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o
La Segunda Venida de Nuestro Señor
James Stuart Russell
(1816-1895)
Escrito en 1878
1
preterista. Charles H. Spurgeon, que no sostenía la posición preterista, afirmó,
sin embargo, que el libro "arroja tanta luz nueva sobre porciones oscuras de las
Escrituras, y está acompañado de tantas investigaciones críticas y tanto
razonamiento detallado, que no puede hacer daño a nadie y puede beneficiar a
todos". (Para el texto completo de esta revisión, léase el comentario de C. H.
Spurgeon sobre "The Parousia").
"Creo que la obra de Russell es uno de los importantes tratados sobre escatología
bíblica disponibles para la iglesia en la actualidad. Los puntos de controversia
discutidos en esta obra con respecto a las referencias del marco de tiempo de la
parusía en el Nuevo Testamento son de importancia vital, no sólo para la
escatología, sino también para el futuro debate sobre la credibilidad de las
Sagradas Escrituras". (Dr. R. C. Sproul, presidente de los Ministerios Ligonier).
"En vista de las maravillosas y penetrantes observaciones del Dr. Russell, ningún
estudiante serio de la escatología bíblica debería intentar construir un esquema
2
sistemático de sucesos apocalípticos sin consultar primero esta obra del siglo
diecinueve, La parusía". Walt Hibbard, presidente de Great Christian Books).
CONTENIDO
Prefacio
3
3. Indicaciones proféticas de la próxima consumación del reino de Dios
1. Parábola de las minas
2. Lamento de Jesús sobre Jerusalén
3. Parábola de los labradores malvados
4. Parábola de las bodas del Hijo del Rey
5. Ayes contra los escribas y fariseos
6. La profecía del monte de los Olivos
4. Examen de la profecía del monte de los Olivos
I. Preguntas de los discípulos
II. Respuesta de Nuestro Señor a los discípulos
(a) Sucesos que más remotamente habrían de preceder a la consumación
(b) Indicaciones adicionales del próximo destino de Jerusalén
(c) Los discípulos advertidos contra los falsos profetas
(d) Llegada del 'fin', o la catástrofe de Jerusalén
(e) La parusía ha de tener lugar antes de que pase la generación actual
(f) Certeza de la consumación, pero incertidumbre de su fecha exacta
(g) Lo repentino de la parusía, y llamado a estar vigilantes
(h) Los discípulos advertidos de lo repentino de la parusía (Parábola del señor
de la casa)
4
El juicio de este mundo, y del príncipe de este mundo
El regreso de Cristo (la parusía) será pronto
Juan ha de vivir hasta la parusía
Resumen de la enseñanza de los evangelios con respecto a
la parusía
Apéndice a la Parte I
Nota A.- Sobre la teoría de interpretación del doble sentido
Nota B.- Sobre el elemento profético en los evangelios
PARTE II
LA PARUSÍA EN LOS HECHOS Y EN LAS EPÍSTOLAS
5
En la Segunda Epístola a los Tesalonicenses
La parusía, un tiempo de juicio contra los enemigos de
Cristo, y de la liberación de su pueblo
Sucesos que deben preceder a la parusía
1. La apostasía
2. El hombre de pecado
En las Epístolas a los Corintios
La Primera Epístola a los Corintios
Actitud de los cristianos de Corinto en relación con la parusía
Carácter judicial del 'día del Señor' (I Cor. 3:13)
Carácter judicial del 'día del Señor (I Cor. 4:5)
Cercanía de la consumación que se aproxima
El fin del mundo ya ha llegado
Sucesos que acompañan a la parusía
Los santos (vivos) transformados en la parusía
La parusía y la 'final trompeta'
'Maranatha', la contraseña apostólica
La Segunda Epístola a los Corintios
Anticipaciones del 'fin' y del 'día del Señor'
Los muertos en Cristo han de ser presentados junto con los vivos en la parusía
Esperanza de la futura bienaventuranza en la parusía
6
En la Epístola a los Efesios
La dispensación de la plenitud de los tiempos
El día de redención
La edad presente y la venidera
La (s) edad (es) venidera (s)
En la Epístola a los Filipenses
El día de Cristo
Esperanza de la parusía
Cercanía de la parusía
En las Epístolas a Timoteo
En la Primera Epístola:
Apostasía de los postreros días
Tabla escatológica, o sinopsis, de los pasajes relacionados
con los postreros tiempos
Frases equivalentes que se refieren al mismo período
Tabla de pasajes relacionados con la apostasía de los
postreros tiempos
Conclusión con respecto a la apostasía
Timoteo y la parusía
La apostasía ya se está manifestando
En la segunda epístola:
Esperanza de 'aquel día', es decir, la parusía
La apostasía de los 'postreros días' es inminente
Espera del fin que se aproxima
En la Epístola a Tito
Anticipación de la parusía
En la Epístola a los Hebreos
Los últimos días ya han llegado
Las edades, o períodos mundiales
El mundo venidero, o el nuevo orden
7
El fin del tiempo
La promesa del reposo de Dios
El fin de los tiempos
Esperanza de la parusía
La parusía se aproxima
La parusía es inminente
La parusía y los santos del Nuevo Testamento
La gran consumación se acerca
Cercanía y fin de la consumación
Expectativa de la parusía
En la Epístola de Santiago
Vienen los últimos días
Cercanía de la parusía
En las Epístolas de Pedro
En la Primera Epístola:
La salvación a punto de ser revelada en los postreros
tiempos
La revelación cercana de Jesucristo
Relación entre la redención de Cristo y el mundo
antediluviano
Cercanía del juicio y el fin de todas las cosas
Las buenas nuevas anunciadas a los muertos
El fuego de prueba y la gloria venidera
Ha llegado el tiempo del juicio
La gloria a punto de ser revelada
En la Segunda Epístola:
Burladores en 'los postreros días'
La escatología de Pedro
Certeza de la consumación que se aproxima
Lo repentino de la parusía
Actitud de los cristianos primitivos en relación con la
8
parusía
Los nuevos cielos y la nueva tierra
La cercanía de la parusía, un motivo para ser diligentes
Los creyentes no deben desanimarse por la aparente
demora de la parusía
Alusión de Pedro a las enseñanzas de Pablo concernientes
a la parusía
En las Epístolas de Juan
El mundo pasa: viene la última hora
Viene el anticristo, prueba de que es la última hora
El anticristo no es una persona, sino un principio
Marcas del anticristo
Esperanza de la parusía
En la Epístola de Judas
APÉNDICE A LA PARTE II
PARTE III
La parusía en el Apocalipsis
12
PREFACIO
Ningún lector atento del Nuevo Testamento puede dejar de impresionarse con la
prominencia que los evangelistas y los apóstoles le dan a la PARUSÍA, o 'venida
del Señor'. Ese suceso es el gran tema de la profecía del Nuevo Testamento.
Apenas si hay un solo libro, desde el evangelio de Mateo hasta el Apocalipsis de
Juan, en el que la Parusía no se presente como la gloriosa promesa de Dios y la
bendita esperanza de la iglesia. Fue predicha por Nuestro Señor con frecuencia y
solemnidad; fue mantenida sin cesar por los apóstoles ante los ojos de los
primeros cristianos; y fue creída firmemente y esperada ansiosamente por las
iglesias de la era primitiva.
No puede negarse que hay una notable diferencia entre la actitud de los primeros
cristianos y la de los cristianos actuales en relación con la Parusía. Esa gloriosa
esperanza, a la cual se volvieron ansiosamente todos los ojos y todos los
corazones en la era apostólica, casi ha desaparecido de la vista de los modernos
creyentes. Cualesquiera sean las opiniones teóricas expresadas en símbolos y
credos, debe admitirse con franqueza que la 'segunda venida de Cristo' casi ha
dejado de ser una creencia viva y práctica.
Se pueden invocar varias causas para explicar este estado de cosas. Los
apresurados vaticinios de los que con demasiada confianza se han dedicado a
interpretar la profecía, y el consiguiente discrédito por el fracaso de sus
predicciones, sin duda han disuadido a hombres reverentes y sensatos de
adentrarse en la investigación de 'profecías no cumplidas'. Por otra parte, hay
razones para pensar que la crítica racionalista ha engendrado dudas sobre si hubo
alguna vez el propósito de que las predicciones del Nuevo Testamento tuvieran
cumplimiento literal o histórico.
Sin embargo, ésta es sólo una explicación parcial. Merece consideración, ya sea
que haya o no una diferencia fundamental entre la relación de la iglesia de la era
apostólica con la Parusía predicha y la relación con ese suceso sostenida en
épocas subsiguientes. Sin duda, los primeros cristianos creían que estaban al
borde de una gran catástrofe, y sabemos cuánta intensidad y cuánto entusiasmo
inspiraba la esperanza de la casi inmediata venida del Señor; pero, si no puede
demostrarse que los cristianos actuales tienen una actitud similar, habría una falta
13
de verdad y realismo al simular la ansiosa anticipación y esperanza de la iglesia
primitiva. Un mismo suceso no puede ser inminente en dos períodos diferentes
separados por casi dos mil años. Por lo tanto, debe haber alguna grave
equivocación por parte de los que sostienen que la iglesia cristiana actual tiene
precisamente la misma relación con, y debería tener la misma actitud hacia, la
'venida del Señor' que la iglesia en los días de Pablo.
1878.
Notas:
14
LAS ÚLTIMAS PALABRAS DE LA PROFECÍA
DEL ANTIGUO TESTAMENTO
El libro de Malaquías
El intervalo entre Malaquías y Juan el Bautista
EL LIBRO DE MALAQUÍAS
Como resultado, el juicio venidero es 'la carga de la palabra del Señor a Israel por
medio de Malaquías'.
Cap. 3:5.- "Y vendré a vosotros para juicio; y seré pronto testigo contra los
hechiceros y adúlteros, contra los que juran mentira, y los que defraudan en
su salario al jornalero, a la viuda y al huérfano, y a los que hacen injusticia
al extranjero, no teniendo temor de mí, dice Jehová de los ejércitos".
Cap. 4:1.- "Porque he aquí, viene el día ardiente como un horno, y todos los
soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa; aquel día que vendrá
los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni
rama".
15
Que esta no es una amenaza vaga y sin significado es evidente a juzgar por los
términos claros y definidos con que es anunciada. Todo apunta a una inminente
crisis en la historia de la nación, cuando Dios administre juicio sobre su pueblo
rebelde. "Viene el día ardiente como un horno", "el día grande y terrible de
Jehová". Que este "día" se refiere a cierto período y a un suceso específico no
admite duda. Ya había sido predicho, y precisamente con las mismas palabras,
por el profeta Joel (2:31): "El día grande y espantoso de Jehová". Y
encontraremos una clara referencia a él en el discurso del apóstol Pedro el día de
Pentecostés (Hechos 2:20). Pero el período queda definido más precisamente por
la notable declaración de Malaquías en 4:5: "He aquí, yo os envío el profeta
Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible". La declaración
explícita de nuestro Señor de que el Elías predicho no es otro que su precursor,
Juan el Bautista (Mat. 11:14), nos permite establecer el momento y el suceso a
los que se hace referencia como "el día de Jehová. grande y terrible". El suceso
no debe ser buscado a gran distancia del período de Juan el Bautista. Es decir, la
alusión al juicio de la nación judía, cuando su ciudad y su templo fueron
destruidos, y la estructura entera del estado mosaico fue disuelta.
Merece notarse que tanto Isaías como Malaquías predicen la aparición de Juan el
Bautista como el precursor de nuestro Señor, pero en términos muy diferentes.
Isaías le representa como el heraldo del Salvador venidero: "Voz que clama en el
desierto: Preparad camino a Jehová; enderezad calzada en la soledad a nuestro
Dios". (Isa. 40:3). Malaquías representa a Juan como el precursor del Juez
venidero: "He aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante
de mí; y vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis, y el
ángel del pacto, a quien deseáis vosotros. He aquí viene, ha dicho Jehová de los
ejércitos". (Mal. 3:1).
Que esta es una venida de juicio se pone de manifiesto por las palabras que
siguen inmediatamente después, y que describen la alarma y la consternación
causadas por su aparición: "Y quién podrá soportar el tiempo de su venida? ¿o
quién podrá estar en pie cuando él se manifieste?" (Mal. 3:2).
16
en Apoc. 6:17. Por lo tanto, concluimos que el profeta Malaquías habla, no del
primer advenimiento de nuestro Señor, sino del segundo.
Esto queda probado además por el hecho significativo de que, en 3:1, el Señor es
representado como viniendo "súbitamente a su templo". Entender esto como que
se refiere a la presentación del Salvador niño en el templo por sus padres, a los
suyos en los atrios del templo, o a los suyos de entre los compradores y
vendedores del sagrado edificio es ciertamente una explicación de lo más
inadecuada. Ésas no son ocasiones de terror y consternación, como está implícito
en el segundo versículo: "¿Quién podrá estar en pìe cuando él se manifieste?" Sin
embargo, la expresión sugiere vívidamente la visitación final y judicial sobre la
casa de su Padre, cuando habría de quedar "desierta", según su predicción. El
templo era el centro de la vida de la nación, el símbolo visible del pacto entre
Dios y su pueblo; era el lugar en que "el juicio debía comenzar", y que habría de
ser alcanzado por "destrucción repentina". Entonces, tomando en cuenta todos
estos detalles, la "súbita venida del Señor a su templo", la consternación que
acompaña "el día de su venida", su venida como "fuego purificador", su venida
"para juicio", "viene el día ardiente como un horno", "todos los que hacen maldad
serán estopa", "no les dejará ni raíz ni rama", y la aparición de Juan el Bautista, el
segundo Elías, antes de la llegada del "día grande y terrible de Jehová", es
imposible resistirse a la conclusión de que aquí el profeta predice la gran
catástrofe nacional en la cual el templo, la ciudad, y la nación perecieron juntas;
y que esto es designado como "el día de su venida".
Notas:
20
PARTE I
LA PARUSÍA EN LOS EVANGELIOS
21
Pero el otro aspecto de su misión no es reconocido con menos claridad en los
evangelios. Es representado, no sólo como el heraldo del Salvador venidero, sino
como el del Juez venidero. En realidad, sus propias afirmaciones registradas
hablan mucho más de ira que de salvación, y están concebidas más en el espíritu
del Elías de Malaquías que en el del heraldo del desierto en Isaías. Amonesta a
los fariseos y a los saduceos, y a las multitudes que venían a su bautismo, a que
"huyeran de la ira venidera". Les dice que "el hacha está puesta a la raíz de los
árboles". Anuncia la venida de Uno más poderoso que él, "cuyo aventador está en
su mano, y recogerá su trigo en el granero, y quemará la paja en fuego que nunca
se apagará" (Mat. 3:12).
Volver
Notas:
23
LA PARUSÍA EN LOS EVANGELIOS
24
1. Que Él proclamó que una gran crisis, o consumación, llamada "el
reino de los cielos", se había acercado.
Pero el tema entero de "el reino de los cielos" debe ser reservado para una
discusión más completa en un tiempo futuro.
25
allí; y el postrer estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero. Así
también acontecerá a esta mala generación".
Este pasaje es de gran importancia para establecer el verdadero significado de la
frase "esta generación" [genea]. En este lugar, sólo puede referirse al pueblo de
Israel que entonces vivía - la generación entonces actual. Ningún comentarista ha
propuesto jamás llamar "genea" aquí a la raza judía de todos los tiempos. Nuestro
Señor acostumbraba referirse a sus contemporáneos como a esta generación:
"Mas, ¿a qué compararé esta generación?" - esto es, a los hombres de ese tiempo
que no escuchaban ni a su precursor ni a Él mismo (Mat. 11:16; Luc. 7:31). Hasta
comentaristas como Stier, que sostiene la interpretación de "genea"
como raza o linaje en otros pasajes, admite que la referencia en estas palabras es
"a la generación que estaba viva en ese entonces y en esa época, que era de lo
más importante". (1) Así que, en el pasaje que tenemos delante, no puede haber
controversia con respecto a la aplicación de las palabras exclusivamente a la
generación que existía entonces, los contemporáneos de Cristo. Nuestro Señor da
aquí testimonio de la exacerbada y enorme maldad de ese período. Jesús se acaba
de dirigir a aquella generación con las mismas palabras del Bautista:
"¡Generación de víboras!". Se declara que su culpa supera a la de los paganos; se
la compara con un endemoniado, de quien el espíritu inmundo se ha apartado por
un tiempo, pero ha regresado con mayor fuerza que antes, acompañado por otros
siete espíritus peores que él, de manera que "el postrer estado de aquel hombre
viene a ser peor que el primero". En el testimonio de Josefo tenemos una
impresionante confirmación de la descripción que hace nuestro Señor de la
condición moral de aquella generación. "Como sería imposible relatar en detalle
sus enormidades, diré brevemente que ninguna otra ciudad sufrió jamás
calamidades similares, y que ninguna generación existió jamás que fuese más
prolífica en el crimen. Confesaban que eran esclavos - y lo eran - la escoria
misma de la sociedad, los engendros espurios y contaminados de la
nación".(2) "Y aquí no puedo contenerme, y debo expresar lo que mis
sentimientos me indican. Soy de la opinión de que, si los Romanos hubiesen
diferido el castigo de estos miserables, o la tierra se hubiese abierto y se hubiese
tragado la ciudad, o ésta habría sido barrida por un diluvio, o compartido el
destino de Sodoma. Porque produjo una raza mucho más impía que la de los que
fueron así visitados. Porque, por medio de la locura desesperada de estos
hombres, la nación entera se vio envuelta en la ruina de ellos".(3) "De alguna
manera, aquel período se había vuelto tan prolífico en iniquidad de todo tipo
entre los judíos, que ninguna obra mala quedó sin ser perpetrada; ... tan universal
era el contagio, tanto en público como en privado, y tal la emulación para
superarse los unos a los otros en actos de impiedad hacia Dios e injusticia hacia
sus prójimos". (4)
26
Tal era la terrible condición hacia la que la nación se apresuraba cuando nuestro
Señor pronunció estas palabras proféticas. El clímax todavía no había llegado,
pero ya estaba plenamente a la vista. El espíritu inmundo no había regresado a su
casa todavía, pero estaba en camino. Como observa Stier: "En el período entre la
ascensión de Cristo y la destrucción de Jerusalén, especialmente hacia el fin de
ella, podríamos decir que esta nación aparece como poseída por siete mil
demonios". (5) ¿No es éste un cumplimiento adecuado y completo de la
predicción del Salvador? ¿Tenemos la más ligera justificación para, o la más
ligera necesidad de, decir que significa alguna otra cosa, o algo más que esto?
¿Qué razón hay para suponer un cumplimiento adicional y futuro de sus
palabras? ¿No es un virtual descrédito de la profecía buscar algo más que el
sentido obvio que apunta tan claramente a una catástrofe inminente que estaba a
punto de acontecerle a aquella generación? Seguramente mostramos la mayor
reverencia a la palabra de Dios cuando aceptamos implícitamente sus obvias
enseñanzas, y rehusamos las especulaciones injustificadas y meramente humanas
que los críticos y los teólogos han extraído de su propia fantasía. Concluimos,
entonces, que, en el escandaloso libertinaje de la época, y las señaladas
calamidades que, antes de que terminara, destruirían al pueblo judío, tenemos el
testimonio histórico del exhaustivo cumplimiento de esta profecía.
ALUSIONES ADICIONALES
A LA IRA VENIDERA
Lucas 13:1-9: "En este mismo tiempo estaban allí algunos que le contaban acerca
de los galileos cuya sangre Pilato había mezclado con los sacrificios de ellos.
Respondiendo Jesús, les dijo: ¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron
tales cosas, eran más pecadores que todos los galileos? Os digo: No; antes si no
os arrepentís, todos pereceréis igualmente. O aquellos dieciocho sobre los cuales
cayó la torre de Siloé, y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los
hombres que habitan en Jerusalén? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos
pereceréis igualmente".
Cuán vívidamente percibió nuestro Señor las inminentes calamidades de la
nación, y cuán claras y distintas fueron sus advertencias, puede inferirse de este
pasaje. La matanza de algunos galileos que habían subido a Jerusalén a la fiesta
de la Pascua, ya fuera por orden o con la confabulación del gobernador romano, y
la súbita destrucción de dieciocho personas mediante la caída de la torre cerca del
estanque de Siloé, eran incidentes que formaban los temas de conversación del
pueblo en ese tiempo. Nuestro Señor declara que las víctimas de estas
calamidades no eran excepcionalmente impías, sino que una suerte
semejante alcanzaría a las mismas personas que ahora hablaban de ellas, a menos
que se arrepintieran. El punto de su obervación, que a menudo se pasa por alto,
27
reside en lasimilitud de la amenaza de la destrucción. No es "todos vosotros
pereceréis también", sino "todos vosotros pereceréis del mismo modo". Que
nuestro Señor tenía a la vista la ruina final que estaba a punto de alcanzar a
Jerusalén y a la nación difícilmente puede dudarse. La analogía entre los casos es
real e impresionante. Fue en la fiesta de la Pascua cuando la población de Judea
se había agolpado en Jerusalén, y allí fue encerrada por las legiones de Tito.
Josefo nos cuenta cómo, en la agonía final del sitio, la sangre de los sacerdotes
que oficiaban fue derramada al pie del altar de los sacrificios. Los soldados
romanos fueron los ejecutores del juicio divino; y al caer al suelo el templo y la
torre, sepultaron en sus ruinas muchas víctimas de la impenitencia y la
incredulidad. Es satisfactorio descubrir que tanto Alford como Stier reconocen la
alusión histórica en este pasaje. El primero observa: la fuerza se pierde en la
versión inglesa "likewise", [parecida], que debería traducirse "in like manner" [de
la misma manera], como de hecho pereció el pueblo judío por la espada de los
romanos". (6)
Lucas 13:6-9: "Dijo también esta parábola: Tenía un hombre una higuera
plantada en su viña, y vino a buscar fruto en ella, y no lo halló. Y dijo al viñador:
He aquí, hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo hallo;
córtala; ¿para qué inutiliza también la tierra? Él entonces, respondiendo, le dijo:
Señor, déjala todavía este año, hasta que yo cave alrededor de ella, y la abone. Y
si diere fruto, bien; y si no, la cortarás después".
El mismo significado profético se pone de manifiesto en esta parábola, que es
casi la contraparte de la que aparece en Isaías 5, tanto en forma como en
significado. La verdadera interpretación es tan obvia que apenas es necesaria
alguna explicación. Su aplicación al pueblo judío es de lo más clara y directa,
más especialmente cuando se la considera en relación con las advertencias que
anteceden. Israel es la higuera inútil, cultivada por mucho tiempo, pero sin
producir fruto para su dueño. Ahora se encuentra en su última prueba: el hacha,
como había declarado Juan el Bautista, estaba puesta a la raíz del árbol; pero el
golpe fatal fue aplazado por la intercesión de la misericordia. Aún en ese
momento, el Salvador estaba ocupado en su obra de gracia de alimentarla y
cultivarla; un poco más, y saldría el decreto: "Córtala. ¿Para qué inutiliza también
la tierra?"
No hay duda de que, en ésta como en otras parábolas, hay principios generales
aplicables a todas las naciones y todos los tiempos; pero no debemos perder de
28
vista su referencia original y primaria al pueblo judío. Stier y Alford parecen
perderse en la búsqueda de significados recónditos y místicos en los detalles
menores de las imágenes; pero Neander da una luminosa explicación de su
verdadera importancia: "Como la higuera inútil, que no reconoció el propósito de
su existencia, fue destruida, así también la nación teocrática, por la misma razón,
después de habérsele tenido mucha paciencia, habría de ser alcanzada por los
juicios de Dios, y cortada de su reino".(7)
29
como hemos dicho, un período de tiempo, o época. Es exactamente equivalente a
la palabra latina aevum, que es meramente aion con ropaje latino; y la frase
(griego - venida), traducida a nuestra versión inglesa, "el fin del mundo", debería
ser "el fin de esta época". Tittman observa: (griego - venida), como ocurre en el
Nuevo Testamento, no denota el fin, sino más bien la consumación del eón, que
ha de ser seguida por una nueva era. Así ocurre en Mateo 13:39, 40, 49; 24:3; es
de temer que este último pasaje se malentienda al aplicarlo a la destrucción del
mundo". (8) Era creencia de los judíos que el Mesías entronizaría un nuevo eón,
o una nueva era: y a este nuevo eón, o a esta era, la llamban "el reino de los
cielos". Por lo tanto, el eón existente era la dispensación judía, que ahora se
acercaba a su fin; y el Señor muestra en estas parábolas de manera impresionante
cómo terminaría. Es en verdad sorprendente que los expositores hayan dejado de
reconocer en estas solemnes predicciones la reproducción y la reiteración de las
palabras de Malaquías y de Juan el Bautista. Aquí encontramos la misma
separación final entre los justos y los impíos; la misma purificación de la tierra;
el mismo recoger el trigo en el granero; el mismo quemar de la paja [la cizaña, el
rastrojo] en el fuego. ¿Puede haber alguna duda de que es al mismo acto de
juicio, al mismo período de tiempo, al mismo suceso histórico, al que se refieren
Malaquías, Juan y nuestro Señor?
Pero hemos visto que Juan el Bautista predijo un juicio que entonces era
inminente - una catástrofe tan cercana que ya el hacha estaba puesta a la raíz de
los árboles - de acuerdo con la profecía de MMalaquías, de que "el día grande y
terrible de Jehová" habría de seguir a la venida del segundo Elías. Llegamos, por
lo tanto, a la conclusión de que esta discriminación entre justos e impíos, este
recoger el trigo en el granero, y quemar la cizaña en el horno de fuego, se
refieren a la misma catástrofe, es decir, a la ira que vino sobre aquella misma
generación, cuando Jerusalén se convirtió, literalmente, en un "horno de fuego",
y la era del judaísmo terminó en "el día grande y terrible de Jehová".
Esta conclusión está apoyada por el hecho de que hay una estrecha relación entre
esta gran época judicial y la venida del "reino de los cielos". Nuestro Señor
representa la separación entre los justos y los impíos como la característica de la
gran consumación que se llama "el reino de Dios". Pero se había declarado que el
reino estaba a las puertas. Se sigue, por lo tanto, que las parábolas que tenemos
delante de nosotros se refieren, no a un remoto suceso todavía en el futuro, sino a
uno que, en el tiempo de nuestro Salvador, estaba cerca.
Un argumento adicional a favor de este punto de vista se deriva de la
consideración de que nuestro Señor, en su explicación de la parábola de la
cizaña, habla de sí mismo como el sembrador de la buena semilla: "El que
siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre". Es a su propio ministerio
personal y sus resultados a lo que Él se refiere, y por lo tanto, nosotros debemos
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considerar la parábola como que tiene una relación especial con sus
contemporáneos. Esto está en perfecta armonía con su solemne advertencia de
Lucas 13:26 [-28], donde Él describe la condenación de los que tuvieron el
privilegio de disfrutar de su presencia personal y de su ministerio, los que
pretendían el discipulado, que eran cizaña y no trigo. "Entonces comenzaréis a
decir: Delante de tí hemos comido y bebido, y en nuestras plazas enseñaste. Pero
os dirá: Os digo que no sé de dónde sois; apartaos de mí todos vosotros,
hacedores de maldad. Allí será el lloro y el crujir de dientes, cuando veáis a
Abraham, a Isaac, a Jacob, y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros
estéis excluidos". Por aplicable que sea este lenguaje a los hombres en general
bajo el evangelio, es claro que tenía una aplicación directa y específica a los
contemporáneos de nuestro Señor - la generación que presenció sus milagros y
oyó sus parábolas; y que tiene una relación con ellos como no la puede tener con
nadie más.
Al final de la parábola de la cizaña, encontramos una impresionante nota bene,
que llama la atención de manera especial a la instrucción contenida en ella: "El
que tiene oídos para oír, oiga". Podemos tomar ocasión de esto para hacer una
observación acerca de la vasta importancia de tener un verdadero concepto del
período en el que nuestro Señor y los apóstoles enseñaron. Esto es indispensable
para entender correctamente la doctrina del Nuevo Testamento con respecto al
"reino de Dios", el "fin de la era", y la "era venidera" o mundo por venir. Ese
período estaba cerca del fin de la dispensación judía. La economía mosaica -
como se le llama - el sistema de leyes e instituciones dadas a la nación por Dios
mismo, y que había existido por más de cuarenta generaciones,- estaba a punto
de ser reemplazada y desaparecer. La última generación que habría de poseer la
tierra, - la última y también la peor, la hija y heredera de sus predecesoras - ya
estaba en escena. El largo período durante el cual Jehová había agotado todos los
métodos que la divina sabiduría y el divino amor podían idear para cultivar y
reformar a Israel estaba a punto de terminar. Habría de terminar desastrosamente.
La ira, por largo tiempo contenida y reprimida, habría de estallar y destruir
a aquella generación. Su "útimo día" habría de ser un "dies irae", "el día grande
y terrible de Jehová". Este es "el fin del siglo" al que a menudo se refería nuestro
Señor, y que sus apóstoles constantemente predecían. Ya estaban dentro de la
penumbra de aquella tremenda crisis, que cada día se acercaba más y más, y que
por fin habría de llegar repentinamente "como ladrón en la noche". Esta es la
verdadera explicación de aquellas constantes exhortaciones a vigilar, ser
pacientes, y esperar, que abundan en las epístolas apostólicas. Vivían esperando
una consumación que habría de llegar en su propio tiempo, y que podrían
presenciar con sus propios ojos. Este hecho es evidente en los escritos del Nuevo
Testamento; es la clave para interpretar gran parte de lo que, de otro modo, sería
oscuro e ininteligible, y veremos durante esta investigación cuán
31
consistentemente es sostenido este punto de vista durante todas las Escrituras del
Nuevo Testamento.
Mateo 10:23: "Cuando os persigan en esta ciudad, huid a la otra; porque de cierto
os digo, que no acabaréis de recorrer todas las ciudades de Israel, antes que venga
el Hijo del Hombre".
En este pasaje encontramos la primera mención clara de aquel gran suceso al cual
veremos que aluden con tanta frecuencia de aquí en adelante nuestro Señor y sus
apóstoles, es decir, su segunda venida, o parusía. En realidad, se puede preguntar,
como lo veremos, si este pasaje pertenece correctamente a esta porción de la
historia del evangelio. (9) Pero, dejando de lado la pregunta por el momento,
preguntémosnos qué es realmente la venida de la que se habla aquí. ¿Puede ser,
como sugiere Lange, que Jesús habría de seguir tan rápidamente a sus mensajeros
en su circuito evangelístico como para alcanzarles antes de que se terminara? ¿Se
refiere, como piensan Stier y Alford, a dos diferentes venidas, separadas entre sí
por millares de años: la una comparativamente cercana, la otra indefinidamente
remota? ¿O debemos aceptar, con Michaelis y Mayor, el significado claro y
obvio que indican las palabras mismas? La interpretación de Lange es
ciertamente inaceptable. ¿Quién puede dudar de lo que significa aquí "la venida
del Hijo", lo que significa en todo otro lugar, y que esta es la fórmula mediante la
cual se expresa la parusía, la segunda venida de Cristo? Esta frase tiene un
significado definido y constante, tanto como su crucifixión, o su resurrección, y
no admite ninguna otra interpretación en este lugar. Pero, ¿no puede tener una
doble referencia: primera, al juicio inminente de Jerusalén, y segunda, a la
destrucción final del mundo, siendo la primera considerada como simbólica de la
segunda? Alford sostiene el doble significado, y es severo con los que vacilan en
aceptarlo. Nos dice lo que él cree que Cristo quiso decir; pero, por otra parte,
tenemos que considerar lo que Él dijo. ¿Están seguros los defensores del doble
sentido de que Él quiso decir más de lo que dijo? Miremos sus palabras. ¿Puede
algo ser más específico y más definido en cuanto a personas, el lugar, el tiempo,
y las circunstancias que esta predicción de nuestro Señor? Es a losdoce que él
habla; son las ciudades de Israel las que han de evangelizar; el tema es su pronta
venida; y el tiempo está tan cerca que antes de que la obra de ellos esté terminada
Su venida tendrá lugar. Pero si se nos ha de decir que éste no es el significado, ni
siquiera la mitad de él, y que esto incluye otra venida, a otros evangelistas, a
otras épocas, y otras tierras - una venida que, después de diecciocho siglos,
todavía es futura, y quizás remota - entonces surge la pregunta: ¿Qué no puede
significar la Escritura? El sentido gramatical de las palabras ya no es suficiente
32
para la interpretación; la Escritura es un acertijo que debe advininarse, un oráculo
que pronuncia respuestas ambiguas; y nadie puede estar seguro, sin una
revelación especial, de que entiende lo que lee. Por lo tanto, estamos a dispuestos
a concordar con Meyer en que esta doble referencia "no es sino una evasión
forzada y antinatural", y que las palabras significan simplemente lo que dicen,
que antes de que los apóstoles completaran la obra de su vida de evangelizar el
país de Israel, la venida del Señor tendría lugar.
Este es el punto de vista del pasaje que asume el Dr. E. Robinson. (10). "La
venida a la que se alude es la destrucción de Jerusalén y la dispersión de la
nación judía; y el significado es, que los apóstoles apenas tendrían tiempo, antes
de que sobreviniera la catástrofe, de ir por el país advirtiendo al pueblo que se
salvara de la destrucción de una generación desgraciada; de modo que no podían
darse el lujo de demorarse en ninguna localidad después de que sus habitantes
hubiesen escuchado y rechazado el mensaje".
33
comentaristas, que están muy divididos en sus explicaciones. Ciertamente es
innecesario preguntar qué es la venida del Hijo del Hombre que se predice aquí.
Suponer que se refiere meramente a la gloriosa manifestación de Jesús en el
monte de la transfiguración, aunque ésta es una hipótesis apoyada por grandes
nombres, es tan palpablemente inadecuado como interpretación que apenas si
requiere ser refutado. La misma observación se aplica a los comentarios del Dr.
Lange, quien supone que esta venida se cumplió parcialmente con la resurrección
de Cristo. Esta exégesis de Lange es una ilustración tan curiosa de los
expedientes a los que se ven obligados a recurrir los defensores de una teoría de
interpretación de doble sentido, que merece citarse. "En nuestra opinión", dice,
"es necesario distinguir entre el advenimiento de Cristo en la gloria de su reino
dentro del círculo de sus discípulos, y ese mismo suceso aplicado al mundo en
general y para juicio. Esto último es lo que generalmente se entiende por el
segundo advenimiento: el primero tuvo lugar cuando el Salvador resucitó de los
muertos y se apareció en medio de sus discípulos. De aquí que el significado de
las palabras de Jesús sea: se acerca el momento en que vuestros corazones
descansarán en la manifestación de mi gloria; ni será la suerte de todos los que
están aquí morir durante el intervalo. El Señor podría haber dicho que sólo dos de
los de ese círculo morirían hasta entonces, es decir, Él mismo y Judas. Pero, en
su sabiduría, escogió la expresión: "Algunos de los que están aquí no gustarán de
la muerte", para darles exactamente la medida de esperanza y ansiosa
expectación que necesitaban". (12)
Baste decir que tal interpretación de las palabras de nuestro Salvador jamás
podría haber pasado por la mente de los que las escucharon. Es tan inverosímil,
intrincada, y artificial, que queda desacreditada por su misma ingenuidad. Pero la
interpretación tampoco satisface las exigencias del idioma. ¿Cómo podría la
resurrección de Cristo ser llamada su venida en la gloria de su Padre, con los
santos ángeles, en Su reino, y para juicio? ¿O cómo podemos suponer que Cristo,
hablando de un suceso que habría de tener lugar más o menos en veinte meses,
diría: "De cierto os digo: Algunos de los que están aquí no gustarán la muerte
hasta que vean el reino de Dios?" La forma misma de la expresión muestra que el
suceso del que se habla no podría ser dentro del espacio de unos pocos meses, ni
siquiera dentro de algunos años: es un modo de hablar, que indica que
no todos los presentes vivirían para presenciar el suceso del que se habla; que
no muchos lo harían; pero que algunos sí. Es exactamente el modo de hablar que
encajaría en un intervalo de treinta o cuarenta años, cuando la mayoría de las
personas entonces presentes habrían fallecido, pero algunos sobrevivirían y
presenciarían el suceso de referencia.
Más razonablemente, Alford y Stier entienden el pasaje como que se refiere a "la
destrucción de Jerusalén y a la plena manifestación del reino de Cristo mediante
34
la aniquilación del estado judío", aunque ambos desconciertan y confunden su
interpretación con la hipótesis de una oculta y ulterior alusión a otra "venida
final", de la cual la destrucción de Jerusalén habría de ser "tipo y señal". De esto,
sin embargo, no se da ningún atisbo ni por Cristo mismo ni por los evangelistas.
La verdad es que no puede negarse que nuestro Señor a veces usaba lenguaje
ambiguo. A los judíos les dijo: "Destruid este templo, y en tres días lo levantaré"
(Juan 2:19), pero el evangelista tiene cuidado de añadir: "Pero él hablaba del
templo de su cuerpo". Así que cuando Jesús habló de "ríos de agua viva que
correrán del interior del creyente", Juan añade una nota explicativa: "Esto dijo del
espíritu", etc. (Juan 7:36). Nuevamente, cuando el Señor alude a la manera de su
propia muerte, diciendo: "Y yo, si fuere levantado de la tierra", el evangelista
añade: "Y decía esto, dando a entender de qué muerte iba a morir" (Juan 12:33).
Por lo tanto, es razonable suponer que, si los evangelistas hubiesen conocido un
significado más profundo y oculto de las predicciones de Cristo, habrían dado
alguna indicación de ello; pero no dicen nada que nos lleve a inferir que su
significado aparente no es su sentido pleno y verdadero. No hay, en verdad,
ninguna ambigüedad en cuanto a la venida a la que se alude en el pasaje bajo
consideración en este momento. No es una de varias posibles venidas, sino el
único, el único y supremo acontecimiento, tan frecuentemente predicho por
nuestro Señor, tan constantemente esperado por sus discípulos. Es su venida en
gloria; su venida en juicio; su venida en su reino; la venida del reino de Dios. No
es un proceso, sino un acto. No es lo mismo que "la destrucción de Jerusalén" -
ese es otro suceso relacionado y contemporáneo; pero los dos no deben ser
confundidos el uno con el otro. El Nuevo Testamento conoce de sólo una parusía,
una venida en gloria del Señor Jesucristo. Es un completo abuso del idioma
hablar de varios sentidos en los cuales puede ocurrir la venida de Cristo -- como
en su propia resurrección; en el día de Pentecostés; en la destrucción de
Jerusalén; en la muerte de un creyente; y en varias épocas providenciales. Esta no
es la costumbre en el Nuevo Testamento, ni es lenguaje exacto bajo ningún punto
de vista. Por sí solo, este pasaje contiene tantas importantes verdades con
respecto a la parusía, que puede decirse que cubre todo el tema; y, correctamente
usado, se descubrirá que es la clave para la verdadera interpretación de la
doctrina del Nuevo Testamento sobre este tema.
Concluimos entonces:
2. Que el modo de su venida habría de ser glorioso - "en su gloria", "en la gloria
de su Paadre", "con los santos ángeles".
35
3. Que el propósito de su venida era juzgar a aquella "generación perversa y
adúltera" (Marcos 8:38) y "dar a cada uno según sus obras".
6. Que algunos de los que oyeron a nuestro Salvador hacer esta predicción
habrían de vivir para presenciar el acontecimiento del cual hablaba, es decir, su
venida en gloria.
Por lo tanto, se deduce que Él mismo declaró que la parusía, o la gloriosa venida
de Cristo, ocurriría dentro de los límites de la generación que entonces existía,
una conclusión que encontraremos abundantemente justificada en la secuela.
Lucas 18:1-8: "También les refirió una parábola sobre la necesidad de orar
siempre, y no desmayar, diciendo: Había en una ciudad un juez, que ni temía a
Dios, ni respetaba a hombre. Había también en aquella ciudad una viuda, la cual
venía a él, diciendo: Hazme justicia de mi adversario. Y él no quiso por algún
tiempo; pero después de esto dijo dentro de sí: Aunque ni temo a Dios, ni tengo
respeto a hombre, sin embargo, porque esta viuda me es molesta, le haré justicia,
no sea que viniendo de continuo, me agote la paciencia. Y dijo el Señor: Oíd lo
que dijo el juez injusto. ¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que
claman a él día y noche? ¿Se tardará en responderles? Os digo que pronto les
hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?"
El carácter intensamente práctico y de actualidad, si podemos llamarlo así, de los
discursos de nuestro Señor, es una característica de sus enseñanzas que, aunque
pasada por alto a menudo, requiere que no se le pierda de vista. Él hablaba a su
propio pueblo, en su propio tiempo. Era el mensajero de Dios para Israel; y,
aunque es muy cierto que sus palabras son para todos los hombres en todo
tiempo, se aplicaban principal y directamente a su propia generación. Por no
prestar atención a este hecho, a muchos expositores se les ha escapado por
36
completo la intención de la parábola delante de nosotros. En sus manos, se
convierte en una predicción vaga e indefinida de una vindicación de los justos, en
algún período más o menos remoto, pero sin ninguna aplicación especial al
pueblo y al tiempo de nuestro Señor mismo. Seguramente, lo que sea esta
parábola para nosotros o para las edades futuras, tenía una aplicación estrecha y
directa para los discípulos a los cuales se les dirigió originalmente. El Señor
estaba a punto de dejar a sus discípulos "como ovejas en medio de lobos";
habrían de ser perseguidos y afligidos, y odiados por todos los hombres, por
amor a su Maestro; y podría muy bien ocurrir que el valor les faltara, y que sus
corazones desmayaran. En esta parábola, el Salvador les anima a "orar siempre, y
no desmayar", mediante el ejemplo de lo que puede hacer la oración
perseverante, aún con los hombres. Si la importunidad de una pobre viuda podía
constreñir a un juez sin principios para que le hiciera justicia, cuánto más no sería
conmovido Dios, el Juez justo, por las oraciones de sus propios hijos para que se
les repararan sus agravios. Sin alegorizar todos los detalles de la parábola, como
hacen algunos expositores, es suficiente subrayar su gran moraleja. Es ésta. Los
perseguidos hijos de Dios serían vengados con seguridad y prontitud. Dios les
vindicaría, y pronto. Pero, ¿cuándo? El punto en el tiempo no ha sido dejado
indefinido. Es "cuando venga el Hijo del hombre". La parusía habría de ser la
hora de reparación y liberación del sufriente pueblo de Dios.
37
La siguiente es su paráfrasis del versículo 8: "Sí, os digo que Él ciertamente les
vindicará; y cuando lo haga, lo hará rápidamente; y esta generación de hombres
lo verá y lo sentirá con terror. Sin embargo, cuando el Hijo del hombre, habiendo
entrado en posesión de su reino glorioso, venga para aparecer con este importante
propósito, ¿encontrará fe en la tierra?" (16)
38
Hombre sentado en el trono de gloria"; ni puede haber ninguna duda de que las
dos frases, tanto "El Hijo del hombre viniendo en su reino", como "El Hijo del
hombre sentado en el trono de su gloria" se refieren a la misma cosa y al mismo
tiempo. Es decir, es a la parusía a la que apuntan ambos sucesos.
Tenemos otra nota de tiempo, y otro punto de coincidencia entre la
"regeneración" y la parusía, en la referencia que nuestro Señor hace a "la edad
venidera o el siglo venidero" como el período en que sus fieles discípulos habrían
de recibir su recompensa (Mar. 10:30; Luc. 18:30). Pero, como ya hemos visto,
"el siglo venidero" habría de suceder a la época actual, es decir, el período de la
dispensación judía, cuyo fin nuestro Señor había declarado que estaba a las
puertas. Concluimos, por lo tanto, que la "regeneración", "el siglo venidero", y
"la parusía" son virtualmente sinónimos, o, en todo caso, contemporáneos. Se
afirma claramente que la venida del Hijo del hombre en su reino, o en su gloria,
sería una venida para juzgar - "para pagar a cada uno según suus obras" (Mateo
16:27); y el sentarse en el trono de su gloria, en la regeneración, es
evidentemente sentarse para juzgar. En este juicio, los apóstoles habrían de tener
el honor de ser asesores con el Señor, según su declaración (Lucas 22:29-30).
"Yo, pues, os asigno un reino, como mi Padre me lo asignó a mí, para que comáis
y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis en tronos juzgando a las doce tribus
de Israel". Pero nuestro Señor afirma expresamente que esta gloriosa venida para
juzgar ocurriría dentro de los límites de la generación que vivía en ese entonces:
"Hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte, hasta que hayan
visto al Hijo del Hombre viniendo en su reino" (Mat. 16:28). No era, por lo tanto,
ninguna esperanza largo tiempo diferida o distante la que Jesús ofrecía a sus
discípulos. No era una expectativa que todavía se ve en la distancia en la borrosa
perspectiva de un futuro indefinido. Pedro y los otros discípulos eran plenamente
conscientes de que "el reino de los cielos" estaba cerca. Lo habían aprendido de
su primer maestro en el desierto; acerca de ello habían sido tranquilizados por su
Señor y Maestro; habían ido por Galilea proclamando la verdad a sus
compatriotas. Por lo tanto, cuando el Señor pometió que en la era venidera sus
discípulos se sentarían en tronos, ¿es concebible que quisiera que edades tras
edades, siglos tras siglos, y hasta milenios tras milenios debían transcurrir
lentamente antes de que ellos pudieran cosechar los prometidos honores? ¿Están
la herencia de la "vida eterna" y el "sentarse en doce tronos" todavía entre "las
cosas esperadas pero no vistas" por los discípulos? Ciertamente una hipótesis tal
se refuta a sí misma. La promesa les habría sonado a burla a los discípulos si se
les hubiese dicho que el cumplimiento iba a tardar tanto. Por otra parte, si
concebimos la "regeneración" como contemporánea con la parusía, y la parusía
con la terminación de la era judía y la destrucción de la ciudad y del templo de
Jerusalén, tenemos un punto definido en el tiempo, no muy distante, sino casi al
39
alcance de la vista de los hombres que vivían, cuando ocurrirían el predicho
juicio de los enemigos de Cristo y la gloriosa recompensa de sus amigos.
Notas:
9. Hay una verdadera dificultad en este pasaje, que no debería ser pasada por
alto. Parece inexplicable que nuestro Señor, en una ocasión como ésta, cuando
envió a los doce en una misión corta, aparentemente dentro de un distrito
limitado, del cual habrían de regresar en corto tiempo, les hablase de su venida
como alcanzándoles antes de que concluyeran su tarea. Parece apenas apropiado
para ese período en particular, y que corresponde más a un encargo subsiguiente,
es decir, el que está registrado en el discurso del Monte de los Olivos (Mat. 26;
Marcos 13; Lucas 21). En realidad, una comparación de estos pasajes hará mucho
para satisfacer a cualquier mente sincera de que el párrafo entero (Mat. 10:16-23)
ha sido traspuesto de su conexión original e insertado en la primera misión que
nuestro Señor encomendó a sus discípulos. Encontramos las mismas palabras
relativas a la persecución de los apóstoles, que serían entregados a los concilios,
azotados en las sinagogas, llevados ante gobernadores y reyes, etc., que están
registrados en el capítulo décimo de Mateo, asignado por Marcos y Lucas a un
período subsiguiente, es decir, el discurso del Monte de los Olivos. No hay
ninguna evidencia de que los discípulos sufrieran semejante tratamiento durante
su primera gira evangelística. Hay, por lo tanto, una evidencia tan fuerte como lo
permite el caso, de que el vers. 23 y su contexto pertenecen al discurso del Monte
de los Olivos. Esto eliminaría la dificultad que el pasaje presenta en la relación
que aquí encontramos, y daría coherencia y consistencia al lenguaje que, tal
40
como está, no es fácil descubrir. Es un hecho aceptado que ni siquiera los
evangelios sinópticos relatan todos los acontecimientos en el mismo orden
preciso; por lo tanto, tiene que haber mayor exactitud cronológica en uno que en
otro. Stier dice: "Mateo es descuidado en la cronología de los detalles" (Reden
Jesu, vol. iii, p. US). Neander, hablando de esta misma comisión, dice: "Es
evidente que Mateo conecta muchas cosas con las instrucciones dadas a los
apóstoles en vista de su primer viaje, que cronológicamente corresponde a más
tarde". (Life of Christ, _ 174, nota b); y nuevamente, hablando de la comisión
encomendada a los setenta, como aparece registrada en Lucas, dice: "Según
Lucas, toda la característica coherencia de todo lo que habló Cristo, con las
circunstancias (tan superiores a la disposición de Mateo)", etc. (Life of Christ,
_204, nota 1). El Dr. Blaike observa: "Se entiende generalmente que Mateo
dispuso su narración más por temas y lugares que cronológicamente" (Bible
History, p. 372).
41
que rara vez escapa a un lector atento. Si aquí, como es muy probable, se refiere
a la destrucción inminente sobre la nación judía como juicio del cielo por su
rebelión contra Dios al rechazar y asesinar al Mesías, y al perseguir a sus
seguidores, (el griego) debe entenderse que significa "esta creencia", o la
creencia en una verdad particular que Él había estado inculcando, a saber, que
Dios a su debido tiempo vengaría a sus elegidos, y castigaría señaladamente a sus
opresores; y (el griego) debe significar "el territorio", a saber, Judea. Las palabras
pueden traducirse de un modo o del otro -- la tierra como planeta o el territorio;
pero es evidente que éste último les da un significado más definido, y les une más
estrechamente con las que ls preceden. (Campbell sobre los Evangelios, vol. ii, p.
384). La enseñanza de esta instructiva parábola no está agotada en manera
alguna; y encontraremos que arroja luz inesperada sobre un pasaje muy oscuro,
en una futura etapa de esta investigación. Mientras tanto, podemos referirnos a 2
Tesa. 1:4-10, que proporciona un notable comentario sobre la parábola entera, y
muestra la conexión entre la parusía y la venganza de los elegidos.
42
I. La parábola de las minas
II. Lamento de Jesús sobre Jerusalén
III. Parábola de los labradores malvados
IV. Parábola de las bodas del hijo del rey
V. Ayes pronunciados sobre los escribas y fariseos
VI. El (segundo) lamento de Jesús sobre Jerusalén
VII. La profecía del Monte de los Olivos
Lucas 19:11-27: "Oyendo ellos estas cosas, prosiguió Jesús y dijo una parábola,
por cuanto estaba cerca de Jerusalén, y ellos pensaban que el reino de Dios se
manifestaría inmediatamente. Dijo, pues: Un hombre noble se fue a un país
lejano, para recibir un reino y volver. Y llamando a diez siervos suyos, les dio
diez minas, y le dijo: Negociad entre tanto que vengo. Pero sus conciudadanos le
aborrecían, y enviaron tras él una embajada, diciendo: No queremos que éste
reine sobre nosotros. Aconteció que, vuelto él, después de recibir el reino, mandó
llamar ante él a aquellos siervos a los cuales había dado el dinero, para saber lo
que había negociado cada uno. Vino el primero, diciendo: Señor, tu mina ha
ganado diez minas. El le dijo: Está bien, buen siervo; por cuanto en lo poco has
sido fiel, tendrás autoridad sobre diez ciudades. Vino otro, diciendo: Señor, tu
mina ha producido cinco minas. Y también a éste dijo: Tú también sé sobre cinco
ciudades. Vino otro, diciendo: Señor, aquí está tu mina, la cual he tenido
guardada en un pañuelo; porque tuve miedo de tí, por cuanto eres hombre severo,
que tomas lo que no pusiste, y siegas lo que no sembraste. Entonces él le dijo:
Mal siervo, por tu propia boca te juzgo. Sabías que yo era hombre severo, que
tomo lo que no puse, y que siego lo que no sembré; ¿por qué, pues, no pusiste mi
dinero en el banco, para que al volver yo, lo hubiera recibido con los intereses? Y
dijo a los que estaban presentes: Quitadle la mina, y dadla al que tiene las diez
minas. Ellos le dijeron: Señor, tiene diez minas. Pues yo os digo que a todo el
que tiene, se le dará; mas al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Y
también a aquellos mis enemigos que no querían que yo reinase sobre ellos,
traedlos acá, y decapitadlos delante de mí".
43
trataban del tema del juicio venidero. Cuando pronunció esta parábola, estaba en
camino a Jerusalén para celebrar la última Pascua antes de padecer; y es notable
cuántos de sus discursos desde este tiempo parecen estar casi completamente
absortos, no en su propia muerte que se aproximaba, sino en la inminente
catástrofe de la nación. No sólo esta parábola de las minas, sino su lamento por
Jerusalén (Luc. 19:41); su maldición sobre la higuera (Mat. 21; Mar. 11); la
parábola de los agricultores malvados (Mat. 21; Mar. 12; Luc. 20); la parábola de
las bodas del hijo del rey (Mat. 22); los ayes pronunciados sobre aquella
generación (Mat. 23:29-36); el segundo lamento por Jerusalén (Mat. 23:37-38); y
el discurso profético en el Monte de los Olivos, con las parábolas y las
ilustraciones parabólicas añadidas como apéndices por Mateo, todo esto se ocupa
de este tema absorbente.
44
judía reciente, es decir, el viaje de Arquelao a Roma para procurar del emperador
la sucesión a los dominios de su padre, Herodes el Grande, Jesús lo empleó como
ilustración apropiada de su propia partida de la tierra, y su subsiguiente retorno
en gloria. Mientras tanto, durante el tiempo de su ausencia, dio a sus siervos una
tarea que cumplir. "Negociad entre tanto que vengo". Debían ser diligentes y
fieles, hasta que su Señor regresase, cuando los siervos leales serían aplaudidos y
recompensados, y sus enemigos destruidos completamente.
Nada puede ser mejor que la explicación de Neander de esta parábola, aunque, en
realidad, puede decirse que se explica por sí sola. Sin embargo, puede ser bueno
insertar sus observaciones. "En esta parábola, en vista de las circunstancias en las
cuales fue pronunciada, y de la catástrofe que se aproximaba, se dan indicaciones
especiales de la partida de Cristo de la tierra, su ascensión, su regreso para juzgar
a la rebelde nación teocrática, y para consumar su dominio. Describe a un gran
hombre que viaja a la corte distante del poderoso emperador para recibir de él
autoridad sobre sus conciudadanos, y regresar con poder real. Así, Cristo no fue
reconocido inmediatamente en su posición real, sino que primero debía
abandonar la tierra, dejar a sus agentes para que adelantaran su reino, ascender al
cielo, ser nombrado rey teocrático, y regresar nuevamente para ejercer el poder
que se le disputaba". (2)
Lucas 19:41-44: "Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella,
diciendo: ¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este día, lo que es para tu
paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos. Porque vendrán días sobre tí, cuando
tus enemigos te rodearán con vallado, y te sitiarán, y por todas partes te
45
estrecharán, y te derribarán a tierra, y a tus hijos dentro de tí, y no dejarán en tí
piedra sobre piedra, por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación".
Aquí pisamos terreno que no es debatible. Esta profecía es clara y perspicaz
como la historia. Ningún defensor de la teoría de interpretación del doble sentido
ha propuesto descubrir aquí nada que no sea Jerusalén y la desolación que se
aproximaba.
46
siervos, a uno golpearon, a tomándole, le siervo; mas ellos a éste
otro mataron, y a otro golpearon, y le también, golpeado y
apedrearon. Envió de nuevo enviaron con las manos afrentado, le enviaron con
a otros siervos, más que los vacías. las manos vacías.
primeros; e hicieron con ellos Volvió a enviarles otro Volvió a enviar un tercer
de la misma manera. siervo; pero siervo; mas ellos también
Finalmente les envió su hijo, apedréandole, le a éste echaron fuera,
diciendo: Tendrán respeto a hirieron en la cabeza, y herido.
mi hijo. Mas los labradores, también le enviaron Entonces el señor de la
cuando vieron al hijo, dijeron afrentado. Y volvió a viña dijo: ¿Qué haré?
entre sí: Este es el heredero; enviar otro, y a éste Enviaré a mi hijo amado;
venid, matémosle, y mataron; y a otros quizás cuando le vean a
apoderémonos de su heredad. muchos, golpeando a él, le tendrán respeto. Mas
Y tomándole, le echaron unos y matando a otros. los labradores, al verle,
fuera de la viña, y le Por último, teniendo discutían entre sí,
mataron. aún un hijo suyo, diciendo: Este es el
Cuando venga, pues, el señor amado, le envió heredero; venid,
de la viña, ¿qué hará a también a ellos, matémosle, para que la
aquellos labradores? diciendo: Tendrán heredad sea nuestra.
respeto a mi hijo. Mas Y le echaron fuera de la
Le dijeron: A los malos aquellos labradores viña, y le mataron. ¿Qué,
destruirá sin misericordia, y dijeron entre sí: Este es pues, les hará el señor de
arrendará su viña a otros el heredero; venid, la viña?
labradores, que le paguen el matémosle, y la Vendrá y destruirá a estos
fruto a su tiempo. Jesús les heredad será nuestra. labradores, y dará su viña
dijo: ¿Nunca leísteis en las Y tomándole, le a otros. Cuando ellos
Escrituras: La piedra que mataron, y le echaron oyeron esto, dijeron:
desecharon los edificadores, fuera de la viña. ¿Qué, ¡Dios nos libre!
ha venido a ser cabeza del pues, hará el señor de Pero él, mirándolos,
ángulo. El Señor ha hecho la viña? dijo:¿Qué, pues, es lo que
esto, y es cosa maravillosa a Vendrá, y destruirá a está escrito: La piedra que
nuestros ojos? Por tanto os los labradores, y dará desecharon los
digo, que el reino de Dios su viña a otros. edificadores ha venido a
será quitado de voostros, y ¿Ni aun esta escritura ser cabeza del ángulo?
será dado a gente que habéis leído: La piedra Todo el que cayese sobre
produzca los frutos de él. Y que desecharon los aquella pieda, será
el que cayere sobre esta edificadores ha venido quebrantado; mas sobre
piedra será quebrantado; y a ser cabeza del quien ella cayere, le
sobre quien ella cayere, le ángulo; el Señor ha desmenuzará.
desmenuzará. Y oyendo sus hecho esto, y es cosa
parábolas los principales maravillosa a nuestros Procuraban los principales
47
sacerdotes y os fariseos, ojos? sacerdotes y los escribas
entendieron que hablaba de echarle mano en aquella
ellos. Pero al buscar cómo Y procuraban hora, porque
echarle mano, temían al prenderle, porque comprendieron que contra
pueblo, porque éste le tenía entendían que decía ellos había dicho esta
por profeta". contra ellos aquella parábola".
parábola; pero temían a
la multitud, y
dejándole, se fueron".
Esta parábola, registrada en términos casi idénticos por los sinopticistas, apenas
necesita intérpretación. Su referencia local, personal, y nacional es demasiado
manifiesta para ser puesta en duda. La viña es la tierra de Israel; el señor de la
viña es el Padre; sus mensajeros son sus siervos los profetas; su único y amado
hijo es el Señor Jesús mismo; los labradores son los judíos rebeldes y perversos;
el castigo es la catástrofe venidera en la parusía, cuando, como bien lo expresa
Neander, "la relación teocrática se rompe, y el reino es traspasado a otras
naciones que produzcan los frutos correspondientes". (2)
Aquí tenemos, no una venida, ni la venida de Cristo, pero nada menos que tres
venidas, separadas y distintas, o una venida de tres clases diferentes - una venida
continua que ha estado ocurriendo ya por casi dos mil años, y puede continuar
por dos mil años más, que sepamos. Pero de todo esto no se da ni un indicio en el
texto, ni en ninguna otra parte. Es meramente adorno humano, sin una sola
partícula de autoridad bíblica, inventado en virtud de una teoría de interpretación
de doble o triple sentido.
48
Mucho más sobria es la explicación de Alford: "Podemos observar que nuestro
Señor hace que 'cuando el Señor venga' [o[tan e[lth o/ kuriov] coincida con la
destrucción de Jerusalén, que es, incontestablemente, la destrucción de los
labradores malvados. Por lo tanto, este pasaje forma una clave importante de las
pofecías de nuestro Señor, y una justificación decisiva para los que, como yo,
sostienen que la venida del Señor, en muchos lugares, ha de identificarse
principalmente con esa destrucción". (4)
Es lamentable que esta nota, por lo demás acertada y sensata, esté estropeada por
las frases "en muchos lugares" y "principalmente", pero es, sin embargo, una
admisión importante. Sin duda, aquí encontramos efectivamente "una clave
importante de las profecías de nuestro Señor", pero la clave maestra es la que ya
hemos encontrado en Mat. 16:27, 28, que sirve para abrir, no sólo éste, sino
muchos otros dichos oscuros en los oráculos proféticos.
49
consumación del "reino de los cielos". La venganza que el rey tomó de los
asesinos de su hijo y contra su ciudad fija la aplicación a Jerusalén y a los judíos.
Los ejércitos romanos no eran sino los ejecutores de la justicia divina; y
Jerusalén pereció por su culpa y su rebelión contra su Rey.
En sus notas sobre esta parábola, y aunque reconoce una referencia parcial y
primaria a Israel y a Jerusalén, Alford también encuentra que se extiende mucho
más allá de su alcance aparente, y se divide en dos actos, el primero de los cuales
es pasado, y termina en el versículo 10; mientras que un nuevo acto se abre con
el versículo 11, que todavía está en el futuro. Esto implica que el juicio de Israel
y de Jerusalén no proporciona un cumplimiento pleno y exhaustivo de las
palabras de nuestro Señor. Por una parte, tenemos las enseñanzas de Cristo
mismo - sencillas, claras, y nada ambiguas; por la otra, la especulación conjetural
del crítico, sin una chispa de evidencia ni autoridad de la palabra de Dios.
Algunos se mofarán diciendo que exponer la parábola de acuerdo con su sencillo
significado histórico es poco profundo, superficial, y poco espiritual, y tratan de
encontrar en ella significados ulteriores y ocultos, enigmas oscuros y profundos,
profundidades místicas, que nadie sino los teólogos pueden explorar - ¡esto es
perspicacia crítica, aguda penetración, gran espiritualidad! En nuestra opinión,
todo este atribuir hipótesis humanas y dobles sentidos a las predicciones de
nuestro Señor es completamente incompatible con la crítica sobria, o con la
verdadera reverencia por la palabra de Dios; esto no es crítica, sino misticismo, y
oscurece la verdad, en vez de aclararla. Entonces, a riesgo de ser considerados
superficiales y poco profundos, nos aferraremos a las sencillas enseñanzas de las
palabras de la Biblia, haciendo oídos sordos a todas las especulaciones fantásticas
y conjeturales de origen meramente humano, no importa cuán instruída o digna
sea la dirección de donde vengan.
50
sido sus cómplices en la sangre de edificáis sus sepulcros.
los profetas. Así que dais
testimonio contra vosotros mismos, Por eso la sabiduría de Dios también
de que sois hijos de aquellos que dijo: Les enviaré profetas y
mataron a los profetas. ¡Vosotros apóstoles; y de ellos, a unos matarán
también llenad la medida de y a otros perseguirán, para que se
vuestros padres! ¡Serpientes, demande de esta generación la
generación de víboras! ¿Cómo sangre de todos los profetas que se
escaparéis de la condenación del ha derramado desde la fundación
infierno? Por tanto, he aquí yo os del mundo, desde la sangre de Abel
envío profetas y sabios y escribas; hasta la sangre de Zacarías, que
y de ellos, a unos mataréis y murió entre el el altar y el templo;
crucificaréis, y a otros azotaréis en sí, os digo que será demandada de
vuestras sinagogas, y perseguiréis esta generación".
de ciudad en ciudad; para que
venga sobre vosotros toda la sangre
justa que se ha derramado sobre la
tierra, desde la sangre de Abel el
justo hasta la sangre de Zacarías
hijo de Berequías, a quien matásteis
entre el templo y el altar. De cierto
os digo que todo esto vendrá sobre
esta generación".
Se verá que Lucas da este pasaje como pronunciado en una relación diferente, y
en una ocasión diferente, de las de Mateo. Si nuestro Señor pronunció las mismas
palabras en dos ocasiones diferentes, o si las palabras fueron transpuestas por
Lucas de su relación original, no es una cuestión fácil de establecer. La primera
hipótesis no parece probable, y no se recomienda ella misma a la mente crítica.
Los apotegmas y dichos cortos parabólicos, como "muchos son los llamados pero
pocos los escogidos", "los últimos serán los primeros, y los primeros, últimos",
pueden haberse repetido en varias ocasiones; pero difícilmente puede imaginarse
que discursos relacionados y detallados, como el Sermón del Monte, el discurso
profético sobre el Monte de los Olivos, y esta acusación contra los escribas y
fariseos, hayan sido repetidos palabra por palabra en diferentes ocasiones. Como
ya hemos visto, es un error buscar un estricto orden cronológico en las
narraciones de los evangelistas; se admite de modo general que ellos algunas
veces ponían juntos hechos que tenían una relación natural, de manera bastante
independiente del orden cronológico en que ocurrieron.
51
Stier dice de la cronología de Lucas en general: "Dos cosas están suficientemente
claras: Primera, que él menciona ocurrencias individuales sin tener en cuenta
estrictamente la cronología, aún repitiendo e intercalando algunas cosas
registradas en otros lugares", etc.
Neander hace la siguiente observación sobre el pasaje que tenemos delante: "Del
mismo modo que este último discurso narrado por Mateo contiene varios pasajes
narrados por Lucas en la conversación de la mesa (cap. 11), Lucas
inserta allí este anuncio profético, cuya correcta posición se encuentra en
Mateo". (5) Sin embargo, no podemos concordar con la opinión de Neander, de
que "este discurso, como aparece en Mat. 23, contiene muchos pasajes
pronunciados en otras ocasiones" (6). Nos parece imposible leer el capítulo
veintitrés de Mateo sin percibir que es un discurso continuo y relacionado,
pronunciado en una ocasión, derivándose sus diferentes partes de, y siguiéndose,
las unas a las otras naturalmente. Su misma estructura, que consiste de siete
ayes (7), pronunciados contra los hipócritas que pretendían ser santos y eran los
guías ciegos del pueblo - y la solemne ocasión en la que fue pronunciado, siendo
el discurso público filial [sic] de nuestro Señor - obligan irresistiblemente la
conclusión de que es un todo completo, y que Mateo nos da la forma original del
discurso.
Pero dilucidar esta cuestión no es esencial para esta investigación. Mucho más
importante es observar cómo nuestro Señor cierra su ministerio público en
términos casi idénticos a aquellos con los cuales su precursor se dirigía a la
misma clase de gentes: "¡Serpientes, generación de víboras! ¿Cómo escaparéis de
la condenación del infierno?" Esta no es ninguna coincidencia fortuita.
Evidentemente, es la deliberada adopción de las palabras del Bautista, cuando
habló de la "ira venidera". Israel había rechazado asimismo el severo llamado al
arrepentimiento que le había hecho el segundo Elías, y las tiernas amonestaciones
del Cordero de Dios. La medida de su culpa estaba casi llena, y el "día de la ira"
llegaba rápidamente.
Pero el punto que merece atención especial es la particular aplicación de este
discurso a la misma época del Salvador. "De cierto os digo: Todo esto acontecerá
a esta generación". "Esto será requerido de esta generación". Ciertamente no hay
aquí la pretensión de una referencia primaria y una secundaria. Ningún expositor
negará que estas palabras tienen una única y exclusiva explicación a la
generación del pueblo judío que entonces vivía sobre la tierra. Hasta Dorner, que
arguye de lo más enérgicamente a favor de una gran variedad de significados de
la palabra genea [generación], admite con franqueza que aquí sólo puede
referirse a los contemporáneos de nuestro Señor: "Hoc ipsum hominum
aevum". (8) Esta es una admisión de la mayor importancia. Nos permite fijar el
verdadero significado de la frase: "Esta generación", que juega un papel tan
importante en varias de las predicciones de nuestro Señor, y notablemente en la
52
gran profecía pronunciada en el Monte de los Olivos. En el pasaje que tenemos
delante, las palabras son incapaces de ninguna otra aplicación que no sea
la generación existente de la nación judía, que es representada por nuestro Señor
como heredera de todas las generaciones precedentes, que había heredado la
depravación y la rebeldía del carácter nacional, y estaba destinada a perecer en el
diluvio de ira que se había estado acumulando a través de los siglos, y por fin
estaba a punto de arrollar a la tierra culpable.
53
la gallina que ve al águila amenazante en el cielo, y ansiosamente trata de juntar a
sus polluelos bajo sus alas. Con una tal angustia veía Jesús a las legiones
romanas aproximarse para juicio sobre los hijos de Jerusalén, y trataba de
salvarles con las más fuertes solicitaciones de amor, pero en vano. ¡Eran como
hijos muertos a la voz del amor maternal!" (10)
¿Es necesario decir que aquí está Jerusalén, y sólo Jerusalén? No hay ninguna
ambigüedad, ninguna referencia doble; ningún cumplimiento próximo y final se
conciba aquí. Un pensamiento, un sentimiento, un propósito llenaba el corazón
de Jesús - ¡Jerusalén, la ciudad de Dios, la amada, la culpable, la condenada! Su
suerte estaba ahora poco menos que sellada, y el corazón de nuestro Salvador se
le oprimía de angustia al darle el último adiós.
Pero, ¿cómo debemos entender las palabras finales: "No me veréis más, hasta que
digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor"? Esta frase: "Bendito el que
viene en el nombre del Señor" es la fórmula reconocida que empleaban los judíos
al hablar de la venida del Mesías - el saludo mesiánico: equivalente a "Salve,
ungido de Dios". Se supone generalmente que fue adoptado de Sal. 118:26. Por
lo tanto, vendría un momento en que esta salutación sería apropiada. El Señor
que salía del templo retornaría a su templo una vez más. Más que esto, aquella
misma generación presenciaría aquel regreso. Esto se da a entender claramente
en la forma del lenguaje del Salvador: "No me veréis más hasta que digáis", etc. -
palabras que estarían desprovistas de la mitad de su significado si las personas a
las que se refiere la primera parte de la oración no fuesen las mismas que
aquéllas a las que se refiere la segunda parte. Nada puede ser más claro y
explícito que la referencia de principio a fin al pueblo de Jerusalén, los
contemporáneos de Cristo. Ellos y Él habrían de encontrarse otra vez; y el
Mesías, el Señor a quien profesaban buscar tan ansiosamente, vendría
súbitamente a su templo, según el dicho de Malaquías el profeta. Ellos esperaban
aquella venida como un acontecimiento para ser recibido con gozo; pero habría
de ser de muy distinta manera. "¿Y quién podrá soportar el tiempo de su venida?
¿o quién podrá estar en pie cuando él se manifieste?" Ese día habría de traer la
desolación de la casa de Dios, la destrucción de su existencia nacional, el
estallido de la ira contenida de Dios sobre Israel. Este era el regreso, el reunirse
nuevamente, al cual el Salvador alude aquí. ¿Y no es ésta la mismísima cosa que
Él había declarado una y otra vez? ¿No había Él dicho hacía bien poco que
"sobre esta generación" vendrían los siete ayes que Él acababa de pronunciar?
(Ver. 36). ¿No había afirmado solemnemente que algunos que entonces vivían
verían al Hijo del hombre viniendo en gloria, con sus ángeles, "para dar a cada
uno según sus obras" -- esto es, que vendría a juzgar? ¿Es posible adoptar la
extraña hipótesis de algunos comentaristas de nota, de que con estas palabras
nuestro Salvador quiere decir que nunca volvería a ser visto por aquéllos a los
54
cuales hablaba, hasta que un Israel convertido y cristiano, en alguna época muy
distante en el tiempo, estuviese preparado para recibirle como Rey de Israel?
Esto sería realmente tomarse injustificadas libertades con las palabras de la
Escritura. Nuestro Señor no dice: "No me veréis hasta que ellos digan, o, hasta
que otra generación diga; sino, "hasta que [vosotros] digáis", etc. No se sigue de
ninguna manera que, porque la salutación mesiánica se cita aquí, el pueblo que se
supone que la usa estaba preparado para entrar en su verdadero significado.
Aquellas mismas palabras habían sido exclamadas por multitudes en las calles de
Jerusalén sólo uno o dos días antes, pero fueron cambiadas por "¡Crucifícale,
crucifícale!" en muy breve espacio de tiempo. Aquellas palabras simplemente
denotan el hecho de su venida. Los infelices a quienes nuestro Salvador hablaba
no podían adoptar el saludo mesiánico en su sentido verdadero y más
alto; ellos jamás dirían: "Bendito el que", etc., pero presenciarían su venida - la
venida con la cual aquella fórmula estaba asociada indisolublemente, es decir, la
parusía.
Sostenemos, entonces, que, no sólo estamos justificados, sino obligados, a llegar
a la conclusión de que aquí nuestro Señor se refiere a su venida para destruir a
Jerusalén y cerrar la era judía, según sus expresas declaraciones, dentro del
período de la generación que entonces existía. La historia verifica la profecía.
Menos de cuarenta años después del tiempo en que fueron pronunciadas estas
palabras, Judea y su pueblo fueron abrumados por el diluvio de ira predicho por
el Señor. Su tierra fue asolada; su casa fue dejada desierta; Jerusalén, y sus hijos
con ella, fueron sumergidos en una ruina común.
55
Salvador es el gran depósito del cual se derivan principalmente las declaraciones
proféticas de los apóstoles.
La opinión comúnmente aceptada de la estructura de este discurso, que casi se da
por sentada, tanto por expositores como por los lectores en general, es que
nuestro Señor, al responder a la pregunta de sus discípulos con respecto a la
destrucción del templo, mezcla con ese acontecimiento la destrucción del mundo,
el juicio universal, y la consumación final de todas las cosas.
Imperceptiblemente, se supone, la profecía se desliza de la ciudad y el templo de
Jerusalén, y su destino inminente en el futuro inmediato, a otra catástrofe,
infinitamente más tremenda, en el futuro lejano e indefinido. Sin embargo, tan
entremezcladas están las alusiones - ya a Jerusalén, ya al mundo en general; ya a
Israel, ya a la raza humana; ya a los acontecimientos cercanos, ya a
acontecimientos indefinidamente remotos - que distinguir y asignar las varias
referencias y los varios temas es extremadamente difícil, si no imposible.
Quizás la manera más justa de mostrar los puntos de vista de los que arguyen a
favor de un doble significado en este discurso profético sea presentar el esquema
o plan de la profecía propuesto por el Dr. Lange, y adoptado por muchos notables
expositores.
"En armonía con el estilo apocalíptico, Jesús presentó los juicios de su venida en
una serie de ciclos, cada uno de los cuales muestra el futuro entero, pero de tal
manera, que con cada nuevo ciclo el escenario parece aproximarse a y parecerse
aún más de cerca a la catástrofe final. Así, el primer ciclo delinea el curso entero
del mundo hasta el fin, en sus características generales (vers. 4-14). El segundo
da las señales de la destrucción de Jerusalén que se acerca, y pinta esta misma
destrucción como señal y principio del juicio del mundo, que desde ese día en
adelante continúa en silenciosos y reprimidos días de juicio hasta el fin (ver. 15-
28). El tercero describe el súbito fin del mundo, y el juicio que sigue (ver. 29-44).
Luego sigue una serie de parábolas y símiles, en las cuales el Señor pinta el juicio
mismo, que se desarrolla en una sucesión orgánica de varios actos. En el último
acto, Cristo revela su majestad judicial universal. El Cap. 24:45-51 presenta el
juicio sobre los siervos de Cristo, o el clero. Cap. 25:1-13 (las vírgenes prudentes
y las vírgenes fatuas) presenta el juicio sobre la iglesia, o el pueblo. Luego sigue
el juicio sobre los miembros individuales de la iglesia (ver. 14-30). Finalmente,
los vers. 31-46 introducen el juicio universal del mundo". (11)
No muy diferente es el esquema propuesto por Stier, que encuentra tres venidas
diferentes de Cristo, "que en perspectiva se cubren entre sí":
"1. La venida del Señor para juzgar al judaísmo. 2. Su venida para juzgar a la
degenerada cristiandad anti-cristiana. 3. Su venida para juzgar a todas las
naciones paganas - el juicio final del mundo, todas las cuales juntas son la
segunda venida de Cristo, y con respecto a su similitud y diversidad son
registradas exactamente por Mateo como saliendo de la boca de Cristo". (12)
56
Tal es el elaborado y complicado esquema adoptado por algunos expositores;
pero hay contra él obvias y graves objeciones que, mientras más son
consideradas, más formidables parecen, si no fatales.
57
3. La interpretación que estamos considerando parece estar fundamentada en una
errónea interpretación de la pregunta que los discípulos hicieron a nuestro Señor,
así como de la respuesta a la pregunta.
Se supone por lo general que los discípulos vinieron a nuestro Señor con tres
preguntas diferentes, relativas a diferentes acontecimientos separados entre sí por
un largo intervalo de tiempo; que la primera pregunta: "¿Cuándo serán estas
cosas?", se refería a la próxima destrucción del templo; que la segunda y la
tercera preguntas, "¿Qué señal habrá de tu venida, y del fin del mundo?", se
refería a sucesos muy posteriores a la destrucción de Jerusalén y que, de hecho,
todavía no han tenido lugar. Se supone que la respuesta de nuestro Señor se
conforma a esta triple pregunta, y que esto da forma a su discurso entero. Ahora,
considérese cuán completamente improbable es que los discípulos tuvieran en sus
mentes algún esquema del futuro, como si fuera un mapa. Sabemos que ellos
acababan de ser sacudidos y quedar estupefactos por la predicción de su Maestro
tocante a la total destrucción de la gloriosa casa de Dios que tan recientemente
habían estado contemplando con admiración. Todavía no habían tenido tiempo
de recuperarse de su sorpresa, cuando fueron a Jesús con la pregunta: "¿Cuándo
serán estas cosas?", etc. ¿No es razonable suponer que sólo un pensamiento les
poseía en ese momento - la portentosa calamidad que esperaba a la magnífica
estructura, gloria y belleza de Israel? ¿Era ése un momento en que sus mentes
estarían ocupadas con un futuro distante? ¿No debía su alma entera estar
concentrada en el destino del templo? ¿Y no debían estar ansiosos de saber qué
señales se darían de la proximidad de la catástrofe? Es imposible decir si
relacionaron en su imaginación la destrucción del templo con la disolución de la
creación y el fin de la historia humana; pero podemos, sin peligro, llegar a la
conclusión de que en sus mentes predominaba el anuncio que el Señor acababa
de hacer: "De cierto os digo, que no quedará piedra sobre piedra que no sea
derribada". Por el lenguaje del Salvador, deben haber colegido que la catástrofe
era inminente; y su ansiedad era por saber el momento y las señales de su
llegada. Marcos y Lucas hacen que la pregunta de los discípulos se refiera
a un suceso y una ocasión - "¿Cuándo serán estas cosas? ¿Y qué señal habrá
cuando todas estas cosas hayan de cumplirse?" Por lo tanto, no es sólo
presumible, sino indudable, que las preguntas de los discípulos se refieren sólo
a diferentes aspectos del mismo y gran acontecimiento. Esto armoniza las
afirmaciones de Mateo con las de los otros evangelistas, y claramente lo
requieren las circunstancias del caso.
4. La interpretación que estamos discutiendo descansa también en una
concepción errónea y engañosa de la frase "fin del mundo"
(época) [ton/ai=w/noj]. No es sorprendente que simples lectores de habla inglesa
del Nuevo Testamento supongan que esta frase significa en realidad la
destrucción del mundo material; pero tal error no debería recibir el apoyo de
58
hombres de saber. Ya hemos tenido ocasión de subrayar que el verdadero
significado de (aion) no es mundo, sino época; que, como su equivalente en
latín, aevum, se refiere a un período de tiempo: así, "el fin de la
época" [ton/ai=w/noj] significa la proximidad del fin de la época o era o
dispensación judía, como nuestro Señor lo indicaba con frecuencia. Todos los
pasajes que hablan del "fin" [to.te,loj] "el fin del tiempo", o "el fin de los
tiempos", se refieren a la misma consumación, y siempre como que está a las
puertas. En I Cor. 10:11, Pablo dice: "Y estas cosas les acontecieron como
ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado
los fines de los siglos", dando a entender que se consideraba a sí mismo y a sus
lectores como viviendo cerca de la conclusión de un aeon, o era.
Así, en la epístola a los Hebreos, encontramos la notable expresión: "Pero ahora,
en la consumación de los siglos (erróneamente traducida: El fin del mundo), se
presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo" (Heb. 9:26),
mostrando claramente que el escritor consideraba la encarnación de Cristo como
teniendo lugar cerca del fin del eon, o período dispensacional. Suponer que
quería decir cerca del fin del mundo, o cerca de la destrucción del planeta
material, sería hacerle escribir falsa historia y mala gramática. De hecho, no sería
verdad, porque el mundo ha durado más desde la encarnación que la duración de
toda la economía mosaica, desde el éxodo hasta la destrucción del templo. Por lo
tanto, es inútil decir que el "fin del siglo" puede significar un período prolongado,
que se extiende desde la encarnación hasta nuestro propio tiempo, y aún más allá.
Eso sería un eón, no el fin de todos los hombres. El eón del que hablaba nuestro
señor estaba a punto de terminar en una gran catástrofe; y una catástrofe no es un
proceso prolongado, sino un acto definitivo y culminante. Nos vemos obligados,
por lo tanto, a llegar a la conclusión de que "el fin del siglo", o [ton/ ai=w/noj] se
refiere solamente a la cercana terminación de la era o dispensación judía.
5. Ciertamente puede objetarse que, aún admitiendo que los apóstoles hayan
estado ocupados exclusivamente con la suerte del templo y los acontecimientos
de su propio tiempo, no hay razón para que el Señor no excediera los límites de
la visión de ellos y no extendiera una mirada profética hacia los siglos de un
futuro distante. No hay duda de que podía hacerlo; pero, en ese caso, deberíamos
esperar algún atisbo o sugerencia de ese hecho; alguna línea bien definida entre
el futuro inmediato y el indefinidamente remoto. Si el Salvador pasa de Jerusalén
y su día de condenación, al mundo y su día del juicio, sería sólo razonable buscar
alguna frase como "Después de muchos días", o "Sucederá después de estas
cosas", que marcara la transición. Pero en vano buscamos alguna indicación de
este tipo. Son por entero insatisfactorios los intentos de los expositores de trazar
líneas de transición en esta profecía, mostrando dónde deja de hablar de Jerusalén
e Israel y pasa a hablar de acontecimientos remotos y generaciones que todavía
no habían nacido. Nada puede ser más arbitrario que las divisiones que se
59
intentan establecer; no soportan ni el examen de un momento, y son
incompatibles con las expresas afirmaciones de la profecía misma. ¿Puede
creerse que algunos expositores encuentran un punto de transición en Mateo
24:29, donde las propias palabras de nuestro Señor hacen totalmente inadmisible
la idea misma por medio de su propia observación sobre el tiempo, pues dice
"inmediatamente"? Si, en presencia de tal autoridad, puede hacerse una
sugerencia tan precipitada, ¿qué no puede esperarse en casos señalados con
menos fuerza? Pero, la verdad es que todos los intentos de establecer divisiones y
transiciones imaginarias en la profecía fracasan de modo notable. Que cualquier
lector imparcial y honesto juzgue el esquema del Dr. Lange, que puede ser
considerado representante de la escuela de los expositores del doble sentido, en
su distribución de este discurso de nuestro Señor, y diga si es posible discernir
algún vestigio de una división natural donde él traza líneas de transición. Su
primera sección, desde el ver. 4 al ver. 14, la titula
¡Cómo! ¿Es concebible que nuestro Señor, a punto de responder a los corazones
ansiosos y palpitantes, llenos de ansiedad por las calamidades que Él decía eran
inminentes, comenzara hablando del "fin del mundo en general"? Ellos pensaban
en el templo y el futuro inmediato. ¿Hablaría Jesús del mundo y del tiempo
indefinidamente remoto? Pero, ¿hay algo en esta primera sección que no sea
aplicable a los discípulos mismos y a su tiempo? ¿Hay algo que no ocurrió
realmente en su propio tiempo? "Sí," se dirá, "el evangelio del reino no se ha
predicado todavía a todo el mundo por testimonio a todas las naciones". Pero
tenemos este mismo hecho atestiguado por Pablo (Col. 1:5, 6): "La palabra
verdadera del evangelio, que ha llegado hasta vosotros, así como a todo el
mundo", etc.; y nuevamente (Col. 1:23): "El evangelio que habéis oído, el cual se
predica en toda la creación que está debajo del cielo". Existía, pues, en el tiempo
de los apóstoles, tal difusión mundial del evangelio como para satisfacer las
predicciones del Salvador: "Y será predicado este evangelio del reino en todo el
mundo" (oikemene).
Pero la objeción decisiva a este esquema es que es evidente que el pasaje entero
está dirigido a los discípulos, y habla de lo que ellosverían, de lo que ellos harían,
de lo que ellos sufrirían; todo esto cae dentro de su propia observación y
experiencia, y no se puede hablar de ellos como si se tratara de un auditorio
invisible en una época muy distante en el futuro lejano, que aún hoy no ha tenido
lugar en la tierra.
La siguiente división de Lange, que comprende desde el ver. 15 hasta el ver. 22,
se titula
60
"señales del fin del mundo en particular: (a) La destrucción de Jerusalén".
Sin detenernos a investigar la relación de estas ideas, es satisfactorio ver que por
fin se introduce a Jerusalén. Pero, ¡cuán antinatural es la transición de "el fin del
mundo" a la invasión de Judea y al sitio de Jerusalén! ¿Podrían los discípulos
haber dado tan súbito e inmenso salto? ¿Podría haber sido inteligible para ellos, o
es inteligible en la actualidad? Pero, obsérvese el punto de transición, como lo
fija Lange en el vers. 15: "Por tanto, cuando veáis la abominación desoladora",
etc. Esto ciertamente no es transición, sinocontinuidad: todo lo que precede
conduce a este punto; las guerras, las hambrunas, las pestilencias, las
persecuciones, y los martirios; todo esto preparaba y era la introducción para
el "fin"; esto es, para la catástrofe final que habría de sobrevenir a la ciudad, al
templo, y a la nación de Israel.
Luego sigue un párrafo desde el ver. 23 hasta el ver. 28, que Lange llama
61
"El verdadero fin del mundo" (ver. 24-31).
Habiendo hecho la transición del "fin del mundo hacia atrás hasta la destrucción
de Jerusalén, el proceso ahora se invierte, y hay otra transición, de la destrucción
de Jerusalén al "verdadero fin del mundo". Este fin verdadero ha sido puesto
después de la aparición de aquellos falsos Cristos y falsos profetas contra los
cuales eran amonestados los discípulos. Esta alusión a "falsos Cristos" debería
haberle ahorrado al crítico el error en que ha caído, y haberle indicado el período
al cual se refiere la predicción. Pero, ¿dónde hay aquí alguna señal de división o
transición? No hay rastro ni señal de ninguna. Por el contrario, el lenguaje
expreso de nuestro Señor excluye en absoluto cualquier intervalo de tiempo, pues
dice: "Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días", etc. Esta nota
en cuanto al tiempo es decisiva, y prohibe perentoriamente suponer cualquier
interrupción o hiato en la continuidad de su discurso.
Pero hemos ido bastante lejos en la demostración del tratamiento arbitrario y
nada crítico que ha recibido esta profecía, y sido seducidos para efectuar una
exégesis prematura de alguna porción de su contenido. Lo que argumentamos es
a favor de la unidad y la continuidad del discurso entero. Desde el principio del
capítulo veinticuatro de Mateo hasta el final del veinticinco, es uno e indivisible.
El tema es la próxima consumación de la época, con los acontecimientos
acompañantes y concomitantes, los ayes que habrían de alcanzar a la "generación
perversa", que comprendían la invasión por los ejércitos romanos, el sitio y la
captura de Jerusalén, la destrucción total del templo, las terribles calamidades del
pueblo. Junto con esto encontramos la verdadera parusía, o venida del Hijo del
hombre, el derramamiento judicial de la ira divina sobre los impenitentes, y la
liberación y la recompensa de los fieles. De principio a fin, estos dos capítulos
forman un discurso continuo, consecutivo, y homogéneo. Así debe haber sido
considerado por los discípulos, a los cuales fue dirigido; y así, en ausencia de
cualquier atisbo o indicación en contrario en el registro, nos sentimos vinculados
a él.
6. En conclusión, no podemos evitar referirnos a otra consideración, que, estamos
persuadidos, ha tenido mucho que ver con la errónea interpretación de esta
profecía; es decir, la inadecuada apreciación de la importancia y la grandeza del
acontecimiento que forma su tema, la consumación de la era o del eón, y la
abrogación de la dispensación judía.
Ese fue un suceso que formó una época en el gobierno divino del mundo. La
economía mosaica, que había sido entronizada con tanta pompa y grandeza en
medio de los truenos y los relámpagos de Sinaí, y había existido por casi
dieciséis siglos, que había sido el medio de comunicación divinamente instituído
entre Dios y el hombre, y cuyo propósito había sido establecer un reino de Dios
en la tierra, había demostrado ser un comparativo fracaso por medio de la
62
incapacidad moral del pueblo de Israel, estaba condenada a llegar a su fin en
medio de la más terrífica demostración de la justicia y la ira de Dios. El templo
de Jerusalén, por siglos gloria y corona del Monte de Sión - el santuario sagrado,
en cuyo lugar saanto se complacía en habitar Jehová - la casa santa y hermosa,
que era el paladio de la seguridad de la nación, y más cara que la vida para cada
hijo de Abraham - estaba a punto de ser profanado y desttruído, de modo que no
quedaría piedra sobre piedra. El pueblo escogido, los hijos del Amigo de Dios, la
nación favorecida, con la cual el Dios de toda la tierra se dignó entrar en pacto y
ser llamado su Rey, habría de ser abrumado por las más terribles calamidades que
jamás cayeron sobre nación alguna; habría de ser expatriado, privado de su
nacionalidad, excluído de su antigua y peculiar relación con Dios, y ser
expulsados para que anduviesen como peregrinos sobre la faz de la tierra, refrán
y burla entre todas las naciones. Pero junto con todo esto habría cambios para
bien. Primero, y principalmente, el fin de la época sería la inauguración del reino
de Dios. Habría honor y gloria para los fieles y verdaderos siervos de Dios, que
luego entrarían en plena posesión de la herencia celestial. (Esto se desarrollará
más plenamente en la secuela de nuestra investigación). Pero habría también un
glorioso cambio en este mundo. Lo antiguo dio lugar a lo nuevo; la Ley fue
reemplazada por el Evangelio; Cristo tomó el lugar de Moisés. El sistema
estrecho y exclusivo, que abarcaba sólo a un pueblo, fue sucedido por un pacto
nuevo y mejor, que abarcaba la familia entera del hombre, y no conocía
diferencia entre judíos y gentiles, circuncisos e incircuncisos. La dispensación de
los símbolos y las ceremonias, adaptados a la niñez de la humanidad, fue
incorporada en un orden de cosas en que la religión se convirtió en un servicio
espiritual, cada lugar en un templo, cada adorador en un sacerdote, y Dios en
Padre universal. Esta era una revolución mucho mayor que cualquiera que jamás
hubiese ocurrido en la historia de la humanidad. Hizo un mundo nuevo; era el
"mundo por venir", el [o.ikonge,nh me, llonoa] de Hebreos 2:5; y es imposible
sobreestimar la magnitud e importancia del cambio. Es esto lo que da tal
significado al arrasamiento del templo y la destrucción de Jerusalén: éstas son las
señales externas y visibles de la abrogación del orden antiguo y la introducción
del nuevo. La historia del sitio y la captura de la Santa Ciudad no es simplemente
un emocionante episodio histórico, como el sitio de Troya o la caída de Cartago;
no es meramente la escena final en los anales de una antigua nación; tiene un
significado sobrenatural y divino; tiene relación con Dios y la raza humana, y
marca una de las más memorables épocas en el tiempo. Esta es la razón de que el
acontecimiento se describa en la Biblia en términos que a algunos les parecen
exagerados, o requieran alguna catástrofe mayor los justifique. Pero, si fue
adecuado que la introducción de esta economía fuera señalada por portentos y
maravillas, terremotos, relámpagos, truenos, y bocinas, no menos adecuado fue
que terminara en medio de fenómenos similares, terribles espectáculos y grandes
63
señales en el cielo. Si los expositores hubiesen captado mejor el verdadero
significado y la grandeza del acontecimiento, no habrían encontrado extravagante
o exagerado el lenguaje con el cual nuestro Señor lo describe. (14)
Ahora estamos preparados para entrar en un examen más particular del contenido
de este discurso profético, lo cual trataremos de hacer tan concisamente como sea
posible.
Notas:
7. Tischendorf rechaza el ver. 14, que está omitida por el Codice Sinaítico y
Vaticano.
13. Véase Nota A, Part I., sobre la Teoría de Interpretación de Doble Sentido.
64
relación con la convulsión física y moral, véase de Niebuhr, Leben´s
Nachrichten, ii. p. 672, Dr. Arnold: Véase "Life by Stanley", vol. i, p. 311.
65
EXAMEN DE LA PROFECÍA DEL
MONTE DE LOS OLIVOS
"Cuando Jesús salió del "Saliendo Jesús del templo, le "Y a unos que
templo y se iba, se dijo uno de sus discípulos: hablaban de que el
acercaron sus discípulos Maestro, mira qué piedras, y templo estaba
para mostrarle los edificios qué edificios. adornado de
del templo. Respondiendo hermosas piedras y
él, les dijo: Jesús, respondiendo, le ofrendas votivas,
dijo: ¿Ves estos grandes dijo:
¿Veis todo esto? De cierto edificios? No quedará piedra
os digo, que no quedará sobre piedra, que no sea En cuanto a estas
aquí piedra sobre piedra, derribada. cosas que veis, días
que no sea derribada. vendrán en que no
Y se sentó en el monte de los quedará piedra sobre
Y estando él sentado en el Olivos, frente al templo. Y piedra, que no sea
Monte de los Olivos, los Pedro, Jacobo, Juan y Andrés destruida.
discípulos se le acercaron le preguntaron aparte: Dinos,
aparte, diciendo: Dinos, ¿cuándo serán estas cosas? Y le preguntaron,
¿cuándo serán estas cosas, y ¿Y qué señal habrá cuando diciendo: Maestro,
qué señal habrá de tu venida todas estas cosas hayan de ¿cuándo será esto?
y del fin del siglo [época]?" cumplirse?" ¿y qué señal habrá
66
cuando estas cosas
estén para suceder?"
