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LA ORIENTACIÓN LACANIANA CURSO DE 2007- 2008

Contenido
Curso del miércoles 14 de noviembre de 2007 ....................................................................1

Curso del 21 noviembre de 2007 - JAM ..............................................................................14

Curso del miércoles 5 de diciembre de 2007 .....................................................................25

Curso del miércoles 12 de diciembre de 2007 ...................................................................40

Curso del miércoles 16 de enero de 2008 ..........................................................................52

Curso del miércoles 23 de enero de 2008 ..........................................................................61

Curso del miércoles 30 de enero de 2008 ..........................................................................69

Curso del miércoles 6 de febrero de 2008 .........................................................................77

Curso del miércoles 13 de febrero de 2008 .......................................................................85

Curso del miércoles 12 de marzo de 2008 .........................................................................94

Curso del miércoles 19 de marzo de 2008........................................................................107

Curso del miércoles 14 de noviembre de 2007


(JAM solicita que la asistencia se distribuya en la sala de manera tal que él no tenga que forzar la voz,
mientras verifica por su parte que los micrófonos funcionen correctamente).

Querría este año, para dar comienzo a este Curso, dejar correr un poco de aire fresco, para despejar los
olores de agua estancada, las exhalaciones malsanas que contaminan la atmósfera.

Como esta vez puedo hacerlo a título confidencial, les diré que el aire me importa mucho. Precisamente
por esa razón elegí como emblema del Campo Freudiano, la figura mítica de un Eolo de Dürer, una
figura que sopla, ¡fuuuu!, es el viento que desaloja los malos olores y el viento que hincha las velas.

Si quieren verificar el valor que puede tomar esta expresión de "gonfler les voiles" –inflar, henchir las
velas–, consulten el comentario de Lacan acerca de El Banquete en el Libro VII del Seminario; me
evitarán así superar los límites del pudor.

El aire tiene mucha importancia para mí, teniendo en cuenta mi patronímico: Miller; es la razón por la
cual, además, mi estilo de escritura no llega a ser clásico, pese a mis preferencias personales. Es preciso
que adopte todos los estilos a la vez, sucesivamente, porque tengo Mille airs.

Veamos entonces aquí cómo logro que corra un poco de aire. En estos tiempos que son los nuestros, me
decía –tal la frase que me fue acordada para comenzar, "en los tiempos que corren"…– y allí ya hago
una pausa.

En efecto, es preciso saber correr y saber hacer una pausa. Por lo demás, en el transcurso de mi semana,
este Curso, esta enseñanza, es mi pausa. Es algo que se dispone de esta manera, estoy aquí para
reposarme, para refrescarme.

Hacer una pausa es muy importante, especialmente para un psicoanalista. Hacer una pausa no equivale a
reposarse. Se hace una pausa, uno debe hacer una pausa como psicoanalista para no dejarse sugestionar,
tal la esencia de la posición del analista, al menos como la concibo o la defino, a partir de lo que llego a
captar de ella. Se trata de no dejarse arrastrar, precisamente cuando algo (ça) va muy rápido.
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Un cierto número de ustedes están al corriente de que, en ciertos aspectos, estos días algo va muy
rápido. Yo mismo voy muy rápido.

¡¿Yo mismo?! Yo mismo en tanto que, por el momento, logro concentrar en mi accionar las fuerzas
considerables, extendidas, de lo que se da en llamar Campo Freudiano; voy muy rápido, me cuesta
incluso darme alcance, puesto que hoy en día bastan tres "clicks" para enviar un significante a través del
universo.

Es precisamente cuando esto ocurre que es preciso no dejarse sugestionar, no dejarse arrastrar. En el
fondo, es preciso hacer la pausa al mismo tiempo que uno va muy rápido.

Se trata de algo similar a lo que ocurre con los tifones, creo; en fin, no tuve tiempo de estudiar
detalladamente los diferentes tipos de perturbaciones atmosféricas para esta mañana. Pero en lo que hace
a los tifones –o quizá se trate de los huracanes, es lo mismo, si bien son dos palabras diferentes…– o
bien, si ustedes están más al tanto, ¿cuál es la perturbación atmosférica en la que hay un ojo
precisamente en el centro? Sí, se trata siempre del tifón, en todas partes, todo el tiempo.

Así, cuando se intenta desencadenar un tifón, es preciso que uno mismo se ubique en el ojo, en ese
centro muy tranquilo, muy sereno. Algo que resulta arduo cuando uno es tirado de la brida con voces de
mando en sentido contrario, pero por eso mismo resulta tanto más esencial. Y es esencial en la práctica
del analista, donde el movimiento natural es el de quedar hipnotizado por el analisante, por su discurso;
resultar hipnotizado insidiosamente. Eso que se llama "posición del analista", supone estar en el ojo.

De modo que no imaginé un solo instante suspender este Curso por causa de una huelga que ofrece la
ventaja de vaciar las calles, lo que me permitió llegar desde mi casa en un tiempo record y dirigirme en
la fecha a un auditorio de elite, al que saludo y agradezco, y me permite entonces hacer en público mi
pausa de la semana.

Volvamos a esa frase que me fue inspirada como para un poema: en los tiempos que corren.

Es cierto que los tiempos corren más que nunca y resulta muy divertido que esta impresión –y no debo
ser el único en registrarla... ¿O sí? ¿También corre para ustedes? – tenga un fundamento científico. ¡Esto
es lo mejor de todo!

Gracias al hecho que en estos tiempos hago un diario, cuya periodicidad se acelera más que de
costumbre, me encuentro muy a gusto; les diré que realizo así un sueño de infancia, de ahí que me sienta
tan cómodo. Nunca pensé de chico en llegar a ser psicoanalista; por lo demás, hasta el día de hoy no es
posible encontrar ningún chico cuyo sueño sea ése, ni siquiera entre los hijos de los psicoanalistas.
Bombero o policía sí, aviador también, pero psicoanalista no.

Pues bien, como hoy me ubico en la vía de las confidencias, les diré que para mí, en mi recuerdo–y el
análisis no me ha permitido ir más allá de él–, lo primero que tuve ganas de llegar a ser fue periodista.
En casa se leía, entre otras publicaciones, Paris–Match y cuando supe leer, abordar la doble página que
se ocupaba de los asuntos del mundo con un increíble aplomo –quizás algunos lo recuerden, era
Raymond Cartier quien la firmaba–, me parecía el colmo de la felicidad.

Así, yo me veía escribiendo esos artículos a doble página todas las semanas, ocupándome de todas las
cosas que ocurrían en este mundo. Bueno, después eso pasó. Pero es cierto que, como lo diría
Nietzsche... en el momento en que se volvió loco, si hago un periódico tan bueno, con la ayuda de
muchas personas, en particular la de Agnès Afflalo, a quien vi llegar, mi bastón, no precisamente el de la
vejez, pero el bastón que me permite avanzar, digo, si hago un periódico tan bueno es porque, en
conformidad con lo enunciado por Freud, realizo un sueño infantil. Es por esa razón que, como quiera
que sea, voy a seguir en esa dirección ahora que encontré mi vía.

Hacer un periódico me permite obtener información a montones, más apasionantes unas que otras y
justamente, aquí, obtuve una acerca del tiempo que pasa. A decir verdad, es en presencia de un amigo
que yo dije algo así como "No tengo tiempo" y él me respondió: "Es normal, la Tierra gira más rápido".

Si alguien les declara algo por el estilo y es un desconocido cualquiera, ustedes no acuerdan importancia
a loa afirmación o bien se preguntan si a esa persona la cabeza le funciona bien del todo. Pero ocurre
que este amigo es el director de una organización muy seria, designada en inglés por la sigla GEO, The
Group on Earth Observations, organismo internacional encargado de asegurar las redes entre todos los
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sitemas de observación de la Tierra que existen. Entonces, cuando es un señor así quien les dice "Tenés
toda la razón de no tener tiempo, porque la Tierra gira más rápido", la cuestión cobra un cierto peso.
Este amigo me explicó por qué y yo le pedí que lo pusiera por escrito; será entonces un scoop.

Pero quizá yo pueda hacerle perder un poquito la frescura de su novedad, ya que se hilvana en el tema y
hace soplar aire fresco.

Imagínense que a partir de marzo–abril de este año, la velocidad de rotación de la Tierra se aceleró;
ustedes no sabrán adivinar por qué: es por causa de La Niña. No sé si escucharon hablar de ella, es la
gemela de El Niño, que es cálido, que era cálido y provocó importantes destrucciones a su paso. La
Niña, por su lado, es fría; uno podría evocar al respecto un mito de la Antigüedad griega o japonesa.

La Niña es fría y por serlo, enfría las aguas del Pacífico, algo que a su vez resta velocidad a los vientos
del Oeste. Ustedes no habrían sabido adivinarlo, pero es así. Los vientos alisios se vuelven más lentos y
este efecto, sumado al enfriamiento de las aguas del Pacífico, frena el movimiento de la atmósfera. No
me pidan detalles al respecto. En todo caso, podrán pedírselos a mi amigo, de quien les daré el nombre:
José Achache; se trata de alguien que sigue muy de cerca los asuntos del Campo Freudiano y es el
compañero de alguien que muchos de los aquí presentes conocen, Dominique Miller.

Mi amigo no explica todo en detalle en la nota breve que me hizo llegar. Pero en fin, esos son los dos
factores que frenan el movimiento de la atmósfera y por esa razón el movimiento de la Tierra se acelera.
La explicación según la cual el hecho que los alisios menos fuertes determinan que el globo gire más
rápido, me dejó estupefacto.

Es muy simple. Ocurre que hay en física un parámetro, una fórmula llamada momento cinético, de la
que no les aporto los detalles, es demasiado complicada para ustedes, y ese momento cinético se
conserva. Dicho de otro modo, si los vientos se vuelven más lentos, es preciso que la cantidad perdida se
recupere por otro lado, y esto es lo que hace girar a la Tierra más rápido.

El resultado es que los días son ahora más cortos y es la razón por la cual a nosotros nos falta el tiempo.
Respecto de marzo–abril de este año, los días se han acortado en un milésimo de segundo. Ustedes me
dirán que no es gran cosa, pero en fin, un segundo es un segundo y un milésimo de segundo, es un
milésimo de segundo; es ese milésimo de segundo que perdí el que hace que sienta que los tiempos
corren.

Pues bien, hice soplar así un poco de viento en la atmósfera de este Curso pero, de toda evidencia, el
hecho que los tiempos corren responde a otras razones que a la debilidad de los alisios y a la energía
empleada por la Tierra para girar más rápido en torno a su eje.

Los tiempos corren por razones que no son físicas, sino metapsicológicas, en el sentido propio del
término, es decir, más allá de la psicología. Que los tiempos corran remite –veamos qué voy a decir– al
movimiento de la civilización. Hay algo que se aceleró en la civilización, en nuestro modo de estar en
ella y de gozar en la civilización. Si aplicamos allí, por analogía, metafóricamente, la ley de
conservación del momento cinético, hay entonces algo que sin duda se volvió más lento en alguna parte.

¿Cómo abordar ese fenómeno registrado de la aceleración del tiempo, que afecta a quienes habitan lo
que convenimos llamar nuestra civilización? Quizá podamos hacerlo valiéndonos para captarlo de ese
significante que es lo "nuevo".

En efecto, hubo un momento en el que uno se consagró a desear lo "nuevo". Evidentemente, lo "nuevo",
en sí mismo, es una función temporal, no dura y con toda claridad, lo "nuevo" dura cada vez menos.
Apenas se compraron un Iphone para lucirse ante su vecino o su vecina y resulta que ya habrá pasado al
estatuto de antigüedad. De ahora en más, uno se transforma en antigüedad en el lapso de uno, dos meses,
algo que se mide por el precio de reventa. Ustedes se compran un Rolls de teléfono, no sé, a mil euros y
a la hora de revenderlo, cuesta el equivalente de un Deux chevaux. Hay entonces algo que se ha
acelerado en el estatuto mismo de lo "nuevo", ese "nuevo" que nos vemos llevados a seguir en tropilla,
como vacas al matadero.

Baudelaire evoca esto en algún pasaje, la dictadura del tiempo que nos conduce como bueyes al
matadero. Creo que lo hace en el Spleen de París; busqué desesperadamente mi Baudelaire esta mañana,
cuando surgió en mí esta idea, pero no logré dar con él.
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Hablaba entonces de lo "nuevo", nos topamos con lo "nuevo" y tomé de inmediato como ejemplo, tal
como ustedes deben haberlo comprendido, un ejemplo que se impone por su propio peso, un objeto
manufacturado –como se dice– cuya obsolencia está programada; esto tiene que ver con la producción y,
en ese terreno, no estamos sugestionados.

Para nosotros, por supuesto, la producción está –¿cómo decirlo?– en el centro del lazo social;
constantemente se la mide, se la anticipa, se la compara de empresa a empresa, entre países. La salud de
la economía es una dato fundamental de la existencia. Algo por lo demás reciente, como es sabido;
inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial no vivíamos así, pendientes de las nuevas
economías. Hubo un momento, en el transcurso de los años `60, en que se registró esto como un déficit
que era preciso compensar, el hecho que la información en materia económica de los franceses era
insuficiente; hoy nos movemos en esa cuestión como peces en el agua. ¡No! No estamos como peces en
el agua, sino como pescados en una sartén, listos para freír.

Es evidente que se trata de una referencia esencial; esos datos económicos condicionan hoy, por
ejemplo, el estado de huelga declarado por un cierto número de trabajadores, por razones comprensibles,
que pueden situarse en el contexto de conjunto. Por lo demás, todo lo que es real es racional, ¿no es
cierto?

Así, la producción, para nosotros, se ubica en el centro del lazo social, algo que no ha sido siempre de
este modo, no siempre lo vivimos así. ¡La información económica de los Romanos era desastrosa!

En fin, yo digo esto pero ahí tenemos una vez más el tipo de cosas que me aventuro a lanzar sin haber
tenido tiempo suficiente para compulsar esta perspectiva. Hay en todo caso, no lo sé bien, un libro de
Moses Finley que debe titularse "Economía y sociedad en la Grecia antigua". Lo leí hace mucho y de
haber tenido tiempo, hubiese ido a ver, así y todo, lo que dice acerca de la información económica en
aquellos tiempos. Cuando lo leí, lo hice sin plantearme esta pregunta –y resulta más interesante entrar en
un libro con la pregunta que uno se plantea. Pero en fin, estamos sólo en el primer Curso y tengo tiempo
para compensar mi retraso.

La información económica de Luis XIV, monarca que trabajaba mucho, que ocupaba su lugar, un
monarca detestado por Lacan. Nunca entendí por qué y no me lo explicó tampoco; creo que lo
encontraba cobarde, debía haber leído algo al respecto. En fin, la información económica mejoró mucho
en el Imperio, pero quedaba reservada a los especialistas, no se difundía al público. Como quiera que
sea, allí, justamente, hacemos una pausa; admitimos, grosso modo, que la producción no siempre se
situó en el centro del lazo social, no fue siempre el centro de gravitación de las actividades humanas, tal
como lo es hoy en día. Se trata precisamente de esto.

De esto se trata en lo que determina que, entre nosotros, una cierta cantidad se retuerza, se repliegue,
cuando se acelera el movimiento que conduce todas las esferas de la existencia hacia ese punto de
convergencia.

Intentemos explorar una economía elemental; por lo demás, yo mismo me vi conducido a tener que
hacerlo, siguiendo a algunos economistas un poco en el estilo cool que habían leído a Lacan. No hay que
tener miedo de lanzarse, es preciso darse alcance / asirse (se rattraper), pero hay que lanzarse. Yo, por
ejemplo, en ocasión de escribir un prefacio para la obra de mi amiga Francesca Biagi–Chai acerca de
Landrú, esbocé una teoría criminológica. Cuando uno se detiene a considerar cómo están hechas, es algo
a tal punto estrafalario, que con ideas simples se consigue mejorarlas en mucho.

Así, por mi parte, en ese prefacio, sostengo lo siguiente: opongamos crímenes que responden a un fin de
utilidad y crímenes que responden al goce. Ustedes se deshacen de alguien que les causa daño, que les
impide progresar, es un crimen que responde a la utilidad. Por el contrario, si ustedes liquidan a lo largo
de su existencia una treintena de mujeres jóvenes, de cabellos largos –y además de liquidarlas, se
permiten someter los cadáveres a diversas obscenidades–, hasta que alguien les impide seguir
haciéndolo, allí no estamos en el registro de lo útil sino en el del goce. Estos crímenes son los que
Thomas de Quincey, en su obra "Acerca del asesinato considerado como una de las bellas artes", nombra
en términos de crime of pure voluptuousness.

Una vez que inventé esto, encontré que estaba de acuerdo con este escritor, uno de mis favoritos, y de
cuya obra muy poco ha sido traducido al francés; incluso en inglés se lo ubica con dificultad. Contaba
con una edición completa del siglo XIX y me enteré que hay ahora otra completa, del siglo XX; pero en
fin, se trata de alguien a quien no se le acuerda su justo valor, aun cuando haya sido objeto de la
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admiración de Baudelaire. Como ustedes deben saber, Baudelaire mismo tradujo "Las confesiones de un
fumador de opio" de Thomas de Quincey.

Hagamos entonces el esquema de una teoría económica. Opongamos producción religada a la necesidad
y producción en función del deseo. Una producción que responde a la necesidad, es una producción
limitada. Un ejemplo al respecto, lo encontramos en el terreno de la restauración. Hay allí algunas
fórmulas astuciosas, pienso en este momento en la cadena belga Chez León, que proponen un plato,
mariscos con papas fritas, por ejemplo, y precisan "papas fritas a voluntad". Abren allí, respecto de la
voracidad del cliente, un espacio indeterminado; a mí me gustan las fritas, pero como ustedes se dan
cuenta muy rápido, aun cuando ese sea el caso, no pueden comer sino una cantidad bastante limitada.
Sueñan con papas fritas, pero... ¡a voluntad! Ustedes tendrían voluntad de seguir comiendo, pero no dan
más, tienen que trabajar todavía, no es bueno para conservar la línea y entonces, finalmente, se sienten
en un estado todavía más lamentable al salir, puesto que León les ofrecía todas las papas fritas del
mundo y ustedes sólo pudieron comer dos pequeñas porciones.

Allí tienen entonces lo que les decía: la producción conectada con la necesidad no va lejos y podríamos
decir que durante un buen período ése fue el caso, lo esencial de la producción se reportaba a la
necesidad y así anduvo, bien o mal. No era por allí que pasaba el deseo. Y después, en un momento
dado, surgió otro tipo de producción, ésta sí enganchaba al deseo y fue en ese momento que todos los
límites fueron superados.

Por ejemplo, para considerar un sujeto que conozco, que observo, esto es, yo mismo, queda claro que
intento instalarme en la producción basada en la necesidad, para resistir a la producción basada en el
deseo. Ocurre esto con las computadoras y las series de nuevos modelos. Cuando la cuestión comenzó,
hace una década, no veía por qué tendría necesidad de un nuevo modelo cuando el que tenía funcionaba
muy bien; hasta allí, procuraba establecer una relación de necesidad con el objeto. Pasan uno, dos años,
deciden comprar un disco duro y ya no es compatible con la instalación que requería el precedente.
Entonces se proponen prescindir del disco duro. Al final, tendrán que prescindir de todo, se quedan con
su objeto de necesidad, que podrá asegurar cada vez menos funciones.

Lo hice una vez y me encontré ante un objeto de necesidad que estaba allí, que sólo pedía funcionar,
pero que no contaba ya con las conexiones necesarias para hacerlo. Me decidí entonces a comprar otro y
procuré volver a empezar con él, pensando que esta vez sería posible. Pero claro está, la cosa anduvo
todavía a mayor velocidad. Comprendí entonces la lección: si quería poder funcionar, tenía que seguir el
movimiento. Así se consigue hacerles comprar –es lo esencial de lo que está en juego– aquello que no
necesitan. Y allí se abre, en efecto, un espacio de ilimitación.

Como quiera que sea, es interesante saber que históricamente, el psicoanálisis jugó un gran papel en el
perfeccionamiento de los métodos que permiten hacerles comprar aquello que no necesitan.

En un texto que escribí, ublicado en el periódico al que me refería, algunos colegas encontraron que me
había extendido demasiado acerca de los métodos de los publicitarios. Por mi parte, no estoy de acuerdo;
en mi criterio, es muy importante saber que quien había sido el Papa de la publicidad en los Estados
Unidos, el gurú de esa publicidad, Ernst Dichter –un nombre formidable, así y todo– era un vienés que
se había acercado un poco al psicoanálisis y cuya condición de judío lo forzó a expatriarse a los Estados
Unidos, donde adquirió fama elaborando una teoría de la publicidad que él designó Strategy of desir.

No se trata del deseo en el sentido estrictamente lacaniano, en la medida misma en que la definición
lacaniana es estricta, pero así y todo su base es la manipulación de lo que Dichter había captado del
psicoanálisis. Como quiera que sea, tenía la idea de que aquello que debía comprar los objetos de la
producción era el Ello (le ça) y que el Ello no piensa, no está en relación con la realidad, tiene que ver
con las pulsiones y que era el Ello lo que había que saber provocar y activar. Es incluso más complicado,
porque es preciso fundarse en el Ello.

Pero el colmo, lo que constituye verdaderamente la cima del arte publicitario, es llegar a satisfacer, al
mismo tiempo que se moviliza al Ello, hacerle trampa al pequeño Superyo de ustedes, asegurándoles
que no hay culpa alguna en esa compra y garantizarle al Yo, quien estaría en relación con la realidad,
que se trata allí de algo sólido, de algo que se impone según el criterio de la racionalidad común.

No es una anécdota entre otras. Es algo, esta provocación del deseo, que constituye un factor de la
economía, un factor esencial que corresponde saber y que resulta establecido así: para hacerles comprar,
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es preciso hablarles y además, imponerles una cierta cantidad de semblantes imaginarios que los van a
dejar chiflados.

En el curso de la célebre campaña "depresión" que debía culminar el 11 de noviembre –y que no


obstante continúa, es el colmo– comienza a manifestarse una cantidad cada vez más importante de gente
que se siente mal. Recibo ahora en mi condición de periodista, pequeños textos escritos en general por
gente que trabaja en el terreno –psicoanalistas, trabajadores sociales...–, quienes me envían viñetas
donde describen el efecto que tiene en las personas ese golpeteo insistente. Para una cierta cantidad, el
hecho de ver expuesto a plena luz el desastre de la melancolía, se traduce en un retorcerse de tripas, de
modo tal que los pequeños deprimidos se consideran protagonistas de una gran depresión, lo que
constituye el fin perseguido por el montaje.

Debo decir que no tengo televisión porque me resisto a ella, resistencia de la que viene a quedar eximida
Internet, de modo que me enviaron el spot televisado al respecto. Es un horror. El Francés presentado
así..., después no hay más nadie y en fin, se trata de algo capaz de desfondar el estado de ánimo de
cualquiera, basta que en una noche uno se encuentre solo. Y todo eso para provocar el reflejo de compra.

Entonces, en relación con esta teoría económica que expongo –la de la producción conectada con la
necesidad y conectada con el deseo–, si la memoria no me falla, hubo en los años `60 un economista
astuto, pero más astuto que gran economista, que había explotado esta perspectiva. Quizá Pierre–Gilles
Guéguen conoce algo al respecto. ¿Se acuerda si se trataba de alguien llamado Marc Guillaume? Leí
todo esto en los años `60 y no tuve tiempo de ir a verificarlo ahora... ¡No tuve tiempo! ¡Por causa del
milésimo de segundo que me quitaron, no tuve tiempo para ir a verificar esa cuestión!

Claro está, así planteado resulta muy simple. En lo que a mí respecta, estoy convencido de que la
producción tuvo desde siempre un modo de estar conectada con el deseo.

En los museos, cuando uno va a ver los vestigios de las civilizaciones desaparecidas, hay todo un
conjunto de objetos que son objetos de las necesidades: aceiteras, trípodes sobre los que se encendía el
fuego, cucharas, que por lo demás son a menudo –como lo hace notar Lacan en su Seminario– de una
remarcable belleza, belleza que su fabricación según diseño no consigue aportarnos.

Están los objetos de la necesidad y además, por supuesto, los objetos de deseo: todas las joyas
femeninas, las pulseras, los collares, los anillos –que también los hombres llevaban en ciertas
ocasiones–, todos objetos inútiles que nos muestran esa parte de la producción económica que estaba
precisamente conectada con el deseo.

Procuraré por mi parte encontrar el tiempo, en el curso de este año, para retomar algunas de esas obras –
por supuesto, no puedo hacerlo sino de segunda mano–, para buscar cómo se reparte la producción
basada en la necesidad y aquélla basada en el deseo.

Pero, ¿qué se puede decir al respecto? Antes, la proporción entre esos dos tipos de objetos no era la
misma que la de hoy. Se puede decir que se trataba de una cuestión de tecnología, noción acerca de la
cual me gustaría mucho este año tener el tiempo de aportar precisiones. Siempre me interesó y estamos
en un momento en el que llegamos a la biotecnología. Uno se da perfectamente cuenta de que la
tecnología no está subordinada a la ciencia, sino que representa una dimensión propia de la actividad y
del pensamiento. La tecnología tiene su dinámica propia.

Querría entonces, desde el punto de vista lacaniano, abordar el estatuto de la tecnología y hacerlo
también refiriéndome a lo que parece ser una ausencia de tecnología psicoanalítica.

Nosotros llevamos adelante nuestra práctica en los muebles de la abuela, quiero decir: el diván, el sillón,
el escritorio. En ese plano somos antiguos. Cuando ustedes entran en el consultorio de un dentista, si
encuentran un diván, un sillón y nada más, lo que esperan al menos ubicar es una máquina para explorar
los agujeros. Quizá llegue el día en que sea preciso presentar el consultorio del psicoanalista bajo ese
modo, para ser tomados en serio. Después de haberle indicado que se acueste en el diván, sería cuestión
de decirle al analizante: ¡Abra la boca, hable! (risas).

En fin, lo que quiero decir es que hay allí un buen reactivo para pensar en nuestra técnica.
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Por otra parte, algo que siempre me pareció divertido es que durante todo un período los psicoanalistas
sólo hablábamos de nuestra técnica. ¡Nuestra técnica! En fin, en esa época la técnica se ubicaba en el
cenit del discurso de la semántica social.

Como mi formación se basaba en la historia de las ciencias, cuando se hablaba de técnica psicoanalítica
me preguntaba: ¿dónde están las herramientas? ¿Dónde están las máquinas? Al fin comprendí, gracias a
Lacan, que la máquina era el discurso.

Pero como quiera que sea, esa manera de acordarle a la técnica un primer plano fue relevada. En la
literatura analítica, se trata de un término que fue progresivamente evacuado y que hoy es muy
secundario, no sólo entre los lacanianos, sino también entre los demás.

(JAM se dirige a P.-G. Guéguen): ¿Logra recordar el nombre? Bueno, ¡entonces me redactará una nota
al respecto!)

Pues bien, como decía que a mi entender la producción siempre estuvo conectada con el deseo, quizá
corresponda situar como lo verdaderamente nuevo para nosotros, lo que nosotros registramos ahora,
desde hace unos diez años, la conexión con el goce. Se trata del goce en un puesto de avanzada. Lacan
lo explica, creo que es en el Seminario XVIII o en el XIX –como los terminé casi al mismo tiempo, en
este punto no hago la diferencia entre uno y otro–, en uno u otro de esos Seminarios Lacan explica que
el goce, para los Antiguos, era el Otium.

Se trata del término latino para expresar que uno se deja ir a la buena vida, se despreocupa (se la coule
douce). [1] Uno trabaja, se ocupa de sus asuntos, combate a los bárbaros, se activa para asegurar la
construcción de las rutas romanas, en fin, todo eso que ven desplegarse en Astérix, por ej., para tomar
una referencia erudita conocida por todo el mundo y después, en un momento dado, uno se desprende
del cuidado de sus obligaciones y se consagra a sus propios asuntos: se ocupa de sus viñedos, bebe con
sus amigos, bromea con sus siervos, se acuesta con su favorito, lee filosofía, charla en confianza como
se ve en las Tusculanas de Cicerón... Esa era su manera de gozar.

Y como lo señala Lacan, para nosotros, incluso hasta el día de hoy, las diferentes formas de la diversión
tienen un estilo de trabajo forzado. En fin, eso me dicen. Me lo dicen porque veo personas que se van al
otro extremo del planeta cargados de valijas y vuelven cansados.

Intenté programar un encuentro en mi casa de campo con el director de L´Express, un hombre que
escribe bien y que, sobre todo, a un tiempo que dirige esa publicación, hace todos los días un comentario
y una entrevista en la cadena de televisión LCI, incorporada a Internet; durante un largo período no me
perdía ninguno porque, en cada oportunidad, él renovaba la cuestión, siempre con mucha seguridad y
además, el mismo día, en el curso de la tarde, hacía una entrevista. Yo me preguntaba cómo lograba
hacer todo eso, dónde encontraba el tiempo para hacerlo. Incluso cuando esta persona estaba de
vacaciones en Venecia, seguido de un camarógrafo, hacía su comentario instalado en una góndola, etc.
Este muchacho me sorprendía.

Dado que teníamos en común nuestra condición de ex–alumnos de la Escuela Normal Superior, yo me
decía que eso podía crear lazos e intenté entonces encontrarlo. ¿Qué me dijo su colaboradora? "Bueno,
recién vuelve de vacaciones, le dejo algunos días para que se reponga" (risas). Mi observación fue "¡Qué
país, verdaderamente!". Ocurre otro tanto con el gabinete del Presidente; el 1º de noviembre, están todos
de vacaciones; ahí tienen lo que es un aparato de Estado: muchachos que se echan un sueñito. Si no
durmiesen, podrían construir un aparato de Estado, en fin, es mi convicción, por lo menos dentro de
ciertos límites. ¿Ustedes leyeron "Técnica del golpe de estado" de Malaparte? Bueno, yo sí lo leí.

Volvamos a la diferencia entre esas maneras de gozar. Por un lado, el Otium y después, ya encontramos
todo lo que tengo que preparar como salsa para explicar el interés de la pausa. Es cierto que actualmente,
irse de de vacaciones supone el despliegue de una cantidad formidable de actividades, antes durante y
después. A menudo, escucho hablar al respecto en mi gabinete... y no me dan muchas ganas de irme de
vacaciones (risas). Por lo demás, es algo que limito al máximo y sólo elijo como destinos lugares donde
precisamente no se plantean esos problemas.

Es evidente, además, que todo el mundo en Francia se resiste a este asunto. La célebre cuestión de las 35
horas, ¿qué es? Es un debate acerca de la manera de gozar. Los franceses –como se dice– quieren darse
el tiempo de vivir. En el planeta, constituyen un escándalo permanente, porque como quiera que sea
resisten al avance del trabajo forzado. Allí reside el debate respecto de la manera de gozar. Mientras
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unos destacan la eficacia económica, el producto nacional bruto, etc., los otros dicen: queremos
acordarnos el tiempo de estar con nuestros hijos y además, bueno, de ir a comprar la última computadora
en el gran comercio especializado, etc. De toda evidencia, no hay escapatoria, pero se trata de un
conflicto entre maneras de gozar.

En efecto, hoy no tenemos siquiera la impresión de que esté en juego una producción basada en el deseo,
sino que está basada en el goce, es decir, en la producción acelerada del objeto a, causa del deseo, a
manera de tapón; se trata de dos estatutos diferentes.

Ustedes tienen, por un lado, el buen objeto a –si puedo expresarme así–, causa del deseo y aun cuando el
término resulte inadecuado no encontré otro mejor esta mañana, ese objeto causa del deseo pertenece a
ese registro, de una manera u otra se relaciona con la determinación marcada por "ése". El ejemplo que
aporta Lacan al respecto es el de Dante y Beatrice. Dante se cruza con Beatrice cuando ella tiene nueve
años y se enamora de ella para toda la vida. En la actualidad, ¡quedaría detenido, acusado de pedofilia!
(risas)

Entonces, allí, el objeto a causa del deseo, tal como lo sitúa Lacan, bastan tres guiños para que ese
objeto a de la mirada, exquisito, se desprenda y quede fijado a ella, a ésa, para toda su vida. El objeto a
tapón, no tiene nada que ver con él, aun cuando su estructura fundamental sea la misma, si puedo decirlo
así. En cuanto a este otro objeto a tapón, uno no puede evitar que cumpla la función de "tapa–agujeros",
de comodín, respecto de un agujero imposible de cerrar, un agujero cuyo modelo es el barril sin fondo
de las Danaides, es decir, que reclama siempre más. Uno no puede dejar de pensar, cuando ve esto, que
hay un defecto de fabricación elemental en la especie humana. Lo designamos con el término de
castración, es su nombre clásico, bien fundado, pero en fin, se lo puede generalizar. Se trata de algo
cuyos detalles han sido mal trabajados.

Esa es, por lo demás, la tesis de los gnósticos. Según ellos, el diablo es el padre del mundo, algo de lo
que se dieron cuenta viendo el estado en el que se encuentran los humanos. Si nos detenemos a
considerar ese estado, como quiera que sea se pone en evidencia que algo no quedó bien enganchado en
alguna parte y esto responde, sin duda alguna, a las malas intenciones del diablo.

Es el sentimiento, la impresión, el registro, el reconocimiento de la falta (du manque), el sentimanque.


Usted merece todo mi respeto, Señora (J´ai beaucoup de sentiments pour vous, Madame). [2]

Vamos a volver sobre esto, pero ya podemos ubicar bien que los tiempos corren, los tiempos que corren,
son expresiones que tienen, vagamente, otro alcance semántico que el correspondiente a el tiempo que
pasa; incluso decir el tiempo pasa demasiado rápido, no tiene el mismo sentido que decir hoy en día (par
les temps qui courent). [3]

En primer lugar, tenemos el plural, los tiempos, curioso plural aplicado al tiempo. Se trata, sin embargo,
de un uso clásico en francés, donde siempre, cuando decimos los tiempos, estamos indicando que no se
sabe muy bien qué es el tiempo. Siguiendo a los gramáticos, digamos que el plural aporta aquí un valor
de indeterminación.

Decimos los tiempos cuando no se sabe ya muy bien dónde, cuándo es, indicando así que se trata de
algo remoto, obscuro, opaco. Decimos, por ej.: en los tiempos más remotos; la noche de los tiempos; el
origen de los tiempos. Si ustedes se sirven del singular, la cuestión no marcha en francés, todas esas
expresiones exigen el plural. Se dice: la sucesión de los tiempos; el signo de los tiempos (Cf.: de la
época). Otro tanto ocurre en latín. Cuando Cicerón exclama eso que repiten todos los vejestorios: ¡Oh
tempora! ¡Oh mores! –¡Qué época! ¡Qué costumbres!–, Tempora es un plural.

¿Por qué Cicerón decía eso y por qué se trata de algo que encontró eco a través de los siglos? Es porque
siempre hubo gente con la impresión de que eso iba demasiado rápido, siempre se tuvo la impresión de
que la moral se había acabado. Es el estilo de Catón el Antiguo. No tengo tiempo de hablarles de él, un
personaje que siempre me resultó el más sabroso de la Antigüedad romana; es él quien jugaba el rol del
viejo romano; era un viejo romano pero además lo ponía en escena, remarcándolo. Y siempre hubo
lugar, en cualquier momento, para que el vejestorio llegue y diga: ¡Oh tempora! ¡Oh mores! Es un rol
constante.

Hoy en día, lo más divertido es que son los psicoanalistas quienes lo juegan, son ellos quienes adoptan la
postura de Catón el Antiguo: ¿Dónde estás, Nombre–del–Padre? ¿Dónde estás, falo? ¡Te estoy
buscando! Hay que decirlo, es algo que provoca el llanto, nos reímos pero es triste. Se trata, así y todo,
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de gente analizada, el análisis funciona con boludos –perdón–, funciona incluso con personas que no
comprendieron todas las sutilezas de la técnica y como quiera que sea, es desastroso verlo. ¡En fin!
Dejemos esto de lado.

Entonces, la expresión francesa les temps, señala siempre, como creo haberlo demostrado con rapidez,
precisamente aquello remoto, aquello donde uno no se ubica. Pero me parece –no llevé adelante una
investigación al respecto, no tuve tiempo para hacerlo– que lo específico de la expresión les temps qui
courent (hoy en día) es que designa el presente; cuando uno la emplea así, con la indeterminación que
corresponde al plural indica que uno no llega a ubicarse en el presente. En el fondo, se trata de una
expresión empleada cuando el presente se vuelve opaco, tan opaco como el pasado más remoto. Y
precisamente, se emplea cuando uno ya no puede tomarse su tiempo (on ne peut plus prendre son
temps). Se trata de algo que uno puede decir así: par les temps qui courent, on n´a plus le temps de
prendre son temps (hoy en día, uno ya no tiene tiempo de acordarse tiempo).

Es un problema para el psicoanálisis, porque en el psicoanálisis es preciso acordarse su tiempo. Es


preciso tomarse el tiempo de ir, eventualmente de esperar en la sala antes de ser recibido, es preciso
acordarse el tiempo de la sesión, el tiempo para volver de ella y además, como dice Lacan, para que todo
eso tenga una culminación, il faut le temps (hace falta tiempo).

Y hoy en día, ¿tenemos tiempo? Allí se sitúa justamente el elemento que parece antiguo en el
psicoanálisis. En el fondo, se trata del tiempo de la pausa al que me refería hace un rato. El análisis es
una suerte de jubilación, ustedes entran en jubilación anticipada. Bajan del tren, se quedan en la sala de
espera y los trenes pasan.

Hay entonces, al fin de cuentas, una parte de la población, no de la población en general, sino de la
población sospechosa que puebla los ministerios, los organismos oficiales, toda una población
parasitaria, integrante de un ambiente cada vez más corrupto, a la que le debemos esas campañas, etc.,
una parte especial de la población.

Sé muy bien que mis afirmaciones cobran así un aspecto algo populista; es una inclinación que tengo, lo
reconozco, efectivamente resulta un tanto populista. Para mí, esos altos funcionarios que planificaron
esta campaña, esos que no declararán jamás su conflicto de intereses porque viajan financiados por los
laboratorios, etc., todos ellos para mí son de lo peor, para mí la escoria son ellos. Al lado de ellos, el
lumpenproletariado, como se decía, es de oro; yo lo frecuenté en mayo del `68 y en comparación con
ellos, estos tipos trajeados, que me toca frecuentar... Bueno...

Entonces, para esta población, estamos durando demasiado tiempo. ¿Qué estamos haciendo todavía
aquí? ¿Todavía hay tantos? ¿Y allí dentro gritan tanto todavía? Para ellos, pertenecemos al s. XIX. Los
psicoanalistas no tienen su lugar en la civilización que ellos nos dibujan.

En cuanto a Baudelaire, sí, era él quien hablaba de la dictadura del tiempo, de la brutal dictadura del
tiempo. Y lo hacía precisamente en el momento en que se imponía el tiempo de la Revolución Industrial.
Porque desde cierto punto de vista, la Revolución Francesa sólo corresponde al registro de la merliture.
[4] La revolución y aquello que la acompañó, la revolución que contó, esto es, la Revolución Industrial,
ocurrió en Inglaterra. Evidentemente, todo el mundo quedó fascinado con la Revolución Francesa,
incluso Hegel –¡en fin, Hegel!–, quien parece haber ordenado su "Historia de la fenomenología del
espíritu" en función de la historia francesa. Pero si miramos con atención, la Revolución Industrial está
allí muy presente, justamente bajo la forma del utilitarismo, una de las llaves –y allí reside una de mis
viejas obsesiones– de la historia moderna y contemporánea.

Baudelaire habla de la brutal dictadura del tiempo en el momento en que la producción se apodera de los
comandos de la civilización y, de golpe, la civilización se vuelve mucho menos civilizada, algo que todo
el mundo remarcó.

Talleyrand decía: quien no haya conocido el Antiguo Régimen no sabe lo que es la alegría de vivir. No
lo cito textualmente, pero en fin, él se refería a los últimos años del s. XVIII, antes de la Revolución
Francesa, como a un tiempo en el que la felicidad de vivir había alcanzado su punto culminante. Sin
duda esto era así para un sector de la población, pero no es seguro, porque cuando uno lee a Rétif de la
Bretonne, el pueblo humilde, del que aporta en todo caso una descripción quizá lisonjera, ese pueblo
disfrutaba de la vida sin preocupaciones, de una tranquilidad que en todo caso todo el mundo sintió
perdida cuando llegaron los buenos apóstoles de la Revolución Industrial y de eso que se daba en llamar
la disciplina de la fábrica, disciplina que supone ser puntual, trabajar en el lugar asignado y no discutir.
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Marx supo describir ese pasaje de un modo de producción manufacturero, artesanal, a las modalidades
de producción en las fábricas, con la disciplina que de allí se desprende y determina que todos llevemos
un reloj de bolsillo en la muñeca, porque vivimos tomándolo como referencia. Yo no consigo prescindir
de él, pero respeto mucho a la gente que logra pasear por la vida sin ese reloj.

Y allí, a partir del momento en que la producción tomó el comando de la civilización, digamos que
verdaderamente el sujeto vino a quedar más en relación con el objeto del deseo, del goce, con el plus–
de–goce que supone una cierta indiferenciación del objeto, que implica una numeración del objeto,
donde la pregunta es: ¿cuánto?

No es una pregunta que se le plantee al Dante; para él, se trata de una, de la única, no es algo que se
cuente. Por el contrario, observen el número de actividades humanas donde la pregunta ¿cuánto? tiene
un lugar central. Escribo: ¿cuántas consagran ustedes entre ellas?

Gracias a mi actividad de periodista, alguien me enviaba un testimonio acerca de lo que hoy significa
escribir para un joven escritor, escribir en presencia de la cifra de ventas que a uno le refriegan por la
nariz en permanencia, testimonio que enumeraba las obras famosas de la literatura francesa de las que se
habían vendido cuatrocientos ejemplares, supuestamente antes de ser reconocidas como tales.

Hablo entonces de una producción basada en el goce, caracterizada por la indiferenciación del objeto, su
numeración y que conlleva, en consecuencia, una manera de gozar cuyo aspecto es el de la adicción.
Esto fue subrayado por mis colegas. En efecto, hoy se tiende a ver el conjunto de las conductas
repetitivas del ser humano según el modo aditivo. [5] Por ejemplo, yo me drogo con Lacan, ¿por qué
no? Es una manera de considerar la relación con el objeto.

Hace un momento hablaba de crímenes, de criminología. Fíjense bien, hacia el final de los años `70
apareció la expresión –y lo que aparece en la lengua tiene siempre valor, incluso si se puede decir que no
data de hoy– serial killer, asesino serial. Se trata de algo que no había sido inventado antes, aun cuando
los hubiere, no se había inventado el asesino serial.

Fue Landrú quien despertó en mí el interés al respecto. Respecto del propio Landrú, resulta difícil
decirse que hoy se lo llamaría asesino serial. Para nosotros, se trata de un personaje familiar, del viejo
conocido de las familias; hay films donde aparece como un personaje encantador; Truffaut lo mostró
bajo el perfil de Charles Denner, un enamorado de las mujeres –al comienzo del film se ven piernas de
mujeres. Landrú las mata, pero es un detalle. Landrú es un delicado, antes las beneficia; fíjense cuando
es Charlie Chaplin quien lo ilustra, también es un aficionado delicado y maravilloso. Así, a partir de
Landrú yo reconstituí el serial killer, ustedes apreciarán así y todo la diferencia.

Por un lado, los crímenes detallados por un autor que aprecié mucho en mi juventud y a partir de quien
aprendí inglés, la inglesa Agatha Christie. Si bien ya conocía el idioma, lo aprendí verdaderamente,
despegué con él viviendo en Londres cuando tenía catorce años; tenía libros de literatura y después
compré obras de A. Christie; me importaba saber cómo terminaban las historias y entonces leía y
aprendía, absorbía mucho inglés de esa manera. En A. Christie, un asesinato es un asunto de familia.
Uno mata, en general, a la gente que uno conoce. Hay algunos pícaros malhechores que matan a otros
que no conocen, para disimular el asesinato de la persona que cuenta para la prensa, ABC contra Poirot,
por ejemplo.

En fin, por lo común, uno mata a gente de su familia, al vecino o la vecina, gente que uno aprecia,
familiares. Y por otra parte, es mucho más meritorio porque uno puede resultar sospechoso; no es lo
mismo que matar al azar y emprender la fuga, eso a A. Christie no le interesa, en todo caso es material
para la novela negra. Lo que sí le importa a A. Christie es el pequeño círculo, la gente que juega su
partida de bridge y después, en un momento dado, hay uno de ellos que rueda por el piso; se trata de
saber cuál de los compañeros de juego es el autor del asunto.

Por lo demás, entre esas partidas hay una, la murder party, el juego de la muerte, donde la condición de
víctima y de asesino responde al sorteo de unos papelitos. ¿No lo conocen? Pues bien, los jugadores se
reúnen y están esos papelitos, en uno es cuestión de víctima y en el otro de asesino. En un momento
dado, ocurre el crimen y los demás deben descubrir quién es el autor. Las partidas se juegan en casas de
campo.

Cuando se trata del serial killer, ¿quién mata a quién? Se mata al vecino que conoce el secreto que uno
guarda, al chantajista, uno mata a su mujer para partir con su amante –o bien al marido, para partir con
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el amante–, uno mata a su padre para heredar. Pero el serial killer no conoce a nadie; tiene una silueta en
la pupila, a la manera de Bundy, para quien se inventó esa expresión, serial killer. La silueta que Bundy
tenía era la de una mujer joven, menor de veinticinco años, blanca, de cabellos largos, por lo general
estudiante. Comenzó a matar a los catorce años y fue atrapado cuando tenía unos treinta y cinco; había
alcanzado a matar hasta entonces entre treinta y cuarenta mujeres –cito de memoria, lo escribí, lo
verifiqué.

Es decir, no se trata del detalle, no es el escenario del Dante y Beatrice; se trata del Dante y Beatrice una,
dos, tres, cuatro, cinco veces, etc. Y no me detengo a considerar lo que le hacía a sus víctimas, ya que
matarlas no bastaba; además las enterraba, después las desenterraba, les maquillaba el rostro o les
cortaba la cabeza –creo que era una cosa o la otra, no está claro– y después, con los cadáveres, incluso
en estado de putrefacción, se libraba a lo que debe ser considerado así y todo como relaciones sexuales;
es una manera rápida de consignarlo pero en fin, no contamos con el detalle científico del asunto. Allí
tenemos a Ted Bundy, el serial killer.

Y allí tenemos una relación con el objeto caracterizada por la indiferencia del objeto; excepción hecha
de algunos rasgos de la silueta, lo que cuenta es la serie, se trata de algo del registro aditivo. Entonces,
así presentado, me parece algo moderno, si bien hay cosas mucho más entretenidas. Hoy en día, aunque
seguramente siempre han existido, es en la actualidad que se ponen más en evidencia lo que por mi parte
llamaría serial lover, los amantes en serie, la amante en serie.

Llegó hasta mi consultorio una dama que analicé en los años ´90. Por entonces, ella mantenía con su
marido una relación verdaderamente lujuriosa; esta señora se mostraba celosa como una fiera, en tanto
que el pobre marido, verdaderamente, no parecía ser de los que dirigen su mirada a otras mujeres; ella le
guardaba una gran fidelidad y le hacía escenas espantosas apenas el desdichado alcanzaba a decir una
palabra. Quiso que entrevistase a su marido y lo hice; tenía el aspecto de ser de lo mejor, un diplomático
con toda la dignidad de su condición, que había elegido a esta histérica por cierto provocadora... Bueno,
dejemos eso ahí.

Ella vino a consulta durante varios años, en tanto el marido durante ese lapso residía en París, lo cual
producía un cierto efecto que por mi parte registré, pero no en todos sus alcances; así fue que en un
momento dado esta señora partió siguiendo a su diplomático; después volvió y desde hace un año la
recibo nuevamente cuando ella pasa por París. Entre tanto, me había tenido sólo de vez en cuando al
corriente de dónde se encontraba; en otras ocasiones, si bien se proponía pasar por París, esto no ocurría.

Cuando la vuelvo a ver ahora, la encuentro serena, prudente y le digo que la veo muy cambiada. Ella me
responde: "Se lo debo a Ud.". La felicito y agrega: "Ud. recuerda hasta qué punto estaba apegada a mi
marido... Pues bien, ya no estoy más casada, vivo sola, tengo una hermosa casa –por lo demás, quizás
Ud. la conozca un día". "Sí, por qué no" –le digo, y le pregunto–: "¿La soledad no le pesa?". Me
responde: "No, escribo mucho, publico, estoy ocupada y además, tengo un amante". Y sigue el diálogo:
"Bien, ¿qué ocurre con ese amante?". "Bueno, no me acuesto con él, pero hago todo el resto en su
compañía". "¿Ah sí? ¿Todo el resto?". "Sí, leemos, salimos, él viene a cenar todas las noches porque su
mujer le da muy mal de comer". "¡Ah! Bueno". "Y además, como es escritor, estudio literatura con él".
"¿Él soporta esa abstinencia?". "Bueno, yo no lo excito, no soy un objeto sexual para él". "Pero
entonces, ¿por qué Ud. habla de amante?". "Porque yo soy celosa, no soporto que mire a las otras
mujeres". "Ah, bueno". "Ud. sabe, además él no tiene nada; yo le doy cien euros por mes para sus
gastos". "¿Es su gigolo?". "¡Cómo me puede decir eso!". "¿Es su gigolo intelectual?". "Bueno, si Ud.
quiere...". "Y entonces, esa relación, de una manera u otra bastante extraña, ¿le llena la vida?". "¡Ah, no!
Hay otro". "¿Ah, sí? ¿Hay un segundo?". "Sí, este otro es rico, muy rico, es un hombre político
importante. Entonces, para él sí soy su objeto, es muy posesivo, por lo demás está muy celoso del
escritor. Es muy rico pero no me da nada; me hizo hace poco un regalo, no valía nada. Y soy yo la que
quiere". "En el fondo, Ud. tiene de un lado el esclavo y del otro lado el amo". Ella se ríe y agrega: "¡Ah,
sí! Es un amo, me controla bastante, pero felizmente no conoce a mi amante". "¿Al escritor?". "No, al
tercero" (risas).

Le pregunto entonces: "¿Y quién es?". "Un proxeneta" (risas).

"Ud. sabe, es verdaderamente el más amable de todos –continúa ella–; no se imagina lo bueno y
generoso que es; me lleva a todas partes, me hace regalos, me dice que yo los tengo muy merecidos y
que merezco todavía más. Y además es muy hermoso, en la cama me hace disfrutar de los orgasmos más
completos...".
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Bueno, sigue la descripción del proxeneta de oro, etc. y le digo: "Sí, las chicas trabajan para él". "Sí,
pero él se deja hacer trampa; ellas trabajan en un departamento de él, le pagan un alquiler, pero siempre
le digo que no ceda, que no se deje manejar..." (risas).

Le digo entonces: "Aquí ya me está pareciendo que lleva una vida muy ocupada". Y me responde: "Pues
sí, no me queda mucho tiempo que digamos para el cuarto..." (risas).

"¡Ah! ¿Tiene un cuarto?". "Sí, el cuarto tiene quince años menos que yo. Usted sabe, mi marido se fue al
mediodía y a las seis de la tarde encontré a este otro...".

Y sigue la descripción, muy interesante por otra parte. Como ven, no hablo a menudo de mis casos, pero
cuando lo hago...

Le digo entonces: "Bueno, yo la conocí muy ligada a su marido, quizás excesivamente y ahora la
reencuentro con cuatro amantes". Y me responde: "¿Está sorprendido? Todo el mundo vive así en Nueva
York, en Buenos aires, por cierto en París, pero Ud. no lo sabe porque se queda en su escritorio". "Sí –le
digo–, es cierto, sin duda, no lo sé". "¡Ah!" –continua ella– "Sí, no cabe duda, ¡usted es de verdad un
caso!" Bueno, de acuerdo, en el fondo yo lo soy. Y le pregunto: "¿Usted permite así y todo que cuente su
caso una vez?". "¡Sin duda!" –me responde. Le aclaro entonces: "No podría decir su nombre, ¿qué
nombre quiere que le asigne?".

Y su respuesta fue: "Anna O." (risas).

En fin, no creo por mi parte que se trate de algo tan difundido como ella dice, esta cuestión de andar
haciendo juegos malabares con cuatro amantes... Por lo demás, esta paciente me explicó también que
para ella los hombres eran como plantas y que ella tenía la mano verde (risas).

Su casa está cubierta de plantas y para ella los hombres son plantas salvajes con las cuales ella sabía
cómo arreglárselas. Por ejemplo, el joven que no trabajaba, era una suerte de hippie cuando lo encontró.
Él quería ser padre, pero no llegaba a conseguirlo porque su mujer no lo enganchaba lo suficiente. Mi
paciente me dice al respecto: "Pues bien, yo lo formé, pudo acostarse con su mujer, pudo hacerle dos
hijos y ahora es un contratista en la industria de la construcción y gana mucha plata. Ahí tiene lo que
hago con esos hombres, son plantas que hago crecer".

En el fondo, no es sin duda algo nuevo, pero así y todo, constituye –¿cómo decirlo?– un sigo de los
tiempos que corren, donde encontramos, al lado de los serial killer, los serial lover.

No llegué siquiera a la asociación de ideas que les iba a dejar para continuar la semana próxima –y
cuando ustedes aportan una asociación de ideas es evidentemente irrefutable, es algo que les hace pensar
en...–, mi asociación es la siguiente: en los tiempos que corren, me decía yo, el desierto crece.

Esta frase, el desierto crece, es una frase de Nietzsche, comentada por Heidegger en un libro que tuvo
mucha importancia para mí, titulado "¿Qué significa pensar?". Un libro en el que además –de esto me di
cuenta cuando lo retomé esta mañana–, Heidegger incluyó la dedicatoria: "A mi fiel compañera". Ahora
bien, se acaba de publicar recientemente la correspondencia entre Heidegger y su mujer; las Éditions du
Seuil me hicieron llegar un ejemplar que todavía no tuve tiempo de leer, pero el agregado de prensa me
dijo: "¡Usted no sabe! Elfried, la esposa de Heidegger, le fue infiel. El segundo hijo de Heidegger no es
de él". Yo quedé estupefacto y esta misma mañana veo esa dedicatoria, ¡"A mi fiel compañera"!
Entonces, no sé qué significa "pensar", pero en todo caso esto da qué pensar...

De modo que contaba darle continuidad a esta introducción partiendo de esa frase, el desierto crece.
Entiendo que es el desierto de la cuantificación, de la devastación, de eso que Heidegger designa muy
bien como desolación [6] y escribe entonces –les citaré como quiera que sea este pasaje antes de
despedirme hasta la próxima–: "La desolación de la Tierra, que se corresponde con el más alto standing
alcanzado en la vida del hombre y asimismo con la organización de un estado de bienestar uniforme para
todos los hombres".

Pues bien, nos encontramos justamente en la época en que se desarrolla la ciencia del bienestar,
promovida además por un extraordinario Lord inglés, Lord Layard, a propósito de quien ustedes tendrán
la ocasión de leer en mi diario un estudio realizado por Pierre–Gilles Guéguen y otro por Éric Laurent.
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Estamos en la época en la cual, en efecto, la cuantificación se adueña de todos los aspectos de la


existencia y esto hace resonar / razonar en nosotros la obra de este autor tan apreciado por Lacan, T. S.
Elliot, quien apenas despuntado el s. XX, poco después de terminada la Primera Guerra Mundial, había
escrito y publicado ese poema sorprendente –y que sigue siéndolo–, "The Waste Land" ("La Tierra
Yerma"), la tierra asolada, elegido por Lacan para terminar su "Discurso de Roma".

Pues bien, allí estamos, en los tiempos que corren estamos en la tierra asolada y tenemos que vérnosla
con quienes Nietzsche llama "los últimos hombres". Allí se inscribe la campaña Accoyer, la anti–
campaña depresión, que se prolonga en una campaña contra la cuantificación total; es nuestro combate
contra los últimos hombres.

De toda evidencia, se trata de un fenómeno de civilización. ¿Estamos en combate con un fenómeno de


civilización? Como quiera que sea, la época de Freud fue la del diagnóstico, aquél del "malestar en la
cultura", apuntando que algo no marchaba bien. La de Lacan fue la de los impasses en la civilización,
donde todo aquello que en Freud estaba todavía confuso, difuso, se fue afilando y en los tiempos de
Lacan despejó sus líneas decisivas.

Pues bien, lo que se espera de nosotros hoy no es el diagnóstico, no es por allí que pasa la acción
lacaniana. El discurso de la cuantificación, hoy, de manera perfectamente explícita, busca apropiarse las
emociones, la campaña depresión no es otra cosa. Consiste en adueñarse de los secretos, de lo más
profundo del ser de la tristeza y recubrir esta emoción íntima con una base (Cf. química, matemática)
repugnante. Procura también integrar por completo los fenómenos del registro subjetivo en los
formularios de investigación. Así es como la cuantificación avanza hoy hacia el Campo Freudiano.

Es teniendo como fondo este panorama de nuestra civilización que tracé rápidamente, que se producen
los acontecimientos a los cuales vamos a asistir o en los que vamos a participar en las próximas
semanas.

El profesor Huntington hizo que hablásemos mucho de las civilizaciones; dije por mi parte que los
choques de civilizaciones son choques de maneras de gozar, pero hay también una guerra civil en la
civilización occidental. Una guerra civil entre maneras de gozar.

Pues bien, esta es la guerra civil que con total civilidad, nosotros llevamos adelante y no lo hacemos por
razones accidentales, circunstanciales, azarosas, sino por razones que tienen como fundamento la
estructura y la historia del discurso analítico; es en función de ellas que partimos en campaña.

Hasta la semana próxima.

Fin de la Primera Sesión del Curso JAM 2007-2008 - 14.11.07

Notas
1-Tener en cuenta que en esta expresión coloquial francesa, el verbo "couler" introduce una idea de
discurrir, de transcurso, de tiempo que se deja pasar en calma, lentamente. (N. de la T.).
2-"Sentiments", en plural, se emplea por lo común en la lengua escrita, como parte de las fórmulas
acuñadas para expresar respeto y reconocimiento en el cierre de la correspondencia, por ej.: "Veuillez
agréer, (Madame) (Monsieur) l´expression de mes sentiments distingués". (N. de la T.).
3-A partir de aquí, el texto pone de relieve una especificidad de la lengua francesa, donde la palabra
"tiempo" se escribe siempre en plural, temps; ése es, además, el empleo más habitual del término. La
diferencia entre el plural y el singular queda marcada por el artículo que antecede, "le" o "les". En los
casos en que esta particularidad se presta a confusión en el desarrollo que sigue, optamos por dejar el
término en francés y aportar, cuando lo consideramos necesario, la expresión que le corresponde en
castellano. (N. de la T.).
4-No encontramos el equivalente de este término en castellano. (Orig.: pág. 10, 2da. col., último párr.)
(N. de la T.).
5-Entendemos que en este pasaje JAM hace jugar, valiéndose de un equívoco en la ortografía, el
término francés addition (suma, agregado) y el inglés addict, addition, que en su significado incluye,
además de ser aficionado a..., la narcodependencia. (N. de la T.).
6-El término francés desolación reenvía, por un lado, a ruina, destrucción, devastación, daños causados
por el hombre con violencia y rapidez, que afectan una gran extensión; por otro, a aflicción extrema.
(N. de la T.).
14

Curso del 21 noviembre de 2007 - JAM


En lugar de hacer curso, me decía que debería hacerme una entrevista. No me gustaba hasta ahora
utilizar en francés esa palabra, esa palabra inglesa de interview. Ahora lo he hecho, es: inter-vit-ooh!
(risas) ¡Hay algo de [vite] rápido! Una entrevista, introduce en el discurso lo que falta en el curso, a
saber un elemento del azar, aleatorio, bajo la forma de una persona que le plantea preguntas que usted
autoriza y que, lo fuerza a hablar. Evidentemente, vuestra presencia masiva, colectiva, juega ese papel,
pero, para mí, ustedes forman una mirada impersonal, silenciosa, y hosca. Mientras que, una gentil
entrevistadora, es ya algo completamente diferente.

El discurso del profesor. A alguien, una joven y brillante filósofa, que me hacía amonestaciones porque
creía que yo le pedía interesarse en obras de una erudición minuciosa, le he dicho: "Yo, adoro la
erudición minuciosa". Ella me replicaba: "Una erudición minuciosa cortada del mundo". Pero es
justamente lo que adoro. Me consagro a los demonios de la actualidad, y luego lo que me relaja, lo que
relaja mi órgano pensante, mis neuronas, mi cerebro, son las obras de erudición minuciosa, donde no
tengo nada que hacer, precisamente porque ellas están cortadas del mundo. Y por otra parte, no tan
completamente cortadas del mundo. Compré la semana pasada, una obra que se llama El poder de los
medios [de comunicación] en el imperio romano (risas). Los significantes de hoy son, para los
historiadores, retro-proyectados: estoy seguro de que es necesario que lea esa obra para guiarme en mis
asuntos de hoy. Pero, de todos modos, añadía ella, que era mi auditora –de otra parte, tal vez ella esté
aquí, no puedo saberlo- y me decía: "no es eso lo que he aprendido escuchándolo". No parezco, pero
también soy minucioso.

Incluso si hago esfuerzos, aquí tengo un discurso de profesor (¡Pfff! JAM resopla), y el profesor es
siempre, si puedo decirlo, [pro fessée] pro nalgada. Él da la nalgada, reduce el otro al silencio. Ese modo
de enunciación tiene sus leyes. Entonces, claro está, corrientemente ofrecemos una pequeña válvula de
seguridad [soupape]: una vez que se ha hecho de Papa durante una hora y media, se abre una escotilla
para que los sub-papas [sous-papes] (risas) puedan un poco abrirla. Para relajarse. No me gusta eso, no
alcanzo a pasar del discurso pro nalgada a un discurso acariciador, si puedo decirlo así.

Mientras que, en la entre-vista, hay una intersubjetividad que me encanta. Me he dado cuenta de que yo
soy entrevistado [interviewé] (risas). Eso no me ha pasado durante treinta años, ahora eso llega. Y
evidentemente tengo la tendencia a moldearme a partir el otro, a partir del entrevistador. Pero es la
misma cosa cuando yo hago entrevistas, es lo que hago ahora. Por ejemplo, he entrevistado esta artista
que se llama Orlan, cuya cara tricéfala adorna un afiche que he visto a la entrada de este curso. La he
entrevistado durante tres horas, el domingo en la noche en mi casa. Es una persona absolutamente
encantadora y extremadamente dinámica, que se ha modificado ella misma por diversos implantes. Eso
me inspiraba. Yo no podía hacerme implantar (risas), pero, como la he visto maquillarse para la foto, le
he pedido, tal vez para estar más cómodo en la entrevista, que me dibujara un punto sobre la frente
(risas). De este modo pensé que nos comunicaríamos mejor, con una empatía mayor. Bien. Es lo
contrario del psicoanálisis, claro está –a pesar de que mi excelente colega Widlöcher, el querido
Widlöcher, piensa que el psicoanálisis funciona con empatía. En lacaniano ortodoxo, no lo creo, pero en
la entrevista, sí. En mi consultorio analizo, en mi salón empatizo (risas).

Era tanto más simpático –comienzo por allí, porque esto me hacía pensar, justamente –que era para un
periódico, que se llama Charlie Hebdo, que me había delegado una free-lance como se dice, una
amazona. Oh, puedo decir su nombre porque verdaderamente va a aparecer en el periódico, es una rubia
de ojos azules que se llama Helene Fresnel, y resultó ser la bisnieta de Augustín Fresnel, el físico- es por
lo menos un reencuentro. Y bien, que se llama Fresnel, ella no me frenó para nada, al contrario, me
invitó a soltar los frenos. Entonces la recibí durante dos horas y media; ella me ha prometido que me
daría una copia de la grabación. Me dije entonces que podría, en lugar de mi curso, poner en marcha un
aparato, escucharíamos eso juntos. Porque lo que ustedes encontrarán sin duda en el periódico –que no
estaba en el kiosco esta mañana, he bajado a comprarlo- no será más que una pequeña píldora de esa
entrevista.

Eso no funcionaría si me hiciera entrevistar por, no se, un estudiante del Departamento de psicoanálisis,
que intentaría ser muy serio. Mientras que ella, no intentaba ser seria. Por ejemplo, suelto en un
momento: "la realidad es una buena chica". Ella me dice "¿qué es una buena chica?" (risas) Entonces he
debido reflexionar –en fin, ¡reflexionar!-, he debido responder lo que es una buena chica. Justamente, las
buenas chicas regularmente no hacen pensar (risas), son las malas que hacen pensar. Entonces, he
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debido, en la marcha, responder que una buena chica, es una chica que se deja hacer –pero que se deja
hacer sólo lo que le place. ¿Eso me parece muy bien, ha? Como definición de la buena chica.

Entonces, esta entrevista me ha hecho aún pensar de otro lado, que Helene Fresnel me ha gentilmente
transmitido la presentación que ella quería hacer de mí en el periódico, presentación que me ha dejado
pensativo (risas). Les leo la frase: Filósofo, psicoanalista, normalista, viejo alumno de Althusser,
Jacques-Alain Miller es, a los 63 años (risas) –tengo que leerlo para poderlo creer- (risas), el guardián
del templo de los Escritos de Jacques Lacan (risas) con cuya hija, Judith, se ha casado.

Le he dicho: ¿Podríamos cambiar un poco esto? (carcajadas) Me casé con la hija, Judith, es indiscutible,
pero ¿soy el guardián del templo? Encuentro que eso no refleja lo que soy. Ella me dice: ¡Ah si! pero de
todos modos (risas). ¿Qué quiere usted que yo haga? Le he dicho: "¿Usted insiste en decir que tengo 63
años?" (risas) Y bien, ella insistía.

Le he dicho: "Usted dice viejo alumno de Althusser, no lo reniego, pero, si usted quiere mi opinión al
respecto, me considero hoy ante todo como alumno de Cangilhem, para quien he hecho mi memoria de
Filo[sofía]. He seguido su seminario en el Instituto de historia de las ciencias en la rue du Four. Y
después, me considero, en segunda línea, alumno de Foucault, con quien hice exploraciones en las
bibliotecas. Y en seguida, en tercera línea, frecuenté mucho a Derrida desde que lo descubrí en una
pequeña sala en la Sorbona en 1962. Y, en cuarta línea, de acuerdo, Althusser". Ella tiene su idea, Helene
Fresnel, no se de donde la ha sacado, que yo soy ante todo viejo alumno de Althusser. "Filósofo antes
que Psicoanalista, le he dicho, ¿cree usted que es justo?" Y bien, es la idea que ella tiene. Creo que ella
jamás me haya escuchado aquí, ni leído, pero tiene esa idea y entonces soy filósofo, coma, psicoanalista.

Entonces me dije: Y bien, si, voy a hacer filosofía. Es cierto que mis referencias más familiares son
filosóficas, y que he leído más filosofía que psicoanálisis. Lacan, de otra parte, tenía el psicoanálisis
como esparcido por una literatura...(Amid aporta un ejemplar de Charlie Hebdo que JAM ha hojeado
inmediatamente). ¡Ah!, gracias. Ha aparecido hoy. ¡Ah, si! Y bien, es muy gentil "Consideraciones
recogidas por Helene Fresnel". ¡Oh! Han hecho ilustrar esto por un dibujante que me gusta mucho. Se ve
alguien en una oficina que dice "Aló, ¿la policía? ¡Tengo un colega que pretende no ser depresivo!"
(carcajadas) ¡Ah! al menos ya está pasando a la opinión pública. Hay otro dibujo donde se ve a alguien
verdoso tendido en un diván, y el psicoanalista le dice: "¿Y cuando comenzaron sus problemas?" El otro
responde: "Cuando he leído la campaña publicitaria para la depresión" (risas de JAM y del público).
Aquí está: "filósofo, psicoanalista, es el responsable –¡Ah!, ella ha quitado Guardián del templo (risas)-,
él es responsable de la publicación de los Seminarios de Lacan" ¡Ah! esta bien, eso, bueno, y bien voy a
leerlo, Gracias Amid, ¿dónde lo encontró? ¡Es Agnes Aflalo! claro está. Gracias Agnes, gracias Amid.

Entonces, me aprestaba, este año, a hacer filosofía, al menos para comenzar, Lacan tenía la literatura
psicoanalítica por una literatura delirante. He leído los clásicos del psicoanálisis, e incluso en una época,
cuando me aplicaba, al principio de los años 70, he hecho algunos seminarios donde, en efecto trabajaba
los grandes artículos –que de otro lado, no han sido jamás reunidos, al menos en francés, es aún una cosa
que podría hacer-, los grandes artículos clásicos y sólidos de la tradición psicoanalítica. He publicado, y
hecho traducir un cierto número en Ornicar? Pero, en fin, en cantidad, si se trata de cuantificar, he leído
mucho menos psicoanálisis que filosofía e historia de las ciencias.

Esto quiere decir, que no creo que se pueda ser lacaniano y filósofo. Lacan pensaba y ha escrito que hay
un error en la base de la filosofía, sin tal vez explicitarlo completamente. Podremos, este año, intentar
enunciar, lo más precisamente posible, cuál es ese error. No se puede ser, en mi opinión, lacaniano y
filósofo- filósofos, algunos lo son profesionalmente, pero, cuando son lacanianos, eso tiene la tendencia
a hacerlos inclinar de otro lado. Creo que es una contradicción en los términos, volveremos sobre esto.

Esto no impide que la palabra que he recordado la última vez, el enunciado de Nietzsche, El desierto
crece- en el sentido del crecimiento, no en el sentido de la creencia [croît]-, esta palabra, que he
subrayado recientemente porque es especialmente fijada por Heidegger en su libro, en su curso, ¿Qué
significa pensar?, este enunciado, me doy cuenta de que me ha acompañado desde que lo he leído. Si la
frase de Sollers, Todo es para lo mejor en el peor de los mundos posibles, me ha gustado tanto, es
porque es un eco, una versión de esta frase, una versión irónicamente leibniziana. Entonces, ¿cuando he
leído esta frase? El curso de Heidegger fechado en los comienzos de los años 50, fue publicado en
francés, lo he verificado, en 1959, pienso que lo he leído en los años 1962-1963, donde en efecto me
volví normalista [se refiere a la Escuela Normal Superior]. No tenía más entretenimiento que estudiar
para mi preparatorio [dicho en argot], a pesar de que, los seis primeros meses, había continuado
distrayéndome, es en los tres primeros meses antes del concurso que en efecto se comienza a sentir una
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cierta presión que no es favorable para el pensamiento independiente. Entonces eso remonta a muy lejos.
No hago el cálculo porque se vería que tengo 63 años (risas). Pero, en fin, los tengo, se me dice que los
tengo, y los tengo en mi calendario. No los tengo en mi cabeza –no voy a dejarme sugestionar por las
cifras, estoy contra el fanatismo de las cifras (risas). Es, además, una cosa que he enunciado delante del
Doctor Lacan, en la mesa, en familia –me he casado con su hija, como se sabe- y he dicho: "yo, en mi
cabeza, siempre tengo 17 años". Y entonces cada uno ha dicho la edad que tenía en la cabeza. Incluso el
Doctor Lacan. ¿Quieren saber que edad ha dicho que tenía en su cabeza? Si. Ha dicho "Yo tengo
siempre 5 años" (risas). ¡Y era verdad! Es precisamente antes del Edipo, o, en todo caso, antes de la
declinación del Edipo en que se instala el llamado superyó prohibitivo. El Doctor Lacan, cuando quería
algo, lo quería ¡inmediatamente! Y vociferaba para tenerlo.

