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Traducción de

P ilar L ópez M áñez


EL MODE
SISTEMA MUN

L a a g r ic u ltu r a c a p ita lista


lo s o r íg e n e s d e l la e c o n o m ía - m u n d o
e u r o p e a e n e l s ig lo xvi

por
IMMANUEL WALLERSTEIN

siglo
v ein tiu n o
editores

MÉXICO
ARGENTINA
grupo editorial
siglo veintiuno
siglo xxi editores, méxico siglo xxi editores, argentina
CIRRO O R AGUA 2 4 8 , ROMERO D€ TERREROS GUATEMALA 4 8 2 4 , C 1425 BUP,
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MADRID, ESPAÑA MADRID. ESPAÑA BARCELONA. 08007 ESPAÑA

HC51
W3518
2011 Wallerstein, Immanuel Maurice
El moderno sistema muvdial / por Immanuel Wallerstein. — 2* ed. aum.
—- México : Siglo XXI, 2011-
3 v.
Traducción de: The modem world system

Contenido: v. 1. La agricultura capitalista y los orígenes de la economía-


mundo europea en el siglo xvi / traductor Antonio Resines. - v. 2. El mercantilismo y
la consolidación de la economía-mundo europea, 1600-1750 / traductor Pilar López
Máñez. -v . 3. La segunda era de gran expansión de la economía-mundo capitalista,
1730-1850 /traductor Jesús Albores

ISBN-13: 978-607-03-0337-1 (volumen 1)

1. Historia económica - 1600-1750. 2. Europa - Condiciones económicas -


Siglo XVII. 3. Sistema mercantil - Historia. I. Resines, Antonio, traductor.
II. López Máñez, Pilar, traductora. III. Albores, Jesús, traductor. I. t.

prim era edición en español, 1979


undécim a reim presión, 2007
segunda edición aum entada, nuevo prólogo, 2011
© siglo xxi editores, s.a. de c.v.
isbn 978-607-03-0333-3 (obra completa)
isbn 978-607-03-0337-1 (volumen 1)

prim era edición en inglés, 1980


© academ ic press, inc., nueva york
título original: the modem world-system, capitalist agriculture and the
origins o f the european world-economy in the sisteenlh century

derechos reservados conform e a la ley


im preso en program as educativos, s.a.
caiz. chabacano 65 local a
06850 méxico, d.f.
Para TKH
«Alegoría del comercio», grabado en m adera de Jobst Amman (1539-1591),
Que vivió en N urem berg y fue uno de los «PeQueños Maestros». Este
detalle inferior ilustraba la casa de un m ercader de Nuremberg, todavía
un floreciente centro del comercio transeuropeo.
INDICE

pRÓl JOCO Λ LA EDICIÓN DE 2011................................................................................. XI


ACRADPXIMIENTOS........................................................................................................... 1
Introducción: Sobre el estudio del cambio sociai.................................................... 7

1. P reludio medieval. .............................................................................................. 21


2. Iv\ NUEVA DIVISIÓN EUROPEA DEL TRABAJO: CCL 1450*1640.................................. 93
3. L \ MONARQUÍA ABSOLUTA YEL ESTAUSMO........................................................... 187
4. D e S evhχλ a Amsterdam: El fracaso delI mperio........................................... 233
5. Los Estados fuertes del centro: Formación de clase ycomercio
INIernacional...................................................................................................... 319
6. Ι λ eoonomía-mundo europea: I a periferia frente a la arena f:xterior........ 425
7. Repaso teórico..................................................................................................... 489

B ibijocrafIa .................................................................................................................. 503


I ndice de ilustraciones..... , ...................................................................................... 545
Indice de nombres......................................................................................................... 547
PRÓLOGO A LA EDICIÓN DE 2011*

El moderno sistema mundial se publicó en 1974. En realidad fue


escrito en 1971-1972. Me costó bastante encontrar un editor. El
libro trataba sobre el siglo xvi y se ocupaba de un tema prácti­
camente desconocido: una economía-mundo, deliberadamente
escrita con guión. Era largo y tenía una cantidad considerable
de notas al pie. Cuando apareció, un revisor no muy amistoso se
quejó de que las notas trepaban por las páginas. Por fin Academic
Press y quien era entonces su erudito asesor editorial, Charles Ti­
lly, decidieron correr el riesgo de incluirlo en su nueva colección
de ciencias sociales.
Cuando salió, su recepción sorprendió a todos, y muy en es­
pecial tanto al editor como el autor. Obtuvo reseñas favorables
en el New York Times Sunday Book Review (en la primera plana)
y en el New York Review of Books. En 1975 recibió el premio de la
American Sociological Association a la mejor publicación erudita.
En ese momento un gran reconocimiento era el premio Sorokin.
Fue algo tan inesperado que yo ni siquiera estaba presente en la
sesión en la que se lo anunció. El libro se tradujo rápidamente a
una gran cantidad de otros idiomas. Se vendió notablemente bien
por tratarse de una monografía académica. Desde todo punto de
vista, era un éxito.
Pero también resultó, de inmediato, que era un libro suma­
mente controvertido. Recibió extraordinarios elogios pero fue
sujeto asimismo de enérgicas denuncias, que provenían de mu­
chos campos diferentes. Ahora, mientras escribo 37 años después
de la publicación inicial, creo que vale la pena pasar revista a las
críticas. ¿Cuáles eran sus fuentes? ¿Qué tal han sobrevivido? ¿Qué
pienso hoy de la validez de las mismas? ¿Cómo influyeron esas
críticas en los siguientes volúmenes?
Desde el primer momento tengo que señalar un subtexto par­
ticular de las críticas. Yo, por profesión, era sociólogo. Este li-

* T raducción de Victoria Schussheim.


xii Immanuel Wallerstein
bro les dio a muchos la impresión de ser una obra de historia
económica. No se suponía, por lo menos no a principios de los
setenta, que los sociólogos se interesasen por escribir respecto al
siglo xvi o sobre temas de los que se ocupaban los historiadores
de la economía. Por otro lado, los historiadores desconfiaban de
los intrusos provenientes de otras disciplinas universitarias, so­
bre todo si se basaban, como hice yo, casi exclusivamente en las
denominadas fuentes secundarias. Además, el libro se ocupaba,
de manera central, de relaciones espaciales globales, y se suponía
que ése era el dominio de los geógrafos. Y por último, entre los
primeros entusiastas del libro había un grupo inesperado: algu­
nos arqueólogos. Así que daba la impresión de estar desafiando
las categorías que definían en ese momento el trabajo académico
y de no encajar en las habituales divisiones enaltecidas en las
estructuras del saber.
Debo empezar este comentario con mi propia percepción en el
momento en el que escribí el libro. En la introducción explicaba
cómo llegué escribirlo. Iba en pos de una mala idea: que podría
entender mejor las trayectorias de las «nuevas naciones» del siglo
xx si estudiaba cómo habían llegado a «desarrollarse» las nacio­
nes que fueron «nuevas» en el siglo xvi. Era una mala idea porque
asumía que todos los estados seguían sendas paralelas e indepen­
dientes hacia algo llamado «desarrollo». No obstante, esta mala
idea tuvo ventajas inesperadas. Me puso a leer sobre Europa oc­
cidental en el siglo xvi e hizo que dirigiesen mi atención hacia
realidades que no había previsto.
En ese momento yo consideraba que estaba discutiendo pri­
mordialmente con los sociólogos weberianos; no con el mismo
Max Weber sino con el uso de sus categorías tal como se daba
en la sociología estadunidense (y hasta cierto punto mundial) en
el periodo posterior a 1945. Imperaba la impresión general de
que el libro de Weber sobre la ética protestante significaba que la
existencia de ciertos tipos de valores constituía un requisito pre­
vio necesario para lo que en el periodo posterior a 1945 solía lla­
marse modernización o desarrollo (económico). En ese tiempo
el procedimiento especializado habitual consistía en examinar,
país por país, la existencia o el surgimiento de tales valores. El
resultado fue la creación de una especie de orden jerárquico de
la marcha del progreso. ¿Qué país fue el primero? ¿Cuál vino des­
pués? ¿Yahora cuál sería el siguiente? Y, como pregunta derivada,
¿qué tenía que hacer ahora un país para poder ser el siguiente?
Yo traté de cuestionar esa narrativa de varias maneras. En primer
lugar, insistía en que este proceso no podía examinarse país por
país sino sólo dentro de una categoría más amplia que denominé
Prólogo a la edición de 2011 XII!

sistema-mundo (donde la palabra mundo no es sinónimo de global):


un mundo, no el mundo, como lo expresaría Fernand Braudel.
Segundo, sugería que los valores en cuestión seguían, no prece­
dían , a las transformaciones económicas que estaban producién­
dose. Sugería que sólo si ubicábamos a los diversos estados en sus .
relaciones con los demás podríamos comprender por qué algu­
nos llegaron a ser líderes de la eficiencia productiva y la acumu­
lación de riqueza.
Y, tercero, rechazaba la principal antinomia de los weberia-
nos posteriores a 1945: la de lo moderno y lo tradicional. Antes
bien, compartía los argumentos —que estaban desarrollándo­
se— de los dependistas, como Samir Amin y Andre Gunder Frank,
en cl sentido de que lo «tradicional» era tan reciente como lo
«moderno», que ambos aparecían juntos, por lo cual podríamos
hablar, como en la famosa frase de Frank, «del desarrollo del
subdesarrollo».1
Yo esperaba ser denunciado por los weberianos posteriores a
1945. Si bien se inclinaban por no aceptar lo que estaba soste­
niendo, se inclinaban también en general a recibir mis argumen­
tos educadamente, pese a lo que parecían pensar era mi resurrec­
ción de los argumentos marxistas (que ellos creían que ya habían
sido abandonados, o que tendrían que haber sido abandonados,
por los estudiosos serios). Me parece que estaban sorprendidos
ante el hecho de que yo realmente me hubiera zambullido en la
historia del siglo xvi, mientras que muchos de ellos se habían limi­
tado a basarse en una síntesis abreviada (y a veces distorsionada)
de las teses weberianas para poder discutir el material del siglo
xx. Además, como observamos poco después Terence Hopkins y
yo en un artículo conjunto, gran parte de los denominados análi­
sis comparativos efectuados por los adeptos de la modernización
involucraba la comparación de datos contemporáneos sobre un
país no occidental con datos presuntos (pero no estudiados em­
píricamente) acerca de Estados Unidos (o tal vez de otro país de
Europa occidental).12
De cualquier manera, los peores golpes vinieron de otro lado.
Había tres variedades principales de críticas. Estaban las que yo
considero las grandes críticas. Eran las que rechazaban el análisis
de los sistemas-mundo como modo de análisis sobre la base de

1 Andre G under Frank, «The development of underdevelopm ent», Monthly


Review, xviii, 4, septiem bre de 1966, pp. 17-31.
2 T erence Hopkins e Immanuel Wallerstein, «Patterns of developm ent of the
m odern world-system», Revieiu, 1, 2, otoño de 1977, pp. 11M 46 (reproducido
en T. Κ- Hopkins, Im manuel Wallerstein el a!., World-system analysis: Theory and
methodology, Beverly Hills, Sage, 1982, pp. 41-82).
XIV Im m a n u el Wallerstein

que no estaba en concordancia con su modo de análisis que, én


su opinión, era evidentemente superior. Luego estaban las que
para mí eran las críticas menores, las de aquellas personas que
aceptan la legitimidad del análisis de los sistemas-mundo, por lo
menos hasta cierto punto, pero que no están de acuerdo con mis
detalladas descripciones históricas pues consideran que me equi­
voco al reportar o interpretar ciertos datos empíricos importan­
tes, o que omití algunos tipos fundamentales de datos. Y después
había una tercera variedad, que sólo apareció en los años noven­
ta: la de quienes querían revisar el análisis de los sistemas-mundo
eliminando el guión y el plural, es decir, insistiendo en que en el
curso de los últimos cinco mil años siempre hay y hubo un solo
«sistema mundial». Pasemos revista a cada una de estas variedades
y subvariedades.
I
y
LAS GRANDES CRÍTICAS

Si los weberianos posteriores a 1945 pensaban que yo era dema­


siado marxista, los marxistas «ortodoxos» pensaban que yo no era
marxista para nada, sino todo lo contrario: «neosmithiano».3 Lo
que entiendo por marxista ortodoxo es lo que considero un mar­
xista de los partidos: el marxismo tal como lo definía el Partido
Socialdemócrata alemán, como lo definía el Partido Comunista
de la Unión Soviética y, de hecho, como lo definían la mayoría de
los partidos trotskistas.
Aunque esos grupos diferían de manera muy radical en sus
estrategias políticas y en sus interpretaciones de lo que había ocu­
rrido políticamente en diversos países en el siglo xx, tenían en
común ciertas premisas fundamentales. La primera era la natu­
raleza de la lucha de clases bajo el capitalismo, la que definían
como la que se daba fundamentalmente entre el proletariado ur­
bano emergente y los productores capitalistas (primordialmente
los empresarios industriales). La segunda era la primacía de una
base económica en relación con una superestructura política y
cultural. La tercera era la primacía de factores internos (es decir,
endógenos de un país) sobre los externos (es decir, exógenos a
un país) en las explicaciones causales. La cuarta era la inevita-

5 Robert Brenner, «The origins of capitalist development: A critique of neo-
Smithian Marxism», New Left Review, num. 104, julio-agosto de 1977, pp. 25-93
[«Los orígenes del capitalism», En Teoría, núm. 3, Madrid, 1979]. M aurice Zeitlin,
The civil wars in Chile, or, The bourgeois revolutions that never were, Princeton, Prince­
ton University Press, 1988.
Prólogo a la ediáón de 2011 xv

bilidad del progreso en términos de una secuencia de lo que se


denominaban diferentes modos de producción.
La imputación de los marxistas ortodoxos era que el análisis de
los sistemas-mundo violaba de una u otra manera todas estas pre­
misas. En realidad, esta imputación estaba justificada hasta cierto
punto. Al hablar del volumen 1 de El moderno sistema mundial estos
críticos sostenían que yo había presentado lo que llamaban un ar­
gumento «circulacionista», y que tendría que haber explicado las
cosas en términos de lo que ocurría en la esfera de la producción.
Vale decir, cuando analizaba las relaciones entre el centro y la
periferia estaba ignorando la lucha de ciases dentro de Inglaterra
como explicación del desarrollo capitalista para optar por darle
crédito a un factor considerado externo, como la naturaleza y el
flujo del comercio entre América y el noroeste de Europa.
Por supuesto, la pregunta que surge de inmediato es interno o
externo con respecto a qué. Para los marxistas ortodoxos interno
se definió siempre como interno en relación con las fronteras
políticas de un país. La «economía» era un constructo nacional.
Las clases eran nacionales. Eran los países los que podían deno­
minarse o no capitalistas. Este debate era fundamental. Yo estaba
desarrollando una visión alterna del capitalismo. En mi visión el
capitalismo era la característica de un sistema-mundo, de la varie­
dad específica que denominé una «economía-mundo». Las clases
eran clases de este sistema-mundo. Las estructuras sociales exis­
tían dentro de este sistema-mundo.
Mis oponentes de este campo eran sumamente intransigentes
respecto a su visión. No obstante, con el paso de los años su nú­
mero fue reduciéndose más y más. Eso tuvo que ver menos con el
impacto de mis obras que con la evolución de la situación en el
moderno sistema-mundo. Los movimientos políticos que habían
sostenido sus puntos de vista todavía hasta la década de 1960 fue­
ron profundamente cuestionados por las fuerzas que constituye­
ron la revolución-mundo de 1968. Lo que los hizo ponerse a la
defensiva fue la aparición de fuertes movimientos que insistían
en la importancia del género, la raza, la etnicidad y las sexuali­
dades en el análisis de la realidad social. Fue la contraofensiva
política neoliberal de los ochenta y la generalizada aceptación de
un concepto llamado globalización. Como consecuencia de ello,
hoy son relativamente pocos los que sostienen ia visión analítica
tradicional de los marxistas ortodoxos de los sesenta.
También hubo críticas de parte de quienes proponían lo que
yo consideraba el último baluarte intelectual del modo de análisis
marxista. Se encontraba en la escuela de pensamiento, muy vigo­
rosa en el decenio de 1970, conocida como «articulación de los
XVI Im m a n u el Wallerstein

modos de producción»^ Desde mi punto de vista, lo que estaba


haciendo este grupo era llegar al argumento de que no se podía
analizar la realidad social sólo dentro de los confines de un país
único. Veían que estaba pasando algo en el sistema-mundo, aun­
que eludían este término. Su revisión consistía esencialmente en
sugerir que, mientras un país podía ser capitalista y otro todavía
feudal, de alguna manera se relacionaban entre sí de formas espe­
cíficas e importantes. Decían que ambos modos de producción se
«articulaban» entre sí, y que por consiguiente cada uno de ellos
era afectado de alguna manera por eLotro.
Esta posición intermedia no me resultó muy convincente ni
me pareció que aportase nada importante a la capacidad de com­
prender la realidad social. En todo caso esta escuela, tras cierto
florecimiento durante alrededor de una década, simplemente se
desvaneció. No sé de nadie que siga usando hoy este marco de
referencia.
Otra escuela que era muy hostil, casi totalmente hostil, al aná­
lisis de sistemas-mundo era la que estaba integrada por los tradi­
cionales economistas y sociólogos nomotéticos. Para ellos lo que
yo hacía, si acaso se molestaban en-darse por enterados, era, en
el mejor de los casos, periodismo, y en el peor argumentación
ideológica. En términos generales sometieron al análisis de los
sistemas-mundo al rechazo por el desdén. Raras veces se dignaron
siquiera discutirlo, excepto cuando se los convocaba para actuar
como críticos anónimos de las propuestas de subsidios.
Ese deliberado desinterés ocultaba un temor. Este grupo consi­
deraba que el análisis de sistemas-mundo era desde todo punto de
vista tan peligroso como les parecía a los marxistas ortodoxos, aun­
que por razones muy diferentes. Apreciaban lo que estaba enjue­
go. Stephen Mennelí señaló atinadamente hace poco que mi libro
Representa de hecho un enorme intento de refutar históricamente la
«ley de la ventaja comparativa», ley en apariencia intemporal propues­
ta por David Ricardo, mostrando cómo en un comienzo las pequeñas
desigualdades en los vínculos de interdependencia entre sociedades y
economías fueron magnificadas a lo largo del tiempo para producir hoy
enormes diferencias entre lo que se llama, usando un eufemismo, el
«Norte» y el «Sur».45

4 Harold Wolpe, Articulations of modes of production, Londres, Routledge & Ke-


gan Paul, 1980. Véase también Barry Hindess y Paul Q. Hirts, Pre-capilcdist modes of
production, Londres, Routledge 8c Kcgan Paul, 1977.
5 Stephen Mennell, «Sociology», en W. H. McNeill et a l eds., Berkshire Encyclo­
pedia of World History, Great Barrington, Ma., Berkshire Publishing Group, 2005,
iv, p. 1746.
Prólogo a la edición de 2011 XVII

Como efectivamente la ley de Ricardo ha representado una pre­


misa central y esencial de la corriente principal de la macroeco-
nomía, no es sorprendente que mis argumentos fuesen tratados
tan negativamente por ese campo.
Sin embargo, en la medida en que el análisis de los sistemas-
mundo fue ganando fuerza en las estructuras del saber, algunos
integrantes del campo nomotético comenzaron a elaborar análi­
sis que tenían el propósito de refutar empíricamente las premisas
heréticas propuestas por nosotros. Estos críticos estaban espe­
cialmente ansiosos por demostrar que el análisis de los sistemas-
mundo no explicaba por qué, en el mundo contemporáneo, unos
países estaban más «desarrollados» que otros, ni por qué algunos
de los denominados países subdesarrollados estaban mejorando
su situación nacional más que otros. La oposición de este campo
es tan inflexible como la de los marxistas ortodoxos. Probable­
mente sea más duradera.
Hay una tercera gran crítica. Proviene de un grupo a los que
llamo los neohintzianos. Oito Hintze fue un historiador político
alemán; se pensaba que sus escritos habían demostrado la auto­
nomía de la esfera política de la realidad de la esfera económica.
Me vi sometido a dos grandes análisis críticos,6y ambos invocaban
específicamente a Hintze. Los dos decían que yo, de manera falsa,
había desmontado los escenarios de análisis político y económico
para constituir un escenario único, dándole primacía, de hecho,
al económico.
Desde luego, yo, en realidad, había insistido en que las va­
riables políticas y económicas residían en un único escenario.
Me había negado a aceptar el argumento de que el arena políti­
ca era autónoma o el concepto de que estaba regido por reglas
diferentes, de alguna manera —antitéticas, incluso— a las que
regían el escenario económico. En mi libro había yo insistido
en un análisis holístico, en el cual las instituciones políticas eran
simplemente una estructura institucional junto con otras dentro
del moderno sistema-mundo. Aunque en los siguientes volúme­
nes, sobre todo en el 2, traté de aclarar la falacia de semejante
separación de ambas esferas, esta crítica ha mostrado capacidad
de persistir, en el sentido de que todavía hoy muchos consideran

6 Theda Skocpol, «Wallerstein’s world capitalist system: A theoretical and histo­


rical critique», American Journal of Sociology, LXXXII, 5, marzo de 1977, pp. 1075-1090
(reproducido en Theda Skocpol, Soáal revolutions in the modem world, Nueva York,
Cambridge University Press, 1994, pp. 55-71). Aristide R. Zolberg, «Origins of the
modern world system: A missing link, World Politics, xxxm, 2, enero de 1981, pp.
255-281 (reproducido en Aristide Zolberg, Mow many exception atisms: Explorations hi
comparative macroanalysis, Filadelfia, Tenmple University Press, pp. 132-157).
xviii Im m a n u e l Wallerstein

que el análisis de sistemas-mundo es demasiado «economicista»,


lo que con frecuencia es una forma de decir que, en su opinión,
es demasiado «marxista».

De cualquier manera, los neohintzianos no le eran más fieles


a Otto Hintze que los neoweberianos a Max Weber, los marxistas
ortodoxos a Karl Marx o los smithianos a Adam Smith. En el caso
de Otto Hintze, termina su ensayo «Economía y política en la era
del capitalismo» (que apareció en 1929), con este sumario de sus
opiniones:
En conjunto, los años de la guerra y la década transcurrida desde enton­
ces no brindan evidencia alguna de un desarrollo económico autónomo
del capitalismo, por entero separado del estado y la política. Muestran
más bien que los asuntos del estado y los del capitalismo están inextri­
cablemente interrelacionados, que son sólo dos caras o aspectos de un
mismo desarrollo histórico.7

Eso, desde luego, era exactamente lo que yo estaba tratando


de aseverar.
Están, por último, las críticas procedentes del campo «cultu­
ral», que empezó a florecer en la década de 1970. Cuando se ana­
liza el ascenso del campo cultural hay que recordar dos cosas. La
primera es que el análisis teórico liberal tradicional de la moder­
nidad dividía la vida en tres esferas: la económica, la política y la
sociocultural. Esto se reflejaba en la creación de tres disciplinas
separadas de las ciencias sociales que se ocupaban del mundo
moderno: la economía, interesada en el mercado; la ciencia polí­
tica, preocupada por el estado, y la sociología, abocada a todo lo
demás (lo que a veces se denominaba la sociedad civil).
Esta predilección ideológica liberal dio por resultado, necesa­
riamente, un debate acerca de la prioridad causal entre las tres
esferas. Tanto los marxistas ortodoxos como los economistas no-
motéticos de la corriente principal le daban la prioridad causal
a la esfera económica. Los neohintzianos se la daban, implícita­
mente, a la esfera política. Era de esperar que hubiese quienes le
concediesen la prioridad causal a la esfera cultural.
Un segundo punto que hay que recordar es el impacto de la
revolución-mundo de 1968 en los debates teóricos. Para muchos,
lo que había ocurrido en 1968 fue la debacle final (y por consi­
guiente el repudio intelectual) del campo economicista. Daniel

7 Olto Hintze, The historical essays of Otto Ilintze, editado y con una introducción
de Felix Gilbert, Nueva York, Oxford University Press, p. 452.

2
Prólogo a la edición de 2011 xix

Bell había hablado antes del «fin de la ideología» en un fuerte


ataque sobre la relevancia del marxismo y los movimientos mar-
xistas para el mundo posterior a 1945.8A partir de 1968 un nuevo
grupo se hizo cargo de descartar el marxismo desde un punto
de vista diferente. Este grupo exigía una «deconstrucción» con­
ceptual y exponía el final (y la inutilidad) de los grand récits o
«grandes relatos».9 Básicamente lo que estaban diciendo era que
el campo economicista —en particular los marxistas ortodoxos—
habían descuidado la posición central del discurso en la realidad
social en evolución.
En ese momento hubo una segunda crítica a los marxistas orto­
doxos. Se los acusó, muy atinadamente, de haber hecho a un lado
las prioridades de quienes se ocupaban del género, la raza, la etni-
cidad y las sexualidades, en favor de la prioridad de la lucha de cla­
ses y la «revolución», cuyo sujeto histórico era el «proletariado».
A mí me reprocharon que no me hubiese unido a este campo.10
Cuando este grupo censuraba los grandes relatos solía arrojar a
la misma canasta el análisis de sistemas-mundo, el marxismo or­
todoxo y la teoría de la modernización weberiana, pese al hecho
de que el análisis de los sistemas-mundo había venido haciendo
prácticamente las mismas críticas al marxismo ortodoxo y al gran
relato de la modernización. Pero, desde luego, el análisis de los
sistemas-mundo lo hacía proponiendo un gran relato alternativo.
Nos negábamos a tirar la fruta fresca junto con la podrida.
El destino de esta crítica culturalista va de la mano con la suerte
de todo el movimiento de los «estudios culturales». La coherencia
de este campo tenía una falla fatal. La mitad de sus integrantes
se interesaban primordialmente por insistir en la prioridad de la
cultura... en realidad, en su interés intelectual exclusivo. Pero
la otra mitad se interesaba por los «pueblos olvidados», los que
habían sido omitidos en los grandes relatos previos. La alianza
se desintegró cuando la segunda mitad empezó a darse cuenta
de que también le interesaban los grandes relatos, pero unos di­
ferentes de los que se estaban usando antes de 1968. Este grupo
empezó a crear una nueva trinidad de intereses: género, raza y
clase; o clase, género y raza; o raza, género y clase. Y una vez
que esta nueva trinidad llegó a usarse de manera generalizada en

8 Daniel Bell, The end oj ideology, Cambridge, Harvard University Press, 2a. ed..
2000 (la. ed. 1960).
9Jean Baudrillard, El espejo de la producción, Barcelona, Gedisa, 2002; Cnlica de
la economía política del signo, México, Siglo XXI, 1974; The Jean Baudrillard Reader,
Steve Redhead y Claire Abel, eds., Nueva York, Columbia University Press, 2008.
10 Stanley Aronowitz, «Metatheoretical critique of Immanuel W allerstein’s The
modem world system», Theory 6f Society, x, 4, julio de 1981, pp. 503-520.
xx Im m a n u el Wallerstein

el escenario universitario, algunos de quienes se interesaban pri-


mordialmente por los «pueblos olvidados» dejaron de denunciar
el análisis de sistemas-mundo y empezaron a tratar de encontrar
formas para aprender a aceptarla o para modificarla a fin de to­
mar más en cuenta sus prioridades.11
En los años transcurridos desde 1974 se hicieron ya todas las
grandes críticas. Cuando llegamos a los noventa muchos de quie­
nes las proponían habían desaparecido de la escena, aunque al­
gunos siguen haciendo las mismas críticas. Pero ahora las grandes
críticas ya son bien conocidas y pasaron a segundo plano en la dis­
cusión relativa al análisis de los sistemas-mundo, que es visto con
creciente frecuencia como un paradigma que compite con otros
en la ciencia social del mundo contemporáneo. Las que absorben
ahora cada vez más atención son las críticas menores.

LAS CRÍTICAS MENORES

Las críticas menores se centran en torno a tres cuestiones diferen­


tes: los límites espaciales del moderno sistema-mundo, los límites
temporales del moderno sistema-mundo y las variables institucio­
nales que deben tomarse en consideración. El primer volumen
de El moderno sistema mundial planteaba muy claramente los lími­
tes espaciales y temporales que pretendía establecer. Es probable
que fuese menos claro respecto a la gama de variables institucio­
nales que resultaban pertinentes.
Empecemos con los límites espaciales. El argumento del libro
es que existen fronteras reales de lo que debe considerarse den­
tro y fuera de la economía-mundo capitalista. Yo afirmaba que
dentro de esos límites era posible hablar de centro, periferia y se-
miperiferia. No obstante, el capítulo 6 se dedica a lo que está fuera
de esas fronteras, lo que denominé la arena externa. Y traté de
especificar cómo era posible distinguir entre una zona periférica
de la economía-mundo y la arena externa.
El argumento básico era que se podía distinguir entre mer­
cancías a granel y mercancías preciosas, ya que el primero, pero

11 Ramon Grosfoguel, ed. especial, núm ero especial de Reuieiu: Utopian Thin-
king, xxv, 3, 2002. Walter D. Mignolo, Local hislories/global designs. Colonialily, subal­
tern knowledges, and border thinking, Princeton, Princeton University Press, 2000; The
darker side of Renaissance: Literacy, Territoriality, (*? colonization, 2a. ed., con nuevo
prólogo, Ann Arbor, University of Michigan Press, 2006. Véase tam bién Étiennc
Balibar e Immanuel Wallerstein, Race, nation, class: Ambiguous identities, Londres,
Verso, 1991 [Raza, ηαάόη y close, Madrid, iepala, 1991].

:
*
Prólogo a la edición de 2011 xxi

no el segundo, se basaba en un intercambio desigual. Más tarde


traté de afinar aún más esta distinción.1213Sugerí límites específi­
cos utilizando esa diferenciación. Polonia y Hungría eran parte
del moderno sistema-mundo en el siglo xvi. Rusia y el imperio
otomano no lo eran. Brasil estaba dentro y el subcontinente in­
dio afuera.
Había dos maneras de cuestionar estas afirmaciones empíri­
cas. Una consistía en sugerir que la distinción entre mercancías a
granel y mercancías preciosas era mucho más difusa de lo que yo
proponía, y que esa distinción no podía utilizarse para establecer
el límite sistémico. La otra era muy diferente. Implicaba sugerir
que algunas de las áreas de las que yo afirmaba que estaban afue­
ra se dedicaban de hecho al comercio en mercancías a granel con
ciertas partes de la economía-mundo capitalista y que por con­
siguiente, precisamente sobre la base de mi distinción, debería
considerarse que estaban «dentro»* de los límites.
En relación con las que llamo grandes críticas no di cuartel.
Sigo negándome a aceptar la legitimidad de esas objeciones al
análisis de sistemas-mundo. Acerca de la crítica referida a los lí­
mites espaciales, dije desde el primer momento que estaba dis­
puesto a prestar cuidadosa atención a los argumentos empíricos
y, cuando pareciesen sólidos, a aceptar revisiones del argumento
empírico. Hans-Heinrich Nolte sostiene desde hace mucho que
Rusia, en el siglo xvi, era parte del moderno sistema-mundo tanto
como lo era Polonia.1516Frederic Lane afirmó lo mismo con respec­
to al imperio otomano, tal vez sin precisar muy bien el caso.14 Sin
embargo, mucho más tarde Faruk Tabak planteó razones muy só­
lidas por las que debería verse todo el Mediterráneo oriental (que
básicamente pertenecía al imperio otomano) como parte integral
del moderno sistema-mundo durante el siglo xvi.15
Se hicieron varios intentos por demoler la validez de la distin­
ción entre mercancías a granel y mercancías preciosas.10 Desde el

12 Immanuel Wallerstein, El moderno sistema mundial, ii, El mercantilismo y la


consolidaáón de la economía-inundo europea, ¡600-1750, Madrid, Siglo XXI, 1984; El
moderno sistema mundial, nt, J.a segunda era de gran expansión de la economía-mundo
capitalista, 1730-1850, México. Siglo XXI, 1998.
13 Hans-Hcinrich Nolte, «The position of Eastern Europe in the international
system in early modern times». Review, vi, 1. verano de 1982, pp. 25-84.
N Frederic C. Lane, «Chapter 8, Economic growth in W allerstein’s social sys­
t e m r e v i e w article·, Profits from Power: Readings in protection rent and violence-
controlling enterprises, Albany, Sute University of New York Press, 1979, pp. 91-107.
13 Faruk Tabak, The waning of the Mediterranean, 1550-1870: A geohisloiical ap­
proach, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 2008.
16Jane Schneider, «Was there a pre-capiulist world-system?», Peasant Studies,
vi, 1977, pp. 20-29. (Reproducido en Christopher Chase-Dunn y Thomas Hall,
XXII Im m a n u el Wallerstein

principio sabía yo que esta distinción era difícil de hacer. He sido


sometido por la fuerza de los contraargumentos. Sigo pensando
que mi planteamiento básico es sólido. Pero de cualquier mane­
ra, como sugerí más tarde,17 incluso si tuviese que reconocer una
imagen más compleja de lo que constituye la «incorporación» a la
economía-mundo capitalista, el concepto de que había zonas que
estaban fuera del funcionamiento del sistema pero que mante­
nían algún tipo de relación comercial con él sigue representando
una idea esencial. Sienta las bases para comprender cómo es que
el moderno sistema-mundo no tuvo alcance global desde el prin­
cipio y llegó a tenerlo sólo después (a mediados del siglo xix). En
mi opinión continúa habiendo cabida para numerosos debates
tanto teóricos como empíricos en torno a los límites espaciales.
Los límites temporales son todavía más difíciles. Muchas de las
críticas menores posteriores quieren ampliar las fechas de inicio
del moderno sistema-mundo al siglo xm.18Janet Abu-Lughod in­
tentó hacer algo ligeramente diferente.19 Quería observar la Eu­
ropa del siglo xm en sus vínculos comerciales con muchas partes
diferentes de la masa territorial euroasiática a fin de arrojar una
luz un poco distinta sobre lo que explicaba el «ascenso» de Euro­
pa en el siglo xvi.
Gran parte de este debate en torno a las fronteras temporales
se reduce a una discusión respecto a la naturaleza del feudalismo
europeo. Yo tracé una distinción fundamental entre el «primer»
feudalismo (el de la Europa medieval), que en mi opinión era
lo que suele entenderse por feudalismo, y el «segundo» feudalis-

eds., Core/periphety relations in precapitalist worlds, Boulder. Westview, pp. 45-66.)


Thomas D. Hall, «Incorporation in the world-system: Toward a critique», Λ menean
Sooological Review, LI, 3, junio dc 1986, pp. 390-402; Social change in the SotInvest,
1350-1880, Lawrence, University of Kansas Press, 1989. Christopher Chase-Dunn.
Globalformation: Structures of the world-economy, 2a. ed. revisada, Lanhain, Rowman
and Littlefield, 1998.
17 Terence Hopkins, Immanuel Wallerstein, Resat Kasaba. William G. Martin y
Peter D. Phillips, eds. especiales, número especial de Revino: Incorporation into the
world-economy: How the world-system expands, X, nú ms. 5 /6 (suplem ento), verano/
otoño de 1987.
¡i Fernand Braudel, Out of Italy: 1450-1650, Paris, Flammarion, 1991; The fren-
pectine oj the world, vol. III de Capitalism and civilization, J 5th to 18th century, Berkeley,
University of California Press [Civilización material, economía y capitalismo, Barce­
lona, Labor, 1974]. Giovanni Arrighi, The long twentieth century: Money, power, and
the origins of our times, 2a. ed. revisada, Nueva York, Verso, 2010 (la. ed., 1994) [El
largo siglo xx, Madrid, Akal, 1999]. Eric Mielants, The origins of capitalism and the
«rise of the West*», Filadelfia, Temple University Press, 2008, Véase tam bién Oliver
Coz, Foundations of capitalism, Nueva York, Philosophical Library, 1959.
19Janet Abu-Lughod, Before European hegemorry: The world system a . d . 1250-1350,
Nueva York, Oxford University Press, 1989.
Prólogo a la edición de 2011 XXIII

mo del siglo xvi, que veía como un membrete incorrecto para el


trabajo forzoso en los cultivos comerciales. Yo mismo reconocí
más larde que el capítulo más flojo del volumen 1 era el pri­
mero, «Preludio medieval». En un libro dedicado a China y el
capitalismo elaboré lo que equivale a una versión revisada de ese
capítulo.20
Aquí el problema básico, en mi opinión, consiste en que nin­
gún marco de referencia teórico macrohistórico ha aportado una
explicación satisfactoria de la naturaleza del feudalismo europeo
en lo que suele considerarse su apogeo, los años 1000-1500. Al­
gunos analistas lo ven como una especie de sistema protocapita-
lista, y por consiguiente hacen retroceder las fechas del moderno
sistema-mundo para incluirlo dentro del marco temporal. Otros
lo ven como la antítesis misma del capitalismo, así que adelantan
el capitalismo a la fecha aceptada más ampliamente para el inicio
del mundo moderno, alrededor de 1800.21
Mi opinión es que la mejor manera de definir el sistema feudal
de la Europa medieval es como un imperio-mundo desintegrado,
tenuemente unido por la iglesia católica romana. Desde luego,
como lo sugiero en este volumen, creo que en su interior hubo
fuerzas que trataron de transformarlo en una economía-mundo
capitalista, pero no lo lograron. Lo que yo veo como fracasos lo
ven otros como primeros pasos.
Lo que me parece esencial es comprender que crear una eco­
nomía-mundo capitalista es algo muy difícil. En un artículo pos­
terior intenté procuré explicar las condiciones excepcionales que
lo hicieron posible.22 En el volumen 2 de El moderno sistema mun­
dial aclaro de qué manera ese frágil comienzo se consolidó en el
siglo xvii. Yo veía el siglo xvn, no como una «crisis» que dio por
resultado una especie de regreso al «feudalismo», sino más bien
como un endurecimiento de la estructura de la economía-mundo
capitalista. Creo que esta consolidación fue lo que hizo posible

20 Immanuel Wallerstcin, «The West, capitalism and the m odern world-system*»,


en T. Brook y G. Blue (eds.), Chiva and historical capitalism: Genealogies of Sinological
knowledge, Nueva York, Cambridge University Press, 2002. pp. 10-56.
21 Perry Anderson, Lineages of the absolutist state, Nueva York, Verso, 1974 [El
estado absolutista, México, Siglo XXI, 1979]. Alex Dupuy y Paul Fitzgerald, «Review
essays: A contribution to the critique of the world-systems perspective», Critical So­
ciology, vn, núm. 113, 1977, pp. 113-124. Steve J. Stern, «Feudalism, capitalism, and
the world-system in the perspective of Latin America and the Caribbean», Ameri­
can Historical Revino, xcili, 4, octubre de 1988, pp. 829-872. Immanuel Wallerstein,
«AHR Forum: Comments on Stern’s critical test», American Historical Revino, xcili, 4,
octubre de 1988, pp. 873-885. Steve J. Stern, «Reply: ‘Ever more solitary’», Ameri­
can Historical Revieut, xcm, 4, octubre de 1988, pp. 886-897.
22 Immanuel Wallerstein, «The West, capitalism, and the m odem world-system».
XXIV Im m a n u e l Waller stein

después expandir todavía más el sistema, tanto intensiva como


extensivamente.
De manera que al final, aunque he cedido un poco ante estas
críticas menores, sigo estando convencido de que en esencia mis
límites tanto espaciales como temporales para el periodo inicial
del moderno sistema-mundo son correctos.
Probablemente lo que no se expuso de manera suficiente en el
volumen 1 fueron los parámetros institucionales de la economía-
mundo capitalista. Invertí casi toda mi energía tratando de esta­
blecer en qué sentido lo que estaba ocurriendo en el escenario
económico era de naturaleza capitalista. Aunque la industria era
un pequeño segmento del aparato productivo general, insistí en
que era necesario dirigir la mirada especialmente a la agricultura.
Es verdad que el trabajo asalariado seguía siendo una parte rela­
tivamente pequeña de la forma de remuneración de la mano de
obra, pero procuré demostrar que el capitalismo involucraba algo
más que el trabajo asalariado. Aunque la burguesía, como se la
define de manera clásica, parecía ser un grupo relativamente pe­
queño, insistí en que viésemos que la aristocracia se estaba trans­
formando en la burguesía. Todo eso era parte de mi intento por
revisar radicalmente el análisis del capitalismo como modo de
producción. A partir de 1974 he escrito mucho sobre todos estos
temas, y ahora existe una especie de sumario condensado de mis
puntos de vista en Análisis de sistemas-mundo. Una introducción.23
En los años que siguieron a 1974 se me cuestionó por descui­
dar todos los escenarios no económicos: el político, el cultural,
el militar y el ambiental. Todos esos críticos insistían en que era
demasiado «economicista» en mi marco de referencia. Ya he dis­
cutido mis opiniones respecto a las críticas relativas al escenario
político y el escenario cultural. Me gustaría señalar que traté de
aclarar más mi comprensión del escenario político en el volu­
men 2 y el del escenario cultural en el 4, así como en Geopolítica y
Geocultura: Ensayos sobre el moderno sistema mundial.2*
Tanto Michael Mann como William McNeill me censuraron por
haber desatendido el escenario militar, y en especial la importancia
de la tecnología militar.25 No creo que esto sea del todo correcto.

23 Immanuel Wallerstein, World system analysis: An introduction, Durham , Duke


University Press, 2006 [Análisis de sistemas-mundo. Una introducción, México, Siglo
XXI, 2005].
24 Immanuel Wallerstein, Geofwlilics andgeocullure, Cambridge, Cam bridge Uni­
versity Press [Geopolítica y geocultura, Madrid, Kairos, 2007].
24 Michael Mann, States, war and capitalism, Nueva York, B. Blackwell, 1988.
William H. McNeill, The pursuit ofpoxoer: Technology, armed force and soaely since λ. D.
1000, Chicago, University of Chicago Press, 1982.
Prólogo a la edición de 2011 XXV

En distintos lugares de este volumen y en volúmenes subsecuentes


de la obra hablé de la tecnología militar y del papel que desempe­
ñó. Pero en general creo que Clausewitz tenía razón cuando hizo
su célebre afirmación de que «la guerra es la continuación de la
política por otros medios». Si es así, habría que tener cuidado de
no darle a lo militar demasiada autonomía analítica.20
Por último, me han criticado por desatender el ambiente.2627 Al
principio me inclinaba por decir que sin duda no había sido in­
tencional. Pero de una excusa tan timorata me salvó Jason Moore,
quien hizo una lectura cuidadosa del volumen 1 para demostrar
hasta qué punto había incorporado y dado posición central en mi
análisis a los factores ecológicos y sus consecuencias en la cons­
trucción de la economía-mundo capitalista.28 A decir verdad me
asombró darme cuenta del grado en el que lo había hecho.
La mejor respuesta a la crítica por haber dejado diversos pa­
rámetros institucionales fuera del volumen 1 es que no se puede
hacer todo al mismo tiempo. Creo que si se lee el conjunto de mi
obra las personas razonables verán en qué medida soy fiel a mi
premisa epistemológica de que sólo un análisis verdaderamente
holístico puede decirnos cosas de importancia acerca de cómo
funciona el mundo real.

LA VISIÓN REVISIONISTA DEL SISTEMA-MUNDO

A partir de la década de 1990 surgió un importante grupo de es­


pecialistas que, de diferentes maneras, sostenían que el papel de
China en el mundo moderno había sido gravemente ignorado, lo
cual, afirmaban, conducía a una visión muy distorsionada del mun­
do. Algunos lo hicieron subrayando la existencia y persistencia de
un mundo sínico desde el siglo xv hasta la actualidad.29 Otros lo

26 Véase también Giovanni Arrighi, «Capitalism and the modern world-system:


Rethinking the non-debates of the 1970s*», Review, xxi, 1, 1998, pp. 112-129.
27 Sing Chew, «For nature: Deep greening world-system analysis for the 21st
century», Journal of World-Systems Research, in, 3, 1997, pp. 381-402. (Disponible en
http://jw sr.ucr.edu/archive/vol3/v3n3a2.php.)
wJaso n W. Moore, «‘The modern world-system’ as environmental history? Eco­
logy and the rise of capitalism», Theory and Society, xxxu, 3, junio de 2003, pp.
307-377.
29 Takeshi Hamashita, «The tribute trade system and modern Asia», Memoirs of
the Tokyo Bunko, núm. 46, 1988, pp. 7-25. Giovanni Arrighi, Takeshi Hamashita y
Mark Selden, The resurgence of East Asia: 500, 150 and 50 year perspectives, Londres,
Routledge, 2003. Giovanni Arrighi, Adam Smith in Beijing, Nueva York, Verso, 2007
[Adam Smith eti Pekin, Madrid, Akal, 2007).
XXVI Im m a n u el Wallerstein

hicieron sugiriendo que las comparaciones económicas entre Chi­


na y Europa occidental eran considerablemente erróneas.30
Pero Andre Gunder Frank fue mucho más lejos. Frank parti­
cipó desde fecha temprana en el análisis de los sistemas-mundo.
El mismo había escrito libros que postulaban los orígenes del
moderno sistema-mundo en el siglo xvi.31 Sin embargo, en los
años noventa le dio un importante giro a su análisis. Tanto por
sí mismo como en obras escritas conjuntamente con Barry Gill,32
adelantó la hipótesis de que el sistema mundial (el único sistema
mundial) tenía sus orígenes unos cinco mil años atrás. Insistió en
que este sistema mundial podía analizarse utilizando muchas de
las herramientas básicas del análisis de los sistemas-mundo, como
las ondas largas que se presentaban simultáneamente en todo el
sistema.
No sólo quería insistir en que este singular sistema mundial
había existido durante cinco mil años. Deseaba insistir también
en que China había sido siempre (o casi siempre) el eje central
de este singular sistema mundial. Opinaba que el «ascenso» de
Europa estaba limitado al siglo xix y parte del xx, y lo veía como
una interrupción momentánea de ese sistema centrado en China.
Dijo que quienes sosteníamos que el moderno sistema-mundo se
había originado en Europa, ya fuese en el siglo xvi o antes, éra­
mos culpables de eurocentrismo. La imputación abarcaba a Fer­
nand Braudel y a mí, pero también tanto a Marx como a Weber.
Su principal libro, Re-Onent: Global economy in the Asian age, ha
sido muy leído y discutido. Tres de sus colegas en el campo del
análisis del sistema-mundo —Samir Amin, Giovanni Arrighi y
yo— escribimos largas críticas del libro en un número especial de
Review.33 Mi propia crítica se centró en tres cuestiones. Primero,
tenía la sensación de que el argumento de Frank era básicamente
el mismo de los economistas neoclásicos. A diferencia de otras

30 Kenneth Pomeranz, The great divergence: China, Europe, and the making of the
modern world economy, Pi inceton, Princeton University Press, 2000.
31 Andi e Gunder Frank, Capitalism and underdevelopment in Latin America, Nue­
va York, Monthly Review Press, 1967 [Capitalismo y subdesarrollo en América Lati­
na]. Mexican agriculture, 1521-1630: Transformation of the mode of production, Nueva
York, Cambridge University Press, 2008 (la. ed., 1979) [La agricultura mexicana,
México, Era, 1982]. World accumulation, 1492-1789, Nueva York, Monthly Review
Press, 2009 (la. ed., 1978) [La acumulación mundial, Madrid, Siglo XXI de Espa­
ña, 1979].
32 Andre G under Frank, «A theoretical introduction to five thousand years of
world system history», Review, xm, 2, primavera de 1990, pp. 155-250. A ndre Gun­
der Frank y Barry Gills, eds., The world system: 500years o 5000?, Lanham , Routled-
ge, 1996.
33 Review, «Re-Orientalism?», xxii, 3, 1999.
Prólogo a la edición de 2011 XXVII

obras de análisis de los sistemas-mundo, de verdad se merecía el


membrete de «circulacionista».
Segundo, me parecía que se podía demostrar que sus análisis
empíricos en torno a las relaciones de Europa occidental y China
en los siglos xvi a xvm, basadas primordialmente en el flujo de
metales preciosos, eran incorrectos, usando los mismos datos pro­
porcionados por Frank. Además, traté de sugerir que su análisis
empírico previo, que me parecía esencialmente correcto, refuta­
ba los argumentos de su obra posterior.34
Tercero, y más importante, su modo de análisis eliminaba al ca­
pitalismo de todo el.panorama histórico. Yo había sostenido que
el siglo xvi marcaba la creación de una economía-mundo capitalis­
ta. De ninguna manera es posible que Frank o cualquier otro pue­
da afirmar que el capitalismo se remonta a cinco mil años atrás.
Eso despojaba al término de todo significado. De hecho Frank lo
admitió, diciendo que ya no creía que el de capitalismo fuese un
concepto intelectual útil.
Un último problema con esta visión sinocéntrica del mundo
era el papel ambiguo que le daba Frank, en todo el análisis, a la
India, que a veces parecía ser incluida en un mundo centrado
en Asia y a veces excluida de un mundo sinocéntrico. Un libro
reciente de Amiya Bagchi expone esta ambigüedad al colocar su
propio análisis de la historia moderna de la India en el contexto
del surgimiento de la economía-mundo capitalista.35
Todavía no se puede ver con claridad si esta revisión radical
del análisis de los sistemas-mundo seguirá desempeñando un
importante papel intelectual. Tal vez dependa de las cambiantes
realidades empíricas del mismo sistema-mundo moderno en los
próximos decenios.

CONCLUSIÓN

Para mí escribir el volumen 1 de El moderno sistema mundial fue


el comienzo de una gran aventura intelectual que, en muchos
sentidos, ha sido el enfoque central de mi vida intelectual desde
entonces. Ya he llegado al volumen 4. Como puede verse en la

w Andre G under Frank, «Multilateral merchandise trade imbalances and une­


ven economic development». Journal of European Economic History, v, 2, otoño de
1976, pp. 407-438.
55 Amiya Kumar Bagchi, Perilous passage: Mankind and the global ascendancy of
capital, Lanham, Md., Rowman &: Littlefield, 2005.
xxvm Im m a n u e l Wallerstein

introducción al mismo, quedan por lo menos otros dos por venir,


posiblemente incluso un volumen 7. No sé si podré completar la
redacción de todos los siguientes volúmenes. Tal vez me salva el
hecho de que he escrito muchos ensayos que cubren el material
que se incluiría en los volúmenes 5 y 6, de manera que mi enfo­
que de los periodos 1873-1968 y 1945-20?? puede conseguirse y
leerse. Pero no es lo mismo escribir ensayos que construir una
narración sistemática. Espero poder hacer esto último.
De cualquier manera, estoy convencido —¿cómo podría no es­
tarlo?— de que el análisis de los sistemas-mundo es un elemento
necesario para superar los paradigmas restrictivos de la ciencia
social del siglo xix. No es, como he dicho en un detallado itine­
rario intelectual, ni una teoría ni un nuevo paradigma (aunque
haya quienes piensan que es ambas cosas) sino un «llamado a un
debate acerca del paradigma».30 El volumen 1 sigue siendo el eje
original, todavía crucial, de ese llamado.

w Immanuel Wallerstein, «The itinerary of world-system analysis; or, How to


resist becoming a theory», en J. Berger y M. Zelditch, Jr., eds. New directions in con-
temporary sociological theory, Lanham, Md., Rowman 8c Littlefield, 2002, pp. 358-376.
AGRADECIMIENTOS

Siempre es difícil enumerar las fuentes inmediatas de ideas y


ayuda —de autores, colegas y estudiantes— en la concepción
y redacción de un libro, y especialmente de un libro que pre­
tende sintetizar el trabajo empírico de otras personas. El gran
riesgo es el olvido.
En el caso de este libro, los dos autores cuyos extensos
escritos me inspiraron más inmediatamente en el camino que
finalmente decidí seguir, fueron Fernand Braudel y Marian
Malowist.
Una vez que hube escrito un borrador, Fernand Braudel lo
leyó cuidadosamente, y me dio ánimos en un momento en que
necesitaba confianza. Charles Tilly también lo leyó cuidadosa­
mente, y planteando cuestiones pertinentes me obligó a clarifi­
car mi argumento. Esto fue así particularmente en lo concer­
niente al poder estatal y al «absolutismo» en general, y su con­
trapunto con el fenómeno del bandidaje en particular. Douglas
Dowd me impuso en Frederic Lane, lo que le agradezco, ya que
merece la pena imponerse en Frederic Lane.
En cuanto a Terence Hopkins, mi deuda es de veinte años
de discusión y colaboración intelectual. Ninguna frase puede
resumir esta deuda.
Este libro fue escrito durante una estancia de un año en el
Center for Advanced Study in Behavioral Sciences. Incontables
autores han cantado sus alabanzas. Además de unos espléndidos
alrededores, de unos ilimitados recursos en bibliotecas y secre­
tarias, y de un surtido siempre a punto de investigadores a los
que consultar en cuestión de un momento, lo que el centro
ofrece es dejar al investigador a su propio ingenio, para bien
o para mal. Ojalá que todos los hombres tuvieran tal acierto.
La versión final se realizó con una ayuda del Social Sciences
Grants Subcommittee de la Faculty of Graduates Studies and
Research de McGill University.
.


Es a través de una crisis de los ingresos señoriales
como se termina la Edad Media y se abren los tiempos
modernos.
M arc B l o c h

Este colapso en la tasa de salarios real [en Europa]


fue la contrapartida de la revolucionaria subida de los
precios en el siglo xvi. La operación fue pagada ente­
ramente por los crecientes afanes, penalidades, empo­
brecimiento y extenuación de la mayoría. Los contem­
poráneos fueron a menudo conscientes de que este de­
terioro estaba teniendo lugar.
F ernand B raudel y F rank S po o n er

El descubrimiento de las comarcas auríferas y argentí­


feras en América, el exterminio, esclavización y sote­
rramiento en las minas de la población aborigen, la
conquista y saqueo de las Indias Orientales, la trans­
formación de Africa en un coto reservado para la caza
comercial de pieles-negras, caracterizan los albores de
la era de producción capitalista. Estos procesos idílicos
constituyen factores fundamentales de la acumulación
originaria. Pisándoles los talones, hace su aparición la
guerra comercial entre las naciones europeas, con la
redondez de la Tierra como escenario.
K arl M arx
«El Saco de Roma por Carlos V», grabado en madera que ilustraba un
libro sobre «Prácticas y previsión imperiales...», publicado en Estrasbur­
go hacia 1535. Este grabado conmemora el acontecimiento que condujo
al Santo Padre a depender políticamente del emperador del Sacro Imperio
Romano Germánico y que convirtió a Carlos en un poder sin rival en Italia.
INTRODUCCION: SOBRE EL ESTUDIO DEL CAMBIO SOCIAL

El cambio es eterno. Nada cambia jamás. Los dos tópicos son


«ciertos». Las estructuras son los arrecifes, de coral de las rela­
ciones humanas, que tienen una existencia estable durante un
período relativamente largo de tiempo. Pero las estructuras
también nacen, se desarrollan y mueren.
A menos que queramos utilizar el estudio del cambio social
como un término sinónimo de la totalidad de la ciencia social,
su significado debería verse restringido al estudio de los cam­
bios en los fenómenos que son más duraderos, viéndose por
supuesto sometida la propia definición de durabilidad a cam­
bios con respecto al tiempo y lugar históricos.
Una de las principales afirmaciones de la ciencia social mun­
dial es que existen ciertas grandes divisorias en la historia del
hombre. Una de tales divisorias, reconocida en general, aunque
estudiada sólo por una minoría de científicos sociales, es la
llamada revolución neolítica o agrícola. La otra gran divisoria
es la creación del mundo moderno.
Este último evento aparece como centro de la mayor parte
de las teorías de las ciencias sociales contemporáneas, y de
hecho, también de las del siglo xix. Sin duda, existen inmensas
discusiones sobre cuáles son las características que definen los
tiempos modernos (y en consecuencia sobre sus límites tempo­
rales). Es más, existe un gran desacuerdo acerca de los princi­
pios motores de este proceso de cambio, pero parece existir
un consenso muy extendido de que en los últimos cientos de
años se dieron de hecho grandes cambios estructurales en el
mundo, cambios que hacen que el mundo de hoy sea cualita­
tivamente diferente del mundo de ayer. Incluse aquellos que
rechazan los supuestos evolucionistas de un progreso predeter­
minado, aceptan no obstante las diferencias de estructuras.
¿Cuáles son las unidades de estudio apropiadas si se desea
describir esta «diferencia» y justificarla? En cierto sentido mu­
chos de los debates históricos más importantes de nuestro tiem­
po pueden ser reducidos a planteamientos en torno a esto. Es la
8 I m m a n u e l Wallerstein

gran búsqueda de las ciencias sociales contemporáneas. Resulta


por lo tanto apropiado comenzar un trabajo que pretende ana-
lizar el proceso del cambio social en el mundo moderno con
un itinerario intelectual de la propia búsqueda conceptual.
Comencé interesándome en las raíces sociales del conflicto
político en el seno de mi propia sociedad. Pensé que, compren­
diendo las modalidades de tal conflicto, podría contribuir como
persona racional a la conformación de esta sociedad. Esto me
llevó a dos grandes debates. Uno era el de en qué medida «toda
la historia es la historia de la lucha de clases». Planteado de
otra manera, ¿son las clases las únicas unidades operativas en
la arena social y política? ¿O, como planteaba Weber, acaso
no son más que una de la trinidad de unidades —clase, grupo
de estatus y partido— que existen, y cuyas interacciones expli­
can el proceso político? Aunque yo tenía mis prejuicios acerca
del asunto, descubrí, al igual que otros antes que yo, que ni
la definición de estos términos ni la descripción de sus rela­
ciones mutuas eran fáciles de elucidar. Sentí cada vez con más
fuerza que aquél era mucho más un problema conceptual que
empírico, y que para resolver el debate, al menos en mi propia
mente, tendría que plantear las cuestiones en un contexto inte­
lectual más amplio.
El segundo gran debate, ligado al primero, era acerca del
grado en el cual podría existir o existía de hecho un consenso
de valores en el seno de una sociedad dada, y, en la medida en
la que tal consenso existiera, sobre el grado en que su presencia
o ausencia pudiera ser de hecho un determinante primordial de
las acciones de los hombres. Este debate está relacionado con
el primero, debido a que sólo si se rechaza el carácter primor­
dial de las luchas sociales en la sociedad civil puede plantearse
siquiera la cuestión.
Los valores son, por supuesto, un objeto de observación ex­
tremadamente elusivo, y empecé a sentirme extraordinariamen­
te a disgusto con una gran parte de las teorizaciones acerca de
los valores, que a menudo parecían combinar la ausencia de
una base empírica rigurosa con una verdadera afrenta al sen­
tido común. No obstante seguía estando claro que los hombres
y los grupos justificaban de hecho sus acciones con referencia
a determinadas ideologías. Más aún, parecía también estar
claro que los grupos se hacían más coherentes y en consecuen­
cia más eficaces políticamente en la medida en que eran cons­
cientes de sí mismos, lo que significaba que desarrollaban un
lenguaje común y una Weltanschauung .
El estu d io del cam bio social 9

Trasladé mi zona de interés empírico desde mi propia socie­


dad al Africa, con la esperanza de que o bien vería confirmadas
algunas teorías por lo que pudiera encontrar allí, o de que
una ojeada a tierras distantes agudizaría mi percepción al con­
centrar mi atención en cuestiones que en caso contrario habría
pasado por alto. Yo esperaba que ocurriera lo primero, pero
fue lo último lo que ocurrió.
Fui por primera vez a Africa durante la era colonial, siendo
testigo del proceso de «descolonización», y después de la inde­
pendencia de una verdadera cascada de Estados soberanos.
Blanco como era, me vi bombardeado por el ataque de la men­
talidad colonial de los europeos que llevaban largo tiempo resi­
diendo en Africa. Y, simpatizante de tos movimientos naciona­
listas como era, fui testigo de excepción de los iracundos aná­
lisis y las optimistas pasiones de los jóvenes militantes de los
movimientos africanos. No tardé mucho en darme cuenta de
que estos grupos no sólo estaban enfrentados en los aspectos
políticos, sino que abordaban la situación con esquemas con­
ceptuales completamente diferentes.
En general, donde se da un conflicto profundo, los ojos de
los oprimidos disfrutan de mayor agudeza en la percepción de
la realidad presente. Ya que por propio interés, más les vale
percibirla correctamente para poder así denunciar las hipocre­
sías de sus gobernantes. Tienen menor interés en la deforma­
ción ideológica. Así fue en este caso. Los nacionalistas veían
la realidad en la que estaban inmersos como una «situación
colonial», es decir, una situación en la que tanto su acción
social como la de los europeos que vivían con ellos codo con
codo como administradores, misioneros, profesores y comer­
ciantes venían determinadas por las restricciones de una única
entidad legal y social. Más aún, percibían que la maquinaria
política estaba basada en un sistema de castas en el que el
rango y, en consecuencia, los beneficios, venían determinados
en base a la raza.
Los nacionalistas africanos estaban empeñados en cambiar
las estructuras políticas en cuyo seno vivían. He contado esta
historia en otro lugar y no es relevante hacer referencia a ella
aquí. Lo que aquí es relevante es que así me hice consciente
del grado en que la sociedad como abstracción quedaba gran­
demente limitada a sistemas político-jurídicos como realidad
empírica. Era una perspectiva falsa el adoptar una unidad como
la «tribu» e intentar analizar su funcionamiento sin hacer refe­
rencia al hecho de que, en una situación colonial, las institu­
ciones gobernantes de una «tribu», lejos de ser «soberanas»,
10 I m m a n u e l W aller stein

estaban seriamente circunscritas por las leyes (y las costum­


bres) de una entidad mayor de la cual formaban parte indi-
sociable, léase la colonia. De hecho esto me llevó a la genera­
lización más amplia de que el estudio de la organización social
era en su mayor parte deficiente debido a la muy extendida
falta de consideración del marco legal y político en el que tanto
las organizaciones como sus miembros operan.
Intenté descubrir los atributos generales de una situación
colonial y describir lo que yo consideraba su «historia natu­
ral». Pronto quedó claro para mí que tenía que considerar al
menos algunos factores del sistema mundial como constantes.
De modo que me limité a hacer un análisis de cómo operaba
el sistema colonial para aquellos países que eran colonias de
potencias europeas en los siglos xix y xx, y que eran «posesio­
nes ultramarinas» de las citadas potencias. Dada esta constante,
pensé que podría hacer afirmaciones aplicables en general
acerca del impacto de la imposición de la autoridad colonial
sobre la vida social, sobre los motivos y las modalidades de
resistencia a esta autoridad, los mecanismos por medio de los
cuales se atrincheraban y buscaban legitimar su poder los po­
deres coloniales, la naturaleza contradictoria de las fuerzas que
podían operar en este marco, las razones por las que los hom­
bres se veían llevados a formar organizaciones que se opusieran
al gobierno colonial, y los elementos estructurales que favore­
cían la expansión y el eventual triunfo político de los movi­
mientos anticolonialistas. La unidad de análisis en todo esto era
el territorio colonial, tal y como había sido definido legalmente
por la potencia administradora.
Estaba igualmente interesado en lo que pudiera pasar con
estos «Estados nuevos» después de su independencia. Al igual
que el estudio de los territorios nacionales parecía centrarse
en las causas del hundimiento del orden político existente, el
estudio del período posterior a la independencia parecía cen­
trarse exactamente en lo opuesto: cómo se establece una auto­
ridad legítima y se extiende entre los ciudadanos un sentimien­
to de pertenencia a la entidad nacional.
Este último estudio se encontró, no obstante, con problemas.
En primer lugar, el estudiar las políticas posteriores a la inde­
pendencia de los Estados afroasiáticos parecía tanto como co­
rrer tras las primeras planas de los periódicos. Por lo tanto
podría haber relativamente poca profundidad histórica. Lo que
es más, estaba también la peliaguda cuestión de América Latina.
Había muchos aspectos en los que las situaciones de allí pare­
cían ser paralelas, y cada vez más gente empezó a considerar a
El estu d io del ca m b io social 11
los tres continentes como un «tercer mundo». Pero los países
latinoamericanos eran independientes desde hacía ciento cin­
cuenta años. Sus culturas estaban mucho más cercanamente
ligadas a la tradición europea que cualquiera de las existentes
en Africa o Asia. La totalidad de mi empresa parecía balan­
cearse sobre un terreno extremadamente inestable.
En busca de una unidad de análisis apropiada, me dediqué
a los «Estados durante el período posterior a la independencia
formal pero anterior al logro de lo que podríamos llamar inte­
gración nacional». Podría considerarse que esta definición inclu­
ye a América Latina durante todo o casi todo el período que
llega hasta hoy en día. Pero evidentemente incluye también otras
áreas. Incluía, por ejemplo, a los Estados Unidos de América,
ai menos en el período previo a, digamos, la guerra de sece-
ción. Incluía sin duda a la Europa oriental, al menos hasta el
siglo xx, y posiblemente incluso hasta hoy en día. E incluía
incluso a la Europa occidental y del sur, al menos en lo que
se refiere a períodos de tiempo anteriores.
Me vi por lo tanto obligado por esta lógica a dedicar mi
atención a la primera época de la Europa moderna. Esto en
primer lugar me llevó a la cuestión de qué era lo que debía
tomar como punto de partida para este proceso, un proceso
que yo formulaba provisionalmente, a falta de mejores herra­
mientas conceptuales, como el proceso de modernización. Más
aún, tenía no sólo que considerar el tema de los puntos de
partida, sino también el de los puntos terminales, a menos que
estuviera dispuesto a incluir como ejemplos de este mismo
proceso social a Gran Bretaña o a la Alemania del siglo xx.
Ya que eso prima facie parecía dudoso, había que pensar acerca
de los puntos terminales.
En este momento estaba ya claramente metido en un esque­
ma desarrollista, y tenía alguna noción implícita acerca de los
estadios del desarrollo. Esto a su vez planteaba dos problemas:
criterios para la determinación de etapas, y comparabilidad de
las unidades a lo largo del tiempo histórico.
¿Cuántas etapas había habido? ¿Cuántas podían darse? ¿Es
la industrialización el punto decisivo o la consecuencia de algún
giro decisivo en la política? ¿Cuál sería en este contexto el sig­
nificado empírico de un término como «revolución», como en
el caso de la revolución francesa o de la revolución rusa? ¿Eran
estas etapas unidireccionales o podía una· unidad moverse «hacia
atrás»? Parecía ser que me había metido en un verdadero pan­
tano intelectual.
12 I m m a n u e l W allerstein

Más aún, salir de aquel pantano intelectual resultó muy


difícil debido a la ausencia de instrumentos de medida razona­
bles. ¿Cómo podía uno decir que la Francia del siglo x v i i era
en algún aspecto equivalente a la India del siglo xx? Los legos
podrían considerar tal afirmación absurda. ¿Estarían acaso tan
equivocados? Está muy bien y es muy cómodo eso de apoyarse
en las fórmulas de los libros de texto acerca de las virtudes
de la abstracción científica, pero las dificultades prácticas de
la comparación parecían inmensas.
Una forma de manejar la «absurda» idea de comparar uni­
dades tan dispares era aceptar la legitimidad de aquella obje­
ción y añadir otra variable: el contexto mundial de cualquier
era determinada, o lo que Wolfram Eberhard llama «tiempo
mundial». Esto significaba que mientras que la Francia del
siglo xvii podría haber compartido ciertas características estruc­
turales con la India del siglo xx, debían de ser consideradas
como muy diferentes en las dimensiones del contexto mundial.
Esto fue conceptualmente clarificador, pero hizo que las medi­
ciones fueran aún más complicadas.
Finalmente, parecía haber otra dificultad. Si determinadas
sociedades atravesaban «etapas», es decir, tenían una «historia
natural», ¿qué sucedía entonces con el propio sistema mundial?
¿Acaso no tenía «etapas», o al menos una «historia natural»?
Si así fuera, ¿no estaríamos estudiando evoluciones comprendi­
das dentro de otras evoluciones? Y de ser ese el caso, ¿no se
estaría convirtiendo la teoría en algo ligeramente sobrecargado
en epiciclos? ¿No estaría pidiendo a voces algún toque de
simplificación?
Al menos así me lo pareció a mí. Fue en ese momento cuan­
do abandoné definitivamente la idea de tomar como unidad de
análisis tanto el Estado soberano como ese otro concepto aún
más vago, la sociedad nacional. Decidí que ninguno de los dos
era un sistema social y que solamente podía hablarse de cam­
bios sociales en sistemas sociales. En este esquema el único
sistema social era el sistema mundial.
Esto fue por supuesto muy simplificador. Tenía un único
tipo de unidad en lugar de unidades dentro de otras unidades.
Podía explicar los cambios en los Estados soberanos como con­
secuencias de la evolución y la interacción del sistema mundial.
Pero también resultaba extraordinariamente complicado. Pro­
bablemente sólo tendría un ejemplo de esta unidad en la era
moderna. Supongamos incluso que yo estaba en lo cierto, que
la unidad correcta de análisis era el sistema mundial y que los
Estados soberanos debían ser considerados tan sólo como un
E l e stu d io del cam bio social 13

tipo de estructura organizativa entre otras en el seno de este


único sistema social. ¿Podía yo entonces hacer algo más que
limitarme a escribir su historia?
Yo no tenía interés en escribir su historia, ni siquiera tenía
ni de lejos los conocimientos empíricos necesarios para tal
tarea. (Y por su propia naturaleza muy pocos individuos podrían
llegar a hacerlo.) Pero, ¿puede haber leyes que incluyan lo
único? En un sentido riguroso, por supuesto que no. Una afir­
mación de causalidad o de probabilidad se hace en términos
de una serie de fenómenos semejantes o de casos semejantes.
Incluso si incluyéramos en una serie tal aquellos que probable­
mente o incluso posiblemente se podrían dar en un futuro, lo
que podría proponerse aquí no sería añadir una serie de posi­
bles casos futuros a un conjunto de casos presentes y pasados.
Sería añadir una serie de casos posibles en el futuro a un
único caso pasado y presente.
Sólo ha habido un «mundo moderno». Tai vez algún día se
descubrirán fenómenos comparables en otros planetas o siste­
mas mundiales adicionales en este mismo. Pero, aquí y ahora,
la realidad estaba clara: tan sólo uno. Fue aquí donde me vi
inspirado por la analogía con la astronomía que pretende expli­
car las leyes que gobiernan el universo aunque (por lo que
nosotros sabemos) jamás ha existido más que un universo.
¿Qué es lo que hacen los astrónomos? Por lo que tengo
entendido, la lógica de sus argumentaciones comprende dos
operaciones distintas. Ellos utilizan las leyes derivadas del estu­
dio de entidades físicas de menor tamaño, las leyes de la física,
y argumentan que, tal vez con ciertas excepciones específicas,
estas leyes se aplican por analogía a la totalidad del sistema.
En segundo lugar razonan a posteriori. Si la totalidad del siste­
ma ha de estar en un estado determinado en el momento y, lo
más probable es que estuviera en un estado determinado en
el momento x.
Ambos métodos son engañosos, y es por eso por lo que en
el campo de la cosmología, que es el estudio del funcionamiento
del sistema como un todo, existen hipótesis asombrosamente
opuestas, mantenidas por astrónomos de reputación. Al igual
que las hay en las explicaciones acerca del sistema mundial
moderno, un estado de cosas que lo más probable es que per­
viva durante algún tiempo. De hecho, los estudiosos del funcio­
namiento del sistema mundial posiblemente tengan más facili­
dades que los estudiosos del funcionamiento del universo, en
lo que se refiere a la cantidad de evidencia empírica de la que
disponen.
14 I m m a n u e l Wallerstein

En cualquier caso, me vi inspirado por el epigrama de T. J. G.


Locher: «no se debe confundir totalidad con completitud. El
todo es más que la suma de las partes, pero también es sin
duda menos»l.
Estaba intentando describir el sistema mundial a un cierto
nivel de abstracción, el de la evolución de las estructuras de
la totalidad del sistema. Tenía interés en describir sucesos par­
ticulares tan sólo en la medida en la que iluminaran el sistema
como ejemplos típicos de algún mecanismo, o en la medida en
que fuesen puntos decisivos cruciales en algún cambio institu­
cional de primer orden.
Este tipo de proyecto será abordable en la medida en que
exista una buena cantidad de material empírico, y este material
exista al menos parcialmente en forma de trabajos planteados
en controversia. Afortunadamente este parece ser el caso ya
para un gran número de temas de la historia moderna.
Uno de los principales avances de la ciencia social moderna
ha sido el intento de lograr una cuantificación de los hallazgos
de la investigación. El utilizar las descripciones densamente
narrativas de la mayor parte de la investigación histórica no
parece prestarse a tal cuantificación. ¿Cuál es entonces la fiabi­
lidad de tales datos, y en qué medida puede uno sacar conclu­
siones seguras del material acerca del funcionamiento de un
sistema como tal? Es una tragedia esencial de las ciencias socia­
les del siglo xx que una proporción tan grande de científicos
sociales, al enfrentarse con este dilema, hayan tirado la toalla.
Los datos históricos les parecían vagos y sin afinar, y por lo
tanto no merecedores de confianza. Sentían que no había gran
cosa que hacer al respecto y que por lo tanto era mejor el
evitar usarlos. Y la mejor forma de no usarlos era formular
los problemas de tal forma que su uso no fuera indicado.
Así, la cuantificabilidad de los datos determinaba la elección
de los problemas para la investigación, que a su vez determina­
ban los aparatos conceptuales con los cuales se habían de defi­
nir y utilizar los datos empíricos. A poco que lo pensemos que­
dará claro que esto es una inversión del proceso científico. La
conceptualización debe determinar la elección de los instrumen­
tos para la investigación, y no al revés. El grado de cuantifica­
ción debería reflejar simplemente el máximo de precisión posible
para problemas y métodos dados en momentos determinados.1

1 D ie V b e r w in d u n g d e s e u r o p a o z e n t r i s c h e n G e s c h i c h t s b i l d e s (1954), p. 15,
citado por G. Barraclough en H. P. R. Finberg, comp., A p p r o a c h e s t o his
t o r y : a s y m p o s i u m , Toronto, Univ. of Toronto Press, 1962, p. 94.
E l estu d io del cam bio social 15

Siempre es más deseable una mayor que una menor cuantifica-


ción, en la medida en la que se refiera a cuestiones que derivan
del ejercicio conceptual. En esta etapa del análisis del sistema
mundial, el grado de cuantificación logrado e inmediatamente
realizable es limitado. Hacemos lo más que podemos y seguimos
adelante a partir de ahí.
Finalmente está la cuestión de la objetividad y del compro­
miso. Yo no creo que exista ciencia social que no esté compro­
metida. Eso, no obstante, no significa que sea imposible ser
objetivo. En primer lugar se trata de definir claramente nues­
tros términos. En el siglo xix, como rebelión en contra de los
tonos de cuento de hadas de tanta literatura histórica previa,
se nos dio el ideal de contar la historia wie es eigentlich gewesen
ist. Pero la realidad social es distinta. Existe en el presente y
desaparece al ir convirtiéndose en pasado. Sólo se puede narrar
verdaderamente el pasado como es, no como era. Ya que el
rememorar el pasado es un acto social del presente hecho por
hombres del presente y que afecta al sistema social del presente.
La «verdad» cambia porque la sociedad cambia. En un mo­
mento dado nada es sucesivo, todo es contemporáneo, incluso
aquello que es ya pasado. En el presente todos somos irreme­
diablemente producto de nuestro medio, nuestra educación,
nuestra personalidad y nuestro papel social, y las presiones
estructuradas en cuyo seno operamos. Eso no quiere decir que
no haya opciones. Más bien todo lo contrario. Un sistema social
y todas sus instituciones constituyentes, incluyendo el Estado
soberano del mundo moderno, son el espacio de una amplia
gama de grupos sociales, en contacto, en colusión y, por encima
de todo, en conflicto los unos con los otros. Ya que todos perte­
necemos a múltiples grupos, a menudo tenemos que tomar
decisiones en cuanto a las prioridades que nuestras lealtades
exigen. Los estudiosos y los científicos no están por ningún
motivo exentos de este requerimiento. Ni tampoco ese requeri­
miento se ve limitado a sus papeles no académicos y directa­
mente políticos en el seno del sistema social.
Por supuesto, ser un investigador o un científico es cumplir
un determinado papel en el sistema social, un papel bastante
diferente del de apologistas de cualquier grupo en particular.
No pretendo denigrar el papel de abogado. Es esencial y hono­
rable, pero no es el mismo del estudioso o científico. El papel
de este último es el de discernir, en el marco de su compromiso,
la realidad presente de los fenómenos que estudia, y derivar de
este estudio unos principios generales a partir de los cuales se
pueden hacer en último término aplicaciones particulares. En
16 I m m a n u e l W allerslein

este sentido no existe un área de estudio que no sea «relevante».


Ya que la adecuada comprensión de la dinámica social del
presente requiere una comprensión teórica que sólo puede estar
basada en el estudio de la más amplia gama posible de fenó­
menos, incluyendo la totalidad del tiempo y el espacio histó­
ricos.
Cuando hablo de la «realidad presente» de los fenómenos,
no quiero decir que por ejemplo un arqueólogo, para fortalecer
las afirmaciones políticas de un gobierno, deba afirmar que los
artefactos que descubre pertenezcan a un grupo, creyendo de
hecho que en realidad pertenecen a otro. Quiero decir que la
totalidad de la empresa arqueológica, desde su mismo comienzo
—la inversión social en esta rama de la actividad científica, la
orientación de la investigación, las herramientas conceptuales,
los modos de resumir y comunicar los resultados—, es función
del presente social. Pensar lo contrario es en el mejor de los
casos engañarse a sí mismo. La objetividad es la honestidad
dentro del marco en el que uno se mueve.
La objetividad es una función de la totalidad del sistema
social. En la medida en que el sistema sea asimétrico, concen­
trando ciertos tipos de actividades de investigación en manos
de grupos particulares, los resultados se «inclinarán» en favor
de estos grupos. La objetividad es el vector de una distribución
de la inversión social en una actividad tal que ésta sea realizada
por personas enraizadas en todos los grupos fundamentales del
sistema, de una manera equilibrada. Partiendo de esta defini­
ción, hoy en día no gozamos de unas ciencias sociales objetivas.
Por otra parte, éste no es un objetivo irrealizable dentro de
un futuro previsible.
Hemos sugerido ya que el estudio de los sistemas mundiales
resulta particularmente peliagudo debido a la imposibilidad de
localizar ejemplos comparables. También resulta particularmen­
te peliagudo dado que el impacto social de las afirmaciones
acerca del sistema social resulta clara e inmediatamente eviden­
te para todos los principales actores de la arena política. De
ahí que las presiones sociales ejercidas sobre los estudiosos y
los científicos, bajo la forma de un control social relativamente
estrecho sobre sus actividades, resulten particularmente gran­
des en este terreno. Esto suministra una explicación más que
añadir a la de los dilemas metodológicos para explicar la des­
gana de los investigadores en abordar estudios en este terreno.
Pero, por otra parte, ésta es precisamente la razón por la
que es importante hacerlo. La capacidad del hombre para parti­
cipar inteligentemente en la evolución de su propio sistema
E l e stu d io del cam bio social 17

depende de su habilidad para percibirlo en su totalidad. Cuanto


más difícil admitamos que resulta el trabajo, tanto más urgente
es que abordemos el problema mejor antes que después. Por
supuesto no todos los grupos están interesados en que esto
ocurra. Aquí es donde aparece el problema del compromiso.
Depende de la imagen que tengamos de una buena sociedad.
En la medida en la que queramos un mundo más igualitario
y más libertario, hemos de comprender las condiciones bajo las
cuales estos estados del ser son realizables. El hacerlo requiere
en primer lugar una clara exposición de la naturaleza y la evo­
lución del sistema mundial moderno hasta hoy, y la gama de
desarrollos posibles en el presente y en el futuro. Tal clase de
conocimiento supondría poder. Y en el marco de mi compro­
miso sería un poder que resultaría especialmente útil para
aquellos grupos que representan los intereses de la parte mayor
y más oprimida de la población mundial.
Por lo tanto, con estas consideraciones en mente me he
embarcado en este esfuerzo de analizar los elementos determi­
nantes del sistema mundial moderno. Supondrá varios volúme­
nes el lograrlo, incluso la forma preliminar que esta obra nece­
sariamente tendrá.
He dividido el trabajo, al menos inicialmente, en cuatro par­
tes principales, correspondientes a lo que yo considero cuatro
épocas fundamentales, hasta hoy, del sistema mundial moderno.
Este primer volumen se ocupa de los orígenes y las condiciones
primitivas del sistema mundial, hasta entonces tan sólo un
sistema mundial europeo. Las fechas aproximadas de esta etapa
son 1450-1640. El segundo volumen se ocupará de la consolida­
ción de este sistema, aproximadamente entre 1640 y 1815. El
tercero se ocupará de la conversión de la economía-mundo en
una empresa global, hecha posible por la transformación tecno­
lógica del industrialismo moderno. Esta expansión fue tan re­
pentina y tan grande que el sistema tuvo de hecho que ser
recreado. Este período es aproximadamente el de 1815-1917. El
cuarto volumen tratará de la consolidación de la citada econo­
mía-mundo capitalista desde 1917 hasta el presente, y las ten­
siones «revolucionarias» particulares que esta consolidación ha
provocado.
Una gran parte de las ciencias sociales contemporáneas se
han convertido en el estudio de grupos y organizaciones, cuan­
do no en psicología social disfrazada. Este trabajo, no obstante,
no implica el estudio de grupos, sino el de sistemas sociales.
Cuando uno estudia un sistema social las líneas de división
clásicas entre las ciencias sociales carecen de sentido. La antro­
18 I m m a n u e l W allerstein

pología, la economía, las ciencias políticas, la sociología —y la


historia— son divisiones de la disciplina en cuestión, ancladas
en una cierta concepción liberal del Estado y su relación con
sectores funcionales y geográficos del orden social. Tienen un
cierto sentido si el centro de nuestro estudio son las organiza­
ciones. No tienen absolutamente ninguno si lo es el sistema
social. No pretendo que se aborde desde un punto de vista
multidisciplinario el estudio de los sistemas sociales, sino más
bien que se haga de forma unidisciplinaria. El contenido sustan­
tivo de este libro clarificará, espero, lo que quiero decir con
esta frase, y hasta qué punto me la tomo en serio.
«La caza del zorro», de D a s M i t t e l a l t e r l i c h e H a u s b u c h . Dibujo en tints
por un artista alemán anónimo, que trabajó entre 1475 y 1490, conocido
como Maestro del Libro Maestro [ H a u s b u c h ] .
1. PRELUDIO MEDIEVAL

A finales del siglo xv y principios del xvi, nació lo que podría­


mos llamar una economía-mundo europea. No era un imperio,
pero no obstante era espaciosa como un gran imperio y com­
partía con él algunas características. Pero era algo diferente y
nuevo. Era un tipo de sistema social que el mundo en realidad
no había conocido anteriormente, y que constituye el carácter
distintivo del moderno sistema mundial. Es una entidad econó­
mica pero no política, al contrario que los imperios, las ciuda-
des-Estado y las naciones-Estado. De hecho, precisamente com­
prende dentro de sus límites (es difícil hablar de fronteras)
imperios, ciudades-Estado, y las emergentes «naciones-Estado».
Es un sistema «mundial», no porque incluya la totalidad del
mundo, sino porque es mayor que cualquier unidad política
jurídicamente definida. Y es una «economía-mundo» debido a
que el vínculo básico entre las partes del sistema es económico,
aunque esté reforzado en cierta medida por vínculos culturales
y eventualmente, como veremos, por arreglos políticos e incluso
estructuras confederales.
Por el contrario, un imperio es una unidad política. Por
ejemplo, Shmuel Eisenstadt lo ha definido de la siguiente
forma:
El término «imperio» ha sido utilizado para designar un sistema po­
lítico que comprende amplios territorios, relativamente muy centra­
lizados, y en el cual el centro, personificado tanto en la persona del
emperador como en las instituciones políticas centrales, constituye
una entidad autónoma. Más aún, aunque los imperios han estado
habitualmente basados en una legitimación tradicional, han abrazado
a menudo una orientación política y cultural más amplia, potencial­
mente universal, que iba más allá de cualquiera de sus partes com­
ponentes !.
En este sentido los imperios fueron una característica cons­
tante del panorama mundial a lo largo de cinco mil años. Exis-1
1 S. N. Eisenstadt, «Empires», I n t e r n a t i o n a l E n c y c l o p e d y a o f th e S o c ia l
S c ie n c e s , Nueva York, Macmillan y Free Press, 1968, v, p. 41.
22 I m m a n u e l W aller stein

tieron varios imperios en diversas partes del mundo de forma


continua en cualquier momento dado. La centralización política
de un imperio constituía al mismo tiempo su fuerza y su mayor
debilidad. Su fuerza se basaba en el hecho que garantizaba
flujos económicos desde la periferia hacia el centro por medio
de la fuerza (tributos e impuestos) y de ventajas monopolísticas
en el comercio. Su debilidad yacía en el hecho de que la buro­
cracia necesaria para su estructura política tendía a absorber
un exceso de los beneficios, especialmente cuando la represión
y la explotación originaban revueltas que aumentaban los gastos
militares2. Los imperios políticos son un medio primitivo de
dominación económica. Si se quiere plantearlo así, el logro
social del mundo moderno consiste en haber inventado la tecno­
logía que hace posible incrementar el flujo de excedente desde
los estratos inferiores a los superiores, de la periferia al centro,
de la mayoría a la minoría, eliminando el «despilfarro» de una
superestructura política excesivamente engorrosa.
He dicho ya que la economía-mundo es un invento del mun­
do moderno. Esto no es del todo cierto. Existieron economías-
mundo anteriormente. Pero siempre acabaron transformándose
en imperios: China, Persia, Roma. La economía-mundo moderna
podría haber ido en la misma dirección —de hecho esporádica­
mente ha dado la impresión de que iba a hacerlo— pero las
técnicas del capitalismo moderno y la tecnología de la ciencia
moderna, que como ya sabemos están un tanto ligadas entre sí,
permitieron que esta economía-mundo creciera, produjera y se
expandiera sin la emergencia de una estructura política unifi­
cada 3*5.

2 Una discusión acerca de las contradicciones internas de los imperios,


como explicación de su decadencia, aparece en S. N. Eisenstadt, «The causes
of desintegration and fall of empires: sociological and historical analyses»,
D io g e n e s , 34, verano de 1961, pp. 82-107.
5 Y fue una señal de sabiduría política el darse cuenta de esto. El primer
signo de tal sabiduría fue la negativa de Venecia en el siglo xm a asumir
las cargas políticas del imperio bizantino. Mario Abrate observa:
«El organismo político que emergió de la cuarta cruzada, el imperio
latino de Oriente, depositaba todas sus esperanzas de supervivencia en la
continuidad de sus lazos con Occidente.
»Venecia, la potencia que había apoyado la cruzada y suministrado los
medios navales para llevarla a cabo, no quería echar sobre sus hombros la
carga del gobierno político del imperio (el dogo Enrico Dándolo rechazó de
hecho el trono que le fue ofrecido), pero se aseguró, casi automáticamente,
el monopolio de las comunicaciones y mercados marítimos para todos los
territorios controlados por el nuevo dominio latino.» «Creta, colonia vene-
ziana nei secoli xm-xv», E c o n o m í a e S t o r i a , iv, 3, julio-septiembre de
1957, p. 291.
I

P reludio m edieval 23

Lo que hace el capitalismo es ofrecer una fuente alternativa


y más lucrativa de apropiación del excedente (al menos más
lucrativa a largo plazo). Un imperio es un mecanismo para
recaudar tributos, lo que en la significativa imagen de Frederic
Lane significa «pagos recibidos a cambio de protección, pero
pagos que superan el costo necesario para producir tal protec­
ción»4. En una economía-mundo capitalista, la energía política
se utiliza para asegurarse derechos monopolísticos (o algo lo
más parecido posible). El Estado se convierte no tanto en la
empresa económica central como en el medio de asegurar cier­
tos términos de intercambio en otras transacciones económicas.
De esta forma, el funcionamiento del mercado (no su funciona­
miento libre, pero no obstante su funcionamiento) crea incen­
tivos para incrementar la productividad, y todo el conjunto de
rasgos consiguiente que acompaña al desarrollo económico mo­
derno. La economía-mundo es la arena en la cual transcurren
estos procesos.
Una economía-mundo parece ser limitada en sus dimensio­
nes. Ferdinand Fried observó que:
Si tomamos en cuenta todos los factores, vemos que el espacio de
la economía «mundial», en la antigüedad romana, podía recorrerse
en de cuarenta a sesenta días, utilizando los mejores medios de
transporte [...] En nuestros días (1939), tardamos también, sobre
poco más o menos, de cuarenta a sesenta días en cubrir todo el
espacio de la economía mundial moderna. Esto, suponiendo que se
empleen solamente los medios normales de transporte de mercan­
cías 5.

Y Fernand Braudel añade que se podría decir que ésta era


también la extensión temporal del mundo mediterráneo en el
siglo xvi456.
4 Frederic C. Lane, «The economic meaning of war and protection», en
Baltimore (Maryland), Johns Hopkins Press, 1966, p. 389.
V e n ic e a n d h i s t o r y ,
5 Ferdinand Fried, L e to u r n a n t d e V é c o n o m ie m o n d i a l e (1942), citado en
Fernand Braudel, L a M é d i t e r r a n é e e t le m o n d e m é d i t e r r a n é e n á V é p o q u e
d e P h i l i p p e I I , París, Armand Colin, 1966, 2.· ed. corregida y aumentada, i,
p. 339.
4 Véase Braudel, L a M é d i t e r r a n é e , I, pp. 339-340. En cuanto a Europa en
el siglo xv, Garrett Mattingly argumenta que requería aún unidades de me­
nor escala: «A principios del siglo xv la sociedad occidental carecía aun de
recursos para organizar Estados estables a escala nacional. Podía hacerlo
a escala de la ciudad-Estado italiana. Internamente, las menores distancias
a superar hicieron resolubles en la práctica los problemas del transporte
y de la comunicación, y consiguientemente los problemas de la recolección
de impuestos y del mantenimiento de la autoridad central». R e n a is s a n c e
d i p l o m a c y , Londres, Jonathan Cape, 1955, p. 59.
Pero, dice Mattingly, esto cambia para el siglo siguiente: «[En] térmi-
2

I
24 I m m a n u e l W a ller stein

Los orígenes y el funcionamiento de la citada economía-mun­


do europea de sesenta días, en el siglo xvi, es lo que nos ocupa
ahora7. No obstante es vital recordar que Europa no era la
única economía-mundo en aquellos tiempos. Había otras * Pero
sólo Europa se embarcó en el camino del desarrollo capitalista
que la capacitó para desbancar a las otras. ¿Cómo y por qué
ocurrió esto? Empecemos viendo lo que pasó en el mundo a lo
largo de los tres siglos anteriores a 1450. En el siglo xii el
hemisferio oriental contenía una serie de imperios y pequeños
mundos, muchos de los cuales estaban mutuamente entrelaza­
dos en sus límites. En aquellos tiempos el Mediterráneo era
un foco comercial donde se encontraban Bizancio, las ciudades-
Estado italianas, y en cierta medida partes del norte de Africa.
El complejo océano Indico-mar Rojo formaba otro foco seme­
jante. La región de China era un tercer foco. La masa de tierra
del Asia central, desde Mongolia hasta Rusia, un cuarto. El área
báltica estaba a punto de convertirse en un quinto foco. No
obstante el noroeste de Europa era un área muy marginal en
términos económicos. El principal modo social u organización
era lo que ha venido a llamarse feudalismo.
Debemos tener muy claro lo que no era el feudalismo. No
era una «economía natural», es decir una economía de auto-
subsistencia. El feudalismo de Europa occidental surgió de la
desintegración de un imperio, desintegración que en realidad
jamás fue total, ni siquiera de ju re 9. El mito del imperio roma­

nos de relaciones comerciales, o de logística militar, o incluso de comu­


nicación diplomática, las distancias en Europa eran perceptiblemente ma­
yores en el siglo xiv que en el xvr» ( ib id ., p. 60).
1 «Cuando uno dice "mundo", refiriéndose al siglo xvi [...] de hecho,
uno se r e f ie r e habitualmente a Europa [...] A escala mundial, hablando
geográficamente, la economía del Renacimiento es un aspecto regional
sin duda primordial, pero no obstante regional.» Michel Moliat, «Y a-t-il
une économie de la Renaissance?», en A c t e s d u c o l l o q u e s u r l a R enal·
s s a n c e , París, Vrin, 1958, p. 40.
1 «Antes de la constitución de una verdadera economía mundial (aun
incompleta en el siglo xx), cada núcleo de población aparece en el
centro de una red de comunicaciones [...] Cada uno de estos mundos
corresponde [...] a un núcleo con una elevada densidad de población.
Está limitado por desiertos, por mares, por tierras vírgenes. El caso de
Europa y el de China son particularmente claros.» Pierre Chaunu,
L 'e x p a n s io n e u r o p é e n n e d u X I I R a u X V e s i é c l e , París, Presses Universi-
taires de France, 1969, p. 255.
9 Marc Bloch atacó frontalmente la confusión básica: «Claramente,
del hecho de que una transacción estipule un precio en equivalentes
monetarios o en especie, no se puede deducir legítimamente, sin eviden­
cia más precisa, que el pago fuera hecho o no realmente en metálico [...].
P reludio m edieval 25

no suministraba aún una cierta coherencia cultural e incluso


legal al área. La cristiandad servía como un conjunto de pará­
metros en el seno de los cuales tenía lugar la actividad social.
La Europa feudal era una «civilización», pero no un sistema
mundial.
No tendría ningún sentido concebir las áreas en las que
existía el feudalismo como poseedoras de dos economías, una
economía de mercado en las ciudades y una economía de sub­
sistencia en los señoríos rurales. En el siglo xx, con referencia
ai llamado mundo subdesarrollado, este enfoque ha sido plan­
teado bajo la etiqueta de teoría de la «economía dual». Más
bien, como sugiere Daniel Thorner:
Sin duda nos estaremos engañando a nosotros mismos si pensamos
que las economías campesinas están orientadas exclusivamente ha­
cia su propia subsistencia, y consideramos «capitalista» toda orien­
tación hacia el «mercado». Es más razonable partir del supuesto de
que, durante muchos siglos, las economías campesinas han partici­
pado de ambas orientaciones 10. '

¿Durante muchos siglos? ¿Cuántos? B. H. Slicher van Bath,


en su importante trabajo acerca de la historia agraria europea,
fija el punto culminante en torno al 1150 d.C. Incluso antes de
eso, no cree que Europa occidental estuviera inmersa en la

»A1 igual que las instituciones políticas del feudalismo, caracterizadas


por un profundo debilitamiento del Estado, no obstante suponían el
recuerdo y mostraban las huellas de un pasado en el que el Estado
había sido fuerte, igualmente la economía, incluso cuando el intercam­
bio llegó a ser mínimo, nunca perdió su vinculación a un esquema
monetario, cuyos principios habían sido heredados de civilizaciones
precedentes.» «Economie-nature ou économie-argcnt: un pseudo-dilemme»,
A n n a le s d ' H i s t o i r e S o c i a l e , i, 1939, pp. 13-14. Bloch afirma ulteriormen­
te: «El feudalismo europeo debería por tanto ser considerado como el
resultado de la disolución violenta de sociedades más antiguas. Sería
de hecho ininteligible sin el gran cataclismo de las invasiones germá­
nicas, las cuales, al unir por la fuerza dos sociedades que estaban
originalmente en etapas de desarrollo muy diferentes, destrozaron a las
dos». F e u d a l s o c i e t y , Chicago (Illinois), Univ. of Chicago Press, 1961,
p. 443.
Sobre la cuestión de la «economía monetaria», véase también Μ. M.
Postan: «Así, desde el punto de vista de la historia inglesa, e incluso
de la historia medieval y anglosajona el nacimiento de la economía
monetaria, en el sentido de su primera aparición, carece de significado
histórico. El dinero ya estaba en uso cuando comenzó la historia docu­
mentada, y su aparición no puede ser aducida como explicación de nin­
gún fenómeno posterior». «The rise of a money economy», E c o n o m i c
H i s t o r y R e v i e w , xiv, 2, 1944, p. 127.
10 Daniel Thorner, «L'économie paysan: concept pour l’histoire éco-
nomique», A n n a le s E S C , χιχ, 3, mayo-junio de 1964, p. 422.
26 I m m a n u e l W allerstein

agricultura de subsistencia, sino más bien que desde el año 500


d.C. hasta 1150 d.C. estaba inmersa en lo que él llama «consumo
agrícola directo», es decir, en un sistema de autosuficiencia
parcial en el que, aunque la mayor parte de la gente produce
su propia comida, también la suministra a modo de trueque
a la población no agrícola. Desde 1150 en adelante, él considera
que Europa occidental había llegado a una etapa de «consumo
agrícola indirecto», un estado en el que aún estamos hoy en
día μ
Lo que debemos visualizar entonces, cuando hablamos de
feudalismo en Europa occidental, es una serie de minúsculos
nódulos económicos cuyas poblaciones y productividad estaban
en lento crecimiento, y en los que los mecanismos legales garan­
tizaban que el grueso del excedente fuera a parar a los terrate­
nientes que tenían estatus de nobleza y poseían el control de
la maquinaria jurídica. Dado que una buena parte de este
excedente estaba en especie, resultaba escasamente beneficioso
a menos que pudiera ser vendido. Aparecieron ciudades y con
ellas artesanos que compraban el excedente y lo cambiaban por
sus productos. Una clase mercantil surgió de dos fuentes distin­
tas. Por una parte de los agentes de los terratenientes, que a
veces se independizaban, así como de los campesinos de tamaño
intermedio que después de los pagos al señor retenían suficiente
excedente para venderlo en el mercado 12. Por otra parte, de los

11 B. H. Slicher van Bath, T h e a g r a r ia n h i s t o r y o f W e s t e r n E u r o p e


A. D. 500-1850, Nueva York, St. Martin's, 1963, p. 24. El autor señala
que alrededor de 1850 comienza una segunda fase de producción agríco­
la indirecta, en la que la m a y o r í a de la población no está ya ocupada
en la producción agrícola.
12 KarI Bücher nos avisa de la confusión que la palabra «comerciante»
produce en un contexto medieval: «Los estudios recientes que tratan
acerca del origen de Ja constitución de las ciudades alemanas han pasado
por alto el gran significado de la palabra K a u f m a n n e imaginado que
las innumerables ciudades existentes en el seno del imperio alemán
a finales de la Edad Media, desde Colonia y Augsburgo hasta Medebach
y Radolfzell, estaban habitadas por comerciantes en el sentido moderno
del término, esto es, por una clase especializada de hombres de co­
mercio profesionales, a los que como regla general se representa ade­
más como mayoristas. Toda la historia económica se rebela contra tal
concepción. ¿Con qué trataban estas personas y en qué pagaban sus
productos? Además, los mismos términos utilizados se oponen a ella.
La característica más predominante del comerciante profesional en su re­
lación con el público no es su costumbre de comprar, sino la de vender.
Sin embargo, el mercader [K a u f m a n n ] de la Edad Media obtiene su
nombre de la palabra comprar [ k a u f e n ] . En los archivos de Estado de
P reludio m ed ieva l 27
r
agentes residentes de mercaderes a larga distancia (frecuente­
mente basados en las ciudades-Estado del norte de Italia, y más
tarde en las ciudades hanseáticas), que capitalizaban las defec­
tuosas comunicaciones y en consecuencia las grandes dispari­
dades entre los precios de un área a otra, especialmente cuando
ciertas áreas sufrían calamidades naturales 13. Por supuesto, al
Otón III, referentes a Dortmund entre 990 y 1000 d. C.f se habla de los
e m p to r e sT r o tm a n n i a e (cuyas leyes municipales, como las de Colonia
y Mainz, se dice que sirven como modelo para otras ciudades), en
relación con la misma cuestión, como m e r c a t o r e s o n e g o t i a t o r e s en
otros archivos. Si el abad de Reichenau, en el año 1075, puede de un
plumazo transformar a los campesinos de Allensbach y a sus descen­
dientes en comerciantes [ u t i p s i e t e o r u m p o s t e r i s i n t m e r c a t o r e s ], nin­
guna posible interpretación ingeniosa puede explicar esto si tenemos
en mente a los comerciantes profesionales. Que de hecho comerciante
significaba cualquier persona que vendiera productos en los mercados,
sin importar si ios había producido ella misma o había comprado la
mayor parte de ellos, resulta evidente, por ejemplo, de una declaración
no impresa del Consejo de Francfort en 1420, respecto al tributo llama­
do M a r k t r e c h l (en el libro número 3 de los archivos municipales,
fol. 80). Al comienzo de ella encontramos que este tributo ha de ser
pagado por "todo comerciante que se aposenta en la calle con su mer­
cancía, sea ésta la que sea". Después figuran, especificados detallada­
mente, los "mercaderes" o "mercancías" individuales afectados por es­
tos tributos. De la larga lista se pueden tomar los siguientes ejemplos:
negociantes de ropas viejas, pasteleros, vendedores de comida, cordele­
ros, vendedores de avellanas, vendedores de huevos y de queso con
sus carros, vendedores de aves de corral que lleven sus cestas a la
espalda, extranjeros que tengan en su posesión más de una pieza de queso,
zapateros remendones, cambistas de dinero, panaderos que utilicen los
puestos de mercado, forasteros con carros de pan, gansos, carros de
forraje, paja, heno, coles, todos los vendedores de lino, lienzo, cáñamo,
hilaza, que vendan sus productos en la calle. Aquí nos encontramos
con un confuso batiburrillo de pequeños comerciantes de la ciudad,
artesanos y campesinos. Que tanto quienes compraban como quienes
vendían en el mercado eran designados como K a u f l e u t e (comerciantes)
es evidente en numerosos documentos; de hecho, se pueden citar pasa­
jes en los cuales cuando se habla del mercader parece estarse haciendo
referencia fundamentalmente al comprador». I n d u s t r i a l e v o l u t i o n , Nueva
York, Holt, 1901, pp. 117-118, n. 23.
13 Había un comercio «a larga distancia» y un comercio muy local,
pero no existía ningún comercio «intermedio». Cario Cipolla da esta
explicación: «una curiosa mezcla de universalismo y particularismo
dominaba la escena. Resultaba conveniente económicamente obtener
la preciosa seda de la China o las valiosas alfombras del Oriente Pró­
ximo, pero habitualmente no resultaba conveniente obtener mercancías
más pobres a unas pocas millas de distancia. Dado que el transporte
masivo era imposible por razones técnicas, los costos de flete se man­
tenían relativamente altos. Particularmente, cuando el transporte por
vía acuática era imposible el comercio a larga distancia tenía que apo­
yarse, fundamentalmente si no exclusivamente, en los objetos preciosos.
Para sus necesidades básicas diarias toda la comunidad tenía que ser
28 I m m a n u e l W a ller stein

crecer las ciudades ofrecieron un refugio y un lugar de empleo


potencial a los campesinos, con lo cual empezaron a cambiar
algunos términos de las relaciones en los señoríos M.
El feudalismo como un sistema no debe ser considerado
como algo antitético del comercio. Por el contrario, hasta cierto
punto, el feudalismo y la expansión del comercio van unidos.
Claude Cahen sugiere que, si bien los estudiosos han observado
a menudo este fenómeno en áreas exteriores a Europa occiden­
tal 15, tal vez no han reparado en el mismo fenómeno en el caso
del feudalismo occidental debido a sus anteojeras ideológicas,
«Habiendo señalado así la posibilidad de la convergencia, tan
sólo hasta una cierta etapa de desarrollo, del desarrollo del

siempre tan autosuficiente y automantenida como fuera posible. La


división interlocal del trabajo tenía que basarse fundamentalmente en
objetos preciosos, o en otras cosas que por ningún medio pudieran
ser producidas localmente o que no fueran susceptibles de ser susti­
tuidas fácilmente. Y el comercio tenía que apoyarse marcadamente sobre
el consumo aristocrático de bienes de lujo». M o n e y , p r i c e s a n d c iv ilis a tio n
in th e M e d ite r r a n e a n w o r ld : l i f t h t o s e v e n t e e n t h c e n t u r y , Nueva York,
Gordian Press, 1967 b, p. 57.
14 Véase Paul Sweezy: «El auge de las ciudades, que fue bastante
general en toda Europa occidental, hizo mucho más que ofrecer mera­
mente un puerto de refugio a aquellos siervos que huían del señorío:
también cambió la posición de aquellos que se quedaban [...] Al igual
que los salarios tienen que aumentar en un área de bajos salarios, así
hubo que ha^er concesiones a los siervos cuando tuvieron la posibili­
dad de mudarse a las ciudades». «The transition from feudalism to ca­
pitalism», S c ie n c e a n d S o c ie ty , xiv, 2, primavera de 1950, p. 145. Sc
podría señalar que en el transcurso de este largo debate entre Sweezy y
Maurice Dobb, en el que están en desacuerdo en una larga lista de
cosas, Dobb señala: «Incidentalmente, estoy totalmente de acuerdo con
la importante observación, subrayada por Sweezy, de que no era tanto
la magnitud de la huida a las ciudades lo que resultaba significativo,
sino la amenaza de hacerlo (acompañada tal vez por poco más que
un pequeño movimiento) que podía ser suficiente para obligar a los
señores a hacer concesiones, que resultaban severamente debilitadoras
para el feudalismo». «Reply by Maurice Dobb», S c i e n c e a n d S o c i e t y , xiv, 2,
primavera de 1950, p. 160.
15 «No existe duda de que formas muy cercanas al feudalismo apare­
cieron con toda fuerza, tanto en Bizancio como en el mundo musulmán,
en los momentos de expansión comercial y no en los de declinación.
La misma afirmación es probablemente válida para los mundos ruso
o polaco, con la característica particular de que los hombres que orga­
nizaron materialmente el comercio internacional eran en gran medida
extranjeros (comerciantes hanseáticos), mientras los terratenientes indi­
genas se ocupaban de producir y reunir los objetos de comercio. Las
ganancias se repartían entre los dos grupos, ayudando así al ascenso
de la clase señorial, al permitirle adquirir los medios para dominar a los
campesinos». Claude Cahen, «A propos de la discussion sur la féodalité»,
La P e n s é e , 68, julio-agosto de 1956, pp. 95-96.
P reludio m edieval 29

feudalismo y el comercio, deberíamos reconsiderar, desde este


punto de vista, la propia historia del Occidente» l6.
No obstante;, un sistema feudal sólo podía mantener un cier­
to volumen de comercio a larga distancia en oposición al comer­
cio local. Esto era debido a que el comercio a larga distancia
era un comercio de bienes de lujo, no de bienes masivos. Era
un comercio que se beneficiaba de las disparidades de precio
y dependía de la indulgencia política y de las posibilidades
económicas de los realmente ricos. Sólo con la expansión de la
producción en el marco de una economía-mundo moderna po­
dría convertirse el comercio a larga distancia, en parte, en un
comercio masivo que, a su vez, alimentaría un proceso de pro­
ducción ampliada. Hasta entonces, como señala Owen Latti-
more, no era en realidad lo que hoy en día llamamos comercio:
Incluso hasta los tiempos de Marco Polo (por lo menos), el comercio
del mercader que se aventuraba más allá de su propio distrito de­
pendía de forma delicada de ios caprichos de los potentados [...]
La empresa comercial a distancia implicaba menos la venta de bie­
nes masivos que el transporte de curiosidades, rarezas y lujos [...]
El mercader buscaba aquellos que pudieran proporcionarle favor y
protección [...] Si tenía mala suerte podía ser saqueado o sometido
a impuestos ruinosos; pero si tenía suerte, recibía por sus bienes no
tanto un precio económico como una generosa largueza [...] La es-
,é Cahen, ib i d ., p. 96. A. D. Hibbert argumenta, de forma similar, que
«tanto los hechos como la teoría sugieren que en más tempranos tiempos
medievales el comercio no fue en absoluto un disolvente de la sociedad
feudal, sino un producto natural de ésta, y que los comerciantes feudales
hasta cierto punto favorecían su crecimiento [...] El feudalismo jamás
pudo prescindir de los mercaderes [...] Había dos razones para esto [...]
Tenían que mantener grandes rentas, privadas y públicas, y deseaban
obtener ganancias del comercio y de la industria, bien convirtiéndose
en comerciantes ellos mismos o absorbiendo la riqueza producida por el
comercio y la industria a través de impuestos y cargas sobre los bienes
o sobre aquellos que los producían y los distribuían». «The origins of
the medieval town patriciate», P a s t a n d P r e s e n t , 3, febrero de 1953, p. 17.
Hibbert discute ulteriormente las d o s fuentes de los estratos domi­
nantes en las ciudades:
«Hay dos procesos implicados en la formación de un patriciado, la
transformación interna de una antigua clase dominante y el reclutamiento
de nuevas familias entre los comerciantes y artesanos más prósperos,
que eran a menudo inmigrantes y descendientes de inmigrantes» (p. 23).
«[Esta explicación] deja margen para otra fuente de capital mercan­
til además de las inesperadas ganancias de pequeños buhoneros y por­
teadores. Finalmente deja margen a la idea de que las técnicas nuevas
o los nuevos mercados podrían ser explotados en primer lugar por
hombres nuevos que para conseguir expansionarse se apoyaban en la aso­
ciación con hombres ricos de más antigua posición, de forma que el
capital pasaba gradualmente de un uso más antiguo a uno nuevo» (pá­
gina 26).
30 I m m a n u e l W a ller stein

tr a c tu r a d e l c o m e r c io d e la se d a y la d e o t r o s m u c h o s comercios
e r a m á s u n a e str u c tu r a tr ib u ta r ia q u e u n a e s t r u c t u r a c o m e r c ia l17.

Así, el nivel de actividad comercial era limitado. La actividad


económica principal siguió siendo la producción de alimentos
y la artesanía, intercambiados en el seno de regiones econó-
micas pequeñas. No obstante la escala de esa actividad económi­
ca iba expandiéndose lentamente. Y en consecuencia se expao-
dieron los diversos núcleos económicos. Fueron cultivadas nue­
vas tierras fronterizas. Fueron fundadas nuevas ciudades. La
población creció. Las cruzadas suministraron algunas de las
ventajas del pillaje colonial. Y entonces, en algún momento a
lo largo del siglo xiv, esta expansión se detuvo. Las áreas culti­
vadas se redujeron. Disminuyó la población. Y a lo largo de
toda la Europa feudal y más allá, apareció una «crisis», mar­
cada por la guerra, las enfermedades y las dificultades económi­
cas. ¿De dónde surgió esta «crisis» y cuáles fueron sus conse­
cuencias?
En primer lugar, ¿en qué sentido hubo una crisis? Aquí
existe cierta disparidad de opiniones, no tanto en cuanto a la
descripción del proceso como en cuanto al énfasis puesto en
la explicación causal. Edouard Perroy considera la cuestión
simplemente como una consecuencia de haberse alcanzado un
punto óptimo en un proceso de expansión, una saturación de
población, «una densidad enorme dado el estado aún primitivo
de la tecnología agraria y artesanal» 178. Y, a falta de mejores
arados y fertilizantes, poco se podía hacer para mejorar la
situación. Esto llevó a la escasez de comida, que a su vez llevó
a la aparición de epidemias. Con un suministro de moneda
estable, se dio una moderada subida de precios, lo que perju­
dicó a los perceptores de rentas. El lento deterioro de la situa­
ción se hizo entonces agudo a causa del comienzo de la guerra
de los Cien Años, en 1335-1345, que hizo que los sistemas esta-
17 Owen Lattimore, «The frontier in history», en R e l a z i o n i d e l X Con
g r e s s o d e S c ie n z e S t o r i c h e , i; M e t o d o l o g í a ; p r o b l e m i g e n e r a l i ; s c ie m t
a u s ilia r e d e l la s t o r i a , Florencia, Sansoni, 1955, pp. 124-125.
18 Edouard Perroy, «A l'origine d'une économie contractée: les crises
du xiv* siécle», A n n a le s E S C , iv, 2, abril-junio de 1949, p. 168. Una prueba
de que Perroy puede estar en lo cierto acerca de la saturación de po­
blación es el hecho de que los archivos ingleses indican que en la Edad
Media un día de trabajo en la agricultura significaba de hecho «desde
el alba hasta el mediodía». Véase Slicher van Bath, A g r a r i a n h isto ry,
página 183. De hecho Ester Boserup deduce de este hecho la conclusión
de que un aspecto significativo del desarrollo agrícola moderno es «un
alargamiento gradual de las horas de trabajo en la agricultura». The
c o n d i t i o n s o f e c o n o m i c g r o w t h , Chicago (Illinois), Aldine, 1965, p. 53
P reludio m ed ieva l 31

tales de la Europa occidental pasaran a una economía de guerra,


con el resultado particular de que hubiera una mayor necesidad
de impuestos. Los impuestos, que caían sobre unos tributos
feudales ya considerables, fueron demasiado para los producto­
res, creando una crisis de liquidez que, a su vez, llevó a una
vuelta a los impuestos indirectos y a los impuestos en especie.
Así empezó un ciclo descendente: la carga fiscal llevó a una
reducción en el consumo, que condujo a una reducción en la
producción y en la circulación de moneda, la cual incrementó
aún más las dificultades de liquidez, llevando a los reyes a
buscar préstamos, y eventualmente a la insolvencia de los limi­
tados tesoros reales, lo que a su vez creó una crisis de crédito
que condujo al atesoramiento, lo cual a su vez alteró el es­
quema del comercio internacional. Se dio un rápido creci­
miento de los precios reduciendo aún más el margen de subsis­
tencia, y esto empezó a hacerse sentir sobre la población. El
terrateniente perdió a sus proveedores y arrendatarios. El arte­
sano perdió clientes. Se pasó de los terrenos arables a los
pastos, porque requerían menos mano de obra. Pero existía un
problema en encontrar clientes para la lana. Los salarios cre­
cieron, lo cual supuso una carga particularmente fuerte para
los pequeños y medios propietarios de tierras, que se volvieron
al Estado en busca de protección contra las alzas de los sala­
rios. «La descomposición de la producción en los señoríos, que
se hace aún más severa a partir de 1350, es prueba de una
continua depresión [de] moderado estancamiento.» 19.
El estancamiento es a primera vista una curiosa consecuen­
cia. Uno podría haber esperado encontrarse ante la siguiente
secuencia. Una población reducida lleva a mayores salarios, lo
cual, con la relativa inelasticidad de las rentas, supondría un
cambio en la composición de la demanda, trasladando parte
del excedente del señor al campesino, y asegurando por lo tanto
que una menor parte de él sería atesorada. Más aún, una reduc­
ción de población en una economía que era en gran medida
agrícola debería haber llevado a reducciones paralelas en la
demanda y la oferta. Pero, dado que típicamente un productor
reduce su producción normalmente eliminando las parcelas me­
nos fértiles, debería haber habido una tasa superior de produc­
tividad, lo cual debería haber reducido los precios. Estos dos
desarrollos deberían haber impulsado, y no desalentado al co­
mercio. No obstante, de hecho, el comercio se «estancó».

19 Perroy, i b i d ., p. 182.
32 I m m a n u e l Wallerstein

Lo que falló en este cálculo es el supuesto implícito de la


elasticidad de la demanda. North y Thomas nos recuerdan que,
dada la situación de la tecnología y la extensión y el volumen
del comercio internacional, los costos de las transacciones eran
muy elevados, y cualquier reducción en volumen (debida a una
declinación de la población) pondría en marcha un proceso de
elevación de costos que llevaría a una ulterior reducción en el
comercio. Ellos describen el proceso de la siguiente forma:
[Previamente] los mercaderes consideraban rentable reducir los cos­
tos de transacción estableciendo agentes en una ciudad distante para
adquirir información acerca de los precios y de las posibles opor­
tunidades comerciales; al disminuir el volumen del comercio, esto
dejó de ser útil. Las corrientes de información se secaron, y el vo-
lumen de comercio se vio reducido aún más. Por tanto, no es sor­
prendente que los historiadores económicos hayan encontrado depre­
siones (que para ellos significan un volumen total de actividad
económica menor) incluso en este mundo donde presumiblemente el
incremento relativo de los salarios reales que el campesino y el
trabajador debían estar experimentando debería haber venido se­
guido por unos mayores ingresos per cápita20.
R. H. Hilton acepta la descripción que Perroy hace de los
hechos21. Pero no acepta la forma de análisis que hace a la
crisis comparable a una de las crisis recurrentes de un sistema
capitalista desarrollado, exagerando así el grado en el que los
dilemas financieros y monetarios afectan a un sistema feudal,
en el cual el elemento del flujo de moneda es una parte mucho
menor de la interacción humana que en una sociedad capita-
20 Douglass C. North y Robert Paul Thomas, «An economic theory of
the growth of the western world», E c o n o m i c H i s t o r y R e v i e w , 2.· serie,
xxili, 1, abril de 1970, pp. 12-13. B. H. Slicher van Bath señala una presióa
similar hacia el «estancamiento». Dice: «A pesar de la disminución del
área cultivada y de una reducción en los factores de producción —que
tiene que haber indicado una gran disminución en la producción total
de cereales—, el precio de los cereales no creció en relación con otras
mercancías. Incluso mostraron una cierta tendencia a bajar. Lo que in­
dica que el consumo sufrió una regresión aún mayor que la producción».
«Les problémes fondamentaux de la société pré-industrielle en Europe
occidentale», A f d e lin g A g r a r is c h e G e s c h i e d e n i s B i j d r a g e n , 12, 1965, p. 40
La gravedad del «estancamiento» es de por sí una cuestión discutida.
Eugen A. Kosminsky duda de que la descripción sea válida excepto
para Inglaterra y, en cierta medida, Francia. Véase «Peut-on considérer
le XIV' et le xv* siécles comme l'époque de la décadence de l'économie
européenne?», S t u d i in o n o r e d i A r m a n d o S a p o r i , Milán, Istituto Edit.
Cisalpino, 1957, i, pp. 562-563.
21 La descripción de Michael Postan está también próxima a la de
Perroy. Véase Μ. M. Postan, «Some economic evidence of declining
population in the later Middle Ages», E c o n o m i c H i s t o r y R e v i e w , 2.· se­
rie, π, 3, 1950, pp. 221-246.
P reludio m ed ieva l 33

lista22*. Más aún, sugiere que Perroy omite la discusión de otro


fenómeno que surgió de los sucesos que él mismo describe, y
que para Hilton es esencial, el desusado grado de conflicto
social, el «clima endémico de descontento», las insurrecciones
de los campesinos que adoptaron la forma de una «revuelta
contra el sistema social como tal» Para Hilton, no se trataba,
por lo tanto, de una crisis coyuntural, un punto en los altos y
bajos de las tendencias cíclicas. Era más bien la culminación
de mil años de desarrollo, la crisis decisiva de un sistema. «Du­
rante los últimos siglos del imperio romano, al igual que duran­
te la Edad Media, la sociedad se vio paralizada por el gasto
creciente de una superestructura social y política, gasto al que
no correspondía un incremento compensador en los recursos
productivos de la sociedad» 24. Hilton está de acuerdo con Pe­
rroy en que la causa inmediata del dilema estaba en las limita­
ciones tecnológicas, la falta de fertilizantes y la incapacidad
para expandir el suministro de fertilizantes por medio de la
expansión del número de vacas, debido a que el clima limitaba
la cantidad de forraje de invierno para éstas. Pero «lo que
debemos subrayar es que no había ninguna gran reinversión de
beneficios en la agricultura que pudiera incrementar la produc­
tividad significativamente λ25. Esto obedecía a las limitaciones
inherentes del sistema de incentivos de la organización social
feudal.
Lo que nos ofrece el hincapié de Hilton en la crisis general
del feudalismo, por encima del sentido de lo coyuntural de
Perroy, es que puede explicar las transformaciones sociales que
estos desarrollos supusieron. Ya que si se había superado el
grado óptimo de productividad de un sistema y la recesión

22 Marc Bloch apoya el argumento de Hilton al prevenirnos contra la


exageración de la caída de los ingresos señoriales que proviene de sobre­
valorar el papel del flujo de moneda. Es verdad que, en la medida en
que las rentas eran fijas, una devaluación de la plata significaría de
hecho una ventaja para el arrendatario, en el supuesto que éste pagase
en plata. Pero estos supuestos son engañosos. Bloch nos recuerda que en
esta época había una «terrible escasez de moneda metálica (hasta tal
punto que en Inglaterra algunos campesinos, incapaces de conseguir la
plata necesaria para pagar sus rentas, solicitaron ellos mismos pagarlas
en especie)». S e i g n e u r i e jr a n g a i s e e t m a n o i r a n g la is , París, Armand Colin,
1960, p. 110. Por lo tanto, dice Bloch, el resultado fue «un límite inferior
[ p a l t e r } de precios ventajoso, obviamente, para aquellos que ganaban
rentas fijas».
22 R. H. Hilton. «Y eut-il une crise générale de la féodalité?», A n n a le s
E S C , vi. 1, enero-marzo de 1951, p. 25.
24 I b i d ., p. 27.
25 I b i d . , p. 28.
34 I m m a n u e l Wallerstein

económica estaba llevando a una guerra de clases generalizada


entre señores y campesinos, así como a luchas ruinosas en el
seno de las clases señoriales, entonces la única solución que
podría sacar a Europa occidental de verse estancada y diezmada
sería la expansión de la tarta económica a repartir, solución
que requería, dada la tecnología existente en aquel tiempo, una
expansión de los territorios y de la base de población para su
explotación. Esto es lo que de hecho ocurrió en los siglos xv
y xvi.
Que las revueltas campesinas se extendieron en la Europa
occidental, desde el siglo xm hasta el xv, parece ser indudable.
Hilton considera como explicación inmediata, en el caso de In­
glaterra, el hecho de que «en el siglo xm la mayor parte de
los grandes terratenientes, laicos y eclesiásticos, expandieron la
producción de sus reservas señoriales [ dem esnes ] para vender
productos agrícolas en el mercado [como resultado], se incre­
mentaron las prestaciones de trabajo, incluso se duplicaron»*
Similarmente, Kosminsky considera este período como uno de
los «de más intensa explotación del campesinado inglés...»*.
En el continente, hubo una serie de rebeliones campesinas: en
el norte de Italia, y después en las costas de Flandes, a princi­
pios del siglo xiv; en Dinamarca en 1340; en Mallorca en 1351;
la jacquerie en Francia en 1358; rebeliones dispersas en Alema-
" R. H. Hilton, «Peasant movements in England before 1381», en E. M.
Carus-Wilson, comp., E s s a y s in e c o n o m i c h i s t o r y , Nueva York, St. Mar­
tin's, 1966, ii, p. 79. Hilton señala que los aumentos de rentas, en el caso
de los campesinos pobres, podía costarles sus reservas para el invierno.
Para los campesinos ricos, el resultado era diferente: «Más irritantes
para ellos deben haber sido las trabas a la acumulación que el miedo al
hambre» (p. 86). Más aún, la legislación para mantener Jos costos bajos
congelando los salarios benefició más a los grandes terratenientes que
a los campesinos ricos. «Ahora bien, una granja grande es inútil sin
manos que la cultiven, de modo que el arrendatario estaba dispuesto a
pagar altos precios por la mano de obra que no hubiera podido conse­
guir de otra forma. Al hacer esto tendería también a aumentar el precio
de Ja mano de obra para los señores. Pero no había necesidad de que
los señores sufrieran los mecanismos de las leyes económicas, ya que te­
nían a su disposición el poder político que les capacitaba para eludirlos.
Tenían aún reservas de mano de obra servil, y controlaban la distribu­
ción de la mano de obra asalariada disponible, en su capacidad de
jueces de los trabajadores o de paz» (p. 88).
27 Eugen A. Kosminsky, «The evolution of feudal rent in England from
the xith to the xvth centuries», P a s t a n d P r e s e n t , 7, abril de 1955, p. 32.
Continúa diciendo: «El crecimiento de la explotación feudal empezó
a agotar la agricultura de los campesinos, erosionando al mismo tiempo
las fuerzas productivas de la sociedad feudal, destruyendo las condiciones
para la reproducción de la fuerza de trabajo [...] Esta prolongada lu­
cha [...], encontró su más clara expresión en el alzamiento de 1381».
P reludio m ed ieva l 35

nia, muy anteriores a la gran guerra campesina de 1525. Surgie­


ron repúblicas campesinas en Frisia en los siglos xn y xm y en
Suiza en el siglo xm. Para B. H. Slicher van Bath, «las rebelio­
nes campesinas acompañaban a la recesión económica»23. Dobb
sugiere que cuando tal recesión ocurría golpeaba con particular
fuerza no a los estratos más inferiores de los trabajadores, que
probablemente nunca hubieran estado demasiado bien, sino a
los «estratos superiores de los campesinos prósperos, que esta­
ban en situación de extender sus cultivos a nuevas tierras y
mejorarlos, y que en consecuencia tendían a ser la punta de
lanza de la revuelta»
La súbita disminución de la prosperidad supuso algo más
que el descontento campesino. La despoblación que la acom­
pañó —causada por guerras, epidemias y hambres— condujo a
la Wüstungen, la reducción de los asentamientos en tierras
marginales, en ocasiones a la desaparición de pueblos enteros.
El abandono de los pueblos no debe ser considerado exclusiva­
mente como un signo de recesión. Porque hay al menos otras
dos razones fundamentales para esa deserción. Una, que era
continua, era la búsqueda de seguridad física siempre que la
guerra envolvía una región 30. Una segunda razón, menos «acci­
dental» y más estructural, era un cambio en la estructura social
agraria, el «cercamiento» [ enclosure] o «acaparamiento» [en­
grossing] de las tierras. Parece claro que este proceso estaba
también en marcha a finales de la Edad Media31. Y resulta un
tanto difícil en nuestra etapa actual de conocimiento separar
estas tres razones.

u Slicher van Bath, A A G B , 12, p. 190, describe el mecanismo de la


siguiente forma: «Los campesinos se sentían descontentos al ver los
bajos precios obtenidos por la producción agrícola, contrastándolos con
los elevados precios y los salarios relativamente altos que se obtenían
en la industria. A menudo una nueva subida de los impuestos, que el
gobierno o el terrateniente consideraban aun tolerable, suponía la chispa
que avivaba la brasa de un resentimiento largamente reprimido».
29 Maurice Dobb, P a p e r s o n c a p i t a l i s m , d e v e l o p m e n t a n d p la n n in g , Nue­
va York, International Publ., 1967, p. 11. \
* Véase, por ejemplo, el análisis de Jean-Marie Pesez y Emmanuel Le
Roy Ladurie sobre la Francia de los siglos xiv y xv. «Le cas fransais:
vue d’ensemble», V i l l a g e s d é s e r t é s e l h i s t o i r e é c o n o m i q u e , X P - X V I I I *
s i é c l e s , París, sevpen, 1965, p. 155. Señalan también que la búsqueda de
seguridad puede a veces ser impuesta por ciudades cercanas por con­
sideraciones estratégicas (véase p. 156). Véase Carlo Cipolla, C lo c k s a n d
c u l t u r e , 1300-1700, Nueva York, Walker and Co.f 1967, p. 115.
31 Véase el análisis de Georges Duby en «Démographie et villages dé­
sertés», V i l l a g e s d é s e r t é s e t h i s t o i r e e c o n o m i q u e , X P - X V l l l * s ié c l e s , París,
sevpen, 1965, pp. 18-23.
36 I m m a n u e l Wallerstein

Hay dos cosas que parecen claras acerca de la detención


del desmonte y la reducción de los asentamientos. Fue, como
señala Karl Helleiner, un «proceso selectivo con respecto a la
dimensión de las parcelas. El porcentaje de pequeñas parcelas
abandonadas en el transcurso de la Baja Edad Media parece
haber sido mayor que el de las granjas de buen tamaño»®
También fue selectiva respecto a la región. La Wüstungen pare­
ce haber afectado no solamente a Alemania y Europa central®
sino también a Inglaterra34; por otra parte fue mucho más
limitada en Francia * Sin duda esto se explica en parte por el
hecho de que Francia tenía una mayor densidad de asentamien­
tos y había sido sometida a desmonte muy anteriormente que
otras áreas de Europa, por razones tanto históricas como pe­
dológicas.
En esta época de contracción de la demanda de productos
agrícolas, los salarios urbanos y por lo tanto los precios indus·

u Karl Helleiner, «The population of Europe from the Black Death to


the eve of the Vital Revolution», en C a m b r i d g e E c o n o m i c H is to r y of
E u ro p e, iv, E. E. Rich y C. H. Wilson, comps., T h e e c o n o m y o f expandir ig
E u ro p e in th e 16th a n d 17th c e n tu r ie s , Londres y Nueva York, Cambridge
Univ. Press, 1967, p. 15. Véase Duby, V il la g e s d é s e r t é s , pp. 14, 16; Pesa
y Le Roy Ladurie, V illa g e s d é s e r té s , pp. 181-183.
MVéase Wilhelm Abel, D ie W ü s tu n g e n d e s a u s g e h e n d e n M itte la lte n ,
2/ ed., Stuttgart, Fisher Verlag, 1955, pp. 5-12.
34 Véase Maurice W. Beresford, T h e l o s t v i l l a g e s o f E n g l a n d , Londres,
Lutterworth Press, 1954. Beresford fija el punto álgido de la despobla­
ción (tanto el abandono total de los pueblos como la reducción de su
población) entre 1440 y 1520 (véase p. 166). Considera que el cercamiento es
la mayor explicación única de este fenómeno que ve como un proceso
que se desarrolla gradualmente: «La despoblación llegó a pueblos ea
los que ya había una buena parte de tierra de pastos junto con un nú­
mero cada vez menor de tierras de grano; [...] cercamiento y despobla­
ción [son] un objetivo al que sólo se llega lentamente» (p. 210).
33 Pesez y Le Roy Ladurie ofrecen una cifra de un 5 a un 7 por 100
de pueblos del Languedoc oriental abandonados entre 1328 y nuestros
días. Como ellos mismos señalan: «Estas cifras no son insignificantes,
pero nos hallamos muy lejos de la tasa del 40 por 100 observada por
Abel en Alemania y también de las cifras calculadas por Beresford».
V illa g es d é s e r té s , p. 129. La diferencia entre las tasas tiende a confirmar
la idea de una reorganización agraria más bien que la de una despo
blación. Sabemos que hubo considerable diferencia en la reorganiza­
ción agraria, y que Francia, por ejemplo, vio la creación de muchos
menos grandes dominios que Inglaterra o Alemania. Por supuesto, puede
haber habido diferencias en la tasa de declinación de la población en
los siglos xiv y xv, pero aquí nos encontramos en un terreno más débil
en la medida en que gran parte de la evidencia ha sido inferida pred-
sámente a partir de datos tales como los pueblos abandonados. Por lo
tanto, no podemos utilizar esta evidencia, o nos veríamos sumidos en ufl
razonamiento circular.
P reludio m ed ieva l 37

tríales estaban creciendo, debido a la escasez de mano de obra


producida por la disminución de la población. Esto a su vez
elevó el costo de la mano de obra agrícola, reduciendo al tiempo
las rentas (en la medida en que éstas eran fijas, mientras que
los precios nominales crecían). Esto llevó a lo que Marc Bloch
ha llamado el «empobrecimiento momentáneo de la clase seño­
rial» x. No sólo disminuyeron las ganancias, sino que crecieron
los costos de explotación, como siempre sucede en tiempos difí­
ciles 37, llevando a los propietarios a considerar la posibilidad
de ceder la explotación directa. La recesión económica llevó a
un incremento de las exacciones sobre el campesinado, que
resultaron entonces contraproductivas y tuvieron como conse­
cuencia la huida de los campesinos38. Un camino para la restau­
ración de los ingresos de la nobleza, que fue a menudo eficaz
para el estrato más acomodado, fue el buscar nuevos y remune­
rativos empleos al lado de los príncipes 39. No obstante, esto no
fue suficiente para contrarrestar los efectos de la recesión y
por lo tanto para detener la decadencia de la reserva señorial40.

w Marc Bloch, L e s c a r a c t e r e s o r ig in a u x d e V h is to ir e r u r a le fr a n g a is e ,
París, Armand Colin, 1964, I, p. 122.
J7 Henri Lefebvre, «Une discussion historique: du féodalisme au ca-
pitalisme: observations». L a P e n s é e , 65, enero-febrero de 1956, p. 22.
M«El resultado de este aumento de presión no fue sólo agotar la
gallina que ponía sus huevos de oro para el castillo, sino provocar, de
pura desesperación, un movimiento de emigración ilegal de los seño­
ríos [...] [Tan] considerable llegó a ser el problema de los fugitivos y
tan grande el hambre de mano de obra, que, a pesar de ios tratados
y las promesas mutuas, se llegó a una competencia de hecho para atraer­
se y robar los siervos de los dominios del vecino, competencia que [...)
supuso la aparición de una serie de concesiones, y cuya existencia impuso
sus propios límites al ulterior aumento de la explotación feudal». Mau­
rice Dobb, S t u d i e s in th e d e v e l o p m e n t o f c a p i t a l i s m , Londres, Routledge
and Kegan Paul, 1946, pp. 46-47.
J9 «De hecho, la caída en los pagos fijos, junto con la declinación del
control directo y la necesidad de gastar dinero en reparaciones, afectó
significativamente el estatus financiero de todos los señores durante [los
siglos xiv y xv]. Por doquiera parecían andar escasos de dinero y a la
caza de ganancias exteriores, y por esta razón a menudo se embarcaban
en empresas o aventuras que les ale;aban de sus posesiones. No obstante,
las diversas formas de complementar sus ingresos, tales como emplearse
al servicio de los príncipes más poderosos que andaban en busca de
aliados, o el azaroso camino de la intriga política y la alianza matrimo­
nial, garantizaron el mantenimiento de prácticamente todas las grandes
fortunas aristocráticas». Georges Duby, R u r a l e c o n o m y a n d c o u n t r y U fe
u n th e m e d i e v a l W e s t , Columbia, Univ. of South Carolina Press, 1968,
p. 330.
40 «[La] cada vez más pronunciada declinación del precio del grano
comparado con los salarios rurales, que se mantenían a niveles tan ele­
vados por la competencia de los oficios de las ciudades y la extensión
38 I m m a n u e l Wallerstein

E incidentalmente, al apartar a los señores de su residencia


puede haber favorecido su desinterés por la administración de
sus tierras.
¿Qué pasó entonces con las grandes propiedades? Fueron
vendidas o arrendadas a cambio de dinero al principal grupo
capaz y dispuesto para semejante transacción, los campesinos
más prósperos, que estaban en situación de obtener unos térmi-
nos favorables41.
Debemos recordar no obstante que la organización social de
la producción agrícola no era idéntica en todas partes. Las
grandes reservas señoriales eran más abundantes en Europa
occidental, en parte debido a que su mayor densidad de pobla­
ción había requerido la relativa eficiencia de mayores unidades.
En Europa central, los efectos de la recesión económica lleva­
ron a la misma deserción de las tierras marginales, pero el
análisis de esta Wüstungen se ve complicado por el hecho de
que en parte representaba tanto abandono como cercamien-
tos42. Más al este, en Brandemburgo y Polonia, como veremos

de los trabajadores textiles por muchos distritos campesinos de Europa,


selló la suerte de todas las empresas agrícolas excesivamente grandes.
Parece, de hecho, como si el eclipse de la reserva señorial y la gran
declinación en el cultivo directo de los señoríos ocurrieran en los años
posteriores a 1380, al menos en Francia e Inglaterra.» Duby, ib i d ., p. 31L
Una afirmación anterior de Duby le mostraba más cauteloso: «Pare
ce probable, en consecuencia [...], que en el transcurso de la segunda
mitad del siglo xiv y durante el siglo xv, las grandes posesiones, si no
se vieron notablemente reducidas en tamaño y a veces, por el contrario,
crecieron, perdieron al menos su cohesión». «Le grand domaine de la fio
du Moyen Age en France», P r e m ie r e C o n f é r e n c e I n t e r n a t i o n a l e d 'H isto in
E c o n o m iq u e (Estocolmo, agosto de I960), C o n t r i b u t i o n s , París, Mouton,
1960, p. 338.
41 «El establecimiento definitivo de la renta monetaria tuvo lugar ea
circunstancias poco provechosas para aquellos que la recibían. En gran
medida les fue impuesta, dado que fue el ascenso del movimiento popular
lo que obligó a los señores a ser más complacientes.» Kosminsky, Pan
a n d P r e s e n t, 7, p. 33.
42 Véase Duby: «No debemos considerar el abandono y reagrupamiento
en los siglos xiv y xv de t o d a s (el subrayado es mío, I. W.) las parcela
en algunos bloques compactos sometidos a estrictas obligaciones colec­
tivas, como signos de un malestar económico, de un fracaso, y de ub
declive progresivo de la población. Por el contrario, este desplazamiento
traduce una crisis de crecimiento de la economía de cereales, posterior
en uno o dos siglos, pero comparable en su desarrollo y en su naturaleza
a la que tuvo lugar en- Ile-de-France en el siglo xm. Así pues, en d
noroeste de Alemania, los señores cercaron sus bosques, cuyo valor no
cesaba de aumentar, los rodearon de setos, impidieron que entrarao
en ellos las piaras de los campesinos, y prohibieron que se hicieran ea
ellos rozas periódicas. El poder señorial, con esta actitud, obligó a aban­
donar estas regiones a las familias que antes obtenían la mayor parte
P reludio m ed ieva l 39

más adelante, donde la densidad de población era aún menor,


los señores que previamente poseían en conjunto menos tierras
que los campesinos «vieron a sus posesiones adquirir todas las
tierras que habían quedado desiertas por el súbito colapso de­
mográfico» 43. Hasta qué punto esto podría resultar rentable en
el siglo xvi, cuán profundamente alteraría la estructura social
de la Europa del este, hasta qué punto esto resultaría impor­
tante para el desarrollo de la Europa occidental: todo ello evi­
dentemente estaba fuera de la percepción de los participantes
en este proceso en los siglos xiv y xv. Pero en las áreas de
terreno arable no marginales de Europa occidental, la reserva
señorial excesivamente grande cede su puesto a propiedades
menores. Así, simultáneamente surge un campesinado medio en
la tierra arable de Europa occidental, y comienzan los cerca-
mientos de las tierras menos arables en Europa occidental (que
serían la base de un incremento de la ganadería), y la concen­
tración de la propiedad en grandes posesiones en Europa del
este (que vendrían a tener una nueva función como áreas de
exportación de grano).
Este período de «colapso» o «estancamiento» económico ¿fue
bueno o malo para el desarrollo de una economía-mundo capi­
talista? Depende de la longitud de la perspectiva que uno adop­
te. Michael Postan considera al siglo xv como una regresión
respecto a los desarrollos del xiv44, un paso atrás que fue por

de su subsistencia del bosque, de la ganadería y ocasionalmente de algu­


nos cultivos. Las obligó a modificar su género de vida: el W a ld b a u e r
se transformó en A c k e r m a n n , verdadero campesino establecido en campos
permanentes». R u r a l e c o n o m y , p. 309.
45 I b i d ., p. 315.
44 «La gran época de crianza del capitalismo inglés tuvo lugar en las
primeras fases de la guerra de los Cien Años, cuando las exigencias de
las finanzas reales, los nuevos experimentos impositivos, las empresas
especulativas con la lana, el hundimiento de las finanzas italianas y el
surgir de la nueva industria textil, se combinaron para dar a luz una
nueva raza de financieros de guerra y especuladores comerciales, provee­
dores de los ejércitos y monopolistas de la lana. Pero esta raza resultó
tan efímera como nueva. Las grandes fortunas se perdieron con la misma
facilidad con que se lograron, y el período de financiaciones desmesu­
radas y de gigantescos experimentos fiscales pasó con la primera etapa
de la guerra [...]
»La clase mercantil inglesa respondió a la estabilidad y a la recesión
del comercio igual que todos los comerciantes. Adoptaron una política
de regulación y restricción, impidiendo la entrada de nuevos miembros
en el comercio e intentando compartir el comercio disponible [...]
Lo que a veces se considera como evidencia de una típica regulación me­
dieval no es, de hecho, sino muestra del alejamiento de siglo xv de las
condiciones de mayor libertad y más especulativas de los siglos pre-
40 Im m an u el Wallersteiti

supuesto superado más adelante. Eugen Kosminsky lo ve como


parte de la liquidación del feudalismo, y por lo tanto como un
paso necesario en el desarrollo de una economía capitalista*,
Los hechos son los mismos. La perspectiva teórica es diferente.
Hasta aquí, en esta discusión, prácticamente no hemos meo·
cionado los desarrollos en la esfera política, en particular el
lento surgimiento de la burocracia centralizada del Estado. En
el auge del feudalismo occidental, cuando el Estado era más
débil, prosperaban el terrateniente, el señor feudal. Por mucho
que pudiera ser utilizado el aparato de Estado por los nobles,
en una época posterior, para favorecer sus intereses, se veían
sin duda mejor servidos aún por la debilidad de los reyes y los
emperadores. No solamente se veían personalmente más libres
de control e impuestos sino que además tenían mayor libertad
para controlar y cargar de impuestos a los campesinos. En tales
sociedades, en las que no existe un eslabón efectivo entre la
autoridad central con su orden legal y las masas, el efecto de
la violencia era doble, ya que como percibió Bloch, «a través
de la costumbre un abuso podía siempre convertirse en un
precedente, y un precedente en un derecho» 46.
Por lo tanto los señores feudales jamás hubieran dado la
bienvenida a un fortalecimiento de la maquinaria central si no
hubieran estado en una situación de debilidad en la que vieron
más difícil el resistir las exigencias de la autoridad central y
más útil el dar la bienvenida a los beneficios de un orden im­
puesto. Tal situación fue la planteada por las dificultades eco
nómicas de los siglos xxv y xv, y por la disminución de los bene­
ficios señoriales.
Junto con los problemas económicos se dio un cambio tec­
nológico en el arte de la guerra, del arco al cañón y las pistolas,
de la guerra de caballería a una guerra en la que cargaba la
infantería, y en la que, por lo tanto, se precisaban mayor disd
cedentes.» Μ. M. Postan, «The fifteenth century», E c o n o m i c H i s t o r y Rt-
view, ix, 2, mayo de 1939, pp. 165-166.
4S «Creemos que no fue la despoblación, sino más bien la liquidación
de la economía de los señoríos, la conmutación y la disminución de las
rentas feudales, lo que trajo consigo la mejora de la situación de los
campesinos y la expansión de la producción comercial simple, lo que
preparó el camino para las relaciones capitalistas. Una reducción mo
derada de la población [...] sólo podía intensificar y modificar [...] d
progreso de este desarrollo.» Eugen A. Kosminsky, S t u d i in o n o re di
A rm a n d o S a p o r i, i, p. 567.
* Marc Bloch, «The rise of dependent cultivation and seigniorial ins­
titutions», en Μ. M. Postan, comp., C a m b r i d g e E c o n o m i c H i s t o r y of
E u ro p e , i, T h e a g ra ria n li fe o f th e M id d le A g e s , Londres y Nueva York.
Cambridge University Press, 1966, p. 269.
Preludio m edieval 41

plina y un mayor grado de entrenamiento. Todo esto significaba


que el costo de la guerra iba en aumento, al igual que el numero
de hombres necesarios, y que se iba haciendo cada vez más
clara la conveniencia de un ejército regular sobre las formacio­
nes ad hoc. Dados estos nuevos requerimientos, ni los señores
feudales individualmente, ni las ciudades-Estado podían en rea­
lidad sostener o reclutar la fuerza humana necesaria, especial­
mente en una era de despoblación47. De hecho, incluso los Esta­
dos territoriales lo estaban pasando mal intentando mantener
el orden, como demuestra la frecuencia de las revueltas cam­
pesinas
No obstante, el siglo xv fue testigo del advenimiento de los
grandes restauradores de la faz interna de la Europa occiden­
tal: Luis XI en Francia, Enrique VII de Inglaterra, y Fernando
de Aragón e Isabel de Castilla en España. Los principales meca­
nismos que tenían a su disposición para realizar esta tarea, que
fueron los mismos que tuvieron sus menos afortunados prede­
cesores, eran financieros: por medio de la ardua creación de
una burocracia (civil y armada) suficientemente fuerte para
imponer impuestos y por lo tanto para financiar una estructura

41 «El rival de la ciudad-Estado, el Estado territorial, rico en espa­


cio y en hombres, se mostró más capaz de enfrentarse a los costos de
la guerra moderna; mantenía ejércitos mercenarios, se procuraba el
oneroso material de artillería; pronto se permitiría el gran lujo de la
guerra marítima a gran escala. Su ascenso había sido desde hacía tiempo
un fenómeno irreversible.» Braudel, La Méditerranée, I I , p. 8.
Por supuesto debemos tener cuidado de no anticipar las cosas. Sir
Charles Ornan fecha la ruptura histórica en el arte de la guerra a partir
de 1494. Véase A history of the art of war in the sixteenth century , Lon­
dres, Methuen. 1937, p. 30. Para Oman las dos «tendencias» claves (ob­
sérvese bien, no obstante, esta palabra) fueron «la progresiva importan­
cia de las armas de fuego, y (en parte como consecuencia de este pro­
greso) la utilización de las trincheras, que harían cada vez menos prac­
ticables las cargas de caballería» (p. 33). De hecho, algunos autores van
aún más lejos y sugieren que el impacto social de la nueva tecnología
militar ha sido exagerado incluso para el siglo xvi. Véase, por ejemplo,
Η. M. Colvin, «Castles and government in Tudor England», English
Historical Review, l x x x i i i , 1968, p. 226. No obstante, si recordamos que
estamos describiendo tendencias o direcciones de desarrollo, podemos
afirmar la existencia de un impacto acumulativo y continuo que comienza
ya en el siglo xiv.
41 «Los últimos dos siglos de la Edad Media, en toda la Europa occi­
dental y central, fueron una era de malestar rural y despoblación [...]
Las grandes construcciones políticas del período precedente [...) parecie­
ron provisionalmente incapaces de llevar a cabo la misión de policía y de
orden que era la propia razón de su existencia.» Bloch, Caracteres origi-
naux, i, pp. 117-118.
I m m a n u e l Wallerstei¡

burocrática aún más fuerte. Este proceso se había puesto §


marcha ya en los siglos xn y xm. Con el cese de las invasiones
que habían absorbido y agotado a los príncipes, el crecimiento
de la población, el resurgimiento del comercio, y como con*,
cuencia una circulación más abundante de moneda, existía un*
base para fijar impuestos capaces de pagar tropas y función*
ríos asalariados49. Esto era cierto no sólo en Francia, Inglaterra,
y España, sino también en los principados de Alemania.
Los impuestos son sin duda el problema fundamental. Yno
es fácil emprender el ciclo ascendente50. Los obstáculos a uj

" «Así, el Estado empezó a adquirir a partir de este momento ¿


elemento esencial de su supremacía: recursos financieros incomparablt·
mente mayores que los de cualquier individuo privado o comunidad»
Bloch, F eu d a l s o c ie ty , p. 422.
50 David Lockwood ha señalado el problema teórico que aparece aqu¿
«La relación que existe entre la burocracia y los impuestos es de gry
interdependencia. La eficiencia de la burocracia depende de la efecto
dad de su sistema impositivo; y la efectividad de su sistema impositm
depende de la eficacia del aparato burocrático. Así, por las razones q«
sean, cualquier incremento en la carga burocrática o decrecimiento &
su capacidad impositiva puede generar un círculo vicioso de desceñir*
lización del poder. De hecho, puede argumentarse que la "crisis impo¿
tiva" de la burocracia patrimonial es esencialmente análoga a las crisa
de "producción" del capitalismo. [...] Los puntos de tensión son aquella
que representan una actualización del potencial de "feudalización": b
tendencia de los funcionarios a "apropiarse” de los recursos económica
y políticos del cargo; la lucha de los grandes terratenientes por obtenc
inmunidad ante los impuestos y/o a usurpar las funciones fiscales y poli
ticas; y la dependencia económica y política a la que se ven forzada
los campesinos en busca de protección contra la carga impositiva dd
centro burocrático. Estas tendencias "centrífugas” pueden ser consider?
das a la vez como causa y consecuencia del posible fracaso de los me­
canismos para mantener una capacidad de imposición efectiva y un coa
trol central». «Social integration and system integration», en George l
Zollschan y Walter Hirsch, comps. E x p l o r a t i o n s in s o c i a l c h a n g e , Boston
Massachusetts, Houghton, 1964, p. 254.
La formulación de Gabriel Ardant de este dilema hace más hincapié
en las opciones de política fiscal del Estado conducentes a un cambie
estructural que en las opuestas, aunque es difícil separarlas. Ardant dice
«Aparte de la confiscación, que en todas las épocas tentó a los gobiernos
incapaces de resolver sus problemas fiscales, pero que no les daba mas
que recursos limitados en el tiempo y a menudo desperdiciados (ya esfc
mos hablando de las ganancias de conquista, de la expropiación de las
propiedades de la Iglesia o de la persecución sistemática de ciertas cate
gorias sociales), había dos tipos de solución al alcance de las autoridades:
»E1 primer tipo, la solución feudal, a menudo precedida por una eco
nomía señorial y la venta de cargos, tendía a conducir, en un númefl
significativo de casos, al desmembramiento de hecho del Estado.
»A estas fórmulas podemos oponer los préstamos y la inflación, factore
financieros que, como veremos, dependen fambién de la estructura de li
economía.
Preludio m ed ieva l 43

sistema de impuestos efectivo en la Baja Edad Media parecen


retrospectivamente insuperables. La imposición en realidad sólo
puede realizarse sobre la producción neta, y la producción neta
era escasa, al igual que la cantidad de moneda y su circulación.
Era extraordinariamente difícil verificar los impuestos, tanto
por falta de personal como por la escasez de archivos cuanti-
ficados. No es de extrañar que los gobernantes recurrieran de
continuo a alternativas a ios impuestos como fuentes de ingre­
sos: a la confiscación, a los préstamos, a la venta de cargos
oficiales, a la devaluación de la moneda. Pero cada una de estas
alternativas, aunque puede que resolviera algunos problemas
financieros, tenía unos efectos negativos a largo plazo sobre la
fuerza político-económica del rey51. Aún así, sería falso sub­
rayar las dificultades. Lo que resulta impresionante es la mag­
nitud del logro. Los muchos compromisos pueden ser vistos
como pasos esenciales en el camino del éxito. El arrendamiento
de impuestos52 y la venta de cargos oficiales53 pueden verse
precisamente bajo el punto de vista de ser dos de los citados
compromisos útiles. Más aún, el incremento del flujo de fondos
al rey no solamente atacaba a la nobleza fortaleciendo al Esta-
«Estamos sin duda haciendo abstracción de las políticas, de diferentes
dimensiones, por medio de las cuales el Estado transforma la organiza­
ción social de la sociedad». Théorie sociologique de iim p ó t, París,
sevpen, 1965, i, pp. 541 $s.
51 Por ejemplo, Ardant señala que: «Para obtener créditos considera­
dos necesarios en el marco de una situación financiera desfavorable, un
Estado se puede ver obligado a empeñarse en el sentido más amplio
de la palabra, que significa una restricción de su soberanía: una fuente
específica de ingresos puede ser traspasada a los acreedores extranjeros;
un cierto grado de supervisión de la administración financiera, extendida
después a la administración política, puede ser ejercida por los acree­
dores, o por el Estado que los respalda, etc.», (ibid., I, pp. 549*550).
SJ Max Weber, al comparar Europa occidental con la India, afirma:
«También en los Estados occidentales, al comienzo de los tiempos mo­
dernos, apareció el arrendamiento de impuestos y el comisionamiento
de empresarios para la recluta del ejército, empresarios a los que se
tenían que confiar en gran medida las finanzas. En la India, no obstante,
bajo los grandes reinos no lograron desarrollarse aquellas instituciones
centrales que en Occidente permitieron a los principes volver a tomar
las riendas de la administración militar y financiera». The religion of
India, Nueva York, Free Press, 1958, p. 69.
u «La venta de cargos, a pesar de sus graves inconvenientes, tuvo en­
tonces la consecuencia política [de fortalecer el Estado]. Esto es, para
la administración civil, el equivalente al sistema de tropas militares a
sueldo, o "mercenarios”, un sistema denunciado con igual vigor [...],
pero no obstante ligado a la enorme y creciente fortuna del poder real,
que así no dependía ya tan sólo de las fuerzas militares de la nobleza
feudal.» F. Chabod, «Y a-t-il un état de la Renaissance?», en Acíes du
Colloque sur la Renaissance, París. J. Vrin, 1958, p. 66.
44 I m m a n u e l Wallersteí*

do, sino también debilitando las propias fuentes de ingresos de


la nobleza, especialmente en la estrecha economía de Jos siglos
Xiv y xv, y sobre todo para aquellos no ligados a las nuevas
burocracias-. Como plantea Duby: «Una gran parte de las rentas
extraídas del suelo por los campesinos seguía llegando a manos
de su señor, pero el ininterrumpido progreso de la imposiciáa
había aumentado grandemente la parte apropiada por los agen-
tes del Estado»54.
Y al irse haciendo cada vez más fuerte el Estado, la manipu.
lación monetaria se hizo cada vez más rentable. Cuando la crisis
financiera de los Estados sumidos en la guerra en los siglos xiv
y xv se vio multiplicada por unos bajos márgenes de ganancia
en el campo a los que se pudiera someter a impuestos, los
Estados tuvieron que buscar otras fuentes de ingreso, especial­
mente considerando que la despoblación significaba que los
príncipes estaban ofreciendo exenciones de impuestos a aquellos
que estuvieran dispuestos a recolonizar las áreas devastadas.
Por lo tanto la manipulación monetaria tenía muchas ventajas.
Léopold Génicot señala que existen tres posibles explicaciones
para las frecuentes devaluaciones del período: la reducción de
las deudas del Estado (aunque la devaluación también reducía
en consecuencia los ingresos fijos, que constituían el grueso de
los ingresos de los dominios reales); la escasez de medios de
pago, en un momento en el que el comercio crecía más que las
reservas de plata y en el cual el desorden público favorecía el
atesoramiento; o una política económica deliberada de re­
bajar la tasa de intercambio para detener la deflación, com­
batir a los acaparadores, facilitar las exportaciones y revivir asi
el comercio. Cualquiera que sea la explicación de las devalua­
ciones, eran «en gran medida inflacionarias» y «reducían así el
valor real de las rentas fijas»55. Los principales perceptores de
ingresos fijos eran las clases señoriales y, en consecuencia, se
vieron debilitadas frente al Estado.
¿El Estado? ¿Qué era el Estado? En esta época era el prín­
cipe, el príncipe cuya reputación era alabada, cuya majestad
era preservada, y que poco a poco fue siendo apartado de sus
súbditos56. Y era la burocracia, que emergía ahora como un

54 Duby, R u ra l e c o n o m y , p. 331.
w Léopold Génicot, «Crisis: from the Middle Ages to modern times**,
en C a m b rid g e E c o n o m ic H i s t o r y o f E u r o p e , I, T h e a g r a r i a n l i f e of tht
M id d le A ges, 2.“ ed., Londres y Nueva York, Cambridge Univ. Press,
1966, p. 699.
* «La importancia concedida a la r e p u t a c i ó n del príncipe, tanto por
parte de los teóricos como por los hombres de acción (por ejemplo.
Preludio m ed ieva l 45

grupo social diferenciado, con características e intereses espe­


ciales, el principa] aliado del príncipe*57, y no obstante un aliado
siempre. Y eran los diversos cuerpos parlamentarios creados
por los soberanos como mecanismos auxiliares en la legislación
de los impuestos, cuerpos compuestos en gran medida por
nobles, que los reyes trataban de utilizar contra la nobleza y
la nobleza contra el rey58.
Este Estado era una creación que no procedía del siglo xvi
sino del siglo xm en Europa occidental. Yves Renouard ha
reconstruido la forma en que los límites que determinan hasta
hoy en día las fronteras de Francia, Inglaterra y España habían
sido más o menos establecidos definitivamente en una serie de
batallas que ocurrieron entre 1212 y 1214 59. Fue sobre la base
de estos límites y no de otros (por ejemplo, un Estado occitano
mediterráneo que incluía Provenza y Cataluña; o un Estado
atlántico que incluía la Francia occidental de los angevinos
como parte de Inglaterra) sobre la que los sentimientos nacio­
nalistas posteriores se construyeron. En primer lugar las fron­
teras, posteriormente las pasiones: es algo que se aplica tanto
a los comienzos de la Europa moderna como, por ejemplo, al
Africa del siglo xx. Fue en este período cuando no sólo se deci­
dieron las fronteras de las naciones, sino que también, lo que
es incluso más importante, se decidió que estos límites debían
existir. Esto es lo que Edouard Perroy llama el «cambio funda-

Richelieu), va aparejada con la atención cada vez mayor prestada a la


«Majestad»: todo lo cual fue creando poco a poco una mayor distancia
entre el príncipe y su súbdito, colocando al primero en un plano en el
que uno ya no podía atraverse a familiaridades.» Chabod, A c t e s , p. 72.
57 «Si bien el poder del príncipe iba en aumento, otro poder crecía
también: el del "cuerpo" burocrático. Así se creó el e s p r i t d e c o r p s , que
los unía entre sí, a pesar de todas las disputas personales y privadas,
y no sólo entre los o f f i c i e r s d e j u s t i c e , los burócratas más antiguos, sino
también entre los demás [...]
•Este poder creciente del "cuarto estado", el aliado —en términos po­
líticos— del poder del príncipe, que había ido simultáneamente en aumen­
to (yendo así de la mano la centralización administrativa y el absolutis­
mo político), es de hecho el elemento fundamental al que debemos dirigir
nuestra atención» ( i b i d ., pp. 68-69, 72).
MEdward Miller tiene una breve discusión de cómo esta interacción
de intereses, ahora mucho más compleja, empezó a tomar forma durante
la Baja Edad Media en los diversos Estados europeos. Véase «Government
and economic policies and public finances, 900-1500», F o n ta n a E c o n o m i c
H i s t o r y o f E u r o p e , I, 8, 1970, pp. 34-40.
* Véase Yves Renouard, «1212-1216: Comment les traits durables de
l'Europe occidentale moderne se sont définis au début du xm* siécle»,
A n n a le s d e l ' U n i v e r s i t é d e P a r is , xxvin, 1, enero-marzo de 1958, pp. 5-21.
46 I m m a n u e l Wallerste¡¡

mental» en la estructura política de Europa occidentalScg^


su punto de vista, podemos fechar la transformación de Euroj*
entre mediados del siglo xii y principios del xiv, es decir, q
el cénit de la prosperidad comercial y agrícola de la Edad
Media.
¿Por qué naciones-Estado y no imperios? Aquí debemos ser
prudentes en la forma de utilizar la terminología. Tal vez p&
dríamos considerar a la Francia de los siglos xm y xiv como
una nación-Estado, a la Francia del siglo xv y xvi como un
imperio, y a la del siglo xvn de nuevo como una nación-Estado.
Esto es lo que parece pensar Fernand Braudel6061*. ¿Por qué este
esquema de alternancia? Braudel sugiere que «el auge económi-
co de los siglos xv y xvi trae consigo una coyuntura tenazmente
favorable a los grandes y aun a los grandísimos Estados, a esos
“extensos Estados” [...] En realidad, la historia es, por turnos,
favorable o desfavorable a las vastas formaciones políticas»®,
Fritz Hartung y R. Mousnier sugieren la necesidad de una di-
mensión mínima (¿acaso también de una máxima?) para el
establecimiento de una monarquía absoluta, una forma política,
que no tuvo éxito en los Estados pequeños. «Sin duda, éstos no

60 «Un cuerpo grande y unificado, más o menos congruente con la cris­


tiandad latina, y compuesto de una multitud de pequeñas células autó­
nomas, los señoríos, cedió el puesto a una yuxtaposición de vastas sobe­
ranías territoriales, bastante distintivas, los primeros comienzos de los
Estados de la Europa moderna.» Edouard Perroy e t a l., L e M o y e n Alt,
vol. ni de la H isto ir e G e n é ra le d e s C i v i l i s a t i o n s , París, Presses Universi-
taires de France, 1955, pp. 369-370.
w «De hecho, la rueda había girado. El siglo xvx fue favorable en
su comienzo a los grandes Estados [España, el imperio otomano], que
eran, como dirían los economistas, la empresa de dimensiones óptimas.
Al seguir el transcurso del siglo, y por razones que no podemos explicar
adecuadamente, estos grandes cuerpos fueron traicionados poco a poco
por las circunstancias. ¿Era una crisis transicional o estructural? ¿Debi­
lidad o decadencia? En cualquier caso, a principios del siglo xvn sólo
aparecían como vigorosos los Estados de tamaño medio. Así, la Francia
de Enrique IV, con su súbito esplendor, o la Inglaterra de Isabel, lucha­
dora y radiante; u Holanda, organizada en torno a Amsterdam; o aquella
Alemania invadida de una tranquilidad material desde 1555 hasta los
años anteriores a la guerra de los Treinta Años, en la que se iría a pique
en cuerpo y alma. En el Mediterráneo, tal es el caso de Marruecos, de
nuevo rico en oro, y de la regencia de Argel, la historia de una
ciudad que se convierte en un Estado territorial. Este es también el caso
de Venecia la radiante, esplendorosa y refulgente de lujos, de belleza, de
inteligencia; o de la Toscaña del gran duque Ferdinando [...]
»En otras palabras, los imperios deben haber sufrido en mayor medi­
da que los Estados de tamaño medio, las consecuencias de la regresión
de 1959-1621». Braudel,-La M é d ite r r a n é e , II , p. 47.
42 Ib id ., ii, p. 10.
P reludio m edieval 47

podían constituir unidades militares y económicas suficiente­


mente grandes para sostener una monarquía absoluta»6364. Estas
no son más que sugerencias para responder a un problema
merecedor de una considerable atención teórica. Tal vez lo que
más nos ayude sea la siguiente clasificación conceptual de V. G.
Kiernan:
Ninguna dinastía se propuso construir una nación Estado; todas
pretendían una extensión ilimitada [...] y cuanto más prosperaba
tanto más el resultado era un variopinto imperio manqué. Tenía que
ser suficientemente grande para sobrevivir y afilar sus garras sobre
sus vecinos, pero suficientemente pequeño para poder ser organiza­
do desde un centro y considerarse a sí mismo una entidad. En el
atestado borde occidental de Europa, cualquier hinchazón excesiva
del territorio se vería detenida por la competencia y los límites geo­
gráficos
A menos, por supuesto, que se extendieran los imperios a
ultramar.
Lo que sucedería a estos imperios manquis sería que des­
arrollarían raisons d’état diferentes de las de los imperios, dife­
rentes ideologías. Una nación-Estado es una unidad territorial
cuyos gobernantes aspiran (a veces, frecuentemente pero desde
luego no siempre) a hacer de ella una sociedad nacional, por
razones que discutiremos más adelante. El asunto resulta aún
más confuso cuando recordamos que a partir del siglo xvi las
naciones-Estado de Europa occidental pretendían crear socieda­
des nacionales relativamente homogéneas en el centro de los
imperios, utilizando como ayuda, tal vez indispensable para la
creación de la sociedad nacional, la aventura imperial.
Hemos discutido la crisis del feudalismo occidental en los
siglos xiv y xv como el fondo, el preludio de la expansión de
Europa y su transformación económica a partir del siglo xvi.
Hasta aquí la discusión y las explicaciones se han basado en
gran medida en términos de la estructura social (la organización
de la producción, el aparato de Estado, las relaciones entre
varios grupos sociales). Aún así, muchos sentirán que la «crisis»
del siglo xiv y la «expansión» del xvi podrían ser justificadas,
digamos que en buena parte, por factores relativos al entorno
físico: clima, epidemiología, condiciones del suelo. Estos argu­
mentos no pueden ser pasados por alto frívolamente, y se debe

“ Fr. Hartung y R. Mousnier, «Quclques problémes concernant la mo­


narchic absolue», en Relazioni del X Congresso I titer nazionale di Science
Storiche, iv. Storia moderna, Florencia, Sansoni, 1955, p. 47.
64 V. G. Kiernan, «State and nations in Western Europe», Past and
Present, 31, julio de 1965, pp. 35-36.
48 I m m a n u e l W allerst^

valorar estos factores y asignarles su peso debido en la justifi.


cación del cambio social que de hecho se dio.
El planteamiento climático ha sido apoyado por Gustaf
Utterstrom con gran fuerza. En resumen, su planteamiento cj
este:
Gracias al industrialismo, y gracias también al progreso técnico, q
nuestros días el hombre se ve menos expuesto a los caprichos de¿
naturaleza de lo que lo estuvo en siglos precedentes. Pero, ¿con qué
frecuencia se toma en consideración el hecho de que otro factores
que estamos viviendo en una era en la cual el clima, especialmenie
en el norte de Europa, es desusadamente suave? Durante los últimos
mil años [...] los períodos de prosperidad en las actividades hum*
nas. en términos generales, aunque con importantes excepciones, st
han dado durante los intervalos templados entre las grandes glaci*
ciones. Es precisamente en estos intervalos cuando tanto la vidi
económica como el tamaño de la población han realizado sus m*
yores adelantos
Para fortalecer su planteamiento, Utterstrom nos recuerda
que el cambio climático puede haber tenido particular impor­
tancia en los períodos primitivos en la transformación de Euro
pa. «La primitiva agricultura de la Edad Media debe haber sido
mucho más dependiente de un clima favorable de lo que es la
agricultura moderna con su elevado nivel técnico»
Utterstrom señala, por ejemplo, los severos inviernos de los
siglos xiv y principios del xv, los suaves inviernos desde 1460
hasta mediados del siglo xvi, los severos inviernos de la segun­
da mitad del siglo xvn67, que corresponden grosso modo con
períodos de recesión, expansión y recesión económica.
El considerar la presión de la población como factor decisivo do
nos da una explicación satisfactoria de estos desarrollos económicos
El hecho de que la población creciera de la forma en que lo hizo
plantea una cuestión que hasta el momento nadie se ha planteado:
¿por qué creció la población? [...] El gran incremento de poblados
fue [...] general a todo lo largo y lo ancho de Europa. En el norte
y centro de Europa comenzó durante el período en que el clima en
desusadamente suave. Difícilmente podemos considerar esto como
una coincidencia casual: tiene que haber una conexión causal68.
Además, Utterstrom considera los factores epidemiológicos
como variables que también intervinieron. Explica la peste

45 Gustaf Utterstrom, «Climatic fluctuations and population problems


in early modern history», S c a n d in a v ia n E c o n o m i c R e v i e w , in, 1, 1965.
p. 47.
60 I b id ., p. 5.
47 Ib id ., p. 24.
61 Ib id ., p. 39.
Preludio m edieval 49

negra por medio de los veranos calurosos que llevaron a la


multiplicación de la rata negra, hospedadora de la pulga de la
rata, que es uno de los dos portadores de la peste69.
Georges Duby acepta que esta hipótesis debe ser tomada en
serio. Sin duda, algunos de los abandonos de cultivos en el
siglo xiv (los cereales en Islandia, las colonias escandinavas de
Groenlandia, la disminución del límite forestal en los Sudetes,
el fin de la viticultura en Inglaterra y su regresión en Alemania)
quedan explicados plausiblemente por el cambio climático. Pero
existen otras explicaciones plausibles. Lo más importante, Duby
nos recuerda, es que «la recesión agraria, al igual que el colapso
demográfico, comenzaron antes del principio del siglo xiv»70,
por lo tanto antes de los supuestos cambios climáticos. Por el
contrario, Duby consideraría los factores climáticos y posterior­
mente la epidemiología como desgracias acumulativas que en
el siglo xiv «supusieron un golpe aplastante a la ya frágil
estructura demográfica»71. También han expresado un escepti­
cismo similar, acerca de la primacía temporal del cambio climá­
tico como explicación de los altos y bajos, Helleiner72, Slicher
van Bath 7\ y Emmanuel Le Roy Ladurie74.
Evidentemente, en la medida en que hubiera un cambio cli­
mático, afectaría al funcionamiento de un sistema social. No
obstante, también evidentemente, afectaría a sistemas diferentes
de forma diferente. Aunque las opiniones son diversas, es pro-

* Véase ibid., pp. 14-15. No obstante, Karl Helleiner, haciendo refe­


rencia a los trabajos de Emst Rodenwaldt, sugiere que, aunque la pul­
ga humana es menos importante que la de la rata, como portadora de
la peste bubónica, puede haber sido más significativa en el transcurso
de la Edad Media, reduciendo así la importancia de la hipótesis de Utters-
tróm. Véase Helleiner, Cambridge Economic History of Europe, iv, p. 7.
70 Duby, Rural economy, p. 307.
71 Ibid., p. 308.
77 Helleiner, Cambridge Economic History of Europe, iv, p. 76.
7i «No parece probable que los altibajos periódicos observados en la
vida económica de la Europa occidental a partir de 1200 sean el resul­
tado de cambios de clima.» Slicher van Bath, AAGB, 12, p. 8.
74 Después de señalar que parte de las evidencias presentadas por
Utterstróm no son totalmente climáticas, señala algunos fallos metodo­
lógicos en la utilización de los datos meteorológicos. Sugiere que Utters­
tróm no ha proporcionado suficientes datos de tendencias a largo plazo
como para apoyar sus generalizaciones. «Imaginémonos a un historiador
o a un economista que se atreviera a afirmar que podía demostrar un
alza larga y duradera en los precios partiendo como base para tal afir­
mación de tan sólo algunos puntos ''cíclicos" excepcionales de la curva
que desea interpretar, dejando de lado, tal vez desconociendo incluso
la forma general de la curva en cuestión.» Emmanuel le Roy Ladurie,
Histoire du clim at depuis Van mil, París, Flammarion, 1967, p. 17.
5Ü I m m a n u e l Wallersttin

bable que la glaciación en cuestión se extendiera sobre la tota,


lidad del hemisferio norte, y no obstante, los desarrollos socia
les en Asia y Norteamérica fueron claramente divergentes d»
los de Europa. Sería útil, por tanto, volver al factor crónica
de la tensión de recursos implicada en el sistema feudal de
organización social, es decir, el sobreconsumo por parte de una
minoría en medio de un bajo nivel general de productividad
Norman Pounds nos recuerda «cuán pequeño era el margen de
seguridad para el campesino medieval, incluso bajo condiciones
que podrían ser consideradas normales o medias...»75. Slicher
van Bath tiende a corroborar esta hipótesis de subalimentacióo
prolongada, observando que fue precisamente en las regiones
productoras de proteínas donde los hombres fueron más resi*
tentes a la peste76.
No obstante, si a pesar de todo hubo una primera recesióa
económica debida a la sobreexplotación crónica y a las consi­
guientes rebeliones discutidas anteriormente, y posteriormente
los factores climáticos sirvieron para acentuar tanto la escasez
de comida como las plagas, es fácil ver cómo la coyuntura socio
física pudo llegar a proporciones de «crisis». A su vez, esta cri­
sis se hubiera visto agravada por el factor de que la peste, una
vez extendida, se hacía endémica77. Más aún, aunque un número
menor de hombres debía haber supuesto una mayor cantidad
de comida, dado que la masa de territorio permanecía con*
tante, también significó un paso de los cultivos a los pastos, y
en consecuencia una reducción de la producción de calorías. La

75 Norman J. G. Pounds, «Overpopulation in France and the Lot


Countries in the later Middle Ages», Journal o f Social History, in. 3,
primavera de 1970, p. 245. Pounds habla de una «permanente situacióo
de subalimentación». Fernand Braudel adopta una posición similar: «[En
una economía fundamentalmente agrícola], el ritmo, la calidad, la ina­
decuación de las cosechas determinan la totalidad de la vida material.
De ellas puede resultar un daño súbito, como una mordedura en la albu­
ra de los árboles o en la carne de los hombres.» Civilisation matériellt
et capitalisme, París, Armand Colin, 1967, pp. 32-33.
,é «La gente de las áreas costeras holandesas, que vivía en gran me­
dida de la pesca y de la ganadería, y en consecuencia consumía más
productos animales y grasas que la gente dedicada al labrantío, tal vez
por eso no sucumbió ante las epidemias del siglo xiv en grado ni rerao
tamente similar [al de otros europeos].» Slicher van Bath, AAGB, 12,
páginas 89-90.
77 «Ya que la plaga, una vez introducida [en 1347-1351], no desapareció
de Europa hasta unos trescientos cincuenta años más tarde de su pri­
mer brote. En forma endémica o epidémica continuó ejerciendo una
profunda influencia tanto en la media a largo plazo como en las fluc­
tuaciones a corto plazo de la tasa de mortalidad.» Helleiner, Cambnátf
Economic History of Europe, iv, p. 5.
Preludio m edieval 51

disminución demográfica se hizo por lo tanto también endémi­


ca7*. Pierre Chaunu añade que «el hundimiento de la renta, la
disminución de las ganancias y el agravamiento de las cargas
señoriales» puede haber empeorado la situación aún más, apar­
tando de la tierra la inversión de capital 19. Y Dobb sugiere que
el fenómeno resultante de la conmutación puede haber incre­
mentado aún más las cargas de los campesinos, en lugar de
mitigarlas como se asume habitualmente, aumentando por tanto v
el problema80. Por consiguiente, la incorporación de las varia-
71 Karl Helleiner plantea la siguiente hipótesis: «[Las] propias me­
joras en la posición económica de las clases inferiores [consiguientes a la
despoblación causada por la peste negra] pueden haber militado en
contra de una rápida recuperación demográfica. Ha de asumirse a p r io r i
y existen algunas pruebas para apoyar este punto de vista, que aquellas
mejoras llevaron a una revisión ascendente del nivel de vida, incluyendo
un desplazamiento del consumo medio de cereales hacia el consutno de
carne. Este cambio en las preferencias de los consumidores se ve refle­
jado en el movimiento de los precios relativos de la carne y el grano,
que debe haber intensificado [el] proceso de W iis tu n g [...] un aspecto
del cual fue la "descerealización" parcial de Europa a favor de la gana­
dería. No obstante, dado un cierto nivel de tecnología agraria, se requie­
ren cinco a seis veces más tierras para producir una caloría de alimento
animal que las necesarias para la producción de una caloría de alimen­
to vegetal. De lo que se sigue que, fuera cual fuese el grado de alivio
de la presión de la población sobre las tierras producido por el hundi­
miento demográfico inicial, debe haberse visto parcialmente contrarresta­
do por ese cambio en el esquema de consumo y producción. Esta hipó­
tesis sirve para explicar otro hecho por lo demás desconcertante, a
saber, que la Baja Edad Media debió sufrir escasamente menos que los
siglos precedentes en lo que a hambre y muertes se refiere, a pesar de
que la disponibilidad per cápita de tierras fértiles fue sin duda mucho
mayor durante este período» ( ib i d ., pp. 68-69).
77 «La regresión de la población en los siglos xiv y xv agravó más
que resolvió la escasez de espacio. Por lo tanto, no hizo disminuir la
presión que había venido existiendo desde el siglo xm. Puede incluso ha­
berla aumentado, por medio de la caída de las rentas, la disminución de
las ganancias y el agravamiento de la carga señorial. Capitales que po­
drían haberse visto tentados a volcarse en la tierra fueron atraídos en
cierto grado por otros horizontes.» Chaunu, L 'e x p a n s io n e u r o p é e r m e , pá­
gina 349.
* «Pero hubo también abundantes casos en los que la conmutación
no supuso una mitigación sino un aumento de las cargas feudales. Aquí
no era más que una alternativa a la imposición directa de servicios adi­
cionales. Lo más probable es que la conmutación tuviera este carácter
cuando el recurrir a ella fuera en gran medida cuestión de propia inicia­
tiva del señor; el intento de aumentar los ingresos feudales probable­
mente tomara esta forma debido a una relativa abundancia de mano
de obra [...] Probablemente fuera la presión de la población sobre la
tierra disponible en la aldea lo que dificultara al aldeano el asegurar su
subsistencia, haciendo por lo tanto que la mano de obra asalariada fuera
barata y relativamente abundante [...] esto acentuó aún más la tenden­
cia a esta conmutación.» Dobb, S t u d i e s , pp. 63-64.
52 I m m a n u e l lVallerstt^

bles del entorno físico no desautoriza nuestro análisis anterior.


