Está en la página 1de 14

La Segunda Revolución Industrial

A partir de 1870, el panorama varió sensiblemente. Los cambios afectaron a todo el


complejo industrial. Desde el punto de vista organizativo, las empresas cambiaron de
tamaño y de carácter. Las empresas clásicas, creadas por emprendedores capitalistas
imbuidos del liberalismo predicado por Adam Smith, vieron disminuir su importancia. Por
contra, el gran volumen de las inversiones necesarias para las nuevas industrias impulsó la
participación en las mismas de las entidades bancarias. Se inició así la creación de
enormes corporaciones financiero-industriales, a menudo con una clara vocación
monopolística; frente a las ingenuas suposiciones de Adam Smith, la libre competencia
condujo a que, en un ejercicio pérfido o natural de su libertad, los competidores intentasen
acabar con la competencia. Su poder económico alcanzó tales cotas que algunos países
hubieron de legislar contra su expansión.

En el marco supranacional, la hegemonía inglesa dejó paso a una encarnizada


competencia entre diversas naciones. Francia y Alemania, y también los Estados Unidos y
Japón, se convirtieron en potencias industriales de primer orden, capaces de socavar, con
éxito en muchas ramas, la superioridad de los británicos. En la espectacular expansión de
esta etapa y en la necesidad tanto de obtener materias primas como de exportar los bienes
resultantes se ha visto la principal motivación del coetáneo imperialismo colonialista,
aunque este punto es aún discutido por los historiadores.

Pero donde el último cuarto del siglo XIX se nos aparece más innovador es en el campo
tecnológico. De hecho, la importancia que alcanzó la ciencia en los avances técnicos figura
entre los rasgos más relevantes de la Segunda Revolución Industrial. El papel de la ciencia
en la Primera Revolución industrial había sido secundario: las invenciones de aquella etapa
fueron relativamente simples y producto más del ingenio de personalidades individuales
abocadas a la experimentación práctica que de elaboraciones teóricas; las fuentes
energéticas más utilizadas (carbón, vapor) no eran nuevas, como tampoco las materias
primas esenciales. A partir de 1870, en cambio, se produjeron notables avances en la
tecnología científica: se introdujeron materias primas que requerían un proceso previo de
transformación para su empleo (petróleo o caucho), se generalizaron los laboratorios de
investigación y surgieron industrias mucho más tecnificadas. Nuevos materiales, nuevas
materias primas y nuevas fuentes de energía reemplazaron con ventaja a las ya conocidas,
mientras algunos sectores industriales recientes se situaban a la cabeza de la producción.

Uno de los rasgos más sobresalientes de estas décadas finales del siglo fue la sustitución
progresiva del hierro por el acero, una aleación de hierro y carbono dotada de mayor
dureza y plasticidad. Aunque conocido y producido desde hacía siglos, el acero sólo pudo
ser obtenido a bajo coste a partir de las sucesivas invenciones y mejoras de Bessemer,
Siemens-Martin y Thomas-Gilchrist, introducidas entre 1856 y 1879. El aumento de la
producción fue entonces extraordinario: hacia 1890 la producción de acero superaba ya a
la de hierro, y las 125.000 toneladas fabricadas en 1861 se habían multiplicado por ochenta
en vísperas de la Primera Guerra Mundial. Las inversiones requeridas para el montaje de
plantas originaron grandes concentraciones industriales (United Steel en Estados Unidos;
Krupp y Thyssen en Alemania).

La industria química, considerada ya en aquella época como básica, se desarrolló también


de forma muy importante. Los conocimientos de química orgánica permitieron la
elaboración de tintes, colorantes, fibras artificiales e incluso de las primeras sustancias
plásticas, como el celuloide y la baquelita. Con la introducción del método Solvay (debido
a Ernest Solvay), la fabricación de sosa cáustica a partir del amoníaco redujo su coste y
permitió su aplicación a la industria del jabón, textil, papelera y del cristal. En Alemania tuvo
particular realce la producción de abonos minerales como los fosfatos, el ácido fosfórico y
la potasa, con amplias repercusiones sobre la agricultura, al mejorar el rendimiento de las
cosechas.

En lo referente a las fuentes y formas de producción de energía, la Segunda Revolución


Industrial estuvo marcada por dos aportaciones que se revelarían esenciales en el siglo
XX: el motor de combustión interna y la producción industrial de energía eléctrica. La
irrupción del motor de explosión, a partir de 1860, facilitó la explotación completa de todos
los derivados del petróleo, al tiempo que permitió el desarrollo de un sector nuevo, el
petroquímico, que aprovechaba para calefacción doméstica e industrial lo que hasta el
momento se consideraban desechos o residuos inutilizables. El empleo del petróleo como
combustible en los barcos de transporte y de guerra, con un destacado rendimiento,
supuso su introducción en un mercado que hasta el momento utilizaba el carbón como
única fuente de energía; su apogeo no llegaría hasta el siglo siguiente, con la
popularización del automóvil.

