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cl/columna/ )
Sobre el libro Por una vía «chilena» a la plurinacionalidad. Intervenciones de una década (2010-
2020), de Salvador Millaleo (2021, editorial Catalonia). Prólogo de Sonia Montecino.
Uno de los puntos que más revuelo genera hoy en el debate público y en la misma Convención
Constitucional es el reconocimiento explícito de los pueblos indígenas y la posibilidad de
establecer la plurinacionalidad del Estado de Chile. El nuevo libro de Salvador Millaleo busca
ofrecer ideas y propuestas en esa dirección, y en un tema sobre el que hasta ahora circulan apenas
columnas y consignas, es importante atender a una publicación que busca una discusión más
sustantiva.
El libro se compone de 31 textos, entre ellos columnas y breves ensayos publicados durante diez
años (2010-2020) en medios digitales tales como El Mostrador y El Quinto Poder. En el prólogo, la
destacada académica Sonia Montecino destaca la descripción de «las interdicciones que los
movimientos indígenas —especialmente el mapuche— plantean al Estado y a la sociedad chilena».
Pero además el libro de Millaleo consigue algo bastante importante: ofrece propuestas concretas.
La intención principal del autor pareciera ser explicitar la demanda por autonomía política de
los pueblos originarios, que en su particular interpretación constitucional se traduce en la
necesidad de avanzar hacia aquello que llama «plurinacionalidad»; es decir, hacia un arreglo
institucional que concede espacios de autogobierno, formas de representación y determinados
derechos a grupos culturales, pueblos o naciones. Todo cobra un sentido especial cuando se
recuerda, en palabras de Stuchlik [1] (enlace: #_ftn1 ) , que la comunidad mapuche no se siente
organizada como unidad política administrativa, y que además su sentido de representación y
delegación de autoridad es poco desarrollado. De hecho, en parte debido a que no contaban con
una organización centralizada es que españoles y chilenos tuvieron tanta dificultad en su
conquista. Como ha apuntado Rolf Foerster [2] (enlace: #_ftn2 ) , cabe agregar que fue en razón
de los enfrentamientos con el colonizador que muchos grupos dispersos adquirieran ribetes de
unidad.
Millaleo explica que esta unidad ha ido acrecentándose debido a una lógica militar, pues desde la
década de los 90 el Estado nacional ha basado su «estrategia» en la apelación al Estado de
Derecho y en la penalización de los mapuches a través del uso de la Ley Antiterrorista. Y estos
últimos, mientras tanto, habrían ido sistematizando una verdadera «cultura de la resistencia» (p.
31), constituyendo «un movimiento social en la sociedad civil que tiene una referencia claramente
identitaria de base etnonacional» (p. 31). En ese sentido, la demanda entablada sería lo que se ha
denominado como «derecho a la autodeterminación» (doctrina teorizada a principios de los años
90 por intelectuales mapuches como José A. Marimán). Millaleo comparte esa visión. La
autodeterminación, en palabras del autor, sería realizable «mediante la transformación de
las áreas de desarrollo indígenas en regímenes autonómicos» (p. 69). En esos pasajes, el libro
deja la impresión de que este proceso funcionaría en dependencia del Estado chileno, el cual
deberá brindar soporte técnico, económico y su rol mediador.
Es a la hora de precisar las modalidades cuando surgen muchas preguntas. En efecto, esos
regímenes autonómicos —pero no autosuficientes— incluirían ámbitos como «educación, salud,
planes de desarrollo, planes reguladores, vivienda, planificación urbana, políticas rurales, tributos,
entre otros» (p. 69). Pareciera sugerir, entonces, que la revindicada autonomía es más que relativa,
porque se espera que sea el Estado el que apoye todas esas (necesarias) dimensiones. Si esto es
plausible, entonces estaríamos frente a una propuesta de autonomía dependiente. Es posible que
esto tenga motivos: después de todo, si el Estado chileno ha contraído una deuda, es necesario
pagarla. Sin embargo, esta cuestión merecería al menos ser tematizada, pues puede ser fuente de
profundos conflictos y malos entendidos. No es una dificultad menor, ya que este mecanismo
impediría llegar a las alternativas extremas, tales como la secesión del territorio. Ahí cabe
preguntarse por qué la demanda es por autonomía dependiente y relativa, y no por autonomía
absoluta o, de plano, secesión del territorio —como se exige en Cataluña o el País Vasco—. Es
como si el movimiento etnonacional reconociera que en cierta medida el desarrollo de sus
comunidades necesita de la ayuda —al menos económica— del Estado chileno; del mismo Estado
colonizador del que tanto se pretende distinguir.