Me es ahora más fácil que antes contar anécdotas sobre el Doctor Lacan. Me he preguntado por qué, y
me digo que es tal vez porque 63 años es la edad exacta que tenía el Doctor Lacan cuando lo encontré.
Lo encontré el 15 de enero de 1964, cuando lo vi subir a la tribuna en la sala Dussane en la Escuela
Normal para pronunciar esa lección que más tarde titulé "la Excomunicación". Él tenía 63 palos [dicho
en argot gitano]. Por eso me conmueve ver la cifra 63, porque me he dicho: "Y bien, tengo la misma
edad que él, en la época en que yo tenía 20 años, me parecía venerable". Bueno, no he terminado de
meditar sobre ese colapso temporal. Ella me entrevistó el sábado en la mañana, me envió su
presentación el sábado en la noche, entonces no me hice a mis 63 años sino después de ese momento
(risas), Eso va a continuar. Debo hacer aún un esfuerzo para demostrar que tengo siempre 17 años.

Entonces, me he dado cuenta de que después de 1962 tenía peso para mí ese poema en reducción que se
enuncia El desierto crece. Es un poema, pero es también un diagnóstico de una época: vamos a ver la
desertificación, la devastación, el estrago. Es, si se quiere elevar a la potencia, una protesta romántica.
Es eso que nos permite hoy, si puedo emplear un lenguaje marxista, o sindicalista, la unidad de acción
con los humanistas: el hombre contra la cifra. De nuestra parte, es oportunista, porque, en lo
concerniente al hombre, si no somos limpiados de humanismo después de pasar por Lacan (risas), nada
lo hará. Pero hay ambigüedades útiles, y, allí hay una ambigüedad evidentemente útil. No podemos
comprender y admitir el sentido profundo de la protesta humanista –en ciertos límites que serán por otra
parte a precisar.

Entonces, no es solamente El desierto crece que me ha marcado, como se dice, es esa obra de Heidegger
y la noción, el sentimiento, la construcción, que da sobre la cuestión del pensamiento.

Ustedes tienen razón, para mí el pensamiento tiene un peso especial, como lo tiene para el sujeto
obsesivo, que ha tenido la experiencia de la consistencia, de la inercia, del retorno de los pensamientos.
Para un tal sujeto, un pensamiento, no es una estrella fugaz, no es plástico [light], eso se presenta con
una densidad especial. Y es con ese material, el sujeto obsesivo, que tenemos a la vez lo que se llama
pensadores, lógicos, y también burócratas. Es una cierta raza de personas. Cuando no hay nada para
combatir eso, no es muy intersubjetivo, un obsesivo. La histeria, sí. Cuando él se deja ir por su
tendencia, el obsesivo, es más bien intrasubjetivo. Pero en fin, Freud precisa, concerniendo la neurosis,
como ustedes saben, que es de todos modos la histeria la que es el núcleo del asunto, y he tenido la
suerte de disponer de un cierto quantum de histeria, si puedo decirlo, que me he aplicado a aumentar con
el paso del tiempo, lo que hace que puedo conversar con jóvenes periodistas free-lance (risas) de igual a
igual –finalmente, espero. Estoy verdaderamente contento de que hayan quitado lo de guardián del
templo, eso me alivia.

¿Qué llamamos pensar? es una cuestión filosófica, pero que tiene un eco clínico –me dirijo aquí a todos
los obsesivos que me escuchan (risas).

Con ese propósito, porque hago filosofía, y entonces me he autorizado a hacer más que nunca de
profesor, hay algo que es preciso leer si se hacen estudios de filosofía –algunos aquí lo sé, se dedican a
eso-, algo muy simple, muy construido, con lo cual se pueden hacer disertaciones hasta la agregación,
¿ah?

Cuando era candidato a la agregación, creía haber estudiado minuciosamente el perfil del jurado, para
convencerlo. No les estudié suficientemente, les di demasiada confianza. En lo que se llama, la gran
lección en la que hay que disertar durante una hora sobre un tema que se ha preparado en 7, lo cual es
muy extenso, saqué al azar el tema de la jerarquía, y por dármelas de astuto, despaché en un cuarto de
hora los tópicos sobre la jerarquía en Platón o Augusto Comte, y bla,bla,bla, para dedicar media hora a la
jerarquía de los tipos en Bertrand Russel. Estaba muy orgulloso de mí, como Artaban. Derrida, quien
tenía los ecos del jurado –siendo un gran filósofo, al mismo tiempo era un tutor muy atento de sus
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normalistas-, me hizo una llamada telefónica. Le he dicho: entonces, ¿los engañé? y él me respondió ¡
verdaderamente, no! (risas) no sabían de qué se trataba (risas). Hoy creo que deben estar en la cola, pero
en fin, en la época la lógica matemática, incluso un tópico como la teoría de los tipos, eso aparentemente
pasaba sobre las cabezas del jurado, fue sin duda necesaria toda la voluntad de Cangilhem, que me
apreciaba, para que obtuviera la agregación con honores. Pero en fin, sólo obtuve 14 en mi gran lección,
y no 18- era algo amargo, aún lo recuerdo.

Entonces, no puedo decirles, que lo que les aconseje convenga a vuestro jurado –estudie su perfil-, pero
es un fragmento extremadamente sólido, y muy lacaniano. Es –lo cito de memoria porque está perdido
en mi biblioteca- un capítulo de la tesis de Deleuze, Diferencia y repetición, aparecido en PUF [Prensa
Universitaria de Francia] si recuerdo bien. Debe haber cuatro o cinco capítulos en el libro, y hay uno
que se llama "La imagen del pensamiento", que hace referencia, entre otras cosas, a ¿qué significa
pensar? Deleuze no quería a Heidegger, hace una sátira para morirse de la risa de la que les hablaré
después, pero allí, no se había aún soltado contra él, y hace un comentario verdaderamente pertinente de
ese libro. Recomiendo el pasaje a todos los aspirantes a filósofos.

Si mi recuerdo está bien, opone dos imágenes del pensamiento –Procede por una antítesis de profesor,
pero muy eficaz.

De un lado, la imagen número 1, la imagen contemplativa del pensamiento –lo llama así y verificaremos
como es en el texto-, una imagen serena, una imagen que es del orden del reconocimiento. Se reconoce
lo que hay. ¡Ah, miren a Sócrates, ¡Buenos días Sócrates! (JAM mima darse la mano con Sócrates,
risas): Se ha reconocido a Sócrates. Sócrates está aquí en el mundo, ustedes tienen la imagen mental, y
en todo caso pueden decir: Es Sócrates. Sócrates responde: That´s me –en fin, en griego. Eso, es el
pensamiento tranquilo, es el pensamiento en tanto que doble de la realidad, en tanto que esposo de la
realidad, y donde es su ideal de –para decirlo en inglés –tofit. De casarse con la forma del mundo. Es
hecho a la medida.

Es también el pensamiento en tanto que hecho de encadenamientos. No de desencadenamientos, sino de


encadenamientos. Usted tiene un pensamiento, y luego, lógicamente, usted pasa al pensamiento
siguiente, cuando usted está en ese pensamiento siguiente usted pasa al contiguo. Y eso se encadena, no
hay dispersión, no hay contradicción, usted deduce en su pensamiento. Hay allí entonces una misma
imagen del pensamiento, que sea un doble, o que sea un encadenamiento deductivo.

También puede ser articulador: aquí se tiene un pensamiento, allá se tiene otro, usted busca el
pensamiento que los une, y que permite articularlos. Esto pasará entonces muy bien entre A y B: "B,
¿está usted de acuerdo para estar con A? –Sí, señor C." Y he aquí [el pensamiento articulatorio].

También se tiene el orden dialéctico. En clase de preparatoria tenía un profesor que era alumno querido
de Alain, aquel que ha hecho la edición de sus Consideraciones en la Pleidae, Maurice Savin, que no
sabía absolutamente nada de filosofía. Pero que sabía de Alain. Era un tipo para morirse de la risa. El día
en que intentó explicar Hegel, se puso en el fondo del salón de clase, y dijo "Yo soy la tesis", corrió
hasta su escritorio (JAM camina con un paso decidido desde el tablero hasta el pupitre, risas). Luego, ha
hecho de antítesis (JAM se contorsiona jugando con los codos, risas). Y después, hizo de síntesis. De
este modo (JAM abre los brazos como un paracaídas, risas). Eso me ha quedado, bien (risas). Eso
también, está en la imagen número uno del pensamiento, si ustedes quieren.

Y entonces, hay lo que Deleuze opone a lo que ha agrupado en este paréntesis, que esbozo, porque no
pensé antes con tiempo suficiente para ir al texto- es de memoria, y por tanto, estos ejemplos no están en
Deleuze, es la noción de lo que es. De otro lado, hay otra cosa, que es del orden del forzamiento, es
decir: están las cosas que fuerzan a pensar.

Deleuze las encontró, por ejemplo, en el Parménides. En un momento, hay paradoja, y ustedes no saben
cómo salir, no saben qué pensar, y esto, los fuerza a pensar. Precisamente porque usted fracasa. Allí, no
se trata más de imágenes de orden, de conciliación, y de recognición. Deleuze no dice reconocimiento,
él dice recognición para el "Buen día Sócrates", se reconoce la cosa. Mientras que, del otro lado, se
presenta justamente algo que no se parece a nada, que no se puede reconocer, y que en consecuencia
juega el papel de causa (JAM aplaude una vez), en el sentido de Lacan, de causa del pensamiento.

Es por esta razón que considero que la construcción de Deleuze –y no solamente está en su tesis- es la
prolongación de Lacan. Cuando se haga la historia de las ideas de ese período, se va a percibir que hay
más, no guardianes del templo –no hay sino uno solo, o, ahora, ya no hay ninguno (risas)-, sino que hay
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más de un heredero del pensamiento de Lacan. Por ejemplo, en el libro de Roland Barthes –¡Ah si!
también fui alumno de Roland Barthes, que contó mucho para mí-, su libro sobre la fotografía, la
oposición entre el studium y el punctum proviene directamente de la oposición homeóstasis y repetición,
el ojo y la mirada, en una proyección de Lacan en una taxonomía de las teorías filosóficas del
pensamiento.

Entonces, en número 2, Deleuze captura lo que funciona como causa pequeña a del pensamiento, y que
está siempre ligada a un fracaso, un desgarramiento de la imagen contemplativa, serena, del
pensamiento.

Heidegger, quien también ha contado mucho para mí- me ha incluso atado mucho- por lo que dice de la
edición. Él no habla únicamente del Ser, habla de la edición y de la prensa. Hay una observación suya
que me ha llamado mucho la atención en esa época, que está en los Holzwege, los [Caminos del bosque
o Sendas perdidas], Caminos que no llevan a ninguna parte, como se ha traducido al francés. Eso, es el
lado campesino souabo que es tan gracioso en Heidegger, jamás lo hubiera creído, y Deleuze se burla de
esto de manera muy jocosa, pero en fin, es el ambiente del mundo de Heidegger. Heidegger no está en
los aeropuertos internacionales, eso no es el jet-set, es el camino en la selva Suaba (JAM se pasea con
paso lento y pesado, risas), el caminante que talla su camino, y después en un momento dado se detiene,
entra en su casa, donde encuentra a Bobonne [juego de palabras entre su tonta mujer y su sirvienta] "mi
fiel compañera", como se dice, no demasiado fiel, ¡según las últimas noticias! Salvo que ella no se fue
como Cecilia [Sarkosi] (risas), pero bueno. No es el camino que lleva a algún lado, la autopista, por la
que "queremos ir a algún lado", al contrario, el camino que cuenta verdaderamente, es aquel que no lleva
a un lugar, sino aquel donde uno se abre su camino por sí-mismo con su hacha- no es la vía romana, [la
calle real], no está adoquinada, enlosada, pavimentada, etc., no- donde uno siente, al final del día, el
peso de la fatiga, y entra at home. Pero no para mirar una emisión imbécil en la televisión o escuchar los
chistes de Gerard Miller (risas). Entonces, ¿qué se hace de noche, en esta concepción? El campesino
suabo, supongo que come un poco- pero de eso, no se escucha hablar a Heidegger. Él mira ponerse el
sol. Y se dice -¿qué se dice? ¿Es que puede incluso decirse: "el sol saldrá mañana"? ¡pfft!- el dice: "Eso
es". He aquí a Heidegger en toda su atmósfera.

Esto dice, Heidegger ha dado en los Holzwege desarrollos sensacionales sobre Descartes, en tanto que el
cogito ergo sum prescribirá los datos fundamentales de nuestro desierto. Porque es Descartes quien ha
formulado que se tratará de volverse amo y poseedor de la naturaleza. Se ve el resultado. Es un
programa, el de la dominación de la naturaleza por lo simbólico, que evidentemente es un programa de
recorte calculado, de destrucción. Y cuyos sub-productos son los problemas del entorno, entonces los
Verdes, etc., entonces el pensamiento mayor es organizar los embotellamientos en las calles de París
para asquear a las personas de tomar sus autos, es decir, que utilizan los métodos comportamentales. Los
Verdes son comportamentales. Es lo que he dicho en el Charlie Hebdo, pero no lo conservaron, creo
(risas). Bueno, ¿dónde estaba?

En el capítulo de los Holzwege que muestra cómo el desierto contemporáneo ya está prescrito por el
cógito cartesiano, hay una pequeña anotación de pasada, que me ha impresionado enormemente en la
época en que editaba los Cahiers por l’analyse. Decía en resumen: En el fondo, hoy, no hay más autor.
Él dice eso muy temprano. Lo dice en los años 50, ve lo que se produce, hubiera podido decir lo mismo
antes de la guerra. Tuvo una pequeña ausencia durante la guerra, de acuerdo, no vio lo que se producía
delante de sus narices, gran falta, error grosero, bueno, pero eso no le resta nada de pertinencia a su
diagnóstico, de otro lado, me excuso. Se nos recomienda todos los días de no leer a Heidegger, nos lo
recomiendan por las peores razones, claro está, porque es una crítica muy exacerbada del mundo de la
cuantificación, que criticamos nosotros mismos. Y entonces, en un pequeño pasaje dice: No hay más
autor, ahora el amo del proceso de la escritura es el editor. Él gobierna. Gobierna los textos, gobierna los
libros (JAM aplaude), nos hacen colecciones, se les completa, entonces estamos ya en un mundo sin
verdadero autor. Eso me ha parecido profundamente pertinente, y eso ha frenado en seco en mí, lo que
sentía como talento por el oficio de editor. Siempre tuve más ideas de las que lograba realizar, hubiera
podido encargar muchas obras a otros y estimularlos a realizarlas, pero esa frase de Heidegger fue para
mí como una barrera moral. Me doy cuenta en el momento en el cual, de cierta manera, la he
franqueado, porque voy a trasformarme, al menos durante un tiempo, en director de una colección, en
director de un periódico, y donde voy a ser llevado, ya lo estoy, a encargar textos. Lo hago porque es
preciso hacerlo en las actuales circunstancias. Se bien, de qué participo haciendo esto. Participo del
desierto. Pero, en fin, trato de remover algo.

Sobre el periodismo, en ¿qué significa pensar? Heidegger critica las comparaciones hechas en la vida de
las civilizaciones –no Spengler, que es de 1917, sino más bien (...) – y lo dice: La imagen matriz de
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donde, procede sin decirlo, el estilo predigerido que es hoy, el de toca-todo-histórico-universal, es la


revista ilustrada- Soy yo quien hace el Nouvel Âne (risas)- que es justamente una revista ilustrada, y
toca-todo-histórico-universal, es exactamente mi proyecto.

¿Cómo he llegado allí? (risas) ¿Cómo he llegado a darle al lacanismo una salida en una revista ilustrada?
Me he planteado la cuestión seriamente. Cuando actúo no me hago ninguna pregunta, estoy en lo que
hago. Cuando preparo el curso o estoy desbordado, me planteo preguntas: ¿qué hago? ¿Por qué hago
esto? ¿Por qué es que mi acción dice que es bien hacerlo? Llevo, en efecto, bastante mundo conmigo
(risas).

¿Por qué? Tengo la respuesta. Heidegger no es mi único maestro. Está Hegel también. Tal como Lacan
lo tenía por maestro. Quiero, siempre he querido que la enseñanza, es decir, el pensamiento de Lacan,
pese, pese en lo que Hegel llamaba con una palabra que es también freudiana: la Wirklichkeit- la realidad
efectiva.

Hay pensamientos que pasan a la Wirklichkeit. Hay otros que la han acariciado, sin hacerle nada. Hay
pensamientos que han guardado para sí- que han guardado para sí y para su analista cuando se está en
análisis y que se es honesto, lo que no siempre es el caso. He sabido cosas en algunas ocasiones que
tales analizantes se lo habían guardado bien, ¡durante tres años!, porque a pedido de sus amigos, de
decirme algo, que podría sin duda hacerme sufrir (risas); se ocultaba un pequeño secreto de grupo que
era mejor dejar de lado. Es un embrollo en un análisis. Es ciertamente mi error que él haya podido
pensar que la pasión institucional era tanta en mí que, si disponía de esa información confidencial,
hubiera actuado en el mundo para aplastar sus proyectos fantasmagóricos. Pero, en fin, bueno. Entonces,
normalmente, hay pensamientos que se han guardado para sí y que se comparten con su analista –¡se
debe compartir todo con su analista! (risas), Se comparte con él una parte de su fortuna (risas), se
comparte con él una parte de su vida, y, en el orden del pensamiento, se debe compartir todo. Incluso
cuando él no está allí, se comparte. Es un espectro, el analista, presente en los pensamientos del
analizante, piénselo o no.

Es por lo cual, cuando se es analista, se siente como una intrusión esa gran voz que se hace escuchar en
Francia y que dice: Usted está triste, usted está achacoso, es una enfermedad. Se ve bien que ella está en
una competencia con el analista. Todos los medios del Estado-que el Estado esté o no al corriente- han
estado puestos al servicio de una voz que se insinúa en las profundidades, en el subsuelo del
pensamiento, para decir: Interpreta eso como una enfermedad. Entonces, evidentemente, el analista se
encuentra pequeño al lado de esa enorme voz (risas), no hay razón para soportar eso, él se haya
dispuesto a quebrarlo todo (risas). Es de legítima defensa (JAM golpea con un puño la mesa). Es una
legítima defensa de la esfera privada, una legítima defensa psicoanalítica, una legítima defensa
ciudadana.

Cuando he debido ir a Milán recientemente para conversar con algunos colegas, he almorzado con
alguien en un restaurante de la Galería Víctor Emmanuel –cerca del Domo, todos los que han pasado por
Milán lo conocen-, hablaba en francés con una persona italiana que estaba conmigo, y una dama en la
mesa de al lado, reparándonos como extranjeros, se nos dirigió en inglés (risas), una americana que se
rebanaba los sesos para saber cuánto se debía dejar de propina. La conversación se inicia –no invento
nada, ¡ah!- resulta que ella es una abogada de Washington, le he dicho: "¡Ah, eso, los abogados, los hay
por toneladas allá...", poco a poco fuimos tejiendo la conversación y le he dicho que yo era analista, y
que allí estaba muy ocupado por la campaña depresión que comenzaba entre nosotros, pero que claro
está, en Estados Unidos era conocida desde 1991. Y esta dama me ha dicho: "¡No me hable de eso! Es
un verdadero atentado a la privacy". Es lo que nos aferramos a defender cuando hablo de quebrarlo todo.

Hay que creerlo: tenemos una buena oportunidad de ganar. Evidentemente, nuestra voz es más débil.
Pero tomamos el ejemplo del éxito público considerable que ha obtenido una posición más débil que la
nuestra, la del cognitivismo.

Las personas se imaginan que el Nouvel Âne iguala la Campaña depresión. Recibo artículos de personas
que fueron un poco lentas al principio y que me envían textos sobre la depresión. No vamos a
estacionarnos indefinidamente en la depresión, es deprimente (risas). Vamos a continuar sobre la
depresión en la investigación científica, vamos a hacer un gran coloquio que se llama: "Depre,
Depresión", al final de Enero –podré confirmarles la fecha y decirles el lugar-, vamos a publicar las
Actas del coloquio, con los textos complementarios –entonces, es muy legítimo escribirlo-, en la
colección del Campo freudiano en las ediciones Seuil. Pero, en nuestro órgano de combate que es ese
Nouvel Âne, no podemos hacerlo más.
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El cognitivismo, eso ocupa un lugar increíble. Se ha vuelto una Vulgata para los poderes públicos, e
incluso para el común de las personas. Nosotros tomamos posición frente al excesivo recurso a la
farmacia: y bien, sus primeros aliados son cognitivos. Cogne-tivistas [golpea-tivos]: han tenido el arte de
golpear (risas).

Porque para mí, la psicología, ya que evoqué 1962, la he conocido, en la Sorbona, al inicio de los años
60. En la época, la Sorbona era la Universidad de París, no estaba multiplicada y diversificada como
hoy, ¡Ah! (JAM da un golpe en la mesa). En la verdadera Sorbona, la psicología era una disciplina
despreciada, que se pegaba a los muros. Era un divertimento reciente de la filosofía. Habían obtenido la
autonomía como psicología, y los filósofos que se dirigían hacia ella eran considerados como
degenerados, claudicantes, se consideraba que ellos se vendían, se degradaban.

Tal vez ustedes recuerden el artículo histórico de Georges Cangilhem sobre la psicología, que de otra
parte, inmediatamente hice los Cahiers pour l’analyse, lo he publicado de primero. Eran, por lo tanto,
sus viejos alumnos los que ocupaban los nuevos laboratorios de psicología, y Canguilhem iba con la
ametralladora, la que había llevado durante la Resistencia. Es un artículo que Lacan ha leído en los
Cahiers pour l’analyse, y que le ha inspirado un comentario elogioso, donde evoca el desliz sensacional
de la psicología, del Panteón a la prefectura de Policía –está en los Escritos, el último texto, "la ciencia y
la verdad".

Esa psicología despreciada, me ha interesado. No veía por qué debía obedecer a una jerarquía. Hice
psicología social- sobre todo la psicología social-, me divertía mucho, por ejemplo, Moreno. Entonces,
yo no compartía ese desprecio. Pero, en fin, era su estatuto, digo algo objetivo.

Y henos aquí, ¡reestablecimiento sensacional! Esa psicología entonces miserable, odiada, impresentable,
no recibida en los salones de la filosofía: No, usted no,¡ fuera! (JAM hace un gesto de desprendimiento,
risas) ustedes saben, como en los restaurantes chic´s. Se ve eso en las películas americanas con Charles
Chaplin que es sacado por el portero furioso, etc. Era así, la psicología. La psicología, entonces, se iba,
así (JAM parte cabizbajo), y luego vuelve así (JAM vuelve con la cabeza en alto, risas), la última moda,
dirá Mallarmé, tendencia: "Somos ahora una disciplina científica, y no solamente, una disciplina dura,
una ciencia dura, Señoras y Señores. Antes éramos una disciplina blanda, ahora somos una ciencia dura
(JAM se aconcha e infla el torso alternadamente, risas). ¿Y con quién tratamos nosotros? Con los neuro-
cientistas, los quimistas, los biologisistas, los fisicalistas. No invento nada. No se si voy a tener el
tiempo de detallarles esto, pero no invento nada. Mi psicología, es como la Cenicienta, estaba allí para
hacer la limpieza (risas), encontró un Príncipe Encantado (risas), que no he aún identificado
absolutamente, se volvió la Princesa, y ahora no se oye sino hablar de ella. Y esta buscona, dotada de un
increíble coraje, de un aplomo infernal, hay que reconocerlo, tiene seducidos a los poderes públicos.

Adoro esa expresión, los poderes públicos, pero en fin, allí, hay que ser nominalistas, cuando se les
lanza un significante grueso así, como un zeppelín, los poderes públicos, hay que utilizar la navaja de
Occam. Es una abstracción, ¿qué hay allí debajo? Debajo, hay, en general, una tal burocracia, detrás del
escritorio N320 (JAM se sienta detrás del escritorio), y luego hay otros, un poco por todas partes, que
tienen secretarias, que tienen computadoras, que a veces buscan algo que hacer (risas). Y cuando ellos
ven llegar una bella muchacha así, vestida a la última moda, le dicen "¡Pero, inmediatamente, vas a ver
como voy a descubrirte las leyes del espíritu! y con ellas tu irás mucho mejor. Y todos nuestros
compatriotas contigo- y bien, se lanzan sobre la ocasión. La psicología ha seducido metódicamente los
poderes públicos.

¿Dónde estábamos nosotros durante ese tiempo? Me lo pregunto. Sé al menos desde cuando me lo
pregunto: me lo pregunto después del jueves en la noche, cuando entrevisté, durante tres horas, al
biólogo Jean-Didier Vincent, que acaba de publicar su Viaje extraordinario al centro del cerebro. Es ante
todo, entre paréntesis, un viaje extraordinario al centro del cerebro de él (risas), un cerebro muy
divertido, no se aburre uno ni un segundo con él, es especial. Para introducir reflexiones sobre el
inconsciente de Freud, él comienza por explicar su viaje a Viena, con una amorosa compañía (risas),
para contar uno de sus sueños. Se le puede reprochar muchas cosas, pero he aquí a alguien que no se
obliga a mostrar los signos convenidos de la cientificidad. Es también alguien que, de paso, habla del
genio de Freud y del de Lacan –pero es para que no se le vaya a buscar camorra. Lo que es
extraordinario, es que al final, cuando le he dicho: Antes de la publicación le mostraré lo que habré
hecho, él me respondió: No, déme la sorpresa (risas). Dado que solté algunas bombas, es necesario que
mida exactamente lo que podrá soportar de las sorpresas que él aporta (risas).
21

Él dice muy precisamente: "¿por qué es que ustedes, los analistas –yo, no era analista en esa época,
entonces no tengo nada que reprocharme (risas)-, por qué ustedes los analistas, cuando el cognitivismo
ha comenzado a crecer, no intervinieron, por qué ustedes no dijeron lo que tenían que decir? Y Sartre
tampoco lo dijo, y Foucault no lo dijo suficientemente". Me he dicho: Él no está equivocado, tomamos
eso como una broma.

Así, en Ornicar? Hicimos una entrevista a Jean-Pierre Changeaux, quien no es cognitivo, sino biólogo,
pero en fin que ha hecho, un poco más tarde, el atajo a los cognitivos. Hicimos esa entrevista porque
Eric Laurent conocía a alguien que trabajaba en el equipo de Changeaux, y eso le dio la idea de que
podíamos invitarlo, y lo hicimos, y lo entrevistamos varios. Fui a llevarle el manuscrito editado al
laboratorio del Instituto Pasteur, fue hacia 1984-1985, algo así, él encontró eso muy bien, y le he dicho:
"tengo un título que quisiera ponerle si usted está de acuerdo, es el hombre neuronal". Me dijo "es un
bello título". Y luego la editora Odile Jacob a leído esto en Ornicar? Y, conformemente al proceso
heideggeriano, le ha encargado un libro titulado El Hombre neuronal, que fue un betseller histórico, y
Changeaux muy gentilmente menciona que soy el inventor del título. Aparentemente me tuvo aprecio
durante un tiempo, porque, cuando él tenía necesidad de un sparring partner para hacerle objeciones en
una conferencia, me invitaba. Hicimos un dúo así en la Fundación Saint Simon, donde los intelectuales
tenían la ocasión de encontrar los grandes nombres del mundo de los negocios. Fui porque estaba
Changeaux. Después, me enviaron un cheque con una gruesa suma por mi tiempo, y verán como soy: no
lo cobré. Porque no quería tocar un dinero que venía de esa fuente.

Entonces, Jean-Didier Vincent, como yo le reprochaba de no haberse opuesto suficientemente al


cognitivismo, me ha dicho ¿¡Y usted! Es usted el que ha hecho famoso a Changeux? (risas). Si, es cierto
que hay algo que yo no vi. Me he detenido en ello, encontraba a Changeux extremadamente simpático, y
de otra parte, es aún el caso. Jean-Didier Vincent me ha dicho: "Oh, si usted lo aprecia así, es porque
usted lo lanzó". Y le he respondido: "Si, debe ser como El viaje del Señor Perrichón (risas)". Usted sabe
que el señor Perrichón no ama a su salvador sino a aquel que él mismo ha salvado. Su hija tiene dos
pretendientes, hay uno que piensa conquistarla salvando al señor Perrichón de un mal paso, mientras que
el otro, más astuto, se pone en un mal paso, y es el señor Perrichón que lo salva, y entonces, cada vez
que lo ve, el señor Perrichón se siente un héroe (risas).

Estoy muy decidido a que esto no recomience. Eso va a servir, una empresa como la del Nouvel Âne,
puedo decir que apuesto muchas cosas. Comprometo conmigo, he contado 80 personas, sólo para
producir eso en un segundo tiempo que va a venir. Es necesario que esa abstención en el momento de la
subida del cognitivismo, no se reproduzca. Tenemos una voz, podemos hacernos escuchar. Y como dice
Nietzsche, como dice Zaratustra: "Lo que mata verdaderamente, no es la ira, es la risa". ¡Podemos
matarlos a golpes de risa! (JAM endurece su tono) Entonces, vamos a ensayar.

El cognitivismo, tal que lo hemos conocido al final del siglo XX y al comienzo del siglo XXI (JAM
golpea violentamente la mesa), eso se detiene aquí. No es suficiente con golpear la mesa, estoy de
acuerdo (risas), pero eso ayuda. Ayuda a fijar las ideas: no hay nada inevitable, han comenzado
miserables, han comprado vestidos nuevos, es una doctrina de la impostura, ahora se trata de desnudarla,
como la recién casada de Duchamp.

Felizmente, la escuela de Jean-Didier Vincent dice eso también. Jean-Didier Vincent, un profesor del
Colegio de Francia de nombre Prochiantz, y un tercero llamado Schwartz, que Jean-Didier Vincent
llama los tres cangaceiros, ellos dijeron eso y fueron golpeados. Al final, ha terminado por soltarme eso.
Le he dicho: Usted conoció una derrota. Él me ha respondido: Si.

Pero la guerra no ha terminado. Apenas comienza.

Ellos han logrado arrancar al Estado millones de euros para construir una fábrica de gas que se llama
NeuroSpin. Cuando oí hablar de eso, hace dos años, a partir del artículo de una revista, reí. Fui a Tolosa,
creo, había leído eso en el tren o en el avión, no se ya, y compartí mi hilaridad del proyecto NeuroSpin
con una sala. Se va a mirar cuales son los aires del cerebro que se alumbra cuando hay esto o aquello, y
eso va a dar resultados formidables porque se sabrá determinar exactamente que color hay que dar al
detergente para que tengamos aún más ganas de comprarlo. Está escrito (JAM golpea la mesa). Bueno.
Y al mismo tiempo sólo prometiendo eso, esto va a darnos las leyes del pensamiento.

Entonces, recobremos la calma (risas). Es una captura por lo imaginario. Ellos están fascinados porque,
en efecto, tienen acceso a imágenes que jamás se habían visto. Era lo mismo cuando se comenzaron a
ver los tubos que se paseaban por el esófago y al interior del estómago, se veían paisajes extraordinarios
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que se mostraban en la televisión. Eran Viajes extraordinarios. Es de Julio Verne. Es un viaje


extraordinario en efecto al cerebro, se miran las neuronas, eso se alumbra, ¡oooh! Jamás se ha visto eso
antes. Bueno, ¿y luego? ¡Francamente, dónde están los resultados prácticos? Ninguno.

Los psicoanalistas no han jugado su papel en la época. De acuerdo. Ni los filósofos. ¡Y bien! Es a
nosotros [que nos corresponde] jugarlo ahora. Con los medios de la época. No es suficiente hacer un
coloquio en algún lugar, una sabia publicación, incluso de 5000 o 10000 ejemplares. Hay que entrar en
los medios de comunicación. Porque sin eso no se entra a la Wirklichkeit. Es así. Cuando los poderes
públicos están en las manos de una élite, cuando la ciencia está hecha por una élite, sin duda no se pasa
por los medios de comunicación. Y aún, lean Balzac y vean cómo se tiene el ojo sobre el periódico.
Pero, hoy, en efecto, se gobierna con los ojos fijos sobre el asunto. Una vez en mi vida almorcé en el
Hotel Matignon, con Michel Rocard Primer ministro, y el pobre explicaba que no tenía el tiempo de
gobernar porque le era preciso que corriera una alerta de los medios a otra. No se puede hacer nada,
decía él. Era verdadero lo que decía –ese era su eslogan, hablar verdadero. Pero, finalmente,
desgraciadamente, la verdad es estúpida (risas). Entonces hay que entrar allí, si se quiere que el
pensamiento no se vuelva vapor, que el pensamiento se vuelva una fuerza material.

Es lo que descuidábamos en el tiempo del marxismo mecanicista: se creía que la producción, era la de
los obreros solamente. Y bien, no, la organización del trabajo, el pensamiento según el cual se organiza
el trabajo, es también un factor de la producción. Los alumnos de Althuser han debido aprender esto con
el tiempo.

El pensamiento, es simbólico. Es por ello que los remito al texto de Lacan "Televisión": no confundir el
pensamiento y el alma. El alma, su definición por Lacan es aristotélica: es el doble del cuerpo, la forma
del cuerpo. Y francamente, no hay una palabra en el último libro de Jean-Didier Vincent que supere eso.
Lo que encuentra con su Viaje extraordinario al centro del cerebro (JAM aplaude), es, entre comillas, el
alma como forma del cuerpo. Eso se pasa en secuencias, con los circuitos hipotalámicos, etc. elementos
de los que no disponía Aristóteles, pero que están en el mismo marco conceptual.

Es por esta razón que Vincent tiene tanta dificultad para situar el sexo. Porque, para él, el sexo, es un
asunto del alma y del cuerpo en el sentido aristotélico. Y entonces dice: "Pero, de todos modos, Freud
exagera, no solamente existe el deseo sexual, existe el deseo de comer, hay el deseo de (...) etc. él
encuentra todo eso en su almacén-, ¿por qué habría únicamente el deseo sexual? Y, en efecto, a nivel del
cerebro, esto se alumbra también fuera (risas). Bueno Teniendo en cuenta, con todo, que el sistema
sexual está aparte. Le he dicho: ¡está aparte! Me respondió: Un poco aparte (risas). Bueno, de acuerdo,
es él que sabe, no soy yo. Bueno, de un lado, él anota eso- no hay únicamente el deseo sexual-, pero él
mismo lo dice en su libro: Si, pero entonces, ¿cómo pasa que no pensamos sino en eso? (risas). No tuve
el tiempo de interrogarlo más sobre el asunto. Voy a decirle: Las personas sólo piensan en eso, ¡es usted
que siempre piensa en eso! (risas) las personas piensan en muchas otras cosas. Trato de explicarle que
justamente el sexo no está únicamente incrustado en el alma, lo está en el alma-cuerpo, que el sexo está
incrustado en el pensamiento. Es lo que se encuentra en el psicoanálisis, que está articulado en el
pensamiento, en lo simbólico. Y entonces, eso produce un cierto tipo de perturbaciones, especiales.
Vincent es muy simpático. No éramos capaces de despedirnos (risas).

Su Viaje extraordinario al centro del cerebro es extraordinario, claro está, por las cosas maravillosas que
encontramos en el curso de ese viaje, pero lo es también por todo lo que no encontramos. Y ¿cómo se
encontraría la proporción sexual? (JAM aplaude) No existe. Entonces ustedes no pueden hacer un viaje
extraordinario al centro de la relación sexual (risas). La frase capital de "Televisión" que dice bien esto y
va a aclararles el Viaje extraordinario al centro del cerebro, es: el pensamiento es desarmónico con el
alma (JAM subraya golpeando la mesa). El pensamiento no está en armonía con el alma, es otra función
que desorganiza las funciones del alma-cuerpo. Y es por ello, a pesar de todo, en el Sistema de Jean-
Didier Vincent, el deseo sexual no se inscribe bien al lado de los circuitos hipotálamicos del deseo de
comer. Incluso a nivel del hipotálamo –apliquémonos- y bien, el amor y el apetito, eso no funciona de la
misma manera.

El pensamiento –lo que Lacan llama el pensamiento- es significante. Y, allí, tomamos en serio el término
que Lacan fija el significante, e incluso, del cual fija el signo como tal, a saber, la cifra, palabra que tiene
todas las razones para retener nuestra atención dado que hacemos una campaña contra el fanatismo de la
cifra. Entonces, porque debo interrumpir el curso de hoy en pleno aliento, los remito a ese texto de
Lacan que se llama: "Introducción a la edición alemana de los Escritos".
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Vean un poco el título que pone Lacan. No es banal. Jean-Didier Vincent que sabe como vender su libro
dice. Viaje extraordinario al centro del cerebro y Lacan "Introducción a la edición alemana de los
Escritos" (JAM subraya cada palabra golpeando la mesa). Ustedes ven la diferencia de estilo. Los títulos
de Lacan, a partir de cierta fecha, son verdaderamente áridos, repelentes. Él va a la radio y llama eso
"radiofonía", ¡verdaderamente! (risas). Va a la televisión y llama eso "Televisión" (risas). Allí era yo
quien entrevistaba, obtuve que eso no sea enterrado en su revista Scilicet que nadie compraba por fuera
de un pequeño medio, logré hacer de aquello un libro aparte, a poner una bella imagen en la portada, y le
he dicho: No podemos llamar eso Televisión. Me dijo, ¿cómo usted llamaría eso? No me quejo por lo
que había encontrado en ese momento, eso debe ser ahora una fábrica de muebles que ahora se llama así,
le he dicho El arte de vivir (risas prolongadas). Bueno. En la época no existía (risas), y era algo que me
preocupaba mucho, encontrar un arte de vivir, yo no tenía el arte de vivir. Me dijo: de acuerdo. Y luego,
a la mañana siguiente, llamada telefónica: "No, déjalo Televisión". Eso me hizo pensar, si ustedes
quieren, a esas bellas niñas que se afean. Porque es de los textos más atractivos, y Lacan,
malévolamente, le ponía un texto absolutamente no sexy, como se dice (risas). Ustedes recuerdan a
Lamiel, en Stendhal: como los muchachos corrían detrás de ella, y ella se pone en la mejilla un
horroroso tumor artificial para que la dejen tranquila. Hay algo de eso en Lacan con sus títulos.

Entonces, subraya, en la "introducción alemana a los Escritos" –está hecho para desalentar incluso al
pronunciarlo, al mencionarlo-, él subraya la ambigüedad de la palabra cifra, diciendo, allí, hay una
maraña. Los remito a la página 554 de los Otros escritos. Y en efecto, es una ambigüedad fecunda,
porque cifra, desde el comienzo, eso designa la maraña del significante. Un mensaje cifrado, es un
mensaje- no se puede decir que no se comprende el sentido porque hay frases en lenguaje corriente, o en
otra lengua, en las que no se comprende el sentido, donde el significante es opaco.

Pero, Lacan formula un principio, del que me doy cuenta que no lo he jamás martillado en este curso,
que no obstante dura desde hace mucho tiempo: La cifra funda el orden del signo. No es la cifra contra
la cual se llama a la revolución, o al menos a la revuelta. La cifra de la que se trata, es la cifra en tanto
que criptografía. Entonces, ¿en qué la cifra funda el orden del signo? Y bien, es porque el principio del
cifrar es la sustitución.

Por ejemplo, si usted quiere un método simple de cifrar, usted escribe el alfabeto –porque llegamos a
decirnos todo con las letras del alfabeto-, y luego usted procede a esa sustitución- no les aconsejo
hacerlo si tienen mensajes secretos que enviar porque es muy fácilmente descifrable, hoy estamos
verdaderamente más allá de eso-, allí donde normalmente había una A usted escribe una E, allí donde se
tenía una B usted escribe una F, etc.

ABCD
EFGH

Con una intercalación, se obtiene como resultado un mensaje cifrado. Y, una vez que se tiene la clave,
usted puede descifrar el mensaje cifrado.

Entonces, cuando Lacan dice: la cifra funda el orden del signo, es decir: el signo está fundado por la
sustitución, el signo es lo que es sustituible. Por eso, en la página antecedente, el lo dice: El signo del
signo –lo que hace que un signo sea un signo-, es que cualquier signo cumpla bien la función de
cualquier otro- es decir, que en el mensaje, cuando se tiene A o que se tenga E, es igual, la E puede
tomar el lugar de A, y Lacan ve la esencia del signo en esa sustitución -que cumpla igual la función de
otro, precisamente por el hecho ser sustituido, Eso, es lo que Lacan ha dicho del modo más simple y
claro sobre el significante. Antes, estaba más cerca de Jakobson o de Lévi-Strauss, aquí, tiene un
abordaje del significante que no es propiamente analítico, por que lo que lo ocupa, es que, precisamente
el inconsciente es una máquina para cifrar.

Escucho decir que los analistas lacanianos no interpretan los sueños. Tal vez que sus pacientes, sabiendo
esto, no sueñan, no lo se. Yo adoro interpretar los sueños. Lo encuentro extremadamente divertido. Es de
todos modos un oficio árido, y el oasis, para mí, es cuando llega un sueño, un pequeño sueño bien
constituido, y que se lo puede descifrar. Entonces, se le comunique o no se le comunique, pero no veo
por qué no se lo comunicaría, lo más frecuente es que el analizante se beneficia de esa lectura.

Entonces, cuando Lacan añade: el signo no tiene alcance sino por estar cifrado, el formula un principio.
Todo lo que ha podido decir de la lingüística, lo reformula de la manera más próxima a la experiencia
analítica. Uno se imagina que hay un signo natural, un signo de primera intención, y luego, el signo que
le es sustituido, ese, sería artificial. Pero lo que dice Lacan, es que todo signo es, de entrada, una cifra, es
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que todo signo comporta una opacidad. Y esa, es la buena manera de atrapar el significante, me parece,
cuando se está en análisis.

Entonces, la semana pasada, he dicho, si, que me volvía periodista, y que mi primer deseo de niño había
sido de ser un periodista. He hecho muy bien al decirlo, porque eso hizo que alguien me dijera: He
hecho el camino inverso, he comenzado como periodista y ahora soy psicoanalista. Y entonces planteé la
pregunta: ¿en qué periódico? ¿En qué función? Y así he descubierto, en los entornos inmediatos de la
Escuela de la Causa Freudiana, la perla que buscaba desde hace años, a saber alguien que tiene una
competencia profesional superior a la mía en materia de rewriting y de preparación de la copia para la
imprenta, y a quien puede delegar toda una parte de lo que hacía antes yo mismo. Y el mismo día, jueves
pasado que es para mí un día bendito de los dioses, he encontrado, además, la fotografía lacaniana de
mis sueños, y otra notable persona a quien puedo dirigirme para el secretariado de redacción que
aseguraba yo sólo.

Entonces, he dicho eso la semana pasada, no lo lamento, pero, reflexionando sobre el asunto, puedo con
todo decir lo que anticipaba en mi infancia mi profesión de psicoanalista. Es que siempre adoré los
mensajes secretos. No para enviarlos a alguien, sino la constitución del mensaje secreto.

De otra parte, conservé ese gusto luego, porque tengo muchas obras de criptografía. La criptografía hoy,
no puedo seguirla más, es de una complejidad extraordinaria, la criptografía electrónica, etc., es una
ciencia que se desarrolla por sí misma, con funciones aleatorias. Es de esas cosas que he podido seguir
hasta los años 60 – 70, y después se terminó.

Pero si recuerdo bien, en verdad no he verificado nada, hay un mensaje secreto en el libro de Julio Verne
"Viaje al centro de la tierra" - ¿no? Yo creo que hay un escrito. Está el Escarabajo de oro de Edgar Poe,
adoré eso. En el Misterio de la cámara amarilla -, es un mensaje secreto, tanto más secreto que es una
frase banal que no se comprende y que está camuflada allí dentro - ¿se recuerdan ustedes?-, lo cito de
memoria: el presbítero no perdió nada de su encanto, ni el jardín de su resplandor, es Frédéric Larsen
quien dice eso. O aún, en el ABC contra Poirot, donde hay que descifrar los mensajes para anticipar
quién va a ser la víctima del próximo crimen. Hay de eso en Borges también.

En el mensaje secreto, estamos en relación con el Otro del significante, del cual es preciso que no se
pueda saber todo. Es necesario separarse del Otro del saber. Se sustrae algo a un Otro de la vigilancia, y
se lucha contra ese Otro. Yo, siempre estoy allí, luchando con el Otro de la vigilancia.

La obra mayor, que he descubierto más tarde, gracias a Lacan, gracias al discurso de Roma, es el de Leo
Strauss, La persecución y el arte de escribir. Strauss trastorna todo el edificio filosófico mostrando que
hay muchos filósofos que han escrito bajo amenaza (JAM aplaude) de prisión, del verdugo o del arresto,
y entonces han debido deslizar sentidos secretos para descifrar. Y él lo demuestra de una manera
magistral en Maïmonide, Spinosa y otros autores. Es la referencia de Lacan para indicar que es necesario
aprender a leer entre líneas.

Es siempre de actualidad (JAM asume un tono de confidencia). Siempre lo hubo ¿qué? Los espíritus
libres, no me gusta mucho esa expresión, no se es muy libre, no voy a decirlo como Nietzsche, el pobre,
los hombre superiores, eso es una cosa en lo cual no creo, pero en fin siempre hubo un cierto tipo de
revuelta, que es necesariamente perseguida, y la cual, necesariamente, aprende a no decirlo todo – a no
decir todo de manera clara, a medio decirlo.

Como los analistas, al mismo tiempo que vociferamos, o vociferamos o susurramos a la bella oreja de
nuestras entrevistadoras, también dispersamos algunos mensajes secretos que serán del estilo a buen
entendedor pocas palabras bastan. Porque, del psicoanálisis, de la locura que es el psicoanálisis, no
podemos decirlo todo, ni a todos.

Hasta la próxima semana. (Aplausos).

Traducción al español: Mario Elkin Ramírez


NEL-Medellín
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Curso del miércoles 5 de diciembre de 2007


Entiendo por qué están aquí: esperan que continúe amándome delante de ustedes.

Es de ese modo que sitúo el límite del ejercicio, tal como se me mostró la última vez, después de haberlo
hecho. Ocurre que haga lo que haga, me describo como amable.

Resulta en extremo singular que incluso un análisis, después de todo, sólo es impulsado hasta un cierto
punto. Y es aun lo que ocurre con el cortejo de injurias y calumnias que me acompaña desde siempre,
algo que ya es para mí una suerte de animal familiar; siento que algo me falta cuando no tengo la jauría
ladrándome detrás y buscando morderme los talones. Este último tiempo, por ejemplo, ¿dónde está?

Pues bien, pese a esto y a toda la ironía que puedo consagrarle, hay en mí algo que debe pertenecer al
registro de la certeza psicótica o en todo caso, de la certeza –y quizá podría decirse que toda certeza es
psicótica, sobre todo en los tiempos que corren. Tengo la certeza, incluso sin saberlo, pero me doy
cuenta cuando me releo, tengo visiblemente, ridículamente la certeza –cómo decirlo, voy a recurrir a la
distancia que me permite un vocabulario un poco anticuado–, la convicción de tener un alma adorable.

No creo en el alma, como no sea reportándome al modo según el cual la consideran Aristóteles y Lacan,
en tanto designa la unidad del cuerpo, cuya imagen en el espejo sería el analogon más próximo, más
presente. Como dije al pasar, no me miro en el espejo, al punto tal que ignoro tener los cabellos grises,
según parece.

No creo en el alma, ni siquiera soy coqueto –quizás ustedes se hayan dado cuenta–; me visto a las
apuradas, soy capaz de ponerme lo mismo durante una semana. Admiraba mucho lo que se decía de
Jean–Jacques Servan–Scheiber, en otros tiempos: se vestía siempre con un traje azul, del que tenía
varios ejemplares del mismo corte, una camisa blanca y una corbata negra, siempre la misma, de modo
tal que no hubiese tiempo que perder por las mañanas. Esto me parecía la prudencia misma.

La apariencia es así algo de lo que no me ocupo; jamás me creí irresistible para las damas y de haberlo
creído, hubiese sido desmentido en los hechos. Sin embargo, todo indica que en cierto modo, como
decía el Dr. Lacan, creo ser adorable.

Tal es el fundamento de lo que evocaba como mi erotomanía, por lo menos en lo que hace al binario
según el cual Lacan da a elegir entre la erotomanía y otra cosa en la relación con el amor. Ustedes
encontrarán esto en sus "Propósitos introductorios para un Congreso acerca de la sexualidad femenina".
Es respecto de ese binomio que venía a situarme más exactamente del lado erotomaníaco.

Esto determina que, evidentemente, una convicción así resista a los hechos. Hay un número
absolutamente increíble de gente que me odia y esto no mella para nada mi convicción.

En el fondo, ¿qué me digo, qué debo decirme? Algo así como: me odian porque no me conocen bien
(risas); de no ser así, verían que soy del todo gentil –bueno, no, totalmente gentil es decir demasiado.

Es demasiado decir, pero sin duda se trata de una posición, la mía, que habría podido conducirme a la
paranoia.

En el fondo, siempre sentí que tenía más afinidades primarias, inmediatas, con aquel modo de concebir
el corazón del hombre que se da en Jean–Jacques Rousseau, es decir, aquél que sostiene su bondad
esencial, que con el pesimismo cínico de Freud y de Lacan. Si desde lo intelectual puedo adherir a este
último –y de hecho adhiero, la práctica psicoanalítica por lo demás me impulsa en esa dirección–, como
diría el otro, el niño en mí, hijo de madre, se inclina hacia la otra perspectiva.

Incluso si corrijo esta concepción, es así y todo ella la que modela mi política institucional. Siempre
estoy a favor. Uno se da bien cuenta que Lacan, siguiendo la concepción que él desarrolló, expuesta en
sus Seminarios y en sus Escritos, mantenía las riendas de su Escuela, los puños apretados; cuando la
asamblea general duraba más de un cuarto de hora, se impacientaba, uno comprendía que era preciso
partir y partíamos. En lo que a mí respecta, debo decir que no seguí para nada su ejemplo, no sólo
porque debí consagrarme al asunto un poquito joven, muy lejos de su autoridad, sino porque lo hice de
un modo por completo distinto.
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Lo hice, en efecto, por la vía de la conversación, hasta diré fatigando a la gente al dejarles libre todo el
horizonte para hablar, apostando a la dialéctica de las opiniones, al hecho que ella encontraría finalmente
un punto de equilibrio, preconizando la transparencia, término que por excelencia se ubica en la
perspectiva de Rousseau. Es preciso decir que así y todo hubo quienes se rehusaron a entrar en el juego;
fue cuestión a menudo de personalidades muy crispadas, en fin, grandes pesimistas en cuanto al ser
humano, desconfiados. Pero aquellos que sí se prestaron al juego, después de todo ahora suman millares
de gente en todo el mundo, como también se generaron instituciones muy sólidas, que en el presente
viven su propia vida, donde no tengo en absoluto que girar la manivela. Lo hice al comienzo, un poco
por todos lados, pero después de todo se trata de algo que generó también en ellos confianza en lo que a
mí respecta, como pude verificarlo recientemente. Confianza en mi lealtad, por lo menos en cuanto a un
esfuerzo de justicia y de promoción de las personas –y en cada generación, de los más jóvenes.

Llegó a ocurrir que los fatigue; no hice todo cuanto podía al respecto, según creo, en este país mismo, en
Francia, porque me dejé absorber desde hace ya varios años y de manera muy exclusiva por la redacción
de los Seminarios de Lacan. Me retrasé un poco en Francia a causa de esto, pero estoy recuperando ese
retraso ahora y lo voy a hacer a marcha forzada.

Así, esta doctrina respecto del mal o de lo malo, que en mi caso relaciono con el hecho de ser hijo de
una madre fóbica, es algo que continuó en acción. Es allí donde se funda la mucha simpatía que tengo,
en primer lugar, por los hijos de madre, como Sollers, por ejemplo. Es algo que yo reconozco, pero que
es en él muy exclusivo, evidentemente.

Pero en el fondo, incluso en el momento más fuerte del machismo intelectual de la Escuela Normal
Superior (ENS), que era por cierto notable, resulté captado por ese machismo antes de adoptarlo. Por ej.,
cuando Spinoza dice: el hombre piensa, la convicción que modelaba nuestros actos era: la mujer no
piensa. Nuestra experiencia era bastante limitada desde ese punto de vista. Era entonces considerable ese
machismo intelectual; alguien que lo padeció –y por lo demás conservó la marca al respecto– es
Catherine Clément. Ella se interesaba en nosotros y nosotros encontrábamos que tenía lindas piernas,
pero en cuanto a lo demás, no la estimábamos como ella merecía. Es lo que ocurre cuando uno entra en
un cuerpo constituido y prestigioso como ése, incluso teniendo un espíritu independiente, toma la tintura
de ese medio.

Por ejemplo, en la Escuela Normal, aprendí muy rápido que el toque chic, en fin, aquello que constituía
la elegancia misma cuando los filósofos nos hablábamos entre nosotros, cuando estábamos presentes dos
o tres, era la actitud de mirarse los pies. Y así era como los alumnos de Althusser se hablaban entre sí
(JAM hace la mímica); por consiguiente yo también empecé a hablar así (risas).

Sin embargo, si ustedes quieren, tengo un recuerdo muy preciso de mi independencia, justamente. Es
decir, de la primera cena de la que participé en el refectorio de la ENS, sentado a una mesa donde había
otros normalistas. Cuando la conversación estaba animada, en un determinado momento dije –lo
recuerdo por el silencio helado que siguió a mi intervención–: como quiera que sea, resulta divertido
pensar que hay aquí la misma cantidad de boludos que en cualquier otro sitio… (risas). Visiblemente, la
idea no era compartida por mis camaradas.

Entonces, según creo, se trata de un efecto que responde al medio. A mi entender, como hijo de madre
que soy, siempre tuve simpatía, vibración empática por –cómo decirlo–, como ellas dicen, el discurso
femenino.

El hecho de amar la lógica, y la lógica seca, no me impidió nunca escuchar los discursos húmedos, si
puedo decirlo así. Es una oposición un poco rudimentaria, ya que hay sin duda mujeres secas y hombres
muy húmedos.

Bueno, sí, veo que nos divertimos. Así y todo, es necesario que les aporte precisión respecto de algo.
Ocurre que habitualmente, cuando vengo a hablar aquí, he pensado en la cuestión durante la semana y
después, el miércoles por la mañana, me concentro durante dos, tres, cuatro horas, leo, escribo, tomo
notas, elijo a último momento el camino a seguir –camino que me sorprende a veces a mí mismo, es lo
que ocurre más a menudo– y así es como se acumulan notas que no utilizo y que podrán volver en el
transcurso del año.

Esta vez no hice eso, no pude hacerlo, digamos que no dejé de estar en la acción ni siquiera un segundo.
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Para mí es entonces un recuerdo muy alejado el del momento aquél –la semana pasada– en el que había
tenido tiempo de darme tono y tomar distancia, ese momento en el que se me ocurrió hacer un love fest
conmigo mismo.

Esto se me presenta como muy lejano ahora que tengo delante de mí las notas para continuar, cuando
todavía no les he dicho nada. Todo cuanto les digo lo traigo así, ex tempore. Qué quieren ustedes,
evidentemente opongo lo seco y lo húmedo como lo masculino y lo femenino; se trata de la inercia
imaginaria, no salimos de ahí. En fin, salimos cuando tenemos un pequeño momento para reflexionar.

Entonces, mi diferencia con Sollers se hace manifiesta respecto de muchos puntos y planos, pero en
definitiva, clínicamente se sitúa en lo siguiente: en cuanto a él, puedo escribir en términos astrológicos
desviados hacia el psicoanálisis, pocos o ningún padre en su cielo. En cuanto a mi cielo, hay muchos,
muchos padres. Allí se fundamenta, por lo demás, lo bien que me entiendo, en general, con las hijas del
padre –¿ven ustedes a qué me refiero? Pero con las hijas de la madre también.

Evidentemente, no me relaciono con la idea de lo nacional a la manera en que lo hace Sollers. Para él, a
todas luces, la idea de la patria se ubica del lado del padre. Mientras él no le asigna ninguna importancia,
para mí cuenta, y por mucho. Sin duda, esto responde al hecho que, por mi parte, tuve que inventar yo
mismo esas raíces, de ahí que me sienta tan enraizado en la cultura francesa y en la Historia de Francia.

Como quiera que se lo considere, esto es un logro de la República Francesa, el de transformar al hijo de
judíos polacos, nacidos en el ghetto de Varsovia, de manera tal que llegue a sentirse como me siento yo,
un francés pur sucre. [1] Claro está, deseo que esta máquina de transformar continúe, que no desfallezca.

De modo que para mí, la patria cuenta; siempre me hicieron vibrar los grandes episodios de la Historia
de Francia y así como conté la última vez, si recuerdo bien –y tengo buena memoria–, el rol que había
podido jugar la imagen gloriosa de mi padre radiólogo dominando el mundo, su mundo de fotos y de
secretarias que tomaban múltiples discursos siguiendo su dictado, de esa manera yo me sentía bien
cuando estaba en sintonía con esa imagen, como aquí mismo.

Mis momentos de elación, mis períodos que podrían ser calificados clínicamente de hipomaníacos, son
consecuencia de la identificación con esta imagen. Yo debía tener por entonces seis o siete años, no más;
puedo situar la fecha, puesto que él abrió su consultorio de radiólogo en 1950, 1951, resulta fácil de
ubicar.

Se trata así de una imagen radiosa, por entero positiva, que incluye claramente mujeres en una posición
subordinada. Son mujeres que trabajan para él, que toman nota y sostienen su palabra, en tanto él se
ubica en una posición evidentemente de dominio y de saber total.

Conocemos las consecuencias clínicas, a menudo enojosas –es en todo caso lo que por mi parte pude
ver–, del hecho que un niño sea en clase alumno de su propio hermano o de su propia madre. Claro está,
ustedes podrán aportarme muchos ejemplos donde todo transcurre muy bien; por mi parte, he verificado
que ciertas dificultades de ser, contemporáneas respecto de este incidente o más alejadas en el tiempo,
son consecuencia de él.

Esto no es un equivalente de la familia Schreber, hijo de un padre educador, pero si el familiar del que se
trata no maneja la cuestión con tacto –y es todo cuanto se pueda decir al respecto, porque no existe un
buen método, pero aun así–, si carece de tacto tenemos consecuencias enojosas.

Es algo así como ser hijo de médico. Puede que decida a su vez ser médico; hay dinastías brillantes
fundadas sobre esa base, por ejemplo, el profesor Debré. Se mostró tan brillante respecto de mí que un
magnífico hospital lleva hoy su nombre en signo de reconocimiento a su agudeza. En fin, ciertamente
hizo muy bien otras cosas... El Prof. Debré engendró un primer ministro, quien a su vez engendró un
médico y un juez de instrucción, devenido ministro y presidente actual del Consejo Constitucional.

¡Ah, sí! También tuve una disputa con Bernard Debré, nieto de aquel otro Debré. Era un día en que
comenzaba a desplegarse nuestra ofensiva contra la reforma Accoyer; había por entonces aceptado
presentarme en un panel televisivo, conducido por Franz–Olivier Giesbert. Por otra parte, como no me
habían transmitido con exactitud la fecha, yo creía que la grabación iba a darse al día siguiente y llegué
cuando la emisión ya estaba por la mitad. Por consiguiente, estaba un poco lejos del centro del asunto
cuando en un momento dado, un periodista del Nouvel Observateur comentó, de un modo si no
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malintencionado al menos muy grosero, que los analistas querían escapar a la escrutación del dominio
público.

Por lo demás, Pierre Bénichou se entendía bien con mi hermano y vino a decirme, después de la
emisión, hasta qué punto su familia guardaba un recuerdo de nosotros. Su tío Paul Bénichou, gran crítico
ante el eterno, había mantenido un vínculo muy próximo con Sylvia Bataille y Lacan, etc. Pero en fin,
durante la emisión, puso voz de trueno para preguntar qué eran todas esas historias con esos análisis, etc.
Por mi parte, veía correr la hora; me iba quedando poco tiempo, estaba al fondo, en el segundo rango,
sometido a una filípica que afectaba, a través de mi persona, a todo el discurso analítico. Entonces se me
ocurrió hacer algo que me pareció lo más razonable, esto es, dar un puñetazo sobre la mesa que casi la
desfonda. Tuve así el placer de ver todo ese pequeño mundo pegar un salto en su silla y fue mi turno de
increparlos.

En ese preciso momento, el Dr. Bernard Debré, nieto del otro, el genio de la medicina infantil, se volvió
hacia mí tomando aires de emperador –él, que es a diferencia de mí, tan coqueto– y me dijo: "¡Qué
imagen da Ud. de su profesión!".

Porque para estos imbéciles, la imagen que el analista debe dar es la de quien se traga todo, la del
flemático.

Volví a encontrar esto después de esta semana y era de lo que quería hablarles, pero en fin... Por lo
demás, en ese momento fue lo que permitió a Jean–Didier Vincent, que formaba parte del panel, acudir
en mi auxilio. Por cierto, no era lo que me esperaba de parte de un biologista. Acudió en mi auxilio con
una gentileza, una premura que ahora me explico por el hecho que hay entre nosotros verdaderamente
una relación afectuosa. En todo caso, él llora de alegría ante la idea que podremos al fin darle una zurra
a los cognitivistas, algo que él espera desde hace mucho. Yo le dije: ahora estamos listos, me consagro a
hacerlo, ya lo verá. Pues bien, se trata de algo que empezó en ese panel.

Había comenzado a decir que hay dinastías de médicos, donde la manera de arreglárselas es llegar a
médico uno mismo. Como lo indiqué, se trata de algo que me quedó vedado desde un comienzo.
Siempre pensé que podía desempeñar no todos los oficios pero en fin, me mantenía abierto, aunque no
lo supiese. Pero sabía algo y era que había al menos una profesión que no ejercería nunca, por lo menos
una, la de médico. Y no podía porque era la suya.

Ustedes ven hasta dónde llevaba yo el respeto del edipismo: puesto que es la tuya, la conservás, es para
vos. Pero el resto es asunto mío –en particular, los libros. No había en casa una gran biblioteca; estaban
las obras de Shakespeare, de Voltaire, de Verlaine, con ilustraciones, sobre todo recuerdo las
ilustraciones de las cartas de Voltaire, ¡quizá sea por eso que me gusta tanto ese autor! Había allí, en El
Ingenuo, pequeñas figuras un poco desvestidas de Mademoiselle de Saint–Yves que eran un deleite. En
todo caso, fue algo que le dio mucha fuerza a mi gusto por la lectura.

En fin, lo que había en aquella biblioteca era ese tipo de grandes clásicos y fui yo quien tuvo que llenar
la casa de libros; animado por la familia, tuve incluso mesa franca –es mi costado de señorito, no puedo
negarlo– en la librería que se llamaba por entonces El 73, ocupada más tarde por alguien que venía de
las Ediciones Maspero, una gran librería que ya no existe, donde hay un quiosco y demás. Por entonces
era propiedad de la mujer de un médico que conocía a mi padre; yo cursaba en el Liceo Louis le Grand
el tercero, el cuarto año y cuando salía iba allí, tomaba los libros que quería, los anotaban y estaba pago.
Era el cielo.

Disfruté de eso durante cuatro o cinco años; no sé si se dan cuenta lo que significa, pero en todo caso
representaba por cierto mucho dinero. La idea era que no hay que obstaculizar el saber –algo muy propio
de los judíos–; se trata del bien más preciado, el saber, no el dinero, al contrario de lo que se imaginan
los medios poco gratos. Y como se trataba de algo que a mí me gustaba, pues bien, todos los días tenía
tres, cuatro libros nuevos.

Decía entonces que todas las profesiones parecían posibles, pero no la de médico; tal era mi versión
extrema del edipismo, ante un padre –es preciso decirlo– que gozaba del dominio que le era acordado
por ese saber acerca de los cuerpos, incluidos los de sus hijos.

En casa no consultábamos al médico. Mi padre no era de los que dicen "No, no, en la familia no", de
modo que tanto los pequeños percances como las cosas graves, molestas, eran tratados en casa. Todo
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esto era muy coherente con esa posición paterna según la cual "Todo comienza conmigo", donde no
había referencia a un pasado, puesto que "El año cero soy yo".

Esto representaba un cierto peso del que el hijo mayor, yo mismo, intentó durante al menos toda su
infancia, sino toda su adolescencia, descargar sus espaldas; sus repetidas cóleras, sus arranques, su
sensibilidad a la burla, eran eso.

Se trataba a un tiempo de constituir y de aceptar el todopoderío del padre, conteniéndolo en ese al–
menos–una, pero sintiendo el peso y, por consiguiente, la incomodidad. Es sin duda ese todopoderío el
que venía a representar la estatua de Beaumarchais enfurecido; si mi memoria es buena, está de brazos
cruzados, en una actitud de cólera, provisto de un largo bastón.

Querría así y todo llegar a decirles lo que hice esta semana; hasta el momento les he dicho simplemente
lo que venía a continuación en mi papel, para formularlo después de hablar de la imagen radiosa del
radiólogo.

Por lo demás, puedo decirlo, Melman tenía como analista el mérito, ubicándose allí, de un cierto peso.
Lo veía como un pequeño ovillo, denso –algo que representa bastante bien el objeto a, en tanto yo,
justamente, siempre me había vivido en mi adolescencia, durante todos los años de mi juventud hasta mi
análisis, como algo liviano, que resultaba afín al aire –mil aires / Mill–airs–, liviano como el aire. El dios
que había elegido como reparo desde mi infancia era Hermes, el que tiene las alitas en los pies, ésas que
le permiten salir de todas las situaciones. Ligero y liviano, por consiguiente, pero con la idea, con un
deseo contenido de hacer peso. En ese punto estaba satisfecho, engordé –incluso demasiado, según me
dijeron. Pero por entonces era tan delgado como es hoy mi hermano, quien se mantuvo en esa línea; en
la cena de anoche, no comió más que un steak tártaro, hasta me burlé de él: "¡Otra vez steak tártaro!".
"¿Y por qué no? ¡Es bueno!". ¡Steak tártaro!

Así, la idea es la de hacer peso, como también la de adentrarse y dejar una marca, como quiero hacerlo
con el pensamiento de Lacan, ya lo dije. No quiero que sea sólo una vaguedad, no quiero que sea sólo
para los eruditos que van a compulsarla y a presentar ponencias. También quiero al respecto que no por
esa razón resulte algo ligero, liviano, sino que entre en el mundo, que en efecto reestructure lo que pueda
reestructurar del mundo. Porque en lo que se refiere a nosotros, nuestro mundo interior lo hemos
constituido y no va a crecer, si puedo decir así; en fin, si crece vemos bien cuál es el principio: nos
hablamos entre nosotros, nos apreciamos, hacemos venir a los colegas de América Latina o de Europa
del Este, pero se trata de nuestra conversación.

La pregunta era: ¿cuándo será algo que concierna a todo el mundo? Pues bien, en eso estamos. Se trata
de algo que sin nosotros ha hecho tantas imbecilidades que ahora –cómo decirlo, es un tono de
predicador–, ese mundo nos necesita... (Se escucha el timbre de un teléfono) ¿Qué es eso? Acaso una
comunicación directa, para decirnos: "No, el mundo no los necesita" (risas).

Pues bien, qué había además de esta cuestión de hacer peso, lo cual tiene ya un gran mérito cuando se
trata de alguien tan inquieto. Son dos las interpretaciones de Melman que yo recuerde, no más. La más
brillante de ellas, de esa escuela, se refería a este punto, a esta imagen de radiólogo. Con una voz de
trueno pronunció: ra–(dió / dios)–logo (ra–dieu–logue). ¡Ah! Como pueden apreciar, ese ra–(dió / dios)–
logo me quedó resonando.

Ahora que tengo experiencia como analista, puedo decir que Melman estaba utilizando diferentes
matices de un mismo color, quiero decir, no apuntaba a cambiar algo, por lo demás no fue algo que
cambiase nada; no tenía por qué ser modificado, ya que, por el contrario, era el principio en el que podía
apoyarme en la existencia. No es lo que por mi parte ahora habría interpretado. Lo que habría
interpretado es aquello que Melman dejó pasar sin interpretación, quizá porque en ese momento me di
cuenta de algo, como se debe –y esto es lo que me impulsa ahora a avanzar en mí y en mi recuerdo.

En el curso de esa misma visita, aquélla al nuevo gabinete de radiólogo donde se instalaba mi padre,
cerca del Parc Monceau, Rue de Lisbonne, en planta baja, vasto laberinto de largos corredores, a
diferencia del lugar donde habíamos vivido hasta entonces que era más exactamente, como dije, una
pequeña caja cuadrada, con pocas piezas, donde incluso su consultorio era pequeño; en un momento
dado, hasta llegó a coincidir nuestro lugar de vivienda y su consultorio, un poco a la manera de los
Lacan después de la guerra, cuando era toda la familia la que habitaba la Rue de Lille. Quienes
conocieron el lugar –5, Rue de Lille– saben que no es grande; pues bien, toda la familia se alojaba allí,
incluida la abuela rumana de Silvia. Lacan admitía todo eso, aceptaba la partida: amaba a la mujer,
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tomaba a la abuela también; siempre era muy respetuoso con ella, mucho más que con los demás y ella
misma tenía para con él muchas reverencias, según lo que escuché.

Aquella visita tuvo lugar en momentos en que mi padre dejaba de ser generalista y pasaba a ser
especialista; su consultorio cambiaba de barrio y por lo tanto, cambiaba el paseo; me llevó a mí con él y
no a mi hermano, que por entonces debía tener seis meses o un año. Vi entonces lo que había realizado,
el mundo nuevo en el que se disponía a vivir, la potencia increíble que de allí se desprendía; todo esto
debió ocurrir en la misma visita, porque no hice muchas más; era su lugar de trabajo y yo no tenía nada
que hacer allí, aunque más tarde volví. Pero fue en el transcurso de esta misma visita que me mostró sus
aparatos, más numerosos que en el pequeño gabinete de la Rue des Francs–Bourgeois.

Y esto fue lo que hizo cuando lo volví a encontrar. Algo que me aclaró mucho respecto de mí mismo,
incluso de cosas que suelen decirme con frecuencia y que tienen su fundamento. A menudo me han
sorprendido mucho –y a veces herido– cosas que me dice gente muy allegada, familiares o amigos míos,
quienes han llegado a decirme que mi manera de hablar, de mirar, de apretar los dientes, daba miedo.
Algo que no le resulta fácil de integrar a quien tiene la convicción psicótica de ser adorable, si bien hay
un principio muy preciso para que así sea.

En el transcurso de esa visita, decía, después del gabinete donde mi padre dictaba sus informes a sus
secretarias, se situaba la sala de máquinas, en cierto modo. Mi padre me mostró entonces sus aparatos
nuevos y me dijo: con esto, uno ve el interior del cuerpo, el esqueleto, se ve lo que ves en las fotos –así
como lo decían los radiólogos. Y no encontró nada mejor que ubicarme detrás de uno de esos aparatos, a
mí, a su hijo, y durante un momento las luces se encendieron; mientras por mi parte no veía nada, sabía
que era visto hasta lo más recóndito de mí.

Era cuestión de que se vean mis huesos, que en el fondo me vean ya muerto, que vean mi interior, ya sin
guardar secretos; el Otro de la vigilancia ganó allí, mientras yo no lo veía y él me veía por completo,
como jamás llegaría a verme por mi cuenta o habría podido verme. Esa mirada era el colmo de la
inquisición y quedé transido por ella; se puede decir que ese momento se fijó en mi carne. No sé si
ustedes sienten escalofríos, no se trata de algo que uno pueda inventar; si yo me quedé tieso es porque sé
que ese momento me dejó transido, esa visión, la de saber que mi padre me había en cierto modo
abierto, leía en mí como en un libro abierto.

No me desmayé, no lloré, debió ser algo imperceptible, pero quedó en mí como una referencia, algo que
comprendí antes de entrar en análisis, leyendo textos psicoanalíticos; era esto lo que podía darme esa
mirada que una de mis mujeres, justamente en el momento en el que yo ingresaba a la ENS, calificó así:
tenés la mirada de un juez.

Fue algo que me sorprendió, porque precisamente yo no estaba identificado con el Otro de la vigilancia;
llegado el caso, estoy identificado con su objeto, por eso me debato tanto cuando siento que se presenta.
Tratándose de los cognitivistas, por ejemplo, me identifico ya sea a su objeto o bien al objeto atacado
con elocuencia por el Otro que vigila.