67
muchos en mi nombre, porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo
diciendo: Yo soy el mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo, y: El tiempo
Cristo; y a muchos soy el Cristo; y engañarán está cerca. Mas no vayáis
engañarán. Y oiréis de a muchos. Mas cuando en pos de ellos. Y cuando
guerras y rumores de oigáis de guerras y de oigáis de guerras y de
guerras; mirad que no os rumores de guerras, no os sediciones, no os alarméis;
turbéis, porque es turbéis, porque es porque es necesario que
necesario que todo esto necesario que suceda así; estas cosas acontezcan
acontezca; pero aún no pero aún no es el fin. primero; pero el fin no será
es el fin. Porque se Porque se levantará nación inmediatamente.
levantará nación contra contra nación, y reino
nación, y reino contra contra reino; y habrá Entonces les dijo: Se
reino; y habrá pestes, y terremotos en muchos levantará nación contra
hambres, y terremotos en lugares, y habrá hambres y nación, y reino contra
diferentes lugares. Y alborotos; principios de reino; y habrá grandes
todo esto será principio dolores son estos. Pero terremotos, y en diferentes
de dolores. Entonces os mirad por vosotros lugares hambres y
entregarán a tribulación, mismos; porque os pestilencias; y habrá terror
y os matarán, y seréis entregarán a los concilios, y grandes señales del cielo.
aborrecidos de todas las y en las sinagogas os Pero antes de todas estas
gentes por causa de mi azotarán; y delante de cosas os echarán mano, y
nombre. Muchos gobernadores y de reyes os os perseguirán, y os
tropezarán entonces, y se llevarán por causa de mí, entregarán a las sinagogas
entregarán unos a otros, para testimonio a ellos. Y y a las cárceles, y seréis
y unos a otros se es necesario que el llevados ante reyes y ante
aborrecerán. Y muchos evangelio sea predicado gobernadores por causa de
falsos profetas se antes a todas las naciones. mi nombre. Y esto os será
levantarán, y engañarán a Pero cuando os trajeren ocasión para dar
muchos; y por haberse para entregaros, no os testimonio. Proponed en
multiplicado la maldad, preocupéis por lo que vuestros corazones no
el amor de muchos se habéis de decir, ni lo pensar antes cómo habéis
enfriará. Mas el que penséis, sino lo que os de responder en vuestra
persevere hasta el fin, fuere dado en aquella defensa; porque yo os daré
éste será salvo. Y será hora, eso hablad; porque palabra y sabiduría, la cual
predicado este evangelio no sois vosotros los que no podrán resistir ni
del reino en todo el habláis, sino el Espíritu contradecir todos los que
mundo, por testimonio a Santo. Y el hermano se opongan. Mas seréis
todas las naciones; y entregará a la muerte al entregados aun por
entonces vendrá el fin". hermano, y el padre al vuestros padres, y
hijo; y se levantarán los hermanos, y parientes, y
hijos contra los padres, y amigos; y matarán a
68
los matarán. Y seréis algunos de vosotros; y
aborrecidos de todos por seréis aborrecidos de todos
causa de mi nombre; mas por causa de mi nombre.
el que persevere hasta el Pero ni un cabello de
fin, éste será salvo". vuestra cabeza perecerá.
Con vuestra paciencia
ganaréis vuestras almas".
Es imposible leer esta sección sin percibir su clara referencia al período entre la
crucifixión de nuestro Señor y la destrucción de Jerusalén. Cada una de las
palabras fue dirigida a los discípulos, y solamente a ellos. Imaginar que el
"vosotros" de este discurso se aplica, no a los discípulos a quienes Jesús hablaba,
sino a algunas personas desconocidas y todavía inexistentes en una lejana época
en el futuro es una suposición tan absurda que no merece que se le preste
atención seria.
De que las palabras de nuestro Señor tuvieron plena verificación durante el
intervalo entre su crucifixión y el fin de aquella época, tenemos el más amplio
testimonio. Falsos Cristos y falsos profetas comenzaron a aparecer al comienzo
mismo de la era cristiana, y continuaron infestando el país hasta el final mismo
de la historia judía. En la procuraduría de Pilatos (36 d. C.), apareció uno de ellos
en Samaria, y engañó a grandes multitudes. Hubo otro en la procuraduría de
Cuspio Fado (45 d. C.). Josefo nos dice que, durante el gobierno de Félix (53-
60), "el país estaba lleno de ladrones, magos, falsos profetas, falsos mesías, e
impostores", que engañaban al pueblo con promesas de grandes
acontecimientos. (1) La misma autoridad nos informa que en aquellos días
abundaban las conmociones civiles y enemistades internacionales, especialmente
entre los judíos y sus vecinos. En Alejandría, Seleucia, Siria, y Babilonia, hubo
violentos tumultos entre judíos y griegos, y entre judíos y sirios, que habitaban en
las mismas ciudades. "Cada ciudad estaba dividida", dice Josefo, "en dos
bandos". En el reinado de Calígula, había gran aprensión en Judea por la
posibilidad de una guerra con los romanos, a consecuencia de la propuesta del
tirano de poner una estatua suya en el templo. Durante el reinado del emperador
Claudio (41-54 d. C.), hubo cuatro temporadas de gran escasez. En el cuarto año
de su reinado, la hambruna en Judea fue tan severa, que el precio de los
alimentos era enorme, y pereció gran número de habitantes. Ocurrieron
terremotos durante los reinados de Calígula y de Claudio. (2)
El Señor dio a entender a sus discípulos que tales calamidades precederían el
"fin". Pero no eran sus antecedentes inmediatos. Eran el "principio del fin"; pero
"todavía no es el fin".
En este punto (ver. 9-13), nuestro Señor pasa de lo general a lo particular; de lo
público a lo personal; de las fortunas de naciones y reinos a las fortunas de los
69
discípulos mismos. Mientras estos sucesos ocurrían, los apóstoles habrían de ser
objetos de sospecha por parte de los poderes gobernantes. Habrían de ser
llevados delante de los concilios, gobernantes, y reyes; habrían de ser
encarcelados, azotados en las sinagogas, y odiados por todos los hombres por
amor a Jesús.
Cuán exactamente se verificó todo esto en la experiencia personal de los
discípulos, podemos leerlo en los Hechos de los Apóstoles y en las epístolas de
Pablo. Pero la divina promesa de protección en la hora de peligro se cumplió de
modo notable. Con la sola excepción de "Santiago, el hermano de Juan", ningún
apóstol parece haber sido víctima de malévola persecución por parte de sus
enemigos hasta el fin de la historia apostólica, como se registra en Hechos (63 d.
C.).
Otra señal habría de preceder y entronizar la consumación. "Será predicado este
evangelio del reino en todo el mundo [oi.koume,ne] por testimonio a todas las
naciones, y entonces vendrá el fin". Ya hemos notado el cumplimiento de esta
predicción en la era apostólica. Tenemos la autoridad de Pablo para la difusión
universal del evangelio en sus días, que verificaría el dicho de nuestro Señor.
(Véase Col. 1:6, 23). De no ser por este testimonio explícito del apóstol, sería
imposible persuadir a algunos expositores de que las palabras de nuestro Señor se
habían cumplido en algún sentido antes de la destrucción de Jerusalén; tal idea
habría sido considerada mera extravagancia y capricho. Ahora, sin embargo, la
objeción no puede alegarse razonablemente.
Aquí puede ser adecuado recordar la observación de tiempo, dada a los
discípulos en una ocasión anterior como indicación de la venida de nuestro
Señor: "De cierto os digo, que no acabaréis de recorrer todas las ciudades de
Israel, antes que venga el Hijo del Hombre" (Mat. 10:23). Comparando esta
declaración con la predicción que tenemos delante (Mat. 24:14), podemos ver la
perfecta consistencia de las dos afirmaciones, y también el "terminus ad quem"
en ambas. En un caso, es la evangelización del territorio de Israel; en el otro, la
evangelización de Imperio Romano al cual se hace referencia como el precursor
de la parusía. Ambas afirmaciones son verdaderas. Ocuparía el espacio de una
generación llevar las buenas nuevas a cada ciudad en Israel. Los apóstoles no
tenían mucho tiempo para su misión en su propio país, pues tenían en sus manos
una misión tan vasta en territorio extranjero. Obviamente, tenemos que tomar en
sentido popular el lenguaje empleado por Pablo, así como por nuestro Señor, y
no sería justo llevarlo al extremo de la letra. La amplia difusión del evangelio
tanto en Israel como a través del Imperio Romano es suficiente para justificar la
predicción de nuestro Señor.
Hasta ahora, tenemos un discurso continuo, relacionado con un solo
acontecimiento, y referido y dirigido a personas particulares. Encontramos cuatro
70
señales, o series de señales, que habrían de anunciar la aproximación de la gran
catástrofe.
"Por tanto, cuando veáis "Pero cuando veáis la "Pero cuando viereis a
en el lugar santo la abominación desoladora Jerusalén rodeada de
abominación desoladora de que habló el profeta ejércitos, sabed entonces
de que habló el profeta Daniel, puesta donde no que su destrucción ha
Daniel (el que lee, debe estar (el que lee, llegado. Entonces los que
entienda), entonces los que entienda), entonces los que estén en Judea, huyan a
estén en Judea, huyan a los estén en Judea huyan a los los montes; y los que en
montes. El que esté en la montes. El que esté en la medio de ella, váyanse; y
azotea, no descienda para azotea, no descienda a la los que estén en los
tomar algo de su casa; y el casa, ni entre para tomar campos, no entren en
que esté en el campo, no algo de su casa; y el que ella. Porque estos son
vuelva atrás para tomar su esté en el campo, no días de retribución, para
capa. Mas ¡ay de las que vuelva atrás a tomar su que se cumplan todas las
estén encintas, y de las que capa. Mas ¡ay de las que cosas que están escritas.
críen en aquellos días! estén encintas, y de las que Mas ¡ay de las que estén
Orad, pues, porque vuestra críen en aquellos días! encintas, y de las que
huida no sea en invierno ni Orad, pues, que vuestra críen en aquellos días!
en día de reposo; porque huida no sea en invierno; porque habrá gran
habrá entonces gran porque aquellos serán de calamidad en la tierra, e
tribulación, cual no la ha tribulación cual nunca ha ira sobre este pueblo. Y
habido dese el principio habido desde el principio caerán a filo de espada, y
del mundo hasta ahora, ni de la creación que Dios serán llevados cautivos a
71
la habrá. Y si aquellos días creó, hasta este tiempo, ni todas las naciones; y
no fuesen acortados, nadie la habrá. Y si el Señor no Jerusalén será hollada
sería salvo; mas por causa hubiese acortado aquellos por los gentiles, hasta
de los escogidos, aquellos días, nadie sería salvo; que los tiempos de los
días serán acortados". mas por causa de los gentiles se cumplan".
escogidos que él escogió,
acortó aquellos días".
Pero, por qué hablar del hambre como despreciable restricción en el uso de lo
inanimado, cuando estoy a punto de relatar un caso de ella para el cual, en la
historia de los griegos y los bárbaros, no se encuentra paralelo, y que es tan
horrible de relatar e increíble de oír? Ciertamente, con gusto habría omitido
mencionar lo sucedido, no fuera a ser que las generaciones futuras pensaran que
yo me ocupaba de lo maravilloso, si no tuviese innumerables testigos entre mis
contemporáneos. Además, haría a mi pueblo un flaco favor si suprimiera la
narración de las calamidades que en realidad sufrió". (5)
Que nuestro Señor tenía en mente los horrores que habrían de descender sobre
los judíos durante el sitio, y no ningún acontecimiento subsiguiente al final del
tiempo, es perfectamente claro por las palabras finales del versículo 21: "Ni la
habrá".
73
engañarán, si fuere posible, aun a los engañar, si fuese posible, aun a los
escogidos. Ya os lo he dicho antes. Así escogidos. Mas vosotros mirad; os lo
que, si os dijeren: Mirad, está en el he dicho todo antes".
desierto, no salgáis; o mirad, está en los
aposentos, no lo creáis. Porque como el
relámpago que sale del oriente y se
muestra hasta el occidente, así será
también la venida del Hijo del Hombre.
Porque dondequiera que estuviere el
cuerpo muerto, allí se juntarán las
águilas".
75
la escena de la gran tribulación es innegablemente Jerusalén y Judea (ver. 15,
16), de manera que no hay lugar para ninguna interrupción en el tema del
discurso. Nuevamente, en el versículo 30, leemos que "lamentarán todas las
tribus de la tierra [pa/sai ai, fulai. th/j gh/j], refiriéndose evidentemente a la
población del territorio de Judea; y nada puede ser más forzado ni antinatural que
hacer que la expresión incluya, como hace Lange, a "todas las razas y todos los
pueblos" del globo terráqueo. El sentido restringido de la palabra (gh) [=tierra] en
el Nuevo Testamento es común; y cuando está conectada, como lo está aquí, con
la palabra "tribus" [fulaii], su limitación a la tierra de Israel es obvia. Esta es la
posición adoptada por el Dr. Campbell y Moses Stuart, y en realidad se explica
por sí sola. Encontramos una expresión similar en Zac. 12:12 - "Todas las
familias [tribus] de la tierra", donde su sentido restringido es obvio e indiscutible.
Los dos pasajes son, de hecho, exactamente paralelos, y nada podría ser más
confuso que entender la frase como si incluyera a "todas las razas de la tierra". La
estructura del discurso, pues, resiste inflexiblemente la suposición de un cambio
de tema. Tiempo, lugar, circunstancias, todo continúa lo mismo. Por lo tanto, es
con no fingido asombro que encontramos a Dean Alford comentando de la
siguiente manera: "Toda la dificultad que se ha supuesto que esta palabra
[inmediatamente - e.uqe,wj] involucra ha surgido de confundir el cumplimiento
de la profecía con su cumplimiento último. La importante inserción en los ver.
23, 24 de Lucas 21 nos muestra que la 'tribulación' [qliyij] incluye a o.rgh. e,n
tw/law tou,tw (ira sobre este pueblo), qur todavía está siendo infligida, y el
hollamiento de Jerusalén por los gentiles, continúa todavía; e inmediatamente
después de aquella tribulación, que sucederá cuando se llene la copa de
iniquidad de los gentiles, y cuando este evangelio haya sido predicado por
testimonio, y rechazado por los gentiles, sucederá la venida del Señor mismo ...
(La expresión en Marcos indica igualmente un intervalo considerable - en
aquellos días después de aquella tribulación). Siéndo conocidos de Él el hecho de
su venida y sus circunstancias acompañantes, pero desconocido el tiempo exacto,
habla sin tener en cuenta el intervalo, que sería empleado en espera de Él hasta
que todas las cosas sean puestas bajo sus pies", etc. (7)
Puede decirse que en este comentario hay casi tantos errores como palabras. En
realidad, no es la explicación de una profecía cuanto una profecía hecha por el
propio comentarista. Primero, está la hipótesis sin fundamento de su doble
sentido, su cumplimiento parcialy su cumplimiento final, para lo cual no hay
fundamento en el texto, sino que es una mera suposición arbitraria y gratuita.
Luego, tenemos su "tribulación", no "acortada", como declara el Señor,
sino prolongada, de modo que todavía continúa en la actualidad. Cuando se hace
que la palabra "inmediatamente" se refiera a un período que todavía no ha
llegado, de modo que entre el ver. 28 y el ver. 29, donde el ojo por sí solo no
puede percibir ningún rastro de línea de transición, el crítico intercala un inmenso
76
período de más de dieciocho siglos, con la posibilidad de duración infinita,
además. Más todavía. Tenemos una contradicción implícita de la afirmación de
Pablo de que el evangelio fue predicado "en todo el mundo" (Col. 1:5, 23), y la
suposición de que el evangelio ha de ser rechazado por los gentiles. Luego el
comentarista descubre que Marcos sugiere un "considerable intervalo", mientras
que Marcos dice expresamente "en aquellos días, después de aquella tribulación"
[en ekeinaij taij hmeraij meta thn qliyin ekeinhn], imposibilitando en absoluto
cualquier intervalo, y por último tenemos lo que parece una excusa por la
veracidad de la predicción, con el argumento de que nuestro Señor, no sabiendo
el momento en que tendría lugar su venida, "habla sin tener en cuenta el
intervalo", etc.
Es obvio que, si esta es la manera en que la Escritura ha de ser interpretada, las
leyes ordinarias de exégesis deben ser echadas a un lado por inútiles. El mejor
intérprete es el adivinador más osado. ¿Hay algún libro antiguo que un gramático
pueda tratar así? ¿No sería declarado intolerable y anticrítico si se tomara tales
libertades con Homero o con Platón? ¿No sería burla proponer tales acertijos a
los discípulos como respuesta a su pregunta: "¿Cuándo serán estas cosas?"?
¿Cómo podían ellos saber de cumplimientos parciales y finales, y dobles
sentidos? ¿Qué efecto se produciría en sus mentes, excepto amarga perplejidad y
desconcierto? No podemos evitar protestar contra tal tratamiento de las palabras
de la Escritura, por ser, no sólo nada erudito y nada crítico, sino presuntuoso e
irreverente al más alto grado.
Pero, se nos contesta, el carácter del lenguaje de nuestro Señor en este pasaje
requiere esta aplicación a una grande y terrible catástrofe que está todavía en el
futuro, y puede entenderse correctamente nada menos que de la disolución total
de la estructura del universo y del fin todas las cosas. ¿Cómo puede alguien
pretender, se dice, que el sol se ha oscurecido, que la luna ha dejado de dar su
resplandor, que las estrellas han caído del cielo, que el Hijo del hombre ha sido
visto en las nubes del cielo con poder y gran gloria? ¿Ocurrieron estos
fenómenos en la destrucción de Jerusalén, o pueden aplicarse a cualquier cosa
menos la consumación de todas las cosas?
Argumentar de esta manera es perder de vista la naturaleza misma y el espíritu de
la profecía. El símbolo y la metáfora pertenecen a la gramática de la profecía,
como lo debe saber todo lector de los profetas del Antiguo Testamento. ¿No es
razonable que la destrucción de Jerusalén fuera presentada en lenguaje tan vivo y
retórico como la destrucción de Babilonia, o Bosra, o Tiro? ¿Cómo entonces
describe el profeta Isaías la caída de Babilonia?
"He aquí el día de Jehová viene, terrible, y de indignación y ardor de ira, para
convertir la tierra en soledad, y raer de ella a sus pecadores. Por lo cual las
estrellas de los cielos y sus luceros no darán su luz; y el sol se oscurecerá al
nacer, y la luna no dará su resplandor.... Porque haré estremecer los cielos, y la
77
tierra se moverá de su lugar, en la indignación de Jehová de los ejércitos, y en el
día del ardor de su ira" (Isa. 13:9, 10, 13).
Se verá en seguida que las imágenes empleadas en este pasaje son casi idénticas a
las de nuestro Señor. Por lo tanto, si estos símbolos eran correctos para
representar la caída de Babilonia, ¿por qué serían incorrectos para describir una
catástrofe aun mayor, la destrucción de Jerusalén?
Nuevamente, el profeta Miqueas habla de una "venida del Señor" para juzgar y
castigar a Samaria y a Jerusalén - una venida para juicio que
incuestionaablemente había tenido lugar mucho antes del tiempo de nuestro
Salvador - ¡y con qué magnífico lenguaje representa esta escena!
"Porque he aquí, Jehová sale de su lugar, y descenderá y hollará las alturas de
la tierra. Y se derretirán los montes debajo de él, y los valles se hendirán como
la cera delante del fuego, como las aguas que corren por un precipicio" (Miq. 1:
3,4).
Sería fácil multiplicar ejemplos de esta cualidad característica del lenguaje
profético. La naturaleza de la profecía es la de la poesía, y representa los
acontecimientos, no en el estilo prosaico del historiador, sino en las vívidas
imágenes del poeta. Añádase a esto que la Biblia no habla con la corrección fría y
lógica de los pueblos occidentales, sino con el fervor tropical del oriente
espléndido. Pero sería incorrecto llamar a tal lenguaje extravagante o
sobrecargado. La grandiosidad moral de los acontecimientos que tales símbolos
representan puede ser más correctamente descrita como convulsión y cataclismo
en el mundo natural. Ni es necesario construir una gramática de simbologías y
una analogía para cada jeroglífico sagrado, por medio de las cuales traducir cada
metáfora particular a su equivalente correcto, porque esto sería convertir la
profecía en alegoría. Las siguientes observaciones sobre el lenguaje figurado de
la Escritura son sensatas. "Lo que es grandioso en la naturaleza se usa para
78
expresar lo que es digno e importante entre los hombres - cuerpos celestes,
montañas, árboles majestuosos, reinos, o los que están en posición de autoridad
... Los cambios políticos son representados por terremotos, eclipses, tempestades,
el convertirse las aguas y los mares en sangre". (8)
79
años de distancia, y no al ansioso grupo que bebía las palabras de Jesús?
Ciertamente, tal hipótesis lleva colgada al frente su propia refutación.
Pero, como para impedir toda posibilidad de equivocación o error, en el siguiente
párrafo nuestro Señor traza alrededor de su profecía una línea tan clara y tan
palpable, encerrándola por completo dentro de un límite tan definido y claro, que
debería ser decisivo para zanjar toda la cuestión.
<>
<>(e) La parusía ha de tener lugar antes de que pase la actual generación
"De la higuera aprended "De la higuera aprended "También les dijo una
la parábola: Cuando ya la parábola. Cuando ya parábola: Mirad la higuera
su rama está tierna, y su rama está tierna, y y todos los árboles. Cuando
brotan las hojas, sabéis brotan las hojas, sabéis ya brotan, viéndolo, sabéis
que el verano está cerca. que el verano está cerca. por vosotros mismos que el
Así también vosotros, Así también vosotros, verano está ya cerca. Así
cuando veáis todas estas cuando veáis que también vosotros, cuando
cosas, conoced que está suceden estas cosas, veáis que suceden estas
cerca, a las puertas. conoced que está cerca, a cosas, sabed que está cerca
las puertas. el reino de Dios.
De cierto os digo que no
pasará esta generación De cierto os digo, que no De cierto os digo, que no
sin que todo esto pasará esta generación pasará esta generación hasta
acontezca". hasta que todo esto que todo esto acontezca".
acontezca".
Si este lenguaje, pronunciado en una ocasión tan solemne, y que es de una
importancia tan precisa y expresa, no afirma la estrecha cercanía del gran
acontecimiento que ocupa el discurso entero de nuestro Señor, entonces las
palabras no tienen ningún significado. Primero, la parábola de la higuera indica
que, así como las ramas tiernas en los árboles anuncian la cercanía del verano, así
también las señales que él acababa de especificar anunciarían que la
consumación predicha estaba cerca. Ellos, los discípulos a quienes Jesús estaba
hablando, habrían de ver aquellas señales, y cuando las vieran, reconocerían que
el fin estaba cerca, a las puertas. Luego, nuestro Señor hace un resumen, con una
afirmación calculada para eliminar todo vestigio de duda o incertidumbre:
80
QUE TODO ESTO ACONTEZCA"
Uno supondría razonablemente que, después de una nota de tiempo tan clara y
expresa, no habría lugar para la controversia. Nuestro Señor mismo ha dirimido
la cuestión. Noventa y nueve personas de cada cien sin duda entenderían sus
palabras en el sentido de que la catástrofe predicha ocurriría durante la vida de la
generación existente. No que todos vivirían probablemente para presenciarlo,
sino que la mayoría o muchos de ellos estarían vivos cuando aquello ocurriese.
No puede haber duda de que ésta sería la interpretación que los discípulos le
darían a sus palabras. A menos, por lo tanto, que nuestro Señor se propusiera
deconcertar a sus discípulos, les dio a entender claramente que su venida, el
juicio de la nación judía, y el fin de aquella época, ocurrirían antes de que aquella
generación hubiese pasado por completo, o sea, dentro de los límites de su propia
existencia. Como ya hemos visto, esta no era una idea nueva, sino una idea que él
mismo había expresado antes.
Sin embargo, lejos de aceptar esta decisión de nuestro Salvador como final, los
comentaristas han resistido violentamente lo que parece ser el significado natural
y sensato de sus palabras. Han insistido en que, porque los sucesos predichos no
ocurrieron así en aquella generación, la palabra generación (genea) no puede
significar lo que generalmente se entiende que significa, la gente de aquella era o
aquel período particular, los contemporáneos de nuestro Señor. Afirmar que estas
cosas no ocurrieron es dar la respuesta por sentada, y algo más.
Pero entendemos que a los gramáticos les toca no ser aprensivos de posibles
consecuencias, sino establecer el verdadero significado de las palabras. Sin
peligro, podemos dejar que las predicciones de nuestro Señor se cuiden por sí
solas; a nosotros nos toca tratar de entenderlas.
Muchos argumentan que en este lugar la palabra genea debe traducirse como
"raza, o "nación", y que las palabras de nuestro Señor sólo significan que la raza
o nación judía no pasaría, o no perecería, sino hasta que ocurrieran las
predicciones que Jesús había pronunciado. Este es el significado que Lange,
Stier, Alford, y muchos otros expositores, le atribuyen a la palabra, y que es
sostenido con conspicua capacidad y copiosa erudición por Dorner en su tratado
"Do Oratione Christi Eschatologica". No hay duda de que es verdad que la
palabra genea, como muchas otras, tiene diferentes matices de significado, y que,
a veces, en la Septuaginta y los autores clásicos, puede referirse a una nación o a
una raza. Pero creemos que es demostrable, sin sombra de duda, que la expresión
"esta generación", tan a menudo empleada por nuestro Señor, siempre se refiere
única y exclusivamente a sus contemporáneos, el pueblo judío de su propia
época. Puede dejarse sin peligro al honesto juicio de cada lector, sea erudito en
griego o no, decidir si esto es o no así. Pero, como el punto es de gran
importancia, puede ser deseable aducir las pruebas de este aserto.
81
1. En el discurso final de nuestro Señor al pueblo, pronunciado el mismo día que
su discurso del Monte de los Olivos, declaró: "Todo esto vendrá sobre esta
generación" (Mat. 23:36). Ningún comentarista ha propuesto jamás entender esto
como que se refiere a otra que no sea la generación existente.
2. "¿A qué compararé esta generación?" (Mat. 11:6). Aquí admiten Lange y Stier
que la palabra se refiere a "la última generación de Israel entonces
existente" (Lange, in loc, Stier, vol. ii, 98).
3. "La generación mala y adúltera demanda señal". "Los hombres de Nínive se
levantarán en el juicio con esta generación". "La reina del Sur se levantará en el
juicio con esta generación". "Así también acontecerá a esta mala generación"
(Mat. 12:39, 41, 42, 45).
En estos cuatro pasajes, Dorner trata de establecer que nuestro Señor no está
hablando de sus contemporáneos, los hombres de su propia época. "Porque" -
dice - "los gentiles (los habitantes de Nínive y la reina del Sur) se oponen a los
judíos; por lo tanto, "esta generación" [h, genea.a[uth] "debe significar la nación
o raza de los judíos" (Dorner, Orat. Christ. Esch., p. 81). Su argumento, sin
embargo, no es convincente. Ciertamente la generación que demandaba señal
era la que entonces existía; ¿y puede suponerse que era contra cualquier otra
generación, diferente de la que resistía predicaciones como la de Juan el Butista y
de Cristo, que los gentiles habrían de levantarse en juicio? Hay una sola
interpretación posible de las palabras de nuestro Señor, y es la de que sus
palabras se refieren a su propios perversos e incrédulos contemporáneos.
6. "Pero primero es necesario que padezca mucho, y sea desechado por esta
generación" (Lucas 17:25). Sólo es necesario citar estos pasajes para establecer
que Jesús sólo se refiere a la generación particular que rechazó al Mesías.
Estos son todos los ejemplos en los que ocurre la expresión "esta generación" en
los dichos de nuestro Señor, y estos ejemplos establecen, más allá de todo
cuestionamiento razonable, la referencia de las palabras en la importante
dclaración que ahora consideramos. Pero, supongamos que adoptáramos la
traducción propuesta, y aceptáramos que genea significa raza, ¿qué propósito o
significado tendría entonces la predicción? ¿Puede alguien creer que la
afirmación que nuestro Señor hizo tan solemnemente: "De cierto os digo", etc. no
82
equivale más que a esto: "La raza hebrea no se habrá extinguido sino hasta que
todas estas cosas se hayan cumplido"? Imaginemos a un profeta en nuestro
propio tiempo prediciendo una gran catástrofe en la cual Londres sería destruido,
la catedral de San Pablo y las Cámaras del Parlamento serían arrasadas, y se
perpetraría una terrible matanza de los habitantes; y que cuando se le preguntase:
"¿Cuándo sucederán estas cosas?" contestase: "¡La raza anglosajona no se
extinguirá sino hasta que todas estas cosas se hayan cumplido!" ¿Sería ésta una
respuesta satisfactoria? ¿No sería una respuesta como ésta considerada como
despectiva para el profeta, y como una afrenta para sus oyentes? ¿No tendrían
ellos razón para decir: "¡No hay peligro en profetizar cuando el suceso es
colocado a una interminable distancia!"? Pero la mera suposición de tal sentido
en la predicción de nuestro Señor demuestra que es un reductio ad absurdum.
¿Era para esto que los discípulos debían esperar y velar? ¿Era ésta la lección que
enseñaba la parábola de la higuera? ¿No era sino hasta que la raza judía estuviese
a punto de extinguirse que ellos debían "erguirse, y levantar sus cabezas"? Una
hipótesis tal es su propia refutación.
Nos sostenemos, por lo tanto, en la única interpretación sostenible y posible, la
que entendemos que nuestro Señor tenía en mente, en la que, en otras tantas
palabras, Él dice que los acontecimientos especificados en su predicción
ocurrirían con toda certeza antes de que pasara por completo la generación
actual. Esta es la única interpretación que las palabras soportan; todas las demás
involucran forzar el lenguaje y hacer violencia a la interpretación. Además, la
interpretación está en armonía con la uniforme enseñanza de nuestro Salvador.
Mucho tiempo antes, había asegurado a sus discípulos que algunos de ellos
vivirían para presenciar su retorno en gloria (Mat. 16:27, 28).
Les había dicho que, antes de que hubiesen completado su misión apostólica a las
ciudades de Israel, el Hijo del hombre vendría (Mat. 10:23). Había declarado que
toda la sangre derramada sobre la tierra, desde la sangre de Abel hasta la sangre
de Zacarías, sería requerida de aquella generación (Mat. 23:35, 36). Era, por lo
tanto, de aquella generación de la cual hablaba. Jamás debe olvidarse que había
algo especial en aquella generación. Era la última y la peor de todas las
generaciones de Israel, que había heredado la culpa de todas sus predecesoras, y
estaba a punto de ser visitada con juicios señalados y sin paralelo. Si la catástrofe
predicha ocurrió o no, es otra cuestión, que será considerada en su propio
lugar. (10)
Otras interpretaciones que se han sugerido, como la de la "raza humana", "la
generación de los justos", y "la generación de los impíos", no requieren
discusión.
Puede que se necesite decir una palabra o dos con respecto al tiempo que cubre
una generación. Por supuesto, no es una medida de tiempo exacta, como una
década o un siglo, sino que posee cierta cualidad de indefinición o elasticidad,
83
pero dentro de ciertos límites, digamos de treinta o cuarenta años. En el libro de
Números, encontramos que la generación que provocó que el Señor le excluyera
de la tierra de Canaán, y que fue condenada a caer en el desierto, habría de morir
en el espacio de cuarenta años. En el Salmo 95 leemos: "Cuarenta años estuve
disgustado con la nación". En la tabla genealógica que da Mateo, tenemos
información para estimar la duración de una generación. Allí encontramos que
"desde la deportación a Babilonia hasta Cristo", hubo catorce generaciones. (Mat.
1:17). Ahora, se dice que la fecha de la cautividad, en el reino de Sedequías, fue
cerca del año 586 a. C., lo cual, dividido entre catorce, da cuarentiún años y
fracción como duración promedio de cada generación. La guerra judía bajo el
emperador Nerón estalló en el año 66 d. C., y suponiendo que nuestro Señor haya
tenido como treinta y tres años de edad cuando fue crucificado, esto nos daría un
espacio de como treinta y tres años en que las señales que anunciaban la
aproximación del "fin" comenzaron "a suceder". La destrucción del templo y la
ciudad de Jerusalén tuvo lugar en septiembre del año 70 d. C., esto es, como
treinta y siete años después de la profecía del Monte de los Olivos, un espacio de
tiempo que satisface ampliamente los requisitos del caso. No es ni tan corto que
sea inapropiado decir: "No pasará esta generación", etc., ni tan largo que exceda
la duración de la vida de muchos que podrían haber visto y oído al Salvador, o la
vida de los mismos discípulos.
"El cielo y la tierra pasarán, "El cielo y la tierra pasarán, pero "El cielo y la
pero mis palabras no pasarán. mis palabras no pasarán. Pero de tierra pasarán,.
Pero del día y la hora nadie aquel día y de la hora nadie sabe, pero mis
sabe, ni aun los ángeles de ni aun los ángeles que están en palabras no
los cielos, sino sólo mi el cielo, ni el Hijo, sino el pasarán".
Padre". Padre".
Aunque nuestro Señor ha definido los límites de tiempo dentro de los cuales
tendría lugar la consumación predicha, queda un cierto grado de indefinición con
respecto al momento de su llegada. Él no especifica la fecha exacta, ni "la hora,
84
ni el día", ni siquiera el mes del año. Esto no significa que la cuestión entera del
tiempo haya quedado sin especificar: se refiere meramente a la fecha precisa. La
consumación habría de caer dentro del término de la generación existente, pero la
hora precisa en que el campanazo de condenación sonaría no fue revelada a
hombre, ni a ángel, ni (lo que es aún más extraño) al mismo Hijo del hombre. Era
el secreto que el Padre "puso en su sola potestad". Sin duda, había suficientes
razones para esta reserva. Haber especificado "el día y la hora" - haber dicho:
"En el año treinta y siete, en el mes sexto, al octavo día del mes, la ciudad será
tomada y el templo destruido a fuego" - no sólo habría sido inconsistente con la
manera de la profecía, sino que habría quitado una de las más fuertes
motivaciones para la vigilancia constante y la oración - la incertidumbre del
momento preciso.
"Mas como en los días de Noé, así será "Como fue en los días de Noé, así
la venida del Hijo del Hombre. Porque también será en los días del Hijo del
como en los días antes del diluvio Hombre. Comían, bebían, se casaban y
estaban comiendo y bebiendo, se daban en casamiento, hasta el día en
casándose y dándose en casamiento, que entró Noé en el arca, y vino el
hasta el día en que Noé entró en el diluvio y los destruyó a todos. Asimismo
arca, y no entendieron hasta que vino como sucedió en los días de Lot; comían,
el diluvio y se los llevó a todos, así bedbían, compraban, vendían, plantaban,
será también la venida del Hijo del edificaban; mas el día en que Lot salió
Hombre. Entonces estarán dos en el de Sodoma, llovió del cielo fuego y
campo; el uno será tomado, y el otro azufre, y los destruyó a todos. Así será el
será dejado. Dos mujeres estarán día en que el Hijo del Hombre se
moliendo en un molino; la una será manifieste. En aquel día, el que esté en la
tomada, y la otra dejada. Velad, pues, azotea, y sus bienes en casa, no
porque no sabéis a qué hora ha de descienda a tomarlos; y el que en el
venir vuestro Señor". campo, asimismo no vuelva atrás.
Acordaos de la mujer de Lot. Todo el
que procure salvar su vida, la perderá; y
todo el que la pierda, la salvará. Os digo
que en aquella noche estarán dos en una
cama; el uno será tomado, y el otro será
dejado. Dos mujeres estarán moliendo
85
juntas; la una será tomada, y la otra
dejada. Dos estarán en el campo; el uno
será tomado, y el otro dejado.
Y respondiendo, le dijeron: ¿Dónde,
Señor? Él les dijo: Donde estuviere el
cuerpo muerto, allí se juntarán también
las águilas".
86
palabras", y que en Mateo "están puestas con muchos otros pasajes similares que
se refieren a la última crisis". (11) Dudamos de esto; pero, soslayando esta
cuestión, una cosa es indudable, a saber, que tanto Mateo como Lucas describen
la misma cosa, el mismo período, la misma catástrofe. Es sorprendente encontrar
a Alford afirmando, en relación con el pasaje de Lucas: "No hay una sola palabra
en todo esto acerca de la destrucción de Jerusalén". Sería más correcto decir:
"Cada una de las palabras en este pasaje habla de la destrucción de Jerusalén".
Obsérvese la nota de tiempo tan claramente marcada por nuestro Señor: "Pero
primero es necesario que padezca mucho, y sea desechado por esta generación"
(Lucas 17:25). ¿Cuál otra catástrofe pertenece al período de esa generación, que
podría correctamente compararse con la destrucción del mundo antediluviano por
medio de un diluvio de aguas, y con la destrucción de Sodoma y Gomorra por
medio de un diluvio de fuego?
De la certeza y lo repentino de la cercana consumación, nuestro Señor extrae la
lección que impresiona en sus discípulos - la necesidad de estar vigilantes.
Aqu&í pronuncia por primera vez la amonestación que desde aquel tiempo nunca
dejó de ser la consigna de sus discípulos a través de la era apostólica: "¡Velad y
orad!" Descubriremos cuán constante y urgentemente dirigían los apóstoles este
llamado a los fieles en sus días, y cómo se repite constantemente, hasta el último
momento en que captamos el sonido de una voz apostólica. Esta vigilancia era
esencial para la seguridad de los seguidores de Jesús, porque, tan súbita sería la
catástrofe, que alcanzaría a los no preparados y a los descuidados, como aves que
son atrapadas en una red. "Porque como lazo vendrá sobre todos los que moran
en la faz de toda la tierra (pashj thj ghj) - palabras que sugieren claramente la
naturaleza local del acontecimiento.
En la historia de Josefo, tenemos un notable comentario sobre este pasaje. Dando
cuenta del prodigioso número de los masacrados durante el sitio de Jerusalén - un
millón cien mil - dice: "De éstos, la mayor parte eran de sangre judía, aunque no
nativos del lugar. Habiéndose congregado desde todas partes del país para la
fiesta de los panes sin levadura, fueron súbitamente rodeados por la guerra. En
esta ocasión, la nación entera había sido encerrada, como en una prisión, por el
destino; y la guerra encerró a la ciudad cuando ésta estaba atestada de
gente". (12) Es imposible concebir una verificación más exacta de la predicción de
nuestro Señor (Lucas 21:35).
En todo esto, observamos la continuación de aquel discurso personal directo que
demuestra que nuestro Señor hablaba a sus discípulos de aquello que a ellos
personalmente les concernía. No hay el más leve asomo de que hubiese un
significado "subterráneo" en sus palabras, y de que cuando dijo "Jerusalén" y
"esta generación" y "vosotros", quisiera decir "el mundo" y "épocas distantes" y
"discípulos que todavía no han nacido".
87
En este punto, Marcos y Lucas cierran su registro de la profecía del Monte de los
Olivos, y no puede negarse que la terminación es natural y apropiada. Si
embargo, en el evangelio de Mateo tenemos una serie de parábolas añadidas al
discurso de nuestro Señor, como las que Él solía emplear para enseñar a la gente.
Nos llama la atención como un poco singular el hecho de que nuestro Señor
hablase a sus discípulos en parábolas, especialmente en esta ocasión; y no es
poco lo que hay que decir en favor de la opinión de Neander, que "era peculiar
que el editor de nuestro Mateo en griego dispusiese juntos los dichos similares de
Jesús, aunque hubiesen sido pronunciados en diferentes ocasiones y en diferentes
circunstancias. Por lo tanto, no es necesario que nos asombremos si encontramos
imposible trazar líneas de distinción en este discurso con entera exactitud; ni es
necesario que tal resultado nos lleve a interpretaciones forzadas, inconsistentes
con la verdad, y con el amor de la verdad. Es mucho más fácil hacer tales
distinciones en el relato de Lucas (cap. 21), aunque esto no carece de
dificultades. Al comparar Mateo con Lucas, sin embargo, podemos trazar el
origen de la mayoría de estas dificultades al hecho de haber mezclado juntas
diferentes porciones, cuando los discursos de Cristo fueron dispuestos en
colecciones". (13)
Pero, sin discutir esta cuestión, es muy evidente que las parábolas registradas por
Mateo en relación con este discurso, aunque no hubiesen sido pronunciadas en
esta ocasión particular, están estrictamente relacionadas con el tema; mientras
que, si este es su verdadero lugar en la narración, su relación con el asunto que
nos ocupa es aún más estrecho e íntimo.
Ahora procedemos a considerar las parábolas y los dichos parabólicos de nuestro
Señor, registrados en relación con esta profecía, principalmente por Mateo.
<>
<>(h) Los discípulos advertidos de lo súbito de la parusía
<>
<>
<>Parábola del mayordomo fiel
"Pero sabed esto, que si el "Es como el hombre "Pero sabed esto, que s
padre de familia supiese a que, yéndose lejos, supiese el padre de familia a
qué hora el ladrón habría de dejó su casa, y dio qué hora el ladrón había de
venir, velaría, y no dejaría autoridad a sus venir, velaría ciertamente, y
minar su casa. Por tanto, siervos, y a cada uno no dejaría velar su casa.
también vosotros estad su obra, y al portero Vosotros, pues, también
88
preparados; poque el Hijo mandó que velase. estad preparados, porque a la
del Hombre vendrá a la hora que no penséis, el Hijo
hora que no pensáis. Velad, pues, porque del Hombre
¿Quién es, pues, el siervo no sabéis cuándo vendrá. Entonces Pedro le
fiel y prudente, al cual puso vendrá el señor de la dijo: Señor, ¿dices esta
su señor sobre su casa para casa; si al anochecer, parábola a nosotros, o
que les dé el alimento a o a la medianoche, o también a todos? Y dijo el
tiempo? Bienaventurado al canto del gallo, o a Señor: ¿Quién es el
aquel siervo al cual, cuando la mañana; para que mayordomo fiel y prudente
su señor venga, le halle cuando venga de al cual su señor pondrá sobre
haciendo así. De cierto os repente, no os halle su casa, para que a tiempo
digo que sobre todos sus durmiendo. Y lo que a les de su ración?
bienes le pondrá. vosotros digo, a todos Bienaventurado aquel siervo
l digo: Velad". al cual, cuando su señor
Pero si aquel siervo malo venga, le halle haciendo así.
dijere en su corazón: Mi En verdad os digo que le
señor tarda en venir; y pondrá sobre todos sus
comenzare a golpear a sus bienes. Mas si aquel siervo
consiervos, y aun a comer y dijere en su corazón: Mi
a beber con los borrachos, señor tarda en venir; y
vendrá el señor de aquel comenzare a golpear a los
siervo en día que éste no criados y a las criadas, y a
espera, y a la hora en que comer y beber y
no sabe, y lo castigará embriagarse, vendrá el señor
duramente, y pondrá su de aquel siervo en día que
parte con los hipócritas; allí éste no espera, y a la hora
será el lloro y el crujir de que no sabe, y le castigará
dientes". duramente, y le pondrá con
los infieles".
Se verá que este dicho parabólico de nuestro Señor está registrado en una
relación bastante diferente por Mateo y por Lucas. La semejanza verbal, sin
embargo, es demasiado exacta para hacer probable que fuese pronunciado en dos
ocasiones diferentes. La más ligera atención satisfará al lector de que el informe
de Lucas es el más completo y circunstancial, y que él le asigna su verdadera
posición cronológica. Esto se ve por el hecho de que la pregunta de Pedro,
registrada sólo por Lucas, dio lugar a las observaciones concluyentes de nuestro
Señor, las cuales, como las presenta Mateo sin este eslabón, parecen algo
incoherentes y abruptas. Además, apenas podemos suponer que Pedro,
conversando en privado con sólo otros tres discípulos en compañía del Señor,
preguntase: "¿Dices esta palabra a nosotros, o también a todos?" - una pregunta
89
que era de lo más natural cuando, como nos lo dice Lucas, Jesús hablaba a sus
discípulos en presencia de una gran multitud. (Lucas 12:1). Es digno de notarse
también que en Marcos 13:34-37, donde podemos detectar trazas de esta
parábola, la pregunta de Pedro es contestada claramente: "Lo que os digo a
vosotros, lo digo a todos: Velad", una afirmación que estaría fuera de lugar
cuando nuestro Señor hablaba a cuatro personas, pero bastante apropiada cuando
hablaba a una multitud.
No hay ninguna impropiedad, por lo tanto, en suponer que Mateo, percibiendo
las palabras de Jesús, pronunciadas en otra ocasión, y que ilustran
admirablemente la necesidad de velar en vista de la venida del Señor, las
insertase en este discurso escatológico. Stier sugiere que Marcos da un breve
resumen de Mateo 24:43, con las dos parábolas del siervo, Mat. 24:45-51 y
24:14, y aún con un ligero eco de la parábola de las vírgenes. (14) No tenemos
más razón para esperar una disposición estrictamente cronológica en los
evangelistas que informes estrictamente al pie de la letra: ni lo uno ni lo otro
entraba en sus planes.
90
que no pensáis". La sugerencia de que un nuevo tema, que se refiere a un suceso
totalmente diferente, en una época muy distante en el tiempo, se introduce aquí,
es completamente arbitraria y sin fundamento.
Notas:
9. Los fenómenos descritos por nuestro Señor como que acompañan la parusía
(ver. 29) no pueden explicarse con los portentos y prodigios que, según Josefo,
precedieron la toma de Jerusalén (Jewish War, bk. vi.c.v. § 3). Que por lo menos
algunos de esos portentos aparecieron realmente allí no parece haber razón para
dudarlo, y sirven para verificar la predicción de Lucas 21:11: "Habrá terror y
grandes señales en el cielo".
91
13. Life of Christ, § 254, Nota.
92
EXAMEN DE LA PROFECÍA DEL
(i) La parusía, un tiempo de juicio tanto para los amigos como para los
enemigos de Cristo (Parábola de las vírgenes prudentes y las vírgenes
insensatas)
(k) La parusía, un tiempo de juicio (Parábola de los talentos)
(l) La parusía, un tiempo de juicio (Parábola de las ovejas y los cabritos)
Mateo 25:1-13. "Entonces el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes
que tomando sus lámparas, salieron a recibir al esposo. Cinco de ellas eran
prudentes y cinco insensatas. Las insensatas, tomando sus lámparas, no tomaron
consigo aceite; mas las prudentes tomaron aceite en sus vasijas, juntamente con
sus lámparas. Y tardándose el esposo, cabecearon todas y se durmieron. Y a la
medianoche se oyó un clamor: ¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle! Entonces
todas aquellas vírgenes se levantaron, y arreglaron sus lámparas. Y las insensatas
dijeron a las prudentes: Dadnos de vuestro aceite; porque nuestras lámparas se
apagan. Mas las prudentes respondieron diciendo: Para que no nos falte también
a nosotros y a vosotras, id más bien a los que venden, y comprad para vosotras
mismas. Pero mientras ellas iban a comprar, vino el esposo; y las que estaban
preparadas entraron con él a las bodas; y se cerró la puerta. Después vinieron
también las otras vírgenes, diciendo: ¡Señor, señor, ábrenos! Más él,
respondiendo, dijo: De cierto os digo que no os conozco. Velad, pues, porque no
sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir".
Casi todos los expositores suponen que ahora Jerusalén e Israel desaparecen
enteramente de la escena, y que nuestro Señor se refiere exclusivamente a la
consumación final de todas las cosas y al juicio de la raza humana. Esta supuesta
93
transición se le facilita al lector de habla inglesa por medio de un nuevo capítulo
que comienza en este punto.
Pero, ¿ha abandonado realmente nuestro Señor el tema con el cual Él y sus
discípulos han estado ocupados hasta ahora? ¿Ha pasado del tiempo cercano e
inminente a una lejana y distante, separada de su propio tiempo por cientos y
miles de años? Si fuese así, seguramente podríamos esperar alguna indicación
muy clara del cambio de tema. Pero no hay absolutamente ninguna. Por el
contrario, la suposición de que un nuevo tema es introducido por esta parábola
queda completamente impedida por los términos expresos con los cuales la
parábola comienza y termina. Comienza con una nota de tiempo muy explícita:
"Tote", entonces, en aquel tiempo. No hay absolutamente ningún hiato entre el
final del capítulo 24 y el comienzo del capítulo 25. El eslabón "entonces" lleva
adelante el discurso, y entreteje en él una estrecha conexión con relación al tema,
el tiempo, y las personas a las cuales se dirigió. Esto queda confirmado, además,
por el hecho de que la moraleja de la parábola de las diez vírgenes es
precisamente la misma que la del señor de la casa en el capítulo anterior, es decir,
la necesidad de vigilar. Las palabras finales: "Velad, pues, porque no sabéis ni el
día ni la hora", tan evidentemente dirigidas a los discípulos, son las mismas que
nuestro Señor ya ha pronunciado en el capítulo 24:42; de modo que en ambos
pasajes debe ser al mismo suceso.
No entra en nuestros propósitos hacer una exposición detallada de esta parábola.
Hay teólogos que encuentran un misterio en cada palabra; en el número diez, en
la virginidad, en las lámparas, en el aceite, etc. (Véase Lange in loc.) Como
observa Calvino sarcásticamente: "Multum se torquent quidam, in lucernis, in
vasis, in oleo". Baste notar aquí la gran lección de la parábola. Es la necesidad de
estar preparados constantemente y estar vigilantes, esperando el súbito y pronto
regreso del Hijo del hombre. El no estar vigilantes y no estar preparados
conllevaría al castigo que recayó sobre las vírgenes insensatas, es decir, la
exclusión de la cena de bodas del Cordero.
Encontramos, pues, en esta parábola una conexión orgánica con todo el discurso
anterior de nuestro Señor. Todavía es el gran tema del cual está hablando - la
consumación que habría de tener lugar dentro de los límites de la generación que
existía - y en relación con la cual los discípulos expresaban una ansiedad tan
natural.
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Mateo 25:14-30: "Porque el reino de los cielos es como un hombre que yéndose
lejos, llamó a sus sievos y les entregó sus bienes. A uno dio cinco talentos, y a
otro dos, y a otro uno, a cada uno conforme a su capacidad; y luego se fue lejos.
Y el que había recibido cinco talentos fue y negoció con ellos, y ganó otros cinco
talentos. Asimismo el que había recibido dos, ganó también otros dos. Pero el
que había recibido uno fue y cavó en la tierra, y escondió el dinero de su señor.
Después de mucho tiempo vino el señor de aquellos siervos, y arregló cuentas
con ellos. Y llegando el que había recibido cinco talentos, trajo otros cinco
talentos, diciendo: Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes, he ganado
otros cinco talentos sobre ellos. Y su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel; sobre
poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor. Llegando
también el que había recibido dos talentos, dijo: Señor, dos talentos me
entregaste; aquí tienes, he ganado dos talentos sobre ellos. Su señor le dijo: Bien,
buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel; sobre mucho te pondré; entra en el
gozo de tu señor. Pero llegando también el que había recibido un talento, dijo:
Señor, te conocía que eres hombre duro, que siegas donde no sembraste y
recoges donde no esparciste; por lo cual tuve miedo, y fui y escondí tu talento en
la tierra; aquí tienes lo que es tuyo. Respondiendo su señor, le dijo: Siervo malo y
negligente, sabías que siego donde no sembré, y que recojo donde no esparcí.
Por tanto, debías haber dado mi dinero a los banqueros, y al venir yo, hubiera
recibido lo que es mío con los intereses. Quitadle, pues, el talento, y dadlo al que
tiene diez talentos. Porque al que tiene, le será dado, y tendrá más; y al que no
tiene, aun lo que tiene le será quitado. Y al siervo inútil echadle en las tinieblas
de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes".
95
en la parábola de los talentos; pero alcanza el clímax en la parábola final, si
puede decirse, de las ovejas y los carneros.
No es necesario entrar en los detalles de la parábola de los talentos. Sus
principales características son sencillas y obvias. Contiene una solemne
amonestación para que los siervos de Cristo sean fieles y diligentes en ausencia
de su Señor. La parábola apunta a un día en que Él regresaría y haría cuentas con
ellos. Establece la abundante recompensa de los buenos y los fieles, y el castigo
del siervo infiel.
Sin embargo, el punto que nos concierne principalmente en esta investigación es
la relación de esta parábola con el discurso precedente. ¿Qué puede ser más claro
que la íntima conexión entre la una y la otra? La partícula conectiva "porque" en
el versículo 14 marca claramente la continuación del discurso. El tema es el
mismo, el tiempo es el mismo, la catástrofe es la misma. Hasta este punto, pues,
no encontramos ninguna interrupción, ningún cambio, ninguna introducción a un
tema diferente; todo es continuo, homogéneo, uno. Ni por un momento se ha
desviado el discurso del gran tema que todo lo absorbe, la cercana condenación
de la ciudad culpable, con los solemnes acontecimientos que la acompañan, todo
lo cual debe tener lugar dentro del período de aquella generación, y todo lo cual
presenciarían los discípulos, o algunos de ellos.
Mateo 25:31-46 - "Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los
santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas
delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el
pastor las ovejas de los cabritos. Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos
a su izquierda.
96
más pequeños, a mí lo hicisteis.
"Porque el Hijo del Hombre vendrá en "Cuando el Hijo del Hombre venga en su
la gloria de su Padre con sus ángeles, y gloria, y todos los santos ángeles con él,
entonces pagará a cada uno según sus entonces se sentará en su trono de gloria,
obras. y serán reunidas delante de él todas las
naciones", etc.
"De cierto os digo que hay algunos de
los que están aquí, que no gustarán la
muerte, hasta que hayan visto al Hijo
del Hombre viniendo en su reino".
98
g) En Mateo 16:28, se afirma expresamente que esta venida en gloria, etc., habría
de tener lugar durante la vida de algunos de los que estaban allí presentes. Esto
fija la ocurrencia de la parusía dentro de los límites de una vida humana, estando
así en perfecto acuerdo con el período definido por nuestro Señor en su discurso
profético. "No pasará esta generación", etc.
Nos sentimos plenamente autorizados, pues, para considerar la venida del Hijo
del hombre de Mat. 25 como idéntica a aquella a la que se hace referencia en
Mat. 16, que algunos discípulos habrían de vivir para presenciar.
Así, pues, a pesar de las palabras "todas las naciones" de Mat. 25:32, llegamos a
la conclusión de que de lo que se habla aquí no es "la consumación final de todas
las cosas", sino del juicio de Israel al final de la era judía, o del eón judío.
4. Pero todavía se objetará que queda una formidable dificultad en la expresión
"todas las naciones". Sin embargo, la dificultad es más aparente que real; porque
1) No es nada raro encontrar en las Escrituras proposiciones universales que
deben entenderse en un sentido limitado o restringido.
Hay un ejemplo de esto en este mismo discurso de nuestro Señor. En Mat. 24:22,
hablando de la "gran tribulación", Él dice: "Y si aquellos días no fuesen
acortados, nadie sería salvo". Ahora, es evidente que esta "gran tribulación"
estaba limitada a Jerusalén, o, en todo caso, a Judea, y sin embargo, tenemos una
expresión usada en relación con los habitantes de una ciudad o país, que es lo
bastante amplia para incluir a la raza humana entera, en el sentido en que Lange y
Alford en realidad la entienden.
2) Hay gran probabilidad en la opinión de que la frase "todas las naciones"
equivale a "todas las tribus de la tierra" (Mat. 24:30). No hay ninguna
impropiedad en designar a las tribus como naciones. La promesa de Dios a
Abraham era que sería padre de muchas naciones (Gén. 17:5; Rom. 4:17, 18).
En el tiempo de nuestro Señor, era usual hablar de los habitantes de Palestina
como que comprendían varias naciones. Josefo habla de "la nación de los
samaritanos", "la nación de los bataneos", "la nación de los galileos" - usando la
misma palabra (e;tnoj) que encontramos en el pasaje que estamos considerando.
Judea era una nación distinta, a menudo con su propio rey; lo mismo ocurría con
Samaria, Idumea, Galilea, Perea, Batanea, Traconitis, Iturea, Abilene -- todas las
cuales, en diferentes épocas, tuvieron príncipes con el título de Etnarca, un
nombre que significa gobernante de una nación. No es, pues, violentar el
lenguaje entender (pa,nta ta.e;nh) en el sentido de que se refiere a "todas las
naciones" de Palestina, o "todas las tribus de la tierra".
Esta posición recibe fuerte confirmación del hecho de que la misma frase en la
comisión apostólica (Mat. 28:19): "Id y haced discípulos a todas las naciones" no
parece haber sido entendida por los discípulos en el sentido de que se refería a la
población entera del globo, o a alguna nación más allá de Palestina. Se supone
comúnmente que los apóstoles sabían que habían recibido la tarea de evangelizar
99
al mundo. Si efectivamente lo sabían, eran culpables de haber descuidado el
ocuparse de ello. Pero puede suponerse que las palabras de nuestro Señor no
transmitieron ninguna idea como ésta a sus mentes. El erudito profesor Burton
observa: "No fue sino hasta 14 años después de la ascensión de nuestro Señor
cuando Pablo viajó por primera vez, y predicó el evangelio a los gentiles. Y no
hay ninguna evidencia de que, durante ese período, los otros apóstoles
traspasaron los límites de Judea". (1)
El hecho parece ser que el lenguaje de la comisión apostólica no llevó a las
mentes de los apóstoles ninguna idea ecuménica de esta clase. Nada les dejó más
atónitos que el descubrimiento de que "también a los gentiles había dado Dios
arrepentimiento para vida" (Hechos 11:18). Cuando Pedro fue acusado de
"reunirse con incircuncisos y comer con ellos", no parece que él defendiese su
conducta apelando a los términos de la comisión apostólica. Si la frase "todas las
naciones" hubiese sido entendida por los discípulos en su sentido literal y más
abarcante, es difícil imaginar cómo habrían dejado de reconocer una vez el
carácter universal del evangelio y su comisión de predicarlo a judíos y gentiles
por igual. Se necesitó una clara revelación del cielo para vencer los prejuicios
judíos de los apóstoles, y darles a conocer el misterio de "que los gentiles son
coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en
Cristo Jesús por medio del evangelio" (Efesios 3:6).
En vista de estas consideraciones, tenemos por razonable y justificable dar a la
frase "todas las naciones" un significado restringido, y limitarla a las naciones de
Palestina. En este sentido, la frase armoniza bien con las palabras de nuestro
Señor: "No acabaréis de recorrer todas las ciudades de Israel, antes de que venga
el Hijo del Hombre" (Mat. 10:23).
5. Una vez más, a la peculiar prueba de carácter aplicada por el juez en esta
descripción parabólica se opone fuertemente la idea de que esta escena representa
el juicio final de la raza humana entera. Se observará que el destino de los justos
y los impíos se hace girar alrededor del tratamiento que respectivamente
ofrecieron a los sufrientes discípulos de Cristo. Todas las cualidades morales,
toda conducta virtuosa, toda fe verdadera, quedan aparentemente fuera de las
cuentas, y sólo se toman en cuenta los actos de caridad y beneficencia hacia los
angustiados discípulos. No es de sorprenderse que esta circunstancia haya
causado gran perplejidad tanto a teólogos como a lectores en general. ¿Es ésta la
doctrina de Pablo? ¿Es ésta la base para la justificación delante de Dios que se
establece en el Nuevo Testamento? ¿Debemos llegar a la conclusión de que el
destino eterno de la raza humana, desde Adán hasta el último hombre, dependerá
finalmente de su caridad y su simpatía hacia los perseguidos y sufrientes
discípulos de Cristo?
La dificultad es seria, en la suposición de aquí tenemos una descripción del
"juicio general en el día final", y no debería ser pasada por alto, como
100
comúnmente lo es. ¿Cómo podrían las naciones que existieron antes del tiempo
de Cristo ser enjuiciadas por este modelo? ¿Cómo podrían las naciones que
nunca oyeron hablar de Cristo, o las que florecieron en las épocas en que el
cristianismo era próspero y poderoso, ser enjuiciadas por este modelo? Es
manifiestamente inapropiado e inaplicable. Pero la dificultad se resuelve fácil y
completamente si consideramos esta transacción judicial como el juicio de Israel
al final de la era judía. Es el rechazado Rey de Israel el que es el juez: es la
generación hostil e incrédula, la última y la peor de la nación, a la que se hace
comparecer ante Su tribunal. El tratamiento que le dieron a los discípulos,
especialmente a los apóstoles, podría, apropiada y justamente, ser el criterio de
carácter para "discernir entre los justos y los impíos". Una prueba como ésta sería
muy apropiada en una época en que el cristianismo fue una fe perseguida, y es
evidente que esto se supone por los términos mismos de las palabras del Rey:
"Tuve hambre y sed, fui extranjero, estuve desnudo, enfermo, y en prisión". Las
personas designadas como "estos mis hermanos", y que son tomados como
representantes de Cristo mismo, son evidentemente los apóstoles de nuestro
Señor, en los cuales tuvo hambre y sed, estuvo desnudo, enfermo y en prisión.
Todo esto está en perfecta armonía con las palabras de Cristo a sus discípulos,
cuando les envió a predicar: "El que a vosotros recibe, a mí me recibe; y el que
me recibe a mí, recibe al que me envió. El que recibe a un profeta por cuanto es
profeta, recompensa de profeta recibirá; y el que recibe a un justo por cuanto es
justo, recompensa de justo recibirá. Y cualquiera que dé a uno de estos
pequeñitos un vaso de agua fría solamente, por cuanto es discípulo, de cierto os
digo que no perderá su recompensa"(Mat. 10:40-42).
Llegamos, pues, a la conclusión, la única que en todos los respectos se ajusta al
tenor del discurso entero, de que aquí tenemos, no el juicio final de la raza
humana entera, sino el de la nación culpable o las naciones culpables de
Palestina, que rechazaron a su Rey y menospreciaron y mataron a sus mensajeros
(Mat. 22:1-14), y cuyo día de condena estaba ahora a las puertas.
Siendo esto así, se ve que la profecía entera del Monte de los Olivos es un todo
homogéneo y conectado: "simplex duntaxat et unum". Ya no es una mezcla
confusa e ininteligible, que frustra toda interpretación, que parece hablar con dos
voces, y que señala en diferentes direcciones al mismo tiempo. Es una
representación clara, consecutiva, e históricamente correcta del juicio de la
nación teocrática al final de la era judía o del período judío. La teoría de
interpretación que considera este discurso como típico del juicio final de la raza
humana, y de una catástrofe mundial que acompaña este suceso, en realidad no
encuentra ningún apoyo en la predicción misma, al tiempo que conlleva
inextricable perplejidad y confusión. Si, por una parte, pudiera demostrarse que
la profecía, como un todo, es aplicable igualmente en cada una de sus partes a
dos acontecimientos diferentes y ampliamente separados; o, por la otra, que en
101
cierto punto se separa de un tema, y trata del otro, entonces el doble sentido, o la
referencia doble, se sostendría sobre alguna base inteligible. Pero no encontramos
ninguna línea divisoria en la profecía entre lo cercano y lo remoto, y todos los
intentos de trazar dicha línea son insatisfactorios y arbitrarios hasta el extremo.
Aún más insostenible es la hipótesis de un doble significado que corre a través
del todo; una hipótesis que supone una "facultad verificadora" en el expositor o
en el lector, y da un poder de discreción tan grande al crítico ingenioso que
parece completamente incompatible con la reverencia debida a la Palabra de
Dios.
La perplejidad que la teoría del doble sentido involucra es puesta bajo una fuerte
luz por la confesión de Dean Alford, quien, al final de sus comentarios sobre esta
profecía, expresa honestamente su insatisfacción con los puntos de vista que
había propuesto. "Creo que es correcto", dice, "expresar en esta tercera edición
que, habiendo entrado en un estudio más profundo de las porciones proféticas del
Nuevo Testamento, no siento en modo alguno la plena confianza que una vez
tuve en la exégesis, quoad interpretación profética, que aquí se da de las tres
porciones de este capítulo 25. Pero no tengo ningún otro sistema con el cual
reemplazarla, y algunos de los puntos tratados aquí me parecen tan de peso como
siempre. Me pregunto mucho si el estudio exhaustivo de la profecía de la
Escritura me volverá más y más desconfiado de toda sistematización humana, y
menos dispuesto a correr el riesgo de hacer un fuerte aserto sobre cualquier
porción del tema". (Julio de 1855). En la cuarta edición, Alford añade:
"Aprobado, Octubre de 1858)". Esta es una sinceridad altamente honorable para
el crítico, pero sugiere esta reflexión: Si, con toda la luz y la experiencia de
dieciocho siglos, la profecía del Monte de los Olivos todavía continúa siendo un
enigma sin resolver, ¿cómo podría haber sido inteligible para los discípulos, que
la escucharon ansiosamente de los labios del Maestro? ¿Podemos suponer que, en
ese momento, él les hablaría en acertijos ininteligibles? ¿Que cuando le pidieran
pan les daría una piedra? Imposible. No hay razón para creer que los discípulos
eran incapaces de comprender las palabras de Jesús, y, si estas palabras han sido
malinterpretadas en tiempos posteriores, es porque un método de interpretación
falso y antinatural ha oscurecido y desfigurado lo que en sí mismo es bastante
luminoso y simple. Es cosa de sorprenderse que los expositores hayan
demostrado tal indiferencia hacia las expresas limitaciones de tiempo
establecidas por nuestro Señor; que se les haya dado significados forzados y
antinaturales a palabras como ai,w n genea.ente,j, etc.; que se hayan trazado
líneas divisorias en el discurso donde no existe ninguna - y en general, que se
haya sometido a la profecía a un tratamiento que no sería tolerado en la crítica de
ningún clásico griego o latino. Permítase solamente que el lenguaje de la
Escritura sea tratado con justicia común, e interpretado por los principios de la
gramática y el sentido común, y quedará eliminada gran parte de la oscuridad y
102
de los malentendidos, y saldrá a la luz la forma y la substancia mismas de la
verdad. (2).
Antes de pasar adelante de esta profecía profundamente interesante, puede ser
apropiado referirnos al cumplimiento maravillosamente minucioso que recibió,
según un testigo irreprochable, el historiador judío Josefo. Es un hecho de
singular interés e importancia que se conservara para la posteridad un registro
completo y auténtico de los tiempos y las transacciones a las que se hace
referencia en la profecía de nuestro Señor; y que este registro fuera de la pluma
de un estadista, soldado, sacerdote, y hombre de letras judío, que no sólo tiene
acceso a las mejores fuentes de información, sino que él mismo es testigo
presencial de muchos de los acontecimientos que relata. Da peso adicional a este
testimonio el hecho de que no procede de un cristiano, que podría haber sido
sospechoso de partidismo, sino de un judío, que era indiferente, si no hostil, a la
causa de Jesús.
Tan llamativa es la coincidencia entre la profecía y la historia, que la antigua
objeción de Porfirio contra el libro de Daniel, de que debe haber sido escrito
después del acontecimiento, podría refutarse plausiblemente, si hubiese el más
ligero pretexto para tal insinuación.
Aunque el pueblo judío siempre se sintió intranquilo y molesto bajo el yugo de
Roma, no había síntomas urgentes de desafecto en el tiempo en que nuestro
Señor hizo esta profecía de la cercana destrucción del templo, la ciudad, y la
nación. Las clases más altas abundaban en manifestaciones de lealtad al gobierno
imperial. "¡No tenemos más rey que César!", exclamaron. Era política de Roma
conceder a las provincias subyugadas el libre ejercicio de su propia religión. No
había, pues, ninguna razón aparente para que el nuevo y espléndido templo de
Jerusalén no permaneciera en pie por siglos, y para que Judea no disfrutara de
mayor tranquilidad y prosperidad bajo la égida de César que la que había
conocido bajo los príncipes nativos. Pero, antes de que hubiese pasado por
completo la generación que rechazó y crucificó al Hijo de David, la nacionalidad
judía fue extinguida: Jerusalén se convirtió en desolación; "la casa santa y
hermosa"sobre el monte de Sión fue arrasada hasta el suelo; y el pueblo infeliz,
que no conoció el tiempo de su visitación, fue abrumado por calamidades sin
paralelo en los anales del mundo.
Todo esto es innegable; pero sería demasiado esperar que esto fuese considerado
como cumplimiento adecuado de las palabras de nuestro Salvador por muchos a
los cuales el prejuicio o las interpretaciones tradicionales les han enseñado a ver
más en la profecía de lo que jamás incluyó la inspiración. El lenguaje, se dice, es
demasiado magnífico, las transacciones demasiado estupendas para ser
satisfechas por un suceso tan inadecuado como el juicio de Israel y la destrucción
de Jerusalén. Ya hemos tratado se señalar el verdadero significado y la verdadera
grandeza de ese acontecimiento. Pero la única respuesta suficiente a todas esas
103
objeciones es la expresa declaración de nuestro Señor, que cubre el ámbito entero
de este discurso profético. "De cierto os digo, que no pasará esta generación sin
que todo esto acontezca". Sin duda, hay algunas porciones de esta predicción que
pueden ser verificadas por el testimonio humano. ¿Espera alguien que Tácito,
Suetonio, o Josefo, o cualquier otro historiador, relate que "el Hijo del hombre
fue visto viniendo en las nubes del cielo con poder y gran gloria; que Él convocó
a las naciones a este tribunal, y recompensó a cada uno según sus obras"? Hay
una región en la cual no pueden entrar los testigos y los reporteros; carne y
sangre no pueden contemplar los misterios de lo espiritual o lo inmaterial. Pero
hay también una gran porción de la profecía que puede ser verificada, y que
puede ser ampliamente verificada. Hasta un atacante del cristianismo, que
impugna el conocimiento sobrenatural de Cristo, se ve obligado a admitir que "la
porción relativa a la destrucción de la ciudad es singularmente definida, y
corresponde muy de cerca al acontecimiento verdadero". (4) El puntual
cumplimiento de la parte de la profecía que entra en el campo de la observación
humana garantiza la verdad del resto, que no cae dentro de esa esfera. En la
secuela de esta discusión, descubriremos que los sucesos que ahora parecen
increíbles a muchos eran la confiada expectación y la esperanza de la era
apostólica, y que los primeros cristianos estaban plenamente persuadidos de su
realidad y su cercanía. Quedamos, pues, en este dilema: O las palabras de Jesús
han fallado, y las esperanzas de sus discípulos han sido falsificadas, o de lo
contrario esas palabras y esas esperanzas se han cumplido, y la profecía se ha
cumplido plenamente en todas sus partes. Una cosa es cierta. La veracidad de
nuestro Señor queda comprometida con la afirmación de que la totalidad y cada
una de las partes de los acontecimientos contenidos en esta profecía habrían de
tener lugar antes del fin de la generación existente. Si algún lenguaje puede
reclamar para sí el ser preciso y definido, es el que nuestro Señor emplea para
marcar los límites del tiempo dentro del cual se cumplirían sus palabras. Nuestro
Señor guarda silencio sobre cualesquiera otras catástrofes, de otras naciones, en
otras épocas, que puedan haber en el futuro. Él habla de su propia nación
culpable, y de su venida judicial al final de la era, como habían predicho a
menudo y claramente Malaquías, Juan el Bautista, y Jesús mismo. (5) De esto sus
palabras han de ser tenidas por responsables; más allá de esto es mera
especulación humana, las hipótesis de los teólogos, sin ninguna base segura en la
Escritura.
Hemos, pues, tratado de rescatar esta gran profecía del método impreciso y nada
crítico de interpretación por medio del cual ha sido tan oscurecida y embrollada;
así que dejemos que nos transmita a nosotros el mismo significado distinto y
claro que transmitió a los discípulos. Reverencia hacia la Palabra de Dios, y la
debida consideración por los principios de interpretación, nos prohiben imponer
construcciones no naturales y dobles sentidos, que en efecto "añadirían a las
104
palabras de esta profecía". No nos atrevemos a jugar irresponsablemente con las
expresas y precisas afirmaciones de Cristo. No encontramos sino una parusía; un
fin de la era; una catástrofe inminente; un terminus ad quem - "esta generación".
Proteestamos contra la exégesis que manipula la Palabra de Dios tan libremente
que se recomienda a sí misma a los ojos de muchos. "El Señor", se dice, "siempre
está viniendo a los que esperan su aparición. Vemos su venida a gran escala en
cada crisis de la gran historia humana. En revoluciones, en reformas, y en las
crisis de nuestra historia individual. Para cada uno de nosotros, hay un
advenimiento del Señor, tan a menudo como se nos presentan nuevos y mayores
aspectos de la verdad, o somos llamados a entrar en deberes nuevos y quizás más
laboriosos y emocionantes". (6) De esta manera, podría ser más difícil decir lo
que no es una "venida del Señor". Pero, al convertirla en cualquier cosa y en
todas las cosas, la convertimos en nada. Está vacía de toda precisión y realidad.
No hay razón para que la encarnación, la crucifixión, y la resurrección no
puedan, de manera similar, llegar a ser transacciones comunes y diarias, así como
la parusía. Una cosa es decir que los principios del gobierno divino son eternos e
inmutables, y que, por lo tanto, lo que Dios hace a un pueblo, o a una época, hará
en circunstancias similares a otras naciones y a otras épocas; otra cosa es decir
que esta profecía tiene dos significados: uno para Jerusalén e Israel, y otro para el
mundo y la consumación final de todas las cosas. Sostenemos, con Neander, que
"las palabras de Cristo, como sus obras, contienen en sí mismas el germen de un
desarrollo infinito, reservado para que lo revelen las edades futuras". (7) Pero esto
no implica que la profecía es cualquier cosa que pueda concebir una fantasía
ingeniosa, o que tenga sentidos ocultos o ulteriores que subyacen el significado
aparente y natural del lenguaje. El deber del intérprete y estudiante de la
Escritura es, no intentar lo que la Escritura pueda hacérsele decir, sino someter su
comprensión de "los verdaderos dichos de Dios", que son por lo general tan
sencillos como profundos.(8)
Notas:
"Ahora surge la pregunta de si, bajo estas limitaciones de tiempo, es posible una
referencia del lenguaje de nuestro Señor al día del juicio y al fin del mundo en
105
nuestro sentido de estos términos. Los que sostienen este punto de vista intentan
de varias maneras deshacerse de las dificultades que surgen de estas limitaciones.
Algunos asignan a (e.nqe,nj) el significado de súbitamente, como lo emplea la
Sepuaginta en Job ver. 3 para el hebreo. Pero, aún en este pasaje, el propósito del
escritor es simplemente marcar una secuencia inmediata - indicar que otro suceso
más consecuente ocurre en seguida. Ni se ganaría nada aunque se pudiera
disponer de la palabra (nqe,wj), con tal de que permaneciera la subsiguiente
limitación a "esta generación". Y en esto también otros han tratado de referir
genea a la raza de los judíos, o a los discípulos de Cristo, no sólo sin el más
ligero fundamento, sino contrariamente a todo uso y a toda analogía. Todos estos
intentos de aplicar la fuerza al significado del lenguaje son en vano, y ahora han
sido abandonados por la mayoría de los comentaristas de nota".
"Pero", continúa, "la última parte del cap. 24, es decir, desde el ver. 43 hasta el
51, está íntimamente conectada con la parábola inicial del ca. 25", que parece
proporcionar suficiente base para considerar que este pasaje también se refiere al
juicio futuro. En el ver. 43 de Mat. 24, por lo tanto, el Dr. Robinson cree que
nuestro Señor abandona por completo el tema de Jerusalén y entra en un tema
nuevo, el juicio del mundo.
106
5. Refiriéndose a la destrucción de Jerusalén, dice Jonathan Edwards: "Así, pues,
hubo un final definitivo del mundo del Antiguo Testamento: Todo quedó
concluído con una especie de día del juicio, en el cual el pueblo de Dios fue
salvo, y sus enemigos destruidos de manera terrible". Historia de la Redención,
vol. i, p. 445.
107
DECLARACIÓN DE NUESTRO SEÑOR
ANTE EL SUMO SACERDOTE
La respuesta de nuestro Salvador a la solemne orden del sumo sacerdote para que
declarase bajo juramento es la repetición, casi palabra por palabra, de lo que
Jesús había declarado a los discípulos en el Monte de los Olivos: "Verán al Hijo
del Hombre viniendo viniendo sobre las nubes del cielo con poder y gran
gloria" (Mat. 24:30). Son, evidentemente, el mismo suceso y el mismo período a
los que se hace referencia. El lenguaje implica que las personas a las que Jesús se
dirige, o algunas de ellas, presenciarían el acontecimiento predicho. La
expresión: "Veréis" no sería apropiada si se refiriera a algo que ninguno de los
oyentes viviría para presenciarlo, y que no tendría lugar por miles de años.
Nuestro Señor, pues, les dijo a sus jueces que ellos, o algunos de ellos, vivirían
para verle venir en juicio, o viniendo en su reino. Esta declaración está en
armonía con lo que nuestro Salvador dijo a sus discípulos: "El Hijo del Hombre
vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles ... De cierto os digo, que hay
algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte, hasta que hayan visto al
Hijo del Hombre viniendo en su reino" (Mat. 16:27,28). Algunos de sus
discípulos, y algunos de sus jueces, vivirían lo suficiente para presenciar aquella
gran consumación, menos de cuarenta años después, cuando el Hijo del Hombre
vendría en su reino a ejecutar los juicios de Dios sobre la nación culpable. Esto es
precisamente lo que afirma la profecía del Monte de los Olivos: "No pasará esta
generación", etc. Nuevamente aquí no tenemos ni oscuridad ni ambigüedad. Pero,
¿puede decirse otro tanto de la interpretación que hace que las palabras de
nuestro Señor se refieran a un tiempo todavía futuro, y un suceso que todavía no
ha tenido lugar? ¿Puede decirse otro tanto de la interpretación que encuentra en
esta escena, que el Sanedrín judío habría de presenciar, no un suceso dintinto y
particular, sino un proceso prolongado y continuo, que comenzó en la
resurrección de Cristo, que continúa todavía, y que continuará hasta el fin del
mundo?
Esta extraña interpretación, que es la de Lange y de Alford, se basa en parte en la
suposición de que la predicción de nuestro Señor no se ha cumplido todavía, y en
108
parte en la palabra "de aquí en adelante", que se cree indica un proceso
continuo. (1) Pero, ¿es esa explicación creíble, o siquiera concebible? ¿Es verdad
que el sumo sacerdote y el Sanedrín comenzaron, desde ese momento, a ver el
Hijo del hombre venir en las nubes del cielo?, etc. ¿Cómo podría tal aparición ser
un proceso continuo? Claramente, las palabras sólo pueden referirse a un
acontecimiento definido y específico; y no podemos sentirnos inseguros al
establecer de qué acontecimiento se trata. No puede ser otro que la parusía, tan a
menudo predicha antes. Ése no fue un proceso prolongado, sino un acto sumario
- súbito, rápido, conspicuo, como el relámpago. El sentido queda bien expresado
por los editores del Critical English Testament: "El sentido no puede ser que él
vendría y así le verían inmediatamente después del momento de su respuesta;
sino más bien, que él ahora partiría de ellos, y que la siguiente vez que le vieren,
después de su rechazo por ellos, sería en su venida en gloria, como lo predijo el
profeta Daniel". (2)
En esta declaración de nuestro Señor encontramos, entonces, una confirmación
adicional de sus anteriores afirmaciones de que su venida por segunda vez tendría
lugar durante la generación existente. Algunos de sus jueces, así como algunos de
sus discípulos, habrían de presenciarla; ¡y esa afirmación no tendría ningún
significado si no implicara que ellos habrían de presenciarla con sus propios ojos!
Lucas 23:27-31. "Y le seguía gran multitud del pueblo, y de mujeres que
lloraban y hacían lamentación por él. Pero Jesús, vuelto hacia ellas, les
dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino llorad por vosotras mismas y por
vuestros hijos. Porque he aquí vendrán días en que dirán: Bienaventuradas las
estériles, y los vientres que no concibieron, y los pechos que no criaron. Entonces
comenzarán a decir a los montes: Caed sobre nosotros; y a los collados:
Cubridnos. Porque si en el árbol verde hacen estas cosas, ¿en el seco, qué no se
hará?"
Aquí tenemos una afirmación tan clara, tan definida en cada punto que puede
fijar su referencia - tiempo, lugar, personas, circunstancias - que no queda lugar
para la incertidumbre. Apunta a un tiempo que no estaba muy distante, sino a las
puertas - "vendrán días" - un tiempo que las personas a las cuales se hablaba y
sus niños vivirían para presenciar; un tiempo de gran tribulación, que caería con
particular severidad sobre las mujeres y los niños; un tiempo cuando, en la agonía
de su terror, las multitudes desesperadas clamarían a los montes y a los collados
para que cayeran sobre ellos y les cubrieran.
109
investigación. Mientras tanto, es claro que esta patética descripción puede
referirse solamente a la catástrofe de Jerusalén en los últimos días de su historia.
Sólo tenemos que ir a las páginas de Josefo para encontrar los hechos que ilustran
y confirman el lenguaje de nuestro Salvador. Los horrores de aquella trágica
historia culminan en el episodio de María de Perea, cuyo banquete tiesteano
horrorizó hasta a los despiadados bandidos que merodeaban como lobos
hambrientos por la ciudad. Es a la luz de incidentes como éste que vemos el
pleno significado de las palabras: "Bienaventuradas las estériles, y
[bienaventurados] los vientres que no concibieron".
Es con un movimiento de algo como impaciencia que escuchamos a Stier,
seducido por el ignis fatuus de un doble significado, insistir en un oculto
significado de las palabras de nuestro Salvador: "Habló expresa y principalmente
del juicio de Jerusalén e Israel, pero contemplaba y se refería a lo que se había
anunciado en este tipo histórico, el juicio de todos los impenitentes, y de todos
los incrédulos en común, hasta el fin". (3) Así dice también Alford, siguiendo a
Stier. Sin embargo, está sólo en la imaginación del expositor el que esta
referencia ulterior existe: no hay sugerencia de él en el texto; y es con cierto
grado de asombro que encontramos a un crítico erudito que va tan lejos en el
olvido de su verdadera vocación que declara que "el cumplimiento histórico, real,
y específico" es "lo de menos: el significado de la palabra llega mucho más allá".
Si alguna vez hubo un caso en el cual no se debe pensar en significados dobles y
cumplimientos típicos, seguramente es aquí". En esa hora de angustia, no podía
haber sino un solo pensamiento presente en el corazón de Jesús. Veía la tormenta
de ira que cobraba fuerza, y en la que la ciudad dedicada pronto habría de quedar
envuelta, y que estallaría con tal violencia sobre la tierna y delicada, los niños y
las madres de Jerusalén, y reciprocaba la lástima de aquellos corazones
compasivos, más conmovido en ese momento por los sufrimientos anticipados de
ellos que por los suyos. ¿Qué necesidad hay de ir más allá de aquella trágica
catástrofe, y buscar otra, concerniente a la cual el contexto guarda completo
silencio?
110
el ladrón en la cruz hubiese escuchado el testimonio de Jesús delante del sumo
sacerdote, o si hubiese sabido lo que Jesús había dicho a sus discípulos, de que
"algunos de ellos no verían muerte hasta que hubiesen visto al Hijo del hombre
viniendo en su reino", podríamos explicarnos mejor su fe y su oración. De todos
modos, no podría haber habido más inteligencia y precisión en el lenguaje de un
discípulo que en las palabras de este "tizón arrebatado del incendio". No tenemos
modo de saber qué idea tenía el malhechor con respecto al tiempode esa
venida - si la había concebido como cercana o como distante;
pero es presumible que la consideraba cercana. Un
moribundo difícilmente oraría para que fuese recordado en
alguna época distante, después de que hubiesen pasado
siglos y milenios. En esa crisis, sólo lo inminente o lo
inmediato podría estar en sus pensamientos. Una cosa parece
segura: la más inverosímil de todas las interpretaciones es la
que representaría su oración como todavía sin contestar, y la
"venida" de la cual hablaba como todavá entre los sucesos de
un futuro desconocido.
La comisión apostólica
"Por tanto, id, y haced "Y les dijo: Id por "Y que se predicase
discípulos a todas las todo el mundo y en su nombre el
naciones, bautizándolos en predicad el arrepentimiento y el
el nombre del Padre, del evangelio a toda perdón de pecados en
Hijo, y del Espíritu Santo; criatura". todas las naciones,
enseñándoles que guarden comenzando desde
todas las cosas que os he "Y ellos, saliendo, Jerusalén".
mandado; y he aquí yo estoy predicaron en todas
con vosotros todos los días, partes, ayudándoles
hasta el fin del mundo. el Señor y
Amén". confirmando la
palabra con las
111
señales que la
seguían. Amén".
112
nuestro Señor, habría de ocurrir dentro de los límites de la generación que
entonces existía. El "fin del tiempo" coincidió con la parusía, y la señal externa y
visible por la cual se distingue es la destrucción de Jerusalén. Este es
el terminus por el cual el campo está delimitado en el Nuevo Testamento. Para
Israel era "el fin", "el fin de todas las cosas", "el pasar del cielo y la tierra", la
abrogación del antiguo orden, la inauguración del nuevo. De esta época
providencial, la historia nos dice mucho, pero la profecía nos dice más. La
historia nos muestra las señales predichas que se cumplían; los síntomas
premonitorios de la catástrofe que se aproximaba - los falsos Cristos, las guerras
y los rumores de guerras; las insurrecciones y los disturbios; los terremotos, las
hambres y pestilencias; las persecuciones y tribulaciones; las legiones invasoras
de Roma; la ciudad sitiada y capturada; el templo en llamas; las multitudes
masacradas; las nación extinguida. Pero la historia no puede levantar el velo que
cuelga sobre el mundo espiritual; nos conduce hasta el borde mismo, y nos invita
a adivinar el resto. Pero nosotros tenemos una palabra profética más segura que,
en vez de conjeturas, nos da seguridad. Revela al "Hijo del hombre viniendo en
su gloria"; al Rey sentado en el trono; el juicio iniciado, y los libros abiertos.
Revela las ovejas y los cabritos separados los unos de las otras; los justos
entrando en la vida eterna; los impíos enviados al castigo eterno. Si no tenemos
verificación histórica de lo invisible y lo espiritual, como la tenemos de los
elementos visibles y materiales de esta consumación, es porque ellos no están en
la naturaleza de las cosas que se pueden conocer igualmente por medio de los
sentidos. Pero los aceptamos por la fe en su palabra, que declaró: "De cierto os
digo, todas estas cosas vendrán sobre esta generación"; y nuevamente: "De cierto
os digo, que no pasará esta generación sin que se cumplan todas estas cosas". "El
cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán". El cumplimiento literal
de todo lo que cae dentro de la esfera de la observación humana es garante de la
credibilidad del resto, que pertenece al ámbito de lo invisible y lo espiritual.
Notas:
113
LA PARUSÍA EN EL EVANGELIO DE JUAN
En los evangelios sinópticos, hemos podido, por lo general, comparar unas con
las otras las alusiones a la parusía registradas por los evangelistas; y a menudo
hemos encontrado ventajoso hacerlo. No es fácil, sin embargo, entrelazar el
cuarto evangelio con los sinópticos, y a menudo es un poco notable que ni una
sola alusión a la parusía en los últimos se encuentre en el primero. Es, pues,
preferible, por todas las razones, considerar el evangelio de Juan por sí mismo, y
encontraremos que las referencias al tema de nuestra investigación, aunque no
muchas en número, son muy importantes y están llenas de interés.
Juan 5:25-29 - "De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando
los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren, vivirán. Porque
como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida
en sí mismo; y también le dio autoridad de hace juicio, por cuanto es el Hijo del
Hombre.
"No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los
sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de
vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación".
114
No puede haber ninguna duda de que el pasaje que se acaba de citar (ver. 28,29)
se refiere a la resurrección literal de los muertos. También puede admitirse que
los versículos precedentes (25,26) se refieren a la comunicación de vida espiritual
a los que están muertos espiritualmente. (1) El tiempo para este proceso
vivificante ya había comenzado. "La hora viene, y ahora es". Los muertos en
delitos y pecados estaban a punto de ser vivificados por el poder resucitador del
Espíritu divino actuando en las almas de los hombres para que predicasen el
evangelio de Cristo. Este poder vivificador pertenecía, por designio divino, al
Hijo de Dios, al cual también había sido entregado, en virtud de su humanidad, el
oficio de Juez supremo (ver. 27).
Anticipándose al hecho de que esta afirmación de ser el Juez de la humanidad
haría tambalear a sus oyentes, nuestro Señor procede a reforzar su afirmación y
aumentar la admiración de ellos declarando que, a su voz, y antes de mucho, los
muertos saldrían de de sus tumbas para estar de pie delante de su trono de juicio.
El lector notará en particular las indicaciones de tiempo especificadas por nuestro
Señor en estos importantes pasajes. Primero tenemos: "viene la hora, y ahora es".
Esto indica que la acción de la cual se habla, o sea, la comunicación de vida
espiritual a los espiritualmente muertos, ya ha comenzado a tener lugar. Luego
tenemos: "vendrá hora", sin la adición de las palabras "y ahora es", indicando que
el suceso especificado, es decir, el levantarse los muertos de sus tumbas, está a
una mayor distancia en el tiempo, aunque todavía no muy lejos. La fórmula
"viene la hora" siempre denota que el suceso al que se refiere no está muy
distante. En realidad, no define el tiempo, sino que lo ubica dentro de un período
comparativamente breve. Encontramos estas dos expresiones. "viene la hora" y
"viene la hora, y ahora es", empleadas por nuestro Señor en su conversación con
la mujer de Samaria (Juan 4:21,23), y su uso aquí puede ayudarnos a establecer
su fuerza en el pasaje que tenemos delante. Cuando nuestro Señor dice: "Viene la
hora, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu
y en verdad", está indicando que el tiempo ya era presente, pues, ¿no había
empezado a reunir los materiales de aquella iglesia espiritual de verdaderos
adoradores de la cual hablaba? Sin embargo, cuando dice: "Mujer, créeme, que la
hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre", habla de
un tiempo que, aunque no estaba distante, todavía no había llegado. Preveía el
período del cual hablaba, cuando cesaría la adoración en el templo, cuando el
monte Sión sería "arado como campo", y el monte Gerizim también sería
abrumado por el diluvio de ira. Pero era necesaria la abrogación de lo local y lo
material para la entronización de lo universal y lo espiritual; y, por lo tanto, el
templo con su ritual debía ser suprimido para hacer lugar para la más noble
adoración "en espíritu y en verdad".
Por supuesto, no puede probarse absolutamente que la frase "la hora viene" se
refiere precisamente al mismo punto en el tiempo en estos dos casos, aunque es
115
fuerte la presunción de que así es. Para esta etapa, baste notar que nuestro Señor
habla aquí de la resurrección de los muertos y el juicio como sucesos que no
estaban distantes, pero tan distantes que podía decirse correctamente: "La hora
viene", etc.
Juan 6:39. "Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que
me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero".
Juan 12:48: "La palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero".
En estos pasajes tenemos otra nueva frase en relación con la consumación que se
acercaba, que es peculiar al cuarto evangelio. En los sinópticos nunca
encontramos la expresión "el día postrero", aunque encontramos sus
equivalentes, "aquel día" y "el día del juicio". No puede dudarse que estas
expresiones son sinónimas, y se refieren al mismo período. Pero ya hemos visto
que el juicio es contemporáneo con "el fin del tiempo" (sonteleia ton aiwnoj), e
inferimos que "el día postrero" es sólo otra forma de la expresión "el fin del
tiempo" o Peón. La parusía también está representada constantemente como
coincidente en el tiempo con "el fin del tiempo", de modo que todos estos
grandes sucesos, la parusía, la resurrección de los muertos, el juicio, y el día
postrero, son contemporáneos. Entonces, puesto que el fin del tiempo no es,
como se imagina generalmente, el fin del mundo, o la destrucción total de la
tierra, sino la terminación de la economía judía; y puesto que nuestro Señor
mismo clara y frecuentemente coloca ese suceso dentro de los límites de la
genración existente, llegamos a la conclusión de que la parusía, la resurrección,
el juicio, y el día postrero, pertenecen todos alperíodo de la destrucción de
Jerusalén.
Por muy alarmante o increíble que pueda parecer esta conclusión al principio,
es la enseñanza a la cual el Nuevo Testamento está dedicado absolutamente,
y, al avanzar en esta investigación, encontraremos que la evidencia en apoyo de
esta conclusión se acumula hasta tal grado que es irresistible. Nos encontraremos
con expresiones como "los últimos tiempos", "los últimos días", y "la útima
hora", que evidentemente denotan el mismo período que "el día postrero", pero
116
de las cuales, sin embargo, se habla como no lejanas, y hasta como que ya han
llegado. Mientras tanto, sólo podemos pedir al lector que reserve su juicio, y
calmada e imparcialmente sopese la evidencia derivada, no de autoridad humana,
sino de la misma palabra de inspiración.
Juan 12:31. "Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo
será echado fuera".
Juan 16:11. "De juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido juzgado".
Se acostumbra explicar estas palabras en el sentido de que había llegado una gran
crisis en la historia espiritual del mundo: que la muerte de Cristo en la cruz era un
momento crucial, por decirlo así, del gran conflicto entre el bien y el mal, entre el
Dios vivo y verdadero y el falso dios usurpador de este mundo - que el resultado
de la muerte de Cristo sería la derrota final del poder de Satanás y el
establecimiento del reino de verdad y justicia sobre las ruinas del imperio de
Satanás.
No hay duda de que hay mucha verdad importante en esta explicación, pero no
satisface todos los requisitos del lenguaje muy claro y enfático de nuestro Señor
con respecto a la cercanía y lo completo del suceso al cual se refiere: "Ahora es
el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera". No
es suficiente decir que, para la previsión profética de nuestro Salvador, el futuro
distante era como si fuera el presente; ni que, por la cercanía de su muerte, el
juicio del mundo y la expulsión de Satanás estarían virtualmente asegurados, y
que por lo tanto podrían ser considerados como hechos consumados. Tampoco es
suficiente decir que, desde el momento en que se ofreció el gran sacrificio de la
cruz, el poder y la influencia de Satanás comenzaron a menguar, y tiene que
disminuir constantemente hasta que él sea finalmente aniquilado. El lenguaje de
nuestro Señor apunta manifiestamente a una transacción judicial grande y final,
que pronto habría de tener lugar. Pero juicio es un acto que difícilmente puede
concebirse como extendiéndose sobre un período indefinido, y especialmente
cuando está restringida por la palabra ahora, a un punto distinto e inminente en el
tiempo. La frase "echado fuera", también, es evidentemente una alusión a la
expulsión de un demonio de un cuerpo poseído por un espíritu inmundo. Pero
esto indica un acto súbito, violento, y casi instantáneo, y no un proceso gradual y
prolongado. Ninguna figura podría ser menos apropiada para describir la lenta
decadencia y el agotamiento final del poder satánico que la expulsiónde un
117
demonio. Nos vemos obligados, pues, a hacer a un lado la explicación que hace
que las palabras de nuestro Señor se refieran a un juicio que, después de
transcurridos muchos siglos, todavía continúa; o a una expulsión de Satanás que
todavía no se ha efectuado. Él no hablaría de un juicio, que no habría de tener
lugar por miles de años, como si fuera "ahora", ni de una inminente "expulsión"
de Satanás, que habría de ser el resultado de un proceso lento y prolongado.
