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El filo del poder

Augusto Montero Razo


El poder corrompe, una frase muy sonada desde los inicios de la civilización humana, y sinceramente
muy cierta. Ya sea en un gran imperio donde se encuentra un pequeño hombre enfermo de poder
deseando gobernar toda Europa utilizando la fuerza de sus cañones-justificando sus invasiones al decir
que lleva la modernización a los países conquistados-, o en escalas más bajas, cuando tu madre te
castiga sin ir a la fiesta solamente porque no estaba de humor y su única contestación cuando le
reclamas es “Porque soy tu madre, y mientras vivas en esta casa harás lo que yo diga”; injusto, sí;
descabellado, no; así es como muchas veces (por no decir prácticamente siempre) funcionan las
relaciones humanas: a base de relaciones de poder, donde uno manda y el otro obedece. Uno podría
pensar que en nuestros tiempos vivimos la época de mayor libertad en la historia de la humanidad;
puede que sea cierto, en cierta medida quizá, sin embargo, no por vivir en una democracia: vivimos en
una democracia.
Nuestra sociedad, muy influenciada por el concepto del espíritu norteamericano de la libertad,
cree enserio de ser libre por poder votar por quien quiera, poder casarse con quien en verdad esté
enamorado, poder tener “libertad de moverse a donde desee”, y un sinfín de etcéteras innecesarios de
poner. Lo interesante-y escalofriante-es como la política ejercida desde principios del siglo XX ha
logrado crear y moldear esa idea en las cabezas de las personas. Con poca libertad bien dosificada en
momentos claves, puedes hacer creer a cualquier persona que es completamente libre. Al menos en
sociedad. Pero, quien sea que esté administrando el poder (ya sea el estado o tu novio/a) su control no
se quedará únicamente en el plano “concreto”, al prohibirte o concederte algo, sino también en el
terreno de lo “abstracto” al implantarte en tu cabeza el temor o deseo de querer o no algo. Solamente
cuando alguien logra controlarte sin tener que mandarte algo, pues ya sabe que tú lo harás sin que deba
pedírtelo-debido a estar establecido de ley en esa relación de poder-es cuando el poder está ejercido en
su totalidad.
Tras esto, deberíamos presionar el botón de pausa en nuestras vidas y darnos un tiempo para
reflexionar respecto a una cosa: ¿cuál es nuestra relación de poder con el mundo? Parece sencillo en un
inicio responder eso, tan fácil con decir “yo mando a todos” o “soy alguien neutral, ni mando ni me
mandan”, o finalmente, “soy un títere de todos”; mas esta pregunta no es nada sencilla de responder,
pues si bien mandas a todos tus alumnos en tu salón, afuera le rindes cuentas al director; y el director al
dueño de la institución; y el dueño de la institución a la secretaría de educación; y a su vez está al
gobierno; y-en teoría-el gobierno a sus ciudadanos, haciendo todo esto un círculo de poder
inquebrantable.
Las relaciones de poder son mucho más que mandar a alguien o ser mandado, implican más allá
de a cuantas personas mandas o de cuantas personas te mandan, sino de en qué medida mandas o te
mandan: sus respectivos límites. Y esto ha sido durante toda la historia de la humanidad, sin embargo,
un momento interesante para analizar estas relaciones es cuando están a punto de cambiar. En la
novela, Al filo del agua, se nos muestra las relaciones de poder, no entre dos personajes, sino dentro de
un pueblo-en lo que pareciera ser alguna región del bajío-a vísperas del inicio de la Revolución
Mexicana. Si bien en la novela no se nos cuenta detalladamente, sino casi por encima como cambiaron
las relaciones de poder durante y después de la guerra; sí se nos permite ver la función de estas
relaciones un año antes de la explosión de la revolución, y cómo es que ya estaban muy desgastadas.
El principal problema que tenemos como sujetos en esta cuestión de la relación de poder con el
mundo es que básicamente, mandamos a un determinado sector, llámese estudiantes o empleados, pero
no dejamos de estar siendo manipulados por el poder (religión, estado, trabajo y relaciones personales
íntimas); esto es debido a que, sin quererlo o no, en mayor o menor medida, pertenecemos a la masa.