Así, otra ocasión que recuerdo data de mis trece años, cuando estábamos en pensión con mi hermano
durante el invierno –me veo obligado a hacer sus confidencias al mismo tiempo que las mías, en fin, al
menos algunas–, ya no recuerdo dónde, durante quince días. Se forma allí toda una pequeña sociedad,
las chicas, los muchachos, conversan entre sí y por mi parte me enamoré perdidamente de una chiquita
rubia, belga, que volví a ver años más tarde, próxima del Campo Freudiano. Pero habían pasado
cincuenta años, más o menos. Por entonces teníamos sobrenombres; el mío era el de abogado; no tengo
el recuerdo preciso, pero sí guardo memoria de ese sobrenombre; supongo que hablaba y pleiteaba, de
modo que la identificación a un juez, es decir, aquélla que me situaba del otro lado, del lado del Otro de
la vigilancia, siempre me sorprendió, pero evidentemente es algo que se instaló en mí con ese episodio,
tanto como con el otro.

En fin, no es algo sintónico respecto de mi intención, pero es evidente que ya cuando se combate al Otro
de la vigilancia, se lo vigila, no se le quitan los ojos de encima. Es por eso que puedo de inmediato, a
partir del momento en que sé que vendrán a visitarnos los expertos del Departamento de Psicoanálisis,
en el mes de enero, mi primera reacción es la de decir que somos nosotros quienes vamos a investigarlos
–los pobres no saben dónde meten los pies–, que voy a saber todo acerca de cada uno. No me van a
venir con la historia del experto designado, nombrado por una comisión. ¿Quién es Ud., señor experto?
¡Presénteme sus papeles!
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Algo que por lo demás ya hice. Hablé por teléfono con el jefe, después de haberlo contactado por correo
electrónico. No sabía aún quién era cuando ya había comenzado con aquello de "Envíemelo con toda
rapidez...", en fin, ése era el tono del primer contacto más amable. Dos días después, cuando insistió
sobre la cuestión, le respondí: "Sírvase mandarme a vuelta de correo los documentos oficiales atestando
quién es Ud.". Fíjense que ese tipo me llama por teléfono, me manda un mail y yo tendría que... ¡Pero
vamos!

Esa respuesta mía le hizo efecto. Me llamó para decirme cómo podía poner en duda su buena fe. Le dije
que no se trataba en absoluto de eso. Si Ud. me pide presentar una pieza oficial, por mi parte le pido una
pieza oficial para presentarla (risas). Todo esto por mail. Y puedo publicarlo mañana, sin el nombre del
desdichado.

Pero evidentemente, con esa ocurrencia que tuve de inmediato, la de sacarme ese tipo de encima, dar
vuelta la mesa y dejarlo a él en esa situación –ya ven los gestos que hago para decirlo–, nada más que
pensándolo uno se vuelve un poco parecido a él. No recuerdo quién lo dijo –creo que fue Nietzsche–,
pero es una frase que había tenido un gran impacto en mí: se transformó en aquello que combatía. Había
también otra frase, la de esa historieta americana que se llamaba Pogo, que es para morirse: We´ve seen
the enemy and it is us.

Se le agregan todavía otras cosas, sobre todo la doctrina misma de Lenin, según la cual el Estado es la
burguesía organizada con sus fuerzas armadas, sus finanzas, etc., de modo que para luchar contra ese
Estado hay que hacer otro tanto. Y concibió al Partido Comunista así y todo como un contra–Estado,
dotado de los mismos defectos o de otros aun peores. Lenin se dio cuenta que había parido una suerte de
monstruo.

Ustedes ven bien que es un asunto difícil; para combatir el lobby cognitivista que opera en Francia
extracciones abusivas desde hace treinta años, para hacer caer esta fortaleza –ya lo conseguiremos–, no
son planos en el aire los que hacen falta, sino que es preciso convertirnos en lobby a toda velocidad, es
decir, hablar con los hombres políticos. Claro está no es esto lo que hice durante treinta años, no quería
siquiera tocarlos con pincitas. Era indiferente a tal punto respecto de estas cosas, que Roland Dumas era
amigo de la familia desde siempre y yo no quise nunca tocar la mano de Mitterrand, por quien había
votado. Había votado, sí, pero no sabía nada al fin de cuentas acerca de quién era ese tipo. Tenía una
pequeña idea, pero no buscaba aproximarme, no me interesaba tener que formular algunos
agradecimientos.

Y lo más sencillo es que Roland Dumas se situó muy bien, debo decirlo, comprendió esto
intuitivamente, quedó entendido sin que jamás hablásemos al respecto, eran sus asuntos. Pero esto se
terminó gracias al señor Accoyer.

De modo que nosotros hablamos con los hombres políticos, procuramos incluso hacerlo con las mujeres
políticas, ya que ahora las mujeres ocupan un lugar en ese terreno.

Lilia, presidente de la Escuela de la Causa Freudiana, reconocida de utilidad pública –es la prosperidad
de la virtud–, habló con Roselyne Bachelot en su oficina, como había sido invitada a hacerlo. En un
momento dado, tuvieron una controversia porque, al parecer, Roselyne cantó el pasaje de una ópera;
creía que era algo de Verdi, pero era de Mozart, en fin... Así van las cosas, así somos.

Se podrá notar que no se llega tocando la mandolina, sino con una caja importante, se llega con el
Nouvel Âne, que no es en especial complaciente, pero sabe hacer la diferencia entre los hombres
políticos apartados por su administración, por un lado, y por otro los verdaderos de verdad, que están
allí, persiguiéndonos encarnizadamente desde hace años.

Los ministros pasan, los ministros cansan, los ministros no son especialistas del terreno del que se trata.
Por el contrario, los otros sí, los pequeños hombres grises están allí, desde hace años, para intentar
ajustarnos las cuentas y estiman que ahora les llegó el momento.

Hablaba ayer por la noche con Robert Hue, ex–secretario general del Partido Comunista. Quienes
asistieron al Foro extraordinario saben que en un momento dado evoqué la Fundación para la
Innovación Política, de derecha, diciendo: pero entonces, ¿qué hay a la izquierda? Y mi hermano indicó:
la Fundación Gabriel Péri, dirigida por Robert Hue.
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A esa Fundación por la Innovación Política fui en el momento en que se suscitó el asunto Accoyer.
Conozco al director, un egresado de la ENS, en tanto el presidente del Consejo Científico es un ex–
alumno mío, François Ewal. Mi amigo Jean–Didier Vincent también la integra ahora y, según me enteré
en el Foro Extraordinario, la misma Catherine Clément se ha sumado. Por consiguiente, no hay
dificultades por ese lado, pero fue preciso el Foro Extraordinario para que mi hermano me recuerde que
existía esta fundación Gabriel Péri, dirigida por Robert Hue.

Así fue que después lo llamé por teléfono a mi hermano y le dije qué esperaba para que nos encontremos
con R. Hue, para que cenemos juntos. La cena de los tres ocurrió ayer y puesto que se nos recibe con
honores en el Palacio de la República ocupado por el equipo de Sarkozy, también estamos contentos de
cenar con un viejo comunista que nos tiene simpatía. Por lo demás, dijo que si Jospin hubiese ganado, él
habría sido ministro de salud, al parecer ya se habían puesto de acuerdo al respecto. Pues bien, nos
recibe Roselyne Bachelot, pero si se hubiese tratado de Robert Hue, nos hubiese recibido él. Esto no
quiere decir que la izquierda y la derecha sean lo mismo, pero el psicoanálisis es el psicoanálisis, esto es
lo que defendemos, defendemos el psicoanálisis de interés público. Me sorprendió encontrarme esta
mañana con un texto mío de 1992, donde ya hablaba del interés público al respecto.

¿Dónde había dejado? Estaba hablando de la cena con Robert Hue, ¿pero antes de eso? Es preciso
hablarles ahora, de manera gentil, sin injuriarlos. Me refiero a los ministros de salud, de la enseñanza
superior, de la investigación –también se trata de una dama, una señora joven, pero desembarca en un
territorio donde los odios existen desde hace décadas. Tampoco se la puede considerar responsable de
todo.

Cierro este pasaje para decirles –es la única razón por la cual considero el episodio–, que de chico no me
llamaban Jacques–Alain, aunque esos fuesen mis nombres. Fui yo quien a los 16 años decidió ponerlos a
circular, inscribiendo un guión entre uno y otro; decidí llamarme Jacques–Alain, hijo de sus propias
obras. Hasta entonces, me llamaban Jacky, algo de lo que ya empezaba a estar harto.

Estoy llegando a donde quería llegar y a la razón por la cual estoy llegando justo. Es por eso mismo que
no me acordé la tregua de algunas horas esta mañana.

El miércoles ceno entonces con un buen conocedor del aparato universitario y le pregunto: ¿Qué ocurre
con este asunto que me llega un poco de todas partes, según el cual el Departamento de Psicoanálisis
como tal queda sometido a una visita de evaluación, un nuevo aparato universitario del que nadie había
oído hablar? Se trata de la Agencia de Evaluación de la Investigación y de la Enseñanza Superior
(AERES). Se pone en marcha y todos los departamentos de Paris VIII están patas arriba, no saben cómo
responder a esto.

Se trata de algo que ya me había conducido, diez días antes, a solicitar al director del gabinete de Salud,
a quien conozco, que me ponga en contacto con el director del gabinete de Enseñanza Superior e
Investigación, para defender la causa del Departamento.

Nada nuevo bajo el sol, por lo demás. Ahora lo decimos. Hasta 1981, la presencia del Dr. Lacan protegía
el Departamento; era su amigo personal, Edgar Faure, quien había creado Vincennes, transformada en
Paris VIII. Como ustedes saben, Lacan murió en 1981, pero también teníamos otros protectores.
Foucault aportó su firma cuando fue necesario, Barthes otro tanto y a continuación, hasta 1991,
estuvimos tranquilos como reyes.

A partir de 1991, cada vez que queríamos crear un diploma o se hacía preciso renovar su habilitación,
cada vez que nos enviaban expertos, por mi parte no los encontré nunca; felizmente estaba mi hermano
menor para apoyar esta cuestión y en cada oportunidad los expertos –dos psicólogos– elevaban un
informe desfavorable. En cada ocasión, Gérard Miller, apoyándose en su notoriedad, pedía una
entrevista en el gabinete del Ministro de Educación. Era recibido, explicaba que habíamos sido
degollados por los expertos psicólogos y en cada ocasión, el gabinete y por consiguiente el propio
ministro, pese a la estimación desfavorable, prorrogaba la vigencia de nuestros diplomas.

Así fue como funcionaron las cosas desde 1991. Felizmente, Gérard Miller, que era conocido, seguía
estando allí. Incluso Robert Hue llegó a decir: ahora, Gérard, sos más conocido que yo. Y es cierto,
cuando uno camina con él por la calle, la gente se da vuelta. Él puso esta notoriedad al servicio del
Departamento de Psicoanálisis.
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De modo que el trámite al que me refería no dejaba de ser algo habitual, sólo que este año la cuestión iba
a ser diferente.

Redacté una nota de una página, como se hace en los ministerios y la entregué al director del de Salud
para que la transmita al del gabinete de la Enseñanza Superior, buscando tomar contacto. Una semana
después, recibí un mail del director del gabinete de Salud diciéndome: puede llamar al director adjunto
del gabinete de la señora Pécresse.

Me pregunté por qué tenía que tratarse del director adjunto. Miré cómo estaba constituido el gabinete. El
director es un profesor universitario, en tanto de los dos directores adjuntos, porque hay dos, éste es un
inspector de finanzas; por consiguiente, es un egresado de la Escuela Nacional de Administración
(ENA), como el director del gabinete de Salud, por lo tanto supongo que eran esos vínculos los que
prevalecían.

Tenía así, por un lado, esta cuestión en el fuego; como no me dieron el teléfono, fue necesario todavía
que llame a la secretaria; ella me dijo que me lo hacía llegar en quince minutos, pero hacia el fin de la
tarde aún no había llegado nada. Me llamó al día siguiente, lamentándose al explicarme que fue cuando
estaba a punto de dormirse que se dio cuenta de su olvido, por el cual yo seguía sin el código del mail;
me reporté entoncese a una tercera persona en el gabinete de Salud y por fin lo conseguí.

Así, mientras hacía esos llamados, por otro lado le pedí a Jean–Claude Maleval una nota acerca de la
psicología clínica en la universidad; por esa vía empecé a tener noticias del hecho que estaban
demoliendo los programas de formación en el Departamento de Psicoanálisis, pero no solamente allí,
sino que estaban haciendo intervenir restricciones abusivas en el conjunto de las formaciones en
psicología clínica y psicopatología, como se las designa oficialmente en las universidades.

¿Qué puedo decir yo? En efecto, él representa una cierta presencia del psicoanálisis en la universidad.
Crearon una suerte de sindicato, con nombre impronunciable, SIEURPP –o algo por el estilo–, dirigido
por mi viejo amigo Roland Gon. Pero en fin, así como definieron su SIEURPP, dieron verdaderamente a
pensar a todo el mundo que se trataba de algo almibarado –y en efecto lo es, hay que reconocerlo.

Recuerdo cuando lo crearon hace siete, ocho años. Por entonces, habían decidido con cuidado que sólo
los psicólogos podrían adherir a ese sindicato, lo cual excluía –era una desdichada casualidad– a la
mayor parte de quienes ejercían la enseñanza en el Departamento de Psicoanálisis de París VIII. ¿Se
trataba por completo de un azar?

Mi amigo, Philippe Grauer, que representa a los psicoterapeutas orientados en la perspectiva relacional,
me comentó haber asistido a la gran reunión que se hizo en mayo o junio, donde había pronunciado mi
nombre. Le señalé que hacía falta una buena medida de coraje para hacerlo y me respondió: "¡Oh! No
podés imaginarte los movimientos que eso provoca...".

Un poco antes, por lo demás, yo había hablado con Gori, a quien le pregunté si era de verdad prudente
para él, que me conoce desde hace tanto tiempo –e incluso para Elizabeth–, no oponerse a las calumnias
de Melman y empujar la rueda. Me respondió que sí, o en fin, quizás, agregando: "Sabés que a vos
también te beneficia, porque tenés reputación de ser el diablo". Muy bien.

En definitiva, quiero decir que hicieron todo lo posible para que no sigamos juntos. Eso por detrás de
nosotros, porque ante nosotros, al contrario, se desplegaba algo que por mi parte califiqué como la noche
o el año de los cuchillos largos.

Así, el miércoles por la noche llegué a hacerme de algunos nombres que me proporcionó un conocedor
de la institución universitaria. Me dio a conocer el nombre de alguien que yo desconocía por completo;
se trata de Jean–Marc Monteil, el mandamás; les doy el nombre completo, con la ortografía exacta,
porque hoy pueden contar con el Google y no duden en recurrir a él; hoy mismo lo hice yo, entre un
paciente y otro.

El jueves llamé al director adjunto del gabinete de la Enseñanza Superior y la Investigación, a quien su
colega había omitido de transmitir mi nota, pero son cosas que pasan. Le expliqué los comienzos del
Departamento de Psicoanálisis, el hecho que siempre nos habían restablecido, agregando que ya era
suficiente ahora.
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Reconocí que, por mi parte, ni siquiera había seguido de cerca esos episodios, ya que mi hermano se
ocupaba de todo. A mi entender, resultar admitidos a último momento después de quince años ya iba
demasiado lejos y señalé que había una presión creciente de evaluaciones en la universidad. Solicité que
se constituyese ahora una sección especial del Comité de las Universidades para el psicoanálisis, de tal
manera que si la moda de ellos así lo dictaba, los psicoanalistas pasen por un peritaje, pero a cargo de
otros psicoanalistas y no de verdugos de ratas… (risas) –no fue esta la expresión que empleé.

Me respondió que crear una sub–sección era difícil y le dije que ese problema era de ellos. La demanda
es de ustedes, retrucó. Sí, admití. Pero hace un tiempo supe que esto forma parte de un paisaje mucho
más vasto y que estaba en marcha una liquidación del psicoanálisis en la universidad. Dijo que no estaba
al tanto. Le pregunté si no conocía al Sr. Monteil, durante largo tiempo director de la Enseñanza
Superior y la Investigación y en la actualidad consejero del Sr. Filon, así como al Sr. Roger Lécuyer,
presidente de la Federación Francesa de Psicología, también director en el gabinete de Enseñanza
Superior, y al profesor Fayol, de Clermont–Ferrand, supervisor de todos los equipos encargados de ir a
degollar tanto a psicoanalistas como a clínicos.

Agregué mi contento por el hecho que él fuese inspector de finanzas, porque al menos así no quedaba
atrapado en esos odios añejados y compactos. Pero sepa –precisé– que desde hace años los psicólogos
clínicos son el blanco de los psicólogos experimentalistas, como se los llamaba antes, en tanto ahora lo
son de los cognitivistas; eran los clínicos quienes drenaban el mayor flujo de estudiantes, en tanto el
poder universitario lo tienen los cognitivistas, quienes decidieron ahora liquidar a sus rivales. ¿Ud. lo
entiende? –le pregunté. Me respondió que ese no era su ámbito. Ya lo sé, le dije, y agregué: yo mismo
podría haber hecho mis estudios en la ENA, pero soy egresado de la ENS y me gustaba demasiado la
filosofía para hacer la ENA.

Como no le daba cabida a mi demanda, decidí decirle lo siguiente para que comprendiese: Sus expertos,
los voy a considerar uno por uno y los voy a bajar a tiros en mi diario. No sirven para nada y todo el
mundo lo va a saber. ¿Conoce mi diario, Nouvel Âne? ¡Ah, no lo conoce! Deme su dirección y se lo
hago llegar de inmediato. Cuando me indicó el 21, Rue Descartes, continué: ¡Ah! Es allí donde antes
estaba la Escuela Politécnica; mi hijo cursó allí (risas) –tiene su utilidad mostrar que uno es del mismo
mundo. Me doy bien cuenta, respondió. Y agregué: Le hago llegar el diario y Ud. hace llegar la nota que
hasta ahora no transmitió a su colega del gabinete de Salud.

Mi tono era vehemente –por lo demás, me disculpé por eso hacia el final–, en tanto él se mostraba
flemático y persuadido, tal como uno aprende en esas escuelas: ser flemático es el colmo de todo cuanto
hay en el mundo. No le enseñaron que la posición flemática es la del esclavo; quizá lo haya aprendido en
esta ocasión, porque le dije: Querría que tome nota de un mensaje (risas), dirigido a la Sra. Pécresse. Y
comencé a dictárselo: "Estimada señora, nuestra común amiga, Catherine Clément, me informa que Ud.
no se muestra del todo contraria a nuestro combate contra la reforma Accoyer, en la medida en que Ud.
no quiere que sus hijos morfen Ritaline. Pues bien, me importa en estas circunstancias darle a conocer
mi simpatía personal. Jacques–Alain Miller, director del Departamento de Psicoanálisis", etc. Ud. se lo
entregará. Sí, por supuesto –respondió– y agregó: Voy a llamar de inmediato al presidente de la AERES
y retomo contacto con Ud.

Ya estábamos saliendo allí de los bajos fondos del equipo de expertos que se nos destina, pasábamos a
un nivel superior.

El jueves al mediodía llamé un correo para despachar el periódico; vino a buscarlo hacia las 14 hs. –esto
me disculpa ante quienes tuvieron que ejercitar la paciencia un cierto tiempo en mi sala de espera– y con
ese ejemplar de L´Âne envié una nota. Pensé que de otro modo me iba a extrañar. Tenía conmigo la nota
de Maleval, con las informaciones que me había proporcionado la víspera, hacia el fin de la tarde,
gracias a las cuales yo estaba muy al tanto de la circulación de estudiantes y demás, ya van a ver un
poco.

Le envié esa nota y llamé por teléfono. Le pedí a la secretaria el mail de ese señor y le hice llegar el
documento de Maleval más una nota donde había cifras: más de 40.000 estudiantes de psicología en
Francia considerando el lapso de un año; 12.000 cursando la maestría I; 5.000 en la maestría II –no
conozco nada al respecto, estrictamente nada–; de esos estudiantes, entre las dos terceras y las tres
cuartas partes se orientan hacia la psicopatología clínica –algo significativo–, polo fuerte de la
enseñanza, etc.
35

Además de la oposición entre clínicos y cognitivistas, la política de Claude Allègre, a comienzos de


1990, era la de reorganizar las ciencias humanas y sociales, de manera tal que viniesen a coincidir con el
modelo cognitivista propio de las ciencias duras. Para lograr ese objetivo, se pusieron en ruta
dispositivos de peritajes; esos peritos favorecieron sistemáticamente lo (¿?) [*]y lo experimental.
Nosotros cosechamos hoy los frutos de la normalización socialista; sus efectos son catastróficos para la
orientación clínica, etc.

Lo divertido es esto, el hecho que el partido socialista está en la oposición, pero son sus ideas las que
tienen el poder en el aparato administrativo. Pues bien, será preciso decir esto y pedirles cuentas, por
cierto. Para el Foro busqué un socialista y encontré uno, el senador Sueur, pero debía permanecer en
Orléans, donde se presenta como intendente.

Pues bien, hay uno pero no hay dos. Le pedí a alguien que conoce bien al partido socialista que me
encuentre a uno para el foro extraordinario y al día siguiente, esta persona me dijo: no hay nadie; o están
contra nosotros, o tienen miedo decirlo. Por lo que hace a la izquierda, como dice BHL, se trata de un
gran cadáver dado vuelta. A mí me parecía que exageraba un poco, pero podría ser que tuviese razón.

Les contaba todo esto que pasó; a las 16,30 hs. le mandé esta cuestión por mail y me dije que
posiblemente, una vez más, no iba a conseguir que me entendiese bien, que el destinatario no iba a darse
cuenta hasta dónde estoy dispuesto a llegar. Y es preciso que lo comprenda. Ya me debe tener clasificado
entre los medio locos, lo cual es bueno, pero mejor si me ubica entre los completamente locos.

Esa fue la estrategia de Nixon respecto de los vietnamitas; la única ocasión en la que se anotó un punto,
fue aquélla en la que los persuadió que él era capaz de todo, que podía lanzarles una bomba atómica.
Ahí, ellos dudaron. Fue el único momento en el que un americano llegó a dar vuelta a los vietnamitas. Y
esto lleva un nombre en materia de estrategia, es la estrategia del loco.

Ustedes saben, para jugar el contrapoder la pregunta es: ¿qué tengo entre manos? Esta gente tiene todas
las radios, todos los diarios, nuestra campaña anti–depresión no llega a abrirse camino; llegará a
conseguirlo, pero ya ven el tiempo que requiere.

Elkabbach, cuando fue puesto al corriente de la reforma Accoyer, dos días después, sin haber fijado
previamente el encuentro, me tocaba el timbre, entraba en mi salón; a la mañana siguiente me llevaba a
la radio y al otro día por la tarde, con Accoyer, a su televisión, Público Senado. Allí, la misma mano, la
misma voz lo previno. Preguntó de inmediato el asunto y desapareció de pantalla. Quince días después
volvieron a la carga y él desapareció otra vez de la pantalla.

Es mi amigo Jean–Pierre; hice de él por entonces una presentación en Atenas, explicando que era el
Sócrates moderno –incluso se lo dije y le gustó. Pero aparentemente, como Europe 1 pasa la publicidad
del INPES sobre la depresión, eso debe atarle las manos –quizá sea así y es comprensible. Pero será
necesario secar las cajas del INPES para volver a encontrar a nuestro amigo Jean–Pierre.

Decía que le resulta difícil a esta campaña anti–depresión abrirse paso en la opinión de la multitud, y sin
embargo llega. Charlie Hebdo, Elle, en fin, Favereau en Libération, ayer, se despertó. Me llamó por
teléfono y me dijo que se proponía publicar algunas cosas.

Entonces, hasta el presente ¿qué me queda en las manos? El mejor equipo de redacción que hay en
Francia respecto de temas como esos; de toda evidencia, no es algo insignificante. Y además, una prensa
poderosa, que llega a un tiraje de hasta 10.000 ejemplares. Con esto es necesario que se los haga
entender.

No quería dejarle terminar su jornada sin que de verdad tenga en mano lo necesario para comprender de
qué se trataba. Entonces, por teléfono, le expliqué al maquetista del Nouvel Âne, en ese momento
consagrado a otra cosa por completo distinta, pero en fin, trabaja para varias cuestiones a la vez, es un
taller, le pedí si podía distraer un momentito para hacer un trabajo encomendado con urgencia, que podía
tener los mejores efectos del mundo.

Érik –ese es su nombre, Érik, con "k"–, dijo que sí. Le hice llegar entonces ciertos documentos y demás
y él consiguió hacerme lo que podía ser la tapa del Nouvel Âne de enero; no el que debe salir en
diciembre, que está un poquito atrasado, pero que esperamos salga para mediados de diciembre; ése ya
está concluido, pero hay otro que esperamos para fines de enero.
36

Por cortesía, quería dárselo a conocer rápidamente a mi interlocutor y pude enviárselo a las 19,45 hs.
Sólo media hora antes de venir aquí, pensé que en el fondo nada me impedía hacer un tiraje para
mostrárselo a ustedes, para que ustedes vean lo que vio ese director de gabinete y que quizá mostró a su
entorno –había sido hecho para eso. Así fue como, a toda velocidad, lograron hacerme un tiraje de esa
tapa. Antes de mostrársela, les voy a contar cómo siguió la historia.

Tenía la impresión de ocupar el ministerio de la Enseñanza Superior durante el día jueves. Después, fue
necesario que vuelva para fabricar el Nouvel Âne Nº 8, algo que así y todo resulta preocupante. El lunes,
a pedido de los colegas de la Escuela de la Causa Freudiana que publican "La letra en línea" (La lettre en
ligne) –quizás algunos de ustedes la reciban–, redacté un texto donde yo mismo me daba cuenta que
comenzaba a dominar el tema.

Ya se hizo bastante tarde, pero es necesario que se los diga, sí. Empleaba por otra parte un lenguaje... En
el momento en que me dedicaba a corregir ese texto, me decía que no había recibido el llamado
telefónico de quien había quedado en recontactarme después de haber hablado con el presidente de la
AERES.

Por lo demás, yo había dicho: a partir de ahora está en marcha el metrónomo, cada hora que pasa tiene
un sentido, es decir, él se pregunta qué hacer conmigo, se pregunta si van a hacer con Jacques–Alain
Miller lo que hicieron con Roland Gori, quien representa la mitad de la psicología clínica universitaria,
unos doscientos universitarios, el único sindicato de la psicología clínica universitaria. Gori hizo un
manifiesto que firmaron 8.000 personas; yo dije no, le dije que me parecía inútil y contraproducente; él
protestó, señaló la cantidad que había firmado ya, etc. Pidió una entrevista a la Sra. Pécresse, le envió
una carta muy gentil, fortalecido como estaba por su representatividad. Ella hizo esperar la respuesta
durante un mes y cuando llegó decía: mi agenda no me permite fijar la fecha de un encuentro en un
plazo adecuadamente próximo. Razón por la cual no le proponía absolutamente nada, ni siquiera
encontrar a quien barre la puerta.

Hacía veinticinco años que por mi parte no había visto a Gori, cosa que además lamento, pero no es algo
que dependiese de mí; no era alguien conocido como ahora; habíamos comenzado a hacer juntos una
pequeña revista, Cliniques, así, en plural, pero en ese momento él divorciaba y hubo que interrumpir.
Tres o cuatro años más tarde, vi salir una revista, dirigida por él, Cliniques –en plural– mediterranéennes
–en plural–; me dije: visiblemente no quiere continuar conmigo. Dejémoslo ahí. Es una revista que
ocupa su sitio.

Después creó su SIEURPP, que no estaba armado para que trabajemos juntos, en tanto yo sabía bien que
había allí, en ese desdichado SIEURPP, equilibrios difíciles entre gente de la IPA, gente de la Escuela de
la Causa, etc.; Gori se consagraba, allí, a mantener ese equilibrio, algo que le gusta y requiere,
justamente, algún toque almibarado. Cuando volví a verlo le dije: "Como sabés, no podría vivir así, pero
es cuestión de maneras de ser, un asunto personal. Vos te encontrás a gusto en eso, en tanto yo necesito
otro tipo de cosas, es como los gustos y los colores". Todo lo cual no quita que me sienta también yo
herido cuando lo tratan de esa manera.

Pero yo ya había escrito que no consideraba a la Sra. Pécresse como responsable de esto; se trataba
verdaderamente –y podía reconstituirlo– de algo que respondía a Monteil, es decir, que ellos habían
pasado a la etapa de liquidación activa.

Cuando ustedes se encuentran en esa etapa, no discuten más. Se terminó el discurso. Es un momento
terrible, muy hermoso también, que pueden encontrar en los frescos; vuelvo a ver un pequeño símbolo
de Fra Angélico, en Florencia, en La masacre de los inocentes. Se pueden ver en ese cuadro hombres
armados de puñales y en el deslinde, a la vista, cascos derribados; uno entiende que allí se trata de una
suerte de mecánica que no se detiene.

La carta de la Sra. Pécresse quería decir esto. Ahora no hablamos más con ustedes, los matamos. Ya
están muertos, ya son cadáveres en la universidad. Habrá sobresaltos, etc., pero son patos sin cabeza.

No estoy dramatizando; el lenguaje es ese: rehúsan hablar, rehúsan recibir. Algo así como lo que ocurre
en Bazajet, ustedes saben, cuando ella dice salgan, todo el mundo sabe al salir que se trata de la muerte.
Barthes y Julien Gracq lo analizaron: ese "salgan" equivale a "los matamos". Pues bien, en esta ocasión,
el hecho de no recibir era esto mismo, algo que ya había sido escrito, aunque no por la Sra. Pécresse.
37

Me pregunto cuál sería la razón para que esta mujer joven, nieta de un médico a quien Chirac estaba
muy ligado –razón por la cual el retoño fue promovido–, alguien conocido por Catherine Clément, capaz
de decirle que se da cuenta del hecho que no estamos forzosamente errados cuando nos oponemos a
Accoyer y no quiere, por su parte, que sus hijos morfen Ritaline –le pregunté a C. Clément si era esa
exactamente la expresión empleada, morfar Ritaline, de modo que Valérie Pécresse habla francés–, por
qué esta señora querría sin más matar a Gori. No hay razón.

De modo que Valérie Pécresse hace de biombo, detrás del cual están quienes planifican esto, quienes ya
montaron esta cosa horrible que se llama AERES, destinada a pasar como el azote de Atila por las
universidades francesas; están quienes planificaron, quienes hicieron la lista del Departamento de
Psicología Clínica y Psicopatología y después la del Departamento de Psicoanálisis. Ellos no se ocupan
de decir rápidamente si uno es o no psicólogo; le confiaron todo eso al profesor Fayol de Clermont–
Ferrand, sucesor del Sr. Monteil en el mismo laboratorio, secundado por la Federación Francesa de
Psicología, organismo inútil y vacío, distinguido con el privilegio de ser el único organismo de
psicología en Francia que puede acordar títulos europeos.

Porque en la inter–burocracia es así como se elige. Será Lecuyer y ninguna otra persona. ¡Por allí pasará
la psicología francesa, señores jurados!

Esta mañana –es lo que contribuyó todavía más a mi retraso– recibí una carta formidable. Ayer fue
conocida mi diatriba anti–cognitivista, que allí está. Y antes de venir no pude resistir el placer de
redactar un comunicado suplementario, con el documento que me envió mi amigo Jean–Robert Rabanel
de Clermont–Ferrand, esta mañana, a las 10.37 hs. Lo redacté y partió unos treinta minutos antes que yo
llegue aquí; como quiera que sea, no habría tenido la suficiente tranquilidad de espíritu como para
pensar en mí mismo, aunque haya podido hablar al respecto.

El comunicado en cuestión es el siguiente:

"Comunicado Nº 11"

"″La Letra en línea″ (″La Lettre en ligne″) de la ECF difundía ayer mi primera diatriba anti–cognitivista.
Recibo esta mañana un mail de nuestro colega Rabanel, que le hago conocer de inmediato (Cf. más
adelante). Por lo demás, mi amigo Saint–Clair Dujon me señala el coloquio de los Laboratorios de
Ciencias Humanas y Sociales de la Escuela Normal Superior (ENS), que tuvo lugar el 30 de noviembre
ppdo., de 9 hs. a 18 hs., acerca de "Evaluar, devaluar, reevaluar la evaluación" (esto indica que hay todo
un movimiento en curso). "En particular, pone de relieve la interesante intervención de Barbara Cassin
(a quien en ese mismo momento invitamos a la Mutualidad, acompañada por Badiou), a propósito de
″¿La calidad es una propiedad emergente de la cantidad?″ (tema que viene a coincidir en todo con lo que
por mi parte difundí ayer, destinado a la organización internacional de matemáticos), donde Cassin
desarrolla aquello que constituye lo ideológico del Google: una cita es un voto; un click en un sitio, es
un voto. El modo según el cual es evaluada la investigación, conduce al investigador a considerar el
instrumento evaluador como el fin mismo de su investigación (es luminoso) (publicar para ser citado, no
para avanzar). En lo que hace a la lengua de la evaluación, reportarse a Klemperer (Victor), ″Lingua
Tertii Imperii″ (será preciso que hablemos al respecto). La grabación hecha de este Coloquio tendría que
estar disponible en el lapso de una semana, en principio, en el sitio ″difusión de saberes″ de la ENS.
Muy atentamente. Jacques–Alain Miller, 5 de diciembre 2007".

Les doy a conocer ahora el mail de Jean–Robert Rabanel de esta mañana, a las 10.37 hs. Lo encuentro
especialmente regocijante, porque es evidente que acaba de comenzar la gran vigilancia. Ahora son ellos
quienes van a estar en la mira, es acerca de ellos que nos vamos a enterar de algunas cosas.

"Estimado J.–A. Miller,

Después de haber procedido a la lectura de sus respuestas a ″La letra en línea″, querría decirle unas
palabras respecto de Jean–Marc Monteil. En primer término, se trata de un recuerdo.

En el momento en que fue creada la Sección Clínica del Instituto del Campo Freudiano en Clermont–
Ferrand, le había solicitado a Ud. que redactase una carta al decano de la Facultad de Letras, para que él
acepte alquilarnos salas. Éste aceptó nuestra demanda, al mismo tiempo que nos rogaba dar cuenta de
ella al Presidente de la Universidad; por entonces se trataba, justamente, del Sr. Monteil.
38

Telefónicamente, el Sr. Monteil no me hizo objeción alguna, precisando que éramos a tal punto
diferentes, que no nos perjudicaríamos. Agregó con amabilidad que había podido apreciar
favorablemente la ayuda que por mi parte había prestado, como analista, a alguien de su entorno
cercano.

Ese fue el único contacto que tuve con J.–M. Monteil y como Ud. puede apreciar, estuvo impregnado de
cortesía. Conocí a continuación el desarrollo de su carrera, primero en Bordeaux, después en París. En la
Universidad Blaise–Pascal, en Clermont, había creado a partir de las ruinas del Instituto de Psicología
Aplicada, su Laboratorio de Psicología de la Cognición. Fue Presidente de la Universidad de 1992 a
1997; después vino a desempeñarse como rector de Bordeaux. Escribió entonces un importante informe
titulado ″Propuetas para un nuevo abordaje de la evaluación de los docentes″, que le hizo llegar a
François Bayrou, Ministro de la Educación Nacional. Supongo que ese informe tiene algún tipo de
incidencia en su designación, en julio 2002, como Director de la Enseñanza Superior. El ministro que lo
nombró era Claude Allègre. El 21 de marzo ppdo., asumió como Presidente del Consejo de la Agencia
de Evaluación de la Investigación y de la Enseñanza Superior (AERES), cargo que debió abandonar el
22 de mayo, cuando fue nombrado Encargado de Misión ante François Fillon. Es, sin duda alguna, el
experto en evaluación de la universidad francesa. El Prof. Fayol, quien lo sucedió en el laboratorio de
Clermont, lo eligió para supervisar los numerosos equipos de la AERES que van a consagrarse a lo largo
del año a los peritajes de todos los clínicos y psicoanalistas universitarios. Ese es el triunfo de ellos.

Uno puede preguntarse cómo la Facultad de Psicología de Clermont, donde enseñó Foucault, que resultó
marcada por su enseñanza (Por entonces yo veía a Foucault a su regreso de Clermont; venía a ver a
Barthes, a la salida del seminario al que por mi parte asistía en 1964 y yo le caía simpático; así, con
frecuencia, iba a cenar con ellos en el momento de esos retornos), pudo transformarse en un bastión del
cognitivismo. Ocurrió como lo voy a consignar.

(En este punto, empiezan a abrirse los archivos del Sr. Monteil).

Para asistirlo en Clermont–Ferrand, Foucault había elegido a la Sra. Pariente, quien se convirtió en
Directora del Instituto de Psicología Aplicada. Era una clínica y como Simone y yo lo hemos sostenido
siempre (Se trata de Simone Rabanel), una egresada de la Escuela Normal, como su marido, el filósofo
Jean–Claude Pariente, de quien ustedes conocen la reputación y quien vino incluso, en marzo último, a
dar en la Asociación Causa Freudiana una hermosa conferencia acerca de la noción de nombre propio,
conferencia que vamos a publicar. La Sra. Pariente tendría mucho para decir respecto de su combate en
Clermont, su evicción y la supresión del Instituto de Psicología Aplicada, en beneficio del laboratorio
del Sr. J.–M. Monteil.

René Haby, primer Ministro de la Educación Nacional durante la presidencia de Giscard, promotor de
un "colegio único", fue rector de la Universidad de Clermont. Alice Saunier–Seité, quien le sucedió en
las universidades en 1978, rehizo la carta de las facultades de psicología y erradicó de Clermont la
clínica, a favor del cognitivismo. Algo que por entonces causó sorpresa, tanto más cuanto que la Sra.
Pariente era partidaria de Giscard, en tanto el Sr. Monteil era conocido por su inclinación hacia el
Partido Socialista. Como quiera que sea, así fue como la "Fac de Psico" de Clermont terminó
convirtiéndose en lo que se convirtió.

Es ahora el Prof. Fayol quien reina como amo absoluto en el terreno de la psicología en Clermont. De
Monteil a Fayol, en treinta años, no hubo siquiera un profesor, ni siquiera un encargado de conferencias,
ni un asistente, ni un responsable de cursos que haya provenido de la clínica. El desierto. Esto es así al
punto que no existe en Clermont un doctorado de 3er. ciclo (DESS) en psicopatología, lo cual
constituye, según Jean–François Cottes, un caso único.

¡Estos son los candidatos propuestos para evaluarnos objetivamente!

Después de guardar esto, Jean–Robert Rabanel recuperó en la computadora la carta que yo había escrito
el 30.03.92 al Decano de la Facultad de Letras de Clermont Ferrand, impresa en papel con membrete del
Departamento de Psicoanálisis de la Universidad Paris VIII. Me causó placer releerla. Dice así:

"Señor Decano y estimado colega,

Me permito dirigirme a Ud. a propósito de una ″Sección Clínica″ de Clermont–Ferrand, que hace valer
la recomendación del Departamento dirigido por mí en la Universidad París VIII.
39

Conozco personalmente desde hace años al Dr. Jean–Robert Rabanel, quien es apreciado por mí y la
mayor parte de los miembros del equipo doctoral "Psicoanálisis y campo freudiano", que animo en el
Departamento. En particular, el Dr. Rabanel fue invitado a colaborar en la "Sección Clínica" de París,
creada por nosotros en el marco del servicio de Formación Permanente de la Universidad.

Son numerosos los psicoanalistas que, por su parte, han querido crear en el extranjero otras Secciones
Clínicas como ésta. Por esa razón acepté acordar los auspicios del Departamento a las "Secciones"
abiertas en Bruselas, Madrid, Roma y Barcelona. Se trata de establecimientos cuya gestión queda cargo,
en forma autónoma, de sus responsables locales, en general a través de asociaciones sin fines lucrativos.
Por el contrario, los programas, los contenidos y los métodos de enseñanza se acuerdan con nosotros.

Una "Sección Clínica" fue abierta con todo éxito el año pasado en Bordeaux. El Dr. Rabanel quiso crear
una en Clermont y le aporté mi apoyo.

Si la Universidad de Clermont–Ferrand tuviese la posibilidad de acordarle locales a ese proyecto,


desearía vivamente que lo hiciese. Según entiendo, hay un verdadero interés público ligado a la
divulgación de una enseñanza metódica y racional del psicoanálisis (era hace quince años): el deseo de
"realizar su personalidad" permite explotaciones desvergonzadas; no es posible suprimir ese deseo,
nutrido por el "desencanto" moderno, pero se lo puede orientar hacia una disciplina que busca la verdad,
que no es incompatible con una perspectiva científica y que tiene su lugar en la universidad: la disciplina
analítica.

Multiplicar "Departamentos universitarios de psicoanálisis" sería deseable; a falta de hacerlo, en la


medida en que la universidad ayude a las "Secciones clínicas", puede jugar un rol salubre.

Sírvase aceptar, señor Decano y estimado colega, la expresión de mi distinguida consideración".

Jacques–Alain Miller

Como podrán apreciar, no he cambiado en absoluto en todos estos años.

A quienes permanecieron aquí, les voy a hacer ahora dos regalos. No sé por cuál comenzar. Por un lado,
está el documento que envié el jueves por la tarde y por el otro, el llamado que recibí el lunes. Pues bien,
comencemos por este último.

El lunes, a las 16 hs., me dicen: el secretario particular de la Sra. Pécresse quiere hablarle. Tomé el
aparato –como lo hago siempre– y me puse en comunicación con la secretaria particular de la Sra.
Valérie Pécresse, quien me dio a conocer que la Sra. Pécresse deseaba verme. Me propuso un horario un
tanto incómodo para la entrevista, un jueves; le dije que no desplazaba a mis pacientes y negociamos
entonces un horario que todavía está por confirmar –lo digo para quienes vienen a verme a veces–: el
lunes 17 de diciembre a las 19 hs.

Algo pasó por consiguiente en el corazón, no del faraón, sino de la Sra. Pécresse. Supongo que la Sra.
Bachelot o su director de gabinete le hablaron positivamente de mí. Por lo demás, yo le había
explicitado por escrito a su director que jugaba sobre seguro, pero jugaba limpio.

Les voy a mostrar ahora el documento que envié, diciendo que se trataba de un proyecto (risas) y que era
confidencial. Ya no lo será ahora, como ya no es tampoco un proyecto. Puedo entonces mostrárselos.

¿No ven nada? Arriba de todo, hay tres líneas:

Valérie Pécresse,

asesinar al psicoanálisis,

¿está bien?

Aquí, una figura tricéfala, la Sra. Pécresse, provista de tres rostros. Y después: Resistir al cognitivismo,
como slogan. Y abajo, la nota de Jean–Claude Maleval: "La unidad de la psicología ya pasó".

Tal el documento que pudo circular por el Ministerio de la Enseñanza Superior y la Investigación. Es lo
que Charlie Hebdo designaba como "la tapa a la cual Ud. escapó".
40

Bien, la próxima vez nos reencontramos en el gran anfiteatro y espero poder continuar, en el fondo,
sobre el fondo del cognitivismo.

Fin de la Cuarta Sesión del Curso JAM 2007-2008 - 05.12.07

N. de la T., respecto del término "pexer" (Cf. Sesión III, pág. 15, lí. 4 de la trad.), aclaramos lo siguiente:
proviene del vocabulario de los videojuegos; indica la operación por la cual se llega a matar los
monstruos, a fin de acumular puntos de experiencia y pasar al nivel superior.

De modo que la versión correcta del comienzo de ese párrafo sería:

"Si puedo sostenerme en el intento de matar los monstruos y seguir acumulando puntos así,
indefinidamente, sin llegar a la publicación y encontrar mi interés en esa modalidad (...)".

Notas
*Así figura en el original francés, pág. 13, 1er. párr., línea 29 (N. de la T.).
1-Entendemos que JAM juega aquí con dos expresiones: pure souche (pura cepa, aludiendo al origen) y
pur sucre (todo azúcar, toda miel –con referencia a la amabilidad, a la condición de amable). (N. de la
T.).

Curso del miércoles 12 de diciembre de 2007


Este año veo el Curso como una suerte de refugio de paz. Y mi deseo sería consagrarme, silenciadas las
pasiones, a algunos trabajos sabios, minuciosos, incluso quizá algo inútiles... Y una y otra vez llego
cubierto de polvo. Tengo la impresión que acabo de bajar del caballo.

No puedo decir que soy un guerrero aplicado, según la expresión de Jean Paulhan que se hizo canónica,
retomada una vez por Lacan y de la que hicimos un estereotipo; no serlo supone una distancia, la que
tomo aquí, sin duda; pero en fin, el resto de la semana soy un guerrero apasionado y prudente –no son
condiciones incompatibles entre sí.

Estoy visiblemente atrapado por un imaginario heroico, proveniente de las malas lecturas que hice en mi
infancia –o de las buenas, según se considere–; es así como vivo esto y estoy bien instalado en esa
perspectiva, demasiado bien sin duda.

Yo que nunca fui un gran lector de René Char, así y todo aprecio su imperativo: ¡Avanza hacia tu riesgo!
Y avanzo hacia el mío con prudencia, con cálculo, razón y logro. El logro es esencial en el asunto.

El acto es necesario, explica Lacan. Allí donde hay acto, es preciso que el inconsciente esté cerrado. Un
verdadero acto es correlativo del cierre del inconsciente, es en ese sentido que Lacan puede hablar de
acto analítico. Algo que vale para todo acto. Si ustedes tienen un lapsus, un fallido, un error de cálculo,
es porque el inconsciente volvió a abrirse.

En lo que a mí respecta, no se vuelve a abrir. Pondré mucha atención en eso.

Me di cuenta de esto a propósito de una cierta hinchazón. Se trata de algo que se conjuga bien con el rol.
Pero como quiera que sea, puedo yo mismo tomar distancia respecto de la postura heroica que me asedia
desde siempre.

Pero ustedes lo pudieron apreciar bien hace cuatro años, hacia fines del año 2003, yo vi perfectamente
cómo los psicoanalistas se escondían en una madriguera cuando se descolgó, en la Cámara de
Diputados, una reforma aberrante que definía las psicoterapias.

Para que llegue a ser anulada, fue preciso que un grupo le diga no a la unanimidad de la Cámara de
Diputados. Era el grupo de la Escuela de la Causa Freudiana. Por entonces, dije que el voto que había
faltado entre nosotros para hacer la unanimidad, no era el mío.

Yo sé quién votó no. Lo hizo por espíritu de contradicción, en fin, era para prestar servicio, para que no
se diga que todos... Fue una mujer quien votó no y tuvo razón de hacerlo Pero en fin, la tarde en que
confrontamos nuestra unanimidad a la otra, dije bromeando que ese sería nuestro 18 de junio.
41

Pues bien, lo fue. Y además, fuimos recompensados con un reconocimiento de utilidad pública,
altamente merecido, que inspira la esperanza en la república, como diría el otro.

Cuatro años más tarde, veo que son los universitarios quienes se esconden. Es más impresionante. Entre
los psicoanalistas, es algo profesional.

Ya Lacan echaba pestes contra la doctrina según la cual, en toda circunstancia, tanto mejor cuanto uno
menos dice y hace. Es abusivo hacer extensivo así, a todos los contextos, aquello que según creemos
constituye la posición analítica. Pero en fin, es la pendiente de la profesión y, por consiguiente, no me
produjo sorpresa.

Los universitarios, aquellos que pude conocer, tenían más recursos. Pero se trata de una generación que
ya pasó. De mi generación de los Canguilhem, también de los Foucault, de Derrida, no queda nadie, lo
cual terminará por dar la razón al Times Magazine y su consideración acerca de The dead of french
caution. Es impresionante ese silencio, especialmente entre los filósofos.

Ocurre que en un momento dado, la filosofía analítica les dio vuelta la cabeza, cuando esa filosofía ya
había empezado a declinar en los Estados Unidos e Inglaterra, en el mundo de habla inglesa. Fue
entonces cuando muchos se pasaron, con armas y bagajes, al campo de quienes tomaron por vencedores,
los cognitivistas. Y quienes no lo hicieron, bajan la cabeza y no piensan que forma parte de la posición
del filósofo hablar a la ciudadanía. Todavía mucho tiempo después, deben comentar la muerte de
Sócrates, pero sacando de allí la conclusión que es preciso guardar la calma.

En todo caso, por el momento el silencio es ensordecedor, en tanto viene a quedar emplazada la gran
máquina de descerebrar, como decía Jarry, mientras se monta –es el Año I– esta institución llamada
AERES, Agencia de Evaluación de la Investigación y de la Enseñanza Superior. Pensamos que les falla
ahí su intelección. No comprendieron todavía que se trataba de su Némesis.

Ser boludo no es una excusa. Por mi parte me inclinaría, en función de ese hecho, a rendir homenaje al
hombre que concibió esta máquina; ya pronuncié su nombre, lo escribo ahora en el pizarrón: Jean–Marc
Monteil.

Su único defecto es el de ser demasiado discreto. Algo que no resulta coherente con las cosas que dice.
Mientras tuvo a su cargo la Dirección de la Enseñanza Superior, y en especial entre 2002 y 2007,
pronunció una buena cantidad de discursos dirigidos a los universitarios. En uno de ellos, que leí
rápidamente y quizá pueda encontrar, celebra las virtudes de la mediatización. Aquí está; no figura la
fecha, pero faltaban pocos meses para la elección presidencial de 2006. Dice allí:

"La investigación entró, desde hace mucho tiempo, en una lógica de competición internacional. Desde
hace algunos años, los resultados de esta competición son objeto de una mediatización más importante,
siguiendo modalidades que por lo demás, no siempre son extremadamente rigurosas. Como quiera que
sea, lo que es preciso remarcar es que esa mediatización acrecentada de los resultados de la
investigación internacional, tiene sin duda efectos positivos".

Se trata de la famosa clasificación de Shangai, según la cual la universidad francesa y el conjunto de sus
instituciones universitarias quedaban ubicados a la cola del pelotón. Son las virtudes de la
mediatización.

Es una pena que el propio Sr. Monteil rehúse aparecer. Pero le rindo homenaje. Es un hombre habitado
por un deseo, el de transformar el mundo, el de transformar la universidad francesa. Concibió esta
AERES, por cierto, tan bien como pudo. Es él quien debió inventar la sigla, combinando un día las letras
en un papel.

Hasta hace quince días, yo no conocía siquiera su nombre, no sospechaba su existencia. Ahora ya es una
suerte de amigo para mí, como yo lo soy para él. La semana pasada tomó contacto conmigo. Tan
discreto como es, llamó por teléfono a uno de mis amigos, que resultó formar parte de su entorno
conocido. Francia es un pequeño país.

Llamó por teléfono al Prof. Roland Gori, el lunes por la tarde. Él tenía mi número telefónico. El Sr.
Monteil tenía mi número, porque yo me había dado el trabajo de hacerle llegar mi diatriba anti–
cognitivista a uno de sus allegados, diciéndole que le acordaba todo derecho de respuesta, tanto a él
como al Sr. Monteil, y que tenga la gentileza de hacérselo saber.
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Me dije: vamos a ver cómo lo toma. No podía fallar, fue algo que lo tocó de cerca. Se procuró entonces,
por vía de un amigo común del Prof. Gori y de él mismo, el número del celular del Sr. Gori; lo llamó
hacia la media tarde para decirle que yo había sostenido respecto de él propósitos indignos, insultantes e
injustos. Esos son los tres adjetivos que empleó, en ese orden, como lo pude verificar con el propio Gori.

En consecuencia, rogó a mi amigo Gori me transmita su número de teléfono, para que yo lo llame y le
diga eso mismo a él, a Monteil, en la propia cara. Por supuesto, pregunté si esa era exactamente la
expresión de la que se había servido. Me lo confirmaron y me dije: ¡Ah! ¡No es un purista!

Debo decir que me bailaron los ojos de contento. Encontré muy divertido el asunto, el hecho que no me
haya llamado directamente y que su respuesta a la indignidad, el insulto y la injusticia fuese ofrecerme
que hable con él. Es sin duda algo que anunciaban esos términos que utilizó, propósitos indignos.

Quiere justificarse –me dije. Y tampoco quería dejar huellas, puesto que todo se iba a dar por teléfono.

Redacté entonces una carta para él, se la hice llegar al Hôtel Matignon, donde se desempeña como
Encargado de Misión ante el Primer Ministro; se trata de una función alineada a continuación de aquélla
de Director de Gabinete; sólo hay cuatro o cinco encargados de misión. La nota es un poco larga, pero
en fin, voy a leerles tan siquiera el comienzo.

Señor y estimado colega,

El Prof. Roland Gori se comunicó por teléfono ayer por la tarde, para decirme que Ud. se había
procurado mi número de celular por intermedio del Prof. Jean–Paul Caverni y que Ud. lo había llamado
promediando la tarde.

Ud. le dijo que consideraba mis propósitos –lo cito citándolo a Ud.– indignos, insultantes e injustos, en
ese orden.

Por consiguiente, le pidió me comunique su número de teléfono –allí consigno el número en cuestión– y
le confió la misión de hacerme llegar el mensaje, aquél según el cual se trataba de decirle a usted eso
mismo en su propia cara.

Pues bien, lo haré con gusto. Deseaba conocerlo y el montón de epítetos con el que usted recubrió mis
propósitos, apelando a la aliteración, no me hace cambiar de idea.

Me permito, por lo demás, hacerle notar que el texto que corrió el azar de disgustarlo, así como la carta
del Dr. Rabanel de Clermont–Ferrand que él suscitó, Ud. no los hubiese conocido si yo mismo no los
hubiese enviado al Prof. "X" por correo electrónico, indicándole que le dejaba abiertas así, tanto a él
como a Ud., las mismas columnas y la misma difusión para toda réplica, corrección, complemento de
información u otra interpretación que ustedes pudiesen considerar necesarios para mantener al público
informado.

Le hago notar que él puede tomar contacto conmigo, le reitero mi oferta y agrego lo siguiente –es un
poco largo, no les leo los detalles–:

Deseo entrevistarlo para mi diario LNA, Le Nouvel Âne; puede ser cuando Ud. quiera, durante la
jornada o en horario nocturno, sábado y domingo incluidos, ya sea en mi domicilio o en su despacho del
Hôtel Matignon.

Le anuncio que llamaré por teléfono el martes, promediando la tarde y me despido: Esperando que Ud.
tendrá a bien recibir el testimonio de mi decidido interés, le ruego acepte, señor y estimado colega, la
expresión de mi distinguida consideración.

Llegué entonces, sin dificultad, a ponerme telefónicamente en contacto con el Sr. Monteil; bastó que una
simple secretaria fuese a ver si estaba en su despacho. Él me dijo: "¡Ah! ¡Justamente, lo estaba
leyendo!".

Le hice llegar entonces esta carta por un correo puerta a puerta, así como los documentos que había
enviado a su amigo, además del último número publicado del Nouvel Âne.
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Un hombre encantador. ¿Quién dijo el lunes por la tarde que mis propósitos eran indignos e insultantes?
Debe ser alguna otra persona. Encantador, disponible, me explicó que se mantenía en una posición de
reserva, que no podía acordar una entrevista, no podía ser fotografiado ni grabado, pero deseaba que
discutiésemos. Le pregunté entonces si yo podría transmitir sus propósitos y me respondió que me
acordaba su confianza.

Le precisé que le entregaría el texto de lo que por mi parte habría comprendido. Cuando le dije que
podríamos fijar la fecha para el miércoles próximo, porque ese día no dictaba mi Curso, estuvo de
acuerdo. Quedamos entonces para las 15 hs. del miércoles próximo, en su despacho del Hôtel Matignon.
Me dijo que tenía una reunión a las 16 hs.; le pregunté si podía en ese caso tener previsto que me espere
un taxi para esa hora. "En absoluto –me respondió–; mi chofer lo acompañará".

Por consiguiente, estamos en una República y me doy el trabajo de aportarles los detalles de todo esto,
en el comienzo de este Curso, porque lanzo al mismo tiempo un llamado. Si entendí bien, el Sr. Monteil
tiene la reputación de ser muy difícil de contactar. Para quienes quieran hacerle preguntas, incluso algún
reproche para hacerle, es el momento. Es el momento de transmitirme las informaciones, para que yo
pueda cuestionar a esta potencia. Les dejo entonces el código de mi correo electrónico:
JAM@lacanian.net

No meto mi bandera en un bolsillo, ¿no es cierto?

Muy felizmente, ya hubo alguien que hizo uso de esta vía. Recibí este mail hoy, a la una menos diez. Me
lo envió alguien de quien no les daré el nombre, porque no sé si el remitente puede temer medidas de
represalia y no quiero correr riesgos, pero me dije que se los leería, a modo de ejemplo de lo que se me
puede dirigir en estas circunstancias.

Estimado señor,

En ocasión de su último Curso, Ud. citó el rol jugado por el Sr. Jean–Marc Monteil en el plan destinado
a desmantelar los departamentos de Psicología Clínica y de Psicoanálisis en la universidad.

Quien me hizo llegar este correo (no doy su nombre, aunque esté fuera de todo alcance; se trata de una
psicoanalista que estaba aquí, yo la vi, alguien que quizá pueda estar presente también hoy) me
comunicó su mail, ya puedo agregar algunos matices impresionistas al cuadro que Ud. presentó del Sr.
Monteil.

En efecto, Ud. relató su guerra contra la psicología clínica en la universidad de Clermont–Ferrand (se
trata de alguien que no es de Clermont–Ferrand). Diría por mi parte que fue algo percibido como una
verdadera cruzada, que parecía desmesurada incluso para la comunidad cognitivista, que no llegaba a
comprender del todo ese encarnizamiento.

Se hablaba por entonces del "triángulo de oro" (la remitente lo hace figurar así, entre comillas) que el Sr.
Monteil había construido entre las universidades de Clermont–Ferrand, Rennes y Aix, en la perspectiva
de su política de hacer tabla rasa.

En fin, el término pronunciado casi en voz baja a propósito de él (es extraordinario, ¿no es cierto? Casi
en voz baja, ¿qué quiere decir esto?) es el de "destructor" (así lo hace figurar, entre comillas).

Preciso que en los comandos de la Dirección de la Enseñanza Superior –la DES, entonces– fue él quien
piloteó la reforma LMD.

Su misión consistía, como lo subraya en una entrevista acordada el 07.02.07 a la publicación mensual de
la universidad, Magazine Universitaire, en –lo cito– salir de la lógica de los espacios cerrados y
transformados incluso en santuarios. (Esto coincide muy bien con otros textos que por mi parte leí
acerca de él, donde en efecto queda consignado que se trata de obtener una movilidad general de los
aprendizajes propuestos, de retirar todo aquello que funcione como obstáculo para comunicación entre
las disciplinas, para llegar a contar sólo con un espacio uniforme. Y el Sr. Monteil es un progresista, es
decir, desea la igualdad de todos para el ingreso a la universidad, como así también que ésta sea en sí
misma, claramente, un conjunto sin particularismos. Su conclusión es: continuemos el trabajo).
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Cito un ejemplo entre muchos otros: una formación destinada específicamente a profesionalizar la
escritura de escenarios, no fue sin embargo habilitada; se la juzgó demasiado lujosa, casi insultante
respecto de otros departamentos que carecían cruelmente de recursos.

En efecto, todos los argumentos son buenos cuando se trata de hacer desaparecer los santuarios. Es por
cierto el conjunto de la universidad el que peligra –es quien remite el correo que lo afirma–, amenazado
por esta voluntad de hacer desaparecer las disciplinas juzgadas menores y sin un resultado óptimo y
cifrable bien establecido.

Pues bien, le preguntaré al Sr. Monteil si escuchó hablar del "triángulo de oro". Quizá lo ponga al tanto
del hecho que ese era el nombre asignado a lo construido por él entre Clermont–Ferrand, Rennes y Aix.
También le preguntaré si sabe que hay quienes se refieren a él como "el destructor". Y tomaré nota de
cuanto se diga.

Por consiguiente, hay aquí personas que vienen de diferentes puntos de Francia. En esta ocasión, siento
que estoy en esa asamblea como en una cámara de resonancia. Diría que ha llegado el momento sino de
levantar la cerviz –no puedo forzar a nadie a hacerlo– de continuar hablando; lo haré por mi parte en voz
baja, voy a continuar murmurando, pero ayúdenme, ayúdense ustedes mismos.

A propósito de la calma, hay unos versos que periódicamente recuerdo –yo, que conozco pocos versos–,
que dicen así: "¡Oh, recompensa después de un pensamiento / una mirada penetrante / en la calma de los
dioses!".

Y en el fondo, la calma de los dioses siempre se asocia –así son las cosas– a la figura de Gœthe.
Tampoco queda del todo sumida en la figura de Gœthe, pero como ella tiene cierto encanto para mí, no
veo por qué intentaría agrietarla.

Esta figura de Gœthe estaba más viva, resultaba más vivaz para los franceses, en la cultura francesa,
antes de la Segunda Guerra Mundial que después; era la figura de referencia del joven Gide, tan
apasionado, en cuanto a atravesar el deseo culpable. Según la biografía de Jean Delay, fue hacia los 25
años que se estabilizó en él una referencia imaginaria esencial centrada en la figura de Gœthe.

No releí para hoy esas páginas, de modo que voy a reinventar el asunto. Digamos que se trata de algo
que se relaciona sin duda con la imitación, con el hecho de imitar lo antiguo.

Se ha perdido el sentido de lo que es imitar, de la dimensión del ejercicio que consiste en seleccionar,
para decirlo con un término de la informática, seleccionar en el catálogo de las grandes figuras, aquélla
que resulta afín con la sensibilidad, con el inconsciente de ustedes. Y modelar una manera de ser acorde
con ella, la propia manera de sentir y de escribir.

Somos más plásticos de lo que creemos, pero nadie, durante siglos, se consideró disminuido por el
hecho de inventarse imitando. ¿Cuándo desapareció ese sentimiento, esa pendiente, esa práctica de la
imitación?

De toda evidencia, es algo que empezó a palidecer cuando apareció, con la revolución industrial, el culto
de lo nuevo. Ya Baudelaire quiere ir al fondo de lo desconocido para encontrar lo nuevo.

Y el culto de lo nuevo se volvió frenético entre nosotros. Es una resistencia a esa incitación lo que me
conduce a apreciar la imitación de los Antiguos, a cultivar en ustedes una pequeña experiencia al
respecto, con el aporte de Gœthe.

En su artículo integrado en los Escritos, "Juventud de Gide", hay un pasaje donde Lacan comenta,
pongan atención, la biografía de Jean Delay. Considera que en cuanto a la validez del concepto, la
personalidad del joven Gide encuentra su punto culminante, su punto de capitón, recién cuando adopta
la imitación de Gœthe, el momento en cual Gide introyecta Gœthe –utilicemos ese verbo que no es
francés y que quizá no está siquiera en su lugar, clínicamente hablando, es algo a discutir. Es posible que
se pueda introyectar hasta los 25 años. La pregunta queda planteada. En fin, como nadie sabe
exactamente en qué consiste la introyección, se trata de algo acerca de lo cual uno puede seguir
preguntándose durante largo tiempo, es un asunto que toca definir.

A decir verdad, pensé en aportar alguna lectura de Gœthe, sobre todo con motivo de ese poema que tanto
me gusta y que lleva por título "Cifra", según la traducción del Prof. Lichtenberg; en la traducción más
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reciente de Claude David –que es la más fácil de encontrar, forma parte de la colección Gallimard en
libro de bolsillo consagrada a los poetas–, figura como "Lenguaje cifrado". Y como por mi parte había
evocado los mensajes secretos, es una pieza a integrar al expediente.

Y también es para hacer, por mi parte, una retractación pública respecto de la lengua alemana. Hablé de
las dificultades claramente inconscientes que tenía con ella. Las dificultades son conscientes, pero las
raíces, el cómo, el por qué, en fin, el modus operandi, es opaco. Hacer retractación pública respecto de la
lengua alemana, decía, porque los poemas de la antología de Gœthe titulada "El diván oriental–
occidental" –¡ah, sí! Así es como se llama–, pese a mi precario conocimiento del alemán, mi ignorancia
de su pronunciación correcta, me parecieron encantadores. Por ese motivo traje esta edición donde
figura el texto alemán y no la otra.

Así, integro al expediente de mensajes secretos, este poema cuyo título en alemán es Geheimschrift,
Lenguaje cifrado o Cifra. Pertenece a esa antología del "Diván" (1819) y entre los diversos libros allí
integrados, lo encontramos en el que se titula Souleika. Y esto suma una razón más, ya que el personaje
de Souleika también está presente en el poema de Nietzsche donde figura la frase "el desierto crece".

Es, según creo, por los comienzos del s. XIX, que comenzó la moda del lirismo persa, descubierto
particularmente en Physe y que después de Gœthe, siguieron Nietzsche, Gide y más tarde Aragón. Todo
esto forma parte de las pequeñas referencias que no tengo tiempo de desarrollar y que ya tenía un poco
dispuestas.

Souleika, además del nombre que ya en sí hace soñar, decepciona un poco cuando uno se entera que su
nombre corresponde, en la leyenda persa, al personaje que en nuestra cultura conocemos como la mujer
de Putiphar, aquélla que seduce al joven Joseph y de quien se nos dio a conocer, por otra parte, un
personaje un poco escabroso. En nuestro imaginario no es alguien recomendable, pero a partir de ella
fue elaborada Souleika –y Souleika encanta.

Como el conjunto de los poemas incluidos en el Diván, éste data de los años 1814, 1815; respecto de la
mayor parte de ellos se conoce con bastante exactitud el día en que Gœthe los compuso; la fecha que
corresponde a Souleika es la del 21 de septiembre de 1815, en Heidelberg, durante el congreso de Viena.

Por mi parte, lo leí hace unos diez, quince años y por entonces no era algo que me tocase de cerca; en
ese momento no contaba con la edición reciente y se me presentó en términos de: son las poesías de un
hombre viejo, de 65 años.

Como pueden apreciar, continúo interrogándome acerca de si soy un hombre viejo.

Gœthe había atravesado años de morosidad y a continuación descubría el lirismo de los poetas persas;
según creo, seleccionó siete y se consagró con entusiasmo a intentar una forma literaria, una forma de
expresión que no había sido nunca hasta entonces la suya, sin renegar de su referencia a la literatura
clásica, griega y latina, que seguía ubicando en un primer plano. Como quiera que sea, su creación pasó,
durante esos años, por las poesías que escribió y que a mi gusto se ubican entre las más encantadoras
que se hayan escrito nunca.

Gœthe se dedicó a imitar la poesía persa en alemán y tenemos allí otro motivo para reflexionar acerca de
las virtudes de la imitación.

Por ejemplo yo, que arrastro mucha gente conmigo en la aventura de este LNA, del que espero mucho,
los invito a imitar a Voltaire, a escribir imitando a Voltaire antes que a Lacan.

Cuando uno hace periodismo intelectual, es lo que resulta más convincente. En fin, se pueden elegir
otros modelos, pero no está mal tener alguno. No se llegará a producir como el modelo, pero al menos
uno se cultivará, corregirá ciertas modalidades familiares. Y para mí, Gœthe es también algo de lo que
estoy de toda evidencia muy lejos, esto es, la sabiduría. Ésa que le hace decir: conviene saber gozar de
todos los momentos de vida. Incluso aquellos del hombre viejo.

Lo que resulta muy hermoso en el Diván es que se trata, así y todo, del libro de un amor; no hubiese sido
escrito sin un amor acerca del cual uno se interrogó mucho. Algo respecto de lo cual no corresponde que
avance mi opinión, porque verdaderamente, no conozco eso sino de segunda o tercera mano.
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En fin, en 1814, Gœthe encuentra a un banquero de Francfort, llamado Willemer, un hombre agradable
y, poco después, conoce a la esposa de Willemer, su tercera esposa. Willemer tiene por entonces 55 años
y su esposa, Marianne, 30. La diferencia de edad entre los dos es de treinta años. Al parecer, ella es algo
así como la hija adoptiva de Willemer. Hay unos 35 años de diferencia entre ambos, la diferencia de
edad que Lacan consideraba óptima entre un hombre y una mujer. Lo dijo al pasar un día y no cayó en
oreja de sordos. Aunque no en el mismo sentido de Gœthe y Marianne, consideraba que 40 años de
diferencia era verdaderamente lo mejor. Hay que reconocer que en la actualidad, es algo que vemos en
los dos sentidos. Me refiero a Marguerite Duras respecto de Yann Andréa.

Gœthe es entonces su huésped en Francfort, se instala allí durante cinco semanas; según se dice, parte en
el momento en que la amistad intelectual y literaria con Marianne hubiese podido dejar lugar a otra cosa.
No lo sabemos. En todo caso, Marianne no sólo es bella, sino que es inteligente, contribuye a la
producción del Diván; hay cientos de poesías que, según se dice, fueron hechas por ella; un sobrino de
ella pretende incluso que esa contribución intervino en el poema así titulado, Diván, de modo que los
especialistas discuten al respecto.

Este sobrino, justamente, los recibe en Heidelberg algunos días después de ese 21 de septiembre, fecha
en que fue escrito ese Geheimschrift; debió recibirlos el 22 o 23 de septiembre; después de dos o tres
días, Marianne se va y Gœthe no volverá a verla nunca más; se diría que no quiso volver a verla, pero
seguirán escribiéndose hasta la muerte de Gœthe.

Quizá esto responda a mi corazón de costurerita, pero esta historia me parece hermosa, muy oscura
también, pero en fin...

Y entonces, al parecer, Gœthe fue conducido por Marianne justamente a la práctica que él evoca en ese
Lenguaje cifrado, a saber, la de escribirse mensajes a partir de la referencia en común a un escrito –tengo
que volver a encontrarlo, no puse el señalador. Se cita de ese texto la frase importante y se llega a un
acuerdo acerca del libro del que se trata; así, la correspondencia se intercambia valiéndose de las
palabras de un poeta o de un escritor. Todo esto lo explica aquí, en las Notas del Diván, pág. 388, notas
preciosas en sí y por lo que hace al uso del texto.

"En Oriente –dice Gœthe– el Corán se aprendía de memoria; de ese modo, la menor alusión a las suratas
o los versículos permitía a las personas ejercidas comprenderse sin dificultad. Conocimos lo mismo en
Alemania cuando, hace cincuenta años, la educación buscaba volver a la juventud "fuerte en Biblia"; no
sólo se aprendían de memoria los versículos importantes, sino que se adquiría también un conocimiento
suficiente acerca de otros; había así muchas personas que se destacaban en el arte de aplicar las
sentencias bíblicas a todo cuanto ocurría y de valerse de las Santas Escrituras en la conversación
habitual. No correspondería negar que esto daba lugar a los intercambios más espirituales y felices;
todavía hoy, algunos pasajes eternamente aplicables vuelven de manera dispersa en la conversación."

A mí me encanta leer esto, el sembrado abundante del texto, del escrito, en la palabra; el escrito que
vuelve y se aplica allí como eternamente, en las diferentes circunstancias y contingencias de la vida.

Nosotros nos servimos de Lacan un poco de este modo, en fin, para quienes están dopados con Lacan, es
algo que les resulta por completo natural citarlo cuando algo se presenta como similar. ¿Y por qué no?
Es el mejor uso que se puede hacer. Uno necesita de ese soporte, del soporte del escrito, para poner un
poco de orden en el caos de lo que se vive.

Así, Gœthe se refiere a la práctica por él evocada, la del Geheimschrift:

"(...) Recordaremos una manera muy conocida, pero siempre misteriosa de comunicarse
simultáneamente valiéndose de una cifra: es el caso de dos personas que llegan a un acuerdo respecto de
un libro y que, componiendo una carta con la ayuda de números que designan páginas y líneas, tienen la
garantía de que el destinatario sabrá descubrir fácilmente el sentido.

