cubierto en lágrimas, sus ojos rojos y
desorientados.
—Mierda, rubia, ¿qué pasa? —Me acerco y la atraigo a mi pecho.
Mis brazos la rodean con fuerza mientras miro hacia los costados,
intentando encontrar al culpable—. ¿Qué pasa? ¿Alguien te lastimó?
Su alma se deshace en mi abrazo.
—¿Bas?
Los putos nervios comiéndome vivo.
—Él… —balbucea entre sollozos.
—¿Qué? —Vuelvo a mirar alrededor como un loco—. ¿Quién es él?
¿Quién te hizo daño?
—Ángel. —Levanta la cabeza de mi pecho, sus putos ojos
destrozándome—. Ángel me engaña.
—¿Qué?
Su cuerpo vuelve a refugiarse bajo mis brazos, la angustia golpeando
de nuevo.
—Bas, no… Eso no es posible, no…
—Lo vi. —Las lágrimas la ahogan—. Yo lo seguí y lo vi.
Su cuerpo tiembla, veo la palidez en su rostro y comienzo a
preocuparme.
—Estás demasiado pálida, rubia. —Llevo la mano a su pequeño
vientre abultado, que apareció de golpe igual que con Rufino—. Vamos
adentro.
La sostengo fuerte mientras cruzamos la puerta. Una mano alrededor
de sus hombros, la otra firme sobre su panza.
Dora salta del sofá apenas nos ve entrar.
—¿Qué pasó?
—¿Puedes tomarle la presión mientras le busco un vaso con agua?
Dora asiente y busca sus cosas con rapidez entretanto dejo a Bas
sobre el sillón.
—Está entrando en el segundo trimestre de embarazo —informo a
Dora mientras le quito la campera de jean a una muy perdida Bas.
—Dame el brazo izquierdo, linda —le habla con dulzura, Bas ni
siquiera se inmuta.
Dora agarra su brazo, coloca el aparato y comienza a tomarle la
presión.
Voy a la cocina a la velocidad de la luz. Sirvo un vaso con agua
helada y regreso al living.
—La presión está baja. —Dora alza el mentón de Bas y mira sus ojos
húmedos y ausentes—. Necesita comer algo salado ahora.
—Salado —repito.
Saqueo los estantes de la cocina hasta que encuentro un paquete de
papas fritas. Corro de vuelta al living y me arrodillo delante de Bas.
—Rubia. —Paso las manos por sus brazos fríos—. Vas a comer unas
cuantas papas fritas. ¿Sí?
Una solitaria y muda lágrima desciende por su mejilla. Sus ojos están
atados a los míos, pero no me mira.
Abro el paquete, agarro una papa y la acerco a su boca.
—¿Bas? Come.
—Simón. —Dora llama mi atención—. Si la presión no se normaliza,
deberías llevarla al hospital. En su estado no hay que tomar riesgos.
Asiento y vuelvo a intentarlo.
—Vamos, rubia. Come.
La boca de Bas de abre, meto la papa frita y mastica despacio.
—Voy a darle la medicación a Ofelia —anuncia Dora—. Avísame
cuando haya comido lo suficiente, vendré a controlarla.
—Gracias.
Me sonríe y desaparece escaleras arriba.
—¿Bas? —Peino sus rulos alborotados—. Tienes que tomar un poco
de agua. ¿Sí?
Pongo el vaso entre sus manos húmedas, la ayudo a beber.
—Eso es. —La observo beber con desesperación—. Ahora abre la
boca de nuevo, tienes que seguir comiendo.
Come otra papa. Lento. Casi como si le costara la vida hacerlo.
Luego otras tres más.
—Siento que podría morir —susurra, agarrándose el pecho—. Duele
demasiado.
Me siento a su lado. Todo mi puto cuerpo tiembla cuando la abrazo.
—Yo… no entiendo por qué. —Es prisionera de las lágrimas otra vez
—. Creí que me amaba, creí que… era suficiente para él. Estamos recién
casados y después de todo lo que vivimos juntos. —Se agarra la cabeza,
luego el vientre—. Y… vamos a tener otro hijo.
—Bas. —Busco su mirada ausente—. Ey, rubia, escúchame. Esto
tiene que ser un malentendido. Conozco a mi mejor amigo. —Mis pulgares
limpian su rostro—. Ángel está completamente loco por ti. No existe otra
mujer en el mundo. Todo lo que quiere empieza y termina con su rubia de
ojos negros. Tiene que ser un error.
—Lo vi —susurra, agarrándose el pecho como si estuviera
partiéndose sobre sus manos—. Lo vi, Equis.
—Ey, ey, respira profundo. —Le muestro cómo se hace, intenta
imitarme pero la angustia se lo impide—. Cálmate e intenta explicarme qué
fue lo que pasó.
—Él… se estaba bañando. —Parpadea demasiado rápido. Sostengo
sus manos con fuerza, alejándolas de su pecho—. Su teléfono sonaba, eran
mensajes. Muchos mensajes que caían todos juntos. Lo tomé para llevárselo
a la ducha, pensando que era algo importante del trabajo. Siempre tuve
permiso de agarrar su teléfono, así como él agarra el mío. Entonces…
Las lágrimas vuelven a acumularse en sus ojos.
—Respira, rubia.
Inhala profundo.
—Entonces lo vi. Fotos. Los mensajes contenían fotos. —Suelta mis
manos para taparse el rostro—. Docenas de fotos de él y… Sofía.
Desnudos.
El entendimiento me golpea.
—Carajo —susurro.
—Yo creí que le gustaba, Equis. —Solloza bajo—. Siempre me hizo
sentir hermosa. Jamás pensé que ya no era suficiente para él.
—Bas…
—Sé que no soy la misma chica de diecinueve años que conoció en
la cafetería. —Su boca es una ametralladora de palabras—. Sé que mi
cuerpo ya no es el mismo. Sé que ahora estoy horrible y embarazada,
pero… creí que me amaba.
—Bas, deja de decir estupideces. —Tomo sus muñecas, alejo las
manos de su rostro—. Primero, ¿te viste al maldito espejo, mujer? Que mi
amigo me disculpe, pero eres una de las mujeres más preciosas que conocí.
Y no lo digo porque seas mi amiga y daría mi vida por ti. Lo digo porque…
—la señalo— solo hace falta mirarte. Los años solo hicieron tus rasgos más
hermosos y esto… —Apoyo la palma de mi mano en su vientre— Carajo,
rubia. Este es tu estado más pleno. Eres la mamá más sexy del planeta.
Una sonrisa agridulce entre lágrimas.
—Ojalá fuera así, Equis.
—Es así. Y Ángel no te engaña, Bas.
—Lo vi —insiste, su labio inferior temblando—. Salió de bañarse,
revisó su teléfono y me dijo que iba a encontrarse con su compañero a
tomar un café y hablar sobre el nuevo programa que están diseñando. —
Niega con la cabeza, las lágrimas corriendo libres por su rostro—. No le
creí, lo seguí con mi auto. Lo vi entrar, Equis. Lo vi entrar a la casa de
Sofía. Y… vine directo hacia aquí.
Cierro los ojos, organizo las ideas.
—¿Sabe que estás acá?
Niega con la cabeza y susurra:
—No, pero le mandé un mensaje diciendo que quería todas sus cosas
fuera de la casa en menos de una hora.
No puedo evitar la pequeña sonrisa que me provoca la tenacidad de la
rubia.
—Bas, Ángel no te engaña. —Su rostro incrédulo y sufrido me
desmorona—. Voy a contarte lo que creo que está pasando. ¿Confías en mí?
—Sí.
—Bien. —Sostengo sus manos, las acaricio con los pulgares—. Hace
algunos meses Sofía empezó a molestar a Ángel. —El ceño de Bas se
frunce—. Le enviaba mensajes, lo llamaba, le mandaba fotos antiguas de
ellos juntos al e-mail. Ángel me lo contó, estaba preocupado de que,
justamente, esto pasara.
—No…
—Escucha. —Le sonrío, intentando tranquilizarla—. La bloqueó de
mil maneras, pero ella continúo molestando con otros números telefónicos.
—¿Por qué me ocultaría algo así? Algo que pudiera poner en peligro
nuestra relación. No lo sé…
—Precisamente porque no quería problemas, porque eres sagrada
para él. No quería preocuparte, estaba la boda por delante y solo quería
tratar de enfocarse en eso.
—Equis, lo vi entrar a su casa. —Su rostro pasó de pálido a rojo
furioso—. Vi cómo Sofía lo tomaba del brazo y la puerta se cerraba.
—Esa parte no puedo explicarla, así que no te diré nada hasta que no
hable con él. Pero, rubia, lo más probable es que haya ido a su casa para
ponerle un puto punto final a toda esta mierda. —Le acerco el vaso y la
obligo a beber un poco más—. Estaba harto de tener que borrar los
mensajes cada día y preocuparse porque algo como esto ocurriera.
El silencio habla tanto como sus palabras.
—No lo sé… —susurra, perdida en sí misma.
—Bas, no lo hizo —afirmo con convicción—. Pero si, por alguna
posibilidad remota, esta mierda es cierta, yo mismo me voy encargar de
partirle la cara.
El timbre suena. Una, dos, tres, mil veces.
—¡Es él! —El rostro de Bas se contorsiona de dolor—. Por favor, no
lo dejes pasar. No quiero verlo.
Me levanto antes de que despierte a toda mi familia.
—Tranquila, le pediré a Dora que te controle mientras hablo con él
afuera.
Bas asiente, aferrándose al vaso vacío.
El timbre sigue sonando mientras subo rápido la escalera y le pido a
Dora que se quede un momento con Bas. Mi madre duerme y, por suerte, no
veo movimiento en el cuarto de Lara.
Bajo.
Abro la puerta y un Ángel pálido como la muerte me mira con los
ojos muy abiertos.
—¿Está aquí? —Da un paso al frente, intentando entrar, pero mi
mano en su pecho lo detiene—. ¿Qué pasa? Me envió un mensaje… No
entiendo qué pasa. Fui lo más rápido que pude a casa, pero no estaba. Rufi
y Emma estaban solos. ¿Está aquí?
Pongo ambas manos sobre sus hombros.
—Está aquí, tranquilízate.
Veo la mitad del peso abandonar sus hombros.
—¿Qué pasa, Equis? —Sus manos buscan mis hombros, casi parece
que bailamos un lento en la vereda—. ¿Por qué está en tu casa? ¿Por qué
mierda me envió ese mensaje?
—Bas… te vio entrar a la casa de Sofía. También vio las fotos de
ustedes desnudos. Ella… cree que la engañaste, Gelco.
Veo la vida abandonar sus ojos. Literalmente.
—No —susurra, aturdido—. No, no, no. No lo hice. ¡No lo hice,
Cerdo!
—Tranquilo. —Aprieto sus hombros, alejándolo un poco más de la
puerta—. Tranquilo, sé que no lo hiciste. Le expliqué lo que pasó durante
los últimos meses, la mierda de las fotos y las llamadas. Todo eso.
—¿Te creyó? —La desesperación apoderándose de cada uno de sus
sentidos.
—Ella… está confundida, Gelco. Tiene la presión baja y necesita
calmarse.
Su rostro se desfigura en cuanto las palabras salen de mi boca.
—Tengo que entrar a verla.
—Ey, ey. —Me muevo, impidiéndole pasar—. No quiere verte ahora.
—Sus ojos me fulminan—. Está aturdida y embaraza, voy a hacer lo que
mierda me pida, hermano. Y si no quiere verte, lo lamento. No pasarás.
—Muévete.
Niego con la cabeza.
—Ángel, tu mirada de rottweiler no me mueve un pelo. Ya sé que por
dentro eres un chihuahua.
—No lo hice, Cerdo. Te juro que no lo hice.
—¿Qué mierda hacías en la casa de Sofía, hermano?
—Fui a frenar toda esta mierda. —Se aleja, caminando de un lado a
otro como un loco—. Le dije que, si no paraba ya mismo, iba a denunciarla
por acoso.
—¿Qué te dijo?
—Se rio en mi cara. Está mal. Sofía está muy mal. Enferma.
Obsesionada.
—Supongo que tienes unos buenos veinte centímetros de oro ahí
abajo y no puede olvidarte.
—¿Puedes cerrar el culo? —Sus ojos echan fuego—. No es momento
para joder, Equis. —Se sienta sobre el cordón de la calle, se agarra la
cabeza y murmura—: ¿Qué mierda voy a hacer?
—Esto es lo que vas a hacer. —Me siento a su lado y paso el brazo
por sus hombros—. Vas a dejar a Bas acá esta noche, vas a ir a cuidar de
Emma y Rufi y, cuando mañana la rubia esté más tranquila, vas a hablar con
ella.
Su mirada desafiante me prende fuego.
—No voy a dormir sin mi esposa y mi bebé.
—Vas a tener que ponerte los calzoncillos de nene grande y hacerlo,
hermano. —Aprieto su hombro, lo acerco más a mí—. Todo va a estar bien.
Solo dale un respiro, deja que procese lo que acaba de suceder.
—No puedo soportar que esté ahí adentro, sufriendo por creer que la
engañé. —Su mirada desesperada se cruza con la mía—. Esa mujer es mi
puta vida, Cerdo. ¿Entiendes eso? Jamás ensuciaría lo que tenemos.
—Lo sé. —Despeino su cabello y, cuando no se queja, sé que esto es
grave—. Lo sé —repito.
—¿Vio las fotos?
—Sí.
Deja caer la cabeza entre los brazos, putea una y mil veces.
—¿Por qué mierda dejaste que te sacara fotos desnudo?
—Locuras que hacía Sofía, estoy dormido en todas ellas. Recién me
enteré de la existencia de las putas fotos cuando comenzó a mandármelas.
—Mierda, qué lunática…
Entierra el rostro en sus manos.
—¿Te dijo algo más? —susurra.
—No hablamos demasiado, está muy angustiada. —Miro los autos
pasar—. Cree que ya no te gusta como antes, como cuando se conocieron.
Piensa que por ser madre es menos atractiva para ti y por eso corriste a los
brazos de Sofía.
Su mandíbula está en el piso
—¿Qué?
—Le dije que era una locura.
—Es preciosa. —Veo el dolor reflejado en sus ojos—. Es preciosa y
se lo digo cada puto día. A cada segundo. Apenas puedo mantener las
manos alejadas de ella. ¿Qué mierda está pensando? —Mira a la nada y
luego susurra—: ¿Yo hice que pensara así? ¿Hice que se sintiera poco
atractiva por darme lo mejor que tengo en la vida?
—Ángel, ambos tienen que dejar de pensar tanta mierda y dormir.
Mañana aclararán toda esto y estarán revolcándose en tu auto porque no
llegarán a una puta habitación.
Me mira de reojo, me encojo de hombros.
—Sabes que pasará. Ustedes dos están hechos para arder juntos.
—¿No vas a dejarme pasar?
—No. Y noquearme no es buena idea, descártalo. Te odiará si
arruinas mi hermoso rostro.
Veo un atisbo de sonrisa, que se va tan rápido como llega.
—Ve a descansar.
Me levanto y lo ayudo a ponerse de pie.
—¿Vas a cuidarla bien?
—Como siempre.
Mira una vez más la puerta, como si pudiera traspasarla con la
mirada y llegar a Bas.
—Hasta mañana —murmura y se aleja cabizbajo.
—Hasta mañana, Gelco.
Entro. Dora está acariciando la pancita de la rubia en un gesto de lo
más maternal.
—La presión ya está bien —me dice cuando me ve observándolas—.
Solo tiene que descansar.
—Gracias, Dora. Deberías descansar un poco también, haces que me
sienta un jefe de mierda.
Dora ríe suavemente, agarra sus cosas y se acerca.
—Las enfermeras no descansan, hijo.
Saluda a Bas, quien le agradece con una sonrisa tímida, y desaparece.
—Rubia. —Le tiendo la mano, la agarra y la ayudo a levantarse—.
Tú y mi sobrina tienen que descansar.
Caminamos despacio y subimos las escaleras.
—¿Cómo sabes que es una niña? —susurra con la voz todavía
acongojada—. El médico aún no puede decirlo y tampoco quiero saberlo.
—Solo lo sé. —Abro la puerta de mi habitación—. Lo presiento.
—Jerónimo y tú son iguales, siempre esperando una nena.
—Te equivocas, yo soy tu preferido. —Le guiño un ojo y la hago
pasar.
Sus ojos hinchados y enrojecidos por el llanto lo acaparan todo.
—Siete años después, conozco tu habitación. ¿Quién iba a decirlo?
—Las vueltas de la vida…
Acaricia el escritorio, como si estuviera sintiendo una parte de mí.
—Perdón por aparecer sin avisar —habla bajo, avergonzada—. Sé
que no traes a nadie a tu casa.
—Me necesitas y acá estoy, eso es todo lo que importa. Además…
—abro la cama, preparándola— es lindo tenerte dando vueltas por esta
casa. Se siente… acogedor.
Me sonríe, alisándose el vestido rojo y veraniego.
—Me gusta verte usar mi regalo de cumpleaños. —Señalo la prenda
—. Me lo probé antes de comprarlo, pero definitivamente te queda mejor
que a mí. Mis piernas son demasiado peludas.
Una risa con vestigios de angustia escapa de su boca.
—Acuéstate, rubia. —Señalo la cama—. Las sábanas están limpias,
lo prometo.
Bas se sienta en la cama, se quita las sandalias y se acuesta. Su
cabello rubio esparcido por mi almohada.
—¿Te molesta si uso el otro lado? —Señalo el colchón, Bas niega
con la cabeza—. Genial, el piso era la otra opción. Mi espalda y mi culo te
lo agradecen.
Me saco las zapatillas y me acuesto a su lado. Frente a frente.
—¿Está todo bien con Luci? —pregunta en un susurro.
Cierro los ojos, recordando. Debe estar preguntándose dónde mierda
estoy. Tengo que mandarle un mensaje.
—Está todo más que bien con Luci.
—Me hace feliz verte feliz, Simón.
—Lo sé. —Le sonrío—. Bas, ¿quieres saber qué es lo que dijo
Ángel?
Sus ojos húmedos fijos en los míos.
—No.
Inhalo profundo, sabiendo que el hermano lo va a tener jodido.
—Está bien.
—¿Equis?
—¿Qué?
—¿Puedes abrazarme?
Veo una lágrima descender hasta su boca.
—Claro que puedo abrazarte. Ven aquí.
Me acuesto de espaldas y abro los brazos. Bas se acerca tímidamente
y apoya la mejilla en mi pecho. Mis brazos se cierran a su alrededor,
protegiéndola.
—Gracias —susurra.
—Descansa, rubia.
Y acá estoy, otra noche como tantas, juntando sus pedazos rotos.
CAPÍTULO 28