La masa de personas que día a día son mandadas por estas instituciones, las cuales nos mandan como
vestir, divertirnos, trabajar, alimentarnos, y peor aún, pensar. Esto se ve reflejado en nuestros hábitos
diarios, desde qué comemos, cómo nos vestimos, en dónde trabajamos; y la pregunta más importante
que deviene de esto: por qué hacemos lo que hacemos. Es ahí donde la relación de poder ejercida por
estas instituciones se ve empleada. Recordemos como a la gran mayoría de nosotros nos fue inculcado
el ir a misa los domingos (mayormente a la fuerza ya fuera por amenazas físicas o castigos); y cuando
preguntábamos “Mamá, por qué debo ir a misa si es muy aburrida”, usualmente nuestras madres solían
contestar “Porque es tu deber como católico”, y sí efectivamente el deber de un católico es asistir a
misa para agradecerle a su dios por las bendiciones concedidas en su vida, pero aquí hay un problema
¿el niño de ocho años obligado a asistir a misa, quiso por voluntad propia, y consciente de lo que
significa la religión, convertirse al catolicismo?; muy seguramente la respuesta es “no”, es obligado a
hacerlo, y de esta forma se le implanta que como buen católico debe ir a misa a agradecerle a un dios
que más le vale creer si no quiere quedarse sin postre a la hora de la cena. Así es ejercido el poder, en
apariencia por la madre, pero en realidad de la iglesia a través de ésta, pues eventualmente convencerá
al niño a convertirse en un adulto que llevará a sus hijos a la iglesia por las mismas vías. Este tipo de
relaciones se ven claramente reflejados cuando toca la hora de la misa en el pequeño pueblo de la
novela; la descripción del padre antes, durante y después nos muestra de forma muy detallada el peso
que ejerce la religión sobre los habitantes:
Llega la hora de vestirse cuando comienza el rosario de quince misterios. En la carne,
al cinto, queda ceñida la disciplina. El buen varón enciende la luz, pónese la ropa,
finalmente la sotana, y se encamina a la sacristía, donde, arrodillado, termina el
rosario, hace la meditación y reza maitines.
Él celebra siempre la primera misa. Es a la cinco, tanto en tiempo de fríos como de
calores. Entre la primera y la segunda llamada, se sienta en el confesionario. A la
última, se levanta.
Escrupulosamente lenta la celebración. Lento el revestirse. Mucho más lento el
consagrar y el consumir1.
La fuerza con la cual describe la insufrible e infaltable misa es un reflejo del poder latente en el
pueblo; solo hay que recordar como este país es sumamente religioso, y más hace cien años, por lo
mismo la ida a misa cada domingo tiene una fuerza sumamente poderosa en cada individuo del pueblo.
Este poder ejercido es principalmente producto de la relación de poder entre las instituciones que
controlan el mundo y las masas que les otorgan tal poder. Para entender dicha relación de poder nos
remitimos a que consideramos como masa:
La cultura de masas no es típica de un régimen capitalista. Nace en una sociedad en
que la masa de ciudadanos participa con igualdad de derechos en la vida pública, en el
consumo, en el disfrute de las comunicaciones, nace inevitablemente en cualquier so-
ciedad de tipo industrial. Cada vez que un grupo de presión, una asociación libre, un
organismo político o económico se ve precisado a comunicar algo a la totalidad de los
ciudadanos de un país, prescindiendo de los distintos niveles intelectuales, debe
recurrir a los sistemas de la comunicación de masas y experimenta la inevitable regla
de la "adecuación a la media"2
Creemos en nuestra libertad de ejercer el poder, la democracia supuestamente nos permite eso, pero si
quien debe salvaguardar la democracia es quien evita que exista libertad. La democracia se volvió el
medio justo para evitar que haya una libertad consciente; la masa es inconsciente y estropea dicha
libertad. Nuestra relación de poder se ve muy limitada por estar sumergidos en la masa (a pesar de no
ser necesariamente parte de ésta). Lo curioso es que la masa al ver como alguien quiere hacer algo para
sacarla de su cauce inerte se molesta y no desea hacerle caso. El miedo al cambio, a lo que se avecina,
intimida terriblemente a la masa pues es sacarlos del círculo de confort ya establecido por el amo de la
relación:
Gustaban los jóvenes la campechana franqueza del Padre Abundio, cada vez más
popular, dentro de lo posible, en la vida del pueblo. Con sus sermones despertaba
1
Yañez, , Al filo del agua, p. 40
2
Eco, Apocalípticos e Integrados, p. 50
nuevos sentimientos devotos: eran sermones de circunstancia, llenos de fuego, que
contrastaban con el vigor trágico, inflexible de los predicados por el cura. La
influencia del joven abarcó puntos a donde no llegaba la del anciano. El carácter del
pueblo, a su vez, impuso nuevos cauces a las facultades y preferencias del sacerdote:
no le pasó por la cabeza organizar veladas literarias musicales, representaciones
dramáticas, quermeses, paseos, a que tan aficionado era en el Seminario y que le
acarrearon en Zapotlán el disgusto del párroco y las críticas de muchos fieles graves. 3
Ciertamente no podemos ejercer el poder debidamente porque a la hora de ejercerlo se nos es criticada
la forma en la cual lo ejecutamos; piensen en cuando quieren hacer algo con su tiempo libre y son
severamente criticados por cualquiera de su alrededor por “malgastarlo” no haciendo algo de
provecho. Uno internamente se siente culpable y, ya sea que empiece a hacer algo provechoso (aunque
no sea lo que quiere hacer), no haga nada pero se sienta culpable (su poder es corrompido y no
funciona igual), o no es tomada en cuenta dicha crítica y se sigue sin hacer nada (pero no es porque
haya una conciencia de ejercer el poder a consciencia, sino una simple rebeldía de vagancia). Nuestra
forma de ejercer el poder se ve limitada tanto por el exterior (llámese masa inerte que nos tropieza) o
por el interior (las limitaciones que se han programado en uno mismo con base en la educación,
idiosincrasia, ideología y creencias impuestas en nosotros desde nuestra infancia).