La poesía que designamos bajo el título de Cifra (se trata de Geheimschrift), alude a una convención de
ese tipo. Los amantes llegan a un acuerdo para tomar los poemas de Hafis como instrumento de su
comercio amoroso; designan la página y la línea que expresa su sentimiento presente y así nacen cantos
combinados que suscitan los más bellos efectos. Pasajes dispersos del incomparable poeta se articulan
unos a otros por la pasión y el sentimiento; la inclinación y la libre opción acuerdan al conjunto una vida
interior y los amantes separados encuentran un consuelo resignado, engalanando su duelo con las perlas
de su palabra."
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Encontramos a continuación uno de estos poemas así combinados, acerca del cual la bibliografía de
referencia de Gœthe nos dice está "compuesto a partir de los pasajes de Hafis indicados en una carta
cifrada, escrita por Marianne". Sin duda, entonces, ella jugaba a esto con Gœthe y se supone incluso que
es ella quien le habría enseñado a hacerlo.

Es necesario que lo lea un poquito, como quiera que sea, y después pasaremos a otra cosa:

¡Oh, diplomáticos! (Lasst euch, o Diplomaten!) (*)

¡Oh, diplomáticos,
Tomaos a pecho esta empresa
Y aconsejad a vuestros potentados
Fina y sabiamente!
Que el envío de cifras secretas
Ocupe el mundo,
Hasta que por fin todo este asunto
Encuentre por sí mismo su equilibrio.

Esta es la apertura. Se trata de los mensajes cifrados de la diplomacia. Después se aborda la diplomacia
íntima.
De mi dulce amante
La cifra me resulta familiar.
Ya me resulta placentero el hecho
Que haya sido ella quien encontró este arte;
Es la plenitud del amor
En el más amable de los dominios
(Est ist die Liebesfülle
Im lieblichsten Revier)
La dulce y fiel voluntad
Que nos une a ella y a mí.
(Der holde, treue Wille,
Wie zwischen mir und ihr).

Es un ramillete de vivos colores matizados


De millares de flores,
Una casa poblada por entero
De angélicas almas;
Un cielo sembrado
De pájaros de variado plumaje,
Un mar rumoroso de canciones
(Ein Klingend Meer von Liedem)
donde circulan soplos perfumados.

Viene ahora el final, que no está traducido de la misma manera en ambas versiones. En ésta figura así:
La expresión secreta y ambigua / De una pasión absoluta.

Y en la otra, de este modo:


Es un amor absoluto / Lenguaje secreto y ambiguo.

Esta última conserva la inversión que figura en el original alemán:


Ist unbedingten Strebens / Geheime Doppelsschrift.

Y es ese Doppelsschrift el que resulta traducido como lenguaje ambiguo, el lenguaje ambiguo cifrado.
Allí, evidentemente, es hermosa la unión de lo absoluto, de la pasión y de la ambigüedad del lenguaje
que ese absoluto expresa:

Que penetra en la médula de la vida / Como una flecha después de otra flecha.
(Die in das Mark des Lebens / Wie Pfeil um Pfeile trifft)

Como ven, no tenemos necesidad aquí de conocer el alemán, es algo sonoro.


La revelación que os he aportado / Ha sido desde hace tiempo un disfrute piadoso.
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Me gustan mucho los dos últimos versos:


Y si lo habéis adivinado, / Callaos y servios de él también.
(Und wenn ihr es gewahre, / So schweigt und nutzt es auch).
Cállense y hagan lo mismo, en cierto modo.

En esto consiste la lección de Gœthe, donde se mezclan el amor prohibido, el amor en infracción y el
lenguaje secreto que se combina con él, el absoluto y la recomendación de hacer sin decir.

Por mi parte, quiero decir en las acciones; en torno al Sr. Monteil digo mucho, pero esto forma parte de
la estrategia de decir mucho. Procuro que se levante un rumor, por supuesto, para que alguien que vive,
que nunca estableció comunicación como no sea por medio del Geheimschrift, del lenguaje cifrado, pero
en el sentido de (¿?), [1] de toda evidencia, vea crecer en la universidad quizás un rumor. Esto determina
que yo hable. Claro está, no digo todo.

Agregaría tal vez algo para concluir mi confesión. Hablo de mi confesión y se trata, evidentemente, de
un ejercicio, por excelencia dudoso –me doy cuenta de ello–, incluso si tiene por referente un análisis.
Esto explica, así y todo, porqué me consagro de este modo a señores como Monteil. Antes era Accoyer,
después era Basset; visiblemente los amo, de lo contrario no serían objeto de todos mis cuidados. Es por
eso que no iría a su encuentro así.

¿Por qué tengo que vérmelas con esa gente, finalmente, por qué me movilizan, por qué mi libido se
dirige hacia...? Como quiera que sea, es más encantador lo que hay en Gœthe, ¿por qué mi libido se
dirige hacia el Sr. Monteil, con la mejor intención?

S¯A

Evidentemente, doy la clave de lo que está en juego. Ocurre que si me inscribo como sujeto barrado,
tengo visiblemente una relación esencial, al mismo tiempo carnal e intelectual, con el gran Otro –lo
llamé Otro de la vigilancia–; es también cuestión del ojo del padre, radiólogo, atravesando los cuerpos.

S¯A

De toda evidencia estoy aquí y me defiendo de esta causa, con toda mi pasión, cabe decirlo; tuve
verdaderamente un momento de pasión, existe una pasión de Jacques–Alain Miller, en fin, de Jacky, la
pasión de haber padecido la intrusión de esa mirada. Por consiguiente, soy eso y me defiendo de serlo,
continúo defendiéndome, todavía hoy, queda claro.

Pero al mismo tiempo no puedo defenderme como no sea ocupando en cierto modo este lugar, es decir,
siendo al mismo tiempo –no se trata en verdad de una oscilación–, seamos duros conmigo mismo, es lo
que quiere esta lógica, el Otro implacable.

Se llega a curiosos resultados, ¿no es cierto? Hablábamos de la espera, del hijo de la madre fóbica y
llegamos al Otro implacable.

Y de construir esto así, puedo deducir que a la edad de 13 años, porque esa era la edad que tenía,
seleccioné a Robespierre entre las figuras imaginarias que podía conocer. Conocía muchas, puesto que
era, como ya dije, un gran lector; me gustó Pericles, esta claro, e hice la prueba con esa figura; ocurrió
otro tanto con otras que podría recordar, Bruto, por ejemplo, pero así y todo seleccioné a Maximilien
Robespierre.

Comprendo por qué construyo esto así. Ocurre que Robespierre encarna el Otro implacable, pero lo hace
bajo la figura más desinteresada; es implacable pero al servicio de una causa, al servicio del interés, del
beneficio público. Entonces, por un lado, es inflexible –y en ese término es preciso entender también su
valor fálico– y, por otro, termina siendo víctima. No logra sostenerse, lo guillotinan. [2] Y es así como
pasa a la historia, en tanto crucificado en nombre de la causa que él sostiene.

Tiene, por consiguiente, una imagen doble. No es la del triunfo, ni tampoco la de ese retiro del mundo,
lento y espantoso, como el de Napoleón en Santa Helena. Es el disparo que le quiebra la mandíbula y lo
conduce a la guillotina, ésa de la que él mismo se había servido, había hecho un uso de terror.
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Entiendo que hay así, puntualmente, una lógica que da cuenta del golpe inflexible que debía
conducirme, como hacia una forma de solución, a exaltar esta figura; aunque no había contado nunca
con imágenes piadosas en mi infancia, al punto que no sabía siquiera cuál era el uso que se hacía de
ellas, cuando tenía 13 años fui así y todo a comprar, en los bordes del Sena, un retrato de Robespierre;
encontré una reproducción del que está en el Museo Carnavalet; lo ubiqué en la cabecera de mi cama y
allí lo conservé durante años, hasta que se perdió en el curso de una mudanza. Me ocurrió eso.

Por lo demás, Robespierre ha sido víctima de una injusticia, ya que ese gran hombre, que había
movilizado la energía nacional contra los invasores y se había opuesto a la guerra extranjera que
buscaban los girondinos, no es una figura a la cual se le rindan honores en el panteón francés, no se le
asigna allí un lugar. Quizá sí en Arras, donde no fui nunca; en París creo que todo cuanto lleva su
nombre es una callecita, una calle cualquiera.

Algo muy diferente ocurre con Adolphe Thiers, quien despertó en mí una cólera permanente a lo largo
de todos mis estudios. Fue así hasta el punto que llegué a elaborar todo un desarrollo contra Thiers en el
examen de ingreso a la Escuela Normal, cuando fui interrogado acerca de los Derechos del Hombre en
el ´89. Logré insertar un párrafo contra Thiers, quien era para mí la figura opuesta a Robespierre. El
informe del concurso lo relevó, indicando que hay candidatos que por cierto van a buscar asuntos que no
tienen nada que ver con el tema. En fin, como quiera que sea, yo conocía bien la cuestión de los
Derechos del Hombre en el ´89.

Lo que emergió allí era la vieja cólera que alimentaba por el hecho que Robespierre contase sólo con
una callecita, en tanto el nombre de Thiers –ahora se lo reemplazó mucho por de Gaulle, en muchos
lugares– siempre era asignado a un gran boulevard, a una plaza central.

Claro está, el nombre mismo de Robespierre no es indiferente, puesto que está allí presente "pierre",
piedra. Ya dije cuál era el papel que había jugado para mí "el hombre de piedra", esto es, la estatua de
Beaumarchais. Ese hombre de piedra representó en un momento dado a ese Otro en vías de constituirse,
cuando yo tenía entre seis y siete años y consideraba imprudente pasar a los pies de esa estatua. No
puedo decir que fuese porque imaginaba que iba a saltarme encima. En el fondo, estaba racionalmente
persuadido de que eso no era posible, pero esa idea de que podía "saltarme encima" persistía.

Por consiguiente, Robespierre, el inflexible Robespierre, con su nombre de "piedra" me atrajo. Esto fue,
si considero el razonamiento de Lacan a propósito del Gœthe de Gide, un punto de capitón. No el
último, pero un punto de capitón.

Por lo demás, ¿cuál fue el último? Según creo, como quiera que sea el último fue Lacan. Encontré a
Lacan cuando tenía 20 años y si consideramos la cronología que él mismo propone, a esa edad uno
puede todavía introyectar algo. Pues bien, de toda evidencia fue algo que me hizo mucho bien. Es
mucho más fácil, uno vive más fácilmente introyectando a Lacan que introyectando a Robespierre
(risas).

Pero sí, en este momento improviso porque no me había preguntado qué era lo que había introyectado en
último término. En el fondo, esto explicaría el fenómeno tan curioso del que fui víctima después de la
muerte de Lacan. Era preciso continuar, la vida seguía su curso; yo tenía que dictar cursos, debe haber
todavía gente que me escuchó por entonces. Durante un año o dos, en mi cabeza –hubo quienes lo
registraron– imité al Dr. Lacan, su elocución, su manera de hablar, no podía dictar curso de otra manera.

Esto fue así al punto que más tarde, quienes podían reconocer este fenómeno incluso a partir de
pequeños detalles, a saber mi esposa y mi hija, abandonaron una de mis exhibiciones absolutamente
fuera de sí, reprochándome luego esa payasada, que por cierto lo era, pero que resultaba irreprimible y
más tarde se extinguió. Ahora me costaría dar con ese fenómeno de nuevo, ya no está... Pero hay algo
que surgió del duelo, algo surgido sin duda de ese trozo, quizá psíquicamente introyectado.

Hablaba entonces de las contradicciones entre el verdugo y la víctima. No hay contradicción, por el
contrario, sino conciliación, un mixto entre uno y otra que finalmente aprendí a conocer. Cuando al
comienzo veían en mí a la vez a quien no cambia de posición y al juez, pensaba que había error en
cuanto a la persona. Más tarde comprendí, así y todo, cómo funcionaba esto y aprendí a jugar en cierto
modo con esta cuestión; es así como puedo presentar en alternancia una vertiente o la otra.
50

Siento que hay algo así también en Monteil, a distancia, ¿no es cierto? El lunes por la noche lo insulté,
lo injurié y al día siguiente se mostró conmigo absolutamente encantador; cuando terminó nuestra
comunicación telefónica casi éramos buenos camaradas. Por eso siento esa suerte de vertiente peligrosa.

El peligro reside en que uno sabe cuál es la faz que va a ser presentada. De toda evidencia, la gente que
es monofásica tienen la desventaja de dar a conocer con mayor precisión dónde se van a encontrar, en
tanto los otros cuentan con una gama más extensa.

Hay otra conciliación que llevo en mí y que hace también a una contradicción, aquélla referida al aire y
a la piedra.

Por un lado, la inmovilidad y, por el otro, al contrario, la extrema movilidad. Como diría el otro, allí
reside la lógica de mi vida. Encontré a Lacan, su enseñanza, cuando tenía 20 años y me sentí bien. Allí
estoy todavía, a los 60. Y esa fue verdaderamente mi sinecura, no puedo decirlo de otro modo. Por otra
parte, en el marco de esto mismo, he sido de todos modos alguien muy revoltoso.

En el fondo, ahí están las dos figuras. Más joven, había seleccionado a Hermes como el dios que me
correspondía entre los doce dioses del Olimpo y a los 13 años, elegí a Robespierre. Allí están las dos
figuras: por un lado las pequeñas alas en los pies; del otro, la inmovilidad, incorruptible y glacial.

Podemos agregar la guillotina; dado que, como quiera que sea, el pensamiento debía representar un
cierto peso para mí, la idea de poder encontrarme aliviado de él de golpe, con uno solo que bastase,
¡clack!, era algo que debía complacerme de algún modo. En todo caso, tenía claro lo que eso podía
garantizar.

De allí proviene, sin duda, mi gusto por dar un corte definitivo, decidir por sí o por no, situándome por
entero en esa decisión, sin el glogló de mi amigo Gori con su SIEURPP. ¡Hay que inventarlo, un nombre
así! ¡Es para sacarse el sombrero! En el fondo, ahí está, él no debió quedar identificado con la guillotina,
sino más exactamente con la mare aux canards. [3] Claro está, como representación de la castración, es
algo que difícilmente pueda ser superado; uno va derecho por allí a una representación mayor de lo
cortado.

Puedo decir incluso que existe todavía una conciliación, contradicción–conciliación que está presente;
en función de ella, tenemos por un lado el significante al servicio de lo verdadero, donde se fundaba la
intolerancia de mis tiempos infantiles a todo uso dañino o mentiroso del significante y, por el otro, la
práctica misma del significante, alimentando el sentido de la combinatoria. Aquélla por la cual uno
puede decir esto, pero también puede decir aquello. Por consiguiente, de un lado el significante al
servicio de lo verdadero y por el otro, el significante–semblante.

Y por ese motivo me gustó mucho –y transmití ese gusto a mi hermano menor– la pieza de Courteline
"Un cliente serio". En ella, Barbemolle comienza por ser el abogado de Lagoupille y después, una vez
que el sustituto del procurador ha sido evacuado y Barbemolle es nombrado procurador; esto es, en el
mismo proceso viene a ocupar el lugar del procurador y dice lo contrario de lo que había dicho como
abogado, a partir de los mismos hechos. Lo que está en juego es saber si Lagoupille bebe siete
consumiciones o sólo una; el asunto aparece desde ángulos distintos y los mismos hechos son evaluados
de una manera diferente.

Tenemos así, por un lado, el significante al servicio de lo verdadero y, por el otro, el significante como
semblante. Llevé esta cuestión bastante lejos, porque siempre aprecié profundamente y sigo apreciando
la tipografía, la compaginación, la maqueta, todo lo cual explica que pueda consagrarme con placer a
fabricar Le Nouvel Âne.

En cierto modo, fue una sorpresa para mí volverme analista, porque no era ésa en absoluto mi ambición
en la vida. Llegué a analista porque tropecé en el análisis, en la vida; en cierto modo todo me conducía
hacia allí, por lo menos, esa relación con el significante. En un sentido, se trataba de algo que no me
convenía en absoluto, ya que siempre aprecié el movimiento, siempre me gustó correr, me gustó la
urgencia –la urgencia en el psicoanálisis, ya sabemos de qué se trata–; la paciencia, la inmovilidad, el
hecho de volver a empezar, no eran cosas por las que tuviese una afinidad.

Concluiré este capítulo de las confesiones evocando mi complejo paterno, que es lo que me precipitó al
análisis.
51

Ocurre que mi complejo paterno siempre me condujo a respetar el número uno. Mi imaginario siempre
era el de ubicarme como el joven que secunda. Siempre pensé que era eso y sin duda es lo que hago
todavía ahora, respecto de Lacan; no es para nada seguro que se trate de algo concluido.

Como lo dije aquí y como, por otra parte, se lo dije a Elizabeth Roudinesco –es una de las pocas cosas
que le dije–, cuando conocí a Lacan yo me identificaba con Henriot ubicado en el entorno de
Carlomagno.

¡Lacan! En lo que a él respecta, no era necesario ponerme en su presencia. ¿Quién es la primera vez que
lo veo? Está perseguido, es así como se muestra, el perseguido, la víctima de una potencia impersonal
llamada IPA. Allí está, él mismo se presenta como Spinoza, disfrazado de Spinoza y con un "Necesito de
Uds." gritado entre líneas y que era a tal punto cierto, que reclutó a muchachitos de veinte años, recién
salidos del cascarón, los recogió de la calle para incluirlos en su escuela, quiero decir la Escuela Normal;
una vez dictados sus seminarios, esos seminarios que se siguen leyendo medio siglo después, llegó a
unas cien personas. Llegamos a ser cien hacia fines del año universitario, cuando fundó la Escuela
Freudiana de París, esto es, a comienzos del verano `64, el 21 de junio. Sin duda tenía necesidad de
nosotros.

Además le gusté, me queda claro que le gusté, cuando vuelvo a pensar en el asunto y puedo decirlo,
como quiera que sea, puesto que allí reside sin duda el principio del odio eterno que les inspiro a quienes
gravitaban a su alrededor.

Encontré por primera vez a Lacan el 15.01.64. Fui a su casa por primera vez –5, Rue de Lille–,
respondiendo a su invitación, en febrero; lo hice en compañía de Milner. Me invitó a pasar en
Guitrancourt las vacaciones de verano del ´64, el mes de agosto, con él y con Sylvia. Habían pasado seis
meses y era como si nunca me hubiese conocido. Pude leer allí seminarios de cuya existencia no tenía la
menor idea, no sabía que Lacan había dictado seminarios antes. Cabe decir que fue él quien me orientó
en ese sentido. Recuerdo muy bien que no sabía cómo agradecerle. Su biblioteca inmensa estaba
completamente desordenada y entonces le propuse ponerla en orden. Fue lo que hice y claro está,
mientras la ordenaba, leía algunas cosas. Pero en el fondo, me tuvo simpatía.

En este número que está por salir de Le Nouvel Âne, Milner hizo un artículo donde es cuestión del ser;
estábamos un poco apurados para encontrar una ilustración y dije: tengo enmarcado en casa el sobre de
una carta que me había enviado Lacan; la podemos fotografiar. Milner estaba muy contento. A propósito
de esto, miré con más atención la carta de la que se trata; lleva la fecha del 21 o el 22 de diciembre de
1964 y recuerdo, en efecto –en fin, creo que es así– haber recibido por entonces la invitación de Lacan
para pasar las fiestas de Navidad con él, allá.

Se trata de algo que, de toda evidencia, funcionó un poco en los dos sentidos. Es decir, yo encontré a
alguien, pero Lacan encontró algo en mí, que sin duda, en el fondo, incluso si por mi parte olvidé de qué
se trataba y no debí percibirlo con tanta nitidez, fue algo que no debió pasar desapercibido para quienes
giraban a su alrededor. Supongo que esta es la razón por la cual todavía hoy, cuarenta años después,
cargo con ellos.

Resulta entonces muy simple saber en qué momento entré en análisis. Es pan comido. Entré en análisis
en el momento en que llegué a ser el número uno del Departamento de Psicoanálisis, es decir, cuando
me convertí en el Director de ese Departamento; fue algo que llegó a alterarme, puedo decirlo.

Llegó a alterarme porque tenía que distribuir cosas; veía gente que se acercaba a mí para pedirme cargos
o bien horas y por lo visto, yo quedaba identificado con el caballero errante, con el joven que no tiene,
pero en todo caso no con el señor.

Esto era profundo al punto que, cómo decirlo, dicté cursos pero –lo recuerdo muy bien–, en los primeros
que di en calidad de Director del Departamento de Psicoanálisis, en el ´74 –no data de ayer–, me
sofocaba la angustia. Ya había dictado cursos antes sin dificultad, nunca encontré obstáculos para hablar
en público, pero allí la cuestión no era evitar de hablar en público, era inexplicable para decirlo todo. No
era algo ligado al hecho de dictar curso, sino al de ser el número uno y situarme del lado de los que
tienen. Por consiguiente, entré en esa posición porque verdaderamente no era simplemente (¿?). [4]

Todo lo cual determina que, como queda claro, yo haya adoptado y adopte valores clásicamente viriles:
me importa la valentía, la rectitud, asuntos que tienen que ver con la lealtad... Todo eso se mantiene
presente para mí. Me interrogaba acerca de lo que ocurría cuando uno se había situado como jacobino y
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ese mundo desaparecía. ¿Uno se volvía bonapartista o seguía siendo jacobino? Algo que no resulta muy
tentador cuando se ve la suerte que corren en Balzac, etc. Historia de Francia, fin del s. XVIII y
comienzos del s. XIX; los regímenes cambian cada quince años, algo que no deja de plantear preguntas.
¿En qué consiste la lealtad? ¿Uno es leal a qué?

Por un lado estaba, entonces, toda esta problemática viril un poco molesta, que la identificación con
Lacan ayudó a pasar. Y del otro, con toda evidencia, aquello que cala muy hondo en mí, ya que fue lo
que me condujo al análisis, ese "have not", es decir, una afinidad con la posición femenina.

Es bastante barroco. Tienen por un lado al caballero que guerrea, montado en su cabalgadura de batalla,
feliz; si es un caballero no es un señor, tampoco es una bonita muchacha. Y al mismo tiempo, es un
tierno. Claro está, es un personaje equívoco, ambiguo, doppel; es quizá por eso que traje a Gœthe en esta
ocasión: yo mismo soy una Doppelschrift, una cifra doble.

Bien, espero que el año 2008 los encuentre en buena salud y que por mi parte pueda continuar en "el
desierto crece", dejando por detrás de mí al viejo Jacques–Alain Miller.

Fin de la Quinta Sesión del Curso JAM 2007-2008 - 12.12.07

Notas
1-Así figura en el orig. francés, pág. 9, 2ª col., 3er. párr. (N. de la T.).
2-Juego de palabras: Il ne tient pas le coup, on lui coupe le cou. (N. de la T.).
3-No encontramos en español el equivalente de esta expresión. De considerarla término a término,
remite al charco cenagoso de los patos salvajes. En sentido figurado, sería el lugar donde uno
chapotea, farfulla, se enreda con la diversidad de cosas que allí puede encontrar. Es, por otra parte, el
nombre asignado a una sección del diario "Le canard enchaîné", periódico de gran tiraje, consagrado
a investigar y revelar ante la opinión pública escándalos políticos, guardando siempre una distancia
irónica respecto de aquello mismo que denuncia. (N. de la T.).
4-Así figura en el orig. francés, pág. 13, 2ª col., penúltimo párrafo. (N. de la T.).

Curso del miércoles 16 de enero de 2008


El curso de JAM reinició este miércoles, luego de la interrupción de las vacaciones y de las fiestas de
fin de año. JAM, fiel a su "estilo de vida", no tomó vacaciones. Ha trabajado mucho y tenemos
solamente algunos ecos, esparcidos, en las consideraciones de este Curso, sobre sus realizaciones y sus
proyectos. Elegante y de muy buen humor, JAM nos divierte con su "momento spinozista"que nos
comparte generosamente. Ustedes leerán la definición que él ha dado, al inicio, y a modo de
introducción. No obstante, si TLN debiera elegir un pasaje, sobre el conjunto de las luces ofrecidas por
este Curso, subrayaríamos aquellas que conciernen una consideración "enigmática" de Lacan, en su
TDE (Seminario XXIV, L’Unbewuste, Lección X, del 19/IV 1977, de pronta aparición) "El psicoanálisis
debe ser una práctica sin valor". Hemos encontrado su inédita argumentación perfectamente
convincente. (Por TLN).

Voy a iniciar con otro tono diferente al del trimestre precedente. Ha llegado para mí, lo espero, el
momento spinozista. Llamo el momento spinozista el momento que sobrepasa la perspectiva polémica, a
la cual he sacrificado tanto, hay que decirlo, en los cinco encuentros precedentes.

La polémica y la sátira, es de todos modos, cuando se está, cuando se quiere estar en el momento
spinozista, una revuelta contra lo real. La debilidad de la polémica es que ella está animada por un
espíritu de indignación, que no puede estar fundado más que sobre un prejuicio. Dialécticamente, si
puedo decirlo, esto debe ser seguido por la elucidación, lo cual supone la aceptación de lo que es, a título
de hecho. No digo que sea preciso rebuznar el Si que evoca Nietzsche, en su Zaratustra, en el hocico del
asno. El asno no sabe decir más que si, es incapaz del no. Después de todo, admitamos que se comienza
por un no, pero luego, se trata de comprender: intelligere como lo recomendaba Spinoza. Eso no es la
última palabra, pero, en fin es una escansión necesaria y es a eso a lo que sacrificar durante esas cinco
próximas sesiones (...)

Entonces, esta mañana, pensaba en La Boéte, el amigo de Montaigne, su alter ego, aquel del famoso por
era él porque era yo y en su obra El contraUno. Está animada por una indignación. Me decía, he ahí a
alguien que tenía el sentimiento de que el hombre estaba dominado, sujetado, y que consintiera su
sujetamiento, es de otra parte el título de la obra, De la servidumbre voluntaria. Y La Boétie llamaba, a
ese hombre, de cierta manera, a la insurrección, a la revuelta. En su tiempo, el opresor, el dominante, el
53

amo, lo designaba como el Uno: monos. Porque esa dominación se encarnaba, según toda apariencia, en
la figura del monarca. El monarca era, ¿cómo decir? El operador del poder. Cuando es considerado del
otro lado, no del lado de los oprimidos, sino del lado del amo, esa figura toma el nombre del Príncipe. Es
en la figura del Príncipe que se reúnen un cierto número de hilos entre los que Maquiavelo deshace la
madeja, enseña cual conviene halar para obtener primero la conservación del poder y luego su aumento.
La percepción de la dominación es concentrada en una persona, distinguida.

Pensaba en eso en relación a hoy donde El contraUno me parece terminado. El sentimiento de la


dominación, de ser dominado, de que hay un amo, perdura, uno se sacude, se agita, con relación a lo que
uno se imagina de esa dominación, pero el amo no es más el Uno.

Se puede decir que eso se ha cumplido, que se ha consagrado con la revuelta que se ha bautizado
Revolución, esta revuelta del pueblo francés que ha dado al mundo el ejemplo de llevar el ContraUno de
La Boétie hasta sus últimas consecuencias, un cierto 21 de Enero, que ha marcado los espíritus más que
la ejecución de Carlos Primero de Inglaterra. Y luego, en efecto, que otros se pusieron en su lugar, esto
no fue la misma cosa.

Entonces, el Uno tiene bellos restos, aún hoy. Hay siempre la función del Uno que es representada. Es
frecuentemente lo se llama los presidentes, que son elegidos, más que los monarcas. Por supuesto que
hay monarcas que subsisten, pero generalmente subsisten sin poder, y eso vuelve evidente que allí se
trata de una sobrevivencia debida al arraigo de una tradición, que eso no está animado por un dinamismo
portador de futuro, en mi opinión.

Deseo tener reservas sobre este punto de vista, porque no vamos a negar la incidencia del Uno, del
individuo, en un cierto número de acciones colectivas. Si se piensa –voy a tomar un ejemplo reciente y
actual– en la guerra norteamericana en Irak, se puede decir que el presidente del país tuvo una incidencia
particular en el desencadenamiento de ese acontecimiento, un coeficiente personal que tuvo
consecuencias, una voluntad, una concepción, un forzamiento, todo esto le corresponde a él. Pero,
¿debemos tomar esto como paradigmático? Tengo más bien la tendencia a clasificar eso como un
paréntesis, una aberración, más que una regularidad.

Todo eso para decir que estamos más bien tentados en encarnar la dominación hoy en un discurso más
que en un Uno.

Lo que se presenta bajo los aspectos polémicos, es la noción de discurso dominante sería el de la
cuantificación.

Es una palabra que me parece todo el mundo comprende, que es de todos modos rebuscada, es una
palabra inglesa, importada recientemente, a mediados del siglo XIX, esa fecha ciertamente da sentido, y
origina la palabra en la lengua inglesa. Mientras que la palabra cantidad, es, claro está, más antiguo,
testimonia del siglo XII. Cuantificar es atribuir una cantidad determinada y determinar esa cantidad. Es
entonces cuestión, allí, de números, de medidas, en consecuencia, de unidades homogéneas unas con
otras. Se cuantifica lo que es susceptible de medidas.

Bergson, cuyo discurso, cuya enseñanza, es a la vez un síntoma y una elaboración de la elevación del
universo cuantificado, distribuía cantidad y calidad entre ciencia y filosofía.

El dominio de la ciencia es aquel de la cantidad, es decir, decía él, de lo que es común a cosas diferentes.
Y en el fondo esto pone en valor en efecto lo que la óptica cuantitativa borra las diferencias, por la cual
se ve lo que ella tiene, si puedo decirlo, de progresista: la ciencia está habitada por un cierto: todos
parecidos, especialmente manifiesto en la práctica de la elección política, un hombre, una voz. En
ciertos aspectos, el aumento de la potencia de la organización democrática de la sociedad se inscribe en
el discurso de la cuantificación. Lo que, por otra parte, conduce al presidente Bush a forzar las cosas en
la dirección de esa guerra en el Medio Oriente: eso se justifica en un discurso de extensión de la
democracia, pero del cual se puede hacer un vástago del discurso de la cuantificación. Entonces, hay una
vertiente progresista de la óptica cuantitativa, y luego, está la vertiente en que es, como se dice,
reduccionista, porque desprecia, sólo puede prevalecer que a condición de desdeñar, borrar las
diferencias. Bergson pensaba en cambio que, el dominio propio de la filosofía, era aquel de la calidad
donde todo es heterogéneo.

Esta oposición de lo homogéneo a lo heterogéneo, por elemental que sea, estructura bien los debates de
hoy, y también la confusión de nuestros sentimientos, si puedo decirlo así.
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Entonces, ese discurso de la cuantificación, del cual imagino nombrar el análogo, el homólogo de lo que
La Boétie llamaba el Uno, ese discurso de la cuantificación no ha podido alcanzar ese lugar y ejercer su
potencia sino en razón del extraordinario desarrollo del discurso de la ciencia. Es una consecuencia – lo
que me apresuraré de aberrante–, es una consecuencia, es una fase de la dominación creciente del
discurso de la ciencia.

Elevación formidable, si se piensa en los pequeños comienzos del discurso de la ciencia, en los
pequeños rincones, voy a decirlo, desperdigados en Europa, en algunos pequeños salones de sabios, los
comienzos muy humildes, en que fue necesario todo el juicio y la agudeza de gentes de la Iglesia para
discernir rápidamente el potencial de ese discurso de la ciencia. En todo caso es el sentido que me
divertiré al darle al hecho de haber puesto a nuestro amigo Galileo bajo las rejas. Ensayar de todos
modos de taponar eso. Y ese discurso de la ciencia es puesto por tipos que debían tomar enormes
precauciones para predicar este asunto, sus valores, su proyecto, para alabar lo que Heidegger llama el
proyecto matemático. Spinoza que busca hacerse olvidar, Descartes que se eclipsa en Holanda, aquellos
que eran los portadores de ese discurso deberían tomar garantías. Entonces, más astutos, como Leibniz,
eran al mismo tiempo hombres de la corte, se hacían ver bien de las autoridades y podían continuar sus
asuntos tranquilamente. Pero, en fin, eso comienza así, hay sobre el mapa cierto número de puntos que
se alumbran, de correspondencias que se establecen, pero es algo muy sigiloso. Si se compara al lugar
que eso tiene hoy, en relación al momento en que eso comienza es un succes story extraordinario.

Entonces, digo discurso de la ciencia, como Lacan lo dice, pensando en la física matemática.

Las matemáticas son más antiguas que eso, pero, ¿qué vamos a decir? Ellas no tenían realmente
consecuencias, era la exploración de un dominio sui generis –simplifico–, pero en fin, los matemáticos
eran, al inicio, una secta. De eso conservan algo.

Acontece que, para ese diario polémico, que con un cierto número, una centena de personas, trabajo para
producir, y que va a venir bastante grueso, 64 páginas, que va a venir al final de este mes, pasa que para
esa publicación, he entrevistado, en un momento dado, a un matemático que tenía a la mano, que tenía
en mi familia (risas). No tenía el tiempo de pescar otro, he tomado a mi hijo. Era alguien que yo no
conocía (risas), que subrayaba que los matemáticos se sientes de todos modos parte de la sociedad. Lo
que no les impide ocasionalmente de tener como hobby dirigir orquestas o hacerse sindicalitas. Pero hay
algo que los pone a parte. Es sensible que él mismo considerara las matemáticas como la excelencia del
género humano (risas), la forma de vida superior de la inteligencia, comparándose, de manera muy
aventajada, con las formas de vida inferiores de las ciencias humanas y sociales, donde no se tiene el
sentimiento de la dignidad de la disciplina, y donde hay una multiplicidad de capillas que se disputan.
Está bien visto, y reconozco allí las consecuencias de la estima trascendental que siempre he tenido por
las matemáticas, pero, digamos, sentía como un pequeño reflejo de esos comienzos sectáreos de las
matemáticas. Una sombra que pasaba así.

Pero es verdad que no se fecha el discurso de la ciencia en el comienzo de la secta de los matemáticos.
Se la fecha a partir del momento en que las matemáticas tuvieron una incidencia en la naturaleza, es
decir, se fecha el discurso de la ciencia a partir de la física matemática, de la conjunción entre
matemática y naturaleza.

Es sin duda la influencia de Koyré que se hace sentir tanto en Lacan como en nosotros. El lugar dado al
dicho de Galileo: La naturaleza está escrita en lengua matemática. Lo que tiene como consecuencia, si
puedo decirlo, de transformar la naturaleza en real, y de transformarla en un real que contiene un saber.
Es así que Lacan ubica el saber científico como saber en lo real.

Evidentemente ese no es el real, si puedo decirlo, del más allá. Desde que hay saber en lo real, lo real de
lo que se trata pasa enteramente a lo simbólico, si puedo decirlo así. Y entonces eso no es lo real in–
inscribible en lo simbólico, que Lacan desprenderá de paso, después.

A partir del momento en que se realiza esta conjunción de las matemáticas y de la naturaleza tenemos el
arranque del discurso de la ciencia, la producción de objetos. La producción más rápida de objetos, y
luego, la producción de objetos inéditos, y después la sobreproducción, si puedo decirlo así, de objetos
cada vez más inéditos y cuya utilidad se vuelve cada vez más misteriosa.

Todos estamos allí. Evocaba, creo, hace algunos meses, el momento de la producción del iPhone, que ha
hecho un poco la sensación, y ayer en Internet miraba la nueva producción Apple, el computador portátil
no más espeso que una hoja, dos centímetros (risas), sostenido en su sobre. Me preguntaba: ¿tengo
55

verdaderamente necesidad? (risas) Es más liviano que el otro, evidentemente (risas). Y, en ese momento
de mirar ese objeto, me sentía yo mismo dominado. Dominado por un discurso. ¿Cómo determinar,
medirla utilidad? ¿El placer?

EN todo caso el discurso de la ciencia ha recubierto el mundo de objetos. Y allí donde esos objetos
faltan se ha constatado en todo lugar que son deseados, que son esperados, y que entonces allí, la
humanidad, en tanto exista esa unidad, la humanidad tiene que ver con los objetos de la ciencia. Es un
objeto amable del que hablo, un objeto de consumo corriente, hay evidentemente los famosos, los
grandes objetos amenazantes, los objetos mortíferos, que no están en venta libre evidentemente –aunque
en los Estados Unidos no han logrado hasta el presente prohibir la producción.

Entonces, la incidencia de las matemáticas sobre la naturaleza, pasemos. Pero hay, evidentemente las
incidencias sobre la sociedad.

Parece que se vuelve cada vez más perceptible que las reorganizaciones de la sociedad se atribuyen al
desarrollo y a la aceleración del discurso de la ciencia. Se puede decir que después del final del siglo
XX, y ahora que estamos en el siglo XXI, las cuestiones de la sociedad obedecen al ritmo, todos los
días, del desarrollo del discurso de la ciencia.

Es decir que se interroga sobre: ¿qué hacer con?

¿Qué hacer con el animal clonado? Del que incluso hemos, con Eric Laurent, celebrado el nacimiento.
El divino clonado ha nacido, los Americanos, ayer, han encontrado ya un primer uso del animal clonado,
que es el de comerlo (risas). La Agencia sanitaria americana autoriza desde ahora comer el cerco
clonado. Y entonces, poco a poco, con la fuerza del discurso y debates, eso penetra [la sociedad].

Se sabe el planteamiento de interrogaciones, de cuestiones, que suscita en particular todo lo que en


adelante concierne a la incidencia directa del discurso de la ciencia sobre la vida, no solamente del orden
del medicamento, sino de la tecnología que opera en las raíces mismas del organismo vivo. Al punto que
tal investigador americano podía alardear de que entramos en adelante en la era en que vamos a poder
escribir el código genético.

Y entonces, yo hubiera ya asistido a eso en mi vida. La presencia, la insistencia del discurso de la ciencia
en la vida cotidiana, en la sociedad es incomparablemente más acentuada hoy que lo que era hace diez,
veinte o treinta años. Y eso no va sino acelerándose.

Eso toma forma de dominación, me parece, bajo los aspectos de la demanda de cuantificación universal.

Esa demanda de cuantificación universal toca por ejemplo –eso consterna eso nos indigna–, toca por
ejemplo, muy profundamente, la enseñanza superior y la investigación. He dedicado tiempo, en esa
publicación de 64 páginas, para pasar en quince días, de 4 páginas a 28, para ensayar de encasquillar
esta nueva máquina de la evaluación que fue instalada en Marzo último en Francia, que se llama la
A.E.R.E.S., Agencia de Evaluación de la Investigación y de la Enseñanza Superior, que es en todo caso
una aberración. He pasado tiempo a tratar de encasquillar eso sabiendo en efecto de qué orden de
fatalidad es la avanzada de esa demanda de cuantificación universal.

Entonces es un combate. Es un combate que nos instala en una posición de lo que Carl Schmitt, que
tiene tan mala reputación –justificada–, de lo que Carl Schmitt llamaba el retardador, aquel que trata de
encasquillar las evoluciones inevitables esperando que se cruce, en un momento, otro acontecimiento y
que, ganando tiempo, finalmente se abra otra vía posible.

Entonces, no reniego de toda esta agitación que me ha conducido a los ministerios, que me ha conducido
a los peores lugares. No lo lamento que esa A.E.R:E:S. ha visitado el Departamento de Psicoanálisis
ayer en la tarde. Sé sólo lo que me han dicho, porque no he querido estar presente (...)

Me he abstenido. Pero, en fin, toda esta agitación, que sobrepaso en mi momento spinozista, no impide
que piense que esta agitación, la mía, fue positiva, porque, según los relatos convergentes que me han
hecho, es ese equipo de visitantes y de expertos que se encontró sobre el banquillo. Tienen la costumbre,
piden al jefe que se quede, y a los otros de salir, durante un momento, luego de volver: los profesores del
Departamento se negaron a prestarse a esa comedia –y ellos no insistieron. Según me ha dicho Gerard
Miller era el quien estaba interrogándolos (risas) sobre lo que él pensaba era el conflicto de intereses que
hubiera debido impedirles venir a evaluarnos, y diciendo que él mismo no se hubiera permitido ir a
56

evaluar los trabajos de tal persona de ese equipo, que si hubiera debido hacerlo los hubiera encontrado
nulos (risas). Las dos horas parece que pasaron sobre ese tono. Lo cual es muy satisfactorio de un lado
porque no lograron producir el efecto de pérdida de la estima de sí, si puedo decirlo, que es el primer
efecto buscado, en el evaluado, en la evaluación. Es decir, el evaluado es radicalmente y de entrada un
devaluado. Eso es satisfactorio. Lo que no impide que, evidentemente, ellos pueden llenar la casilla:
"visita del Departamento de psicoanálisis ha sido hecha, tal día, de tal hora a tal hora", y, en un cierto
nivel, es homogéneo con el resto. Es un paréntesis, ustedes ven con qué tranquilidad evoco este
episodio.

En el fondo –este episodio muestra–, en efecto, que el punto de vista homogéneo, en ciertos aspectos,
aporta la paz. El lenguaje matemático aporta la paz. La demostración se supone aporta la paz. Porque,
cuando ella es impecable, no tenemos más que inclinarnos frente a ella. Es una forma de la dominación
pacífica que la demostración, que supone evidentemente que se acepta los principios y las coordenadas
de base en el interior de lo cual se cumple la demostración, pero una vez que es aceptada, es la paz.

Hay que decirlo, los presupuestos del discurso de la ciencia han estado muy ampliamente aceptados, han
hecho unanimidad, y desde allí, las disciplinas que tratan de exceptuarse a las reglas del discurso de la
ciencia se han encontrado apoyadas en lo falso.

Entonces, evidentemente, no hay que olvidar que Freud mismo ha querido inscribir el psicoanálisis en
las formas del discurso de la ciencia. Lo que hacía obstáculo, digamos, es una disciplina, si es una, tenía
que ver con un cierto real oponiendo una cierta resistencia a conformarse con el régimen de lo
homogéneo. Y, al mismo tiempo que vemos esa postulación de Freud, se ve también por qué vías
descompleta su propia empresa.

Eso, no detuvo la psicología. Porque la psicología, digámoslo rápidamente, no tiene que ver con un real.
Es extraordinariamente plástica, y, constatando el desprecio en el cual era tenida como disciplina –en
fin, es un verdadero camaleón–, ha decidido adoptar los alrededores del discurso de la ciencia. Eso pasó
durante los años 1960 –por lo que se ha percibido–, y entonces se volvió cognitiva, en el fondo por
simulacro con el discurso de la ciencia. Y hay que decirlo bien que ella ha tendido por allí, la psicología
cognitiva, a tomar una extensión extraordinaria de la cual se trata de comprender la pertinencia.

Entonces, en todo caso, el régimen de la homogeneidad pone entre paréntesis la cualidad, o intenta de
cuantificar la calidad. Se trata y se logra.

El señor Falissard, que es un investigador, un profesor francés, tiene la idea de medir la subjetividad. Él
comienza por decir: no vemos bien como hacer entrar la tristeza en nuestras variables, y luego, la hace
entrar, la cuantifica, sobre el modelo incomparable del un poco, medianamente, mucho,
apasionadamente, considerando que los intervalos entre esas diferentes marcadores son iguales –lo que
es un puro y simple postulado–, y después se lanza la estadística sobre el asunto. Evidentemente es aquí
que se juzga: llegar a cuantificar las cualidades.

El amor. El amor es cuantificable. La demostración fue hecha. Se encuentra eso ahora en las revistas
femeninas (risas), pero en fin esto estuvo, en un comienzo, en obras sabias. Hay una dama antropóloga,
que era cognitiva y ha escrito una obra sobre la química del amor romántico. Ella define lo que es estar
enamorado: estar enamorado es ver bajar su taza de serotonina a menos del 40% (risas). Eso fue
constatado, medido en conejillos de Indias, quienes lo demandaron –entonces, evidentemente, hay que
demandarle–, se ha retenido, entre los conejillos del estado amoroso, aquellos que aseguraban pensar al
menos cuatro horas en el día en el ser amado (risas), y bien, en ellos, se ha constatado que había al
menos 40% de serotonina al menos.

El amor loco. Ustedes creen que el amor loco es un término poético, surrealista, etc. El amor loco hace
subir la dopamina. Entonces si usted tiene una propensión al amor loco es que usted tiene sin duda una
falta de dopamina. Y etc.

Y eso, hoy, decía que llegó en las revistas femeninas: está en el discurso corriente. Si ustedes siguen la
producción de las revistas femeninas semanales o mensuales que ustedes encuentran en los kioscos, hay,
desde hace un año, dos años, una enorme producción de ese género de revistas, que retranscriben su vida
emocional, sus hábitos alimenticios, etc., en términos cuantitativos. Y si hay esas revistas –es el
mercado– es porque eso se compra.
57

En el fondo, el hombre contemporáneo le gusta imaginarse ser una máquina. A fuerza de producir
máquinas, de manejar máquinas, de ser interlocutor de máquinas, algo se ha producido que es tomarse
por una máquina, o de querer ser tratado como una máquina.

He anticipado eso hace algunos años, recuerdo, que se me hablaba del porvenir del psicoanálisis en
relación a otras modas –en la época se trataba del medicamento, etc.–, y yo decía: Y bien eso dependerá,
si las personas se piensan como un automóvil que se va a hacer reparar en el garaje, evidentemente eso
será difícil para el psicoanálisis. Hoy, se puede decir, que algo se ha cumplido de ese lado.

Entonces, es gracioso, se encuentra eso en Moliere, el hombre de calidad –eso significa el noble, o
alguien que manifiesta nobleza de espíritu y de comportamiento–, evidentemente estamos en la era del
hombre de cantidad. Y eso va hasta la masa, que es un concepto moderno –en fin, será necesario ver
cuando emerge verdaderamente pero es de todos modos moderno–, es el momento donde se cesa de
contar y se estima simplemente el gran número.

Entonces, en nuestros términos, se ve bien que eso pone en cuestión lo que llamamos con Lacan el
significante Uno: S1.

No puedo escribir el significante Uno, en ese contexto, sin evocar el significante mismo, si puedo
decirlo así, el concepto de significante. El concepto de significante es ya el significante como unidad
cortada de continuum de la lengua. El significante eso procede del discurso científico. Ciertamente, los
estoicos habían ya puesto el dedo en la llaga, pero eso toma otro valor, otro sentido, en Saussure, y luego
se sabe que Chomsky ha aplicado el discurso de la ciencia, de otra manera aún, con otros paradigmas de
la lengua. Entonces, cuando hablamos de significante, estamos ya, sin saberlo, sobre el camino que
conduce a la cognición. Luego volveré sobre esto.

El S1, que es la forma inicial que Lacan ha elegido como indicando, indexando el amo, es la insignia, la
insignia única, que se puede representar por los atributos del poder –el cetro, la corona, el trono–, pero
también por las palabras que se piensan como absolutas y que se imponen, si así puedo decirlo, en una
especie de aniquilamiento. Es la frase que me gusta mucho y que he frecuentemente citado de la página
808 de los Escritos: El dicho primero decreta, legisla, vuelve aforismo, es oráculo, confiere al otro real
su oscura autoridad. Y si se toma, dice Lacan, un significante como insignia de esa omnipotencia, es el
rasgo unario, que él ha bautizado así, y que es el núcleo del ideal del yo.

¿Qué es ese adjetivo unario que Lacan ha forjado, a partir de Freud, rodeando a Freud? Unario es una
variación de único, pero que, en el fondo, toma su sentido en relación a binario, que da, a binario, su
antónimo, su contrario, si puedo decirlo así. Unario quiere decir: no dos; no hay dos parecidos. El
significante del amo comporta esa exclusión del dos. La exclusión del dos quiere decir que él no es
comparable, que no es homogéneo, que es absoluto, es decir, separado.

En la fórmula que Lacan da de la sexuación masculina, es representada por ese existe un x tal que fi de
x,

acoplado con para todo x fí de x: .

Aparece aquí que al menos uno no se sostiene sino a partir de todos los otros, como no–homogéneo
precisamente– lo homogéneo está del lado del para todo x–, y entonces se ubica como lo incomparable:

Se ve bien la insurrección que produce el avance de la práctica de la evaluación en la Universidad. Es


que el sólo hecho de aceptar la evaluación dice: Ustedes no son incomparables, ustedes son
comparables, ustedes son contrastables. Y entonces de entrada, hay una destitución, digamos la palabra,
una destitución del sujeto como incomparable.

El sujeto, que está aferrado al S1, del cual el S1 viene a colmar la marca invisible que tiene el
significante como dice Lacan,

S1
__
$
58

el sujeto es in–homogéneo, el sujeto no es una categoría, el sujeto no es susceptible de reducirse a una


categoría.

Es la promesa del psicoanálisis. No se ha verdaderamente hablado jamás de psicoanálisis de grupo,


porque la promesa del discurso analítico es lo contrario del discurso de la evaluación, es: Tú no serás
comparado.

Es por lo cual, cuando operamos con la noción de diagnóstico, hay un ajuste que no se hace con el
discurso analítico propiamente dicho: el diagnóstico, si hay uno, pertenece a los preliminares de la
instalación del discurso analítico –y es por eso que es preciso más bien llegar a hacerlo rápidamente–, el
diagnóstico es preliminar, porque quiere decir clasificar en categorías.

Tanto, una vez que el discurso analítico está instalado, el sujeto es incomparable. Tanto hay una
destitución inmediatamente por el discurso, por la cultura de la evaluación, el discurso analítico
comporta en sí mismo, una institución del sujeto, y, hay que decirlo, una valorización. Tanto la
evaluación devalúa, tanto el discurso analítico, de manera natural, estructuralmente, valoriza el sujeto.

Cuando Bion podía decir que el analista debía olvidar al momento de recibir su paciente, indicaba algo
de este orden: Tú no compararás incluso el paciente a sí mismo de una sesión a otra. Estamos allí en un
orden que proscribe la comparación.

Me he ilustrado por ejemplo a propósito de la obra del señor Monteil, del que hablé hace algún tiempo,
leyendo un trabajo de decriptage, de desciframiento de mi amigo y colega Hervé Castanet que va a
aparecer pronto. La categoría esencial del señor Monteil, quien ha concebido las A.E.R.E.S., quien es un
psicólogo social cognitivo, y bien para él la categoría esencial del orden social es la comparación: el
hombre comienza con la comparación y entonces la humanidad llega de manera natural a la evaluación,
La evaluación es la forma superior de la humanidad, el superhombre es el evaluado –en fin, eso ha
asistido al parto de la humanidad de lo que en ella había antes.

El psicoanálisis se inscribe eminentemente en falso con relación al discurso de la cuantificación –eso no


es simplemente una anécdota que encontramos así una cierto apunte, el psicoanálisis se inscribe de
modo muy natural en falso con relación al discurso de la cuantificación para el cual todo puede ser
comparable y entonces todo es comparable.

El discurso de la cuantificación busca encarnarse, volverse moneda –es el caso de decirlo, en el


mercado, donde todo tiene un precio, todo tiene un valor, pero no un valor absoluto, un valor sobre la
escala de valores establecidos. La constitución de las escalas de valor es una práctica condicionada por
el discurso de la cuantificación. Por ejemplo, en la clínica, el discurso de la cuantificación procede por el
establecimiento de las escalas de valor, que en general llevan el nombre de su inventor –por ejemplo
para la depresión, en señor Widlöcher ha aportado una importante contribución estableciendo la escala
de la depresión, ha habido en ese sentido una incidencia sobre la práctica.

Entonces, es en ese contexto que se comprende el dicho enigmático de Lacan en su última enseñanza: el
psicoanálisis debe ser una práctica sin valor. Eso no dice que sea sin valor en el sentido del mercado, eso
dice que es una práctica que debe escapar a la escala de valores y al discurso de la cuantificación.

Hoy, entonces, se constata de todos modos un muy extendido eclipse, e incluso una desaparición total
del amo como encarnado en el significante amo.

Si se toma a Francia, la evaluación de los ministros es folclórica (risas), pero eso traduce que el amo no
es de otra esencia. Quiero decir que eso traduce la voluntad de demostrar que estamos en un mundo
homogéneo, y el presidente mismo, heredero del monarca. Hasta hace poco, se podía decir que los
semblantes de la heterogeneidad presidencial eran multiplicados, cultivados. Ahora, al contrario, ocupa
ese lugar un personaje, que comunica: Yo no soy más que lo que ustedes son, que muestra todos los
semblantes de la homogeneidad con los gobernados: Como ustedes yo quiero la Star Academy. Como
ustedes, como ustedes, como ustedes.

Y entonces, ese término es verdaderamente negado:, y asumido como tal, es decir, como eso no existe.
Eso, eso no existe (JAM muestra: ). Y entonces, en efecto, se adoptado el estilo de la serie.

Todo el mundo ha notado de otra parte que, en el estilo presidencial actual, se voltea la página muy
rápido como se dice, se pasa a la secuencia siguiente –término que es debido, pienso, a los escenarios de
59

las telenovelas, o a la información–, se cambia de secuencia y se está en el régimen del más uno: ¿cuál
es el próximo episodio? Y entonces, en la desaparición de lo in–homogéneo, se adopta el estilo de la
serie.

Desde entonces, el amo no es más el Uno, eso sería más bien lo múltiple. Y hay que decirlo, esta
multiplicidad, nos es representada gustosamente bajo la forma de la experticia, que toma el lugar de lo
que Lacan llamaba el decreto, o el oráculo. Se confía en la experticia, y ésta se hace siempre en comité.
Hay expertos distinguidos, es lo que tenemos, lo que llamamos en la época, subrayados como los
comités de ética. Estamos en el régimen de las comisiones, y la verdad es supuesta como saliente de una
comisión.

En adelante, lo Verdadero, lo Bueno, no solamente ya no son los significantes amos, sino que son los
significantes esclavos, que son subordinados al acuerdo de los expertos. Entonces, hay un deslizamiento,
y evidentemente todo esto reposa sobre el mundo homogéneo.

De tal suerte que, sean los que sean, los sarcasmos que podamos tener, las indignaciones, y todo eso, hay
un nivel en el cual eso no está operando: es operante en el nivel del retardo de la puesta en marcha de los
aparatos, pero hay un nivel donde tenemos que ver con una mutación ontológica, con una
transformación en la relación del sujeto al ser. En adelante, la cifra– la cifra de cuantificación– es la
garantía del ser. En el fondo, es la incidencia de la ciencia sobre la ontología.

Entonces, eso tiene una incidencia sobre la debilidad mental de aquellos que son los gobernantes o los
expertos. El discurso de la ciencia, sobre esta debilidad mental, produce utopías autoritarias, que, desde
hace una decena de años, y sobre todo los últimos años, quiere multiplicarse, de manera asombrosa,
comprendido el país de buen sentido encarnado, a saber, Inglaterra, al cual hemos de dedicar
investigaciones en las próximas publicaciones. Se constata que la utopía autoritaria se ha vuelto la
producción normal del comité de expertos. Pero todo esto reposa sobre el hecho de que hoy estamos
seguros de que algo existe si es reductible a la cifra.

Entonces, la ideología de eso, la forma ideológica de eso, e incluso la epistemología de eso, está dada
por el cognitivismo.

El cognitivismo, en fin, la cognición, es a poner en la serie con lo que se llamaba el conocimiento, y lo


que Lacan y nosotros mismos llamamos el saber.

Se sabe bien cómo se distinguen conocimiento y saber. Lacan producía el saber en relación al
conocimiento donde acentuaba, después de Claudel, el valor de co–naître, [co–nacer y conocer] nacer al
mismo tiempo. El conocimiento supone una afinidad del conocimiento y de lo conocido. Se puede decir
que la filosofía antigua no cesa de de comentar esta afinidad, lo que debe haber de común entre lo que
conoce y lo que es conocido. Tenemos un eco lejano –o próximo después de todo–, en Heidegger,
cuando evoca el entendimiento con el ser.

Hablando del saber Lacan pone al contrario el acento sobre lo que comporta de artificio. Es un sistema
de elementos discretos, que no supone ninguna afinidad porque, al contrario, se trata también de poder
dar su lugar al saber inconsciente.

Lo que se llama la cognición, no está tan lejos de lo que Lacan llamaba el saber, en fin, bajo una forma
reservada, ¿No?–, es también supuesto constituido o representable bajo la forma de elementos discretos.
Solamente, se añade la suposición de que el hombre es todo saber, es decir, que todo lo que es en el
hombre, si es el término de referencia, pasa bajo esta forma. Es decir, el punto de vista cognitivo es
aquel del hombre computacional. El cognitivismo, es la ideología, es la creencia –porque hay que
decirlo, que a ese nivel es una orientación fundamental, eso no es una demostración–, es la creencia de
que el hombre es una máquina que trata la información. Es una máquina que recibe la información, y
que esa máquina misma trata y escupe información.

Es un punto de vista que tiene su fuerza, pero digamos que se añade a esta definición la exhaustividad
del humano.

Considerando fríamente las cosas, el estructuralismo ha preparado la vía al cognitivismo, o mejor, el


estructuralismo era una primera forma de cientismo que ahora a florecido con el cognitivismo.
60

El cognitivismo, puede decirse, es un exclusivismo del S2. No conoce más que el S2 y el sistema de
significantes. Lo que es del orden del sujeto, del objeto pequeño a y se puede incluso decir del
significante unario, es términos que no pueden inscribirse en su mundo.

S2
$ / a / S1

El resultado es la identificación del hombre a la máquina, a la máquina informática, a la máquina de


información, una identificación de la que debemos constatar que es aparentemente agradable para las
poblaciones– como dicen los ministros–, que es agradable a la población, que es una identificación que
no repugna.

Poder ser cifrado, ser una realidad susceptible de cifra, eso está anclado en el ser.

Si el amor, verdaderamente, es correlativo al 40 % de la serotonina en menos, y bien, es que ¡el amor


existe realmente! Hoy es la serotonina, mañana eso será cuantificado por activación eléctrica de las
neuronas, poco importa. Es una referencia cuantificada.

Hay una cierta eclosión de la personalidad en tanto que personalidad no cualificada sino cuantificada: Yo
soy una personalidad cuantificada. Hay allí, un tipo de esplendor, que es de un modelo bastante diferente
de lo que se consideraba antes. Todo esto se ha cruzado, todo eso no ha conocido ese desarrollo
extraordinario y construido de nuestro amo actual, más que por ese materialismo mecánico que el
cognitivismo ha encontrado en su objeto mayor: el cerebro, y entonces, en efecto, concluye que: Es allí
donde eso pasa. Ese es el lugar. El lugar que es en efecto un callejón sin salida –Lacan hablaba del
callejón sin salida cerebral–, el cerebro es un callejón sin salida. Y gracias a lo que se ha desarrollado
después de quince años, la imaginería por resonancia magnética, que permite representar la actividad
neuronal, estamos dotados hoy de un muy potente imaginario del simbólico. Hay que constatarlo. A tal
punto que ahora sabemos que el significante amo, en fin, el sufijo amo, es: neuro–. Ayer o anteayer,
teníamos en Le monde, la neuro–economía. Con curvas bibliométricas. Cada vez más universitarios
hablan de neuro–economía, es un hecho. Y entonces ustedes saben cuatrocientos personas en el mundo
que se dedican a la neuro–economía, la fundación Carnegie que da diez millones de dólares, y ha
partido. Entonces, ¿en qué consiste esto? Eso consiste observar la actividad eléctrica del cerebro
mientras usted toma decisiones de inversiones (risas).

Y entonces, evidentemente, todos los aspectos de la vida humana son susceptibles de ser así
neurologizados: todo eso activa el cerebro, entonces...comentaré esto en otra ocasión, el neuro–
psicoanálisis ya ha nacido, si ustedes lo ignoraban. Había antes un conflicto entre cognitivos y clínicos,
pero la neuropsicología clínica ha nacido, se los anuncio. Y entonces, todas las actividades humanas son
susceptibles de tener neuro–delante de ellas. No hablamos de la neuro–política, que debe ciertamente
practicarse clandestinamente para saber porqué se ha elegido a un candidato más que a otro. La neuro–
religión que ya ha comenzado, porque se observa el cerebro durante la oración y se constata que eso
hace un bien loco a las neuronas; hubo esa encuesta; la creencia en dios es igualmente susceptible de ser
vuelta imagen.

Ahora, hay que constatarlo, y eso parece irresistible, lo real se volvió neuro–real.

Es el neuro–real que es llamado a dominar los años que vienen. ¡Y bien! Es a nosotros de saber cómo
hacer con ese neuro–real. Les hablaré de esto la próxima vez. (Aplausos).

(Recapitulación de los esquemas del tablero)

(esquema 4)

neuro–réel

(esquema 1)

S1 _______ $

(esquema 3)

S2 $ / a / S1
61

(esquema 2)

La barra de negación sobre la función Φ, JAM la ha dibujado en el tablero cortada por la barra de la
negación que pesa sobre la variable X

Fin de la Sexta Sesión del Curso JAM 2007-2008 - 16.01.08

Curso del miércoles 23 de enero de 2008


¡Que magnífica lección! JAM, serio, ligero y muy concentrado (ni el poco confort del anfiteatro T,
ni los numerosos sonidos de los teléfonos portátiles parecieron perturbarlo), nos da un curso
notable por su rigor. Su introducción, a partir del "último de los hombres" de la introducción al
Zaratustra (y su "caída" risible sobre lo que el LNA no es) anudada a su anticipación de una
"neuro–psicología clínica" por venir, es a subrayar como uno de los rasgos mayores de su estilo de
enunciación. En efecto, diremos que JAM se ha dedicado a tomar muy en serio las "tesis" del
cognitivismo, para proceder, luego a "deshacer su retórica", señalando aquí y allá ños matices, la
impostura, el alcance y su operación "de explotación y de sujetamiento", notablemente JAM
define el modo de operación del cognitivismo, designándolo bajo el nombre de indiferencia
("Operación lógica por la cual se admite una proposición en virtud de su lazo con otras
proposiciones que ya son tenidas por verdaderas"). (Por TLN).

Entonces, la cifra. La cifra como garantía del ser. La cifra hoy vale como garantía del ser, el cual
siempre ha tenido necesidad de una garantía. Es hoy la cifra que hace la diferencia entre la apariencia,
los semblantes, y lo real. Es vano, lo he subrayado, de sublevarse contra, eso sería erigir una barrera
contra el Pacifico, mientras que esta concepción es hoy común, hace parte del sentido común del ser, que
compartimos tengamos lo que tengamos. El ciframiento es, ciertamente, necesariamente, llamado a
recubrir todos los aspectos de la existencia. Eso no es ni siquiera una profecía, es una constatación, que
se verifica incesantemente, y con relación a lo cual tenemos que saber tratar su lugar en el psicoanálisis.
Podemos comprender que colegas, colegas practicantes, hayan sido conducidos a buscar las condiciones
de introducir la cifra en el psicoanálisis; ellos la introducen bajo la forma propia de lo que se llama el
cognitivismo, es decir, bajo la forma del sufijo neuro–, que es la forma que toma la cifra cuando viene a
apoderarse, cuando viene a capturar lo psíquico.

Entonces, he dicho la cifra. Como lo he subrayado después de Lacan, la palabra es en sí misma ambigua,
porque conlleva a la vez el sentido que tiene la palabra cuando se habla del mensaje cifrado y el sentido
del número. El psicoanálisis tiene parte ligada con la cifra en el primer sentido, y lo que evoco, es la
dominación del número, la misteriosa dominación del número sobre los espíritus.

El viejo problema, el problema antiguo de la relación del pensamiento con el ser fue renovado, en la
problemática cognitiva, de la siguiente manera, me parece.

Hubo, en el siglo XVII, la emergencia y afirmación de la ciencia matemática de la naturaleza; la


matemática se apoderó del concepto, del pre–concepto de naturaleza, y eso nos ha dado la física
matemática. Después, digamos que en el siglo XX, tuvimos la emergencia de la ciencia matemática de la
vida, si se puede así decorar la biología molecular. Y se nos explica que el siglo XXI, verá la afirmación
de una ciencia, de la ciencia matemática del pensamiento, y esto, a partir del estudio de un órgano del
viviente, que es el cerebro.

Es por lo cual, eso que el cognitivismo llama, curiosamente —es el plural que es curioso, dudoso—, las
ciencias cognitivas, se nos explica que ellas hacen parte de la ciencia matemática de la vida, que es un
sector determinado de las ciencias de la vida.

Eso traduce el movimiento que hemos podido observar, en el último tercio del siglo pasado, a saber, la
psicología se adueñó de la biología. Ella se ha deslizado precisamente en la neurobiología, ha
considerado que el garante de la psyché —al que se refiere la palabra misma de psicología—, que el
garante real de la psyché, era el cerebro. Y apoyándose sobre esto podíamos tener, parece, un acceso
directo a la actividad cerebral por la vía de la imaginería de la resonancia magnética, ha considerado que
se podía retomar remozada la observación psicológica.
62

Entonces, el primer postulado, el primer axioma, es que el psiquismo es cerebral.

A partir de aquí, el cognitivismo se desarrolla como una filosofía de la neurobiología, abriendo


perspectivas, haciendo promesas, promesas de exhaustividad, que están ciertamente cualificadas, es
decir, moderadas, por la consideración de la complejidad de la arquitectura cerebral, pero que en el
fondo prolongan los resultados en anticipaciones maravillosas

Entonces, de un lado, es una filosofía, por no decir una ideología.

Y de otra parte, el cognitivismo aporta, a la neurobiología y a la observación de imágenes, cuestiones


psicológicas. A saber: ¿qué pasa en el cerebro? ¿Qué es observable en la imaginería cuando hay
transmisión de informaciones? ¿Cuándo hay conocimiento? ¿Cuándo hay emoción? ¿Qué se ve cuando
hay tristeza? ¿Qué se ve cuando hay alegría? ¿Qué se ve cuando hay decisión? ¿Qué se ve cuando hay
palabra y escucha, escritura y lectura? Y, por observación, se puede, en efecto, recolectar cantidad de
hechos de observación.

A partir de lo cual, la operación cognitiva esencial es, en el fondo, la indiferencia: a partir de esos hechos
de observación se infierne procesos mentales que estarían en causa y que darían cuenta de las
observaciones.

Dicho de otro modo, la psicología ha pasado, aquí, de la observación de comportamientos a la


observación de las neuronas. Ella no reniega su origen behaviorista, o pragmatista, al contrario, piensa
continuar el mismo programa con un instrumento nuevo, que es el que procura el IRM, la imaginería de
la resonancia magnética. Que es la herramienta esencial de sus investigaciones.

Entonces, se trata de una voluntad. Una voluntad animada por el cognitivismo, la de demostrar que es
legítima la reducción de la realidad humana al cerebro, que el hombre es esencialmente un cerebro, y
que el cerebro es una máquina para tratar la información.

Esta semana tuve la ocasión de oponer, un poco rápidamente, el cognitivismo a la clínica, respondiendo
a un periodista, que el cognitivismo no juraba sino sobre la estadística, y entonces que su punto de vista
era radicalmente el opuesto al de la clínica, que toma los sujetos un por uno. Sí. Es demasiado rápido,
porque no se ve que la potencia del sufijo neuro– esté limitado por el dominio de la estadística, nada
impide de descender al uno por uno. De la misma manera que hay en adelante una neuro–economía, no
se ve porque los cognitivos no han aun puesto sobre el mercado una neuropsicología clínica. ¿Por qué no
haría yo, a mi vez, una anticipación? Veremos próximamente una neuropsicología clínica. EN lugar de
simplemente tener recurso al gran número, se hará la descripción de la actividad cerebral de un sujeto.
No se ve muy bien que conclusiones se sacarán, pero podemos tener confianza de la inventa de la
inferencia.

Dicho de otro modo, la neuroclínica individual es para mañana. No se le puede poner a priori una
barrera. Y entonces, estamos sobre el camino de persuadirnos de la extensión progresiva y sin duda
ineluctable de esta concepción en todas las prácticas. Todas las prácticas tendrán muy pronto una
alternativa cognitiva, que reduce sus maneras de hacer, sus perspectivas, a la observación cerebral.

Eso es un mundo, se puede decir, que fue anunciado, y para la ocasión verdaderamente profetizado, por
alguien a quien me he referido al comienzo —he retardado el momento de decir el pasaje pero lo hará
ahora—, Hemos ahora entrado en el mundo anunciado por Nietszche, en su Zaratustra, es decir, el
mundo del último hombre.

Quería este año hacer un comentario de ese pasaje que figura en el quinto parágrafo del "Prólogo de
Zaratustra". Zaratustra sale de su gruta, viene de hablar al pueblo, y le habla, dice él, de lo que es más
despreciable. Es decir, que viene hablarle al pueblo en nombre de valores, que se pueden llamar
aristocráticos, valores que son clasificados en una escala, valores que son absolutos, y que oponen lo que
es honorable a lo que es despreciable. Lo que él considera como lo más despreciable, es el hombre,
quien, de una vez por todas, ha cesado de referirse a ese absoluto de los valores, y ese es el que llama el
último hombre.

No es el último de los hombres —en fin, lo es también—, pero es tal vez la última figura de humanidad
que nos ofrece su historia, al menos de la emergencia, bien problemática, de lo que él llama, de otra
parte, el superhombre, aquel que se desprende de ese estatuto del último hombre.
63

Describe ese mundo como —lo traduciré así— el tiempo del no deseo, en tanto que el deseo es siempre
dependiente de un elemento que no es homogéneo, mientras que la demanda tiene esencialmente una
parte ligada a la cantidad. Es dicho en términos poéticos. ¡Hay! ¡Llega el tiempo en que el hombre
dejará de lanzar la flecha de su anhelo más allá del hombre, y en que la cuerda de su arco no sabrá ya
vibrar! ¡Hay! Llega el tiempo en que el hombre no dará ya a luz ninguna estrella. ¡Ay! Llega el tiempo
del hombre más despreciable, el incapaz ya de despreciarse a sí mismo. ¡Mirad! Yo os muestro el último
hombre. ¿Qué es amor? ¿Qué es creación? ¿Qué es anhelo? ¿Qué es estrella? —así pregunta el último
hombre, y parpadea. Heidegger ha comentado el parpadeo del último hombre. Nosotros, diremos que ese
movimiento del ojo traduce su posición de no engañado. Por excelencia, se puede decir que, con
relación a todo lo que es del orden de la creación, el cognitivismo, que reduce todos esos fenómenos a lo
neuro–real, encarna bastante bien ese último hombre.

La tierra se ha vuelto pequeña entonces, y sobre ella da saltos el último hombre, que todo lo
empequeñece. Entonces, Maurice de Gandillac traduce: "De la dicha hemos hecho el descubrimiento",
es más claro cuando se traduce: "Nosotros hemos inventado la felicidad". Nosotros hemos inventado la
felicidad —dicen los últimos hombres, y parpadean. Enfermar y desconfiar son a sus ojos pecado. Se
observa esto. La transformación de la enfermedad en pecado en nombre del valor salud. Y nos
explicaban hace poco que uno de las dificultades de los franceses en la competición internacional es que
eran desconfiados y que hoy para triunfar, el porvenir es de los pueblos confiantes. Entonces eso me
parece completamente verificar la profecía de Nietszche en la materia. ¡Sin pastor, un solo rebaño! Cada
uno quiere la misma cosa, ¡todos iguales! "En otro tiempo todo el mundo desvariaba"— dicen los más
sutiles, y parpadean.

He aquí lo que ha servido desde entonces de referencia a innumerables ensayos filosóficos. En el neo–
conservador de Fukuyama, en la época en que podíamos creer en el final de la historia, se encontraba, si
recuerdo bien, la retoma de ese último hombre como esencia misma del ciudadano democrático. En
cambio, pasé tal vez muy rápido sobre el hecho que los últimos hombres, cuando Nietszche habla de
nuevo al final del Zaratustra, los hace adoradores del asno. Pero en fin, es porque sin duda la revista
ilustrada de la que hablé fue llamada Nuevo Asno [Nouvel Âne]: para explicar que no es el mismo
(risas), que no es el asno de los últimos hombres.

Ahora, volvamos a este asunto del número, porque —eso, no es explicitado por Nietszche, pero
podemos añadirlo— ellos no juran sino sobre el número. Esta adoración del número está prescrita por su
pre–comprensión del mundo como una realidad homogénea, una realidad donde todo es cantidad,
incluso la cualidad.

