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Abril 2023
Tiraje: 800 ejemplares
Derechos reservados
Prohibida su reproducción total o parcial.
Editores y escritores:
Cinthya Martínez
Mariano Salinas
Gabriela Rivera
Vanesa Violante
María José Sigüenza
Edgar Allan Poe
Edgar Allan Poe fue un escritor, poeta, crítico y periodista
romántico estadounidense, generalmente reconocido
como uno de los maestros universales del relato corto, del
cual fue uno de los primeros practicantes en su país.
No espero ni remotamente que se conceda el menor La docilidad y la humanidad fueron mis características
crédito a la extraña, aunque familiar historia que voy a durante mi niñez. Mi ternura de corazón era tan extrema-
relatar. Sería verdaderamente insensato esperarlo cuando da, que atrajo sobre mí las burlas de mis camaradas.
mis mismos sentidos rechazan su propio testimonio. No
obstante, yo no estoy loco, y ciertamente no sueño. Pero, Sentía extraordinaria afición por los animales, y mis parien-
por si muero mañana, quiero aliviar hoy mi alma. tes me habían permitido poseer una gran variedad de
ellos. Pasaba en su compañía casi todo el tiempo y jamás
Me propongo presentar ante el mundo, clara, sucintamen- me sentía más feliz que cuando les daba de comer o
te y sin comentarios, una serie de sencillos sucesos domés- acariciaba. Esta singularidad de mi carácter aumentó con
ticos. Por sus consecuencias, estos sucesos me han tortura- los años, y cuando llegué a ser un hombre, vino a constituir
do, me han anonadado. Con todo, sólo trataré de aclarar- uno de mis principales placeres.
los. A mí sólo horror me ha causado, a muchas personas
parecerán tal vez menos terribles que estrambóticos. Para los que han profesado afecto a un perro fiel e inteli-
gente, no es preciso que explique la naturaleza o la intensi-
Quizá más tarde surja una inteligencia que de a mi visión dad de goces que esto puede proporcionar. Hay en el
una forma regular y tangible; una inteligencia más serena, desinteresado amor de un animal, en su abnegación, algo
más lógica, y, sobre todo, menos excitable que la mía, que que va derecho al corazón del que ha tenido frecuentes
no encuentre en las circunstancias que relato con horror ocasiones de experimentar su humilde amistad, su fideli-
más que una sucesión de causas y de efectos naturales. dad sin límites.
Me casé joven, y tuve la suerte de encontrar en mi esposa Mi enfermedad me invadía cada vez más, pues ¿qué enfer-
una disposición semejante a la mía. Observando mi inclina- medad es comparable al alcohol?, y, con el tiempo, hasta el
ción hacia los animales domésticos, no perdonó ocasión mismo Plutón, que mientras tanto envejecía y naturalmen-
alguna de proporcionarme los de las especies más agrada- te se iba haciendo un poco desapacible, empezó a sufrir las
bles. Teníamos pájaros, un pez dorado, un perro hermosísi- consecuencias de mi mal humor.
mo, conejitos, un pequeño mono y un gato.
Una noche que entré en casa completamente borracho,
Este último animal era tan robusto como hermoso, com- me pareció que el gato evitaba mi vista. Lo agarré, pero,
pletamente negro y de una sagacidad maravillosa. Respec- espantado de mi violencia, me hizo en una mano con sus
to a su inteligencia, mi mujer, que en el fondo era bastante dientes una herida muy leve. Mi alma pareció que abando-
supersticiosa, hacía frecuentes alusiones a la antigua naba mi cuerpo, y una rabia más que diabólica, saturada de
creencia popular, que veía brujas disfrazadas en todos los ginebra, penetró en cada fibra de mi ser.
gatos negros. Esto no quiere decir que ella tomase esta
preocupación muy en serio, y si lo menciono, es sencilla- Saqué del bolsillo del chaleco un cortaplumas, lo abrí,
mente porque me viene a la memoria en este momento. agarré al pobre animal por la garganta y deliberadamente
le hice saltar un ojo de su órbita. Me avergüenzo, me
Plutón, este era el nombre del gato, era mi favorito, mi consumo, me estremezco al escribir esta abominable
camarada. Yo le daba de comer y él me seguía por la casa atrocidad.
adondequiera que iba. Esto me tenía tan sin cuidado, que
llegué a permititirle que me acompañase por las calles. Por la mañana, al recuperar la razón, cuando se hubieron
Nuestra amistad subsistió así muchos años, durante los disipado los vapores de mi crápula nocturna, experimenté
cuales mi carácter, por obra del demonio de la intemperan- una sensación mitad horror mitad remordimiento, por el
cia, aunque me avergüence de confesarlo, sufrió una crimen que había cometido; pero fue sólo un débil e
alteración radical. inestable pensamiento, y el alma no sufrió las heridas.