Concluimos, entonces, que, cuando nuestro Señor dijo: "Ahora es el juicio de
este mundo", etc., se refería a un suceso que estaba cercano, y, en cierto sentido,
era inmediato: es decir, tenía a la vista aquella gran catástrofe que apenas parece
haber estado ausente de sus pensamientos - la solemne transacción judicial
cuando "el Hijo del hombre habría de sentarse sobre el trono de su gloria" - la
gran "cosecha" al final del tiempo, cuando los ángeles segadores habrían de
"recoger de su reino todas las cosas que ofenden y hacen inquidad". Si se objeta a
esto que la palabra ko.smoj (mundo) es demasiado abarcante para que quede
restringida a una tierra o una nación, puede replicarse que kosmoj se emplea
aquí, como en algunos otros pasajes, especialmente en los escritos de Juan, más
bien en un sentido ético que como expresión geográfica. (Véase Juan 7:7; 8:23; 1
Juan 2:15; v.14).
Pero puede decirse: ¿Cómo podría hablarse de este juicio de Israel como si fuese
"ahora" más que de un juicio que todavía está en el futuro? Cuarenta años de aquí
en adelante no es más ahora que cuatro mil años. A esto puede replicarse: Más
que ningún otro, el suceso que ahora era inminente precipitaría la condenación de
Israel. La crucifixión de Cristo habría de ser el clímax del crimen, el acto
culminante de apostasía y culpabilidad que llenó la copa de la ira, y selló la
suerte de "aquella generación malvada". El intervalo entre la crucifixión de
Cristo y la destrucción de Jerusalén fue sólo el breve espacio entre el
pronunciamiento de la sentencia y la ejecución del criminal; y de la misma
manera, nuestro Señor, cuando abandonó el templo por última vez, exclamó: "He
aquí, vuestra casa os es dejada desierta", aunque su desolación no tuvo lugar
realmente sino hasta casi cuarenta años más tarde, pudo decir: "Ahora es el juicio
de este mundo", aunque un espacio de tiempo semejante transcurriría entre el
pronunciamiento y la ejecución de sus palabras.
De manera semejante, la "expulsión del príncipe de este mundo" está
representada como coincidente con el "juicio de este mundo", y ambos son
manifiestamente el resultado de la muerte de Cristo. Pero, ¿cómo puede decirse
que Satanás fue expulsado en el período al que se refiere, o sea, el juicio al final
del tiempo? Aquel suceso marcó una gran época en la administración divina. Fue
la inauguración de un nuevo orden de cosas: la "venida del reino de Dios" en un
sentido alto y especial, cuando se disolvió la peculiar relación entre Jehová e
Israel, y Él vino a ser conocido como Dios y Padre de toda la raza humana. De
allí en adelante, Satanás no habría de ser ya más el dios de este mundo, sino que
118
el Altísimo habría de tomar el reino para sí mismo. Esta revolución se efectuó
por la muerte expiatoria de Cristo en la cruz, que se declara que es "la
reconciliación consigo de todas las cosas, así las que están en la tierra como las
que están en los cielos" (Col. 1:20). Pero la inauguración formal del nuevo orden
es representada como teniendo lugar al "fin del tiempo", el período en que "el
reino de Dios vendría con poder", y el Hijo del hombre se sentaría como Juez "en
el trono de su gloria". ¿Qué podría ser más apropiado, entonces, que la
"expulsión" del príncipe de este mundo en el período en que su reino, "este
mundo", fuese juzgado?
Puede objetarse que, si realmente tuvo lugar entonces un suceso como la
expulsión de Satanás, debería estar marcado por alguna muy palpable
disminución del poder del diablo sobre los hombres. La objeción es razonable, y
puede rebatirse con la afirmación de que sí existe evidencia de la disminución de
la influencia satánica en el mundo. La historia de los tiempos de nuestro Salvador
proporciona prueba abundante del ejercicio de un poder sobre las almas y
cuerpos de hombres que entonces estaban poseídos por Satanás, un poder que
felizmente es desconocido en nuestros días. La misteriosa influencia llamada
"posesión demoníaca" se atribuye siempre en la Escritura a los agentes satánicos;
y era una de las credenciales de la comisión divina de nuestro Señor que Él, "por
el poder de Dios, echaba fuera demonios". ¿En qué período cesó de manifestarse
la sujeción de los hombres al poder demoníaco? Era común en los días de nuestro
Señor: continuó durante la época de los apóstoles, porque tenemos muchas
alusiones al hecho de que ellos echaban fuera espíritus inmundos; pero no
tenemos evidencia de que esta sujeción continuó existiendo en los tiempos post-
apostólicos. El fenómeno ha desaparecido tan completamente que, para muchos,
su anterior existencia es increíble, y la resuelven con una superstición popular, o
con una teoría no científica de enfermedad mental - una explicación que es
totalmente iincompatible con las representaciones del Nuevo Testamento.
Vale la pena observar que nuestro Señor, en una ocasión anterior, hizo una
declaración muy parecida a la que ahora estamos considerando.
Cuando los setenta discípulos regresaron de su misión evangélica, informaron
con regocijo de su éxito al echar fuera demonios en el nombre de su Maestro:
"Señor, aun los demonios se nos sujetan en tu nombre" (Lucas 10:17). Al
responderles, Jesús les dijo: "Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo", una
expresión que es casi equivalente a las palabras: "Ahora el príncipe de este
mundo será echado fuera", y sobre la cual Neander hace las siguientes sugestivas
observaciones:
"Del mismo modo que Jesús había designado previamente la cura, por Él mismo,
de endemoniados como una señal de que el reino de Dios había venido a la tierra,
así también ahora consideró lo que los discípulos informaron como señal del
poder conquistador de ese reino, delante del cual toda cosa mala tenía que
119
retroceder: 'Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo', es decir, del pináculo
del poder que hasta ahora había tenido entre los hombres. Antes de que la mirada
intuitiva de su espíritu expusiera a la vista los resultados que habrían de seguir a
su obra redentora después de su ascensión al cielo, vio, en espíritu, al reino de
Dios avanzando triunfante sobre el reino de Satanás. No dice: 'Ahora veo', sino
'Veía'. Lo veía antes de que los discípulos trajeran su informe de las maravillas
que habían llevado a cabo. Mientras ellos estaban llevando a cabo estas obras
aisladas, él veía la sola gran obra de la cual las de ellos eran sólo señales
particulares e individuales - la victoria, completamente ejecutada, sobre el gran
poder del mal que había gobernado a la humanidad". (2)
Al comparar estas dos notables afirmaciones de nuestro Señor, hay tres puntos
que merecen particular atención:
Juan 14:3. "Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí
mismo".
120
Juan 16:16: "Todavía un poco, y no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis;
porque yo voy al Padre".
Por simples que puedan parecer estas palabras, han causado gran perplejidad a
los comentaristas. La misma simplicidad de las palabras es posiblemente la causa
de la dificultad de ellos: porque es muy difícil creer que significan lo que parecen
decir. Se ha supuesto que nuestro Señor se refiere, en algunos pasajes, a su
cercana partida de la tierra y a su regreso final al "fin de los días", a la
consumación de la historia humana; y que, en otros, se refiere a su ausencia
temporal durante el intervalo entre su crucifixión y su resurrección.
121
lenguaje tenía un "gran complejo" de significados? ¿O cómo puede esperarse que
hombres sencillos capten jamás el significado de las Escrituras si las expresiones
más simples son tan intrincadas y desconcertantes?
122
Imagínese un acto de visión, "veréis", dividido en tres operaciones distintas, cada
una separada de la otra por una era, un intervalo, y la última todavía sin
completarse después de dieciocho siglos, y esto choca de frente con la expresa
declaración de nuestro Señor de que habría de ser después de "un poco de
tiempo". Esto no es crítica, sino misticismo. Una explicación tan artificial e
intrincada jamás se les podría haber ocurrido a los discípulos, y es sorprendente
que se le haya ocurrido a cualquier intérprete sobrio de la Escritura. Pero hasta
los discípulos, aunque perplejos al principio por el "un poco", pronto captaron lo
que quería decir nuestro Señor cuando dijo:
"Salí del Padre, y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo, y voy al
Padre" (Juan 16:28).
Auméntese esto con otras tres palabras de Jesús, y tenemos la substancia de su
enseñanza con respecto a la parusía:
"Vendré otra vez, y os recibiré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros
también estéis" (Juan 14:3).
Juan 2:22. "Jesús le dijo: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti?
Sígueme tú".
Sería unútil especificar y discutir las varias interpretaciones de este pasaje que
hombres eruditos han conjeturado. Si hubiese sido un enigma para la Esfinge, no
podría haber causado más perplejidad y sido más desconcertante. Los que deseen
ver algunas de las numerosas opiniones que han sido traídas a colación sobre el
tema las encontrarán en las referencias de Lange. (5)
Las palabras mismas son suficientemente sencillas. Toda la oscuridad y todas las
dificultades han sido importadas a ellas por la renuencia de los intérpretes a
reconocer, en la "venida" de Cristo, un punto en el tiempo, claro y definido,
dentro del espacio de la generación existente. A menudo, al reiterar nuestro Señor
la certeza de que vendría en su reino, vendría en gloria, vendría a juzgar a sus
enemigos y a recompensar a sus amigos, antes de que pasara por completo la
123
generación que entonces existía en la tierra, parece haber una repugnancia casi
invencible, de parte de los teólogos, a aceptar las palabras de Jesús en su sentido
obvio y sencillo. Persisten en suponer que Él debe haber querido decir alguna
otra cosa o algo más. Admítase una vez lo que es innegable, que nuestro Señor
mismo declaró que su venida habría de tener lugar durante la vida de algunos de
sus discípulos (Mat. 16:27,28), y la dificultad desaparece. Acababa de revelar a
Simón Pedro con qué muerte habría de glorificar a Dios, y Pedro, con
característica impulsividad, se atrevió a preguntar cuál sería el destino del
discípulo amado, en quien se fijó en ese momento. Nuestro Señor no dio una
respuesta explícita a esta pregunta, que sonaba un poco a intromisión, pero los
discípulos entendieron que su respuesta quería decir que Juan viviría para ver el
regreso de Jesús. "Si quiero que él quede hasta que yo venga". Este lenguaje es
muy significativo. Supone comoposible que Juan viviera hasta la venida del
Señor. Es más, lo sugiere como probable, aunque no lo afirma como cierto. Los
discípulos lo interpretaron como que Juan no moriría en absoluto. El evangelista
mismo ni afirma ni niega lo correcto de esta interpretación, sino que se contenta
con repetir las palabras de Jesús: "Si quiero que él quede hasta que yo venga". Es,
sin embargo, una circunstancia del mayor interés que sabemos cómo se
entendieron generalmente las palabras de Jesús en ese momento en la hermandad
de los discípulos. Evidentemente, llegaron a la conclusión de que Juan viviría
para presenciar la venida de Jesús; y dedujeron que, en ese caso, él no moriría en
absoluto. Es esta última inferencia la que Juan se guarda de hacer. Que él viviría
hasta la venida del Señor, Juan parece admitirlo sin duda. Si esto implicaba,
además, que no moriría en absoluto, era un punto dudoso que las palabras de
Jesús no decidieron.
Tampoco era esta inferencia de "los hermanos" una cosa tan increíble o
irrazonable como les puede parecer a muchos. Vivir hasta la venida del Señor
era, de acuerdo con la creencia y la enseñanza apostólica, equivalente a gozar de
la exención de muerte. Pablo enseñaba a los corintios: "No todos dormiremos
[moriremos], pero todos seremos transformados" (1 Cor. 15:51). Habló a los
tesalonicenses de la posibilidad de estar vivos a la venida del Señor: "Nosotros
que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor" (1 Tesa. 4:15).
Expresaba su propia preferencia personal de no "ser desnudados [de la
vestimenta del cuerpo], sino revestidos [con la vestimenta espiritual] -- en otras
palabras, no morir, sino ser transformados (2 Cor. 5:4). Los discípulos podrían
estar justificados en esta creencia por las palabras de Jesús en la noche de la cena
pascual: "Vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo". ¿Cómo podrían ellos
suponer que esto significaba la muerte? O ellos pueden haber recordado las
palabras de Él en el Monte de los Olivos: "Y enviará sus ángeles con gran voz de
trompeta, y juntarán a sus escogidos", etc. (Mat. 24:31). Esto, les había
asegurado, tendría lugar antes de que pasara la actual generación. No estaban,
124
pues, por completo sin preparación para recibir un anuncio como el que el Señor
hizo con respecto a Juan. (6).
5. Que tal opinión armonizaría con la expresa enseñanza de nuestro Señor con
respecto a la cercanía y la coincidencia de su propia venida, la destrucción de
Jerusalén, el juicio de Israel, y el fin de aquel eón o aquella era.
6. Que todos estos sucesos, según las afirmaciones de Jesús, ocurrirían dentro
del
período de la presente generación.
Habiendo visto así los cuatro evangelios y examinado todos los pasajes que se
relacionan con la parusía, o venida del Señor, puede ser útil recapitular y poner
en un solo panorama la enseñanza general de estos registros inspirados sobre este
importante tema.
2. El anuncio es seguido de cerca por el Rey, que anuncia que el reino de Dios
está a las puertas, y llama a la nación al arrepentimiento.
125
3. Las ciudades que fueron favorecidas con la presencia de Cristo, pero
rechazaron su mensaje, son amenazadas con una destrucción más intolerable que
la de Sodoma y Gomorra.
5. Jesús preedice un juicio al "fin del tiempo" o de la era [sunteleia ton aiwnos],
una frase que no significa la destrucción de la tierra, sino la consumación de la
era, es decir, de la dispensación judía.
10. Nuestro Señor aseguró a los discípulos que vendría otra vez a ellos, y que su
venida sería dentro de "poco".
12. Las parábolas de las diez vírgenes, los talentos, y las ovejas y los cabritos
pertenecen todas al mismo acontecimiento, y se cumplen en el juicio de Israel.
126
14. Después de su resurrección, nuestro Señor dio a Juan razón para esperar que
viviría para presenciar su venida.
Notas:
127
LA PARUSÍA EN LOS HECHOS
DE LOS APÓSTOLES
Hechos 1:11. - "Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así
vendrá como le habéis visto ir al cielo".
Hechos 2:16-20. "Mas esto es lo dicho por el profeta Joel: Y en los postreros
días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y
vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos
soñarán sueños; y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días
derramaré de mi Espíritu, y profetizarán. Y daré prodigios arriba en el cielo, y
señales abajo en la tierra, sangre y fuego y vapor de humo; el sol se convertirá en
tinieblas, y la luna en sangre, antes que venga el día del Señor, grande y
manifiesto".
En estas palabras de Pedro, la primera declaración apostólica pronunciada en el
poder de la inspiración divina de Pentecostés, tenemos una interpretación
autorizada de la profecía por medio de una cita de Joel. Pedro identifica
expresamente el tiempo y el acontecimiento predicho por el profeta con el tiempo
128
y el acontecimiento que en ese momento eran actuales en el día de Pentecostés.
Los "postreros días" de Joel son estos días para Pedro. La antigua predicción se
había cumplido en parte; estaba teniendo cumplimiento ante sus ojos en la
copiosa efusión del Espíritu Santo.
Este derramamiento del Espíritu Santo introdujo otros acontecimientos, que
ocurrirían de manera semejante. El día del juicio para la nación teocrática había
llegado, y antes de mucho, los presagios de "aquel día grande y terrible de
Jehová" serían manifestados.
Es imposible dejar de reconocer la correspondencia entre los fenómenos que
precedieron al día del Señor como lo predijo Joel, y los fenómenos descritos por
nuestro Señor como precedentes a su venida, y el juicio de Israel (Mat. 24:29).
Las palabras de Joel sólo pueden referirse a los últimos días de la era judía o el
eón judío, la ounteleia ton aiwnoj, que fue también el tema de la profecía de
nuestro Señor en el Monte de los Olivos. De manera semejante, las palabras de
Malaquías evidentemente se refieren al mismo acontecimiento y al mismo punto
en el tiempo - "el día de su venida", "el día ardiente como un horno", "el día
grande y terrible de Jehová" (Mal. 3:2; 4:1-5).
No puede concebirse nada más autorizado y decisivo que el consenso de
testimonios que tenemos aquí - Joel, Malaquías, Pedro, y el gran PProfeta del
nuevo pacto en persona. Todos ellos hablan del mismo suceso y del mismo
período, el gran día del Señor, la parusía, y hablan de ellos como cercanos. ¿Por
qué estorbar y desconcertar una predicción tan clara con suposiciones,
referencias dobles, y cumplimientos ulteriores? Ninguna otra cosa encajará en
esta profecía excepto ese suceso, que es el único al cual se refiere, y con el cual
se corresponde como la impresión con el sello y la cerradura con la llave. La
catástrofe de Israel y Jerusalén estaba cerca, había sido prevista hacía mucho
tiempo, a menudo había sido predicha, y ahora era inminente. La misma
generación que había visto, rechazado, y crucificado al Rey, presenciaría el
cumplimiento de sus advertencias cuando Jerusalén perecería en "sangre y fuego,
y vapor de humo".
LA DESTRUCCIÓN VENIDERA
DE AQUELLA GENERACIÓN
Hechos 2:40. "Y con otras muchas otras palabras testificaba y les exhortaba,
diciendo: Sed salvos de esta perversa generación".
Este versículo fija la referencia del discurso del apóstol. Era la generación
existente cuya destrucción venidera él preveía, y fue de la participación en su
destino de lo que urgía a sus oyentes a escapar. No era sino el eco del clamor del
Bautista:
129
"Huid de la ira venidera". Aquí, nuevamente, no puede haber duda del
significado de "genea"; era aquella "generación perversa", que estaba colmando
la medida de su predecesora, la nación perversa e incorregible sobre la cual
pendía el juicio.
Antes de abandonar este discurso de Pedro, podemos señalar otro ejemplo de una
proposición universal que debe tomarse en sentido restringido. "Derramaré de mi
Espíritu sobre toda carne". La efusión del Espíritu Santo el día de Pentecostés no
fue literalmente universal, sino indiscriminada y general en comparación con
ocasiones anteriores. El uso necesariamente limitado de una frase tan larga
muestra cómo puede justificarse una limitación similar en expresiones como
"todas las naciones", "toda criatura", y "todo el mundo".
<>
130
sus esperanzas y aspiraciones. Era la era venidera o el eón venidero, aiwn o
mellwn, cuando todas las injusticias habrían de corregirse, y reinarían la verdad y
la justicia. La nación entera estaba impregnada de la creencia de que esta época
feliz estaba a punto de iniciarse. ¿Cuál era la doctrina de nuestro Señor sobre este
tema? Dijo a sus discípulos: "Elías a la verdad vendrá primero, y restaurará
todas las cosas" (Mar. 9:12). Es decir, el segundo Elías, Juan el Bautista, y había
iniciado la restauración que Él mismo habría de completar; había echado los
cimientos del reino que Él habría de consumar y coronar. Porque la misión de
Juan era, en un aspecto, restauradora, esto es, en intención, aunque no en efecto.
Vino a hacer volver la nación a su lealtad, a renovar su relación de pacto con
Dios: iba delante del Señor, "en el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver
los corazones de los padres a lo hijos, y de los rebeldes a la prudencia de los
justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto" (Luc. 1:17). ¿Qué es
todo esto, sino la descripción de "los tiempos de refrigerio de la presencia del
Señor", y "la restauración de todas las cosas", que eran presentados como dones
de Dios para Israel?
Pero, ¿tenemos alguna indicación clara del período en que podrían esperarse
estas bendiciones ofrecidas? ¿Estaban en el futuro distante, o a las puertas? La
nota de tiempo aparece marcada claramente en el versículo 20. La venida de
Cristo está especificada como el período en que estas gloriosas expectativas han
de convertirse en realidad. Nada puede ser más claro que la conexión y la
coincidencia de estos sucesos, la venida de Cristo, los tiempos de refrigerio, y la
restauración de todas las cosas. Esto armoniza con la uniforme representación
que se da en la escatología del Nuevo Testamento: la parusía, el fin del tiempo, la
consumación del reino de Dios, la destrucción de Jerusalén, el juicio de Israel,
todos sincronizan. Encontrar la fecha de uno es establecer la fecha de todos. Ya
hemos visto cuán definidamente fue fijado el tiempo del cumplimiento de
algunos de estos sucesos. El Hijo del hombre había de venir en su reino antes de
la muerte de algunos de algunos de los discípulos. La catástrofe de Jerusalén
había de tener lugar antes de que pasara la generación que entonces existía. El día
grande y terrible del Señor es representado por Pedro en el capítulo anterior
como alcanzando a aquella "desgraciada generación". Y ahora, en el pasaje que
consideramos, da a entender, con la misma claridad, que la llegada de los tiempos
de refrigerio y la restauración de todas las cosas, eran contemporáneas con
"enviar a Cristo" desde el cielo.
Pero puede decirse: ¿Cómo puede una catástrofe tan terrible como la destrucción
de Jerusalén estar asociada con tiempos de refrigerio o restauración? La medalla
tenía dos lados: había el reverso y el anverso. La incredulidad y la impenitencia
cambiarían los "tiempos de refrigerio" en "días de retribución". Si ellos
"menospreciaban las riquezas de su benignidad, paciencia, y longanimidad" de
131
Dios, entonces, en vez de restauración, habría destrucción; y en vez del día de
salvación, habría "día de ira, y revelación del justo juicio de Dios" (Rom. 2:4,5).
Sabemos la elección fatal que hizo Israel; cómo "vino la ira sobre ellos al
máximo"; y sabemos cómo ocurrió todo en el período señalado y predicho, al
"fin del tiempo", dentro de los límites de aquella generación.
Así, podemos definir el período al cual hace alusión el apóstol en este pasaje, y
llegar a la conclusión de que coincide con la parusía.
Somos conducidos a la misma conclusión por otro camino. En Mateo 19:28,
nuestro Señor declara a sus discípulos: "De cierto os digo que, en la
regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria", etc.
Ya hemos comentado este pasaje, pero es bueno observar otra vez que la
"regeneración" [paliggenesia] en Mateo es el equivalente preciso de la
"restauración" [apokastastasij] de Hechos. Lo que se quiere decir con la
regeneración es claro más allá de toda sombra de duda, porque es el tiempo
"cuando el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria". Pero este es el
período cuando venga a juzgar a la nación culpable (Mat. 25:31). No hay
posibilidad de equivocar el tiempo; no hay ninguna dificultad en identificar el
suceso; es el fin del tiempo, y el juicio de Israel.
Llegamos así a la misma conclusión por una ruta diferente e independiente,
reforzando inconmensurablemente la fuerza de la demostración.
Hechos 17:31. "Por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con
justicia, por aquel varón a quien designó".
Ya hemos visto que se dclara que el Señor Jesucristo es constituído Juez de los
hombres (Juan 5:22,27). Con la misma claridad se declara que el tiempo de juicio
es la parusía. Con igual claridad, se nos enseña que la parusía habría de ocurrir
dentro del término de la generación que entonces vivía. Por lo tanto, Pablo ve el
juicio como cercano. En el pasaje ahora delante de nosotros, tenemos una
confirmación incidental pero inadvertida de este hecho. Las palabras "él juzgará"
no expresa un simple futuro, sino un futuro rápido, mellei krinein, está a punto
de juzgar, o juzgará pronto. Este matiz de significado no se conserva en nuestra
versión de habla inglesa, pero no carece de importancia.
132
LA PARUSÍA EN LAS EPÍSTOLAS APOSTÓLICAS
Introducción
Hemos visto cómo la parusía, o venida de Cristo, está difundida en los evangelios
de principio a fin. La encontramos claramente anunciada por Juan el Bautista al
comienzo mismo de su ministerio, y es el último pronunciamiento de Jesús
registrado por Juan. Entre estos dos puntos, encontramos constantes referencias
al suceso en varias formas y en varias ocasiones. También hemos visto que la
parusía está asociada generalmente con el juicio; esto es, el juicio de Israel y la
destrucción del templo y la ciudad de Jerusalén. La razón de esta asociación de la
venida de Cristo con el juicio de Israel es muy evidente. La parusía era el suceso
culminante en lo que puede llamarse la historia mesiánica, o el gobierno
teocrático del pueblo judío. La encarnación y la misión del Hijo de Dios, aunque
tenían una relación general con la raza humana entera, tenía al mismo tiempo una
relación especial y peculiar con la nación del pacto, los hijos de Abraham. Cristo
era en verdad el "segundo Adán", la nueva Cabeza y el nuevo Representante de la
raza, pero, antes de eso, era el Hijo de David y el Rey de Israel. Su propia y
declarada visión de su misión era que era, primero que todo, especial para el
pueblo escogido: "No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel"
(Mat. 15:24). El título mismo que reclamaba para sí, "Cristo", el Mesías, o el
Ungido, indicaba su relación con el judaísmo y la teocracia, porque le reconocía
como verdadero Rey, venido en la plenitud del tiempo "a los suyos", para tomar
posesión del trono de su padre David. Este especial carácter judaico de la misión
del Señor Jesús es constantemente reconocido en el Nuevo Testamento, aunque
es ignorado por los teólogos y casi olvidado por los cristianos en general. Pablo
hace mucho énfasis en esto.
"Pues os digo que Cristo Jesús vino a ser siervo de la circuncisión para mostrar la
verdad de Dios, para confirmar las promesas hechas a los padres" (Rom. 15:8); y,
podríamos muy bien añadir: "para cumplir las amenazas" también. La frase "el
reino de Dios" es claramente una idea mesiánica y teocrática, y hace referencia
especial y única a Israel, sobre el cual el Señor era Rey, en cierto sentido peculiar
a esa nación solamente (Deut. 7:6; Amós 3:2). Veremos que "el reino de Dios"
está representado como llegando a su consumación en el período de la
destrucción de Jerusalén.
Ese suceso marca el desenlace del gran plan de la providencia, o economía,
divina, como se le llama, que comenzó con el llamado de Abraham y estuvo en
operación durante dos mil años. Podemos considerar ese plan, la dispensación
judía, no sólo como un importante factor en la educación del mundo, sino
también como un experimento, a gran escala y bajo las más favorables
circunstancias, para, si fuere posible, formar un pueblo para el servicio, y el
temor, y el amor de Dios; una nación modelo, cuya influencia moral podría
133
bendecir al mundo. En algunos respectos, sin duda, fue un fracaso, y su fin fue
trágico y terrible; pero lo que es importante que notemos, en relación con esta
investigación, es que la relación entre Cristo, el Hijo de David y Rey de Israel,
con la nación judía explica la prominencia que los evangelios dan a la parusía, y
los sucesos que la acompañaron, como poseedores de una relación especial con
aquel pueblo. El no prestar atención a esto ha engañado a muchos teólogos y
comunicadores. Han leído "el planeta tierra", donde sólo se quería decir "el
territorio"; "la raza humana", cuando sólo se quería decir "Israel"; "el fin del
mundo", donde se aludía al "fin de la era o dispensación". Al mismo tiempo,
sería un grave error subestimar la importancia y la magnitud del suceso que tuvo
lugar en la parusía. Fue una gran época en el gobierno divino del mundo: el fin
de una economía que había durado dos mil años; la terminación de un eón y el
comienzo de otro; la abrogación del "antiguo orden" y la inauguración del nuevo.
Es, sin embargo, su especial relación con el judaísmo lo que da a la parusía su
principal significado e importancia.
Pasando de los evangelios a las epístolas, encontramos que la parusía ocupa un
lugar conspicuo en las enseñanzas y los escritos de los apóstoles. Es natural y
razonable que fuese así. Si su Maestro les enseñó durante su vida que vendría
otra vez; que algunos de ellos vivirían para verle regresar; si, en su conversación
de despedida con ellos en la cena pascual Él se espació en lo corto del intervalo
de su ausencia, y lo llamó "un poco"; si, a su ascensión, los mensajeros divinos
les habían asegurado que Él vendría otra vez como le habían visto irse, sería
realmente extraño que hubiesen olvidado o perdido de vista la inspiradora
esperanza de una pronta reunión con el Señor. Ciertamente, a menudo expresan
la esperanza de su venida. Esa esperanza era la estrella matutina y la alborada
que les alegraba en la noche tenebrosa de tribulación a través de la cual tenían
que pasar; se consolaban los unos a los otros con la consigna familiar: "El Señor
está a las puertas". Sentían que, en cualquier momento, su esperanza podía
convertirse en realidad. La esperaban, la buscaban, la anhelaban, y se exhortaban
los unos a los otros a velar y a orar. Eso les había mandado el Señor, y eso
hacían. ¿Podrían estar equivocados? ¿Es posible que acariciaran ilusiones sobre
este tema? ¿Podrían haber malentendido las enseñanzas del Señor? Si esto era
posible, estremecería los fundamentos de nuestra fe. Si los apóstoles podían estar
en error con respecto a un hecho sobre el cual ellos tenían el más amplio medio
de información, y sobre el cual profesaban hablar con autoridad como órganos de
inspiración divina, ¿qué confianza podía tenérseles con respecto a otros temas,
que por su naturaleza eran obscuros, abstrusos, y misteriosos? 2 Nadie que tenga
alguna fe en la certeza que el Salvador dio a sus discípulos de que enviaría al
Espíritu Santo "para guiarles a toda verdad" y para "recordarles todas las cosas
que les había dicho" puede dudar que la autoridad con que los apóstoles hablaban
concerniente a la parusía es igual a la de nuestro Señor mismo. La hipótesis de
134
que puede hacerse una distinción entre lo que ellos creían y enseñaban sobre este
tema, y lo que creían y enseñaban sobre otros temas, no soporta ni el más ligero
examen. La totalidad de la enseñanza de los discípulos descansa en el mismo
fundamento, y ese fundamento es el mismo sobre el cual descansa la doctrina de
Cristo mismo.
Ahora procedemos a examinar las referencias a la parusía contenidas en las
epístolas de Pablo, considerándolas en orden cronológico, hasta donde se puede
establecer.
LA ESPERANZA DE LA PRONTA
VENIDA DE CRISTO
135
I Tes. 1:9,10. "Os convertísteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y
verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a
Jesús, quien nos libra de la ira venidera".
Este pasaje es interesante en que muestra muy claramente el lugar que la
esperada venida de Cristo ocupaba en la creencia de las iglesias apostólicas.
Estaba en primera fila; era una de las principales verdades del evangelio. Pablo
describe la nueva actitud de estos conversos tesalonicenses cuando se "volvieron
de sus ídolos para servir al Dios vivo y verdadero"; era la actitud de "esperar a su
Hijo". Es muy significativo que esta verdad particular fuera seleccionada de entre
todas las grandes doctrinas del evangelio, y debería ser hecha la característica
prominente que distinguía a los conversos cristianos de Tesalónica. Toda la vida
cristiana está aparentemente resumida bajo dos encabezados, uno general, el otro
particular: el primero, el servicio del Dios viviente; el segundo, la expectativa de
la venida de Cristo. Es imposible resistir la inferencia: (1) Que esta última
doctrina constituía una parte integral de la enseñanza apostólica. (2) Que la
esperanza del pronto regreso de Cristo era la fe de los cristianos primitivos. (3)
Porque, ¿cómo iban a esperar? Seguramente, no en sus tumbas; no en el cielo; ni
en el Hades; es claro que mientras estuviesen vivos en la tierra. La forma de
expresión "esperar de los cielos a su Hijo" manifiestamente implica que
ellos, mientras estaban en la tierra, esperaban la venida de Cristo desde el cielo.
Alford observa que "el aspecto especial de la fe de los tesalonicenses era
la esperanza; esperanza en el regreso del Hijo de Dios desde el cielo", y añade un
comentario singular: "Evidentemente, ellos sostenían esta esperanza como
señalando a un suceso más inmediato de lo que la iglesia desde entonces ha
creído que era. Ciertamente, estas palabras les darían una idea de lacercanía de la
venida de Cristo; y quizás el malentendido de ellos haya contribuido a la idea que
el apóstol corrige en 2 Tes. 2:1". Esta es una sugerencia de que los tesalonicenses
estaban equivocados al esperar el regreso del Señor en sus días. Pero, ¿de dónde
derivaban esta expectativa? ¿No era del apóstol mismo? Veremos que los
tesalonicenses erraron, no en esperar la parusía, o en esperarla en sus propios
días, sino en suponer que el tiempo ya había llegado en realidad.
La última cláusula del versículo no es menos importante: "Jesús, quien nos libra
de la ira venidera". Estas palabras nos retrotraen a la proclamación de Juan el
Bautista: "Huid de la ira venidera". Sería un error suponer que Pablo se refiere
aquí a la retribución que aguarda a cada alma pecadora en un estado futuro: lo
que él tenía en mente era una catástrofe particular y predicha. "La ira venidera"
[h orgh h ercomenh] de este pasaje es idéntica a la "ira venidera" [orgh mellousa]
del segundo Elías; es idéntica a los "días de retribución" y a la "ira sobre este
pueblo" predichas por nuestro Señor, Lucas 26:23. Es "el día de la ira y de la
revelación del justo juicio de Dios" de lo cual habla Pablo en Rom. 2:5. Esa
136
venidera "dies irae" siempre se destaca clara y visiblemente durante todo el
Nuevo Testamento. Ahora no estaba distante, y, aunque Judea podría ser el
centro de la tormenta, el ciclón del juicio arrasaría otras regiones y afectaría a
multitudes que, como los tesalonicenses, podrían haber pensado que estaban
fuera de su alcance. Sabemos por Josefo cómo el estallido de la guerra de los
judíos fue la señal para la masacre y el exterminio en cada ciudad en que
habitantes judíos se habían asentado. Fue a esta ubicuidad de la "ira venidera" a
la que se refirió nuestro Señor cuando dijo: "Donde esté el cuerpo muerto, allí se
juntarán las águilas" (Lucas 17:37). Aquí nuevamente, como con tanta frecuencia
hemos tenido ocasión de observar, la parusía está asociada con el juicio.
Que este prospecto no estaba distante, sino, por el contrario, muy cercano, lo
implica el tenor entero del lenguaje del apóstol. ¿Está Pablo todavía sin su corona
de gozo? ¿Están sus conversos de Tesalónica todavía esperando al Hijo de Dios
que venga del cielo? ¿No están todavía "establecidos en santidad delante de
Dios"? ¿Todavía no han sido presentados santos, sin mancha, e irreprensibles
delante de él? Porque ésta habría de ser su felicidad "a la venida de Jesús" y no
antes. Si, por lo tanto, ese suceso nunca hubiera tenido lugar, ¿qué habría sido de
su ansiosa expectativa y su esperanza? Si ellos hubieran podido saber que cientos
y miles de años tenían que transcurrir lentamente, ¿podrían Pablo y sus hijos en
la fe haberse llenado de alegría con el pensamiento de la gloria venidera? Pero,
138
en la suposición de que la parusía estaba a las puertas; que todos ellos podían
esperar presenciar su llegada, entonces, cuán natural e inteligible se vuelven esta
ansiosa expectación y esta esperanza. Que tanto el apóstol como los
tesalonicenses creían que "la venida del Señor estaba cerca" es tan evidente que
apenas requiere algún argumento para probarlo. La única pregunta es: ¿Estaban
equivocados, o no?
Puede añadirse una observación sobre la palabra que concluye la frase: "Agioi",
santo, puede referise a ángeles, o a hombres, o ambos. No hay nada en el texto
para establecer la referencia. Es verdad que, en el siguiente capítulo (ver. 14), se
nos dice que a los que durmieron en Jesús traerá Dios con él, pero esto parece
referirse a la resurrección de los santos que duermen en sus tumbas, más bien que
a su venida desde el cielo con Él. Por lo tanto, estamos impedidos de referir agioi
a los muertos en Cristo. Tanto más cuanto que Cristo, a su venida, siempre es
representado como asistido por sus ángeles.
"Él vendrá con sus ángeles" (Mat. 16:27); "con los santos ángeles" (Mar. 8:38);
"con los ángeles de su poder" (2 Tes. 1:7); "todos los santos ángeles con él" (Mat.
25:31).
Esto concuerda también con el uso en el Antiguo Testamento. El estado real de
Jehová cuando vino a dar la ley en Sinaí se describe así: "Vino de entre diez
millares de santos", es decir, ángeles (Deut. 33:2). "Los carros de Dios se cuentan
por veintenas de millares de millares; el Señor viene del Sinaí a su santuario"
(Sal. 68:17). "Vosotros que recibísteis la ley por disposición [por mandato de -
Alford] ángeles" (Hech. 7:53). Podemos, por lo tanto, considerar como probable
que la referencia en este pasaje es a los ángeles.
1 Tes. 4:13-17. "Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que
duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza.
Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a
los que durmieron en él. Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor; que
nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no
precederemos a los que durmieron. Porque el Señor mismo con voz de mando,
con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos
en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos
quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al
Señor en el aire,y así estaremos siempre con el Señor".
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Evidentemente, estas explicaciones de Pablo tenían el propósito de enfrentarse a
un estado de cosas que había comenzado a manifestarse entre los cristianos de
Tesalónica, y que le había sido informado por Timoteo. Esperando ansiosamente
la venida de Cristo, deploraban la muerte de sus compañeros cristianos, pues esto
les excluía de participar en el triunfo y la bienaventuranza de la parusía. "Temían
que estos cristianos fallecidos perdieran la felicidad de presenciar la segunda
venida de su Señor, que ellos esperaban contemplar pronto". [6] Para corregir este
malentendido, el apóstol da las explicaciones contenidas en este pasaje.
Primero, les asegura que no tenían razón para lamentar la partida de sus amigos
en Cristo, como si aquellos hubiesen quedado en alguna desventaja al morir antes
de la venida del Señor; porque, así como Dios había resucitado a Jesús de entre
los muertos, así también, cuando regresara en gloria, resucitaría de sus tumbas a
sus discípulos que dormían.
Segundo, les informa, por autoridad del Señor Jesús, que los de entre ellos que
vivieran para ver su venida no precederían, o no tendrían ninguna ventaja sobre,
los fieles que hubiesen muerto antes de ese acontecimiento.
1. El descenso del Señor desde el cielo con voz de mando, con voz de arcángel, y
con trompeta de Dios.
2. La resurrección de los muertos que habían dormido en Cristo.
3. El arrebatamiento simultáneo de los santos vivos, junto con los muertos
resucitados, a la región del aire, para encontrarse allí con el Señor que viene.
4. La reunión eterna de Cristo y su pueblo en el cielo.
La legítima deducción de las palabras de Pablo en el vers. 15, "nosotros que
vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor", es que él esperaba
como posible, y hasta como probable, que sus lectores y él mismo estuviesen
vivos a la venida del Señor. Tal es la interpretación obvia y natural de su
lenguaje. Dean Alford observa, con mucha fuerza y sinceridad:
"Entonces, sin duda alguna, él mismo esperaba estar vivo, junto con la mayoría
de aquellos a quienes escribía, a la venida del Señor. Porque no podemos aceptar,
ni por un momento, la evasión de Teodoreto y la mayoría de los antiguos
comentaristas (es decir, que el apóstol no habla de él mismo personalmente, sino
de los que estuvieran vivos en ese tiempo), sino que debemos tomar las palabras
en su significado único, sencillo, gramatical, de que "nosotros que vivimos, que
habremos quedado" [oi zwntej oi perileipomenoi] son una clase que se distingue
de "los que duermen" [oi koimhqentej], estando todavía en la carne cuando Cristo
venga, en cuya clase, anteponiendo como prefijo "nosotros" [h,me/ij], incluye a
140
sus lectores y se incluye a sí mismo. Que esta era su esperanza, lo sabemos por
otros pasajes, especialmente 2 Cor. 5 [7].
Pero, aunque admite que el apóstol tenía esta esperanza, Alford lo trata como un
error, pues continúa diciendo:
"Ni es necesario que se sorprenda ningún cristiano de que los apóstoles, en esta
cuestión de detalles, hayan encontrado sus esperanzas personales sujetas a
engaño con respecto a un día del cual se dice tan solemnemente que nadie conoce
su tiempo señalado, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino el Padre solamente"
(Marcos 13:32).
De la misma manera, encontramos las siguientes observaciones en Conybeare y
Howson, (cap. 11):
"La iglesia primitiva, y hasta los apóstoles mismos, esperaban que su Señor
viniera otra vez en aquella misma generación. Pablo mismo compartía esa
esperanza, pero, estando bajo la guía del Espíritu de verdad, no dedujo de allí
ninguna conclusión práctica errónea".
Pero la pregunta es: ¿Tenían los apóstoles suficiente base para sus esperanzas?
¿No estaban plenamente justificados al creer como creían? ¿No había predicho el
Señor expresamente su propia venida dentro de los límites de la generación
existente? ¿No había conectado su venida con la destrucción del templo y la
subversión del gobierno nacional de Israel? ¿No había asegurado a sus discípulos
que dentro de "un poco" le verían de nuevo? ¿No había declarado que algunos de
ellos vivirían para presenciar su regreso? Y, después de todo esto, ¿es necesario
encontrar excusas para Pablo y los primitivos cristianos, como si hubiesen
actuado bajo engaño? Si lo hicieron, no fue su culpa, sino la de su Maestro.
Habría sido realmente extraño que, después de todas las exhortaciones que
habían recibido de estar alerta, de velar, de vivir continuamente esperando la
parusía, los apóstoles no hubiesen creído confiadamente en la pronta venida de
Jesús, y no hubiesen enseñado a otros a hacer lo mismo. Pero parecería que Pablo
hace descansar sus explicaciones a los tesalonicenses en la autoridad de una
especial comunicación divina a él mismo. "Esto os digo por palabra del Señor",
etc. Esto puede difícilmente significar que el Señor lo había predicho así en su
discurso profético en el Monte de los Olivos, porque ninguna declaración de esta
clase aparece registrada; por lo tanto, debe referirse a una revelación que él
mismo había recibido. ¿Cómo, entonces, podría equivocarse en sus esperanzas?
Es extraño que en sus días existiera tan grande incredulidad con respecto al
sencillo significado de las expresas afirmaciones de nuestro Señor sobre este
tema. Cumplido o no, acertado o equivocado, no hay ninguna ambigüedad ni
incertidumbre en su lenguaje. Puede decirse que no tenemos ninguna evidencia
de que tales hechos hayan ocurrido como se describe aquí - el descenso del Señor
con aclamación, el sonar de la trompeta, la resurrección de los muertos que
141
duermen, el arrebatamiento de los santos vivos. Cierto; pero, ¿es cierto que estos
hechos son cognoscibles por los sentidos? ¿Está su lugar en la región de lo
material y lo visible? Como ya hemos dicho, sabemos y estamos seguros de que
una gran parte de los sucesos predichos por nuestro Señor, y esperados por sus
apóstoles, en realidad ocurrieron en aquella misma crisis llamada "el fin de la
época". No hay diferencia de opinión concerniente a la destrucción del templo, el
derrumbe de la ciudad, la matanza sin paralelo de la gente, la extinción de la
nacionalidad, el fin de la dispensación legal. Pero la parusía está
inseparablemente ligada a la destrucción de Jerusalén; y, de manera semejante, la
resurrección de los muertos, y el juicio de la "generación malvada", a la parusía.
Son partes diferentes de una gran catástrofe; escenas diferentes de un gran drama.
Nosotros aceptamos los hechos verificados por el historiador por la palabra de
un hombre; han de titubear los cristianos en aceptar los hechos que están
garantizados por la palabra del Señor?
142
Decir que el apóstol no escribe para ninguna generación ni para ningunas
personas en particular es lanzar un aire de irrealidad sobre sus exhortaciones,
contra el cual se revuelve la crítica reverente. Ciertamente se refería a las mismas
personas a las cuales escribió, y que leyeron su epístola, y no pensó en ningunas
otras. No podemos aceptar la sugerencia de Bengel de que "nosotros los que
vivimos, los que hayamos quedado" son sólo personajes imaginarios, como los
nombres de Cayo y Ticio (Juan Pérez y Ricardo Perico); porque nadie puede leer
esta epístola sin ser consciente de la cálida adhesión personal y el afecto hacia los
individuos que se respiran en cada línea. Concluimos, por lo tanto, que el todo
tenía que ver, directa y actualmente, con la posición real y las expectativas de las
personas a las cuales está dirigida la epístola.
Notas:
2. Gnomon, in loc.
4. Gnomon, in loc.
144
LA PARUSÍA EN LAS EPÍSTOLAS
A LOS TESALONICENSES
LA SEGUNDA EPÍSTOLA A
LOS TESALONICENSES
La segunda epístola a los tesalonicenses parece haber sido escrita poco después
de la Primera, para corregir el malentendido en que algunos habían incurrido con
respecto al tiempo de la parusía, ya fuera por una errónea interpretación de la
carta anterior del apóstol, o a consecuencia de alguna pretendida comunicación
que circulaba entre ellos haciendo ver que era de él. De esta epístola aprendemos
la naturaleza precisa del error que habían cometido algunos de los tesalonicenses
en relación con que el tiempo de la parusía había llegado en realidad. A
consecuencia de esta opinión, algunos habían comenzado a descuidar sus
ocupaciones seculares y a subsistir de la caridad ajena. Para detener los males
que pudieran surgir, o que habían surgido, de tales impresiones erróneas, Pablo
escribió esta segunda epístola, recordándoles que ciertos sucesos, que todavía no
habían tenido lugar, tenían que preceder al "día del Señor". Sin embargo, no hay
nada en la epístola que indique que la parusía era un suceso distante, sino todo lo
contrario.
2 Tes. 1:7-10. "Y a vosotros que sois atribulados, daros reposo con nosotros,
cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, en
llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen
al evangelio de nuestro Señor Jesucristo, los cuales sufrirán pena de eterna
perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder, cuando
venga en aquel día para ser glorificado en sus santos y ser admirado en todos los
que creyeron".
Por las alusiones al comienzo de esta epístola, es obvio que los tesalonicenses
sufrieron severamente en este tiempo a causa de la maldad de sus perseguidores
judíos, y de aquellos "ociosos hombres malos" que se les habían unido (Hechos
17:5). El apóstol les consuela con la esperanza de liberación cuando aparezca el
Señor Jesús, lo cual traería reposo para ellos y retribución para sus enemigos.
Esto concuerda perfectamente con las representaciones que se hacen
constantemente con respecto a la parusía - de que sería un tiempo de juicio para
los impíos y de recompensa para los justos. El apóstol parece no anticipar el
145
"reposo" del cual habla hasta la parusía, "cuando el Señor Jesús se revele desde el
cielo", etc. De ello se sigue que Pablo concebía el reposo como muy cercano;
pues, si la revelación del Señor Jesús fuera un acontecimiento todavía en el
futuro, entonces deberíamos concluir que ni el apóstol ni los sufrientes cristianos
han entrado todavía en ese reposo. Se observará que no se dice que la muerte ha
de traerles reposo, sino "el apocalipsis" del Señor Jesús desde el cielo; una clara
prueba de que el apóstol no consideraba ese apocalipsis como un suceso distante.
Que este "apocalipsis", o revelación del Señor Jesús desde el cielo, es idéntico a
la parusía predicha por nuestro Salvador es tan evidente que no necesita ninguna
prueba. Es "el día del Señor" (Lucas 17:24). "el día en que el Hijo del hombre es
revelado" (Lucas 17:30), "el día que será revelado en fuego" (1 Cor. 3:13); "el día
que arderá como un horno" (Mal. 4:1); "el día del Señor, grande y terrible" (Mal.
4:5). Es el día cuando "el Hijo del hombre venga en la gloria de su Padre con sus
ángeles, para recompensar a cada uno según sus obras" (Mat. 16:27). Y una vez
más, es el día concerniente al cual declaró nuestro Señor: "De cierto os digo, que
hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte, hasta que hayan
visto al Hijo del Hombre viniendo en su reino" (Mat. 16:28).
Somos, pues, traídos de vuelta a la misma verdad que encontramos por todas
partes en el Nuevo Testamento, que la parusía, el día del juicio de Israel, y la
terminación de la dispensación judía, no era un suceso distante, sino que estaba
dentro de los límites de la generación que rechazó al Mesías.
Se objetará: ¿Qué tenía eso que ver con Tesalónica y los cristianos allí? ¿Cómo
podían la destrucción de Jerusalén, o la extinción de la nacionalidad judía, o el
fin de la economía judía, afectar a personas a una distancia tan grande de Judea
como Tesalónica? Aunque fuese imposible dar una respuesta satisfactoria a esta
objeción, ello no alteraría el significado sencillo y natural de las palabras, ni nos
incumbiría forzar una interpretación de ellas que no les correspondiese. Debe
permitírseles a las Escrituras hablar por sí mismas - una libertad que muchos no
desean concederles. Pero, con relación a la relación entre la parusía y los
cristianos en Tesalónica, o fuera de Judea en general, no puede negarse que el
lenguaje de este pasaje, como el de muchos otros, indica que fue un suceso en el
cual todos tenían un interés profundo y personal. Ni es suficiente decir que los
más encarnizados antagonistas del evangelio en Tesalónica eran judíos, y que la
revuelta judía fue la señal para la matanza de los habitantes judíos en casi todas
las ciudades del imperio. Puede que esto sea verdad, pero no es toda la verdad,
según la enseñanza apostólica. Debemos admitir, por lo tanto, que, como se
desarrolla el esquema escatológico del Nuevo Testamento, se hace evidente que
la parusía y los sucesos que la acompañan no se relacionaban con Judea
exclusivamente, sino que tenían un aspecto ecuménico o mundial, de modo que
los cristianos de todas partes podían buscarla y anhelarla, y saludar su llegada
146
como el día de triunfo y de gloria. Al seguir adelante, encontraremos amplia
evidencia de este apecto más amplio del "día de Cristo", como una gran época en
la divina administración del mundo.
1. La apostasía
2. La revelación del hombre de pecado
El apóstol comienza declarando los temas sobre los cuales desea corregir a los
tesalonicenses. Son: (1) "la venida de Cristo", y (2) "nuestra reunión con él". Es
147
evidente que el apóstol las considera simultáneas o, en todo caso, estrechamente
relacionadas. ¿Qué debemos entender por "reunirnos con Cristo" en la parusía?
No hay duda de que hay aquí una referencia a las propias palabras de nuestro
Señor, Mat. 26:31: "Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a
sus escogidos de los cuatro vientos", etc. El [juntarán] en el evangelio es
evidentemente la [reunión] de la epístola; y tenemos otra referencia al mismo
suceso y al mismo período en 1 Tes. 4:16,17: "Porque el Señor mismo con voz de
mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios descenderá del cielo", etc.
Luego, esto no puede ser otra cosa que el llamado a los muertos y a los vivos a
comparecer ante el tribunal de Cristo.
A los tesalonicenses se les había enseñado a esperar aquella "reunión" grande y
solemne; pero parece que pesaba sobre ellos algún malentendido concerniente al
tiempo de su llegada. Algunos de ellos se habían formado la opinión de que el
"día de Cristo" ya había llegado en realidad. Es importante observar que nuestra
versión inglesa no traduce esta palabra correctamente. El apóstol no dice: "pues
el día de Cristo está muy cerca", sino "pues el día de Cristo está presente, o ha
venido en realidad". La constante enseñanza de Pablo era que el día de Cristo
estaba muy cerca, y se habría contradicho a sí mismo si les hubiese dicho a los
cristianos de Tesalónica que aquel día no estaba cerca. Pero nada es más común
que encontrar a algunos de nuestros más respetados eruditos y críticos negando
que los apóstoles y los primeros cristianos esperaban la parusía en sus propios
días, basándose en la fuerza de una errónea traducción de esta palabra. Hasta una
autoridad tan eminente como Moses Stuart dice, en respuesta a Tholuck:
"Esta interpretación (o sea, el pronto advenimiento de Cristo) fue corregida,
formal y vigorosamente, en 2 Tes. 2. ¿No es suficiente que Pablo haya explicado
sus propias palabras? ¿Quién puede aventurarse sin peligro a darles un
significado diferente del que él les da?".
Así lo expresa también Albert Barnes:
"Si Pablo se refiere aquí a su epístola anterior - que podría entenderse fácilmente
como que enseñaba que el fin del mundo estaba cerca - tenemos la autoridad del
apóstol mismo de que él no se proponía enseñar tal cosa".
La más singular de todas es la explicación del Dr. Lange:
"La primera epístola [a los tesalonicenses] está impregnada del pensamiento
fundamental: "el Señor vendrá pronto"; la segunda, por el pensamiento: "el Señor
no vendrá pronto todavía". Ambas están de acuerdo con la verdad; porque, en la
primera parte, la pregunta concierne a la venida del Señor en su gobierno
dinámico en un sentido religioso; y, en la segunda parte, concierne a la venida del
Señor en un sentido definidamente histórico y cronológico".
¿Qué puede ser más arbitrario y caprichoso que una distinción como ésta? ¿Qué
puede ser más empírico que un tratamiento tal de la Escritura, por medio del cual
148
se le hace decir sí y no; afirmar y negar; declarar que un suceso está cercano y
distante, al mismo tiempo? ¿Quién pretendería interpretar la Escritura si ella
hablara un lenguaje tan ambiguo como éste?
El Dr. Manston, al comparar la fuerza de las palabras y [se acerca] (Sant. 5:8; 1
Ped. 4:17), observa:
LA APOSTASÍA
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En este momento, Pablo no se espacia en "la apostasía", sino que, habiéndola
mencionado simplemente como venidera, pasa a describir al "hombre de
pecado". Sin embargo, podemos referirnos aquí al hecho de que la "apostasía" no
era ninguna idea nueva para los discípulos de Cristo. El Salvador la había
predicho expresamente en su discurso profético, Mat. 24:10,12, y en alguna otra
parte Pablo da una descripción de la apostasía tan completa como la da aquí del
hombre de pecado. (Véase 1 Tim. 4:1-3; 2 Tim. 3:1-9). Sólo puede referirse a
aquella deserción de la fe tan claramente predicha por nuestro Señor, y descrita
por los apóstoles, como indicación de los "últimos días". Pero este tema será
considerado en su lugar adecuado.
EL HOMBRE DE PECADO
Al entrar en este campo de la investigación, es de la mayor importancia encontrar
algún principio que pueda guiarnos y dirigirnos en la investigación. Hallamos tal
principio en la consideración muy simple y obvia de que el apóstol se refiere aquí
a circunstancias que estaban al alcance de los mismos tesalonicenses. Si la
palabra del Señor declaró que la parusía misma, que fue precedida por el
desarrollo de la apostasía y la aparición del hombre de pecado, caía dentro del
período de la generación actual, se deduce que "la apostasía" y "el hombre de
pecado" estaban más cerca de ellos que la parusía. Por otro lado, si suponemos
que "la apostasía" y "el hombre de pecado" ocurren mucho más allá de la época
de los tesalonicenses, ¿de qué serviría darles explicaciones e información sobre
cuestiones que no eran para nada urgentes y que, de hecho, no les concernían en
absoluto? ¿No es obvio que, quienquiera pueda ser el hombre de pecado, debe ser
alguien con el cual tenían que ver el apóstol y sus lectores? ¿No está escribiendo
para hombres vivos acerca de asuntos en los cuales ellos están intensamente
interesados? ¿Por qué delinearía las características de este misterioso personaje
para los tesalonicenses si era alguien con el cual los tesalonicenses no tenían
nada que ver, del cual no tenían nada que temer, y que no sería revelado sino
después de siglos? Es claro que él habla de alguien cuya influencia ya estaba
comenzando a sentirse, y cuya furia inicua y anárquica estallaría antes de que
pasase mucho tiempo. Todo esto está en la superficie misma, y es obvio e
incuestionable. Pero esto no es todo. Parece seguro que los tesalonicenses no
ignoraban a qué persona se llamaba hombre de pecado. No era la primera vez que
el apóstol les hablaba del tema. Dice: "¿No os acordáis que cuando yo estaba
todavía con vosotros, os decía esto? Y ahora vosotros sabéis lo que lo detiene, a
fin de que a su debido tiempo se manifieste". Este lenguaje indica claramente que
el apóstol y sus lectores estaban bien familiarizados con el nombre "hombre de
pecado" y sabían a quién se le designaba así. Siendo esto así, y parece
incuestionable, el área de investigación se contrae grandemente, y las
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probabilidades de descubrimiento aumentan proporcionalmente. Aquello de lo
que los tesalonicenses habían "hablado", lo que habían "recordado" y"sabían",
debe haber sido algo de interés vivo y presente; resumiendo, debe haber
pertenecido a la historia contemporánea.
Pero, ¿por qué no habla el apóstol francamente? ¿Por qué esta reserva y esta
reticencia al sugerir oscuramente lo que no menciona por nombre? No era por
ignorancia; no podría ser por afectar misterio. Debe haber habido alguna
poderosa razón para esta extrema cautela. No hay duda; pero, ¿de qué naturaleza?
¿Por qué acostumbraba, como él dice, hablar tan francamente sobre el tema en
privado, y luego escribir tan oscuramente en su epístola? Obviamente, porque
era peligroso ser más explícito. Por una parte, una indicación era suficiente, pues
todos podían entender su significado; por la otra, hacer más que una indicación
era peligroso, porque nombrar a una persona podría haberles comprometido, a él
y a ellos.
Entonces, ¿de qué dirección podría venir el peligro de usar una libertad de
expresión demasiado grande? Sólo había dos direcciones de las cuales los
cristianos de la era apostólica tenían justa causa para sentir aprensión -- el
fanatismo de los judíos y los ccelos de los romanos. Hasta ahora, el evangelio
había sufrido mayormente de los primeros; por todas partes, los judíos eran los
instigadores de "agitar a los gentiles contra los hermanos". Pero el poder de
Roma era celoso, y los judíos sabían bien cómo despertar esos celos; en la misma
Tesalónica, habían levantado el clamor: "Todos éstos se oponen a los decretos de
César". ¿Cuál de estas causas, pues, puede haber sellado los labios del apóstol?
Temor de los judíos, no, pues nada que él pudiera decir probablemente volvería
más encarnizada su hostilidad; ni tenían los judíos ninguna autoridad civil directa
con la cual perjudicar la causa cristiana. Llegamos a la conclusión, pues, de que
era del poder romano del que el apóstol percibía peligro, y que su reticencia era
ocasionada por el deseo de no involucrar a los tesalonicenses en la sospecha de
descontento y sedición.
Volvamos ahora a la descripción del "hombre de pecado" que da el apóstol, y
tratemos de descubrir, si es posible, si había algún individuo vivo entonces en el
Imperio Romano al cual se le pudiese aplicar.
1. La descripción requiere que busquemos, no un sistema o una abstracción, sino
un individuo, un "hombre".
4. Es pagano, no judío.
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5. Reclama para sí nombres, prerrogativas, y culto divinos.
10. El estorbo era una persona; era conocida para los tesalonicenses; y pronto
sería quitada de en medio.
Con estas marcas distintivas en nuestras manos, ¿puede haber alguna dificultad al
identificar a la persona en la cual se encuentran todas estas marcas? ¿Había tres
hombres en el Imperio Romano que respondían a esta descripción? ¿Había dos?
Seguramente no. Pero había uno, y sólo uno. Cuando el apóstol escribió, estaba
en los escalones del trono imperial -- poco más, y se sentaba sobre el trono del
mundo. Es NERÓN, el primero de los emperadores perseguidores; el violador de
todas las leyes, humanas y divinas; el monstruo cuya crueldad y cuyos crímenes
le dan derecho a ser llamado "el hombre de pecado".
En seguida será evidente para todos los lectores que todas las características de
este espantoso retrato pertenecen a Nerón; pero es notable cuán exacta es la
correspondencia, especialmente en los detalles que son más recónditos y oscuros.
Es un individuo -- una persona pública -- que ostenta el rango más alto en el
estado; es pagano, no judío; es un monstruo de maldad, que pisotea todas las
leyes. Pero, cuán notables son las indicaciones que apuntan hacia Nerón en el año
en que esta epístola se escribió, digamos el año 52 o el año 53 D. C. En ese
tiempo Nerón no se había "manifestado" todavía; su verdadero carácter no había
sido revelado; todavía no había accedido al Imperio. Claudio, su padrastro, vivía,
y le estorbaba al hijo de Agripina. Pero ese obstáculo fue pronto eliminado. En
menos de un año, probablemente, después de que la epístola de Pablo fue
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recibida por los tesalonicenses, Claudio fue "quitado de en medio", víctima de la
letal costumbre de la infame Agripina, y siendo su hijo también cómplice del
asesinato, según Suetonio. Pero el "misterio de iniquidad ya estaba en
operación"; la influencia de Nerón debe haber sido poderosa en los últimos días
del desdichado Claudio; probablemente ya se estaban fraguando los mismos
complots que prepararon el camino para el ascenso al trono por parte de los
asesinos. Algunos meses más tarde verían el advenimiento al trono del mundo
por parte de un bellaco cuyo nombre ha quedado en la picota de la eterna infamia
como el más brutal de los tiranos y el más vil de los hombres.
Las restantes notas de la descripción no son menos fieles al original. El reclamar
honores divinos; el oponerse y exaltarse por encima de todo lo que se llama Dios
o es objeto de culto; el sentarse en el templo de Dios, haciéndose pasar por Dios;
todos son distintivos de Nerón.
En realidad, el asumir prerrogativas divinas era común a todos los emperadores
romanos. "Divus", dios, se inscribía en sus monedas y estatuas. Podría decirse
que el Emperador "se exaltaba por encima de todo lo que se llama Dios, o es
objeto de culto", monopolizando para sí todo culto. Este hecho es puesto en
resaltado en las siguientes observaciones de Dean Howson:
"En aquel tiempo, la imagen del Emperador era objeto de reverencia religiosa;
era una deidad en la tierra; y el culto que se le rendía era un culto verdadero. Es
un pensamiento notable que, en aquellos tiempos, (haciendo a un lado formas
decadentes de religión), los únicos dos cultos legítimos en el mundo civilizado
eran el culto a Tiberio o a Nerón por una parte, y el culto a Cristo, por la otra".
El intento de Calígula de erigir su estatua en el templo de Dios en Jerusalén había
llevado a los judíos al borde de la rebelión, y es posible que este hecho pueda
haber dado su forma peculiar a la descripción del apóstol. Ciertamente le sugirió
a Grocio que Calígula debía ser la persona que se tenía la intención de
representar; pero la fecha de la epístola hace insostenible esta opinión. Nerón, sin
embargo, no era menos que ninguno de sus predecesores en su impía asunción de
prerrogativas divinas. Dio Casio nos informa que, cuando regresó victorioso de
los juegos griegos, entró a Roma en triunfo, y fue aclamado con expresiones
como éstas: "¡Nerón, el Hércules! ¡Nerón, el Apolo! ¡Augusto! ¡Augusto! ¡Voz
sagrada! ¡Eterno!" En todo esto, vemos suficiente evidencia de la asunción de la
asunción de honores divinos por parte de Nerón.
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12:13-15. En esta etapa de la investigación, sin embargo, no sería deseable entrar
en esa región de simbolismo, aunque echaremos mano plenamente de esta ayuda
en el momento oportuno.
Además, "el hombre de pecado" está condenado a perecer. Es el "hijo
de perdición", un nombre que lleva en común con Judas, e indica la certeza y lo
completo de su destrucción. "El Señor le matará con el espíritu de su boca, y
destruirá con el resplandor de su venida". En esta significativa expresión,
tenemos una nota del tiempo en que el hombre de pecado está destinado a
perecer, marcado con singular exactitud. Es la venida del Señor, la parusía, la que
ha de ser la señal de su destrucción; no todo el esplendor de ese suceso, tanto
como la primera apariencia o alborada de él. Alford (siguiendo a Bengel) señala
muy correctamente que la traducción "resplandor de su venida" debe ser la
"apariencia de su venida", y cita la sublime expresión de Milton: "Su venida
resplandeció desde lejos". Bengel, con fina discriminación, observa: "Aquí la
apariencia de su venida, o, en todo caso, los primeros destellos de su venida,
ocurren antes de la venida misma". Evidentemente, esto implica que el hombre
de pecado estaba destinado a perecer, no en la llamarada de la parusía, sino en el
primer esbozo o comienzo. Ahora, ¿qué encontramos en realidad? Recordando
cómo está conectada la parusía con la destrucción de Jerusalén, encontramos que
la muerte de Nerón precedió al suceso. Tuvo lugar en el mes de junio del año 68
D.C., en medio de la guerra judía que terminó en la captura y la destrucción de la
ciudad y el templo. Podría, por lo tanto, decirse justamente que "la apariencia, o
alborada, de la parusía" [] fue la señal de la destrucción del tirano.
No se sigue que la muerte de Nerón sería causada por un agente sobrenatural
inmediato porque se dice que "el Señor le matará con el espíritu de su boca", etc.
Herodes Agripa fue herido por el ángel del Señor, pero esto no excluye la
operación de causas naturales: "fue comido de gusanos, y expiró" (Hech. 12:23).
De la misma manera, Nerón fue alcanzado por el juicio divino, aunque recibió su
golpe de muerte de la espada del asesino, o por su propia mano.
Finalmente, es apenas necesario probar el título de Nerón con la denominación
de "hombre de pecado". Se observará que es el libertinaje de su carácter personal
lo que lo sella con este epíteto distintivo, como si fuera la personificación y la
representación mismas del vicio. Tal, de hecho, es Nerón, cuyo nombre se ha
convertido en sinónimo de todo lo que es bajo, cruel, y vil; el mayor en rango y
el más bajo en carácter en el mundo romano: un monstruo de maldad aun entre
los paganos, que no se andaban con remilgos morales y estaban familiarizados
con la más corrupta sociedad sobre la faz de la tierra. La siguiente descripción
gráfica del carácter de Nerón ha sido tomada de Conybeare y Howson:
"Desde este distinguido estrado preside el representante de la más poderosa
monarquía que jamás existió -- el gobernante absoluto de todo el mundo
ccivilizado. Pero la reverente admiración que su posición sugería naturalmente se
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transformó en desprecio y aborrecimiento hacia el carácter del soberano que
ahora presidía aquel supremo tribunal. Porque Nerón era un hombre a quien ni
siquiera el terrible atributo de "poder igual a los dioses" podía hacer augusto,
excepto en el título. El temor y el horror que despertaban su omnipotencia y su
crueldad se mezclaban con el desprecio por su innoble sed de alabanza y su
desvergonzado libertinaje. Todavía no se había hundido en aquella extravagancia
de la tiranía que, en un período posterior, agotó la paciencia de sus súbditos y
causó su destrucción. Hasta ahora sus medidas públicas habían estado guiadas
por sabios consejeros, y su crueldad había perjudicado a su propia familia más
bien que al estado. Pero ya, a la edad de veinticinco años, había asesinado a su
inocente esposa y a su hermano adoptivo, y se había teñido las manos con la
sangre de su madre. Sin embargo, aun estas enormidades parecen haber asqueado
a los romanos menos que el haber prostituído la púrpura imperial tocando
públicamente como músico en escena y como auriga en el circo. Su degradante
falta de dignidad y su insaciable apetito por el aplauso vulgar arrancaba lágrimas
de sus consejeros y los siervos de su casa, que le veían asesinar sin
remordimiento a sus parientes más cercanos".
Pero hay probablemente otra razón para que Nerón haya sido marcado con este
epíteto. El nombre "hombre de pecado" no era desconocido en la historia hebrea.
Ya se le había aplicado a alguien que, no sólo era un monstruo de crueldad e
impiedad, sino también un encarnizado enemigo y perseguidor del pueblo judío.
No habría sido posible pronunciar un nombre más odioso a oídos judíos que el
de Antíoco Epífanes. Fue el Nerón de su época, el inveterado enemigo de Israel,
el profanador del templo, el sanguinario perseguidor del pueblo de Dios. En el
libro primero de los Macabeos, encontramos el nombre "el hombre pecador" []
dado a Antíoco (1 Mac. 2:48,62), y parece muy probable que el personaje que
nos ocupa estaba destinado a sufrir una suerte similar a la de Antíoco, el
implacable tirano y perseguidor que se convirtió en monumento a la ira de Dios.
Pero puede que se haga la pregunta: ¿Por qué preocuparía tanto al apóstol y a los
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cristianos de Tesalónica la revelación de Nerón en su verdadero carácter? No hay
que ir lejos para encontrar la respuesta. Era la ferocidad de este monstruo inicuo
que primero desató todo el poder de Roma para aplastar y destruir el nombre de
cristiano. Fue por medio de él que se derramarían torrentes de sangre inocente y
se infligirían las más intensas torturas a inofensivos cristianos. Fue ante este
sanguinario tribunal que Pablo habría de comparecer y suplicar por su vida, y
fueron los labios de este tribunal que habrían de proferir la sentencia que le
condenaba a una muerte violenta. Pero, más que esto, fue bajo Nerón, y por
órdenes suyas, que se inició la guerra final de los judíos, y que se abrió el
capítulo más oscuro en los anales de Israel, un capítulo que terminó con el sitio y
la captura de Jerusalén, la destrucción del templo, y la extinción del sistema
nacional. Esta era la consumación predicha por nuestro Señor como "el fin del
tiempo" [] y la "venida de su reino". La revelación del hombre de pecado, pues,
como antecedente de la parusía, era una cuestión que concernía profundamente a
todos y cada uno de los discípulos cristianos.
Ahora podemos entender por qué el apóstol usó tanta cautela al escribir sobre un
tema como éste. No fue porque prefería la oscuridad de un oráculo, sino por
motivos prudenciales de la naturaleza más inteligible. Había en Tesalónica
muchos ojos fisgones y muchas lenguas calumniadoras, que sólo esperaban una
oportunidad para denunciar a los cristianos como hombres desafectos y
sediciosos, secretos maquinadores contra la autoridad de César. Escribir
abiertamente sobre estos temas sería indiscreto y peligroso en el más alto grado.
Ni era necesario, porque ellos habían discutido estos asuntos antes en más de una
conversación en privado. "¿No os acordáis", pregunta, "que cuando yo estaba
todavía con vosotros, os decía esto?". Más que atisbos eran innecesarios para los
tesalonicenses, porque ellos tenían una clave de lo que él quería decir, una clave
que los lectores subsiguientes no tenían. Ni hay que asombrarse mucho si la
oscuridad ha rodeado la enseñanza del apóstol sobre este tema. Sucesos que para
los contemporáneos están llenos de intenso interés, a menudo no sólo carecen de
interés sino que se vuelven ininteligibles para la posteridad. Y sin embargo, es un
poco extraño que la muy obvia referencia a la historia contemporánea, y a Nerón,
haya sido pasada por alto de modo tan general. Esta es la más antigua
interpretación del pasaje en relación con el hombre de pecado. Crisóstomo,
comentando el misterio de inquidad, dice: "Él (Pablo) habla aquí de Nerón como
tipo del anticristo; porque él también deseaba ser considerado dios". A esta
opinión se refieren también Agustín, Teodoreto, y otros. Bengel, refiriéndose al
obstáculo contra la manifestación del hombre de pecado, dice: "Los antiguos
creían que Claudio era este obstáculo: de aquí que parezca que ellos consideraban
a Nerón, el sucesor de Claudio, el hombre de pecado. Moses Stuart ha reunido a
gran número de autoridades para identificar a Nerón como el hombre de pecado.
Stuart observa: "La idea de que Nerón era el hombre de pecado mencionado por
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Pablo, y el anticristo mencionado tan a menudo en las epístolas de Juan,
prevaleció extensamente y por mucho tiempo en la iglesia primitiva". Y
nuevamente: "Agustín dice: '¿Qué significa la declaración de que el misterio de
iniquidad ya está en operación? ... Algunos suponen que esto se refiere al
emperador romano, y que, por lo tanto, Pablo no hablaba en palabras sencillas
porque no deseaba incurrir en la acusación de calumnia por haber hablado mal
del emperador romano: aunque siempre esperaba que lo que había dicho se
entendiera como que se aplicaba a Nerón".
Consideramos como un hecho de peculiar importancia el que se haya descubierto
que una conclusión a la que se ha llegado con un fundamento bastante
independiente tiene la aprobación de algunos de los más importantes nombres
ded la antigüedad. Sin embargo, no estamos dispuestos en absoluto a hacer
descansar esta interpretación en autoridades externas; nos sentimos inclinados a
creer que la evidencia interna a favor de la identificación de Nerón como el
hombre de pecado casi equivale, si no equivale completamente, a una
demostración. Pero, todavía tenemos que ocuparnos de la confirmación de este
hecho, proporcionada por el Apocalipsis, que creemos convencerá a cada mente
sincera.
Sería incorrecto pasar adelante de la consideración de este pasaje profundamente
interesante sin hacer algunas observaciones sobre lo que puede llamarse la
interpretación protestante popular, que encuentra aquí el surgimiento y el
desarrollo del papado e identifica al Papa como el hombre de pecado. En muchos
respectos, esta interpretación es tan plausible, y los puntos de correspondencia
son tan numerosos, que no es sorprendente que haya encontrado favor quizás con
la mayoría de los comentaristas. Hay cierta semejanza familiar entre todos los
sistemas de superstición y tiranía, que hace probable que algunas de las
características que distinguen a uno pueden ser encontrados en todos. Pero pocos
expositores de algún peso argumentan actualmente que todas las notas
descriptivas del hombre de pecado se han de encontrar en el Papa. Dean Alford
observa con razón:
"En la característica del ver. 4, el Papa no cumple la profecía, y nunca la
cumplió. Haciendo lugar para todas las notables coincidencias con la última parte
del versículo que se han aducido tan abundantemente, no se puede jamás
demostrar que él cumple la primera parte; tan lejos está él de ello, que la
adoración abyecta y la sumisión a él nunca han sido una de sus más notables
peculiaridades. La segunda objeción, de carácter externo e histórico, es aún más
decisiva. Si el papado es el anticristo, entonces la manifestación ha ocurrido y ha
durado casi mil quinientos años; y sin embargo, no ha llegado todavía el día del
Señor que, en términos de nuestra profecía, debe ser precedido inmediatamente
por tales manifestaciones".
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LA PARUSÍA EN LAS EPÍSTOLAS APOSTÓLICAS
LA PARUSÍA EN LAS EPÍSTOLAS A LOS CORINTIOS
Se cree que las dos epístolas a la iglesia de Corinto fueron escritas en el mismo
año (57 D. C.). El contenido es más variado que el de las Epístolas a los
Tesalonicenses, pero encontramos muchas alusiones a la esperada venida del
Señor. Esa era la consumación a la cual, según Pablo, se apresuraban todas las
cosas, y la que esperaban ansiosos todos los cristianos. Está representada como el
día decisivo en que todas las dudas y dificultades del presente se resolverían y
todas sus injusticias serían corregidas. Que este gran acontecimiento era
considerado por el apóstol como inminente queda implícito en cada alusión al
tema, mientras que en varios pasajes se afirma expresamente en otras tantas
palabras.
159
correcto de los primeros cristianos. Se le reveló que no vería muerte sino hasta
que hubiese visto al ungido del Señor; esperaba, pues, "la consolación de Israel".
De la misma manera, se les reveló a los cristianos de la era apostólica que la
parusía tendría lugar en sus propios días; el Señor había asegurado este hecho
claramente, una y otra vez, a sus discípulos. Así que ellos acariciaban esta
esperanza de vivir para ver el día anhelado, y tanto más a causa de los
sufrimientos y las persecuciones a que estaban expuestos. Como los
tesalonicenses, consideraban la muerte como una calamidad, porque parecía
frustrar la esperanza de ver al Señor "viniendo en su reino". Deseaban estar
"vivos y quedar hasta la venida del Señor". Bilroth observa: "La [revelación] se
refiere al advenimiento visible de Cristo, un suceso que Pablo y los creyentes de
aquellos días se imaginaban que tendría lugar dentro del término de una vida
ordinaria, de modo que muchos de ellos estarían vivos cuando esto ocurriese.
Aquí Pablo alaba a los corintios por esperarlo". Evidentemente, el crítico
considera esta opinión como un engaño. Pero, ¿de dónde derivaban esta
esperanza los cristianos primitivos? ¿No era de la enseñanza de los apóstoles y de
las palabras de Cristo? Decir que era una opinión errada es asestar un golpe a la
autoridad de los apóstoles como informantes dignos de confianza de las palabras
de Cristo y de los exponentes competentes de su doctrina. Si pudieron
equivocarse tan flagrantemente en un hecho sencillo, ¿qué confianza puede
tenérseles a sus enseñanzas relativas a las cuestiones más difíciles de doctrinas y
deberes?
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diferentes, sino a un suceso específico, no muy distante, la parusía, o la venida
del Señor Jesucristo.
No menos definida es la frase "el día de nuestro Señor", etc. Las alusiones a este
período en los escritos apostólicos son muy frecuentes, y todas apuntan a una
gran crisis que se aproximaba rápidamente, el día de redención y recompensa
para el sufriente pueblo de Dios, el día de retribución e ira para los enemigos y
perseguidores de Dios.
1 Cor. 3:13.- "La obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará,
pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno, sea cual sea, el fuego la
probará".
En este pasaje, hay nuevamente una clara alusión al "día de Señor" como un día
de discriminación entre el bien y el mal, entre lo precioso y lo vil. El apóstol se
compara a sí mismo y compara a sus compañeros obreros al servicio de Dios con
trabajadores empleados en la construcción de un gran edificio. Ese edificio es la
iglesia de Dios, cuyo único fundamento es Cristo Jesús, fundamento que él (el
apóstol) había echado en Corinto. Luego advierte a cada obrero que debe mirar
bien la clase de material con el cual él construyó sobre ese único fundamento: es
decir, qué clase de individuos introdujo en la comunidad de la iglesia de Dios.
Venía el día que sometería a prueba la calidad de la obra de cada uno: debía pasar
por una prueba ardiente; y en ese abrasador escrutinio, los frágiles y los inútiles
tendrían que perecer, mientras que los buenos y los leales permanecerían
incólumes. El constructor imprudente podría ciertamente escapar, pero su obra
sería destruída, y él perdería la recompensa de la cual habría podido disfrutar si
hubiese construido con mejores materiales.
No puede haber ninguna duda acerca de a qué día se hace referencia aquí. Es el
día de Cristo, la parusía. Se dice que esto será revelado "por el fuego", y surge la
pregunta: ¿Es la expresión literal o metafórica? Se notará que el pasaje entero es
figurado: el edificio, los constructores, los materiales; podemos concluir, por lo
tanto, que el fuego es figurado también. Las cualidades morales no son probadas
de la misma manera que las substancias materiales. El apóstol enseña que se
acerca un escrutinio material de la obra de la vida del obrero cristiano. El "que
tiene ojos como llama de fuego" viene para "escudriñar la mente y los corazones,
y dar a cada uno según sus obras" (Apoc. 2:18,23). ¿Cuán claramente se conectan
estas representaciones del "día del Señor" con las palabras proféticas de
Malaquías: "¿Quién podrá soportar el tiempo de su venida? Porque él es como
fuego purificador". "Porque he aquí viene el día ardiente como un horno, y todos
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los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa" (Mal. 3:2,3; 4:1). De
manera semejante, Juan el Bautista representa el día de la venida de Cristo como
"revelado en fuego", "quemará la paja en fuego que nunca se apagará" (Mat.
3:12). Véase también 2 Tesa. 1:7, 8, etc.
Pero, si alguno estuviese dispuesto a sostener que aquí el fuego no es
enteramente metafórico, un caso que no es improbable podría construirse
fácilmente. En el punto central donde esa revelación tuvo lugar, la ciudad y el
templo de Jerusalén, la parusía estuvo acompañada de fuego muy literal. En
aquel horno ardiente en que pereció todo lo que era de lo más venerable y
sagrado en el judaísmo, los hombres pudieron ver muy bien el cumplimiento de
las palabras del apóstol: "aquel día será revelado con fuego".
Entonces, puesto que la parusía coincide en un punto del tiempo con la
destrucción de Jerusalén, se sigue que el período de zarandeo y prueba al que se
alude aquí - el día que será revelado en fuego - es también contemporáneo con
aquel suceso. De lo contrario, por la hipótesis de que este día todavía no ha
llegado, somos llevados a la conclusión de que "la prueba de la obra de cada uno"
no ha tenido lugar todavía; que ningún juicio se ha pronunciado todavía sobre la
obra de Apolos, Cefas, o Pablo, o de sus compañeros obreros; todavía hay que
establecer con qué clase de material construyó cada uno el templo de Dios; que
los obreros no han recibido su recompensa todavía. Porque el gran día de prueba
no ha llegado todavía, y el fuego no ha probado la obra de cada uno para saberse
de qué clase es. Pero esto es reductio ad absurdum, y demuestra que tal hipótesis
es insostenible.
EL CARÁCTER JUDICIALDEL
DÍA DEL SEÑOR
1 Cor. 4:5. "Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor,
el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones
de los corazones; y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios".
1 Cor. 5:5. "A fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor".
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consideración misma de que el día ha llegado lo que constituye la razón para la
paciencia ahora.
CERCANÍA DE LA CONSUMACIÓN
QUE SE APROXIMA
1 Cor. 7:29-31. "Pero esto digo, hermanos: que el tiempo es corto; resta, pues,
que los que tienen esposa sean como si no la tuviesen; y los que lloran, como si
no llorasen; y los que se alegran, como si no se alegrasen; y los que compran,
como si no poseyesen; y los que disfrutan de este mundo, como si no lo
disfrutasen; porque la apariencia de este mundo se pasa".
Ninguna palabra podría mostrar más claramente la profunda impresión en la
mente del apóstol de que una gran crisis estaba cerca, una crisis que afectaría
profundamente todas las relaciones de la vida y todas las posesiones de este
mundo. Este lenguaje, como se hablaba en aquel tiempo, tenía una importancia
muy diferente de la que tiene en estos tiempos. Estas no son las trivialidades
ordinarias acerca de la brevedad del tiempo y la vanidad del mundo, los clásicos
temas comunes de moralistas y teólogos. El tiempo es siempre corto, y el mundo
siempre es vano; pero hay un énfasis y una urgencia en la afirmación del apóstol
que implican una especialidad en el tiempo que entonces era presente; él sabía
que ellos estaban al borde de una gran catástrofe, y que todos los intereses y
todas las posesiones terrenales eran de una duración ligera e incierta. No es
necesario preguntar cuál era aquella catástrofe que se esperaba. Era la venida del
día del Señor a la que ya se ha aludido, y cuya cercana aproximación está
implícita en todas sus exhortaciones. Alford expresa correctamente la fuerza de la
expresión: "el tiempo es corto", es decir, "el intervalo entre ahora y la venida del
Señor ha llegado a un período extremadamente acortado". Pero,
desafortunadamente, sigue adelante y trata la opinión de Pablo como un error:
"Desde que él escribió, el desarrollo de la providencia de Dios nos ha enseñado
más acerca del intervalo entre la venida del Señor que lo que se le dejó ver aun a
un apóstol inspirado". Cuál podría ser la opinión privada de Pablo con respecto a
163
la fecha de la parusía, o qué ocurriría cuando llegase, no lo sabemos, y sería inútil
especular; pero tenemos derecho a concluir que, en su enseñanza oficial (salvo
cuando declara directamente que expresa su propia opinión), él era el órgano de
expresión de una inteligencia mayor que la suya. En realidad, no somos
competentes para decir hasta dónde pueda haberse extendido el impacto de la
tremenda convulsión que tuvo lugar al "fin del siglo", pero cada uno puede ver
que las exhortaciones del apóstol habrían sido peculiarmente apropiadas dentro
de los límites de Palestina. Al proseguir esta investigación, el área afectada por la
parusía parece crecer y expandirse; es más que una crisis nacional: se convierte
en una crisis ecuménica. Ciertamente debemos inferir de la representación de los
apóstoles, así como de los dichos del Maestro, que la parusía tenía un significado
para los cristianos en todas partes, ya sea dentro o fuera de los confines de Judea.
Es más correcto preguntar acerca de la verdadera importancia de la doctrina de
los apóstoles sobre este tema, que suponer que estaban errados e inventar excusas
para su error. Si es un error, es común a la totalidad de la enseñanza del Nuevo
Testamento, y nos encontraremos con él en los escritos de Pedro y de Juan, pues
ellos, no menos que Pablo, declaran que "el fin de todas las cosas se acerca", y
que "el mundo pasa y sus deseos" (1 Pedro 4:7; 1 Juan 2:17).
1 Cor. 10:11. "Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para
amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos" [a
quienes han llegado los fines de los siglos].
La frase "los fines de los siglos" [] equivale a "el fin del siglo" [], y a "el fin" [].
Todas se refieren al mismo período, es decir, el fin de la era, o dispensación,
judía, que ahora se acercaba. Se observará que, en este capítulo, Pablo junta
algunos de los incidentes históricos que tuvieron lugar al comienzo de aquella
dispensación, pues servían de advertencia para los que vivían cerca de su
terminación. Evidentemente, Pablo consideraba la historia primitiva de la
dispensación, especialmente por cuanto era sobrenatural, como de carácter típico
y educativo. "Estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para
amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos". Esto
no sólo afirma el carácter típico de la economía judía, sino que demuestra que el
apóstol la consideraba a punto de expirar.
Conybeare y Howson tienen la siguiente nota sobre este pasaje: "La venida de
Cristo era "el fin de las edades", es decir, el comienzo de un nuevo período de en
la existencia del mundo. Así que, casi la misma frase se usa en Hebreos 9:26.
Una expresión similar ocurre cinco veces en Mateo, significando la venida de
164
Cristo a juicio". Esta nota no distingue con exactitud cuál venida de Cristo era el
fin del siglo. Es la parusía, la segunda venida, la que es siempre representada así.
Se creyó que ese suceso, pues, estaba cerca cuando se declaró que el fin del siglo,
o de los siglos, había llegado.
Se dice a veces que el período entero entre la encarnación y el fin del mundo es
considerado en el Nuevo Testamento como "el fin del siglo". Pero esto tiene una
manifiesta incongruencia en el frente mismo. ¿Cómo podría ser el fin de un
período ser de larga y prolongada duración? Especialmente, ¿cómo podría ser el
fin mayor que el período del cual es el fin? Ha transcurrido ya más tiempo desde
la encarnación que el transcurrido desde el momento en que se dio la ley hasta la
primera venida de Cristo; de modo que, según esta hipótesis, el fin del siglo es
mucho más largo que el siglo mismo. A tales paradojas son conducidos los
intérpretes por una falsa teoría. Pero, así como en una teoría verdadera en la
ciencia, cada hecho encaja fácilmente en su lugar, y apoya a todo el resto, así
también en una teoría verdadera de interpretación cada pasaje encuentra una fácil
solución. y contribuye con su parte a sostener la corrección del principio general.
..........
165
1 Cor. 15:22-28. "Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo
todos serán vivificados. Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias;
luego los que son de Cristo, en su venida. Luego el fin, cuando entregue el reino
al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia.
Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo
de sus pies. Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte. Porque todas
las cosas las sujetó debajo de sus pies. Y cuando dice que todas las cosas han
sido sujetadas a él, claramente se exceptúa aquél que sujetó a él todas las cosas.
Pero luego que todas las cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo
se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos".
Si bien no cae dentro del ámbito de esta investigación entrar en una exposición
detallada de pasajes que no afectan directamente la cuestión de la parusía, parece
necesario que nos refiramos al estado de opinión en la iglesia de Corinto que dio
ocasión al argumento y la amonestación de Pablo. La resurrección de Cristo
Jesús de entre los muertos es uno de los grandes testimonios de la verdad del
cristianismo mismo. Si esto es verdad, todo es verdad; si es falso, la estructura
entera cae al suelo. En el breve resumen de las verdades fundamentales del
evangelio, resumen que fue dado por el apóstol al comienzo de este capítulo, se
hizo énfasis especial en el hecho de la resurrección de Cristo, y en la evidencia en
la cual descansaba. Era "según las Escrituras". Fue confirmada por el positivo
testimonio de testigos presenciales: "Y apareció a Cefas, y después a los doce.
Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez", la mayoría de los
cuales estaban vivos todavía cuando el apóstol escribió. Después de eso, fue visto
por Jacobo; luego, por todos los apóstoles. "Y al último de todos, me apareció a
mí". El énfasis puesto en la palabra apareció no puede dejar de ser subrayada. La
evidencia es irresistible; es demostración ocular, testificada, no por uno, ni por
dos, sino por una multitud de testigos, hombres que no mentirían, y que no
podían ser engañados.
Y, sin embargo, parece que había algunos corintios que decían que "no hay
resurrección de los muertos". Nos parece incomprensible cómo una negación tal
podía ser compatible con un discipulado cristiano. No se dice, sin embargo, que
ellos cuestionaban el hecho de la resurrección de Cristo, aunque el apóstol
muestra que los principios de ellos conducían a esa conclusión. Su argumento
para ellos es un reductio ad absurdum. Los pone en un estado de negación en
blanco, en el cual no hay ningún Cristo, ningún cristianismo, ninguna veracidad
apostólica, ninguna vida futura, ninguna salvación, ninguna esperanza. Han
cavado el terreno bajo sus propios pies, y se han quedado sin un Salvador, en
tinieblas y en desesperación.
Pero, como hemos dicho, ellos no parecen haber negado el hecho de la
resurrección de Cristo; por el contrario, éste es el argumento pr medio del cual el
166
apóstol les convence de que su posición es absurda. Si no hubiesen admitido esto,
el argumento del apóstol no habría tenido ningún poder, ni habrían podido ser
considerados creyentes cristianos en absoluto.
Las epístolas a los tesalonicenses, sin embargo, arrojan alguna luz sobre este
extraño escepticismo. Una opinión no muy diferente parece haber prevalecido en
Tesalónica. Así, por lo menos, lo inferimos de 1 Tesa. 4:13, etc. Se habían
entregado a la desesperación a causa de la muerte de algunos de sus amigos antes
de la venida del Señor. Parecen haber considerado esto como una calamidad que
excluía a los fallecidos de una participación en las bendiciones que esperaban a la
revelación de Cristo Jesús. El apóstol calma sus temores y corrige sus errores
declarando que los santos que han partido no sufrirán ninguna desventaja, sino
que serán levantados otra vez a la venida de Cristo, y entrarán, junto con los
vivos, en la presencia y el gozo del Señor.
Esto muestra que había dudas sobre la resurrección de los muertos en la iglesia
de Tesalónica, así como en la de Corinto; y es muy probable que estas dudas
fueran de la misma naturaleza en ambas iglesias. El ansioso deseo de todos los
cristianos era estar vivos a la venida del Señor. La muerte, pues, era considerada
una calamidad. Pero no habría sido una calamidad si hubiesen estado conscientes
de que habría una resurrección de los muertos. Esta era la verdad que, o no
sabían, o no creían. Pablo trata la duda en Tesalónica como ignorancia, en
Corinto como error; y es muy probable que, entre una gente tan engreída y tan
pragmática como los corintios, esta opinión asumiera una forma más decidida y
más peligrosa. Puede observarse también que el apóstol trata el caso de los
tesalonicenses con mucho del mismo razonamiento con que trata el de los
corintios, es decir, con una apelación al hecho de la resurrección de Cristo: "Si
creemos que Cristo murió y resucitó", etc. (1 Tes. 4:14). Ambos casos, pues, son
muy similares, si no precisamente paralelos. Podemos imaginar fácilmente que,
para los primeros cristianos, que a menudo sufrían encarnizada persecución, y
que observaban ávidamente esperando la venida del Señor, debe haber sido un
doloroso chasco ser arrebatados por la muerte antes del cumplimiento de sus
esperanzas. Añádase a esto la dificultad que la idea de la resurrección de los
muertos presentaría naturalmente a los conversos gentiles (1 Cor. 15:35). Era una
doctrina de la cual se burlaban los filósofos de Atenas; que hizo exclamar a
Festo: "Estás loco, Pablo", y que los científicos de aquel tiempo declararon
absurda, una cosa "imposible hasta para Dios".
Hasta aquí la probable naturaleza y el probable origen de este error de los
corintios. Al combatirlo, el apóstol atribuye la gloriosa bienaventuranza de la
resurrección a la interposición mediadora de Cristo. Es parte de los beneficios
que surgen de la obra redentora. Así como el primer Adán trajo la muerte, el
segundo Adán trae la vida; y, como garantía de la resurrección de su pueblo, Él
167
mismo resucitó de entre los muertos, y se convirtió en las primicias de la gran
cosecha de la tumba.
Pero hay un debido orden y una debida sucesión en esta nueva vida del futuro.
Así como las primicias preceden y predicen la cosecha, la resurrección de Cristo
precede y garantiza la resurrección de su pueblo. "Cristo, las primicias, luego los
que son de Cristo EN SU VENIDA".
Esta es una declaración de lo más importante, y afirma sin ambigüedades lo que
es, de hecho, la enseñanza uniforme del Nuevo Testamento, de que la parusía
debía ser seguida inmediatamente por la resurrección de los muertos durmientes.
Él viene "para despertar a los que duermen". La primera epístola a los
tesalonicenses proporciona el hiato que el apóstol deja aquí: "Porque el Señor
mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios,
descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros
los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con
ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el
Señor" (1 Tes. 4:16,17).
En el pasaje que tenemos delante, el apóstol no entra en esos detalles; argumenta
a favor de la resurrección, y se detiene bruscamente en ese punto en cuanto al
presente, añadiendo sólo las significativas palabras: "Luego el fin" [], como
diciendo: "Este es el fin"; "Hecho está"; "El misterio de Dios está consumado".
Pero podemos aventurarnos a preguntar: "¿Qué es este fin?" No es un término
nuevo, sino una frase familiar con la cual nos hemos encontrado a menudo antes,
y con la cual nos encontraremos a menudo nuevamente. Si regresamos al
discurso profético de nuestro Señor, encontramos casi las mismas significativas
palabras: "Entonces vendrá el fin" [] (Mat. 24:14), y ellas nos proporcionan la
clave del significado aquí. Contestando la pregunta de los discípulos: "Dinos,
¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del mundo?",
nuestro Señor especifica ciertas señales, como la persecución y el martirio de
algunos de los discípulos mismos; el enfriamiento y la apostasía de muchos; la
aparición de falsos profetas y engañadores; y, por último, la proclamación
general del evangelio por todas las naciones del imperio romano; y "entonces",
declara, "vendrá elfin". ¿Puede haber la más ligera duda de que el , de la profecía
es el , de la epístola? ¿O puede haber duda de que ambos son idénticos al , en la
pregunta de los discípulos? (Mat. 24:3). Pero hemos visto que esta última frase se
refiere, no al "fin del mundo", ni a la destrucción de la tierra material, sino al fin
de la época, o dispensación, que en ese momento estaba a punto de expirar.
Concluimos, pues, que "el fin" del cual habla Pablo en 1 Cor. 15:24 es la misma
y grande época que tan continua y prominentemente se mantiene a la vista tanto
en los evangelios como en las epístolas, cuando todo el sistema civil y
eclesiástico de Israel, con su ciudad, su templo, su nacionalidad, y su ley fueron
barridos de la existencia por una tremenda oleada de juicio.
168
Esta visión del "fin", en referencia a la terminación de la economía o era judía,
parece proporcionar una solución satisfactoria de un problema que ha causado
mucha perplejidad a los comentaristas, o sea, la entrega del reino por parte de
Cristo. El apóstol la expresa dos veces, como uno de los grandes acontecimientos
que acompañan a la parusía, cuando el Hijo, habiendo puesto bajo sus pies todo
dominio, toda autoridad y potencia "entregue el reino al Dios y Padre" (vers. 24,
28). ¿Qué reino? No hay duda de que es el reino que el Cristo, el Rey ungido, se
encargó de administrar como representante y vicerregente de su Padre, es decir,
el reino teocrático, con cuya soberanía Él fue solemnemente investido, según la
declaración de Salmos 2: "Pero yo he puesto mi rey sobre Sión, mi santo monte.
