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UN AMIGO INESPERADO

Hacía horas que Mariana no lograba conciliar el


sueño. Aunque tenía clase en el instituto a la mañana
siguiente, acabó saltando de la cama, dirigiéndose hacia el
ordenador. Desde que su mejor amiga había hecho una
fiesta sin invitarla, se sentía humillada y llena de rabia. Al
hablarlo con ella, le había dicho que la fiesta había sido
idea de Jenny, una chica de clase con la que Mariana no se
hablaba.

“Para que no se produjera una situación difícil”, argumentó,


“esta vez no te invité, pero ha sido una situación especial”.
Mientras Mariana encendía el ordenador, un trueno hizo
retumbar la ventana abierta. Al ir a cerrarla, vio una figura
extraña: un joven vestido de clown esperaba en la parada
del autobús nocturno.

Antes de sentarse frente al ordenador, se preguntó quién


sería aquel payaso que volvía a casa de madrugada sin
haberse podido cambiar. Entró en Facebook y fue
directamente a su agenda de amistades. Vio que eran
demasiadas. A muchas personas apenas las conocía, y
otras que conocía bien no podían llamarse así.

“Tengo que hacer limpieza”, se dijo a la vez que un


segundo trueno daba inicio a una fina lluvia.

Se levantó un instante para ver si el clown todavía estaba


allí fuera, a la intemperie. Efectivamente, seguía de pie en
la parada. Su maquillaje amenazaba con deshacerse si el
bus no llegaba pronto. Turbada por esta imagen, volvió al
ordenador dispuesta a limpiar su agenda de falsos amigos.
Empezó bloqueando a Jenny, que, absurdamente, aún
formaba parte de sus contactos. Luego se deshizo de todos
aquellos a quienes no conocía personalmente.
Cuando el número de contactos quedó reducido a
cincuenta, Mariana se dijo que tampoco todos ellos podían
llamarse amigos. ¿Cuántos ponían “me gusta” a sus post?
Siempre los mismos diez o doce. El resto era como si no
existiera. Decidió eliminarlos sin piedad. Luego fue al muro
de su mejor amiga. En su último post, aparecía abrazada a
Jenny, bailando en la fiesta donde ella no había sido
invitada.

Estaba a punto de bloquearla también cuando oyó que se


desataba definitivamente la tormenta. Corrió hasta la
ventana para comprobar si el clown seguía allí. Al verle
empapado bajo la tormenta, se olvidó por un momento de
su limpieza de amigos y decidió bajar con un paraguas. Se
dio cuenta, entonces, de que era muy joven. Como mucho
un par de años mayor que ella. Tras ofrecerle el paraguas
abierto, le preguntó:

—¿Qué haces a estas horas de la noche vestido así?

—Vengo de actuar en una cena de cumpleaños –contestó el


chico– y vuelvo en autobús porque me pagan muy poco.
Hoy, además, en el restaurante me han robado la bolsa con
la ropa para cambiarme.

Mariana sintió lástima por aquel payaso mojado.

—¿Y no te gustaría dedicarte a otra cosa? –le preguntó–.


Aún estás a tiempo de estudiar otro oficio.

—No hay mejor oficio que este –dijo el payaso llevándose la


mano al corazón–. Creo que quien me ha robado la ropa
para hacerme una mala pasada estaba en la fiesta, pero
allí también he visto a varios reír hasta llorar. Quizá han
tenido un día terrible y durante un rato les he ayudado a
aligerar su carga, como un amigo inesperado. –En este
punto, el clown miró a la chica, dándose cuenta de que era
solo una adolescente– ¿Y tú? ¿Qué haces despierta a estas
horas?

—He visto que te estabas mojando y he bajado a traerte un


paraguas. Eso es todo.

—Entonces eres como yo. Has bajado para ayudar a alguien


que ni siquiera conoces. Por la sola satisfacción de
hacerlo, sin pedir nada a cambio.

Esta frase la hizo reflexionar sobre los sentimientos


negativos que había albergado los días pasados. Cuando la
silueta del autobús ya se perfilaba al fondo de la avenida,
Mariana le tomó de la manga y le dijo:

—Tengo algo que preguntarte... ¿Has sentido a veces que


das lo mejor de ti a alguien y que luego no te corresponde?

—Cada día, forma parte de mi oficio.

—¿Y no te enfadas?

—No, porque he entendido que la generosidad no es un


camino común de ida y vuelta.

—¿Qué quieres decir con eso? –le preguntó ella.

—Lo bueno que das vuelve a ti, pero no siempre por parte
de las personas que reciben tus favores. Esa es la magia
de dar sin esperar nada a cambio –dijo mientras el autobús
ya frenaba frente a la parada–. El universo te premia a
través de otros amigos, incluso a través de alguien que no
te conoce.

—¿De verdad? ¿Te ha sucedido alguna vez?

El payaso besó a la chica en la frente y, antes de subir al


autobús, le confesó:
—Sí, esta noche. Yo he dado lo que tenía en otra parte, y
tú me has traído el paraguas.

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