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Yo no me suicidaré, — me decía mi amigo Ar- instrumento que regula invariablt mente nuestra

senio, arrellanándose en un cojín de terciopelo temperatura espiritual. Hay organizaciones que,


azul, donde un dragón de oro abría sus fauces a los ochenta años, conservan un calor pritria-
siniestras para cazar una mariposa de nácar, — veral, mientras hay otras que, a los veinte,
yo no me suicidaré, te repito, porque me ate- se sienten heladas por los rigores del invierno
rran los dolores físicos, por leves que sean; más crudo, de! invierno que no termma jamás.
pero ' comprendo que, como muchos hombres, N o es preciso, por otra parte, haber vivido mu-
estoy en el mundo de más. cho, para calcular la suma de dichas que pode-
Estas frases melancólicas, dichas en voz baja mos esperar. La llistoria del mundo nos lo de-
(con esa voz tan baja de los seres degenerados, muestra en sus Imaginas. Hojeando cualquiera
voz que parece extraerse de las cavidades más de ellas, se comprende en seguida que, tanto los
profundas del organismo y filtrarse luego por un bienes t o m o los r.-.ales, han sido siempre los mis-
velo de muselina para salir al exterior), fueron mos, pudiendo afirmarse que, no ambicionaiido
pronunciadas por mi compañero al final de una los unos ni temiendo los otros, eí lógico prescin-
larga conversación, en la (iue yo había tratado de dir en absoluto de todos. Interesarme por la
arrancarle, por todos los medios posibles, del vida, equivaldría para mí a entrar en un campo
retraimiento voluntario en que se marchitaban de batalla, afiliarme a u n ejercite desconocido,
los días floridos de su juventud. N o me causa- ceñirme los bélicos arreos y, con las armas en la
ron extrañeza alguna, porque yo sabía que esta- mano, combatir por extraño ideal, sin ambicio'iar
ba dominado, desde la adolescencia, por las ideas los lauros de la victoria, ni temer las afrentas de
más tristes, más extrañas y más desconsoladoras. la derrota. ¿ H a b r á situación más enervante, n¡as
— Mi alma es una rosa, solía decir en ciertas desastrosa y más desesperada?
horas de intimidad, valiéndose de tnia frase grá- — P e r o tú tenías antes,—le repliqué,—grandes
fica, pero una rosa que sólo atrae mariposas ne- ensueños, grandes aspiraciones.
gras. — Así es que al oir la sombría respuesta — Sí, pero todos me han abandonado, porque
gue daba a mis palabras, más bien que tratar de todos son imposibles de realizar. Yo era CO.MO
consolarlo, porque no hubiera hecho más que un faro encendido, frente al desierto marino,
exacerbar su nerviosa sensibilidad, yo buscaba un que arroja sus dardos de fuego en la negrura de
tema para extraviar el curso de sus pensamien- las ondas. Aves errantes, al llegar la noche, iban
tos, cuando lo vi incorporarse en el asiento, po- a refugiarse en sus grietas, huyendo de los azo-
nerse pálido en el instante, dilatar sus pupilas tes del viento y de la lumbre de los relámpagos.
grises y, moviendo su calveza fina y altanera, tan Pero, no habiendo encontrado en su recóndito
semejante a la de algunos retratos de Clouét, oí seno, calor para sus plumas, ni alimento para
que me decía, como si ensayase un monólogo: su pico, desertaron todas, una por una, hasta de-
— Sí, no te quede duda, yo estoy en el mundo jarme en la más aterradora soledad.
de más. Lo peor es que, como te he dicho, hay — Entonces es que, como te decía el más sabio,
muchos que se encuentran en el mismo caso. a la vez que el más puro de tus amigos, tú no
Sólo que algunos no se apercilien de eso, mientras sabes desear.
que yo me doy cuenta de ello con la más per- — Quizás sea eso, yo lo comprendo; mas,
fecta lucidez. ¿ H a s ido al campo, en la época ¿quién nos enseña esa ciencia oculta? Y si un
de la siega, alguna ocasión? Si has estado algu- día la aprendemos, ¿al ponerla en práctica, no-
na vez, habrás podido observar que las segado- demostraríamos que estábamos ya domados y es-
ras, después de recogida la cosecha, suelen dejar carnecidos por la misma vida, puesto que tenía-
en el surco algunos granos olvidados. Ni la tie- mos que someterle de antemano cada idea que
rra los fecunda, ni alimentan a los pájaros. AU! iluminase nuestra inteligencia, cada latido que
se pudren, día por día, bajo el influjo del viento, agitara nuestro corazón? Además, ¿puedo aspi-
de la lluvia y del sol. Eso mismo le sucede a rar a algo, en nuestro medio social, que e.sté en
algunos hombres. La muerte, esa visión maca- consonancia con m i carácter, con mi educación o
bra de cabellos blancos que, con una hoz de plata con mis inclinaciones ? Implantar aquí mis en-
en la mano, en un bosque de naranjos, segando sueños, ¿no equivaldría a semijrar rosas en una
cabezas de dioses, de reyes, de guerreros, de sa- peña o a procrear mariposas en vma cisterna?
cerdotes y de enamorados, sufre también esos ¿Qué carrera podría elegir para llegar a la cima
olvidos crueles. Yo soy uno de aquellos .seres de la felicidad? ¿La de comerciante? N o me
que, en el campo de la vida, ha dejado de re- daría por recompensado de tal sacrificio si su-
coger. piera que, al calió de diez años, tenia en mis
— ¡ Oh, cállate!—le interrumpí,—tú eres dema- arcas un tesoro mayor que el de un Rajah de
siado joven todavía para d e s e s p e r a r . . . las Indias. ¿La de burócrata? Basta entrar un
día en cualquier oficina, para conocer las diver-
— Sí, soy muy joven, pero eso no importa: sa.s especies del vampirisriio o los futuros hiiés-
aunque tengo veintisiete aiios, ine parece que lle- tiedes de las ori-siones de Ceuta. ¿ La de DOH-
vo ^ l o s dentro ^del corazón. La edad no es un

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