Me hice de día en día más taciturno, más irritable, más Persistí en mis excesos, y bien pronto ahogué en vino todo
indiferente a los sentimientos ajenos. Llegué a emplear un recuerdo de mi criminal acción. El gato sanó lentamente.
lenguaje brutal con mi mujer. Más tarde, hasta la injurié La órbita del ojo perdido presentaba, en verdad, un aspec-
con violencias personales. Mis pobres favoritos, natural- to horroroso, pero en adelante no pareció sufrir. Iba y venía
mente, sufrieron también el cambio de mi carácter. No por la casa, según su costumbre; pero huía de mí con
solamente los abandonaba, sino que llegué a maltratarlos. indecible horror.
El afecto que a Plutón todavía conservaba me impedía Aún me quedaba lo bastante de mi benevolencia anterior
pegarle, así como no me daba escrúpulo de maltratar a los para sentirme afligido por esta antipatía evidente de parte
conejos, al mono y aun al perro, cuando por acaso o por de un ser que tanto me había amado. Pero a este senti-
cariño se atravesaban en mi camino. miento bien pronto sucedió la irritación.
La caída de los otros muros había aplastado a la víctima de Era un enorme gato, tan grande por lo menos como
mi crueldad en el yeso recientemente extendido; la cal de Plutón, e igual a él en todo, menos en una cosa. Plutón no
este muro, combinada con las llamas y el amoníaco tenía ni un pelo blanco en todo el cuerpo, mientras que
desprendido del cadáver, habrían formado la imagen, tal éste tenía una salpicadura larga y blanca, de forma indecisa
como yo la veía. Merced a este artificio logré satisfacer muy que le cubría casi toda la región del pecho.
pronto a mi razón, mas no pude hacerlo tan rápidamente
con mi conciencia, porque el suceso sorprendente que No bien lo hube acariciado cuando se levantó súbitamen-
acabo de relatar, grabóse en mi imaginación de una te, prorrumpió en continuado ronquido, se frotó contra mi
manera profunda. mano y pareció muy contento de mi atención. Era, pues, el
verdadero animal que yo buscaba. Al momento propuse, al
Hasta pasados muchos meses no pude desembarazarme dueño de la taberna comprarlo, pero éste no se dio por
del espectro del gato, y durante este período envolvió mi entendido: yo no lo conocía ni lo había visto nunca antes
alma un semisentimiento. muy semejante al remordimien- de aquel momento.
to. Llegué hasta llorar la pérdida del animal y a buscar en
torno mío, en los tugurios miserables, que tanto frecuenta- Continué acariciándolo y, cuando me preparaba a regresar
ba habitualmente, otro favorito de la misma especie y de a mi casa, el animal se mostró dispuesto a acompañarme.
una figura parecida que lo reemplazara. Le permití que lo hiciera, agachándome de vez en cuando
para acariciarlo durante el camino.
Ocurrió que una noche que me hallaba sentado, medio
aturdido, en una taberna más que infame, fue repentina- Cuando estuvo en mi casa, se encontró como en la suya, e
mente solicitada mi atención hacia un objeto negro que hízose en seguida gran amigo de mi mujer. Por mi parte,
reposaba en lo alto de uno de esos inmensos toneles de bien pronto sentí nacer antipatía contra él. Era casualmen-
ginebra o ron que componían el principal ajuar de la sala. te lo contrario de lo que yo había esperado; no sé cómo ni
Hacía algunos momentos que miraba a lo alto de este por qué sucedió esto: su empalagosa ternura me disgusta-
tonel, y lo que mé sorprendía era no haber notado más ba, fatigándome casi. Poco a poco, estos sentimientos de
pronto el objeto colocado encima. Me aproximé, tocándo- disgusto y fastidio convirtiéronse en odio.
lo con la mano.
Esquivaba su presencia; pero una especie de sensación de
bochorno y el recuerdo de mi primer acto de crueldad me
impidieron maltratarlo. Durante algunas semanas me
abstuve de golpearlo con violencia; llegué a tomarle un
indecible horror, y a huir silenciosamente de su odiosa
presencia, como de la peste.