Yo publicaré el decreto; Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú; yo te engrendré
hoy" (Sal. 2:6,7). Esta soberanía mesiánica, o teocracia, llegó a su fin cuando el
pueblo que era súbdito suyo cesó de ser la nación del pacto; cuando el pacto fue
disuelto de hecho, y la estructura y el aparato enteros de la administración
teocrática fueron abolidos. Qué más razonable que el Hijo entonces "entregase el
reino", habiendo sido satisfechos los propósitos de su institución, y habiendo sido
reemplazado su limitado carácter local y nacional por un sistema mayor y
universal, el ',' o nuevo orden de un "mejor pacto".
Esta entrega del reino al Padre en la parusía - al final de la época - está
representada como consecuente con el sometimiento de todas las cosas a Cristo,
el Rey teocrático. Esto no puede referirse a las conquistas amables y pacíficas del
evangelio, la reconciliación de todas las cosas a Él: el lenguaje implica una
conquista violenta y victoriosa sobre potencias hostiles: "Porque preciso es que él
reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies". Quiénes
pueden ser esos enemigos puede inferirse de la historia final de la teocracia.
Incuestionablemente, la más formidable oposición al Rey y al reino se encontró
en el corazón de la nación teocrática misma, los principales sacerdotes y las
autoridades del pueblo. Las más altas autoridades y los dirigentes de la nación
eran los enemigos más encarnizados del Mesías. Era un antagonismo nacional,
no extranjero - una enemistad de los judíos, no de los gentiles - lo que rechazó y
crucificó al Rey de Israel. El procurador romano no fue sino un instrumento de
mala gana en las manos del Sanedrín. Eran el gobierno judío, la autoridad judía,
el poder judío, los que incesante y sistemáticamente perseguían a la secta de los
nazarenos con la más persistente malignidad, y éstos eran el "dominio, la
autoridad, y potencia" que, por medio de la destrucción de Jerusalén y la
extinción del estado judío, fueron "puestos bajo sus pies" y aniquilados. Las
terribles escenas de la guerra final, especialmente del sitio y la captura de
Jerusalén, nos muestran lo que implica esta subyugación de los enemigos de
Cristo. "Y también a aquellos mis enemigos que no querían que yo reinase sobre
ellos, traedlos acá, y decapitadlos delante de mí" (Luc. 19:27).
169
Pero, ¿qué diremos de la destrucción del "postrer enemigo, la muerte"? ¿No es
fatal para esta interpretación el hecho de que ella nos requiera poner la abolición
del dominio de la muerte, y la resurrección, en el pasado, y no en el futuro? ¿No
contradice esto los hechos y el sentido común, y por consiguiente, no revela la
falacia de la explicación entera? Por supuesto, si el lenguaje del apóstol sólo
puede significar que, en la parusía, al dominio de la muerte sobre todos los
hombres se le puso fin en todas partes y para siempre, se deduce que, o que él
estaba errado al hacer semejante aserto, o que la interpretación que le hace decir
esto está errada. Que él afirma que, en la parusía (el tiempo que es defendido
incontrovertiblemente en el Nuevo Testamento como contemporáneo con la
destrucción de Jerusalén), la muerte será destruida, es lo que nadie puede negar
en toda justicia; pero no se deduce que hemos de entender esa expresión en un
sentido absolutamente ilimitado y universal. La raza humana no dejó de existir en
sus condiciones terrenales actuales a la destrucción de Jerusalén; el mundo no
llegó a su fin en ese entonces; los hombres continuaron naciendo y muriendo
según las leyes de la naturaleza. ¿Qué ocurrió entonces? Debemos concebir aquel
período como el fin de una época, o edad; el fin de una gran era; la conclusión de
una dispensación, y el juicio de los que habían sido puestos bajo aquella
dispensación. La totalidad de los sujetos a aquella dispensación (el reino de los
cielos), tanto los vivos como los muertos, debían, según la representación de
Cristo y sus apóstoles, ser convocados delante del Rey teocrático sentado en el
trono de su gloria. Aquel era el período predicho y señalado de aquella gran
transacción judicial que se nos presenta en la descripción parabólica de las ovejas
y los cabritos (Mat. 25:31, etc)., cuyas señales externas y visibles qudaron
estampadas indeleblemente en los anales del tiempo por la terrible catástrofe que
borró a Israel de su lugar entre las naciones de la tierra.
Es verdad que los acompañamientos espirituales e invisibles de aquel juicio no
han sido registrados por los historiadores, porque los sentidos humanos no podían
comprenderlos ni verificarlos; pero, ¿qué cristiano puede vacilar en creer que,
contemporáneamente con el juicio externo de lo visto, había un juicio
correspondiente de lo no visto? Tal, por lo menos, es la inferencia que se puede
deducir correctamente de las enseñanzas del Nuevo Testamento. Que en la gran
época de la parusía los muertos y los vivos - no de la raza humana entera, sino los
súbditos del reino teocrático - debían ser reunidos delante del triibunal del juicio,
lo afirman claramente las Escrituras; siendo los muertos resucitados, y los vivos
experimentando una transformación instantánea. De este llamado de los muertos
a la vida - la resurrección de los que, durante el reino teocrático, habían sido
víctimas y cautivos de la muerte - concebimos que consiste la "destrucción" de la
muerte a la que se refiere Pablo. Sobre ellos perdió la muerte su dominio; "los
espíritus encarcelados" fueron liberados de la custodia de su inexorable tirano; y
ellos, siendo levantados de los muertos, "no morirían más". "La muerte no
170
tendría más poder sobre ellos". Que esto está en perfecta armonía con la
enseñanza de las Escrituras sobre este misterioso tema, y de hecho explica lo que
ninguna otra hipótesis puede explicar, aparecerá más completamente más
adelante. Mientras tanto, puede observarse que expresiones como la
"destrucción" o la "abolición" de la muerte no siempre implican la terminación
total y final de su poder. Leemos que "Jesucristo quitó la muerte" (2 Tim. 1:10).
Cristo mismo declaró: "El que guarda mi palabra, nunca verá muerte" (Juan
8:51); "Todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente" (Juan 11:26).
Debemos interpretar la Escritura de acuerdo con la analogía de la Escritura. Todo
lo que podemos afirmar correctamente con respecto a la "destrucción de la
muerte" en el pasaje que tenemos delante es que es coextensivo a todos los que,
en la parusía, fueron resucitados de entre los muertos. A esto parece referirse
nuestro Señor en su respuesta a los saduceos: "Mas los que fueren tenidos por
dignos de alcanzar aquel siglo y la resurrección de entre los muertos, ni se casan
ni se dan en casamiento. Porque no pueden ya más morir, pues son iguales a los
ángeles", etc. (Lucas 20: 35,36). Para ellos, la muerte está destruida; para ellos la
muerte es sorbida en victoria. Así, el argumento del apóstol en los versículos 26,
54, y los siguientes en realidad no afirman más que esto: Para los resucitados de
entre los muertos, no hay más sujeción a la muerte; la liberación de su esclavitud
es completa; el aguijón ha sido quitado; el poder de la muerte ha terminado; ellos
pueden exclamar: ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu
victoria? Así como "Cristo, habiendo resucitado de entre los muertos, no muere
más, la muerte ya no tiene más dominio sobre él", así también, en la parusía, su
pueblo fue emancipado para siempre de la cárcel de la tumba; "y el postrer
enemigo que será destruido, para ellos, es la muerte".
1 Cor. 15:51. "He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos
seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final
trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados
incorruptibles y nosotros seremos transformados".
Esta declaración suple lo que faltaba en la declaración hecha en el vers. 24, y
pone el todo en armonía con 1 Tesa. 4:17. El lenguaje de Pablo implica que
estaba comunicando una revelación que era nueva, y que presumiblemente se le
había hecho a él mismo. No puede decirse que se deriva de ningún
pronunciamiento del Salvador que haya sido registrado, ni encontramos ninguna
declaración correspondiente en ningún otro escrito apostólico. Pero la pregunta
para nosotros es: ¿A quiénes se refiere al apóstol cuando dice: "No
todos dormiremos", etc.? ¿Es a ciertas personas hipotéticas que vivirían en
171
alguna época o algún tiempo distante, o está pensando en los corintios y en él
mismo? ¿Por qué pensaría en el futuro distante cuando es seguro que él
consideraba la parusía como inminente? ¿Por qué no se refería a él mismo y a los
corintios cuando su común esperanza y expectación era que vivirían para
presenciar la parusía? No hay una razón concebible, pues, de por qué se apartó de
la correcta fuerza gramatical del lenguaje. Cuando el apóstol dice "nosotros", sin
duda quiere decir los cristianos de Corinto y él mismo. Alford aprueba esta
conclusión plenamente: "Nosotros los que vivimos y quedamos hasta la venida
del Señor" - en cuyo número el apóstol creía firmemente que él mismo debía
estar. (Véase 2 Cor. 5:1 y ss. Y las notas)".
172
ser observada? ¿Tiene que ser cognoscible por los órganos materiales?
"Resucitará cuerpo espiritual". ¿Puede un cuerpo espiritual ser visto, tocado,
manipulado? No estamos seguros de que el ojo pueda ver lo espiritual, o de que
la mano pueda asir lo inmaterial. Por el contrario, la presunción y las
probabilidades son de que no. Toda esta resurrección de los muertos y la
transmutación de los vivos tienen lugar en la región de lo espiritual, a la cual los
espectadores e informadores terrenales no pueden entrar, y no podrían ver nada si
entraran. Puede necesitarse un milagro para permitir que el ojo vea lo invisible
sin ayuda. El profeta vio en Dotán el monte lleno de "carruajes de fuego, y
caballos de fuego", pero el siervo del profeta no veía nada, hasta que Eliseo oró:
"Señor, abre sus ojos, para que vea" (2 Reyes 6:17). El primer mártir cristiano,
lleno del Espíritu Santo, "vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la diestra de
Dios", pero ninguno de entre la multitud que le rodeaba contempló esta visión
(Hechos 7:56). En el camino a Damasco, Saulo de Tarso vio "a Aquél", pero sus
compañeros de viaje no vieron a nadie (Hechos 9:7). No es improbable que los
conceptos tradicionales y materialistas de la resureección - tumbas que se abren y
cuerpos que emergen - prejuicien la imaginación sobre este tema, y nos hagan
pasar por alto el hecho de que nuestros órganos materiales pueden aprehender
sólo objetos materiales.
Segundo, en relación con la transformación de los santos vivos - a la cual se
refiere el apóstol como instantánea, "en un momento, en un abrir y cerrar de
ojos" - es difícil entender cómo una transición tan rápida pueda ser objeto de
observación. Lo único que sabemos de la transformación es su inconcebible
rapidez. No sabemos nada de qué residuo deja tras de sí; qué disipación o qué
resolución queda de la substancia material. Pues que nada sabemos, puede
realizarse la imaginación del poeta:
"Oh, la hora en que esto material se desvanezca como nube".
Todo lo que sabemos es que, "en un momento, en un abrir y cerrar de ojos", el
cambio se habrá completado; "esto corruptible se habrá vestido de incorrupción,
esto mortal se habrá vestido de inmortalidad, y sorbida habrá sido la muerte en
victoria".
Entonces, ¿qué impide llegar a la conclusión de que tales sucesos puedan haber
tenido lugar sin ser observados ni registrados? No hay nada antifilosófico,
irracional, ni imposible en esta suposición. Menos todavía. No hay en ello
nada antibíblico, y esto es todo de lo cual tenemos que preocuparnos. "¿Qué
dicen las Escrituras?" ¿Afirma claramente o da a entender el lenguaje de Pablo
que todo esto sólo está a punto de tener lugar, dentro de su propia vida y de la de
aquellos a los cuales escribe? Ninguna mente sincera y desapasionada negará que
es así. Ya sea que esté en lo cierto o que esté equivocado, el apóstol confía en
esta representación de la venida de Cristo, la resurrección de los muertos, y la
173
transformación de los santos vivos, dentro de la vida natural de los corintios y de
él mismo. Se nos presenta, pues, este dilema:
1. O el apóstol fue guiado por el Espíritu de Dios, y los sucesos que él
predijo ocurrieron; o
Hay todavía una circunstancia en esta descripción que debe ser examinada, pues
tiene que ver con la cuestión del tiempo. La transformación que se dice que
experimentarían "nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado hasta la
venida del Señor", sigue inmediatamente a la señal de "la final trompeta". Es
notable que hay otros dos pasajes que conectan el gran acontecimiento de la
parusía, y sus transacciones concomitantes, con el sonido de una trompeta. "Y
enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos", etc.
(Mat. 24:31). Así también Pablo en 1 Tesa. 4:16: "Porque el Señor mismo con
voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios", etc. Pero surge la
pregunta: ¿Por qué la final trompeta? Este epíteto necesariamente sugiere otras
trompetas o señales precedentes, y se nos recuerda irresistiblemente la visión
apocalíptica, en la cual siete ángeles son representados como haciendo sonar
otras tantas trompetas, cada una de las cuales es la señal para el derramamiento
de juicios y ayes sobre la tierra. Por supuesto, la séptima trompeta es la última, y
es una cuestión interesante qué conexión puede haber entre la revelación en la
epístola y la visión en Apocalipsis. Alford (en oposición a Olshausen) considera
que es un refinamiento de la palabrafinal para identificarla con la séptima
trompeta del Apocalipsis; pero su propia sugerencia, de que es la final "en un
sentido amplio y popular" parece mucho menos satisfactoria. En esta etapa, nos
abstenemos de entrar en una discusión de los símbolos apocalípticos, pero nos
contentamos con la sola observación de que el sonar de la séptima trompeta en
Apocalipsis está en realidad conectada con el tiempo del juicio de los muertos
(Apoc. 11:18).
LA CONTRASEÑA APOSTÓLICA:
MARANATHA, EL SEÑOR VIENE
174
1 Cor. 16:22.- "Maranatha" [El Señor viene].
LA SEGUNDA EPÍSTOLA A
LOS CORINTIOS
2 Cor. 1:13, 14. "Hasta el fin"; "el día del Señor Jesús".
"El fin" (ver. 13) no significa "el fin de mi vida", como dice Alford. Es la gran
consumación que el apóstol siempre mantiene a la vista, la meta a la cual
avanzaban tan rápidamente tiene un significado definido y reconocido en el
Nuevo Testamento, como puede verse mediante la referencia a pasajes como
Mat. 24:6,14; 1 Cor. 15:24; Heb. 3:16; 6:11, etc.
175
En el ver. 14, encontramos que Pablo espera la venida del Señor como un tiempo
de gozosa recompensa para los fieles siervos de Dios, un tiempo que estaba tan
cercano que, como les había dicho en su anterior epístola, los juicios y las
censuras sobre los humanos podrían muy bien ser aplazados hasta su llegada (1
Cor. 4:5). Cuando llegara ese día, el apóstol y sus conversos se regocijarían los
unos con los otros. ¿Puede suponerse que él podría pensar en ese día de otro
modo que como muy cercano? ¿Tiene todavía que comenzar ese regocijo?
Porque, si el día del Señor estuviera todavía en el futuro, también debería estarlo
el regocijo.
2 Cor. 4:14. "Sabiendo que el que resucitó al Señor Jesús a nosotros también nos
resucitará con Jesús, y nos presentará juntamente con vosotros".
Ahora entramos en una afirmación de lo más importante, que merece especial
atención. Quizás su verdadero significado ha sido oscurecido un poco al
considerarlo como una proposición general, en vez de algo personal para el
apóstol mismo. Conybeare y Howson observan:
"Se ha causado gran confusión en muchos pasajes al no traducir, de acuerdo con
su verdadero significado, en la primera persona singular; pues así a menudo
sucede que lo que Pablo habló individualmente, aparece ante nosotros como si
fuese una verdad general; casos como éste ocurren repetidamente en la Epístola a
los Corintios, especialmente en la Segunda. Proponemos, pues, cambiar el
pronombre nosotros en este pasaje por el pronombre yo".
Ya hemos visto (1 Tes. 4:15 y 1 Cor. 15:51) que el apóstol acariciaba la
esperanza de que él mismo estaría entre los "vivos", que quedarían "hasta la
venida del Señor". En esta epístola, sin embargo, parece como si esta esperanza
en relación con él mismo hubiese sido sacudida un poco. Su experiencia en el
intervalo entre la primera epístola y la segunda había sido tal que le llevó a temer
una muerte súbita. (Véase cap. 1:8, etc.). Su "tribulación en Asia" le había hecho
perder la esperanza de vivir, y probablemente pensaba que no podría calcular
escapar a la maligna hostilidad de sus enemigos por mucho más tiempo. Ahora
tenía "la sentencia de muerte en sí mismo"; llevaba "en su cuerpo la muerte del
Señor Jesús", y pensaba que sería "siempre entregado para muerte por amor a
Jesús".
176
porque, aunque muriese antes de la parusía, no por eso perdería su parte en los
triunfos y las glorias de ese día. Se le aseguró que "el que levantó al Señor Jesús
también le levantaría a él por medio de Jesús, y le presentaría junto con los santos
que estuviesen vivos que sobrevivieran a ese período. Él no estaría ausente del
gran acontecimiento a la venida del Señor (2 Tes. 2:1), sino que sería
"presentado", junto con sus amigos de Corinto y de otros lugares, "ante la
presencia de su gloria". De hecho, el apóstol se consuela ahora con las mismas
palabras con las cuales había confortado a los desconsolados dolientes de
Tesalónica. Pablo parece haber abandonado la esperanza de que él mismo viviría
para presenciar la gloriosa aparición del Señor; pero no estaba menos
persuadidos de que no sufriría ninguna pérdida si tenía que morir; porque, como
les había enseñado a los tesalonicenses, "traerá Dios con Jesús a los que
durmieron en él", y los santos vivos no tendrían en aquel día ninguna ventaja
sobre los que dormían (1 Tes. 4:14,15).
EXPECTATIVA DE LA FUTURA
BIENAVENTURANZA EN LA PARUSÍA
177
cristiana entera. Sin embargo, el pasaje debería ser estudiado desde el punto de
vista del apóstol, como su personal expectación y esperanza.
"El sentimiento expresado en estos versículos era uno de los más naturales para
quienes, como los apóstoles, consideraban la venida del Señor como cercana, y
concebían la posibilidad de vivir para contemplarla. No era ningún terror a la
muerte en cuanto a sus consecuencias, sino una renuencia natural a
experimentar el mero acto de la muerte como tal, cuando estaba escrita la
posibilidad de que este cuerpo mortal pudiera ser superpuesto por el inmortal, sin
ella".
178
En los versículos subsiguientes, el apóstol intima su plena confianza de que, en
cualquiera de las dos alternativas, ya fuera viviendo o muriendo, todo estaba
bien. "Entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor". "Más
quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor". En todo caso, ya
fuese presente o ausente, su gran preocupación era ser aceptado por el Señor por
fin; "porque", añade, "es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el
tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras
estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo" (vers. 6-10).
179
"EL PRESENTE SIGLO MALO", O LA ÉPOCA MALA
Gál. 1:4. "El cual se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del
presente siglo malo".
El apóstol habla aquí del estado de cosas existente como malo, y del Señor
Jesucristo como el que nos libra de él. La palabra época [o eón] no se refiere por
supuesto al mundo material, la tierra, sino al mundo moral, o época moral. Es
equivalente a la frase que ocurre tan a menudo en los evangelios, "esta
generación perversa" (Mat. 2:45, etc.). El presente siglo malo es considerado
como que está pasando, y a punto de ser sucedido por un nuevo orden, el . (Heb.
2:5).
Mientras tanto, se le solicita al lector que tome nota cuidadosa del contraste que
se presenta aquí. La Jerusalén que ahora es, y la Jerusalén que habrá de ser; la
Jerusalén terrenal, y la Jerusalén celestial; la Jerusalén que está en esclavitud, y la
Jerusalén que es libre; la Jerusalén que está debajo, y la Jerusalén que está arriba;
la Jerusalén que es madre de esclavos, y la Jerusalén que es nuestra madre.
Descubriremos que este contraste nos será de no poco valor para establecer el
significado de algunos de los símbolos del Apocalipsis.
Las alusiones a la venida del Señor en esta epístola no son muchas en número,
pero son muy importantes e instructivas. Se habla de la venida como de algo que
con toda certeza era creído y ansiosamente esperado por los cristianos de la era
apostólica; y el hecho de su cercanía está o implícito o afirmado en cada alusión
al acontecimiento.
180
EL DÍA DE LA IRA
Rom. 2:5,6. "Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para tí
mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, el cual
pagará a cada uno conforme a sus obras".
Rom. 2:1,16. "Porque todos los que bajo la ley han pecado, por la ley serán
juzgados; en el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los
hombres, conforme a mi evangelio".
No puede haber ninguna duda con respecto a este "día de la ira" y "revelación del
justo juicio de Dios". Es el mismo que fue predicho por Malaquías como "el día
grande y terrible de Jehová" (Mal. 4:5); por Juan el Bautista como "la ira
venidera" (Mat. 3:7); y por el Señor Jesucristo como "el día del juicio" (Mat.
11:22,24). Era el acto final de la época, el . Es apenas necesario repetir que este
"fin" se dice que cae dentro del período de la generación existente, cuando el
Hijo del hombre, el Juez designado, "pagará a cada uno según sus obras" (Mat.
16:27).
LA ESCATOLOGÍA DE PABLO
Rom. 8:18-23. "Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no
son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse [que
está a punto de revelársenos]. Porque el anhelo ardiente de la creación es el
aguardar la manifestación de los hijos de Dios. Porque la creación fue sujetada a
vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza;
porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a
la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación
gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora; y no sólo ella, sino que
también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros
también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la
redención de nuestro cuerpo".
Hay algunas cosas en este pasaje que son, y probablemente continuarán siendo,
oscuras por la naturaleza del tema; pero también hay mucho que es sencillo y
claro. No podemos confundir la regocijada anticipación, expresada por Pablo, de
un venidero día de liberación de los sufrimientos y miserias del presente; una
liberación que estaba ya allí, y no lejana. Venía un día de redención que traería
libertad y gloria para los hijos de Dios, de cuyos beneficios participaría la
creación entera. La llegada de aquella consumación era esperada y deseada
ansiosamente, no sólo por los que, como el apóstol mismo, tenían la esperanza de
181
una herencia interminable y gloriosa arriba, sino por la creación que sufre cargas
y gime en general, por la cual estaban rodeados. Tan estimulante era la
perspectiva de la emancipación venidera que, en vista de ella, el apóstol pudo
decir: "Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son
comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse"; o, como
dice un pasaje similar: "Porque esta leve tribulación momentánea produce en
nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria" (2 Cor. 4:17).
Pero, ¿qué se quiere decir con la creación []? Algunos comentaristas consideran
que abarca el universo entero, o la creación material, animada e inanimada,
racional e irracional - la estructura entera de la naturaleza. Hablan del terremoto,
la tormenta, y el volcán como síntomas del doloroso mal genio del mundo
natural. Pero esto parece demasiado vago y general para el argumento del
apóstol. Es evidente que el suceso sólo puede referirse a seres conscientes,
voluntarios, racionales, y morales. Tiene "intenso anhelo"; tiene su "propia
voluntad"; tiene "esperanza"; es capaz de ser "sujetado a vanidad"; de ser
"librado de corrupción"; de participar en "la gloria de los hijos de Dios". Estas
características excluyen la creación inanimada e irracional, e incluyen a la raza
humana en su totalidad. Además, la antítesis en el versículo 23 entre la creación
como un todo y "nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu", sería
muy antinatural e imperfecta si no diferenciara a los cristianos, no de las bestias y
las plantas, sino de otros hombres. El verdadero contraste ocurre entre los que
tienen las primicias del Espíritu y los que no las tienen; y sería manifiestamente
incongruente hablar de la creación irracional e inanimada como que "no tiene el
Espíritu". Hacer que el apóstol se refiera aquí a la naturaleza universal puede ser
admisible quizás como poesía, pero estaría bastante fuera de lugar en un
argumento sobrio y serio. Entendemos, pues, que se refiere a la raza humana y a
la humanidad en términos generales; el significado que tiene la palabra en
pasajes tales como Mar. 16:15: "Predicad el evangelio a toda criatura" []; Col.
1:23. "El cual se predica en toda la creación que está debajo del cielo" [].
Esto nos trae a la pregunta: ¿Puede decirse que la raza humana tiene esta actitud
ansiosa y expectante, gimiendo y en labores de parto, esperando y anhelando la
liberación y la libertad? Sin duda que es posible; y nunca más verdaderamente
que en el mismo período en que el apóstol escribió. Era una época de la más
profunda corrupción y degradación social; puede decirse que la humanidad gemía
183
bajo la carga de su miseria y su esclavitud; y sin embargo, había un extraño y
misterioso sentimiento en las mentes de los hombres de que, de alguna manera y
en alguna parte, la liberación había llegado. Cuán exactamente se ajusta la
descripción del apóstol a las condiciones morales y sociales del pueblo judío en
este período, no necesita ninguna prueba. Gemían bajo el yugo de la esclavitud
romana. Suspiraban ansiosamente por el prometido Libertador. El caso de
los griegos y los romanos no era muy diferente, como lo prueban llamativamente
los siguientes pasajes de Conybeare y Howson; en verdad, podrían haber sido
escritos como un comentario sobre el pasaje que tenemos delante.
"Las condiciones sociales de los griegos había ido cayendo, durante este período,
en la corrupción más baja; ... pero la misma difusión y el mismo desarrollo de
esta corrupción estaba preparando el camino, porque mostraba la necesidad de la
intervención del evangelio. La enfermedad misma parecía llamar al Sanador. Y si
los males prevalecientes de la población griega presentaban obstáculos a gran
escala para el progreso del cristianismo, los griegos mostraban, para todo tiempo
futuro, la debilidad de los más altos poderes del hombre cuando no reciben ayuda
de lo alto; y debe haber habido muchos que gemían bajo la esclavitud de una
corrupción de la cual no podían sacudirse, y estaban listos a escuchar la voz de
Aquél que "llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores".
Hasta aquí las condiciones de los griegos; las de los romanos se describen así:
"Sería iluso imaginar que, cuando el mundo quedó bajo un solo cetro, cualquier
real principio de unidad mantendría juntas sus diferentes partes. El emperador fue
deificado porque los hombres fueron esclavizados. No hubo verdadera paz
cuando Augusto cerró el templo de Jano. El Imperio era sólo el orden del
gobierno externo, con un caos tanto de opiniones como de la moral dentro de él.
Los escritos de Tácito y de Juvenal continúan atestiguando la corrupción que se
enconaba en todos los niveles, lo mismo en el Senado que en la familia. La
antigua sobriedad de modales, y la antigua fe en la mayor parte de la religión
romana, habían desaparecido. Los licenciosos credos y las licenciosas prácticas
de Grecia y del Oriente habían inundado a Italia y a Occidente, y el Panteón era
sólo el monumento a un acomodamiento entre una multitud de supersticiones
decadentes. Es verdad que este estado de cosas produjo una notable tolerancia, y
es probable que, por corto tiempo, el cristianismo mismo compartiese la ventajas
de ello. Pero, aún así, el genio de los tiempos era básicamente tanto cruel como
profano, y los apóstoles pronto quedaron expuestos a una encarnizada
persecución. El Imperio Romano estaba desprovisto de la unidad que el
evangelio da a la humanidad. Era un reino de este mundo, y la raza humana
gemía por la mejor paz de un "reino que no era de este mundo".
184
evangelio de Cristo. Esta tiranía y esta opresión requerían un Consolador, tanto
como la enfermedad moral de los griegos requería un Sanador. Tanto el Imperio
entero como los judíos necesitaban un Mesías, aunque no era esperado con la
misma consciente expectación. Pero no nos es difícil avanzar mucho más allá de
este punto, y no podemos dudar en descubrir, en las circunstancias del mundo en
este período, rastros significativos de una preparación positiva para el evangelio".
La respuesta a esta pregunta se encuentra en casi todas las páginas de los escritos
del apóstol. Según él, un gran acontecimiento estaba a las puertas; el Señor
estaba a punto de venir, según Su promesa, para ejercer su poder real, para dar
recompensa y salvación a su pueblo, y poner a sus enemigos debajo de sus pies.
Pero la parusía había de traer más que esto. Marcó una gran época en el gobierno
divino del hombre. Puso fin al período de privilegio exclusivo para Israel.
Disolvió el pacto entre Jehová y el pueblo judío, y abrió el camino para un pacto
nuevo y mejor, que abarcaba a toda la humanidad. El cristianismo es la
proclamación de la universal paternidad de Dios, pero la nueva era no fue
inaugurada plenamente sino hasta que el estrecho reino teocrático local fue
superado, y el Rey teocrático renunció a su jurisdicción y la entregó en las manos
del Padre. Entonces la exclusiva relación nacional entre Dios y un solo pueblo
fue disuelta, o se fundió con el sistema abarcante y mundial en el cual "no hay
judío ni griego, ni circunciso ni incircunciso, ni bárbaro, ni escita, ni esclavo ni
libre, sino sólo el Hombre. Cristo había hecho de todos los hombres Uno, "para
que Dios sea todo en todos".
Esta es ciertamente una adecuada respuesta a los gemidos y trabajos de la
sufriente y oprimida humanidad; la perspectiva de tal consumación puede ser
representada bien con la alborada de un día de redención. Era nada menos que
abrir las puertas de la misericordia para la humanidad; era la emancipación de la
raza humana de la desesperación que le aplastaba hasta hundirle en una
corrupción y una degradación cada vez más profundas; era introducirles "a la
gloriosa libertad de los hijos de Dios"; conferir a los gentiles, "ajenos a la
185
comunidad de Israel y extranjeros a los pactos de la promesa", los privilegios de
la "ciudadanía de los santos", y hacerles "miembros de la casa de Dios".
Es de esta admisión de toda la raza humana en la [adopción de hijos], la cual,
hasta ahora, había sido el exclusivo privilegio del pueblo escogido, de la que
habla el apóstol con lenguaje tan entusiasta en Rom. 8:19-21. Era un tema sobre
el cual nunca se cansaba de espaciarse, y que llenaba su alma entera de asombro
y agradecimiento. Habla de ello como del "misterio que en otras generaciones no
se dio a conocer a los hijos de los hombres", "la multiforme sabiduría de Dios"
(Efe. 3:5,10; Col. 1:26). Los tres primeros capítulos de la Epístola a los Efesios
están ocupados por una animada descripción de la revolución causada por la obra
redentora de Cristo en la relación entre Dios y los gentiles, que no formaban
parte del pacto. "La dispensación de la plenitud de los tiempos" había llgado, en
la cual Dios se proponía "reunir en uno todas las cosas en Cristo, haciéndole
cabeza de todas las cosas", derribando las barreras de separación entre judíos y
gentiles, haciendo de ambos pueblos uno solo; aboliendo la ley ceremonial,
fundiendo los elementos heterogéneos en un todo homogéneo, reconciliando la
antipatía mutua, y uniendo a ambos como una familia a los pies del Padre de
todos.
Pero, puede decirse: ¿No se había llevado a cabo todo esto ya por medio de la
muerte expiatoria en la cruz? ¿Y no es ésa una revelación de una gloria futura
que se aproximaba, a la cual alude el apóstol aquí? Sin duda que es así. Sin
embargo, el Nuevo Testamento siempre habla de que la obra de redención estaba
incompleta hasta la llegada de la parusía. Se observará que, en el versículo
veintitrés, el apóstol se representa a sí mismo y a los otros creyentes como
esperando todavía el . Aun los hijos de Dios habían recibido solamente las arras y
las primicias, y no la plena cosecha de su condición de hijos. Aquello no sería
completamente suyo sino hasta la venida del Señor, cuando "los santos que
estaban vivos y habían quedado" cambiarían el presente cuerpo mortal y
corruptible por una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos. La parusía era
la proclamación pública y formal de que la dispensación mesiánica o teocrática
había llegado a su fin; y que el nuevo orden, en el cual Dios era todo en todos,
había sido inaugurado. Hasta que el juicio de Israel tuvo lugar, todas las cosas no
habían sido puestas bajo Cristo, el rey teocrático; sus enemigos todavía no habían
sido puestos bajo sus pies. Hasta ese momento, podía decirse de la adopción []
que "le pertenecía a Israel". Cuando al apóstol escribió esta epístola, Cristo
estaba esperando que "sus enemigos fueran puestos debajo de sus pies". Había
todavía algo incompleto en su obra, hasta que toda la estructura y la urdimbre del
judaísmo fueron barridas. Este hecho aparece claramente resaltado en la Epístola
a los Hebreos. El escritor afirma que "aún no se había manifestado el camino al
Lugar Santísimo, entre tanto que la primera parte del tabernáculo estuviese en
pie". Dice que este tabernáculo es "símbolo para el tiempo presente" - sirve a un
186
propósito temporal - hassta el tiempo de la reforma, esto es, la introducción de un
nuevo orden (Heb. 9:8,9). Este pasaje es de gran importancia en relación con esta
discusión, y las siguientes observaciones de Conybeare y Howson presentan su
significado muy claramente:
"Puede preguntarse: ¿Cómo puede decirse, después de la ascensión de Cristo,
que aún no se había manifestado el camino al Lugar Santísimo? La explicación
es que, mientras el culto del templo, con su exclusión de todos, menos del sumo
sacerdote, del Lugar Santísimo, todavía existía, el camino de la salvación no se
habría manifestado plenamente a los que se adherían a las observancias externas
típicas, en vez de ser, por lo tanto, conducidos al antitipo". Life and Epistles of St.
Paul, cap. 28.
Había una conveniencia y una plenitud del tiempo en los cuales el pacto antiguo
sería superado por el nuevo; al antiguo y al nuevo se les permitió susbsistir juntos
por un tiempo; la bondad y la paciencia de Dios demoraron el golpe final del
juicio. Aunque, pues, las grandes barreras contra la introducción de todos los
hombres, sin distinción, a los privilegios de los hijos de Dios, fueron casi
eliminadas por la muerte de Cristo en la cruz, la demostración formal y final de
que "el camino al Lugar Santísimo" estaba abierto de par en par para toda la
humanidad, no ocurrió sino hasta que la estructura entera de la economía
mosaica, con su ritual, y el templo, la ciudad, y el pueblo fueron repudiados
pública y solemnemente, y el judaísmo, con todo lo que le pertenecía, fue barrido
para siempre.
Hay todavía una porción de este pasaje profundamente interesante sobre el cual
reposa mucha obscuridad. En el versículo 20, el apóstol dice que "la creación fue
sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en
esperanza", etc. La interpretación común de estas palabras es que "la creación
visible ha sido puesta bajo la sentencia de descomposición y disolución, no por
su propia elección, sino por un acto de Dios que, sin embargo, no la ha dejado sin
esperanza".
Sin duda, esto da un buen sentido al pasaje, aunque nos aventuramos a pensar
que no exactamente el sentido que el apóstol se proponía darle. No capta la
naturaleza del mal al cual "la creación" fue sujetada; y, por consiguiente,
tampoco la naturaleza de la liberación que se espera de ese mal.
Entendiendo por [creación] a la raza humana, por las razones que ya se han
especificado, observamos que se dice que ha sido sujetada a vanidad []. ¿Qué es
esta vanidad? La palabra es muy significativa, especialmente en labios de un
judío. Para el tal, "vanidad" es sinónimo de idolatría. Es la palabra que la
Septuaginta emplea para denotar la estupidez del culto a los ídolos. Los ídolos
son "vanidades ilusorias" (Sal. 31:6; Jonás 2:8); "enseñanza de vanidades es el
leño"; los ídolos "vanidad son, obra vana" (Jer. 10:8,15). "Los formadores de
187
imágenes de talla, todos ellos son vanidad" (Isa. 44:9). Casi que la la palabra se
ha separado para este uso especial. Lo mismo puede decirse de su uso en el
Nuevo Testamento. En Listra, Pablo imploraba que el pueblo se "convirtiera de
aquellas vanidades [], es decir, del culto a los ídolos, para servir al Dios vivo
(Hechos 14:15). En esta misma epístola (Rom. 1:21), tenemos un caso notable
del uso de la palabra, en que Pablo, dando razón de la apostasía de la raza
humana y su alejamiento de Dios, la explica por el hecho de que
"se envanecieron" en sus razonamientos []; un pasaje en que Alford, con Bengel,
Locke, y muchos otros, reconoce la alusión al culto idólatra. Sólo es necesario
mirar el pasaje para ver su relación con el origen y la prevalencia de la idolatría
(véase también Efe. 4:17). Aquí retrocede a Rom. 1:21, y nos proporciona la
clave de la verdadera interpretación. Laidolatría era la "vanidad" a la cual estaba
sujeta la raza humana; la idolatría, la religión de los gentiles, la degradación del
hombre, la deshonra de Dios.
Pero, ¿puede decirse que el hombre fue sujetado a este mal por el acto de Dios
("por causa del que la sujetó")? Sin duda, tal afirmación estaría en armonía con la
Palabra de Dios. En el primer capítulo de la Epístola a los Romanos, se expresa
tres veces este hecho significativo: "Dios los entregó", en referencia a esta misma
apostasía (Rom. 1:24,26,28). Este abandono sólo puede ser considerado un acto
judicial. Encontramos una expresión todavía más fuerte en Romanos 11:32.
"Dios sujetó a todos en desobediencia". La verdad es que la Escritura está llena
de la doctrina de que Dios entrega a los contumaces y rebeldes a la fatal
consecuencia de su pecado. Por eso, puede decirse que la sujeción de la raza
humana al mal de la idolatría no era simplemente la voluntad del hombre mismo,
sino el acto judicial de la divina justicia.
Pero no era un decreto sin esperanza. "La preservación de una nación de la
apostasía universal llevaba en sí un germen de esperanza para la humanidad. En
la plenitud del tiempo, se manifestó el propósito divino de misericordia y
redención para la raza humana, y "la adopción de hijos", que había sido privilegio
exclusivo de un pueblo, ahora se declaraba abierto para todos sin distinción. La
raza es representada como esperando con ansiosa expectación este alto privilegio,
y ahora el evangelio, que era el medio divinamente señalado para rescatar a los
hombres de la corrupción y degradación morales del paganismo, proclamaba
liberación y salvación "para gentiles y judíos, bárbaros, escitas, esclavos y
libres".
"Desde el día en que los fieles se congregaron por primera vez alrededor de su
Mesías, hasta la fecha de su epístola, habían pasado varios años; el amanecer
pleno, como creía Pablo, estaba a las puertas. Aquí encontramos corroborado lo
que también es evidente en varios otros pasajes, que el apóstol esperaba el pronto
advenimiento del Señor. La razón de esto reside, en parte en la ley general de que
al hombre le gusta imaginarse que el objeto de su esperanza está a la mano, y en
parte en la circunstancia de que el Salvador a menudo había hecho la
amonestación de que en todo momento había que estar preparados para la crisis
en cuestión, y también, según el usus loquendi de los profetas, había descrito el
período como aproximándose rápidamente".
Stuart protesta contra el hecho de que Tholuck renuncie a la corrección del juicio
del apóstol, pero adopta la insostenible posición de que Pablo está hablando aquí
de:
"La salvación espiritual que los creyentes han de experimentar cuando sean
trasladados al mundo de vida eterna y de gloria".
Por otra parte, Alford admite que:
189
"Una correcta exégesis de este pasaje puede difícilmente dejar de reconocer el
hecho de que aquí el apóstol, como en otro lugar (1 Tes. 4:17; 1 Cor. 15:51),
habla de la venida del Señor como aproximándose rápidamente. Razonar, como
lo hace Stuart, que, porque Pablo corrige en los Tesalonicenses el error de
imaginar que estaba inmediatamente a las puertas (o hasta que ya había llegado),
él mismo no la esperaba tan pronto, está seguramente fuera de lugar".
El editor estadounidense del Comentario de Lange, hablando de Romanos,
escribe la siguiente nota:
"El Dr. Hodge objeta con algún detalle la referencia a la segunda venida de
Cristo. Por otra parte, la mayoría de los modernos comentaristas alemanes
defienden esta referencia. Olshausen, De Wette, Philippi, Meyer, y otros, creen
que ninguna otra posición es sostenible en lo más mínimo; y el Dr. Lange,
aunque evita cuidadosamente las teorías extremas sobre este punto, niega la
referencia a la bienaventuranza eterna, y admite que se quiere decir la parusía.
Esta opinión gana terreno entre los exégetas anglosajones".
Hay algunos intérpretes que evitan la dificultad negando que términos tales
como cercano y distante hagan alguna referencia al tiempo en absoluto. Por
ejemplo, se nos dice que:
"Esto concuerda con todas las enseñanzas de nuestro Señor, de que representa el
día decisivo de la segunda aparición de Cristo como que está a las puertas, para
mantener a los creyentes siempre en la actitud de expectación vigilante, pero sin
referencia a la cercanía o distancia cronológica a ese suceso".
Este es un método no natural de interpretación, que simplemente vacía las
palabras de todo significado. Hay sólo una manera de salir de la dificultad, y es
creer que el apóstol dice lo que quiere decir, y que quiere decir lo que dice. Él era
el inspirado apóstol y embajador de Cristo, y el Señor no dejó que ninguna de sus
palabras cayera al suelo. Su continua consigna y clamor de advertencia a las
iglesias de la era primitiva era: "El Señor está a las puertas". Él creía esto;
enseñaba esto; y esta era la fe y la esperanza de toda la iglesia.
190
ESPERANZA DE UNA PRONTA LIBERACIÓN
Rom. 16:20. "Y el Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros
pies".
Aquí tenemos otra referencia inconfundible a la cercana aproximación al día de
liberación. El aplastamiento de la cabeza de la serpiente es la victoria de Cristo, y
esa victoria se ganaría pronto. Entre los enemigos que habrían de quedar debajo
de sus pies estaban la muerte, y el que tenía el poder de la muerte, a saber, el
diablo.
Pero hay por lo menos una alusión muy clara a la parusía en la cual el apóstol
habla de la esperada consumación.
Col. 3:4. "Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también
seréis manifestados en él en gloria".
Aquí encontramos una clara alusión al mismo acontecimiento y al mismo período
que en Rom. 8:19, es decir, "la manifestación de los hijos de Dios". En ambos
pasajes, es evidente que esta manifestación se concibe como cercana. En
191
realidad, en Rom. 8:18 se afirma expresamente que es así; la gloria está "a punto
de ser revelada", mientras que aquí en Colosenses los discípulos son
representados como "muertos", y esperando la vida y la gloria que recibirían a la
revelación de Jesucristo, o sea, en la parusía. Es inconcebible que el apóstol
pueda hablar en términos tales de un suceso lejano; su cercanía es,
evidentemente, uno de los elementos de su exhortación de que debían "poner el
corazón en las cosas de arriba, no en las de la tierra". ¿Hemos de suponer que
todavía están en un estado de muerte, que su vida todavía está escondida? Pero su
vida y su gloria están representadas como contingentes con la "manifestación de
Jesucristo".
LA IRA VENIDERA
Col. 3:6. "Cosas [la idolatría, entre otras] por las cuales la ira de Dios viene".
La conclusión precedente (con respecto a la cercanía de la gloria venidera) está
confirmada por la referencia del apóstol a la cercanía de la ira venidera. La
cláusula "sobre los hijos de desobediencia" no se encuentra en algunos de los
manuscritos más antiguos, y es omitida por Alford. Probablemente ha sido
añadida de Efe. 5:6. Tomando el pasaje como está, hay algo muy sugestivo y
enfático en su afirmación: "Viene la ira de Dios". Hay un contraste inconfundible
entre "la gloria venidera del pueblo de Dios" y "la ira venidera" sobre sus
enemigos. No menos clara es la alusión a la "ira venidera" profetizada por Juan el
Bautista, y a la cual con tanta frecuencia se refieren nuestro Señor y sus
apóstoles. Tanto la gloria como la ira están "a punto de ser reveladas"; coinciden
con la parusía de Cristo, y las iglesias apostólicas estaban en constante
expectación de la pronta manifestación de ambas.
192
al apóstol le encanta espaciarse, y en ninguna parte se espacia con más
entusiasmo que en esta epístola. Por lo tanto, puede suponerse que, por muy
oscuro que nos parezca en algunos respectos, no era ininteligible para los
cristianos de Éfeso, ni para aquellos a los cuales se les envió esta epístola,
porque, como bien observa Paley, nadie escribe ininteligiblemente a propósito.
También podemos esperar encontrar alusiones al mismo tema en otras partes de
los escritos del apóstol, que pueden servir para dilucidar dichos oscuros en este
pasaje.
Hay dos preguntas que surgen del pasaje que tenemos delante: (1) ¿Qué se quiere
decir con "reunir todas las cosas en Cristo"? (2) ¿Cuál es el período designado
como "la dispensación del cumplimiento de los tiempos", en el cual ha de tener
lugar este "reunir todas las cosas en Cristo"?
1. Con respecto al primer punto, recibimos gran ayuda de la expresión que el
apóstol emplea en relación con él, es decir, "el misteriode su voluntad". Esta es
una palabra favorita de Pablo al hablar de ese nuevo y maravilloso
descubrimiento que nunca dejó de llenar su alma de adoración, gratitud y
alabanza - la admisión de los gentiles a todos los privilegios de la nación del
pacto. Es difícil para nosotros formarnos un concepto del sobresalto, la sorpresa y
la incredulidad que causó en las mentes de los judíos el anuncio de semejante
revolución en la administración divina. Sabemos que ni siquiera los apóstoles
estaban preparados para ella, y que fue con algo parecido a la duda y la sospecha
con que, por fin, cedieron a la abrumadora evidencia de los hechos: "¡De manera
que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida!" (Hechos
11:18). Pero, para el apóstol a los gentiles, este era el glorioso estatuto de la
emancipación universal. De entre todos los hombres, él vio con la mayor claridad
su belleza y su gloria divinas, su trascendente misterio y maravilla. Vio las
barreras de separación entre judíos y gentiles, la antipatía entre las razas, "la
pared intermedia de separación", derribadas por Cristo, y una gran familia y una
hermandad formada por todas las naciones, y tribus, y pueblos, y lenguas, bajo el
poder reconciliador y unificador de la sangre expiatoria. No podemos
equivocarnos, pues, al entender este misterio de "reunir todas las cosas en Cristo"
como el mismo que se explica más plenamente en el capítulo 3:5,6, "misterio que
en otras generaciones no se dio a conocer a los hijos de los hombres, como ahora
es revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu: que los gentiles son
coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en
Cristo Jesús por medio del evangelio". Esta es launificación, "el resumen", o
consumación [], a la cual el apóstol se refiere con tanta frecuencia en esta
epístola: "hacer de ambos pueblos uno sólo"; "crear en sí mismo de los dos un
solo y nuevo hombre"; "reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo" (Efe.
2:14,15,16). Este era el gran secreto de Dios, que había estado oculto a las
193
pasadas generaciones, pero que ahora era revelado a la admiración y la gratitud
del cielo y la tierra.
Pero, puede preguntarse, ¿cómo puede el hecho de recibir a los gentiles en los
privilegios de Israel ser llamado la reunión de todas las cosas, tanto las que están
en los cielos como las que están en la tierra?
Algunos críticos muy capaces han supuesto que las palabras cielo y tierra en éste
y en otros pasajes deben entenderse en un sentidolimitado y, por decirlo así,
técnico. Para la mente judía, la nación del pacto, el pueblo peculiar de Dios,
podría ser llamado apropiadamente "celestial", mientras que los degenerados
gentiles, que estaban fuera del pacto, pertenecían a una condición inferior,
terrenal. Esta es la posición de Locke en su nota sobre este pasaje:
"Que Pablo debió usar "cielo" y "tierra" para los judíos y los gentiles no se
considerará tan extraño si consideramos que Daniel mismo se refiere a la nación
de los judíos con el nombre de "cielo" (Dan. 8:10). Ni quiere un ejemplo de ello
en nuestro Salvador mismo, quien (Luc. 21:26) con "las potencias de los cielos"
quiere significar claramente los grandes hombres de la nación judía. Ni es éste el
único lugar en esta epístola de Pablo a los Efesios que lleva esta interpretación de
cielo y tierra. Quien lea los primeros quince versículos del cap. 3 y sopese las
expresiones cuidadosamente, y observe la dirección del pensamiento del apóstol
en ellos, no encontrará que hace violencia manifiesta al sentido de Pablo si por
"familia en los cielos y en la tierra" (ver. 15) entiende el cuerpo unido de
cristianos, compuesto de judíos y gentiles, que todavía viven promiscuamente
entre estas dos clases de pueblos que continuaron en su incredulidad. Sin
embargo, no estoy seguro de esta interpretación, sino que la ofrezco como una
cuestión de investigación a los que creen que una búsqueda imparcial del
verdadero significado de las Sagradas Escrituras es la mejor forma de emplear el
tiempo de que disponen".
Es en favor de esta interpretación de "cielo y tierra" que estas expresiones deben
aparentemente ser tomadas en un sentido restringido similar en otros pasajes en
que ocurren. Por ejemplo: "Hasta que pasen el cielo y la tierra" (Mat. 5:18); "el
cielo y la tierra pasarán" (Luc. 21:33). En el primero de estos pasajes, el contexto
muestra que es imposible que se refiera a la disolución final de la creación
material, porque eso afirmaría la perpetuidad de cada jota y cada tilde de lo que
hace mucho tiempo fue abrogado y anulado. Debemos, pues, entender, el "pasar
el cielo y la tierra" en un sentido tópico. Un expositor juicioso hace las siguientes
observaciones sobre este pasaje:
"Una persona completamente familiarizada con la fraseología del Antiguo
Testamento sabe que la disolución de la economía mosaica y el establecimiento
de la cristiana a menudo se entiende como la desaparición de la antigua tierra y
los antiguos cielos, y la creación de una nueva tierra y unos cielos nuevos. (Véase
Isa. 65:17 y 66:22). El período de terminación de una dispensación y el comienzo
194
de la otra se describe como "los últimos días" y "el fin del mundo", y como una
conmoción tal de la tierra y los cielos que conduciría a la destrucción de las cosas
conmocionadas (Hag. 2:6; Heb. 14:26,27)".
Parece, pues, que hay justificación bíblica para entender "las cosas que están en
los cielos y las que están en la tierra" en el sentido indicado por Locke, judíos y
gentiles. Es posible, sin embargo, que las palabras apunten a una comprensión
más amplia y a una consumación más gloriosa. Ellas pueden indicar que la raza
humana, separada de Dios y de todos los seres santos, y dividida por la mutua
enemistad y el mutuo alejamiento, estaba destinada, por el misericordioso de
Dios, a unirse nuevamente, bajo una Cabeza común, el Señor Jesucristo, con el
único Dios y Padre de la humanidad, y con todos los seres santos y felices en el
cielo. Según este punto de vista, todo el universo inteligente habría de ser puesto
bajo un dominio, el de Dios Padre, por medio de su Hijo Jesucristo. Esta es la
mayor consumación que se nos presenta en otras tantas formas en el Nuevo
Testamento. Es la "regeneración" [] de Mat. 19:28; los "tiempos de refrigerio" [];
y "los tiempos de la restauración de todas las cosas" [] de Hechos 3:19,21; "la
sujeción de todas las cosas a Cristo" de 1 Cor. 15:28; la "reconciliación de todas
las cosas con Dios" [] de Col. 1:20; el "tiempo de reforma" [] de Heb. 9:10; el " "
-- "la nueva era" -- de Efe. 1:21. Todas éstas son sólo diferentes formas y
expresiones de la misma cosa, y todas apuntan a la misma gran era venidera; y,
sin titubear, a esta categoría podemos asignar la frase "la dispensación de la
plenitud de los tiempos", y "reunir todas las cosas en Cristo".
Antes de que este dominio universal del Padre pudiese ser asumido y proclamado
públicamente, era necesario que la relación exclusiva y limitada de Dios con una
sola nación fuera reemplazada por una mejor y abolida. Por lo tanto, la teocracia
debía ser hecha a un lado, para hacer lugar para la paternidad universal de Dios:
"para que Dios pudiese ser todo en todos".
Tenemos las más explícitas afirmaciones sobre este punto; pues, casi todas las
designaciones del acontecimiento nos permiten fijar el tiempo. La regeneración
es "cuando el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria"; los tiempos de
la "restitución de todas las cosas" son cuando "Dios envíe a Jesucristo"; la
"sujeción de todas las cosas a Cristo" es "en su venida" y "en el fin". En otras
palabras, todos estos sucesos coinciden con la parusía; y éste, por lo tanto, es el
período de la "reunificación de todas las cosas" bajo Cristo.
Llegamos a la misma conclusión a partir de la frase "la dispensación de la
plenitud de los tiempos". Una dispensación es una disposición u orden de cosas,
195
y parece equivaler a la frase , o pacto. La dispensación o economía mosaica es
designada como el "pacto antiguo" (2 Cor. 3:14), en contraste con el "nuevo
pacto", o la "dispensación del evangelio". El "pacto antiguo" o la antigua
economía es representada como "decadente, que envejece, y está próxima a
desaparecer" -- es decir, la dispensación mosaica estaba a punto de ser abolida, y
de ser reemplazada por la dispensación cristiana (Heb. 8:13). Algunas veces, de
la era o economía judía se habla como de esta era, la era presente [,]; y de la
dispensación cristiana o del evangelio, como de "la era venidera", y "el mundo
por venir" [,] (Efe. 1:21; Heb. 2:5). Al fin de la era o economía judía se le llama
"el fin del tiempo" [], y es razonable concluir que el fin de lo antiguo es el
comienzo de lo nuevo. Se sigue, por lo tanto, que la economía de la plenitud de
los tiempos es ese estado u orden de cosas que sucede y reemplaza
inmediatamente a la antigua economía judía. La dispensación de la plenitud de
los tiempos es la dispensación final, la corona; el "reino que no puede ser
movido"; "el mejor pacto, establecido sobre mejores promesas". Entonces, puesto
que la antigua economía fue finalmente hecha a un lado y abrogada en la
destrucción de Jerusalén, llegamos a la conclusión de que la nueva era, o la
"dispensación de la plenitud de los tiempos", recibió su inauguración solemne y
pública en el mismo período, que coincide con la parusía.
EL DÍA DE REDENCIÓN
Efe. 1:13,14. "El Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra
herencia hasta la redención de la posesión adquirida".
Efe. 4:30. "El Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de
la redención".
Efe. 2:7. "Para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su
gloria".
Conybeare y Howson hacen la siguiente observación sobre este pasaje:
"En los siglos venideros"; es decir, el tiempo del perfecto triunfo de Cristo sobre
el mal, siempre contemplado en el Nuevo Testamento como "cercano".
Quizás sería más correcto decir que se refiere a la cercana salvación de estos
creyentes gentiles, y su glorificación con Cristo; porque esta es la consumación
que es contemplada siempre en el Nuevo Testamento como cercana (Rom.
13:11).
197
EN LA EPÍSTOLA A LOS FILIPENSES
El Día de Cristo
Fil. 1:6. "El que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día
de Jesucristo".
Fil. 1:10. "A fin de que seáis sinceros e irreprensibles para el día de Cristo".
La nota de Alford sobre este pasaje (cap. 1:6) merece ser notada: "Esto supone la
cercanía de la venida del Señor. Aquí, como en otros lugares, los comentaristas
han tratado de escapar de esta inferencia", etc. Esto es justo; pero la inferencia
del propio Alford, de que Pablo estaba errado, es igualmente insostenible.
LA EXPECTACIÓN DE LA PARUSÍA
Fil. 3:20,21. "Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también
esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la
humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya", etc.
Estas palabras dan testimonio decisivo de la expectación acariciada por el
apóstol, y por los cristianos de su tiempo, acerca de la pronta venida del Señor.
No era la muerte lo que esperaban, como nosotros, sino lo que sorbería la muerte
en victoria: la transformación que superaría la necesidad de morir. La nota de
Alford sobre este pasaje es como sigue:
"Las palabras presuponen, como Pablo siempre lo hace cuando habla
incidentalmente, que él sobreviviría para presenciar la venida del Señor. El
cambio del polvo de la tierra en la resurrección, como quiera que acomodemos la
expresión a él, no estaba originalmente contemplado por él".
LA CERCANÍA DE LA PARUSÍA
Fil. 4:5. "El Señor está cerca".
198
Aquí el apóstol repite la bien conocida consigna de la iglesia primitiva: "El Señor
está cerca", equivalente al "Maranatha" de 1 Cor. 16:22. Dudar de su plena
convicción de la cercanía de la venida de Cristo es incompatible con el debido
respeto al claro significado de las palabras; poner esta convicción como un error
es incompatible con el debido respeto por su autoridad e inspiración apostólicas.
1 Tim. 4:1-3. "Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos
algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de
demonios; por la hipocresía de mentirosos que, teniendo cauterizada la
conciencia, prohibirán casarse, y mandarán abstenerse de alimentos que Dios
creó para que con acción de gracias participasen de ellos los creyentes y los que
han conocido la verdad".
Una de las señales que nuestro Señor predijo que estaría entre las precursoras de
la gran catástrofe que habría de abrumar al sistema y al pueblo judíos era la
general y ominosa apostasía de la fe, que se manifestaría entre los profesos
discípulos de Cristo. La referencia de nuestro Señor a esta apostasía, aunque clara
y directa, no es tan minuciosa y detallada como la descripción que de ella
encontramos en las epístolas de Pablo; de aquí que infiramos, como también
sugiere el lenguaje del primer versículo de este capítulo, que a los apóstoles se
les habían hecho las subsiguientes revelaciones de su naturaleza y sus
características. En 2 Tesa. 2:3, Pablo la designa como "la apostasía" que
rápidamente presenta los lineamientos del "hombre de pecado". Ya hemos
señalado la diferencia entre "la apostasía" y "el hombre de pecado", y que
confundirlos ha sido un error común, pero egregio. En la secuela, descubriremos
que la descripción que Pablo hace de la apostasía es tan minuciosa como la que
hace del "hombre de pecado", para permitirnos a la una tan rápidamente como al
otro.
199
bien entendido por Timoteo y todas las iglesias apostólicas. Será conveniente
poner juntos todos los pasajes que se refieren a esta época trascendental y crítica,
que eran la meta y el término hacia los cuales, según lo muestra el Nuevo
Testamento, se apresuraban rápidamente todas las cosas.
El fin
Mat. 10:22. "El que persevere hasta el fin, éste será salvo".
Mat. 24:6. "Pero aún no es el fin" (Mar. 13:9; Luc. 21:9).
Mat. 24:13. "Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo" (Mar. 13:13).
Mat. 24:14. "Y entonces vendrá el fin".
1 Cor. 1:8. "El cual también os confirmará hasta el fin".
1 Cor. 10:11. "A quienes han alcanzado los fines de los siglos".
1 Cor. 15:24. "Luego el fin".
Heb. 3:6. "Firme hasta el fin".
Heb. 3:14. "Firme hasta el fin".
Heb. 6:11. "La misma solicitud hasta el fin".
1 Ped. 4:7. "El fin de todas las cosas se acerca".
Apoc. 2:26. "El que guardare mis obras hasta el fin".
200
postrero"
[enkairyescaty].
1 Ped. 1:20. "Manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros"
[epescatoutvncronwn].
2 Ped. 3:3. "En los postreros días vendrán burladores" [epescatoutvnhmerwn].
1 Juan 2:18. "Ya es el último tiempo" [escathwra].
Judas 18. "En el postrer tiempo habrá burladores" [enescatycrony].
El día
Mat. 25:13. "No sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir".
Luc. 17:30. "El día en que el Hijo del Hombre se manifieste".
Rom. 2:16. "El día en que Dios juzgará por Jesucristo".
1 Cor. 3:13. "El día la declarará".
Aquel día
El día de Dios
201
2 Ped. 3:12. "Apresurándoos para la venida del día de Dios".
El gran día
El día de la ira
Mat. 10:15. "En el día del juicio será más tolerable el castigo ..."
Mat. 11:22. "En el día del juicio será más tolerable el castigo ..."
Mat. 11:24. "En el día del juicio será más tolerable el castigo ..."
Mat. 12:36. "De ella darán cuenta en el día del juicio".
2 Ped. 2:9. "Para ser castigados en el día del juicio".
2 Ped. 3:7. "Guardados para el fuego en el día del juicio".
1 Juan 4:17. "Para que tengamos confianza en el día del juicio".
El día de la redención
El día postrero
202
del Nuevo Testamento, o sea, la duración de la vida de la generación
que rechazó a Cristo.
4. Esto nos trae al período de la destrucción de Jerusalén, como el que
marca "el fin del siglo", "el día del Señor", "el fin". Es decir, la
venida del Señor, o la parusía.
DESCRIPCIÓN DE LA APOSTASÍA
Habiendo puesto juntos en un solo cuadro los pasajes que hablan del período de
la apostasía, es apropiado seguir un método similar con respecto a los pasajes que
describen las características y la naturaleza de la apostasía misma. Esta fatal
defección arroja su sombra oscura sobre todo el campo de la historia del Nuevo
Testamento, desde el discurso profético de nuestro Señor en el Monte de los
Olivos, y aún antes, hasta el Apocalipsis de Juan. Es instructivo observar cómo,
al aproximarse el tiempo de su desarrollo y su manifestación, la sombra se vuelve
más y más oscura, hasta que alcanza las más profundas tinieblas en la revelación
del anticristo.
203
2. La apostasía, predicha por Pablo
"Yo sé que después de mi partida entrarán en medio de
Falsos Hechos vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de
maestros 20:29,30 vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas
perversas para arrastrar tras de sí a los discípulos".
2 Tesa.
La apostasía "No vendrá sin que antes venga la apostasía".
2:3
"Éstos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se
Falsos 2 Cor.
disfrazan como apóstoles de Cristo. Y no es maravilla, porque
apóstoles 11:13,14
el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz".
Falsos "Hay algunos que os perturban y quieren pervertir el
Gál. 1:7
maestros evangelio de Cristo".
Falsos
Gál. 2:4 "Falsos hermanos introducidos a escondidas".
hermanos
"Fijaos en los que causan divisiones y tropiezos contra la
doctrina que habéis aprendido, y apartaos de ellos. Tales
Engañadores Rom.
personas no sirven a nuestro Señor Jesucristo, sino a sus
y cismáticos 16:17,18
propios vientres, y con suaves palabras y lisonjas engañan los
corazones de los ingenuos".
Falsos
Col. 2:8 "Mirad que nadie os engañe con filosofías y huecas sutilezas".
maestros
Col. "Nadie os prive de vuestro premio, afectando humildad y
Ídem
2:18 culto a los ángeles".
Maestros "Guardaos de los perros; guardaos de los malos obreros,
Fil. 3:2
judaizantes guardaos de los mutiladores del cuerpo".
Enemigos de "Por ahí andan muchos, de los cuales os dije muchas veces ...
Fil. 3:18
la cruz que son enemigos de la cruz de Cristo".
Sensualistas Fil. 3:19 "El fin de los cuales será perdición, cuyo dios es el vientre".
Falsos 1 Tim. "Manda a algunos que no enseñen diferente doctrina, ni
maestros 1:3,4 presten atención a fábulas y genealogías interminables".
1 Tim. "Algunos se apartaron y se desviaron a vana palabrería,
Judaizantes
1:6,7 queriendo ser doctores de la ley", etc.
1 Tim. "Algunos desecharon y no mantuvieron la fe y y buena
Apóstatas
1:19 conciencia, y naufragaron".
"Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos
Mentirosos e 1 Tim. algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus
hipócritas 4:1,2 engañadores y a doctrinas de demonios; por la hipocresía de
mentirosos que tienen cauterizada la conciencia".
Falsos 1 Tim. "Prohibirán casarse, y mandarán abstenerse de alimentos que
maestros 4:3 Dios creó..."
204
"Evita las profanas pláticas sobre cosas vanas, y los
1 Tim.
Ídem argumentos de la falsamente llamada ciencia, la cual
6:20,21
profesando algunos, se desviaron de la fe".
"Mas evita profanas y vanas palabrerías, porque conducirán
más y más a la impiedad. Y su palabra carcomerá como
2 Tim
Ídem gangrena; de los cuales son Himeneo y Fileto, que se desviaron
2:16-18
de la verdad, diciendo que la resurrección ya se efectuó, y
trastornan la fe de algunos".
"También debes saber esto; que en los postreros días vendrán
tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí
mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos,
desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural,
implacables, calumniadores, intemperantes, crueles,
Inmoralidad
2 Tim. aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados,
de la
3:1-6, 8 amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán
apostasía
apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella ...
Porque de éstos son los que se meten en las casas y llevan
cautivas a las mujercillas cargadas de pecados", etc.
"Hombres corruptos de entendimiento, réprobos en cuanto a
la fe".
Falsos 2 Tim. "Los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor,
maestros 3:13 engañando y siendo engañados".
"Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina,
2 Tim. sino que, teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros
Ídem.
4:3,4 conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la
verdad el oído y se volverán a las fábulas".
Maestros Tito "Porque hay aún muchos contumaces, habladores de
judaizantes 1:10 vanidades y engañadores, mayormente los de la circuncisión".
Tito "No atendiendo a fábulas judaicas, ni a mandamientos de
Ídem
1:14 hombres que se apartan de la verdad".
"Profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan,
Tito
Inmorales siendo abominables y rebeldes, reprobados en cuanto a toda
1:16
buena obra".
205
"Aquellos que, siguiendo la carne, andan en concupiscencia
Inmoralidad e inmundicia, y desprecian el señorío. Atrevidos y
2 Ped.
de la contumaces, no temen decir mal de las potestades superiores
2:10,13,14
apostasía ... Estos son inmundicias y manchas, quienes aun mientras
comen con vosotros, se recrean en sus errores", etc.
"Sabiendo primero esto, que en los postreros días vendrán
Burladores 2 Ped. 3:3
burladores, andando según sus propias concupiscencias".
Por una consideración y una comparación de estos pasajes, se echa de ver que:
206
1. Todos se refieren a la misma gran defección de la fe, designada por
Pablo como "la apostasía".
2. Esta apostasía sería general y extendida.
3. Estaría marcada por una extremada depravación moral,
particularmente por pecados de la carne.
4. Estaría acompañada por pretensiones de poder milagroso.
5. Sería mayormente, si no principalmente, judía en su natualeza.
6. Rechazaría la encarnación y la divinidad del Señor Jesucristo; es
decir, sería el anticristo predicho.
7. Alcanzaría su pleno desarrollo en los "postreros tiempos", y sería la
precursora de la parusía.
Habiendo así echado un vistazo general a la doctrina del Nuevo Testamento
concerniente a la apostasía, sólo queda tomar nota de algunas objeciones que se
puedan hacer a las conclusiones que anteceden.
2. Puede objetarse que el período llamado "los postreros tiempos", o "los últimos
días", no se describe estrictamente y puede, por lo que sabemos, ser todavía
futuro.
Pero, en primer lugar, los mandatos que Pablo da a Timoteo implican claramente
que no era un mal distante, sino presente, o en todo caso inminente, del cual él
hablaba. Es manifiesto que los síntomas de la apostasía ya habían comenzado a
mostrarse, y que todo el tenor de la exhortación del apóstol implica que los males
especificados serían observados por Timoteo (1 Tim. 6:20,21).
Nada puede ser más seguro que los apóstoles consideraban que ellos vivían en
"los postreros tiempos". En la secuela, tendremos ocasión de ver esto claramente
demostrado. Mientras tanto, puede observarse que todos los pasajes dispuestos
bajo el encabezado "Los Postreros Tiempos" en nuestra tabla escatológica se
refieren a la misma gran crisis. Era "el fin de las edades" [sunteleiatouaivnoz], de
lo cual nuestro Señor hablaba tan a menudo. La apostasía era la predicha
precursora del fin.
207
TIMOTEO Y LA PARUSÍA
"Por pasajes como éste vemos que la era apostólica sostenía lo que debería ser la
actitud de todas las épocas, una constante expectación por el regreso del Señor".
Pero, si esta expectación no era más que una falsa impresión, ¿no es la actitud de
ellos más bien una advertencia que un ejemplo? Ahora vemos (suponiendo que la
parusía nunca tuvo lugar) que ellos acariciaban una vana esperanza y vivían en la
creencia de un engaño. Y si estaban equivocados en ésta, la más confiada y
acariciada de sus convicciones, ¿cómo podemos confiar en sus otras opiniones?
Considerar a todos los apóstoles y cristianos primitivos como envueltos en un
egregio engaño sobre un tema que ocupaba un lugar prominente en su fe y en su
esperanza es asestar un golpe fatal a la inspiración y la autoridad del Nuevo
208
Testamento. Cuando Pablo declaró, una y otra vez: "El Señor está cerca", no
expresaba su opinión privada, sino que hablaba con autoridad como órgano del
Espíritu Santo. Las observaciones de Alford pueden ser refutadas mejor con las
palabras de su propio contrarreplicador al Profesor Jowett:
"¿Escribía o no escribía el apóstol bajo el poder de un espíritu mayor que el suyo
propio? ¿Nos habla Dios o no nos habla en la Biblia en algún sentido o no? Si es
verdad, de todos los pasajes es en éstos, que tratan con tanta confianza del futuro,
en los que debemos reconocer la voz de Dios; si no tenemos a Dios en estos
pasajes, entonces, ¿dónde debemos escuchar todo esto?"
Encontramos el mismo tono de disculpa en las observaciones del Dr. Ellicott
sobre este pasaje:
"Puede admitirse, quizás, que los escritores sagrados han usado un lenguaje en
referencia al regreso del Señor que parece mostrar que los anhelos de
esperanza casi se habían convertido en convicciones de fe".
Sería extraño que las afirmaciones más claras, más fuertes, y más a menudo
repetidas de la fe y la esperanza de Pablo produjeran en la mente de un lector una
impresión tan débil de sus convicciones como ésta. Pero no hay titubeos en la
declaración del apóstol; no es incertidumbre lo que él pronuncia; es con tono
firme y confiado que exclama gozoso: "El Señor está cerca". No expresa sus
propias conjeturas, ni su propia esperanza, ni sus propios anhelos, sino que
transmite el mensaje que se le confió, y, como fiel testigo de Cristo, proclama por
todas partes la pronta venida del Señor.
LA APOSTASÍA MANIFESTÁNDOSE YA
Todo el tenor de estos pasajes indica que Pablo consideraba "aquel día" como
muy cercano en ese momento. En espera de él, prorrumpe en júbilo triunfante,
como si estuviese a punto de recibir la corona de victoria: "He peleado la buena
batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada
la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo
a mí, sino también a todos los que aman su venida". ¡Cuán evidentemente son
esperados, como muy cercanos, todos estos sucesos: su propia partida, su corona,
"aquel día", y la aparición del Señor! ¿Diremos que su espera era demasiado
optimista? ¿Que el día todavía no ha llegado? ¿Que su corona todavía está
guardada? ¿Que Onesíforo todavía no ha alcanzado misericordia? Esta
suposición es increíble.
2 Tim. 3:1-8. "También debes saber esto: que en los postreros días vendrán
tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros,
vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos,
sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles,
aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los
deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la
eficacia de ella; a éstos evita. Porque de éstos son los que se meten en las casas y
llevan cautivas a las mujercillas cargadas de pecados, arrastradas por diversas
concupiscencias. Éstas siempre están aprendiendo, y nunca pueden llegar al
conocimiento de la verdad. Y de la manera que Janes y Jambres resistieron a
Moisés, así también éstos resisten a la verdad; hombres corruptos de
entendimiento, réprobos en cuanto a la fe".
Evidentemente, "los postreros días" de este pasaje son idénticos a "los postreros
tiempos" de 1 Tim. 4:1. Esto es tan obvio que no necesita ninguna prueba. El
intento de distinguir entre los "postreros" tiempos de un pasaje y el otro, que
Bengel parece sancionar, es, pues, inútil. Es apenas necesario añadir que "los
210
postreros días" eran los días del propio apóstol, el tiempo que era presente
entonces. Él está hablando, no de un futuro distante, sino de un tiempo que ya
comenzaba; porque es claro que él traza el cuadro de los caracteres descritos de
la vida. Las indicaciones de la apostasía venidera ya eran evidentes. "De éstos
son los que", etc. (vers. 6). Se supone que Timoteo se encontraría con aquellos
tiempos, y con aquellos hombres malvados de los cuales le exhorta a alejarse. La
siguiente nota de Conybeare y Howson se acerca mucho a la verdad, aunque no
llega a la verdad total:
"Esta frase (escataizhmeraiz), usada sin el artículo, habiendo llegado a
convertirse en una expresión familiar, denota por lo general la terminación de la
dispensación mosaica. (Véase Hechos 2:17; 1 Ped. 1:5,20; Heb. 1:2). Por esta
razón, la expresión generalmente denota (en la era apostólica) el tiempo presente;
pero aquí apunta a un futuro inmediatamente cercano que está, sin embargo,
fundido con el presente (véase ver. 6,8), y era, de hecho, el fin de la era
apostólica. (Compárese con 1 Juan 2:18: "Este es el último tiempo". La larga
duración de este último período del desarrollo mundial no les fue revelada a los
apóstoles; ellos esperaban que el regreso de su Señor le pondría fin en su propia
generación; y así se cumplieron las palabras de Jesús, de que nadie sabría el
tiempo de su venida".
Esta explicación final es la que no puede admitir nadie que crea que los apóstoles
hablaron y escribieron por el poder del Espíritu Santo; y, a pesar de la opinión
casi unánime de sus críticos de que seguramente estaban errados, nosotros
estamos con los apóstoles antes que con sus críticos.
211
sino completamente inconsistente con cualquier teoría de inspiración de la
palabra de Dios.
2 Tim. 4:1,2. "Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a
los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la
palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con
toda paciencia y doctrina".
Encontramos asociados juntos en este pasaje, como sucesos contemporáneos, a la
parusía, el juicio, y el reino de Cristo. Todos ellos están conectados y
212
relacionados en su naturaleza y en el tiempo de su ocurrencia. Encontramos la
misma disposición de sucesos en Mat. 25:31. "Cuando el Hijo del hombre venga
en su gloria, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de
él todas las naciones", etc.
Está fuera del ámbito de esta investigación discutir la cuestión de quién escribió
la Epístola a los Hebreos. Aunque no haya salido de la misma pluma que la
Epístola a los Romanos, y pocos de los que están familiarizados con el estilo de
Pablo afirmarán que no lo ha hecho, su espíritu y su enseñanza son esencialmente
paulinos, y podemos con justicia considerarla como uno de los más preciosos
legados de la era apostólica. Su valor como clave del significado de la economía
levítica y como contribución a la doctrina y la vida cristianas es inestimable; y ya
sea que se la atribuyamos a Bernabé o a Apolo, o a cualquier otro colaborador de
Pablo, podemos aceptarla sin titubear, "no como palabra de hombre, sino como la
palabra de Dios, que lo es en verdad".
Ahora podemos adentrarnos aún más profundamente en la oscura sombra de la
apostasía predicha. Fue para combatir a este formidable antagonista del evangelio
que esta epístola se escribió; y el carácter judaico del movimiento anti-cristiano
es evidente en la línea del argumento que su autor adopta. Nos encontramos en
seguida en "los postreros días".
Heb. 1:1,2. "Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro
tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el
Hijo".
La frase "en estos postreros días" o "en estos últimos días" muestra que el
escritor consideraba el tiempo de la encarnación y el ministerio de Cristo como el
período final de una dispensación o era. Encontramos una expresión algo similar
en el cap. 9:26. "Ahora, en la consumación de los siglos"
[episunteleiatwnaiwnwn], en que la referencia es a la encarnación y al sacrificio
214
expiatorio de Cristo. Una era antigua, llámese mosaica, judaica, o del Antiguo
Testamento, estaba terminando ahora; muchas cosas que habían parecido
inamovibles y eternas estaban a punto de desvanecerse; y "el fin del siglo" o "los
postreros tiempos" habían llegado.
215
escritor de esta epístola no concebía mundos en el sentido en el cual nosotros
usamos ahora esa expresión, esto quizás modifique nuestra opinión. Somos muy
propensos a acreditarle al autor nuestras ideas astronómicas, y a suponer que él se
refiere al sol, la luna, y las estrellas como otros tantos mundos. Pero no tenemos
ninguna razón para creer que él tenía alguna idea como ésa. Los cuerpos celestes
eran para él luces, no mundos. Con las edades, sin embargo, el autor de esta
epístola, como hombre de letras, debe haber estado completamente familiarizado.
Entonces, ¿qué quiso decir con que Dios hizo el universo [las edades]? Éstas eran
las grandes eras, o épocas de tiempo, que la Suprema Sabiduría había ordenado y
dispuesto; los períodos del mundo, como podemos llamarlos, que constituían
actos en el gran drama de la Providencia. Parece haber una alusión a este
ordenamiento de las edades, o períodos mundiales, en Hechos 17:26: "Les ha
prefijado el orden de los tiempos" [orisazprostetagmenouzkairouz]; como
también en Efe. 1:10: "La dispensación del cumplimiento de los tiempos". Se
inclina fuertemente a favor de este punto de vista el hecho de que es
sustancialmente la adoptada por los padres griegos.
216
Heb. 3:6. "Si retenemos firme hasta el fin la confianza y el gloriarnos en la
esperanza".
Heb. 3:14. "Con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del
principio".
Heb. 6:11. "La misma solicitud hasta el fin, para plena certeza de la esperanza".
Ya hemos tenido ocasión de observar la significativa frase "el fin", como se usa
en el Nuevo Testamento. No significa hasta el fin, o el fin de la vida, sino el fin
de la edad. Alford observa correctamente:
"El fin que se tiene en mente no es la muerte de cada individuo, sino la venida del
Señor, que es llamada constantemente por este nombre".
217
¿Cuál es la dirección del argumento? Es muy evidente que el objeto del escritor
es advertir a los cristianos hebreos contra la incredulidad y la desobediencia
poniendo ante ellos, por una parte, la recompensa de la obediencia, y por la otra,
el castigo por la desobediencia. Tenía a la mano un ejemplo señalado, memorable
para todos los israelitas, es decir, la renuncia a la tierra de Canaán por sus padres
a consecuencia de su incredulidad. Habían provocado al Señor para que jurase en
su ira: "No entrarán en mi reposo".
Según el punto de vista del escritor, había una notable correspondencia entre la
situación de los israelitas que se aproximaban a la tierra de la promesa y la
situación de los cristianos que esperaban el cumplimiento de su esperanza, la
promesa del reposo. Para hacer más clara esta correspondencia, el escritor
muestra que el reposo prometido al antiguo Israel, y el prometido al pueblo de
Dios ahora, eran realmente una y la misma cosa. La entrada a la tierra de Canaán
no era en modo alguno el todo, ni siquiera la parte principal, del prometido
reposo de Dios. El escritor prueba esto demostrando que, mucho después de que
los israelitas se establecieron en Canaán, el Señor, por boca de David, en el
Salmo 95, repite virtualmente la promesa hecha a los israelitas en el desierto, y le
dice al pueblo: "Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones". La
repetición de la orden implica la repetición de la promesa, y también de la
amenaza; como si Dios estuviese diciendo: "Crean, y entrarán en mi reposo. No
crean, y no entrarán en mi reposo". De aquí se sigue que hay un reposo además y
más allá del reposo de Canaán.
Luego sigue la explicación del reposo del que se habla, es decir, el "reposo de
Dios", que Él llama "Mi reposo". Ciertamente ese nombre nunca se le dio a la
tierra de Canaán, ni se le puede aplicar a nada que no sea el "reposo" del cual
leemos en el relato de la creación, cuando Dios efectivamente reposó de toda "su
obra que había hecho" (Gén. 2:2,3). Este era el sábado de Dios, el reposo que Él
santificó y llamó su reposo. Por lo tanto, debe ser a este reposo - el reposo santo,
sabático, celestial - al que se refiere principalmente la promesa. De ese reposo de
Dios, Canaán era sin duda el tipo, pues aquél era el reposo de los israelitas
después de los peligros y las fatigas del desierto; pero la posesión de Canaán
estaba lejos de agotar el pleno significado de la promesa, y por lo tanto el reposo
todavía permanecía, y era guardado en reserva para el pueblo de Dios. "Por tanto,
queda un reposo para el pueblo de Dios".
El escritor de la Epístola a los Hebreos evidentemente consideraba el "reposo de
Dios" como una consumación no muy distante. Dice de él: "Los que hemos
creído entramos en el reposo". Esto no significa "ir al cielo a la muerte", sino la
expectativa de la pronta venida del reino de Dios, la esperanza tan fuertemente
acariciada por los primeros cristianos (Rom. 8:18-25). Considerar estas
exhortaciones y apelaciones como ordinarias y comunes de la enseñanza religiosa
218
es despojarlas de la mitad de su significado. Es verdad que hay un sentido en el
cual pueden aplicarse a todos los tiempos, pero tenían un significado y una fuerza
en aquella particular coyuntura que nos es difícil comprender ahora. Los
cristianos de aquella época estaban, por decirlo así, en la línea que separaba lo
antiguo de lo nuevo, entre la era que estaba terminando y la que estaba
comenzando. Creían que el día del Señor estaba justo a las puertas, que Cristo
regresaría pronto, y que entrarían con Él en el reino de los cielos, el reposo de
Dios. De aquí el deber de que se "exhortaran unos a otros, y tanto más cuanto
veían que el día se acercaba; de que guardaran firmes hasta el fin el principio de
su confianza; de que se esforzaran por entrar en aquel reposo, no fuera a ser que
algunos de ellos parecieran no haberlo alcanzado".
En los versículos 9 y 10 de este capítulo, el escritor de este capítulo muestra lo
apropiado de llamar a este prometido reposo "sabadismo" o reposo sabático. "Por
tanto, queda un sabadismo para el pueblo de Dios. Porque el que ha entrado en su
reposo, también ha reposado de sus obras, como Dios de las suyas". Hay una
ambigüedad en este lenguaje, tanto en griego como en inglés. Puede significar
que todos los fieles que han partido han cesado de sus trabajos en la tierra, y
ahora disfrutan del reposo y la recompensa del cielo. Este es el sentido que
normalmente se le atribuye a las palabras. (Véase el Comentario de Stuart sobre
Hebreos,in loc.; Conybeare and Howson, etc.). Hay que confesar, sin embargo,
que la relevancia de este lenguaje así interpretado en relación con el asunto en
discusión no es muy evidente, y que la construcción gramatical difícilmente
justificará esta explicación. El argumento afirma, no que los cristianos han
entrado en ese reposo, sino justamente lo contrario. Como Conybeare y Howson
muestran muy correctamente, que el escritor declara "que el pueblo de Dios
nunca antes ha disfrutado de ese perfecto reposo, y que, por lo tanto, ese goce es
todavía futuro". Entonces, ¿quiénes son los que han entrado? Evidentemente,
es Cristo, el Precursor, que entró detrás del velo en el nombre de nosotros;
nuestro gran Sumo Sacerdote, que ascendió a los cielos; el Josué del Nuevo
Testamento, el Capitán de nuestra salvación, que "entró en su reposo", cesando
en su obra de redención, como su Padre cesó de su propia obra de creación. Esto
demuestra lo correcto de llamar al cielo "sabadismo", "un reposo de Dios", pues
aquí tanto el Padre como el Hijo guardan el sábado eterno. Puede añadirse que
esta interpretación nos alivia del sentido de incongruencia que se siente al
comparar la cesación de los trabajos del cristiano con la cesación de la obra de la
creación por parte de Dios; es también perfectamente relevante al argumento en
el contexto.
No sólo soportan las palabras este sentido, sino que no soportan ningún otro,
como lo demuestra muy bien Alford. (Véase el Testamento Griego, in loc.).
Ahora podemos ver la fuerza del argumento en su totalidad. El escritor demuestra
las fatales consecuencias de la incredulidad y la desobediencia por medio del
219
ejemplo de los antiguos israelitas (cap. 3:7-19). Tenían una gran promesa de
entrar en el reposo de Dios, que perdieron por su incredulidad (cal. 3:7-19). Pero
aquella promesa de reposo todavía se ofrece, y todavía se puede perder. Fue
ofrecida a Israel nuevamente en el tiempo de David y por boca de él; no se agotó
por la entrada de los israelitas en Canaán (cap. 4:4-8). En aquel entonces, la
promesa se refería al estado celestial, el reposo de Dios mismo, cuando Él guardó
el sábado después de la obra de la creación (cap. 4:3-5). Pero Cristo también
guarda su sábado, habiendo cesado de la obra de redención, como el Padre cesó
de la obra de la creación (cap. 4:10). Queda, pues, todavía un sábado, o reposo
celestial, para el pueblo de Dios (cap. 4:9). Procuremos, pues, entrar en aquel
reposo de Cristo y de Dios, amonestados contra la incredulidad y la
desobediencia por el ejemplo del antiguo Israel (cap. 4:11).
Encontraremos en la secuela mucha luz arrojada sobre este tema de la entrada en
el estado celestial, y la relación con él en que estaban los santos tanto antes como
desde la venida de Cristo.
EXPECTACIÓN DE LA PARUSÍA
Heb. 9:28. "Y aparecerá por segunda vez, sn relación con el pecado, para salvar a
los que le esperan".
La actitud de expectación mantenida por los cristianos de la era apostólica se
muestra incidentalmente aquí. Esperaban, en esperanza y con confianza, el
cumplimiento de la promesa de Su venida. Suponer que ellos esperaban un
suceso que no ocurrió es imputarles, a ellos y a sus maestros, una cantidad de
ignorancia y error incompatible con respecto a sus creencias en cualquier otro
tema.
220
LA PARUSÍA SE ACERCA
Heb. 10:25. "Exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca".
Por supuesto, "el día" significa "el día del Señor", el tiempo de su aparición, la
parusía. Ahora se había acercado; no podían verlaacercándose. Sin duda, las
indicaciones de su aproximación predicha po nuestro Señor eran evidentes, y sus
discípulos las reconocieron, recordando sus palabras: "Cuando veáis que suceden
estas cosas, conoced que está cerca, a las puertas" (Mar. 13:29). No es correcto
tergiversar estas palabras en un sentido no natural o doble, y decir con Alford:
"Aquel día, en su sentido grande y final, siempre está cerca, siempre listo para
irrumpir en la iglesia; pero estos hebreos vivían en realidad cerca de uno de
aquellos grandes tipos y anticipaciones de él, la destrucción de la Santa Ciudad".
Al mismo efecto es su nota sobre Heb. 9:26:
"Los primeros cristianos hablaban universalmente de la segunda venida del Señor
como cercana, y en realidad siempre lo estuvo y lo está".
Los cristianos hebreos vivían cerca de la verdadera parusía que nuestro Señor
predijo, y su iglesia esperaba, antes de que pasara aquella generación. No es
verdad que la parusía "está siempre cerca, y siempre lista para irrumpir sobre la
iglesia". Esto no es más cierto que decir que el nacimiento de Cristo, su
crucifixión, o su resurrección están siempre listas para irrumpir. La parusía era
tan distintamente un suceso específico, con su lugar apropiado en el tiempo,
como la encarnación o la crucifixión; y hacer de ella una forma fantasma, que
aparece y desaparece, siempre viniendo pero nunca llegando, distante y cercana,
pasada y futura, es vaciar la palabra de todo significado. Creemos que Cristo, en
su discurso profético, tenía a la vista un suceso pleno; un suceso con un lugar en
la historia y la cronología; un suceso cuyo período Él mismo indicó claramente,
no ciertamente la hora, ni el día, ni siquiera el año preciso, pero dentro de límites
bien definidos, el período de la generación existente. Tal era, manifiestamente, la
creencia del escritor de esta epístola. Para él, la parusía era un acontecimiento
bien definido, cuya aproximación podía ver; ni puede detectarse en su lenguaje,
ni en el lenguaje de ninguna de las epístolas, ningún rastro de doble sentido, ni de
una parusía parcial o preliminar, sino de una parusía grande y final.
221
LA PARUSÍA INMINENTE
Heb. 10:37. "Porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará".
Esta declaración mira en la misma dirección que la precedente. La frase "el que
ha de venir" [oercomenoz] es la designación acostumbrada del Mesías, "el que
viene". Esa venida ahora está a la mano. El lenguaje a este efecto es mucho más
expresivo de la cercanía del tiempo en griego que en inglés: "Todavía un
poquitito", o, como lo traduce Tregelles: "¡Un poquito, cuán poquito, cuán
poquito!". La reduplicación del pensamiento al final del versículo: "vendrá y no
tardará" también indica la certeza y la prontitud del acontecimiento que se
aproxima. Este es el comentario de Moses Stuart sobre este pasaje:
"El Mesías vendrá prontamente y, al destruir el poder judío, pondrá fin al
sufrimiento que vuestros perseguidores os infligen".
Esto es sólo parte de la verdad; la parusía trajo mucho más que esto al pueblo de
Dios, si hemos de creer a las garantías dadas por los inspirados apóstoles de
Cristo.
Heb. 11:39,40. "Y todos éstos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la
fe, no recibieron lo prometido; proveyendo Dios alguna cosa mejor para
nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros".
El argumento que aquí se trae a su conclusión es de gran importancia, y merece
muy cuidadosa consideración. Se encontrará que presta un poderoso apoyo
indirecto a los puntos de vista propuestos en esta investigación, y que de hecho
proporciona la verdadera clave para su explicación.
223
comparación con los creyentes bajo el nuevo pacto. Estos últimos fueron en
seguida puestos en posesión de aquello para lo cual los primeros tuvieron que
esperar largo tiempo. La superioridad de los creyentes ahora, bajo la
dispensación cristiana, sobre los creyentes bajo la anterior dispensación, es un
punto fuerte en el argumento. Nosotros, dice el escritor, no tenemos ningún
período de demora prolongado interpuesto entre nosotros y la herencia
prometida; "nos hemos acercado a ella"; "estamos entrando en ella"; "Dios ha
provisto alguna cosa mejor para nosotros, para que no fuesen ellos
perfeccionados aparte de nosotros". Es decir, los antiguos creyentes no sólo no
tenían ninguna precedencia sobre los cristianos en el disfrute de la herencia
prometida, sino que tuvieron que esperar largo tiempo, hasta que llegara la
plenitud del tiempo en que, habiendo abierto Cristo el camino hacia el Lugar
Santísimo, pudiesen entrar, junto con nosotros, en posesión de la herencia
prometida.
Es apenas necesario preguntar: ¿Qué esta herencia prometida de la cual tanto se
habla aquí, y que los santos del Antiguo Testamento esperaban en fe?
Incuestionablemente, es la que Dios prometió a Abraham, Isaac, y Jacob (ver. 9);
la que los patriarcas miraron de lejos (ver. 13); aquélla en la cual sus ilustres
sucesores creyeron pero que nunca recibieron (ver. 19). Es "la promesa de la
herencia eterna" (cap. 9:15); "la esperanza puesta delante de nosotros" (cap.
6:18); "la ciudad con fundamentos" (cap. 11:10); "una mejor, esto es, celestial"
(cap. 11:16); "un reino inconmovible" (cap. 12:28). Es en realidad la verdadera
Canaán; la tierra prometida; "el reposo de Dios"; "el reposo que queda para el
pueblo de Dios" (cap. 4:9). Es algo de lo cual el escritor habla de principio a fin.
Regrese el lector en sus pensamientos al capítulo cuarto, donde primero
comienza la discusión con respecto al prometido reposo. Evidentemente, aquel
"prometido reposo" es idéntico a la "tierra prometida", y la "tierra prometida" es
idéntica a "la herencia prometida"; y todas estas diferentes designaciones -
ciudad, patria, reino, herencia, promesa - significan una y la misma cosa. La
Canaán terrenal no era el todo, no era la realidad, sino sólo el símbolo de la
herencia que Dios prometió a Abraham y a su simiente. Esa promesa, lejos de
haberse cumplido exhaustivamente mediante la posesión de la tierra bajo Josué,
era todavía mantenida en reserva para el pueblo de Dios. Pero ahora había
llegado el tiempo en que la herencia estaba a punto de ser entronizada y
disfrutada, y los creyentes del pacto antiguo, junto con los del nuevo, habían de
entrar en seguida y juntos en el reposo prometido.
Hay una notable correspondencia entre el argumento contenido en este pasaje y
las afimaciones de Pablo en sus epístolas a los gálatas y a los romanos, que sirve
para arrojar luz adicional sobre todo el tema, pero también para probar cuán
enteramente paulino es el argumento de Hebreos. Seleccionamos algunos de los
principales pensamientos en Gál. 3 a manera de ilustración.
224
Ver. 16. "Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente.
No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu
simiente, la cual es Cristo".
Ver. 18. "Porque si la herencia es por la ley, ya no es por la promesa; pero Dios
la concedió a Abraham mediante la promesa".
Ver. 19. "Entonces, ¿para qué sirve la ley? Fue añadida a causa de las
transgresiones, hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa", etc.
Ver. 22. "Mas la Escritura lo encerró todo bajo pecado, para que la promesa que
es por la fe en Jesucristo fuese dada a los creyentes".
Ver. 23. "Pero antes que viniese la fe, estábamos confinados bajo la ley,
encerrados para aquella fe que iba a ser revelada".
Ver. 29. "Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y
herederos según la promesa".
Ahora bien, haciendo lugar para la diferencia en el propósito que Pablo tiene en
mente al escribir a los gálatas, se verá cuán notablemente apoyan sus
afirmaciones las de la Epístola a los Hebreos.
1. En ambas encontramos el mismo tema: la herencia prometida.
2. En ambas se admite que la herencia no fue realmente poseída y
disfrutada por aquellos a quienes se prometió primero.
3. En ambas se muestra que el cumplimiento de la promesa fue
suspendido hasta la venida de Cristo.
4. En ambas se muestra que este acontecimiento (la venida de Cristo)
produjo un cambio en la situación de los que esperaban esta
herencia.
5. En ambas se argumenta que la fe es la condición para heredar la
promesa.
6. En ambas se asegura que por fin ha llegado el tiempo en que está a
punto de realizarse la verdadera posesión de la herencia.
Muy similar es el alcance del argumento en la Epístola a los Romanos:
Rom. 4:13. "Porque no por la ley fue dada a Abraham o a su descendencia la
promesa de que sería heredero del mundo [tierra, kosmoz = gh], sino por la
justicia de la fe".
Ver. 16. "Por tanto, es por fe, para que sea por gracia, a fin de que la promesa sea
firme para toda su descendencia; no solamente para la que es de la ley, sino
también para la que es de la fe de Abraham, el cual es padre de todos nosotros".
225
Rom. 5:1,2. "Justificados, pues, por la fe tenemos paz para con Dios por medio
de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta
gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de
Dios".
4. Que los santos del Antiguo Testamento tuvieron que esperar hasta entonces,
antes de que pudiesen recibir la herencia prometida - esto es, antes de que
pudiesen entrar en plena posesión y disfrute del estado celestial.
5. Que los santos del Nuevo Testamento tenían esta ventaja sobre
sus predecesores - no tuvieron que esperar la realización de su esperanza.