La luz se filtra por la ventana, mis párpados luchan por aferrarse al


sueño.
Siento un ligero peso sobre mi pecho. Llevo las manos hasta la zona,
encontrándome con una mata suave de cabello. Abro los ojos, observo. La
cabeza de Bas descansa sobre mi torso.
Mi mente reproduce las escenas de anoche. El llanto. La
desesperación en los ojos de Ángel. Bas pidiéndome que la sostenga.
Clavo la vista al techo, asimilándolo todo. Cuando estoy lo
suficientemente despierto, intento levantarme.
La rubia se queja en sueños, pero continúa en su mundo cuando dejo
la cama. Busco mi celular y salgo al pasillo. Tengo una llamada perdida de
Luci, diez de Ángel y siete mensajes de texto. También de Ángel. Ese tipo
necesita buscar espacio en el diccionario.
Dora está en el living, con su té, como siempre. A veces pienso que
no duerme. No sé cómo hace para parecer siempre tan fresca y despierta.
—¿Ofelia está bien? —pregunto, luego de saludarla.
—Estable por el momento. Anoche durmió sin complicaciones. En
—mira el reloj en su muñeca— quince minutos le toca el desayuno y la
medicación.
Asiento.
—¿Lara salió de su cuarto?
—Hace aproximadamente media hora se fue.
Mi ceño se frunce, mi cabeza empieza a trabajar.
—¿Te dijo a dónde iba?
—No, solo me saludó antes de irse. —Cierra su cuaderno y deja la
taza sobre la mesa ratona—. Parecía de buen humor y estaba muy arreglada.
Eso es bueno, ¿no?
Suspiro, rascándome la frente, sabiendo exactamente a qué se debe el
repentino cambio.
—Sí, eso es bueno.
—¿Cómo está la muchacha?
—Carola —Dora sonríe—. Estará mejor. Gracias por lo de anoche.
Asiente con la cabeza y me pierdo en la cocina. Preparo un desayuno
con lo más nutritivo que encuentro. Café —con mucha leche así Ángel no
me mata—, tostadas con queso crema y jugo de naranja.
Cuando entro a la habitación, cargado con un desayuno para dos, la
rubia ya está despierta.
—Buen día. —Sonrío como si estuviéramos de cumpleaños mientras
me acerco a la cama y apoyo la bandeja—. ¿Cómo te sientes hoy?
Bas se acomoda el vestido, arreglando su, ahora, más exuberante
pecho. Luce perdida y avergonzada.
—Rubia, no es la primera vez que amanezco a tu lado. —Pongo la
taza en sus manos—. Y mucho menos la primera vez que te veo así de
vulnerable. Relájate y come.
Me sonríe sutilmente y se lleva el café a la boca.
Me siento a su lado, agarro la otra taza y comienzo a revisar los
mensajes de Ángel.
No puedo dormir. ¿Puedes dejarme verla? No importa si está
durmiendo, solo necesito verla un minuto.
No diré nada. No voy a despertarla. Por favor.
Me voy a volver loco. ¿Y si nunca me cree? ¿Y si la pierdo por un
capricho de Sofía?
Estoy en la puerta de tu casa. Baja.
Sorbo café, sigo deslizando el dedo por la pantalla.
¿Estás dormido?
Hazle recordar que debe tomar la pastilla de ácido fólico cuando
despierte. Siempre lo olvida. La tiene en su cartera.
Sonrío, sabiendo que estos dos no pueden estar separados ni un puto
segundo más.
Estoy en casa. Llámame apenas despierte.
Miro a Bas, comiendo una tostada como si fuera un pajarito. Tan
despacio que irrita.
—¿Tomaste el ácido fólico?
Me mira fijo. Sabe perfectamente de quién viene el recordatorio.
Niega con la cabeza.
—Está en la cartera —murmura, lamiéndose los labios—. Lo tomaré
cuando baje.
Asiento.
—Escucha, rubia, esto es lo que vamos a hacer. —Dejo mi taza vacía
en la bandeja—. Terminas de desayunar y te llevo a la cafetería de siempre.
Te sientas, comes alguna cosa dulce y rica, y esperas a Ángel. Escuchas lo
que tiene para decir y ves cómo te sientes con eso. Si es necesario, vuelves
a mí. ¿De acuerdo?
Veo la duda cruzar su mirada, pero asiente sin emitir sonido.
—Bien. —Le guiño un ojo y me levanto—. Voy a ducharme.
Termínate todo eso.

Veinte minutos después, estoy como nuevo.


Bas ojea unos libros en mi habitación, sentada sobre mi cama
perfectamente hecha.
—Esa cama está tan bien hecha, que ni siquiera la reconozco.
Sonríe y se levanta.
—¿Vamos?
—Equis… —habla bajo, acercándose a la puerta—. ¿Crees que
podría conocer a tu madre?
Mi pecho se endurece. Pero hay tanta calidez en sus ojos, que no me
atrevo a decir que no.
Asiento.
—Solo… no le hables como si fuera especial. ¿Sí? Habla como lo
haces conmigo. Y si dice algo que no corresponde a esta realidad, no la
corrijas.
—Claro.
Caminamos por el pasillo hasta la habitación de mi madre. Asomo la
cabeza y, cuando la veo sentada en su cama con una taza de té entre las
manos, me obligo a dejar a Bas pasar.
—Mamá, ¿cómo estás?
—Mi simón. —Su mano me busca al instante.
—Quiero presentarte a alguien. —Le hago señas a Bas para que se
acerque—. Ella es Carola. Te hablé de ella, ¿la recuerdas?
Los ojos de mi madre recorren el rostro de Bas, iluminados.
—¿Esta preciosa chica es tu novia?
Sonrío.
—No, mamá. Es mi amiga. La esposa de Ángel, ¿te acuerdas de él?
—La boda —susurra.
—Sí. —Arrimo la silla a la cama y le indico a Bas que puede
sentarse.
—Es un placer finalmente conocerla, Ofelia. —La voz dulce de Bas
pone una sonrisa en el rostro de mi madre—. Simón me habló mucho de
usted.
—El placer es mío, linda. —La debilidad en su voz agrieta mis
huesos—. Eres más hermosa de lo que Simón dijo.
Bas me mira, las mejillas como dos tomates.
—Simón, hijo, ¿puedes traerme la caja?
La caja. Mi Dios, allá vamos.
—Sí, mamá.
Busco en su ropero, saco La caja. La dejo sobre su regazo.
—¿Quieres ver fotos de Simón cuando era pequeño? —pregunta,
abriendo los recuerdos.
—Por supuesto —responde Bas, demasiado entusiasmada.
Y así, dejo que el bochorno comience. Y esta vez, a diferencia de
todas las otras, lo disfruto; porque veo algo que creí que jamás vería de
nuevo, una sonrisa de paz en el rostro de mi madre.