Aunque la producción de electricidad tenía como objetivo inicial la iluminación, bien pronto
se evidenciaron sus múltiples ventajas: el motor eléctrico era ideal por su flexibilidad y
sencillez de uso, y la electricidad, además de económica, podía transportarse con facilidad.
Este último aspecto tuvo importantes consecuencias, pues, con la electricidad, las fábricas
pudieron al fin alejarse de las fuentes de energía. Mientras la rueda hidráulica estaba sujeta
a los ríos, y la eficacia de la máquina de vapor dependía en buena medida de su
proximidad a los yacimientos de carbón, la energía eléctrica hizo posible que la localización
industrial obviara estas condiciones.

Las aplicaciones de la energía eléctrica fueron múltiples: la iluminación (desde que el


estadounidense Thomas Edison patentó en 1879 la lámpara de filamento incandescente),
las comunicaciones a larga distancia (telégrafo eléctrico, teléfono, radio), los transportes
(ferrocarriles y tranvías) o los procesos químicos de la industria. Su difusión originó
grandes compañías de material eléctrico (Philips en Holanda, A.E.G. en Alemania, General
Electric y Westinghouse en Estados Unidos) y dio gran relevancia al cobre, empleado como
conductor; Estados Unidos, Chile y México fueron los principales productores. La
electricidad se convirtió en la energía alternativa para el desarrollo industrial de aquellos
países que no poseían importantes yacimientos de carbón y, en cambio, disponían de
condiciones naturales para instalaciones hidroeléctricas (Canadá, Italia, Suiza).
El desarrollo industrial desde la «Gran Guerra»

Después de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), la evolución de la economía durante


los dos decenios del período de entreguerras (1918-1939) mostró dos caras contrapuestas,
separadas por la profunda crisis que se inició con el «crack» financiero de 1929. Las
variaciones de la producción industrial de los Estados Unidos, convertidos en la primera
potencia económica a partir de la «Gran Guerra», pueden servir de guía para observar el
desarrollo de la industria durante esta etapa. Durante los años veinte, la economía
norteamericana registró un ingente crecimiento en la fabricación de electrodomésticos (la
producción anual se multiplicó por diez) y de automóviles (la producción aumentó un 300
por 100 entre 1922 y 1929). También la industria de la construcción se mostró pujante. Por
contra, sectores ya antiguos, como el textil, el de la extracción de carbón o el de los
ferrocarriles, manifestaron un notorio declive.
Con la crisis financiera de 1929, la producción industrial se hundió de forma alarmante en
la mayoría de las naciones, en especial en las más poderosas. En el verano de 1932, la
industria mundial apenas se mantenía en el 60 por 100 del nivel alcanzado tres años antes;
en el caso norteamericano, únicamente al final de la década de los treinta fue equiparable a
la de 1929. Desde el punto de vista de la tecnología industrial, el período de entreguerras
se caracterizó por el desarrollo y la mejora de procedimientos ya conocidos con
anterioridad. Quizás la novedad más importante fue la progresiva introducción en muchas
ramas de la industria, como técnica organizativa, de la producción en serie, exitosamente
aplicada desde 1908 por Henry Ford en sus factorías automovilísticas.

Las décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) significaron en


cambio un desarrollo sin precedentes para la industria. La evolución de la media anual del
crecimiento de la producción corrobora este hecho. En los inicios de la Revolución
Industrial, la tasa fue del 1,5 por 100. Durante la Segunda Revolución Industrial, y hasta
mediados del siglo XX, dicha tasa aumentó hasta el 3 por 100, y entre los años 1948 y
1971 llegó al 5,6 por 100. A este incremento contribuyeron no sólo las potencias
industriales tradicionales (Europa, Estados Unidos, Japón, la URSS), sino también otras
naciones de la periferia capitalista y algunos países del bloque socialista.

La clave de la época inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial radica en los


impresionantes avances de la investigación científico-tecnológica, que se ha convertido en
un elemento esencial del crecimiento industrial. El énfasis tecnológico se orientó a la
fabricación de gran cantidad de nuevos productos que favorecieron la extensión del
consumo a cada vez más amplios sectores sociales. Las innovaciones que más impactaron
en esos años derivan del auge de la electrónica, del desarrollo de nuevos materiales
plásticos y de la progresiva automatización del proceso productivo. Esta última, secuela
lógica de la producción en serie, fue organizativamente decisiva, al permitir el ensamblaje
de las cadenas productivas en un desarrollo continuo. De esta manera, muchos trabajos
industriales vieron reducida la participación del hombre al mero control del proceso.