6. Que los santos del Antiguo Testamento, y los creyentes del Nuevo, habían de
entrar al mismo tiempo en posesión de la herencia; no "ellos sin nosotros", ni
"nosotros sin ellos", sino simultáneamente (Heb. 11:40).
226
Es evidente, sin embargo, que el escritor de la Epístola a los Hebreos no
consideraba que ni los santos del Antiguo Testamento ni los del Nuevo habían
entrado todavía en posesión de la herencia. El mismo propósito y la misma meta
de todas sus exhortaciones y apelaciones a los creyentes hebreos es advertirles
contra el peligro de abandonar la herencia a causa de apostasía, y animarles a
estar firmes y a perseverar para que pudieran recibir la promesa. "Temamos,
pues, no sea que permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo, alguno de
vosotros parezca no haberlo alcanzado" (Heb. 4:1). "Porque os es necesaria la
paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa"
(Heb. 10:36). No era suya todavía, pues, en posesión verdadera; pero todo el
argumento implica que estaba muy cerca, tan cerca que casi se podía decir que
estaba al alcance de la mano. "Los que hemos creídoentramos en el reposo"
(Heb. 4:3). "Porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará"
(Heb. 10:37). Esto indica claramente el período de la esperada entrada en la
herencia: es la parusía; "la venida del Señor"; el día largamente esperado; la
plenitud del tiempo, cuando los santos del AT y los del NT entraran
simultáneamente en posesión de la herencia prometida; la tierra del reposo; la
ciudad con fundamentos; la patria mejor, esto es, la celestial; el reino inamovible;
"la herencia incorruptible, incontaminada, inmarcesible, reservada en los cielos
para vosotros".
Pero, puede objetarse: Si ya ha venido la simiente "a quien fueron hechas las
promesas"; si ya se ofreció el sacrificio del Calvario; si el gran Sumo Sacerdote
ha rasgado el velo y quitado el muro; si se ha abierto el camino al Lugar
Santísimo, ¿no se sigue que la posesión de la herencia sería otorgada
inmediatamente a los santos del AT, y que ellos entrarían en el reposo prometido
junto con el Redentor resucitado y triunfante?
Este es el punto de vista que han adoptado muchos teólogos, que fijan la
resurrección de Cristo como el período de avance y de gloria de los santos del
AT. Pero es claro que la doctrina apostólica fija ese período en la parusía, y esto
por la razón dada en la epístola a los Hebreos (cap. 10:12,13). Aunque el gran
Sumo Sacerdote había ofrecido su único sacrificio por el pecado; aunque se había
sentado a la diestra de Dios, su triunfo todavía no había llegado plenamente.
Todavía estaba "esperando de ahí en adelante a que sus enemigos fuesen puestos
por estrado de sus pies". Al mismo efecto es la declaración de Pablo en 1 Cor.
15:22. La consumación se alcanza en etapas sucesivas; primera, la resurrección
de Cristo; después, los que son de Cristo, en su venida; luego, "el fin". El edificio
no fue coronado sino hasta la parusía, cuando el Hijo del hombre vino en su
reino, y sus enemigos fueron puesto bajo sus pies. Esa fue la consumación, el fin,
cuando el gobierno mesiánico delegado habría de cesar; lo ceremonial, local, y
temporal habría de fundirse con lo espiritual, universal, y eterno; cuando Dios
227
fuese revelado como el Padre, no de una nación, sino del hombre; cuando todas
las distinciones seccionales y nacionales fuesen abolidas, y "Dios fuese todo en
todos".
Mientras tanto, cuando esta epístola se escribió, el sistema mosaico parecía
intacto: "el tabernáculo exterior" todavía estaba en pie; el judaísmo, aunque era
un tronco hueco, cuyo corazón se había deteriorado totalmente, todavía tenía una
semblanza de vigor, pero había llegado la hora en que la economía entera habría
de ser suprimida. Un diluvio de ira estaba a punto de derramarse sobre la tierra y
abrumar la ciudad, el templo, y la nación; el juicio de los impenitentes y el
pueblo apóstata tendría lugar, y los santos del AT, con los creyentes en Cristo,
juntos "entrarían en el reposo" y "heredarían el reino preparado para ellos desde
la fundación del mundo".
Cuando recordamos que, de acuerdo con algunos expositores, esta epístola se
escribió en el umbral de la gran guerra judía que terminó en la destrucción de
Jerusalén; o, según otros, después de su estallido, podemos concebir cuán intensa
expectación debe haber producido en los corazones cristianos aquella crisis que
se aproximaba. La largamente esperada consumación ahora no era cuestión de
años, sino de meses o días.
Antes de dejar este interesante pasaje es apropiado hacer alusión a las opiniones
de algunos de los más eminentes expositores en relación con él.
El profesor Stuart pierde el camino por completo. Declara a Heb. 11:40 "un
versículo extremadamente difícil, sobre cuyo significado ha habido multitud de
conjeturas", y expresa su opinión de que "la cosa mejor" reservada para los
cristianos no es una recompensa en el cielo; porque tal recompensa se les ofreció
también a los santos de la antigüedad.
"Tengo, pues", añade, "que adoptar otra exégesis del pasaje entero, que refiere
epaggelian [la promesa] a la prometida bendición del Mesías. Interpreto, pues, el
pasaje entero de esta manera: Los santos de la antigüedad perseveraron en su fe,
aunque el Mesías les era conocido sólo por la promesa. Nosotros estamos más
obligados que ellos a perseverar: porque Dios ha cumplido su promesa con
respecto al Mesías, colocándonos en una condición mejor adaptada a la
perseverancia que ellos. Tanto es nuestra condición preferible a la de ellos que
hasta podemos decir que, sin la bendición de que disfrutamos, su felicidad no
podría haberse completado. En otras palabras, la venida del Mesías era esencial
para la consumación de su felicidad en gloria, es decir, era necesaria para su
teleiosiz".
Se verá que Stuart confunde por completo lo que quiere decir el escritor. La
epaggelia no es el Mesías, sino la herencia, la promesa de entrar en el reposo.
Además, no capta la relación del tema con el tiempo entonces presente, y que
toda la fuerza del argumento reside en el hecho de que estaba cercano el
momento en que la gran promesa de Dios se cumpliría.
228
El Dr. Alford aprehende el argumento mucho más claramente, pero no capta el
sentido preciso del todo. Cuán cerca está de aproximarse a la verdadera solución
de la dificultad puede verse en la siguiente nota:
"El escritor implica, como de hecho parece atestiguarlo el cap. 10:14, que el
advenimiento y la obra de Cristo han cambiado el estado de los padres y los
santos del AT en una bendición mayor y más perfecta, una inferencia que nos
impone la Escritura en muchos otros lugares. De modo que su perfección
dependía de nuestra perfección; su perfección y la nuestra fueron introducidas al
mismo tiempo, cuando Cristo 'por una sola ofrenda perfeccionó para siempre a
los santificados'. De manera que el resultado con relación a ellos es que sus
espíritus, desde el tiempo en que Cristo descendió al Hades y ascendió al cielo,
disfrutan de la bienaventuranza celestial, y esperan, junto con todos los que han
seguido a su glorificado Sumo Sacerdote dentro del velo, la resurrección de sus
cuerpos, la regeneración, la renovación de todas las cosas".
Esta explicación, aunque en algunos respectos no está lejos de la verdad, es
inconsistente con las afirmaciones de la epístola, pues supone que los santos del
AT todavía esperan su completa felicidad, y reducen hasta a los creyentes del NT
a la misma condición deespera de una consumación todavía futura. ¿Qué sucede,
entonces, con kreittonti, la "alguna cosa mejor" que Dios, según el escritor, había
provisto para los cristianos? La ventaja a la que él tanta importancia le da
desaparece por completo. Y si la parusía nunca tuvo lugar, los creyentes del NT
no tienen ninguna ventaja en absoluto sobre los santos de la antigüedad.
El Dr. Tholuck hace las siguientes observaciones sobre el estado de los santos
que han partido antes del advenimiento de Cristo:
"Los santos del AT se reunieron con los padres, y quizás fueron en parte
trasladados a una esfera superior de vida; pero, como la salvación completa sólo
se alcanza por medio de la unión con Cristo, cuyo Espíritu, que mora en el
interior, vivificará también nuestros cuerpos recién glorificados, así también los
padres que se reunieron con Dios tuvieron que esperar el advenimiento de Cristo,
como Él mismo dijo de Abraham, que se regocijó de ver Su día".
Es curioso encontrar varias opiniones similares expresadas por el Dr. Owen en su
tratado sobre Hebreos (vol. 5, p. 311):
"Creo que los padres que murieron bajo el AT tenían una admisión más cercana a
la presencia de Dios que aquella de la cual habían disfrutado antes. Estaban en el
cielo delante del santuario de Dios, pero no eran admitidos del velo adentro, al
Lugar Santísimo, donde todos los consejos de Dios se muestran y están
representados".
229
Mucho de lo que es verdad está mezclado aquí con algo erróneo. Todas estas
opiniones concuerdan en la conclusión de que la obra redentora de Cristo tuvo
una poderosa influencia sobre el estado de los creyentes del AT; pero ninguna de
ellas aprehendió el hecho, tan legiblemente escrito sobre la faz de esta epístola,
de que no fue sino hasta que el entramado externo del judaísmo fue barrido, y
Cristo había venido en su reino, que la herencia prometida fue abierta para los
creyentes, bien del AT o del NT, y que la parusía fue el tiempo señalado para que
ambos grupos entraran juntos en posesión del "reposo de Dios".
230
describe: es una visión cercana de la "herencia", "el reposo de Dios", tan
constantemente presentada en esta epístola como el ultimátum del creyente - una
vez contemplada, de lejos, por patriaarcas, profetas, y santos de la antigüedad,
pero ahora visible para todos y dentro de unos días de marcha - "la ciudad con
fundamentos", "la patria mejor, a saber, la celestial".
Aquí se presenta una pregunta interesante. ¿De qué fuente extrajo el escritor esta
vívida descripción de la herencia celestial? Por supuesto, es fácil decir: Es un
pronunciamiento original del Espíritu, que habló a los profetas. Pero el autor de
la epístola evidentemente escribe como si los cristianos hebreos supiesen y
estuviesen familiarizados con las cosas de las cuales él habla. Es evidente que el
cuadro del monte Sinaí y sus circunstancias acompañantes se derivan del libro de
Éxodo; y si encontramos los materiales para el cuadro del monte Sinaí listos y a
la mano en cualquier libro particular del NT, no es incorrecto suponer que la
descripción fue tomada de allí. Ahora bien, la verdad es que encontramos cada
uno de los elementos de esta descripción en el libro de Apocalipsis; y cuando el
lector compara cada característica separada de la escena presentada en la epístola
con su contraparte en el Apocalipsis, le será fácil juzgar si la correspondencia
puede o no puede ser sincera, y cuál es el cuadro original:
Monte de Sion Apoc. 14:1
La ciudad del Dios viviente Apoc. 3:12; 21:10
La Jerusalén celestial Apoc. 3:12; 21:10
La innumerable compañía de ángeles Apoc. 5:11; 7:11
La asamblea general y la iglesia de los Apoc. 3:12; 7:4; 14:1-4
primogénitos, etc.
Dios, el Juez de todos Apoc. 20:11,12
Los espíritus de los justos hechos perfectos Apoc. 14:5
Jesús, el mediador del nuevo pacto Apoc. 5:6-9
La sangre del rociamiento Apoc. 5:9
Mirando la exacta correspondencia entre las representaciones de la epístola y las
de Apocalipsis, parece imposible resistir la conclusión de que el escritor de esta
epístola tenía en mente las descripciones de Apocalipsis; y su lenguaje presupone
el conocimiento de ese libro por parte de los cristianos hebreos. Esta conclusión
conlleva la inferencia de que Apocalipsis se escribió antes de la Epístola a los
Hebreos, y en consecuencia, antes de la destrucción de Jerusalén. Nos
encontraremos con el tema nuevamente cuando entremos a considerar el libro de
Apocalipsis; mientras tanto, baste observar que tanto en esta epístola como en
Apocalipsis los acontecimientos que se narran son considerados tan cercanos
como para describirlos como realmente actuales; en la epístola, la iglesia
militante se ve como que ya ha llegado a la herencia, y en Apocalipsis las cosas
que han de suceder pronto se ven como hechos consumados.
231
LA CERCANÍA Y LO FINAL DE LA CONSUMACIÓN
"Es claramente erróneo entender, con algunos intérpretes, esta conmoción como
el mero derrumbe del judaísmo delante del evangelio, o de cualquier otra cosa
que se cumplirá durante
la economía cristiana, excepto su glorioso fin y su glorioso cumplimiento".
Al mismo tiempo, admite que:
"El período que transcurre [antes de que este zarandeo tenga lugar] no será sino
uno, sin admitir que se divida en muchos; y ese uno es corto".
Pero, si es así, seguramente la catástrofe debe haber sido inmediata porque, sobre
la suposición de que pertenece al futuro distante, el intervalo debe ser por
necesidad muy largo, y divisible en muchos períodos, como años, décadas,
siglos, y hasta milenios.
232
"Que el pasaje respeta los cambios que serían introducidos por la venida del
Mesías, y la nueva dispensación que Él iniciaría, es evidente por la lectura de
Hageo 2:7-9. Tal lenguaje figurado es frecuente en la Escritura, y denota grandes
cambios que han de tener lugar. Así lo explica el apóstol, en el mismo versículo
siguiente. (Comp. Isa. 13:13; Hageo 2:21, 22; Joel 3:16; Mat. 24:29-37).
La clave para la interpretación de este pasaje se encuentra en la profecía de
Hageo. Al comparar los símbolos proféticos en ese libro, se verá que el "hacer
temblar el cielo y la tierra" es evidentemente emblemático y sinónimo de
"trastornar tronos, destruir reinos", y revoluciones sociales y políticas y similares
(Hageo 2:21,22). Tales tropos y metáforas son los mismos elementos de la
descripción profética, y sería absurdo insistir en el cumplimiento literal de tales
figuras. Constantemente se usan prodigios y convulsiones para expresar grandes
revoluciones sociales o morales. Que los que encuentran difícil creer que la
abrogación de la dispensación mosaica pueda ser prefigurado en lenguaje de tan
tremenda sublimidad consideren la magnificencia del lenguaje empleado por
profetas y salmistaspara describir su introducción. (Véase Sal. 68:7,8,16,17;
114:1-8; Habacuc 3:1-6).
233
eterno; y lo terrenal a lo celestial. Esta era con mucho la mayor revolución que el
mundo hubiese presenciado jamás. Trascendía con mucho en importancia y
grandeza hasta la entrega de la ley en el monte Sinaí; y como ella, estuvo
acompañada por terribles señales y maravillas, convulsiones físicas, y fenómenos
portentosos. Era adecuado que prodigios similares, y aún más terribles,
acompañaran su abrogación y la apertura de una nueva era. Que tales portentos
precedieron realmente a la destrucción de Jerusalén no tenemos dificultad en
creerlo; primero, basándonos en la analogía; segundo, por el testimonio de
Josefo; y, sobre todo, por la autoridad del discurso profético de nuestro Señor.
Pero no es tanto a cualquier nueva era sobre la tierra como al glorioso reposo y la
gloriosa recompensa del pueblo de Dios en el estado celestial a lo que el autor de
la epístola dirige la esperanza de los cristianos hebreos. En aquel reino eterno los
fieles siervos de Cristo creían que estaban a punto de entrar, y ninguna
consideración estaba más calculada para fortalecer a los débiles y confirmar a los
vacilantes. "Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos
gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia;
porque nuestro Dios es fuego consumidor".
EXPECTATIVA DE LA PARUSÍA
Heb. 13:14. "Porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la
por venir".
Bien dice Alford:
"Este versículo llega al lector con un tono solemne, considerando cuán corto fue
el tiempo que duró en realidad la menousapoliz [ciudad duradera], y cuán pronto
la destrucción de Jerusalén puso fin al sistema judío, que se suponía sería tan
duradero".
Esto es irreprochable, y podemos decir: "¡O si sic omnia!". El comentarista ve
claramente en este caso la relación entre el lenguaje del escritor y las
circunstancias verdaderas de los hebreos. Este principio habría sido una guía
segura en otros casos en que nos parece que a él se le escapó por completo el
punto principal del argumento. Los cristianos a quienes se escribió la epístola
habían arribado a la escena final del sistema judío; la catástrofe final estaba
cerca. Oyeron el llamado: "Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes
de sus plagas". Jerusalén, la ciudad santa, con su templo sagrado, sus torres y
palacios, sus muros y baluartes, ya no era una "ciudad duradera"; estaba a punto
de ser "conmovida y removida". Pero el santo hebreo podía ver, más allá de sus
lágrimas, otra Jerusalén, la ciudad del Dios viviente; un hogar duradero y
celestial, muy cerca, y "bajando", como si fuera "del cielo". Esta era la ciudad
venidera [thnmellousan = la ciudad que pronto vendría], a la cual alude el
escritor, y que él creía que ellos estaban a punto de recibir. (Heb. 21:28).
234
LA PARUSÍA EN LA EPÍSTOLA DE SANTIAGO
Sant. 5:1,3. - "¡Vamos ahora, ricos! Llorad y aulllad por las miserias que os
vendrán. ... Habéis acumulado tesoros para los días postreros".
Esta osada acusación contra los poderosos opresores y ladrones de los pobres en
los últimos días el estado judío nos recuerda las advetencias del profeta
Malaquías: "Vendré a vosotros para juicio; y seré pronto testigo contra los
hechiceros y los adúlteros, contra los que juran mentira, y los que defraudan en
su salario al jornalero, a la viuda y al huérfano, y los que hacen injusticia al
extranjero, no teniendo temor de mí, dice Jehová de los ejércitos" (Mal. 3:5).
Aquel juicio se acercaba ahora, y el juez "estaba delante de la puerta".
Nada puede ser más franco que ewl reconocimiento que hace Alford de la
importancia histórica de esta conminación, y su expresa referencia a los tiempos
del apóstol. Dando razón de la ausencia de cualquier exhortación directa a la
penitencia en esta denuncia, dice:
"Que una exhortación como esta no aparezca aquí se debe principalmente a la
cercana proximidad del juicio que el escritor tiene delante". Nuevamente
observa: "Howl [ololuxein] es una palabra del Antiguo Testamento limitada a los
profetas, y usada, como aquí, con referencia a la cercana proximidad de los
juicios de Dios". Nuevamente: "No se debe pensar en estas miserias como el fin
natural y determinado de todas las riquezas mundanas, sino como los juicios
235
enlazados con la venida del Señor: comp. ver. 8, 'la venida del Señor está cerca'.
Puede ser que esta expectación todavía estuviese íntimamente ligada a la próxima
destrucción de la ciudad y el sistema político judíos, porque hay que recordar que
son judíos aquellos a los que se les dirigen estas palabras".
El único inconveniente de esta explicación es el uso desafortunado de la frase
"puede ser" en la última oración. ¿Cómo podría pensarse en la incertidumbre en
un caso tan sencillo? Nuestra preocupación es con lo que estaba en la mente del
apóstol, y seguramente ningunas palabras pueden transmitir un testimonio más
fuerte a su convicción de que "los últimos días" y "el fin" estaban a punto de
llegar.
"Los últimos días (es decir, los últimos días antes de la venida del Señor), etc."
Es interesante descubrir que el Dr. Manton, un teólogo que vivió en los días en
que una exégesis rigurosa no se practicaba mucho, y una exposición de la
Escritura era cualquier significado que se le atribuyera, ha discernido con gran
perspicacia el significado histórico de ésta y otras alusiones de Santiago a la
parusía. Por ejemplo, acerca de la cláusula: "El moho de ellos devorará vuestras
carnes como fuego", Monton dice:
"Posiblemente haya aquí alguna alusión latente a la manera en que ocurrió la
ruina de Jerusalén, en la cual muchos miles de personas perecieron a causa del
fuego". Nuevamente, acerca de la cláusula: "Habéis acumulado tesoros para los
días postreros", observa: "No hay ninguna razón convincente para que tomemos
esto en sentido metafórico, especialmente puesto que, con amplio permiso del
contexto, el propósito del apóstol, y el estado de cosas en aquellos tiempos,
podemos conservar lo literal. Por lo tanto, debo entender las palabras
simplemente como una intimación de sus próximos juicios; así que me parece
que el apóstol grava la vanidad de ellos al atesorar y acumular riquezas cuando
aquellos días de dispersión, fatales para la comunidad judía, estaban a punto de
sobrecogerles".
CERCANÍA DE LA PARUSÍA
Sant. 5:7. "Por tanto, hermanos, tened paciencia hasta la venida del Señor".
Sant. 5:8. "La venida del Señor se acerca".
Sant. 5:9. "He aquí, el juez está delante de la puerta".
Tres declaraciones claras, cortas, nítidas, alarmantes, todas significando la
inminente llegada del "día del Señor".
236
El comentario de Manton sobre estos pasajes, aunque lo persigue el fantasma del
doble sentido, es en general excelente:
"¿Qué se quiere decir aquí? (Sant. 5:7). ¿Cualquier venida particular de Cristo, o
su solemne venida a un juicio general? Respondo: Posiblemente ambas; los
cristianos primitivos creían que ambas ocurrirían juntas. 1. Puede referirse a la
venida particular de Cristo a juzgar a estos hombres impíos. Esta epístola se
escribió aproximadamente treinta años después de la muerte de Cristo, y sólo
transcurrió un corto tiempo entre ese suceso y los últimos momentos de
Jerusalén, de modo que hasta la venida del Señor significa hasta la destrucción de
Jerusalén, que también se expresa en alguna otra parte como la venida, si hemos
de creer a Crisóstomo y Ecumenio acerca de Juan 21:22: 'Si quiero que quede
hasta yo venga', esto es, dicen ellos, venga a la destrucción de Jerusalén".
Luego, continúa dando un significado alterno, se acuerdo con la costumbre de los
expositores del doble sentido.
Acerca del versículo octavo: "Porque la venida del Señor se acerca", Manton
observa:
"O a ellos primero para un juicio particular; porque no quedaban sino unos pocos
años, y entonces todo se perdió; y probablemente eso es lo que los apóstoles
quieren decir cuando hablan tan a menudo de la cercanía de la venida de Cristo.
Pero, se dirá: ¿Cómo podría esto ser propuesto como argumento de paciencia a
los piadosos hebreos que Cristo vendría y destruiría el templo y la ciudad?
Respondo: (1) El tiempo del solemne proceso judicial de Cristo contra los judíos
fue el tiempo en que Él se defendió con honor de sus adversarios, y el escándalo
y el reproche de su muerte habían pasado. (2) La proximidad de su juicio general
terminó la persecución; y cuando los piadosos eran atendidos en Pella, los
incrédulos perecían por la espada romana", etc.
Acerca del vers. 9: "He aquí, el juez está delante de la puerta", Manton descarta
por completo el doble sentido, y da la siguiente explicación irreprochable:
"Había dicho antes: 'La venida del Señor se acerca'; ahora añade que 'está delante
de la puerta', una frase que no sólo implica la certeza, sino lo súbito, del juicio.
Véase Mat. 24:33: 'Sabed que está cerca, aún a las puertas', de modo que esta
frase da a entender también la rapidez de la ruina de los judíos".
Es fácil ver que la perdonable ansiedad por encontrar un uso actual didáctico y
edificante en toda la Escritura reside en la base de gran parte de la exposición de
teólogos como Manton, y les inclina a adoptar significados alternos y ajustes, que
una exégesis estricta no puede admitir. Pero el lenguaje del apóstol en este caso
no necesita ninguna explicación, pues habla por sí solo. Muestra la actitud de
expectativa y la esperanza con la que las iglesias apostólicas esperaban la
237
manifestación del regreso de su Señor. Una iglesia perseguida necsitaba
pacienciabajo las injusticias infligidas por sus opresores. Su clamor era: ¡Oh,
Señor! ¿Hasta cuándo? Se consolaban con la certeza de que el día de liberación
estaba cerca; "el juez", el vengador de sus injusticias ya estaba "delante de la
puerta". "Aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará". ¿Cómo es
posible reconciliar esta confiada esperanza de una liberación casi inmediata con
una consumación todavía futura después de que hubiesen pasado dieciocho
siglos? No hay sino dos alternativas posibles: o Santiago y los otros apóstoles
estaban burdamente engañados en su esperanza de la parusía, o aquel
acontecimiento sí ocurrió, de acuerdo con su esperanza y la predicción del Señor,
al final de la era judía. Si adoptamos esta última alternativa, la única compatible
con la fe cristiana, tenemos que aceptar la inferencia de que la parusía era la
gloriosa aparición del Señor Jesucristo para abolir la dispensación mosaica,
ejecutar juicio sobre la nación culpable,y recibir a su fiel pueblo en su reino y su
gloria celestiales.
238
LA PARUSÍA EN LAS EPÍSTOLAS
DE PEDRO
EN LA PRIMERA EPÍSTOLA
239
1 Ped. 1:5. "Vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe,
para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo
postrero".
Cada una de las palabras de este discurso de apertura está llena de significado, e
implica la cercana proximidad de una crisis grande y decisiva. En el ver. 4,
tenemos una alusión muy clara a la "herencia", que es el tema de una porción tan
grande de la Epístola a los Hebreos, es decir, la Canaán verdadera, "el reposo que
queda para el pueblo de Dios". En lenguaje muy similar, Pedro la llama "la
herencia reservada en el cielo" y representa la entrada en ella por los creyentes
como muy cercana. La salvación está "preparada para ser manifestada". Lo que
esta "salvación" significa es muy evidente; no es la glorificación personal de las
almas individuales a la muerte, sino una liberación grande y colectiva, en la cual
el pueblo de Dios ha de participar de modo general: una salvación como la que
Dios ejecutó para Israel a las orillas del Mar Rojo. Del mismo modo, Pablo usa la
misma palabra con referencia a esta misma consumación próxima: "Ahora está
nuestra salvación más cerca que cuando creímos" (Rom. 13:11).
240
la destrucción de Jerusalén como el fin de una época o era. Fue al final de la era
[episunteleiatwnaiwnwn = cerca del final de la época] que "Cristo apareció para
quitar de en medio al pecado, por el sacrificio de sí mismo" (Heb. 9:26). Este
período entero de alrededor de setenta años se considera como "el tiempo
postrero", pero es natural que la frase tuviese un acento más fuerte cuando la
guerra de los judíos, el principio del fin, estaba a punto de estallar, si ya no había
comenzado.
1 Ped. 1:7. "Para que, sometida a prueba vuestra fe ... sea hallada en alabanza,
gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo".
1 Ped. 1:13. "Esperad por completo [teleiwz] en la gracia que se os traerá cuando
Jesucristo sea manifestado".
1 Ped. 3:18-20. "Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el
justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la
carne, pero vivificado en espíritu, en el cual también fue y predicó a los espíritus
encarcelados, los que en otro tiempo desobedecieron, cuando una vez esperaba la
paciencia de Dios en los días de Noé, mientras se preparaba el arca", etc.
La interpretación común de este difícil pasaje que da la mayoría de los
expositores protestantes es que Cristo, en efecto, predicó a los antediluvianos por
medio de su Espíritu Santo a través del ministerio de Noé. Esto sin duda afirma
una verdad, y además tiene la ventaja de que permanece dentro de los límites de
hechos históricos bien conocidos, y evita lo que parece especulación oscura y
dudosa. Sin embargo, como cuestión gramatical, esta interpretación es
241
completamente insostenible. Primero, es razonable esperar una secuencia
cronológica en las varias partes de la declaración del apóstol, describiendo lo que
Cristo hizo después de "haber muerto en la carne". ¿Qué sería más áspero y más
abrupto que la súbita transición de la narración de lo que Cristo hizo y sufrió en
la carne a lo que había hecho, en un sentido, varios miles de años antes, en los
días de Noé? Además, la traducción "siendo vivificado en Espíritu" y "en el cual
también", dando a entender que el Espíritu Santo era el agente por medio del cual
Cristo fue vivificado, y por medio del cual predicó, etc., es claramente errónea.
Debería ser: "Siendo a la verdad muerto en [su] carne, pero vivificado en [su]
espíritu", -- siendo la carne su cuerpo, y el <espíritu su alma. Luego el apóstol
añade: "en el cual también", es decir, en su espíritu humano. Además, como
apunta Ellicot, poreuqeiz [habiendo ido] "indica descendencia literal y local".
De acuerdo con el sentido verdadero y natural de las palabras, parece, pues, que
no hay escapatoria a la interpretación de que nuestro Señor, después de su muerte
en la cruz, fue, en su estado desencarnado, al Hades, el lugar de los espíritus que
han partido, y allí hizo proclamación [predicó] a los espíritus aprisionados, es
decir, los antediluvianos, los que en los días de Noé no creyeron a las
advertencias del profeta y perecieron en el diluvio. Ésta, que es la interpretación
más antigua, es ahora generalmente aceptada por los críticos más eminentes. Es
la que está incluida en el Credo de los Apóstoles; tiene la sanción de Lutero y de
Calvino; y parece estar apoyada por otros pasajes en la Escritura que están en
armonía con esta explicación. En el sermón de Pedro el día de Pentecostés
(Hechos 2:27-31), hay una clara alusión al alma de Cristo en el Hades; también
en Efe. 4:9): "Y eso de que subió, ¿qué es, sino que también había descendido
primero a las partes más bajas de la tierra?" Es difícil suponer que el entierro del
cuerpo es todo lo que significan las palabras de que descendió a las partes más
bajas de la tierra.
Queda la pregunta más importante: ¿Cuál era el objeto de que nuestro Señor
descendiera al Hades? Difícilmente puede dudarse de que fue por gracia. El
apóstol dice: "Predicó [ekhruxen] a los espíritus encarcelados" - ¿y qué podría
predicar sino alegres nuevas? Este hecho da un significado nuevo y mayor a los
términos de la comisión de nuestro Señor: "Me ha enviado a publicar libertad a
los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel" (Isa. 61:1). La hipótesis del
obispo Horsley y de otros de que aquellos espíritus encarcelados eran en realidad
santos, o por lo menos penitentes, que esperaban el período de su salvación
plena, apenas requiere ser refutada. Si algo está claro en relación con esta
cuestión es que eran los espíritus de los que habían perecido por su
desobediencia, y en su desobediencia. Como hace notar el obispo
Ellicott, apeiqhsasin significa, no "los que fueron desobedientes", sino "por
cuantofueron desobedientes".
242
Pero, puede decirse, ¿por qué fueron escogidos los antediluvianos desobedientes
como objetos de esta misión de gracia? ¿No había otras almas perdidas en el
Hades, y por qué debían éstas encontrar gracia por encima de las demás? El
obispo Horsley acepta que esta es una dificultad, y la que más azoramiento causa
a su interpretación. Alford encuentra una razón, si le entendemos bien, en el
modo en que murieron. "La razón de mencionar a estos pecadores aquí por
encima de otros pecadores parece ser su relación con el tipo de bautismo que
sigue"; pero esto ciertamente es atribuir a esa institución una eficacia más allá de
las más atrevidas teorías de la regeneración bautismal. Nos aventuramos a sugerir
que la verdadera razón reside en la naturaleza de aquel gran acto judicial que
tuvo lugar en el diluvio. Aquél fue el fin de una época o era, y terminó en una
catástrofe, pues la época en progreso entonces estaba a punto de terminar. Los
dos casos eran análogos. Así como el diluvio fue el fin y la consumación de una
era o un período mundial anterior, así también la destrucción de Jerusalén y la
abrogación de la economía judía estaban a punto de poner fin al período mundial
o era existente. ¿Qué puede ser más natural, en vísperas de una catástrofe como
la que anticipaba el apóstol, que hacer alusión a la catástrofe de una era enterior?
¿Qué puede ser más pertinente que hacer notar el hecho de que la "salvación
venidera" tenía un efecto retrospectivo sobre aquellas épocas idas? No es difícil
ver la conexión de las ideas en el tren de pensamiento del apóstol. El diluvio fue
la sunteleiatouaiwnoz del tiempo de Noé; otra sunteleia estaba muy cerca. El
"mundo antiguo, que entonces era", pereció en las aguas bautismales del diluvio;
el "mundo que ahora es" - el orden mosaico, el sistema político y el pueblo judíos
- estaban apunto de ser inmersos en un bautismo de fuego (Mal. 4:1; Mat.
3:11,12; 1 Cor. 3:13; 2 Tes. 1:7-10). ¿No era apropiado mostrar que la obra
redentora de Cristo unía, y en realidad cubría, ambas épocas, y miraba hacia atrás
sobre el pasado, así como hacia adelante, al futuro?
Entonces, a pesar del misterio y la oscuridad que declaradamente arrojan sombra
sobre el tema, somos llevados a la conclusión de que, en este pasaje, el apóstol sí
enseña claramente que nuestro bendito Señor, después de su muerte en la cruz,
descendió como espíritu desencarnado al Hades, el lugar de los espíritus que han
partido, y allí proclamó las alegres nuevas de su redención consumada a las
multitudes de los perdidos que perecieron en la catástrofe o juicio final de la era
anterior; y, aunque en este pasaje no tenemos ninguna afirmación expresa de que
los que oyeron el anuncio hecho por nuestro Salvador fueron en consecuencia
librados de su cárcel, e introducidos a "la gloriosa libertad de los hijos de Dios",
no parece increíble, sino que hasta es presumible, que esta emancipación era
tanto el objeto como el resultado de la intervención de Cristo. Ya nos hemos
referido a Efe. 4:9 en el sentido de que apoya este punto de vista. "Y eso de que
subió, ¿qué es, sino que también había descendido primero a las partes más bajas
de la tierra?" El obispo Hersley muestra que la frase "las partes más bajas de la
243
tierra" es la designación correcta y acostumbrada del Hades. En el mismo pasaje,
el apóstol habla de la triunfante ascensión de Cristo con estas palabras:
"Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, y dio dones a los hombres". ¿No
arroja luz sobre esto de "llevar cautiva la cautividad" la enseñanza de Pedro con
referencia a los "espíritus encarcelados"? ¿No indica que el Salvador que regresó,
habiendo peleado la buena batalla y obtenido la victoria, disfrutó también del
triunfo, y llevó con él al cielo una gran multitud que había rescatado de la
cautividad; los espíritus encarcelados a los cuales llevó las alegres nuevas de la
redención alcanzada; y quienes, habiendo sido sacados de la cárcel, acompañaron
a la casa de su Padre al conquistador que regresaba, siendo al mismo tiempo los
rescatados por su sangre y los trofeos de su poder?
"El sentido simple y literal de las palabras en este versículo (19), considerado en
relación con el siguiente, nos obliga a adoptar la opinión de que Cristo se
manifestó a los muertos incrédulos". "Tenemos que admitir que el discurso aquí
es el de una proclamación del evangelio entre los que habían muerto en
incredulidad, pero no sabemos si encontró entrada en muchos o en pocos". "La
expresión enfulakh (que el siríaco traduce como Seol; los padres la usan como
sinónimo de Hades) muestra que el discurso sólo puede referirse a los
incrédulos". "El que yació bajo la muerte, entró al imperio de la muerte como
conquistador, proclamando libertad a sus súbditos encarcelados".
La opinión de Dean Alford es muy decidida:
"Entonces, de todo lo que se ha dicho se infiere que, junto con la gran mayoría de
los comentaristas, antiguos y modernos, entiendo que estas palabras significan
que nuestro Señor, en su estado incorpóreo, en efecto fue al lugar de detención de
los espíritus que habían partido, y allí anunció su obra de redención, y predicó la
salvación, de hecho, a los espíritus incorpóreos de los que rehusaron obedecer la
voz de Dios cuando el juicio del diluvio se cernía sobre ellos. Por qué se
menciona a éstos más bien que a otros - ya sea meramente como muestra de una
obra de gracia semejante para otros, o por alguna razón especial que no nos
podemos imaginar - no lo sabemos".
En un interesante discurso sobre "El Estado Intermedio", del Rev. J. Stratten,
ocurren las siguientes observaciones:
"Si este pasaje no significara nada más que el Espíritu Santo ayudó a Noé a
predicarles a los antediluvianos, es una manera por demás oscura, enmarañada, e
244
inexplicable de expresar un principio bien claro y sencillo. ¿Querría alguno de
nosotros emplear este lenguaje, o alguno como él en absoluto, para expresar esa
opinión? Creo que no, y esto parece ser sólo el refugio de una mente que no
comprende al apóstol, o busca malinterpretarlo".
Aquí podemos observar, de pasada, que esta liberación del Hades sirve para
ilustrar vívidamente las palabras de Pablo en 1 Cor. 15:26: "El postrer enemigo
que será destruido es la muerte".
1 Ped. 4: 5,7. "Pero ellos darán cuenta al que está preparado para juzgar a los
vivos y a los muertos. Mas el fin de todas las cosas se acerca; sed, pues, sobrios,
y velad en oración".
En estos pasajes, encontramos nuevamente lo que tan a menudo hemos
encontrado antes, una clara comprensión del juicio y del fin como cercanos.
245
como "el fin", y "el fin del siglo" se acercaba rápidamente no es una cuestión
abierta a debate, sino un punto de fe, que involucraba la verdad de todas sus
afirmaciones. No puede haber duda de que, en un sentido judaico o religioso, esto
es, por lo que concernía al sistema nacional y eclesiástico del judaísmo, "el fin de
todas las cosas se acercaba". La destrucción de todo lo que contemplaban los ojos
de nuestro Señor mientras estaba sentado en el monte de los Olivos se acercaba
rápidamente. Esta es la clave de lo que quiere decir Pedro en este pasaje, y
proporciona la única explicación sostenible y bíblica.
"Está bastante claro que, en las predicciones de nuestro Señor, las expresiones 'el
fin', y probablemente 'el fin del mundo', se usan con referencia a la total
disolución de la economía judía. Los sucesos de ese período fueron predichos
muy minuciosamente, y nuestro Señor afirmó claramente que no pasaría la
generación existente antes de que se cumplieran todas las cosas con respecto a
'este fin'. Éste habría de ser un período de sufrimiento para todos; de prueba,
severa prueba, para los seguidores de Cristo; de juicios terribles sobre sus
opositores judíos, y de glorioso triunfo para la religión de Jesús. A este período
se hacen repetidas referencias en las epístolas apostólicas. 'Conociendo el
tiempo', dice el apóstol Pablo, 'de que ya es hora de despertar del sueño, porque
ahora está más cerca nuestra salvación que cuando creímos. La noche está
avanzada; se acerca el día'. 'Sed pacientes', dice el apóstol Santiago, 'y estad
firmes en vuetros corazones: porque la venida del Señor se acerca'. 'El juez está
delante de la puerta'. Las predicciones de nuestro Señor deben haber sonado muy
familiares a los oídos de los cristianos en el tiempo en que esto se escribió. Con
una mezcla de asombro y gozo, temor y esperanza, deben haber estado esperando
su cumplimiento: "esperando las cosas que vendrían sobre la tierra"; y era
peculiarmente natural que Pedro se refiriese a estos sucesos, y que se refiriese a
246
ellos con palabras similares a las usadas por nuestro Señor, pues él había sido
uno de los discípulos que, sentados con su Señor y teniendo a la vista la ciudad y
el templo, le habían oído hacer estas predicciones.
"Los cristianos que habitaban en Judea tenían un interés peculiar en estas
predicciones y su cumplimiento. Pero todos los cristianos tenían un profundo
interés en ellas. Los cristianos de las regiones en las cuales vivían aquéllos a los
cuales escribía Pedro eran principalmente judíos convertidos. Como cristianos,
tenían razón para regocijarse en la esperanza del cumplimiento de las
predicciones, pues confirmaban grandemente la verdad del cristianismo y
eliminaban algunos de los mayores obstáculos que se oponían a su progreso,
como las persecuciones por parte de los judíos, y el confundir el cristianismo con
el judaísmo por parte de los gentiles, que estaban acostumbrados a considerar a
los profesantes cristianos como una secta judía. Pero, mientras se regocijan, lo
hacen "con temblor", pues su Señor había indicado claramente que sería un
tiempo de severa prueba para sus amigos, así como de terrible venganza para sus
enemigos. 'El fin de todas las cosas', que estaba cerca, parece ser lo mismo que el
juicio de los vivos y los muertos, en que el Señor estaba a punto de entrar - un
juicio, el tiempo para el cual había llegado, que habría de comenzar por la casa
de Dios, los judíos incrédulos, en el cual los justos apenas se salvarían, y los
impíos y los inicuos serían castigados terriblemente.
"La contemplación de tales sucesos como muy cercanos se adaptaba bien para
funcionar como motivación para la sobriedad y la vigilancia con oración. Éstos
eran exactamente los temperamentos y los ejercicios requeridos de manera
peculiar en tales circunstancias, y exactamente las disposiciones y ocupaciones
requeridas por nuestro Señor cuando hablaba de aquellos días de prueba y de ira:
'Mirad también por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de
glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida, y venga de repente sobre
vosotros. Porque como un lazo vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de
la tierra. Velad, pues, en todo tiempo orando que seáis tenidos por dignos de
escapar de todas estas cosas que vendrán, y de estar en pie delante del Hijo del
Hombre'. [Luc. 21:34-36]. Es difícil creer que el apóstol no tuviese en mente
estas mismas palabras cuando escribió el pasaje que nos ocupa". - Expository
Discourses sobre 1 Pedro, por el Dr. John Brown, Edinburgh, vol. ii, pp. 292-
294.
1 Ped. 4:6. "Porque por esto también ha sido predicado el evangelio a los
muertos [kainekroizeughgelisqh], para que sean juzgados en carne según los
hombres, pero vivan en espíritu según Dios".
247
Quizás apenas pueda decirse que el pasaje citado arriba cae dentro del ámbito de
esta discusión, puesto que no parece tener ninguna relación directa con el tiempo
de la parusía; y su extrema dificultad podría ser una buena razón para evitar
examinarlo en absoluto. Sin embargo, como manifiestamente pertenece a la
escatología del Nuevo Testamento, y como no tenemos ningún derecho a
considerarlo como desesperadamente insoluble, parece mejor no pasarlo por alto
en silencio.
Puede haber pocas dudas de que éste es uno de una clase de pasajes difíciles que,
aunque oscuros para nosotros, eran inteligibles y fáciles para los lectores
originales de las epístolas. (Véase 1 Cor. 11:10; 15:29). Una alusión de pasada
podría invocar todo un tren de ideas en sus mentes, de manera que
comprendieron fácilmente lo que a nosotros nos desconcierta sin remedio. Paley,
en su Horae Paulinae, cap. 10, No. 1, advierte de esta dificultad en una
correspondencia real que caiga en manos de una tercera persona.
El ámbito general del argumento es lo suficientemente claro. El apóstol comienza
el capítulo llamando a los sufrientes y perseguidos discípulos a imitar el ejemplo
de su una vez sufriente pero ahora victorioso Señor. "Armaos del mismo
pensamiento", es decir, sufrid como él sufrió, aún hasta la muerte, si es necesario.
En los siguientes versículos, alude a la anterior vida sensual y sin Dios de ellos, y
la ofensa que el cambio a la pureza de una conducta cristiana infirió a sus vecinos
paganos (vers. 2, 2, 4). Esta protesta silenciosa pero viviente contra la
inmoralidad del paganismo parece haber sido una de las causas de la antipatía
general hacia el evangelio, que encontró salida en calumniosas imputaciones
contra los inocentes cristianos: "Hablando mal de vosotros" (blasfhmountez).
Pero estos calumniadores y perseguidores pronto serían llamados a cuenta por
Aquél que estaba a punto de juzgar a los vivos y a los muertos (ver. 5).
Se encontrará que es muy importante tener presente esta introducción al
argumento del apóstol, pues conduce a la afirmación del ver. 6.
Ahora examinemos esa afirmación: "Porque por esto también ha sido predicado
el evangelio a los muertos, para que sean juzgados en carne según los hombres,
pero vivan en espíritu según Dios".
Puede decirse ciertamente que aquí hay tantas dificultades como palabras.
¿Cuándo, dónde, y por quién fue predicado el evangelio a los muertos? ¿Quiénes
eran los muertos a quienes se les predicó el evangelio? ¿Por qué se les predicó?
¿Cómo podían los muertos ser juzgados en carne según los hombres? ¿Cómo
podían vivir en espíritu según Dios? ¿Y cómo es que la predicación del evangelio
a los muertos produjo este resultado, "para que vivan en espíritu según Dios"?
No serviría de nada repasar la multitud de explicaciones de este oscuro pasaje
que han sido propuestas por diferentes comentaristas. Baste examinar una o dos
de las más plausibles.
248
A la pregunta: ¿Quiénes eran los muertos a los cuales se dice que fue predicado
el evangelio?, algunos creen que es suficiente contestar: Son los que, estando
muertos ahora, estaban vivos en la carne cuando el evangelio se les predicó. Ésta
sería una solución fácil si fuese permitido interpretar así las palabras del apóstol;
pero esta explicación tiene una objeción fatal: hace expresar al apóstol un hecho
muy simple y sencillo de un modo inexplicablemente oscuro y ambiguo. Las
palabras mismas rechazan tal explicación. Alford no habla con demasiada fuerza
cuando dice:
"Si kai nekroiz euhggelisqh puede significar 'el evangelio fue predicado durante
sus vidas a algunos que ahora están muertos', la exégesis ya no tiene ninguna
regla fija, y a la Escritura se le puede hacer probar cualquier cosa".
Otros suponen que debe entenderse que los "muertos" en el ver. 6 son
los espirtualmente muertos; pero contra esto hay dos objeciones insalvables:
primera, no discrimina una clase particular, pues todos los hombres están
espiritualmente muertos la primera vez que se les predica el evangelio; y
segunda, atribuye a la palabra nekroi [los muertos] un significado diferente del
que tiene la misma palabra en el ver. 5 - "los vivos y los muertos". Según esta
interpretación, la palabra "muertos" se usa literalmente en el ver. 5, y en un
sentido ético en el ver. 6. Pero, como dice Alford con justicia:
"Son falsas todas las interpretaciones que no atribuyen a la palabra nekroiz del
ver. 6 el mismo significado de nekroiz en el ver. 5; es decir, el de muertos, literal
y simplemente; hombres que han muerto, y están en sus tumbas".
Pero, probablemente, la opinión más común es la de que aquí el apóstol alude
nuevamente a la predicación de Cristo a los espíritus encarcelados a que se hace
referencia en 3:19,20; y al principio, esta parece la explicación más natural.
Aquella fue, sin duda, una predicación del evangelio a los muertos, y también a
una clase particular de muertos, los antediluvianos que fueron desobedientes en
los días de Noé, y que fueron alcanzados por el juicio de Dios.
250
de una escena en la cual los mártires cristianos, que habían sido condenados y
ejecutados en carne por el juicio del hombre, apelan a la justicia de Dios contra
sus perseguidores, y se les hace una declaración consoladora, después de
muertos, asegurándoles una pronta vindicación y una gloriosa recompensa
celestial.
Por supuesto, aludimos a la impresionante representación que da Apocalipsis de
las almas martirizadas bajo el altar, apelando a Dios para la vindicación de su
causa contra sus perseguidores y asesinos - "los que moran en la tierra" - y que se
describe en Apoc. 6:9-11:
"Cuando abrió el quinto sello, vi bajo el altar las almas de los que habían sido
muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que tenían. Y
clamaban a gran voz, diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no
juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra? Y se les dieron
vestiduras blancas, y se les dijo que descansasen todavía un poco de tiempo,
hasta que se completara el número de sus consiervos y sus hermanos, que
también habían de ser muertos como ellos".
Esto parece llenar exactamente todos los requisitos del caso. Aquí encontramos a
los nekroi, los muertos cristianos; fueron juzgados o condenados en carne, por el
juicio del hombre, o "según los hombres"; habían sido ejecutados "por la palabra
de Dios, y por el testimonio que tenían". Encontramos una consoladora
declaración que se les hizo en su estado desencarnado, y tenemos en la epístola
una laguna que ha sido llenada en la visión apocalíptica, porque se nos informa
de lo que condujo a este euaggelion que se les llevó; se les asegura que en un
poco de tiempo su causa sería vindicada, según sus oraciones; mientras tanto, se
le da a cada uno de ellos "una vestidura blanca", símbolo de pureza y de victoria,
y que seguramente es equivalente a ser justificado por el juicio divino.
251
injustamente; condenados en carne por el juicio del hombre; apelando a Dios
para que juzgue su causa; tenemos la seguridad de su rápida vindicación por
Dios, y encontramos en el evangelio una característica adicional que lo pone en
correspondencia más perfecta con la afirmación de la epístola; porque se indica
evidentemente que esta vindicación ha de tener lugar en la parusía - "cuando
venga el Hijo del Hombre".
Por último, podemos señalar la íntima relación entre la afirmación del apóstol, así
interpretada, y el argumento que está adelantando. Era apropiado asegurarles a
los creyentes perseguidos que su causa estaba asegurada en las manos de Dios;
que, aunque fuesen llamados a sufrir hasta el punto de tener que derramar su
sangre hasta la muerte por la injusta sentencia de los hombres, Dios les vindicaría
prontamente, pues Él estaba a punto de hacer comparecer a sus perseguidores
ante su tribunal. Esta era la lección de la parábola de la viuda inoportuna, y
quizás aún más de la visión de las almas de los mártires bajo el altar, a la cual
parece aludir más particularmente el lenguaje del apóstol - "Porque para esto se
hizo una consoladora declaración aun a los muertos, para que, aunque habían
sido condenados en la carne por el injusto juicio de los hombres, pudieran
disfrutar de la vida eterna en su espíritu, según el justo juicio de Dios".
Esta interpretación supone que Apocalipsis se escribió y circuló ampliamente
antes de la destrucción de Jerusalén. Es una reflexión acerca de la perspicacia
crítica de muchos eminentes comentaristas ingleses el que se hayan apoyado por
tanto tiempo en la caña quebrada de la tradición con respecto a la fecha de
Apocalipsis. La evidencia interna de ese libro debió haber evitado la posibilidad
de que fuesen inducidos a error por la autoridad de Ireneo. Pero tenemos que
reservarnos cualesquiera observaciones ulteriores sobre este tema hasta que
lleguemos a considerar el libro de Apocalipsis.
252
Evidentemente, la tribulación predicha ya había llegado; en realidad, estaban
pasando a través del fuego. Es imposible no recordar aquí las palabras de Pablo:
"Por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cual sea, el fuego la probará"
(1 Cor. 3:13). Es altamente probable que la feroz persecución bajo el gobierno de
Nerón estuviese en su furor en ese tiempo, y tenemos buenas razones para creer
que se extendía más allá de Roma, hasta las provincias del imperio.
Otra indicación del tiempo se encuentra en el ver. 13: "En la revelación de su
gloria". La parusía es siempre representada trayendo alivio de la persecución, y
recompensa al sufriente pueblo de Dios. Ya hemos visto que la gloria estaba "a
punto de ser revelada", y encontraremos la misma seguridad repetida en el cap.
5:1.
1 Ped. 4:17-19. "Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios;
y si primero comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de aquéllos que no obedecen
al evangelio de Dios? Y si el justo con dificultad se salva, ¿en dónde aparecerá el
impío y el pecador? De modo que los que padecen según la voluntad de Dios,
encomienden sus almas al fiel Creador, y hagan el bien".
Vale la pena observar cuán diferente del tono de Pedro es el de Pablo en la
segunda epístola a los Tesalonicenses al hablar del día del Señor. Pedro declara
que el día del cual dice Pablo que todavía no ha llegado, y que no es posible sino
cuando la apostasía aparezca por primera vez, había llegado. La catástrofe era
ahora inminente. "Dios estaba preparado para juzgar a los vivos y a los muertos";
"el tiempo para que comenzara el juicio había llegado". La importancia de estas
palabras se volverá evidente si consideramos que esta epístola se escribió muy
cerca del estallido de la guerra de los judíos, si no después de que ya había
comenzado.
De que este es "el juicio que debe comenzar por la casa de Dios" apenas puede
haber dudas. Hay una manifiesta alusión en el lenguaje del apóstol a la visión del
profeta Ezequiel (cap. 9). El profeta ve una pandilla de hombres armados
encargados de ir por la ciudad (Jerusalén) y matar a todos los viejos y los jóvenes
que no tuvieran el sello de Dios sobre sus frentes. A los ministros de la venganza
se les ordena comenzar la obra de juicio en la casa de Dios: "Comenzaréis por mi
santuario". El apóstol ve esta visión a punto de cumplirse en la realidad. El juicio
debe comenzar por la casa de Dios, y el tiempo ha llegado. Puede ser una
cuestión de si, por la casa de Dios, el apóstol quiere decir el templo de Jerusalén,
como indicaría la profecía de Ezequiel, o la casa espiritual de Dios, la iglesia
cristiana. Puede ser que ambas ideas estuviesen presentes en su mente, y podrían
253
haber estado, pues ambas se estaban verificando en ese momento. La persecución
de la iglesia de Cristo ya había comenzado, como testifica la epístola, y el círculo
de sangre y fuego se estrechaba alrededor de la ciudad y el templo de Jerusalén
condenados a la destrucción.
Es perfectamente claro que todo esto se dice con referencia a un suceso particular
e inminente, una catástrofe que estaba a punto de tener lugar; y no hay ninguna
otra explicación posible, aparte de la que se ve de modo palpable en las páginas
de la historia, el juicio de la culpable nación del pacto, con la destrucción de la
casa de Dios y la disolución de la economía judía.
Las siguientes observaciones del Dr. John Brown expresan bien el sentido de este
pasaje:
"Aquí parece haber una referencia a un juicio o prueba particulares, que los
cristianos primitivos tenían razón para esperar. Cuando consideramos que esta
epístola se escribió muy poco antes del comienzo de aquella terrible escena de
juicio que terminó con la destrucción del sistema político y civil de los judíos, y
que nuestro Señor había predicho tan minuciosamente, apenas podemos dudar de
la referencia en la expresión del apóstol. Después de haber especificado guerras y
rumores de guerras, hambres, pestilencias, y terremotos, como síntomas del
'principio de dolores', nuestro Señor añade: 'Entonces os entregarán a tribulación,
y os matarán, y seréis aborrecidos de todas las gentes por causa de mi nombre'
(Mat. 24:9). 'Os entregarán a los concilios, y en las sinagogas os azotarán', etc.
(Mar. 13:9).
"Este es el juicio que, aunque debía caer con mayor peso sobre la Tierra Santa,
era claro que debía extenderse a dondequiera que se encontrasen judíos y
cristianos, 'pues donde estén los cuerpos muertos, allí se juntarán las águilas', lo
cual debía comenzar en la casa de Dios, y habría de ser tan severo que 'los justos
con dificultad se salvarían'. Sólo se salvarían los que soportasen la prueba, y
muchos no la soportarían. Todos los verdaderamente justos se salvarían; pero
muchos que parecían justos no perseverarían hasta el fin, y por eso no se
salvarían, etc. Algunos han supuesto que la referencia es a la persecución por
parte de Nerón, que precedió por algunos años a las calamidades que
acompañaron a las guerras de los judíos y a la destrucción de Jerusalén". Dr. John
Brown sobre 1 Ped. vol. 7, p. 357.
254
1 Ped. 5:4. "Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la
corona incorruptible de gloria".
255
2 Ped. 3:3,4. "Sabiendo primero esto, que en los primeros días vendrán
burladores, andando según sus propias concupiscencias, y diciendo: ¿Dónde está
la promesa de su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron,
todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación".
Los burladores a los que se alude en este pasaje son sin duda las mismas
personas cuyo carácter se describe en el capítulo anterior. La incredulidad en las
promesas y las amenazas de Dios, especialmente en cuanto a su juicio venidero,
es la característica de estos hombres malvados de los "postreros días". Con la
descripción de estos incrédulos, se nos recuerda la predicción de nuestro Señor
con referencia al mismo período: "Pero, cuando venga el Hijo del Hombre,
¿hallará fe en la tierra?" (Luc. 18:8). Vale la pena notar también que el apóstol, al
contestar el argumento derivado de la estabilidad de la creación, se refiere a la
catástrofe del diluvio como ilustración del poder de Dios para destruir a los
impíos: la misma ilustración empleada por nuestro Señor al referirse al estado de
cosas en la parusía (Mat. 24:37-39).
No hay que olvidar que Pedro está hablando, no de una catástrofe distante, sino
de una catástrofe inminente. Los "postreros días" eran los días que en ese
momento eran actuales (1 Ped. 1:5,20), y que los burladores de los que se habla
existían realmente (cap. 3:5): "Éstos ignoran voluntariamente", etc.
ESCATOLOGÍA DE PEDRO
2 Ped. 3:7,10-13. "Pero los cielos y la tierra que existen ahora están reservados
por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la
perdición de los hombres impíos. ... Pero el día del Señor vendrá como ladrón en
la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos
ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas".
Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros
andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos para la
venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y
los elementos, siendo quemados, se fundirán!. Pero nosotros esperamos, según
sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia".
Las imágenes empleadas aquí por el apóstol sugieren de modo natural la idea de
la disolución total, por medio del fuego, de la sustancia y la estructura de la
creación material, no sólo de la tierra, sino también del sistema al cual pertenece;
y este es, sin duda, el concepto popular de la consumación final que se espera
ponga fin al actual orden de cosas. Sin embargo, un poquito de reflexión y una
mayor familiarización con el lenguaje simbólico de la profecía serán suficientes
para modificar esta conclusión, y llevarnos a una interpretación más de acuerdo
con la analogía de descripciones similares en los escritos proféticos. Primero, es
256
evidente, por la naturaleza del asunto, que esta conflagración universal, como
puede llamársele, era considerada por el apóstol como a punto de tener lugar: "El
fin de todas las cosas se acerca" (1 Ped. 4:7). La consumación estaba tan cercana
que se describe como un suceso al cual debían mirar "esperando y
apresurándose" (ver. 12). Se sigue, por lo tanto, que de lo que habla aquí el
espíritu de profecía no podría ser la destrucción o disolución literal del globo
terráqueo y el universo creado. Pero que, en el momento en que esta epístola se
escribió, era inminente una catástrofe terrible y casi inmediata; que el "día del
Señor", predicho por tanto tiempo, estaba realmente cerca; que el día realmente
llegó, rápidamente y de repente; que vino "como ladrón en la noche"; que un
llameante diluvio de ira y de juicio les sobrevino al territorio culpable y a la
nación culpable de Israel, destruyendo y disolviendo sus cosas terrenales y
celestiales, es decir, sus instituciones temporales y espirituales, es un hecho
impreso indeleblemente en las páginas de la historia. El momento para el
cumplimiento de estas predicciones ahora había llegado, y cuando el apóstol
escribió fue para declarar que era el "tiempo postrero", y los sarcasmos de los
burladores estaban verificando los hechos. Por lo tanto, llegamos a la inevitable
conclusión de que era la catástrofe final de Judea y Jerusalén, predicha por
nuestro Señor en la profecía del Monte de los Olivos, y a la cual se refieren los
apóstoles tan frecuentemente, a la que Pedro aludía en las imágenes simbólicas
que parecen dar a entender la disolución del universo material.
2 Ped. 3:8,9. "Mas, oh amados, no ignoréis esto: que para con el Señor un día es
como mil años, y mil años como un día. El Señor no retarda su promesa, según
algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no
queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento".
Pocos pasajes han sufrido interpretaciones más erróneas que éste, al cual se le ha
obligado a hablar un lenguaje inconsistente con su obvio propósito y hasta
incompatible con una estricta consideración a la veracidad.
Hay aquí probablemente una alusión a las palabras del salmista, en las que éste
257
contrasta la brevedad de la vida humana con la eternidad de la existencia divina:
"Porque mil años delante de tus ojos son como el día de ayer, que pasó" (Sal.
90:4). Es un pensamiento grandioso y sublime, y bien en consonancia con el
sentimiento del apóstol: "Para con el Señor, un día es como mil años". Pero
seguramente sería el colmo de lo absurdo considerar esta sublime imagen poética
como un cálculo para la divina medición del tiempo, o como licencia para hacer a
un lado por completo las definiciones de tiempo en las predicciones y las
promesas de Dios.
Sin embargo, no es raro que se citen estas palabras como argumento o excusa
para desestimar por completo el elemento tiempo en los escritos proféticos. Aun
en casos en que se especifica cierto tiempo en la predicción, o en que se expresan
limitaciones tales como "en breve", "prontamente", o "cerca", se apela al pasaje
que tenemos delante para justificar un tratamiento arbitrario de tales notas de
tiempo, de modo que pronto puede significar tarde, cercano puede
significar distante, corto puede significar largo, y viceversa. Cuando se señala
que, de acuerdo con sus propios términos, ciertas predicciones tienen que
cumplirse dentro de un tiempo limitado, la respuesta es: "Para con el Señor, un
día es como mil años, y mil años como un día". Así, nos encontramos con un
crítico eminente que compromete su reputación con una afirmación como la
siguiente: "La mayoría de los apóstoles escribió y habló [de la parusía] en el
sentido de que ocurriría pronto, no, sin embargo, sin muchas y suficientes
indicaciones de que un intervalo, y no corto, ocurriría primero". Otro, aludiendo
a la predicción de Pablo en 2 Tes. 2, observa: "Nos dice que, mientras que la
venida del Señor estabacercana entonces, también era remota". Éstas son
muestras de lo que pasa por exégesis en no pocos comentaristas de gran
reputación.
Seguramente es innecesario repudiar de la manera más enérgica un método tan
antinatural de interpretar el lenguaje de la Escritura. Es antigramatical e
irrazonable. Aún peor, es inmoral. Es sugerir que Dios tiene dos pesas y dos
medidas en sus tratos con los hombres, y que, en su modo de calcular, hay una
ambigüedad y una variabilidad que hace imposible decir "qué clase de tiempo
puede significar el Espíritu de Cristo en los profetas". Parece dar a entender que
un día puede no significar un día, y que mil años pueden no significar mil años,
sino que cualquiera de las dos expresiones puede significar la otra. De ser así,
sería imposible interpretar la profecía; quedaría despojada de toda precisión, y
aún de toda credibilidad; porque es manifiesto que si podría haber tal
ambigüedad e incertidumbre con respecto al tiempo, podría haber no menos
ambigüedad e incertidumbre con respecto a todo lo demás.
Las Escrituras mismas, sin embargo, no apoyan este método de interpretación.
La fidelidad es uno de los atributos que con más frecuencia se le atribuyen al
"Dios que guarda el pacto", y la divina fidelidad es lo que el apóstol afirma en
258
este mismo pasaje. Al sarcasmo de los burladores que impugnan la fidelidad de
Dios, y preguntan: "¿Dónde está la promesa de su venida?", el apóstol contesta:
"El Señor no retarda su promesa, como algunos la tienen por tardanza"; no hay en
Él ninguna inconstancia, ni es olvidadizo; el transcurso de tiempo no invalida su
palabra; su promesa permanece firme tanto para lo cercano como para lo lejano,
para hoy o para mañana, o para mil años después. Para Él, un día es semejante a
mil años: es decir, la promesa que ha dicho que cumplirá en un día la cumplirá
puntualmente, y la promesa que ha dicho que cumplirá en mil años será ejecutada
con igual puntualidad. La duración del tiempo no representa ninguna diferencia
para Él. No falsificará la promesa que tiene validez por un día, ni se olvidará de
la promesa que se refiere a mil años después. Lo largo o lo corto del plazo, ya sea
un día o una época, no afecta su fidelidad. "El Señor no retarda su promesa"; Él
"guarda la verdad para siempre". Pero el apóstol no dice que, cuando el Señor
promete una cosa para hoypuede que no cumpla su promesa en mil años: eso
sería tardanza; eso sería violación de una promesa. El apóstol no dice que,
porque Dios es infinito y eterno, por lo tanto Él calcula con una aritmética
diferente de la nuestra, ni que nos habla con doble sentido, ni que usa dos
diferentes pesas y medidas en sus tratos con la humanidad. Lo opuesto es la
verdad. Como Hengstenberg observa con justeza: "El que habla a los hombres,
debe hablarles de acuerdo con los conceptos humanos, o de lo contrario,
advertirles que no lo ha hecho así".
Es evidente que el propósito del apóstol en este pasaje es dar a sus lectores la más
fuerte seguridad de que la catástrofe inminente de los últimos días estaba muy
cerca de cumplirse. La veracidad y la fidelidad de Dios garantizaban el puntual
cumplimiento de la promesa. Haber indicado que el tiempo era una variable en la
promesa de Dios habría equivalido a ridiculizar su argumento y a neutralizar su
propia enseñanza, que era, que "el Señor no retarda su promesa".
LO REPENTINO DE LA PARUSÍA
2 Ped. 3:10. "Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche".
Esta afirmación establece con precisión el acontecimiento al cual el apóstol se
refiere como "día del Señor". Nos es familiar a causa de las frecuentes alusiones
a él en otras partes del Nuevo Testamento. Nuestro Señor había declarado: "El
Hijo del hombre vendrá a la hora que no pensáis". Había advertido a sus
discípulos que velaran, diciendo: "Si el padre de familia supiese a qué hora el
ladrón habría de venir, velaría" (Mat. 24:43). Pablo había dicho a los
tesalonicenses: "Vosotros sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá así
como ladrón en la noche" (1 Tes. 5:2). Y nuevamente, Juan había escrito en
Apocalipsis: "He aquí, yo vengo como ladrón" (Juan 16:15). Puesto que las
alusiones en estos pasajes se refieren sin duda a la inminente catástrofe de Judea
259
y Jerusalén, llegamos a la conclusión de que éste es también el suceso al que se
refiere el pasaje que nos ocupa.
2 Ped. 3:13. "Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y
tierra nueva, en los cuales mora la justicia".
El catástrofe que estaba a punto de ocurrir habría de ser sucedida por una nueva
creación. Las angustias de muerte de la antigua son los dolores de nacimiento de
la nueva. La antigua Jerusalén debía dar lugar a la nueva; el reino de este mundo
al reino de nuestro Señor y de su Cristo. Puede preguntarse si por nuevos cielos y
nueva tierra el apóstol quiere dccir un nuevo orden de cosas aquí entre los
hombres o un estado celestial santo y perfecto. También puede preguntarse: ¿A
qué promesa se refiere el apóstol cuando dice: "Según sus promesas"? Alford
sugiere Isa. 65:17: "Porque he aquí yo crearé nuevos cielos y nueva tierra", etc., y
esto puede ser correcto. Pero nosotros nos sentimos inclinados más bien a creer
que el apóstol tiene en mente "el nuevo cielo y la nueva tierra" de Apocalipsis,
donde encontramos la justicia presentada como la característica distintiva de la
nueva era. La nueva Jerusalén es la santaciudad, en la cual "no entrará ninguna
cosa inmunda, o que hace abominación y mentira". No es más improbable que
Pedro se refiera a los escritos del apóstol Juan que a los del apóstol Pablo.
LA CERCANÍA DE LA PARUSÍA,
MOTIVO DE DILIGENCIA
260
2 Ped. 3:14. "Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad
con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz".
Esta exhortación indica claramente que la parusía se espera como cercana. Su
cercanía es motivo para la diligencia y la preparación para encontrarse con Señor.
No es la muerte lo que se espera aquí, sino el ser hallado por el Señor vigilantes,
"ceñidos vuestros lomos, y vuestras lámparas encendidas".
2 Ped. 3:15. "Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para
salvación".
La aparentemente larga demora de la ansiosamente larga espera de la venida del
Señor debe haber sido preocupante para los perseguidos cristianos que anhelaban
la hora esperada de alivio y desagravio. Su clamor subió al cielo: "¿Hasta
cuándo, oh Señor, santo y verdadero?" Pero esta misma demora tenía un aspecto
de gracia; era la "paciencia", makroqumia; no la "tardanza", sino: "no quiere que
nadie perezca". Exactamente de acuerdo con esto está la parábola de nuestro
Señor sobre la viuda importuna, que se relaciona con este mismo caso. Hubo la
misma demora en la ejecución del juicio por medio de la paciencia [makroqumia]
de Dios; la consiguiente prueba de la fe y la paciencia de los santos; su apelación
al juicio de Dios para el desagravio; y la exhortación a la diligencia: "La
necesidad de orar siempre y no desmayar" (Luc. 18:8).
2 Ped. 3:15,16. "Cono también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría
que le ha sido dada, os ha escrito, casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de
estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los
indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia
perdición".
Esta alusión a las epístolas de Pablo indican varias inferencias importantes.
261
3. Advierte del hecho de que Pablo, en todas sus epístolas, habla de la
venida del Señor.
262
entender", y "torcida" por muchos hasta el día de hoy. No hay que maravillarse,
pues, de que los cristianos primitivos hayan experimentado grandes dificultades
con respecto a la correcta interpretación de muchas de las declaraciones
proféticas relativas a la venida del Señor, el fin del tiempo, la transformación de
los vivos, la resurrección de los muertos, el fin de todas las cosas, etc.
Que algunos torcieran y pervirtieran la enseñanza apostólica sobre estos temas
era demasiado probable, y sabemos que, de hecho, lo hicieron. Era necesario, por
lo tanto, exhortar a los creyentes a tener cuidado de no ser "arrastrados por el
error de los inicuos".
LA PARUSÍA EN LA PRIMERA
EPÍSTOLA DE JUAN
Los comentaristas están muy divididos acerca de cuándo, dónde, por quién, y a
quién fue escrita esta epístola. No hay evidencia sobre el tema, excepto la que
puede encontrarse en la epístola misma, y esto da amplio margen para diferencias
de opinión. Lange, que duda de la autenticidad de la epístola, dice que "tiene
bastante aire de haber sido compuesta antes de la destrucción de Jerusalén"; y
Lücke, que sostiene su autenticidad, es también de la opinión de que "puede
haber sido escrita poco antes de ese suceso". Creemos que cualquier mente
sincera quedará satisfecha, después de un estudio cuidadoso de la evidencia
interna, de que, primero, la epístola es una producción legítima de Juan; segundo,
de que fue escrita en la víspera misma de la destrucción de Jerusalén. Es
imposible pasar por alto el hecho, con el cual nos encontramos por dondequiera
en la epístola, de que el escritor cree estar al borde de una solemne crisis, para la
llegada de la cual insta a sus lectores a estar preparados. Esto armoniza con todas
las epístolas apostólicas, y demuestra incontestablemente que todos sus autores
compartían por igual la creencia en la cercanía de la gran consumación.
EL MUNDO PASA:
EL ÚLTIMO TIEMPO HA LLEGADO
1 Juan 2:17,18.- "Y el mundo pasa, y sus deseos ... Hijitos, ya es el último
tiempo [la última hora]".
Durante esta investigación, a menudo hemos tenido ocasión de hacer notar cómo
hablan los escritores del Nuevo Testamento de "el fin" en el sentido de que se
263
acercaba rápidamente. También hemos visto a qué se refiere esa expresión. No al
final de la historia humana, no a la disolución final de la creación material; sino
al final de la era o dispensación judía, y a la abolición y la eliminación del orden
de cosas establecido y ordenado por la sabiduría divina bajo aquella economía. A
menudo se describe esta consumación con un lenguaje que parece implicar la
destrucción total de la creación visible. Éste es el caso notable en la segunda
epístola de Pedro, y lo mismo podría decirse quizás del lenguaje profético de
nuestro Señor en Mateo 24:24.
1 Juan 2:18. "Según vosotros oísteis que el anticristo viene, así ahora han
surgido muchos anticristos; por esto conocemos que es el último tiempo" [wra].
En este pasaje surge por primera vez delante de nosotros "el temido nombre"
del anticristo. Por sí mismo, este hecho es suficiente para probar la fecha
comparativamente tardía de la epístola. Lo que en las epístolas de Pablo aparece
como una abstracción borrosa, ahora ha tomado forma concreta, y aparece como
una persona, "el anticristo".
264
que el anticristo viene, así ahora han surgido muchos anticristos; por esto
conocemos que es el último tiempo".
Esperamos, pues, descubrir rastros de esta espera - predicciones del anticristo
venidero - en otras partes del Nuevo Testamento. Y no quedamos chasqueados.
Es natural mirar, en primer lugar, el discurso escatológico de nuestro Señor en el
Monte de los Olivos en busca de alguna indicación de este peligro venidero y el
tiempo de su aparición. En ese discurso, encontramos que se mencionan "falsos
cristos y falsos profetas" (Mat. 24:5,11,24), y estamos listos para sacar la
conclusión de que éstos deben significar el mismo poder maligno designado por
Juan como el anticristo. El parecido del nombre favorece esta suposición; y el
período de su aparición - en vísperas de la catástrofe final - parece aumentar las
probabilidades hasta casi la certeza.
Hay, sin embargo, una formidable objeción a esta conclusión, es decir, que los
falsos cristos y los falsos profetas a los que aludía nuestro Señor parecen ser
meros impostores judíos, que comerciaban con la credulidad de sus ignorantes
víctimas, o entusiastas fanáticos, engrendros de aquel semillero de frenesí
religioso y político en que Jerusalén se había convertido en los últimos días.
Encontramos a estos hombres vívidamente representados en los pasajes de
Josefo, y no podemos reconocer en ellos los rasgos del anticristo como son
trazados por Juan. Eran producto del judaísmo en su corrupción, y no del
cristianismo. Pero el anticristo de Juan es manifiestamente de origen cristiano.
Esto es cierto por el testimonio del apóstol mismo: "Salieron de nosotros, pero no
eran de nosotros", etc. Esto prueba que los oponentes anticristianos del evangelio
en algún momento deben haber hecho profesión de cristianismo, y después se
volvieron apóstatas de la fe.
Ciertamente no se puede decir que es imposible que los falsos cristos y los falsos
profetas de los últimos días de Jerusalén hayan podido ser apóstatas del
cristianismo; pero no hay evidencia que demuestre esto, ni en la profecía de
nuestro Señor, ni en la historia de aquel tiempo.
Por otra parte, en los avisos apostólicos de la apostasía predicha, este rasgo de su
origen está marcado claramente. Ya hemos visto cómo Pablo, Pedro, y Juan
concuerdan en su descripción de la "apostasía" de los últimos días. (Véase una
sinopsis de pasajes relacionados con la apostasía, p. 251). Ni puede haber
ninguna duda razonable de que los apóstatas de los dos apóstoles anteriores son
idénticos al anticristo del último. Son semejantes en carácter, en origen, y en el
tiempo de su aparición. Son los encarnizados enemigos del evangelio; son
apóstastas de la fe; pertenecen a los últimos días. Éstas son marcas de identidad
demasiado numerosas e impresionantes para ser accidentales; y, por lo tanto,
estamos justificados al concluir que el anticristo de Juan es idéntico a la apostasía
predicha por Pablo y por Pedro.
265
EL ANTICRISTO NO ES UNA PERSONA,
SINO UN PRINCIPIO
266
adoración y sumisión a legomenoi qeoi y sebasmata (todo lo que se llama Dios o
es objeto de culto) ha sido siempre una de sus más notables peculiaridades. La
segunda objeción, de carácter externo e histórico, es aún más decisiva. Si el
papado fuera el anticristo, entonces la manifestación ha tenido lugar, y ya ha
durado por casi 1500 años, y todavía no ha llegado el día del Señor, un día al
cual, según los términos de nuestra profecía, tal manifestación habría de preceder
inmediatamente.
Pero el lenguaje del apóstol mismo es decisivo contra esta aplicación del nombre
anticristo. La verdad es que es difícil entender cómo tal interpretación pudo haber
echado raíces en vista de las expresas declaraciones del propio apóstol. El
anticristo de Juan no es unapersona, ni una sucesión de personas, sino
una doctrina, o una herejía, claramente notada y descrita. Más que esto, se
declara que ya existía y se había manifestado en los propios días del apóstol. "Así
AHORA han surgido muchos anticristos"; "éste es el espíritu del anticristo, el
cual vosotros habéis oído que viene, y que ahora ya está en el mundo" (1 Juan
2:18; 4:3). Esto debería ser decisivo para todos los que se inclinan ante la
autoridad de la Palabra de Dios. La hipótesis de un anticristo personificado en un
individuo que todavía ha de venir no tiene base en las Escrituras; es una ficción
de la imaginación, no una doctrina de la Palabra de Dios.
1 Juan 2:22. "¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo?
Este es anticristo, el que niega al Padre y al Hijo".
1 Juan 4:1. "Amados, no creáis a todo espíritu. sino probad los espíritus si son
de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo".
1 Juan 4:3. "Y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne,
no es de Dios; y éste es el espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído que
viene, y que ahora ya está en el mundo".
267
Aquí se nos puede decir que tenemos al anticristo retratado de cuerpo entero, o,
como deberíamos decir más bien, la herejía o apostasía anticristiana. Por esta
descripción, se ve claramente:
1. Que el anticristo no era un individuo o una persona, sino un principio, una
herejía, que se manifestaba en muchos individuos.
2. Que el anticristo o los anticristos era o eran apóstatas de la fe en Cristo (ver.
19).
3. Que su error característico consistía en negar el carácter mesiánico, la
divinidad, y la encarnación del Hijo de Dios.
4. Que los apóstatas anticristianos descritos por Juan son posiblemente los
mismos que los denominados por nuestro Señor como "falsos cristos y falsos
profetas" (Mat. 24: 5,11,24), pero que ciertamente responden a aquellos a los
cuales aluden Pablo, Pedro, y Judas.
5. Que todas las alusiones a la apostasía anticristiana relacionan su aparición con
la "parusía" y con "los últimos días", o sea el fin de la era o dispensación judía.
Es decir, se considera como cercana, y casi ya presente.
Sin duda, si poseyéramos información histórica más completa relativa a ese
período, podríamos verificar mejor las predicciones y alusiones que encontramos
en el Nuevo Testamento, pero tenemos suficiente evidencia para justificar la
conclusión de que todo tuvo lugar de acuerdo con las Escrituras. No es fácil
establecer si los falsos profetas de los cuales dice Josefo que infestaban los
últimos momentos agónicos de la comunidad judía son idénticos a los falsos
profetas de la predicción de nuestro Señor y del anticristo de Juan. Pero el
testimonio del apóstol mismo es decisivo sobre la cuestión del anticristo. Aquí él
es al mismo tiempo tanto profeta como historiador, pues registra el hecho de que
"así ahora han surgido muchos anticristos", y "muchos profetas han salido por el
mundo".
ESPERANZA DE LA PARUSÍA
1 Juan 2:28. "Y ahora, hijitos, permaneced en él, para que cuando se
manifieste, tengamos confianza, para que en su venida no nos aljemos de él
avergonzados".
1 Juan 3:2. "Sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él,
porque le veremos tal como él es".
1 Juan 4:17. "Para que tengamos confianza en el día del juicio".
En estas exhortaciones y consejos, Juan concuerda perfectamente con los otros
apóstoles, cuyas constantes amonestaciones a las iglesias cristianas de su tiempo
instaban a esperar habitualmente la parusía, y por lo tanto, a la fidelidad y la
constancia en medio del peligro y el sufrimiento. El lenguaje de Juan prueba:
268
1. Que los cristianos apostólicos eran exhortados a vivir esperando
constantemente la venida del Señor.
2. Que este acontecimiento era esperado por ellos como el tiempo de la
revelación de Cristo en su gloria, y la beatificación de sus fieles discípulos.
3. Que la parusía era también el período del "día del juicio".
EN LA EPÍSTOLA DE JUDAS
269
sensualidad, hipocresía, murmuración, cismática, destitución
negación de Dios y vanagloria del Espíritu Santo
de Cristo,
animalismo
Es bastante evidente que esta descripción, que concuerda tan estrechamente con
la de 2 Pedro 2, debe haberse derivado de la misma fuente común. Pero se
destaca el hecho simple y palpable de que una terrible degeneración y corrupción
moral habían infectado la vida social de "los últimos días". Es muy sugerente
comparar el estado moral del pueblo escogido en este período final de su historia
nacional con el descrito en las palabras del último de los profetas del Antiguo
Testamento. La nación estaba ahora en aquella misma condición que allí se
declara como madura para juicio. El segundo Elías no había podido hacer que el
pueblo se volviera a la justicia, y ahora el Mensajero del pacto estaba a punto de
venir súbitamente a su templo; el grande y terrible día de Jehová estaba cerca; y
Dios estaba a punto de herir la tierra con la maldición. (Mal. 4:5,6).
APÉNDICE A LA PARTE II
NOTA A
No hay ninguna frase que ocurra con más frecuencia en el Nuevo Testamento
que "el reino de los cielos" o "el reino de Dios". Nos encontramos con ella en
todas partes; al comienzo, a la mitad, y al final del Libro. Es la primera cosa en
Mateo, la última en Apocalipsis. Al evangelio mismo se le llama "el evangelio
del reino"; los discípulos son los "herederos del reino"; el gran objeto de
esperanza y expectativa es "la venida del reino". Es de esto de lo que Cristo
mismo deriva su título de "Rey". El reino de Dios, pues, es la médula misma del
Nuevo Testamento.
Pero, aunque difundida en el Nuevo Testamento, la idea del reino de Dios no es
peculiar a él; no pertenece menos al Antiguo. Encontramos huellas de ella en
todos los profetas desde Isaías hasta Malaquías; es el tema de algunos de los más
exaltados salmos de David; subyace los anales del antiguo Israel; sus raíces se
remontan al período más temprano de la existencia nacional judía; de hecho, es la
270
razón de ser de ese pueblo; porque Israel fue constituido y mantenido en
existencia como una nacionalidad distinta para encarnar y desarrollar esta
concepción del reino de Dios.
Retrocediendo hasta el germen primordial del pueblo judío, encontramos el
primer indicio del propósito de Dios de "hacer un pueblo para sí mismo" en la
promesa original que se le hizo a su gran progenitor, Abraham: "Haré de ti una
nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición.
Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán
benditas en ti todas las naciones de la tierra" (Gén. 12:2,3). Esta promesa fue
renovada solemnemente poco tiempo después en el pacto que Dios hizo con
Abraham: "En aquel día hizo Jehová un pacto con Abram diciendo: A tu
descendencia daré esta tierra, desde el río de Egipto hasta el río grande, el río
Éufrates" (Gén. 15:18). Esta relación de pacto entre Dios y la simiente de Israel
es renovada y desarrollada más completamente en la declaración que después se
le hizo a Abraham: "Y estableceré mi pacto entre mí y ti, y tu descendencia
después de ti en sus generaciones, por pacto perpetuo, para ser tu Dios, y el de tu
descendencia después de ti. Y te daré a ti, y a tu descendencia después de ti, la
tierra en que moras, toda la tierra de Canaán en heredad perpetua; y seré el Dios
de ellos" (Gén. 17:7,8). Como muestra y señal de este pacto, el rito de la
circuncisión le fue impuesto a Abraham y a su posteridad, por el cual todo varón
de aquella raza era marcado y señalado como súbdito del Dios de Abraham (Gén.
17:9-14).
Más de cuatro siglos después de esta adopción de los hijos de Abraham como el
pueblo del pacto de Dios, les encontramos en estado de vasallaje en Egipto,
gimiendo bajo la cruel esclavitud a la que estaban sometidos. Se nos dice que
Dios "escuchó sus gemidos, y se acordó de su pacto con Abraham, con Isaac, y
con Jacob". Levantó un campeón en la persona de Moisés, y le indicó que le
dijera a los hijos de Israel: "Yo soy Jehová; y yo os sacaré de debajo de las tareas
pesadas de Egipto; ... y os tomaré por mi pueblo y seré vuestro Dios" (Éx. 6: 6,7).
Después de la milagrosa redención en Egipto, la relación de pacto entre Jehová y
los hijos de Israel fue ratificada, pública y solemnemente, en el Monte Sinaí.
Leemos que, "en el mes tercero de la salida de los hijos de Israel de la tierra de
Egipto ... Y acampó allí Israel delante del monte. Y Moisés subió a Dios, y
Jehová lo llamó desde el monte, diciendo: Así dirás a la casa de Jacob, y
anunciarás a los hijos de Israel: Vosotros vísteis lo que hice a los egipcios, y
cómo os tomé sobre alas de águila, y os he traído a mí. Ahora, pues, si diereis
oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre
todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de
sacerdotes, y gente santa" (Éx. 19:3-6).
Es en este período cuando podemos considerar el reino teocrático como
formalmente inaugurado. Una horda de esclavos liberados fue constituída en
271
nación; recibieron una ley divina para su gobierno, y el marco completo de su
sistema civil y eclesiástico fue organizado y construído por autoridad divina.
Cada paso del proceso mediante el cual un anciano sin hijos se convirtió en una
nación revela un propósito divino y un plan divino. Ninguna nacionalidad se
formó jamás de esa manera; jamás existió ninguna para un propósito así; ninguna
tuvo jamás una relación tal con Dios; ninguna poseyó jamás una historia tan
milagrosa; ninguna fue jamás exaltada hasta un privilegio tan glorioso; ninguna
cayó jamás en una condenación tan tremenda.
No puede haber ninguna duda de que la nación de Israel fue destinada para ser
depositaria y conservadora del conocimiento del Dios viviente y verdadero en la
tierra. Para este propósito fue constituida la nación, y puesta en una relación
única con el Altísimo, como ningún otro pueblo sostuvo jamás. Para garantizar el
cumplimiento de este propósito, el Señor mismo fue su Rey y ellos fueron sus
súbditos; mientras que todas las instituciones y leyes que le fueron impuestas
hacían referencia a Dios, no sólo como Creador de todas las cosas, sino como
Soberano de la nación. Expresar y llevar a cabo esta idea del reinado de Dios
sobre Israel es el manifiesto propósito del aparato ceremonial de culto
establecido en el desierto: "Jehová hizo erigir una tienda real en el centro del
campamento (donde por lo general se erigían los pabellones de todos los reyes y
capitanes), y la hizo equipar con todo el esplendor de la realeza, como un palacio
móvil. Estaba dividido en tres compartimientos, en el más interior del cual estaba
el trono real, sostenido por querubines de oro; y el escabel del trono, un arca
dorada que contenía las tablas de la ley, la Carta Magna de la iglesia y el estado.
En la antecámara, había una mesa dorada puesta con pan y vino, como la mesa
real; y ardía incienso precioso. La habitación exterior, o atrio, podría considerarse
el compartimiento culinario real, y allí se ejecutaba música, como la música de
las mesas festivas de los monarcas orientales. Dios escogió a los levitas como sus
cortesanos, oficiales de estado, y guardias de palacio; y a Aarón como oficial
principal de la corte y primer ministro de estado. Para el sostenimiento de estos
oficiales, Dios asignó uno de los diezmos que los hebreos debían entregar como
alquiler por el uso de la tierra. Finalmente, Dios requería que todos los varones
hebreos de edad apropiada se acercaran a su palacio cada año, durante las tres
grandes festividades anuales, con presentes, para rendir homenaje a su Rey; y
como estos días de renovación de su homenaje debían celebrarse con fiestas y
gozo, el segundo diezmo se gastaba en proporcionar el entretenimiento necesario
para estas ocasiones. Resumiendo, cada deber religioso era hecho una cuestión de
obligación política; y todas las leyes civiles, aún las más mínimas, estaban
fundadas de tal manera en la relación del pueblo con Dios, y tan entrelazadas con
sus deberes religiosos, que el hebreo no podía separar a su Dios de su Rey, y cada
ley le recordaba a ambos por igual. Por consiguiente, mientras la nación tuviese
272
existencia nacional, no podía perder por completo el conocimiento del verdadero
Dios, ni descontinuar su culto".
Tal era el gobierno instituido por Jehová entre los hijos de Israel - una verdadera
teocracia; la única teocracia verdadera que jamás existió sobre la tierra. Su
carácter nacional, intenso y exclusivo, merece ser notado de manera particular.
Era privilegio distintivo de los hijos de Abraham, y de ellos solamente: "Jehová
tu Dios te ha escogido para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos
que están sobre la tierra" (Deut. 7:6). "A vosotros solamente he conocido de
todas las familias de la tierra" (Amos 3:2). "No ha hecho así con ninguna otra de
las naciones" (Sal. 147:20). El Altísimo era el Señor de toda la tierra, pero era
Rey de Israel en un sentido completamente peculiar. Él era el Gobernante del
pacto; ellos eran el pueblo del pacto. Estaban bajo la más sagrada y solemne
obligación de ser súbditos leales a su invisible Soberano, de adorarle sólo a Él, y
de ser fieles a su ley (Deut. 26:16-18). Como recompensa por su obediencia,
tenían la promesa de ilimitada prosperidad y grandeza nacional; habrían de ser
"exaltados sobre todas las naciones que hizo, para loor y fama y gloria" (Deut.
26:19); mientras que, por otra parte, el castigo por su deslealtad y su infidelidad
era correspondientemente terrible; la maldición del pacto quebrantado les
alcanzaría en una señalada y terrible retribución, que no tendría paralelo en la
historia de la humanidad, pasada o por venir. (Deut. 28).
Es sólo razonable suponer que este maravilloso experimento de un gobierno
teocrático debe haber tenido como objetivo algo digno de su divino autor. Ese
objeto era moral, más bien que material; la gloria de Dios y el bien de los
hombres, más que el progreso político o temporal de una tribu o nación. Sin duda
era, en primer lugar, un expediente para mantener vivo el conocimiento y el culto
del único Dios verdadero en la tierra, que de otro modo podría haberse perdido
por entero; y en segundo lugar, a pesar de su intenso y exclusivo espíritu de
nacionalismo, el sistema teocrático llevaba en su seno el germen de una religión
universal, y era así una etapa grande e importante en la educación de la raza
humana.
Es instructivo seguir la pista al crecimiento y al desarrollo progresivo de la idea
teocrática en la historia del pueblo judío, y observar cómo, al perder su
importancia política, se vuelve más y más moral y espiritual en su carácter.
El pueblo al que se le confirió este incomparable privilegio demostró ser indigno
de él. Su inconstancia e infidelidad neutralizaban a cada momento el favor de su
invisible Soberano. Su exigencia de tener rey, de ser "también como todas las
naciones", era casi un rechazo de su celestial Soberano. (1 Sam. 8:7,19,20). Sin
embargo, su petición fue concedida, habiéndose hecho provisión para una tal
contingencia en el marco original de la teocracia. El rey humano fue considerado
virrey del divino Rey, convirtiéndose así en tipo del Soberano real, aunque
invisible, a quien el rey, así como la nación, debía lealtad.
273
Es en este punto donde notamos la aparición de una nueva fase en el sistema
teocrático. Si consideramos a David como el autor del segundo salmo, fue ya en
esta época cuando se hizo un anuncio profético concerniente a un Rey, el Ungido
de Jehová, el Hijo de Dios, contra quien se levantarían los reyes de la tierra, y los
príncipes consultarían unidos, pero a quien el Altísimo daría los paganos por
heredad y las partes últimas de la tierra por posesión. Desde este período
comienza a indicarse más claramente el caráctermediador de la teocracia; se hace
una distinción entre Jehová y su Ungido, entre el Padre y el Hijo. Nos
encontramos con los títulos de Mesías, Hijo de Dios, Hijo de David, Rey de Sión,
aplicados a Aquél a quien pertenece el reino, y quien está destinado a triunfar y a
reinar. Los salmos llamados mesiánicos, especialmente el 72 y el 110, bastan
para probar que, en tiempos de David, había claros anuncios proféticos de un Rey
venidero, cuyo gobierno sería benéfico y glorioso; en quien serían benditas todas
las naciones; que habría de unir en sí mismo la doble posición de Sacerdote y
Rey; que es declarado Señor de David; y que está representado como sentado a la
diestra de Dios "hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies".
De aquí en adelante, a través de todas las profecías del Antiguo Testamento,
encontramos el carácter y la persona del Rey teocrático bosquejado más y más
completamente, aunque en la descripción están mezclados juntos elementos
diversos y aparentemente inconsistentes. A veces, el Rey venidero y su reino son
representados con los colores más atractivos y resplandecientes: "Saldrá una vara
del tronco de Isaí, y un vástago retoñará de sus raíces", y bajo la dirección de este
heredero de la casa de David, toda maldad desaparecerá y toda bondad triunfará.
"El lobo morará con el cordero, y el leopardo se acostará con el cabrito ... no
harán mal ni dañarán en todo mi santo monte; porque la tierra será llena del
conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar" (Isa. 11:1-9). Los más
elevados nombres de honor y dignidad son atribuídos al Príncipe venidero; él es
el "Maravilloso, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz. Lo
dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite". Se sentará sobre el trono de
David, y gobernará su reino con juicio y con justicia para siempre. (Isa. 9:6,7).
Pero, al lado de este brillante futuro, hay oscuras y tenebrosas escenas de tristeza
y sufrimiento, de juicio y de ira. Se dice del Rey venidero que es como "raíz de
tierra seca"; "despreciado y desechado"; "varón de dolores, experimentado en
quebranto"; "herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados";
"como cordero fue llevado al matadero"; "como oveja delante de sus
trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca"; "fue cortado de la tierra de los
vivientes" (Isa. 53). Se lo describe entrando a Jerusalén "humilde y cabalgando
sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna" (Zac. 9:9); "se quitará la vida al
Mesías, mas no por sí" (Dan. 9:26); y entre los últimos pronunciamientos
proféticos están algunos de los más ominosos y sombríos de todos. El Señor, el
Mensajero del pacto, el Rey esperado, viene: "¿Quién podrá soportar el tiempo de
274
su venida? Viene el día ardiente como un horno; el día de Jehová, grande y
terrible" (Mal. 3:1,2; 4:1,5).
Esta aparente paradoja se explica en el Nuevo Testamento. Existía en realidad
este doble aspecto del Rey y el reino: "El Rey de gloria" era "varón de dolores";
"el año aceptable del Señor" era también "el día de retribución de nuestro Dios".
Las antiguas profecías habían dado abundantes razones para esperar que el
invisible Rey teocrático sería revelado un día y habitaría con los hombres sobre
la tierra; que vendría, en los intereses de la teocracia, para establecer su reino en
la nación, y reunir a su pueblo alrededor del trono. Los capítulos iniciales del
evangelio de Lucas indican lo que creían los israelitas piadosos con respecto al
reino venidero del Mesías. Entendían que este reino tendría una especial relación
con Israel. "Éste será llamado grande", dijo el ángel de la anunciación, "y será
llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y
reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin". "Rabí",
exclamó el leal Natanael, cuando Dios se le reveló súbitamente a través de la
apariencia del joven campesino galileo, "tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de
Israel" (Juan 1:49). No es menos cierto que su venida se consideraba entonces
como cercana, y era esperada ansiosamente por hombres santos como Simeón,
que "esperaba la consolación de Israel", y al cual le había sido revelado que no
"vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor" (Luc. 2:25,26). La verdad
es que había una creencia muy difundida, no sólo en Judea, sino por todo el
Imperio Romano, de que un gran príncipe o monarca estaba a punto de aparecer
en la tierra, que habría de inaugurar una nueva era. De esta expectativa tenemos
evidencia en los Anales de Tácito y el Polio de Virgilio. Sin duda, la esperanza
acariciada por Israel se había difundido, de una manera más o menos vaga y
distorsionada, por todos los territorios circunvecinos.