—¿Confías en mí? —Asiente, mirando por encima de mi hombro al


interior de la cafetería—. Si tuviera alguna duda sobre esto, jamás me
pondría de su lado. —Sostengo su rostro entre mis manos y beso su frente
—. Ve y escúchalo. No va a decirte nada más que la verdad. Lo prometo.
La rubia inhala profundo, los ojos húmedos. Me abraza y entra a la
cafetería, donde un Ángel desesperado la espera.
Observo. Blanco percibe su llegada. Se levanta para abrazarla, pero
Bas se lo impide. Entonces, el príncipe oscuro y sus modales le corren el
asiento y la ayudan a sentarse.
Y esa es mi señal. Mi trabajo ya está hecho.

Estaciono. Bajo. Hago el tan familiar recorrido.


Manuel, el de seguridad, me abre apenas me ve. Lo saludo con un
gesto y subo al ascensor.
Sexto piso.
Bajo.
Golpeo tres veces.
Una Luci cubierta de pintura me recibe.
—¿Estás jugando sin mí?
Achino los ojos, escaneando su overol de jean cortito cubierto de
acrílicos de colores.
—Apareció el bombero que no me ayudó a apagar el incendio…
Levanta una ceja.
—¿Todavía hay llamas?
Una sonrisa suave en sus labios.
—Me parece que algo queda…
Doy un paso al frente, me como su boca al mismo tiempo que cierro
la puerta.
—No tan rápido, bombero. —Me aparta, pero vuelve a morder mi
labio inferior una vez más—. Estoy terminando un cuadro y hoy me siento
inspirada.
—Lamento lo de anoche. —La abrazo, sin preocuparme por la
pintura fresca—. Estaba a punto de salir, pero tuve que ayudar a Bas con un
problema.
—¿Está todo bien? —No hay reproche en su voz.
—Estará todo bien. —Beso su cabeza—. Un malentendido con
Ángel. Nada más. ¿Puedo ver eso que estás pintando?
—Mmm… —Camina, la sigo—. ¿Dejarte entrar a mi lugar en el
mundo? ¿Después de que me plantaras? No lo sé…
Se para en la puerta del taller.
—También me plantaste una vez. Estamos a mano.
—Qué rencoroso…
Me deja pasar. Observo el caos artístico, casi asfixiante. Luci vuelve
a lo suyo mientras yo le echo un vistazo a sus dibujos nuevos.
—Se te nota de muy buen humor hoy.
Me sonríe. Hay algo extraño en su expresión. Está feliz y me encanta,
pero…
—¿Cuántos días libres te dieron? —pregunta.
—Hoy y mañana.
—Podemos aprovecharlos juntos.
—Me encanta ese plan.
Me siento en el pequeño sofá que decora la esquina, al lado de la
ventana. La observo pintar. Su mano moviéndose con delicadeza, su ceño
demasiado fruncido por la concentración. Me centro en sus ojos, verdes,
brillantes y preciosos. Ya no hay rastros del hematoma que me arrastró al
infierno. Aún conservo un vestigio de furia al saber que Eric está libre,
gracias al abogado de papi y unos cuantos billetes. Pero saber que pasó las
peores tres semanas de su vida, es suficiente para darme paz. El hijo de puta
ni siquiera se atreverá a pensar en Luci.
—Estás distraído.
Su voz me arrastra.
—Estaba mirando la obra de arte más preciosa que hay en esta
habitación.
—¿Cuál? —Mira alrededor—. ¿Cuál es tu preferida?
—Una de ojos verdes. —Su sonrisa se ensancha—. ¿Ya la viste? Es
una morocha preciosa.
—Y ahí está mi cupcake fogoso —susurra.
—Exacto. —Me levanto—. Este cupcake vino a apagar el fuego.
Me da una pincelada en la nariz cuando me acerco demasiado. Toco
la pintura fresca y murmuro:
—Yo no empezaría una guerra, Lu.
—¿Equis?
—Diga.
—¿Me dejarías pintarte?
Mi ceño se frunce, pero la sonrisa está ahí.
—¿En un lienzo? ¿A mí?
—Sí. —Veo la picardía en sus ojos—. Desnudo.
Sabiendo cómo acabará esto, comienzo a quitarme la ropa.
—Me gusta un modelo tan predispuesto. —Se muerde el labio
cuando mi bóxer toca el piso.
—¿Qué hago o dónde me pongo?
—Acuéstate en el sofá —indica, las cortinas de la ventana flameando
—. Pon una mano detrás de tu cabeza. El cuerpo bien estirado y relajado.
Natural —sigue indicando, hago lo que dice—. No, no te quites los lentes.
—Vuelvo a ponérmelos—. Cierra los ojos y afloja los músculos.
Cigarettes comienza a sonar. Suave, bajo, relajando el ambiente.
Siempre Cigarettes. A veces pienso que Luci ya no escucha otra cosa.
Los minutos pasan, la melodía nos envuelve.
—Equis —casi susurra—. Relaja… —Se aclara la garganta—. Relaja
los músculos.
—Si te refieres a lo que está entre mis piernas, Lu, es imposible
relajarlo si estamos en la misma habitación. —Mantengo los ojos cerrados,
sin moverme, siguiendo sus órdenes.
Escucho una risita suave. Sonrío y vuelvo a dejar mi expresión
neutra.
—Eres un modelo excepcional, Simón.
—¿Sí? —Intento no moverme—. ¿Por mi extraordinaria belleza?
—Por tu piel dorada. —Su voz calma, llena de paz—. Por cómo tus
venas resaltan en tus brazos y tus manos. Cómo tus músculos se contraen
sin esfuerzo. En especial uno. —Otra risita—. Eres muy fácil de retratar.
—¿No necesitas echarme un vistazo de cerca? —Abro mis ojos, veo
su rostro húmedo y algunos cabellos escapándose del moño en lo alto de su
cabeza—. Digo, para ver las venas y los músculos en detalle.
Limpia el pincel, se levanta de la banqueta y viene hacia mí. Se
arrodilla y comienza a observar mi cuerpo desnudo. La punta mojada del
pincel recorre los músculos de mi abdomen, dibujando la ve que la lleva
hasta esa parte de mi anatomía que reacciona a sus suspiros.
—Lu… —suelto en un gemido gutural.
—A la ducha —susurra, trazando mi longitud con el pincel—. Ahora.
La observo levantarse y salir de la habitación.
Me pongo de pie, duro como una roca y extasiado ante la idea de su
cuerpo y el mío retorciéndose bajo el agua. Me acerco a la puerta, pero algo
sobre la pequeña mesa atiborrada de pinturas, bosquejos y pinceles llama
mi atención.
Un folleto. Lo despliego y leo: Universidades de arte en Florencia,
Italia.
Mis dedos revuelven la mesa, buscando entre los dibujos.
Siento mi pecho endurecerse.
Un cronograma de estudios.
Apuntes de Historia del Arte.
Un pasaje de avión.
—La ducha ya está lista.
El cuerpo desnudo de Luci aparece, sus ojos fijos en los papeles en
mis manos.
—Equis…
—¿Te vas?
CAPÍTULO 29

Su mirada aturdida va de mis ojos al pasaje de avión. Da un paso al


frente, pero retrocede.
—Equis, yo…
—¿Ibas a decírmelo?
—Claro que iba a decírtelo.
—¿Cuándo? —Mi mano tiembla cuando la levanto—. Porque este
pasaje tiene fecha para dentro de una semana.
Cierra los ojos, se apoya contra el marco de la puerta.
—¿Por qué? —susurro.
—Quiero… Quiero descubrir quién soy. Lo que puedo llegar a ser.
Hasta dónde puedo dar. Necesito probar mis límites.
—¿En Italia? —Tiro el pasaje sobre la mesa—. A un maldito
continente de distancia de mí. De nosotros.
—Es una de las mejores universidades de Arte del mundo. —Juega
con sus manos, nerviosa—. Y puedo permitírmelo.
No puedo evitar que me tiemble la puta voz cuando susurro:
—¿Y qué pasa con nosotros?
—Nada. —Se acerca despacio—. Todo sigue igual, seguimos siendo
amigos.
—¿Amigos? —Ahueco su rostro entre mis manos temblorosas—.
¿Vas a soltarme esa mierda de amigos cuando estuvimos haciendo el amor
en cada puta parte de esta casa?
—Equis, yo… te dije que no quería compromisos.
Escucho el último latido. Mi corazón se detiene.
—No soy quien crees que soy, Equis…
—No empieces con eso. —Niego con la cabeza, alejándome—. No
uses eso cómo excusa.
—¡Es la verdad! —Se apoya contra la pared—. No soy una mujer
fuerte, poderosa. No soy inteligente. No tengo personalidad. Dejo que me
manejen. Siempre dejé que todos me manejaran. Digo lo que todos dicen.
Hago lo que todos hacen. —El vómito verbal apenas la deja respirar—.
¡Voy a fiestas cuando las odio! ¡Me junto con drogadictos cuando no
consumo! ¿No lo ves? Soy capaz de saltar de un maldito puente, si todos
saltan. Soy capaz de hacerlo solo para no sentirme sola. Para no sentirme
así de… vacía.
Cada palabra que sale de su boca me golpea.
—No puedo con esto. —Mi pecho arde, mis piernas tiemblan—. Creí
que iba a funcionar. Que iba a poder hacerlo, pero no puedo.
—Equis, estás exagerando.
Su voz me llena de algo que jamás creí que sentiría por ella. Furia.
—¿Exagerando? —Mi ceño se comprime—. Nueve años deseándote
en silencio. Nueve años fingiendo que no me calentaba cada vez que te
miraba. Que no anhelaba dormir a tu lado cada puta noche. Nueve años
viendo cómo te entregabas a cualquier imbécil que no te valoraba, mientras
yo estaba ahí, gritando con cada puto gesto cuánto te amaba. —Niego,
incapaz de creer que esto esté pasando ahora mismo—. Y ahora que por fin
me animo a salir de mi puto caparazón y jugarme por lo que siento, batallar
con ese miedo a perderte, Italia. Un abismo entre nosotros.
—No es para tanto… —Se agarra la cabeza—. Hay aviones. No es el
fin del mundo. Hasta podrías venir conmigo.
—¿Te estás escuchando? ¿Ir a dónde? Tengo una madre con un pie
en el cielo y una hermana alcohólica. Por no mencionar una carrera,
sobrinos, amigos. Una puta vida.
—Eso es exactamente lo que yo quiero. Lo que busco. —Se seca una
lágrima y el piso tiembla bajo mis pies—. Una puta vida.
Intento calmarme. Cierro los ojos. Respiro profundo.
—No llores —mascullo y comienzo a buscar mi ropa—. No es tu
culpa, es mía. No debí meterme a este juego sabiendo que no sentías lo
mismo.
—Equis, estás diciendo estupideces…
Me visto con rapidez. Necesito salir de esta puta casa.
—Soy el único que está sintiendo que se asfixia y todavía no te
fuiste. Eso lo deja claro.
Se cubre el rostro con las manos. Solloza por lo bajo.
—Esto fue un error —murmura—. Tú y yo… de esta manera. Dejar
que esto pasara, fue un error.
Si todavía quedaba algo vivo en mí, acaba de morir.
Paso la camiseta por mi torso, mi cuerpo tiembla cuando me acerco a
ella.
—Mírame —susurro, sus ojos rojos me encuentran—. Sé sincera, Lu.
¿Esto es lo que quieres? ¿Lo que realmente necesitas?
Lucho por contener las putas lágrimas mientras me mira de esta
manera. Así, tan… perdida.
—Sí.
Trago la angustia, agarro su cabeza y acerco su frente a mi boca.
—Te libero —digo y dejo un beso—. Ojalá triunfes. Ojalá te sientas
llena. Ojalá encuentres la vida que deseas. Ojalá conozcas a un italiano que
ame libremente y te enamores por primera vez en tu vida.
Un sollozo estrangulado.
—No seas hiriente, Simón.
Su voz me desgarra.
—¿Por qué no? ¿Todos pueden herir y yo no?
Cuando mis manos sueltan su pelo, sé que es real. Está frente a mis
ojos. Mi peor pesadilla. La razón por la cual la deseé en silencio tantos
años. La pérdida. El fin. Nuestro fin.
—Equis…
Sigo caminando hacia la puerta, escucho su voz persiguiéndome.
—Equis.
—Suerte en Italia.
CAPÍTULO 30

