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El levantamiento de los indios nonualcos en 1832.

Hacia una nueva interpretación


Carlos Gregorio López Bernal.
Universidad de El Salvador.
cglopezb@yahoo.com

Las comunidades indígenas, los ladinos y las municipalidades fueron


importantes actores de la vida política salvadoreña del siglo XIX. Sin embargo la
historiografía liberal los dejó de lado, dándoles un papel central a los caudillos y
la elite local. Este trabajo intenta hacer un acercamiento al problema de las
revueltas indígenas en El Salvador en el siglo XIX, un campo de estudio muy
interesante que por mucho tiempo fue marginado por la reducida historiografía
salvadoreña que se interesó más en la historia de las elites. Que en El Salvador
los movimientos indígenas no hayan sido suficientemente estudiados no es
extraño dada la débil tradición de estudios históricos existente, hasta la década
de 1970. También es posible que el peso de la idea de un mestizaje precoz — que
ya era común a finales de la colonia— haya incidido para que se relegara a los
indios a un segundo plano de interés.

Una notable excepción ha sido el caso del levantamiento de los indios


Nonualcos dirigido por Anastasio Aquino en los años de 1832 y, el cual ha
interesado a varios investigadores e incluso ha sido tema para la literatura
salvadoreña. Esta revuelta fue retomada incluso en la historiografía liberal, más
proclive a la historia de la elite. Sin embargo, ninguna de esas obras profundiza
en los hechos. En general se asume que los rebeldes eran manipulados por el
“partido conservador” — detrás del cual se colocaba invariablemente a la iglesia
y el clero — a la vez que se magnifican al máximo los “abusos” cometidos por los
rebeldes en contra de blancos y ladinos. Por ejemplo, José Antonio Cevallos, en
"Recuerdos Salvadoreños" dedica varias páginas a la revuelta; refiriéndose a la
toma de San Vicente por las tropas de Aquino en 1833, dice:

"Dos mil descomunales salvajes se desparraman por todo el recinto,


descerrejando puertas y ventanas se apoderan de todo cuanto encuentran en las
casas, sin que sirviera de obstáculo la presencia de sus dueños, a quienes
llenaban de ultrajes y amenazaban con la muerte"1. Para Cevallos los rebeldes
tenían simplemente dos objetivos: el pillaje y el asesinato. Parecidos juicios
emite Rafael Reyes en su obra "Nociones de Historia de El Salvador", quien
señala que la rebelión "tendía a hacer desaparecer la raza blanca o ladina, la
persecución de Aquino contra todo elemento regularizado de la sociedad no
conoció límites"2.

Ya en el siglo XX, Aquino fue retomado por intelectuales vinculados con la


izquierda, quienes buscaron en su figura un precursor histórico de la lucha
revolucionaria en la cual estaban abocados. No obstante, las interpretaciones
que de él han hecho adolecen de un sesgo ideológico muy marcado que ha dado
por resultado que Aquino — el personaje histórico —, haya cedido lugar a
Aquino, el mito3. Roque Dalton no dudó en decir que el líder nonualco "Nació
lejos de Dios padre bien a la izquierda", con lo cual ya daba un cariz
revolucionario a su gesta. Durante años, los intelectuales de izquierda vieron en

1
Aquino el antecedente de la revolución, enlazándolo directamente con el
levantamiento de 1932 y a través de él con las movilizaciones de los años 70 y la
posterior guerra civil4. No en balde uno de los frentes de guerra del FMLN
reivindicó el nombre de Aquino. No voy a detenerme mucho sobre esa
bibliografía, pues asumo que es la que más se conoce en nuestro medio. Baste
decir que ese Aquino revolucionario, solo existió en la mente de quienes
intentaron construir ese mito. Aquino nunca tuvo en mente la toma del poder,
ni intentó promover cambios en la estructura agraria, ni en las relaciones
sociales. Simplemente buscaba volver las cosas a un estado parecido al que
tenían antes de la independencia.

