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Karol Wojtyla (2005), El hombre y su destino, Madrid: Palabra, 25-39.

l. LA SUBJETMDAD Y LO IRREDUCTIBLE
EN EL HOMBRE

1. Status quaestionis

El problema de la subjetividad del hombre parece en-


contrarse hoy en el centro de múltiples intereses. Sería difícil
explicar en ténninos sencillos por qué y de qué modo se ha lle-
gado -y aún se sigue llegando- a esta situación. Tal vez hay
más de una causa, y no todas deben buscarse en el campo de
la filosofía o de la ciencia. Sin embargo, la filosofía -sobre to-
do la antropología filosófica y la ética- constituye un lugar
privilegiado por lo que se refiere a la manifestación de este
problema, a su objetivización. La esencia del problema está
precisamente en esto: advertimos la necesidad más fuerte que
nunca (y entrevemos también una mayor posibilidad) de obje-
tivar el problema de la subietividad del hombre.
A este respec to el pensamiento contemporáneo parece
poner un poco al margen las antiguas antinomias que surgían
sobre todo en el ámbito de la teoría del conocimiento (de la
epistemología) y que constituían como una línea de demarca-
ción entre las orientaciones fundamentales de la Filosofía. La
antinomia subjetivismo-objetivismo y lo que se esconde detrás
del idealismo-realismo creaban un clima poco propicio a los
intentos que iban dirigidos a ocuparse de la subjetividad del

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hombre. Se temía que eso llevase inevitablemente al subjeti-


vismo. Entre los filósofos que se movían en el terreno del rea-
lismo y del objetivismo epistemológico, este temor estaba mo-
tivado con frecuencia por el carácter o, incluso también, por el
«tono» subjetivo o idealista de los análisis llevados a cabo so-
bre la base de la «conciencia pura». En conclusión, se ha man-
tenido en filosofía una línea de división y oposición entre la
aproximación al hombre de modo «objetivo», que era, al mis-
mo tiempo, también una aproximación ontológica (es decir,
del hombre en cuanto ser) y la aproximación «subjetiva» que
parecía inevitablemente llevarle fuera de lo real en el hombre.
Descubrimos hoy, sin embargo, que esa línea de división
se ha restringido, a veces por los mismos motivos por los que
había surgido: forjarse fuera de la realidad del hombre. Se
puede decir que no sólo por los motivos por los que había sur-
gido, sino también por efecto de los análisis fenomenológicos
realizados sobre la base de la conciencia pura, aplicando la
epoché husserliana, o sea, poniendo entre paréntesis la exis-
tencia, es decir; la realidad del sujeto conscientel.
Quien escribe esto está convencido de que la línea de de-
marcación entre la aproximación subjetiva (de modo idealista)
y la objetiva (realista), en antropología y en ética debe ir desa-
pareciendo y de hecho se está anulando a consecuencia del
concepto de experiencia del hombre que necesariamente nos
hace salir de la conciencia pura como sujeto pensado y funda-

1 El autor desea aquí referirse al estudio de Anna-Teresa Timieniecka,


Beyond lngarden's Idealism (Realism Controversy wich Husserl. The new con-
textual phase of phenomenology), en Analecta Husserliana IV, pp. 241-418.

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do «a priori» y nos introduce en la existencia concretísima del


hombre, es decir, en la realidad del sujeto consciente.
Teniendo presente todos los análisis fenomenológicos
realizados sobre la base de tal objeto, o sea de la conciencia
pura, no podemos ya, desde este momento, ocuparnos del
hombre solamente como ser objetivo, sino que debemos ocu-
parnos de él como sujeto en la dimensión en la que es la
conciencia la que determina esta subjetividad del hombre es-
pecíficamente humana. Parece que esto sea precisamente la
subjetividad personal.

