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Aquino el antecedente de la revolución, enlazándolo directamente con el
levantamiento de 1932 y a través de él con las movilizaciones de los años 70 y la
posterior guerra civil4. No en balde uno de los frentes de guerra del FMLN
reivindicó el nombre de Aquino. No voy a detenerme mucho sobre esa
bibliografía, pues asumo que es la que más se conoce en nuestro medio. Baste
decir que ese Aquino revolucionario, solo existió en la mente de quienes
intentaron construir ese mito. Aquino nunca tuvo en mente la toma del poder,
ni intentó promover cambios en la estructura agraria, ni en las relaciones
sociales. Simplemente buscaba volver las cosas a un estado parecido al que
tenían antes de la independencia.
Tan apegado estaba Aquino al pasado que cuando tomó la ciudad de San
Vicente, se hizo coronar “Rey de los nonualcos” para lo cual usó la corona de
uno de los santos de la iglesia del Pilar. Este acto ha sido visto más bien como
un hecho curioso, pero es muy significativo. ¿Qué tan revolucionario podía ser
un movimiento cuyo líder se corona Rey? Roque Dalton parafraseando a otro
autor señala que con esa acción Aquino "se consagra como líder, como
precursor de los que muchos años después señalarían la religión como un opio
que adormece los instintos de la libertad del hombre"6.
Esta conclusión es por demás forzada y muy poco sostenible. Es obvio que
cuando Aquino tomó esta decisión estaba mirando hacia atrás, hacia el pasado
inmediato. No debe olvidarse que apenas 12 años antes estas tierras todavía
eran dominio del rey de España. Hoy sabemos que a pesar de la explotación a
que fueron sometidos, bajo el régimen colonial los indios tuvieron "derechos y
privilegios" que después perdieron. En tal sentido, bien pudo ser que al
coronarse "Rey de los nonualcos", Aquino se viera más bien como el reemplazo
legítimo del monarca español, cuya "protección" extrañaban los indígenas. Más
que hacer una revolución, Aquino buscaba volver a la tolerable situación que los
indios tenían antes de la independencia, lo cual no excluía la posibilidad de
buscar algunas mejorías.
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Tan poco tuvo de moderna la revuelta que hasta la ejecución de Aquino está
marcada por el Antiguo Régimen. El líder indígena fue capturado y ejecutado el
24 de julio de 1833. Su cabeza fue cortada y colocada en una jaula en la "Cuesta
de Monteros", con un rótulo que decía: "Ejemplo de revoltosos"7. Este dato
revela que no solo los indígenas estaban sujetos a las inercias del pasado. La
elite gobernante también lo estaba, como lo demuestra que siguiera usando
prácticas punitivas propias del Antiguo Régimen, en las cuales, el “espectáculo”
del castigo, como manifestación de la vindicta del soberano (en este caso el
incipiente estado salvadoreño) era parte fundamental del castigo8. Obviamente
este detalle fue conveniente ignorado por la historiografía liberal, que siempre
destacó la modernidad de la elite salvadoreña y su apego a la Ilustración y el
liberalismo.
Las comunidades indígenas eran parte esencial del Antiguo Régimen. Los indios
nunca fueron considerados iguales a los españoles, pero como ya se dijo esta
distinción era considerada normal. Los indígenas eran vasallos del rey,
obligados a darle obediencia y servicios, pero también dueños de prerrogativas y
derechos, que estaban garantizados en última instancia por el rey. Ciertamente
que en la historia colonial los motines de indios abundan, pero estos
generalmente están dirigidos contra funcionarios abusivos que maltratan e
incomodan sobre manera a los indígenas, pero hay muy pocos casos en los que
sea evidente una sublevación contra el monarca español. “Que viva el Rey y
muera el mal gobierno”, ese era a menudo el grito de batalla de los rebeldes.
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en la encarnación o los representantes del pueblo y sin que existiera ya un
poder— como el que antes había tenido el rey, en tanto “señor natural” — que
arbitrara en los conflictos, que aumentaron en proporción directa al número de
actores que se disputaban el poder. Seguramente que las dificultades que los
presidentes de la república federal tuvieron para imponer su autoridad en la
región centroamericana se debieron, por lo menos en parte, al hecho de que
carecían de una “legitimidad” incuestionable. Ningún gobernante electo iba a
tener la "legitimidad" que antes tuvo el rey.
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realidad, los conflictos entre estos grupos venían desde la época colonial y
tenían su origen en el diferente status que cada uno tenía dentro del sistema. La
corona española distinguía claramente dos repúblicas: la indígena y la española;
cada una tenía derechos y deberes claramente establecidos por las leyes. Pero
desde muy temprano la colonia conoció la existencia de los ladinos, un grupo
social que no encajaba en ninguna de dichas categorías sociales y que se vio
forzado a hacerse un lugar en cuanto espacio fuera posible. Los ladinos carecían
de la mayoría de derechos, pero en contraparte no debían responder a casi
ningún control. Forzados a abrirse camino, optaron por sacar ventaja de los
indígenas.