Lo enriquece al añadir un elemento más a la explicación de una
coyuntura histórica con tantas repercusiones en la historia futía-
ra del mundo, un ejemplo más en el que las estabilidades a
largo plazo y los lentos cambios seculares pueden explicar co
yunturas que tienen la capacidad de cambiar unas estructuras
sociales intermedias desde el punto de vista de su duración
temporal.
El análisis hasta aquí es como sigue. En Europa, a finales
de la Edad Media, existía una «civilización» cristiana, pero no
un imperio-mundo ni una economía-mundo. La mayor parte de
Europa era feudal, es decir, consistía en nodulos económicos
relativamente pequeños y relativamente autosuficientes, basados
en una forma de explotación que suponía la apropiación relati
vamente directa del pequeño excedente agrícola producido co
el seno de una economía señorial por una pequeña clase de
nobles. Dentro de Europa, existían al menos dos economías
mundo menores, una de tamaño medio basada en las ciudades
Estado del norte de Italia y una más pequeña basada en las
ciudades-Estado de Flandes y el norte de Alemania. La mayor
parte de Europa no estaba involucrada directamente en estas
redes.
Aproximadamente del año 1150 al 1300, se vio una expansión
en Europa en el marco del modo de producción feudal, una
expansión simultáneamente geográfica, comercial y demográfi­
ca. Desde aproximadamente el 1300 hasta el 1450, lo que st
había expandido se contrajo de nuevo en los tres niveles de
la geografía, el comercio y la demografía.
Esta contracción, tras la expansión, causó una «crisis», una
crisis que fue visible no sólo en la esfera económica sino tam­
bién en la esfera política (las guerras internas de la nobleza j
las revueltas campesinas pueden ser consideradas como los dos
síntomas fundamentales). También se hizo visible en la cultura
La síntesis cristiana medieval se vio sometida a un ataque mul­
titudinario en todas las formas que posteriormente serían con­
sideradas como primeros pasos del pensamiento occidental «mo·
derno». *

Existen tres explicaciones fundamentales de la crisis. Una es


que fue esencialmente el producto de tendencias económicas
cíclicas. Habiendo sido alcanzado el punto óptimo de expansión,
dada la tecnología existente, vino seguido de una contracción.
La segunda es que fue esencialmente el producto de una tenden­
cia secular. Después de mil años de apropiación de excedente
bajo el modo feudal, se había llegado a un punto de disminu·
Preludio m edieval 53

ción de las ganancias. Mientras que la productividad perma­


necía estable (o incluso es posible que declinara como conse­
cuencia del agotamiento del suelo), debido a la ausencia de
motivaciones estructuradas para el avance tecnológico, la carga
que caía sobre los productores del excedente había ido aumen­
tando constantemente, por el creciente volumen de los gastos
de la clase dominante. Ya no se podía exprimir más jugo. La
tercera explicación es climatológica. El cambio en las condicio­
nes meteorológicas europeas fue tal que redujo la productivi­
dad del suelo, incrementando simultáneamente las epidemias.
La primera y la tercera explicaciones se resienten del hecho
de que ocurrieron cambios cíclicos y climatológicos semejantes
en otros tiempos y otros lugares sin producir la consecuencia
de la creación de una economía-mundo capitalista como solu­
ción a los problemas. La explicación secular de la crisis bien
podría ser correcta, pero es inherentemente difícil crear el tipo
de análisis estadístico serio que pudiera demostrar que ésta es
una explicación suficiente de la transformación social. Creo que
es más plausible operar sobre el supuesto de que la «crisis del
feudalismo» representaba una coyuntura de tendencias secula­
res, una crisis cíclica inmediata, y una declinación climato­
lógica.
Fueron precisamente las inmensas presiones de esta coyun­
tura lo que hizo posible la enormidad del cambio social. Porque
lo que Europa iba a desarrollar y sostener a partir de entonces
era una nueva forma de apropiación del excedente, una econo­
mía-mundo capitalista. No iba a estar basada en la apropiación
directa del excedente agrícola, en forma de tributo (como había
sido el caso en los imperios-mundo) o de rentas feudales (como
había sido el sistema del feudalismo europeo). En su lugar, lo
que iba a desarrollarse ahora era la apropiación de un exce­
dente basado en una productividad más eficiente y ampliada
(en primer lugar en la agricultura y posteriormente en la indus­
tria), por medio del mecanismo de un mercado mundial, con
la asistencia «artificial» (es decir, ajena al mercado) de los
aparatos de Estado, ninguno de los cuales controlaba en su
totalidad el mercado mundial.
El argumento de este libro será que para el establecimiento
de tal economía-mundo capitalista fueron esenciales tres cosas:
una expansión del volumen geográfico del mundo en cuestión,
el desarrollo de variados métodos de control del trabajo para
diferentes productos y zonas de la economía-mundo, y la crea­
ción de aparatos de Estado relativamente fuertes en lo que pos-
54 I m m a n u e l Wallerst^

teriormente se convertirían en Estados del centro de esta ec*


nomía-mundo capitalista.
El segundo y tercer aspecto dependían en gran parte ^
éxito del primero. Por tanto, la expansión territorial de Europj
era teóricamente un prerrequisito clave para una solución 4
la «crisis del feudalismo». Sin ella, la situación europea podrá
haberse hundido en una anarquía relativamente constante y ui&
aún mayor contracción. ¿Cómo entonces adoptó Europa la alter,
nativa que había de salvarla? La respuesta es que no fue Ei>
ropa la que lo hizo, sino Portugal, o al menos fue Portugal 4
que estuvo en cabeza.
Veamos ahora qué es lo que, en su situación social, puede
justificar el empuje hacia la exploración en ultramar que Por.
tugal puso en práctica justo en mitad de la «crisis». Para conj.
prender este fenómeno debemos comenzar recordando que b
expansión geográfica Europea empezó, como ya hemos sugerido,
anteriormente. Archibald Lewis argumenta que «a partir del si
glo xi hasta mediados del xiu la Europa occidental siguió un
desarrollo fronterizo casi clásico»8I. Se refiere a la reconquista
gradual de España a los moros, la recuperación por parte de b
Europa cristiana de las islas Baleares, Cerdeña y Córcega, la co&
quista normanda de la Italia del sur y de Sicilia. Hace referencia
a las cruzadas, con su anexión en primer lugar de Chipre, Pales
tina y Siria, posteriormente de Creta y las islas del Egeo. En e!
noroeste de Europa se dio la expansión inglesa hacia Gales, Es
cocía e Irlanda. Y en el este de Europa, los alemanes y los escan­
dinavos penetraron, conquistaron y convirtieron al cristianismo
las tierras de los bálticos y los eslavos. No obstante, «la frontera
más importante era una frontera interna de bosques, pantanos,
marismas, páramos y marjales. Fue en estos territorios donde
se aposentaron los campesinos europeos, cultivándolos en gran
medida, entre los años 1000 y 1250» 82. Después, como ya hemos
visto, esta expansión y esta prosperidad llegaron a su fin a causa
de una «crisis» que supuso también una contracción. En térmi
nos políticos, esto supuso el reagrupamiento de los moros en
Granada, la expulsión de los cruzados del Levante, la reconqui*
ta de Constantinopla por los bizantinos en 1261, la conquista
por parte de los mongoles de las llanuras rusas. Internamente,
en Europa se produjo la Wüstungen.1

11 Archibald R. Lewis, «The closing of the European frontier». Spt


culum , xxxiii, 4, octubre de 1958, p. 475.
“ Ibid., p. 476.
Preludio m edieval 55

Las grandes exploraciones, la expansión atlántica, no fueron,


por tanto, el primero, sino el segundo empujón de Europa, que
tuvo éxito debido a que el impulso era mayor, la base social y
tecnológica más sólida, y las motivaciones más intensas. No
obstante, ¿por qué un empujón cuyo centro inicial fuera Portu­
gal? En 1250 o incluso en 1350 pocas personas hubieran pensado
que Portugal pudiera ser un candidato probable para cubrir este
papel. Y retrospectivamente, desde el siglo xx, choca con nues­
tro sentido de la probabilidad, con nuestro prejuicio contra la
pequeña potencia que Portugal ha sido en tiempos modernos y
de hecho a lo largo de la historia.
Intentaremos contestar a esta cuestión en términos de mo­
tivación y de capacidades. Las motivaciones tenían un alcance
europeo, aunque algunas de ellas pueden haber sido sentidas
con mayor agudeza en Portugal. ¿Qué era lo que buscaban los
exploradores? Metales preciosos y especias, según nós cuentan
los libros de texto escolares. Y esto es cierto, hasta cierto
punto.
En la Edad Media, la Europa cristiana y el mundo árabe
mantenían una relación simbiótica en términos de oro y plata.
Utilizando la frase de Andrew Watson, «en materias moneta­
rias [...] las dos regiones deberían ser consideradas como un
todo» w. La’ primera acuñaba plata; la otra, oro. Como resultado
de un largo período de desequilibrio en los precios, cuyos orí­
genes son complejos y no necesitamos abordar aquí, la plata
fluyó hacia el este, llevando a una abundancia de ella en el
mundo árabe. Las exportaciones de plata ya no hacían posibles
las importaciones de oro. En 1252, Florencia y Génova lanzaron,
por tanto, nuevas monedas de oro. El motivo estaba allí. Un
hecho que lo hizo posible fue la expansión del comercio de oro
transahariano en el siglo xm M. Watson piensa que es. poco plau-
t} Andrew M Watson. «Back to gold—and silver*, E c o n o m i c H i s t o r y
R e v i e w , 2/ serie, xx. 1, 1967, p.1.
M«Olvidamos que, en la Antigüedad y durante la Edad Media, lo que
hoy en día consideraríamos unas minas paupérrimas eran consideradas
de primera categoría. El Sudán occidental fue, desde el siglo vm hasta
el descubrimiento de América, el principal suministrador de oro para el
mundo occidental; el comercio, organizado en primer lugar por Ghana,
llegó bajo ese nombre al Mediterráneo y ensalzó el prestigio de los re­
yes que poseían semejante fuente de riqueza.» R. A. Mauny, «The ques­
tion of Ghana». A f r ic a , xxiv. 3. julio de 1954, p. 209.
Marian Malowist argumenta que fue la demanda norteafricana de
oro (para vendérselo a los europeos), más que la necesidad del Sudán
occidental de la sal que recibía a cambio, el estímulo fundamental de
esta expansión. Vcase «Quelques observations sur le commerce de l’or
50 I m m a n u e l Wallerst^

sible, por tanto, el hablar de una falta de escasez de oro ^


Europa occidental entre 1250 y 1500, dado que aquélla fue ti^
época de suministro creciente. No obstante, seguía existiendo
un constante flujo de metales preciosos, de Europa a la Indi*
y China, pasando por Bizancio y el mundo árabe, aunque ¿
desequilibrio era cada vez menor. Watson habla, un tanto mis
teriosamente, del «gran poder de la India y China para atraer
metales preciosos del resto del mundo» 85. La demanda de oro

dans le Sudan occidental au Moyen Age», A n n a le s E S C , xxv, 6, noviembrt


diciembre de 1970, pp. 1630-1636.
,s Watson, E c o n o m ic H is to r y R e v ie w , xx, p. 34. Véase el notable *
tículo colaboración de R. S. Lopez, H. A. Miskimin y Abraham UdovitcJ
en el que argumentan con gran credibilidad que los años 1300-1500 soi
testigos de un flujo constante de metales preciosos desde el noroea
de Europa hacia Italia, el Levante y la India:
«Tanto el consumo de artículos de lujo por la población no agrícob
[de Inglaterra] como las inversiones extensivas en la ornamentación dt
las iglesias [...] exacerbaron la ya existente escasez de artesanos cuaE
cados que siguió a la peste negra, al crear un incremento relativo enh
demanda de sus servicios. Como resultado, los salarios de los artesano
cualificados se vieron considerablemente aumentados, y parte de b
demanda de lujo, no satisfecha domésticamente, se vio desviada hará
áreas fuera del norte de Europa, tanto por necesidades económicas come
por la búsqueda de lo exótico; el resultado inevitable de esta demantb
fue un incremento en la exportación de dinero. Más aún, dado que d
uso de una mano de obra escasa en la producción de lujos para uso
doméstico proscribe su utilización en la fabricación de artículos para b
exportación, las ganancias potenciales en el extranjero de las economía
del norte se vieron reducidas [...]
•¿Dónde había ido a parar (el dinero]? [...] El papado fue sin duó
un sumidero de primera magnitud de los metales de la Europa dd
norte. Además de las transferencias directas de dinero, no obstante, te
canales comerciales más convencionales tendían, a través del consumo
de artículos de lujo, a producir el mismo resultado [...] Los puntos ó
llegada continentales de [la] ruta norte-sur [procedente de las dudado
de la Hansa] eran Milán, Génova y Venecia [...] da la impresión de qix
había un comercio activo y probablemente unilateral que conectaba b
economía del norte con la del sur de tal forma que canalizaba los meta
les preciosos hacia el sur.
»En Francia, también, encontramos un extendido incremento en d
consumo de artículos de lujo procedentes del sur durante el siglo xiv \
principios del xv [...]
•Inglaterra y Francia se quejaban amargamente del acaparamiento
metales preciosos por Italia, pero en gran medida ésta era la contra
partida del flujo desde Italia hacia Levante [...] A pesar de las impor­
taciones de oro desde la Europa del noroeste, de una moderada pro
ducción de las minas de Europa central, y de las cantidades más sus­
tanciales procedentes del Senegal, hay abundantes indicios de que d
suministro de oro era, en el mejor de los casos, apenas suficiente, y a
menudo escaso. Admitiendo que el hambre de oro en el hombre es eró
nicamente insaciable, es seguro que el comercio con el Levante duranK

¿
Preludio m edieval 57

y plata seguía siendo, por tanto, elevada. Entre 1350 y 1450


las minas de plata de Servia y Bosnia empezaron a desarrollar­
se86, y se convirtieron en una fuente importante hasta que la
invasión turca del siglo xv las aisló de Europa occidental. De
forma semejante, a partir de 1460 hubo un súbito aumento en
la minería de plata en la Europa central, gracias a las mejoras
tecnológicas que permitían la explotación de lo que hasta en­
tonces habían sido minas marginales. Perroy estima que entre

los siglos xiv y xv absorbió de Italia una cantidad creciente de oro [...]
La importancia comparativa del comercio de artículos de lujo hizo a
Italia más dependiente del Levante y aumentó el drenaje de metales
preciosos en aquella dirección [...]
•[Existe] una contracción absoluta de la economía egipcia a finales
del siglo xiv y [...] una declinación cuantitativa absoluta de todos sus
sectores [...] La crisis económica de Egipto se vio acompañada de un
hundimiento de su sistema monetario. La moneda de oro y .plata se hizo
cada vez más escasa, y las monedas de cobre predominaban en la circu­
lación interna y a todos los niveles de transacción [...]
•Entre los numerosos factores que contribuyen a la escasez de nume­
rario en Egipto a finales del siglo xiv y en el xv, el más central era su
persistentemente desfavorable balanza de pagos en el comercio interna­
cional. Al llegar el siglo xm sus minas nubias estaban agotadas hasta
el punto de que el oro extraído sólo a duras penas lograba cubrir los
gastos. Un vivaz y rentable comercio con el Sudán occidental mantuvo
a Egipto con suministros de oro hasta finales del siglo xiv, momento
en que el citado comercio empezó a declinar y el oro africano fue suc­
cionado hacia Europa [...] Mientras que el suministro de oro de Egipto
se iba contrayendo, no hay muestras de una declinación correspondiente­
mente significativa en el consumo de productos foráneos y bienes de
lujo, o una reducción paralela de los gastos del Estado en importa­
ciones [...]
•A todo lo largo del siglo xv, Europa fue la única área con la que
Egipto mantuvo una balanza de pagos favorable [...] Egipto, a comien­
zos del siglo xv, vivía virtualmente de las ganancias del comercio de
especias con Europa (...) pero sólo una fracción de esta suma permane­
cía en el país. El comercio de especias era un comercio de tránsito. Por
añadidura, Egipto estaba contribuyendo también [al] flujo [de oro hacia
la India] por medio de su consumo interno de especias y otros produc­
tos importados del Oriente Lejano (...)
•Así, al menos una buena proporción del oro que empezaba su largo
viaje hacia el sur a partir del norte de Europa en busca de artículos
de lujo, viajando a través de Italia y Egipto, encontraba su lugar de
reposo final en forma de incremento de la ya increíble acumulación de
oro de la India.» «England to Egypt, 1350-1500; long-term trends and
long-distance trade», en M. A. Cook, comp.. Studies in the economic
history of the Middle East from the rise of Islam to the present day,
Londres y Nueva York, Oxford Univ. Press, 1970, pp. 101, 102, 103, 104,
105, 109, 110, 114, 117, 123, 126, 127-128.
u Véase Desanka Kovacevic, «Dans la Serbie et la Bosnie médiévales:
les mines d'or et d'argent», Annales ESC , xv, 2, marzo-abril de 1960, pá­
ginas 248-258.
58 I m m a n u e l Wallerste¿¡

1430 y 1530 la producción de plata se quintuplicó en Europj


central87. No obstante, el suministro no conseguía mantener*
paralelo a la demanda, y la búsqueda de oro por vía marítinu
(así, para el oro del Sudán burlando a los intermediarios ñor*,
africanos) era sin duda algo que se planteaban los navegante
portugueses primitivos88. Cuando, por tanto, el descubrimiento
de las Américas suministrara a Europa una fuente de oro más
rica que el Sudán, y en especial una fuente de plata infinítame^
te más rica que Europa central, las consecuencias económica?
serían enormes89.
Los metales preciosos se perseguían en busca de una ba*
monetaria para la circulación en el seno de Europa, pero aún
más para exportarlos al Oriente. ¿A cambio de qué? Una vq
más, cualquier colegial lo sabe: a cambio de especias y joyas
¿Para quién? Para los ricos, que las utilizaban como símbolos
de consumo ostentoso. Las especias se convertían en afrodisá
eos, como si la aristocracia no pudiera hacer el amor de otn
manera. En esta época las relaciones entre Europa y Asia po
dían resumirse en un intercambio de objetos preciosos. El oro
y la plata fluían hacia el este para decorar los templos, lot
palacios y las ropas de las clases aristocráticas asiáticas, y is
joyas y las especias fluían hacia el oeste. Los accidentes déla
historia cultural (quizá tan sólo la escasez física) determinara
estas preferencias complementarias. Henri Pirenne, y más tari
Paul Sweezy, conceden a esta demanda de objetos de lujo ui

v «[Hubo] un súbito incremento de la producción mineral allá por


1460, principalmente en la Europa central. En este terreno, la tecnologá
se hizo científica. La invención de mejores métodos de perforada
drenaje y ventilación hizo posible la explotación de las minas de Sajonii
Bohemia y Hungría hasta profundidades de 180 metros; el uso cada ra
mayor de la fuerza hidráulica aumentó el poder de los fuelles y de í»
taladros, de tal manera que los hornos pudieron desplazarse de I*
laderas de las montañas para localizarse en los valles. La construed»
de los primeros altos hornos, de una altura de tres metros, triplicó b
capacidad productiva de los antiguos hornos. No es imposible que entrt
1460 y 1530 se quintuplicara la extracción de mineral en la Europa ctt
tral.» Perroy, Le M oyen A ge, m, pp. 559-562.
u Véase V. M. Godinho, «Creation et dynamisme économique du mo»
de atlantique (1420-1670)», A n u a le s E S C , v, 1, enero-marzo de 1950, pi
gina 33; Pierre Chaunu, S e v ille e l l ' A i l a n i i q u e (1 5 0 4 -1 6 5 0 ), vm (1), Pai*
sevpen, 1959, p. 57.
M«América, que tomó el relevo en el Mediterráneo de las fuentes i
oro de Africa, fue aún más importante como sustituto de las minas *
plata alemanas.» Braudel, La Médilerranéc, I, p. 433.
Preludio m ed ieva l 59

lugar- de honor en la expansión del comercio europeo90. No


obstante, yo soy escéptico en cuanto a que el intercambio de
objetos preciosos, por grande que pareciera al pensamiento
consciente de las clases elevadas europeas, pueda haber soste­
nido una empresa tan colosal como la expansión del mundo
atlántico, y mucho menos aún explicar la creación de una eco­
nomía-mundo europea.
Los artículos de primera necesidad justifican a largo plazo
los empujes del hombre en mucha mayor medida que los lujos.
Lo que necesitaba Europa occidental en los siglos xiv y xv era
comida (más calorías y una mejor distribución de los valores
alimenticios) y combustible. La expansión a las islas del Medi­
terráneo y el Atlántico, después a Africa del norte y del oeste y
al otro lado del Atlántico, al igual que la expansión a Europa
oriental, las estepas rusas y eventualmente al Asia central, su­
ministraron comida y combustible. Expandieron la base terri-*

* «En cada dirección en que se extendía el comercio, creaba el deseo


de los nuevos artículos de consumo que traía consigo. Como pasa siem­
pre, la aristocracia deseaba rodearse de los lujos o al menos del confort
correspondiente a su rango.» Henri Pirenne, Economic and social history
of medieval Europe, Londres, Routledge and Kegan Paul, 1936, p. 81.
«Cuando tomamos en consideración el hecho de que la guerra se
cobraba sus derechos fundamentalmente entre los órdenes superiores
(dado que eran los únicos a los que se les permitía llevar armas) bien
podemos poner en duda que hubiera un crecimiento relativo significa­
tivo en el volumen de la clase parásita [...] Por otra parte, no hay razón
para dudar de la realidad de la creciente extravagancia de la clase do­
minante feudal (...) ¿Pero era esta creciente extravagancia una tendencia
explicable por la naturaleza del sistema feudal, o refleja acaso algo que
estaba pasando fuera del sistema feudal? (...) La rápida expansión del
comercio desde el siglo xi en adelante puso a su alcance una cantidad
y una variedad de bienes en crecimiento constante.» Paul Sweezy, Scien­
ce and Society, xiv, pp. 139-140.
Maurice Dobb, no obstante, argumenta: «El paso de la extracción
coercitiva de plustrabajo por los propietarios de tierras al uso de mano
de obra asalariada libre debe de haber dependido de la existencia de
una mano de obra barata para contratar (es decir, elementos proletarios
o semiproletarios). Creo que esto ha sido un factor mucho más funda­
mental que la proximidad de los mercados en la determinación de la
supervivencia o disolución de las viejas relaciones sociales.» Science and
Society, xiv, p. 161.
R. H. Hilton se pone del lado de Dobb: «El progreso económico que
era inseparable de la anterior lucha por las rentas y de la estabilización
política del feudalismo, vino caracterizado por un incremento en el exce­
dente social total de la producción sobre las necesidades de subsistencia.
Esto, y no el llamado renacimiento del comercio internacional en sedas
y especias, fue la base para el desarrollo de la producción de mercan­
cías.» «The transition from feudalism to capitalism», Science and Socie­
ty, xvii, 4, otoño de 1953, p. 347.
60 I m m a n u e l Wallerstenj

tonal del consumo europeo construyendo una economía política


en la que esta base de recursos era consumida desigualmente,
desproporcionadamente por Europa occidental. Este no fue d
único camino. Existió también una innovación tecnológica que
incrementó el rendimiento de la agricultura, innovación que
comenzó en Flandes ya desde el siglo xm , y se extendió a Ingl*
terra tan sólo en el siglo xvi91*. Pero tales innovaciones tecnoló·
gicas era lógico que ocurrieran precisamente en lugares donde
se daban una población densa y un crecimiento industrial, como
el Flandes medieval, que eran precisamente los lugares dondt
resultaba más rentable la utilización de la tierra para cultivos
comerciales, la cría de ganado y la horticultura, que, consecuen·
temente, «requerían la importación de grano [trigo] en grandes
cantidades. Sólo entonces podía funcionar con el máximo de veo.
tajas el complicado sistema de interrelaciones entre la agricul
tura y la industria» n. Por tanto, el proceso de innovación agri-
cola cebó más que impidió la necesidad de expansión.
El trigo era un foco central de la nueva producción y d
nuevo comercio en los siglos xv y xvi. Al principio, Europa e&
contró en los bosques del norte y las planicies mediterráneas
sus «Américas internas», utilizando la perceptiva frase de Fer­
nand Braudel93. Pero las Américas internas no eran suficiente
Había expansión en los bordes, en primer lugar hacia las islas
Vitorino Magalháes Godinho ha planteado como hipótesis de
trabajo que la agricultura fue la motivación fundamental de la
colonización portuguesa de las islas atlánticas, una hipótesis
secundada por Joél Serráo, que señaló que el desarrollo de estas
islas fue rápido y en términos de «la tetralogía de cereales, azú­
car, tintes y vino [...] [Hubo] siempre una tendencia al mono
cultivo, siendo, preferido uno u otro de los cuatro productos»9.
El nuevo trigo cultivado empezó a fluir a través del continenti
europeo, desde el área báltica a los Países Bajos, a partir dd

Véase Slicher van Bath, «The rise of intensive animal husbandry


91
in the Low Countries», en J. S. Bromley y E. H. Kossman, comps., Bn
tain and th e N e th e rla n d s, Londres, Chatto, 1960, pp. 130-153.
wIbid., p. 137.
n «Estos movimientos de mejora [ b o n i f i c a t i o n } fueron la respueso
ante los requerimientos de las ciudades, cuya población no dejó de cfr
cer durante los siglos xv y xvi. La urgente necesidad de aprovisionar»
estas ciudades les llevó a desarrollar la producción agrícola en sus i*
mediaciones, bien cultivando nuevos terrenos o por medio de la práctia
de la irrigación.» Braudel, La M é d it e r r a n é e , i, p. 62.
MJoél Serraó, «Le blé des iles atlantiques: Madére et Agores aux
et xvr siécles», A n n a les E S C , ix, 3, julio-septiembre de 1954, p. 333.

i
Preludio m ed ieva l 61
siglo xiv*91*5, y hasta Portugal en el xv96, del Mediterráneo a In­
glaterra y los Países Bajos en los siglos xiv y xv97.
Podemos plantear una jerarquía de alimentos en términos de
su costo por cada mil calorías. Μ. K. Bennett encuentra esta
jerarquía razonablemente estable en el tiempo y en el espacio.
Los productos de grano molido y los tubérculos y raíces fecu­
lentos se encuentran en la base de sus ocho estratos, es decir,
son los más baratos, los productos más básicos98*. Pero no se
consigue una dieta adecuada sólo a base de grano. Uno de los
más importantes complementos en la dieta europea es el azúcar,
útil como fuente de calorías y como sustitutivo de las grasas.
Más aún, también puede ser utilizado para la elaboración de
bebidas alcohólicas (en particular ron). Y más adelante sería
utilizada para la elaboración del chocolate, uso que los espa­
ñoles aprendieron de los aztecas y que se convertiría en una
bebida extraordinariamente apreciada, al menos en la España
del siglo xvii
El azúcar fue también una motivación principal para la ex­
pansión a las islas. Y, debido a su modo de producción, junto
con el azúcar surgió la esclavitud. Esto comenzó en el Medite­
rráneo oriental en el siglo x i i , y después fue desplazándose hacia
el oeste l0°. La expansión atlántica no fue más que su continua-

w Véase J. A. van Houtte, «L’approvissionnement des villes dans les


Pays-Bas (Moyen Age et Temps Modernes)», Third International Confe­
rence of Econom ic H istory (Munich, 1965), Paris, Mouton, 1968, pp. 73-77.
" «En el siglo xv, Portugal empezó a estar cada vez más abierto a los
comerciantes hanseáticos y a los bretones que suministraban al país trigo
y madera, la importación de los cuales era ya en aquella época indis­
pensable.» Marian Maiowist, «Les aspects sociaux de la premiére phase
de l'expansion coloniaje». Africana Bulletin, 1, 1964, p. 12.
91 Véase Ruggiero Romano, «A propos du commerce de blé dans la
Méditerranée des xiv* et xv* siécles», en Eventail de Vhistoire vivante:
hommage a L uden Febvre, París, Armand Colin, 1953, pp. 149-161.
n Los ocho estratos que contabiliza Bennett son: 1) productos de
grano molido y raíces y tubérculos feculentos, incluyendo el plátano; 2)
grasas y aceites vegetales; 3) legumbres secas (judías, garbanzos, len­
tejas); 4) azúcar; 5) leche y sus derivados; posiblemente pescado; 6) car­
ne de cerdo; 7) vacuno, carnero, cabra, búfalo, aves de corral y hue­
vos; 8) frutas y verduras. Véase Μ. K. Bennett, The world's food, Nueva
York, Harper, 1954, pp. 127-128. «¿Por qué había de existir la jerarquía
general? Es sin duda el reflejo de los costos relativos de producción y
las cualidades calóricas inherentes de los distintos alimentos» (p. 128).
* Véase G. B. Masefield, «Crops and livestock», Cambridge Economic
History of Europe, iv, E. E. Rich y C. H. Wilson, comps., The economy
of expanding Europe in the 16th and 17th centuries, Londres y Nueva
York, Cambridge Univ. Press, 1967, p. 295.
100 Anthony Luttrell ha trazado el cuadro anterior a 1500: «Los latinos
estaban produciendo azúcar con esclavos musulmanes y de otras proce-
62 I m m a n u e l Wallerstek

ción lógica. De hecho, E. E. Rich localiza en Portugal la escla­


vitud africana en el año 1000 d.C., siendo adquiridos los esclavos
por medio del comercio con traficantes mahometanos *101. El azú.
car era un producto muy lucrativo y exigente, que expulsaba
al trigo 102 * pero agotaba después el suelo, de modo que requería
continuamente nuevas tierras (por no hablar de la fuerza de
trabajo consumida en su cultivo).
El pescado y la carne tienen un puesto más elevado en la
lista de categorías de Bennett. Pero se buscaban como fuentes
de proteínas. Godinho cita la expansión de las áreas de pesca
como una de las dinámicas claves de la exploración portuguesa
primitiva10i. Sin duda la carne era menos importante que el
grano, y se vio considerable y continuamente reducida en m
portancia en el período que va de 1400 a 1750 I04*, lo que prueba
un punto sobre el que volveremos, que los trabajadores euro
peos pagaron parte de los costos del desarrollo económico

dencias, en Siria, Chipre y otras colonias del Mediterráneo oriental, des


de el siglo XII, y en 1404, cuando Giovanni della Padua, de Génova, red
bió licencia real para establecer una plantación en el Algarve, los gm
veses la habían transferido aparentemente de Sicilia al sur de Portugal
Fueron en gran medida los genoveses los que suministraron la iniciativa,
el capital, las técnicas de molienda e irrigación para la introducción dd
azúcar en las Azores y Madeira, y los que la exportaban de las islas i
lugares tan lejanos como Flandes y Constantinopla. También ayudan»
a conseguir la mano de obra necesaria; Antonio da Noli, por ejempla
llevó guiñéanos a las islas de Cabo Verde en la década de 1640.» «Slaveq
• and slaving in the Portuguese Atlantic (to about 1500)», en Centre d
African Studies, T h e tr a n s a tla n tic s la v e t r a d e f r o m W e s t A fr ic a , Edit*
burgo, Univ. of Edinburgh, multicopiado, 1965, p. 76.
101 Véase E. E. Rich, «Colonial settlement and its labour problems*, s
C a m b rid g e E c o n o m ic H i s t o r y o f E u r o p e , iv, E. E. Rich y C. H. W ilson
comps., T h e e c o n o m y o f e x p a n d in g E u r o p e in t h e 1 6 th a n d 1 7 th c en tu w
Londres y Nueva York, Cambridge Univ. Press, 1967, p. 308.
,MPor ejemplo, Serra6 nos dice de Madeira: «Alrededor de 1475 fit»
lizó el ciclo del trigo [...] El azúcar había liquidado ai trigo.» Armete
E SC , ix, p. 340. Serrad señala que, cuando ocurrió esto, las Azores i
convirtieron en el área triguera de Portugal, suplantando fundamental
mente a Madeira. Este esquema cíclico era «cierto en el siglo xvi, al igua
que en el xvn, y se mantenía aún en el xvm» ( i b i d . , p. 341).
,w Véase Godinho, A n n a le s E S C , v, p. 33.
104 «De lo que la gente menos se da generalmente cuenta es de q*
la situación trazada a grandes rasgos en 1750 —mucho pan y poca ctf
ne— [...] era por su parte el resultado de un deterioro y no se pueí
aplicar cuando nos remontamos a la Edad Media.» Fernand Braudel!
Frank C. Spooner, «Prices in Europe from 1450 to 1750», en Cam briti
E c o n o m ic H is to r y o f E u r o p e , iv, E. E. Rich y C. H. Wilson, comps., ft
e c o n o m y o f e x p a n d in g E u r o p e in t h e 1 6 th a n d 1 7 th c e n t u r i e s , Londres!
Nueva York, Cambridge Univ. Press, 1967, p. 414.
P reludio m ed ieva l 63

europeo ,05. No obstante, el deseo de carne era una de las moti­


vaciones del comercio de especias, no de las especias asiáticas
para los afrodisíacos de los ricos, sino de los granos del paraíso
(Amomum Melegueta) de Africa occidental, utilizados como sus-
titutivo de la pimienta, así como del vino especiado conocido
como hipocrás 106. Estas especias servían «simplemente para ha­
cer aceptables unas gachas aguadas» 107.
Si las necesidades alimenticias dictaron la expansión geográ­
fica de Europa, los beneficios resultaron ser incluso mayores
de lo que se pudiera haber anticipado. La ecología mundial se
vio alterada, y esto de una forma tal que, debido a la organiza­
ción social de la emergente economía-mundo europea, benefi­
ciaría primariamente a Europa 108. Además del alimento la otra
gran necesidad básica era la madera, madera para leña, y ma­
dera para la construcción de barcos (y de casas). El desarrollo
económico de la Edad Media, y se debe asumir que también
sus crudas técnicas forestales, habían llevado a una lenta pero
constante deforestación de Europa occidental, Italia y España,
así como también de las islas mediterráneas. El roble se hizo

,0í «De 1400 a 1750, Europa fue una gran consumidora de pan, y en
más de la mitad vegetariana [...] Sólo esta "atrasada" dieta permitió a
Europa cargar con el peso de una población en continuo crecimiento [...)
El consumo de pan relegó cada vez más al de carne hasta mediados del
siglo xix.» Ibid., p. 413. Véase también W. Abel, «Wandlungen des Fleisch-
verbrauchs und der Fleischversorgung in Deutschland», Bericht Uber
Landw irtschaft, n. s., vol. 22, 1938, pp. 411-452, citado en Slicher van
Bath, Agrarian history, p. 204.
,06 «Las primeras exploraciones de los portugueses a lo largo de la
costa occidental de Africa tuvieron como fruto tan sólo una planta de
interés inmediato, los granos del paraíso [...] Podían ser obtenidos ahora
más baratos que por la ruta terrestre a través del Sáhara, y su comer­
cio dio nombre a la "Costa del Grano"; pero no pudieron ser aclima­
tadas las plantas a Europa.» Masefield, Cambridge Economic History of
Europe, iv, p. 276.
107 Chaunu, L'expansion européenne, p. 354.
,oe G. B. Masefield señala cómo cambió el mapa agrario del mundo
la relación entre las Américas y el hemisferio oriental: «La dispersión
de cosechas y ganado que siguió al establecimiento de estos lazos fue
la más importante de la historia de la humanidad, y tal vez tuviera
efectos más trascendentales que cualquier otro resultado de los descu­
brimientos. Sin las cosechas americanas, posiblemente Europa no hu­
biera sido capaz de sostener una población tan densa como la que sos­
tuvo más adelante, y los trópicos del Viejo Mundo no se hubieran
desarrollado tan rápidamente. Sin el ganado europeo, y en especial sin
caballos y mulas para el transporte y el cultivo, el continente americano
no podría haberse desarrollado al ritmo al que lo hizo.» Cambridge
Econom ic H istory of Europe, iv, p. 276.
64 I m m a n u e l Wallerst^

particularmente escaso 10». Al llegar el siglo xvi, el área báltiq


había empezado a exportar madera en grandes cantidades *
Holanda, Inglaterra y la península Ibérica.
Debemos mencionar otra necesidad de aprovisionamiento, la
necesidad de vestido. Existía por supuesto el comercio de lujo,
la demanda de sedas, cuya antigua historia estaba ligada a la
demanda de joyas y especias. La creciente industria textil, la
primera industria importante del desarrollo industrial europeo,
era no obstante algo más que un comercio de lujo, y requería
materiales: tintes para los tejidos de algodón y lana, y goma
para endurecer la seda en el proceso de acabado n0.
El oro y la plata eran buscados como objetos preciosos,
para su consumo en Europa y más aún para el comercio con
Asia, pero eran también una necesidad para la expansión de la
economía europea. Hemos de preguntarnos por qué. Después
de todo, el dinero como medio de pago puede hacerse con
cualquier cosa, en el supuesto de que la gente esté dispuesta a
aceptarlo. Y de hecho hoy en día utilizamos casi exclusivamente
medios de pago distintos de los metales preciosos. Más aún,
Europa estaba empezando a hacerlo a finales de la Edad Media,
con el desarrollo de la «moneda de cuenta», a veces engañosa­
mente llamada «moneda imaginaria».109

109 Braudel habla de un «hambre de madera» con referencia a varias


partes de Italia. «Las flotas mediterráneas se fueron acostumbrando
poco a poco a ir buscando cada vez más lejos lo que no lograban en­
contrar en sus propios bosques. En el siglo xvi, llegaba a Sevilla madera
nórdica cargada en barcos rebosantes de planchas y vigas.» La Midi-
terranée, X, p. 131.
Véase Frederic Lane: «Cuando este agotamiento de los bosques de
robles fue percibido claramente por primera vez —en la última mitad
del siglo XV— la escasez parece haber sido peculiar de Venecia. Al menos
los ragusanos y los vascos tenían un suministro suficientemente abun­
dante como para que su competencia fuera severamente sentida. A fina­
les del siglo xvi la escasez de madera de roble parece haber sido general
en todos los países mediterráneos.» «Venetian shipping during the com­
mercial revolution», en Venice and history , Baltimore (Maryland), Johns
Hopkins Press, 1966, p. 21.
H. C. Darby señala el mismo punto para Inglaterra: «El crecimiento
de la marina mercantil de Inglaterra y el desarrollo de la armada ingle
sa> desde la época de los Tudor en adelante, dependía de un suministro
adecuado de robles para los cascos de los barcos; abetos para los más­
tiles, junto con "pertrechos navales" como brea y alquitrán, eran im­
portados de las tierras bálticas.» «The clearing of the woodland in Euro
pe», en William L. Thomas, jr., comp., M an’s role in changing the ¡act
of the Earth, Chicago (Illinois), Univ. of Chicago Press, 1956, p. 200.
m Véase Godinho, Annales ESC , v, p. 33.
1
. —
H i - , . ,
P reludio m edieval 65

No obstante pasarían siglos antes de que la moneda metálica


se aproximara al estatuto de moneda simbólica1U. No hemos
llegado totalmente a ello ni siquiera hoy en día. Como resultado
Europa estaba continuamente sitiada por mutaciones constantes
del valor a través de la devaluación, tan constantes que Marc
Bloch lo llama «el hilo universal de la historia monetaria» 112.
Aún así nadie sugirió seriamente entonces el prescindir del oro
y la plata.
Existieron varias razones para que esto no ocurriera. Aque­
llos que aconsejaban a los gobiernos tenían intereses propios
en el sistema ll3*. No debemos olvidar que, a finales de la Edad
Media, las acuñaciones seguían siendo proposiciones comercia­
les que servían intereses privados lu. Pero más fundamental que
el interés propio era la psicología colectiva del miedo, basada
en la realidad estructural de un sistema económico débilmente
articulado. La moneda de cuenta estaba siempre a punto de
hundirse. Evidentemente no estaba en manos de nadie, por rico
que fuera, el controlarla bien individualmente, bien en colusión
con otros. De hecho —¿quién podía saberlo?— ¿no se hundiría
de nuevo la totalidad de la economía monetaria? Ya lo había he­
cho antes. El metal precioso era un tope, una protección. El di­
nero de los pagos siempre podía ser utilizado como una mercan­
cía, contando sólo con que las dos utilizaciones del dinero, como
medida de valor y medio de pago, no se apartaran demasiado 11S.
1,1 El elemento clave para hacer simbólico el dinero en metálico es
hacer las monedas con un valor de mercancía menor (preferiblemente
mucho menor) que su valor monetario. Y, no obstante, Cario Cipolla
señala que esto no fue adoptado para monedas pequeñas en Inglaterra
hasta 1816 y en los Estados Unidos hasta 1853. Véase Money, prices, p. 27.
,,J Marc Bloch, Esquisse d'une histoire monétaire de VEurope , Pa­
rís, Armand Colin, 1954, p. 50.
m «La mayoría, si no la totalidad de los expertos consultados por
los últimos Capetos [de Francia] eran comerciantes, generalmente italia­
nos, a la vez comerciantes a larga distancia y prestamistas de dinero a los
reyes y los notables; frecuentemente arrendadores de acuñación de mone­
da y vendedores de metales preciosos.» Bloch, ibid., p. 52.
1.4 «En la mayor parte de los casos las acuñaciones no eran realizadas
directamente por el Estado, sino que eran arrendadas a particulares que
acuñaban dinero a partir del metal que otros particulares les suminis­
traban. El interés que guiaba a estos arrendadores de la acuñación de
moneda era naturalmente el de la ganancia personal, no el de la utili­
dad pública. En los casos en que un rey se encargaba de la acuñación
por su cuenta, actuaba también más a menudo como empresario privado
que como cabeza de un Estado.» Cipolla, Money, prices, p. 28.
1.5 Marc Bloch cita el sorprendente ejemplo del siglo xv de la Cham­
bre des Com ptes francesa que, «cuando calculaba las transferencias de
una cuenta real a otra, en lugar de inscribir simplemente la suma trans­
ferida en livres, sous y deniers, se tomaba mucho cuidado en añadir un
I

66 I m m a n u e l Wallers

Para esto, resultaba esencial la utilización de metales precios^


Y por lo tanto, sin ellos, Europa hubiera carecido de la confia
za colectiva para desarrollar un sistema capitalista, en el ci^i
la ganancia se basa en diversos aplazamientos del valor reali
zado. Esto es verdad a fortiori dado el sistema de una econo
mía-mundo no imperial, sistema que, por otras razones, en
esencial. Dado este fenómeno de psicología colectiva, elemento
integral de la estructura social de esta época, el metal precioso
debe ser considerado como un ingrediente esencial de una eco
nomía-mundo próspera.
Los motivos de la exploración aparecen no sólo en los pro
ductos que Europa deseaba obtener, sino también en los reque-
rimientos de trabajo de varios grupos en Europa. Como nos
recuerda Η. V. Livermore, fueron los cronistas ibéricos de aque­
llos tiempos y un poco posteriores los primeros en señalar que
«la idea de continuar la reconquista en el norte de Africa fue
sugerida por la necesidad de encontrar empleo útil para aque­
llos que habían vivido a base de expediciones fronterizas duran­
te un cuarto de siglo» ,l6.
Debemos recordar el problema clave de la declinación de
los ingresos señoriales en los siglos xiv y xv. Μ. M. Postan ha
calificado de «gangsterismo» el comportamiento consecuente de
la nobleza inglesa, la utilización de una violencia ilegal para
recuperar un nivel de ingresos perdido. Fenómenos similares se
dieron en Suecia, Dinamarca y Alemania. Una de las formas
de esta violencia fue sin duda la expansión m. El principio gen*

coeficiente pensado para compensar las modificaciones que entre tanlo


pudiera haber habido en el valor en metálico de tales unidades. "Deuda
de la cuenta precedente 416 liv r e s 19 s o u s t o u r n o i s de moneda débil [...]
que en moneda fuerte [es decir, corriente] valen 319 l i v r e s 19 s o u s tour·
nois".» E sq u isse d'u n e h is to ire , p. 49.
1,4 Η. V. Livermore, «Portuguese history», en Η. V. Livermore, comp,
Portugal and B razil, an in tr o d u c tio n , Londres y Nueva York, Oxford
Univ. Press (Clarendon), 1953, p. 59.
Vitorino Magalháes Godinho ve una relación directa entre el cese de
la violenta lucha social en Portugal (1383-1385) y la expedición a Ceuta
en 1415. Véase L ’éc o n o m ie d e V e m p ir e p o r t u g a i s a u x X V * e t X V I* siéclts,
París, sevpen, 1969, p. 40.
1,7 «Los historiadores ven una conexión entre las grandes guerras de
los siglos xiv y xv (incluyendo el descenso francés a Italia) y el debili­
tamiento del nivel de ingresos de la nobleza [...] ¿Acaso no pertenece
el comienzo de los grandes movimientos de expansión en el siglo xv
(incluso en el xiv con la colonización de las islas atlánticas) al mismo
grupo de sucesos, y no fue provocado por idénticas causas? Podríamos
considerar como paralelas la expansión en la Europa del este y las inten­
tonas de la nobleza danesa y germana de conquistar Escandinavia.» Ma­
rian Malowist, «Un essai d'histoire comparée: les mouvements d'expao-
Preludio m edieval 67

ral que podría invocarse es que si los nobles feudales obtenían


menos renta de sus tierras intentaran activamente conseguir
más tierras de las que extraer rentas, devolviendo así sus ingre­
sos reales al nivel de las expectativas sociales. Si entonces nos
preguntamos por qué Portugal se expandió por ultramar y
otras naciones europeas no, una respuesta sencilla es que los
nobles de otros países tenían mejor suerte. Podían abordar ex­
pansiones más fáciles, más cercanas a sus lugares de origen,
utilizando caballos en lugar de barcos. Portugal, debido a su
geografía, no tuvo otra opción.
Sin duda la expansión ultramarina ha estado ligada tradi­
cionalmente a los intereses de los comerciantes, que podían
obtener beneficios por la expansión del comercio, y con los
monarcas que buscaban conseguir a la vez gloria y rentas para
el trono. Pero bien podría haber sido que la motivación inicial
de las exploraciones ibéricas surgiera primariamente de los inte­
reses de la nobleza, en particular de los notorios «hijos meno­
res», que carecían de tierras, y que sólo una vez que empezaba
a funcionar la red de comercio se animaban los comerciantes
más prudentes (a menudo menos lanzados que los nobles que
sufrían la amenaza del desclasamiento) U8.
sion en Europe au xv* et xvie siécles», Annales ESC, xvn, 5, septiembre-
octubre de 1962, p. 924.
,,e Véase Malowist: «Parece claro que en la primera fase de la expan­
sión colonial portuguesa [...] el elemento de la nobleza juega un papel
dominante [...] Al seguir adelante el proceso de desarrollo del imperio
colonial portugués, la participación de los comerciantes en el comercio
ultramarino fue en aumento [...] Parece que el proceso de la colonización
española de América fue análogo.» Africana Bulletin, 1, pp. 32-34. De
manera similar, Chaunu, citando como autoridad a Godinho, distingue
dos tipos de expansión portuguesa: «una expansión que era fundamen­
talmente terrestre, realizada por lo tanto por la nobleza y política en
cuanto a su forma, representada por la captura de Ceuta y la extensión
de la Reconquista a Marruecos; y una expansión esencialmente mercan­
til, realizada por lo tanto fundamentalmente por la burguesía, a lo largo
de la costa de Africa.» V expansion européenne, p. 363. Chaunu añade,
como lo había hecho Malowist, que se siente tentado a extender esta
explicación a la conquista española de América.
Luis Vitale está dispuesto a ir más lejos en la valoración del papel
de la burguesía. Argumenta: «Portugal, en 1381, fue testigo de la primera
revolución burguesa, anterior en cuatro siglos a la de Francia. La bur­
guesía comercial de Lisboa, conectada a través del comercio con Flan-
des, alejó del poder a los señores feudales. El fracaso último de la revo­
lución mostró que las condiciones no estaban maduras para el triunfo
de la burguesía, pero su ascenso se vio reflejado en el comercio con el
Atlántico norte, en los planes de Enrique el Navegante, y sobre todo en
los descubrimientos del siglo xv.» «Latín America: feudal or capitalist?»,
en James Petras y Maurice Zeitlin, comps., Latin America: reform or
revolution?, Greenwich (Connecticut), Fawcett, 1968, p. 34.
°° * I m m a n u e l Wallers

¿Fue acaso la sobrepoblación la causa de la expansión? E$jj


es una de esas preguntas que complican la cuestión. Brau^
nos dice que por supuesto había sobrepoblación en el Medife
rráneo occidental, y como prueba cita la repetida expulsión *
los judíos, y más tarde los moriscos, de diversos países,19.
E. E. Rich nos asegura que, como motivo de la expansión délo,
siglos xv y xvi, «el desbordamiento a causa de un exceso*
población puede descartarse [...] lo probable (porque no*
puede decir otra cosa) es que la creciente población fueraj
las guerras o a las ciudades»120. Si, tal vez, pero ¿cómo er*¡
alimentados, y vestidos y alojados aquellos que iban a las ci>
dades (o a las guerras)? Había sitio, físicamente hablando, par,
la población, incluso para la creciente población en Europ*
De hecho aquello era parte del problema que originó la expaj
sión. El espacio físico era un elemento en la fuerza del campe·
sinado frente a la nobleza, y por lo tanto un factor de la decH
nación de las rentas señoriales, en la crisis del feudalismo. La
sociedades europeas podían haber respondido de varias formas
Una de ellas era el definirse a sí mismas (al menos implíciü
mente) como sobrepobladas, y por lo tanto necesitadas de m
base territorial mayor m. De hecho, lo que la nobleza (y la bur
guesía) necesitaban, y lo que conseguirían, era una fuerza 4
trabajo más tratable. El tamaño de la población no era el pn
blema; lo eran las relaciones sociales que gobernaban la inte
acción de las clases altas y bajas.
Finalmente, ¿puede explicarse la expansión por ultramar pa
medio del «espíritu de cruzada», la necesidad de evangelizar!
Una vez más la pregunta oscurece el problema. Sin duda li
cristiandad adoptó una forma particularmente militante enk
península Ibérica, donde las luchas nacionales habían sido defi
nidas en términos religiosos durante tanto tiempo. Sin du4
“* «La religión era tanto el pretexto como la causa de estas persea
ciones [...] Aún más adelante, como señaló hace mucho tiempo Georp
Pariset, [la ley de los números también operaba] contra los protest»
tes franceses en la era de Luis XIV.» Braudel, L a M é d i t e r r a n é e , 1, p»
gina 380.
120 Rich, C a m b rid g e E c o n o m ic H i s t o r y o f E u r o p e , iv, pp. 302-303.
1,1 Esta autodefinición tenía detrás, por supuesto, mucha historiae
la península Ibérica. Véase Charles Julian Bishko: «Aquellos ocho sigb
de avance rápido o lento hacia el sur contra los moros no fueron me»
mente una Iliada de combate militar y político, sino, por encima 4
todo, una rep o b la ció n medieval, o recolonización, de la península fó
rica.» «The Castilian as plainsman: the medieval ranching frontier in.li
Mancha and Extremadura», en Archibald R. Lewis y Thomas F. McGatu
comps., The N e w W o rld lo o k s a t i t s h i s t o r y , Austin, Univ. of Texas Prefi
1969, p. 47.
Preludio m edieval 69
esta era una era de derrota cristiana por parte de los turcos
y musulmanes en el sudeste de Europa (hasta las mismísimas
puertas de Viena). Y la expansión atlántica bien podría haber
reflejado una reacción psicológica a estos hechos, «un fenómeno
de compensación, una especie de fuga hacia delante», como
sugiere Chaunu m. Sin duda las pasiones de la cristiandad expli­
can muchas de las decisiones particulares tomadas por los por­
tugueses y los españoles, tal vez en parte la intensidad del
compromiso o el exceso de compromiso. Pero parece más plau­
sible considerar este entusiasmo religioso como una racionali­
zación, sin duda internalizada por muchos de los actores, y
en consecuencia como un factor de sostenimiento y fortaleci­
miento, y económicamente distorsionador. Pero la historia ha
visto la pasión convertirse en cinismo con demasiada regulari­
dad para que no se sospeche de las invocaciones a tales creen­
cias como factores primarios en la explicación de la génesis y
persistencia a largo plazo de acciones sociales a gran escala.
Todo lo que hemos dicho acerca de las motivaciones no
responde de una manera concluyente a la pregunta: ¿por qué
los portugueses? Hemos hablado de las necesidades materiales
de Europa, de una crisis general en los ingresos señoriales. Sin
duda, hemos señalado el particular interés de Portugal en resol­
ver este problema por medio de la exploración atlántica. Pero
esto no es suficiente como para resultar convincente. Debemos
por lo tanto apartarnos de la cuestión de las motivaciones para
abordar la de las capacidades. ¿Por qué fue Portugal, de entre
todas las naciones europeas, la más capaz de dar el empujón
inicial? Una respuesta obvia se puede hallar en cualquier mapa.
Portugal está en el Atlántico, justo al lado de Africa. En térmi­
nos de la colonización de las islas atlánticas y la exploración
de la costa occidental de Africa, era la que evidentemente esta­
ba más cerca. Más aún, las corrientes oceánicas son tales que
era más fácil, especialmente dada la tecnología de aquella época,
partir de puertos portugueses (así como de los del sudoeste de
España) que de cualquier otro lugar ,23.

m Chaunu, S é v i l l e , vm (1), p. 60.


m «No existe, en todo el Atlántico norte, un lugar más idealmente
adecuado para la navegación hacia las aguas cálidas que la línea costera
que va desde el norte de Lisboa a Gibraltar o posiblemente desde Lisboa
al extremo norte de Marruecos. Solamente allí se pueden encontrar alter­
nativamente, un viento seguro para salir de la costa a alta mar, en
pleno corazón del océano, en el punto más bajo [ r a c in e ] de los vientos
alisios, en el momento del solsticio de verano, y un viento para volver,
el contraflujo de las latitudes medias, desde otoño hasta principios de
70 I m m a n u e l Wallersi^

Por añadido, Portugal tenía ya mucha experiencia en$


comercio a larga distancia. En este campo, si bien Portugal n
puede compararse a los venecianos o a los genoveses, investí^
ciones recientes han demostrado que su experiencia era signi6
cativa, y probablemente equivalente a la de las ciudades d¡f
norte de Europa,24.
Un tercer factor fue la disponibilidad de capital. Los gen*
veses, los grandes rivales de los venecianos, decidieron tempi*
namente· invertir en las empresas comerciales ibéricas, y fan
recer sus esfuerzos de cara a la expansión ultram arina125. Afia*
les del siglo xv, los genoveses hubieran preferido a los española
antes que a los portugueses, pero esto obedece en gran medid
a que estos últimos podían para entonces permitirse el presos
dir de la tutela y el patrocinio genoveses, y de la disminució
de sus ganancias. Verlinden llama a Italia «la única nación real­
mente colonizadora de la Edad Media» ,2A. En el siglo xn, cuani
los genoveses y los písanos aparecen por vez primera en Can

la primavera [petit printemps].» Pierre Chaunu, Séville, vm (1), p. $


Un mapa útil aparece en Charles R. Buxer, The Portuguese seabon
empire, J415J825, Nueva York, Knopf, 1969 pp. 54-55. Véase Braudel, 0
vilisation matérielle et capitalisme, pp. 310-312.
,M«Es incontestable que el prodigioso desarrollo colonial y comerá
de los países ibéricos en el amanecer de los tiempos modernos fue b
cho posible en gran medida por un crecimiento gradual en su comerá
exterior durante los siglos finales de la Edad Media.» Charles Verlinds
«Deux aspects de l'expansion commerciale du Portugal au moyen ¿p
Revista Portuguesa de Historia, iv, 1949, p. 170. Véase también Charle
Verlinden, «The rise of Spanish trade in the Middle Ages», Econo»
History Review, x, 1, 1940, pp. 44-59. Un punto similar es señalado pi
Michel Mollat en «L'économie européenne aux deux derniéres siéclesd
Moyen-Age», Relazioni del X Congresso In tern a tio n a le di Scienze Si*
che, Florencia, G. B. Sansoni, 1955, hi , Storia del m edioevo, p. 755.
Antonio H. de Oliveira Marques nos detalla la naturaleza del coroe
ció portugués con Flandes en los siglos xiii y xiv en «Notas para a fe
tória da feitoria portuguesa na Flandres no século xv», S tu d i in on*
de Amintore Fanfani, ii , Medioevo, Milán, Dott. A. Giuffré Ed., 1962, p
ginas 437-476. Señala que ya en 1308 había una «nación» portuguesa e
Brujas y que se transportaban los productos en barcos portugueses (te
se p. 451). Véase Godinho, L’économie portugaise, p. 37.
125K. M. Pannikkar señala el deseo de Génova de apoderarse del coroe
ció con la India a partir del siglo xm. «Finalmente, a través de Espai
y Portugal, los genoveses fueron capaces de romper el monopolio vía
ciano y el bloqueo musulmán.» Asia and w estern dom inance, Londrb
Allen and Unwin, 1953, pp. 26-27. Mientras que su narración de la dt¿
nación de la dominación veneciana está sobresimplificada, como veren»
en el capítulo 6, Pannikkar está en lo cierto al señalar este deseo la#
mente acariciado por Genova.
,a Charles Verlinden, «Italian influence in Iberian colonization», Í
panic American Historical Review, xxxm, 2, mayo de 1953, p. 199.
P reludio m edieval 71
luña í27, en el siglo xm cuando llegan por primera vez a Portu­
gal 12e, los italianos se esfuerzan por atraer a los pueblos ibéricos
al comercio internacional. Pero una vez allí, los italianos proce­
derían a jugar un papel de iniciadores en los esfuerzos coloni­
zadores ibéricos, dado que, habiendo llegado tan temprano,
«fueron capaces de conquistar posiciones claves en la propia
península Ibérica»129. Para 1317, según Virginia Rau, «la ciudad
y el puerto de Lisboa serían el gran centro del comercio geno-
vés...»130. Sin duda, a finales del siglo xiv y principios del xv
los mercaderes portugueses empezaban a quejarse acerca de la
«injustificada intervención [de los italianos] en el comercio
minorista del reino, que amenazaba la posición dominante de
los mercaderes nacionales en aquella rama del comercio» 131. La
solución fue simple, y en cierta medida clásica. Los italianos
fueron absorbidos a través del matrimonio, y se convirtieron
en aristócratas terratenientes tanto en Portugal como en Ma­
deira.
Hubo otro aspecto de la economía comercial que contribuyó
al aventurerismo portugués, comparado con Francia o Inglate­
rra, por ejemplo. Irónicamente, fue el hecho de que fuera la
menos absorbida en la zona que acabaría siendo la economía-
mundo europea, estando más bien ligada en un grado significa­
tivo a la zona islámica mediterránea. Como consecuencia, su
economía estaba relativamente más monetarizada, y su pobla­
ción relativamente más urbanizada132.
Ibid., p. 200.
121 Véase Virginia Rau, «A family of Italian merchants in Portugal in
the fifteenth century: the Lomellini», Studi in onore di Armando Sapori,
Milán, Istituto Edit. Cisalpino, 1957, I, p . 718.
1,9 Verlinden, Hispanic American Historical Review , p. 205. Véase tam­
bién Charles Verlinden, «La colonie italienne de Lisbonne et le déve-
loppement de l'économie métropolitaine et coloniale portugaise», Studi
in onore di Armando Sapori, Milán, Istituto Edit. Cisalpino, 1957, i, pá­
ginas 615-28.
130 Rau, Studi in onore di Armando Sapori, p. 718.
131 Ibid., p. 719. El subrayado es mío.
in «La creación del mercado interior [en Portugal] llegó a su culmi­
nación y sintió las primeras brutales limitaciones en el siglo xiv. Pro­
bablemente por pertenecer a la rica zona islámica Portugal había man­
tenido el intercambio a un nivel relativamente alto de actividad, mayor
que el de la Europa occidental, con un predominio de los pagos mone­
tarios [...] Fue así como el campesinado, desarraigado, en rebelión
contra la creciente violencia de la explotación señorial, arruinado por
la caída del poder adquisitivo de la moneda, atraído por las grandes
ciudades de la costa, contribuyó al enriquecimiento de estas ciudades
mercantiles y a la extensión del comercio.» J.-G. da Silva, «L’autocon-
sommation au Portugal (xiv^-xx' siécles)», Annales ESC, xxiv, 2, marzo-
abril de 1969, p. 252. El subrayado es mío.
72 Im m anuel Wallerste¡ñ

No obstante no sólo la geografía y el poder mercantil jusit


fican la ventaja de Portugal. Interviene también la fuerza φ
su aparato de Estado. En este aspecto Portugal era, durante 4
siglo xv, muy diferente de otros Estados europeos occidental^
Conoció la paz mientras los demás conocían la guerra inter,
na ,33. La estabilidad del Estado fue importante, no sólo porqut
creó un clima en el que los empresarios pudieran florecer y
porque animó a la nobleza a buscar salidas para sus energías
fuera de la guerra interna o intereuropea. La estabilidad del
Estado resultó también crucial porque el propio Estado era ee
muchos aspectos el principal empresario 134. Si el Estado era
estable podía dedicar sus energías a aventuras comerciales
rentables. Para Portugal, como hemos visto, la lógica de su
geohistoria planteaba la expansión atlántica como la aventura
comercial más sensata para el Estado.
¿Por qué Portugal? Porque sólo ella de entre los Estados
europeos maximizaba la voluntad y la posibilidad. Europa nec*
sitaba una base territorial mayor sobre la que apoyar la expa&
sión de su economía, que pudiera compensar la crítica declina­
ción de las rentas señoriales y que pudiera cortar por lo sano
la naciente y potencialmente muy violenta guerra de clases que
implicaba la crisis del feudalismo. Europa necesitaba muchas
cosas: oro y plata, materias primas, proteínas, medios para cois
servar las proteínas, alimentos, madera, materiales para proce­
sar los textiles. Y necesitaba una fuerza de trabajo más tratable:
Pero «Europa» no debe ser reificada. No existía ninguna
agencia central que actuara en términos de estos objetivos a

,u «Un im portante factor q u e c o n tr ib u y ó [ a q u e P o r tu g a l fuera a


cabeza] fue que durante la to ta lid a d d e l s ig lo x v P o r t u g a l fu e un reía
unido, virtualm ente libre de lu ch a s c iv ile s ; m ie n t r a s q u e F ran cia estaba
absorbida por las etapas fin a le s de la g u e r r a d e lo s C ie n A ñ o s — 1415 fu?
la fecha de la batalla de A gincourt y la d e la c a p t u r a d e C e u ta [por la
portugueses]— y por su rivalidad c o n B o r g o ñ a ; I n g la t e r r a p o r su lucha
contra Francia y por la guerra d e la s R o s a s ; y E s p a ñ a e Italia pe?
convulsiones dinásticas y otras de c a r á c te r in t e r n o .» C. R . Boxer, Fox
centuries o f P o rtu g u e se e x p a n s io n , 1415-1825, J o h a n n e s b u r g o , Wits\\>
tersrand Univ. Press, 1961, p. 6.
,J< «Bajo el feu d alism o un E s ta d o e r a e n c i e r t o s e n t i d o propiedad
privada de un príncipe, en el m ism o s e n t id o e n q u e e l f e u d o era prop»
dad privada de un v asallo [ ...] L os p r ín c ip e s y lo s v a s a llo s extendía!
la jurisdicción de su s trib u n a les, e l c u lt iv o d e s u s c a m p o s y las coa
quistas de sus ejércitos c o m o e m p r e s a s q u e b u s c a b a n u n b en eficio . Mí*
adelante, gran parte del esp íritu y d e la s f o r m a s le g a l e s d e l feudalisms
fueron aplicadas a la ex p a n sió n o c e á n ic a .» F r e d e r ic C. L a n e , «Forcé aui
enterprise in the creation o f o c e a n ic c o m m e r c e » , e n V e n i c e in histort
Baltim ore (M aryland), Joh n s H o p k in s P r e s s , 1966, p p . 401-402.
Preludio m edieval 73

largo plazo. Las verdaderas decisiones eran tomadas por grupos


de hombres que actuaban en términos de sus intereses inme­
diatos. En el caso de Portugal, parecía haber ventajas en el
«negocio de los descubrimientos» para muchos grupos: para
el Estado, para la nobleza, para la burguesía comercial (indíge­
na y foránea), incluso para el semiproletariado de las ciudades.
Para el Estado, un Estado pequeño, la ventaja era obvia. La
expansión era la ruta más probable para lograr la expansión
de las rentas y la acumulación de gloria. Y el Estado portugués,
prácticamente el único entre los Estados de la Europa de aque­
llos tiempos, no se veía distraído por conflictos internos. Había
logrado una estabilidad política moderada, al menos un siglo
antes que España, Francia e Inglaterra.
Fue precisamente esta estabilidad lo que proporcionó un
impulso para la nobleza. Frente a la misma reducción financie­
ra que los nobles europeos de otros lugares, se vieron privados
del potencial anestésico y financiero (en caso de victoria) de
las guerras internas. Tampoco podían esperar recuperar su posi­
ción financiera por medio de la colonización interna. Portugal
carecía del territorio necesario. De modo que miraban con sim­
patía el concepto de expansión oceánica, y ofrecieron a sus
«hijos menores» para dar el necesario encabezamiento a las
expediciones.
Los intereses de la burguesía, por una vez, no entraban en
conflicto con los de la nobleza. Preparados para el capitalismo
moderno por un largo aprendizaje en el comercio a larga dis­
tancia y por la experiencia de vivir en una de las áreas más
marcadamente monetizadas de Europa (debido a su implicación
económica con el mundo islámico mediterráneo) la burguesía
también buscaba escapar a los confines del pequeño mercado
portugués. En la medida en que les faltaba el capital lo encon­
traron disponible en los genoveses, que, por motivos propios
relacionados con su rivalidad con Venecia, estaban dispuestos
a financiar a los portugueses. Y el conflicto potencial entre la
burguesía indígena y la foránea se vio enmudecido por el deseo
de los genoveses de incorporarse a la cultura portuguesa con
el tiempo.
Finalmente, la exploración y las consiguientes corrientes de
comercio proporcionaron puestos de trabajo para el semiprole­
tariado urbano, gran parte del cual había huido a las ciudades
debido al aumento de la explotación consiguiente a la crisis
señorial. Una vez más, una posibilidad de desorden interno se
vio minimizada por la expansión externa.
74 I m m a n u e l Wallers

Y por si estas coyunturas de voluntad y posibilidad no fu¿


ran suficientes, Portugal tenía la bendición de estar en la mejoj
localización geográfica posible para la empresa, la mejor posible
tanto porque se proyecta en el Atlántico y hacia el sur como
por la convergencia de corrientes oceánicas favorables. Así, no
resulta sorprendente, visto desde ahora, que Portugal se lanzan
a la aventura.
Existe un último asunto que debemos confrontar antes 4
llegar a la parte fundamental del libro. Hasta aquí nos hemos
concentrado en explicar qué fue lo que llevó a Europa al bordj
de crear una economía-mundo capitalista. Dado que haremoi
hincapié en señalar cómo el capitalismo sólo es posible en d
marco de una economía-mundo, y no en el seno de un imperio
mundo, debemos explorar sucintamente las razones de qu»
esto sea así. La comparación más adecuada es la de Europa
y China, que tenían aproximadamente la misma población total
entre los siglos xm y xviIJS. Como afirma elegantemente Piern
Chaunu:

Que Cristóbal Colón y Vasco de Gama [...] no fueran chinos [...Je


algo que merece [...] unos momentos de reflexión. Después de toft
a finales del siglo xv, en la medida en que la literatura histórica m
permite comprenderlo, el Oriente Lejano como entidad comparad
al Mediterráneo [...] no resulta bajo ningún aspecto inferior, al n*
nos superficialmente, al occidente lejano del continente euroasü
ticoI36.

¿Bajo ningún aspecto inferior? Esto requiere la comparactó


tradicional de tecnologías, y en esto los investigadores discr*
pan. Para Lynn White, jr., Europa se expandió en el siglo x\i
porque había superado al resto del mundo en tecnología agrícoii
en una fecha tan temprana como el siglo ix d.C.:
i
Entre la primera mitad del siglo vi y finales del siglo ix, Europa<14
norte creó o recibió una serie de inventos que rápidamente se φ
tinaron en un sistema de agricultura totalmente nuevo. En término
del trabajo de un campesino, este sistema era con mucho el mis
productivo que el mundo había visto. [White se refiere al arado 4
desfonde, el sistema de triple rotación de los campos, los campos
abiertos para el ganado, la moderna guarnición y la herradura] [J
Al irse perfeccionando y difundiendo los diversos elementos de etf
nuevo sistema, hubo más comida disponible, y la población ere
ció [...] la nueva productividad de cada campesino del norte perfli

m Véase Fernand B raudel, C iv ilis a tio n m a t é r i e l l e e t c a p ita lis m e , p. #


116 Chaunu, S eville, v iii (1), p. 50.

·>
Preludio m edieval 75
tió a u n n ú m e r o c a d a v e z m a y o r d e e l l o s a b a n d o n a r e l c a m p o e n
b e n e f ic i o d e la s c i u d a d e s , la in d u s t r ia y e l c o m e r c io I37*.

White plantea también que la Europa del norte se adelantó


en tecnología militar en el siglo vm y en producción industrial
en el siglo xi. Si uno se pregunta por qué, White lo atribuye al
profundo trastorno producido por las invasiones bárbaras, ante
las cuales se supone que el Occidente tuvo una reacción creativa
toynbeeana m.
Otros estudiosos, no obstante, difieren en esta afirmación
factual. Tomemos por ejemplo la tecnología militar. Según Cario
Cipolla:

R e s u lt a p r o b a b le q u e la s a r m a s d e f u e g o c h in a s fu e r a n a l m e n o s
ig u a l d e b u e n a s q u e la s o c c i d e n t a l e s , s i n o m e j o r e s , h a s t a p r in c i p i o s
d e l s ig lo x v . N o o b s t a n t e , e n e l t r a n s c u r s o d e l s i g l o x v la t e c n o lo g í a
e u r o p e a s e d e s a r r o l l ó n o t a b l e m e n t e [ . . . ] L a a r t ille r ía e u r o p e a e r a
i n c o m p a r a b l e m e n t e m á s p o d e r o s a q u e c u a lq u ie r t ip o d e c a ñ ó n q u e
j a m á s f u e r a f a b r i c a d o e n A s ia , y n o r e s u lt a d if í c i l e n c o n t r a r e n lo s
t e x t o s [ d e l s i g l o x v i ] e c o s d e la m e z c la d e t e r r o r y s o r p r e s a p r o v o ­
c a d a p o r la a p a r i c i ó n d e la a r t i l l e r í a e u r o p e a l39.

De forma similar, Joseph Needham, que está todavía embar­


cado en su monumental relato de la historia de la tecnología
y la ciencia chinas, fecha el momento del adelanto tecnológico
e industrial de Europa sobre China nada menos que en el año
1450 d.C. 14°. ¿Qué es lo que justifica el salto europeo hacia ade­
lante? No una sola cosa, dice Needham, sino «un todo orgánico,
un verdadero conjunto de cambios».

m L ynn W h ite, jr ., «W hat a c c e le r a te d te c h n o lo g ic a l p r o g r e ss in th e


w estern M id d le A ges?», en A. C. C ro m b ic, c o m p ., S c i e n t i f i c c h a n g e , N u e v a
Y ork, B a s ic B o o k s , 1963, p. 227.
«E1 fa c to r fu n d a m e n ta l q u e fa v o r e c e la s in n o v a c io n e s en u n a c o ­
m u n id ad so n la s in n o v a c io n e s p r e v ia s. A p lica n d o e s ta h ip ó te s is a la
Edad M edia c o m o u n to d o , p a r e c e r ía q u e en a lg u n a m e d id a la m a y o r
o rig in a lid a d d e O c c id e n te e s tu v ie r a r e la c io n a d a c o n el h e c h o d e q u e la
c r istia n d a d la tin a s e v io m u c h o m á s p r o fu n d a m e n te sa c u d id a q u e ja m á s
lo fu era O r ie n te [ B iz a n c io y el I s la m ] p o r s u c e s iv a s o le a d a s d e in v a s o ­
res b á r b a r o s, q u e s e e x tie n d e n c o n in te r r u p c io n e s , d e sd e el s ig lo m h a s ta
el x [ ...] O c c id e n te [ .. .] era u n a s o c ie d a d flu id a , lis ta p ara a d o p ta r n u e ­
vos m o ld e s. R e s u lta b a s in g u la r m e n te a b ie r ta a lo s c a m b io s , y fa v o r a b le
a ello s» (ib id ., p. 282).
JW C ario C ip o lla , G u n s a n d s a ils in th e e a r ly p h a s e o f E u r o p e a n e x ­
p a n s io n , 1400-1700, L o n d r e s , C o llin s , 1965, p p . 106-107.
140 V é a se J o s e p h N e e d h a m , « C o m m en ta r y » a L yn n W h ite, jr ., «W hat
a c c e le r a te d t e c h n o lo g ic a l c h a n g e in w e s te r n M id d le A ges?», en A. C.
C rom b ie, c o m p ., S c i e n t i f i c c h a n g e , N u e v a Y o rk , B a s ic B o o k s , 1963, p á ­
gina 32.
76 I m m a n u e l Wallerstein

El hecho es que en el desarrollo espontáneo autóctono de la socie*


dad china no se produjo ningún cambio drástico paralelo al Renací
miento y a la «revolución científica» en Occidente. Frecuentemenie
me gusta trazar a grandes rasgos la evolución china como represo*
tada por una curva creciente a un ritmo relativamente lento, situada
a un nivel mucho más elevado que Europa entre, digamos, los si
glos ii y xv d. C. Pero entonces, después de que hubiera empezado
el renacimiento científico en Occidente con la revolución de Galileo,
con lo que se podría llamar el descubrimiento de la técnica básica
de los propios descubrimientos científicos, entonces, la curva de li
ciencia y la tecnología en Europa empieza a crecer de forma viob
ta, casi exponencial, sobrepasando el nivel de las sociedades asft
ticas. [...] Esta violenta alteración está empezando ya a corro
girse m.
Algunos investigadores insisten en el papel crucial del des
arrollo del timón en el siglo xv en Europa ,42. Pero Needham
plantea la existencia del timón en China desde más o menos d
siglo i d.C., una invención probablemente difundida de China a
Europa en el siglo xn d.C.,43.
Si es correcta la narración de Needham acerca de la compo
tencia y superioridad tecnológica chinas sobre Occidente hasta
que este último dio su repentino salto hacia adelante, entonce
es aún más sorprendente que la exploración ultramarina china
y portuguesa empezaran prácticamente de manera simultánea,
pero que al cabo de sólo veintiocho años los chinos retrocedit
ran encerrándose en una especie de concha continental, abai>
donando todo posterior intento. Y tampoco por falta de éxito.
Los siete viajes del almirante eunuco Cheng Ho entre 1405j
1433 fueron un gran éxito. Recorrió todo el océano Indico desd?
Java hasta Ceilán y el Africa oriental en sus siete viajes, tn
yendo de vuelta tributos y productos exóticos a la corte China,
que los apreció sobremanera. Los viajes cesaron al morir Cheoj14*
141 Joseph Needham, «Poverties and triumphs of Chinese scientific
tradition», en Crombie, comp., Scientific change, Nueva York, Bask
Books, 1963, p. 139. El subrayado es mío.
,4J Véase Boies Penrose, Travel and discovery in the Renaissmt
1420-1620, Cambridge (Massachusetts), Harvard Univ. Press, 1952, páp
nas 269-270.
,4Í Véase Joseph Needham, «The Chinese contribution to vessel cca
trol», Scientia, xevi, 99, mayo de 1961, pp. 165-167. Cuando Needhai
presentó su texto en el V Coloquio Internacional de Historia Maritimi
W. G. L. Randles le preguntó específicamente acerca de la posibilid^
de una invención independiente. Needham respondió afirmando sus d»
das, aunque, como dijo, existe una dificultad intrínseca para demostrtf
una respuesta negativa. Véase «Discussion de la communication de U
Needham», en Joseph Needham, «Les contributions chinoises á Part 4
gouvemer les navires», V* Colloque Internationale d’Histoire Marilirt
(Lisboa, 1960), París, 1966, pp. 129-131.
Preludio m edieval 77

Ho en 1434. Más aún, cuando en 1479 Wang Chin, también


eunuco, interesado en enviar una expedición militar a Annam,
solicitó consultar los archivos para estudiar los papeles de Ho
sobre Annam, le fue negado el acceso. Los documentos fueron
suprimidos, como si se pretendiera borrar la misma memoria
de Cheng Ho 144.
Los orígenes de las expediciones y las causas de su suspen­
sión son igualmente poco claros. Parece ser que contaban con
la continua oposición de la burocracia oficial de los mandarines
confucianos 14S. La cuestión es por qué. Por el contrario, parecen
haber sido apoyadas por el emperador. ¿Cómo si no podrían
haber sido llevadas a cabo? T'ien-Tsé Chang encuentra más
pruebas en el hecho de que, a principios del siglo xv la función
de la Oficina de Juncos de Comercio, una institución del Estado
desde el siglo vm d.C., pasara de la recaudación de derechos
de aduana (que se convirtió en una función provincial) a la de
transmitir los tributos, que sin duda serían de considerable
importancia en la era de Cheng Ho. Chang se pregunta acerca
de la descentralización aduanera, que presumiblemente permi­
tiría reducir barreras en algunas regiones: ¿No se propondría
el emperador «favorecer el comercio exterior, cuya importancia
para China era demasiado evidente?» 146.
Demasiado evidente, y no obstante, el intento cesó pronto.
¿Por qué? Para William Willetts, esto está relacionado con la
144 V é a se W illia m W ille tts , «T h e m a r itim e a d v e n tu r e s o f th e g r e a t eu ­
nuch H o», en C o lin J a c k -H in to n , c o m p ., Papers on early south-east Asian
history, S in g a p u r , J o u r n a l o f S o u th E a st A sian H isto r y , 1964, p. 38.
145 « A p r o x im a d a m e n te en 1405, e l a lm ir a n te e u n u c o C heng H o p a r tió
con u n a f lo ta d e 63 j u n c o s d e n a v e g a c ió n d e a ltu r a , q u e v is ita r o n m u ­
ch a s p a r te s d e lo s m a r e s d e l su r [ ...] D u r a n te lo s s ig u ie n te s tr e in ta a ñ o s
se lle v a r o n a c a b o s ie t e d e ta le s e x p e d ic io n e s , r e g r e sa n d o to d a s e lla s co n
a b u n d a n te in fo r m a c ió n g e o g r á fic a y so b r e r u ta s m a r ítim a s, a sí c o m o
co n g r a n d e s c a n tid a d e s d e lo s p r o d u c to s d e la s is la s y de la In d ia ( ...]
Las r a z o n e s d e ta le s e x p e d ic io n e s so n d e s c o n o c id a s ; p o d ría n h a b er p re­
te n d id o c o m p e n s a r e l c o m e r c io e x te r io r q u e s e h a b ía id o a g o s ta n d o p o r
las r u ta s te r r e s tr e s , o in c r e m e n ta r la g ra n d eza d e la c o r te im p e r ia l, o
in c lu so , c o m o d e c ía n lo s a n a le s o fic ia le s , b u sc a r al p r e d e c e so r y s o b r i­
no d el e m p e r a d o r (q u e , d e h e c h o , h a b ía d e s a p a r e c id o d e la v id a p ú b lica
c o m o m o n je b u d is ta , y fu e e n c o n tr a d o m u c h o s a ñ o s d e s p u é s d u ra n te
un r é g im e n p o s te r io r ) . E n c u a lq u ie r c a s o , a c a b a r o n ta n s ú b ita m e n te
c o m o e m p e z a r o n , u n a v e z m á s p o r r a z o n e s q u e h o y r e s u lta n o sc u r a s .
T a n to si e l a s u n t o in c lu ía a lg u n a lu c h a e n tr e lo s e u n u c o s y lo s b u r ó c r a ­
tas c o n fu c ia n o s , c o m o si n o , e l r e s u lta d o fu e q u e el c o m e r c io d el o c é a n o
In d ic o q u e d ó e n p o d e r d e lo s á r a b e s y lo s p o r tu g u e se s.» J o s e p h N e e d h a m
Science and civilization in China, i , L o n d res y N u e v a Y o rk , C a m b rid g e
U niv. P r e ss, 1954, p p . 143-144.
144 T 'ien -T sé C h a n g , Sino-Portuguese trade from 1514 to 1644, L eid e n ,
B rill, 1934, p . 30.
78 I m m a n u e l Wallerstein

Weltanschauung de los chinos. Les faltaba, argumenta, unaesp*


cie de misión colonizadora debido precisamente a que, en %
arrogancia, eran ya la totalidad del mundo ,47. Además, Willett*
ve dos explicaciones inmediatas para la suspensión de la expío,
ración: el «odio patológico que sentían los funcionarios confu.
cíanos contra los eunucos»,4β y el «agotamiento de los fondo*
del tesoro ocasionado por el equipamiento de las misiones ultra*
marinas» ,49. Esta última razón resulta un tanto extraña, dado
que ese desgaste se vería presumiblemente compensado por los
ingresos que podrían haber generado las empresas coloniales.
Al menos eso fue lo que aparentemente sucedió con los tesoros
europeos en aquella misma época.
Existen otras explicaciones que razonan en términos de focos
alternativos de atención política que desviarían el interés orip.
nal en la exploración del océano Indico. Por ejemplo, G. F. Hud­
son plantea que el desplazamiento hacia el norte de la capital
de Nanking a Pekín, en 1421, a consecuencia de la creciente
amenaza de los bárbaros nómadas mongoles, podría haber de*
plazado la atención imperial ,5°. Boxer considera la distracción
procedente de la amenaza desde el este por parte de los web
o bandas de piratas japoneses que se dedicaban al pillaje en
las costas de China,5!. M. A. P. Meilink-Roelofsz sugiere que la

147 «Se puede plantear la c u e stió n d e c u á le s f u e r o n lo s resultados 4


estas asom brosas expediciones, en las c u a le s s e u t iliz a r o n cientos 4
juncos de navegación de altura y v a r ia s d e c e n a s d e m ile s d e hombres
Una respuesta corta sería que a b s o lu ta m e n te n in g u n o . L o s ch in os Minj
no eran constructores de im p erios. S u s e r u d it o s p o l í t i c o s n o tenían co&
cepción alguna de los horrores d e la realpolitik in s e p a r a b le de un rép
men colonial. No tenían ningún s e n t im ie n t o d e t e n e r u n a m isión que
cumplir, ni ideas de Sturm und Drayig. T e ó r ic a m e n t e e l H ijo del Cieb
gobernaba el mundo entero, t'ien lisia, " to d o b a j o el c ie lo " , y sus envia­
dos consideraban su ficiente el m o s tr a r s e a n te lo s b á r b a r o s vulgares 4
los márgenes del m undo civilizad o para d a r e n t r a d a a u n m ile n io acth*
do por la serena presencia del H ijo d el C ie lo e n s u t r o n o .» Willetts, P*
pers on early southeast Asian history, p p . 30-31.
,a Ibid., p. 37.
■* Ibid., p. 38.
130 Véase G. F. H udson. Europe and China, L o n d r e s , A r n o ld , 1931,
gina 197. ¿Podría acaso haber sid o ta m b ié n el r e s u lt a d o d e un trasvasa
de población hacia el norte? « E ste a n á lis is r e g io n a l m u e s t r a q u e la pér­
dida de población por parte del su r d e C h in a [ d u r a n t e la d in a stía Mini)
(12 m illones, excluyendo N anking) se v io c a s i e x a c t a m e n t e equilibrad!
por el aum ento en el norte de C hina (9 m illo n e s ) y e l o e s t e y sudoesu
(3 millones).» Otto B. van der S p r e n k e l, « P o p u la t io n s t a t i s t i c s of Miel
China», Bulletin of the SOAS, xv, p a r te 2, 1953, p . 306.
151 «El trabajo de fortificar la c o s ta e n tr e lo s r ío s Y a n g t s é y de 1»
Perla fue com parado por los h is to r ia d o r e s c h in o s d e la é p o c a con b
construcción de la Gran M uralla c o n tr a lo s in v a s o r e s tá r ta r o s proce

i
Preludio m ed ieva l 79

retirada podría haber sido favorecida por el empuje de la expul­


sión a manos de los comerciantes musulmanes del océano
Indico *l52.
Incluso aunque todo esto fuera cierto, no parece suficiente.
¿Por qué no existió una motivación interna que tratara estas
dificultades externas como problemas en vez de como obstácu­
los definitivos? ¿Acaso, como han sugerido algunos escritores,
China simplemente no quería expandirse? ,S3. Pierre Chaunu nos
da una pista cuando sugiere que una de las cosas que faltaban
en China eran «grupos con voluntades convergentes» de expan­
sión ,54. Esto es más significativo, ya que recordamos que en
Portugal lo que llama la atención son los intereses paralelos
en la exploración y expansión ultramarinas que presentan gru­
pos sociales diversos. Repasemos por lo tanto en qué forma
diferían el mundo europeo y el chino.
En primer lugar existe una diferencia significativa en la
agronomía. Discutimos la importancia del consumo de carne en
d en te s d el n o r te . E s to era o b v ia m e n te u n a ex a g e r a c ió n , p ero la n e c e s i­
dad de m a n te n e r c o s t o s a s d e fe n s a s c o s te r a s para o p o n e r s e a e s ta s in ­
c u r s io n e s c r ó n ic a s c o n s titu y ó sin d u d a u n a se v era te n sió n en la teso r e r ía
de lo s M ing, y p u e d e [ ...] h a b e r c o n tr ib u id o al a b a n d o n o d e la s g ra n d es
e x p e d ic io n e s m a r ítim a s c h in a s al o c é a n o In d ico » (p. 126). C. R. B o x er,
The Christian century in Japan, B e r k e le y , U n iv. o f C aliforn ia P r e ss, 1967,
p ágin a 7.
G eorge S a n s o m , o b s e r v a n d o e s te fe n ó m e n o d esd e el p u n to d e v is ta
de lo s j a p o n e s e s , v e un s u g e s tiv o p a r a le lo en E u ro p a . «N o h ay d u d a de
qu e ta n to C hin a c o m o C orea s u fr ie r o n la s d e p r e d a c io n e s d e lo s wako [...]
La cu lp a era en p a r te de lo s c h in o s , ya q u e e sta b a n en c o n tr a del c o ­
m erc io e x tr a n je r o , m ie n tr a s q u e la s a u to r id a d e s ja p o n e s a s h u b iera n a c o ­
g id o c o n a le g r ía un c o m e r c io le g ítim o . P ero e s t a s eran ta m b ié n la s razo­
nes p or la s q u e el B a k u fu [a u to r id a d e s c e n tr a le s ja p o n e s a s ] se n tía re­
n u en cia a a d o p ta r m e d id a s e x tr e m a s c o n el fin d e s u p r im ir la p ira tería .
N o e s ta b a t o t a lm e n t e c o n v e n c id o d e la s p a c ífic a s in te n c io n e s d e lo s
c h in o s, y p r o b a b le m e n te c o n s id e r a b a a lo s j e f e s p ir a ta s c o m o la rein a
Isa b el c o n s id e r a b a a sir F r a n c is D ra k e, c o m o a un sa q u e a d o r o un c a p i­
tán d e n a v io s e g ú n la s c ir c u n s ta n c ia s . M ás a ú n , la a c c ió n c o n tr a lo s
p ira ta s d e p e n d ía d el c o n tr o l d el B a k u fu s o b r e lo s se ñ o r e s g u e r r e r o s d el
o e ste , y a n te s d el a ñ o 1400 Y o s h im its u n o e s ta b a aún fir m e m e n te a s e n ­
ta d o en el p o d e r .» A history of Japan, v o l. i i , 1334-1615, S ta n fo r d (C ali­
fo rn ia ), S ta n fo r d U n iv . P r e ss, 1961, p p . 177-178.
152 « [U n o ] s e v e s o r p r e n d id o p o r el im p o r ta n te p a p el d e s e m p e ñ a d o
p or lo s c h in o s e n el a r c h ip ié la g o [ in d o n e s io ] en el s ig lo x iv ( .. .) Al ir
p a sa n d o la h e g e m o n ía del c o m e r c io en e s t e o c é a n o a m a n o s d e lo s m u ­
s u lm a n e s , lo s b a r c o s c h in o s c o m e n z a r o n a d e sa p a r e c e r . P r o b a b le m e n te
e x ista a lg u n a c o n e x ió n .» M. A. M e ilin k -R o e lo fs z , Asian trade and Euro­
pean influence in the Indonesian archipelago between 1500 and about
1630, La H a y a , N ij h o f f , 1962, p p . 25, 74.
151 V é a se R. S e r v o is e , «L es r e la tio n s e n tr e la C h in e e t T A friq u e av
xv* s ié c le » , Le m ois en Afrique, 6, j u n io d e 1966, p p . 30-45.
lii C h a u n u , V expansion européenne, p . 335.
80 I m m a n u e l Wallersteii,

Europa, importancia que se incrementó con la «crisis» de|


siglo xiv. Mientras que el consumo de carne para la masa de
la población declinaría más tarde del siglo xvi al xix, esto no
supuso necesariamente una declinación del uso de la tierra para
ganado en lugar de para grano. Al aumentar el tamaño absoluto
de las clases altas en Europa, a partir del siglo xvi, debido aj
dramático crecimiento de la población, se podría haber utilizado
la misma área de tierra para carne. Esto no estaría en contra
dicción con una disminución relativa del consumo de carne por
las clases bajas, que obtendrían su grano por medio de la b
portación desde las áreas periféricas, así como a través de 115
cultivo más intensivo en Europa occidental, como resultado di
los adelantos tecnológicos.
Por contraste, China buscaba una base agrícola más fuerte
desarrollando la producción de arroz en el sudeste del país.
El acentuamiento del ganado en Europa llevó al uso extensivo
de la fuerza muscular de los animales como motor de la pro
ducción. El arroz es mucho más rico en calorías por unidad i
superficie, pero exige mucha más fuerza de trabajo.
Así, señala Chaunu, la utilización por parte de los europeos
de la fuerza animal significa que «el europeo poseía en d
siglo xv un motor cinco veces aproximadamente más poderoso
que el poseído por los chinos, el segundo pueblo más favorecido
del mundo en la época de los descubrimientos» !5S.
Pero incluso más importante para nuestro problema que esto
adelanto tecnológico es la implicación de esta relación distinta
del hombre con la tierra. Como plantea Chaunu:
El europeo desperdicia espacio. Incluso en los momentos bajos, do
mográficamente hablando, de principios del siglo xv, a Europa k
faltaba espacio [...] Pero si a Europa le faltaba espacio, a Chinak
faltaban hombres.
El «despegue» occidental tiene lugar aparentemente en la misnu
fecha (de los siglos xi al xni) que el «despegue» chino en la pro
ducción de arroz, pero es infinitamente más revolucionario, en lamo
dida en que condena a la gran área mediterránea a la conquistad?
la Tierra [...]
En todos los aspectos, el problema chino en el siglo xv no es tanto
una escasez de medios como de motivaciones. La motivación principii
sigue siendo la necesidad, a menudo subconsciente, de espacio156.
Aquí, al menos, tenemos una explicación plausible de por qui
China no querría expandirse por ultramar. China había estad)
expandiéndose de hecho, pero internamente, extendiendo 9
" Ibid., p. 336. (
,a Ibid., pp. 338-339.
Preludio m edieval 81

producción de arroz en el interior de sus fronteras. Las «Amé-


ricas internas» de Europa en el siglo xv fueron rápidamente
agotadas, dada una agronomía que dependía de un mayor espa­
cio. Ni los hombres ni las sociedades abordan empresas dificul­
tosas gratuitamente. La exploración y la colonización son empre­
sas dificultosas.
Una última consideración podría ser que, por alguna razón,
el siglo xv supuso para China lo que Van der Sprenkel llama
«una contracolonización», un desplazamiento de la población
al exterior de las áreas productoras de arroz157. Aunque esto
podría haber aliviado la «sobrepoblación», término que es siem­
pre relativo a su definición social, podría haber debilitado el
potencial de industrialización chino, sin las ventajas compen­
sadoras de un imperio colonial. Así, es posible que el «despe­
gue» se hundiera.
Existe una segunda gran diferencia entre Europa y China.
En esta época China es un vasto imperio, al igual que el mundo
turco-musulmán. Europa no lo es. Es una economía-mundo na­
ciente, compuesta de pequeños imperios, naciones-Estado y ciu-
dades-Estado. Existen muchos motivos por los cuales esta dife­
rencia fue importante.
Empecemos con los argumentos de Weber acerca de las
implicaciones de las dos formas de desintegración de un impe­
rio: la feudalización, como en Europa occidental y la preben-
dalización, como en China 15S. Argumenta que es más fácil que
surja un Estado centralizado a partir de un sistema feudal que
de uno prebendal. El planteamiento de Weber es el siguiente:
El señorío occidental, como el indio oriental, se desarrolló por la
desintegración de la autoridad central del poder del Estado patri­
monial: la desintegración del imperio carolingio en Occidente, la
desintegración de los Califas y los Majarajás o Grandes Mogoles en
w «E l p e r ío d o M in g, u n a v e z q u e el p o d e r d e lo s m o n g o le s fu e q u e ­
b rad o, p a r e c e h a b e r s id o t e s t ig o d e u n a fu e r te r e a c c ió n c o n tr a e s ta s
c o n d ic io n e s c o m p r e s iv a s p o r p a r te d el s o b r e p o b la d o sur.» V an d er S p r e n ­
kel, B u l l e t i n o f th e S O A S , x v , p. 308. O b s é r v e s e q u e V an d er S p r e n k e l,
en c o n tr a s te c o n H u d s o n , o fr e c e la d i s m i n u c i ó n d e la a m e n a z a d e lo s
m o n g o le s c o m o e x p lic a c ió n d el d e s p la z a m ie n to h a c ia el n o r te .
,J4 E n su c o m e n t a r io al lib r o d e M ax W eb er. T h e r e lig io n o f C h in a
(N u eva Y o rk , F ree P r e ss , 1951), H a n s G erth e sc r ib e : «P reb en d a: d e r e c h o
de un fu n c io n a r io a b e n e f ic ia r s e d e la s tie r r a s d el E s ta d o o la I g le s ia o
de o tr o in g r e s o p ú b lic o .» W eb er c a lific a a ta le s fu n c io n a r io s d e « p re b e n ­
d arlo s» . U n s is t e m a s o c io p o lít ic o b a s a d o en u n a n ó m in a d e p r e b e n d a r lo s
es lo q u e W eb er lla m a « p r e b e n d a lis m o » (p. 305. E r ic W olf d is c u te la s
d ife r e n c ia s e n tr e u n d o m in io p a tr im o n ia l (o « feu d al») y un d o m in io
p r e b en d a l d e s d e la p e r s p e c tiv a d e s u s ig n ific a d o p ara el c a m p e s in o , en
P e a s a n ts , E n g le w o o d C liffs (N u e v a J e r s e y ), P r e n tic e -H a ll, 1966, p p . 50-52.
82 I m m a n u e l Wallersttjj,

la India. En el imperio carolingio, no obstante, el nuevo estrato


desarrolló sobre la base de una economía de subsistencia rural
[Por tanto, presumiblemente estaba a un nivel de desarrollo eco
nómico menor que sus contrapartidas orientales,] Por medio de^
juramento de vasallaje, que quedó estructurado tras la guerra $i
guíente, el estrato de los señores se unía al rey y se interponía
entre los hombres libres y el rey. También existían en la India reía,
ciones feudales, pero no fueron decisivas para la formación de una
nobleza ni para la de señores terratenientes.
En la India, como en general en el Oriente, se desarrolló un so
ñorío característico más bien a partir del arrendamiento de impue*
tos [presumiblemente debido a que el poder central era aún su&
cientemente fuerte para insistir en los impuestos, y la economía
suficientemente desarrollada y con una circulación monetaria suft
ciente para suministrar el excedente básico para la imposición; q
comparación con el presumiblemente menos desarrollado Occident!
de principios de la Edad Media] y de las prebendas militares e iny
positivas de un Estado mucho más burocrático. El señorío oriental
siguió siendo, por tanto, en esencia una «prebenda», y no se coa
virtió en un «feudo»; ni tampoco se dio una feudalización, sinouiu
prebendalización del Estado patrimonial. Aunque no desarrollado
el paralelo occidental comparable no es el feudo medieval, sino b
compra de cargos y prebendas durante el seicento papal o durant!
los días de la noblesse de robe francesa... [También] es important!
un factor puramente militar para la explicación del diferente do
sarrollo de Oriente y Occidente. En Europa el hombre a caballo en
técnicamente una fuerza fundamental del feudalismo. En la India,
a pesar de su número, los hombres a caballo eran relativamente rao
nos importantes y eficientes que los soldados de a pie, que tenías
un papel fundamental en los ejércitos desde Alejandro a los mo
goles,59.
La lógica del argumento de Weber es algo parecido a esto:
un factor técnico (la importancia de los hombres a caballo)
conduce al fortalecimiento del estrato intermedio de guerrera
frente al centro del imperio durante el proceso de desintegra
ción de éste. De aquí que la nueva fuerza social que emerge sea
el feudalismo más bien que un Estado de prebendas. (Pero, ¿a
esto una causa o una consecuencia? En Weber no queda claro]
A corto plazo, la feudalización es evidentemente mejor desde el
punto de vista de los señores terratenientes, ya que les da más
poder (¿y mayores ingresos?). A largo plazo, no obstante, uñad»
se prebendal controladora de la tierra puede resistir mejore!
crecimiento de una monarquía realmente centralizada que ufó
clase feudal terrateniente, debido a que el sistema de valores feu­
dal puede ser utilizado por el rey, en la medida en que puede
convertirse a sí mismo en vértice de un único sistema jerárquico
de relaciones feudales (los Capetos tardaron varios siglos éneo»

Weber, Religion of India, pp. 70*71.


Preludio m edieval 83

seguirlo), para construir un sistema de lealtad a él, que, una vez


construido, puede prescindir simplemente del elemento personal
y transformarse en lealtad a una nación cuya encarnación es el
rey. El prebendalismo, siendo un sistema realmente mucho más
contractual que el feudalismo, no puede ser burlado por tales
lazos místicos. (En cuyo caso, incidentalmente y de pasada, po­
dríamos ver el creciente prebendalismo de la Francia del siglo
xviii como regresivo, y la revolución francesa como un intento
de compensar la regresión.)
Joseph Levenson, en un libro dedicado a esta cuestión (¿por
qué no China?), nos ofrece una respuesta no demasiado distinta
a la de Weber:
I d e a l y l ó g i c a m e n t e , e l f e u d a l i s m o c o m o « t ip o id e a l» s o c i o l ó g i c o e s
t o t a lm e n t e o p u e s t o a l c a p i t a l i s m o . P e r o h is t ó r ic a y c r o n o l ó g ic a m e n t e
lo e s t i m u l ó . La m i s m a a u s e n c i a d e r e s t r i c c i o n e s f e u d a le s e n C h in a
p la n t e ó u n m a y o r o b s t á c u l o e n e l c a m in o d e la e x p a n s ió n d e l c a p i­
t a li s m o (y d e la e x p a n s i ó n m u n d ia l c a p i t a l i s t a ) q u e s u p r e s e n c ia e n
E u r o p a . P u e s la s o c i e d a d b u r o c r á t ic a n o f e u d a l d e C h in a , u n a s o c i e ­
d a d p e r s i s t e n t e , q u e s e a u t o r r e c a r g a b a e n la m is m a m e d id a e n la
q u e e r a id e a l m e n t e m á s f a v o r a b le q u e la s o c ie d a d fe u d a l a f o r m a s
e l e m e n t a l e s c a p i t a l i s t a s , a c o m o d ó y r e c u b r ió e l c a p i t a l i s m o e n s u
e m b r ió n , a r r u i n a n d o s u p o t e n c i a l r e v o lu c io n a r io . ¿ R e s u lt a e n t o n c e s
s o r p r e n d e n t e q u e , i n c l u s o e n P o r t u g a l, u n a d e la s m á s p e q u e ñ a s d e
la s p o t e n c i a s c a p i t a l i s t a s , a fin d e c u e n t a s , u n p r o c e s o s o c ia l e n g r a n
m e d id a e l in v e r s o a l d e C h in a d e j a r a lib r e la fu e r z a d e e x p a n s ió n
e n v e z d e c o n s t r e ñ i r l a ? E n P o r t u g a l, v e n E u r o p a o c c i d e n t a l e n g e ­
n e r a l, h u b o u n p r o c e s o d e s u p e r a c ió n p r o t o c a p i t a l i s t a d e l f e u d a lis m o ,
y d e e r o s i ó n d e l m i s m o . Y é s t e fu e u n p r o c e s o m u y d if e r e n t e d e la
p e r s i s t e n c i a e n C h in a d e u n a s o c i e d a d n o f e u d a l y b u r o c r á t ic a , u n
o b s t á c u l o p a r a e l f e u d a l i s m o , y t a m b ié n p a r a e l c a p i t a l i s m o ,60.

Aquí nos encontramos con un planteamiento que veremos a


menudo: la receptividad inicial de un sistema a las nuevas for­
mas no lleva a un cambio continuo y gradual, sino más bien a
la asfixia del cambio, mientras que la resistencia inicial lleva
a menudo a un posterior adelanto.
La feudalización trajo consigo el desmantelamiento de la
estructura imperial, mientras que la prebendalización la man­
tuvo. El poder y los ingresos se distribuían en uno de los casos
a terratenientes cada vez más autónomos, enraizados en un
área y ligados a un campesinado dado, y en el otro a un estrato
con las dimensiones del imperio, no ligado deliberadamente ai
área local, semiuniversal en su recluta pero en consecuencia160

160 J o s e p h R. L e v e n s o n , c o m p ., E u r o p e a n e x p a n s io n a n d th e c o u n te r ­
e x p a n s io n o f A s ia , J300-1600, E n g le w o o d C liffs (N u e v a J e r se y ), P ren tice-
H all, 1967, p p . 131-132.
84 I m m a n u e l Wallersi^

dependiente del favor del centro. Fortalecer el centro de ^


imperio era una labor colosal, una labor sólo abordada en*·
siglo xx bajo el partido comunista en China. Crear unidadt,
centralizadas en áreas menores era imposible en tanto que^
centro mantuviera alguna coherencia, lo que hizo bajo la dina*
tía Ming y bajo su sucesora la dinastía Manchó; mientras qi*
la creación de unidades centralizadas en un sistema feudal er^
como sabemos, factible si bien difícil. Weber explicó a grandtj
rasgos las razones con bastante claridad:
%

Un resultado general del patrimonialismo oriental, con sus prebend*


pecuniarias, fue que, típicamente, sólo una conquista militar o re\*
luciones religiosas podían deshacer la firme estructura de los m
reses prebéndanos, creando así nuevas distribuciones de poder yj
su vez nuevas condiciones económicas. Sin embargo, cualquier inte*
to de innovación interna naufragaba por culpa de los obstáculos p*
viamente mencionados. Como hemos señalado, la Europa moderna*
una gran excepción histórica a esto, debido, sobre todo, a quei
faltaba la pacificación de un imperio unificado. Podemos record*
que, en los Estados guerreros, el propio estrato de prebéndanosd¿
Estado que bloqueaban la racionalización administrativa en el i»
erio-mundo fueron en un tiempo sus más poderosos promotor*
E 'espués, el estímulo desapareció. Al igual que la competencia ja
los mercados obligó a la racionalización de la empresa privada, igut!
mente la competencia por el poder politico obligó a la racionalizan
de la economía del Estado y de la política económica, tanto ene
Occidente como en la China de los Estados guerreros. En la eco»
mía privada la cartelización debilita el cálculo racional que ese
alma del capitalismo; entre Estados, el monopolio del poder desire
ye la gerencia racional en la administración, las finanzas y la eco
nomía política. [...] Además de la diferencia previamente mencionad*
en Occidente había fuerzas poderosas e independientes. Con éstast
poder de los príncipes podía aliarse para destruir los grilletes tre
dicionales; o, bajo condiciones muy especiales, estas fuerzas podía:
utilizar su propia fuerza militar para librarse de las ataduras
poder patrimonial,61.
Existe otro factor a considerar para comparar la relacé
entre el centro regional o el punto más avanzado de un sisteiw
con la periferia en una economía-mundo y en un imperio. Uí
imperio es responsable de la administración y la defensa 4
una enorme masa de tierra y población. Esto absorbe atención
energía y beneficios que podrían haber sido invertidos end
desarrollo del capital. Tomemos, por ejemplo, la cuestión 4
los wako japoneses y su supuesto impacto sobre la expanstó
china. En principio los wako fueron menos problema para
China que los turcos para Europa. Pero cuando los turcos ava&61

161 Weber, Religion o f C hina, pp. 61-62. E l s u b r a y a d o e s m ío .


Preludio m edieval 85

zaron en el este, no había ningún emperador europeo que pudie­


ra hacer volver a las expediciones portuguesas. Portugal no se
vio apartada de sus aventuras ultramarinas para defender Vie­
rta, porque Portugal no tenía ninguna obligación política de
hacerlo, y no había ningún mecanismo por medio del cual hubie­
ra podido ser inducida a hacerlo, ni ningún grupo social de
dimensiones europeas cuyos intereses estuvieran de acuerdo
con ello.
Ni tampoco la expansión hubiera parecido tan inmediata­
mente beneficiosa a un emperador europeo como le pareció a
un rey portugués. Hemos discutido cómo el emperador chino
pudo considerar —y la burocracia, de hecho, consideró— las
expediciones de Cheng Ho como un sumidero para el tesoro,
mientras que la necesidad de incrementar las finanzas del Esta­
do era precisamente uno de los motivos de la expansión de
Europa. Un imperio no puede ser concebido como un empre­
sario, a diferencia de un Estado en una economía-mundo. Ya
que un imperio pretende ser una totalidad. No puede enriquecer
su economía a expensas de otras economías, dado que él es la
única economía. (Esta era sin duda la ideología china, y proba­
blemente su creencia.) Se puede, por supuesto, incrementar la
participación del emperador en la distribución de la economía.
Pero esto quiere decir que el Estado busca no beneficios em­
presariales, sino un mayor tributo, y la misma forma de tributo
puede resultar económicamente autodestructiva, en cuanto la
fuerza política del centro disminuya, debido a que, bajo tales
circunstancias, el pago de «tributo» puede ser una forma disfra­
zada de comercio desventajosa para el imperio 162.
Existe también un lazo entre la tecnología militar y la exis­
tencia de un marco imperial. Cario Cipolla plantea la cuestión
de por qué los chinos no adoptaron los adelantos tecnológicos
militares que pudieron ver en los portugueses. Sugiere la si-
,#1 O w en L a ttim o r e m u e s tr a , p r e c is a m e n te , c ó m o fu n c io n a b a ta l tip o
de r e la c ió n tr ib u ta r ia d e M a n ch u ria c o n r e la c ió n a la C hin a d e lo s M ing
en * el s ig lo x v i: «E n el p e r io d o d e la d e c a d e n c ia M ing, la s " m isio n e s
trib u ta ria s" r e c ib id a s en la c o r te se c o n v ir tie r o n en un m é to d o d e ap ro ­
v e c h a r se d e lo s c h in o s . L os " p o r ta d o r e s d e trib u to " lleg a b a n c o n s é q u i­
to s d e c ie n to s d e p e r s o n a s , c o n lo s g a s to s p a g a d o s p o r las a u to r id a d e s
c h in a s, lo q u e in fla b a su im p o r ta n c ia p o lític a . Al m is m o tie m p o , tra ía n
b ien es "no tr ib u ta r io s " p a ra c o m e r c ia r , lo q u e d is m in u ía lo s b e n e fic io s
de lo s c o m e r c ia n t e s fr o n te r iz o s c h in o s .» I n n e r A s ia n fr o n t i e r s o f C h in a ,
se g u n d a e d ic ió n , I r v in g to n -o n -H u d s o n , N u e v a Y o rk , C a p ito l P u b lish in g Co.
A m erican G e o g r a p h ic a l S o c ie ty , 1940, p. 124. C o m p á r e se e s t e a u to d e str u c -
tiv o s is te m a c o n el fr a n c o c o lo n ia lis m o q u e P o r tu g a l y o tr o s p a ís e s e u r o ­
p eo s p r a c tic a r o n s o b r e lo s b á r b a r o s d e u ltr a m a r , lo q u e W eb er lla m ó
« c a p ita lis m o d e b o tín » . I b id ., p . 135.
86 I m m a n u e l Wallersteiή

guíente explicación: «temiendo a los bandidos internos no me.


nos que a los enemigos foráneos, y a los alzamientos internos
no menos que a la invasión extranjera, la corte imperial hizo
todo lo posible por limitar tanto la extensión del conocimiento
de la fabricación de armamento como la proliferación de arte·
sanos versados en este arte» ,63. En Europa, con su multiplicidad
de soberanías, no había esperanza de limitar la extensión de
las armas. En China, aparentemente, resultaba aún posible,)
por lo tanto el sistema centralizado rechazó un adelanto tecno
lógico esencial a largo plazo para el mantenimiento de su poder,
Una vez más, la forma imperial puede haber servido como um
constricción estructural, esta vez en cuanto al desarrollo tec­
nológico.
Queda un último rompecabezas. En esta época surgió en
China una ideología de individualismo, la de la escuela de Want
Yang-ming, que William T. de Bary considera comparable alai
doctrinas humanistas de Occidente, y a la que llama una «cuasi
revolución en el pensamiento», que, no obstante, no fue capar
de «desarrollarse por completo» ,64. El individualismo como ideo
logia, ¿no señalaba la fuerza de una burguesía emergente, soste­
niéndola contra Jas fuerzas tradicionalistas?
Todo lo contrario, al parecer, según Roland Mousnier. Su
análisis de los conflictos sociales de la China de los Ming plan­
tea que el individualismo fue el arma de los mandarines confo
cíanos, la clase burocrática que era tan «moderna» en sus mi
ras, contra los eunucos, que eran «empresariales» y «feudales»
al mismo tiempo, y que representaban el empuje «nacionalista»
de la China de los Ming ,65. Mousnier plantea lo siguiente:

,M Cipolla, G uns a n d sa ils, p. 117.


,M W illiam T heodore de B ary, c o m p ., « I n tr o d u c t io n » , en S e lf oni
so cie ty in M ing th o u g h t, N ueva Y ork , C o lu m b ia U n iv . P r e s s , 1970, p. 2t
Desarrolla aún m ás e ste tem a en un e n s a y o d e l m is m o v o lu m e n , titulado
«Individualism and h u m anism in la te M ing th o u g h t» : «U n tip o de pens*
m iento individualista con c a r a c te r ís tic a s lla m a t iv a m e n t e m od ern as su:
gió de hecho, en con ju n ción con im p o r ta n te s fu e r z a s s o c ia l e s y cultura
les, a partir de un m o v im ien to lib eral y h u m a n ita r io f o r m a d o en el scíw
de la escuela de Wang Y ang-m ing, en el s ig lo x v i. A sí, el confucianismot
a pesar de ser la tradición d o m in a n te , y , p a ra lo s o j o s m odernos, uo
sistem a autoritario, resu ltó ser ca p a z d e e je r c e r e n c i e r t o m o d o la misma
función que [...] el cristia n ism o m e d ie v a l en e l a s c e n s o d e l individualis­
mo occidental» (p. 233).
,w «La insurrección q u e e x p u lsó d el tr o n o a la d in a s t ía mongol di
Yuan, en 1368, y el a scen so al p o d e r d e la d in a s t ía M in g , fueron reac
ciones nacionales chinas con tra los b á rb a r o s.» R o la n d M o u s n ie r , Les XVi:
et X V I I e siécles, vol. iv de H is to ir e G é n é r a le d e s C iv ilis a t io n s , París
Presses U niversitaires de France, 1954, p. 520.
Preludio m edieval 87

Para progresar [en la China de los Ming], una gran parte de las cla­
ses educadas de origen medio se convertían voluntariamente en cas­
trados. Debido a su educación, eran capaces de jugar un papel pre­
ponderante, y en realidad el imperio era gobernado por estos
eunucos.
Una vez que habían obtenido cargos elevados, ayudaban a sus
familias, creaban para sí una clientela distribuyendo cargos y feudos,
y se convertían en verdaderas potencias en el seno del propio im­
perio. El gran papel jugado por los eunucos parece ser, por tanto,
una función del ascenso de la burguesía. Los príncipes de sangre
azul y los hombres importantes [les grands] intentaron defenderse
creando una clientela constituida también de hombres educados sur­
gidos de la clase media a los que ayudaban a subir en el servicio
civil [...] [Este último grupo] eran a veces discípulos de Wang
Yang-ming, e invocaban sus preceptos para oponerse a los eunucos
que estaban establecidos en el poder. Los eunucos estaban a favor
de Chu Hi, defensor de la tradición y de la autoridad [a la que los
eunucos tenían, en este momento, principal acceso]. Estas luchas
eran tanto más serias en cuanto que los príncipes de sangre azul,
los hombres importantes y los eunucos tenían todos una base de
poder como controladores de tierra [maitres du sol]. Los Ming ha­
bían intentado defender su posición creando una especie de feuda­
lismo de parientes y seguidores [...] La víctima de este estado de
cosas era el campesino. Los gastos del Estado crecían sin cesar166.
Por supuesto, también en Europa crecían, pero en Europa
estos gastos apoyaban a una burguesía naciente y a una aristo­
cracia que buscaba en última instancia, como veremos, salvarse
convirtiéndose en burguesa, del mismo modo que los burgueses
empezaban a hacerse aristocráticos. En la China de los Ming,
la ideología que sirvió a la burguesía occidental para lograr su
conquista final del poder estaba dirigida contra esta misma
burguesía que (¿habiendo logrado conseguir algo de poder de­
masiado pronto?) se veía en el papel de defensora de la tradición
y la autoridad. Es mucho lo que queda por dilucidar en esto,
pero se abre la duda sobre una correlación excesivamente sim­
ple entre la ideología del individualismo y el nacimiento del
capitalismo. Desde luego se abre la duda sobre cualquier afir­
mación causal que convirtiera en primaria la emergencia de
tal ideología.
La discusión sobre China se reduce a lo siguiente. Resulta
dudoso que existiera alguna diferencia significativa entre Euro­
pa y China en el siglo xv en cuanto a ciertos puntos básicos:
población, superficie, estado de la tecnología (tanto en la agri­
cultura como en la ingeniería naval). En la medida en que hu­
biera diferencias sería difícil utilizarlas para justificar la magni­
tud de la disimilitud del desarrollo en los siglos siguientes. Más
146 Ibid., pp. 527-528.

4
88 I m m a n u e l Wallerstein

aún, las diferencias en los sistemas de valores parecen h a b e r


sido muy exagerados, y en la medida en que existieran tampoco
parecen justificar las diferentes consecuencias. Ya que, cojtio
intentamos ilustrar, los sistemas de ideas pueden ser usados al
servicio de intereses contrarios, pueden ser asociados con im­
pulsos estructurales bastante diferentes. Los que sostienen Ja
primacía de los valores, en su ansiedad por refutar los argumen­
tos materialistas, parecen por su parte culpables de asumir una
correspondencia mucho más literal entre la ideología y la estruc­
tura social (aunque invierten el orden causal) de lo que jamás
lo hiciera el marxismo clásico.
La diferencia esencial entre China y Europa refleja de nuevo
la coyuntura de una tendencia secular con un ciclo económico
más inmediato. La tendencia secular a largo plazo se remonta
a los antiguos imperios de Roma y China, a las formas y el
grado en que se desintegraron. Mientras que el marco romano
quedó como una tenue memoria cuya realidad medieval venía
mediada en gran medida por una Iglesia común, los chinos
se las arreglaron para mantener una estructura política impe­
rial, si bien debilitada. Esta era la diferencia entre un sistema
feudal y un imperio-mundo basado en una burocracia preben-
dal. China podía mantener en muchos aspectos una economía
más avanzada que Europa como resultado de esto. Y muy posi­
blemente el grado de explotación del campesinado a lo largo
de un millar de años fue menor.
A lo dado debemos añadir los cambios agronómicos más
recientes en cada caso, en el de Europa hacia el ganado y el
trigo, y en el de China hacia el arroz. Ya que este último
requería menos espacio pero más hombres, la depresión secular
golpeó a los dos sistemas de formas diferentes. Europa necesi­
taba expandirse geográficamente más de lo que lo necesitaba
China. Y en la medida en la que algunos grupos en China podían
haber encontrado compensación en la expansión, se vieron res­
tringidos por el hecho de que las decisiones cruciales estaban
centralizadas en un marco imperial, que tenía que preocuparse
en primer lugar, y por encima de todo, del mantenimiento a
corto plazo del equilibrio político de su sistema mundial.
De modo que China, en todo caso aparentemente mejor situa­
da prima facie para avanzar hacia el capitalismo, al tener ya
una burocracia estatal extensiva, estar más adelantada en térmi­
nos de la monetización de la economía y, posiblemente también,
de la tecnología, estaba no obstante peor situada en último
término. Tenía el lastre de una estructura política imperial.
Tenía el lastre de la «racionalidad» de su sistema de valores,
I
Preludio m ed ieva l 89

que negaba al Estado el punto de apoyo para el cambio (en el


caso de que lo hubiera deseado usar) que los monarcas euro­
peos encontraron en Ja mística de las lealtades feudales euro­
peas.
Estamos ahora preparados para continuar nuestra argumen­
tación. En 1450, el escenario en Europa, pero no en otros luga­
res, estaba presto para la creación de una economía-mundo
capitalista. Este sistema estaba basado en dos instituciones cla­
ves, una división «mundial» del trabajo y en ciertas áreas un
aparato de Estado burocrático. Las examinaremos sucesiva y
globalmente. Después echaremos un vistazo a las tres zonas de
la economía-mundo por separado: lo que llamaremos la semi-
periferia, el centro y la periferia. Las estudiaremos en este
orden, en gran medida, por razones de secuencia histórica que
quedarán claras en la exposición del argumento. Entonces será
posible revisar la totalidad del razonamiento a un nivel más
abstracto. Hemos elegido hacer esto al final, en vez de hacerlo
al principio, no sólo por creer que la argumentación resultará
más convincente una vez que el material empírico haya sido
presentado, sino también por la convicción de que la formula­
ción final de la teoría debería resultar del encuentro con la
realidad empírica, en el supuesto de que el encuentro haya
informado por una perspectiva básica que haga posible
esta realidad.
NI GRI TI E EXHAVS TI S VENI S METALLI CI S H
c o n fic ie n d o faccharo op eram dare dcbenc.

Igr^^mirn ergo opera vf» ÍUnt Hifpani initio in tenuandis venis metallicis: verum poft-
9uam feru n t cxhauQx, horum mini Aerio vti coeperunt ad molas trufadles quz fac·
ll& T v n ctu r*fcras cannas comminuunt, ad faccharum coquendum & cogendum : in quo mini*
ftcrio ctiamnum hodie magna ex parte occupantur. Nam cum ea Infria húmida fit &
calida,minimo negotio taccharifcrar cannz ftue arundines fuccrefcunt; ex quibus contufis « deinde
in lebetes conic&is, ¿e dcco&s, poibremum rite repurgatis & in faccharum concretis,
magnum quxftum facere folent. Vtuntur prztcrca iftorum Nigri rarum
opera in paíccndis armcnris , &e reliquis rebus admmiftrandis
qux ncccflarix funt ad fuos vfus.

AJ Nigrirx
«Habiéndose agotado las vetas m e tá lic a s, s e d e b ió d a r t r a b a j o a los negros
en la fabricación de azúcar.» E ste g r a b a d o d e u n in g e n io azucarero en
La Española se hizo en 1595, c o m o p a r te d e u n a s e r ie c o m e n z a d a por el
grabador flam ento Theodore de B ry, y t itu la d a C ollectiones Peregrinatio
n u m t que celebraba los « d escu b rim ie n to s» d e la s I n d i a s O ccidentales y
Orientales. Reproducido por a u to riza c ió n d e la R a r e B o o k s C ollection <k
la New York Public Library, y d e la s f u n d a c io n e s A s t o r , L e n o x y Tilden.
2. LA NUEVA DIVISION EUROPEA DEL
TRABAJO: CA. 1450-1640

Fue en el siglo xvi cuando apareció una economía-mundo euro­


pea basada en el modo de producción capitalista. El aspecto
más curioso de este período primitivo es que los capitalistas
no exhibían sus colores ante el mundo. La ideología reinante
no era la de la libre empresa, ni siquiera el individualismo, la
ciencia, el naturalismo o el nacionalismo. Hasta el siglo xvm ó
xix estos puntos de vista no madurarían para convertirse en
mundiales. En la medida en que parecía prevalecer una ideolo­
gía, ésta era la del estatismo, la raison d'ktat. ¿Por qué el capi­
talismo, un fenómeno que no conocía fronteras, habría sido
sustentado por el desarrollo de Estados fuertes? Esta es una
cuestión que carece de una respuesta única. Pero no es una
paradoja; todo lo contrario. La característica distintiva de una
economía-mundo capitalista es que las decisiones económicas
están orientadas primariamente hacia la arena de la economía-
mundo, mientras que las decisiones políticas están orientadas
principalmente hacia las estructuras menores que tienen control
legal, los Estados (naciones-Estado, ciudades-Estado, imperios),
en el seno de la economía-mundo.
Esta doble orientación, esta «distinción»/si se quiere, entre
lo económico y lo político, es la fuente de la confusión y la
mistificación concernientes a la identificación apropiada de los
grupos, a las manifestaciones razonables y razonadas de los
intereses de grupo. Como, no obstante, las decisiones económi­
cas y políticas no pueden ser disociadas significativamente ni
discutidas por separado, esto plantea agudos problemas analí­
ticos. Nos enfrentaremos a ellos intentando tratarlos consecuti­
vamente, aludiendo a sus vinculaciones, y rogando al lector que
suspenda sus juicios hasta que pueda ver la síntesis de todos
los datos. Sin duda, voluntaria e involuntariamente, violaremos
nuestra propia regla de narración consecutiva en muchas oca­
siones, pero al menos éste es el principio organizativo de nues­
tra presentación. Si puede parecer que tratamos el sistema más
grande como una expresión del capitalismo y los sistemas me-
94 I m m a n u e l Wallerstei„

ñores como expresiones de estatismo (o, para utilizar la terruj.


nología de moda, de desarrollo nacional), jamás negamos j3
unidad del desarrollo histórico concreto. Los Estados no $*
desarrollan y no pueden ser comprendidos excepto en el con.
texto del desarrollo del sistema mundial.
Lo mismo se aplica tanto a las clases sociales como a los
agrupamientos étnicos (nacionales, religiosos). Ellos también ai
quirieron la existencia social en el seno de los Estados y del
sistema mundial, simultáneamente y a veces de maneras coa-
tradictorias. Son una función de la organización social del m
mento. El moderno sistema de clases empezó a tomar forma
en el siglo xvi.
Pero, ¿cuándo fue el siglo xvi? No es una cuestión tan sen-
cilla, si recordamos que los siglos históricos no son necesaria­
mente cronológicos. Aquí me limitaré a aceptar el juicio de
Fernand Braudel, tanto por la solidez de los conocimientos ea
los que se basa como porque parece encajar magníficamente
con los datos tal y como yo los veo. Braudel dice:
Soy escéptico [...] acerca de un siglo xvi del que no se especifiquesi
fue uno o varios, del que se dé a entender que es una unidad. Yo
veo a «nuestro» siglo dividido en dos, al igual que Lucien Febvrc
y mi notable profesor Henri Hauser: un primer siglo que empezó
en tomo a 1450 y terminó alrededor de 1550, y un segundo siglo que
empezaría en ese momento y duraría hasta 1620 ó 1640 l.
/
Los puntos de partida y los finales varían de acuerdo con
la perspectiva nacional desde la que uno vea el siglo. No oto
tante, para la economía-mundo europea en su totalidad corni
deraremos a 1450-1640 la unidad de tiempo significativa, duranit
la cual se creó una economía-mundo capitalista, que sin dudi
era, como dice Braudel, «vasta pero débil»12.
¿Y dónde estaba esta economía-mundo europea? Eso es tam­
bién difícil de contestar. Los continentes históricos no son nec*
sanamente geográficos. A finales del siglo xvi la economía-
mundo europea incluía no sólo el noroeste de Europa y el
Mediterráneo cristiano (comprendida la península Ibérica) sino
también Europa central y la región báltica. Incluía también
1 Fernand Braudel, «Qu'est-ce que le xvie siécle?», Armales ESC, νιπ,Ι,
enero-marzo de 1953, p. 73. B. H. Slicher van Bath distingue los períodos
de 1450*1550 y 1550-1650 en términos de los niveles de precios de los» .
reales: «ligeramente crecientes» y «marcadamente crecientes». Agraria
history, p. 113.
2 Fernand Braudel, «European expansion and capitalism: 1450-1656,
en Chapters in western civilization, i, 3.* ed., Nueva York, Columbia
Univ. Press, 1961, p. 260.
La nueva d ivisió n europea del tra b a jo 95

ciertas regiones de las Américas: Nueva España, las Antillas,


Tierra Firme, Perú, Chile, Brasil; o, mejor dicho, aquellas partes
de estas regiones que estaban sometidas a un control adminis­
trativo efectivo por parte de los españoles o de los portugueses.
Las islas atlánticas y tal vez algunos enclaves en la costa afri­
cana podrían ser incluidos, pero no las áreas del océano Indico,
ni tampoco el Oriente Lejano, excepto durante un cierto tiempo
parte de las Filipinas; el imperio otomano, no; y tampoco Rusia,
o en el mejor de los casos, estuvo incluida marginalmente du­
rante un breve espacio de tiempo. No existen líneas de demar­
cación claras y sencillas, pero considero que lo más fructífero
es considerar el mundo europeo del siglo xvi como construido
a partir del entrelazamiento de dos sistemas primitivamente
más separados, el sistema mediterráneo cristiano 3 centrado en
las ciudades del norte de Italia, y la red de comercio entre
Flandes y la Hansa en el norte y el noroeste de Europa, y la
adición a este nuevo conjunto del este del Elba, Polonia y algu­
nas otras áreas de Europa oriental, por una parte, y por la otra
de las islas atlánticas y de partes del Nuevo Mundo.
En cuestión de espacio, esto constituyó una notable expan­
sión. Sólo tomando en cuenta las colonias ultramarinas formales
de las potencias europeas, Chaunu señala que, en los cinco años
que van de 1535 a 1540, España logró el control de más de la
mitad de la población del hemisferio occidental y desde enton­
ces hasta 1670-1680, el área bajo control europeo pasó de apro­
ximadamente tres millones de kilómetros cuadrados a aproxima­
damente siete (estabilizándose en este punto hasta finales del
siglo xvm 4). No obstante, la expansión del espacio no significa­
ba expansión de la población. Chaunu habla de un «movimiento
de tijera demográfico» por el cual el crecimiento demográfico
en Europa «se ve en gran medida anulado a nivel planetario
por la disminución en inmensos sectores extraeuropeos»5. Por
lo tanto, la relación tierra/mano de obra en la economía-mundo
europea se vio inmensamente incrementada, un factor funda­
mental en la capacidad de Europa para mantener un crecimien­
to económico continuado en este crítico período primitivo de la
era moderna. Pero la expansión suponía algo más que una mejor

3 Para u n a d is c u s ió n d e la n a tu r a le z a y e x te n s ió n d el área c r istia n a


m ed iter rá n ea , v é a s e J a im e V ic e n s V iv e s , An economic history of Spain,
P rin ceton (N u e v a J e r s e y ) , P r in c e to n U n iv . P r e ss , 1961, p. 260. [Historia
económica de España, B a r c e lo n a , V ic e n s V iv e s , 1977, p p . 247-248.]
4 C h au n u , Séville, v m (1), p . 148.
5 P ierre C h a u n u , « R é f le x io n s s u r le to u r n a n t d e s a n n é e s 1630-1650»,
Cahiers d ’H istoire, x i i , 3, 1967, p . 257.
I

Vv I m m a n u e l Wallersteit

relación tierra/trabajo. Hizo posible la acumulación a gran esca,


la de capital básico, que fue utilizado para financiar la raciona,
lización de la producción agrícola. Una de las características
más obvias de esta economía-mundo europea del siglo xvi fi*
una inflación secular, la llamada revolución de los precios. La
conexión entre esta inflación particular y el proceso de acumu.
lación de capital ha sido un tema central de la historiografía
moderna. Nos proponemos intentar tamizar las complejidades
de este debate para, a la luz de los patrones observados, ser
capaces de explicar la particular división del trabajo a la que
llegó la economía-mundo europea a finales de esta época.
El esquema cíclico de los precios europeos tiene tras de sí
una voluminosa historia, y aunque los investigadores difieran
acerca de sus fechas y más aún acerca de sus causas, la realidad
del fenómeno es un hecho admitido. Si unimos dos recientes
resúmenes6 sobre los precios del grano, obtenemos la siguiente
imagen:
1160-1260: rápida subida
1260-1310 (1330, 1380): firmemente altos
1310 (1330, 1380)-1480: caída gradual
1480-1620 (1650): altos
1620 (1650)-1734 (1755): recesión
1734 (1755)-1817: subida
Si tomamos el segmento más estrecho con el que ahora esta­
mos ocupados, el siglo xvi, que aparece en la lista anterior como
«alto», existieron por supuesto, fluctuaciones económicas en su
seno. Pierre Chaunu ha puesto al descubierto el siguiente ciclo,
basado en su monumental estudio de los registros de la Casa
de Contratación de Sevilla, el puerto clave del comercio trans­
atlántico. Utilizando medidas de volumen (tanto generales, como
para mercancías específicas) y de valor, Chaunu observa cuatro
períodos:
1504-1550: subida estable
1550-1562/63: recesión relativamente menor
1562/63-1610: expansión
1610-1650: recesión7*
• Eugen A. Kosminsky, Past and P resent, 7, p. 18; B. H. Slichtf
van Bath, Britain and the Netherlands, p. 150.
7 Véase Pierre Chaunu, S é v ille e t V A t l a n t i q u e (1504-1650), v m (2), U
c o n jo n c tu re (1504-1592), Paris, sevpen, 1959, p p . 14-25.
Jordi Nadal se m a n ifie sta e s c é p tic o a n t e la p o s i b i l i d a d d e hacer afir­
m aciones sobre los p recio s e s p a ñ o le s a p a r t ir d e l v o l u m e n d e comercio
La nueva división europea d el tra b a jo 97

Las medidas de volumen y de valor, por supuesto, no son


idénticas. «El índice de flujo se asemeja, de manera exagerada,
a la fluctuación de los precios. La curva peculiar de los precios
es más plana que la del flujo comercial»s. Chaunu considera
que su punto de ruptura en 1610 encaja con los de Elsas para
Alemania (1627) y Posthumus para los Países Bajos (1637), ya
que, como veremos, la declinación surgió en momentos diferen­
tes para diferentes partes de Europa9.
Estas discrepancias en el tiempo nos recuerdan que la econo­
mía-mundo estaba tan sólo en proceso de emergencia. Chaunu
señala que en el siglo xv las tres áreas de comercio europeas
(la mediterránea cristiana, el noroeste y la Europa oriental)
estaban en tres niveles de precios diferentes, que iban respecti­
vamente de caros a baratos. La creación de una economía-mun­
do se puede medir, precisamente, por la «fantástica dispersión
de los precios al principio [del siglo], y la desaparición a largo
plazo de la discrepancia» 10I. Aunque este largo plazo es más
largo que el siglo xvi, se puede apreciar cierto progreso en la
disminución de la discrepancia. Si en el 1500 la diferencia de
precios entre el Mediterráneo cristiano y la Europa oriental era
del orden de 6 a 1, para el 1600 era tan sólo de 4 a 1ll, y a partir

que p asaba p o r S e v illa , p o r q u e n o e x is t e m a n e r a d e d e te r m in a r q u é v o ­


lum en e sta b a e n t r á n s ito . « E n d e fin itiv a , c r e o q u e, al s o b r e p o n e r la
curva d el to n e la je s o b r e la d e lo s p r e c io s , C h au n u ha in cu rr id o en el
m ism o erro r en q u e in c u r r ie r a H a m ilto n al s o b r e p o n e r s o b r e la ú ltim a
la de lo s e n v ío s d e m e ta l n o b le . E n a m b o s c a s o s se c o m p a r a , un fe n ó ­
m eno a u té n tic a m e n te e s p a ñ o l — el m o v im ie n to d e lo s p r e c io s de lo s
artículos d e c o n s u m o — c o n o t r o s s ó lo ta n g e n c ia le s a la e c o n o m ía del
país (u n as m e r c a n c ía s e n g r a n p a r te d e p r o c e d e n c ia e x tr a n je r a , y u n a s
partidas de p la ta ta m b ié n e n gran p a r te c o n s ig n a d a s al ex ter io r).» «La
revolución de lo s p r e c io s e s p a ñ o le s e n el s ig lo x v i: e s ta d o a c tu a l de la
cuestión », H is p a n ia , x ix , 77, o c tu b r e -d ic ie m b r e d e 1959, p p. 519-520, n. 55.
I C haunu, S e v il le , v i i i (2), p . 19.
’ «A g ra n d e s r a s g o s , e n 1600 e l c a m b io en la cu r v a se p r o d u jo en
España, Ita lia y el s u r d e F r a n c ia . S ó lo e n 1650 a lc a n z ó a lo s p a ís e s del
norte, p a r tic u la r m e n te a lo s P a ís e s B a jo s , d o n d e A m ste r d a m h ab ría de
afirm ar su p r e d o m in io e n la e s c e n a m u n d ia l.» B r a u d e l, en C h a p te r s , i,
página 263.
10 C hau n u , U e x p a n s i o n e u r o p é e n n e , p. 343.
II «A fin a le s d e l s ig lo x v , la s tr e s E u r o p a s s e m a n te n ía n en u n a rela ­
ción rela tiv a [d e p r e c io s ] d e 100, 77 y 16; a fin a le s d el x v i, la razón era
de 100, 76 y 25. E l m o v im ie n t o h a c ia e l c ie r r e h a b ía e m p e z a d o , p ero s ó lo
afectab a a la E u r o p a p e r ifé r ic a . La d is ta n c ia e n tr e la E u r o p a m e d ite r r á ­
nea y la m e d ia s ig u ió s ie n d o la m is m a a lo la r g o d e to d o e l sig lo » (ib id .,
página 343).
Las d is ta n c ia s p a r a á r e a s m á s p e r ifé r ic a s p o d ía n n o o b s ta n te se g u ir
sien d o m u y g r a n d e s , c o m o s e ñ a la B r a u d e l: « C u a n to m á s c e r r a d a s en sí
m ism as era n e s t a s e c o n o m ía s a r c a ic a s , ta n to m á s a lta m e n te era n e sti-
98 I m m a n u e l Wallersteh

de 1750 no era más que de 2 a 1. Henryk Samsonowicz dice


que, desde principios del siglo xvi en adelante, los salarios y loj
precios en Prusia empezaron a ser «cada vez más cércanosla
los de Europa occidental, «a pesar de las direcciones diametral
mente opuestas de su desarrollo social y económico» n. ¿A pesar
de? ¿Acaso no debería decir «a causa de»?
Una explicación básica del aumento de los precios en el
siglo xvi ha sido la de Earl J. Hamilton. La planteó en primer
lugar en relación con los precios andaluces del siglo xvi, apt
cándola más tarde de manera más general a Europa occidental:
A lo largo de todo el período investigado existió una estrecha a>
nexión entre las importaciones de oro y plata americanos y los
precios andaluces [...] Comenzando en el período 1503-1505, hubo
una tendencia al ascenso en las llegadas de tesoros hasta 1595, mié*
tras que de 1503 a 1595 hubo una subida continua de los precios
andaluces. Los mayores aumentos en los precios coinciden con 1«
máximos incrementos en las importaciones de oro y plata. La co
rrelación entre importaciones de tesoros y precios persiste después
de 1600, cuando ambos están en declive13.
Hasta 1960 la teoría de Hamilton había sido sometida a nu­
merosos ataques, tanto empíricos como teóricos. No obstante
se reafirmó en ella incluso más vigorosamente:

[El incremento del suministro de metales preciosos desde 1500] fue


probablemente mucho mayor desde el punto de vista del porcentaje
que el incremento de los precios. De modo que en vez de buscar
causas dependientes o auxiliares para la revolución de los precios [J
lo que se necesita es explicar la incapacidad de los precios pan
mantenerse al nivel del incremento del fondo de metales preciosos.
El incremento de la utilización del oro y la plata para chapados,
ornamentación, joyería y otros propósitos no monetarios, al ira
convirtiendo en relativamente más baratos frente a los crecientes
precios de las mercancías, neutralizó parte del nuevo metal precio
so [...] La liquidación de la desfavorable balanza comercial [cond

mados el oro y la plata en sus raras apariciones. La vida en Cerdeña.


anota un veneciano en 1558, es cuatro o cinco veces menos cara quea
Italia, evidentemente para quien cuenta con una bolsa bien provisu»
La M éditerranée, I, p. 352.
a Henryk Samsonowicz, «Salaires et services dans les finances citaó
nes de la Prusse au xv* siécle et dans la premiére moitié du xtf
siécle», T h ird In te r n a tio n a l C o n fe r e n c e o f E c o n o m i c H i s t o r y (Muñid
1965), Paris, Mouton, 1968, p. 550.
u Earl J. Hamilton, «American treasure and Andalusian prices, 3
1660», Jo u rn a l o f E c o n o m ic a n d B u s i n e s s H i s t o r y , i , 1, noviembre ά
1928, ρρ. 34-35. Para una bibliografía que contiene los elementos fundo
mentales sobre este tema, véase Braudel y Spooner, en C a m b rid g e
n o m ic H is to r y o f E u r o p e , ιν, ρρ. 605-615.
La nueva d ivisió n europea del tra b a jo 99
O r ie n te ] a b s o r b i ó g r a n d e s c a n t i d a d e s d e m e t á l i c o [ . . . ] E l p a s o d e
las r e n t a s e n e s p e c i e a l o s p a g o s e n d in e r o y d e l o s s a la r i o s p a r ­
c ia lm e n t e e n e s p e c i e a la r e m u n e r a c i ó n m o n e t a r ia , y u n a d is m in u ­
c ió n d e l i n t e r c a m b i o t e n d ía n t a m b i é n a c o n t r a r r e s t a r e l a u m e n t o d e l
s u m in is t r o d e o r o y p la t a l4.

Como muchos de sus críticos han observado, Hamilton tra­


baja con la teoría cuantitativa de la moneda de Fisher, que
afirma que PQ = MV e implícitamente asume que V y Q per­
manecen constantes (P son los precios; Q es la cantidad de
bienes y servicios; M es la cantidad de dinero; y V es la velo­
cidad de circulación). Han puesto en duda ese supuesto y recla­
mado una investigación empírica.
En un importante ataque contra Hamilton, Ingrid Ham-
marstrom planteaba que Hamilton había invertido la secuencia,
siendo el incremento de la actividad económica lo que llevó a
un incremento en los precios, que a su vez justifica las activi­
dades mineras que produjeron el incremento en el suministro
de metales preciosos. A lo que Hamilton responde:

E v id e n t e m e n t e , e l « a u m e n t o e n l o s p r e c i o s » q u e h a b i t u a l m e n t e r e ­
s u lta d e la « a c t i v i d a d e c o n ó m i c a q u e d e a lg u n a m a n e r a s e p o n e e n
m a r c h a » [ . . . ] n o i n c r e m e n t a r í a , s i n o q u e d i s m i n u i r í a la e x t r a c c ió n
d e m e t a l p r e c i o s o , a t r a v é s d e l a u m e n t o d e l o s c o s t o s d e p r o d u c c ió n
en c o n j u n c ió n c o n l o s p r e c i o s f i j o s d e a c u ñ a c i ó n d e l o s m e t a l e s p r e ­
c io s o s . M á s a ú n , e l a u m e n t o e n l o s p r e c i o s n o h a r ía c r e c e r , s in o d e ­
c r e c e r , la c o n v e r s i ó n e n m o n e d a d e l m e t a l p r e c i o s o e x i s t e n t e , a b a r a ­
tá n d o lo r e l a t i v a m e n t e p a r a s u u s o n o m o n e t a r i o 1S.

Pero ¿por qué tendrían que ser fijos los precios de acuña­
ción? Esta era una decisión política y malamente podría haber
convenido a aquellos que se beneficiarían por el flujo de meta­
les preciosos en tiempos de expansión (lo que incluye a la Coro­
na de España) el desanimar su producción cuando súbitamente
había disponible tal cantidad a tan bajo costo real (dada la
forma de trabajo). Como señala Hammarstrom, la cuestión fun­
damental es explicar el uso que se hacía del metal precioso:
¿P or q u é n e c e s it a b a E u r o p a o c c id e n ta l e l m e ta l p r e c io s o a m e r ic a n o ,
no p a ra a c u m u la r lo c o m o te s o r o , n i p a r a u s a r lo c o m o o r n a m e n to en
lu g a r e s s a g r a d o s ( la u t i l i z a c i ó n q u e s e l e d a b a e n A s ia y e n t r e lo s 1

11 E arl J. H a m ilt o n , « T h e h is t o r y o f p r ic e s b e fo r e 1750», en Interna-


tional Congress of H istorical Sciences ( E s to c o lm o , 1960), Rapports, i,
Méthodologie, histoire des universités, histoire des prix avant 1750, Go-
tem b u rg o , A lm q v is t & W ik s e ll, 1960, p. 156.
u Ibid., p. 157. E l s u b r a y a d o e s m ío .
100 I m m a n u e l Wallersteit

nativos de América), sino para aumentar en medida importante $u


cuerpo de moneda circulante, es decir, como medio de pago?14*1617.
Y. S. Brenner sostiene que un examen de los datos ingleses
confirma la visión de Hammarstróm. Considera que los cambios
en el nivel de precios de las mercancías eran consecuencia «me­
nos de un incremento, o falta de incremento, en el fondo euro­
peo de metal, que de la manera en que se empleaba ese fon­
do» ,7. Señala que el aumento de precios es anterior a la llegada
del tesoro americano ,8. Brenner afirma que se debería percibir
que todos los factores de la ecuación de Fisher eran variables
en aquel momento:
En conclusión, el aumento de los precios en la primera mitad dd
siglo xvi era debido a la combinación de una mayor velocidad yvo·
lumen de moneda en circulación con un suministro relativamente
disminuido de productos agrícolas, y una tensión intensificada dela
demanda de éstos [...)
La velocidad (V) de la circulación se vio incrementada por el
desarrollo de la industria y la expansión del comercio; el marcado
aumento de la especulación de la tierra y en el mercado legalizado
de fondos, y por la transición de la mayor parte de la sociedad desde
la autosuficiencia rural a las comunidades urbanizadas dependien­
tes de los mercados (de los recursos monetarios) para alimen
tación,9.
14 D ocent Ingrid H a m m a r str ó m , « T h e " p r ic e r e v o lu tio n " o f the six
teenth century: so m e S w e d ish e v id e n c e » , Scandinavian Economic Hisίοη
Review, v, 1, 1957, p. 131.
17 Y. S. B renner, «The in fla tio n o f p r ic e s in s ix t e e n t h - c e n t u r y England»,
Economic History Review, 2.' s e r ie , x iv , 2, 1961, p . 231.
H. A. M iskim in, co m e n ta n d o a B r e n n e r , d ic e : « Y o ir ía aú n más lejos,
e insistiría en que la d istr ib u c ió n d e la p o b la c ió n y s u r e la c ió n con uní
disponibilidad fija de tierra ten ía m u c h o q u e v e r c o n la propensión de
un país a retener tod o el o ro y la p la ta q u e a t r a v e s a b a n s u s fronteras,
dado que cuanto m ayor era la p r e s ió n d e p o b la c ió n q u e s e ejercía sobre
la tierra productora de a lim e n to s , m a y o r e r a la p o r c ió n relativa de las
provisiones m on etarias q u e se d ir ig ía h a c ia b i e n e s a g r íc o la s producidos
dom ésticam ente.» «A genda fo r e a r ly m o d e r n e c o n o m i c h isto r y » , Joun\d
of Economic History, x x x i, 1, m a r z o d e 1971, p . 179.
11 Y. S. B renner, Economic H istory R eview , x iv , p . 229.
Fernand B raudel señ a la el m is m o p u n to : « S i la s m in a s del Nuevo
Mundo entran en el ju e g o , s e d e b e a q u e E u r o p a c u e n t a c o n los medios
requeridos para su a p r o v e c h a m ie n to .» La M éditerranée, II, p. 27. R. S.
Lopez y H. A. M iskim in su b r a y a n , n o o b s t a n t e , q u e e l crecim ien to eco
nóm ico desde a p r o x im a d a m en te 1465 h a s ta la « R e f o r m a » fu e un proceso
de «lenta recup eración ». A sí, el r á p id o a s c e n s o p o s t e r i o r a 1520 es com­
patible con los a rg u m en to s de H a m ilto n . « T h e e c o n o m i c depression of
the R enaissance», Economic H istory R eview , 2.a s e r ie , x iv , 3, 1962, p. 417.
,v B renner, Economic History Review, p p . 238-339. B r a u d e l y Spooner
tam bién so stien en q u e se da un in c r e m e n t o d e la v e lo c id a d : «Esta ace*
leración [d e la v e lo c id a d ], e s t e a u m e n t o d e l c o s t e d e la v id a son el as*

I
La nueva división europea del tra b a jo 101

Por lo tanto, plantea Brenner, es el aumento general de la


actividad capitalista lo que justifica el uso dado a los metales
preciosos.
La teoría monetaria de la expansión económica supone, si no
velocidades fijas (V) y cantidades fijas de bienes (Q), al menos
unos límites superiores. ¿Existe acaso alguna evidencia que
apoye esto? Acerca de las cantidades de bienes y servicios, no
parece demasiado plausible. Por una parte al menos, implica,
como nos recuerda Jordi Nadal, la hipótesis del pleno empleo:
S ó lo e n t o n c e s , c u a n d o e l v o l u m e n d e lo s b i e n e s p r o d u c id o s n o p u e d e
m e jo r a r , c u a l q u i e r a u m e n t o d e lo s g a s t o s ( e q u iv a le n t e a l d e la m a s a
m o n e ta r ia e n c i r c u l a c i ó n ) s e t r a d u c ir á e n u n in c r e m e n t o p r o p o r c i o ­
n a d o d e lo s p r e c i o s 20.

No asumamos entonces que un incremento de los metales


preciosos llevó directamente a un incremento en los precios,
sino supongamos que lo hizo por su capacidad de incrementar
el empleo. Por ejemplo, Miskimin argumenta que la «primitiva
obsesión mercantilista por el flujo de oro y plata» tenía sentido
en cuanto que:
Las e n t r a d a s d e m e t a l e s p r e c i o s o s p r e s u m i b l e m e n t e h u b ie r a n p u e s t o
a tr a b a ja r a h o m b r e s y r e c u r s o s , y , s i m u l t á n e a m e n t e , h u b ie r a n t e n ­
d id o a in c r e m e n t a r l o s f o n d o s d i s p o n i b l e s p a r a la f in a n c ia c ió n d e l
g o b ie r n o , r e b a j a n d o a s í e l c o s t o d e la s g u e r r a s .

En cuyo caso podemos analizar qué países utilizaron el oro


y la plata con mayor efectividad,
en t é r m in o s d e la h a b i l i d a d d e c a d a p a í s , y a f u e r a d e t e r m i n a d a in s ­
t it u c io n a lm e n t e o f í s i c a m e n t e , p a r a a l c a n z a r e l p le n o e m p l e o c o n e l
fin d e c o n v e r t i r la e n t r a d a d e o r o y p l a t a e n c r e c i m i e n t o e c o n ó m i ­
co r e a l 2I.

¿Y qué hay acerca de los límites de la velocidad? W. C. Ro­


binson, en su debate con Michael Postan, plantea la cuestión

pecto más digno de atención del Renacim iento o, m ejor, del siglo xvi en
comparación con otros tiem pos anteriores [...] aunque había una dife­
rencia de proporciones [...] [H ubo] en Europa un poderoso brote de
"crecimiento" [...] Pero este "crecim iento" em pujó a la totalidad del
mundo hasta los lím ites de lo posible y lo imposible, es decir, lo puso
al borde de la catástrofe.» «Les m étaux m onétaires et l'économie du xvi*
siécle», en R e la z io n i d e l X C o n g r e s s o I n te r n a z io n a l e d e S c ie n z e S to r i-
che, iv, S to r ia m o d e r n a , Florencia, Sansoni, 1955, pp. 245-246.
20 Nadal, H is p a n ia , xix, p. 517.
21 Miskimin, J o u r n a l o f E c o n o m i c H i s t o r y , χχχι, ρ. 183.
102 I m m a n u e l Wallerste'm

de si los flujos de oro y plata son capaces de explicar la deprc-


sión del siglo xiv. Argumenta que en una economía con meca,
nismos primitivos de crédito, «la V está relativamente cerca de
la rotación física efectiva por moneda y período de tiempo...»,
De aquí que la expansión del siglo xiix, que estuvo estimulad?
por la disminución del atesoramiento y el incremento de la
velocidad, estuviera sujeta a límites inherentes:
E v e n t u a lm e n t e [ . . . ] e l s u m i n is t r o d e m o n e d a l l e g ó a s u lím ite supe,
r io r , fu e r a d e m o d e s t o s in c r e m e n t o s a n u a l e s , y l a v e l o c i d a d no podía
c r e c e r m á s . E n e s t e m o m e n t o d i s m i n u y ó e l c o m e r c i o , y se dejj
s e n t ir u n a p r e s ió n h a c ia a b a j o e n l o s p r e c i o s . E l b o y a n t e optimisn»
y la s e le v a d a s g a n a n c ia s d e l p e r í o d o a n t e r i o r s e v i e r o n reemplaza
d o s p o r e l p e s im is m o y e l a h o r r o . E l a t e s o r a m i e n t o d e moneda
e m p e z ó c o m o b a rrer a c o n t r a la d i s m i n u c i ó n d e l o s p r e c i o s . En sunu,
la d e p r e s ió n lle g a r ía a a u t o r r e f o r z a r s e 22.

Postan, en su respuesta, argumenta que Robinson está equi-


vocado de hecho al pensar que se hubiera llegado a un límite,
dado que seguía disminuyendo el atesoramiento, que los mea
nismos de crédito eran más flexibles de lo que sugiere Robb
son, y que las actitudes psicológicas de los hombres de negó
cios eran una variable económica de segundo orden en aquella
época23. Pero básicamente no pone en duda el concepto deuc
límite. Miskimin lo hace, y en mi opinión eficazmente:
E s ta m b ié n c ie r t o c o n t o d a p r o b a b i l i d a d q u e , d a d o e l nivel ά
d e s a r r o llo d e la s i n s t it u c io n e s c r e d i t i c i a s h u b i e r a u n lím ite físico
s u p e r io r p a ra la v e lo c id a d d e c i r c u l a c i ó n d e c u a l q u i e r c a n tid a d dad-
d e o r o y p la ta u n a v e z q u e e s t u v i e r a c o n v e r t i d a e n u n n ú m ero fib
to d e m o n e d a s . N o o b s t a n t e , u n a d e v a l u a c i ó n , r e d u c i e n d o el tamaño
d e las u n id a d e s e n la s q u e c i r c u l a b a n e l o r o y la p la t a , hubien
te n id o e l e f e c t o d e e le v a r lo s l í m i t e s s u p e r i o r e s f í s i c o s o institucio
n a le s im p u e s t o s a la v e lo c id a d d e c i r c u l a c i ó n d e l m e t a l precio»
B a jo la s p r e s io n e s c o m b in a d a s s u r g i d a s d e l a s m i g r a c i o n e s interio
res, la u r b a n iz a c ió n y la e s p e c i a l i z a c i ó n , p a r e c í a p o s i b l e , y de hecb)
p r o b a b le , q u e c u a n d o la d e v a l u a c i ó n e l e v ó l o s l í m i t e s técnicos <k
la v e lo c id a d , e s a n u e v a lib e r t a d f u e r a u s a d a , y q u e l a s m uchas do
v a lu a c io n e s e u r o p e a s d e l s i g l o x v i a c t u a r a n a t r a v é s d e l té r m in o s
lo c id a d p a ra in c r e m e n t a r lo s p r e c i o s m á s q u e p r o p o r c io n a lm e n t e , fi
r e la c ió n c o n e l n iv e l d e la p r o p ia d e v a l u a c i ó n 24.

Por lo tanto volvemos al hecho de que es el sistema en $'J


conjunto, con sus presiones estructuradas hacia determinado
22 W. C. R obin son , «M oney, p o p u la tio n a n d e c o n o m i c ch a n g e in bjf
m edieval Europe», E c o n o m ic H is t o r y R e v i e w , 2.a s e r ie , χ ιτ , 1, 1959, p f
23 V éase Μ. Μ. P ostan , « N o te» , E c o n o m i c H i s t o r y R e v ie w , 2.’ serk
XII, 1, 1959, pp. 78-79.
24 M iskim in, J o u r n a l o f E c o n o m ic H i s t o r y , x x x i , p . 177.
La nueva división eu ro p ea del tra b a jo 103

tipo de decisiones políticas (por ejemplo, la devaluación), lo


que resulta crucial para explicar la expansión. No fueron sólo
el oro y la plata, sino el oro y la plata en el contexto de una
economía-mundo capitalista, lo que resultó crucial. Para Char­
les Verlinden, son específicamente las formas monopolísticas
del capitalismo en esta etapa primitiva las que explican en gran
medida la continua inflación de los precios:
En la explicación de las crisis cíclicas, debemos reservar un amplio
lugar a la especulación. El «monopolio» no regulaba los movimien­
tos de los precios. A corto plazo, excepto para ciertos productos
de lujo (vino), los «desregulaba». Es responsable del aspecto catas­
trófico de estos movimientos. Indirectamente afectó sin duda ai mo­
vimiento peculiar. Después de cada alza, parcialmente artificial, los
precios no volvían al nivel previo a la crisis. Así, el monopolio con­
tribuyó, en cierto grado, a la intensificación y aceleración del alza
a largo plazo25.
Entonces ¿fue buena o mala la entrada de metales preciosos?
No estamos planteando una especie de moral abstracta. Más
bien nos planteamos si las consecuencias de la entrada de oro
y plata fueron saludables para la creación de la nueva economía-
mundo capitalista. Hamilton, desde luego, parece decir que sí.
Joseph Schumpeter, no obstante, piensa todo lo contrario:
El incremento en el suministro de metales monetarios no produce,
al igual que tampoco lo hace, un incremento autónomo en la can­
tidad de cualquier otro tipo de moneda, efectos económicamente
determinados. Resulta obvio que éstos dependerán totalmente del
uso al que estas nuevas cantidades se apliquen [...] La primera cosa
a observar [acerca del siglo xvi] es que, en lo que concierne a la
propia España, la nueva riqueza [...] sirvió para financiar la polí­
tica de los Habsburgo [...] La entrada [de metales preciosos] pro­
porcionó [...] una alternativa a la devaluación de la moneda, a la
que en caso contrario hubiera habido que recurrir mucho antes, y
se convirtió, por tanto, en el instrumento de la inflación de guerra
y en el vehículo del familiar proceso de empobrecimiento y organi­
zación social actuante en lo sucesivo. El espectacular aumento de
los precios que siguió a esto fue un eslabón no menos familiar en
esta cadena de acontecimientos [...]
En todos estos aspectos se vio influenciada la evolución del capi­
talismo, pero al final se vio retardada mas que acelerada por esa
expansión del medio circulante. Los casos de Francia e Inglaterra
fueron diferentes, pero sólo porque los efectos quedaron más dilui­
dos [...] Todos los logros duraderos de la industria inglesa y de su
comercio pueden ser explicados sin referencia a la plétora de meta­
les preciosos [...]
25 Charles Verlinden et al, «Mouvements des prix et des salaires en
Belgique au xvi* siécie», Annales ESC, x, 2, abril-junio de 1955, p. 198.
“ Joseph A. Schumpeter, Business cycles, i, Nueva York, McGraw-Hill,
1939, pp. 231-232.
104 I m m a n u e l W allersteu i

E ste argumento surge de la firm e co n v icció n de Schumpeter


de que «la influencia inflacionaria — que, según este autor, ha
sido exagerada ccm o tema histórico y teórico, pero que él no
niega— fue casi totalmente destructiva» 27. Sin aceptar la indi,
nación de Schumpeter a favor de lo ra cio n a lm en te controlado
y contra las consecuencias p osib lem en te im p u lsiv a s y a veces
im previsibles de la inflación, su andanada sí que nos impone
una conciencia de que los efectos glob ales de la inflación fueron
m ucho menos significativos que los e fe c to s diferenciales
Veamos en primer lugar el su m in istro de alim entos. ¿Por
qué, dada una expansión económ ica gen eral, se dio un sumí·
nistro decreciente de productos agrícolas? B ien , en primer lugar
esto no ocurrió en un sentido a b so lu to 29. S ó lo aparece un sumi­
nistro decreciente en relación con el a u m en to de población si
se consideran las cifras de países co m o Inglaterra y España
por separado, en vez de considerar la econom ía-m u n do europea
como una entidad. En aquellos p aíses d on d e la industria se
expandió fue necesario ceder una m ayor p rop o rció n de la tierra
para cubrir las necesidades de los c a b a llo s 30. Pero los hombres

27 Ib id ., i, p. 233, η. 1.
u Miskimin, Journal o f E c o n o m ic H i s t o r y , xxxi, sugiere posibles líneas
de desarrollo de esta cuestión: «Al considerar la estructura de la indus
tria y los cambios en los procesos de producción en el curso del siglo xvi
desgarrado por las guerras, bien podemos preguntarnos qué papel jugó
la existencia de dinero más abundante y quizá más barato. ¿Resultaba
más fácil la acumulación privada de capital industrial al poder satisfacer
los gobiernos sus necesidades a tasas de interés relativamente más ba­
jas, sin competir con la industria privada, desalentar la reinversión dt
las ganancias ni crear una clase rentista? ¿Permitieron a su vez los bajos
costos de capital que industrias tales como los astilleros holandeses
mantuvieran amplias existencias de madera y materias primas, o que
la industria del curtido inglesa economizase mano de obra manteniendo
más pieles en los pozos de curtido, elevando así la productividad dd
trabajo? Quizá este análisis pueda proporcionar pistas fecundas sobre
las causas del éxito económico comparativo de Inglaterra y los Países
Bajos y el fracaso comparativo de España y Francia, transformando ca
este proceso el término "inflación de ganancia" de un error analítico en
una herramienta mucho más útil» (p. 183).
” ¿Ocurrió siquiera en un sentidp relativo? Robinson sostiene que
la nueva tierra despejada no es necesariamente marginal en el sentido
de ser menos productiva o fértil. Véase E c o n o m i c H i s t o r y R e v ie w , p. fi
Postan contesta que, independientemente de la teoría, el hecho es que
los nuevos asentamientos tendían a realizarse en «tierras inferiores». Eco·
n o m ic H is to r y R e v ie w , χπ, p. 81.
* «Un factor secundario que puede haber contribuido al alza en d
precio de los cereales [en el siglo xvi] fue el creciente número de caba­
llos [en Europa occidental]. La gran expansión del comercio y de la
industria, con su correspondiente transporte, exigieron más tracción y
potencia, en buena medida mediante caballos. Más caballos significó
La nueva división eu ropea del tra b a jo 105

seguían estando allí; sólo que ahora se alimentaban cada vez


más de grano procedente del B á ltic o 31. Era no obstante un
grano más caro, a causa de la aparente escasez, el transporte y
los beneficios de los interm ediarios.
¿Fue entonces irrelevante el aum ento en el sum inistro de
oro y plata? En absoluto. Ya que realizó funciones im portantes
para la econom ía-m undo europea en expansión. Sustentó el im­
pulso de la expansión, protegiendo aquel sistem a aún débil
contra los asaltos de la naturaleza. M ichel Morineau señala que
en la Europa m edieval los precios del trigo subían y bajaban
en respuesta directa a las cosech as. Lo que ocurrió en el
siglo xvi no fue tanto que los m etales preciosos elevaran los
precios com o que evitaron su caída 32. De hecho, Cario Cipolla *1

una mayor demanda de forraje. Evidentemente la tierra usada para


cultivar forraje ya no se puede utilizar para cultivar alimentos para los
hombres.» Slicher van Bath, A g r a r ia n h i s to r y , p. 195.
11 Véase Josef Petráñ, «A propos de la formation des régions de la
productivité specialisée en Europe Centrale», en D e u x ié m e C o n fe r e n c e I n ­
ternationale d ’H is to ir e E c o n o m i q u e (Aix-en-Provence, 1962), n, M id d le
Ages a n d M o d e r n T im e s , París, Mouton, 1965, pp. 219-220.
Se dice a veces que el grano del Báltico no pudo ser tan importante
desde el momento en que sólo representaba un pequeño porcentaje del
consumo total. Hay dos respuestas a esto. Para ciertas áreas de Europa,
el grano báltico era una fuente fundamental de suministro. «Ese uno o
dos por ciento [del consumo europeo total] fue sin embargo excepcio­
nalmente importante, porque trajo la fortuna a navegantes como los
holandeses y porque representaba el margen de supervivencia para ca­
pitales como Lisboa.» Charles Tilly, «Food supply and public order in
modern Europe», multicopiado, p. 45. Véase Pierre Jeannin, «Les comp-
tes du Sund comme source pour la construction d'indices généraux de
l’aclivité economique en Europe (χνι'-χνιιι* siécles)», R e v u e H is to r iq u e ,
ccxxxi, enero-marzo de 1964, p. 62. Jeannin cita que, según E. Schollicrs,
entre 1562 y 1569 el grano báltico proporcionó el 23 por 100 del consumo
holandés.
La segunda respuesta es que fue crucial marginalmente para la eco­
nomía-mundo en su conjunto: «El tráfico local e internacional de grano
está inextricablemente entrelazado. Sería un error, en el caso de una
mercancía, como el grano, pensar en términos de una economía dual
con dos sectores mutuamente distintos. Si este argumento es sólido, los
suministros del Báltico eran marginales en relación con la demanda y la
oferta totales. De aquí se sigue que cambios relativamente ligeros en
las cantidades totales suministradas y/o requeridas podían producir cam­
bios relativamente grandes en ese sector marginal en el que debía ha­
llarse el grano báltico.» Glamann, «European trade, 1500-1700», F o n ta n a
E co n o m ic H i s t o r y o f E u r o p e , I I , 6, 1971, p. 44.
33 «En el siglo xvi, la llegada de metales preciosos "sostiene" la mo­
neda, conduciendo a la devaluación del metal en vez de a la de la mone­
da. Los metales preciosos son responsables del aumento de ios precios
en plata [ p r ix - a r g e n t] , pero no del aumento de los precios reales.» Mi­
chel Morineau, «D'Amsterdam á Séville; de quélle réalité l'histoire des
106 I m m a n u e l Wallersiej¡

se m u estra escép tico acerca de q u e h u b ie r a un aumento rq


de lo s p r e c io s 13. Cree m ás b ien q u e lo q u e resu lta verdades
m en te sign ificativo acerca de la e s tr u c tu r a financiera del sig
x v i no fue el aum ento de lo s p r e c io s, s in o la caída de la
de in terés. Argum enta que a fin a le s d e la E d a d Media la u$¡
de in terés era del orden del 4-5 p o r 100, c r e c ie n d o entre 1520i
1570 a un punto m ás alto del 5,5 p o r 100, y descendiendo ta¿
b ién súbitam ente entre 1570 y 1620 a u n a m e d ia del 2 por lft
El m etal precioso abarató el d in ero
Lo que esto parece in d icar e s q u e el fa c to r crítico fue [
em ergencia de un sistem a c a p ita lista ; c o n p alab ras de Man
«el com ercio y el m ercado m u n d ia le s in a u g u r a n en el siglo xn
la biografía m oderna del c a p it a l» 35. La v a r ia b le clave fuek
em ergencia del capitalism o co m o m o d o d o m in a n te de organiza*34

prix est-elle le miroir?». Annales ESC, xxm, 1, enero-febrero de 1968,pi


gina 195.
Ruggiero Romano señala que las crisis aparecen y desaparecen sey¿
calculemos los incrementos de los precios en términos de los preciosk
oro y la plata o en términos de la moneda de cuenta: «[Los resuludo
de la investigación sobre los precios en el siglo xvi] son en buena a
dida el fruto de una transformación arbitraria en precios metálicos 6
precios expresados originalmente en moneda de cuenta: estos, porca
siguiente, no son precios, sino precios-plata o precios-oro, y no express
para ser exactos, aspectos de la historia monetaria, sino de la histoo
"metálica" [...] [En lo que se refiere a los argumentos sobre si huboi
no una depresión en el siglo xv], las razones para las interpretación
opuestas se deben, en gran medida, precisamente a las diferentes coa
trucciones de las curvas de precios. ¿Precios en plata? Crisis del siglon
¿Precios en moneda de cuenta? La crisis se disuelve.» «Tra xvi e m
secolo. Una crisi económica: 1619-1622», Rivista Sí orica Italiana, lxxiv, i
septiembre de 1962, pp. 481-482.
«[Los metales preciosos americanos] crearon un umbral por debí:
del cual los precios ya no podían caer en el curso de las largas fasesé
depresión. Su papel fue el de intensificar o aminorar tendencias gen«
les. Por descontado que éste era un papel importante, pero un ρφ
que sólo existe y puede ser explicado a través de otras tendencias: te
dencias de la inversión, por ejemplo. Estas son las que verdaderames
reflejan [el cambio]. No es posible ignorarlas, ni relegarlas a un pa?
secundario.» Carlo M. Cipolla, «La prétendue "révolution des pro·
Annales ESC, x, 4, octubre-diciembre de 1955, p. 515.
34 «Por consiguiente, si se toma en su totalidad el período 1570-161
un período al que se considera inflacionario en su conjunto —hastafc
punto de que los historiadores le han llamado "revolución de los pe
cios"-—se tiene la ilusión óptica de una paradójica caída de la tasa«
interés durante una fase inflacionaria.» Carlo M. Cipolla, «Note suS
storia del sagio d'interesse. Corso, dividendi, e sconto dei dividendi ¿
Banco di S. Giorgio nel secolo xvi», Economía Internationale, v, 2,
de 1952, p. 266.
J5 Karl Marx, Capital, Nueva York, International Publishers, 19611
cap. 4, p. 146. [El capital, Madrid, Siglo XXI, 1975-1979, i, vol. 1, p. 1*
La nueva d iv isió n e u r o p e a d e l tra b a jo 107

ción social de la eco n o m ía . P ro b a b lem en te podríam os decir com o


único m odo, en el se n tid o de que, una vez estab lecid o él, los
otros «m odos de p ro d u cció n » , sob revivieron en función de su
capacidad de a ju ste con el m arco p o lítico y social derivado del
capitalismo. N o o b sta n te resu lta sa lu d a b le recordar que, al m e­
nos en este pun to, «no había un so lo ca p ita lism o , sino varios
capitalismos eu ro p eo s, cad a u n o con su zona y su s circuitos» **.
De hecho, es p rec isa m en te esta ex isten cia de varios cap italis­
mos lo que dio im p o rta n cia al in crem en ta d o fondo de oro y
plata, dado que la v elo cid a d de su circu la ció n fue precisam ente
menor al p rin cip io en el n o r o e ste de E u rop a que en la Europa
mediterránea. C om o co n clu y en B rau d el y S pooner, «la teoría
cuantitativa de la m o n ed a tien e sig n ifica d o cuando se considera
junto con la v elo cid a d de circu la ció n y en el con texto de las
disparidades de la e c o n o m ía eu rop ea» 31„
Esto nos lleva a la seg u n d a p arte del argu m en to de H am il­
ton. No sólo h ub o un a u m e n to de lo s p recio s, sin o un retraso
de los salarios. A quí ta m b ién es grande la con troversia sobre
su existencia y su s c a u s a s 38. H a m ilto n argum entaba que, al
crecer los p recio s, lo s sa la r io s y las ren tas no con sigu ieron m an­
tenerse por d ela n te de lo s p rec io s, a ca u sa de rigideces in stitu ­
cionales, en F ran cia y en In g la terra , a u n q u e sí en E sp a ñ a 39.
Esto creó una se p a r a ció n , u n a e sp e c ie de superganancia [wind­
fall], que fue la p rin cip a l fu e n te de a cu m u la ció n de capital en
el siglo x v i:

* Braudel, en Chapters, i, p. 286.