Y es que a pesar de la obvia explotación que los indios sufrieron en la colonia,


también contaban con una legislación y un status particular, que podían usar a
su favor. Esta situación se perdió con la independencia; para los indios esta
significó, perder la pequeña protección que la ley les daba, y asumir una serie de
obligaciones que antes no tenían. Además, desde siglos atrás, los indígenas
venían enfrentando la creciente amenaza de los ladinos. Curiosamente, estos
últimos había estado en desventaja durante la colonia, pues estaban al margen
del orden legal, lo cual favorecía a los indios.

Sin embargo, a partir de la constitución de Cádiz, los ladinos comenzaron a ser


sujetos políticos, ganando un espacio que usarían inteligentemente de allí en
adelante5. En resumen, los indígenas percibieron que la independencia, en lugar
de favorecerlos, los había afectado negativamente. Con estos antecedentes, es
plausible afirmar que la revuelta de Aquino, se asemeja mucho a las del periodo
colonial: se buscaba revertir una situación que se había vuelto intolerable y
volver a una situación previa, que se consideraba aceptable. En cierto modo,
significaba ver al pasado.

Tan apegado estaba Aquino al pasado que cuando tomó la ciudad de San
Vicente, se hizo coronar “Rey de los nonualcos” para lo cual usó la corona de
uno de los santos de la iglesia del Pilar. Este acto ha sido visto más bien como
un hecho curioso, pero es muy significativo. ¿Qué tan revolucionario podía ser
un movimiento cuyo líder se corona Rey? Roque Dalton parafraseando a otro
autor señala que con esa acción Aquino "se consagra como líder, como
precursor de los que muchos años después señalarían la religión como un opio
que adormece los instintos de la libertad del hombre"6.

Esta conclusión es por demás forzada y muy poco sostenible. Es obvio que
cuando Aquino tomó esta decisión estaba mirando hacia atrás, hacia el pasado
inmediato. No debe olvidarse que apenas 12 años antes estas tierras todavía
eran dominio del rey de España. Hoy sabemos que a pesar de la explotación a
que fueron sometidos, bajo el régimen colonial los indios tuvieron "derechos y
privilegios" que después perdieron. En tal sentido, bien pudo ser que al
coronarse "Rey de los nonualcos", Aquino se viera más bien como el reemplazo
legítimo del monarca español, cuya "protección" extrañaban los indígenas. Más
que hacer una revolución, Aquino buscaba volver a la tolerable situación que los
indios tenían antes de la independencia, lo cual no excluía la posibilidad de
buscar algunas mejorías.

2
Tan poco tuvo de moderna la revuelta que hasta la ejecución de Aquino está
marcada por el Antiguo Régimen. El líder indígena fue capturado y ejecutado el
24 de julio de 1833. Su cabeza fue cortada y colocada en una jaula en la "Cuesta
de Monteros", con un rótulo que decía: "Ejemplo de revoltosos"7. Este dato
revela que no solo los indígenas estaban sujetos a las inercias del pasado. La
elite gobernante también lo estaba, como lo demuestra que siguiera usando
prácticas punitivas propias del Antiguo Régimen, en las cuales, el “espectáculo”
del castigo, como manifestación de la vindicta del soberano (en este caso el
incipiente estado salvadoreño) era parte fundamental del castigo8. Obviamente
este detalle fue conveniente ignorado por la historiografía liberal, que siempre
destacó la modernidad de la elite salvadoreña y su apego a la Ilustración y el
liberalismo.

Entonces, para entender la lógica de la revuelta es conveniente visualizar la


dinámica social de la colonia, la cual estaba enmarcada en el Antiguo Régimen.
Una de las primeras cuestiones a notar es que en el Antiguo Régimen, el grupo
tenía prioridad sobre el individuo; este se concibe y actúa como parte de un
todo: la corporación a la cual pertenece, ya sea por nacimiento, residencia,
profesión, religión o cualquier otro vínculo. Por su diversidad y su carácter
concreto, estos grupos no eran ni se imaginaban iguales; de ahí la importancia
de la legislación que hacía énfasis en los deberes, privilegios y prerrogativas
correspondientes a cada uno. Si estos no estaban plasmados en un estatuto, se
legitimaban por la costumbre. Desigualdad y jerarquía no causaban extrañeza ni
rechazo, pues eran vistas como “naturales”9.