La lectura que hizo Cortés del problema es bastante acertada; marginados por
las leyes de la colonia e incapaces de imponerse frente a los criollos, los ladinos
optaron por asentarse en tierras de indígenas o se dedicaron al comercio y los
oficios. En cualquier caso fue fácil que entraran en conflicto con los indígenas.
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nonualcos, bajo las órdenes de Petronilo Castro, pusieron en aprietos al
gobierno. Sería largo enumerar, las numerosas movilizaciones en que se vieron
involucrados estos indígenas en el siglo XIX. Algunas veces actuando por su
cuenta y la mayoría como aliados con alguna de las facciones de la elite. Pero
esta no fue una práctica exclusiva de los nonualcos, lo mismo hicieron los indios
de Cojutepeque y los de Izalco; las comunidades de ladinos y las
municipalidades. Esta participación demuestra que la elite y los caudillos no
han sido los únicos actores de la vida política nacional.
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En todo caso es evidente que las comunidades de indios y ladinos entraban a las
contiendas políticas con objetivos muy concretos: deponer a un gobernante que
las había incomodado; o apoyar a una facción política que consideraban podía
darles alguna ventaja. Es pertinente preguntarse si con esos objetivos tan
concretos e inmediatos era posible que estos grupos pudieran incidir en el
proceso político a largo plazo.
Las evidencias sugieren que no, las comunidades más bien reaccionaban ante
las circunstancias. A pesar de sus contradicciones y debilidades, era la elite el
grupo social llamado a construir el Estado; los sectores sociales subalternos que
estudia Lauria, podían a lo sumo condicionar el proceso y darle algunos matices,
pero nunca tuvieron la capacidad —y a lo mejor nunca se lo propusieron — de
tomar el poder. El movimiento de Aquino es solo uno más de los muchos que se
dieron en el siglo XIX y nunca tuvo un carácter revolucionario, tal característica
es una invención de los intelectuales de izquierda que trataron de crear un mito
que sirviera de antecedente y fundamento a su propio proyecto revolucionario,
una práctica que ha sido muy frecuente en Latinoamérica. Aldo Lauria señala
que la historia y la ideología de las elites "han servido para promover versiones y
visiones distorsionadas de la nación, que borran las experiencias de los sectores
populares y justifican su subordinación"21. Los intelectuales ligados a izquierda
trataron de cambiar esa situación, pero terminaron construyendo una imagen
bastante alejada de los hechos históricos. Lo cierto es que los indígenas no se
sometieron fácilmente al Estado, ni aceptaron dócilmente la dominación y las
interpelaciones de la elite, pero tampoco fueron ajenos a su influencia y poder.
Citas
1 José Antonio Cevallos. Recuerdos salvadoreños. Tomo I, (San Salvador, Editorial del Ministerio
de Educación, 2ª edición, 1961), pág. 239
2 Rafael Reyes. Nociones de historia de El Salvador. (San Salvador, Imprenta Rafael Reyes, 3ª
edición, 1920), pág. 76. El énfasis es mío.
3 Roque Dalton. Las historias prohibidas del Pulgarcito. [1ª edición 1974] (San Salvador, UCA
Editores, 3ª edición, 1992), págs. 35- 42. Véase además, Jorge Arias Gómez. Anastasio Aquino,
recuerdo, valoración y presencia. (San Salvador, Editorial Universitaria, 1963).
4 Para un buen balance al respecto véase, Mario Vásquez Olivera. País mío no existes. Apuntes
sobre Roque Dalton y historiografía contemporánea en El Salvador. Revista Humanidades,
Universidad de El Salvador, # 2, 2003.
5 Un sugerente y bien documentado acercamiento a este tema aparece en Sajid Herrera. La
herencia gaditana. Bases tardíocoloniales de las municipalidades salvadoreñas. 1808-1823. Tesis
doctoral, Universidad Pablo de Olavide, 2005.
6 Roque Dalton. Op. Cit. pág. 38.
7 Manuel Vidal. Nociones de historia de Centroamérica. ( San Salvador, Ministerio de Educación.
Dirección de Publicaciones, 10ª edición, 1982), pág. 205.