2. El contexto histórico del problema

La cuestión requiere ser explicada en témünos rnás am-


plios: en el ámbito de tales interpretaciones deberemos tratar
el problema de lo irreductible en el hombre, o sea, de lo que es
originaria y fundamentalmente humano, es decir, de lo que
constituye la originalidad plena del hombre en el mundo.
La antropología aristotélica tradicional se fundaba, co-
mo se sabe, sobre la definición anthropos zoon noetikón, hamo
est animal rationale. Esta definición no sólo corresponde a la
exigencia aristotélica de definir la especie (hombre) a través
del género más próximo (ser viviente) y el elemento que distin-
gue una especie dada dentro de su género (dotado de razón);
esta definición está estructurada, al mismo tiempo, de tal mo-
do que excluye -al menos cuando la asumimos inmediata y di-
rectamente- la posibilidad de manifestar lo que es lo irreducti-
ble en el hombre. Esa definición contiene -al menos como
evidencia primordial- la convicción de la reducción del hornbre

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al mundo. La razón de esta reducción era, y sigue siendo, la


necesidad de comprender al hombre. Este tipo de comprensión
podrla ser definida como cosmológica.
No se puede poner en discusión la utilidad de la defini-
ción aristotélica, la cual impone su propia validez en el con-
texto de la antropología metafísica y presidirá el nacimiento
de muchas ciencias particulares sobre el hombre concebido,
precisamente, como «animal» con la característica de la racio-
nalidad que lo distingue del resto de los vivientes. Toda la tra-
dición de la doctrina de la complejidad de la naturaleza huma-
na del compositum humanum espiritual-corpóreo, doctrina
que desde los griegos a través de la Escolástica llega hasta
Descartes, se mueve en el ámbito de esta definición y, por con-
siguiente, dentro de la convicción de la reducción fundamen-
tal al «mundo» de lo que es sustancialmente humano2• Tampo-
co se puede negar que los grandes territorios de la experiencia
y del saber particular que sobre ella se fundan siguen esta con-
vicción y trabajan con el fin de legitimarla.
Por otra parte, sin embargo, parece que la convicción de
la originalidad primaria del ser humano y, por consiguiente, de
su fundamental irreductibilidad al «mundo» a la naturaleza, es
tan antigua como la necesidad de la reducción expresada por
la definición de Aristóteles. Esta convicción es el fundamento
de la concepción del hombre como «persona», que en la histo-

2 La convicción de Ja fundamental reductlbilídad del hombre al


«mundo» está presente sobre todo en toda la tradición filosófica del .natura-
lismo, también en el materialismo dialéctico. Expresión de ello es tanto la
concepción marxista de la antropogénesis (el trabajo «genera» al hombre)
como la idea según la cual el ser humano se explica como la suma (también)
causal de las relaciones de producción existentes.

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ria de la filosofía tiene también su larga historia; y que hoy es-


tá en la base de la afirmación de la persona como sujeto, cada
vez más extendida, y de muchos intentos encaminados a inter-
pretar la subjetividad personal del hombre3.
En la tradición filosófica y científica, que nace de la de-
finición <<horno-animal rationale», el hombre era sobre todo un
objeto, uno de los objetos del mundo, al cual de modo visible y
físico pertenece. Una objetividad así entendida estaba vincula-
da al presupuesto general de la reductibilidad del ho111bre. La
subjetividad, en cambio, es una especie de término evocativo
del hecho de que el hombre en su propia esencia no se deja re-
ducir ni explicar del todo a través del género más próximo y la
diferencia de especie. Subjetividad es en un cierto sentido si-
nónimo de todo lo irreductible en el hombre. Si en este contexto
hacemos una contraposición, no se trata de una contraposi-
ción entre objetivismo y subjetivismo, sino solamente de una
contraposición entre dos modos de consideración filosófica
del hombre: como objeto y como sujeto (pero una considera-
ción también corriente y útil). No se puede olvidar, sin embar-
go, que la subjetividad del hombre-persona es también algo
objetivo.
Es necesario decir también que el modo de considerar al
hombre como objeto no deriva directamente de la definición
aristotélica misma, y sobre todo no pertenece a la concepción
metafísica·del hombre en el ámbito de esta visión filosófica.
Es sabido que la misma objetividad de la concepción del hom-
bre como ser requeria: primero, la afirmación de que el hom-

l Una de estos intentos está representado por mi estudio Persona yac-


ción, cit.