Pero cuando, en la plenitud del tiempo, apareció el Rey teocrático en medio de la
nación del pacto, no fue en la forma que ellos habían esperado y deseado. El Rey
no cumplió las esperanzas de ellos de poder político y pre-eminencia nacional. El
reino de Dios que Jesús proclamó fue algo muy diferente de aquel con el cual
habían soñado. Justicia y verdad, pureza y bondad, eran sólo palabras vacías para
los que codiciaban los honores y los placeres de este mundo. Sin embargo,
aunque rechazado por la nación en general, el Rey teocrático no dejó de anunciar
su presencia y sus reclamos. Fue precedido por un heraldo, el Elías predicho,
Juan el Bautista, al cual el pueblo debía reconocer como verdadero profeta de
Dios. El segundo Elías anunció el reino de Dios como que se había acercado. y
llamó a la nación a arrepentirse y a recibir a su Rey. Luego, sus propias obras
milagrosas, sin paralelo aun en la historia del pueblo escogido en cuanto al
número y esplendor, proporcionó evidencia concluyente de su divina misión;
unido a lo cual, la trascendente excelencia de su doctrina, y la inmaculada pureza
de su vida, silenciaron, si no avergonzaron, la enemistad de los impíos. Durante
275
más de tres años, esta apelación al corazón y a la conciencia de la nación fue
presentada incesantemente de todas las formas posibles, pero sin éxito; hasta que,
finalmente, los principales de la iglesia y el estado judíos, encarnizadamente
hostiles a las pretensiones de Jesús, le acusaron delante del gobernador romano
bajo el cargo de hacerse Rey. Con su persistente y maligno clamor, procuraban
su condena. Fue entregado para que fuese crucificado, y el título sobre su cruz
llevaba esta inscripción:
Este trágico acontecimiento marca el rompimiento final entre el pueblo del pacto
y el Rey teocrático. El pacto había sido quebrantado a menudo antes, pero ahora
era repudiado públicamente y roto en pedazos. Se podría haber pensado que la
teocracia terminaría ahora; y casi lo hizo, pero su disolución formal fue
suspendida por un breve espacio de tiempo, para que la doble consumación del
reino, que envolvía la salvación de los fieles y la destrucción de los incrédulos,
pudiera tener lugar en el tiempo señalado. Este doble aspecto del reino teocrático
es visible en cada una de las partes de su historia. Fue a un tiempo éxito y
fracaso; victoria y derrota; trajo salvación para unos y destrucción para otros.
Este doble carácter había sido establecido claramente en las antiguas profecías,
como en el notable oráculo de Isaías 49. El Mesías se lamenta: "Por demás he
trabajado, en vano y sin provecho he consumido mis fuerzas", etc. La divina
respuesta es: "Ahora, pues, dice Jehová, el que me formó desde el vientre para
ser su siervo, para hacer volver a él a Jacob y para congregarle a Israel (porque
estimado seré en los ojos de Jehová, y el Dios mío será mi fuerza); dice: Poco es
para mí que tú seas mi siervo para levantar las tribus de Jacob, y para que
restaures el remanente de Israel; también te di por luz de las naciones, para que
seas mi salvación hasta lo postrero de la tierra". Para poner sólo otro ejemplo: en
el libro de Malaquías encontramos este doble aspecto del reino venidero, pues,
aunque "viene el día ardiente como un horno", y "todos los que hacen maldad
serán estopa","a los que teméis mi nombre nacerá el sol de justicia, y en sus alas
traerá salvación" (Mal. 4:1,2). A pesar, pues, del rechazo del rey y la pérdida del
reino por parte de la masa del pueblo, todavía habría una gloriosa consumación
de la teocracia, trayendo honor y felicidad para todos los que poseyeran la
autoridad del Mesías y demostraran ser obedientes y leales a su Rey.
¿Tenemos alguna información con la cual establecer con certeza el período de
esta consumación? ¿En qué momento puede decirse que el reino ha venido
plenamente? En la encarnación no, porque la proclamación de Jesús siempre fue:
"El reino de Dios se haacercado". En la crucifixión no, porque la petición del
ladrón moribundo fue: "Señor, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino". En
la resurrección tampoco, porque después de que el Señor hubo resucitado, los
discípulos esperaban la restauración del reino a Israel. En la ascensión tampoco,
276
ni en el día de Pentecostés, porque, mucho tiempo después de estos
acontecimientos, se nos dice en la Epístola a los Hebreos que Cristo, "habiendo
ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a
la diestra de Dios, de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean
puestos por estrado de sus pies" (Heb. 10:12,13). La consumación del reino,
pues, no coincide con la ascensión, ni con el día de Pentecostés. Es verdad que el
Rey teocrático "se sentó en el trono, a la diestra de la majestad en las alturas",
pero todavía no había "asumido este gran poder". Sus enemigos todavía no
habían sido derribados, y no podía decirse que había llegado el pleno desarrollo y
la consumación de su reino sino hasta que, por medio de un acto judicial solemne
y público, el Mesías hubiese vindicado las leyes de su reino y aplastado bajo sus
pies a sus súbditos apóstatas y rebeldes.
Hay un punto en el tiempo que se indica constantemente en el Nuevo Testamento
como la consumación del reino de Dios. Nuestro Señor declaró que, entre sus
discípulos, había algunos que vivirían para verle venir en su reino. Por supuesto,
esta venida del Rey es sinónima con la venida del reino, y limita la ocurrencia de
este acontecimiento a la generación que entonces existía. Es decir, la
consumación del reino se sincroniza con el reino de Israel y la destrucción de
Jerusalén, siendo todo ello parte de una gran catástrofe. Era en ese período
cuando el Hijo del hombre habría de venir en la gloria de su Padre, y se sentaría
en el trono de su gloria; para recompensar a sus siervos y retribuir a sus enemigos
(Mat. 25:31). Encontramos estos sucesos uniformemente asociados juntos en el
Nuevo Testamento, la venida del Rey, la resurrección de los muertos, el juicio de
los justos y de los impíos, la consumación del reino, el fin de la era. Por eso dice
Pablo en 2 Tim. 4:1: "Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que
juzgará a los vivos y a los muertos en eu manifestación y en su reino". La venida,
el juicio, el reino, todos coinciden y son contemporáneos, y no sólo eso, sino que
están cercanos; porque el apóstol dice: "Que está a punto de juzgar ... que pronto
juzgará" [mellontoz krinein].
Es perfectamente claro, entonces, según el Nuevo Testamento, que la
consumación, o resolución, del reino teocrático tuvo lugar durante el período de
la destrucción de Jerusalén y el juicio de Israel. La teocracia había cumplido su
propósito; el experimento había sido probado, ya fuera que la nación del pacto
demostrara ser leal a su Rey o no. Había fracasado; Israel había rechazado a su
Rey; y sólo restaba que se hiciera cumplir el castigo por el pacto violado. Vemos
el resultado en la ruina del templo, la destrucción de la ciudad, el borramiento de
la nación, y la abrogación de la ley de Moisés, acompañadas por escenas de
horror y sufrimiento sin paralelo en la historia del mundo. Aquella gran
catástrofe, pues, marca la conclusión del reino teocrático. Desde el principio,
había sido de un carácter estrictamente nacional - era el reinado divino sobre
Israel. Por necesidad terminó, pues, con la terminación de la existencia nacional
277
de Israel, cuando los símbolos externos y visibles de la Presencia y la Soberanía
divinas terminaron; cuando la casa de Dios, la ciudad de Dios, y el pueblo de
Dios fueron borrados de la existencia por medio de una catástrofe desoladora y
final.
Esto nos permite entender el lenguaje de Pablo cuando, hablando de la venida de
Cristo, representa el acontecimiento como marcando "el fin" [to teloz = h
sunteleia tou aiwnoz], "cuando entregue el reino al Dios y Padre" (1 Cor. 15:24).
Esto ha causado mucha perplejidad a muchos teólogos y comentaristas, que
parecen haber considerado despectivo hacia la divinidad del Hijo de Dios el
hecho de que renunciara a sus funciones mediatorias y su carácter regio, y se
hundiera, por decirlo así, en la posición de una persona individual, convirtiéndose
en súbdito en vez de soberano. Pero el malestar ha surgido por haber pasado por
alto la naturaleza del reino que el Hijo había administrado, y que al fin entrega.
Era el reinado mesiánico: el reino sobre Israel: aquel gobierno peculiar y único
ejercido sobre la nación del pacto, y administrado por la mediación del Hijo de
Dios durante tantas edades. Esa relación estaba ahora disuelta, porque la nación
había sido juzgada, el templo destruido, y eliminados todos los símbolos de la
divina soberanía. ¿Por qué debía continuar por más tiempo el reino teocrático?
No había nada que administrar. Ya no había una nación del pacto, el pacto estaba
roto, e Israel había dejado de existir como una nacionalidad distinta. ¿Qué más
natural y correcto, entonces, que en semejante coyuntura el Mediador renunciara
a sus funciones mediadoras, y entregara la insignia del gobierno en las manos de
las cuales había recibido aquellas funciones? Edades antes de ese período, el
Padre había investido al Hijo con las funciones de vicerreinales de la teocracia.
Se había proclamado: "Pero yo he puesto mi rey sobre Sión, mi santo monte. Yo
publicaré el decreto; Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú; yo te engendré hoy"
(Sal. 2:6,7). Los propósitos para los cuales el Hijo había asumido la
administración del gobierno teocrático se habían llevado a cabo. El pacto estaba
disuelto, su violación vengada, los enemigos de Cristo y de Dios destruidos, los
siervos verdaderos y fieles recompensados, y la teocracia había llegado a su fin.
Éste era ciertamente el momento oportuno para que el Mediador renunciara a su
posición y la entregara en manos del Padre, es decir, "entregase el reino".
Pero en todo esto no hay nada despectivo hacia la dignidad del Hijo. Por el
contrario: "Él es mediador de un mejor pacto". La terminación del reino
teocrático era la inauguración de un nuevo orden, a una escala mayor, y de una
natualeza más duradera. Esta es la doctrina de la epístola a los Hebreos: "el trono
del Hijo de Dios es por siempre jamás" (Heb. 1:8). El sacerdocio del Hijo de
Dios es "para siempre" (8:3); Cristo tiene un ministerio tanto mejor cuanto que
"es mediador de un mejor pacto" (8:6). La teocracia, como hemos visto, era
limitada, exclusiva, y nacional; pero llevaba en su seno el germen de una religión
universal. Lo que Israel perdió, el mundo lo ganó. Mientras la teocracia subsistía,
278
había una nación favorecida, y los gentiles, es decir, todo el mundo menos los
judíos, estaban fuera del reino, en posición de inferioridad, y, como a los perros,
se les permitía, por gracia, comer de las migajas que caían de la mesa del amo.
La primera venida del reino no eliminó por completo este estado de cosas; hasta
el evangelio de la gracia de Dios fluyó al principio por el antiguo y estrecho
canal. Pablo reconoce el hecho de que "Jesucristo era ministro de la
circuncisión", y nuestro Señor mismo declaró: "No he sido enviado sino a las
ovejas perdidas de la casa de Israel". Durante años después de que los apóstoles
recibieron la comisión, no entendieron que se le estaba enviando a los gentiles; ni
consideraron al principio a los conversos paganos como admisibles en la iglesia,
excepto como judíos prosélitos. Es verdad que, después de la conversión de
Cornelio el centurión, los apóstoles se convencieron de los límites más amplios
del evangelio, y por todas partes Pablo proclamaba el derrumbe de las barreras
entre judíos y gentiles; pero es fácil ver que, mientras existiese la nación
teocrática, y permaneciese el templo con su sacerdocio, sacrificios, y rituales, y
continuase o pareciese continuar en vigencia la ley mosaica, la distinción entre
judíos y gentiles no podía borrarse. Pero la barrera se derrumbó efectivamente
cuando la ley, el templo, la ciudad, y la nación fueron borrados juntos, y la
teocracia experimentó visiblemente la consumación final.
Ese acontecimiento fue, por decirlo así, la declaración formal y pública de que
Dios ya no era el Dios de los judíos solamente, sino que ahora era el Padre
común de todos los hombres; que ya no había una nación favorecida y un pueblo
peculiar, sino que la gracia de Dios se había "manifestado para salvación a todos
los hombres" (Tito 2:11); que lo local y limitado se había expandido hasta lo
ecuménico y lo universal, y que, en Cristo Jesús, "todos son uno" (Gál. 3:29).
Esto es lo que Pablo declara que es el significado de la rendición del reino por el
Hijo de Dios en manos del Padre: de aquí en adelante, cesan las relaciones
exclusivas de Dios con una sola nación, y Él se convierte en el Padre común de
toda la familia humana,
"PARA QUE DIOS SEA TODO EN TODOS" (1 Cor. 15:28).
NOTA B
"La iglesia que está en Babilonia, elegida juntamente con vosotros, y Marcos mi
hijo, os saludan".
279
No es fácil transmitir en otras tantas palabras en español la fuerza precisa del
original. Su extrema brevedad causa oscuridad. Literalmente dice así: "Ella en
Babilonia, co-elegida, os saluda; y Marcos mi hijo".
La interpretación común del pronombre ella lo refiere a "la iglesia que está en
Babilonia"; aunque muchos eminentes comentaristas - Bengel, Mill, Wahl,
Alford, y otros - entienden que se refiere a una persona, presumiblemente
la esposa del apóstol. "Apenas es probable", observa Alford, "que ocurriesen
juntos en el mismo mensaje de salutación una abstracción, de la cual se habla
enigmáticamente, y un hombre (Marcos, mi hijo), por nombre". El peso de la
autoridad se inclina del lado de la iglesia; el peso de la gramática, del lado de
la esposa.
Pero la cuestión más importante se relaciona con la identidad del lugar que aquí
se denomina Babilonia. A primera vista, es natural llegar a la conclusión de que
no puede ser otra que la bien conocida y antigua metrópolis de Caldea, o lo que
quedaba de ella y que existía en los días del apóstol. Estamos listos a considerar
como muy probable que Pedro, en sus viajes apostólicos, rivalizaba con el
apóstol a los gentiles, e iba por todas partes predicando el evangelio a los judíos,
como Pablo lo hacía a los gentiles.
Sin embargo, parece haber formidables objeciones a este punto de vista, por
natural y sencillo que parezca. Sin mencionar la improbabilidad de que Pedro, en
su ancianidad, y acompañado por su esposa (si aceptamos la opinión de que es a
ella a quien se refiere la salutación), se encontrase en una región tan remota de
Judea, hay la importante consideración de que Babilonia no era en aquella época
la morada de una población judía. Josefo afirma que ya mucho antes, durante el
reinado de Calígula (37-41 d. C.), los judíos habían sido expulsados de Babilonia,
y que había tenido lugar una gran matanza, que casi les había exterminado. Es
verdad que esta afirmación de Josefo se refiere a la región entera llamada
Babilonia, más bien que a la ciudad de Babilonia, y esto por la suficiente razón
de que, en tiempos de Josefo, Babilonia era un lugar tan deshabitado como lo es
ahora. En su Geografía Bíblica, Rosenmüller afirma que, en tiempos de Estrabón
(esto es, durante el reinado de Augusto), Babilonia estaba tan desierta que él le
aplica a esa ciudad lo que un antiguo poeta había dicho de Megalópolis en
Arcadia, es decir, que era "un gran desierto". También Basnage, en su Historia
de los Judíos, dice: "Babilonia declinaba en los días de Estrabón, y Plinio la
representa en el reinado de Vespasiano como una grande e ininterrumpida
soledad".
Se han sugerido otras ciudades como la Babilonia a la que se refiere la epístola:
un fuerte de ese nombre en Egipto, mencionado por Estrabón; Tesifón, sobre el
Tigris; Seleucia, la nueva ciudad que vació de sus habitantes a la antigua
Babilonia. Pero estas son meras conjeturas, a las que no sostiene ni una partícula
de evidencia.
280
La improbabilidad de que la antigua capital de Caldea fuese el lugar de referencia
puede explicar en gran medida el consentimiento general que desde los tiempos
más antiguos ha asignado una interpretación simbólica o espiritual al nombre de
Babilonia. Si la cuestión fuera a ser decidida por la autoridad de grandes
nombres, Roma sería declarada sin duda la mística Babilonia designada así por el
apóstol. Pero esto envuelve la molesta pregunta de si Pedro visitó jamás Roma,
una discusión en la cual no podemos entrar aquí. La historia del evangelio guarda
completo silencio sobre el tema, y la tradición, incuestionablemente muy antigua,
del episcopado de Pedro allí, y de su martirio bajo el reinado de Nerón, está
recargado con tanto que es ciertamente fabuloso, que nos sentimos justificados al
hacer todo ello a un lado como leyenda o como mito. Hay un argumento a priori
contra la probabilidad de la visita de Pedro a Roma, el cual sostenemos como
insalvable, en ausencia de cualquier argumento en contrario. Pedro era el apóstol
de la circuncisión; su misión era a los judíos, su propia nación; no podemos
concebir la posibilidad de que él abandonara su esfera señalada de trabajo y
"entrara en los asuntos de otro hombre", y "edificara sobre fundamento ajeno".
Pablo estaba en Roma en los días de Nerón, y nada puede ser más improbable
que Pedro, el apóstol de la circuncisión, y "sabiendo que dentro de poco debía
abandonar su tabernáculo terrenal", emprendiese viaje a Roma en su extrema
vejez, sin ningún llamado especial, y sin dejar rastro, en la historia de los Hechos
de los Apóstoles, de un suceso tan notable.
Pero, si Roma no es la Babilonia simbólica de la referencia, y si la Babilonia
literal es inadmisible, ¿cuál otro lugar puede sugerirse con alguna probabilidad?
¿No hay ninguna otra ciudad, aparte de Roma, que pudiera llamarse con la
misma propiedad la Babilonia mística? ¿Ninguna otra que no tenga aparejados
nombres simbólicos, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo? Parece
inexplicable que la misma ciudad con la cual la vida y los hechos de Pedro están
más asociados que con ninguna otra haya sido completamente ignorada en esta
discusión. ¿Por qué no podría la ciudad llamada Sodoma y Gomorra ser llamada,
con la misma razón, Babilonia? Ahora bien, Jerusalén tiene estos nombres
místicos asociados con ella en las Escrituras, y ninguna ciudad tenía más derecho
a reclamar el carácter que ellos implican. Sin duda, Jerusalén parece también
haber sido la residencia fija del apóstol; Jerusalén, pues, es el lugar desde el cual
podríamos esperar encontrarle escribiendo y fechando sus epístolas dirigidas a las
iglesias.
Cualquiera que sea la ciudad que el apóstol llama Babilonia, debe haber sido
la morada permanente de la persona o la iglesia asociada con él mismo y con
Marcos en la salutación. Esto queda comprobado por la forma de las expresiones
h en babulwni, lo cual, como demuestra Steiger, significa "una morada fija por la
cual uno puede ser designado". Si decidimos que la referencia es a una persona,
se seguirá que Babilonia era el lugar del domicilio de la persona, su morada fija,
281
y esto, en el caso de la esposa de Pedro, sólo podía ser Jerusalén. Hasta donde se
puede deducir de la evidencia documental del Nuevo Testamento, la historia
apostólica muestra claramente que Pedro residía habitualmente en Jerusalén. No
es nada menos que una falacia popular suponer que todos los apóstoles eran
evangelistas como Pablo, y que viajaban por países extranjeros predicando el
evangelio a todas las naciones. El profesor Burton ha mostrado que "no fue sino
catorce años después de la ascensión de nuestro Señor que Pablo viajó por
primera vez, y predicó el evangelio a los gentiles. Ni hay evidencia alguna de
que, durante este período, los apóstoles traspasaron los confines de Judea". Pero,
lo que argumentamos es que la residencia habitual o permanente de Pedro era
Jerusalén. Esto se desprende de varias pruebas circunstanciales:
1. Cuando la iglesia de Jerusalén se dispersó hacia el extranjero después de
la persecución que se desató en el tiempo del martirio de Esteban, Pedro y
el resto de los apóstoles permanecieron en Jerusalén. (Hechos 8:1).
282
7. A Silvano, o Silas, el escritor o portador de esta epístola, lo conocemos
como miembro prominente de la iglesia de Jerusalén: "varón principal entre
los hermanos" (Hechos 15:22-32).
Por último, inferimos, de una expresión incidental en Hech. 4:17, que Pedro
estaba en Jerusalén cuando escribió esta epístola. Dice que es tiempo de que el
juicio comience por la "casa de Dios"; esto es, como hemos visto, el santuario, el
templo; y añade: "Si primero comienza por nosotros", etc. Ahora bien, ¿se habría
expresado así si en el momento en que escribió hubiese estado en Roma, o en
Babilonia sobre el Éufrates, o en cualquier otra ciudad que no fuese Jerusalén?
Ciertamente parece de lo más natural suponer que, si el juicio comienza por
el santuario, y también por nosotros, tanto el lugar como las personas deben estar
juntos. La visión de Ezequiel, que da el prototipo de la escena de juicio, fija la
localidad donde ha de comenzar la matanza, y parece muy probable que la suerte
venidera de la ciudad y el templo, así como las aflicciones que habrían de
sobrevenirles a los discípulos de Cristo, estuviesen en la mente del apóstol.
Wiesinger observa: "Apenas es posible que la destrucción de Jerusalén
hubiese pasado cuando se escribieron estas palabras; de haber sido así,
difícilmente se habría dicho, o kairoz tou arxasqai". No; no era pasado, sino que
el principio del fin ya era presente; el juicio parece haber comenzado, como el
Señor dijo que ocurriría, con los discípulos; y éste era el seguro preludio de la ira
que venía sobre los impíos "hasta lo máximo".
Pero puede objetarse: Si Pedro quiso decir Jerusalén, ¿por qué no lo dijo sin
ambigüedades? Puede haber habido, y sin duda había, razones prudenciales para
esta reserva en el momento en que Pedro produjo su escrito, como las había
cuando Pablo escribió a los tesalonicenses. Pero, probablemente, no había tal
ambigüedad para sus lectores, como las hay para nosotros. ¿Y si Jerusalén ya era
conocida y reconocida entre los creyentes cristianos como la Babilonia mística?
Suponiendo, como tenemos derecho a asumir, que Apocalipsis ya le era familiar
a las iglesias apostólicas, consideramos sumamente probable que identificaran a
la "gran ciudad", cuya caída se describe en ese libro, "Babilonia la grande", como
la misma cuya caída se menciona en la profecía de nuestro Señor en el Monte de
los Olivos.
Esto, sin embargo, pertenece a otro tema, cuya discusión tendrá lugar en el
momento adecuado - la identidad de la Babilonia del Apocalipsis. Baste por el
momento haber presentado argumentos para una causa probable, sobre bases
completamente independientes, en favor de que la Babilonia de la primera
epístola de Pedro no es otra que Jerusalén.
283
NOTA C
284
Puede ser útil elegir algunos de los más notables de estos símbolos proféticos que
se encuentran en el Antiguo Testamento, para que podamos observar las
ocasiones en que se emplearon, y descubrir el sentido en el cual deben ser
entendidos.
En Isaías 13, tenemos una predicción muy notable de la destrucción de la antigua
Babilonia. Está concebida en el más alto estilo poético. Jehová de los ejércitos
pasa revista a las tropas para la batalla; se oye estruendo de ruido de reinos, de
naciones reunidas; se proclama que el día de Jehová está cerca; las estrellas de
los cielos y sus luceros no darán su luz; el sol se oscurecerá al nacer, la luna no
dará su resplandor; los cielos se estremecerán, y la tierra se moverá de su lugar.
Se observará que todas estas imágenes, cuyo cumplimiento literal involucraría la
destrucción de toda la creación material, se emplean para describir la destrucción
de Babilonia por los medos.
Nuevamente, en Isaías 24, tenemos una predicción de juicios a punto de caer
sobre la tierra de Israel; y entre otras representaciones de los ayes inminentes,
encontramos las siguientes: "Las ventanas de los cielos están abiertas; se
estremecen los fundamentos de la tierra; la tierra será enteramente vaciada, y
completamente saqueada; la tierra se destruyó, cayó; la tierra se tambaleará como
borracho, y será removida como choza de labrador; caerá y no se levantará más,"
etc. Todo esto simboliza la convulsión civil y social que estaba a punto de ocurrir
en la tierra de Israel.
En Isaías 34, el profeta anuncia juicios contra los enemigos de Israel, en
particular Edom, o Idumea. La imágenes que emplea son de la descripción más
sublime y terrible: "Los montes se disolverán por la sangre de los cadáveres.
Todo el ejército de los cielos se enrollará como un libro, y caerá todo su ejército,
como se cae la hoja de la parra, y como se cae la de la higuera". "Sus arroyos se
convertirán en brea, y su polvo en azufre, y su tierra en brea ardiente. No se
apagará de noche ni de día, perpetuamente subirá su humo; de generación en
generación será asolada, nunca jamás pasará nadie por ella".
No es necesario preguntar: ¿Se han cumplido estas predicciones? Sabemos que
sí; y su cumplimiento permanece en la historia como un monumento perpetuo a
la verdad de Apocalipsis. A Babilonia, Edom, Tiro, los opresores o enemigos del
pueblo de Dios, se les ha hecho beber de la copa de la indignación de Dios. El
Señor no ha dejado caer a tierra ninguna de las palabras de sus siervos los
profetas. Pero nadie pretenderá decir que los símbolos y figuras que describían
estos derrumbes se verificaron literalmente. Estos emblemas son el ropaje de la
descripción, y se usan simplemente para aumentar el efecto y para dar vividez y
grandeza a la escena.
De manera semejante, el profeta Ezequiel usa imágenes de un tipo muy similar al
predecir las calamidades que vendrían sobre Egipto: "Y cuando te haya
extinguido, cubriré los cielos, y haré entenebrecer sus estrellas; el sol cubriré con
285
nublado, y la luna no hará resplandecer su luz. Haré entenebrecer todos los astros
brillantes del cielo por tí, dice Jehová el Señor" (Eze. 32:7,8).
De forma parecida, los profetas Miqueas, Nahum, Joel, y Habacuc describen la
presencia y la intervención del Altísimo en los asuntos de las naciones, presencia
e intervención que están acompañadas por estupendos fenómenos naturales:
"Porque he aquí, Jehová sale de su lugar, y descenderá y hollará las alturas de la
tierra. Y se derretirán los montes debajo de él, y los valles se hendirán como la
cera delante del fuego, como las aguas que corren por un precipicio" (Miqueas
1:3,4).
"Jehová marcha en la tempestad y el torbellino, y las nubes son el polvo de sus
pies. Él amenaza al mar, y lo hace secar, y agosta todos los ríos. Los montes
tiemblan delante de él, y los collados se derriten; la tierra se conmueve a su
presencia, y el mundo, y todos los que en él habitan. Su ira se derrama como
fuego, y por él se hienden las peñas" (Nahum 1:3-6).
Estos ejemplos pueden bastar para mostrar lo que en realidad es evidente, que en
lenguaje profético se emplean los más sublimes y terribles fénomenos naturales
para representar convulsiones y revoluciones nacionales y sociales. Las
imágenes, que si se cumplieran darían como resultado la total disolución de la
estructura del globo terráqueo y la destrucción del universo material, en realidad
no pueden significar otra cosa que la caída de una dinastía, la toma de una
ciudad, o el colapso de una nación.
El siguiente es el punto de vista de Sir Isaac Newton sobre este tema, posición
que es substancialmente justa, aunque quizás llevada un poco demasiado lejos al
suponer que hay, de hecho, un equivalente para cada figura empleada en la
profecía:
"El lenguaje figurado de los profetas está tomado de la analogía entre el mundo
natural y un imperio considerado como potencia mundial. En consecuencia, el
mundo natural, que consiste del cielo y la tierra, significa todo el mundo político,
que consiste de tronos y pueblos, o tanto de él como se considere en la profecía;
y las cosas en ese mundo significan cosas análogas en éste. Porque los cielos y
las cosas que en ellos hay significa tronos y dignatarios, y los que disfrutan de
ellos; y la tierra, con las cosas que en ella hay, el pueblo inferior; y las partes más
bajas de la tierra, llamadas Hades o infierno, la parte más baja y miserable de
ellas. Grandes terremotos, y el temblor del cielo y la tierra, representan el templor
de reinos, para confundirlos y derribarlos; la creación de un cielo nuevo y una
nueva tierra, la desaparición de los antiguos; el comienzo y el fin del mundo
significan el surgimiento y la ruina del cuerpo político de que se trate. El sol
significa toda la especie y la raza de hombres en los reinos del mundo político; la
luna significa el cuerpo de la gente común, considerada como la esposa del rey;
las estrellas, los príncipes y grandes hombres subordinados; o los obispos y
gobernantes del pueblo de Dios, cuando el sol es Cristo. La puesta del sol, la
286
luna, y las estrellas; el oscurecimiento del sol, la luna convirtiéndose en sangre, y
la caída de las estrellas, el cese de un reino".
287
para negar que conmociones físicas de la naturaleza y extraordinarios fenómenos
en los cielos y la tierra pueden haber acompañado los estertores finales de la
dispensación judía. Nos parece muy probable que tales cosas sucedieron. Pero el
cumplimiento literal de los símbolos no es esencial para la verificación de la
profecía, la cual los hechos registrados de la historia han demostrado en
abundancia que es verdadera.
NOTA D
Acerca de los "cielos nuevos" y la "tierra nueva" (2
Pedro 3:13)
El apóstol distribuye el mundo entre cielo y tierra, y dice que fueron destruidos
por medio de agua, y perecieron. Sabemos que ni la composición ni la sustancia
del uno ni de la otra fueron destruidos, sino sólo los hombres que vivían en la
tierra; y el apóstol nos habla (ver. 7) del cielo y la tierra que había entonces, y
que fueron destruidos por agua, distintos de los cielos y la tierra que había
ahora, y que habrían de ser consumidos por fuego; sin embargo, en cuanto a la
estructura visible del cielo y la tierra, eran los mismos tanto antes del Diluvio
como en los tiempos del apóstol, y permanecen hasta la fecha; cuando todavía es
cierto que los cielos y la tierra, de los cuales hablaba, habrían de ser destruidos y
consumidos por fuego en aquella generación. Para aclarar nuestro fundamento,
debemos, pues, considerar lo que el apóstol quiere decir con cielos y tierra en
estos dos lugares.
1. Es seguro que lo que el apóstol quiere decir con "el mundo", con su cielo, y la
tierra (vers. 5,6), que fue destruida; lo mismo, o algo de esta clase, quiere decir
con los cielos y la tierra que habrían de ser consumidos y destruidos por el fuego
(ver. 7); de lo contrario, no habría ninguna coherencia en el discurso del apóstol,
ni ninguna clase de argumento, sino una mera falacia de palabras.
2. Es seguro que el diluvio no destruyó el mundo, ni la estructura del cielo y la
tierra, sino solamente a los habitantes del mundo; por lo tanto, la destrucción que
debía tener lugar por el fuego no es la substancia de los cielos y la tierra, que no
serán consumidos sino hasta el último día, sino de las personas o los hombres que
vivieran en el mundo.
3. Luego, tenemos que considerar en qué sentido se dice de los hombres que
viven en el mundo que son el mundo, y los cielos y la tierra de él. Sólo insistiré
288
en un caso para este propósito entre muchos que pueden mencionarse: Isa.
51:15,16. El tiempo en la obra mencionada aquí, de extender los cielos y echar
los cimientos de la tierra, fue llevada a cabo por Dios cuando agitó el mar(ver.
15) y dio la ley (ver. 16), y dijo a Sión: Pueblo mío eres tú; esto es, cuando sacó
de Egipto a los hijos de Israel, y en el desierto les formó en iglesia y estado;
luego, extendió los cielos y echó los cimientos de la tierra; esto es, produjo
orden, y gobierno, y belleza de la confusión en que se encontraban. Esto es
extender los cielos y echar los fundamentos del mundo. Y puesto que es entonces
cuando se menciona la destrucción de un estado y gobierno, es con ese lenguaje
que parece hablar del fin del mundo. Así ocurre con Isa. 34:4, que no es sino la
destrucción del estado de Edom. Otro tanto se afirma del Imperio Romano(Apoc.
6:14), que los judíos constantemente afirman que se quiere decir con Edom en los
profetas. Y en la predicción de nuestro Señor Jesucristo tocante a la destrucción
de Jerusalén (Mateo 24). La hace con expresiones de la misma importancia. Es
evidente, pues, que en lenguaje profético y la manera de hablar, a menudo se
entendían los cielos y la tierra como el estado civil y religioso y la combinación
de hombres en el mundo, y los hombres de ella. Así ocurría con los cielos y la
tierra de aquel mundo que entonces fue destruido por el diluvio.
4. Sobre esta base, afirmo que, en esta profecía de Pedro, con los cielos y la
tierra se quiere decir la venida del Señor, el día del juicio y la perdición de los
impíos, que en la destrucción de aquel cielo y aquella tierra se menciona, no el
juicio último y final del mundo, sino aquella total desolación y destrucción de la
iglesia y el estado judíos, que habría de tener lugar, para lo cual presentaré estas
dos razones, de muchas que podrían aducirse a partir del texto:
(1) Porque lo que sea que se menciona aquí debía tener peculiar influencia sobre
los hombres de aquella generación. Él habla de aquello que tenía que ver tanto
con los profanos burladores como con los burlados, y de que, como judíos,
algunos de ellos creían en la fe, y otros se oponían. Ahora bien, no había en
aquella generación ninguna preocupación particular, ni por aquel pecado, ni por
aquellas burlas, en cuanto al día del juicio en general; sino un alivio peculiar por
el uno y un temor peculiar por el otro, que estaba cercano, en la destrucción de la
nación judía; además, había amplio testimonio tanto por el uno como por el otro
del poder y el dominio del Señor Jesucristo, que era el punto en disputa entre
ellos.
(2) Pedro les dice, después de la destrucción y el juicio de que habla (ver. 7-13):
"Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva", etc.
Tenían esta esperanza. Pero, ¿cuál es esa promesa? ¿Dónde podemos
encontrarla? Bueno, la tenemos en las mismas palabras y en la misma carta, Isa.
65:17. Ahora bien, ¿cuándo será que Dios creará estos nuevos cielos y esta nueva
tierra, en los cuales mora la justicia? Dice Pedro: "Será después de la venida del
Señor, después de aquel juicio y aquella destrucción de los impíos, que no
289
obedecen al evangelio". Pero ahora es evidente, a partir de este pasaje en Isaías,
en 66:21,22, que esta es una profecía para los tiempos evangélicos solamente; y
que la extensión de estos nuevos cielos no es sino la creación de las ordenanzas
del evangelio que deben permanecer para siempre. Lo mismo se expresa en Heb.
12:26-28.
Siendo éste el designio del lugar, no insistiré más sobre el contexto, sino que
abriré brevemente las palabras propuestas, y fijaré la atención sobre la verdad
contenida en ellas.
Primero, existe el fundamento de la inferencia y la exhortación apostólicas,
viendo que todas estas cosas, por preciosas que parezcan, sin importar el valor
que alguno les atribuya, se disolverán, esto es, serán destruidas, y de aquella
terrible y horrenda manera que se ha mencionado antes, en un día de juicio, de
ira, y de venganza, por medio del fuego y la espada; que otros se burlen de las
amenazas de la venida de Cristo: Vendrá y no tardará, y luego, los cielos y la
tierra que Dios mismo extendió - el sol, la luna, y las estrellas del sistema y la
iglesia judíos - todo el mundo antiguo de culto y de adoradores, que en su
obstinación se levantan contra el Señor Jesucristo, se disolverá y se destruirá
sensiblemente: sabemos que éste será el fin de todas las cosas, y esto ocurrirá en
breve.
No hay ninguna constitución externa ni estructura de cosas en gobiernos o
naciones, que no esté sujeta a disolución, y puede ocurrirle, a manera de juicio. Si
alguno desea que se le excluya, y eso ocurre en muchos casos, de los cuales el
apóstol hablaba en términos proféticos (porque todavía no era tiempo de
declararlo abiertamente a todos) puede presentar su solicitud. *
*Sermón del Dr. Owen sobre 2 Pedro 3:11. Obras, reimpreso en 1721.
NOTA E
El Rev. F. D. Maurice acerca de "El último tiempo"
(I Juan 2:18)
¿Cómo podía decir Juan que éste era el último tiempo? ¿No ha durado el mundo
casi mil ochocientos años desde que él lo abandonó? ¿No puede durar muchos
años más?
"Muchos les dirán que no sólo Juan, sino también Pablo y todos los apóstoles,
actuaban bajo el engaño de que el fin de todas las cosas se acercaba en su tiempo.
290
Los que así hablan no están en general dispuestos a subestimar la autoridad de
estos hombres; algunos adoptan esta opinión prácticamente, aunque puede que no
la expresen en palabras, y sostienen que a los escritores bíblicos no se les
permitía jamás cometer errores ni siquiera en las cosas más insignificantes. Yo
no digo eso; no hará temblar mi fe en ellos descubrir que se han equivocado en
nombres o puntos cronológicos. Pero, si supusiera que ellos mismos habían sido
conducidos al error, y habían conducido al error a sus propios discípulos, en un
tema tan importante como este de Cristo viniendo en juicio, y de los últimos días,
me sentiría muy perplejo. Porque es un tema al que ellos se refieren
constantemente. Es parte de su más profunda fe. Se mezcla con todas sus
exhortaciones prácticas. Si se equivocaran aquí, no veo dónde pueden haber
acertado.
"He descubierto que su lenguaje sobre este tema me ha sido de la mayor utilidad
para explicar el método de la Biblia; el curso del gobierno de Dios sobre las
naciones y los individuos; la vida del mundo antes del tiempo de los apóstoles,
durante su tiempo, y en todos los siglos desde entonces. Si les hacemos a ellos la
justicia que debemos a todos los escritores, inspirados y no inspirados; si les
permitimos interpretarse a sí mismos, en vez de imponerles nuestras
interpretaciones, creo que entenderemos un poquito más de su obra y de la
nuestra. Si tomamos sus palabras simple y literalmente con respecto al juicio y el
fin que ellos esperaban en su día, sabremos qué posición ocupaban con respecto a
sus antepasados y con respecto a nosotros. Y en lugar de una concepción muy
vaga, débil, y artificial del juicio que debemos esperar, aprenderemos cuáles son
nuestras necesidades por medio de las de ellos; cómo nos cumplirá Dios a
nosotros todas sus palabras por la manera que les cumplió a ellos Sus palabras.
"No es una idea nueva, sino muy antigua y común, la de que la historia del
mundo se divide en ciertos períodos grandes. En nuestros días, se les ha estado
imponiendo a hombres pensantes la convicción de que hay una amplia distinción
entre la historia antigua y la moderna. M. Guizot se espacia especialmente sobre
la unidad y la universalidad de la historia moderna, en contraste con la división
de la historia antigua en una serie de naciones que apenas tenían simpatías
comunes. La cuestión es dónde encontrar el límite entre estos dos períodos. Los
estudiantes han especulado mucho sobre éstos; la mayoría de estas
especulaciones han sido plausibles y sugieren verdades; algunas son muy
confusas; ninguna, creo yo, es satisfactoria. Una de las más populares, la que
supone que la historia moderna comienza cuando las tribus bárbaras se
establecieron en Europa, sería bastante fatal para la doctrina de M. Guizot.
Porque ese establecimiento, aunque fue un suceso muy importante e
indispensable para la civilización moderna, rompía temporalmente la unidad que
había existido antes. Era como la reaparición de aquella separación de tribus y
razas, que él supone ha sido la característica especial del mundo anterior.
291
"Ahora bien: ¿Podemos esperar alguna luz sobre este tema en la Biblia? No creo
que cumpliría sus pretensiones si no pudiéramos encontrarla. Ella profesa
presentar los caminos de Dios a las naciones y a la humanidad. Podríamos muy
bien contentarnos con que nos dijera muy poco de las leyes físicas; podríamos
contentarnos con que guardase silencio acerca de los cursos de los planetas y la
ley de gravedad. Puede que Dios tenga otros métodos para dar a
conocer estos secretos a sus criaturas. Pero lo que concierne al orden moral del
mundo y al progreso espiritual de los seres humanos cae directamente dentro de
la esfera de la Biblia. Nadie podría estar satisfecho con ella si guardase silencio
con respecto a estos últimos. En consecuencia, todos los que suponen que ella
guarda silencio sobre este punto, por mucha importancia que le atribuyan a lo que
ellos llaman su carácter religioso; por mucho que puedan suponer que sus
mayores intereses dependen de su creencia en sus oráculos, están obligados a
tratarla como un libro muy desarticulado y fragmentario. Ellos proporcionan la
mejor excusa a los que dicen que no es un libro íntegro, como hemos creído que
es, sino una colección de los dichos y opiniones de ciertos autores, en diferentes
épocas, no muy consistentes los unos con los otros. Por otra parte, ha existido la
más fuerte convicción en las mentes de lectores ordinarios, así como en las de
estudiantes, de que el libro sí nos habla de cómo las épocas pasadas, y las por
venir, tienen que ver con la develación de los misterios de Dios - qué parte ha
jugado un país y otro en Su gran drama - hasta qué punto están convergiendo
todas las líneas de su providencia. El inmenso interés que ha despertado la
profecía - un interés no destruido, ni siquiera disminuido, por los numerosos
desengaños que las teorías de los hombres sobre ella han tenido que encontrar -
es prueba de cuán profunda y cuán ampliamente difundida es esta convicción. En
vano tratan los teólogos de disuadir a lectores sencillos y sinceros de que
estudien las profecías insistiéndoles que no tienen tiempo libre para tal actividad,
y en que deberían ocuparse de cosas más prácticas. Si sus conciencias les indican
que hay algún fundamento para sus advertencias, todavía les parece que no
podrían hacerles caso por completo. Están seguros de que tienen algún interés en
los destinos de su raza, así como en los destinos individuales. No pueden separar
el uno del otro; tienen que creer que hay luz en alguna parte acerca de ambos. No
me atrevo a desanimar a los que tienen tal certidumbre. Si la sostenemos con
fuerza, puede ser un gran intrumento para sacarnos de nuestro egoísmo. Temo
que la perdamos, como ciertamente la perderemos si adquirimos el hábito de
considerar la Biblia como un libro de adivinanzas y acertijos, y de esperar sin
descanso que ciertos sucesos externos ocurran en ciertas fechas que hemos fijado
como los que han predicho los apóstoles y los profetas. La cura para tales
desatinos, que son realmente muy serios, reside, no en un descuido de la profecía,
sino en una meditación más seria sobre ella; recordando que la profecía no es un
conjunto de predicciones sueltas, como los dichos de un adivino, sino una
292
revelación de Aquél cuyas salidas son desde la eternidad; que es el mismo ayer,
hoy, y por los siglos, cuyas acciones en una generación son establecidas por las
mismas leyes que sus acciones en otra generación.
"Si os hablara alguna vez del Apocalipsis de Juan, me explayaría mucho más
sobre este tema. Pero lo dicho es para introducir la observación de que la Biblia
trata la caída del sistema judío como el fin de un gran período en la historia
humana y el principio de otro. Juan el Bautista anuncia la presencia de Uno "en
cuya mano está el aventador; y limpiará su era; y recogerá su trigo en el granero,
y quemará la paja en fuego que nunca se apagará". Los evangelistas dicen que
estas palabras quieren decir que Jesús de Nazaret después bajó a las aguas del
Jordán, y que, al salir de ellas, fue declarado Hijo de Dios, sobre el cual
descendió el Espíritu en forma visible.
"Nosotros tenemos por costumbre separar a Jesús el Salvador de Jesús el Rey y
Juez. Ellos no. Nos dicen desde el comienzo que él llegó predicando el reino de
los cielos. Nos cuentan que llevaba a cabo acciones de juicio, así como actos de
liberación. Nos informan de las tremendas palabras que dirigía a los fariseos y a
los escribas, así como del evangelio que les predicaba a los publicanos y
pecadores. Y antes del fin de su ministerio, cuando sus discípulos le preguntaron
acerca de los edificios del templo, habló claramente de un juicio que Él, el Hijo
del hombre, ejecutaría antes de que se acabase aquella generación. Y para dejar
claro que quería que le entendiésemos estricta y literalmente, añadió: "El cielo y
la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán". Este discurso, que Mateo,
Marcos, y Lucas nos informan cuidadosamente, no es ajeno al resto de sus
discursos y parábolas, ni al resto de sus obras. Todos contienen la misma
advertencia. Están llenos de gracia y de misericordia - mucha más gracia y
misericordia de lo que hemos supuesto; son testimonio de un Ser lleno de gracia
y misericordia; pero son testimonio de que las habitaciones de los que no
gustaban de este Ser sólo porque éste era su carácter, los que buscaban otro ser
semejante a ellos mismos, esto es, un ser sin gracia y sin misericordia, les serían
hechas desiertas.
"Cuando, pues, después de la ascensión de nuestro Señor, los apóstoles salieron a
predicar el evangelio y a bautizar en su nombre, su primer deber era anunciar que
aquel Jesús a quien los dirigentes de Jerusalén habían crucificado era Señor y
Cristo; su segundo deber era predicar la remisión de los pecados y el don del
Espíritu Santo en su nombre; su tercer deber era predecir la venida de un día
grande y terrible del Señor, y decir a todos los que escuchasen: "Salvaos de esta
generación desgraciada". Era el lenguaje que Pedro usó en el día de Pentecostés;
fue adoptado, con las variantes que requerían las circunstancias de los oyentes,
por todos aquellos a los que se les confió el mensaje del evangelio. Sin duda, era
peculiarmente aplicable a los judíos. Ellos habían sido hechos mayordomos de
los dones de Dios para el mundo. Habían desperdiciado los bienes de su Maestro,
293
y ya no habrían de ser más mayordomos. Pero no vemos a los apóstoles
limitando su lenguaje a los judíos. Hablando en Atenas - con palabras
especialmente apropiadas para una ciudad pagana culta y filosófica - Pablo
declara que Dios "ha establecido un día en el cual juzgará al mundo por aquel
varón a quien designó", y señala a la resurrección de los muertos como el suceso
que establecerá quién es ese Hombre. ¿Por qué fue esto así? Porque los apóstoles
creían que el rechazo del pueblo judío era la manifestación del Hijo del Hombre;
un testigo a todas las naciones de quién era su Rey; un llamado a todas las
naciones a deshacerse de sus ídolos y confesarle a Él. El evangelio debía explicar
el significado de la gran crisis que estaba a punto de tener lugar; de decirles a los
gentiles y a los judíos lo que esto implicaría; de anunciarlo nada menos que como
el comienzo de una nueva era en la historia del mundo, cuando el Hombre
crucificado reclamaría un imperio universal, y contendería con el César romano y
otros tiranos de la tierra que se le opusieran.
"Este punto de vista bíblico del ordenamiento de los tiempos y las sazones
armoniza por completo con la conclusión a la que ha llegado M. Guizot mediante
la observación de los hechos. El nacimiento de nuestro Señor casi coincidió con
el establecimiento del Imperio Romano en la persona de Augusto César. Aquel
imperio aspiraba a aplastar a las naciones y a establecer una gran supremacía
mundial. La nación judía había sido testigo contra todos estos experimentos en el
mundo antiguo. Había caído bajo la tiranía babilónica, pero había surgido
nuevamente. Y el tiempo que siguió a su cautiverio fue el gran tiempo del
despertar de la vida nacional en Europa - el tiempo en que las repúblicas griegas
florecieron - el tiempo en que la República Romana iniciaba su gran carrera.
"La nación judía había sido abrumada por los ejércitos de la República Romana;
todavía conservaba los antiguos signos de su nacionalidad, su ley, su sacerdocio,
su templo. Éstos les parecían ridículos e insignificantes a los emperadores
romanos, aun a los gobernadores romanos que administraban la pequeña
provincia de Judea, o la provincia mayor de Siria, en la cual a menudo se incluía.
Pero encontraron a los judíos muy problemáticos. Su nacionalismo era de una
clase peculiar, y de una desusada fortaleza. Cuando eran más degradados no
podían separarse de él. Iniciaban innumerables rebeliones, con la esperanza de
recobrar lo que habían perdido, y de establecer el reino universal que creían
estaba destinado para ellos, no para Roma. La predicación de nuestro Señor les
declaraba que había tal reino universal - que Él, el Hijo de David, hab&iaacute;a
venido a establecerlo en la tierra. Los judíos soñaban con otra clase de reino, con
otra clase de rey. Querían un reino judío, que pisotearía las naciones, tal como el
Imperio Romano les estaba pisoteando; querían un rey judío que fuese
básicamente como el César romano. Era un concepto tenebroso, horrible, odioso;
combinaba todo lo más estrecho en la forma más degradante del nacionalismo,
con todo lo más cruel y más destructor de la vida personal y moral en la peor
294
forma de imperialismo. Reunía en sí mismo todo lo que era peor en la historia del
pasado. Proyectaba la sombra de lo que sería peor en el tiempo venidero. Los
apóstoles anunciaban que la ambición maldita de los judíos se vería frustrada por
completo. Decían que se acercaba una nueva era - la era universal, la era del Hijo
del hombre, que sería precedida por una gran crisis que zarandearía, no sólo la
tierra, sino también los cielos; no sólo lo que pertenecía al tiempo, sino también
todo lo que pertenecía al mundo espiritual, y a las relaciones del hombre con él.
Decían que este zarandeo sería tal que sacudiría lo que no se podía sacudir - y
que continuaría.
"He tratado, pues, de mostraros lo que Juan quería decir con el último tiempo, si
hablaba el mismo lenguaje que nuestro Señor y los otros apóstoles hablaban. No
puedo decir qué cambios físicos hayan buscado él o ellos. En aquel tiempo se
observaron fenómenos físicos - hambrunas, pestes, terremotos. Si ellos o
cualquiera de ellos suponía que estos cambios indicaban más alteraciones en la
superficie o la estructura de la tierra de lo que ellos indicaban, no lo sé; éstos no
son los puntos sobre los cuales busco información, si ellos la dieron. Que ellos no
esperaban el fin de la tierra - lo que nosotros llamamos la destrucción de la tierra
- es claro a partir de esto, que el nuevo reino del cual ellos hablaban habría de ser
un reino en la tierra así como un reino de los cielos. Pero su creencia de que un
reino tal se había establecido, y haría sentir su poder tan pronto la antigua nación
hubiese sido dispersada, ha sido, creo yo, corroborada en abundancia por los
hechos. No veo cómo podemos entender la historia moderna correctamente sin
aceptar esa creencia".
295
PARTE III
LA PARUSÍA EN EL APOCALIPSIS
297
pero esto es tanto como decir que debe ocuparse de los sucesos y transacciones
de su propio tiempo, y ello dentro de un espacio de tiempo comparativamente
breve.
LÍMITES DE TIEMPO
EN APOCALIPSIS
Esto no es mera conjetura. Está certificado por las expresas declaraciones del
libro. Si hay una cosa que más que ninguna otra se afirma explícita y
repetidamente en Apocalipsis es la cercanía de los sucesos que predice. Esto se
afirma, y se reitera una y otra vez, al comienzo, en la mitad, y al final. Se nos
advierte que "el tiempo está cerca", "las cosas que deben suceder pronto", "he
aquí, vengopresto", "de cierto vengo presto". Y, sin embargo, en presencia de
estas afirmaciones expresas y a menudo repetidas, la mayoría de los intérpretes
se ha sentido en libertad de ignorar por completo las limitaciones de tiempo, y
vagar a voluntad por épocas y centurias, considerando el libro como un
compendio de historia eclesiástica, un almanaque de sucesos político-
eclesiásticos para toda la cristiandad para el fin del tiempo. Este ha sido un error
garrafal, fatal e inexcusable. Descuidar la definición obvia y clara de tiempo tan
constantemente dirigida a la atención del lector por el libro mismo es tropezar en
el mismo umbral. En consecuencia, esta falta de atención ha viciado con mucho
el mayor número de interpretaciones apocalípticas. Puede decirse ciertamente
que la clave estuvo todo el tiempo colgada de la puerta, claramente visible para
todo el que tuviese ojos para ver; pero los hombres han tratado de abrir la
cerradura con una ganzúa, o de forzar la puerta, o de escalarla de alguna otra
manera, antes que agenciarse una manera de entrar tan simple y preparada como
usar la llave fabricada y proporcionada para ellos.
Como este es un punto de la mayor importancia, e indispensable para la correcta
interpretación de Apocalipsis, es apropiado presentar la prueba de que los
sucesos descritos en el libro ocurren dentro de un período de tiempo muy breve.
La primera frase, que contiene lo que puede llamarse el título del libro, es por sí
misma decisiva en cuanto a la cercanía de los sucesos con los cuales se relaciona:
Cap. 1:1. "La revelación de Jesucristo, que Dios le dio, para manifestar a sus
siervos las cosas que deben suceder pronto".
Y en caso de que se suponga que esta limitación no se extiende a toda la profecía,
sino que se refiere sólo a la introducción o a alguna otra porción, la misma
afirmación se repite, con las mismas palabras, en la conclusión del libro. (Véase
22:6).
Cap. 1:3. "Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta
profecía, y guardan las cosas en ella escritas; porque el tiempo está cerca".
298
El lector no dejará de notar la significativa similitud entre esta nota de tiempo y
la consigna de los primeros cristianos. Decir o kairoz egguz (el tiempo está cerca)
era en realidad lo mismo que decir o kusioz egguz (el Señor está cerca), Fil. 4:5.
Ningunas palabras podían afirmar más claramente la cercanía de los sucesos
contenidos en la profecía.
Cap. 1:7. "He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que le
traspasaron; y todos los linajes de la tierra harán lamentación por él. Sí, amén".
"He aquí que viene" [Idou, ercetai] corresponde a "He aquí vengo pronto" [Idou,
ercomai], de Apoc. 22:7. Esto puede llamarse la tónica de Apocalipsis; es la tesis
o el texto del todo. Para los que pueden persuadirse de que no hay ninguna
indicación de tiempo en una declaración como "He aquí que viene", o que es tan
indefinida que puede aplicarse igualmente a un año, un siglo, o un milenio, este
pasaje puede que no sea convincente; pero para todo juicio sincero, será prueba
decisiva de que el suceso al que se refiere es inminente. Es la consigna apostólica
"¡Maranatha!", "el Señor viene" (1 Cor. 16:22). Hay una clara alusión también a
las palabras de nuestro Señor en Mat. 24:30. "Lamentarán todas las tribus de la
tierra", etc., mostrando claramente que ambos pasajes se refieren al mismo
período y al mismo acontecimiento.
Cap. 1:19. "Escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser
después de éstas".
La última cláusula no expresa adecuadamente el sentido del original; debería ser
"las cosdas que están a punto de suceder después de éstas" [a mellei genesqai
meta tauta].
Cap. 3:10. "Yo te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir [está a punto
de venir]
sobre el mundo entero, para probar a los que moran en la tierra".
Una indicación de la cercana aproximación de la época de violenta persecución,
poco antes de cuyo estallido Apocalipsis debe haber sido escrito.
Cap. 3:11. "He aquí, yo vengo pronto".
Esta advertencia se repite una y otra vez por todo el Apocalipsis. Su significado
es demasiado evidente como para que necesite una explicación.
Cap. 16:15. "He aquí, yo vengo como ladrón".
Esta figura ya nos es conocida en relación con la parusía. Pedro declaró que "el
día del Señor vendrá como ladrón" [en la noche] (2 Ped. 3:10). Pablo escribió a
los tesalonicenses: "Porque vosotros sabéis perfectamente que el día del Señor
vendrá así como ladrón en la noche" (1 Tesa. 5:2). Y ambos pasajes reflejan las
propias palabras de nuestro Señor en Mat. 24:42-44, con las cuales inculcó
vigilancia por medio de la parábola del "ladrón que viene por la noche". Aquí
nuevamente, el momento y el suceso al que se hace referencia son los mismos en
299
todos los pasajes, y nuestro Señor declaró que estarían dentro de los límites de la
generación que entonces existía.
Cap. 21:5, 6. "Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas
todas las cosas ... Y me dijo: Hecho está".
Evidentemente, estas expresiones indican acontecimientos que se apresuran
rápidamente hacia su cumplimiento; no habría ningún largo intervalo entre la
profecía y su cumplimiento.
Cap. 22:10. "No selles las palabras de esta profecía, porque el tiempo está
cerca".
Esta es sólo la repetición de otra forma de la declaración que se hace en la
afirmación precedente. ¿Cómo se puede atribuir un sentido no literal a un
lenguaje tan expreso y decisivo?
Cap. 22:6. "Y me dijo: Estas palabras son fieles y verdaderas. Y el Señor, el
Dios de los espíritus de los profetas, ha enviado su ángel, para mostrar a sus
siervos las cosas que deben suceder pronto".
Este pasaje, que repite la afirmación hecha al comienzo de la profecía (cap. 1:1),
abarca el campo entero de Apocalipsis, y establece de manera concluyente el
hecho de que alude a sucesos que debían tener lugar casi inmediatamente.
Cap. 22:7. "He aquí, vengo pronto".
Esta triple reiteración de la pronta venida del Señor, que es el tema de la profecía
entera, muestra claramente que ese acontecimiento fue declarado con autoridad
como cercano.
300
proposición incontrovertible. Que la parusía está siempre representada como
coincidente con el juicio de la ciudad y nación culpables no es menos innegable.
Los que no logran encontrar la parusía, la destrucción de Jerusalén, el juicio de
Israel, y el fin de la era [sunteleia tou aiwnoz] en el Apocalipsis, como en todo el
resto del Nuevo Testamento, y encontrarlos también como acontecimientos
inminentes, realmente tienen que estar ciegos. ¿Qué otra tremenda crisis se
acercaba en el período al cual se podía referir el Apocalipsis? ¿O qué
acontecimiento podría ser más digno de ser descrito en las imágenes sublimes y
terribles del Apocalipsis que la catástrofe final de la dispensación judía, y los
sufrimientos sin paralelo con que fue acompañada?
1. Que el Apocalipsis se escribió antes de la destrucción de Jerusalén se seguirá
por supuesto si puede mostrarse que ese suceso forma en gran medida el tema de
sus predicciones. Creemos que esto puede hacerse para satisfacer a cualquier
mente razonable. Apelamos al cap. 1:7. "He aquí que viene con las nubes, y todo
ojo le verá, y los que le traspasaron; y todos los linajes de la tierra harán
lamentación por él". "Los linajes de la tierra" sólo puede significar el pueblo de
Israel, como lo demuestra la profecía original de Zac. 12:10-14, y todavía más el
lenguaje de nuestro Salvador en Mat. 24:30. No puede haber ni sombra de duda
de que la "venida" a la que se hace referencia es la parusía, la precursora del
juicio, terrible para "los que le traspasaron", y siempre declarado por nuestro
Salvador como dentro de los límites de la generación existente.
2. Después de la más completa consideración de la notable expresión th kuriakh
hmera [el día del Señor], en Apoc. 1:10, quedamos satisfechos de que no puede
referirse al primer día de la semana, sino que los intérpretes que entienden que se
refiere al período llamado en otra parte "el día del Señor" tienen razón. No hay
ningún ejemplo en el Nuevo Testamento de que al primer día de la semana
[domingo] se le llame "el día del Señor"; la frase es apropiada y queda
restringida por el uso al gran período judicial que constantemente es representado
en las Escrituras como asociado con la parusía. No hay diferencia en absoluto
entre h hmera kuriakh y h hmera tou kuriou. Nada podría ser más violento que
referirse en una frase a un período o un día y a otro en una frase totalmente
diferente. No hay evidencia de que la frase "el día del Señor" tenía un significado
fijo y definido en las iglesias apostólicas. (Véase 1 Cor. 1:8; 5:5; 2 Cor. 1:14; 2
Tes. 2:2; 5:2; 2 Ped. 3:10). A pesar de la objeción de Alford por razones
gramaticales, sostenemos que no hay nada no gramatical en la construcción que
considera a th kuriakh hmera como "el (gran) día del Señor". Por el contrario,
preferimos esta construcción, por razones gramaticales: "Yo estaba en el espíritu
en el día del Señor". Es decir, la parusía es el punto de vista del vidente del
Apocalipsis, un hecho que es ampliamente apoyado por el contenido del libro.
3. En Apocalipsis 3:10, se nos informa que era inminente una temporada de
severas pruebas, es decir, una encarnizada persecución contra los que llevaban el
301
nombre de cristianos, que se extendía por todo el mundo [oikoumenh - o sea el
Imperio Romano]. Ahora bien, la primera persecución general contra los
cristianos fue la que tuvo lugar durante el gobierno de Nerón, en el año 64 d. C.
Inferimos que esta es la persecución que entonces era inminente, y que, por lo
tanto, el Apocalipsis se escribió antes de esa fecha.
4. Que el libro se escribió antes de la destrucción de Jerusalén se ve por el hecho
de que se habla de la ciudad y del templo como si todavía existiesen. (Véase cap.
11:1,2,8). Si Jerusalén hubiese sido un montón de ruinas, es apenas probable que
el apóstol hubiese recibido la orden de medir el templo; que representase la Santa
Ciudad como a punto de ser hollada por lo gentiles, o que viese a los testigos
yacer insepultos en sus calles.
5. En verdad, el Apocalipsis mismo es el gran argumento en favor de que fue
escrito antes de la destrucción de Jerusalén. Suponer su carácter profético, y
hacerle tener la misma relación con la gran consumación llamada en el Nuevo
Testamento "el fin del tiempo" que la Ilíada tiene con el sitio de Troya. [Sic]
Puede afirmarse sin riesgo de equivocarse que sobre esta hipótesis es incapaz de
interpretación: tiene que continuar siendo lo que por tanto tiempo ha sido,
material para la especulación arbitraria y fantástica; siempre cambiando con el
cambiante aspecto del mundo político y eclesiástico. Pero nos aventuramos a
creer que los puntos de vista por los que abogamos en este libro son correctos,
que la interpretación del Apocalipsis se vuelve posible, y que tal interpretación
lleva en sí misma su propia evidencia, recomendándose a sí misma por su
consistencia y adecuación a todo juicio justo y honesto. Una verdadera
interpretación habla por sí misma; y como la llave correcta se ajusta a la
cerradura, demostrando así su adaptación, así también una interpretación
verdadera probará su corrección demostrando satisfactoriamente la
correspondencia entre los hechos históricos y los símbolos proféticos.
EL VERDADERO SIGNIFICADO
DEL APOCALIPSIS
303
coomposición de ambos - son los mismos. ¿Qué encontramos en la profecía de
nuestro Señor? Primero y principalmente, la parusía; luego, guerras, hambrunas,
pestilencia, terremotos; falsos profetas y engañadores; señales y maravillas; el
oscurecimiento del sol y de la luna; las estrellas que caen del cielo; ángeles y
trompetas, águilas y cadáveres, gran tribulación y ayes; convulsiones de la
naturaleza; Jerusalén hollada; el Hijo del hombre que viene en las nubes del
cielo; la reunión de los elegidos; la recompensa de los fieles; el juicio de los
impíos. ¿Y no son precisamente éstos los elementos que componen el
Apocalipsis? Esto no puede ser una semejanza accidental; es coincidencia, es
identidad. Cualquier diferencia en el tratamiento del tema surge de la diferencia
en el método de la revelación. La profecía está dirigida al oído, y el Apocalipsis
al ojo: la una es un discurso pronunciado a plena luz del día, en medio de la vida
real; el otro es una visión, contemplada en un estado de éxtasis, revestida de
imágenes magníficas, con un aire de irrealismo como de objetos vistos en un
sueño, que necesita traducirse al lenguaje de la vida diaria antes de que pueda ser
comprensible como hechos reales.
Como se interpreta comúnmente, nada puede ser más suelto y desconectado que
la disposición del Apocalipsis. Parece un intrincado laberinto, sin un plan
inteligible, que abarca tiempo y espacio, y forma un caos de heterogéneas edades,
naciones, e incidentes. En realidad, no hay ninguna composición literaria más
regular en su estructura, más metódica en su disposición, más artística en su
diseño. Ninguna tragedia griega está compuesta con mayor arte ni con más
estricta atención a las leyes dramáticas. No es exageración decir con el erudito
Henry More: "Nunca hubo un libro escrito con tal arte como éste del Apocalipsis;
es como si cada palabra hubiese sido pesada en balanza antes de ser puesta por
escrito". Y, sin embargo, el plan de su construcción es sencillo, y casi evidente
por sí mismo. El número siete gobierna todo a través de él. El lector más
descuidado no puede dejar de notar cuatro de sus grandes divisiones, que se
distinguen por este número místico - las siete iglesias, los siete sellos, las siete
trompetas, y las siete copas. Puesto que cada división tiene marcadas
características con las cuales se indican claramente su principio y su final, no es
difícil trazar las líneas entre las varias divisiones. Además de las cuatro ya
especificadas, encontramos otras tres visiones, a saber, la visión de la mujer
vestida de sol, la visión de la gran ramera, y la visión de la esposa. Estas
completan el número místico siete, y forman la disposición clara y bien definida
en la cual cae naturalmente el contenido del Apocalipsis. Sería ciertamente difícil
inventar cualquier otra. Hay también un prefacio, o prólogo, al principio del
libro, y un epílogo, en la conclusión; de manera que la disposición entera queda
como sigue:
304
Prólogo Cap. 1:1-8
1. Visión de las siete iglesias Caps. 1,2,3
2. Visión de los siete sellos Caps. 4,5,6,7
3. Visión de las siete trompetas Caps. 8,9,10,11
4. Visión de la mujer vestida de sol Caps. 12,13,14
5. Visión de las siete copas Caps. 15,16
6. Visión de la gran ramera Caps. 17,18,19,20
7. Visión de la esposa Caps. 21;22:1-5
Epílogo Cap. 22:8-21
Tal es la disposición natural del libro, por lo que concierne a sus grandes
divisiones principales; hay también varias divisiones subordinadas, o episodios,
como se les puede llamar, que caen bajo una u otra de las grandes divisiones.
Descubriremos que en las diferentes visiones hay una semejanza estructural
común, y que, más particularmente, cada división concluye con un final, o una
catástrofe, que representa un acto de juicio o una escena de victoria y triunfo.
Pero la más notable característica del Apocalipsis, por lo que concierne a su
estructura, sigue sin ser observada. Es la de que varias visiones pueden ser
descritas como sólo variadas representaciones de los mismos hechos o
acontecimientos; reorganizaciones y nuevas combinaciones de los mismos
elementos constituyentes. Esto es obviamente lo que ocurre con dos de las
grandes divisiones, a saber, la visión de las siete trompetas y la de las siete copas.
Son casi contrapartes la una de la otra, y aunque la semejanza con las otras
visiones no es tan marcada, se descubrirá que todas son aspectos diferentes del
mismo gran acontecimiento. Si podemos aventurarnos a usar tal ilustración,
diríamos que las visiones no son telescópicas, que miran a la distancia;
sino caleidoscópicas, en que cada vuelta del instrumento produce una nueva
combinación de imágenes, exquisitamente hermosas y magníficas, mientras que
los elementos que componen el cuadro continúan siendo básicamente los
mismos. Así como el sueño de Faraón era uno solo, aunque visto bajo dos formas
diferentes, así también las visiones del Apocalipsis son una sola, aunque
presentadas en siete aspectos diferentes. La razón de la repetición es
probablemente la misma en ambos casos. "Y el suceder el sueño a Faraón dos
veces, significa que la cosa es firme de parte de Dios, y que Dios se apresura a
hacerla" (Gén. 41:32). De manera similar, se declara que, por repetirse siete
veces, los sucesos predichos en el Apocalipsis son ciertos y cercanos.
305
EL NÚMERO SIETE EN EL APOCALPSIS
Todo lector del Apocalipsis tiene que impresionarse por la manera en que se
emplean ciertos números, no tanto en un sentido aritmético, sino en un sentido
simbólico. Los números tres, cuatro, siete, diez, y doce, la mitad de siete, y doce
al cuadrado, se usan de esta sigificativa manera. De todos estos números
místicos, como puede llamárseles, el siete es el número dominante, que
encontramos ocurriendo continuamente desde el principio hasta el fin del libro.
No nos aventuraremos a afirmar que se usa invariablemente en sentido simbólico,
y nunca en sentido literal y aritmético. Pero, que se emplea así frecuentemente, si
no generalmente, debe ser evidente para todo lector cuidadoso. Era el número de
dignidad entre los judíos, el símbolo de totalidad o perfección, y significa todode
la especie, o la clase más alta de la especie, a la cual se refiere. No es necesario
dónde ocurre este número para que requiera la composición de todas las
unidades; significa simplemente lo completo o la excelencia. Por eso tenemos
siete iglesias, siete sellos, siete trompetas, siete copas, siete espíritus, siete
lámparas, siete cuernos, siete ojos, siete estrellas, siete montes, siete reyes. Sería
absurdo requerir el valor aritmético exacto en todos estos casos, aunque sería
imprudente afirmar que es simbólico en cada uno de ellos. Pero, en el caso en
que a primera vista parece más manifiestamente literal, es decir, las siete iglesias
que se enumeran particularmente, es posible que haya un simbolismo subyacente.
Apenas puede suponerse que sólo hubiese siete iglesias en toda Asia Menor;
puede haber habido siete veces siete; pero, sin duda, estas siete representan el
número total, no sólo en Asia, sino en todas partes. Lo que el Espíritu les dijo a
ellas, se los dijo a todas. Se descubrirá que, para la correcta interpretación del
Apocalipsis, no es de poca importancia tener presente el carácter simbólico de los
números que se emplearon en el libro con mayor frecuencia.
306
Se verá que estas palabras son el eco de la predicción de nuestro Señor en Mateo
24:30:
LA PRIMERA VISIÓN
Caps. 1:10-20; 2, 3.
308
de cierto que este pensamiento ardía en los corazones de los primeros cristianos,
porque se les había enseñado a acariciarlo por medio de las instrucciones de los
apóstoles y por la promesa del Maestro. Su esperanza no era la de los actuales
cristianos - vivir en la tierra el mayor tiempo posiible, morir a avanzada edad, y
después ir al cielo, a esperar una plena y completa glorificación en algún distante
período. Su esperanza era no morir en absoluto, sino vivir para dar la bienvenida
a su Señor que regresaba, ser cubiertos con sus vestiduras celestiales; ser
arrebatados en las nubes para encontrar al Señor en el aire; y así estar siempre
con el Señor.
Tales, incuestionablemente, eran las circunstancias, las expectativas, y la actitud
del pueblo cristiano que recibía estos mensajes del libertador venidero por medio
de su siervo Juan. Será obvio cuán corresponde el contenido de estas epístolas a
las circunstancias de las iglesias. Hay un notable parecido común en la estructura
de las epístolas, como si hubiesen sido vaciadas en el mismo molde o formadas
según el mismo plan. Todas ellas son, de manera natural, divisibles en siete
partes:
1. El membrete.
2. El estilo o título del escritor.
3. Una declaración judicial del estado o carácter de la iglesia a la que se
dirige el mensaje.
4. Una expresión de felicitación o de censura.
5. Una exhortación a la penitencia, o a la perseverancia.
6. Una promesa especial "al que vence".
7. Una proclamación a todos de que deben oir lo que el Espíritu dice a
cada una.
El punto principal, sin embargo que nos concierne en estas epístolas a las iglesias
es que en cada una de ellas encontramos una clara alusión a una crisis grande e
inminente, en que se ha de administrar recompensa o castigo a cada uno según su
obra. Nadie puede dejar de impresionarse con las indicaciones de que una
esperada catástrofe está cercana. A Éfeso se le dice: "Vendré pronto a tí" (2:5); a
Esmirna, "Sufrirás tribulación durante diez días" (2:10); a Pérgamo, "Vendré a ti
pronto" (2:16); a Tiatira, "Retened lo que tenéis hasta que yo venga" (2:25); a
Sardis, "Vendré sobre tí como ladrón" (3:3); a Filadelfia, "He aquí, yo vengo
pronto" (3:11); a Laodicea, "He aquí, yo estoy a la puerta y llamo" (3:20). Es
imposible concebir que estas urgentes advertencias no tuviesen ningún
significado especial para aquéllos a quienes estaban dirigidas; que no significasen
para ellos más que lo que significan para nosotros; que se refieran a una
consumación que no ha tenido lugar todavía. Esto sería privar a las palabras de
todo significado. ¿Qué puede ser más evidente que, en estos pronunciamientos
cortos, directos, y epigramáticos, todo es intensamente evidente, apremiante,
vehemente, como si no debiera perderse ni un momento, y la negligencia pudiera
309
ser fatal? Pero, ¿cómo podría ser consistente esta apasionada urgencia con una
consumación lejana, que podría ocurrir en algún distante período de tiempo, que
después de mil ochocientos años está todavía en el futuro? ¿Por qué recurrir a
una explicación tan poco natural y tan insatisfactoria cuando sabemos que hubo
una consumación predicha y esperada que habría de tener lugar en los días en que
florecieron estas iglesias? Concluimos, pues, que el período de recompensa y
retribución al que se refieren estas epístolas a la iglesias era el "día del Señor"
que se acercaba - la parusía, que el Salvador declaró tendría lugar antes de que
pasara la generación que presenció sus milagros y rechazó su mensaje.
LA SEGUNDA VISIÓN
310
medio del culto de adoración de la hueste celestial y de todo el universo creado,
el León-Cordero avanza hacia el trono, toma el libro de la mano derecha del que
está sentado en él, y procede a romper sucesivamente los sellos con que está
atado.
Nada puede ser más vívido ni más dramático que las escenas que aparecen
sucesivamente al abrir el Cordero los sellos. Los cuatro querubines que guardan
el trono, anuncian, uno después del otro, la apertura de los cuatro primeros sellos,
en alta voz, diciendo: "Ven". Y al ser abierto cada uno, el vidente contempla
pasar una figura visionaria a través del campo visual, emblema del contenido de
la porción del rollo que se desenrolla. Se observará que hay una gradación
manifiesta en el carácter de estas representaciones emblemáticas, que aumentan
en intensidad y terror desde la primera hasta la última.
¿Entonces, qué representan estos símbolos? Sólo se necesita un vistazo para ver
su naturaleza y carácter generales. Por todas partes es GUERRA, y los
acompañantes de la guerra - sangre, hambruna, y muerte, todos conduciendo a
una pavorosa catástrofe final y terminando en ella, una catástrofe en la que los
elementos de la naturaleza parecen disolverse en ruina universal - "el gran día de
ira"(cap. 6).
¿De cuáles sucesos habla el profeta? Algunos quieren hacernos creer que este es
un compendio de historia universal; que aquí tenemos las conquistas de la Roma
imperial durante trescientos años, hasta el establecimiento del cristianismo por
Constantino como religión del imperio. Se nos manda a los tomos de Gibbon
para que vaguemos a través de las edades en busca de acontecimientos que
correspondan a estos símbolos. Pero esto es justamente lo que las siete iglesias de
Asia no tenían ningún poder para hacer. ¿No sería mofa invitar invitarles a
estudiar y comprender estas visiones, que no son luminosas para nosotros ni
siquiera con la ayuda de Gibbon? Ciertamente, los intérpretes que proponen tales
soluciones deben haber cerrado los ojos a las expresas enseñanzas del libro
mismo. Los términos de la profecía nos impiden hacer todas estas vagas
incursiones en la historia general; quedamos limitados a lo cercano, loinminente,
lo inmediato; a cosas que deben suceder pronto; a sucesos que conciernen
intensamente a los lectores originales del Apocalipsis: "porque el tiempo está
cerca". Con esta luz en la mano, todo se hace claro. Sólo tenemos que colocarnos
en el tiempo y en las circunstancias de aquellas iglesias primitivas, y estos
símbolos visionarios toman forma hasta convertirse en hechos históricos ante
nuestros ojos. El vidente está en el umbral de la crisis largamente predicha y
largamente esperada, para cuya llegada el Salvador había preparado a sus
discípulos en sus propios días y antes de su partida. Así como la profecía que
hizo en el Monte de los Olivos comienza con guerras y rumores de guerras, y
continúa hablando de "Jerusalén rodeada de ejércitos", y "la abominación
desoladora en el Lugar Santo", hasta que culmina en la aparente destrucción de la
311
naturaleza universal y "la venida del Hijo del Hombre en las nubes de los cielos",
así también procede la profecía del Apocalipsis según el mismo método.
Aquí, entonces, la visión representa la cercana destrucción de Jerusalén y el
juicio del territorio culpable. Es "el último tiempo", y el discípulo amado, que
escuchó la profecía en el Monte, ahora contempla su cumplimiento en visión. Su
corazón está lleno de un solo pensamiento, sus ojos de una sola escena. La
tormenta de venganza está preparándose sobre su propia tierra; sobre su propia
nación - la ciudad y el templo de Dios. Los ejércitos se reúnen para el conflicto;
y, al abrirse un sello tras otro, contempla las sucesivas oleadas de aquel tremendo
diluvio de ira que estaba a punto de abrumar a la devota tierra de Israel. Creemos
que este es el significado de la visión simbólica de los siete sellos. Es sólo otra
forma de la misma catástrofe predicha por nuestro Salvador a sus discípulos; pero
ahora la hora ha llegado; el fin de la era está cercano, y los ministros de la ira
divina son desatados sobre la nación culpable.
Cap. 6:1, 2. "Vi cuando el Cordero abrió uno de los sellos, y oí a uno de los
cuatro seres vivientes decir como con voz de trueno: Ven y mira. Y miré, y he
aquí un caballo blanco; y el que lo montaba tenía un arco; y le fue dada una
corona, y salió venciendo, y a vencer".
Se verá que nosotros consideramos esta visión como emblemática de la guerra
judía, que fue precursora del gran acontecimiento final de la parusía. En la
apertura del primer sello, contemplamos el primer acto del trágico drama. Es
anunciado por uno de los cuatro seres místicos, representado como guardando el
trono de Dios, y que exclama con voz de trueno: "Ven", y he aquí que un
guerrero armado, montado en un caballo blanco, y teniendo un arco en la mano,
pasa delante del campo visual. Se le da una corona al guerrero, que sale
venciendo y a vencer.
312
APERTURA DEL SEGUNDO SELLO
Todo esto representa adecuadamente los hechos históricos. La guerra contra los
judíos, dirigida por Vespasiano, comenzó en Galilea, a la mayor distancia posible
de Jerusalén, y gradualmente se acercó más y más a la ciudad sentenciada. Los
romanos no fueron los únicos agentes en la obra de exterminio que despobló la
tierra; las facciones hostiles entre los mismos judíos volvían sus armas las unas
contra las otras, de modo que podía decirse que "la mano de cada uno se volvió
contra su hermano". Este cambio del arco por la espada indica que los
combatientes ahora se habían acercado, y luchaban cuerpo a cuerpo: es otro acto
de la misma tragedia.
Vale la pena notar que el lenguaje del cuarto versículo indica, no oscuramente, el
escenario de la guerra. La paz es quitada de la tierra[ek thz ghz]. Stuart ha
interpretado correctamente esta circunstancia: "Aquí se denota especialmente, no
la tierra entera, sino la tierra de Palestina".
Cap. 6:5, 6. "Cuando abrió el tercer sello, oí al tercer ser viviente, que decía: Ven
y mira. Y miré, y he aquí un caballo negro; y el que lo montaba tenía una balanza
en la mano. Y oí una voz de en medio de los cuatro seres vivientes, que decía:
Dos libras de trigo por un denario, y seis libras de cebada por un denario; pero no
dañes el aceite ni el vino".
Este símbolo tampoco es de difícil interpretación. Significa los crecientes
horrores de la guerra. El hambre pisa los talones a la guerra y la matanza. El
alimento escasea ya en Judea, especialmente en las ciudades sitiadas, sobre todo
en Jerusalén, después de haber sido cercada por Tito. El trigo y la cebada están a
precio de hambre, porque el salario diario de un obrero (un denario) sólo alcanza
para comprar una sola medida de trigo (un choenix, o menos de un cuarto), y tres
313
veces esa cantidad de grano inferior. Esto significa terribles privaciones entre las
apretujadas masas en la sitiada ciudad.
Después de decir que Juan de Giscala, uno de los cabecillas políticos que
tiranizaban al miserable pueblo en los últimos días de Jerusalén, se apoderó de
los vasos sagrados del templo y los confiscó, Josefo pasa a relatar otro acto de
sacrilegio cometido por el mismo cabecilla, que parece haber despertado una
profunda indignación y un profundo horror en la mente del historiador:-
"En consecuencia, tomando el vino y el aceite sagrados, que los sacerdotes
guardaban para vertirlos en los holocaustos, y que estaban depositados en el
interior del templo, los distribuyó entre sus adherentes, que consumieron sin
horror más de un hin para ungirse a sí mismos y para beber. Y aquí no puedo
abstenerme de expresar lo que indican mis sentimientos. Creo que, si los romanos
hubiesen diferido el castigo de estos miserables, o la tierra se habría abierto y se
habría tragado la ciudad, ésta habría sido barrida por un diluvio, o habría
compartido el fuego y el azufre de Sodoma. Porque produjo una generación
mucho más impía que la de los que fueron visitados de esta manera; pues, por la
desesperada locura de estos hombres, la nación entera quedó envuelta en la
ruina".
Esto sirve para explicar el uso de la palabra adikhshz [tratar injustamente con] en
esta orden: "No dañes el aceite ni el vino". Elliott, en oposición a Dean Alford,
argumenta a favor del sentido "no cometas injusticia con respecto al aceite", etc.
Rinck, citado por Alford, lo traduce como "no desperdicies", etc. El incidente
relatado por Josefo muestra cómo la palabra adikhshz se ajusta a cada una de las
formas de traducción. El acto de Juan era adikia en el sentido de desperdicio
desenfrenado.
314
APERTURA DEL CUARTO SELLO
Cap. 6: 7, 8. "Cuando abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto ser viviente, que
decía: Ven y mira. Miré, y he aquí un caballo amarillo, y el que lo montaba tenía
por nombre Muerte, y el Hades le seguía; y le fue dada potestad sobre la cuarta
parte de la tierra, para matar con espada, con hambre, con mortandad, y con las
fieras de la tierra".
La escena aquí es evidentemente la misma, sólo que con los horrores y las
miserias de la guerra intensificados. Los espantosos espectros de la Muerte y el
Hades ahora siguen en la caravana del hambre y de la guerra. Los "cuatro
terribles juicios de Dios", que Ezequiel vio encargados de destruir la tierra de
Israel, "la espada, el hambre, las fieras, y la pestilencia", son desatados
nuevamente sobre la tierra, y a causa de ellos, la cuarta parte de su población está
condenada a perecer. Jamás hubo una superabundancia de mortandad como en la
guerra que culminó con el sitio y la captura de Jerusalén. El mejor comentario
sobre este pasaje debe encontrarse en los registros de Josefo, como lo muestra la
siguiente descripción:
"Todas las salidas estaban interceptadas, todas las esperanzas de seguridad para
los judíos, completamente cortadas; y el hambre, con las fauces abiertas,
devoraba al pueblo por sus casas y por sus familias. Los techos estaban llenos de
mujeres con sus criaturas en la última etapa; las calles estaban llenas de ancianos
ya muertos. Niños y jóvenes, hinchados, se amontonaban como espectros en el
mercado, y caían dondequiera que las ansias de la muerte les sobrevenían. Los
que estaban afectados no tenían fuerzas para enterrar a sus parientes; y los que
todavía eran sanos y vigorosos eran disuadidos por la multitud de los muertos y
la incertidumbre que pendía sobre ellos. Muchos morían mientras enterraban a
otros, y muchos se iban a los cementerios antes de que llegase la hora fatal.
315
que fuesen quemados a expensas del pueblo; pero después, cuando no podían
cumplir con la tarea, los lanzaban desde el muro a los barrancos que había abajo.
"Pero, ¿por qué tengo que entrar en detalles parciales de sus calamidades, cuando
Maneo, el hijo de Lázaro, que en este período se refugió junto a Tito, declaró
que, desde el catorce del mes Xántico, el día en que los romanos acamparon
delante de los muros, hasta la luna nueva de Panemo, fueron llevados sólo a
través de aquella puerta, que le había sido confiada a él, ciento quince mil
ochocientos ochenta cadáveres? Toda esta multitud era de la clase más pobre. No
es que tuviera que contarlos, pero, habiéndosele confiado la distribución del
fondo público, estaba obligado a llevar la cuenta. El resto eran quemados por sus
parientes. Sin embargo, el entierro consistía meramente en sacarlos de sus casas y
lanzarlos fuera de la ciudad.
316
El escenario cambia ahora, del campo de batalla, de las escenas de matanza y de
sangre en la ciudad sitiada y hambrienta, al templo de Dios. Pero todavía es
Jerusalén. Los mártires cristianos a los que Jerusalén había matado son
representados como clamando en voz alta debajo del altar, y apelando a la
justicia de Dios para que ya no demore la vindicación de su causa, y vengue su
sangre "en los que moran en la tierra". Esta es una escena nueva e importante en
el trágico drama, pero en perfecto acuerdo con la enseñanza del Nuevo
Testamento. Nuestro Señor advirtió a los judíos: "Para que venga sobre vosotros
toda la sangre justa que se ha derramado sobre la tierra, desde la sangre de Abel
el justo hasta la sangre de Zacarías hijo de Berequías, a quien matásteis entre el
templo y el altar. De cierto os digo que todo esto vendrá sobre esta generación"
(Mat. 23:35,36). De manera semejante, advirtió a los discípulos que algunos de
ellos caerían víctimas de la enemistad de los judíos. "Entonces os entregarán a
tribulación, y os matarán, y seréis aborrecidos de todas las gentes por causa de mi
nombre" (Mat. 24:9). Nuestro Señor también declaró que Jerusalén era la más
culpable de derramar sangre inocente: ella fue la asesina de los profetas; y sobre
ella habría de caer el castigo más señalado. (Mat. 23:31-39).
Aquí tenemos, pues, delante de nosotros, los principales elementos de la escena.
Pero esto no es todo. Es imposible no impresionarse con el marcado parecido
entre la visión del quinto sello y la parábola de nuestro Señor sobre el juez
injusto (Lucas 18:1-8): "¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que
claman a él día y noche? ¿Se tardará en responderles? Os digo que pronto les
hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?".
Esto es más que un parecido: es identidad. En ambos caso encontramos los
mismos querellantes: los elegidos de Dios; apelan a Él para pedir justicia; en
ambos casos, encontramos la respuesta a la apelación: "Pronto les hará justicia";
en ambos casos encontramos la escena de sus sufrimientos ubicada en el mismo
lugar: "en la tierra" - es decir, la tierra de Judea. La visión y la parábola ahora se
complementan mutuamente la una a la otra. La visión nos dice la causa del
clamor por la venganza, y quiénes son los que apelan, o sea, los discípulos de
Jesús martirizados que han sellado su testimonio con su sangre. La parábola
indica el tiempo en que llegaría la retribución: - "cuando venga el Hijo del
hombre"; y de la misma manera, el hecho triste de que, cuando la parusía tuviese
lugar, encontraría a Israel todavía impenitente y todavía incrédula.
Del mismo modo, la visión del quinto sello aclara un oscuro pasaje que hasta
ahora había frustrado todos los intentos de resolver su significado. En 1 Pedro
4:6, encontramos la siguiente afirmación: "Porque por esto también ha sido
predicado el evangelio a los muertos, para que sean juzgados en carne según los
hombres, pero vivan en espíritu según Dios". Refiriendo al lector a las
observaciones que se hicieron sobre este pasaje en páginas anteriores, será
317
suficiente aquí recapitular la conclusión a la que se llegó en aquella oportunidad.
La afirmación es realmente así: "Porque, por esta causa, se les llevó un mensaje
de consolación aun a los muertos, para que ellos, aunque condenados en la carne
por el juicio de los hombres, vivan en el espíritu por el juicio de Dios". Esto
apunta evidentemente a la vindicación de los que, por el injusto juicio de los
hombres, sufrieron la muerte por la verdad de Dios; declara que habían sido
consolados después de la muerte por la nuevas de que, por el juicio divino,
disfrutarían de la vida eterna. No hay en la Escritura ninguna alusión a ninguna
transacción de esta clase, excepto en el pasaje que tenemos delante - la visión del
quinto sello. Sin embargo, esto llena precisamente todos los requisitos del caso.
Aquí encontramos "los muertos" - los mártires cristianos, que habían muerto por
la fe; habían sido condenados en la carne por el injusto juicio de los hombres. Se
da a entender manifiestamente que habían apelado al justo juicio de Dios. En
respuesta a su apelación, se les había comunicado un "mensaje de consuelo"
[euaggelion]; se les dice que reposen por un tiempo hasta que se les unan sus
hermanos y consiervos que han de ser muertos como ellos; mientras que se les
dan "túnicas blancas", señales de inocencia y emblemas de victoria. Creemos que
debe ser obvio que esta escena bajo el quinto sello corresponde exactamente a la
alusión de Pedro y a la parábola de nuestro Señor. Es importante, también,
observar el lugar que ocupa esta escena en el drama trágico. Es después del
estallido, pero antes de la conclusión, de la guerra judía; precede, por un poco, la
catástrofe final del sexto sello. Es el clamor impaciente de los santos
martirizados: "¿Hasta cuándo, Señor, hasta cuándo?" Demanda una justa
retribución sobre los que habían derramado su sangre; y especifica claramente
quiénes son describiéndoles como "los que moran en la tierra". Y todo esto
antecede inmediatamente a la catástrofe final bajo el siguiente sello, que presenta
la ira de Dios viniendo sobre la nación culpable "hasta lo último". Aquí tenemos,
pues, un cuerpo de evidencia tan variado, tan minucioso, y tan acumulativo que
podemos aventurarnos a llamarle una demostración.
Cap. 6:12-17. "Miré cuando abrió el sexto sello, y he aquí hubo un gran
terremoto; y el sol se puso negro como tela de silicio, y la luna se volvió toda
como sangre; y las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra, como la higuera deja
caer sus higos cuando es sacudida por un fuerte viento. Y el cielo se desvaneció
como un pergamino que se enrolla; y todo monte y toda isla se removió de su
lugar. Y los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los
poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las
peñas de los montes; y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y
escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del
318
Cordero; porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en
pie?"
Ahora llegamos al último acto de esta terrible tragedia: la catástrofe que cierra la
segunda visión. Puede causar sorpresa que la catástrofe ocurra bajo el sexto sello,
y no bajo el séptimo, como podríamos haber esperado. Pero al séptimo sello se le
hace el eslabón entre la segunda y la tercera visiones, y se le emplea de una
manera sumamente artística para introducir la siguiente serie de siete, o sea, la
visión de las siete trompetas. Aquí podemos observar que cada una de las
visiones culmina en una catástrofe, o acto señalado de juicio divino, que trae
destrucción sobre los impíos y salvación para los justos.
Nadie puede dejar de observar que casi todas las características de esta terrible
escena ocurren en la profecía de nuestro Señor en el Monte de los Olivos con
referencia a los juicios venideros sobre la ciudad y la nación de Israel. No hay,
pues, lugar para dudar ni por un momento del significado de la visión del sexto
sello; pero, mientras más de cerca se estudie cada símbolo, más claramente se
verá su relación con la gran catástrofe. Este es el "dies irae" - el hmera kuriakh -
"el día grande y terrible de Jehová" predicho por Malaquías, Juan el Bautista,
Pablo, Pedro, y, sobre todo, por nuestro Señor en su discurso apocalíptico del
Monte de los Olivos. Es la esperada consumación por la que la iglesia apostólica
velaba y la cual esperaba - el día de juicio para la nación culpable y, como
veremos, el día de redención y recompensa para el pueblo de Dios.
Será adecuado, primero, tomar nota de la correspondencia entre los símbolos de
la visión y los del discurso profético de nuestro Señor:
319
pergamino que se enrolla". conmovidas" (Mat. 24:29).
"Y los reyes, etc. se escondieron ...
"Entonces comenzarán a decir a los montes:
y dijeron a los montes y a las
Caed sobre nosotros; y a los collados:
peñas: Caed sobre nosotros, y
Cubridnos" (Lucas 23:30).
escondednos", etc.
"Por lo cual Simón, creyendo que podía engañar a los romanos por medio del
terror, se vistió de túnicas blancas, y abotonando sobre ellas un manto púrpura,
surgió de la tierra en el lugar mismo donde antes se levantaba el templo.
Efectivamente, al principio el asombro se apoderó de los que lo vieron, y
quedaron como petrificados; pero después, acercándose más, le exigieron que se
identificara. Simón rehusó hacerlo, y les dijo que llamaran al general; ellos
corrieron rápidamente hasta Terencio Rufo, que había quedado al mando del
ejército. Vino Rufo, y después de oír de Simón toda la verdad, le puso en
grilletes, y comunicó a César los detalles de la captura ... Sin embargo, el hecho
de haber surgido del terreno condujo en ese tiempo al descubrimiento, en otras
321
cavernas, de una vasta multitud de los otros insurgentes. Al regresar César a
Cesárea junto al mar, Simón fue llevado a él en cadenas, y César ordenó que se le
retuviera para el triunfo que se preparaba para celebrar en Roma".
322
En las predicciones relativas al "fin del tiempo", encontramos invariablemente
una promesa de seguridad y bendición para los discípulos de Cristo, junto con
declaraciones de ira venidera sobre sus enemigos. Para dar dos o tres ejemplos de
entre muchos: en la profecía de nuestro Señor en el Monte de los Olivos, de la
cual el Apocalipsis es eco y expansión, Jesús advierte a sus discípulos que
escapen de Judea cuando vean "a Jerusalén rodeada de ejércitos" (Lucas 21:20),
"y la abominación desoladora en el lugar santo" (Mat. 24:15). Les asegura que
"ni un cabello de vuestra cabeza perecerá"; que cuando comiencen a aparecer las
señales de su venida, debían erguirse, y levantar sus cabezas, porque su
redención estaba cerca (Luc. 21:18-28). Que el Hijo del hombre enviaría a sus
ángeles con un gran sonido de trompeta, y "juntaría a sus escogidos de los cuatro
vientos, desde un cabo del cielo hasta el otro" (Mat. 24:31). Que en el gran día
del juicio, que habría de seguir a la destrucción de Jerusalén, los impíos "irían al
castigo eterno, y los justos a la vida eterna" (Mat. 25:46).
En armonía con estas afirmaciones, encontramos a los apóstoles enseñando en las
iglesias que cuando viniera "el día del Señor", "súbita destrucción sobrevendría a
los enemigos de Dios, mientras los cristianos obtendrían salvación" (1 Tes.
5:2,3,9); que cuando el Señor Jesús se "revelase desde el cielo con sus poderosos
ángeles, en llama de fuego, para tomar venganza de los que no conocen a Dios",
su pueblo fiel entraría en el "reposo", y sería "tenido por digno del reino de Dios"
(2 Tes. 1:5-9).
Es esta liberación y esta salvación prometida a los discípulos de Cristo la que es
prefigurada simbólicamente en el episodio del sexto sello. Las imágenes con las
que se describen han sido tomadas evidentemente de la escena contemplada en
visión por el profeta Ezequiel (cap. 9), donde "los hombres que gimen y claman a
causa de todas las abominaciones que se hacen en medio de Jerusalén" tienen
"una marca en la frente", que garantizaría su seguridad cuando los ejecutores de
la justicia divina saliesen a matar a los habitantes de la ciudad.