17 Braudel y Spooner, Cambridge Economic History of Europe, rv,
p. 449.
MPierluigi Ciocca dice, al finalizar sus dos muy largos artículos so­
bre la hipótesis del retraso de los salarios, que la cuestión del retraso
de los salarios es menos difícil de resolver que la de explicar las causas
de la inflación en el siglo xvi. Véase «L’ipotesi del "ritardo” dei salan
rispetto ai prezzi in periodi di inflazione: alcune considerazioni gene-
rali*, Bancaria, xxv, 5, mayo de 1969, p. 583.
* Jordi Nadal niega la veracidad empírica de esta afirmación de Ha­
milton, arguyendo que las cifras de Hamilton tienen una base metodoló­
gica defectuosa, pues usa cifras ponderadas para Inglaterra y Francia,
y cifras sin ponderar para España. Señala que cuando Phelps-Brown
y Hopkins tomaron las únicas cifras publicadas disponibles para compa­
rar los salarios de los albañiles, ponderadas todas de la misma forma,
el análisis cambió fundamentalmente. «La enseñanza de estas cifras es
tan clara como insospechada: a medida que fue transcurriendo el
siglo xvi, el poder adquisitivo del salario nominal cobrado por el albañil
valenciano (único español computable) habría sufrido una pérdida pro­
gresiva muy acentuada, dentro de la misma línea que la del salario del
albañil inglés o francés.» Hispania, xix, pp. 523-524.
108 I m m a n u e l W allers^

En Inglaterra y en Francia, la enorm e discrepancia entre precios,


salarios, nacida de la revolución de los precios, privó a los trabai¡
dores de una gran parte de los ingresos que hasta entonces habí
disfrutado, y desvió esta riqueza a los recipientes de otras pa^
cipaciones distributivas [...]. Las rentas, al igual que los salarios
quedaron detrás de los precios; de m odo que los terratenientes *
sacaron nada de la pérdida de los trabajadores [...]
Las superganancias así recibidas, junto con las ganancias dele*
mercio con las Indias Orientales, su m inistraron los medios par*
construir equipo de capital, y los asom brosos beneficios obtenible
suministraron un incentivo para la febril prosecusión de la empresj
capitalista <°.

La afirmación de que las ren ta s ib a n p o r d etrá s de los pr*


cios, ha sido objeto de críticas p a r tic u la r m e n te duras, especial
m ente por parte de Eric K erridge c o n r e s p e c to a la Inglaterra
del siglo x v i4l, así com o tam bién p o r o tr o s c o n respecto a otros

40 Earl J. Hamilton, «American treasure and the rise of capitalius.


Económica, ix, 27, noviembre de 1929, pp. 355*356.
Walter Prescott Webb introduce la útil distinción conceptual de 6
ferenciar entre superganancias primarias y secundarias, ambas comí
resultado de la conquista europea de las Américas. «Además de la tiem
—la mayor de todas las ganancias—, consideremos el oro y la plata, 1«
productos forestales, las pieles y el ámbar gris, dentro de una primen
categoría [...]. Las superganancias primarias eran aquellas rápidamenb
obtenibles, cosas que podían ser conseguidas con un mínimo de inw
sión y poco trabajo preliminar. Las superganancias secundarias imp5
caban un elemento de largo tiempo de espera, y a menudo granda
gastos, excesivos para la resistencia de un lejano e impaciente inversw
Las superganancias primarias fueron las que dieron impulso al o
pitalismo en los siglos xvi y xvn, y las superganancias secundarias I*
que mantuvieron al capitalismo en marcha a través de los siglos xvm
y xix.» The great frontier, Boston (Massachusetts), Houghton, 1952, μ
ginas 181-182.
Fritz Redlich nos recuerda que el botín resultante de las güera
europeas, una antigua forma de superganancia, siguió siendo m
importante fuente de formación de capital en el siglo xvi. «De praedi
militari: looting and booty, 1500*1815», Vierteljahrschrift fur Sozial· ml
Wirtschaftsgeschichie, suplemento núm. 39, 1956, pp. 54-57. La diferencii
es que ese botín representaba una redistribución de la riqueza exisla
te en Europa, no una incorporación de nuevos recursos.
41 Véase Eric Kerridge, «The movements in rent, 1540-1640», en E. 11
Carus-Wilson, comp., Essays in economic history, n, pp. 208-226. Véas¿
también Ian Blanchard: «La información impresa de la que se dispone
hasta ahora para el estudio de los cambios en las rentas durante el pe
nodo 1485-1547 no carece de ambigüedad, y en ninguna parte resiüu
esto tan claro como en [Joan Thirsk, comp., Agrarian History of England
and Wales, vol. iv], donde en la [p. 204] se declara que a partir de li
década de 1470 hubo un marcado incremento de las rentas de las tierras
cultivables, mientras que en la [p. 690] se señala que no hubo un n\o
vimiento ascendente agudo hasta bien entrado el siglo xvi. Para resolvü
esta aparente contradicción se deben consultar estudios de fincas co&
cretas, pero son pocos los que existen». «Population change, enclosure!
La nueva d iv isió n e u ro p e a d e l tra b a jo 109

lugares y épocas*42. Hacia I960, Hamilton había dado marcha


atrás con respecto a las rentas, pero afirmaba que esto no
afectaba para nada la fuerza de su argumento:
Uno puede asumir que al principio de la revolución de los precios,
los pagos por salarios representaban tres quintos de los costos de
producción [...] Supongo que en 1500 las rentas de la tierra pueden
haber supuesto un quinto del ingreso nacional en Inglaterra y en
Francia, y que, contrarrestándose la tendencia a aumentar las rentas
por el aumento de los precios agrícolas y la infrecuente ruptura de
los contratos de arrendamiento para bajar las rentas, éstas crecie­
ron con la misma velocidad que los precios durante la revolución
de los precios. El quinto restante del ingreso nacional correspondía a
las ganancias, incluyendo los intereses. Con tres quintos de los costos
yendo muy por detrás de los precios disparados [...] las ganancias
deben haber llegado a niveles elevados en Inglaterra y en Francia en
el siglo xvi, continuado en una elevada meseta durante cuatro o cin­
co décadas, y haberse mantenido alta en el grande, aunque declinan­
te, margen entre precios y salarios, hasta finales del siglo xvn434.
Ha habido otras críticas de la hipótesis de Hamilton sobre
el retraso de los salarios Una importante línea de argumen­
tación fue aportada por John Nef, que sugirió que los salarios
monetarios registrados no eran equivalentes a los salarios tota­
les, ya que existían salarios en especie que podrían haber cre­
cido suficientemente, para cubrir la separación, y también que
los aumentos en los precios del trigo podían no haberse visto
igualados por aumentos equivalentes en todos los precios de
mercancías básicas:
En primer lugar, los índices aquí recopilados exageran el incremen­
to del costo de la subsistencia durante la revolución de los precios.
En segundo lugar, el incremento en el costo de la dieta de los tra­
bajadores fue soportado en alguna medida no por ellos, sino por
sus patronos. En tercer lugar, muchos trabajadores tenían pequeñas
parcelas de tierra de las que obtenían parte de los suministros
necesarios. De aquí se sigue que probablemente pudieran gastar
una porción no despreciable del salario monetario en mercancías
distintas de los alimentos45.
and the early Tudor economy», Economic History Review, 2.· serie,
ΧΧΙΠ, 3, diciembre de 1970, p. 443.
42 Pierre Vilar, «Problems on the formation of capitalism», Past and
Present, 10, noviembre de 1956, p. 25. Respecto a España, Nadal dice
también: «habremos de concluir, en contra de Hamilton, que la etapa
inflacionista no fue desfavorable a los grandes señores territoriales es­
pañoles». Hispania, xix, p. 526.
4Í Hamilton, International Congress, I, p. 160.
44 Ciocca las resume en Bancaria, xxv; 4, abril de 1969, pp. 425-426
(n. 13).
45John U. Nef, «Prices and industrial capitalism in France and
England», en The conquest of the material world, Chicago, Illinois,
110 I m m a n u e l Wallerstein

Phelps-B row n y H opkins está n d e a c u e r d o en q u e el deterja


ro de los salarios podría haber sid o m e n o s grave de lo que
parecía, dado que los precios d el g ra n o c r e c ía n m ás rápida
m en te que los de los p roductos m a n u fa c tu r a d o s. De aquí que
lo s productos alim enticios p ro cesa d o s, c a d a v ez m ás importan
tes, crecieran m enos en precio q u e lo s g r a n o s básicos, y qw
las m ejoras en la m anufactura red u jera n aú n m á s el costo d?
tales m aterias procesadas * N o o b sta n te , e v id e n c ia s más recieo-
tes (1968), basadas en m ejores d a to s q u e lo s u sa d o s original­
m en te por Hamilton, incluyendo in v e s tig a c io n e s realizadas por
Phelps-Brown y Hopkins, tienden a c o n fir m a r la hipótesis gene­
ral de que hubo una caída en lo s sa la r io s r e a le s en la Europa
occidental del siglo xvi 4\
La caída de los salarios reales q u ed a e je m p lific a d a de mana
ra llamativa en el cuadro 1, to m a d o d e S lic h e r van Bathe,
Presenta los salarios reales p or d ía d e u n carp in tero inglés,
expresados en kilogram os de trigo.

Univ. of Chicago Press, 1964, p. 254. Hamilton rechaza el argumento <k


Nef en «Prices and progress», Journal of Economic History, χπ, 4, otoño
de 1952, pp. 333-334. Pero Ciocca comenta: «La [anterior] observación de
Hamilton, de que la importancia de los dos factores en cuestión es n*
ñor en la fase histórica de la comercialización creciente y del nacimiento
del proletariado, nos parece válida y alentadora. Sin embargo, (sí)
requiere la mayor prudencia». Bancaria, xxv, p. 428.
* Véase E. H. Phelps-Brown y Sheila V. Hopkins, «Wage-rates and
prices: evidence for population pressure in the sixteenth century», Eco
nomica, xxiv, 96, noviembre de 1957, p. 293. Sobre los precios en Romi,
véase Jean Delumeau: «Más en general, el índice decenal del trigo fix
siempre más alto que el de todos los demás productos [diversos ártico
los alimenticios, vino, leña, cera] a lo largo de los cuarenta años que
van de 1590 a 1629, con una sola posible excepción: la de las pasas enrn
1610 y 1619. E incluso en este caso se trata de una excepción que confir­
ma la regla, porque el precio de las pasas fue excepcionalmente altoa
finales del siglo xvi y comienzos del xvn». Vie économique et sociá
de Rome dans la seconde moitié du XVT siécle, París, Boccard, 1951.
Π, pp. 741-742.
47 Phelps-Brown y Hopkins ofrecen pruebas de la disminución de lot
salarios reales en el siglo xvi para la Inglaterra meridional. Francia.
Alsacia, Münster, Augsburgo, Valencia y Viena, en su cuadro 2, de «Buil­
ders wage-rates, prices and population: some further evidence», Econo
mica, xxvi, 101, febrero de 1959, p. 21. Jean Fourastié y René Grandaroj
no están seguros de en qué medida fue real la caída de los niveles di
vida entre los siglos xv y xvi, pero señalan que el precio real del trigo
se cuadruplicó entre el siglo xv y los siglos xvn y xvm. «Remarques sur
les prix salariaux des céréales et la productivité du travailleur agricole a
Europe du xv‘ et xvi' siécles», Third International Conference of Ecm
mic History (Munich, 1965), París, Mouton, 1968, p. 650.
44Slicher van Bath, Agrarian history, cuadro 1, p. 327.
la nueva d iv isió n e u r o p e a d e l tra b a jo 111
CUADRO 1. SA LA R IO R E A L DE
UN C A R PIN TER O IN G L É S *

1251-1300 81,0
1300-1350 94,6
1351-1400 1 2 1 ,8
1401-1450 155,1
1451-1450 143,5
1501-1500 122,4
1551-1600 83,0
1601-1650 48,3
1651-1700 74,1
1701-1750 94,6
1751-1800 79,6
1801-1850 94,6

1721-45 = 100.

De este cuadro se d erivan tres h ech o s. El salario real de un


carpintero in glés no re su lta lla m a tiv a m e n te d iferen te en 1850
respecto al de 1251. El p u n to m ás a lto de los salarios (155,1)
fue in m ed iatam en te a n te r io r al «largo» sig lo x v i, y el punto
mínimo (48,3) o cu rrió a su fin al. La caíd a durante el siglo xvi
fue inm ensa. E sta ca íd a es ta n to m ás sig n ifica tiv a si nos dam os
cuenta de que ios sa la r io s in g le se s en el p eríod o de 1601-1650
no estaban en a b so lu to en ei ex tre m o in ferio r de la escala
europea de sa la rio s u rb a n o s.
Esta d ram ática d ism in u c ió n d e lo s sa la rio s era en sí m ism a
consecuencia de tres fa c to r e s e str u c tu r a le s, resto s de los rasgos
de una eco n o m ía p r e c a p ita lista n o elim in a d o s aún en el siglo
xvi. Pierluigi C iocca d e sc r ib e co n c u id a d o so d eta lle cóm o op e­
raban esta s estr u c tu r a s para red u cir lo s sa la rio s reales en una
era de m arcada in fla c ió n , y p o r q ué cad a u no de e sto s factores
estructurales se v io en gran m ed id a elim in a d o en sig lo s p o ste­
riores. Los tres fa c to r e s so n : ilu sio n e s m o n eta ria s, y d isco n ti­
nuidad de las d em a n d a s sa la r ia le s; fija c ió n de los salarios por
costum bre, c o n tr a to o e sta tu to ; y re tr a so s en su pago. Al hablar
de ilusiones m o n e ta r ia s C io cca se r e fiere a la in cap acid ad para
percibir con p r e c isió n lo s a u m e n to s in fla cio n a rio s graduales,
excepto en p u n to s te m p o r a le s d isc o n tin u o s. In clu so si eran per­
cibidos tales a u m e n to s, lo s sa la r io s s ó lo p o d ía n ser n egociad os
con ciertos in te r v a lo s. M ás a u n , en el sig lo x v i a m en u d o in ter­
venía el E sta d o , a llá d o n d e la c o s tu m b r e o lo s co n tra to s se
112 I m m a n u e l Wallerst λ

rom pían, para prohibir los a u m e n to s sa la r ia le s. Finalmente, §


aq u ellos tiem pos m uchos tra b a ja d o res c o b r a b a n só lo unavezj]
año, lo que en una era in fla cio n a ria s ig n ific a b a dinero depr{.
ciado. En el siglo xx, las ilu sio n e s m o n e ta r ia s se verían co%
rrestadas por la organización de lo s s in d ic a to s , la extensión 4
la educación, la existencia de ín d ic e s d e p r e c io s , y la acumul*
ción de experiencia sobre la in fla c ió n . M ás a ú n , la organización
política de los trabajadores h a ce m á s d ifíc il para el Estado«j
restringir los salarios. Y p or s u p u e s to la fr e c u e n c ia en el pap
de los salarios es un derecho h a ce la rg o tie m p o adquirido. Pen
en aquella prim itiva era ca p ita lista , lo s tra b a ja d o re s no teníaj
la mism a capacidad de m a n io b r a 49.
Lo que fortalece la p la u sib ilid a d d e e s t e a n á lisis —según d
cual hubo un d esfase de los sa la r io s d e b id o a factores estmc·
turales de la econom ía-m undo e u r o p e a d el s ig lo xvi, basada«
form as prim itivas de ca p ita lism o m u n d ia l— , n o son sólo los
datos em píricos que lo co n firm a n , s in o la s d o s exceptions
em píricas conocidas: las ciu d a d es d el c e n tr o y del norte &
Italia, y las de Flandes. Cario C ip o lla se ñ a la q u e a finales dd
siglo xvi y principios del x v n , « lo s c o s t o s d el trabajo paree»
haber sido excesivam ente a lto s en I ta lia , en relación con los
niveles de salarios de las n a c io n e s c o m p e tid o r a s» . La razóa
según Cipolla, fue que «las o r g a n iz a c io n e s d e lo s trabajadore
tuvieron éxito en im poner n iv eles d e s a la r io s desproporcionados
a la propia productividad del tra b a jo » D e m a n era semejante
Charles Verlinden encuentra q u e, en la s c iu d a d e s belgas, los
salarios siguieron el precio de lo s p r o d u c to s d el trigo muy 4
cerca en el siglo x v i 51. ¿Por q u é e s ta s d o s excep cion es? Preo
sámente porque eran los « a n tig u o s» c e n t r o s d e comerciou,t

4*Ciocca, B a n c a r ia , xxv, pp. 518-579.


* Cario Cipolla, «The economic decline of Italy», en Brian Pulla
comp., C risis a n d c h a n g e in t h e V e n e t i a n e c o n o m y in t h e sixteenth al
s e v e n te e n th c e n tu r ie s , Londres, Methuen, 1968, pp. 139, 140. Véase Bra:
Pulían, «Wage-earners and the Venetian economy, 1550-1630», Econort
H is to r y R e v ie w , 2.· serie, xvi, 3, 1964, pp. 407-426; Domenico Sella, «U
mouvements longs de l'industrie lainiére á Venise aux xvi* et x\tf
siécles», A n n a le s E S C , χπ, 1, enero-marzo de 1957, especialmente pp. í
45. Sella llama a Venecia «rica ciudad», en la que el alto costo deis
vida se debía a las «pesadas rentas y altos salarios».
51 Véase Verlinden e t a l., A n n a l e s E S C , x, p. 198. Véase Herman vante
Wee: «Por eso Brabante no experimentó un catastrófico colapso dete
ingresos reales de las masas asalariadas, como fue el caso en oíros país*
europeos durante el siglo xvi». T h e g r o w t h o f t h e A n t w e r p m arket d
th e E u r o p e a n e c o n o m y , La Haya, Nijhoff, 1963, n, p. 386.
52 Esto nos lleva de nuevo a la cuestión de por qué fueron centtf
los «antiguos* centros de comercio. Este es un problema complétame^'
La nueva d iv isió n e u ro p e a d e l tra b a jo 113

por lo tanto lo s tra b a ja d o res eran relativamente fuertes com o


fuerza p olítico -eco n ó m ica . Por e ste m otivo, esto s trabajadores
podían resistir m ejo r la g a lo p a n te carrera de los b en eficios.
Además, el «avance» del ca p ita lism o h abía quebrado parcialm en­
te las antiguas estr u c tu ra s. N o o b sta n te, fue la «fuerza» de los
trabajadores y el p ro g reso del ca p ita lism o lo que originó que
tanto las ciu d a d es del n o rte de Italia co m o las de Flandes decli­
naran com o cen tro s in d u stria les en el siglo xvi, dejando paso
a los recién lleg a d o s q ue serían los triu n fad ores finales: H olan­
da, Inglaterra y, en m en o r m ed id a, Francia.
La idea de que a lg u n o s tra b a ja d o res (p recisa m en te aquellos
pertenecientes a los se c to r e s m á s «ad elan tad os») pudieran resis­
tir el deterioro de lo s sa la r io s m ejo r que o tro s, nos lleva a con ­
siderar cu áles fu ero n las diferencias en las pérdidas 53 o ca sio ­
nadas por la in fla ció n a largo p lazo. Pierre Vilar sugiere una
simple d istin ció n c e n tr o -p e r ife r ia 54. N o o b sta n te, ésta es una
dicotomía ex c e siv a m e n te sim p le. P orque no fueron só lo los
trabajadores de la p eriferia , q u ien es trabajaban, com o verem os,
en la A m érica esp a ñ o la y en E u rop a o rien tal en el siglo xvi,
los que p erd ieron . S im u ltá n e a m e n te los trabajadores asalaria-

dislinlo. Sylvia Thrupp ofrece esta breve explicación: · «Flandes y el


norte de Italia son, con mucho, las zonas más interesantes, porque la
fertilidad de su suelo y la facilidad con la que podían importan más
alimento de las regiones "granero'' cercanas favoreció una alta densidad
de población. Esto les dio no sólo una amplia reserva de trabajo cam­
pesino a tiempo parcial disponible para el trabajo industrial en el cam­
po, sino también la posibilidad de urbanizar una proporción mayor de
su población». «¿Medieval industry, 1000-1500», F o n t a n a E c o n o m i c H i s t o r y
o/ E u r o p e , i, 6, 1971, p. 47.
Jí Nos referimos a diferencias entre países. También hubo, por su­
puesto, diferencias dentro de cada país entre los grupos sociales, dife­
rencias que están reflejadas en nuestra discusión de la relación entre
rentas, ganancias y tasas salariales. Entre las diferentes categorías de
asalariados, sin embargo, no parece haber habido tales diferencias. O al
menos éste parece ser el caso para el pago relativo de maestros y peones
en la industria de la construcción en Inglaterra, donde «la tasa de los
peones de la construcción [cambió] en la misma proporción que la
de los maestros, con gran conformidad, desde la peste negra hasta la
primera guerra mundial». E. H. Phelps-Brown y Sheila V. Hopkins,
«Seven centuries of the prices of consumables, compared with builder's
wage-rates», en E. M. Carus-Wilson, comp., E s s a y s in e c o n o m i c h i s t o r y ,
Nueva York, St. Marlin's Press, 1966, li, p. 189.
* «Pero, recordando la frase profundamente sugestiva de Marx, "la
esclavitud disfrazada de los asalariados en Europa exigía, a modo de
pedestal, la esclavitud s a n s p h r a s e en el Nuevo Mundo", ¿podríamos
dejar de ver [las "ondas largas" de los precios y las actividades econó­
micas] en términos de una alternancia histórica entre un aumento de la
explotación del trabajo colonial y del trabajo europeo?». Vilar, P a s t a n d
P r e s e n t, 10, p. 34.
H * I m m a n u e l W allersit fa

dos en la m ayor parte de la E u ro p a o c c id e n ta l perdieron tan,


bién, aunque quizás no tanto (¿ a c a so lo sa b em o s? ) como Iqj
trabajadores de Europa o rien ta l (e s im p o s ib le de medir fa
«pérdida» para los trabajadores d e la A m érica española, daifa
que previam ente no habían e sta d o en a b s o lu to en el mismo
sistem a económ ico). Y J. H. E llio tt a r g u m e n ta q ue la posiciój
del trabajador español en esta d e c lin a c ió n se aproxim a más a
la del trabajador de la Europa d el e s te q u e a la del inglés*
Así, si en algún tipo de co n tin u id a d el tra b a ja d o r polaco era
el que m enos ganaba, y d esp u és el e s p a ñ o l, y digam os el qt«
ganaba m ás era el veneciano, ¿ d ó n d e e s ta b a exactam en te el ira-
bajador inglés, representando las á rea s se m ip e r ifé r ic a s que esta-
ban en pleno proceso de co n v ertirse en á r e a s centrales? Phelps-
Brown y Hopkins sugieren que u n a fo r m a d e p en sar en lo que
estaba pasando en estos países es v er q u e «la contracción déla
cesta de la compra del asalariado [ in g lé s ] era fundamentalme*
te debida al cambio de los térm in o s d e in te rc a m b io entre el
taller y la granja» * Por una p a rte, la tra n sfo rm a ció n de los
términos de intercambio cae co n m á x im o p e s o sob re el asal*
riado (ya fuera carente de tierra o c u y o s in g r e so s procedentes
de la tierra fueran subsidiarios). P h e lp s-B r o w n y Hopkins esti­
man que el número de tales a sa la r ia d o s era ya un tercio de la
población activa en Inglaterra en la p r im e r a m ita d del siglo xvi
Como ellos dicen, «la otra cara d e la m e d a lla [d e l empobrecí·
miento del asalariado] es el e n r iq u e c im ie n to d e aquellos que
vendían productos de granja o arrendaban granjas con arreglo

a «La hipótesis [de Hamilton] de que los salarios españoles perma­


necieron por delante de los precios parece hasta este punto bastante
infundada. De hecho, nuevas investigaciones bien pueden mostrar ut
marcado deterioro del nivel de vida de la masa de la población castellani
durante la primera mitad del siglo. Tal deterioro, combinado con el alto
nivel de los precios castellanos en relación con los de otros Estoéoi
europeos, nos aproximaría mucho a una explicación de la peculiar es
tructura de la economía de Castilla a finales del siglo: una economii
más próxima en muchos sentidos a la de un Estado de Europa orientá
como Polonia, exportadora de materias primas e importadora de pro
ductos de lujo, que a las economías de los Estados europeos occide*
tales. En la medida en que la industria sobrevivía en Castilla, tendis
a ser una industria de lujo, al servicio de las necesidades de los pocos
acomodados, y sometida a creciente competencia extranjera.» J. H. El­
liott: «The decline of Spain», Past and Present, 20, noviembre de 1961.
p. 62. El subrayado es mío. En Cataluña el proceso fue análogo. Véanse
los comentarios de Jaime Vicens Vives al «Rapport de M. Malowist», w
IX‘ Congrés Internationale des Sciences Historiques, i i , Actes, Paris.
Armand Colin, 1951, en los que Vicens compara el «segundo feudalismo»
en Cataluña y Polonia.
* Phelps-Brown y Hopkins, Económica, xxiv, p. 298.
La nueva d iv isió n e u r o p e a d el tra b a jo 115
a unas rentas que podían ir elevando» 57. E sto proyecta algunas
dudas sobre la arg u m en ta ció n de H am ilton de que el desfase
de los salarios era una fu e n te d irecta de acum ulación de capital,
o al m enos n os p rev ien e del h ech o de que el terrateniente en
Europa o ccid en tal era un in term ed ia rio clave para la acum ula­
ción de capital.
No ob sta n te, el p u n to fu n d am en tal del razonam iento de Ha­
milton, resp aldad o por John M aynard K eynes, está bien plan­
teado. La in flación creó una red istrib u ció n de in gresos, una re­
distribución co m p lica d a , d eb id o a las m ú ltip les capas de la
econom ía-m undo eu rop ea. Fue, no o b sta n te, un m étodo de car­
gar a los se cto res p o lític a m e n te m ás d éb iles para proveer un
fondo de a cu m u la ció n de ca p ita l que pudiera en to n ces ser inver­
tido por a lg u ie n 58. Los terra ten ien tes, en particular siguieron

n Ibid., p. 299. El subrayado es mío.


Este análisis es muy similar ai de Dobb: «Se puede preguntar: en
estas circunstancias, si el consumo real de las masas cayó, ¿cómo pudo
subir el nivel de precios y hacer posible la realización de las grandes
ganancias de este período (dependientes esencialmente del margen entre
precios y salarios monetarios, multiplicado por la rotación de la mer­
cancía)? En otras palabras, ¿de dónde surgió una demanda en expan­
sión? La respuesta se encuentra aparentemente en el hecho de que fue
el gasto de los ricos y medio acomodados (es decir, la nueva burguesía
y la Corona, y también la clase ascendente de capitalistas de provincias
y grandes granjeros yeomen) lo que proporcionó un mercado en expan­
sión; creando el incrementado gasto de esta parte, en cierto sentido, las
condiciones para la realización de las ganancias. Muchas de las industrias
en auge en este período estaban al servicio del consumo de lujo de los
más acomodados. Hubo también una inversión ampliada en navios, en
la construcción y (en muy pequeña medida) en maquinaria y herramien­
tas, también en armas y equipo militar. A esto se debe añadir el impor­
tante efecto del comercio exterior, un comercio exterior realizado en
términos altamente favorables y compensado por la entrada en el reino
de una apreciable cantidad de metales preciosos*. Studies, p. 120.
Braudel aporta un análisis de la razón por la cual los terratenientes
no se vieron necesariamente afectados por la inflación de precios en la
forma inicialmente supuesta por Hamilton: «Esa revolución de los pre­
cios [...] no ha sido, como por arte de magia, obstinadamente demo­
crática. Ha aligerado las cargas y deudas campesinas pagaderas en frío-
neda y fijadas bastante antes de que se descubriese América. En la
práctica, los derechos feudales sobre las tenencias de tierra campesinas
son con frecuencia muy leves, a veces poco menos que nada. Pero no
siempre, desde luego. Y, cosa importante, el señor percibe también rentas
en natura valoradas de acuerdo con el curso de los precios en el mer­
cado [...]. Además, tanto en el Mediterráneo como en Europa, la parti­
ción de las tierras no se hizo de una vez para siempre». La Méditerranée,
II, p. 51.
51 «El capitalismo requiere capital, y no sería fácil imaginar un ins­
trumento más poderoso para proporcionarlo que el del ahorro forzado
a través de un cociente precios/salarios altamente favorable.» Earl J.
116 I m m a n u e l Wallersi^

hallando nuevas form as de sa ca r d in e r o a lo s campesinos*.f¡


argum ento, recordem os, no es só lo q u e h u b o un inespera^
ben eficio, sino que la inflación fa v o r e c ía la in v ersió n 60.
Esto nos lleva a una u lterio r o b je c ió n a la hipótesis 4 j
desfase de salarios, la de John N ef, q u ie n a firm a que el ar^
m ento se viene abajo debido al ca so d e F ra n cia , donde, aunque
existía el m ism o retraso de los sa la r io s q u e en Inglaterra, no
se realizó ningún progreso sig n ific a tiv o en la industria en aqud
tie m p o 61. Más aún, N ef señala q u e n o se tra ta simplemente 4
una comparación Francia-Inglaterra, d a d o q u e en términos 4
desarrollo industrial la situ ación de F ra n cia era, según él, com.
parable a la del sur de A lem ania y lo s P a íse s B a jo s españoles,
m ientras que Inglaterra era co m p a r a b le a H olanda, Escocia,
Suecia y Lieja. Es decir, los p rim ero s e s ta b a n to d o s retrasados
en comparación con la «era del R e n a c im ie n to » y los ultimos
adelantados. Y no obstante, la m ad era y el trab ajo eran más
baratos, y no más caros, en F rancia q u e en Inglaterra. Posible
mente el problema fuera que eran demasiado b a ra to s62.

Hamilton, J o u r n a l o í E c o n o m ic H i s t o r y , xii, p. 338. Véase J. M. Keyntv


«Asi es casi seguro que una inflación de beneficios traiga consigo um
más desigual distribución de la riqueza, a menos que sus efectos seas
compensados mediante impuestos directos del tipo que caracteriza j
la Inglaterra moderna [1930], pero no a ningún otro lugar o periods
A tre a tise on m o n e y , Londres, Macmillan, 1950, i i , p. 162.
** «Si este mundo señorial y terrateniente domina a Europa a comía
zos del siglo xvn es porque su férula se ha aflojado mucho menos dek
que generalmente se piensa. La tierra había sido, una vez más, pan
quienes supieron aprovecharla, una fuente de riqueza. No andaban
pues, descaminados los mercaderes y los ricos de las ciudades que coa
praban con sus ganancias tierras o señoríos.» Braudel, L a M é d i l e r m k
I, p. 479.
w «La subida de los precios castigaba los retrasos en la inversión
y al disminuir la tasa de interés efectivo fomentaba la obtención de pr&
tamos para invertir por adelantado las ganancias. En suma, la subidi
de los precios y el retraso de los salarios proporcionaron capital y fuene
incentivos para utilizarlo según pautas capitalistas.» Hamilton, Joun¡d
o f E c o n o m ic H is to r y , xii, p. 339.
“ «Lo que tenemos que explicar en el caso de Francia no es, cono
en el de Inglaterra, por qué el capitalismo industrial progresó tanto a
la era de la revolución de los precios, sino por qué progresó tan poco.»
Nef, T h e c o n q u e s t o f th e m a t e r i a l w o r l d , p. 242.
*2 «La historia de Francia 'sugiere que una prolongada caída de 1«
salarios reales de los trabajadores, aun siendo sin duda un incentivo
para emprender negocios, no es por sí misma un factor suficientemenit
poderoso para causar una gran aceleración en la tasa de crecimiento
industrial. Es posible que durante el último cuarto del siglo xvi la caiifc
del nivel de vida del trabajador fuera tan grande que impidiera el ere
cimiento de la demanda de algunos productos industriales, y que 1)
La nueva d iv isió n e u ro p e a d e l tra b a jo 117
Pero esta co m p a ra ció n de N e f só lo rebate la tesis de H am il­
ton si se com p aran In glaterra y Francia in vacuo. Pero si se
toman en el co n tex to de la econ om ía-m u n d o europea, esta com ­
paración coloca sim p lem en te el n ivel de salarios reales de Fran­
cia en algún lu gar en tre el de E spañ a y el de Inglaterra. Lo que
podríamos en to n c es a rgu m en tar es que en el seno de la econ o­
mía-mundo co m o un to d o se d io una aguda reducción en la
distribución de in g reso s p ro d u cid o s a los trabajadores. Las
tasas variaban con arreglo a los p a íses. La situ ación óp tim a para
una clase in versora local sería la de ten er acceso a los b en efi­
cios procedentes de sa la rio s b a jo s en la periferia y a b en eficios
adicionales p ro ce d e n tes de sa la rio s m ed io s (en con trap osición
con los salarios a lto s) en su p rop ia área. Un nivel de salarios
medio era lo ó p tim o , ya q u e m ien tra s que por una parte un
nivel de salarios e x c e siv a m e n te a lto (V en ecia) su ponía un boca­
do excesivo en el m argen de b e n e fic io s, por otra parte un nivel
de salarios e x c e siv a m e n te bajo (F ra n cia y España a fortiori)
reducía las d im e n sio n e s del m erca d o local para nuevas in du s­
trias. Los que m á s se a cerca b a n a esta situ a ció n óp tim a en el
sistema eu rop eo eran In g la terra y H olanda. El h ech o de que
fuera una eco n o m ía -m u n d o , no o b sta n te , era la con d ición sine
qua non para que las g a n a n cia s in fla cio n a ria s pudieran ser in­
vertidas ren ta b lem en te en n u ev a s in d u stria s.
La in flación fue p or ta n to im p o r ta n te, tanto porque era un
m ecanismo de ah orro fo rzo so , y en co n secu en cia de acu m ula­
ción de cap ital, co m o p o rq u e serv ía para d istrib u ir esta s ganan­
cias d esigu alm en te en el in te rio r del siste m a , favoreciendo a lo
que hem os ven id o lla m a n d o el ce n tro em erg en te de la econom ía-
mundo y p erju d ica n d o a su p eriferia y sem ip eriferia de «anti­
guas» áreas d esa rro lla d a s.
La otra cara de e ste cu a d ro , co m o p o sib lem en te haya intuido
el lector a p artir de la d isc u sió n so b re el im p acto de la in fla­
ción, es que en el se n o de la eco n o m ía -m u n d o em ergió una
división del tra b a jo no só lo en tre la b o res agrícolas e in d u stria­
les, sino ta m b ién d en tro de las p rop ias lab ores agrícolas. Y
junto con esta e s p e c ia liz a c ió n su rg iero n d iferen tes form as de
control del tra b a jo , y d ife r e n te s e sq u e m a s de estra tifica ció n ,

miseria de los pobres supusiera más un obstáculo que una ayuda para
el desarrollo de la industria durante las guerras de religión.» Nef, i b i d . ,
p. 267.
Nef se ve respaldado también por David Felix, «Profit inflation and
industrial growth: the historic record and contemporary analogies»,
Q u a r t e r l y J o u r n a l o f E c o n o m i c s , l x x , 3, agosto de 1956. Véanse especial­
mente pp. 443-451.
I m m a n u e l WallersiÁ-

q u e a su vez tuvieron d ife re n tes c o n s e c u e n c ia s políticas


lo s «E stad os», es decir, las a ren a s d e la a c c ió n política.
H asta aquí hem os in ten tad o e x p lic a r p o r q u é fue Europab
q ue se expandió (en lugar de, p o r e je m p lo , C hina), por qué §
el sen o de Europa fue P ortugal la q u e s e p u s o a la cabeza,j
p or qué esta expansión vino a c o m p a ñ a d a d e inflación. No noi
h em o s encarado en realidad a la c u e s tió n d e p or qué esa ti
p an sión fue tan significativa. E s d e c ir , ¿ p o r q u é la creación4
esta econom ía-m undo fue un h e r a ld o d el m o d ern o desarrolla
industrial, m ientras que las c r e a c io n e s im p e r ia le s previas defa
historia del mundo, basadas a p a r e n te m e n te en un sector agrie»
la relativam ente productivo y un a p a r a to p o lític o burocráíki
relativam ente fuerte, no c o n sig u ie ro n ir en e s ta dirección? Decr
que a causa de la tecnología só lo n o s lle v a a preguntar qué tipo
de sistem a fue el que favoreció ta n to el a d e la n to tecnológico
(Recordem os la m etáfora de N e e d h a m a c e r c a del súbito broa
de tecnología occidental). E. L. J o n e s y S . J. W oolf considera
un factor distintivo del siglo x v i p r e c is a m e n te el hecho de qi*
por primera vez en la h istoria, una e x p a n s ió n d e la productivida
agrícola abriera el cam ino a una e x p a n s ió n d el ingreso real

Una de las lecciones menos agradables de la historia es que b


agriculturas técnicamente adelantadas y físicamente productivas o
traen, inevitablemente, un crecimiento sostenido de los ingresos ni
les per cápita, y mucho menos aún promueven la industrializad^
Las civilizaciones de la Antigüedad, con sus elaboradas agricultura
suministran un punto de partida. Ninguna de ellas, en el Orient
Medio, Roma, China, Mesoamérica [...] llevó a una economía indus
trial. Técnicamente su organización agrícola era soberbia [...] la­
mente, el volumen físico del grano que producían era impresionan
Y aun así, sus historias sociales son terribles historias de ciclosi
producción sin un aumento duradero en los ingresos reales pan
la masa del pueblo, tanto en las expansiones como en las rea
siones [...]
El factor común, notablemente en los imperios con agricultura
de irrigación, era el inmenso poder de un aparato de Estado basaór
en una burocracia preocupada por la defensa contra las amenara
exteriores y el mantenimiento interno de su propia posición. Ado?
tando una visión general de la historia, se podría concluir que este
burocracias pretendían y consiguieron mantener vastas socieddt
campesinas, durante largas eras y con todas las densidades de p
blación, en un estado de virtual homeostasis 63.

Los autores argum entan q u e, en u n s is t e m a tal, un t e


mento en la producción b ru ta n o tie n e m á s re su lta d o que u&
)
e i

ME. L. Jones y S. J. Woolf, «The historie role of agrarian changei


economic development», en Jones y Woolf, comps., Agrarian change d
economic development, Londres, Methuen, 1969, p. 1. El subrayado es rot
La nueva d iv isió n e u ro p e a d e l tra b a jo 119
«expansión e s tá tic a » 64, es d ecir, un in crem en to de la población
sostenible con u n m a n ten im ien to de la m ism a distribución abso­
luta de bien es en las m ism a s p rop orcion es relativas a las dife­
rentes clases de la so cied a d .
¿Qué tenía la eco n o m ía -m u n d o del siglo xvi que ju stifiq u e
una transform ación so cia l de tipo d istin to , que d ifícilm en te po­
dría ser con sid erad a una h o m e o sta sis? Sin duda las burocracias
del siglo x v i no ten ían m o tiv a cio n es d em asiad o diferentes de
las que Jones y W o o lf a d ju d ican a otras an teriores. Si el resul­
tado fue d iferen te, d eb e ser p orq ue la econom ía-m undo estaba
organizada de m anera d iferen te que los im p erios anteriores, y
de tal form a que e x istía n p resio n es so cia les de diferente tipo.
E specíficam ente, p o d ría m o s exam in ar los tip o s de ten sion es que
tal sistem a gen eraba en tre las cla ses d om in an tes, y con sigu ien ­
temente los tip o s de o p o rtu n id a d es que proporcionaba a la m asa
de la población.
Hem os señ a la d o ya a gran d es rasgos lo que con sid eram os
como p resion es e x iste n te s so b re E uropa para la expansión. La
expansión su p o n e su s p ro p io s im p era tiv o s. La capacidad de ex­
pandirse con éx ito es fu n ció n de la h abilidad para m antener
una relativa so lid a rid a d so cia l in terio r (a su vez en función de
los m ecan ism os de d istr ib u c ió n de recom p en sas) y de los arre­
glos que se p u ed en h acer para u tiliza r lejos m ano de obra bara­
ta (siendo ta n to m á s im p o r ta n te que lo sea cuanto m ás lejos
esté, debido a lo s c o s to s d e tra n sp o rte).
La exp an sión su p o n e ta m b ién un d esarrollo desigual y por
lo tanto re co m p en sa s d ife re n c ia les, y un d esarrollo desigual en
un form ato de m ú ltip le s ca p a s d en tro de o tra s capas, polarizada
cada una de e lla s en té r m in o s de u na d istrib u ció n bim odal de
recom pensas. Así, c o n c r e ta m e n te , en el sig lo x v i existían op osi­
ciones entre el c e n tr o de la eco n o m ía -m u n d o europea y sus
áreas p eriférica s, en el se n o d el cen tro eu ro p eo entre los E sta­
dos, en el in terio r de lo s E sta d o s en tre las d istin ta s regiones y
estratos, en el sen o de la s reg io n es en tre la ciudad y el cam po,
y en ú ltim o térm in o en el se n o de u n id a d es m ás locales
La solid a rid a d d el sis te m a se b asab a en ú ltim a instancia en
este fen óm en o d e d e sa r r o llo d esig u a l, ya que la com p lejid ad
m ultiestratificada p ro p o rcio n a b a la p o sib ilid a d de una id en tifi­
cación m u ltie str a tific a d a y de u n rea lin ea m ien to co n sta n te de *

* Ibid., p. 2.
" Véase la discusión en Frédéric Mauro, Le XVl· siécle européen: as­
pects économiques, París, Presses Universitaires de France, 1966, pp. 285-
286.

5
120 I m m a n u e l Wallers^

las fuerzas políticas, que p ro v eía n p o r o tr a p a rte y ál


tiem p o la turbulencia su b y a cen te q u e p e r m itía el desarr^
tecn o ló g ico y las tran sform acion es p o lític a s , y también la
fu sió n ideológica que reprim ía la s r e b e lio n e s , ya fueran rebc¿
n es de retroceso, de avance o d e h u id a . U n s is te m a tal de njijj
tip les estratos de estatus y de r e c o m p e n s a so c ia l se relación
a grandes rasgos con un c o m p le jo s is t e m a d e distribución 4
las tareas productivas: en g en eral, a q u e llo s q u e producen fuera
de trabajo mantienen a los que p r o d u c e n c o m id a , que mantiene
a los que producen otras m a teria s p r im a s, q u e a su vez manfe
nen a los implicados en la p ro d u c ció n in d u s tr ia l (y por supuej
to, al progresar el in d u stria lism o e s ta je r a r q u ía de servicioj
productivos se hace m ás co m p leja se g ú n , s e va haciendo ca4
vez más refinada esta últim a c a te g o r ía ).
La economía-mundo en esta é p o c a te n ía v a r io s tipos de fo
bajadores: había esclavos q ue tr a b a ja b a n en plantaciones 4
azúcar y en operaciones m in eras d e e x c a v a c ió n en la superficie
Estaban los «siervos» que tra b a ja b a n en g r a n d e s dominios doo
de se cultivaba el grano y se c o se c h a b a m a d e r a . Había granjea
«arrendatarios» [tenants], d ed ica d o s a v a r io s tip o s de cultím
para el mercado (incluyendo el g r a n o ), y tra b a ja d o res asalari
dos en algunas producciones a g r íc o la s. E s to daba cuenta k
90 al 95 por 100 de la p oblación de la e c o n o m ía -m u n d o europea
Había una nueva clase de « p eq u e ñ o s p r o p ie ta r io s libres» [j»
men]. Además, había una p eq u eñ a c a p a d e p e r so n a l intermeá
—capataces, artesanos in d e p e n d ie n te s, y u n o s p o co s trabajad*
res especializados— y una d elgad a c a p a d e c la s e s dominante
ocupadas en supervisar las g ra n d es p r o p ie d a d e s , manejando la
instituciones fundam entales d el o r d e n s o c ia l, y en alguna u»
dida dedicadas a su propio d isfr u te . E s t e ú ltim o grupo incluí
tanto a la nobleza existen te c o m o a la b u r g u e s ía patricia (¿
igual que, por supuesto, el clero c r is t ia n o y la burocracia 4
Estado).
Por poco que se repare en e llo , se v e r á q u e e sta s categoria»
ocupacionales no estaban d istr ib u id a s al a za r , n i geográficas
étnicamente, en el seno de la flo r e c ie n te econom ía-m undo, te
pués de algunas arrancadas en fa ls o , la im a g e n pasó a ser 1»
de una clase esclava, de o r íg e n e s a fr ic a n o s , localizada end
hemisferio occidental; una cla se « se rv il» d iv id id a en dos segme*
tos: uno principal en E uropa o r ie n ta l, y o t r o m en o r de indi»
americanos en el h em isferio o c c id e n ta l. L o s cam p esin os de i
Europa occidental y m eridional era n e n s u m a y o r parte «arrtf
datarios». Los trabajadores a sa la r ia d o s e r a n prácticamente δ
La nueva d iv isió n e u ro p e a d e l tra b a jo 121
su totalidad eu ro p eo s o ccid en ta les. Los yeomen estaban en gran
medida co n cen tra d o s in clu so de form a m ás estrecha, principal­
mente en el n o ro este de E uropa. Las clases interm edias eran de
origen p aneuropeo (m á s m e stiz o s y m ulatos) y estaban distri­
buidos geo g rá fica m en te por toda la arena. Las clases dom inantes
eran tam bién de origen p an eu rop eo, pero creo que se puede de­
mostrar que d esp ro p o rcio n a d a m en te p roced en tes de Europa oc­
cidental.
¿Por qué d iferen tes m o d o s de organizar el trabajo — esclavi­
tud, «feudalism o», trab ajo asalariad o, au toem p leo— en el m ism o
punto tem poral en el sen o de la econom ía-m undo? Porque cada
modo de con trol del trab ajo es el m ás adecuado para tipos par­
ticulares de p ro d u cció n . ¿Y por q ué estaban con centrad os esto s
modos en d iferen tes zo n a s de la econom ía-m u n do — la esclavitud
y el «feudalism o» en la p eriferia , el trabajo asalariado y el
autoem pleo en el cen tro , y, co m o verem os, la aparcería en la
sem iperiferia— ? P orque lo s m o d o s de control del trabajo afec­
tan grandem ente al siste m a p o lítico (en particular a la fuerza
del aparato de E sta d o ) y a las p o sib ilid a d es de florecim ien to
de una b u rgu esía in d íg en a . La econ om ía-m u n d o estaba basada
precisam ente so b re el su p u e sto de que existían de hecho estas
tres zonas, y tenían de h ech o d iferen tes m odos de control del
trabajo. De no h ab er sid o así, no hubiera sido p osib le garan­
tizar el tip o de flu jo de e x c ed en te que hizo posib le que apa­
reciera el siste m a c a p ita lista .
R evisem os los m o d o s de co n tro l del trabajo y veam os su re­
lación con el p ro d u cto y la p ro d u ctiv id a d . Podrem os ver en­
tonces có m o e sto a fecta a la ap a rició n de elem en to s cap italistas.
Comenzamos con la e scla v itu d . La escla v itu d no resultaba des­
conocida en la E u rop a de la E dad M e d ia 66, pero resultaba ca­
rente de im p o rta n cia en co m p a ra ció n con su papel en la econ o­
mía-mundo eu ro p ea del sig lo x v i al x v m . Una razón fue la de­
bilidad m ilita r p revia de E u rop a. C om o ha p lantead o Marc
Bloch:

La experiencia lo ha dem ostrado. De todos los tipos de crianza, la


del ganado humano es la m ás dura. Para que la esclavitud sea ren­
table aplicada a em presas a gran escala, tiene que haber abundan­
cia de carne humana barata en el mercado. Esto sólo puede con­
seguirle por m edio de la guerra o de las incursiones en busca de
esclavos. De m odo que una sociedad difícilm ente puede basar buena
parte de su econom ía en seres hum anos dom esticados, a menos que4*

44 Véase Charles Verlinden, L’esclavage dans VEurope médiévale, Bru­


jas, De Tempel, 1955, 2. vols.
122 I m m a n u e l W allersi

tenga a mano sociedades más débiles a las que vencer o a las on.
arrasar6?.

Tan in ferior m odo de p ro d u cció n s ó lo e s ren tab le si el mer.


cad o es grande, de m odo que la p e q u e ñ a g a n a n cia per cápfa
se vea com pensada por la gran c a n tid a d d e producción. P#
e sto la esclavitud pudo flo recer en el im p e r io ro m a n o , y por esto
es preem inentem ente una in stitu ció n c a p ita lis ta , vinculada a laj
p rim itivas etapas preind ustriales de u n a economía-mundo c*
p italista
N o obstante, los esclavos no so n ú tile s en em presas a graa
escala desde el m om ento en que se re q u ie r a c ie r ta habilidad. No
se puede esperar que los escla v o s h agan m á s d e lo que se vean
obligados a hacer. Cuando se p recisa h a b ilid a d resu lta más eco
nóm ico buscar m étodos a ltern a tiv o s d e c o n tr o l del trabajo, dad)
que el bajo costo se ve co n tra rresta d o , p o r o tra parte, por uia
productividad muy baja. Los p r o d u c to s q u e p u ed en realmente
considerarse de uso in tensivo de m a n o d e o b ra son aquellos
que, debido a que requieren p o ca h a b ilid a d para «cosechar»
requieren poca inversión en la su p e r v is ió n . F ueron principal
mente el azúcar y, más tarde, el a lg o d ó n lo s q u e se prestaban
a la acumulación de trabajadores n o e s p e c ia liz a d o s bajo super
visores b ru tales69.
El cultivo del azúcar em p ezó en las is la s m editerráneas, m
adelante se desplazó a las islas a tlá n tic a s, c r u z a n d o despuésd.
Atlántico hasta Brasil y las A ntillas. La e s c la v itu d sigu ió el rastro
del azúcar70. Al desplazarse, la c o m p o s ic ió n é tn ic a de la clase47*9

47 Bloch, C a m b r id g e E c o n o m i c H i s t o r y o f E u r o p e , I, p. 247. Véa»


también Marc Bloch, «Medieval "inventions”», en L a n d a n d w o rk in m
d ie va l E u r o p e , Berkeley, Univ. of California Press, 1967, p. 180.
44 La exposición clásica de este punto de vista es Eric Williams, C*
p ita lis m a n d s la v e r y , Londres, Deutsch, 1964. Un planteamiento má$&«
ciente que lo respalda es Sergio Bagú, «La economía de la sociedx
colonial», P e n s a m ie n to C r ític o , 27, abril de 1969, pp. 53-61.
49 Eric Wolf señala que la minería y el cultivo de la caña a pequé
esca la se revelaron antieconómicos en América Central por razones ικ·
nológicas, dando paso rápidamente a empresas capitalistas a gran escá
En el caso de la minería, el avance tecnológico fue la introducción es
1557 del proceso de amalgamación, en el cual la plata se separa deb
ganga con ayuda de mercurio, y que requería maquinaria costosa, a
pecialmente desde el momento en que el nuevo proceso hizo remató
la minería en profundidad. En la producción de azúcar era el molio:·
a gran escala, o ingenio, lo que requería grandes desembolsos de capiii
Exigencias tecnológicas similares tuvieron consecuencias sociales anáfc
gas para la producción del añil. Véase S o n s o f t h e s h a k i n g e a r t h , Chica?
(Illinois), Univ. of Chicago Press, 1959, pp. 177-180.
70 «La primera consecuencia de la extensión de la producción de αέι
de azúcar a las Canarias y Madeira en el siglo xv fue una dura com?
La nueva d iv isió n e u r o p e a d el tra b a jo 123

esclava se tr a n sfo r m ó 71. P ero ¿por qué fueron africanos los


nuevos esclavos? Por el a g o ta m ien to del su m in istro de traba­
jadores indígenas en la región de las p lan tacion es, porque Euro­
pa necesitaba una fu e n te de tra b a jo de una región razonable-

tencia para los productores europeos anteriores. Esto se acentuó cuando


las colonias americanas se incorporaron a la producción. Hacia 1580 [...],
la industria estaba moribunda en Sicilia [...]. En España languidecía
[...]. Las pequeñas industrias medievales azucareras del sur de Italia,
Malta, la Morea, Rodas, Creta y Chipre, todas padecieron una decadencia
similar y eventualmente desaparecieron.
»Tanto en Madeira como en las Canarias, la producción de azúcar im­
plicaba el uso de esclavos africanos [...]. Este uso de esclavos puede
haber ayudado a los isleños a vender más barato que otros productores
de azúcar europeos, pero Madeira y las Canarias a su vez sucumbieron,
respectivamente, ante la competencia de Brasil y las Indias Occiden­
tales [...],
¡*En la América tropical la historia del azúcar y la de la esclavitud
están incluso más estrechamente ligadas. De todos los cultivos tropicales
de exportación en este período, la caña de azúcar era el que requería
más trabajo manual, especialmente para la zafra. La necesidad de un
ingenio próximo a los campos, al que la caña pudiera ser transportada
a las pocas horas de haber sido cortada, requirió por vez primera la
introducción del sistema de plantaciones Sin duda la caña de azú­
car fue responsable en primer término de la esclavitud agraria en los
trópicos.» Masefield, Cambridge Economic History of Europe, iv, pá­
ginas 289*290.
Las islas como etapas sucesivas de la colonización trasatlántica no son
un fenómeno exclusivamente ibérico. A. L. Rowse argumenta que lo mis­
mo sucede en la Europa del norte en tres etapas: del continente a Gran
Bretaña, de Gran Bretaña a Irlanda, y después de Gran Bretaña a Nor­
teamérica.
«Podemos considerar el poblamiento de Norteamérica como la ex­
tensión a través del Atlántico del proceso de mil años antes, en el tiempo
del Volkerwander ungen, por el cual Gran Bretaña fue colonizada por
las estirpes anglosajonas originales [...].
»La unificación de las islas [Gran Bretaña e Irlanda] proporcionó la
base para el gran salto adelante a través del Atlántico, el éxodo de fa­
milias a Norteamérica, la puerta abierta por la que habían luchado los
isabelinos [...]. Se debe observar algo en lo que los historiadores apenas
han reparado: fueron precisamente las gentes más dedicadas a la plan­
tación y colonización del sur de Irlanda —Humphrey Gilbert, Walter
Raleigh, Richard Grenville— quienes jugaron un papel dirigente en el
establecimiento de las primeras colonias en Virginia. Es como si Irlanda
hubiera sido el modelo para América.» Rowse, «Tudor expansion: the
transition from medieval to modern history», William and Mary Quarterly,
3.· serie, xiv, 3, julio de 1957, pp. 310, 315.
71 «La esclavitud y el tráfico de esclavos habían florecido en el Medi­
terráneo durante muchos siglos antes de que los europeos comenzaran
a extenderse por Africa, y el tráfico atlántico no fue en ningún sentido
un mero subproducto accidental del descubrimiento africano [...]. El cam­
bio más importante, el paso de traficar principalmente para el consumo
doméstico a hacer esclavos para las plantaciones o los mercados colonia­
les predominantemente, estaba ya sobradamente en marcha antes del
124 I m m a n u e l Wallersiein \

m en te b ien poblada que fuera a c c e sib le y re la tiv a m e n te cercana


a la región donde había de ser u tiliza d a . P er o ten ía que ser
región que estuviera fuera de su e c o n o m ía -m u n d o , de tal modo
que Europa pudiera sentirse in d ife r e n te a c e r c a de las conse­
cu en cias económ icas para la región d e c r ia n z a de una sustrac­
ción a gran escala de m ano de ob ra en fo r m a de esclavos. U
que m ejor cum plía estas co n d icio n es era A fr ica o ccid en ta l n.
El agotam iento de los su m in istr o s a lte r n a tiv o s de mano de
obra resulta claro. Los m o n o cu ltiv o s im p u e s to s en las islas me­
diterráneas y atlánticas los d estro za ro n , p ed o ló g ica m en te y en
térm inos de población hum ana. S u s s u e lo s fu e r o n agotados, sus
poblaciones murieron (por ejem p lo , lo s g u a n c h e s de las islas
Canarias) o emigraron, para esca p a r d e a q u e lla p resió n 7J. Las
poblaciones indias de las isla s d el C a rib e desaparecieron por
com pleto. Nueva España (M éxico) s u fr ió u n a dram ática dismi
nución en su población, de a p ro x im a d a m en te 11 m illon es en 1515
a aproximadamente 1,5 m illon es a lr e d e d o r d e 1 6 5 0 *72374. Brasil y
Perú parecen haber sufrido una d e c lin a c ió n ig u a lm en te dramá­
tic a 75. Las dos explicaciones in m e d ia ta s d e e s ta caíd a demográ

descubrimiento de América. En general, el color de los esclavos pasó di


blanco a negro durante el siglo xv, y se desarrolló una tendencia general
a tratar a los esclavos en masa como artículos de comercio imperson*
les, en vez de como individuos que trabajaban para una familia o ta
una granja como servidores domésticos o jornaleros agrícolas.» Anthonj
Luttrell, The transatlantic slave trade, ρρ. 78-79.
72En el estudio de Charles Verlinden sobre la Creta de los siglos m
y xv pueden encontrarse pruebas del hecho de que los esclavos eran (rai­
dos desde el exterior de la propia economía-mundo. Creta era entonce
una colonia veneciana, que servía a la vez como centro agrícola de cul­
tivos para el mercado y como puerto intermedio. En este último sentido
era un pilar fundamental del tráfico de esclavos. Los esclavos eran traí­
dos de diversas partes del sudeste de Europa, Rusia y el sudoeste it
Asia (zonas todas ellas exteriores a la economía-mundo mediterránea),
para ser usados en Creta y otras colonias venecianas, y para ser revendi­
dos en Egipto, el sur de Francia y el levante español. Véase «La Crete,
débouché et plaque tournante de la traite des esclaves aux xiv* et x\‘
siécles», en Studi in onore di Amintore Fanfani, m, Medioevo, Milán,
A. Giuffré Ed., 1962, pp. 591-619.
73 Véase Braudel, La Méditerranée, i, pp. 144-145.
74Sherburne F. Cook y Leslie Boyd Simpson documentan una caída
de once millones en México en 1519 a unos 6,5 millones en 1540, unos
4,5 millones en 1565, y unos 2,5 millones en 1600. Véase The population
of central Mexico in the sixteenth century (Ibero-Americana, vol. 31),:
Berkeley, Univ. of California Press, 1948, pp. 10-16, 38, 43, 46. Woodrow
Borah añade la cifra de 1,5 millones en-1650. Véase New Spain’s centuti
of depression (Ibero-Americana, vol. 35), Berkeley, Univ. of California
Press, 1951, p. 3.
73 «La destrucción de la población aborigen fue igualmente conside­
rable en Brasil. El jesuíta José de Anchieta observa que "la gente que
La nueva d iv isió n e u ro p e a d e l tra b a jo 125
fica parecen ser las en ferm ed a d es y el daño causado al cultivo
indio por los a n im a les d o m é stic o s que criaban los e u r o p e o s76.
Pero el m ero a g o ta m ien to de la m ano de obra, especialm en te
en las m inas, d eb e h ab er resu lta d o tam b ién sign ificativo. Por
consiguiente, en un m o m en to rela tiv a m en te tem prano, los espa­
ñoles y los p o rtu g u eses ab an d on aron el in ten to de reclutar indios
como m ano de ob ra escla v a en el h em isferio occid en tal, y em pe­
zaron a apoyarse e x c lu siv a m en te en africa n o s im portad os com o
esclavos de p lan tación . P resu m ib lem en te el co sto del transporte
no hacía su bir aún el c o sto p or en cim a del co sto potencial de
evitar las huid as en tre lo s in d íg en a s su p ervivien tes. Además,
estos ú ltim os iban m u rien d o ráp id am en te.
Y, no o b sta n te, la escla v itu d no se u tilizó en todas partes.
No se utilizó en E u rop a o rien ta l, q ue fue testig o de una «segun­
da servidum bre». T a m p o co en E u rop a o ccid en ta l, que fue testigo
de nuevas form as de «renta» y del a u m en to del trabajo asala­
riado. Ni siq u iera en m u c h o s se c to r e s de la econom ía de la
América españ ola, d on d e, en lu gar de p la n ta cio n es de esclavos,
los españoles u tiliza ro n el sis te m a co n o cid o co m o encom ienda.
¿Por qué no se d io la esc la v itu d en tod a la p rod ucción en la
América españ ola? P ro b a b lem en te d eb id o a que el su m in istro
de esclavos a frica n o s, por gra n d e q u e fuera, no era ilim itado.
Y porque la e c o n o m ía d e su p erv isa r una p oblación esclava
indígena (sien d o é sta la ú n ica o tra p o sib ilid a d razonable ante
la cantidad de m an o de o b ra escla v a no in dígen a asequ ib le en
el mundo), dada la gran p ro b a b ilid a d de revu eltas, no lo hacía
práctico. E ste fu e p a r tic u la r m e n te el ca so , d ado que la produc­
ción de grano, la cria n za d e ga n a d o y la m in ería requerían a
nivel básico una m a y o r e sp e c ia liz a c ió n de lo s trabajadores que
la producción de azúcar. E s to s tra b a ja d o res, p or tanto, tenían

de veinte años a esta parte (1583) es gastada en esta Bahía, parece cosa
que no se puede creer" e indica datos locales que ponen en evidencia
una destrucción de población similar a la que mencionamos para Mé­
xico.» Celso Furtado, Economic development of Latin America, Londres
y Nueva York, Cambridge Univ. Press, 1970, p. 5, n. 2.
Sobre Perú, véase Alvaro Jara: «La devoradora empresa minera se
habría derrumbado de no haber existido la reserva de una masa de
población de alta densidad, capaz de soportar por algún tiempo el de­
clinar de la curva demográfica.» «Estructuras de colonización y modali­
dades de tráfico en el Pacífico sur hispanoamericano», en Les grandes
votes maritimes dans le monde, XV'-XIX‘ (VII* Colloque, Commission
Internationale d'Histoire Maritime), París, sevpen, 1965, p. 251.
76Véase J. H. Parry, The age of reconnaissance, Nueva York, Mentor
Books, 1963, pp. 245-246.
126 I m m a n u e l W allerstek ’■

q u e ser com p en sad os m ediante a lgu n a fo r m a ligeram en te menos


on erosa de control del trabajo *71*.
D ado que tanto la «segunda se rv id u m b re» en Europa orien­
tal co m o el sistem a de en co m ien d a en la A m érica española
— n ó tese que son con tem poráneos— h an s id o considerados por
m u ch as personas com o «feu d alism o», s e h a g en era d o gran can·
tidad de controversia inútil en c u a n to a la p osibilidad y for.
m a de com parar estos sistem a s co n el fe u d a lism o «clásico» ¡
de la Europa medieval. El d eb ate gira e s e n c ia lm e n te en torno
a si la característica definitoria d el fe u d a lis m o es la relación
jerárquica de propiedad (el p rem ia r c o n u n feu d o a un vasa*
lio, el intercam bio de p rotecció n p o r r e n ta s y servicios), la
jurisdicción política de un señ o r so b r e su cam pesinado, o la
existencia de grandes dom inios de tierra so b r e la cual el cam­
pesino se ve de alguna form a « o b lig a d o » a trab ajar, al menoj
parte del año, a cam bio de algún tip o d e p a g o m ínim o (ya sea
en forma de dinero, en esp ecies o c o m o el d ere ch o de usar la
tierra para su propia prod ucción , p ara su c o n su m o o venta),
Evidentem ente, son posibles tod o tip o d e c o m b in a c io n e s?s. Más
aún, no sólo puede variar la form a de la o b lig a c ió n del subordi­
nado con el superior, sino que el g ra d o de su b ord in ación puede
también variar, y, com o señala D obb , «un c a m b io en lo primero
no va siempre ligado a un ca m b io en lo s e g u n d o ...» 79.
Desde el punto de vista que e s ta m o s desarrollando aquí
existe una diferencia fu n d am en tal e n tr e el feu d alism o de h
Europa medieval y los « feu d a lism o s» de la E u ro p a oriental y la

77 Véase Gabriel Ardant sobre el vínculo entre exigencias de cualifi-


cación y formas de control del trabajo, en su discusión de la eliminacióo
gradual de las restricciones legales: «La lógica de un sistema que pedía
al siervo que produjera más, a la vez que organizaba su propio plan de
trabajo, condujo tanto a un sistema de pagos fijos como a una mayo?
liberación [...]. Los mismos señores advirtieron que la sustitución de la
requisas por pagos [redevances] podía aumentar la productividad»
Théorie sociologique de l'impót, i, pp. 46-47. Véase también, ibid., i, p. I9t
71 Véanse las discusiones en Rushton Coulbourn, comp., Feudalism i
history, Princeton (Nueva Jersey), Princeton Univ. Press, 1956. Véase Clau­
de Cahen, «Au seuil de la troisiéme année: réflexions sur l'usage du mol
"féodalité"», Journal of the Economic and Social History of the OrierJ,
ill, parte 1, abril de 1960, pp. 2-20; Dobb, Studies, pp. 33-37; Lefebvre, U
Pensée, 65; Henryk Lowmianski, «The Russian peasantry», Past and Pit
sent, 26, noviembre de 1963, pp. 102-109; Joshua Prawer y S. N. Eisenstadt,
«Feudalism», en International Encyclopedia of the Social Sciences, v.
Nueva York, Macmillan y Free Press, 1968, pp. 393-403; George Vemadsb,
•Feudalism in Russia», Speculum, xiv, 3, julio de 1939, pp. 300-323; M ai
Weber, Economy and society, Totowa, Bedminster Press, 1968, i, p#
nas 255-256.
wDobb, Studies, p. 66.
La n u e v a d i v i s i ó n e u ro p e a d e l tr a b a jo 127

América española del sig lo x v i. En aq uél, el terratenien te (se­


ñor) producía p rim a ria m en te para una eco n o m ía local, y deri­
vaba su poder de la d eb ilid a d de la autoridad central. Los
límites econ óm icos de su p resió n exp lo ta d o ra venían determ i­
nados por su n ecesid a d de eq u ip a r su casa con el lim itado
grado de lujo d eterm in a d o co m o so c ia lm en te óp tim o, y por los
costos de la guerra (q u e variaban a lo largo del tiem po). En
éstos el terraten ien te (señ o r) p ro d u cía - para una econom ía-
mundo capitalista. Los lím ite s ec o n ó m ic o s de su presión explo­
tadora venían d eterm in a d o s p o r la curva o ferta /d em a n d a de
un mercado. Se m a n ten ía en el p o d er por la fuerza m ás que
por la debilidad de la a u to rid a d cen tra l, al m en os por su fuerza
frente al trabajador a grícola. Para ev ita r cu alq uier con fusión
designaremos a esta fo rm a d e «servid u m b re» por el nom bre de
«trabajo obligado en c u ltiv o s para el m ercado» [coerced cash-
crop labor], au nq ue el térm in o resu lte im p erfecto e incóm odo.
El trabajo o b lig a d o en c u ltiv o s para el m ercado es un sis­
tema de control del tra b a jo a g rícola en el cual a los cam p esin os
se les requiere, por m ed io de algú n p ro ce so legal respaldado por
el Estado, para trab ajar, al m en o s a tiem p o parcial, en un do­
minio de grandes d im e n s io n e s q u e p ro d u ce algún p roducto para
su venta en el m erca d o m u n d ia l. N o rm a lm en te el dom inio era
«posesión» de algún in d iv id u o , h a b itu a lm e n te d esign ad o por el
Estado, pero no n e c e sa r ia m e n te una p rop ied ad heredable. El
propio E stado p odía ser p r o p ieta rio d irecto de un tal dom inio,
pero en este ca so e x istía la ten d e n c ia a tran sform ar el m ecan is­
mo de control del t r a b a j o 80. U tiliza n d o dicha d efin ición , esta
forma de con trol del tra b a jo se c o n v ir tió en la form a dom inante
en la producción a g ríco la de la s área s p eriférica s de la econom ía-
mundo europea del sig lo x v i.
Henri H. S ta h l d eja m u y clara la fo rm a en que la «segunda
servidumbre» al e s te d el E lb a (y, en térm in o s m ás genérales, en
Europa orien tal) es d e o rig en « ca p ita lista » 8l. O tros autores re-*1

10Véase la discusión que hace Charles Gibson, en la que muestra cómo


aquellas encomiendas que se encontraban bajo jurisdicción directa de
la Corona, gestionadas por los llamados corregidores, evolucionaron de lo
que hemos llamado trabajo obligado en cultivos para el mercado hasta
convertirse en mecanismos para el cobro de impuestos al campesinado,
transformándose los corregidores en arrendadores de impuestos. The
Aztecs under Spanish rule, Stanford (California), Stanford Univ. Press,
1964, pp. 82-97.
11 «Esta renovación de la servidumbre, que tuvo lugar así en Alema­
nia, no era una vuelta al estado de cosas anterior ni una simple repe­
tición, al este del Elba, de formas medievales superadas. Las influencias
128
%
I m m a n u e l W a ller *

co n o cen que lo que llam am os « tra b a jo o b lig a d o en cultivos pa.


el m ercado» es una form a de c o n tr o l d el tra b a jo en una eco^
m ía ca p italista y no en una feu d a l. S e r g io B agú , hablando^
la A m érica española, lo llam a « c a p ita lism o colonial»*2. Luto
B u lferetti, hablando de la L om b ard ia d el s ig lo x v ii , la califj¿¡
de «cap italism o feu d a l» 83. Luis V ita le, al h a b la r de los latihuj.
d io s españ oles, insiste en que so n « e m p r e sa s m u y capitalistas^
E ric W olf no ve ninguna c o n tr a d ic c ió n en el h ech o de que
señ or m antuviera «controles p a tr im o n ia le s d e n tr o de los límites
de su dom inio» e hiciera fu n cio n a r a su d o m in io «como una
em p resa capitalista»
El esquem a em pezó ya con lo s v e n e c ia n o s en Creta y en otros
lugares en el siglo xiv y se h izo g e n e r a l en el sig lo xvr en toda
la periferia y sem iperiferia de la e c o n o m ía -m u n d o europea. Los
asp ectos cruciales, desde n u estra p e r s p e c tiv a , so n dos. El pj>
m ero es ver que el «trabajo o b lig a d o en c u ltiv o s para el mer­
cado» no es, com o dice P ietro V a cca ri, «d e una forma que
puede definirse com o una verdad era r e c o n s titu c ió n de la previa
servidum bre feudal» es una nueva fo r m a d e organización so*1

del mercado capitalista mundial, que aliviaron la "segunda servidumbre",


impusieron nuevas leyes al desarrollo social local.
»En primer lugar, era necesario asegurar una mayor producción di
cereales. Para hacerlo, la técnica del Dreifeldwirtschaft, procedente dt
la Alta Edad Media, tuvo que ser abandonada y sustituida por una téc­
nica más moderna tomada por los Junkers de los holandeses, la dd
Koppelwirtschaft, que adaptaron a sus necesidades (el Preussische Sdifof
wirtschajl).
»En segundo lugar, la meta de la agricultura dejó de ser la produc­
ción de bienes de consumo para una agricultura de subsistencia y pasé
a ser la producción de mercancías con precio en un mercado mundiá
•Como resultado, las cargas feudales sobre el campesinado tomaron
el carácter de una "acumulación primitiva de capital".» Henri H. Stahl,
Les anciennes communautés villageoises roumaines: asservissement el
pénétralion capitaliste, Bucarest, Academia de ia República Socialista de
Rumania, 1969, p. 15.
n Véase Bagú, Pensamiento Crítico, 27, pp. 34-35, 42-53, 61.
11 Véase Luigi Bulferetti, «L'oro, la terra e la societá: una interpre-
tazione del nostro Seicento», Archivio Storico Lombardo, 8.· serie, iv,
1953, passim.
u Luis Vítale, «España antes y después de la conquista de América»,
Pensamiento Crítico, 27, abril de 1969, p. 12.
15Wolf, Peasants, p. 54.
u «El feudo era adjudicado [a los venecianos] con entera libertad d<
uso; podía por tanto ser cambiado o vendido excepto a griegos y judíos.»
Abrate, Economía e Storia, iv, p. 262.
r Pietro Vaccari, «I lavoratori della terra nell'occidente e nelLoríente
dell'Europa nella etá moderna», Studi in onore di Armando Sapori, M i­
lán, Istituto Edit. Cisalpino, 1957, n, p. 969.
La n u e v a d i v i s i ó n e u r o p e a d e l t r a b a j o 129

cial. Y el segundo, q u e no ex istiero n , ni podrían nunca haber


existido, dos form as d e o rg a n iza ció n so cia l, ca p italista y feudal,
una junto a la otra. La eco n o m ía -m u n d o tien e una u otra form a.
Una vez que es ca p ita lista , las rela cio n es que m uestren ciertas
semejanzas form ales con las rela cio n es feu d a les deben ser ne­
cesariamente red efin id a s en térm in o s de los p rin cip ios que go­
biernan un sistem a ca p ita lista M. E sto fue cierto tanto para la
encomienda de la A m érica esp a ñ o la co m o para el llam ado «se­
gundo feudalism o» de la E u rop a o rien ta l.
La encom ienda en la A m érica esp a ñ o la fue una creación di­
recta de la Corona. Su ju stific a c ió n id eo ló g ica era la cristian i­
zación. Su fun ción fu n d a m en ta l fue la de su m in istrar fuerza
de trabajo para las m in a s y las h a cien d a s ganaderas, así com o
para trabajar la sed a y su m in istr a r p ro d u cto s agrícolas a los
encomenderos y a los tra b a ja d o res de las m inas y las c iu d a d e s *9.
La encom ienda fue en su o rig en un p rivilegio feudal, el derecho
a obtener serv icio s de tra b a jo de lo s in d io s 90.
Cuando la ex a g era ció n de io s p rim itiv o s en co m en d ero s puso
en peligro el su m in istr o de tra b a jo — p or ejem p lo , los in dios de

“ Henri Stahl, Les ancienncs communautés: «Cada "época histórica"


se caracteriza por la coexistencia en una sola área cultural de varios
países con niveles desiguales de desarrollo. Siempre hay algunos países
en el punto más avanzado de progreso y países retrasados. Una "era
histórica" asume necesariamente el carácter que le imponen los países
más avanzados. Los países que van detrás deben someterse a la ley de
la "época"» (p. 17).
* «El encomendero invertía el tributo en empresas de todo tipo: mi­
nería, agricultura, industria, comercio. Pero, como cabía esperar, las
inversiones se concentraban ante todo en la minería, y después en la
agricultura». José Miranda, El tributo indígena en la Nueva España du­
rante el siglo XVI, México, El Colegio de México, 1957, p. 186. Sobre la
relación del tributo con la producción de seda, véanse pp. 197*204. Sobre
la relación del tributo con la satisfacción básica de las necesidades de la
población no agrícola, véanse pp. 204-223.
w«En principio legal, la encomienda era una institución benigna para
la hispanización de los indígenas. Su rasgo esencial era la consignación
oficial de grupos de indígenas a colonizadores españoles privilegiados.
Aquellos a quienes se otorgaban, llamados encomenderos, tenían derecho
a recibir tributo y trabajo de los indígenas que les eran delegados. Los
indígenas, aunque sujetos a las demandas de tributo y trabajo durante
el período en que la otorgación estaba en vigor, eran considerados como
libres por la razón de que no eran propiedad de los encomenderos. Su
libertad establecía una distinción legal entre encomienda y esclavitud [...].
Una otorgación de encomienda no confería propiedad sobre la tierra,
jurisdicción judicial, dominio o señorío.» Gibson, The Aztecs, p. 58. Véa­
se la descripción de la jurisdicción y de la condición social y económica
de los indígenas en las encomiendas en J. M. Ots Capdequí, El Estado
español en las Indias, México, Fondo de Cultura Económica, 1941, pp. 24-33.
130 I m m a n u e l Wallerstή

las A ntillas se extinguieron— , u n a c é d u la real de 1549 camty


las o b lig a cio n es de la en co m ien d a d el tr a b a jo al tributo, pasando
a sí de un sistem a próxim o a la e s c la v itu d a u n o que podemoj
llam ar trabajo obligado en c u ltiv o s p a ra e l m ercado. Comose,
ñala S ilvio Zavala, la nueva v ersió n d e la en co m ie n d a era «libre»
pero la am enaza de la coerción p e r s is tía en el fo n d o 91. Cuani
la «libertad» tuvo com o resu lta d o u n a sig n ific a tiv a caída ene{
su m in istro de m ano de obra, se d io u n u lte r io r cambio leg^
la in stitu ción del trabajo a sa la ria d o fo r z a d o , llam ado cuateqii
en N ueva España y mita en el P e r ú 92.
En consecuencia, aunque es c ie r to q u e la encomienda, en i
América española (al igual q ue la c a p ita n ía en Brasil), pue6
haber surgido en la form a de p r iv ile g io fe u d a l, pronto se tm
form ó en em presa cap italista, p o r m e d io d e reform as legales8.
E sto parece venir confirm ado p o r el h e c h o d e que fue precis*

·· «La meta era [...] establecer un sistema de trabajo asalariado *


luntario con deberes moderados; pero anticipando que los indígenas po
drían no ofrecer sus servicios voluntariamente, la cédula ordenaba ad*
más a las autoridades reales en la colonia que entregaran peones a aqi#
líos colonos que los necesitaran. Desde un punto de vista, esta orfe
estaba pensada para evitar los abusos que podían surgir de una retó
directa entre el amo español y los encomenderos indios para obligar akt
indígenas a trabajar. Desde otro punto de vista, sin embargo, su signifi­
cado yace en el hecho de que si fracasaba el esfuerzo por establece
un sistema voluntario a causa de la negativa de los indígenas a acepta;
trabajo, el Estado estaba dispuesto a actuar como mediador y proteger
el interés público obligando al peón a trabajar.» Silvio Zavala, fin
viewpoints on the Spanish colonization of America, Filadelfia, Univ. d
Pennsylvania Press, 1943, p. 94. Véase también su obra clásica La m
mienda indiana, Madrid, Centro de Estudios Históricos, 1935. Véase a
compendio de los distintos puntos de vista en John F. Bannon, con·.?.
Indian labor in the Spanish Indies: was there another solution?, Indi*
nápolis, Indiana, Heath, 1966.
Sobre la encomienda en Chile véase Alvaro Jara: «El nativo fue obb
gado a participar en un sistema de producción en el cual se te exigí*
proporcionar a España un excedente que superaba considerablemente»
propias necesidades, que eran reducidas.» Guerre et société au Chili: essa
de sociologie coloniale, París, Institut des Hautes Etudes de l’Amériq»
Latine, 1961, p. 46.
92 Zavala, New viewpoints, p. 95.
” Esta parece ser la perspectiva de Bagú. Véase Pensamiento Crificc.
27, pp. 32-33. En Brasil, el equivalente a la abolición por la Corona espt
ñola en 1549 de la servidumbre personal en la encomienda fue el proceso
por el cual la Corona portuguesa transformó las capitanías herediim
en capitanías da coroa. La primera acción en tal sentido tuvo lugar i
mismo año de 1549. Véase J. Capistrano de Abreu, Capítulos de histtá
colonial (7500-/800), Río de Janeiro, Soc. Capistrano de Abreu, 1928. p>
ginas 63-76.
La n u e v a d i v i s i ó n e u r o p e a d e l t r a b a j o 131

mente con el fin de ev ita r el ca rácter cen trífu go de un sistem a


feudal por lo que se in sta la ro n el cu ateq u il y la m ita
El terrateniente no só lo ten ía tras él a la Corona de España
para crear su capital y ejer ce r coerción sobre la m ano de obra
campesina. N o rm alm en te ten ía un arreglo con el jefe tradicional
de la com unidad india, p or el que e ste ú ltim o sum aba su auto­
ridad a la de los g o b ern a n tes co lo n ia les en el p roceso de coer­
ción 95. La fuerza de la jefa tu ra era, por su p u esto , función en
gran m edida de lo s esq u em a s p reco lo n ia les 96. El interés del jefe

MLuis Vítale argumenta: «Durante los primeros años de la conquis­


ta, los encomenderos intentaron afirmar su independencia. La Corona
española, ansiosa de evitar la emergencia en América de un grupo de
señores feudales que pudieran evcntualmente repudiar su autoridad,
edificó una fuerte administración con el propósito de contrarrestar
cualquier brote feudal [...] El encomendero no era el amo de los indí­
genas, ni podía imponer justicia, porque "el indígena no era un siervo del
encomendero, sino un súbdito del rey". Así, la encomienda de servicios
fue reemplazada por la encomienda de tributos monetarios [...]. El tra­
bajador asalariado significó una relación capitalista embrional entre las
clases, y creó una nueva clase de trabajadores.» Latin America, pp. 37-38.
Véase José Miranda: «El encomendero es, ante todo, un hombre de
su tiempo, movido por el deseo de ganancia y con el objetivo de hacer
riqueza. Para sus contemporáneos, el encomendero es el hombre de acción
en el que las ideas y los deseos de un nuevo mundo se reflejan más
fuertemente. Es muy diferente del hombre medieval [...]. A diferencia
del señor feudal, no limita sus aspiraciones al mero disfrute de tributos
y servicios, sino que los convierte en fundamento de una ganancia mul­
tiplicada [...]. Así, el encomendero da primacía al elemento de reparti­
miento capitalista del trabajo en la encomienda, que es el único elemento
que le puede llevar hasta el objetivo que persigue con tanto ardor: la
riqueza». «La función económica del encomendero en los orígenes del
régimen colonial: Nueva España (1525-1531)», Anales del Instituto Nacio­
nal de Antropología e Historia, ii , 1941-1946, pp. 423-424. El encomendero
aparece como capitalista en su perspectiva y modo de operación, pero,
como Miranda indica (véanse pp. 431-444), no aporta capital financiero
a la empresa. Su capital inicial es lo que el Estado le ha proporcionado,
y obtiene su nuevo capital de sus ganancias.
MFernando Guillén Martínez llega a decir: «El hecho es que la
"encomienda" y la "mita" sólo podían sobrevivir como instituciones en
aquellas áreas en las que, por la fuerza del número o de la inercia,
se mantenían las instituciones tribales indígenas. En la medida en que
el parentesco mágico del cacique y la esclavitud colectiva permanecían
en el alma del pueblo, los indios iban de forma solemne y resignada al
trabajo y a la matanza. Pero cuando la evangelización cristiana y el mes­
tizaje desintegraban la tribu, abriendo paso al individualismo, el indio
ya no permitía que se le subordinara a una servidumbre organizada».
Raíz y juturo de la revolución, Bogotá, Tercer Mundo, 1963, p. 80. Sobre
la definición y origen de la mita, véase Ots Capdequí, El Estado español,
páginas 31-32.
HFurtado, en Economic development of Latin America, sostiene de
hecho que en los casos en que la clase dominante local tradicional era
132 I m m a n u e l Wallers

o ca ciq u e queda b astan te cla ro c u a n d o n o s dam os cuenta 4


có m o eran pagados de h ech o lo s tr a b a ja d o r e s. Alvaro Jarad^
crib e el sistem a estab lecid o en 1559, ta l y co m o funcionaba q
Ch ile. Allí, los indios que tra b a ja b a n en el lavado de oro reí
b ían un sexto de su valor. E s te p a g o , lla m a d o sesmo, no χ
h acía, sin em bargo a los in d io s c o m o in d iv id u o s, sino a la colee,
tividad a la que pertenecían U n o p u e d e im aginarse los %
de división desigual que eran c o n s e c u e n c ia d e e ste tipo de si
tem a de pago global.
La creación de trabajo o b lig a d o en c u ltiv o s para el mercad),
en Europa oriental, fue m ás g ra d u a l q u e e n la América esp*
ñola, donde había sido in stitu id o c o m o r e su lta d o de una coo
quista. En los siglos x n y x m gran p a r te d e la Europa orientó
(esto es, el este del Elba, P o lo n ia , B o h e m ia , Silesia, Hungry
Lituania) pasó un proceso de c o n c e s io n e s c r e c ie n te s al campo*
nado, y de transform ación c r e c ie n te d e la s obligaciones de to
bajo feudales en obligaciones m o n e ta r ia s, al igual que en Europ¡
occidental, y también en R u s ia 98. E ste p r o c e s o sucedió en to¿
partes por la m ism a razón: el im p a c to d e la prosperidad yb
expansión económ ica en la fu erza n e g o c ia d o r a del siervo yd
señor". La recesión de los sig lo s x iv y x v , n o obstante, tira

débil, «la encomienda ya no funcionó como marco de organización soca


y se apeló directamente a formas de esclavitud, sometiendo a los bou
bres a trabajos intensos y en condiciones distintas a las que estaba
habituados. En este último caso, las poblaciones indígenas tendiera
a desaparecer rápidamente» (pp. 10-11).
17 «A partir del decreto de la Tasa de Santillán en 1559, que asignal»
a los indios de cada encomienda un sexto de los placores de oro, é
sesmo, como pago anual por su trabajo, ha sido posible establecer qj
tal participación adquiría el carácter muy definido de un salario socii!
o comunal, que se sumaba al tesoro de cada aldea o comunidad in&
gena.» Alvaro Jara, «Una investigación sobre los problemas del trabajo
en Chile durante el periodo colonial», Hispanic American Historici
Review, xxxix, 2, mayo de 1959, p. 240.
MHablando con propiedad, algunas áreas no habían tenido duranti
la Edad Media sistema feudal en absoluto. Solamente conocieron i
«segundo» feudalismo, nunca el primero. Stahl sostiene que éste fui
el caso de Moldavia y Valaquia. Véase Les anciennes communautés, pí
ginas 241-244.
w«La riqueza natural de la Europa oriental [...] exigía mucho 5
fuerzo para ser aprovechada. Un cierto equilibrio de poder entre to
Estados que se habían formado en los siglos xii y xm, significaba qot
las invasiones recíprocas no serian ventajosas para ninguno de el!»
Y la presión alemana sobre Bohemia y Polonia constituía una m i¡]
seria amenaza. En estas circunstancias, los príncipes, la aristocrat
secular y eclesiástica, se vieron forzados a poner mayor interés ene
desarrollo de sus propios recursos. Esto solo era posible, sin embar»
con la colaboración de los campesinos. Mientras las obligaciones de to
La n u e v a d i v i s i ó n e u r o p e a d e l t r a b a j o 133

consecuencias o p u e sta s en E u rop a o ccid en ta l y oriental. En el


oeste, com o ya h em o s v isto , llev ó a una crisis del sistem a feudal.
En el este condujo a una « reacción señorial» 100 que culm inó en
el siglo xvi con la «segu n d a servid u m b re» y una nueva clase te­
rrateniente 101.
campesinos permanecieran sin determinar, y los campesinos temieran
ser privados de su producción excedente, no tendrían interés en mejorar
sus métodos de trabajo. Los señores, por otra parte, no estaban en
condiciones de aumentar sus exigencias a sus siervos, pues éstos podían
huir fácilmente. Así los príncipes y los señores que deseaban desarrollar
sü propiedad económicamente estaban obligados a inducir a sus súbditos
a trabajar más intensivamente y a introducir nuevos métodos, en par­
ticular en relación con la agricultura. Consiguieron estos fines introdu­
ciendo la costumbre alemana o, mejor, occidental, de no sólo regular,
sino también reducir las cargas de los campesinos. La conmutación de
los servicios y de las rentas en especie por rentas monetarias, iniciada
en Bohemia a comienzos del siglo xm y llevada a efecto algo más tarde
en Polonia, ya reflejaba el desarrollo de la agricultura y el avance en
la división social del trabajo.» M. Malowist, «The social and economic
stability of the Western Sudan in the Middle Ages», Past and Present,
33, abril de 1966, pp. 14-15. Véase Jerome Blum, «Rise of serfdom in
Eastern Europe», American Historical Review, lx ii , 4, julio dc 1957,
pp. 807-836.
100El Grundsherr, rentista, se convirtió en Gutsherr, productor direc­
to. Véase la discusión en Hans Rosenberg, Bureaucracy, aristocracy and
autocracy: the Prussian experience, 1660-1815, Cambridge (Massachusetts),
Harvard Univ. Press, 1966, cap. 1. Véase la discusión en torno a cómo
en Eslovenia los nobles superaron sus dificultades financieras, exten­
diendo su dominio, elevando las rentas y apoderándose del comercio, en
Ferdo Gestrin, «Economie et société en Slovénie au xvi· siécle», Annales
ESC, xvii, 4, julio-agosto de 1962, p. 665.
101 «[Antes del siglo xv] el área colonial al este del Elba tenía sus
Junkers individuales, pero no una clase de Junkers, excepto por lo que
se refiere a los Caballeros Teutónicos. La formación de una clase noble
terrateniente estrechamente entretejida, con grandes ambiciones políticas
y sociales, con solidez y conciencia de clase, una voluntad colectiva for­
jada en defensas y agresiones concretas, y la autoconfianza y el sprit
de corps propios de una casta, fue obra de los siglos xv y xvi [...]. Cro­
nológicamente esto coincide con el ascenso de la gentry en Inglaterra
y Hungría, de la nobleza terrateniente en Bohemia y Moravia, y de la
silachta en Polonia, así como con la decadencia política y económica
de la noblesse ociosa de los señores rentistas y absentistas en Francia y
Alemania occidental.» Hans Rosenberg, «The rise of the Junkers in
Brandenburg-Prussia, 1410-1653», American Historical Review, xi.ix , 1,
octubre de 1943, p. 4. Nótese que Rosenberg incluye a Inglaterra junto
con los países de Europa oriental. Como veremos más adelante, esto es
comprensible, pero puede inducir a confusión. Una de las bases para el
establecimiento de este vínculo entre la gentry inglesa y los terratenien­
tes de Europa oriental la da Zs. P. Pach al decir que ambas clases eran
«de tipo capitalista». Véase «Die Abbiegun der Ungarischen Agrarenent-
wicklung von der Westeuropáischen», en International Congress of His­
torical Sciences (Estocolmo, 1960), Résumés des communications, Gotem-
burgo, Almqvist & Wiksell, I960, p. 55.
134 I m m a n u e l Wallersiή

La razón de que se dieran e s ta s r e a c c io n e s opuestas ante ¿


m ism o fenóm eno (recesión e c o n ó m ic a ) e s q u e, por las razoi^
que explicam os p reviam ente, las d o s á r e a s se convirtieron $
partes com plem entarias de un ú n ic o s is te m a m ás complejo, \
econom ía-m undo europea, en la cu al E u ro p a oriental tenía (j
papel de productor de m a teria s p r im a s para el Occidente ej
plena industrialización, llegan d o a te n e r , seg ú n la frase de 11*
low ist, «una econom ía que, en el fo n d o , [e sta b a ] cerca deU
quem a colonial c lá sic o » 102. U na o je a d a a la naturaleza délo»
m ercio báltico es su ficien te p ara v e r ific a r e s to . A partir del s>
glo xv los productos que flu ían d el E s te al O este eran fundi
m entalm ente bienes m asivos (c e r e a le s, m a d e ra , y más adelante,
lana), aunque las más antiguas e x p o r ta c io n e s de pieles y ceraco>
tinuaban. Y del Oeste al E ste flu ía n te x tile s (ta n to de lujocoor
de calidad media), sal, vinos, se d a s. A fin a le s d el siglo xv Holani
dependía del grano báltico; el tr á fic o m a r ítim o inglés y hola*
dés resultaba im pensable sin la m a d e ra , e l cá ñ a m o , la brea yk
grasa del este de Europa. In v e r sa m e n te , el trig o se había coo
vertido en la exportación m á s im p o r ta n te d el este, llegandob
cluso hasta la península Ib érica e I ta lia 103.
Sin duda este tipo de e sq u em a c o lo n ia l d el comercio existí
previamente en térm inos de r e la c io n e s c o m e r c ia le s en Europe
Estaba la relación entre V en ecia y s u s c o lo n ia s , más su esíer.
de in flu en cia104. Estaba C ataluña c o m o c e n tr o de comercioi
finales de la Edad Media 105. E n lo s s ig lo s x m y xiv Portup

,MM. Malowist, «Poland, Russia and Western trade in the 15th12


16th centuries», Past and Present, 13, abril de 1958, p. 32. Véase també
M. Malowist, «The problem of the inequality of economic development!
Europe in the latter Middle Ages», Economic History Review, 2.' sen
xix, 1, abril de 1966, pp. 15-28. Stanislaw Hoszowski cita a un diplomate
inglés del siglo xvii, sir George Carew, que dijo: «Polonia se ha con*
tido en el granero de Europa y en el almacén de materiales paral
construcción naval». «The Polish Baltic trade in the 15th-18th centuries»
en Poland at the XIth International Congress of Historical Sciencesa
Stockholm, Varsovia, Academia Polaca de Ciencias, Instituto de Historia
1960, p. 118.
101Véase Malowist, Past and Present, 13, pp. 26-27.
El intercambio de productos primarios de las colonias por bi£
manufacturados de la metrópoli se describe en Freddy Thiriet, b £
manie vénitienne au Moyen Age, París, Boccard, 1959, pp. 304-305. Ctf
es descrita como la «cesta del pan del imperio» (p. 414). En cuanto»
relaciones similares con países fuera del imperio, «al no ser sutó
el trigo del imperio», véanse pp. 327-328.
,wVéase Jaime Vicens Vives, An economic history of Spain, cap. I5
especialmente pp. 211-215. [Historia económica de España, Bared#
Vicens Vives, 1977, cap. 17, pp. 193-196.]
?
La n u e v a d i v i s i ó n e u r o p e a d e l t r a b a j o 135

era un productor p rim ario para F landes 106, al igual que Inglate­
rra lo era para la H an sa l07. La p rod u cción de productos prim a­
rios para su in terca m b io por p ro d u cto s m anufacturados de
áreas más avanzadas fu e siem p re, co m o dice B raudel del grano,
un «fenóm eno m arginal so m etid o a frecu en tes revision es [geo­
gráficas]». Y, co m o él d ice, «en to d o s los casos el ceb o [era] el
dinero» loe. Lo que era d ife re n te en el siglo xvi era la existencia
de un m ercado para p ro d u c to s p rim arios que abarcaba una
gran econom ía-m undo. S lich er van B ath fecha la creación del
mercado in tern acion al de ce rea les, cen trad o en los Países B ajos,
sólo en 1544 1W.
Si nos to m a m o s en serio la id ea de B raudel de las «revisio­
nes frecuentes», d eb em o s p regu n tar en to n ces qué es lo que
define a un area co m o p eriferia en vez de com o centro. En la
Edad Media, in clu so en la B aja E dad M edia, no estab a en abso­
luto claro que la E u rop a o rien ta l estu v iera d estin ada a ser la
periferia de una eco n o m ía -m u n d o eu rop ea. Una serie de autores
han subrayado la co m p a ra b ilid a d de los d esarrollos del este y
del oeste. R eginald R. B e tts, p or ejem p lo , dice, hablando del si­
glo xiv: « cu rio sa m en te [ ¡s ic !], no só lo los grandes terratenien­
tes franceses e in g le se s p refería n lo s p agos en esp ecie, sino
también los terr a te n ien te s c h e c o s, p o la co s y húngaros» no. De
manera sim ilar, Zs. P. P ach a rg u m en ta que, in clu so hasta el*10

l<* Véase A. H. de Oliveira Marques, Studi in onore di Amintore Fanfani,


II, p. 449.
,ff7 Véase Philippe Doliinger, La Hanse (XII'-XVII* siécles), París, Mon­
taigne, 1964, pp. 76*80.
101 Braudel, Civilisation matérielle, p. 94.
,wB. H. Slicher van Bath, AAGB, 12, p. 28. Véase Karl Helleiner: «En
el siglo xvi, el comercio interregional de alimentos por mar tenía ya
tras de sí una larga historia [...] Lo que se puede decir, sin embargo,
es que ahora, debido a un mecanismo de mercantilización más elaborado,
y, sobre todo, a un volumen grandemente incrementado de excedentes
disponibles en el este del Elba, Polonia y Estonia, las áreas con déficits
permanentes o temporales de grano podían ser aprovisionadas desde
fuera más ampliamente y con mayor regularidad que en épocas ante­
riores. A mediados del siglo xvi el volumen del grano exportado anual­
mente a través del puerto de Danzig era de seis a diez veces superior
al promedio de los años 1490-92 [...] Dos o tres importantes fuentes de
alimento animal se abrieron en este período al hombre europeo: los
ricos bancos pesqueros de cabo Cod a Labrador proporcionaban can­
tidades crecientes de ricas proteínas, mientras las llanuras de Hungría
y Valaquia, así como las tierras bajas danesas, se habían convertido en
terrenos de cría de un vasto número de bueyes para su exportación a
Austria, Alemania y Holanda.» Cambridge Economic History of Euro·
pe, iv, pp. 77-78.
110Reginald Betts, «La société dans l'Europe centrale et dans l'Europe
occidentale», Revue d'Histoire Comparée, vil, 1948, p. 173.
lib Im m a n u el le i,

sig lo xv, «la tendencia del d esa r ro llo ru ra l [e n Hungría] concor.


daba fundam entalm ente con la d e lo s p a íse s de Europa %
c id e n ta l» in.
¿Por qué entonces la d iv erg en cia ? S e p u e d e responderen
térm in os de los factores — g e o g r á fic o s y s o c ia le s — que justifica,
ron el despegue de Europa o c c id e n ta l. Y a lo hem os hecho en
cierta extensión. Sólo se p uede c o n te s ta r p a rcia lm en te en térmi
nos de las características e sp e c ífic a s d e la E u ro p a oriental. Por
una parte, la debilidad de las c iu d a d e s fu e un factor importa*
t e 1ll2*. E sto suponía una p eq u eñ a d ife r e n c ia en el siglo xm, que
se convirtió en grande en el x v i, d a d o q u e , c o m o resultado de
la divergencia com plem entaria, la s c iu d a d e s occidentales se hi
cieron más fuertes y las o rien ta le s r e la tiv a m e n te más débiles.
O se puede subrayar el hecho de q u e e x is tía ya un cultivo déla
tierra relativam ente m ás ex ten siv o en la E u ro p a occidental a
finales del siglo x m , m ien tras q u e q u e d a b a m u ch o más espacio
libre en la Europa o r ie n ta l,w. E ra r e la tiv a m e n te m ás fácil in*
tituir el trabajo obligado en c u ltiv o s p ara el m ercado en unas
«nuevas» tierras.
Pero entonces debem os p regu n tar: ¿ p o r q u é incluso esas li­
geras diferencias entre O riente y O c c id e n te ? Tal vez exista Ian
sólo una única explicación g eo p o lític a : la s invasiones de los
turcos y de los tártaros y m o n g o les, a fin a le s d e la Edad Media,
que destruyeron m ucho, cau saron e m ig r a c io n e s y diversas deca­
dencias, y sobre todo d eb ilitaron la a u to r id a d relativa de los
reyes y los grandes príncipes 1M.

111 Zs. P. Pach, «The development of feudal rent in Hungary in the


Fifteenth Century», Economic History Review, 2.“ serie, xix, 1, abr2
de 1966, p. 13.
1,2 «El auge económico de Europa occidental se convirtió en una di
las más poderosas causas de la decadencia de las ciudades en Europa
oriental.» Hartung y Mousnier, Relazioni del X Congresso International
de Scienze Storiche, iv, p. 46. «Desde mediados del siglo xv hasta me-
diados del siglo xvm, el rasgo característico de la economía polaca fue
la difusión de una economía de reservas señoriales basada en el trabajo
servil. Esto a su vez obstaculizó el desarrollo de las ciudades y tuvo un
efecto negativo sobre las condiciones sociales y económicas del conjunto
del país.» Hoszowski, Poland at the Xlth International Congress of His-
torical Sciences in Stockholm, p. 117.
m Véase Doreen Warriner, «Some controversial issues in the history
of agrarian Europe», Slavonic and East European Review, xxxi, 78, di­
ciembre de 1953, pp. 174-175.
1,4 Betts sostiene la existencia de un paralelismo entre estas inva­
siones y el «segundo feudalismo» e invasiones anteriores y la creacióo
en Europa del «primer» feudalismo. Véase Betts, Revue d’Histoire Coiη*
parée, vil, p. 175. En las pp. 175*180 detalla el impacto de invasiones pos-
tenores sobre los grupos dominantes en la Europa oriental. Doretfl
La nueva d iv isió n e u ro p e a d e l tr a b a jo 137

Lo que aparece a q u í es el p rin cip io general de que en el


transcurso de la in tera cció n so cia l las p eq ueñas diferencias ini­
ciales se ven reforzad as, esta b iliz a d a s y d efin id as com o «tradi­
cionales». Lo «tradicional» era y ha sid o siem p re un aspecto y
una creación del p resen te, n u n ca del p asado. H ablando del m un­
do moderno, André G under Frank argum enta: «el desarrollo y
el subdesarrollo e c o n ó m ic o son las d os caras de una m ism a
moneda. Ambos son un r e su lta d o n ecesa rio y m an ifestacion es
contemporáneas de c o n tr a d ic c io n e s in tern a s en el sistem a capi­
talista mundial» ,IS. P ero el p r o c e so es m u ch o m ás general de lo
que Frank indica. C om o d ice O w en L attim ore, «la civilización
dio a luz a la barbarie» ,16. H a b la n d o de la relación entre sed en ­
tarios y nóm adas en las fro n te ra s del m un do, L attim ore. argu­
menta que la form a de c o n ce b ir su origen y sus relaciones es
observar

la formación, a partir de lo que originalm ente había sido una socie­


dad unificada, de dos tipos divergentes. Aquellos a los que podemos
llamar, por conveniencia, «progresivos» (para los que la agricultura
se convierte en primaria, y la caza y la recolección de frutos en
secundarias) y «atrasados» (para los que siguen siendo primarias
la caza y la recolección, transform ándose en secundaria la agricul­
tura, y en algunos casos no llegando más allá de una etapa pa­
sajera) *15ll7.

Warriner, Slavonic and East European Review, xxxi, aventura que «si
los canales comerciales feuropeos) no se hubieran desplazado [relati­
vamente hablando] hacia el oeste [desde la Europa oriental] en busca
del oro y la plata ultramarinos, Europa oriental podría haber continua­
do siguiendo el mismo desarrollo que la Europa occidental, actuando el
comercio y la expansión de las ciudades como disolventes de la sociedad
y la economía feudales. O, alternativamente, la depresión del siglo xv en
Europa occidental podría haberse desplazado al este» (p. 176).
115André Gunder Frank, Capitalism and underdevelopment in Latin
America, Nueva York, Monthly Review Press, 1967, p. 9. Frank prosigue:
«El desarrollo y el subdcsarrollo económicos no son simplemente rela­
tivos y cuantitativos, en el sentido de que uno represente más desarrollo
económico que el otro; el desarrollo y el subdcsarrollo económicos son
relaciónales y cualitativos, en el sentido de que son estructuralmente
distintos aunque cada uno está causado por su relación con el otro.
Sin embargo, el desarrollo y el subdesarrollo son lo mismo, en el sen­
tido de que ambos son el producto de una estructura económica y un
proceso del capitalismo únicos, si bien dialécticamente contradictorios.»
1,4 Owen Lattimore, «La civilisation, mére de Barbarie?», Annales ESC,
xvii, 1, enero-febrero de 1962, p. 99.
,wOwen Lattimore, Rclazioni del X Congresso Internazionale di Scien-.
ze Storiche, i, p. 110. La posición de Morton Fried es muy similar: «La
mayor parte de las tribus parecen ser un fenómeno secundario en un
sentido muy específico: bien pueden ser el producto de un proceso
estimulado por la aparición de sociedades con un grado de organización
relativamente alto en medio de sociedades mucho más simplemente or-
ft
138 I m m a n u e l Wallersι&

Así, si en un m om ento dado d el tie m p o , deb ido a una se^


de factores con un origen a n terio r, u n a reg ió n tiene una li^{
ven taja sobre otra en térm in os d e u n fa c to r clave, y existe
coyuntura de circunstancias q u e o to rg a n a esta ligera ventaja
una im portancia central en té r m in o s d e la determinación de \
acción social, entonces esa ligera v e n ta ja se convierte en tm¡
gran disparidad, y la ventaja se m a n tie n e in clu so después 4
haber sido superada la coyu n tu ra II8. E s te fu e el caso en loj
siglo s xv y xvi en Europa. Dada la gran e x p a n sió n de la amplia
geográfica y dem ográfica del m u n d o del c o m er cio y de la b
dustria, algunas áreas de E uropa p o d ía n a m a sa r las ganancia
de esta expansión tanto m ás si p o d ía n esp e cia liza rse en las ac.
tividades esenciales para la reco g id a d e e s ta ganancia. AsU
nían que gastar m enos de su tiem p o , fu erza de trabajo, tiem
y otros recursos naturales para s o s te n e r s u s necesidades básica
O Europa oriental se con vertía en la « c e sta del pan» de b
Europa occidental, o viceversa. C u a lq u iera d e las dos solucione
hubiera cubierto las «n ecesid ad es d e la situ a ció n » en la co
yuntura. La ligera ventaja d eterm in ó cu á l d e las dos alternativa
prevalecería. En ese m om ento, la ligera v e n ta ja del siglo xv«
convirtió en la gran disparidad del x v n y la d ife re n c ia monumea
tal del xix n9.

ganizadas. Si esto se pudiera demostrar, el tribalismo podría ser via


como una reacción a la creación de una estructura política compleja,c
vez de como una necesaria etapa preliminar en su evolución.» «Ontbr
concept of "tribe" and "tribal society"», en June Helm, comp., Em)\
on the problem of tribe (actas de la reunión anual de la primavera it
1967 de la American Ethnological Society), p. 15.
1,1 De hecho, advirtiendo este efecto acumulativo de las pequeñas 6
fcrencias se puede tender un puente sobre la estéril discusión en torno1
cantidad y cualidad. Estoy de acuerdo con P. C. Gordon-Walker: *Li
distinción entre cambios en cualidad y cambios en cantidad es m
distinción irreal. Si los historiadores buscaran cambios en cantidad, 0
grado, encontrarían que los "cambios en cualidad" de hecho resultas
solamente de cambios en cantidad. Esto es cierto tanto para los cambia
en las ideas y en la perspectiva social como para los cambios eoa
organización económica (...]
•Los cambios en cualidad no son sino un cierto grado de intensé
alcanzado por anteriores cambios en cantidad.» «Capitalism and Refor­
mation», Economic History Review, νιπ, 1, noviembre de 1939, pp. 4-S
m Traían Stoianovich sostiene que la misma disparidad creciente 8
da entre la Europa occidental y la Europa sudorienta!: «Si en el &
glo xiv se descubren pequeñas diferencias cuantitativas entre la orto
tación de las sociedades balcánicas y la de Europa [occidental], esü
distinción ya era significativa en 1700, mucho mayor en 1800, e increíble
mente grande en 1850.» «Material foundations, of preindustrial civilization
in the Balkans», Journal of Social History, iv, 3, primavera de 1971, pi
gina 223.
La nueva d iv isió n e u r o p e a d e l tr a b a jo 139

Las con sid eracion es c r u c ia le s en la form a de control del tra­


bajo adoptada en E u rop a o rien ta l fu eron la oportunidad de
grandes ganancias si se a u m en ta b a la p rod u cción (debid o a la
existencia de un m ercad o m u n d ia l) m ás la com b inación de una
relativa escasez de m an o de ob ra y una gran cantidad de tierras
sin utilizar l2°. En la E u rop a o rien ta l del sig lo x v i, y en ciertas
partes de la eco n o m ía de la A m érica esp añ ola, se hizo, por
tanto, deseable (ren ta b le ), n e c e sa r io (en térm in os del propio
interés del terraten ien te) y p o sib le (en térm in o s del tipo de
trabajo requerido) el tra b a jo o b lig a d o en cu ltiv o s para el m er­
cado. La esclavitud resu lta b a im p r a ctica b le d eb ido a la relativa
escasez de m ano de obra. La m a n o de ob ra indígena es siempre
escasa para su u tiliza ció n co m o e sc la v o s, dado que es excesiva­
mente difícil de co n tro la r, y la im p o r ta c ió n a larga d istancia de
esclavos no resu ltab a re n ta b le para p ro d u cto s que requerían
tanta supervisión co m o el trigo. D esp u és de tod o, el co sto de
los esclavos no era d esp re cia b le.
Mientras que p r e su m ib le m e n te el ca m p esin o p refiriese un
sistema de trabajo o b lig a d o en c u ltiv o s para el m ercado antes
que la esclavitud, d a d o s la d ig n id a d y lo s p rivilegios m ínim os
que implica la lib ertad fo rm a l, no e s seg u ro q ue las con d icion es
materiales de este tip o d e tra b a ja d o r fueran m ejores que las
del esclavo. De h ech o , F ern a n d o G u illén M artínez so stie n e que
en la América esp a ñ o la el in d io de la en co m ien d a era tratado
peor que el escla v o , en gran m ed id a d eb id o a la insegura situ a­
ción social del e n c o m e n d e r o 121. A lvaro Jara argu m en ta, de form a

,ϊ0 Evsey D. Domar hace la siguiente hipótesis: «De los tres elemen­
tos de una estructura agrícola relevantes [a los fenómenos de la escla­
vitud y la servidumbre] —tierra libre, campesinos libres, y terratenien­
tes no trabajadores— dos elementos cualesquiera, pero nunca los tres,
pueden existir simultáneamente. La combinación encontrable en la rea­
lidad dependerá del comportamiento de los factores políticos, de las
medidas gubernamentales.» «The causes of slavery or serfdom: a hypo­
thesis», Journal of Economic History, xxx, 1, marzo de 1970, p. 21.
Ul «La creación y constitución de castas, de grupos permanentemente
subyugados por otros, no consiguió sanción legal [en la América espa­
ñola] excepto de forma embrionaria y provisional. La legislación oficial
sobre el trabajo personal de los indígenas nunca aceptó plenamente la
desigualdad judicial intrínseca de blancos, indios y mestizos [...]
•Precisamente a causa de sus precauciones y trucos extralegales, la
clase explotadora (de terratenientes y burócratas aliados) llegó a tener
unas características de irresponsabilidad moral, rapacidad y violencia
inhumana, desconocidas allí donde se unieron unos estratos aristocráti­
cos firmemente apoyados por el Estado en su privilegiada situación eco­
nómica, como en Alemania, Francia o Italia.
»Una prueba de esto se puede ver en el hecho de que cuando se auto­
rizó la importación de esclavos negros a Nueva Granada, para trabajar
140 I m m a n u e l Wallers^

sim ila r, que el nivel de vida de lo s in d io s de la encomienda, q¡


e s te ca so en Chile, estaba «a un n iv e l m ín im o , utilizando e${*
co n cep to en su sentido m ás e str ic to » 122.
Así, en las áreas g e o e co n ó m ica m en te p e r ifé r ic a s de la ecoixv
m ía-m undo em ergente había d os a c tiv id a d e s prim arias: minería,
p rin cip alm en te de m etales p r e c io so s, y agricu ltu ra , principal
m en te para ciertos alim en tos. E n el s ig lo x v i la América española
proporcionaba principalm ente lo p r im e r o ,23, m ien tra s que Euro
pa oriental proporcionaba fu n d a m e n ta lm e n te lo segundo. En
am bos casos la tecnología se b a sa b a en el u so intensivo de

en las minas de Antioquía o como peones agrícolas en la región de fo


Cauca o en la costa del Atlántico, el trato paternal que recibieron it
sus amos fue mucho menos cruel, inmoral o bárbaro que el que habla¿
recibido previamente las tribus indígenas asignadas a los encomend*
ros. El propietario de un esclavo negro estaba garantizado por la lq
en su privilegiada situación, y esta conciencia de la estabilidad deli
esclavitud daba a los propietarios un cierto sentido de responsabilidaí
concreta que faltaba a los encomenderos a los que los indios estaba
sujetos.» Guillén, Raíz y futuro, p. 81.
,u Alvaro Jara, «Salario en una economía caracterizada por las reí*
ciones de dependencia personal», Third International Conference oí E»
nomic History (Munich, 1965), París, Mouton, 1968, p. 608.
Nuevas muestras del bajo nivel de vida de los indígenas en la en»
mienda pueden hallarse en Guatemala, donde el producto era el ani
En 1563 la Corona española confirmó una decisión previa de la Audi»
cia prohibiendo el empleo de indios, sobre la base de que se trataba it
un «trabajo nocivo». Robert S. Smith señala que el decreto fue inefec­
tivo: «En 1583, los funcionarios coloniales descubrieron que los plant*
dores habían ingeniado un subterfugio: en vez de alquilarlos medianti
un salario, los plantadores contrataban a los indios para acarrear te
plantas de añil a tanto el fardo, pagándoles en vestidos por una décinu
parte de lo que habrían recibido en salarios monetarios [...] Siete años
más tarde, la Hacienda descubrió que "muchos mestizos, mulatos yi*
gros libres e incluso esclavos" (es decir, los peones de los que el gob:«
no esperaba que hicieran el trabajo) estaban violando la ley alquilando
indios para cosechar y acarrear el xiquilite [planta que era la principi!
fuente del añil] a cambio de salarios nominales.» «Indigo productiw
and trade in colonial Guatemala», Hispanic American Historical Reviet,
xxxix, 2, mayo de 1959, p. 187. Incluso los esclavos estaban alquilando
indios: ¡eso da una idea!
ω «[Los] propósitos iniciales [de la conquista española muestran]
una fuerte convergencia hacia la creación de economías mineras en te
diferentes lugares de ocupación y asentamiento [...] Lo que los indios
dieron a Europa fue fundamentalmente metales preciosos. Los produc­
tos coloniales aparecen relegados a un modesto segundo lugar.» Alvaro
Jara, Grandes votes maritimes dans le monde, XV'-XIX* siécles, pp. 211
250. Jara señala que los cuadros que muestran el volumen de tráfxt»
marítimo son muy claros a este respecto: «Excepto las décadas de
1600 y 1621-1630, todas las otras parecen ajustarse a esta formula: cuas»
mayor es la producción minera, mayor es el tráfico marítimo com:
contrapartida comercial» (p. 266).
La nueva d iv isió n e u r o p e a d e l tr a b a jo 141

mano de obra, y el siste m a so c ia l, en la ex p lo ta ció n del trabajo.


En términos gen erales, el e x c e d e n te iba d estin ad o, de form a
desproporcionada, a sa tisfa c e r las n ecesid a d es de la población
de las áreas del cen tro. Las g a n a n cia s in m ed ia ta s de la em presa
eran com partidas, co m o v er em o s, p o r gru p os de las áreas cen­
trales, grupos de c o m er cio in tern a cio n a l y personal local super­
visor (que in clu ye, p or e je m p lo , tan to a los aristócratas en
Polonia com o a lo s fu n c io n a r io s p ú b lic o s y los encom en d eros
en la América esp a ñ o la ). La m a sa de la p o b la ció n estaba dedicada
al trabajo obligado, un sis te m a d efin id o , circu n scrito e im pu esto
por el Estado y su a p arato ju d icia l. Los escla v o s eran utilizados
en la medida en que era re n ta b le h a cerlo , y donde tal extrem o-
sidad jurídica era e x c e siv a m e n te c o s to sa , la alternativa de una
mano de obra fo rm a lm e n te lib re, p ero leg a lm en te som etida a
coerción, fue em p lead a en lo s c u ltiv o s para el m ercado ,24.
En el centro de la e c o n o m ía -m u n d o , en la E uropa occid en tal
(incluyendo el m u n d o c r istia n o m ed ite rr á n e o ), la situ ación era
diferente en una serie d e a sp e c to s. La d en sid ad de población
era básicam ente m u ch o m a y o r (in c lu so en p eríodos de declive
demográfico, co m o lo s sig lo s x iv y x v ) 125. La agricultura era, por

1,4 Max Wcber establece la distinción entre economías de plantación


y economías de hacienda, terminología usada frecuentemente. La prin­
cipal distinción parece centrarse en las formas de control de la mano
de obra y en los productos típicos. Véase General economic history,
Nueva York, Free Press, 1950, pp. 79-92. Las plantaciones producen en
general cultivos hortícolas (según Weber), y típicamente caña de azúcar,
tabaco, café, algodón. Las haciendas se dedican a la cría de ganado, o
al cultivo de trigo, o a una combinación de ambos. No estoy seguro de
que la distinción planteada de este modo sea útil, puesto que las «ha­
ciendas» (definidas así) de Europa oriental están más próximas a las
«plantaciones» americanas que a las «haciendas» inglesas, por ejemplo.
ω Sin embargo, la densidad declinó en Europa meridional al tener
lugar el proceso de semiperiferización que describiremos más adelante.
Comentando .un trabajo de Marian Malowist sobre el desarrollo de
Europa oriental en esta época, Jaime Vicens Vives establece esta com­
paración con Cataluña: «He notado en efecto, como especialista en la
evolución de las clases campesinas en un país bastante diferente de la
Polonia del siglo xv, que es Cataluña, que si hay en ambas áreas una
concordancia muy llamativa en lo que hemos llamado "segundo feuda­
lismo", esta similitud no puede ser explicada por causas idénticas. Ma­
lowist, siguiendo a sus precursores polacos [considera] como elemento
primario en el comienzo de una nueva feudalización en los siglos xv y xvi
el desarrollo del comercio báltico de Polonia y la ampliación de los mer­
cados internos, consecuencia normal del crecimiento de las ciudades. En
Cataluña, bien por el contrario, las fuentes del empeoramiento del esta­
tuto jurídico de la población campesina fueron la decadencia del comer­
cio mediterráneo, por una parte, y la despoblación de las ciudades, por
otra. Así, se llega a resultados idénticos a partir de hechos opuestos.»
I m m a n u e l Wallerstein

tan to, m ás in te n siv a 126. A dem ás, p a rte d e la tierra había pasado
de ser arada a ser usada para p a sto s. E l resu ltad o fue una
coerció n m enor. Por una parte, u na m a n o d e ob ra más especiali-
zada puede conseguir una m en or c o e r c ió n ju r íd ica . O, mejor, la
coerción ha de ser m ás in d irecta, a tr a v é s d e los mecanismos
del m ercado. Por otra parte, en la cr ía d e ganado siempre
existía la tentación, esp ecia lm en te en in v ie r n o , de dedicar la co·
m ida de las vacas a los h o m b res. Un s is te m a señorial no era
capaz de resolver con eficien cia e s te p r o b le m a 127. Pero el si·

Comentario al «Rapport de M. Malowist», en IX' Congrés Internationa


des Sciences Historiques, I I , Actes, París, Armand Colin, 1951, p. 148.
Prescindiendo de que yo no. creo que Vicens caracterice la posicióa
de Malowist con total precisión, creo que confunde la cuestión. Us
causas del nuevo estatuto del campesino en Polonia y en Cataluña soo
idénticas. Sólo los puntos de partida son distintos, habiendo sido Cal*
luna en el siglo xiv una de las áreas relativamente más avanzadas de
Europa. La despoblación de Cataluña y el crecimiento de la poblacióo
de Polonia pueden haber aproximado bastante las densidades resulto
tes, reflejando a fines del siglo xvi «largo» su no tan diferente estatus
en la economía-mundo europea.
De forma similar, cuando Pierre Jeannin señala que los puertos ód
Báltico crecieron de hecho en dimensiones y actividad en el siglo x>i,
precaviéndonos de no sobreestimar la decadencia de las ciudades en ti
periferia, debemos reconocer que esto es así. Véase «Les relations éco
nomiques des villes de la Baltique avec Anvers au xvi* siécle», Vier/el·
jahrschrift für Sozial- und Wirtschaftgeschichte, x l i i i , 3, septiembre
de 1956, p. 196. Pero es preciso tener en cuenta varias cosas. 1) Un ai>
mento del comercio internacional conduce por supuesto a un incremento
de la actividad de los puertos. Pero ¿qué sucede con los centros admi
nistrativos y los focos de comercio local? 2) Un incremento de la pobb
ción total tendrá normalmente por consecuencia un crecimiento absoluto
de las ciudades, pero ¿cuáles son las proporciones relativas de la pobla­
ción urbana? 3) Incluso un aumento relativo de la población urbana eo
la periferia puede suponer (e indudablemente supuso) una decadencia
relativa en relación con el grado de urbanización de la Europa occi­
dental.
m Una agricultura más intensiva requiere mejores condiciones pan
el campesino. Véase en Ardant cómo los diezmos disminuyen la produc­
tividad (Théorie sociologique de l'impót, i, p. 208) y cómo los impuestos
o rentas fijas la favorecen (ibid., i, pp. 225-226).
117Witold Kula explícita el dilema teórico: «[Un] sistema que trans
feria a la granja del siervo la parte esencial de las funciones de repo
sición de la capacidad productiva de la hacienda —me refiero a la ali­
mentación del ganado— creaba las peores condiciones para el desarrollo
de la ganadería. La negligencia con que los campesinos trataban d
ganado, del cual se beneficiaba sobre todo el señor y no ellos, era motivo
de constante preocupación de aquél o de su administrador. En años de
mala cosecha, el campesino se encontraba a veces en la alternativa <k
alimentarse a sí mismo o alimentar al ganado; su elección es fácil de
deducir. El reducido rendimiento del trabajo de los bueyes hacía neo-
sano mantener un gran número de ellos, lo que agravaba más aún d
La nueva d iv isió n e u r o p e a d e l tr a b a jo 143

glo xvi fue un tiem p o de una c r e c ie n te dem anda de carne, siendo


esta demanda elá stica y ten d ie n d o a crecer al elevarse el nivel
de vida I28. Tam bién, dada la ex p a n sió n de la población , había
a su vez una m ayor d em a n d a de grano. Las con secu en cia s fue­
ron simples. La cría de gan ad o, q u e era rentab le, requería una
diferente organización so c ia l d el trab ajo. Cuando ésta no se
desarrollaba, por las ra zo n es q u e fu eran , el p astoreo dism inuía
de hecho 129. Por tan to, en to d o el á m b ito eu rop eo el problem a
se convirtió en una c u e stió n de m a y o r d iv isió n del trabajo.
En las áreas del ce n tro , las ciu d a d e s florecieron , nacieron
industrias, los m erca d eres se c o n v ir tie ro n en una fuerza eco­
nómica y política sig n ifica tiv a . D esd e lu ego, la agricultura siguió
siendo a lo largo de to d o el sig lo x v i la activid ad de la m ayoría
de la población. (D e h ech o , e s to fu e c ie r to h asta el siglo x ix para
la Europa del n o ro este, y h a sta el sig lo x x para la Europa del
sur.) No obstante, la in c lu sió n d e la E u rop a orien tal y la Amé­
rica española en una e c o n o m ía -m u n d o eu rop ea, durante el si­
glo xvi, no só lo p r o p o r c io n ó c a p ita l (a través de los b otin es
y altos m árgenes d e g a n a n c ia ), sin o q u e tam b ién lib eró m ano
de obra en las áreas d el c e n tr o p ara s u esp ecia liza ció n en otras
labores. El ab an ico o c u p a c io n a l en la s áreas cen tra les era m uy
complejo. Incluía un gran r e m a n e n te p a ra lelo a lo s de la p e ­
riferia (por ejem p lo , p r o d u c c ió n d e gran o). P ero la tendencia
en el centro era hacia la v a ried a d y la esp ecia liza ció n , m ien tras
que la tendencia en la p e r ife r ia era h a cia el m o n o cu ltiv o .

problema forrajero.» Théorie économique du systéme jéodal: pour un


modéle de Véconomie polonaise, XV¡'-XVIII* siécles, París, Mouton, 1970,
páginas 31-32. Esta no es una consideración puramente teórica. Emma­
nuel Le Roy Ladurie muestra que esto es exactamente lo que sucedió
en el Languedoc entre 1515 y 1530. Les paysans de Languedoc, París,
sevpen, 1966, i, p. 323.
IUVéase Kristof Glamann, Fontana Economic History of Europe, i i ,
páginas 45-52. «El apogeo del comercio de ganado coincidió con la edad
de oro de la nobleza» (p. 50).
w Como en Languedoc. Véase la descripción de Le Roy Ladurie: «Los
despejamientos disminuyen la tierra de pasto; los plantíos (olivos, cas­
taños, etc.), las terrazas y las cercas de piedra limitan los campos abier­
tos de propiedad común. Por todas estas razones, la cría de ganado se
estabiliza, luego decae. En esta agricultura antigua, que no conoce las
plantas forrajeras o las confina a los huertos, no es posible desarrollar
simultáneamente la producción animal y vegetal. Sus exigencias son
contradictorias, porque ambas buscan la tierra que todavía es libre
pero cada día más escasa. A falta de una Mesta que, como en España,
defienda los intereses de los ganaderos, el desarrollo de la cría de ganado
resulta sacrificado pronto en una sociedad tradicional que emprende su
expansión.» Les paysans du Languedoc, i, p. 324.
144 I m m a n u e l Wallersttin

La exp an sión del siglo x v i n o fu e s ó lo u n a expansión geogri


fica. Fue una expansión eco n ó m ica : u n p e r ío d o de Crecimiento
d em o g rá fico , de m ayor p ro d u ctiv id a d a g ríco la y de la «primera
rev o lu ció n industrial». S eñ aló el e s ta b le c im ie n to de un comercio
regular entre Europa y el resto del m u n d o h a b ita d o ,3°. A finales
del sig lo la econom ía parecía s im p le m e n te d ife r e n te y mejor1*,
H asta aquí hem os d escrito la s fo r m a s em ergen tes de pro
d u cció n y de control del trab ajo en la p e r ife r ia , tratándola en
co n tra ste explícito e im p lícito co n la s á r e a s cen tra les. De hecho,
la estructu ra del centro es m á s c o m p lic a d a d e lo que hemos
in dicad o hasta aquí. N o o b sta n te, a n te s d e q u e tratemos esta
com p lejid ad deberíam os echar un v ista z o a la producción agríco
la de una tercera zona estru ctu ra l, la se m ip e r ife r ia . No hemos
explicado aún la función de la s e m ip e r ife r ia en el funcionamiento
del sistem a mundial. B aste con d e c ir en e s te m o m en to que, con
arreglo a ciertos criterios e c o n ó m ic o s (p e r o n o todos), la semi­
periferia representa un punto in te r m e d io d e un continuo que va
desde el centro a la periferia. E sto e s c ie r to , en particular, con
respecto a la com plejidad de las in s titu c io n e s económicas, d
grado de retribución econ óm ica (ta n to en té r m in o s de nivel me­
dio com o de am plitud) y fu n d a m e n ta lm e n te en la forma de con­
trol del trabajo.
•La periferia (Europa orien tal y la A m érica esp añ ola) utilizabi
trabajo forzado (esclavitud y tra b a jo o b lig a d o en cultivos pan
el mercado). El centro, co m o v e r e m o s, u tiliz a b a , cada vez más,
mano de obra libre. La se m ip e r ife r ia (a n tig u a s áreas centrales
en evolución hacia estru ctu ras p e r ifé r ic a s) d e sa r r o lló una forma
intermedia, la aparcería, co m o u n a a lte r n a tiv a extendida. Sin
duda la aparcería era con ocid a en o tr a s á r e a s. P ero sólo se hizo
predominante, en este tiem p o, en la s e m ip e r ife r ia . La mezzadm
en Italia, y la facherie en P rovenza, era n y a co n o cid a s a partir
del siglo x i i i ; el métayage, en o tr o s lu g a r e s d el su r de Francia,
a partir del xiv. Y al au m en tar la s d ific u lta d e s económicas de
los señores feudales en los sig lo s x iv y x v , lo s dominios eran
arrendados cada vez m ás en esta fo r m a , n o c o m o un todo, sino*

,wVéase J. H. Parry, «Transport and trade routes», en Cambriin


Economic History of Europe, iv, E E. Rich y C. H. Wilson, comps., Ifc
economy of expanding Europe in the 16th and 17th centuries, Londres J
Nueva York, Cambridge Univ. Press, 1967, p. 191.
1,1 Véase esta comparación de la Europa de 1600 con la Europa
1500: «Ante todo un sector agrícola, todavía la principal actividad, capa
de alimentar a muchos más hombres que en 1500, y de alimentarlos i»
jor; comercio con los mundos de ultramar, una industria textil aún ma­
yor que la de 1500, una industria minera y metalúrgica mucho mayor.»
Mauro, Le XVI* siécle européen, p. 257.
La nueva d iv isió n e u r o p e a d e l tr a b a jo 145

en unidades m en ores, ca p a ces de so ste n e r a una fam ilia en vez


de a todo un pueblo. D uby señ a la que para m ed iad os del siglo
xv «las exp lotacion es p ro d u c to r a s d e cerea les a gran escala que
pudieran existir aún en la E u rop a o ccid en ta l d esap arecieron ...».
Considera que ésta fu e «una de las tra n sfo rm a cio n es fundam en­
tales de la vida ru ra l...» 132.
¿Por qué, no o b sta n te, to m ó la tra n sfo rm a ció n esta form a
particular? Es d ecir, ¿p or q u é, si se p ro n o stica b a una transfor­
mación, no se dirigía el se ñ o r al E sta d o para obligar a los cam ­
pesinos a perm an ecer en la tierra, co m o en la E uropa oriental?
Y, por otro lado, ¿por q u é, si h ab ía c o n c e sio n e s, ésta s tom aban
la forma de la ap arcería, en vez de la de la tran sferen cia de
tierra a pequeños g ra n jero s, q ue com p ra ra n d irectam en te la
tierra o pagaran una ren ta fija , q u e fu e la principal solu ción
(aunque, por su p u esto , no la ú n ica ) en la E uropa del noroeste?
Dobb, al co m p arar la E u ro p a del e ste y la del o este en tér­
minos de la reacción se ñ o r ia l a n te el fen ó m en o de la deserción
y de la d esp ob lación , y c o n sid e r a n d o a la E uropa occid en tal el
terreno de las « c o n c e sio n e s» y a la E u rop a orien tal el de la
«coerción renovada», a trib u y e las d ife re n tes reaccion es a la
«fuerza» de la r e siste n c ia de lo s c a m p e sin o s 133. Ian Blanchard,
por otra parte, está de a c u e r d o en q ue el grado de d esco n ten to
campesino es un facto r, p ero de fo rm a m en o s directa. El factor
crucial era la d isp o n ib ilid a d de m a n o de obra. S o stien e que
hasta la década de 1520 e x istía e s c a se z de m ano de obra en In-

1,1 Duby, Rural economy, p. 325; véase también p. 275. Sin embargo,
la situación parece haberse desarrollado de forma distinta en Castilla;
«En los siglos xrv y xv la aristocracia castellana cobra un auge, una
importancia tan desmesurada que la convierten en árbitro del Estado.
Los nobles castellanos no adoptan una posición defensiva como en los
demás reinos occidentales, sino que, al contrario, cambian las dinastías,
se apoderan del patrimonio real y hacen del poder un instrumento de
sus ambiciones. Este fenómeno se debe a que la realeza no pudo susten­
tarse en un sólido apoyo municipial. Muchos concejos castellanos fue­
ron partidarios y muchos fueron sometidos por la aristocracia.» Vicens,
An economic history of Spain, p. 245. [Historia económica de España,
página 225.] Por ello sostiene Vicens, el siglo xvi conoció el auge en
Extremadura y Andalucía de grandes latifundios, cuyo origen está en
las grandes concesiones de tierras de los siglos xiv y xv. Véanse pá­
ginas 247-248 [227-228].
,u Y Dobb añade, a la fuerza de la resistencia campesina, «el poder
político y militar de los señores locales, que según los casos hacía fácil
o difícil el superar la resistencia campesina y evitar por la fuerza la de­
serción de los señoríos, y la medida en que el poder real ejercia.su
influencia para fortalecer la autoridad señorial o, por el contrario, apro­
vechaba todas las ocasiones de debilitar los sectores rivales de la no­
bleza». Studies, pp. 51-52.
146 I m m a n u e l Wallersuin

glaterra, y que los leg isla d o res in te n ta b a n d e hecho ejercer


co e rc ió n sobre los trabajadores p a ra q u e perm anecieran en la
tierra, m ien tras los terraten ien tes c e r c a b a n la s tierras, de mala
gana, faute de mieux134. Así, la c o e r c ió n , p la n te a Blanchard, fue
u tilizad a tam bién en Inglaterra m ie n tr a s h u b o despoblación. Sólo
cu an d o la población creció e sta lla r o n lo s c a m p e sin o s, exigiendo
tierras.
Cualquiera que sea el caso, la fu e rza d e la resistencia cam-
p esin a explica poco, ya que n e c e s ita r ía m o s sa b er por qué los
cam p esin os se resistieron m ás en In g la te r r a q ue en Polonia
— ¿creerá esto realm ente D o b b ? 135— , p o r q u é lo s señores eran
m ás fuertes o más débiles, por q u é lo s r e y e s fortalecían la auto
ridad señorial o la debilitaban. T e n e m o s m á s probabilidades de
descubrir las razones en el h ech o d e la d iv e r g e n c ia complemen­
taria en el seno de una ú n ica e c o n o m ía -m u n d o , para la cual
sugerim os dos explicaciones: la fu erza c o m p a r a tiv a de las ciuda-
des en el punto de partida de la d iv e r g e n c ia , y el grado de des­
ocupación de la tierra.
La «desocupación» de la tierra p u e d e s e r replanteada en tér­
m inos de la relación tierra /tra b a jo . S i e x is t e abundancia de tío
rra, uno puede apañárselas con u n o s m e d io s d e producción re­
lativamente ineficaces. Uno p u ed e d e d ic a r s e a la agricultura
extensiva. Se pueden utilizar e sc la v o s o tr a b a jo obligado en cul­
tivos para el m ercado. La a g ricu ltu ra in te n s iv a requiere traba­
jadores libres. Pero, en ton ces, ¿ p o r q u é la a p a rcería ? Evidente­
mente, porque la situación se e n c u e n tr a e n a lg ú n punto inter­
medio.

** «Desde finales de la década de 1520 [sin embargo], los arrendata­


rios que previamente habían permanecido tan silenciosos sobre los cer-
camientos iniciaron un gran clamor denunciando a quienes mantenían
las tierras para pasto, impidiéndoles así a ellos la adquisición de nuevos
arrendamientos, necesarios para satisfacer a una población creciente.
Esta protesta estaba a menudo organizada a través de canales legales,
pero progresivamente se fue haciendo evidente que no mostrarían obe­
diencia a la ley y echarían abajo los cercamientos de tierras.» Blanchard,
Economic History Review, χχιπ, p. 440.
U5 Braudel sugiere una posible explicación del diferente grado de re­
sistencia efectiva: las diferencias en la densidad de la población. Compa­
rando los asentamientos de baja densidad de la Europa central con los
de alta densidad en Italia («pueblos-ciudades») y con los grandes cen­
tros del Rin, el Mosa y la cuenca de París, Braudel dice: «Ahora bieo,
esta baja densidad de los pueblos, en tantos países de la Europa cen-
tral y oriental ¿puede dejar de ser una de las causas esenciales del des­
tino del campesinado? Frente a los señores, se encontraban más desar­
mados en la medida en que les faltaba el sentimiento de codo con codo
propio de las grandes comunidades.» Civilisation matérielle, p. 42.
La nueva d iv isió n e u r o p e a d e l tr a b a jo 147

Señalemos que, d esd e el p u n to de v ista del cam pesino, la


aparcería tai vez sea p referib le al trab ajo ob ligad o en cultivos
para el m ercado, p ero no d em a sia d o . El in greso neto es bajo,
aunque en tiem p os de p ro sp erid a d pueda aum entar. La coerción
a través del en d eu d a m ien to es a m en u d o tan real com o la coer­
ción legal. Para Η. K. T ak ah ash i, los métayers son «sem isiervos»
que trabajan para « terr a te n ien te s u s u r e r o s » 136. B loch ve los
desarrollos en F rancia co m o un p ro ceso de retro ceso en la libera­
ción gradual del ca m p esin o re sp ecto a su señ o r que se había
venido dando a fin a les de la E d ad M edia:

Si —-hipótesis absurda— la revolución [francesa] hubiera tenido lu­


gar alrededor de 1480, hubiera entregado la tierra, mediante la su­
presión de las cargas señoriales [charges seigneuriales], casi exclu­
sivamente a una masa de pequeños granjeros. Pero de 1480 a 1789
pasaron tres siglos en los que se reconstituyeron las grandes po­
sesiones ,37.

No obstante, ¿por q u é ap arcería y no arrendam iento, por


una parte, o trab ajo o b lig a d o en cu ltiv o s para el m ercado, por
otra? Aunque la a p arcería ten ía la d esv en ta ja , com parada con
el trabajo ob ligad o, de u na m ay o r d ificu lta d de su pervisión, tenía
la ventaja de fa v o recer lo s e sfu e r z o s de los ca m p esin o s por con­
seguir una m ayor p ro d u c tiv id a d , d ad o el su p u esto , lógicam ente,
de que el ca m p esin o e stu v ie r a d isp u e sto a seguir trabajando
para su señor sin n ece sid a d d e c o m p u lsió n le g a lI38. En pocas
palabras, cu an do la m a n o d e ob ra es ab u n d an te, la aparcería
probablemente sea m ás r e n ta b le q ue el trab ajo obligado en cu l­
tivos para el m erca d o l39.

m Η. K. Takahashi, «The transition from feudalism to capitalism: a


contribution to the Sweezy-Dobb controversy», Science and Society, xvi,
4, otoño de 1952, p. 324.
w Bloch, Caractéres originaux, I, p. 154.
,MVéase Duby: «El métayage ofrecía a los amos una gran ventaja.
Les permitía beneficiarse tanto del crecimiento esperado de la produc­
tividad de la reserva como del alza de los precios agrícolas [...] Incluso
cuando la participación del señor era mínima, el contrato le aseguraba
una participación importante en las ganancias netas [presumiblemente
mayor que si rentaba la tierra al campesino]. Pues no debemos olvidar
que el métayer debía deducir semillas y a veces diezmos de la parte que
se le dejaba, y ésta era una pesada carga que gravitaba sobre los rendi­
mientos normalmente bajos de la agricultura. Sin embargo, el sistema
presentaba inconvenientes de los cuales los señores eran bien conscien­
tes. Las grandes fluctuaciones de las cosechas exigían una estrecha su­
pervisión.» Rural economy, pp. 275-276.
,wComo dice Duby, la ventaja del métayage para el terrateniente era
que «los costos de cultivo eran bajos, las ganancias en bienes comercia-
lizables [...] muy altas» (ibid., p. 280).
148 Im m anuel Wallerstein

En cu an to al arrendam iento, sin d u d a , p o r e ste mismo raza


n am ien to, es aún más rentab le q u e el tr a b a jo obligado en culi},
v o s para el m ercado. N o o b sta n te , e x is te u na condición. Loj
arrendatarios tienen un co n tra to fijo , y sa le n ganando en mo-
m en to s de inflación, al m en os en la m e d id a en la que los contra­
tos sean a plazo relativam ente largo. P or su p u e sto , lo contrario
es cierto cuando declina el m erca d o . La a p a rce ría es así un H
todo de m inim ización de riesg o s ,4°. R e su lta d e e sto que la apar­
cería es considerada más fá c ilm e n te en á r e a s d e agricultura es
pecializada, en las que los riesg o s d e v a r ia c io n e s pesan más que
los costos de transacción.
Pero éste era precisam ente un m o m e n to d e altos riesgos. El
aum ento continuo de la in flación d e p r e c io s resu lta muy preocu­
pante. La aparcería parecía ser el r e m e d io H1. En determinada!
áreas los cam pesinos tuvieron la s u e r te d e ten er defensas lega-

140Steven N. S. Cheung formula esta tesis teóricamente: «Los téma­


nos de un contrato de aparcería incluyen, entre otras cosas, el porcra
taje de renta, la proporción respecto a la tierra de los restantes inputs,
y los tipos de cultivo que se van a plantar. Estas cuestiones se decido
conjuntamente entre el terrateniente y el arrendatario. En los contrates
sobre la base de un salario o de una renta fija, sin embargo, dados I»
precios de mercado, una sola de las partes puede decidir que proporcw
de los recursos de la otra parte empleará y qué cultivos plantará.!
desde el momento en que en un contrato de aparcería el reparto dd
producto se realiza a partir del producto de hecho, el terrateniente d&
esforzarse en determinar el rendimiento de la cosecha. Así, la negocia
ción y el cumplimiento son más complejos en un contrato de aparcera
que en contratos salariales o de renta fija [...]
»Si sólo se tuvieran en cuenta los costos de transacción, entonces (..)
nunca se optaría por contratos de aparcería. ¿Por qué se opta entonce
por los contratos de aparcería? [...] Bajo un contrato de renta fija,d
arrendatario carga con la mayor parte, si no la totalidad, del riesgo (ά
grandes variaciones en el rendimiento introducidas por factores exóf*
nos a la función de producción]; bajo un contrato salarial, el term
niente carga con la mayor parte, si no la totalidad, del riesgo. La apar­
cería puede ser vista como un procedimiento para compartir (o disper­
sar) el riesgo.» The theory of share tenancy, Chicago (Illinois), Univ.t/
Chicago Press, 1969, pp. 67-68.
141 «Bruscamente, a partir del siglo xvi, la aparcería, hasta entonce!
tan desigualmente distribuida, e incluso tan excepcional allí donde en
conocida, se extendió por toda Francia y jugó un papel mayor incluí
al menos hasta el siglo xvm. No existe remedio más seguro contra :ü
fluctuaciones monetarias. La burguesía italiana, sutiles financieros, fue
ron los primeros en advertirlo. En ocasiones —por ejemplo en Boloiá
a partir de 1376— llegaron incluso a imponer por ley este tipo de eo
trato a cada ciudadano de la ciudad dominante que arrendaba tierral
los habitantes del contado [campo circundante], que estaban dominador
sometidos a presión. Los propietarios franceses no necesitaron muck
tiempo para hacer el mismo descubrimiento.» Bloch, Caracteres oti&
naux, i, p. 152. El subrayado es mío.
La nueva d iv isió n e u r o p e a d e l tr a b a jo 149

les que hacían que la im p o sic ió n de la ap arcería fuera excesiva­


mente onerosa para el p ro p ieta rio , que, en con secu en cia, con si­
deraba preferible el a lq u iler d irecto . Un ejem p lo de esto fue
Inglaterra. Cheung su g iere q u e la cla v e fue la tenencia libre
[freehold tenure], co n o cid a en In glaterra, pero no en Francia,
por ejem p lo141142.
Los factores leg a les no so n d eterm in a n tes p or sí m ism os. De­
bemos aún explicar las d isc r e p a n c ia s en tre el norte de Francia,
que avanzó ex ten siv a m en te h a cia arreg lo s de tipo arrendam iento,
y el sur de Francia, d o n d e el m o d o d o m in a n te fue la aparcería.
La ley de am bas áreas era e s e n c ia lm e n te la m ism a. Duby localiza
la diferencia clave en la p o sic ió n rela tiv a m en te desahogada del
granjero del norte, co m p a ra d a co n la «d ep rim id a con d ición eco­
nómica» del ca m p esin o del su r «q ue trab ajab a en una tierra cuya
productividad, p ro b a b le m e n te, no h ab ía sid o aum entada a través
de mejoras en las té c n ic a s, c o m o en el n o r t e ...» 143.
Si, no ob stan te, no era m á s q u e una cu estió n de tecnología,
nos vemos ab ocad os a dar un p a so a trá s, a p regu n tarnos por qué
los avances tecn o ló g ic o s h e c h o s en un área no fueron adoptados
en otra área no m u y d ista n te ni g eo g rá fica ni cu lturalm en te.
Braudel sugiere q u e las c o n d ic io n e s d el su elo en la Europa m e­
diterránea y en la n o r o c c id e n ta l eran fu n d a m en ta lm en te d ife­
rentes, siendo la p rim era m á s p o b re 144. P orsh n ev sugiere que

141«Bajo el arriendo a perpetuidad [que resultaba de la tenencia libre


en que el arriendo vitalicio venía impuesto por la ley], el costo de im­
poner un contrato de aparcería puede ser tan alto como para hacerlo
indeseable, ya que la supresión del arriendo es el único mecanismo
efectivo contra un pobre rendimiento de los aparceros.» Cheung, The
theory of share tenancy, p. 34.
10 Duby, Rural economy, p. 327.
144Comparando la situación en las dos áreas, Braudel dice: «Era raro
que una cosecha [en el área mediterránea] escapara a todos los peli­
gros sucesivos que la amenazaban. Los rendimientos eran bajos, y, dada
la pequeña área que se dedicaba a criar simiente, el Mediterráneo estaba
siempre al borde del hambre.» Civilisation matérielle, I, p. 223.
Aldo de Maddalena disiente: «En general, se debe reconocer que la
productividad de la tierra labrantía [en Italia] era bastante baja, excep­
to en circunstancias excepcionales. Braudel culpa al clima de esta baja
productividad del suelo mediterráneo, pero para llegar a una visión del
fenómeno más válida e históricamente justificada se debe sopesar tam­
bién las deficiencias del aparato tecnológico, del sistema cultural, de
la doctrina agraria, de la capacidad empresarial, de la disponibilidad de
capital, de la estructura administrativa y social, de las vicisitudes polí­
ticas y militares.» «II mondo rurale italiano nel cinque e nel seicento»,
Rivista Storica Italiana, l x x v i , 2, junio de 1964, p. 423. Sin duda todos
estos factores deberían tomarse en cuenta, pero alargar el inventario
rara vez es un buen camino para limitar las posibles explicaciones cau­
sales. Nótese sin embargo la visión de Sylvia Thrupp, citada previa-
150 I m m a n u e l Wallerst^

otra con sid eración m ás es el g ra d o d e in corp oración a la ec&


nom ía-m undo, estando la e x iste n c ia d e g ra n d es posesiones (y
por tanto, la ausencia de a p a rcería ) en c o r re la ció n con un aj¿
grado de incorporación 14S.
¿N o podem os en to n ces c o n sid e r a r la a p a rcería como un ry
m enor? Incapaces de recorrer to d o el c a m in o hasta las grandes
p osesio n es a través de los c e r c a m ie n to s y d e lo s arrendamientos
com o en Inglaterra, o del tra b a jo o b lig a d o en cultivos parad
m ercado, com o en el e ste de E u ro p a , la s c la se s terratenientes
del sur de Francia y del n o rte d e Ita lia e lig ie r o n el camino i&
te r m e d io 146 de la aparcería, c o m o r e s p u e s ta parcial a la crea
ción de una econom ía-m undo c a p ita lista , en la form a de empra
sas sem icapitalistas, sin duda a d e c u a d a s p ara las áreas semí
periféricas.
Si las áreas sem ip eriféricas sig u ie r o n sié n d o lo y no se
virtieron en satélites to ta les, c o m o las á r e a s periféricas, no fe
sólo debido al elevado ín d ice tie r r a /m a n o d e obra. También p>

mente en la nota 52, sobre la alta fertilidad del norte de Italia col
Edad Media.
UJ Boris Porshnev observa que es cierto que las grandes haciecfc
no se desarrollaron en Francia en este período en la forma en quei
hicieron en Inglaterra: «[Tales haciendas] se encuentran sin eraba.·?
en débiles proporciones, como una tendencia económica todavía pee
desarrollada, especialmente en las provincias de la periferia donde1
proximidad del mar ofrece algunas posibilidades comerciales ventajea
Los puertos de Guyena, Languedoc, Provenza, Saintonge, Poitou, Ní
mandía y Bretaña facilitaban la exportación de vino, de productos af­
eólas, a veces incluso trigo de contrabando, hasta intentos de export
ganado, particularmente ovejas. En suma, los nobles trataban de probe
el fruto prohibido del comercio.» Les soulévements populaires en Freo
de 1623 a 1648, París, sevpen, 1963, p. 289. Nótese sin embargo que Por¿
nev incluye Languedoc y Provenza en su lista. Volveremos a esta o»
tión en un capítulo posterior. Por el momento, digamos que nos haía
raos ante un caso de múltiple causalidad.
,<é Marx veía la aparcería como una etapa intermedia: «Como foro
de transición entre la forma originaria de la renta y la renta captó
puede considerarse al sistema de aparcería o medianería. [...] Parao
explotación capitalista plena al arrendatario le falta aquí, por una pan:
el capital suficiente. Por la otra, la parte que obtiene aquí el terratenkü
no tiene la forma pura de la renta. Puede incluir, en efecto, el inte?
sobre el capital que ha adelantado y una renta excedentaria. [...] Enes
caso, la renta ya no aparece como la forma normal del plusvalorc
general. Por una parte el granjero, sin que importe si emplea solares:
trabajo propio o también trabajo ajeno, debe tener derecho a una p¡s
del producto, no en su calidad de trabajador, sino como poseedor deo
parte de los instrumentos de trabajo, en cuanto capitalista de sí mi$
Por otro lado, el terrateniente no reclama su parte exclusivamente fe
dado en su propiedad del suelo, sino también como prestamista de*
pital.» Capital, m, cap. 47, p. 803. [El capital, m, vol. 8, pp. 1021-1022.)
La nueva d iv isió n e u r o p e a d e l tr a b a jo 151

dría ser debido a que la e x iste n c ia de una fu erte burguesía indí­


gena tiene un fuerte im p a c to en la p ro d u cció n agrícola en tiem ­
pos difíciles. Duby señ a la que en á reas d ond e los com erciantes
de las ciudades h abían sid o n u m e r o so s y relativam ente pode­
rosos, m uchas de las p ro p ied a d es ca yeron en m anos de estos
hombres de la ciudad, q u e ib an en b u sca de protección contra
el hambre y del e sta tu s so c ia l q u e iba ligado a la tenencia de
tierras, pero no d esea b a n lo s p ro b lem a s d erivados de la explo­
tación directa. Ceder la tierra en ap arcería era un com p rom iso
razonable147. H asta q ué p u n to e ste co m p ro m iso era «razonable»
desde el punto de v ista de lo s ca m p e sin o s, es p u esto en co n sid e­
rable duda por G. E. de F a lg u ero lles, ya que la orientación de
estos burgueses de las ciu d a d e s era m á s b ien hacia la ob tención
de un beneficio a co r to p la zo p o r su in versión , lo que tendría
el efecto de d esolar la tierra d u ra n te el sig u ien te siglo 14í.
Tenemos, pues, una se g u n d a p a rad oja acerca del área m ás
«avanzada». Ya h em o s se ñ a la d o la fuerza de los trabajadores
de las ciudades en el m a n te n im ie n to del n ivel de salarios, que
puso a la Italia d el n o rte en u na situ a ció n de d esventaja indus­
trial frente al n o r o e ste d e E u ro p a . Tal vez esta m ism a fuerza
de los trabajadores ju stific a r a el m a n ten im ien to de un núm ero
desproporcionado de tra b a ja d o re s en las áreas rurales, utilizan­
do restricciones g re m ia les para ev ita r su in corporación a em ­
pleos urbanos, d u ran te el p erío d o d e ex p lo sió n dem ográfica del
siglo xvi. E sto ten d ría el r e su lta d o de d eb ilita r la posición
negociadora del ca m p esin a d o . En cu a lq u ier caso, la «fuerza» de
la burguesía ciu d ad an a p a rece h a b er h ech o p rob ab le la aparcería,
y, por tanto, la no e m e r g e n c ia d el yeoman, q u e jugaría tan gran
papel en el avance e c o n ó m ic o de la E u rop a d el n oroeste. 10

10 «El contrato de métayage, tan difundido en el entorno de las ciu­


dades mediterráneas, italianas y francesas, para las tierras que queda­
ban vacantes por emigración [en el período de declive demográfico de
los siglos xiv y xv] de las que las gentes de la dudad habían conseguido
asumir el control, era de hecho una forma de cooperación entre burgue­
ses y campesinos con el propósito de cultivar las tierras de labrantío y
producir cereales.» Duby, Rural economy, pp. 356-357.
141 «Tal y como se practicaba, la aparcería tiene la apariencia de un
régimen esencialmente capitalista que responde a las necesidades de
los propietarios burgueses: su ideal era obtener de sus tierras una parte
del producto neto y libre, convertible en moneda. Introducían en la ges­
tión de sus empresas una perspectiva mercantil: anotaban cuidadosa­
mente en sus livres de raison o livres de recedes la parte de cosecha
recibida, las ventas de grano o ganado, todo ello mezclado con el interés
de sus préstamos [le produit de leur usure]. Para estos hombres venidos
de fuera [forains], el interés en la ganancia era la primera consideración;

6
152 Im m anuel Wallerst^

F ijém o n o s ahora en a q u ella s á re a s q u e en 1640 se incluir^


en el cen tro de la econ om ía-m u n d o eu ro p ea : Inglaterra, los
ses B ajos y, en cierta m ed ida, el n o r te d e Francia. Estas áreas
desarrollaron una com b in ación d e p r o d u c c ió n de labrantío y 4
p asto s basada en m ano de obra lib r e o m á s lib re y en unidades
de un tam año relativam ente e fic ie n te . C o m o cabe señalar, Es
paña em pezó por este cam in o, para d e s p u é s abandonarlo y con.
vertirse en parte de la se m ip er iferia . E x p o n d r e m o s extensame*
te las razones para este ca m b io d e su p a p e l económico en ^
cap ítulo posterior.
En la crisis de la Baja E dad M edia, c u a n d o una declinación
de la población llevó a una d ism in u c ió n d e la demanda de pío
ductos agrícolas, así com o a u na su b id a d e lo s salarios de los
trabajadores urbanos (y, por ta n to , a u n a m e jo r posición negó
ciadora de los trabajadores ru ra les), la s g ra n d es reservas seño
ríales declinaron en Europa o c c id e n ta l, c o m o ya hemos vista
No podían convertirse en tierras de c u ltiv o s para el mercado
com o en la Europa del este del sig lo x v i, p o rq u e no existía no
m ercado internacional d en tro de un m a r c o econ óm ico en gene­
ral muy decaído. Tenían tan só lo d o s a lter n a tiv a s reales. Por
una parte, podían convertir las o b lig a c io n e s feu dales en rentas
m on etarias149, lo que reduciría los c o s to s y aum entaría los ia
gresos del propietario de la reserv a se ñ o r ia l, pero supondrá
una transferencia gradual del c o n tr o l so b r e la tierra. Es decir,
haría posible el ascen so del p e q u e ñ o p r o p ie ta r io , del yeoman,
bien com o arrendatario con ren ta fija o, en caso de mayor
desahogo económ ico, com o p ro p ieta rio in d e p e n d ie n te (que puede
ser considerado com o alguien q u e, p ara c o m p r a r la tierra, ht
pagado una gruesa sum a de ren ta d u r a n te un número (k
años) I5°. La otra alternativa que le q u e d a b a en to n ces al tern
teniente era convertir su tierra en p a stiz a le s: para ganado vacu­
no u ovino. En el siglo xv, ta n to lo s p r e c io s d e la lana comolos
de la carne parecían haber r e sistid o en m a y o r grado los efectos
de la depresión, y, adem ás, lo s c o s to s d e la m ano de obra,
entonces escasa, eran aquí m en o res 1SI.

eran más o menos ignorantes en cuestiones agrícolas.» G. E. de Falgi*


rolles, «La décadence de Téconomie agricole dans le Consulat de Lctfr
paut aux xvn* et xvnie siécles», Annales du Midi, un, 1941, p. 149.
m «[La liberación de los siervos] se les vendió más que se les con»
dió.» Marc Bloch, Caractéres originaux, 1 , p. 111.
,i0 «[Bajo un sistema de propiedad de parcelas de tierra], el precio
de la tierra no es otra cosa que la renta capitalizada.» Marx, Capital, 111.
cap. 47, p. 805. [El capital, m, vol. 8, p. 1028.]
151 Véase Slicher van Bath, AAGB, 12, pp. 164-168. Vcase Peter J. Bor­
den: «Fue la rentabilidad de la lana en comparación con la producción
La nueva d iv isió n e u ro p e a d e l tr a b a jo 153

En esta época, tanto en In glaterra como en España aum entó


la ganadería. Con la eco n o m ía en ex p a n sió n del siglo xvi, el trigo
parecía más v en ta jo so q u e la lana l5Z, p ero no que el ganado va­
cuno, que no sólo p ro p o rcio n a b a carne, sin o tam bién sebo, cuero
y productos lácteos, cu yo c o n su m o iba en au m en to con la pros­
peridad ,S3. El punto m ás im p o rta n te a señ a la r acerca de la gana­
dería en el siglo x v i, e sp e c ia lm e n te acerca del ganado, es que
se iba convirtiendo cad a vez m ás en una actividad de especia-
lización regional. Más v a ca s en una zon a, para ventaja de los

de grano lo que en buena medida motivó la difusión de la cría de ovejas,


especialmente en la Inglaterra central, entre mediados del siglo xv y
mediados del siglo xvi [...]
»A1 aumentar la producción y la exportación de tejidos, los precios
de la lana subieron. Tomando como base la década de 1451*1460, el precio
de la lana de producción doméstica se había doblado aproximadamente
hacia 1541*1550. Los precios del grano se mantuvieron comparativamente
estables durante la última parte del siglo xv, y no mostraron una mar­
cada tendencia a subir después de 1520, cuando los precios se elevaron
en general.» The wool trade in Tudor and Stuart England, Nueva York.
Macmillan, 1962, pp. 4-5.
,u «A mediados del siglo xvi, sin embargo, el impulso para pasar del
trigo a la lana se estaba debilitando. La tierra era más escasa y el tra­
bajo más abundante. Los precios del grano, que habían estado subiendo
desde la década de 1520, se duplicaron en la de 1540, cuando el nivel
general de precios experimentó una brusca subida. Entonces, en 1577, el
mercado extranjero para el tejido inglés se derrumbó, y los precios de
la lana se vinieron abajo.» Bowden, ibid., p. 5.
Véase Peter Ramsey: «Hablando muy a grandes rasgos, hasta apro­
ximadamente 1550 podía ser todavía rentable [en Inglaterra] convertir
el labrantío en tierra de pastos, suponiendo que se pudiera ahorrar
trabajo. En este sentido la opinión de autores anteriores se ve confir­
mada. Pero a partir de 1570 probablemente era más rentable reconvertir
los pastos en labrantío, suponiendo que el incremento de los costos del
trabajo no anulara la superior ganancia de la venta de grano.» Tudor
economic problems, Londres, Gollancz, 1968, p. 25.
u’ Como Delumeau decía de Roma: «A una ciudad que crecía en
población y riqueza, [los barones del campo] encontraban más ventajoso
venderle carne y queso que trigo. En consecuencia, saboteaban todos los
esfuerzos de las autoridades para forzarles a limitar sus pastos. Esta
avidez de ganancia por parte de la nobleza, y su creciente preferencia
por la cría de ganado, parecen haber venido claramente acompañados
por una verdadera reacción señorial, fenómeno que no fue, por lo de­
más, peculiar del campo romano.» Delumeau, Vie économique, II, pá­
ginas 567, 569.
Geórges Duby relaciona la expansión de la cría de ganado en Francia
desde finales del siglo xm con «la creciente demanda de carne, cuero
y lana que se daba en las ciudades». A su vez, la creciente importancia
de la producción ganadera (y de vino) «aceleró considerablemente la
comercialización del campo francés». «The French countryside at the
end of the 13th century», en Rondo Cameron, comp., Essays in French
economic history, Homewood (Illinois), Irwin Inc., 1970, p. 33.
154 Im m anuel Wallerstej,

grandes terratenien tes, sig n ific a b a a su v ez m en o s vacas en otro,


lugares, lo que a m enudo su p o n ía u n a re d u c c ió n en el consui^
cam p esin o de carne y p ro d u c to s lá c te o s , un deterioro de su die.
ta ,54. E ste acusado én fa sis so b r e el g a n a d o se dio en España
precisam ente. Las dos o p c io n e s — c o n v e r s ió n de las reservase
ñoriales en tierras arren d ad as, y d e la tier ra cultivable en paj.
tizal— iban ju n tas. Ya que e s ta ú ltim a h a cía aún más escás?
la tierra cu ltivab le, lo q u e a su v ez h a cía m ayor su valor i
a lq u ile r ,55. Más aún, al h a cerse ca d a v ez m ás escasa la tiem
cultivable, el cu ltivo d ebía se r ca d a v ez m á s intensivo, lo que
queipa decir que la calidad d e la m a n o de obra era cadave?
más im portante, lo cual su p o n ía u n m o tiv o m ás para pasar4
las prestaciones de trabajo a las r e n ta s en d in ero ,56.
El aum ento de la cría de o v e ja s en el s ig lo xvi llevó algro
m ovim iento de cercam ien tos [ enclosures] en Inglaterra y 5
España. Pero, paradójicam ente, n o era n lo s propietarios a gn;
escala quienes buscaban el c e r c a m ie n to , s in o un nuevo tipo.d
propietario independiente a p eq u e ñ a e s c a la ,S7. Por supuesto,fa*157

,M«[La] creciente demanda [a escala europea] de cereales y tin


privó de carne al campo y especialmente a los campesinos, arrobad
doles así un importante elemento de su subsistencia. Los pueblos (p
durante largo tiempo habían reservado sus últimos pastos para cara
terminaron por perderlos todos [...]
»Las regiones en las que la relativa insuficiencia de la poblaciónq
niñeaba una incapacidad para buscar una producción per cápila ú
alta, como Aragón, abandonaron los campos menos fértiles, dcsarrn
ron una producción de exportación, y los trabajadores emigraron (...)As
la desaparición de una rica fuente de alimentación vino acompañada#
empobrecimiento y sujeción del campesinado, de la estabilidad de1
tasa de ganancia [prix de revient] y contribuyó al subempleo.» i»
Gentil da Silva, En Espagne: développement économique, subsistirá
déclin, París, Mouton, 1965, pp. 169-170.
155Véase Dobb, Studies, p. 58; Douglass C. North y Robert Paul TV
mas, «An economic theory of the growth of the Western world», te
mic History Review, 2.· serie, xxiu, 1, abril de 1970, p. 13.
w Véase Dobb, ibid., p. 53.
157Julius Klein muestra la razón de que fuera así: El movimisc
inglés de los cercamientos y el proceso análogo en Castilla [...] seó
cronizaron en un grado sorprendente. En cada caso el episodio tuvos
comienzo con el estímulo de la industria ovina en el siglo xiv (...]li
explotación de las tierras confiscadas a los monasterios en Inglaterra,’
la adquisición por la Corona de las grandes propiedades de las órd#
militares en Castilla, contribuyeron materialmente al crecimiento del
industria ganadera en ambos países durante las décadas centrales dé
siglo xvi. A continuación, sin embargo, se hace perceptible en Φ
reinos un incremento gradual de los cercamientos, no tanto por *0
sas de cría de ovejas a gran escala como por el pequeño arrendad
[copyholder] en el caso de Inglaterra y por rebaños sedentarios y#
cultura campesina en el caso de Castilla. En los dos países las a!*
La nueva d iv isió n e u r o p e a d e l tr a b a jo 155

la renovación eco n ó m ica d el sig lo x v i la q u e hizo p osib le el con­


tinuo crecim iento de e s to s g ra n jero s in d ep en d ien tes a pequeña
escala.
Dado que «las o v eja s d evoran a lo s h om b res», com o rezaba
el dicho, el au m ento de la cría de o v eja s creó una escasez de
alimentos que hubo de se r co m p en sa d a tan to por una produc­
ción de labrantío m ás e fic ie n te en In glaterra (el yeoman) com o
por el grano del B á ltico (el tra b a jo o b lig a d o en cu ltivos para
el m ercado)15S.
Más aún, el cr ec ien te n ú m er o de a co ta m ien to s hizo p osib le
en las áreas rurales el c r e c im ie n to de u na in d u stria a r te s a n a l159.

instancias [...] protegían el movimiento, y en los dos el motivo para


cercar las tierras comunales se apoyaba en el deseo de estimular la
cria sedentaria de ovejas. El efecto último en ambos fue promover la
agricultura a pequeña escala [...] En la península, el elemento que se
oponía al movimiento de los cercamientos, y que lo obstaculizó con
éxito durante dos siglos, era la industria ganadera trashumante a gran
escala. En la Inglaterra medieval y de los primeros Tudor los intereses
contrarios a los cercamientos estaban ligados en su gran mayoría a las
clases agrarias.» The Mesta: a study in Spanish economic history, 1273-
J836, Cambridge (Massachusetts), Harvard Univ. Press, 1919, pp. 314-315.
M«El comercio de exportación de cereales desde Prusia y Polonia
comenzó a finales del siglo xm, y vino seguido en el siglo xiv por el
de los países bálticos. Los cereales eran embarcados a los Países Bajos,
al norte de Noruega, y a las zonas de Inglaterra en las que había insu­
ficiencia de grano, como el distrito de Fen y la gran área de pasto de
ovejas.» Slicher van Bath, AAGB, 12, p. 170.
IMExplicando por qué estas industrias se encontraban en algunas
áreas antes que en otras, Joan Thirsk apunta:
«Los factores comunes parecen ser éstos: una comunidad populosa de
pequeños granjeros, que a menudo disfrutan principalmente de tenen­
cias libres [...] o de tenencias consuetudinarias casi tan favorables como
la tenencia libre [...], desarrollando una economía de pastoreo. Esta
puede apoyarse sobre los productos de la leche, en cuyo caso las gran­
jas usualmente han sido cercadas tempranamente, y la organización
señorial y la explotación cooperativa, en consecuencia, son débiles o
inexistentes. O puede descansar sobre la cría y mantenimiento del ga­
nado en los generosos pastos comunes, donde no hay ningún incentivo
práctico para cercar, donde el labrantío es escaso, y allí tampoco hay
un marco importante de campos abiertos de labranza cooperativa [...]
Subyacente en todo esto podemos ver a veces una cierta lógica en la
forma en que estos factores comunes están ligados entre sí. Parte de la
tierra más adecuada para pastos no fue despejada hasta un período
comparativamente tardío en la historia del asentamiento local. Era pro­
bable que fuera inmediatamente cercada. Era probable que diera lugar
a una comunidad de granjeros independientes, que no reconocerían como
unidad de trabajo cooperativo a la aldea o el pueblo, sino a la familia.
Si la tierra era adecuada para la producción de leche, también tendría
agua suficiente para soportar una industria textil. En zonas menos be­
nignas del campo, donde hubiera amplios marjales o tierras pantanosas
comunes, y poca tierra adecuada para grano, la explotación estaba des-
156 Im m anuel Wallersiein

En España, no obstante, la M esta esta b a d em asiad o arraigada


com o para que el propietario a p eq u eñ a esca la avanzara dema­
siado. Como verem os más adelante, la p o lític a imperial de Car­
los V proporcionó fuerza adicional a lo s gra n d es terratenientes.;
E n vez de utilizar a sus d esem p lead os ru ra les en el desarrollo ¡
industrial, España los expulsó y los ex p o rtó .
N os vem os precisados a in sistir un p o c o m ás en la cuestión
del desarrollo de la agricultura en E u ro p a occid en tal y de por ·
qué no podía seguir el cam ino de la E u ro p a del este: grandes
p osesiones con trabajo obligado en c u ltiv o s para el mercado
Fue, en última instancia, porque esta b a g e stá n d o se una econo
mía-mundo capitalista. Paul S w eezy p la n tea una especie de
continuo ecológico: «Cerca de los ce n tr o s d e com ercio, el efecto
sobre la economía feudal [d e la ex p a n sió n del comercio] es
fuertem ente desintegrador; lejos, el e fe c to tien d e a ser exacta
m ente el contrario» ,6°. Esta es, en rea lid a d , una formulación

tinada a consistir en la cría y el pastoreo de ovejas. Las tierras comu­


nales atraían a los jóvenes sin tierra. La explotación requería menos
trabajo que el cultivo de grano, y dejaba a los hombres tiempo pan
una actividad subsidiaria.» «Industries in the countryside», en F. J. Fv
sher, comp., Essays in the economic and social history of Tudor and ;
Stuart England, Londres y Nueva York, Cambridge Univ. Press, 1961.
páginas 86-87.
140Sweezy, Science and Society, xiv, p. 141. Véanse también ρρ. 146-147.
Joan Thirsk ofrece cierto apoyo a las hipótesis de Sweezy: «Pero, a
comienzos del siglo xvi, todavía pueden observarse claros contrastes en­
tre las extremidades del reino. Cornwall y Devon, Cumberland, West­
moreland y Northumberland poseían muchas comunidades dispersas
en casas de labor solitarias, algunas de las cuales conservaban todavía
vestigios del espíritu del clan, casi completamente aisladas aún del minv
do comercial. En East Anglia y el este de Kent, por otro lado, los put
blos dedicados a la producción de grano estaban profundamente envuel­
tos en negocios comerciales de alimentación, y llevaban sus negocios
aparentemente sin tener en cuenta ninguna obligación social con el clan,
la familia o el señor. Entre las zonas altas y bajas [por ejemplo, los
Midlands occidentales] los contrastes estaban atenuados.» «The farming
regions of England», en The Agrarian History of England and Wales, IV,
Joan Thirsk, comp., 1500-1640, Londres y Nueva York, Cambridge Univ.
Press, 1967, p. 15. Para quienes puedan pensar que East Anglia no es
exactamente un punto próximo al centro, debemos recordar que de lo i
que se trata es de su posición de hecho en el siglo xvi, y no en el si- 1
glo xx. Aquí Thirsk observa: «East Anglia ocupa en la actualidad una i
posición geográfica un tanto aislada, fuera de las principales vías <k
tráfico entre Londres y el norte. En el siglo xvi, por el contrario, sus
ríos, que llegaban hasta el corazón de East Anglia, su larga línea costera
y sus numerosos puertos, la situaban en fácil comunicación con los mer- j
cados de Londres, la Inglaterra del nordeste, Escocia, los Países Bajos
y el Báltico. Su agricultura, en consecuencia, se desarrolló temprana­
mente al servicio de los mercados nacionales e internacionales, y la
La nueva d iv isió n eu ro p e a del tra b a jo 157

excesivamente sim p le, co m o plantea Postan con el apoyo de


Dobb ,61. El razonam iento de S w eezy está basado en las alterna­
tivas del cam pesino, en su posib ilid ad de escapar a la ciudad, en
la «civilizadora proxim id ad de la vida urbana»162. Olvida la posi­
bilidad de que en m u ch as region es periféricas, por ejem plo la
Europa del este, el ca m p esin o tuviera la alternativa de las áreas
fronterizas, a m en u d o tan atractivas com o las ciudades. De he­
cho, precisam ente p orq u e el cam p esin o utilizaba esta posibili­
dad, se introdujeron en el siglo x vi m edios jurídicos para atarle
a la tierra.
La diferencia no esta b a tanto en las alternativas del cam pe­
sino, aunque esto ta m b ién jugara su papel, com o en las alter­
nativas del terraten ien te. ¿De dónde podía obtener un mayor y
más inmediato b en eficio ? Por una parte, podía dedicar su tierra
a otros usos (p a stiza les, con una m ayor tasa de ganancia, o arren­
damiento a cam b io de d in ero a los pequeños cam pesinos, supo­
niendo ambas so lu c io n e s el p rescin d ir de las prestaciones de
trabajo feudales) y u tiliza r las nuevas ganancias para invertirlas
en el com ercio y la in d u stria y /o en lu jos aristocráticos. Por
otra parte, podía in te n ta r o b ten er m ayores ganancias intensifi­
cando la producción de cu ltiv o s b á sico s para el mercado (en
especial de grano), in v irtien d o d esp u és sus nuevas ganancias en
el comercio (p ero no en la in d u stria y /o en lujos aristocráti­
cos) ,6J. La prim era a ltern a tiv a era m ás plausible en el noroeste *10

especialización estaba tan avanzada que, a comienzos del siglo xvir, in­
cluso en los años de buena cosecha, muchísimos distritos estaban lejos
de ser autosuficientcs en grano» (pp. 40-41).
«En las zonas más atrasadas de [Inglaterra], más alejadas de los
grandes mercados, sobre todo en el noroeste, las prestaciones de trabajo
fueron abandonadas primero, y fue en el más progresivo sudeste en
donde más tiempo se mantuvieron.» M. Postan, «The chronology of la­
bour services». Transactions of the Royal Historical Society, 4.· serie, xx,
1937, p. 171; Dobb, Science and Society, xiv, p. 161.
,wSweezy, Science and Society, xiv, p. 147.
10 Esto debe ser matizado. Los nobles terratenientes capitalistas de
Europa oriental estaban interesados, por supuesto, en el lujo aristocrá­
tico. De hecho, Jeannin llega a decir: «Es cierto que, pese a las limita­
ciones de compra impuestas por la penuria, pasajera o permanente, de
los tesoros reales, el crecimiento del consumo suntuario constituye uno
de los cambios significativos que caracterizan la evolución de la vida
aristocrática en el norte [de Europa, es decir, en los Estados que bor­
dean el Báltico] durante el siglo xvi.» Vierteljahrschrift jür SoziaL und
Wirtschaftsgeschichte, xuil, p. 215. Pero nótese que Jeannin se refiere
sin embargo a la penuria como un límite. Esta es precisamente la cues­
tión. En una economía en expansión el gusto por el lujo aumenta en
términos absolutos, pero, en comparación con el incremento en Europa
occidental, podemos hablar probablemente de una relativa declinación.
158 Im m anuel Wallerstein

de Europa; la segunda, en E uropa o rien ta l, en gran medida


porq ue la ligera diferencia ya esta b lecid a en las especialidades
de producción significaba que se p odía c o n se g u ir una maximi·
zación de la ganancia, o al m en os a sí se creía , haciendo más
exten siva y eficientem ente lo que ya se h a cía m e j o r ,64. Por tan­
to, las autoridades estatales favorecieron lo s cercam ientos para
el p astoreo (y para el cultivo de h o rta liza s para el mercado) en
Inglaterra, y la creación de grandes d o m in io s para el cultivo de
trigo en la Europa del este.
En cuanto a por qué el trabajo era c o n tr a c tu a l en el noroeste
de Europa y obligado en la E uropa del e s te , n o basta con con­
traponer la ganadería con el lab ran tío c o m o u so s de la tierra.
Porque, en ese caso, la América esp a ñ o la h u b iera tenido mano
de obra contractual. Más bien, es la d em o g ra fía la que juega
el papel dominante, com o ya h em o s a p u n ta d o . La alternativa
de Europa occidental partía de la b ase d e q u e habría una reser­
va suficiente de fuerza de trabajo a p r e c io s suficientemente
bajos como para satisfacer las n e c e sid a d e s del terrateniente
sin costarle d em a sia d o 165. En la E u rop a d el e s te y la América
española había escasez de m ano de ob ra en com paración con
la cantidad de tierra que resultaba re n ta b le exp lotar, dada la
existencia de la econom ía-m undo. Y en la p resen cia de tal es­
casez, «la expansión de los m erca d o s y el crecim ien to de la

144 Douglass C. North y Robert Paul Thomas, en Economic History


Review, xxni, señalan que: «Los cercamientos que tenían lugar en esta
época se producían [...] en pastos para la producción de lana sin elabo
rar y en zonas adecuadas para la producción de hortalizas. Lo primero
era en respuesta a una demanda creciente de lana sin tratar, y lo se­
gundo los aumentos de. la demanda local de artículos alimenticios para
las crecientes áreas urbanas. En el siglo xvi el movimiento de los cer­
camientos fue más extensivo en las tierras altas de Inglaterra, porque
la rentabilidad de los cercamientos era más alta allí que en las regio
nes de labranza, por dos razones. Primera, las áreas adecuadas para
pasto tenían una densidad de población más baja que las de labranza;
por consiguiente [...] era menos la gente que debía llegar a un acuerdo
para realizar el cercamiento. Segunda, y probablemente más importan­
te, el incremento del precio de la lana habría causado que los indivi­
duos que poseían tierras en común las utilizaran de forma ineficiente,
al intentar cada uno apacentar más ovejas. Para un individuo, el costo
de apacentar otra oveja más en los pastos comunales era casi nulo, pero,
para la sociedad, el costo de que todos lo hicieran así era positivo. El
pasto comunal tendería a ser excesivamente pastado, y el producto to­
tal de lana declinaría de hecho [...] Los individuos con poder para cercar
los campos comunales podían evitar que esto sucediera, cercando ciertas
zonas y negando acceso a ellas a todos los demás» (p. 13).
,i5 Dobb llama a dicha reserva de fuerza de trabajo «elementos pro­
letarios o semiproletarios». Science and Society, xiv, p. 161.
La nueva d iv isió n e u ro p e a d e l tra b a jo 159

producción tienen las m ism a s p o sib ilid a d es de producir un cre­


cimiento de ‘las p resta c io n e s de trabajo que producir su dism i­
nución» ,66. De h ech o, en la A m érica española fue precisam ente
la disminución de la p o b la ció n lo que explica el aum ento en la
cría de ovejas y ganado vacu n o, que se generalizaron en el si­
glo xvi, tom ando la form a de em p resa s a gran escala, con una
componente im p o rta n te de trab ajo forzado, a causa de la escasez
de éstel67.
Finalmente, fijé m o n o s en lo que sign ificó el aumento del
arrendamiento por d inero. R eco rd em o s que en Europa occiden­
tal la conversión de las cargas feu d a les en rentas en dinero se
extendió en la Baja Edad Media, co m o discu tim os en el anterior
capítulo, debido a la d eclin a c ió n de la población. Esto no debe
ser considerado co m o una p ro p o sició n tajante. Las cargas feuda­
les podían ser p agadas en p r e sta c io n e s de trabajo, en especie o
en dinero. A m en u d o era v e n ta jo so para el terrateniente pasar
de una forma a otra 168. Por e ste m otivo, el sim ple cambio en
la forma de la renta feu d a l n o fu e determ inante en sí mismo.
De hecho, T akahashi llega a a firm ar que es ep ifen o m én ico 169,
aunque esto m e p a rece ex c esiv o . In clu so aunque pudiera ser

m Postan, Transactions of the Royal Historical Society, xx, pp. 192-193.