Cuando ellos se ven enfrentados con realidades cualitativas, entre comillas —que no llaman tales desde
el punto de vista de la cantidad, de las realidades que no se prestan inmediatamente a la cantidad—,
cuando se encuentran enfrentados con realidades cualitativas como ellos las llaman y que clasifican
como emociones —decía la tristeza, la alegría, el amor—, la operación cognitivista consiste en ligarlas a
realidades cuantitativas. Por ejemplo para el amor, lo decía la última vez, se le anuda a cantidades de
neurotransmisores. Se homologa las realidades cualitativas a las realidades cuantitativas, y, entonces, se
demuestra que su cuantificación es posible. Aquí es sobre los neurotransmisores, mañana será sobre la
actividad cerebral del cerebro. Poco importa la realidad cuantitativa a la que se les amarre, lo que cuenta
es el anudamiento, esta homologación cuantitativa, que verifica el axioma según el cual, todo es
cantidad.

La noción según la cual todo es cantidad, decía, es del orden de la voluntad, es del orden del deseo. En
todo caso, no está determinado por el dominio mismo que eso abre, es una pre–concepción que abre un
cierto dominio de investigación. Entonces, hay, en principio, una enunciación, hay, en principio, un
deseo de que sea así.

Ese deseo, sin duda, es, él mismo, susceptible de ser interrogado.

Es un deseo de dominio, porque hay la idea que se puede actuar sobre las cantidades: se puede aumentar
los porcentajes de dopamina, bajar el de serotonina, se puede, por medio de electrodos, actuar sobre la
actividad eléctrica del cerebro. Es un deseo de dominio y, se puede decir, un deseo de igualdad. Eso abre
sobre un mundo donde las diferencias no son más que cuantitativas, por allí eso se presta, eso se ofrece a
la gestión de poblaciones como se dice. Eso parece especialmente adecuado a la edad democrática, con
relación a aquel que viene a recordar los valores absolutos como el pobre Zaratustra hablando al pueblo
que evocaba hace un momento.
64

Entonces, ¿cómo hemos llegado allí? Estamos obligados a imputar a lo que Kant, antes de Lacan,
llamaba la ciencia, por lo cual, tanto Kant como Lacan, entendían la física matemática.

Es allí que se hizo el corte esencial, que no ha alcanzado sus efectos, los efectos que vemos desarrollarse
hoy, más que en el momento en que la matemática ha podido capturar la vida. Mientras que permaneció
aún ciencia de la naturaleza, ciencia matemática de la naturaleza, en tanto que permaneció física,
perduró a distancia de la realidad humana, se quedó, muy distante de capturar el pensamiento, la
sociedad, el arte. A partir del momento en que la biología se volvió molecular y matemática, si puedo
decirlo así, en ese momento, algo fue franqueado en la lógica del viviente, que, hoy, se impone por sus
consecuencias mayores en la organización del mundo.

Tuve que responder esta semana, porque lo he querido, a un cuestionario que distribuía una revista que
tiene la ambición de publicar grandes textos que hayan cambiado la historia del mundo y que ofrecía a
cierto número de personas de dar su opinión sobre el asunto. Hasta diez títulos. Eso me ha divertido
bastante para que tratara de responder y he pensado en diez textos que continúan determinando los
cambios por venir del mundo.

Esto me ha permitido inscribir, en buen lugar, La interpretación de los sueños. Me he dicho que no
deberían interrogar de esa manera a los psicoanalistas y que era legítimo introducir La interpretación de
los sueños e igualmente, los Escritos de Lacan (risas), que han tenido hasta ahora una incidencia mayor
sobre la historia del mundo, pero se puede esperar que será el caso en el porvenir. En todo caso me he
dicho que si, cuando me interrogan, no digo esto (risas), falto a todos mis deberes. Bueno. Entonces, el
descubrimiento del inconsciente y la reformulación de este descubrimiento merecen su lugar.

En cuanto al lazo social, ¿Qué es lo que es tan determinante para el porvenir? He creído que no podía
despreciar El Decálogo. Es de todos modos una gran formulación de la neurosis de la humanidad. Lacan
decía hace tiempo que ese era el decálogo de las leyes de la palabra. Esa es la formulación de la neurosis
edípica de una manera que ha tenido un éxito sensacional —sin duda en razón de la arquitectura
neuronal del cerebro (risas). Oh! Pero se demostrará sin dificultad en que el Edipo está especialmente
adaptado a una fisura neuronal. Y después La Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano,
es decir, un fundamento del individualismo contemporáneo y del futuro. Esta Declaración, se podrá
notar, no es una declaración de derechos y de deberes del hombre y del ciudadano, eso escapa a la
ideología del donante–donante del que nos quieren hacer hoy el alpha y el omega del lazo social, y si eso
ha marcado la historia del mundo, es bien porque es la afirmación de los derechos, y que los derechos
tienen aquí avanzada sobre los deberes. En el fundamento de la democracia, hay, de todos modos, un
absoluto, que no es susceptible de relativizar por el intercambio.

El psicoanálisis, el lazo social entendido como el cimiento de la sociedad, ¿qué hay después de eso?
Después de eso, es el discurso de la ciencia: yo no veo nada, en importancia decisiva, que pueda
compararse.

Entonces, las matemáticas, eso se prestará para una enumeración considerable, lo más simple es de
tomar lo que está en el origen, y entonces, he dado entre los diez grandes textos, Los elementos de
Euclides. Es el testimonio, el testamento de la emergencia del discurso de la matemática.

Y luego, de las ciencias, ¿qué hay? Las ciencias de la vida y las ciencias de la naturaleza.

Con relación a las ciencias de la vida, pienso que hay que hacer un lugar al concepto de evolución y
entonces a Darwin y al Origen de las especies. Y luego está la biología molecular de donde puede
tomarse la orientación en la obra tan divertida de Crick y Watson La doble hélice. No se puede decir que
el libro mismo haya cambiado la historia del mundo, pero digamos que está ahí como la prueba del
testimonio de la afirmación de la biología molecular en el último tercio o la mitad de la última mitad del
siglo XX.

Y después está la física matemática. Y allí no veía como, sobre diez textos, en efecto, no nombrar a
Galileo por su Saggiatore, donde él formula que la naturaleza está escrita en lenguaje matemático, los
Principia de Newton, es siempre la mecánica válida aquí abajo, y Einstein por los cuatro grandes
artículos del año 1905, que se llama su agnus mirabilis, donde ha refundado la física matemática, y
especialmente por su cuarto artículo, aquel donde figura la fórmula que da la equivalencia entre la masa
y la energía.
65

He aquí, No he hecho figurar aquí nada literario o artístico, porque, si se interroga sobre los resortes de
las transformaciones en el mundo, lo que más pesa, para hoy y para mañana es el discurso de la ciencia.
Se puede decir que nosotros estamos en la época donde todo está al desnudo. Los progresos del discurso
de la ciencia y las nuevas tecnologías, es el dominio de la realidad que pone el ritmo a las
transformaciones que se transmites, con una rapidez notable, a la vida cotidiana y a los debates de las
sociedades. Es aquello que hemos percibido, hace algunos años, cuando hicimos una especie de curso
periodístico conectado sobre las noticias de la semana: lo que hemos sentido, hoy, es que debemos hacer
la teoría.

Debemos constatar que nosotros, que somos practicantes de una tecnología ya antigua, la tecnología
psicoanalítica, hemos sido transferidos, querámoslo o no, a una posición de conservación —salvo
cuando nosotros mismos anunciamos las innovaciones, lo que visiblemente estamos tentados a hacer
cuando tocamos nuestro dispositivo.

Nosotros tocamos nuestro dispositivo, por ejemplo, en los establecimientos que hemos abierto y que
practican las curas de duración limitada. Es una innovación, para nosotros al menos y objetivamente, ya
que no se parece a la manera en la que esto ha sido practicado en el pasado en las otras orientaciones
analíticas.

Cuando nos dedicamos a esta innovación, lo que es más sorprendente, no es que vinieran las críticas, es
que no se escuche la crítica de desviacionismo. Ya que, el siglo XX estuvo lleno de murmuraciones, en
todos los órdenes del discurso, de las acusaciones de desviacionismo. Es lo que, aún en el siglo pasado,
la idea de respetar una orientación inicial, o de desviarla, y bien, eso preocupaba. Eso preocupaba las
personas. Hoy, se puede decir que la innovación es de alguna manera —es como el verum de Spinoza—,
es el index sui, la innovación se beneficia de un privilegio en tanto tal. No hay más la idea de una
emergencia absoluta, que será necesario respetar, sino, al contrario, hay una inclinación, que es
completamente lo opuesto, y que consiste en valorizar el ensayo innovador.

Diría que Lacan lo ha sentido.

Entonces, es aún más sorprendente que, cuando Lacan ha comenzado su enseñanza en medio del siglo
XX, lo hizo sobre la égida del retorno a Freud, entonces, explícitamente como anti–desviacionista. Es
incluso bajo ese pabellón que hizo pasar las verdaderas innovaciones que él aportaba tanto a la teoría
como a la práctica del psicoanálisis con sus sesiones cortas de las que se guardó de hacerle propaganda:
en su Informe de Roma, hay algunas consideraciones sobre la duración de la sesión, sobre el tiempo y la
cura, hay algunas indicaciones fugitivas pero no hay nada que se parezca a la sesión corta. En él la
teoría, está dada por la práctica de la sesión corta. Se puede decir que él la ha enmascarado, que tuvo su
innovación, y que es ciertamente a informar lo que es del orden de la Persecución del arte de escribir, es
decir, que él ha pensado que eso no era necesariamente algo que pudiera recibirse en la época. Y
entonces eso permaneció en una especie de penumbra.

Sin embargo, en sus últimos dichos, ha formulado cosas que aparecieron como sorprendentes en la
época y que nosotros comprendemos tal vez mejor en el contexto de hoy como: A cada uno de reinventar
el psicoanálisis. Eso, es una dirección que es completamente opuesta al retorno a, es más bien la
invitación a eso que se llama hoy la innovación. Bueno, reinventar cualquier cosa: el psicoanálisis. Sin
duda. Pero el acento está puesto sobre una cierta liberación con relación al estándar. Y de la misma
manera, el acento que Lacan pudo poner sobre la invención de saber, que es también consonante con el
tiempo presente. De la misma manera, su desprecio declarado hacia todo lo que era del orden de la
tradición. Como él lo pudo decir: Una tradición es siempre estúpida [conne].

Entre la bandera primera de la enseñanza de Lacan y estos enunciados, hay una inflexión que va casi
hasta el giro brusco.

Y entonces, me parece que esa es la dirección en la que, querámoslo o no, la práctica del psicoanálisis
será conducida a comprometerse cada vez más. Es lo que hará ley, es, como lo quiere el discurso de la
época, el resultado. No hay, no hay más nobleza en la intención, el valor está concentrado en el
resultado. Y eso supone ciertamente, de nuestra parte, una cierta conversión de nuestra posición.

Decía, entonces, que hay que remitirse a la emergencia de la ciencia matemática de la naturaleza para
aprehender las raíces de la empresa contemporánea del número.
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La elaboración de esta ciencia matemática no fue el hecho, el punto de partida, de los físicos, fue el
hecho de los pensadores. Es lo que observa Heidegger: En la época todos los investigadores eran
filósofos. Él lo observa en su libro llamado ¿Qué es una cosa?, que fue traducido al francés en 1971 y
que comporta una elucidación del concepto matemático. Él puede decir, en los Griegos, las
consecuencias que luego conllevó la física matemática. Es aquí que Heidegger examina las cosas
matemáticas, en griego ta mathemata, y considero que es muy probable que sea a partir de ese curso de
Heidegger que Lacan inventa su palabra matema. No tengo ningún testimonio directo de su parte, pero
la coincidencia me parece hablar por sí misma.

Entonces, es allí que no hay que ser positivista. El positivismo es la concepción según la cual, si resumo,
un hecho es un hecho, el positivismo es la creencia en lo absoluto del hecho, y entonces, los conceptos
aparecen, dice Heidegger, como simples expedientes. En cambio, aquello de lo que testimonia la
elaboración misma de la ciencia matemática de la naturaleza, es de la relatividad de hecho al concepto.
Como lo dice Heidegger: Un hecho no es lo que es más que a la luz del concepto que lo funda. Este
enunciado, ¿cómo decirlo? Podría ser de Canguilhem. Es un enunciado, un principio de epistemología,
que es necesario, claro está, aplicar, poner en obra también cuando nosotros nos interrogamos sobre la
emergencia y la afirmación de la perspectiva cognitivista y de la voluntas que la anima.

Entonces, ¿qué es lo que hace la diferencia entre el discurso de la ciencia tal como emerge en el siglo
XVII y eso que era la ciencia en la Antigüedad o en la Edad Media? Es sorprendente que, sobre este
aspecto, osaría decir que Heidegger no está lejos de Koyré. A saber que, en lo concerniente a la
observación, lo que atañe la experimentación, de la medida e incluso de la medida cifrada, no es allí que
está la diferencia. Todo eso está presente en el saber antiguo y medieval. Verdaderamente, la diferencia
está en otra actitud respecto del saber, cuyo carácter fundamental es lo que Heidegger llama su
pretensión matemática. Él se apoya, hay que decirlo, sobre una afirmación de Kant en sus Primeros
principios metafísicos de la ciencia de la naturaleza: Afirmo que en cada teoría particular de la
naturaleza no puede encontrarse ciencia propiamente dicha sino en la medida en que se encuentre en ella
la Matemática.

Entonces, es aquí que Heidegger nos presenta una lectura, que puede ser una ficción sin duda, pero una
lectura del ta mathemata de los Griegos.

¿Qué es ta mathemata? Es lo que puede ser aprendido y por allí, eso que se enseña. Observemos que
Lacan ha dado ese sentido a lo que él ha llamado matema. La palabra no figura en la traducción que ha
sido hecha de Heidegger, es Lacan que ha afrancesado ta mathemata, diciendo el matema y definiéndolo,
a la manera griega, como lo que puede ser enseñado.

Lacan fue conducido a decir que lo que puede ser enseñado, por excelencia, del psicoanálisis, es cierto
número de fórmulas de apariencia matemática. Él ha inventado y popularizado el término matema en el
momento en que ponía en el tablero sus esquemas de los discursos, esquemas permutativos de símbolos
de apariencia matemática. De los cuales, él mismo ha elaborado una seudo–matemática, una seudo–
lógica matemática del psicoanálisis, para conformarse, en el fondo, al requisito kantiano. Como si el
psicoanálisis pudiera ser científico en la medida en que pudiera comportar matemática, pero, en fin,
alojando el psicoanálisis sobre la margen de la ciencia.

Pero, si he llegado a censurar el cognitivismo como siendo una monería de las ciencias duras, ese
elemento de imitación, de semblante de ciencia, hay que reconocer que Lacan ha jugado con el, para el
psicoanálisis, que eso haga parte de la misma irresistible atracción hacia el discurso de la ciencia. El
estructuralismo completo se impuso un ideal de cientificidad. Hemos pensado, de todos modos, en los
años 1960, salir de la retórica de las humanidades para pasar a un abordaje cuyo ideal fue la
cientificidad, pero evidentemente, utilizando, en las matemáticas, las zonas que parecían prestarse al
tratamiento que queríamos hacer. Por ejemplo, Lacan se inspiró en la teoría de los grafos, en su gran
grafo, se inspiró en la teoría de la comunicación y de la información, en la que el cognitivismo encuentra
también un apoyo, se piensa en los trabajos de Warren sobre la teoría de la información, él se apoya en la
cibernética, como se decía en la época, la cibernética de Norbert Wiener. Él ha explotado —como dice el
cognitivismo—, ha explotado los recursos de la elaboración matemática hasta conducir, el psicoanálisis,
a los nudos, que producían mayores dificultades en esa época que ahora, cuando se han elaborado
instrumentos más finos para aprehenderlos en el discurso matemático.

Entonces, ta mathemata: lo que puede ser aprendido y enseñado, bien más allá de los límites de la
escuela o de la erudición.
67

Heidegger inventa alojar ta mathemata en relación a cuatro términos griegos. A mi conocer es una
verdadera creación de su parte. No tengo el recuerdo de que haya habido en ningún filósofo, en lo que
he podido leer, que haya podido serme enseñado, que yo haya podido aprender, no tengo el recuerdo que
haya habido esa colocación, que es sugestiva y que se apoye sobre el lenguaje filosófico griego.

Él opone entonces ta mathemata en principio a lo que es del orden de la Physis, o de la poiesis, es decir,
lo que es del orden de la naturaleza, o del arte, de la fabricación, del artificio. Ta mahemata es distinto de
ta physiké, las cosas naturales, en fin en el lenguaje de Heidegger las cosas en tanto que ellas surgen de
sí mismas, por oposición a ta poioumena, aquellas que surgen de la mano del hombre. Las cosas
naturales, o las obras de arte. Hay en tercer lugar, ta kremata, las cosas que son en el uso, de las que nos
servimos, que en ese sentido son constantes. Y en cuarto lugar —he llegado a hablar de esto en otro
contexto— ta pragmata, aquellas que vienen de la praxis, de la acción, las cosas con las cuales nos las
tenemos que ver, sean las cosas materiales y que sea también la acción, lo que hay para hacer.

Esos cuatro términos son para Heidegger distintos de lo que aísla como ta mathemata, que son las cosas
en tanto que las aprendemos, las cosas en tanto que ellas tienen que ver con el conocimiento, pero en
una acepción muy particular en la que no se trata de aprender el ahora de las cosas, su uso, sino que se
trata —inventa él—, se trata, en la matemática de llevar al conocimiento lo que, desde siempre,
sabemos, y entonces lo que de una cierta manera llevamos en nosotros mismos.

Para ilustrarlo, él tiene esta consideración sobre el número tres. Yo cuento: Uno, dos, tres (JAM muestra
tres libros). Según él: Podemos contar que esas cosas son tres, sólo ya si conocemos el "tres". Las cosas
mismas no nos ayudan en nada a acceder al tres. Esto dice de una manera que es hecha para dejar
presagiar lo que más tarde será la noción de que número es innato, y el debate de los platónicos y de los
empiristas para saber si el número es innato o viene de la experiencia. Esa cuestión continúa siendo
completamente de actualidad para la psicología cognitiva, a la que le gustaría mostrar, demostrar los
fundamentos de la aritmética en la vida mental: es el objeto de las investigaciones que están en curso y
que en mi opinión permanecerán durante largo tiempo.

Entonces, se trata para Heidegger en principio, en la matemática, de lo que podemos aprender en


contacto con las cosas, pero sin que ese saber lo hayamos extraído de las cosas. Por allí, la matemática
será el presupuesto de todo saber. El número vendrá a representar por excelencia la matemática en este
sentido. El hilo del cual él da aquí el punto de partida, lo reencuentra en Galileo —Citaré el pasaje en
otra ocasión—, él lo reencuentra también en Newton.

La versión Lacaniana concerniente al número es hacer de los números una excepción de lo simbólico, es
de enunciar: Los números son de lo real.

Cuando Lacan dice que los números son de lo real quiere decir que no son de lo imaginario, pero que
tampoco de lo simbólico. No son significantes, en tanto que los significantes son hechos para llevar
significación, en tanto que los significantes son soportes de lo imaginario. Y si se quiere hacer de ellos
significantes, entonces son, por excelencia, significantes sin significado.

Lacan llegó a llamar desesperadamente sus deseos de un significante nuevo, que no tuviera significación
y que, no obstante, operara, y bien se puede decir que el número fue antes un significante nuevo
operando sin significado.

Es esa vacuidad de la significación del número que sin duda anima a la ideología de la objetividad del
hecho cifrado. Y es, así mismo que el número, que un cifrage es acreditado como siendo en sí mismo sin
significación. He incluso cuando es salido de la vía extremadamente marcada como la de las encuestas
políticas donde las preguntas, el momento de las preguntas, la formulación de la pregunta, la dirección
de la pregunta, están marcados, están infectados por tendencias completamente patentes, y luego ustedes
tienen el 10%, el 15%, etc., y cuando la cifra llega, hay un efecto de estupefacción, un efecto de
acreditación de deflagración, que es siempre interesante de observar. Allí, después de tres días, las cifras
estás malas para el presidente de la República, e inmediatamente, sobre la base de cifras y de
comparaciones de cifras, ustedes tienen una mutación general del discurso articulado: la semana pasada
aún era genial y después de tres días se les explica, sobre la base de cifras, hasta que punto él se había
equivocado, que no había que hacer eso, que no podrá salir del asunto, que está muerto, etc. Aquí, la
incidencia de los significantes sin significado, que son las cifras, son de tal naturaleza que hacen virar
las significaciones del discurso de una manera inmediata.
68

Lacan corrige, si se quiere, esta acepción diciendo —eso no es completamente claro— que los primeros
números tienen de todos modos un sentido. Se debe entender aquí los sentidos mitológicos que afectan
el número. Él dice: Los primeros hasta cuatro, hasta cinco puede ser, vamos hasta seis. No he
identificado aquí la referencia que él tenía en la cabeza, pero digamos eso no tiene nada que ver con la
función real de los números.

Ustedes saben que Lacan entiende esta ausencia de sentido en la ciencia misma, llega hasta enunciar que
la ciencia no tiene ninguna especie de sentido, como el número. En esto Lacan es fiel al enunciado de
Bertrand Russel quien encantaba a Kojève y que Lacan cita varias veces: El matemático no sabe de que
habla. Traduzcamos eso aquí: El maneja los números como siendo del real.

Sobre esta perspectiva, que me permitirá diversos desarrollos, quería, antes de terminar, hacer un lugar,
al menos señalar lo que se puede sacarse de un texto cognitivista eminente, la lección inaugural, en el
Colegio de Francia, de la primera carga académica de ciencia cognitiva que jamás fue creada, la carga de
Psicología cognitiva experimental.

Stanislas Dehaene comienza por recordar la definición, por Wiliam James, de la psicología como la
ciencia de la vida mental. Se hace su deudor, y eso vuelve tanto más impactante el título de su lección
inaugural: Hacia una ciencia de la vida mental, digamos que hemos pasado, de William James a
Stanislas Dehaene, de la ciencia de la vida mental a una. Es un movimiento que se observa de otra parte
a lo largo de toda esa lección inaugural. No dice que va a encontrar las leyes del pensamiento, dice de
las leyes del pensamiento. Y así continúa. En el fondo, tenemos esa curiosa bajada de tonalidad, al
mismo tiempo que tenemos la afirmación de la pretensión de las ciencias cognitivas de hacer parte de las
Ciencias de la Vida, ¿pero esto se apoya sobre qué en definitiva? Como él lo explica —esa es su frase—
explotando toda la panoplia de los métodos de la biología.

Creo que el verbo es muy justo: el cognitivismo es un explotador. Es un explotador de la biología, y no


pretende incluso ser un explotador de los resultados de la biología, sino un explotador de sus métodos.
Prácticamente, ¿a qué conducen los métodos de la biología que son así explotados? Llevan a la
imaginería magnética. Y es dicho claramente que la neuro–imaginería, la imaginería cerebral, juega un
papel central. Por ello, cuando el Señor Dehaene da el ejemplo de las investigaciones sensacionales que
se apresta a llevar en el hilo de las investigaciones que ya han comenzado, es la observación de la
imaginería magnética que aquí viene como ejemplo. Es esencialmente por esa vía que se amarra a la
biología, es decir, que él le toma ese instrumento.

Entonces, al mismo tiempo, las ambiciones no se detienen en el cerebro, porque él piensa igualmente
trabajar en la intersección de la biología del cerebro y del entorno, incluso, la cultura. Y se ve que el
pasaje problemático, es aquel que va de la observación cerebral, de un lado, a las realizaciones de la
cultura, del otro. Se tienen muy pocos elementos que hacen verdaderamente la articulación, es decir, que
se está constantemente reenviado a los datos de la imaginería, y simplemente es por la vía de
indiferencias extremadamente tenues y problemáticas que se llegaría a lo que es del orden de la cultura.

Esto no impide que el Sr. Dehaene prometa que aquello de lo que se trata en su carga académica tiene
por ambición enunciar las leyes generales del pensamiento. Él no dice las leyes, sino de las leyes
generales del pensamiento. Esa es la promesa del poder pasar de lo que él observa de la vida mental, es
decir, de la actividad neuronal, de poder pasar de esa observación a las determinaciones universales
concernientes al pensamiento en todos sus aspectos: de la percepción a la motricidad; de la memoria; la
percepción de la palabra; el concepto; la emoción; la intención; la decisión; la introspección. Todo esto
se observa, y todo eso responde a una sintaxis de operaciones que las que podríamos formular las reglas.
Cereza sobre el pastel, él podría igualmente —o él lo desea— determinar la diferencia, para el cerebro,
entre una información conciente y una información inconsciente.

Él mismo percibe un cierto exceso de amplitud en su programa y reconoce que para muchas personas la
psicología no es más que una ciencia blanda y no una ciencia dura. Hay que decir que todo lo que él
enuncia —es lo que es impactante— es prestado, es una explotación de la biología, incluso la química,
etc. Y es lo que le sirve de prueba, o de ánimo, eso sería el reconocimiento con el cual se beneficia la
psicología de la comunidad científica.

Hay que confesar que Jean Pierre Changeux, que me divertía tanto en el tiempo de El Hombre neuronal
— que yo había bautizado así en mi inconsciente—, que Jean Pierre Changeux ha logrado en efecto
introducir ese programa en el Colegio de Francia, y entonces permite al Sr. Dehaene hacer espejear, lo
cito, la posibilidad que las leyes que la psicología es susceptible de descubrir sean tan sólidas y
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universales que las leyes de la física. Encuentro esto grandioso. Él no dice: las leyes que la psicología ha
descubierto —de las que se podría discutir su estatuto—, es; las leyes que la psicología es susceptible de
descubrir, ¡y bien!, no es imposible que sean tan sólidas y universales como las leyes de la física. Y él
cita a Galileo, Newton y Einstein. Mientras que, prácticamente, vamos de la observación del cerebro a la
imaginería magnética y de las comparaciones con la computadora: el cerebro como máquina para tratar
información, dice él, de donde podrán inferirse los algoritmos del pensamiento.

Y lo que ustedes encontrarán aquí no es nada! Con el apoyo de sus proposiciones grandiosas, ustedes
tienen —enumeraré esto tal vez la próxima vez—, ustedes tienen algunas pobrezas sobre el disminución
del ritmo del pensamiento en ciertas condiciones, ustedes no tienen nada que parezca ni siquiera de lejos
a una ley universal sea cual sea. Pero tenemos aquí la formulación de una ambición, que es moderada
por el hecho que, en efecto hay una arquitectura extremadamente compleja del cerebro. La convicción
esencial del psicólogo es que, aquí, él tiene un acceso más directo a lo que llama los mecanismos del
pensamiento —porque, eso, hace parte del deseo inicial: el pensamiento tiene mecanismos—, un acceso
directo a los mecanismos del pensamiento gracias a la imaginería magnética más que a la sola
observación de los comportamientos. Dicho de otro modo, simplemente, la ambición que antes se
realizaba por el análisis de los comportamientos, a saber inferir el pensamiento que está detrás, se ha
transferido. Él cree que, porque él va a ver la neurona y la actividad de la neurona, entonces estará más
cerca, más directamente ligado a los mecanismos del pensamiento.

Entonces el conejillo de indias en observación, se le anima a tomar decisiones y se mira cuales son las
neuronas, las zonas cerebrales, que están activas en el momento de la toma de decisión. Y, porque se
constata que hay esa correlación, entonces se dice: la decisión, eso no es más que una cierta actividad
neuronal. Y entonces se concluye con la ilusión del libre arbitrio de las decisiones humanas. Y sobre
todo se concluye que lo que antes se consideraba como datos subjetivos es susceptible en delante de un
tratamiento objetivo. Y en el fondo, es esa la gran ambición del cognitivismo a través de esos diferentes
métodos: En la psicología de hoy, concluye, los datos subjetivos de la conciencia son objetos de estudio
legítimos, que la modelización y la imaginería ponen en relación directa con los datos objetivos de la
arquitectura cerebral.

He aquí sobre lo que concluye su lección inaugural, es decir, sobre la ambición, digamos, de dar un
estatuto objetivo a la subjetividad por la modelización matemática y por imaginería cerebral. Esta
ambición, hay que decirlo, a través de sus diferentes modalidades y a través de la multiplicidad de las
investigaciones en curso, anima el cognitivismo, que resulta se de una pobreza esencial: la pobreza de un
método de indiferencia que trata de hacer el salto, de hacer la unión entre los datos de observación y
procesos, lo que bautizan procesos, de los que hay que decir, la realidad, al leerlos, aparecen
absolutamente fantasmáticos.

Bueno. Continúo la próxima vez.

Fin de la Séptima Sesión del Curso JAM 2007-2008 - 23.01.08

Curso del miércoles 30 de enero de 2008


JAM continúa con la interrogación de las "tésis" del cognitivismo. Trata de examinar en este Curso, en
la enseñanza de Lacan,las fuentes que le permitieron situar el lugar de "vástago" del estructuralismo
confrontado a la fenomenología.JAM recorre esta enseñanza a partir de la crítica de Lacan a la
neuropsiquiatría (1946) hasta su TDE, marcando las escansiones más importantes.La perspectiva es
totalmente inédita. Su construcción sigue siendo tan esclarecedora y precisa, ofreciendo un nuevo punto
de capitón a su Curso del año anterior, "El muy último Lacan (TDE)". En efecto, preparando este
número de TLN – y a riesgo de confundir anticipación y precipitación –, nos hemos planteado una
cuestión:¿no se trataría en esta formulación, de una presentación de lo que sería el séptimo paradigma
del goce? Paradigma que podría enunciarse siguiendo de cerca las propuestas de JAM, a partir de la
definición del inconsciente que Lacan promueve en su texto "L'esp d'un laps" (1976). JAM produce la
extracción de una definición de lo real propio al psicoanálisis.Es el "real de la contingencia",
consecuencia de la no relación sexual (paradigma VI). Esto es precisamente lo que él considera que es
el punto sobre el cual Lacan nos ha dejado.Momento en definitiva "optimista", pues se trata "de una
invitación a hacer con la contingencia de lo real, es decir, también con la invención y la reinvención, sin
ningún fatalismo".Alegrémosnos de la oportunidad que este curso nos ofrece. (From TLN)
70

¿Qué fuentes encontramos en la enseñanza de Lacan para situar en su lugar lo que llamamos en este
momento el cognitivismo?

No creo equivocarme diciendo que no encontramos nunca esa palabra en el texto que subsiste de los
Seminarios de Lacan y tampoco en sus Escritos. Cuando Lacan deja de hablar y de escribir, el
cognitivismo ya había nacido, tenía ya partidarios y es una referencia importante para un cierto número
de disciplinas. Tomemos esto como una indicación fechada, cronológica, con respecto a la influencia de
esta ideología. En un tiempo en el que Lacan recorría sin problemas las disciplinas punteras, podía dejar
de lado la existencia y el nombre mismo de cognitivismo.

La última vez dije que renunciaba aquí a la polémica a cambio de la elucidación, del intelligere de
Spinoza, y voy a matenerme en esta orientación buscando en Lacan lo que indicaría una vía de abordaje.
Entonces, utilizo nuestro momento cognitivista para volver a la enseñanza de Lacan y a lo que hace a
nuestra posición en la práctica y en la teoría con el fin de aclararnos al respecto.

Lo evoqué la ultima vez, lo que surge primero es que con el estructuralismo hay una postulación hacia la
ciencia que ha incidido en el pensamiento.

Se puede decir que el estructuralismo, al menos en Francia, y Lacan tiene ahí un papel de suma
importancia, el estructuralismo se planteó por medio de una crítica a la fenomenología, tal como había
sido manejada y tal como aparecía en la ideología dominante, a través de la obra de Merleau–Ponty, La
Fenomenología de la percepción, o en el existencialismo de alguien como Sartre. Y Michel Foucault
había insistido, en el momento de la publicación de su obra, Las palabras y las cosas, en mantenerse en
una postura crítica frente a la inspiración fenomenológica.

En el curso de los años 60 existió un binario, fenomenología versus estructuralismo, y la idea de que uno
sobrepasaba al otro. Y desde donde nosotros estamos ahora, lo que aparece es que el estructuralismo
sólo ha sido una transición para volver ahí donde la filosofía fenomenológica se constituía en la crítica
aparentemente triunfante, a saber, lo que yo llamaré el cientificismo que domina hoy bajo el modo de
cognitivismo. Al mismo tiempo, lo que del estructuralismo rechazó al cientificismo se inscribe bajo el
dominio no de una disciplina, sino de un campo de exploración que lleva un nombre que no hemos
practicado aquí pero que se impuso sobre todo a partir del eco que recibió en los Estados Unidos, el
postestructuralismo, que a su vez promovió el nacimiento en las universidades americanas y luego a
través del mundo, de un campo múltiple, equívoco, que yo llamaría por su nombre inglés, the cultural
studies. Y, entonces, me parece que, de alguna manera, ahora se ve mejor, el residuo del estructuralismo,
una vez que este se desprendió del cientificismo y que a la vez el cientificismo se impuso.

Este esquema sitúa, en efecto, nuestro estructuralismo como un momento de transición y, también, un
momento equívoco, e invita cuando se relee a Lacan, a distinguir ahí proposiciones que son compatibles
o afines con el cientificismo, al mismo tiempo que, ciertamente, esta enseñanza no se reduce a esto. Pero
se puede decir que la postulación científica del lacanismo abrió la vía al cientificismo contemporáneo y,
en cualquier caso, sin duda nos ha dejado desatentos frente a sus progresos.

Si vuelvo a la enseñanza de Lacan, ¿de qué nos encantábamos en la época?

Y bien, se consideraba como un progreso del pensamiento, un progreso de elucidación –tomo este
ejemplo–, poder transcribir lo que Freud llama fantasma en una fórmula de apariencia matemática como
es S tachado, losange, pequeño a, entre paréntesis. Es decir, una secuencia de tres símbolos, incluso de
cinco si se le añade los parentesis. Esto ha formado parte de la seducción del discurso de Lacan, esta
retranscripción sistemática de los términos freudianos en escrituras de alcance científico.

Fantasma: ($ ◊ a)

Comentó él mismo esta escritura en la pag. 816 de los Escritos en los términos siguientes. Lo llama
sigla, el término antiguo. Utiliza este término antiguo, pero es para decir que lo introduce a título de
algoritmo, es decir, de una fórmula que prescribe un cierto desarrollo normativizado. Entonces, ahí se
reintroduce el equívoco que le hace subrayar que en esta sigla volvemos a encontrar, escindidos, los
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términos de la abreviatura del signiticante: Sa. Es lo que enuncia diciendo: rompe el elemento
fonemático que constituye la unidad significante hasta su átomo literal. Hay que entender que es Sa, la
abreviatura del significante, la que se rompe aquí en dos letras. Y lo abre a la multiplicidad diciendo:
está hecho para permitir cientos de lecturas diferentes –entonces, una multiplicidad de la cual no
enumera las posibilidades–, multiplicidad, dice, admisible hasta que lo hablado quede tomado en su
álgebra –bueno, lo que se autoriza verdaderamente de los usos que no encuentran aquí ningún límite. Y,
en ese momento, caracteriza el conjunto de las siglas algorítmicas que utiliza en su grafo: no constituye
un metalenguaje, dice, no son significantes trascendentes, son los index de una significación absoluta.
Una significación absoluta, la fórmula es fuerte, la dice especialmente adaptada a aquello de lo que se
trata en el fantasma (JAM subraya la palabra fantasma en la pizarra).

Podemos admitirlo. El fantasma es en absoluto en efecto, en el sentido de separado del resto del sistema
de las significaciones. Freud mismo acentúa esto. El fantasma, de alguna manera, viene como un plus,
sin que sus lazos sean manifiestos con lo que la palabra del paciente ha podido revelar; respecto a esto,
el análisis puede desarrollarse dejando recubierto el fantasma, dejándolo no confesado, como una
significación aparte, un escenario significativo fuera de todo. Pero, y es sin duda por esto que Lacan
distingue entre sus siglas la sigla del fantasma, al mismo tiempo hace del carácter de index de
significación absoluta, la marca de todas las siglas que ha colocado en su grafo.

Hubo un tiempo donde se intentaba penetrar en el valor propio de los términos de Lacan. Si los
consideramos retroactivamente, se percibe que tenemos ahí términos equívocos, que toman prestado la
experiencia analítica y decoran los términos que provienen de ella con una matematización de la cual no
es excesivo decir que es de semblante, que es, de alguna manera, atraída por el cientificismo por venir y
que, al mismo tiempo, Lacan multiplica las reservas que le impiden caer ahí.

Este equívoco, podemos decir, está destinado a marcar el conjunto de su enseñanza. Esta enseñanza está
a la vez habitada por un ideal de matematización, que es incesantemente denegado, y por razones
fundamentales.

He evocado la última vez la fuente que Lacan había provablemente encontrado en el curso de Heidegger
sobre ¿Qué es una cosa? y, en particular, en las páginas que conciernen al matema. Tuvimos ecos de ello
–mucho más tarde en su enseñanza, mucho más tarde que esta página 816 tomada de "Subversión del
sujeto y dialéctica del deseo"–, tenemos un testimonio de ello en su escrito que se llama "´L'Etourdit",
que figura en la recopilación de los Otros Escritos, en la pág. 481. Esto viene, me parece, directamente
de Heidegger: "El matema, dice Lacan, se profiere desde el único real reconocido primeramente en el
lenguaje: a saber, el número. El término de real es sin duda de Lacan, pero la noción de que la primera
realización del matema es el número, esta noción la encontramos en Heidegger.

Lacan señala el atractivo que presenta el matema, o que presenta el número, o que presenta el campo
matemático, para el pensamiento, y acentúa esta atracción diciendo que el pensamiento encuentra ahí el
nonsense propio del ser. El pensamiento encuentra en la matemática el nonsense propio del ser. Creo que
aquí hay que dar a la palabra inglesa nonsense no el valor humorístico que puede tener, sino más bien su
valor que se trascribe en francés: ausencia de sentido, no tener sentido. Como lo recordé la última vez,
esto vuelve varias veces bajo la pluma de Lacan. Es el término de Bertrand Russell el mismo que
seducía a Kojève, a saber: que el discurso matemático, la matemática, no se sabe de qué estamos
hablando. Y aquí veo un eco de esto. No se sabe de qué estamos hablando, es decir, es un discurso sin
más allá, es un discurso que precisamente no sirve de index para lo que Lacan llamaba más arriba, una
significación absoluta.

Lo que hay –digámoslo así–, lo que hay, está enteramente contenido en el discurso mismo.

Y ahí Lacan formula lo que sería la esencia de la matemática de esta manera, a saber, un uso nonsense
del lenguaje, precisamente en el momento en que toma un poco de distancia con la matematización, esta
matematización para la cual, en su enseñanza, ha dado mucho, y también en "L'Etourdit" puesto que
utiliza ahí términos, elementos, relaciones, que pertenecen a la lógica matemática.

Entonces, este equívoco, este uso equívoco de la referencia a la ciencia y a las matemáticas en la ciencia,
Lacan intentó romperlo, ir más allá –y en el fondo es sin duda la indicación, el index más prometedor
que dejó–, invitando a definir para el psicoanálisis un real que solo tendría que ver con él.

Lo dijo en los términos siguientes: el inconsciente testimonia de un real que le sea propio. Esta fórmula,
por sí misma, marca una prudencia y al mismo tiempo una dificultad, que se concentra en el uso del
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verbo testimoniar. No dice que el inconsciente muestra un real, no dice que el inconsciente nos fuerza a
definir un real, no pone como sujeto de la frase el psicoanálisis es su real. Pero digamos que esta es la
orientación: apremiado por el discurso de la ciencia que constituye a lo largo de su enseñanza su
referencia, diría, de la misma manera que para Freud, Lacan fue en la dirección de elaborar un real que
sería propio de lo que sólo se impone por el discuso analítico, a saber, el inconsciente. El condicional
con el cual afectó un discurso que no sería semblante se encuentra aquí en el subjuntivo de un real que le
sea propio.

Este real propio, este real identificante, si se puede decir, este real particularizado, él lo sitúa en el campo
de la sexualidad.

Por ello, su elaboración de la relación sexual ha sido lo que respondió de la manera más ajustada a lo
que yo llamaba la presión del discurso de la ciencia sobre lo que él podía desarrollar. Es decir, retomó el
fallo sensible de la teoría analítica, en función del discurso de la ciencia, con esta carta que trajo de la
relación sexual, con los rasgos singulares con los que dotó a esta relación sexual.

Entonces, precisamente esto debería ponernos en la vía de elucidar por qué caminos la cantidad, la
medida, la cifra, el número, han advenido al hombre.

Lacan mismo lo evoca. Es la configuración especial de la relación sexual en la especie hablante, en los
seres hablantes, la que podría explicar el acceso que estos encontraron al número. Para anticipar un
poco, sería lo inaccesible de la relación sexual lo que explicaría el acceso al número. Esta cuestíón, en
los tiempos de Lacan, podría parecer especulativa, aunque ya no lo es hoy, puesto que la cantidad, la
medida y el número, es ahí donde nuestra época, lo que es ahora nuestra época –esto no era tan evidente
para nosotros al final del siglo pasado–, es ahí donde la época va a buscar sus significantes amos.

Entonces, ya he puesto en oposición el número y la insignia. La insignia, lo que Lacan llamaba así, es el
significante como absoluto, o, más precisamente, un significante como absoluto, es el significante de lo
incomparable, del sin igual y, por lo tanto, lo que se sustrae a toda multiplicidad. Mientras que el
número, al contrario, es la vía por la cual viene a imponerse a nosotros la comparación. Es la vía por
donde, cuando se puede numerizar, colocar un número, contar, todo deviene comparable, no equivalente,
sino homogéneo, y homogéneo en una escala, en una escala de valores.Se percibe sensiblemente que lo
que ha prestado credibilidad, como se dice, a la evaluación universitaria, contra la cual, por otro lado,
llevamos a cabo una cierta polémica –y esto no acaba aquí–, lo que ha dado credibilidad a la evaluación
universitaria, es el momento en el que hemos visto aparecer una clasificación mundial de las
universidades, es decir, donde, a través de los países y a través de las lenguas, hemos afirmado que todo
era comparable. Se puede decir aquí que el fenómeno, la realidad llamada mundialización, ha validado,
valida, todos los dias, el significante amo del número, el significante amo de la cantidad. Respecto a
esto, el hecho de que haya un sistema mundial de intercambios, de comercio, de la producción, es
contemporáneo de la subida al cénit de los significantes que yo decía: la medida, la cantidad, el número.

Entonces, hay ahí una realidad que no parece dispuesta a desaparecer en lo inmediato. La alegría de la
polémica, la alegría de criticar y de bromear con los agentes de la cuantificación, no debe hacernos
desconocer que hay ahí lo que podemos sin duda llamar un real. Hay ahí algo de lo cual siempre
podemos decir que es ilusorio por muchos lados, podemos decir que la evaluación es imposible, que sólo
es una ficción, esto no le quita nada a lo que aparece aquí fundado de una manera extremadamente
potente y a lo cual se opone ¿qué? ¿el culto del sin igual?

He hablado del fetichismo de la cifra, yo mismo he presentado a los evaluadores como una secta. En
efecto, aquellos que ponen en marcha, que se hacen los guardianes y los propagandistas de la
evaluación, pueden presentarse así actualmente, una falange de primera línea, de vanguardia. Pero
correlativamente aparecen los sectarios del sin igual. Y tampoco da mucha confianza pensar que Sartre
era uno de ellos, un sin igual.

Recientemente, me interesé por el valor, diserté sobre el sentido que habría que dar a su famoso no al
Premio Nobel de literatura, que quedó en la memoria de todos y que es uno de sus grandes azañas. Y
bien, si rechazó el Premio Nobel – se lo explicó muy bien a Simone de Bouvoir–, si rechazó el Premio
Nobel es porque rechazaba ser comparado. Él podía decir: me gusta Heminway, he ido a verle a Cuba,
pero yo no quiero ser lo mismo, no quiero ser clasificado al mismo nivel, rechazando la clasificación, la
comparación, que le parecía –no puedo reprochárselo–, que le parecía lo opuesto a lo que es la literatura.
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En definitiva, este rechazo se fundaba en la noción de un cierto absoluto de la conciencia. Y aquí


encontramos de nuevo este término de absoluto.

A través de las teorías, están los sectarios de lo absoluto y, del otro lado, están los de lo relativo. Lo
relativo toma hoy la forma de la cantidad, de la cuantificación, y esto es tan potente que echa del lado
del orden de los valores aristocráticos al culto del sin igual y que podríamos burlarnos de él –ciertamente
no voy a ser yo el que voy a encargarme de esto–, como nos burlamos de la evaluación.

Es decir, los dos hacen par, hay como una solidaridad entre los dos.

Esto hace que habrá que encontrar otra cosa –y, por otro lado, va a haber que encontrar otra cosa de
muchas cosas– (risas). La última vez evocaba el nacimiento inevitable de la neuropsicología clínica: es
porque yo estaba atrasado. Quizás dije que ya debía existir en algún lugar. En cualquier caso, eso existe.
Nada más llegar a mi casa me vi invadido de e–mails (risas), haciéndome conocer la existencia de
laboratorios de neuropsicología clínica. No hay ninguna razón, en efecto, que la clínica resista en el
nivel de lo neuro.

A propósito de esto, encontramos sin embargo en Lacan una fuente que hay que volver a poner en
circulación, una fuente que concierte a su posición y a la nuestra con respecto a la perspectiva
cognitivista. La encontramos en su "A propósito de la causalidad psíquica" que está en el volumen de los
Escritos.

A la salida de la Segunda Guerra Mundial y en los albores de su enseñanza, tenemos el manifiesto de


Lacan contra la neuropsiquiatría. Fue elaborado a partir de una polémica con su camarada Henry Ey
cuya teoría, llamada organodinamismo, encontraba sus fundamentos en la aplicación de los principios de
Jackson a la neuropsiquiatría. En esa fecha, se habla a voluntad de trastorno mental, el lenguaje del
disfuncionamiento está ya en curso y la crítica fundamental de Lacan con respecto a la neuropsiquiatría
es que ésta busca la génesis del trastorno mental en el espacio, más precisamente, en la extensión, que es
la que explora la física matemática, que él llama la física clásica. Lo que funda la neuropsiquiatría es el
recurso que encuentra en la evidencia de la realidad física, una realidad física fundamentalmente
estructurada como la extensión cartesiana, llamada partes extra partes, partes en el exterior de las partes,
sin superposición, sin encabalgamiento, una extensión que es, como decia en otra época Merleau–Ponty,
sin escondites, y en cuyo interior tendrán lugar todas las interacciones que ustedes quieran. Lacan habla
de interacciones moleculares, pero si pasamos a lo neuronal, nos quedamos en el régimen de la
extensión partes extra partes.

Es esta perspectiva la que se ha asentado como cognitivismo, del cual en el inicio de su enseñanza Lacan
se desprende y desprende al psicoanálisis.

Entonces, no retomaré en detalle el ejemplo, célebre en otros tiempos, del enfermo neurológico de Gelb
y Goldstein, que estaba afectado por una lesión en el occipital y que presentaba trastornos considerables
de la conducta, trastornos agnósticos, un déficit de la aprehensión significativo, una ceguera para la
intuición del número, etc., con la posibilidad no afectada de ciertos movimientos llamados automáticos.
Se describe la catástrofe cognitiva y motora de un paciente afectado de un déficit neurológico. La
pregunta de Lacan al respecto es: ¿Qué es lo que permite hacer la diferencia entre un enfermo que sufre
de esta afección neurológica y una psicosis? Es con este escalpelo con el cual pasa a los datos que aporta
la teoría organicista: Ustedes nos demuestran lesiones y déficits, pero estas lesiones y estos déficits no
implican la locura. La diferencia es, en los términos que se empleaban en ese momento, la reacción de la
personalidad, cuya caracterización no va más allá de eso pero que, esta personalidad tiene, diría yo, un
valor de totalidad significativa.

Esto conduce a Lacan a burlarse del concepto mismo, que ha quedado expandido y operativo en el
cognitivismo, el concepto de actividad psíquica. La actividad psíquica, dice, es un sueño –en el sentido
de que eso no existe–, es un sueño de sabio o de fabricante de autómatas.

Lo que llaman la actividad psíquica sería lo que responde a las interacciones moleculares en la extensión
partes extra partes, eso es sólo –estoy glosando– la sombra de las interacciones que tienen lugar en la
realidad física. A esto Lacan opone, en la página 159, una descripción que le dejó bastante satisfecho
como para citarla muchos años después en su Seminario y en sus Escritos. Eso es un sueño, dice, este
sueño ¿puede ser el de un médico –ahí la palabra médico viene en oposición a fabricante de autómatas, o
de sabio–, el sueño de un médico que miles de veces –esto es como los cientos de veces de antes, es
decir, que no se cuentan–, que mil y diez mil veces ha podido oir desarrollarse en su oído esa cadena
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bastarda de destino y de inercia, de dados lanzados y de estupor, de falsos éxitos y de encuentros


desconocidos, que hacen al texto corriente de una vida humana? Dicho de otra forma, ahí tenemos, a
modo de carta forzada, la oposición entre la actividad psíquica ideal, calcada de las interacciones en la
extensión física y, luego, lo que se trata realmente en lo concreto de la existencia, a lo cual se accede por
la cadena de palabras y, en particular, la que se despliega en el análisis, donde tenemos un paisaje muy
diferente al de la actividad psíquica, otra cosa que los paquetes de neuronas que se iluminan en
diferentes lugares como se puede observar hoy en la imaginería cerebral.Esta leyenda, esta referencia, es
un cortacircuito que implica siempre que en algún lugar hay una vigilancia, en algún lugar hay una
vigilancia de un espíritu de la máquina, que la hace responder, "el pequeño hombre que está en el
hombre", como lo expresa Lacan, y precisa que antaño se reía con Ey de las teorías que finalmente
reconducen al pequeño hombre que está en el hombre. Debo decir que cuando leo a nuestros
cognitivistas modernos –sin caer en la polémica (risas)–, cuando leo a nuestros cognitivistas modernos
sobre la complejidad extaordinaria de la arquitectura cerebral, se nos describe de nuevo al pequeño
hombre que está en el hombre. Simplemente hoy lo centran en lo que nos da acceso la imagineria
cerebral, nos dan un doble fantasmático donde se integraría todo lo que sólo nos presentan en trozos
disjuntos.

Si hoy buscáramos los fundamentos de un anticognitivismo me parece que podríamos encontrarlos en


esta crítica de Lacan a la neuropsiquiatría.

Entonces, esta crítica, hay que decirlo, está muy marcada por la fenomenología, y no es aún de la época
del estructuralismo. A la realidad física o, digamos, a lo real aparejado a la física matemática, ella opone
la consistencia de otro registro, que es como la anticipación de lo real propio al inconsciente, que es del
registro del sentido.

Podemos decir que, en efecto, la fenomenología ha sido en algunos aspectos una exploración del registro
del sentido, hasta que esta exploración fuera transformada, fuera como cientificizada en el
estructuralismo, en particular con lo que Lacan hizo de las figuras de la retórica, de la metáfora y de la
metonimia, que podrían o que iban a poder con el estructuralismo, darnos los mecanismos del sentido,
los mecanismos significantes del sentido.

Esos son los instrumentos de los cuales Lacan no dispone todavía en su crítica de la neuropsiquiatría.
Entonces, él opone de una manera más masiva, el registro del sentido a la realidad física.

Pero eso no lo invalida. No tiene la precisión que encontrará con el estructuralismo, con la idea de
mecanismos significantes de la producción de sentido, del goce y del sujeto. Pero, evidentemente,
cuando eso sea estructuralista, será al mismo tiempo, equívoco, porque será ya –yo decía en todo caso–
será atraído por lo que será llamado a devenir el cientificismo contemporáneo.

Entonces, manejando el sentido como una categoría masiva y vaga –no tiene la precisión que podemos
encontrar en el estructuralismo–, Lacan puede decir que la cuestión no son los fenómenos brutos, como
el de la alucinación, sino que esos fenómenos sólo entran en la psicosis como dotados de sentido. Le
cito: Un caracter mucho más decisivo que la sensorialidad que experimenta en esos fenómenos, es que
todos, cualquiera que sean, alucinaciones, interpretaciones, intuiciones, y cualquiera que sea la extrañeza
con la que sean vividos, estos fenómenos conciernen al sujeto personalmente: le desdoblan, le
responden, le hacen eco, perplejidad, etc. Es decir, que la locura es vivida toda ella en el registro del
sentido. Y, entonces, Lacan opone, a la neuropsiquiatría, la vivencia de la psicosis, su vivencia que es
asunto de significacion y de lenguaje y amplifica su consideración hasta decir: Puesto que hay lenguaje
se plantea el problema de la verdad.

Digamos que su crítica de la neuropsiquiatría descansa sobre la diferencia –se puede conceptualizar así–
entre déficit y falla. El déficit se puede localizar en la realidad física, y esto sigue siendo así: para
ocuparse de un cierto número de disfuncionamientos se intenta localizar en la imaginería una actividad
insuficiente de tal o cual zona. Entonces, estos son los déficits fundamentalmente físicos. Por otra parte,
la falla de la que se trata es una falla significante, que Lacan trata aquí como la falla entre el yo (moi) y
el ser del sujeto, pero sobre la cual encontrará la manera de construir más adelante oposiciones mucho
más refinadas, yendo hasta escribir un sujeto que es él mismo falla: S tachado. El sujeto tachado es el
sujeto falla.
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De repente, puesto que este sujeto es falla, todo se juega a nivel de las identificaciones que llenan esa
falla. Y, en el fondo, es ahí donde Lacan ve el dinamismo de la locura: el dinamismo de la locura se
sostiene por el atractivo de un cierto número de identificaciones donde el sujeto compromete su verdad y
su ser.

Eso le conduce, al contrario que la psicología cognitivista –en ese momento desconocida para el
personal, hay que decirlo–, eso le conduce a considerar que el objeto propio de la psicología es la imago,
es decir, la forma identificatoria que permite la resolución de una fase psíquica, dice, que escande una
transformación de las relaciones de lo que él llama en ese momento el individuo con su semblante. Y, en
el fondo, ahí tenemos como el esbozo de un programa de la psicología que deviene, yo diría, una
psicología semántica, en oposición a la psicología cognitivista.

Encontramos en este texto de Lacan una vez el adjetivo incuantificable, que se asigna a la distancia
incuantificable con la imago. La imago no es el ser del sujeto, pero no podemos pensar en cuantificar
aquí la separación y decir que está más lejos o más cerca: estamos en el orden de lo incuantificable. El
término que empleo de semántico, apunta a esta imposibilidad de cuantificar.

Hay que decir que la identificación quedará para Lacan como vector totalmente decisivo en toda su
enseñanza, en la medida en que el sujeto, tal como lo define, desprovisto de la realidad física, haciendo
agujero, el sujeto llama a identificaciones (JAM señala el S tachado en la pizarra: S tachado guión).

Y, precisamente, cuando Lacan querrá mostrar, en el campo de la sexualidad, lo real que sería propio del
inconsciente, procederá también por la vía de la identificación.

En efecto, las fórmulas de la sexuación, son fórmulas de la identificación sexual primordial. Y digamos
que si hay dos identificaciones sexuales primordiales, es en la medida en que no hay relación sexual.
Identificación sexual viene al lugar de relación sexual. La relación sexual vendrá al lugar de la falla que
está marcada por la sigla S tachado (JAM señana de nuevo S tachado en la pizarra).

Entonces, esta relación sexual, Lacan la ha planteado, la ha construído de tal manera, que como sabemos
sería imposible de escribir. ¿Por qué camino llegó a caracterizarla así? Digamos que es en la perspectiva
de hacer salir lo real a partir del lenguaje: ¿Mientras que la función de la palabra y el campo del lenguaje
son la función y el campo propios del psicoanalisis, en qué medida hay ahí un real?

Y es esta noción de hacer salir lo real a partir del lenguaje, la que le conduce a privilegiar la disciplina de
la lógica matemática y, precisamente, en la lógica matemática, a privilegiar las demostraciones de
imposibilidad. Hay a la vez, con la lógica, producción de una necesidad propia al discurso, y podemos
hacer de la lógica, decía Lacan, un arte de producir una necesidad de discurso, pero que es correlativo al
tropiezo con imposibles, que permiten entonces asignar lo real.

La tentativa de Lacan se inscribe en la perspectiva del pasaje de lo simbólico a lo real, un pasaje que ya
en la lógica matemática, señalémoslo, no tiene que ver con la medida, con la cantidad, ni con el número,
sino que es de otro orden. Y también, si Lacan ha dado esa importancia a la topología, lo vemos mejor
ahora, es en la medida en que es una geometría sin la medida: ella demuestra que podemos hacer ciencia
en un espacio que no es métrico.

Entonces, cuando Lacan recurrió a la lógica, le hizo falta justificar ampliamente el recurso a la escritura,
que es otro modo de lenguaje que la palabra. Dió un rodeo por el japonés e incluso por el chino, para
introducir en el campo del lenguaje una función que no era la de la palabra, sino la de la escritura,
porque lo real que puede ofrecer la lógica matemática es un real que está aparejado con la escritura.

Por lo tanto, armado del privilegio acordado a lo real, que sale del lenguaje vía la escritura, Lacan podría
decir por ejemplo: Lo biológico no es real –nos podríamos servir hoy de esto como un golpe de gracia
para las pretensiones de las ciencias de la vida psíquica fundadas en lo neurobiológico–. Es un uso del
término de real que le permite decir que lo biológico no es real, lo biológico –es lo que dice en el
Seminario XIX que va a aparecer muy pronto–, lo biológico es el fruto de la ciencia que se llama
biología. Lo real es otra cosa: es lo que está en relación con la función de la significancia, es lo que está
en relación con, decía antes, el campo del lenguaje.

Por consiguiente, es en esta vía que Lacan emprendió la escritura –cito sus palabras– escribir, como en
matemáticas, la función que se constituye porque existe el goce sexual.
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El forzamiento inicial de Lacan para introducir la función de la escritura en el campo del lenguaje, su
forzamiento esencial, es la escritura del goce sexual bajo esta sigla Phi que vale como función de una
variable marcada x minúscula: Porque, luego, va a utilizar los medios existentes en la lógica, los
cuantificadores, el para todo: , el existe: . Y, ciertamente, va a modificarlos invirtiéndolos, del lado
mujer de esta manera: – eso hace A.E. (risas) –, pero enfin, utiliza los cuantificadores, los transforma,
pero el forzamiento esencial es el de hacer pasar a la escritura el goce sexual: .

Entonces, aquí hay sin duda una relación con la biología, pero no con la neurobiología. La relación que
hay con la biología, es con lo bio de la biología, es con lo que concierne a la vida, y no supuestamente a
la cognición: es, digamos, la relación entre el ser hablante y lo que le soporta como viviente.

Lo que aisla bajo el nombre de goce –no es por nada que no retomó el término freudiano de libido, al
cual, por momentos, lo podemos hacer equivaler–, si dijo goce es porque entiende por goce algo que no
es del orden de lo que habíamos encontrado como actividad armoniosa, cuando la llamábamos actividad
psíquica. Si sacó y aisló el nombre de goce es porque es en sí mismo un término que es, yo diría, el
index de un disfuncionamiento absoluto, es porque el goce del cual habla es, por sí mismo, una relación
molestada del ser hablante con su propio cuerpo.

Lo escribe, hace pasar este goce al escrito, lo hace pasar al escrito como goce sexual, pero en el sentido
en que el sujeto tiene relación más con este goce que con su partenaire. Es un goce sexual, podemos por
momentos calificarlo de sexual, pero es en el sentido de hacer barrera a la relación que habría entre los
dos sexos. Como lo expresa Lacan: la relación es con F más que con el partenaire.

Por esto, en el fondo, el goce sexual está siempre marcado por Lacan con comillas.

Porque, precisamente, entiende que no hay goce que esté específicado por el binario sexual. No hay
actividad de goce. El goce sólo lo conocemos en psicoanálisis bajo la forma de S tachado, si se puede
decir, sólo se le conoce bajo la forma de la falla, del tropiezo, del fracaso. Y, en el fondo, S tachado es lo
que está inscrito en el lugar de este símbolo que Lacan nunca escribió –en fin, lo escribió una vez en el
Seminario XX y me he servido alguna vez de él– S tachado es lo que viene al lugar de lo que sería el
goce de la actividad de goce.

__

Sólo lo conocemos bajo la forma de tropiezo, bajo la forma de lo fallido, y bajo la forma de lo críptado.
Es ahí, en ese extremo de la enseñanza de Lacan, donde volvemos a encontrar el valor dado al sentido.
Lo que trabaja la última enseñanza de Lacan –que desemboca en su muy última enseñanza– lo que
trabaja es la relación de este goce intrísicamente disfuncional (JAM muestra Fx en la pizarra).
En el fondo, el no hay relación sexual de Lacan, es corelativo al hay sentido sexual

Hay sentido sexual: porque en ningún lado la relación sexual se escribe, el sexo resulta del sentido. Y es
así que el cifrado inconsciente es, en sí mismo, ejercicio experimentado de goce.

El No existe relación sexual –si lo puedo escribir así: R – es correlativo, por un lado, del sentido sexual,
y la no relación es correlativa también del encuentro.

Si Lacan pone en evidencia y valoriza el término de encuentro en la relación amorosa, es en la medida


exacta en que no existe relación sexual en ninguna parte. Y, por lo tanto, la oposición es aquí entre la
relación que sería necesaria y que no existe en tanto tal y el encuentro que es contingente.

Entonces, es en esos términos donde reposa la idea de Lacan de conceder al psicoanálisis un real que le
sería propio.
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Es un real del cual puede decir, a la vez, que es el de la no relación o es el real de la modalidad del
encuentro, es decir, es el real de la contingencia. Y ahí estamos en el lado opuesto del determinismo
físico, en lo opuesto de todo lo que ha intentado, de todo lo que ha calculado la fisica matemática de la
cual la neuropsiquiatría –para expresarme como en "A propósito de la causalidad psíquica"– sólo es el
vástago.

El real que Lacan ha cernido para el psicoanálisis, es un real que corresponde a la contingencia.

Su muy última enseñanza, podemos decir que se mantiene a este nivel, al nivel de lo real contingente.
Este es sin duda el motor, que en su enseñanza derrumba todas las categorías establecidas. Ninguna
fundación resiste a este ácido de la contingencia, surgida, consecuencia de la no relación sexual, y que es
al mismo tiempo la vía del conocimiento, la vía del saber de la no relación sexual. Es porque sólo
podemos constatar contingencia en la relación entre los sexos por lo que podemos inferir que no hay
necesidad en la relación entre los sexos. Nada no cesa de escribirse entre los sexos. Y es por ahí por
donde estamos en el regimen del encuentro.La muy última enseñanza de Lacan, que explota esta
contingencia, al mismo tiempo, podemos decir, dice adiós al ideal científico y, en el fondo, se deshace de
los mismos medios a través de los cuales había sido cernido, y ello en favor de un nuevo comienzo. Esto
no puede sino evocarnos lo que Lacan dice después de todo de las matemáticas, que su desarrollo no
procede de generalización, sino de remodelación topológica. Procede de una retroacción sobre el
comienzo, de tal manera que borra con ello la historia.

Y bien, es sobre esto donde Lacan nos ha dejado. Nos ha dejado en una retroacción, que fue hasta borrar
–hay que decirlo– en amplia medida, la historia del psicoanálisis y es lo que nos ha dejado para tratar,
para hacer con la contingencia de lo real, es decir, también con la invención y la reinvención, sin ningún
fatalismo.

Y, por ello, a pesar del peso que tiene hoy en día la cantidad, la medida y el número, todo esto queda a
expensas de la contingencia. Nos toca a nosotros saber explotarlo.

Hasta la semana próxima.

(Se recapitula lo que está escrito en la pizarra)

Curso del miércoles 6 de febrero de 2008


Este Curso, se ubica a 3 D del Grand Meeting de la Mutualité y hay que leerlo con lápiz y papel. Es su
misma construcción la que nos inspira esta sugerencia. El recorrido que JAM realiza del Primerísimo
Freud al Muy último Lacan corta el aliento. Tal es el ángulo que tomó esta vez para continuar su lectura
de las tesis cognitivistas. De este modo, con un gran rigor, procede paso a paso en el desciframiento de
este sistema de pensamiento, conduciéndolo a poner los reflectores sobre el punto que caracteriza este
estilo cognitivista. Es decir "el abismo que hay entre multiplicidad y síntesis." Pero lo que impactó
particularmente leyendo este Curso, es la nueva vuelta de tuerca a la TDL. JAM sitúa el punto donde
Lacan deja el matema, no recurre ya a la lógica matemática, por lo tanto a la ciencia, para dar una
"nueva base material" al psicoanálisis. De manera que los nudos deben tomarse como "el paradigma de
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un tratamiento de una materia a la cual el discurso científico es incapaz – al menos en este momento –
de dar sus leyes."Este Curso, que hará historia en nuestra comunidad y más allá, concluye recordando la
invitación que Lacan hace a los analista y que "debemos sostener para ek–sistir fuera de las normas" del
discurso científico si queremos salvar al psicoanálisis.(From TLN)

"De la neu–rona al nudo"*


Yo me encarnizo, me encarnizo buscando lo que el momento cognitivista pude enseñarnos sobre el
discurso analítico.

Esto me conduce a subrayar que, si quisiéramos resumir la trayectoria de la teoría psicoanalítica de


Freud a Lacan, del primerísimo Freud al muy último Lacan, podríamos decir, sirviéndonos de la
asonancia de las palabras, de la neu–rona al nudo (risas).

En efecto, lo neuroreal que encontramos hoy, ya Freud lo había elaborado, con los medios que estaban a
su disposición, en su borrador–proyecto para Una psicología científica, alrededor de 1895, y este texto,
que permaneció mucho tiempo sin publicar, cuando apareció, inspiró tanto los comentarios de
fisiólogos, de neurofisiólogos, como pidió a los analistas tomar posición frente a esta primera tentativa
de Freud.

El punto de partida de Freud es, de un modo perfectamente explícito, dos teoremas de los que podemos
decir que los encontramos en juego en las neurociencias que se desarrollaron e impusieron a partir de
1970. Estos dos teoremas, Freud los ubica bajo las especies de la concepción cuantitativa y bajo el título
de la teoría de las neuronas.El punto de vista cuantitativo, vale la pena recordarlo, se impone para Freud
a partir de la psicopatología, a partir de la observación clínica de las patologías mentales, que ponen en
juego, según él, la intensidad excesiva de ciertas ideas. Es en este exceso que encuentra el resorte que
funda su recurso a un principio del cual hace el principio básico de la actividad neuronal, en relación con
lo que él simboliza con la sigla: Q, inicial de cantidad, definida como lo que diferencia la actividad del
reposo.

Por lo tanto, su referencia, el modelo, es este concepto de actividad– de actividad psíquica, de actividad
neural, de actividad neuronal – que hemos visto en acción en las descripciones cognitivistas del cerebro.
Esta cantidad, esta referencia, este símbolo cuantitativo, Freud se cuida de indicar – lo que es
considerable – que designa una cantidad sometida a las leyes generales del movimiento. Es decir que se
trata de una realidad que es de orden psíquico, que es tratable según las exigencias del programa físico
matemático..

Para él, es sin ninguna duda algo material. Y podemos decir que este alcance materialista, habita la
trayectoria de la teoría psicoanalítica de la neurona al nudo.

Ciertamente, la materia nodal, que Lacan en su muy última enseñanza maneja, no es susceptible de ser
designada con la sigla Q. Sin duda, si los nudos obedecen a leyes, no son las leyes generales del
movimiento prescritas por la física matemática. Pero podríamos decir que los nudos mantienen el lugar
de esta cantidad material, que es planteada por Freud de entrada cuando trata de dar, de elaborar una
psicología que sea científica. Para que sea científica es necesario que trate de algo material.

Se planteó para nosotros la cuestión de que es lo que hace a la correlación – ¿tiene o no tiene
fundamente? – entre ciencia y materia.

Entonces, este algo material se presenta bajo dos aspectos que fueron muy bien distinguidos pro
Strachey en el comentario que agregó a este texto en la Standard Edition, y hay que recurrir a él puesto
que Freud no explicita esta dicotomía. Por una parte, esta cantidad material está calificada como flujo, o
corriente, que pasa a través de una neurona, o de una neurona a la otra, pero en un segundo aspecto es
igualmente susceptible de permanecer en una neurona. Entonces esta descripción parece tanto más
metafórica cuanto que, si puedo decirlo, esta Q permanece como una X en el abordaje de Freud. Se pudo
querer reconocer allí la electricidad, pero nada en el texto de Freud viene a validad esta traducción. Su
naturaleza permanece desconocida.Podemos a renglón seguido, reencontrarla bajo las especies de lo que
Freud llamará sin tematizar el término, la energía, la energía nerviosa, incluso la energía psíquica, la
cuestión desde ese momento es saber en qué esta energía psíquica se distingue de una realidad física. Y
Freud será conducido, con su invención de la pulsión, a poner en juego un término que aparece como,
cuyo ser mismo aparece como un límite entre psíquico y físico.
79

Ya bajo el modo de esta sigla; Q, es una entidad paradojal, puesto que es una cantidad que no podemos
medir – los esfuerzos cuantimétricos de Reich sobre la energía sexual quedarán como una desviación
para el conjunto del discurso analítico –, es una cantidad que no se puede medir y que sin embargo es
válido que digamos que aumenta, que disminuye, que se desplaza, a decir verdad, misterio y paradoja.Lo
que Freud llama la teoría de las neuronas, donde encuentra el segundo principio básico de su Psicología
científica, se apoya en lo que era en ese momento un descubrimiento reciente de la histología, que
enseñaba al mundo que el sistema nervioso consiste en neuronas diferentes que tienen la misma
estructura, que están en contacto y que se ramifican.

La Psicología científica de Freud se desarrolla a partir de dos principios: referencia a las neuronas, y a
una cantidad X, que circula o que se estanca entre neuronas o en una neurona o un conjunto de neuronas.

Retengamos que el descubrimiento propiamente hablando del inconciente fue precedido por esta
asignación de una base material a los fenómenos psíquicos y al conjunto de la psicopatología.

Hagamos aquí un corto circuito para darnos cuenta de que Lacan también, buscó una tal base material, y
operó con esta referencia.

Entonces, no es la base material neuronal que Freud había aportado. Digamos, lo digo porque lo he
dicho ya así hace tiempo, que la referencia biológica de Freud fue para Lacan reemplazada por una base
material que es lingüística, que es precisamente el significante. El materialismo del significante, con el
cual Lacan podía vanagloriarse a fines de los años 50 y en los años 60, era muy apropiado para satisfacer
las elucubraciones de aquellos que se reconocían como materialistas dialécticos, o para los que la
dialéctica no les hacía olvidar el materialismo.Por lo tanto, no se puede pretender que la búsqueda de
una base material a lo mental sea extraña al psicoanálisis, por el contrario está allí desde el comienzo,
está allí en el final, y atraviesa tanto la obra de Freud como la de Lacan.

La última vez señalé a propósito de la causalidad psíquica, que Lacan oponía a la causalidad psíquica,
orgánica, que promovía entonces Henry Ey, una causalidad semántica, que debía buscarse en el registro
del sentido. Ciertamente, no es equivocado decirlo. Pero, allí también, estaba la idea, sin embargo, de un
análogo de esta base material, puesto que Lacan consideraba entonces que lo imaginario, el registro
imaginario como tal, era susceptible de tener efectos reales sobre el psiquismo y sobre el organismo. Y
es en la etología animal donde buscaba sus testimonios, es decir, los buscaba en un registro donde el
lenguaje no estaba en función.