Vale la pena notar que Jerusalén es la escena del juicio tanto en la profecía de
Ezequiel como en Apocalipsis; y la alusión que hace Pedro a esta misma
transacción en la visión de Ezequiel, como a punto de repetirse en la Jerusalén de
sus propios días, es muy significativa. (1 Ped. 4:17).
Pero la luz mayor es proyectada sobre este episodio por las palabras de nuestro
Señor: "El Hijo del hombre enviará a sus ángeles con gran voz de trompeta, y
juntarán a sus escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta
el otro" (Mat. 24:31). Este episodio es la representación del cumplimiento de
aquella promesa. Mientras la ira es derramada al máximo sobre la tierra; mientras
las tribus de la tierra están de duelo; mientras los enemigos de Dios huyen para
esconderse en las cavernas y las cuevas; en aquella hora temible, la trompeta del
ángel convoca al fiel remanente del pueblo de Dios, "para que se oculten en el día
de la ira de Jehová". Ahora el tiempo ha llegado a su plenitud; porque hay que
323
recordar que todo esto habría de ser presenciado por los apóstoles mismos, o por
lo menos por algunos de ellos; porque la propia generación de nuestro Señor no
habría de pasar sino hasta que estas cosas se hubiesen cumplido.
En consecuencia, era la esperanza acariciada de los cristianos de la era apostólica
escapar de la condenación general, y entrar en posesión de la inmortalidad por el
cambio instantáneo que vendría sobre ellos a la aparición del Señor. Pablo
tranquilizó a los cristianos de Tesalónica diciéndoles que, los que estuviesen
vivos y quedasen hasta la venida del Señor, no precederían a los que habían
partido en la fe antes de la venida del Señor. Por la palabra del Señor, les declara
que "el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de
Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego
nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados
juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos
siempre con el Señor" (1 Tes. 4:15-17). Pablo alude nuevamente a esta misma
confiada expectativa en 2 Tes. 2:1, donde dice: "Pero con respecto a la venida de
nuestro Señor Jesucristo, y nuestra reunión con él, os rogamos, hermanos", etc.
Esta peculiar expresión, "nuestra reunión con él" [episunagogh], apenas sería
inteligible si no fuese por la luz que arrojan sobre ella Mat. 24:31 y Apoc. 7. Al
mismo período, la misma transacción, se hace referencia en la profecía de nuestro
Señor, en la epístola de Pablo, y en el episodio que tenemos delante. Aquí está la
gran consumación, y la garantía de la seguridad del pueblo de Dios cuando la
destrucción sobrevenga a los impenitentes a incrédulos. Todo esto pertenece a la
gran crisis al final de la era - esto es, al final de la dispensación judía. El dedo del
Señor ha definido los límites más allá de los cuales no podemos pasar al
establecer el período de esta transacción. "De cierto os digo, que no pasará esta
generación sin que todo esto acontezca". Cualquiera que sea nuestra opinión en
cuanto al alcance de esta predicción, pronunciada de manera similar por nuestro
Señor, Pablo, y Juan, o la manera en que se cumpla, de una cosa no puede haber
dudas - las Escrituras están irrevocablemente comprometidas con la afirmación
de los hechos.
Se observará que hay dos clases, o divisiones, del "pueblo de Dios", que se
especifican en este episodio. La primera clase pertenece a una nación particular -
"los ciento cuarenta y cuatro mil de todas las tribus de los hijos de Israel". Éstos
tienen que representar necesariamente la iglesia cristiana judía del período
apostólico. Pero, además de éstos, hay una multitud que nadie podía contar, que
pertenecen a todas las nacionalidades, es decir, no israelitas, sino gentiles. Esta
clase, pues, tiene necesariamente que representar a laiglesia gentil del período
apostólico; los "incircuncisos", que fueron admitidos a los privilegios del pueblo
del pacto, llamados a ser "coherederos, y del mismo cuerpo, y participantes de las
promesas de Dios en Cristo por el evangelio", junto con los creyentes judíos. Esta
representación implica que el peligro y la liberación simbolizados por el
324
sellamiento de los siervos de Dios no se limitaban a Judea y a Jerusalén. La
religión de Jesús de Nazaret era una fe proscrita y perseguida en todo el Imperio
Romano antes de que estallase la guerra judía y se abrogase la economía judía.
En consecuencia, se dice que los redimidos en la visión, "la multitud con
vestiduras blancas", salen de una gran tribulación: una expresión que nos da una
pista del establecimiento del tiempo y de las personas a las que se hace referencia
aquí. Nuestro Señor, cuando predijo el tiempo de aflicción sin paralelo que habría
de preceder a la catástrofe de Jerusalén y de Judea, dice: "Porque habrá entonces
gran tribulación [qliyiz megalh], cual no la ha habido desde el principio del
mundo hasta ahora, ni la habrá", etc. (Mat. 24:21). Ahora, en la afirmación en el
episodio: "Estos son los que han salido de gran tribulación", hay una
incuestionable alusión a las palabras de nuestro Señor. Como apunta Alford, la
traducción correcta es: "Estos son los que han salido de la gran tribulación" [ek
thz qliyewz thz megalhz], siendo el artículo definido sumamente enfático, y la
tribulación alude claramente a la predicción en Mateo 24:21.
LA TERCERA VISIÓN
325
APERTURA DEL SÉPTIMO SELLO
Cap. 8:1. "Cuando abrió el séptimo sello, se hizo silencio en el cielo como por
media hora".
Hablando estrictamente, el séptimo sello pertenece a la visión anterior; pero se
observará que la catástrofe de esa visión ocurre bajo el sexto sello, y que el
séptimo simplemente se convierte en el eslabón entre la segunda visión y la
tercera - entre los sellos y las trompetas. Sin duda, esto indica la estrecha relación
que continúa existiendo entre ellos. No podemos concebir los sucesos denotados
por las siete trompetas como subsiguientes en el tiempo a los sucesos
representados como teniendo lugar en la apertura del sexto sello, porque eso
involucraría una inextricable confusión e incongruencia. La suposición más
razonable parece ser que aquí tenemos, en la visión de las siete trompetas, un
nuevo despliegue de los desoladores juicios que estaban a punto de sobrevenirle a
la sentenciada tierra de Judea. El Dr. Woodsworth observa: "Las siete trompetas
no difieren, en tiempo, de los siete sellos, sino que más bien se sincronizan con
ellos". Dudamos de que esta sea la manera correcta de expresar el sincronismo.
Creemos que la visión entera de las trompetas forma parte de la catástrofe bajo el
sexto sello.
Cap. 8:7-12. "El primer ángel tocó la trompeta, y hubo granizo y fuego
mezclados con sangre, que fueron lanzados sobre la tierra", etc.
La visión se inicia con un proemio, o una introducción, según la estructura usual
de las visiones apocalípticas. El punto de vista del vidente todavía es el cielo,
aunque el escenario en el cual debe tener lugar la acción principal es la tierra, o
más bien, el territorio. No puede tenerse presente demasiado cuidadosamente que
es Israel - Judea, Jerusalén - lo que contempla el profeta. Vagar por la anchura de
la tierra entera, e involucrar en la cuestión a todo el tiempo y a todas las naciones,
es, no sólo desconcertar al lector en un laberinto de perplejidades, sino perder de
vista por completo la meta y el propósito del libro. "El destino fatal de Israel; o,
los últimos días de Jerusalén" no serían un título inadecuado para el Apocalipsis.
La acción de la pieza, también, está comprendida dentro de un espacio de tiempo
muy breve - porque estas cosas debían "ocurrir pronto".
326
sello, que significa el carácter solemne y lúgubre de los sucesos que están a punto
de tener lugar, siete ángeles, o más bien, los siete ángeles que están de pie delante
de Dios, reciben siete trompetas, que están encargados de hacer sonar
sucesivamente. Antes de que comiencen, sin embargo, un ángel presenta a Dios
las oraciones de los santos, junto con el humo de mucho incienso de un
incensario de oro, en el altar de oro que estaba delante del trono. Esto se
considera generalmente como símbolo de la aceptabilidad del culto cristiano por
medio de la intercesión y la defensa del Mediador. Pero, obsérvense los efectos
de las oraciones. El ángel toma el incensario que había perfumado las oraciones
de los santos, lo llena con fuego del altar, y lo lanza sobre la tierra: e
inmediatamente, siguen voces, truenos, relámpagos, y un terremoto. Extrañas
respuestas a oraciones. Pero, si consideramos estas oraciones de los santos como
súplicas del sufriente y perseguido pueblo de Dios, al que hemos visto
representado en las visiones anteriores como clamando en alta voz: ¡Hasta
cuándo, Señor, hasta cuándo!, todo se aclara. El Señor vengará la sangre de sus
siervos; su ira se enciende; está cerca una rápida retribución. El incensario que
hacía subir las oraciones se convierte en vehículo de juicio, y es lanzado sobre la
tierra, con la furia del Señor - el fuego del altar delante del trono.
Ahora, los siete ángeles se preparan para hacer sonar sus trompetas, y cada
trompetazo es la señal para un acto de juicio. Se observará que las cuatro
primeras trompetas, como los cuatro primeros sellos, difieren de las tres
restantes. Tienen algo de indefinido, y los símbolos, aunque sublimes y terribles,
no parecen susceptibles de una verificación histórica particular. Probablemente
corresponden a aquellas perturbaciones fenomenales de la naturaleza a las cuales
alude nuestro Señor en su profecía del Monte de los Olivos como precedentes a
la parusía: "Entonces habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y en la
tierra angustia de las gentes, confundidas a causa del bramido del mar y de las
olas" (Luc. 21:25). Estos son los objetos mismos afectados por las cuatro
primeras trompetas, o sea, la tierra, el mar, la luna, las estrellas. Entonces, sin
tratar de encontrar una explicación específica para estos portentos, es suficiente
considerarlos como las señales externas y visibles del desagrado divino
manifestado hacia los impenitentes y los incrédulos; síntomas de que el mundo
natural estaba agitado y convulso a causa de la maldad de su tiempo; emblemas
de la dislocación y la desorganización generales de la sociedad, que precedieron
y anunciaron la catástrofe final del pueblo judío.
Sin embargo, las tres últimas trompetas son de un carácter muy diferente de las
cuatro primeras. Son realmente simbólicas, como las otras, pero los símbolos son
menos indefinidos y parecen más susceptibles de una interpretación histórica.
Los juicios bajo las cuatro primeras trompetas están marcados por lo que
podemos llamar un carácter artificial; afectan la tercera parte de todas las cosas -
la tercera parte de los árboles, la tercera parte de la hierba, la tercera parte del
327
mar, la tercera parte de los peces, la tercera parte de los barcos; la tercera parte de
los ríos, la tercera parte del sol, la tercera parte de la luna, la tercera parte de las
estrellas, la tercera parte del día, la tercera parte de la noche. Sería absurdo exigir
una verificación histórica de tales símbolos. Pero las trompetas restantes parecen
entrar más en el dominio de la relaidad y la historia; y, en consecuencia,
descubriremos que la Escritura y la historia contemporánea arrojan mucha luz
sobre ellas. Que a estas últimas trompetas se les atribuye una importancia
especial es evidente por el hecho de que son introducidas por una nota de
advertencia: -
Cap. 8:13. "Y miré, y oí a un águila volar por en medio del cielo, diciendo a gran
voz: ¡Ay, ay, ay, de los que moran en la tierra, a causa de los otros toques de
trompeta que están para sonar los tres ángeles!".
Esta nota introductoria a las trompetas de los tres ayes requiere algunas
observaciones.
Primera, el lector percibirá que el texto dice águila, no ángel. "Oí a un águila
volar por en medio del cielo". Este es el símbolo de la guerra y la rapiña. Hay un
llamativo paralelo de esta representación en Oseas 8:1: "Pon a tu boca trompeta.
Como águila viene contra la casa de Jehová, porque traspasaron mi pacto, y se
rebelaron contra mi ley". En Apocalipsis, el águila viene con la misma misión,
anunciando dolor, guerra, y juicio.
Segunda, el lector observará las personas sobre las cuales han de caer los ayes
predichos - "los que moran en la tierra". Como en 6:10, así también sucede
aquí; gh debe ser tomado en sentido restringido, como referencia a la tierra de
Israel. Las traducciones de gh comotierra, en vez de territorio, y
de aiwnby como mundo, en vez de era, han sido fuentes fructíferas de error y
confusión en la interpretación del Nuevo Testamento. Con singular
inconsistencia, nuestros traductores han traducido a gh, algunas veces
como tierra, algunas veces como territorio, en versículos casi consecutivos,
oscureciendo el sentido grandemente. Así, en Lucas 21:23,
traducengh como tierra: "habrá gran calamidad en la tierra" [epi thzghz], siendo
compelidos a restringir el significado en la siguiente cláusula - "e ira sobre este
pueblo". Pero, en el ssiguiente versículo menos uno, donde se repite la misma
frase - "calamidad epi thz ghz" - lo traducen "en la tierra". En el pasaje que
tenemos delante, los ayes deben entenderse como denunciados, no sobre los
habitantes del globo, sino sobre los de la tierra, esto es, de Judea.
LA QUINTA TROMPETA
328
Cap. 9:1-12. "El quinto ángel tocó la trompeta, y vi una estrella que cayó del
cielo a la tierra; y se le dio la llave del pozo del abismo. Y abrió el pozo del
abismo, y subió humo del pozo como humo de un gran horno; y se oscureció el
sol y el aire por el humo del pozo ... Y se les dio poder, como tienen poder los
escorpiones de la tierra ... Y tienen por rey sobre ellos al ángel del abismo, cuyo
nombre en hebreo es Abadón, y en griego, Apolión. El primer ay pasó; he aquí,
vienen aún dos ayes después de esto".
Sobre esta representación simbólica, Alford observa: "Hay una Babel
interminable de interpretaciones alegóricas e históricas de estas langostas que
salen del abismo"; pero, aunque limpia el suelo del montón de especulaciones
románticas con las cuales ha sido sobrecargado, se abstiene de poner nada mejor
en su lugar.
Sin asumir que tenemos más penetración que otros expositores, no podemos sino
pensar que el principio de interpretación sobre el cual procedemos, y que tan
obviamente establece el Apocalipsis mismo, proporciona una gran ventaja en la
búsqueda y el descubrimiento del verdadero significado. Con nuestra atención
fija en un solo punto de la tierra, y absolutamente limitados a un espacio de
tiempo muy breve, es comparativamente fácil leer los símbolos, y todavía más
satisfactorio marcar su perfecta correspondencia con los hechos.
Cualquiera que sea la oscuridad que haya en esta extraordinaria representación,
parece es bastante claro que ella no puede referirse a ningún ejército humano. Por
el contrario, todo apunta a lo infernal y demoníaco. Considerando el origen, la
naturaleza, y el líder de esta misteriosa hueste, es imposible considerarlo a
cualquier otra luz que no sea como símbolo de la irrupción de un siniestro poder
demoníaco. Es exactamente así como está representado, las huestes del infierno
que salen y hormiguean sobre la maldecida tierra de Israel. Tenemos delante
nuestro un monstruoso cuadro de una realidad histórica, la condición
completamente demoralizada y, por decirlo así, poseída por demonios, de la
nación judía hacia el trágico final de su memorable historia. ¿Tenemos algún
fundamento para creer que la última generación del pueblo judío era realmente
peor que cualquiera de sus predecesoras? ¿Es razonable suponer que esta
degeneración tenía alguna relación con una influencia satánica? A ambas
preguntas tenemos que contestar: Sí. Tenemos una declaración muy notable de
nuestro Señor sobre estos dos puntos, la cual, nos aventuramos a afirmar, da la
clave para la correcta interpretación de los símbolos que tenemos delante. En el
capítulo doce de Mateo, Jesús compara a la nación, o más bien, a la generación
que entonces existía, con un endemoniado del que había sido expulsado un
espíritu inmundo. La predicación del segundo Elías y los propios esfuerzos de
nuestro Señor habían producido una reforma moral temporal en la nación. Pero la
329
antigua e inveterada incredulidad e impenitencia pronto volvió, y en una forma
siete veces peor.
"Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando
reposo, y no lo halla. Entonces dice: Volveré a mi casa de donde salí; y cuando
llega, la halla desocupada, barrida y adornada. Entonces va, y toma consigo otros
siete espíritus peores que él, y entrados, moran allí; y el postrer estado de aquel
hombre viene a ser peor que el primero. Así también acontecerá a esta mala
generación". (Mat. 12:43-45).
La frase final está llena de significado. La nación culpable y rebelde, que había
rechazado y crucificado a su Rey, debía ser entregada, en su última etapa de
impenitencia y obstinación, al dominio irrestricto del mal. El demonio exorcizado
habría de regresar finalmente reforzado por una legión.
Tal es la invasión de esta hueste infernal; por decirlo así, todo el infierno
desatado sobre la tierra dedicada, convirtiendo a Jerusalén en un pandemonio,
habitación de demonios, guarida de todo espíritu inmundo, y albergue de toda
ave inmunda y aborrecible. (Apoc. 18:2).
LA SEXTA TROMPETA
Cap. 9:13-21. "El sexto ángel tocó la trompeta, y oí una voz de entre los cuatro
cuernos del altar de oro que estaba delante de Dios, diciendo al sexto ángel que
tenía la trompeta: Desata a los cuatro ángeles que están atados junto al gran río
Éufrates. Y fueron desatados los cuatro ángeles que estaban preparados para la
hora, día, mes, y año, a fin de matar a la tercera parte de los hombres. Y el
número de los ejércitos de los jinetes era doscientos millones. Yo oí su número",
etc.
La sexta trompeta es introducida por el anuncio: "El primer ay pasó; he aquí
vienen aún dos ayes después de esto" - indicando que su llegada está cercana:
están en camino: "vienen" [ercetai].
Hay cierto parecido entre la visión presentada aquí y la que la precede. Ambas se
refieren a una hueste grande y multitudinaria desatada para castigar a los
hombres; en ambas la hueste no es como ningunos seres reales in rerum natura,
pero ambas parecen caer, en algunos puntos, dentro de las regiones de la realidad,
y ser susceptibles, en parte al menos, de verificación histórica. El primer
incidente que sigue al tocar de la sexta trompeta es la orden de "desatar los cuatro
ángeles que están atados junto al gran río Éufrates". Acerca de este pasaje, dice
Alford: "Todas las imágenes aquí han sido una crux interpretum en cuanto a
331
quiénes son estos ángeles, y que se indica por la localidad que se describe aquí".
Es en estos casos cruciales, que desafían la destreza de la mano más hábil para
abrir la cerradura, en que demostramos el poder de nuestra llave maestra.
Fijémosnos primero en lo que parece más literal en la visión - "el gran río
Éufrates". Eso, por lo menos, difícilmente puede ser simbólico. Se dice que hay
cuatro ángeles atados, no en el río, sinojunto a él [epi tw potamw]. Desatar estos
cuatro ángeles libera una vasta horda de jinetes armados, con las extrañas y
antinaturales características descritas en la visión. ¿Qué es
lo verdadero y real que podemos deducir de estas imágenes altamente
elaboradas? ¿Cómo es que estos jinetes vienen de la región del Éufrates? ¿Cómo
es que hay cuatro ángeles atados junto a ese río? Ahora bien, se recordará que la
invasión de langostas vino del abismo del infierno; este ejército invasor viene
del Éufrates. Este hecho sirve para desenmarañar el misterio. El ejército invasor
que siguió a Tito hasta el sitio y la captura de Jerusalén fue traído en gran medida
de la región del Éufrates. Ese río formaba la frontera oriental del Imperio
Romano; y sabemos de cierto que esta frontera era guardada por cuatro legiones,
que estaban estacionadas regularmente allí. Concebimos estas cuatro
legiones como simbolizadas por los cuatro ángeles atados junto al río. "Desatar
los ángeles" equivale a movilizar las legiones, y no podemos pensar sino que el
símbolo es poético, pues es históricamente verdadero. Pero, se dirá, las legiones
romanas no consistían de caballería. Correcto; pero sabemos que, junto con los
legionarios del Éufrates, vinieron a la guerra judía fuerzas auxiliares traídas de
esa misma región. Antíoco de Comágene que, como nos dice Tácito, era el más
rico de todos los reyes que se sometieron a la autoridad de Roma, envió un
contingente a la guerra. Sus dominios estaban sobre el Éufrates. Sohemus,
también otro rey poderoso, cuyos territorios estaban en la misma región, envió
una fuerza para cooperar con el ejército romano a las órdenes de Tito. Ahora
bien, las tropas de estos reyes orientales, como las de sus vecinos los partos, eran
mayormente de caballería; y es completamente consistente con la naturaleza de la
representación alegórica o simbólica que en un libro como Apocalipsis estas
feroces hordas extranjeras de jinetes bárbaros asumiesen la apariencia presentada
en la visión. Son multitudinarias, monstruosas, agresivas, letales; y sin duda, así
les parecían a los miserables "moradores de la tierra" a quienes estaban
encargados de destruir. La invasión puede describirse correctamente en el
lenguaje análogo del profeta Isaías: "Jehová de los ejércitos pasa revista a las
tropas para la batalla. Vienen de lejana tierra, de lo postrero de los cielos, Jehová
y los instrumentos de su ira, para destruir toda la tierra" (Isa. 13:4,5).
Es en favor de esta interpretación que hay una manifiesta congruencia en la
invasión de la tierra dedicada, primero por una maligna hueste de demonios, y
después por un poderoso ejército terrenal. Cada hecho está respaldado por
evidencia histórica decisiva. Despójese a la visión de este ropaje, y hay un sólido
332
núcleo de hechos sustanciales. Las dramáticas unidades de tiempo, lugar, y
acción han sido preservadas también, y gradualmente somos llevados más y más
cerca de la catástrofe bajo la séptima trompeta. Pero nos estamos anticipando.
Puede hacerse una objeción a esta explicación de la visión de la sexta trompeta, a
causa de las hordas eufráticas encargadas de destruir a los idólatras. Sin duda, la
flagrante idolatría descrita en el versículo veinte no era el pecado nacional de
Israel en aquel período, aunque lo había sido en épocas anteriores. Pero hay
demasiada razón para creer que muchos judíos sí se conformaban a prácticas
paganas en los días de Herodes el Grande y sus descendientes. Creemos, sin
embargo, que en la secuela se demostrará satisfactoriamente que, en Apocalipsis,
el pecado de idolatría se imputa a los que, aunque no eran culpables de adorar
ídolos literalmente, eran los obstinados e impenitentes enemigos de Cristo.
(Véase la exposición del capítulo 17).
Finalmente, la correcta traducción del vers. 15 elimina una oscuridad que ha sido
ocasión de mucha perplejidad y muchos conceptos erróneos. Se declara que los
cuatro ángeles atados junto al Éufrates, y desatados por el ángel de la sexta
trompeta, han sido preparados, no para una hora, y un día, y un mes, y un año,
sino para la hora, día, mes, y año: es decir, destinados por la voluntad de Dios
para una obra especial, en una coyuntura particular; y en el tiempo señalado,
fueron desatados para cumplir su misión providencial. "La tercera parte de los
hombres" no significa la tercera parte de la raza humana, sino la tercera parte de
los "habitantes de la tierra" (cap. 8:13), sobre los cuales los ayes están a punto de
caer.
I. Ahora podríamos haber esperado que sonase la séptima trompeta; pero, como
en la visión de los siete sellos, la acción es interrumpida por la introducción de
episodios que hacen espacio para material nuevo que no cae estrictamente dentro
de la corriente principal de la narración.
Cap. 10:1-11. "Vi descender del cielo a otro ángel fuerte, envuelto en una nube,
con el arco iris sobre su cabeza; y su rostro era como el sol, y sus pies como
columnas de fuego. Tenía en su mano un librito abierto; y puso su pie derecho
sobre el mar, y el izquierdo sobre la tierra; y clamó a gran voz, como ruge un
león; y cuando hubo clamado, siete truenos emitieron sus voces", etc.
1. Es natural que al principio estemos dispuestos a considerar a este ángel
poderoso, que aparece como el interlocutor en este episodio y en el siguiente,
como uno de los "espíritus ministradores" que ejecutan las órdenes del Altísimo.
Pero una consideración más plena impide esta suposición. Los atributos con los
333
cuales está investido este ángel se parecen tanto a los que se atribuyen a nuestro
Señor en el capítulo primero, que la mayoría de los intérpretes concuerda en la
opinión de que aquí se quiere dar a entender nada menos que al Salvador mismo.
La nube de gloria con la que está vestido es un símbolo usual de la presencia
divina; el "arcoiris sobre su cabeza" corresponde al arcoiris alrededor del trono
(cap. 4:3); "su rostro como el sol"; "sus pies como columnas de fuego"; "su voz
como la de un león cuando ruge"; todo esto se parece tan exactamente a la
descripción en el cap. 1:10-16 que apenas es posible llegar a cualquier otra
conclusión sino que esta es una manifestación del Señor mismo.
2. Pero aquí hay una correspondencia aún más notable entre la apariencia y la
acción de este "ángel poderoso" y la descripción que hace Pablo del arcángel en 1
Tes. 4:16: "Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con
trompeta de Dios". Aquí hay ciertamente una coincidencia muy singular. 1. El
ángel glorioso de Apocalipsis parece sin duda ser "el Señor mismo". 2. De ambos
se dice que "descienden del cielo". 3. En cada caso, está representado
descendiendo con "aclamación". 4. En cada caso, es la voz del "arcángel". 5. En
cada caso, la apariencia del ángel, o Salvador, está asociada con una trompeta. 6.
También, el momento de esta aparición parece ser el mismo: en Apocalipsis es en
la víspera del toque de la última trompeta, cuando "el misterio de Dios se habrá
consumado"; mientras que en la epístola es en vísperas de "la gran
consumación", o "el día del Señor" (1 Tes. 5: 2).
3. Puede objetarse que el título de "ángel"o aun el de "arcángel" es incompatible
con la suprema dignidad del Hijo de Dios. Pero no puede haber dudas de que el
nombre ángel se le da en el AT al Mesías, Isa. 63:9; Mal. 3:1. El nombre
de arcángel es equivalente al de "principe de los ángeles", la misma frase con
que la versión siríaca traduce la palabra en 1 Tes. 4:16; en realidad, sería más
razonable objetar que el título de "arcángel" se le dé a cualquier persona que no
sea divina. Está en armonía con otros nombres que se aceptan como
pertenecientes a Cristo, como Arch, Arcwn, Archgoz, Arciereuz, Arcipoimhn, así
que hay una fuerte presunción de que el título Arcaggeloz también pertenece a
Cristo.
4. Hengstenberg sostiene, y con muchas probabilidades, que hay
sólo un arcángel, y que posee naturaleza divina. Este arcángel se
llama "Miguel" en Judas, ver. 9; pero en el libro de Daniel, Miguel es
identificado expresamente con el Mesías (Dan. 12:1). Por lo tanto, arcángel es un
título propio de Cristo.
5. Vale la pena notar que Pablo habla, no de la voz de un arcángel,
sino del arcángel, como si se estuviese refiriendo a lo que ya era bien conocido y
familiar para las personas a las cuales escribía. Pero, ¿dónde encontramos en las
Escrituras alguna alusión a "la voz del arcángel y la trompeta de Dios"? En
334
ninguna parte, excepto en este mismo pasaje de Apocalipsis. Deducimos que
Apocalipsis era conocido para los tesalonicenses, y que Pablo aludía a esta
misma descripción.
6. Nuevamente, en las Epístolas a los Tesalonicenses, la voz del arcángel es
representada despertando a los santos ue duermen. Pero, ¿de quién es la voz que
llama a los muertos de sus tumbas? La voz del Hijo de Dios. "Viene la hora, y
ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y saldrán" (Juan
5:25-29). La voz del arcángel, pues, es la voz del Hijo de Dios. Se observará
también, que se dice que el sonido de la séptima trompeta es "el tiempo de juzgar
a los muertos" (Apoc. 11:18).
7. Por último, que el ángel poderoso de Apoc. 10:1 es una persona divina, y no
otra que el Señor Jesucristo, parece demostrado decisivamente por el cap. 11:3:
"Y daré a mis dos testigos que profeticen", etc., donde el que habla es
evidentemente una persona divina, y el mismo "ángel poderoso" que el profeta
contempló descendiendo del cielo.
Concluimos, pues, que el "ángel poderoso" de Apocalipsis es idéntico al
"arcángel" de 1 Tesalonicenses, y no es otro que "el Señor mismo".
"En los días de la voz del séptimo ángel, cuando él comience a tocar la trompeta,
el misterio de Dios se consumará, como él lo anunció a sus siervos los profetas".
En otras palabras, la séptima y última trompeta, que está a punto de sonar, traerá
la gran consumación predicha. Esta íntima conexión entre la aparición del
arcángel y el sonar de la séptima trompeta (que introduce la consumación) es
sumamente sugerente, y confirma con fuerza todo lo que se ha adelantado con
respecto a la correspondencia entre la escena que tenemos delante y la
descripción de 1 Tes. 4:16.
335
Pero este séptimo versículo también confirma de modo singular y muy
satisfactorio los puntos de vista que ya se han expresado con respecto a lo que se
ha llamado erróneamente "la predicación del evangelio a los muertos" (1 Ped.
4:6). El lector recordará que, en el pasaje a que se hace referencia, la expresión
empleada es "nekroiz euhggelisqh" (literalmente, fue evangelizado a los muertos,
es decir, un anuncio consolador fue hecho a los muertos).
En el pasaje que tenemos delante (cap. 10:7), descubrimos la fuente original de
esta peculiar expresión "evangelizado" [enhggelisen], y en un examen más
minucioso, encontramos una alusión, clara y distinta, a esa misma comunicación
hecha a los muertos, a la que se refiere Pedro. El ángel de la visión jura:
"que el tiempo no sería más, sino que en los días de la voz del séptimo ángel,
cuando él comience a sonar la trompeta, el misterio de Dios se consumará, como
él lo anunció a sus siervos los profetas".
En otras palabras, "como él lo anunció mediante un anuncio consolador a sus
siervos los profetas".
Cap. 11:1, 2. "Entonces me fue dada una caña semejante a una vara de medir, y
se me dijo: Levántate, y mide el templo de Dios, y el altar, y a los que adoran en
él. Pero el patio que está fuera del templo déjalo aparte, y no lo midas, porque ha
sido entregado a los gentiles; y ellos hollarán la ciudad santa cuarenta y dos
meses".
337
Si faltase algo para probar que en estas visiones apocalípticas tratamos con
historia contemporánea, con hechos y cosas que existían en los días de Juan, ese
algo lo proporcionaría el pasaje que tenemos delante. Aquí tenemos evidencia
clara y distinta con respecto altiempo y al lugar. La visión habla de la ciudad y
el templo de Jerusalén; la ciudad literal y el templo literal. Estaban, pues, en
existencia cuando el Apocalipsis se escribió, porque la visión que tenemos ante
nosotros predice su destrucción.
¿Qué puede ser más forzado y menos natural, menos crítico y más infundado,
que interpretar una afirmación como ésta como símbolo de la Reforma
Protestante y la Iglesia de Roma? Tales interpretaciones son en realidad una
humillante prueba de la extravagancia y la credulidad de algunos hombres
buenos; pero hacen un daño incalculable al dar ejemplo de manejar de modo
imprudente de la Palabra de Dios, y hacer pasar las fantásticas especulaciones de
los hombres por los verdaderos pronunciamientos de Dios. No tenemos en
absoluto ningún derecho a suponer que aquí se quiere decir algo más o algo
menos que la ciudad literal de Jerusalén y el templo literal de Dios.
El interlocutor en esta visión es todavía el mismo "ángel poderoso", cuya
identidad con el "arcángel", "el Señor mismo", hemos tratado de establecer. El
vidente recibe una caña, o vara de medir, y se le ordena medir el templo de Dios,
el altar, y los que adoran en él. Regresamos naturalmente a la escena en Ezequiel
40, donde el profeta ve a un ángel con un cordel de lino en la mano y una caña de
medir, midiendo las dimensiones del templo que estaba a punto de ser construido.
Pero es claro que, en esta visión apocalíptica, no es construcción lo que se quiere
decir con el símbolo, sino demolición y destrucción.
Es siempre importante tener presente que toda la acción del Apocalipsis se
apresura hacia una gran catástrofe, ahora no muy distante. Ni por un momento se
pierde de vista a Israel y a Jerusalén. Ya han sonado dos trompetas de ayes,
anunciando la suerte de la nación apóstata, y la consumación final sólo espera el
sonido de la tercera. El arcángel ya ha declarado que "el tiempo no sería más", y
el vidente ha probado lo amargo del libelo - el librito que contiene la acusación y
el castigo de aquella generación malvada.
En tales circunstancias, nada sino destrucción venidera puede ser el tema. Que la
vara de medir o el cordel se emplea en la Escritura como emblema de destrucción
es indiscutible, en realidad con más frecuencia que de construcción. Unos pocos
ejemplos deben bastar. En Lamentaciones 2:7,8, encontramos un pasaje que
podría ser la interpretación de esta visión apocalíptica: "Desechó el Seór su altar,
menospreció su santuario; ha entregado en mano del enemigo los muros de sus
palacios; hicieron resonar su voz en la casa de Jehová como en día de fiesta.
Jehová determinó destruir el muro de la hija de Sión; extendió el cordel, no
retrajo su mano de la destrucción; hizo, pues, que se lamentara el antemuro y el
338
muro; fueron desolados juntamente". Nuevamente, en la profecía de Isaías
relativa a la destrucción de Babilonia (cap. 34:11), leemos: "Se adueñarán de ella
el pelícano y el erizo, la lechuza y el cuervo morarán en ella; y se extenderá sobre
ella cordel de destrucción, y niveles de asolamiento". El profeta Amós también
usa el mismo emblema (Amós 7:6-9): "He aquí el Señor estaba sobre un muro
hecho a plomo, y en su mano una plomada de albañil. Jehová entonces me dijo:
¿Qué ves, Amós? Y dije: Una plomada de albañil. Y el Señor dijo: He aquí, yo
pongo plomada de albañil en medio de mi pueblo Israel; no lo toleraré más. Los
lugares altos de Isaac serán destruidos", etc. Otro pasaje muy sugerente ocurre
en 2 Reyes 21:12,13: "Por tanto, así ha dicho Jehová el Dios de Israel: He aquí
yo traigo tal mal sobre Jerusalén y sobre Judá, que al que lo oyere le retiñirán
ambos oídos. Y extenderé sobre Jerusalén el cordel de Samaria y la plomada de
la casa de Acab". (Véase también Salmos 60:6; Isaías 28:17).
Pero no sólo se usa el cordel o la vara de medir como símbolo de la destrucción
de lugares, sino, lo que es más singular, de personas, también. Hay un curioso
pasaje en 2 Samuel 8:2 que ilustra este hecho: Y David "derrotó también a los de
Moab, y los midió con cordel, haciéndoles tender por tierra; y midió dos
cordeles para hacerlos morir, y un cordel entero para preservarles la vida". Hay
algo de oscuridad en el pasaje, pero el significado parece ser que a los cautivos se
les ordenaba tenderse en tierra, se medía una cierta porción igual a dos tercios del
total, que estaban destinados a la muerte, mientras que al tercio restante se le
perdonaba la vida. Esto explica, lo que de otro modo sería casi ininteligible: por
qué en la visión son medidos tanto los que adoran como el templo y el altar.
Creemos, pues, que está claro que la orden de medir "el templo, el altar, y los que
adoran" significa la destrucción que estaba a punto de devastar los lugares más
sagrados del judaísmo y el mismo desgraciado pueblo.
Se observará que una parte de los recintos del templo, "el patio que está fuera del
templo" se exceptúa de la medición, y que por esta razón está asignado - "ha sido
entregado a los gentiles". El ppasaje dice así: "El patio que está fuera del templo
déjalo fuera, y no lo midas", etc. Hay alguna oscuridad en esta afirmación.
Sabemos que había una porción de los recintos del templo llamada "el atrio de los
gentiles", pero ese difícilmente puede ser aquél al que se alude aquí, pues sería
extraño decir que el patio de los gentiles sería dado a los gentiles. Es evidente,
también, que se dice que este abandono del atrio exterior a los gentiles es algo
sacrílego, algo asociado con la afirmación: "Y hollarán la santa ciudad cuarenta y
dos meses". La razón, pues, de la exención de la medición del patio exterior es
probablemente que el lugar ya estaba profanado; estaba, pues, "dejado fuera",
rechazado, como que ya no era un lugar sagrado; era profano e inmundo, estando
en manos, y aún bajo los pies, de los gentiles.
¿Hay en la historia de los últimos días de Jerusalén algo que responda a estos
hechos? Porque ese es el verdadero problema que tenemos que resolver. Aquí el
339
historiador judío arroja una vívida luz sobre el escenario entero descrito en la
visión. Josefo nos cuenta cómo, cuando estalló la guerra de los judíos, el templo
se convirtió en ciudadela y fortaleza de los insurgentes; cómo las diferentes
facciones luchaban por la posesión de esta ventajosa posición; y cómo Juan, uno
de los jefes rebeldes, defendía el templo con su grupo de bandidos llamados
zelotes, mientras Simón, otro cabecilla y rival, ocupaba la ciudad. Josefo nos dice
cómo la fuerza idumea, que puede describirse correctamente como perteneciente
a los gentiles, entró en la ciudad amparada por la oscuridad de la noche, durante
una distracción causada por una terrorífica tormenta, y fue admitida por los
zelotes, sus confederados, dentro de los sagrados recintos del templo. Parece que,
durante todo el período del sitio, la ciudad y los atrios del templo estuvieron en
posesión de estos salvajes hombres sin ley de Edom, que llevaban con ellos la
rapiña y el derramamiento de sangre a dondequiera que iban. Fueron ellos los que
en esta ocasión asesinaron vilmente a Ananías y a Josué, dos de los sumos
sacerdotes más eminentes y venerables, un crimen al que Josefo atribuye la
subsiguiente captura de Jerusalén y el colapso de la comunidad judía. (Véase la
obra de Traill Josefo, libro 4, cap. 5, sec. 2).
¿No tenemos aquí plenamente satisfechas las condiciones del problema? La
violenta y sacrílega invasión del templo por parte de los zelotes e idumeos, y la
autoritaria ocupación de la ciudad por estos bandidos, que la hollaron bajo sus
pies durante el período del sitio, nos parece que cumplen con precisión los
requisitos de la descripción. ¿Seguramente no se dirá que los idumeos no eran
gentiles? Es importante observar que esta frase, los gentiles, o las naciones [ta
eqnh], que con tanta frecuencia ocurre en el Nuevo Testamento, se refiere
generalmente a los vecinos inmediatos de los judíos, viviendo muchos de ellos
con los judíos, o al lado de ellos, en la tierra de Palestina. Samaria era una eqnoz:
Así lo eran también Idumea, Batanea, Galilea, los tirios, y los sidonios; y la frase
"todas las naciones" o "todos los gentiles" se emplea a menudo en este sentido
limitado para referirse a las nacionalidades palestinas. Cuando nuestro Señor
envió a los doce en su primer viaje misionero, y les encargó que no fueran a los
gentiles, ni entraran en ninguna ciudad de los samaritanos, sino que fuesen más
bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel, por gentiles no quería decir los
griegos, ni los romanos, ni los egipcios, ni los persas, sino los gentiles de casa,
como podemos llamarles, a los cuales los discípulos podían encontrar sin
sobrepasar los límites de Palestina. Algunas veces, corremos el peligro de ser
confundidos por la aplicación de nuestras modernas ideas geográficas y
etnológicas al pensamiento y el lenguaje del tiempo de nuestro Señor. Las ideas
de los judíos eran más provinciales que ecuménicas: su mundo era Palestina, y
para ellos, "las naciones" o "los gentiles" a menudo no significaba más que sus
vecinos más cercanos que vivían en las fronteras, y a veces dentro de las
fronteras, de su propia tierra.
340
El pasaje que ahora estamos considerando arroja luz también sobre la profecía de
nuestro Señor en Lucas 21:24: "Y Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta
que los tiempos de los gentiles se cumplan". Debe observarse que nuestro Señor
habla aquí del sitio y la captura de Jerusalén, el mismo tema de la visión
apocalíptica. No puede ponerse en duda que la referencia de nuestro Señor a que
Jerusalén sería hollada por los gentiles es idéntica en significado al lenguaje de la
visión: "Y hollarán [los gentiles] la santa ciudad". Ambos pasajes tienen que
referirse al mismo acto y al mismo tiempo: cualquiera sea el significado del uno
es el significado del otro. Puesto que, entonces, la alusión en Apocalipsis es a la
violenta y sacrílega ocupación de Jerusalén y del templo por las hordas de zelotes
e idumeos, llegamos a la conclusión de que nuestro Señor, en su predicción,
alude al mismo hecho histórico.
Pero, si es así, ¿qué debemos entender por "los tiempos de los gentiles" en la
predicción de nuestro Salvador? Se ha supuesto generalmente que esta expresión
se refiere a algún período místico de duración desconocida que se extiende
posiblemente a siglos y eones, y que todavía continúa en un curso que no se ha
completado. Pero, si esta interpretación no natural de las palabras ha de aplicarse
a la Escritura, es difícil ver para qué sirve especificar en absoluto algún período
de tiempo. Ciertamente es mucho más respetuoso hacia la Palabra de Dios
entender su lenguaje en el sentido de que tiene algún significado definido. ¿Y si
"cuarenta y dos meses" significa realmente cuarenta y dos meses, y nada más?
Los tiempos de los gentiles sólo pueden significar el tiempo durante el cual
Jerusalén estuvo ocupada por ellos. Ese tiempo se especifica claramente en
Apocalipsis como cuarenta y dos meses. Ahora bien, este es un período del cual
se habla repetidamente en este libro bajo diferentes designaciones. Es los "mil
doscientos sesenta días" del versículo siguiente, y el "tiempo, y tiempo, y la
mitad de un tiempo" del cap. 12:14, es decir, tres años y medio. Ahora bien, es
evidente que este espacio de tiempo en la historia de las naciones sería un punto
insignificante; pero, para una chusma tumultuosa y sin ley, controlar una gran
ciudad por tal período sería algo portentoso y terrible. No es probable que la
ocupación de tal ciudad por una turba armada continúe por edades y siglos: es un
estado de cosas anormal que debe terminar prontamente. Pero esto es
exactamente lo que sucedió en los últimos días de Jerusalén. Durante los tres
años y medio que representan con suficiente exactitud la duración de la guerra de
los judíos, Jerusalén estuvo efectivamente en manos y bajo los pies de una horda
de rufianes, a quienes su propio compatriota describe como "esclavos, y la
escoria misma de la sociedad, los espurios y contaminados engendros de la
nación". Se puede decir que la última y fatal lucha comenzó cuando Vespasiano
fue enviado por Nerón, a la cabeza de sesenta mil hombres, a sofocar la rebelión.
Esto ocurrió a principios del año 67 A. D., y en agosto del año 70 A. D., la
ciudad y el templo eran un montón de humeantes ruinas.
341
Apenas es posible concebir una correspondencia más completa y más
impresionante entre la historia y la profecía que ésta, que no necesita ninguna
diestra manipulación y ninguna interpretación antinatural, sino la simple
observación de los hechos registrados en los anales del tiempo.
Las siguientes observaciones del profesor Moses Stuart acerca de este pasaje son
sumamente importantes:
Cap. 11:3-13. "Y daré a mis dos testigos [poder] que profeticen por mil
doscientos sesenta días, vestidos de cilicio. Estos testigos son los dos olivos, y los
dos candeleros que están en pie delante del Dios de la tierra. Si alguno quiere
dañarlos, sale fuego de la boca de ellos, y devora a sus enemigos; y si alguno
quiere hacerles daño, debe morir él de la misma manera. Estos tienen poder para
cerrar el cielo, a fin de que no llueva en los días de su profecía; y tienen poder
sobre las aguas para convertirlas en sangre, y para herir la tierra con toda plaga,
cuantas veces quieran. Cuando hayan acabado su testimonio, la bestia que sube
del abismo hará guerra contra ellos, y los vencerá, y los matará. Y sus cadáveres
estarán en la plaza de la grande ciudad que en sentido espiritual se llama Sodoma
y Egipto, donde también nuestro Señor fue crucificado. Y los de los pueblos,
tribus, lenguas y naciones verán sus cadáveres por tres días y medio, y no
permitirán que sean sepultados. Y los moradores de la tierra se regocijarán sobre
ellos y se alegrarán, y se enviarán regalos unos a otros; porque estos dos profetas
habían atormentado a los moradores de la tierra. Pero después de tres días y
342
medio entró en ellos el espíritu de vida enviado por Dios, y se levantaron sobre
sus pies, y cayó gran temor sobre los que los vieron. En aquella hora hubo un
gran terremoto, y la décima parte de la ciudad se derrumbó, y por el terremoto
murieron en número de siete mil hombres; y los demás se aterrorizaron, y dieron
gloria al Dios del cielo".
Ahora entramos en la investigación de uno de los problemas más difíciles
contenidos en la Escritura, un problema que ha puesto a prueba, y hasta podemos
decir que ha desconcertado, las investigaciones y el ingenio de críticos y
comentaristas hasta la actualidad. ¿Quiénes son los dos testigos? ¿Son míticos o
personas históricas? ¿Son símbolos o realidades? ¿Representan principios o
individuos? Las conjeturas - porque no son sino eso - que se han adelantado
sobre este tema forman uno de los más curiosos capítulos de la historia de la
interpretación bíblica. Tan completo es el desconcierto, y tan insatisfactoria la
explicación, que muchos consideran el problema insoluble, o llegan a la
conclusión de que los testigos no han aparecido todavía, sino que pertenecen al
futuro desconocido.
Una de las puebas de una verdadera teoría de la interpretación es que debería ser
una buena hipótesis que funcione. Cuando se encuentre la clave correcta del
Apocalipsis, abrirá todas las cerraduras. Si esta visión profética es, como
creemos, la reproducción y la expansión de la profecía en el Monte de los Olivos;
y si hemos de buscar los personajes dramáticos que aparecen en sus escenas
dentro de los límites de los períodos a los cuales se extiende esa profecía,
entonces el área de investigación queda muy restringida, y las probabilidades de
descubrimiento aumentan desproporcionadamente. En la investigación relativa a
la identidad de los dos testigos, quedamos constreñidos casi a un punto en el
tiempo. Algunos de los datos son lo bastante precisos. Se verá que el período de
su profecía antecede al sonido de la séptima trompeta, esto es, justo antes de la
catástrofe de Jerusalén. La escena de su profecía tampoco se indica oscuramente:
es "la gran ciudad, que en sentido espiritual se llama Sodoma y Gomorra, donde
también nuestro Señor fue crucificado". A pesar de las objeciones de Alford, que
en realidad no parecen tener ningún peso, no puede haber ninguna duda
razonable de que Jerusalén es el lugar que se tiene en mente, según la opinión
general de casi todos los comentaristas y los obvios requisitos del pasaje. La
pregunta, pues, es: ¿Cuáles dos personas que, viviendo en la comunidad judía y
en la ciudad de Jerusalén en los últimos días, puede encontrarse que responden a
la descripción de los dos testigos, como se da en la visión? Esa descripción es tan
marcada y minuciosa que su identificación no debería ser difícil. Hay siete
características principales:
1. Son testigos de Cristo.
2. Son dos en número.
343
3. Están imbuídos de poderes milagrosos.
4. Están representados simbólicamente por los dos olivos y los dos
candeleros que se ven en la visión de Zacarías. (Zac. 4).
5. Profetizan vestidos de cilicio, es decir, su mensaje es de aflicción.
6. Sufren una muerte violenta en la ciudad, y sus cadáveres son
tratados con ignominia.
7. Después de tres días y medio, se levantan de entre los muertos, y
son llevados al cielo.
Antes de seguir adelante con la investigación, es bueno tomar nota de las
siguientes observaciones del Dr. Alford sobre el tema, con las cuales
concordamos cordialmente:
"Los dos testigos, etc. Ninguna solución se ha proporcionado jamás para esta
porción de la profecía. O los dos testigos son literales - dos hombres, dos
individuos - o son simbólicos - dos individuos considerados como la
concentración de principios y características, y esto ya sea por sí mismos, o
como representantes de hombres que encarnaban estos principios y estas
características ... El artículo toiz parece como si los dos testigos fuesen bien
conocidos, y distintos en sus individualidades. El dusin es esencial a la profecía,
y no debe ser minimizado. Ninguna interpretación que no retenga y no haga
resaltar este dualismo, bien en individuos o en líneas características de
testimonio, puede estar en lo correcto".
Acerca de la afirmación "vestidos de cilicio" (como señal de la necesidad de
arrepentimiento y del juicio que se acercaba), dice Alford:
"Esta porción de la descripción profética ciertamente favorece fuertemente la
interpretación individual. Porque, primero, es difícil concebir cómo pueden
describirse así cuerpos enteros de hombres e iglesias; y, segundo, los principales
intérpretes de símbolos han dejado fuera este importante detalle, o pasaron muy
por encima de él. Uno no ve cómo puede decirse que cuerpos de hombres que
vivieron como otros hombres (siendo víctimas de persecución es otra cuestión)
han profetizadovestidos de cilicio".
Nuevamente, acerca del versículo cinco:
"Toda esta descripción es sumamente difícil de aplicar a la interpretación
alegórica; como podría esperarse, los alegoristas se detienen, extremadamente
perplejos. El doble anuncio aquí parece poner el sello al sentido literal, y el ei tiz
y el dei autun apoktankhnai son decisivos contra cualquier mera aplicación
nacional de las palabras. La individualidad no podría haber sido indicada más
vigorosamente".
Y otra vez, acerca de los poderes milagrosos atribuídos a los testigos:
"Todo esto apunta al espíritu y al poder de Moisés, combinado con el de Elías. Y
sin duda, es en estas dos direcciones que tenemos que buscar los dos testigos, o
344
filas de testigos. El uno personifica la ley, el otro los profetas. El uno nos
recuerda al profeta a quien Dios levantaría como a Moisés; el otro, a Elías el
profeta, que vendría antes del día grande y terrible de Jehová".
Concordando completamente con estas observaciones, que expresan el problema
justamente, y hacen a un lado de manera concluyente cualquier interpretación
alegórica por incompatible con los claros requisitos del caso, procedemos ahora a
buscar los dos testigos de Cristo, que testificaron por su Señor y sellaron el
testimonio con su sangre, en Jerusalén, en los últimos días del sistema judío, y no
titubeamos en nombrar a Santiago y a Pedro como las personas indicadas.
1. Santiago
Como hecho real e histórico, sabemos que, en los últimos días de Jerusalén, vivió
en aquella ciudad un maestro cristiano eminente por su santidad, un fiel testigo
de Cristo, dotado con los dones de profecía y de milagros, que profetizaba
vestido de cilicio que selló su testimonio con su sangre, pues fue asesinado en las
calles de Jerusalén en los días finales de la comunidad judía. Este era "Santiago,
siervo de Dios, y del Señor Jesucristo".
Veamos cómo cumple este nombre los requisitos del problema. Es imposible
concebir una representación más adecuada de los antiguos profetas y de la ley de
Moisés que el apóstol Santiago. Es incuestionable que era un fiel testigo de
Cristo en Jerusalén. Su residencia habitual, si no su residencia fija, era allí: su
relación con la iglesia de Jerusalén hace esto casi seguro. Ningún hombre de
aquellos días tenía más derecho a ser llamado un Elías. No era un cortesano
untuoso, ni un profetizador de cosas buenas, sino un asceta en sus hábitos, severo
y osado en sus denuncias del pecado, un hombre cuyas rodillas tenían callos,
como los de un camello, a fuerza de mucha oración, cuya impávida integridad y
primitiva santidad le ganaron, aun en aquella malvada ciudad, el apelativo de el
Justo: ¿no era ésta la manera en que se conducía un hombre que "atormentaba a
los que moran en la tierra", y respondía a la descripción de un testigo de Cristo?
Todavía podemos escuchar el eco de aquellas severas reprimendas que
mortificaban a aquellos hombres orgullosos y codiciosos que "oprimían al obrero
en su salario", reprimendas que predecían la ira que vendría prontamente y que
ahora estaba tan cercana. "Aullad, oh ricos, por las miserias que os vendrán.
Habéis acumulado tesoros en los últimos días". ¿Quién puede con mayor
probabilidad ser nombrado uno de los testigos-profetas de los últimos días que
Santiago de Jerusalén, "el hermano del Señor"?
Concerniente al tiempo y la manera exactos del martirio de este testigo, puede
haber alguna duda, pero del hecho mismo, y de haber tenido lugar en la ciudad de
Jerusalén, no puede haber ninguna. En todo caso, hasta ahora, Santiago, en la
345
manera de su vida y de su muerte, responde con notable justeza a la descripción
de los testigos que se da en Apocalipsis.
Las siguientes observaciones del Dr. Schaff destacan vívidamente la vida y la
obra de Santiago de Jerusalén, y son extremadamente apropiadas al tema que se
discute.
"Había necesidad del ministerio de Santiago. Si alguno podía ganarse al pueblo
del antiguo pacto, era él. Complació a Dios poner un ejemplo tal de piedad del
Antiguo Testamento en su forma más pura entre los judíos para hacer la
conversión al evangelio, aun a la hora undécima, tan fácil para ellos como fuese
posible. Pero, cuando no quisieron escuchar la voz de este último mensajero de
paz, se agotó la medida de la divina paciencia, y se derramó el terrible juicio con
que por tanto tiempo habían sido amenazados. Y así se cumplió la misión de
Santiago. No habría de sobrevivir la destrucción de la Santa Ciudad y el templo.
Según Hegesipo, fue martirizado el año antes del suceso, es decir, en el 69 d. C.".
2. Pedro
346
1. Encontramos a Pedro como la persona más prominente en la fundación
original de la iglesia de Jerusalén el día dePentecostés.
4. Pedro fue delegado, junto con Juan, para visitar a los samaritanos convertidos
por la predicación de Felipe. Después de cumplir su misión, regresaron a
Jerusalén (Hechos 8:25).
5. Cuando Pedro fue llamado por revelación divina a Cesarea para predicar el
evangelio a Cornelio, encontramos que regresó de Cesarea a Jerusalén (Hechos
11:2).
7. Sobre la conversión de Pablo, se nos dice: "ni subí a Jerusalén a los que eran
apóstoles antes que yo" (Gál. 1:17). Lo cual implica que había apóstoles
residiendo en esa ciudad.
347
habiéndose nombrado a ningunos otros apóstoles como presentes. (Hechos 15:6-
22).
12. Que Pedro y Santiago tenían una relación oficial y reconocida con la iglesia
de Jerusalén es presumible por lo términos de la carta dirigida a las iglesias
gentiles en Antioquia, etc. Al documento se le titula "los decretos de los
apóstoles y ancianos que están en Jerusalén" [twn en Ierosolumoiz], dando a
entender su residencia fija allí. (Véase a Steiger acerca de 1 Pedro 5:31).
14. Deducimos que Pedro estaba asociado con Santiago en la iglesia de Jerusalén
por el hecho de que Pedro, cuando fue sacado de prisión milagrosamente, envió
un mensaje especial a Santiago y a los hermanos: "Haced saber esto a Jacobo y a
los hermanos" (Hechos 12:17).
15. Pedro (en 1 Pedro 5:13) envía una salutación de "su hijo Marcos". Si esto
quiere decir Juan apodado Marcos, como es lo más probable, sabemos que su
residencia estaba en Jerusalén, donde su madre tenía una casa. (Hechos 12:12).
17. Una comparación entre las epístolas de Santiago y Pedro muestra que ambas
estaban dirigidas a la misma clase de personas, es decir, los creyentes judíos de la
dispersión. (Santiago 1:1; 1 Pedro 1:1).
En relación con esta investigación, es muy sugerente encontrar a estos dos
apóstoles habitando en la misma ciudad, relacionadosoficialmente con la misma
iglesia, asociados en la misma obra,dirigiéndose a creyentes judíos en tierras
extranjeras, y dando testimonio de las mismas grandes verdades a edad avanzada,
casi al final de sus vidas, y en la víspera de aquella gran catástrofe que enterró la
ciudad, el templo, y la nación en una ruina común.
<>18. Finalmente, puede afirmarse que, ya sea que estas
probabilidades equivalgan o no a una demostración, no puede mencionarse
a nadie que responda más al carácter de un testigo de Cristo en los últimos días
de Jerusalén que Pedro. Por supuesto, rechazamos como no históricas e
inverosímiles las mentirosas leyendas de la tradición que le asignan un obispado
348
y un martirio en Roma. La impostura ha recibido sólo un tratamiento respetuoso
sólo a manos de críticos y comentaristas. Es más que tiempo de que sea
relegada al limbo de las fábulas, junto con otros fraudes piadosos de la misma
naturaleza. Creemos que ha sido probado que la residencia declarada de Pedro
era Jerusalén. Que vivió hasta el umbral de la revuelta y la guerra judías es
evidente por sus epístolas. Que sufrió una muerte de mártir lo sabemos por la
predicción de nuestro Señor; y en su caso podemos muy bien decir que se
aplicaría el proverbio: "No puede ser que un profeta perezca fuera de Jerusalén".
Al leer sus epístolas, y considerarlas como testimonio de uno de los dos testigos
apostólicos de Cristo en la ciudad condenada a muerte, se imparte un nuevo
énfasis a su misterioso pronunciamiento que anticipa su suerte y la de su país:
"Es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y si primero comienza
por nosotros ...". ¡Cuán espantosa la descripción de los tiempos malos y los
hombres malos, al contemplarlos en los últimos días, con sus propios ojos, en
Jerusalén! Aunque el último capítulo fuese el testimonio final del profeta-testigo
de la tierra y la ciudad culpables; el último clamor de advertencia antes de
que estallase la ardiente tormenta de venganza: "El día del Señor vendrá así
como ladrón en la noche", etc. (2 Pedro 3:10).
Ahora veamos hasta qué punto son cumplidos los requisitos de la descripción
apocalíptica por esta identificación de los dos testigos como Santiago y Pedro.
349
luces de Israel en sus días. Son dotados de poderes milagrosos, una característica
que no debe ser justificada, y que se aplicará sólo a testigos apostólicos. Han de
sellar su testimonio con su sangre, y hasta ahora encontramos que Santiago y a
Pedro cumplen perfectamente las condiciones del problema. Estamos seguros de
que ambos fueron mártires de Cristo, y que eso ocurrió en los últimos días de la
comunidad judía.
Con respecto al lugar en que fue derramada la sangre de Santiago, tenemos
evidencia histórica creíble de que fue en Jerusalén. Pero aquí la luz nos falla, y de
aquí en adelante nos vemos obligados a ir tanteando nuestro camino. De la
muerte de Pedro no tenemos ningún registro; pero el silencio mismo es
sugerente. Que las dos personas principales de la iglesia de Jerusalén cayeran
víctimas de un gobierno suspicaz, o de la furia del pueblo, en el momento en que
la revolución estaba a punto de estallar, o cuando ya hubiese estallado, es sólo
demasiado probable; que sus cadáveres yacieran insepultos concuerda con lo que
realmente ocurrió en muchos casos durante aquel terrible período de barbarismo
sin ley que precedió a la caída de Jerusalén: pero, aunque hemos avanzado hasta
este punto, no podemos avanzar más.
Los testigos martirizados se levantan nuevamente a la vida después de tres días y
medio; se ponen de pie, para consternación de sus enemigos y asesinos;
ascienden al cielo en una nube, a la vista de los que se regocijaban sobre sus
cadáveres. Si se nos pregunta: ¿Tuvo lugar este milagro con respecto a Santiago
y a Pedro, los testigos martirizados de Cristo?, sólo podemos responder: No lo
sabemos. No hay evidencia ni de lo uno ni de lo otro. Sólo sabemos que fue una
clara promesa de Cristo de que a su venida los santos vivos serían arrebatados
para encontrar al Señor en el aire. Si esto podría tener lugar a una gran escala de
decenas de miles, y cientos de miles, no es difícil suponer que podría tener lugar
en el caso de dos individuos. Si la ascensión de Cristo mismo es un hecho
creíble, no es fácil ver por qué la ascensión de sus dos testigos no puede ser
también un hecho literal.
Pero no dogmatizamos sobre el tema: los hechos están delante de nosotros, y
debe dejarse que hagan su propia impresión en la mente del lector. No parece
posible resolver el todo por medio de una alegoría. Donde ya hemos encontrado
tantos hechos sustanciales e historia creíble, parece inconsistente e irrazonable
sublimar la conclusión en una mera metáfora y un símbolo. Por lo tanto,
abandonamos el tema con esta sola observación: Por lo menos cuatro quintos de
la descripción de Apocalipsis se ajustan a la historia de Santiago y de Pedro, y
nadie puede alegar que el resto no puede ser igualmente apropiado.
Queda, sin embargo, una circunstancia a la cual no nos hemos referido, es decir,
el enemigo por el cual los testigos son muertos. Leemos en el ver. 7: "Cuando
hayan acabado su testimonio, la bestia que sube del abismo hará guerra contra
ellos, y los vencerá, y los matará". Esta es la primera mención de un ser que
350
ocupa un gran espacio en la parte subsiguiente del libro de Apocalipsis - "la
bestia que sube del abismo". Aquí es presentada prolépticamente, esto es, por
anticipación. Tendremos mucho que decir en la secuela con respecto a este ser
portentoso, y ahora sólo aludimos al tema para hacer notar el hecho de que,
cualquiera que sea el significado del símbolo, apunta a un poderoso y letal
antagonista de Cristo y su pueblo; y que a este monstruo se le atribuye la muerte
de los dos testigos.
La ascensión de los testigos martirizados al cielo es seguida inmediatamente por
un acto de juicio infligido a la ciudad culpable en la que su sangre fue derramada:
Cap. 11:13. "Y en la misma hora hubo un gran terremoto, y la décima parte de la
ciudad se derrumbó, y por el terremoto murieron en número de siete mil
hombres; y los demás se aterrorizaron, y dieron gloria al Dios del cielo".
Es difícil ver cómo puede considerarse esto como puramente simbólico. Es un
hecho notable que en Josefo encontramos un relato de un incidente que ocurrió
durante la guerra judía, que en muchos respectos guarda un notable parecido con
los sucesos descritos en este pasaje. En aquella ocasión fatal, cuando la fuerza
idumea fue traicioneramente admitida en la ciudad por los zelotes, tuvo lugar un
terrible terremoto, y en la misma noche fue perpetrada una gran matanza de los
habitantes de la ciudad por los bandidos. La afirmación de Josefo es como sigue:
"Durante la noche se desató una aterradora tormenta; soplaba el viento con
tempestuosa violencia, y la lluvia caía a torrentes; los relámpagos destellaban sin
interrupción, acompañados por horrísonos truenos, y la tierra que se estremecía
resonaba con poderosos mugidos. El universo, convulsionado hasta sus mismos
cimientos, parecía cargado con la destrucción de la humanidad, y era fácil
conjeturar que estos eran portentos de una calamidad nada trivial".
Aprovechando el pánico causado por el terremoto, los idumeos, que estaban
coaligados con los zelotes que ocupaban el templo, consiguieron entrar en la
ciudad, y se originó una terrible matanza. "El patio exterior del templo", dice
Josefo, "se inundó de sangre, y el día amaneció sobre ocho mil quinientos
cadáveres".
No citamos esto como cumplimiento del escenario de la visión, aunque puede ser
así, sino para mostrar cuánto se parecen los símbolos a los hechos históricos
reales.
Así termina la visión del sexto sello con estas impresionantes palabras: "El
segundo ay pasó; he aquí, el tercer ay viene pronto".
LA SÉPTIMA TROMPETA
351
La catástrofe de la visión de la trompeta
Cap. 11:15-19. "El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el
cielo, que decían: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de
su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos. Y los veinticuatro ancianos que
estaban sentados delante de Dios en sus tronos, se postraron sobre sus rostros, y
adoraron a Dios, diciendo: Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, el que
eres y que eras y que has de venir, porque has tomado tu gran poder, y has
reinado. Y se airaron las naciones, y tu ira ha venido, y el tiempo de juzgar a los
muertos, y de dar el galardón a tus siervos los profetas, a los santos, y a los que
temen tu nombre, a los pequeños y a los grandes, y de destruir a los que
destruyen la tierra. Y el templo de Dios fue abierto en el cielo, y el arca de su
pacto se veía en el templo. Y hubo relámpagos, voces, truenos, un terremoto y
grande granizo".
Ahora llegamos a la última de las visiones de las trompetas, y, como en todos los
otros casos, encontramos que la visión culmina en una catástrofe - un acto de
juicio infligido sobre los enemigos de Dios; y, por otro lado, el triunfo y la
felicidad de su pueblo. Nos da mucho gusto citar aquí las observaciones de Dean
Alford, que capta correctamente el plan y la estructura de las sucesivas visiones:
"Todo esto", dice, "crea un fuerte fundamento para inferir que las tres series de
visiones - los sellos, las trompetas, y las copas - no son continuas, sino que se
reanudan: en realidad, no pasan por el mismo terreno la una con la otra, ya sea en
el tiempo o en la ocurrencia, sino que cada una desarrolla algo que no estaba en
la anterior; y pone el rumbo de la providencia de Dios bajo una luz diferente. Es
verdad que los sellos incluyen las trompetas y las trompetas las copas; pero no es
en una mera sucesión temporal: la involución y la inclusión son mucho más
profundas", etc.
Esta es una importante admisión, y si el crítico erudito hubiese llevado el mismo
principio de reanudación a todas las visiones, habría prestado un valor diez veces
mayor a su exposición apocalíptica. El principio mismo está estampado tan
legiblemente en el libro que es maravilla cómo alguien puede dejar de verlo.
352
tiempo", o el fin de la dispensación judía [sunteleia tou aiwnoz], la resurrección,
y el juicio. La séptima trompeta es la señal de que "el fin" ha llegado, y que "el
misterio de Dios" está consumado; es, por lo tanto, el tiempo de la proclamación
de que el reino de Dios ha venido. El Mesías reina: "Ha puesto a todos sus
enemigos por estrado de sus pies".
Aquí podemos observar la singular consistencia y armonía entre representaciones
tan desvinculadas y ampliamente disímiles como las enseñanzas de Pablo y las
visiones de Apocalipsis. En el capítulo quince de la Primera Epístola a los
Corintios, Pablo, hablando de este mismo período, "el fin", y el sonido de la
última trompeta, da a entender que es el tiempo en que el reino de Dios vendrá, y
en que Cristo "entregará el reino a Dios Padre". Esta parece ser la misma
transacción representada en la escena delante de nosotros. El Mesías ha vencido;
ha suprimido todo reglamento, toda autoridad, y todo poder, es decir, el hostil y
maligno antagonismo judío que ha sido el encarnizado enemigo de su causa. Pero
ha conquistado el reino para que su Padre pueda ser supremo. En consecuencia,
el coro de ancianos delante del trono celebra la reanudación del reino por el
Padre, diciendo: "Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, que eres y que
eras, porque has tomado tu gran poder, y has reinado". Esta es una coincidencia
tan sutil, y, si se nos permite decirlo, tan sincera, que da la fuerza de la
demostración a los puntos de vista que han sido propuestos.
El siguiente resultado de la última trompeta es la declaración de que el tiempo del
juicio de los muertos ha llegado, trayendo recompensa al pueblo de Dios y
retribución a sus enemigos (ver. 18).
Hemos condensado aquí en unas breves oraciones la esencia de la escatología del
Nuevo Testamento. La ira de la cual a menudo se decía que vendría ahora
ha llegado. Es tiempo de juzgar a los muertos: lo que supone su resurrección; es
tiempo de vindicar a los mártires de Cristo, cuya protesta se oyó en Apoc. 6:9; es
tiempo de recompensar a todos los fieles, tanto grandes como pequeños; es
tiempo de retribuir a los enemigos de Cristo, los destructores de la tierra. En
realidad, la catástrofe entera representa un tiempo y un acto de juicio, el
escenario de ese juicio es la culpable tierra de Israel, y el tiempo es "el fin del
tiempo", la terminación de economía judía.
El versículo que acabamos de considerar está en notable correspondencia con
Salmos 2. "Las naciones se amotinan" es una alusión a "¿Por qué se aíran [eqnh]
las naciones?". Se les representa como en revuelta contra el rey de Sión, y se les
exhorta a someterse, no sea que Él se enoje, y que ellos perezcan en su ira. En la
visión, su ira ha llegado, y los destructores de la tierra perecen en esa ira. Sería
superfluo señalar cuán exactamente representa todo esto el juicio de los culpables
dirigentes y del culpable pueblo de Israel. La escena está localizada infinitamente
por la expresión thm ghn - es decir, "la tierra de Israel".
353
La representación simbólica en el último versículo (ver. 19) parece susceptible de
una explicación satisfactoria. En el momento mismo del destino fatal de
Jerusalén, cuando la ciudad y el templo perecen juntos; cuando todo el
ceremonial y el ritual de lo terrenal y lo transitorio son barridos, el templo de
Dios en el cielo se abre, y el arca de su pacto se ve en él. Esto es como decir que
lo local y lo temporal pasan, pero son sucedidos por lo celestial y lo eterno; lo
terrenal y figurativo es reemplazado por lo espiritual y lo verdadero. En esta
representación tenemos un excelente comentario sobre las palabras de la epístola
a los Hebreos. "Aún no se había manifestado el camino al Lugar Santísimo, entre
tanto que la primera parte del tabernáculo estuviese en pie". Pero no bien es
eliminada "la primera parte del tabernáculo" cuando se abre el templo en el cielo,
y hasta la sagrada arca del pacto, el santuario de la gloria y la presencia divina,
queda expuesta a los ojos de los hombres. El acceso al Lugar Santísimo ya no
está prohibido, y "tenemos libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la
sangre de Jesucristo".
La cuarta visión
Visión de las cuatro figuras místicas
Caps. 12, 13, 14
354
representaciones simbólicas. Son: 1. La mujer vestida de sol. 2. El gran dragón
bermejo. 3. El hijo varón. 4. La bestia que sube del mar. 5. La bestia que sube de
la tierra. 6. El Cordero en el monte de Sión. 7. El Hijo del hombre sobre la nube.
Por lo tanto, llamamos a esta visión la visión de las siete figuras místicas. Ocupa
los tres capítulos siguientes, 12, 13, 14. Es de la mayor importancia, para la
correcta interpretación de estas visiones apocalípticas, que tengamos presente con
firmeza los límites del área al cual quedamos restringidos por los términos del
libro. Es sólo un punto en el tiempo histórico y en el espacio geográfico - la
consumación de la era jud&iacuute;a. El teatro de la acción, y el mayor número
de personajes dramáticos, debe buscarse siempre en el punto central, donde está
el foco de interés - Jerusalén y Judea. Rara vez tenemmos que viajar más allá de
esta región, aunque a veces se introducen elementos más remotos, cuando tienen
una relación especial con el tema principal.
Cap. 12: 1,2. "Apareció en el cielo una gran señal: una mujer vestida del sol. con
luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas. Y
estando encinta, clamaba con dolores de parto, en la angustia del
alumbramiento".
Cap. 12:5. "Y ella dio a luz un hijo varón, que regirá con vara de hierro a todas
las naciones; y su hijo fue arrebatado para Dios y para su trono.
Hay otra objeción que es fatal para esta interpretación. Está fuera de los límites
que Apocalipsis mismo traza expresamente alrededor de su escenario y su tiempo
de acción. No está entre las cosas "que deben suceder pronto". Si fuésemos
retrotraídos para examinar representaciones simbólicas del nacimiento de Cristo,
no estaríamos sobre terreno apocalíptico. Abandonar este terreno es viajar fuera
355
del registro, dejar la tierra firme de los hechos históricos, y lanzarnos por el mar
sin orillas de la conjetura, sin brújula y sin estrella.
No tenemos dificultades, pues, para aceptar la opinión común de que la mujer
vestida del sol representa a la iglesia cristiana. Pero esta afirmación sola es muy
vaga. Es la iglesia perseguida, la iglesia apostólica, la iglesia de Judea, la que es
simbolizada aquí. Es decir, la iglesia hebreo-cristiana de los últimos días de la era
judía.
Los emblemas con los cuales está adornada la mujer no parecerán incongruentes
ni extravagantes si recordamos el lenguaje lenguaje con el que el profeta se dirige
a Israel: "Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehová
ha nacido sobre tí", etc. (Isa. 60). Que la iglesia apostólica resplandeciese como
el sol, que la luna estuviese bajo sus pies, sólo está en armonía con todo lo que se
dice en el Nuevo Testamento acerca de la dignidad y la gloria de la esposa de
Cristo.
Pero lo que identifica a la mujer en la visión como la iglesia hebreo-cristiana es
la corona de doce estrellas sobre su cabeza. De que esto es emblemático de las
doce tribus de los hijos de Israel parece no haber dudas; y por lo tanto, esto fija la
referencia de la visión en la iglesia de Judea.
Cap. 12: 3, 4. "También apareció otra señal en el cielo: he aquí un gran dragón
escarlata, que tenía siete cabezas y diez cuernos; y en sus cabezas siete diademas;
y su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo, y las arrojó sobre la
tierra. Y el dragón se paró frente a la mujer que estaba para dar a luz, a fin de
devorar a su hijo tan pronto como naciese".
No hay posibilidad de duda con respecto a la identidad de este símbolo. El
dragón es "aquella serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás" - el antiguo e
inveterado enemigo de Dios y de su pueblo. Se le representa como poseedor de
vasta autoridad y vasto poder, teniendo "siete cabezas y diez cuernos, y en sus
cabezas siete diademas", porque es "el dios de este mundo", "el príncipe de las
potencias de los aires", "el acusador de los hermanos", "el engañador del mundo
entero". Este maligno enemigo de la causa de Cristo está listo a devorar el hijo
que la mujer está a punto de dar a luz.
3. El hijo varón
Cap. 12: 5. "Y ella dio a luz un hijo varón, que regirá con vara de hierro a todas
las naciones; y su hijo fue arrebatado para Dios y para su trono".
356
Alford afirma que "el hijo varón es el Señor Jesucristo, y no ningún otro". Dice
además que "las exigencias de este pasaje requieren que el nacimiento se
entienda literal e históricamente, como el nacimiento que todos los cristianos
conocen". Y sin embargo, sostiene que la madre es "la iglesia"; que "no es
posible que se quiera dar a entender la bienaventurada virgen". Estas dos
suposiciones son incompatibles, y se destruyen mutuamente. A primera vista, sí
parece natural suponer que se quiere significar a Cristo, pero una consideración
ulterior mostrará que no puede ser así. Nunca se dice que la iglesia es la madre de
Cristo, ni que Cristo es el hijo de la iglesia. La iglesia es la novia, la esposa, el
cuerpo, la casa de Cristo, pero nunca la madre. Cristo es el Rey, la Cabeza, el
Esposo de la iglesia, pero nunca el hijo o el niño. Él es el Hijo de Dios, y el Hijo
del hombre; pero nunca el hijo de la iglesia. En una figura así, habría una
incongruencia y una impropiedad que repugnan al sentido de lo correcto.
357
Cap. 12:6. "Y la mujer huyó al desierto, donde tiene lugar preparado por Dios,
para que allí la sustenten por mil doscientos sesenta días".
Esta es una anticipación de la declaración más plena que se encuentra en los
versículos 13-16, donde se nos dice que "se le dieron a la mujer las dos alas de la
gran águila, para que volase de delante de la serpiente al desierto, a su lugar,
donde es sustentada por un tiempo, y tiempos, y la mitad de un tiempo".
358
iglesia, a los que se hace referencia en el versículo 11, los que, "aunque
condenados por los hombres en la carne, fueron justificados y coronados por
Dios con la vida eterna en sus espíritus" (1 Pedro 4:6), nosostros no lo
decidiremos, aunque creemos que es probable. Sin embargo, la madre iglesia,
aunque despojada de su primogénito, todavía es perseguida por el dragón. Nunca
fue la persecución más encarnizada que durante el período en que ocurrió la
revuelta judía y apareció el ejército de Roma ante de las puertas de Jerusalén.
Advertida por Dios, la iglesia de Jerusalén abandonó la ciudad, y huyó, como en
alas de águilas, al desierto, más allá del Jordán, donde encontró un refugio seguro
durante la guerra y el sitio. Frustrado en su intento por aplastar la causa de Cristo
en Jerusalén, el dragón desahoga su ira descargando una inundación de furia
maligna sobre los cristianos fugitivos - lo que, sin embargo, no les hace daño - y
luego se vuelve a importunar y perseguuir "el resto de la descendencia de ella", o
sea, los discípulos en otras partes de la tierra o del país.
Si se dijera que hay una incongruencia al representar a los perseguidos cristianos
de la iglesia de Jerusalén con la doble figura de la mujer y el hijo varón, uno de
los cuales es arrebatado al cielo, mientras que el otro huye a refugiarse en el
desierto, respondemos que es una incongruencia inseparable del uso de tales
símbolos. Sión y sus hijos en la profecía de Isaías son virtualmente idénticos; y lo
mismo sucede con la mujer y el hijo varón. Hablamos de Inglaterra y su pueblo
cuando en realidad queremos decir lo mismo con ambas expresiones; y sería una
crítica exageradamente exigente la que objetara un lenguaje tal, lo cual, si no es
lógicamente correcto, añade mucho al efecto dramático y poético de la
descripción.
Aunque se siente bastante perplejo por la interpretación de la visión en general,
Alford opina a favor de nuestra explicación de una parte muy importante de los
símbolos. Estas son sus palabras:
"Creo que, considerando las analogías y el lenguaje usados, estoy mucho más
dispuesto a interpretar la persecución de la mujer por el dragón como las varias
persecuciones por parte de los judíos, interpretaciones que siguieron a la
ascensión, y su huida al desierto como la retirada gradual de la iglesia y sus
seguidores en Jerusalén y Judea, una retirada consumada finalmente en la huida a
las montañas durante el sitio que se acercaba, comandados por nuestro Señor
mismo".
Es extraño que, habiendo encontrado un hecho histórico que correspondía tan
bien al símbolo, el crítico no buscara más en la misma dirección, lo que sin duda
habría resultado en una luminosa exposición del todo; pero es alejado por el
fuego fatuo de un compendio de historia universal de la iglesia en Apocalipsis,
ignorando inexplicablemente las expresas afirmaciones del libro mismo con
referencia al período muy restringido dentro del cual debían cumplirse sus
visiones.
359
Ahora llegamos al conflicto entre el dragón y el campeón que aparece para
defender a la mujer perseguida:
Cap. 12:7-9. "Después hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles
luchaban contra el dragón; y luchaban el dragón y sus ángeles; pero no
prevalecieron, ni se halló ya lugar para ellos en el cielo. Y fue lanzado fuera el
gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al
mundo entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él".
No parece que este suceso - el conflicto entre Miguel y el dragón - fuera
representado para el vidente en visión. No es introducido con la fórmula usual en
estos casos: "Y miré, y he aquí" [eidon kai idou], sino relatado en el estilo de un
historiador. Tampoco se nos informa ni del tiempo ni la ocasión del conflicto que
tuvo lugar. En realidad, todo el suceso es misterioso, y está fuera del ámbito de
las cosas terrenales; el escenario de él es "en el cielo"; los combatientes son seres
espirituales - "principados y potestades en lugares celestiales"; aunque es
razonable suponer que el acontecimiento tiene íntima relación con la historia del
período apocalíptico que es el sujeto de la visión. Evidentemente, se introduce
para explicar la intensa hostilidad del dragón contra la iglesia de Cristo; y esta
circunstancia parece dar a entender que la expulsión de Satanás a la que se alude
aquí tuvo lugar poco antes de que estallara la persecución contra los cristianos.
Es importante recordar que "Miguel" está identificado, con toda probabilidad,
con el Hijo de Dios. El lector es referido a la prueba satisfactoria de su identidad
aducida por Hengstenberg.
No debemos concebir este conflicto como de fuerza física, como las batallas de
Milton en "El Paraíso Perdido", sino más bien como una victoria moral y
espiritual de la verdad sobre el error, de la luz sobre las tinieblas, del evangelio
sobre el pecado y la incredulidad. Hay probablemente una íntima relación entre
la expulsión de Satanás a la que se hace referencia aquí y las palabras de nuestro
Señor a sus discípulos cuando volvieron con su informe de su exitosa misión
como evangelistas: "Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo" (Luc. 10:18);
y nuevamente: "Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este
mundo será echado fuera" (Juan 12:31); y otra vez: "Para esto apareció el Hijo de
Dios, para deshacer las obras del diablo" (1 Juan 3:8). Traducidos los símbolos al
lenguaje común, parecen significar que el progreso del cristianismo en el país
despertó la hostilidad de Satanás y sus emisarios, y condujo a una persecución
más activa de los discípulos de Cristo.
La victoria de Miguel y sus ángeles es celebrada con una triunfal proclamación
en el cielo, lo cual sí cae dentro de la esfera de la visión.
Cap. 12:10,11. "Entonces oí una gran voz en el cielo que decía: Ahora ha venido
la salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo;
360
porque ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, el que los
acusaba delante de nuestro Dios día y noche".
En todo esto tenemos la expresión de la verdad general de que, en el largo y
mortal conflicto con la enemistad judía, intensificada por la maldad satánica,
Cristo luchó a favor de sus perseguidos discípulos y frustró los ataques de sus
adversarios. Cuán claramente reconocía Pablo la presencia y la actividad de un
poder infernal en la maligna hostilidad que se oponía al evangelio puede verse en
sus notables palabras: "No luchamos contra sangre y carne, sino contra
principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este
siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes" (Efe. 6:12).
Despojada de sus imágenes simbóicas, la visión muestra que los esfuerzos de
Satanás para aplastar la verdad de Dios fueron frustrados y derrotados, y sólo
condujeron a un triunfo más señalado y decisivo del reino de Cristo.
Satanás, frustrado de su presa y sabiendo que "sólo le queda poco tiempo" porque
la consumación está ahora muy, muy cercana, se va, como hemos visto, a hacer
guerra contra el resto de la descendencia de la mujer, "los que guardan los
mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesús" (ver. 17).
4. La primera bestia
Cap. 13:1-10. "Me paré sobre la arena del mar, y vi subir del mar una bestia que
tenía siete cabezas y diez cuernos; y en sus cuernos diez diademas; y sobre sus
cabezas, un nombre blasfemo. Y la bestia que vi era semejante a un leopardo, y
sus pies como de oso, y su boca como boca de león. Y el dragón le dio su poder y
su trono, y grande autoridad. Vi una de sus cabezas como herida de muerte, pero
su herida mortal fue sanada; y se maravilló toda la tierra en pos de la bestia, y
adoraron al dragón que había dado autoridad a la bestia, y adoraron a la bestia,
diciendo: ¿Quién como la bestia, y quién podrá luchar contra ella? También se le
dio boca que hablaba grandes cosas y blasfemias; y se le dio autoridad para
actuar cuarenta y dos meses. Y abrió su boca en blasfemias contra Dios, para
blasfemar de su nombre, de su tabernáculo, y de los que moran en el cielo. Y se
le permitió hacer guerra contra los santos, y vencerlos. También se le dio
autoridad sobre toda tribu, pueblo, lengua, y nación. Y la adoraron todos los
moradores de la tierra cuyos nombres no estaban escritos en el libro de la vida
del Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo. Si alguno tiene oído,
oiga. Si alguno lleva en cautividad, va en cautividad; si alguno mata a espada, a
espada debe ser muerto. Aquí está la paciencia y la fe de los santos".
Ahora entramos en una investigación llena de interés, pero también llena de
dificultades, si bien esas dificultades son mitigadas grandemente por los límites
conocidos del área dentro de la cual están restringidas, y donde debemos buscar
361
el personaje que ahora es introducido en escena, y que juega un papel tan
importante en la continuación.
Ahora se admite que la verdadera lectura del primer versículo es estaqh [él se
paró], es decir, el dragón. Esto no carece de importancia. El dragón, frustrado en
su intento de destruir a la mujer y a su simiente, se instala sobre la arena del mar,
buscando con los ojos a un poderoso auxiliar para alistarlo a su servicio.
No tarda mucho éste en aparecer. Se ve salir del mar a un portentoso monstruo.
Se le designa como qhrion [una bestia salvaje], que ya se ha mencionado por
anticipación en el cap. 11:7. La descripción de este monstruo es muy minuciosa,
de modo que debería ser fácil su identificación. Observemos los detalles de la
descripción.
1. La bestia sale del mar.
2. Tiene siete cabezas, diez cuernos, y diez diademas sobre sus
cuernos.
3. Sobre sus cuernos tiene nombres blasfemos.
4. Reúne las características de todas las bestias vistas por Daniel (cap.
7).
5. El dragón delega poder en ella.
6. Una de sus cabezas es herida de muerte; pero la herida mortal es
sanada.
7. Recibe el homenaje del mundo entero.
8. Se le rinden honores divinos.
9. Blasfema contra Dios, y hace guerra contra los santos.
10. La duración de su poder se limita a cuarenta y dos meses.
11. Su número es "número de hombre", y que es "seiscientos sesenta y
seis". (En el capítulo 17 se añaden otros detalles, que completan la
descripción de la bestia, aunque hay que confesar que no tienden a
facilitar el descubrimiento de su identidad).
12. Era, y no es, y será (cap. 17:8).
13. Asciende del abismo, y va a perdición (cap. 17:8).
14. Es un rey: uno de siete, y también el octavo (cap. 17:11).
Sería extraño que un número como éste, de marcadas y peculiares características,
fuese aplicable a más de un individuo, o que un individuo así fuese tan oscuro
que no pudiera ser reconocido en seguida. Tiene que ser buscado entre los
grandes de la tierra; tiene que ser el primero en sus días, el observado de entre
todos los observadores; debe ocupar el trono más encumbrado y gobernar el
imperio más poderoso. Además, su período es fijo: ocurre en los últimos días del
sistema judío, cerca de la catástrofe final. El misterio es revelado hasta por su
propia solución. Esta bestia portentosa, este potentado del mundo, este ministro
362
plenipotenciario de Satanás, no puede ser otro que el amo del mundo, el
Emperador de Roma, "el hombre de pecado" - NERÓN.
2. La expresión "surge del mar" probablemente quiere decir que la bestia es una
potencia extranjera. Debemos considerarla desde un punto de vista judío; y en
Judea, Nerón sería, por supuesto, un soberano de más allá del mar.
3. Las siete cabezas y los diez cuernos coronados de la bestia son los símbolos
de su poder plenario y dominio universal.
7. El que una de sus cabezas fuese herida de muerte implica el violento fin del
individuo simbolizado por la bestia.
9. La historia nos cuenta que Nerón fue el primero de los emperadores que
persiguió a los cristianos.
364
en la suposición de que una tal nota de identidad, que personificaba la creencia
general, podría emplearse como se emplea en la visión; en todo caso, ninguna
otra explicación proporciona una solución tan razonable y satisfactoria del
problema.
El número de la bestia
N= 50 Q = 100
R = 200 S = 60
W = 6 R = 200
N = 50
306 +360 = 666.
Aquí hay, pues, un número que expresa un nombre; el nombre de un hombre, del
hombre que, de entre todos los que entonces vivían, merecía mejor ser llamado
una bestia: el cabeza del imperio, el amo del mundo; que reclamaba para sí el
título de dios, que recibía honores divinos, que perseguía a los santos del
Altísimo; en suma, que respondía en todos los detalles a la descripción de la
visión apocalíptica. Si se preguntase: ¿Por qué envolvería el profeta su
significado en enigmas? ¿Por qué no nombraría expresamente al individuo al que
se refería? Primero, Apocalipsis es un libro de símbolos: todo en él se expresa en
imágenes, que necesitan ser traducidas al lenguaje corriente. Pero, en segundo
lugar, no sería seguro hablar más claramente. Expresar abiertamente el nombre
del tirano, después de describirle y designarle de la manera expresada en
Apocalipsis, habría sido precipitado e imprudente en extremo. Como Pablo
cuando describió al "hombre de pecado", Juan vela su significado bajo un disfraz,
que los paganos griegos o romanos no discernirían, pero que los instruídos
cristianos de Judea o de Asia Menor entenderían en seguida.
Es una fuerte confirmación de la exactitud de esta interpretación el hecho de que
tenemos otra enigmática descripción del mismo personaje de la mano de Pablo.
Ya hemos visto la prueba de que "el hombre de pecado" bosquejado en 1 Tes. 2
366
no es otro que Nerón, y la comparación de los dos retratos muestra cuán notable
es la semejanza entre uno y otro y con el original. Esta correspondencia no puede
ser meramente una curiosa coincidencia; sólo puede explicarse con la suposición
de que ambos apóstoles tenían en mente al mismo individuo.
5. La segunda bestia
Cap. 13:11-17. "Después vi otra bestia que subía de la tierra; y tenía dos cuernos
semejantes a los de un cordero, pero hablaba como dragón. Y ejerce toda la
autoridad de la primera bestia en presencia de ella, y hace que la tierra y los
moradores de ella adoren a la primera bestia, cuya herida mortal fue sanada.
También hace grandes señales, de tal manera que aun hace descender fuego del
cielo a la tierra delante de los hombres. Y engaña a los moradores de la tierra con
las señales que se le ha permitido hacer en presencia de la bestia, mandando a los
moradores de la tierra que le hagan imagen a la bestia que tiene la herida de
espada y vivió. Y se le permitió infundir aliento a la imagen de la bestia, para que
la imagen hablase e hiciese matar a todo el que no la adorase. Y hacía que a
todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, se les pusiese una
marca en la mano derecha, o en la frente; y que ninguno pudiese comprar ni
vender, sino el que tuviese la marca o el nombre de la bestia, o el número de su
nombre".
Si nuestras conclusiones con respecto a la identidad de la primera bestia son
correctas, no debería ser difícil descubrir a quién se alude con la segunda bestia.
Se observará que, en muchos respectos, hay una fuerte semejanza entre ellas: son
de la misma naturaleza, aunque una es suprema y la otra es subordinada; pero
también hay puntos de diferencia. Será correcto, sin embargo, en este caso
también, considerar juntas las varias características particulares que ayudan a
identificar al individuo que se tiene en mente.
1. La segunda bestia surge de la tierra.
2. Sólo tiene dos cuernos, y son como los de un cordero.
3. Habla como dragón.
4. Está investida de la autoridad delegada por la primera bestia.
5. Obliga a los hombres a rendir homenaje, o culto, a la bestia.
6. Pretende ejercer poderes milagrosos.
7. Gobierna con fuerza y crueldad tiránicas.
8. Excluye de los derechos civiles a todos los que rehusan rendir
abyecta sumisión a la bestia.
Al examinar estas características, se hace perfectamente claro que tenemos que
buscar el antitipo para esta figura simbólica en un hombre de carácter similar al
367
del mismo monstruo Nerón. Evidentemente, él es el alter ego del emperador,
aunque sus proporciones ocurren en menor escala.
1. El hecho de que surja de la tierra, mientras que la primera bestia surge del
mar, denota que la segunda bestia es una autoridad local, que gobierna a Judea,
mientras que la otra es una potencia extranjera.
2. El hecho de que tenga dos cuernos como los de un cordero, mientras que la
primera bestia tiene diez, denota que su esfera de gobierno es pequeña, y que su
poder es limitado en comparación con el otro.
Hay dos nombres que pueden competir entre sí por la mala pre-eminencia del
original de esta descripción de la segunda bestia - Albino y Gessio Floro. Cada
uno de ellos fue un monstruo de tiranía y crueldad, pero el último lo fue más que
primero. Antes de que Gesio Floro llegara al puesto, los judíos tenían a Albino
por el peor gobernador que jamás les había pisoteado con su opresión. Después
de que llegó Gesio Floro, consideraron a Albino un hombre casi virtuoso en
comparación. Floro fue un bellaco digno de estar al lado de Nerón: un esclavo
digno de tal amo.
En las páginas de Josefo, el lector encontrará la historia del enorme e increíble
libertinaje, el fraude, la traición, y la tiranía de este último, y el peor, de todos los
gobernadores que representaron la autoridad imperial en Judea, y verá cómo el
historiador sigue el rastro de la mala administración de este hombre tristemente
famoso hasta llegar a la ruina que descendió sobre la nación. Fue esta opresión
intolerable y draconiana lo que acicateó a los infelices judíos hasta llevarles a la
rebelión, y fue la causa inmediata de la guerra que terminó en la completa
destrucción de Jerusalén y de su pueblo. En realidad, Josefo no ha preservado
todos los hechos. Si los tuviésemos, sin duda ilustrarían vívidamente todos los
detalles del retrato apocalíptico de la segunda bestia. Pero apenas si los
necesitamos. La fuerza, el fraude, la crueldad, la impostura, la tiranía, son
atributos que con demasiada certidumbre podrían aplicarse a un procurador como
Floro. Quizás los rasgos más difíciles de verificar son los que se relacionan con
368
el cumplimiento obligatorio del homenaje a la estatua del emperador y la
asunción de pretensiones milagrosas. Pero, aún aquí, todo lo que sabemos está a
favor de que la descripción es correcta al pie de la letra. Dean Milman observa:
"La imagen de la bestia es claramente la estatua del emperador", y añade: "La
prueba a la que eran sometidos los mártires era adorar al emperador, ofrecer
incienso ante su estatua, e invocar a los dioses". (Véase Review of Newman´s
Development of Christian Doctrine).
Las observaciones de Dean Alford también merecen ser notadas:
"Ahora el vidente describe los hechos que la historia justifica para nosotros en su
cumplimiento literal. La imagen de César, que los hombres eran obligados a
adorar, estaba por todas partes: era delante de ésta que los mártires cristianos eran
puestos a prueba, y ejecutados si rehusaban el acto de adoración ...
"Si se dice, como objeción a esto, que no es una imagen del emperador, sino de la
bestia misma de la que se habla, la respuesta es muy sencilla: El vidente mismo,
en el cap. 17:11, no vacila en identificar a uno de los "siete reyes" con la bestia
misma, así que podemos suponer correctamente que la imagen de la bestia, por el
momento, sería la imagen del emperador reinante".
Al mismo efecto son las siguientes observaciones de Dean Howson, que son
tanto más notables cuanto que fueron escritos sin ninguna referencia al pasaje
que tenemos delante:
"La imagen del emperador era en aquel tiempo [bajo el Imperio] objeto de
reverencia religiosa: él era una deidad en la tierra ('Das aequa potestas' -- Juv.
4.71), y la adoración rendida a él era verdadera. Es notable que, en aquellos
tiempos (haciendo a un lado formas decadentes de religión), los únicos dos cultos
genuinos en el mundo civilizado eran la adoración a Tiberio o a Nerón, por un
lado, y la adoración a Cristo, por la otra".