Véase Francois Chevalier, Land and society in colonial Mexico,
Berkeley, Univ. of California Press, 1963.
iU«El desarrollo de las rentas monetarias no siempre está conectado
con la conmutación de las prestaciones de trabajo. En un cierto número
de señoríos, las rentas monetarias surgieron como conmutación de las
rentas en especie. Las rentas monetarias también podían coexistir con las
prestaciones de trabajo y las rentas en especie. Finalmente, la renta
monetaria podía surgir como resultado del arriendo de parte de la re­
serva señorial.» Eugen A. Kosminsky, Past and Present, 7, pp. 16-17. Véa­
se Postan: «En este ensayo se ha asumido tácitamente que las rentas y
las prestaciones de trabajo se mantenían en una relación mutuamente
complementaria, y que el crecimiento de unas, en circunstancias norma­
les, iría acompañado de un decrecimiento de las otras.» Transactions
of the Royal Historical Society, xx, p. 191.
«El cambio en la estructura de la propiedad feudal de la tierra que
acompañó el declinar del sistema señorial, trajo aparejado un cambio
en la forma de la renta: en Inglaterra el paso a la renta monetaria, en
Francia y Alemania el cambio de naturaleza de la renta feudal. Previa­
mente los campesinos habían proporcionado plustrabajo directamente
en forma de trabajo, y ahora lo pagaban en formas realizadas, en pro­
ductos o en su precio monetario. El cambio se limitó a esto [...] En
ambos casos los terratenientes feudales, en virtud de su propiedad, uti­
lizaban directamente "coerción extraeconómica", sin intervención de las
leyes del intercambio de mercancías, para obtener el excedente de los
productores campesinos (tenanciers, Besitzer) que de hecho ocupaban la
tierra, los medios de producción.» Takahashi, Science and Society, xvi,
página 327.
160 Im m anuel Wallerstein

cierto en alguna m edida para los sig lo s x m y x iv , el aumento


de los pagos de las cargas en térm in o s m o n e ta r io s ciertamente
se convirtió en una diferencia sig n ifica tiv a en el siglo xvi, preci­
sam en te porque las fuerzas co ercitiv a s «extraeconóm icas» pre­
sionaban no sobre los trabajadores ru ra les, sin o sobre los te­
rratenientes, llevándolos m ás lejo s de lo q u e deseaban l7°, o al
m en os llevaron a algunos terraten ien tes. En u na época de expan­
sión, había com petencia por la m ano de ob ra. Los terratenien­
tes m ás ricos podían perm itirse el co m p ra r la m ano de obra
de otros. Los más pequeños, a m en u d o, n o ten ían más opción
que aceptar arrendatarios en su tierra. P u ed e q u e fueran los de
tam año interm edio los que se aferraran d u ra n te m ás tiempo a
las viejas relaciones feudales *171.

,wWebcr explica convincentemente por qué un cierto número de


fuerzas exteriores al señorío estaban interesadas en llevar adelante este
proceso hasta una más completa transformación de la situación: «Los
intereses comerciales de la burguesía de nuevo establecimiento en las
ciudades [...] promovían el debilitamiento o disolución del señorío,
porque éste limitaba sus propias oportunidades de mercado [...] Por el
simple hecho de los servicios y pagos obligatorios de los arrendatarios,
el sistema señorial limita el poder adquisitivo de la población rural,
porque impide a los campesinos dedicar toda su fuerza de trabajo a la
producción para el mercado y desarrollar su poder adquisitivo [...] Por
añadidura, existía un interés por parte del capitalismo en desarrollo en
la creación de un mercado libre de trabajo [...] El deseo de los nuevos
capitalistas de adquirir tierra Jes daba un interés adicional antagónico
con el sistema señorial [...] Finalmente, también intervenía el interés
fiscal del Estado, que contaba con que la disolución del señorío aumen­
tase la capacidad de pago de impuestos de las zonas agrícolas.» General
economic history, p. 94.
171Véase Dobb: «Sucedía con frecuencia que los señoríos menores (...)
estuvieran mucho peor abastecidos de trabajo servil, en relación a sus
necesidades, que los más vastos, en especial los de la Iglesia. Además,
cuando se producían "seducciones" o raptos por la fuerza de siervos
entre terratenientes, los señoríos menores estaban más expuestos a su­
frir la competencia y las depredaciones de sus vecinos más ricos y po­
derosos, y, por lo tanto, se mostraban ansiosos de obtener protección
jurídica [...] Pero a veces [...] esto producía un efecto opuesto. Si la
cantidad de trabajo servil de la que un dominio podía disponer bajaba
de cierta cifra decisiva, su señor, si a pesar de ello consideraba conve­
niente cultivar su reserva, estaba necesariamente obligado a recurrir, en
lo esencial, a trabajo asalariado; y la cuestión de la cantidad de presta­
ciones obligadas que podía imponer a cada uno de sus siervos revestía
para él un interés relativamente escaso, y de cualquier forma, mucho
menor que para su vecino más rico. Si no había trabajadores para con­
tratar, la alternativa que se le presentaba no era incrementar o exten­
der las prestaciones de trabajo (pues éstas serían en cualquier caso
insuficientes), sino abandonar el cultivo de la reserva señorial y encon­
trar, en cambio, los arrendatarios que pudiera, que le pagaran una renta
por el uso de la tierra.» Studies, pp. 59*60.
La nueva d iv isió n e u ro p e a d e l tra b a jo 161

Inglaterra y F rancia habían seguid o el m ism o cam ino en la


Baja Edad Media. En am b as hubo m anum isión de la servidum ­
bre, un aum ento del arren d am ien to por dinero, y correlativa­
mente un aum ento del trab ajo asalariado. No obstante, en el
siglo xvi ocurrió algo cu rio so . Inglaterra continuó su camino.
Europa del este se d irigió hacia una «segunda servidumbre». El
sur de Francia se d eca n tó hacia la aparcería. En el norte de
Francia, la tran sform ación p areció detenerse. Como señala Bloch,
«los pueblos que no h ab ían sid o capaces [en el siglo xvi] de
obtener su libertad, en co n tra ro n cada vez más difícil el lo­
grarlo» 172.
Se puede ver e sto co m o una lim itación de la capacidad del
siervo para liberarse. B lo ch lo con sid era m ás bien com o una
limitación del señ or para forzar al siervo a un arreglo de arren­
damiento 173. B loch ex p lica esa d iferen cia crucial entre Inglaterra
y Francia en térm in o s de d iferen cia s previas. Francia estaba
económicamente m ás d esa rro lla d a que Inglaterra, en el sentido
de que la econ om ía m o n eta ria se había extendido antes y con
mayor am plitud. In g la terra esta b a m ás «desarrollada» política­
mente que Francia, en el se n tid o de que tenía unas institucio­
nes centrales m ás p o d e ro sa s, en ú ltim o térm ino a causa de que
el poder real p ro ced ía en In glaterra de una situación de con­
quista, m ientras que en F ran cia los reyes tenían que consolidar
lentamente su a u to rid a d en m ed io de una verdadera dispersión
feudal. Veam os ah ora la ló g ica de e sto s argum entos.

m Bloch, Caractéres originaux, i, p. 117.


m«En Alemania oriental, más allá del Elba, y en los países eslavos
al este de allí, todo el sistema señorial cambió y abrió paso a uno nue­
vo. Las cargas feudales ya no son lucrativas. jNo importa! El terrate­
niente mismo se convirtió en productor y comerciante de trigo. Se jun­
taron en sus manos los campos arrebatados a los aldeanos [...] la reser­
va señorial devoró o sangró los terrazgos. En Inglaterra, los aconteci­
mientos siguieron otro curso. También allí, es cierto, el desarrollo direc­
to [por los terratenientes] creció rápidamente, a expensas de las tierras
comunales y de los campesinos. Sin embargo, en buena medida el terra­
teniente sigue siendo un rentista. Pero la mayor parte de sus rentas
dejan de ser inmutables. A partir de este momento las pequeñas tenen­
cias serian entregadas, a lo más, por tiempo limitado, más usualmente
a placer del señor. Nada más simple, en cada renovación, que ajustar
la renta a las circunstancias económicas del momento. En los dos ex­
tremos de Europa, el rasgo fundamental es el mismo: el régimen de
tenencias a perpetuidad, que era ampliamente responsable de la crisis
[feudal de los siglos xm y xiv], fue desechado.
»Ahora bien, esto, en Francia, de una forma tan descarnada, resultaba
imposible.» Bloch, ibid., i, pp. 131-132.
162 I m m a n u e l Wallerstein

En prim er lugar, Francia estaba lo ca liza d a m ás centralmente


resp ecto a las corrientes del com ercio y la tecn o lo g ía europeas
q ue Inglaterra, y, por tanto, sus cla ses terr a te n ien te s se desarro·
liaron antes, ocurriendo tam bién a n tes el p r o c e so de conversión
de las cargas feudales en rentas m o n e ta r ia s l74. Pero dado que
las p resion es contrarias a la d isolu ción de lo s señ o río s se dieron
m ás o m enos sim ultáneam ente en In g la terra y Francia, los se­
ñ oríos ingleses aún $e m antenían r e la tiv a m e n te m ás intactos
q u e los franceses a com ienzos del «largo» sig lo x v i. Por lo tanto,
deduce Bloch, los terratenientes in g le se s ten ía n relativamente
m ayor libertad que los terratenientes fr a n c e s e s para sacar parti· i
do a las nuevas posibilidades de co m e r c ia liz a c ió n de las grandes
propiedades. Los ingleses tendieron h acia un siste m a de trabajo
asalariado y manumisión continuada. L os fr a n c e se s tuvieron que
sacar del mal el menos, y los terr a te n ien te s in ten taron aumen­
tar sus ingresos por m edio de ren o v a d a s p r e sio n e s a la vieja
usanza.
El segundo argum ento se refiere a la re la ció n entre el rey
y la nobleza incluso desde el siglo XII. L os in g le s e s habían esta­
blecido un fuerte control central en lo ju d ic ia l. La otra cara
de este logro, no obstante, era que dentro d el señ o río el señor,
aunque perdía poder sobre los d elito s, o b te n ía autoridad abso­
luta para hacer lo que le viniera en gan a a ce rc a de la tenencia
de la tierra. En los siglos x iv y xv, lo s trib u n a le s señoriales
dieron de lado la tenencia en e n fite u sis en su interpretación de
la ley consuetudinaria. Cuando fin a lm e n te la ju s tic ia real se vio
capacitada para intervenir en tales c u e s tio n e s , a finales del si*
glo xv, descubrieron que la «ley c o n su e tu d in a r ia » permitía ren­
tas variables. .
En Francia, no obstante, no h abía ju s tic ia crim in al central.
Por otra parte, el señor feudal ja m á s te n ía a u to rid a d exclusiva
en las leyes sobre tierras. Así, la p a tr im o n ia lid a d n o era tan sen­
cilla de socavar. Quién era el verd a d ero « d u eñ o » se convirtió en
una oscura cuestión legal. Al lleg a r el sig lo x v i había juristas
que estaban dispuestos a a rgu m en tar q u e el arrendatario no
podía ser desalojado. Incapacitado, p o r ta n to , p ara cambiar las
rentas, el señor tenía que readq u irir la tierra , p o r m edio de la
manipulación judicial de d o cu m en to s, y a u m e n ta n d o mediante su

174 «[El] movimiento tendente a la disminución de los señoríos [en


Inglaterra] había ocurrido mucho más tarde [que en Francia]: finales
del x iii-xiv-xv, en vez del xi-xn-comienzos del xm (a grandes rasgos). Un
retraso natural, ya que el señorío se había creado más tarde.» Marc Bloch,
Seigneurie jranoaise et manoir pnglais, p. 114.
La nueva d iv isió n eu ro p ea d el tra b a jo 163

«redescubrimiento» las cargas feudales 175. A la larga, esta dife­


rencia resultaría c r u c ia l176.
Por lo tanto, lo que B loch parece argum entar es que, ya que
el sistema judicial in g lés con cedía al terrateniente una mayor
flexibilidad, el arren d am ien to por dinero y el trabajo asalariado
comenzaron a exp an d irse, p erm itien d o que florecieran tanto las
grandes p o sesio n es ganaderas com o los yeomen, que se estaban
transformando en gentry. E sto tam bién llevaría a una mayor
cantidad de m ano de obra rural hacia las ciudades, para formar
un proletariado por m ed io del cual se produciría la industriali­
zación. En Francia, p arad ójicam en te, la propia fuerza de la m o­
narquía obligó a la cla se señorial a m antener formas de pose­
sión de la tierra m en os fun cion ales económ icam ente, más
«feudales», que retrasarían su avance.
Resolver el a su n to de la ten en cia de la tierra tuvo a su vez
grandes co n secu en cia s para el papel que jugarían los países en
el sistema m undial. Un sistem a de gestión de las fincas como
el de la Europa o rien ta l req u iere grandes cantidades de personal
para su su pervisión. Si los terratenien tes ingleses hubieran se­
guido esta d irección , p odría no haber habido personal suficiente
para ocupar los a b u n d a n tes n u evos p uestos adm inistrativos re­
queridos por la e m er g en te econom ía-m undo: administradores

m Véase Bloch, Caractéres originaux, i, pp. 132-139. A. D. Lublinskaya


dice de este análisis: «Estas explicaciones de Marc Bloch me parecen su­
perficiales.» En su artículo, sin embargo, no ofrece una explicación me­
jor. «Préface á l'édition russe des Caractéres originaux de Vhisloire ru­
rale Iranfaisc», Annales ESC, xiv, 1, enero-marzo de 1959, p. 201.
Edouard Perroy llega incluso más lejos en la linca de Bloch, porque
sostiene que, mientras Inglaterra estaba abandonando su carácter feudal
en la Baja Edad Media, precisamente en este momento Francia refuerza
de hecho el suyo, con la colaboración y, más aún, por iniciativa del
rey. Su argumentación es la siguiente: Francia había sido el país más
afectado por la descomposición feudal en la Alta Edad Media. De aquí
que el rey tuviera tan sólo los poderes de un terrateniente, primus inter
pares. La solución de los Capeto a este dilema fue extender el señorío
del rey hasta incluir toda Francia, que se convirtió en una vasta pirá­
mide feudal con el rey como único vértice. Por consiguiente, en el si­
glo xrii y posteriormente, los reyes fomentaron la transformación de
las tierras alodiales en feudos, trayéndolas asi bajo su autoridad última.
Véase Perroy, Le Moyen Age, pp. 370-371.
Para indicar esto debemos adelantarnos a nuestra narración: «En
Inglaterra, la caída del absolutismo permitió, en beneficio de la gentry,
la difusión del famoso movimiento de los "cercamientos", la transfor­
mación de los métodos técnicos, pero también, en la práctica, a causa
de esta transformación y de sus efectos, la ruina y desposesión de innu­
merables arrendatarios. En Francia, por un desarrollo análogo pero in­
verso, la victoria de la monarquía absoluta limitó la extensión de la
"reacción feudal".» Bloch, Caractéres originaux, i, p. 139.
164 Im m a n u e l

com erciales, eventualm ente p erson al en u ltra m a r, etc. No es que


los terratenientes cedieran p erson al para ta les usos, sino que
al irse expandiendo éstos, fue q u ed a n d o m e n o s gente para u®.
zar en p uestos de supervisión de las fin c a s. E l arrendamiento
era una salida posible. H agam os u na p a n o rá m ica genera!. El
n oro este de Europa está en ca m in o d e d iv id ir el uso de su tierra
entre ganadería y labrantío. E sto só lo fu e p o sib le al crear la
am pliación del mercado, un m erca d o aún m a y o r para los pro­
d uctos de la ganadería 177, y gracias al su m in is tr o por parte de
la periferia de la econom ía-m undo d e su p le m e n to s de cereales
para las áreas del centro. La se m ip er iferia iba abandonándola
industria (labor cada vez en m ayor m ed id a con fiad a al centro)
y acercándose a una relativa a u to su fic ie n c ia en la agricultura.
La especialización agrícola del cen tro fa v o r e c ió la monetización
de las relaciones de trabajo en el ca m p o , en la medida en que
el trabajo era más especializado y lo s p r o p ie ta r io s deseaban li­
brarse de la carga de un exced en te de tra b a ja d o res agrícolas. El
trabajo asalariado y las rentas en d in ero se convirtieron en los
m edios de control del trabajo. En e s te sis te m a p odía emerger un
estrato de granjeros in depend ientes a p eq u eñ a escala, y de he­
cho hacerse poderoso, tanto a través de su s p ro d u cto s agrícolas
como a través de sus relaciones con las n u e v a s industrias arte- i
sánales. Dado el aum ento en la p o b la c ió n y la declinación de j
los salarios, se sigue, com o dijo M arx, q u e el yeoman «se enri­
quecía, al propio tiem po, a costa de su s a sa la ria d o s y de su
terrateniente»178. Usurpaban (p or m ed io d el cercamiento) las
tierras de los prim eros, argu m en tan d o p ú b lic a m e n te la necesi- ’
dad de garantizar el su m inistro de a lim e n to s de la nación179,y
después les contrataban con salarios b a jo s, o b te n ie n d o mientras
tanto, con rentas fijas, cada vez m ás tierra s d e lo s propietarios
de grandes reservas señoriales. N o d e b e m o s sobrevalorar la
fuerza de esta nueva clase de yeomen. E s su fic ie n te con darse
cuenta de que se convirtieron en una s ig n ific a tiv a fuerza eco·

177Los medios a través de los cuales el creciente mercado de alimen­


tos de Londres fomentó la producción ganadera, en extensiones cada
vez mayores de Inglaterra y Gales, son descritos por F. J. Fisher, «The
development of the London food market, 1540-1610», en E. M. Cams·
Wilson, comp., Essays in economic history, i, Nueva York, St. Martin's.
1965, pp. 135-151.
174 Marx, Capital, I, cap. 39, p. 744. [El capital, i, vol. 3, pp. 930-931.) i
179 «[En Inglaterra], la difusión del nuevo industrialismo dio fuera i
al alegato de los arrendatarios de que la sustitución del pastoreo en gran
escala por la agricultura en pequeña escala era la única solución pan t
el problema de la alimentación del país.» Klein, The Mesta, p. 344.
La nueva d iv isió n eu ro p ea d el tra b a jo 165

nómica y, por tanto, política. Su fuerza económ ica yacía en


el hecho de que tenían todos los incentivos para ser «em­
prendedores». B uscaban riqueza y ascenso social: la ruta del
éxito pasa por la eficien cia económ ica. Pero no estaban aún
lastrados ni por las ob ligacion es tradicionales de largueza ni por
las obligaciones del esta tu s de gastos en lujos o vida s o c ia l180.
Obviamente, tal redistrib ución del esfuerzo económ ico rural
tuvo un gran im pacto sob re el carácter de las áreas urbanas.
¿Qué pasaba en las ciud ades? Sabem os que el siglo xvi fue una
época de crecim ien to general de la población y de aum ento en
las dimensiones de las ciu d ad es, en térm inos absolutos en todas
partes, pero en térm in os relativos en las áreas del centro. Sa­
bemos que de ello se sigu e, lógicam ente y a partir de la eviden­
cia empírica, que, com o dice H elleiner, «se debe asumir que en
el [siglo x v i], la presión de la población sobre los recursos de
la tierra iba en au m ento» 181. En Europa del este, alguna gente
se trasladó a las tierras fronterizas. De la península Ibérica al­
gunos se trasladaron a las A m éricas, y otros fueron expulsados
(judíos, m oriscos m ás ad elan te) a otras áreas del Mediterráneo.
En Europa occid en ta l, en general, se dio una emigración a las
ciudades y un crecien te vagabundeo que era «endémico» m. No
hubo tan sólo un éxod o rural, el del trabajador expulsado por
los cercam ientos o el del trabajador m igratorio que bajaba de la
montaña al llano d urante algunas sem anas en tiem pos de cose­
cha, el «verdadero p ro leta ria d o rural», según B rau d el183. Estaba *lo

Marc Bloch señala que en Francia surge en el siglo xvi el nuevo


tipo social del «caballero agricultor», el propietario de un dominio que
supervisa sus propias tierras. «Nada podía ser más ventajoso, si se
hacia de una manera inteligente, que esta supervisión por el propio
dueño. Pero esto implicaba vivir allí [...) Pero el exilio [de París], des­
pués de todo, era una solución desesperada; además, muchos grandes
terratenientes, nobles o burgueses, no tenían interés ni tiempo para
vivir en sus campos; por no hablar del hecho de que la gente rica poseía
usualmente campos muy diferentes, dispersos a lo largo y a lo ancho,
lo cual hacía imposible para ellos supervisarlos todos en persona.» Ca-
ractéres originaux, I, p. 149.
Helleiner, Cambridge Economic History of Europe, iv, p. 24.
IUBraudel y Spooner, Relazioni del X Congreso lnternazionale di
Scienze Storiche, iv, p. 242.
,u Braudel, La Méditerranée, I, p. 67. «En condiciones miserables de
higiene y salubridad, el campesino, en estas tierras, tiene que vivir, ade­
más, ganando muy poco. Todo tiene dueño, y lo que produce es para
el amo. El campesino, que es con frecuencia un recién llegado, un hom­
bre sencillo arrancado a su montaña, se deja engañar por la gente de la
planicie, el terrateniente o su administrador. En muchos casos es, de
hecho, una especie de esclavo colonial, cualquiera que sea, sobre el
papel, su condición jurídica [...] La planicie pertenece al señor.»
166 I m m a n u e l Wallers^.

tam b ién el vagabundaje «provocado p o r la desaparición de


m esn ad as feudales, por el lic én cia m ie n to de los ejércitos enr&
lad os que habían servido a los reyes co n tra lo s vasallos»JM .
¿Qué es lo que hacían todos e s to s vagab u n d os? Suministra,
ban, por supuesto, la mano de obra n o esp ecia liza d a a las nu*.
vas industrias. Según Marx, «el ráp id o flo re cim ien to de las ma.
nufacturas, sobre todo en Inglaterra, fu e absorbiéndolos pocoa
poco» ,8S. Y, com o hemos visto, su d isp o n ib ilid a d era una délas
con d icion es de la buena d isp osición de lo s terratenientes a con-
m utar las prestaciones feudales p or re n ta s ,86.
E ste cuadro de una fuerza de tra b a jo en expansión, no pro
ductora de alimentos, es, no o b sta n te, d ifíc il d e reconciliar co:145

144 Karl Marx, Pre-capitalist economic formations, Londres, Lam


ce & Wishart, 1964, p. 134. [Apéndice correspondiente a La ideología di­
mana, Barcelona, Grijalbo, 1970, p. 63.]
145Ibid., p. 135. [La ideología alemana, p. 64.]
»* Dobb, Studies, p. 55. Dobb añade: «Nos encontramos, en realidad,
con la paradoja de que, con sólo que se hubiera alcanzado ese nivel de·
cisivo de productividad (en relación con el precio del trabajo asalariado),
el trabajo asalariado podría haber sido incluso menos eficiente qued
trabajo servil, resultando empero ventajoso su empleo» (p. 56). En uní
nota al pie, continúa: «El plusproducto que dejaba el trabajo asalariad)
no necesitaba ser mayor que el que rendía el trabajo servil (= el pr^
ducto del trabajo del siervo cuando trabajaba para el señor), puesto.
que, aunque estamos suponiendo que trabajo asalariado reemplaza \
trabajo servil en el dominio, en realidad no lo sustituye, sino que h
agrega al trabajo servil como fuente de plusproducto. Si suponemos que
el señor conmutaba las corvées a cambio del equivalente de lo qued
tiempo de plustrabajo de los siervos podía producir cuando se dedicaba
a cultivo de la reserva señorial, entonces el señor ganaría con el camba
en el caso de que el nuevo trabajo asalariado produjera un plusproduc
to, cualquiera que fuera éste, por encima de sus salarios, puesto qi*
ahora percibiría este plusproducto como un añadido a lo que recibía d<
sus siervos a título de obligaciones conmutadas.»
Además, como nos recuerda Marc Bloch, «el trabajo de corvée w
siempre carecía absolutamente de costo [para el terrateniente]. Durante
los "trabajos gratuitos", especialmente, era usual alimentar al trabaja­
dor [tenancier]. Por consiguiente, no resultaba rentable si el precio ód
alimento excedía al valor del trabajo. Puede parecer absurdo sugerir
que los salarios podían ser inferiores al costo del alimento del asalariada
Pero debemos recordar la pobre calidad del trabajo [...] [Además], cuan­
do no se requerían los servicios del campesino sujeto a la corvée, ello
significaba que éste los había comprado; es decir, se le pedía un pago
en su lugar. Así, debemos poner en una columna el valor del pago sus-
titutivo que se pudiera esperar razonablemente, más, cuando correspoa·
diera, el ahorro del costo de la comida. En la otra columna, pondremos
el precio de los días de trabajo asalariado que sustituirían el trabajo
de corvée. Según el total de una columna excediera o no a la otra, sí
consideraría si abandonar o no las corvées.» Seigneurie francaise, pa­
ginas 116-117.
La nueva d iv isió n e u ro p e a d el tra b a jo 167

otro hecho. Jones y W oolf argum entan que una precondición


para el desarrollo in d u strial, que se dio por prim era vez en la
Europa del n oro este en el siglo xvi, es que junto con un incre­
mento en la prod uctividad y un m ás am plio mercado, se produjo
«una pausa en la in ten sa p resión del crecim iento de la población,
pausa durante la cual podrían m ultiplicarse los ingresos en vez
de los hom bres» ,87.
Pero ¿qué decir en to n ces del excedente de población que
hinchaba las ciud ades de los E stados del centro, que erraba por
los campos vagabundeando? Bueno, por una parte, no hacían
más que m orirse en grandes cantidades. Algunos fueron ahorca­
dos por vagabundos 1M. Las epidem ias de hambre eran frecuen­
tes, especialm ente d ados «la lentitud y el precio prohibitivo de
los transportes, [y ] la irregularidad de las cosechas» lS9. Tal com o
lo plantean B raudel y S poon er, un análisis de esta econom ía
«tiene que tom ar en cu en ta la "juventud" de esta población
[vagabunda], cuya vida m ed ia era en general baja debido al
hambre y las ep id em ias» 190.
Esto ju stifica ría en to n c es un fenóm eno señalado por Braudel,
que de otra form a sería desconcertan te: «El proletariado de las
ciudades sólo podía m a n ten erse estable, y m ucho m enos aumen­
tar, gracias a las in m ig ra cio n es constantem ente renovadas»191.
También ayuda a ex p lica r la extraña circunstancia señalada por
Phelps-Brown y H o p k in s de que, a pesar de la significativa caída
de los salarios de los trab ajad ores, hubiera tan relativamente
poca agitación so cia l. E llo s dicen: «Parte de la respuesta pudie­
ra ser que esto su p u so una caída de un nivel superior [el del si­
glo xv], de m od o q ue, por grande que fuera, que lo fue, per­
mitía aún al asalariad o la su b sisten cia » 192.*l

,n Jones y Woolf, Agrarian change and economic development, p. 4.


Marx, Pre-capitalist economic formations, p. 134. [La ideología ale­
mana, p. 63.]
l" Braudel, La Méditerranée, I, p. 300.
** Braudel y Spooner, Relazioni del X Congresso Internazionale ¿ti
Scienze Storiche, IV, pp. 241-242.
m Braudel, La Méditerranée, I, p. 306. «Estos indispensables inmi­
grantes no siempre eran hombres de poco pelo o de mediana calidad. No
pocas veces, traían consigo técnicas nuevas, no menos indispensables
que sus personas para la vida urbana. Los judíos, inmigrantes muy es­
peciales a quienes se perseguía por su religión y no por su miseria,
desempeñaron un papel excepcional en las innovaciones técnicas de la
época.*
ln Véase Phelps-Brown y Hopkins, Económica, xxvi, p. 294. Las dife­
rencias comparativas entre los estilos de vida de diferentes clases de
habitantes de la ciudades pueden no haber sido distintas en absoluto de
las de la Europa contemporánea. Se puede espigar una sugerencia en
168 Im m anuel Wallerstein

Pero este nivel de su bsisten cia de lo s sa la r io s del trabajador


del n o ro este de Europa sólo fue p o sib le te n ie n d o una periferia
de la que im portar trigo, ten ien do m e ta le s p recio so s para que
el flu jo se m antuviera, y dejando m o rir a p a rte de la población;
a sp ec to que resultaría fascinante in v estig a r. ¿A caso no es pro­
b ab le que, ya en el siglo xvi, h ub iera sis te m á tic a s distinciones
étn ica s de rango en el seno de la c la se tra b a ja d o ra en las diver­
sas ciudades de Europa? Por ejem p lo , K azim ierz Tyminiecki
señala precisam ente este fen óm eno en la s ciu d a d e s del este del
E lba en el siglo xvi, donde los tra b a ja d o res alem an es excluían
a los em igrantes eslavos de las o c u p a c io n e s m á s elevad as19J. No
parece haberse realizado excesiva in v e stig a c ió n acerca de la
distribución étnica de la clase trab ajad ora u rb a n a en los comien­
zos de la Europa moderna, pero a p o sta ría a q u e la descripción
de Tyminiecki podría ser considerada c o m o típ ica de la totalidad
de la economía-mundo. No es só lo q u e en el sen o de esta eco-
nomía-mundo las ciudades estu vieran d istr ib u id a s desigualmen­
te, sino que, dentro de las propias ciu d a d e s, probablem ente estu­
vieran distribuidos desigualm ente lo s g ru p o s étn ico s. No debe- I
mos olvidar aquí el concepto de ca p a s en el se n o de las capas, '
Si hemos de tener cuidado en sa b er a q u ié n nos referimos
al hablar de trabajadores urbanos, d e b e m o s te n e r cuidado al exa­
minar las clases superiores. En la E u ro p a m ed iev a l, el estatus
alto pertenecía a los g u errero s-terra ten ien tes llam ados nobles.
En su mayor parte, eran un grupo o c u p a c io n a lm e n te homogé­
neo, diferenciado fun dam entalm ente p o r u n ran go que estaba, j

este sentido de un estudio realizado en 1559 de 3.096 hogares (alrededor ,


de 12.000 personas) en Málaga. Este estudio arroja la siguiente división i
en clases: razonables, no necesariamente ricos, 10 por 100; pequeños, /0
por 100; pobres, 20 por 100. ¿Ofrecería resultados radicalmente distin- ¡
tos un estudio de Málaga, o incluso de París, en el siglo xx? Este estu- !
dio lo cita Braudel, La ÍAéditerranée, i, p. 413.
w «En la parte de Alemania al este del Elba, desde Lusacia, a tra- !
vés de Brandemburgo, hasta Mecklemburgo —por tanto en un área en j
la que, pese a una larga dominación por los alemanes (o por príncipes t
germanizados), seguía estando fuertemente presente en el campo el ele
mento eslavo—, se ve que en este período, es decir, a partir del si­
glo xiv, pero especialmente en el siglo xv y primera mitad del xvi, fue
típica la aparición en las ciudades de restricciones para la admisión d<
eslavos en los gremios artesanos. Así, además de las discriminaciones
sobre la base de la nacionalidad, vemos dirigidas contra la población
[eslava] otras discriminaciones «sociales». Esto viene ocasionado por j
la fuerte tendencia de los eslavos a emigrar a las ciudades.» Kazimien
Tyminiecki, «Le servage en Pologne et dans les pays limitrophes au m
yen age», La Pologne au X* Congrés International des Sciences Histo
tiques á Rome, Varsovia, Academia Polaca de Ciencias, Instituto de His­
toria, 1955, p. 25.
La nueva d iv isió n e u ro p e a d el tra b a jo 169

en términos gen erales, en correlación con el tamaño del dom i­


nio y el núm ero de vasallos. Sin duda, los individuos y las
familias ascendían y d escen d ían en la escala de rango. También
en unas pocas ciu d a d es em ergió un patriciado urbano. Ya he­
mos discutido en el an terior cap ítu lo algunas de las confusiones
conceptuales de id en tidad a las que esto dio lugar.
Pero en el siglo xvi ¿era el terrateniente-com erciante aristó­
crata o burgués? Es ob vio que tanto genérica com o específica­
mente esto no q uedaba claro. La im agen se había com plicado
con la creación de una econom ía-m u n do basada en el com ercio
y en la agricultura ca p ita lista . O bservem os sucesivam ente a los
mercaderes in tern a cio n a les y d esp u és a los «industriales», y fi­
jémonos tanto en su d istrib u ció n geográfica com o en sus víncu­
los con las clases terra ten ien tes.
En m uchos a sp e c to s, las técn ica s de ganancia com ercial usa­
das en el siglo xvi no eran m ás que una extensión de los méto­
dos que habían ap ren d id o a u tilizar las ciudades frente a sus
hinterlands in m ed ia to s en la B aja Edad Media. El problema co­
lectivo de las ciu d a d es era el de controlar su propio mercado,
es decir, el de poder red u cir el c o sto de los productos compra­
dos al campo y m in im iza r el papel de los m ercaderes extranje­
ros194. Se utilizaron dos técn ica s. Pór una parte, las ciudades
buscaron obtener no só lo el d erech o legal a establecer im pues­
tos sobre las o p era cio n es de m ercado, sino tam bién el derecho
a regular la op era ció n co m ercia l (q u ién debía com erciar, cuán­
do, con qué se d eb ía co m ercia r). Más aún, buscaban restringir
las posibilidades de q u e su p ro p io cam p o com erciara excepto a
través de la ciudad. E l resu lta d o fue lo que Dobb considera una

m En cierta forma se puede pensar en el aristócrata dedicado a los


negocios simplemente como un «comerciante forastero» desde el punto
de vista de la burguesía urbana. Véase el análisis de Fritz Redlich: «El
grueso de las regulaciones restrictivas y códigos de sanciones [contra la
dedicación de los aristócratas al comercio] parece haber aparecido y
haberse originado en una fecha bastante tardía, concretamente hacia
1600 [...] De hecho, parece que las restricciones afectaban a las activi­
dades de los herederos [...] En bastantes casos las restricciones contra
las actividades comerciales de los nobles fueron promulgadas para pro­
teger a los comerciantes de las ciudades, a los que ponía en peligro la
competencia de los nobles, y no porque estas actividades fueran consi­
deradas inapropiadas para personas nobles [...] En general, las prohibi­
ciones parecen haber hecho referencia ai menudeo y las artesanías; siem­
pre dejaban campo a lo que llamamos actividades empresariales en la
agricultura, a la industria en gran escala [...] y en muchos casos tam­
bién al comercio ultramarino.» «European aristocracy and economic de­
velopment», Explorations in Entrepreneurial History, vi, 2, diciembre
de 1953, p. 83.
1*70 Im m anuel Wallerste^

esp e cie de «colonialism o urbano» ,95. Con el tiem p o, estos diver.


so s m ecan ism os variaron sus térm in o s de intercam bio a favor
de los hom bres de la ciudad, a fa v o r, p o r tanto, de las clases
co m ercia les urbanas, en contra tan to d e la s cla ses terratenientes
co m o de las cam pesinas.
Pero las ganancias así co n seg u id a s, a u n q u e importantes, eran
p eq ueñas en comparación con lo q ue se p o d ía ganar por medio
del com ercio a larga distancia, e s p e c ia lm e n te con el comercio
colon ial o sem icolonial. Henri S ée ca lcu la lo s m árgenes de gana*
cia de las primeras operaciones c o m e r c ia le s coloniales como
m uy altos: «en ocasiones su p erio res al 200 o el 300 por 100, cu
acuerdos que eran poco m ás que a c to s de p iratería» ]% . Había co
m Dobb, Studies, p. 95. El paso del «colonialismo urbano» al «coloni*
lismo nacional» podría verse entonces como un paso natural, una vez
la tecnología amplía las dimensiones de lo que Frederic Lane llama m»
nopolio natural» de la fuerza: «En gran parte de la Europa medieval,
gobernar un territorio mayor que una provincia traía inconvenientes de
escala. Por el contrario, en el siglo x v i i se había hecho imposible pan
un gobierno defender contra los intrusos el monopolio incluso de una
sola provincia a menos que su aparato militar fuera suficientemente fuer
te para conquistar un reino nacional. La dimensión de los monopolia
naturales ha cambiado, y ha habido periodos de competencia y altos ccn
tos de protección mientras se establecían nuevos monopolios natural
acordes con las nuevas técnicas. En nuestra época de armas atómicas
quizá no existe ningún monopolio natural de dimensiones más reducidas
que las del mundo entero.» «Economic consequences of organized vio
lence», en Venice and history, Baltimore (Maryland), Johns Hopkins Press.
1966, pp. 415-416, n. 4.
,HHenri Sée, Modern capitalism, Nueva York, Adelphi Co., 1928, p. 41
Análogamente, Dobb sostiene: «Internamente el mercado se estaba expi­
diendo [en Inglaterra], no sólo a través del crecimiento de las ciudades
y la multiplicación de los mercados urbanos, sino también por la en­
ciente penetración de la economía monetaria en el señorío, con el creó
miento del trabajo asalariado y el arrendamiento de la reserva señoril!
a cambio de una renta en dinero. Sin embargo, era el comercio exterior
lo que proporcionaba las mayores oportunidades de rápido avance come:·
cial, y fue en esta esfera donde se amasaron las fortunas más impresionan-
tes.» Studies, p. 129.
Lenin también sostiene el papel esencial del comercio internacional o
el desarrollo del capitalismo nacional: «La necesidad de mercado exteri»
para un país capitalista no se determina en modo alguno por las leye
de la realización del producto social (y de la plusvalía en particular)
sino, en primer lugar, por la circunstancia de que el capitalismo apare»
sólo como resultado de una circulación de mercancías ampliamente des·í
arrollada, que rebasa los límites del Estado. Por eso no es posible im*
ginarse una nación capitalista sin comercio exterior, además de que κ
existe.» V. I. Lenin, The development of capitalism in Russia, Moscú
Foreign Languages Publishing House, 1956, p. 44. [El desarrollo del capiifr
lismo en Rusia, Barcelona, Ariel, 1975, pp. 48-49.]
Esta primacía del mercado mundial permite a Frédéric Mauro dec/
que es «el capitalismo comercial lo que distingue a la civilización ocó
La nueva d iv isió n e u ro p e a d el tra b a jo 171

realidad dos a sp ecto s sep arad os en esta elevada tasa de ganan­


cia. Uno era la situ a ció n «m onopsónica» en el área colonial, es
decir, m onopsónica en la «com pra» de tierras y mano de obra.
Esto fue organizado, co m o h em os visto, por el uso de la fuerza
legal, tanto en la A m érica española com o en el este de Europa.
El segundo era la falta efectiva de com petencia en las áreas
de venta de los p ro d u cto s prim arios, Europa occidental. Esta
falta de com p eten cia era, en parte, consecuencia de la falta de
desarrollo tecn ológico, y en parte de la verticalidad de las ca­
denas de com ercialización .
Sin duda, la tecn o lo g ía de las transacciones com erciales ha­
bía sido testigo de a d ela n to s m uy im portantes a finales del si­
glo xiii y a p rin cip io s del xiv: los bancos de depósito, la letra
de cambio, los co rred o res, las sucursales de organizaciones
comerciales cen trales. Chaunu estim a que estas técnicas permi­
tieron al cap italism o co m ercia l aum entar, «tai vez diez veces»,
su capacidad de extraer ex ced en te y tener así «los barcos, los
hombres, los m ed io s n ecesa rio s para alim entar la aventura de
la exploración y d esp u é s la exp lotación del nuevo espacio, en
estrecha relación con el E stad o» ,97. N o obstante, la suma total de
estas innovaciones c o m er cia les era insuficiente para hacer po­
sible que los co m er cia n tes a larga distancia entraran en el mer­
cado mundial sin un ca p ita l su stan cial y habitualm ente asis­
tencia del E stado. Por tan to, no podían entrar dem asiados en
estas condiciones, y a q u e llo s que ya estaban dentro no intenta­
ban activam ente a lterar la situ a ció n m.
Más im portan tes in c lu so eran los vínculos verticales. Las
fuentes de capital eran lim ita d a s. R ecordem os que incluso los
aparatos de E stad o eran d eu d o res a gran escala. Las ganancias
de las plantaciones de azú car p ortu gu esas basadas en mano de
obra esclava, por ejem p lo , no iban a parar solam ente a los por­
tugueses d irectam en te im p lica d o s en ellas, sino a personas de
las econom ías eu ro p ea s m á s «avanzadas», que sum inistraban

dental entre 1500 y 1800, entre el Renacimiento y la revolución industrial.»


«Towards an "intercontinental model": European overseas expansion bet­
ween 1500-1800», Economic History Review, 2.· serie, xiv, 1, 1961, pp. 1-2.
Chaunu, Vexpansion européenne, p. 311.
m «La falta de desarrollo del mercado —la incapacidad de los produc­
tores para intercambiar sus productos en escala más amplia que la pa­
rroquial—, precisamente, proporcionó al capital mercantil su dorada
oportunidad [...] En la medida en que perduraban estas condiciones pri­
mitivas, lo hacían también las posibilidades de ganancia excepcional para
quienes tenían los medios de explotarlas; y era simplemente natural que
la perpetuación de semejantes condiciones, y no su eliminación, pasara
a ser el objetivo consciente del capital mercantil.» Dobb, Studies, p. 89.
172 Im m anuel Walterstein

ta n to el capital inicial com o una sa lid a in d u s t r ia l199. No era sirn-


p lem en te que la Europa del n o ro este p u d iera desarrollar Jas
fá b rica s, sin o que sus relaciones c o m e r c ia le s verticales favore­
cían una dependencia financiera. De h ech o , n o sería extremado
h ab lar de un sistem a internacional d e p eo n a je por deudas,
p erfeccio n a d o en primer lugar por lo s c o m e r c ia n te s hanseáticos
fren te a los pescadores y tram peros n o r u e g o s en la Baja Edad j
M edia 200 y más adelante por los c o m e r c ia n te s alemanes de
ciu d ad es tales com o Riga, Reval y G d añ sk fren te al hinterland
de Europa oriental. La técnica era co n o c id a en otros lugares,
sien d o usada por los com erciantes de T o u lo u se, por los geno ¡
v eses en la península Ibérica, y en á reas d el co m ercio lanero en
Inglaterra y España. ¿Cuál era el m éto d o ? M uy simple: com­
prendía la compra de m ercancías a n te s d e su producción, es
decir, pagos adelantados por en tregas q u e se h arían en el futuro. í
E sto evitaba la venta en un m ercado a b ie r to . Perm itía que fue- ¡
ran los mercaderes en vez de los p r o d u c to r e s quienes decidió;
ran el momento óptim o para la reven ta al m u n d o . Y ya quec!
dinero prestado solía haber sid o g a sta d o en el m om ento déla:
entrega de las m ercancías, si es que no se h a b ía gastado incluso
más, el productor siem pre se veía ten ta d o a p erp etu a r el arreglo.
Prohibido en teoría por la ley, este sis te m a s ó lo podía ser utili \
__________ i
,w«[El] sistema de plantaciones de caña de azúcar que existía [en'
Santo Tome] estaba estrechamente ligado con el comercio internacional
en gran escala en el que tomaban parle primero las grandes compañía
de Amberes y después las de Amsterdam. En esos grandes centros de 1)
vida económica se establecieron numerosas refinerías de azúcar que fun­
cionaban en el siglo xvi gracias al creciente suministro de melazas de
Santo Tomé. Se debe observar que, a pesar del papel muy activo de los (
comerciantes portugueses en la exportación de azúcar desde la isla, A
proceso de refinado no fue emprendido por Portugal, cuya economía en
débil, sino por los países que entonces prosperaban económicamente, qix
tenían importantes recursos de capital, trabajo libre y cualificado, es
decir, países que se encontraban ya en la vía del desarrollo.» Marian Ma-
lowist, «Les débuts du systéme des plantations dans la période des grao-
des découvertes», Africana Bulletin, 10, 1969, p. 29.
" «Este era un sistema de compra de bienes mediante el pago por
adelantado de entregas aún no realizadas [...] Se sabe que durante dos­
cientos cincuenta años los comerciantes hanseáticos de Bergen mantu­
vieron en sus manos por este procedimiento casi todo el comercio de j
pieles y pescado del norte de Noruega. Los mercaderes hanseáticos hacían j
depender a los pescadores del norte de Noruega directamente de ellos,
pagándoles por adelantado. Esto, al mismo tiempo, les permitió eliminar j
de este comercio, durante largo tiempo, a los ciudadanos noruegos.» Ma­
rian Malowist, «A certain trade technique in the Baltic countries in the j
fifteenth to the seventeenth centuries», Poland at the Xlth IntcrnatM
Congress of Historical Sciences, Varsovia, Academia Polaca de Ciencias.
Instituto de Historia, 1960, p. 103.
La nueva d iv isió n e u ro p ea del trabajo 173

zado por com ercian tes que tuvieran los m edios y la influencia
necesarios para poder m antener la citada práctica, es decir,
por «com erciantes extran jeros, o com erciantes ricos que tuvie­
ran fácil acceso a m ercados extran jeros»201. Estos com erciantes
podían, por tanto, recoger las ganancias de la revolución de los
precios y m ultiplicarlas. La form a en que este sistem a suponía
una red vertical de ex p lotación y extracción de ganancias queda
claramente d escrita por M alow ist de la forma en que funcionaba
en Polonia:

En los siglos xvi y principios del xvn, cuando los comerciantes de


Gdañsk prestaban menor atención al comercio por mar, empezaron
a ejercer una creciente influencia sobre la agricultura en todas par­
tes de Polonia. Hacia finales del siglo xvi, cuando las condiciones
para la exportación del trigo resultaban particularmente favorables,
los agentes de los comerciantes de Gdansk eran vistos regularmente
en los mercados de pueblos y ciudades de Polonia, donde compra­
ban grano [...] [En] el siglo xvn los comerciantes ricos de Gdansk,
como los de Riga, hacían pagos por adelantado no sólo a la baja
gentry, sino incluso a los nobles ricos de Polonia y Lituania [...]
Este enorme florecimiento del comercio de Gdansk con las extensas
tierras interiores puede ser explicado por el inmenso enriquecimien­
to de los comerciantes de Gdansk durante los tiempos de la revolu­
ción de los precios [...] Los comerciantes de Gdansk recibían pagos
adelantados de los holandeses, y [...] estos últimos a veces recogían
para tal fin sumas de dinero de comerciantes de Amberes2112.
Este sistem a in tern a cio n a l de peonaje por deudas capacitaba
a un cuadro de co m er cia n tes internacionales para obviar (y des­
truir así even tu alm en te) a las clases com erciantes indígenas de
la Europa del este (y, en cierta m edida, a las del sur de Europa),
entrando en rela cio n es d irecta s con terratenientes-em presarios
(incluida la nobleza), q ue eran esen cialm en te granjeros capita­
listas, y que prod ucían los b ien es y los mantenían bajo control
hasta que llegaban a la p rim era área portuaria de importancia,
después de lo cual pasaban a las m anos de algunos com erciantes
de nacionalidad eu rop ea o ccid en ta l (o italiana del norte) m, que
a su vez trabajaban a través de y ju n to con una floreciente clase
financiera centrada en u nas p ocas ciudades.
Si los co m ercia n tes in tern a cio n a les en la econom ía-m undo
europea eran en gran m ed id a de determ inadas nacionalidades,
¿era esto cierto tam b ién resp ecto a los «industriales»? ¿Y cuál
era la relación en tre a m b o s grupos? La producción industrial
existía ya en la E dad M edia, p ero era dispersa, a pequeña esca-

291Ibid., p. 104.
w Ibid., p. 114.
ω Véase Dobb, Studies, p. 71.
174 Im m anuel Wallersuin

la, y en su m ayor parte adaptada a un m e r c a d o de lujo. Fue sólo


con el ascen so de un sistem a c a p ita lista en el marco de una
econom ía-m undo com o pudieron em e r g e r em presarios indus
tría les ^
Fue precisam ente en las áreas de m a y o r especialización agrí­
cola donde hubo un im pulso a in d u stria liza r , n o sólo en mo-
m en tos de expansión, sino tam b ién en m o m e n to s de contrac­
ción. Marian M alowist habla de la c o m b in a c ió n en estas áreas
del crecim iento de una industria tex til y d e la crisis agrícola
de los siglos xiv y xv 205. Joan T h irsk se ñ a la cóm o el impulso

** «Antes de sobrevenir la producción capitalista, es decir, en |j


Edad Media, regía con carácter general la pequeña industria, basada eo
la propiedad privada del trabajador sobre sus medios de producción; «
el campo, la agricultura corría a cargo de pequeños labradores, libreso
siervos; en las ciudades, la industria estaba en manos de los artesanos
organizados en gremios [...] El papel histórico del modo de produced
capitalista y de su portadora, la burguesía, consistió precisamente a
concentrar y desarrollar estos dispersos y mezquinos medios de produc­
ción, transformándolos en las potentes palancas productoras de los tiem­
pos actuales.» Friedrich Engels, Socialism: utopian and scientific, Num
York, International Publishers, 1953, p. 28. [Del socialismo utópico ti
científico, en C. Marx y F. Engels, Obras escogidas, Madrid, Akal, 1975,
II, p. 141.]
m «[En] Inglaterra, en los Países Bajos, en el sur de Alemania ya
Italia, es precisamente en los siglos xiv y xv [...] cuando encontramos ω
muy marcado desarrollo de una industria textil rural. Los campesino*
se dedican a ella por cuenta de empresarios que viven en las ciudades, o
a veces también por su propia cuenta. Me parece que este hecho demues-
tra que la agricultura no basta para darles de vivir [...] En efecto, mico-
tras que en Flandes, Brabante y la Toscana podemos observar un declina;
gradual de la producción de bienes de lujo, durante este período, do
obstante, en el mismo Flandes, en Hainaut, Holanda, Inglaterra, el sur (Je
Alemania y ciertas partes de Italia creció un nuevo tipo de producción
textil en las ciudades pequeñas y en el campo. Estos tejidos no eran ¿<
la mejor calidad, pero eran más baratos y por consiguiente estaban al
alcance de la nobleza empobrecida y de otros consumidores menos acó
modados [...] Durante los siglos xiv y xv, tanto en la industria comoec
el comercio a larga distancia, el papel de los artículos de uso común κ
hizo cada ve* más importante en relación con el de los artículos de lujo.*j
M. Malowist, «The economic and social development of the Baltic couo
tries from the 15th to the 17th centuries», Economic History Review, so
gunda serie, χπ, 2, 1959, p. 178.
Véase Marx: «Las formas históricas originarias, en las cuales el capital
aparece al comienzo esporádica o localmente, junto a los antiguos modos
de producción, pero destruyéndolos cada vez más por todas partes, in­
cluyen, por un lado, la verdadera manufactura (aún no fábrica); ésta
surge allí donde se produce en masa para la exportación, para el mercado
externo: o sea, sobre la base del gran comercio marítimo y terrestre, ff
los emporios de éste, tales como las ciudades italianas, Constantino^
las ciudades de Flandes, las holandesas, algunas españolas, como Bare*
lona, etc. En un comienzo, la manufactura no somete a la llamada indus·
La nueva d iv isió n eu ro p ea d el tra b a jo 175
I
rural, la n ecesidad de encontrar una alternativa de em pleo para
la mano de obra rural expulsada, continuó operando en la Ingla­
terra del siglo x v i **.
No obstante, esta p resión rural no operaba en las áreas más
«avanzadas», porque el hecho de que m uchas de estas industrias
estuvieran en to n ces localizad as en áreas rurales era función no
sólo de la búsq u ed a rural de em pleo, sino también del rechazo
urbano. M uchos de los cen tro s de la industria textil medieval
en Flandes y en el n orte de Italia tenían su capital invertido en
la producción de b ien es de lujo, y eran incapaces o no deseaban
entrar en el n uevo m ercado, lo cual se había hecho necesario,
en primer lugar, por la crisis m onetaria de los siglos xiv y xv,
y después se hizo ren tab le con la creación de una economía-
mundo en el siglo xvi. E sto s em presarios no se ocupaban en
este caso de las fro n tera s 207. Un fam oso y crucial m ovim iento de
este tipo fue la huida de cap italistas flam encos a Inglaterra.
Debemos tener p resen te q ue en esta etapa las industrias tenían

tria urbana, sino a la industria campesina accesoria, hilandería, tejido, al


trabajo que requiere en menor grado habilidad artesanal corporativa,
formación artística artesanal. Fuera de aquellos grandes emporios, donde
la producción existe ya basada en un mercado externo y está, en conse­
cuencia, orientada naturalmente, por asi decirlo, hacia el valor de cambio
—[hay allí] entonces manufacturas conectadas directamente con el trans­
porte por barco, la construcción misma de barcos, etc.—, ésta se instala
primeramente no en las ciudades sino en el campo, en las aldeas no cor­
porativas, etc. La industria campesina accesoria contiene la amplia base
de la manufactura, mientras que la industria urbana requiere un mayor
progreso de la producción para poder ser llevada a cabo dentro de una
organización fabril. Lo mismo ocurre con ramas tales de la producción
como las fábricas de vidrio, de metal, aserraderos, etc., que desde un
principio requieren mayor concentración de fuerzas de trabajo, que des­
de un principio utilizan más fuerzas naturales, requieren producción en
masa e, igualmente, concentración de los medios de trabajo, etc. Lo mis­
mo con las fábricas de papel, etc.» Pre-capitalist economic formations, pá­
gina 116. [Formaciones económicas precapitalistas, Córdoba (Argentina),
Cuadernos de Pasado y Presente, 1971, pp. 91-92.]
** «Se podría postular razonablemente alguna asociación entre el cre­
cimiento de la población y la presión sobre la tierra en el siglo xvi y el
auge de la industria de tejido de punto a mano en los valles de Yorkshire.:»
Thirsk, Essays in economic and social history of Tudor and Stuart En­
gland, p. 88.
101 «Cuando los capitalistas industriales, ansiosos de tener tejido barato
para su venta ambulante, intentaron producir tales tejidos en sus ciuda­
des, encontraron que no se les permitía hacerlo así. En consecuencia en­
cargaron cada vez más su trabajo a trabajadores rurales. Si esto estaba
prohibido por ios gremios o gobiernos de sus ciudades, trasladaban su
industria incluso a otros países. Los "países", en el continente, no eran
demasiado grandes.» Robert L. Reynolds, Europe emerges, Madison, Univ.
of Wisconsin Press, 1967, p. 339.
176 I m m a n u e l Wallerst^

una base vacilante. Se alzaban y caían. E ran co m o vagabundos


en busca de un refugio: «Parecían un m illa r de fuegos encendí-
dos al m ism o tiem po, todos ello s d é b ile s, en una vasta pradera
de hierba seca» Está claro que lo s a n tig u o s centros avanza,
dos, los controladores del co m ercio in tern a cio n a l, no eran ne-
cesariam ente los centros de la im a g in a ció n y la audacia. Esto
parece demostrar la creencia de H enri P irenn e en la no conti
nuidad de los empresarios ca p ita lista s
Nos vemos así obligados a ser p ru d e n tes en el uso de nues­
tra terminología. En una exp licación q u e u tilice categorías de
clase para explicar los cam bios so c ia le s, las clases feudal y
burguesa no deberían ser en ten d id as, c o m o su ele ocurrir, como
«terratenientes» y «com erciantes». D u ran te el largo período de
creación de la economía-mundo eu rop ea, en las p aíses del centro
de esta economía-mundo había alg u n o s c o m er cia n tes y algunos
terratenientes que salían ganando al m a n ten er formas de pro
ducción asociadas con el «feudalism o», a sa b er, aquellas en que
la mano de obra cam pesina se veía de a lgu n a form a sistema
tica y legalmente obligada a ceder la m a y o r parte de su pro
ducción al terrateniente ( corvée, ren tas fe u d a le s, etc.). Y había
algunos comerciantes y algunos te r r a te n ie n te s que salían ga­
nando con la aparición de nuevas fo rm a s de producción indus­
trial, basadas en el trabajo con tractu al. En el sig lo xvi, esta di­
visión correspondía a m enudo, en p rim era aproximación, a
grandes y pequeños. Los grandes c o m e r c ia n te s y los grandes
terratenientes se beneficiaban m ás d el a n tig u o sistem a feudal;
los pequeños (¿medios? ¿crecientes?), de las n u evas formas ca­
pitalistas. Pero la dicotom ía gran d e-p eq u eñ o d eb e ser utilizada
con precaución y m atices, y só lo se s o s tie n e en este punto del
tiempo histórico. Teóricam ente, por su p u e s to , tien e mucho senti­
do. Las nuevas formas de organización so c ia l tienden habitual­
mente a tener menos atractivo para a q u e llo s a quienes les va

m Braudel, -La Méditerranée, i, p. 399.


w «Creo que, para cada uno de los períodos en que podamos dividir
nuestra historia económica, existe una clase distinta y separada de capi­
talistas. En otras palabras, el grupo de capitalistas de una época dada
no surge del grupo capitalista de la época precedente. A cada cambio de
la organización económica encontramos una ruptura de la continuidad. Es ,
como si los capitalistas que hasta entonces han estado activos recono ¡
cieran que son incapaces de adaptarse a las condiciones creadas por no
cesidades anteriormente desconocidas y que exigen métodos anterior- i
mente no empleados. Se retiran de la lucha y se convierten en una aris- 1
tocracia, que, si de nuevo desempeña una parte en la marcha de los asun
tos, lo hace tan sólo pasivamente.» Henri Pirenne, American Historical
Review, χιχ, 3, abril de 1914, pp. 494-495.
La nueva d iv isió n eu ro p ea del tra b a jo 177
bien bajo un sistem a ya existente que para quienes son enérgi­
cos y am biciosos, pero que aún no se han establecido. Em pírica­
mente, esto viene com p licad o por otras consideraciones.
Cualesquiera que fueran sus orígenes, esta nueva clase de
«industriales», algunos p rocedentes de la yeomanry y otros co­
merciantes recon vertid os, se veían abocados a lo que Vilar con­
sidera característica esen cial de una econom ía moderna: «el
logro de ganancias m edianas en m ercados mucho mayores: más
venta, venta en m ayores cantidades, ganando menos por uni­
dad»210. Parte de la ganancia procedía del retraso de los sala­
rios211. Parte eran gangas inesperadas. Parte eran bajas tasas
de interés real. Parte eran ganancias a crédito contra el futuro
en términos de una d epreciación no calcu lad a212. Pero había
ganancias. Y el volu m en de la ganancia no sólo creó la base po­
lítica de esta clase; tuvo un im pacto inm ediato en la totalidad
de la econom ía. E sto se sin tió en m ultitud de formas: como
estímulo para la p rod u cción de m aterias primas y la moviliza­
ción de recursos h u m an os, com o una form a de hacer frente a

*,e Picrre Vilar, en Actes du Colloque de la Renaissance, p. 50.


,n Incluso J. D. Gould, escéptico respecto a esta hipótesis, reconoce
sin embargo que hubo «una caída muy aguda del ingreso real de los
asalariados» en este periodo. Véase «The price revolution reconsidered»,
Economic History Review, 2.* serie, xvn, 2, 1964, p. 265. Véase también
Dobb: «Las notables ganancias obtenidas por el capital comercial en los
siglos xiv y xv, frutos del monopolio, no se lograron tanto mediante una
efectiva baja del nivel general de vida como excluyendo a la masa de
los productores de una participación en los beneficios del creciente volu­
men de intercambio. En otros términos, los jugosos beneficios de la
nueva clase de mercaderes se originaron en una reducción relativa —antes
que absoluta— del ingreso de los productores. Pero hay pruebas de que
esto dejó de ser así hacia la segunda mitad del siglo xvi (y quizá también
en el siglo xvii , al menos durante los primeros cincuenta años).» Studies,
páginas 119-120.
m Para Gould, este factor fue particularmente importante: «Se reco­
noce en general actualmente que a mediados del siglo xx el impacto del
alza de los precios sobre los beneficios viene menos de ningún retraso de
los salarios respecto a los precios —en la mayor parte de los casos no
ha habido tal retraso— que del retraso de los costos de capital respecto
a los precios [...] Parte —una parte creciente— de la ganancia aparente
corresponde a depreciación no reconocida, que deberá ser compensada de
alguna manera cuando la máquina deba ser reemplazada en último tér­
mino. El día del ajuste de cuentas llega finalmente. Pero si la máquina
o estructura posee una larga vida —y bien puede haber sido este el caso
con una parte muy importante del capital fijo de los períodos Tudor y
Estuardo: ruedas hidráulicas, salinas, hornos, etc.—, entonces pueden
haber sido frecuentes en estos siglos las altas tasas de ganancia aparen­
tes.» Ibid., p. 264.
*78 Im m anuel Wallerstei*

una dem anda creciente que se c o n v ir tió en demanda masiva.


Pero, por añadidura, hizo p o sib le la in d u str ia responsable de la
creación de m uchos ahorros ex ter n o s: carreteras, obras para
el con trol de las inundaciones, p u e r t o s 213.
E stá tam bién claro que el sig lo xvx fu e testig o de notables
desplazam ientos en la localización d e la in d u str ia textil. A finales
del siglo xv y a principios del x v i, e s ta s in d u stria s se expandie­
ron en los centros «antiguos»: el n o r te d e Ita lia , el sur de Ale­
m ania, la Lorena, el Franco C ond ad o, lo s P a íses Bajos españo­
les; y en Inglaterra sólo en el s u d o e s te y exclusivamente de
telas de lana. Entonces surgieron n u e v o s c e n tr o s, principalmen­
te en Inglaterra y el norte de lo s P a íse s B a jo s, en tierras que
habían sido, com o observó N ef, « in d u str ia lm e n te atrásadas a
principios del siglo x v i» 2U.
Hem os intentado presentar en e s te c a p ítu lo la causa de la
em ergencia de un nuevo m arco e c o n ó m ic o de acción en el si­
glo xvi: la economía-mundo eu ro p ea b a sa d a en métodos capita­
listas. Suponía una división del tra b a jo productivo, que sólo
puede ser debidamente apreciada to m a n d o en consideración la
economía-mundo en su totalidad. La e m e r g e n c ia de un sector in­
dustrial fue importante, pero lo q u e lo h izo p o sib le fue la trans­
formación de la actividad agrícola d e la s fo rm a s feudales a las
capitalistas. No todas estas «fo rm a s» c a p ita lis ta s estaban basa­
das en mano de obra «libre»: só lo la s d el c e n tr o de la economía.
Pero las m otivaciones del te r r a te n ie n te y d el trabajador en el
sector no «libre» eran tan c a p ita lista s c o m o las del centro.
No deberíamos abandonar e ste te m a sin v er las objeciones a
este análisis. Ernesto Laclau ha c e n s u r a d o a André Gunder
Frank por sostener que en el sig lo x v i en la América española
existía una econom ía cap italista. A firm a q u e e sto no es ni co
rrecto ni marxista. Sin d isp ersa rn o s e n un largo excursus de
exegética marxiana, querría d ecir s o la m e n te q u e en mi opinión
Laclau está en lo cierto en cu a n to a la le tr a d e los argumentos
de Marx, pero no en cuanto a su e s p ír itu . S o b r e el tema de la
cuestión en sí m ism a, el a rg u m en to b á s ic o d e Laclau es que la
definición de Frank de ca p ita lism o c o m o p ro d u cció n para lograr
una ganancia en un m ercado, en la q u e la ganancia no va a
parar al productor directo, y del fe u d a lis m o c o m o una economía
aislada de subsistencia están a m b a s e q u iv o c a d a s conceptualmen­
te. Argumenta que la d efin ició n d e F ra n k , al o m itir las «reía-

2,1 Véase Mauro, Le XVI* siécle européen, p. 298.


m Nef, Conquest of material yhorld, p. 116.
La nueva división e u ro p e a d e l tr a b a jo 179
dones de producción» (e s d ecir, esen cia lm en te si la mano de
obra es o no «libre»), h a ce p o sib le in clu ir no sólo a la América
española del siglo x v i, sin o ta m b ién «a los esclavos de los lati-
jundia romanos o a lo s sie rv o s de la gleba en la Edad Media
europea, al m enos en a q u e llo s c a so s — la abrum adora mayo­
ría— en que el señ o r d estin a ra a la venta parte [subrayado
mío] del excedente e c o n ó m ic o ex tra íd o al sie r v o » 215. Sugiere
después que, si Frank está en lo cierto , «tendríam os que con-
cluir que la Inglaterra isa b elin a o la F rancia del R enacim iento
estaban maduras para el s o c ia lis m o » 216. F inalm ente dice que,
lejos de ser in com p atib le el fe u d a lism o con el capitalism o, la
expansión del m ercado ex ter n o de la A m érica española sirvió
para «acentuar y co n so lid a r [e l f e u d a lis m o ] » 217.
Laclau oscurece p r e c isa m e n te la cu estió n . En prim er lugar, la
diferencia entre el sierv o d e la gleb a de la Edad Media y un
esclavo o trabajador en u na e n c o m ie n d a en la América española
del siglo xvi, o de un « siervo» en P o lon ia, era triple: la diferen­
cia entre destinar «parte» d el e x c e d e n te al m ercado y destinar
«la mayor parte del ex ced en te» ; la d iferen cia entre la produc­
ción para un m ercado local y la p ro d u cció n para un m ercado
mundial; la diferencia e n tre q u e la s c la se s explotadoras gasten
las ganancias y que se v ea n m o tiv a d a s a m axim izarlas y rein­
vertirlas parcialm ente. R e sp e c to a la in feren cia de Laclau acerca
de la Inglaterra isa b elin a , e s a b su rd a y p u ram en te polém ica. En
cuanto a que la en trad a en un m erca d o m undial capitalista
acentúa el feu dalism o, a sí e s, p r e c isa m e n te , pero «feudalism o»
de una nueva variedad.
La cuestión es q ue la s « r e la c io n e s de p rod ucción » que defi­
nen un sistema son las « r e la c io n e s d e p rod u cción » del sistem a
en su conjunto, y el sis te m a en e s ta é p o ca es la econom ía-m undo
europea. El trabajo lib re e s , en e fe c to , un carácter definitorio
del capitalismo, pero no el tra b a jo lib re en tod as las em presas
productivas. El trab ajo lib re e s la fo rm a d e co n tro l del trabajo
utilizada para el tra b a jo c u a lific a d o en lo s p a íses del centro,
mientras que el trab ajo o b lig a d o se u tiliza para el trabajo m e­
nos especializado en la s á r e a s p e r ifé r ic a s. E sta com b in ación es

215Ernesto Laclau, «Feudalism and capitalism in Latin America», New


Left Review, 67, mayo-junio de 1971, p. 25. [«Feudalismo y capitalismo en
América Latina», en Política e ideología en la teoría marxista, Madrid, Si­
glo XXI, 1978, p. 20.)
mIbid., p. 30 [p. 28].
®Ibid. [p. 29).
'

1βυ Im m anuel Wallersteín

la esen cia del capitalism o. C uando el tra b a jo sea libre por do


q uier, ten d rem os el socialism o.
Pero el capitalism o no p uede so b re v iv ir en el marco de m
im perio-m undo. Esta es una razón p or la cu al jam ás emergió cu
R om a. Las diversas ventajas que lo s co m er cia n tes tenían en la
em ergen te econom ía-m undo fueron p o lític a m e n te más fáciles de
o b ten er que si hubieran sido p erseg u id a s en el sen o de un Estado
ú n ico, cuyos gobernantes tendrían q u e resp o n d er a múltiples
in tereses y p resio n es2I8. Por eso el s e c r e to del capitalismo estu­
vo en el establecim iento de la d iv isió n d el trabajo en el marco
de una econom ía-mundo que no era un im p erio , en lugar de
hacerlo en el marco de un ú nico E sta d o n a cio n a l. En los países
subdesarrollados del siglo xx, K. B errill señ a la que «el comercio
internacional es frecuentem ente m u c h o m á s barato y más fácil
que el com ercio interior y [ . . . ] la esp e cia liza ció n entre países
es a menudo mucho más fácil y tem p ra n a q u e la especialización
entre regiones de un p a ís» 2I9. E sto ta m b ién era cierto en la
Europa del siglo xvi. In ten tarem os d e m o str a r cóm o y por qué
esto fue así a lo largo de este vo lu m en .
En resumen, ¿cuáles fueron lo s lo g r o s económ icos del si­
glo xvi y cóm o los hem os ju stific a d o ? N o fu e un siglo de gran
adelanto tecnológico, excepto en c u a n to a la introducción del
carbón com o com bustible en In g la terra y el norte de Francia.
A. Rupert Hall ve tanto a la in d u stria c o m o a la agricultura

iu Talcott Parsons sostiene que el desarrollo original del industrial»


mo tenia que producirse bajo la forma del capitalismo, es decir, un sis­
tema en el que existieran «límites institucionales al ejercicio del poder
político y que independientemente de la estructura política proporcionan
un impulso específico al desarrollo económico». Structure and process«
modern societies, Nueva York, Free Press, 1960, pp. 101-102. La razón pan
ello, según Parsons, es que: «La influencia política como tal [.*.] parece
orientarse hacia "intereses constitutivos" relativamente a corto plazo, o
bien a caer prontamente en estereotipos tradicionales. Estas parecen set
las razones por las que Weber hablaba de la influencia "económicamente
irracional" de los intereses políticos» (p. 107).
Este es un razonamiento plausible, pero no parece que encaje con d
hecho empírico de que el papel del Estado en el desarrollo capitalista ha
sido constante a lo largo de la historia moderna. Parsons pierde Λ
vista el esencial componente geográfico de la diferenciación estructural
que la actividad económica tenía lugar en una economía-mundo, mientra!
que la autoridad de los dirigentes políticos, si no su poder, estaba limita
da a áreas menores que las comprendidas por la actividad económica
Esta disparidad estructural crucial fue lo que marcó el derrotero de lo
capitalistas.
K. Berrill, «International trade and the rate of economic growth
Economic History Review, 2.· serie, xn, 3, 1960, p. 352.
La nueva d ivisió n e u r o p e a d e l tra b a jo 181

«en las últim as fa ses de una serie de cam bios, tanto tecnológi­
cos como organizativos» que habían em pezado en el siglo xiv,
con la «crisis». Pero, señala, en el siglo xvi hubo una «difusión
de técnicas desde el cen tro hacia la periferia de la civilización
europea»m.
Cuatro cosas llam an la aten ción en el siglo xvi. Europa se
expandió en las A m éricas. E sto puede no haber sido determ i­
nante en sí m ism o, pero fue im p ortan te m. El hecho crucial de
la expansión ha sid o señ a la d o por Braudel: «el oro y la plata
del Nuevo M undo p erm itiero n a E uropa vivir por encima de sus
posibilidades, in vertir p o r en cim a de su s ahorros» m.
Invertir por en cim a de su s ah orros y aum entar éstos por
medio de la revolu ción de lo s p recio s y el retraso de los sala­
rios. Fuera o no resp o n sa b le la exp an sión del oro de la expansión
de la producción, e in d e p e n d ie n tem en te de la medida en que la
expansión dem ográfica fu era cau sa o consecuencia, el mismo
oro era «una m ercancía, y una exp an sión general del com ercio
subyace en la “p rosp erid ad " del sig lo xvi, que no fue ni un
juego ni un esp ejism o , ni ta m p o co una ilusión m onetaria»225.
El tercer cam b io lla m a tiv o se dio en el patrón de trabajo
rural: aumento del tra b a jo o b lig a d o en cu ltivos para el merca­
do en la periferia y d e lo s yeomen en el centro. Tal vez Takahashi
exagere cuando llam a al g ra n jero yeoman «prim er m o to r» 224

“ A. Rupert Hall, «Scientific method and the progress of techniques*,


Cambridge Economic History of Europe, iv, E. E. Rich y C. H. Wilson,
comps., The economy of expanding Europe in the 16th and 17th centuries,
Londres y Nueva York, Cambridge Univ. Press, 1967, p. 100.
«La apertura de una nueva frontera en la orilla opuesta del Atlán­
tico creó por consiguiente nuevas oportunidades, y un clima de pensa­
miento que fomentaba la confianza en las posibilidades de éxito. Las
oportunidades existían; pero también los individuos dispuestos a apro­
vecharlas y capaces de hacerlo [...] América bien puede haber acelerado
el ritmo del avance europeo. Incluso es posible que el avance no hubiera
tenido lugar sin América. Pero aunque se acepte esta afirmación extrema,
sigue siendo aconsejable recordar la lapidaria advertencia del profesor
Braudel: nVAmérique ne commande pas seule.n América no es lo único
que cuenta.* J. H. Elliott, The Old World and the New, 1492-1650, Londres
y Nueva York, Cambridge Univ. Press, 1970, p. 78.
“ Braudel, en Chapters, p 268.
“ Braudel y Spooner, Relationi del X Congreso Internationale di
Scienze Storiche, IV, p. 243.
w«El primer motor que ha abolido el orden de producción y la pro­
piedad feudales, y que lleva a cabo de forma muy natural la formación
de la sociedad capitalista, debe buscarse en el desarrollo de la produc­
ción pequeña y mercantil (pequeña burguesía y campesinos independien­
tes como productores de mercancías), y consiguientemente en su "pola­
rización" económica en capitalistas industriales y trabajadores asalariados
despojados de tierra y obligados a vender su trabajo. Este tipo de evo-
U>2 I m m a n u e l Wqllersiti)ι

del final del feudalism o, p ero re su lta d u d o so que hubiera podj.


do haber un sistem a ca p ita lista sin él. P ero tam p oco sin trabajo
o b lig a d o en cu ltivos para el m erca d o .
Jean N éré ataca a D obb p o r h a c e r h in c a p ié exclusivamente
en la disponibilidad de m ano de o b ra p ro le ta r ia para explicar
el a scen so del capitalism o. D ice q u e h a y q u e unir a este factor
lo s m ovim ien tos seculares de lo s p r e c io s 225. B raudel y Spooner,
por otra parte, nos previenen c o n tr a la c o n fu sió n entre fluctua­
cio n es accidentales (la revo lu ció n d e lo s p rec io s) y cambióse*
tr u c tu r a le sΜ6. Lo que está claro e s q u e en el siglo xvi emerge
una «era capitalista » 221, y que to m a la fo rm a de una economía-
m undo. Sin duda, «la fragilidad de e s ta p rim era unidad del mun­
do» m es una crucial variable e x p lic a tiv a d e la evolución poli
tica. Pero el hecho es que la u n id a d so b r e v iv e , y que en los si
glos x v ii y x v iii llegó a co n so lid a rse.
Una de las características p r in c ip a le s d el sistem a mundial
europeo del siglo xvi es que n o e x is tía u n a respuesta sencilla
a la cuestión de quién d om in ab a a q u ié n . S e puede muy bko
argumentar que los Países B a jo s e s ta b a n exp lotand o a Polonia
a través de Gdansk, y sin duda E sp a ñ a ex p lo ta b a a sus posesio­
nes en América. El centro d o m in a b a a la p erife ria . Pero el centro
era muy amplio. ¿U tilizaban lo s c o m e r c ia n te s genoveses y te
banqueros a España, o acaso el im p e r ia lis m o español había ab
sorbido partes de Italia? ¿ F lo ren cia d o m in a b a Lyon, o Francia
dominaba Lombardia, o las d os c o s a s ? ¿ C ó m o se deberían de*
cribir las verdaderas rela cio n es e n tr e A m b eres (y más tarde

lución capitalista, creemos, debe ser clásica y específicamente caracterís­


tica de la historia económica de Europa occidental.» «On the "transition*
from feudalism to the bourgeois revolution», Indian Journal of Eco»
mies, xxxv, 140, 1955, pp. 149-150.
ω «Dobb [...] toma como hilo conductor de la historia económica lu;
"variaciones de la energía humana disponible"; éste es sin duda unít·j
nómeno interesante de estudiar, pero nuestro autor [...] da de lado casi:
totalmente ese otro hilo: los movimientos a largo plazo de los precios [...)
no considera la posibilidad de combinar ambos enfoques.» Jean Néré, «lf
développement du capitalisme», Revue Historiquc, ccm, enero-mano dt
1950, p. 68.
m «Las fluctuaciones económicas, incluso cuando son decisivas, v»
lentas o creativas, siguen siendo accidentes en una historia "estructural',
a largo plazo —el desarrollo del capitalismo—, que por su misma natu­
raleza trasciende los accidentes.» Braudel y Spooner, Cambridge Em
mic History of Europe, iv, p. 450.
w «Aunque los primeros inicios de producción capitalista ya se nos
presentan esporádicamente en los siglos xiv y xv, en algunas ciudades
del Mediterráneo, la era capitalista sólo data del siglo XVI.· Marx, Cc¿
tal, i, cap. 26, p. 715. [El capital, i, vol. 3, pp. 894-895.]
ω Braudel, en Chapters, p. 285
La nueva d ivisión e u ro p e a d e l tra b a jo 183

Amsterdam) e Inglaterra? N ó te se q u e en todos estos casos tra­


tamos con una ciu d ad -E stad o com ercial, por una parte, y con
una nación-Estado m ayor, p or otra.
Si hemos de cla rifica r m ás el cuadro, hem os de fijarnos en
su aspecto político, en las fo rm a s en que los diversos gru
buscaban utilizar las estr u c tu r a s del E stad o para proteger,
vorecer sus in tereses. E s é s ta la cu estió n que abordam os
^gj
£ f0n Parte coler ^' λ ° de Livorno». grabado de Jacqu<
■ Ordinando fue Gran° n C'Ón Sobre La vida de I
bado fue r e a | U<íitle de ^ oscar>a entre 1587 y 16$
reahzado en el período 1614-1620.
3. LA MONARQUIA ABSOLUTA Y EL ESTATISMO

Resulta evidente que la em erg en cia de la m onarquía absoluta en


Europa occidental co in c id e en el tiem p o con la emergencia de
una economía-mundo eu ro p ea . P ero ¿es su causa o su conse­
cuencia? Se puede a rg u m en ta r razonablem ente en favor de
ambas posibilidades. Por una p a rte, de no haber sido por la ex­
pansión del com ercio y el a sc e n so de la agricultura capitalista,
difícilmente hubiera h a b id o b a se eco n ó m ica para financiar las
ampliadas estru ctu ras b u r o crá tic a s del E stado **. Pero, por otra
parte, las propias e str u c tu r a s d el E sta d o fueron un importante
apoyo del nuevo siste m a c a p ita lista (p o r no m encionar que fue­
ron su garantía p o lítica ). C om o d ice Braudel: «Lo haya preten­
dido o no, el E stad o se c o n v ir tió en el em presario más impor­
tante del siglo» 2. M ás aún, era un clien te fundam ental para los
comerciantes3.
Existen varios a rg u m en to s d ife r e n te s acerca del papel del Es­
tado en la em presa c a p ita lista . U no se refiere a su extensión; el
segundo, a su im p a cto e c o n ó m ic o , y un tercero, a su contenido
de clase. El tercer a rg u m en to lo d iscu tire m o s m ás adelante. En
primer lugar, m ien tra s q u e h ay m u ch o desacuerd o acerca de la

1«Los Estados del siglo xvi se afirman cada vez más como grandes
recaudadores y distribuidores de rentas; por medio de impuestos, venta
de servicios, rentas y confiscaciones, se apoderan de una enorme parte
de los diferentes productos nacionales. Este múltiple acaparamiento de
fondos resulta muy efectivo porque el conjunto de los presupuestos esta­
tales fluctúa a la par de la coyuntura general y sigue la marea de los
precios. La irrupción de los Estados en el centro mismo de la vida eco­
nómica no es un accidente, ni tampoco una fuerza intempestiva, como ha
pensado, quizá un poco precipitadamente, Joseph A. Schumpeter.» Brau­
del, La Méditerranée, i, p. 409.
1Ibid., i, pp. 409-410.
*«El capitalismo comercial nunca habría tenido un auge tan espectacu­
lar en la primera mitad del siglo xvi sin los rentables negocios que hicie­
ron posibles los préstamos al Estado, la elevación de los impuestos, la
explotación de los dominios reales, los gastos bélicos y de la corte.» Har-
tung y Mousnier, Relationi del X Congresso Internationale di Sciente
Storiche, IV, p. 44.
188 Im m a n u e l Wallerstein

ex ten sió n de la intervención del E sta d o en la economía-mundo


d el siglo x ix , parece ex istir un a m p lio c o n se n so en que durante
p erío d o s anteriores del m o d ern o s is te m a m undial comenzando
al m en o s en el siglo x v i y h a sta p or lo m en o s el xvm, los Es
tad o s eran agentes eco n ó m ico s c e n tr a le s en la economía-mundo
eu rop ea.
Pero si casi todos están de a cu er d o en q ue los Estados juga
b an este papel, hay quienes p ien sa n q u e fu e un papel innece­
sario e indeseable. Por ejem p lo , S c h u m p e te r , fiel a su creencia
en la superior eficiencia a largo p la zo de la empresa privada,
niega que el Estado favoreciera lo s n e g o c io s com o comprador
o receptor de crédito. Dice q u e es un erro r «imperdonable pen­
sar que sin la extravagancia de las c o r te s no hubiera habido
bien es equivalentes p roced en tes de lo s c a m p esin o s y los hurgue
ses de los que se tomaran los c o r r e sp o n d ie n te s m edios»4. Puede
que sea im perdonable, pero tal vez no sea un error. ¿Por qué no
se puede concebir que, para h a cer fr e n te a las exigencias impo­
sitivas, un cam pesino produzca un e x c e d e n te que en otras cir­
cunstancias podría bien co n su m ir o n o prod ucir? ¿Asume real­
m ente Schum peter que en el sig lo x v i lo s cam pesinos europeos
estaban totalm ente o rien tad os h acia un m erca d o comercial?
En cuanto a la tesis de que los g a sto s d e la corte fueron vil»
les en la creación del créd ito, S c h u m p e te r tien e dos respuestas
Una es que cualquier b en eficio o b te n id o con el desarrollo de
una «máquina de crédito» d eb e se r c o n tra p esa d o «con toda la
destrucción y la parálisis e c o n ó m ic a c a u sa d a s por los métodos
de extraer esos ingresos y por lo s u so s q u e financiaban»5. Esto
supone un trem endo arg u m en to c o n tr a fá c tic o , cuya validez sólo
puede ser valorada en térm in o s de la to ta lid a d del planteamien­
to de este libro. El p un to de v ista e x p u e s to en él será que el
desarrollo de E stados fu ertes en las á re a s del centro del mundo
europeo fue una co m p o n en te e s e n c ia l d el desarrollo del capi­
talism o m oderno. Su segun da r e sp u e sta e s q u e la contrapartida
de los préstam os a las co r te s eran p r iv ile g io s económicos que
con toda probabilidad serían e c o n ó m ic a m e n te inapropiados des­
de el punto de vista de lo s in te r e s e s d e la m ayor parte de b
com u nid ad 6. Sin duda e sto es c ie r to , p e r o a m í me parece una

4Joseph A. Schumpeter, Business cycles, i, p. 236.


5 Ibid.
4 «Prestar a una corte era muy rara vez de por sí un buen negocio
pese a los exorbitantes intereses usualmente prometidos. Pero precia
mente porque tales préstamos, como norma, no podían ser pagados, oxv
ducían a la adquisición de privilegios y concesiones en el campo del comer­
cio y la industria que eran el gran negocio de la época [...] El ascensode
La monarquía a b so lu ta y el e s ta tis m o 189

descripción de la esen cia del ca p ita lism o , no una distorsión


accidental de su fu n cio n a m ien to y, por tanto, una afirmación
que de hecho su m in istra una b u en a parte de la refutación de la
anterior afirm ación de S ch u m p eter.
Hemos echado ya un v ista zo p reviam ente a los diversos as­
pectos de la crisis e c o n ó m ic a de lo s sig lo s x iv y xv, que contri­
buyeron al lento, p ero firm e cr ec im ien to de las burocracias de
Estado. Hemos m en cio n a d o ta m b ién la evolución de una tecno­
logía militar que privó d e se n tid o al cab allero medieval y, por
tanto, fortaleció a las a u to rid a d es cen tra les, que podían contro­
lar grandes núm eros de in fa n tería . El ob jetivo político funda­
mental de los m onarcas era la resta u ra ció n del orden, un p r e r e ­
quisite para el resu rgir ec o n ó m ic o . C om o resum e sucintamente
Gcnicot, «al m ostrar lo s m a lig n o s e fe c to s de una desaparición
de la autoridad, a q u ello s tiem p o s de d esorden dieron un argu­
mento a favor de la c e n tr a liz a c ió n » 7.
Pero ¿por qué su rg iero n ta les regím en es políticos en este
tiempo en particular? U na r e sp u e sta clá sica se nos da en tér­
minos de los fen ó m en o s c e n tr ífu g o s p resen tes en los nuevos
Estados, argum ento u tiliza d o frec u e n tem en te para los nuevos
Estados del siglo x x 8. E l e m p u je in icia l de los «restauradores

los Fugger a una posición nunca igualada de nuevo por una casa finan­
ciera tiene [...] mucho que ver con las dificultades de Carlos V.» Ibid., i,
página 236, n. 1.
’ Génicot, Cambridge Economic History of Europe, I, p. 700. De forma
similar, Joseph Strayer sostiene la existencia de un lazo causal entre el
derrumbamiento del orden en la Baja Edad Media y la nueva disposición
de la aristocracia a «aceptar la dirección real» en el siglo xvi. El sospecha
que la variable que interviene puede ser un cambio en la psicología so­
cial colectiva:
«Es difícil decidir qué factores cambiaron el comportamiento de las
clases poseedoras. Algunos de ellos, especialmente los pequeños hacenda­
dos, habían sufrido tanto como los pobres a causa de la violencia interna,
y, como los pobres, deseaban paz y seguridad. Algunos de ellos advertían
que podían beneficiarse más plenamente de la naciente recuperación
económica apoyando gobiernos estables. Algunos de ellos podían haber
quedado impresionados por el fracaso de la mayor parte de las revolu­
ciones de finales del siglo xv.» On the medieval origins of the modem
Stale, Princeton (Nueva Jersey), Princeton LJniv. Press, 1970, p. 91.
‘ Respecto a la Europa occidental del siglo xvi, Mousnier dice: «La
necesidad de un fuerte poder [central] proviene de la misma composición
de las naciones [es decir, de los Estados]. Son una yuxtaposición de
comunidades territoriales, provincias, países, municipalidades, comunida­
des aldeanas, y estructuras corporativas, tales como las órdenes mili­
tares [...] los cuerpos de funcionarios, las universidades, los gremios [...]
El rey tenia que ser bastante fuerte para arbitrar sus conflictos y coordi­
nar sus esfuerzos con vistas al bien común. Pero sus divisiones le daban
190 I m m a n u e l Wallerstein

del orden» del siglo xv su rgió d e Ia « crisis del feudalismo». La


p resión económ ica sobre los se ñ o r e s h a b ía llevado a un incre­
m en to de la explotación de lo s c a m p e sin o s y, consiguientemen­
te, a rebelion es de éstos. T am b ién h ab ía llev a d o a guerras inter­
nas entre la nobleza. Los d e b ilita d o s n o b le s se volvieron a los
reyes para que les preservaran de la a m en a za de aún mayores
desórdenes. El rey se b en efició d e las circu n sta n cia s para aumen­
tar su s riquezas frente a esta m ism a n o b leza . E ste era el precio
de proporcionarles seguridad, lo q u e F red eric Lane llama «renta
de protección», y que, nos recu erd a , era en aquellos tiempos
«una im portante fuente de las fo r tu n a s h ech a s en el comercio
[y ] una fuente más im portan te de g a n a n c ia s [ ...] que la supe­
rioridad en técnica o en o rg a n iza ció n in d u s tr ia l» 9.
Por supuesto, el avance del rey n o era m eram en te función de
la oportunidad, sino de las p r e sio n e s a q u e él m ism o estaba so
m etido. Eisenstadt argum enta q u e lo q u e él llam a «política bu
rocrática» comienza a existir cu a n d o « lo s m andatarios políticos
no pueden apoyarse en los re cu rso s q u e les son asequibles por
sus propios m edios (v. g., los d o m in io s d el rey), o por el compro
m iso ciego de otros g ru p o s...» ,0. P ero ¿ fu ero n alguna vez ciegos
estos com prom isos? Y en cu a n to a la d isp o n ib ilid a d de los re­
cursos, el hecho de que los d el rey fu era n insuficientes para
sus propósitos era co n secu en cia d e u n o s o b jetiv o s más ambi­
ciosos. Debem os en tonces a n a liza r la s p r e sio n e s que llevaban a
los gobernantes a buscar alcanzar o b je tiv o s m ás ambiciosos.
Archibald Lewis nos o frece u na su g e r e n c ia , relacionando estas
presiones con la disp onib ilidad d e tierra s: «C uando [...] el sobe­
rano ha entregado toda la tierra lib re y n o queda más, se le
hace necesario recurrir a lo s im p u e s to s , recuperando de otra
forma la riqueza que a n terio rm en te h a b ía h ech o llover sobre s\i
p u eb lo»n. Esta n ecesidad de im p u e s to s a nivel nacional no
llevó inm ediatam ente al « a b so lu tism o » . M ás bien, el soberano
tuvo que crear el P arlam ento p ara o b te n e r la asistencia de la

la posibilidad de utilizar a unos contra otros.» Les XVIe et XVII· sü-


cíes, p. 97. El subrayado es mío.
¿Tenía que ser? ¿Por qué? Una explicación funcional rara vez resuel­
ve el problema genético, ya que no sólo es posible plantear alternativas
funcionales, sino que el fracaso en la resolución de una necesidad funcio
nal es no sólo posible sino muy probable. Por consiguiente, suspendere­
mos de momento el juicio sobre la «causa».
’ Véase Lane, Venice and history, pp. 421-422.
10S. N. Eisenstadt, «Political struggle in bureaucratic societies», W
orts
Tolitics, ix, 1, octubre de 1956, p. 17.
n Archibald Lewis, Speculum, xxxm, p. 483.
La monarquía a b so lu ta y el e s ta tis m o 191

nobleza en el proceso de im p o sició n , p ero só lo «hasta el m om en­


to en que los gobernantes se sin tier o n su ficien tem en te poderosos
como para prescindir de tal a sisten cia » ,2. Dobb hace hincapié
en otro punto. Para él la p resió n so b re el rey procedía no de la
escasez de tierra, sin o de la « esca se z de m ano de obra». El cre­
cimiento del aparato de E sta d o sirv ió para facilitar el «control
del mercado del trabajo» l3.
Podría seguirse de e s te a n á lisis que, si la crisis económ ica
llevó a un mayor p oder de lo s m o n a rca s, la expansión económ ica
del siglo xvi habría ten id o el e fe c to con trario. En cierta medi­
da, como verem os, así fue. El «p rim er» sig lo xvi fue una era de
pugnas imperiales, no de E sta d o s fu ertes, com o discutirem os en
el siguiente capítulo. H asta d e sp u é s del «fracaso* del imperio»
(del que hablaremos en é l), no em p eza ro n a surgir de nuevo los
Estados fuertes. Y, de h ech o , sería el sig lo x v m el que los his­
toriadores conocerían c o m o «la era del a b so lu tism o » 14.
En realidad, no o b sta n te , a p esa r de las fluctuaciones de la
curva, nos hallam os a n te un in c r e m e n to secu lar del poder del
Estado a lo largo de tod a la era m od ern a. La economía-mundo
capitalista parece h a b er re q u er id o y facilitad o este proceso
secular de increm ento de la ce n tra liza c ió n y el control internos,
al menos en el seno d e lo s E s ta d o s ce n tra les.
¿Cómo hicieron los rey es, q u e eran lo s d irectores del apara­
to de Estado en el sig lo x v i, para fo rta lec erse? Utilizaron cuatro
mecanismos fu n d am en tales: b u r o cra tiz a ció n , m onopolización de
la fuerza, creación de le g itim id a d y h o m ogen eización de la po­
blación súbdita. A b o rd a rem o s ca d a u n o por separado.
Si el rey se hizo m ás fu e rte, fu e in cu estio n a b lem en te debido
al hecho de que se h izo co n u n n u e v o aparato: un cuerpo de*I,

wIbid., p. 483. Véase Edward Miller: «El intento de establecer im­


puestos generales directos fue una de las principales influencias subya­
centes en la aparición a partir del siglo xm de asambleas representativas
que reunían a diversos grupos de contribuyentes a través de las personas
de sus procuradores o delegados.» Fontana Economic History of Europe,
I, página 14.
u Dobb, Studies, p. 24. Dobb contrapone «intervención estatal» y «li­
bertad» como métodos de organización política dentro de las sociedades
capitalistas: una visión extrañamente liberal para un marxista. Explica su
alternancia en términos de escasez de trabajo. «La libertad florece en
grado máximo bajo el capitalismo cuando, por existir un proletariado
superabundante, el modo de producción está seguro; mientras que cuan­
do la oferta de trabajo supera la demanda y el modo de producción se
vuelve menos lucrativo como fuente de ingresos, entonces se tiende a
echar mano de la compulsión legal» (pp. 24-25).
u Véase, por ejemplo, Max Beloff, The age of absolutism, 1600-1815,
Nueva York, Harper, 1962.
192 I m m a n u e l Wallerstein

fu n cion arios perm anentes y su b o r d in a d o s ,5. Por supuesto, en


e ste asp ecto, Europa estaba ju sta m e n te p on ién d ose al día res.
p ecto a China. Así sabem os que una estru ctu ra burocrática de
E sta d o es por sí m ism a in su fic ien te para d elim itar los grandes
cam b io s del siglo xvi, m ucho m á s para ju stifica r lo s. No obstan,
te, el desarrollo de la burocracia de E sta d o fu e crucial, dado que
habría de alterar fundam en talm ente las reglas del juego político,
asegurando que en adelante las d e c isio n e s de política económica
no pudieran ser tomadas fá cilm en te sin p a sa r a través de la es-
tructura del Estado. S ignificó q ue la en erg ía de los hombres de
tod os los estratos tuviera que v o lv e rse en cantidad significativa
a la conquista del reino p o lítico . S in duda, hablam os aún en
esta era de una burocracia rela tiv a m en te pequeña, desde luego,
en com paración con la Europa co n tem p o r á n e a ,6. Pero las dife­
rencias en tamaño y estructu ra, p or co m p a ra ció n con la Baja
Edad Media, representaron, no o b sta n te , un salto cualitativo.

,J «¿Qué explica entonces la diferencia entre el absolutismo de hecho


del siglo xvi y el absolutismo teórico de la Edad Media, que nunca se
realizó en la práctica, o lo hizo sólo momentánea, discontinua e interim
ternemente?
•Debemos buscar nuestra respuesta en un nuevo órgano estructural in­
terno del Estado, es decir, en el reforzamiento, extensión y nuevo poder
del cuerpo de servidores públicos, los «funcionarios» [o//icers] del rey (o
del príncipe) —lo que hoy llamamos la burocracia—, que había pasado al
frente de la vida pública y estaba involucrado en la actividad diaria del
Estado. Sobre todo, en lo que se refiere a los asuntos exteriores.» Chabod.
Actes du Colloque, pp. 63-64.
Edouard Perroy sostiene que este proceso ya había comenzado en
Francia en el siglo xni: «El aumento de la autoridad privada del rey de
Francia, tanto señorial como feudal, condujo al desarrollo de los órganos
del poder [central] [...]
»En el último cuarto del siglo xm, el poder real, sin dejar de ser cada
vez más fuerte, comenzó a cambiar de naturaleza bajo la influencia de
dos factores. Uno era la idea del absolutismo, la idea de poder público
[soberanía pública] [...] El otro, igualmente importante, era la presido
de los propios hombres del rey, cuyo número creció grandemente con la
creciente complejidad de la administración y el uso cada vez más exten­
dido de la escritura: estaba naciendo una nueva clase, la de los agentes
del poder, la de los hombres de la ley y la pluma [...] En ese momento,
en efecto, el cuerpo de personal gubernamental, depositario colectivo de
una autoridad capaz de moverse ya por sí misma, comenzó a eclipsara!
personaje real.» Le Moyen Age, pp. 372-373.
14 «El espectáculo de estas grandes maquinarias políticas nos puede
inducir fácilmente a error. Comparando las del siglo xvi con las del si­
glo xv, las vemos crecer desmesuradamente, hasta hacerse despropor­
cionadas para la época. Pero todo es cuestión de proporciones. Si pensa­
mos en las enormes masas de funcionarios que el Estado tiene a su ser­
vicio en la actualidad, el número de empleados y funcionarios públicos
del siglo xvi resulta irrisorio.» Braudel, La Méditerranée, I I , p . 37.
La monarquía a b so lu ta y el e s ta tis m o 193

¿Cómo hacía un rey para c o n se g u ir esto s hom bres? Los com ­


praba. El problem a del rey no era la carencia de agentes. Había
personas que realizaban fu n cio n es m ilita res y adm inistrativas
en el reino, pero, en su m a y o r p arte, no habían estado previa­
mente subordinadas a él, y, p or tan to, no estaban obligadas a
llevar a cabo sus d isp o sic io n e s fren te a presiones adversas de­
rivadas de sus p rop ios in te r e se s o de lo s de sus fam ilias o sus
pares. El rey buscaba p erso n a s h a b itu a lm en te de «origen mo­
desto»17 para crear un eq u ip o p agad o a tiem po com pleto. La
institución principal q u e h izo e s to p o sib le ha llegado a ser co­
nocida como «venta de ca rg o s» . Por co n tra ste con burocracias
basadas en una n orm a de d e sin te r é s finan ciero y en el recluta­
miento universal, sin duda e sta s fo rm a s subrayan el poder limi­
tado del rey, y la p ro b a b ilid a d de q u e los ingresos del Estado
se consumieran en m a y o res p a g o s para esta burocracia venal.
Pero, por contraste con el p r e c e d e n te sistem a feudal, la venali­
dad hizo posible la rela tiv a su p rem a cía del sistem a de Estado.
Como dicen H artung y M o u sn ier, «a p esar de las apariencias, la
venta de cargos era con la m a y o r frecu en cia favorable ai monar­
ca absoluto» ,e.
Esta elección p o lítica fu e h ech a por el rey entre alternativas
realistas. Para esta b lec er u na b u ro cra cia racional, el Estado ne­
cesitaba una fuente seg u ra de fo n d o s p revios aparte de los que
la burocracia harían in g resa r. K. W. S w art sugiere que lo que
les faltaba a los m o n a rca s en el sig lo x v i, al contrario que a
gobiernos p osteriores, era la p o sib ilid a d de «em itir préstam os
sin dedicar una parte e s p e c ia l de su s in gresos com o resguardo
del interés» ,9. E stab an a tra p a d o s en un círcu lo sin salida, ya
que para adquirir esta p o sib ilid a d ten ía n que crear primero un
aparato de Estado m ás p o d e r o so . La ven ta de cargos tenía la vir­
tud de proporcionar ta n to u n o s in g re so s in m ediatos com o un
equipo. Por su p u esto, e s to ib a a la par con el desarrollo de un
grupo corporativo de fu n c io n a r io s v en a les con intereses pro­
pios20. Sin duda, la v e n a lid a d crea un «círcu lo vicioso», com o *1

" lbid., p. 29.


11«Esto es lo que permitió al rey de España poner a la municipalidades
bajo su protección, lo que dio en Francia a Luis XII, Francisco I y Enri­
que II, Enrique IV y Luis XIII, medios de influencia tan poderosos sobre
la corte y las compañías [...] Sólo tras la guerra de Sucesión austríaca
[1748] esta venalidad se hizo insoportable.» Hartung y Mousnier, Relazioni
del X Congresso, iv, p. 48.
11K. W. Swart, Sale of offices in the seventeenth century, La Haya,
Nijhoff, 1949, p. 117.
* «Según crece el papel de la fiscalidad en la monarquía, crece igual­
mente la importancia de los funcionarios de finanzas en el Estado. Al
194 I m m a n u e l W allerstein

señ a la R ichard Ehrenberg, en el q u e la crecien te burocracia


d evora lo s in gresos y crea deudas, llev a n d o al Estado a necesi­
d ad es fisca les aún m a y o res21. El tru co c o n sistía en transformar
el círcu lo en una espiral a scen d en te, en la cu al la burocracia
fu era su ficien tem en te eficien te para ex p rim ir a la población
un exced en te m ayor que los co sto s de m a n ten im ien to del apara­
to. A lgunos E stados tuvieron éxito. O tros, no. E l factor distintivo
crucial sería su papel en la econ om ía-m u n d o.
La espiral ascendente operaba m ás o m e n o s así: las ventajas
m om en tán eas adquiridas por el rey a fin a les de la Edad Media,
a causa de la presión econ óm ica sob re la nobleza, crearon los
fon d o s que hicieron posible el em p ezar a «com prar» una buro­
cracia. E sto a su vez hizo p o sib le o b te n e r tanto mayores im­
p u estos com o más préstam os. En a q u ella s á reas de la economía-
m undo en que la transform ación e c o n ó m ic a estaba teniendo
lugar de tal manera que les garan tizab a una parte despropor­
cionada del excedente m undial, los E sta d o s encontraron más
fácil la im posición y los p réstam os, un sim p le reflejo de la con­
fianza hacia el futuro de los ele m e n to s p o seed o res de dinero.
Los Estados utilizaban esto s in gresos in cr em en ta d o s para incre­
m entar su poder coercitivo, lo que a su vez increm entaba lo que
podríam os llamar la «confianza en el p o te n c ia l coercitivo» del
Estado.
Esto hizo posible que surgieran las d eu d a s nacionales, es
decir, presupuestos d eficitarios del E sta d o . Las deudas naciona­
les eran desconocidas en el m undo a n tig u o , e im posibles en la
Edad Media, debido a la d eb ilid ad de lo s g o b iern o s centrales y
la incertidum bre de la su cesió n . S ó lo con el régim en de Francis­
co I en Francia, en el siglo x v i, en c o n tr a m o s por primera vez
este fenóm eno económ ico 72. P orque las d eu d a s nacionales sólo

desarrollarse la venalidad, los funcionarios de finanzas se multiplican,


se organizan, se unen en asociaciones, lo que les lleva a extender el alcan­
ce de su autoridad con vistas a asegurarse nuevas ganancias.» G. Pagés,
«Essai sur Involution des institutions administrativos en France du com­
mencement du xvie siécle á la fin du xvir», Revue d'Histoire Moderne,
n. s., 1, enero-febrero de 1932, p. 26.
21 «Por las condiciones que hemos visto se hacía necesario un excesivo
endeudamiento de los príncipes. Esto no podía sostenerse sin el sistema
de arrendamiento de impuestos o sin empeñar fuentes particulares de
ingresos. Ello condujo a una espantosa degeneración del sistema finan­
ciero, que era inevitable mientras se mantuvieran las circunstancias que
conducían a la repetida acumulación de deudas.» Richard Ehrenberg, Ce­
pital and finance in the age of Renaissance, Nueva York, Harcourt, 192$,
página 39.
22Véase Earl J. Hamilton, «Origin and growth of the national debt in
western Europe», American Economic Review, xxxvn, 2, mayo de 1947, pá*
la monarquía a b so lu ta y el e s ta tis m o 195

pueden existir cuando los E sta d o s p u eden obligar a la gente a


retrasar su cobro, o en m o m e n to s o p o rtu n o s negarse a pagarla,
obligando sim ultáneam ente a cierto s gru p os a prestar el resto,
en metálico o por m ed io de d iv ersa s tran sacciones en papel.
Es parte de la pugna para a seg u ra r in gresos crecientes a la
Corona. La Corona n ecesita b a d in ero para con stru ir su aparato
de Estado, y tenía su fic ie n te ap arato de E stado para obtener
dinero. El sistem a em p lea d o no era aún el m ercantilism o, una
política orientada a reforzar a largo p lazo la base im positiva del
Estado, sino m ás bien « fisca lism o » , en palabras de Martin Wol­
fe11, una política orien tad a a in cr em en ta r los ingresos inmedia­
tos del Estado.
En este punto del tiem p o , no o b sta n te, la falta de un serio
aparato de Estado fin a n ciero resu lta sorpren dente, «otra señal
de debilidad», com o d ice B ra u d el, del E sta d o del siglo xvi, com ­
parado con Estados p o ste r io r e s 24. Aun así, la debilidad del Es-*

ginas 118-130. Esta afirmación es válida si hablamos de los Estados actual­


mente existentes. De hecho, como sucede con la mayor parte de los fenó­
menos modernos, había habido un precedente en las ciudadcs-Estado de
la Italia del Renacimiento. Marvin B. Becker rastrea el crecimiento de
la deuda pública en Florencia desde una «suma insignificante» en 1303
hasta una suma aproximadamente igual en 1427 a la riqueza total del
pueblo florentino. Véase «Economic change and the emerging Florentine
territorial State», Studies in the Renaissance, xm, 1966, pp. 7-9.
üMartin Wolfe, «Fiscal and economic policy in Renaissance France»,
Third International Conference of Economic History (Munich, 1965), Pa­
ris, Mouton, 1968, pp. 687-689. Véase Fernand Braudel: «A partir del si­
gloxvi, y con mayor fuerza en este siglo de renovación, los Estados —al
menos los que viven, prosperan, y especialmente resisten los agotadores
gastos de las guerras terrestres y marítimas— dominan, deforman la
vida económica, la someten a un marco de condicionamientos; la capturan
ensus mallas. Es grande la tentación de explicarlo todo por los deseos y
las debilidades de los Estados, por sus inestables juegos. Pero la historia
nunca tiene una sola cara. Sin embargo, se puede defender con sólidos
argumentos que la parte de la vida económica que era en este instante
lamás moderna, la que bien podría designarse como operante dentro del
marco del capitalismo mercantil en gran escala, estaba ligada a estos
auees y caídas financieros del Estado; estimulada y solicitada por el Esta­
do, se ve progresivamente paralizada por la glotonería de este último y
por la inevitable esterilidad de unos gastos públicos demasiado pesados.
Esta glotonería y esta ineficacia —grandes fuerzas de la historia— desem­
peñaron un papel en lo que sería el repliegue del siglo xvi.» «Le pacte de
ricorsa au service du roí d'Espagne et de ses préteurs á la fin du xvif
siécle», en Studi in onore di Armando Sapori, Milán, Istituto Edit. Cisal­
pino, 1957, ii, p. 1.115.
:i «[Los] grandes Estados no se hallan en perfecto contacto con la
masa de los contribuyentes, lo que los incapacita para explotarlos a su
antojo; y ello da origen a singularidades fiscales primero, y luego a difi­
cultades financieras. Salvo los ejemplos [de algunas) ciudades italianas,
196 I m m a n u e l W allerstein

tad o co m o m anipulador fin an ciero no e lim in a el hecho de que


las d eu d as nacionales reflejaban lo s cr e c ie n te s intereses autó­
n o m o s de los E stados com o a g en tes ec o n ó m ic o s, como agen­
tes, n o ob stan te, con especial ca p acid ad para perseguir sus fines
eco n ó m ico s.
Tal vez el uso más im portan te q u e se dio al excedente de
d inero, una vez deducido el co sto de la m aqu in aria administra­
tiva u tilizada para recaudarlo, fue la crea ció n de ejércitos. Una
vez m ás la form a en que los E sta d o s co n sig u ie ro n gente al prin­
cip io fue com prándola. La co n trap artid a de lo s burócratas «ve­
n ales» fueron los soldados «m ercen arios».
¿Quién, no obstante, estaba d isp o n ib le para ser comprado?
N o cualquier persona, ya que ser un m ercen a rio era una ocupa­
ción peligrosa, si bien o ca sio n a lm en te com p en sad ora. En térmi­
nos generales, no era una o cu p a ció n q u e se eligiera. Quienes
podían conseguir algo m ejor lo h a cía n con presteza. Era, con­
siguientem ente, una ocupación cu ya reclu ta era geográfica y
socialm ente asim étrica’, m uestra in sep a ra b le de la nueva divi­
sión europea del trabajo.
El crecim iento de la población en E u rop a occidental llevó,
com o ya hem os m encionado, al fe n ó m e n o d el «vagabundeo».
Surgió por doquiera un «lu m p en p ro leta ria d o » . E sto constituía
una amenaza para el orden no m uy fir m e m e n te establecido de
los nuevos Estados. El incorporar a a lg u n o s de ello s a los ejér­
citos servía a m últiples p ro p ó sito s. S u m in istra b a empleo a al­
gunos, y usaba a este grupo para su p r im ir a lo s o t r o s 2S. Daba a
los reyes nuevas arm as para co n tro la r a los señ o res, pero tam­
bién para sostenerlos. V. G. K iernan ha in d ica d o cuántos de los
m ercenarios provenían de los rin c o n e s « m en o s desarrollados»
de la Europa occidental: G ascuña, P icard ía, B retañ a, Gales, Cór­
cega, Cerdeña, Dalmacia. «En co n ju n to , un so rp ren d en te número
de estas zonas de recluta yacía en re g io n es m ontañosas de los
lím ites de Europa, habitadas por g e n te s ex tra ñ a s com o los celtas

en las postrimerías del siglo xvi los Estados no disponen de una tesorería
ni una banca propias.» Braudel, La Méditerranée, 1 1 , p. 39.
“ Fritz Redlich señala que había dos tipos de mercenarios. Por supues­
to había individuos desarraigados, fahrendes Volk, en el lenguaje de la
época, o gente errabunda. En Alemania y Suiza había también una varie­
dad más «sedentaria», que «permanecía arraigada en sus comunidades de
origen». Estos eran análogos a una milicia convocada en situaciones de
emergencia. «The German military enterpriser and his work force», i,
Vierteljahrschrift fiir Social- und Wirtschaftsgeschichte, suplemento 47.
1964, pp. 115-117.
La monarquía a b so lu ta y el e s ta tis m o 197

y los vascos» “ Y, al parecer, p or en cim a de todas, de Suiza 71.


Kiernan argum enta q ue e s te esq u em a de reclutam iento no
fue solamente resp onsab le del co n tro l de la explosión social del
siglo xvi2e; también tuvo un seg u n d o y m ás su til im pacto, si
bien de igual im portancia, si reco rd a m o s que, en nuestros tér­
minos, estamos tratando de u n a econom ía-m undo:

Los cotos de reclutamiento mercenario permanecieron políticamente


estancados en comparación con sus vecinos, en cierto modo como el
Nepal y Pcnjab, dos grandes zonas de reclutamiento del ejército
británico, lo estuvieron durante largo tiempo. Para Suiza, los tres
siglos de simbiosis con la Francia despótica tuvieron nefastas con­
secuencias. La política cantonal fue corrompida por los pagos reci­
bidos por permitir la exportación de soldados, y los círculos de pa­
tricios incrementaron su poder a expensas de la gente común [...]*lo
*V. G. Kiernan, «Foreign mercenaries and absolute monarchy», Past
and Present, 11, abril de 1957, p. 70.
D«En Francia, cuyo ejemplo era decisivo para Europa, Luis XI inau­
guró un sistema destinado a sobrevivir hasta la Revolución cuando, en
1474, alistó tropas auxiliares suizas por acuerdo con los cantones. Desde
entonces Suiza, convenientemente próxima, fue para los reyes franceses
loque Gales había sido para los ingleses» (ibid., p. 72).
Otton Laskowski atribuye la popularidad de los mercenarios suizos a
sucompetencia militar. Véase «Infantry tactics and firing power in the
xvnh century», Teki Historyczne, iv, 2, 1950, pp. 106-115.
Los mercenarios resultaban más necesarios para Francia en la medida
enque en esta época la infantería francesa era notoriamente inferior. La
aplicación, según sir Charles Ornan, era que, «fuera de la fuerza perma­
nente de suizos, las unidades siempre se formaban con precipitación y se
disolvían cuando una crisis terminaba». A history of the art of war, p. 45.
Esto nos lleva a preguntar por qué la infantería francesa era disuelta
conmayor rapidez que en otros lugares. La respuesta no resulta clara, ni
el hecho es seguro. Pero, de ser cierto, sería una muestra más del penoso
esfuerzo de la monarquía francesa por crear un Estado fuerte.
9 «Los gobiernos europeos dependían así fuertemente de los mercena­
rios extranjeros. Uno de los usos para los que resultaban más adecuados
era la supresión de rebeliones, y en el siglo xvi, era de la revolución en­
démica, a menudo fueron llamados con este propósito. Muchos monarcas
acosados, como Claudio, clamaron: "¿dónde están mis suizos?" [...] Las
rebeliones encabezadas por gentes de dinero podían alquilar sus propios
mercenarios [...) Sin embargo, en general, los gobiernos podían sobre­
pujar a los rebeldes en este juego.» Kiernan, Past and Present, 11, pá­
ginas 74-75.
Hay un segundo sentido en el que el uso de mercenarios contenía las
explosiones sociales: limitaba las devastaciones de la guerra. Ornan señala
que los mercenarios desertaban cuando no se les pagaba. Esto tenía un
impacto directo sobre las tácticas militares. En vez de un asalto frontal,
amenudo un juego de espera tenía más éxito que la rápida búsqueda de
una ventaja militar. Los jefes militares que veían «muestras de malestar
enel campo contrario» a menudo simplemente dejaban pasar el tiempo,
porque «unas pocas semanas más de privaciones y bancarrota arruinarían
al oponente». Oman, A history of the art of war, p. 38.
198 I m m a n u e l Wallersiem

Como Alfieri comentaría amargamente, estos hombres libres de las


colinas habrían de convertirse en los principales perros guardianes
de la tiranía. La historia europea podría haber tomado un rumbo
distinto si los suizos hubieran sido revolucionarios en 1524, cuando
se libró la guerra de los cam pesinos, com o lo habían sido cincuenta
años a n te s29.

Los m ercenarios ni siquiera eran re clu ta d o s directamente por


el E stad o en la mayoría de los c a so s. El aparato existente no
lo perm itía. Más bien, el E sta d o co n tra ta b a a «empresarios
m ilitares», que buscaban ganancias. R cd lich duda que éste fuera
un m edio óptim o para la a cu m u la ció n de cap ital, dado que, si
bien sus ingresos eran « ex tra o rd in a ria m en te a lto s [...], típica­
m ente sus gastos eran tr e m e n d o s» 30. P ero e sto es una evidencia
m ás de cóm o la construcción del E sta d o a fectó al ascenso del
capitalism o. AI m enos a corto p lazo, «en una sociedad donde
existe una subutilización crónica de lo s recu rso s, un aumento en
el gasto militar estim ula frec u e n tem en te nueva producción de
otros tipos, de tal manera que el e x c e d e n te crece en tiempo de
gu erra»31. Pero en la em presa m ilita r no só lo intervenían el co­
m ercio y la producción. El siste m a creab a créd ito. Porque no
sólo los príncipes tomaban p résta m o s de los banqueros; también
lo hacían los em presarios m ilita res, cu y o ca p ita l era suministra­
do por los grandes banqueros c o m e r c ia n te s co m o los Fugger.
Esto seguiría siendo así hasta la g u erra de los Treinta Años**.
Más aún, no es sólo que los e jé r c ito s de m ercenarios ofrecie­
ran empleo para los pobres y o p o rtu n id a d e s empresariales. Los
ejércitos tenían que ser a lim en ta d o s. T íp ica m en te, los comer­
ciantes de comida acom pañaban a lo s e jé r c ito s en el campo,
sirviendo también de in term ed iarios para el b otín 33. Alan Everitt
argumenta que el avituallam ien to de lo s e jé r c ito s fue un impor­
tante estím ulo para la esp ecia liza ció n reg io n a l de granos en la

” Kiernan, Past and Present, 11, p. 76.


wRedlich, Vierteljahrschrift für Sozial- und Wirtschaftsgeschichie,
página 401.
11 Frederic Lane atribuye este punto de vista a H. John Habakkuk. Lane
añade esta reserva: «Pero, ¿no se puede decir que a largo plazo, permane­
ciendo iguales los demás factores, una sociedad que sólo es capaz de al
canzar un alto nivel de empleo de los recursos mediante altos gastos
militares produce menos excedente que si fuera capaz de alcanzar el
mismo nivel de empleo de los recursos con menos gastos militares?» Ve­
nice and history, p. 422, n. 11. Por supuesto, pero la cuestión reside enla
condición final.
3í Véase Fritz Redlich, «Military entrepreneurship and the credit sys­
tem in the 16th and 17th centuries», Kyklos, x, 1957, pp. 186*188,
Véase Redlich, Vierteljahrschrift für Sozial- und Wirtschajtsgesáv
chte, suplemento 39. pp. 49*50.
La monarquía a b so lu ta y el e s ta tis m o 199

Inglaterra de los T u d o r 34, y q ue in clu so estim u ló el com ercio


de exportación3S. E sto resu lta tan to m ás plausible cuando uno
toma en consideración que los E sta d o s sentían también la res­
ponsabilidad de asegurar a su s crecien tes burocracias la comida
suficiente36. La exp an sión del ca p ita lism o vino, pues, a satisfa­
cer las necesidades a co rto p lazo del E stad o.
Aquí, como en la b u rocracia civ il, el m onarca se enfrentaba
a un dilema. El em p resario m ilita r era un adjunto necesario en
la búsqueda de poder del m on arca. T am bién absorbía una res­
petable parte del ex ced en te. Sin duda el em presario militar era
un agente de más con fianza para el p rín cip e que un noble vasallo,
pero en última in stan cia él ta m b ién persegu ía en primer lugar
sus propios intereses. ¡Ay del p rín cip e al que le faltara liqui­
dez!37. No obstante, la p o sib ilid a d de que esto ocurriera estaba
una vez más en razón d irecta al p ap el del Estado en la econo­
mía-mundo.
Hasta cierto punto, en cu a lq u ier caso, los ejércitos se amor­
tizaban a sí m ism os. H acían p o sib le s m ás im puestos. Dado que
el «peso de [esto s im p u e s to s] caía casi totalm ente sobre el
pueblo, especialm ente so b re q u ie n e s vivían en el campo» M, la*

MVéase Alan Everitt, «The marketing of agricultural produce», en The


Carian History of England and Wales, iv, Joan Thirsk, comp., 1500-1640,
Londres y Nueva York, Cambridge Univ. Press, 1967, pp. 521-522.
B«Los granjeros ingleses que en tiempo de guerra habían aumentado
su producción o extendido sus tierras para satisfacer las necesidades de
los ejércitos de los Tudor, se encontraron, cuando volvió la paz, cargados
con un considerable excedente. Con toda probabilidad su experiencia de
tiempos de guerra les sugirió el recurso de explotar los mercados euro­
peos, y su excedente pasó del soldado inglés al artesano francés o fla­
menco» (ibid., p. 524).
* «La creación de plantillas especializadas de empleados del gobierno
-incluyendo evidentemente los ejércitos permanentes—- multiplicó el nú­
mero de bocas hambrientas de las que el gobierno era directamente res­
ponsable.» Charles Tilly, «Food supply and public order in western Eu­
rope», multicopiado, p. 20. Véanse también pp. 36-40.
Véase C. S. L. Davies: «Para los gobiernos, en una era preindustrial,
pocos problemas habrán sido tan difíciles como el de proporcionar sufi­
ciente alimento a un ejército en el campo de batalla.» «Provisions for
armies, 1509-1550: a study in the effectiveness of early Tudor governments»,
Economic History Review, 2.' serie, xvii, 2, 1964, p. 234.
p«De hecho, el peor riesgo para un señor en guerra era que el empre­
sario militar e, incidentalmente, también la- fuerza de trabajo, pudieran
intentar pagarse por sí mismos a expensas de los fines políticos de su
amo. Al no pagar o al retrasar el pago de sus deudas (acompañamiento
usual de la empresa militar y su riesgo comercial sobresaliente), el señor
coma el riesgo de perder la guerra llevada en su nombre por un empre­
sario y una fuerza de trabajo impagados.» Redlich, Vierteljahrschrift für
Soiial· und Wirtschaftsgeschichte, p. 69.
“ Génicot, Cambridge Economic History of Europe, I, p. 700.
200 Im m anuel Wallersteij,

gen te se irritaba y, en la m ed ida en q u e les era posible, se rebe.


la b a n 39. Los ejércitos estaban e n to n c e s para suprim ir estas rebe­
lio n es, en la m edida en la que les era p o sib le. La forma más
sen cilla de rebelión, dado que era la m á s d ifícil de contrary,
tar por parte de los E stados, era el b a n d id a je, tanto más fácil,
por su pu esto, cuanto m ás m o n ta ñ o sa fu era la región * La policía
del E stado era aún excesivam en te e sc a sa co m o para hacer gran
cosa, excepto en áreas cen trales, y e s te b a n d id a je a menudo en­
contraba resonancia en la o p o sició n d e a lg u n o s señores tradicio­
n ales a los nuevos E sta d o s4I.
Sin duda, com o plantea D elu m ea u , «el bandidaje era a me­
nudo la insurrección del cam p o co n tra la c iu d a d » 42. Pero ¿de
quién, en el campo, y aún m ás im p o r ta n te , cuándo? Está claro
que la im plicación del ca m p esin a d o en el bandidaje parece
estar am pliam ente correlacionada co n m o m e n to s de escasez de
g ra n o 43. Por supuesto, cuando se daba un m otín por la comida
estaban im plicados los m ás p o b res, p ero en el bandidaje como
m ovim iento, especialm ente en el área del M editerráneo, no eran
los extremadam ente pobres los q u e c o n stitu ía n el corazón del
m ovimiento. Fueron m ás cla ra m en te lo s n a cien tes yeomen, que
a finales del siglo xvi en con traron en el b an d id aje la forma de
protestar contra la «refeud alización » en cu rso , contra la con·

" Braudel observa que la primera mitad del siglo xvi fue particular­
mente agitada, y que después hubo bastante tranquilidad entre 1550y
1600. Comenta: «De modo que es posible [...] que la solidez de los Esta­
dos en tiempos de Felipe II explique este tono de sordina, esta discreción
popular. El guardián del orden ha logrado resistir.» La Méditerranie, ti.
página 80.
40 «Así, cuando el siglo xvi toca a su fin, la montaña mediterránea,
excesivamente superpoblada y constreñida, experimenta un estallido libe­
ratorio. Esa guerra difusa se transmuta, haciéndose invisible a nuestros
ojos, en esa forma de guerra social larvada e interminable denominada
bandidismo, palabra vaga si las hay. Tanto en los Alpes como en los Pi­
rineos, Apeninos y demás montañas, sean cristianas o musulmanas, un
destino común parece unir, a todas estas enormes guirnaldas montañosas
en medio de las cuales alienta el mar1.» Braudel, ibid., i, p. 93.
41 «Detrás de la piratería marina estaban las ciudades, los Estados ur­
banos. Detrás de esta piratería terrestre que es el bandolerismo se descu­
bre, apuntalando la aventura múltiple de los hombres, otra ayuda, la de
los señores [...] Un auténtico señor dirige a menudo, desde lejos o de cer­
ca, las acciones de los bandidos [...]
•Pero guardémonos de simplificar en exceso: múltiple y polivalente,
el bandolerismo, al servicio de ciertos nobles, va también dirigido contra
otros [...] Es evidente que el bandidismo nace de más orígenes que el
de la crisis de una cierta nobleza: es campesino y popular» (ibid., n, pá­
ginas 88-90).
42 Delumeau, Vie économique, (n, p. 547.
* Véase ibid., u, pp. 543, 546-547, 608, 625.
La monarquía a b so lu ta y el e s ta tis m o 201

versión de sus p aíses en sem ip eriférico s M . En tales países, eran


particularmente los p eq u eñ o s p rop ietarios, com o los massari
del sur de Italia, q u ien es, ten ien d o m enores m edios de resisten­
cia a los años de m ala co sech a q ue los grandes terratenientes,
temían una precipitada caíd a a las filas de los pobres rurales,
y por lo tanto, u tilizab an el bandidaje contra estos grandes
terratenientes a los q ue co n sid erab an su enem igo in m ediato45.
El otro elem ento en v u elto en el bandidaje fue una parte de
la nobleza, pero de n u evo, ¿q u ién es? Parece ser que aquellos
que fueron arruinados p or la transform ación económ ica. En
nuestra discusión sob re los m ercen arios, señalam os que el cre­
cimiento de la población, ju n to con las oleadas de cercamientos,
crearon el problem a del vagab u n d eo, y que el ascenso de ejér­
citos mercenarios sirvió, en tre o tra s cosas, para emplear algu­
nos de estos «vagabundos» en m an ten er controlados a los otros.
Los ejércitos m ercen arios fo rta leciero n a los príncipes. Por el
mismo motivo, d eb ilita ro n a la nobleza tradicional, no sólo
estableciendo fuerzas ca p a ce s de im p on er la voluntad real, sino
creando también un v a cío de em p leo para la baja nobleza46.*

MRosario Villari expone el impacto de la involución agrícola en la


Italia meridional: «El campo meridional, que no se había visto afectado
por las olas de revuelta rural que acompañaron a la Reforma protestante,
reaccionó ahora a la cada vez más acentuada reimposición de las cargas
feudales sobre la tierra y a la fuerza contemporánea de la reorganización
económica y financiera de la Iglesia. El hecho importante era que aquellos
que participaban en el movimiento eran, más que pobres jornaleros, gru­
pos que desempeñaban un papel de gestión y aglutinación social en el
campo.
>Eran los empresarios agrícolas, los massari, organizadores semicapita-
listas de la producción de cereales: las fuerzas que se habían beneficiado
enel campo de toda la fase secular de coyuntura favorable durante el si­
glo xvi, cosechando en parte el fruto de la depresión de los salarios y
aprovechándose indirectamente de la crisis financiera de la nobleza y
del desarrollo de la burguesía urbana. Son en esta época trabajadores
asalariados, propietarios pequeños o medianos, empresarios agrícolas.
Con una fisonomía bastante distinta de la de la burguesía acomodada, los
massari tenían una función organizativa de gran importancia en la pro­
ducción primaria del reino y en la ganadería.» La rivolta antispagnola a
Napoli: le origini (J581-1647), Barí, Laterza, 1967, p. 61.
e Ibid., pp. 61-62.
*Georg Rusche y Otto Kirchheimer extraen las consecuencias de esta
situación: «La oferta barata de mercenarios hizo superfluos a los caba­
lleros y les costó una importante parte de sus ingresos. Algunos sufrieron
doblemente, especialmente en los estratos inferiores, porque el agota­
miento de la tierra y la creciente miseria de los campesinos imposibilita­
ban a éstos el pago de sus rentas [...] Muchos de estos caballeros heredi­
tarios pero sin tierras se dedicaron al bandolerismo como sus súbditos
loestaban haciendo en menor escala. La principal diferencia era que los
campesinos desamparados teman que robar abiertamente, mientras que
202 I m m a n u e l Wallersteh

H abía p or su p u esto una altern ativa para lo s caballeros empo-


b recid o s en m uchas áreas. Podían p o n e r se al servicio del rey,
Más aún, donde el rey era m ás fu erte, el bandidaje era más
d ificu lto so . Pero en áreas d ond e el p rín cip e era débil, su debi­
lidad hacía m ás rentable el b an d id aje, y la alternativa de servir­
le m en os accesible. En este se n tid o el b a n d id a je era implícita­
m en te m ás una exigencia de un E sta d o m ás fuerte que mía
«huida» hacia la «resistencia» tra d icio n a l. Era una forma de
o p o sició n , en algunos casos, «la fuerza de o p o sició n más fuerte
existen te en el seno del r e in o » 47, p ero una o p o sició n dentro del
m arco del Estado m oderno.
Sería por lo tanto un grave error co n sid era r el bandidaje
com o una forma de oposición feudal tra d icio n a l a la autoridad
del E sta d o 43. Era consecuencia del c r e c im ie n to inadecuado de
la autoridad del Estado, de la in ca p a cid a d del E stado para com
pensar las dislocaciones cau sad as por la turbulencia económica
y social, de la falta de voluntad del E sta d o de asegurar una
m ayor igualación de la d istrib u ció n en tiem p o s de inflación, de
crecim iento de la población y e sc a se z d e alim en tos. El bandi­
daje fue creado en este sen tid o por el p ro p io Estado, al privar
a algunos nobles de sus d erech os tra d icio n a le s (y por lo tanto
de sus fuentes de riqueza) y a a lg u n o s ca m p esin o s de su pro­
ducción para alim entar a las n u evas b u ro cra cia s, y al crear en
el propio Estado una con cen tración de riq u eza tal que resultaba
tentador intentar tom ar parte de ella. E l bandidaje era un
síntoma de las d islocacion es ca u sa d a s p o r las reasignaciones
resultantes de la creación de una eco n o m ía -m u n d o europea.
Los organism os p olíticos son sie m p re m ás estables en la
medida en que adquieren al m en o s una legitim idad parcial.
Existe mucha m istificación en los a n á lisis d el proceso de legiti­
mación, a causa de una ob serv a ció n ca si ex clu siv a de las rela­
ciones entre los gobiernos y la m a sa de la población. Resulta
dudoso que haya habido m u ch o s g o b ie r n o s en la historia que

los caballeros podían disfrazar sus fines bajo el pretexto de guerras legiti
mas o de vengar, en los ricos comerciantes de las ciudades, a las masas
depauperadas.* Punishment and social structure, Nueva York, Russell &
Russell, 1939, p. 13.
47 Villari, La rivolta antispagnola a Napoli, p. 58.
* «Vincular el fenómeno [del bandolerismo] con el concepto de resi*
tencia feudal al Estado es algo que no encaja con los hechos de la sitúa
ción histórica [...] El final del siglo xvi no es un período de especial pre­
sión del Estado contra los nobles; incluso en Roma el intento del papa
de recuperar los bienes y derechos usurpados por los grandes terratenien­
tes [feudatari] terminó en 1581 con el definitivo triunfo de los usurp*
dores» (ibid., p. 60).
La monarquía a b so lu ta y el e s ta tis m o 203

hayan sido con sid erados leg ítim o s por la mayoría de los explo­
tados, oprim idos, y m altratad os por ellos. Las masas pueden
resignarse ante su d estin o , o estar pasivam ente hostiles, o asom ­
bradas ante su tem poral b uena fortuna, o insubordinarse activa­
mente. Pero los g ob iern os tien den a ser soportados, no aprecia­
dos, admirados o am ados; ni siquiera apoyados. Así ocurrió sin
duda en la Europa del sig lo xvi.
La legitimación no con ciern e a las m asas sino a los cuadros.
La cuestión de la esta b ilid a d p olítica depende de la medida en
que el pequeño grupo de d irigen tes del aparato de Estado sea
capaz de convencer al grupo m ás am plio de em pleados centrales
y potentados region ales de que el régim en se formó y funciona
sobre la base de cu a lesq u iera valores consensúales que se pue­
da hacer creer a e sto s cu ad ros que existen, y de que es en bien
de los intereses de e s to s cu ad ros que el régimen continúe fun­
cionando sin grandes o b stá cu lo s. Cuando se dan estas circuns­
tancias podemos llam ar «legítim o» a un régimen.
Más aún, la leg itim id a d no es una cuestión resuelta de una
vez por todas. Es una cu estió n de com prom isos constantes. En
el siglo xvi, la id eología q ue su rgió com o m edio de legitimar la
nueva autoridad de los m on arcas fue el derecho divino de los
reyes, el sistem a que h em o s dado en llam ar monarquía absoluta.
Dado que el a b so lu tism o era una ideología, debem os precaver­
nos de no aceptar su s a firm a cio n es por lo que puedan parecer.
Sería útil por lo tan to exam in ar exactam ente cuáles eran sus
pretensiones y có m o se corresp on d ían con la realidad de la
estructura social.
En primer lugar, ¿ h a sta qué p u n to «absoluta» quería decir
absoluta? La teoría de q u e no había instancia humana que pu­
diera, bajo casi cu a lq u ier circu n sta n cia , pretender negarse legí­
timamente a cu m p lir la v o lu n tad proclam ada del rey, no era
totalmente nueva. N o o b sta n te, sí que obtuvo una exposición
más amplia y m ás a ce p ta ció n in telectu al en esta era que en
épocas anteriores y p o ste rio r es. «Absoluta» es un nombre in­
exacto, no ob stan te, ta n to en cu a n to a la teoría com o en cuanto
a los hechos. En teoría, a b so lu ta no significaba ilim itada, ya que,
como señalan H artu ng y M ou sn ier, estaba «lim itada por la ley
divina y la ley natural». A rgum entan que «absoluta» no debe
ser interpretada co m o «ilim itad a» sin o m ás bien com o «no su­
pervisada» [pas contrólee]. La m onarquía era absoluta en oposi­
ción a la d isp ersión d el p o d er de los tiem pos feudales. «Esto
no significaba d e sp o tism o y tir a n ía » 49. De form a sim ilar, Mara-*

* Hartung y Mousnier, Relazioni del X Congresso, iv, p. 8.


I m m a n u e l Wallerstein

vail d ice que «ni en las fases in ic ia le s ni en las subsiguientes


del E sta d o m oderno sign ificó "m onarquía absoluta" monarquía
ilim ita d a . Se trataba de un a b so lu tism o r e la tiv o » 50. El plantea­
m ien to operacional clave era q u e el m on a rca no debería verse
lim ita d o por las restricciones de la ley: ab legibus solutus.
C ualesquiera que fueran los p la n tea m ie n to s, los poderes de
lo s m onarcas eran de h ech o b a sta n te lim itad os, no sólo en
teoría sino en la práctica. En ca si cu a lq u ier asp ecto, el poder del
rey era m ucho m enor que el del e je c u tiv o de una democracia
lib eral del siglo xx, a pesar de las re str ic c io n e s institucionales
y m orales que existen sobre éste. Por una parte, el aparato del
E stad o del siglo xx tiene un grad o de cap acidad organizativa
detrás que com pensa sob rad am ente las m a y o res constricciones.
Para com prender el poder real de un m on a rca «absoluto», debe­
m os verlo én el contexto de las rea lid a d es p o lítica s del tiempo
y el lugar.
Un monarca era absoluto en la m ed id a en que tenía razo­
nables posibilidades de p revalecer co n tra o tra s fuerzas en el
seno del Estado al ocurrir c o n fr o n ta c io n e s p o lítica s51. Pero
incluso los más fuertes E stad os del sig lo x v i se las veían y se
las deseaban para m ostrar un claro p red o m in io dentro de sus
fronteras en el terreno de la fuerza, o en el control de las
fuentes de riqu eza52, por no m en cio n a r la p rim acía en la lealtad
de sus súbditos.
El ascenso del E stado y del a b so lu tis m o co m o su ideología,
no debe ser confundido con el de la n a ció n y el nacionalismo.
La creación de E stados fu ertes en el se n o de un sistema mun-

* José A. Maravall, «The origins of the modern State», Cahiers d'HistoÍ


re Mondiale, vi, 4, 1961, p. 800.
51 Erik Molnar da esta cuidada definición: «El absolutismo es un régi­
men político en el que el poder del Estado es ejercido por el soberano,
esencial y efectivamente, sobre todo el territorio, con la asistencia de la
organización militar-burocrática que está bajo su control. Esta definición
incluye como criterio esencial un poder efectivo que usualmente, cuando
se le disputa, prevalece sobre las aspiraciones contrarias, por ejemplo las
formuladas por un parlamento o por una burocracia hereditaria.» «les
fondements économiques et sociaux de l’absolutisme», en XII* Coieris
Internationale des Sciences Historiques: rapports, iv, Méthodologie el his·
toire contemporaine, Viena, Ferdinand Berger & Sohne, 1965, p. 155.
52 «Nada indica tan claramente los límites del poder real en el sigloxvi
como el hecho de que los gobiernos tuvieran perennemente problemas
financieros, siendo incapaces de tocar la riqueza de quienes más podían
pagar, y resultando probable que se encendiera una costosa revuelta cuan­
do intentaban desarrollar unos ingresos adecuados.» William J. Bouwsma,
«Politics in the age of the Renaissance», en Chapters in western civi!i>
tion, 3.· ed., Nueva York, Columbia Univ. Press, 1961, I, p. 233.
La monarquía a b so lu ta y el e s ta tis m o 205

dial fue un p rerrequ isito h istó ric o del ascen so del nacionalism o,
tanto en los E stados fu ertes co m o en la periferia. El naciona­
lismo es la acep tación de lo s m iem bros de un Estado com o
miembros de un gru p o de esta tu s, com o ciudadanos, con todas
las exigencias de so lid a rid a d co lectiv a que ello implica. El abso­
lutismo es la a firm ación de la im portancia fundamental de la
supervivencia del E sta d o co m o tal. Lo prim ero es por definición
un sentimiento de m a sa s, lo ú ltim o por definición el sentim ien­
to de un pequeño gru p o de p erson as directam ente interesadas
en el aparato de E stad o.
Sin duda, q uienes p ro p o n en un E stado fuerte a lo largo del
tiempo tienen que lleg a r a cu ltiv a r el sentim iento nacional como
un sólido reflejo de su s o b je tiv o s. Y en alguna medida ya tenían
algo que hacer en el sig lo x v i 53. Pero este sentim iento colectivo
engranaba p rim ariam en te, en general, en la medida en que
existía, con la persona del p rín cip e m ás que con la colectividad
como un todo El m o n a rca a b so lu to era una figura «heroica»
haciéndose el p roceso de d eifica c ió n cada vez más intenso con
el paso del tiem po. E sta fu e la era en la que se desarrolló el
tan elaborado cerem o n ia l de la Corte, para poder apartar mejor
al monarca de todo c o n ta c to con el trabajo banal (e incidental­
mente para p rop orcion ar o cu p a ció n a los aristócratas de la
Corte, m anteniéndolos a sí su fic ie n te m e n te a mano para ser su­
pervisados y co m p ro b a d o s).

u «En los siglos xv o xvi no había una verdadera tradición nacional;


pero había un sentimiento de comunidad que los reyes podían usar para
sus propios fines, haciendo que su mantenimiento en el poder resultara
aceptable y fuera algo en lo que todos colaboraban libremente.» Maravall,
Cahiers d'Histoire Mondiale, vi, p. 796.
54«[Deberíamos] evitar la tentación de interpretar esta nueva orienta­
ción del pensamiento político [la idea de Estado] como una conciencia
de solidaridades nacionales colectivas [...]
«Debemos observar el hecho de que los juristas e ideólogos que elabo­
ran progresivamente la idea de Estado en el siglo xvi hablan mucho más
a menudo del Príncipe (en el sentido de Maquiavelo) que del pueblo, de
autoridad que de colectividad.
«Debemos reflexionar por consiguiente desde este punto de partida: el
"Estado" no existe por sí mismo. Ante todo, constituye esencialmente la
afirmación de una nueva forma de autoridad: el poder público del sobe­
rano.» Georges de Lagarde, «Réflexions sur la cristallisation de la notion
d'Etat au xvi* siécle», en Enrico Castelli, comp., Umanesimo e scienza po
tilica, Milán, Dott. Cario Mazzorati, 1951, pp. 247-248.
ü «La moda de la Antigüedad anuncia, en el siglo xvi, una nueva fuerza
del derecho romano, y le incorpora la antigua idea del "héroe", del semi­
diós, todopoderoso y benéfico [...] El héroe es el modelo del ser al que
los pueblos sienten la necesidad de entregarse.» Mousnier, Les XVI· et
XV¡P siécles, pp. 96-97.
206 I m m a n u e l Wallerstek

S ería a finales de los sig lo s x v ii y x v m , y en el marco del


m erca n tilism o , cuando el n a cio n a lism o en co n tra ría sus primeros
ab o g a d o s entre la b u rg u esía 56. P ero en el sig lo x v i, los intereses
d e la burguesía no estaban aún fija d o s co n firm eza en el Estado.
U na parte excesivam ente grande de ella esta b a más interesada
en una econom ía abierta que en una cerrada. Y para los cons-
tru cto res del Estado, el n a cio n a lism o p rem a tu ro corría el riesgo
de cristalizar en una entidad étn ico -territo ria l excesivamente pe­
queña. En un punto inicial, p o d ría m o s in c lu so decir que el esta­
tism o era antinacionalista, d ado q u e lo s lím ite s del sentimiento
«nacionalista» eran a m enudo m ás e s tr e c h o s que los márgenes
del E stado del m o n a rca 57. S ó lo m u ch o m ás adelante perseguí
rían los encargados del aparato de E sta d o la creación de Esta­
dos «integrados»58, en los que el g ru p o é tn ic o dominante «asimi­
laría» las áreas exteriores.
En el siglo xvi, unos p ocos E sta d o s h iciero n progresos sus­
tanciales en la centralización del p o d e r y en la consecución, ai
m enos parcial, de una a cep ta ció n d e la legitim idad de esta
centralización. No resulta d em a sia d o d ifíc il dibujar a grandes
rasgos las condiciones en las q ue era p ro b a b le que esto ocurrie­
ra. Cuando los diversos cu ad ros, lo s g ru p o s diversos que con­
trolaban los recursos, sen tían q u e su s in tereses de clase
quedaban m ejor servidos p o lític a m e n te in ten ta n d o persuadiré
influenciar al m onarca que p e r sig u ie n d o su s fines políticos a
través de vías de acción a ltern a tiv a s, e n to n c e s podemos hablar
de un sistem a m onárquico r e la tiv a m e n te efectiv o , un Estado
relativamente «absoluto».

* «Hay lugar, en las antípodas de la pura economía, para la tan flexi­


ble fórmula mixta: "el mercado es la escuela en la que la burguesía apren­
de nacionalismo por vez primera".» Pierre Vilar, La Catalogne dans /'Es-
pagne moderne, i, París, sevpen, 1962, p. 34.
” «[En los Estados occidentales] muchas gentes estaban comenzando»
verse a sí mismas como súbditos particulares del rey, con un estatuto
similar a lo que hoy llamaríamos un Staatsvolk [...] Un monarca que lu­
chara por poner bajo su control a los súbditos excesivamente poderosos
podía levantar contra ellos a las clases medias, pero también podía espe­
rar conseguir su propósito expandiéndose, flanqueando al feudalismo de
su provincia de origen mediante el control de las exteriores.» Kieim
Past and Present, 31, p. 33.
51 «[La] idea de que una sociedad debe estar integrada, de que enun
Estado debe haber, si es posible, sólo u i ..i raza, un lenguaje, una culturi,
y de que toda o casi toda la gente dentro de unas fronteras políticas debí
tener un derecho a determinar lo que se debe hacer, todo esto es nuero,
un resultado del pensamiento occidental del siglo xix.» Wolfram Eberhard,
Conquerors and rulers: social forces in medieval China, 2.* ed. rev., Lei­
den, Brill, 1965, p. 6.
La monarquía a b so lu ta y el e s ta tis m o 207

«Absoluto» da una idea eq u ivocad a, por supuesto aquella


que los reyes intentaban tran sm itir. El absolutism o era un pre­
I
cepto retórico, no una afirm a ció n seria. Tal vez fuera prudente
quitar énfasis a la lo calización en la persona del rey, y hablar
simplemente de un E sta d o m ás fuerte, o de una mayor «estata­
lidad»59. Lo m ejor sería llam ar «estatism o» a esta ideología.
El estatismo es la p reten sió n de au m entar el poder en manos
del aparato de E stado. En el sig lo xvi esto significaba poder en
manos del m onarca a b so lu to . Era una pretensión de poder,
siendo esta preten sión p arte del in ten to de alcanzarlo. Nadie,
ni entonces ni ahora, lo co n sid era b a o debería considerarlo com o
una descripción del m u n d o real de aquella época. Esta preten­
sión se vio realizada h a sta cierto p unto en algunos Estados,
aquellos que co n stitu iría n el cen tro de la economía-mundo
europea. Fracasó fuera d e allí, por razones que dilucidaremos
más adelante.
Una de las m ayores in d ic a c io n e s de éxito, así com o un im­
portante m ecanism o en el p ro ce so de centralización del poder,
era el grado en que la p o b la ció n p odía ser transformada, por
un medio u otro, en un gru p o cu ltu ra lm en te homogéneo. Una
vez más lo que im p o rta so n m en o s las m asas que los cuadros
en el sentido m ás a m p lio . El rey, su burocracia y cortesanos,
los terratenientes ru rales (g ra n d es y p equeños), los comercian­
tes. En el siglo xvr, m ien tr a s los E stad os centrales avanzan
hacia una m ayor h o m o g en eid a d «étnica» entre estos estratos,
las áreas periféricas se m u ev en p recisa m en te en la dirección
opuesta.
Empecemos o b serv a n d o la a ctitu d del aparato de Estado
hacia el com erciante q u e p erten ecía a un grupo «minoritario».
En primer lugar, esta b a n lo s ju d ío s, grupo que jugó un amplio
papel en las a ctiv id a d es c o m e r c ia le s a lo largo de toda la Edad
Media. Una de las c o sa s a señ a la r es que en térm inos tanto
sociales com o e c o n ó m ic o s h u b o «un co n tin u o deterioro del esta-

}*Charles Tilly mide la «estatalidad» por «la autonomía formal, la di­


ferenciación de las organizaciones no gubernamentales, la centralización
yla coordinación interna». De esto se sigue que «una extrema estatalidad
no garantiza la estabilidad política ni asegura un poder en la arena inter­
nacional. Se puede suponer que un aumento de la estatalidad incrementa
el control de un gobierno sobre los recursos móviles de su población
súbdita, aumenta su capacidad de disponer de recursos para objetivos a
escala nacional o internacional». «Reflections on the history of European
statemaking» (borrador multicopiado del cap. 9 de Charles Tilly, comp.,
The building of States in western Europe, Princeton [Nueva Jersey], Prin­
ceton Univ. Press, pendiente de publicación), pp. 18-19.
208 I m m a n u e l Wallerstein

tu s de lo s ju d ío s en la Baja E dad M edia» a. Por una parte, al


ir crean d o Inglaterra, Francia y E sp a ñ a estructu ras centraliza. I
das m ás fuertes, em pezaron a ex p u lsa r a lo s judíos: Inglaterra
en 1290, Francia a finales del sig lo x iv , E sp añ a en 1492. Pero
e s te fen óm en o ocurrió tam bién en A lem an ia, donde, si no fueron
exp u lsad os, los judíos vieron d eb ilita d o de m uchas maneras $u
p ap el com o grupo com ercial. Eran lo s ju d ío s quienes habían
llevad o gran parte del com ercio in tern a cio n a l entre la Europa
occid en tal y la oriental a lo largo d e la ruta transcontinental
del norte, en el período 800-1200 d.C., y q u ien es constituían su
principal so p o r te 61. Durante e ste p erío d o , en am bas regiones su
estatu s legal era razonablem ente fa v o r a b le 62. En los siglos xm
y xiv se produce un declive g en era liza d o tanto en el estatus
legal com o en el papel eco n ó m ico d e lo s ju d ío s en toda Euro
pa No obstante, al llegar al sig lo x v i p o d em o s hablar de un

40 Salo W. Baron, A social and religious history of the Jews, 2: ed„ xi,
Citizen or alien conjurer, Nueva York, Columbia Univ. Press, 1967, p. 192.
61 «A finales del siglo xm, la posición de los judíos en el comercio in­
ternacional se había debilitado en Alemania a consecuencia de una serit
de prohibiciones dirigidas contra ellos. A partir de esta época, todo el
comercio con el este pasa a través de canales posteriores y mejor cono
cidos: los italianos en el Mediterráneo, el sur, y los hanseáticos al norte
La ruta transcontinental a través de Rusia y Polonia, como había funcio­
nado en siglos anteriores, desaparece de las fuentes históricas.» J. Bruu
kus, «Trade with eastern Europe, 800-1200», Economic History Review, xm,
1943, página 41.
tí Sobre Polonia, Salo W. Baron señala: «Sabemos muy poco sobre la
vida de los judíos durante [los siglos xi y xii ], pero evidentemente dis­
frutaban de plena libertad de acción y estaban sujetos a pocas o ninguna
restricciones legales.» A social and religious history of the Jews, 2.' ed., m,
Heirs of Rome and Persia, Filadelfia, Jewish Publication Society of Arne-
rica, 1957, p. 219. En Europa occidental, el sistema feudal tendía a ser
favorable a los judíos, conviniéndolos en «un nuevo grupo de vasallos del
rey, algo análogo a los nobles cristianos». Salo W. Baron, A social and
religious history oí the Jews, 2.a ed., iv, Meeting of East and West, Fila
delfia, Jewish Publication Society of America, 1957, p. 50. Esto era cieno
para España (véanse ρρ. 36-43), la Francia carolingia (véanse pp. 43-53),
Alemania (véanse pp. 64-75), Inglaterra y Normandía (véanse pp. 75-S6).
Aunque el feudalismo «complicó mucho la vida de los judíos en Europa
occidental, tanto por su diversidad anárquica como por su fortalecimiento
de la autoridad de la Iglesia sobre los judíos», también es cierto que «los
órganos centrales y provinciales de la Iglesia contribuyeron de forma sig­
nificativa a la seguridad de los judíos por su continua insistencia en una
básica tolerancia, su fortalecimiento del poder real al hacer hincapié enel
derecho divino de los reyes, sus mandatos a los reyes de gobernar justa­
mente, y su incansable fomento de pactos destinados a establecer la
"tregua de Dios" en favor de los grupos más indefensos de la población,
incluyendo clérigos y judíos» (pp. 53-54).
61 En la Alta Edad Media, los judíos se habían beneficiado de ser «va­
sallos del rey». En la Baja Edad Media, estos mismos reyes se hicieron
La monarquía a b so lu ta y el e s ta tism o 209

desequilibrio geográfico: una ausencia virtualm ente total en


Europa occidental pero, por otra parte, una presencia mayor
en la Europa del este y parte del sur, es decir, una ausencia
en el centro y un au m en to en la periferia y en la semiperiferia
Aunque los ju d íos jugaron un papel continuam ente creciente
en la vida económ ica de Europa del este, entre las profesiones
con estatus superior al de la clase trabajadora sólo se les per­
mitía el papel de co m ercia n tes. Para ellos, la ruta clásica de
empresarios a ren tistas era im p ra ctica b le65. De manera sem e­
jante, en el norte de Italia, com o resultado de la declinación
del poder financiero de las ciudades-E stado, que en parte se de­
bía a su pequeño tam añ o, con las consiguientes estrecheces de
base impositiva e in cap acid ad para proteger a sus ciudadanos

más fuertes. Sin embargo la posición de los judíos comenzó a declinar.


Baron comenta: «Desde el momento en que sus respectivos príncipes
obtenían cada vez mayores ganancias fiscales de esta relación, resulta
doblemente asombroso que no emplearan su creciente poder para prote­
ger con más eficacia a sus "siervos" judíos» (p. 198). Baron encuentra la
explicación en «el nuevo tipo de nacionalismo que toma forma gradual­
mente en la Baja Edad Media» (p. 199). Por añadidura, «la creciente secu­
larización de las sociedades medievales intensificó su intolerancia etnorre-
ligiosa* (p. 200).
μ «Expulsados de un país tras otro [en los siglos xiv y xv, los judíos]
se desplazaron en número creciente hacia las fronteras que se abrían en
la Europa centro-oriental, y establecieron comunidades crecientes y pro­
gresivamente autoafirmadas en territorios eslavos, húngaros y lituanos.
En muchos de tales empeños, los judíos encontraron su utilidad para las
respectivas sociedades en el suministro de dinero y crédito, y para los
Estados, como sujetos de imposición disponibles y a menudo indefensos,
se convirtieron en una de sus principales partidas económicas.» Salo W.
Baron, A social and religious history of the Jews, 2.· ed., x ii , Economic
catalyst, Nueva York, Columbia Univ. Press, 1967, pp. 30-31.
Alemania era un área marginal: «Después de la catástrofe de la peste
negra, sin embargo, la judería alemana, diezmada y empobrecida, se vio
obligada más y más a concentrarse en el préstamo de dinero. Aunque
sus ingresos económicos disminuyeron de forma continua, incurrieron
conello en una intensa animosidad por parte de la población [...] Los mis­
mos gobernantes, que, a través de los impuestos, eran en muchos aspec­
tos socios comanditarios de los banqueros judíos, defendían ahora cada
vez menos vigorosamente a sus pupilos [...] Las condiciones fueron de
mal en peor en las tormentosas décadas de comienzos del siglo xvi, cuan­
do el malestar social y las disensiones religiosas preparaban el terreno
para las guerras civiles y religiosas» (pp. 151-153).
tí «Parece que en Polonia la situación era diferente para los numerosos
judíos, para los que en principio estaba cerrado el acceso a la propiedad
de la tierra y al progreso social. En este caso, creemos, fue más frecuen­
te la inversión de capital [en actividades industriales y mineras].» Marian
Malowist, «L'évolution industrielle en Pologne du xive au xviic siécle:
traits généraux», Studi in onore di Armando Sapori, Milán, Istiluto Edit.
Cisalpino, 1957, i, p. 601.
210 I m m a n u e l Wallerstein

fu era del país 66, la posición de lo s ju d ío s com en zó a mejorar


u n tan to, jugan do p rin cip alm en te una vez m ás el papel de
c o m e r c ia n te s 67. La cuestión judía, tal y co m o se presentaba ante
lo s g ob ern an tes, era un dilem a en tre el « fisca lism o » y el nacien­
te «m ercantilism o». Por una p arte e s to s com erciantes judíos
eran una fuente im portante de in g re so s para el Estado, por otra
p arte los com erciantes no ju d ío s lo s veían co m o competidores
y los terratenientes com o p resta m ista s, co in cid ien d o ambos gru­
p o s frecuentem en te en p resionar al m o n a rca para eliminar a
lo s ju d íos. La prim era co n sid era ció n fu e la que prevaleció en
un principio, con la frecuencia co n la q u e los reyes fueron
cap aces de disponerlo a s í 68. Al ir h a c ié n d o se m ás poderosa la
burguesía indígena en los E sta d o s del cen tro , la intolerancia
hacia los judíos logró su sta n cia les p ro g re so s en el terreno legal.

“ «Pero ¿cómo podemos explicar esta pérdida (de la primacía comer­


cial de las ciudades-Estado italianas)? Los elementos que contribuyeron a
ella fueron los siguientes: la lucha de clases que floreció en las ciudades-
Estado, las bancarrotas provocadas por la insolvencia de los deudores
reales (bancarrota de los Bardi-Peruzzi), la ausencia de un gran Estado
que protegiera a sus ciudadanos en el exterior; es decir, la causa funda­
mental fue la misma estructura de la ciudad-Estado, que no podía trans­
formarse en un gran Estado territorial.» Antonio Gramsci, II Risorg'mn·
to, Roma, Giulio Einaudi, 1955, p. 9.
01 «En tanto qpe las repúblicas del norte de Italia sirvieron como an­
tros bancarios mundiales, los judíos no pudieron entrar en la patria de
estos "lombardos" cuyos recursos financieros sobrepasaban con tanta fre­
cuencia a los suyos incluso en el resto de Europa. Sin embargo, después
de las crisis financieras del siglo xm que condujeron al derrumbamiento
de [varias] grandes firmas [...] nuevas oportunidades se abrieron para
los judíos [...]
^También los principados italianos apreciaron pronto la presencia de
judíos como una fuente adicional de fortaleza económica.» Baron, A jo-
cial and religious history of the Jews, xn, pp. 161, 163.
Cuando los judíos fueron expulsados de España y Sicilia en 1492, «Ita­
lia fue la única tierra de la Europa cristiana abierta a los refugiados».
Cecil Roth, The history of the Jews of Italy, Filadelfia, Jewish Publication
Society of America, 1946, pp. 178-179.
61 «Si no se podía prescindir totalmente de los judíos en ciertas regio­
nes [de Europa occidental] [...] esto se debía en buena medida a los
intereses fiscales de los respectivos gobiernos en los ingresos que obtenían,
directa o indirectamente, a través de los préstamos de dinero de los ju­
díos, cargando a éstos con impuestos cada vez más exorbitantes.» Barón,
A social and religious history of the Jews, p. 197.
Véase J. Lee Shneidman con referencia al Aragón de los siglos xmy
xiv: «Usualmente, cuando uno presta dinero espera que se lo devuelvan.
Esto no es totalmente cierto cuando se presta dinero al Estado. Aunque
los reyes frecuentemente devolvían los préstamos pequeños, la práctica
habitual era pagar mediante la obtención de un nuevo préstamo de la
misma o diferente persona. Normalmente, el dinero que el judío prestaba
al Estado estaba perdido, y debía resarcirse mediante las ganancias dela
La monarquía a b so lu ta y el e s ta tis m o 211

Los judíos eran un b la n co fácil para sus com petidores, por­


que se les podía con vertir en una cu estió n ideológica. Se podía
argüir en contra de su p apel ec o n ó m ico sobre una base religiosa.
Una de las form as en q u e los m onarcas resolvieron esto en
Europa occidental fue ex p u lsa n d o a los judíos, pero sustituyén­
dolos por otro grupo m en o s vu ln erab le en el aspecto religioso,
aunque fuera, desde el p u n to de vista de los m ercaderes indí­
genas, un com petidor igual. Por ejem p lo , P. Elman describe
cómo, cuando el m onarca in g lés se vio finalm ente forzado a
expulsar a los jud íos en 1290, d io la bienvenida en su lugar a
los prestamistas italian os. D ado q u e el rey a menudo dejaba sin
pagar los préstam os, « d esd e un p u n to de vista práctico los
préstamos italianos podrían no h aber diferido grandemente de
los tributos ju d ío s» 69. Aun así, al llegar el siglo xvi los italianos
fueron expulsados de su p apel co m o em presarios en Inglate­
rra K, si bien no en E s p a ñ a 71, p ero al m ism o tiem po los judíos

recaudación de impuestos. Desde el momento en que estas ganancias se


convertían en fuente de nuevos créditos, los monarcas estaban enorme­
mente ansiosos de asegurar que el judío recuperara el valor de su prés­
tamo más una ganancia.» The rise of the Aragonese-Catalan empire, 1200-
/350, Nueva York, New York Univ. Press, 1970, I I , p. 433.
* P, Elman, «The economic causes of the expulsion of the Jews in
1290», Economic History Review, vil, 1, noviembre de 1936, p. 151. Elman
sostiene además que se pidió a los italianos que ocuparan el lugar de los
judíos porque éstos «habían quedado secos».
*«Para esa época [...] los comerciantes ingleses en ultramar habían
unido sus fuerzas con las gentes de las ciudades inglesas, y la xenofobia
urbana se estaba ampliando para transformarse en nacionalismo econó­
mico. A finales del siglo xiv los intentos dé los comerciantes de paño
ingleses de penetrar en el Báltico encontraron un mal recibimiento en las
ciudades de la Hansa. En estas circunstancias, los privilegios que disfru­
taban en Inglaterra los comerciantes de la Hansa (que incluían unos
impuestos sobre el paño inferiores incluso a los que pagaban los natu­
rales) parecieron enormemente injustificados, y los comerciantes ingleses
exigieron o bien reciprocidad en el Báltico o bien que se recortaran los
privilegios hanseáticos en Inglaterra (...] Simultáneamente los italianos
seconvirtieron en centro de una controversia similar [...] [Las gentes de
las ciudades se levantaron] contra las nociones bullonistas que se esta­
ban haciendo de curso común. Se decía que sus actividades bancarias y
decambio conducían a una exportación de oro y plata, y que el carácter
de su comercio ["bagatelas" de lujo] a una constante sangría de metales
preciosos.» Edward Miller. «The economic policies of governments: Fran­
ce and England», en Cambridge Economic History of Europe, ill, Μ. M.
Postan, E. E. Rich y Edward Miller, comps., Economic organization and
policies in the Middle Ages, Londres y Nueva York, Cambridge Univ.
Press, 1963, pp. 330-331.
:i La fecha clave es 1492. Antes de ella, Vicens señala: «No había una
burguesía urbana como en el resto de Occidente. Este vacío fue llenado
por una clase social ajena a la religión cristiana: los judíos.» An economic
history of Spain, p. 248 [p. 228]. Después dominaron los genoveses: «El
I m m a n u e l Wallerstein

esta b a n exp u lsan d o a los p olacos de P o lo n ia 72. ¿Cómo era po­


sib le?
En E uropa occidental, la b ase a g ríco la cada vez más diver­
sifica d a , ju n to con las industrias n a cie n tes, fortalecieron a la
b u rg u esía com ercial hasta el punto en q u e el rey se vio obligado
a tom arla políticam ente en cuenta. El o tro a sp ec to de la cuestión
era q ue podía servir de soporte fisca l a la m onarquía —como
con trib u y en te, prestam ista y so cio c o m er cia l— con la misma
efica cia , si no más, que los co m ercia n tes extran jeros. El reflejo
«n acionalista» fue por lo tanto n a tu r a l73. En Europa oriental,

momento decisivo en la historia de los comerciantes genoveses en Espa­


ña fue el descubrimiento de América y la subsiguiente apertura de rela­
ciones comerciales con el nuevo continente. Desde entonces, su ascenso
hacia el predominio económico en España fue paralelo a la creciente
emergencia de la nación como potencia dominante en el mundo del si­
glo xvr. La fortuna dio a España simultáneamente dos imperios, uno en
el Viejo Mundo y otro en el Nuevo. La falta de preparación de España
para las responsabilidades imperiales, especialmente en la esfera cconó-
mica, fue el trampolín para el avance genovés.» Ruth Pike, «The Genoese
in Sevilla and the opening of the New World», Journal of Economic Histo
ry, xxii, 3, septiembre de 1962, p. 348. Véase Chaunu, Seville, vm (1), pá­
ginas 285-286.
Véase también Javier Ruiz Almansa: «Cada uno de los tres grupos ra­
ciales (cristianos, judíos, moros) había tomado sobre sí, en el aspecto
económico-social de entonces, una función determinada; la eliminación
crea un vacío difícil de llenar y produce un verdadero trastorno orgánico
de la sociedad española; los negociantes genovesos y flamencos toman a
su cargo parte de las funciones realizadas por los judíos, sin sustituirlos
por completo; los menestrales del sur de Francia llenan una parte del
hueco dejado por los moriscos.» «Las ideas y las estadísticas de pobta
ción en España en el siglo xvi», Revista Internacional de Sociología, I,
1947; citado por Joan Reglá, «La expulsión de los moriscos y sus conse­
cuencias», Hispania, xiii, 52, 1953, p. 445.
72 «La Polonia de la primera Modernidad, a partir del siglo xv, (se ve]
incrementada bruscamente por la cada vez más creciente presencia judía,
que acaba constituyendo lo que casi se podría llamar una nación judía;
es decir, un Estado dentro del Estado polaco que sería destruido a con­
secuencia de las dificultades económicas y la despiadada persecución del
siglo xvii.» Braudel, La Méditerranée, n, p. 137.
ÍJ «Entre los siglos xm y xiv, las grandes casas italianas [...] se hicie­
ron con el dominio de las exportaciones inglesas de lana, y en unos
años consiguieron un monopolio total de las exportaciones y un completo
control de las aduanas reales.
»De esta posición los italianos fueron desalojados eventualmente por
las asociaciones de comerciantes locales, y finalmente por la English
Company of Staple [...].
»Hacia 1361 la English Company of Staple estaba en posesión de un
virtual monopolio de las "exportaciones de lana" a la Europa del nor­
te [...]
»E1 monopolio convenía [...] a los comerciantes de lana [...]; convenía
al interés en auge de los fabricantes de paño, pues creaba amplios már-
La monarquía a b so lu ta y el e s ta tis m o 213

no obstante, la cu estió n se p lanteab a de forma muy diferente.