Sin embargo, bajo esta apariencia de bienestar y progreso visible sobre todo en las
sociedades occidentales, calificadas de "opulentas" por el economista John Galbraith, se
escondían graves desequilibrios y debilidades que las «crisis del petróleo» de la década de
1970 (y las acaecidas cíclicamente con posterioridad) se encargaron de mostrar. La crisis
de 1973 marca un punto de inflexión; el aumento de los precios del petróleo coincidió con
un estancamiento de la demanda internacional, y los países ricos necesitaron transformar
los procesos de trabajo para seguir compitiendo. El incremento de los salarios, el de los
precios del suelo en las áreas urbanas y las mejoras en las condiciones de trabajo
representaban un alto coste empresarial que dio lugar a un traslado («deslocalización» en
la jerga neoliberal) de fábricas hacia países del Tercer Mundo, donde la mano de obra era
abundante y mucho más barata, y a la mecanización e implantación de nuevas tecnologías
que han refinado hasta la sofisticación la automatización de tareas, con la consiguiente
supresión de muchos empleos. Desde entonces, el modelo de la industria mundial se
encuentra sometido a una profunda revisión estructural que aún hoy se sigue viviendo.

aproximadamente entre 1870 hasta 1914, cuando se inicia la Primera Guerra Mundial.
Durante este tiempo los cambios sufrieron una fuerte aceleración. El proceso de
industrialización cambió su naturaleza y el crecimiento económico varió de modelo. Los
cambios técnicos siguieron ocupando una posición central, junto a las innovaciones
técnicas concentradas, esencialmente, en nuevas fuentes de energía como el gas o la
electricidad, nuevos materiales como el acero y el petróleo; y nuevos sistemas de
transporte (avión, automóvil y nuevas máquinas a vapor) y comunicación (teléfono y radio)
indujeron transformaciones en cadena que afectaron al factor trabajo y al sistema educativo
y científico; al tamaño y gestión de las empresas, a la forma de organización del trabajo, al
consumo, hasta desembocar también en la política.1
Este proceso se produjo en el marco de la denominada primera globalización, que supuso
una progresiva internacionalización de la economía, y que funcionaba de forma creciente a
escala mundial por la revolución de los transportes. Ello condujo a su extensión a más
territorios que la primera revolución, limitada a Gran Bretaña, y que llegaría a alcanzar a
casi toda Europa occidental, la América anglosajona y El Imperio del Japón.2
Entre los cambios sucedidos en los países que vivieron la industrialización durante este
periodo destacan las innovaciones tecnológicas, los cambios organizativos en las
empresas y los mercados y el nacimiento de lo que podría considerarse como la primera
globalización.

Avance técnico y científico.[editar]


El proceso de cambio técnico durante la Segunda Revolución Industrial constituyó uno de
los más trascendentales cambios desde el punto de vista histórico, cuando las
innovaciones tecnológicas adquirieron el carácter de modernidad, que sentó las bases
tecnológicas del siglo XX y se distanció de las bases de la primera revolución.
La ciencia y la tecnología en este periodo se caracterizó por la mayor complejidad de las
máquinas y equipos y por una relación más estrecha entre ambas que requirió una mayor
calificación para su implantación, lo que dificultó su difusión. El núcleo del cambio técnico
se diversificó hacia más sectores y se amplió geográficamente, hacia toda Europa y los
Estados unidos Algunos de esos inventos aparecieron en las décadas de 1850 y 1860,
pero las innovaciones más radicales surgieron en el periodo entre 1870 y 1913 en Estados
Unidos y Alemania principalmente, en los que se concentró la mayor parte de las
invenciones que se desarrollarían posteriormente a lo largo del siglo XX. Todos estos
descubrimientos acabaron por conformar un nuevo sistema tecnológico.
El resultado de este nuevo sistema fue la ampliación de los recursos naturales dispuestos,
el desarrollo de otras innovaciones tecnológicas complementarias, el ahorro de trabajo que
generó un incremento enorme de la productividad, mayores beneficios, salarios más altos,
precios de consumo más bajos y una gama de nuevos productos. El nuevo sistema
tecnológico, en definitiva, puede considerarse el motor del crecimiento de finales del
siglo XIX y del primer siglo XX.
Se distinguen tres fuentes fundamentales de avance tecnológico en este periodo:1

La aparición de nuevos materiales, la lista de nuevos materiales descubiertos es larga:

Se descubren nuevos metales como

Acero (1856), ya utilizado anteriormente pero que se convierte por su


baratura en el metal estrella de la época, sustituyendo al hierro.

Zinc (c. 1830), tendrá una cierta importancia ya que al mezclarse con el
hierro detiene su oxidación.

Aluminio cuya historia va ligada al avance de la electricidad. Es un metal


muy ligero y resistente. Fue descubierto por Wökler en 1845 pero hasta
1886 no se generaliza, cuando Hall le aplicó el proceso de electrólisis.

El níquel (1861) se usó principalmente para mezclarlo con el acero y lograr


así el acero inoxidable. Al mezclarlo con el cobre se crea una aleación
llamada “alpaca” que tuvo muchas aplicaciones en el campo doméstico.