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bre constituye un suppositum distinto (= sujeto del existir y


del hacer); segundo, la afirmación de su ser persona. Sin em-
bargo, la doctrina tradicional del hombre en cuanto persona,
cuya expresión más clara fue la definición de Boecio como ra-
tinonalis naturae individua substantia, expresaba sobre todo la
individualidad del hombre en cuanto ser sustancial que posee
una naturaleza racional o espiritual, y no todo lo específico de
la subjetividad esencial del hombre como persona. De tal mo-
do la definición de Boecio define sobre todo el «terreno meta-
físico», o sea, la dimensión del ser en el que se realiza la subje-
tividad personal del hombre, afirmando la condición para «el
cultivo» de este terreno sobre la base de la experiencia4.

4Es necesario dirigir la atención a la diferencia fundamental que exis-


te entre la definición aristotélica del hombre como animal rationale y la defi-
nición boeciana de la persona. En este segundo caso, el hecho de la reduc-
ción del hombre «al mundo,., obtenida definiéndolo a través del género más
próximo (animal), no está presente. La definición boeciana de persona ma-
nifiesta sólo la categoría del ser, la sustancia, limitándolo al hecho de la exis-
tencia en sí. fundamental para el hombre en cuanto persona. Si decimos que
esta definición define de algún modo el «terreno metafísico• que está prepa-
rado «para el cultivo» sobre la base de la experiencia, con ello mismo quere-
mos afirmar que la estructura del ser expresada en tal definición correspon-
de también a la experiencia del hombre en cuanto persona. Ésta es la
estructura más fundamental correspondiente a lo que en nuestra experien-
cia del hombre como persona es también Jo más fundamental, es decir, a lo
que estructuralmente condiciona y determina la totalidad de las experien-
cias gracias a las cuales el hombre-persona se nos revela en toda su subjeti-
vidad. Esto es importante para los fines de la ulterior exposición, en la cual
nos ocuparemos de Ja experiencia como elemento imprescindible de inter-
pretación.

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3. La experiencia como elemento de interpretación

Parece que la categoría a la que debemos recurrir para


conseguir los fines de tal «cultivo» sea la categoría de la expe-
riencia. Ésta es desconocida en la metafísica de Aristóteles.
Las categorías que podrian aparecer como más próximas a la
de la experiencia serían las categorias griegas del agere y del
pati, que no pueden coincidir plenamente con aquélla. Estas
categorias sirven para definir la dinámica del ser, distinguen
también perfectamente lo que «sucede» solamente en el hom-
bre, de lo que el hombre «opera», es decir, «hace». Sin embar-
go, en el camino de la interpretación de la realidad dinámica
del hombre proporcionada por esta filosofía, la experiencia
con el acto va unida, una y otra vez (también en el caso del
agere y del pati) como un aspecto no directamente manifesta-
do por esta interpretación metafísica, o «reducción»; y perma-
nece como elemento no reducible.
Desde el punto de vista de la estructura metafísica del
ser y de la acción, y, por consiguiente, del dinamismo del hom-
bre entendido metafísicamente, puede parecer que no es nece-
sario expresar y afrontar este elementos. Llegamos también a

s Ello no cambia en nada el hech.o de que la aproximación experien-


cia) en el «obrar» (en el acto) y en el "suceder" como dos formas distintas de
dinamización del sujeto humano, no crea algo distinto, sino precisamente la
experiencia. La antropología de la construcción con el método de la objetivi-
zación metafísica abstrae en esta objetivización la experiencia como mo-
mento constitutivo de la imagen del hombre-persona. Una antropología
preocupada de hacer luz plena sobre la subjetividad deberá reflexionar so-
bre el modo en que el momento de la experiencia podrá ser introducido en
esta imagen.

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una comprensión satisfactoria del hombre, por el hecho de


que el hombre «actúa» y por el hecho de que algo «sucede» en
él. Sobre este modo de concebirlo se ha sostenido durante mu-
chos siglos todo el edificio de la antropología y de la ética.
Sin embargo, en la medida en que crece la necesidad de
comprender al hombre como persona única en sí e irrepetible,
y sobre todo -en todo este dinamismo, propio del hombre, del
obrar (del acto) y del acontecer- en la medida en que crece la
necesidad de comprender la subjetividad personal del hombre, la
categoría de la experiencia adquiere su pleno significado, y·éste
es un significado-clave. Se trata, en efecto, de reali7.ar no sólo
la objetivación metafísica del hombre como sujeto agente, o
sea, como autor de sus actos; se trata de mostrar la persona
como sujeto que tiene experiencia de sus actos, de sus senti-
mientos, y en todo esto de su subjetividad. Desde el momento
en que se ve esta necesidad en la interpretación del hombre
agente (l'homme agissant), la categoría de la experiencia debe-
rá encontrar el lugar propio en la antropología y en la ética, es
más, deberá situarse hasta un cierto punto en el centro de las
distintas interpretaciones6.
Puede presentarse, en primer lugar, una cuestión: ¿al
atribuir esta función clave a la experiencia en la interpreta-
ción del hombre como sujeto personal no nos condenaremos
inevitablemente al subjetivismo? Dejando aparte considera-
ciones demasiado detalladas de este problema, podemos afir-
mar brevemente que, vinculándonos con esta interpretación,