Ahora estamos en condiciones de pedir el veredicto de toda mente honesta y
judicial sobre la cuestión de la identidad que se ha argumentado, así como
completa congruencia y correspondencia en todos los puntos entre los símbolos
de la visión y los personajes históricos a los cuales ellos representan, en nuestra
opinión. El tiempo, el lugar, el escenario, las circunstancias, y los personajes
dramáticos, todos concuerdan con los requisitos del Apocalipsis. Es la víspera de
la gran catástrofe, la ruina final del sistema judaico. La predicha persecución del
pueblo de Dios, que habría de iniciar el fin, ha estallado. Un terrible triunvirato
del mal se ha coligado contra Cristo y su causa. El dragón, la bestia que sube del
mar, y la bestia que sube de la tierra - Satanás, el emperador, y el procurador
romano están en hostilidad activa contra "la mujer y el resto de la descendencia
de ella". Su tiempo, sin embargo, es corto; la hora de la retribución ha llegado; y
369
la siguiente escena revela al campeón y vengador de los fieles, y muestra la
seguridad y la bienaventuranza de su pueblo.
Cap. 14:1-13. "Después miré, y he aquí el Cordero estaba en pie sobre el monte
de Sión, y con él ciento cuarenta y cuatro mil, que tenían el nombre de él y el de
su Padre escrito en la frente". Etc.
Esta porción de la visión apenas requiere intérprete; habla por sí misma. Hay un
agudo contraste entre la bestia que gobierna como vice-regente del dragón y el
Cordero que gobierna en nombre de su Padre. No puede haber ninguna duda de
que los ciento cuarenta y cuatro mil que tienen el nombre de Cristo y el del Padre
inscrito en sus frentes son idénticos a los ciento cuarenta y cuatro mil de todas las
tribus de los hijos de Israel que tienen el sello de Dios en sus frentes, y a los
cuales se alude en el capítulo 7. Son los elegidos de la iglesia hebreo-cristiana de
Judea, posiblemente de Jerusalén, y están representados como de pie con el
Cordero sobre el Monte de Sión, redimidos, triunfantes, glorificados; ya no están
expuestos al peligro y a la muerte, sino reunidos en el redil del Gran Pastor. Por
supuesto, la representación es proléptica - una anticipación de lo que ahora era
inminente; de hecho, una repetición de la gloriosa escena descrita en el cap. 7:9-
17. ¿Es posible creer que el autor de la Epístola a los Hebreos no tuviera en
mente esta visión cuando escribió aquel noble pasaje: "Os habéis acercado al
monte de Sión, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial", etc.? Los puntos
de semejanza son tan marcados y tan numerosos que no pueden ser accidentales.
La escena es la misma: el monte de Sión; los mismos personajes dramáticos; "la
congregación de los primogénitos, que están inscritos en el cielo", que
corresponde a los ciento cuarenta y cuatro mil que tienen el sello de Dios. En la
epístola se les llama "la congregación de los primogénitos"; la visión explica el
título: son "las primicias para Dios y para el Cordero"; los primeros conversos a
la fe de Cristo en la tierra de Judea. En la epístola se les designa como "los
espíritus de los justos hechos perfectos"; en la visión son "los que no se
contaminaron con mujeres, pues son vírgenes; en sus bocas no fue hallada
mentira, pues son sin mancha delante del trono de Dios". Tanto en la visión como
en la epístola, encontramos "la innumerable compañía de los ángeles" y "el
Cordero", por medio de quien se obtuvo la redención. Resumiendo, queda más
allá de toda duda razonable que, puesto que no puede suponerse que el autor de
Apocalipsis haya tomado su descripción de la epístola, el autor de la epístola
debe haber derivado sus ideas y sus imágenes de Apocalipsis.
370
vidente contempla a tres ángeles volando en sucesión a través de su campo
visual, llevando cada uno un anuncio de la catástrofe que se aproxima. El
primero, encargado de proclamar el evangelio eterno, en primera instancia a los
que moran en la tierra, y después a toda nación, y tribu, y lengua, y pueblo,
exclama en alta voz: "Temed a Dios, y dadle honra; porque la hora de su juicio es
venida" (ver. 7). Aquí hay una alusión manifiesta al hecho predicho por el Señor
de que, antes de la llegada del "fin", el evangelio del reino sería predicado
primero en todo el mundo [oikonmenh] "por testimonio a todas las naciones"
(Mat. 24:14). Este símbolo, pues, indica la cercana aproximación de la catástrofe
de Jerusalén - la llegada de la hora del juicio de Israel.
Un segundo ángel le sigue rápidamente, y proclama la caída de Babilonia, como
si ya hubiese tenido lugar, diciendo: "Ha caído, ha caído Babilonia, la gran
ciudad, porque ha hecho beber a todas las naciones del vino del furor de su
fornicación". Esta es claramente otra declaración de la misma catástrofe
inminente, sólo que indica más claramente la sentencia de muerte de la ciudad
culpable - el gran criminal a punto de ser llevado a juicio. Tendremos ocasión de
discutir la identidad de la gran ciudad que aquí y en otros lugares es designada
como Babilonia.
Le sigue un tercer mensajero, que denuncia, con terrible lenguaje, la ira de Dios
sobre todos los adoradores de ídolos:
Cap. 14:9-11. "Si alguno adora a la bestia y a su imagen, y recibe la marca en su
frente o en su mano, él también beberá del vino de la ira de Dios, que ha sido
vaciado puro en el cáliz de su ira; y será atormentado con fuego y azufre delante
de los santos ángeles y del Cordero", etc.
En agudo contraste con estas palabras está el mensaje que un ser celestial trae a
los fieles discípulos de Cristo "que guardan los mandamientos de Dios y tienen la
fe de Jesús".
Cap. 14:13. "Oí una voz que desde el cielo me decía: Escribe: Bienaventurados
de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu,
descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen".
Todo esto indica claramente la cercana aproximación de la catástrofe final. Hay,
sin embargo, una expresión en la última cita que requiere una explicación, es
decir, el anuncio con respecto a la bienaventuranza de los muertos que mueren en
el Señor de aquí en adelante. Este "de aquí en adelante" [ap arti] es la palabra
enfática en la oración, y debe tener un significado importante. No es simplemente
que los muertos en Cristo están seguros y felices, sino que, desde y después de
cierto período específico, una peculiar bienaventuranza les pertenece a todos los
que de aquí en adelante mueren en el Señor.
Cap. 14:14-20. "Miré, y he aquí una nube blanca; y sobre la nube uno sentado
semejante al Hijo del Hombre, que tenía en la cabeza una corona de oro, y en la
mano una hoz aguda. Y del templo salió otro ángel, clamando a gran voz al que
estaba sentado sobre la nube: Mete tu hoz, y siega; porque la hora de segar ha
llegado, pues la mies de la tierra está madura. Y el que estaba sentado sobre la
nube metió su hoz en la tierra, y la tierra fue segada.
"Salió otro ángel del templo que está en el cielo, teniendo también una hoz
aguda. Y salió del altar otro ángel, que tenía poder sobre el fuego, y llamó a gran
voz al que tenía la voz aguda, diciendo: Mete tu hoz aguda, y vendimia los
racimos de la tierra, porque sus uvas están maduras. Y el ángel arrojó su hoz en
la tierra, y vendimió la viña de la tierra, y echó las uvas en el gran lagar de la ira
de Dios. Y fue pisado el lagar fuera de la ciudad, y del lagar salió sangre hasta
los frenos de los caballos, por mil seiscientos estadios".
372
catástrofe del todo. Ni quedamos chasqueados; porque nada puede estar marcado
más claramente que la catástrofe bajo este símbolo, siendo la interpretación tan
evidente en sí misma que difícilmente podría malinterpretarse.
373
sangre como el que fue derramado en la guerra de exterminio de Vespasiano y de
Tito? La carnicería, como la relata Josefo, supera todo lo registrado en los anales
de la guerra. Jerusalén, y sus hijos dentro de ella, fueron pisados en el gran lagar
de la ira de Dios. Entonces se cumplieron las palabras del profeta Jeremías:
"Como lagar ha hollado el Señor a la virgen hija de Judá" (Lam. 1:15). Hay
hechos, así como símbolos, en la horrorosa escena que representa la caballería
invasora como nadando en sangre hasta los frenos de los caballos; y hay
probablemente una alusión a la extensión geográfica de Palestina en los "mil
seiscientos estadios", así que podemos considerar la descripción simbólica como
equivalente a la afirmación de que, desde un extremo hasta el otro, el territorio
estaba inundado de sangre.
En todo esto, la profecía y la historia encajan la una en la otra como la cerradura
y la llave; y si no tuviésemos el testimonio de un testigo, a quien ciertamente no
le interesaba exagerar la ruina de su pueblo ni difamar su carácter, apenas se
podría creer que estos símbolos no estaban sobrecargados. Pero nadie puede leer
aquella trágica historia sin reconocer allí las transacciones que aquí están escritas
en símbolos, y que atestiguan ampliamente la realidad y la verdad de la profecía.
LA QUINTA VISIÓN
Cap. 15:1. "Vi en el cielo otra señal, grande y admirable: siete ángeles que tenían
las siete plagas postreras; porque en ellas se consumaba la ira de Dios".
Como la primera, la segunda, y la tercera, esta visión comienza con un prólogo o
preámbulo. La escena está puesta en el cielo, donde el vidente contempla a siete
ángeles, encargados de infligir las siete plagas, que son llamadas las postreras,
consumando el derramamiento de la ira divina sobre la nación culpable. Las
imágenes de esta escena introductoria están concebidas en un estilo de la más alta
sublimidad. Lo siete ministros de la venganza reciben de uno de los seres
vivientes, o querubines, siete copas de oro llenas de la ira de Dios, y se les
374
encomienda iniciar en seguida la ejecución de su misión, que es derramar sus
copas sobre la tierra [thn ghn].
Se verá en seguida que hay una marcada correspondencia entre la visión de las
siete copas y la de las siete trompetas. Las copas, que son, real y simplemente,
una repetición y un compendio de las trompetas, siguen el mismo orden y
asumen sustancialmente la misma forma. Es verdad que hay circunstancias
adicionales introducidas en la visión de las siete copas, pero la semejanza entre
las dos visiones es todavía tan impresionante que fuerza en la mente la
convicción de que ambas se refieren a los mismos sucesos históricos.
375
del libro hace completamente absurda la idea de pobreza de invención, o
repetición, con propósitos de relleno. Más probable es la explicación de que la
visión de las copas se introduce, no sólo para reafirmar los juicios que están a
punto de caer sobre la tierra, sino especialmente para preparar el camino para
introducir al gran criminal, cuya hora del juicio ha llegado. La última de las siete
copas representa a Babilonia la grande viniendo en memoria delante de Dios;
pero, en la catástrofe de la visión, su juicio es suspendido, porque debe formar el
material de una visión separada, es decir, la sexta.
Ahora es apropiado pasar revista brevemente a las sucesivas copas de los siete
ángeles.
Como las cuatro primeras trompetas, las cuatro primeras copas (cap. 16:2-9)
afectan al mundo natural - la tierra, el mar, los ríos, el sol. Todos ellos son
trastornados y atacados por plagas - el armazón de la naturaleza queda
descoyuntado, y la creación inanimada se enferma y gime a causa de la maldad
de los hombres. Puede decirse que ésta es una figura de lenguaje, aunque hay
suficientes en la Escritura; es imposible decir hasta dónde expresa hechos
históricos, pero es notable que el lenguaje de nuestro Señor, al hablar de este
mismo período, se acerca mucho a los símbolos del Apocalipsis: "Habrá señales
en el sol, en la luna, y las estrellas; y en la tierra angustia de las gentes,
confundidas a causa del bramido del mar y de las olas, desfalleciendo los
hombres por el temor y la expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra;
porque las potencias de los cielos serán conmovidas" (Luc. 21:25,26). Si hemos
de confiar en el testimonio de Josefo, la destrucción de Jerusalén fue precedida
por portentos de lo más alarmante. Debe observarse que el área afectada por estas
plagas es "la tierra", esto es, Judea, la escena de la tragedia. El carácter local y
nacional de las transacciones representadas en la visión se destaca claramente en
el ver. 6. Cuando el tercer ángel convierte los ríos en sangre, se oye al ángel de
las aguas reconocer la justicia retributiva de esta plaga: "Por cuanto derramaron
la sangre de los santos y de los profetas, también tú les has dado a beber sangre;
pues lo merecen". Este "matar a los profetas" fue el pecado mismo de Israel, y de
Jerusalén, y no hay ninguna otra ciudad ni nación contra las cuales se esgrima
este crimen particular como su característica peculiar. Esta acusación fija
decisivamente la alusión de la visión al pueblo judío, y a aquel terrible período en
su historia cuando se pudo decir verdaderamente que por los cauces de sus ríos
corrió la sangre.
La quinta copa (cap. 16:10,11) corresponde a la quinta trompeta. Es derramada
sobre el asiento o el trono de la bestia, que parece ser idéntico al "abismo" en la
visión de las trompetas. El abismo es la región de la cual se dice que asciende la
bestia (cap. 11:7); que éste es el nombre dado a la morada de los espíritus malos
376
es evidente por el hecho de que los demonios expulsados del gadareno poseso
rogaban a Jesús "que no les mandase ir al abismo" (Luc. 8:31). La silla de la
bestia es, pues, lo mismo que el abismo - el reino del poder de las tinieblas. Es
imposible decir cuáles hechos históricos se quieren significar con los símbolos de
terror y miseria empleados aquí, aunque ellos apuntan, no oscuramente, a la
agonía de la angustia y el sufrimiento que precedieron y anunciaron la
consumación final.
Como la sexta trompeta, la sexta copa actúa sobre el gran río Éufrates (ver. 12),
cuyas aguas se secan "para preparar el camino de los reyes del oriente". Ahora
nos acercamos a la gran catástrofe. En la visión de la sexta trompeta, vemos una
innumerable hueste reunida para la gran batalla; en la visión de la sexta copa,
vemos "tres espíritus inmundos, a manera de ranas, que salen de la boca del
dragón, y de la boca de la bestia, y de la boca del falso profeta"; los emisarios de
los poderes de las tinieblas salen a congregar los ejércitos de "los reyes del
mundo entero" para reunirlos para la gran guerra del "gran día del Dios
Todopoderoso". Traducido a términos históricos, este símbolo representa la
mobilización de las fuerzas del Imperio y de los reyes de las naciones vecinas
para la guerra contra los judíos. El secamiento del Éufrates parece indicar
claramente que es cruzado con facilidad y rapidez, y esto, considerado en
relación con el símbolo correspondiente bajo la sexta trompeta, es decir, la
liberación de los cuatro ángeles atados en el Éufrates, apunta a la retirada de las
tropas de ese cuadrante para la invasión de Judea. Sabemos que este es un hecho
histórico. No sólo las legiones romanas de la frontera del Éufrates, sino también
los reyes auxiliares cuyos dominios estaban en esa región, como Antíoco de
Comágenes y Soemo de Sofena, más propiamente designados "reyes del oriente",
siguieron a las águilas de Roma al sitio de Jerusalén. El nombre dado al conflicto
que se aproximaba establece decisivamente el suceso al que se hace referencia: es
"la batalla" o "la batalla de aquel gran día del Dios Todopoderoso", una
expresión que equivale al "día grande y terrible de Jehová". Que este día había
llegado queda indicado claramente por la advertencia en el versículo 15: "He
aquí, vengo como ladrón". Además, el escenario del conflicto, "Armagedón" - un
nombre que está asociado a uno de los días más negros y desastrosos de la
historia de Israel, la llanura de Megido, emblema de derrota y matanza - está
situada en territorio jud&iaacute;o. Ese nombre de mal augurio habría de ser tipo
de aquel campo de sangre en el que Israel estaba condenado a perecer como
nación.
Tal como la séptima trompeta, la séptima copa presenta la catástrofe de la visión,
acompañada por los mismos portentos de "voces, y truenos, y relámpagos, y un
terremoto, y gran granizo". Una voz desde el templo, una voz desde el trono
mismo, proclama la consumación: "¡Consumado es! ¡Tegonen! ¡Actum est!
¡Todo ha terminado!". Es decir, la catástrofe de la visión, y lo que simboliza, ha
377
llegado; porque se observará que todas las catástrofes nos conducen virtualmente
a la misma conclusión. Un terremoto de violencia sin paralelo hace pedazos "las
ciudades de las naciones" y divide en tres partes a "la gran ciudad" misma, la
ciudad que es pre-eminentemente el tema de estas visiones. "Babilonia la grande"
(que es claramente el nombre de la ciudad a la que acabamos de referirnos) "es
traída en memoria delante de Dios, para darle a beber de la copa del vino de la ira
de Dios"; sus pecados claman venganza, y ahora su juicio ha llegado, y la copa
del vino de la ira de Dios ha sido llenada para que la beba.
Que todo esto se refiere indudable y exclusivamente a Jerusalén es ciertamente
evidente, y se puede demostrar de la manera más clara, como lo mostrará lo que
sigue.
Un incidente en esta catástrofe grandiosa y terrible merece especial atención. En
ambas visiones, la de la séptima trompeta y la de séptima copa, se hace especial
mención del enorme granizo que cae sobre los hombres. En la séptima copa, se
discute el granizo más extensamente, y se dice que cada piedra pesa como un
talento. Hay en esta afirmación algo tan extraordinario, y sin embargo, tan
específico, que llama la atención y sugiere la pregunta: ¿Es esto completamente
simbólico, o es un hecho hasta cierto punto? Por supuesto, no podemos concebir
granizo literal cada una de cuyas piedras tenga el peso de un talento; pero el
lenguaje es tan preciso y definido que casi estamos obligados a suponer que no es
mera hipérbole. Ahora bien, es un hecho notable que en Josefo parecemos tener
la explicación de este símbolo aparentemente ininteligible. Josefo nos informa
que, durante el sitio de Jerusalén, la décima legión construyó balistas de enorme
magnitud y poder, que descargaban enormes piedras sobre la ciudad. La
descripción entera que Josefo da de estas máquinas es de un interés tan
extraordinario que vale la pena citarla.
"Por admirables que fuesen las máquinas construidas por todas las legiones, las
de las décima eran de peculiar excelencia. Sus escorpiones eran de mayor poder y
sus catapultas de mayor tamaño, y con ellos mantenían a raya, no sólo a los
contraatacantes, sino también a los de las murallas. Las piedras lanzadas eran del
peso de un talento, y tenían un alcance de cuatrocientos metros o más. El
impacto, no sólo en los que primero se encontraban con ellas, sino hasta en los
que estaban batstante más allá de esta distancia, era irresitible. Sin embargo, al
principio los judíos podían protegerse de las piedras, pues su aproximación era
indicada, no sólo al oído por el silbido que se oía, sino también a la vista, por el
color, pues eran blancas y brillantes. En consecuencia, los judíos tenían
centinelas apostados en las torres, que avisaban cuándo la máquina era disparada
y la piedra lanzada, gritando en su idioma nativo: "Viene el hijo", a lo cual
aquellos a los que eran dirigidas estas palabras se separaban y se arrojaban al
suelo antes de que las piedras les alcanzasen. Sucedía así que, debido a estas
precauciones, la piedra caía sin hacer daño. Entonces, se les ocurrió a los
378
romanos ennegrecer las piedras; apuntando con mayor cuidado, derribaban a
muchos judíos con una sola descarga, pues las piedras ya no eran fácilmente
distinguibles cuando se aproximaban". Josefo, Guerras Judías, libro v., cap. vi.
3.
¿Es esto una fantástica coincidencia, o un caso señalado de cumplimiento exacto
de la profecía? Confesamos que nos inclinamos a esta última alternativa, porque
es perfectamente congruente representar tal forma de asalto como una tormenta o
granizada de proyectiles, aunque la alusión específica al enorme peso de cada
piedra parece poner esta afirmación dentro del dominio de los hechos y la
historia.3
"Cuál debe ser el significado de esta señal o consigna, "Viene el hijo", cuando el
centinela veía venir una piedra disparada por una máquina de guerra, o qué error
se produce al interpretar esta señal, no lo sé. Todos los manuscritos, tanto en
griego como en latín, concuerdan en esta interpretación; y no puedo aprobar
ninguna alteración conjetural y sin fundamento del texto de nioz a ioz, en el
sentido de que no venía ni el hijo, ni una piedra, sino una flecha o dardo, como la
alteración que ha hecho el Dr. Hudson y que no ha sido corregida por
Havercamp. Si Josefo hubiese escrito aun su primera edición de estos libros de la
guerra en hebreo puro, o si los judíos hubiesen usado entonces el hebreo puro en
Jerusalén - la palabra hebrea para hijo es tan semejante a la palabra para piedra,
Ben y Eben - tal corrección se habría aceptado más fácilmente. Pero Josefo
escribió su primera edición para uso de los judíos que vivían más allá del
Éufrates y en el idioma caldeo, al preparar esta segunda edición en idioma
griego; y Bar era la palabra caldea para hijo, en lugar de la palabra hebrea Ben, y
se usaba no sólo en Caldea, sino también en Judea, como nos lo informa el
Nuevo Testamento. También Dio nos informa que los mismos romanos de Roma
pronunciaban el nombre de Simón hijo de Gioras como Bar-Poras en lugar de
Bar-Gioras, como nos lo dice Hifilino, p. 217. Reland observa que "muchos
buscarán un misterio aquí, como si el significado fuese que el Hijo de Dios
viniese ahora a tomar venganza de los pecados de la nación judía", que es
ciertamente la verdad de los hechos, pero difícilmente lo que los judíos quisiesen
significar ahora, a menos, posiblemente, que quisiesen burlarse de Cristo"
379
amenazando tan a menudo que vendría a la cabeza del ejército romano para
destruirles. Pero aun esta interpretación no tiene sino un pequeño grado de
probabilidad. Si yo fuese a hacer una pequeña enmienda por mera conjetura,
leería petroz, en vez de nioz, aunque la semejanza no es tan grande como con ioz,
porque esa es la palabra que Josefo acaba de usar, como ya se ha observado en
esta misma ocasión; mientras que ioz, una flecha o dardo, es sólo una palabra
poética, y nunca es usada por Josefo en ninguna otra parte, y en realidad no es
adecuada para la ocasión, siendo que esta máquina de guerra no lanza flechas ni
dardos, sino grandes piedras en esta ocasión". - Josefo, de Whiston, libro 5, cap.
6, párrafo 3, Nota.
El Dr. Trail hace la siguiente obervación sobre este pasaje:
"Viene el hijo". O nioz es lo que aparece escrito en todos los manuscritos, y en la
obra de Rufino; y no es fácil concebir cómo pudo encontrarse tal palabra en todos
ellos si no fuese la verdadera. Ni son satisfactorias en absoluto las alteraciones
propuestas. O ioz produciría la "flecha", no la "piedra". O liqoz no tiene
autoridad. Cardwell propone outoz, "aquí viene". La explicación de Reland
probablemente no está lejos de la verdad; es decir, que el grito era wba ab =
"viene la piedra", pero que algunos, engañados por la similitud del sonido, han
interpretado como wbh ab = "viene el hijo". De un error como éste, o de alguna
otra causa, pudo haber venido a ser aplicado el término "el hijo" como apodo".
De Traill, Josefo, Critical Notes., p. 160.
Estamos dispuestos a creer que ninguna de estas sugerencias proporciona una
explicación satisfactoria, aunque algunas de ellas se acercan a la verdad. No
podía sino haber sido conocido por los judíos que la gran esperanza y la fe de los
cristianos era la pronta venida del Hijo. Según Esipo, fue más o menos por este
mismo tiempo que Santiago, el hermano de nuestro Señor, testificó públicamente
en el templo que "el Hijo del hombre estaba a punto de venir en las nubes del
cielo", y luego selló su testimonio con su sangre. Parece muy probable que los
judíos, en su desafiante y desesperada blasfemia, cuando veían la blanca masa
volando por el aire, exclamaran obscenamente: "Viene el Hijo", para burlarse de
la esperanza cristiana de la parusía, con la cual podrían establecer una ridícula
semejanza en la extraña aparición del proyectil.
LA SEXTA VISIÓN
380
Ahora nos acercamos a una parte de nuestra investigación en la cual estamos a
punto de exigir del lector mucha sinceridad e imparcialidad, y tenemos que
pedirle que sopese, con paciencia y sin prejuicios, la evidencia que se le
presentará. Posiblemente nos opongamos a muchos prejuicios, pero, si la silla del
juicio está ocupada por un amor imparcial por la verdad, no tememos a una
opinión adversa.
De salida, puede ser conveniente echar un vistazo general a esta visión como un
todo, ocupando, como ocupa, un espacio mayor que cualquiera otra en el libro, e
indicando así la importancia pre-eminente de su contenido.
La visión es introducida por un corto prefacio o prólogo (cap. 17:1,2). Uno de los
ángeles de las copas invita al vidente a contemplar el juicio de "la gran ramera
que se sienta sobre muchas aguas". La visión se ve en "el desierto". El profeta ve
a una mujer sentada sobre una bestia escarlata, llena de nombres de blasfemia, y
teniendo siete cabezas y diez cuernos. La mujer está lujosamente ataviada con
túnica de púrpura y escarlata, y adornada de oro y piedras preciosas, y sostiene en
la mano una copa de oro "llena de las abominaciones y la inmundicia de su
fornicación". En la frente de esta figura visionaria hay una inscripción: "Misterio,
Babilonia la grande, la madre de las rameras y las abominaciones de la tierra". Se
dice, además, que está "ebria con la sangre de los santos, y con la sangre de los
mártires de Jesús". Luego, el ángel-intérprete procede a revelar al asombrado
profeta el significado de la aparición. Identifica a la bestia de esta visión con la
primera bestia descrita en el capítulo 13, cuyo número es seiscientos sesenta y
seis, añadiendo detalles adicionales a la descripción, algunos de ellos de un
carácter muy oscuro. Declara que la mujer, o la ramera, es "la gran ciudad que
reina sobre los reyes de la tierra". En el siguiente capítulo (18), se describe la
caída de Babilonia la grande, o la ciudad ramera, con lenguaje de gran poder y
belleza. Esto es seguido, en el cap. 19, por la celebración en el cielo del triunfo
sobre Babilonia, lo que ocasión para introducir anticipadamente las nupcias del
Cordero, que se aproximan; después de lo cual hay una descripción de la victoria
del divino Campeón, cuyo nombre es la Palabra de Dios, sobre "la bestia, el falso
profeta, y los reyes de la tierra". En el capítulo 20, el dragón, el cabecilla de la
gran confederación contra la causa de la verdad y de Dios, es atado y encerrado
en el abismo por un período de mil años. La visión luego termina con una gran
catástrofe, un solemne acto de juicio, en el cual los muertos, chicos y grandes,
comparecen de pie delante de Dios, y son juzgados según sus obras. Tal es el
rápido bosquejo de los contornos de esta magnífica visión.
La pregunta de la mayor importancia y dificultad con que tenemos que
habérnoslas aquí es: ¿A qué ciudad se alude con la mujer sentada sobre la bestia
escarlata, una ciudad que es designada como "Babilonia la grande"?
381
La gran mayoría de los intérpretes ha recibido, y recibe, como indudable y casi
evidente, la proposición de que la Babilonia de Apocalipsis es, y no puede ser
otra, que Roma, la emperatriz del mundo en los días de Juan, y desde su tiempo,
asiento y centro de la forma más corrupta de cristianismo y el despotismo
espiritual más sombrío que el mundo jamás ha visto. Que hay mucho en favor de
esta opinión puede inferirse del hecho de su general aceptación. Hasta puede
pensarse que esto está fuera de duda por la aparente identificación de la ramera
en la visión como "la ciudad de las siete colinas", y "la gran ciudad que reina
sobre los reyes de la tierra".
Parecerá presuntuoso y arriesgado resistir una decisión que ha sido pronunciada
por una autoridad tan alta, y que ha prevalecido por tanto tiempo entre
comentaristas y teólogos protestantes, y que el que se aventura a hacerlo entra en
la lista con gran desventaja. Sin embargo, en interés de la verdad, y con toda
reverencia y lealtad a la enseñanza de la divina Palabra, puede ser, no sólo
permisible, sino hasta imperativo, mostrar por qué causa la interpretación popular
de este símbolo debe ser rechazada por insostenible e incorrecta.
1. Hay una presuposición a priori, del tipo más fuerte, contra la idea de
que Roma es la Babilonia del Apocalipsis. La improbabilidad es grande aun
con respecto a la Roma pagana, pero mucho mayor con respecto a la Roma papal.
El propósito mismo del libro excluye la posibilidad de que Roma
sea representada como uno de los personajes dramáticos. La idea fundamental del
Apocalipsis, como hemos tratado de demostrar, es la parusía próxima y el juicio
de la nación culpable, que la acompañaba. Roma, la pagana o la cristiana, queda
completamente fuera del campo de visión apocalíptico, que está limitado a "las
cosas que deben suceder pronto". Divagar por todas las épocas y todos los países
en la interpretación de estas visiones quedaabsolutamente prohibido por las
expresas y fundamentales limitaciones establecidas en el libro mismo.
2. Por otra parte, es de esperarse a priori que se le diese gran prominencia
al Apocalipsis en Jerusalén. Este hecho debería ser la figura central en el cuadro,
si nuestro punto de vista sobre el diseño y el tema del libro son correctos. Si
Apocalipsis es sólo la reproducción y la expansión de la profecía de nuestro
Señor en el Monte de los Olivos, profecía que se ocupa principalmente del
cercano juicio de Israel y de Jerusalén, podemos encontrar lo mismo en
Apocalipsis; y es tan irrazonable buscar a Roma enApocalipsis como buscarla en
la profecía de nuestro Señor en el Monte.
3. Merece especial atención el hecho de que en Apocalipsis hay dos ciudades,
y sólo dos, que son mencionadas de manera prominente y por nombre por medio
de una representación simbólica. Cada una es la antítesis de la otra. Una es la
personificación de todo lo que es bueno y santo, la otra es la personificación de
todo lo que es impío y maldito. Conocer a cualquiera de las dos es conocer la
382
otra. Estas dos ciudades en contraste son la nueva Jerusalén y Babilonia la
grande.
No puede haber lugar a dudas en cuanto a lo que se quiere decir con la nueva
Jerusalén: es la ciudad de Dios, la morada celestial, la herencia de los santos en
luz. Pero, entonces, ¿cuál es la antítesis correcta de la nueva
Jerusalén? Ciertamente, no puede ser otra que la antigua Jerusalén. En realidad,
esta antítesis entre la antigua Jerusalén y la nueva la traza Pablo para nosotros tan
claramente en la Epístola a los Gálatas, que nos pone en la mano la clave para la
interpretación de este símbolo en Apocalipsis. El apóstol contrasta la Jerusalén
"que ahora es" con la Jerusalén que habría de ser: la Jerusalén que está
en esclavitud con la Jerusalén que es libre: la Jerusalén de abajo con la Jerusalén
de arriba (Gál. 4:25,26). Tenemos una antítesis similar en la Epístola a los
Hebreos, donde "la ciudad que tiene fundamentos" es contrastada con la "ciudad
sin continuidad"; la ciudad "cuyo constructor es Dios" con la ciudad de creación
humana; "la ciudad del Dios viviente" o la "Jerusalén celestial" con la Jerusalén
terrenal (Heb. 11:10, 16; 12:22). De la misma manera, tenemos la antítesis entre
estas dos ciudades presentada clara y ampliamente en Apocalipsis, siendo una la
ramera, y la otra la novia, la Esposa del Cordero.
Estos paralelos o contrastes sólo tienen que ser presentados a los ojos para que
hablen por sí mismos:
383
nombre simbólico de la ciudad impía y condenada a muerte, la antigua Jerusalén,
cuyo juicio se predice aquí.
4. Si se objetase que otros nombres simbólicos ya se le han aplicado a la
antigua Jerusalén - a la que se designa como "Sodoma y Egiptto" - esto no es
razón para que no se le llame también Babilonia. Si se le puede aplicar
un seudónimo, ¿por qué no otro, con la condición de que describa su
carácter? Todos estos nombres, Sodoma, Egipto, Babilonia, sugieren por igual
la maldad y la impiedad, y las correctas designaciones de la ciudad impía
cuyo destino habría de ser como el suyo.
5. Vale la pena observar que en Apocalipsis hay un título que se le aplica a
una ciudad en particular por excelencia. El título es "la gran ciudad" [h
poliz megalh]. Es claro que es siempre la misma ciudad que es designada de
este modo, a menos que expresamente se especifique otra. Ahora bien, la
ciudad en que los testigos son asesinados es designada expresamente con este
título, "aquella gran ciudad", y se le aplican los nombres de Sodoma y
Egipto; además, es identificada particularmente como la ciudad "donde
también nuestro Señor fue crucificado" (cap. 11:8). No puede haber ninguna
duda razonable de que esto se refiere a la antigua Jerusalén. Entonces, si "la
gran ciudad" del cap. 11:8 significa la antigua Jerusalén, se deduce que "la
gran ciudad del cap. 16:8, llamada también Babilonia, y "la gran ciudad" del
cap. 16:19 debe significar igualmente Jerusalén. Mediante un
razonamiento paralelo, "aquella gran ciudad" [h poliz h megalh] en el cap. 17:18
y en otros lugares, tiene que referirse también a Jerusalén. Es una mera
suposición decir, como dice Dean Alford, que Jerusalén nunca es llamada por
este nombre. No hay nada de inapropiado, sino todo lo contrario, en que se
le aplique tal título distintivo a Jerusalén. Para un israelita, era la ciudad real, con
mucho la ciudad de mayor importancia de la tierra, la única ciudad
que correctamente podría ser designada así; y nunca debe olvidarse que
las visiones de Apocalipsis deben ser consideradas desde un punto de vista judío.
6. En la catástrofe de la cuarta visión (la de las siete figuras místicas), el
juicio de Israel es simbolizado por la pisadura del lagar. También se nos dice
que "el lagar fue pisado fuera de la ciudad" (cap. 14:20). Puesto que la vid de
la tierra representa a Israel, como indudablemente lo hace, se deduce que
"la ciudad" fuera de la cual las uvas son pisadas debe ser Jerusalén. La
única ciudad mencionada en el mismo capítulo es Babilonia la grande (ver. 8),
que por lo tanto debe representar a Jerusalén. Es inconcebible que la vid de Judea
sea pisada fuera de la ciudad de Roma.
7. En el cap. 16:19 se dice que "la gran ciudad" es dividida en tres partes por un
terremoto sin precedentes que se menciona en el ver. 18. ¿Cuál gran ciudad?
Evidentemente, Babilonia la grande, de la cual se dice que viene en memoria
delante de Dios. Posiblemente la división de la ciudad no tenga ninguna
384
importancia especial más allá de ilustrar el desastroso efecto del terremoto, sino
más probablemente es una alusión a la figura empleada por el profeta Ezequiel al
describir el sitio de Jerusalén. (Eze. 5:1-5). Al profeta se le ordena tomar los
cabellos de su cabeza y los pelos de su barba, y, dividiéndolos en tres partes,
quemar una con fuego, cortar otra con un cuchillo, y esparcir la tercera a los
cuatro vientos, desenvainando una espada en pos de ellos; sólo unos pocos
cabellos debían ser preservados y atados en la falda de su manto. Luego sigue la
enfática declaración: "Así dice Jehová elSeñor: Esta es Jerusalén". Es apropiado
que en una profecía tan llena de símbolos como la de Ezequiel busquemos luz en
los símbolos de Apocalipsis. No es necesario decir cuán vívidamente representa
esta división tripartita de la ciudad la suerte de Jerusalén en el sitio de Tito.
Apenas es posible imaginar una descripción más apropiada del hecho histórico
real que el resumido en el versículo doce del mismo capítulo: "Una tercera parte
de ti morirá por pestilencia y será consumida de hambre en medio de ti; y
una tercera parte caerá a espada alrededor de ti; y una tercera parte esparciré
a todos los vientos, y tras ellos desenvainaré espada".
Pero, bien que ésta sea o no la alusión en la visión, el lenguaje es completamente
ininteligible si se aplica a cualquier otra ciudad que no sea Jerusalén. ¿En qué
sentido razonable podría decirse que Roma sería dividida en tres partes? ¿Es
Roma la que viene en memoria delante de Dios? ¿Es a Roma a la que se le da a
beber el cáliz del vino de la ira de Dios? Esta última figura debería haber
sugerido a los comentaristas la verdadera interpretación. Es un símbolo
apropiado para Jerusalén. "Despierta, despierta, levántate, oh Jerusalén, que
bebiste de la mano de Jehová el cáliz de su ira; porque el cáliz de aturdimiento
bebiste hasta los sedimentos" (Isa. 51:17).
8. Pero, un argumento de mayor peso, que puede considerarse decisivo contra la
afirmación de que Roma es la Babilonia de Apocalipsis, y que al mismo tiempo
demuestra la identidad entre Jerusalén y Babilonia, es el que se deriva del
nombre y el carácter de la mujer en la visión. Hemos visto que la
mujer representa una ciudad; una ciudad denominada "la gran ciudad que en
sentido espiritual se llama Sodoma y Egipto, donde también nuestro Señor
fue crucificado" (cap. 11:8). Esta mujer o esta ciudad es llamada
también una ramera, "la gran ramera", "la madre de las rameras y las
abominaciones de la tierra". Ahora bien, esta es una denominación familiar y
bien conocida en el Antiguo Testamento, una denominación que es
absolutamente inapropiada para Roma e inaplicable a ella. Roma era una ciudad
pagana, y por consiguiente, incapaz de cometer aquel pecado tan grave y
condenable que era posible y, ¡ay!, real, para Jerusalén. Roma no podía violar el
pacto de su Dios, de ser infiel a su divino Esposo, porque ella nunca estuvo
casada con Jehová. Ésta fue la culpa máxima de Jerusalén, de ella sola, entre
todas las naciones de la tierra, y es el pecado por el cual es acusada y condenada
385
a través de toda su historia. Es imposible leer la descripción gráfica de la
gran ramera en Apocalipsis sin recordar instantáneamente el original en
los profetas del Antiguo Testamento. A través de todo el testimonio de ellos,
éste es el pecado, y éste es el nombre, que ellos arrojan contra Jerusalén. Oímos a
Isaías exclamar: "¿Cómo te has convertido en ramera, oh ciudad fiel?"
(Isa. 1:21). "A otro, y no a mí, te descubriste, y subiste, y ensanchaste tu cama,
e hiciste con ellos pacto" (Isa. 57:8). El profeta Jeremías estigmatiza a Jerusalén
aún más enfáticamente con este epíteto lleno de reproche: "Anda y clama a los
oídos de Jerusalén, diciendo: Así dice Jehová: Me he acordado de tí, de la
fidelidad de tu juventud, del amor de tu desposorio" --- "con todo eso, sobre todo
collado alto y debajo de todo árbol frondoso te echabas como ramera" (Jer.
2:2,20). "Has fornicado con muchos amigos"; "con tus fornicaciones y con tu
maldad has contaminado la tierra"; "has tenido frente de ramera, y no quisiste
tener vergüenza"; "ella se va sobre todo monte alto y debajo de todo árbol
frondoso, y allí fornica"; "convertíos, hijos rebeldes, dice Jehová, porque yo soy
vuesstro esposo"; "como la esposa infiel abandona a su compañero, así
prevaricaste contra mí, así prevaricaste contra mí, oh casa de Israel, dice Jehová"
(Jer. 3:2,3,6,14,20). "Aunque te vistas de grana, aunque te adornes con atavíos de
oro, aunque pintes con antimonio tus ojos, en vano te engalanas; te
menospreciarán tus amantes, buscarán tu vida" (Jer. 4:30). "¿Qué derecho tiene
mi amada en mi casa, habiendo hecho muchas abominaciones?" (Jer. 11:15). "He
visto tus adulterios, tus relinchos, la maldad de tu fornicación sobre los collados;
en el campo vi tus abominaciones. ¡Ay de ti, Jerusalén! ¿No serás al fin limpia?
¿Cuánto tardarás tú en purificarte?" (Jer. 13:27).
Pasando por alto a los otros profetas, es en Ezequiel en quien encontramos la
figura elaborada al máximo. En el capítulo dieciséis, se relata, en estilo alegórico
y poético, la historia entera de Israel, personificada por Jerusalén. Será suficiente
citar aquí la tabla de contenido de ese capítulo en las palabras prefijadas por
nuestros traductores.
EZEQUIEL 16 - Contenido
387
Sin embargo, si todavía el literalista exige que la Babilonia mística tenga el
número completo de colinas, Jerusalén tiene tanto derecho como Roma para
asentarse sobre siete colinas. Además de las bien conocidas colinas de Sión,
Moria, Acra, Bezeta, y Ofel, el castillo de Antonia estaba situado sobre otra
altura, y había otra prominencia rocosa o cumbre sobre la cual Herodes el Grande
había construído las torres de Hípico, Fasalo, y Mariamne. (Véase a Zuellig sobre
El Apocalipsis, Stud. und Krit. para 1842). Es posible, por lo tanto, encontrar
siete colinas en Jerusalén; aunque debe admitirse que Josefo habla sólo de cuatro,
o a lo mucho, de cinco. Consideramos, sin embargo, que el símbolo se refiere a la
elevada situación de la ciudad, o a su preeminencia política. Otra objeción,
todavía más formidable, se presentará en la declaración del vers. 18: "Y la nujer
que has visto es la gran ciudad que reina sobre los reyes de la tierra". Se dirá que
esto no se puede aplicar a Jerusalén, y sólo se puede aplicar a Roma. Jerusalén
nunca fue una ciudad imperial, con naciones vasallas y reyes que pagaban tributo
y estaban sujetos a su autoridad, mientras que Roma era la señora y la reina del
mundo.
Por lo que concierne al título "la gran ciudad" [h poliz h megalh], hemos
demostrado que en realidad se aplica a Jerusalén en varios pasajes de Apocalipsis
(cap. 11:8,13; 14:8,20; 16:19). Para los judíos, era la gran ciudad, y con justa
razón. Hay un pasaje notable en Josefo, en que éste informa sobre el discurso de
Eleazar, el valiente defensor de la fortaleza de Masada, que incita a sus hombres
a destruirse a sí mismos, junto con sus esposas y sus hijos, antes que rendirse a
los romanos:
"¿Dónde, está, pues", dijo él, "aquella gran ciudad, la metrópolis de la nación
entera de los judíos, protegida por tantas murallas circundantes, asegurada por
tantos fuertes, y por la enormidad de sus torres, que con dificultad podía contener
sus pertrechos de guerra, y cuyas guarniciones consistían de tantas miríadas de
defensores? ¿Qué fue de aquella ciudad nuestra en la cual se creía que habitaba
Dios mismo? Arrancada de sus fundamentos, fue barrida, quedando de ella sólo
un recuerdo, y estando el campamento de sus destructores plantado en sus ruinas
todavía".
Este pasaje acaba en seguida con la objeción de que el título de "aquella gran
ciudad" no es aplicable a Jerusalén.
Con respecto a la frase "que reina sobre los reyes de la tierra" - la falacia que ha
engañado a muchos es la traducción errónea "los reyes de la tierra" [basileiz thz
ghz]. Una fuente muy fructífera de confusión y error en la interpretación del
Nuevo Testamento es la manera caprichosa e insegura en que gh fue traducida en
nuestra Versión Autorizada [en inglés - Ed.] Algunas, aunque raras veces,
aparece con su traducción correcta, el territorio; pero más frecuentemente ha sido
traducido como la tierra, y parece que nuestros traductores nunca se tomaron el
trabajo de averiguar si la palabra debe tomarse en su sentido más amplio o en un
388
sentido más restringido. Con increíble descuido, traducen pasai ai fulai thz ghz
como "todas las tribus de la tierra" en vez de "todas las tribus del territorio"; y h
ampeloz thz ghz como "la viña de la tierra" en vez de "la viña del territorio", así
que, en el pasaje que tenemos delante (cap. 17:18), los "reyes de la tierra" debería
ser "los reyes del territorio", es decir, Judea o Palestina. Esta misma frase la usa
Pedro en el Nuevo Testamento, en Hechos 4:26,27, con el sentido restringido de
"los reyes del territorio" [en inglés - Editor]: "Porque verdaderamente se unieron
en esta ciudad contra tu santo Hijo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio
Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel", etc., y reconoce este hecho como
cumplimiento de la predicción en el Salmo 2: "¿Por qué se amotinan la gentes, y
los pueblos piensan cosas vanas? Se levantarán los reyes del territorio [oi
basileiz thz ghz] y los príncipes consultarán unidos contra Jehová y contra su
ungido". Los "reyes del territorio", pues, son identificados por el apóstol Pedro
como los gobernantes confederados que ejecutaron al Hijo de Dios en la ciudad
de Jerusalén. Así también ocurre en Apoc. 6:15, donde "los reyes del territorio"
[oi basileiz thz ghz] son representados como ocultándose de la ira de Aquél que
está sentado en el trono, en el gran día de su ira. La frase, pues, equivale a "la
autoridades gobernantes en el territorio de Judea" o de Palestina.
Ya hemos señalado la correspondencia entre el pasaje a que nos acabamos de
referir (Apoc. 6:15,16) y el bosquejo original de la escena descrita en la profecía
de Isaías (cap. 2:10-22; 3:1-3). Es, por tanto, no es necesario hacer aquí otra cosa
que llamar la atención a la obvia correspondencia entre "los reyes del territorio"
en la visión, y "los poderosos, y los hombres de guerra", etc., en la profecía. Así
que, no sólo podemos, sino que debemos considerar la frase "reyes de la tierra"
como "reyes del territorio".
Así interpretada, la descripción de Babilonia la grande como que "reina sobre los
reyes del territorio" se vuelve perfectamente apropiada para Jerusalén. Esto se ve
por el lenguaje con el cual tanto las Escrituras como otros escritos hebreos hablan
de la autoridad y la preeminencia de aquella ciudad. Por ejemplo, el profeta
Jeremías describe a Jerusalén como "la que era grande entre las naciones, ha
venido a ser la señora de provincias" (Lam. 1:1), lenguaje que es plenamente
equivalente a "aquella gran ciudad que reina sobre los reyes del territorio".
Nuevamente, si una ciudad tan pequeña como Belén pudo ser llamada "no la más
pequeña entre los príncipes de Judá" (Mat. 2:6), seguramente de la ciudad
metropolitana podría decirse correctamente que "reinaba sobre los príncipes o
gobernantes del territorio". Pero el lenguaje que Josefo emplea cuando habla de
este tema justifica plenamente la descripción apocalíptica de Jerusalén.
"Judea", nos cuenta, "alcanza en anchura desde el río Jordán hasta Jope. En su
mismo centro está la ciudad de Jerusalén, por cuya causa algunos, no sin razón,
han llamado a aquella ciudad 'el ombligo' del país. Judea está dividida en once
jurisdicciones (toparquías), de las cuales Jerusalén, como asiento de la realeza,
389
es suprema, exaltada por encima de toda la región adyacente, como la cabeza lo
está sobre el cuerpo".
Este lenguaje equivale a la expresión "aquella gran ciudad que reina sobre los
reyes o gobernantes del territorio".
390
descrita por Él como "hijos de aquellos que mataron a los profetas", y "llenaron
la medida de sus padres" (Mat. 23:30-32).
Es imposible confundir al objeto de esta conspicua y distintiva acusación inscrita
en la frente de Jerusalén, mucho antes estigmatizada por el profeta Ezequiel
como "la ciudad de sangres" (Eze. 22:2; 24:6-9).
No es sin razón, por tanto, que a los apóstoles y profetas se les invita a
regocijarse por la caída de su implacable perseguidora y asesina. Las almas bajo
el altar hacía mucho que habían clamado: "¿Hasta cuándo, Señor, santo y
verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra?" Se
habían consolado con el mensaje: "para que descansasen un poco de tiempo,
hasta que se completara el número de sus consiervos y sus hermanos, que
también habían de ser muertos como ellos", luego "Dios vengará pronto a sus
escogidos". Y ahora el día de la venganza, el año de sus redimidos, ha llegado.
¿Puede alguna prueba ser más concluyente que es Jerusalén, la asesina de los
profetas, la que se describe aquí -- que Jerusalén es la Babilonia del Apocalipsis?
Cuán exacta es la correspondencia entre la predicción de nuestro Señor en Lucas
11:49-51 y su cumplimiento en Apoc. 18:24:
Cap. 17:3,7-11. "Y vi a una mujer sentada sobre una bestia escarlata llena de
nombres de blasfemia, que tenía siete cabezas y diez cuernos ... Yo te diré el
misterio de la mujer, y de la bestia que la trae, la cual tiene las siete cabezas y los
diez cuernos. La bestia que has visto, era, y no es; y está para subir del abismo e
ir a perdición; y los moradores de la tierra, aquellos cuyos nombres no están
escritos desde la fundación del mundo en el libro de la vida, se asombrarán
viendo la bestia que era y no es, y será. Esto, para la mente que tenga sabiduría:
Las siete cabezas son siete montes, sobre los cuales se sienta la mujer, y son siete
reyes. Cinco de ellos han caído; uno es, y el otro aún no ha venido; y cuando
venga, es necesario que dure breve tiempo. La bestia que era, y no es, es también
el octavo; y es de entre los siete, y va a la perdición".
391
No puede haber ninguna duda razonable de que la bestia [qhrion] descrita aquí es
idéntica a la del capítulo 13. El nombre, la descripción, y los atributos del
monstruo apuntan claramente a la misma identidad. Hay, sin embargo, detalles
adicionales en esta segunda descripción que al principio parecen oscurecer más
bien que aclarar el significado. El color escarlata puede, en verdad, reconocerse
como símbolo de la dignidad imperial; pero, ¿qué puede decirse de las aparentes
paradojas "era, y no es, y será"? y "es el octavo [rey], y es de entre los siete, y va
a la perdición"?
Ya hemos sido llevados a la conclusión de que la bestia (cap. 13) significa Nerón.
La paradoja o el enigma que lo representa como "la bestia que era, y no es, y
será" es un rompecabezas que a primera vista parece inexplicable. Es
evidentemente una contradicción de términos, y sólo puede ser verdadera en
algún sentido peculiar. Que tiene que ser verdad acerca de Nerón en algún
sentido es uno de los hechos más extraordinarios de la historia, y le ajusta esta
descripción simbólica con toda la fuerza de la demostración. Parece establecido
por la más clara evidencia que, a la muerte de Nerón, hubo una creencia popular
y muy extendida de que el tirano todavía vivía, y que pronto reaparecería.
Tenemos el testimonio expreso de Tácito, Suetonio, y otros historiadores en
cuanto a la existencia de tal convicción. Se ha objetado que esta explicación de la
paradoja casi imputa la equivocación a las Escrituras. ¿Qué puede ser más frívolo
que este argumento? Cualquier explicación de qué es una contradicción de
términos debe ser hasta cierto punto antinatural y equívoca; pero, al tratar con un
libro de símbolos, es absurdo exigir la verdad literal. ¿Hay que demostrar que
Nerón tenía diez cuernos?
Ciertamente es correcto que el pofeta-vidente indicase una persona, a quien no se
atrevía a nombrar, por cualquier representación simbólica que condujese a su
reconocimiento. ¿Qué sería más distintivo de la persona particular que se tenía en
mente que este mero hecho de su esperada reaparición después de muerta? ¿De
cuántas personas en el mundo podría expresarse tal opinión? El hecho de que sea
históricamente cierto que prevaleciese tal engaño popular con respecto a Nerón
lo consideramos como prueba singular y concluyente de que él es el individuo
denotado por el símbolo.
Es más difícil resolver el enigma de los siete reyes, uno de los cuales es la bestia,
y sin embargo, es el octavo. Las siete cabezas del monstruo parecen ser
emblemáticas, no sólo de las siete colinas sobre las cuales se sienta la mujer, sino
también de siete reyes que tienen una relación doble, a saber, con la mujer y con
la bestia. El antitipo del símbolo debe, por tanto, sustentar esta doble relación,
392
aunque uno esperaría, por ser connatural con el monstruo, que su relación con él
sería de lo más íntima. De estos siete reyes, "cinco", se dice, "han caído; uno es,
y el otro aún no ha venido; y cuando venga, es necesario que dure breve tiempo.
La bestia que era, y no es, es también el octavo; y es de entre los siete, y va a la
perdición".
Ya hemos visto que, en general, el número siete, siendo un número simbólico, no
debe ser tomado como otras tantas unidades, sino como indicación de perfección
o de totalidad. Hay ocasiones, sin embargo, en que parece necesario tomarlo en
sentido aritmético, por ejemplo, cuando está en estrecha relación con otros
números. En el caso que nos ocupa, en que leemos acerca de siete reyes, cinco de
los cuales han caído, y uno es, y el séptimo aún no ha venido, mientras se sugiere
un octavo misterioso, es difícil entender el número siete en cualquier otro sentido
que no sea el literal.
Entonces, ¿dónde debemos buscar para encontrar estos siete reyes o estas siete
cabezas? Es también presumible que también estén donde están las montañas, en
el lugar en que la escena se desarrolla. Si la ramera significa Jerusalén, debemos
esperar encontrar a los reyes allí también. ¿Dónde, pues, en Jerusalén deben
encontrarse siete reyes, y un misterioso octavo? Se han sugerido los reyes del
linaje herodiano, a saber: 1. Herodes el Grande; 2. Arquelao; 3. Filipo; 4.
Herodes Antipas; 5. Agripa I; 6. Herodes de Calcis; 7. Agripa II. Esta es la
sugerencia del Dr. Zwellig, y merece la alabanza de la ingeniosidad; pero hay dos
objeciones fatales contra ella: primera, no se puede decir de todos que han sido
reyes o gobernnantes en Jerusalén, ni siquiera en Judea; y segunda, no todos
pertenecen al período apocalíptico, el fin de la era judía, o los últimos días de
Jerusalén, lo cual es una condición indispensable.
Nos aventuramos a proponer otra solución, que creemos llenará en todos sus
respectos los requisitos del problema. Teniendo presente lo que ya se ha
demostrado, que el título de "reyes" se usa a menudo como sinónimo de
gobernantes o gobernadores, sugerimos que el basileiz a los que se alude aquí no
son otros que los procuradores romanos de Judea bajo la autoridad de Claudio y
de Nerón. Fue en el reinado de Claudio que Judea se convirtió en provincia
romana por segunda vez. Este hecho es declarado expresamente por Josefo, y es
también la razón de que se hiciera el cambio. A la muerte de Herodes Agripa I, a
quien Calígula había conferido la soberanía del reino entero, su hijo Agripa II fue
considerado por Claudio como muy joven para ocupar el trono de su padre. Judea
quedó, por tanto, reducida a la forma de una provincia. Cuspio Fado fue enviado
a Judea como el primero de esta segunda serie de procuradores.
Estos procuradores eran en realidad virreyes, y responden bien al título de
basileiz en la visión. También, su número cuadra exactamente con el que se da en
Apocalipsis. Desde el nombramiento de Cuspio Fado hasta el estallido de la
guerra judía, hubo siete gobernadores con plenos poderes en Jerusalén y en
393
Judea. Éstos fueron: 1. Cuspio Fado; 2. Tiberio Alejandro; 3. Ventidio Cumano;
4. Antonio Felix; 5. Porcio Festo; 6. Albino; 7 Gesio Floro.
Aquí tenemos, pues, un período bien definido, que cae dentro de los límites
apocalípticos en cuanto a tiempo, que ocupa terreno apocalíptico en cuanto a
lugar, y que corresponde al símbolo apocalíptico en cuanto a número, carácter, y
título. Estos virreyes sustentan la doble relación requerida por el símbolo; estaban
relacionados con la bestia como romanos y como delegados; y están relacionados
con la mujer como poderes gobernantes.
Ahora es fácil ver cómo se puede decir que Nerón mismo, la bestia que sube del
mar, el tirano extranjero, es el octavo, y sin embargo de entre los siete. Él era la
cabeza suprema, y estos procuradores eran sus delegados, los representantes del
emperador en Judea y en Jerusalén. Así, puede decirse que él de entre ellos, y sin
embargo, diferente de ellos -- el octavo, y sin embargo, de entre los siete. Esto
proporciona una propiedad natural y adecuada al lenguaje aparentemente
enigmático y paradójico de la representación simbólica, y resuelve el enigma sin
violentas torturas ni diestras manipulaciones.
"Y los diez cuernos que has visto son diez reyes, que aún no
han recibido reino; pero por una hora [o en una hora, ---
contemporáneamente] recibirán autoridad como reyes
juntamente con la bestia".
Se observará que estos "diez reyes" tienen las siguientes características:
394
durante la guerra judía. Por Tácito y Josefo, sabemos que varios reyes de los
países vecinos siguieron a Vespasiano y a Tito en la guerra. Ya se ha hecho
alusión a algunos de estos auxiliares: Antíoco, Soemo, Agripa, y Malco. Sin
duda, hubo otros, pero no es necesario producir el número exacto de diez, que,
como el número siete, parece ser un número místico o simbólico. Estos reyes son
representados como animados de una encarnizada hostilidad hacia Jerusalén, la
ciudad ramera: "Aborrecerán a la ramera, y la dejarán desolada y desnuda; y
devorarán sus carnes, y la quemarán con fuego; porque Dios ha puesto en sus
corazones el ejecutar lo que él quiso: ponerse de acuerdo, y dar su reino a la
bestia, hasta que se cumplan las palabras de Dios" (Apoc. 17:16,17). Tácito habla
de la encarnizada animosidad contra los judíos de la cual se llenaron los
auxiliares árabes de Tito, y tenemos una terrible prueba del intenso odio que
sentían hacia los judíos las naciones vecinas en las matanzas a gran escala
perpetradas contra aquel desgraciado pueblo en muchas grandes ciudades justo
antes de que estallase la guerra. Toda la población judía de Cesarea fue
masacrada en un día. En Siria, cada ciudad se dividió en dos campos, judíos y
sirios. En Citópolis, más de trece mil judíos fueron masacrados; en Ascalón,
Tolemaica, y Tiro, tuvieron lugar atrocidades similares. Pero en Alejandría, la
carnicería de los habitantes judíos excedió a todas las otras matanzas. Todo el
barrio judío se inundó de sangre, y cincuenta mil cadáveres yacían en horrorosos
montones en las calles. Este es un terrible comentario sobre las palabras del
ángel-intérprete: "Los diez cuernos que viste en la bestia aborrecerán a la
ramera", etc.
395
podía decir verdaderamente de Jerusalén que "se sentaba sobre muchas aguas", es
decir, que ejercía poderosa influencia sobre "pueblos, y muchedumbres, y
naciones, y lenguas".
Tal es la visión de la "ciudad ramera", cuyo destino es el gran tema de la profecía
tanto de nuestro Señor en el Monte de los Olivos como de Apocalipsis. Que es
Jerusalén, y sólo ella, de la que se habla aquí creemos que es abundantemente
claro para toda mente desprejuiciada y honesta; cualquier otro tema será
completamente extraño a todo el propósito y el fin de Apocalipsis.
EL HOMBRE DE PECADO, 2
LA BESTIA, APOC. 13, 17
TES. 2
396
"Sobre sus cabezas, un nombre blasfemo"
(13:1).
"El hombre de pecado" (ver. 3).
"Llena de nombres de blasfemia" (17:3).
"La bestia está ... para ir a perdición" (17:8).
"El hijo de perdición" (ver. 3).
"Y va a la perdición" (17:11).
"Aquel inicuo" (ver. 8). "Se le dio autoridad para actuar" (13:5).
"El cual se opone y se levanta "Se le dio boca que hablaba grandes cosas y
contra todo lo que se llama Dios o blasfemias ... abrió su boca en blasfemias
es objeto de culto" (ver.4). contra Dios" (13:5,6).
"Y adoraron a la bestia, diciendo: ¿Quién
"Se sienta en el templo de Dios
como la bestia? ... Y la adoraron todos los
como Dios, haciéndose pasar por
moradores de la tierra [del territorio]"
Dios" (ver. 4).
(13:5,6).
"Pelearán contra el Cordero, y el Cordero
los vencerá" (17:14).
"A quien el Señor matará con el
espíritu de su boca, y destruirá con "Y la bestia fue apresada, y con ella el falso
el resplandor de su venida" (ver. 8). profeta ... Estos dos fueron lanzados vivos
dentro de un lago de fuego que arde con
azufre" (19:20).
"Cuyo advenimiento es por obra de
"Y el dragón le dio su poder" (13:2).
Satanás" (ver. 9).
"También hace grandes señales, de tal
"Con gran poder y señales y manera que aun hace descender fuego del
prodigios mentirosos" (ver. 9). cielo a la tierra delante de los hombres"
(13:13).
"Con todo engaño de iniquidad para
los que se pierden" (ver. 10).
"Engaña a los moradores de la tierra con las
señales que se le ha permitido hacer en
"Por esto Dios les envía un poder
presencia de la bestia" (13:14).
engañoso, para que crean la
mentira" (ver. 11).
"Para que sean condenados todos "Si alguno adora a la bestia y a su imagen ...
los que no creyeron a la verdad" él también beberá del vino de la ira de
(ver. 12). Dios" (14:9,10).
397
LA CAÍDA DE BABILONIA
399
ciudad ramera, y por la venganza de la sangre de sus siervos derramada por su
mano. Ahora se ha cumplido la promesa de Dios de que vengaría prontamente la
sangre de sus elegidos, que clamaban a Él día y noche. Ahora, también, ha
venido el reino de Dios: la consumación tiempo ha predicha y por tanto tiempo
esperada, por la cual han ascendido al cielo sin cesar las oraciones de los santos:
"Venga tu reino". La gran victoria del Mesías ha sido obtenida; su reino ha
alcanzado su pleno desarrollo; el Mesías entrega a su Padre su autoridad
delegada; y un estallido de aclamación resuena por todo el cielo: "¡Aleluya!,
porque el Señor Dios omnipotente reina".
Pero la venida del reino está asociada con otros sucesos, siendo uno de los
principales "las bodas del Cordero", para las cuales se da ahora la nota de
preparación, aunque los detalles del suceso se reservan para la séptima y última
visión. Es evidente que las nupcias del Cordero se anuncian prolépticamente, de
acuerdo con el uso frecuente en Apocalipsis. Esta unión pública y solemne de
Cristo con su iglesia es lo que se prefigura en las parábolas de la fiesta de bodas
(Mat. 22) y de las diez vírgenes (Mat. 25). Es la cena de bodas del gran Rey, a la
cual rehusan venir los primeros invitados, que maltrataron y mataron a los
mensajeros del rey. Ahora les ha sobrevenido el juicio: "El rey envió sus
ejércitos, y destruyó a aquellos asesinos, y quemó su ciudad" (Mat. 22:7).
<>Pero antes de que tenga lugar esta feliz consumación, deben ejecutarse actos
de juicio. La Babilonia mística ha sido juzgada, pero los otros enemigos del Rey -
la bestia, su delegado el falso profeta, y el dragón - todavía deben recibir su
merecido castigo.
La secuela del capítulo relata la victoria del Cordero sobre los enemigos de su
causa. Un ángel de pie en el sol llama a todas las aves del cielo a saciarse de los
cadáveres de los que han de morir en el conflicto venidero. Los ejércitos de la
bestia y sus poderes aliados se congregan para hacer la guerra al Mesías. Los dos
entran en combate, y los enemigos de Cristo son derrotados. La bestia es tomada
prisionera, y con ella el falso profeta que gobernaba en su nombre. "Estos dos
fueron lanzados vivos dentro de un lago de fuego que arde con azufre", mientras
que sus seguidores perecen "con la espada que salía de la boca del que montaba
el caballo".
Si se pregunta: ¿Qué representan estos símbolos?, la respuesta es: Seguramente
ningún conflicto literal con armas carnales. No es sobre ningún campo de batalla
sobre terreno literal que el Redentor glorificado y sus legiones celestiales se
401
enfrenta a las huestes combinadas de la tierra y el infierno. No podemos ir a las
páginas de Josefo o de Tácito, o de ningún otro historiador, en busca de los
sucesos que corresponden a estos símbolos. En ellos leemos dos grandes
verdades: Cristo debe vencer; sus enemigos deben perecer. Sin embargo, hay una
porción de hecho histórico en este simbolismo. Así como en la representación
simbólica de la gran ramera encontramos el hecho histórico de la destrucción de
Jerusalén, en esta captura y ejecución de la bestia y su congénere encontramos el
hecho histórico de la destrucción de Nerón y su lugarteniente, o delegado, en
Judea. Éste es el núcleo de hecho histórico en el centro de la visión. Jerusalén, la
ciudad ramera, pereció en fuego y sangre. Tanto Nerón, el rey bestia, el
sanguinario perseguidor de los cristianos, como Gesio Floro, el tirano que incitó
a la rebelión a los infelices judíos, murieron violentamente. Estos sucesos eran en
realidad juicios divinos, previstos y predichos mucho antes de que ocurriesen, y
escritos con espeluznantes detalles en las páginas de la historia, visibles y
legibles para siempre. Estos son los hechos históricos presentados en toda la
pompa y el esplendor de imágenes simbólicas en Apocalipsis. Los símbolos eran
dignos de los hechos, y los hechos son dignos de los símbolos. No hay duda de
que aquí hay algo de anacronismo. En la visión, la muerte de Nerón es colocada
después del juicio de Jerusalén, aunque en realidad precedió a ese suceso por dos
años o más. Como hemos observado antes, algo hay que conceder a la licencia
poética. En una epopeya, un drama, o una visión, es irrazonable exigir una
estricta secuencia cronológica. Ahora bien, el Apocalipsis está compuesto con
consumado arte. Como observó Henry More hace mucho tiempo: "Jamás libro
alguno fue escrito con tal arte como este de Apocalipsis, como si cada palabra
hubiese sido pesada en balanza antes de ser escrita". El efecto dramático es
ciertamente aumentado en gran manera por el hecho de haber colocado donde
están la captura y el castigo de la bestia". El primero y más prominente lugar se
le asigna naturalmente a la ciudad ramera, y el vidente, habiendo comenzado con
el juicio de ella, lo lleva a su consumación final. Luego, el vidente regresa a la
bestia, y presenta su destino; y por fin, en el siglo veinte, procede a describir el
castigo infligido a la tercera potencia hostil, el dragón.
Hay, sin embargo, otra respuesta al cambio de anacronismo. Vale la pena
considerar si la escena entera de la gran batalla y la victoria de Cristo el Rey, y el
castigo de la bestia y sus ejércitos, no pueden ser concebidos como teniendo
lugar en espíritu, no en carne. Esto es, si no puede ser la representación de
transacciones en el estado invisible; el juicio de los muertos, no de los vivos. Una
transacción terrenal ciertamente no es; y si la consideramos como la
representación simbólica del juicio y la condenación de los enemigos del Cordero
en el mundo de los espíritus -- un vistazo a aquella gran escena judicial mostrada
en Mat. 25; "cuando el Hijo del hombre venga en su gloria, y sean reunidas
delante de él todas las naciones" -- esto aliviaría a la visión de cualquier
402
anacronismo y satisfaría abundantemente todos los requisitos del caso. La
probabilidad de este punto de vista queda confirmada fuertemente por el hecho
de que este castigo de la bestia y sus ejércitos sigue a la alusión a la cena de
bodas del Cordero, un suceso que ciertamente se supone tiene lugar en el estado
espiritual y eterno.
Cap. 20:1-3. "Vi a un ángel que descendía del cielo, con la llave del abismo, y
una gran cadena en la mano. Y prendió al dragón, la serpiente antigua, que es el
diablo y Satanás, y lo ató por mil años; y lo arrojó al abismo, y lo encerró, y puso
su sello sobre él, para que no engañase más a las naciones, hasta que fuesen
cumplidos mil años; y después de esto debe ser desatado por un poco de tiempo".
Ahora nos acercamos a una porción de Apocalipsis envuelta en mucha oscuridad
y que, por la naturaleza misma del caso, va más allá de los límites que, por las
expresas declaraciones del escritor, repetidas una y otra vez, circunscriben el
resto de la profecía de este libro.
404
tanto el conocimiento del adversario con respecto a la misión del Salvador como
sus incesantes esfuerzos para contrarrestarla. Además, la notable prevalencia
del misterioso fenómeno de posesión demoníaca en tiempos de Cristo es prueba
decisiva de la presencia y laactividad de la maléfica influencia espiritual, en una
forma y hasta un grado desconocidos para nosotros, y para muchos,
hastaincreíble. Entonces, a menos que estemos preparados para renunciar a la
realidad de esa misteriosa influencia, y considerarla como resultado de mera
ignorancia popular o mero engaño, tenemos que admitir que ha habido una
marcada y decisiva restricción del poder de Satanás sobre los hombres desde el
tiempo de Cristo. Lo mismo puede decirse con respecto a la prevalencia de la
maldad moral en aquella época del mundo. Que considere cualquier persona lo
que Roma era en los días de Nerón, y lo que Jerusalén era en el período final de
la comunidad judía, y en seguida aceptará el hecho innegable de un desarrollo
anormal y portentoso de la maldad que a nosotros nos parece increíble. Juvenal y
Tácito serán testigos de Roma, y Josefo de Jerusalén; y no es contrario a la razón,
y al mismo tiempo concuerda con Apocalipsis, inferir que un vicio tan enorme y
tan colosal traiciona la operación de una influencia satánica.
2. Merece considerarse, además, que el pecado de idolatría, con toda su
imitación de poder sobrenatural y divino -- un sistema que las Escrituras
reconocen como preeminentemente obra del diablo -- estaba, en tiempos de
nuestro Salvador, en plena y tranquila posesión de casi todo el mundo. Cuando
recordamos lo que era Grecia, y lo que era Roma, con repecto a su religión
nacional, en la era apostólica; la autoridad, la antigüedad, y la popularidad de sus
dioses, y la manera en que su culto se había entrelazado alrededor de cada acto de
la vida pública y privada, parece asombroso que un sistema tan inveterado y
consagrado por el tiempo se haya marchitado hasta casi desaparecer por
completo de la faz de la tierra. Nadie puede dejar de explicarse este notable
cambio: se debe enteramente a la influencia del cristianismo, y de no ser por este
nuevo elemento en la civilización, no hay razón para pensar que las antiguas
supersticiones del paganismo hubiesen muerto o dado lugar a algo mejor.
405
Cuando los setenta discípulos regresaron gozosos a informar que hasta los
demonios les estaban sujetos por medio del nombre de suMaestro, Jesús les dijo:
"Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo" (Lucas 10:18). Es absurdo
explicar esto como una alusión a laexpulsión original de Satanás del cielo, antes
de la creación del mundo; es evidentemente una declaración figurada de que, en
el éxito de sus mensajeros, nuestro Señor reconocía y preveía el venidero
derrocamiento del poder de Satanás:
406
"la crisis definitiva entre los tiempos antiguos y modernos", y que la introducción
del cristianismo "ha cambiado y regenerado, no sólo el gobierno y la ciencia, sino
el sistema entero de la vida humana".
Hubo una hora en que la marea de la maldad humana comenzó a invertirse: fue
en el mismo período en que esa marea estaba en su punto más alto; desde ese
tiempo, ha estado disminuyendo, y no tenemos dificultad en reconocer que la
primera disminución del poder del mal corresponde en el tiempo con el suceso
que aquí se designa como el atar a Satanás y aprisionarle en el abismo. Con
respecto a la duración de esta restricción del poder satánico, no es fácil
establecerla; pero, en general, parece estar más en consonancia con el carácter
simbólico de Apocalipsis entender los mil años como un período largo pero de
duración indefinida. Cuando tenemos números grandes mencionados en
Apocalipsis, deben entenderse, por lo general, si no invariablemente, como
indefinidos. Por ejemplo, no debe suponerse que los ciento cuarenta y cuatro mil
sellados significan ese número, ni uno más y ni uno menos. Sería absurdo decir
que había exactamente doce mil, hasta el último hombre, salvados de cada una de
las doce tribus de los hijos de Israel. El concepto es apropiado en una visión, pero
increíble en una declaración histórica. De la misma manera, el ejército de jinetes
del cap. 9:16 se expresa como doscientos millones; pero ningún comentarista en
su sano juicio se aventuró jamás a atribuir a esto un significado preciso y literal.
Siguiendo estas analogías, estamos dispuestos a considerar los mil años como un
período de duración indefinida en lugar de uno de duración definida, que cubre
sin duda más del doble de ese espacio de tiempo, pero cuánto más, nadie lo
puede decir.
Cap. 20:4-6. "Y vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de
juzgar; y vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por
la palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y que no
recibieron la marca en sus frentes ni en sus manos; y vivieron y reinaron con
Cristo mil años. Pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se
cumplieron mil años. Esta es la primera resurrección. Bienaventurado y santo el
que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad
sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil
años".
Nos acercamos a este misterioso pasaje con la mayor reserva, evitando
cuidadosamente las adivinanzas y las explicaciones conjeturales, así como todo
intento de forzar en modo alguno el significado natural de las palabras.
407
Lo primero que notamos es que la visión que se describe ahora cae dentro del
período apocalíptico. Es introducida con la fórmula: "Y vi", que marca lo que
viene bajo la observación personal del vidente.
Luego, debe observarse que hay una evidente antítesis entre esta escena y el acto
de juicio ejecutado contra la bestia y sus seguidores. Es el método usual del
Apocalipsis poner en marcado contraste la recompensa de los justos y la
retribución de los impíos.
Observamos, además, que hay en este pasaje una alusión manifiesta a la promesa
de nuestro Señor a sus discípulos: "De cierto os digo que en la regeneración,
cuando el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me
habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce
tribus de Israel" (Mat. 19:28). Ese período ha llegado ahora. La paligenesia,
oregeneración, cuando el reino del Mesías había de venir, ahora es considerada
como presente, y los discípulos son glorificados con su Maestro glorificado: "les
es dado que juzguen", "se sientan en tronos para juzgar a las doce tribus de
Israel". Debemos concebir la multitud de los redimidos del territorio - los ciento
cuarenta y cuatro mil de todas las tribus de los hijos de Israel - como que forman
el reino, o los súbditos, puestos bajo el gobierno espiritual de la hermandad
apostólica.
Además de éstos, el vidente contempla "las almas de los decapitados por causa
del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios" y también (porque la palabra
oitinez parece indicar que esta es otra clase que se especifica) "los que no habían
adorado a la bestia ni a su imagen"; éstos también "viven y reinan con Cristo",
una expresión qu implica que ellos también tenían "tronos" y que se les había
dado que "juzgasen". Es imposible no reconocer en las "almas de los
decapitados" a los mismos santos martirizados que el vidente contempló, en la
visión del sexto sello, bajo el altar y clamando venganza de sus asesinos. Fueron
consolados con el mensaje de que, en poco tiempo, cuando se les uniesen sus
consiervos que estaban a punto de sufrir como ellos, su oración sería contestada.
Ahora ese momento ha llegado; sus enemigos han perecido, y ellos viven y
reinan con Cristo.
Esta visión mira también retrospectivamente el notable pasaje en 1 Pedro 4:6.
Estos mártires son los muertos a los cuales se les dirigió el consolador mensaje
[euhggelisqh]. Habían sido condenados por el juicio de los hombres cuando
estaban en la carne, pero ahoraviven en su espíritu por el juicio de Dios, que les
ha vindicado y les ha coronado. Cuánta nueva luz es arrojada sobre las palabras
de Pedro, zwsin de kata qeon pneumati, por el lenguaje de Apocalipsis, ezhsan
kai ebasileusan. Esta es una de esas sutiles coincidencias que a menudo son las
pruebas más seguras de una verdadera interpretación.
408
Estas almas que testifican y que sufren son representadas como disfrutando de un
privilegio y una distinción que no se les concede a otros: "Vivieron y reinaron
con Cristo mil años, pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se
cumplieron mil años". Este es el punto crucial del pasaje, y presenta una
formidable dificultad. La única posición desde la cual podemos discernir algún
rayo de luz es la dirección de la pregunta: ¿Quiénes son "los otros muertos"?
¿Son el resto de los justos muertos, o los impíos muertos, o ambos? Al buen
juicio le repugna la idea de que sean los justos muertos. Si ellos fuesen a ser
excluidos de participar en la bienaventuranza del cielo durante un vasto período,
¿cómo podría decirse: "Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor de
aquí en adelante"? Nos vemos obligados, pues, a imaginar la posibilidad de la
otra alternativa y de que el pasaje hable de los impíos muertos, aunque tal
suposición no esté exenta de dificultades. En este caso, "la primera resurrección"
incluye sólo a los muertos en Cristo; y esta puede ser la interpretación correcta,
porque el versículo siguiente ciertamente indica que todos los que tienen parte
en "la primera resurrección" son bienaventurados y santos, y disfrutan del gran
privilegio y el honor de "reinar con Cristo".
Una cosa más hay que notar, y es que no se dice que el reino de los santos que
sufren y testifican, y de todos los que tienen parte enla primera
resurrección, está en la tierra. Ellos viven y reinan "con Cristo"; están "con él
donde él está, contemplando su gloria".
Hasta ahora, hemos tratado de tantear nuestro camino en una región "oscura de
excesiva claridad", pero no pretendemos tener ninguna confianza en la última
porción de nuestra exégesis.
LA LIBERACIÓN DE SATANÁS
DESPUÉS DE LOS MIL AÑOS
Cap. 20:7-10. "Cuando los mil años se cumplan, Satanás será suelto de su
prisión, y saldrá a engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la
tierra, a Gog y a Magog, a fin de reunirlos para la batalla; el número de los cuales
es como la arena del mar. Y subieron sobre la anchura de la tierra, y rodearon el
campamento de los santos y la ciudad amada; y de Dios descendió fuego del
cielo, y los consumió. Y el diablo que los engañaba fue lanzado en el lago de
fuego y azufre, donde estaban la bestia y el falso profeta; y serán atormentados
día y noche por los siglos de los siglos".
El misterio y la oscuridad que envuelven una porción del contexto precedente se
vuelven aquí más oscuros, si es posible. Hay, sin embargo, ciertos puntos que
parece se pueden establecer.
409
1. Es evidente que este pasaje es profecía directa, y no una representación
visionaria que tiene lugar ante los ojos del vidente. No es introducida con la
fórmula usual en tales casos: "Y vi", sino en el estilo de una predicción profética.
2. Es evidente que la predicción de lo que ha de tener lugar al fin de los mil años
no cae dentro de lo que nos hemos aventurado a llamar "límites apocalípticos".
Estos límites, como se nos advierte una y otra vez en el libro mismo, están
rígidamente confinados dentro de un ámbito muy estrecho; las cosas mostradas
"deben suceder pronto". Habría sido un abuso del lenguaje decir que los sucesos
a una distancia de mil años habrían de ocurrir pronto; por tanto, nos vemos
obligados a considerar que esta predicción cae por completo fuera de los límites
apocalípticos.
Cap. 20:11-15. "Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de
delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos.
410
Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron
abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados
los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. Y el
mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los
muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. Y la
muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. Y
el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego".
Estos versículos nos presentan la catástrofe de la sexta visión. Como las otras
catástrofes que la han precedido, es un solemne acto de juicio, o más bien, la
misma gran transacción judicial presentada en un nuevo aspecto. Ahora el
vidente reanuda la narración que había sido interrumpida por la digresión relativa
a los mil años, retomando el hilo que se había roto al final del ver. 4. Se nos
devuelve, pues, al mismo punto de los versículos primero y cuarto. Esta
catástrofe pertenece, natural y necesariamente, a la misma serie de sucesos que
han sido representados en la visión de la ciudad ramera, y cae dentro de los
límites apocalípticos prescritos, estando entre las cosas "que deben suceder
pronto".
411
Pero, si la escena de juicio descrita en este pasaje es idéntica a la de Mateo 25, se
deduce que no es "el fin del mundo" en el sentido de la disolución de la
estructura material del globo terráqueo y el fin de la historia humana, sino lo que
tan frecuentemente se predice que acompaña el sunteleia tou aiwnoz - el fin de la
era, o la terminación de la dispensación judía. Esa gran consumación es siempre
representada como una época de juicio. Es el tiempo de la parusía, la venida de
Cristo en gloria para vindicar y recompensar a sus fieles siervos, y para juzgar y
destruir a sus enemigos. Hay una notable unidad y consistencia en las enseñanzas
de las Escrituras sobre este tema; y ya sea en los evangelios, o en las epístolas, o
en las visiones de Apocalipsis, encontramos un armonioso y concurrente
esquema de doctrina, confirmándose y sustentándose todas las partes
mutuamente -- prueba de su origen común en la misma y divina fuente de
inspiración y de verdad.
LA SÉPTIMA VISIÓN
PRÓLOGO A LA VISIÓN
412
Cap. 21:1-8. "Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la
primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo Juan vi la santa ciudad,
la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa
ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el
tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su
pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima
de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni
dolor; porque las primeras cosas pasaron. Y el que estaba sentado en el trono
dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas
palabras son fieles y verdaderas. Y me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la
Omega, el principio y el fin. Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la
fuente del agua de la vida. El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su
Dios, y él será mi hijo. Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y
homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos
tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte
segunda".
Aunque esta sección puede considerarse introductoria de la visión propiamente
dicha descrita desde el versículo noveno en adelante, es en realidad parte integral
de la representación, y cubre el mismo terreno que la descripción subsiguiente.
Es como si el vidente, lleno del glorioso tema revelado a sus ojos, comenzase a
contar sus maravillas y su esplendor antes de comenzar a explicar las
circunstancias que le habían conducido a ser favorecido con la manifestación. El
pasaje que ahora tenemos delante es en realidad un resumen o bosquejo de lo que
se desarrolla con más detalles en la parte subsiguiente de ésta y los primeros
cinco versículos del capítulo siguiente.
Ahora nos encontramos rodeados de un escenario tan novedoso y tan maravilloso
que no es sorprendente que nos preguntemos dónde estamos. ¿Es en esta tierra, o
en el cielo? Todas y cada una de las señales han desaparecido; lo viejo se ha
desvanecido, y ha dado lugar a lo nuevo: hay un nuevo cielo por encima de
nosotros; hay una nueva tierra debajo de nosotros. Deben existir nuevas
condiciones de vida, pues "el mar ya no existía más". Es claro que aquí tenemos
una representación en que el simbolismo es llevado a sus límites más extremos; y
el que trate a estas espléndidas imágenes como a prosaicas literalidades es
incapaz de comprenderlas. Pero los símbolos, aunque trascendentales, no carecen
de significado. "Son ejemplo y sombra de las cosas celestiales", y toda la pompa
y el esplendor de la tierra se emplean para presentar la belleza de la excelencia
moral y espiritual.
Es imposible considerar este cuadro como representación de alguna condición
social que se realizará en la tierra. Hay, seguramente, ciertas frases que al
principio parecen implicar que la tierra es el escenario en que se manifiestan
estas glorias; se dice que la santa ciudad "baja del cielo"; se dice que el
413
tabernáculo de Dios está "con los hombres"; se dice que "los reyes de la tierra
traerán su gloria y honor a ella"; pero, por otra parte, todo el concepto y toda la
descripción de la visión impiden suponer que es una escena terrenal. En primer
lugar, pertenece a "las cosas que deben suceder pronto"; cae estrictamente dentro
de los límites apocalípticos. No es, por tanto, una visión del futuro; pertenece al
período llamado "fin del tiempo" tanto como la destrucción de Jerusalén; y
tenemos que concebir esta renovación de todas las cosas -- este nuevo cielo y esta
nueva tierra -- como contemporánea con, o que sucede inmediatamente a, el
juicio de la gran ramera, de la cual es la contraparte o su antítesis.
Segundo, ¿cuál es la figura principal en esta representación visionaria? Es la
santa ciudad, la nueva Jerusalén. Pero la nueva Jerusalén siempre está
representada en las Escrituras como situada en el cielo, no en la tierra. Pablo
habla de la Jerusalén de arriba, en contraste con la Jerusalén de abajo. ¿Cómo
puede la Jerusalén de arriba pertenecer a la tierra? No puede haber ninguna duda
razonable de que la ciudad representada aquí en colores tan brillantes es idéntica
a aquélla a la que se refiere Heb. 12:22,23: "Os habéis acercado al monte de Sion,
a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos mllares
de ángeles, a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los
cielos, a Dios el Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos".
Está claro, pues, que la santa ciudad es la morada de los glorificados; la herencia
de los santos en luz; las mansiones de la casa del Padre, preparadas para ser
hogar de los bienaventurados.
Una vez más, esta conclusión queda certificada por la representación de ser la
morada del Altísimo: "El Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el
Cordero"; "el trono de Dios y del Cordero estará en ella"; "sus siervos le servirán,
y verán su rostro". En realidad, esta visión de la santa ciudad es anticipada en la
catástrofe de la visión de los sellos, donde los ciento cuarenta y cuatro mil de
todas las tribus de los hijos de Israel, y la gran multitud que nadie podía contar,
se representan como disfrutando de la misma gloria y felicidad, en el mismo
lugar y en las mismas circunstancias que en la visión que tenemos delante. Las
dos escenas son idénticas; o diferentes aspectos de una y la misma gran
consumación.
Concluimos, pues, que la visión establece la bienaventuranza y la gloria del
estado celestial, en el cual se abrió el camino plenamente al "fin del tiempo", o
sunteleia tou aiwnoz, como lo muestra la Epístola a los Hebreos.
EPÍLOGO
Cap. 22:6-21. "Y me dijo: Estas palabras son fieles y verdaderas. Y el Señor, el
Dios de los espíritus de los profetas, ha enviado su ángel, para mostrar a sus
siervos las cosas que deben suceder pronto. ¡He aquí, vengo pronto!
Bienaventurado el que guarda las palabras de la profecía de este libro.
Yo Juan soy el que oyó y vio estas cosas. Y después que las hube oído y visto,
me postré para adorar a los pies del ángel que me mostraba estas cosas. Pero él
me dijo: Mira, no lo hagas; porque yo soy consiervo tuyo, de tus hermanos los
profetas, y de los que guardan las palabras de este libro. Adora a Dios. Y me dijo:
No selles las palabras de la profecía de este libro, porque el tiempo está cerca. El
que es injusto, sea injusto todavía; y el que es inmundo, sea inmundo todavía; y
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el que es justo, practique la justicia todavía; y el que es santo, santifíquese
todavía. He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a
cada uno según sea su obra. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el
primero y el último. Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho
al árbol de la vida, y para entrar por las puertas de la ciudad. Mas los perros
estarán fuera, y los hechiceros, los fornicarios, los homicidas, los idólatras, y
todo aquel que ama y hace mentira.
Yo Jesús he enviado mi ángel para daros testimonio de estas cosas en las iglesias.
Yo soy la raíz y el linaje de David; la estrella resplandeciente de la mañana. Y el
Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed,
venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente.
Yo testifico a todo aquel que oye las palabras de la profecía de este libro: Si
alguno añadiere a estas cosas, Dios traerá sobre él las plagas que están escritas en
este libro. Y si alguno quitare de las palabras del libro de esta profecía, Dios
quitará su parte del libro de la vida, y de la santa ciudad y de las cosas que están
escritas en este libro.
El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo en breve. Amén; sí,
ven, Señor Jesús.
Así termina este libro maravilloso; tan prolijo en su construcción, tan magnífico
en su dicción, tan misterioso en sus imágenes, tan glorioso en sus revelaciones.
Más que cualquier otro libro de la Biblia, ha estado sellado y cerrado para la
aprehensión inteligente de sus lectores, y esto principalmente a causa del extraño
descuido de sus propias y nada ambiguas instrucciones para entenderlo
correctamente. Herder, que contribuyó con su genio poético antes que con sus
facultades críticas a la dilucidación del Apocalipsis, pregunta:
"¿Se envió una clave con el libro, y esta clave se ha perdido? ¿Fue lanzada al mar
en Patmos, o al Meandro?"
"¡No!", contesta un crítico capaz y sagaz, Moses Stuart, cuyos trabajos han hecho
mucho para preparar el camino para una verdadera interpretación:
"No se envió ninguna clave, y ninguna se ha perdido. Los lectores primitivos -
quiero decir, por supuesto, los hombres inteligentes entre ellos - podían entender
el libro; y, si nosotros estuviésemos en su lugar por poco tiempo, podríamos
hacer a un lado todos los comentarios sobre él, y los romances teológicos que han
surgido de él, que han hecho su aparición desde el tiempo del exilio de Juan hasta
la actualidad". 1
Pero, quizás pueda darse una mejor respuesta. Sí se envió la clave junto con el
libro, y se le ha permitido permanecer enmohecida y sin uso, mientras se ha
probado, y probado en vano, toda clase de llaves falsas y ganzúas hasta que los
hombres han llegado a ver el Apocalipsis como un enigma ininteligible, que sólo
tiene el propósito de desconcertar y confundir. La verdadera clave ha estado bien
visible todo el tiempo, y se ha llamado la atención de los hombres a ella en alta
voz casi en todas las páginas del libro. Esa clave es la declaración, que se hace
tan frecuentemente, de que todo está a punto de cumplirse. Si los lectores
originales eran competentes, como arguye Stuart, para entender el Apocalipsis
sin un intérprete, sólo podía ser porque reconocían su relación con los sucesos de
sus propios días. Suponer que ellos podían entender o sentir el más mínimo
interés en un libro que trataba de Concilios papales, una Reforma protestante, una
Revolución Francesa, y sucesos distantes en tierras extranjeras y épocas en el
lejano futuro sería una de las más extravagantes fantasías que haya poseído un
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cerebro humano. De principio a fin, el libro mismo da testimonio decisivo del
inmediato cumplimiento de sus predicciones. Se inicia con la expresa declaración
de que los sucesos a los cuales se refiere "deben suceder pronto", y termina con
la reiteración de la misma afirmación: "El Señor Dios ha enviado su ángel para
mostrar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto". "El tiempo está cerca".
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histórica, el transcurrir de muchos siglos, y "algo así como una vena profética",
para producir una exposición satisfactoria aún para sí mismos. No es fácil ver qué
valor tendría tal "revelación" para los primitivos creyentes, que con corazones
temblorosos obedecían el mandato que les enviaba a la desconcertante tarea de
estudiar sus páginas. Ni es de mucho mayor valor para la masa de modernos
lectores, que deben tener una gran facultad crítica para poder discernir lo
adecuado y lo verdadero de la interpretación ofrecida, y decidir entre
interpretaciones conflictivas. No es de extrañar que, ocupando una posición tan
falsa, los defensores de la divina revelación quedasen expuestos a los ataques de
escépticos como Strauss y "la destructora escuela de la crítica" y que,
refugiándose en una interpretación antinatural, pusiesen en peligro la ciudadela
misma de la fe. Debe reconocerse que una culpable negligencia de "los dichos
verdaderos de Dios" por parte de expositores cristianos le ha dado con frecuencia
ventaja a los enemigos de la revelación, ventaja que no han tardado en
aprovechar.
Sin indebida presunción, puede afirmarse, en favor del esquema de interpretación
defendido en estas páginas, que está marcado por la extrema sencillez, la
concordancia con los hechos históricos, y la exacta correspondencia con los
símbolos. No hay ninguna violación de la Escritura, ninguna perversión ni
ningún acomodo de la historia, ninguna manipulación de los hechos. El único
aparato crítico indispensable es Josefo y la gramática griega. El principio guiador
y gobernador es una deferencia implícita e inquebrantable a las enseñanzas del
libro mismo. Los datos apocalípticos han sido los únicos hitos considerados, y se
ha creído que no han sido insuficientes. Suponer que no se han cometido errores
sería absurdo; pero subsiguientes viajeros de la misma ruta pronto corregirán lo
que se demuestre que está errado, y confirmarán lo que se demuestre que es
correcto.
Ha sido el propósito del autor demostrar que el Apocalipsis es en realidad la
reproducción y la expansión, en imágenes simbólicas adaptadas a la naturaleza de
una visión, del discurso profético que nuestro Señor pronunció en el Monte de los
Olivos. Aquel discurso, como hemos visto, es una predicción continua y
homogénea de los sucesos que habrían de tener lugar en relación con la parusía,
la venida del Hijo del hombre en su reino, un acontecimiento que Él declaró
ocurriría antes de que pasase la generación existente, y que algunos de los
discípulos vivirían para presenciar. De manera similar, el Apocalipsis es una
revelación de los acontecimientos que acompañarían a la parusía, pero mucho
más detallados, y mostrando mucho más de la gloria y la felicidad de "el reino".
Hace dieciocho siglos, al contemplar el vidente la gloriosa visión de la ciudad
cuyos muros eran de jaspe, cuyas puertas eran de perla, y cuyas calles eran de oro
puro, se le aseguró una y otra vez que "estas cosas deben suceder pronto", y que
"el tiempo está cerca".Estando en vísperas de la largamente esperada parusía,
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escuchando las pisadas del Rey que venía, sabiendo que "el fin del tiempo" debía
ser inminente, y esperando ansiosamente el "día del Señor", ¿cómo podía ser sino
que Juan y los otros discípulos creyeran estar a punto de presenciar el
cumplimiento de sus más caras esperanzas? ¿Cómo podría ser de otra manera,
cuando el Señor mismo, atestiguando personalmente la certeza de su casi
inmediato advenimiento, declaró tres veces, en los términos más explícitos: "He
aquí, vengo en breve"; "He aquí, vengo presto"?
Por estas razones, así como por las enseñanzas del Apocalipsis y el resto de las
escrituras del Nuevo Testamento, llegamos a la conclusión de que, en los días de
Juan, la iglesia cristiana entera creía universalmente que la parusía estaba
cercana. Era la promesa de Cristo, la predicación de los apóstoles, la fe de la
iglesia. También se nos enseña la importancia de aquel gran acontecimiento.
Marcó una nueva época en la administración divina. Hasta que ese suceso tuvo
lugar, la completa bienaventuranza del estado celestial no se abrió para las almas
de los creyentes.
La epístola a los Hebreos enseña que, hasta la llegada de la gran consumación,
algo faltaba para la plena perfección de los que habían "muerto en la fe". Lo
mismo se enseña en Apocalipsis. Hasta que la ciudad ramera fue juzgada y
condenada, la "santa ciudad" no fue preparada para morada de los santos. Se nos
da a entender también el final de la dispensación judía, la abrogación de la
economía legal, y la destrucción de la ciudad y el templo de Jerusalén, indicando
la disolución de la peculiar relación entre Jehová y la nación de Israel. La nación
había rechazado a su Rey, y el Rey había juzgado a la nación; y la misión
mesiánica, tanto por miericordia como para juicio, se cumplió entonces. El
remanente fiel fue reunido al reino, o a "la nueva Jerusalén", y toda la armazón y
la cobertura del judaísmo fueron hechas pedazos y destruidas para siempre. El
reino de Dios había venido, y Aquél que, por un período tan largo, había dirigido
su administración, y había sido su Mediador y su Jefe, ahora que ha coronado el
edificio renuncia a su carácter oficial y "entrega el reino" en manos del Padre. Su
obra como Mesías está cumplida; ya no es más "ministro de circuncisión"; lo
local y lo limitado da lugar a lo universal, "para que Dios sea todo en todos".
Esto no significa que la relación entre Cristo y la humanidad cesa, sino que su
misión como Rey de Israel se ha cumplido; la nación-pacto ya no existe; ya no
hay ni judíos ni gentiles, circuncisos ni incircuncisos; el Israel de Dios es más
amplio y mayor que el Israel según la carne; la Jerusalén de arriba no es la madre
de los judíos, sino "la madre de todos nosotros".
Fue a plena vista de aquel glorioso día, que estaba a punto de "abrir el reino de
los cielos para todos los creyentes", que el discípulo amado respondió al anuncio
de su Señor acerca de su pronta venida: "¡Amén! Ven, Señor Jesús".
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