Las comunidades indígenas eran parte esencial del Antiguo Régimen. Los indios
nunca fueron considerados iguales a los españoles, pero como ya se dijo esta
distinción era considerada normal. Los indígenas eran vasallos del rey,
obligados a darle obediencia y servicios, pero también dueños de prerrogativas y
derechos, que estaban garantizados en última instancia por el rey. Ciertamente
que en la historia colonial los motines de indios abundan, pero estos
generalmente están dirigidos contra funcionarios abusivos que maltratan e
incomodan sobre manera a los indígenas, pero hay muy pocos casos en los que
sea evidente una sublevación contra el monarca español. “Que viva el Rey y
muera el mal gobierno”, ese era a menudo el grito de batalla de los rebeldes.

La independencia vino a romper este sistema que se había consolidado a lo


largo de tres siglos. Uno de los cambios más importantes tuvo que ver con la
práctica política que en el Antiguo Régimen estaba en gran parte destinada a
influir sobre las autoridades, pero no a nombrarlas. La legitimidad de ellas
nunca se ponía en duda, aunque se cuestionara su forma de gobernar.

Además, el mismo sistema ofrecía múltiples mecanismos jurídicos para que


aquellos que se sintieran agraviados expusieran sus quejas. La instancia última,
el árbitro por excelencia, era el rey. Si los mecanismos legales no funcionaban se
recurría a la revuelta que en cierto modo era una forma más de presión.

En el nuevo sistema, ya no se trataba de influir sobre las autoridades, sino de


ocupar los puestos de poder. La política se extendió horizontalmente a todos los
niveles de la sociedad, permitiendo que todos los actores intentasen convertirse

3
en la encarnación o los representantes del pueblo y sin que existiera ya un
poder— como el que antes había tenido el rey, en tanto “señor natural” — que
arbitrara en los conflictos, que aumentaron en proporción directa al número de
actores que se disputaban el poder. Seguramente que las dificultades que los
presidentes de la república federal tuvieron para imponer su autoridad en la
región centroamericana se debieron, por lo menos en parte, al hecho de que
carecían de una “legitimidad” incuestionable. Ningún gobernante electo iba a
tener la "legitimidad" que antes tuvo el rey.

Pero las resistencias no se debían únicamente a la pérdida de prerrogativas, sino


también a que los cambios también chocaban con la mentalidad heredada del
Antiguo Régimen, especialmente en lo referente a la cuestión religiosa. La
primera generación liberal cometió el error de sobrestimar sus fuerzas y
minusvalorar el peso que la Iglesia tenía en la sociedad. Pero la fuente más
inmediata del descontento era el hecho de que el nuevo sistema de
representación política no respondía a las necesidades y costumbres de
importantes actores políticos, por ejemplo, las comunidades indígenas y los
pueblos, pues la noción de ciudadanía conllevaba un sentido individual que no
se ajustaba al imaginario colectivo que había impregnado la acción política de
estos cuerpos a lo largo del periodo colonial.

De allí que aun dentro de un sistema republicano representativo, las


comunidades indígenas y los pueblos seguían actuando como corporaciones a
las que el individuo estaba unido por fuertes vínculos. Mientras que una parte
de la elite, había adoptado ya los referentes políticos de la “Modernidad”,
dándole un papel central al ciudadano, la mayor parte de la sociedad — que
paradójicamente tenía que decidir el rumbo político mediante el voto — no
lograba aún adaptarse a este nuevo sistema que chocaba con la tradición
corporativa. Legalmente ya no había lugar para una política corporativa, pero en
la práctica pueblos y comunidades indígenas se valieron de cuanto medio estuvo
a su alcance para hacer valer sus intereses y tradición. Uno de estos recursos era
el uso de la violencia, como hicieron los nonualcos en 1833 y muchas otras veces
a lo largo del siglo XIX.