6 Sobre una cierta ilustración de este problema puede confrontarse mi


estudio Persona y acción con la obra de P. A. Krapiec, L'/o-Uomo. Profilo de
un 'antropologia filosofica, recientemente publicada.

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con la experiencia integral del hombre, no nos vinculamos a


un subjetivismo, sino que, en cambio, garantizamos la subjeti-
vidad auténtica del hombre, es decir su subjetividad personal,
en una interpretación realista de su ser.

4. Necesidad de tener en cuenta lo «irreductible»

La interpretación del hombre basada sobre la experien-


cia exige que se introduzca en el análisis del ser humano el as-
pecto de la conciencia7• De este modo se nos presenta el hom-
bre no solamente como ser definido por un género, sino como
«yo» concreto, como sujeto que tiene la experiencia de sí. El
ser subjetivo y la existencia que le es propia (suppositum) se
nos manifiesta en la experiencia precisamente como este suje-
to que tiene experiencia de sí. Si lo tenemos en cuenta como
tal, lo subjetivo nos revelará la estructura que lo constituye co-
mo un «YO» concreto. Revelar esta estructura del «YO» huma-
no no deberá significar, por otra parte, considerarla idéntica
con la reducción y con la definición de género del hombre; sig-
nifica, en cambio, dar vida a aquel tipo de intervención meto-
dológica que podría ser definida como detenerse en lo irreduc-

1 Laintroducción del aspecto de la conciencia en el análisis del ser hu-


mano es condición irrenunciable para restituir a toda la interpretación del
hombre el momento de la experiencia. Esto no significa, sin embargo, que
nosotros consideremos la experiencia sólo como un contenido de la
conciencia. Significa, en cambio, que sólo la conciencia revela la realidad
del hombre concreto como sujeto que tiene experiencia de sf. Por eso, toda
experiencia es constituida no «en la conciencia», sino «a través de la
conciencia». Otra cosa es lo que constituye su esencia específica.

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tibie. Es decir, es necesario pararse en el proceso de reducción


que nos conduce a una comprensión del hombre en el mundo
(comprensión de tipo cosmológico), para poder comprender al
hombre en sí mismo. Este segundo tipo de comprensión po-
dría ser llamado personalista. El tipo de comprensión del hom-
bre llamada personalista no está en contraposición con la de ti-
po cosmológico, sino que es su interpretación. Ya hemos
dicho que también la definición de persona formulada por
Boecio definía sólo el «terreno metafísico» para la interpreta-
ción de la subjetividad personal del hombre.
La experiencia del hombre no puede agotarse en la vía
de la reducción «cosmológica», es necesario detenerse en lo
que es irreductible, en lo que en todo hombre es único y no re-
petible, aquello por lo que cada hombre es no sólo «hombre-
individuo» de un género, es decir, lo que es persona-sujeto: só-
lo entonces la imagen del hombre será correcta y completa.
No es posible completarla por la vía de la reducción misma,
no se puede permanecer de ninguna forma en el ámbito de lo
irreductible (porque eso significaría la incapacidad de salir del
«YO» puro): es necesario integrar cognoscitivamente lo uno
con lo otro. Teniendo en cuenta, sin embargo, las circunstan-
cias variadas de la existencia real de los hombres, es necesario
siempre dejar en este esfuerzo cognoscitivo más lugar para lo
irreductible, es necesario conferirle un peso mayor, que preva-
lezca en el pensamiento sobre el hombre, en la teoría y en la
práctica. Irreductible significa también todo lo que en el hom-
bre es invisible, que es totalmente interior y por lo que todo
hombre es corno el testimonio evidente de sí mismo, de la pro-
pia humanidad y de la propia persona.
En la experiencia, los actos y los sentimientos se maní-

