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El ejercicio de un derecho a lo largo del tiempo es un elemento básico y fundamental dentro de

todo ordenamiento jurídico. En aras de la seguridad jurídica, ese transcurso temporal tiene unos
efectos determinantes a la hora de permitir dicho ejercicio por parte de quien lo sustenta. Las
personas legas en Derecho tienden a utilizar la expresión “derecho caducado” o “derecho
prescrito” con ligereza tendiendo a su equivalencia cuando su naturaleza es muy divergente en
ambos casos. La coexistencia de estas dos figuras jurídicas dentro de nuestro ordenamiento exige
una clara diferenciación entre la “prescripción” y la “caducidad” para que el particular sepa hasta
cuándo puede ejercitarse un determinado derecho con plena garantías legales.

La prescripción del ejercicio de una acción constituye un modo de extinguir un derecho por
inacción del titular del mismo. Para ello, necesita que se cumplan 3 requisitos ineludibles: derecho
ejercitable a favor de una persona física o jurídica, inacción del ejercicio de ese derecho por parte
de su titular y el transcurso temporal de un determinado plazo de tiempo fijado expresamente por
la ley.

La prescripción es la figura jurídica en virtud de la cual se extingue la acción que acompaña a una
obligación, debido al transcurso del tiempo y a la inactividad del acreedor. De esta manera, al
producirse la prescripción el acreedor pierde su acción para exigir el cumplimiento de la
obligación, pero la obligación subsiste. Cabe señalar que estamos haciendo referencia
específicamente a la prescripción extintiva y no a la prescripción adquisitiva que es aquella en
virtud de la cual un poseedor obtiene el derecho de propiedad sobre un bien por la posesión
continua durante un determinado tiempo.

Como ya lo habíamos mencionado, la caducidad, a diferencia de la prescripción, sí extingue el


derecho y no solamente a la acción. Por lo tanto, el acreedor, por efecto de la caducidad, pierde su
derecho y no puede recibir la prestación debida aun cuando el deudor desee ejecutarla
voluntariamente, pues se consideraría como un pago indebido. Veamos las reglas establecidas
para la aplicación de la caducidad: 5.1. Plazos de caducidad, suspensión e interrupción Los plazos
de caducidad deben ser establecidos por ley, no se pueden establecer ni modificar por pacto entre
las partes ni tampoco pueden aplicarse en forma supletoria. A diferencia de la prescripción, el
cómputo del plazo de caducidad no se ve afectado por causales de suspensión o interrupción,
salvo por la causal de suspensión prevista en el inciso 8 del artículo 1994º, referida a la
imposibilidad de reclamar el derecho ante un tribunal peruano. El cómputo del plazo de caducidad
se efectúa en días calendario y se vence el último día señalado, aun cuando tal día sea considerado
inhábil. 5.2. Declaración de la caducidad La caducidad se diferencia también de la prescripción en
la medida que la caducidad sí puede ser aplicada de oficio por el juez, sin que sea necesario que la
parte interesada la invoque.

En conclusión, como hemos podido apreciar, las figuras de la prescripción y de la caducidad son
sumamente importantes para nuestro ordenamiento jurídico y, en particular, para las operaciones
de una empresa, pues la correcta aplicación de estas figuras puede determinar la obtención de un
ingreso importante para la empresa o de su pérdida. Por tal motivo, es importante tener un
conocimiento claro de la forma en que operan ambas figuras y poder discriminar en qué casos
estamos ante una u otra.

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