Los monarcas eran m ás d éb iles, los com erciantes también, los
productores agrícolas m ás fu ertes. La cuestión en la Europa
oriental del siglo xvi, co m o en otras partes del sistem a mundial
capitalista que estab an esp ecia lizá n d o se cada vez más en la
producción de cu ltiv o s para el m ercado, no era la existencia
o inexistencia de una b urguesía com ercial. Si existe una econo­
mía monetaria tiene que haber gente que sirva de conducto
para el com plejo in terca m b io de bienes y servicio que favorece
el uso del dinero. La c u estió n era si esta burguesía com ercial
había de ser en gran m ed id a extranjera o por el contrario indí­
gena. Si era indígena, in tro d u ciría un im portante factor adicio­
nal en la política in tern a. Si era extranjera sus intereses esta­
rían ligados p rim ariam en te a los de los em ergentes polos de
desarrollo, lo que con el tiem p o se llegaría a llamar las metró­
polis.
¿No fue una razón cru cial para la «bienvenida» dada a los
judíos en la E uropa o rien ta l del siglo xvi el hecho de que los
terratenientes in d ígen as (y tal vez tam bién los com erciantes de
Europa occidental), p referían que fueran judíos los mercaderes
locales indispensables en E u rop a oriental, en lugar de una bur­
guesía comercial in d íg e n a ? 74. E sta últim a, si ganaba fuerza, ha­
bría tenido una b ase p o lític a (to ta lm en te ausente en el caso de

genes entre los precios de la lana en el interior y en el exterior. Sobre


todo, convenía al rey. Los derechos de aduana y los subsidios a la ex­
portación de lana eran la mejor seguridad posible que él podía ofrecer,
y una compañía privilegiada [chartered company] que disfrutara del
monopolio del comercio era una fuente de prestamos mucho más segura
que la serie de firmas y asociaciones que habían ido a la bancarrota,
una por una, en los comienzos de la guerra de los Cien Años [...] El único
interés perjudicado era el de los productores de lana; y ésta puede haber
sido una de las razones por las que la producción de lana declinó.» Μ. M.
Postan, «The trade of medieval Europe: the north», cn Cambridge Eco-
noniic History of Europe, n, Μ. M. Postan y E. E. Rich, comps., Trade
and industry in the Middle Ages, Londres y Nueva York, Cambridge Univ.
Press, 1952, p. 238.
HSe produjeron conversiones forzadas en España y Portugal. Esto re­
sultaba ideal para la semiperiferización. Se permitió a los judíos actuar
como marranos. Esto les hacía posible desempeñar un papel mucho más
importante que antes dentro de la burguesía. Cuando el desarrollo de la
península Ibérica alcanzó un punto en el que pareció deseable aplastar
a la burguesía local, la coincidencia entre «burgueses» y «nuevos cristia­
nos» convirtió a éstos últimos en un blanco fácil para la persecución.
Véase I. S. Revah, «L’hérésie marrane dans l'Europe catholique du 15*
au 18* siécle», en Jacques Le Goff, comp., Hérésies et sociétés dans
l’Europe préindustrielle, l l e-18‘ siécles, París, Mouton, 1968, especialmente
página 333 con referencia a Portugal.
214 I m m a n u e l Wallerstein

lo s ju d ío s) y podría haber p reten d id o lleg a r a ser una burguesía


in d u strial. La ruta que sin duda h u b iera eleg id o habría supuesto
red u cir la «apertura» de la eco n o m ía n a cio n a l, lo que amenaza,
ría los in tereses sim b ióticos de lo s terra ten ien tes y comercian­
tes de Europa oriental. M ientras q u e sa b e m o s que los principios
del período m oderno fueron una ép o ca de decadencia de la
burguesía indígena en la E uropa o r ie n t a l7S, «en el campo, por
otra parte, los judíos cum plían un p a p el cada vez mayor como
agen tes de los terratenientes y c o m o co m ercia n tes y artesanos
en las pequeñas aldeas» 76. E sto ilu stra un fen óm en o más general
en la economía-mundo. Las a lia n za s d e cla se en el seno del
sistem a político del Estado son fu n ció n de q ue el grupo gober­
nante esté dominado prim ariam en te p o r aq u ellas personas cu­
yos intereses están ligados a la ven ta de p ro d u cto s primarios eo
el m ercado mundial o por a q u ella s c u y o s in tereses están en las
ganancias com ercial-industriales.
No fueron los judíos los ú n ico s ju g u e te s de estas alianzas
político-económ icas tran snacion ales. L os com erciantes en los
países católicos eran frecu en tem en te «p ro testa n tes» . La contro
versia ideológica central en toda E u rop a en los siglos xvi y xvn
—Reforma frente a C ontrarreform a— esta b a entrecruzada inex­
tricablemente con la creación tan to d e lo s E sta d o s fuertes como
del sistem a capitalista. N o es n in g ú n a cc id en te que aquellas
partes de Europa que fueron reagrarizad as en el siglo xvi fue-
ran también aquellas en las q ue triu n fó la Contrarreforma,
mientras que en su m ayor parte lo s p a íse s en proceso de indus­
trialización eran p rotestantes. A lem an ia, F rancia y «Bélgica»,
estaban en una situación in term ed ia , sie n d o el resultado a largo
plazo un com prom iso id eológico. A lem an ia se dividió entre pro-
testantes y católicos, Francia y « B élg ica » llegaron a tener pocos
protestantes, pero desarrollaron u na tra d ició n anticlerical y
librepensadora a la que podían a d h e rir se c ie r to s grupos.
Esto no es un accidente, no p o rq u e, sig u ie n d o a Weber, pen­
semos que la teología p ro testa n te e s té de algu na forma más en
consonancia con el cap italism o que la te o lo g ía católica. Sin duda

75 Véase Malowist, Past and Present, 13; Ferdo Gestrin, Amales ESC,
xvn, 1962.
74Salo W. Baron, carta personal, 16 de noviembre de 1970. Véase
D. Stanley Eitzen: «Los judíos eran impopulares, además, por el trabajo
que hacían para los nobles y los príncipes [en el siglo xvi]. Servían
como agentes financieros para los príncipes, arrendaban y administraban
los dominios de la Corona y las haciendas de la gentry, y a menudo tra­
bajaban como recaudadores de impuestos.» «Two minorities: the Jews oí
Poland and the Chinese of the Philippines», Jewish Journal of Sociology,X.
2, diciembre de 1968, p. 227.
La monarquía a b so lu ta y el e s ta tis m o 215
se puede defender este argum ento. Por otra parte, parece ser
cierto en general q u e cu alq u ier sistem a com plejo de ideas puede
ser manipulado para servir a cualquier objetivo particular,
social o político. Sin duda tam bién la teología católica ha de­
mostrado su capacidad de adaptación a su m edio social. Existen
pocas razones a un n ivel ab stracto de ideas por las que no se
pudiera haber escrito un lib ro p lausible titulado «La ética cató­
lica y el espíritu del cap ita lism o » . Y se podría considerar que
la teología calvin ista tien e im plicacion es anticapitalistas77. A
donde quiero llegar es a un lugar diferente. Por una serie de
desarrollos h istó rico s in telectu a lm en te accid en tales74, el protes-

n «Actualmente, sin embargo, a menudo se considera axiomático que


el calvinismo surgió como la religión que fomentaba los esfuerzos com­
petitivos del hombre de negocios. En su forma más cruda, esta doctrina
sostiene que el calvinismo glorifica el deseo adquisitivo, o, por lo menos,
que fomenta la creencia en que el éxito en los negocios podría ser visto
como un signo de inclusión entre los elegidos de Dios. Semejante per­
versión del calvinismo no es impensable, pero es importante señalar no
sólo que seria una perversión, sino que sería una perversión particular­
mente repulsiva para los calvinistas estrictos, pues implica la pecaminosa
presunción de intentar descubrir los inescrutables caminos de la Provi­
dencia. Una versión popular del calvinismo más verosímil habría sido de
naturaleza muy distinta. Habría sido la de dejar que la creencia en la
predestinación se hundiese en el fatalismo, y condujera al letargo y a la
falta de interés en el propio trabajo a través de un sentimiento de impo­
tencia de los esfuerzos individuales frente a la voluntad del Señor. Hace
algunos años, la comisión designada por· la Carnegie Corporation para
investigar el problema de los "blancos pobres" en Sudáfrica discutió
seriamente si uno de los factores que causaba la falta de habilidad y de
confianza en ellos mismos de los "blancos pobres" no era este tipo de
fatalismo surgido de un "calvinismo malentendido". Esto constituye un
interesante comentario a la creencia, ampliamente aceptada, en el calvi­
nismo como estimulante de la empresa de negocios. De hecho, sugiere con
gran fuerza que otras influencias distintas de las doctrinales determinan
la reacción calvinista a las oportunidades y estímulos económicos.» Η. M.
Robertson, «European economic developments in the sixteenth century*,
South African Journal of Economics, xvm, 1, marzo de 1950, p. 48.
71No trato de negar que pueda haber sido más fácil usar la teología
calvinista, en vez de la católica, para justificar las actividades capitalistas.
No sólo Weber, sino también algunos de sus más tajantes críticos lo pien­
san así. Por ejemplo, Christopher Hill sostiene: «Las doctrinas que em­
plean los motivos del corazón, que permiten a las presiones sociales in­
fluenciar más libremente la conducta de los individuos, florecen especial­
mente [...] en períodos de cambio social rápido, y entre aquellas per­
sonas más expuestas a sus efectos. La cristiandad surgió en un período
así; San Agustín, en cuya teología tanto se apoyaron los reformadores,
también vivió en una época en la que las viejas normas se estaban vi­
niendo abajo; y también él subrayó las motivaciones internas antes que
las acciones externas [...]. Parece haber una tendencia permanente en las
Iglesias establecidas a volcarse hacia el ceremonial, y en los grupos de
oposición a hacer hincapié en el elemento interno». «Protestantism and
216 I m m a n u e l Wallerstein

tan tism o llegó a id en tificarse en gran m ed id a , durante el perío-


do de la R eform a, con las fuerzas q u e favorecían la expansión
del cap italism o com ercial en el m a rco de E stad os nacionales
fu ertes, y con los países en los que e sta s fu erzas eran dominan­
tes. Así, cuando tales fuerzas p erd iero n la batalla en Polonia,
E spaña, «Italia», o Hungría, el p r o te sta n tism o también declinó,
y a m enudo con gran rapidez. Los fa c to r e s que favorecían la
expansión de una agricultura de ex p o rta ció n favorecían la reafir­
m ación del catolicism o.
D ebem os contem plar la R eform a tal y co m o se desarrolló.
Como señala Christopher Hill:
La Iglesia había sido desde largo tiempo atrás una fuente de poder,
protección y riqueza para los gobernantes de las principales poten­
cias, como Francia y España. Aquellos gobiernos que rompieron con
Roma a principios del siglo xvi estaban en los márgenes de la civi­
lización católica, eran potencias secundarias cuyos gobernantes no
habían sido suficientemente fuertes para llegar a un arreglo favo
rabie con el papado, como Inglaterra, Suecia, Dinamarca, Suiza,
Escocia
En este punto existía claram en te un e le m e n to de irritación
del norte de Europa frente al p eso e c o n ó m ic o del mundo medi­
terráneo cristiano m ás «adelantado» M. P ero, com o sabemos, a
finales del largo siglo xvi, el n o ro este de E u rop a se había con­
vertido en el centro de la eco n o m ía -m u n d o , la Europa del este
en su periferia, y el sur de E u rop a se d esliza b a rápidamente
en esa misma dirección.

the rise of capitalism*, en F. J. Fisher, comp., Essays in the economic


and social history of Tudor and Stuart England, Londres y Nueva York.
Cambridge Univ. Press, 1960, pp. 34-35.
Lo que afirmo es que, de haber la necesidad social, el catolicismo po
dría haber sido usado para justificar el capitalismo, y el protestantismo
no tendría por qué haberlo sido. Cuando más, estoy de acuerdo con la
formulación de Hill: «Pero no hay nada en el protestantismo que con­
duzca automáticamente al capitalismo; su importancia era más bien que
disminuía los obstáculos impuestos por las rígidas instituciones y cere­
monias del catolicismo» (p. 37).
* Christopher Hill, Reformation to the Industrial Revolution, Í530-/7©
(vol. π de la Pelican Economic History of Britain), Londres, Penguin
Books, 1967, p. 34.
K «Entonces, en la década de 1520, vino la gran revuelta, la revuelta de
Lutero. No era una revuelta dentro de la vieja economía madura de Eu­
ropa; era una revuelta de las áreas "subdesarrolladas", "coloniales,", del
norte y del centro, que sentían que durante largo tiempo habían sido
sometidas a impuestos, frustradas y explotadas para mantener la alta
civilización del Mediterráneo y del Rin.» H. R. Trevor-Roper, «Religión,
the Reformation, and social change», en The European witch-craze of tht
sixteenth and seventeenth centuries, and other essays, Nueva York
Harper, 1969, pp. 32-33.
La monarquía a b so lu ta y el e s ta tis m o 217
P. C. Gordon-Walker in ten ta relacionar la evolución del pro­
testantismo — prim ero L utero, después Calvino— con las dos
fases de la revolución de los precios: la primera 1520-1540/50
suave y limitada a A lem ania y los Países Bajos (producción de
plata centroeuropea), y la segu n d a de 1545 en adelante, durante
alrededor de un sig lo (p la ta am ericana). Argumenta que las
fases emparejadas está n a su vez ligadas a las sucesivas necesi­
dades culturales del n uevo siste m a capitalista.

El problema social presentado por la revolución de los precios era


un problema con dos partes. La primera necesidad era la acumula­
ción primaria [...] la segunda, subsiguiente y realmente básica, era
la aclimatación de las clases de la sociedad capitalista a las nuevas
posiciones hechas necesarias por los recursos de la acumulación
primitiva [...]
Estas dos fases controlaban la importancia de las diversas partes
de Europa. En 1520-40 las áreas en cabeza eran España (que no
heredó una clase media fuerte de la Edad Media81) y Alemania (que
tenía una fuerte burguesía feudal). A partir de 1545-80, tanto España
como Alemania perdieron terreno, y la cabeza fue tomada por Ingla­
terra, los Países Bajos y partes de Francia y Escocia. El paralelismo
entre estas áreas y las áreas de la Reforma resulta sorprendente, al
igual que el paralelismo en el tiempo entre la primera fase de la
revolución de los precios y Lutero (ambos aproximadamente entre
1520 y 1540) y entre la segunda fase y Calvino (ambos alrededor de
1545-80)c.
No es preciso a cep ta r to d o s los detalles históricos para
admitir que resulta una h ip ó te s is interesante.

0Véase Baron, A social and religious history of the Jews, xn, p. 18.
0 P. C. Gordon-Walker, Economic History Review, vm, 1937, p. 14. «Los
resultados concretos de la fase luterana [...] fueron la destrucción de la
ascendencia católica sobre las clases medias y bajas, y la sanción de la
toma de las propiedades feudales y católicas [...].
>[En la segunda etapa] la aclimatación de clase se convirtió en el
problema clave [...]. La burguesía debía cambiar su servilismo por la
voluntad de gobernar [...]. La clase trabajadora debía cambiar su trabajo
extensivo y flexible por un trabajo disciplinado, regular y organizado [...].
La sociedad capitalista [...] necesitaba el individualismo para encubrir la
estructura de. clase de la sociedad, que estaba más cerca de la superficie
que en el feudalismo [...]. La estructura de clase resulta a la vez justi­
ficada (desde la eternidad) y oscurecida por el hincapié que se hace en
el comportamiento espiritual del individuo como único criterio de divi­
sión social; y la ética social correcta y los medios para asegurar su cum­
plimiento estaban ya dispuestos para su autoimposición entre los elegidos
y, si era necesario, para su imposición coactiva a los réprobos [...]
•[Según] se fue llevando a cabo la aclimatación de clase que constituía
la más alta tarea de la Reforma, los protestantes debieron aceptar otras
tareas que se hacían más importantes; sobre todo, dejar paso al Estado
secular y a la ciencia.» (pp. 16-17, 18).
218 I m m a n u e l Wallerstein

Lo que es m ás, tenem os nueva ev id en cia de la íntima reía-


ció n en tre las coyunturas relig io sa y político-económ ica cuando
ob serv a m o s el triunfo de la C ontrarreform a en Polonia. Stefan
C zarnow ski hace un cu id ad oso a n á lisis de por qué Polonia
volvió al catolicism o desde una R efo rm a que parecía estar ga-
n and o terreno, y de por qué lo h izo con gran rapidez. Señala
una sincronización entre el m o m e n to en que la nobleza terra­
ten ien te [noblesse territoriale] to m a el p od er político, con lo
q u e él llam a «una dictadura de cla se» , y el momento de la
ofen siva católica. En su an álisis, d istin g u e en tre la aristocracia,
la nobleza terrateniente y la p eq u eñ a [petite] nobleza. Argu­
m enta que era precisam ente en la s fila s de la aristocracia (así
com o en las de la burguesía) d o n d e esta b a n localizados los
partidarios de la Reform a. Ve a la a risto cra cia apeteciendo las
tierras de la Iglesia. Los p eq u eñ o s p ro p ieta rio s encontraban
m ás dificultades para com batir al cu ra local, estando éste como
estaba apoyado por el todavía p o d e r o so episcopado católico.
De m odo que para ellos había m en o s v en ta ja s en adoptare!
protestantism o, y por lo tanto, ten d ían a no hacerlo. Czarnowski
y otros señalan que en Polonia, m ien tr a s lo s señores favorecían
el calvinismo, el rey y la b u rgu esía se in clin ab an hacia el Iule-
ranismo ü. Esto supone un verd ad ero q u ieb ro en el tema webe-

ü Véase Stefan Czarnowski, «La réaction catholique en Pologne ála


fin du xvi* siécle et au début du xvir siécle», La Pologne au Vil*Con%th
Internationale des Sciences Historiques, Varsovia, Sociedad Polaca dt
Historia, 1933, n, p. 300. Véase Thadée Grabowski: «Los principales de
fensores del luteranismo [entre 1530 y 1555] eran miembros del clero, bur­
gueses de ascendencia alemana, y estudiantes polacos de regreso de Witten­
berg y Kónigsberg, entonces centros de educación universitaria.
»La nobleza apenas estaba envuelta en absoluto. El luteranismo era dt
masiado moderado para ellos y apoyaba [...] al poder real [...]. Al ser
demasiado dogmático y monárquico, disgustaba [...] a los señores, que
soñaban con una república al estilo de la antigua república romana.» «La
réforme religieuse en Occident et en Pologne», La Pologne au V*Conpls
Internationale des Sciences Historiques (Bruselas, 1923), Varsovia, 1921,
páginas 67-68.
Stanislaw Arnold, sin embargo, sostiene que esto no es exacto: «Es
cierto que una parte, pero sólo una parte, de los magnates se convirtieron
en adeptos de la Reforma, especialmente del calvinismo. Pero el calvinis­
mo 'atrajo particularmente a los elementos más progresivos de la media
nobleza, que en esta época estaban en el poder en el país, especialmente
en la Dieta.» «Les idées politiques et sociaux de la Renaissance en Po-
logne», La Pologne au X* Congrés Internationale des Sciences Histonquu
á Rome, Varsovia, Academia Polaca de Ciencias, Instituto de Historia,
1955, p. 160. Arnold critica específicamente a Czarnowski. Véanse páp
ñas 159 ss.
Fox y Tazbir, sin embargo, ofrecen un cuadro próximo a las descrip
ciones de Czarnowski y Grabowski. Véase P. Fox, «The Reformation in
La monarquía a b so lu ta y e l e s ta tis m o 219

nano, pero nos recuerda el argum ento de Erik Molnar, que veía
una alianza de la m onarqu ía, la pequeña nobleza y la burguesía
contra la aristocracia. M ás aún, Czarnowski argumenta que la
«burguesía» estaba en e ste caso dividida. La «alta burguesía»
de las ciudades, esp ecia lm en te de Cracovia (un «viejo» centro
comercial), estaba aliada con la aristocracia. Se refiere aquí al
patriciado de la ciudad, a a q u ello s que desde finales del siglo xv
hasta aproxim adam ente la m itad del siglo xvi «formaban parte
de aquella clase de tra ta n tes en dinero y com erciantes que sur­
gieron con la aparición del ca p ita lism o n a c ie n t e » P e r o Polo­
nia no estaba d estin ada a tom ar el cam ino de Inglaterra como
foco de. la burguesía de la econom ía-m undo europea. La gran
crisis de 1557, de la q u e h ab larem os m ás adelante, no sólo
arruinó a financieros en Lyon, A m beres y el sur de Alemania,
sino también a los b an q u ero s de Cracovia:

[Desde] aquel momento, el im pulso de la aristocracia y el calvinis­


mo, se vio debilitado [...] Los bienes que permitieron florecer al
gran comercialismo de los tiem pos anteriores: la plata de Olkusz,
el cobre húngaro, los productos industriales, declinaron continua­
mente en su valor. El dinero con el que los campesinos pagaban sus
rentas se depreciaba con desesperante rapidez. Mientras tanto, la
demanda internacional de trigo, potasio, corteza de roble, pieles y
ganado de cuerna de Polonia se hacía cada vez mayor. Cuanto más
podía manejarse sin dinero el productor de los citados bienes, utili­
zar el trabajo forzado e impagado de los siervos, e intercambiar
sus productos por aquellos que necesitaba, tanto mejor era capaz
de resistir [los efectos de la crisis financiera]. Esto era precisamen­
te lo que podían hacer los pequeños y medios terratenientes/
nobles

Esto no significaba, señ a la C zarnow ski, que no hubiera bur­


guesía en Polonia. La b u rg u esía de Cracovia podía haber sido
arruinada, pero fue reem p la za d a p or italianos, arm enios y ale­
manes. En 1557 una red in tern a cio n a l se vino abajo, y la burgue­
sía-aristocracia p olaca lig a d a a ella cayó tam bién. Después de
esto surgió una nueva red. L os p o la co s que trabajaron con ella
-la «nobleza»— a cep ta ro n el n u ev o papel de Polonia en la eco­
nomía-mundo. H icieron ed u ca r a su s h ijo s por los jesuítas, para

Poland», en The Cambridge History of Poland, i, W. F. Reddaway et al.,


comps., From the origins to Sobieski (to 1696), Londres y Nueva York, Cam­
bridge Univ. Press, 1950, pp. 329, 345-346; J. Tazbir, «The commonwealth
of the gentry», en Aleksander Gieysztor et al., History of Poland, Varsovia.
rm (Editora Científica Polaca), 1968, pp. 185-186.
H Czarnowski, p . 301.
8 Ibid., p. 304.
220 I m m a n u e l Wallerstein

m a n te n e r lo s lejos de la in flu en cia d e la antigua aristocracia:


«Así, la Iglesia de P olonia acab ó sien d o , podríam os decir, la
ex p re sió n religiosa de la nobleza» w. Y esta nobleza ahora triun­
fa n te p od ía definir el se n tim ien to «nacional» polaco como algo
v irtu a lm en te indistinguible de la p ied ad católica.
F ue así com o Polonia se co n v irtió d efin itiv a m en te en católica
al co n v ertirse d efin itivam en te en un área periférica de la eco­
nom ía-m undo. La C ontrarreform a sim b o lizó (n o causó) la «regre­
sió n social» que veían en ella los p ro testa n tes. Pero su piadoso
escá n d a lo estaba m al orien tad o. Ya q u e el avance social déla
E uropa del noroeste se hizo p o sib le por la «regresión» de la
E u rop a oriental y m eridional, al igual que, por supuesto, por
la dom inación de las A m éricas. La C ontrarreform a iba dirigida
no sólo contra el p ro testa n tism o , sin o co n tra todas las diversas
form as de hum anism o que a so c ia m o s con el Renacimiento. Esto
viene ilustrado por las ten sio n es en tre V en ecia y Roma en el
siglo xvi. La controversia cu lm in ó en 1605, cu a n d o acciones vene­
cianas que lim itaban cierto s d erech o s de la Iglesia llevaron a
la excom unión del Senado de V en ecia p or R om a. La Contrarre­
form a fue en Italia un C o n tra rren a cim ien to 87, y su triunfo allí

14 Ibid., p. 308. J. Uminski hace hincapié en los ingredientes no polacos


del protestantismo en Polonia: «El luteranismo atrajo principalmente a
la población de ascendencia alemana que vivía en las ciudades polacas (...1
El llamado antitrinitarismo, que pronto comenzó a desplazar al calvini*
mo entre la nobleza, no era propiamente polaco. El antitrinitarismo pola
co estaba organizado y dirigido principalmente por extranjeros.» «The
Counter-Reformation in Poland», en The Cambridge History of Poland, I,
página 412.
Janusz Tazbir señala las implicaciones internacionales del nacionalis­
mo religioso: «El catolicismo separó a Polonia de la Suecia protestante,
de la Rusia ortodoxa y de la Turquía mahometana» (p. 228). Recíproca
mente, «el papado intentaba alcanzar, a través de Polonia, no sólo sus
propias metas políticas, sino a menudo también las de los Habsburgo*
(página 229).
v «Pues detrás de las nuevas herejías del luteranismo y el calvinismo
acechaban enemigos potencialmente incluso más peligrosos, de cuya exis­
tencia eran bien conscientes las autoridades católicas. Y a largo plaw,
probablemente, la Curia estaba menos interesada en suprimir el protes­
tantismo (un desafío pasajero) que en hacer retroceder al creciente par
ticularismo político de la época, en centralizar una administración ecle­
siástica que casi por doquier se convertía crecientemente en federal y
autónoma, en subordinar a la autoridad de los clérigos una afianzada
secularidad, en poner fin a las peligrosas libertades de la cultura artís­
tica e intelectual, en reafirmar la validez de la concepción objetiva, jerár­
quica y filosófica de la realidad que sustentaba sus aspiraciones a super­
visar las múltiples actividades de la cristiandad; en suma, en detener
todos los procesos que los historiadores han llegado a asociar con la era
del Renacimiento.» William J. Bouwsma, Venice and the defenses ol
republican liberty, Berkeley, Univ. of California Press, 1968, p. ¿94.
ia monarquía a b so lu ta y e l e s ta tis m o 221

fue función de la tra n sfo rm a ció n del norte de Italia en un área


semiperiférica de la econ om ía-m u n d o.
La Iglesia com o in stitu c ió n transnacional se vio amenazada
por la emergencia de un siste m a econ óm ico igualm ente trans­
nacional, que en con trab a su fuerza política en la creación de
fuertes aparatos de Estado en cierto s Estados (del centro), lo
que a su vez am enazaba la p o sic ió n de la Iglesia en otros Esta­
dos; por ello ésta se lan zó en cu erp o y alma a la lucha contra
la modernidad. Pero p a ra d ó jica m en te, fue precisam ente su éxito
en las zonas p eriféricas lo q u e asegu ró el éxito a largo plazo
de la economía-mundo eu ro p ea . La extinción final de las pasio­
nes de la batalla de la R efo rm a a partir de 1648 puede no haber
sido a causa de que a m b a s p a rtes estuvieran exhaustas y hubie­
ran llegado a un em p a te, sin o d eb id o a que la división geográ­
fica de Europa era la r e so lu c ió n natural de los em pujes subya­
centes de la econ om ía-m u n d o. E n cu an to al papel de la ética
protestante, concuerdo co n C. H. W ilson:

Si el protestantismo y la ética protestante parecen explicar los fenó­


menos económicos en m enor m edida de lo que parecieron hacerlo
en tiempos, también se diría que existe, en la era de la Reforma,
menos cosas que explicar [ ...] El liderazgo en materia económica
pasó lentamente del M editerráneo hacia el norte, y mientras decli­
naban las ciudades italianas subían las de los Países Bajos, pero
había poco en los m étodos de los negocios o la técnica industrial
utilizados en las econom ías del norte que no hubiera resultado fa­
miliar a un comerciante veneciano o a un lanero florentino del
siglo xv M.

En el siglo xvi, a lg u n o s m o n a rca s lograron gran fuerza por


medio de burocracias v e n a le s, e jé r c ito s m ercenarios, el derecho
divino de los reyes y la u n ifo r m id a d religiosa (cuius regio).
Otros no lo co n sig u iero n . E s to e stá íntim am ente relacionado,
como ya hemos su g erid o , co n el p ap el de cada área en la divi­
sión del trabajo en el se n o d e la econom ía-m undo. Los diferen­
tes papeles llevaron a d ife r e n te s estru ctu ra s de clase, que con­
dujeron a p olíticas d ife r e n te s. E sto n os lleva a la clásica
cuestión sobre el p a p el d el E sta d o fren te a las clases que enca­
bezan la nueva era c a p ita lista , lo s terraten ien tes capitalistas y
los comerciantes c a p ita lista s, a v e c e s abreviados, en form a que
no ayuda mucho, co m o a r isto c r a c ia y burguesía, dado que algu­
nos aristócratas eran c a p ita lis ta s y o tr o s no. D esafortunadam en­
te, el papel que ju g ó el E s ta d o , d e q u ién era agente, en qué

“ C. H. Wilson, «Trade, society and the State», en Cambridge Econo­


mic History of Europe, iv, p. 490.
222 I m m a n u e l Wallerstein

m ed id a podría ser con sid erad o co m o u na tercera fuerza, son


c u e stio n e s sobre las que n o e x iste a cu erd o alguno. Pierre Vilar
h a p lantead o ad ecu ad am ente la c u e s tió n teórica subyacente
b ásica:

Una cuestión de particular im portancia es la de cómo se dividían


los ingresos feudales, a través de un sistem a de «adjudicaciones» y
por otros medios, entre una aristocracia ociosa y una clase inter­
media de «mercaderes-cultivadores» o tipos similares, que transfor­
maban los ingresos señoriales y los m antenían dispuestos para m
vos tipos de inversión; en otras palabras, la cuestión de cómo los
ingresos feudales llegaban a ser m ovilizados para su inversión ca­
pitalista 89.

Un aspecto de esta cu estió n es el grad o en que el Estado


ab solu to debería ser con sid era d o c o m o el ú ltim o recurso de
una aristocracia feudal en fren tad a a la «crisis» del feudalismo,
la reducción de los in gresos se ñ o r ia le s y el ataque de otras
clases (la burguesía com ercial, lo s yeomen, los trabajadores
agrícolas). Un punto de vista es el de T ak ah ashi, que ve en el
absolutism o «tan sólo un siste m a de con cen tra ció n de fuera
para contrarrestar la crisis del fe u d a lism o que surge de este
desarrollo inevitable [en el se n tid o d e la liberación e indepen­
dencia de los c a m p e sin o s]» 90. E ste p u n to d e vista es compartido
sustancialm ente por C hristoph er H i l l 91, V. G. Kiernan92, Erik
Molnar 93# y Boris Porshnev

wVilar, Past and Present, 10, pp. 33-34.


90 Takahashi, Science and Society, xvi, p. 334.
w «[La] monarquía absoluta es una forma de Estado feudal.» Chris­
topher Hill, «The transition from feudalism to capitalism», Science wi
Society, xvii, 4, otoño de 1953, p. 350.
w «La monarquía absoluta surge en Occidente de una forma particular
de la monarquía feudal.» V. G. Kiernan, Past and Present, 31, p. 21.
n «Todas las formas del absolutismo europeo han servido a los inte
reses de la clase de los nobles o terratenientes y han expresado su domi­
nación política sobre las otras clases de la sociedad, ante todo sobre d
campesinado, que era la clase más numerosa.» Erik Molnar, XIP Conpis
Internationale des Sciences Historiques: rapports, iv, p. 156.
H Porshnev trata de explicar los orígenes burgueses de la burocracia
como derivados precisamente de las contradicciones inherentes a un siste­
ma feudal en el que la indivisibilidad de los fenómenos políticos y econó­
micos significa que cada noble persigue intereses específicos no necesa­
riamente acordes con los de la totalidad de su clase. «De aquí surge una
extraña dificultad: la estructura de poder de un Estado aristocrático I

[nobiliaire] no puede ser puesta en manos de aristócratas, pues la tonu


del poder por cualquier grupo específico de aristócratas debe provocar
inevitablemente una lucha abierta con los otros elementos de la clase
señorial.» Les soulévements populaires, p. 563.
La monarquía a b so lu ta y el e s ta tism o 223

Un segundo punto de vista so stien e que sobre la política


de la monarquía a b so lu ta la aristocracia tenía una influencia
considerable, tal vez d eterm in an te, pero que el monarca no era
una simple exten sión de las n ecesid ades de esta aristocracia.
Por ejemplo, Joseph S ch u m p eter argum enta:

Así, la aristocracia [bajo los monarcas absolutos], considerada en su


conjunto, era todavía un poderoso factor que tenía que ser tomado
en cuenta. Su sumisión a la Corona tenía más la naturaleza de un
acuerdo que la de una rendición. Parecía una elección —compulsiva,
sin duda— del rey como dirigente y órgano ejecutivo de la no­
bleza [...]
La razón [de que los nobles no se opusieran, ni siquiera pasiva­
mente, al régimen] era en esencia que el rey hacía lo que ellos
querían, y ponía a su disposición los recursos domésticos del Es­
tado [...] Era más bien una clase, y no un individuo, quien era de
hecho el dueño del Estado9S.
Braudel in siste de form a sim ilar en que el conflicto entre el
rey y la aristocracia era un co n flicto lim itado, en el que el rey
se esforzaba, por una p a rte, en poner a la nobleza bajo su dis­
ciplina, pero, por otra p arte, en proteger sus privilegios contra
la presión p o p u la r 96. La p o sició n de A. D. Lublinskaya parece
muy cercana a la de B r a u d e l97. J. H urstfield subraya el dilema

15Joseph A. Schumpeter, «The sociology of imperialism», en Social


classes, imperialism, Nueva York, Meridian Books, 1955, pp. 57-58.
" «En la Cristiandad, lo mismo que en el Islam, la nobleza ocupa los
primeros puestos y no está dispuesta a renunciar a ellos [...] El Estado,
tanto revolución social (entonces apenas insinuada) como política, tiene
que luchar en todas partes contra estos ''detentadores de feudos, amos
de pueblos, campos y caminos, y custodios de la inmensa población
rurar’. Luchar contra ellos quiere decir pactar y llegar a componendas
con ellos, dividirlos y, a la vez, preservarlos, porque es imposible contro­
lar una sociedad sin la complicidad de una clase dominante. El Estado
moderno toma estos útiles en' sus manos a medida que se ponen a su
alcance, pues en caso de destruir la nobleza se habría encontrado con la
tarea de tener que rehacerlo todo partiendo de cero. Y recrear un orden
social no es un empeño fácil. En realidad, nadie pensó seriamente en ello
durante el siglo x v i.» Braudel, La Méditerranée, II, p. 50. Véase también
página 54.
n «En relación con ambos grupos de la nobleza, la política del abso­
lutismo tendía a defender sus intereses básicos de clase, es decir, su pro­
piedad. La monarquía absoluta no satisface las demandas abiertamente
reaccionarias de la noblesse d’epée, y en muchos casos se opone directa­
mente a ellas, pero el ’’igualitarismo" está aún muy lejos.» A. D. Lublins­
kaya, French absolutism: the crucial phase, 1620-1629, Londres y Nueva
York, Cambridge Univ. Press, 1968, p. 26.
224 I m m a n u e l Wallerstein

de las m onarquías, que «encontraban d ifícil gobernar sin la no-


b leza , p ero encontraban igu alm en te d ifícil gobernar con ella»*,
Un tercer punto de vista, tal vez el m á s tradicional, es el
d e R oland M ousnier, según el cual la m onarqu ía aparece como
u n a fuerza autónom a, a m enudo aliada co n la burguesía en
con tra de la aristocracia, o ca sio n a lm en te m ediando entre am
b as »
Pero ¿existe una conexión n ecesa ria en tre la tesis sobre el
papel relativam ente autónom o del ap arato de Estado y la de la
lu ch a de clases com o una lucha en tre la aristocracia y la bur­
gu esía? Molnar no parece p ensar así. En prim er lugar utiliza
m ás categorías. Habla de una a risto cra cia feudal a la que el
rey se oponía claram ente. A dem ás h abía u na «nobleza» y una
burguesía, ambas aliados p o ten cia les. La nobleza parecen ser
lo s pequeños terratenientes y a q u ello s m á s orientados a la agri­
cultura capitalista, pero no queda to ta lm e n te claro. Señala que,
si bien el absolutism o parece haber su p u e sto el establecimiento
de fuertes im puestos sobre el ca m p esin a d o , resu lta menos claro
cóm o se distribuía el dinero. Por una p arte, el incrementado
presupuesto del Estado se utilizab a para p agar a los recauda­
dores de im puestos y a la burocracia, para sald ar los préstamos
del Estado y para la com pra de m aterial m ilitar, todo lo cual
beneficiaba a la burguesía. Pero por otra p arte, todos los gastos
corrientes del Estado — es decir, el m a n ten im ien to de la Corte
y el ejército— eran pagos a la n obleza. V e e s to com o una táctica
para «maniobrar [ ...] entre la n ob leza y la burguesía»lco. De
manera sim ilar, E ngels señala las fo rm a s en que el aparato de
Estado juega, en algunos a sp ecto s co n tra su propia voluntad,*910

" J. Hurstfield, «Social structure, office-holding and politics, chiefly in


western Europe», New Cambridge Modern History, m, R. B. Wemham,
comp., The Counter-Reformation and the price revolution, 1559-1610, Lon­
dres y Nueva York, Cambridge Univ. Press, 1968, p. 130. Continúa: «Pero
en toda la Europa occidental la función de la aristocracia en la sociedad
era inherentemente contradictoria. Como nobles poseían ambiciones y ri­
validades tradicionales que frecuentemente iban contra los intereses de
la paz del rey. Pero en cuanto funcionarios hereditarios —como muchos
de ellos eran— se esperaba que apoyaran un sistema legal cuya fuerza
perdurable dependía de la reducción de sus propios poderes egoístas.»
99 «[La] monarquía absoluta resulta de la rivalidad de dos clases, la
burguesía y la nobleza [...]
•Esta lucha de clases es quizá el principal factor en el desarrollo de
las monarquías absolutas.» Mousnier, Les XVIa et XVIIa siécles, pp. 97,99.
100Molnar, XIIa Congrés Internationale des Sciences Historiques: rap­
ports, iv, p. 163.
La monarquía a b so lu ta y el e s ta tism o 225

una función m ediadora, al m en os durante «períodos excepcio­


nales» W1.
Una fuente de esta falta de claridad acerca de las relaciones
entre el monarca y la aristocracia es la vaguedad que existe
sobre la com posición de la nobleza. Sin duda la pertenencia
familiar de la nobleza varía con el tiempo; la situación es de
movilidad perpetua en tod as las sociedades que tienen una no­
bleza. Pero en el sig lo x v i existía no sólo movilidad familiar
sino también m ovilidad ocu p acion al. Por ejemplo, la condición
de noble era su p u esta m en te incom patible en el feudalismo occi­
dental con la ocu p ación de em presario. Probablemente esto
fuera ya un m ito en gran m ed ida en las municipalidades de la
Baja Edad Media. Al llegar el siglo xvi esto era simplemente
falso en la totalidad de E uropa, tanto en las regiones urbanas
como en las rurales. Por d oquiera — en Italia, Hungría, Polonia,
el este del Elba, S u ecia, Inglaterra— m iem bros de la nobleza
se habían convertido en em p resarios ,02. Tan cierto llegó a ser

l" «Dueños de la fuerza pública y del derecho de recaudar los impues­


tos, los funcionarios [...] aparecen ahora situados por encima [de la so­
ciedad] [...]
•Como el Estado nació de la necesidad de refrenar los antagonismos
de dase, y como, al mismo tiempo, nació en medio del conflicto de esas
clases, es, por regla general, el Estado de la clase más poderosa, de la
clase económicamente dominante, que, con ayuda de él, se convierte tam­
bién en la clase políticamente dominante, adquiriendo con ello nuevos me­
dios para la represión y la explotación de la clase oprimida [...] Sin embar­
go, por excepción, hay períodos en los que las clases en lucha están tan
equilibradas que el poder del Estado, como mediador aparente, adquiere
cierta independencia momentánea respecto a una y otra. En este caso se
halla la monarquía absoluta de los siglos xvii y xvm [¿pero no del xvi?],
que mantenía a nivel la balanza entre la nobleza y el estado llano.» Frie­
drich Engels, The origins of the family, private property and the State,
Londres, Lawrence & Wishart, 1940, pp. 195-196. [£/ origen de la familia,
Ιαpropiedad privada y el Estado, en C. Marx y F. Engels, Obras escogi­
das, Madrid, Akal, 1975, II, pp. 358-339.
* Analizando el fenómeno de la dedicación de los aristócratas a los
negocios en el siglo xv en varias ciudades italianas, Paul Coles dice: «La
nobleza estaba ensayando el importante papel que iba a representar en
los negocios europeos en el siglo xvi.» «The crisis of the Renaissance so­
ciety: Genoa, 1448-1507», Past and Present, 11, abril de 1957, p. 19.
«[Hacia fines del siglo xv comienza] una nueva tendencia del desarro­
llohúngaro [que] puede resumirse económicamente en la creciente parti­
cipación de la clase señorial en el comercio de mercado, y más tarde en
la misma producción de estas mercancías [vino, ganado, trigo].» Zs. P.
Pach, «En Hongrie au xvi** siécle: l'activité commerciale des seigneurs et
leur production marchande», Annales ESC, xxi, 6, noviembre-diciembre
de 1966, p. 1.213.
«La participación de la nobleza en el comercio de exportación de pro­
ductos agrícolas y ganaderos, que comienza a finales del siglo xv y au-
226 I m m a n u e l Wallerstein

esto que la nobleza buscó con éx ito e lim in a r todo impedimento


form al a este papel ocupacional allá d o n d e existiera, como ocu­
rría en E spaña ,03. Tam poco d eb em o s o lv id a r que, aunque en los
p aíses p rotestantes la Iglesia estab a sie n d o testigo de la confe.
cació n de sus tierras, en el siglo x v i la Iglesia era un empre­
sario agrícola capitalista, esp e cia lm en te en I t a lia 104.
La otra cara de la m oneda era q ue el burgués con éxito se
iba convirtiendo con stan tem en te en terraten ien te y noble, y*I,

menta con el tiempo, constituye otro de estos interesantes fenómenos


ligados al desarrollo de la explotación directa de la tierra por la noble­
za [...] El factor que facilitó este desarrollo [de los nobles como impor­
tadores de tejidos y bienes de lujo] en el siglo xvi, fue la gradual supre-
sión de los derechos de aduana en las grandes ciudades, bajo lí presión
de la nobleza.» Marian Malowist, Síudi in onore di Armando Sapori, i,
páginas 587-588.
«La gama de actividades empresariales de los Junkers se amplió du­
rante el siglo xvi con el asalto a la producción industrial y los monopolios
comerciales de las ciudades [...] La aparición del Junker como comer­
ciante, contrabandista e industrial, destruyó definitivamente el equilibrio
entre la ciudad y el campo.» Hans Rosenberg, American Historical Review,
XLix, p. 236.
A partir de finales del siglo xvi, la mayor parte del campo romano &
taba en manos de una docena de terratenientes. Se les llamaba mercami
di campagna, comerciantes del campo. Véase Delumeau, Vie économiqut,
II, página 571.
Los empresarios militares de los que se ha hablado previamente eran
en su mayor parte de origen noble. Cuando no era así, normalmente esle
tipo de actividad empresarial llevaba al ennoblecimiento. Véase Rcdlich,
Vierteljahrschrift fiir Sozial- und Wirtschaftsgeschichte, suplemento 47, pá­
ginas 411, 427-428.
Véase también Goran Ohlin, «Entrepreneurial activities of the Swecdish
aristocracy», Explorations in Entrepreneurial History, vi, 2, 1953, pp. 147-162;
Lawrence Stone, «The nobility in business, 1540-1640», Explorations in
Entrepreneurial History, x, 2, diciembre de 1957, pp. 54-61.
,M«Para evitar dificultades futuras y establecer una norma uniforme,
en 1622 se obtuvo una bula papal que extendía a todas las Ordenes (mi­
litares] el estatuto de la Orden de Santiago, de forma que la prohibición
de actividades comerciales [a los miembros de las Ordenes] no se aplicaba
a los empresarios en gran escala, sino sólo al pequeño tendero o al pres­
tamista común [...] El comercio era claramente un factor vital para el
mantenimiento de España como poder imperial, y no podía ser dado de
lado como una forma vulgar de hacer dinero.» L. P. ,Wright, «The military
Orders in sixteenth and seventeenth-century Spanish society», Past and
Present, 43, mayo de 1969, pp. 66-67.
«En la carrera por invertir en la tierra, la Iglesia y las asociaciones
benéficas [enti morali] (en su mayor parte bajo influencia de la [Iglesia])
se encontraban en una posición ventajosa, porque la habían emprendido
antes que los laicos y "partes privadas". A finales de la década de 1500la
mitad de la propiedad de las tierras de Milán estaba en sus manos, con
bien conocidas consecuencias sociales y religiosas.» Bulferetti, Archivio
Storico Lombardo, iv, pp. 21-22.
La monarquía a b so lu ta y el e s ta tism o 227

treinta años m ás tarde resultaba indudablem ente difícil marcar


líneas claras de separación entre los dos. R. H. Tawney lo consi­
dera un proceso norm al, que se vio no obstante muy acelerado
en el siglo x v i ,os. Tanto B r a u d e l106 com o Postan 107 concuerdan
en la visión de un esq u em a continuo de transición de empresa­
rios a rentistas en a q u ello s de condición no noble, y ven en
ello una búsqueda de seguridad a largo plazo. No obstante, lo
que resulta crucial es apreciar que, a pesar de esta movilidad
ocupacional, la fuerza de la clase terrateniente no quedó des­
integrada. Como lo exp resó Marc Bloch: «el régimen señorial

w«Desde fechas muy tempranas, el comerciante que ha triunfado ha


comprado dignidad y consideración social invirtiendo sus ahorros en una
hacienda. El caballero sin fortuna ha restaurado la declinante fortuna
desu casa mediante especulaciones comerciales, entre las cuales el matri­
monio con una familia comercial, si no la menos especulativa, tampoco es
la menos rentable. A comienzos del siglo xvi ambos movimientos estaban
en marcha con una rapidez anteriormente desconocida, y que debe ser
explicada como una consecuencia del gran crecimiento de todas las for­
mas de actividad comercial. El auge de los grandes ingresos extraídos
del comercio creó un nuevo tipo de hombres de negocios cuyas empresas
nose limitaban a los puertos marítimos y las ciudades privilegiadas, sino
que se extendían a la compra de haciendas, antes incluso de que la secu­
larización de las propiedades de los monasterios convirtiera a la especu­
lación en tierras en manía de toda una generación.» R. H. Tawney, The
agrarian problem in the sixteenth century, Nueva York, Longmans, 1912,
página 187.
M«La burguesía del siglo xvi, dedicada al comercio y al servicio del
rey, está siempre al borde de la desaparición. La ruina financiera no era
laúnica causa. Si se enriquece mucho o se cansa de correr los riesgos in­
herentes a la vida comercial, la burguesía comienza a comprar cargos,
rentas del Estado, títulos o feudos, y sucumbe a las tentaciones de la
vida nobiliaria, a su prestigio y a su tranquila indolencia. El servicio del
reyera el camino más corto hacia la nobleza; este camino, que no exclu­
yelos otros, será uno de los agentes que aclarará las filas de la burgue­
sía.* Braudel, La Méditerranée, n, p. 68.
w«La propensión a retirarse a la vida de rentier se comprende fácil­
mente. Los riesgos físicos del comercio activo en el extranjero no siempre
estaban compensados por oportunidades de enriquecimiento, y estas opor­
tunidades fueron menores a medida que disminuían los mercados extran­
jeros. Al mismo tiempo, es probable que el capital fuese aún bastante
escaso para justificar un alto tipo de interés [...] [Este proceso] única­
mente fue un componente, entre otros varios, de la nueva bourgeoisie,
yexistieron también otros diversos. Sobre todo, había hombres que bus­
caban y encontraron seguridad no fuera, sino dentro de actividades que
seguían siendo ampliamente mercantiles. Conseguían esto dedicándose al
comercio en menor escala, dentro de mercados protegidos y bien organi­
zados [...] La mayor parte del comercio estaba en manos de hombres de
origen modesto. Y por esto trataban de buscar seguridad, y la encontra­
banen la cooperación, en la combinación, y más en general en la asocia­
cióncon otros.» Μ. M. Postan, en Cambridge Economic History of Euro-
K π, p. 218.
228 I m m a n u e l Wallerstein

no había sid o m inado. De h ech o p ron to co n seg u iría un renovado


vigor. Más bien, en gran m edida, ca m b ió de m anos la propiedad
señ o ria l» 108. Fue el ab solu tism o del m on a rca lo que creó la esta­
b ilid a d que perm itía esta tran sferencia a gran escala de perso­
nal y ocu p ación sin que, a la vez, al m en o s en este punto en el
tiem p o , se vinieran abajo las d iv isio n es jerárq u icas básicas de
e s ta tu s y recom pensa.
¿Qué hay entonces del su p u esto p apel clave del Estado para
ayudar a la burguesía com ercial a a firm a rse, a obtener sus
gan ancias y conservarlas? E xistió tal relación , sin duda, pero
la cu estió n era de grado y cron ología, tran sform án d ose el inicial
ap oyo m utuo en el asfixian te co n tro l de a ñ o s posteriores. No
es ningún accidente que la relación sim b ió tic a entre comercian­
te y rey pareciera en los sig lo s x v n y x v m una relación de
op osición directa. H artung y M ou sn ier ven señales de esta
ten sión presentes ya en el siglo x v i ,09. D o u g la ss C. North y Ro­
bert Paul Thom as, buscando trazar a g ra n d es rasgos el ascenso
de varias instituciones ju d icia les y ec o n ó m ic a s que tuvieron el
efecto de favorecer la actividad em p resa ria l basada en el creci­
m iento de la productividad fren te a las fo rm a s de comercio
que sim plem ente redistribuían los in g reso s no, intentan dilucidar

,oe Bloch, Caractéres originaux, i, p. 129.


«La vinculación del capitalismo con la monarquía absoluta no siem­
pre fue favorable al capitalismo. Es seguro que desde los años 60 del si­
glo xvi las bancarrotas que afectaron a toda Europa y la regimentación
del Estado fueron factores en absoluto despreciables que contribuyeron a
hacer más lento el progreso del capitalismo comercial en el continente.
Por otra parte, este estancamiento fue favorable a largo plazo a la monar­
quía absoluta. Impidió un crecimiento demasiado rápido de la burguesía
y ayudó al mantenimiento de un equilibrio relativo entre burguesía y
nobleza, equilibrio que es ciertamente uno de los rasgos del absolutismo
en Europa occidental.» Hartung y Mousnier, Relazioni del X Congresso
Internationale di Scienze Storiche, iv, p. 45.
Christopher Hill hace un planteamiento similar: «Los monopolios no
eran malos en sí: constituían una forma de protección de las nuevas in­
dustrias en un país atrasado. Los primeros monopolios estaban relacio­
nados con la defensa nacional: la Mines Royal isabelina buscaba hacer
a Inglaterra independiente del cobre extranjero para la manufactura de
cañones. Hubo monopolios similares para el salitre y la pólvora. Pero
los monopolios rápidamente se convertían en nocivos cuando eran usados
para propósitos fiscales por gobiernos hostiles al desarrollo capitalista.
En el siglo xvn se crearon monopolios para venderlos.» Reformation to
the Industrial Revolution, p. 96.
no Se refieren no sólo a las economías de escala, sino a la reducción de
los costos de transacción por medio de la «internalización» de las reper­
cusiones externas [externalities] (mediante la reorganización de los dere­
chos de propiedad), la reducción de los costos de información (mediante
ia monarquía a b so lu ta y el e s ta tis m o 229

las condiciones bajo Jas que tien e sentid o hacer hincapié en eJ


papel institucional del E stad o. Argum entan que junto con las
distorsiones económ icas q ue la intervención del Estado intro­
duce en el mercado, y p or lo tanto a la probabilidad de inno­
vación, debemos situ a r el «poder coercitivo que perm ite al go­
bierno abordar una p o lítica au nq ue ésta pueda encontrar fuerte
oposición en una parte de la socied ad» ,n. Esta manera de for­
mular la cuestión nos p one en guardia frente a la visión de las
funciones del esta tism o para el cap italism o en términos de un
análisis costo-ganancia. M ientras que para la aristocracia la
monarquía absoluta rep resen ta b a una especie de última trin­
chera en la defensa de su s p rivilegios, para aquellos que obte­
nían sus ingresos de la m axim ización de la eficiencia económica
de su firma el aparato de E sta d o resultaba en ocasiones extre­
madamente ú t iln2, en o c a sio n e s un im pedim ento de impor­
tancia.
Hemos trazado ya a g ran d es rasgos los dos elem entos consti­
tuyentes fundam entales del siste m a m undial moderno. Por una
parte la econom ía-m undo ca p ita lista fue construida sobre una
división del trabajo a n ivel m un dial en la que varias zonas de
esta economía (lo que h em o s llam ad o centro, semiperiferia y
periferia) tenían a sig n a d o s p a p eles econ óm icos específicos, des­
arrollando diferentes e str u c tu r a s de clase, utilizando consiguien­
temente diferentes m o d o s d e co n tro l de la m ano de obra y bene­
ficiándose desigualm ente d el fu n cio n a m ien to del sistem a. Por
otra parte, la actividad p o lític a se daba prim ariam ente en el
marco de Estados q u e, c o m o co n secu en cia de sus diferentes
papeles en la econ om ía-m u n d o, esta b a n estructurados de forma
diferente, estando m ás ce n tra liza d o s los Estados del centro.
Repasaremos ahora la to ta lid a d del siglo xvi en términos de
un proceso, en el cu rso d el cu a l cierta s áreas se transformaron
en periferia, sem ip eriferia o cen tro de esta economía-mundo.

«i corretaje), y la reducción de los costos de riesgo (mediante las com­


pañías por acciones). Véase Douglass C. North y Robert Paul Thomas,
Economic History Review, χχιπ , ρρ. 5-7.
,uIbid., ρ. 8.
" Simon Kuznets pone el dedo en el elemento clave de la utilidad del
Estado para los empresarios: «La existencia de un gobierno implica de
forma definida la posibilidad de decisión allí donde pueden existir con­
flictos, dentro del país y entre la gente, que muy a menudo conllevan
directa y explícitamente alternativas de crecimiento económico.» «The
State as the unit of study of economic growth». Journal of Economic
History, xi, 1, invierno de 1951, ρ. 28.
2211 I m m a n u e l Wallerstein

Intentaremos así dar cuerpo a lo que hasta aquí ha corrido ti


riesgo de ser uu análisis abstracto. También esperamos demos­
trar, de este modo, \a unidad de la totalidad del proceso.’
desarrollos no lueron accidentales sino, más bien, de'
un cierto margen de variación posible, determinados
raímente.
’o pift'
• U r n u m z . de los in o cen tes» , ó leo d e P ie te r B ru e g h e l, el gajos
en 1565 com o p ro te s ta p o r la s a tr o c id a d e s e s p a ñ o la s en los
4. DE SEVILLA A AMSTERDAM:
EL FRACASO DEL IMPERIO

La economía-mundo europea que se estaba creando era un gran


premio, y es com p ren sib le que los hombres buscaran su control.
La ruta de la dom inación im perial era el camino clásico, fami­
liar para los hom bres de esta era. Muchos soñaron con esa
posibilidad. Los H absburgo, bajo Carlos V, hicieron un valiente
intento de absorber toda Europa. Hacia 1557, el intento había
fracasado, y España perdió definitivam ente no sólo su imperio
político sino tam bién su papel económ ico central. Muchas ciu­
dades aspiraban a ser el eje de la economía-mundo europea:
Sevilla, Lisboa, A m beres, Lyon, Génova y Hamburgo pretendie­
ron (si no exigieron) serlo. Pero, de hecho, sería Amsterdam,
un candidato poco p rob able en 1450, la que para 1600 habría
logrado la preem inencia. V olvam os ahora a esta historia del
fracaso del im perio, que trajo con sigo la declinación de España,
y la de todas las ciu d ad es-E stad o que eran sus aliados, en favor
de los triunfantes reb eld es de Am sterdam .
La oscilación eco n ó m ica ascen dente que comenzó hacia 1450
creó una notable p rosp erid ad en prim er lugar en todos los
viejos centros de co m ercio , en lo que se ha llamado la espina
dorsal de Europa — F landes, el sur de Alemania, el norte de
Italia— y, por su p u esto , co m o resultado de los descubrimientos,
en España. R esulta lla m a tiv o ver con qué precisión estas áreas
vinieron a constituir el im p erio de los Habsburgo bajo Carlos V.
En esta expansión el elem en to significativo más nuevo era el
comercio transatlántico esp a ñ o l del siglo xvi, centrado en Se­
villa y su Casa de C on tratación de las Indias, un comercio que
llegó a ser tan im p ortan te q ue «toda la vida europea y la vida
del mundo entero, en la m ed id a en que existía un mundo podría
decirse que dependían [d e este tráfico]. Sevilla y sus cuentas
podrían darnos el ritm o del m undo» l.
¿Cómo llegó E spaña a ju g a r un papel tan central? Después
de todo, como d iscu tim o s en el capítulo 1, fue Portugal y no
España la que se p u so a la cabeza de la expansión ultramarina
europea del siglo xv. M ás aún, el siglo xv no fue una era tran-1

1Chaunu, Séville, v m (1), p. 14.


234 Immanuel Wallerstein

q u ila en la h istoria de España. De h ech o , Jaim e Vicens Vives


d ice q ue «la palabra crisis sin tetiza la ev o lu ció n histórica espa-
ñ ola durante el C uatrocientos» 2*.
La crisis era política (un p eríod o de reb elión y guerra inter­
na) y económ ica (recesión en toda E u rop a). La reacción de
E sp añ a ante la crisis en térm in o s ec o n ó m ic o s fue desarrollar
su industria ovejera y ganar, co m o resu lta d o de los bajos pre­
cio s, una considerable parte del (red u cid o ) m ercado mundial’,
La fuerza del grupo de p rod u ctores de lana en España, la Mesta,
era tal que los intentos de p o ten cia les b u rgu eses castellanos de
que el rey adoptara p olíticas p r o te c c io n ista s fracasaron en ios
sig lo s x iv y x v 4. Incluso bajo los R eyes C atólicos, Fernando c
Isabel, supuestos partidarios de la a ctiv id a d industrial, Vicens
encuentra que las industrias m en cio n a d a s «o bien son de lujo
o de mercado lo c a l» 5. A d iferen cia de Inglaterra, España no
avanzaba hacia una im portan te in d u stria t e x t il6. Irónicamente,
puede haber sido el hecho m ism o de la com p eten cia castellana,

2Jaime Vicens Vives, Approaches to the history of Spain, 2.· ed.f Bn-
keley, Univ. of California Press, 1970, p. 76. [Aproximación a ¡a historiait
España, Barcelona, Vicens Vives, 1976, p. 89.)
J «Sin la crisis por la que pasó Europa durante los siglos xiv y xv, sis
la atracción de los posibles bajos precios de la lana castellana, sin labin
conocida disminución de las exportaciones de la lana inglesa, sin la pro­
pera actividad de las ciudades italianas, habría sido imposible c impea
sable el desarrollo del ganado lanar castellano con sus millones de ovejas
itinerantes.» Braudel, La Méditerranéc, X, p. 84.
4 «Que en el siglo xv la industria pañera había alcanzado una densidad
notable, nos lo revela, precisamente, la proposición de las Cortes de H£,
celebradas en Madrigal, solicitando que se prohibiera la importación de
tejidos extranjeros y la exportación de lana castellana. Esta política dec-
didamente proteccionista no fue aceptada por Juan II por la intervención
decidida de la Mesta, y de todos los que vivían cómodamente del comer­
cio de la lana: mercaderes, recaudadores, tratantes y usureros. Desde
entonces empezó el violento forcejeo de los latifundistas para evitare!
desarrollo de la burguesía castellana. En este sentido debe entenderse
el acuerdo de las Cortes de Toledo de 1462, en las que Enrique IVfijó!)
proporción de un tercio que se reservaba la industria pañera castellani
sobre las exportaciones totales de la Mesta, proporción escasa si se queda
retener para el país la riqueza que salía hacia el extranjero y que hada
la fortuna de tantos aristócratas.» Jaime Vicens Vives, An ecotiomic Ais
tory of Spain, pp. 259-260 [p. 238).
4 Ibid., p. 305 [p. 277).
6 «Castilla se caracterizaba por ser exportadora de lana primera ml·
teria y no de paño, y [...] uno de los soportes de la política mercantilist)
de los Reyes Católicos fue el fomento de la extracción de las lanas meri­
nas de la cabaña mesteña. Inglaterra, por el contrario, que poseía uw
próspera ganadería lanar, las 9/10 partes de cuyos vellones se habíanex­
portado tradicionalmente con destino a la industria flamenca, comenzó
en el siglo xiv, a la par que desarrollaba su cabaña, una política de indus-
El jracaso del im p e rio 235

combinada con la depresión de finales de la Edad Media, lo que


animó a Inglaterra a em p ren d er el camino del crecimiento
industrial. El hecho fue, no ob stan te, que España no emprendió
ese camino.
Pero entonces, si la econ om ía española era estructuralmente
tan débil, ¿cómo exp licam os la posición económica central de
España en la prim era m itad del siglo xvi? En parte porque las
debilidades eran a largo plazo, no a corto plazo, y en parte
porque a determ inados n iv eles el sistem a político era fuerte.
Castilla tuvo una clara tarea «nacional» a lo largo de toda la
Edad Media. Por una parte, estu v o la Reconquista, la expulsión
gradual de los m oros de la península Ibérica, que culminó con
la caída de la Granada m u su lm an a y la expulsión de los judíos
de España, am bos en 1492, el año de Colón. Por otra parte
estaba el em puje para u n ificar los Estados cristianos de la
península. Este im p u lso cu lm in ó con una unión tan sólo en la
cumbre, reteniendo Aragón una legislatura, un presupuesto del
Estado y un sistem a so cio leg a l separados.
Dado que España fue con stru id a sobre una Reconquista, el
feudalismo com o form a política era d é b il7. Por consiguiente,
como afirma José A. M aravall, «un orden político y social que
no estaba basado en la estru ctu ra feudal proporcionaba un
terreno favorable para el d esa rro llo de form as «estatales»8. Un
sistema de carreteras de p rim era categoría hacía la relación *1

trialización de la primera materia.» José Larraz, La época del mercantilis­


mo en Castilla (1500-1700), Madrid, Atlas, 1943, p. 20.
]Luis Vitale enumera cinco razones por las cuales el feudalismo fue
más débil en España que en otros países de Europa occidental. Estas
razones giran en torno al impacto de las conquistas árabe-musulmanas,
el papel de la Mesta y el papel inicial de la burguesía. Véase Latin Ame-
nca: reform or revolution?, pp. 34-36.
1Maravall, Cahiers d'Histoire Mondiale, vi, p. 791. Esto no significa
necesariamente que el papel económico de los grandes terratenientes
fuera débil. Por el contrario, Pierre Vilar sostiene sobre la base de este
hecho que el imperialismo español fue «la fase superior del feudalismo».
«Le temps de Quichotte», Europe, vol. 34, 121-122, enero-febrero de 1956,
página 8.
Sin embargo, ya hemos argumentado en el capítulo anterior por qué
laaparición del fenómeno de los latifundios no debe ser considerado como
un «segundo feudalismo» sino más bien como «agricultura capitalista».
Véase no obstante Pierre Vilar: «En España [...] o más bien en Castilla,
las clases dominantes emprendieron la conquista a la manera de la Re­
conquista: a la manera feudal. La ocupación de tierras, el sometimiento
de los hombres a sumisión, la acumulación de tesoros, todo esto no es
una preparación para "invertir" en el sentido capitalista de la palabra.
Una burguesía naciente podría haberlo hecho. Y desde 1480 aproximada­
mente, hasta 1550, no dudó en hacerlo. Sin embargo, a causa de su posi­
ciónen el circuito monetario, ensayó primero el inestable capitalismo de
236 I m m a n u e l Wallerstein

p o lítica y económ ica del cen tro con la periferia relativamente


s e n c illa *910. Fernando e Isabel ayu daron a la Mesta a crear un
fu erte sistem a de m ercados n a cio n a les ,0. Crearon un sistema de
m ovilid ad individual, si bien en un co n tex to de mantenimiento
de los valores de rango y jerarqu ía ll. Fortalecieron la buro­
cracia haciendo de ella algo que esta b a «enraizado en la comu­
nidad [ ...] de la cual es [ . . . ] "pars rei p u b lica e" » 12. Nacional!,
zaron, por así decirlo, el clero ca tó lic o ,3. Por encima de todo,

puertos y ferias. Además, las "fuerzas productivas" de las que disponía


—tierra, hombres, innovaciones técnicas— cayeron bien pronto en las
llanuras de Castilla bajo la ley de los rendimientos decrecientes. Después,
a partir de 1550, sintió el efecto esterilizante de las inyecciones de mone­
da. Se gasta, se importa, se presta bajo interés. Se produce poco. Los
precios y los salarios se disparan. El parasitismo se desarrolla y la em­
presa decae. Eso significa pobreza para el día de mañana» (ibid., pp. 9-10).
La alusión de Vilar al «inestable capitalismo de puertos y ferias* pa­
rece referirse al escepticismo de Marx sobre las cualidades progresivas
del capital comercial: «Sin embargo, su desarrollo, considerado por jf
solo [...] es insuficiente para explicar y mediar la transición de un modo
de producción a otro [...] Por el contrario, allí donde ese capital predo
mina imperan condiciones anticuadas.» Capital, ni, cap. 20, p. 327. [£/
capital, ni, vol. 6, p. 418.] El subrayado es mío.
9 «Este movimiento de "acarreo" es lo que permite a Castilla servir
de nexo de unión entre las regiones periféricas de la península que la
rodean y la separan a menudo del mar. Es ese tráfico, y no Castilla sola­
mente, como se ha dicho [Ortega y Gasset], lo que ha hecho a España (...)
¿Acaso no es la facilidad de comunicaciones la primera condición para
un gobierno eficaz? Castilla se convierte por todas estas razones en el
centro histórico de gravedad de España.» Braudel, La Méditerranée, i,
página 49.
10 «El especial interés de Fernando e Isabel en restringir y regular los
portazgos sobre los rebaños de la Mesta se debía a la importancia muy
acrecentada de esta organización como instrumento para el estímulo de
la comunicación interna. La nacionalización del comercio, la evolución
de los mercados locales y urbanos hacia un mercado nacional, era una
etapa de progreso económico cuya profunda importancia estos ilustrados
soberanos fueron los primeros de la península en apreciar.» Klein, The
Mesta, p. 223.
11 «El efecto de la política de Fernando e Isabel fue por consiguiente
confirmar y consolidar la importancia del rango y la jerarquía en la so­
ciedad castellana, pero al mismo tiempo ofrecer oportunidades de pro­
greso social a muchos que habrían tenido en reinados anteriores espe­
ranzas mucho menores de acceder a un estatus privilegiado. Una de las
claves para el progreso era la educación, que podía llevar eventualmente a
una posición en el servicio real. La otra era la riqueza, particularmente
la riqueza urbana, que hizo posible la alianza entre las ricas familias de
comerciantes (incluidas las de origen judío) y las familias de respetable
linaje aristocrático.» J. H. Elliott, Imperial Spain, 1469-1716, Nueva York,
Mentor, 1966, pp. 113-114.
u Maravall, Cahiers d’Histoire Mondiale, vi, p. 805.
u «Los Reyes Católicos no querían que hubiese extranjeros ocupando
posiciones eclesiásticas en su reino, en parte para preservar sus privile*
El fracaso del im p erio 237

crearon «condiciones en las cu ales el potencial económ ico exis­


tente en Castilla pudiera ser am pliam ente realizado» M.
Que el oro y la plata fluyeran a través de España, que Cas­
tilla pudiera ascender ai cen tro del cielo europeo era, dice
Pierre Vilar, «consecuencia a la vez que causa» 1S. Pero ¿conse­
cuencia de qué, exactam en te? De una larga serie de hechos,
en realidad, centrados en torn o al papel económ ico de los meta­
les: la débil base de m eta les p recio so s del mundo mediterráneo,
la centralidad anterior del Sud án com o sum inistrador del oro,
el impacto de la exp an sión p ortu gu esa sobre los intermediarios
norteafricanos de las ciu d a d es-E sta d o italianas, el papel de los
genoveses en España y el d ese o de los genoveses de encontrar
una fuente no portuguesa de m eta les preciosos (un deseo que
sólo podía realizar E spaña).
Reconstruyamos esta co m p leja historia. Hemos hablado ya
del papel del oro en el co m er cio m edieval, y de cómo el oro de
Sudán llegaba a Europa, a través del norte de Africa y del
mundo mediterráneo cristia n o . S úb itam ente, a mediados del
siglo xv el papel n orteafrican o d ism in u y ó grandemente. La exten­
sión de esta d ism inu ción p arece ser una cuestión bastante
debatida. Braudel habla de un h u n d im ien to de la posición nor-
teafricana16. M alowist re co n o ce la reducción pero no la consi­

gns, pero en parte también a la vista de lo poco que los extranjeros cono-
dande las cosas de su reino» (ibid., p. 806).
v Elliott, Imperial Spain, p. 117. Elliott señala por otra parte toda una
serie de rasgos negativos de su reinado. Véanse pp. 123-127.
“Vilar, Past and Present, 10, p. 32. Y España asciende, añade Alvaro
Jara, porque conquista la América española: «España no estaba aislada
del marco europeo; recibía, a su vez, la influencia y el reflejo de las ne­
cesidades económicas provenientes de los centros financieros europeos,
quele eran comunicadas de una forma u otra. Ya se tratara de las nece­
sidades del consumo español (entendiendo consumo en el sentido general
deprovisiones) o de las exigencias de las campañas militares de la mo­
narquía, las colonias indias formaban un telón de fondo protector, sin
cuyaayuda sería imposible explicar el predominio español. Así, no debe­
mos dudar de hablar de una coincidencia de intereses paralelos entre los
pandes rasgos de la conquista española en América —basados en la em­
presa privada— y las necesidades del aparato de Estado metropolitano,
queestimulaba una forma de conquista que permitiese acumular prodi­
giosos tesoros sin riesgos ni grandes desembolsos.» «Estructuras de colo­
nización y modalidades del tráfico en el Pacífico sur hispanoamericano»,
Us pandes votes maritimes dans le monde, XV'-XIX* siécles (VIIe Collo·
que, Commission Internationale d'Histoire Maritime), París, sevpen, 1965,
página 251.
*«Desde la última década del siglo xv, el oro de Sudán deja de llegar,
al menos en las mismas cantidades, a las ciudades del norte de Africa [...]
(Eli Mediterráneo se ve súbitamente privado de una parte importante de
susuministro de oro [...] A consecuencia de ello, la prosperidad local del
238 I m m a n u e l Wallerst

dera catastrófica *17*19. La sú b ita e sc a se z de oro y plata agravó lj


carga financiera del E stad o esp a ñ o l, q ue había ido aumentando
con tin u a m en te a causa de lo s ¡crecientes gastos militares y
la Corte, causando una caíd a d el valor del dinero de cuenta, e|
m a r a v e d í1S.
La crisis financiera fu e seria , e h izo reaccionar a los gen*
v e se s de España, porque eran ta n to lo s banqueros de Españi
co m o los com pradores del oro. H em o s hablado ya del papel
de Génova en el com ercio esp a ñ o l. Los genoveses estaban ii*.
p ilcad os en él de m uchas fo rm a s, n o só lo com o financieros»

norte de Africa se derrumba como un castillo de naipes [...] ¿Qué m


dió? Sólo esto: en 1460, los exploradores portugueses alcanzaron las pro
ximidades del golfo de Guinea [...] A partir de 1482, se construye Sio
Jorge da Mina [...] Ello da comienzo a una verdadera "captura" del ni
fico económico sahariano, un cambio de dirección y una desviación.» Fe·
nand Braudel, «Monnaies et civilisation: de Γογ du Soudan á Target!
d'Amérique», Armales ESC, I, 1, enero-marzo de 1946, pp. 12*13.
17 «Existe mucha confusión sobre la influencia de los puestos con»
cíales [comptoirs] portugueses de Arguim (a partir de 1448) y Sao Jorgei¿
Mina (1482-1484) en el comercio africano de oro. Debemos admitir quetí
puesto comercial de Arguim modificó en alguna medida la direcciónde
las exportaciones de oro sudanés, sin dañar sin embargo los interesesde
/los países transaharianos y de sus poblaciones [...] Los suministradores
sudaneses, así como los nómadas bereberes ocupados en este comercio,
tenían, con la llegada de los europeos a Arguim, nuevos compradores de
mineral, pero esto no afectaba de ninguna forma a su posición eneste
comercio. Esto no era cierto para los tradicionales compradores de oro,
es decir, los magrebíes y los egipcios, quienes, al parecer, iban a sentir
los efectos de la aparición de competidores europeos en las costas (<
Africa occidental [...]
»En la etapa actual de las investigaciones pensamos más bien que1ü
exportaciones de oro sudanés al Magreb y a Egipto quizá habían dismi­
nuido de hecho, pero que este fenómeno no fue de proporciones catasta
ficas para el mundo árabe. Nos parece igualmente dudoso que el creci­
miento de la circulación de oro en Uadam pueda ser atribuido a la adió
dad del puesto comercial en el puerto de Mina, que estaba situado dema­
siado lejos [...]
»En cualquier caso, de acuerdo con el autor de Tarikh es-Soudan, Djené
era todavía un gran centro de intercambio de sal del Sáhara por oroa
finales del siglo xvi y comienzos del xvn.» Marian Malowist, «Le cora-
merce d'or et d'esclaves au Soudan occidental», Africana Bulletin, 4,15#.
páginas 56-59.
11Véase Miguel Angel Ladero Quesada, «Les finances royales de Oí
tille á la veille des temps modernes», Annales ESC, xxv, 3, mayo-junio
de 1970, p. 784.
19Los genoveses y otros no españoles desempeñaron un amplio pape!
no sólo en la búsqueda de metales preciosos y en el comercio en España,
sino también en la producción primaria en las islas Canarias. Véase M a­
nuela Marrero, «Los italianos en la fundación del Tenerife hispánico», eo
Studi in onore di Amintore Fanfani, v, Evi moderno e contemporm,
Milán, Dott. A. Giuffré, 1962, pp. 329-337.
El fracaso del im p e rio 239

Pero ¿por qué no podían los genoveses haber conseguido su oro


a través de Portugal? Tal vez la fuerza de Portugal como país
puntero en la exp loración significaba que sus términos no
fueran tan ven tajosos para Génova com o los que ofrecería Es­
paña20. Tal vez tam bién porque su propia fuerza llevaba a una
falta de imaginación. La im aginación es habitualmente tan sólo
la búsqueda de ganancias a plazo medio, por parte de aquellos
para los cuales los can ales a corto plazo están bloqueados.
Cuando los canales no están bloqueados la imaginación sufre.
Portugal se las apañaba b astan te bien con la navegación a lo
largo de la costa africana. N o sentía presión alguna para lanzar­
se a peligrosas aventuras de navegación hacia el o e s te 21. Chaunu
argumenta elo cu en tem en te el sensato planteamiento de que no
es la suerte lo que ju stific a el descubrim iento de América por
España. Era el país m ejo r dotado, en el contexto de aquellos
tiempos, «no sólo para aprovechar todas las oportunidades que
se le ofrecieran, sin o para creárselas ella misma» u. Inglaterra
empleó al italiano John C abot, pero su segunda expedición «in­
glesa» requirió apoyo español. H asta el siglo xvn Francia e
Inglaterra no se co n v irtieron en países con exploración ultra­
marina y hasta el sig lo x v m no tuvieron realmente éx ito 23.*

* «Es un honor para Genova, si de honor se trata, haber sido la única


entonces en buscar una solución antiportuguesa.» Braudel, Annales ESC, i,
página 14.
11«El fracaso de Colón en Portugal puede explicarse por el mismo
adelanto de los conocimientos geográficos en los medios gubernamentales
y comerciales del país. Nadie deseaba arriesgar dinero y vidas humanas
sobre la base de hipótesis tan evidentemente erróneas, si se era juicioso
yse tomaban en cuenta especialmente las distancias que debían cubrirse.
•Además Portugal estaba demasiado dedicada a la fructífera política de
exploración africana, a la búsqueda a través de Sudán de una ruta marí­
tima directa a las islas de las especias, para apostar por una probabilidad
tan remota como la inverosímil ruta propuesta por Colón.» Chaunu, Sé·
ville, vi» (1), pp. 89-90.
* Ibid., p. 235.
a «Desde el momento en que uno se niega a reconocer que ha habido
una revolución tecnológica entre los comienzos del siglo xvi y el siglo xvm,
se niega a admitir que el papel de Castilla resultaba lógicamente favore­
cido por su posición como punta de lanza de la Reconquista, en la inter­
sección del Mediterráneo y el océano, en la intersección del punto culmi­
nante de los vientos comerciales hacia el norte y el punto de contraflujo
de las latitudes medias hacia el sur, desde ese momento se atribuye a la
suerte, es decir, al absurdo, el descubrimiento de América por un nave­
gante genovés que parte de Palos; y en la misma línea, la vida de Anda­
lucía en el siglo xvi, el largo e inteligente esfuerzo de los habitantes del
sur de la península Ibérica, se convierten en el fruto absurdo de un ab­
surdo capricho.» Chaunu, Séville, vm (1), pp. 236-237.
240 Im m a n u e l Wallerstein

E sp añ a, sin em bargo, tuvo éx ito ya en el siglo xvi en la


crea ció n de un vasto im perio en las A m éricas, tan grande como
lo p erm itía el co sto del tran sporte m a r ítim o 2425*. Esto supuso un
relam p agu ean te crecim iento del co m er cio transatlántico, multi·
p ilcá n d o se su volum en por o ch o en tre 1510 y 1550 y de nuevo
por tres entre 1550 y 1610 El fo c o cen tra l de este comercio
era un m onop olio del E stado en S ev illa , q u e en muchas formas
se con virtió en la estructura b u ro crá tica clave de España. El
elem en to central en el com ercio tra n sa tlá n tico eran los metales
p recio so s. Al principio los esp a ñ o les sim p lem en te tomaron el
oro ya extraído por los incas y u tiliza d o en su s ritualesí?. Esto
era todo un filón. Precisam ente cu a n d o se estab a acabando, los
esp a ñ o les consiguieron d escub rir el m éto d o de la amalgama de
plata, que les perm itió extraer ren ta b lem en te la plata que tan
abundantem ente existía, y que re p r ese n tó el flujo realmente
im portan te de m etal precioso h acia E u rop a 28.
El «relam pagueante crecim ien to» del co m ercio vino acompa­
ñado por una espectacular ex p an sión p o lítica por Europa. Tras
la coronación de Carlos V co m o em p era d o r del Sacro Imperio
Rom ano Germánico en 1519, su s d o m in io s en Europa incluían

24 «La América española alcanzó sus dimensiones en menos de medio


siglo. El fracaso en la conquista del Chile araucano lo demuestra. La
América colonial, en orden a crecer y sobrevivir, comenzó pronto a basar­
se en un sistema eficiente de comercio marítimo. El costo del transporte
exigía una amplia producción de riquezas. Ello condenó a la primera
América a los únicos sistemas capaces de producir tales riquezas inme­
diatamente.» Pierre Chaunu, VAmérique et les Amériques, París, Armand
Colin, 1964, pp. 85-86.
25 «Qué asombroso el dinamismo de esta primera fase de expansión:
aquí estamos realmente en presencia [...] de una ruptura estructural.
Esta disparidad se explica fácilmente: ¿no es este período 1504-1550 la
transición de la nada al ser?» Chaunu, Séville, v iii (2), p. 51.
u «Incapaz el Estado español de liberarse en su política oceánica de
la influencia del grupo de hombres de Andalucía que controlaban la situa­
ción, buscó con toda su fuerza asegurar un estricto respeto a un mono­
polio [el de Sevilla] que, entre otras virtudes, favorecía la eficacia de su
control.» Huguette y Pierre Chaunu, «Economie atlantique, économie-
monde (1504-1650)», Cahiers d'Histoire Mondiale, i, 1, julio de 1953, p. 92,
17 Véase Alvaro Jara, «La producción de metales preciosos en el Perú
en el siglo xvi», Boletín de la Universidad de Chile, 44, noviembre de 1963.
página 60. Véase el cuadro de la p. 63.
n «Es probable que sin el uso de la técnica basada en las propiedades
del mercurio, todo el proceso inflacionario europeo se habría detenido, y
la minería americana habría entrado en una fase de estancamiento y de­
cadencia.» Alvaro Jara, «Economía minera e historia económica hispano­
americana», en Tres ensayos sobre economía minera hispanoamericana,
Santiago (Chile), Centro de Investigaciones de Historia Americana, 1966.
página 37.
/

El fracaso del im p e rio 241

áreas tan variadas y d iscon tin u as com o España (incluyendo Ara­


gón), los Países B ajos, varias regiones del sur de Alemania (in­
cluyendo Austria), B ohem ia, Hungría, el Franco Condado, Milán,
y las posesiones esp añ olas del Mediterráneo (Nápoles, Sicilia,
Cerdeña y las B aleares). Por un m om ento este imperio, paralelo
en su estructura al contem poráneo imperio otomano de Soli­
mán el Magnífico y al im perio m oscovita de Iván el Terrible,
pareció absorber el esp acio político de Europa. Parecía que la
naciente econom ía-m undo podría convertirse en otro imperio.
Carlos V no fue el ú nico en intentar absorber la economía-
mundo europea en su im perio. Francisco I de Francia estaba
intentando hacer lo m is m o 29 y Francia tenía las ventajas de su
tamaño y su centralidad 30. Pero Francia tenía menos recursos
para su intento, y la elecció n de Carlos V como emperador,
por encima de F rancisco I, fue un gran paso atrás. No obstante,
Francia, localizada «en el co ra zó n » 31 del imperio español, era

" «Existe [en el siglo xvi] un imperialismo francés. Ante todo los fran­
ceses se negaron a reconocer ninguna dependencia respecto al Emperador
(del Sacro Imperio Romano]. "El rey es emperador en su reino.” Des­
pués Carlos VIII bajó por Italia [1494] para alcanzar Oriente, dirigir una
cruzada y obtener nuevos títulos en el imperio de Constantinopla. Entró
en Nápoles, coronado de oro, llevando en sus manos el cetro y el globo
imperiales, mientras todo el mundo gritaba: "Emperador augustísimo.”
Entonces hubo pánico en Alemania, donde pensaron que estaba deseoso
del titulo de emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Este im­
perialismo francés, que tomó la forma de los intentos de dominar Italia
yla candidatura de Francisco I en la [elección del] Sacro Imperio [Ro­
mano) de 1519, se vio reemplazado, tras la elección de Carlos V, por una
política defensiva contra los Habsburgo.» Mousnier, Les XV* el XVI· síé-
cles, pp. 132-133.
Michel Fra^ois habla de forma similar de la «doble herencia» de
Francisco I, por una parte como monarca cuya autoridad había sido crea­
da por el duro trabajo de los filósofos políticos [légistes] y los hombres
de gobierno, y por otra parte como heredero de las empresas imperiales
italianas de Carlos VII y Luis XII, que habían «abierto perspectivas sin­
gularmente amplias para la monarquía francesa». «L'idée d'empire sous
Charles Quint», en Charles Quint et son temps (Colloques Internationaux
du cnrs, París, 30 de septiembre-30 de octubre de 1958), París, cn r s , 1959,
página 25.
" En 1500, se podía decir que: «Inglaterra, España y Borgoña-Austria
giraban como en una órbita en torno a la primera y mayor de las potencias
europeas, Francia [...] Las principales ventajas de Francia eran su exten­
sión y su posición central. En la Europa occidental de comienzos del
período moderno, Francia era el corazón. Inglaterra, España, Italia y el
imperio alemán ocupaban posiciones simétricas en torno suyo, de forma
que Francia controlaba sus líneas de unión. Y el corazón era también el
reino más populoso.» Garrett Mattingly, Renaissance diplomacy, pági­
nas 129, 131.
11La expresión es de un español del siglo xvi, A. Pérez, en Vart de
mvemer. Discours adressé ά Philippe II, citado en Ruggiero Romano,
242 I m m a n u e l Wallerstein

su fic ie n te m e n te fuerte co m o para h a cer q ue la historia de los


sig u ie n tes cincuenta años fuera la de una guerra virtualmente
c o n sta n te entre los dos gigan tes im p eria les, los Habsburgoylos
V a lo is, una lucha que co n d u ciría ev en tu a lm en te al agotamiento
de am b os en 1557, y a la d esa p a rició n p or un largo período de
tiem p o de los sueños im p eriales en E uropa.
La larga lucha de los d o s g ig a n tes, Francia y España, se
d esarrolló en térm inos m ilita res p rin cip a lm en te en la península
italian a, prim ero con las gu erras fran co-esp añ olas de 1494 1516,
y d esp u és con la rivalidad H a b sb u rgo-V alois que continúa hasta
1559 32. La razón para luchar so b re Ita lia , desde el punto de
vista de los im perios, era clara. Las ciudades-E stado italianas
del norte habían sido en la B aja E dad M edia el centro de las
actividades económ icas m ás « a d ela n ta d a s» , industriales y comer­
ciales, del continente eu rop eo. Si b ien ya no monopolizaban el
com ercio a larga distancia, eran aú n fu ertes por su capital
acum ulado y su ex p erien cia 33, y un p reten d id o imperio-mundo*lo

«La pace di Cateau-Cambrésis e l’equilibrio europeo a metá del seco


lo xvi», Rivista Síorica Italiana, lxi, 3, 1949, p. 527.
wVéase Oman, A history of the art of war, p. 14, que comenta en qué
amplio porcentaje la lucha militar tuvo lugar en Italia.
wR. S. Lopez sugiere que resulta válido el paralelismo con la Ingla­
terra posterior a 1870, y añade: «Si todo esto implicaba decadencia, ni
los italianos ni sus competidores lo advirtieron plenamente.» «The trade
of medieval Europe: the south», en Cambridge Economic History of Euro­
pe, π, Μ. M. Postan y E. E. Rich, comps., Trade and industry in the Mid­
dle Ages, Londres y Nueva York, Cambridge Univ. Press, 1952, p. 351.
Amintore Fanfani también observa la gloria de Italia en la Baja Edad
Media y su decadencia en los siglos xv y xvi: «La buena fortuna de Italia
en la Edad Media está ligada al hecho de que los puertos de la península
eran la base del comercio occidental con el Levante y del comercio levan-
tino con Occidente; además está ligada al hecho de que los vínculos co
merciales con el Levante eran de naturaleza colonial, mientras que los
vínculos con Occidente eran los propios de un exportador de bienes in­
dustriales. No es totalmente cierto que los italianos poseyeran sus pro­
pias colonias en ultramar y carecieran de ellas al otro lado de los Alpes,
sino que de hecho todos o casi todos los italianos disfrutaban de los
beneficios de una colonización puramente económica, no muy evidente, y
por tanto bastante tolerada, pero sustancial, y por tanto extremadamente
fructífera [...]
•Desde el siglo x:v dos hechos comienzan a perturbar la situación so
bre la que se basaba la prosperidad italiana [...] Con el avance de los
turcos y la liberación de franceses e ingleses, las perspectivas de prospe­
ridad para la economía italiana se redujeron, aunque, a lo largo del si­
glo xvi, consiguieron no ser eliminados totalmente.» Storia del lamo in
Italia dalla fine del secolo XV agli inizii del XVIII, Milán, Dott. A. Giuí·
fré, 1959, pp. 24-25.
Τ'

El fracaso del im p e r io 243

necesitaba asegurar su con trol sobre ellas. En el disperso mapa


político de Ita lia 34, só lo L om bardia había desarrollado un apara­
to de Estado relativam en te fuerte sobre un área de tamaño
medio35, pero en ap ariencia excesivam ente pequeña aún para
sobrevivir p olíticam ente

* Por qué estaba Italia tan desunida políticamente es algo que no


atañe a nuestro análisis. La respuesta se encuentra probablemente en los
desarrollos políticos de la Alta Edad Media, en combinación con el rela­
tivo éxito económico de algunas de las ciudadcs-Estado en la Baja Edad
Media. Una explicación clásica es la ofrecida por Jacob Burckhardt: «La
lucha entre los papas y los Hohenstaufen dejó a Italia en condiciones
políticas esencialmente distintas de las de los restantes países de Occi­
dente. Mientras que en Francia, España e Inglaterra el sistema feudal
estaba organizado de tal forma que, al concluir su existencia, se trans­
formó naturalmente en una monarquía unificada, y mientras que en Ale­
mania ayudó a mantener, al menos en apariencia, la unidad del imperio,
Italia se había librado de él casi por completo. Los emperadores del si­
glo xiv, incluso en el caso más favorable, ya no eran admitidos y respe­
tados como señores feudales, sino como posibles dirigentes y sustento de
poderes que ya existían; mientras que el papado, con sus dependientes y
aliados, era suficientemente fuerte para impedir la unidad nacional en el
futuro, no lo era lo bastante para introducir esa unidad. Entre ambos
yacía una multitud de unidades políticas [...] cuya existencia se fundaba
simplemente en su poder para mantenerla.» The civilization of the Renais­
sance Italy, Nueva York, Modern Library, 1954, p. 4.
Véase Wallace Ferguson: «Los Estados de la Italia renacentista eran
necesariamente diferentes de los del norte, porque la historia pasada de
Italia era también diferente, y esa diferencia era en parte el resultado de
dos hechos puramente políticos: primero, el hecho de que desde el si­
glo x al siglo xiii Italia perteneció al Sacro Imperio Romano Germánico,
ysegundo, el hecho de que los papas gobernaban un Estado territorial
que se extendía a través del centro cíe la península.» «Toward the modern
State», en Wallace Ferguson, comp., Renaissance Studies, 2, Londres (On­
tario), Univ. of Western Ontario, 1963, pp. 147-148.
u «Lo que separó a Lombardia del resto de Italia en los siglos xiv y xv
fue su transformación política [...] [La] signoria [es] la "innovación"
fundamental que subyace a los vastos cambios económicos de Lombardia
en este período [...] En más de una forma, las políticas económicas de
esta época en Lombardia, sobrepasando con mucho la política municipal,
prefiguran el mercantilismo inglés, sin omitir el tratamiento otorgado a
la Iglesia y a sus tierras [...]
•En lo que podríamos llamar sus obras públicas, sus políticas de esti­
mulo de la industria y el comercio, sus mejoras en la agricultura, y sus
políticas de población (incentivos materiales para la formación de fami­
lias numerosas, para la repatriación y la migración a Lombardia), los
duques de Milán anticiparon en muchos, quizá en todos los aspectos sig­
nificativos, a los Estados mercantiles aún lejanos en el tiempo.» Douglas
F. Dowd, «The economic expansión of Lombardy, 1300*1500: a study in
political stimuli to economic change», Journal of Economic History, xxi,
2, junio de 1961, pp. 147, 160.
34Para comprobar que este fenómeno no se limitó a Lombardia, véase
Mousnier, Les XVIe et XVIIe siécles, p. 93.
244 I m m a n u e l Wallerstein

E sta m o s hablando en realidad de un área relativamente pt


queña, «un pequeño cuadrilátero u rb an o constituido por Vene-
cía, M ilán, Génova y Florencia, con su s con flictos y rivalidad
• en tre ciudades, todo ello in flu id o siem p re por la importancia
relativa alcanzada en d eterm in ado m o m e n to por cada una de
e lla s ...» 37*. El problem a p olítico para e sta s ciudades-Estado (co­
m o para las de Flandes) había sid o d esd e largo tiempo atrás
«[em an cip arse] de la in terferen cia feu d al y [al mismo tiempo
m anten er] a raya la más reciente am en aza de un control político
m ás centralizado representado por los n u ev o s monarcas»M.Una
de las form as de m antener ap artadas a las monarquías era la
de estar ligadas a un im p e r io 39. De m o d o que, aunque Gino
Luzzatto describe lo que pasó en tre 1530 y 1539 como la caída
de Italia bajo la «directa o in d irecta d om inación de España
sobre la mayor parte de la p en ín su la» 40, y Paul Coles dice, de
manera similar, que «el tem a d o m in a n te de la historia interna­
cional en la primera m itad del sig lo x v i fu e la lucha por Italia
entre el im perialism o francés y el e s p a ñ o l» 41, no queda claro
que las ciudades-Estado se resistiera n excesivam en te a esta for­
ma de «dominación». P osib lem en te p od rían haberla considerado
su mejor alternativa. D ebem os reco rd a r q u e se trataba de una
economía-mundo y que los fo co s de a ctiv id a d económica y las
«nacionalidades» de los grupos e c o n ó m ic o s clave no estaban
relacionados de form a biun ívoca co n lo s cen tros de decisión
política. En tal m arco, la con exión en tre las ciudades-Estado y

17 Braudel, La Méditerranée, i, p. 354.


MC. H. Wilson, Cambridge Economic History of Europe, Iv, p. 492.
wHenri Pirenne señala el proceso en dos etapas de la emancipación
de algunas de las ciudades: «Una república municipal no disfrutaba, de
hecho, de absoluta independencia cuando había suprimido su fidelidad al
señor inmediato. Sólo escapaba al poder del conde o del obispo ponién­
dose bajo el poder directo de un soberano más alto. Las ciudades ale­
manas sólo eran libres en el sentido de que cambiaban la autoridad pró­
xima y muy activa de su señor por la autoridad distante y muy débil del
emperador.» Early democracies in the Low Countries, Nueva York, Nor­
ton, 1971, p. 183.
Las consecuencias para la creación de Estados fuertes fueron claras:
«Mientras que en Francia e Inglaterra el Estado moderno tuvo sus prin­
cipales adversarios en los grandes nobles, en los Países Bajos fueron las
ciudades las que obstaculizaron su progreso» (p. 187).
40Gino Luzzatto, Storia económica delleta moderna e contemporanea, I,
L'etá moderna, Padua, cedam, 1955, p . 116. Añade: «Sólo Venecia perma­
neció independiente en Italia, pero estaba inmovilizada por la cada vez
más seria presión de los turcos» (p. 117). Por otra parte, Domenico Sella
piensa que «Venecia encontró su fortuna en la crisis que golpeó a las
otras ciudades de la península». Annales ESC, x i i , p . 36.
41Coles, Past and Present, 11, p. 41.
El fracaso del im p e rio 245

el imperio fue prim ariam ente un «matrimonio de convenien­


cia»42*. En el que, adem ás, la m etáfora se hizo realidad. Ruth
Pike señala que el m ayor aum ento del número de genoveses
en Sevilla ocurre entre 1503 y 1530, y que para mediados de
siglo «controlaban en gran m edida el comercio americano y
ejercían una poderosa influencia sobre la vida económica de
Sevilla» No ob stan te, com o habían hecho los portugueses con
una anterior oleada de genoveses, los españoles los disolvieron
por absorción: «Con la naturalización venían la estabilidad y la
asimilación, lo cual en la España del siglo xvi no podía llevar
más que al abandono del com ercio por sus descendientes»44.
Además de controlar tres de las cuatro principales ciudades-
Estado italianas (V enecia perm anecía fuera de su dominio), el
imperio de Carlos V tenía otros dos pilares económicos: las
casas de banqueros m ercan tiles del sur de Alemania (en particu­
lar los Fugger) y el gran m ercado de la economía-mundo euro­
pea del «primer» siglo x v i, Am beres.
La situación de las ciu d ad es com erciales del sur de Alemania,
al otro lado de los A lpes, no era en realidad demasiado diferente
a la de las del norte de Italia. R. S. Lopez, por ejemplo, señala
que: «En el siglo xv la región que avanza más rápidamente
cubre las ciudades del su r de Alemania y Suiza»45. De 1460
hasta alrededor de 1500 ó 1510 la m inería de plata creció a un
ritmo muy rápido en la Europa central, suministrando aún otra
fuente de poder e c o n ó m ic o 46. La expansión del comercio del
u tEI imperialismo del siglo xvi en Italia suponía más que la conquis­
ta militar inicial. Era necesaria una medida de compensación económica
a las repúblicas italianas por la pérdida de la independencia política, y
esto resultaba especialmente urgente en el caso de Génova, cuyos ciuda­
danos estaban ansiosos de reparar las pérdidas ocasionadas por la con­
tracción del comercio con el Levante. España, a través de sus posesiones
en el Nuevo Mundo y más tarde en Flandes, estaba admirablemente do­
tada para proporcionar una compensación de esta especie. La historia de
las relaciones entre España y los Estados italianos en el siglo xvi es bá­
sicamente la de un matrimonio de conveniencias.: la Corona española se
aprovecha políticamente de Italia, los hombres de negocios italianos se
aprovechan económicamente de España» (ibid., p. 41). Véanse sus refe­
rencias en la n. 57, pp. 46-47.
0 Ruth Pike, Journal of Economic History, χχιι, ρ. 370.
ΜIbid., ρ. 351.
ϋ Lopez, Cambridge Economic History of Europe, n, p. 349.
* Véase John U. Nef, «Silver production in central Europe, 1450-1618»,
Journal of Political Economy, xux, 4, agosto de 1941, pp. 575-591. Sobre
los lazos entre el papel de los alemanes meridionales en los nuevos mun­
dos coloniales de España y Portugal y los procedimientos industriales en
el sur de Alemania, véase Jacob Streider, «Origin and evolution of early
European capitalism», Journal of Economic and Business History, n, 1,
noviembre de 1929, ρ. 18.
246 I m m a n u e l Wallerstein

sig lo x v i só lo pareció reforzar el papel alem án com o canal del


c o m e r c io en tre el norte de Italia y F lan des 47. Al principio, n¡
siq u iera el crecim ien to del com ercio a tlá n tico y la relativa decli­
n a ció n del com ercio m editerráneo p areció afecta r a su prosperi­
dad eco n ó m ica , especialm en te una vez que pudieron participar
d e lo s b en eficio s del com ercio a tlá n tico en el m arco del imperio
de lo s H a b sb u r g o 48.
E sta fue la era del florecim ien to de los m ás espectaculares
d e to d o s los cap italistas m ercan tiles m o d ern o s, los Fugger. El
a p o g eo de su poder, la era de C arlos V, ha sid o a veces llamada
era de los F u g g e r4950. Los Fugger com p raron a Carlos V su trono
im perial. Eran el eje central fin an ciero de su im perio, sus ban­
q u eros p ersonales por excelencia. Un cro n ista contemporáneo
su yo, Clem ens Sender, dijo de ellos:
Los nombres de Jacob Fugger y sus sobrinos son conocidos en todos
los reinos y tierras; sí, incluso entre los paganos. Emperadores, re­
yes, príncipes y señores han tratado con él, el Papa le ha saludado
llamándole su hijo amado y le ha abrazado, y los cardenales se han
puesto en pie en su presencia.-Todos los comerciantes del mundo le
han llamado un hombre ilustrado, y todos los paganos se han mara­
villado de él. Es la gloria de toda Alemania Λ.
Los Fugger y Carlos se dieron m u tu a m en te poder y apoyo.
Pero esto tam bién sig n ificó que su b iero n y cayeron juntos.
Porque, en realidad, la actividad de los F ugger estaba «limitada
a los confines del im perio de C arlos y era internacional sólo en

47 «A lo largo de la mayor parte del siglo xvi, Flandes y el norte de


Italia fueron las dos principales áreas de actividad industrial y comercial
en Europa, y el contacto entre ellas resultaba esencial para la prosperi­
dad de ambas [...] Excepto para bienes muy masivos [las] rutas terres­
tres tenían muchas ventajas [...] El floreciente comercio transalpino en­
tre el norte de Italia y el sur de Alemania no sobrevivió por mucho tiem­
po al siglo xvi.» Parry, Cambridge Economic History of Europe, iv, pá­
gina 185.
41 Gerald Strauss dice respecto a la reacción de los mercaderes alema­
nes a la reorientación geográfica de su contenido: «Se ajustaron a este
cambio intensificando sus antiguas conexiones con estos centros del tráfico
europeo [Amberes y Lisboa]. Durante medio siglo, aproximadamente des­
pués de 1500, el nuevo comercio aceleró el comercio internacional de
Nuremberg y Augsburgo y otras ciudades, y compensó más que sobrada­
mente la rápida decadencia del comercio de acarreo transalpino del que
anteriormente habían dependido.» Nuremberg in the sixteenth century,
Nueva York, Wiley, 1966, p. 148. Parry, al que acabamos de citar, parece
pensar que no hubo una «rápida decadencia» hasta un siglo más tarde.
Sin embargo ambos autores concuerdan en que, al menos hasta 1550, el
comercio era floreciente en el sur de Alemania. Véase también Streider.
Journal of Economic and Business History, pp. 14-15.
49 Véase Richard Ehrenberg, Capital and finance, pp. 74-79.
50 Citado en ibid., p. 83.
El fracaso del im p erio 247

la medida [...] en que un im perio puede ser considerado inter­


nacional [ ...] » 5I*. Cuando Carlos y sus sucesores no podían pa­
gar, los Fugger no podían ganar. Al final, las pérdidas totales
de los Fugger por deudas im pagadas de los Habsburgo hasta
mediados del siglo x v i i «se pueden valorar sin exageración
alguna en ocho m illones de florines renanos»5Z.
Pero incluso m ás im portan te que el norte de Italia o que
los Fugger fue Am beres, que «jugó un papel fundamental en la
vida económica del siglo x v i» 53. J. A. van Houtte ha seguido la
pista a la gran diferencia entre Brujas, en el siglo xiv, un centro
de mercado «nacional» (es decir, fundamentalmente para Flan-
des) y Amberes en el siglo xvi, un centro «internacional» de
mercado, que ligaba a los com ercios del Mediterráneo y del
Báltico con el com ercio transcontinental a través de Alemania
meridional54. No sólo coordinaba Amberes gran parte del comer­
cio internacional del im p erio de los Habsburgo, sino que era
también el eslabón por m ed io del cual tanto Inglaterra como
Portugal estaban ligadas a la econom ía-m undo europea5S. Cons-

MLublinskaya, French absolutism, p. 8.


“Ehrenberg, Capital and finance, p. 131.
üEmile Coornaert, «La genése du systéme capitaliste: grand capita-
lisme et économie traditionelle au xvr* siécle», Annales d'Histoire Econo·
mique et Sociale, vil!, 1936, p. 127.
“Véase J. A. van Houtte, «Bruges et Anvers: marchés "nationaux” ou
"intcrnationaux" du xiv* au xvr siécles», Revue du Nord, xxxiv, 1952, pá­
ginas 89*108. Herman van der Wee: «La emergencia de Amberes como
metrópoli comercial de Europa occidental y el crecimiento del comercio
transcontinental centrado en la Alemania central estuvieron vinculados
inseparablemente.» The growth of the Antwerp market and the European
tmomy, La Haya, Nijhoff, 1963, li, p. 119. Sostiene que esto ocurre ha­
cia 1493*1520, y que consiguientemente los alemanes meridionales se pu­
sieron«comercialmente a la cabeza» de Amberes durante la primera mitad
del siglo xvi (p. 131). Véase Pierre Jeannin: «El comercio terrestre de Am-
beres en el siglo xvi alcanzó una importancia igual, si no superior, a la
del comercio marítimo.» Vierteljahrschrift fiir Soziab und Wirtschaftsges-
áichte,mu, p. 198. Véase Ehrenberg, Capital and finance, pp. 112-113.
B«El comercio de paño inglés tuvo un impacto decisivo en la prospe­
ridad de Amberes. Su curva coincide con la del desarrollo general del
mercado de Amberes [...] Portugueses, alemanes meridionales e ingleses
constituyeron los tres pilares del comercio mundial de Amberes.» J. A.
vanHoutte, «Anvers aux xvc et xvie siécles: expansion et apogée», Annales
ESC, xvi, 2, marzo-abril de 1961, pp. 258, 260.
Véase Philip de Vries: «Al comienzo del siglo xvi, Inglaterra consti­
tuía (...) una unidad económica junto con los países de herencia borgo-
nona de los Habsburgo, unidad cuyos centros financieros e industriales
eran Amberes y Flandcs.» «L'animosité anglo-hollandaise au xvnc siécle»,
bínales ESC, v, 1, enero-marzo de 1950, p. 43.
Por otra parte, la rivalidad imperial dañó las relaciones económicas
de Amberes con Francia. «De forma bastante natural, el comercio de
248 Im m a n u e l Wallerstein

titu ía entre otras cosas el m ercad o ob ligad o [staple] de las


e x p o rta cio n e s in g le s a s 565
7*. Si podía ju g a r este papel, a pesar de
q u e el co m ercio anglo-italiano, por ejem p lo , hubiera sido menos
c o s to s o de haber transitado por H am bu rgo, era precisamente
p orq u e ofrecía a los com ercian tes la m u ltitu d de ventajas cola­
tera les que sólo un m ercado im p erial de tal categoría podía
o fr e c e r 51.
A dem ás, en esta época, A m beres se con virtió en el supremo
m ercad o m onetario de Europa, «a ca u sa principalmente de la
crecien te dem anda de créd itos a co rto plazo, ocasionada funda­
m en talm en te por la p olítica m u n d ial del em perador Carlos V
[...]»5*. Amberes no sólo sirvió co m o b o lsa de valores del impe­
rio; la propia ciudad com o co lectiv id a d se convirtió en uno de
los principales acreedores de C a r lo s 59. Dado que los imperios
carecían de una base im pon ib le firm e, encontraban difícil obte­
ner el tipo de crédito que los E sta d o s m od ern os consiguen con

Amberes con Lyon, y particularmente sus exportaciones de especias por­


tuguesas, se vieron severamente afectados.» Van der Wee, The growth o¡
the Antwerp market and the European economy, II, p. 144.
MJan Craeybeckx define así el concepto de mercado obligado [staple):
«Quien se interese más en la realidad que en las distinciones abstractas
concederá de buen grado que el staple constituía ante todo un mercado.
Sólo un mercado [market] de cierta importancia podía aspirar a hacer
obligatorio su "mercado" [staple] y a obligar a los comerciantes a some­
terse a sus reglas [...] Los privilegios, que sólo unas pocas ciudades po­
dían ofrecer, no eran por tanto lo esencial. Cualquier ciudad que tuviera
un mercado o ”staplen (en el sentido restringido del término) capaz de
imponer su dominación, de jure o de facto, en una región más o menos
extensa, debería ser considerada un mercado obligado.» «Quelques grands
marchés de vins frangais dans les anciens Pays-Bas et dans le nord de
la France á la fin du Moyen Age et au xvie siécle: contribution á l’étude
de la notion d'étape», Studi in onore di Armando Sapori, n, Milán, Isli-
tuto Edit. Cisalpino, 1957, p. 819.
57 Véase Wilfrid Brulez, «Les routes commerciales d'Angleterre en
Italie au xvi* siécle», Studi in onore di Amintore Fanfani, vi, Evo moder­
no, Milán, Dott. A. Giuffré, 1962, pp. 181-184.
51 Van der Wee, The growth of the Antwerp market and the European
economy, II, p. 362. Sostiene que, pese a una relativa decadencia en años
posteriores, «el mercado monetario de Amberes continuó siendo el centro
estratégico de las finanzas de los Habsburgo incluso a comienzo de la
década de los cincuenta» (p. 206).
El capital fluía por medio de arbitraje entre Amberes, Venecia, Lyon,
Piacenza, Florencia, Sevilla y Ruán. Véase José-Gentil da Silva, «Trafics
du nord, marchés du "Mezzogiorno", finances génoises: recherches et do­
cuments sur la conjoncture á la fin du xvr siécle», Revue du Nord, xli,
1959, página 140.
5>Véase Fernand Braudel, «Les emprunts de Charles Quint sur la
place d’Anvers», Charles Quint et son temps (Colloques Internationaux du
cnrs, París, 30 de septiembre-3 de octubre de 1958), París, cnrs, 1959, pá
ginas 197-198.
El fracaso del im p e rio 249

relativa facilidad. Un im perio del siglo xvi tenía crédito en la


medida en lo que tuviera su soberano w. Así, éste tenía que diri­
girse a las ciudades, co m o «centros de riqueza pública»61, para
garantizar sus préstam os. Pero también las ciudades tenían un
crédito limitado y a su vez necesitaban la garantía de alguna
gran casa como los Fugger, com o ilustra este párrafo de Lon-
chay:

El crédito de las ciudades, como el de las provincias, como el de los


receptores, era limitado. Por eso algunos financieros exigían la ga­
randa de una casa comercial solvente, preferiblemente la de algún
gran banco, antes de aceptar la concesión de un crédito al gobierno.
Así, en 1555 los comerciantes solicitaron como garantía de un prés·
lamo de 200.000 libras cartas de pago de los Estados o el «aval»
de los Fugger. María de Hungría solicitó a Ortel, el comisionado de
aquella casa, que diera su aprobación, y prometió darle a cambio
una contragarantía del ingreso procedente de los impuestos [le pro-
duií des aides] 62.
Así, Carlos V, C astilla, A m beres, los Fugger, estaban todos
implicados en una gigan tesca operación de crédito sobre crédito,
un castillo de naipes con el cebo de unas ganancias basadas tan
sólo en la esperanza y el o p tim ism o .
De la década de 1530 en adelante, el creciente comercio trans­
atlántico dio a A m beres una nueva fase de expansión La com­

* «Acausa del desarrollo de la riqueza en general, los Estados disfru­


tan hoy de un crédito casi ilimitado. Una nación, es decir, una nación
productiva, obtiene dinero fácilmente [...]
•Oferta pública, facilidad, rapidez, son las características de los prés­
tamos obtenidos por los Estados modernos. En el siglo xvi era diferente.
Acausa de la escasez de capital y de su dispersión, la alta finanza tan sólo
ofrecía sus servicios a un precio oneroso para el receptor del préstamo;
tafalta de conocimiento sobre los recursos del país la hacían desconfiar
del soberano. No hacía distinción entre el jefe del Estado y la persona
del príncipe, o, si se quiere, entre el rey y una persona privada.» H. Lon-
chay, «Elude sur les emprunts des souverains beiges au xvi** et au xvir
siécles», Academie Royale de Belgique, Bulletins de la Classe des Lettres
et des Sciences Morales et Politiques el de la Classe des Beaux-Arts, 1907,
páginas 926, 928.
• Ibid., p. 941.
42Ibid., p. 943.
ü «La nueva expansión comercial fue muy ventajosa para los Países
Bajos. Esto no fue coincidencia. Los contactos entre España y los Paí­
ses Bajos habían dado origen a una sólida unión dinástica, respaldada
por el creciente consumo de lana española por la industria textil de los
Países Bajos. Los metales preciosos del Nuevo Mundo comenzaron a
desempeñar un papel dominante en la política mundial de los Habsburgo
a partir de los años treinta. Puesto que su financiación se basaba en
buena medida en el mercado monetario de Amberes, esto supuso un estí­
mulo adicional. En 1539 la economía de los Pauses Bajos estaba tan fuer-
250 Im m a n u e l Wallerstein

b in a ció n de los dos focos de exp an sión com ercial —el comercio
tra n sco n tin en ta l en el que eran tan cen trales los mercaderes
del su r de Alem ania, y el co m ercio a tlá n tico de los españoles
(cum gen oveses), unidos en el m erca d o de Amberes, que era
tam b ién un m ercado m onetario— creó la atm ósfera de un afe.
b ril boom ca p ita lista » *64. E ste boom ten ía su propia dinámica,
q ue desbordó el marco p o lítico a d m in istra tiv o del putativo im-
perio-m undo de los H absburgo. P resio n a d o s por las increíbles
ten sio n es financieras causadas por la c r isis social que arrasaba
las Alem anias y por los g a sto s m ilita res resultantes del deseo
de englobar el resto de E uropa, tenían que ir a la bancarrota
el im perio o las fuerzas ca p ita lista s. R esu ltaron ser más fuertes
esta s últim as. Repasem os las d os ten sio n es bajo las que opera­
ba el imperio.
En térm inos políticos, el p eríod o 1450-1500 fue un tiempo de
«consolidación de los principados» en A lem ania, una tarea difícil
pero que en parte tuvo éxito. G eoffrey Barraclough escribe:
«Los príncipes [ ...] sacaron a A lem ania de su heredada anar­
quía í . . . ] » 65. La con solidación fue, no o b sta n te, excesivamente
parcial. Cuando la R eform a y Ja guerra de los campesinos en
1525 llegaron para perturbar la n ueva prosperidad, las divisio­
nes políticas hicieron im p o sib le evitar los disturbios, como otros
países pudieron hacer en a q u ello s t ie m p o s 66. El fracaso de la
«nación» alemana ha sido exp licad o de d iversas formas. Napo­
león dijo una vez que fue culpa de C arlos V, al no colocarse a

temente ligada a España a través de Amberes que Van der Molen escribió,
durante la crisis causada por la devaluación: "si no llegan pronto grandes
pedidos desde Italia o España, la mayor parte de los pañeros flamencos
irán a la quiebra".» Van der Wee, The growth of the Antwerp market aná
the European market, II, p. 178.
64 Ibid., p. 317.
45 Geoffrey Barraclough, The origins of the Germany, Oxford, Black-
well, 1962, p. 352.
44 Amberes padeció también grandes tensiones sociales durante la pri­
mera mitad del siglo xvi, es decir, durante la era de Carlos V, aunque
aquí las principales quejas parecen venir de los trabajadores urbanos,
que sufrían los problemas de un retraso de los salarios que no se supe­
raría hasta 1561. Véase Charles Verlinden, «Crises économiques et sociales
en Belgique á l'époque de Charles Quint», Charles Quint et son temps
(Colloques Internationaux du cnrs, París, 30 de septiembre-3 de octubre
de 1958), París, cnrs, 1959, esp. p. 183. No hubo sin embargo alzamientos
políticos en Amberes en esta época, lo que quizá es una demostración
de la hipótesis de Fanón de que los trabajadores urbanos acuden menos
que los campesinos a los levantamientos espontáneos. Véase Frantz Fanón.
The wretched of the earth, Nueva York, Grove, 1966, pp. 85-117.
El fracaso del im p erio 251

la cabeza del p rotestantism o a lem án 67. Engels argumentó exten­


samente que fue el m iedo de Lutero y la clase media a las
aspiraciones revolucionarias del cam pesinado68. Tawney ha se­
ñalado el contraste con Inglaterra, donde los campesinos (esto
es, los yeomen) encontraron aliados significativos en otras cia­
ses, y fueron con sid erados suficientem ente importantes «como
para ser objeto de solicitud por parte de los hombres de Estado
preocupados por los in tereses nacionales»69.
¿Qué causó la crisis social, con sus cualidades políticamente
autodestructivas, no dem asiado diferentes en cuanto a sus con­
secuencias del so m etim ien to directo que sufrieron grandes par­
tes de Italia? P robablem ente el m ism o factor: la falta de una
unidad política previa, es decir la ausencia de un aparato de
Estado incluso en em brión. «Alemania» a principios del si­
glo xvi es un excelen te ejem p lo de cuán profundamente disol­
vente puede ser el sen tim ien to «nacionalista» si precede a la
existencia de una en tidad adm inistrativa en lugar de crecer
dentro de ella. Carlos V no podía encabezar el protestantismo
alemán porque tenía en tre m anos un imperio. Los hombres de
Estado alemanes no podían tom ar en consideración las nece­
sidades de los yeomen d en tro del marco de los intereses nacio­
nales en una situ a ció n en la que no existía ningún Estado
que pudiera traducir cu alq uier com prom iso político al que se
pudiera llegar. Los h o m b res se dirigieron a las arenas políticas
en las que podían lograr su s fines. Estas eran los principados,
y dado que éstos eran d em asiad o pequeños para resultar econó­
micamente sign ificativos, buscaron benefactores exteriores. Los
resultados fueron el d esco n cierto y el desastre.
El momento crítico parecen haber sido los primeros años de
gobierno de Carlos V. De form a un tanto dramática pero no
menos persuasiva, A. J. P. Taylor argumenta:

Los primeros años de Carlos V fueron el momento de la frase de


Goethe según la cual la eternidad, una vez perdida, jamás nos es
devuelta. La oportunidad de crear una Alemania de clase media na­
cional se perdió en 1521; tal vez para siempre, desde luego, por*

a Citado por A. J. P. Taylor, The course of German history, Londres,


Hamilton, 1945, p. 163. Véase Hurstfield: «La Reforma protestante que po­
dría haber unido a Alemania contra el Papa, dividió a Alemania contra el
Emperador.» New Cambridge Modern History, in, p. 130.
u Friedrich Engels, The peasant war in Germany, en The German re­
volutions, Chicago (Illinois), Univ. of Chicago Press, 1967, passim.
* Tawney, The agrarian problem, p. 347.
252 Im m a n u e l Wallersttin

m uchos siglos. Hacia 1525 resultaba evidente que el período de


despertar nacional había pasado, y desde aquel momento empezó un
continuo avance del absolutismo y el autoritarism o que continuó sin
interrupción durante más de doscientos cincuenta años [...]*,

E n cualquier caso la agitación co n tin u ó en forma muy acu­


sada hasta el tratado de A ugsburgo de 1555 y su solución de
u na A lem ania dividida basada en el p rin cip io cuius regio eius
religio. Tam poco term inaría ni siq u iera en ton ces la agitación.
A p rincipios del siglo x v n , A lem ania se convertiría en el campo
de batalla de la guerra de los T rein ta A ños y sufriría una severa
regresión, tanto dem ográfica co m o económ icam ente.
La agitación social de las A lem an ias era, no obstante, sólo
u n o de los problem as de Carlos V, y q u izás no el mayor. Resul­
taba evidentem ente in su ficien te para exp licar el hundimiento
de su im perio. ¿Por qué en to n c es é s te se dividió? ¿Por qué se
vio reducido en últim a in stan cia esen cia lm en te a España más
la América española? ¿Y por q u é E sp a ñ a perdió su preeminen­
cia convirtiéndose en parte de la sem ip eriferia de Europa?
Pierre Chaunu considera el a sc en so de la im portancia económi­
ca de la América española, su ce n tra lid a d respecto a la vida
económ ica del im perio de los H a b sb u rg o , y de hecho de toda
Europa, no com o «la co n secu en cia sin o [c o m o ] la causa de la
partición de los E stados de C arlos V » *71. J. H. Elliott y Ramón
Carande argumentan, de form a sim ila r, que el imperialismo
europeo de Carlos V llegó a se r in d eb id a m en te costoso para

* Taylor, The course of German history, p. 162.


71 Pierre Chaunu, «Séville et la "Belgique”, 1555-1648», Revue du Nori,
xui, 1960, p. 269. Añade: €¿Hemos prestado suficiente atención al hecho
de que esta supuesta división es en realidad una multiplicación? ¿Hemos
advertido en qué medida los Estados de Felipe II después de 1560 eran,
pese a las impresiones dadas por los historiadores demasiado atentos tan
sólo a Europa, inconmensurablemente más vastos que el imperio de Car­
los V antes de 1540, es decir, antes de los cambios fundamentales causa­
dos por América?
•Una vez que se acepta esta perspectiva, la partición de 1555-1559 se
sitúa en su verdadera perspectiva. Carlos V no consideraba a su hijo in­
capaz de continuar en Europa las tareas que él había comenzado. Parecía
imposible mantener unidos Estados incluso más vastos, incluso más nu­
merosos, que se extendían más allá de los mares, dentro de un mundo
que, medido en términos de sufrimiento, fatiga y tiempo humanos, estaba
mucho más próximo a un cosmos que a nuestro muy pequeño planeta del
siglo xx [...] Es el impulso de América al final de la conquista lo que
rompe el imperio de Carlos V o, más precisamente, lo que lo reconstruye
en torno a su eje de alimentación, el tráfico entre Sevilla y el Caribe»
(páginas 270-271).
El fracaso del im p e rio 253

España, especialm ente para C astilla n. De hecho, Braudel argu­


menta que incluso el im perio en su forma reducida (España y
los Países Bajos, sin Europa central), acabaría resultando «exce­
sivamente vasto» en térm in os de su capacidad para mantener
su cabeza financiera fuera del agua, dada la enorme inflación
de precios75. El argu m en to parece ser que las prolongaciones
políticas son en los m om en tos de inflación una carga financiera
superior a su valor co m o fuentes de ingresos, especialmente,
tal vez en esta etapa in icial del cap italism o74. España era un

n «El imperialismo de Carlos V, a diferencia del de su hijo, era ante


todo un imperialismo basado en Europa. Entre los territorios europeos
de Carlos estaban los Países Bajos e Italia, que soportaron el peso del
gasto imperial durante la primera mitad de su reinado. Pero según fueron
siéndose exprimidos hasta quedar secos, Carlos se vio obligado a buscar
en otra parte nuevas fuentes de ingresos [...] [Después de 1540] las con­
tribuciones financieras de España —lo que significaba esencialmente Cas­
tilla—asumieron una importancia continuamente creciente en relación con
las de los Países Bajos [...]
•El fracaso del Emperador en extraer mayores contribuciones finan­
cieras de la Corona de Aragón le hizo depender crecientemente, de forma
inevitable, de los recursos fiscales de Castilla, donde las Cortes eran mu­
cho menos poderosas, y donde existían numerosas e importantes fuentes
de ingresos fuera del control de las Cortes.» Elliott, Imperial Spain, pá­
ginas 197, 199.
«Carlos V, ante el tormento de la penuria, perpetua como el infierno,
sabía que la economía era la sierva de sus designios, pero no tuvo a su
alcance una política congruente con la hegemonía española que él lleva
a su cénit; una política nacional, ni él ni los castellanos llegaron a vis­
lumbrarla siquiera; sus poderes no eran tan recios como altivos sus idea­
les, y, caso de haber concebido una política adecuada, que en la órbita
imperial llegó a ofrecerle Gattinara, es problemático que, dadas las cir­
cunstancias imperantes, la hubiese podido desarrollar. Causas múltiples
de acción insobornable dejaron a Castilla empobrecida mientras llegaban,
ypasaban fugitivos, los tesoros más cuantiosos de la economía moderna.»
Ramón Carande, Carlos V y sus banqueros: la vida económica en Casti­
lla (1516-1556), 2.“ ed. corregida y aumentada, Madrid, Sociedad de Estu­
dios y Publicaciones, 1965, I, p. 140.
n «[Podemos plantearnos] la importante pregunta de si este torbellino
de los precios sacudió a los Estados del Mediterráneo o a sus aledaños
1 más o menos que a los otros. La afirmativa nos parece probable en lo
que se refiere a España; particularmente si pensamos en los enormes
gastos que la guerra impone al vasto imperio.» Braudel, La Méditerranée,
I, página 486.
14«Dentro del imperio se puede ver otro movimiento [...] el aislamien­
to respecto a Europa de Castilla, cuya prosperidad se vería finalmente
arruinada por la "traición" de los otros miembros del imperio y por la
multiplicidad de cargas que, a causa de este aislamiento, iban a caer even­
tualmente sobre ella.
•Se puede advertir un fenómeno análogo en América, donde los diná­
micos sectores mineros de México y el alto Perú se hundieron finalmente
bajo las exigencias rápidamente crecientes de una periferia cada vez más
254 Im m a n u e l Wallerstein

im p erio , cuando lo que hacía falta en el sig lo xvi era un Estado


d e tam añ o m edio. Su burocracia resu lta b a inadecuada, porque
la E sp añ a im perial requería una b u rocracia mayor de la que
p o d ía co n stru ir dados sus recu rsos, h u m an os y financieros. Esta
e s la cau sa fundam ental de lo que los h istoriad ores han llamado
la s «lentitud es» de la burocracia e s p a ñ o la *75.
Una vez m ás, la ventaja estru ctu ra l de una economía-mundo
so b re un im perio-m undo, com o siste m a s, se impone ante nos­
o tro s. Por ejem plo, H. G. K oen igsb erger d escrib e la incapacidad
esp a ñ o la para explotar su co lo n ia sicilia n a atribuyéndola a la |
falta de una teoría p o lític a 76. E sto m e parece poner el carro
d elan te del caballo. España carecía de una teoría que fomentara
el estab lecim ien to de un m o n o p o lio co m ercia l en Sicilia porque,
burocráticam ente, estaba ya ex cesiv a m en te dispersa como para
explotar adecuadam ente su im p erio. D edicaba principalmente
su energía a m antener un im p erio en las Am éricas, así como a
guerrear en los Países B ajos y gob ern ar E spaña. Para mantener
su im perio en América tenía que in v ertir en una creciente buró-

deficiente financieramente. Es como si los bordes, dispuestos a separarse


del cuerpo principal, se hicieran extremadamente pesados, como si el
costo de la cohesión del imperio, al pasar la economía de la expansión a
la contracción a largo término, creciera desproporcionadamente para la
unidad de cohesión y de dominación, Castilla en un caso, las regiones
mineras de México o del alto Perú en el otro. Esto es cierto hasta tal
punto que cuando, en el siglo xvm, la periferia flamenca e italiana se
separa de Castilla, ello provoca un renacimiento económico en esta últi· ;
ma, al descargarla del peso de la cohesión imperial en la que había ter­
minado por agotarse sin beneficio para nadie [...]
»Para Castilla, sus prolongaciones mediterráneas, elementos dinámicos
en la primera mitad del siglo xvi, se convirtieron gradualmente, a comien- ,
zos del siglo xvn, en elementos pasivos por los que era preciso pagar, j
mantenidos por medio de soldados y dinero, siempre dispuestos a rebe­
larse (como Aragón en 1640) cuando se les pedía un esfuerzo adicional
para la defensa común.» Chaunu, Séville, via (1), pp. 248-249.
7SVéase Braudel, La Méditerranée, l, p. 343.
7‘ «Puesto que Sicilia era un antiguo reino establecido, que disfrutaba
de relaciones comerciales tradicionales con sus vecinos, a los hombres de
Estado españoles nunca se les ocurrió tratarla como a las colonias ame­
ricanas. La ausencia de una teoría española desarrollada del imperio en
Europa salvó a Sicilia del monopolio comercial que España impuso a los
colonizadores en el Nuevo Mundo. A falta de una genuina coordinación
de los recursos económicos, tal monopolio comercial habría sido la única
forma en la que se podría haber manifestado un imperialismo económico !
español. Sicilia era incapaz de emanciparse de la tutela financiera de los f
banqueros genoveses y de su dependencia comercial e industrial de los
industriales florentinos y venecianos; pero sus ciudadanos podían, al me­
nos, vender la mayor parte de su trigo y su seda a quienes les podían su­
ministrar bienes acabados.» H. G. Koenigsberger, The government of Si­
cily under Philip II of Spain, Londres, Staples Press, 1951, p. 143.
El fracaso del im p e r io 255

erada que m antuviera bajo control a los colonos españoles y a


sus aliados entre la nobleza india 71.
¿Podría haber fu n cion ad o el im perio español? Tal vez, si
hubiera estado estru ctu ra d o de diferente manera. Como dice
Koenigsberger: «su d ebilidad fundam ental era [...] la estrechez
de su base im positiva. C astilla y la plata financiaban y defen­
dían el imperio; los o tro s dom inios eran en mayor o menor
medida espectadores» 78. Ferrán Soldevila documenta cómo los
castellanos excluyeron del com ercio hispano-americano incluso
a un grupo tan «cercano» com o los ca ta la n es 19. Pero si hubiera
estado estructurado de form a diferente, no habría sido un
imperio, que es p recisa m en te a donde queremos llegar. Si los
catalanes hubieran sid o incorporados a un Estado único, junto
con los castellanos, cosa que no ocurrió, y si las ambiciones
imperiales de Carlos V no hubieran desangrado a Castilla ni la
hubieran llevado a in ev ita b les con flictos de intereses con partes
de su imperio, c o n flic to s que eran autodestructivos M, entonces *
n «A partir de la década de 1570 resultó evidente que las operaciones
de la empresa privada y de la administración colonial tendrían que ser
modificadas para refrenar la brutalidad incontrolada de los españoles y
de sus aliados, los caciques de la nobleza amerindia a través de los cua­
les operaban para obtener tributos y mano de obra. Para la conservación,
organización y manipulación eficientes de las comunidades indígenas era
necesario urbanizarlas, cristianizarlas e incorporarlas a la economía de Eu­
ropa occidental.» Stanley J. y Barbara H. Stcin, The colonial heritage of
Latin America, Londres y Nueva York, Oxford Univ. Press, 1970, p. 71.
n H. G. Koenigsberger, «The European civil war», en The Hapsburgs
and Europe, 1516-1670, Ithaca (Nueva York), Cornell Univ. Press, 1971, pá­
gina 257.
* Véase Ferrán Soldevila, «Barcelona demana a l'emperador Caries V
Tautorització per a comerciar directament amb America (1522)», en Studi
in onore di Aminlore Fanfani, v, Evi moderno e contemporáneo, Milán,
Dott. A. Giuffré, 1962, pp. 638-641.
KPor ejemplo, véase Malowist: «Cada perturbación del suministro de
grano y madera de la costa del Báltico, es decir, especialmente de Polo­
nia, ocasionaba un alza del costo de la vida en Holanda y las otras pro­
vincias de los Países Bajos, y paralizaba el comercio exterior de Holanda
al impedir el intercambio de bienes con los países de la península Ibérica,
con Bretaña y con Inglaterra. Así, los mercaderes de Amsterdam y de las
dudades vecinas intentaban mantener buenas relaciones con Gdansk y
Polonia, y se opusieron enérgicamente a la política de Carlos V de hosti­
lidad hacia Dinamarca durante la primera mitad del siglo xvi, política que
causaba el cierre del Sund y consiguientemente hacía imposible el acceso
al Báltico.» Economic History Review, χιι, p. 185.
De forma similar, los comerciantes de Amberes se vieron afectados
por los intentos de Carlos V de mantener un cociente oro/plata fijo, que
produjeron en varias ocasiones salidas de oro de los Países Bajos a Fran­
cia. Véase Florence Edler, «The effects of the financial measures of Char­
les Von the commerce of Antwerp, 1539-1542», Revue Beige de Philologie
t\ d'Histoire, xvi, 34, julio-diciembre de 1937, pp. 665-673.
256 Im m a n u e l Wallerstein

E sp a ñ a podría haber tenido realm en te alguna oportunidad de


c o n v er tirse en un E stado del cen tro de la economía-mundo eu­
rop ea. En lugar de ello, el exceso de ex ten sió n se limitó a agotar
a C arlos V y a sus sucesores.
En 1556 el im perio se dividió. C arlos V abdicó. Felipe II de
E sp a ñ a , h ijo de Carlos V, recib ió los P aíses Bajos, pero las
tierra s de Europa central se con virtieron en territorios separa­
d os. En 1557, Felipe se declaró en bancarrota. En el conjunto
E spaña-P aíses Bajos, el centro de gravedad político se desplazó
de nuevo a España cuando Felipe fu e a vivir allí en 1559. A raíz
de ello sobrevino la revolución de los P aíses B a jo s 81, que termi­
n ó, unos ochenta años después, tras m u ch o s trabajos, idas y
ven id as, en la división del área en tre las Provincias Unidas, al
n orte, independientes y calvin istas (m á s o m enos los Países
B ajo s actuales) y los llam ados P aíses B a jo s españoles, al sur,
cató lico s (m ás o m enos la B élgica con tem poránea). Pero esta
crisis no fue solam ente una crisis esp a ñ o la , o una crisis imperial
de los Habsburgo. Fue un punto cru cial en la evolución de la
econom ía-m undo europea. Porq¡ue un elem en to crucial en esta
revolución fue la paz de C ateau-C am brésis, firm ada por España
y Francia en 1559. Para com p ren d er la im portan cia de este tra­
tado deberem os fijarnos prim ero en la o tra aspirante al dominio
im perial, Francia.
Ningún país ilustra m ejor q ue F ran cia lo s dilemas de los
E stados europeos occid en tales en el «prim er» siglo xvi. Por
una parte probablem ente no hubiera o tro E stad o europeo que
em ergiera de finales de la Edad M edia con una monarquía
com parativam ente m ás fu erte ω. H em o s rep a sa d o ya en un capí-1

11 Para una exposición de su contenido social, y un análisis de sus cau­


sas, véase J. W. Smit, «The Netherlands revolution», en Robert Forster y
Jack P. Greene, comps., Preconditions of revolution in early modern Euro­
pe, Baltimore (Maryland), Johns Hopkins Press, 1970, pp. 19-54. El artículo
contiene una buena y breve bibliografía.
M«Es en Francia donde las bases para la monarquía absoluta estaban
mejor echadas [...] En efecto, desde el fracaso de los Estados Generales
de 1484 ninguna reivindicación de libertad, pública o privada, podía ha­
cerse contra [la autoridad del] rey.» Mousnier, Les XVI' et XVII*siécles,
página 100.
Véase Eli F. Hecksher: «Geográficamente [Francia], era ya en la pri­
mera mitad del siglo xvi un reino unificado y compacto, casi totalmente
libre de enclaves y Estados soberanos superpuestos. Su monarca tenía,
quizá, mayor poder sobre su país que ningún otro en Europa, y, final­
mente, sus hombres de Estado habían seguido desde épocas tempranas
una política económica consciente, en la que los peajes tenían un propó­
sito definido que cumplir [...] La persistencia de formas feudales de or­
ganización sólo se manifestaba realmente en los portazgos en ríos y ca­
rreteras, péages [pedagia], pero, por añadidura, sobrevivían los portazgos
El fracaso del im p e rio 257

tulo previo las exp licaciones de Bloch sobre las diferencias


entre Francia, Inglaterra y Europa oriental en términos de los
tipos de tenencia de la tierra tal y com o emergieron en el siglo
xvi, basados en las d iferentes dinám icas de sus estructuras jurí­
dicas en la Baja Edad Media. Mientras que el sistema inglés
permitía, como vim os, una redefinición legal de la tenencia para
satisfacer las nuevas necesid ades de los terratenientes entre
los siglos xiv y xv i, esta s definiciones estaban más congeladas
en Francia. Por lo tanto la nobleza tenía que ser políticamente
más activa para con servar sus ventajas. Así, mientras que
Bloch señala adecuadam ente la «decadencia de la justicia seño­
rial»11 en Francia en el siglo xvi, también es cierto que, como
señala Rushton C oulbourn, que la fortaleza política de la noble­
za condujo a una estru ctu ra económ ica menos capacitada para
maniobrar en la nueva econom ía-m undo M.
Las consecuencias de que no se produjera en Francia, como
en Inglaterra, una relativa fusión de la nobleza con la nueva
gentry comerciante, fueron m últiples. De momento, concentré­
monos en sus im p lica cio n es para la política de Estado en el
sistema mundial. E dw ard MUler señala que la fuerza política
de los intereses co m ercia les era mayor en Inglaterra que en
Francia. Como co n secu en cia , la política comercial francesa era
mucho más abierta en la B aja Edad M edia**15. El resultado final

de las ciudades; aquí, al igual que en otros países, como reliquias de la


economía más o menos autónoma de la ciudad.» Mercantilism, i, ed. rev.,
Londres, Allen & Unwin, 1955, pp. 78-79.
υ Bloch. Caractéres originaux, i, p. 107.
M«En el siglo xv, la nobleza [francesa] había mostrado la misma ten­
dencia a fusionarse con los roturiers [plebeyos] que sus rivales en Ingla­
terra, pero en el siglo xvi el gobierno buscó deliberadamente detener
esto, y lo logró por medio de las leyes que prohibían a los nobles el co­
mercio y ciertas otras actividades lucrativas. El problema era que en
Francia, como en la mayor parte de los países continentales, la nobleza
había conseguido inmunidad fiscal, y, si entraban en el comercio, conser­
vaban consigo su inmunidad personal, y el Estado perdía parte de sus
considerables nuevos ingresos [...] [La] Corona en Francia temía dema­
siado a la nobleza para atreverse a privarla de su inmunidad.» Rushton
Coulbourn, «A comparative study of feudalism», tercera parte de Rushton
Coulbourn, comp., Feudalism in history, p. 316.
u «La principal intención [de Luis XI] era convertir nuevamente a
Francia en lugar de encuentro de las rutas comerciales, a la luz de su
convicción de que "las ferias y mercados enriquecen el país", y de que
la riqueza aumentaría al "multiplicar" el tráfico y las mercancías dentro
del reino [...]. En Francia, entonces, el apoyo del gobierno sólo tomó
partido por los intereses comerciales nativos en una medida limitada,
y no logró el establecimiento de estos intereses en una forma perma­
nente organizada.» Miller, Cambridge Economic History of Europe, ni,
páginas 334-335.

ι
<
258 Im m a n u e l Wallerstein

fu e que, a pesar de tener una burocracia m ás poderosa, a prin­


cip io s del siglo x v i Francia había a d q u irid o m enos «poderes de
d irecció n e c o n ó m ic a » 86 que Inglaterra. Las presiones del fisca-
lism o , en tal situación, em pujaron al m onarca francés a ambi­
c io n e s im periales, a fortiori dado que lo s Habsburgo también
las tenían. Podía haber in ten tad o una expansión ultramarina,
co m o h izo España, pero le faltaba el resp a ld o del capital inter­
n acion al, esto es, del capital del n orte de Italia, para hacerlo1*.

u Ibid., p. 338. Joseph Strayer sostiene, de forma similar, que la


fórmula francesa de mayor centralización de la administración enmas­
caraba una uniformidad de la ley mucho menor, y, por consiguiente,
una posibilidad mucho menor de desarrollar una política económica
nacional: «Para Francia, como para Inglaterra, las dos áreas esenciales
de desarrollo eran la justicia y las finanzas. Pero los reyes franceses te­
nían que avanzar lentamente, y sus primeras instituciones eran mucho
más simples y menos formalizadas que las de Inglaterra [...].
»[La] serie de anexiones [realizadas por Francia en ios siglos xn y
xiii] planteó serios problemas al gobierno francés. Las instituciones
relativamente simples, que habían sido adecuadas para gobernar un
pequeño dominio real, claramente tendrían que ser ampliadas y refinadas
para tratar con la superficie y la población grandemente incrementadas
que ahora estaban sujetas al rey. Las nuevas provincias tenían sus
propias instituciones y costumbres, que eran a menudo más complejas
y especializadas que las del gobierno real [...].
»La solución básica de estos problemas fue descubierta por Felipe
Augusto (1180-1223), el rey que fue el verdadero fundador del Estado
francés. Permitió a cada provincia conservar sus propias costumbres
e instituciones, pero envió hombres desde París para ocupar todos los
cargos provinciales importantes. Así, los tribunales normandos seguían
imponiendo la ley normanda, pero los jueces no eran normandos sino
agentes reales, en buena parte procedentes del antiguo dominio real.
El orgullo provincial quedaba aplacado, mientras que el rey conseguía
un'control efectivo de sus nuevas posesiones [...].
»(Por contraste, el Estado inglés, con su insistencia en la uniformidad
de instituciones y leyes, tuvo grandes problemas para asimilar regiones
que tenían tradiciones políticas distintas, como los principados de Gales
y los pequeños reinos de Irlanda.) Pero el Estado francés emergente
tendría que pagar un alto precio por su flexibilidad. Los dirigentes lo­
cales se preocupaban ante lodo de la conservación de ¡as costumbres
y privilegios locales; desconfiaban del gobierno central tanto como el
gobierno central desconfiaba de ellos. No se les podía emplear en gran
medida en el trabajo de la administración local. De hecho, la regla
básica de la administración francesa era que nadie podía ocupar un cargo
en su provincia natal.» On the medieval origins of the modern Stole,
página 49-51.
17 «En los siglos xv y xvi Francia fracasó dos veces en los siete mares
del mundo [...]. Fracasó en el siglo xv cuando los grandes descubrimien­
tos se llevaron a cabo sin marinos franceses o casi sin ellos. Fracasó
de nuevo en el siglo xvi [...] ai rendirse en la lucha por las rutas, las
islas, las costas y las ganancias del Atlántico, de Africa y América (...),
»La consideración dominante, ya antes incluso de la guerra de los
Cien Años, había sido, desde que las galeras de Génova unieron con

\
El fracaso del im p erio 259

La alternativa era una expansión imperial en el seno de la pro­


pia Europa, dirigida precisam ente contra el norte de Italia.
Francia tenía una red internacional competitiva de finanzas
y comercio, con centro en Lyon. En la Alta Edad Media, las
ferias de Champaña fueron durante un tiempo el gran punto
de confluencia de los m ercaderes del norte de Italia y de Flan-
des. Servían tam bién com o centro financiero internacional. Des­
pues, a finales del siglo x m y principios del xiv comenzó su
decadencia w. En el siglo xv los monarcas franceses fomentaron
con toda solicitud el crecim iento de Lyon89, y favorecieron sus
relaciones con Florencia 90, donde estaban los grandes banqueros

éxito el Mediterráneo y el mar del Norte, la exclusión de los grandes


circuitos del comercio de las rutas transcontinentales y de la economía
francesa. Las ferias de Champaña sólo duraron un tiempo. Ahora bien,
sin tomar en consideración esta colaboración de la economía general,
quiero decir, sin el apoyo de Venecia o Génova en el siglo xv, sin la
complicidad del capital internacional italiano o nórdico, ¿cómo se puede
explicar Lisboa o la toma de Ceuta, o esas raíces que los genoveses
estaban estableciendo en Andalucía, o, mucho más tarde, el viaje de
Magallanes? Detrás de la buena fortuna ibérica estaba este empuje de ios
siglos xiv y xv, esta complicidad del capitalismo internacional y de sus
fuerzas motrices con Sevilla, Lisboa, más tarde Amberes, ciudades con
destinos ligados, cuyos vínculos dejan a Francia al margen. Como cul­
minación de lodo esto [...] el drama de la guerra de los Cien Años lo
empeoró lodo. Lo empeoró, pero no creó una crisis que ya había sido
iniciada por la revolución de las rutas comerciales.» Fernand Braudel,
«la double faillite "coloniale" de la France aux xve et xvic siécles»,
Amales ESC, iv, 4, octubre-diciembre de 1949, p. 454. Quizá no intervino
sólo la falta de respaldo exterior. Braudel concluye: «La vocación co­
lonial pone en cuestión toda la vida, toda la estructura de un país,
hasta sus mismas entrañas. La Francia del siglo xvi [...] no está todavía
tan profundamente abierta» (p. 456).
“ Robcrt-Hcnri Bauthicr da la siguiente explicación: «En nuestra opi­
nión, las causas de la decadencia y el declinar de las ferias de Champaña
están ligadas a la transformación general de la economía occidental a
finales del siglo xm y comienzos del xiv. Se producen cambios impor­
tantes en dos áreas esenciales: 1, la industrialización italiana, y 2, la
revolución de los metales preciosos [...].
•Desde el momento en que el principal propósito de las ferias de Cham­
paña era proporcionar metálico para las compras italianas de pañerías
francesas y flamencas, su decadencia se hizo inevitable, pues la pañería
de todo el norte de Francia entró en idéntica crisis [...].
•La economía internacional se apoyaba tradicionalmente sobre la plata;
a finales del siglo xm el oro comenzó a representar un papel, y las
repentinas variaciones de la proporción entre los dos metales desorga­
nizaron por completo el equilibrio de las compañías cuya actividad
dependía de las ventas de moneda y del cambio extranjero.» «The fairs
of Champagne», en Cameron, comp., Essays in French economic history,
páginas.· 62-63.
11Véase Ehrenberg, Capital and finance, pp. 281-306.
* Véase ibid., pp. 202-220.
260 Im m a n u e l Wallerslein

d e la é p o c a 91. A cum ulando en o rm es can tid ad es de capital al


p rin cip io del siglo xvi, tanto Lyon co m o Amberes «redujeron
el p o d er de los financieros in d iv id u a les d entro de unos límites
to lera b les [y a sí] se hizo p o sib le reu n ir grandes masas de capi­
tal con tasas de interés m o d e r a d a s ...» 92. Lyon no fue un centro
in tern a cio n a l com o A m beres p orq u e lo s reyes franceses inten­
taron sim u ltán eam en te con vertirlo en «su arsenal financiero* *”
T am p oco llegó Lyon jam ás a igu alar a A m beres como centro
com ercial. En pocas palabras, ocu p ab a un segundo lugar.
N o ob stan te, Francia lo in ten tó . Los im perios de los Habs-
burgo y los Valois fracasaron a m b o s, y se hundieron juntos. No
só lo España, sino tam bién F rancia se declaró en bancarrota
en 1557. Los H absburgo, no o b sta n te, fueron los primeros, para
subrayar su prim acía in clu so en la derrota. Los dos fracasos
finan cieros llevaron m uy ráp id am en te al cese de las luchas
m ilitares y al tratado de C ateau-C am brésis de 1559, que había
de cam biar durante cien años lo s térm in o s de referencia polí­
tica en Europa. E stas b ancarrotas fu eron por tanto algo más
que un reajuste financiero. T od o un m u n d o se había venido
abajo.
Lo que se vino abajo no fu e m era m en te una particular
estructura de E stado. Fue m ás que la trágica abdicación de
Carlos V, en m edio de las lágrim as d e su s caballeros. Lo que
se vino abajo fue el sistem a m un dial. D urante cien años Europa
había estado disfrutando de p ro sp erid a d . Los hombres habían
intentado b eneficiarse de ella a la an tigu a. Pero los adelantos
tecnológicos y la irrupción de e le m e n to s cap italistas había pro­
gresado ya dem asiado para que fu era p o sib le recrear imperios
políticos en correspon d en cia co n las aren as económ icas. El año
1557 señala, si se quiere, la d errota de tal in ten to, y el estable­
cim iento de un eq u ilib rio de p o d er en E u rop a que permitiría
a los E stados que pretendían se r n a cio n es (llam ém oslos nació-
nes-Estado) llegar a sus p rop ios térm in o s y progresar en la aún
floreciente econom ía-m undo.
Las crisis son p un tos de in flex ió n sim b ó lico s. Como nume­
rosos historiadores han señ alad o, m u ch a s de las características
organizativas del «prim er» sig lo x v i n o d esap arecen hasta mu­
cho después: 1576, cuando la a u to rid a d esp a ñ o la se derrumba
en los Países B ajos, o 1588, con la d erro ta de la Armada Inven­
cible, o 1598, con la Paz de V erv in s (y el E d icto de Nantes).

" Véase ibid., p. 193.


w Ibid., p. 333.
* Ibid., p. 307.
El fracaso del im p erio 261

No vale la pena d iscu tir cuál es la fecha más adecuada, ya que


un cambio de acento organizativo es siempre gradual, dado que
los factores estructurales subyacentes se mueven como los
glaciares.
Pero hubo desplazam iento, y vale la pena describir las impli­
caciones que tuvo para la econom ía-mundo europea. Empece­
mos con la descripción de R. H. Tawney del acento organizativo
del «primer» siglo xvi:

En su organización económica la maquinaria del comercio interna­


cional había llegado a un grado de eficiencia que en nada era nota­
blemente inferior ai de tres siglos más tarde. Antes de que los más
organizados entre los sistemas económicos de la época se vieran
arruinados por la lucha entre España y los Países Bajos y por las
guerras de religión en Francia, había tai vez de diez a doce casas
comerciales cuyos mercados monetarios eran los generadores finan­
cieros del comercio europeo, y cuyas opiniones y política eran deci­
sivas en la determinación de las condiciones financieras. En las
ciudades de Flandes, Francia e Italia, donde se llegó a su cénit, y
de las cuales Inglaterra era una alumna, la esencia de la organi­
zación financiera del siglo xvi era el internacionalismo, la libertad
de todo capitalista para emprender cualquier transacción a su
alcance, una unidad de la que era un síntoma el movimiento acor­
de de todos los principales mercados y un efecto la movilización de
inmensos recursos en los puntos estratégicos de las finanzas inter­
nacionales. Su centro y símbolo era la bolsa de Amberes, con su
significativo lema, «Ad usum mercatorum cujusque gentis ac lin-
g«úe», donde, como dijo Guicciardini, podía oírse cualquier lenguaje
de la tierra; o las ferias de Lyon, que formaban, según palabras de
un veneciano, «la base de las transacciones pecuniarias de la tota­
lidad de Italia y de una buena parte de fcspaña y los Países Bajos»

Tawney dice que e s te sistem a se vino abajo a causa de


guerras ruinosas. E sto es cierto, pero la secuencia causal es
excesivamente inm ediata. S u gerim os en el último capítulo que
la causa eficiente fue la inviabilidad de un sistema imperial
dados los em pujes ec o n ó m ic o s de la Europa del siglo xvi y
sus limitaciones estru ctu ra les, esto es, el nivel relativamente
bajo de productividad y la insu ficien cia del marco burocrático
frente a una econ om ía en expansión basada en empresas de
tamaño medio d isp ersas.
Un estrangulam iento cru cial fueron las crecientes exigencias
financieras de los ap a ra to s de Estado imperiales y la consi­
guiente inflación del créd ito público que condujo a las quie­
bras imperiales de m ed ia d o s de siglo. Carlos V había recorrido

" R. H. Tawney, «Introduction» a Thomas Wilson, A discourse upon


usury, Londres, Bell & Sons, 1925, p. 62.
262 Im m a n u e l Wallerstein

lo s E sta d o s y sus com ercian tes co m o fu en tes de financiación:


N á p o les, Sicilia, Milán, A m beres, C a stilla 9S. La exposición clásica
de e ste argum ento fue hecha por H enri H auser, quien argumen­
taba que la crisis financiera eu rop ea de 1559 «probablemente
d ificu ltó la evolución del ca p ita lism o com ercial e impulsó la
tran sform ación de la geografía e c o n ó m ic a » 96. Hauser sostiene
q ue la guerra entre Francia y E spañ a que com enzó en 1557 tan
só lo so m etió a una tensión excesiva los créditos del Estado,
llev ó a incum plim ientos de pago y forzó a am bos Estados a la
apresurada paz de C ateau-C am brésis en 1559.
Las consecuencias para el ex ten so im p erio de los Habsburgo
fueron grandes y condujeron d irecta m en te al comienzo de la
decadencia de E sp a ñ a 97. La crisis llevaría a una ruptura defini­
tiva entre Amberes e Inglaterra, d ejan d o a ésta libre para des­
arrollar su nueva y triunfal alianza económ ica con Amster­
dam 98. En la propia A m beres, la p rosp erid ad basada en el eje
con España llegó a su térm ino. «La bancarrota en 1557 de Fe­
lipe II trajo la ruptura que d ecid ió fin alm en te el destino de
Amberes»
Por todo Flandes la crisis llevaría a un reforzamiento de las
tendencias calvinistas, esp ecia lm en te en tre los trabajadores es­
pecializados. En 1567 los esp a ñ o les m and aron al duque de Alba*16

n Braudel, Charles Quint et son temps, p. 199.


16 Henri Hauser, «The European financial crisis of 1559», Journal ol
European Business History, ii, 2, febrero de 1930, p. 241. Para la des­
cripción de la inflación de crédito, véanse pp. 242-250.
91 «Pero sería incapacitarse para comprender el estado de crisis la
tente desde principios del reinado de Felipe II, desconocer la desacele­
ración del ritmo inflacionista a partir del quinquenio 1560-1565. No es
casual que la primera bancarrota del Estado se produjera ya en 1557, ni
que el primer gran viraje de la política felipista se sitúe en 1568.» Nadal,
Hispania, xix, p. 513. Nadal señala que, en contra de la afirmación de
Hamilton de que el alza de los precios españoles culminó a fines del
siglo, los datos muestran un mayor incremento entre 1501 y 1550 (107
por 100), que entre 1551 y 1600 (98 por 100). Véase ibid., pp. 511-512.
w «La crisis de 1557 ya había afectado de forma desastrosa la posición
de Amberes en el campo de las finanzas públicas. Este declinar continuó
en años posteriores. Bajo el impulso de Gresham la Corona inglesa
escapó completamente de la tutela de Amberes en la década de los se­
senta (...J.
»Cuando en 1569 el embargo anglo-neerlandés condujo a una compleja
ruptura, Inglaterra se sentía suficientemente fuerte para liberarse de la
influencia comercial y financiera de Amberes. Su legado comercial lo
recibió Hamburgo, y Londres el financiero. Ambas plazas se aseguraban
un brillante futuro. Así Amberes perdió definitivamente la última base
de su primera expansión.» Van der Wee, The growth of the Antwerp
market and the European economy, II, pp. 22, 238.
" Ibid., p. 207.
El fracaso del im p e rio 263

para reprimir la nueva agitación sociopolftica, pero esto sim ple­


mente tuvo com o resu ltad o a largo plazo un éxodo de los
comerciantes y de los artesanos calvinistas a países protestan­
tes100. Y hacia 1585 sob rev in o el hundimiento de la industria y
el comercio de F landes, que «quedaron estancados durante
años»101. La revuelta de los Países Bajos que combinaba la agi­
tación política y social con sigu ien te a este desastre, creó una
base política viable en la m itad norte de los Países Bajos para
su papel como centro del com ercio mundial a partir de finales
del siglo x v i,02.
La Alemania del su r tam bién se vio duramente golpeada.
Luzzatto señala que «el g o lp e m ás severo para ellos procedió en
primer lugar de la in so lv en cia y después de la bancarrota de la
Corona española, que se llevó por delante totalmente no sólo
las fortunas personales de los Fugger, sino también las de la
mayor parte de los gran d es banqueros comerciantes del sur de
Alemania» ,03. Al em p eorar económ icam ente la situación, los an-10

10Véase ibid., pp. 232-236. Véase Parry: «La "furia española" de 1576
dañó gravemente a Amberes. El sitio de Parma y la captura de la ciudad
en 1585 condujeron al traslado o a la quiebra de muchas casas comer­
ciales, y al exilio —principalmente a Amsterdam— de millares de arte­
sanos protestantes [...]. El comercio marítimo que había manejado Am­
beres se desplazó a Amsterdam.» Cambridge Economic History of
Europa, iv, p. 169.
mVan der Wee, The growth of the Antwerp market and the European
economy, ii, p. 183. Dos autores recientes afirman, sin embargo, que se
haexagerado la decadencia de Amberes, y que siguió siendo relativamen-
lefuerte durante un largo tiempo. Véase Jan Craeybeckx, «Les industries
¿’exportation dans les villes flamandes au xvi* siécle, particuliérement
á Gand et á Bruges», Studi in onore di Amintore Fanfani, iv, Evo
moderno, Milán, Dott. A. Giuffré, 1962, p. 415. No obstante, Craeybeckx
admite que las nuevas empresas del Amberes posterior a 1585 «no pu­
dieron impedir, por supuesto, el desplazamiento del centro de gravedad
del comercio internacional hacia Amsterdam y Londres» (p. 416).
Jean A. van Houtte es incluso más tajante. Considera que el cuadro
de la decadencia está «gravemente deformado». «Déclin et survivance
d'Anvers (1150-1700)», Studi in onore di Amintore Fanfani, v, Evi moderno
t contemporaneo, Milán, Dott. A. Giuffré, 1962, p. 706. Señala que, si bien
el bloqueo de tiempo de guerra dañó al comercio marítimo de Amberes,
no afectó en cambio al comercio terrestre. Véase ibid., p. 720, Afirma
que a lo largo del siglo xvn las clases comerciantes de Amberes seguirían
siendo «de importancia no desdeñable» (p. 722).
ra Véase Verlinden en Charles Quint et son temps. Jaime Vicens
Vives, en su discusión de la ponencia, sostiene que lo mismo es cierto
para Cataluña. Véase ibid., p. 187. Véase J. W. Smit: «En resumen, no
puede dejar de impresionarnos la situación socioeconómica como una
condición previa de la revolución de los Países Bajos». Preconditions of
revolution, p. 43.
'a Luzzatto, Storia económica, p. 151.
264 I m m a n u e l Wallerstein

terio rm en te aliados com ercian tes de la Alem ania del sur y el


n o rte de Italia em pezaron a invadir su s respectivos territorios
en una lucha com p etitiva en b u sca de n egocios, lo que resultó
u n a actividad m utuam ente d estru ctiv a 104.
Las con secu en cias p olíticas de este hundim iento para Alema­
nia fueron enorm es. Se vio recorrid a por lo que Barraclough
llam a «el ferm ento revolucionario del protestantism o, que, en
reacción frente a la d eclinación del im p erio [ ...] era fuerte­
m en te nacional en su carácter» 105. Pero, co m o ya hemos señala­
do, la vinculación de Carlos V con su im perio significaba que
no podía apostar p o líticam en te por la u n ificación de Alemania,
en la m ism a m edida en que no podía adoptar la perspectiva de
un nacionalista español. El co m p ro m iso de cuius regio dividió
en trincheras a los principados a lem a n es, m inó a la burguesía
alem ana y anuló toda esperanza de u n ifica ció n durante siglos.
Alem ania vendría a quedar d ividida en gran medida entre un
n orte y noroeste luteranos, éste ú ltim o al m en os económicamen­
te situado en la periferia del este de E uropa, y un sudoeste
m ás rico y católico (in clu yen d o p artes de la Renania). Como
dice A. J. P. Taylor: «am bos d esa rro llo s fueron un retroceso res­
pecto a los florecientes días del R en acim ien to, que habían abar­
cado toda E u r o p a ...» 106*.
Incluso en el relativam ente m ás rico su d o e ste vendría a darse
un retroceso a la industria artesanal en el sig lo xvn ,07. Taylor
puede exagerar la exten sión de la p rosp erid ad y el liderazgo
económ icos de Alem ania a p rin cip io s del siglo xvi, pero sin
duda está en lo cierto al señalar el d ra m á tico hundimiento del
naciente desarrollo econ óm ico 108.