Es evidente que el líder nonualco, no estaba interesado en hacer una revolución


y que su movimiento era más bien una reacción en contra de los cambios
promovidos por los liberales, los cuales trataban de impulsar una serie de
medidas, creando nuevos impuestos, trabajo público forzoso y limitaciones a la
propiedad comunal de la tierra. 10[x] En tal sentido resulta muy iluminador el
análisis hecho por el cura Navarro, quien fue enviado por el gobierno a tratar de
pacificar a los rebeldes. Navarro declara que el mismo Aquino le dijo que "las
tierras que araban y sembraban eran de ellos y que los ladinos se las había
arrebatado", que además los trataban como bestias, reclutándolos para
conducirlos a sus matanzas y carnicerías. Es obvio que Aquino no pretendía
tomarse el poder nacional sino revertir una situación que se había vuelto
insoportable para los indios; es por eso que se mostraba dispuesto a aceptar las
propuestas de paz del gobierno, siempre y cuando se les permitiera quedarse
con sus armas y garantizar con ellas sus derechos.

Los historiadores liberales y de izquierda han aceptado la importancia del


conflicto étnico en la revuelta, pero no han ido más allá en su análisis. En

4
realidad, los conflictos entre estos grupos venían desde la época colonial y
tenían su origen en el diferente status que cada uno tenía dentro del sistema. La
corona española distinguía claramente dos repúblicas: la indígena y la española;
cada una tenía derechos y deberes claramente establecidos por las leyes. Pero
desde muy temprano la colonia conoció la existencia de los ladinos, un grupo
social que no encajaba en ninguna de dichas categorías sociales y que se vio
forzado a hacerse un lugar en cuanto espacio fuera posible. Los ladinos carecían
de la mayoría de derechos, pero en contraparte no debían responder a casi
ningún control. Forzados a abrirse camino, optaron por sacar ventaja de los
indígenas.

El obispo Pedro Cortés y Larraz en su visita por la provincia de San Salvador a


finales de la década de 1860, señalaba que, “En las tierras buenas y pueblos
fértiles, que entran los ladinos, se acaban los indios en muy breve, de que es
testimonio toda la provincia de San Salvador, en que como llevo dicho puede ser
que no haya indios aún por la décima parte. Se atribuye a varios motivos, pero
entre ellos temo que se ahuyentan los indios a los montes por librarse de los
perjuicios, engaños y robos con que los perjudican y aniquilan los ladinos.”11

La lectura que hizo Cortés del problema es bastante acertada; marginados por
las leyes de la colonia e incapaces de imponerse frente a los criollos, los ladinos
optaron por asentarse en tierras de indígenas o se dedicaron al comercio y los
oficios. En cualquier caso fue fácil que entraran en conflicto con los indígenas.

Sin embargo, la independencia implicó cambios importantes y positivos para los


ladinos, pues al abolirse las distinciones del Antiguo Régimen y establecerse la
igualdad de los individuos bajo la categoría de "ciudadanos" se encontraron
dueños de derechos políticos que antes se les había negado. Lógicamente estos
grupos tratarían de sacar ventaja de la nueva situación y por supuesto los más
afectados por estas iniciativas fueron los indios. De allí que no sea extraño que
los conflictos entre ladinos e indígenas aumentaran significativamente en la
época independiente, pues para los indios la independencia significó la pérdida
del status especial que habían tenido en la colonia. El sector indígena no
percibió mejoras inmediatas, pues los derechos de ciudadano no compensaron
las variadas e inusuales obligaciones que imponían.

Otro aspecto que me interesa destacar es que , la importancia que se le ha dado


a Aquino, como el líder que fue capaz de movilizar a sus seguidores, ha dejado
de lado el estudio de las comunidades indígenas que lo apoyaron, cuyo
protagonismo no desapareció con la muerte de su jefe. Apenas dos años después
de la muerte de Aquino los indios nonualcos también estuvieron involucrados
en el movimiento del General Nicolás Espinoza que estuvo a punto de provocar
una guerra de castas y que incluso ha sido considerado como el antecedente del
levantamiento de Rafael Carrera en Guatemala12. El 10 de diciembre de 1840
hubo otra revuelta en Santiago Nonualco, pero fue rápidamente controlada por
el ejército. "Las tropas gubernamentales destruyeron casas y la iglesia, mataron
mucha gente y obligaron a otros a huir hacia las colinas y haciendas
circundantes."13. No obstante, dos años después, los indios nonualcos, en
alianza con los de Cojutepeque, participaron en otra sublevación contra el
gobierno del licenciado Juan José Guzmán14. En noviembre de 1846, los