Manganeso y cromo (c. 1900)

El cobre tendrá también una gran importancia, al perfeccionarse su


producción se va a destinar, casi exclusivamente, a la industria eléctrica,
bien como conductor o bien como componente de los motores eléctricos.

Productos químicos, la industria química va a experimentar una expansión sin


precedentes y se van a encontrar avances prácticamente para todos los campos de
la producción, unos ya conocidos pero que ahora se producen mediante
procedimientos nuevos:

La sosa se va a producir de manera rentable tras los descubrimientos del


belga Solvay, este hizo pasar amoníaco por agua salada, así se
genera bicarbonato sódico susceptible de convertirse fácilmente en sosa;
esto multiplicó la producción mundial de este producto.

Los colorantes artificiales van a sustituir a los colorantes naturales


anteriores y se obtendrán de productos derivados de la hulla como
el alquitrán y el benzol. La investigación en este campo fue muy intensa
debido a la gran demanda de la industria textil y en menos de 20 años se
encontraron sustitutos de todos los tintes naturales.

Los explosivos adquieren un gran desarrollo. La pólvora era el único


conocido y estallaba por ignición (fuego), se van a descubrir nuevos
explosivos químicos que estallan por percusión como la nitrocelulosa y
la nitroglicerina, esta última del italiano Sobrero. En 1866 Alfred Nobel,
también conocido por los premios que llevan su nombre, inventó la
dinamita, mezcla de nitroglicerina y un tipo de arcilla llamada Kieselguhr,
esto generará una gran industria de explosivos. La dinamita tendría
importantes aplicaciones en la minería y en el campo militar gracias a su
gran potencia y estabilidad.

En el campo la demanda de fertilizantes dará lugar al desarrollo de los


abonos químicos o fertilizantes sintéticos. Se van a elaborar superfosfatos
y nitrato sódico, este último se elabora a partir de nitratos minerales
procedentes de Perú y Chile. Europa era la zona que más nitrato sódico
consumía. Otros elementos minerales indispensables para las plantas
también se sintetizaron químicamente como el abono de potasio.

El cemento portland (c. 1840) asociado al fenómeno de la creciente urbanización


de la época

El siglo XIX es el de los grandes inventos. En 1800 Volta inventa la pila eléctrica. En
1814 se instalan las primeras farolas de gas para la iluminación de las calles y en
1819 un primer barco de vapor, el “Savannah”, cruza el Atlántico. Nicephore Niepce
fabrica en 1827 las primeras cámaras fotográficas. En 1828 William Austin Burt
construye la primera máquina de escribir en Detroit. En 1830 se inaugura la
primera línea de ferrocarril entre Liverpool y Mánchester. En 1835 Morse realiza la
primera experiencia del telégrafo eléctrico. Goodyear en 1839 realiza la
vulcanización del caucho. En 1850 se instala el primer cable submarino en el Paso
de Calais. Y se realiza la primera exposición del primer locomóvil a vapor.
Fernando Lessenps en 1853 empieza la construcción del canal de Suez. En 1854
Otis inventa el primer ascensor hidráulico. En 1856 Bessemer inventa el
convertidos para obtener acero industrial. En 1860 el ingeniero francés Ferdinand
Corre pone a punto el primer aparato de refrigeración que permite producir hielo.
En 1867 Alfred Nobel inventa la dinamita y funda los premios Nobel con la fortuna
que obtuvo por su invento y el estadounidense Sholes inventa la máquina de
escribir. En 1876 aparece el teléfono eléctrico de Graham Bell y Grey. En 1878
Edison inventa la bombilla eléctrica. En 1880 se inventa la bicicleta. En 1885
Daimler y Benz construyen un vehículo automóvil movido por gasolina En 1895
Peugeot hace circular un vehículo sobre neumáticos y los hermanos Lumière
inventan un aparato cinematográfico. En 1897 el matrimonio Curie descubre el
radio.

La energía ha constituido históricamente un elemento fundamental de cualquier cambio


técnico trascendente y lo fue también en este momento. La oferta de energía aumentó y se
diversificó, debido al perfeccionamiento de técnicas ya conocidas, como la máquina de
Watt, la turbina o la industria del gas, y por otro lado gracias a las nuevas formas de
energía, como la electricidad y el petróleo, con grandes ventajas en su utilización.

La mecanización continuó con un progresivo proceso de avance, debido a la creciente


escala de las unidades de producción, facilitado por el empleo del acero y otros metales y
de las nuevas fuentes de energía.
Los características principales de la Segunda Revolución Industrial fueron:

La aceleración y expansión a varios países (especialmente Alemania, Estados Unidos y


Japón) del proceso de industrialización que había tenido una primera fase en Gran Bretaña
durante la Primera Revolución Industrial.

La implementación de un nuevo sistema de producción llamado “producción en serie” o


“producción en cadena”, que empleaba la cadena de montaje y una división racional del
trabajo para aumentar la productividad en las fábricas.