104 Véase Strauss, Nuremberg in the sixteenth century, p. 150.


m Barraclough, Origins of modern Germany, p. 370.
Taylor, The course of German history, p. 20.
197 R. Ludloff describe así el proceso en Alemania: «En el siglo xvi,
progresos técnicos y un decidido avance hacia la organización capitalista;
en el siglo xvii una interrupción del proceso —debida en parte a las
crecientes exacciones del poder feudal de los señores territoriales—y un
regreso a los pequeños métodos de producción». «Industrial development
in 16th-17th century Germany», Past and Present, 12, noviembre de 1957,
página 58.
,0* «Alemania era en esta época la clave del comercio europeo, y sus
ciudades destacaban sobre todas las demás en prosperidad. De hecho,
las monarquías nacionales surgieron en otros países más de la resistencia
a la supremacía comercial alemana que de la resistencia al imperio
»Toda la comunidad comerciante experimenta altibajos dependiendo
del mercado mundial; pero ninguna comunidad comerciante de la Europa
moderna ha experimentado nunca un desastre tan profundo y prolongado
como el que sufrió la clase media alemana precisamente en el momento
en que su poder financiero estaba en su apogeo y su consenso nacional
El fracaso d e l i m p e r i o 265

El esfuerzo de Carlos V por dom inar políticamente Ja econo­


mía-mundo repercutió por tanto negativamente en España y
Alemania, en las ciu d ad es de Flandes y del norte de Italia, y
en las casas com erciales que ligaron sus destinos al imperio. La
construcción de un im p erio había parecido un intento razona­
ble, incluso posible. Pero no lo era.
Ya hemos narrado en gran parte la historia de la empresa
colonial española en las A m éricas. Sería mejor describir aquí
simplemente la situ ación co m o un fenómeno interno del impe­
rio español, para m ed ir así el im pacto de la decadencia hispá­
nica en las Américas. E spañ a había establecido colonias en el
Caribe y parte del litoral que lo rodea (los actuales México,
Guatemala y C olom bia), así com o en Perú y Chile. Estas colo­
nias habían sido co n ceb id a s com o com plem entos económicos
no sólo de Europa co m o un todo, sino de España en particu­
lar1®. España carecía de la energía administrativa necesaria para
crear una gran burocracia en las Américas. Recurrió por tanto
al viejo expediente de los im p erios, la cooptación de jefes loca­
les al sistema p olítico co m o agentes interm edios entre la Coro­
na y los colonos esp a ñ o les no.*

plenamente afirmado; de hecho, precisamente en el momento en que


podían haber esperado convertirse en la fuerza política dominante, como
ya eran la fuerza económica dominante en la Europa central.· Taylor,
The course of German history, pp. 17-18,
* «Los colonizadores importaban de España los bienes que necesi­
taban para mantener su modo de vida español en un entorno america­
no. Desarrollaron, para pagar estas importaciones, una economía ga­
nadera, plantadora y minera, productora de bienes para su venta en
Europa. Para sus plantaciones necesitaban esclavos, y así crearon el
mercado para todo un nuevo comercio con Africa occidental. Finalmen­
te, a mediados de siglo tropezaron con las minas de plata más ricas
del mundo, que les permitieron pagar aun más importaciones, y que ali­
mentaron el comercio con Europa proporcionando el metálico necesario
para la compra de productos orientales.» Parry, Cambridge Economic
History of Europe, iv, p. 199.
«Dentro de las diversas sociedades indígenas, el fin de la suprema-
da de las autoridades de tiempos precolombinos condujo, por una parte,
aun crecimiento de los abusos de poder de los jefes tradicionales (caci­
ques, curacas) sobre la masa de la población, y por otra, a una colabo­
ración interesada de estos jefes con los colonizadores, especialmente
los encomenderos [...].
•AI igual que Inglaterra, Francia, Bélgica, etc., en Africa o Asia en
el siglo xix, el Estado español en la América del siglo xvi reajustó las
antiguas subdivisiones territoriales de las sociedades indígenas, desplazó
loscentros de población, y pretendió reconocer tan sólo a una jerarquía
dejefes, investida y controlada por él. En el siglo xvi, como en el xix,
la autoridad colonial se vio llevada así a establecer compromisos, pero
losjefes, tanto los tradicionales como los nuevos, eran en último término
266 I m m a n u e l Wallerstein

T am p oco tenía E spaña la en ergía necesaria para controlar


en tera m en te a sus propios co lo n o s. Para mantener su lealtad
p o lític a hizo m uchas co n cesio n es eco n ó m ica s. Una de éstas fue
p ro h ib ir a los indios bases in d ep en d ien tes de poder económico,
p ro h ib ién d o les la cría de ganado, la ú nica actividad en la que
p odrían haber com p etido efic ien te m e n te en la nueva economía
ca p ita lista m. Más aún, no só lo se vieron apartados los indios de
e sta rentable actividad, sin o que su d esarrollo les debilitó eco­
n óm icam en te, porque las ovejas devoraban hom bres en América
C entral tanto com o en Inglaterra n2. Los colonos dependían no
o b sta n te de un apoyo español co n tin u a d o , no tanto contra las
rebelion es de esclavos, in dios y a frica n o s, com o contra las intru­
sio n es de los ingleses y otro s en su co m ercio , por tanto, en sus
m árgenes de b en eficio m. Por tanto, au n q u e se sintieran descon­
ten to s ocasionalm ente con la Corona y la burocracia, no se orga­
nizaron com o fuerza autónom a. A dem ás, los colonos, muchos de*&

tan sólo sus instrumentos de recolección de impuestos.» Charles Verlui-


den, «L’Etat et l'administration des communautés indigenes dans Tempi
re cspagnol d'Amerique», International Congress of Historical Sciences
(Estocolmo, 1960), Résumés des communications, Gotemburgo, Almqvisi
& Wiksell, 1960, p. 133.
1.1 Véase Wolf, Sons of the shaking earth, ρρ. 182-183.
1.2 Véase ibid., ρρ. 197-198.
,,J Véase la descripción de E. E. Rich de la economía del comercio de
esclavos: «Un rasgo casi inevitable de la dependencia del trabajo esclavo
era que la demanda nunca se viera compensada por una oferta suficien­
te y barata, pues la fuerza de trabajo es el factor que más fácilmente se
gasta en un sistema de propiedad de esclavos [...]. En tales circunstancias
no es sorprendente que los embarques de contrabando tolerados fueran
numerosos y atractivos [...]. En general se asumía que tales embarques
invadían gravemente una verdadera propiedad de Portugal cuando iban
a la costa africana en busca de esclavos, pero que al llevarlos para su
venta en las posesiones españolas sólo evadían un veto formal; la autén­
tica barrera al comercio libre era Portugal, no España. Este enfoque del
comercio de esclavos interesaba tanto a los comerciantes del siglo xvi,
que un poderoso grupo de comerciantes ingleses vio la posibilidad de
establecer un acuerdo angloespañol para este comercio, en términos tales
que satisficieron la necesidad de esclavos de los colonos, el deseo de for­
taleza y control económicos del gobierno español, y el deseo de los co­
merciantes ingleses de obtener las ganancias aparejadas [...]. John Haw­
kins comenzó a comerciar con esclavos para las Indias Occidentales con
la esperanza de que podría establecer una cooperación comercial regular
entre Inglaterra y España». Cambridge Economic History of Europe, tv,
páginas 325-326. Debemos preguntarnos por qué las autoridades españolas
no se mostraron interesadas en el proyecto de Hawkins, que parecía
apuntar en primer término contra los comerciantes portugueses. ¿No
sería posiblemente porque la intrusión inglesa parecía a largo plazo más
peligrosa para la Corona y para los colonizadores, y porque la Corona
vio en esta propuesta un intento de meter una cuña?
El fraca so d e l i m p e r i o 267
ellos de origen hum ilde, se beneficiaban del hecho de que las
colonias fueran eco n o m ía s de exportación ,M.
De hecho, com o ocurre a m enudo en las estructuras imperia­
les, empezaron a crecer subim perialism os, capas dentro de las
capas. Podemos hablar de la form a en que México (esto es, los
españoles de M éxico) «colonizó» Perú. México tenía una pobla­
ción mucho mayor. H ubo una disparidad constante en los nive­
les de precios a lo largo de los siglos xvi y xvn. México expor­
taba manufacturas, lu jos y esclavos a Perú, y recibía a cambio
mercurio y m etálico n5. Cuando las Filipinas entraron en la es­
fera de comercio esp añ ola, el español de México se convirtió
en el intermediario en tre M anila y Lima, dejando fuera a los
españoles de Manila ,16. E sta reexportación de México a Perú, de
productos chinos, lleg a d o s a través de Manila, se convirtió en
el soporte principal del com ercio in tercolon ialI,?. La Corona es­
pañola intentó sin éx ito acabar con el papel de México, dado
que dañaba las gan ancias de Castilla ,l8. «Nadie discutirá», dice
Chaunu, «que durante el siglo xvi México se comportaba con
respecto a Perú co m o una m etrópoli respecto a su colonia» ,19.
Uno dé los efectos de la excesiva extensión política de Europa,
combinada con la co n tra cció n económ ica en el «segundo» si­
glo xvi fue que hubo un au m en to de la emigración de españoles
a América ,2°. E sto p rop orcion ab a una fuente de trabajo a los

,M«Desde el mismo comienzo de su existencia colonial [siglo xvi], Chi­


le ha tenido una economía exportadora De forma bastante típica.
Chile comenzó su existencia como exportador de oro. Pero las minas [...]
noeran ricas, y no duraron mucho [...]. Sin embargo, de forma bastante
atípica entre las colonias españolas en el continente, aunque quizá de la
misma forma que Guatemala, incluso en esa época, Chile exportaba un
producto de su suelo: sebo de su ganado.» André Gunder Frank, Capi·
lolism and underdevelopment in Latin America, p. 29.
mVéase Woodrow Borah, Early colonial trade and navigation between
Mexico and Peru (Ibero-Americana, voi. 38), Berkeley, Univ. of California
Press, 1954, pp. 81-82, 86-88.
Véase Walter L. Schurz, «México, Peru, and the Manila galleon»,
Hispanic American Historical Review, I, 4, noviembre de 1918, p. 391.
Véase Borah, Early colonial trade, p. 121.
"'Véase ibid., pp. 118-120, 124-127.
mPierre Chaunu, «Pour une histoire économique de l'Amérique es-
pagnole coloniale». Revue Historique, lxxx, 216, octubre-diciembre de
1956, p. 218.
**Las dimensiones de la emigración son exploradas por Jordi Nadal
enLa población española (siglos XVI a XX), Barcelona, Ariel, 1966, pp. 73-
80. No hay duda de que existía sobrepoblación. «[La] imagen [de una
Castilla sobrepoblada] es inseparable de la de la grandeza española», afir­
ma José-Gentil da Silva. «Villages castillans et types de production au
xvt‘ siécle», Annales ESC, xviit, 4, julio-agosto de 1963, p. 735. ¿Se debe
268 I m m a n u e l Wallerstein

e sp a ñ o le s que lo n ecesitab an y una fu en te inmediata de ingre­


so s al E stad o españ ol, dado que los p u e sto s en la burocracia
c o lo n ia l am ericana se vendían m. Por otra parte, la creciente
p o b la ció n española viviendo de la tierra en América, ante la
co n tra cció n económ ica, y la d esa stro sa caída demográfica de
lo s in d ios bajo la prim era etap a de dom inación española, se
com b in aron para crear un «siglo de dep resión» en la América
esp a ñ o la m, y, com o resu ltad o, para dar lugar gradualmente al

vincular entonces emigración y decadencia? Quizá, pero no de forma


lineal.
Ul «La ocupación de cargos coloniales [...] daba oportunidades a los
españoles de todo tipo de rangos e ingresos a trabajar y enriquecerse,
cosa que les negaba la economía metropolitana en contracción. Además,
los aumentados cuadros de organización de la administración colonial
dieron a la monarquía española la oportunidad de vender cargos colo­
niales a ciudadanos ansiosos que a su vez encontraban otros españoles
dispuestos a adelantar préstamos a los administradores recién nombra­
dos que se encaminaban a sus posiciones de control sobre las sumisas
masas amerindias.» Stein y Stein, The colonial heritage of Latin America,
páginas 71-72. Swart subraya el hecho de que España extendió la venali­
dad a sus colonias, lo que Francia no hizo, signo de la carga de las colo
nías en esta época. Véase Swart, The sale of offices, p. 41.
,aj «Todos los datos disponibles apuntan a la conclusión de que sólo
en los mejores años posteriores a 1576-1579, hasta buena parte del si­
glo xvii, pudieron los habitantes blancos asegurarse fácilmente el alimen­
to suficiente para alimentarse a sí mismos y a los sirvientes y trabaja­
dores que dependían directamente de ellos. En este período deben haber
intervenido probablemente otros factores además de la oferta de tra­
bajo; la inexplicada caída en las cifras de ganado a finales del siglo xvi
y en las primeras décadas del xvii es difícil que se haya debido solamente
a la falta de pastores; pero el suministro de mano de obra fue proba­
blemente el factor más importante en la insuficiencia de alimentos y
otros artículos para el suministro de las ciudades [...]. En la minería
los datos también apuntan de forma inconfundible a una grave y con­
tinuada falta de mano de obra debida a la disminución de la población
indígena [...].
•Las dificultades económicas que acosaban a las ciudades de la Nueva
España [...] deben haber tenido un paralelismo, casi con certeza, en
desarrollos similares en las principales colonias españolas en el Nuevo
Mundo [...]. Las menores oportunidades económicas y un empeoramien­
to de las condiciones de vida en España significaron que muchos
españoles emigraran a la colonia, donde, por muy malas que pudieran
ser las condiciones económicas, el alimento aun era más abundante que
en la España de finales del siglo xvi y de gran parte del siglo xvn.
A causa de la naturaleza de la sociedad colonial, estos inmigrantes sig­
nificaban poco o ningún aumento de la fuerza de trabajo en Nueva
España, pero aumentaban el número de personas que debían ser ali­
mentadas Por su coincidencia en el tiempo, las crisis demográficas
y económicas de España y su colonia [...] interactuaron en perjuicio de
ambas.» Borah, New Spain, pp. 25-26, 29. Sobre la crisis de fin de siglo
en Chile véa$evAlvaro Jara, Guerre et société en Chili: essai de sociolo^ie
coloniale, pp. 105-119.
El fra c a so d e l i m p e r i o 269

sistema de haciendas basado en el peonaje por deudas m. Pero


la hacienda estaba orientada a un mundo económico más peque­
ño que la plantación 12\ un m undo de relativa autosuficiencia
de una élite de co lo n o s l25. La propia España encontró que el

lu «Se puede concluir que el origen de la hacienda fue esencialmente


un desarrollo antes que una lucha. La evolución de la gran propiedad
respondió a realidades tales como las dimensiones de las ciudades y de
las poblaciones españolas, el grado de aculturación entre los indios, y
la naturaleza de la sociedad española al comienzo de los tiempos moder­
nos [...]. Donde podría parecer que la Corona o la Iglesia se habían con­
vertido en los motores primeros de su desarrollo, se encontrará en un
examen más detenido que estaban en acción fuerzas más profundas.
Se ha atribuido a la política de la Corona la destrucción de la enco­
mienda, pero el desarrollo natural de las colonias había sentenciado
a esta institución. Por una parte, las fortunas surgidas del comercio y
de la minería no dependían directamente de la encomienda; por otra
parte, el brusco crecimiento de la sociedad española produjo nuevas
familias poderosas que empezaron a crear sus propias haciendas, soca­
vando el inflexible sistema de encomiendas.» James Lockhart, «Enco­
mienda and hacienda: the evolution of the great estate in the Spanish
Indies», Hispanic American Historical Review, xlix, 3, agosto de 1969,
página 423.
1,4Los Stein distinguen entre hacienda y plantación de la siguiente
forma: «La hacienda era un fundo de grandes dimensiones donde se
cultivaban cereales o se criaba ganado. Sus productos eran consumidos
localmente en los centros mineros o en las grandes regiones urbanas,
tales como las ciudades de México o Lima. Los amerindios dependientes,
I relativamente inmovilizados, constreñidos por una forma especial de
trabajo asalariado, el peonaje por deudas, constituían la fuerza de
trabajo [...] A diferencia de la hacienda, la plantación era una unidad
económica independiente creada para producir artículos esenciales para
el consumo externo, es decir europeo». The colonial heritage of Latin
America, p. 40.
ω «Acomienzos de la década de 1590, la formación de haciendas pro­
piedad de españoles alcanzó claramente un punto a partir del cual,
suponiendo que pudiesen obtener la suficiente mano de obra, su pro­
ducción podía satisfacer las necesidades alimentarias de las ciudades es­
pañolas. Esto no quiere decir que las ciudades ya no dependieran en
absoluto de la producción indígena, sino más bien que en caso de apuro
podían pasar con el alimento producido en las granjas que poseían o
controlaban sus propios vecinos.» Borah, New Spain, p. 33.
Véase Huguette y Pierre Chaunu, que señalan que las exportaciones
de España a las Américas, que en el siglo xvi están compuestas princi­
palmente de bienes primarios destinados a los colonizadores, en el si­
glo xvii pasan a ser bienes manufacturados, procedentes de Italia o el
norte de Europa y transbordados en España. Se preguntan: «¿Cómo
podemos explicar este cambio fundamental? Por el hecho de que la colo­
nización española, al desarrollarse, fue adueñándose de sus condiciones
naturales. Un ejemplo, entre otros: el cultivo con éxito de viñas en la
costa del Pacífico, en el seco oasis de Perú, pese a las prohibiciones un
tanto platónicas que la aristocracia andaluza obtuvo de un gobierno
complaciente. Y, en medida no menor, por el hecho adicional de que los
españoles de las nuevas generaciones, nacidos en las Indias y entre los
270 I m m a n u e l Wallerstein

sis te m a en d esarrollo suponía m en o res b eneficios económicos


para ella y m ayores d ificu ltad es p o lítica s. Resultaría más fácil
en a d ela n te para otros E stad os eu ro p eo s ob ten er beneficios eco-
n ó m ic o s de la Am érica esp añ ola m ien tra s España seguía cargan­
do co n lo s co sto s p olíticos del im p erio ,2d.
P or lo tanto, en el período p o sterio r a 1557, España no sólo
p erd ió las regiones centro-europeas d e su im perio y, después de
una larga lucha, el norte de los P aíses B ajos. Estaba perdiendo
p arte de los b en eficios de las co lo n ia s que le quedaban. Más aún, j
el m ism o hecho de que las A m éricas se hubieran convertido en
una fuente tan im portante de in g reso s para España, hasta el
10 por 100 del total, llevó a que E sp añ a hiciera más lento su
p ro ceso de expansión para co n so lid a r lo ganado ,27. Pero esta
d ism in u ción de velocidad resu ltó ser m ás que temporal. *

indios, ya no mantenían los mismos prejuicios culinarios hacia la comi­


da local que sus padres habían sentido, al transplantarsc de un universo
a otro. Por último y especialmente, a causa del disparate económico que
suponía transportar, a enorme costo, productos de bajo valor, por defi­
nición intransportables a través de las largas distancias que separaban
España de América, disparate que ya no hacían posible las muy altas
ganancias de las minas de plata del Nuevo Mundo. Cuando estas ganan
cías disminuyeron por muchas razones (agotamiento de los filones más
accesibles, escasez de mano de obra en las áreas mineras, aumento del
precio del mercurio necesario para la amalgama y especialmente la dis­
minución del poder adquisitivo de la plata a consecuencia de la revo­
lución de los precios del siglo xvi), la plata se exportó a Europa en
menor medida, y sirvió más para la creación en América de una econo­
mía mejor equilibrada y más diversificada.» Cahiers d'Histoire Mondio-
le, i, pp. 99-100.
m «El imperialismo del reinado de Felipe II se había basado en una
economía hispanoatlántica, en cuanto que se financió con los recursos
americanos y de Castilla, la cual había recibido inyecciones regulares de
plata de las minas del Nuevo Mundo [...]
»A partir de la década de 1590 [...] las economías de España y de sus
posesiones americanas comenzaron a separarse [es decir, comenzaron a
entrar en competencia más bien que a complementarse], mientras los |
intérlopes holandeses e ingleses se esforzaban por entrar a través de
una brecha que se ensanchaba.» Elliott, Imperial Spain, pp. 285, 287. Esta ¡
es otra forma de decir que España se estaba convirtiendo en una parte
de la semiperiferia de la economía-mundo europea.
André Gunder Frank señala el grado en que el excedente económico
generado en Chile, en el siglo xvi, se gastó en bienes de lujo que podían
ser vistos como equivalentes a una «sangría en el cambio exterior y los
recursos domésticos de Chile», sangría que no benefició necesariamente ¡
a España. Capitalism and underdevelopment in Latin America, p. 33.
117 «Era natural que Felipe [II] deseara, por razones de seguridad, 1
suspender nuevas conquistas hasta que las provincias existentes pudie-
ran ser pobladas de españoles industriosos y de indígenas asentados, y
administradas por funcionarios civiles metódicos y obedientes. Por en- '
cima det todo, lo que llevó a desistir de la expansión fue el reconocimien-
r
El fracaso d e l i m p e r i o 271

La decadencia de E spaña ha sido uno de los grandes tópicos


de la historiografía de la Europa moderna. La causa, en núes·
iros términos, parece ser que España no erigió (probablemente
porque no podía hacerlo) el tipo de aparato de Estado que habría
capacitado a sus clases d om in an tes para beneficiarse de la crea­
ción de una econom ía-m undo europea, a pesar de la posición
central, geográfica y eco n ó m ica , de España en esta economía
mundo en el siglo xvi. E sto indica que las áreas del «centro»
no son necesariamente las m ás «centrales», tanto en términos
geográficos com o en térm in os de m ovim ientos comerciales.
España sufría ya algu nas fallas subyacentes en su estructura
económica a su entrada en el siglo xvi. En primer lugar, como
mencionamos previam ente, la fuerza relativamente organizada de
los ganaderos de ovejas m igratorios fue una barrera importante
para la aparición de una yeomanry, ya que fueron capaces de
mantener sus p rerrogativas contra el cercamiento de la tierra
cultivable. En Inglaterra, la ganadería de ovejas era menos
migratoria, y más co m p a tib le con un sistem a de cercamientos
que permitió el lento p rogreso de la enfiteusis ,2Í. En segundo
lugar, estaba la falta de un sector industrial significativo, y el
que había (telas y sed as en C astilla) se vendría abajo en la cri­
sis de 1590 ,w. V icens atrib u ye esto de forma un tanto mística

to de la importancia creciente de las Indias como fuente de ingresos


para el rey [...] En el momento de la subida al trono de Felipe II sus
ingresos procedentes de las Indias eran casi un 10 por 100 de sus ingre­
sos totales, y estaban aumentando. En vista de las vastas deudas y enor­
mes compromisos europeos de Felipe, se convirtió en un objetivo fun­
damental de la política real el incremento cada vez más rápido de los
ingresos de Indias; la concentración del capital y la iniciativa de los
españoles y del trabajo de los indígenas en la minería de la plata y en
otras actividades productoras de ingresos; y la insistencia en el desarrollo
de las provincias ya existentes y rentables, antes que permitir la disipa­
ción de energías en nuevas entradas distantes y especulativas.» J. H. Pa­
rry, New Cambridge Modern History, ni, pp. 510-511.
m«[Las grandes ciudades españolas del siglo xvi] advertían ya una
verdad fundamental de la economía agraria,- verdad que, de forma espe­
cialmente desafortunada para Castilla, no sería enteramente apreciada
hasta que hubieran pasado dos desastrosos siglos. Era el hecho de que
la vida agrícola y la ganadera podían muy bien combinarse, y no eran
en ningún sentido hostiles y mutuamente excluyentes.» Klein, The Mes-
la, pp. 327-328.
ir*«Desde el siglo xvi hasta el xvn, los Países Bajos, Inglaterra, Fran­
cia, importaron de España materias primas: aceite de oliva, tintes, lana,
mientras España recibía a cambio sus manufacturas, pero también ce­
reales. La especialización internacional así definida impidió que la indus­
tria española obtuviera inversiones duraderas. Sólo quedó la pequeña
empresa artesanal para luchar por la existencia.» Da Silva. En Espagne,
páginas 177-178.
272 I m m a n u e l Wallerstein

a la « in co m p ren sió n del m u n d o cap italista» por parte de Cas-


tilla 13°. E n cu alq u ier caso, su d escrip ció n em pírica de lo que ocu­
rrió tras la crisis indica que la estru ctu ra del gasto fue al me­
nos u n a variable que ju gó un p apel en la decadencia:

En definitiva, los que poseen el dinero —aristócratas, hidalgos an­


daluces y extremeños, funcionarios retirados— lo petrifican en cons­
trucciones —templos, palacios, m onasterios— o lo sacralizan en obras
de arte. Pero ninguno cede a la tentación industrial o simplemente
m ercantil
Un desp lazam iento sim ilar del esq u em a de inversiones afectó
a la burguesía catalana, que esta b a m u ch o m ás orientada hacia
la nueva econom ía cap italista. B rau d el señala su creciente des­
p la za m ien to del com ercio para in v ertir en tierras cultivables.
«¿A caso no es éste uno de los a sp e c to s del drama económico
de B arcelona? La burguesía de B a rcelo n a em pezó a invertir su
d in ero en tierras en vez de co n tin u a r arriesgándolo en empresas
m arítim as» ,32. E sto nos hace reflexion ar: ¿cóm o es posible que
en un centro del im perio m ás im p o rta n te de Europa en la época,
su burguesía pase de la in v ersió n u ltram arina al cultivo del
grano, en lugar de con stru ir una b a se industrial? m. Existe otro

1)0 Vicens Vives, Approaches, p. 98 [p. 109]. Ramón Carande va quizá


más encaminado cuando señala que a lo largo del siglo xvr la producción
española de paño pierde invariablemente calidad. Véase Carlos V, i, pá­
ginas 191-192. Véase Elliott, Imperial Spain, p. 193.
ül Vicens Vives, Approaches, p. 99 [p. 110].
Ul Braudel, La Méditerranée, i, p. 63.
ω España se estaba moviendo crecientemente hacia cultivos agrico-
las adecuados para la producción en haciendas. Uno de los más impor­
tantes era el vino, que se convirtió en «trabajo de campesinos asalaria­
dos, trabajadores rurales». Da Silva, En Espagne, p. 159. Por añadidura,
los niveles salariales de estos trabajadores estaban bajando aún más a
causa de la entrada de emigrantes franceses [p. 113]. Véase Nadal, U
población española, pp. 80-88.
Inversamente, en la pesca estaba decayendo como productora, mien­
tras se mantenía en el mercado de consumo. H. A. Innis explícita las
implicaciones de ello: «La decadencia de la pesca española [en Terrano-
va] es el reverso de la apertura del mercado español a la pesca fran­
cesa, inglesa y de Nueva Inglaterra. Ello anunciaba un comercio que
durante siglos .significaría el desarrollo de Terranova, la continuidad de
un semillero de marinos, el consumo de bienes manufacturados britá­
nicos, y un medio de sangrar a España de metálico. Probablemente no
resulta exagerado decir que en los siglos xvi y x v i i la piedra angular del
imperio británico se puso verdaderamente con el comercio con España.
El consumo de bacalao en la Inglaterra protestante decayó al cambiar
el nivel de vida, pero la católica España presentaba un mercado estable
y creciente. El brindis de los pescadores de Terranova, "Por el Papa y
diez chelines”, es un brindis al que se unirían todos los buenos ciudada­
nos del imperio británico.» «The rise and fall of the Spanish fishery in
£/ fracaso d e l i m p e r i o 273
rompecabezas. M uchos escrito r es hacen afirmaciones semejan­
tes a la de Vilar: «Porque los m eta les que enriquecían a Espa­
ña de forma parasitaria [ . . . ] fluían hacia aquellos países donde
$upoder de compra era mayor» O Vicens: «Cierto que en
los momentos críticos de la lucha [contra el resto de Europa,
Castilla] cuenta con la in y ecció n de los m etales preciosos ame­
ricanos» ,xs.
Sin duda un factor aquí era el continuo papel clave finan­
ciero de los extranjeros: g en o v eses, holandeses, judíos, portu­
gueses, franceses ,36. O tro era la renuencia de Carlos V a tomar

Newfoundland», Proceedings and Transactions of the Royal Society of


Canada, 3.* serie, xxv, apartado π, 1931, p. 167.
01Vilar, Past and Present, 10, p. 32, n. 88.
Vicens Vives, Approaches, p. 97 [p. 108].
“ «Los principales beneficiarios de la crisis fueron los extranjeros:
ios odiados genoveses (los "moros blancos”, como los llamó un airado
catalán), los judíos portugueses y los herejes holandeses. Banqueros ex­
tranjeros llevaban las finanzas de la Corona; los comerciantes extran­
jeros se habían asegurado un baluarte en la economía castellana y sus
tentáculos estaban envolviendo el lucrativo comercio sevillano con Amé­
rica.* John Elliott, Past and Present, 20, p. 69.
«El desprecio profundo de lo terreno, el ideal de misión ecuménica
de España, entierran definitivamente cualquier programa de recupera­
ción económica de Castilla. Si los banqueros genoveses acaparan los
beneficios de la explotación de las minas americanas y los armadores
de la misma procedencia el suministro de las flotas; si los mercaderes
italianos, flamencos y franceses se apoderan, tras las ferias de Medina
del Campo y los embarques de Sevilla y Cádiz, del negocio colonial, la
monarquía, lejos de reaccionar, va enzarzándose cada vez más en un
peligroso confusionismo financiero, que, atándola al carro capitalista de
allende los Pirineos, se hace primero indispensable, luego ruinoso y fi­
nalmente estéril [...] No hallamos ningún capital invertido en el país,
ya sea en la bonificación del suelo agrícola, ya sea en la constitución de
sociedades mercantiles para la explotación del mundo oceánico, incluso
en la trata de esclavos, dejada en manos de portugueses o franceses.»
Vicens Vives, Approaches, pp. 97-98 [pp. 108-109].
Ramón Carande deja muy en claro que esta dependencia de la Espa­
ña del siglo xvi respecto a los banqueros extranjeros es una consecuen­
cia directa de la expulsión de los judíos: «Con anterioridad al siglo xvi
los banqueros extranjeros no actuaron en Castilla ni Aragón, como lo
hicieron en Inglaterra y Francia, por ejemplo. No faltaron, desde luego,
durante los siglos xin, xiv y xv, mercaderes exóticos en estos reinos [...]
Sinembargo, nuestros reyes, los de Castilla y los de Aragón, no necesita­
ron banqueros extraños al reino. Los Abrahanes, Isaaces, Samueles, etc.,
les daban abasto. Los judíos en el campo de lo económico, y sobre todo
enel ejercicio de los negocios de crédito, no encontraron, durante aque­
llos siglos de la Edad Media, dentro de las fronteras del país, compe­
tidores capaces de desplazarlos. Fueron los hebreos, simultáneamente,
tesoreros y prestamistas de los reyes.» El crédito de Castilla en el precio
de la política imperial (discurso ante la Real Academia de la Historia),
Madrid, 1949, p. 24. Véase Klein, The Mesta, p. 38.
274 I m m a n u e l Wallerstein

una p ersp ectiv a nacionalista esp a ñ o la y a adoptar una política


m erc a n tilista 137 antes de que la b u rgu esía castellana se viera
d esb o rd a d a por el im pacto de los p recio s crecientes, los gastos
de lu jo de la aristocracia y los e fe c to s inflacionarios y antipro­
te c c io n ista s de los p réstam os al E m p erad or *38, todo lo cual es­
taba ligado a la vinculación esp a ñ o la con el im perio paneuropeo
de lo s H absburgo. El resu ltad o de e sto s dos factores, el gran

1,7 Elliott, Imperial Spain, p. 196. Este es también el sentido del capí­
tulo de Ramón Carande titulado «La encrucijada mercantilista». Car­
los V, i, cap. 7. Véase allí: «En la persecución de sus empresas, Carlos V
hizo de España, como éi mismo reconoce, su despensa. Escribe a Fer­
nando estas palabras: je ne puis estre soubstenu sinon de mes royaulmes
d’Espagne [sólo puedo sostenerme gracias a mis reinos de España); mas
no por eso puso en marcha ningún sistema económico de unificación
nacional. Fueron los territorios otras tantas provincias de intereses in­
compatibles, como en los tiempos clásicos. Sin pertenecer al imperio,
dependían de la soberanía del emperador intereses económicos colectivos
que no recibieron la atención debida dentro del marco nacional» (p. 159)
Luis Vitale sostiene que la política española no era «mercantilista»,
sino «cambiaría». Pensamiento Crítico, 21, p. 23 De hecho sostiene que
las raíces de la decadencia española estuvieron en el hecho de que Es­
paña no adoptara una política proteccionista. «Paradójicamente, España
se convirtió en el impulso principal para la industria en los países ene­
migos, Inglaterra y Francia» (p. 24).
,MVéase Elliott, Imperial Spain, pp. 192-193. Klein indica en qué for­
ma el endeudamiento del emperador obstaculizaba su capacidad de
juicio en los conflictos internos españoles. A comienzos del siglo xvi,
los privilegios de la Mesta, que habían conducido a la subida del precio
de los alimentos, eran combatidos en las Cortes por diversos intereses
que deseaban estimular más la labranza: «El mismo Carlos se encon­
traba en una posición un tanto difícil en lo referente a todo el proble­
ma de la ganadería. En primer lugar propuso, naturalmente, utilizar a
la Mesta y su industria como sus abuelos lo habían hecho, lo que signi­
ficaba que no hubiera ningún límite para la ganadería. Su política en
esta dirección se veía estimulada por el hecho de que en 1525 había
arrendado a sus acreedores, los Fugger, las muy valiosas tierras de pas­
tos de los maestrazgos de las órdenes militares; y el permitir cualquier
incursión considerable de la agricultura en estas tierras podría haber
conducido a embarazosas demandas de sus banqueros. Por otra parte, al
haber aumentado sus necesidades financieras, tenía que solicitar de las
Cortes subsidios o servicios especiales. Para asegurarse estas sumas
estaba obligado a conceder licencias para el cercamiento de tierras pú­
blicas a varias grandes ciudades cuya influencia era necesaria para con­
seguir que las Cortes votaran los subsidios [...]
»Sin embargo, Carlos no tardó en tomar una decisión, pues sus pla­
nes y ambiciones no eran del tipo que puede esperar pacientemente al
desarrollo de toda una nueva industria. Necesitaba fondos inmediata­
mente, y uno de los recursos más explotables disponibles en sus domi­
nios españoles era la industria ganadera, establecida desde hacía largo
tiempo, y entonces más que floreciente, que precisamente en esa época
era más próspera de lo que lo había sido nunca antes, y de hecho más
de lo que nunca volvería a ser [...] La conservación de los bosques v
SI fracaso d e l i m p e r i o 275

papel de intereses fin an cieros no españoles dentro de España y


la falta de voluntad (o incapacidad) del gobierno para adoptar
medidas protectoras ad ecu ad as, llevaron a una inversión del pa­
pel económico de E spaña ,39.
En lugar de op onerse a los com erciantes extranjeros, España
siguió el camino de exp u lsar a los no católicos españoles, cami­
no autodestructivo. La p osición internacional de España como
cabeza de la oposición a las fuerzas del protestantismo en Euro-
pay a las del Islam en el M editerráneo la condujo, una vez su­
frida la derrota de la Armada Invencible en 1588 I4°, a seguir
las lógicas con clusiones internas de su política internacional.
Habiendo expulsado a los ju d ío s en 1492, a los moros en 1502
y 1525, y habiendo p ersegu id o a los marranos y «erasmistas»
a lo largo de todo el sig lo x v i, España expulsó a la última mi­
noría seudorreligiosa, los m o risco s, en 1609 HI. Los moriscos eran
unos trescientos m il, y en su m ayor parte trabajadores agrícolas,
preferentemente localizad os en Valencia y Andalucía142. La ex­
pulsión de los m oriscos desgarró la estructura social interna en
España. Fue con secu en cia en parte de los problemas económi-

la tierra de labranza iban a verse subordinadas a los intereses de la


ganadería.» Klein, The Mesta, pp. 327-328.
Ypor si esto no fuera suficiente, el declinar de las importaciones de
plata a partir de 1590 condujo al gobierno español a intentar compensar
sus pérdidas mediante una desastrosa política de excesiva imposición
fiscal sobre la burguesía española subsistente. Véase Elliott, Past and
Prtseni, 20, p. 71.
"**«Me parece que Felipe II siempre se encontró en idéntica posición
ala de los gobiernos sudamericanos del siglo xix: cuentan con una gran
riqueza de productos y minas, cuentan con la riqueza de sus plantaciones,
pero se encuentran desarmados en el mundo de las finanzas internacio­
nales Un gobierno de esta especie puede evidentemente enfadarse, puede
incluso pasar a la ofensiva, pero al final ha de acabar sometiéndose
entregar sus recursos y puestos de mando y ser comprensivo.» Braudel
LaMédiierranée, i, p. 464.
* «Durante algún tiempo fue evidente que España estaba perdiendo
su batalla contra las fuerzas del protestantismo internacional Si
algún año marca la división entre la triunfal España de los dos primeros
Habsburgo y la España derrotista y desilusionada de sus sucesores, esc
añoes 1588.» Elliott, Imperial Spain, pp. 282-283.
«Se llamaba moriscos a los musulmanes que vivían en territorio
cristiano y fueron obligados a aceptar el bautismo cristiano o a aban­
donar España, a partir de 1502 en Castilla y de 1525 en Aragón. La
mayor parte de ellos se sometieron, mínimamente, pero conservaron la
lengua y las viejas costumbres árabes.» Nota de Joan Connelly Ullman
enVicens Vives, Approaches, p. 31.
141Vcase Vicens Vives, Approaches, pp. 102*103 [p. 113]. Vicens basa
sus cifras en la obra de Henri Lapeyre, Géographie de l'Espagne moris-
que, París, sevpen, 1959.
276 I m m a n u e l Waílerstein

cos de la prim era década del sig lo x v n ,4\ en parte de la decli-


nante situ ación internacional de E sp añ a ,44. Se trataba de una
acción dirigida contra la a risto cra cia terraten ien te de los latifun­
dios, una esp ecie de ú ltim o esfu erzo por parte de los elementos
b u rgueses de España para h un dir a esta cla se no preparada para
el crecim ien to cap italista ,4S. Pero la aristocracia se salvó en­
contrando una com p en sación a lo s in g reso s perdidos en la nega­
tiva a pagar los préstam os d eb id o s a la burguesía, actitud en
la que el Estado les apoyó ,46. P ierre V ilar resu m e las consecuen­
cias diciendo: «en lugar de dañar a la eco n o m ía feudal se volvió
así contra sus acreedores: a g ricu lto res acom odados [laborem
riches] y burgueses» *146147. El resu lta d o n eto fue doble. Por una
parte, «la expulsión de los m o risc o s tuvo com o consecuencia
el desequilibrio durante m ás de un sig lo de la península Ibérica.

10 «[En] el transcurso de los primeros años del siglo xvir [se pro­
duce en España] una inversión de la principal tendencia de los precios,
entre 1601 y 1604 [y una] inversión de la principal tendencia del volumen
global de comercio entre la España del Atlántico e Hispanoamérica, en
1608-1609. La posición exacta en el tiempo de la expulsión de los mo­
riscos [1609] debe mucho a esta modalidad de coyuntura española.» Pie­
rre Chaunu, «Minorités et conjoncture: l’expulsion des Moresques en
1609», Revue Historique, ccxxv, 1, enero-marzo de 1961, p. 93.
144Joan Reglá señala que en el siglo xvi se consideraba a los moris­
cos como una «quinta columna» potencial, y que el temor al avance oto­
mano repercutió en el tratamiento recibido por los moriscos. Véase «La
cuestión morisca y la coyuntura internacional en tiempos de Felipe II»,
Estudios de Historia Moderna, m, 1953, pp. 222-228.
,4J Véase Joan Reglá, «La expulsión de los moriscos y sus consecuen­
cias», Hispania, xiii, 51, 1953, p. 222. Sin embargo, Klein la ve en parte
como una defensa de los intereses de la producción ganadera contra los
agrícolas: «Se puede decir que no es improbable que la Mesta utilizara
su influencia sobre los monarcas para asegurar la expulsión de los mo­
riscos en 1609. Los archivos de sus pleitos contra cercamientos indivi­
duales de tierras de pastos con fines de labranza muestran, durante los
últimos años del reinado de Felipe II, un número sorprendentemente
elevado de demandados moriscos. Aunque una parte considerable de los
moriscos eran buhoneros, comerciantes y mendigos, con mucho el ma­
yor número de ellos eran agricultores campesinos. Su expulsión (...)
fue [...] incuestionablemente una de las más graves perdidas nunca co­
nocidas en la historia agraria española.» The Mesta, p. 338. Véase Jordi
Nadal: «Los motivos de esa persecución pueden reducirse a dos: de un
lado, la minoría mora, ideológicamente irreducible, sortea con mayor
fortuna que la mayoría cristiana las crecientes dificultades económicas;
de otro, los vasallos musulmanes, más dóciles que sus oponentes, favo­
recen los intereses del feudalismo aristocrático.» La población española,
página 63.
146 Véase Joan Reglá, Hispania, xiii, 52, 1953, p. 446.
147 Vilar, Europe, vol. 34, p. 6.
El fracaso d e l i m p e r i o 277
Decidida en Castilla, d eslo m ó a Valencia y a Aragón» ,4Í. Por otra
parte, hizo aún más profundas las dificultades económicas 149, y
provocó que España buscara nuevas y efím eras cabezas de turco
para justificar su decadencia ,so.
Mientras tanto, el gob ierno se encontraba cada vez más en­
deudado en el exterior, cada vez m ás inclinado a enfrentarse a
la crisis presupuestaria por m edio del repudio de las deudas
(1557, 1575, 1596, 1607, 1627, 1647), y, finalmente, «incapaz de
conseguir más dinero y, en consecuencia, incapaz de seguir lu­
chando»,M. Y en casa, la p olítica exterior «fantásticamente cara
de Carlos V, y su d ep en dencia del crédito para financiarla» tu­
vieron como con secu en cia, argum enta J. H. Elliott, no sólo el
«dominio de los banqueros extranjeros sobre las fuentes de ri­
queza del país», sino tam bién que «dentro de Castilla la mayor
parte de la carga fuera sop ortada por aquellas clases menos
capacitadas para hacerlo» ,52. El dilem a resultante para España
fue captado ya en el año 1600 por un abogado y teólogo llama­
do Martín González de C eliorigo: «Y ansí, el no haver dinero,
oro ni plata, en E spaña, es por averio, y el no ser rica, es por
serlo»,u.*lo

MChaunu, Revue Historique, ccxxv, p. 97. Véase Joan Reglá, «La ex­
pulsión de los moriscos y sus consecuencias en la economía valenciana»,
Sludí in onore di Amintore Fanfani, v, Evi moderno e contemporáneo,
Milán, Dott. A. Giuffré, 1962, pp. 525-545. J. H. Elliott, si bien se muestra
un tanto reservado respecto al impacto económico negativo de la expul­
siónde los moriscos en España como un todo, concede que: «Para Va­
lencia por lo menos, entonces, la expulsión de los moriscos supuso un
desastre económico.» «The Spanish peninsula, 1598-1648», New Cambrid­
ge Modern History, iv, J. P. Cooper, comp., The decline of Spain and
the Thirty Years' war: 1609-1648/59, Londres y Nueva York, Cambridge
Univ. Press, 1970, p. 455.
w«Es probable que una de las consecuencias inmediatas de la ex­
pulsión de los moriscos fuera que el volumen de comercio de la carrera
(deIndias] en el período 1614-1622 no se pueda comparar con el período
cumbre de 1605-1613.» Chaunu, Revue Historique, ccxxv, p. 93.
1,5«¿Hemos prestado atención suficiente a [...] la importancia de la
transferencia [de objeto] hacia los judíos, o los acusados de serlo, que
seproduce en el curso del deterioro coyuntural de la España del si­
lloxvii, cuando el útil chivo expiatorio de los moriscos falta de repen­
te?», Chaunu, ibid., p. 94.
“ C. N. Clark, The seventeenth century, Londres y Nueva York, Ox­
ford Univ. Press (Clarendon), 1929, p. 42.
,uElliott, Imperial Spain, p. 204.
“ Citado por Vilar, Europe, vol. 34, p. 10. H. G. Koenigsberger hace la
misma observación en un lenguaje más moderno: «Así, para asombro
delos extranjeros, toda la plata del Perú no pudo convertir a España
enun país rico. El tesoro americano ayudó a pagar las guerras del Em­
perador e hizo la fortuna de los banqueros genoveses, pero de él se
invirtió demasiado poco en la producción para superar el atraso econó-
278 I m m a n u e l Wallerstein

Las crecien tes d ificu ltad es eco n ó m ic a s de España, combina­


das con la incapacidad para crear un ap arato de Estado fuerte,
llevaron a un crecien te b a n d o lerism o al que el Estado no con­
segu ía hacer fren te ,54. La «lentitud » de la burocracia aumentó
en vez de m ejorar, ya que p recisa m en te esta s dificultades crea­
ron una rigidez estru ctu ral en la q ue «los reyes españoles po­
dían seguir adelante y gob ern ar con un m ínim o de cambio y re­
form a» *l5S*157. Y, a pesar de la caída de lo s ingresos del Estado,
éste m antuvo, o tal vez in clu so in crem en tó , el alto nivel de gas­
tos de lujo de una burocracia co rtesa n a parásita.
El golpe d efinitivo puede h aber sid o dem ográfico (factor que
interviene, cuando lo hace, co m o una variable entre otras, como
ya hem os argum entado). Si en el «prim er» siglo xvi la población
españ ola (o al m enos la de C astilla) era grande y creciente154,
esto dejó de ser cierto en el «segu n d o» siglo xvi, por múltiples
razones: em igración a las A m éricas, m u ertes en la guerra, ham­
bre y plagas en 1599-1600 en A ndalucía y Castilla, y, como ya
h em os visto, la exp u lsión de los m o r isc o s en 1609. No se trata
en tonces de que E spaña fuera de alguna form a menos empren­
dedora que otras partes de E uropa ,57. S u ced ió que, por las ra-

mico del país. Al convertirse el imperio de Carlos V cada vez más en un


imperio español, la debilidad económica de España se transformó en un
lastre aun más serio en su lucha contra sus rivales de Europa occiden­
tal.» «The empire of Charles V in Europe», en la New Cambridge Mo­
dern History, π, G. R. Elton, comp., The Reformation, /520*7559, Londres
y Nueva York, Cambridge Univ. Press, 1958, pp. 322*323.
Da Silva atribuye el auge del bandolerismo al hecho de que «las
extremas tensiones de los precios de venta y el mercado ponían a los
campesinos a merced de los señores locales». En Espagne, p. 161. Joan
Regla lo considera un subproducto de la crisis francesa: «A mayor abun­
damiento, la crisis francesa proyectó hacia Cataluña y Aragón nutridas
oleadas de emigrantes gascones, que impulsaron vigorosamente el bando­
lerismo.» Estudios de Historia Moderna, ni, p. 233. Sin duda es un poco
excesivo echar toda la culpa a los gascones. Pero Enríe Scrrahima se­
ñala que en 1582 la situación en los Pirineos se hace desastrosa porque
los hugonotes y los bandidos de las montañas nativos «hacen causa co-
mún». «Hugonotes y bandidos en el Pirineo catalán», Estudios de Histo­
ria Moderna, iv, 1954, p. 211.
155 V. G. Kiernan, Past and Present, 31, p. 37.
m «Los grandes éxitos imperiales de España en el siglo xvi fueron
resultado en primer término del coraje y la vitalidad de la población
excedente de la sobrepoblada Castilla. Las cifras sobre la población es­
pañola en el siglo xvi son limitadas y no muy dignas de confianza, pero
actualmente se puede estar probablemente de acuerdo en que la pobla­
ción de Castilla aumentó durante buena parte del siglo, como aumentó
por todas partes en Europa, con una tasa máxima de crecimiento en la
década de 1530.» Elliott, Past and Present, 20, p. 57.
157 Véanse los argumentos de Elliott en Imperial Spain, pp. 194*195.
*

£1 fracaso d el i m p e r i o 279

iones que hemos aludido, el aparato de Estado no estaba ade­


cuada y debidamente co n stru id o, y a causa de ello «las circuns­
tancias adversas resultaron excesivam ente fuertes» por utilizar
la frase de E llio tt,58, y E spaña m anifestó una «hipersensibili-
dad [...] al fenóm eno de la contracción secular», en palabras
de Chaunu ,59. En cu alq u ier caso, España no se convirtió en el
primer poder de Europa. Por el contrario, estaba destinada a ser
primero semiperiférica y d esp u és periférica, hasta que en el si­
glo xx intentara len ta m en te volver a ascender. Tampoco había
declinado España sola. H abía arrastrado en su caída todas aque­
llas partes de Europa que habían estado aliadas a su ascenso:
el norte de Italia, la A lem ania del sur, Amberes, Cracovia, Por­
tugal. Con excepción de Portugal, todas eran esencialmente ciu-
dades-Estado, sirviendo al im p erio de los Habsburgo (y español),
asi como a la econom ía-m u n do com o un todo. Su prosperidad
no sobrevivió largo tiem p o a la reestructuración del sistema
mundial en el «segundo» sig lo xvi.
El nuevo sistem a iba a ser el único que ha predominado
desde entonces, una econ om ía-m u n d o capitalista en la que los
Estados del centro iban a quedar entrelazados en una situación
constante de tensión eco n ó m ica y m ilitar, compitiendo por el
privilegio de explotar a las áreas periféricas (y debilitar sus
aparatos de Estado), y p erm itien d o a ciertas entidades jugar
un papel interm ediario esp ecia liza d o com o potencias semipe-
riféricas.
Los Estados del cen tro habían sacado una saludable lección
financiera de las c a tá str o fe s econ óm icas de los imperios de los
Habsburgo y de los V alois. E staban determ inados a no quedar
atrapados de nuevo en un lab erinto financiero que escapara a su
control. En prim er lugar, p ersiguieron crear el tipo de control
de las importaciones q ue les capacitara para mantener una fa­
vorable balanza co m ercia l, co n cep to que empezó a circular en
esta época ,6°. Pero los E sta d o s hicieron más que preocuparse
acerca de la balanza co m ercia l. Se preocuparon también acerca

,JI Ibid., p. 195.


* Chaunu, Séville, vm (1), p. 244.
'* «El colapso financiero de todas las grandes potencias bajo el es­
fuerzo bélico a finales de la década de 1550, y la consiguiente paz de
Caieau-Cambrésis, habían convencido a todos los gobiernos de la nece­
sidad de acumular un fondo de guerra en metales preciosos.» Lawrence
Stone, «Elizabethan overseas trade», Economic History Review, 2: se­
rie, ir, 1, 1949, p. 35. Stone cita la nueva máxima francesa: «Les choses
áesquelles les hommes se peuvent passer ne doibven estre jugées néces-
mires» («Las cosas de las que los hombres pueden prescindir no deben
ser consideradas necesarias»).

10
280 I m m a n u e l Wallerstein

del p rod u cto nacional bruto, au n q u e no lo llamaran así, y acerca


de la parte del p n b co rresp o n d ien te al E stado, y de su control
sob re ella. El resultado fue que para finales del «segundo» si­
glo x v i, com o señala Carl F riedrich, «el propio Estado se había
con vertid o en fuente de créd ito , en lugar de las casas financie­
ras que hasta en ton ces habían p resta d o fondos» ,6t.
Así em pezó un período de in v o lu ció n . En general, el período
sig u ien te podría ser con sid erad o, co m o lo hace R. B. Wernham,
«uno de los m ás brutales y fa n á tico s de la historia de la Euro­
pa m oderna» l62, pero los c o n flic to s al principio se daban más
bien en el seno de los E stad os q ue en tre ellos. Entre los Esta­
dos reinaba por un m om en to una calm a relativa, nacida del
can san cio, «una coexisten cia llen a de escaram uzas y aún ex­
plosiva» ιω.
E ste repliegue hacia el in terio r del E sta d o —es decir, este es­
tatism o, ya que no era n ecesa ria m en te nacionalism o— estaba
ín tim am en te ligado a la n atu raleza del desarrollo económico.
E s im portante em pezar recordan do la dem ografía comparativa.
Francia, en 1600, tenía una p o b la ció n estim a d a de 16 millones de
habitantes, la m ayor de E uropa, au n q u e los diversos principa­
dos alem anes sum aban vein te m illo n es. E spaña y Portugal (uni­
das después de 1580) tenían a lred ed o r de 10 m illones; Inglaterra
y Gales, 4,5 m illones. Las d en sid a d es figuran en un orden bas­
tante diferente. Las áreas de las ciud ades-E stado comercial-

W! Carl J. Friedrich, The age of the baroque, Nueva York, Harper.


1952, página 8.
,M«Introduction», New Cambridge Modern History, III, R. B. Wem-
ham, comp., The Counter-Reformation and the price revolution, /559-/Ó/0,
Londres y Nueva York, Cambridge Univ. Press, 1968, p. 1.
,M«Así, los grandes conflictos que habían desgarrado Europa duran­
te la primera mitad del siglo xvi se fueron extinguiendo al ir cayendo
exhaustos, uno a uno, los combatientes. En el este, la larga lucha entre
cristianos y turcos musulmanes se fue enfriando lentamente en una
coexistencia llena de escaramuzas y aún explosiva. En el centro, en el
Sacro Imperio Romano, la Dieta dé Augsburgo de 1555 consagra un
equilibrio triple, precario pero en general cuidadosamente guardado,
entre los príncipes luteranos, los príncipes católicos, y un emperador
Habsburgo cuyo poder (tal como era) descansaba cada vez más sobre
las lejanas fronteras orientales del imperio, sobre los ducados austríacos
y sobre Bohemia. En el oeste, la paz de Cateau-Cambrésis en abril de
1559 reconocía un difícil e inestable equilibrio entre la monarquía fran­
cesa y la rama española de la casa de Habsburgo, los dos leviatanes que
aún descollaban por encima de todas las demás potencias, y cuya larga
disputa quedaba ahora suspendida más que finalizada. Cada uno de
estos conflictos, al irse extinguiendo, dejó tras de sí su propio sistema
político particular, y después de 1559 cada uno de estos sistemas siguió
más y más su propio camino, en creciente aislamiento del resto.» Ibid.,
página 2.
El fracaso del im p erio 281

industriales tradicionales iban a la cabeza de la lista: Italia, con


44 habitantes por k ilóm etro cuadrado, y los Países Bajos, con 40.
Francia tenía 34, e Inglaterra y Gales, 30. España (y Portugal)
tenían tan sólo 17 ,M.
El significado tanto de las cifras absolutas como de las den­
sidades resulta am biguo. Los núm eros significaban fuerza en la
guerra y en la industria. Tam bién significaban gente a la que
gobernar y bocas que alim entar. El tamaño óptimo queda muy
lejos de estar claro, co m o indicaba ya nuestra discusión ante­
rior. Para el «segundo» siglo xvi, Frank C. Spooner manifiesta
cierto escepticismo acerca de los beneficios económicos de una
población en expansión. Habla de «ganancias [returns] decre­
cientes»165. Al principio, d esp u és de Cateau-Cambrésis, «la acti­
vidad económica de E uropa occidental disfrutó de un período
prolongado de b ien estar y recuperación» ,66. Este fue el período
de la inflación de plata, que socavó la minería germana, revaluó
el oro y estim uló la eco n o m ía europea ,67. Una consecuencia de
la inflación de plata fue que, com o observa Tawney, «a finales
del siglo xvi la agricultura, la industria y el comercio exterior
dependían en gran m ed ida del crédito» ,6S. Una segunda conse­
cuencia fue el d efin itivo d esplazam iento del centro de gravedad
económico desde la E uropa central al nuevo comercio atlántico
con el oeste. Spooner d ice del tratado de Cateau-Cambrésis que

wEstas cifras se encuentran en Frank C. Spooner, «The economy of


Europe, 1559-1609», en New Cambridge Modern History, in, R. B. Wern-
ham, comp., The Counter-Reformation and the price revolution, 1559-1610,
Londres y Nueva York, Cambridge Univ. Press, 1968, p. 33. Véase Brau­
del, La Méditerranée, I, pp. 361-362; Cipolla, Guns and sails, p. 86 n.
M«Sin embargo, los cambios en la población no fueron siempre tan
favorables al desarrollo económico como se podría imaginar en primer
término. Más hombres significaban más vagabundos y bandidos vivien­
doal margen de la sociedad y de la ley; también aumentaban la deman­
da de empleo, lo cual creaba otro difícil problema. En suma, el creci­
miento de la población implicaba toda una serie de ventajas, mezcladas
con cargas e inconvenientes. Es posible (...] que en un momento dado
la producción humana siga la ley de los rendimientos decrecientes, un
proceso de deterioro [...] A finales del siglo xvi Europa había llegado a
estar relativamente sobrepoblada, más especialmente en los países occi­
dentales, los de mayor densidad y riqueza. Una revolución tecnológica
tal como la revolución industrial podría haber resuelto la situación, pero
esta revolución sólo llegaría dos siglos después. En otras palabras, es
posible que el nivel de la producción no pudiera alcanzar la capacidad
requerida, y fuera insuficiente para la población. En efecto, la oferta
norespondía a la creciente demanda.» Spooner, New Cambridge Modern
History, III, p. 34.
* Ibid., p. 14.
wVéase ibid., p. 26.
“ Tawney, A discourse upon usury, p. 86.
282 I m m a n u e l Wallerstein

«no fue tanto el cierre de un p eríod o co m o la iniciación de un


futuro», y añade: «el cam in o del fu tu ro yacía [ ...] ai otro lado
del A tlántico y de los siete m ares del m undo» ,69.
E conóm icam ente, sin em b argo, el even to más significativo
de esto s tiem pos no estu v o lo ca liza d o en el Atlántico, sino en
el norte. Astrid Friis so stie n e que é ste fue «la expansión excep-
cion al del com ercio m arítim o en los P aíses Bajos e Inglaterra,
coin cid ien d o con un rápido in crem en to de las importaciones de
b ien es b álticos, en especial grano, a o tra s partes de Europa»,Λ.
S egú n su punto de vista, las crisis de m eta les preciosos, crédito
y finanzas no son el m otor del ca m b io económ ico (y político),
sin o su consecuencia *170171172. En e ste ca so , d ice, era la penuria de
grano la causa inm ediata de la ten sió n en el mercado mone­
tario ,72. Uno de los resu ltad os de e sto fue fortalecer enorme­
m en te la baza de A m sterdam , q ue era ya en aquella época el
p ivote del m ercado de grano b á ltico y que, por tanto, resultaba
m ás solvente que Am beres y o tra s ciu d a d es de las provincia
del sur.
Es así com o pasam os de S ev illa a A m sterdam . La historia
del «segundo» siglo xvi es la h isto ria de có m o Amsterdam reco­
gió los hilos del im perio en d iso lu ció n de los Habsburgo, crean­
do el m arco de un buen fu n cio n a m ien to de la economía-mundo,
que capacitaría a Inglaterra y a F ran cia para comenzar a emer­

m Frank C. Spooner, «The Hapsburg-Valois struggle», New Cambrid­


ge Modern History, π, G. R. Elton, comp., The Reformation /520/559,
Londres y Nueva York, Cambridge Univ. Press, 1958, p. 358.
170 Astrid Friis, «An inquiry into the relations between economic and
financial factors in the sixteenth and seventeenth centuries», Scandina­
vian Economic History Review, I, 2, 1953, p. 193. Véanse también pági­
nas 209-213.
171 Refiriéndose específicamente a la tesis de Hauser sobre las crisis
de 1557-1559, afirma: «La raíz del desarrollo del mal debe buscarse en
las condiciones económicas imperantes más bien que en la política finan­
ciera. No es que yo piense elogiar a esta última. Probablemente era ine­
vitable a largo plazo la quiebra de las finanzas de los Países Bajos y
España. Pero ciertamente la capacidad de los habitantes para pagar im­
puestos y avanzar préstamos, mediante los cuales se podían anticipar los
ingresos procedentes de los impuestos, fue un factor importante en el
sistema financiero del dominador de los Países Bajos [...]
»W. R. Scott, que [...] se ha dedicado mucho al estudio de las depre­
siones de los comienzos de los tiempos modernos, especialmente en In
glaterra, dice que las malas cosechas, las plagas y las interrupciones del
comercio a causa de la guerra son, entre los factores simultáneos que
pueden haberlas acelerado, demasiado importantes para poder ser igno­
rados. Precisamente estos tres factores pueden rastrearse en los Países
Bajos en el año fatídico de 1557.» Ibid., p. 195.
172 Véase ibid., pp. 213-217.
El fracaso del im p e rio 283

ger como Estados fu ertes, eventualm ente para tener fuertes


economías nacionales».
Estos desarrollos fueron en su mayor parte consecuencia del
hecho de que la prim era fase expansionista de la economía-
mundo europea estaba llegando a su término en este período.
Era el momento en que «la gran marea empezaba a detenerse,
como si su subida careciera del im pulso necesario para sobre­
ponerse a los ob stá cu lo s e im pedim entos que ella misma había
alzado»m. Veremos ahora las respuestas de los centros tradicio­
nales de población y finan zas, los Países Bajos y el norte de
Italia. En el próxim o ca p ítu lo abordarem os la emergencia de In­
glaterra, no sólo co m o el tercer poder político europeo (junto
con Francia y E spaña), sin o com o el que más rápidamente avan­
zó en la esfera in d u strial, y la form a en que Francia, ai pasar
de una orientación im p erial a una estatista, no logró cosechar
la totalidad de los b en eficio s de tal cam bio organizativo.
¿Hasta qué punto eran im portan tes los Países Bajos en esta
época? Lucien Febvre, en su introducción a la magnum opus de
Chaunu sobre el co m ercio atlántico, sugiere —no afirma— que
el comercio a y d esd e los P aíses B ajos palidece en comparación:

Desde el punto de vista de una historia económica vista desde lo


alto, desde el punto de vista de la historia cultural y del mundo a
gran escala, qué hay en común entre este comercio costero de bienes
de bulto, útil, pero bajo ningún concepto precioso, que iba del norte
al sur, y del sur al norte [...] este comercio costero de alimentos, el
trueque, las modestas compras, el transporte a cortas distancias al
que dio lugar, y, considerando sólo el comercio que iba de América
a Europa, la contribución de metales preciosos en cantidades hasta
entonces desconocidas, que había de revivir tanto la economía como
la organización política, las «grandes políticas» de los poderes eu­
ropeos, precipitando y acelerando así movimientos sociales de al­
cance incalculable: el enriquecimiento de una burguesía mercantil
y financiera que asciende, com o los Fugger y tantos otros, a rango
principesco; la decadencia progresiva de una nobleza que mantiene
su estatus y su esplendor por el único medio de explotar de forma
parasitaria los beneficios logrados por los creadores de riqueza; la
larga supremacía en Europa de los Habsburgo, señores del oro y de
la plata ultramarinos; frente a tantas cosas grandes, ¿qué impor­
tancia tiene este com ercio local (trafic casanier), este comercio arte­
sanal del Sund y sus barcazas, arrastrando prudentemente sus grue­
sas panzas bajo un cielo neblinoso? *l74.

mSpooner, New Cambridge Modern History, ni, p. 42.


1,1 Lucien Febvre, «Préface» a Huguette y Pierre Chaunu, Séville ex
l'Mlantique (1504-J650), I, Introduction méthodologique, París, Armand
Colin, 1955, p. xiii.
284 I m m a n u e l Wallerstein

E fectivam en te. ¿Cuál? E sa es la cu estió n . Incluso en el su­


p u e sto de que los datos de Febvre fueran totalm ente correctos
— y p arece haber razones para p en sar que subestim a seriamen­
te el co m ercio del norte 175— , d eb ería m o s dudar antes de acep­
tar la in tim id an te fioritura de la p rosa de Febvre. Porque este
co m ercio local artesanal tran sp ortab a m aterias primas para las
n u evas in dustrias y a lim en to s para las ciud ades 176. Como ya he­
m o s visto, m arcó y co d ificó una nueva d ivisión europea del tra­
b ajo. D espués de todo, los m eta les p recio so s han de ser utiliza­
d os para com prar m ercancías reales, y, co m o hemos visto tam­
b ién , los m etales p reciosos pueden no h aber hecho por España
m u ch o m ás que pasar por su s arcas.
La cuestión tam poco era so la m en te la centralidad económica
del com ercio que giraba en torn o a lo s P aíses Bajos. Era tam­
b ién una cuestión de esp ecia liza ció n en las nuevas capacidades
requeridas para m anejar un fo co fin a n ciero y comercial de la
econom ía-m undo. Fue el d o m in io de tales capacidades lo que
p erm itió a los h oland eses arreb atar el con trol del comercio

175 Véase la reseña por Jan Craeybcckx del libro de Emile Coornaert,
Les frangais et le commerce Internationale a Anvers (fin du XV'-XV1‘ sié-
cíes), en la que subraya que el libro de Coornaert «proporciona abun­
dantes pruebas de que el tráfico entre las diferentes regiones del viejo
continente era mucho más que la rutina diária a pequeña escala (train-
train quotidien) que describe Lucien Febvre en su prefacio al primer
volumen de la notable obra de H. y P. Chaunu sobre Séville el l'Ailan-
fique. La afirmación debe ser considerablemente revisada cuando com­
probamos que simplemente las llegadas de vino desde Middelburg a
menudo igualaban, o incluso excedían, en tonelaje al menos, si no en
valor, el volumen anual del tráfico entre España y el Nuevo Mundo.»
«Les frangais et Anvers au xvie siécle», Annales ESC, xvn, 3, mayo-junio
de 1962, p. 543.
176 Véase la descripción de Aksel E. Christensen: «Las exportaciones
del Báltico [...] consistían casi exclusivamente, además del grano, en
materias primas y materiales auxiliares para la industria holandesa y de
Europa sudoccidental. La construcción naval era la más prominente de
las industrias provistas por estas importaciones [...] El cáñamo era la
materia prima para la fabricación de cuerdas, industria auxiliar dife­
renciada de la construcción naval y de la pesca (redes), mientras que el
lino, entre varias, era la base de otra industria auxiliar, la fabricación
de velas. [También la brea, el alquitrán y los metales para la construcción
naval.)
»De hecho, el comercio báltico era la "madre" y el "alma" del comer­
cio holandés, no sólo el más antiguo y todavía el más importante co­
mercio al por mayor, sino también la base fundamental de la prosperi­
dad y el crecimiento de la marina mercante.» Dutch trade to the Bailie
about 1600, Copenhague, Munksgaard, 1941, pp. 365-366. Véase J. G. van
Dillen, «Amsterdam's role in seventeenth-century Dutch politics and its
economic background», en J. S. Bromley y E. H. Kossman, comps., Bri­
tain and the Netherlands, n, Groninga, Wolters, 1964, esp. pp. 133-135.
si fracaso del im p e rio 285

mundial de especias a los p ortu gu eses, con el paso del «primer»


il «segundo» siglo x v i ,77.
La importancia de los P aíses B ajos para el comercio intra-
curopeo no resulta, por su p u esto , nada nuevo. Como nos re­
cuerda S. T. Bindoff, «del sig lo xi al xvn los Países Bajos fue­
ron uno de los pun tos n od ales del com ercio eu rop eo...»178. He­
mos señalado el papel clave de Amberes en el «primer» si­
glo xvil79. Amberes cayó en 1559 ,eo, y lo importante es observar

,n«[En la segunda mitad del siglo xv] se creó [...] una nueva eco­
nomía-mundo, una economía en la que Lisboa y la Casa de Contratación
controlaban el tráfico mundial de especias y dirigían la flota de naves
«pederás al puesto comercial de Goa y luego a su fondeadero del Tajo.
Laadministración y las técnicas financieras portuguesas resultaron ina­
decuadas para tareas tan lucrativas [y] los holandeses demostraron su
capacidad como intérlopes [...] El tráfico de especias bajo control ho­
landés se convirtió en un anexo inestimable de su comercio con el Bál­
ticoy la Europa noroccidental. El nuevo y ampliado comercio de espe­
cias y productos orientales engranó en un sistema comercial que se pro­
longaba por toda Europa y, de hecho, a través del Atlántico.» E. E. Rich,
«Preface», en Cambridge Economic History of Europe, iv, E. E. Rich
yC. H. Wilson, comps., The economy of expanding Europe in the 16th
and 17th centuries, Londres y Nueva York, Cambridge Univ. Press, 1967,
página xii.
Véase nuevamente E. E. Rich: «Los holandeses, en el entretanto, ha­
bían cosechado las ventajas del comercio con el Nuevo Mundo sin nece­
sidad de participar activamente en los viajes o el comercio hacia el
«te o el oeste. Gran parte de su energía se vio absorbida por sus dispu­
tas religiosas y la larga lucha con España; y en virtud de su posición
geográfica y de su agudeza comercial fueron capaces de hacer de su
país, y de su gran ciudad de Amberes, el puerto de llegada de las espe­
cias de Oriente y la lonja de los tesoros de América. El comercio con
los arenques del mar del Norte, también, les permitió establecer un
provechoso contacto comercial con Portugal y el Mediterráneo, y su co­
mercio báltico en madera, lino, alquitrán y pieles les hizo indispensables a
los otros Estados de Europa occidental, en particular a Inglaterra.» «Ex­
pansión as a concern of all Europe», New Cambridge Modern History, i,
G.R. Potter, comp., The Renaissance, 1493Ί520, Londres y Nueva York,
Cambridge Univ. Press, 1957, p. 468.
mS. T. Bindoff, «Economic change: the greatness of Antwerp», New
Cambridge Modern History, n, G. R. Elton, comp., The Reformation, 1520-
i /559, Londres y Nueva York, Cambridge Univ. Press, 1958, p. 51.
wEl comercio hanseático con Francia y más tarde con la península
Ibérica pasaba por Brujas ya en el siglo xm. En el siglo xvi el paso por
Amberes era inevitable. En esta época, por lo general, las naves hanseá-
ticas sobrevivían más como transportistas que como comerciantes en
el tráfico atlántico. Véase Pierre Jeannin, «Anvers et la Baltique au xvic
siécle», Revue du Nord, xxxvii, abril-junio de 1955, pp. 107-109. Jeannin
señala que «el ambiente de Amberes actuó como un disolvente de las
tradiciones e instituciones hanseáticas» (p. 97).
IBNo todo el mundo está de acuerdo. Frank J. Smolar, jr., sostiene
que su decadencia se ha exagerado; véase «Resiliency of enterprise: eco-
oomic causes and recovery in the Spanish Netherlands in the early se-
286 I m m a n u e l Wallerstein

q u e su su cesió n no era en a b so lu to obvia. Como sabemos, Ams­


terd am se p u so al pie del cañ ón , p ero L aw rence Stone argumen­
ta q u e una form a de in terp retar e ste h ech o es considerarlo un
fra ca so de Inglaterra tanto co m o un éx ito de los holandeses,
u n fra ca so que «retardaría» el a sc en so inglés en el sistema
m u n d ia l181.
El éx ito de A m sterdam fue im p o rta n te, por consiguiente, tan­
to p o lítica com o eco n ó m ica m en te. Pero ¿cuál fue el marco po­
lític o que hizo p osib le este éx ito ? Las ú ltim as cinco décadas
del sig lo xvi señalan no só lo el a sc en so de Amsterdam, sino
tam b ién la llam ada revolu ción de los P aíses Bajos, cuyas fron­
teras en el espacio y en el tiem p o resu lta n tan amorfas (o, me­
jo r d icho, tan d iscu tidas) co m o su co n ten id o social.
Para em pezar, ¿fue una rev o lu ció n ? Y si lo fue, ¿fue una re­
volu ció n nacional o una rev o lu ció n burguesa? Y ¿existe acaso
alguna diferencia entre e sto s d o s co n ce p to s? No pienso comen­
zar ahora un largo excursu s so b re el co n cep to de revolución.
N o estam os aún listos en la lógica de e s te trabajo para abordar
esta cuestión. S im p lem en te m e g u sta ría subrayar en este punto
que, en mi opinión, esta c u estió n n o resu lta m ás ambigua (ni,
desde luego, m ás clara) en el ca so de la «revolución de los
Países Bajos» que en el caso de n in gu n a otra de las grandes
«revoluciones» de la era m od ern a.
La historiografía revela una en o rm e d iv isió n en la interpre­
tación de esta cu estión . A lgunos co n sid era n la revolución esen­
cialm ente com o la h isto ria de la n a ció n «holandesa», es decir,
de los Países B ajos del n orte, c a lv in ista s, luchando por la liber­
tad y la in dependencia con tra la C orona española, ayudada y

venteenth century», en Charles H. Carter, comp., From the Renaissance


to the Counter-Reformation, Nueva York, Random House, 1965, pági­
nas 247-248. Su razonamiento detallado se encuentra en las pp. 251-252, y
concluye: «Hay fuertes indicaciones de fortaleza económica inherente y r
de potencial para una recuperación extensiva; los datos en este sentido
son muchos, y en gran parte no han sido utilizados» (p. 253).
1,1 «Inglaterra consiguió reorganizar su comercio para compensar ade­
cuadamente los daños ocasionados por el colapso de Amberes. Pero no
logró —de hecho, apenas intentó— ocupar el trono vacante. Desaprove­
chó la oportunidad única que se le ofreció entre la caída de Amberes y
el ascenso de Amsterdam. Hay muestras de que, en este periodo crítico
de la historia económica inglesa, logró efectivamente arrebatar a Alema­
nia la preeminencia en las técnicas industriales y mineras. Pero perdió
la carrera por la supremacía comercial y naval ante los más emprende­
dores, más eficientes y mejor organizados holandeses. No es desmesu­
rado sugerir que este fracaso en beneficiarse del colapso de Amberes
retrasó por lo menos un siglo el ascenso de Inglaterra a una posición
de grandeza mundial.» Stone, Economic History Review, ii, p. 54.
El fracaso del im p e rio 287
i

apoyada por los ca tó lico s «belgas» (del sur de los Países Bajos).
Otros la consideran esen cialm en te una revuelta de toda la na­
ción de los Países B ajos («borgoñona»), apoyada por personas
• de todos los grupos relig io so s, que sólo consiguió liberar media
nación. J. W. Sm it finaliza un repaso a la historiografía con
este muy sensato com en tario:
Estos problemas, no obstante, sólo pueden ser resueltos si dejamos
de tratar la revuelta como un bloque y nos damos cuenta de que
hubo una serie de revueltas, que representaban los intereses y los
. ideales de diversos grupos sociales económicos e ideológicos: re-
. vueltas que en ocasiones corren paralelas, en ocasiones entran en
conflicto unas con otras y en otras ocasiones se coaligan en un único
movimiento,w.
¡ Desde el punto de vista del sistem a mundial, tal y como se
iba desarrollando, ten em o s que preguntar: ¿por qué tuvo lugar
en los Países B ajos y só lo en ellos una compleja revolución na­
cional y social en el «segundo» siglo xvi, una era de relativa
tranquilidad y orden so cia l en otros lugares (con la excepción,
y muy importante, de Francia), y cóm o es que la revuelta tuvo
éxito en gran m edida? 183.
En la época de C arlos V, la política interna de los Países
Bajos no fue lla m a tiv a m en te diferente de la política de otras
partes de Europa. La n obleza m antenía una relación ambivalente
frente a su príncipe, tem ien d o su creciente poder político y eco­
nómico, viéndole co m o p ro tecto r de sus intereses tanto contra
la burguesía com o co n tra las revueltas populares, encontrando
en el servicio al p rín cip e una salvación financiera para los «hijos
menores», o los n o b les arruinados: poniéndose, en última ins­
tancia, al lado del p rín cip e ,84. E ntonces, de repente, nos en-

,uJ. W. Smit, «The present position of studies regarding the revolt


of the Netherlands», en Bromley y Kossman, comps., Britain and the
Netherlands, Groninga, Wolters, 1964, I, p. 28.
,ü«El desarrollo político que [...] tiene lugar [a finales del siglo xvi],
combinado con el impresionante auge de una economía conducida por
una clase mercantil encabezada por las familias gobernantes, explica en
gran medida la notable posición que éstas llegan a ocupar en Holanda
en el siglo xvn.» D. J. Roorda, «The ruling classes in Holland in the
seventeenth century», en Bromley y Kossman, comps., Britain and the
Netherlands, Groninga, Wolters, 1964, n, pp. 112-113.
,μ«La nobleza podía elegir entre buscar la ayuda del príncipe contra
sucomún enemigo burgués o aliarse con la burguesía contra el príncipe,
que no era menos proclive a querer recortar el poder de los nobles. Du­
rante el reinado de Carlos V la nobleza pareció optar por el príncipe.
La alta nobleza ascendió rápidamente en el servicio del Emperador,
mientras la baja nobleza se contentaba con funciones administrativas
menores o con servir en el ejército.» J. W. Smit, Preconditions of revo­
lution, p. 31.
288 I m m a n u e l Wallerstein

co n tra m o s en una situ a ció n en la q u e «los frustrados burgueses


p ró sp ero s de las ciu d ad es en ex p a n sió n se unieron a los deses-
p era d o s artesanos d escla sa d o s y a ios n o b les florecientes o en
d ecad en cia, convergiendo los d istu rb io s locales en una revolu-
ción general» ,e5. ¿Cóm o fue esto ?
Creo que la clave del desencadenamiento de la revolución
n o se encuentra en el d esc o n ten to so cia l de los artesanos y los
trab ajad ores urbanos, ni en la b u rg u esía , que sin duda alguna
sería la gran b en eficiaria de la rev o lu ció n , sin o en el hecho de
que grandes partes de la n ob leza de lo s «P aíses Bajos» temieran
sú b ita m en te que el príncipe no fuera su agente, que su política
a corto y a m edio plazo am en azara su s in tereses significativa­
m en te y que no estuviera ai a lca n ce de su s posibilidades políti­
cas el persuadirle de cam b iar su p o lítica , dado que su arena
p olítica (el im perio español) era m u ch o m ayor que la que ellos,
de ser establecida, podrían co n tro la r ,86. En pocas palabras tuvie­
ron un reflejo de op osición « n acion alista» 187.
V eam os parte de la evidencia. A llí la nobleza, como en otros
lugares, estaba crecien tem en te en d eu d a d a . Más aún, el Empera­
dor no hacía m ás que recortar su s fu e n te s de in gresos,M. Cuan-

,u Ibid., p. 41.
IU «¿No se deben las grandes revoluciones a la conjunción de clases
prósperas que quieren convertirse en revolucionarias y clases maltrechas
que se ven obligadas a hacerlo, mientras que las revoluciones motivadas
por la pura pobreza tienen de hecho corta vida?» Comentario de Pierre
Vilar en Charles Quint et son temps (Colloques Internationaux du cnrs,
30 de septiembre-3 de octubre de 1958), París, cnrs, 1959, p. 188.
m «En el siglo xvi, casi por vez primera, los movimientos de oposi­
ción adquirieron dimensión nacional e incluyeron clases, o elementos de
clases, que iban desde los príncipes de la sangre hasta los artesanos sin
empleo.» H. G. Koenigsberger, «The organization of revolutionary parties
in France and the Netherlands during the sixteenth century», The Jour­
nal of Modern History, xxvii, 4, diciembre de 1955, p. 336.
,M«El gobierno central y los odiados juristas estaban además priván­
doles de los derechos señoriales que les restaban. En 1520 una proclama
prohibía la exigencia de nuevos diezmos y pretendía la abolición de to­
dos los derechos señoriales existentes por menos de cuarenta años. En
1531, la Corona prohibió a los señores exigir nuevos dones o servicios a
sus arrendatarios. La caída de los ingresos procedentes de los derechos
de jurisdicción ya ha sido mencionada.» H. G. Koenigsberger, «Property
and the price revolution (Hainault, 1474-1573)», Economic History Rt-
view, 2.· serie, ix, 1, 1956, p. 14.
Véase Smit: «Pero es difícil determinar si tal hostilidad estaba ins­
pirada ante todo por la preocupación de conservar su posición econó­
mica o por el deseo de mantener su estatus social. La alta nobleza toda­
vía recibía un ingreso considerable, pero su posición económica relativa,
como (en menor medida) la de la baja nobleza, parece haber ido decli­
nando a causa del gasto ostentoso. Obviamente, las presiones económi­
cas eran sólo uno de los muchos pesares de la nobleza» pero constituían
El fracaso d e l i m p e r i o 289

do Felipe II asum ió el poder, descubrió una súbita resistencia


a su recaudación de fon d os ,89. Los últim os años de Carlos V
fueron años de prueba: grandes exigencias del Emperador com­
binadas con una d ism in u ción de los ingresos reales de la noble­
za a causa de la inflación de p recios. Las quiebras y las dificul­
tades económicas resu lta n tes del tratado de paz de Cateau-
Cambrésis hicieron que la situ ación empeorara súbitamente ,9°.
Después, encim a de las desgracias económ icas, Felipe II ob­
tuvo en 1559 perm iso de R om a para crear nuevos episcopados.
Con ello pretendía racion alizar las fronteras políticas y lingüís­
ticas, incrementar el n ú m ero de obispados, y requerir que los
obispos tuvieran p rep aración técn ica (es decir, que fueran teó­
logos, en vez de h ijo s de grandes señores). Por añadidura,
cl plan requería que los fo n d o s necesarios para dotar a los nue­
vos obispados se tom aran de los ingresos de ciertas abadías
históricas y hasta en to n c es independientes, reemplazando los
nuevos obispos a lo s ab ad es en diversas asambleas políticas.
Sin duda, com o señala co n cisa m en te Pieter Geyl, esto demos­
traba que Felipe era un «diligente» constructor del E stado191.
Sin embargo, «no es de extrañ ar que surgiera una tempestad de
oposición a una plan q ue su p on ía sem ejante fortalecimiento de
la autoridad del rey en un m o m en to en que sus designios eran
observados con d esco n fia n za d esd e todas p artes»192.
En la otra d irección , la nobleza buscaba transformar el Con­
sejo de Estado en «un cu erp o ejecutivo exclusivamente aristo­
crático» l93. Felipe se negó, p ero adoptó una postura de compro­
miso retirando las fu erzas esp a ñ o la s, dejando a su gobierno en

un incentivo fundamental para la revolución en una clase.que se sentía


cercada por todas partes.» Preconditions of revolution, pp. 41-42.
1,1 Véase Pieter Geyl, The revolt of the Netherlands (1559-1609), Lon­
dres. Williams & Norgate, 1932, pp. 69-70.
1,0«Si la caída del ingreso real de la baja nobleza se debió, de hecho,
a la subida de los precios, entonces probablemente esta caída no se
extendió por igual a lo largo de los tres primeros cuartos del siglo xvi,
sino que se concentró en los quince o veinte años anteriores al estallido
de la gran revuelta, en los que los precios subieron mucho más rápida­
mente que antes. Así, si hubo una crisis, fue una crisis relativamente
aguda y brusca, agravada por la desmovilización de las bandes d'ordon-
mees, la caballería aristocrática de los Países Bajos, tras el tratado de
CateauCambrésis, en 1559.» Koenigsberger, Economic History Review, ιχ,
página 14.
m«Fue un notable ejemplo de lo que el monarca podía hacer en
orden a la construcción del Estado, y muestra a Felipe como un trabaja­
dor diligente en la tradición de su casa.» Geyl, The revolt of the Nether­
lands, p. 71
* Ibid., p. 72.
mSmit, Preconditions of revolution, p. 47.
290 I m m a n u e l Wallerstein

lo s P a íses B a jo s só lo con las fuerzas su m inistradas por la noble­


za lo ca l y lo s cen tros urbanos para m a n ten er el orden. Si se aña­
d en a e s te cuadro las q u ejas g en era les de las clases bajas y la
b u r g u e sía m ed ia por la recesió n de la década de 1560 m, y la
d eb ilid a d general de la Iglesia, atacad a ya desde hacía cuarenta
a ñ o s, resu ltab a posible una revuelta:

Turbas indiferentes en lo religioso atacaron las cárceles, detestados


símbolos de la opresión, y libertaron a los protestantes. La toleran­
cia se convirtió en consigna general, formando, en conjunción con
la exigencia de unos Estados Generales libres, el nucleo del progra·
ma político de la oposición. Durante algún tiempo, estas consignas
funcionaron como creencias perfectamente generalizadas de alcance
nacional, o interprovincial; eran principios sencillos y, por encima
de todo, eran socialmente neutrales195.

N o debem os olvidar que e sto o cu rre p o co después de la paz


de Cateau-Cam brésis, que p erm itió q ue se reanudaran las sesio­
n es del Concilio de Trento y, por ta n to , que se institucionalizara
la Contrarreform a 196. Así, el c a to lic ism o y la Corona españolase
vieron m ás íntim am ente id e n tific a d o s q u e anteriormente.
La «revolución» atravesó una se rie de fases: el primer alza­
m ien to (tan to en el norte co m o en el sur) y su supresión (1566-
1572); el segundo alzam ien to (m á s «p rotestan te»), tan sólo en
Holanda y Zelanda, al n orte (1572-1576), q u e term inó con la Pa­
cificación de Gante; un a lza m ien to rad ical en Flandes, al sur
(1577-1579); una división del p a ís en d o s d esd e 1579 en adelante
(en el norte las P rovincias U n id as, en el su r un régimen lealis-
ta); un intento de u n ifica ció n en 1598; co n clu sió n de una tregua
duradera en 1609.
A lo largo de este p eríod o, lo q u e d eb e señalarse es que el
con flicto — am orfo y m u ltip o la r al p rin cip io — tom ó una forma
cada vez m ás clara com o lu ch a d el n o rte p rotestante, o, mejor,
«protestantizado», en b usca de su in d ep en d en cia nacional con
un régim en con son an te con las n e c e sid a d e s de la burguesía co­
m ercial, cuya fuerza a esca la m u n d ia l cr ec ió a lo largo de la
lucha y su b sig u ien tem en te en el sig lo x v i i . U na vez comenzado
el con flicto, p rob ab lem en te h a b ía m u y p o c o que España, dado

m Véase ibid., pp. 42-43.


m Ibid., p. 48.
m «La paz entre Francia y España es el fundamento político sobre el
que se asienta la reorganización tridentina del catolicismo. Hecho de par­
ticular trascendencia, no ya para un pueblo sólo, sino para la cristian­
dad entera.» Manuel Fernández Alvarez, «La Paz de Cateau-Cambrésis»,
Hispania, xix, 77, octubre-diciembre de 1959, p. 544.
El fracaso del im p e rio 291

•el fracaso del im perio», pudiera haber hecho para detenerlo ,97(
especialmente dado, com o verem os, el nuevo equilibrio de poder
en Europa. De hecho, las presiones bajo las que actuaba España
quedan claramente indicadas por el hecho de que prácticamen­
te todos los puntos p o lítico s críticos en las relaciones entre Es­
paña y los Países B ajos, d esd e 1557 a 1648, vinieron inmediata­
mente precedidos de una crisis financiera en España ,9S.

mKoenigsbergcr acude en defensa de Felipe II: «Felipe II ha sido


condenado casi universalmente por enviar al duque de Alba a los Países
Bajos. Pero estos juicios, ¿no se basan en buena medida en la visión
retrospectiva del historiador? ¿Podía actuar de otro modo un fuerte go­
bernante del siglo xvi enfrentado con la doble oposición de la alta no­
bleza (aunque oposición constitucional) y de un movimiento religioso
revolucionario dotado de una organización militar (aunque en su infan­
cia)? En Francia y Escocia los calvinistas habían construido sus formi­
dables organizaciones gracias a la debilidad de los gobiernos francés >
escocés. En el siglo xvi era un lugar común del oficio de Estado que las
rebeliones debían ser aplastadas en su infancia. Además esta política
estuvo muy a punto de tener éxito. Fracasó, quizá, porque ya era de­
masiado larde, incluso en 1567, y porque Alba no tenía un poder naval
para aplastar a los Mendigos del Mar. Indudablemente, Felipe II no
comprendió la complejidad de la situación, y Alba demostró ser una
elección equivocada para sus propósitos. Pero tampoco eso era entonces
tanevidente como lo sería después; pues Alba se había comportado con
considerable tacto en la guerra contra el papa Pablo IV. Sin embargo [...]
incluso la crueldad del duque de Alba no provocó un brote espontáneo
derebelión en un pueblo oprimido; la revuelta de 1572 sólo llegó a ser
posible a través de la acción de los altamente organizados y despiadados
Mendigos del Mar, y de su también altamente organizada “quinta co­
lumna" en las ciudades de Holanda y Zelanda.» Journal of Modern Histo·
ty, xxvn, p. 341.
" El vínculo entre los desarrollos internos en España y los altibajos
de la revolución de los Países Bajos es explicitado claramente por H.
Lonchay: «Estas crisis [de las finanzas españolas] no sólo afectaron a
las bolsas de Ambercs, Londres y Amsterdam, sino que tuvieron un im­
pacto sobre los acontecimientos en [Bélgica] que no ha sido advertido.
Lade 1557 explica por qué, pese a las victorias de San Quintín y Grave-
linas, Felipe II se vio tan urgido a concluir una paz con Francia. La
de 1575 nos hace comprender la Furia Española y todos los excesos de
los soldados extranjeros por tanto tiempo privados de su paga. La tran­
sacción de 1596 precede la cesión de los Países Bajos a los archiduques,
decidida por Felipe II tan sólo porque pensaba que sería más fácil esta­
blecer la paz en los Países Bajos de esta forma que por el uso de la fuer­
za. Los decretos de 1607-1608 nos dan la razón de que Felipe III se resig­
nara a firmar la tregua de los Doce Años, tan lesiva para su orgullo. La
i de 1647 no fue ciertamente irrelevante para la brusca disposición de Fe-
' lipe IV a reconocer definitivamente la independencia de las Provincias
Unidas. Asi, el destino de Bélgica estaba ligado al de España, y a menu­
dono se puede comprender la historia política de la una sin conocer la
situación financiera de la otra.» Académie Royale de Belgique, pági­
nas 994-995.
292 I m m a n u e l Wallerstein

A unque la revolución de los P aíses B ajos era un movimien­


to «n acion alista», com p ren d ía una com p o n en te religiosa desde
el p rin cip io. M ientras la nobleza b u scab a en un principio mo­
n o p o liza r la form a y naturaleza de la disputa con el rey, la
com u n id a d calvinista rom pió con su papel pasivo prescrito, lan­
zá n d o se a un fren esí de d estru cció n de im ágenes (la rebelión ico­
n o cla sta ), que barrió el país, n orte y sur. Geyl afirma que las au.
torid a d es estaban «paralizadas de m ied o» y que los dirigentes
ca lv in ista s m ostraban «sorpresa y desazón» I99. Fue la religión lo
q u e añadió el toque de p asión id eo ló g ica a la revolución e hizo
p o sib le que I. S h óffer com parara la rebelión iconoclasta con el
asa lto a la B astilla y los tu m u lto s ca llejero s de Petrogrado en
m arzo de 1917 200.
Aunque esta fase pasó ráp id am en te, la fuerza de los calvinis­
tas, com o partido revolu cion ario, co m o jacob in os del siglo xvi,
en la analogía de H. G. K o en igsb erger 2012 0, significaba que tenían
el vigor necesario para p ersistir cu a n d o o tro s se quedaban en la
cuneta, para utilizar una p o lítica de «aterrorizar a la pobla­
ción» m, y para poder «m ovilizar a la m asa en momentos estra­
té g ic o s» 203. Cuando en la P a cifica ció n de G ante las autoridades
intentaron resolver el c o n flic to p o r m ed io de la partición re­
ligiosa, no hicieron m ás q ue a trin ch era r al partido reformado
en Holanda y Zelanda, y reforzar la id en tificación de la causa
política y de la religión 204, lo que llev ó eventualm ente a la «pro-
testantización» de áreas b a jo co n tro l p ro testa n te. La división del
país en 1579 condujo a una co n so lid a c ió n de am bas partes y, por

,w Geyl añade: «En cualquier caso fue un trabajo verdaderamente


calvinista, fiero y honrado, no contenido por ningún respeto al arte o
la belleza, que buscaba purgar la tierra de los elegidos de Dios de los
diabólicos ornamentos idolátricos, y derribar de un golpe un pasado de
mil años. Y al hecho una vez realizado no le faltó la severa aprobación
de los dirigentes intelectuales del calvinismo.» Geyl, The revolt of the
Netherlands, p. 93.
200 Véase I. Schoffer, «The Dutch revolution anatomized: some com­
ments», Comparative Studies in Society and History, hi, 4, julio de 1961,
página 471.
201 Véase Koenigsberger, Journal of Modern History, χχνπ, p. 335. Gor­
don Griffiths sugiere de forma similar que la revolución holandesa pue­
de ser considerada análoga a la francesa en términos de las categorias
desarrolladas por Crane Brinton. Véase «The revolutionary character of
the revolution of the Netherlands», Comparative Studies in Society and
History, II, 4, julio de 1960, pp. 452-472.
203 Koenigsberger, Journal of Modern History, xxvii, p. 342.
202 Ibid., p. 343.
204 Véase Geyl, The revolt of the Netherlands, p. 161.
SI fracaso del im p erio 293

tanto, a una polarización religiosa duradera 203. Las líneas de


separación adm inistrativa eran de hecho el resultado de factores
geomilitares. El sur de los Países Bajos era terreno abierto
donde la caballería españ ola llevaba las de ganar. La parte
norte estaba cubierta de canales y otras barreras al movimiento
de la caballería. Era, en pocas palabras, un territorio ideal para
la guerrilla **. Al cabo del tiem po, los del norte se hicieron pro­
testantes; los del sur se hicieron católicos.
Por tanto, no es que, com o han planteado muchos, el pro­
testantismo resulte particu larm en te consonante con el cambio
social, no más con el n acion alism o que con el capitalismo. Más

* Pieter Geyl afirma: «La verdadera explicación, entonces, de la di­


visión de los Países Bajos en un norte protestante y un sur católico, es
exactamente la opuesta de la habitual. No es porque el sur fuera cató­
licoy el norte protestante por lo que la rebelión fracasó aquí y triunfó
allí: es porque los ríos permitieron a la rebelión atrincherarse en el
norte, mientras España recuperaba las provincias situadas del lado malo
de la barrera estratégica, por lo que con el tiempo llega a existir este
sistema dual de la república protestante al norte y los Países Bajos ca­
tólicos al sur, la Holanda protestante y la Bélgica católica.» Debates
with historians, Nueva York, Meridian, 1958, p. 209. Véase Henri Lapeyre,
Les monarchies européennes du XVl* siécle, París, Presses Universitaires
de France, 1967, pp. 188-189.
Asi, la separación administrativa conduce a la polarización religiosa.
M ás aún, no se trata de que los calvinistas se conviertan en capitalistas,
sino que los capitalistas se hacen calvinistas. H. R. Trevor-Roper lo
argumenta: «Si los grandes empresarios calvinistas de mediados del
siglo xvii no estaban unidos por la piedad calvinista, o incluso por su
supuesta expresión social, ¿qué era lo que les unía? Si los estudiamos
atentamente pronto encontramos ciertos hechos evidentes. Primero, bue­
noso malos calvinistas, la mayor parte de ellos no eran nativos del país
enel que trabajaban. Ni Holanda, ni Escocia, ni Ginebra, ni el Palati-
nado —las cuatro obvias sociedades calvinistas— produjeron sus pro­
pios empresarios. La compulsiva enseñanza calvinista con la que fueron
adoctrinados los nativos de estas comunidades no tuvo semejante efecto.
Casi todos los grandes empresarios eran inmigrantes. Segundo, la mayor
parle de estos inmigrantes procedían de los Países Bajos [...] Más aún,
cuando los examinamos aún más de cerca descubrimos que venían ge­
neralmente de una clase particular dentro de la república holandesa.
Incluso allí habían sido inmigrantes, o lo habían sido sus padres. O eran
“flamencos" —es decir, inmigrantes de las provincias del sur ahora bajo
dominio español— o procedían del principado católico del obispo de
Lieja.» The European witch-craze, pp. 15-16.
Λ«Bélgica (por usar un término moderno) era en su mayor parte
un"país de caballería", adecuado para grandes batallas en campo abierto,
desde Gemblours a Waterloo. El "reñidero de Europa" es una región
que puede ser perdida y ganada en el campo. No así Holanda (por usar
denuevo una palabra moderna), que en su mayor parte está tan cortada
por brazos de mar, ríos, canales y pantanos que es difícil encontrar
dentro de sus fronteras espacio para desplegar en orden formal un
gran ejército.» Oman, A history of the art of war, p. 541.
294 I m m a n u e l Wallerstein

b ien , co m o dijo sir L ew is N am ier, «religión es el nombre del


n a cio n a lism o en el siglo xvi» El p rotestan tism o sirvió para
u n ifica r los P aíses B ajos del n orte. S eñ alam os en el capítulo
an terio r có m o y por qué el c a to lic ism o quedó ligado al senti­
m ien to nacional polaco. Y el ca to lic ism o hizo lo mismo por Ir­
lan da ^ Allá donde una religión no esta b a firmemente ligada a
las cau sas nacionales, no resu ltó cap az de sobrevivir, como el
ca lv in ism o en F ra n cia 709.*2
09
K1 Citado por Christopher Hill, Reformation to the Industrial Revolu­
tion, p. 23. En una comunicación personal, Hill señala que «Namier hizo
esta observación en una de las varias veladas de discusión que los estu­
diantes de [Balliol] College tuvieron con él en 1934, cuando estaba dan­
do las Ford Lectures en Oxford». Véase F. Chabod: «Si en la vida del
Estado en el siglo xvi hay sentimientos que juegan un papel, son los
religiosos antes que los nacionales o patrióticos. En el caso de Francia,
esto tan sólo se aplica a la política interna, en tanto que la política ex­
terior se libera tempranamente de consideraciones ideológicas. Pero, en
el caso de los Habsburgo, ¿no se aplica también a la política exterior?»
Actes du Colloque, p. 620.
m «El catolicismo en Irlanda, al igual que el protestantismo en los
Países Bajos, había cobrado fuerza a causa de su identificación con una
causa nacional. Aunque la sociedad irlandesa era infinitamente menos
sofisticada que la de los Países Bajos, su lucha contra la dominación
inglesa se caracterizaba por muchos de los mismos rasgos que marca
ron la lucha holandesa contra la dominación de España. En ambas so
ciedades una causa religiosa impulsaba un sentimiento de identidad na­
cional, y a su vez era impulsada por éste. En ambas, la afiliación de los
dirigentes nacionales a un movimiento religioso internacional propor­
cionaba nuevas oportunidades para asegurar la ayuda internacional.»
J. H. Elliott, Europe divided, 1559-1598, Nueva York, Harper, 1968, p. 302.
209 «Había [...) una diferencia esencial entre los regímenes de Francia
y los Países Bajos que afectaba profundamente a los caracteres de sus
respectivas oposiciones políticas. La misma Catalina [de Francia) era
medio extranjera, pero encabezaba un gobierno real que permanecía
como símbolo de la unidad nacional en un país dividido. Margarita, hija
de Carlos V y flamenca, era neerlandesa por nacimiento; sin embargo,
encabezaba un gobierno al que cada vez se consideraba más extraño.
Esto demostró ser, a largo plazo, un hecho de incalculable importancia,
puesto que permitió a la oposición aparecer —como nunca lo pudo ha
cer convincentemente en la Francia de la década de 1560—como la de­
fensora de las tradiciones nacionales contra las innovaciones extranje­
ras.» Elliott, ibid., p. 126.
Si nos preguntamos por qué el calvinismo no fue revolucionario en
Inglaterra bajo Isabel como lo fue en los Países Bajos y en Francia en
esta época, una vez más la posición de la autoridad real explica la dife
rencia: «Para empezar, Inglaterra había utilizado mucho de su espíritu
nacionalista contra el papado durante los enfrentamientos de Enrique VIII
con la Iglesia romana [...] En Inglaterra, desde tiempos de la reina Ma­
ría la cuestión de la influencia extranjera no volvió a ser un problema
hasta el reinado de Carlos II. Pero más importante incluso fue en la
situación inglesa la ausencia a partir de 1588 de un soberano católico
que, como en Francia y Holanda, sirviera de constante recordatorio del
El fracaso del im p e rio 295

Lo que pasaba era que, en el torbellino de intereses conflicti­


vos, sólo podían con stru irse nuevas estructuras organizativas por
medio de extrañas e in esta b les alianzas. Los hombres buscaban
asegurar estas alianzas. H. G. Koenigsberger capta con precisión
este punto:

La religión era la fuerza aglutinante que mantenía unidos los dife­


rentes intereses de las diferentes clases y les suministraba una or­
ganización y una maquinaria de propaganda capaces de crear los
primeros partidos genuinamente nacionales e internacionales de la
moderna historia europea. Porque estos partidos jamás abarcaban
más que una minoría de cada una de sus clases constituyentes.
Más aún, era por medio de la religión como podía atraerse a las
clases más bajas y a las masas para que desahogaran la ira de su
pobreza y la desesperación de su desempleo en bárbaras matanzas
y fanáticos pillajes. El descontento social y económico creaban un
terreno abonado para la captación por cualquiera de las dos partes,
y la tiranía democrática popular apareció tanto en el Gante calvi­
nista como en el París católico 21°.

Si la religión sirve en to n ces com o cem ento nacional, nos dice


poco acerca del co n ten id o social de las estructuras estatales re­
sultantes. J. W. S m it argum enta que la revolución de los Países
Bajos fue esen cialm en te, a pesar de sus ambigüedades, una re­
volución burguesa que llevó a la burguesía al poder, y que la
partición de los P aíses B ajos y las resultantes fronteras estata­
les son una m edida de su grado de fuerza frente a sus ene­
migos 2n.

Anlicristo romano.» Leo F. Solt, «Revolutionary Calvinist parties in


England under Elizabeth I and Charles I», Church History, xxvii, 3, sep­
tiembre de 1958, p. 235.
w Koenigsberger, Journal of Modern History, xxvii, pp. 350-351. So­
bre el calvinismo como movimiento transnacional, véase Robert M. King-
don: «Las revueltas del siglo xvi no pueden ser vistas solamente como
capítulos de historias nacionales separadas; deben ser consideradas, al
menos en parte, como obra de una organización religiosa internacional
y revolucionaria: la Iglesia calvinista.» «The political resistance of the
Calvinists in France and the Low Countries», Church History, xxvii, 3,
septiembre de 1958, p. 233. y'
w«Después de todo, pese a todos los matices que podamos introdu­
cir, la nueva república se convirtió en la primera4verdadera nación capi­
talista y burguesa, con una identidad nacional muy mercantil fuertemen­
te marcada. La clave de una [interpretación de los hechos en contradic­
ción] reside, pienso, en el hecho de que la revolución sólo triunfó en
parte de los Países Bajos. Yo defendería la tesis de que la revolución
de los Países Bajos fue de hecho, entre otras muchas cosas, una revo­
lución social innovadora y progresiva. Pero la clase mercantil burgue­
sa (...] era demasiado débil para establecer su gobierno sobre todos los
Países Bajos [...] Sólo encontraría un Estado a su imagen en Holanda,
donde la economía de mercado, ya en una fase avanzada de desarrollo,
296 I m m a n u e l Wallerstein

Por su p u esto, la nobleza e stu v o im p licad a en diversos lugares


y m o m en to s, particu larm en te al p rin cip io, pero los nobles huye­
ron de la causa n acion alista a su sta d o s por las corrientes subya­
c e n te s de radicalism o s o c ia l2l2. P ero si los m ovim ientos sociales
rad ica les tenían una base su fic ie n te en el lumpenproletariado
de las ciudades nacido de la ex p a n sió n econ óm ica cum recesión,
co m o queda ejem p lificad o por el breve con trol de Gante por
Jan van H em byze de 1577 a 15792I3, se vieron rápidamente ais­
lad os y se autodestruyeron al p erd er de v ista el tema nacional y*21

se alimentaba con el capital, la población y los conocimientos prácticos


del sur, y donde no tenía oposición importante de grupos sociales riva­
les.» Smit, Preconditions of revolution, ρρ. 52-53. Véase Τ. Wittman: «La
guerra de independencia de 1566-1605 contra España constituyó un pro­
ceso coherente que cumple todos los requisitos de una revolución bur­
guesa. Las luchas antifeudales de las masas urbanas y campesinas se
fundieron en su resistencia a la opresión española y a la Iglesia católica;
y estos movimientos de masas llevaron a primer plano en los Estados
Generales un grupo dirigente que, especialmente tras la formación de
la Unión de Utrecht, y pese a todos sus límites y contradicciones, expre­
saba las aspiraciones sociales de la burguesía.» «Quelques problémes
relatifs á la dictature révolutionnaire des grandes villcs de Flandres,
1577-1579», Studia Historica (Academiae Scientiarum Hungaricae), 40, I960,
páginas 3-4.
2,2 «Cada vez que hubo una seria amenaza de revolución social -des­
de la destrucción de imágenes en 1556 hasta la agresiva dictadura demo­
crática de los calvinistas de Gante, a finales de la década de 1570-, la
nobleza de Hainaut cerró filas y se unió por la conservación del status
quo, incluso si esto significaba sumisión al dominio español.» H. G.
Koenigsberger, Economic History Review, ιχ, p. 15.
«A largo plazo, ni siquiera la religión pudo reconciliar a la nobleza
con las dictaduras democráticas, y una u otra de las partes se vio con­
ducida a una alianza con el antiguo enemigo común. El resultado fue,
en todos los casos, la ruptura del partido revolucionario y la derrota
del movimiento popular.» H. G. Koenigsberger, Journal of Modern His­
tory, xxvii, p. 351.
211 Véase Wittman: «las corporaciones [...] no estaban en absoluto
detrás del impulso hacia la izquierda de la revolución; más bien se bene­
ficiaron de él, e incluso más de una vez lo obstaculizaron. En las glan­
des ciudades flamencas existían las condiciones para una radicalización:
la pauperización y la acelerada diferenciación social provocadas por la
descomposición del régimen feudal en una situación en la que aún no
existían los factores precisos para una rápida transición a la producción
capitalista. Las masas plebeyas formadas de las filas de los maestros
artesanos arruinados, jornaleros, aprendices, pequeños comerciantes y
varios elementos del lumpenproletariado, reflejaban en su comporta­
miento político, aunque sólo fuera instintivamente, este período de evo­
lución». Studia Historica, p. 16. En una nota al pie, Wittman añade: «En
La guerra de los campesinos en Alemania, Engels hace varias observa­
ciones pertinentes [...] sobre el enorme crecimiento del lumpenproleta­
riado en el siglo xvi [...] Al analizar los movimientos de masas en la
El fracaso d e l i m p e r i o 297

volverse contra la b urguesía, y, por tanto, paradójicamente,


hacia una alianza con las fuerzas del R e y 2M.
Así, lentamente, em ergió una confederación de gobiernos de
ciudades que prescindieron rápidam ente de todo adorno «de­
mocrático», pero que tam b ién estaban libres de las cargas eco­
nómicas que su particip ación en el antiguo sistema español les
infligía m. Los com ercian tes crearon para sí mismos una ligera
confederación sin el aparato adm inistrativo de la mayor parte
de los otros E stados. M uchos han calificado esto de debilidad,
pero Smit parece acercarse m ás a la cuestión cuando nos re-

Edad Media, los historiadores marxistes no han realizado todavía un


examen detenido de este factor» (p. 16).
Sobre las opiniones religiosas de este lumpenproletariado, Smit co­
menta: «Al mismo tiempo debemos preguntamos hasta qué punto la indi­
ferencia hacia la religión dogmática se había extendido también entre
las masas; hasta qué punto los iconoclastas de 1566 y los desempleados
revolucionarios de 1572 eran un grupo flotante de indiferentes, adeptos
luturos antes que vanguardia, en ese momento, del catolicismo o del
protestantismo. La respuesta a la pregunta de si la revuelta fue de ca­
rácter calvinista o puramente política, moderna o conservadora, depende
en buena medida del examen de la estructura social e ideología de la
población.» Britain and the Netherlands, I, p. 24.
lu «En ninguna parte la revolución llegó tan lejos como en Gante.»
Koenigsberger, Journal oí Modern History, χχνπ, p. 344. Véase también
Wittman: «Sin embargo, no existían ni la condición objetiva, una bur­
guesía revolucionaria guiada por sus propios intereses, ni la condición
subjetiva, una política más consecuente por parte de Hembyze y quienes
leapoyaban. A falta de estas condiciones, la radicalización condujo a su
propia negación cuando en 1583, tras la «Furia Francesa», Hembyze, que
había socavado totalmente la autoridad de los orangistas, se puso a la
cabeza de las fuerzas de Gante contra Guillermo de Orange y pidió ayu­
da a los españoles. La traición de Hembyze no plantea una cuestión
moral, contrariamente a la forma en que ha sido tratada normalmente
hasta ahora por los historiadores. Se trata más bien de un proceso que
puede encontrarse en todas las revoluciones burguesas precoces. Tam­
bién en Inglaterra, en la época del protectorado de Cromwell, algunos
¡tvellers, una vez que el partido se derrumbó, establecieron relaciones
con los realistas y los españoles, exactamente como lo hicieron Hemby­
zey Dalthenus.» Studia Historica, p. 36.
m«Así, los patricios de la república no se veían mantenidos a raya
desde abajo. Sin embargo, es aun más notable el hecho de que la revuel­
ta lambién causó la desaparición de casi cualquier restricción impuesta
desde arriba. En la primera mitad del siglo xvi, la administración cen­
tral había respaldado a los patricios locales contra cualquier coalición
en sus ciudades de hombres prominentes ambiciosos y pequeños ciuda­
danos descontentos. La administración central también había cuidado
de que los gobernadores no ejercieran poder fuera de sus propias ciu­
dades. Tras la revuelta, por el contrario, los magistrados de las ciudades
llegaron a ser en la práctica completamente independientes. Gobernaban
sin interferencia de nadie, sin ningún control.» Roorda, Britain and the
Netherlands, II, pp. 114-115.
298 I m m a n u e l Wallerstein

cu erd a que el aparato de E stad o de la república holandesa «per-


m itió el lo g r o .d e un grado de in teg ra ció n económ ica mayor que
cu alq u iera de las m onarquías de Europa. La burguesía de Ho­
landa había llevado a cabo el grado de reform a necesario para
p rom over la expansión eco n ó m ica y sen tirse, no obstante, libre
de una excesiva centralización» 2I6. Así, la revolución de los Países
B a jo s no podría haber co m en za d o ja m á s sin la deserción de
m u ch o s nobles del orden esta b lecid o . N o podría haber tenido
un segun do aliento sin las co rrien tes radicales procedentes de
abajo. Pero al final fue la b u rgu esía quien tom ó firmemente las
riendas y acabó siendo la b en eficia ria del nuevo orden social.
¿Por qué, no obstante, los P a íses B ajos y no otro lugar?
H em os dicho que el «segundo» sig lo x v i fue una era de repliegue
hacia el interior, de rechazo del id eal im perial en favor de la
b úsqueda de un E stado fuerte. E x istía aún, no obstante, durante
parte de este período, una arena en la que intervenían todas
las grandes potencias, en la que tod as estab an implicadas. Eran
los Países B ajos. Una form a de in terp reta r la revolución de los
Países Bajos es verla com o el resu lta d o del esfuerzo de los gru­
pos dom inantes locales por lograr la m ism a exclusión de la
interferencia política de los ex tra n jero s, el m ism o control de sí
m ism os que España, Francia e In glaterra, al menos, pugnaban
por disfrutar.
Otra form a de interpretarla, es d ecir que, debido a que a
partir de 1559 España, F rancia e In glaterra se anulaban mutua­
m ente, los habitantes de los P a íses B a jo s tuvieron espacio social
para reafirm ar su identidad y arrojar de sí el yugo español. Esto
fue particularm ente cierto d esp u és de la derrota en 1578 de
la Armada Invencible e s p a ñ o la 217. N o es que ninguno de estos
países apoyara la in depend en cia de lo s P aíses Bajos. España no
quería perder parte de su s d o m in io s. Francia, aunque deseaba
debilitar a España, vacilaba a ca u sa d e las implicaciones para
la lucha religiosa interna en F rancia. Inglaterra quería echar
a España, pero no quería dejar en trar a Francia, y prefería, por
tanto, la autonom ía de lo s P aíses B a jo s b a jo la nominal sobe­
ranía e sp a ñ o la 218. N o o b sta n te, la c u e stió n es que este conflicto
en el seno del sistem a m u n d ial, e s te d eb ilitam ien to del predo·

2.6 Smit, Preconditions of revolution, p. 52.


2.7 Véase Geyl, The revolt of the Netherlands, pp. 217-219.
2USobre Francia, véase G. N. Clark, «The birth of the Dutch repu­
blic», Proceeding of the British Academy, 1946, p. 191. Sobre Inglaterra,
véase R. B. Wernham, «English policy and the revolt of the Netherlands»,
en Bromley y Kossman, comps., Britain and the Netherlands, Groninga,
Wolters, 1964, i, pp. 30-31.
El fracaso d e l i m p e r i o 299

minio mundial español, hizo posible para la burguesía de las


Provincias Unidas m aniobrar para defender sus intereses. En
1596 podían ya participar com o iguales en un tratado con Fran­
cia e Inglaterra, cuando p oco tiem po antes se habían ofrecido
como súbditos de la una o de la otra. Como comenta Geyl:
cuna vez más, los celos m utuos de Francia e Inglaterra en lo
concerniente a los Países B ajos resultaron ser un beneficio»219.
La significación de la revolución de los Países Bajos no es
lade haber establecido un m odelo de liberación nacional. A pesar
de la historiografía liberal rom ántica del siglo xix, el ejemplo
holandés no sirvió com o generador de corrientes ideológicas.
Su importancia yace en el im pacto económ ico sobre la economía-
mundo europea. La revolu ción de los Países Bajos liberó una
fuerza que podría so sten er el sistem a mundial como tal sistema
durante algunos d ifíciles añ os de ajuste, hasta que los ingleses
(y los franceses) estu vieran d isp uestos a dar los pasos necesa­
rios para su con solidación definitiva.
Recordemos la h istoria económ ica previa de Amsterdam y
otras ciudades del n orte de los Países Bajos. Los holandeses es­
taban jugando un crecien te papel en el comercio báltico m. Es­
tablecieron una cabeza de puente a finales de la Edad Media, y
al principio del siglo x v i estab an ya reemplazando a las ciuda­
des hanseáticas. Su co m ercio báltico total siguió una curva
ascendente en el siglo x v i, alcanzando un punto, alrededor de
1560, en el que con trolab an alrededor del 70 por 100 del co­
mercio. Aunque el p erío d o revolucionario afectaría un tanto

Geyl, The revolt of the Netherlands, p. 225.


“ «En el transcurso del siglo xv, las ciudades de las provincias de
Zelanda y Holanda dedicadas a la pesca y a la construcción naval pros­
peraron lenta pero irresistiblemente, extendiendo su comercio costero
más y más lejos hacia el este, hasta convertirse en los más peligrosos
rivales de la Hansa precisamente en aquellas regiones de Prusia en las
que descansaba la principal fortaleza económica de la Liga.» Cari Brink-
mann, «The Hanseatic League: a survey of recent literature», Journal
o\ Economic and Business History, ii, 4, agosto de 1930, p. 591.
Al mismo tiempo, Holanda estaba ganando una buena parte del co­
mercio ultramarino de Escocia, aproximadamente la mitad del tonelaje
hacia 1560. Las estadísticas no son suficientemente explícitas: «En cual­
quier caso, el número, e incluso el tonelaje agregado de los barcos que
seguían las diferentes rutas comerciales sería una muestra imperfecta
del verdadero significado del comercio entre Escocia y los Países Bajos,
ya que, además del carbón y la sal, los bienes que entraban en este
comercio eran de valor relativamente alto si se les comparaba, por ejem­
plo, con el comercio noruego [de Escocia].» S. G. E. Lythe, The economy
of Scotland in its European setting, 1550-1625, Edimburgo, Oliver & Boyd,
I960, página 245.
300 I m m a n u e l Wallerstein

al n ivel del com ercio b á ltico , los h o la n d eses se recuperarían de


e sta caída tem poral hacia 1630 221.
El efe c to de la revolución no fue só lo asegurar la decadencia
ec o n ó m ic a de Flandes, sin o tam b ién fo rta lecer al norte en cuan­
to a personal, gracias a la em ig ra ció n a él de muchos bur­
g u ese s de Flandes. «Si H olanda y Zelanda florecieron, fue en
p arte debido a que se alim en ta ro n de las m ejores fuerzas vita­
le s de Flandes y Brabante» 222. M ás aún, el principio de toleran­
cia religiosa proclam ado por las P rovin cias Unidas en 1579 pro­
v o có la llegada de ju d ío s sefa rd ita s a p artir de 1597. «Trayendo
su s riquezas y su experiencia en los n eg o cio s para suplementar
la prosperidad de los E sta d o s m erc a n tile s del norte, tal emi­
gración se convirtió por d efin ició n en un fenóm eno europeo»m .
En cuanto pareció esta b iliza rse la lucha política en el seno de
los P aíses B ajos, los h o la n d eses sa lta ro n de ser meramente un
cen tro del com ercio b áltico a ser un cen tro del comercio mun-*lo

«Un análisis de las cifras de barcos en el comercio holandés con el


Báltico conduce a la conclusión preliminar de que ni la revuelta contra
España ni la gran expansión por las nuevas rutas lejanas durante los
años anteriores y posteriores a 1600 supusieron una caída duradera del
control holandés sobre el comercio báltico.» Christensen, Dutch trodt,
página 90.
Oscar Albert Johnsen muestra que los noruegos aprovecharon la insurrec­
ción holandesa de 1572 contra los españoles para inaugurar «relaciones
comerciales directas y regulares con los países del rey de España». Sinem­
bargo, tras el fin de la tregua de los Doce Años en 1621 la flota holan­
desa era suficientemente fuerte para atacar a los noruegos: «Esta pira­
tería y estas confiscaciones arruinaron prácticamente por completo
nuestra navegación en el Mediterráneo.» «Les relations commerciales en­
tre la Norvége et l'Espagne dans les temps modernos», Revue Historiqut,
año lv, fase. 1, septiembre-diciembre de 1930, p. 78. Johnsen admite que
lo que arruinó a Noruega no fue meramente la fuerza naval holandesa,
sino su fuerza comercial. Véase p. 80.
Como dice Pierre Jeannin: «Se puede discutir sobre el momento exac­
to en que el comercio holandés triunfó sobre la Hansa, pero hacia 1600
el triunfo era completo.» Vierteljahrschrift für Sozial- und Wirtschújtl·
geschichte, x l iii , pp. 193-194.
m Geyl, The revolt of the Netherlands, p. 239.
m Spooner, New Cambridge Modern History, ill, p. 31. Braudel va
más lejos: «Del mismo modo que la recesión secular de 1350-1450 ha lan­
zado a los mercaderes judíos hacia Italia y su segura economía, asi la
crisis de 1600-1650 los encuentra en el igualmente seguro sector económi­
co del mar del Norte. En esa ocasión el mundo protestante los ha salva­
do y los ha mimado; los judíos, inmediatamente, pagan con la misma
moneda y salvan y miman al mundo protestante. Al fin y al cabo, como
señala Werner Sombart, Génova gozaba de un emplazamiento tan bueno
como el de Hamburgo o Amsterdam respecto a las rutas marítimas que
se dirigen a América, la India o China.» La Méditerranée, II, p. 151.
El fracaso d e l i m p e r i o 301

dial™. Más aún, el nuevo com ercio aumentó en vez de disminuir


la importancia del com ercio báltico, que los propios holandeses
llamaban el «com ercio m adre». Después de todo, Europa orien­
tal suministraba tanto el grano para alimentar a las ciudades
holandesas com o los su m in istro s navales esenciales para los in­
tereses pesqueros y los a stillero s de los holandeses 225. La cons­
trucción de barcos, a su vez, era clave para el éxito holandés
en otros lugares 226.0
5
w «Durante [el] breve período que va de 1590 a 1600 los holande­
ses (...) crearon un sistema comercial completamente nuevo. Aunque to­
davía en pañales, las rutas del comercio holandés colonial y levantino
habían quedado establecidas de una vez. El nuevo comercio, principal­
mente el comercio con la India, se convirtió simultáneamente en el
centro de interés de las instituciones reinantes, los principales comer-
dantes, y todo el público de la época.» Christensen, Dutch trade, p. 19.
Violet Barbour sugiere que el rápido auge de Amsterdam fue percep­
tible para sus contemporáneos: «Los extranjeros observaron el ascenso
deAmsterdam hacia la supremacía en el comercio mundial con sorpresa
nocarente de resentimiento. De repente, según parece, la ciudad estaba
allí.» Capitalism in Amsterdam in the seventeenth century, Ann Arbor
(Michigan), Ann Arbor Paperbacks, 1963, p. 17. Véase Da Silva, Revue
du Nord, xli, p. 143, que fija la supremacía holandesa muy exactamente
entre 1597 y 1598.
05Christensen, Dutch trade, p. 424. Véase Barbour: «La fuente prin­
cipal de la nueva riqueza de la ciudad, como de su modesta posición
ventajosa anterior, parece haber sido el comercio en grano y suministros
navales, y el transporte, almacenaje y venta de estos y otros bienes pe­
sados. Las circunstancias —hambre, guerra, y las nuevas técnicas bélicas
que exigían cañones cada vez mayores, la aventura naval que exigía más
barcos, mayores y mejor armados— incrementaron grandemente la de­
manda de bienes y servicios que Amsterdam estaba equipado para sumi­
nistrar.» Capitalism in Amsterdam, p. 26. También habla del papel de
Amsterdam en los seguros marítimos a partir de 1592 (pp. 33-35) y en
el suministro de armas y municiones a partir de 1609 (pp. 35-42).
ω «Siendo Amsterdam el mercado preferente de la madera, la cons­
trucción naval era más barata en Holanda que en ninguna otra parte.
Mientras que los ingleses se aferraban a los mercantes grandes y arma­
dos, alrededor de 1595 los holandeses comenzaron a construir un nuevo
tipo de barco llamado filibote [fluyt], un navio ligero pero manejable,
largo, estrecho y rápido, empleado para llevar cargas gruesas y pesadas.
El filibote era fácil de gobernar con una pequeña tripulación. El bajo
flete explica por qué otras naciones navegantes apenas podían competir
con el tráfico marítimo holandés con el Báltico, Noruega y Moscovia.»
J. G. van Dillen, Britain and the Netherlands, II, p. 136. Véase Violet
Barbour, «Dutch and English merchant shipping in the seventeenth cen­
tury», en Carus-Wilson, comp., Essays in economic history, Nueva York,
St. Martin’s, 1965, I, pp. 227-253.
Hay una breve descripción de las ventajas técnicas del fluyt holan­
dés en J. H. Parry, The age of reconnaissance, Nueva York, Mentor
Books, 1963, p. 83. Herbert Heaton sostiene que la superioridad de la
construcción naval holandesa se explica por razones financieras y eco­
nómicas: «1, las materias primas se compraban al por mayor, en metá-
302 I m m a n u e l Wallerstein

E s to ilu stró una vez m ás la cu alid ad acum ulativa de la ven­


ta ja eco n ó m ica . Dado que los h o la n d eses tenían ventaja en el
c o m e r c io b áltico, se con virtieron en el principal mercado de
m ad era. D eb id o a que eran el p rin cip al m ercado de madera, re­
d u jero n los co sto s de co n stru cció n de b arcos y fueron innovado­
res tecn o ló g ica m en te. Y, a su vez, fueron , por tanto, más ca­
p a ces aún de com p etir en el co m ercio b áltico. Gracias a esta
v en ta ja podían financiar aún m ayores exp an sion es 227. Sobreestá
b a se, A m sterdam se con virtió en un trip le cen tro de la economía
eu rop ea, m ercado de b ienes, cen tro de em barque y mercado de
ca p ita les, y se hizo «difícil d ecir qué a sp ec to de su grandeza era
m á s su stan cial, o d isociar uno de su dep en dencia de los otros
d os» 225. E ste proceso de ventaja acu m u la tiv a funciona al máximo
en una etapa exp an sion ista del d esa rro llo económ ico, antes de
q u e el área en cabeza sufra la d esv en ta ja de equipos pasados
de m oda y co sto s de trabajo elev a d o s, relativam ente fijos.
E xistía otra razón para la cap acid ad de los holandeses para
prosperar. Braudel plantea la c u estió n de por qué los ingleses
no llegaron a dom inar los m ares a p artir de 1588, como harían
eventualm ente. E ncuentra la resp u esta en las relaciones econó­
m icas holandesas con E spaña, rela tiv a m en te intactas a pesar de*21

lico y a bajos precios [...] 2, en la construcción de los navios existía


cierta normalización del diseño, las partes y los métodos de construc­
ción [...] 3, el constructor era capaz de conseguir créditos a intereses
mucho más bajos que sus rivales extranjeros». Economic history oí Eu­
rope, ed. rev., Nueva York, Harper, 1948, p. 275.
221 «El grano proporcionaba cargas y pagaba fletes que mantenían en
movimiento la marina mercante de Amsterdam, y de esta forma hacía
posible el transporte barato de mercancías de menor bulto [...] En una
fecha tan tardía como 1666 se estimaba que tres cuartas partes del ca­
pital activo en la bolsa de Amsterdam estaban envueltas en el comercio
con el Báltico.» Barbour, Capitalism in Amsterdam, p. 27.
m Barbour, ibid., p. 18. André-E. Sayous especifica las ventajas del
papel de Amsterdam como centro financiero: «Por otra parte, Amster­
dam mejoró sus técnicas: se hizo más fácil distribuir los riesgos marí­
timos entre diversos grupos de capitalistas y obtener créditos en formas
modernas. Los seguros marítimos se desarrollaron gracias a la partici­
pación de muchas personas que se repartían los peligros y tomaban más
exacta cuenta de su alcance al fijar las tasas [...] En cuanto a los cré­
ditos, si los métodos no mejoraron, al menos aumentó su volumen por
mercancía; y la letra de cambio se utilizó no sólo para transferir pagos
de uno a otro lugar, sino como auténtico crédito anticipado: sin embar­
go todavía no servía como arbitraje siguiendo las demandas del mer­
cado.» «Le róle d'Amsterdam dans l'histoire du capitalisme commercial
et financier», Revue Historique, c l x x x i i i , 2, octubre-diciembre de 1938,
página 263. Véanse también pp. 276-277. Para Sayous, los factores clave
en el auge de Amsterdam son, de hecho, las «nuevas formas de agrupa-
miento del capital y de especulación» (p. 279).
El fracaso d e l i m p e r i o 303
\
la agitación política 229. ¿N o podría Inglaterra haber creado el
mismo vínculo con el tesoro am ericano de España? Aún no;
Inglaterra representaba todavía una amenaza excesiva para Es-
\ paña como para que se le perm itiera este tipo de relación m.
YEspaña era aún su ficien tem en te fuerte como para resistir a
Inglaterra. El im perio podía haber fracasado, pero el control
de la economía-mundo eu rop ea dependía aún del acceso a la
riqueza colonial española. H olanda, si bien en revuelta contra
España, seguía siendo parte de ella. Y, en cualquier caso, Ho­
landa no era una am enaza política, com o Francia e Inglaterra.
Así, pues, Holanda se b en efició de ser un país pequeño, y se
benefició de ser un E sta d o «financieram ente sólido»231. Ofrecía
máximas ventajas a los com ercian tes que quisieran utilizar su
, arena. Su ruta hacia la riqueza no era la del mercantilismo in­
cipiente de otros E s ta d o s m, esencial para obtener ventaja a
largo plazo, pero no para m axim izar a corto plazo la ganancia
de las clases m ercantiles y financieras. Su ruta era la ruta del
libre comercio O m ás b ien ésta fue su ruta en el «segundo»
I*I
* «Sólo hay una explicación plausible: por ser vecina de los Países
Bajos católicos, por su tenacidad en forzar las puertas de España, y
por la habilidad con que supo sortear las guerras, los saqueos y la vio-
¡ ¡encía, Holanda permaneció en mayor grado que Inglaterra asociada a
I lapenínsula Ibérica y a sus tesoros de América, sin los cuales no habría
podido animar su propio comercio [...] ¿Existía entre España y Holan­
dauna relación monetaria, reforzada por la paz de 1609-1621 y rota, como
toda la fuerza de España, a mediados del siglo , precisamente —
x v ii y tal
vezno por una simple coincidencia— en el momento en que la rueda de
laforiuna iba a girar contra Holanda?» Braudel, La Méditerranée, i, pá­
ginas 572*573.
Barbour hace hincapié en el control de Amsterdam sobre el grano:
' «Es posible que el ascenso de Amsterdam como mercado de metales
preciosos deba mucho al comercio de guerra con España, y algo al botín
deguerra. Así, en 1595, y en años sucesivos hasta 1630, el gobierno espa­
ñol se vio obligado a autorizar la exportación de metales preciosos a
cambio de las importaciones de grano.» Capitalism in Amsterdam, p. 49.
Yencontramos, una vez más, que las ventajas son acumulativas: «Pero
los envíos directos de plata desde Cádiz a Holanda eran tan sólo una
parte de la historia. Había también envíos indirectos desde países cuyos
naturales habían participado en el tesoro descargado en Cádiz: pagos
por servicios o por la compra de mercancías, envíos atraídos por las po­
sibilidades especulativas o simplemente en busca de seguridad y libre
disponibilidad» (pp. 50-51).
“ Véase Braudel, La Méditerranée, i, p. 209.
2,1Friedrich, The age of the baroque, p. 8.
“ Como dice José Larraz (1943), si hubo un mercantilismo holandés
«fue un mercantilismo bastante liberal». La época del mercantilismo,
página 186.
“ «Los holandeses estaban a favor de un comercio abierto lo más
ampliamente posible en todas partes; los ingleses preferían un comer-
304 I m m a n u e l Wallerstein

sig lo χντ, cu an do p red om inó en los m ares. Mientras Amsterdam


esta b a aún en plena lucha por un lugar bajo el sol comercial,
h abía llevado una p olítica p ro teccio n ista
D esd e el punto de vista de la econom ía-m u n do europea como
un tod o, con su era de exp an sión llegan d o a su fin, el comer­
cio m undial holandés se co n v irtió en una especie de precioso
flu id o vital que m antenía la m áq u in a en marcha mientras di­
v er so s p a íses se con centrab an en reorganizar su maquinaria
eco n ó m ica y política interna. R ecíp rocam en te, no obstante, el
éx ito de la política de los P aíses B a jo s dependía del hecho de
q ue ni Inglaterra ni Francia h abían con segu id o llevar aún sus
ten d en cias m ercan tilistas h asta el p u n to en que realmente inva­
dieran el m ercado de los co m er cia n tes h oland eses operando so­
bre la base del libre co m ercio 235. E sto puede deberse a que los
h ola n d eses eran d em asiad o fu ertes a cau sa de su relativo control
del m ercado m onetario, gracias a su s aún persistentes vínculos
con España ^

ció estrechamente restringido, especialmente entre Inglaterra y sus colo­


nias, pero también entre otros países e Inglaterra.» Robert Reynolds,
Europe emerges, Madison, Univ. of Wisconsin Press, 1967, p. 442.
Véase también Barbour: «La libertad para exportar metales mone­
tarios, escasos en el siglo xvn fuera de allí, ayudó a estabilizar las tasas
de cambio en Amsterdam, y de esta manera fomentó la circulación de
letras de cambio como instrumentos negociables de crédito, cuyo des­
cuento y venta se convirtió en un animado negocio en la ciudad.» Capi­
talism in Amsterdam, p. 53.
«Una condición esencial de la imponente posición de Amsterdam
como lonja mercantil de la Europa occidental parece haberla proporcionado
la línea proteccionista seguida por su política marítima durante la segunda
mitad del siglo xv. De acuerdo con ella, se exigía que todos los capitanes
que llegaban del Báltico y eran ciudadanos de Amsterdam recalaran en
la ciudad. Lo mismo se aplicaba a los ciudadanos de Amsterdam que eran
copropietarios de un navio con un patrón no ciudadano. Esta norma,
que constituye una ley de navegación en embrión, estaba dirigida contra
Lübeck y contra el tráfico directo del Báltico a Flandes, especialmente
a Brujas.» Glamann, Fontana Economic History of Europe, π, p. 35.
2,5 «Compras al por mayor, crédito liberal y transporte barato se com­
binaban para mantener los precios de Amsterdam al mismo nivel que
en los lugares de origen; En 1606 un miembro de la Cámara de los
Comunes mantenía que los holandeses podían vender paño ingles, acabado
en los Países Bajos y reexportado desde allí, a precios inferiores a los
de las compañías comerciales inglesas.» Barbour, Capitalism in Amsttl·
dam, p. 95.
m Por ejemplo, véase Barbour sobre las inversiones extranjeras ho­
landesas y su peso: «[En el siglo xvn] en su mayor parte los géneros
extranjeros en busca de crédito para compras, o de adelantos a corto
plazo, se dirigían al capital privado de Amsterdam [...].
»En la sucesión de guerras entre las Coronas del norte por la suprema-
El fracaso d e l i m p e r i o 305

Si Amsterdam su ced ió a Sevilla, si el norte de los Países


Bajos se convirtió en el cen tro com ercial y financiero de la
economía-mundo europea en el «segundo» siglo xvi, ¿cómo po­
dríamos describir lo que ocu rrió a las ciudades-Estado del norte
de Italia, particularm ente V en ecia y Génova, que parecían ex­
pandirse en vez de ver d ism in u ir sus papeles comerciales y fi­
nancieros precisam ente en esta época? Lo que podemos decir es
que esta expansión fue b reve, y que enm ascaraba un proceso de
declinación oculto bajo el resplandor, de tal forma que, para
(¡nales del «segundo» sig lo x v i, estas áreas se verían relegadas
a la semiperiferia de la econom ía-m undo europea.
El verdadero sa lto hacia ad elan te de Amsterdam no ocurrió
hasta 1590. Entre la cr isis de 1557 y 1590 ocurrió la revolución
de los Países B ajos. El papel de los Países Bajos en el comer­
cio mundial fue n ecesa ria m en te m enor en este período. Como
resultado, Génova hizo su y a s algunas de las funciones que pre­
viamente correspondían a A m beres, y, en el aspecto bancario, a
los Fugger ü7. C uriosam en te, Inglaterra, que era quien más tenía

cíaen el Báltico, el capital holandés, como la navegación holandesa, lu­


charon de ambos lados [...].
«Inglaterra y Francia ofrecían al capitalismo extranjero un suelo menos
virgen que los países del norte, ai ser vigorosas y competitivas las ap­
titudes industriales y comerciales de sus propias clases medias, y en­
contrando agresivo apoyo para sus respectivos géneros. Pero en ambos
países actuaba el capital holandés.» Ibid., pp. 105, 111, 119. Véase Braudel
en la nota 229, más atrás.
w«La época de los banqueros genoveses [...] se intercala de 1557 a
1627 en la historia del capitalismo, inmediatamente después del breve
períodode los Fuggcr y precediendo a la aparición del capitalismo híbrido
deAmsterdam. [...] Es evidente que la fortuna de los genoveses no resul­
ta de un simple golpe de varita mágica propinado en 1557, es decir,
inmediatamente después de la extraordinaria bancarrota del Estado es­
pañol, ni tampoco acaba de repente en 1627, coincidiendo con la quinta
o sexta suspensión de pagos en Castilla [...] Génova aún continuará
siendo durante mucho tiempo uno de los pilares básicos de las finanzas
internacionales.» Braudel, La Méditerranée, i, pp. 454-455.
Véase también Elliott: «Los banqueros genoveses se destacaron al
lado de los Fuggcr como prestamistas de Carlos V, y a medida que la
influencia de los Fugger fue disminuyendo, después de la bancarrota
real de 1557, aumentó la de los genoveses». Europe divided, pp. 59-60.
YSpooner: «A partir de 1570 aproximadamente comenzó el apogeo
de los genoveses, abriéndose un siglo en el que toman el relevo de los
Fugger, cuya preeminencia financiera declina al esfumarse la prosperidad
délas minas alemanas después de 1530». New Cambridge Modern History,
ut, p. 27.
Venecia también jugó un papel clave en las finanzas de la época: «En
la larga expansión económica del siglo xvi Venecia se había convenido
enun engranaje decisivo en la circulación internacional de letras de cam­
bio[...]. Desde 1587 Venecia tenía un banco de depósitos, el Banco della
306 I m m a n u e l Wallerstein

q u e perd er por la caída de A m beres, dado que ésta amenazaba


co n privar a Inglaterra del a cceso a los m etales preciosos ame­
rica n o s ***, em prendió una im p etu o sa serie de capturas militares
de teso ro s procedentes de A m érica, lo que llevó a los españoles
a enviar por m ar los m etales p rec io so s a través de Génova2»
La fuerza de Génova derivaba, por tanto, en parte de la agita­
ció n en los Países B ajos, en parte de su total devoción a la pri­
m acía de las con sid eracion es ec o n ó m ic a s 24°, en parte de sus
con tin u ad as estrech as v in cu la cio n es con la monarquía y el sis-

Piazza di Rialto. Por un decreto de 1593, el Senado estipuló que las le­
tras de cambio se liquidarían mediante entradas en sus libros. Como re­
sultado de ello, se creó un gran instrumento para las transacciones in­
ternacionales. En efecto, la República tenía un doble sistema monetario:
[la moneta corrente y la moneta di banco]». Frank C. Spooner, «Venice
and the Levant: an aspect of monetary history (1610-1614)», en S/Mdi in
onore di Amintore Fanfani, v, Evi moderno e contemporaneo, Milán,
Dott. E. Giuffré, 1962, pp. 646-647.
“· «La política de reservas y de inteligencia entre Felipe II e Isabel
fue posible mientras la Reina y los mercaderes de Inglaterra conseguían
participar de las riquezas de América por medio de los préstamos con­
certados en Amberes. Pero todo ese orden y ese equilibrio quedan en
suspenso con la crisis de 1566 y con la retadora llegada del duque de
Alba a los Países* Bajos, en 1567. [...] Todo cambió ahora en un enorme
sector, ni más ni menos que el del Atlántico.» Braudel, La Méditerranée,
i, p. 438.
w «En el terreno financiero, [...] Amberes comenzó a perder su po­
sición central a partir de 1568, cuando Isabel de Inglaterra confiscó el
tesoro que se encontraba a bordo de una flota de galeras españolas que
se habían refugiado en el puerto de Plymouth [...]. El canal de la Mancha
ya no era seguro; a consecuencia de ello los banqueros genoveses deci­
dieron cambiar el itinerario de los metales preciosos, haciéndolos pasar
por Génova y las ferias de Besangon. Así, esta última ciudad se convirlió
hacia finales del siglo xvi en la principal plaza bancaria de Europa occi­
dental y en el centro de distribución de las remesas de plata que conti­
nuaban llegando del Nuevo Mundo.
•Desde un punto de vista bancario, por consiguiente, no fue Amsterdam
quien obtuvo el fruto de la sucesión de Amberes; [...] Amsterdam nose
convirtió en el centro mundial de los metales preciosos hasta 1640.»
Raymond de Roover, «Anvers comme marché monétaire au xvi* siéde»,
Revue Beige de Philologie et d'Histoire, xxxi, 4, 1953, pp. 1044-1045.
Véase Braudel: «A partir de 1580 ya no será España el centro real
de dispersión de la plata, sino la Italia de las grandes ciudades. Italia
obtiene grandes beneficios gracias a ese papel, y se encarga de exportar
al Levante (tarea tan cómoda como rentable) una parte de las superabun­
dantes monedas de plata españolas». La Méditerranée, i, pp. 450-451.
240 «Me parece innecesario insistir en el hecho bien conocido de que
Génova era un · mercado monetario excepcionalmente libre de interfe­
rencias de elementos no comerciales. Por ejemplo nunca existió una pre­
sión eclesiástica digna de mención sobre las actividades financieras.»
Carlo M. Cipolla, Economía Internationale, v, p. 256.
El fracaso d e l i m p e r i o 307

tema comercial e s p a ñ o le s 241, vinculaciones cuyos orígenes ya de­


tallamos anteriorm ente.
En cuanto a V enecia, m ientras que el «primer» siglo xvi fue
una era de decadencia del com ercio mediterráneo (bajo el im­
pacto de la conquista por los turcos de Constantinopla y Egip­
to y de las nuevas rutas m arítim as portuguesas a Oriente), el
«segundo» siglo xvi fue testig o de un gran resurgir de su comer­
cio, en especial en el M editerráneo oriental 242. Este resurgir había
comenzado ya alrededor de 1540, y fue debido en parte a la
incapacidad portuguesa para controlar el comercio del océano
Indico20, en parte a algunas ventajas competitivas de Ve-
necia sobre Portugal 244, y en parte a la debilidad portuguesa

mLonchay demuestra que la tasa real de interés cargada a la Corona


española por los banqueros italianos era del 16-20 por 100. Véase Acadé·
mié Royale de Belgique, pp. 950-951. H. G. Koenigsbcrgcr dice que: «Más
que ningún otro Estado, Genova había unido su fortuna a la de la
monarquía española [...] Mientras Perú envió plata a Sevilla, la pluto­
cracia genovesa floreció». «Western Europe an the power of Spain»,
NewCambridge Modern History, m, R. B. Wernham, comp., The Counter-
Reformation and the price revolution, 1559-16J0, Londres y Nueva York,
Cambridge Univ. Press, 1968, p. 257.
w«Gracias a la convergencia de varias fuerzas distintas, hacia media­
dos del siglo xvi los mercados del Levante estaban bien provistos de
mercancías orientales, y Venecia recuperó su prosperidad comercial an­
terior. Pero durante la primera mitad del siglo la depresión había sido
profunda.» Vitorino Magalháes Godinho, «Le repli vénitien et égyptien
et la route du Cap, 1496-1533», en Eventail de Thistoire vivante: hommage
áLuden Febvre, ii, París, Armand Colin, 1953, p. 300. Véase Frederic C.
lane, «The Mediterranean spice trade: its revival in the sixteenth cen­
tury», cn Venice and history, Baltimore (Maryland), Johns Hopkins Press,
1966, pp. 581-590, y su artículo previo «Venetian shipping during the com­
mercial revolution», en Venice and history, pp. 13-14; véase también
E. E. Rich, New Cambridge Modern History, I, esp. p. 447.
w«También cs probable que el comercio mediterráneo, vinculado a
los intermediarios árabes, haya sabido reservarse, pagándolos más caros
cn los puntos de embarque, Goa, Cochin y otros lugares, los productos
de mejor calidad. ¿No habrán exagerado notablemente los portugueses
al mantener en Asia precios de compra extremadamente bajos? [...]
»Y, no habiendo perdido el comercio mediterráneo hacia Oriente nada
de su interés para los habituales intermediarios, es evidente que sólo
habría podido descartarlo la fuerza, es decir, una vigilancia ejercida en
las mismas fuentes de aprovisionamiento. Y los portugueses lo consi­
guieron en varias ocasiones; [...] Pero esa atenta vigilancia se relaja
muy pronto, por decisión de los mismos portugueses.» Braudel, La
Méditerranée, II , pp. 495496.
w «A comienzos del siglo xvi, el comercio español en el Mediterráneo
atravesaba una grave crisis, como consecuencia de la apertura del co­
mercio portugués directo con la India por el cabo de Buena Esperan­
za [...] El monopolio portugués, sin embargo, resultó ser efímero. Por
fuertes que pudieran ser en el mar, los portugueses no podían esperar,
con unos pocos barcos de guerra que operaban desde bases muy dis-
I m m a n u e l Wallerstein

en E u r o p a 24S, a sí com o a la cr isis de España en los Países


B a jo s 240.
Pero el renacer del n o rte de Ita lia no podía durar. Ni su
b a se agrícola ni su base in d u stria l eran sólidas, al contrario
q u e las del norte de los P aíses B a jo s y a fortiori que las de In·
glaterra, y en el siglo xvii se habla de la decadencia de Italia.
La d ebilidad de la base ag ríco la era m últiple, dado el creci­
m ien to de la población en el sig lo x v i, particularm ente acentua­
d o en el período 1580-1620 247. H em o s m en cion ad o ya la dificultad
relativa de las con d icion es del su elo . Es cierto que durante el
«prim er» siglo xv i, al d eclin a r las gan an cias por el comercio,
h u b o un d esp lazam iento de la in v ersió n hacia la agricultura, en
p articu lar el trigo 248. E sto fu e e sp e cia lm en te cierto en el caso
d e las órd en es m on ásticas, q ue n o ten ían perm itido el partid-*241

persas, suprimir permanentemente todo un floreciente comercio que pro­


veía a Egipto y al imperio turco, así como a clientes europeos [...] El
comercio español en el océano Indico —o la mayor parte de él—pronlo
volvió a sus antiguos canales; con él revivió el comercio mediterráneo
en naves venecianas. En una competencia frontal en precio y calidad
las ventajas no estaban todas en absoluto de parte del comercio oceáni­
co portugués. Los costos y riesgos de la ruta del Cabo eran grandes, y
tendían a aumentar; y los portugueses no tenían mercancías que ofrecer
con las que realizar fletes rentables hacia el extranjero. Compraban es­
pecias con oro y plata, y las ganancias del viaje de vuelta debían cubrir
también los costos del viaje de ida [...] Puede haber habido también
una diferencia de calidad de las especias, tendiendo las especias portu­
guesas "a estropearse y perder su aroma en el largo viaje por mar".»
J. H. Parry, Cambridge Economic History of Europe, iv, pp. 164-165.
245 Sobre el impacto de la desaparición de la factoría real portuguesa,
como institución permanente, en 1549, véase S. T. Bindoff. «Indepen­
dientemente de cuales fueran las razones para dar este paso, o sus in­
mediatas consecuencias, simbolizó el fin de una época.» New Cambridge
Modern History, ii, p. 68.
244 Véase J. B. Harrison, «Colonial development and international ri­
valries outside Europe, ii, Asia and Africa», New Cambridge Modern
History, ni, R. B. Wernham, comp., The Counter-Reformation and the
price revolution, 1559-1610, Londres y Nueva York, Cambridge Univ. Press,
1968, pp. 533-534.
241 Carlo M. Cipolla, por ejemplo, señala que en Milán, entre 1580y
1610-1620, «hubo una expansión demográfica intensiva». Mouvements mo-
nétaires dans TEtat de Milan (1580-1700), París, Armand Colin, 1952, p. 31.
Para Florencia se señala una expansión análoga, siendo 1619-1620 el punto
de descenso, en Ruggiero Romano, «A Florence au xvr siécle: industries
textiles et conjoncture». Annales ESC, vil, 7, octubre-diciembre de 1952,
páginas 508-512.
242 «El trigo se basta a sí mismo para establecer de una manera aplas­
tante la superioridad de la producción agrícola sobre cualquier oli3
[en el siglo xvi]. La agricultura es la industria más importante del mar
Interior, tanto más cuando los cereales sólo constituyen una parte del
ingreso agrícola.» Braudel, La Méditerranée, i, p. 385.
El fracaso del im p erio 309

par en el com ercio urbano. Esta tendencia se vio acentuada


particularmente en la T crraferm a alrededor de Venecia 249, en­
tre 1570 y 1630, al resp ond er los inversores locales al aumento
de los precios agrícolas y la declinación de las ganancias in­
dustriales.
No obstante, a pesar del increm ento de la producción, había
hambre. Parte de la exp licación yace en un factor que, desde el
punto de vista del sistem a social, es accidental y externo: un
súbito incremento de la lluvia y el frío en las últimas décadas
del siglo xvi, que llevó a un increm ento de las tierras pantano­
sas y, por tanto, de la m alaria E sto último resultaba parti­
cularmente serio, dado que Italia estaba sufriendo ya un tal in­
cremento como resultado de la extensión del cultivo de tierras
en el proceso de colon ización interna Aun así, se podría pen-

* «La razón fundamental [de este desplazamiento] debe estar segu­


ramente en los beneficios que los venecianos esperaban obtener de la
tierra (...] Un primer incentivo era probablemente el ejemplo de los
beneficios obtenidos por los grandes monasterios mediante la roturación
denuevas tierras, ya en el siglo xv [...]
•El periodo crucial del cambio hacia las actividades agrícolas parecería
estar entre 1570 y 1630, cuando las posesiones venecianas se incrementa­
ronprobablemente en un 35 por 100.» S. J. Woolf, «Venice and the Te-
rraferma: problems of the change from commercial to landed activities»,
enBrian Pulían, comp., Crisis and change in the Venetian economy in the
suiecnth and seventeenth centuries, Londres, Methuen, 1968, pp. 194-195.
Véase Bouwsma: «En toda Italia, la propiedad eclesiástica de la tierra
sehabía extendido en el período de la Contrarreforma; y unas condi­
ciones especiales habían acentuado esta tendencia en territorio veneciano
más que en ninguna otra parte. Las corporaciones eclesiásticas habían
participado entusiásticamente con sus especiales acumulaciones de capi­
tal en los grandes proyectos de roturación de nuevas tierras de esta
época». Venice and the defenses, p. 343.
" Braudel termina su exposición de las relaciones entre las lluvias
ylarecesión con el siguiente comentario: «Todo el drama social del ham­
breque domina las postrimerías del siglo puede tener su verdadera causa
enla perturbación, aunque ligera, de las condiciones atmosféricas. Lle­
vadoesto al extremo límite de la prudencia, ¿qué podría decirse? Acerca
deese drama de fines de siglo no escasean, por cierto, las explicaciones
demográficas o económicas, pero nada nos asegura que el clima no haya
tenido su parte en tales hechos y que no debe ser considerado, en ge­
neral. como un factor variable de la historia. Es difícil asegurarlo, pero
algunos hechos lo demuestran bastante claramente». La Méditerranée, t,
página 248.
“ «No es posible sustraerse [...] a la impresión de que en el siglo xvi
seprodujo un recrudecimiento de este mal [la malaria]. Aunque quizá
ehose debiera simplemente al hecho de que el hombre va a enfrentarse
ahoraa su viejo y terrible enemigo de las tierras bajas. Todo el siglo xvi.
yya todo el xv, se lanzan, en efecto, a la búsqueda de tierras nuevas.
¿Dónde encontrarlas más tentadoras, más prometedoras, que en estas
llanuras húmedas y susceptibles de ser transformadas? Pero nada más
310 Immanuel Wallerstein

sar q u e una región con tal ca n tid ad de m etales preciosos podría


h a b er im p ortad o trigo. E sto p arece haber ocurrido en cierta
m ed id a , lo su ficien te co m o para ex ten d er los efectos del hambre,
crea n d o esca sez en otro s lu gares 252, p ero no lo suficiente, apa­
ren tem en te, para m an ten er una b a se agrícola para la produc­
ció n indu strial. ¿Por qué no? S e p u ed e su pon er que los nuevos
gran d es p rod u ctores agrícolas (ta le s co m o los monasterios) no
p restab an su p eso p o lítico a la ex p a n sió n de las importaciones
de grano 25\ E staba, por su p u e sto , el fa cto r del costo. El grano
b á ltico estab a lejos, y el grano e g ip c io y sirio resultaba a me­
n u d o in accesib le, ya fuera p o rq u e e llo s tam bién sufrían escasez
o d eb ido a un estado de guerra con lo s turcos ^ *24

nocivo que el primer contacto, la primera remoción de tierras infesta­


das [...] La activa colonización del interior que se organizó por lodo el
Mediterráneo en el siglo xvi costó harto cara. Fue especialmente activa
en Italia. Si Italia falla en la conquista de colonias lejanas, si perma­
nece al margen de ese gran movimiento, ¿no es, entre otras razones,
porque estaba ocupada en conquistar dentro de sus propias fronteras
todo el espacio susceptible de aprovechamiento según las técnicas de
la época, desde las planicies inundadas de agua hasta las cumbres?·
Braudel, La Méditerranée, i, p. 59. Véase P. J. Jones, «Per la storia
agraria italiana nel medio evo: lineamenti e problemi», Rivista Storica
Italiana, lxxvi, 2, junio de 1964, pp. 307-308.
252 «La situación alimentaria en el área mediterránea habría sido con
toda probabilidad mucho más grave si el flujo de metales preciosos pro
cedentes de América no hubiera proporcionado los medios de pago para
las grandes compras de grano. De esta forma, la fluctuación climática
se convirtió en uno de los factores que contribuyeron a difundir por
toda Europa los efectos de la entrada de metales preciosos. La expansión
del comercio y la navegación desde mediados del siglo xv debe haber
ayudado también a mitigar los efectos de las malas cosechas. Sin em­
bargo, los cambios climáticos intervinieron de forma sustancial para
debilitar a los países mediterráneos en relación con las naciones ascen­
dentes del Atlántico y del mar del Norte.» Utterstróm, Scandinavian
Economic History Review, ni, p. 44.
242 «Antes y después de esta crisis [alimentaria de 1591], el Mediterrá­
neo ha vivido siempre y esencialmente de los productos de su propia
agricultura. No hay nada aquí que se parezca a lo que ocurre en los
Países Bajos con Amsterdam o, mucho más tarde, en la Inglaterra del
libre cambio. Los universos urbanos no quieren confiar a los de fuera
el cuidado de aprovisionarlos.» Braudel, La Méditerranée, i, p. 387.
Sin embargo, las importaciones de grano crecieron. Ha sido Braudel,
de hecho, quien ha señalado, junto con Romano, el papel desempeñado
por el trigo en la expansión de Liorna: «¿No está ligado el auge de
Liorna con su creciente papel como puerto triguero? La gran hambre
de 1591 y la entrada de trigo del norte [...] marcan, creemos, el punto de
inflexión decisivo». Fernand Braudel y Ruggiero Romano, Navires tí
marchandises a l’entrée du port de Livourne (1547-1611), París, Armand
Colin, 1951, p. 22.
244 La importancia de este aislamiento respecto al Levante como fuente
de grano queda indicada en la descripción de J. H. Parry de la situación
l\ fracaso del im p e rio 311

Más aun, en la m edida en que estaban importando grano


era bajo las peores co n d icio n es de negociación, y a través de su
rival comercial, los h olan d eses. Porque Amsterdam controlaba
las existencias bálticas de grano y podía suministrarlo a su
gusto255. Esta ventaja coyuntural de Holanda sobre el norte de
Italia pudo transform arse en ton ces en algo más permanente a
causa de las vin cu laciones creadas por la economía-mundo.
Spooner señala el papel de las nuevas y sofisticadas técnicas de
crédito, endoso de letras de cam bio, patío di ricorsa (una forma
de crédito a corto p lazo), y bancos públicos, todo lo cual em­
pezaba a emerger p recisa m en te en este momento. Este sistema
de crédito era internacional, y al em pezar a declinar el norte de
Italia el foco de esta s a ctivid ad es se vio desplazado sin más

enel siglo xv: «En el oeste, más populoso y menos productivo, la situa­
ción era más difícil. Florencia, Génova, Venecia, Ragusa, Nápoles y las
ciudades del este de España —estas últimas rodeadas principalmente de
tierras productoras de vino, aceite o lana— eran todas importadoras de
grano por mar, ya que sus suministros locales eran insuficientes o irre­
gulares, y el transporte local por tierra era costoso. Las principales
fuentes occidentales eran Apulia y Sicilia, ambas controladas política­
mente por los gobernantes de Aragón, que eran importadores regulares;
peroen su conjunto el Mediterráneo occidental rara vez era autosuficiente
en grano, y las ciudades de importancia también recurrían constante­
mente al barato y abundante grano del Levante. Venecia, en particular,
contaba con el grano oriental; sus colonias del Egeo eran una útil fuente
desuministro, y la República también importaba regularmente grano de
Egipto. Existía en el Mediterráneo oriental, por consiguiente, un comer­
cio marítimo de grano, especializado, complejo, y necesariamente flexi­
ble. Los barcos, venecianos, genoveses o ragusanos, eran grandes, dise­
ñados para llevar su voluminosa carga, y normalmente no llevaban otra
cosa». The age of reconnaissance, p. 53.
81«En el Mediterráneo las condiciones eran diferentes: a causa del
peligro constantemente amenazante de los piratas argelinos, naves gran­
des y armadas eran indispensables en esta área [...] Sin embargo, Ams­
terdam consiguió hacerse con parte del comercio mediterráneo, gracias
asus grandes existencias de grano. Muchos años de finales del siglo xvi
) de la primera mitad del x v ii fueron tiempos de escasez de grano en
Italia y España, mientras los almacenes de Amsterdam estaban bien
provistos de trigo y centeno procedentes de Polonia o de la Prusia orien­
tal, pudiendo obtener así grandes ganancias los comerciantes holandeses.»
Van Dillen, Britain and the Netherlands, II, p. 136.
Véase Parry, Cambridge Economic History oí Europe, iv, pp. 158-159.
Parry añade una consideración adicional sobre la causa de la escasez
degrano en el Mediterráneo: «La escala masiva de las hostilidades turco-
españolas en la década de 1570, y la asociación de Venecia a España,
dislocaron también el comercio normal de grano, y al mismo tiempo
aumentaron la demanda para el avituallamiento de flotas, ejércitos y guar­
niciones» (p. 159).
“ «En otro aspecto, la extensión del crédito estaba estrechamente
ligada con el marco del comercio, con las asociaciones de comerciantes
312 Immanuel Wallerstein

P orq u e los fin a n ciero s co m ercia les se salvaron a sí mismos, en


G énova, co m o en otros lu gares, sin d em asiad as preocupaciones
acerca de lealtad es geográficas.
Pero ¿y la industria? ¿A caso no era el norte de Italia un
ce n tro indu strial, y un cen tro in d u stria l al que se había infun­
d id o nueva vida, esp ecia lm en te en V enecia? J. H. Elliott men­
cio n a nuevas in version es en tre 1560 y 1600, y un momento de
«o p u len to esplendor» 751. La o p u len cia , sin em bargo, no duró. De
ser una de las áreas in d u stria les m ás avanzadas en Europa en
1600, la Italia del norte se c o n v ir tió en una región agrícola de­
p rim id a hacia 1670. Ya h em o s su g erid o que la prosperidad era
en gañ osa. D om enico S ella d ice, a cerca de la prosperidad eco­
n óm ica de V enecia a fin a les del sig lo x v i, que no puede «ocultar
el hecho de que la base so b re la q ue se apoyaba era un tanto
m ás estrecha en el pasado, y que, por con sigu iente, su economía
se había hecho tanto m ás v u ln e r a b le » 259. E xisten aquí dos con­
sid eracion es fundam entales; una es la pérdida de Francia e In­
glaterra com o clien tes, a ca u sa de la aparición de sus propias
in du strias textiles. Por tanto, el m erca d o se reducía ahora más
o m enos al norte de Italia y a A lem ania. La segunda es que el
transporte m arítim o estab a ya cad a vez m ás en manos de bu­
ques no venecianos. C om o d ice C ario C ipolla: «La totalidad de
la estructura econ óm ica del p a ís era excesivam en te dependiente*257

en puertos, mercados y ferias de toda Europa. La actividad de los co


merciantes financieros de Génova era un ejemplo destacado. Establecidos
en Italia, foco tradicional de Europa, y envueltos en la gran aventura
atlántica de España, con agentes diseminados por todo el continente,
ellos fueron el canal a través del cual se efectuó el cambio de acento
en la economía internacional desde el sur al norte de Europa y el Atlán­
tico. De esta forma prepararon el camino para el extraordinario triunfo
de Holanda.» Spooner, New Cambridge Modern History, in, p. 31.
257 «En una época en la que otras partes de Europa estaban dedican­
do más atención y recursos al comercio marítimo, Venecia escogió una
dirección completamente opuesta. La flota veneciana comenzó a declinar
en los años posteriores a 1560 [...] Sin embargo, esta retirada maritima
coincidió con un gran giro del capital veneciano del mar hacia el con­
tinente. Aquí fue utilizado no para el comercio, sino para la adquisición
de territorio y para el montaje de una industria textil a gran escala,
capaz de competir con éxito con las industrias textiles del norte de
Italia y de los Países Bajos, las cuales habían sufrido las consecuencias
de las guerras europeas. Esta política, al menos a corto plazo, le pro
porcionó importantes beneficios. Durante el resto del siglo, [...] [Vene­
cia] disfrutó de un opulento esplendor, de tal forma que durante cierto
tiempo pareció como si hubiesen vuelto milagrosamente los días de su
antigua gloria.» Elliott, Europe divided, pp. 58-59.
151 Domenico Sella, «Crisis and transformation in Venetian trade», en
Brian Pulían, comp., Crisis and change in the Venetian economy in die
sixteenth and seventeenth centuries, Londres, Methuen, 1968, p. 90.
El fracaso del im p e rio 313

de su capacidad para vender en el exterior una alta proporción


de los artículos m anufacturados y de los servicios de que podía
ofrecer»
¿Qué quiere decir esto de ser demasiado dependiente de la
venta de bienes m anufacturados? Después de todo, el secreto
del éxito de las áreas del centro de una economía-mundo es
que intercambian sus m anufacturas por las materias primas de
las áreas periféricas. Pero ese cuadro tan simple deja fuera dos
factores: la capacidad político-económ ica para mantener bajos
los precios de las im p ortacion es de materias primas (que ya
argumentamos que era m ás factible para los Países Bajos que
para el norte de Italia), y la habilidad para competir en los
mercados de los p a íses del centro con los productos manufac­
turados de otros p aíses del centro.
La historia resu lta en ton ces bastante simple. Mientras que
los holandeses podían vender m ás barato que los ingleses en
Inglaterra, los italian os, por com paración, tenían probablemente
precios demasiado a lto s 260, y estaban anticuados261. Los gremios

wCarlo M. Cipolla, «The decline of Italy: the case of a fully matured


economy», Economic History Review, v, 2, 1952, pp. 180-181. Esto no sola­
mente es cierto para Venecia, sino también para Milán. Véase Cipolla,
Mouvements monétaires, pp. 33-34. Los detalles de esta decadencia de
Venecia están admirablemente especificados en un simposio que cubre
el período 1620-1720: Aspetti e cause della decadenza económica veneziana
nel secolo XVII. Atti del Convegno (27 giugno-2 luglio 1957), Venecia-Ro-
raa, Istituto per la Collaborazione Cultúrale, 1961.
* E. J. Hobsbawm muestra algunas reservas en torno a la validez
de este argumento sobre el nivel excesivo de los precios italianos. Véase
«The crisis of the seventeenth century», en Trevor Aston, comp., Crisis
in Europe, 1560-1660, Londres, Routledge & Kegan Paul, p. 19. Sin em­
bargo, Barry Supple ofrece ciertos datos, que confirmarían la hipótesis
deCipolla, en Commercial crisis and change in England, 1600-1642, Londres
yNueva York, Cambridge Univ. Press, 1959, pp. 159-160. Véase también
la explicación de Ruggiero Romano de la decadencia de la construcción
naval veneciana, especialmente a partir de 1570: «[La política de crédi­
tos a la construcción] no podía contrapesar los altos precios de los as­
tilleros venecianos, altos en comparación con los de la construcción naval
enotras partes, especialmente en el norte de Europa». «La marine mar-
chande vénitienne au xvp siécle», en M. Mollat et ai, comps., Les sources
de l'histoire maritime en Europe, du Moyen Age au XVIII* siécle (Actes
du IV * Colloque International d'Histoire Maritime), París, , 1962,
sev pen

página 46.
m«El éxito del paño del norte se debía a dos factores: costaba menos,
ysu calidad, quizá menos estimable que la de los productos venecianos,
respondía más a las nuevas exigencias de la moda.» Sella, Annales ESC,
ni, p. 39.
Se debe recordar que en el siglo xvi trabajo de calidad significaba
trabajo más industrializado, no menos. En una era en la que el trabajo
fabril se asocia con la producción para hs masas y con la producción
314 Immanuel Wallerstein

ita lia n o s m antenían elev a d o s los c o s to s de la mano de obra. U


im p o sició n estatal era co m p a ra tiv a m en te elevada. Los italianos
p rod u cían para un m ercado de calid ad . O tros aparecieron con
tela s m ás ligeras y de m ayor colorid o; m enos duraderas, de
calid ad inferior, pero m ás b aratas. El secreto del éxito indus­
trial m odern o se iba a ver tem p ra n a m en te revelado. Cuando la
guerra de los Treinta Años in te rfirió tam bién el mercado ale­
m án, sob revin o el desastre: caída de la producción de tejidos,
d esin v ersió n de capital, em ig ra ció n de las industrias a las áreas
ru rales, para escapar a los c o s to s g rem ia les de la mano de obra
y al recaudador de im p u esto s. Ya q u e las industrias no eran
co m p etitiv a s, fueron m u rien d o *262.
¿Podría el norte de Italia h ab er ju g a d o el papel del norte
de los Países B ajos? Es p o sib le, p ero probablem ente no había

masiva, y en la que la artesanía sobrevive como una especie de arte


para un mercado especializado, requiere un salto de la imaginación el
comprender que antes de la era industrial sucedía lo opuesto. Entonces
las fábricas, es decir, conjuntos de obreros cooperando juntos en un
lugar bajo supervisión directa, se usaban sólo en aquellos raros casos
en los que resultaba esencial la calidad, como en ciertos productos de
lujo, o en los que se estimaba mucho la precisión por razones de segu­
ridad, o enllos que se daba algún otro problema que exigía un alto nivel
de control. Tal era el caso, por ejemplo, de la producción de cordaje
en la Venecia del siglo xvr, donde el Senado se preocupaba por «la se­
guridad de nuestras galeras y barcos, y, de forma similar, por nuestros
marineros y nuestro capital». El Senado no confiaba además tal empresa
a manos privadas. Frederic Lane cita la declaración del Senado en «The
rope factory and hemp trade in the fifteenth and sixteenth centuries»,
en Venice and history, Baltimore (Maryland), Johns Hopkins Press, 1966,
página 270.
262 «Cuando un país se encuentra en la desafortunada posición en la
que se encontraba Italia a comienzos del siglo xvn, tarde o temprano
se ponen en marcha un cierto número de fuerzas, naturales o inducidas,
para provocar un reajuste. Los pasos necesarios para corregir el des­
equilibrio pueden variar: desarrollo de nuevos tipos de producción,
búsqueda de nuevos mercados, disminución de ciertos tipos de consumo,
reducción de la relación entre el nivel doméstico de precios y el nivel
mundial, etc. Si un país puede desarrollar nuevos tipos de producción
o explotar nuevos mercados, puede, hablando a grandes rasgos, mantener
tanto su nivel de empleo como su nivel de vida. En otro caso debe ad­
mitir naturalmente una reducción drástica de su nivel de vida y, muy
probablemente, de su nivel de empleo.» Cipolla, Economic History Review,
v, pp. 186-187.
E. J. Hobsbawm duda de que fuera posible que el norte de Italia
hiciera algo diferente de 16 que hizo: «La decadencia de Italia [...] ilustra
las debilidades del "capitalismo" parásito en un mundo feudal. Así, los
italianos del siglo xvi probablemente controlaban las mayores aglomera­
ciones de capital, pero las invirtieron de forma flagrantemente errónea.
Las inmovilizaron en edificios y las disiparon en préstamos exteriores
durante la revolución de los precios (que naturalmente favorecían a los
El fracaso del im p e rio 315

lugar para am bos, y H olanda estaba mejor equipada para la


labor, por un m ontón de razones, de lo que estaban Vene­
cia, Milán o Génova. T am poco podía Italia seguir el camino
de Inglaterra y Francia, en tre otras cosas por falta de segu­
ridad política 263. Cuando la p este golpeó a Italia en 1630
redujo la presión sob re el sum inistro de alimentos, pero
también elevó aún m ás los salarios. Aquello fue la última
gota. El norte de Italia co m p letó así Y transición de centro
a semiperiferia. H em os señ alad o ya pn. iamente que España
estaba sufriendo esta m ism a transición en esta época. Sin
duda el norte de Italia nunca cayó tanto como algunas otras
áreas mediterráneas, por ejem p lo , el sur de Italia 265 y Sici-

deudores), o las desviaron de las actividades manufactureras hasta di­


versas formas de inversión inmovilizada. [...] Sin embargo, los inverso­
res italianos, que eran conscientes desde hacía mucho tiempo de que las
catedrales demasiado grandes eran malas para los negocios, actuaron
bastante sensatamente. La experiencia de siglos les había mostrado que
las mayores ganancias no se conseguían con el progreso técnico ni en
la producción [...] Si gastaron grandes cantidades de capital de forma
improductiva, puede haber sido simplemente porque no había más es­
pacio para invertirlo de forma progresiva en ninguna escala dentro del
«dor capitalista [...] La expansión general de finales del siglo xvi [...]
ylas demandas bruscamente acrecentadas de las grandes monarquías
absolutas, que recayeron sobre los contratistas privados, y el lujo sin
precedentes de sus aristocracias, retrasaron la llegada del infortunio**.
Crisis in Europe, pp. 18*19.
“ Amintore Fanfani considera que ésta es la primera, pero no la
única, explicación de la decadencia: «En Italia no había otra posibilidad
que la de buscar refugio en la agricultura, y por otra parte no podían
frenar la decadencia por falta de tres cosas: 1, falta de un amplio mer­
cado unitario o de una fuerte tendencia hacia la unificación; 2, ausencia
de Italia del gran movimiento europeo de expansión oceánica; 3, falta
deun programa económico importante adecuado a las necesidades reales
de la economía italiana». Storia del lavoro, p. 48.
* La gravedad de la peste queda puesta de relieve por su impacto
sobre la población: «Las pandemias de 1630 y 1657 cancelaron los avances
del período 1580-1629 y 1631-1655, y retrotrajeron a la población italiana
a un nivel oscilante en torno a los once millones». Carlo M. Cipolla,
•Four centuries of Italian demographic development», en D. V. Glass
y D. E. C. Eversley, comps., Population in history, Londres, Arnold,
1965, p. 573.
w«La venta de tierra [y consecuentemente el auge del capitalismo
feudal] tuvo lugar en toda la península [italiana], desde el Piamonte [...]
a Sicilia.» Bulferitti, Archivio Storico Lombardo, iv, 21, n. 30. Villari
describe el proceso en Italia meridional de lo que él llama «comercializa­
cióndel feudo». La rivolta antispagnola a Napoli, p. 164. La venta de tales
tierras por el Estado facilitó el auge de nuevos grupos que fueron en­
noblecidos. «Fue un movimiento complejo de expansión y consolidación
delos dominios feudales, al que la alta burguesía dio un fuerte impulso,
yque coincidió con una muy enérgica afirmación del poder económico
y social de la nobleza tradicional» (p. 192). Una consecuencia fue la
316 Immanuel Waller
s'*k
lia p ero esto sería un p ob re c o n su elo en los siglos por
nir. R. S. Lopez, al hacer el recu en to de todas las desgracia
ocu rrid as al M editerráneo cr istia n o d esd e 1450, concluy
tecid am en te: «E videntem en te, la p rim acía de los
terrán eos no podía sob revivir a tan tas adversidadí

«feudalización de las ciudades» (p. 168), a la que se opuso una resistencia


tan fuerte como inefectiva. Cambió el estilo de vida de las ciudades: fUna
de las consecuencias más visibles de la expansión feudal fue el inert
mento del consumo de bienes improductivos y de lujo, con la construc­
ción de palacios, capillas, villas y jardines en los centros urbanos de b
provincia, en una nueva fase de su desarrollo urbano» (pp. 193-194),
«Gravemente subindustrializada, estando la mayor parte de sus
bancos y de su crédito bajo control de extranjeros, sirviendo las ganan­
cias de su comercio de exportación para enriquecer a comerciantes ge·
noveses, venecianos y catalanes, y con un sistema agrícola que combinaba
las desventajas de la economía feudal con las de un moderno sistema de
crédito, Sicilia permaneció pobre y no fue nunca capaz de alcanzar el
puesto de cabecera que el norte de Italia había ganado a finales de la
Edad Media.» Koenigsberger, The government of Sicily, p. 82.
“TLopez, Cambridge Economic History of Europe, u, p. 353. Braudel
habla de un «reflujo de la economía» en todo el Mediterráneo a partir
de la década de 1620. «L’économie de la Méditerranée au xvn* siécle»,
Les Cahiers de Tunisia, vi, 14, 2.a trimestre, 1954, p. 195. Emmanuel Le
Roy Ladurie menciona esta «lepra de decrecimiento que aflige (a partir
de 1620] a italianos, castellanos e hispanoamericanos». Paysans, p. 636.
G¿“*° “;re
to.SíRosaw¡» ¿¡¡U“toN*a'
5 LOS ESTADOS FU ER TES DEL CENTRO: FORMACION DE
CLASE Y COMERCIO INTERNACIONAL

»
t
Uno de los tem as m ás p ersisten tes en la historia del mundo
moderno es el vaivén en tre «nacionalismo» e «internacionalis­
mo». No me refiero al vaivén ideológico, aunque por supuesto
i exista, sino al organizativo. En algunos puntos en el tiempo
las principales in stitu cio n es económ icas y políticas están pre­
paradas para operar en la arena internacional, sintiendo que
los intereses locales está n ligados en alguna forma inmediata
a los desarrollos en o tro s lugares del mundo. En otros mo­
mentos los actores so cia les tienden a ejercer sus esfuerzos lo­
calmente, tienden a ver com o prim ordial el fortalecimiento de
los límites del E stado, y se m ueven hacia una relativa indife­
rencia acerca de lo s su ce so s que ocurren más allá de estos
límites. Se trata, por su p u esto , solo de tendencias, y no todos
los actores están o b lig a d o s a observar la tendencia dominante,
así como tam poco es ob lig a to ria o probable la coherencia al
repecto por parte de los actores.
Debería subrayar que esto y hablando de una tendencia or­
ganizativa, no estru ctu ral. La cuestión no es si la economía-
! mundo está m ás o m en o s integrada, si las tendencias son in­
flacionarias o d efla cio n a ria s, si los derechos de propiedad
están más o m enos co n cen tra d o s. Estas variables estructurales
sustentan las o p cio n es organizativas, pero la correlación entre
ambas no se esta b lece a m ed io sin o a largo plazo. Las opciones
organizativas son e le c c io n e s p olíticas, son decisiones que los
hombres hacen de las form as que con más probabilidades pue­
dan apoyar sus in tereses.
En el «segundo» sig lo x v i, d esp ués de la paz de Cateau-Cam-
brésis, la balanza ec o n ó m ic a osciló. El noroeste de Europa se
convirtió en el corazón eco n ó m ico de la economía-mundo eu­
ropea. Es ahora el m o m e n to de exam inar qué es lo que dio a
Inglaterra y Francia u n a fuerza tan fundamental. Dado que
la aparición del se cto r in d u stria l es un importante elemento
de este cuadro, v ea m o s q ué tip o de transformación industrial
320 Immanuel Wallerstein

esta b a en m archa, y por q ué p areció b en eficiarse tanto de ella


esp e cia lm en te Inglaterra.
El a sp ecto m ás im p o rta n te de la transform ación industrial
del «segundo» siglo x v i no es la n ovedad de su tecnología
(au n q u e hubo alguna), ni su organ ización social. La fábrica y la
p rod u cción en m asa seguían sien d o esen cialm en te desconoci­
das. T am poco creció m ucho el n ivel glob al de producción in­
d u strial de la econom ía-m u n do eu ro p ea . Dom enico Sella nos
recuerda que, a pesar de todo el d esarrollo económico del
siglo x v i «largo», «el secto r in d u stria l de Europa, tal y como
existía en 1700, se parecía m u ch o m ás a su antecedente medie­
val que a su su cesor del sig lo x ix » 1
El cam bio fundam ental se dio en la distribución geográfi­
ca de la industria. H asta a lred ed o r de 1550 había focos de
actividad industrial en d iversas p a rtes de Europa. La «espina
dorsal industrial de E uropa iba [ . . . ] de Flandes a Toscana»1,
pero había algo de in du stria en to d a s partes. A partir de 1550
aproxim adam ente la activid ad in d u stria l em pezó a concentrar­
se en ciertos E stados del «n oroeste» de E uropa, y a declinaren
otros E stados eu rop eos. R esu lta lla m a tiv a la medida en que
esta decadencia golp eó a un área tras otra de los territorios
que constituían el im perio de C arlos V 123.
M ientras la in du stria d eclin ab a d rá stica m en te en algunas
áreas, parecía dividirse en d os v a ried a d es en las restantes áreas
de Europa. John N ef d istin g u e en tre el n o rte de Italia, Francia
y Suiza, por una parte, y el «norte» de E uropa (Inglaterra, la
república holandesa, S u ecia, D in am arca y E scocia), por otra.
Según Nef:

1Domenico Sella, «European industries, 1500-1700», Fontana Economic


History of Europe, π, 5, 1970, p. 5. Ruggiero Romano afirma que habla
muy pocas «verdaderas» industrias en el siglo xvi, tan sólo «esencialmen­
te productos textiles, industrias de extracción de minerales, y construcción
naval. Todas las restantes actividades productivas se basaban en esencia
en el trabajo de artesanos individuales». Rivista Storica Italiana, lxxjv,
página 500.
2 Sella, Fontana Economic History of Europe, π, 5, p. 64.
1 «Hubo una marcada disminución del volumen de la producción, de
la escala de las empresas industriales, y de la importancia relativa de la
industria [...] [en] una amplia zona de Europa, los dominios imperiales
y españoles, incluyendo el Franco Condado y el sur de los Países Bajos, j
territorios todos que habían estado unidos nominalmente, durante una
generación, bajo el emperador Carlos V.» John U. Nef, War and human ¡
progress, Nueva York, Norton, 1963, p. 6. En las pp. 6-7 Nef fecha la deca­
dencia de cada una de las partes del antiguo complejo imperial de los 1
Habsburgo.
formación de clase y c o m e rc io in tern a cio n a l 321

En [aquéllas] se dio un notable crecimiento en la producción de


las industrias artísticas y de lujo, un nuevo desarrollo del arte y
de la artesanía, pero sólo un ligero aumento en la producción de
las industrias pesadas, y por consiguiente ningún cambio llamativo
en el volumen del producto. En [éstas] hubo una expansión de las
industrias pesadas, y por consiguiente del producto, de la que no
existía precedente algu no4.