Había por lo tanto una cierta postulación de una base material, que no encontró y desarrollo hasta que
pasó, como resorte de transformaciones psíquicas, del modo imaginario al orden simbólico, un orden
simbólico al que cerró sobre una realidad material, a saber el significante. Incluso si no hizo de esto el
decorado principal de su enseñanza, la palabra era como la base material de sus construcciones, y si
queremos, vayamos hasta allí, la base material del inconciente.Entonces, hablé la última vez de este
concepto de actividad, que está en función en la concepción cognitivista, y que en efecto, me parece
crucial. Yo diría, porque ya esta concepción marca, podría marcar, la distancia en que se encuentra con el
acto. Podemos decir que todo lo que se refiere a la actividad implica, va con el desarrollo, pero sutura, o
forcluye todo lo que corresponde al registro del acto. Y la actividad, la referencia a la actividad psíquica,
cerebral, mental, obedece a un postulado: que el psiquismo, si puedo decirlo, duplica al cerebro, que el
psiquismo es el doble del cerebro, y que, lo que se observa como actividad cerebral vale ipso facto para
el psiquismo.

Allí debemos constatar, me parece – me digo me parece porque descifré la literatura de nuestros
cognitivistas, no me conduce a ello el gusto, debo confesarlo (risas) sino el sentimiento del deber y estoy
lejos de haber hecho todo el recorrido de esta literatura –, debemos constatar una problemática, que es
permanente, que está presente a través de los autores, una problemática con dos polos, la multiplicidad y
la síntesis.

Tomo como ejemplo dos frases seguidas de mi amigo Jean–Pierre Changueux en el último texto suyo
que llegó a mi conocimiento, su introducción a la obra de su alumno Dehaene sobre Las Neuronas de la
lectura.Changeux escribe allí: El desarrollo fulgurante de los métodos de imágenes cerebrales ha vuelto
accesible la identificación de las bases neuronales de nuestro psiquismo. Primer punto, subraya la
dependencia de esta investigación respecto de la tecnología. No oculta que lo que está desarrollado tiene
que ver con la aparición de un instrumento de investigación, las imágenes cerebrales, las imágenes
magnéticas, que dieron acceso ¿a qué?, a nuevas percepciones, ante que todo testeadas – si quiero
emplear su lenguaje – en el sistema visual. Y señala en efecto lo que sabemos, que las promesas del
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cognitivismo se hicieron más insistentes y más gloriosas desde hace una quincena de años. Entonces,
este desarrollo, dice, ha vuelto accesible la identificación de bases. En efecto, estamos, hay que
subrayarlo, en el nivel de las bases, a nivel básico. Los autores refieren un cierto número de
observaciones que, salvo contra prueba, no hay razón para poner en duda, observaciones sobre la
activación de zonas neuronales en el cerebro, que son bases nerviosas, bases neurales. Lo subrayo en la
medida en que hay lo que me parece a mí un abismo entre lo que él llama la identificación de las bases
neuronales – allí no se puede decir la identificación, no se trata de identificación, si digo los sueños de
entrada es algo peyorativo – e hipótesis que se refieren a las cimas de la actividad psíquica. Por lo tanto
podemos validar la frase de Changueux a condición de señalar este término de base y explicar que allí el
término de identificación debe ser tomado en el sentido exacto del término localización, que Changueux
evita cuidadosamente, me parece, porque se le opondría que no se trata allí sino de retomar, con una
tecnología superior, la ambición de Broca – por lo tanto dice identificación..Por lo tanto, estoy de
acuerdo con esta frase muy simple en esto: El desarrollo de la tecnología fue fulgurante, permitió
percibir y localizar las bases neurales del psiquismo. ¿Por qué no?

Esto se refuerza con la segunda frase. No las reúno de manera arbitraria, están juntas en el texto,
testimonian del razonamiento, del modo de razonamiento y abren, a mi juicio, un abismo. Lo cito.
Queda sin embargo aún –este es un agregado: no hemos hecho todo – ligar entre ellos a los múltiples
niveles de organización que se encastran – son los niveles los que están encastrados – los múltiples
niveles de organización que se encastran en nuestro cerebro – dicho de otro modo lo que hay son
módulos, módulos localizados separadamente, el pequeño detalle que todavía hay que ordenar es que
hay que ligarlos entre ellos – y hacer una síntesis pertinente – allí hay un equívoco puesto que de lo que
se trata es cómo estos módulos, que están localizados separadamente, nos dan una actividad de síntesis,
que está aquí de algún modo confundida con la síntesis pertinente que nosotros, sabios, tendremos que
hacer de estos niveles múltiples – y hacer una síntesis pertinente de ellos que nos permitirá comprender
los fundamentos neuronales del pensamiento conciente o de la creación. Y de golpe, bajo pretexto de
que esto, todavía resta por hacerse, saltamos de las bases neuronales del psiquismo a los fundamentos
neuronales del pensamiento. .Este abismo entre multiplicidad y síntesis me parece que caracteriza al
conjunto del estilo cognitivista, y digamos la promesa cognitivista que es englobar, en su investigación,
el pensamiento, la creación y lo que ellos llaman de ahora en más la cultura.

Piensan, a partir de los módulos donde localizan las bases neuronales, lograr desarrollarse hasta abrazar
el conjunto de la cultura, caracterizando como cultura lo esencial del medio ambiente de la especie
humana. Se prometen por lo tanto, estudiar la interacción del cerebro y del mundo exterior.

La cultura entra en el programa cognitivista, y en el fondo no tan mal, puesto que ella está caracterizada
como un conjunto de signos, de signos materiales, con astutas referencias a Ignace Meyerson: "No hay
signo sin materia" y me parece, que en la línea de Changueux, aislaron un conjunto particular de signos,
que es la escritura. La investigación va en el sentido del reconocimiento de la escritura y del porqué de
la estandarización relativa de los signos escritos a través de las culturas, referidos a las propiedades, lo
más a menudo supuestas, de los módulos neurales.Tenemos por lo tanto una apertura. No tenemos la
idea de estudiar el cerebro separado de la vida del individuo, por el contrario, el cerebro está situado en
un Unwelt caracterizado ante todo como cultura, y como conjunto de signos.

Entonces, encontramos allí, hay que decirlo, en este espacio abisal, un extraordinario florecimiento de
hipótesis epigenéticas. Ustedes saben lo que es la epigénesis, es la aparición, en un ser vivo, de una
forma nueva, que no estaba contenida en germen en este ser, es decir que no se pretende que haya estado
preformada.

Y por lo tanto, prometen estudiar las interacciones del cerebro y de la cultura, digamos, las interacciones
del cerebro y del significante – para emplear nuestro término, que no ignora Changueux, lo menciona –
las interacciones del cerebro y del significante, que expliquen el desarrollo extraordinario de las
capacidades de pensar del ser humano.

Veo la misma lógica multiplicidad síntesis en un pasaje de Stanislas Dehaene, donde recuerda la
modularidad de la corteza, que se subdivide en múltiples territorios especializados, dice, antes de apelar
a una síntesis, que sería lo propio de la especie humana en relación con las especies animales – dice, en
alguna parte, una síntesis de los contenidos – hay que decir que la postula, a esta síntesis puesto que la
marca él mismo con el condicional.: la especie humana dispondría, prosigue, de un sistema
evolucionado de conexiones transversales que aumenta la comunicación y – por lo tanto, al nivel
superior, por ahora hipotético –quiebra –es su término– la modularidad cerebral. Aunque esté planteada
en condicional, esta zona de síntesis es celebrado, podríamos decir, casi con poesía, es decir que se le
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confieren todas las capacidades superiores del pensamiento: allí es donde se realizaría la reunión entre la
percepción y los recuerdos, es allí donde estas capacidades se reunirían, confrontadas las unas con las
otras, recombinadas y al fin sintetizadas, de manera, dice Dehaene de evitar los fraccionamientos de los
conocimientos.Hay repetidamente en estas obras, un canto que se eleva a las extraordinarias capacidades
de las conexiones transversales, que son planteadas como hipotéticas y condicionales pero
evidentemente necesarias, puesto que son, entre comillas, facultades que tenemos, y por lo tanto es
necesario que existan en alguna parte.

Pudieron identificar la zona, allí donde por otra parte se la identificó más o menos desde siempre – salvo
que ahora tenemos el ojo encima (risas) –, el lóbulo frontal, la corteza frontal. Sería él quien nos daría lo
que Dehane llama de modo muy lindo un espacio de deliberación interna (risas): sería el lugar del foro
interior. Esta maravillosa corteza frontal recoge a la vez el conjunto de los datos sensorio motores y las
huellas de memoria – hace entonces al todo de este conjunto –, y estaría al mismo tiempo,
maravillosamente desprendido de las contingencias del presente, para, cito, volverse hacia el porvenir
(risas). Tenemos allí la descripción de una corteza frontal, que hace de algún modo todo lo que nosotros
hacemos, y donde,– en condicional porque no somos sabios – decimos: estaría la conciencia. La
conciencia reflexiva.

Esto no es francamente nuevo, puesto que, en el siglo 19 ya se buscaba el órgano de las síntesis
mentales, se buscaba identificar lo que Aristóteles llamaba el sentido común, y Dehaene cita a Avicenne
quien, desde el año mil, localizaba el sentido común no muy lejos de la corteza frontal – pero sin
nuestros medio de investigación. Corteza frontal o prefrontal según los autores o los momentos.Esto
permite a Dehaene enunciar la hipótesis que la competencia a la cultura, la conciencia reflexiva, y la
existencia de una poderosa red de conexiones en la corteza frontal o prefrontal, ¡y bien! son fenómenos
ligados – no va más allá de la ligadura, se detiene en los bordes de la causalidad.

Y por lo tanto tenemos aquí – es lo que voy a verificar en los tiempos venideros ampliando mis lecturas
–, tenemos de todos modos un abismo, un abismo entre la identificación de las bases y luego las
hipótesis epigenéticas sobre las cimas. Y no hay, para colmar este abismo mas que hipótesis, no hay
observaciones, más que las de la densidad de la red de conexiones en ciertas partes de la corteza.

Por lo tanto, estamos allí suponiendo que se puede hacer la conexión entre el ser y el cerebro, que es
fundamentalmente una computadora elemental – la palabra está allí: una máquina de Turing –, la
conexión entre una máquina de Turing y las creaciones más elaboradas de la cultura. Y lo que,
ciertamente, permite hacer la conexión, según este autor, es que el cerebro puede beneficiarse de la
acumulación y de la transmisión cultural que se extendió durante milenios.

A decir verdad, para un filósofo, no vemos que estemos aquí muy lejos de este atomismo que criticaba,
hace mucho tiempo, Maurice Merlau–Ponty, en su libro al que hice referencia una vez en este Curso, La
Estructura del comportamiento, donde señalaba ya que, con una mano, se descompone en unidades, o en
módulos, se aíslan procesos, se los yuxtapone,, y luego se escucha corregir este atomismo con nociones,
de la época – era en 1943 –, él decía nociones de integración y de coordinación. La palabra clave que
usa Dehaene es la recombinación, la recombinación de las percepciones, de lo sensorio motor y de los
recuerdos. Por lo tanto, se agrega un acento de combinatoria, pero esto se inscribe, podemos decir, en el
mismo lugar.Entonces, esta referencia a la cultura es de todos modos extremadamente masiva. Está
precisada por la idea de conjunto de signos, y puede ser que el estructuralismo tenga algo que ver en esta
precisión, por otra parte se apropian de algunos pasajes de Levi–Strauss para ir en esa dirección, pero la
cultura es de todos modos aquí una referencia masiva. Estos autores notan bien la insuficiencia, lo flou
de esta implicación, y por lo tanto elevan una hipótesis más precisa sobre la puerta de entrada del niño al
pequeño cerebro, si puedo decirlo – evidentemente, su desarrollo va a extenderse varios años –, hacen
una hipótesis sobre la entrada del pequeño cerebro en la cultura. Dije que había numerosas hipótesis
epigenéticas, que no les menciono, pero esta vale la pena señalarla. Los niños humanos, cito, comienzan
a comprender que las otras personas son agentes intencionales como ellos – este es un factor cerebral
capital (risas). Es esta comprensión que les da acceso al aprendizaje cultural. Esta es muy precisamente
la hipótesis más precisa que debe complementar y de algún modo colmar este abismo: el niño
comprende que los otros tienen intenciones como él, y es esta comprensión del otro lo que le da acceso
al aprendizaje cultural.Es por lo tanto una hipótesis sobre el otro. Es una hipótesis sobre la lectura, el
desciframiento de la intensión del otro, el desciframiento del otro como sujeto intencional. Tenemos
aquí, por lo tanto en un desarrollo cognitivista, la irrupción del otro como sujeto intencional que el
sujeto comprende.
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Esto se acompaña de la hipótesis complementaria de que debe haber, cito, un módulo cerebral
especializado en la representación de las intenciones y de las creencias del otro, quien, por el momento,
no es el objeto de una identificación a la Changueux, pero, puesto que todo tiene su lugar en el cerebro,
debemos suponer que hay un módulo cerebral especializado para ello. Lo que hace que, y bien,
comprendamos cómo funciona esto: ustedes ponen de relieve tal o cual rasgo del pensamiento o del
comportamiento o de la creación y la respuesta es la hipótesis que debe haber allí un módulo
especializado para ello que terminaremos por ver con las imágenes del cerebro.

No podemos evitar la idea de que tenemos que vérnosla con un balbuceo, que la fenomenología del
estadio del espejo es mucho mas rica en los que respecta a la relación con el otro, y que el concepto de
orden simbólico es evidentemente mucho más preciso que el de cultura del que hace uso la psicología
cognitivista.Por otra parte, nos damos cuenta de la función que tenía el estadio del espejo para Lacan
cuando lo propuso: proponía en efecto el estadio del espejo como una solución de la problemática
multiplicidad síntesis. La multiplicidad en cuestión era entonces la del cuerpo fragmentado, y es por el
espejo que la forma total del cuerpo venía a ser percibida y, de este modo podía simbolizar la
permanencia mental – son los términos de Lacan –, la permanencia mental de lo que él llamaba el yo
(je). Y daba a este fenómeno un lugar eminente en el desarrollo mental, puesto que caracterizaba este
desarrollo como necesario en vista de lo prematuro del nacimiento en la especie humana.

Tan rudimentaria como sea esta hipótesis cognitivista, designa, me parece, lo que hace agujero en su
construcción, que es necesaria una puerta de entrada del cerebro en la cultura, en el aprendizaje cultural
– como se expresan puesto que no tienen la idea de saber más que a través del aprendizaje. Y en el
fondo, este abismo, lo colman designando una relación de comprensión global con la instancia del otro.
Por lo tanto, en su lenguaje, esto supone que recurran a una hipótesis suplementaria, la de un módulo
especializado para realizarla..Pero finalmente sentimos que todo el discurso sobre la conexión con el
registro de la cultura supone ya identificar el momento inaugural de una entrada, que está presentada en
los términos de la psicología mas elemental, la psicología digamos positivista, el desciframiento de la
intención del otro. Con la suposición, sea dicho al pasar, de que el sujeto sería, ya, para sí mismo un
sujeto intencional – cito exactamente: Los niños humanos comienzan a comprender que las otras
personas son agentes intencionales, como ellos. Por lo tanto este encuentro, que parece indispensable
para el aprendizaje cultural, supone que, ya para sí mismo el niño humano sea un agente intencional.

Estamos allí, hay que decirlo en una fantasmagoría extraordinaria. Salvo recurriendo, no digo que es la
respuesta más desarrollada –, a la noción lacaniana de orden simbólico, que da consistencia al medio
donde el desciframiento y el querer decir son concebibles.

Pero eso supone una estructura más desarrollada que la de la imitación – que está allí subyacente –,
supone una estructura cuyo punto de partida está, ya, hecho de una retroacción, y que localiza, en el
Otro: A, el lugar previo, como se expresaba Lacan, del sujeto del significante.

Para Lacan, para el Lacan más clásico, antes de que la deshaga, la base material era la estructura del
lenguaje, aquella que él pensaba que podía demostrar que sostenía el síntoma al sentido psicoanalítico,
donde en el fondo el síntoma se demuestra en relación con una estructura significante que lo determina.

Vemos bien como Lacan pensó ganarse al discurso científico, o conseguirle al psicoanálisis un lugar en
el discurso de la ciencia, con un recurso, que es hoy mucho menos probatorio que a mediados del siglo
20, por el sesgo de la lingüística estructural, que se encontró progresivamente reprimido por otros
abordajes de la lingüística. Apoyándose en la lingüística estructural, en la de Saussure y Jakobson, Lacan
podía pensar y decir que el lenguaje conquistó su estatuto de objeto científico. Permaneció como el
soporte intocado de su enseñanza hasta que en su muy última enseñanza, quiebra esta base con una frase
lapidaria que mencioné el año pasado.

Les gustaba en esa época, reproducir su escritura de la diferencia del signifícate y significado, bajo la
forma de algoritmo, decía.
83

Este algoritmo tenía por objeto marcar que las ligaduras internas al significante tenían las funciones más
amplias en la génesis del significado. Es lo que dio a su escrito de "La instancia de la letra" su valor de
punto de capitón, y es lo que endureció, a continuación, haciendo del significante la causa, no solo del
significado sino del sujeto. Dicho de otro modo, pudo darle a la verdadera causalidad psíquica la forma
de la causalidad significante, y basado en esto su enseñanza, la parte mas clásica de su enseñanza pudo
desarrollarse.

Entonces, el término mismo de sujeto, que Lacan aportó al psicoanálisis, si se lo considera por reflexión
a partir del cognitivismo, digamos que tiene este valor de romper la relación de doble entre lo que es
psíquico y lo que es orgánico.

Por ello Lacan podía decir que admitía la definición aristotélica del alma como forma del cuerpo, y de
cierto modo el estadio del espejo, es una génesis del alma en el sentido aristotélico, es el paradigma que
ilustra la emergencia del alma.Lo que nos desarrollan bajo las especies de la actividad neuronal, y en sus
formas supuestamente más elevadas, sus formas integrativas y recombinantes, incluso reflexivas, son
génesis del alma aristotélica las que nos proponen. Y Dehaene cree validar su esquema diciendo; es lo
mismo que el esquema aristotélico del sentido común. Hace falta un lugar donde eso se reúna.

En relación con esto, es sensible que el sujeto está en posición descompletada. El sujeto del que se trata
en Lacan no es el sujeto psíquico.

De la misma manera que el saber del que se trata en el inconciente no tiene nada que ver con el saber tal
como está puesto en función en el cognitivismo, como información, que constituye el objeto de un
almacenamiento de memoria, que constituye el objeto de un aprendizaje, o que constituye el objeto de
una pedagogía. El saber figura en el cognitivismo bajo la forma del aprendizaje y de la pedagogía,
mientras que el saber del que se trata en el inconciente como diría Lacan, se ubica en otra parte: se ubica
en el discurso, y en un discurso donde se interroga el inconciente bajo el modo, decía Lacan – que diga
porqué, es decir interrogamos con el modo del desciframiento.Y, por lo tanto, el sujeto de Lacan, es un
sujeto del que podemos decir que está pura y simplemente abolido en la neurociencia, puesto que para
ella el postulado es aristotélico: lo que es psíquico se desprende, es el doble de lo orgánico.

Vemos bien que, incluso si Freud tomó prestado de la biología, por supuesto no es a partir de la biología
como podemos aislar la pulsión de muerte; no podemos hacerlo mas que como una función del discurso,
es decir, precisamente bajo el modo de la función de la repetición.

Esto no implica, ni por asomo, una negación – ¿Cómo decirlo? – de lo real del cuerpo, no implica una
negación de lo real del esquema mental, incluso si es imaginario. Esto implica, diría generalizando una
proposición de Lacan, esto implica que las integraciones son siempre parcelarias.

Lacan lo dice a propósito de la imagen del cuerpo: incluso el acceso a la forma total del cuerpo no anula
la fragmentación inicial de la relación con el cuerpo, y por lo tanto la integración especular nunca es
total, es contradictoria. Y bien, podemos decir que, de la misma manera, la integración, lejos de ser una
función de síntesis, lejos de que haya una función de síntesis mental total, la integración mental es
siempre parcelaria, y lo que nosotros llamamos sujeto es justamente lo que es parcelario en esa
integración.Cuando Lacan se ocupa, trata el moi, es en la línea freudiana que ve allí un revoltijo de
identificaciones, separadas, que está a mil leguas del lugar de deliberación interna y reflexiva que
constituye el objeto de la hipótesis cognitivista.

Este sujeto que Lacan recomendaba no encarnar jamás – e incluso cuando lo representaba bajo las
especies del conjunto vacío podemos decir que era todavía demasiado –, este sujeto, es inútil decirlo, no
es ciertamente susceptible de encarnarse en el cerebro. Hay allí otra función, una función disjunta., que
no puede ser abordada – no digo conocida, sino que no puede ser abordada –más que en la referencia al
discurso.

Después de todo, a partir del momento en que admitimos que no podemos cerrar el conocimiento
científico del cerebro sin apelar a la cultura, y bien me parece que es muy difícil negar que el discurso, la
relación al otro por el discurso, constituye un orden de realidad que es propio. E incluso la hipótesis de
la que no podemos prescindir del desciframiento de la intención del otro es ya un testimonio de que no
podemos negar la densidad de real que hay en el hecho del discurso, puesto que, después de todo,
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incluso en este ejemplo sumario que nos dan, en esta apelación sumaria que se hace al otro, es cuestión
de desciframiento.

Por lo tanto, pretendemos que el sujeto, es una función que se desprende de este orden de realidad sui
generis, que es el discurso.Es esto, entonces lo que Lacan, en su enseñanza mas clásica desarrollo hasta
este punto, que he señalado la última vez, donde encuentra un corte de la causalidad.

Podemos decir que, a todo lo largo de su enseñanza, adoptó con su valor de provocación, el lenguaje
causalista, listo para enfrentar, en su terreno al discurso de la ciencia, si puedo decirlo, y hasta aislar un
corte de la causalidad, un corte de la determinación, encontrando, sintetizando – ¿por qué no decirlo? –
un cierto número de resultados bajo la forma de: no hay causalidad sexual. Dijo relación. Dijo relación
para decir: no hay allí causalidad y no hay ley de la relación entre los sexos.

Pensó con esto oponer a lo real de la ciencia, que es un real que contiene un saber, el real propio del
psicoanálisis bajo la forma de un real que no contendría un saber, y que vehiculizaría el saber del
inconciente. Pero justamente vehiculizando especialmente la ausencia de ley, vehiculizaría precisamente
el agujero de ese saber.No hay relación sexual, es la noción de una ausencia de ley. La ley sexual no
puede escribirse.

Esta contingencia está ubicada para Lacan en el nivel de la constatación, que es validada por el discurso
analizante, por la experiencia analítica, y digamos, por la multiplicidad de la que testimonian los modos
bajo los cuales los dos sexos entran en relación. Hay allí una multiplicidad clínica, y digamos que, bajo
su forma sintética, permite, por el hecho de que esta contingencia no se desmiente, permitiría enunciar,
ser tomada como demostrando la imposibilidad de escribir una ley en ese lugar.

Y entonces que, podemos decir, que el termino contingencia se torna en efecto una palabra clave en el
lugar de la causa.Lo que podría ser considerado aquí como una impotencia del discurso analítico para
formular la relación sexual es, para Lacan, tratado como una imposibilidad. Y el análisis deviene el lugar
propio donde el inconciente testimonia de este real, que es un real, si queremos, sin saber.

Entonces, ¿En qué medida hay un matema de lo real?

Estamos obligados a decir que es un real sin matema. Lacan, finalmente, si seguimos todas las etapas –
lo que no he hecho, lo veríamos retroceder el lugar del psicoanálisis: del de la ciencia al de la ciencia
conjetural, luego al de la ciencia al borde de la ciencia, y luego al de la formación discursiva en el borde
exterior de la ciencia. Y allí, en el fondo, inventa un real sin matema, o: hace de la relación sexual un
real sin matema, donde la cuestión es saber en qué medida es transmisible. Lacan da como respuesta:
solo es transmisible por la fuga a la cual responde todo discurso. Es esencialmente transmisible por la
experiencia analítica misma, me parece, es decir por la experiencia misma de la fuga.

Entonces, cuando Lacan pudo formular, como lo he subrayado, en su último texto escrito, que el
inconciente es real, entiendo con ello que el inconciente no es imaginario, que era si queremos, la tesis a
la que conducían sus "Propos pour la causalité psychique", que el inconciente no es simbólico, al menos
en su fase más profunda, que el inconciente esta a nivel del sin ley, y que no representa incluso el
retorno de la verdad en el campo de la ciencia, porque la verdad, comparada con este real, no es más que
un espejismo.De allí, entonces, el soporte que creyó poder tomar en el nudo, del que podemos decir que
hizo una materia del inconciente, la base material del psicoanálisis, pero digamos a condición de que
precisamente no se desarrolle en las normas del discurso de la ciencia. No es falta de saber que le hizo
evitar el simbolismo matemático de los nudos, me parece que es ante todo para dar el paradigma de un
tratamiento de una materia a la cual el discurso científico era, en ese momento, incapaz de darle sus
leyes.

Y por lo tanto, es sin duda la invitación que hace a los analista, y que debemos sostener ante las
avanzadas, por una parte de observaciones, pero por otra parte, hay que decirlo de las hipótesis para los
creyentes – no podemos decirlo de otro modo –, que ante estas avanzadas de observaciones o de
ficciones, su invitación a los analistas es esforzarse por ek–sistir, es decir existir fuera de esas normas –
no estando prohibido, por operaciones de comando, si puedo decirlo, minar un cierto número de
fundamentos. Es lo que, con mis medios, trato de hacer hoy, y trataré de hacerlo la vez próxima.

(Recapitulación de lo que está escrito en el pizarrón)


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* NdT: juego de palabras entre neu (homófónico con noeud: nudo)

Fin de la Novena Sesión del Curso JAM 2007-2008 - 6.02.08

Curso del miércoles 13 de febrero de 2008


En este Curso, JAM prosigue su "ascesis de los escritos cognitivistas". Su modo de hacer merece que
nos inspiremos de él. Con él nos indica, a nuestro parecer, la buena manera de proceder cuando se trata
de "cernir" lo que es más propio al psicoanálisis. Podremos así, con argumentos sólidos, distinguirle
radicalmente de otros discursos. Querríamos señalar un simple hecho, y es que tanto más JAM diseca
los meandros del cognitivismo, tanto más el psicoanálisis aparece bajo una nueva luz, es decir, tanto
más el psicoanálisis sale ganando.

Uds. podrán leer la inédita y admirable lectura de la "Instancia de la letra", la puesta en evidencia de
la noción "de la ausencia" y después la del "agujero", puestas en correlación con la teoría del sujeto
lacaniano, que más tarde será sobrepasado por el parlêtre. El final del Curso es también un precioso
"instrumento" que nos permite captar mejor el alcance del DE y del TDE de Lacan y, concretamente en
lo que concierne al final de análisis y al pase (from TLN)

He asistido este fin de semana a una especie de coloquio donde se trataba, entre otras cosas, del
cognitivismo, y he podido constatar el rechazo del que es objeto el estudio del cognitivismo.

A mi parecer, y según lo que yo puedo apreciar, tres días después de haber animado estos debates, es
decir, de haber jugado a Monsieur Loyale introduciendo, presentando y felicitando a los oradores, sólo
se tocó al cognitivismo de lejos. La antipatía con respecto al cognitivismo de aquellos que han estado
sometidos a la influencia de Lacan es tal que se niegan a mirarlo de cerca y, en el fondo, no se lo
reprocho, dada la ascesis que representa la lectura y la reflexión de estos escritos.

Es verdad que se puede rechazar de entrada la equivalencia planteada por el cognitivismo entre lo que
ellos llaman los estados mentales y los estados físicos.

Se puede de entrada considerar que esta equivalencia postulada, sólo puede apuntar a lo que un filósofo
americano anticognitivista llama una teorización utópica. Con ello apunta muy bien a la falla que yo
evocaba la última vez entre las bases neuronales y las cimas del pensamiento, falla que se recubre con
hipótesis que debemos reconocer que no son, al menos actualmente, susceptibles de ser testadas.
Entonces, ¿qué es, con respecto al discurso científico, una hipótesis que no puede ser testada? Es una
concepción: es una concepción del mundo y del pensamiento.

Pero eso no impide que podamos ir más allá en esta concepción, explicando el sentido de la palabra
estado, en estados mentales y estados físicos, sentido que está tomado directamente de la teoría de las
máquinas de Turinge y que se refiere a un estado de esta máquina.

Esta correspondencia tan esencial a la concepción cognitivista, ha sido particularmente –en el origen
quizás– planteada por un filósofo, por así decirlo, en la línea quineana, aunque tenga su originalidad, que
se llama Hylarie Putnam y que enseñó junto a Quine en Harvard. Es él el que formuló, ya en los años 60,
lo que llamó y que quedó en la historia de las ideas, pero que aún está activo hoy día, el machine–state–
functionalism–el funcionalismo estado–de–la–máquina–. Este teorema, si se quiere, o este postulado,
continúa siendo la base, a veces no explicitada, de las investigaciones a las cuales hice alusión la última
vez.

Vale la pena destacar que Putnam mismo se hizo objeciones y que desmintió su hipótesis de partida
reemplazándola por otra, que quedó inscripta bajo el nombre de la multiple realizability –la
realizabilidad múltiple. Es la tesis, bastante amena hay que decirlo, según la cual el mismo estado
mental puede corresponder a varios estados físicos distintos, sin que podamos escribir las flechas en el
otro sentido.
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Es con razonamientos de este tipo con los que se piensa que aunque evidentemente el cerebro de un
pájaro, de una serpiente, de un insecto y el del hombre tienen seguramente estructuras diferentes, sin
embargo, el sentido del dolor debe ser el mismo para todas las especies y que se debe entonces suponer
que el dolor tiene un sentido para especies, cuyo cerebro tiene una configuración diferente. Y entonces,
de este razonamiento, sacaba su hipótesis, que ha sido generalizada después, para el hombre también, es
decir, que la misma significación de dolor podía ser puesta en correlación con estados físicos del cerebro
distintos.

Evoco brevemente esto, porque estoy aún trabajando en el desciframiento de estos textos, los primeros
de Putnam, de los años 60, y luego los de la controversia que aún continúa, incluso si lo que Thomas
Nagel llama el stablishment de las ciencias cognitivas, ha elegido de una vez por todas el machine–
state–functionalism y rechazado las objeciones que Putnam mismo hizo de sus ideas de partida.

Entonces, `prosigo el intento de orientarme en este maquis, dicho esto sin intención peyorativa, y me
doy cuenta que tomé conocimiento de ello en el curso del tiempo, sin precisamente recomponer el hilo
ni ver las consecuencias. Lo menciono porque cuento con llegar hasta el final, pero para esta vez querría
buscar en la enseñanza de Lacan lo que se puede discernir cuando uno se traga esta literatura. Entonces,
inducido por esta concepción cognitivista, percibimos que hay una palabra que retorna en las objeciones,
las críticas, incluso las bromas que nos encontramos dirigiéndo a los cognitivistas –o algo más, porque
este fin de semana no hemos pasado muy lejos del insulto– la palabra que retorna y que hace objeción es
la palabra contingencia. Habría que darse cuenta al menos, de lo que esa palabra tiene de paradójica en
el psicoanálisis, aunque forme parte ahora de una suerte de doxa muy nuestra.

En efecto, la palabra contingencia es la antitesis exacta de esa llave maestra que Lacan colocaba a la
cabeza de sus escritos, a saber, la de la determinación.

El psicoanálisis, en absoluto avanzó en el mundo en nombre de la contingencia sino, justamente, en


nombre de la determinación, y Lacan tuvo el mérito de destacar, en tanto tales, esta palabra y esta
dirección.

Si La carta robada ha quedado como ejemplo paradigmático del poder interpretativo del psicoanálisis es,
sin duda, porque esta carta demostraba propiedades singulares con respecto al espacio tiempo, por así
decirlo, siendo la función de la policía, en esta historia tomada prestada a Edgard Poe, la de representar
la exhaustación de la realidad física, a la cual escapa la instancia del significante y donde ya se
esbozaba, en efecto, la noción de un real que sería propio al psicoanálisis, sobre el cual el discurso de la
ciencia como físico–matemática no tenía acceso.

Pero, por otro lado, este apólogo estaba hecho para valorizar la potencia de la determinación que el
psicoanálisis podría revelar en, digámoslo rápidamente, los comportamientos individuales.

Desde el inicio, y es por ahí por donde comienzan Los Escritos, si ponemos aparte la pequeña "apertura"
que Lacan redactó in extremis y que se refiere a Buffon, comienzan por una referencia al automatismo
de repetición. El escrito de La carta robada es un intento de ilustrar que lo que da cuenta del
automatismo de repetición freudiano, es lo que Lacan llama la insistencia de la cadena significante.
Pero, cuando leemos esto con nuestras gafas cognitivistas, percibimos que al inicio de esta historia hay
un automatismo, que la repetición esta concebida como un automatismo. Y si nos hemos burlado de ese
pequeño hombre que habría en el hombre, y que según la psicología experimental y cognitivista, se le
supone poder dar cuenta de todo lo que pensamos y sentimos, si nos hemos burlado del homúnculo al
cual hacemos referencia y que vive nuestra vida en nuestro lugar, y bien, cómo no reconocer que esta
concepción ha sido quizás acreditada en la concepción común a partir de Groddeck –puesto que por eso
tuvo la idea de inventar el ello– y que Lacan con su apólogo de La carta robada, nos dice de alguna
manera que en el corazón del inconsciente hay un autómata. Este autómata, con nuestras gafas
cognitivistas, podríamos decir que tiene ciertos rasgos, que está en relación, que es una edición del
homúnculo.

Este autómata interno al inconsciente es para Lacan –y es ahí en efecto cuando se separa de Freud o que
lo prolonga o lo desplaza– este autómata inconsciente está concebido por Lacan como una entidad
matemática. Y la demostración, que hizo época, es que el inconsciente obedece a una lógica.
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Todo esto está muy bien hasta que nos damos cuenta de los prolegómenos que esta concepción pudo
encontrar en el cienticismo de hoy.

Esta perspectiva, como sabéis, es desarrollada, es ilustrada por Lacan con su esquema de los alfa, beta,
gama, delta, su esquema que se sostiene en conjuntos de símbolos más y menos. El vocabulario es de
dos símbolos y sirve para fijar los trayectos de un gráfico o de una familia de gráficos, aunque no estén
todos trazados.

La demostración es que a la parte de arriba del gráfico, sólo se puede llegar a partir de ciertos puntos, es
decir, no todos; que hay, entonces, exclusión de ciertos vértices, si nos fijamos en uno de ellos.

En el gráfico que traza Lacan, que sólo es el primero de los que pueden ser trazados en su demostración,
constatamos, digamos, una ambigüedad, una doble valencia del mismo símbolo, la cifra 2, que se
encuentra en dos lugares en el esquema. El esquema está atravesado por un recorrido que conduce,
arriba, al 3, y que vuelve a partir del 2 inferior, al 1; el 2 está abajo y también arriba. He aquí el estadio
elemental.

A partir simplemente de este 2, que figura en dos lugares distintos, planteamos lo que se constata, a
saber, que en función del número par o impar de los trayectos entre los dos 2, la salida se hace hacia el 3
o hacia el 1 (JAM subraya en el esquema las dos salidas, arriba hacia el 3 y abajo hacia el 1). De esta
manera podemos saber cuando sale el 3 o el 1 si el rango de 2 ha sido par o impar.

Lacan nos presenta esta tirada elemental como equivalente a una memoria y donde figura una ley que
puede ser escrita.

He aquí lo que nos da como ejemplo de la determinación simbólica que opera en el inconsciente. Incluso
si no emplea respecto a ello la palabra de la cual hará uso más tarde, la palabra saber, tenemos ahí la
figuración de un saber elemental que nos asegura que una memoria está en función, y que nos permite a
partir de una tirada como 1 o 3 (JAM subraya sobre el esquema el 1 o el 3), nos permite conocer
retroactivamente algo de lo que concierne al 2.

Es lo que Lacan llama en esta fecha una determinación simbólica. Y su construcción subsiguiente tiene
por objeto, lo dice él mismo, convertir en opaco lo que esta determinación tiene de evidente o de
transparente.

En efecto, en lo que respecta a lo que sigue, cesa de presentar un gráfico y esto hace que la cosa sea
menos accesible, la complica de probabilidades que tienen por efecto producir un ejemplo que presenta
un cierto carácter oscuro y confuso. Recuerdo bien que antes, cuando descifrábamos este texto, antes
incluso de que fuera incluido en Los Escritos, al principio de los años 60, consistía en un ejercicio, el de
romperse la cabeza sobre el esquema de los alfa, beta, etc., a saber: ¿Cómo comprender esto? Varios
decenios después, esto se borró sin duda, aunque aquellos que hoy intenten la lectura, ya me dirán. Se
obtenía –y hay que pensar que es un efecto que Lacan deseo– se obtenía una determinación oscura y
confusa pero cuya raíz –todo está ahí– era, sin embargo, clara y concisa. Tenemos aquí, a condición de
que las consecuencias sean opacificadas, la ilustración de que lo confuso y lo oscuro tienen, sin
embargo, una raíz perfectamente clara y concisa, y este carácter de claridad y de concisión sólo pide ser
transmitido a lo que antes fue presentado de manera oscura y en la opacidad. Podemos decir que Lacan
juega con las cartas sobre la mesa, puesto que anunciaba él mismo su empresa de hacer opaca a la
determinación, precisamente para mostrar que una determinación opaca era, sin embargo, en el origen
clara y concisa,

Este claro y conciso está valorizado en el ejemplo que Lacan acuerda al Fort–da tomado de Freud.

Uds. conocen esta escansión fónica, silábica que acompaña la aparición y desaparición de un objeto y
que nos da el ejemplo de un automatismo natural y originario. Es como captar en la observación del niño
un enclave de automatismo. Vemos en ese momento el autómata del cual hablaba anteriormente, el
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autómata inconsciente que está como presentado y que está como –como dicen los cognitivistas–
naturalizado, si se puede decir. En fin, tan bien naturalizado porque está dado como natural.

El ejemplo, ya clásico, del Fort–da está ahí para ilustrar otra vez de nuevo la determinación – Lacan lo
da como tal– la determinación que caracteriza de esta manera: como aquella, cito, que el animal humano
recibe del orden simbólico. Animal humano, es totalmente digno de satisfacer en nosotros al
cognitivista. Es el organismo vivo, animal, que vemos acceder, ser tomado, por un automatismo que
señala que está en relación con – vamos a decirlo a la manera cognitivista – con la cultura. Y Lacan
habla, entonces, de la entrada del sujeto en, lo cito, un orden cuya masa le soporta y le acoge bajo la
forma del lenguaje. Tenemos aquí, bien planteada, una relación de exterioridad entre el animal humano y
el orden simbólico, es esta relación de exterioridad entre el animal humano y el orden simbólico, es esta
relación de exterioridad la que es supuesta para que podamos hablar de entrada del sujeto en este orden.

Entonces, ¿qué es previo a la entrada?

Hay que decir que no está explicitado perfectamente en Lacan. La palabra animal indica en efecto que
hay un organismo vivo. Pero, ¿humano es posterior o anterior a la entrada? Nada se dice sobre esto.

Podríamos creer que el significado es previo a esta entrada, puesto que en esas fechas Lacan escribe que:
La masa del orden simbólico impone la determinación del significante a la del significado. Y entonces
esto parecería indicar que, en su concepción de la época, hay una determinación del significado que es
anterior a la determinación del significante del que testimonia esta entrada. Y podríamos desarrollar en
qué sentido podríamos decir que el significado esta ahí anterior y buscar, en efecto, en el registro de la
necesidad, los primeros significados que encuentran sus significantes, pero que se distinguen aun apenas
del estatuto animal– si somos cognitivistas.

Pero, si somos lacanianos, es más bien, o sería más bien del lado de la determinación donde hay que
buscar lo previo. Y, ahí, ¿qué es lo previo? Y bien, lo previo de la construcción misma del gráfico
lacaniano, es lanzar la moneda, si se puede decir, puesto que más y menos pueden ser encarnados en la
cara y la cruz de una moneda –evidentemente esto supone ya todo el orden simbólico, la moneda, pero
en fin digamos el equivalente– la determinación simbólica previa es pura y simplemente la del
lanzamiento de la moneda al azar.

Respecto a esto, la realidad primera, anterior a la construcción de los gráficos que devienen opacos
progresivamente, la realidad primera es la de un estricto reparto al azar.

Y sobre este reparto al azar, se sobreimpone una sintaxis, un reagrupamiento de los elementos –aquí los
más y menos, un reagrupamiento de estos elementos según ciertas combinaciones localizadas, definidas
y reglamentadas.

De hecho, ¿cómo se obtiene la opacidad?

He subrayado ahí una palabra, pagina 48 de los Escritos, la palabra que Lacan emplea, que me ha
llamado la atención a causa de lo que decía la última semana, la palabra recombinar. La ultima vez dije
que la palabra maestra que estaba propuesta para pasar de las bases a las cimas, en la concepción
cognitivista, era, me parece, en la obra de M. Dehaene, la recombinación. Y bien, tenemos en la pagina
48 de los Escritos este verbo recombinar. La recombinación de los elementos de la combinatoria. Y en el
fondo, el esquema de La carta robada es un esquema de recombinación que nos da al final propiedades
complejas, nos hace asistir por lo tanto a la génesis de una arquitectura compleja y opaca por
recombinación, es decir, realiza, en reducción y de manera efectiva, el programa cognitivista. ¡Ah!

Salvo algunos elementos, la tentativa de Lacan en esta construcción podría convertirse en una pieza
vertida en el dossier del cognitivismo.

Sin duda, se distingue de él. Se distingue porque las uniones sintácticas que Lacan pone en evidencia en
su construcción no dan cuenta de una actividad, sino de lo que él llama una subjetividad primordial. Y,
evidentemente, esto se distingue del programa cognitivista porque es una subjetividad que no se refiere
para nada a la reflexibilidad, que no pretende poner en evidencia la génesis de una conciencia o de una
conciencia de sí. La palabra sujeto e incluso subjetividad, es utilizada de pleno por Lacan,
completamente a distancia de la intención de significación cognitivista que apunta a la actividad, a la
reflexibilidad y a la conciencia.
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Si Lacan reconocía en las trayectorias del grafo lo que él llama un rudimento del recorrido subjetivo, es
por una razón muy precisa y que se hace ya sentir en este estadío elemental, es que hay exclusión de
ciertos elementos, es que no se puede llegar a una cima a partir de cualquier cima, es que hay exclusión
significante.

Y por ese hecho define el sujeto como una función que esta suspendida a lo que se llama: de la ausencia.

Esta presentación partitiva, de la ausencia, es bastante sorprendente, no dice suspendida a una ausencia
sino de la ausencia.

Hay ausencia

Y por ese hecho, Lacan profiere– sin que veamos conexión evidente de esta propuesta con la precedente
sino que la conexión se refiere a lo que le imanta para saber dar cuenta del automatismo de repetición–
por el hecho de que el sujeto tal como lo define está suspendido a de la ausencia, está, profiere Lacan,
obligado a repetir ese contorno. Está obligado a repetir esta exclusión, la exclusión de esa zona
significante a la cual no tiene acceso.

Dicho de otra forma: hay de lo inaccesible.

Es bastante sorprendente ver, en efecto, lo que para él constituye una subjetividad primordial, de la cual
tenemos aquí de alguna manera el bosquejo: lo que tiene un valor constituyente para una subjetividad
primordial, es la correlación con un hecho de ausencia.

Correlación que tiene como consecuencia, si se puede decir, de la repetición.

Si reflexionamos en ello, es una presentación que parece abstracta, pero en fin procedente de un dato
freudiano de base, a saber, que el sujeto freudiano es susceptible de represión: es el sujeto de la
represión. Es lo que Lacan traduce, me parece, por su ausencia, que traduce en el fondo en términos
significantes. Porque para él es la estructura del lenguaje la que da su estatuto al inconsciente, traduce la
represión por su de la ausencia.

Vemos bien lo que se presenta para la investigación cognitivista como una apuesta: es buscar el lugar
cerebral de la represión donde se encontrarían inscritas las huellas que son inaccesibles a la conciencia y
que pueden con ello, a los ojos de los cognitivistas, justificar la perspectiva, si se puede decir, fisicalista–
puesto que Freud, el primero, separó el pensamiento de la conciencia.

Y entonces la represión aquí es una apuesta esencial tanto de la construcción de Lacan como de la
investigación que puede parecer naíf pero que es también de Freud tomado a la letra por parte del
cognitivismo.

Entonces, es un forzamiento bautizar a eso sujeto, bautizar sujeto un cierto recorrido del grafo. Es
conceder el término sujeto a una función que no se parece en nada a la conciencia de sí.

Y Lacan engaña a su mundo de esta manera, podemos decir, desde hace cincuenta años, gracias al
término de sujeto.

Hay toda una insurrección contra el cognitivismo, que se hace en el nombre del sujeto, y cuya sustancia
no es otra cosa que la conciencia de sí. Se hace en nombre del sujeto y de lo que sería su libertad, su
autonomía, valores todos que están perfectamente ausentes de su definición lacaniana.

Y he señalado ese deslizamiento, si lo puedo decir, en los mejores. Porque el término de sujeto, en sí
mismo, hace deslizar estos valores de autonomía y de libertad que no tienen nada que ver con el
funcionamiento que Lacan bautiza sujeto.

Bautiza sujeto el funcionamiento de una sintaxis –el funcionamiento de una combinatoria– una sintaxis
engendrada por el material significante.

Así, el sujeto para Lacan emerge cuando vemos destacarse de lo que él llama la realidad, pero también
en este texto lo real, lo real bruto de los más y de los menos, sacados al azar, el sujeto emerge a medida
que se destaca de lo real una determinación significante. Entonces define, elige definir el sujeto por ese
recorrido en exclusión, es decir, por un cierto modo de disparidad aportada por el significante. Y Uds.
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saben que pensó utilizar este término de disparidad a propósito de la transferencia, donde hablaba de
disparidades subjetivas. Podemos decir que de entrada el sujeto es una disparidad y que de entrada su
concepto está ligado a la ausencia, está ligado a un contornear, el contornear de una zona que yo llamaba
prohibida, es decir, de un agujero pero que podemos también tratar como un residuo y que, de hecho, él
lo llama en estos términos, el caput mortuum del significante –el caput mortuum es el residuo de la
operación alquímica.

Y bien, tenemos ahí ya los términos en los cuales continuará desplazándose su teoría del sujeto, hasta el
punto donde reconocerá el sentido más profundo de esta ausencia en la ausencia de relación sexual.

Sin embargo ¿a qué práctica del psicoanálisis abre este apólogo?

Abre a una práctica que clasifica los fenómenos imaginarios como impregnaciones, datos inertes que
hay que distinguir del resorte simbólico de la experiencia. Y en el fondo esto ha sido la gran lección
práctica de Lacan. Lo que localiza la realidad para el sujeto y la vía por la cual el psicoanálisis opera, es
el resorte simbólico. Es del orden de la sintaxis y del significante. Y es como él se expresa, la ley propia
de la cadena significante, es su algoritmo el cual rige lo que llama los efectos psicoanalíticos
determinantes para el sujeto. Y enumera lo que en su seminario ha desanudado metódicamente:
forclusión, represión, denegación; he aquí los efectos psicoanalíticos determinantes: Ververfung,
Verdragung, Verneinnung, efectos que siguen el desplazamiento significante.

La historia de La carta robada tiene como fin, en efecto, mostrar cómo, según los desplazamientos de la
carta, según sus poseedores, modifica su posición. La posición de la carta modifica la posición de sus
poseedores, de los que la tienen. Y ahí tenerla, tener la carta en su posesión, tiene efectos que son
notables. No tenerla, igualmente, correlativamente. Y es así, que la historia de La carta robada que ha
encantado a generaciones enteras, es la historia de un signo que se desplaza, y muestra cómo el sujeto
como tal recibe su determinación de ese significante.

Podemos decir que el término está forcluido o que está excluido de toda esta construcción es
precisamente el termino de contingencia. Al contrario, el forzamiento es mostrar punto por punto una
determinación.

La contingencia sólo existe a nivel de la tirada al azar –primero. Ahí podemos decir que hay
contingencia puesto que no podemos saber si una moneda que ha caído cara, a la vez siguiente será cara
o cruz. Simplemente sabemos que no cesará de escribirse para siempre o que no cesará de no escribirse
en referencia a lo que hemos anotado.

Entonces, a este nivel de la contingencia la demostración de Lacan es: no hay sujeto. Sólo hay sujeto
cuando la sintaxis ha comenzado y, a medida que esta sintaxis define las determinaciones que van
volviéndose opacas hasta que ya no sepamos cuales son las vías de la determinación, –lo que no impide
que ella exista.

En cierto modo, tenemos una reducción pero esta vez se puede probar, esta postulación que encontramos
en el cognitivismo, que incluso si no sabemos aun como pasar de las bases neuronales a las cimas del
pensamiento, sin embargo hay una determinación, hay una vía de determinación.

Es por este motivo que Lacan puede decir que, al final, una carta siempre llega a su destino. Ya lo he
explicado de muchas maneras pero aquí lo explico de manera más sencilla a través de mis gafas
cognitivistas. Una carta siempre llega a su destino precisamente porque viene determinada por una
sintaxis, esto es, su destino no es un sujeto, su destino es otra carta, o lo que es lo mismo: un significante
representa al sujeto para otro significante. Que una carta llega siempre a su destino quiere decir que una
carta viene determinada por un algoritmo, y, por lo tanto, si patina o parece no llegar a su destino no es
más que una interposición imaginaria o un hecho de inercia. Se podría incluso decir que siempre ha
llegado ya a su destino en función del algoritmo que la determina.

Entonces, lo que Lacan ha llamado el gran Otro, es el lugar de estas combinaciones, es el lugar de la
combinatoria, y es el lugar de la determinación significante, que siempre va estrechándose sobre un
esquematismo elemental del que carece el cognitivismo.

El cognitivismo tiene que mover mucha retórica para hacer prevalecer su punto de vista mientras que,
aquí, Lacan va reduciendo la retórica para ceñirse a fórmulas de tipo matemático hasta llegar al colmo
en De un Otro al otro. En cualquier caso, el lugar de estas combinaciones, de esta combinatoria, de esta
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determinación significante, es lo que Lacan ha denominado el Otro, el gran Otro: A, que deja por fuera a
un sujeto vacío, un sujeto que ha recibido esta sigla de la S barrada: $, que lo convierte en un ser
ambiguo y, a la vez, en relación con la cadena significante ya que es el símbolo mismo del significante
que sirve para designarlo pero modificado, modalizado por la barra que al mismo tiempo lo exceptúa:

$/A

En cualquier caso, el cognitivismo, si quisiéramos traducirlo en estos términos, pone en función a un


gran Otro que se halla en el interior del organismo y al que denomina el cerebro.

El cerebro ocupa el lugar el gran Otro, es el lugar de una combinatoria cuyo desciframiento está
suspendido, donde los elementos son... neuronales – esto está en la versión y aquí también hemos de ser
precisos, está en la versión mainstream del cognitivismo; hay, de hecho, versiones debilitadas o
diferentes.

Por ejemplo, la versión de Roger Penrose. Es un verdadero sabio, pero que, fuera de su ámbito de
estricta competencia, ha realizado obras, digamos, populares que resultan todavía bastante complejas.
Ha realizado, por ejemplo, hace algunos años, un tratado extraordinario sobre las Leyes del Universo. Él
tiene la idea de que el funcionamiento cerebral no obedece a la física matemática clásica sino a la física
quántica, a partir de un cierto número de hechos que él interpreta en este sentido y esto le lleva a pensar
que los elementos fundamentales no son las neuronas sino otros elementos. Estoy intentando
comprender un poco mejor de qué se trata para trasladároslo, no porque tuviera consecuencias
desastrosas sobre las investigaciones que realizáis o que no realizáis en el cerebro sino porque confiero
un cierto valor a la exactitud.

Pero en fin, para abreviar, en la versión mainstream, los elementos son neuronas y, en el fondo, se está
evocando una arquitectura que es del orden de la determinación opaca, opacificada, pero de la que se
nos asegura que existe una vía de determinación elemental que se puede, por aquí o por allá, hacer
resaltar. Por fin, ¡tenemos la determinación! Las correspondencias.

Entonces, si partimos de esta base, vemos de qué manera el cognitivismo es llevado a hablar de cultura.

Lo que llama cultura es, en el fondo, el mismo Otro: lo ha recuperado del interior del organismo
individual, y lo ha colocado también en el exterior. En otros términos, comienza por convertir al cerebro
en el Otro desde el interior, por así decirlo, y a continuación postula que también está este Otro en el
exterior que tiene la misma estructura, que es homólogo, pero que se distingue del organismo individual
por la memoria que está depositada en él, la acumulación milenaria que está entonces ahí como la masa
que acoge el organismo individual en su nacimiento.

Aquí vemos bien que no tenemos aún lo real que sería propio del inconsciente y que Lacan investigó en
su última enseñanza.

O bien, no hay ningún real en función, si lo real no es más que él de la contingencia de tirar al azar o
bien, lo que es considerado como real es lo real de la sintaxis, lo real de la estructura del lenguaje.

Pero si es esto lo real, entonces, no es un real propio del inconsciente.

Si bien es la estructura del lenguaje la que confiere un estatus al inconsciente, ella no nos proporciona,
sin embargo, un real que sea propio del inconsciente, ya que la lingüística, la antropología y las
humanidades hacen referencia a él y explotan a su vez este real del lenguaje.

Lo único que esboza lo real propio del inconsciente, es el real que se encuentra en la ausencia, en lo que
produce agujero, en el residuo de toda explicación.

Lo que marca el comienzo de la última enseñanza de Lacan es el abandono de la categoría de la


determinación como brújula de la práctica analítica en beneficio de la categoría de la contingencia.

En su última enseñanza, Lacan no utiliza, no realza la palabra determinación sino la de necesidad.

Esta necesidad cuyo principal mérito es aislar un imposible, es decir, algo que no puede inscribirse en el
interior de una sintaxis.
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Pero, ¿dónde se encuentra la sintaxis cuando se trata de los dichos de un analizante, dónde se encuentra
el algoritmo? Nadie dispone de este algoritmo. Y la pregunta con la que se tropieza Lacan y con la que
inicia su última enseñanza, es la siguiente: ¿Cómo se puede demostrar en psicoanálisis el imposible a
partir de los dichos del paciente? Y en el fondo su respuesta es: la contingencia puede demostrar la
imposibilidad.

La contingencia es unas veces sí y otras no, califica un término con eclipse, sin ley. Y es por esto por lo
que, en Lacan la imposibilidad de la relación sexual está estrictamente en relación con la emergencia del
amor, la emergencia contingente del amor. Si da por fin, si es preciso que dé y se esfuerza por dar una
densidad no imaginaria y no simbólica al amor, es para disponer de un término capaz de poner en
función la contingencia en una demostración de imposibilidad.

Lacan ha percibido los límites, en psicoanálisis, de la determinación, de la ley, de la combinatoria, sin


duda a partir del cienticismo de Lévi–Strauss.

Los ha percibido, me parece, a partir del momento en que Lévi–Strauss ha encontrado una armonía
preestablecida del pensamiento y del mundo tal como la expresa en El pensamiento salvaje, a partir del
momento en que aparece en él la idea de una correlación, de una homología entre, para abreviar, el
cerebro y el mundo.

Creo que es lo que, en cualquier caso, ha empujado a Lacan (pongo aquí en función una causalidad
externa, pero, por supuesto, habría que hacer referencia a lo que en el propio movimiento de su
enseñanza lo conducía a ello), lo ha llevado a este cambio brusco que es notable en la primera lección
del Seminario XI, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, cambio que ya he comentado
pero que veo ahora con el prisma del cognitivismo. Lacan percibe los límites de un punto de vista que
objetiviza el inconsciente en una combinatoria. Como lo dice él: El modelo de la lingüística es el juego
combinatorio que opera sólo, de manera presubjetiva– y no podemos evitar pensar en lo que él mismo ha
desarrollado con "La carta robada". Él ve aquí la ventaja de poder acreditar el inconsciente como algo
objetivable – la palabra es recogida de su propia boca– pero distinto del inconsciente freudiano: el
inconsciente freudiano, dice él, es otra cosa.

Es este mismo movimiento el que le llevará más tarde a decir: El inconsciente da testimonio de un real
que le sea propio.

Aparece aquí este esfuerzo por cernir lo que es más propio del psicoanálisis, lo que es único, vaciando,
exterminando a veces, limpiando el psicoanálisis de sus adherencias a los otros discursos, a las otras
disciplinas y a las demás concepciones. Y por este motivo, vale la pena medirnos con la concepción
cognitivista.

Y ahí renuncia, como ya lo he dicho en otras ocasiones, renuncia a la referencia a la ley, que es central
en esta construcción gráfica, a favor de una referencia a la causa pero, todo hay que decirlo, una causa
que ya es el esbozo de lo que denominará más tarde la contingencia.

Lacan formula que, y lo cito, la causa se distingue de lo que hay de determinante en una cadena. Vuelve
a retomar este término de causa que ya aparece en el Seminario X, La Angustia, pero toma la causa
como distinta de la determinación del significante de la cadena porque la determinación simbólica
obedece a una ley e implica, por lo tanto, que no hay solución de continuidad.

Vemos claramente que, de todas las maneras posibles, ha intentado introducir un elemento de ausencia
en la determinación gráfica – lo he señalado anteriormente – pero es una regularidad: en su
demostración de la "Carta robada", todo se basa en el hecho de que el contorno de la ausencia es regular
y, si hay significantes excluidos, sabemos cuáles son. Pero vincula el término de causa con el de agujero,
y con algo que vacila en el agujero.

Este es un intento de dar cuenta de una manera más cercana de lo que Freud denominó lo reprimido. Es
el mismo término freudiano que polariza la reflexión de Lacan en "La carta robada" y en esa primera
lección del Libro XI. Lo reprimido implica siempre la búsqueda de términos en modo negativo: lo no
realizado, lo no nato; busca términos negativos para calificar lo que podría ser llamado (pero no sería tan
exacto), virtual, realidad virtual. Entonces, tanto más difícil resulta de cernir aquí el estatuto de lo
reprimido tanto más este capítulo quedó en la memoria más bien por aquello que Lacan ha podido
describir de la aparición de lo reprimido bajo la forma de un obstáculo de la continuidad ( escollo, fallo,
fisura, tropiezo, descubrimiento) en el que figura la palabra agujero.
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Y en este punto, se puede decir que la orientación es doble. Por un lado, el descubrimiento siempre
resulta ser un redescubrimiento, es decir, que hay efectivamente repetición. Claro que hay repetición por
un lado, pero, por el otro, se puede decir que el término descubierto o redescubierto no es estable y
siempre está listo para volver a sustraerse.

Es palpable que, a partir de esta primera lección del Seminario XI, lo que Lacan describe es el
funcionamiento que formalizará en su escrito "Posición del inconsciente" y que traerá tan sólo hacia el
final de su Seminario al impartir las lecciones sobre la alienación y la separación. Pero, de entrada, es lo
que intenta presentar en esta lección número 1, es esta doble postulación que, por un lado, mantiene la
exigencia de la determinación, de la necesidad, de la repetición, pero que, por otro lado, subraya la
orientación hacia la continuidad, lo evasivo y, digamos, hacia la contingencia aunque esta palabra no
aparezca como tal.

Al final, lo que Lacan coloca en el lugar mismo donde más tarde reconocerá la ausencia de relación
sexual como principio de la contingencia analítica, de la contingencia del inconsciente, lo que coloca en
ese lugar es al sujeto como indeterminado.

Se puede decir que, a partir del Seminario XI es la indeterminación – aquí la negación queda afirmada–
es la indeterminación del sujeto la que le resultará indispensable para fundamentar el sujeto del
inconsciente.

Es preciso decir que partió de un sujeto de la determinación sintáctica y que tuvo que sustituirlo por el
sujeto como indeterminado para cernir los datos elementales de la experiencia.

Se puede decir que el sujeto permaneció como nombre de lo real durante mucho tiempo para Lacan.

Entonces, como lo expresa Lacan, este sujeto es un sujeto que, a la vez, se incluye en la combinatoria y
al mismo tiempo se sustrae a ella porque sólo hace la función de falta.

Se trata de un sujeto ambiguo y, yendo de acá para allá, Lacan repercute y trata esta ambigüedad hasta el
momento en que, en su última enseñanza, abandona el término de sujeto o, en cualquier caso, lo
subordina al de parlêtre, lo que va en paralelo con una desvalorización de lo simbólico y de la
sintaxis.Se puede decir que coloca en el lugar eminente en el que colocaba la sintaxis, a la semántica,
una semántica muy suya, una semántica en la que el significado no aparece precisamente determinado.El
punto de partida de Lacan era ir hacia: el significado está determinado por el significante – esta es la
demostración de la "Instancia de la letra". Por el contrario, en su última enseñanza, lo que cuenta en la
experiencia analítica no es que el significado está determinado, es que el sentido se fuga.

La fuga del sentido – no creo haberlo visto tan claramente cuando lo traté – la fuga del sentido es un
punto de vista que patentiza una superioridad manifiesta sobre la determinación del significado por el
significante. El sentido se fuga lo conecta directamente con el agujero.

Hay una pertenencia esencial no entre el significado y el significante, o en cualquier caso, ésta cuenta
menos que la pertenencia entre el sentido y el agujero.

Es a partir de aquí que el sentido puede ser tomado siempre como atrapado en toneles, como se expresa
Lacan, cada uno más fútil que el otro, a merced del agujero esencial caracterizado como lo real propio
del inconsciente. Y, entonces, con la desvalorización de lo simbólico, está la de la ciencia, que Lacan
califica de fútil porque tapa todos los agujeros. Vemos aquí el valor eminente que concede a este
término, a este agujero de alguna manera absoluto que no es el agujero de tal o cual contenido, de tal o
cual significante. Es porque la ciencia tapa todos los agujeros por lo que no tiene ningún tipo de sentido.
Esto pone en evidencia lo que yo denominaba la pertenencia esencial del sentido y del agujero.

Entonces, ¿a qué término agarrarse si el significante y la sintaxis aparecen como toneles fútiles, si se
puede decir así, como reclasificaciones fútiles, a los ojos del agujero esencial?

Se puede decir entonces que la materialidad que Lacan ha encontrado es, en primer lugar, la materialidad
del síntoma.

Ha construido, en su última enseñanza, el síntoma como la materialidad propia del inconsciente, como lo
que confiere al inconsciente su estatus.
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Se trata menos de la estructura del lenguaje que del síntoma y, precisamente, no el síntoma articulado,
como al principio, a la estructura del lenguaje, sino el síntoma como acontecimiento del cuerpo. ¿Porqué
esta elección? Se podría haber dicho también un acontecimiento de pensamiento. Pero acontecimiento
de cuerpo es construir el síntoma coma materialidad verdadera donde el inconsciente se vuelve
manifiesto. Y es así como puede reinventar a Sócrates, prefigurador del análisis, como el que estaba
fascinado por el síntoma, fascinado, dice él, del sólo síntoma.

Entonces, esta orientación hacia lo real, pero un real distinto de todo lo que había podido aislar
anteriormente, esta orientación hacia lo real hace caer la verdad como tal, el estatus de la verdad, en la
mentira, en la medida en que no hay verdad sobre lo real: no se puede decir la verdad de lo real, sino que
no se puede decir nada de verdad.

De repente, el final del análisis se encuentra apartado de toda idea de agotamiento combinatorio, se
encuentra apartado de toda idea de demostración propiamente dicha, a menos que sea posible una
demostración de satisfacción y es preferible decir – y este es el término que ha prevalecido– un
testimonio de satisfacción que el analizante se da después del recorrido en el que ha experimentado
dónde hay de la ausencia.

Bueno, intentaré leer más autores cognitivistas para la semana que viene (aplausos).
Ah, disculpadme, parece que son las vacaciones y retomaré el 12 de Marzo, para entonces, espero tener
el tiempo para leer una pequeña biblioteca.

Fin de la Décima Sesión del Curso JAM 2007-2008 - 13.02.08

Curso del miércoles 12 de marzo de 2008


En este Curso, JAM nos entrega sus reflexiones en relación con el psicoanálisis, a partir de una
posición que caracteriza como siendo del orden de una "posición de inmanencia".Ustedes leerán cómo
JAM trata de dar cuenta, a partir de una intuición, bajo la forma de la metáfora líquida, del pasaje en
la enseñanza de Lacan de la concepción estructural de las formaciones del inconciente hacia los efectos
de lalengua sobre el cuerpo, a título de acontecimiento de cuerpo. De este modo, será conducido a
proponer en lugar del desciframiento, el corte del redondel de cuerda surgido de la clínica de los
nudos.Es el corte el que debe mantenerse a "nivel del acontecimiento de goce". JAM va a situar, de
manera totalmente inédita, el lugar del control analítico, y finalmente reubicará la sesión corta, en la
era del "psicoanálisis líquido". Esta no está ordenada al sentido del deseo, sino que "esta ordenada a
los acontecimientos de cuerpo" (From TLN)

El psicoanálisis líquido
Voy a dedicarme hoy a unas reflexiones sobre el psicoanálisis, aquellas que me surgieron, podemos
decir, en tanto que practicante, un practicante a quien su práctica, su práctica efectiva, suscita
interrogantes. De alguna manera son reflexiones realistas.

Digo reflexiones sobre el psicoanálisis, sería mejor sin duda decir en el psicoanálisis. Pues estas
reflexiones no me surgen de una posición exterior, trascendente, sino de una posición que es de inclusión
en el psicoanálisis, incluso, si puedo decir este término, de inmanencia. Un psicoanalista reside en el
psicoanálisis, está contenido en él. Y puedo decir el término que me surgió, de una posición de
inmanencia, puesto que no diré hoy más que lo que me surgió por vía de la asociación libre. Quiero decir
que estoy inmerso allí. Es una imagen sin duda. Estar inmerso en el psicoanálisis, sumergido en el
psicoanálisis como en un líquido. Como esta imagen me surgió, encontré allí la ocasión de decirme que
en efecto, el psicoanálisis se ha vuelto hoy, líquido, lo que puede hacer pensar, por asociación libre, que
está también li–quid–ado (risas), pero precisamente me detengo allí, digo líquido. Y veo numerosos
testimonios de ello
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Es un término, un adjetivo, que fue utilizado por el sociólogo Zygmunt Bauman, si no me equivoco,
para calificar la sociedad de hoy, la civilización de hoy, La calificó de líquida. Imagino que es en rezón
de lo que se manifiesta como una movilidad de los ideales, como transformaciones tecnológicas cada
vez más aceleradas, como una volatilización de los límites, de las fronteras, lo que es un modo de
designar la emergencia y los efectos de lo que llamamos la mundialización – con lo cual se designa ante
todo, en definitiva, un fenómeno de comunicación, que tiende a la unificación de la información, y que
quizás se nos presenta primeramente por su fase, su aspecto de desestructuración.!Y bien! hay también
una desestructuración del psicoanálisis, de un psicoanálisis que había encontrado con Lacan el resorte
del estructuralismo y del que podemos decir, si nos fiamos en la imagen, que tiende a devenir un
psicoanálisis líquido. En todo caso, es lo que me surgió siguiendo como hilo: cómo el psicoanálisis
devino líquido y cómo lo practicamos hoy bajo una forma que no es más, digamos muy simplemente, el
psicoanálisis sólido, de la época de la estructura..Es lo que hace también que los recursos que
encontramos en la historia del psicoanálisis, en los casos princeps de Freud, en sus construcciones
teóricas, en las épocas de la enseñanza de Lacan, están de algún modo hoy tomados en una cierta
nostalgia.

Es lo que refiero al estado actual del psicoanálisis que sería un estado líquido.Bueno, solo hago una
imagen de ello, pero en fin es así como me surge, por lo tanto voy a hilar la metáfora para intentar ser
auténtico. Hilar la metáfora, es adoptar, concerniendo al psicoanálisis y concerniendo las curas analítica,
la experiencia analítica de aquellos que se dedican a él, que se ligan a él, la imagen del fluido, de lo que
no es sólido, lo que fluye, escapa, como inasible.

Hay que decir por otra parte que las modulaciones, los temperamentos, que fueron aportados a la noción
del final de análisis en tanto que el pase contribuyen a esta fluidificación. Lamentamos que el final de
análisis no tenga, en los que podemos decir hoy, las aristas que tenía aún hace tiempo. De allí, en
ocasiones, la incertidumbre que toma el camino que Lacan había balizado y que aquí, como en otros
lugares, un cierto número había emprendido, siguiéndolo, como dando una seguridad, que hoy parece
sacudida.

Un fluido es también lo que califica un cuerpo que se deforma bajo la acción de fuerzas mínimas. Y esto
no puede no evocarnos aquello a lo que Lacan recurrió en su última y muy última enseñanza, el nudo,
que prometió, ampliamente en vano, como la referencia del psicoanálisis. Algunos trataron, tratan de
desarrollar este esbozo, pero no creo ser excesivo diciendo que estas tentativas no obtienen la
aquiescencia de la comunidad informal de aquellos que practican. Esta referencia no es quizá más que
una metáfora, y el psicoanálisis nodal ganaría quizá siendo resituado a partir de lo que llamaba el
psicoanálisis líquido.El psicoanálisis nodal, si es aquel que Lacan propone al final de su camino, estudia
digamos deformaciones – porqué no–, estudia deformaciones que responden, en efecto, a la acción de
una fuerza mínima, de una fuerza que está totalmente concentrada en, no veo otra manera de decirlo, en
la acción de tirar, tirar de las cuerdas.¿Cómo llegamos a esto, cuando pasamos por donde pasó Lacan, a
centrase en esta acción de tirar de las cuerdas y proponer esta acción como referencia para el
psicoanálisis? Les digo verdaderamente como reflexiono en todo esto, en su carácter incoativo,
emergente, apenas puesto en forma. ¿Cómo es que llegamos a centrarnos, a partir del psicoanálisis, en la
acción de tirar de las cuerdas?Tiramos de las cuerdas para obtener, sobre ciertas figuras, cambios de
aspectos, inmediatamente constatables, es decir visualmente – es a lo que tienden las demostraciones y
las mostraciones de Lacan en el pizarrón.Estos cambios de aspecto introducen en general un problema
que podemos extraer, que es siempre el mismo, y que es este: esos aspectos nodales diferentes,
¿responden o no al mismo nudo? Y Lacan concluye su enseñanza interrogando, de manera apasionada,
esta reducción posible.

Entonces, en relación con estos aspectos diferentes, ¿qué es el mismo nudo? ¿Por qué su práctica y su
reflexión por el psicoanálisis lo condujeron a ello?

El mismo nudo. Lo que hace a su mismidad, sería el hecho de que puede ser identificable por su
estructura matemática. Esta estructura matemática por otra parte, Lacan la guardó a distancia, no entró
en ella verdaderamente, pero la guardó, me parece, como referencia, y lleva con ella la noción de este
nudo fuera de todo aspecto.Dicho de otro modo, exploró de manera repetitiva, el clivaje entre estructura
y aspectos.

Se empeñó en mostrar en qué sentido una multiplicidad de aspectos: x x x x x, podía ser referida a la
unidad, a la unicidad de un mismo objeto: N. Entonces, esta multiplicidad de aspectos, es una
multiplicidad cuyos elementos, tomados visualmente, pasan los unos en los otros: x–x–x–x–x, sin
solución de continuidad.
96

Tiramos, tironeamos, y eso se presenta de otra manera. Podemos preguntarnos si es siempre el mismo
cuando les presentan estados diversos de lo que se ha manipulado.

En la línea de la imagen, que me conduce aquí, diría que esta multiplicidad testimonia de un modo
líquido, mientras que la estructura nodal, ella, se desprendería del modo sólido..Por este hecho, este
extraño nudo, que Lacan aportó en el psicoanálisis, podría en el contexto donde lo inscribo, ser definido
de este modo. Podríamos decir que el nudo permite pensar lo que subsiste de la estructura que responde
al estado líquido del psicoanálisis, que el nudo nos presenta una articulación – diría para emplear un
tèrmino estructuralista – entre lo que hay de líquido y lo que hay de estructura subsistente.