Me llevo el vaso a los labios, intento ahogar la angustia. Pero la hija


de puta sabe nadar en el líquido ámbar.
Cierro los ojos, intento pensar en Lara y sus pasos de bebé. En los
últimos tres días solo bebió cerveza y paró mucho antes de caer dormida.
No quiero ilusionarme. Pero es lo único bueno en mi vida ahora mismo y,
carajo, voy a aferrarme a eso con uñas y dientes.
Pido otro whisky. Sí, yo no tomo whisky. Pero podría decirse que
estoy hasta las pelotas de ser yo mismo. Así que, ¿por qué no?
Una buena borrachera y a la mierda todo.
Pienso en mamá. Su sonrisa llena de paz cuando conoció a la rubia.
Sonrisa que no volvió a repetirse.
La caja de los recuerdos sigue juntando polvo y su mente continúa
presa de la enfermedad.
El líquido amarillento prende fuego mi garganta. Pero no es eso lo
que abrasa mi cuerpo, es su voz.
—¿Podemos hablar?
No hace falta girar la cabeza, puedo sentir su calor; sin embargo, lo
hago.
Sus ojos verdes me enceguecen, haciendo vibrar mi alma cobarde.
—¿No tienes que estar haciendo las valijas o algo así?
Vuelvo la vista al frente, a la camarera que seca copas con agilidad.
—Equis, por favor, hablemos.
Su mano se apoya en mi brazo y mi piel reaccionar. A ella. A su
perfume. A todo lo que su tacto representa.
—¿Cómo sabías que estaba acá?
—Ángel me dijo que no saliste de este bar en los últimos tres días. Y
que estuviste faltando al trabajo.
Resoplo. Juego con el líquido en mi vaso, sintiendo cómo el alcohol
hace efecto.
—Bocón pollerudo.
—Es tu amigo y está preocupado como…
—¿Cómo tú? —Me río—. Luci, estoy seguro de que puedes hacer
algo mucho más productivo con tu tiempo. Déjame solo.
Se levanta del taburete en el que se había sentado hace solos unos
minutos y, cuando creo que va a irse, me sorprende aplastando su boca
contra la mía.
Sus manos aprietan mis mejillas, no hay nada más que voracidad y
dolor en el baile de nuestras lenguas.
Su sabor va reemplazando el alcohol, llenándome.
Sé que estamos dando un espectáculo, pero me importa una mierda.
Todo en lo que puedo pensar son sus labios deshaciéndose en los míos. La
violencia y la desesperación con la que su boca me reclama.
Y me dejo llevar. Carajo, me dejo arrastrar una puta vez más. Porque
soy débil. Porque ella es mi fuerza y mi talón de Aquiles. Mi luz y mi
oscuridad.
Su lengua. Mi lengua. Sus manos. Mis manos. El deseo endureciendo
mi cuerpo.
Lo próximo que sé, es que estamos en una habitación de hotel y no
tengo puta idea de cómo llegamos a esto. Culpo al alcohol. No. Culpo a
algo más adictivo, sus besos.
Las manos de Luci se desesperan por desvestirme. Y cuando lo
logran, cuando la última prenda que me vestía toca el suelo, me tiran de
espaldas sobre la cama.
—Estoy borracho —murmuro—. Voy a decir cosas que… no siento.
El cuerpo desnudo de Luci se sienta a horcajadas sobre el mío.
Tiemblo cuando la siento húmeda y segura.
—Vas a decir exactamente lo que sientes, Simón. Y voy a escucharlo.
Su cuerpo desciende sobre mí, permitiéndome llenarla por completo.
Tiene el control. Siempre tuvo el control.
Siseo cuando todo se vuelve abrumador. Intenso.
El vaivén de sus caderas iguala al caos en mi cabeza. Implacable.
Delicioso. Arrollador.
Los jadeos llenan el aire. Suyos, míos, nuestros.
—No quiero perderte —susurro y siento las putas lágrimas mezclarse
con el alcohol en mi boca.
Su pecho se funde con el mío, mis brazos la rodean mientras sus
caderas bailan para nosotros.
—No vas a perderme.
—Vas a irte.
Siento su boca en mi cuello, marcándome. Haciéndome saber que
siempre me tuvo en la puta palma de su mano.
—Tengo que hacerlo.
—Vas a destruirme, si te vas.
—Voy a destruirte si no lo hago.
Círculos de fuego. Piel ardiendo. Susurros dolorosos.
—Voy a ahogarme si no lo digo.
Sus piernas a cada lado, apretándome, haciendo todo lo
humanamente posible para volvernos uno.
—Dilo —jadea.
Siento la guerra dentro de mi pecho adormecido por el alcohol.
Su cuerpo se retuerce sobre el mío, sé que está a punto de romperse
en mil pedazos. Lo siento. Lo siento acumulándose.
—Te amo.
Un patético sollozo ahogado se funde con sus gemidos. Salió de mi
boca. Salió de mi alma fracturada.
—Te amo, carajo. —Mis dedos enterrándose en su cintura, adorando
la carne—. Te amo desde el primer puto día. Te amo tanto que arde —llevo
sus manos a mi pecho— acá.
Es un segundo, en donde sus ojos conectan con los míos y el alcohol
se evapora.
—Lo sé —susurra, meciéndose suavemente sobre mí—. Y por eso no
vas a cortarme las alas.

La acidez invade mi boca, mis ojos se abren. Levanto la cabeza, la


habitación gira. La habitación que no conozco. Me dejo caer otra vez sobre
la almohada. Miro alrededor, unas sábanas negras y sedosas me absorben.
Las levanto, solo para comprobar lo que ya sabía, estoy desnudo.
Inhalo profundo, lucho contra el vómito y la laguna en que se
convirtió mi cabeza.
La soledad grita demasiado fuerte. Y yo necesito pensar. Pensar
dónde mierda estoy y por qué no visto nada más que una dolorosa erección.
Me levanto. Mi cabeza gira trescientos sesenta grados mientras el
vómito escala. Llego al baño de milagro. Mis rodillas aterrizan sobre los
azulejos fríos y mis manos se aferran al inodoro.
Y lo dejo ir.
Las lágrimas. El alcohol. Sus ojos. El dolor. Su boca. La pérdida. Su
cuerpo. La noche.
Las imágenes me golpean mientras las arcadas me retuercen la
garganta. Me abrazo al inodoro hasta que vuelvo a ser capaz de ponerme de
pie.
Me lavo la cara y los dientes, intentando reaccionar. Camino de
vuelta a la cama, me siento. Veo un papel doblado a la mitad sobre la mesa
de luz. Lo agarro, mi cabeza palpitando.
Cuando lo abro, el mundo que conocía deja de existir.
La noche de mi cumpleaños, cuando salimos del recital y me trajiste a casa,
tenía la mente demasiado llena. De Equis. Equis y su dulzura. Equis y su
picardía. Equis y su caballerosidad. Equis y su amistad. Equis y su forma
de mirarme, como si fuera la única estrella de su cielo. Equis y sus labios,
sobre los míos. Besándome hasta los miedos. Y lo único que pude hacer, fue
exorcizarte a través del lápiz y el papel. Y ni siquiera después de retratar la
mejor noche de mi vida, pude sacarte de mi cabeza.
Luci.
CAPÍTULO 31

El ritmo estable de su respiración es lo único que me mantiene a


flote.
Acaricio el dorso de su mano. Su piel arrugada bajo mis dedos,
llenándome de recuerdos. Mi cabeza sobre la cama, mi boca escupiendo mil
plegarias a quien sea que maneja este mundo.
Escucho la puerta abrirse, pero mi cuerpo ni siquiera se inmuta.
Apenas tengo fuerzas para respirar.
—Simón. —Una mano sobre mi hombro, mi cabeza se levanta—.
Tienes que ir a casa a descansar.
—No voy a irme, Lara. —Sostengo la mano de mi madre con fuerza
—. No voy a irme hasta que no pueda llevármela conmigo.
—Simón —se arrodilla frente a la silla donde estoy sentado. Su
mirada está llena de una compasión que no veo desde que somos niños—,
estás aquí desde hace dos semanas. Necesitas una comida de verdad y una
cama. Dora y yo nos turnaremos para cuidarla, no estará sola ni un minuto.
Además, tienes que ir pensando en volver al trabajo. Los días por
vacaciones que pediste terminaron ayer.
Miro el rostro dormido de mi madre.
—Tengo miedo —susurro—. Tengo miedo de que algo pase y yo no
esté sosteniendo su mano. Tengo miedo de que se sienta sola.
—Nada pasará. —Me aprieta la rodilla, un gesto que casi me
devuelve a mi hermana—. Lleva estable más de ocho días. Irás a dormir,
volverás y todo seguirá igual.
Siento la duda batiéndose a duelo con el cansancio.
—Está bien.
—Déjame las llaves de tu moto y toma un taxi. —Extiende la mano
—. No estás en condiciones de manejar.
No discuto. Tiene razón. Apenas tengo reflejos.
—Llámame si ocurre algo. —Le doy las llaves—. Por más
insignificante que parezca, llámame.
—Ve. —Me empuja hacia la puerta—. Come, duerme y distráete un
poco. Necesitas poner la cabeza en otro lado. Yo me encargo de todo.
La veo sentarse al lado de mamá. La veo sobria, sin ojeras y el rostro
vivo. Apenas puedo creer que sea la misma mujer que hace unos meses
estaba en esta misma clínica recibiendo un lavaje de estómago por estar al
borde de un coma alcohólico.
Sé a qué se debe su cambio. A pesar de que aún no quiere decírmelo
y yo no quiero preguntar.
—Ve —ordena, alejándome con las manos.
Asiento, miro de nuevo a mi madre y salgo antes de arrepentirme.
El camino a casa es casi surrealista. Sentado en el taxi, viendo la vida
pasar, me siento parte de una película. Una donde el protagonista sufre
hasta convertirse en ceniza.
No quiero pensar, pero mi cabeza entra en automático y reproduce lo
mismo de las últimas semanas: Luci haciéndome el amor en una habitación
de hotel con dulzura, dolor y salvajismo. Luci despidiéndose de mí. Dora
llamándome para avisarme que Ofelia tuvo que ser hospitalizada por un
preinfarto. Mi mundo ardiendo. Mamá luchando con medio corazón
muerto.
No es hasta que el taxista abre mi puerta y me pregunta si estoy bien,
que reacciono. Catatónico, le pago y entro a mi casa.
Ni siquiera paso por la cocina, solo subo las escaleras y me dejo caer
sobre la cama.
Miro el vacío y dejo que mi cabeza se apague.

El agua cae sobre mí, helada.