Más allá de esa paradoja, Millaleo describe el concepto de plurinacionalismo como «Estados cuyos
diseños institucionales reconocen diversas naciones o pueblos dentro de un mismo orden
constitucional» (p. 80). La idea, según el autor, contrastaría con la tradición de la «democracia
unitaria». Al respecto, también se explica que uno de sus elementos integradores, además de la
autonomía territorial y de los derechos colectivos, sería el «pluralismo jurídico», el cual es descrito
como una modalidad en la que el Estado ya no es «la única fuente de reglas», sino que se
reconocen «esferas para otras jurisdicciones y otros poderes normativos de la sociedad, tales
como los sistemas jurídicos indígenas» (p. 81). Por tanto, todo indica que en la práctica la
plurinacionalidad vendría a complejizar el ordenamiento jurídico en sus diversas aristas—todas
aquellas en que la plurinacionalidad aplique—, empoderando a abogados e intérpretes jurídicos
étnicos. La primera duda que surge es cómo se coordinarían los distintos sistemas legales
indígenas con el nacional y en quién recaería la superintendencia directiva, correccional y
económica de tales. Con todo, no es difícil advertir que crear distintas jurisdicciones y ponderar
sus territorios y competencias, como se propone, podría implicar una bajada práctica problemática:
principios, normas y procedimientos podrían colisionar entre sí, generando problemas de
competencias o incluso yendo contra los postulados del sistema jurídico superior.
Por otro lado, la noción de plurinacionalismo esbozada por Millaleo podría ser complementada y
perfeccionada con elementos de otras tradiciones que, de la misma forma, tienen como objetivo
buscar el máximo desarrollo de las comunidades organizadas en distintos centros de poder. Bien
podría el autor rescatar otras fuentes normativas para robustecer su propuesta, tanto en lo teórico
como práctico —véase una reseña a la teoría policéntrica de Elinor Ostrom (enlace:
https://www.revistaatomo.com/es/2021/09/elinor-ostrom/ ) o a la subsidiariedad según Chantal
Delsol (enlace: https://tienda.ieschile.cl/products/el-estado-subsidiario ) —. Esto es importante, ya
que, tal como está esbozada, su propuesta carece de ciertos cuidados y prevenciones imposibles
de ignorar.
Pese a que estas interrogantes hacen tambalear la propuesta de Millaleo, el autor plantea un punto
clave que quizás sirva para avanzar hacia la resolución del conflicto o al menos su atenuación:
sugiere que la «solución política pasa por la construcción en el largo plazo de una
institucionalidad legítima para que los indígenas planteen y resuelven sus demandas dentro
de ella» (p. 105). Es difícil no concordar en esto. Si no se da cierto espacio de autonomía, el
conflicto seguirá escalando en intensidad y duración. Habrá que ver cuáles serían las
condiciones para llegar a un acuerdo. Con todo, debe advertirse que este proceso exigirá una
condición sin la cual no se podrá avanzar: la exclusión radical de los métodos terroristas
como instrumentos de reivindicación cultural y territorial. ¿Logra la posición de Millaleo
alejarse del etnonacionalismo que subyace a esas prácticas, del mismo modo que se
distancia del «Estado unitario»? Ese momento será clave: si el proceso funciona, y la
violencia continúa, entonces será revelado el tipo de intereses subyacentes que estos
grupos violentistas reivindican; es decir, quedará al descubierto si su causa es en realidad un
llamado de justicia por la deuda histórica, o si se trata simplemente del actuar de grupos
delictuales dedicados al robo de madera, narcotráfico y otros. Si este proceso de
reorganización de las relaciones entre Estado-etnias va en buena dirección y los atentados
terroristas siguen, el gobierno de turno ya no tendrá excusas para no combatirlos con todos
los medios legítimos del caso. En una democracia la violencia nunca puede conferir ningún
derecho.
Para finalizar es conveniente recordar la advertencia del historiador Gonzalo Vial. Reconociendo la
deuda histórica, recriminaba sin complejos a la sociedad chilena no haber respetado a la cultura
mapuche «porque no la ha sabido entender; es más, tampoco ha tenido interés en hacerlo» [4]
(enlace: #_ftn4 ) . Es una cultura que en varios aspectos posee gran valor, tal como la de nuestros
otros pueblos originarios, y debemos trabajar para demostrarlo y desarrollar sus múltiples
potencialidades. Sin embargo, como intenta comunicar esta reseña, elaborar los mecanismos
adecuados para preservar la cultura mapuche requiere de más sofisticación que buenas
intenciones. De lo contrario, las consecuencias pueden desembocar justamente en todo aquello
que se busca superar.
NOTAS Y REFERENCIAS
[1] (enlace: #_ftnref1 ) STUCHLIK, Milan (1964). Rasgos de la sociedad mapuche contemporánea
(Santiago: Ediciones Nueva Universidad), p. 52.
[2] (enlace: #_ftnref2 ) FOERSTER, Rolf. «Sociedad mapuche y la sociedad chilena: la deuda
histórica», en Polis, 2 (2002). [Ver (enlace: http://polis.revues.org/7829 ) ].
[3] (enlace: #_ftnref3 ) Ver, por ejemplo: MARIMÁN, José (2021). Autodeterminación. Ideas
políticas mapuche en el albor del siglo XXI (Santiago: Lom); LLAITUL, Héctor y ARRATE, Jorge
(2012). Wichan. Conversaciones con un waychafe en la prisión política (Santiago: Ediciones Ceibo).
[4] (enlace: #_ftnref4 ) De VIAL, Gonzalo, ver las columnas «El tema mapuche» y «Más sobre el
tema mapuche», en Gonzalo Vial. Política y crisis social (Santiago: Ideapaís, 2020).