Alondra Carrillo, Janis Meneses y Carolina Vilches, Sábado 7 de Julio.
a) Principios e Independencia de la Convención:
Las circunstancias por todas y todos conocidas, aún cuando algunos pudieran pretender obviarlas, que dieron origen al proceso constituyente y a esta Convención Constitucional de la que somos parte, no pueden dejar de estar presentes en el Reglamento que regule la forma en que damos cuenta del fondo pedido por las masas populares y ciudadanas. Es un hecho que la génesis de esta Convención es opuesta a aquella de la que emanan los otros órganos estatales frutos de la Constitución de 1980. Quien se atribuyó la soberanía y la potestad constituyente para establecer la Constitución que nos ha regido fue la Junta Militar de la dictadura, en su DL 3464 de 1980. Por el contrario, este proceso nace del ejercicio de la soberanía de los distintos pueblos que conforman nuestro país, que se levantaron en revuelta y que en 2020 votaron por crear una nueva carta fundamental. En ese sentido, el Reglamento debe expresamente señalar como elementos rectores y orientadores del quehacer constituyente, los principios que los pueblos nos han indicado e instruido: democracia, plurinacionalidad, igualdad y equidad territorial, no discriminación, feminismo, reparación y promoción y perspectiva de derechos humanos y fin a la impunidad. Estos principios deben estar presentes tanto en la forma en cómo se integran o componen los diversos espacios e instancias de la Convención, así como en la forma en que se deciden las normas a crear, tanto reglamentarias como constitucionales. Por otra parte, estas mismas circunstancias sociales y políticas a que hacíamos referencia, plasmadas limitadamente en la ley 21.200, establecen la vocación y condición independiente y autónoma de esta Convención en el cumplimiento de su deber histórico: crear un nuevo marco jurídico que dé cuenta del agotamiento de una forma de pensar el país desde las élites y al mismo tiempo que dé cuenta de las nuevas formas de pensarse a sí mismos que tienen los diversos pueblos que componen nuestro país. Este órgano tiene el desafío de ser, en su propio trabajo, un espacio de ejercicio de una democracia nueva, sustantiva, y en ello debe ser plenamente democrático y democratizador. Esta independencia en el ejercicio de sus funciones, recientemente reafirmada por la Contraloría General de la República, tiene una doble faz, pues, por un lado, nos invita y desafía a asumir las facultades y tareas que nos encomendaron los pueblos y, por otro, implica el reconocimiento y respeto por parte de los demás órganos y poderes del Estado de nuestra tarea y los convoca a no entorpecer y a ponerse a plena disposición del órgano encargado de pensar a la institucionalidad toda. Este momento histórico nos exige hacernos cargo de una tarea inédita, de construir a pulso esa democracia nueva; todos los demás órganos deben estar a la altura que supone este desafío. b) Armonización del texto constitucional y Quórums de la Convención:
La construcción de un texto constitucional es una labor esencialmente política. Su
forma jurídica no debe hacernos olvidar tal principio base. El proceso de construcción de la norma constitucional es sabidamente complejo y requiere de una serie de labores coetáneas y sucesivas que deben guardar la coherencia necesaria para presentar al Pueblo un documento que esté a la altura de las circunstancias históricas en que vivimos. La armonización será una tarea necesaria. Pero la armonización guarda la misma esencia política de toda construcción normativa. No puede ser entregada esta labor a funcionarios no elegidos por la ciudadanía bajo la idea de que se trata de un asunto técnico. No lo es. Desde la discusión en comisiones y subcomisiones, la redacción y hasta la votación de las normas, la responsabilidad es de quienes hemos sido elegidos popularmente para tal tarea. En el mismo sentido, es posible pensar en una forma orgánica que asuma esta función fundamental y que esté presente en todo el proceso para que así no sólo opere recomendando o revisando ex post, sino que pueda evitar o bien, al menos, alertar sobre eventuales problemas que el trabajo en comisiones pudiera generar, así como colaborar en evitar desviaciones inaceptables respecto de los principios transversales que nos dotemos. La única forma de garantizar esto, prescindiendo de la idea de que haya convencionales dedicadas exclusivamente a esa tarea y por tanto ausentes del debate general, es que este órgano esté compuesto por integrantes o coordinadores de todas las comisiones, siendo expresión del trabajo y la discusión que se está realizando por toda la Convención; no podemos permitir que este sea el órgano en que una élite decida por nosotras y nosotros el texto final. El trabajo de armonización es una responsabilidad y expresión de la Convención toda. De igual forma, este debe ser un órgano compuesto por mínimos democráticos que hemos sostenido para todo nuestro trabajo: debe ser un órgano paritario, plurinacional y descentralizado. Su mandato debe ser claro: analizar la coherencia y concordancia entre los textos entre sí y en relación con los principios que van a ser debatidos y acordados por la Convención en su totalidad, y hacer llegar sus indicaciones a las instancias pertinentes que deliberarán, ya sea las comisiones o el pleno. Esta tarea permanente nos permite evitar mecanismos atentatorios de la democracia como la votación doble de artículos y del texto final, tan solo destinada a sobrerrepresentar a quienes se oponen al cambio de la Constitución. También, nos da la oportunidad para reafirmar que es este el momento y la instancia para discutir libre y democráticamente las formas y quórums para cumplir con el mandato de los pueblos, sin más límites que aquellos que establezcamos quienes estamos acá. No estamos reformando la actual Constitución, sino que creando una nueva, por lo que los procedimientos, formas y quórums de decisión no pueden ser el modo de entorpecer nuestra labor, impedirnos cumplir dentro de plazo ni ser una traba para impedir a los pueblos soberanos conocer un texto constitucional para su aprobación o rechazo.