Mis músculos tiesos. Mis lágrimas fundiéndose con la lluvia
artificial, perdiéndose en el desagüe.
Cuando mi cuerpo empieza a temblar, salgo.
Apenas recuerdo haberme vestido y sentarme en el living, en el
medio de la oscuridad que tanto odio.
Afuera la noche y la vida se toman de la mano. Adentro, el dolor y la
soledad.
El timbre suena. Lo ignoro. No quiero ver a Ángel, tampoco a Bas.
Ya hicieron suficiente por mí, pero ninguno de los dos entendió que quiero
estar solo.
Dos. Tres. Cuatro veces más. El sonido metálico astillándome el
cerebro.
Me levanto, un cuerpo inerte caminando hacia la puerta. La abro.
—¿Emma?
Su dulce y tímida sonrisa me saluda.
—Hola.
Miro hacia los costados.
—¿Sabes Ángel que estás acá?
—Soy una mujer adulta, Equis. Ángel no tiene que darme permiso
para salir a dar una vuelta.
Miro sus ojos azul cielo, casi dos años de sufrimiento, peligro y
búsqueda se refleja en ellos.
—Tienes razón.
Sonríe otro poco, lleva la mano al bolsillo de su pantalón y busca
algo.
—En el medio de la sala. —Pone dos entradas para el cine frente a
mis ojos—. La película de zombies más bizarra y peor actuada de la
historia, justo como te gusta. Dentro de cuarenta minutos.
—Emm… —Niego con la cabeza—. Yo… no soy la mejor compañía
ahora mismo.
—Por favor. —Agacha la cabeza, su cabello castaño cubriéndole el
rostro—. Sé que hace días no haces más que estar en el hospital, los
escuché a Ángel y a Bas hablar. Creí que… te vendría bien distraerte un
rato.
Miro el rubor comerse la blancura de su rostro. Sé lo que esto
significa para ella. Sé el paso gigantesco que está dando. Saliendo de su
burbuja, venciendo sus miedos, invitándome a salir. Y por eso, lo hago.
Acepto.
—Voy a buscar las llaves del auto.
Una sonrisa sutil, un asentimiento discreto.

Mis ojos están fijos en la pantalla, pero no estoy mirando. Desde que
me senté, no pude dejar de pensar en lo mismo. Ofelia y Luci. Luci y
Ofelia. Una y otra puta vez.
Luci me envío dos mensajes desde que se fue. Un simple Llegué
bien. Y un ¿Cómo estás?
No respondí ninguno. Porque, desde que lo recordé, no pude sacarme
de la puta cabeza aquella frase.
«Y por eso no cortarás mis alas».
Y no lo haré. Porque la amo con cada puta fibra de mi ser, no voy a
cortar sus alas. No voy a ser la soga alrededor de su cuello. Voy a dejarla
volar tan lejos como sea necesario. Y si algún día vuelve a mí, sabré que el
viento la quiso conmigo. Sabré que soy su casa.

—Sin dudas, no es mi estilo. —Emma está rígida sobre el asiento del


auto, a mi lado—. Pero puedo entender por qué te gustan, te ríes más de lo
que te asusta.
—Ese es uno de los tantos atractivos —respondo, porque sé que
estuve callado desde que salimos y no quiero hacerla sentir mal.
Pasamos el resto del viaje en silencio. Yo pendiente del camino y mi
celular, por si recibo alguna noticia de mi madre.
Emma tararea suavemente una canción de Foster The People,
relajándose poco a poco. Y casi me parece una locura que esté acá, sentada
a mi lado. Confiando. En calma.
Apago el motor cuando estaciono frente a su casa.
—No voy a bajar, no estoy de ánimos para hablar con Ángel —digo,
mirando hacia la ventana.
—Está bien —susurra.
—Fuiste una buena compañía hoy, Emm. —Tomo su mano y la
aprieto suavemente—. Sé que no fui muy demostrativo, pero estoy
agradecido por el gesto.
Emma mira nuestras manos unidas. La suelto antes de que esto se
vuelva raro.
—También la pasé bien. —Sonríe suavemente—. Equis…
El silencio está sentado en el asiento de atrás, enrareciendo el
ambiente.
Sus ojos me esquivan, casi puedo ver el humo saliendo de su cabeza.
Antes de que pueda preverlo, su boca se acerca a la mía.
—Emma, no. —Mis manos en sus hombros, deteniéndola—. Emm,
no. Yo no…
—Lo sé —susurra, cabizbaja—. Sé que no te gusto de la manera en
que tú me gustas. Y lo entiendo, creo. Pero…
—Emm, por favor —suplico, mi estómago cayendo en picada—. No
quiero lastimarte. De ninguna manera. No hagas esto.
—Solo… —Sus ojos húmedos se atreven a encontrarse con los míos
—. ¿Podrías besarme, Equis?
La ausencia de palabras otra vez, dejando que la petición se acomode
entre nosotros.
—A mis veintiún años, nunca nadie me besó. Nadie que yo quisiera.
—Sus palabras aprietan mi garganta—. Roco lo intentó, pero jamás confié
lo suficiente en él como para… dejarlo.
—Emm. —Agarro sus manos otra vez, intento sonar lo más suave
posible—. No soy el indicado. No puedo corresponderte el sentimiento.
—Eres el primer hombre en quien confié después de salir del
infierno. —Su mirada me roba el oxígeno—. El primer hombre con quién
me sentí a salvo. Cómoda. A mis ojos, eres el indicado.
La lucha se desata en mi interior.
—Por favor —susurra—. Solo quiero saber qué es lo que Bas y
Ángel sienten cuando se besan. Siempre los veo y parecen tan… llenos.
Vivos. Como si se pasaran energía el uno al otro. Es tan… intenso.
Mi pulso galopa desquiciado. Sé que Ángel va a matarme si se
entera. Pero, como un acto de gracia hacia esta mujer que se merece el
mundo entero, lo hago.
Me acerco, tomo su rostro entre mis manos y acerco mi boca a la
suya suavemente. Sus labios se abren sobre los míos, sus ojos cerrados. Es
un beso suave y casto. Lento. No hay pasión. Solo seguridad. Siento un
vestigio de su lengua tímida dentro de mi boca, pero nada más.
Cuando nuestras bocas se separan, sus ojos húmedos no pueden
despegarse de los míos.
—Así es cómo debería sentirse —susurra.
Coloco un mechón de cabello detrás de su oreja y digo:
—Y es aún mejor cuando encuentras a la persona que da vuelta tu
mundo. Y esa persona no soy yo, Emm. —Relame sus labios, como si aún
pudiera sentir el beso—. Solo te sientes segura conmigo y eso está bien. Me
halaga. Pero no soy yo.
—Gracias —susurra y sonríe. Sonríe con una fortaleza envidiable.
—Eres una mujer hermosa y fuerte. —Acaricio su mejilla—. Vas a
encontrar a un hombre que te venere como te mereces. Y vas a confiar tanto
en él, que olvidarás el infierno por el que caminaste. Te lo prometo. La vida
recién comienza para ti.
CAPÍTULO 32

Llevo media hora escuchando sus gritos, sus miles de razones para
echarme. Media hora aferrándome a la silla, intentando evitar lo inevitable.
—… ese acto de irresponsabilidad. Hace cinco días debería haber
regresado de sus vacaciones y ni siquiera llamó para dar explicaciones.
—Mi madre tuvo un preinfarto —casi lo susurro.
—Y se le dieron sus dos semanas de vacaciones por adelantado. —
Pasea de un lado a otro detrás del escritorio—. Hay gente que depende de
usted, Villalba. Tiene alumnos que esperan sus clases. Tiene media docena
de chatarra electrónica para analizar. El mundo no puede detenerse por su
madre.
Lo siento, viajando por mis venas, llenándome. La furia.
Apenas puedo escuchar lo que sale de su boca.
—… no merece estar aquí, ni llevar esa placa. Ni siquiera ese
cubículo en el trabaja. No sé en qué estaba pensando Lugones cuando lo
reclutó.
Está ahí, burbujeando. Intento detenerlo, pero es demasiado tarde.
—¿Te pones así porque no lo merezco o porque llegué sin
pretenderlo al lugar donde siempre quisiste estar? —escupo, su rostro se
desfigura en cámara lenta—. Deberías dejar la hostilidad de lado, porque si
tengo que recibir una puta bala por cubrir tu culo, lo haré. Porque yo sí me
dedico a hacer mi trabajo.
Me levanto, la silla cae añadiendo dramatismo al puto momento.
Bajo las escaleras, medio equipo me está mirando. Me siento en mi
cubículo, ese que según Oviedo no merezco.
Intento respirar profundo, calmarme. Sé que pueden abrirme un
sumario por esto, pero, honestamente, me importa una mierda.
Entierro la cara en mis manos. Estoy agotado. Tengo las neuronas
achicharradas de tanto pensar. Siento que estoy sosteniendo el mundo sobre
los hombros. Y voy a caer, porque el peso es demasiado.
Justo cuando levanto la cabeza, veo a Bas y a su preciosa pancita
entrando. Aniquilo con la mirada a los imbéciles que quieren comérsela de
un bocado. Me levanto y camino a su encuentro.
—Rubia, ¿qué haces aquí? ¿Cómo te dejaron pasar?
Su rostro está completamente pálido.
—¿Estás bien? —Agarro sus manos, frías y temblorosas—. ¿Pasó
algo con Ángel? ¿Rufi está bien?
Niega con la cabeza, los ojos perdidos.
—Ellos… están bien.
Le sonrío, intentando apaciguar lo que sea que esté pasando.
—¿Quieres que me tome el descanso ahora y vamos por un café?
Niega con la cabeza, sus manos se aferran con fuerza a las mías.
—Rubia, ¿qué pasa? —Acaricio su mejilla—. Me estás asustando.
—Equis. —Sus ojos se humedecen—. Ofelia…
El mundo se detiene en su nombre.
—No.
—Equis… —susurra, las lágrimas deslizándose por sus mejillas. Sus
manos apretándome con fuerza.
—No, no, no, no, no.
Bas asiente, llevándose las manos a la boca.
Miro a mi alrededor, el fuego trepando por mis piernas.
—No. —Niego con la cabeza, sonrío—. No, Bas. No. Mamá no. No.
—Equis. —Agarra mis hombros, busca mis ojos—. Mírame. —Miro
sus ojos llenos de lágrimas—. Vamos a sentarnos. ¿Sí?
—No. —La alejo—. No. Ofelia no. Mi Ofelia, no.
—Equis… Voy a explicarte todo, solo tienes que sentarte. Por favor.
Escucho su voz como si estuviera dentro de un túnel, perdiéndome
con cada paso.
Siento cómo caigo. Cómo mis rodillas tocan el suelo. Cómo el
mundo que conozco se desvanece.
—Equis. —Siento sus manos sostener mi rostro, su frente acercarse a
la mía. Pero no puedo verla—. Todo va a estar bien. Te lo prometo. Estoy
aquí, estamos juntos en esto.
—No… —Siento el llanto construirse en mi garganta—. Ofelia... No.
No es verdad. Bas —aprieto sus brazos—, estás mintiendo.
—No… No estoy mintiendo, cariño. —Su cabeza niega rápidamente,
las lágrimas enrojeciendo sus ojos—. Lo lamento. Lo lamento tanto.
Observo su rostro, pero en realidad me estoy mirando a mí mismo.
Dieciocho años atrás. Entrando a mi nuevo hogar. Mi nueva mamá
sosteniendo mi mano. Impidiendo que me separaran de mi hermana.
Tapándome cada noche. Leyéndome hasta que el sueño me vencía.
Cocinándome mi comida favorita. Defendiéndome de los chicos de la
escuela, que se burlaban de mí por ser adoptado. Amándome como mi
propia sangre no supo hacerlo.
—Te tengo. —Escucho—. Te tengo. Te tengo.
Mi cabeza sobre el vientre abultado de Bas, en el piso,
deshaciéndome.
Unas manos acariciando mi pelo, susurrándome cosas lindas en el
medio del infierno.
Mi pecho se sacude con violencia. Vaciándome. Gota a gota.
Recuerdo a recuerdo. Hasta que llorar ya no tiene sentido y las lágrimas
perdieron sabor.
CAPÍTULO 33