8 Durante mucho tiempo las prácticas punitivas de la elite salvadoreña conservaron un estilo de
Antiguo Régimen. En 1846, el general Malespín fue asesinado en una aldea fronteriza a
Honduras, mientras dirigía un levantamiento contra el gobierno; su cabeza fue llevada hasta San
Salvador y colocada en una jaula en la cuesta de Mexicanos a la entrada de San Salvador. A
pesar de que la constitución prohibía los castigos infamantes, esta práctica persistió hasta
finales del siglo XIX, su prohibición fue una de las banderas de la revolución menendista en
1885. Al respecto, véase Patricia Alvarenga. Cultura y ética de la violencia. El Salvador 1880-1932.
(San José, EDUCA, 1ª edición, 1996) ; y Michel Foucault. Vigilar y castigar; nacimiento de la
prisión. (México, Siglo XXI editores, 24ª edición en español, 1996).
9 Francois-Xavier Guerra. De la política antigua a la política moderna. La revolución de la soberanía.
Inédito. Véase también
7
Francois-Xavier Guerra y Annick Lempérière. Los espacios públicos en Iberoamérica. Ambigüedades
y problemas. Siglos XVIIIXIX. (México, Fondo de Cultura Económica, 1998). Introducción.
10 Véase Aldo Lauria. An Agrarian Republic, Commercial agriculture and the politics of peasant
communities in El Salvador, 1823- 1914. (University of Pittsburgh Press, 1999), págs. 105-106.
11 Pedro Cortés y Larraz. Descripción geografico-moral de la diocesis de Goathemala, Biblioteca
“Goathemala” de la Sociedad de Geografía e Historia de Guatemala, vol. XX, (Guatemala,
Tipografía Nacional, 1958), tomo I, pág. 150.
12 Aldo Lauria-Santiago. An Agrarian republic, pág. 108. El expediente de la investigación seguida
a Espinoza aparece en: Informe que el Secretario de Relaciones hace a la nación, por orden del
Presidente de la República, sobre la conducta del Licenciado Nicolás Espinoza, Jefe del Estado
del Salvador. Documentos justificativos, 1836. Archivo Nacional de Costa Rica, Sección Federal,
Expediente 384. El agente de Espinoza en Santiago Nonualco era Juan Pablo Benedicto Palma.
Agradezco a Adolfo Bonilla por darme la referencia de este documento. Véase, además Leopoldo
Rodríguez. Administración del General Nicolás Espinoza; Guerra de castas en 1835. Revista "La
Quincena", números 77, 78, 79, 80, 81, 82 y 83 del año 1906. Una peculiaridad de esta
conspiración es que en ella solo se involucraron indígenas. El mismo Espinoza declaraba ser
indio.
13 Aldo Lauria. Op. Cit. pág. 113.
14 Informe presentado por el Jefe del Estado del Salvador, Lic. Juan José Guzmán el 17 de
septiembre de 1842. Archivo General de la Nación (AGN), Colección Impresos, Tomo 4,
Documento 111.
15 Aldo Lauria-Santiago. Los indígenas de Cojutepeque, la política faccional y el Estado en El
Salvador, 1830-1890. En Jean Piel y Arturo Taracena (compiladores) Identidades nacionales y
Estado moderno en Centroamérica. (San José, Editorial de la Universidad de Costa Rica, 1ª
edición, 1995; y An Agrarian republic.
16 Aldo Lauria-Santiago. Land, community, and revolt in late-nineteenth-century indian Izalco, El
Salvador. En Hispanic American Historical Review, 79:3, 1999.
17 Véase, Aldo Lauria. Los indígenas de Cojutepeque... Op. Cit.
18Véase Aldo Lauria. Land, community, and revolt... Op. Cit. Este trabajo evidencia cuán
compleja podían ser las comunidades indígenas. Lauria parte de los hechos violentos registrados
en Izalco el 14 de noviembre de 1898, cuando los miembros de la comunidad indígena de
Dolores Izalco atacaron el pueblo y asesinaron a Simeón Morán, responsable de la repartición
de las tierras comunales del lugar, y a varios de sus familiares y lugareños que lo apoyaban.
Generalmente este evento ha sido visto como ejemplo de la resistencia indígena al cambio del
sistema de tenencia de la tierra impulsado por los gobiernos liberales a partir de 1881. Sin
embargo, Lauria demuestra que la confrontación se debió más bien a conflictos internos de la
comunidad; aunque el problema de la tierra estuvo presente, lo que llevó a la violencia fueron
las disputas entre facciones enemigas.
19 Aldo Lauria. An agrarian republic. Op. Cit. Págs. 121 y 124.
20Para mayores detalles sobre otras revueltas de indios, véase Aldo Lauria. Land, community; y
Los indígenas de Cojutepeque. Op. cits.
21 Aldo Lauria-Santiago. Identity and struggle in the history of the Hispanic Caribbean and Central
America, 1850-1950. En Aviva Chomsky y Aldo Lauria-Santiago. (editores) Identity and struggle
at the margins of the nation-state. (Duke University Press, 1999),
pág. 2.