5
nonualcos, bajo las órdenes de Petronilo Castro, pusieron en aprietos al
gobierno. Sería largo enumerar, las numerosas movilizaciones en que se vieron
involucrados estos indígenas en el siglo XIX. Algunas veces actuando por su
cuenta y la mayoría como aliados con alguna de las facciones de la elite. Pero
esta no fue una práctica exclusiva de los nonualcos, lo mismo hicieron los indios
de Cojutepeque y los de Izalco; las comunidades de ladinos y las
municipalidades. Esta participación demuestra que la elite y los caudillos no
han sido los únicos actores de la vida política nacional.

El protagonismo político y económico de estos grupos evidencia su fortaleza,


pero también la debilidad del Estado y la elite, flaqueza que los obligó a negociar
alianzas con otros sectores sociales15. Pero no debe olvidarse que también había
divisiones y conflictos al interior de las comunidades indígenas y que estas
pugnas que fueron aprovechadas por sus antagonistas para debilitarlos16.
Indígenas, ladinos y municipalidades dejaron su huella en el turbulento proceso
de construcción del Estado. Hasta la década de 1870 la práctica política fue muy
poco institucionalizada y la participación popular en la vida política se daba por
diferentes vías. Una de ellas era por medio de las elecciones. Sin embargo, había
otras, a veces con resultados más prácticos e inmediatos. A menudo, las
comunidades indígenas y ladinas formaron alianzas con las facciones que se
disputaban el poder y de esta manera incidieron en las decisiones políticas 17.
Cuando una facción o un caudillo buscaba el apoyo de una comunidad, sabía
que debía ofrecer algo a cambio para conseguirlo. Sin embargo, los conflictos no
se daban solo en las altas esferas del poder, sino también a nivel local, casi
siempre estas disputas eran por tierras o el gobierno municipal y su origen
podía remontarse a la época colonial18.

Los indios de Cojutepeque, Izalco, y la región de los Nonualcos; así como la


comunidad ladina del volcán de Santa Ana, eran a la vez temidos y respetados
por los gobernantes. Como aliados significaban una ventaja considerable, pero
como enemigos eran un peligro constante. Aunque estos grupos nunca pudieron
hacerse del poder estatal, sí lograron tener una capacidad de sanción frente a las
iniciativas de las elites. Lo cierto es que el mecanismo funcionaba; por ejemplo,
en 1871, Santiago González recompensó el apoyo de los "volcaneños" de Santa
Ana para derrocar a Dueñas, reconociendo su derecho a ocupar las tierras que
por mucho tiempo había disputado con los ejidos municipales. Del mismo
modo, en 1885 los indios "nonualcos" apoyaron la revolución contra Zaldívar;
una vez en el poder, Menéndez les entregó un extenso terreno baldío muy
apropiado para el cultivo de café19.

Hasta mediados de la década de 1880 las comunidades indígenas tuvieron una


considerable capacidad para intervenir en la política salvadoreña. Los indios de
Cojutepeque, Izalco, y la región de los Nonualcos eran a la vez temidos y
respetados por los gobernantes. Como aliados significaban una ventaja
considerable, pero como enemigos eran un peligro constante20. Aunque estos
grupos nunca pudieron hacerse del poder estatal, sí lograron tener un poder de
sanción frente a las iniciativas de las elites. Los indios entraban a las contiendas
políticas con objetivos muy concretos: deponer a un gobernante que los había
incomodado; o apoyar a una facción política que consideraban podía darles
alguna ventaja. Una actitud parecida tenían los ladinos.