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fiestan en su nexo más profundo con el propio «YO», y se reve-


la también toda la estructura personal de la autodetermina-
ción en la cual el hombre encuentra el propio yo como aquel
que se posee y tiene dominio de sí, en todo caso como aquel
que puede poseerse y dominarse. La estructura dinámica de la
autodeterminación habla al hombre de lo que le es donado y
al mismo tiempo confiado como tarea. Precisamente de este
modo el hombre se revela a sí mismo en sus actos, en las deci-
siones interiores de la conciencia: se revela a sí mismo como
aquel que continuamente se es dado a sí mismo como tarea,
que ·debe confirmar, verificar y en cierto sentido «Conquistar))
la estructura dinámica del propio yo que le es dada como «au-
toposesión» y autodominios. Al mismo tiempo, esta estructura
es totalmente interior, inmanente, constituye verdaderamente
el equipamiento del sujeto personal, es en cierto sentido él
mismo. En la experiencia de autoposesión y de autodominio el
hombre experimenta el hecho de ser persona y de ser sujeto.
La estructura de la autoposesión y autodominio como
esenciales para el «yo personal», como constituyente de la
subjetividad personal del hombre, la experimentamos cada
uno de nosotros en la experiencia del valor moral, del bien o
del mal. Y a veces esta realidad se nos revela quizá de manera
mucho más intensa cuando nada la amenaza -aunque sea sólo
temporalmente-. En todo caso, la experiencia enseña que lo
«moral» está fuertemente radicado en lo hurnanum, y más
exactamente es lo que se debe definir como «lo personal». La
moralidad define de manera radical la dimensión personalista

8En esta dirección se revela la perspectiva de una serie de análisis en


que consiste la trascendencia de la persona en la acción y en el acto.

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del hombre; en ella es subjetivizada y precisamente en esa di-


mensión puede ser comprendida. Al mismo tiempo, «lo moral»
es la expresión fundamental de la trascendencia propia del «yo»
personal Las decisiones de la conciencia muestran, en todo mo-
mento, que el hombre como pe.rsona se realiza en una supera-
ción de sí mismo hacia los valores aceptados en la verdad y por
eso realizados con profundo sentido de responsabilidad.

5. La perspectiva

Todo lo anterior ha merecido que se hagan numerosos


análisis penetrantes y que se continúan haciendo. Sin preten-
der hacerlo también nosotros, solamente queremos afirmar
que esta rica y múltiple realidad de la experiencia constituye,
en nuestro conocimiento del hombre, no tanto un aspecto
cuanto una dimensión verdadera y propia. Y es precisamente
sobre esa dimensión sobre la que debemos afirmarnos necesa-
riamente si queremos delinear plenamente en este sentido la
estructura personal y también subjetiva del hombre.
¿Qué significa este afimw.rse cognoscitivo sobre la expe-
riencia?9. Se entiende en relación a lo irreductible. Las tradicio-

9 Detenerse cognoscitivamente sobre la experiencia, sobre lo irreduc-


tible, significa -como ya resulta de las precedentes obsetvaciones- abrir un
nuevo campo de objetivización, es decir, aquel que está ligado a la concien-
cia. En este campo, el hombre se manifiesta como sujeto que se experimen-
ta a sí mismo. Este sujeto que se experimenta a sí mismo no sólo es un «yo-.
concreto, sino que -siéndolo más allá de toda duda- se experimenta al mis-
mo tiempo a sí como persona y se confirma como persona. Todo ello, en vir-
tud de la reducción «cosmológica», entra en la esfera de las implicaciones.
El atributo rationale en la definición aristotélica homo animal rationale ha-