c) Participación, Conflictos de Interés y Transparencia.
Siempre se ha dicho que es en la participación de los pueblos donde reside la
soberanía, pero al mismo tiempo estos han sido sistemáticamente excluidos de la creación constitucional. Desde nuestra perspectiva, es la participación popular a lo largo de todo el proceso la que dará legitimidad al texto constitucional, y no solo su aprobación final. Puesto que la soberanía radica en los pueblos, la independencia y el ejercicio político soberano de nuestra Convención Constitucional no pueden en caso alguno ser pretexto para restringir esas potestades. Por el contrario, nuestro Reglamento debe propiciar su más amplia y permanente participación, individual y colectiva, incidente y vinculante. Así, mecanismos como la iniciativa popular de norma constitucional, el levantamiento de instancias para la presentación de los legítimos intereses de las organizaciones populares y ciudadanas y la existencia de plebiscitos intermedios como mecanismo de destrabe de disensos que no pudieran resolverse internamente, deben estar considerados y promovidos por aquél. Toda la institucionalidad estatal debe ponerse a disposición de la Convención para la satisfacción de las necesidades democráticas del proceso, tanto en términos de su voluntad manifiesta como de las condiciones materiales que permitan hacerla efectiva. Por otro lado, como contracara de lo señalado, resulta fundamental, pues es base de la desconfianza de la ciudadanía en las instituciones y una de las tantas causas de la revuelta que inicia este proceso constituyente, que el Reglamento contemple los mecanismos necesarios para que el debate constitucional sea un ejercicio democrático real, evitando que las faltas de ética y probidad de erijan como los límites fácticos de nuestra participación democrática. De esta forma, se requiere por sobre todo prevenir las actuaciones teñidas por conflictos de intereses y sancionarlas si ocurren. Asimismo, que se establezcan formas de evitar la distorsión de los quórum de votación -incluso corrigiendo retroactivamente-, así como poner en conocimiento de toda la ciudadanía las actuaciones y conductas antidemocráticas que convencionales pudieran desarrollar. Finalmente, la condición de un proceso participativo y con democracia sustantiva es sin duda la lucha activa y el compromiso institucional de la Convención Constitucional por la erradicación de todas las formas de violencia política de género, racista y colonial, en la medida en que estas se orientan al establecimiento y la reproducción de jerarquías y subordinaciones que deterioran las condiciones mínimas para el quehacer democrático entre iguales. Desde una perspectiva feminista, plurinacional y no punitivista, debe tomar un lugar central en nuestros esfuerzos la materialización de este compromiso y su consagración en un reglamento y marco ético de convivencia que sea, al mismo tiempo, antinegacionista y antifascista, expresado en todas y cada una de las actividades de la Convención. Este proceso constituyente es el fruto de la movilización social de quienes llevamos décadas luchando por otra vida posible. Hemos puesto en el centro de ese esfuerzo nuestra voluntad de abrir, por fin y de manera inédita, una construcción democrática protagonizada por las fuerzas sociales populares, plurinacionales, feministas, socioambientales y territoriales. Nos hemos levantado para hacer de este el terreno de despliegue de nuestro deseo radical de otra forma de organizar nuestro país, nuestra sociedad entera y nuestra relación con la naturaleza de la que somos parte. Como Constituyentes de los Movimientos Sociales, hacemos nuestro este mandato y nos comprometemos desde este y todos los espacios con la apertura y el desborde de este proceso.