El desarrollo del transporte (por el incremento en la producción del acero para la


construcción de líneas férreas y embarcaciones, así como por el uso de nuevos
combustibles y el invento del automóvil y el avión con motores de combustión interna).

El uso de nuevos materiales y fuentes de energía gracias a innovaciones técnicas y


químicas (como el petróleo y la electricidad).

La transformación en el área de las telecomunicaciones gracias a la invención del teléfono


y la radio, además de otras innovaciones como el fonógrafo y el cinematógrafo.
Fuente: https://humanidades.com/segunda-revolucion-industrial/#ixzz7urjEZgOT

se produjeron muchos otros avances durante este periodo que tuvieron un impacto
duradero en la sociedad en general: los teléfonos se convirtieron en artículos
domésticos comunes, se inventaron los coches, la producción de acero aumentó
exponencialmente. Gracias a Henry Bessemer, inventor del “Procedimiento
Bessemer” un proceso para convertir el hierro en acero utilizando chorro de aire en
lugar de coque o carbón.

¿Qué provocó la segunda revolución industrial?


Hay muchos factores que contribuyeron a la Segunda Revolución Industrial, pero algunos
de ellos, tal vez los más resaltantes, son:

El aumento de la demanda de bienes y servicios. A medida que más personas se


trasladaban a las ciudades, necesitaban más bienes y servicios que nunca.
Este aumento de la demanda provocó un auge de la producción y el comercio que
transformó la sociedad occidental para siempre.
Aumento de la productividad y la eficiencia. Con las nuevas máquinas y
herramientas, los trabajadores podían producir más bienes en menos tiempo y con
menos esfuerzo. Esto permitió a las empresas contratar a más personas e implementar
los turnos de trabajo. Estas acciones contribuyeron a mejorar el nivel de vida de toda la
sociedad debido a la reducción de los costes asociados a la mano de obra. Así
mismo, aumento del poder adquisitivo gracias al incremento de los sueldos obtenidos en
los puestos de trabajo en las industrias vinculadas a la fabricación de productos.
Las causas de esta segunda etapa de la Revolución industrial derivan del continuo
desarrollo tecnológico y científico iniciado en la primera etapa de esta revolución.
Crecimiento demográfico
Durante esta etapa la población mundial comenzó a crecer de manera acelerada, además
vino acompañada con una decreciente tasa de mortalidad debido al control de las
epidemias y diversas enfermedades.

Revolución agraria
Aunque la producción agraria aumentó, muchos campesinos se mudaron para las grandes
ciudades en la búsqueda de mejores trabajos y calidad de vida, lo que generó mayor
desempleo y la reorganización de las urbes.

Industria
A medida que se fueron descubriendo nuevas fuentes de energía y su utilidad, como el
petróleo, el gas y la electricidad, también surgieron nuevos tipos de industrias. Incluso, se
desarrolló la industria química destinada a las aleaciones que permitieron el uso del
aluminio, el acero, el níquel, entre otros.

Economía
El desarrollo industrial fue rápido y generó nuevos modelos de trabajo, económicos y de
mercado a fin de obtener mayores riquezas y control comercial.

Sin embargo, esta situación provocó la creación de monopolios, el descontento de los


obreros, tomó fuerza el concepto de capitalismo y, por consiguiente, iniciaron diversas
luchas de carácter social y laboral.

Consolidación de la clase burguesa


Durante esta época la clase burguesa estaba en crecimiento y apoyó en gran medida la
creación de nuevas leyes y reglamentos económicos y políticos para incentivar la
producción industrial.

Las consecuencias de este proceso industrial fueron tanto de tipo positivas como negativas
y repercutieron en la vida de los ciudadanos en general, a continuación se presentan las
más importantes.

De orden social
Hubo un importante crecimiento demográfico, los campesinos se trasladaron a las grandes
ciudades y crecieron las urbes, en especial aquellas donde había mayor posibilidad de
conseguir trabajo, de allí que se hable de un éxodo social.

En consecuencia, surgió la clase obrera o proletariado, que propició la creación de las


organizaciones sindicales que dieron inicio a las luchas sociales en la búsqueda de una
mejoría laboral y social de los empleados. Para entonces, existían marcadas diferencias
entre las clases sociales.

Por otra parte, la mujer comenzó a realizar trabajos fuera del hogar y a reclamar la igualdad
de derechos con el hombre.

De orden económico
Se estableció un nuevo orden industrial que implementó la producción en serie, de allí que
los procesos industriales eran más rápidos y a menor costo que la mano obrera, por tanto
conllevó al despido de gran cantidad de empleados. La producción en serie generó el
aumento de las ganancias económicas.

Así nació el capitalismo, sistema económico que permitió la creación de nuevas empresas,
propició la competencia comercial, estableció nuevos códigos de comercio, desplazó la
producción artesanal y conllevó a la acumulación de grandes riquezas.
De orden político
Se estableció un nuevo orden político para crear leyes en función de los nuevos sistemas
industrializados, mecanismos comerciales, el nuevo orden social y los derechos de los
trabajadores.