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nes de la antropología filosófica enseñan que es posible, en


cierto sentido, pasar por alto esta dimensión, es decir, que se
puede dejar de tener en cuenta desde el punto de vista cognos-
citivo por la vía de una abstracción que mira a definir en tér-
minos generales el hombre en cuanto ser, o sea, realizar una
reducción de tipo cosmológico (homo-animal-rationale). Sur-
ge, sin embargo, una pregunta: ¿entonces -definiendo la esen-
cia del hombre- no perderemos lo que es más típicamente hu-
mano, desde el momento que lo humanum se expresa y se
realiza como algo «personal»? En este caso, lo irreductible nos
aclararía que no es posible conocer al hombre sólo así. Esto
parece indicar también la actual filosofía subjetiva a la filoso-
fía tradicional del objeto.
Pero no es sólo esto. Lo irreductible significa lo que por
su naturaleza no puede sufrir reducción, que no puede ser «re-
ducido», sino sólo mostrado: revelado. Por su naturaleza la ex-
periencia se opone a la reducción, pero esto no significa que se
escape de nuestro conocimiento. La experiencia requiere sola-
mente ser conocida de modo diverso, se puede decir con un
método, mediante un análisis que sea tal que revele y muestre
su esencia. El método del análisis fenomenológico nos permite
apoyarnos sobre la experiencia como algo irreductible. Este

bla de esto de manera indirecta, pero es necesario un camino muy largo pa-
ra poder extraer de esta o: racionalidad• del ser viviente (animal) aquel aspec-
to de la conciencia que es propio del hombre y en el cual el hombre se mani-
fiesta a sí mismo como sujeto que tiene experiencia de sí. De este modo, el
detenerse cognoscitivo sobre lo que no es reducible, se convierte precisa-
mente en el inicio de una nueva reducción, de un nuevo esclarecimiento de
la esencia del hombre. El hombre viene entonces objetivizado como perso-
na, como sujeto consciente de sí y capaz de autodetenninarse.

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método no es en absoluto sólo una descripción que registra in-


dividualmente los fenómenos (fenómenos en sentido kantia-
no: como los contenidos que caen bajo nuestros sentidos).
Apoyándonos sobre la experiencia como algo irreductible nos
esforzamos en penetrar cognoscitivamente toda la esencia. De
es,te modo captamos no sólo la estructura subjetiva de la expe-
riencia por su naturaleza, sino también su vínculo estructural
con la subjetividad del hombre. El análisis fenomenológico
sirve, por consiguiente, para la comprensión transfenoménica,
y sirve también para revelar la riqueza propia del ser humano
en toda la complejidad del compositum humanumio.
Ahora bien tal manifestación -lo más profunda posible-
parece ser una compañia irrenunciable en el conocimiento del
hombre en relación a su subjetividad personal. Esta subjetivi-
dad es, al mismo tiempo, una realidad precisa, es real cuando
intentamos comprenderla en la totalidad objetiva que se llama
el «hombre». Ello define al mismo tiempo también el carácter
de todo su modo de comprensión. En efecto, la experiencia es
también -y sobre todo- realidad. El método correcto paramos-
trarla no puede sino contribuir al enriquecimiento y a la pro-
fundización de todo el realismo de la concepción del hombre. El
perfil personal del hombre entra entonces en la esfera de la
mirada cognoscitiva, la complejidad de su naturaleza no desa-
parece sino que se delinea con mayor precisión de contornos.
Cualquiera que busca la verdad última sobre el hombre en
sentido filosófico se mueve ahora no ya sobre un «terreno me-

10 También por esto, junto con la perspectiva de los análisis que mos-
trarán en qué consiste la integración de la persona en el acto, aquí entende-
mos la integración no tanto como realización, cuanto como manifestación
de la unidad del compositum humanum.

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ramente metafísico», sino que encuentra elementos abundan-


tes que atestiguan tanto la corporeidad como la espiritualidad
del hombre y tanto mejor ponen de manifiesto la una y la otra.
Queda, sin embargo, siempre una serie de interrogantes:
¿La comprensión «Cosmológica» del hombre y la de tipo «per-
sonalista>> no se excluirán recíprocamente? ¿Se encontrarán la
reducción y la revelación de lo que es irreductible en el hombre
y de qué modo? ¿De qué modo la filosofía del sujeto deberá
mostrar la objetividad del hombre y su misma subjetividad
personal? Éstas son preguntas que hoy delinean las perspecti-
vas del pensamiento sobre el hombre y la perspectiva de la an-
tropología y de la ética contemporánea. Son preguntas can-
dentes y fundamentales. La antropología y la ética deberán
hacerse esas preguntas hoy desde esta perspectiva no fácil pe-
ro prometedora.

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