Sella dibuja sus lín eas geográficas de forma un poco dife­


rente. Incluye F landes y el sur de Alemania, junto con el
I norte de Italia, en tre las áreas de decadencia, para' lo cual,
i como hemos visto, tien e b u en as razones. No menciona a Suiza.
Distingue entre Francia y S u ecia, que muestran ciertos ade­
lantos, e Inglaterra y la rep ú b lica holandesa, donde los avances
conseguidos fueron «m u ch o m ás n o ta b les» 5, y en cada una de
las cuales se esta b leció «un am plio espectro de actividades
industriales»6.
Ambos autores co n cu erd a n no obstante en señalar el gran
ascenso de Inglaterra. E sto resu lta tanto más sorprendente
cuando recordamos q ue m u ch o s describen la relación de la

' Ibid., p. 6.
’Sella, Fontana Economic History of Europe, Ii, 5, p. 65.
*Ibid., p. 66. Véase Heaton, Economic history of Europe, pp. 314*
*319.
Elcuadro que traza Eli F. Hccksher de Suecia, en lo que llama período
de«madurez de la economía medieval», tiende a respaldar la opinión de
Sella: «Lo que resulta notable en la economía sueca del siglo xvi no es
que finalmente hubiera un cambio, sino que el cambio llegara con tanto
retraso. Aislado como se encontraba, política, económica e intelectual-
mente, el país miraba todavía al pasado más bien que al futuro. Las tareas
realizadas por el gobierno eran aún tan reducidas que ni los gobernantes
ni ios contribuyentes se sentían obstaculizados por la pervivencia de la
economía natural. Desde el momento en que el gobierno no realizaba
ningún gasto sustancial en el exterior, no tenía necesidad de obtener divi­
sas extranjeras mediante exportaciones. La forma de vida de la población
enconjunto conocía tan pocos cambios que, excepto en lo referente a la
sal, el comercio de importación era de poco interés general.» An economic
history of Sweden, Cambridge (Massachusetts), Harvard Univ. Press, 1954,
páginas 77-78.
Frédéric Mauro insiste en el fenómeno de las industrias clave para ex­
plicar el papel preeminente de Inglaterra y Holanda: «Fue [...] la indus­
tria minera y metalúrgica la que desempeñó en la revolución comercial un
papel análogo al que desempeña la del,acero en el Tercer Mundo actual.
Junto a la clase de los comerciantes apareció la de los industriales. La
gran suerte de Inglaterra y los Países Bajes fue poseer ambas: la una
ayudando a la otra, una aportando sus máquinas, otra los productos de
consumo para la masa de trabajadores. Amberes-Lieja-Hondschoote: he
aquí el triángulo del triunfo belga en el siglo xvi. Londres-Newcastle fue
el eje de la prerrevolución industrial británica durante el reinado de Isa­
bel.»Le XVI* siécle européen, pp. 298-299.
322 I m m a n u e l Wallerstein

In glaterra m edieval con el co n tin e n te eu rop eo como «colonial»[


y que N ef m antiene que in clu so h asta 1547 Inglaterra estaba
«in d u strialm en te estan cad a en com p a ra ció n con la mayor parte
de los p aíses co n tin en ta les, in clu y en d o Francia». Aun así, de­
b id o a la expansión in d u strial de Inglaterra, particularmente
en tre 1575 y 1620, «las p o sic io n e s de am b os países [acabaron]
in v ir tié n d o se » *789.
La Baja Edad M edia fu e te stig o de un importante cambio
en la com p osición, y por lo tan to en el d estino, del comercio
de exportación inglés. C om enzó co m o fu en te de materias pri­
m as: cereales, m adera, y en m en o r m ed id a, metales y cuero.
Para el siglo x v i la ex p o rta ció n de e sto s elem en tos había decli­
n ado relativam ente, y en el c a so de lo s cereales en términos ab­
so lu to s, y la tela se había co n v ertid o en la principal exporta­
ció n de Inglaterra.
Los cereales (en p articu lar el trigo) jugaron un papel cada
vez m enor a partir del sig lo x iv . E sto fue debido, en parte, al
hecho de que Europa o rien tal co m en zó a exportar grano y llegó
a absorber una parte m uy gran d e d el m ercado de grano inter­
nacional. E sto puede haber serv id o para desalentar cualquier
tendencia a aum entar in n e ce sa ria m en te la producción inglesa’

7 Postan, Cambridge Economic History of Europe, π, p. 233. En otros


lugares, sin embargo, Postan se muestra menos dispuesto a ver en las
relaciones de Inglaterra con Italia en la Edad Media un paralelismo con
el ciclo del colonialismo en el siglo xx: préstamo de técnicas y capital,
seguido de expulsión del dominador colonial. Sostiene que la diferencia
reside en el carácter gradual del desarrollo inglés, cuya causa se encon­
traba primariamente en la expansión de la población y otros factores do­
mésticos, combinada quizá con algunos créditos e inversiones extranjeros.
Sostiene en este punto que el papel de los italianos fue «muy secundario
y relativamente carente de importancia cuando lo situamos en el marco
de la economía nacional en su conjunto. Bien puede suceder, de hecho,
que donde el impacto de los italianos resultara más decisivo no fuera eo
sus inversiones directas ni en sus lecciones de alta técnica, sino en la
parte que desempeñaron en ayudar a los reyes a remover la vida econó­
mica del país. Los impuestos y las finanzas reales extrajeron de las clases
poseedoras y trabajadoras de la tierra grandes masas de riqueza previa­
mente inmovilizada, y las vertieron en manos de los comerciantes, finan­
cieros, contratistas de los ejércitos y negociantes de guerra. De esta forma,
parte de la riqueza del país, que de otra manera habría sido atesorada,
se hizo asequible al comercio y la industria». «Italy and the economic
development of England in the Middle Ages», Journal of Economic His­
tory, xi, 4, otoño de 1951, p. 345.
4John U. Nef, Industry and government in France and England, M
1640, Ithaca, Great Seal Books, 1957, p. 1.
9 «Durante toda la Alta Edad Media, pero más especialmente en el si­
glo xiii, Inglaterra exportó artículos alimenticios, grano incluido. Más
tarde, apareció una nueva y mucho más importante fuente de grano. Como
formación de clase y c o m e rc io internacional 323

En vez de eso, com o sab em o s, en Inglaterra se procedió a la


partición de las reservas señ oriales [demesnes], un factor ha­
bitualmente explicado por la declinación demográfica, la caída
en el nivel de precios (esp ecia lm en te de los cereales) y el ele­
vado costo de vida. Sin duda el crecim iento del mercado de
Londres en los siglos xv y xvi creó una nueva demanda de
trigo10, pero para aquel en to n ces las reservas señoriales ingle­
sas estaban ya fragm entadas, y el grano era suministrado en
parte desde el exterior n. Irlanda y Noruega se convirtieron
en «colonias» econ óm icas de Inglaterra, aunque ésta era aún
una «colonia» del co n tin en te ,2. E ste fue también el período de
la incorporación legal de G ales a la Corona inglesa, que pro­
resultado de la colonización germana de las tierras eslavas más allá del
Elba, se hicieron disponibles nuevos y amplios recursos agrícolas, y a
partir de finales del siglo xm el centeno de la Alemania oriental y de
Polonia fluyó hacia el oeste. A comienzos del siglo xrv el grano del Bálti­
cocomenzó a formar parte de los suministros alimenticios flamencos, y
hacia esa época desalojó al grano inglés de los mercados escandinavos.»
Postan, Cambridge Economic History of Europe, it, p. 121.
Véase A. R. Myers: «Hasta cl siglo xvi las exportaciones inglesas, con
acepción del tejido, consistían principalmente en materias primas —me­
tales, trigo y otros productos alimenticios, lana, y cuero—, y en el siglo xiv
los exportadores ingleses de algunas de estas mercancías, especialmente
detrigo, se estaban enfrentando a la competencia, cada vez más poderosa,
de las nuevas tierras colonizadas del este de Alemania.» England in the
hale Middle Ages (vol. iv de la Pelican History of England), Londres,
Penguin Books, 1952, p. 57.
*Véase F. J. Fisher, Essays in economic history, ii, pp. 197-207.
nVéase Μ. M. Postan, «The economic and political relations of En­
gland and the Hanse (1400 to 1475)», en Eileen E. Power y Μ. M. Postan,
comps., Studies in English trade in the fifteenth century, Nueva York,
Barnes & Noble, 1966, esp. pp. 139-141. Véase N. S. B. Gras: «En el pe­
riodoTudor ocurrió un cambio de la mayor importancia [...] Londres ha­
bíarolo la continuidad de su inicial independencia del trigo extranjero [...]
El crecimiento de Londres había creado una amplia demanda que a su
vezdio origen a un comercio de importación organizado [...] Todo esto
resulta especialmente interesante cuando se advierte que en el siglo xvi
huboun gran incremento en la exportación de grano en general.» The evo­
lution of the English corn market, Cambridge, Harvard Univ. Press, 1915,
páginas 101-102. Véase Marian Malowist, «Histoire sociale: époque con-
temporaine», en IX* Congrés International des Sciences Historiques, i,
Rapports, París, Armand Colin, 1950, p. 310.
Pero véase Van Dillcn: «[En el siglo xvn] Inglaterra era autosuficiente,
pero los Países Bajos no. Por ello el grano importado estaba destinado
principalmente a los Países Bajos.» Britain and the Netherlands, ii, p. 134.
Véase también Alan Everitt, en Agrarian History, iv, pp. 524-527.
uG. N. Clark, The wealth of England from 1496 to 1760, Londres, Ox­
ford Univ. Press, 1946, pp. 27-28. Pero Noruega también exportaba produc­
tos primarios a Escocia, Dinamarca y los Países Bajos, que disminuían
sudependencia de Inglaterra. Véase Lythe, The economy of Scotland, pá­
gina 147.
324 I m m a n u e l Wallerstein

p o rcio n ó a Inglaterra una co lo n ia interna dedicada en este


m o m e n to en particular a la cría de ganado I3.
E l co m ercio de exp ortación de lana «estaba declinando ya
regu larm en te» 14*17en el siglo xv, a cau sa de la competencia espa­
ñola, el crecim ien to de las ex p o rta cio n es textiles, y la absorción
de la lana por la industria textil en la propia Inglaterra. En
p articu lar, el im pu esto so b re la exp ortación de lana, utilizado
co m o un m ecan ism o fiscal p or el E sta d o , «funcionó como un
arancel p rotector para la n a cien te in d u stria textil inglesa»,5. La
exp o rta ció n de lana fue p roh ibida form alm ente en 1614, mo­
m en to en el que Inglaterra in te n tó regular el comercio de lana
de Irlanda, convirtiendo a Irlanda en exportadora de lana, pero
no de tela, y só lo a Inglaterra ,6.
La industria textil inglesa tenía d o s características muy im­
p ortan tes para la em erg en te econom ía-m u n do. Era cada vez
m ás una industria rural en In glaterra, e introdujo a Inglaterra
en una búsqueda de ex ten so s m erca d o s de exportación.
N os hem os referido, en un c a p ítu lo anterior, a la teoría de
Marian M alow ist según la cu ai en Inglaterra, como en algunas
otras partes de Europa, la recesió n de los siglos xiv y xv, que
había causado una m arcada red u cció n en los ingresos agríco­
las, llevó a la creación de in d u stria s tex tiles rurales para suple-
m entar los ingresos. D esde el p u n to de v ista de los capitalistas,
las industrias rurales tenían ta m b ién la virtud de eludir los
elevados salarios im p u esto s p or los g rem io s en las ciudadesn,
y aprovechar la fuerza h id rá u lica m ás barata para las batana-
doras 18. E stas in d u strias ru rales p ro d u cía n tejidos «no de pri-

u. «Los cambios administrativos en Gales durante el período Tudor fa­


vorecieron el desarrollo del comercio de ganado al eliminar los desórde­
nes en las fronteras.» Caroline Skeel, «The cattle trade between Wales and
England from the fifteenth to the nineteenth centuries», Transactions of
the Royal Historical Society, 4.· serie, ix, 1926, p. 138.
14 Eileen E. Power, «The wool trade in the fifteenth century», en Eileen
E. Power y Μ. M. Postan, comps., Studies in the English trade mtht
jifteenth century, Nueva York, Barnes & Noble, 1966, p. 39.
,s Myers, England in the Late Middle Ages, p. 132.
14 Véase P. J. Bowden, The wool trade in Tudor and Stuart England,
Londres, Macmillan, 1962, pp. 203-212.
17 Véase Postan, Cambridge Economic History of Europe, ii, p. 244.
Véase Ramsey, Tudor economic problems, p. 101.
14 «La rápida extensión del uso de batanadoras a partir de finales del
siglo xii conseguía mediante energía hidráulica lo que hasta entonces se
había hecho a mano o con los pies. Las corrientes de agua para mover las
batanadoras se encontraban en los Cotswolds, los Peninos, y el Distrito
de los Lagos, y a comienzos del siglo xiv la industria textil ya se estaba
desplazando hacia estos distritos. El tejido de estambre, hecho especial­
mente en East Anglia, no necesitaba batanado, y por consiguiente no de*
Formación de clase y c o m e rc io internacional 325

mera calidad pero [ . . . ] m ás baratos y por lo tanto al alcance


de la nobleza em pobrecida y de otros clientes en peor situa­
ción»19. Esta expansión de la industria textil rural en Inglate­
rra compensó sob rad am ente toda declinación en los centros
urbanos20. Pero en tiem p os de contracción económica, el mer­
cado interno era d em asiad o pequeño para mantener a la in­
dustria. «Por lo tanto, esta industria tuvo que buscar merca­
dos en el exterior. En Inglaterra y Holanda esto [ ...] no dejó
de hacerse a partir de la segunda mitad del siglo x iv » 2I.
Así, los tejidos se convirtieron en el eje del comercio de
exportación inglés, un cam b io con respecto al siglo xiii, en el
que la exportación de grano jugaba un papel más amplio, y
esto en el contexto de lo que Postan llama un «mercantilismo
precoz»22. Un asp ecto de éste fue la expulsión progresiva de*

pendía tanto de la fuerza hidráulica, pero incluso la manufactura del


estambre tendía a desplazarse hacia los pueblos, a causa de la política
restrictiva de los gremios de las ciudades. Sus intentos de mantener el
precio de sus artículos aceleraron su caída, ya que los desorganizados
trabajadores textiles de los pueblos estaban dispuestos a aceptar salarios
más bajos [...] El desarrollo de la industria textil rural en la Inglaterra
de la Baja Edad Media se debió así más bien a este avance en técnica y
organización que (como se ha dicho a veces) a la invitación de Eduardo III
alos tejedores flamencos para instalarse en Inglaterra.» Myers, England
inthe Middle Ages, p. 56
9M. Malowist, Economic History Review, XII, p. 178.
* «La decadencia de la industria [textil] en el siglo x i i i en lo que ha­
bíansido sus más florecientes centros urbanos resulta tan llamativa como
suexpansión en las regiones rurales durante el mismo período, pero lo
que ha atraído hasta ahora la atención de los historiadores es el aspecto
urbano de la cuestión, y de él han deducido falsamente una decadencia
de la industria en su conjunto.» E. M. Carus-Wilson, «An industrial revo­
lution of the thirteenth century», Economic History Review, xi, 1941, pá­
gina 59. Véase Edward Miller: «La producción [de la industria textil in­
glesa) creció rápidamente durante el siglo xiv, en una era que muchos in­
vestigadores han considerado de contracción económica.» «The fortunes
of the English textile industry during the thirteenth century», Economic
History Review, 2.· serie, χνπι, 1, agosto de 1965, pp. 39-60.
uMalowist, Economic History Review, x i i , p. 179. Véase Postan: «En
tanto que las exportaciones inglesas consistían principalmente en lana,
do había necesidad para los comerciantes ingleses de buscar muy lejos
un mercado y unos clientes. La lana era una materia prima industrial;
sus clientes eran los fabricantes de paño extranjeros; y los únicos centros
de manufactura de paño no sólo estaban altamente localizados, sino tam­
bién situados muy cerca, principalmente en los Países Bajos. Por otra
parte, el paño acabado tenía que ser vendido a sus potenciales clientes y
en los principales centros de consumo potencial, o, en otras palabras, a
hombres y mujeres de toda la Europa continental y más allá.» Cambridge
Economic History of Europe, π, p. 245.
a Postan, en Power y Postan, comps., Studies in English trade, p. 103;
.véase Clark, Wealth of England, pp. 39-40.
326 I m m a n u e l Wallerstein

co m er cia n tes extran jeros, en p a rticu la r italianos, que fue lle­


vada a cab o en el siglo x v 23, sin duda no sin dificultades24. Fue
aún m ás d ifícil expulsar a los m ercad eres hanseáticos, pero
e so tam b ién se logró en el sig lo x v i 25*.
El co m ercio de telas ca u só g ran d es dificultades a Ingla­
terra. La necesid ad de ven d er en m u ch o s mercados significa­
ba q ue Inglaterra estaba su jeta a m ás pérdidas, como resulta­
do de la com p eten cia y las d ific u lta d e s económ icas, que en el
relativam en te p rotegid o co m ercio de lana “ De hecho, la in­
d u stria de telas sufrió una serie de contratiem pos en el si­
glo xv a causa de su ex p u esta situ a ció n . Tanto Postan como
S. T. B in d off consideran e sto s co n tra tiem p o s com o explicación
fundam ental de la aparición de la n ueva organización comer­
cial de com ercian tes u ltram arin os, la Fellowship of M erchant
Adventurers de Londres, que se creó form alm ente en 1486 y
m onop olizó las relacion es de ex p o rta ció n con Amberes27. Pero

25 Véase Alwyn A. Ruddock, Italian merchants and shipping in South’


ampton, 1270-1600, Southampton, University College, 1951, passim.
24 Véase Jacques Hcers, «Les Génois en Angleterre: la crisc de 145S-
1466», en Studi in onore di Armando Sapori, Milán, Istituto Edit. Cisalpi­
no, 1957, i i , pp. 812, 824.
25 Véase Postan, Studies in English trade, p. 101.
24 «Una destacada diferencia entre el comercio de lana y el de paño
en el siglo xv reside en las condiciones bajo las cuales se vendían ambas
mercancías. Con excepción de los embarques italianos, la lana era vendi­
da por ingleses a los compradores continentales en Calais, un mercado
en posesión de Inglaterra, y abiertamente protegido por el gobierno. Por
el contrario, el tejido era vendido en el continente por extranjeros lamo
como por ingleses, y en regiones que se extendían desde Prusia, a lo largo
de la costa oeste de Europa, hasta Italia. Esta extensa y desprotegida
área de mercado estaba más expuesta a perturbaciones que el concentrado
y protegido mercado de la lana de Calais, con su comercio italiano suple­
mentario. Los mayores mercados del paño inglés eran las regiones bálti­
cas, especialmente Prusia y Polonia, los Países Bajos y el Rin inferior,
finalmente Francia y Guyena. Durante el período 1448-1476 no sólo Ingla­
terra perdió la Guyena, sino que los mercados del Báltico y los Países
Bajos se vieron trastornados por las disensiones políticas. Las condiciones
de las tres áreas de mercado deben por consiguiente ser tenidas en cuen­
ta al buscar responsabilidades de la decadencia del comercio de paño.»
H. L. Gray, «English foreign trade from 1446 to 1482», en Eileen E. Power y
Μ. M. Postan, comps., Studies in English trade in the fifteenth century,
Nueva York, Barnes & Noble, 1966, p. 25.
27 «A mediados del siglo xv, los mercaderes ingleses de paño habían
sido excluidos de todas sus avanzadas más distantes. El mercado escandi­
navo se había perdido en el cambio de siglo. Los contactos con Prusia, y.
a través de este país, con el conjunto de la Europa central y oriental, se
vieron finalmente truncados por los sucesivos conflictos anglo-hanseáticos
de las décadas de 1430 y 1450. La concentración del comercio inglés en los
Países Bajos, la especialización de la industria inglesa en el paño sin ter­
minar, el auge de la compañía de los Merchant Adventurers y de su mo-
formación de clase y c o m e rc io internacional 327

lo que perdieron los in g leses en am plitud de mercados lo ga­


naron en cantidad. Más aún, se vieron forzados a la racionali­
zación y la eficiencia, dado que, com o señala Bindoff, «la nue­
va situación suponía no só lo un increm ento en la demanda de
telas, especialmente de lo s tipos particulares favorecidos por
el comprador extranjero, sin o — lo que era aún más impor­
tante— una dem anda de m ás tela para ser entregada en un
mercado ultram arino en un m om ento particular»24. Por aña­
didura, la parte in glesa estab a m ás unificada que la de los Paí­
ses Bajos, que se veía asediada por la competencia entre las
ciudades, y en co n secu en cia los Merchant Adventurers podían
«evitar deliberadam ente cualquier compromiso al uso único
de una de las c iu d a d e s» 29, quedando por tanto en una posición
de negociación eco n ó m ica m en te ventajosa.
Existe otro asp ecto p o sitiv o en la posición del comercio in­
glés. Sus im puestos eran m en os opresivos que los de algunos de
los más antiguos cen tro s de com ercio (Flandes, norte de Italia)
y su organización técn ica estab a al día y resultaba por lo tanto
más económica, o frecién d o le así ventajas competitivas en fe­
chas que se rem ontan al principio del «primer» siglo x v i30.

nopolio: todos estos rasgos familiares del comercio inglés al final de la


Edad Media pueden referirse a la quiebra del imperio medieval inglés a
laterminación de la guerra de los Cien Años.» Postan, Economic History
Review, χιι, 1942, p. 3. Véase también Postan en Power y Postan, comps.,
Studies in English trade, p. 153.
«Pero indudablemente eran los ingleses quienes tenían el premio de
permanencia entre todas las "naciones” de Amberes en esta época, y la
elección de Amberes como "ciudad de mercado" del paño inglés va inme­
diatamente después del establecimiento del mercado de especias en la
lista de razones por las que llegaban allí comerciantes de toda Europa. El
comercio inglés de paño había luchado en el siglo xv, frente a muchos
fracasos, por conseguir un puesto comercial en los Países Bajos. La per­
sistencia que demostró, y que se vería tan ampliamente recompensada,
era una virtud nacida de la necesidad, porque fue su fracaso en mante­
nerse en otros lugares a lo largo de la costa de Europa lo que llevó a
tantos comerciantes ingleses a probar fortuna en los Países Bajos; hay
muchos argumentos a favor de la idea de que el auge del comercio inglés
de paño con Amberes, al igual que el auge de la compañía de los Mer­
chant Adventurers que llegó a dominarlo, fueron función no del creci­
miento sino de la contracción del comercio ultramarino inglés en su con­
junto.» S. T. Bindoff, New Cambridge Modern History, π, ρρ. 53-54.
0S. Τ. Bindoff, Tudor England (vol. v de la Pelican History of En­
gland), Londres, Penguin Books, 1950, p. 20.
8 Bindoff, New Cambridge Modern History, n, p. 54.
* «Tanto en el caso del comercio internacional como en el de las tran­
sacciones interiores, los costos de embalaje, transporte, descarga, trámi­
tes legales e impuestos sumaban sólo una pequeña parte del precio de
costo. Este es un hecho que resulta importante subrayar: este comercio
occidental, en el siglo xv, estaba sujeto a condiciones más favorables que
328 I m m a n u e l Wallerstein

Así, al prin cip io del «segun do» sig lo xvi, Inglaterra tenía un
flo recien te com ercio de ex p o rta ció n , d os tercios del cual iban
a A m b eres, y el tercio resta n te a Francia y la península Ibéri­
ca. Su d éficit neto con F rancia q uedab a cubierto por los meta­
les p recio so s resu lta n tes de su balanza favorable con las áreas
de los H absburgo. A co m ien zo s de la era isabelina, el comer­
cio ultram arino de In glaterra p od ía ser descrito ya en térmi­
n o s b r illa n te s*31.
Inglaterra tenía v en ta ja s ta n to p o lítica s como económicas
al com enzar el «segundo» sig lo xvi. Podría argumentarse que
in tern am ente Inglaterra esta b a excep cion alm en te unificada, y
d esd e un período rela tiv a m en te te m p r a n o 323. No repasaremos
aquí las razones de ello, q ue ya d isc u tim o s con cierta extensión
anteriorm ente, excepto para señ a la r q ue las explicaciones caen
en dos terrenos fu n d am en tales: se ha d ich o que la forma medie­
val de estructura so cia l se p resta b a particularm ente bien al
desarrollo de una m onarqu ía fu erte y que la geografía natu·

el de Génova, que mantenía una política fiscal mucho más pesada. En


todo caso, ciertas técnicas comerciales (transportes u operaciones acce­
sorias) eran suficientemente avanzadas para permitir precios relatívamen
te bajos. Ya se tratara de bienes caros como el paño ingles o de produc­
tos baratos como el alumbre, estos costos eran bajos: una caractenstica
de una economía más moderna [...]
»Las condiciones de crédito son también muy importantes. En Londres
se obtenía dinero fácilmente, sin excesivas formalidades y sin tener que
utilizar métodos más o menos irregulares.» Heers, Studi ¡n onore di Ar­
mando Sapori, II, p. 832.
31 «El comercio ultramarino inglés [...] consistía en el intercambio de
un único producto —el resultado de lo cual, en la época, fue una indus­
trialización verdaderamente gigantesca, que implicaba una gran revolución
agraria y un cambio de toda la estructura de la economía interna- por
cierto número de artículos, muchos de los cuales no los podía producir
[Inglaterra] por razones climáticas, junto con una gama de productos ter­
minados industriales de todo tipo, para satisfacer las crecientes necesida­
des de las clases superior y media, civilizadas y amantes del lujo. Ingla­
terra vestía al campesino del norte de Europa, y a cambio absorbía una
gran proporción de los productos concebidos por los conocimientos téc­
nicos europeos o importados del este y del sur por la marina mercante
europea. El equilibrio del comercio dependía por completo de la capaci­
dad de Europa para manejar, transportar y comprar el paño del que In­
glaterra era un proveedor casi ilimitado.» Lawrence Stone, Economic His­
tory Review, II, p. 39.
33 Véase Strayer, On the medieval origins of the modern State, pp. #·
45. Eli F. Hecksher señala que Inglaterra tenía una moneda unificada
bajo Enrique II, en la segunda mitad del siglo xn, mientras que Francia
sólo consiguió esto en 1262. Mercantilism, i, p. 119.
33 Por ejemplo, Marc Bloch: «[La conquista de Guillermo] tuvo lugar
en el preciso momento en que la transformación de las condiciones eco-
Formación de clase y co m e rc io internacional 329

ral de la Inglaterra insular presentaba menos obstáculos al


empuje centralizador del m onarca que las áreas del conti
nente M.
Dadas tales exp licaciones, veam os de qué forma aprovecha
ron al máximo los m onarcas Tudor estas oportunidades «na­
turales», explicando así la capacidad de Inglaterra para llevar
adelante su provisional superioridad industrial en el «segundo»
siglo XVI.
Un factor fue la llam ada «revolución administrativa» de En­
rique VIII Tudor, que G. R. Elton presenta como ocurrida en­
tre 1530 y 1542, bajo el genio del «más radical de los moderni-
lad ores»Thomas C rom w ell. E lton argumenta que éste fue un
período de verdadero cam bio, que fue testigo de la creación
del Estado soberano m oderno: «el Estado Tudor era una mo­
narquía nacional h asta un grado nuevo en Inglaterra, y mien­
tras que aparentem ente subrayaba el papel del monarca, el
acento real estaba p u esto ya en su carácter nacional» * La re­
volución adm inistrativa viene aparejada con la mayor coordi­
nación requerida por lo s em ergentes intereses capitalistas. Si
Inglaterra había de ser una entidad coherente en el marco de*

cómicas e intelectuales en todo Occidente comenzaba a favorecer la lu­


cha contra la desintegración. Es significativo que casi desde el mismo
primer momento esta monarquía, nacida del triunfo bélico, parezca haber
tenido a su disposición en una fecha temprana un personal y un aparato
burocrático instruidos [...]
»Aunque (¿no deberíamos decir "a causa de que"?] en ciertos aspectos
ooexistía otro Estado más feudal, este feudalismo era de tal especie que
enúltimo término fortalecía el prestigio de la Corona. En este país donde
cada pedazo de tierra tenía su señor, el rey era literalmente el señor de
lodos los señores. En ninguna otra parte se aplicaba más metódicamente
el sistema de feudos militares.» Feudal society, pp. 429430.
u Por ejemplo, Hecksher: «Una de las dos causas principales de [las
dificultades para la creación de un Estado centralizado en la Edad Media]
erala condición de los procedimientos de comunicación, en particular la
comunicación por tierra, que, bajo condiciones técnicas primitivas, siem­
preofreció antes de los grandes inventos mayores dificultades que el trá­
ficocostero o por vías de agua interiores. Un país como Inglaterra, con
una línea costera notablemente larga en relación con su superficie de
tiena, tenía, por esta razón, posibilidades mucho mayores de obtener la
unidad política que los Estados continentales; y entre éstos ninguno esta­
baen peor situación que Alemania.» Mercantilism, i, p. 36. Véase Clark,
The wealth of England, pp. 4-5, 4445.
e La frase es de H. R. Trevor-Roper, y se encuentra en «England's mo­
dernizer: Thomas Cromwell», en Historical essays, Nueva York, Harper,
1966, página 74.
*G. R. Elton, The Tudor revolution in government, Londres y Nueva
York, Cambridge Univ. Press, 1953, p. 4.
33v) I m m a n u e l Wallerstein

la econom ía-m u n do, no podía seg u ir sien d o varias economías


en cierta form a sep arad as 37*.
E lto n ve la in tro d u cció n de u na serie de nuevos procedi­
m ie n to s — una nueva form a de llevar las finanzas, la centrali­
zación de la ad m in istra ció n b a jo el p rim er secretario, la orga­
n ización del C onsejo P rivado co m o esfera de coordinación, la
racion alización de la casa del rey— > cada uno de los cuales su­
p onía una reorganización «en el se n tid o de una mayor defini­
ción o esp ecialización del ord en b u r o c r á t i c o » E l trabajo de
E lton ha hecho surgir una de esa s inacabables controversias
en las que los h isto ria d o res d eb a ten , sin ayuda de datos cuan­
tita tiv o s, el grado en que alg u n a s «d iferencias» se suman para
ocasion ar un salto c u a lita tiv o 39.
¿Fue la reform a de E n riq u e rea lm en te nueva o no? ¿Fue el
cam b io ad m in istrativo rea lm en te revolu cion ario, o supuso sim­
p lem en te un paso m ás en un p r o c e so con tinu o que va del si­
glo x iv al x v ii? C hristoph er H ill m a n tien e, en mi opinión, un
p un to de vista sen sa ta m en te eq u ilib ra d o sobre lo que ocurrió:

A todo lo largo de la Edad Media continuó el movimiento osci­


lante: gobierno más «burocrático» bajo el control de la nobleza
cuando el rey era débil o menor de edad, gobierno de «la casa del
rey», bajo su control personal, cuando éste era fuerte. Pero en d
siglo xvi, este ciclo se rompió. Los departamentos «salieron de la
corte» sin que el rey perdiera el control sobre ellos [...]40-

” «Las diferentes regiones de Inglaterra (e incluso en cierta medida


las diferentes ciudades) tenían en [...] los siglos xiv y xv historias econó­
micas diferentes, de la misma forma en que el desarrollo económico df
las diferentes naciones de Europa en el siglo xix se estudia, con razón,
como un conjunto de historias en buena medida separadas [...] En este
aspecto la aparición del capitalismo constituye por sí misma una poderosa
influencia coordinadora.» Dobb, Studies, p. 21.
* Elton, Tudor revolution, p. 415. También, el «cambio fundamenta!
[fue] el paso de una burocracia formada en la Iglesia o en la casa dd
rey a una burocracia formada en la casa de un ministro y luego empleada
al servicio del Estado» (p. 308).
* Véase Penry Williams y G. L. Harriss, «A revolution in Tudor histo­
ry?», Past and Present, 25, julio de 1963, pp. 3-58; G. R. Elton, «The Tudor
revolution: a reply», Past and Present, 29, diciembre de 1964, pp. 2649;
G. L. Harriss y Penry Williams, «A revolution in Tudor history?», Pus!
and Present, 31, julio de 1965, pp. 87-96; G. R. Elton, «A revolution inTu­
dor history?», Past and Present, 32, diciembre de 1965, pp. 103-109.
40 Hill, Reformation to Industrial Revolution, p. 28. Pienso que estees
un resumen mejor que la versión un tanto más extrema de Elton: «las
reformas de la década de 1530, la burocratización del gobierno, consiguie­
ron obtener esa continuidad que caracteriza al gobierno moderno yevita
una verdadera anarquía incluso en momentos de guerra civil.» Tudor n
volution, p. 417.
formación de clase y c o m e rc io internacional 331

Este período de forta lecim ien to administrativo del Estado


fue al mismo tiem po, com o tam bién nos recuerda Hill, «el
único período en la h isto ria inglesa a partir de 1066 en el que
el país no tuvo p o sesio n es ultram arinas (excepto Irlanda)»41.
De modo que el talento adm inistrativo podía ser enfocado to­
talmente hacia el interior. Los resultados son muy directos y
muy importantes.
Inglaterra fue capaz de desarrollar una fuerte capital como
fuerza unificadora cu ltural y ec o n ó m ic a 42. E Inglaterra fue ca­
• Hill, ibid., p. 25.
u«El siglo xvi vio la integración de las ciudades inglesas en una sola
unidad nacional, en una medida que no tenía paralelo en el continente [...]
Lasignificativa expansión de Londres, y su creciente poder como fuerza
unificadora, pueden fecharse en la era posterior a la Reforma (...] Gra­
cias al establecimiento de la ley y el orden y de una policía interna, a la
terminación de las guerras privadas en Gales y el norte, a la eliminación
defranquicias y la lenta mejora de las comunicaciones, los comerciantes
dela City quebrantaron gradualmente los privilegios de las corporaciones
locales. Al mismo tiempo los predicadores protestantes, financiados desde
Londres, trabajaban para llevar los más oscuros rincones del reino a la
comprensión auténtica de la religión aceptada por la capital.» Hill, ibid.,
páginas 25-27.
Hecksher hace hincapié en lo excepcional de la posición inglesa en
comparación con el continente: «En ningún otro país fue tan relativamen­
te fácil como en Inglaterra la tarea de establecer un sistema unificado
de peaje, y dos factores fueron fundamentalmente responsables de ello.
El primero, como en todas las demás esferas, fue la fuerza unida e in­
quebrantada de la monarquía inglesa, y el segundo fue la abrumadora
importancia del transporte marítimo, que hacía a las rutas terrestres y
alas vías de agua interiores mucho menos importantes que en el caso
debloques geográficamente tan compactos como Alemania y Francia [...]
•Inglaterra no sólo ocupaba una posición única por la insignificancia
desus peajes en carreteras y ríos. También pudo desarrollar un sistema
nacional de aduanas, completamente independiente de los peajes munici­
pales y totalmente en manos del Estado, aduanas que no eran modificadas
por numerosas exenciones ni arrendadas normalmente [...)
•Además, era característico que no sólo estuvieran las aduanas en ma­
nos del Estado, sino que mostraran una precoz distinción entre el comer­
cioexterior y el doméstico.» Mercantilism, I, pp. 46, 51, 52.
Véase Gino Luzzatto, L’etá moderna, Padua, cedam , 1955, p. 14.
Barry Supple formula de manera más moderada la cuestión de la in­
tegración económica: «Todavía no podemos hablar de un mercado nacio­
nal para los factores de producción o para la mayor parte de los bienes
deconsumo. Pero la especialización y el comercio regionales estaban sufi­
cientemente avanzados para crear un equilibrio económico que resultaría
alarmantemente susceptible a las perturbaciones económicas.» Commercial
crisis, p. 3. Sobre el crecimiento del mercado de Londres como estímulo
del desarrollo económico nacional, véanse dos artículos de F. J. Fisher:
«Thedevelopment of the London food market, 1540-1640», en Carus-Wilson,
comp., I, pp. 135-151; «The development of London as a centre of conspi­
cuous consumption in the 16th and 17th centuries», en Carus-Wilson,
comp., ii, pp. 197-207.
332 I m m a n u e l Wallerstein

paz de m anten er la paz in tern a, en un período de agitación en


el co n tin en te, sin un ejér cito regular, lo que en parte explica
su avan ce in d u str ia l43. La cu estió n es saber cómo consiguió
esca p a r Inglaterra a las gu erras de religión del continente,
cu a n d o podría argum entarse, co m o h ace R. B. Wernham, que
en el período que sigu ió al tratad o de Cateau-Cambrésis, «la
in esta b ilid a d interna de las isla s b ritán icas [causada en gran
m ed id a por la inseguridad de la su ce sió n inglesa], las convir­
tió en [ . . . ] el área de p eligro y el p u n to focal de las rivalidades
en Europa o c c id e n ta l» 44. F u n d a m en ta lm en te fue esta misma
rivalidad y el relativo a g o ta m ien to de los imperios francés y
esp añ ol (que ya hem os ex p u esto ), com b in ad os con la audacia
de la Act of Supremacy de 1559, q u e establecía a Inglaterra
co m o E stado a n g lica n o 45*, lo q ue «hizo posib le la emergencia
de una tercera gran p oten cia en E u rop a occidental, y eventual­
m en te el desplazam iento de los im p erio s gem elos de los Habs-
burgo y los V alois por un eq u ilib rio m ú ltip le de poderes»44.
Una relativa paz interna y la ca ren cia de un ejército regular
sign ifican tam bién una m en or n ecesid a d de impuestos y de
una burocracia hinchada m ás allá de su tam año eficaz por la
venta de c a r g o s47. La ex p an sión del p od er central se hizo por
° «En la transición de los tiempos medievales a los modernos, el pue­
blo inglés estaba culturalmente atrasado en comparación con la Europa
central y el resto de la Europa occidental, incluyendo el oeste y el sur de
Alemania; tanto si fechamos esta época a partir del fin del siglo xv como
si lo hacemos desde un periodo anterior, y tanto si esta comparación se
hace en términos de civilización material e industrial como si se hace en
términos inmateriales de realizaciones intelectuales y artísticas. Pero du­
rante el siglo siguiente la comunidad inglesa hizo tales avances que a su
final se encontraba (quizá con dudas) por delante de sus vecinos conti­
nentales. Este progreso británico fue tanto absoluto como relativo, y se
debió a un avance acelerado en el territorio de la isla, aunque el retraso
es más visible en el continente durante el siglo x v i i que incluso al final
del siglo xvi [...]
»La Inglaterra isabelina tenía la ventaja que le daba en materia empre­
sarial el que el resto de la cristiandad estuviera en esos momentos en­
vuelto en guerras destructivas que, por fortuna para la comunidad indus­
trial inglesa, cayeron con excepcional severidad sobre los más capaces de
sus rivales industriales y comerciales.» Thorstein Veblen, Imperial Ger­
many and the Industrial Revolution, Ann Arbor (Michigan), Ann Arbor
Paperbacks, 1966, pp. 92, 98.
44 R. B. Wernham, «The British question, 1559-69», New Cambridge Mo­
dern History, in, R. B. Wernham, comp., The Counter-Reformation and
the price revolution, 1559-1610, Londres y Nueva York, Cambridge Univ.
Press, 1968, p. 209.
45 Véase ibid., p. 212.
44 Ibid., p. 233.
47 Véase Hurstfield sobre el problema general para toda Europa, inclu­
yendo Inglaterra: «Entonces los gobiernos europeos del siglo xvi se en-
Formación de clase y co m e rcio internacional 333

medio de una burocracia m ás eficiente, en vez de hacerse a tra­


vés de una m ucho m ayor (y m ás onerosa). Esto también era po­
sible por la posición económ ica del propio monarca, el mayor
terrateniente de Inglaterra **. Pero, como el más grande de los
terratenientes en una econom ía relativamente aislada y unifica­
da, cuya fuerza había de levantarse sobre las nuevas industrias,
¿de qué lado estaban los in tereses del rey? No cabe duda que
eran ambiguos, ya que com o terrateniente el rey buscaba ma-
ximizar los ingresos de su s tierras, y como rey buscaba maxi-
rnizar sus ingresos p roced en tes de los terratenientes0. Una
forma de intentar resolver el dilem a por parte de la Corona era
reducir su papel co m o terrateniente. Pero entonces la monar-

contraron enfrentados a compromisos continuamente crecientes con unos


recursos relativamente insuficientes [...] Se enfrentaban con una situación
enla que las ciases medias no podían o no querían cargar con la parte
principal de los costos del gobierno nacional. Pero si las clases medias no
deseaban cooperar, las mismas monarquías, en relación con las clases me­
dias, eran ambiguas en cierta medida [...] [Así se produjo] una extensa
serie de intentos [...] por toda Europa de someter a impuestos a la eco­
nomía mediante subterfugios; de usar los procesos comerciales e indus­
triales como una esponja fiscal. Esto implicaba necesariamente una dis­
torsión de la economía; y se realizó en una escala masiva. Su mejor ma­
nifestación es la difundida venta de cargos.* J. Hurstfield, New Cambrid-
It Modern History, ni, ρρ. 139-140.
Pero véase Christopher Hill sobre Inglaterra: «En Inglaterra la paz
Tudor, y la ausencia de un ejército permanente, significaron que los im­
puestos fueran relativamente ligeros en comparación con los del conti­
nente [...] Lo reducido de las sumas contribuyó a su vez a que Inglaterra
no lograra desarrollar una burocracia de fuerza comparable, digamos, a
lafrancesa.» Reformation to the Industrial Revolution, p. 101.
e «El hecho fundamental para la restauración del poder real era la
restauración de la riqueza real; el rey debía ser el hombre más rico del
reino para ser el más poderoso. A finales del siglo xv esto significaba, en
(apráctica, que tenía que ser el mayor terrateniente.» Elton, Tudor revo­
lution, p. 25.
e «El período del absolutismo se abrió con la disolución de los monas­
terios, que económicamente volvió a poner a flote a la clase dominante, y
la reforzó desde abajo al enriquecer a nuevas familias. Durante algún
tiempo antes de esto, los terratenientes habían estado intentando recons­
truir su poder económico por medio de cercamientos y subidas de las
rentas, pero tales medidas provocaron el malestar de los campesinos, e
hicieron necesario un gobierno central fuerte para reforzar políticamente
el poder económico y social de los terratenientes. Esto, sin embargo, con­
dujoa la monarquía absoluta a un dilema que nunca resolvió y que causó
sucaída. Si dejaba libres las manos a los terratenientes se enfrentaba a
revueltas campesinas que podían derrocar a la clase dominante; si ponía
limites a los terratenientes y protegía a los campesinos se enfrentaba a
una revuelta de la clase dominante que podía poner en peligro a la mo­
narquía.» Brian Manning, «The nobles, the people, and the Constitution»,
Pasi and Present, 9, abril de 1956, p. 48.
334 I m m a n u e l Wallerstein

quia tenía que en con trar una fu e n te de ingresos alternativa.


Para ello , en 1610, la C orona o fr e c ió al Parlamento el «Gran
C ontrato», su stitu ir su s d erech o s feu d a les por una asignación
a n u a l 50. E sta p rop u esta fra ca só d eb id o al desacuerdo sobre el
vo lu m en de la cantidad anual. D ado que los ingresos de la ren·
ta real estaban en to n ces d ism in u y en d o , este fracaso contribui­
ría a crear ten sio n es p o lítica s.
In estab ilid ad y paz in tern a, una revolución administrativa
p ero una burocracia rela tiv a m en te p eq u eñ a, una red nacional
de m ercados y el rey co m o gran terrateniente: una curiosa
com b in ación , que lleva a «la p a rad oja y la perogrullada de que
la p rim itiva Inglaterra de los E stu a rd o era simultáneamente
un país "muy gobernado" y un p aís con m uy poco gobierno»51,
en palabras de G. E. A ylm er. E sta parad oja es de hecho el se­
creto cjel relativo éxito de In glaterra. Para comprenderla de­
b em o s volvernos a un d eb ate cen tra l de la moderna historio­
grafía inglesa: la naturaleza de las c la se s altas inglesas durante
el siglo precedente a la rev o lu ció n in g lesa , y el papel de la tan
disputada gentry.
A través de la literatura so b re e s te deb ate, lo que J. H. Hex-
ter ha llam ado «la torm en ta so b re la gentry» 52, nos da la sen­
sación de estar p resen cia n d o un ráp id o y aparentemente ina­
cabable partido de ping-pong en el q u e cada jugada se ve bri­
llan tem en te con testad a ad infinitum. R eq uiere distracción más
que concentración el d arse cu en ta de q ue existen dos debates
entrem ezclados: uno so b re las c u e s tio n e s sustantivas de la
h istoria inglesa en el «segu n d o» sig lo x v i, y otro sobre las lí­
neas fun dam en tales de b atalla de la cien cia social moderna. 1 I

Advertido esto, se req u iere e n to n c e s con centración para darse


cuenta de que algu nas p erso n a s de h ech o están cambiando de
lado a gran velocid ad a la m ita d d el d eb a te, creando así la ilu­
sión de un sim p le y d irecto ju e g o de p elo ta .
Si el debate resu lta d ifícil d e d esen m a ra ñ a r, se debe a que
la propia h istoria es m uy c o m p le ja . E m p ecem os observando
lo que se su p on e que p a só en té r m in o s de propiedad de la
tierra. 3012

30 Véase Gordon Batho, «Landlors in England. A. The Crown», en Tkt


Agrarian History of England and Wales, iv, Joan Thirsk, comp., 1S0MM,
Londres y Nueva York, Cambridge Univ. Press, 1967, p. 273.
31 G. E. Aylmer, The king's servants, Nueva York, Columbia Univ. Press.
1961, página 7.
32 J. H. Hexter, «The myth of the middle class in Tudor England*. ,
Reappraisals in history, Nueva York, Harper, 1963, pp. 117-162.
Formación de clase y c o m e rcio internacional 335

Frank C. Spooner so stien e que la profunda crisis económi­


ca que sacudió Europa entre aproximadamente 1450 y 1560
«fue particularmente severa en el caso de Inglaterra [ . . . ] » u.
Este fue sin duda uno de los factores que llevaron a la procla­
mación oficial de la R eform a, que hizo posible la confiscación
de los m onasterios y otras propiedades de la Iglesia. Entonces
la Corona vendió la m ayor parte de esta tierra, para obtener
ingresos inm ediatos y com o un medio de consolidación políti-
, ca, dando a los com p rad ores lo que Christopher Hill llama
«intereses creados, en el p rotestantism o»54. Esta decisión po­
lítica expandió de form a espectacular la cantidad de tierra dis­
ponible en el m ercado, lo que aceleró todo el proceso de exten­
sión de los m odos de operación capitalistas de una forma y en
una medida que ningún otro país europeo (excepto posible­
mente el norte de los P aíses Bajos) estaba experimentando en
aquella ép o ca 55. Una vez vendidas las tierras fueron vendidas
de nuevo (y en o ca sio n es toda una serie de veces). ¿A qué llevó
todo esto en los sig u ien tes setenta y cinco años? Esta parece
ser una de las piedras angulares del debate.
Parece haber relativam en te poca discusión acerca de dos
argumentos que R. H. T aw ney planteó en sus ensayos iniciales.
El primero es que «la ten dencia de un activo mercado de tie­
rras fue, en térm in os glob ales, la de incrementar el número de
propiedades de tam año m edio, disminuyendo a su vez el nú­
mero de las m ás grandes» 56. Obsérvese no obstante que esto
no nos dice n ecesa ria m en te nada acerca de quién, nobleza o

*tJSpooner, New Cambridge Modern History, in, p. 15. Lawrence Stone


dice que desde 1540 hubo «un período de tres ciclos de expansiones verti­
ginosas y caídas abismales cada vez más marcadas, que termina con el
colapso fiscal de 1553». «State control in sixteenth-century England*, Eco­
nomic History Review, xvn, 1, 1947, p. 106.
MChristopher Hill, «Some social consequences of the Henrician revo­
lution», en Puritanism and revolution, Nueva York, Schocken Books, 1958,
página 44. Marc Bloch mantiene que «la disolución de los monasterios
(1536-1539) aceleró la fusión de las clases. La Corona dio o vendió la ma­
yor parte. Todas las clases, la nobleza, la gentry (que en muchos casos ha­
bía administrado o cultivado las tierras de los monjes), los comerciantes
(las asociaciones de comerciantes de Londres), se beneficiaron». Seigneurie
Imgaise, p. 122.
u Véase Clark, Wealth of England, pp. 64-65. Lawrence Stone sostiene
que, por añadidura, las exigencias del sistema familiar condujeron a la
nobleza a realizar considerables ventas de tierras. Véase The crisis of
aristocracy, 155S-J64J, ed. abr., Londres, Oxford Univ. Press, 1967, pp. 76-88.
MR. H. Tawney, «The rise of the gentry, 1558-1640», en E. M. Carus-
Wilson, comp., Essays in economic history, Nueva York, St. Martin's, 1965,
i, página 202.
J3 6 I m m a n u e l Wallersiein

gentry, p o see esta s p ro p ied a d es de «tam año m edio»57*59. Else-


gu n d o p u n to que plantea T aw n ey es que este cambio de manos
de la tierra tuvo com o resu lta d o una «agricultura más plantea­
da co m o un n e g o c i o » D e n u evo, relativam ente poca discu­
sió n al resp ecto.
¿P ero cuál era la cla sifica c ió n so cia l de aquellos que con­
trolab an la tierra? Aquí se d esa ta la torm enta. Es mucho más
q ue un asu n to sem án tico pero la sem á n tica también juega su
p apel, dado que todo el m u n d o da d iferen tes significados a
aristo cra cia , gentry (alta, b aja, sim p le gentry, caballeros), y
yeomen. N o resulta ningún a cc id en te q ue los estudiosos dis­
cutan fu riosam en te esto, ya que toda la cu estión reside en que
e ste período de la h istoria in g lesa no es só lo un momento de
cam b io econ óm ico y gran m o v ilid a d social individual, sino
tam b ién de cam bio de ca teg o ría s. N o só lo nosotros no esta­
m o s seguros de cóm o d esign ar las agrupaciones sociales sig­
nificativas; los hom bres de aq uel tiem p o tam poco lo estaban *
N o ob stan te, señalar la flu id ez de un co n cep to en una época
dada no im plica afirm ar su in u tilid a d . E sto debería llevar al
estu d io so a una escép tica au dacia.

57 Este es en particular el argumento de J. P. Cooper, uno de los más


severos críticos de Tawney, que sugiere que muchos nobles poseían ha­
ciendas de tamaño medio y muchos propietarios no nobles tenían más de
diez señoríos. Véase «The counting of manors», Economic History Review,
2.· serie, vni, 3, 1956, pp. 376-389.
* Tawney, Essays in economic history, I, p. 189.
59 «No es posible, sin introducir un equívoco, plantear los comienzos
de la sociedad moderna en rigurosos términos de ''clase", especialmente
si se insiste en restringir la noción de clase a la clasificación tripartita
marxista. En un momento dado, los asalariados pueden actuar contra sus
amos, tras lo cual pueden, por el contrario, actuar junto con sus amos
contra la opresión del capital comercial o del gobierno; los campesinos
pueden muy bien alzarse a la vez contra las maniobras del rey para dismi­
nuir el poder de sus nobles y contra los intentos de los nobles de incre­
mentar las cargas feudales. A nivel del país como un todo, los campesi­
nos nunca consiguieron establecer una solidaridad real; y, por el contra­
rio, a menudo se encuentra que sus opresores eran habitantes de las ciu­
dades. Cada persona pertenecía a varios grupos sociales: su familia, su
gremio [corps de métier], su ciudad o su pueblo, su comarca —llamada
"país" en el siglo xvi—, su país en el sentido moderno del término, ysu
clase económica. La mayor de las veces las personas se definían en tér­
minos que eran una combinación de estas diversas pertenencias sociales.
Se hablaba de los "trabajadores textiles de Norfolk" y no de los trabaja­
dores textiles en general o de los hombres de Norfolk en general. La no­
ción que los individuos tenían de sí mismos, de sus adscripciones y de
sus fidelidades, dependía simplemente de las circunstancias del momento.
La cuestión de saber cuál era la fidelidad "fundamental" de un individuo
es una cuestión para la que no hay respuesta, no sólo porque los datos
son difíciles de valorar, sino también porque estas elecciones rara vez se
Formación de clase y co m e rcio internacional 337

Para desenm arañar los hilos, debemos empezar siguiendo


los términos del d iscu rso. Recorramos sucesivamente la aris­
tocracia, la gentry y los yeomen. Pero mientras lo hacemos, re­
cordemos que «los cam b ios económ icos estaban empujando a
los más em prendedores entre [aquellos que controlaban la
tierra, cualquiera que fuera su designación] hacia nuevos mé­
todos de gestión de su s propiedades [ ...] Tenían mucho que
ganar si adaptaban su s cu ltivos para cubrir las nuevas condi­
ciones comerciales. Tenían m ucho que perder si eran tan con­
servadores com o para adherirse a los viejos m étodos»60. Pa­
rece bastante claro que no existía correlación directa entre el
estatus social y la adaptabilidad a las exigencias de la agri­
cultura capitalista. Law rence Stone traza un cuadro de la aris­
tocracia en el que ésta aparece com o culpable de una «gestión
i incompetente» de las grandes posesiones, y con una «afición
cada vez mayor por el d isp en dio ostentoso», tal que «la distan­
cia entre ingresos y g a sto s creció de ser una grieta diminuta a
ser un abism o»61. Por añadidura, la aristocracia tenía que car­
gar con los altos c o sto s de los litigios y servicios públicos, dado
que «los Tudor operaban a través de una burocracia impaga­
da»62. Pero sus esfu erzo s por increm entar sus ingresos no sir­
vieron de nada: n egociaron largos arriendos a cambio de rápi­
das entradas de d in ero, se endeudaron en exceso, se apoyaron
en los favores del E stad o hasta que éste no quiso o no pudo
dar más. Todo para nada:
El proceso de desgaste de los recursos económicos de la aristo­
cracia [...] continuó sin interrupción a lo largo de todo el periodo
isabelino [...] Para 1603 parecería como si toda la estructura jerár-
, quica de la sociedad de los Tudor estuviera al borde de una diso­
lución inminente63.
hacían en abstracto y no en relación con circunstancias particulares.* C.
S. L Davies, «Les révoltes populaires en Angleterre (1500-1700)», Annales
ESC, xxiv, 1, enero-febrero de 1969, pp. 59-60. Por supuesto, lo que Davies
dice sobre el modo y complejidades de Ja autodesignación de afiliación
social es verdad, pero no contradice en absoluto un modelo marxista de
clases. Marx tomó en cuenta precisamente las mismas consideraciones.
Davies es útil, sin embargo, cuando nos recuerda que en esta época, para
muchos, las adscripciones de clase eran regionales antes que nacionales.
*Tawney, The agrarian problem, p. 195.
“ Lawrence Stone, «The anatomy of the Elizabethan aristocracy», Eco­
nomic History Review, xvm, 1 y 2, 1948, pp. 3-4.
uIbid., p. 15.
0 Ibid., pp. 37-38. Véase Tawney: «Apenas se han reunido todavía los
elementos para llevar a cabo una generalización; pero no parece exagerado
decir que muchas familias nobles —aunque no sólo ellas—se enfrentaron
a una crisis financiera en las dos generaciones anteriores a la guerra ci­
vil.»Essays in economic history, I, p. 181.
338 I m m a n u e l Wallerstein

Aun así, es este m ism o a u to r q u ien , p ocos años más tarde,


ca n ta la im agin ación y el e sp ír itu em p ren d ed or de estos mis·
m o s a ristó cra ta s en esta m ism a era isabelina:

En este período la nobleza cubría un papel que ninguna otra cla­


se, ni la gentry ni los com erciantes, podía o quería emular
La importancia de la aristocracia en este período se debe en buena
m edida a su disposición a apoyar y financiar nuevas empresas,
consideradas como peligrosas, y que por lo tanto no conseguían cj
apoyo de grupos sociales más cautelosos. Dado que la minería a
gran escala y las industrias m etalúrgicas aún eran novedades en
el período Tudor, se pusieron a la cabeza de su expansión. Dado
que el comercio y la exploración oceánicos eran novedades, tam­
bién en ellos desempeñaron un papel prom inente64.

N i tam poco, según parece, esta b a au sen te esta iniciativa


en su s p o sesio n es [demesnes]:

La nobleza más antigua m ostró una sorprendente disposición (...)


a desarrollar nuevos recursos en sus propias posesiones (...] La
decadencia económica y social de la aristocracia en relación con
la gentry entre 1558 y 1642, no se debe desde luego a falta de ini­
ciativa em presarial65.

R esulta d ifícil reco n cilia r lo s d os cu ad ros ofrecidos por


Stone. Dado que las e sta d ístic a s de S to n e sobre el grado de
crisis financiera de la a risto cra cia han sid o sometidas a tan­
tos ataques, y dado que ha d ado m arch a atrás parcial pero no
totalm en te **, p od ríam os b ien p reg u n ta rn o s al igual que H. R.
Trevor-Roper:

Si «más de dos tercios de la aristocracia inglesa vivían en 1600


no sólo por encima de sus m edios sino al borde de la ruina fi­
nanciera» [...] ¿cómo hem os de explicar el hecho de que no sola­
mente se recuperaran de esta ruina inm inente, sino que sobrevi·
64 Lawrence Stone, «The nobility in business, 1540-1640», Explorations
in Entrepreneurial History, x, 2, diciembre de 1957, p. 61.
“ Ibid., p. 60.
* Véase H. R. Trevor-Roper, «The Elizabethan aristocracy: an anatomy
anatomized», Economic History Review, 2.· serie, in, 3, 1951, pp. 279-298, y
la contestación: «Pero Trevor-Roper tiene probablemente razón al acusar­
me de exagerar la gravedad a largo plazo de la crisis de la década de 1590.»
Lawrence Stone, «The Elizabethan aristocracy: a restatement», Economic
History Review, 2.· serie, iv, 1, 2 y 3, 1951-52, p. 311. En el apartado final,
Stone dice: «El que [Trevor-Roper] niegue que una mayoría de la aristo­
cracia isabelina estaba en plena decadencia económica parece estar en con­
tradicción con la evidencia» (p. 320). Véase también Cooper, Economic
History Review, p. 388; Lawrence Stone, «Letter to the editor», Enrnn-
ter, xi, 1, julio de 1958, p. 73; J. H. Hexter, «Letter to the editor».
Encounter, xi, 2, agosto de 1958, p. 76.
Formación de clase y co m e rcio internacional 339

vieran a la crisis infinitamente mayor de los siguientes sesenta


años? Su extravagancia no disminuyó en esos años [...] ¿Cómo lo
hicieron?67.

La explicación de Trevor-Roper es que los problemas de la


aristocracia, «aunque genuinos, no eran ni mucho menos tan
serios como el señ or S ton e, con sus hinchadas cifras, supone»,
que «se aferraron» a su s tierras, y que el aumento del valor de
la tierra a partir de 1600 hizo «más de lo que hizo el rey Jacobo
o de lo que podía hacer cualquier rey» por sostener sus for­
tunas66. Resulta, no ob sta n te, que Stone no está en desacuer­
do sobre esto. A unque fija la fecha en 1620, dice que:

Incluso el más incom petente [miembro de las clases terratenien­


tes] no podía dejar de beneficiarse del aumento masivo en las
rentas medias a principios del siglo xvn, y, a partir de ahí, la nive­
lación de los precios redujo la importancia de. la ineficiente gestión
de las posesiones 69.

En cuanto a J. H. H exter, que ataca a Stone y a Tawney por


una parte y a Trevor-R oper por la otra, argumenta:

Alrededor de la década de 1580, el mercado de tierras tuvo una


i expansión, y ésta parece haber continuado durante el medio siglo
siguiente’ [...] En conjunto, es probable que un incremento general
en el valor de la tierra resulte más favorable globalmente a los
hombres que tengan más tierra de la que beneficiarse, es decir1

11Trevor-Roper, Economic History Review, ill, pp. 290-291.


u Ibid., pp. 291-292. P. J. Bowden da una explicación adicional de por
qué la decadencia fue menos seria de lo que algunos suponen: «Incluso
bajo circunstancias, tales como éstas, sin embargo, no se sigue necesaria­
mente que el terrateniente debiera sufrir una caída en su ingreso real. La
hipótesis hecha anteriormente, según la cual la renta era la única fuente
deingreso del terrateniente, no corresponde de hecho a la realidad. En los
siglos xvi y xvii los ingresos del terrateniente venían de diversas fuentes.
La mayor parte de los terratenientes probablemente se dedicaban al cul­
tivo directo para satisfacer las necesidades de su casa, si no para vender
el producto en el mercado [...]
•Además del ingreso de la renta y de los resultados del cultivo di­
recto [...] la más importante fuente de ingresos para la mayor parte
de los terratenientes era, con mucho, la madera.» «Agricultural prices,
farm profits, and rents», en The Agrarian History of England and
Wales, iv, Joan Thirsk, comp., 1500-1640, Londres y Nueva York, Cam­
bridge Univ. Press, 1967, pp. 675, 677. Bowden sostiene que, a causa
de que algunas rentas eran fijas y otras no, las Consecuencias reales fue­
ron dos: «La gama de rentas entre las diferentes tenencias [se amplió]*;
y «la diferencia entre las tasas correspondientes a calidades superiores e
inferiores de tierra [disminuyó]» (pp. 689, 693).
HStone, The crisis of aristocracy, p. 94.
•*4 Ü I m m a n u e l Wallerstein

precisamente el segmento de la clase terrateniente al que tanto


Tawney como Trevor-Roper atribuyen debilidad económica70.
N o ob sta n te, fuera de una d iscu sió n acerca de fechas, la
p o sició n que H exter tom a so b re e s te asu n to no es distinta de
la de S to n e y Trevor-R oper. F in a lm en te, veam os un cuarto
p u n to de vista, d iferen te en m u c h o s a sp ecto s al de los otros
tres, el de C hristopher H ill. S ob re e sta cu estión , dice:

De modo que para una parte de la aristocracia la reforma trajo


una pérdida económica, aunque no para la clase como un lodo.
Deberíamos tener cuidado de no ver nada «antifeudal» en este
proceso [de transferencia de tierras]. De hecho, en cierto sentido
la disolución [de los monasterios] llevó a una intensificación del
feudalismo, dado que multiplicó las tenencias in capite [...] La pro
piedad eclesiástica que pasó [a la monarquía] fue rápidamente
disipada [...] A corto plazo, entonces, la Reforma fortaleció la po
sición de la clase dominante terrateniente laica como un todo,
aunque debilitó a algunos de sus miembros hasta el momento po
derosos7I.
Si entonces resu lta h ab er m en o s d iscu sio n es acerca de la
aristocracia de lo que parecía a sim p le vista, ¿podemos decir
lo m ism o acerca de la gentry, q ue era el fo co original del deba­
te? Gentry es, por su p u esto , un térm in o m u ch o más vago. Coo
per señala alguna de las d ificu lta d es:

La nobleza es un grupo de individuos que disfrutan de un estatus


legalmente definido que pertenece [...] sólo a un miembro varón
de cada familia. Así, los hijos menores de los nobles y sus descen­
dientes aparecerán como gentry en la clasificación del profesor
Tawney. Los grandes terratenientes, siempre que pudieran permi­
tírselo, eran habitualmente más generosos con sus hijos en dinero
o en tierras de lo que se supone a veces. Semejante hecho influen­
ciaba desde luego la distribución de la propiedad. [...] La gentry no
se reclutaba sólo desde abajo, como la nobleza, sino también desde
arriba. [...] Más aún, estos grupos no son compatibles en otro
70J. H. Hexter, «The storm over the gentry», en Reappraisals in history,
Nueva York, Harper, 1963, p. 133. Si debiéramos creer a Hexter, podría
haber habido dos partes en esta controversia —Tawney y Trevor-Roper-,
pero él, Hexter, ha advertido más correctamente que ambos contendien­
tes eran «seudomarxianos», frente a lo cual presenta su propia «interpre­
tación whig». Resulta muy curioso, entonces, descubrir en un examen dete­
nido que los argumentos de Hexter pueden dividirse de hecho en tres ca­
tegorías: una a favor de Tawney en la práctica (y «peor», de acuerdo con
Christopher Hill), una segunda a favor de Trevor-Roper, y una tercera
diferente de ambos. No es nada seguro que esta tercera porción sea la
mayor. Además, como demuestra la cita, Hexter inventa a veces diferen­
cias que no son reales.
71 Hill, Puritanism and revolution, pp. 36-37.
Formación d e c í a s e y c o m e r c i o in t e r n a c io n a l 341

aspecto: la nobleza es un grupo estrictamente definido por su con­


dición legal, mientras que la gentry no es definible de forma parecida.
Es una clasificación según la riqueza y en parte según el modo de
vida [...] Aunque a partir de 1603 comenzó la venta de títulos, la
entrada en la nobleza nunca era fruto de una simple demostración
de riqueza y estilo de vida72.
¿Quiénes form an en to n ces la gentry? Quienes no son aún
nobles, y son m ás que « vcomen», siendo este último término tan
difícil de definir co m o el prim ero. Pero entonces descubrimos
que forman parte de la «gentry» no sólo los hijos menores de
los nobles, sino varias categorías com o knights, esquires y gen­
tlemen. Esto debería dejar claro lo que ocurre. En el orden
jerárquico de la so cied a d feudal se desarrollaron un gran nú­
mero de categorías que prescribían rango, deberes, privilegios
y honores. Los rangos estaban en evolución constante, ia con­
tinuidad familiar era por su p u esto inestable, y la correlación
entre rango e in gresos variaba. La expansión de la agricultura
capitalista se vio reflejada en el sistem a de estratificación por
la aparición de una nueva categoría de «terratenientes» (que
sin duda podría su b d iv id irse según el tamaño de la propiedad).
La gentry em ergió co m o un térm ino que cubría a los terrate­
nientes capitalistas. Los otros térm inos no desaparecieron.
Pero la gentry era una etiq u eta para este grupo, etiqueta que
se expandió lentam ente, absorbiendo y dejando sin uso otros
términos. En el p eríod o isab elino, había aún «aristócratas» y
tyeomen», cuando m en o s, adem ás de la gentry. En el siglo xx
de hecho sólo existen «granjeros». No llegamos a ninguna parte
si reificamos la « gentry » definiéndola bien según la definición
del término en un d eterm in a d o m om ento, o con arreglo a nues­
tra determinación de la realidad social en ese momento dado.
El problema es que la «gentry » no sólo era una clase en forma­
ción, sino también un co n ce p to en formación. Era, no obstante,
el caso de un vino n u evo en b otellas viejas. En mi opinión, F. J.
Fisher lo plantea con total exactitud: «El efecto de los cambios
económicos de los n u ev o s sig lo s xvi y xvn fue menos la crea­
ción de nuevas ca teg o ría s de hom bres que el ofrecer a las cate­
gorías existentes n u evas op ortu n id ad es e inspirarlas con un nue­
vo espíritu»73.

nCooper, Economic History Review, p. 381. Hexter también distingue


entre nobleza y aristocracia, contando a los hijos menores de los nobles
como «aristócratas» y no como «gentry». Reappraisals in history, p. 127.
Jl F. J. Fisher, «The sixteenth and seventeenth centuries: the Dark Ages
inEnglish economic history?», Economica, n. s., xxiv, 93, 1957, p. 17. Fisher
también nos recuerda, sin embargo, que el viejo significado de las cate­
gorías no estaba despojado todavía de consecuencias sociales: «Y si la
342 I m m a n u e l Wallersteb\

Por co n tra ste, en m i o p in ió n C h ristop h er Hill no hace más


q u e au m en tar la co n fu sió n co n esta form ulación del problema:

Debemos sin duda partir del hecho de que la «gentry» no era una
clase económica. Era una clase social y legal; económicamente
estaba dividida. El siglo de inflación anterior a 1640 fue una gran
divisoria, durante la cual, en todas las secciones de la comunidad,
tuvieron lugar divisiones económ icas. Algunos yeomen ascendieron
a la gentry, otros se hundieron. Algunos nobles acumularon vastas
propiedades, otros llegaron al borde de la bancarrota. Si tomamos
m uestras de la clase es fácil argum entar que la «gentry* ascendido
decayó; unas familias estaban haciendo una cosa y otras la otra

A unque la d escrip ción em p írica de los factores sociales me


p arece inatacable, en m i o p in ió n el p lanteam iento teórico elude
la cu estió n , y p recisa m en te la c u e stió n m arxista. «La marca de
la gentry», dice Julian C orn w all, «era la posesión de tierra»”
El térm ino «gentry» ven ía a cu b rir un grupo de hombres con
la m ism a relación resp ecto a lo s m ed io s de producción: pro­
p ietarios de tierras lib res de v ín cu lo s produciendo para el mer­
cado. La claridad de e ste p r o c e so se vió oscurecida por el he­
cho de que los h om b res valorab an aún los atributos sociales
de una categoría legal m ás a n tig u a *74576. Pero fue el empuje eco­
nómico com ún el tem a u n ific a d o r d o m in a n te de esta categoría
tierra no era por sí misma pasaporte suficiente hacia la gloria social, la
condición noble no era inalcanzable. A primera vista, es cierto, el sistema
de estatus de los siglos xvi y xvii no parece muy favorable al hombre que
sube. Tal y como yo lo entiendo, este sistema, al menos en sus manifes­
taciones más crudas, era esencialmente biológico. Se basaba en el color,
pero el color que importaba era el de la sangre, no el de la piel. El esta­
tus de un hombre dependía menos de su propia distinción que de la po-
sesión de un antepasado que hubiera sido distinguido antes que él. Y
cuanto más remoto era el antepasado, y por tanto menos de su sangre
fluía presumiblemente por las venas de un isabelino, más alto era el esta­
tus de este isabelino. Pienso que una de las historias más patéticas del
siglo xvi es la de los esfuerzos de lord Burleigh —un hombre de distin­
ción según cualquier criterio racional— por demostrar su descendencia de
un principillo galés que probablemente nunca existió, y que, si existió, a
duras penas sería distinguible, probablemente, de las ovejas de sus coli­
nas natales» (pp. 13-14).
74 Christopher Hill, «Recent interpretations of the Civil War», en Puri­
tanism and revolution, Nueva York, Schocken Books, 1958, p. 8.
75 Julian Cornwall, «The early Tudor gentry», Economic History Re­
view, 2.a serie, χνπ, 3, 1965, p. 470. Añade: «Constituía de hecho la princi­
pal clase terrateniente, superando con mucho a los nobles [the peerage]
que en cualquier caso eran pocos en número en esta época.»
74 Incidentalmente, Tawney sostiene que la gentry, o más bien en este
punto de su razonamiento los squires, mantenían «una posición determina­
da no por la distinción legal sino por la estimación común». Essays in
economic history, i, p. 174.
formación de clase y co m ercio internacional 343

en el siglo xvi y después. En el seno de una clase económica


unos pueden ser m ás ricos que otros, tener más éxito econó­
mico que otros en el m ercado. La variedad de los ingresos no
demuestra que un grupo no sea una clase.
¿Qué luz arroja en ton ces esto sobre el ya clásico debate so­
bre la gentry? El punto esencial de Tawney era que la gentry
era un grupo con un estilo de vida mejor adaptado para la
supervivencia en una era de inflación que la nobleza des­
pilfarradora y los especuladores de ocasión. «Comparada con
los aventureros que negociaban con propiedades que jamás
habían visto, la gentry local era una población asentada en­
frentada a sim ples m erodeadores» n. Su ventaja sobre su equi­
valente francés era que «se mantenía reducida y fuerte por
la crueldad del sistem a fam iliar inglés, que sacrificaba el
individuo a la in stitu c ió n » 78. Era políticamente mucho más
fuerte que su eq u ivalen te holandés, «totalmente cortado de
sus raíces r u r a l e s » p o r q u e «combinaba los vínculos locales
y populares esen ciales para un papel representativo con el aro­
ma aristocrático de los nobiles minores, y jugaba sus bazas
con un realismo lleno de tacto pero carente de escrúpulos»Λ.
Por lo tanto ejem p lifica el proceso de sucesión de élites que
según Pirenne co n stitu y e la esencia de la historia social del
capitalismo81. El resu ltad o era que «las instituciones políticas
[no estaban] en correspon d en cia con las realidades económi­
cas», lo que llevó in exorablem ente a una revolución inglesa en­
cabezada por la gentry «ascendente», y causada por «fuerzas*

nIbid., p. 197.
■Ibid., p. 174.
” Ibid., p. J75. Este juicio sobre la situación holandesa ha sido contra­
dicho en una reciente tesis doctoral, de la cual se ha publicado un breve
resumen, y que sostiene que el sector rural era en todos los aspectos tan
importante en la economía holandesa de la época como lo era en la in­
glesa. Véase Jan de Vries, «The role of the rural sector in the develop­
ment of the Dutch economy: 1500-1700», Journal of Economic History, xxxi,
l. marzo de 1971, ρρ. 266-268.
*Tawney, Essays in economic history, I, p. 175.
n »E1 profesor Pirenne, en un bien conocido ensayo, ha sostenido que
los capitalistas de cada época sucesiva no proceden normalmente de los
de la época anterior, sino que son individuos de origen humilde que se
abren paso hacia arriba, forman en su momento una nueva plutocracia, se
sumen, habiéndolo hecho, en un letargo con apariencias de dignidad, y a
suvez se ven superados. Existen periodos en los que de alguna manera
la misma alternancia de progreso y estancamiento puede observarse en
la historia de· las clases terratenientes. Las tres generaciones que antece­
denal momento en que Harrington escribió fueron uno de estos períodos.»
R. H. Tawney, «Harrington's interpretation of his age», Proceedings of
the British Academy, 1941, p. 218.
344 I m m a n u e l Wallersttm

im p erso n a les d em asiad o fu e rtes para que pudieran controlar-


las [ta n to el gob ern an te co m o el P a rla m en to ]» *2.
La b ase de la crítica de T revor-R oper, com o es bien sabido,
ad em ás de cu estio n a r las e sta d ístic a s y las operaciones de
co d ifica ció n de T aw ney*3, fu e su g erir que el modelo básico de
la escen a p olítica estab a d esp lazad o:

Ya he sugerido que fueron los cargos más que la tierra la base


de muchas familias indiscutiblem ente «ascendentes». Ahora iría más
lejos. En lugar de la distinción entre «viejos» y «nuevos» iérrate
nientes, entre nobleza y gentry, sugeriría que la distinción significa
tiva en la sociedad terrateniente de los Tudor y de los Esluardo
sería la distinción entre «la corte» y «el campo», entre los funciona­
rios y los simples terratenientes [...].
¿Qué fortunas hicieron los funcionarios de Enrique VIII que
llevaron a cabo la nacionalización de la propiedad monástica? Na­
turalmente las mejores gangas fueron a parar a ellos v a sus
agentes locales, la gentry funcionarial de los condados [...]
Pero ¿qué hay de la sim ple gentry que no tenía tales posiciones?
Conforme el premio se hacía más valioso más se alejaba de su
alcance M.

Por lo tanto, la guerra civil in g lesa puede ser considerada,


al m enos en parte, co m o la reb elió n , contra una corte rena­
centista, de la sim p le gentry, a g o b ia d a por los impuestos.
F inalm ente, J. H. H exter in siste en que existe un «tercer
grupo de terratenientes in g le s e s » **. D ice que un vistazo a la
oposición parlam entaria a los E stu a rd o m uestra que no pro­
ceden de la «clase m edia rural h a m b rien ta de poder» de Taw-
ney, dado que son «rica gentry d el cam p o» (¿Es esto tan dife­
rente de lo que dice T aw n ey?), ni ta m p o co son los «iracundos
y agobiados paletos» de T revor-R oper, dado que eran un «gru­
po de hom bres d esu sa d a m en te b ien educados» (¿es esto real­
m ente in com patib le con T revor-R oper?) tó.

“ Ibid., p. 207.
“ Véase H. R. Trevor-Roper, «The gentry, 1540-1640», Economic Histon
Review, suplemento 1, 1953, pp. 4-24. Para la continuación de esta parte del
debate, véase R. H. Tawney, «Postcript», en E. M. Carus-Wilson, comp.
Essays in economic history, Nueva York, St. Martin's, 1965, i, pp. 206-214;
Cooper, Economic History Review, pp. 377-381; Hexter, Reappraisals in
history, pp. 124-129; Hill, «Recent interpretations», p. 9.
* Trevor-Roper, Economic History Review, pp. 26, 27, 30.
u Hexter, Reappraisals in history, p. 131.
14 Ibid., pp. 135-136. En otro punto, Hexter, a quien nunca le faltan imá­
genes pero no gusta de estadísticas, dice de los primeros tiempos de la
Inglaterra de los Estuardo: «En el vacío causado por la incapacidad tem­
poral de los magnates fluyó la gentry rural; no la pequeña gentry, vigo­
rosa y de fuerte carácter, del profesor Tawney ni la simple gentry mohosa
y comida de pulgas del profesor Trevor-Roper, sino los knights y squires
Formación de clase y co m e rcio internacional 345

No obstante, si segu im os las afirmaciones de Hexter nos


veremos de hecho llevados ante un cuadro razonablemente
claro del papel social de la gentry, aunque no el que aparente­
mente él cree llevarnos. D ice en un momento dado en su críti­
ca: «nos encontram os aún con el problema que enfrascó a
Tawney en su b úsqueda [ . . . ] ¿Por qué en esta coyuntura his­
tórica particular en con trab a el campo» su liderazgo en estratos
sociales inferiores? ¿Por qué en la gentry y no en la nobleza?17.
La respuesta de H exter es esencialm ente que el ascenso políti­
co de la gentry se exp lica por el creciente poder militar del
rey coincidiendo con la decadencia del poder militar de los
magnates territoriales. «Por consiguiente, la gentry del perío­
do de los Tudor actuaba con m ayor independencia que sus pre­
decesores en los días de Lancaster y York [ . . . ] » M. Como han
observado m uchos, ¿quién sostien e lo contrario? Y como se­
ñala acertadamente S ton e: «el d.eus ex machina del señor
Hexter para explicar el a scen so al poder político de la gentry
resulta excesivam ente superficial: dice que la aristocracia per­
dió el control m ilitar. Por supuesto, pero, ¿por qué ocurrió
esto?»w. Nos vem os por lo tanto de vuelta a esas variables cen­
trales que hem os ven id o d iscu tien do (al igual que Tawney y
Trevor-Roper): el cr ec im ien to de un aparato de Estado buro­
crático y el desarrollo de la agricultura capitalista; y la rela­
ción entre am bos *

ricos y bien educados que se sentaron en los Parlamentos de Jacobo I y


Carlos I» (p. 148). Véase el comentario de Cooper sobre la actitud de
Hexter hacia las estadísticas: «Finalmente, en contra del profesor Hexter,
creoque si hubiera habido en primera instancia estudio más cuidadoso de
cuentas y arriendos y menos recuento de fincas, la controversia nunca
habría tenido que tomar su forma actual. Para ser justo con Stone debe­
ríaañadir que desde su primera incursión en este campo ha dedicado gran
cantidad de tiempo a tales estudios. Imagino que Stone y yo podemos es­
tar de acuerdo por lo menos en la necesidad de continuar tales estudios,
en ve2 de abandonarlos como sugiere el profesor Hexter.» Encounter,
xi, 3, septiembre de 1958, p. 74.
n Hexter, Reappraisals in history, p. 142.
■Ibid., p. 147.
■Lawrence Stone, Encounter, p. 74.
* «Si ya no podemos aceptar sin reservas la tesis de profesor Tawney
de que la gentry asciende a expensas de la nobleza entre 1540 y 1640, o
deque la nobleza jacobea difería claramente de la isabelina en su gestión
delas fincas, no existe contradicción en el auge dentro de las clases terra­
tenientes de ciertas familias, o en que muchas de estas familias, especial­
mente en el primer período Estuardo, debieran la mejora de su estatus a
los beneficios del cargo, la profesión o el comercio, antes que al ren­
dimiento de sus tierras.» Gordon Batho, «Landlords in England. B. No­
blemen, gentlemen, and yeomen», en The Agrarian History of England
and Wales, iv, Joan Thirsk, comp., 1500-1640, Londres y Nueva York, Cam-
346 I m m a n u e l Wallerstein

H exter arrem ete a c o n tin u a ció n con tra «el mito de la clase
m edia». Pero aquí está a ta ca n d o en realidad al liberalismo del
sig lo x ix y no al «m arxism o» in co n scien te que él sugiere que
su b yace en gran p arte de la h isto ria económ ica moderna*9I. De
h ech o su propio a n á lisis n o e stá en realidad tan alejado del de
T aw ney y Trevor-R oper. Los T u d or, d ice, no eran favorables
a la cla se m edia, ex cep to un « p eq u eñ o círculo interior de ban
q u eros-com ercian tes de lo s T udor», un grupo de «capitalistas
ligados a la corte» 92.
La p olítica de los T udor era en realidad muy coherente:

Era usualmente bastante solícita con los intereses creados. Prote­


gía a los antiguos y creaba otros nuevos, en las formas emergentes
de empresa [...] No era política de los Tudor oponerse tozudamen­
te a la corriente del cam bio ni concededle vía libre, sino guiarla,
conducirla, como ellos decían, a algún tipo de control conforme
con el buen orden93.
#

Y, para com p letar, H exter añade: «Los Tudor consideraban


a la clase m edia co m o la vaca lech era de la sociedad»94.
Pero fue p recisa m en te L aw ren ce S to n e quien subrayó el
grado en que los T udor ejercía n el co n tro l económico, favore­
cían a un puñado de em p resa rio s p ero no a las ciases burgue­
sas com o un todo, y p la n tea b a n el fortalecim iento del poder
m ilitar del E stado co m o fu n d a m e n ta l9S; la esencia del argumetl·

bridge Univ. Press, 1967, p. 285. Pero añade Batho: «No se debe exagerar,
sin embargo, la importancia de la ocupación de cargos y de la influencia
política en el ascenso de ciertas familias en la jerarquía social. Mientras
que los pocos afortunados disfrutaban de grandes ingresos, la mayoríade
los puestos administrativos y del gobierno central estában pobremenif
pagados, y no permitían grandes ganancias aparte de las pagas oficiales,
incluso en tiempos de los Estuardo» (p. 289).
91J. H. Hexter, «A new framework for social history», Reappraisals
página 14.
MJ. H. Hexter, Reappraisals in history, pp. 103. 105.
n Ibid., p. 109.
" Ibid., p. 110.
95 «La primera mitad del siglo xvi fue un período de experimentos pro
visionales, pero cada vez más numerosos, de control económico, pero no
hay datos que prueben que hubo un incremento de la libertad comer
cial [...]
»E1 principal objetivo del régimen económico Tudor era la seguridad,
no la prosperidad [...]
»Pero la paradoja de la administración Tudor, y quizá la causa deleo
lapso de todo el sistema, debe buscarse en la medida en que su program!
de un Estado paternalista, de justicia social y conservadurismo, fue sacó
ficado ante las más apremiantes necesidades de una autarquía planificada
y de unas finanzas de guerra oportunistas. Todos los gobiernos Tudor
fueron los más resueltos oponentes teóricos de aquellos cambios sociales
Formación de clase y co m e rcio internacional 347

to de Trevor-Roper es que la gentry se negó a ser una vaca


lechera.
Finalmente, dice H exter, no es cierto que el espíritu capi­
talista emergiera tan só lo en el siglo xvi, ya que hacía mucho
que existía, ni que «los terratenientes del siglo xvi esperaran
el ejemplo y la in sp iración de los comerciantes de las ciuda­
des***56 para em barcarse en la agricultura capitalista. Precisa­
mente. Pero en tonces nos encontram os de nuevo ante el cuadro
de una clase cap italista em ergente reclutada en diversos subs­
tratos sociales97.
¿Por qué tendría que ser esto extraño? Estaba sucediendo,
como hemos visto, a lo largo y a lo ancho de toda la economía-
mundo europea98. Sin duda, existían diversas expresiones po­
líticas de los d iferen tes subgrupos en el seno de la «gentry».
Barrington Moore, por ejem p lo, nos ofrece una sugerencia
acerca de la o p o sició n p olítica de la «gentry declinante» de
Trevor-Roper, que h ace tal fenóm eno totalmente compatible
con la oposición p o lítica de la «gentry ascendente» de Tawney.
Cita a este últim o: «buena parte de la gentry se estanca o va
hacia abajo. Sería fácil encontrar terratenientes nobles que
van con los tiem pos y sacan el m áximo partido de sus pose­
siones»99. Moore d ice d esp u és de aquellos que se «estancan»:

yde aquellas nuevas clases burguesas de los cuales se supone que obtuvie­
ron su mayor apoyo.» Stone, Economic History Review, χνιπ, pági­
nas 109, 111, 115.
* Hexter, Reappraisals in history, p. 91; véanse también pp. 83-84.
" Es posible que, como sugiere Christopher Hill: «En el siglo de la
inflación, parecen haber sido los granjeros, los yeomen, los pequeños te­
rratenientes, quienes primero han desarrollado las virtudes burguesas ne­
cesarias para el éxito: frugalidad, industriosidad, disposición a aumentar
las rentas y observar los mercados, consumo moderado y reinversión de
las ganancias. Los nobles y los gentlemen principales, con niveles tradicio­
nales de gasto que mantener, fueron más lentos en adaptarse, y continua­
ron gastando sumas que sus rentas no justificaban. Tales hombres de­
pendían cada vez más de la corte para su supervivencia económica.» Re­
formation to the Industrial Revolution, pp. 65-66. Pero se trata, a lo más,
de una cuestión de grado.
• Véase la comparación específica entre Inglaterra y Hungría que rea­
liza Zs. S. Pach: «[La conversión de los terratenientes en comerciantes]
noconstituye un fenómeno original si comparamos [Hungría] con lo que
sucede en Inglaterra en este periodo, donde esta teniendo lugar un pro­
ceso análogo. Pensamos en la "nueva nobleza", en la gentry inglesa que
recibía esencialmente en forma de renta lo que le correspondía como car­
gas feudales. Se dedicaban a la venta de lana, de trigo, y de otros bienes,
yhabiendo expropiado a los pequeños campesinos y granjeros, iniciaron
la explotación directa de su propiedad que caracteriza a la burguesía.»
Annales ESC, xxi, p. 1.230.
**Tawney, Essays in economic history, I, p. 186.
348 I m m a n u e l Wallerstein

Estos «murmuradores y descontentos» pueden haber suministra­


do una parte del elemento radical que respaldó a Cromwell y a la
revolución puritana, aunque este ímpetu tuviera sus orígenes fun­
damentales en zonas inferiores de la escala social. Así, bajo el
im pacto del comercio y de alguna industria, la sociedad inglesa
se estaba dividiendo de arriba a abajo de una forma que permitió
la aparición temporal de bolsas de descontento radical producido
por estas mismas fuerzas [...] En este proceso, al irse descompo-
niendo el orden antiguo, secciones de la sociedad que habían entrado
en decadencia a causa de tendencias económ icas a largo plazo, apa­
recen en la superficie y hacen buena parte del «trabajo sucio»
violento de destrucción del anden régime, dejando libre así el ca
mino para un nuevo conjunto de instituciones. En Inglaterra el
principal trabajo sucio de este tipo fue el simbólico acto de la
decapitación de Carlos 1 ,0°.

P robablem ente H exter está en lo cierto al sugerir que había


tres tipos de terraten ien tes, « a scen d en tes» , «declinantes», y
otros. Y es m uy p lau sib le que la o p o sició n política tienda a
estar correlacionada m ás con lo s p rim ero s dos tipos que con
el tercero. Para explicar la p o lítica de la prim era época de los
E stuardo, esto s d etalles son cru cia les ,M. Para valorar las ten­
dencias del cam bio social, resu lta m u ch o m ás importante ver
el ascen so de la gentry no co m o fuerza económ ica ni como en­
tidad política, sino com o ca teg o ría so cia l.
La concentración en lo s d e ta lle s, m ien tra s que a menudo
deja al d escub ierto la vacu id ad de u n a generalización débil,
tam bién puede oscu recer el ca m b io secu lar. Lawrence Stone,
después de hacer p recisa m en te un a n á lisis detallado de las
com plejidades de la m ovilid ad so c ia l en la Inglaterra de esta
época, señala que esta form a de a n á lisis tien de a hacer perder
de vista dos cam b ios im p o rta n tes en la socied ad inglesa:

El primero era una polarización de la sociedad en ricos y en po­


bres: las clases altas se hicieron relativam ente más numerosas,
y sus ingresos reales aumentaron; los pobres se hicieron relativa­
mente más numerosos y sus ingresos reales disminuyeron. El se­
gundo era una mayor igualdad entre las clases altas: en primer
lugar la riqueza y el poder de la alta gentry creció con relación a
la de la aristocracia; y en segundo lugar los miembros de los ofi­
cios y profesiones aumentaron en riqueza, en número y en estatus
social con relación a las clases terratenientes ,02.10

100 Barrington Moore, jr., Social origins of dictatorship and democracy,


Boston, Beacon Press, 1966, p. 16.
101 En relación con esto, Christopher Hill tiene toda la razón: «Debe­
mos dejar de generalizar sobre la gentry.» Puritanism and revolution pá­
gina 27.
Lawrence Stone, «Social mobility in England, 1500-1700·, Past aná
Present, 33, abril de 1966, pp. 28-29.
formación de clase y co m e rcio internacional 349

J. Hurstfield plantea una cuestión similar haciendo gran


hincapié en su im pacto sob re la política del «segundo» siglo xvi:

En Inglaterra la aristocracia jamás se convirtió en una casta, y


la gentry terrateniente nunca llegó a ser una nobleza menor. Por
lo tanto las clases media y alta mantenían una relación mucho más
intima entre si que con la monarquía, y en tiempos de crisis tenían
mucho más en común entre si que con la Corona lw.

Stone y H urstfield m uestran el punto crucial en esta cues­


tión: el proceso de em ergen cia de una nueva categoría de cla­
se, en el seno de la cual la «vieja» distinción entre aristocracia
y gentry estaba p erdiendo su significado. Como resume Perez
Zagorin, la tendencia general en el siglo xvi largo, en Inglate­
rra, era «dar a h om b res [ . . . ] en posición de invertir capital en
la agricultura, el co m ercio y la industria [. . . ] la dirección de la
vida social» ,w. Y esta clase com binada salió ganando a expen­
sas del cam pesinado 1Q5. La situación inglesa es una buena ilus-

Hurstfield, New Cambridge Modern History, ni, p. 148.


* Perez Zagorin, «The social interpretation of the English revolution*
*.
lournal of Economic History, xix, 3, septiembre de 1959, p. 388. Añade:
«Laclase cuya formación constituye nuestro foco de interés estaba siendo
reclutada de continuo, y comprendía naturalmente elementos diversos
en cuanto al estatus, la riqueza y la fuente de ingresos. Pero pese a
estas y otras diferencias, sus miembros eran especies del mismo gé­
nero. Constituían una sola clase económica, porque lo que teman en
común era la posesión de capital que empleaban en busca de ganancia
y de acumulación adicional» (p. 389).
'e «Entre 1500 y 1700 el resultado final de la gran actividad de trans­
ferencia de tierras parece haber sido algo así como el movimiento neto
de un cuarto de la tierra a través de los límites sociales, en unos
casos al cruzar un propietario estos límites llevando su tierra consigo,
en otros casos al cruzar la tierra el límite a causa de un cambio en
su propiedad. Los ganadores en este proceso fueron los grandes terra­
tenientes y la gentry, los perdedores los propietarios institucionales, la
iglesia y la Corona, y los campesinos probablemente en la misma
proporción a grandes rasgos [...].
•En el siglo xvi la estructura de la propiedad de la tierra respondía
a las presiones del mercado, a la creciente demanda de productos
agrícolas, con una tendencia a pasar de la agricultura de subsistencia
a una agricultura más comercial, y esto tuvo su efecto sobre el ele­
mento campesino; no sólo creó una situación en la que muchos señores
feudales explotaban sus derechos legales al extremo, sino que también
ofreció oportunidades para prosperar a los yeomen de fortuna y em­
prendedores. Pero la estructura también respondía a las presiones del
competitivo mundo del estatus, y al impulso de la riqueza mercantil
de nueva creación a encontrar seguridad en la tierra. El estatus nece­
sitaba nuevas defensas, en el gasto antes que en numerosos cuerpos
de seguidores y servidores feudales, y esta era otra fuente de presión
sobre la posición de los campesinos.» F. M. L. Thompson, «The social
350 I m m a n u e l Wallerstein

tra ció n de la gen eralización de L attim ore: «en cualquier socie­


dad en cam b io gradual, son siem p re lo s que gobiernan quienes
se quedan con lo m ejo r de lo q ue perdura del viejo orden, y
al m ism o tiem p o se ap rop ian de lo m ejo r de lo que ofrece el
n u ev o [lo que con el tiem p o co n d u ce a ] una considerable di-
v ersifica ció n [ . . . ] » 106.
Si « gentry» fuera sim p lem en te el n om b re de los granjeros
ca p ita lista s al con vertirse en cla se, ¿q ué son los yeomen? Yeo­
men es un térm ino co m o gentry, un térm ino sociolegal pre­
e x iste n te cuyo con ten id o esta b a ev o lu cio n a n d o en el siglo xvi.
M ildred Cam pbell, en su lib ro acerca de los yeomen ingleses,
estu d ia los diversos u so s de la palabra y su relación con tér­
m in o s tales com o gran jero [farmer], caballero [gentleman],
p rop ietario [freeholder], lab rad or [husbandman] y jornalero
[laborer], señalando acervam en te: «no hay nada similar, po­
d em os decir ya d esd e un p rin cip io , a la distinción de la que
acabam os de prescindir» 107. Su c o n c lu sió n es que

el estatus de los yeomen contem plado en términos de su relación


con otros grupos de la estructura social, asume un carácter bas­
tante definido. Eran una clase media rural fundamental, cuya prirv
cipal preocupación giraba en torno a la tierra y los intereses agrí
colas, un grupo que vivía «en la zona intermedia entre la grandeza
y la necesidad», sirviendo a Inglaterra com o podía hacerlo una
«gente media» [...] cuya condición estaba entre la gentry y los
campesinos I08.

Para apreciar el p apel de e s te g ru p o h em os de volver a un


tem a d iscu tido en un ca p ítu lo p rev io , la evolución del sistema
de tenencia en la agricu ltu ra in g lesa . Marx, en su discusión
acerca de la g én esis de la renta de la tierra capitalista, señala
un punto crucial que a m en u d o se p a sa por alto en las exege­
sis de sus op iniones:

Además, tan pronto com o la renta adopta la forma de la renta


dineraria, y por ende la relación entre el cam pesino que abona ren­
ta y el terrateniente asum e la forma de una relación contractual
—transformación esta que, en general, sólo es posible en caso de
un nivel relativo dado de desarrollo del mercado mundial, de!
comercio y de la m anufactura—, también interviene necesariamente
el arrendamiento del suelo a capitalistas que hasta ese momento se

distribution of landed property in England since the sixteenth century».


Economic History Review, 2.· serie, xtx, 3, 1966, p. 515.
106 Owen Lattimore, Inner Asian frontiers of China, p. 123.
107 Mildred Campbell, The English yeoman under Elizabeth and ihf
early Stuarts, New Haven (Connecticut), Yale Univ. Press, 1942, p. &
,oe Ibid., p. 61.
Formación de clase y c o m e rc io internacional 351

hallaban fuera de los marcos rurales, y que ahora transfieren al


campo y a la agricultura capital adquirido en el medio urbano y
los métodos de producción capitalistas ya desarrollados en las ciu­
dades, la confección del producto en cuanto mera mercancía y en
cuanto simple medio para la apropiación de plusvalor. Esta forma
sólo puede convertirse en regla general en aquellos países que, cuan­
do se opera la transición del modo feudal de producción al capita­
lista, dominan el mercado mundial,w.
Lo importante del argum ento de Marx es que el proceso
; de transformación del sistem a de tenencia de la tierra no es
exclusivo de Inglaterra, com o es obvio. Pero al irse convirtien­
do cada vez m ás Inglaterra (y la república holandesa) en los
territorios del cen tro de la economía-mundo europea en el
, «segundo» siglo x v i (y m ás aún a finales del xvn y en el si­
glo xviii), el p roceso va m ás lejos y más rápidamente en estas
áreas precisam ente p orq ue constituyen el centro. Es crucial
que los recursos sean u sad os m ás eficientem ente para benefi­
ciarse de la p osición central com ercial y financiera en la eco­
nomía-mundo. En In glaterra les com pensó a las clases terra­
tenientes pasar a un sistem a de tierra totalmente alienable, al
igual que les co m p en só a las clases terratenientes en Polonia
(e incluso digam os q ue en el sur de Francia) el restringir ios
movimientos en esa dirección.
Para hacer que la tierra fuera totalm ente alienable, para
que la producción para la venta com o mercancía fuera la
consideración fu n d am en tal en la agricultura, no sólo se tenían
que eliminar varios tip o s de sistem as de tenencia feudal. Se
tenía que elim inar tam b ién al granjero campesino, dado que
i el campesino podía aferrarse a la tierra y dedicarse a activi­
dades de producción de tip o m arginal por consideraciones que
no maximizan la ren tab ilid ad a corto plazo. ¿Cómo se logró
de hecho esta elim in a ció n ?
H. John H abakkuk señ ala que existen tres maneras de ex­
propiar a los ca m p esin o s: echarlos de sus heredades incorpo-

IWMarx, Capital, m, cap. 47, p. 799 [vol. 8, pp. 1016-1017]. El subrayado


es mío. Añade: «Este ingreso del capital como poder autónomo y do­
minante en la agricultura no se produce de una sola vez y en forma
general, sino paulatinamente y en ramos particulares de la producción.
Al principio no afecta a la agricultura propiamente dicha, sino a ramos
de la producción como la ganadería, en especial la cría del ganado ovino,
cuyo producto principal, la lana, con el ascenso de la industria ofrece
al principio un constante excedente del precio de mercado por encima
del precio de producción, cosa que luego se compensa. Tal lo ocurrido
en Inglaterra durante el siglo xviy> (p. 801) [vol. 8, p. 1019].
352 I m m a n u e l Wallerstein

rando su tierra a los p ro p io s d o m in io s, forzarlos a aceptar


arrien d os lim itados en su stitu ció n de tenencias vitalicias, ero­
sio n a r los d erech os co m u n a les del cam p esin o. Argumenta que
en el «segundo» siglo xvi só lo a q u ello s cam pesinos que fueran
arren datarios durante un tiem p o lim itad o, o de por vida pero
sin d erech o a renovación, se veían su je to s efectivamente a ta­
les form as de expropiación, y estim a que esto supondría tan
só lo alrededor del 35 por 100 del c a m p e sin a d o 110. En cuanto
a la venta de tierras, el cu ad ro está le jo s de ser unilateral:

"° Véase H. John Habakkuk, «La disparition du paysan anglais*,


Annales ESC, xx, 4, julio-agosto de 1965, pp. 652-654. Tawncy señala en
qué forma contribuía el panorama legal al mantenimiento de esta
situación: «Si causas económicas hicieron rentable un nuevo sistema
de cultivo, no es menos cierto que causas legales decidieron quiénes
disfrutarían sus beneficios [...] Muchos arrendatarios consuetudina­
rios criaban ovejas a considerable escala, y no es fácil descubrir nin­
guna razón económica por la cual la lana barata requerida para el
desarrollo de la industria de la manufactura de paño no pudiera ser
proporcionada por los mismos campesinos en cuyas casas de labor
se la cardaba, hilaba y tejía. El factor decisivo era el hecho de
que la tenencia de la gran mayoría de los pequeños cultivadores per­
mitía que se les exprimiera mediante exacciones exorbitantes y que
se les expulsara cuando llegaba a su fin su vida, plazo por el cual
la mayor parte de ellos poseían sus parcelas. Su desgracia era que
la protección otorgada por los tribunales a los arrendatarios en enfi
teusis desde el siglo xv se limitaba a asegurar el cumplimiento de los
usos señoriales existentes [...] Viviendo, como lo hacían, con las mar­
cas de la tenencia servil aun impresas en ellos, los pequeños cultiva­
dores de nuestro período estaban encadenados por los remanentes
de la carencia de derechos legales de la Edad Media, sin disfrutar de
la seguridad práctica que otorgaba la costumbre medieval, y sentían
la dimensión amarga del moderno comercialismo sin gozar de la pro­
tección del omnicomprensivo Estado moderno, que era lo único que
podía hacerlo tolerable.» The agrarian problem, pp. 406-408. (Nótese que
Tawney habla de «la gran mayoría de los pequeños cultivadores». No
examinó esta cuestión epipírica, sin embargo, con tanto detenimiento
como Habakkuk.)
Las ambigüedades del sistema de tenencia fueron, además, un factor
sustancial en la aparición en las ciudades de una clase abogacial. Al
ir siendo más tierras enajenables de jacto, se buscó una definición más
exacta de los derechos individuales. Para el pequeño cultivador, la úni­
ca alternativa a la venta forzosa o a otros cambios indeseables en su
tenencia era defenderse de las incursiones semilegales contra sus At­
rechos alquilando abogados.
«Además de los comerciantes privados, y de sus agentes y servido­
res, en el siglo xvr surgió una pequeña, pero poderosa élite de profe­
sionales. Toda ciudad provincial de ciertas dimensiones tenía su cuer­
po de notarios, abogados y escribanos; municipios de las dimensiones
de Northampton o Maidstone podían tener media docena de tales
personas, que a menudo se autotitulaban gentlemen y descendían de
pequeñas familias con tierra.» Everitt, Agrarian History, iv, p. 555.
Formación de clase y c o m e rc io internacional 353

Durante [éste] período [...] hubo sin duda señores [seigneurs]


que compraron tierras a los campesinos, hubo también campesinos
que acumularon tal cantidad de bienes que se vieron elevados al
rango de gentry. En ambos casos el resultado fue una disminución
de las propiedades campesinas. Pero hubo también campesinos
que compraron los grandes dominios cuando fueron puestos en
venta o que obtuvieron tenencias en enfiteusis. El resultado neto
de estas transacciones no es conocido. Pero resulta perfectamente
posible que estas adquisiciones supusieran más una ganancia que
una pérdida para el campesinado; mientras, por una parte, los
señores expropiaban a los campesinos, por la otra los campesinos,
il adquirir bienes, roían los dominios de los señores ni.
La capitalización total de la agricultura estaba aún por lle­
gar en Inglaterra. En el sig lo xvi el yeoman tenía aún un papel
que jugar. La crecien te com ercialización de la agricultura en
este tiempo ofrecía al p eq u eñ o terrateniente no sólo «peligros»
sino también «oportunidades». Campbell, que es un tanto ro­
mántico, ve al yeoman de form a un tanto heróica:

Terratenientes acechantes y vecinos hambrientos de tierras esta­


ban siempre dispuestos a sacar partido de las desgracias ajenas.
Aunque los precios en general subían continuamente, había a veces
fluctuaciones que aparecían sin previo aviso y en secuencias im-
: previsibles. Otros males se sumaban a la inseguridad de los tiem­
pos. Las epidemias descontroladas eran un terror constante. Las
pérdidas por el fuego eran corrientes, y prácticamente se desconocía
cualquier tipo de seguro. Un hombre debía tener ahorros disponi­
bles para los tiempos difíciles o bien endeudarse [...]
Pero cuando de lo que se trata es de nadar o ahogarse, a menos
que las probabilidades en contra sean excesivamente grandes, nor­
malmente un hombre trata de nadar. [...] Y a pesar de las condi­
ciones de incertidumbre citadas más arriba, más que en ninguna
otra época anterior en la historia de la tenencia de tierras en In­
glaterra, el hombre modesto que era industrioso y sobradamente
rendedor se encontraba con su gran oportunidad. Aquellos que
3 an capear los temporales encontraban en los mayores precios
yel mejor mercado oportunidades para la ganancia que les empu­
jaban a esfuerzos aún mayores. La ganancia es la madre del deseo
de mayores ganancias 112.

1,1Habakkuk, Annales ESC, xx, p. 657.


,uCampbell, English yeomen, pp. 68-69. Eric Wolf es más perspicaz
en su análisis de las condiciones bajo las cuales los campesinos se
orientaron crecientemente hacia la producción para el mercado: «El
eterno problema del campesinado consiste, así, en equilibrar las de­
mandas del mundo exterior con la necesidad de los campesinos de apro­
visionar sus casas. Sin embargo, frente a este problema de raíz los
campesinos pueden seguir dos estrategias diametralmente opuestas. La
primera es aumentar la producción; la segunda restringir el consumo.
>Si un campesino sigue la primera estrategia, debe aumentar el tra­
bajo realizado en su propia tenencia, para aumentar su productividad
354 I m m a n u e l Wallerstein

A unque el yeoman no fu era el b en eficia rio directo de la di-


so lu ció n de los m o n a sterio s, p o d ía eventualm entc conseguir
una porción del p astel m.

e incrementar la cantidad de producto para el mercado. Su capacidad


para hacerlo depende en gran medida de lo fácil que le resulte movi­
lizar los factores de producción necesarios —tierra, trabajo, capital (ya
sea en forma de ahorros, dinero disponible o crédito)—, y, por supues­
to, de las condiciones generales del mercado [...]
»En primer lugar [esta estrategia], se hace posible cuando se han
debilitado las imposiciones tradicionales sobre los fondos de rentas
de los campesinos: una condición que es probable que se dé cuando
se haya hecho ineficaz la estructura de poder a través de la cual los
señores drenaban los fondos. En segundo lugar, podemos esperar en­
contrar este fenómeno cuando se haya hecho posible para el campe­
sino escapar a las obligaciones de suscribir con gastos ceremoniales
los lazos sociales tradicionales que le unen con sus iguales. Si puede
negarse a entregar su excedente a dedicaciones ceremoniales, puede
utilizar los fondos así liberados para apoyar su ascenso económico.
Los dos cambios frecuentemente van juntos. Al debilitarse la estructura
de poder superior, muchos lazos sociales tradicionales pierden también
su justificación particular. Bajo tales circunstancias, la comunidad cara
pesina puede asistir al auge de campesinos enriquecidos que vuelven
¡a espalda a sus compañeros menos afortunados y ocupan el vacio de
poder creado por la retirada de los dueños superiores del poder. En
el curso de su -ascenso, frecuentemente violan las normas tradiciona­
les sobre cómo se deben llevar y simbolizar las relaciones sociales:
frecuentemente usan su poder recién adquirido para enriquecerse a
costa de sus vecinos. Tales hombres fueron los yeomen en auge en la
Inglaterra del siglo xvi, los campesinos ricos de China, los kulúki o
"puños" de la Rusia prerrevolucionaria.» Peasants, pp. 15-16.
m «Probablemente fueron pocos los yeomen que se beneficiaron de la
disponibilidad de las tierras de los monasterios en los primeros años
tras su disolución; pues esta propiedad fue en primer término a manos
de los grandes terratenientes, como donación y en pago de servicios
o fue comprada. Pero grandes cantidades de ella cayeron pronto en ma
nos de especuladores, y de esta forma salieron al mercado, donde, Iras
divisiones y redivisiones, fueron quedando al alcance del pequeño com­
prador hacia finales del siglo xvi.» Campbell, English yeomen, pp. 70*71.
Joyce Youings nos previene contra una sobreestimación: «Una grao
parte de la tierra de los monasterios fue vendida nuevamente por los
concesionarios originales, y parte de ella cambió de manos muchas veces,
pero el mercado no era tan ágil, ni la especulación tan común, como mu­
chos autores han sugerido [...] No todos estos cambios de propiedad
de tierras fueron ventas claras. No se han tenido en cuenta las cesiones
de partes de propiedad entre socios en una concesión, pero algunas délas
"reventas" puéden haber sido simples cesiones de agentes en favor de
sus superiores». «Landlords in England. C. The Church», en The Agrarisn
History of England and Wales, iv, Joan Thirsk, comp., 1500-1640, Londres
y Nueva York, Cambridge Univ. Press, 1967, pp. 349-350. Además señala
que: «La mayor parte de los no nobles, ya fueran gentlemen o yeomen,
iban a conseguir ganancias más rápidas arrendando las tierras de los
monasterios que comprándolas» (p. 348).
Formación de clase y c o m e rc io internacional 355

Como m uchos han señalado, existían dos tipos de cerca-


alientos [ enclosures] en aquella época: el cercamiento de gran­
des territorios para p a sto s y la consolidación de pequeñas tie­
rras para un cultivo m ás eficien te. Es en este último proceso
en el que el yeoman jugaba un papel central, un papel tanto
más importante cu an to que tenía importantes consecuencias
sociales, al increm entar el sum inistro de alimentos sin suscitar
el tipo de oposición p olítica al que se enfrentaban los cerca-
mientos para p astos 1M. Parte de las mejoras procedían de otros
factores que increm entaban la eficiencia del trabajo. Thirsk
lo atribuye a:

£1 uso de rotaciones más intensivas, acompañadas de un fnayor


, abonado; la utilización de variedades mejoradas de grano; y, pro­
bablemente lo más importante, el impresionante incremento en la
superficie total de tierra arada como resultado de la recuperación
de los baldíos y la conversión de los pastos [.,.] bl mayor abonado
de las zonas arables se hizo posible, por supuesto, manteniendo un
mayor número de animales, lo que supuso un gran incremento en
el suministro de carne y lana y otros productos animales. Una
mayor cría de ganado se hizo posible por la mejora de los pastos
ylas vegas por medio de fertilizantes, por medio de la mejora del
suministro de pastos de primavera, mediante la irrigación de las
vegas de los prados en el campo de la zona oeste y el cultivo de
algarrobas en otros lugares, y por el mayor suministro de pastos
de verano, mediante el uso de marismas y la recuperación de terre­
nos pantanosos y marjales costeros, /tsí, las mejoras en el cultivo
y el pastoreo iban de la mano, ayudándose mutuamente, y sirviendo
ambas para promover la especialización y la interdependencia de
las regiones us.

n<«Pero usualmente, entre los acaparadores de tierras fueron los


yeomen quienes quedaron más relativamente libres de oprobio entre sus
contemporáneos, y en general entre los autores posteriores. También,
el hecho de que los pequeños cercamientos se realizaran usualmcnte en
beneficio de la agricultura, y no para la conversión en pastos, contribuyó
a que sus autores escaparan a gran parte de las injurias que se acumu­
laron sobre quienes intervinieron en el proceso de despoblación.» Camp­
bell, English yeomen, p. 91.
1,5Joan Thirsk, «Farming techniques», en The Agrarian History of
England and Wales, iv, Joan Thirsk, comp., 1500Ί640, Londres y Nueva
York, Cambridge Univ. Press, 1967, p. 199. El subrayado es mío. A dife­
rencia de lo que observamos entre Inglaterra y Gales, sin embargo, es
menos seguro que dentro de Inglaterra se produjera una especialización
regional demasiado grande. Al menos E. J. Buckatzsch muestra en su
estudio de las relaciones de impuestos que «el patrón de distribución
geográfica de la riqueza en Inglaterra [...] se mantuvo esencialmente
sin cambios desde finales de) siglo xm hasta finales del siglo xvii,
(cambiando sólo] fundamentalmente durante el siglo xvm». «The geogra­
phical distribution of wealth in England, 1086-1843», Economic History
Review, III, 2, 1950, p. 195.
356 I m m a n u e l Wallerstein

La in clu sió n de Gales en la d iv isió n inglesa del trabajo, du­


ran te e s te tiem po, colab oró a e ste p ro ceso de mejora agrícola.
E n tre otras cosas, la im p o sició n de las form as legales inglesas,
p a rticu la rm en te la p rim ogen itu ra, llevó a una gran incertidum­
bre acerca del sistem a de ten en cia de la tierra. Esto resultó
p ro p icio para la aparición de gran d es dom inios en Gales. «De
un extrem o a otro de G ales fu e un tiem p o de creación de gran­
d es p o sesio n es y de sen tar las b a ses de las fortunas familia­
res» ,16. E sto era p articu larm en te cierto en las «tierras bajas
an glificad as» que m ostraban «una m arcada desigualdad en el
tam año de las p o sesio n es [ . . . ] » n7. Yo sospecharía que los te­
rratenien tes eran en su m ayor p arte in g leses. El grado de mejo­
ra agrícola introducido por lo s cerca m ien to s en Gales parece
haber sid o m ayor que en In glaterra. G ales había estado sufrien­
do hasta en ton ces «técn icas p red atorias» 1I8*120. Esto significó, no
o b stan te, desp lazam ientos aún m ay o res de la población, que emi­
graba a Inglaterra, con toda p ro b ab ilid ad para convertirse en
parte del lum p en p roletariado, o en m u ch o s casos en merce­
narios, com o ya h em os m en cio n a d o .
Cam pbell dice que ésta fu e la era d el «hambre de tierra»m.
«Entre los h am b rientos de tierras n in gu n o era más avaricioso
que el yeoman» 12°. E v id en tem en te, e s to tuvo consecuencias, dada
la evidencia que ten em os acerca de lo s alojam ientos rurales en
Inglaterra de 1570 a 1640, el p erío d o de «la gran reconstruc­
ción», obra, según V. G. H o sk in s, de «los máyores labradores
[ husbandmen], los yeomen y la b aja gentry, todos en gran
m edida con un m ism o origen so c ia l en lo s siglos medievales*u.
Law rence S ton e cita este m ism o h ech o , no obstante, como nue­
va evidencia del «ascen so de la gentry» m, lo que indica una vez
m ás la fluidez de los térm in o s q u e u tiliza m o s. ¿No son estos
yeomen sim p lem en te la v ersió n m en o s capitalizada de la gentry
que son agricu ltores c a p ita lis ta s ? 123.

1.6 Frank Emery, «The farming regions of Wales», en The Agram


History of England and Wales, iv, Joan Thirsk, comp.. 1500-1640, Londres
y Nueva York, Cambridge Univ. Press, 1967, p. 124.
1.7 Ibid., p. 152.
1,1 T. Jones Pierce, «Landlords in Wales. A. The nobility and gentry»,
en The Agrarian History of England and Wales, iv, Joan Thirsk, comp.
1500-1640, Londres y Nueva York, Cambridge Univ. Press, 1967, p. 3$0.
1,9 Campbell, English yeomen, p. 65.
120 ibid., p. 72.
121 W. G. Hoskins, «The rebuilding of rural England, 1570-1640*. Pan
and Present, 4, noviembre de 1953, p. 30.
m Stone, Past and Present, 33, p. 26.
m Peter Laslett piensa que la división de clase clave es la que existe
entre los gentlemen (los nobles y la gentry) y los demás (yeomen y tra-
Formación de clase y co m ercio internacional 357

Esto se aclara m ás si observam os quiénes salen perdiendo


de hecho en el p roceso de los cercamientos (en sus dos varie­
dades). Al llevarse adelante los cercamientos —ya fueran los
cercamientos a gran escala para la cría de ovejas o los acota­
mientos en pequeña escala de los yeomen prósperos—, una
serie de hom bres que previam ente vivían sobre y de la tie­
rra se vieron ob ligad os a abandonarla, y otros se vieron re­
ducidos a la con d ición de jornaleros sin tierra trabajando a
cambio de un salario ,24. E sto ha sido durante largo tiempo

bajadores comunes). Véase The world, we have lost, Nueva York, Scrib­
ner's, 1965, cap. 2, csp. pp. 26-27. Pero en este mismo capítulo (pp. 32-33)
reproduce el esquema de Gregory King para 1688, en el que la división
se establece, más correctamente desde mi punto de vista, entre quienes,
según la terminología de King, «aumentan» la riqueza del reino (nobles,
pntry, comerciantes, propietarios [freeholders], artesanos), y quienes la
«disminuyen» (jornaleros, labriegos, soldados rasos, vagabundos). (Es decir,
considero que es correcta la línea divisoria de King, no su caracterización
de la naturaleza del trabajo a cada lado de la línea.) Laslett reconoce
que yeoman «era el nombre de estatus de quienes mejores resultados ob­
tenían en el trabajo de la tierra», y observa que «adquirió muy pronto
una carga sentimental» (p. 43). Pero parece sorprendido ante la prefe­
rencia de la gentry por excluir a quienes no eran «ociosos», sin tener
en cuenta las observaciones del investigador sobre sus intereses eco­
nómicos y políticos.
«Desde tiempos de Isabel hay abundancia de inventarios domésticos
que nos muestran el estilo de vida de la baja gentry; éste era, por su­
puesto, indistinguible del de los yeomen acomodados.» M. \V. Barley,
«Rural housing in England», en The Agrarian History of England and
Woles, iv, Joan Thirsk, coinp., J500-J640, Londres y Nueva York, Cam­
bridge Univ. Press, 1967, p. 713.
Véase Gordon Batho: «Pero no había una diferencia radical entre la
baja gentry y los yeomen más ricos [...] De hecho, la definición [legal
de yeoman] carecía virlualmente de sentido, pues muchos yeomen de
la época de los Tudor o de los primeros Estuardo, como el padre de
Latimer, no tenían tierra propia, sino que eran enfiteutas o arrendata­
rios. En innumerables testamentos y documentos legales de la época un
hombre es descrito en un lugar como yeoman y en otro como gentleman,
o se describe a sí mismo como gentleman, pero es descrito por otros
como yeoman. Pues no era la nobleza de nacimiento o el grado de rique­
za lo que distinguía a las clases. Muchos de los hijos menores de la
ientry se convertían en yeomen; buena parte de la gentry era de re­
ciente origen yeoman o incluso de orígenes más humildes, gracias a los
beneficios profesionales o de los negocios. Pocos miembros de la gentry
podían rastrear sus antepasados tres siglos atrás, y algunas familias
yeomen, como los Reddaway de Devon, podían hacerlo». Agrarian Histo­
ry, tv, p. 301.
u<La cuestión es que la presión se producía en un sentido o el otro:
«Para resumir: en la Inglaterra de los Tudor un número sustancial de
pequeños granjeros se encontraba en una peligrosa situación. Estaban
expuestos a ser desposeídos en aquellas comarcas en que existían fuertes
358 I m m a n u e l Wallerstein

co n sid er a d o un elem en to cen tral en la creación del excedenic


d e trab ajo que co n stitu y e un e le m e n to crítico en la «comercia­
liza ció n de la vida in glesa» l2S. E ste cam b io tuvo lugar entre
1540 y 1640. En la co n tra cció n ec o n ó m ica algunos hombres hu­
m ild es salieron ganando, p ero m u ch o s m ás salieron perdien­
d o i26. De hecho, el m ism o p ro ceso de lograr la liberación del
ca m p esin o de las re stric cio n es del feudalism o podría haber
co n stitu id o un m odo a d icio n a l de em pobrecim iento. Alexan­
der Savine, en su artícu lo so b re lo s resto s de servidumbre feu­
dal en la Inglaterra de los T udor, señ ala la paradoja de que
«para el siervo del sig lo x v i su d ep en dencia personal de su
señ o r se hizo una carga m ayor en el m om en to en que logró su
libertad» ,27. La paradoja es fácil de desentrañar. La manumi­
sión no era gratis. Se com p rab a. De h ech o, debía comprarse
a elevado precio, porque S a v in e señala:

incentivos para cercar la tierra, y esto es lo que sucedió en los Midlands


al comienzo y al final del siglo xvr. Donde los cercamientos’no eran la
norma, estaban expuestos al aumento de las rentas, a exacciones ar­
bitrarias, y a la violación de sus derechos de pasto en las tierras comu­
nales [...]. La inseguridad era muy general, y los enfiteutas, que forma­
ban la espina dorsal de la Inglaterra agraria (como reconocen las gentes
de la época), sólo podían esperar de los gobiernos Tudor una protec­
ción parcial e intermitente». Ramsey, Tudor economic problems, p. 36
m «Desde un punto de vista más amplio, los cambios agrarios de>
siglo xvi pueden ser vistos como un largo paso hacia la comercialización
de la vida inglesa. El crecimiento de las industrias textiles está estre­
chamente relacionado con el desarrollo de los pastos, y fue la exporta­
ción de tejidos de lana, aquel "prodigio del comercio", lo que en primer
lugar introdujo de forma evidente a Inglaterra en el comercio mundial,
y fue el motivo de más de una de aquellas primeras expediciones para
descubrir nuevos mercados, expediciones de las que surgieron las plan
taciones, las colonias, el imperio [...] El desplazamiento de la tierra
de un considerable número de familias aceleró, si no inició, el proceso
de transición del problema salarial medieval, consistente en la escasez
de mano de obra, al moderno problema salarial, consistente en su abun­
dancia.» Tawney, The agrarian problem, p. 3. Véase Joan Thirsk, «Enclos­
ing and engrossing», en The Agrarian History of England and Wales, tv.
Joan Thirsk, comp., 1500-1640, Londres y Nueva York, Cambridge Univ.
Press, 1967, p. 210; Bowden, Agrarian History, iv, p. 598.
m «Una pequeña minoría de labriegos todavía poseía tierras o dere­
chos comunales relativamente extensos, y podía beneficiarse de los nue-
vos cauces comerciales de la época, abriéndose paso, en una generación
o dos, hasta la yeomanry. Las capas medias y bajas de los labriegos
sin embargo, estaban perdiendo sus modestos derechos de propiedad)
cayendo al nivel de un proletariado sin tierra.» Alan Everitt, «Socii
mobility in early modern England», Past and Present, 33, abril de 1966.
página 57.
127 Alexander Savine, «Bondmen under the Tudors», Transactions of
the Royal Historical Society, n. s., xvn, 1903, p. 268.
Formación de clase y co m ercio internacional 359

La manumisión de los siervos se consideraba como una fuente re­


gular de ingresos señoriales [...] La liberación de los últimos
siervos fue una política que dio dividendos. El asunto fue llevado a
cabo tan abiertamente en el siglo xvi que los cortesanos isabelinos
podían recibir como signo especial de favor del soberano la comisión
de liberar a un número definido de familias de siervos de las po­
sesiones de la Corona; es decir, se les permitía reparar sus fortunas
por medio de los pagos para la liberación m.
Los siervos ya no sum inistraban la prestación semanal de
trabajo al señor en la reserva señ o ria l,w. Más bien, «la depen­
dencia personal del siervo se convirtió en un mero pretexto
para la extorsión» ,3°. Así, en este proceso, muchos se convir­
tieron sin duda en pobres sin tierra.
Encontramos aún m ás evidencia de esta pauperización en
la virtual desaparición de la categoría de labrador [husband­
man]. Por una parte, algunos de ellos estaban «convirtiéndo­
se en yeomen, y las d istin cion es entre husbandmen y yeomen
empezaban a hacerse borrosas» m. Y por otra parte, los labra­
dores más pobres em pezaban a estar en peor situación que
muchos jornaleros que eran labriegos [ cottagers] y necesita­
ban dedicarse a trabajos asalariados a tiempo parcial para
arreglárselas ,32. ¿N o podrían haber considerado deseable estos
cottagers con trabajo esporádico el convertirse en jornaleros
con un empleo regular?
En cualquier caso, esta s dos categorías de agricultores eran
vulnerables a los cercam ien tos y a la usurpación de sus dere­
chos al uso de los p a sto s com unes. Esta usurpación, en particu­
lar, llevó al abandono de los pueblos y a la emigración ,33. Eve-
ritt señala que la crecien te distinción entre los campesinos
yeomen y los «pobres in tru sos y vagabundos, virtualmente sin
tierras, a m enudo recién expulsados de algún otro lugar», era
un fenómeno que podía observarse particularmente en las*

,a Ibid., pp. 270-271.


* Véase ibid., p. 275.
« Ibid., p. 276.
ut Batho, Agrarian History, iv, p. 303.
ω «En ocasiones no existía diferencia marcada entre el jornalero aco­
modado, que trabajaba sus propias tierras y completaba sus ingresos
con trabajo asalariado estacional, y el labrador pobre cuyas tierras eran
insuficientes para mantener a su familia y se dedicaba al trabajo asa­
lariado ocasionalmente para aumentar sus recursos. Todo lo que se pue­
de decir es que el empleo del primero tendía a ser regular, y el del
segundo no.» Everitt, «Farm labourers», en The Agrarian History o1
England and Wales, iv, Joan Thirsk, comp., 1500-1640, Londres y Nueva
York, Cambridge Univ. Press, 1967, p. 397.
,tt Véase ibid., p. 409.
360 · Immanuel Wallerstein

áreas fo resta les m ás recien tem en te colonizadas del campo1*


Y q ue «fue de este ú ltim o grupo, co m o consecuencia de sus
o ríg én es sem ivagab u nd os, de d on d e se reclutó en gran medí,
da el ejército de trab ajad ores esta cio n a les que había hecho
n ecesa rio la agricultura com ercial» ,3S.
Así surgió el crucial p rob lem a p o lítico de los mendigos y
del vagabundeo, una ca ra cterística n otoria de la Inglaterra isa*
b e lin a ,36. Frank A ydelotte ve tres facto res distintos que se
com b in an para explicar la ap arición del vagabundeo en tiem­
p os isabelinos: los cerca m ien to s, co m o factor fundamental,
d esd e luego; pero tam bién la paz de los Tudor y, como con­
secu en cia, la disolu ción de en o rm es bandas de sirvientes de los
n obles; y tam bién la d iso lu ció n de los m onasterios y la desa­
parición de su papel com o su m in istra d o res de caridad. El pun­
to de vista de A ydelotte acerca de e sto s vagabundos, que no
puede ser m uy d istin to al de los g ob ern an tes de aquellos tiem­
pos, es considerarlos co m o un p ro b lem a social:

Lejos de ser una clase im potente o inocua, los vagabundos del


siglo xvi representaban una buena parte de la sólida fuerza de la
Inglaterra medieval. Muchos de ellos procedían de buena cuna, pero
en el esquema económico de la Inglaterra medieval no encontraron
una posición útil. Tenían cerebro para planear villanías y audacia
para llevarlas a cabo. En sus filas había descontentos políticos,
religiosos y sociales, y agitadores. Por ello eran tan peligrosos como
la peste en la Inglaterra de Isabel. Los vagabundos eran amenaza
suficiente para hacer que los legisladores, desde Enrique VII en
adelante, dedicaran lo mejor de su pensam iento a buscar un reme
dio, creando estatutos y preocupándose de su cumplimiento, hasta
que el problema se vio totalm ente resuelto, en la medida en que*134

Uno de los atractivos de las áreas boscosas era la posibilidad de


empleos complementarios (oficios de bosque y arbolado, hilado y tejido
del lino, el cáñamo o la lana). Véase Everitt, Agrarian History, iv, pp. 42S
429; Thirsk, Agrarian History, iv, pp. 109-110.
1,5 Everitt, Past and Present, 33, p.. 58.
134 «En Inglaterra la mendicidad y el vagabundaje no comenzaron en
el siglo xvi (...] Sin embargo, hay abundantes pruebas de que en d
siglo xvi el número de picaros y vagabundos era mayor en relación a la
población de lo que lo había sido nunca antes o lo sería después.» Frank
Aydelotte, Elizabethan rogues and vagabonds (vol. i de la serie Oxford
Historical and Literary Studies), Londres y Nueva York, Oxford Univ.
Press (Clarendon), 1913, p. 3.
«Los vagabundos revoltosos y las temibles bandas de mendigos,
familiares a los estudiosos de la Inglaterra isabelina, tenían su contra­
partida en los «vagabundos y prostitutas ociosos, que se autotitulaban
falsamente egipcios, que recorrían Escocia, sacando por la fuerza co­
mida y dinero, robando, amenazando y llevando el pánico a las granjas
y caseríos aislados.» Lythe, The economy of Scotland, p. 29.
formación de clase y co m e rcio internacional 361

la legislación podía resolverlo, por las admirables leyes de pobres


de 1572, 1597 y 1601
¿Admirables? Tal vez, aunque sin duda no en el simple sen­
tido en que A ydelotte q uiere que las admiremos.
Estas leyes, no o b sta n te, arrojan luz sobre el papel que ju­
gaba el aparato de E stad o. En primer lugar señalemos que la
legislación de «b ien estar social», hasta entonces desconocida
en Europa, aparece en escen a en muchos lugares en esta épo­
ca. Más aún, ni siq u iera es una cuestión de invención simultá­
nea, sino una d ifu sión cultural consciente IM. En segundo lugar,
la relación de tal legislación con la transformación económica
es ambigua. Fue d esd e luego una respuesta a una crisis social
producida por el ca m b io económ ico, una forma de evitar la
rebelión política l39. Pero su significado económico no era el de
un apoyo directo a las clases capitalistas. Era una forma de
estabilización p olítica cuyo efecto resultó ser un obstáculo
para los patronos tan to com o para los trabajadores, tal vez
incluso más 14°. E sta p o lítica de interferencia monárquica con
el libre funcionam iento del capitalism o, en el siglo xvi, aparece
en marcado co n tra ste con la colaboración del Estado en el

mAydelotte, Elizabethan rogues and vagabonds, p. 17.


ωVéase Robert M. Kingdom, «Social welfare in Calvin's Europe»,
American Historical Review, lxxvi, 1, febrero de 1971, pp. 50-51.
w«La mayor parte de la legislación contra ios cercamientos en el
siglo xvi coincide con períodos de escasez. Las quejas sobre la escasez
son audibles en el momento de los alzamientos de 1536, 1548-49 y 1596.»
Edwin F. Gay, «The Midland revolt and the inquisitions of depopulation
of 1607», Transactions of the Royal Historical Society, n. s., xvm, 1904,
página 213, n. 2.
mG. N. Clark, describiendo el código económico Tudor que puede
reconstruirse a partir del estatuto de artífices (o de aprendices), del
arancel, de las leyes para fomentar la construcción naval, de las leyes
contra los cercamientos, y de la ley de pobres, dice: «La nueva legisla­
ción aceptaba e incluso potenciaba la economía monetaria: desplazaba
los obstáculos al comercio o el pago de salarios en especie. Pero la
tendencia general de estas leyes era conservadora: trataban de propor­
cionar una oferta adecuada de mano de obra ante todo para la agricul­
tura, después para los oficios más simples, y de restringir la entrada
en las ocupaciones de estatus social más alto y en las que se pensaba
que se llevaban a cabo en lugares inadecuados [...]
*De esta forma, el código isabelino buscaba estabilizar la estructura
de clases existente, la localización de la industria y el flujo del sumi­
nistro de mano de obra, garantizando privilegios y fijando obstáculos
en la vía de la movilidad y la libertad de contratación; pero no era
el producto de una simple política económica doctrinaria; reconciliaba
o efectuaba un compromiso entre intereses contrapuestos.» Wealth of
England, pp. 84, 86.
I m m a n u e l Wallerstein

p ro ce so de los grandes y d efin itiv o s cercamientos del siglo


XVIII m .
Los T udor y los p rim eros E stu a rd o son acusados a menu
d o de haber «fracasado», p orq u e el resu ltad o final de su polí­
tica fue la revolución inglesa. Pero tal vez la revolución inglesa
d eb ería ser vista com o un «éxito» de los monarcas Tudor y
E stu a rd o , en la m edida en q ue fueron capaces de posponer
d u ra n te tanto tiem po la reb elión . O bservem os las reacciones
de los ca m p esin os in gleses del sig lo xvi, bajo tensión. Muchos
elig iero n el vagabundeo. Otra p o sib ilid a d era la revuelta cam­
p esin a , y las hubo, qué duda cabe. Pero debería señalarse que
h u b o m en os en Inglaterra en esta ép oca qu<: anteriormente, y
m en o s en esta época en In glaterra que en Francia y otros lu­
gares del con tinente.
Cada uno de esto s co n tra stes m erece ser observado. R. H.
H ilton argum enta que los ce rc a m ie n to s del siglo xvi tuvieron
una «prehistoria». El p ro ceso de a b an d on o de la tierra se re­
m onta al siglo x iii. E xistía por su p u e sto un fenómeno de des­
p oblación, pero H ilton opina que la pobreza era una explicación
m ás básica del éxodo r u r a lI42. D esp u és vin o el «largo» e infla­
cionario siglo xvi. M ientras que en E uropa oriental los terra­
ten ien tes obligaban a los tra b a ja d o res a volver a la tierra a
causa de que la exp an sión de la p rod u cción de cultivos para i
el m ercado lo requería, In glaterra tom ó el cam ino de la gana­
dería (que requería m en os m an o de obra) y del incremento de
la eficien cia de la p rod u cción de la b ran tío (que requería me­
nos m ano de obra). L ejos de d esea r el cu ltivo directo de sus
p osesion es, los grandes terr a te n ien te s buscaban arrendatarios,
y preferían com o in q u ilin o s « g ra n jero s capitalistas» antes que*li

141 «Inglaterra resistió sin grandes daños la calamidad de los cerca


mientos [del siglo xvi] tan sólo porque los Tudor y los primeros Estuardo
usaron el poder de la Corona para frenar el proceso de mejora econó-
mica hasta que éste resultó socialmente soportable: empleando el poder
del gobierno central para aliviar a las victimas de la transformación,
c intentando canalizar el proceso de cambio para hacer menos devas ,
tador su curso.» Karl Polanyi, The great transformation, Boston, Beacon
Press, 1944, p. 38.
lil «Las caídas de tenencias en manos del señor no se debieron sim :
plemente a que la población no consiguiera reemplazarse a si misma i
naturalmente [...] La pobreza [...] —no la falta de tierra, sino la falta
de equipo y de reservas monetarias— puede haber sido un factor [en la
entrega de tenencias], no incompatible con un impulso hacia las ciuda­
des o hacia la industria rural.» Rodney H. Hilton, «A study in the
pre-history of English enclosure in the fifteenth century», Studio i«
onore di Armando Sapori, Milán, Istituto Edit. Cisalpino. 1957, i, pp. 6ft
679.
Y

Formación de clase y c o m e rc io internacional 363


«campesinos» 14*43. Dado que esto era desventajoso para muchos
en las áreas rurales ¿por qué no se resistieron más los cam­
pesinos? Hilton argum enta que eran demasiado débiles para
resistir144. E ncontram os una confirm ación de esto en la obser­
vación de C. S. L. D avies de que hubo relativamente más resis­
tencia campesina en el «prim er» siglo xvi que en el «segundo»,
mientras que si la dureza de las condiciones fuera suficiente
para explicar las ex p lo sio n es cam pesinas, hubiera ocurrido lo
contrario. Sólo a partir de 1590 los aumentos en la renta se
adelantan a los in crem en tos de precios. Davies da dos tipos
de explicación a esto: por una parte, el concepto de renta va­
riable era relativam ente nuevo, y por lo tanto escandaloso en
el «primer» siglo xvi, m ientras para el «segundo» los campesi­
nos estaban ya h ab itu ad os al c o n c e p to 14S. Y segundo, y tal vez
más interesante, los «yeomen no fueron afectados negativa­
mente por los cercam ien tos» 146.
Hagamos ahora una com paración de la suerte que les co­
rrespondió a los yeomen en Inglaterra y Francia durante este
mismo período. Aquí D avies señala que fue la carga de los im­
puestos lo que llevó m ás directam ente a la revuelta contra la
autoridad central, y que esta carga fue menor en Inglaterra
que en Francia a cau sa de las m enores dimensiones del Esta­
do, una burocracia relativam ente menos venal, y en consecuen­
cia menos extractiva, y la debilidad institucional de las regio

141«La reserva señorial podía ser arrendada a agricultores capitalis­


tas en gran escala, que obtenían la mayor parte de sus ingresos de
los productos de la tierra, y no de su propiedad. Para los terratenientes
este método era preferible desde cualquier punto de vista. El agricul­
tor capitalista tenía una base de capital mayor que. la del campesino,
y no estaba tentado, como el campesino, de prestar mayor atención
a su propia granja, a expensas de las tierras arrendadas al terratenien­
te. Por consiguiente, se ve por qué el terrateniente prefería dar arrien­
dos limitados a un pequeño número de agricultores capitalistas en vez
de a un gran número de campesinos.» Habakkuk, Anuales ESC, xx, p. 650.
144«En los siglos xm y xiv las comunidades campesinas inglesas ha­
bían sido capaces de gran resistencia, incluso de resistir con éxito a los
ataques de los terratenientes contra su condición. Si permitieron que
se les expulsara en los siglos xv y xvi fue porque los cambios económi­
cos y sociales habían destruido la cohesión que había sido su fuerza
en el pasado.» Hilton, Studi in onore di Armando Sapori, p. 685.
,iJ Véase C. S. L. Davies, Annales ESC, χχιν, p. 35.
144Sin embargo, «éste no era en absoluto el caso, evidentemente, de
aquellos que tenían que vivir de sus salarios, ni el de aquellos pequeños
arrendatarios que tenían que complementar sus medios de vida con
salarios adicionales en ei trabajo agrícola o industrial. Ellos perdieron
mucho durante este período». Ibid., pp. 36-37.
364 I m m a n u e l Wallerstein

n es, que reducía el p eso del ap arato de Estado, eliminando a


la vez fo co s de rebelión N7.
F in alm en te, ech em os un v ista zo a un últim o contraste, las
rev u elta s cam p esin as en la In glaterra del siglo xvi y las del
sig lo XVII. Taw ney señala q ue é s te es un contraste entre su
«frecu en cia [ . . . ] a m ed iad os del sig lo xvi» y su «comparativa
rareza d o scien to s años m ás tarde», aunque la misma causa
p o ten cia l, los cercam ien tos, esta b a p r e s e n te 14748. Tawney argu­
m en ta que las agitacion es agrarias del siglo xvi «marcan la
tran sición de las revueltas feu d a les del siglo xv, basadas en la
u nión de todas las cla ses de una lo calid ad contra el gobierno
cen tral, a aquellas en que una cla se se op o n e a otra a causa de
una op osición de in tereses e c o n ó m ic o s» ,49.
¿Qué es en ton ces lo que e sta m o s diciendo? Parece que el
sig lo xvi, p articularm ente el p erío d o en tre 1541 y 1640, es un
p eríodo de formación de cla se, u na cla se agrícola capitalista
(cu y o s m iem bros m ás rico s recib en el nom bre de gentry y los
m ás pobres el de yeomen). El p r o c e so social de consolidación
de las tierras en esta ép oca en In glaterra, im plica crecientes in­
gresos para esta clase en gen eral, in clu yen d o sus miembros
m enores, a la vez que el p rin cip io d e la creación de un prole­
tariado, que en su m ayor p arte n o está aún asentado firme­
m ente en las ciudades, sin o q ue m á s b ien son «vagabundos»,
trabajadores asalariad os e sta c io n a le s con parcelas de subsis­
tencia, y lu m p en p roletariado en la s ciu d ad es.
El aparato de E stad o no era u n a fuerza independiente, fuer­
te y coherente, sin o el cam p o de b a ta lla de dos tendencias con­
flictivas: las p erson as de e sta tu s tra d icio n a l alto, que en el
m ejor de los ca so s se iban a d a p ta n d o parcialm ente a las nue­
vas p osib ilid ad es eco n ó m ica s, y lo s elem en to s en alza (cual­
quiera que fuera su origen en té r m in o s de estatus tradicional,
y cualquiera que fuera su riqu eza rela tiv a en el presente), que
presionaban hacia una total co m er cia liza c ió n de la vida eco­
nóm ica.
M ientras que esto s dos e le m e n to s b u sca b a n y a veces reci­
bían la a sisten cia del E sta d o , n in g u n o esta b a seguro de que
tuviera algo que ganar de un a p a ra to de E stad o muy fortale­
cido, en gran m ed ida p orq ue cad a u n a de las partes temía que
la otra dom inara la b u rocracia del E sta d o . La política de «bien­
estar social» cu m p lió la fu n ció n d e p reserv a r el orden e inter-

147 Véase ibid., pp. 54-55. Véase Tawney, The agrarian problem, pági­
nas 340-342.
,MIbid., p. 321.
,w Ibid., p. 322.
Formación de clase y c o m e rcio internacional 365

ferir el juego pleno de las fuerzas del mercado. Facilitó la


transición, y en con secu en cia supuso ventajas para todas las
fuerzas en juego.
La posición de Inglaterra en la economía-mundo fue preci­
samente la que hizo p osib le este juego de equilibrios. Estaba
protegida de una excesiva interferencia extranjera por la lucha
de las dos grandes p oten cias m ilitares: España y Francia. No
estaba lastrada por ob ligaciones interiores l5°. Era libre por
tanto para realizar su especialización económica, especialmen­
te gracias a las m aterias prim as de Europa oriental, suminis­
tradas en parte por su alianza com ercial con la república ho­
landesa, que tam bién b uscaba cobijo de los gigantes militares,
y que «pagó los costo s» de m antener la maquinaria comercial
mundial en fun cion am ien to. El aparato de Estado inglés era
exactamente lo b astan te fuerte para preservar a Inglaterra de
funestas influencias exteriores, pero suficientemente débil como
para no dar dem asiada ventaja a los elementos «tradicionalis-
tas» o a los nuevos p a rá sito s de la burocracia del Estado, de
modo que ni los u n os ni los otros fueron capaces de devorar
totalmente el exced en te de las fuerzas más productivas. En
breve, era una cu estió n de posición óptima: aislamiento po­
lítico relativo d isfru ta n d o de las ventajas económicas de la
economía-mundo, un relativo equilibrio de fuerzas interno que
maximizaba la paz in terior, pero minimizaba los errores de un
aparato de E stado excesivam en te poderoso.
¿Cómo ocurrió en to n ces la revolución inglesa?, podríamos
preguntarnos. Cabe d ecir ahora que estam os argumentando
que la prueba del «éxito» de Inglaterra durante esta era es que
la revolución in glesa ocu rrió cuando ocurrió —ni antes ni des­
pués— y que las fu erzas del capitalism o moderno emergieron
claramente triunfadoras, a pesar de su supuesta «derrota» y

m«El final de la Edad Media en Inglaterra estuvo marcado por la


contracción y no por la expansión: el abandono del largo sueño de con­
quistar Francia, y, lo que es particularmente significativo, una marcada
reducción en Irlanda del área bajo control inglés, del área de lenguaje
y civilización ingleses. Lo gaélico regresa una vez más, lamiendo como
las aguas de un lago los muros de las ciudades: Dublin, Waterford, Cork,
Galway, ultimas avanzadas del angloirlandés anterior. A comienzos del
siglo xv, con la rebelión de Owen Glendower, Gales consiguió una tem­
poral cuasi independencia; aunque fue derrotado y aplastado, Gales per­
maneció en un resentido alejamiento, inabsorbido. Ni supuso ningún
progreso real la integración en el edificio del Estado de Cornwall o de
las marcas escocesas, en donde "no se conocía a otro rey que a un
Percy”.» A. L. Rowse, «Tudor expansion: the transition from medieval to
modem history*, William and Mary Quarterly, 3.· serie, xiv, 3, julio de
1957, p. 312.
I m m a n u e l Wallersiein

d e una su p u esta «restauración » de lo antiguo. Para valorar


e sta cu estió n del m om en to, d eb erem o s observar tres fenómc·
n o s relacionad os: las p o lítica s de alian zas en esta era, los es­
q u em a s de em igración, y las lla m a d a s crisis comerciales de la
p rim era época E stuardo. E sto n o s perm itirá hablar de las
« cu estio n es reales» que form an el teló n de fondo de la revolu­
ción inglesa.
H. R. Trevor-Roper in siste en q u e el conflicto esencial era
el ex isten te entre la corte y el ca m p o . S i este es su punto clave,
en to n ces ha ganado, p orq ue su s p resu n to s oponentes -por
ejem p lo , S ton e y H i l l 151— han a cep ta d o esta cuestión. El pro­
b lem a, no ob stan te, no e stá aq uí. El problem a es saber qué
ju eg o p olítico llevaba en tre m a n o s la corte, cómo se relacio­
naba este juego con la tra n sfo rm a ció n social y económica que
esta b a transcurriendo, y en q ué fo rm a s era causa y consecuen­
cia del papel de Inglaterra en la econom ía-m undo europea.
El aparato de E stado, la co rte, era simultáneamente prota­
gon ista del dram a y agen te m ed ia d o r, un vector de fuerzas di­
ferentes. E sto se aplica a tod as las lla m a d a s monarquías abso­
lutas. Equilibraban fuerzas, serv ía n co m o agentes de poder,
efectuaban com p rom isos. Pero u n o de lo s resultados a los que
aspiraban era fortalecerse, c o n v er tirse en absolutos de hecho
y no m eram ente en la teoría y en las aspiraciones.
Dada la am bigüedad de su p ap el y de su s objetivos, la cor­
te era am bivalente acerca de la a p a rició n de elementos capi­
talistas. Por una parte, la C orona co rteja b a a la «burguesía»,
es decir, al con glom erado de lo s terra ten ien tes capitalistas y
los granjeros en buena p o sició n , lo s p rofesion ales (abogados,
clérigos, m éd icos), los c o m er cia n tes ricos l52. «Perseguido por
el m iedo a las revueltas feu d a les» 153, co m o dice Tawney, el
Estado vio en ello s aliad os para su s p rop ios fines. Pero la
corte, en ú ltim o térm ino, esta b a d o m in a d a por la aristocracia,
el rey el prim ero entre e llo s — a n tig u o s aristócratas, hombres
que acababan de co n seg u ir su s títu lo s y los valoraban tanto
m ás debido a ello, gen tes al se r v ic io del rey que aspiraban a
la nobleza— , y la corte no p o d ía v er co n en tusiasm o la erosión
del sistem a jerárq u ico de e s ta tu s d el q u e ella era la cumbre.
Y no lo hizo. Cuidó a m o ro sa m en te el sistem a , lo reforzó, lo
elaboró, lo pagó. Las co rtes d el R en a cim ien to eclipsaron en
brillantez a todas las d em ás q u e E u ro p a había conocido.*13

151 Stone, Encounter, xr, p. 73; Hill, Puritanism and revolution, p. 21


,5i Véase Tawney, Essays in economic history, i, p. 176.
131 Tawney, Proceedings of the British Academy, p. 211.
formación de clase y c o m e rc io internacional 367

Su necesidad de dinero y de aliados políticos llevó a la cor­


le a ulteriores em p resas de com ercio y comercialización. Su
necesidad de estabilidad y deferencia la llevó a sentirse intran­
quila respecto a los agresivos éxitos de la nueva clase. En la
medida en que era co m p eten te para ello, la corte intentó fre­
nar el proceso acelerado de transform ación capitalista, incre­
mentando al m ism o tiem p o el centralism o político de las insti­
tuciones estatales. En ésto no hubo diferencia entre la Ingla­
terra de los Tudor y la Francia de los Valois o la España de
los Habsburgo. La d iferen cia residió en el transfondo histórico
y la posición internacional en el siglo xvi, que hicieron que la
nueva clase cap italista in glesa fuera relativamente más fuerte
y más capaz de ab sorb er en su seno franjas muy amplias de
I la vieja aristocracia.
Muchos escritores señ alan que alrededor de 1590-1600 exis­
tió un momento crítico en la política de Inglaterra. Tawney
escribe:

Pocos dirigentes han actuado con menos remordimientos que los


primeros Tudor, sobre la máxima de que las bases del poder son
económicas. Habían hecho del aumento de las posesiones reales
[ámesne] y de la protección del cultivador campesino, dos de las
piedras angulares de la nueva monarquía. En los años finales de
i Isabel, la primera política se estaba desmoronando de mala manera,
yla última, siempre impopular entre los grandes terratenientes, sus­
citaba una oposición cada vez más tenaz ,54.
Con el paso del tiem p o el p eso de las decisiones de la Coro­
na iba inclinándose a favor de los granjeros capitalistas, en
oposición a la a risto cra cia co m o t a l 15S. Estos últimos, para po-
4 der sobrevivir, em p ezaron a asim ilarse cada vez más a la «gen­
try ascendente», y por lo tanto, desde el punto de vista del
campesinado, se h iciero n cada vez más explotadores,56. Por
* lo tanto las relacion es en tre el señor y el campesino se fue­
ron haciendo m ás ten u es, y ya no resultaba probable que los
campesinos resp ond ieran a p eticio n es de lealtad vertical regio­
nal en los co n flicto s n a cio n a les I57. La propia burocracia de la
Corona estaba, n o o b sta n te, h aciénd ose desmesurada y «des-

wIbid., p. 216. Véase Tawney, Essays in economic history, i, pági-


: nas 176-177.
,J1Véase Stone, Crisis of the aristocracy, pp. 124, 133.
,J*Véase Tawney, The agrarian problem, pp. 191-192. Tawney concluye:
I «La brillante era que comienza con Isabel destaca como un relámpago
contra el fondo de miseria e inmundicia social [...] Lo único que saben
los campesinos es que quienes cobran sus rentas son más duros» (p. 193).
157Véase ibid., p. 229.
368 I m m a n u e l Wallerstein

pilfarradora», un p ro ceso q ue ten ía su s lím ites naturales, como


argu m en ta T rev o r-R o p er151*158159*6. E n to n c es, concuerdan Stone y Tre­
vor-R oper, hacia 1590 el ex c eso de g a sto s obligó a su reducción.
La paz en E uropa (el in terv a lo en tre 1598 y 1618) redujo los
co sto s para tod os los E s t a d o s ,59. En Inglaterra la venta de
títu lo s por Jacobo I in cr em en tó lo s in gresos ,6°, y así se evitó
la crisis. Se ev itó la cr isis p ero la extravagancia aumentó, a
causa de la lógica a m b iv a len te de la p olítica de la Coronaw.
Un siglo de gob iern o T u d or p u ed e no haber causado una tan
m arcada d eclin ación en la p o sesió n de tierras por los nobles
com o p en só o rig in a lm en te T aw n ey. P arece que todo lo que pasó
en ú ltim o térm in o es q ue las p o se sio n e s reales fueron parcial­
m en te parceladas y en treg a d a s a gran jeros capitalistas no
p erten ecien tes a la n obleza 162. Los b en eficiarios del gobierno
Tudor fueron sin duda q u ien es, n o b le s o no, pudieron dominar
la nueva econ om ía ,63. Los ju e g o s m alab ares de los Tudor los
m antuvieron en la cresta de la ola. Pero el «largo» siglo xvi se
aproxim aba a su final. Y las te n sio n e s de sus contradicciones
se sentirían bajo el gob iern o de lo s prim eros Estuardo. Este
es el p un to que subraya T revor-R op er.

Incluso en la década de 1590, una burocracia mucho menos cara


y más eficiente consiguió salvarse solo por la paz: ¿cómo podía este
sistema mucho más escandaloso [de los Estuardo y otros monarcas

151 «Una economía en rápida expansión puede traer muchas anomalías,


muchos abusos. Podía traer incluso, estando en expansión, el increíble
derroche de las ornamentales y parasitarias cortes e Iglesias del Rena­
cimiento. Estando en expansión: pero ¿cuánto tiempo podía durar esla
expansión? Las quiebras estaban comenzando a aparecer ya hacia 1590.»
H. R. Trevor-Roper, «The general crisis of the seventeenth century», en
The European witch-craze of the 16th and 17th centuries and other ejsays.
Nueva York, Harper, 1969, pp. 68-69.
159 Véase ibid., p. 69.
,w Véase Stone, Economic History Review, xvm, p. 39.
161 Cuando Isabel trató de responder a la crisis económica de la dé­
cada de 1590, la misma aristocracia se vio amenaza. Véase Stone, Crisis
of the aristocracy, pp. 124, 133. No dispuesta todavía a elimar «el sostén
que sólo una aristocracia podía ofrecerle» (Tawney, Proceedings o/ the
British Academy, p. 212), la Corona renovó y aumentó su extravagancia.
Véase Trevor-Roper, The European with-craze, p. 69.
162 Véase R. W. K. Hinton, «Letter to the editor», Encounter, χι, 1,
julio de 1958, pp. 74-75.
,w Véase Stone, Encounter, xi, pp. 73-74. Incluso si es cierto que, como
sostiene J. P. Cooper, «no hay todavía pruebas suficientes de que la riqueza
total en tierras de la nobleza fuera menor [en 1642 que en 1559]» (Encoun­
ter, xi, p. 74), es probable que la tierra se desplazara hacia aquellos nobles
que se habían orientado de cara al mercado capitalista.
formación de clase y c o m e r c io in ternacional 369

europeos de la época] sobrevivir si la larga prosperidad del siglo xvi


ola salvadora paz del xvn fallaban?
De hecho, en la década de 1620 ambos fallaron a la vez. En 1618
una crisis política en Praga puso en movimiento a las potencias eu­
ropeas [...] Mientras tanto la economía europea [...] se vio súbi-
lamente sacudida por una depresión, la universal «caída del comer­
cio» de 1620»«
De modo que nos v o lv em o s una vez más al funcionamiento
del sistema m undial. La reacción de Inglaterra a la llamada
icrisis del siglo xv n » fu e un tanto diferente de la de otros paí­
ses. Fue por esto por lo q ue p ud o entrar en la era del mercan­
tilismo con mucha m ayor fuerza. Un aspecto de esta fuerza fue
el elevado grado de co m ercia liza ció n de la agricultura, un pro­
ceso que hemos ven id o d escrib ien d o. La otra faceta fue su
«industrialización».
John Nef argum enta que Inglaterra sufrió una «revolución
industrial prematura» en el período 1540-1640, y que en com­
paración Francia no ,6S. A firm a que hubo tres desarrollos bási­
cos en Inglaterra. S e in trod u jeron algunas industrias previa­
mente conocidas en el co n tin en te, pero no en Inglaterra (fá­
bricas de papel y pólvora, fu n d icion es de cañones, fábricas de
alumbre y vitriolo verd e, refin erías de azúcar, fábricas de sa­
litre y latón). Se im p o rta ro n nuevas técnicas del continente,
especialmente en m in ería y m etalurgia. Finalmente, los ingle­
ses hicieron su p ropia ap o rta ció n positiva a la tecnología, es-
, pecialmente en co n ex ió n con la sustitución de la madera por
el carbón ,66. Más aún, N ef argum enta que «la inversión de ca­
pital, junto con la in ven tiva técnica, se orientaron como nunca
antes en la dirección de la prod ucción por la cantidad» 167. Si,
do obstante, se le p reg u n ta a N ef el por qué de este súbito
paso de Inglaterra de ser un p aís industrialm ente «estancado»

1MTrevor-Roper, The European witch-craze, p. 70.


IüVéase John U. Nef, «A comparison of industrial growth in France
and England from 1540 to 1640», en The conquest of the material world,
Chicago (Illinois), Univ. of Chicago Press, 1964, pp. 144-212. Véanse, sin
embargo, las reservas de P. J. Bowden sobre esta hipótesis, en Agrarian
History, iv, pp. 608-609. Un balance más favorable de las tesis de Nef, en
una fuente francesa, se encuentra en Gaston Zeller, «Industry in France
before Colbert», en Rondo Cameron, comp., Essays in French economic
history, Homewood (Illinois), Irwin Inc., 1970, pp. 128-139.
mla producción de carbón de Newcastle subió de 30000 toneladas
anuales en 1563-64 a 500 000 en 1658-59. Véase Braudel, Civilisation maté-
rielle, p. 281.
U TJohn U. Nef, «The progress of technology and growth of large-
scale industry in Great Britain, 1540-1640», en Conquest of the material
world, Chicago (Illinois), Univ. of Chicago Press, 1964, p. 136,
370 I m m a n u e l Wallerstein

a ser un país rela tiv a m en te avan zad o, N ef ofrece principalmen-


te una exp licación geográfica. El a m p lio mercado interior, un
p rerreq u isito para la co n cen tra ció n in du strial, era posible «por
las fa cilid ad es para un tra n sp o rte a cu á tico barato que Gran
B retañ a, en virtud de su p o sició n in su la r y sus buenos puertos,
d isfru ta b a en m ayor grado q u e n ingú n otro país europeo ex­
c e p to H olanda» 168. Sin duda e s to es cierto , pero, dado que la
geografía era la m ism a en sig lo s a n terio res, nos quedamos en
la duda de por qué la rep en tin a ec lo sió n .
Lo que sí parece claro es q ue e x istió una eclosión: en la
tecn ología industrial, en el grad o de industrialización, y corre­
lativam en te en la p oblación . K. W. T aylor, ai observar la dupli­
cación de la población in g lesa b a jo el gobierno de los Tudor,
o frece dos exp licaciones: la paz d o m é stica y la nueva geografía
del com ercio m undial, que ca m b ió la localización de Inglaterra
en el «m undo» y por lo ta n to a ca b ó con la concentración de
su población en el sur y en el e ste . «C om o una planta en una
m aceta, abandonada largo tiem p o en un alféizar y después
transferida a un jardín, la e c o n o m ía de Inglaterra echó nue­
vos brotes y ram as» ,69. La ex p lic a ció n geográfica de Taylor, que
habla de la p osición de In glaterra en relación con la economía-
m undo, frente al argu m en to de N e f a cerca de sus ventajas geo­
gráficas internas, resu lta m ás sa tisfa c to r ia , dado que aborda
un elem ento que p recisa m en te ca m b ia en el siglo xvi. Más aún,
si recordam os la nueva im p o r ta n cia del com ercio báltico y
atlántico, el razon am ien to re su lta aun m ás fortalecido, Aún
así, y por sí m ism o , resu lta in su fic ie n te para explicar la disi­
m ilitud resp ecto a F rancia. Tal vez ten gam os que buscar en
el interior de Francia fa cto res q u e le im pidieran sacar el mis­
m o partido que In glaterra de la n u eva geografía.
N ótese adem ás que la d u p lic a c ió n de la población de In
glaterra fue selectiv a , p o rq u e su p u so no só lo un crecimiento
dem ográfico sin o tam b ién u na in m ig ra ció n de calidad y una
em igración favorable. Por u n a p a rte, ten em o s la tan señalada

ia Ibid., p. 142. Véase Nef nuevamente: «Inglaterra obtuvo su inde­


pendencia y poder económicos crecientes gracias a la fenomenal expan­
sión del comercio a lo largo de la costa y del realizado por tierra yi
lo largo de los ríos. Esta expansión fue posible mediante la vigorosa
explotación de los recursos y mercados naturales de la isla de Gran
Bretaña, tan rica en minerales y buenas tierras y tan bien provista de
puertos que hacían posible el envío de mercancías por mar, a costos
relativamente bajos, a cualquier puerto de las islas británicas.» War and
human progress, p. 111.
K. W. Taylor, «Some aspects of population history», Canadian Jour­
nal of Economic and Political Science, xvi, agosto de 1950, p. 308.
Formación de clase y co m e rcio internacional 371

entrada de artesanos con tin en tales —pañeros de Flandes, meta­


lúrgicos alemanes, etc— , cuya llegada se atribuye usualmente
a la agitación de las guerras de religión. Pero si fueron a Ingla­
terra es porque, com o argum enta G. N. Clark, Inglaterra se
había convertido en «el lugar en que el capital y la gestión em­
presarial podían ob tener una mayor remuneración» ,7°. Recor­
demos, no obstante, que el fin de la era isabelina fue un mo­
mento de tensión econ óm ica y social: excesivos gastos de la
corte, crecimiento de la población combinado con los cerca-
mientos, y de ahí el crecim ien to del vagabundeo. Como F. J.
Fisher nos recuerda, los contem poráneos consideraban a la
Inglaterra isabelina «com o un país en el que la presión de la
población estaba llevando gradualm ente a muchos a la pobre­
za y posiblemente d ism in u yen d o el ingreso per cápita nacio­
nal» ,7>.
Existen dos form as de abordar el problema del excedente
de población en el sen o de un país: desplazarlo de las ciudades
(es decir, segregarlo geográficam ente), o directamente sacarlo
del país. En la Inglaterra de los Tudor y los Estuardo, se in­
tentaron los dos m éto d o s. Por una parte, las leyes de pobres,
las «leyes contra los pobres», com o las llama Braudel172, les
empujan hacia las áreas rurales, hacia un modo de vida mar­
ginal. Por otra parte, es p recisam en te en estos momentos cuan­
do Inglaterra em pieza a pensar en la colonización ultramarina,
en primer lugar en Irlanda, m ás o m enos desde 1590, después
en Norteamérica y las In d ias Occidentales. En el caso de la
emigración externa, el atractivo para los emigrantes era la
movilidad s o c ia l,73. M alow ist sugiere que busquemos una «ex­
plicación de la segun da ola de expansión europea, que comien-

,ΛClark, Wealth of England, ρ. 51. Véase Edward Taube, «German


craftsmen in England during the Tudor period», Journal of Economic
History, iv, 14, febrero de 1939, pp. 167-168. Una descripción de las diver­
sas formas en que los inmigrantes flamencos «alteraron los patrones de
la vida inglesa, a la vez en cuestiones básicas y triviales», se encuentra
en John J. Murray, «The cultural impact of the Flemish Low Countries
on sixteenth and seventeenth century England», American Historical Re-
view, lxii, 4, julio de 1957, pp. 853 ss. En este período se produce tam­
bién la primera inmigración galesa importante a Inglaterra. Véase Bin-
doff, Tudor England, ρ. 24.
,TIFisher, Economica, xxiv, p. 16. ,
mBraudel, Civilisation matérielle, p. 56. G. N. Clark señala: «A par­
tir del año de la Armada Invencible, la Corona intentó detener el desa­
rrollo de Londres, primero mediante leyes del Parlamento, después me­
diante proclamas, comisiones y procedimientos judiciales.» Wealth of
England, ρ. 94.
1,1Véase Stone, Past and Present, 33, pp. 32-33.
372 [ m m a n u e l Wallersitin

za a fin a les del sig lo x v i — la de In glaterra, Holanda, y, en menor


m ed id a, Francia— , no só lo en lo s fa cto res comerciales, diados
a m en u d o, sin o en la n ecesid a d d e d isp on er del excedente de
p o b la ció n . Señala que m u ch o s co n sid era n a la expansión de-
m ográ fica un estím u lo a la ex p a n sió n económ ica, pero nos re­
cu erd a que ex iste un p u n to ó p tim o . «Las situaciones económi­
ca s d ifíciles y ciertas situ a c io n e s so c ia le s desfavorables al pro
greso eco n ó m ico parecen, p o r tan to, crear condiciones que
favorecen la em igración , in clu so la m á s arriesgada»m. Una vez
m ás, só lo los óp tim o s p u ed en ser co n sid era d o s en un país «pro
m atu ram en te su perp oblado» ,7S. C om o Inglaterra, Francia ex­
p ortó su población, a E sp añ a en lo s sig lo s xv y xvi (para reem­
plazar a los m o risco s e x p u lsa d o s), m ás tarde a las «islas» de
Am érica, y m ató a m u ch o s en la p ersecu ció n de los protestan­
tes 174517617. A finales del sig lo x v m , sin duda la población de Francia
estab a de nuevo eq u ilib rad a ,77. P ero tardó m ucho más que In­
glaterra en llegar a ese eq u ilib rio y fu e a costa de una guerra
interna que fortaleció a algu n as fu erzas desfavorables y ahu­
yen tó a las favorables (d e sfa v o r a b le s y favorables, claro está,
para la tran sform ación in d u stria l). E sta s ventajas del desarro
lio inglés quedan claras con la sa lid a de la crisis económica
europea de la década de 1620. N o o b sta n te, antes de tratar
este punto d eb em os o b serv a r lo q u e ocu rrió en Francia entre
C ateau-Cam brésis y la crisis.
Para Frank C. S p o o n er, «la d éca d a 1550-1560 es decisiva
[para F r a n c ia ]» 178. V ien e m arca d a por una súbita escasez de
oro que hace que la a ten ció n de F ran cia se centre en la explora
ción de Africa, y lleva a un d e sa r r o llo de las regiones marítimas
occid en tales. M arca el a sc e n so de P arís co m o centro financiero

174 Malowist, Annales ESC, xvn, p. 929.


175 Braudel, Civilisation matérielle, p. 37. Lublinskaya señala que esto
ya fue sostenido por A. de Montchrétien en 1615. Véase French absolu­
tism, p. 132.
176 Sin embargo Pierre Goubert sostiene que la población francesa
creció de forma estable durante el siglo xvi, pese a las guerras de reli­
gión. «Recent theories and research in French population between 1505
and 1700», en D. V. Glass y D. E. C. Eversley, comps., Population a
history, Londres, Arnold, 1965, p. 465.
177 Sin duda la gran epidemia de 1628-1633 contribuyó en este sentido.
Véase J. Meuvret, «Demographic crisis in France from the sixteenth to
the eighteenth century», en D. V. Glass y D. E. C. Eversley, comps., Po­
pulation in history, Londres, Arnold, 1965, p. 509. La peste también hizo
estragos en Alemania e Italia.
171 Frank C. Spooner, «A la cóte de Guinée sous pavilion franjáis
(1559-1561)», Studi in onore di Armando Sapori, Milán, Istituto Edit, ft
salpino, 1957, π, p. 1.001.
Formación de clase y c o m e rc io internacional 373

(contrapuesto a Lyon, que declina definitivam ente hacia 1570),79.


Más aún, viene m arcada por la explosión de las guerras civiles
de religión en las que se vería envuelta Francia durante el resto
del siglo. Este doble d esarrollo (de las regiones marítimas y
París), y las guerras de religión, no carecen de relación.
La inflación afectó a los ingresos de la nobleza, particular­
mente de la baja n ob leza que vivía de rentas fijas. Pero los
campesinos no se b en eficiaron de ella, como normalmente po­
dría esperarse, debido a la devastación producida por la guerra
civil. Una im portante con secu en cia fue el enorme incremento
de la importancia del aparato de Estado, no sólo por la enorme
expansión del arren d am ien to de im puestos que se dio en esta
época, sino tam bién p o rq u e los nobles que deseaban sobrevivir
económicamente b u scaron refugio financiero en su incorpora­
ción a la corte I80.
Francia, en esta ép o ca , se veía frente a un problema impor­
tante, al intentar reo rien ta rse en el nuevo mundo europeo tras
Cateau-Cambrésis. N o era ni carne ni pescado, pues ya no era
un imperio, pero ta m p o co era aún una nación-Estado. Estaba
organizada m itad y m itad para el transporte terrestre y el ma­
rítimo. Su aparato de E sta d o era a la vez demasiado fuerte y
demasiado débil.
Existen dos terren os en los que esta ambigüedad de opcio­
nes puede verse cla ra m en te. Uno es el del comercio, el otro la
política y la religión. La realidad de las zonas económicas de
comercio no encajaba co n las fronteras políticas. Esto era cier­
to en alguna m edida en toda Europa, por supuesto, y en alguna
medida es siem pre cierto , pero resultaba particularmente des­
carado en el caso de Francia, especialm ente comparando a
Francia con sus gran d es rivales económ icos futuros: Inglaterra
y el norte de los P a íses B a jo s. Em ile Coornaert describe así
la situación a p rin cip io s d el siglo xvi:
En la región que, a grandes rasgos, va desde París y la curva del
Loira al Mediterráneo, Francia formaba parte de una zona eco­
nómica que estaba aún marcadamente bajo la influencia de los
italianos, principales hom bres de negocios, maestros en las técnicas
comerciales, desde finales de la Edad Media, en toda Europa occi-

,n Véase Braudel, La Méditerranée, i, p. 449. Véase Emile Coornaert,


«Les échanges de la France avec l’AUemagne et les pays du Nord au
xvr siécle», Revue d'Histoire Economique et Sociale, xxxv, 3, 1959, pá­
gina 244.
mVéase Henri Hauser, «The characteristic features of French eco­
nomic history from the middle of the sixteenth century to the middle
of the eighteenth century», Economic History Review, iv, 3, octubre de
; 1933, páginas 261-262.
374 I m m a n u e l Wallersiein

dental. Gracias especialmente a ellos, esta zona era la más dcsano


liada desde el punto de vista de la organización y los modos de
trabajo. En Francia, el polo, y al mismo tiempo el puerto de salida
de esta parte del país, era Lyon, que le ponía en contacto con c!
sur y el centro del continente y contribuía de forma bastante activa
a sus relaciones con el noroeste. Este último, que incluía el norte
de Francia y el frente marítimo francés de poniente, los Países Ba
jos, Inglaterra y el margen renano del imperio, constituía otra
zona. Su centro era Amberes, que controlaba los contactos con el
norte de Europa v, en gran medida, con Alemania. Desde el punto
de vista de las técnicas, estaba en camino de llegar al nivel de la
zona meridional de Europa m.
E sta división ec o n ó m ica sig n ifica b a que Francia estaba más
le jo s de tener una eco n o m ía nacional que Inglaterra, y mucho
m ás cerca que E spaña. P ero m ien tra s que el problema de
E spaña era que form aba p a rte de. un conjunto mayor, el im­
p erio de los H absburgo, q u e, al m en o s bajo Carlos V, no con­
trolaba en realidad, el p ro b lem a de Francia era que a partir
de 1557 se veía atraída al m en o s en tres direcciones. El cora­
zón p o lítico del país — a g ra n d es ra sg o s el noroeste, incluyendo
la capital— se veía a tra íd o h acia una zona continental, la
econom ía que había sid o d o m in a n te en el «primer» siglo xvi,
es decir, estaba ligada a A m b eres e in clu so después de su decli­
nación I82. El n o ro este y o e s te de F ran cia se veían atraídos hacia
la nueva econ om ía-m u n d o y su c o m e r c io atlántico y báltico10.

1.1 Coornaert, Revue d'Histoire Economique el Sociale, xxxv, p. 241


1.2 «El hecho de que Amberes continuara atrayendo poderosamente a
los franceses, mucho tiempo después de 1550, se explica por la fragmen­
tación económica de Francia, país cuyo equipamiento industrial todavía
era además en gran medida insuficiente.» Jan Craeybeckx, «Les franjáis
et Anvers au xvie siécle», Annales ESC, xvn, 3, mayo-junio de 1962, pá­
gina 548. Nef sostiene, de hecho, que se trataba de una insuficiencia ero
ciente: «[Los] cincuenta años de rápido crecimiento de la industria in­
glesa [1550-1600] fueion en Francia un período de retroceso.» Conquest
of the material world, p. 146.
,e) Véase J. H. Parry, «Colonial developments and international rivalry
outside Europe, i, America», New Cambridge Modern History, m, R.
B. Wernham, comp., The Counter-Reformation and the price revolution,
1559-1610, Londres y Nueva York, Cambridge Univ. Press, 1968, p. 51ft
H. A. Innis señala que: «En la primera mitad del siglo xvi, las flotas
pesqueras en el Nuevo Mundo habían pertenecido principalmente a Fran­
cia.» The Cod fisheries, New Haven (Connecticut), Yale Univ. Press, 1M ).
página 49. Tanto los puertos del Canal como los de Vizcaya se dedicabar
a ello. El comercio era tan extenso que podía mantener «la producción
de un excedente de pescado seco para el mercado inglés».
De forma similar, Jeannin señala: «En las expediciones marítimas
francesas al Báltico, el primer papel corresponde [...] seguramente a
Dieppe [...] Los barcos franceses que cruzan el Sund en el siglo xvi pro
ceden en su gran mayoría de Normandía, y entre los normandos predo-
Formación de clase y comercio internacional 375
El sur de Francia estaba desarrollando el sistema de métayage
que discutimos p reviam ente, com o parte del movimiento gene­
ral del Mediterráneo cristian o hacia la producción primaria,
hacia una agricultura cap italista orientada a la exportación ,M.
Para Henri H auser esta variopinta asociación de actividades
y orientaciones creó una «feliz situación en la que [Francia]
podía prescindir de su s vecin os, m ientras que éstos no podían
prescindir de ella» l8S. In clu so quiere llamar a esto «autarquía».
En mi opinión se trata exactam ente de lo contrario, de una
situación en la que Francia es una suma de fuerzas económi­
cas centrífugas. El d eseo de contrarrestar este fraccionamien­
to es lo que lleva a los controladores del aparato de Estado a
moverse tan esp ectacu larm en te para reforzarlo, para crear el
Estado más fuerte de Europa, que se convertiría bajo Luis XIV
en el mismo m odelo, para sus contemporáneos y para la his­
toria, de la m onarquía absoluta.
Una de las fu en tes cru ciales del dilema económico de Fran­
cia surge de un cam b io en el sustrato tecnológico de la eco­
nomía-mundo europea. Para apreciar su importancia, debemos
primero analizar algu n os datos contradictorios sobre los cos­
tos relativos del tran sp orte m arítim o y terrestre en la Europa
mina la gente de Dieppe.» Vierteljahrschrift für Sozial· und Wirtschafts-
teschichte, xun, p. 329.
El extenso comercio francés con Escocia tenía dos segmentos: un
comercio de Normandia en el que se exportaban manufacturas y servi­
cios y un comercio de Vizcaya en el que se exportaban sal y vino. Véa­
se Lythe, The economy of Scotland, pp. 172-182. El primero era muy
similar al que los Países Bajos mantenían con Escocia en esa época.
«Ambos [el norte de Francia y los Países Bajos] tenían sus propios pro­
ductos vegetales distintivos, ambos tenían un nivel de técnica industrial
relativamente alto, ambos servían como puntos de venta de bienes exó­
ticos procedentes de tierras más lejanas» (pp. 174-175).
,M«Tal como se practicaba, el métayage parece ser un modo de pro­
ducción esencialmente capitalista, que respondía a las necesidades de
los propietarios burgueses.» G. E. de Falguerolles, «La décadence de
l'économie agricole dans le Consulat de Lempaut aux x v ii * et xvm* sié-
des», Annales du Midi, l t i i , 1941, p. 149. De Falguerolles sostiene que el
origen de este sistema debe buscarse en las deudas acumuladas por los
pequeños tenedores de tierra a consecuencia de la subida de los impues­
tos reales y de la inflación de los precios a finales del siglo xvi. Véanse
páginas 142-146. Considera que el sistema imponía una enorme carga a
la tierra, al requerir que ésta posibilitara: 1, el pago de impuestos me­
diante exportaciones de trigo; 2, los pagos de renta a la burguesía (re­
parto del grano, hortalizas, productos animales, ladrillos, cosecha de
otoño, primeros frutos de un árbol); 3, la subsistencia de los hombres
yel ganado. La combinación de estas tres cargas condujo a la catástrofe
hacia el siglo xvm: «agotamiento de la tierra, ruina de la burguesía,
miseria de la población rural» (p. 167).
m Hauser, Economic History Review, iv, p. 260.

13
376 I m m a n u e l Wallerstein

p rein d u stria l. Por una p arte e stá el argum ento frecuente, y


a p a ren tem en te ob vio de q u e en la E uropa preindustrial «el
tra n sp o rte terrestre era aun extraordinariam ente caro, y las
n a cio n es que tenían m ejo r co n tro l del com ercio marítimo se
asegu rab an una m ayor rapidez en el crecim ien to económico»
M ás aún, com o sugiere K risto f G lam ann, la teoría de los círcu­
lo s q ue se ensanchan co m o resu lta d o de las relaciones econó­
m ica s se aplica p a rticu la rm en te al co m ercio marítimo. De he­
ch o, d ice, «el com ercio in tern a cio n a l [v ía rutas marítimas] re­
su lta en m u ch os casos m ás b arato y m ás fácil de establecer
q u e el com ercio d o m éstico » ,87. P or o tra parte, Wilfrid Brulez
señala:
En el siglo xvi [...] el transporte terrestre mantenía un papel
primordial. Este hecho es indisputable en el caso del comercio entre
los Países Bajos e Italia: aunque contaban con Amberes, una salida
marítima de primera categoría, y lo que es más, un centro mun
dial, los Países Bajos mantenían la aplastante mayoría de sus re­
laciones comerciales con Italia por vía terrestre. [El comercio ma
rítimo] entre los dos países existía, pero su importancia no pasó de
mínima ,88.
La situ ación parecía ser d ife r e n te en el siglo xvn. ¿Qué ha­
bía pasado? Muy sim p le. P arece q ue, aunque hubo mejoras
tecn ológicas, tanto en el tra n sp o r te m arítim o como en el te­
rrestre, en esta ép oca, la r e p e rc u sió n de las mejoras fue dife­
rente, hasta el p un to de que «para b ien es m uy pesados y volu­
m in osos el tran sporte por agua era el m ás económ ico en todas
las circu n stan cias [c o n la e x c e p c ió n de ganado vivo]»189. El
desarrollo del fluyt h o la n d és, al q ue n o s referim os anterior­
m ente, fue p rob ab lem en te d e u n a im p o rta n cia clave en este
aspecto. A la inversa, en el sig lo x v i el transporte terrestre
seguía siend o un m ed io m ás b a ra to , m ás eficiente y más se­
guro para el trasp orte de h o m b r e s, m anufacturas ligeras y
de alto p recio, y m eta les p r e c io so s ,90.

,w K. Berrill, Economic History Review, 2.· serie, χιι, 3, p. 357.