En este sentido, la clase burguesa dominó buena parte de la actividad política y se tuvo
que enfrentar al descontento de la clase obrera que vivía en condiciones de pobreza.
También aparecieron los primeros ideales socialistas que proclamaban mejoras laborales y
de condiciones de vida.

Urbanización y cambios sociales Durante la segunda mitad del siglo XIX, los avances
médicos y sanitarios y la mayor cantidad de alimentos disponibles contribuyeron a mejorar
las condiciones de vida de las poblaciones de los países industrializados, sobre todo en las
ciudades. Además, la aplicación de nuevas técnicas de producción, como el uso de
fertilizantes artificiales y de maquinaria agrícola, produjo una menor necesidad de mano de
obra en el campo. Por esa razón, muchas personas migraron hacia las ciudades para
encontrar un empleo. La posibilidad de una mejor calidad de vida y la mayor oferta de
trabajo en las empresas radicadas en las ciudades influyeron para que creciera la
población urbana. Algunas ciudades europeas, como Londres y París, y ciudades
norteamericanas, como Nueva York y Chicago, alcanzaron grandes dimensiones. En ellas,
aumentaron las construcciones destinadas a viviendas o a actividades comerciales y
empresariales; se extendieron los servicios públicos, como la electricidad y el agua
corriente, y los nuevos medios de transporte, como el subterráneo. En este período, la
población de las ciudades industriales estaba dividida en tres grandes grupos: la alta
burguesía, formada por grandes comerciantes y dueños de bancos y empresas; la pequeña
burguesía o clase media, integrada por profesionales, pequeños y medianos propietarios
de comercios o talleres y empleados, y la clase obrera, que incluía a los trabajadores de las
industrias, la construcción y las actividades relacionadas con el transporte. El consumo
masivo Como ya leyeron, antes de la industrialización, la mayoría de la población del
mundo no estaba integrada al mercado, es decir que gran parte de lo que consumía (por
ejemplo, la ropa o los alimentos) lo producía en sus hogares, en lugar de comprarlo en un
negocio. Solo las clases altas eran grandes consumidoras. Durante la segunda etapa de
industrialización, en cambio, el crecimiento de la población, las mejoras en el transporte y
la comunicación, y la fabricación de productos variados en grandes cantidades y a más
bajo costo contribuyeron a un aumento del consumo. Las clases sociales que hasta el
momento participaban muy poco del mercado comenzaron a adquirir bienes, como
alimentos, vestimenta, calzado y nuevos productos de la industria, por ejemplo, la máquina
de coser. Se inició así el consumo masivo.

Publicidad para un mayor consumo Los empresarios industriales comenzaron a alentar las
ventas de sus productos a través de la publicidad. En un principio, se trataba de afiches
callejeros o que se colocaban en los medios de transporte. Estos afiches tenían más
imágenes que texto, ya que estaban dirigidos a un público que era analfabeto o que tenía
pocos conocimientos de lectura. A medida que avanzó la alfabetización de los sectores
populares, comenzaron a aparecer publicidades más elaboradas que, además de las
imágenes, incluían textos más extensos. Estados Unidos fue el primer país en el que se
iniciaron nuevos modos de venta de los productos, mediante el uso de las marcas, la
publicidad y la venta por catálogo. Este último recurso servía para hacer llegar a
poblaciones alejadas una publicación en la que se ofrecían productos variados, que se
mostraban en dibujos o fotografías y que se acompañaban con textos explicativos acerca
de las cualidades del producto y las condiciones de venta. Las personas elegían qué
comprar y encargaban el producto, que les era enviado al lugar donde vivían. La publicidad
se extendió rápidamente a los medios gráficos, como los periódicos y las revistas, en los
que se cobraba a las empresas por la publicación de sus avisos. Como se buscaba atraer a
los nuevos compradores de los sectores populares, abundaban las publicidades sobre
alimentos, vestimenta, calzado, productos cosméticos, medicamentos y, cada vez más, las
que ofrecían novedades, como los electrodomésticos. Para captar la atención de estos
grupos era frecuente el uso de publicidades que imitaban géneros populares, como el de la
historieta.
El taylorismo

Las máquinas aceleraban el ritmo de producción y dejaban sin trabajo a muchos obreros,
ya que lo que antes hacían diez trabajadores ahora lo podía realizar una máquina. Esto
multiplicó el desempleo. Pero además aparecieron métodos de trabajo como los de
Frederick Taylor, que proponía que cada obrero realizara una parte de una pieza en una
cadena de montaje en un tiempo determinado. Este sistema, llamado taylorismo, tenía
como objetivo mecanizar el trabajo de los obreros y aumentar su nivel de producción.