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En todo caso es evidente que las comunidades de indios y ladinos entraban a las
contiendas políticas con objetivos muy concretos: deponer a un gobernante que
las había incomodado; o apoyar a una facción política que consideraban podía
darles alguna ventaja. Es pertinente preguntarse si con esos objetivos tan
concretos e inmediatos era posible que estos grupos pudieran incidir en el
proceso político a largo plazo.

Las evidencias sugieren que no, las comunidades más bien reaccionaban ante
las circunstancias. A pesar de sus contradicciones y debilidades, era la elite el
grupo social llamado a construir el Estado; los sectores sociales subalternos que
estudia Lauria, podían a lo sumo condicionar el proceso y darle algunos matices,
pero nunca tuvieron la capacidad —y a lo mejor nunca se lo propusieron — de
tomar el poder. El movimiento de Aquino es solo uno más de los muchos que se
dieron en el siglo XIX y nunca tuvo un carácter revolucionario, tal característica
es una invención de los intelectuales de izquierda que trataron de crear un mito
que sirviera de antecedente y fundamento a su propio proyecto revolucionario,
una práctica que ha sido muy frecuente en Latinoamérica. Aldo Lauria señala
que la historia y la ideología de las elites "han servido para promover versiones y
visiones distorsionadas de la nación, que borran las experiencias de los sectores
populares y justifican su subordinación"21. Los intelectuales ligados a izquierda
trataron de cambiar esa situación, pero terminaron construyendo una imagen
bastante alejada de los hechos históricos. Lo cierto es que los indígenas no se
sometieron fácilmente al Estado, ni aceptaron dócilmente la dominación y las
interpelaciones de la elite, pero tampoco fueron ajenos a su influencia y poder.

Citas

1 José Antonio Cevallos. Recuerdos salvadoreños. Tomo I, (San Salvador, Editorial del Ministerio
de Educación, 2ª edición, 1961), pág. 239
2 Rafael Reyes. Nociones de historia de El Salvador. (San Salvador, Imprenta Rafael Reyes, 3ª
edición, 1920), pág. 76. El énfasis es mío.
3 Roque Dalton. Las historias prohibidas del Pulgarcito. [1ª edición 1974] (San Salvador, UCA
Editores, 3ª edición, 1992), págs. 35- 42. Véase además, Jorge Arias Gómez. Anastasio Aquino,
recuerdo, valoración y presencia. (San Salvador, Editorial Universitaria, 1963).
4 Para un buen balance al respecto véase, Mario Vásquez Olivera. País mío no existes. Apuntes
sobre Roque Dalton y historiografía contemporánea en El Salvador. Revista Humanidades,
Universidad de El Salvador, # 2, 2003.
5 Un sugerente y bien documentado acercamiento a este tema aparece en Sajid Herrera. La
herencia gaditana. Bases tardíocoloniales de las municipalidades salvadoreñas. 1808-1823. Tesis
doctoral, Universidad Pablo de Olavide, 2005.
6 Roque Dalton. Op. Cit. pág. 38.
7 Manuel Vidal. Nociones de historia de Centroamérica. ( San Salvador, Ministerio de Educación.
Dirección de Publicaciones, 10ª edición, 1982), pág. 205.
8 Durante mucho tiempo las prácticas punitivas de la elite salvadoreña conservaron un estilo de
Antiguo Régimen. En 1846, el general Malespín fue asesinado en una aldea fronteriza a
Honduras, mientras dirigía un levantamiento contra el gobierno; su cabeza fue llevada hasta San
Salvador y colocada en una jaula en la cuesta de Mexicanos a la entrada de San Salvador. A
pesar de que la constitución prohibía los castigos infamantes, esta práctica persistió hasta
finales del siglo XIX, su prohibición fue una de las banderas de la revolución menendista en
1885. Al respecto, véase Patricia Alvarenga. Cultura y ética de la violencia. El Salvador 1880-1932.
(San José, EDUCA, 1ª edición, 1996) ; y Michel Foucault. Vigilar y castigar; nacimiento de la
prisión. (México, Siglo XXI editores, 24ª edición en español, 1996).
9 Francois-Xavier Guerra. De la política antigua a la política moderna. La revolución de la soberanía.
Inédito. Véase también