Ángel

Siento su respiración cálida sobre mi cuello, sus jadeos suaves en mi


oído. Empujo lentamente, adorándola en cuerpo y alma. Haciéndola aún
más mía con cada dulce embestida.
Mi mano sosteniendo sus muñecas por encima de su cabeza rubia. Mi
cuerpo extendiéndose sobre el suyo, formando una burbuja donde solo
existimos los dos.
—Blanco… —gime mi nombre, llenando mi cielo de estrellas.
Mi boca se pierde en sus pechos cálidos, más llenos que nunca.
—Te amo. —Juego suavemente con mis caderas, enviándola a la
locura—. Tanto que me asusta no poder contenerlo en el pecho.
Sonríe, los ojos adormilados de placer. Mi puto corazón en sus
manos.
Sus muñecas se zafan de mi agarre, sus dedos se pierden en mi pelo y
me dejo llevar. Empujo con delicadeza, hasta que nos rompemos en mil
pedazos. Juntos.
—¿Estás bien? —susurro, dejándome caer a su lado.
Su cabello rubio y largo es un abanico sobre las sábanas negras. Su
piel, brillante de amor y lujuria. Sus ojos conteniendo mi mundo.
—Podría decirse que estoy muy bien. —Acaricia mi mejilla sin
afeitar.
—¿Estás segura? —Llevo las manos a su vientre redondo, lo acaricio
—. Me aterra lastimarte.
Ríe suavemente.
—Está muy bien protegido o protegida. —Me acaricia la cabeza
mientras dejo besos por toda su panza—. Además, siempre eres cuidadoso,
Blanco. No tengas miedo.
—¿De verdad no quieres conocer su sexo? —Mi nariz recorre su
suave piel—. Me muero de ansiedad, Rulosa. Sabes que no saber no es lo
mío.
—Quiero que sea una sorpresa, Blanco. Ya lo hablamos.
Le dedico mi mirada más seductora, esa que hizo que cayera por mí
siete años atrás.
—Puedes mirarme con esas esmeraldas todo lo que quieras. —Niega
con la cabeza, sin dejar de acariciarme el pelo—. Solo consigues que quiera
besarte. Mucho.
—Creo que puedo estar bien con eso. —Me acerco a su boca—. Por
ahora.
Me como su sonrisa. Mi mano en su mandíbula, sosteniéndola justo
donde mis labios la necesitan.
—Eres preciosa, ¿lo sabes? —Beso su nariz—. Y cuando te lo digo,
no lo hago solo porque te amo. Lo digo objetivamente. —Busco sus ojos
negros, esos que me devolvieron a la vida—. Ahora, embarazada y desnuda
entre mis brazos, me vuelas la cabeza igual que como lo hiciste siete años
atrás en esa cafetería. —Llevo su mano hasta mi hombría—. ¿Sientes eso?
—Sus dedos acarician la dureza, su rostro se sonroja como el primer día—.
Otra vez listo. Eso no pasaría si no me gustaras como lo haces.
Sus labios se acercan con la mezcla perfecta entre libido e inocencia.
Dejo que me bese a su gusto.
—Sé que lo ocurrió con Sofía hace unos meses te hizo dudar de tu
apariencia y no quiero que eso ocurra nunca más. —Acaricio su mejilla—.
Embaraza, esa es mi Carola preferida. Ese brillo único que aparece en tu
piel y en tus ojos, solo con este estado. Esta panza —trazo la circunferencia
de su abdomen— te queda increíblemente sexy. Deberías prestar atención y
notarías cómo los hombres te miran cuando caminas por la calle, segura y
llena de vida.
—Blanco…
—Te amo, Bas. —Otro beso en su nariz—. Sé que ya te lo dije. Sé
que dijiste que todo quedó en el olvido. Pero no voy a dejar de decírtelo ni
un solo día hasta que te lo creas. Preciosa. Eres simplemente preciosa.
Beso cada imperfección que le preocupa, intentando que mi boca la
llene de confianza.
Justo cuando está a punto de quedarse dormida con mis caricias, mi
teléfono suena. Es Equis. Atiendo lo más rápido que puedo, pero los ojos de
Bas ya están sobre mí.
—¿Equis?
—Hola. —Hay un griterío de fondo—. Tu número figura como
contacto de emergencia de un tal Simón. ¿Lo conoces?
Todo el vello de mi cuerpo se eriza.
—Sí. ¿Qué pasa?
—Se metió en una pelea, está borracho. Soy la camarera del bar
Pinky y Cerebro. Si no lo sacas ahora, van a llamar a la policía.
—Él es la policía. —Me levanto y empiezo a buscar mi ropa—.
Reténganlo ahí. Iré a buscarlo.
Corto y me pongo los pantalones con rapidez.
—¿Qué pasa? —Bas se lleva la sábana al pecho, mirándome con los
ojos muy abiertos.
—Equis borracho otra vez.
Suspira, dejándose caer entre los almohadones.
—Me preocupa, Blanco. Muchísimo. —Se acaricia la panza, negando
con la cabeza—. Ya pasó un mes desde la muerte de Ofelia. No puede…
seguir emborrachándose cada noche. Me aterra que tome el mismo camino
que Lara está dejando.
Me pongo la camiseta y las botas.
—No te preocupes. Voy a encargarme.
—Te acompaño.
Empieza a levantarse, pero me acerco y la ayudo a acostarse otra vez.
—No voy a llevarte ahí, Bas. —Acomodo el cabello detrás de su
oreja—. Equis está borracho y acaba de meterse en una pelea, no es un
ambiente seguro.
—Pero… él me necesita, Blanco. Soy su pilar, así como él fue el mío.
—Lo sé. —Beso su frente—. Te prometo que vendré a buscarte si te
necesita. ¿De acuerdo? Ahora solo descansa. Yo pasaré por el bar, meteré su
culo borracho en el auto y lo llevaré a casa.
Cuando entro al bar, el humo, la música y la gente me abruman. Hace
años que no frecuento estos lugares y puede decirse que perdí la sensación
de familiaridad.
No me cuesta mucho visualizar a Equis, dos gigantes de seguridad lo
tienen agarrado de ambos brazos mientras lucha por liberarse. Luce como la
mierda. Despeinado y con el labio partido.
—Suéltenlo, me lo llevo.
—Uf, llegó el príncipe azul. —La rabia en su voz es alarmante—.
¿Ya puede empezar el baile?
—Cuando saque tu culo de aquí, bailamos si quieres.
Levanto su peso muerto con mis brazos. El imbécil apenas puede
mantenerse de pie. Paso su brazo alrededor de mi cuello y lo sostengo por la
cintura mientras avanzamos hacia la salida.
El aire frío de la madrugada nos recibe.
—Suéltame. —Me empuja, intentando liberarse—. Vuelve a tu puta
casa, con tu perfecta familia y déjame en paz.
El dolor en su voz me parte en dos.
—¿Qué mierda crees que estás haciendo? ¿Eh? —Lo sostengo con
firmeza, pero la ira lo dota de una fuerza extraordinaria—. ¿Qué solucionas
ahogándote en alcohol? Dejando que un imbécil te rompa la cara…
—Duele menos —casi balbucea—. Entiendo por qué Lara lo hacía.
—Se lleva la mano al pacho—. Duele menos.
—Lara está luchando contra esta mierda desde hace meses,
intentando ser mejor. ¿Te parece que es justo que llegues a casa así?
—No importa. —La baba se mezcla con la sangre, deslizándose por
su barbilla. La limpio con mi mano e intento que lleguemos hasta el puto
auto—. Ya no me importa nadie. Ni Lara, ni tú, ni Luci…
No me sorprende que Bas no esté en la lista negra.
—Cierra la boca, Cerdo. Vas a arrepentirte mañana.
—¿Sabes qué? —balbucea, frenando sus pies torpes, llevándose mi
cuerpo hacia adelante con su peso—. Intenté acostarme con ella.
—¿De qué mierda estás hablando?
—Una morocha preciosa del bar. —Sus ojos no pueden mirar a un
punto fijo—. Intenté tener sexo con ella en el baño y ¿sabes qué? No
funcionó. Porque no es Luci. Ni siquiera me puse duro. Porque no es ella.
Me arruinó. —Una lágrima baja por su mejilla—. Me arruinó para siempre.
—Se acabó. Voy a llamarla y avisarle lo que pasó.
—¡No! —Me empuja y, esta vez, logra tirarme—. ¡No vas a llamarla!
¡Ella va a volver a mí si el viento quiere! ¡Sus alas! —Su voz fundiéndose
con el llanto—. ¡No voy a cortar sus alas!
—No sé de qué mierda estás hablando, Cerdo. —Me levanto, las
palmas de las manos raspadas por el asfalto—. Pero vas a calmarte ahora.
—Déjame solo.
Comienza a caminar hacia cualquier lugar, tambaleándose de un lado
a otro, apoyándose en las paredes.
Lo alcanzo.
—Equis, vamos a…
—¡No!
No lo veo, hasta que lo siento. Su puño estrellándose contra mi
mandíbula. Saboreo la sangre en mi boca.
Sus ojos están muy abiertos. Mira su puño, mira mi labio sangrando.
—Vamos —escupo la sangre—, descárgate. Golpéame todo lo que
quieras de una puta vez y vamos a poner tu culo triste y borracho a dormir
hasta que vuelvas a ser el de siempre.
Su mirada sigue absorta en su puño, aún cerrado.
—Así que ahora andamos jugando al boxeador, ¿eh? —Lo sostengo
de nuevo, arrastrándolo hasta la puta esquina.
—Deja de ser un maldito grano en el culo, Ángel. Ve con tu perfecta
esposa.
—Resulta que estaba haciéndole el amor a mi perfecta esposa y
recibo un llamado de alguien avisándome que el idiota de mi mejor amigo
estaba jugando a la lucha libre en un bar barato.
—¡Uf! —La baba sigue cayendo de su boca, apenas logra articular—.
Que… Bas me perdone por privarla de tu… no erecto gigante miembro.
No puedo evitar reír. ¿Lo peor? El imbécil me acompaña. Ríe como
si hubiera dicho el mejor chiste que la humanidad ha escuchado.
Abro la puerta del Impala, lo dejo caer en el asiento del copiloto.
—Calladito te ves más bonito. —Le pongo el cinturón de seguridad
—. Ahí. Quieto.
—No entiendo… ¿Cuándo vas a admitir que te gusto? Bas debería
considerarme una amenaza. Te… Te mueres por probarme.
—Me muero porque cierres la boca.
Doy un portazo, rodeo el auto y me subo.
—¿Puedo tocar tu radio?
—No. —Doy un golpe a su mano, alejándolo.
—Uf, qué sensible…
Me cuesta una hernia en los huevos meter su metro noventa en la
ducha. Esto es peor que intentar bañar a Rufino.
—Hoy no estoy depilada. —Levanta las manos, los ojos borrachos
achinados—. Solo te aviso.
—No hacía falta, ya me di cuenta. —Lo empujo más hacia el agua
helada—. Quédate debajo del chorro. Eso.
—¿Vas a enjabonarme la espalda?
—Voy a doparte si no te callas. Y puede que se me pase la mano.
—¡Está muy fría!
—Shhh. —Regulo un poco la temperatura—. Vas a despertar a Lara.
—Bas se va a enojar conmigo —susurra, agarrándose de los azulejos.
Mis manos sosteniéndolo por la cintura—. Tu labio. Arruiné tu cara de
supermodelo.
Río por lo bajo.
—Bas ya está enojada, Cerdo. Por lo que te estás haciendo a ti, no a
mi cara de supermodelo.
—No quiero que esté enojada. Bas está acá —dice, tocándose el
pecho—. Eres un hijo de puta con suerte por tenerla. Eres… ¿consciente?
—Muy consciente. Tanto como que necesitas dormir. Ya.
Lo alejo de la ducha. Compruebo sus ojos, ligeramente más
despiertos. Cierro la canilla, el agua cesa. Tomo la toalla y lo seco con
rapidez.
—Si alguna vez le dices a alguien que te sequé el culo, voy a rayarte
la moto —murmuro, pasando la toalla por encima de su bóxer—. Y buscaré
la llave más puntiaguda. Te lo juro.
—Hasta la tummmba, hermano. —Le lleva medio minuto jurar sobre
sus dedos.
—¿Ganas de vomitar?
Entrecierra demasiado los ojos.
—Sssss… No.
—Bien. A la cama.
Lo dejo caer bocabajo sobre el colchón. Acomodo sus piernas, que
sobresalen un poco.
—Duerme.
—No quiero. No… quiero soñarla. Me hace… extrañarla más cuando
despierto.
Me tiro a su lado, lo miro de reojo.
—¿Los sueños… son lindos?
—No hay dolor —susurra, una sonrisa melancólica en su boca—. En
su rostro no hay dolor. En su cabeza no hay… miedo.
—Entonces suéñala. —Trago el nudo que los recuerdos ponen en mi
garganta—. Suéñala todo lo que puedas, Cerdo. Porque, un día, dejarás de
hacerlo.
CAPÍTULO 34