El fordismo

Una de las fábricas que adoptó el sistema taylorista fue la Ford Motors Company de Ohio.
En su fábrica de Detroit se armaron en la cadena de montaje los primeros Ford T. El dueño
de la fábrica, Henry Ford, incorporó al taylorismo un aspecto social. Decía que cada obrero
de su fábrica debería ganar lo suficiente como para compararse uno de los autos que
fabricaba. Ford pensaba que los buenos sueldos garantizaban un aumento del consumo y
el alejamiento de los obreros de las ideas revolucionarias. Había que incorporarlos al
sistema como productores-consumidores-propietarios.

El movimiento obrero

El aumento de la explotación y la desocupación tuvo como consecuencia la movilización


obrera y las huelgas, que fueron dirigidas por los sindicatos socialistas y anarquistas. Los
socialistas, basados en las ideas de Karl Marx y Federico Engels, proponían el
mejoramiento parcial del nivel de vida de los trabajadores a través de la acción partidaria y
sindical, hasta llegar a una revolución que permitiría la formación de un estado dirigido por
los trabajadores que haría posible una nueva distribución de la riqueza y terminaría con las
desigualdades sociales. Los anarquistas, seguidores de Pierre Joseph Proudhon y Mijaíl
Alexándrovich Bakunin, proponían como método la acción sindical, no aceptando la acción
política ni la existencia de estados, a los que consideraban negativos en sí mismos porque
siempre terminaban perjudicando a los trabajadores. Proponían la distribución de la riqueza
pero no a partir de un nuevo estado. Pensaban que una vez derrotada la burguesía, no
sería necesaria ninguna organización estatal.

La energía y las comunicaciones


El aumento de la producción llevó a la búsqueda de nuevos combustibles. El petróleo y la
energía eléctrica permitieron crear nuevas máquinas y transportes más veloces impulsados
por motores a gasolina o eléctricos.
La difusión del telégrafo y la invención del teléfono acercaron a las distintas regiones del
mundo y aceleraron los negocios en todo el planeta.

El 1º de Mayo

En Chicago, el 1º de mayo de 1886, una huelga fue ferozmente reprimida y varios de sus
protagonistas condenados a muerte. El objetivo de la huelga fue pedir que los obreros no
trabajaran más de ocho horas por día. En 1889, la Segunda Internacional decidió instituir el
Primero de Mayo como jornada de lucha para perpetuar la memoria de los trabajadores
que murieron peleando por una jornada de ocho horas. En el país la primera
conmemoración tuvo lugar el 1º de mayo de 1890. Hoy, en casi todo el mundo, menos en
los Estados Unidos, el 1º de mayo se conmemora el día del trabajador.

El Estado y las instituciones financieras, jugaron como agentes impulsores de los procesos
de industrialización. Los Estados conformados en este periodo de transición entre el siglo
XIX y el XX, comenzaron a dilucidar una forma de Estado benefactor, que comenzó a
tomar en consideración el tema de la salud y la educación, los inicios de lo que en un futuro
nombrarían seguridad social.

No solo los empresarios capitalistas impulsaron la modificación de todos los aspectos


sociales, el Estado de tipo liberal también jugó un papel importante durante estas
transformaciones en Europa y otras latitudes. Los Estados, propiciaron la adopción de
sistemas de pesas y medidas de tipo único, también mediante la regulación de las
relaciones mercantiles, establecieron nuevos códigos de comercio, tales como las
sociedades anónimas.

Las grandes necesidades de financiación requirieron la ampliación y profundización de las


bolsas de valores, lugar en el que se negociaban las acciones y obligaciones de esas
sociedades anónimas. Además, la promoción de las exportaciones, la adopción de políticas
comerciales que con base en aranceles, pudieran proteger de la expansión de las
actividades industriales frente a otras industrias, es decir, frente a la competencia de
naciones más avanzadas. No solo encontramos el caso de Inglaterra, sino también el de
Francia, Alemania, y Estados Unidos.

En su conjunto, el desarrollo económico, tecnológico, intelectual, social y político, definieron


la situación en que se encontraba el planeta. Todo lo anterior posibilitó la integración de los
mercados continentales y transoceánicos, una división internacional del trabajo y una
convergencia económica de los principales países. Todo esto aumentó el poder económico
de Alemania y Estados Unidos, situación que llevó a una disputa por la hegemonía del
territorio y del mercado.
Además, hubo bastantes movimientos migratorios. A finales del siglo XIX, en las últimas
décadas salieron con destino a Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda, cerca de cinco
millones de europeos, de los cuales el 60% procedían de Gran Bretaña e Irlanda y casi un
30% de Alemania. A pesar de que algunos países iban en crecimiento industrial, no
pudieron absorber la población al mismo ritmo, el elevado volumen de trabajadores
desplazados de aquellos otros de menor productividad (agricultores y artesanos).}