Tratemos de encarnar la intuición que me conduce a hablar del psicoanálisis líquido. ¿Qué es lo que
tiene que hacer el líquido aquí?¿Donde se inscribe exactamente,

Hablamos de dinero en efectivo (liquide). Se le supone al psicoanálisis lacaniano tener una preferencia
por el dinero en efectivo (liquide). (risas) Cuando el consumidor de psicoanálisis viene y propone pagar
con cheque, siempre hay un pequeño índice de transferencia negativa (risas). Lo he constatado. Y a
medida que la transferencia se torna positiva, el paciente propone comprar sus cheques (risas), lo que
quiere decir que no hay que encasillarlos inmediatamente. En el fondo queda el testimonio de una
resistencia al efectivo (liquidité). Entonces, el dinero en efectivo (líquide) es llamado así porque pasa de
mano en mano, sin dejar huellas, sin inscribirse en las escrituras, y escapando a las estructuras que de
otro modo lo capturan.

Pero no es en ese sentido que hablamos de psicoanálisis líquido. Es más bien la palabra misma la que
merece esta adjetivación, es la palabra que es líquida.

Freud abrió la puerta simplemente diciendo que invita al paciente a decir lo que quiera. Pero, ¿la palabra
voluntad está aquí en su lugar? Puesto que se trata más bien de sustraer la palabra a la voluntad, de tener
la voluntad de sustraer la palabra a la voluntad, y de decir lo que se les pasa por la cabeza, sin tener en
cuenta lo conveniente, sin tener en cuenta la verdad como exactitud, sin la aprobación que ustedes
podrían dar a lo que dicen, etc.

Es lo que recogemos con el vocablo de la asociación libre y que, de hecho, si consideramos aquello de lo
que se trata en el límite, es una invitación a usar la palabra sin la imposición de comunicar, es una
asociación libre de la comunicación, liberada de la comunicación.

Este modo, este modo tan especial de la palabra, en efecto pone en evidencia lo que llamo su aspecto
líquido.Entonces, tomó mucho tiempo en afirmarse esta liquidez de la palabra. Y esto pone al tiempo en
el análisis mismo. La palabra esta más constreñida al comienzo de la experiencia, cuando esta
experiencia se prolonga más allá de los límites medios que Freud le imponía, cuando la experiencia
dura, podemos decir que este aspecto líquido de la palabra se afirma cada vez más.

Sin duda – es una hipótesis –, es este aspecto líquido el que condujo a Lacan, luego de veinte años de
enseñanza, a aportar la noción de lalengua en su diferencia con el lenguajeLa palabra lenguaje llama a la
palabra estructura. Lacan no profirió este término de lenguaje más que apoyándose en el discurso, que
consideraba como científico, de la lingüística sausuriana y jakobsiana. Y hizo derivar de él, al comienzo,
la palabra, la palabra apareciendo de este modo como palabra de estructura, si puedo decirlo, palabra
esencialmente referible a la estructura, que distingue el significante y el significado y que remite la
significación a la sustitución y a la combinación de elementos significantes. Es el punto de Arquímedes
a partir del cual Lacan tomó la obra de Freud y la reordenó.Es en este punto de Arquímedes, el suyo, que
se empeñó introduciendo otra perspectiva, haciendo resaltar el estatuto de lalengua, de la que puedo
decir hoy que responde más bien al estado líquido de la palabra.

La báscula, que introduce Lacan, de un modo que me parece, de todos modos, sorprendente, en su
última y muy última enseñanza, esta báscula se produce al final del Seminario XX titulado Aún. El
concepto de lalengua está destinado a destruir al psicoanálisis sólido. Es ya un concepto que anuncia que
la palabra es del orden de la secreción, que es un fluido lingüístico. Es lo que anuncia ya que el
significante no es más que el producto del discurso científico sobre lalengua, y pondría científico entre
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comillas puesto que ya no estamos en el momento donde podemos decir que la lingüística de Saussure
es la ciencia del lenguaje – la lingüística de Saussure fue un modo de atrapar la palabra líquida.

Lo que Lacan llamó el lenguaje, en el surco dejado por Saussure, era una estructura que terminó por
descubrir que estaba a distancia de lalengua. Es sin duda porque prefirió el nudo al lenguaje (JAM
subraya el esquema del pizarrón), pues en el nudo, el nudo–estructura es adecuado al nudo–aspecto.

Por el contrario, y es lo que Lacan planteó en el umbral de su última enseñanza, no solo hay lalengua,
sino también hay una distancia, una distancia necesaria, entre lalengua y el lenguaje..Es el valor que hay
que dar a este esbozo de cronología que él podía presentar diciendo que –lo cito– el lenguaje,
primeramente, no existe. No se pone a existir, comento yo, sino una vez que hemos tratado de saber algo
sólido en lo que concierne a lo que es lalengua: entonces, elaboramos la estructura del lenguaje, que no
es –lo cito– más que una elucubración de saber sobre lalengua.Me parece que esta distancia es
verdaderamente la distancia mayor a partir de la cual pivotean no solo la teoría sino la práctica del
psicoanálisis.

Es incluso a partir de lo cual la teoría del psicoanálisis se descarga de su herencia y que Lacan trata de
proveerle un sustituto con su psicoanálisis nodal.

Es a partir de allí que entramos en la práctica contemporánea del psicoanálisis, al mismo tiempo, sin
duda, que podemos hablar más generalmente, de una civilización donde el Otro no existe, donde la
evidencia de la inexistencia del Otro se hace cada vez más presente – lo que pudo traducirse en los
términos de la sociedad líquida. Y esto recae, repercute, muy directamente sobre la práctica del análisis,
si me atrevo a decirlo, su nivel de apercepción de la palabra del analizante.¿A qué nivel se sitúa el
inconciente?¿A nivel del lenguaje o a nivel de lalengua?¿A nivel del lenguaje como estructurado o a
nivel de lalengua que ya esboza, implica más bien su desestructuraación, su fluidificación?

Lacan dio una respuesta que comenzó por ser ambigua, que comenzó a mezclar las cosas, hasta bascular
del lado de lalengua, es decir de lo que yo llamaba la palabra líquida.

Primeramente el inconciente está a nivel del lenguaje.El Inconciente está a nivel del lenguaje en tanto
que estructura, es decir, el inconciente se estructura como un lenguaje, y en particular se estructura en la
oposición del significante y del significado. Es a este nivel que Lacan pudo reformular las grandes
estructuras clínicas que dio la psiquiatría clásica y los primeros tiempos de la elaboración freudiana. Es a
ese nivel que debemos lo que en la clínica continúa orientándonos como estructura.Pero allí es donde
hay que poner de relieve lo que Freud mismo decía del inconciente, que no es más que una hipótesis. Y
es lo que Lacan retoma: el inconciente no es más que hipotético como estructura, no es más que
hipotético en relación con lalengua. Es lo que hace al psicoanálisis ser no newtoniano: está obligado a
forjar hipótesis. Estamos obligados en el psicoanálisis a forjar una hipótesis sobre la coherencia, la
conjunción y la conjugación de lo que, a propósito del nudo, yo llamaría aspectos.¿Cómo decirlo de la
manera más simple y mas cercana a la práctica?

El inconciente es una construcción. Cualquier control está allí para atestiguar de ello. En su práctica, un
analista no tiene que vérselas con el inconciente más que como una construcción, intenta la edificación,
que trata de verificar, que corrige sin que pueda sacar a esta construcción del registro de la hipótesis. Y
cuando este analista entrega su trabajo a un colega en el marco del control, entrega una hipótesis, que se
presta a discusiones, a correcciones. Es decir que el inconciente es una construcción, del lado de la
práctica del analista. No sé cómo ser más realista que esto: es así como esto ocurre, no lo obtenemos
más que como esto.

Entonces, en segundo lugar, el inconciente a nivel de lalenguaPara tratar siempre de ser realista, o
auténtico, diría que esto, es el lado del analizante. En el sentido en que, cito a Lacan, el inconciente es
un saber hacer con lalengua. Esto califica, si puedo decirlo, la práctica del analizante. Y esto la califica
precisamente en tanto que escapa a lo que él enuncia. No le escapa como un mensaje a descifrar, en cuyo
caso, queda incluido en el enunciado. Si tomamos en serio que esto le escapa, hay que decir que esto
califica, y es lo que dice Lacan, califica afectos, lo que el llama afectos, lo que llamará también más
tarde acontecimientos de cuerpo, extiendo ese término hasta allí –, afectos que restan enigmáticos, y que
hay que referir a la presencia de lalengua.Hay allí una distancia entre lo que el sujeto es capaz de
enunciar y esos afectos cerrados sobre su enigma. Es al menos así como entiendo lo que Lacan pudo
formular en los términos siguientes: Los efectos de lalengua –lo cito– van mucho más allá de todo lo que
el ser que habla es susceptible de enunciar.Hay que decir que esa frase, abre a un campo no balizado por
la estructura del lenguaje. No dice que lo que el sujeto es susceptible de enunciar nos permite alcanzar
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todos los efectos de lalengua, sino por el contrario que lo que enuncia no nos permite alcanzar todos
esos efectos. Lo que se enuncia, agregaría: incluso para ser descifrado por el analista, lo que se enuncia
incluso para ser descifrado por el analista no nos permite alcanzar todos los efectos de lalengua.

Y por lo tanto, incluso si se imputa aquí a la palabra el resorte de esos afectos, esos afectos son de todos
modos rechazados fuera del reino del enunciado.Me parece que Lacan dará a esos afectos su pleno
desarrollo, dará su esencia, su Wesen, en el sentido en que Heidegger emplea el término: el traductor del
curso recientemente aparecido subraya que en Heidegger Wesen quiere decir plena esencia, irradiación
de la esencia –, y bien, a estos efectos Lacan dará su plena esencia implicando, mas tarde,
acontecimientos de cuerpo.

Hace tiempo acentué esta expresión, que luego tuvo mucho éxito, y que Lacan, después de todo, no
lanzó más que una vez, pero me parece indicando una dirección esencial. Me veo conducido aquí, a lo
más cercano de aquello en que estoy inmerso, a hacer la diferencia de las formaciones del inconciente y
los acontecimientos de cuerpo.

El inconciente, cuando lo limitamos, como concepto, a lo que el ser hablante es susceptible de enunciar,
cuando decimos que el inconciente se refiere a lo que el sujeto enuncia –digamos para ir rápido–, en esas
condiciones el inconciente, permite aislar las formaciones del inconciente. Bajo esta dirección Lacan
reunió lo que Freud descubrió en sus primeras obras: La interpretación de los sueños, Psicopatología de
la vida cotidiana, El chiste y su relación con el inconciente, donde la función del desciframiento del
significante está en evidencia, al menos después que Lacan nos enseñó a leerlo según la estructura
saussuriana.Pero el inconciente cuando lo ampliamos a los efectos enigmáticos, incluye los
acontecimientos de cuerpo, donde nada demuestra que tengan la misma estructura que lo que llamamos
las formaciones del inconciente.

Las formaciones del inconciente es una categoría del psicoanálisis sólido, si puedo decirlo.

El grafo de Lacan está hecho para dar cuenta de las formaciones del inconciente – con el fundamento de
que existe el Otro mayúscula, es decir con el fundamente de que la hipótesis es una tesis. El Otro
mayúscula, es decir el lugar de las estructuras. Las pongo en plural pues ellas pueden extenderse a todo
lo que el Otro llama la sociedad o la historia o la civilización, pero podemos también decir de la
estructura, en singular, si referimos todas estas estructuras a la estructura del lenguaje. Las formaciones
del inconciente es también una categoría que supone que existe la Ley – con mayúsculas–, en relación
con la cual el deseo se presenta como autónomo, entendiendo que puede demostrarse que la ley misma
encuentra sus orígenes en el deseo.¿Cómo opera el desciframiento de las formaciones del inconciente?

Y bien cuando tenemos que ver con los acontecimientos de cuerpo, se trata –¿qué voy a decir?– de
entidades, que tienen sentido de goce.

A pesar de la correlación de las fórmulas, el sentido de goce es totalmente diferente del sentido de
deseo.Cuando se trata de sentido de deseo, hay comunicación – y podemos captar cómo el significante
que falta a la palabra del analizante puede ser aportado por la del analista bajo las especies de la
interpretación. Hay comunicación cuando hay sentido de deseo, mientras que, cuando hay sentido de
goce, hay satisfacción. No comunicación sino satisfacción.

La distinción aquí de la comunicación y de la satisfacción recubre la distinción del lenguaje y de


lalengua.

Entonces, esto tuvo una traducción teórica a la cual quedamos evidentemente ligados. La traducción
teórica de las formaciones del inconciente y del sentido de deseo, es lo que practicamos, ciertamente,
como psicoanálisis del sujeto, ligados al lenguaje, a su estructura, al inconciente como estructura de
lenguaje. En este orden, el fin de análisis, es la resolución del enigma del deseo, es la emergencia de lo
que quiere decir el deseo, recubierto y al mismo tiempo oculto en las formaciones del inconciente. El
psicoanálisis del sujeto, como lo llamo aquí, está ciertamente en evidencia al comienzo del análisis y por
hipótesis en su fin.Pero está el curso del análisis, donde tenemos que ver con el nivel de lalangua y de
los afectos singulares que engendra en el cuerpo. El final que dibuja, no es un final que es del orden de
la solución, sino más bien del orden de una nueva satisfacción. En el curso del análisis, lo que impone su
presencia, es la conexión del sujeto y del cuerpo, en tanto que el cuerpo es el lugar del goce.Entonces,
evidentemente, los dos se articulan. Los dos se articulan si queremos admitir con Lacan, en su último
texto escrito, que el espejismo de la verdad – lo cito – no tiene otro término que la satisfacción que
marca el final de análisis. Es un corto circuito, que promete que el comienzo, que se ordena al
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psicoanálisis del sujeto, encuentra como en diagonal su final en el psicoanálisis del parlêtre, si puedo
decirlo, que la cuestión sobre el sentido de deseo y la verdad encuentra su respuesta en la satisfacción, lo
que supone que las ondas de la verdad se han apagado, que el espejismo se volatilizó. Digo diagonal
porque es bajo las especies de una diagonal como Lacan escribe el final de análisis en uno de sus
Seminarios.Y bien, sería necesario sin duda introducir aquí una tripartición de la experiencia analítica,
que comienza por la verdad y el deseo, en la vertiente de la estructura, que concluye en la satisfacción, y
entre las dos, está lo que pasa, y eventualmente lo que produce acontecimiento.Cuando Lacan dice del
síntoma que es un acontecimiento de cuerpo, lo dice exactamente en la frase siguiente que está en su
escrito "Joyce, el Síntoma": Dejemos el síntoma en lo que es: un acontecimiento de cuerpo. Relegar el
síntoma al acontecimiento de cuerpo, a mi juicio, quiere decir que no es una formación del inconciente,
y se sostiene no en el sujeto del significante, sino en el cuerpo concebido como un tener cuerpo
investido de libido – y es por lo cual Lacan puede decir que vacía.En este sentido, y creo ser aquí tan
realista como puedo serlo en tanto que practicante inmerso, propongo entender como acontecimiento de
cuerpo un acontecimiento de goce.

¿Hay acontecimientos de deseo? Sin duda hay acontecimiento de deseo, y es lo que llamamos
revelaciones, porque son siempre acontecimientos de verdad, donde estamos acostumbrados a distinguir
un antes y un después de la emergencia.

Acontecimiento de cuerpo. ¿Hay que entender que está fijado de una vez y para siempre? Hay algo de
eso sin duda. El síntoma es una fijación de goce. Pero abre también la cuestión de saber lo que, en
psicoanálisis, puede ser desplazado del goce. Es decir, ¿cuales son los acontecimientos de goce que
ocupan lo que llamaba el curso del análisis y donde la palabra líquida se demuestra capaz de desplazar el
goce? No podemos desconocer sin duda la distancia que separa la clínica estructura y la clínica
acontecimiento.Incluso es en esa distancia que encuentra su lugar la práctica, que evocaba hace un
momento, del control. Es porque hay un hiato entre la clínica estructura y la clínica acontecimiento que
hay lugar para el control. Por que no podemos deducir el acontecimiento a partir de la estructura.

Y es precisamente esta deducción imposible que ubica el lugar de la interpretación

En el psicoanálisis del sujeto, la interpretación juega en relación con la verdad, pero en el análisis más
largo, no es el caso. Como lo dice Lacan: no es porque el sentido de su interpretación tenga efectos que
los analistas están en lo verdadero. Digamos que la interpretación se juzga por el acontecimiento de goce
que es capaz de engendrar a término.El psicoanálisis juega en relación con lo que produce como goce.

Entonces, ¿es necesariamente soportado, este psicoanálisis, por la idea de que lo que trabaja para el goce
es un saber? Lacan lo martilló, como él decía, que es un saber inconciente que trabaja para el goce. Pero
¿hay que mantener este concepto de saber? Hay que mantener el concepto de saber por el cual se
mantienen las nociones de cifrado y de desciframiento? ¿Es allí donde se impone el ejercicio del
psicoanálisis líquido?

Me parece por el contrario que si la estructura que es adecuada al psicoanálisis líquido es el nudo, como
lo indicaba Lacan, entonces hay que relativizar incluso desechar el descifrado en provecho del corte – el
corte del redondel de cuerda. Si, para entregar esos aspectos, el psicoanálisis nodal de Lacan pone en
escena la acción de tirar, implica también otra acción, que evoqué el año pasado, una acción quirúrgica:
cortar.Y bien, podría suceder que será, no el descifrado, sino el corte lo que hace acontecimiento, que sea
el corte lo que pueda mantenerse a nivel del acontecimiento de cuerpo.

En cuyo caso, podría ocurrir que lo que llamamos la sesión corte, que Lacan ya había evocado al
comienzo de su enseñanza, en otro contexto, podría ocurrir que la sesión corta sea la sesión de la era del
psicoanálisis líquido, aquel que no está ordenado por las formaciones del inconciente, sino por los
acontecimientos de cuerpo.

De allí, como la experiencia más auténtica lo revela, la contingencia, aquella que califica al amor, es
también la suerte del psicoanálista en su interpretación

Hasta la semana próxima.


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(Lo que JAM escribió en el pizarrón)

Fin de la Undécima Sesión del Curso JAM 2007-2008 - 12.03.08

JAM retorna en este Curso sobre su intuición en el Curso precedente, referente a la palabra líquida,
para seguidamente interrogarse sobre el discurso del analista que enseña y su responsabilidad. Así, el
discurso del analista que enseña tiene la función de interpretación del psicoanálisis mismo. El
psicoanálisis puede ser interpretado porque es del orden del hecho. JAM aborda los dos momentos de la
experiencia psicoanalítica formalizados por Lacan, el del inicio y el del final. Atribuye al pase el valor
de la interpretación mayor que Lacan le otorgó al psicoanálisis. Leemos, al final de este Curso temas
sobre el relato del pase con el que Lacan nos tentó sin dar las coordenadas, y del que el rasgo más
sobresaliente es el de la alusión. Un relato que traduce el rodeo de lo que, a conveniencia del sentido,
aparece como vacío. (De TLN)

Tienen que saber que mientras hablamos del psicoanálisis, hay una pluma que garabatea en el papel el
estatuto de lo que será el psicoanálisis en el futuro. En efecto, el Estado francés al igual que los otros
Estados europeos, se preocupa por nuestro ejercicio que hoy conoce una extensión, una influencia que
ya no permite que los poderes públicos descuiden la reglamentación. Desde hace aproximadamente
cinco años está en el orden del día. En varias oportunidades nos hemos hecho escuchar sobre ese tema.
Dicho proceso parece encontrar un fin cercano y dada la postura, el compromiso que asumí, me hallo
constreñido a responder y a participar en ello. Lo anterior sustrae un precio de mi tiempo y de mi
preocupación que ustedes, desafortunadamente, tienen que padecer. Dado que se trata de negociaciones
no publicitadas, no puedo, pese al deseo que podría tener, hacerles partícipes; pero va de suyo que el
peso que ustedes representan, ustedes a quienes aquí me dirijo y en otro sitio, cuenta en la balanza.
Espero que impida que esta práctica, la nuestra, sea confinada a un lugar que algunos desean, un lugar
lujoso y privado, que continuará estando presente en las instituciones públicas y que no renegará de la
influencia que actualmente tiene en el público.

Pero al final todo ello demanda tiempo y me demanda, a mí en particular, una movilización que me quita
un cierto tiempo que no siempre puedo elegir.

Una vez dicho esto, me remito a la semana pasada cuando veo que asumí el riesgo de expresarme a
partir de una intuición, o más bien, a expresar esta intuición incluso crudamente, con tan poca
elucubración de saber como posible.

El saber se elucubra. Es una designación que le debemos a Lacan y que está hecha para poner a distancia
el saber, para indicar la distancia que hay entre el saber y el hecho. De este modo, sin duda, eso
comporta cierta desvalorización del saber, a lo que Lacan fue conducido. Por tanto, correlativamente, se
le da un cierto valor a la suspensión de la elucubración de saber, o al menos, a no introducirlo sino paso
a paso, tratando de dosificarla, de manera tal que modifique lo menos posible lo que se ofrece como
hechos.

Esta intuición que les confié fue la del psicoanálisis líquido.

Una semana después, me parece que me dejé llevar, al aportarles eso en un impulso que no está lejos de
aquel que conduce a la asociación libre.

Acá, evocando al psicoanálisis como líquido, quería decir – lo advierto ahora – considerar con desdén
qué dirán, e incluso, qué harán con eso.

Esto me permite percatarme que la preocupación de qué dirán de eso, qué harán con eso, ¡y bien!
generalmente me refrena. Esto puede ser dicho bajo un cierto ángulo de la siguiente manera: es el
espíritu de responsabilidad que me constriñe.

¿Es eso lo que conviene?

¿Qué es ser responsable de lo que se dice? Es, para decirlo del modo más simple, ser capaz de responder
por lo que se dice. Es decir, ser capaz de afrontar la pregunta del otro acerca de lo que funda vuestro
101

dicho, acerca de lo que lo autoriza y acerca de las consecuencias que ese dicho arrastra. En efecto,
cuando se trata de los poderes públicos estamos obligados, se nos exige ser responsables, responder
respecto a la práctica del psicoanálisis de aquello que autorizaría a algunos y no a otros a entregarse a
ello. Y ciertamente se nos exige saber exponerlo en términos que sean aceptables para este otro, que en
efecto tiene el poder, un poder de hecho, y también un poder, sin duda legal para solicitarlo.

Pero en fin, aquí, confinado a esta sala, no es en ese otro en quien debo pensar. No es ese otro quien está
presente. Es un enclave. El otro del que se trata, son ustedes, ustedes a quienes me dirijo como
psicoanalistas, lo que sin duda es una simplificación de la diversidad de aquellos que están presentes y
que, tal vez, sin duda, no son todos psicoanalistas, pero que finalmente representan a esa instancia.

¡Y bien! La semana pasada me parece que, al menos al principio, me liberé de la censura que la
responsabilidad puede hacer pesar frente al cuerpo de los psicoanalistas.

Cuando se habla del modo llamado de la asociación libre, se suspende precisamente la responsabilidad.

En el enclave psicoanalítico el analizante es invitado a ser irresponsable. Digamos que es como si


obedeciese a la siguiente fórmula: Lo digo y no lo repito más, lo digo y continúo diciéndolo.

Es, en la experiencia analítica, lo que abre a que el otro, el analista, repita vuestro dicho, es decir, lo cite
y se lo devuelva. Repetir, citar el dicho del analizante, es en cierto modo el grado cero de la
interpretación.

Es por cierto aquello de lo que en algún momento se puede hacer una comedia. ¿Cómo jugar al analista?
Ustedes repiten lo que vuestro interlocutor dijo con un punto de interrogación (risas), ustedes no
muestran vuestras cartas y entonces el desdichado concatena. Es una manera de jugar al analista, no se
las aconsejo (risas), puede ser muy mal tomado fuera de la situación analítica.

La cita, que produce lo mismo, introduce también una diferencia. Es constitutiva del enunciado –
hablando con propiedad, sólo hay enunciado a partir de la cita. La cita, diría, cristaliza la palabra líquida,
la solidifica en una unidad significante y cuando es atrapada en el intercambio de palabras, relanza lo
que se llama la enunciación, es decir la palabra líquida.

¿Entonces, el psicoanalista, un psicoanalista, tiene derecho a la irresponsabilidad cuando enseña?

Es seguro que la pregunta pesa sobre aquellos que están en esta posición y los conduce con frecuencia,
nos conduce con frecuencia a protegernos tras los enunciados de psicoanalistas que nos han precedido:
conduce fácilmente a encontrar refugio precisamente en la cita. Pero citar no es enseñar, no es enseñar
en el sentido al que un Lacan llevó este término.

A la pregunta que evoco acerca de la eventual irresponsabilidad del psicoanalista que enseña, Lacan dio
una respuesta – no una, sino una entre otras – que pesco en la página 815 de los Escritos 2, es una cita
aproximativa: El discurso de aquel que enseña, dice Lacan, cuando se dirige a los psicoanalistas, no
tiene derecho de ser irresponsable. La palabra tiene su peso. Puedo decir que desde que comencé a
aproximarme a esta posición, esta frase, esta palabra estuvo presente para mí.

¿Cómo llegué a esta posición? No llegué institucionalmente. La institución – la institución en la que


consentí ser inscrito, y aún consiento a ello – me prescribía enseñar acerca del psicoanálisis. Me
encontré enseñando a psicoanalistas, porque los psicoanalistas venían. Recuerdo muy bien mi sorpresa
en aquel momento al notar la presencia de uno, de dos, de tres, de un número mayor, que venían a
entender el desciframiento de Freud y de Lacan, desciframiento al que yo mismo estaba dedicado.

Esto hizo para mi más importante, presente, apremiante la noción de una responsabilidad, cuya
naturaleza Lacan precisa cuando dice – son los términos que empleó en ese entonces – que el sujeto del
deseo debe saberse efecto de palabra, es decir debe saber que es el deseo del Otro, y que el discurso del
analista que enseña debe ser responsable de este efecto de palabra. Hay un contraste entre el fuerte
acento orientado hacia la palabra irresponsable y la complejidad de aquello a lo que reenvía.

Ya me tocó comentar y tratar de cernir el punto preciso hacia el que esta responsabilidad conduce. Hoy
lo veo así. Es que normalmente, cuando uno enseña, ocupa el lugar del Otro con mayúscula – por
función.
102

Uno está supuesto saber y, desde cierto punto de vista, por función, uno no falla.

Uno termina de hecho acostumbrándose a la inverosímil docilidad de aquellos que escuchan, docilidad
que sólo se rompe muy raras veces. Es la nostalgia que ocupa aquellos tiempos, del mayo 68, cuando
esta docilidad se invirtió en ataque hasta que descubrimos que el ataque no era sino la simetría de la
docilidad. Sólo había ataque porque la palabra de los profesores, en aquel tiempo, tenía un peso
verdaderamente notable; hoy en día ya no merece eso, no merece la insurrección.

Esencialmente se les pide que enseñen como debe ser.

Está presente en el espacio donde se enseña el psicoanálisis. Hubo un tiempo en el que la pregunta
candente era qué podía fundar el psicoanálisis, cuál podía ser su valor de verdad, su mérito. Mientras
que hoy en día se le pide más bien que responda a la pregunta ¿cómo hacer? pregunta de la que otrora yo
me reía, como la pregunta americana del How to? ¿Cómo se hace?,– simplemente a constatar en el
hecho de que los estantes de las librerías estaban ocupados por las obras cuyos títulos, en todas las
disciplinas, eran manuales de How to…? Los que enseñan el psicoanálisis dan testimonio de ello. La
demanda que les es dirigida hoy es de ese orden. Se enuncia bajo la forma de una demanda de clínica,
pero la clínica de la que se trata, la que se demanda es una clínica del saber–hacer. No voy a comenzar a
burlarme de esa demanda. Es inútil. Es un elemento con el que hay que jugar, con el que hay que saber
hacer, y que puede tomarse bajo un ángulo que no es despreciativo: es a aquello a lo que de hecho me
esfuerzo, sin duda. Es una demanda de saber–hacer que es intolerante o impaciente con las
elucubraciones de saber y que requiere que se vaya a la cosa misma de la experiencia.

Por tanto aquel que enseña ocupa hipotéticamente el lugar del Otro. No puede hacer que a través de su
discurso no vehicule un deseo y que a través de ese deseo determine el lugar del sujeto que escucha.

Puede decirse que esta responsabilidad también es válida para el analista cuando enseña la regla de la
asociación libre, entre comillas, a su paciente: determina así su lugar. Y a lo largo de la experiencia
analítica tiene la responsabilidad de determinar el lugar desde el cual el analizante va, si puedo decirlo, a
satisfacerlo.

Lo que Lacan propone es que todo discurso puede ser irresponsable de este efecto de palabra que
determina el lugar y, podría decirse, el valor del sujeto, – salvo el psicoanalista que enseña. El
psicoanalista que enseña tiene que tomar en cuenta, debe saber y debe manejar el efecto de palabra, el
efecto de valor subjetivo que su discurso conlleva.

Es una exigencia elevada, difícil de satisfacer, y decía que puedo darme cuenta cómo dicha exigencia, es
el término que me vino, me dominó.

Tal vez podría intentar una mínima elucubración diciendo al respecto – desde la óptica para la cual
coloco esta cita de Lacan – que el discurso del analista que enseña tiene función de interpretación.

¿Qué interpreta? Y bien, interpreta al psicoanálisis mismo.

He allí una frase que es del orden de aquello en lo que hay que pensar.

Si el psicoanálisis es susceptible de ser interpretado, es para nosotros hoy en día algo del orden del
hecho – cuando ya se viene practicando desde hace un siglo.

Hay psicoanálisis: hay la historia del psicoanálisis, hay instituciones psicoanalíticas y psicoanalistas, hay
personas que piensan en entrar en análisis, que entran en análisis – es del orden del hecho. Y esto aún
deja abierto el espacio en el que se trata de interpretar al psicoanálisis como hecho. Sabemos que se
puede interpretar por ejemplo, en el registro de la sociología – lo intentamos –, en el registro de la
psicología colectiva; la cuestión es la interpretación psicoanalítica del psicoanálisis, que no
forzosamente desconoce los otros determinantes del psicoanálisis.

Digo: El psicoanálisis es del orden del hecho ¿Acaso se puede describir ese hecho?

Se haría necesario un método que se pareciera, no se, a aquel que otrora se llamó la Nueva Novela:
intentar cernir al máximo el mundo circundante como constituido por objetos colocados unos al lado de
otros, dando las coordenadas de la manera más precisa, jugando a limpiar la descripción de toda
significación adventicia, como si enunciáramos el procedimiento de un experimento. ¿Cómo
103

describiríamos al psicoanálisis a la manera de la Nueva Novela? Diría que se trata de abrir la puerta, de
acoger, de instalar sobre un soporte, un asiento, un mueble, a un individuo – suponiendo que Aristóteles
sea congruente con la Nueva Novela (risas) –, y, este individuo, plegarlo a que se reduzca a ser aquel
que hable para otro que escucha y que habla de tanto en tanto. Sin duda, a nivel del hecho seríamos
conducidos a distinguir dos modos de palabra, la palabra líquida, la palabra pura pérdida, y la
interpretación, que es más bien la palabra sólida, la palabra breve, densa. Por supuesto tendríamos que
describir el hecho que hay uno que dirige, recibe al individuo, recibe el pago, pero finalmente, bueno
dejo esta descripción fáctica a vuestro estilo, a vuestra imaginación, apunto a un cierto grado cero, que
no intento producir.

Y, más allá de esto, todo el resto es del orden de la interpretación del psicoanálisis. Lo que tiene lugar en
lo que se conviene en llamar una situación, un dispositivo o una experiencia, todo ello es la
interpretación del psicoanálisis. La obra de Freud, la enseñanza de Lacan, es del orden de la
interpretación del psicoanálisis.

Es notable al referimos tanto a uno como al otro, es un hecho masivo, evidente, que tanto para uno como
para el otro esta interpretación se transforma con el tiempo.

Y si acercamos uno al otro, una vez comprometidos con este tema, ya no se detienen. Freud no se detuvo
en concatenar los artículos, los libros, las conferencias, en un continuo movimiento. Y Lacan lo acentúa,
obligándose a interpretar el psicoanálisis semanalmente durante treinta años, sin dejar su bulto, sin jamás
decir Ya llegamos, diciéndolo sólo para enseguida abrir la vía de los complementos, de las correcciones,
de las transformaciones. Es muy singular, si pensamos en ello, si uno se separa de la costumbre.

Es clásico en Freud distinguir por ejemplo la época de la primera tópica y de la segunda, en la que las
coordenadas de la interpretación del psicoanálisis son modificadas. Igualmente para Lacan, su enseñanza
se presta a ser dividida en períodos. Fui, creo, el primero, en todo caso el más tenaz, en hacerlo: el
primer Lacan, el Lacan clásico, la última enseñanza, el que viene después de todas las anteriores. Es
validado, al menos, por el hecho de que sus lectores lo retoman.

Esto abre por supuesto la pregunta de saber cuál es la interpretación contemporánea que puede hacerse
del psicoanálisis, ya que todo muestra que la interpretación del psicoanálisis está en función del tiempo
que pasa. Para ser más preciso se podría incluso decir que la interpretación del psicoanálisis está en
función de los efectos y de las consecuencias de la práctica del psicoanálisis sobre el psicoanálisis.

Entonces, autoricémonos a hacer un retorno sobre la historia del psicoanálisis, precisamente sobre lo que
apareció en el curso del siglo XX como un corte, luego de veinte años de práctica del psicoanálisis,
alrededor del año 1920. Todo el mundo está de acuerdo, por haber ubicado en esa fecha un giro llamado
de la técnica psicoanalítica, un giro hacia lo que dio en llamarse el psicoanálisis de las resistencias.

Lacan relaciona ese giro con lo que los analistas debieron constatar en esa fecha, de lo que llama una
amortización de los resultados del análisis. Los reenvío a los Escritos 1, página 320, página que figura
en el escrito cuyo título es Variantes de la cura tipo en el que Lacan trata de inscribir en su lugar en el
curso histórico del psicoanálisis, la tentativa que viene de inaugurar con su Discurso de Roma, un año
antes, en 1953. Rehace por tanto la historia en función de la tentativa que él inaugura. Y recuerda, con
humor, que Freud recomienda, antes de los años ´20, que se apuren en hacer el inventario del
inconsciente antes que se cierre. Freud tenía la intuición que la operación que él seguía no dejaría el
objeto de investigación inerte, pero que, en caso que el psicoanálisis lo requiriera, su objeto, llamado el
inconsciente, se haría inasible. Se puede decir, al menos por aproximación, que los analistas
practicantes, alrededor del año 1920, experimentaban como un momento de cierre del inconsciente, que
ya no era como antes. No data de hoy ese sentimiento que se limitó al inconsciente de tal manera que no
nos permite interpretar al psicoanálisis como se hacía anteriormente. Es lo que la comunidad analítica
percibió alrededor de esa fecha.

Hasta ese momento, la palabra–amo, si así puedo decirlo, la práctica mayor, era el desciframiento de las
formaciones del inconsciente. Analizar era descifrar: los sueños, los actos fallidos, los lapsus, Lacan
añadió los desórdenes de la rememoración, los caprichos de la asociación, y el dicho etc. – hay que
añadir el síntoma.

De lo que se percataron en ese entonces los analistas fue la distancia entre los éxitos del desciframiento
y el fracaso de la verdad.
104

El desciframiento no tiene ipso facto, como consecuencia, la curación del enfermo puesto que es aún en
tanto tal que el analizante figuraba en la cura analítica: el hecho que hablemos comúnmente de
analizante más que de enfermo es el resultado de una reinterpretación del psicoanálisis por parte de
Lacan y el hecho que hablemos de experiencia analítica más que de cura también es una
reinterpretación. En aquel momento, los analistas percibieron en el dolor que el desciframiento no era en
si mismo lo que transformaba, e intentaron dar cuenta de esta separación con el concepto de resistencia.
El paciente, pensaron, resiste en reconocer el sentido de sus síntomas. Y por ese hecho, trataron,
definieron al psicoanálisis, interpretaron al psicoanálisis más allá del desciframiento del inconsciente
como el análisis de las resistencias. En el inicio de su tentativa, Lacan, en el punto al que había llegado,
consideraba que el análisis de las resistencias, en el que se habían involucrado todos los analistas salvo
Freud, traducía, según él, y lo cito, un movimiento de renuncia al uso de la palabra. Entre paréntesis,
vale sin duda, la pena interrogarse acerca de la relación que hay entre esta supuesta renuncia al uso de la
palabra y la desvalorización explícita que sufre el uso de la palabra al final de la enseñanza de Lacan: lo
que aisló como renuncia, ¿es lo que retorna, en su propia trayectoria al final, como una desvalorización
del uso de la palabra?

Luego, el análisis de las resistencias promueve a un primer plano dos categorías, la del yo que tomó
prestada de la segunda tópica, y que sería el agente de la resistencia – entre paréntesis, en tanto que
Freud en su segunda tópica da un lugar a la resistencia del ello y a la del superyó –, y la categoría de la
defensa. Ambas categorías confluyen en el concepto de los mecanismos de defensa del yo producido por
Anna Freud, que se convertirá en la doctrina mayor de la comunidad analítica hasta la emergencia de la
categoría de la constratransferencia.

¿Mecanismos de defensa del yo contra qué? Contra la pulsión. Y allí todavía podríamos colocar entre
paréntesis que el correlato hallado en la enseñanza de Lacan a esta promoción de la defensa contra la
pulsión, es de hecho su promoción cada vez más insistente de la categoría del goce. Como si Lacan, en
la segunda mitad del siglo XX hubiese, a su manera, vuelto a hacer el camino que había recorrido la
comunidad analítica en la primera mitad. Es una hipótesis que evoqué en el momento en el que daba
aquí el curso sobre la experiencia de lo real en el psicoanálisis.Entonces, la enseñanza de Lacan se
inauguró a partir de la crítica del análisis de las resistencias, es decir con una fe renovada en los poderes
de la palabra y en su eficacia sobre la pulsión. Lo llamó una nueva alianza con el descubrimiento de
Freud. Nueva alianza renovada por el apoyo encontrado en la lingüística, pero digamos nueva alianza
que encontraba si puedo decir, la fe de los orígenes, y que daba a su Discurso de Roma su lado que
entusiasmaba en cuanto ponía al desnudo el resorte eficaz del psicoanálisis.Esto suponía el borramiento
del yo, reenviado a la imagen narcisista y a las contradicciones, a los desórdenes de las identificaciones
imaginarias.También suponía que lo que Lacan llamó en aquel momento el punto–sujeto de la
interpretación sustituía al yo. El punto–sujeto de la interpretación es su primera definición de sujeto: lo
que llamó el sujeto es lo que es dócil a la interpretación; lo que llamó el sujeto es una variable a lo que
una interpretación puede dar su valor. Esto pone por tanto fuera de su campo lo inerte en relación a la
acción de la palabra – considerando que esta inercia es secundaria. Y por tanto es una interpretación, de
alguna manera transparente, del psicoanálisis.

Borramiento del yo, sustitución del yo por el sujeto, y en tercer lugar eso suponía la supremacía del
deseo. El deseo, al mismo tiempo que se desvía en relación a la demanda, es susceptible a la
interpretación, inclusive idéntico a la interpretación. Es la famosa frase de Lacan: El deseo es su
interpretación. Y la supremacía del deseo es en particular la supremacía del deseo sobre la pulsión.
Digamos que la tesis esencial por la cual Lacan supera las dificultades que habían dado nacimiento al
análisis de las resistencias, es la tesis: el deseo estructura las pulsiones. Lo que quiere decir: el resorte es,
en todos los casos, un resorte de palabra.

Esta dominancia de la palabra, él la traduce en la constante promoción de lo simbólico, hasta


reemplazar, si puedo decirlo, los mecanismos de defensa de la vieja Anna Freud por los mecanismos
significantes de la metáfora y de la metonimia, puesto que emplea al respecto la palabra de mecanismo,
que en el marco del discurso analítico, no puede dejar de evocar el término annafreudiano.

Ahora la resistencia. ¿Por qué alrededor de los años ´20 habían interpretado el psicoanálisis en términos
de resistencia? Fue porque creían poder constatar que la palabra líquida, si puedo decirlo, no tenía
efecto, no tenía el suficiente efecto más allá de un cierto punto, sólo tenía efectos limitados.

Y en el fondo la resistencia era el nombre de este límite. De forma tal que, de acuerdo a ciertos aspectos,
la resistencia podría ser lo que Lacan redescubrió bajo las formas del goce.Durante mucho tiempo,
durante más de diez años, doce–trece años, Lacan dejó en cierto suspenso su doctrina del fin de análisis.
105

Quedó en sus Seminarios, en sus escritos como un horizonte, como si hubiese cierta dificultad en
precisar el final del análisis si se lo piensa, por decirlo de manera muy simple, a partir de la palabra.

En el momento en el que propuso, en el que interpretó al psicoanálisis por el pase es cuando pensó en
superar este obstáculo.

El pase es sin duda la interpretación mayor que Lacan dio del psicoanálisis. Interpretó el psicoanálisis en
el sentido que debía tener un final, y que este final permitía pasar – para decirlo siempre de manera muy
simple y con la menor elucubración de saber posible – del registro de la palabra al registro del goce, que
este final traducía ese pasaje.

En el texto en el que lo propuso – ya que lo propuso en un escrito antes de dar un curso sobreese tema –
titulado Proposición sobre el psicoanalista de la Escuela, expuesto el 9 de octubre de 1967 cuando recién
había comenzado su enseñanza en 1953, es decir 14 años después. Hay que hacer notar que se centró en
efecto en el inicio y en el final del análisis, lo que es bien conocido, salvo que hay que añadir que de
alguna manera reservó su doctrina sobre curso del análisis. El tercer término es el curso del análisis, lo
que hay entre el inicio y el final.¿Qué es entonces lo notable? El hecho que se articula el inicio y el final
en términos totalmente diferentes. Por decirlo de manera muy simple, articula el inicio en términos de
significantes y articula el final en términos de goce – dice esencialmente fantasma pero sabemos que
trabajará el concepto de fantasma orientado para poner en evidencia el goce y allí es retenido, producido
o escondido. Hay entonces una distancia terminológica entre el inicio y el final, y es esta distancia la que
incluso lo motivará, en sus Seminarios, a buscar la articulación de estos dos momentos. ¿En cuanto al
inicio, de qué se trata? Se trata esencialmente de la instalación de la transferencia, que en ese momento
es interpretada por el sujeto supuesto saber.

Interpretar el inicio del psicoanálisis por el sujeto supuesto saber, comporta la reducción del inconsciente
a significantes supuestos; eso supone que se interpreta el inconsciente en términos de significantes; y
como son significantes que son sólo supuestos, se interpreta el inconsciente en términos de
significaciones de saber.Para Lacan la situación inicial es una situación que llama convenida, es decir
articulada a un convenio, lo que viene al lugar del término que rechaza, pero que repercute de cierta
manera, el del contrato; eso marca en el fondo un cierto acuerdo.

En esta interpretación, lo que es sobretodo extraordinario es que al reducir al analizante a un significante


y al analista a un otro: S –––> Sq, esta significación de saber: s, no la coloca ligada al analista (JAM
coloca s primero bajo Sq), sino la coloca como ligada al analizante (JAM borra el s bajo Sq y la coloca
bajo S). Pero hay que comprender que es como el efecto de retroacción de la conexión con el analista,
que es la articulación del significante analizante al significante analista que se supone da nacimiento a la
significación del saber inconsciente. Esta asignación del saber inconsciente del lado del analizante
permite en el fondo subrayar que el analista mismo (JAM subraya Sq) no sabe nada acerca de los
significantes supuestos del inconsciente del analizante (JAM circunda s), pone el acento sobre su
ignorancia, y así justifica la recomendación freudiana de abordar cada nuevo caso como si no se hubiese
adquirido nada de los desciframientos de los otros casos. En todo caso, simplemente el inicio está aquí
articulado en términos de significante y significado. Y si hay un deseo que está implicado, el único
aislable es un deseo de saber.

Mientras que si nos reportamos al final del análisis, lo notable es que entonces aparece un nuevo
término, el del objeto pequeño a: (a), que es colocado en función con el término del complejo de
castración, escrito menos phi (–φ), como dos soluciones que pueden contribuir a la cuestión del ser del
psicoanalizante. El objeto, la castración, el ser, son todos términos ausentes en la elaboración inicial.
Digamos incluso que, correlativamente, aparece que en el registro del inicio no nos encontrábamos en el
orden del deser, el deseo de saber no tiene más asidero que en el deser. (JAM escribe deser (désêtre, en
francés) bajo el esquema del inicio), y aquí, al contrario, estamos supuestos a tener acceso al ser (JAM
escribe ser (être en francés) bajo el esquema del final).

Tenemos acá un clivaje, los términos están planteados, pero el pasaje sigue siendo problemático, y es lo
que animó la investigación de Lacan en sus siguientes Seminarios.
106

Simplemente se dice que la salida del análisis implica que el partenaire analista debe desvanecerse, que
en esta relación sólo se elucubró un saber vano de un ser que se disimula, y que no se descubre, en los
ejemplos que Lacan mismo mostró, que lo que podemos llamar una fijación de goce (JAM escribe en la
pizarra: fijación de g. (fixation de j en francés)), que es totalmente distinto a lo que había sido aislado
como la significación de saber inconsciente. Esta fijación de goce, de la que Lacan da dos ejemplos a
partir de su práctica, lo tacha de ingenuidad. Este término es bueno para oponerlo a la sofisticación de
las relaciones del significante y del significado: la búsqueda laberíntica inaugurada por el sujeto
supuesto saber desemboca en una solución ingenua, que él formula en una frase.

Sus sucesivos esfuerzos fueron inventar una lógica que conduciría del saber supuesto al descubrimiento
del goce fijado.

Este goce fijado lo abordó por el fantasma, luego por un concepto ampliado del síntoma.

Luego evidentemente, existe una diferencia entre abordarlo por el fantasma o abordarlo por el síntoma o
sinthome. La diferencia es la que revela en su escrito sobre Joyce el Síntoma, a saber que el goce propio
del síntoma es opaco, es decir que excluye el sentido. No es posible decirlo mejor, la fijación de goce
esencial del sujeto, cuando la llamamos síntoma, está fuera de sentido (JAM escribe en la pizarra: Σ:
fuera de sentido (hors sens, en francés), es decir, está fuera de ser asida en la matriz planteada
inicialmente.

Para Lacan, recurrir al sentido para resolver el goce implica un aplanamiento, ofrecer al análisis
solamente un final plano, felicitando, por ejemplo a Joyce por haber podido escapar a él.

El análisis se sirve de la metáfora paterna para resolver la cuestión del goce, se sirve de la metáfora
paterna y digamos de sus chirimbolos conceptuales habituales para taponar el enigma del goce y hacerlo
virar hacia el sentido, pero esto no es – y es con eso con lo que Lacan se compromete al final de su
enseñanza –, es sólo un engaño. Recurrir a la metáfora paterna es sólo un engaño frente al enigma del
goce que excluye el sentido.

Es allí donde Lacan, sobre el final del análisis, sólo pudo decir que esto – bueno, no lo dijo, sigo la vía
que él indica – que el final del análisis es una construcción del analizante.

Es el sentido de su pregunta: ¿Qué empuja a alguien a hystorizarse de si mismo sobre todo después de
un análisis?

¿Qué empuja a un analizante a narrar su análisis, a hacer de ello un relato que tenga sentido, sobre todo
luego de un análisis? Eso quiere decir que el análisis debería haberle enseñado lo que del goce excluye
el sentido ¿Por qué entonces urdir un relato que por el sentido, daría cuenta de la fijación de goce?

Entonces, él lo indica. Indica, en sus últimas reflexiones el clivaje que hay entre la verdad mentirosa,
que es elaborada en la dimensión inicial (JAM muestra el esquema del inicio), y lo que se obtiene al
final y que de manera auténtica, no es coherente con el sistema. Esto deja abierto un orden de relato que
puede ser concebido a condición de preservar su propia incompletud.

El relato del pase, de la manera en que Lacan lo refleja sin dar las coordenadas, es un relato que debe
comportar esencialmente el carácter de la alusión, de lo que no está dicho en pleno, ni en directo, sino un
relato que traduce el rodeo de lo que a merced del sentido, aparece como vacío.

Debo detenerme aquí, primero porque es la hora (risas), y sobre todo porque no conviene dar las claves
de la alusión.

Hasta la próxima semana.


107

Fin de la Duodécima Sesión del Curso JAM 2007-2008 – 19.03.08

• Curso del miércoles 12 de marzo de 2008

Curso del miércoles 19 de marzo de 2008


JAM retorna en este Curso sobre su intuición en el Curso precedente, referente a la palabra líquida,
para seguidamente interrogarse sobre el discurso del analista que enseña y su responsabilidad. Así, el
discurso del analista que enseña tiene la función de interpretación del psicoanálisis mismo. El
psicoanálisis puede ser interpretado porque es del orden del hecho. JAM aborda los dos momentos de la
experiencia psicoanalítica formalizados por Lacan, el del inicio y el del final. Atribuye al pase el valor
de la interpretación mayor que Lacan le otorgó al psicoanálisis. Leemos, al final de este Curso temas
sobre el relato del pase con el que Lacan nos tentó sin dar las coordenadas, y del que el rasgo más
sobresaliente es el de la alusión. Un relato que traduce el rodeo de lo que, a conveniencia del sentido,
aparece como vacío. (De TLN)

Tienen que saber que mientras hablamos del psicoanálisis, hay una pluma que garabatea en el papel el
estatuto de lo que será el psicoanálisis en el futuro. En efecto, el Estado francés al igual que los otros
Estados europeos, se preocupa por nuestro ejercicio que hoy conoce una extensión, una influencia que ya
no permite que los poderes públicos descuiden la reglamentación. Desde hace aproximadamente cinco
años está en el orden del día. En varias oportunidades nos hemos hecho escuchar sobre ese tema. Dicho
proceso parece encontrar un fin cercano y dada la postura, el compromiso que asumí, me hallo
constreñido a responder y a participar en ello. Lo anterior sustrae un precio de mi tiempo y de mi
preocupación que ustedes, desafortunadamente, tienen que padecer. Dado que se trata de negociaciones
no publicitadas, no puedo, pese al deseo que podría tener, hacerles partícipes; pero va de suyo que el peso
que ustedes representan, ustedes a quienes aquí me dirijo y en otro sitio, cuenta en la balanza. Espero que
impida que esta práctica, la nuestra, sea confinada a un lugar que algunos desean, un lugar lujoso y
privado, que continuará estando presente en las instituciones públicas y que no renegará de la influencia
que actualmente tiene en el público.

Pero al final todo ello demanda tiempo y me demanda, a mí en particular, una movilización que me quita
un cierto tiempo que no siempre puedo elegir.

Una vez dicho esto, me remito a la semana pasada cuando veo que asumí el riesgo de expresarme a partir
de una intuición, o más bien, a expresar esta intuición incluso crudamente, con tan poca elucubración de
saber como posible.

El saber se elucubra. Es una designación que le debemos a Lacan y que está hecha para poner a distancia
el saber, para indicar la distancia que hay entre el saber y el hecho. De este modo, sin duda, eso comporta
cierta desvalorización del saber, a lo que Lacan fue conducido. Por tanto, correlativamente, se le da un
cierto valor a la suspensión de la elucubración de saber, o al menos, a no introducirlo sino paso a paso,
tratando de dosificarla, de manera tal que modifique lo menos posible lo que se ofrece como hechos.

Esta intuición que les confié fue la del psicoanálisis líquido.

Una semana después, me parece que me dejé llevar, al aportarles eso en un impulso que no está lejos de
aquel que conduce a la asociación libre.

Acá, evocando al psicoanálisis como líquido, quería decir – lo advierto ahora – considerar con desdén
qué dirán, e incluso, qué harán con eso.

Esto me permite percatarme que la preocupación de qué dirán de eso, qué harán con eso, ¡y bien!
generalmente me refrena. Esto puede ser dicho bajo un cierto ángulo de la siguiente manera: es el espíritu
de responsabilidad que me constriñe.

¿Es eso lo que conviene?


108

¿Qué es ser responsable de lo que se dice? Es, para decirlo del modo más simple, ser capaz de responder
por lo que se dice. Es decir, ser capaz de afrontar la pregunta del otro acerca de lo que funda vuestro
dicho, acerca de lo que lo autoriza y acerca de las consecuencias que ese dicho arrastra. En efecto,
cuando se trata de los poderes públicos estamos obligados, se nos exige ser responsables, responder
respecto a la práctica del psicoanálisis de aquello que autorizaría a algunos y no a otros a entregarse a
ello. Y ciertamente se nos exige saber exponerlo en términos que sean aceptables para este otro, que en
efecto tiene el poder, un poder de hecho, y también un poder, sin duda legal para solicitarlo.

Pero en fin, aquí, confinado a esta sala, no es en ese otro en quien debo pensar. No es ese otro quien está
presente. Es un enclave. El otro del que se trata, son ustedes, ustedes a quienes me dirijo como
psicoanalistas, lo que sin duda es una simplificación de la diversidad de aquellos que están presentes y
que, tal vez, sin duda, no son todos psicoanalistas, pero que finalmente representan a esa instancia.

¡Y bien! La semana pasada me parece que, al menos al principio, me liberé de la censura que la
responsabilidad puede hacer pesar frente al cuerpo de los psicoanalistas.

Cuando se habla del modo llamado de la asociación libre, se suspende precisamente la responsabilidad.

En el enclave psicoanalítico el analizante es invitado a ser irresponsable. Digamos que es como si


obedeciese a la siguiente fórmula: Lo digo y no lo repito más, lo digo y continúo diciéndolo.

Es, en la experiencia analítica, lo que abre a que el otro, el analista, repita vuestro dicho, es decir, lo cite y
se lo devuelva. Repetir, citar el dicho del analizante, es en cierto modo el grado cero de la interpretación.

Es por cierto aquello de lo que en algún momento se puede hacer una comedia. ¿Cómo jugar al analista?
Ustedes repiten lo que vuestro interlocutor dijo con un punto de interrogación (risas), ustedes no
muestran vuestras cartas y entonces el desdichado concatena. Es una manera de jugar al analista, no se las
aconsejo (risas), puede ser muy mal tomado fuera de la situación analítica.

La cita, que produce lo mismo, introduce también una diferencia. Es constitutiva del enunciado –
hablando con propiedad, sólo hay enunciado a partir de la cita. La cita, diría, cristaliza la palabra líquida,
la solidifica en una unidad significante y cuando es atrapada en el intercambio de palabras, relanza lo que
se llama la enunciación, es decir la palabra líquida.

¿Entonces, el psicoanalista, un psicoanalista, tiene derecho a la irresponsabilidad cuando enseña?

Es seguro que la pregunta pesa sobre aquellos que están en esta posición y los conduce con frecuencia,
nos conduce con frecuencia a protegernos tras los enunciados de psicoanalistas que nos han precedido:
conduce fácilmente a encontrar refugio precisamente en la cita. Pero citar no es enseñar, no es enseñar en
el sentido al que un Lacan llevó este término.

A la pregunta que evoco acerca de la eventual irresponsabilidad del psicoanalista que enseña, Lacan dio
una respuesta – no una, sino una entre otras – que pesco en la página 815 de los Escritos 2, es una cita
aproximativa: El discurso de aquel que enseña, dice Lacan, cuando se dirige a los psicoanalistas, no tiene
derecho de ser irresponsable. La palabra tiene su peso. Puedo decir que desde que comencé a
aproximarme a esta posición, esta frase, esta palabra estuvo presente para mí.

¿Cómo llegué a esta posición? No llegué institucionalmente. La institución – la institución en la que


consentí ser inscrito, y aún consiento a ello – me prescribía enseñar acerca del psicoanálisis. Me encontré
enseñando a psicoanalistas, porque los psicoanalistas venían. Recuerdo muy bien mi sorpresa en aquel
momento al notar la presencia de uno, de dos, de tres, de un número mayor, que venían a entender el
desciframiento de Freud y de Lacan, desciframiento al que yo mismo estaba dedicado.

Esto hizo para mi más importante, presente, apremiante la noción de una responsabilidad, cuya naturaleza
Lacan precisa cuando dice – son los términos que empleó en ese entonces – que el sujeto del deseo debe
saberse efecto de palabra, es decir debe saber que es el deseo del Otro, y que el discurso del analista que
enseña debe ser responsable de este efecto de palabra. Hay un contraste entre el fuerte acento orientado
hacia la palabra irresponsable y la complejidad de aquello a lo que reenvía.

Ya me tocó comentar y tratar de cernir el punto preciso hacia el que esta responsabilidad conduce. Hoy lo
109

veo así. Es que normalmente, cuando uno enseña, ocupa el lugar del Otro con mayúscula – por función.

Uno está supuesto saber y, desde cierto punto de vista, por función, uno no falla.

Uno termina de hecho acostumbrándose a la inverosímil docilidad de aquellos que escuchan, docilidad
que sólo se rompe muy raras veces. Es la nostalgia que ocupa aquellos tiempos, del mayo 68, cuando esta
docilidad se invirtió en ataque hasta que descubrimos que el ataque no era sino la simetría de la docilidad.
Sólo había ataque porque la palabra de los profesores, en aquel tiempo, tenía un peso verdaderamente
notable; hoy en día ya no merece eso, no merece la insurrección.

Esencialmente se les pide que enseñen como debe ser.

Está presente en el espacio donde se enseña el psicoanálisis. Hubo un tiempo en el que la pregunta
candente era qué podía fundar el psicoanálisis, cuál podía ser su valor de verdad, su mérito. Mientras que
hoy en día se le pide más bien que responda a la pregunta ¿cómo hacer? pregunta de la que otrora yo me
reía, como la pregunta americana del How to? ¿Cómo se hace?,– simplemente a constatar en el hecho de
que los estantes de las librerías estaban ocupados por las obras cuyos títulos, en todas las disciplinas, eran
manuales de How to…? Los que enseñan el psicoanálisis dan testimonio de ello. La demanda que les es
dirigida hoy es de ese orden. Se enuncia bajo la forma de una demanda de clínica, pero la clínica de la
que se trata, la que se demanda es una clínica del saber–hacer. No voy a comenzar a burlarme de esa
demanda. Es inútil. Es un elemento con el que hay que jugar, con el que hay que saber hacer, y que puede
tomarse bajo un ángulo que no es despreciativo: es a aquello a lo que de hecho me esfuerzo, sin duda. Es
una demanda de saber–hacer que es intolerante o impaciente con las elucubraciones de saber y que
requiere que se vaya a la cosa misma de la experiencia.

Por tanto aquel que enseña ocupa hipotéticamente el lugar del Otro. No puede hacer que a través de su
discurso no vehicule un deseo y que a través de ese deseo determine el lugar del sujeto que escucha.

Puede decirse que esta responsabilidad también es válida para el analista cuando enseña la regla de la
asociación libre, entre comillas, a su paciente: determina así su lugar. Y a lo largo de la experiencia
analítica tiene la responsabilidad de determinar el lugar desde el cual el analizante va, si puedo decirlo, a
satisfacerlo.

Lo que Lacan propone es que todo discurso puede ser irresponsable de este efecto de palabra que
determina el lugar y, podría decirse, el valor del sujeto, – salvo el psicoanalista que enseña. El
psicoanalista que enseña tiene que tomar en cuenta, debe saber y debe manejar el efecto de palabra, el
efecto de valor subjetivo que su discurso conlleva.

Es una exigencia elevada, difícil de satisfacer, y decía que puedo darme cuenta cómo dicha exigencia, es
el término que me vino, me dominó.

Tal vez podría intentar una mínima elucubración diciendo al respecto – desde la óptica para la cual
coloco esta cita de Lacan – que el discurso del analista que enseña tiene función de interpretación.

¿Qué interpreta? Y bien, interpreta al psicoanálisis mismo.

He allí una frase que es del orden de aquello en lo que hay que pensar.

Si el psicoanálisis es susceptible de ser interpretado, es para nosotros hoy en día algo del orden del hecho
– cuando ya se viene practicando desde hace un siglo.

Hay psicoanálisis: hay la historia del psicoanálisis, hay instituciones psicoanalíticas y psicoanalistas, hay
personas que piensan en entrar en análisis, que entran en análisis – es del orden del hecho. Y esto aún
deja abierto el espacio en el que se trata de interpretar al psicoanálisis como hecho. Sabemos que se
puede interpretar por ejemplo, en el registro de la sociología – lo intentamos –, en el registro de la
psicología colectiva; la cuestión es la interpretación psicoanalítica del psicoanálisis, que no forzosamente
desconoce los otros determinantes del psicoanálisis.

Digo: El psicoanálisis es del orden del hecho ¿Acaso se puede describir ese hecho?

Se haría necesario un método que se pareciera, no se, a aquel que otrora se llamó la Nueva Novela:
110

intentar cernir al máximo el mundo circundante como constituido por objetos colocados unos al lado de
otros, dando las coordenadas de la manera más precisa, jugando a limpiar la descripción de toda
significación adventicia, como si enunciáramos el procedimiento de un experimento. ¿Cómo
describiríamos al psicoanálisis a la manera de la Nueva Novela? Diría que se trata de abrir la puerta, de
acoger, de instalar sobre un soporte, un asiento, un mueble, a un individuo – suponiendo que Aristóteles
sea congruente con la Nueva Novela (risas) –, y, este individuo, plegarlo a que se reduzca a ser aquel que
hable para otro que escucha y que habla de tanto en tanto. Sin duda, a nivel del hecho seríamos
conducidos a distinguir dos modos de palabra, la palabra líquida, la palabra pura pérdida, y la
interpretación, que es más bien la palabra sólida, la palabra breve, densa. Por supuesto tendríamos que
describir el hecho que hay uno que dirige, recibe al individuo, recibe el pago, pero finalmente, bueno dejo
esta descripción fáctica a vuestro estilo, a vuestra imaginación, apunto a un cierto grado cero, que no
intento producir.

Y, más allá de esto, todo el resto es del orden de la interpretación del psicoanálisis. Lo que tiene lugar en
lo que se conviene en llamar una situación, un dispositivo o una experiencia, todo ello es la interpretación
del psicoanálisis. La obra de Freud, la enseñanza de Lacan, es del orden de la interpretación del
psicoanálisis.

Es notable al referimos tanto a uno como al otro, es un hecho masivo, evidente, que tanto para uno como
para el otro esta interpretación se transforma con el tiempo.

Y si acercamos uno al otro, una vez comprometidos con este tema, ya no se detienen. Freud no se detuvo
en concatenar los artículos, los libros, las conferencias, en un continuo movimiento. Y Lacan lo acentúa,
obligándose a interpretar el psicoanálisis semanalmente durante treinta años, sin dejar su bulto, sin jamás
decir Ya llegamos, diciéndolo sólo para enseguida abrir la vía de los complementos, de las correcciones,
de las transformaciones. Es muy singular, si pensamos en ello, si uno se separa de la costumbre.

Es clásico en Freud distinguir por ejemplo la época de la primera tópica y de la segunda, en la que las
coordenadas de la interpretación del psicoanálisis son modificadas. Igualmente para Lacan, su enseñanza
se presta a ser dividida en períodos. Fui, creo, el primero, en todo caso el más tenaz, en hacerlo: el primer
Lacan, el Lacan clásico, la última enseñanza, el que viene después de todas las anteriores. Es validado, al
menos, por el hecho de que sus lectores lo retoman.

Esto abre por supuesto la pregunta de saber cuál es la interpretación contemporánea que puede hacerse
del psicoanálisis, ya que todo muestra que la interpretación del psicoanálisis está en función del tiempo
que pasa. Para ser más preciso se podría incluso decir que la interpretación del psicoanálisis está en
función de los efectos y de las consecuencias de la práctica del psicoanálisis sobre el psicoanálisis.

Entonces, autoricémonos a hacer un retorno sobre la historia del psicoanálisis, precisamente sobre lo que
apareció en el curso del siglo XX como un corte, luego de veinte años de práctica del psicoanálisis,
alrededor del año 1920. Todo el mundo está de acuerdo, por haber ubicado en esa fecha un giro llamado
de la técnica psicoanalítica, un giro hacia lo que dio en llamarse el psicoanálisis de las resistencias.

Lacan relaciona ese giro con lo que los analistas debieron constatar en esa fecha, de lo que llama una
amortización de los resultados del análisis. Los reenvío a los Escritos 1, página 320, página que figura en
el escrito cuyo título es Variantes de la cura tipo en el que Lacan trata de inscribir en su lugar en el curso
histórico del psicoanálisis, la tentativa que viene de inaugurar con su Discurso de Roma, un año antes, en
1953. Rehace por tanto la historia en función de la tentativa que él inaugura. Y recuerda, con humor, que
Freud recomienda, antes de los años ´20, que se apuren en hacer el inventario del inconsciente antes que
se cierre. Freud tenía la intuición que la operación que él seguía no dejaría el objeto de investigación
inerte, pero que, en caso que el psicoanálisis lo requiriera, su objeto, llamado el inconsciente, se haría
inasible. Se puede decir, al menos por aproximación, que los analistas practicantes, alrededor del año
1920, experimentaban como un momento de cierre del inconsciente, que ya no era como antes. No data
de hoy ese sentimiento que se limitó al inconsciente de tal manera que no nos permite interpretar al
psicoanálisis como se hacía anteriormente. Es lo que la comunidad analítica percibió alrededor de esa
fecha.

Hasta ese momento, la palabra–amo, si así puedo decirlo, la práctica mayor, era el desciframiento de las
formaciones del inconsciente. Analizar era descifrar: los sueños, los actos fallidos, los lapsus, Lacan
añadió los desórdenes de la rememoración, los caprichos de la asociación, y el dicho etc. – hay que añadir
el síntoma.
111

De lo que se percataron en ese entonces los analistas fue la distancia entre los éxitos del desciframiento y
el fracaso de la verdad.

El desciframiento no tiene ipso facto, como consecuencia, la curación del enfermo puesto que es aún en
tanto tal que el analizante figuraba en la cura analítica: el hecho que hablemos comúnmente de analizante
más que de enfermo es el resultado de una reinterpretación del psicoanálisis por parte de Lacan y el
hecho que hablemos de experiencia analítica más que de cura también es una reinterpretación. En aquel
momento, los analistas percibieron en el dolor que el desciframiento no era en si mismo lo que
transformaba, e intentaron dar cuenta de esta separación con el concepto de resistencia. El paciente,
pensaron, resiste en reconocer el sentido de sus síntomas. Y por ese hecho, trataron, definieron al
psicoanálisis, interpretaron al psicoanálisis más allá del desciframiento del inconsciente como el análisis
de las resistencias. En el inicio de su tentativa, Lacan, en el punto al que había llegado, consideraba que
el análisis de las resistencias, en el que se habían involucrado todos los analistas salvo Freud, traducía,
según él, y lo cito, un movimiento de renuncia al uso de la palabra. Entre paréntesis, vale sin duda, la
pena interrogarse acerca de la relación que hay entre esta supuesta renuncia al uso de la palabra y la
desvalorización explícita que sufre el uso de la palabra al final de la enseñanza de Lacan: lo que aisló
como renuncia, ¿es lo que retorna, en su propia trayectoria al final, como una desvalorización del uso de
la palabra?

Luego, el análisis de las resistencias promueve a un primer plano dos categorías, la del yo que tomó
prestada de la segunda tópica, y que sería el agente de la resistencia – entre paréntesis, en tanto que Freud
en su segunda tópica da un lugar a la resistencia del ello y a la del superyó –, y la categoría de la defensa.
Ambas categorías confluyen en el concepto de los mecanismos de defensa del yo producido por Anna
Freud, que se convertirá en la doctrina mayor de la comunidad analítica hasta la emergencia de la
categoría de la constratransferencia.

¿Mecanismos de defensa del yo contra qué? Contra la pulsión. Y allí todavía podríamos colocar entre
paréntesis que el correlato hallado en la enseñanza de Lacan a esta promoción de la defensa contra la
pulsión, es de hecho su promoción cada vez más insistente de la categoría del goce. Como si Lacan, en la
segunda mitad del siglo XX hubiese, a su manera, vuelto a hacer el camino que había recorrido la
comunidad analítica en la primera mitad. Es una hipótesis que evoqué en el momento en el que daba aquí
el curso sobre la experiencia de lo real en el psicoanálisis.Entonces, la enseñanza de Lacan se inauguró a
partir de la crítica del análisis de las resistencias, es decir con una fe renovada en los poderes de la
palabra y en su eficacia sobre la pulsión. Lo llamó una nueva alianza con el descubrimiento de Freud.
Nueva alianza renovada por el apoyo encontrado en la lingüística, pero digamos nueva alianza que
encontraba si puedo decir, la fe de los orígenes, y que daba a su Discurso de Roma su lado que
entusiasmaba en cuanto ponía al desnudo el resorte eficaz del psicoanálisis.Esto suponía el borramiento
del yo, reenviado a la imagen narcisista y a las contradicciones, a los desórdenes de las identificaciones
imaginarias.También suponía que lo que Lacan llamó en aquel momento el punto–sujeto de la
interpretación sustituía al yo. El punto–sujeto de la interpretación es su primera definición de sujeto: lo
que llamó el sujeto es lo que es dócil a la interpretación; lo que llamó el sujeto es una variable a lo que
una interpretación puede dar su valor. Esto pone por tanto fuera de su campo lo inerte en relación a la
acción de la palabra – considerando que esta inercia es secundaria. Y por tanto es una interpretación, de
alguna manera transparente, del psicoanálisis.

Borramiento del yo, sustitución del yo por el sujeto, y en tercer lugar eso suponía la supremacía del
deseo. El deseo, al mismo tiempo que se desvía en relación a la demanda, es susceptible a la
interpretación, inclusive idéntico a la interpretación. Es la famosa frase de Lacan: El deseo es su
interpretación. Y la supremacía del deseo es en particular la supremacía del deseo sobre la pulsión.
Digamos que la tesis esencial por la cual Lacan supera las dificultades que habían dado nacimiento al
análisis de las resistencias, es la tesis: el deseo estructura las pulsiones. Lo que quiere decir: el resorte es,
en todos los casos, un resorte de palabra.

Esta dominancia de la palabra, él la traduce en la constante promoción de lo simbólico, hasta reemplazar,


si puedo decirlo, los mecanismos de defensa de la vieja Anna Freud por los mecanismos significantes de
la metáfora y de la metonimia, puesto que emplea al respecto la palabra de mecanismo, que en el marco
del discurso analítico, no puede dejar de evocar el término annafreudiano.

Ahora la resistencia. ¿Por qué alrededor de los años ´20 habían interpretado el psicoanálisis en términos
de resistencia? Fue porque creían poder constatar que la palabra líquida, si puedo decirlo, no tenía efecto,
no tenía el suficiente efecto más allá de un cierto punto, sólo tenía efectos limitados.
112

Y en el fondo la resistencia era el nombre de este límite. De forma tal que, de acuerdo a ciertos aspectos,
la resistencia podría ser lo que Lacan redescubrió bajo las formas del goce.Durante mucho tiempo,
durante más de diez años, doce–trece años, Lacan dejó en cierto suspenso su doctrina del fin de análisis.
Quedó en sus Seminarios, en sus escritos como un horizonte, como si hubiese cierta dificultad en precisar
el final del análisis si se lo piensa, por decirlo de manera muy simple, a partir de la palabra.

En el momento en el que propuso, en el que interpretó al psicoanálisis por el pase es cuando pensó en
superar este obstáculo.

El pase es sin duda la interpretación mayor que Lacan dio del psicoanálisis. Interpretó el psicoanálisis en
el sentido que debía tener un final, y que este final permitía pasar – para decirlo siempre de manera muy
simple y con la menor elucubración de saber posible – del registro de la palabra al registro del goce, que
este final traducía ese pasaje.