Un pájaro carpintero se está comiendo mi cerebro. Lo siento. Golpe a


golpe. Suave, pero consistente.
Abro los ojos cuando siento una luz perforar la fina piel de mis
párpados. Levanto la cabeza, la cama da vueltas como si fuera un puto
samba.
—Bienvenido a mi mundo.
La voz de Lara llega a mis oídos. Mis ojos achinados la buscan,
encontrándola sentada en la silla junto a mi escritorio.
—Bueno, mi antiguo mundo —corrige—. Lección número uno: la
luz es tu peor enemiga.
—¿Por eso la dejas derretir mis ojos?
—Terapia de choque, hermanito.
Me paso las manos por la cara, intentando despertarme. Pero mi
cabeza es destripada por una resaca digna de ser considerada un método de
tortura medieval.
—Dónde… —balbuceo—. Qué…
—Al parecer, Ángel trajo tu culo borracho anoche. —Lara se levanta,
acercándome un vaso de jugo y una pastilla—. Se quedó hasta eso de las
seis de la mañana, pero Bas tenía un control médico hoy, así que tuvo que
irse. Me despertó para que te vigilara. Llevo más de cuatro horas
escuchándote roncar y viéndote babear, merezco una buena recompensa.
Tomo la pastilla y entierro la cabeza en la almohada. Los recuerdos
de la noche anterior van acomodándose como piezas de un rompecabezas.
A prueba y error, armando mi patética vida.
La cerveza. El vodka. Más cerveza. Un tipo molestando a la
camarera. Mi puño en la cara del tipo, iniciando una pelea. Necesitando
sentir… algo. Una morocha tocándome la pierna. La morocha llevándome
al baño, intentando que mi amigo reaccionara. Mi cerebro reproduciendo la
imagen de Luci una y otra vez, besándose con algún italiano artista. Mi
amigo más dormido que nunca. La morocha desistiendo. Ángel
apareciendo. Mi puño partiendo su labio. Ángel arrastrándome a la ducha.
—Cuando termines de armar la noche en tu cabeza, baja. Tenemos
que hablar.
Escucho la puerta cerrarse, dejándome a solas con mi puta alma
perdida.
Media hora de tortura después, bajo. Lara está sentada en el sofá. Un
vaso de cerveza en su mano. Porque así es esto. No puede dejarlo de un día
para otro. Es una desintoxicación lenta, pero tengo que reconocer que lo
lleva bien. Apenas una recaída hace dos semanas.
Me siento a su lado, ni siquiera se inmuta. Nos quedamos en silencio
por una dolorosa eternidad. Hasta que su voz se hace presente.
—¿Cómo estás?
—Nunca estuve mejor…
Suelta un suspiro cansino.
—O dejas el sarcasmo de lado, o se acabó este intento de charla.
—Muerto —murmuro—. Así estoy. Muerto. Solo. Todo lo que
alguna vez quise me dejó. Mamá, Lu… —Me detengo antes de pronunciar
su nombre completo. Ese que solo me permito pensar.
—¿Quieres hablarme de ella? —La miro de reojo—. De Lucía.
Inhalo profundo, cada vez que alguien la menciona es como si
patearan mi maltrecho corazón.
—Se fue. No hay nada de qué hablar.
—¿No? ¿Por eso te la pasas lloriqueando y diciendo su nombre en
sueños? —Mis ojos se clavan en los sueños—. Tu cuarto está al lado del
mío, Simón.
Exhalo lentamente, roto mi cuello. Mi cabeza da vueltas. Mis ojos y
mi estómago arden.
—La amo —suelto sin más—. Desde que la conozco, supe que era
ella. La única. Es… como si alguien la hubiera sacado de mi cabeza. De mis
sueños. Como si la hubieran diseñado para mí.
—Mierda, esto es serio.
La risa rebota en mi cabeza.
—Hace meses no sé nada de ella. Estoy… dándole el espacio que
necesita para encontrarse. Es… complicado de explicar.
—¿Sabe lo que sucedió con Ofelia?
Mis ojos se cierran, el rostro de mi madre aparece. Esa sonrisa llena
de paz, cuando conoció a Bas y le mostró los recuerdos de mi infancia. Esa
sonrisa. Así es cómo la quiero recordar.
—No.
Lara asiente lentamente.
—¿Sobre qué querías hablar?
Mira el vaso vacío, juega con él.
—Sobre nuestra familia. Biológica.
Todos los músculos de mi cuerpo se tensan.
—Lara, no…
—Vas a escucharme —me interrumpe—. Después tomarás la
decisión que quieras.
Me muevo incómodo. Miro al frente, la pared vacía.
—Sabes que llevo alrededor de dos meses en contacto con ellos. —
Asiento, porque así es. Siempre supe a qué se debía su cambio—. Estoy
tomándomelo con calma —continúa, la voz suave—. No estoy forzando las
cosas, solo… dejándolas ser.
—¿Te tratan bien? Es lo único que me interesa saber.
—Lo hacen. Son amables y están tan confundidos como yo. —Se
toma un minuto, luce reflexiva—. Lucrecia no supo nada más de… Claudia
desde que nos dio. Pero sí supo de nosotros. —Mis ojos la buscan, los suyos
están húmedos de emoción—. Supo que nos había adoptado una buena
familia. Pudiente. Supo que estábamos bien, juntos. Con respecto a Nicolás,
aún no se bien la historia completa. Él no sabía de mi existencia. De nuestra
existencia. Lucrecia lo cuidó desde que Claudia murió. ¿Quieres saber
cómo es él? —No digo nada—. Se parece mucho a ti. Tiene tus ojos y es
tan alto como un ropero. Es bueno, dulce. Parece de esas personas que no
dañarían ni a una mosca. Quiere conocerte.
—Yo no. —Las palabras salen antes de que pueda procesarlas.
—No voy a presionarte. —Busca mi mano, aprieta mis dedos.
Ambos con la vista fija en la pared—. Pero él no tiene la culpa de nada.
Apenas tuvo más suerte que nosotros, Simón. Es nuestra sangre. Sé que eso
nunca te importó, pero… es tan chico y está solo con Lucrecia. No tiene
ninguna figura masculina de referente y creo… creo que tenerte sería bueno
para él. Le hablé mucho de ti. —Mi cabeza gira, sé que ve la sorpresa en mi
rostro—. Le dije que eras el imbécil más inteligente del mundo. Tanto así
que la policía te reclutó para que trabajaras con ellos. Se muere por ver tu
placa y tus computadoras. Aunque la tecnología no es lo suyo, en eso sí que
es diferente.
Nos quedamos en silencio por minutos que parecen horas.
—¿Simón? —La miro, sus ojos tienen lágrimas—. ¿Me prometes
algo?
—¿Qué?
—Que vas a pensarlo. —Su mano se cierra sobre la mía—. Al
menos… vas a pensar si merece una oportunidad o no. ¿Sí?
Aprieto sus dedos, siento mi mandíbula tensa. Pero asiento. Asiento
porque jamás pude decirle que no a mi Lara.
Asiente también, vuelve la vista a la pared. Disfrutamos juntos del
silencio.
—¿Podemos jugar a algo? —pregunta, la voz ligeramente más
animada.
—¿A qué?
—Simón dice que no parpadees por treinta segundos.
Una sonrisa tira de mis labios. Lo hago. La miro. Los ojos bien
abiertos, sin parpadear hasta que es mi turno.
—Simón dice que te toques la nariz con la punta del pie.
Sonríe. Se saca la zapatilla y se estira hasta que su pie está tocando su
nariz.
—Simón dice que abraces a la idiota de tu hermana.
Una lágrima recorre su mejilla, deshaciéndome.
—Carajo, ven aquí.
Tiro de ella hasta que su pecho se aplasta contra el mío. Sus brazos se
aferran con fuerza a mi cuello, como si estuviéramos cayéndonos al vacío.
—Perdón —susurra entre sollozos—. Por todo lo que te hice pasar
durante tantos años. Sé que fui la peor hija de puta de la historia de los
hermanos.
—Shhh. —Acaricio su pelo, manteniéndola pegada a mí, disfrutando
de este abrazo que deseé tanto—. Eres mi pequeña Lara. Siempre. Mi
hermanita. Voy a bajar al infierno si me lo pides. Voy a estar a tu lado
aunque me quieras lejos.
—Ya no te quiero lejos.
Se aferra con desesperación. Y la dejo. Dejo que la paz me inunde
por primera vez en tantos meses. Dejo que este abrazo se burle de la
soledad que me acecha.
Y me permito pensar que, tal vez, la sangre sea la clave para empezar
a reconstruirme.
CAPÍTULO 35

—Voy a leerte algo que encontré en una cafetería. —Saco la


servilleta arrugada de mi bolsillo—. Es como si alguien lo hubiera dejado
escrito ahí para mí. —Me limpio las putas lágrimas, me aclaro la voz y leo
—: ¿Cómo se hace? Olvidarte. Si te llevo en cada diástole y cada sístole. Si
eres tinta marcando mi piel. Si estás ahí, entre lo efímero y lo eterno.
Miro la servilleta entre mis dedos, la acaricio antes de guardarla de
nuevo. Inhalo profundo, las lágrimas resbalan por mi mentón cuando miro
al cielo gris.
—¿Cómo se hace, mamá? —Alejo las hojas que el viento pone en su
tumba—. No quiero olvidarte, pero necesito sanar. Necesito dejar de
pensarte a cada segundo. —Saco un pañuelo de mi campera negra—. Estos
últimos tres meses… no fui bueno —susurro—. No estuve cuidando de mí
ni de mis amigos. No estarías orgullosa de mí, si me vieras ahora. Pero sí de
Lara. —Una sonrisa involuntaria tira de mi boca—. Ya no bebe. Ni siquiera
por placer. Apenas tuvo una recaída este último trimestre, y no fue tan mala
como las anteriores. Está… encontrándose, dibujándose un camino. Estoy
muy feliz por ella.
Me doy un respiro necesario, miro a la gente sentarse al lado de sus
seres queridos. Esos que ya no están. Esos que se llevaron un pedazo de
nosotros cuando partieron.
—La vida sigue, mamá. Y yo estoy acá, escuchando el vacío en mi
cabeza, intentando acostumbrarme al ruido de tu silencio. —Inhalo
profundo, cierro los ojos—. La vida sigue para todos, menos para mí. Y
quiero intentarlo. De verdad quiero intentarlo. Por eso… dejaré de venir
cada día. —Acomodo las flores frescas—. Necesito… volver a ser eficiente
en el trabajo, si no quiero perderlo. Estuvieron siendo demasiado pacientes
conmigo. —Suspiro—. Necesito volver a estar bien para mis sobrinos, mis
amigos. Volver a cuidar de mí y dejar de ser un problema para la gente que
quiero. Sé que estarás bien con eso —susurro.
Seco las lágrimas de mis mejillas, deseando que sean las últimas. Me
levanto, sacudo el pasto de mis rodillas y acaricio su nombre una vez más.
—Vendré a desahogarme cada vez que el mundo pese demasiado —
prometo—. Como cuando era pequeño, siempre serás mi refugio.
Muerdo mi labio mientras lucho con el llanto, y me obligo a caminar.

Tiro las llaves, me saco la campera, enciendo la radio y me dejo caer


sobre el sofá.
True love waits de Radiohead comienza a sonar, inundando la
estancia vacía. Inundando la oscuridad en mi cabeza. En mi pecho.
I’m not living
I’m just killing time

La letra se mete bajo mi piel, aflojando mis lágrimas. Y estoy


cansado. Quiero dejar de llorar de una puta vez. Quiero vaciarme y empezar
de cero. Reiniciarme.
And true love waits

Cierro los ojos, su mirada verde aparece. Me sonríe, extasiada,


lujuriosa. Viva.
Y siento la angustia arañando mi garganta. Achicando las paredes.
Comiéndome.
Just don’t leave
Don’t leave

Lucho contra ella. Lucho como luché desde que me trajeron al


mundo. Porque, puedo haber perdido algunas batallas, pero siempre fui un
guerrero. Porque me puse de pie aunque me cortaran las piernas. Porque
defendí con uñas y dientes lo que quise. Siempre.
Just don’t leave
Don’t leave

El timbre suena. Una sola vez. Me cuesta reconocer si es real o es


solo el ruido en mi cabeza.
Me levanto, seco mis mejillas húmedas y abro.
Todo mi cuerpo se endurece. El oxígeno se arrastra por mis
pulmones.
—No sé lo que quiero. Nunca lo supe. —Sus ojos húmedos, su
cabello un poco más corto que la última vez que la vi—. Por eso me fui. Me
fui para encontrarme. Y me encontré. —Da un paso adelante, mi nariz
rozando su frente—. Me encontré necesitándote a mi lado.
EPÍLOGO

Un año después.