Henry Ford

Empresario norteamericano (Dearborn, Michigan, 1863-1947). Tras haber recibido sólo una
educación elemental, se formó como técnico maquinista en la industria de Detroit. Tan
pronto como los alemanes Daimler y Benz empezaron a lanzar al mercado los primeros
automóviles (hacia 1885), Ford se interesó por el invento y empezó a construir sus propios
prototipos. Sin embargo, sus primeros intentos fracasaron.
No alcanzó el éxito hasta su tercer proyecto empresarial, lanzado en 1903: la Ford Motor
Company. Consistía en fabricar automóviles sencillos y baratos destinados al consumo
masivo de la familia media americana; hasta entonces el automóvil había sido un objeto de
fabricación artesanal y de coste prohibitivo, destinado a un público muy limitado. Con su
modelo T, Henry Ford puso el automóvil al alcance de las clases medias, introduciéndolo
en la era del consumo en masa; con ello contribuyó a alterar drásticamente los hábitos de
vida y de trabajo y la fisonomía de las ciudades, haciendo aparecer la «civilización del
automóvil» del siglo XX.
La clave del éxito de Ford residía en su procedimiento para reducir los costes de
fabricación: la producción en serie, conocida también como fordismo. Dicho método,
inspirado en el modo de trabajo de los mataderos de Detroit, consistía en instalar una
cadena de montaje a base de correas de transmisión y guías de deslizamiento que iban
desplazando automáticamente el chasis del automóvil hasta los puestos en donde
sucesivos grupos de operarios realizaban en él las tareas encomendadas, hasta que el
coche estuviera completamente terminado. El sistema de piezas intercambiables,
ensayado desde mucho antes en fábricas americanas de armas y relojes, abarataba la
producción y las reparaciones por la vía de la estandarización del producto.

La fabricación en cadena, con la que Ford revolucionó la industria automovilística, era una
apuesta arriesgada, pues sólo resultaría viable si hallaba una demanda capaz de absorber
su masiva producción; las dimensiones del mercado norteamericano ofrecían un marco
propicio, pero además Ford evaluó correctamente la capacidad adquisitiva del hombre
medio americano a las puertas de la sociedad de consumo.

Siempre que existiera esa demanda, la fabricación en cadena permitía ahorrar pérdidas de
tiempo de trabajo, al no tener que desplazarse los obreros de un lugar a otro de la fábrica,
llevando hasta el extremo las recomendaciones de la «organización científica del trabajo»
de Frederick Taylor, que tanta influencia tendrían en la segunda fase de la Revolución
Industrial. Cada operación quedaba compartimentada en una sucesión de tareas
mecánicas y repetitivas, con lo que dejaban de tener valor las cualificaciones técnicas o
artesanales de los obreros, y la industria naciente podía aprovechar mejor la mano de obra
sin cualificación de los inmigrantes que arribaban masivamente a Estados Unidos cada
año.

Los costes de adiestramiento de la mano de obra se redujeron, al tiempo que la


descualificación de la mano de obra eliminaba la incómoda actividad reivindicativa de los
sindicatos de oficio (basados en la cualificación profesional de sus miembros), que eran las
únicas organizaciones sindicales que tenían fuerza en aquella época en Estados Unidos.

Al mismo tiempo, la dirección de la empresa adquiría un control estricto sobre el ritmo de


trabajo de los obreros, regulado por la velocidad que se imprimía a la cadena de montaje.
La reducción de los costes permitió, en cambio, a Ford elevar los salarios que ofrecía a sus
trabajadores muy por encima de lo que era normal en la industria norteamericana de la
época: con su famoso salario de cinco dólares diarios se aseguró una plantilla satisfecha y
nada conflictiva, a la que podía imponer normas de conducta estrictas dentro y fuera de la
fábrica, vigilando su vida privada a través de un «departamento de sociología». Los
trabajadores de la Ford entraron, gracias a los altos salarios que recibían, en el umbral de
las clases medias, convirtiéndose en consumidores potenciales de productos como los
automóviles que Ford vendía; toda una transformación social se iba a operar en Estados
Unidos con la adopción de estos métodos empresariales.

El éxito de ventas del Ford T, del cual llegaron a venderse unos 15 millones de unidades,
convirtió a su fabricante en uno de los hombres más ricos del mundo, e hizo de la Ford una
de las mayores compañías industriales hasta nuestros días. Fiel a sus ideas sobre la
competencia y el libre mercado, no intentó monopolizar sus hallazgos en materia de
organización empresarial, sino que intentó darles la máxima difusión; en consecuencia, no
tardaron en surgirle competidores dentro de la industria automovilística, y pronto la
fabricación en cadena se extendió a otros sectores y países, abriendo una nueva era en la
historia industrial.
Henry Ford, por el contrario, reorientó sus esfuerzos hacia otras causas en las que tuvo
menos éxito: fracasó primero en sus esfuerzos pacifistas contra la Primera Guerra
Mundial (1914-18); y se desacreditó luego organizando campañas menos loables, como la
propaganda antisemita que difundió en los años veinte o la lucha contra los sindicatos en
los años treinta.

También podría gustarte