Javier Nieves Generosidad de Una Vida Consagrada Ayudar Demas CASO

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Javier Nieves y la generosidad de una vida consagrada a

ayudar a los demás

Autor: Abraham Siles

Profesor ordinario asociado de la PUCP

Creo que el rasgo que define a Javier es la vocación de ayudar a los demás. Una especial
generosidad lo distinguió nítidamente del resto. Lejos de mí sugerir que no tuviera fallas
o defectos; los tuvo, como todos los seres humanos. No obstante, prevalecen en él las
virtudes asociadas al desprendimiento y la preocupación por mejorar la condición de los
demás.
Dice el rey Edipo, en un pasaje de la gran obra de Sófocles, que «ayudar a los demás con
lo que uno sabe o puede es el más dulce de los trabajos». Javier llevó arraigada en el
corazón esta enseñanza. Fue lo que dio sentido a su vida, lo que la hizo noble y la
engrandeció. Lo que Javier supo y pudo, todo lo que estuvo a su alcance, lo consagró al
servicio de los demás.
Su saber no fue sólo intelectual. Su inteligencia, su claridad mental, su raciocinio jurídico
fueron notables. Y supo exponer en el aula sus amplios conocimientos legales a sus
«jóvenes valores del Derecho nacional». Pero tan importante como esto fue algo más, su
interés genuino por escuchar a los alumnos, por conocerlos, por entablar relaciones
personales y así ayudarlos a descubrir y desplegar sus propios talentos, todas sus
capacidades. Esa fue su vocación cabal de maestro, entregado a formar la conciencia de
jóvenes que buscan su propio camino en medio de las incertidumbres y dificultades de la
vida. En el centro de ese abrirse a los otros brilla la luz cálida de la amistad. Un espacio
de diálogo y afecto que Javier siempre privilegió, para ayudar a sus discípulos a
encontrarse a sí mismos y ser mejores personas.
Javier se resistió siempre al poder. No lo atraían los fastos deslumbrantes que suelen
acompañar a quienes ejercen potestades sobre comunidades y grupos. Él prefería el
espacio íntimo, la reserva de las relaciones personales y los círculos pequeños de amigos
y discípulos. Sin embargo, tenía también un acendrado sentido del deber. En un país de
grandes desigualdades e injusticias, Javier apostó siempre por el cambio. Y sabía que eso
exige sacrificios, entrega. Aceptó, pues, ejercer poder en determinados momentos de su
vida. Fue ésta, empero, otra dimensión de su compromiso con la ayuda a los demás, la
dimensión de lo institucional y lo colectivo. Otra forma de su amor por las personas.
Javier ejerció diversos cargos de dirección, varios de ellos muy importantes. Dirigió el
Programa Laboral de DESCO, desarrollando tareas de apoyo y promoción del
sindicalismo peruano, algo a lo que no renunció nunca. En la PUCP, fue jefe del
Departamento Académico y decano de la Facultad de Derecho, además de miembro de la
Asamblea Universitaria y del Consejo Universitario, también presidente del Comité
Electoral. Fue asimismo ministro de Trabajo. En todas estas responsabilidades,
consciente de su impacto general, de su influjo colectivo, Javier impulsó reformas que
beneficiaran a la comunidad que le había confiado la responsabilidad de dirigirla. Vi a
Javier varias veces entrar al poder, transitar por él y salir luego, siendo el mismo siempre.
En este país de tanta gente ensoberbecida por el poder y que cede ante la tentación del
beneficio personal y la corrupción, Javier enseñó también, siempre con el ejemplo, que
es posible ejercer dignidades públicas con la nobleza y austeridad de quienes han
interiorizado los valores republicanos, en procura del bien común y al servicio de las
personas. En esto fue asimismo fiel a los valores de nuestra querida Universidad Católica,
a la que tanto amó.
A Javier, que fue ignaciano de corazón, hombre para los demás, le gustará que lo
recordemos con una frase del padre Pedro Arrupe, prepósito general de la Compañía de
Jesús, personalidad carismática y tan importante en la renovación de la orden de los
jesuitas y de la Iglesia Católica toda, en la época del Concilio Vaticano II. La frase de
Pedro Arrupe es: «No me resigno a que, cuando yo muera, siga el mundo como si yo no
hubiera vivido». La vida de Javier, sin embargo, tuvo un sentido profundo, al consagrarse
generosamente a ayudar a los demás, tanto en lo individual como en lo comunitario. El
mundo, nuestro mundo, no es el mismo tras su paso.
Y el legado de Javier seguirá alentándonos, ayudando a cambiar la realidad, a
transformarla. Él supo y pudo tocar los corazones y ayudar a mejorar a las personas desde
la esfera interior, desde el alma, y supo y pudo también incidir en la sociedad para hacerla
más justa y digna.
Gracias, pues, al queridísimo maestro y amigo por la generosidad de su vida.

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