Escucho sus risas fundiéndose con la música, llenando de vida esta


tarde de domingo.
Me saco la camiseta que Rufino acaba de mancharme con
chocolatada y me pongo una limpia justo cuando la puerta de mi habitación
se abre.
—Qué lástima que Rufi no te manchó también los pantalones…
Camino como un depredador hacia ella. Cierro la puerta y empujo su
pecho con el mío, haciendo que su espalda toque la madera.
—¿Por qué? —susurro, mi nariz recorriendo su mandíbula—.
¿Querías verme desnudo? ¿No puedes esperar hasta la noche?
—Nunca puedo esperar hasta la noche —lleva sus dedos hasta mi
nuca y tira de mi cabello—, Simón.
Sonrío antes de devorar su boca. Mis labios tienen sed de los suyos.
Es amor. Es anhelo. Es lujuria. Es capricho.
Es todo lo que siempre sentí por esta mujer, elevado a la máxima
potencia.
—Carajo, Luci… —Llevo su mano hasta mi entrepierna—. ¿Cómo
bajo ahora?
—Eso se puede solucionar muy rápido. —Humedece sus labios de
una forma demencialmente deliciosa—. ¿Apostamos? —Lame mi boca—.
No me duras ni cinco minutos.
Sus manos comienzan a bajar el cierre de mi pantalón. Está a punto
de arrodillarse, cuando un golpe suena en la puerta.
—¿Tío Equis?
Acomodo mi ropa con rapidez, Luci se mete en mi baño.
—Mamá me mandó a disculparme por mancharte. Fue sin querer.
¿Me perdonas?
Me peino, compruebo que todo esté en su lugar y abro la puerta.
—Campeón —digo y extiendo mi puño para que lo choque—. No
hay nada que perdonar, fue un accidente. Todos tenemos accidentes.
—¿También se te cae la chocolatada?
—Todo el tiempo. —Cierro la puerta y pongo mi mano en su hombro
—. Vamos antes de que se coman las mejores tortas.
Bajamos las escaleras y Rufi va directo al regazo de su mamá, quien
le acaricia los rulos rebeldes.
Miro a Ángel, sentando en el sofá, Felicia dormida en sus brazos. Es
casi hipnótica la manera en que sus dedos se deslizan por la pequeñísima
frente, pasando por su nariz, recorriendo el resto de su rostro como si
estuviera grabándola para siempre en su memoria. Como si los días de
mirarla, sostenerla y besarla, no fueran suficientes.
—Por favor, alguien que le dé un babero al papito urgente —digo.
Bas se ríe mientras los mira enamorada—. Bas, ¿puedes decirle a tu esposo
que estoy celoso? Desde que nació esa belleza, no existo. Ni siquiera me
mira.
—Perdón, pero este rostro angelical es mucho más apetecible que el
tuyo —habla el papá baboso—. Ya verás cuando tengas un bebé.
—¿Quién va a tener un bebé? —La voz de Luci llega desde las
escaleras.
—Según este tacho de baba, nosotros.
Ángel ríe, sin dejar de mirar a Felicia. Me concentro en la forma en
que la sostiene. Con firmeza, como si algo fuera a arrebatársela. Como si
fuera a desaparecer de sus brazos. Y no puedo evitar el puto nudo en mi
garganta, porque sé que pasa por su mente cuando la mira. Rufino. Rufino y
todo lo que se perdió.
—Tal vez —Luci se sienta a mi lado— en unos mil años más.
Río. Tampoco puedo imaginarme con un hijo ahora mismo. Aún
queda mucho por sanar.
La observo con esa mirada de ahora no, pero quiero todo contigo.
Me sonríe con ojos de lo sé, también lo quiero.
—¿Emma está bien? —pregunto.
—Fue a estudiar a la casa de un compañero. —Bas me guiña un ojo y
no puedo más que alegrarme por Emm.
—Ni siquiera me lo recuerdes —dice Gelco.
—Ángel, dámela un rato. —Me levanto, extiendo mis brazos.
—No.
Lo miro fijo, una sonrisa abriéndose camino en mi boca.
—Es mi sobrina.
—Es mi hija.
—Por eso mismo, la tienes todos los días. —Insisto, acercando los
brazos—. Dámela. Quiero besar sus rollitos un rato.
Me ignora. Sigue acariciando el finísimo cabello rubio de Felicia.
La miro a Bas y alzo las cejas, esperando que intervenga.
—Blanco, dásela un rato. —Ángel la mira, Bas asiente—. Vamos, no
seas así. Nadie va a quitártela.
Suspira y se levanta.
—Lo estás haciendo mal. Junta más los brazos —me indica. Quiero
decirle que sé perfectamente cómo sostener a un bebé, porque sostuve a su
hijo recién nacido. Pero no lo hago—. Cuidado —dice, colocándola en mis
brazos—, tienes que sostener bien su cabecita.
Felicia se mueve en mis brazos, hasta que Ángel le coloca el chupete.
—¿Vas a acompañarme hasta mi asiento, papá? ¿O tengo libertad
para dar algunos pasos sin tu culo protector a mi lado?
Ángel sonríe antes de alejarse y buscar a Bas. La sienta sobre su
regazo.
Me siento. Observo a Rufi, que ya se fue a jugar con Luci a los
videojuegos.
—¿Ya está dando sus primeros pasos o fue cosa de una sola vez?
—Creo que fue cosa de una sola vez —responde Bas—. Lo suyo es
gatear por ahora.
Apoyo su espaldita sobre mis piernas y comienzo a besar los rollitos
de su cuello.
—¿Vas a volver loco a papá cuando tengas quince? —susurro. Feli
absolutamente dormida—. ¿Vas a romper corazones con esos ojos negros
iguales a los de mamá?
—Es un imbécil. —Lo escucho a Ángel decirle a Bas, quien se muere
de la risa.
—El tío va a romper cabezas. —Beso la punta de su naricita—.
Toooodas las que se te acerquen. En eso estoy con el idiota de tu papá.
—Al menos alguien que me apoya —murmura el de rulos.
Los minutos pasan mientras beso cada rollito perfumado de esta
miniatura preciosa.
Jamás me atreví a pensar que ser tío iba a ser mi motivo de felicidad
más grande. Pero lo es. Ese enano y esta criatura tan bella son la mitad de
mi corazón.
—Equis, es hora de que vayamos a casa. —Bas se levanta—.
Tenemos un viaje largo y odio que Ángel maneje de noche.
Asiento, levantándome. Pongo a Feli en sus brazos.
—Tío Equis. —El terremoto viene a mis piernas—. ¿Puedo
quedarme a dormir mañana? Es sábado y los sábados no hay escuela.
Sonrío y le despeino el pelo.
—Claro, campeón. —Chocamos puños—. Te paso a buscar mañana
después del mediodía.
Sonríe mostrando sus últimos dientes de leche. Ángel lo toma de la
mano, un bolso de bebé gigante colgando de su hombro.
—Luci —Blanco me señala con la cabeza—, por favor, cuídalo.
—Las veinticuatro horas —dice Luci.
Le saco el dedo del medio cuando Rufino no me ve.
—¡Bas, avísame cuando lleguen!
—Claro. ¡Te quiero!
Los veo alejarse. Los cuatro, juntos. El sueño de mi hermano hecho
realidad.
—Lo sé. —Luci me abraza por detrás, enterrando su mejilla en mi
espalda—. Son felices y están a salvo, ya no tienes de qué preocuparte.
Agarro sus manos, las acaricio mientras el Impala de Ángel se aleja.
—¿Estás listo? —pregunta.
Inhalo profundo, el anaranjado atardecer dándome su asentimiento.
Giro, ahueco su rostro entre mis manos y la beso hasta quedarme sin
aliento.
—Estoy listo.

Estaciono la moto. Me tiembla todo el puto cuerpo.


Luci se quita el casco y baja. La imito.
—¿Estás seguro? —pregunta, acariciándome la mejilla.
—Tengo que hacer esto. —Miro la casa blanca frente a mis ojos—.
Quiero hacer esto. Mi pasado siempre fue una incógnita para mí, Luci. Una
que me esmeré en ignorar. Es hora de despejar las putas dudas y seguir
adelante.
Luci asiente, sus dedos se entrelazan con los míos y avanzamos.
Me paro frente a la puerta de madera, incapaz de tocar el timbre.
—Estoy aquí. —Besa mi mejilla—. Estamos juntos.
El corazón en mi garganta, mi dedo en el timbre.
Contengo la respiración.
Uno. Dos. Tres. Cuatro.
La puerta se abre.
—Viniste —susurra Lara con una enorme sonrisa en el rostro—.
Nicolás y Lucrecia te están esperando. —Abre la puerta, veo el cálido
interior—. Te prepararon el café como te gusta.
Busco el empujón que necesito en los ojos de Luci, la mujer que me
enseñó que vale la pena arriesgarse, inclusive cuando el miedo a perder te
paraliza.
Inhalo profundo.
Su mano en mi mano. Un paso al frente. Y salto al vacío.
PLAYLIST

Apocalypse —Cigarettes After Sex


True love waits —Radiohead
Just Kiss Her —Concorde
Nothing’s Gonna Hurt You Baby —Cigarettes After Sex
Sweet Creature —Harry Styles
Made for Love —Concorde
Crush —Cigarettes After Sex
I Can´t Go on Without You —Kaleo
If You´re Gone —Matchbox Twenty
Daddy Issues —The Neighbourhood
AGRADECIMIENTOS

Vamos a romper el hielo.

—Hola, ¿tienen libros para el cansancio?


—Sí, pero están agotados...

¿Te reíste? ¿Sí? ¿No? Supongo que a Equis se le da mejor esto del
humor.
¿Qué estábamos haciendo? ¡Ah, sí! Agradecimientos.
Qué locura estar escribiendo esto. Ni siquiera sé por dónde empezar.
Pero sería justo comenzar por ellos, Ángel y Bas. Mis primeros personajes,
quienes trazaron el camino para mí. Quienes me llevaron hasta donde estoy
hoy, permitiéndome mirar atrás y ver todo lo que caminé. Lo que crecí. Lo
que guardo en la mochila como recuerdo de esta aventura de letras.
Gracias, Bas, por enseñarme fortaleza.
Gracias, Ángel, por enseñarme lealtad.
Y gracias a ambos, por dejarme escribir sobre Equis. Equis, un hombre
demasiado bueno para ser real…
Cada detalle del libro que sostenés en tus manos fue cuidado por mi
mejor amiga, y compañera de locuras y sueños, la Diseñadora Gráfica
Natalia López. Gracias, Lop, por interpretar mis bosquejos horrendos y
convertirlos en arte. Te amo con la vida.
Y, dejando lo mejor para el final, gracias a mis lectores. Este travieso
spin off no existiría de no ser por ustedes.
Gracias a Carolina Pérez por ser la lectora beta de esta historia y dejar
su corazón en el prólogo. Caro, ¿qué puedo decirte que no te haya dicho
por audios a la madrugada? Gracias por enamorarte de mis personajes,
por poner tanta dedicación en cada lectura, por resaltar tus emociones y
hacerme saber qué iba provocando a cada paso. Gracias por formar parte
de este proyecto y hacerlo mucho más divertido.
Gracias a Daniela Bustamante, la cordobesa más adorable que tengo el
placer de conocer. Gracias por recomendar hasta el cansancio mis novelas,
tanto así que la gente piensa que trabajás para mí. No, amigos míos, es
solo esa mujer y su increíble amor por los libros.
Y no puedo olvidarme de Jesica Paniagua, una de las primeras en
enamorarse de Equis y pedir su historia. ¡Gracias por el empujón!
Gracias a vos por leer. Por sentir y dar vida a estas páginas.
Y no lo olvides:
Los mejores recuerdos nacieron del ridículo. Las mejores ideas, de la
tenacidad.
Pd: Gracias a Equis y a Blanco por enseñarme que siempre, pero
siempre, hay que tapar la camarita de la notebook.
Contenido
DEDICATORIA
PRÓLOGO
LA CAÍDA DE UN ÁNGEL
¿LOS CUMPLIRÁS FELIZ?
MARCHITÁNDOSE
CONFUSIÓN
UN CUENTO ANTES DE DORMIR
DESEQUILIBRIO
EL RENACER DEL ÁNGEL
CINCO MESES DESPUÉS
OCHO MESES DESPUÉS
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30
CAPÍTULO 31
CAPÍTULO 32
CAPÍTULO 33
CAPÍTULO 34
CAPÍTULO 35
EPÍLOGO
PLAYLIST
AGRADECIMIENTOS

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