En el texto en el que lo propuso – ya que lo propuso en un escrito antes de dar un curso sobreese tema –
titulado Proposición sobre el psicoanalista de la Escuela, expuesto el 9 de octubre de 1967 cuando recién
había comenzado su enseñanza en 1953, es decir 14 años después. Hay que hacer notar que se centró en
efecto en el inicio y en el final del análisis, lo que es bien conocido, salvo que hay que añadir que de
alguna manera reservó su doctrina sobre curso del análisis. El tercer término es el curso del análisis, lo
que hay entre el inicio y el final.¿Qué es entonces lo notable? El hecho que se articula el inicio y el final
en términos totalmente diferentes. Por decirlo de manera muy simple, articula el inicio en términos de
significantes y articula el final en términos de goce – dice esencialmente fantasma pero sabemos que
trabajará el concepto de fantasma orientado para poner en evidencia el goce y allí es retenido, producido
o escondido. Hay entonces una distancia terminológica entre el inicio y el final, y es esta distancia la que
incluso lo motivará, en sus Seminarios, a buscar la articulación de estos dos momentos. ¿En cuanto al
inicio, de qué se trata? Se trata esencialmente de la instalación de la transferencia, que en ese momento es
interpretada por el sujeto supuesto saber.

Interpretar el inicio del psicoanálisis por el sujeto supuesto saber, comporta la reducción del inconsciente
a significantes supuestos; eso supone que se interpreta el inconsciente en términos de significantes; y
como son significantes que son sólo supuestos, se interpreta el inconsciente en términos de
significaciones de saber.Para Lacan la situación inicial es una situación que llama convenida, es decir
articulada a un convenio, lo que viene al lugar del término que rechaza, pero que repercute de cierta
manera, el del contrato; eso marca en el fondo un cierto acuerdo.

En esta interpretación, lo que es sobretodo extraordinario es que al reducir al analizante a un significante


y al analista a un otro: S –––> Sq, esta significación de saber: s, no la coloca ligada al analista (JAM
coloca s primero bajo Sq), sino la coloca como ligada al analizante (JAM borra el s bajo Sq y la coloca
bajo S). Pero hay que comprender que es como el efecto de retroacción de la conexión con el analista,
que es la articulación del significante analizante al significante analista que se supone da nacimiento a la
significación del saber inconsciente. Esta asignación del saber inconsciente del lado del analizante
permite en el fondo subrayar que el analista mismo (JAM subraya Sq) no sabe nada acerca de los
significantes supuestos del inconsciente del analizante (JAM circunda s), pone el acento sobre su
ignorancia, y así justifica la recomendación freudiana de abordar cada nuevo caso como si no se hubiese
adquirido nada de los desciframientos de los otros casos. En todo caso, simplemente el inicio está aquí
articulado en términos de significante y significado. Y si hay un deseo que está implicado, el único
aislable es un deseo de saber.

Mientras que si nos reportamos al final del análisis, lo notable es que entonces aparece un nuevo término,
el del objeto pequeño a: (a), que es colocado en función con el término del complejo de castración,
escrito menos phi (–φ), como dos soluciones que pueden contribuir a la cuestión del ser del
psicoanalizante. El objeto, la castración, el ser, son todos términos ausentes en la elaboración inicial.
Digamos incluso que, correlativamente, aparece que en el registro del inicio no nos encontrábamos en el
orden del deser, el deseo de saber no tiene más asidero que en el deser. (JAM escribe deser (désêtre, en
francés) bajo el esquema del inicio), y aquí, al contrario, estamos supuestos a tener acceso al ser (JAM
escribe ser (être en francés) bajo el esquema del final).
113

Tenemos acá un clivaje, los términos están planteados, pero el pasaje sigue siendo problemático, y es lo
que animó la investigación de Lacan en sus siguientes Seminarios.

Simplemente se dice que la salida del análisis implica que el partenaire analista debe desvanecerse, que
en esta relación sólo se elucubró un saber vano de un ser que se disimula, y que no se descubre, en los
ejemplos que Lacan mismo mostró, que lo que podemos llamar una fijación de goce (JAM escribe en la
pizarra: fijación de g. (fixation de j en francés)), que es totalmente distinto a lo que había sido aislado
como la significación de saber inconsciente. Esta fijación de goce, de la que Lacan da dos ejemplos a
partir de su práctica, lo tacha de ingenuidad. Este término es bueno para oponerlo a la sofisticación de las
relaciones del significante y del significado: la búsqueda laberíntica inaugurada por el sujeto supuesto
saber desemboca en una solución ingenua, que él formula en una frase.

Sus sucesivos esfuerzos fueron inventar una lógica que conduciría del saber supuesto al descubrimiento
del goce fijado.

Este goce fijado lo abordó por el fantasma, luego por un concepto ampliado del síntoma.

Luego evidentemente, existe una diferencia entre abordarlo por el fantasma o abordarlo por el síntoma o
sinthome. La diferencia es la que revela en su escrito sobre Joyce el Síntoma, a saber que el goce propio
del síntoma es opaco, es decir que excluye el sentido. No es posible decirlo mejor, la fijación de goce
esencial del sujeto, cuando la llamamos síntoma, está fuera de sentido (JAM escribe en la pizarra: Σ:
fuera de sentido (hors sens, en francés), es decir, está fuera de ser asida en la matriz planteada
inicialmente.

Para Lacan, recurrir al sentido para resolver el goce implica un aplanamiento, ofrecer al análisis
solamente un final plano, felicitando, por ejemplo a Joyce por haber podido escapar a él.

El análisis se sirve de la metáfora paterna para resolver la cuestión del goce, se sirve de la metáfora
paterna y digamos de sus chirimbolos conceptuales habituales para taponar el enigma del goce y hacerlo
virar hacia el sentido, pero esto no es – y es con eso con lo que Lacan se compromete al final de su
enseñanza –, es sólo un engaño. Recurrir a la metáfora paterna es sólo un engaño frente al enigma del
goce que excluye el sentido.

Es allí donde Lacan, sobre el final del análisis, sólo pudo decir que esto – bueno, no lo dijo, sigo la vía
que él indica – que el final del análisis es una construcción del analizante.

Es el sentido de su pregunta: ¿Qué empuja a alguien a hystorizarse de si mismo sobre todo después de un
análisis?

¿Qué empuja a un analizante a narrar su análisis, a hacer de ello un relato que tenga sentido, sobre todo
luego de un análisis? Eso quiere decir que el análisis debería haberle enseñado lo que del goce excluye el
sentido ¿Por qué entonces urdir un relato que por el sentido, daría cuenta de la fijación de goce?

Entonces, él lo indica. Indica, en sus últimas reflexiones el clivaje que hay entre la verdad mentirosa, que
es elaborada en la dimensión inicial (JAM muestra el esquema del inicio), y lo que se obtiene al final y
que de manera auténtica, no es coherente con el sistema. Esto deja abierto un orden de relato que puede
ser concebido a condición de preservar su propia incompletud.

El relato del pase, de la manera en que Lacan lo refleja sin dar las coordenadas, es un relato que debe
comportar esencialmente el carácter de la alusión, de lo que no está dicho en pleno, ni en directo, sino un
relato que traduce el rodeo de lo que a merced del sentido, aparece como vacío.

Debo detenerme aquí, primero porque es la hora (risas), y sobre todo porque no conviene dar las claves
de la alusión.

Hasta la próxima semana.


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Fin de la Duodécima Sesión del Curso JAM 2007-2008 – 19.03.08

• Curso del miércoles 12 de marzo de 2008

En este Curso, JAM nos entrega sus reflexiones en relación con el psicoanálisis, a partir de una posición
que caracteriza como siendo del orden de una “posición de inmanencia”.Ustedes leerán cómo JAM
trata de dar cuenta, a partir de una intuición, bajo la forma de la metáfora líquida, del pasaje en la
enseñanza de Lacan de la concepción estructural de las formaciones del inconciente hacia los efectos de
lalengua sobre el cuerpo, a título de acontecimiento de cuerpo. De este modo, será conducido a
proponer en lugar del desciframiento, el corte del redondel de cuerda surgido de la clínica de los
nudos.Es el corte el que debe mantenerse a “nivel del acontecimiento de goce”. JAM va a situar, de
manera totalmente inédita, el lugar del control analítico, y finalmente reubicará la sesión corta, en la
era del “psicoanálisis líquido”. Esta no está ordenada al sentido del deseo, sino que “esta ordenada a
los acontecimientos de cuerpo”(From TLN)

El psicoanálisis líquido
Voy a dedicarme hoy a unas reflexiones sobre el psicoanálisis, aquellas que me surgieron, podemos decir,
en tanto que practicante, un practicante a quien su práctica, su práctica efectiva, suscita interrogantes. De
alguna manera son reflexiones realistas.

Digo reflexiones sobre el psicoanálisis, sería mejor sin duda decir en el psicoanálisis. Pues estas
reflexiones no me surgen de una posición exterior, trascendente, sino de una posición que es de inclusión
en el psicoanálisis, incluso, si puedo decir este término, de inmanencia. Un psicoanalista reside en el
psicoanálisis, está contenido en él. Y puedo decir el término que me surgió, de una posición de
inmanencia, puesto que no diré hoy más que lo que me surgió por vía de la asociación libre. Quiero decir
que estoy inmerso allí. Es una imagen sin duda. Estar inmerso en el psicoanálisis, sumergido en el
psicoanálisis como en un líquido. Como esta imagen me surgió, encontré allí la ocasión de decirme que
en efecto, el psicoanálisis se ha vuelto hoy, líquido, lo que puede hacer pensar, por asociación libre, que
está también li–quid–ado (risas), pero precisamente me detengo allí, digo líquido. Y veo numerosos
testimonios de ello

Es un término, un adjetivo, que fue utilizado por el sociólogo Zygmunt Bauman, si no me equivoco, para
calificar la sociedad de hoy, la civilización de hoy, La calificó de líquida. Imagino que es en rezón de lo
que se manifiesta como una movilidad de los ideales, como transformaciones tecnológicas cada vez más
aceleradas, como una volatilización de los límites, de las fronteras, lo que es un modo de designar la
emergencia y los efectos de lo que llamamos la mundialización – con lo cual se designa ante todo, en
definitiva, un fenómeno de comunicación, que tiende a la unificación de la información, y que quizás se
nos presenta primeramente por su fase, su aspecto de desestructuración.!Y bien! hay también una
desestructuración del psicoanálisis, de un psicoanálisis que había encontrado con Lacan el resorte del
estructuralismo y del que podemos decir, si nos fiamos en la imagen, que tiende a devenir un
psicoanálisis líquido. En todo caso, es lo que me surgió siguiendo como hilo: cómo el psicoanálisis
devino líquido y cómo lo practicamos hoy bajo una forma que no es más, digamos muy simplemente, el
psicoanálisis sólido, de la época de la estructura..Es lo que hace también que los recursos que
encontramos en la historia del psicoanálisis, en los casos princeps de Freud, en sus construcciones
teóricas, en las épocas de la enseñanza de Lacan, están de algún modo hoy tomados en una cierta
nostalgia.

Es lo que refiero al estado actual del psicoanálisis que sería un estado líquido.Bueno, solo hago una
imagen de ello, pero en fin es así como me surge, por lo tanto voy a hilar la metáfora para intentar ser
auténtico. Hilar la metáfora, es adoptar, concerniendo al psicoanálisis y concerniendo las curas analítica,
la experiencia analítica de aquellos que se dedican a él, que se ligan a él, la imagen del fluido, de lo que
no es sólido, lo que fluye, escapa, como inasible.

Hay que decir por otra parte que las modulaciones, los temperamentos, que fueron aportados a la noción
del final de análisis en tanto que el pase contribuyen a esta fluidificación. Lamentamos que el final de
análisis no tenga, en los que podemos decir hoy, las aristas que tenía aún hace tiempo. De allí, en
115

ocasiones, la incertidumbre que toma el camino que Lacan había balizado y que aquí, como en otros
lugares, un cierto número había emprendido, siguiéndolo, como dando una seguridad, que hoy parece
sacudida.

Un fluido es también lo que califica un cuerpo que se deforma bajo la acción de fuerzas mínimas. Y esto
no puede no evocarnos aquello a lo que Lacan recurrió en su última y muy última enseñanza, el nudo,
que prometió, ampliamente en vano, como la referencia del psicoanálisis. Algunos trataron, tratan de
desarrollar este esbozo, pero no creo ser excesivo diciendo que estas tentativas no obtienen la
aquiescencia de la comunidad informal de aquellos que practican. Esta referencia no es quizá más que
una metáfora, y el psicoanálisis nodal ganaría quizá siendo resituado a partir de lo que llamaba el
psicoanálisis líquido.El psicoanálisis nodal, si es aquel que Lacan propone al final de su camino, estudia
digamos deformaciones – porqué no–, estudia deformaciones que responden, en efecto, a la acción de
una fuerza mínima, de una fuerza que está totalmente concentrada en, no veo otra manera de decirlo, en
la acción de tirar, tirar de las cuerdas.¿Cómo llegamos a esto, cuando pasamos por donde pasó Lacan, a
centrase en esta acción de tirar de las cuerdas y proponer esta acción como referencia para el
psicoanálisis? Les digo verdaderamente como reflexiono en todo esto, en su carácter incoativo,
emergente, apenas puesto en forma. ¿Cómo es que llegamos a centrarnos, a partir del psicoanálisis, en la
acción de tirar de las cuerdas?Tiramos de las cuerdas para obtener, sobre ciertas figuras, cambios de
aspectos, inmediatamente constatables, es decir visualmente – es a lo que tienden las demostraciones y
las mostraciones de Lacan en el pizarrón.Estos cambios de aspecto introducen en general un problema
que podemos extraer, que es siempre el mismo, y que es este: esos aspectos nodales diferentes,
¿responden o no al mismo nudo? Y Lacan concluye su enseñanza interrogando, de manera apasionada,
esta reducción posible.

Entonces, en relación con estos aspectos diferentes, ¿qué es el mismo nudo? ¿Por qué su práctica y su
reflexión por el psicoanálisis lo condujeron a ello?

El mismo nudo. Lo que hace a su mismidad, sería el hecho de que puede ser identificable por su
estructura matemática. Esta estructura matemática por otra parte, Lacan la guardó a distancia, no entró en
ella verdaderamente, pero la guardó, me parece, como referencia, y lleva con ella la noción de este nudo
fuera de todo aspecto.Dicho de otro modo, exploró de manera repetitiva, el clivaje entre estructura y
aspectos.

Se empeñó en mostrar en qué sentido una multiplicidad de aspectos: x x x x x, podía ser referida a la
unidad, a la unicidad de un mismo objeto: N. Entonces, esta multiplicidad de aspectos, es una
multiplicidad cuyos elementos, tomados visualmente, pasan los unos en los otros: x–x–x–x–x, sin
solución de continuidad.

Tiramos, tironeamos, y eso se presenta de otra manera. Podemos preguntarnos si es siempre el mismo
cuando les presentan estados diversos de lo que se ha manipulado.

En la línea de la imagen, que me conduce aquí, diría que esta multiplicidad testimonia de un modo
líquido, mientras que la estructura nodal, ella, se desprendería del modo sólido..Por este hecho, este
extraño nudo, que Lacan aportó en el psicoanálisis, podría en el contexto donde lo inscribo, ser definido
de este modo. Podríamos decir que el nudo permite pensar lo que subsiste de la estructura que responde
al estado líquido del psicoanálisis, que el nudo nos presenta una articulación – diría para emplear un
tèrmino estructuralista – entre lo que hay de líquido y lo que hay de estructura subsistente.

Tratemos de encarnar la intuición que me conduce a hablar del psicoanálisis líquido. ¿Qué es lo que tiene
que hacer el líquido aquí?¿Donde se inscribe exactamente,

Hablamos de dinero en efectivo (liquide). Se le supone al psicoanálisis lacaniano tener una preferencia
por el dinero en efectivo (liquide). (risas) Cuando el consumidor de psicoanálisis viene y propone pagar
con cheque, siempre hay un pequeño índice de transferencia negativa (risas). Lo he constatado. Y a
medida que la transferencia se torna positiva, el paciente propone comprar sus cheques (risas), lo que
quiere decir que no hay que encasillarlos inmediatamente. En el fondo queda el testimonio de una
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resistencia al efectivo (liquidité). Entonces, el dinero en efectivo (líquide) es llamado así porque pasa de
mano en mano, sin dejar huellas, sin inscribirse en las escrituras, y escapando a las estructuras que de
otro modo lo capturan.

Pero no es en ese sentido que hablamos de psicoanálisis líquido. Es más bien la palabra misma la que
merece esta adjetivación, es la palabra que es líquida.

Freud abrió la puerta simplemente diciendo que invita al paciente a decir lo que quiera. Pero, ¿la palabra
voluntad está aquí en su lugar? Puesto que se trata más bien de sustraer la palabra a la voluntad, de tener
la voluntad de sustraer la palabra a la voluntad, y de decir lo que se les pasa por la cabeza, sin tener en
cuenta lo conveniente, sin tener en cuenta la verdad como exactitud, sin la aprobación que ustedes
podrían dar a lo que dicen, etc.

Es lo que recogemos con el vocablo de la asociación libre y que, de hecho, si consideramos aquello de lo
que se trata en el límite, es una invitación a usar la palabra sin la imposición de comunicar, es una
asociación libre de la comunicación, liberada de la comunicación.

Este modo, este modo tan especial de la palabra, en efecto pone en evidencia lo que llamo su aspecto
líquido.Entonces, tomó mucho tiempo en afirmarse esta liquidez de la palabra. Y esto pone al tiempo en
el análisis mismo. La palabra esta más constreñida al comienzo de la experiencia, cuando esta
experiencia se prolonga más allá de los límites medios que Freud le imponía, cuando la experiencia dura,
podemos decir que este aspecto líquido de la palabra se afirma cada vez más.

Sin duda – es una hipótesis –, es este aspecto líquido el que condujo a Lacan, luego de veinte años de
enseñanza, a aportar la noción de lalengua en su diferencia con el lenguajeLa palabra lenguaje llama a la
palabra estructura. Lacan no profirió este término de lenguaje más que apoyándose en el discurso, que
consideraba como científico, de la lingüística sausuriana y jakobsiana. Y hizo derivar de él, al comienzo,
la palabra, la palabra apareciendo de este modo como palabra de estructura, si puedo decirlo, palabra
esencialmente referible a la estructura, que distingue el significante y el significado y que remite la
significación a la sustitución y a la combinación de elementos significantes. Es el punto de Arquímedes a
partir del cual Lacan tomó la obra de Freud y la reordenó.Es en este punto de Arquímedes, el suyo, que se
empeñó introduciendo otra perspectiva, haciendo resaltar el estatuto de lalengua, de la que puedo decir
hoy que responde más bien al estado líquido de la palabra.

La báscula, que introduce Lacan, de un modo que me parece, de todos modos, sorprendente, en su última
y muy última enseñanza, esta báscula se produce al final del Seminario XX titulado Aún. El concepto de
lalengua está destinado a destruir al psicoanálisis sólido. Es ya un concepto que anuncia que la palabra es
del orden de la secreción, que es un fluido lingüístico. Es lo que anuncia ya que el significante no es más
que el producto del discurso científico sobre lalengua, y pondría científico entre comillas puesto que ya
no estamos en el momento donde podemos decir que la lingüística de Saussure es la ciencia del lenguaje
– la lingüística de Saussure fue un modo de atrapar la palabra líquida.

Lo que Lacan llamó el lenguaje, en el surco dejado por Saussure, era una estructura que terminó por
descubrir que estaba a distancia de lalengua. Es sin duda porque prefirió el nudo al lenguaje (JAM
subraya el esquema del pizarrón), pues en el nudo, el nudo–estructura es adecuado al nudo–aspecto.

Por el contrario, y es lo que Lacan planteó en el umbral de su última enseñanza, no solo hay lalengua,
sino también hay una distancia, una distancia necesaria, entre lalengua y el lenguaje..Es el valor que hay
que dar a este esbozo de cronología que él podía presentar diciendo que –lo cito– el lenguaje,
primeramente, no existe. No se pone a existir, comento yo, sino una vez que hemos tratado de saber algo
sólido en lo que concierne a lo que es lalengua: entonces, elaboramos la estructura del lenguaje, que no es
–lo cito– más que una elucubración de saber sobre lalengua.Me parece que esta distancia es
verdaderamente la distancia mayor a partir de la cual pivotean no solo la teoría sino la práctica del
psicoanálisis.

Es incluso a partir de lo cual la teoría del psicoanálisis se descarga de su herencia y que Lacan trata de
proveerle un sustituto con su psicoanálisis nodal.

Es a partir de allí que entramos en la práctica contemporánea del psicoanálisis, al mismo tiempo, sin
duda, que podemos hablar más generalmente, de una civilización donde el Otro no existe, donde la
evidencia de la inexistencia del Otro se hace cada vez más presente – lo que pudo traducirse en los
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términos de la sociedad líquida. Y esto recae, repercute, muy directamente sobre la práctica del análisis,
si me atrevo a decirlo, su nivel de apercepción de la palabra del analizante.¿A qué nivel se sitúa el
inconciente?¿A nivel del lenguaje o a nivel de lalengua?¿A nivel del lenguaje como estructurado o a nivel
de lalengua que ya esboza, implica más bien su desestructuraación, su fluidificación?

Lacan dio una respuesta que comenzó por ser ambigua, que comenzó a mezclar las cosas, hasta bascular
del lado de lalengua, es decir de lo que yo llamaba la palabra líquida.

Primeramente el inconciente está a nivel del lenguaje.El Inconciente está a nivel del lenguaje en tanto que
estructura, es decir, el inconciente se estructura como un lenguaje, y en particular se estructura en la
oposición del significante y del significado. Es a este nivel que Lacan pudo reformular las grandes
estructuras clínicas que dio la psiquiatría clásica y los primeros tiempos de la elaboración freudiana. Es a
ese nivel que debemos lo que en la clínica continúa orientándonos como estructura.Pero allí es donde hay
que poner de relieve lo que Freud mismo decía del inconciente, que no es más que una hipótesis. Y es lo
que Lacan retoma: el inconciente no es más que hipotético como estructura, no es más que hipotético en
relación con lalengua. Es lo que hace al psicoanálisis ser no newtoniano: está obligado a forjar hipótesis.
Estamos obligados en el psicoanálisis a forjar una hipótesis sobre la coherencia, la conjunción y la
conjugación de lo que, a propósito del nudo, yo llamaría aspectos.¿Cómo decirlo de la manera más
simple y mas cercana a la práctica?

El inconciente es una construcción. Cualquier control está allí para atestiguar de ello. En su práctica, un
analista no tiene que vérselas con el inconciente más que como una construcción, intenta la edificación,
que trata de verificar, que corrige sin que pueda sacar a esta construcción del registro de la hipótesis. Y
cuando este analista entrega su trabajo a un colega en el marco del control, entrega una hipótesis, que se
presta a discusiones, a correcciones. Es decir que el inconciente es una construcción, del lado de la
práctica del analista. No sé cómo ser más realista que esto: es así como esto ocurre, no lo obtenemos más
que como esto.

Entonces, en segundo lugar, el inconciente a nivel de lalenguaPara tratar siempre de ser realista, o
auténtico, diría que esto, es el lado del analizante. En el sentido en que, cito a Lacan, el inconciente es un
saber hacer con lalengua. Esto califica, si puedo decirlo, la práctica del analizante. Y esto la califica
precisamente en tanto que escapa a lo que él enuncia. No le escapa como un mensaje a descifrar, en cuyo
caso, queda incluido en el enunciado. Si tomamos en serio que esto le escapa, hay que decir que esto
califica, y es lo que dice Lacan, califica afectos, lo que el llama afectos, lo que llamará también más tarde
acontecimientos de cuerpo, extiendo ese término hasta allí –, afectos que restan enigmáticos, y que hay
que referir a la presencia de lalengua.Hay allí una distancia entre lo que el sujeto es capaz de enunciar y
esos afectos cerrados sobre su enigma. Es al menos así como entiendo lo que Lacan pudo formular en los
términos siguientes: Los efectos de lalengua –lo cito– van mucho más allá de todo lo que el ser que habla
es susceptible de enunciar.Hay que decir que esa frase, abre a un campo no balizado por la estructura del
lenguaje. No dice que lo que el sujeto es susceptible de enunciar nos permite alcanzar todos los efectos de
lalengua, sino por el contrario que lo que enuncia no nos permite alcanzar todos esos efectos. Lo que se
enuncia, agregaría: incluso para ser descifrado por el analista, lo que se enuncia incluso para ser
descifrado por el analista no nos permite alcanzar todos los efectos de lalengua.

Y por lo tanto, incluso si se imputa aquí a la palabra el resorte de esos afectos, esos afectos son de todos
modos rechazados fuera del reino del enunciado.Me parece que Lacan dará a esos afectos su pleno
desarrollo, dará su esencia, su Wesen, en el sentido en que Heidegger emplea el término: el traductor del
curso recientemente aparecido subraya que en Heidegger Wesen quiere decir plena esencia, irradiación de
la esencia –, y bien, a estos efectos Lacan dará su plena esencia implicando, mas tarde, acontecimientos
de cuerpo.

Hace tiempo acentué esta expresión, que luego tuvo mucho éxito, y que Lacan, después de todo, no lanzó
más que una vez, pero me parece indicando una dirección esencial. Me veo conducido aquí, a lo más
cercano de aquello en que estoy inmerso, a hacer la diferencia de las formaciones del inconciente y los
acontecimientos de cuerpo.

El inconciente, cuando lo limitamos, como concepto, a lo que el ser hablante es susceptible de enunciar,
cuando decimos que el inconciente se refiere a lo que el sujeto enuncia –digamos para ir rápido–, en esas
condiciones el inconciente, permite aislar las formaciones del inconciente. Bajo esta dirección Lacan
reunió lo que Freud descubrió en sus primeras obras: La interpretación de los sueños, Psicopatología de
la vida cotidiana, El chiste y su relación con el inconciente, donde la función del desciframiento del
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significante está en evidencia, al menos después que Lacan nos enseñó a leerlo según la estructura
saussuriana.Pero el inconciente cuando lo ampliamos a los efectos enigmáticos, incluye los
acontecimientos de cuerpo, donde nada demuestra que tengan la misma estructura que lo que llamamos
las formaciones del inconciente.

Las formaciones del inconciente es una categoría del psicoanálisis sólido, si puedo decirlo.

El grafo de Lacan está hecho para dar cuenta de las formaciones del inconciente – con el fundamento de
que existe el Otro mayúscula, es decir con el fundamente de que la hipótesis es una tesis. El Otro
mayúscula, es decir el lugar de las estructuras. Las pongo en plural pues ellas pueden extenderse a todo lo
que el Otro llama la sociedad o la historia o la civilización, pero podemos también decir de la estructura,
en singular, si referimos todas estas estructuras a la estructura del lenguaje. Las formaciones del
inconciente es también una categoría que supone que existe la Ley – con mayúsculas–, en relación con la
cual el deseo se presenta como autónomo, entendiendo que puede demostrarse que la ley misma
encuentra sus orígenes en el deseo.¿Cómo opera el desciframiento de las formaciones del inconciente?

Y bien cuando tenemos que ver con los acontecimientos de cuerpo, se trata –¿qué voy a decir?– de
entidades, que tienen sentido de goce.

A pesar de la correlación de las fórmulas, el sentido de goce es totalmente diferente del sentido de
deseo.Cuando se trata de sentido de deseo, hay comunicación – y podemos captar cómo el significante
que falta a la palabra del analizante puede ser aportado por la del analista bajo las especies de la
interpretación. Hay comunicación cuando hay sentido de deseo, mientras que, cuando hay sentido de
goce, hay satisfacción. No comunicación sino satisfacción.

La distinción aquí de la comunicación y de la satisfacción recubre la distinción del lenguaje y de


lalengua.

Entonces, esto tuvo una traducción teórica a la cual quedamos evidentemente ligados. La traducción
teórica de las formaciones del inconciente y del sentido de deseo, es lo que practicamos, ciertamente,
como psicoanálisis del sujeto, ligados al lenguaje, a su estructura, al inconciente como estructura de
lenguaje. En este orden, el fin de análisis, es la resolución del enigma del deseo, es la emergencia de lo
que quiere decir el deseo, recubierto y al mismo tiempo oculto en las formaciones del inconciente. El
psicoanálisis del sujeto, como lo llamo aquí, está ciertamente en evidencia al comienzo del análisis y por
hipótesis en su fin.Pero está el curso del análisis, donde tenemos que ver con el nivel de lalangua y de los
afectos singulares que engendra en el cuerpo. El final que dibuja, no es un final que es del orden de la
solución, sino más bien del orden de una nueva satisfacción. En el curso del análisis, lo que impone su
presencia, es la conexión del sujeto y del cuerpo, en tanto que el cuerpo es el lugar del goce.Entonces,
evidentemente, los dos se articulan. Los dos se articulan si queremos admitir con Lacan, en su último
texto escrito, que el espejismo de la verdad – lo cito – no tiene otro término que la satisfacción que marca
el final de análisis. Es un corto circuito, que promete que el comienzo, que se ordena al psicoanálisis del
sujeto, encuentra como en diagonal su final en el psicoanálisis del parlêtre, si puedo decirlo, que la
cuestión sobre el sentido de deseo y la verdad encuentra su respuesta en la satisfacción, lo que supone
que las ondas de la verdad se han apagado, que el espejismo se volatilizó. Digo diagonal porque es bajo
las especies de una diagonal como Lacan escribe el final de análisis en uno de sus Seminarios.Y bien,
sería necesario sin duda introducir aquí una tripartición de la experiencia analítica, que comienza por la
verdad y el deseo, en la vertiente de la estructura, que concluye en la satisfacción, y entre las dos, está lo
que pasa, y eventualmente lo que produce acontecimiento.Cuando Lacan dice del síntoma que es un
acontecimiento de cuerpo, lo dice exactamente en la frase siguiente que está en su escrito “Joyce, el
Síntoma”: Dejemos el síntoma en lo que es: un acontecimiento de cuerpo. Relegar el síntoma al
acontecimiento de cuerpo, a mi juicio, quiere decir que no es una formación del inconciente, y se sostiene
no en el sujeto del significante, sino en el cuerpo concebido como un tener cuerpo investido de libido – y
es por lo cual Lacan puede decir que vacía.En este sentido, y creo ser aquí tan realista como puedo serlo
en tanto que practicante inmerso, propongo entender como acontecimiento de cuerpo un acontecimiento
de goce.

¿Hay acontecimientos de deseo? Sin duda hay acontecimiento de deseo, y es lo que llamamos
revelaciones, porque son siempre acontecimientos de verdad, donde estamos acostumbrados a distinguir
un antes y un después de la emergencia.

Acontecimiento de cuerpo. ¿Hay que entender que está fijado de una vez y para siempre? Hay algo de
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eso sin duda. El síntoma es una fijación de goce. Pero abre también la cuestión de saber lo que, en
psicoanálisis, puede ser desplazado del goce. Es decir, ¿cuales son los acontecimientos de goce que
ocupan lo que llamaba el curso del análisis y donde la palabra líquida se demuestra capaz de desplazar el
goce?No podemos desconocer sin duda la distancia que separa la clínica estructura y la clínica
acontecimiento.Incluso es en esa distancia que encuentra su lugar la práctica, que evocaba hace un
momento, del control. Es porque hay un hiato entre la clínica estructura y la clínica acontecimiento que
hay lugar para el control. Por que no podemos deducir el acontecimiento a partir de la estructura.

Y es precisamente esta deducción imposible que ubica el lugar de la interpretación.

En el psicoanálisis del sujeto, la interpretación juega en relación con la verdad, pero en el análisis más
largo, no es el caso. Como lo dice Lacan: no es porque el sentido de su interpretación tenga efectos que
los analistas están en lo verdadero. Digamos que la interpretación se juzga por el acontecimiento de goce
que es capaz de engendrar a término.El psicoanálisis juega en relación con lo que produce como goce.

Entonces, ¿es necesariamente soportado, este psicoanálisis, por la idea de que lo que trabaja para el goce
es un saber? Lacan lo martilló, como él decía, que es un saber inconciente que trabaja para el goce. Pero
¿hay que mantener este concepto de saber? Hay que mantener el concepto de saber por el cual se
mantienen las nociones de cifrado y de desciframiento? ¿Es allí donde se impone el ejercicio del
psicoanálisis líquido?

Me parece por el contrario que si la estructura que es adecuada al psicoanálisis líquido es el nudo, como
lo indicaba Lacan, entonces hay que relativizar incluso desechar el descifrado en provecho del corte – el
corte del redondel de cuerda. Si, para entregar esos aspectos, el psicoanálisis nodal de Lacan pone en
escena la acción de tirar, implica también otra acción, que evoqué el año pasado, una acción quirúrgica:
cortar.Y bien, podría suceder que será, no el descifrado, sino el corte lo que hace acontecimiento, que sea
el corte lo que pueda mantenerse a nivel del acontecimiento de cuerpo.

En cuyo caso, podría ocurrir que lo que llamamos la sesión corte, que Lacan ya había evocado al
comienzo de su enseñanza, en otro contexto, podría ocurrir que la sesión corta sea la sesión de la era del
psicoanálisis líquido, aquel que no está ordenado por las formaciones del inconciente, sino por los
acontecimientos de cuerpo.

De allí, como la experiencia más auténtica lo revela, la contingencia, aquella que califica al amor, es
también la suerte del psicoanálista en su interpretación

Hasta la semana próxima. La intuición de JAM del psicoanálisis líquido, que introduce una
desestructuración del psicoanálisis, es una perspectiva, una mirada que sobre el psicoanálisis de hoy.
Subraya que el TDE de Lacan "inaugura –aunque no lo desarrolla– un derrumbamiento de la
interpretación lacaniana del psicoanálisis". El antecedente se apoyaba sobre la noción de mecanismo,
mientras que la perspectiva nodal del psicoanálisis barre el mecanismo e introduce el psicoanálisis
como una experiencia, no de verdad, sino de satisfacción. Leemos una aproximación inédita de los textos
de Lacan, la Instancia de la letra y la Proposición de 1967, considerados por JAM como los pilares de la
interpretación lacaniana del psicoanálisis que culmina en la noción de un algoritmo del psicoanálisis. El
derrumbamiento operado por Lacan en el TDE permite a JAM mostrar que del "nudo no se sale". En la
época del psicoanálisis líquido, el fin del análisis depende de una decisión del analizante que consistirá
en asumir "ese fin como causa figurada (…) donde no se trata tanto de decirla, sino de aludirla".
Leemos también una notable definición del pase a partir de la perspectiva nodal del psicoanálisis. (Por
TLN).

Curso del 26 de Marzo de 2008


Aguas abajo

De la defensa al desciframiento

Voy a continuar hoy a la deriva, como lo he hecho las dos últimas semanas, río abajo, aguas abajo.
Porque es el estilo que se me impone, para mi sorpresa, a partir de la imagen que me vino del
psicoanálisis líquido. En mi intención inicial, esta imagen, inspirada, no debía ocupar más que el pequeño
comienzo de mi primer curso en este recomienzo. Esperaba que eso planteara el tono, que diera el la.
Debo decir que fui animado por los ecos positivos que he podido recoger, para mi sorpresa, sin que me
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hubiera detenido. En consecuencia, es vuestra falta. Pero en fin, esos ecos me han indicado que no era el
único en sentir la seducción de ese punto de partida y de la perspectiva que ese inicio es susceptible de
introducir en el psicoanálisis.

Es algo muy delgado, es un ángulo, no es de entrada una elaboración, es una mirada sobre la práctica del
psicoanálisis, sobre su historia y sobre las teorías que han podido ser dadas de esa práctica, que he
llamado prácticas de las interpretaciones del psicoanálisis. Incluso si no se pueden describir –pero en fin,
no lo he ensayado, lo soslayo–, incluso si no se le describe, hay un hecho del psicoanálisis, en todo caso
para nosotros, y ese hecho es susceptible de diversas interpretaciones. Incluso de Freud puede decirse que
ha interpretado el psicoanálisis, que ciertamente lo ha descubierto, que lo ha inventado –lo ha inventado
en el marco de una cierta interpretación, que él mismo ha modificado.

Se ha intentado dar cuenta de dos interpretaciones freudianas del psicoanálisis considerando, por
ejemplo, que la primera estaba superada por la segunda, que la perspectiva emergente de la segunda
tópica debía rebasar la primera. Es a lo que fueron naturalmente conducidos sus alumnos –aquellos que lo
seguían entonces y que hemos llamado, en fin, es el nombre que han recibido, los post-freudianos–, ellos
han elegido la segunda tópica, han considerado que era la que daba la clave de la operación analítica, la
combinación del yo, del ello y del superyó.

Y luego están aquellos que han, siguiendo a Lacan, privilegiado la primera tópica. Porque Lacan, su
punto de partida, su retorno a Freud, como él lo llamó, fue el retorno, más acá de la segunda tópica, a la
primera, es decir, a la época en que Freud ha descubierto el inconsciente descifrándolo. Es el
desciframiento del inconsciente, es esa posibilidad que para él se abrió, que ha, a sus ojos, testimoniado
del estatuto del inconsciente, estatuto del que se ha esmerado en conservar el carácter hipotético, y sin
duda, privilegiando la primera tópica de Freud, Lacan se empeñó en dar cuenta, a partir de aquella, de la
segunda.

Introduzco el término de interpretación del psicoanálisis porque he inspeccionado la cuestión de saber


cómo se interpreta el psicoanálisis hoy y por qué las interpretaciones anteriores del psicoanálisis aparecen
o al menos se me aparecen al lado de lo que nosotros tenemos que tratar ahora. Así sea sin saberlo, no se
interpreta el psicoanálisis hoy según los cánones que prevalecían anteriormente. Así sea únicamente por
ese rasgo, me parece, que el fin del análisis tal y como Lacan lo había esbozado, lo había estructurado,
aparece mucho más huidizo. Me parece que Lacan lo ha registrado en el primer texto escrito que tenemos
de él, que he comentado en otro tiempo, su "Prefacio a la edición inglesa del Seminario XI", que he
bautizado con una expresión que había pescado "L’Esp d’un laps", [El espacio de un lapso,
aproximadamente] y que termina el volumen que he compuesto de sus Otros escritos. Ese texto, que se
presenta a sí mismo como escrito en la prisa, entra en el caso de la urgencia, es suficiente, cuando se le
considera de cerca, para quebrantar la estructura del fin del análisis, y deja adivinar otra interpretación
del psicoanálisis, que es aquel que repercute en su última enseñanza, el que se presenta, que ha sido
expuesto, cargado de nudos.

La seducción que decía del punto de partida encontrado en la imagen del psicoanálisis líquido, esa
seducción sin duda se soporta del hecho que introduce lo que yo llamaría una desestructuración del
psicoanálisis. En la moda, se habla de vestidos desestructurados –son aquellos vestidos que se vuelven
flotantes. La desestructuración del psicoanálisis hacia algo que es del orden de cierta debilidad –del
mismo modo como se habla de filosofía débil– es ciertamente lo opuesto de la interpretación lacaniana
del psicoanálisis cuando vamos a presentarlo. Porque esta interpretación ha avanzado y se ha sostenido
en la revisión de las estructuras esenciales, en una invitación a estructurar la experiencia, los fenómenos.
Estructurar los fenómenos es ordenarlos, clasificarlos, articularlos, es decir, designar las unidades, que se
componen, que se combinan y recombinan. De tal manera que las estructuras colocan fuera de ellas los
fenómenos de superficie. Y Lacan permaneció durante largo tiempo, muy largo tiempo, fiel al nombre
lingüístico de esas unidades, el nombre de significante.

La última enseñanza de Lacan, la que no fue tomada en cuenta, sino porque se apoyaba sobre la imagen
de los nudos –y entonces matemáticos e investigadores de espíritu matemático, se centraron sobre esas
combinaciones–, esa última enseñanza inaugura –él no lo desarrolla– un derrumbamiento de la
interpretación lacaniana del psicoanálisis. La muy última enseñanza de Lacan desestructura el
psicoanálisis, profusamente. Se regula sobre el nudo, es decir, un objeto al cual puede asignársele una
estructura, lo concedo, pero finalmente es una estructura que no es explicitada como tal por Lacan, que
no está articulada en unidades significantes, y que no es rígida, es lo menos que puede decirse. Si es una
estructura precisamente ligera, flota. Ese objeto se presenta bajo aspectos múltiples, bajo configuraciones
121

en que nos cuesta reconocer lo mismo, y que responde a algo que yo calificaría de líquido.

Entonces, sea cual sea el partido que pueda tomarse sobre la relación entre el nudo y la estructura, sobre
lo cual no me pronuncio inmediatamente, hay al menos una tesis que me parece segura, es que la
perspectiva nodal, la interpretación nodal del psicoanálisis, pone en causa, e incluso barre, la noción de
mecanismo.

La noción de mecanismo, de mecanismo del significante, es central en la interpretación lacaniana del


psicoanálisis.

La noción de mecanismo comporta la noción de automatismo, y, se puede incluso decir, incluye, o es


incluida, en la noción de algoritmo, de regla, de procedimiento, de matriz, que conduce, de manera
invariable, a una conclusión, y, al menos, a un efecto.

Pero, en fin, si abrevio así esa noción de mecanismo es para indicar hasta que punto está distante de la
manera en que se desarrolla, según toda apariencia, la experiencia analítica. Es verdaderamente a
distancia de esa experiencia que puede rectificarse la noción de mecanismo, salvo, sin duda, en su
comienzo. En el comienzo del análisis, en efecto, puede decirse que se llama a la delineación de un
mecanismo. En todo caso, en el punto en que, en mi deriva lo concibo, concibo que el comienzo tiene, en
efecto, una configuración típica. Pero la cuestión es saber si es legítimo extender la noción de mecanismo
al final del análisis, y, ciertamente, al curso del análisis. Un automatismo está habitado por una necesidad:
¿es que el curso del análisis responde al concepto de necesidad? El síntoma sin duda. La repetición del
síntoma se presta a ser articulada en términos de automatismo, pero la adecuación del mecanismo al
síntoma no implica la adecuación del mecanismo al curso del análisis.

La noción de mecanismo, decía que era central en la interpretación lacaniana del psicoanálisis, y la
última vez, mi deriva me ha hecho aparecer que ese término como se ha impuesto en el psicoanálisis, a
partir de la interpretación annafreudiana del psicoanálisis.

Anna Freud, con su pequeño opúsculo sobre los mecanismos de defensa, ha, de todos modos, dado un
resumen que tuvo consecuencias mayores sobre la historia del psicoanálisis. Esa no es necesariamente la
obra más inspirada de los alumnos de Freud, lejos de allí, pero es de todos modos un escrito que se
muestra endiabladamente eficaz y que ha llevado consigo una adhesión del conjunto de la comunidad
analítica hasta que esa perspectiva fue perturbada, complicada, por la introducción de la
contratransferencia. Pero se mantuvo como un punto de orientación mayor de la interpretación del
psicoanálisis.

Esa interpretación, su palabra clave es mecanismo, se mantuvo bajo las formas de los mecanismos de
defensa del yo –defensa contra las pulsiones, incluso contra los afectos.

A partir, como lo decía, de los años 20, distinguir los mecanismos de defensa, intervenir sobre los
mecanismos de defensa, apareció a los analistas como previo, para un eventual desciframiento de las
formaciones del inconsciente, considerando que la defensa contra las pulsiones hacía tapón en cierto
modo al desciframiento del inconsciente –término, el inconsciente, que es, en definitiva, desechado. Eso
no quiere decir que no se hable absolutamente más de él, sino que, finalmente fue preciso Lacan para que
la categoría del inconsciente reencontrara su brillo.

Esto es tanto más llamativo cuanto que la noción de mecanismo se reencuentra en el corazón de la
interpretación lacaniana del psicoanálisis, entendiendo que se trata de los mecanismos, podríamos decir,
de la formación del sentido.

La interpretación lacaniana del psicoanálisis tiene también un texto mayor, que se puede ubicar en
relación al texto de Anna Freud sobre los mecanismos de defensa, es el escrito titulado: "La instancia de
la letra en el inconsciente" que encuentra su lugar en los Escritos de Lacan.

Esos mecanismos son reducidos a dos. Y en efecto, se nos presenta dos modos de articulación diferentes
de unidades significantes, el modo de la combinación: S…S’, y el modo de sustitución: S’/S. He ahí, en
todo caso, lo que nos representa dos modos de articulación propiamente hablando. Y esos mecanismos
comportan, en la presentación que da Lacan, dos efectos, expresados de manera inversa, dos efectos de
sentido. Un efecto retenido: (–) s, que permanece secreto, que permanece incumplido, que corre, según su
metáfora, bajo la cadena significante. E, indicado por el signo contrario, el signo mas, un efecto de
122

emergencia: (+) s.

Lacan habla, en estos dos casos, de mecanismos significantes. No se puede dudar que el empleo de la
palabra mecanismo en esta ocasión no sea para él perfectamente connotado por la referencia a Anna
Freud. Voy a aportar luego el testimonio que está en los Escritos, pero, en fin, es suficiente que relea eso
aún una vez, una vez más, una innumerable vez más, para que se me aparezca que eso no era
simplemente una construcción de mi parte.

Nótenlo bien que, para Lacan, el sujeto es arrastrado en esos mecanismos, conectado con ellos.

La introducción del sujeto –del sujeto lacaniano, del primer sujeto lacaniano– en los mecanismos está
justificado por la idea –tan contraria al uso que se hace corrientemente hoy de la categoría del sujeto para
indicar un grado de libertad, un inaccesible, un indomable, un indomable en particular de la
cuantificación–, si Lacan introduce el sujeto de tal manera que sea conectado con los mecanismos, el
sujeto con el cual tiene que ver la experiencia analítica, es lo que él tiene por íntegramente calculable. Y
aún más tarde, evoca el cálculo del sujeto.

Su introducción de la categoría de sujeto, en todo caso, a partir del momento en que comienza su
enseñanza propiamente hablando, tiene por referencia la disciplina que ha emergido al final de la
Segunda Guerra Mundial, dicha disciplina es la teoría de los juegos. La teoría de los juegos, The Theory
of Games de Von Neumann y Morgenstern, no he traído mi volumen para verificarlo, pero si bien lo
recuerdo, es de 1944, y es el llamado Guilbaud, un matemático muy próximo a Lacan, citado por él; su
nombre figura en los Escritos, y quien se hizo el propagandista [de esta teoría] en Francia, en particular a
partir de la matemática de la economía. La disciplina de la teoría de los juegos nos presenta sujetos
tomados por la cuestión de la mejor estrategia para sostener frente a otro, y estudia, calcula, en ese
contexto, la mejor.

No permaneceré a la deriva donde estoy, pasaré un poco de tiempo sobre esta teoría de juegos, tal vez lo
he hecho hace tiempo en este Curso, me contentaré aquí con hacer alusión. Aquello a lo que me limito es
únicamente a mostrar que en efecto el sujeto, el primer sujeto lacaniano, es el sujeto de esta estrategia
matemática. Es un sujeto que, evidentemente, no tiene ninguna subjetividad, palabra que Lacan no utiliza
entonces sino entre comillas, es un sujeto sin profundidad, que es reductible a un factor del cálculo. Y si
Lacan lo introduce es diciendo, véanlo en los Escritos en la página 516, lo cito: La noción de sujeto es
indispensable al manejo de una ciencia como la estrategia en el sentido moderno –entiéndase: la teoría de
los juegos–, cuyos cálculos excluyen toda subjetividad –entre comillas. Y de otra parte, incluso en su
gran texto "Subversión del sujeto y dialéctica del deseo", Lacan hace figurar, modulándola,
modalizándola, una referencia a la teoría de los juegos– pero, en fin, allí él se da cuenta que su punto de
partida era demasiado rígido precisamente.

La interpretación lacaniana del psicoanálisis, se podría decir que es calcada sobre la teoría de juegos.
Reposa sobre el reconocimiento en el inconsciente de un cálculo que reposa sobre los mecanismos
significantes, sobre el reconocimiento de que hay en el inconsciente, mecanismos significantes.

Se puede decir que las formaciones del inconsciente –título de su quinto Seminario– están en el lugar,
aquí, de esa pequeña s (JAM subraya la s minúscula en el tablero), es decir, son engendradas por los
mecanismos, determinadas por los mecanismos.

Es un hecho que él ha dicho formaciones del inconsciente, es decir, que aquello de lo que se trata –los
sueños, los lapsus, los actos fallidos, los chistes, el síntoma–, ha preferido designarlos de este lado (JAM
muestra y separa con una barra el lado derecho del tablero, del lado de los efectos), lo ha designado por la
s minúscula. Pero su Seminario las Formaciones del inconsciente podría también llamarse Los
Mecanismos del inconsciente (JAM subraya el lado izquierdo del tablero, el lado de los mecanismos):
123

Va ha ser necesario que relea todo el Seminario de las Formaciones del inconsciente, que he establecido,
pero sin pensar en este problema, el uso que sin duda hace Lacan del término de mecanismo –es algo por
verificar– para aprehender por qué él ha, de todos modos preferido capturar eso a la derecha más que a la
izquierda (JAM habla mirando el tablero, como para él mismo, dando la espalda a los asistentes).
Evidentemente, designándolos como formaciones del inconsciente designa lo que había sido aislado por
Freud, los mecanismos, es él, Lacan, quien los ha dado bajo esta forma.

Entonces tenemos, la metáfora (JAM marca la fórmula S’/S con un ganchillo), en su escrito de "La
instancia de la letra", él la califica, explícitamente, de mecanismo –lo cito: mecanismo de doble gatillo–
que determina, con la s minúscula, el síntoma analítico. Da cuenta del síntoma a partir de la semántica; da
cuenta del síntoma como lo que fija la significación inaccesible al sujeto conciente. El síntoma es
definido como la fijación de una significación. Cuando el sujeto conciente, aún en esta fecha –estamos ya
bien avanzados en la construcción de la interpretación lacaniana–, el sujeto conciente será el lugar donde
el síntoma puede resolverse. Es decir, que es el volverse conciente de una significación lo que aparece
para Lacan como el medio de la resolución del síntoma.

Estamos íntegramente, lo vemos bien, en el registro del sentido, estamos aquí en el registro del
desciframiento, completamente distantes de la noción de defensa contra la pulsión, defensa que él tratará,
por ejemplo, de manipular para que ella deje pasar la pulsión. La problemática de Lacan permanece como
aquella del devenir conciente de la significación. Y hay que decirlo, que diciendo eso podemos apoyarnos
sobre una amplia biblioteca de referencias freudianas y que el devenir-conciente de la significación, en
contra de todo, permanece como una dirección de la cura a la que los analistas, aún hoy, están ligados.

Decía hace un momento que Freud también ha interpretado el psicoanálisis –era una manera de decir que
evidentemente no es la última palabra–. ¿Cómo ha interpretado él el psicoanálisis? Lo ha interpretado –
estamos obligados a referirnos a lo que hemos entendido, de lo que no puede exonerarse, no! No puede
(JAM hace un gesto como si respondiera a alguien que estuviera a su lado) –, él ha interpretado el
psicoanálisis como un método de curación, cuya originalidad es ciertamente la de proceder por el
descubrimiento de verdades, por el descubrimiento de verdades que están en el corazón del síntoma –
verdades reprimidas, olvidadas, inaccesibles–.

La interpretación lacaniana permanece presa en esos términos con una inversión de las proporciones,
Lacan interpreta el psicoanálisis como una experiencia de verdad. Eso no hace desaparecer la orientación
hacia la curación, hacia la resolución del síntoma, sino que la curación aparece como un efecto colateral
de la experiencia de verdad ─la curación es un daño colateral (risas). Y en efecto, si se le ha reprochado a
Lacan hacer de la curación un efecto colateral, por añadidura –a pesar de que él a podido apoyarse sobre
un enunciado de Freud para formularlo–, si se ha podido reprochársele es porque se ha sentido que él
invertía las proporciones, y que su interpretación del psicoanálisis cambiaba el estatuto del psicoanálisis
haciéndolo una experiencia de verdad. Mientras que la verdad para Freud, en el fondo, era un medio, para
Lacan podía aparecer como un fin.

Lo que desconcierta en la muy última enseñanza de Lacan, es que pone en causa la interpretación del
psicoanálisis como experiencia de verdad, y que parece introducir el psicoanálisis como experiencia de
satisfacción.

La satisfacción no aparece más como un obstáculo del descubrimiento de la verdad. En particular la


satisfacción del síntoma. Sino que es la satisfacción misma la que aparece como un fin. Y el síntoma
lacaniano no es puesto en relación con una verdad reprimida e inaccesible que debe aparecer en la
conciencia.

Es el valor que daré ahora a lo que figura en el comienzo de ese texto último de "L’Esp d’un laps" que he
comentado hace dos o tres años.

El texto comienza con una recusación de la función de la atención: comienza por decir que es suficiente
con poner atención a lo que está en el inconsciente para que salgamos del inconsciente. Ahora veo –no
envío al olvido lo que pude decir en la época– con precaución, veo el distanciamiento de toda la
problemática del devenir–conciente. Y aíslo esta máxima que formula Lacan diciendo: No hay verdad –
coma– mas que a condición de pasar por la atención, no miente.

Este dicho de Lacan es verdaderamente, de la naturaleza de aquello que obstruye la vía, la tendencia que
conduce siempre al analista a dejar en definitiva su lugar al devenir-conciente, devenir-conciente es poner
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atención a. y eso previene que poner.atención-a no nos da la cosa misma. Y entonces Lacan nos previene
de cuidar el acento de la verdad en su lugar, es decir, el lugar en el cual, la verdad sorprende la atención,
lugar donde fue como un lapsus, donde pasa que decir la verdad es siempre un acto fallido.

Evidentemente eso quiere decir que si eso me sorprende aquí, si se los transmito, es porque yo, yo que les
hablo, eso me ubica exactamente. En fin, es lo que siento. Es que estoy después, estoy a mi deriva, me he
deslizado hasta estar engrapado por Yo la verdad hablo.

Yo la verdad hablo, es lo contrario de una posición de infatuación –contrariamente a lo que podría


parecer porque se dice yo–. Es un enunciado que no comienza por yo sino de modo irrisorio. Yo no hablo
en tanto que la verdad, precisamente, porque no sé completamente lo que digo. No completamente, o del
todo. Yo la verdad hablo, es lo contrario de la posición del sujeto que se hace supuesto saber. El sujeto
que se anuncia como la verdad, anuncia precisamente que él se hace dócil a la sorpresa.

Claramente, es después de eso que estoy, que me dejé deslizar. Me he dejado deslizar hacia un modo de
enunciación que comporta una cierta inatención. Precisamente para molestar todo lo que sé por atención.
Bueno, releo, verifico de todos modos –pero es adyacente al hilo en el que sigo–. Y es por lo cual asumo,
ser irresponsable de mi discurso. Es cierto que lo firmo no obstante. Dejo a mi amigo Luis Solano que lo
distribuya por Internet al conjunto del Campo Freudiano. Pero me decía, estos cursos, no los publicaré.
Mis cursos se publican en español. Es una malicia que tengo allí. En español, ya soy el autor de siete u
ocho volúmenes considerables donde sostengo un discurso del que soy responsable. Allí, no es que piense
estar inspirado (risas), pienso que hablo bajo la forma líquida, es decir, a semejanza del analizante. Lacan
no se contentó con decir que el analista no podía ser irresponsable de lo que decía cuando enseñaba a
psicoanalistas, ha dicho que enseñaba sin poner atención. De allí el valor que acuerdo a las reacciones
con el otro, que evidentemente no viene jamás, sino del uno del otro, uno por uno.

Bien, volvamos a la noción de mecanismo.

Entonces, el mecanismo, la palabra no se me había escapado hace tiempo, pero toma ahora para mí su
valor del hecho que lo comparo, lo pongo en perspectiva del nudo.

Volviendo a la noción de mecanismo, digo que es crucial, y pienso en las dos vertientes de Lacan, en su
Discurso de Roma, distingue en el psicoanálisis –y en definitiva permaneció, hasta su muy última
enseñanza, fiel a esa bipartición–.

En el psicoanálisis, hay, de un lado, el desciframiento del inconsciente. Es decir, lo que fue la primera
práctica de Freud, aquella sobre la cual ha podido asentar el estatuto del inconsciente, volverlo creíble –
como se dice con un término de hoy–. Volvió creíble el inconsciente por la forma en la que él lo descifró.
Lo que está hoy al alcance de todo análisis cuando se esfuerza. Hoy, hay los analistas que piensan que no
vale la pena descifrar los sueños, por ejemplo, porque cuentan que el estatuto del inconsciente está bien
asentado en la cultura y que no vale la pena reestablecerlo, o entonces, no saben más, tal vez, no creo. En
todo caso la práctica de Freud pasaba por allí.

Y luego, la segunda vertiente, la teoría de las pulsiones. Diciendo la teoría de las pulsiones, en los
Escritos, página 261, Lacan quería ciertamente subrayar lo que ella tenía de elucubración. El
desciframiento es una práctica, la pulsión es una elucubración –de otra parte Freud la trata así, como un
mito–.

Entonces, la interpretación lacaniana del psicoanálisis siempre fue la de dar el paso del desciframiento
del inconsciente al de la teoría de las pulsiones, y he podido mostrar en este Curso, al cabo de los años,
cómo él repensaba la pulsión a partir del desciframiento del inconsciente.

En particular, he mostrado como su grafo a dos pisos recuperaba esa bipartición, que el piso inferior daba
cuenta del desciframiento del inconsciente (JAM marca con dos trazos el piso inferior: //) y que el piso
superior era aquel de la pulsión (JAM marca con un punto el piso superior: .), que era concebido sobre el
modelo de los mecanismos del inconsciente, y que venía, de algún modo, si puedo decirlo así, a llenar, a
anclar la satisfacción.

Esta bipartición se encuentra aún en el texto que he citado la última vez de "La Proposición del 9 de
Octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela" donde Lacan lleva a su Escuela la práctica del pase.
Él articula el comienzo del análisis al nivel del desciframiento del inconsciente (JAM muestra el piso
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inferior:) y articula el fin del análisis al nivel de la pulsión (JAM muestra el piso superior:).

Entonces, el desciframiento del inconsciente, práctica freudiana, fue repensada por Lacan a partir de la
lingüística estructural, y de golpe, el inconsciente apareció como un mecanismo de desciframiento.

Se puede decir que Lacan, permaneciendo fiel a la noción de mecanismo, ha desplazado los mecanismos
de la defensa por los del desciframiento

La semana pasada, la he tratado como una construcción, pero he encontrado en los Escritos el pasaje que
testimonia que había perfectamente la noción –evidentemente la había leído más de una vez, incluso sino
acudió a mi memoria y mi atención la semana pasada–, es un pasaje de "La instancia de la letra", página
521, leo. Una exhaustividad de los mecanismos de defensa, tan sensible como la que nos hace un
Fenichel –Fenichel, es Otto Fenichel, tal vez el más grande de los post–freudianos en fin, poniendo aparte
a Kart Abraham, Fenichel se desplazó a los Estados Unidos y es, en el fondo, el más grande de los
Annafreudianos– Una exhaustividad de los mecanismos de defensa, tan sensible como la que nos hace un
Fenichel en sus problemas de técnica analítica porque él es un practicante, se manifiesta, sin que él de
cuenta e incluso ni siquiera sin que él se de cuenta, como el reverso, –exhaustividad de los mecanismos
de defensa como el reverso– de los mecanismos del inconsciente serían el derecho. He ahí un pasaje que,
con todas las letras y sin equívoco, hace la relación entre los mecanismos de defensa annafreudianos y los
mecanismos del inconsciente, tales y como Lacan los articula a partir de la metáfora y la metonimia.

Tuve la curiosidad de ir, no al opúsculo de Fenichel sobre los problemas de técnica que no tenía a la
mano, sino a su manual, que se llama The Psychoanalytic Theory of Neurosis, La Teoría psicoanalítica de
las neurosis, que es una obra de 600 páginas aparecida en inglés en 1945, editado por Norton, editor
americano de Lacan más tarde, y que es verdaderamente una Biblia ─no fue jamás traducido al francés,
creo, a pesar de que es verdaderamente un trabajo impresionante, en efecto, por su visión completa y su
organización intelectual. Fui al capítulo IX, "Los Mecanismos de defensa", para ver de que se trata en esa
exhaustividad de los mecanismos de defensa que evoca Lacan. Eso hace unas quince páginas del libro,
que en mi juventud, antes incluso de iniciarme en la práctica del psicoanálisis, había levantado fichas de
toda una parte del libro. Evidentemente, procede de la época, de un psicoanálisis hiper–estructurado, no
es lo que ahora evoco del psicoanálisis líquido.

Entonces, Fenichel distingue los mecanismos de defensa que tienen éxito y aquellos que fracasan. Los
mecanismos de defensa que tienen éxito, según él, son aquellos que obtienen la cesación de lo que está
separado, y lo que es separado es, digamos, lo que en inglés se llama impulse o instinctual drive, es decir,
lo que nosotros traducimos por pulsión. Y entonces, los mecanismos que tienen éxito son aquellos que
obtienen, en el fondo, la satisfacción de la pulsión. Mientras que, en aquellos que fracasan, el proceso de
defensa debe continuar ejerciéndose para impedir la emergencia de la realización de la pulsión separada.

Los mecanismos de defensa que tienen éxito, los pone todos bajo la misma rúbrica, que trata bastante
rápido, de la sublimación. Y define la sublimación de una manera que no es chocante para aquellos que
han leído la Ética del psicoanálisis: pone el acento como Lacan sobre el hecho que las pulsiones
sublimadas se satisfacen en la sublimación misma. La sublimación no rechaza la pulsión, procura una vía
artificial a la satisfacción de la pulsión. Es decir, consiste esencialmente en el investimiento libidinal de
un sustituto de un fin natural de la pulsión, y él emplea en inglés la palabra aim por fin. No se puede
dudar que esta referencia de Fenichel está presente en Lacan cuando en su Seminario XI opondrá,
concerniente a la pulsión, aim/goal (JAM escribe en el tablero estas dos palabras separándolas por una
barra oblicua: aim/goal), todo demuestra que Lacan ha meditado Fenichel. Entonces, para Fenichel, lo
que distingue la sublimación de una defensa es que hay el investimiento de un sustituto y no de una
contra-investidura que bloquee la pulsión. Entonces da una ley general: cuando la represión ha sido
levantada la sublimación puede intervenir –y es la manera que tiene Fenichel de hacer correlativo el
desciframiento y la satisfacción–.

Y dice una cosa muy precisa, dice que la sublimación, a diferencia de la defensa, no es una oposición a la
pulsión, es la introducción de un ángulo –emplea la palabra ángulo–, de un ángulo que dice, produce una
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resultante. Es decir, que es un ángulo de desvío, si puedo decirlo así, que permite a la pulsión realizarse.
Ella no se ha detenido. Ciertamente, él añade ese rasgo, con el cual, allí Lacan evidentemente no estaría
de acuerdo, que, por el hecho de estar desviada, una sublimación es desexualizada, es decir, que su
satisfacción no tiene más la evidencia pulsional. Dejemos de lado ese punto.

Bueno, no voy a enumerarlo todo. Entre los mecanismos de defensa contra las pulsiones, él distingue
ocho, luego retoma un poco los mismos, haciéndolos defensas contra los afectos, y distingue
especialmente la defensa contra el sentimiento de culpabilidad.

¿Cómo Lacan lee esto? De una manera muy sutil. Lee eso como una retórica. Esto es lo que escribe. La
perífrasis, el hipérbaton, la elipsis, la suspensión, la anticipación, la retracción, la denegación, la
discreción, la ironía, esas son figuras de estilo, cuyos términos se imponen a la pluma como los más
propios para etiquetar esos mecanismos. Luego entonces él los retoma, en el fondo, como mecanismos
significantes los que son enumerados por Fenichel. ¿Podemos no tener más que una simple manera de
decir, en cuanto que esas figuras mismas son en acto las de la retórica del discurso efectivamente
pronunciado por el analizado? Y entonces, Lacan traduce, reconoce, en los mecanismos de defensa que
fracasan enumerados por Fenichel, las figuras de la retórica, que se ordenan en esos dos grandes
mecanismos del inconsciente que ha aislado a partir de la metáfora y la metonimia, es decir, de la
elucidación hecha por Jackobson de esas dos figuras.

La estructura ha sido pensada por Lacan como un mecanismo. Su estructuralismo, es un mecanicismo.

Primero ha pensado la estructura como un mecanismo lingüístico, aquí según dos modalidades, y, por
desplazamiento metonímico, pasó de la lingüística a la lógica.

Si se quiere abreviar la trayectoria de Lacan, se dirá que ha comenzado por concebir los mecanismos de
defensa como mecanismos lingüísticos y que luego los ha trabajado en el sentido de mecanismos lógicos.

Y, en particular, cuando se aplica a lo que él mismo llamó la lógica del fantasma, y bien, él se apoya
sobre un marco lógico, y relaciona el comienzo del análisis (JAM muestra el piso inferior del grafo) con
el final del análisis (JAM muestra el piso superior del grafo) bajo el modo de la demostración.

Cuando se refiere a esto en su "Proposición", sucede que el comienzo es pensado a partir del
desciframiento del inconsciente, es decir, que plantea la condición de posibilidad del desciframiento por
un mecanismo lingüístico.

Se puede decir que él dispone, en el comienzo del análisis, una configuración que es la instauración de la
metáfora inicial del análisis. Una metáfora inicial que se traduce por la emergencia de una significación
particular, que es la significación que se llama el sujeto supuesto saber (JAM retiñe y prolonga en el
tablero la escritura: (+) s…). En el fondo, su doctrina del comienzo del análisis consiste en situar una
metáfora que tiene como efecto la emergencia del sujeto supuesto saber, sobre el modelo que ha inscrito,
y que es la condición de posibilidad de la interpretación y del desciframiento.

Y de la misma manera que en su grafo él estructura el piso superior sobre el modelo del piso inferior, en
la "Proposición" estructura lo que ha llamado el pase como una metáfora final. Una metáfora final que
verá la emergencia de una significación particular que llama el objeto a –la emergencia y la caída del
objeto a. Él estructura el final sobre el modelo del comienzo, y en el fondo, como una metáfora.

El objeto a, es tan vecino de un efecto de sentido, que Lacan, en un momento dado, en una lección que
permanece aislada, se interroga sobre el objeto a como efecto del sentido real.

Se tendrá entonces, aquí, el sujeto supuesto saber como efecto de sentido, digamos imaginario, (JAM
muestra (+)s), y, aquí, un efecto de sentido real (JAM muestra (+) a). Pero está estructurado de una
manera exactamente simétrica.
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La transferencia aparece como un efecto de desciframiento cuando el desciframiento no es aún sino


virtual.

Entonces, ¿cómo es que se pasa de la emergencia del sujeto supuesto saber a aquella del objeto? ¿Cómo
es que, al final del análisis, el sujeto supuesto saber está marcado por un des–ser, es decir, un menos que
se inscribe arriba (JAM escribe: (–)a), para permitir la emergencia del objeto a?

Lacan, en su "Proposición", dice: Es un viraje.

Es un viraje del ser inesencial del sujeto supuesto saber hacia lo real.

Su esfuerzo, el esfuerzo de su enseñanza en adelante, fue el de insertar ese viraje en una lógica –y de otra
parte: lógica del fantasma–, es decir, de obtener, en el nivel lógico una configuración del automatismo: si
se comienza allí, se debe terminar allá.

De allí, la idea de un algoritmo del psicoanálisis.

Los lacanianos de alguna manera se han atrincherado detrás de la certidumbre de que había un algoritmo
del psicoanálisis. Es por lo cual, aquí, veo converger el texto de "La instancia de la letra" que es del 1957
y el texto de la "Proposición" que es de 1967, diez años más tarde: he aquí los pilares de la interpretación
lacaniana del psicoanálisis.

Y, al mismo tiempo que inserta el viraje en una lógica, su interpretación ha culminado en la inserción de
lo real en una lógica.

Antes del viraje de su muy última enseñanza se puede decir que Lacan formulaba: No hay real más que
por la lógica. No se aísla lo real sino por la imposibilidad, y la imposibilidad no puede ser determinada
más que por la trama de una lógica. Y entonces, la palabra del paciente, incluso si parece líquida, esa
palabra está habitada por un algoritmo invariable, que debe conducir a la emergencia del objeto a.

Esta convicción se puede decir es la que es puesta en cuestión en la muy última enseñanza de Lacan. La
noción misma de algoritmo es destruida por la noción, puesta en primer plano, de que no se puede sino
mentir sobre lo real, que hay una inadecuación del significante a lo real.

De una cierta manera, la enseñanza de Lacan, al interior mismo de su gran coherencia e incluso de la
coherencia de su evolución, está habitada por una oscilación –creo que se puede emplear la palabra–, una
oscilación entre dos momentos.

Los momentos en los que esos dos niveles del significante y de la satisfacción son puestos en correlación
por un mecanismo, por un automatismo, por una lógica, por un algoritmo (JAM liga los dos pisos del
grafo con un enlace), de tal manera que, del uno al otro, la consecuencia es buena, que se vaya del
comienzo al final como se va de las premisas a las consecuencias, por una forma de deducción necesaria
─incluso si se puede decir que ella tropieza con lo imposible, etc., es una deducción necesaria. Eso es uno
de esos momentos.

Y el otro momento de la oscilación, es para subrayar lo contrario, que hay una fractura, un hiato, una
inadecuación. En el fondo, ésta se encontraba ya cuando Lacan hablaba de la dirección de la cura:
justamente cuando construía su grafo, subrayaba, al final, lo que en ese entonces llamaba La
incompatibilidad del deseo con la palabra. Se puede decir que es el mismo hiato, desplazado, que se
128

encuentra al final de su enseñanza cuando habla de la incompatibilidad del goce con el sentido.

Y entonces, hay una oscilación entre el momento de la deducción y el momento del hiato.

Un hiato que Lacan intenta incesantemente de superar por la deducción, por el algoritmo, por el
mecanismo, y que ve reconstruirse, porque permanece, en efecto, más cerca del fenómeno de la
experiencia.

Entonces, Lacan formula en su último texto, publicado: Del espejismo de la verdad solo la mentira es a
esperar. Es de allí de donde concluyo la inadecuación del significante con lo real. Pero es importante ver
el nombre que da a eso que es un espejismo de la verdad sólo la mentira es a esperar: Es lo que se llama
la resistencia, dice, en términos corteses. Y entonces se ve aquí retornar el antiguo término de resistencia,
con el cual él prepara el lugar, al nivel de la inadecuación. El análisis es entonces menos la espera de la
emergencia de una verdad que la espera de una satisfacción que conviene.

Y, de una cierta manera, es después de la obtención de esa satisfacción que da lugar a la elaboración de
una verdad.

Entonces, el resorte del pase. El pase es un concepto lógico, pero cuando el pase se vuelve para Lacan, si
puedo decirlo, un concepto nodal y no más un concepto lógico, su resorte es la obtención de una
satisfacción que puede verse incrementada por una construcción significante donde la correlación es
hecha entre la obtención de satisfacción y el recorrido de la verdad.

Freud entonces ubicaba la construcción del lado del analista, y me parece que Lacan, al contrario,
ubicaba la construcción del lado del analizante. Freud ubicaba la construcción del lado del analista
porque el analista, él decía, no tenía nada vivido, nada reprimido, y que su tarea no podía ser la de
despertar algo de la infancia. Y bien, me parece que el analizante que nos presenta Lacan –es de este
modo que él ha interpretado el analizante, y especialmente el analizante al final del análisis– tiene que
construir, y no hay final de análisis sino a condición de que el analizante construya.

Creo que es demostrable, o que es mostrable, que el nudo encarna eso: del nudo no se sale, no hay salida,
no hay afuera, sólo hay configuraciones, más o menos satisfactorias, e, incluso se puede decir,
imaginariamente.

Y bien, en la época del psicoanálisis líquido, el final del análisis depende de una decisión del analizante,
es decir, depende de su capacidad de asumir ese fin como una causa figurada feinte cause –no digo una
santa causa–, como una causa figurada, en la que se trata, no tanto de decirla o de no decirla, sino –
volveré sobre esta palabra– de aludirla.

Hasta la próxima semana

Fin de la Décimo Tercera Sesión del Curso JAM 2007-2008 - 26.03.08


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(Lo que JAM escribió en el pizarrón)

Fin de la Undécima Sesión del Curso JAM 2007-2008 - 12.03.08

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