7
Francois-Xavier Guerra y Annick Lempérière. Los espacios públicos en Iberoamérica. Ambigüedades
y problemas. Siglos XVIIIXIX. (México, Fondo de Cultura Económica, 1998). Introducción.
10 Véase Aldo Lauria. An Agrarian Republic, Commercial agriculture and the politics of peasant
communities in El Salvador, 1823- 1914. (University of Pittsburgh Press, 1999), págs. 105-106.
11 Pedro Cortés y Larraz. Descripción geografico-moral de la diocesis de Goathemala, Biblioteca
“Goathemala” de la Sociedad de Geografía e Historia de Guatemala, vol. XX, (Guatemala,
Tipografía Nacional, 1958), tomo I, pág. 150.
12 Aldo Lauria-Santiago. An Agrarian republic, pág. 108. El expediente de la investigación seguida
a Espinoza aparece en: Informe que el Secretario de Relaciones hace a la nación, por orden del
Presidente de la República, sobre la conducta del Licenciado Nicolás Espinoza, Jefe del Estado
del Salvador. Documentos justificativos, 1836. Archivo Nacional de Costa Rica, Sección Federal,
Expediente 384. El agente de Espinoza en Santiago Nonualco era Juan Pablo Benedicto Palma.
Agradezco a Adolfo Bonilla por darme la referencia de este documento. Véase, además Leopoldo
Rodríguez. Administración del General Nicolás Espinoza; Guerra de castas en 1835. Revista "La
Quincena", números 77, 78, 79, 80, 81, 82 y 83 del año 1906. Una peculiaridad de esta
conspiración es que en ella solo se involucraron indígenas. El mismo Espinoza declaraba ser
indio.
13 Aldo Lauria. Op. Cit. pág. 113.
14 Informe presentado por el Jefe del Estado del Salvador, Lic. Juan José Guzmán el 17 de
septiembre de 1842. Archivo General de la Nación (AGN), Colección Impresos, Tomo 4,
Documento 111.
15 Aldo Lauria-Santiago. Los indígenas de Cojutepeque, la política faccional y el Estado en El
Salvador, 1830-1890. En Jean Piel y Arturo Taracena (compiladores) Identidades nacionales y
Estado moderno en Centroamérica. (San José, Editorial de la Universidad de Costa Rica, 1ª
edición, 1995; y An Agrarian republic.
16 Aldo Lauria-Santiago. Land, community, and revolt in late-nineteenth-century indian Izalco, El
Salvador. En Hispanic American Historical Review, 79:3, 1999.
17 Véase, Aldo Lauria. Los indígenas de Cojutepeque... Op. Cit.
18Véase Aldo Lauria. Land, community, and revolt... Op. Cit. Este trabajo evidencia cuán
compleja podían ser las comunidades indígenas. Lauria parte de los hechos violentos registrados
en Izalco el 14 de noviembre de 1898, cuando los miembros de la comunidad indígena de
Dolores Izalco atacaron el pueblo y asesinaron a Simeón Morán, responsable de la repartición
de las tierras comunales del lugar, y a varios de sus familiares y lugareños que lo apoyaban.
Generalmente este evento ha sido visto como ejemplo de la resistencia indígena al cambio del
sistema de tenencia de la tierra impulsado por los gobiernos liberales a partir de 1881. Sin
embargo, Lauria demuestra que la confrontación se debió más bien a conflictos internos de la
comunidad; aunque el problema de la tierra estuvo presente, lo que llevó a la violencia fueron
las disputas entre facciones enemigas.
19 Aldo Lauria. An agrarian republic. Op. Cit. Págs. 121 y 124.
20Para mayores detalles sobre otras revueltas de indios, véase Aldo Lauria. Land, community; y
Los indígenas de Cojutepeque. Op. cits.
21 Aldo Lauria-Santiago. Identity and struggle in the history of the Hispanic Caribbean and Central
America, 1850-1950. En Aviva Chomsky y Aldo Lauria-Santiago. (editores) Identity and struggle
at the margins of the nation-state. (Duke University Press, 1999),
pág. 2.

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