Sin embargo, la esperanza existe en la sociedad, y esa esperanza radica en la parte que la masa
quiere apaciguar desde que nace, o sea, la juventud. Tanto en la novela-donde la juventud ya está harta
de la misma forma de vida que se les ha impuesto (religión y tradiciones cerradas) durante su corta
vida-como en la vida real donde nos reusamos a seguir estando bajo un sistema que consideramos
injusto; nuestra juventud ha sido desde hace años, y sigue siéndolo actualmente, el motor del cambio
constante: en pocas palabras la que siempre desea modificar los límites de las relaciones de poder. El
ímpetu con el cual ejerce su poder es con el cual un ser humano siempre debería sentirse identificado y
no perderlo.
Esta misma juventud, al ya no querer seguir en la misma esfera cerrada de poder, se le desea
poner límites “María está terminando de leer Los Tres Mosqueteros, tan a escondidas, que ni María se
ha dado cuenta. […]¿Quién podrá tenerlo en el pueblo, que quiera prestárselo, ahora que el Padre Islas
anda registrando los libros de todas las casas? El otro día quemó un montón […]” 4, la forma por la cual
quieren apaciguar su poder es censurando su conocimiento, pues de esa forma no estarían tan
inconformes con su realidad cotidiana. Nuestra relación de poder se ve restringida por quienes tienen
más poder, pero siempre debemos pelear para ampliarla, si bien no podemos ganarla completamente.
3
Yañez, , Al filo del agua, p. 50-51
4
Ibíd. p. 169
El deber de cualquier humano es enfrentarse, a su manera claro está, contra las relaciones de
poder ejercidas por sus dominantes; nunca dejar de luchar por su libertad. Claro que siempre los
titiriteros de las masas intentarán oponerse al cambio al implementar un control sobre ésta. Así era en
tiempos antes de la revolución, así es ahora: “Como control de masas, desarrollan la misma función
que en ciertas circunstancias históricas ejercieron las ideologías religiosas. Disimulan dicha función de
clase manifestándose bajo el aspecto positivo de la cultura típica de la sociedad del bienestar, donde
todos disfrutan de las mismas ocasiones de cultura en condiciones de perfecta igualdad” 5. Si se
controlan los gustos se controlan los deseos y si se controlan los deseos se controlan a quienes tienen
dichos deseos. La relación de poder que tenemos está basada en el deseo. Quizá la forma de tener un
verdadero control sobre nuestras relaciones de poder sería el tener control sobre nuestros deseos (sabes
si son realmente nuestros), para así controlarnos a nosotros mismos y poder controlar nuestras
relaciones de poder.
Decir que la solución para la cuestión del poder se encuentra en controlar el deseo parece efectiva, sin
embargo no podría plantearla como la definitiva, pues el deseo es algo tan humano como las relaciones
de poder. Si bien no podemos escapar por completo de estas relaciones, siempre podemos intentar
delimitarlas, o mejor dicho debemos pelear para delimitarlas. El poder corrompe; sí, pero si sabemos
controlarlo desde nuestro interior podemos encausarlo para algo mejor. Así como en el libro la
juventud, harta de un sistema caduco se revela contra una institución establecida hace más de treinta
años, nosotros podemos, en nuestro pequeño o gran círculo de poder, luchar día a día por evitar caer en
su yugo completo; tenemos que saber dónde estamos parados y por qué, y más importante aún, si es
donde nosotros queremos estar realmente.

5
Eco, Apocalípticos e Integrados, p. 49
Bibliografía
Eco, Umberto, Apocalípticos e Integrados, Trad. Adrés Boglar, España, Editorial Lumen, 1984, 403 p.
Yañez, Agustín, Al filo del agua, México, Editorial Porrua, 1991 (colección de escritores mexicanos,
72), 389 p.

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