1,7 Glamann, Fontana Economic History of Europe, π, p. 7.
,MWilfrid Brulez, Studi in onore di Amintore Fanfani, iv, p. 125. Ade­
más, añade Brulez, parece que los mismos factores explican el que la
mayor parte ael comercio angioitaliano fuera por tierra en esta época:
«Ciertamente los textiles, que eran el corazón del comercio angioitaliano,
nunca usarqn la ruta marina excepto de forma secundaria, y a lo largo
de todo el siglo continuaron siendo transportados por tierra» (p. 126).
,MGlamann, Fontana Economic History of Europe, π, p. 31.
m Véase Jacques Heers, «Rivalité ou collaboration de la terre et dc
l'eau? Position générale des problémes», Les grandes voies maritime* dans
le monde XVl-XIXc siécles (Commission Internationale d'Histoire Mari­
time, Vil* Colloque), París, sevpen, 1965, pp. 47-50.
Formación d e c l a s e y c o m e r c i o in t e r n a c io n a l 377

¿Qué significado tiene esto para Francia? Ya presentamos la


política del «primer» siglo xvi girando alrededor de los inten­
tos de Francia y E spaña por transformar la economía-mundo
europea en un im perio-m undo. A pesar de las exploraciones
del Atlántico, estos in ten to s estaban orientados primariamente
en torno a las rutas terrestres. De hecho, esto puede haber
sido una causa su plem en taria de su fracaso. La política del
«segundo» siglo x v i gira en torno a la creación de naciones-
Estado coherentes cap aces de obtener ventajas político-comer­
ciales en el m arco de una econom ía-m undo no imperial. Estos
intentos estaban o rien ta d o s prim ariam ente a la máxima utili­
zación de las rutas m arítim as (externas e internas). Las ven­
tajas geográficas n atu rales de los Países Bajos del norte y de
Inglaterra les sirvieron m uy bien en este caso. La política de
Francia era una ten sión , a m enudo no explicitada, entre quie­
nes se orientaban hacia la tierra y quienes lo hacían hacia el
marm. La diferencia crítica entre Francia, por una parte, e
Inglaterra y las P rovin cias U nidas, por otra, era que en el caso
de estas últimas la o rien ta ció n hacia el mar y el deseo de cons­
truir una organización p o lítica y una economía nacional fuer-

mVéase al análisis que realiza A. L. Rowse de cómo el Estado fran­


cés no supo responder a mediados del siglo xvi a los intereses de los
gmpos orientados hacia el mar: «En la década de 1550 intérlopes fran­
ceses mostraban creciente actividad en las Indias Occidentales. Pero por
la tregua de 1556 Francia aceptó la petición de Felipe II de que se pro­
hibiera este comercio excepto bajo especial licencia suya, licencia que
oo sería fácilmente obtenible, podemos suponer. Los capitanes france­
ses se negaron a aceptar esto, pero carecían del apoyo de su gobierno.
Compárese con Inglaterra bajo Isabel: el hecho de que Inglaterra fuera
protestante fue una ventaja inestimable; nos dejó las manos libres, y
no nos vimos obstaculizados ni contenidos como lo fueron los france­
ses. Por el tratado definitivo de Cateau-Cambrésis (1559) Enrique II re­
nunció, en aras de la unidad católica, a toda empresa francesa en Amé­
rica del Sur (...] iLo que Francia perdió a causa del miserable (y orto­
doxo) Valois! La antorcha pasó a manos del almirante Coligny, el líder
hugonote, exponente verdadero y con una visión de largo alcance de los
intereses de Francia.» The Elizabethans and America, Nueva York, Mac­
millan, 1959, pp. 7-8. Sin duda es necesario prescindir del entusiasmo
protestante de Rowse. Pero me parece sólida la descripción del conflicto
intemo entre los diferentes grupos en Francia, y de sus consecuencias
para el papel francés en la economía-mundo. La cuestión sobre el pro­
testantismo, como ya hemos analizado al tratar de su decadencia en
Polonia, es que quienes tenían intereses en el nuevo empuje de las na-
ciones-Estado operando en una economía-mundo tendían a encontrar
coherente el ser protestantes, simbolizando de esta forma una oposición
al poder imperial y la Weltanschauung de los Habsburgo, quienes se
hallaban particularmente ligados a la Contrarreforma a partir de Cateau-
Cambrésis.
I m m a n u e l Wallersiein

tes eran co m p a tib les, m ien tra s que para Francia, a causa de
su geografía, e sta s o p cio n es eran en cierto modo contradic
torias.
La prim era p ista m arcada q u e ten em o s de esto, surge de las
co n tro v ersia s religio sa s y gu erra s civ iles que sacuden a Fran­
cia d esd e la m uerte de F ra n cisco II, en 1560, hasta la paz pro­
clam ada en el E d icto de N a n tes de 1598.
O bservem os b rev em en te algu n a de las coordenadas geográ­
ficas y de clase de la lucha relig io sa . M ientras Francia estuvo
orien tad a fu n d am en talm en te a una lucha con el imperio Habs-
burgo y con tó con Lyon co m o ca n d id a to a supremo centro de
co m ercio in tern acion al, la to lera n cia religiosa fue posiblew.
D esp u és de C ateau-C am brésis esta n ecesid ad internacional fi­
nanciera de tolerancia relig io sa d esa p a reció . Al mismo tiempo,
la prosperidad de Lyon d eclin ó , ta n to por su menor importan­
cia com o centro fin a n ciero c o m o p orq u e fue un importante
cam p o de batalla en las g u erras de r e lig ió n 193. Las guerras ha­
bían unificado m uchas fu erza s d isp a res, cuya política quedaba
frecu en tem en te separada de su s m o tiv a cio n es originales, como
su ele ocurrir en m ed io del ca lo r de largas agitaciones políticas.
N o ob stan te, p od ríam os d esen m a ra ñ a r algunos cabos. La na­
rración de H u rstfield de lo s o r íg e n e s de las guerras civiles, en
la New Cambridge Modern History, es la siguiente:

En Francia, durante este período, la tensión entre la monarquía


y la nobleza explotó en una larga y sangrienta lucha. Por supuesto,
es bien sabido que las guerras civiles de religión tuvieron causas
seculares no menos poderosas que las causas religiosas [...] El
movimiento calvinista en Francia, al principio, a mediados del si­
glo xvi, se había asentado entre mercaderes y artesanos, y sus pri­
meros mártires —como en Ja Inglaterra mariana— procedían de
las capas más humildes. Pero cuando empezaron las guerras civiles
en 1562, la nobleza, tanto la alta como la provincial, se había unido
a él, y de hecho había tomado su control. Sus contemporáneos en

1,2 «En 1552, para cubrir los gastos de la expedición a Alemania, el


Rey, o más bien Tournon, recurrió no sólo a los italianos, sino a los
hermanos Zangmeister, de Augsburgo, y a Georg Wcikman de Ulm, es­
tablecidos los tres en Lyon. El Rey tomó bajo su protección a estos agen­
tes de las finanzas alemanas antiimperialistas, garantizó su libertad re­
ligiosa, y les prometió secreto.» Henri Hauser, Journal of European Bu­
siness History, n, p. 247.
,w «En Francia la crisis de San Quintín fue seguida casi inmediata­
mente por el estallido de las guerras de religión. La ciudad de Lyoa
quedó ahora particularmente expuesta, en razón de su posición geográ­
fica. Fue ocupada, sitiada y saqueada, por turno, por católicos y hu«o
notes, y amenazada por todos los enemigos de Francia, con el duque de
Saboya a la cabeza.» Hauser, ibid,, p. 255.
Formación d e c l a s e y c o m e r c i o in t e r n a c io n a l 379

Francia reconocieron la importancia de distinguir entre ambas alas


del movimiento describiendo a uno de los grupos como «hugonotes
de religión», y al otro como «hugonotes de Estado». Estos últimos
representaban mucho más que una distinción religiosa. Represen­
taban la ya vieja hostilidad de las familias gobernantes de la Francia
provinciana al poder de París; a la Corona y su aliado, la Iglesia
católica; y por encima de todo a los Guisa, la familia más estrecha­
mente identificada con esta Iglesia y más furiosamente opuesta a
los objetivos e intereses de aquellas casas nobles provinciales y a
menudo en decadencia. (El uso tradicional de la expresión «nobleza
provincial» confunde en parte la cuestión: la mayor parte de sus
miembros hubieran sido considerados en Inglaterra como pertene­
cientes no a la nobleza, sino a la familia de los caballeros y la
gentry.)w.
Hurstfield dibuja así un cuadro de Francia cercano ai que
Trevor-Roper traza de Inglaterra, con el campo frente a la
corte, y tal cuadro evoca la misma falta de claridad que la ana­
logía inglesa: ¿estaba la nobleza (o la gentry) en «ascenso» o
en «decadencia»? ¿Con arreglo a los intereses de quién actuaba
en la práctica el Estado?
Situemos junto a Hurstfield el cuadro que nos traza Koe-
nigsberger en el mismo volumen de la Cambridge History:
Después de la bancarrota de 1597, Enrique II extrajo otros siete
millones de libras, en impuestos extraordinarios, de sus infortuna­
dos súbditos. No obstante, se había llegado al límite. Había revuel·
tas campesinas en Normandía y el Languedoc. Los nobles, aunque
exentos de los impuestos, habían gastado sus ingresos e hipotecado
ovendido sus posesiones al servicio del rey en los grandes rescates
exigidos por la liberación de nobles prisioneros tras el desastre de
SanQuintín (1557) (...]
En las ciudades, los pequeños artesanos y tenderos se habían visto
golpeados por la fuerte imposición y por el hundimiento periódico
de la capacidad adquisitiva rural que sucedía a las malas cosechas,
como la de 1557. Los jornaleros veían crecer los precios a mayor
velocidad que los salarios, y cómo la creciente influencia y rigidez
de los gremios bloqueaban el avance de la mayoría hasta la maes­
tría [...]
Después de 1559 la nobleza se unió al movimiento en gran nú-
mero, especialmente en el sur [...]
Sólo [en 1573] la organización hugonote alcanzó su total desarro­
llo, en un amplio arco que se extendía desde el Delfinado, a través
dela Provenza y el Languedoc, hasta Bearn y la Guyena. Al igual que
en los Países Bajos, la revolución triunfante tendía a quedar locali-
lada, tanto por una alianza con los sentimientos provinciales con­
tra las interferencias del gobierno central como por las esperanzas
de la situación militar ,95.
1MHurstfield, New Cambridge Modern History, in , p. 131.
mH. G. Koenigsberger, «Western Europe and the power of Spain*,
New Cambridge Modern History, m, R. B. Wernham, comp., The Coun-
ler-Rejormation and the price revolution, 1559-1610, Londíres y Nueva
380 I m m a n u e l Wallerstein

C om o reacción an te e sto , su rg iero n uniones locales católicas,


h a cien d o tam bién h in ca p ié en su identidad regional y sus as
p ira cio n es a la (tra d icio n a l) a u to n o m ía provincial. Los localis
tas de París se p u sieron del lado de la Liga C atólica,96. Más aún,
a m b os cam p os estab an lig a d o s a fuerzas exteriores, los hugo»
n o tes a Inglaterra y a lo s p rín cip es protestantes de Alemania,
lo s ca tó lico s a R om a y a lo s g o b ern a n tes de España y Saboya.
«Así, todos los m o v im ien to s rev o lu cio n a rio s del período esta­
ban ligad os a p od eres e in te r e se s exteriores a sus fronteras
n acion ales» 197.
El rey Enrique III, in ten ta n d o arbitrar en la lucha, acabó
golp ean d o y en fren tá n d o se a a m b o s cam p os. En un sentido fue
un b rillante golpe tá ctico in ten ta r apaciguar el conflicto por
m ed io del reco n o cim ien to d el p reten d ien te protestante, Enri­
que de Navarra (E n riq u e IV ), co m o su ceso r suyo, con la con­
dición de que se h iciera ca tó lic o . Fue entonces cuando Enri­
que IV lanzó su fam osa frase: «Paris vaut une messe,* Nóte­
se que era París, no F rancia, y q ue fu e Enrique de Navarra
quien lo dijo.
E nrique IV cam b ió de ca m p o , co sa que resultó fácil dado
que sus m otivacion es eran d ife r e n te s a las de su base de ma­
sas. La nobleza en to n ces se a p a rtó en general del conflicto, y
se hizo católica. E sto q u itó el d eto n a d o r al conflicto religioso,
y por tanto d eb ilitó a la o p o sic ió n p o lítica 198. También frustró
a las clases b ajas, q ue se lan zaron a las iracundas pero rela­
tivam ente in efica ces jacqueries 199. Al fin al los hugonotes esta-

York, Cambridge Univ. Press, 1968, pp. 281-282, 290. El subrayado es mió
Nótese que Koenigsberger habla de la creciente influencia de los gre­
mios. John U. Nef hace la siguiente comparación: «Pero durante fines
del siglo xvi y comienzos del xvn el sistema de los gremios estaba co
menzando a derrumbarse en Inglaterra, al mismo tiempo que se estaba
extendiendo y fortaleciendo en Francia.» Industry and government, p. &
,w Véase Koenigsberger, New Cambridge Modern History, ni, pa­
ginas 302-303.
*" Ibid., p. 292.
m «La religión fue la fuerza de unión que mantuvo unidos los intere
ses divergentes de las diferentes clases y les proporcionó una organiza­
ción y un aparato de propaganda capaces de formar los primeros parti­
dos verdaderamente nacionales e internacionales de la historia de la
Europa moderna; pues estos partidos nunca abarcaron más que una
minoría de cada una de sus clases constituyentes. Era a través de la
religión como podían apelar a las clases bajas y a las turbas para que
expresaran la ira de su pobreza y la desesperación de su falta de trabajo
a través de fanáticos pillajes y bárbaras matanzas.» Koenigsberger, tfnv
Cambridge Modern History, ill, pp. 306-307.
199 «Cuando los partidos perdieron su ímpetu revolucionario y el con­
tenido social de su retórica, rápidamente perdieron el apoyo de las cía·
I

Formación de clase y c o m e rc io internacional 381

ban asentados region alm ente de form a más fuerte que nunca.
Habían perdido su s con gregacion es en el norte y el este, y
seguían siendo fuertes en el sur 200.
Una de las ex ten sio n es subyacentes era claramente regio­
nal. Por una parte, N orm andía y Bretaña tendían a alejarse del
resto; por otra, lo m ism o sucedía con la totalidad del sur, cuyo
separatismo había p erm an ecid o latente desde su derrota en
el siglo xiii. Las razones de esta tensión eran en ambos casos
que la creación de una econom ía nacional fuerte servía más
para limitar que para am pliar las oportunidades de ganan­
cia de los notables locales: la burguesía del oeste marítimo,
que pretendía usar su d inero para penetrar en el comercio
atlántico-báltico m ejor que para construir una burocracia de
Estado y un ejército; lo s cap italistas terratenientes del sur, que
pretendían un m ercado internacional libre. Los partidarios del
centro no tenían una orien tación anticapitalista. Tenían una
orientación esen cia lm en te interm edia: fortalezcamos primero
el Estado y d esp ués vendrán las posibilidades comerciales.
Al igual que en Inglaterra, la monarquía estaba atrapada
en la contradicción de d esear la creación de una economía na­
cional basada en n u evas fuerzas que pudieran competir con
éxito en la nueva econom ía-m u n do, y constituir la cumbre de
un sistema de esta tu s y p rivilegios basado en fuerzas social­
mente conservadoras. Con el deseo de no elegir imprudente­
mente, el rey — tanto en Francia com o en Inglaterra— se sentía

ses bajas. Las devastaciones causadas por las guerras de la Liga, y la


creciente miseria de los campesinos franceses, produjeron un número
creciente de movimientos campesinos dirigidos contra los señores y sus
rentas, contra el clero y sus diezmos, y contra los recaudadores de im­
puestos y su taille; pero que no tenían en cuenta la religión o los parti­
dos políticos. Estas jacqueries culminaron en 1594*95 con el movimiento
de los croquants, en la Francia central y meridional. Estos libraron una
batalla campal contra una liga de señores formada con el único propó­
sito de derrotarlos. Este y muchos estallidos similares en el siglo xvn
arrojan una luz sombría sobre la sociedad rural y el sistema fiscal en
Francia; pero no tuvieron consecuencias políticas hasta la revolución
de 1789.» Ibid., p. 307.
Las jacqueries no resultan difíciles de explicar en vista de lo que Le
Roy Ladurie describe como «doble pauperización» sufrida por los nive­
les inferiores del campesinado del Languedoc en los años 1550-1590: «la
que afectó a los pequeños propietarios de tierras, cuyo número aumentó
a causa de la división de las tierras, sin que el ingreso real por unidad
mostrara un aumento que compensara la disminución de las dimensiones
de las parcelas; y la que afectó a los trabajadores asalariados, a conse­
cuencia de la caída de los salarios reales». Paysans du Languedoc, i, pá­
gina 317.
wVéase Koenigsberger, New Cambridge Modern History, m, ρ. 314.
382 I m m a n u e l Wallerstein

m á s a g u sto en su v ertien te a risto crá tica que en el papel de


in tr o d u cto r de lo nuevo. Lo q ue d ifería, no obstante, era que
en In glaterra los elem en to s c a p ita lista s nacientes, tanto rura­
les co m o urbanos, sen tía n q u e ten ían m ucho que ganar de una
ec o n o m ía nacional m ás fu erte. Francia, sin embargo, tenía
ele m e n to s m ercantiles que se n tía n q ue estaban siendo sacrifi­
ca d o s a un París rem oto, y una agricu ltu ra capitalista en el
su r cuya estructura y por lo ta n to n ecesid ad es eran más cer­
can as a las de los terr a te n ien te s de p a íses periféricos como
P olon ia (qu e n ecesitab an u na eco n o m ía abierta por encima
de codo) que a las de lo s terr a te n ien te s in gleses en cuyos domi­
n io s estaban crecien do las n u ev a s in d u stria s caseras. En In­
glaterra había un sen tid o en el q u e el rey podía contar con que
su s o p on en tes se refren aran , d ado q u e su actitud «nacional»
iba en pro de sus in tereses «a c o r to plazo». El rey en Francia
n o podía, y tuvo que u sa r m ed io s m ás severos para mantener
u n ificad o el país; de aq uí la gu erra civ il, en la segunda mitad
del siglo xvi, y el ce n tra lism o b u ro crá tico , que aparecería en
la prim era m itad del sig lo x v n .
El precio, no o b sta n te, fu e elevad o. Las guerras de religión
facilitarían el ascen so del a b so lu tism o , d esd e luego. Pero como
añade M ousnier: «Al co n tra rio q u e en Inglaterra, el desarrollo
del com ercio, la in du stria y la b u r g u e sía se vio frenado [/reí-
« é ] » 201. N i tam poco se h abía p a g a d o todavía el precio total­
m ente. La era de Luis X III y R ich elieu había de ser aun tes­
tigo de u lteriores co sto s. N o o b sta n te , para calcular este precio,
debem os ahora volver a la situ a c ió n general de la economía-
m undo.
El siglo x v i «largo» tocab a a su fin . Y, así lo afirma la ma­
yoría de los h isto ria d o res, e x iste ev id en cia de que había una
crisis. ¿Una o varias crisis? P o rq u e h u b o una recesión econó­
m ica en la década de 1590, u na aún m ayor en la de 1620, y lo
que algunos con sid eran el g o lp e de gra cia alrededor de 1650. No

201 Mousnier, Les XVI* et XVIIe siécles, p. 103. El efecto económico


negativo de las guerras de religión resultó acumulativo, pues, como se­
ñala Η. M. Robertson, «en los lugares en que las condiciones económi­
cas tomaron un giro desfavorable, el uso del Estado como mecanismo
de protección de los intereses existentes y amenazados se convirtió en
una práctica común». En Alemania, la multiplicidad de autoridades sig­
nificó una reducción de los mercados y condujo a la reemergencia de
los gremios y de los monopolios urbanos. «En Francia, también, el po­
der de los gremios había sido reforzado considerablemente hacia fines
del siglo, con las ordenanzas de 1581 y 1597.» «European economic deve
lopments in the sixteenth century», South African Journal o/ Econo·
mics, xviii, 1, 1950, p. 46.
Formación d e c l a s e y c o m e r c i o in t e r n a c io n a l 383

nos extenderemos excesivam en te en la discusión acerca de las


fechas, acerca de si el punto de corte ideal es 1622, 1640 ó 1650.
Spooner argum enta, de hecho, que uno de los elementos cla­
ves a observar acerca de este «punto y divisoria culminantes»
del siglo xvi largo fue que el punto de inflexión «se extendió
alo largo de un periodo de tiem po bastante a m p l i o » H e m o s
elegido como fecha term inal, por diversas razones, la de 1640,
pero no nos co m p ro m etem o s a no traspasar este limite. La
cuestión fundam ental, no obstante, es que, virtualmente sin
excepción, los h isto ria d o res aceptan la idea de que hubo algún
tipo de punto de in flexión crítico en esta época ^
¿En qué co n sistió ? En prim er lugar, en una inversión de
los precios, en la term inación de la inflación de precios que
había sostenido la exp an sión económ ica de la economía-mundo
europea. La tendencia de los precios no se invirtió de golpe.
Resulta crucial, para la com prensión de este período, y para
el subsiguiente d esarrollo de la economía-mundo, ver que, en
general, la inversión ocu rrió antes en el sur que en el norte,
antes en el oeste que en el este, y antes en las áreas marítimas
que en el interior del co n tin en te Existió un desfase, y de no
pocos años.
En España los p rob lem as empezaron poco después de la de­
rrota de la Armada In ven cib le. No obstante, el comercio aún
tuvo sus altos y su s b ajos. Los datos de Chaunu presentan el
año 1608 com o p u n to cu lm in ante del comercio atlántico espa­
ñol. Después viene una etapa sostenida hasta 1622, que Chaunu
atribuye a las cu alid a d es económ icam ente terapéuticas de la
paz temporal 205, segu id a de un definitivo descenso. La derrota

®Frank C. Spooner, «The European economy 1609-1650», New Cam­


bridge Modern History, iv, J. P. Cooper, comp., The decline of Spain and
(he Thirty Years' War, 1609-1648/59, Londres y Nueva York, Cambridge
Univ. Press, 1970, p. 69.
ω Excepto quizá René Baehrel, que va contra la corriente e identifi­
ca un ciclo de precios que va de 1594 a 1689, en el que 1628-1655 es sola­
mente el período intermedio. Véase Une croissance: la Basse-Provence
rurale (fin XVIe siécle-1789), París, sevpen, 1961, pp. 50-57.
304Véase Pierre Chaunu, «Le renversement de la tendence majeure des
príx et des activités au xvii* siécle», Studi in onore di Amintore Fanfa-
ni, rv, Evo moderno, Milán, Dott. A. Giuffré, 1962, p. 231.
* «La paz es quizá el secreto principal de este tan paradójico man­
tenimiento del tráfico más allá de 1608-12 hasta 1619-22, de estos algo
más de diez años que separan con una larga vacilación el claro final
de la fase de influencia de una prosperidad que ya no existe y el claro
punto de comienzo de la fase descendente del Atlántico español.» Pierre
Chaunu, Séville et VAtlantique (1504-1650), vm (2 bis), La confoncture
(1593-1650), París, sevpen, 1959, p. 889. Véanse también pp. 1404-1405.
384 I m m a n u e l Wallerstein

p o lítico -m ilita r de la A rm ada In v en cib le, no obstante, no hizo


m ás que pinchar un glob o, de p ared es ya excesivamente del­
gad as por el agotam iento de la b ase de recursos de la prospe­
ridad española. La ex p lo ta ció n esp a ñ o la de las Américas había
sid o particularm ente d estru ctiv a , una especie de caza y reco­
lecció n prim itivas llevadas a cab o con una tecnología avanza­
da En este proceso, E spañ a a g o tó las tierras y sus hombres.
M ás aún, España no só lo a g o tó la m ano de obra india; agotó
en otras form as, com o h em o s v isto , su propia mano de obra®.
Una m uy im portan te co n se cu en cia fue la caída de la impor­
tación de m etales p recio so s. Por ejem p lo : la importación anual
m edia de ésto s a Sevilla, p ro ced en te de las Américas, en el
p eríod o 1641-1650, fue el 39 p or 100 de lo importado en el pe­
ríodo 1591-1600, en el ca so de la p lata, y sólo el 8 por 100 en
el del oro. La producción de m eta les p reciosos había caído «víc­
tim a de la inexorable ley de la d ism in u ció n de los rendimientos
m arginales y la caída de las g a n a n c ia s m. No obstante, dado
que el com ercio no d ism in u yó de rep en te — de hecho siguió ex­
pandiéndose— la devalu ación era in evitab le.
Aquí supuso por prim era vez una d iferencia crucial la exis­
tencia de una única eco n o m ía -m u n d o de desarrollo nacional
desigual. Los p aíses del n o ro este de E uropa devaluaron mucho
m enos que los de Europa del su r, cen tro y este 2067*09. Hablamos
por su pu esto de precios de los m e ta le s preciosos. René Baehrcl
tiene una digresión m uy b rilla n te en la que demuestra que
los cam bios de los p recio s de lo s m eta les preciosos no están
relacionados n ecesaria m en te con la s variacion es de los precios,
y que los hom bres tom an su s d e c isio n e s económ icas reales fun-

206 «En el siglo xvi toda América había sido vista como un inmenso
campo de recolección. La recolección, ya se realizara transfiriendo sim­
plemente a los circuitos comerciales riquezas potenciales atesoradas
mediante siglos de trabajo estéril, o escarbando los filones superficiales
o las tierras más cercanas a las rutas de transporte, sólo fue posible
gracias a un intermediario, gracias al sostén de la humanidad indigena.
Pero el primer uso que se hizo de los indios con este fin fue destructivo
para los hombres, sin ningún cuidado para conservarlos, utilizados como
riquezas que no se intenta restablecer. De aquí el rápido agotamiento
en cuarenta años del área sembrada, en setenta años de toda la super­
ficie. Hasta el punto de que las grandes plantaciones del siglo xvn tu­
vieron que hacer uso exclusivo de mano de obra importada.* Chauna
ibid., pp. 1422-1423.
207 Véase ibid., pp. 1423-1425.
m Spooner, New Cambridge Modern History, ιν, p. 79.
209 Spooner deja esto perfectamente en claro en ibid., cuadro 2 (pá­
gina 86) y mapa 1 (p. 87). Inglaterra y Holanda son los países que más
resisten a la devaluación; Polonia, Génova y España, los que menos.
Francia estaba tan sólo ligeramente mejor que España.
Formación d e c l a s e y c o m e r c i o i n t e r n a c io n a l 385

damentalmente en térm in os de estos ú ltim o s210. Resulta sig­


nificativo, no ob stan te, que haga esto en un libro dedicado a
la discusión de la eco n o m ía de los siglos xvii y xvm . A. D. Lu-
blinskaya señala que lo que distingue al siglo xvii del xvi es
precisamente el h ech o de que, a partir de 1615, por primera
vez, existe «un m o v im ien to independiente de los precios, que
no depende de las en trad as de oro y p lata»2U. Afirma que este
hecho marca el final de la «revolución de los precios». Ruggiero
Romano insiste que la devaluación se agrava súbitamente en
los años 1619-1621: «Lo que im porta es la intensidad del fe­
nómeno»212. Había tal abundancia de dinero en 1619 que el
interés bajó a un 1,2 p or 100, «la tasa de interés mínima abso­
luta de todo el p eríod o 1522-1625»213.
De la depresión gen eral só lo escapan Holanda y en cierta
medida (inm ediatam ente v erem o s en qué medida) Inglaterra214.
De hecho, R om ano argu m en ta que Holanda no sólo escapa,
sino que, más o m en o s, 1590 -1670 es un período de expansión
agrícola h o la n d esa 2IS.

,1#Véase Baehrel, Une croissance, pp. 2-20; también René Baehrel,


•Economic et histoire á propos des prix», en Eventail de l'histoire vi­
vante: hommage á Luden Febvre, París, Armand Colin, 1953, I, pp. 287-
310. Baehrel concluye así este artículo: «Marc Bloch recomendaba que
se prestara atención a las "pantallas sociales". ¿Debemos hablar también
de "pantallas económicas"? Lucien Febvre me enseñó una vez que la
objeción de Lutero contra las indulgencias era que proporcionaban una
falsa seguridad. ¿Podemos decir otro tanto de los precios en metales
preciosos?» (p. 310).
m Lublinskaya, French absolutism, p. 15.
m Romano, Rivista Storica Italiana, lxxiv, p. 522.
ω Ibid., p. 525. Romano toma sus cifras de Cipolla, «Note sulla storia
del saggio d'interesse», cuadro 3. Creo que Romano ha copiado mal la
cifra de Cipolla: debería ser 1,1 por 100.
Véase Ruggiero Romano, «Encoré la crise de 1619-22», Annales ESC,
xix, 1, enero-febrero de 1964, p. 33.
MVéase Romano, Rivista Storica Italiana, lxxiv, p. 516. Incidental-
mente, Glamann explica por qué termina eventualmente esta expansión.
Señala que el papel del grano del Báltico en Europa pierde significación
a partir de 1650, y desde entonces el papel económico holandés declina,
a causa de la aparición de una nueva autosuficiencia en grano en el sur
yel oeste de Europa. Fontana Economic History of Europe, π, p. 42. Esto
a su vez puede explicarse en parte por una reducción de la población
(quizá), y en mayor medida por el aumento tanto de la productividad
como de la extensión de tierra cultivable, que en el caso de la Europa
meridional era parte de su periferización. Además, en la contracción de
la economía-mundo europea entre 1650 y 1750, Inglaterra encontró ren­
table mantener sus altas balanzas comerciales recuperando parte del
comercio internacional de grano que en eras de mayores beneficios ha­
bía cedido a las áreas periféricas.
386 I m m a n u e l Wallersiein

¿Por qué habría esta d o rela tiv a m en te tan aislada la Euro-


pa del n o ro este contra los v ie n to s de m ala fortuna? Chaunu
tien e una explicación que es un ta n to com pleja. En el siglo xvi
lo s p recios en el n o ro este de E uropa aum entaron menos mar­
ca d a m en te que en E spaña, d eb id o al retraso de tiempo en la
llegada de los m etales p recio so s. N o ob stan te, el noroeste de
E uropa siem p re ob tenía parte de su s m eta les preciosos a través
del contrabando. La p ro p orción de m eta les preciosos introduci­
d os por contrabando fue a u m en ta n d o con el paso del tiempo.
Por lo tanto, el im pacto in fla cio n a rio del oro y la plata de con­
trabando estaba crecien d o en p o rcen ta je sobre el impacto to­
tal p recisam en te cuando lo s p recio s esp añ oles comenzaron a
caer. «Los precios del n o rte de E uropa, a causa de su menor
receptividad a los fa cto res d ep resiv o s, tienden por tanto a
ap roxim arse a los n iveles de p recio s esp a ñ o les» 216. Esto pa­
rece un poco traído por lo s p elo s, ya q ue para que fuera plau­
sib le tendríam os que asu m ir q ue no h ub o ninguna caída sig­
n ificativa en el su m in istro a b so lu to , ya no relativo, de metales
p reciosos de contrabando, lo q u e, segú n puede inferirse de
las cifras de Spooner, p r o b a b le m e n te no fuera cierto.
Pierre Jeannin parece esta r m ás en lo ju sto al analizar la
resisten cia del n o ro este de E u rop a a las fuerzas depresivas
com o con secu en cia de las v en ta ja s que esta región tenía en el
seno de la eco n o m ía -m u n d o 2I7. Cita la localización geográfica
(en el A tlántico y en el cru ce de ca m in o s entre los graneros y
bosqu es del n ord este y lo s p a íse s n ece sita d o s de sus exporta­
ciones); las ap titu d es in d u stria les (en raizad as en el pasado,
com o los tejidos in g leses y h o la n d eses; o en el potencial eco­
nóm ico liberado por la ex ten sió n de la econ om ía internacional,
com o el hierro su eco). M ás aún, la m ism a expansión de las
fuerzas productivas en el n o rte su p u so un crecimiento conti­
nuo de la p ob lación p rec isa m en te en un m om ento de decaden­
cia dem ográfica de la región m ed iterrá n ea . Pierre Chaunu es­
tim a que entre 1620 y 1650 la p o b la c ió n del imperio pasó de
veinte a siete m illo n es, d ism in u y en d o la p oblación de Italia en
dos m illon es entre 1600 y 1650.. Relativamente protegidas de

2.6 Chaunu, Séville, vm (2 bis), p. 90.


2.7 «La "prosperidad" que disfrutaba el noroeste no es una forma de
gracia concedida por no se sabe qué poder misterioso; es el resultado
de causas internas, entre las cuales un breve resumen distingue rápida­
mente entre elementos estructurales y coyunturales.» Pierre Jeannin, «Les
comptes du Sund comme source pour la construction d’indices généraux
de l'activité économique en Europe (xvie-xvir siécles)», Revue Hisloñ
que, cexxxi, abril-junio de 1964, p. 325.
Formación d e c l a s e y c o m e r c i o in t e r n a c io n a l 387

esta caída dem ográfica estaban Inglaterra y, esta vez, Fran­


cia"1.
Como fenóm eno g eo p o lítico , esto supuso el final del Atlán­
tico español y el esta b lecim ien to de un Atlántico europeo219. La
guerra, cuya reanudación en 1624 señala de hecho un aplastante
golpe a la econom ía esp añ ola, com enzó con el ataque holandés
a la colonia portuguesa de Brasil, perteneciendo en aquella
época Portugal a la Corona española 22°. En términos del comer­
cio asiático, y en esp ecial la pim ienta, entre 1590 y 1600 los
holandeses y los in g leses invadieron lo que había sido hasta
entonces un m on op olio luso-español, lo que explica el hundi­
miento de los p recios de las e s p e c ia s221. Se puede fácilmente
comprender cóm o lo s h om b res de aquella era desarrollaron
una teoría m ercantilista que les llevó a sentir que «el total de
prosperidad del m undo era constante, y [que] el objetivo de
la política com ercial [ . . . ] era asegurar para cada nación indi­
vidual la mayor parte p o sib le del pastel» 222.
Pero de hecho no era con stante. Por una parte, se podría
argumentar que el final del sig lo xvi supuso para toda Europa
el «hundimiento de la ganancia, la desaparición de las rentas,
el estancamiento eco n ó m ico » 223. Pero es preciso especificar.
Romano insiste que el sig lo xvi fue, «igual que los siglos xn
y xiii, un siglo de gran d es ganancias agrícolas» 224. Es la caída
de las ganancias agrícolas iáciles lo que explica el creciente
papel de la agricultura ca p ita lista a gran escala basada en una
mano de obra agrícola cada vez m ás obligada y peor pagada,

MVcase Pierre Chaunu, «Reflexions sur le tournant des années 1630-


1650», Cahiers d'Hist oiré, x i i , 3, 1967, pp. 259*260.
wVéase Lublinskaya, French absolutism, p. 52.
“ Véase Chaunu, Séville, vm (2 bis), pp. 1535-1537, sobre el impacto
que tuvo en la economía española.
mVéase H. Kellcnbenz, «Autour de 1600: le commerce de poivre des
Fuggers et le marche international de poivre», Annales ESC, XI, 1, enero-
marzo de 1956, esp. pp. 23, 27.
“ Glamann, Fontana Economic History of Europe, π, p. 5. ¿Es esto
(an erróneo, incluso desde la perspectiva actual? El punto de vista de
Η. M. Robertson es éste: «En el siglo xix hubo, quizá, una tendencia a
minimizar o incluso a dar de lado los costos del progreso económico;
en la actualidad hay, quizá, una tendencia a prestarles una atención
exagerada. En el siglo xvt estos costos ocupaban un plano tan prominente
como para que pareciera casi axiomático que las ganancias de un hom­
bre o de un país eran las pérdidas de otro; que una mayor actividad
aquí significaba menos empleos allí; que, como lo resume el proverbio
holandés, de een man zijn brood is de ander zijn dood.» South African
Journal of Economics, χνπι, ρ. 46.
“ Chaunu, Cahiers d’Histoire, χπ, p. 264.
04Romano. Annales ESC, X IX , p. 33. El subrayado es mío.
388 I m m a n u e l Wallerstein
■$

a fin a les del sig lo x v ii y en e l xvixx. L os comentarios de Roma-


n o resu ltan ap rop iad os:
I

Estos vastos fenómenos, que Fernand Braudel ha llamado por una


parte «faillite», «trahison de la bourgeoisie», y por otra *réaciion
seigneuriale», no parecen ser, observados de cerca, dos tipos sepa,
rados y distintos, sino uno sólo: casi las mismas personas, o ai
menos, los descendientes de una familia, que traicionaban sus orí­
genes burgueses (y por encima de todo sus funciones burguesas),
y entraban en el sistema de la réaction seigneuriale, un fenómeno
que al tratar el caso italiano he llamado «refeudalización»25.
Pero una vez m ás, c o m o o b serv a R om ano, Holanda y en
m en or m edida In glaterra son las ex cep cion es.
N o o b stan te, no d eb em o s a d ela n ta rn o s a nuestra narración.
R esu lta crucial para co m p ren d er la era subsiguiente observar
de cerca cóm o In glaterra y F rancia capearon las convulsiones
de fin ales del sig lo x v i «largo». La con solidación de la econo­
m ía-m undo europea que o cu rriría en los siglos xvu y xvm se
centraría en torno a la c o m p e tic ió n en tre Francia e Inglaterra
por la prim acía. Pero, en c ie r to sen tid o , las cartas cruciales
habían sido ya repartidas en el p erío d o 1600-1640.
Cuando G. N. Clark in te n ta ex p lica r el «notable» adelanto
de la industria en In glaterra en el «segun do» siglo xvi, sugiere
que la raíz yace en el c o m e r c io in tern acion al. Y cuando anali­
za el com ercio in tern a cio n a l de In glaterra en este período en­
cuentra tres co n tra stes fu n d a m en ta les en tre el final del período
y su com ienzo: (1) au n q u e el c o m e r c io internacional de In­
glaterra se exp an dió en térm in o s a b so lu to s declinó en relación
a la industria in tern a en c u a n to a cob ertu ra de las necesida­
des de consum o; (2) a u n q u e A m sterd a m sucedió a Amberes
com o eje de la eco n o m ía -m u n d o eu ro p ea , la relación de Ingla­
terra con los P aíses B a jo s ca m b ió d e ser de dependencia y
com p lem en taried ad a ser u n a rela ció n de rivalidad; (3) el co­
m ercio exterior de In g la terra se h izo m u ch o m ás diversificado
dentro de E uropa, e In g la terra in ic ió un com ercio sistemático
con R usia, el L evante m ed ite rr á n e o , e l área del océano Indico,
y las A m é ric a s226.
A ntes del fin al d el rein a d o d e Isa b el, n o obstante, estos
cam b ios no h abían o cu rrid o aú n en u n a m edida notable. Ni
tam p oco se d esa rro lla ro n de u n a fo rm a tan sencilla como su-23

223 Romano, Rivista Storica Italiana, lxxxiv, pp. 511-512. Sobre el ca­
rácter excepcional de Holanda véase p. 512; sobre Inglaterra como una
excepción más limitada, véanse pp. 517, 519.
m Véase Clark, Wealth of England, pp. 103-107.
formación d e c l a s e y c o m e r c i o in t e r n a c io n a l 389

gierc Clark. Porque esto s cam b ios alteraron el delicado equili­


brio social y p olítico que habían intentado crear los Tudor
lan hábilmente, y dejaron al desnudo los intereses conflictivos
que habían de desgarrar el sistem a político inglés. Abordemos
cada uno de estos cam b ios por separado.
Sin duda es cierto que el com ercio internacional declinó
como proporción del p ro d u cto nacional bruto, y que esto po­
dría ser interpretado co m o un signo de la salud económica a
largo plazo de Inglaterra. Pero así se pasa por alto el hecho
de que el propio p roceso de industrialización interna hizo a
la estructura social de Inglaterra no menos, sino más depen­
diente de los avatares del m ercado mundial. Barry Supple sé­
dala que, a diferencia de lo que ocurriría en el período poste­
rior a la revolución in d u strial, el capital fijo jugaba un papel
pequeño en la econ om ía in du strial, y por lo tanto las fluctua­
ciones en la econom ía n acion al no venían causadas por un ex­
ceso de capacidad ni podían identificarse con las fluctuaciones
de una industria de b ien es de capital. Las fluctuaciones del
crédito también tenían en aquel m om ento menor importancia
que posteriormente. Por tanto, la prosperidad del mercado
doméstico era en gran m ed id a función de las fluctuaciones de
las cosechas (inducidas por las variaciones climáticas) y de la
«demanda de ultram ar, que era frecuentem ente el determinan­
te estratégico de las a lter a cio n es en la actividad interna» 227. Y
tales alteraciones fueron p o lítica m en te cruciales, precisamente
a causa del desarrollo in d u stria l de Inglaterra:

La producción de tela estaba suficientemente adelantada como para


dejar de ser, en general, un empleo marginal para una pobla­
ción predominantemente agraria. De aquí que para el gobierno y
para la comunidad en general la existencia de la industria textil
significara la perenne amenaza de un brote de malestar y desórde­
nes en el seno de una clase sin tierra e incluso sin ninguna pro­
piedad. Esta situación contribuyó a la aparición de la ley de pobres
isabelina e hizo que generaciones de estadistas recelaran de apoyar
el crecimiento industrial m.

¿Qué podía hacer e n to n c e s Inglaterra para garantizar la es­


tabilidad económ ica, y por lo tanto política? Una solución vie­
ne indicada por Supple: retro tra erse aún más. F. J. Fisher ob­
serva que «Bacon co n sid era b a el reinado de Isabel como un
período crítico d urante el cual Inglaterra había dependido

®Supple, Commercial crisis, p. 9.


Λ Supple, ibid., pp. 6-7. Véase Astrid Friis, Alderman Cockayne's pro­
ject and the cloth trade, Copenhague, Levin & Munksgaard, 1927, p. 22.
390 I m m a n u e l Wallerstein

p elig ro sa m en te del grano ex tra n jero [ . . . ] » 229. Con el tiempo


e s te fu e el cam in o de d esin d u stria liza ció n que tomó la Italia
d el n orte. Otra so lu ció n p o d ía ser el im pu lso hacia el exterior,
su p era n d o la in su ficien cia de los su m in istros por medio de
fu e n tes a d icion ales de é s to s y la in su ficien cia de la demanda
p or m ed io de la crea ció n de n u ev o s m erca d o s m. Este es el
ca m in o en el que se esta b a n em b a rca n d o los Países Bajos del
n orte. In ten tar una u o tra so lu ció n su pon ía tomar decisiones
crítica s en térm in os de la e str u c tu ra social interna de Ingla­
terra. E stas fueron p re c isa m e n te las d ecision es que los Tudor
in tentaron evitar con tod as su s en erg ía s. El resultado fue que­
d arse a m itad de ca m in o . El ex a m en realizado por Lawrence
S to n e del volum en del co m e r c io isa b elin o de ultramar le lleva
a la con clusión de q u e «la fa m o sa exp an sión del comercio du
rante el reinado de Isa b el p a rece ser un m ito piadoso*ül.
Si nos fijam os e n to n c e s en el grad o en el que Inglaterra»
había liberado de la tu tela e c o n ó m ic a holandesa hacia el año
1600, en con tram os q ue, sin duda, el p ro ceso de control crecien­
te por parte de la b u rg u esía c o m er cia l inglesa del comercio
interno inglés se ha c o m p le ta d o m ás o m enos con actos tales
com o la abolición de los p riv ileg io s h a n seá tico s primero en 155?
y d efin itivam en te en 15 5 8 m. E s to b en efició a monopolios ce-

229 F. J. Fisher, «Tawney’s century», en Fisher, comp., Essays in ih?


economic and social history of Tudor and Stuart England, Londres >
Nueva York, Cambridge Univ. Press, 1961, pp. 4-5.
2WA grandes rasgos, Fisher describe estas insuficiencias como sigue
«En la producción primaria, los obstáculos a la expansión se cncuemran
principalmente en el campo de la oferta, y en gran medida son conse­
cuencia de las limitaciones de las técnicas de la época (...)
»En los siglos xvi y xvn, al igual que en la Edad Media, los hombres
no sólo buscaban en la tierra su comida, sino también su bebida, su
combustible, y materiales industriales básicos como madera, lana, cue­
ros, pieles y sebo (...) Bajo tales circunstancias, la expansión económicj
y demográfica tendía a someter a la tierra a una presión que, en épocas
posteriores y bajo diferentes circunstancias, se iba a ejercer sobre l»
balanza de pagos (...)
»En la producción secundaria, por el contrario, el obstáculo a lati
pansión parece haberse encontrado en el campo de la demanda y non
el de la oferta (...) En la mayor parte de las industrias, el principa!
factor de producción era la mano de obra, y la mano de obra era ala
vez abundante y barata (...) El jornalero y el labriego, irregularmenií
empleados y pagados miserablemente, eran malos clientes.® Ibid., pá­
ginas 3, 4, 6.
m Stone, Economic History Review, π, p. 50.
m «De forma simbólica, este último acontecimiento de 1598 era un
signo de que Inglaterra se estaba moviendo desde la periferia haciai!
centro de un nuevo sistema de comercio.» W. E. Minchinton, «Introduc­
tion», The growth of English overseas trade in the seventeenth and eigfo
Formación de clase y c o m e rc io internacional 391

rrados como los Merchant Adventurers Los intereses de tales


grupos yacían fu n d am en talm en te en el inestable equilibrio de
permanecer a m itad de cam in o.
Cuando, bajo los E stu ard o, otros comerciantes obtuvieron
los derechos legales para d esafiar de forma más directa el papel
holandés en el acabado in d u strial de tejidos —el llamado pro­
yecto de Alderman C o c k a y n e m— , fracasaron. Según Supple,
este fracaso d em ostró que

la división internacional del trabajo por medio de la cual los ho­


landeses teñían y remataban ios tejidos semimanufacturados de In­
glaterra no era un fenómeno arbitrario sostenido por la supervi­
vencia artificial de las normativas de las compañías. Por el contra­
rio, a principios del siglo xvii reflejaba realidades económicas a las
que Inglaterra solo se podía enfrentar bajo su propia responsabi­
lidad^.
Por tanto, las v a cila cio n es isab elinas en expandirse hacia el
exterior podrían no haber sid o tan insensatas 236. Los Tudor
habían estado por tanto p o sp on ien d o los conflictos sociales in­
ternos hasta haber fo rta lecid o la autonom ía política del aparato
de Estado, de form a q ue Inglaterra pudiera tener la fuerza
necesaria para tolerar el ex p lo siv o pero inevitable reajuste de
las fuerzas p olíticas y so c ia les.
Finalmente, ¿h asta q u é p u n to fue la era isabelina una era
de diversificación en u ltram ar? D esde luego, fue en esta época
cuando los barcos in g leses volvieron al Báltico y empezaron a
hacer viajes al M editerrán eo, a Rusia, a Africa. Y esta fue la
época de la co n stitu ció n de las prim eras compañías con carta
de privilegios. Pero d eb em o s tener cuidado de no exagerar.
Por una parte, E u rop a o rien ta l estaba aún más íntimamente
ligada a las econom ías de F rancia y España (vía Amsterdam) que
a Inglaterra B7, y, por otra parte, es el com ercio con Francia y*

tenth centuries, Londres, Methuen, 1969, p. 3. «Se estaba moviendo»,


pero no había llegado todavía. Esa es la cuestión.
ωVéase Rich, New Cambridge Modern History, i, pp. 461-462.
* La descripción clásica se encuentra en Friis, Alderman Cockayne's
project, p. 22.
ωSupple, Commercial crisis, pp. 49-50.
04El mismo Stone admite: «Es muy significativo de la nueva estruc­
tura de la economía inglesa el que los grandes mercados de consumo
abastecidos por la producción en aumento fueran las necesidades milita­
res del Estado y los productos vitales básicos para las clases más po­
bres.» Economic History Review, xvn, p. 108.
Véase R. W. K. Hinton, The Eastland trade and the common weal
in the seventeenth century, Londres y Nueva York, Cambridge Univ. Press,
1959, páginas ix-x.
392 I m m a n u e l Wallerstein

las p ro v in cia s h o la n d esa s reb eld es lo que sigue siendo funda­


m en ta l para Inglaterra en el p erío d o de I s a b e l231.
Las realid ad es d e la escen a c o m er cia l inglesa son a la vez
ca u sa y co n secu en cia de la p o lític a de los monarcas Tudor.
E sta b a n con un pie a cada lad o U9. La crisis económica interna­
cio n a l del p eríodo 1590-1640 c o n v ir tió esta posición en algo
cada vez m ás im p o sib le, y p o r ta n to la estabilidad política de
la m onarquía y de los m o n o p o lio s a los que ésta protegía em­
p ezó a ser cada vez m enor. La esta b ilid a d no es siempre el
summum bonum de todo el m u n d o . Para algunos resultaba
«irritante» *240. H acia 1604, la irrita ció n de los comerciantes que
querían aprovechar las p o sib ilid a d e s de la expansión comercial
en co n tró su exp resión en d iv ersa s ley es sobre libre comercio
que fueron llevadas al P arlam en to. El im p u lso inmediato pro­
b ab lem en te vino de la paz co n E sp a ñ a , que había abierto nue­
vas perspectivas de co m ercio , c o m o norm alm ente ocurre en
e sto s casos, tanto elim in a n d o c ie r ta s ob stru ccion es al comercio
co m o por el d esem p leo, p or a sí d ecir, de la anteriormente flo­
recien te banda de c o r s a r io s 241.
D urante la sig u ien te d écad a las co sa s parecieron marchar
bien para la in du stria textil in g lesa , q u e llegó a un máximo en
sus exp ortaciones en 1614. P ero h a b ía de ser, utilizando la frase
de Supple, «un tra n sito rio v er a n illo de San Martín» 242. A con­
tinuación vino una d ep resió n e c o n ó m ic a «sin rival» que «de­
term inó una restricció n p er m a n e n te d el m ercado ultramarino
para las pañerías an tig u a s» 243. ¿Q ué c a u só este súbito derrum­
bam iento? De h ech o n o fu e tan sú b ito , sin o más bien, como
dice R. W. K. H in ton, «un sú b ito em p eo ra m ien to de una sitúa-

m Véase Stone, Economic History Review, χνιι, p. 51.


m «La estabilidad dependía de que se limitara el crecimiento del ca­
pitalismo, y en eso consistió la política económica de la monarquía ab­
soluta [...] [Al mismo tiempo] las necesidades militares y estratégicas
de la monarquía absoluta la llevaron en alguna medida a favorecer el
crecimiento del capitalismo industrial.» Manning, Past and Present, 9.
página 49.
240 «A finales del siglo xvi resultaba ya inconveniente la estabilidad
que había parecido tan deseable una generación antes; al darse nueva­
mente las condiciones para la expansión comercial, los sentimientos
contrarios a tal expansión declinaron; y desarraigar los intereses crea­
dos que se habían desarrollado gracias a las restricciones de la gran
depresión se convirtió en una de las tareas fundamentales del siglo xvu.»
Fisher, en Carus-Wilson, comp., Essays in economic history, I, p. 171
241 Véase Friis, Alderman Cockayne's project, pp. 149-150.
242 Supple, Commercial crisis, p. 29.
20 Ibid., p. 52.
τ
Formación de clase y com ercio internacional 393
ción que llevaba ya d eteriorán d ose cierto tiempo» 244. Lo que
ocurrió fue que la d evaluación de las monedas continentales
respecto a la inglesa creó unos térm inos de intercambio [ terms
of trade] enorm em ente desfavorables, que «elevaron el precio
de la tela [inglesa] desp lazán d ola de sus mercados [del norte
y centro de Europa]» 245. E sto creó un flujo de metales precio­
sos hacia el exterior que se vió agravado por la necesidad de
grano extranjero a cau sa de las malas cosechas de 1621 y
1622 La dram ática pérdida de m etales preciosos «tuvo gran
importancia en una eco n o m ía sencilla dependiente del suminis­
tro estable de m oneda m etálica segura» 247.
J. D. Gould argum enta que Inglaterra pagó entonces el pre­
cio de haber «despilfarrado» su ventaja internacional en precios
de 1550-1600 «en una pugna en pos de privilegios». Consiguien­
temente, ahora que la ven taja de precios se había visto inver­
tida, «Inglaterra se vio cargada con una economía rígida, oli-
gopólica y de elevados c o sto s, m al adaptada para competir con
un rival [los h o la n d eses] que crecían basándose en los bajos
costos, la adaptabilidad y el estar al día» 248. Los holandeses po­
dían ahora introducirse en el propio com ercio de importación
de Inglaterra 249, y las ex p o rta cio n es de textiles a Alemania y al

wHinton, Eastland trade, p. 20. Véase Supple: «Pues es bueno re­


cordar que sólo podemos explicar todo el impacto de la depresión refi­
riéndonos a los daños causados por el proyecto de Cockayne, el creci­
miento de industrias rivales, las cargas financieras del paño inglés, los
disturbios provocados por las guerras en el continente, y los difundidos
obstáculos preexistentes a los comerciantes ingleses. Esto significaba
que la economía, en cuanto se produjera cualquier acontecimiento ad­
verso, experimentaría aún otro de esos períodos de extrema decadencia
económica que constituyen perpetuos rivales históricos de la llamada
"gran depresión"». Commercial crisis, p. 64.
wSupple, ibid., p. 80.
* Véase ibid., pp. 89-96.
wIbid., p. 162.
* J. D. Gould, «The trade depression of the early 1620's», Economic
History Review, 2.* * serie, vil, 1, 1954, p. 87.
wVéase Hinton, Eastland trade, pp. 18-19. Véase también su análisis
de un estudio empírico concreto: «Los años de 1611 a 1618 fueron los
únicos de nuestro período en que tanto Inglaterra como las Provincias
Unidas estuvieron en paz, y en los que, por tanto, sus barcos y comer­
ciantes compitieron a este respecto en igualdad de condiciones. Es evi­
dente que, compitiendo en los mismos términos, los holandeses estable­
cieron rápidamente un absoluto dominio comercial, sin duda gracias a
sus fletes notablemente bajos. El año de 1615 es el primero que vemos
en los libros del puerto de Boston [Lincolnshire] [...] Encontramos que
en 1615-1618 el valor de todos los bienes sólidos [es decir, excepto vino]
importados de las Provincias Unidas fue mayor que el de los bienes
sólidos importados de todos los demás lugares juntos, mientras que en
394 I m m a n u e l Wallerstem

e s te de E uropa se veían g o lp ea d a s tanto por la competencia


h o lan d esa com o por la l o c a l 230.
T anto los co m er cia n tes co m o el gobierno se vieron alar,
m ad os. Los co m ercia n tes rea ccio n a ro n exigiendo más protec­
ció n , por ejem p lo la lim ita ció n del d erech o de los no ingleses
a im portar bien es a In glaterra, el in crem en to de la utilización
ob ligatoria de b arcos in g le se s, la lib ertad para reexportar el
grano b áltico, lo cual a u m en ta ría el com ercio de telas y sumi­
nistraría m etales p rec io so s para la com p ra de grano251. El go­
b ierno tenía una p ersp ectiv a b a sta n te diferente. En primer hi·
gar los in tereses a g ríco la s, a m p lia m en te representados en el
P arlam ento, presionab an en p ro de una prohibición de la im­
portación de trigo, a ca u sa de su s necesid ades de protección
con tra los bajos p recio s 252. En seg u n d o lugar, el gobierno $e
preocupaba de recon ciliar su s n e c e sid a d e s «de aliviar la pobreza
local, para evitar m o tin es y tu m u lto s, y de revivir el comercio,
con el fin de m anten er la esta b ilid a d y el poder económicos*29.
Para hacer lo p rim ero el g o b iern o se vio tentado por la solu­
ción adoptada por los g o b iern o s de lo s p aíses subdesarrollados
del siglo xx: la creación de e m p le o s. Pero, como hoy en día,
tal solu ción no era se n c illa En vez de ofrecer nueva protec­
ción, el gobierno ten dió a lib era liza r los m onopolios, por versi
tal m edida podía revivir el c o m e r c io y la industria 156. Pero no
podía ir m uy lejo s en e sta d ire cció n , ya que el mantenimiento
de com pañías p rivilegiad as ten ía d em asiad as ventajas para el
gobierno. G arantizaba la lea lta d de u na burocracia casi pública
que realizaba fu n cio n es c o n su la r e s y aduaneras, era una fuente
de ingresos a través de p r é sta m o s e im p u esto s, e incluso pro*2514

cualquier otra época se había dado la situación inversa. De forma simi­


lar, en el mismo período llegaron anualmente al puerto de Boston mas
barcos procedentes de las Provincias Unidas que de todos los demás
lugares juntos, lo que no sucede en ningún otro año de la serie excepto
1628, un año de muy pequeño comercio [...] [Estos hechos] respaldan
la explicación dada en la época a la crisis de 1620, atribuyéndola al efec­
to del comercio holandés sobre el comercio inglés de importación.»
«Dutch entrepot trade at Boston, Lines., 1600-1640», Economic Hisiorr
Review, 2.“ serie, iv, 3, abril de 1957, p. 470.
w Hinton, Eastland trade, p. 45.
251 Véase ibid., pp. 28, 31-32.
252 Véase ibid., p. 29.
251 Supple, Commercial crisis, p. 64.
254 «Al intentar, con diverso éxito, encontrar medios para persuadir!
los comerciantes de que continuaran comprando paño en unos moma
tos en que afirmaban no poderlo vender rentablemente en el exterior.il
[Consejo Privado] se encontró metido en un avispero de cuestiones po
lémicas.» Ibid., p. 237.
255 Véase ibid., 68-69.
Formación de clase y com ercio internacional 395

porcionaba un su stitu to de la armada com o aparato protector


¿el comercio in tern a cio n a l 256. «Las patentes y los monopolios,
el encubrimiento de o b jetiv o s egoístas bajo trivialidades verbo-
rreicas, eran parte integral de la trama del gobierno de los Es-
luardo» 257. Si el gobierno llegó a m overse algo en una dirección
antimonopolista fue de h ech o tan sólo bajo la presión del Par­
lamento, «vociferantem ente representativo de los exportadores
y de la baja gentry» 759.
Tampoco los d io ses fueron propicios a Inglaterra. El resur­
gir del comercio en 1623-1624 se vio contrarrestado por la plaga
de 1625, así com o por una m ala cosecha. El reinicio de la guerra
contra España, tan dañina para esta últim a, como hemos visto,
no supuso ventaja alguna para Inglaterra. La renovada necesi­
dad de grano llevó a otra cr isis de la balanza de pagos 259. Así
el corazón tradicional de la industria inglesa llegó a encontrar­
se «en medio de una p rolon gad a historia de decadencia, dolorosa
adaptación y sob rep rod u cción general» 260. La interferencia de la
Corona no resolvió el problem a; sólo agravó la situación al crear
una «crisis de con fianza m ercantil» 261.
Aparentemente no era tan fácil para la industria textil in­
glesa reducir gastos. E sto era en parte consecuencia de que
los comerciantes esta b a n d em asiad o estrecham ente imbricados
en el aparato de E sta d o para que la Corona pudiese forzar a
los industriales a co n fo rm a rse con m e n o s m. Además, los tra-*

* Véase ibid., pp. 242-243.


■Ibid., p. 227.
9 Ibid., p. 71.
* Véase ibid., pp. 99-102. Véase W. B. Stephens: «Menos predecible
apartir de las fuentes bibliográficas es el hecho de que en muchos pun­
tos de exportación los verdaderos años de crisis fueron los años finales
dela década de los veinte, mientras que el frenazo de los primeros años
de la década fue limitado, corto, y vino seguido de algo similar a una
expansión.» «The cloth exports of the provincial ports, 1600-1640», Eco­
nomic History Review, 2.· serie, xxii, 2, agosto de 1969, p. 241.
**Supple, Commercial crisis, p. 119.
“ Ibid., p. 125.
“ «El gobierno, desde un principio, se enfrentaba a una tarea impo­
sible. Si se reforzaban las exigencias legales los costos subirían en tal
medida que se podría augurar un desempleo general. Si un cambio en
los métodos de producción era el resultado de la depresión económica,
como parece haber sucedido en la mayor parte de los casos, entonces no
se podía responder a ésta intentando limitar aquél. Dadas las técnicas
industriales de la época, podrían haberse dado casos en que el paño in­
glés estuviera perdiendo terreno en el exterior fundamentalmente por
sus malas condiciones. Pero parece haber habido muchos más ejemplos
en los que el proceso causal se invertía; y en este caso, desde el mo-
396 I m m a n u e l Wallerstein

b a ja d o res debían ser re la tiv a m e n te lo bastante fuertes como


para o p o n erse a la in tr o d u cc ió n de reco rtes significativos desús
s a la r io s 2á3. Por tan to la ú n ica so lu c ió n , aparte de la desindus-
trialización , era la de o b v ia r lo s in te re ses creados mediante el
d esa rro llo de nuevas in d u stria s. Fue así de hecho como In­
glaterra en co n tró su sa lv a ció n in d u stria l, en las llamadas «nue­
vas pañerías» que d isfru ta ro n de un auge considerable como
m a teria s de ex p o rtación p r e c isa m e n te al decaer las «antiguas
pañerías» *2 61465.

mento en que la manufactura deficiente era tan sólo una forma limilada
y sin perspectivas de reducir los costos, las respuestas a los problem*
de Inglaterra se encontraban en otras direcciones.» Ibid., p. 147.
261 «Donde existía mano de obra sin cualificar barata y abundante.«
podían manufacturar a bajo costo bienes de baja calidad. Esto en
especialmente aplicable cuando la pobreza generalizada tipificaba uiu
región en la que la producción de textiles proporcionaba tan sólo m
empleo secundario a los jornaleros dedicados a ella. El trabajo en un
empleo del que no se espera que produzca la totalidad de los medios
de subsistencia es, normalmente, más barato que en una ocupación»
tiempo completo. Esta era la razón aducida por Adam Smith que los
paños más toscos fueran, históricamente, más baratos que los más finos
A comienzos del siglo xvn las condiciones económicas en la Europa orito
tal se aproximaban a esta situación, y esto significaba que esta área re­
sultaba especialmente adecuada para la producción efectiva de paño bars
to si se reducían las expectativas de calidad del mercado.» Ibid., p. 14)
264 Las variedades de paño eran múltiples. Parece haber habido: a) de
lana: cálidos y pesados; es decir, paño ancho; en cuestión de fortaleza
se recurría a las variedades enfieltradas de lana; empleaban fibras ri­
zadas de hebra corta; a menudo la hilaza era cardada, es decir, enreda
da; la lana se abatanaba, es decir, se enjabonaba y se golpeaba la luí
estando húmeda, para hacerla más cálida, sólida y duradera; eran m
nótonos en su diseño, y adecuados para los climas más fríos; b) «nuevos
tipos» de paño, aún básicamente de lana: más estrechos y más baratos,
incluían carisetos, docenos y straits; constituyen el primer movimientoea
dirección a los nuevos mercados del sur; c) estambres propiamente dichos:
hilados de lana cardada de hebra larga; su fortaleza venía de la urdip
bre y la trama; más ligeros que los paños anchos, usaban menos ha
para la misma longitud; no abatanados: adecuados para los climas no
diterráneos no tropicales; d) «nuevas pañerías» o «telas»: básicamente
una variable de los estambres; los más ligeros de todos; amplia variedad
de formas; en ocasiones abatanados; a veces la trama era de seda, lino
o algodón; incluían bayes, sayes, sargas, perpetúanos, stammetts, estar»
ñas, rasolinas, fustanes y muchos otros. Véase Bowden, Wool trade, páp
nas 41-43; Friis, Alderman Cockayne's project, p. 2; Supple, Commercii
crisis, p. 5; D. C. Coleman, «An innovation and its diffusion: the "new
draperies"», Economic History Review, 2/ serie, xxir, 3, diciembre de
1969, pp. 418-423.
245 La causa de este auge ha sido atribuida por P. J. Bowden a factores
tecnológicos antes que comerciales. El sostiene: «El pasto tenía mu
influencia mucho mayor que la temperatura sobre la finura de vellóny
la longitud de su hebra. Al mejorar la alimentación que recibía la oveja.
Formación de clase y com ercio internacional 397

Había una segunda so lu ció n al dilem a de los precios eleva­


das: Inglaterra d esa rro lló un com ercio de reexportación. Y fue
este aspecto de la p o lítica com ercial de Inglaterra lo que esti­
muló las dos más lla m a tiv a s características nuevas del siglo xvn:
el interés en la exp a n sió n colonial y la rivalidad anglo-holan-
desa. Ambas ten dencias cristalizarían después de la guerra ci­
vil, pero ambas eran ev id en tes antes de e lla 266.
Los nuevos p ro d u cto s requerían nuevos mercados, y fueron
España y el área m ed iterrá n ea en general los más importantes
délos nuevos cam p os para las exportaciones de Inglaterra 267,
un área relativam ente lib re de las obstrucciones de los viejos
monopolios ingleses E l m ercado español, en particular, re-*

ésta crecía. La hebra de lana no era ninguna excepción, y, como cualquier


otra parte del animal, aumentaba en longitud y grosor como resultado
dela mejor alimentación [...] Los cercamientos para la cría de ovejas hi­
cieron más fácil la vida tanto de los granjeros como de las ovejas. Como
yahabía señalado lord Ernie, "al multiplicarse los cercamientos, las ove­
jas estuvieron mejor alimentadas, y el vellón aumentó de peso y en Ion-
gitud, aunque perdió algo de la finura de su calidad". Así, a lo largo de
los siglos xvi y xvn hubo una disminución gradual de la oferta de lana
fina y corta producida en Inglaterra, y un aumento de la oferta de lana
más larga y más tosca.» «Wool supply and the woollen industry», Eco­
nomic History Review, 2.“ serie, xi, 1, 1956, pp. 45-46. Supple replica que
Bowden «no toma en cuenta ni la expansión de la industria continental
con la que debía medirse un producto inferior, ni el notable crecimiento
de la oferta de lana europea, sobre la que se basaba la industrialización
enel continente. Además, la competencia era más aguda no directamen-
Uen el mercado de más alta calidad, sino en el mercado para textiles
relativamente más bastos, que presumiblemente aumentaría en la medida
enque los bienes inferiores producidos en el exterior estuvieran sustitu­
yendo al tradicional paño ancho inglés. Fue una serie de cambios radi­
cales en el mercado y en las ofertas alternativas, y no sólo el deterioro
de la industria inglesa, lo que tuvo tan infortunadas repercusiones para
las antiguas pañerías». Commercial crisis, p. 143.
* Véase F. J. Fisher, «London's export trade in the early seventeenth
century», Economic History Review, 2.“ serie, hi, 2, 1950, pp. 159-161.
"«La creciente fortaleza de la economía inglesa en el medio siglo
aproximado que precede a la guerra civil, en nada se expresa más clara­
mente que en sus relaciones con el Mediterráneo. En este período la
industria inglesa resolvió los problemas técnicos que hasta este momen­
to la habían mantenido atrás, e inundó los mercados del Mediterráneo
oriental y occidental con productos de lana, reduciendo incidentalmente
a Turquía e Italia al papel de suministradores de materias primas in­
dustriales.» Ralph Davis, «England and the Mediterranean, 1570-1670», en
F. J. Fisher, comp., Essays in the economic and social history of Tudor
and Stuart England, Londres y Nueva York, Cambridge Univ. Press, 1961,
página 117.
* Véase Fisher, Economic History Review, in, p. 336. Véase Bowden:
«Los [viejos tejidos de lana] eran más adecuados para llevarlos en el
norte, el centro y el este de Europa, mientras que los (nuevos tejidos
deestambre] resultaban admirablemente apropiados para el cálido, pero no
398 I m m a n u e l Wallerstein

su lta b a a tra ctiv o a cau sa de «su in fla ció n interna y sus compras
co lo n ia les» 269. Inglaterra esta b a em p eza n d o a consumir la ca­
rroña del im perio esp añ ol. Y al ir d eclin an d o la industria italia­
na, las ex p o rta cio n es in g lesa s llen a ro n parcialm ente el hueco”0.
En cu an to a la co lo n iza ció n , h em o s de recordar que durante
un largo tiem p o no le fu e n ece sa rio a Inglaterra (Francia u
H olanda) im p licarse en em p resa s d irectam en te coloniales. El
tratad o de C ateau-C am brésis, sin duda en parte como signo
d e can sa n cio de la ex p an sión im p eria l, incluía una extraordina­
ria cláu su la que decía así: «al o e s te del prim er meridiano y al
su r del T rópico de C áncer [ . . . ] n in gu n a violencia realizada por
cu alq u iera de las p artes a la co n tra ria será considerada como
una con traven ción de los tra ta d o s» m. E ste concepto, conocido
p op u larm en te com o «nada de p az m á s allá de la línea», fue
reafirm ado en V ervins en 1598. P erm itía , desde luego, la liber­
tad de crear nuevas co lo n ia s, p ero ta m b ién la libertad del sa­
queo. Y durante a p ro x im a d a m en te cin cu en ta años el saqueo
fue m ucho m ás rentab le de lo q u e h ub iera sido la coloniza­
ción m. Por con tra ste, é sta p a recía una aventura dudosa. Se

tropical, clima mediterráneo. La fortuna de Inglaterra fue poseer casi


un monopolio de la lana de hebra larga.» Economic History Réview, ix,
página 57. Monopolio, en este caso, en el sentido de falta de competen­
cia, no en el sentido de restricciones legales a la entrada. Hacia media
dos del siglo xvn, la lana de hebra larga se había desarrollado en Irían
da, y a finales de siglo también existía en cantidades limitadas en H<►
landa, Zelanda y Flandes. (Véase p. 53, n. 3.)
m Fisher, Economic History Review, in, p. 155.
770 Véase Charles Wilson, «Cloth production and international com­
petition in the 17th century», Economic History Review, 2/ serie, xin, l
1960, página 212.
m Citado en Rich, New Cambridge Modern History, I, p. 467.
m «Los colonizadores [españoles del Nuevo Mundo] —ávidos de es­
clavos y bienes manufacturados de todo tipo, con buenos recursos de
metálico a su disposición, constreñidos sin embargo legalmente a tratar
con un monopolio rapaz e ineficiente— ofrecían un perfecto mercado
para los intérlopes, con considerable riesgo para entrar en él.» Parry.
New Cambridge Modern History, in, pp. 516-517.
John Maynard Keynes fue uno de los primeros en reconocer la im­
portancia de la actividad de los corsarios en el proceso de acumulación
de capital en Inglaterra. Reprochó a los historiadores de la generación
anterior el haber dado de lado esta fuente fundamental de metales pre­
ciosos: «Es característico de nuestros historiadores el que, por ejemplo,
la Cambridge Modern History no haga mención de estos factores eco­
nómicos como configuradores de la era isabelina y posibilitadores de su
grandeza.» Treatise on money, π, p. 156, η. 1.
Webb describe el proceso como «tropezarse con una ganga una va
puesta en movimiento». Es decir: «En vez de tomar el oro y la plata desu
fuente, como habían hecho los españoles, lo tomaban, sin muchas contem-
Formación de clase y comercio internacional 399
I
daba por supuesto que los españoles se habían apoderado ya
de los buenos lugares e «incluso los dinámicos isabelinos —y
sin duda alguna la propia Reina— eran conscientes de lo ab­
surdo de hacer p rosp eccion es al azar sobre un vasto continen­
te» m. Además, Inglaterra tenía a Irlanda como salida para los
emigrantes locales 274.
Estas actitudes cam biaron durante el período posterior a
1600. Inglaterra co n so lid ó sus relaciones con Escocia uniendo
ambos tronos en la p ersona de Jacobo I. La colonización de Ir-
' landa adoptó así una nueva importancia, tanto para Inglaterra
como para E s c o c ia 27S. Irlanda quedó integrada en la división
británica del trabajo. S u s bosques fueron utilizados para su­
ministrar madera a In g la te r r a 276. En el curso de los siguientes
■ cien años se con vertiría en em plazam iento de una importante
industria del hierro con trolad a por ingleses m. E Inglaterra co-

placiones, una vez que los españoles se habían hecho con él.» The great
frontier, p. 196.
Parry, New Cambridge Modern History, hi, p. 524.
n*Véase ibid., p. 526. Incluso en Irlanda, la actitud de Inglaterra se
hizo más abierta en esta época: Irlanda comerciaba ampliamente con
España. Aunque esto creara disgusto y sospechas en los ingleses, no
intentaron reprimir el comercio. «Bajo Isabel Inglaterra fue, en esta
materia al menos, más liberal que en años posteriores. Los católicos
irlandeses tampoco se vieron sometidos a trabas económicas.» Cyril Falls,
Elizabeth's Irish wars, Londres, Methuen, 1950, p. 20.
mVéase Lythe, The economy of Scotland, pp. 63-70. El consecuente
intento escocés de establecer colonias en Nueva Escocia fracasó en esta
época, porque «a partir de 1603 Escocia ya no tenía una política exterior
independiente, no se había ganado todavía una franca buena voluntad
por parte de Inglaterra, y en Nueva Escocia chocaba con Francia, la
única nación que podía haber amparado sus ambiciones» (p. 75).
n En 1600 una octava parte del territorio irlandés estaba cubierta de
bosques. Todos ellos habían desaparecido prácticamente en 1700. Se ob­
tuvieron rápidas ganancias de la venta de madera para curtir el cuero,
: para la construcción naval, para hacer duelas y fundir hierro. También
' se cortó madera con fines domésticos (materiales de construcción, leña).
Además de los motivos económicos, existió la consideración militar de
eliminar pantanos y bosques en los que los resistentes irlandeses no
podían ser perseguidos por los jinetes ingleses. Véase Eileen McCracken,
«The woodlands of Ireland circa 1600», Irish Historical Studies, xi, 44,
septiembre de 1959, pp. 273, 287, 289.
m «Se ha supuesto generalmente que el auge en Irlanda de una indus­
tria del hierro controlada por ingleses coincidió con una escasez de
! combustible en Inglaterra. Ahora parece probable que fuera el costo del
j combustible, y no su escasez, la dificultad que acechaba a la industria
inglesa [...]
•Hacia finales del siglo xvi el combustible, junto con la mano de obra,
era el componente más caro de los costos de la industria inglesa [..,] Du­
rante el mismo período, en Irlanda era mucho más barato.» Ibid., pá­
gina 295.
400 Immanuel Wallers^

m cnzaría a crear co lo n ia s en A m érica del Norte. Parry atribuye


el cam b io a la caída d el p restig io esp añ ol, y a la búsqueda de
m aterias prim as: co m id a barata, especialm ente pescado7”, y
su m in istro s e str a té g ico s (m a d era , cáñ am o y brea), cuyas fuen­
tes b álticas podían v erse co r ta d a s en tiem pos de guerra. Por
añadidura, las co lo n ia s serían un n u evo mercado para las m*
n ufacturas, y un lugar al q u e ex p o rta r los pobres m. Sin duda
alguna todo esto es c ie r to p ero excep tu an d o la consideración
sob re el p od erío m ilita r de E sp a ñ a , todo hubiera sido cierto cu
gran m edida un sig lo a n te s. La n ueva carrera por las colonias
en la q ue se em b arcaron las tres p otencias del noroeste de
E uropa, ¿no es un sim p le in d ica tiv o de su competitividad? ¿No
era en gran m edida una co lo n iz a ció n preventiva, especialmente
en la estela de la d eca d en cia de E spaña?
El im p acto de esta s c o n v u lsio n e s internacionales forzó una
crisis p olítica en In glaterra. En m i op inión, Perez Zagorin ha
cap tado con b astan te p rec isió n la naturaleza del conflicto:

La génesis de la revolución inglesa no se encuentra en una lucha


de clases —dado que las fracciones dirigentes de ambas pariesen
la guerra civil incluían gentes procedentes de la misma clase eco
nómica, cuyo desarrollo se había ido produciendo de manera cons
tante durante el siglo precedente. Más bien se encuentra en un con­
flicto en el seno de esta clase entre los grupos gobernantes de In­
glaterra 28°.

Y esta guerra interna en el se n o de la clase gobernante no


sim p lem en te se vio forzada p o r las exigen cias de la arena eco
nóm ica in tern acion al, sin o q u e fu e p o sib le por una previa eli­
m inación de dos gran d es p elig r o s a los que se enfrentaba el
sistem a p o lítico in glés, co m o a firm a S ton e: «el campo [había*279

m En el período 1550-1600 los ingleses habían comenzado a desplazar


a los españoles de las pesquerías de Norteamérica, sobre todo a partir
de 1580, cuando Dinamarca comenzó a implantar un sistema de licencias
para la pesca en aguas de Islandia. Hacia finales de siglo, Inglaterra se
había establecido en la península de Avalon. Sin embargo, hasta 1600-
1650 Inglaterra no estuvo plenamente establecida en Terranova y Nuen
Inglaterra, pudiendo apoderarse del mercado español. Véase Innis, Tkt
Cod fisheries, pp. 30-81.
279 Véase Parry, New Cambridge Modern History, m, p. 527.
2U Zagorin, Journal of Economic History, xix, pp. 391-392. Este ιψ
mento es muy similar al propuesto originalmente por Tawney: «Se trata­
ba fundamentalmente de una lucha entre economías de distinto tipo,
que correspondían más estrechamente a peculiaridades regionales que
divisiones sociales.» Essays in economic history, i, p. 186.
Formación de clase y com ercio internacional 401

quedado] lim pio de toda interferencia por parte de los po­


bres o de los esp a ñ o les [ . . . ] » 281.
Existen dos cu estio n es un tanto estúpidas en torno al desen­
cadenamiento de la guerra civil. Una es la de si fue o no inevi­
table. Ante la afirm ación de Tawney de que «la caída de la
monarquía se vio acelerada por las medidas adoptadas por los
Tudor para preservarla» 282, Trevor-Roper afirma que el pro­
blema fundamental fue una adm inistración despilfarradora, que
podía haber sido reform ada por el Parlamento. «Ya que, por
supuesto, la propia m onarquía no constituía obstáculo alguno.
Es absurdo decir que tal p olítica era imposible sin una revo­
lución» w.
Veremos en breve las con secu en cias que tuvieron para Fran­
cia las reformas ad m in istra tiv a s que Trevor-Roper recomienda
retrospectivamente al P arlam ento Largo. Pero la «inevitabili-
dad» es una d iscu sión sin sentid o. Si un elemento hubiera sido
diferente, por su p u esto que los resultados hubieran sido dife­
rentes. Pero si variam os uno, ¿por qué no dos o tres? La
realidad es que la guerra civil ocurrió de hecho, y la labor del
investigador es exp licarla.
La otra cu estión estú p id a es la de si las «verdaderas» cues­
tiones que dividían a Inglaterra eran o no las creencias sobre
la libertad y la religión. H exter in siste que fueron éstas, y parece
sentirse un tanto so rp ren d id o de ver que tantos de sus compa­
ñeros y antagonistas en la controversia estén de acuerdo (Hin­
ton, Stone, P ocock, H ill, Trevor-Roper, hablando por sí mismo
y por Tawney). Les da la bienvenida a su compañía de whigs9 1*
91 Slone, Economic History Review, χνπ, p. 120. Seguramente, sólo
en semejante ambiente de relativa seguridad se puede encontrar el cu­
rioso cuadro de las compañías privilegiadas [chartered companies] vol­
viéndose en contra de su benefactor, el Estado. Vcase la explicación de
Robert Ashton: «Es difícil eludir la conclusión de que muchas de las
compañías habían llegado a una etapa de su desarrollo en la que se in­
clinaban a dar por garantizado un amplio apoyo del gobierno, y a ser
más conscientes de aquellas de sus metas que no habían alcanzado que
de las sustanciales ganancias que efectivamente habían conseguido. Des­
de tal mentalidad, las aparentes violaciones de sus privilegios era muy
probable que adquirieran a ojos de los concesionarios una importancia
desproporcionada.» «Charles I and the City», en Fisher, comp., Essays
in the economic and social history of Tudor and Stuart England, Lon­
dres y Nueva York, Cambridge Univ. Press, 1961, p. 151. Si la estructura
social hubiera estado realmente amenazada desde dentro o desde fuera,
es difícil imaginar que las compañías privilegiadas se hubieran permiti­
do tales lujos.
w Tawney, Proceeding of the British Academy, p. 212.
n} Trevor-Roper, The European witch-craze, pp. 86-87.
** Hexter, Encounter, xi, p. 76.
402 I m m a n u e l Wallerstein

J. G. A. P ocock, al m en o s, se p on e un p oco a cubierto, insistien-


do en que es un «p o sm a rx ista » y n o un neowhig™. Pero se
trata de una d iscu sió n estú p id a , ya q u e por supuesto los pro­
ta g o n ista s de la guerra civ il exp resaron m uchas de sus divisiones
en térm in os id eo ló g ico s, q ue giraban en torno a la libertad
p o lítica y las p ersp ectiv a s relig io sa s. Y por supuesto lo hacían
en serio. Y por su p u esto el resu lta d o de la guerra civil había
de ten er co n secu en cia s para el siste m a norm ativo rector de la
vida política inglesa.
D iseccionar las co o rd en a d a s id eo ló g ica s de un conflicto po­
lític o y social, no o b sta n te, no es n u n ca significativo a menos
q ue se pueda enraizar tal a n á lisis en las relaciones sociales
p revalecien tes en ese m o m e n to , y p or lo tanto comprender las
exig en cia s ideológicas que im p lica n e sta s relaciones. En realidad
el d eb ate gira en torn o a la to talid ad de éstas relaciones, en
torn o a si deberían m a n ten erse co m o está n o cambiar en alguna
dirección específica.
La guerra civil in glesa fu e un c o n flic to complejo, como lo
son todos los grandes c o n flic to s so c ia les. Uno de los mayores
en fren tam ien tos era el e x iste n te en tre, por una parte, quienes
subrayaban el papel de la m o n arq u ía, esperando aferrarse así
a un sistem a de p riv ileg io s y su m isio n e s que se desvanecía*
cuyo m iedo a una revolu ción so c ia l p esab a más que cualquier
otra consideración, y esta b a n de algu na form a paralizados ante
las forzadas o p cio n es de la eco n o m ía -m u n d o ; y, por otra parte,
aquellos que daban p rim acía a la p ro secu ció n de la comercia­
lización de la agricultura, q u e daban la bienvenida a un cierto
cam bio de los esq u em a s so c ia le s, q u e veían escasas virtudes en
las extravagancias de la co rte, y q u e se orientaban hacia la ma-
xim ización de la ven taja de In g la terra en la economía-mundo.
V olvam os a Francia, d on d e las c o sa s estab an igual, pero fun­
d am entalm ente no eran ig u a les. D avis B itto n dice de los años
1560-1640 que fueron «una fa se cru cia l en la transición de la
nobleza francesa de la B aja E d ad M edia a la nobleza francesa
del Antiguo R égim en» 287. T am b ién lo fu ero n en Inglaterra. Pero
qué diferente fue la tra n sició n en F ran cia. En el gran debate
entre B oris P orshnev y R olan d M o u sn ier — al que llegaremos
en un m om ento— , P orsh n ev a rg u m en ta en esencia que lo que
ocurrió en Francia en esta era fue q u e «la venta de cargos no

w J. G. A. Pocock, «Letter to the editor», Encounter, χι, 4, octubre


de 1958, p. 70.
2U>Véase Stone, Crisis of the aristocracy, pp. 349-351.
w Bitton, The French nobility in crisis, Stanford (California) Stan
ford Univ. Press, 1969, p. 1.
Formación de clase y com ercio internacional 403

trajo consigo el "aburguesam iento" del poder, sino una "feu-


dalización" de la b u r g u e sía » 2W. A lo que responde Mousnier:
«no existió nada sem eja n te a un orden “feudal-absolutista". En
la medida en que existía una tendencia hacia el absolutismo, es­
taba incorporada a una pugna contra el orden feudal. Lo que
quedaba del orden feudal tendía a paralizar el absolutismo»2W.
Aunque pienso que este debate es parcialmente semántico, y que,
por lo demás, Porshnev lleva en él la mejor parte, lo que sí que
se puede decir es que M ousnier se aproxima más a la verdad
si se aplican sus razonam ientos para explicar el caso de Ingla­
terra y los de Porshnev para explicar el de Francia. Es decir,
esquemáticamente y sim p lifica n d o en exceso, se podría afir­
mar que en Inglaterra la aristocracia salió perdiendo a corto
plazo y ganando a largo plazo al transformarse sus componentes
en capitalistas b u rgu eses, m ientras que en Francia la aristo­
cracia ganó a corto plazo y perdió a largo plazo al obligar a la
burguesía a abandonar su función propia, y contribuyendo así
al estancamiento eco n ó m ico . E sto ocurrió así, planteamos nos­
otros, esencialm ente en fun ción de sus diferentes relaciones con
respecto a la econom ía-m u n do.
Pero en prim er lugar repasem os una vez más hasta qué
punto ésta es una d efin ició n justa del sistema social francés.
Por razones que ya h em o s trazado a grandes rasgos, el Estado
francés en 1600 era m ás fuerte que el inglés. Esto quería decir
que la burocracia era «para la burguesía el medio fundamental
para ascender en la jerarq u ía social» ^ en medida mucho ma­
yor que en Inglaterra. A su vez esta venalidad conducía a un
mayor interés de la b u rgu esía en la monarquía francesa291. Esto
lleva a Mousnier a argu m en tar que en aquella época había en
Francia una situación de cla se relativam ente abierta 292. Pero el
propio Mousnier m u estra lo d ifícil que era el ascenso. Señala

**Boris Porshnev, Les soulévements populaires en France de 1623 a


1648, París, s e v p e n , 1963, p. 577.
mRoland Mousnier, comp., Lcttres et mtmoires addressés au Chan·
celier Séguicr (1633-1649), i, París, Presses Universitaircs de France, 1964,
páginas 82-83.
19Roland Mousnier, La vénalité des offices sous Henri IV ct Louis XIII,
Ruán, Maugard, s. f. (ca. 1945), p. 58. Véanse también pp. 518-532.
wVéase G. Pages, «La vénalité des offices dans l'ancienne France*,
Revue Historique, CLXTX, 3, 1932, pp. 493-494.
m «Si bien se mantenían las distancias dentro de la jerarquía de cla­
ses, a veces incluso la lucha de clases, no había una separación tajante
entre las clases. El paso de una a otra se producía por menudas grada­
ciones, a través de múltiples y matizadas relaciones.» Mousnier, Vénalité,
página 532.

i
404 Immanuel Wallerstein

que para q u e un roturier llegara al esta tu s de mailre des re*


quétes eran n ecesa ria s g en era lm en te cu atro generaciones w. Yo
creo q ue de h ech o P orsh n ev ca p ta la situación de clase con
m ayor su tileza. N o se trata ta n to de que exista mucha movili­
dad en tre las cla ses co m o de q u e ex isten estratos de personas
para q u ien es el se n tim ien to de c la se varía con arreglo a la
situ a ció n con creta. El m ás sig n ific a tiv o de estos estratos es la
b urocracia de origen b u rgu és, la noblesse de robe:

En el momento en que un trabajador, que ha mantenido sus víncu*


los con su pueblo, pierde su trabajo en la fábrica, se convierte
de nuevo en campesino. De la m ism a forma, cuando se intentaba
arrebatar a los officiers sus derechos y privilegios de propiedad, es
decir, privarles de su estatus com o nobleza privilegiada, automáti­
camente caían virtualmente de nuevo a su estatus original de bur­
gueses [...] [Los] officiers afectados negativamente por [las decisio
nes de] Mazarino se sentían burgueses, y al principio de la Fronda
su actitud era la misma que la de la totalidad de la clase bur­
guesa 2942
956.
i

P recisam ente a causa de la rela tiv a facilidad para adquirir


el estatu s aristo crá tico form al en F ran cia (lo que también se
daba en Inglaterra bajo los E stu a rd o , pero m enos) surgió en el
siglo xvi esa «am bigüedad del e s ta tu s de nobleza» de la que se
quejaba la aristocracia fran cesa, y q u e les llevó a una «preocu­
pación intensa, ob sesiv a por lo s p riv ileg io s honoríficos »m, y
tam bién a hacer un gran h in ca p ié en las reglas estrictas de com­
p ortam iento y en la teoría de la clérogeance 2% .
La d escrip ción trad icion al de la m onarqu ía absoluta, como
aliada de la b urguesía en co n tra de la n obleza, siempre chocaba
contra el hech o del que el lla m a d o régim en clásico de la mo­
narquía ab solu ta de Luis X IV era ta m b ién el principal ejemplo
de reafirm ación de los p riv ileg io s se ñ o r ia les. Marc Bloch resol­
vió este d ilem a argu m en tan d o q u e la reafirm ación señorial fue
el m ás fun dam en tal de los d o s fe n ó m e n o s antitéticos, y que
sin la m onarquía ab so lu ta esta ten d e n c ia hubiera tenido plena
fuerza. En otras palabras, se p u ed e d ecir que «la victoria de la
m onarquía ab solu ta lim itó la e x te n sió n de la "reacción feu­
dal"» 291.

Véase Mousnier, Lettres et mémoires, i, pp. 168-169.


m Porshnev, Les soulévements populaires, p. 578.
295 Bitton, The French nobility in crisis, p. 100.
296 Véase ibid., pp. 70-76.
w Bloch, Caracteres originaux, i, p. 139.
τ

formación de clase y c o m e rc io internacional 405

A. D. Lublinskaya está de acuerdo con esto en lo esencial 298,


trazando el siguiente cu ad ro de Francia en el «segundo» si­
glo XVI. A partir de 1559 el papel de los banqueros extranjeros
declinó en Francia, tan to a causa de la decadencia de Italia
y Alemania como por las guerras de religión. Estas guerras, no
obstante, evitaron que la burguesía com ercial francesa cubriera
d hueco. Por tanto, para o b ten er fondos, el gobierno francés
creó un sistema de arren d am ien to de impuestos. Eventualmen­
te los arrendatarios de im p u esto s se fusionaron con el aparato
financiero del E stado. «El arrendam iento de impuestos era un
negocio rentable. Sobre este hecho el gobierno fundó su sistema
de préstamos forzados por parte de los principales arrendata­
rios de impuestos, co n v irtien d o a ésto s en su fuente de crédi-
lo**w. De aquí las ín tim a s relaciones entre los «financieros» y
el Estado, hasta tal p un to que su propia supervivencia dependía
de la fuerza del E sta d o en el supuesto de que «el gobierno
fuerte que deseaban [ . . . ] siguiera fuertemente necesitado de
I sus créditos» Aunque tal vez no sea cierto que la monarquía
no sometiera a im p u esto s a la n o b le z a 301, era su propia depen-
; dencia respecto a los officiers venales lo que hacía más difícil
suestablecimiento, ya que, co m o afirm a Lublinskaya, la reforma
I impositiva hubiera su p u esto necesariam ente el desembolso de
[ dinero o la recom pra de los cargos, lo que era, con mucho,
excesivamente c a r o 302. C ualquier cosa que incrementara el en­
deudamiento del E stad o reforzaba la posición de estos officiers.
En particular, «la guerra era m uy rentable para los financie­
ros.

m«La línea principal de la política de la monarquía absoluta seguía


una dirección favorable a la burguesía, que necesitaba grandemente una
fuerte autoridad central, capaz ele defender sus intereses económicos más
allá de las fronteras de Francia, así como dentro de ellas.» Lublinskaya,
French absolutism, p. 330.
* Ibid., p. 240.
Mlbid., p. 271.
m«Sería totalmente inexacto imaginar que la nobleza se encontraba
totalmente protegida de las presiones fiscales impuestas al país por
los gobiernos de Luis XIII y la regencia.» Picrre Deyon, «A propos des
rapports entre la noblesse ct la monarchic absoluc pendant la premiere
moitié du xvir siécle», Revue Historique, ccxxxi, abril-junio de 1964, pá­
gina 342.
wVéase Lublinskaya, French absolutism, p. 226. Corrado Vivanti aña­
deque semejante decisión habría sido peligrosa para el Estado, política
yfinancieramente, ya que «habría unido a todo el tercer estado en una
coalición contra la monarquía absoluta». «Le rivolte populari in Francia
prima della Fronde e la crisi del secolo xvii», Rivista Storica Italiana.
Lxxvi, 4, diciembre de 1964, p. 966.
"Lublinskaya, French absolutism, p. 271.
406 Immanuel Wallerstein

P uede ad vertirse que a lg u n o de e sto s razonamientos tienen


un ca rácter m uy ad hoc con una rápida referencia a Inglaterra,
d ond e el «feu d a lism o fiscal» o el arrendam iento de rentas por
a so cia cio n es de n eg o cia n tes se co n v irtiero n en prácticas comunes
bajo Isabel y los p rim ero s E s tu a r d o 30*, sin guerras de religión
que lo exp liq u en y sin n ingú n cr e c im ie n to a gran escala de una
b urocracia venal a c o n se cu en cia de ello . Más aún, en la medida
en la que se vieron re strin g id a s las ganancias por impuestos,
fue a co n secu en cia de refo rm a s a d m in istra tiv a s cuya motivación
inm ediata fueron las ex ig en cia s de las finanzas de guerra y la
n ecesid ad de reducir sig n ific a tiv a m e n te el recorte introducido
por los in term ed ia d o s fisc a le s en tre el Estado y los contribu­
y en tes 30405306.
N o o b stan te, esto no im p o rta . C ontra esta línea de razona­
m ien to ha habido un ata q u e m á s fundam ental, efectuado por
B oris Porshnev. P orsh n ev d esa ta un ataq u e a gran escala contra
el argum ento de que «la v en a lid a d era una forma de la supre­
m acía política de los b u rg u eses» 3Ü6, teoría que atribuye a Pages
y d esp u és a M ousnier. P o rsh n ev v ien e a plantear que la Francia
del siglo x v n era «en su s c a r a c te r ístic a s principales todavía una
sociedad feudal, caracterizad a p or el predom inio de las relacio
nes feu dales de p ro d u cció n y de las form as feudales de eco
nom ía» 307.
Porshnev argu m en ta q u e e x istía n form as capitalistas, pero
que la burguesía «só lo p a rticip a b a en el poder político del Esta­
do feudal en la m ed ida en q u e n o a ctu a b a com o una clase de la
sociedad c a p ita lista » 308. La b u rg u esía perseguía los títulos por
razones de vanidad y co d ic ia , y a d o p tó también un estilo de
vida aristo crá tico . Por añ ad id u ra , se v io inducida a abandonar
las activid ad es e c o n ó m ic a s v er d a d er a m e n te burguesas a causa
de las ven tajas fisca les de u tiliz a r su dinero como capital de
crédito en lugar de cap ital in d u stria l o agrícola 309.
Así, cuando ocu rrieron lo s a lz a m ie n to s cam pesinos del pena
do 1623-1684 (a lo q ue lle g a re m o s en un m om ento) la burguesía
vacilaba. Por una parte, ta m b ién e llo s esta b a n descontentos por
los elevad os im p u esto s. P or o tra p a rte, se identificaban con los

304 Véase J. Hurstfield, «The profits of fiscal feudalism, 15411602».


Economic History Review, 2.a serie, νιιι, 1, 1955, pp. 53-61; Robert Ashton
«Revenue farming under the early Stuarts», Economic History Rem.
2.‘ serie, νιιι, 3, 1956, pp. 310-322.
Véase Hurstfield, Economic History Review, vm, p. 60.
306 Porshnev, Les soulévements populaires, p. 39.
307 Ibid., p. 43.
Ibid., p. 545.
309 Véase ibid., pp. 545-561.
Formación de clase y co m e rcio internacional 407

intereses de la aristocracia y temían a los plebeyos. Algunos se


revelaron, algunos huyeron del país, y otros llegaron a pactar
con el Estado, com prando cargos y metiendo su dinero en ope­
raciones de c r é d ito 310.
Si nos preguntam os por qué Inglaterra y Holanda produje­
ron una nobleza « embourgeoisée» y Francia no, la respuesta es
que «en Francia el feu d alism o gozaba de una perfección y una
vitalidad clásica que im pedían todo embourgeoiscmenl de la
nobleza»3n. No se trata de que Francia estuviera más atrasada,
sino de que «las particularidades cualitativas de la economía
francesa hacíai. im p o sib le un agrupamiento de clases capaz de
permitir una sem irrevolución burguesa con arreglo al modelo
inglés»312. La lucidez de los argum entos de Porshnev empieza
a vacilar en esta com p aración crucial, en la que tiene que apo­
yarse en inexplicadas p erfeccion es, particularidades no defini­
das, y la vaguedad con cep tu al del término «semirrevolución».
Es precisamente en este punto donde Corrado Vivanti ofrece
su ayuda a Porshnev. C oincidiendo totalmente con el rechazo de
Porshnev de los argu m en tos de Mousnier en el sentido de que
la Fronda fue un elem en to aislado en la historia francesa, sugie­
re que Porshnev no sig u e la lógica de su propio argumento hasta
el final, y que en ca m b io se queda empantanado denunciando
a la burguesía por traicionar a la revolución. No podía hacer
otra cosa, ya que «no form aba aún un grupo social suficiente­
mente fuerte y au tón om o» 3I3, V ivanti plantea esta hipótesis en
la forma de una pregunta:

¿En qué medida se puede decir que la «reacción» o «restaura­


ción feudal» y la propia «traición de la burguesía» en el siglo xvn
sentaron —por un camino diferente al que podríamos encontrar en
otros lugares, en condiciones de crisis análogas— la base para aque­
lla acumulación de capital que la economía [francesa] del siglo xvi
nohabía conseguido crear?314.
Es decir, dados «eso s o b stá cu lo s objetivos que finalmente
imposibilitaron al tercer esta d o em prender una acción autóno­
ma en las arenas so c ia le s y p olíticas» 3,5# ¿no fue este camino la
segunda mejor altern ativa? Si bien no permitió a Francia
el grado de d esarrollo al que llegaría Inglaterra, no obstante
evitó que Francia d escen d iera a un papel de país semiperiférico,*

wVéase ibid., pp. 282-285, 446.


"■Ibid., p. 580.
" Ibid., pp. 580-581.
” Corrado Vivanti, Rivista Storica italiana, lxxvi, p. 966.
,MIbid., p. 965.
* Ibid., p. 965.
408 Im m a n u e l Wallerstem

co m o E sp añ a e Italia. In c lu so el su r de Francia, que se lanzó


por el ca m in o de la ap arcería, no tuvo una regresión económica
com p a ra b le a la de las áreas v ecin a s en el Mediterráneo. U
Roy Ladurie in siste que se p u ed e afirm ar del sur de Francia (y
d e C ataluña), al co n trario q u e del n o rte de Italia y de Castilla,
que el esta d o de la eco n o m ía «es calm ado y contenido, se
m o d ifica y se va h acien d o p esa d o , p ero aun no entra en involu­
ción [ . . . ] el dram a de L an gu ed oc no es la caída, sino la inelas­
ticidad, la rigidez de la p ro d u cció n agrícola; no la regresión
[decroissance], sin o la a u sen cia de un crecim iento marcado»w.
E sto le ocurriría a la p o stre ai su r de Francia, pero cincuenta
años d esp u és que a o tra s áreas.
Lucien G oldm ann h ace una c r ítica paralela de la teoría de
la alianza en tre la m on arq u ía a b so lu ta y la burguesía. Argu­
m enta que, por el co n tra rio , la alian za básica era la existente
entre la m onarquía y la n o b leza , au n q u e no obstante la mo­
narquía se cubría lo s fla n c o s crea n d o una nueva burguesía.
E n tonces, sin em b argo, p la n tea G old m ann , precisamente para
m antener a esta b u rgu esía c o m o b urguesía y no como una
seud oaristocracia, la m o n a rq u ía in tro d u jo la reforma de la
pauletle a p rin cip ios del sig lo x v n 3I7. La paulelte, instituyen­
do de h ech o un im p u esto so b re lo s ca rg o s, mantuvo a la buro­
cracia venal, h acien d o a sí q u e la b u rg u esía fuera burguesa

1,4 Le Roy Ladurie, Paysans, pp. 636-637.


1,7 La paulette recibía su nombre del financiero Paulet, que la ideó
Antes del decreto de 1604 que estableció la paulette, los cargos podían ser
vendidos por una persona a otra, pero no transmitidos a los herederos,
pues, si el funcionario moría antes de cuarenta días tras su renuncia, U
transacción quedaba invalidada. El decreto de 1604 hacía posible trans­
mitir el cargo a los propios herederos, si el funcionario pagaba al co­
mienzo de cada año un impuesto (la paulette) equivalente a la sexagésima
parte del valor del cargo. Vóase Swart, The sale of offices, pp. 9-10.
1,1 «El gobierno de la monarquía limitada dependía de los olficitn
y de los Cours Souverains, y por consiguiente presuponía un estrecho
entendimiento entre el rey y el tercer estado. El gobierno de la monar­
quía absoluta dependía de los Conseils y de los intendants, y por consi­
guiente presuponía un equilibrio de poder entre las diferentes clases,
entre la nobleza por un lado y los officiers y el tercer estado por otro.
El desarrollo de la monarquía absoluta implicaba así [...] una política
de alianza entre la Corona y los nobles. Esto traía consigo el riesgo de
que la aristocracia se abriera paso en el aparato de gobierno, en la
misma forma en que lo había hecho la burguesía cuando el rey estaba
aliado con el tercer estado. Por consiguiente, la monarquía ante todo
debía buscar que este aparato permaneciera por encima de todas las cla­
ses sociales, y, en segundo lugar, asegurar que los offices se mantuvieran
como territorio exclusivo de la clase media.» Lucien Goldmann, The hid­
den god, Nueva York, Humanities Press, 1964, pp. 127-128. Por tanto,
surge la paulette.
Formación de clase y com ercio internacional 409

y en consecuencia, dependiente también de la monar­


quía 319.
La explicación de G oldm ann se centra en la distinción entre
dos variedades de fu n cion arios del Estado: una más antigua
compuesta por los notables y la noblesse de robe, los officiers
y miembros de los Cours Souverains y Parlements, y otra más
reciente, formada por los commissaires y conseillers d’Elat, y
por quienes servían co m o intendants y máitres des requétes.
Goldmann ve a esto s ú ltim o s desplazando a los primeros «en
la primera m itad del siglo xvii , y especialmente de 1620 a
1650»m. Goldmann analiza el im pulso que hay detrás de este
nuevo sistema co m o un esfu erzo de la monarquía, «tras el acceso
a! poder de E nrique IV en 1598, por recuperar el terreno per­
dido»321 durante las guerras de religión.
Dado que los officiers habían sido de gran ayuda a la mo­
narquía durante las guerras de religión, y por tanto esperaban
que su poder y su im p ortan cia crecieran en vez de disminuir,
se vieron trastornados tanto por la paulette 322 como por la apa­
rición de los commissaires. La tensión entre officiers y com­
missaires fue crecien d o , llegando a un punto culminante alre­
dedor de 1637-1638. G oldm ann relaciona esto con el ascenso entre
los officiers del ja n se n ism o , una ideología que «insistía en la
vanidad esencial del m u n d o y en el hecho de que la salvación
sólo podía ser h allada en la soledad y el retiro» 323.
Mientras que el cu ad ro de la monarquía hecho por Goldmann
es cercano al de P orsh n ev, su retrato de la burguesía se acerca
más al de M ousnier, q ue m an ifiesta «un sentimiento de extrema
repugnancia ante la id ea de considerar el siglo xvn como una
época "feudal", dado q ue fue m ás bien una época en la que
el "capitalismo com ercial" había penetrado profundamente en
el país» 324, en la to ta lid a d del país y no sólo en las ciudades.
Los monopolios no su p u siero n una ruptura en el ascenso del
capitalismo, sin o «una co n d ición para su desarrollo en esta
etapa» 325. Pero M ou sn ier se sien te escandalizado sobre todo por*

**Véase ibid., p. 120.


* Ibid., p. 141.
■ Ibid., p. 106.
®Es decir, trastornados en un primer momento. Una vez que perdie­
ron sus primitivas esperanzas de poder e influencia, apreciaron el aspec­
tobeneficioso de la paulette. Véase Goldmann, The hidden god, p. 129.
“ Ibid., p. 120.
,}' Roland Mousnier, «Recherches sur les soulévements populaires en
France avant la Fronde», Revue d'Histoire Moderne et Contemporaine, v,
1958, p. 107.
“ Ibid., p. 108.
410 I m m a n u e l Wallersitin

la asimilación de los officiers a la nobleza. Reacciona con la dig.


nidad ofendida de un verdadero aristócrata.
Un officier de cierta importancia es judicialmente un noble. Un
noble, pero no un caballero ni un señor (un fcodal). Porshnev jamás
hace esta distinción. ¿Llamaríamos acaso a la nobleza veneciana,
a los grandes comerciantes, un cuerpo feudal? En Francia, el público
insistía en las distinciones. Un officier ennoblecido por su cargo,
seguía siendo un burgués. La gente deploraba el hecho de que b
verdadera nobleza, la de los caballeros, careciera de empleo en el
Estado, y de que los cargos públicos fueran prerrogativa de aque-
líos a los que se llamaba irónicamente «caballeros de pluma y tin­
tero». Burgués, eso es lo que uno seguía siendo, fuera oflicier o
commissaire, incluso amparado por la fleur de lys y revestido de la
púrpura de su cargo, equipado con un título de caballero, de barón,
de presidente del Parlamento o miembro* del Consejo ReaP26.
M ousnier con clu ye n eg a n d o q ue él o Pagés hayan sugerido
nunca que la burguesía co n tro la ra a la monarquía. «Era la mo
narquía la que subyugaba a to d a s las clases en la reconstruc­
ción del Estado. Pero en esta lab or se vio ayudada por la bur­
guesía» 326327*31.
Es im portante n otar q ue en e ste d eb a te se han mezclado una
serie de cu estio n es. Una es la n atu raleza del sistema. Otra es
la naturaleza de las rela cio n es en tre las clases. Una terceraesel
papel de la m onarquía. H e m o s ex p lica d o ya en un capítulo
previo por qué creem o s q u e el térm in o «feudalismo» en relación
con la producción agrícola en esta ép o ca (cultivos para el mer­
cado, in clu so aunque estu v iera n b a sa d o s en mano de obra obli­
gada o sem iob ligad a) resu lta c o n fu so y no facilita el análisis.
In sistir en que Francia esta b a en v u elta en esta época sustancial­
m ente en una eco n o m ía -m u n d o ca p ita lista no supone necesa­
riam ente afirm ar, no o b sta n te , q u e la burguesía ejerciera un
poder p o lítico su sta n cia l. E s o b v io q u e carecía de él. En el este
de Europa, los a ristó cra ta s eran g ra n jero s capitalistas, y la bur­
guesía com ercial indígena esta b a .en vías de extinción. Ni tampo
co nos dice nada n e c e sa r ia m e n te so b re el papel particular de

326 Ibid., p. 110. Corrado Vivanti responde a Mousnier: «Además,


cuando Mousnier, tratando de mostrar las consecuencias extremas ylos
abusos de tal terminología, pregunta "¿llamaríamos cuerpo feudal a la
nobleza veneciana, aquellos grandes comerciantes?", por analogía se ms
vienen a la cabeza los famosos versos: "tú que eres rey de Cerdeña y
en Pisa un burgués" ["voi che re siete in Sardegna / ed in Pisa ciltadi
ni"], y nos vemos llevados a replicar de inmediato que, en efecto, tam­
bién el patriciado veneciano se dedicó a hacerse con dominios feudales
en el imperio de Oriente (es decir, en el imperio primero bizantino v
luego otomano), y en Terraferma.» Rivista Slorica Italiana, lxxvi, p.
331 Mousnier, Revue d'Histoirc Moderne e't Contemporaine, v, p. 110
Formación de clase y com ercio internacional 411

la monarquía en Francia en contraposición con otros Estados


de esta econom ía-m undo. J. Η. M. Salmon observa que «al igual
que el debate acerca de la gentry y la aristocracia en Inglaterra,
la controversia [so b re la Francia de principios dej siglo xvn ]
se centra en torno al carácter de la sociedad y del gobierno en
el comienzo de la era moderna» m. jExactamente!
Mousnier probablem ente tenga más razón que Porshnev al
considerar a la m onarquía com o una institución que, lejos de
dominar claram ente la situación, luchaba por afirmar su preemi­
nencia política, in clu so en Francia, pero Porshnev tiene más
razón que M ousnier al ver que uno de los desarrollos que más
claramente d istingu e a Francia de Inglaterra es el comparativo
éxito político en Francia de la antigua aristocracia, cuyos inte­
reses a corto plazo no conducían a largo plazo a que Francia
pudiera beneficiarse al m áxim o de la división del trabajo en la
economía-mundo.
Volvámonos ahora a la «crisis» final del siglo xvi «largo», y
veamos exactam ente qué im pacto tuvo en la arena política fran­
cesa. Podemos partir del hecho de que la caída de precios en
Francia durante el período 1600-1610 fue favorable económica­
mente a Francia y su burguesía 329. E incluso Porshnev admite
que sería excesivo so sten er que los capitalistas industriales no
tenían peso alguno en Francia. Acepta que «la evolución del ca­
pitalismo con tinu ó su curso, pero a un paso más lento» 330.
El problema resid ía en gran parte en el comercio exterior,
cuya importancia para las econom ías nacionales discutimos pre­
viamente al analizar la reacción de Inglaterra ante la crisis co­
mercial. Aunque Francia había recuperado en cierta medida en­
tre 1600 y 1610 las pérdidas ocasionadas por las guerras de
religión, se p rod ujo otra gran caída a partir de 1610, en esta

“ J. Η. M. Salmon, «Venality of office and popular sedition in seven­


teenth century France», Past and Present, 37, julio de 1967, p. 43. Minna
Prestwick utiliza casi las mismas palabras en su reseña de la obra de
Porshnev y de un libro de Robert Mandrou: «Así, lo que comenzó como
una polémica sobre la naturaleza de los alzamientos en la Francia del
siglo xvn se ha convertido en un debate sobre la naturaleza de la so­
ciedad y el carácter del gobierno.» English Historical Review, cccxx, julio
de 1966, p. 572.
m«Los precios bajos no afectaron adversamente a la industria. En
Francia, por ejemplo, la primera década del siglo xvn fue un período
de rápida expansión en la industria, la producción artesanal y la agri­
cultura, un período en el que se redujo la deuda del Estado, se equili­
bró el presupuesto estatal, etc. Las ganancias de comerciantes e indus­
triales crecieron, y en estos años consiguieron enriquecerse notablemen­
te.! Lublinskaya, French absolutism, p. 13.
00 Porshnev, Les soulévements populaires, p. 560.
412 I m m a n u e l Wallerstein

o ca sió n en gran m ed id a co n se c u e n c ia de la competencia holán-


d esa y en alguna m ed id a de la in glesa. Y lo que hizo que los
h o la n d eses e in clu so lo s in g le se s fueran capaces de aventajaren
p recio s a los fra n ceses d u ran te e ste p eríod o fue que, en un mo­
m en to de con tracción del m erca d o m undial, la ventaja acumu
lada de capital y tecn o lo g ía in d u stria les de los cincuenta-sesenta
añ os an teriores resu ltab a cru cial:

Francia se quedó rezagada detrás de sus competidores respecto


a todos los índices im portantes. La división del trabajo en las io-
dustrias francesas estaba a un nivel inferior; la escasez de trabaja­
dores especializados no perm itía a los empresarios establecer una
jerarquía adecuada de niveles de salarios. Los subsidios estatales,
absolutamente necesarios en aquella época, eran casuales y esporá­
dicos, y de poca importancia, m ientras que la acumulación de dinero
no se daba en una escala suficiente; Francia se vió excluida del
saqueo directo de las colonias que alim entó la acumulación primi­
tiva en Holanda y España, así com o la industria en Inglaterra.
Las consecuencias de esto fueron que los productos industriales
franceses eran com parativam ente caros. Como resultado, la burgue­
sía comercial e industrial francesa era incapaz de competir con éxito
con los holandeses e ingleses en su propio mercado doméstico, y en
cierta medida también en los m ercados extranjeros. Se vio obligada
a utilizar su capital de otras maneras [...] La construcción de
barcos y la navegación francesa, y por tanto también el comercio
transoceánico francés, iban a la zaga de los ingleses y holandeses,
técnica y económicamente [...]
Por todas estas razones, la burguesía francesa estaba muy inte­
resada en una mayor protección, y el gobierno de Francia hizo lo
posible por cubrir sus necesidades en ese asp ecto331.

Lublinskaya, French absolutism, pp. 144-145. Zeller señala que todo


el sistema de las manufactures royales que florece en la Francia del si­
glo xvi se basaba en el deseo de evitar que salieran del país metales
preciosos. Así, el rey fomentaba el establecimiento de industrias produc­
toras de bienes de lujo, para evitar su importación. Essays in French
economic history, pp. 130-131.
Esto tuvo graves consecuencias durante las contracciones de comieo-
zos del siglo xvii. «La deflación fue particularmente difícil para la eco
nomía francesa. Los productos que Francia exportaba no dejaban gran­
des márgenes de beneficio. Sus exportaciones se basaban fundamental­
mente en las diferencias entre los precios franceses y españoles. Cuando
la entrada de metales preciosos se hizo más lenta, esa diferencia se
redujo.
•Desde otro punto de vista, el período deflacionario se caracterizó por
un notable intento de racionalización económica en los países que ha­
bían emprendido resueltamente el camino de la producción capitalista:
las Provincias Unidas e Inglaterra. La producción capitalista significaba !
un intento de sacar ventaja de la acumulación de dinero para maximizar
las ganancias en un mercado con los adecuados medios monetarios.
•Por comparación, es fácil comprender por qué los esfuerzos indus­
triales franceses, de Enrique IV a Luis XIV, fueron tan sólo una serie
de intentos, con mayor o menor éxito, de desarrollar industrias de lujo
Formación de clase y com ercio internacional 413

Esto colocó en ton ces a Francia en un estrato intermedio


dentro de la econom ía-m undo. Mientras que los franceses esta­
ban capacitados para explotar en cierta medida a España y a
Alemania, los in gleses y los holandeses podían explotar el mer­
cado francés al igual que el esp a ñ o l332.
La relativa fuerza del aparato de Estado francés comparado
con el de Inglaterra y las Provincias Unidas no le favoreció ne­
cesariamente en este problem a. Si los monarcas franceses de la
época hubieran estad o com prom etidos sin reservas en el des­
arrollo de la industria y los intereses de la burguesía, sin duda
Francia debería haber superado la ventaja, después de todo
no tan marcada, que le llevaban las otras dos naciones. Pero los
monarcas franceses eran am bivalentes. Su intromisión no siem­
pre conducía a la m axim ización de los intereses comerciales
nacionales en la econom ía-m undo. De hecho, Nef atribuye una
de las razones de los éxitos de Inglaterra no a diferentes desig­
nios reales, sino al hecho de que los franceses fueron más efi­
cientes en su in terferen cia con las empresas burguesas333. De
forma sem ejante, argum enta Nef, el comparativo aislamiento de
Inglaterra respecto a las guerras europeas en este período, sig­
nificó un hincapié en los «hábitos de obediencia a la autoridad
real» 334 menor que en Francia. La capacidad del monarca fran­
cés para estab lecer im p u estos, combinada con la de la nobleza
para verse exenta de ellos, supuso una carga más pesada no
sólo para el p opu lach o sino también para la burguesía.

con el fin de reducir las importaciones. Pese a todo, el país en su con­


junto permanecía en ese estado de miseria monetaria observado por
Desmarets, pero que Colbert había reconocido ya en 1670, cuando admi­
tió ante el Rey "la dificultad general" que encontraban los arrendado­
res y recaudadores generales de impuestos para "sacar dinero de las
provincias", y al concluir que "en el comercio público" había incluso
menos.» Jean Meuvret, «Monetary circulation and the economic utiliza­
tion of money in 16th and 17th-century France», en Rondo Cameron,
comp., Essays in French economic history, Homewood (Illinois), Irwin
Inc., 1970, páginas 148-149.
ω Véase Lublinskaya, French absolutism, p. 328.
ω «Pero la gran diferencia entre [Francia e Inglaterra] no residía en
la naturaleza de las leyes [industriales], sino en su cumplimiento. En
Francia los funcionarios ponían tanto vigor para asegurar el cumpli­
miento de las leyes que los artesanos intentaban en ocasiones asesinarlos
a causa de su celo. En Inglaterra los funcionarios se mostraban tan laxos
que los trabajadores se ponían a veces en huelga en un esfuerzo por
recordarles sus deberes [...] La mayor parte de las regulaciones eran de
tal tipo que interferían con el progreso de la empresa industrial capi­
talista.» Nef, Industry and government, p. 56.
* Ibid,, p. 98.
414 I m m a n u e l Wallersitin

F in alm en te, no d eb em o s p a sa r por alto la relación entre la


p o sició n alcanzada en la econ om ía-m u n d o, por ejemplo, hacia
1610 y la p osición futura. Las d ificu lta d es de los franceses para
co m p etir con los h o la n d eses y lo s in g leses en sus mercados do
m é stic o s les llevaron a co n ce n tra r se en la producción de aque­
llas m ercancías en las que tenían cierta ventaja histórica y un
m ercad o d o m éstico rela tiv a m en te m ayor que otros países eu­
rop eos: p rod uctos de lu jo, en esp ecia l s e d a s 335. Pero los bienes
m ás baratos para m erca d o s m ás a m p lio s hubieran provisto a
largo plazo una base in d u stria l m ás segura.
La guerra de los T reinta A ños im p u so grandes presiones a
lo s fran ceses. Al crecer los g a sto s m ilitares y expandirse los
ejército s, creció tam bién el v o lu m en de la burocracia del Estado,
y, com o causa y co n secu en cia , tam b ién aumentó el grado de
im p osición , tanto d irecta por p arte del Estado como de jacio
por añadidura a través de la d ep red a ció n de las tropas en las
zonas cam p esin as 336. El im p a cto d e \la guerra sobre el precio
del grano báltico, y por ta n to so b re los precios de la comida
en general, ha sid o m en cio n a d o ya anteriorm ente. Todo esto se
vio con sid erab lem en te agravad o por las grandes epidemias que
brotaron entre 1628 y 1633, y e sp e c ia lm e n te en 1630*31. Ya fueran
las m alas cosech a s las que llevaron a la extensión de la enfer-

M SVéase Sella, Fontana Economic History of Europe, ii, p. 26.


m En ello coinciden Porshnev y Mousnier. Véase Porshnev, Les sou
lévements populaires, pp. 458*463; Roland Mousnier, Peasant uprising in
seventeenth-century France, Russia, and China, Nueva York, Harper, 19/0,
páginas 306-311.
«La guerra, al coincidir como lo hizo con los largos años de depresión
económica, impuso a los recursos financieros y al aparato administrati­
vo de estos Estados [del oeste y el sur de Europa] unas exigencias
que obligaron a sus gobiernos simultáneamente a extender su compe
tencia administrativa y a aumentar los impuestos. Pero aunque estas dos
políticas eran lógicamente complementarias, resultaron ser incompatibles
en la práctica. El aparato burocrático necesario para la extensión del
poder real, o bien no existía en absoluto, o, si existía, resultaba ineficaz
y mal controlado. Cuanto más aumentó la presión financiera, más se
vieron obligados los gobiernos centrales a recurrir a la cooperación vo­
luntaria de las clases y corporaciones privilegiadas (...]
»En teoría la monarquía francesa era una monarquía absoluta. Su
autoridad legislativa y ejecutiva, y sus poderes casi ilimitados para es­
tablecer impuestos, eran aceptados en general en todo el país. En la
práctica, sin embargo, la monarquía se veía limitada por las inmunida
des, virtualmente intocables, de las clases, las corporaciones y los indi­
viduos, y por la falta de un control central efectivo sobre los grandes y
heterogéneos cuerpos de funcionarios reales. Como en todas partes, la
producción de guerra exigía mayor centralización, y a la vez hacia más
difícil el ponerla en práctica.» H. G. Koenigsberger, The Hapsburgs aná
Europe, pp. 279-280.
Formación de clase y com ercio internacional 415
I
medad, o ésta la que provocó la escasez de grano, ambas cosas
se dieron sim ultáneam ente y golpearon duramente a Fran-
j cia
Dado este análisis es fácil comprender por qué fueron tan
generales los alzam ientos cam pesinos en esta época. No sólo
iban en aum ento las exacciones del Estado sobre el campesina­
do, sino que la nobleza encontraba dificultades para obtener sus
rentas y prestaciones de los campesinos a causa de su hundi­
miento e c o n ó m ic o 338. Sin duda esto significó en muchos casos
que tanto los nobles com o los campesinos de un área se en­
contraran enfrentados sim ultáneam ente con la monarquía, y
en alguna m edida «el sentido de lealtad y de obligación mutua
[entre el señor y el cam pesino] persistiera»139 en la Francia
de principios del siglo xvn; pero sería un error llevar esta idea
I demasiado lejos, com o algunos parecen inclinados a hacer. Por­
que no sólo los investigadores actuales, sino también los campe­
sinos de en tonces podían percibir que, después de las guerras
de religión, el señor, com o dice Salmon, «ya perteneciera a la
antigua noblesse o a la nueva era menos un compañero de
miserias del cam p esin o que una causa parcial de ellas»340. Des­
pués de todo es p recisam en te la actuación política de la nobleza
lo que explica el lento progreso del desarrollo económ ico341.
Al mismo tiem po, la industrialización parcial de Francia per­
mitió que tal d esco n ten to se extendiera de las áreas rurales a
las urbanas, ligadas am bas entre sí por el creciente número de
personas, esp ecie de lum penproletariado sin empleo fijo, que
iba de allá para acá, y cuyo margen de existencia era excesiva-

wVéase Jean Mcuvret, Population in history, esp. pp. 511-512. «En


Francia el peso de los impuestos subió de 43 a 80 millones de libras en­
tre 1623 y 1640. El precio del trigo, sin embargo, cayó espectacularmente
a partir del período 1638-1640. Esta coincidencia de una subida fiscal y
una regresión económica explica las grandes revueltas que acompañan
el final del ministerio de Richelieu.® Ardant, Impót, II, p. 754.
wVéase Porshnev, Les soulévements populaires, p. 119.
w Elizabeth S. Teall, «The seigneur of Renaissance France», Journal
of Modern History, xxxvii, 2, junio de 1965, p. 150.
140Salmon, Past and Present, 37, p. 43.
w «Francia seguía siendo una tierra de campesinos pobres bajo una
clase de señores rentistas; seguía siendo un país pobre y pobremente
desarrollado que dependía de métodos económicos tradicionales. Las
tendencias que habían comenzado en el período de paz que precede el
estallido de las guerras de religión no llegaron a madurar, mientras que
en Inglaterra emprendieron un desarrollo ininterrumpido.» Friedrich Lüt-
ge, «Economic change: agriculture», New Cambridge Modern History, n,
G. B. Elton, comp., The Reformation, 1520-1559, Londres y Nueva York,
Cambridge Univ. Press, 1958, p. 47.
416 Im m a n u e l Wallerstein

m en te estrech o co m o para so p o rta r una excesiva agravación d*


la cr isis 342*.
R obert M androu co n trib u y e a e s te debate pidiéndonos que
co n sid erem o s los a lza m ien to s p o p u la res de 1623-1648 en el con­
tex to del tran scu rso de la h isto ria de Francia, que fue testigo de
tales alzam ien tos tan to a n terio rm en te com o después. Nos re­
cu erda que los d iversos im p u e sto s «deben ser considerados como
sig n o s de una situ a ció n ec o n ó m ic a grandem ente deteriorada,
y no sim p lem en te co m o la ca u sa ú n ica o m ás inmediata de las
r e v u e l t a s » M a n d r o u n o s a n im a en to n ces a emprender un
cam in o m ucho m ás fru ctífero . N o s pide que atendamos

a las localizaciones, a la cartografía: el oeste, Normandía, Guyena,


el centro (Marche, Berry, Borbonesado), esta es el área más frecuen­
temente afectada, la más estimulada por esta reacción en cadena de
disturbios. ¿Podemos ver en ello una consecuencia de la mayor
participación de las provincias que tienen que enfrentarse a una
ruptura en el crecimiento del «siglo xvi largo», siendo el reflujo de
los años 1620-1680 precursor de una depresión más evidente aquí
que en las áreas más continentales, más carentes de desarrollo
[frusíe ]? ¿Pero acaso estas zonas de agitación rural y urbana del
siglo xvii no fueron también las provincias en las que las güeñas
de religión fueron más ardientes durante el siglo precedente?344.
E sta es realm en te una p ista m a g n ífica , que encaja perfecta­
m ente en nuestra h ip ó te sis gen eral, y en la que además coinci­
den tanto M ousnier co m o P orsh n ev . M ou sn ier dice:

<E1 estudio de cada alzamiento es inseparable de la investigación


de las economías locales y de las estructuras sociales. ¿Por qué se
dieron principalmente en el oeste, centro y sudoeste los alzamientos
rurales? ¿No sería posible clasificar a las ciudades con arreglo al
grado de desarrollo del capitalismo en ellas, y examinar si existe
alguna correlación con alguna de las constantes de las revueltas?345
Porshnev señala que lo s a lz a m ie n to s de 1623-1648 vinieron
precedidos por otras tres se r ie s a lo largo del siglo xvi. Las
dos prim eras fueron la de 1520-1550, ligad a a la Reformadla

342 Véase Porshnev, Les soulévements popttlaires, pp. 268-275. Porshnev


toma el término «plebeyos» de La guerra de los campesinos en Alemania,
de Engels, para describir a estas gentes de las ciudades. Dice: «Los plebe­
yos no constituían un preproletariado, sino una masa heterogénea, que
tenía raíces en diferentes grupos de la sociedad feudal, y que, poco a
poco, se estaba fusionando en una verdadera unidad» (p. 269).
Robert Mandrou, «Les soulévements populaires et la société fran^ise
du xviic siécle», Armales ESC, xiv, 4, octubre-diciembre de 1959, p M
344 Ibid., p. 761.
345 Mousnier, Revue d’Histoire Moderne et Contemporaine, v, p. Ill
Formación de clase y co m ercio internacional 417

de 1570*1590, durante la cual los movimientos populares «cifra­


ban sus esperanzas en la Liga Católica, de la que se declaraban
partidarios». D espués de 1590-1600 hubo una última oleada que
adoptó ya un revestim ien to no religioso346. De hecho Porshnev
argumenta adem ás que el disgusto popular contra las guerras
de religión llevó a la desacralización de la autoridad, lo que a
su vez explica la gran necesidad de reafirmar la autoridad del
Estado sentida a p rin cip ios del siglo xvn 347.
Este argum ento de Porshnev plantea una vez más algunas
preguntas acerca del significado de los movimientos y agrupa-
mientos religiosos de los com ienzos de la Europa moderna, sus
relaciones con la reafirm ación de las identidades nacionales e,
I
inversamente, con las fuerzas centrífugas religiosas. Hemos
hablado anteriorm ente del tratam iento que Koenigsberger hace
de los hugonotes co m o m ovim iento nacional revolucionario fran­
cés348. Cabe, d esde lu ego, dentro del terreno de la especulación
razonable, el que los hugonotes pudieran haberse consolidado
en el sur y en el o e ste de Francia, de forma paralela a la conso­
i lidación de los ca lv in ista s en el norte de los Países Bajos, lo que
I; podría haber con d u cid o, com o allí, a una división territorial.
Este fue sin duda un tem or presente en aquella época En el
marco de tal p ersp ectiva, no resulta sorprendente que en un
momento dado los h u gon otes solicitaran auxilio de la católica
España. La liq u id ación de los hugonotes fue entonces parte in­
tegrante del im p u lso por m antener la integridad de Francia
como E sta d o 3S0, y M ousnier señala el papel que jugó la venta

* «Hacia finales del siglo xvi, convencidas de la inutilidad de las


banderas de la Reforma y el catolicismo para defender sus intereses,
las masas populares abandonaron cualquier cobertura religiosa para su
lucha de clase, tras haber sufrido todo tipo de desilusiones políticas y
confesionales. En parte por esta razón, a finales del siglo xvi, cuando
las masas populares francesas hablan simple y francamente en términos
de un lenguaje de clase, las clases feudales francesas se apresuran a
"poner fin a las guerras fratricidas de religión", y, olvidando sus dispu­
tas, se alian a la monarquía de Enrique IV.» Porshnev, Les soulévements
populaires, p. 47. Véanse también pp. 280-281.
,<7Véase ibid., pp. 572-573.
wVéase Koenigsberger, Journal of Modern History, χχνιι, pp. 338-340.
m Véase Lublinskaya, French absolutism, p. 166.
wGeorges Duby y Robert Mandrou hablan de «los católicos que de­
fienden la unidad política del reino». Histoire de la civilisation frangai-
se, i, Le Moyen Age et le XVI* siécle, Parts, Armand Colin, 1958, p. 341.
Véase Victor-L. Tapié: «La Francia de la regencia y de los primeros años
de Luis XIII [...] era una presa [...] Varias provincias francesas eran
objeto de disputas territoriales [...]
•En esa época, ningún Estado era suficientemente fuerte o rico para
crear en torno suyo una protección [concours] de paz y progreso econó*
418 I m m a n u e l Wallerstein

de cargos, a partir de 1620, en la com p ra de los cuadros calvi,


n is t a s 3SI.
Que el region alism o era m ás fun dam en tal que el cisma re­
lig io so se aprecia cla ra m en te en la form a en que el sur de
Francia, la antigua O ccitania, d ejó de ser una plaza fuerte de los
h u gon otes. Henri E sp ieu x habla de que la Reforma encuentra
su s plazas fu ertes «tanto en O ccitan ia com o en las márgenes de
la antigua Galia rom ana del sig lo vi, m ien tras que el catolicismo
es esen cia lm en te del norte [ . . . ] » 352. Pero, señala, cuando Enrique
de Navarra accede al tron o «en d etrim en to de la causa occita-
na», en ton ces, «por m ed io de un sin gu lar giro, Occitania se
m o stró sim p atizante de la Liga [ligeuse], única forma que le
quedaba de preservar su d iferen cia » 353. Finalmente, Espieux
argum enta que los o cc ita n o s abrazaron el jansenismo con el
m ism o «espíritu no co n fo rm ista » , cau sa que «contribuía al man­
ten im ien to de su a ctitu d reb eld e [humeur frondeuse]»3M. Es­
pieux considera esta rebeld ía co m o el m étod o de Occitania para
resistirse a su in tegración a F ran cia, que le vino impuesta en
el siglo xvi, lograda y reforzad a por las cargas fiscales que se
le hizo soportar, y hecha aún m ás in to lera b le por la declinación
económ ica de M arsella y B u rd eo s en el «segundo» siglo xvi.no
sólo en relación con París, sin o in c lu so en relación con Barce­
lona y Génova: una vez m ás e str a to s d en tro de estratos
La descripción de P orsh n ev d el alzam iento en Normandía
en 1639 registra tem as sim ila r es. Tal y co m o ha podido recons­
truir la historia, los ca m p esin o s en N orm andía soportaban en
los siglos x iv y xv una carga señ o ria l m ayor que cualquier otro
lugar de Francia. A causa de e ste h ech o , así com o de las destruc­
ciones de la guerra de los Cien A ños, lo s cam pesinos huyeron,
creando así una aguda esc a se z de m a n o de obra, lo que llevó a
la declinación relativam en te ráp id a de lo s arrendamientos a
perpetuidad, en b en eficio de lo s arren d am ien tos a plazo, más
favorables al ca m p esin ad o. La re v o lu c ió n de los precios y el

mico, pero un Estado resuelto podía salvaguardar sus condiciones de


independencia territorial y permitir a sus recursos naturales la posibili­
dad de dar sus propios frutos. A Richelieu le corresponde el mérito de
haber visto esto, y a Luis XIII el de haber comprendido que su minis
tro le servia bien.» La France de Louis XIII et de Richelieu, París, Flam-
marión, 1952, pp. 524-526.
JSI Véase Mousnier, Vénalité, pp. 601-602.
557 Henri Espieux, Histoire de VOccitanie, Nimes, Le Centre Culture!
Occitan, 1970, p 155.
J5J Ibid., p. 159.
» Ibid., p. 161.
555 Véase ibid., pp. 146-154.
Formación de clase y com ercio internacional 419

emergente papel de Francia en la economía-mundo condujo a la


aparición de problem as para los campesinos propietarios: rentas
más elevadas, parcelas más pequeñas, vuelta parcial a una eco-
I nomía natural, o, en pocas palabras, a una detención del des­
arrollo capitalista 356. En una época en la que el granjero yeoman
inglés se beneficiaba de los cercamicntos de la tierra arable, su
equivalente norm ando estaba perdiendo terreno. En cuanto a
la burguesía, Porshnev señala una división entre sus dos seg­
mentos: los m agistrados, ligados a los intereses locales y por
lo tanto partidarios de la rebelión; y los financieros, firmemente
ligados al Estado y em peñados por tanto a favor de la aristocra­
cia local3S7. La rebelión puede ser considerada como una muestra
de descontento con la política del centro, que estaba privando al
j campesino norm ando (y al burgués local) de los beneficios de
! una más com pleta participación en la nueva economía-mundo.
En el noroeste, al igual que en Occitania, se consideraba que
la monarquía perseguía una perspectiva «nacional» francesa que
era económicamente regresiva. En nombre de lo tradicional las
provincias exteriores no exigían menos, sino más progreso eco­
nómico 3Se. No fue en tonces accidente alguno que el alzamiento
de 1639 en N orm andía se viera seguido de alzamientos en Pro­
venza, Bretaña, Languedoc y Poitou 359. Tampoco fue un acci­
dente que el telón de fondo inmediato del alzamiento de Nor­
mandía fuera la resisten cia del monarca a aliviar la carga
i impositiva sobre N orm andía en la estela de las dificultades
económicas que siguieron a la epidemia de 1632-1633, porque
«estando su m ajestad sobrecargada de gastos excesivamente
grandes, no puede aliviar a su pueblo como sería su deseo» 360.
No podía hacerlo, dado que el dinero estaba siendo utilizado
en la creación de la entidad nacional francesa.
Supongamos — gran juego histórico— que Francia hubiera
sido una entidad geográfica de forma diferente, cubriendo solo
el norte y el oeste de Francia, con Ruán como capital. Supon­
gamos que Occitania hubiera sido un Estado separado a partir
del siglo x iii. ¿Acaso no es posible que esa Francia truncada
hubiera descubierto que los intereses nacionales del aparato

“ Véase Porshnev, Les soulévements populaires, pp. 402-403, 418419.


07Véase ibid., p. 578.
* Un ejemplo de este fenómeno, referido al siglo xx, lo describe Jean­
ne Favrct en «Le traditionalisme par excés de modernitc», European Jour
nal of Sociology, νπι, 1, 1967, ρρ. 71-93.
151Véase Porshnev, Les soulévements populaires, p. 470.
" Ibid., p. 425.
420 I m m a n u e l Wallersteih

de E sta d o cen tral y lo s in te r e se s com erciales de la burguesía


esta b a n un tanto m ás en a rm o n ía los unos con los otros? ¿Acá-
so no es p o sib le que una F ran cia tal, aparentemente más débil,
h ub iera sid o capaz de h a cer lo q ue hizo Inglaterra, responder
a la em ergen te eco n o m ía -m u n d o crean do una base industrial?
Tal vez.
Pero una Francia tal no e x istió . Lo que existió no era, como
h em o s dicho, ni carn e ni p esc a d o , y se veía desgarrada por
lu ch as religioso-region ales. La p resió n hacia la creación de im
E sta d o de una sola relig ió n era tan poderosa en la Europa del
sig lo x v i com o la e x iste n te en el A frica del siglo xx hacia los
E sta d o s de un so lo p a rtid o . Pero el precio fue elevado. Para
Francia el p recio fue lleg a r a un acu erdo con la aristocracia
p rácticam en te con arreglo a su s térm in os: la «réaction seigneu-
ríale», la «féodalisation» de la b u rgu esía. No habría una guerra
civil en el siglo x v n , só lo la Fronde. La revolución burguesa
vendría en 1789, en otra ép o ca , p or o tro s motivos, y en algunos
a sp ecto s d em asiad o tarde. E n el sig lo x v i i la burguesía adminis­
trativa francesa, la noblesse de robe, se vio obligada a recordar
que no podía p erm itirse el lu jo de p ersegu ir demasiado a fondo
su s estrech o s in tereses, d a d o q u e, si lo hacía, la integridad del
E stad o y por tanto la b a se e c o n ó m ic a de esta burguesía admi­
n istrativa se verían a m en a za d a s.
Los d iferen tes p a p eles (p a p e le s, no intenciones) de las mo
narquías de In glaterra y F ran cia fu ero n , en último término, un
factor crucial. Una form a d e v erlo es d efinir la lucha política
com o un in ten to de las m o n a r q u ía s de la época por erosionar
los p rivilegios de to d o s lo s g ru p o s no estatales, y observar,
com o hace C ooper, q ue co n m u c h o tu vieron mejor éxito contra
las ciud ades (y por ta n to co n tra c ie r to s segmentos de la bur­
guesía) que con tra las c la se s te r r a te n ie n te s 361. Braudel habladt
las ciud ades « m an ten id as b a jo co n tro l» o «disciplinadas» por
parte de las m on arq u ías 362. S eg ú n e s te p u n to de vista las clases
terraten ien tes b u sca b a n u tiliz a r al E sta d o como ayuda para
m anten erse al fren te de las rá p id a s co rrien tes de expansión eco­
nóm ica. En esta p ersp e ctiv a , lo s frondeurs, aunque perdieran,
salieron ganando, m ien tra s q u e la aristo cra cia inglesa, aunque
hubiera una resta u ra ció n , sa lió p erd ien d o . Al final, argumenta
B raudel, la p rim acía in g lesa en el m u n d o sería la primacía de*562

341 J. P. Cooper, «General introduction», New Cambridge Modern His-


tory, iv, J. P. Cooper, comp., The decline of Spain and the Thirty Ym
War, 1609-1648/59, Londres y Nueva York, Cambridge Univ. Press, 1913.
página 15.
562 Braudel, Civilisation matérielle, p. 399.
Formación de clase y com ercio internacional 42J

Londres, «que construyó Inglaterra con arreglo a sus requeri­


mientos fd sa guise] tras la revolución pacífica de 1688» *K
En la vacilación entre las demandas de la burguesía y Ja aris­
tocracia, las m onarquías, tanto en Inglaterra como en Francia,
fueron acercándose progresivamente a las exigencias de la aris­
tocracia. La diferencia era que en Inglaterra los intereses de la
burguesía com ercial estaban ligados a un centro poderoso, mien­
tras que en Francia en alguna medida estaban ligados a la peri­
feria nacional. Esta diferencia era consecuencia de considera­
ciones geográficas en el marco de la economía-mundo europea.
Un resultado de esto fue que, para mantener controlada a
una burguesía intrínsecam ente más alborotadora, la monarquía
francesa tuvo tanto que fortalecerse como que comprar a la
burguesía por m edio de la venta de cargos, lo que a su vez
apartó a ésta de la inversión industrial. En Inglaterra la aristo­
cracia, para sobrevivir, tuvo que aprender las formas de la bur­
guesía y fusionarse parcialm ente con ella. En Francia la presión
para sobrevivir recayó sobre la burguesía. En Francia y en
Inglaterra el centro triunfó sobre la periferia. Pero en Inglate­
rra esto significó un paso hacia adelante en la causa de la bur­
guesía nacional, m ientras que en Francia supuso un paso atrás
para la burguesía.
La guerra civil inglesa ocurrió en el último momento posible.
E! resurgimiento de las clases terratenientes en los siguientes
ciento cincuenta años había de ser grande en todas partes, in­
cluso en Inglaterra. Pero allí, al menos, la burguesía había obte­
nido el droit de cité. Y las clases terratenientes eran menos la
aristocracia que la gentry, formada al fin por bons bourgeois.
En Francia, la burguesía era demasiado débil en el siglo xvn
para producir un C rom w ell. Hasta 1789 sus intereses no llegarían
a ser consonantes con los del Estado como tal Estado. Para
entonces la econom ía-m undo habría evolucionado, y
siado tarde para que Francia lograra la primacía en

* Ibid., p. 396.
«La flota (holandesa) frente a Mozambique, y ia captura de una carraca
de Goa», ilustración del « D ia r io d e observaciones de
( p o r tu g u e s a ) c e r c a
un viaje a Jas indias O r ic n ta le s , p o r C o r n e lls CJaeszoon de Purmereni.
timoneJ d e la n a v e B a n t a m , a l s e r v i c i o d e lo s p o d e r o s o s señores de h
C o m p a ñ ía U n id a » , p u b l i c a d o e n 1651.
6 LA ECONOMIA-MUNDO EUROPEA:
LA PERIFERIA FRENTE A LA ARENA EXTERIOR

Los límites de una entidad definida en términos políticos son


relativamente sen cillo s de determinar. Si queremos conocer el
territorio que ocupaba el im perio chino en el año 1600, necesi­
tamos consultar algunos archivos que nos hablan de los títulos
jurídicos en esas fechas. Sin duda, siempre aparecerán zonas
marginales por cuya soberanía compitan dos estructuras esta­
tales rivales, o en las que la autoridad imperial difícilmente
pueda ser percibida de facto, lo que nos puede llevar a consi­
derar que el títu lo no es más que una ficción jurídica. Pero
los criterios son razonablem ente claros: la combinación de la
afirmación de autoridad con alguna medida (por amplia que
sea) de autoridad efectiv a (por ligera que sea) nos dirá en gene­
ral lo que querem os saber.
Pero ¿qué p o d em o s decir de los límites de un sistema social
no definido en térm in o s políticos, de una «economía-mundo»
como la que h em o s ven id o analizando aquí? Al decir que en el
siglo xvx existía una econom ía-m undo europea, indicamos que
sus límites eran m en ores que los de la Tierra como un todo. Pero
¿en qué m edida? N o podem os simplemente incluir en ella a
cualquier parte del m undo con la que comerciara «Europa».
En 1600 Portugal com erciaba con el reino centroafricano de Mo-
nomotapa, así co m o con Japón. Y, no obstante, prima facie sería
difícil argum entar que M onom otapa o Japón fueran parte de la
economía-mundo eu rop ea en aquel tiempo. Pero, sin embargo,
sostenemos que B rasil (o al m enos ciertas áreas de la costa de
Brasil) y las A zores form aban parte de la economía-mundo eu­
ropea. Existía un co m ercio de tránsito a través de Rusia entre
Europa occidental y Persia *, Y aun así argumentamos que Persia
estaba con toda seguridad fuera de esta economía-mundo, e in­
cluso también R usia. R usia fuera, pero Polonia dentro. Hungría1

1Un resumen de este comercio puede verse en H. Kellenbenz, «Land-


vcrkehr, Fluss- und Seeschiffahrt im europáischen Handel», en Les grandes
votes ntaritimes dans le monde, XVe-XIXe siecles (Commission Interna­
tionale d'Histoire Maritime, VIle Colloque), París, sevpen, 1965, pp. 132-137.
426 Immanuel Wallerstein

d en tro , p ero el im p erio o to m a n o fuera. ¿Sobre qué base se


d eterm in a n esta s d efin icio n es?
N o es una cu estió n de sim p le v o lu m en de comercio o de su
co m p o sició n . C elso F urtad o dice:

Aparte del oro y la plata, poco de lo que se podía producir en


América durante el primer siglo de su colonización podía introdu­
cirse en el mercado de Europa. AI contrario que las Indias Orientales,
que introducían artículos de gran valor por unidad de peso, tales
como especias, sedas y muselinas, las Américas no producían nada
que pudiera servir de base a un comercio lucrativo2.
N o o b sta n te, las A m éricas está n d en tro y las Indias Orienta­
les fuera, o al m en os eso es lo q u e n o so tro s planteamos.
D en otarem os esta d istin ció n co m o una distinción entre la
p eriferia de una econ o m ía -m u n d o y su arena exterior. La perife­
ria de una econom ía-m u n do es aq uel se cto r geográfico de ella en
el cual la p rod ucción es p rim a ria m en te de bienes de baja cate­
goría (esto es, de b ien es cuya m an o de obra es peor remunera­
da), pero que es parte in teg ra n te del siste m a global de la división
del trabajo, dado que las m erca n cía s im plicad as son esenciales
para su uso diario. La arena ex tern a de una economía-mundo
está com p u esta por a q u ello s o tro s siste m a s mundiales con los
cu ales una econ om ía-m u n d o dada m a n tien e algún tipo de rela­
cio n es co m ercia les, b a sa d a s p rim a ria m en te en el intercambio de
ob jeto s p recio so s, lo q ue a v eces se ha llam ado «comercios
ricos». In ten ta rem o s d em o stra r e sta d istin ció n fundamentalmen­
te analizando las d iferen cia s e x iste n te s en tre Rusia y diversas
partes de E uropa o rien ta l en tre el área del océano Indico y la
A m érica hispana en el siglo xvi.
A prim era vista, ta n to R usia c o m o E uropa oriental parecen
m an ifestar grandes sim ilitu d e s. A m b as parecen experimentar el
auge de los grandes d o m in io s d ed ica d o s a cultivos para el mer­
cado y b asad os en m an o de o b ra ob ligad a. De hecho, como
señala B raudel, e sto o cu rre ta m b ién por esta s fechas en el
im perio o to m a n o 3. En a m b a s área s, la coacción ejercida sobre

2 Celso Furtado, Economic development oi Latin America, p. 11.


3 «Los historiadores, al estudiar Occidente entre los siglos xvi y xvm,
hablan de una refeudalización [...] Pues bien, algo muy semejante está
sucediendo en Turquía. [...] El primero en abrir brecha en este aspecto
es el libro de Busch-Zantner. El autor describe en él [...] lo que fueron
los tschiftliks, propiedades creadas —piensa— a la par con el ímpetu
de las bonificaciones de tierras y particularmente en las regiones produc­
toras de cereales, ómer Lutfi Barkan y sus alumnos han podido compro­
bar [...] ese crecimiento de la propiedad moderna en provecho de esos
sultanes y pachás que, como ya dijimos, se estaban beneficiando del
Lq p e rife ria f r e n t e a l a a r e n a e x t e r io r 427

los campesinos es fundam entalm ente obra de las autoridades del


Estado. En am bas áreas, la clase terrateniente parece emerger
de esta era en orm em en te fortalecida, y la burguesía, por el con­
trario, debilitada. Más aún, ambas áreas parecen verse afecta­
das por la revolución de los precios, y conformarse a sus pará­
metros generales con razonable fidelidad. No obstante, una ob­
servación más detallada revelará alguna diferencia*1*4.
Trataremos las d iferen cias entre las relaciones mantenidas
por Rusia y Europa del este con Europa occidental bajo tres
encabezamientos d istin to s: a) una diferencia en la naturaleza
del comercio; b) una d iferencia en la fuerza y el papel del apara­
to de Estado, y c) co m o consecuencia de los dos puntos ante­
riores, una d iferencia en la fuerza y el papel de la burguesía
urbana indígena.
El gran h istoriad or prerrevolucionario ruso V. 0. Kluchevsky
construyó su h istoria de R usia sobre el supuesto de que «el fac­
tor fundamental prin cip al en la historia de Rusia ha sido la
emigración o la co lo n iza ció n , y [ ...] todos los demás factores
han venido más o m en o s inesperadam ente conectados con esta
raíz»5. En la m edida en que esto es cierto, constituye un fenó­
meno del siglo x v i, cu an d o, al igual que el resto de Europa,
Rusia «entró en una n ueva era de crecimiento económico»6. Se

boom cerealero; [...] se ha reservado para sí la venta del trigo a los


compradores de Occidente, prohibiendo al pueblo el derecho a este tráfico.
Es fácil suponer que esta transformación tuvo amplias consecuencias.
Turquía conoce entonces lo que Europa occidental conoció cuando sonó
lahora de la revolución de los precios y la revolución agrícola: un cre­
cimiento demográfico.» Braudel, La Méditerranée, I, p. 537.
1Nuestra posición, en lo esencial, es la J. H. Elliott. El reconoce que
«algunas de las formas de vida de las marcas de Europa [es decir, de la
Europa oriental] se daban también en suelo ruso». Con ello se refiere a
que en ambas áreas se desarrollaron en esta época grandes propiedades
que producían para el mercado con trabajo obligado. No obstante, dice
Elliott: «La sociedad servil de Moscovia continuaba siendo, sin embargo,
unmundo en sí misma, que amenazaba a sus vecinos a causa de su cre­
ciente poderío militar, pero que permanecía sin relacionarse económica­
mente con el mundo europeo. Por otra parte, Polonia, Silesia, Brandem-
burgo y Prusia estaban siendo llevadas inexorablemente a la órbita de la
vida de Europa occidental.» Europe divided, p. 47. Véase George Vernads­
ky: «Geopolíticamente hablando, el medio ruso no es europeo, sino eurasiá-
tico. La Rusia medieval no es tanto Europa oriental como Eurasia occi­
dental.» «Feudalism in Russia», Speculum, χιν, p. 306.
5V. 0. Kluchevsky, A history of Russia, i, Londres, Dent, 1911. p. 2.
* Jerome Blum, Lord and peasant in Russia from the ninth to the
nineteenth century, Princeton (Nueva Jersey), Princeton Univ. Press, 1961,
p. 120. Añade: «Entre las más claras evidencias de ello se encuentra el
crecimiento del reino en superficie y población. Rusia, como los Estados
atlánticos de la Europa occidental, se embarcó en el siglo xvi en un am-
428 I m m a n u e l Wallers/eb,

a firm a co m ú n m en te q u e la c o n q u ista del janato de Kazán, en


el V olga, en 1552, seg u id a p o r la de Astracán, en 1556, marcó
un p u n to c r u c ia l7*. D urante el sig u ie n te siglo Rusia colonizó la
zon a de estep a b o sco sa h a cia el su r, a lo largo del Don hasta
el m ar de Azov y a lo largo d el V olga hasta el Caspio. También
avanzó co n sid era b lem en te a través de Siberia. En aquel mismo
tiem p o, los u cran ian os (p o r a q u el en to n ces bajo dominio polaco)
avanzaron a lo largo d el D n iep er, to d o el cual se convertiría cu
parte de R usia en 1654. La ex p a n sió n rusa hacia el sur y el este
fue un im p ortan te e le m e n to en la m oderna historia mundial,y
es in teresan te señ alar q u e la d ire cció n de la expansión era fui>
ción de la fuerza de lo s r e g ím en es de las regiones que rodeaban
a R usia. Com o n os recu erd a G eorge Vernadsky, precisamente
«en el m ism o m o m en to en q u e lo s ru so s se vieron detenidos y
rechazados en el o e s te em p eza ro n a avanzar por el este hacia
S ib e r ia » a.
Por lo tanto, en el c a so de R u sia , lo s comerciantes occidenta­
les se veían frente a un p a ís m u c h o m ayor que Polonia o Bohe­
m ia o M ecklem burgo, y q u e era cla ra m en te una estructura im­
perial. M ientras que el c o m e r c io ex ter n o de Polonia se realizaba
casi ex clu siv a m en te con E u ro p a o ccid en ta l, Rusia comerciaba
tanto con el este co m o co n el o e s te , y, com o dice Jerome Blum,
el «com ercio o rien ta l p r o b a b le m e n te fuera más importante pan
R usia que su co m ercio co n el o e s t e » 9.
N o es só lo que el c o m e r c io h a cia el este fuera mayor cu
volum en, sin o q ue era de tal n a tu ra leza y volumen que tendía a

bicioso programa de expansión colonial. El derrumbamiento del pode


mongol, y la emergencia de un Estado ruso unificado bajo la direcciónde
Moscú, ofrecían la oportunidad para adquisiciones territoriales, aparo
temente ilimitadas, en la extensa masa de tierra eurasiática que yacem
allá de las fronteras de Moscovia.»
7 «La conquista de Kazán fue una tremenda victoria militar y ungro
logro político. Desde el punto de vista religioso, fue entendida comouu
victoria de la cristiandad sobre el Islam.» George Vernadsky, The ísardon
of Muscovy, 1547-1682 (vol. v de A history of Russia), New Haven (Connec­
ticut), Yale Univ. Press, 1969, parte 1, p. 58. ,
«La caída de Kazán eliminó bruscamente toda barrera al avancede
los eslavos hacia el este.» Roger Portal, Les slaves, París, Armand Colin
1965, p. 110.
• Vernadsky, Tsardom, parte 1, p. 175.
7 Blum, Lord and peasant, p. 128. Véase Μ. V. Fechner, Jorgovlje
russkogo gosudarstva so stranani voctoka v XVÍ veke, a quien cita
M. Mollat et ai diciendo que el comercio ruso con Oriente, por rioy
caravana, era «mucho más importante» que su comercio con Occidente
(«siempre sobreestimado»). Relazioni del X Congresso Intermiionét ó
Scienze Storiche, m, p. 780. Por su parte, Mollat et ai dudan eo tonar
una posición sobre el volumen relativo «en ausencia de cifras».
La periferia fr e n te a la arena exterior 429

crear una econom ía-m undo, o, com o lo plantean algunos escri­


tores que trabajan en un m arco teórico ligeramente diferente,
un mercado nacional. A. G. Mankov señala el papel crucial de
la producción de grano, concepto con el que ya estamos fami­
liarizados: «No se puede hablar del desarrollo efectivo de rela­
ciones com erciales en el seno de la sociedad feudal antes del
momento en que los cereales se convierten en mercancía, lo que
testifica un cierto nivel de diferenciación entre la agricultura y
los oficios [m driers]» 10*. Exam inarem os, por lo tanto, el fenómeno
de la expansión de la producción de trigo, observable tanto en
Polonia como en R usia en los siglos xv y xvi. Polonia, como ya
hemos argum entado, está integrada ya para el siglo xvi en la
economía-mundo eu rop ea, en cuyos mercados se vende el trigo,
y para cuyos m ercad os se cultiva. Como plantean Braudel y
Spooner: «La característica dom inante del final del siglo [xvi] es
claramente el h ech o de que el trigo polaco se ve ahora absor­
bido en la com binación general de los precios europeos» n. Esto
fue crucial tanto para Polonia com o para el resto de Europa,
para la cual Polonia por aquellas fechas se había convertido en
«la mayor exportadora de cereales» 12.
El ascenso de una econ om ía polaca exportadora de trigo sig­
nificó, como h em os v isto , la aparición de grandes dominios con
trabajo obligado en cu ltiv o s para el mercado. Significó también
el aumento de la fuerza política de la nobleza, cuyo interés
económico en elim in a r los obstáculos al comercio era parango­
nare con el de los com ercian tes europeos occidentales. Sus
esfuerzos com b in ad os m antuvieron a Polonia como una econo­
mía abiertau. H asta qué punto la prosperidad de la nobleza

wA. G. Mankov, Le mouvement des prix dans VEtat russe au XVIe


siiele, París, sevpen, 1957, p. 28.
“ Braudel y Spooner, Cambridge Economic History of Europe, ιν,
p. 398.
12Stanislaw Hoszowski: «L'Europe centrale dans la révolution des prix:
xvie et xvue siécles», Annales ESC, xvi, 3, mayo-junio de 1961, p. 446.
]) «Sin embargo, la política económica de la nobleza encontró su ex­
presión más completa en el famoso decreto parlamentario de 1565, que
prohibía a los comerciantes polacos exportar bienes polacos e importar
bienes extranjeros, y fomentaba oficialmente la entrada de comerciantes
extranjeros en Polonia. Por supuesto, esta ley se quedó en letra muerta.
Noobstante, es una elocuente ilustración de las tendencias que guiaban en
aquellos días la política económica de la nobleza polaca y, creemos, la
de las noblezas de otros países bálticos, con la excepción de Suecia. Po­
demos considerar que lo que caracteriza la actitud de la nobleza de la
época frente al comercio y la industria de la burguesía es un antimer­
cantilismo sui generis.» Marian Malowist, «Über die Frage des Handelspo-
litik des Adels in den Ostseelándern im 15 und 16 Jahrhundert», Hansische
Geschichtsbldtter, 75, 1957, p. 39.
430 I m m a n u e l Wallersteh

p o la ca d ep en día de e ste c o m e r c io a b ierto es algo que se vio cía.


ra m en te ilu strad o por las d ific u lta d e s económ icas provocadas
p o r el b loq u eo del V ístu la, e n tr e 1626 y 1629, por parte de Cus-
tavo A dolfo de Suecia, q u e p reten d ía con ello «cortar el nervio»
de P o lo n ia 14. El h ech o de q u e «la exp ortación de cereales a tra­
v és de los p u ertos b á ltico s h u b iera tom ado rápidamente [en
P o lo n ia ] p rop orcion es tales q u e d o m in a b a la totalidad de la es­
tru ctura econ óm ica del p aís» 15*17, es u tiliza d o por Jerzy Topolski
para explicar los d ev a sta d o res e fe c to s de la regresión del si-
glo x v ii en Polonia, e fe c to s q u e variaron en las diferentes regio
n es con arreglo al grad o en el cu al la econom ía local estaba
orien tad a hacia la ex p o rta ció n ,6.
Puede ob jetarse que el v a lo r del trigo implicado es relativa­
m en te pequeño en p ro p o rció n al p ro d u cto total de la economía-
m un do europea, p ero B o ris P o rsh n ev replica que «no son las
can tidad es de m ercan cías ex p o rta d a s (d e hecho, no demasiado
grandes) lo que debería ser el o b je to de atención de los inves­
tigadores, sino m ás b ien la ta sa d e gan ancia compartida por los
com ercian tes in term ed ia rio s y lo s propietarios terratenientes
que explotaban el trab ajo de lo s sierv o s» ,7. Y Stanislaw Hos*
zow ski señala que en la in fla c ió n g lob al del siglo xvi no sólo
los precios p olacos em p ezaron a a u m e n ta r antes incluso que los
de la Europa central y o c c id e n ta l, a n te s del impacto del tesoro
am ericano sob re lo s p rec io s 18, sin o q u e tam bién, dentro de Po-

14^La exportación de cereales polacos quedó prohibida en consecuencia.


Gustavo Adolfo comprendía perfectamente la importancia de este hecho
para la nobleza polaca. 'Occupato hoc flumine [el Vístula]”, dijo al et>
viado de Bethlen Gabor, "praecluso etiam portu Dantiscano et omni maris
Baltici aditu prohibito, ipse iam nervus rei gerendae Poloniae incisus est”.
Tenía razón. La detención de las exportaciones de trigo condujo a m
caída de los precios dentro del país, de la que se resintieron nobles y
campesinos, principales contribuyentes de Polonia. Se hacía más difícil
subir los impuestos precisamente cuando los gastos del Estado aumenta
ban a causa de la necesidad de pagar para reclutar tropas. Sólo gracias
al esfuerzo del Rey y de quienes le rodeaban pudo combatir Polonia,
durante tres años y pese a las dificultades financieras, en esta guerra que
tanto esfuerzo requería.» Wladyslaw Czalpinski, «Le probléme baltique
aux xvie et xvne siécles», International Congress of Historical Scienus
(Estocolmo, 1960), Rapports, iv, Histoire moderne, Gotemburgo, Almqvist it
Wiksell, 1960, p. 41.
15Jerzy Topolski, «La régression économique en Pologne», Acta Polom
Historica, vn, 1962, p. 46.
u Véase ibid., pp. 47-48.
17 Boris Porshnev, «Les rapports politiques de l'Europe occidentale et
de l'Europe orientale á Tépoque de la guerre des Trente Ans», lnttm
tional Congress of Historical Scienses (Estocolmo, 1960), Rapports, iv,
Histoire moderne, Gotemburgo, Almqvist & Wiksell, 1960, p. 137.
" Véase Hoszowski, Annales ESC, xvi, p. 446.
La periferia fr e n te a la arena exterior 431

lonia, fueron los «propietarios terratenientes quienes obtuvieron


el máximo b en eficio de [la subida de los precios], mientras que
los campesinos y las gentes de las ciudades sólo obtuvieron
pérdidas de ella» !9. La contrapartida de este colapso económico
de los cam pesinos fue la frecuencia de las revueltas campe­
sinas
Comparemos ahora el papel de la producción de trigo en
Rusia en esta época. E m pecem os con la afirmación de Mankov
acerca de la R usia del siglo xvi: «en este tiempo se puede
hablar tan sólo de un m ercado interno de cereales»2I. Es decir,
si bien prácticam ente no se exportaba nada de trigo, «existía
ya, en el siglo xvi, un vínculo entre mercados locales que esta­
ban en ocasiones m uy alejados entre sí» 22. Así, la agricultura
• capitalista em ergió en este m omento, y en formas similares, en
Polonia (y otros p aíses del este de Europa), por una parte, y en
Rusia, por otra. Pero m ientras que la primera producía para
un mercado eu rop eo occidental en expansión, en Rusia los «se­
ñores producían para el m ercado doméstico en expansión» a . De
hecho, en el siglo x v i «se necesitaba un permiso especial del
zar para em barcar [gran o] al exterior del país»24. La especia-
lización de la econom ía-m undo europea del siglo xvi se ve repe­
tida a escala m en or en el seno de la economía-mundo rusa. El
centro de la econom ía-m undo rusa exportaba bienes manufac­
turados (artículos m etá lico s, productos textiles, bienes de cuero,
armas y arm aduras) a cam bio de bienes de lujo, tela de algodón,
caballos y o v e ja s 25. Por añadidura, reexportaba bienes elabo­
rados occidentales hacia el este, «aunque esta actividad aparen-

“ Ibid., p. 453.
* Véase S. Pascu, V. V. Mavrodin, Boris Porshnev e I. G. Anteleva,
«Mouvements paysans dans le centre et le sudest de l’Europe du xve
au xxe siécles*, Xlle Congrés International des Sciences Historiques,
Rapports, iv, Méthodologie et histoire contemporaine, Viena, Ferdinand
Berger & Sóhne, 1965, pp. 21-35.
Jl Mankov, Le mouvement des prix, p. 28.
a Ibid., p. 38. Véase la discusión en pp. 38-43.
8 Blum, Lord and peasant, p. 205.
* Ibid., p. 128.
8 Véase ibid., pp. 128-129. Véase R. H. Hilton y R. E. F. Smith: «Se
debería mencionar, incidentalmente, que el desarrollo en el siglo xvi del
comercio regional, en una amplia gama de bienes, con Irán, Turquía, la
• horda de Nogai y los janatos uzbekos, fue particularmente importante.
Mientras que Rusia ha sido considerada en ocasiones en esta época como
un suministrador semicolonial de materias primas para Occidente, para
el Oriente Rusia era un suministrador de bienes manufacturados tanto
como de materias primas.» «Introduction» a R. E. F. Smith, The enserf-
ment of the Russian peasantry, Londres y Nueva York, Cambridge Univ.
Press, 1968, p. 27.
432 I m m a n u e l Wallersiein

te m e n te no era d em asiad o sig n ifica tiv a en el siglo xvi»2627.Rusia


d isfru ta b a de lo s felices e fe c to s de ser el punto focal de una
co m u n id a d econ óm ica: «P ieles, sa les, cu eros, y otros productos
flu ía n hacia las region es m ás a n tig u a s d esd e las colonias, crean­
d o n ueva riqueza y estim u la n d o la actividad comercial e in­
d u stria l» 29.
Pero ¿qué hay del co m ercio ru so con el oeste? ¿Acaso no
era eq u ip arab le al p olaco? D eb em o s tener cuidado de no pro­
y ec ta r retro sp ectiv a m en te en el sig lo xvi fenómenos de los si­
g lo s x v iii y x ix , m om en to en el cu al la economía-mundo rusa
co m o en tidad separada había d esa p a recid o efectivamente, y
R usia se había con vertid o en un área periférica más de la eco­
n om ía-m u n d o europea 28.
Es cierto, a prim era vista, q ue lo que estaba pasando en el
sig lo xvi era que «en su co m ercio co n el oeste, Rusia intercam­
biaba m aterias prim as y p ro d u cto s sem ielab orad os por artículos
m a n u fa c tu ra d o s» 29. R usia exp ortab a d iversas materias primas
u tilizad as para p ertrech o s n a v a les (lin o , cáñam o, grasa, cera),
adem ás de p ieles y p ro d u cto s d e lu jo y artículos metálicos im­
p ortad os (in clu yen d o m u n icio n e s). P ero no parece que este co­
m ercio fuera crucial en ningún se n tid o . Para Europa occidental,
no se puede decir que R usia fuera im p o rta n te com o «reserva de
grano y p rod u ctos fo r e s ta le s » 30 h a sta el sig lo xvn . T. S. Willan
en cu en tra el valor fu n d a m en ta l de R u sia para Inglaterra, país
occid en ta l con el que m ás co m ercia b a aq u élla en el siglo xvi,en
ser «una fu en te de m a teria s e s e n c ia le s para la flota». Pero
añade:

Resulta un poco difícil decidir si este com ercio resultaba igual­


mente valioso para los rusos. El equivalente que recibían a cambio
de los pertrechos navales exportados a Inglaterra tal vez fueran
las armas y municiones que la com pañía alegaba enviar a Rusia,
especialm ente en los «cincuenta» y los «sesenta»31.
u Blum, Lord and peasant, p. 129.
27 Ibid., p. 122.
24 «Podemos rastrear fácilmente las crecientes conexiones de Rusia con
Europa occidental desde tiempos de Iván el Grande, a finales del si­
glo xv [...] En este aspecto, el reinado de Pedro el Grande no introdujo
ningún cambio repentino. Pero sigue siendo cierto que la impresión en
las mentes de la gente en el exterior de Rusia —y sin duda también en
el interior— fue desde este momento muy diferente.» Geoffrey Barra-
dough, History in a changing world, Oxford, Blackwell, 1957, pp. 192-193.
29 Blum, Lord and peasant, p. 128.
MMalowist, Economic History Review, xn, p. 180.
11 T. S. Willan, «Trade between England and Russia in the second
half of the sixteenth century», English Historical Review, l x i i i 247 ju­
lio de 1948, p. 320.
La periferia fr e n te a la arena exterior 433

«Especialmente en los "cincuenta" y los "sesenta".» Volvere­


mos sobre esa observación m ás adelante. A. Attman sugiere que
la importación crucial no eran los bienes metálicos, sino más
bien la plata en form a de lingotes y de objetos de arte. Ofrece
como com probación de esta hipótesis la extraordinaria acumu­
lación de plata en las iglesias, monasterios y palacios, así como
importantes hallazgos de lingotes de m etal)2. Si se recuerda que
una importante exportación era la de pieles, «por aquel enton­
ces signo de dignidad y riqu eza»33, uno de los llamados «comer­
cios ricos», p od em os considerar la mayor parte del comercio
ruso-occidental en el siglo xvi como un intercambio de objetos
preciosos, un m étod o de consum ir excedente en vez de produ­
cirlo, por lo tanto, algo suprim ible en momentos de contracción
y, consiguientemente, algo no central para el funcionamiento del
sistema económ ico. E sto no significa que no fuera importante.
Los interm ediarios se beneficiaban de él. Sin duda el Estado
obtenía de él in gresos aduaneros. Sin duda, también, reforzaba
el sistema de acu m ulación de prestigio social. La cuestión, no
obstante, es que si se hubiera dado un bloqueo equivalente al
del Vístula por G ustavo Adojfo, en 1626, su impacto sobre la
economía interna rusa habría sido muchísimo menos importante
que el que tuvo sob re Polonia.
Hemos estad o u tilizan d o a Polonia como ejemplo de país de
la periferia de la econom ía-m undo europea (por oposición a la
arena exterior). Pero Polonia era en muchos sentidos un caso
extremo. ¿E n con traríam os alguna diferencia si examináramos
otros países de la p eriferia? La respuesta es que habría algunas
diferencias, pero que no parecen ser cruciales.
Por ejem plo, tanto en Bohem ia como en Hungría, el «trabajo
forzado» de los «siervos» no siempre existía exclusivamente en
la forma de la corvée, sin o que en ocasiones se daba en la forma
de «trabajo asalariad o forzado» Josef Válka señala que esta

“ Citado en Mollat et al., Relazioni del X Congresso Intemazionale di


Scienze Storiche, ni, p. 782.
“ Parry, Cambridge Economic History of Europe, iv, p. 167.
* «[El señorío checo del siglo xvi] no sólo utiliza de hecho la corvée,
sino también el trabajo asalariado y el trabajo asalariado forzado (...]
Por consiguiente, existía trabajo asalariado. Pero es una forma de trabajo
asalariado pesadamente recubierta de relaciones feudales: el trabajo asa­
lariado en el dominio del señor se convierte simplemente en una más de
las obligaciones de los siervos.» Josef Válka, «La structure économique
de la seigneurie tchéque au xvie siécle», Deuxiéme Conférence Internatio-
434 I m m a n u e l Waller stein

form a in term ed ia de p resta ció n de trabajo en Bohemia está liga­


da al h ech o de que la p ro d u cció n agrícola es diversificada y
d irigid a a un m ercado in te r io r 35. J o se f Petráñ señala de manera
sim ila r que en varios de los territo rio s m enores de Europa cen­
tral (B o h em ia , S ilesia , S ajon ia, A ustria) había una menor ten-
d en cia al crecim ien to de gran d es p o sesio n e s, y sugiere que somos
te stig o s del n acim ien to de la esp ecia liza ció n no sólo entre la
agricu ltu ra y la in d u stria, sin o en el sen o de la propia agricul­
tura, donde, no o b stan te, «com o es natural, la especialización no
p od ía ser co m p leta » 26. M alow ist señ ala que la especialización
agrícola en D inam arca es p aralela a la de Europa oriental, dado
que durante el siglo xvi la n ob leza d an esa y de Holstein «desarro­
lló una econom ía basada en el trab ajo de siervos, así como en el
co m ercio de p rod u ctos agrícolas y lá cteo s, y también en el pro­
d u cto de sus siervos, cuyas p o sib ilid a d es de dedicarse al comer­
cio estaban lim itadas a un m ín im o» 37. Pero dice que este proceso
so cia l de apropiación a risto crá tica «que puede ser visto con la
m áxim a claridad en P olonia, B ran d em b u rgo, Pomerania, Mee-
k lem burgo y Livonia, se p r e se n tó más débilmente en Dina­
m arca»
Lo que p od em os d ecir acerca de e s to s ejem plos es que mues­
tran que la textura de la d iv isió n eu ro p ea del trabajo se estaba
haciendo m ás co m p leja ya en el sig lo xvi. N o obstante, el sig­
n ificad o de un b ajo c o e fic ie n te de exp ortación para Bohemia,
un pequeño país rod ead o p or el r e sto de la economía-mundo
europea, y el de un c o e fic ie n te sim ila r m e n te bajo para Rusia, un
gran im perio al bord e m ism o de la econom ía-m undo europea,
debe haber sid o n o ta b lem en te d istin to . La libertad de acción
política para B o h em ia era en ú ltim a in sta n cia mucho menor, y,
por tanto, su d ep en d en cia e c o n ó m ic a , m u ch o mayor en última
instancia. E ste es un ca so en q u e el a n a lista debe fijarse en los
ab solu tos para los m ín im o s y en las p rop orcion es para los má·*34

nale d'Histoire Economique, I I , Middle Ages and modern times, Paris.


Mouton, 1965, pp. 214-215.
«El trabajo asalariado se combinaba en la corvée, pero siempre, pese
a todo, bajo un régimen feudal y mediante compulsión. Así, las nuevas
tendencias de la agricultura húngara en el siglo xvi se caracterizan por
la extensión de los dominios señoriales a expensas de las tenencias de
los campesinos, por la extensión de la producción señorial para el merca­
do, y por el recurso a formas de trabajo asalariado.» Zs. S. Pach, 4mm-
les ESC, XXI, p. 1229.
33 Véase Válka, Dcuxiéme Conférence Internationale, n, pp. 212-213.
34 Josef Petráñ, Deuxiéme Conférence Internationale d’Histoire Eco-
nomique, I I , p. 222.
37 Malowist, Economic History Review, χιΐ, p. 180.
31 Ibid., p. 188. El subrayado es mío.
I

La periferia fr e n te a la arena exterior 435

ximos3940. Bohem ia tenía m enos elasticidad que Rusia en caso de


un corte del com ercio. Por tanto, sus actividades económicas
tenían que desarrollarse más conscientemente en el marco de
las necesidades de la economía-mundo europea.
Volvamos ahora al com entario de Willan acerca de las déca­
das de 1550 y 1560. Debería resultar obvio por nuestra exposición
hasta aquí que la línea que separa la periferia de la arena exte­
rior es fluida, tanto en el sentido de que resulta difícil para un
analista delim itarla com o en el sentido de que se desplaza
fácilmente. Una form a de observar la historia de Rusia en este
período es verla com o una reacción a un ensayo por parte de
Europa de incluirla en el seno de la economía-mundo. Este in­
tento falló en tonces porque la tecnología y la economía europea
no eran aún su ficien tem en te fuertes. Eventualmente, en una
época posterior, tendría éxito. Robert Reynolds describe este
proceso de form a algo etnocéntrica:

Hasta donde podemos saber, fueron los ingleses quienes abrieron


la brecha y detonaron la expansión rusa [...] La apertura por parte
de Inglaterra de la ruta [del norte en 1553] proporcionó a Rusia
un tremendo mercado para las pieles, lo que estimuló a los cosacos
de la frontera, y a los Stroganov, con su talento administrativo y
j su capital, a presionar tan rápidamente como era posible hacia el
norte y el este. Cada año se apoderaron de nuevas regiones para el
comercio de pieles, exactamente igual que los comerciantes de
pieles franceses e ingleses, y después los americanos, presionaban
cada vez más hacia el oeste en Norteamérica. Con el gran mercado
para las pieles se abrió la posibilidad de comprar tejidos finos,
artículos de metal y otras cosas de Europa occidental

¿Cómo encaja esta entrada inglesa en el mundo ruso con


los desarrollos p o lítico s internos de éste? Es a esto a lo que
debemos atender ahora, para ver cómo reacciona Rusia al «ser
traída a Europa», y cóm o esta reacción diferenció aún más a
Rusia de Europa oriental. M alowist señala que el grano cultiva­
do en Rusia central era vendido en el norte y en el oeste de la
Rusia europea, y en S ib e r ia 41. Así, el desarrollo de la producción
rusa de trigo «había facilitado la colonización y conquista» de
sus propios y riq u ísim os territorios del norte y del oeste, que
a su vez «su m inistraron inm ensas riquezas, en primer lugar

* Véase, por ejemplo, Malowist: «La gran importancia de las manufac­


turas extranjeras no obstaculizó el desarrollo de la industria rusa en la
misma forma en que lo hizo en los países bálticos, a causa de la inmensa
superficie del país, incluso aunque, en un primer momento, la industria
rusa estuviera poco desarrollada.» Economic History Review, χιι, p. 189.
40Reynolds, Europe emerges, pp. 450, 453.
41Véase Malowist, Past and Present, 13, pp. 35-36.
436 I m m a n u e l Wallerstein

p ara el teso ro de los zares, y m á s ad elan te, para los merca­


d eres» 42.
Para ap reciar el papel d el E sta d o ru so deberíamos recapitu­
lar so b re lo que a rg u m en ta m o s en el cap ítu lo anterior acerca
del papel del E stad o en los E sta d o s del centro de la Europa
o cc id en ta l, ob servar a co n tin u a ció n el papel del Estado en los
E sta d o s p eriférico s de E u rop a o rien ta l, y después comparara
a m b o s con el papel del E sta d o en R usia. H em os presentado a la
m on arq u ía ab solu ta con una estr u c tu ra en la que el rey y su
en to rn o aspiraban a la p rim acía p o lítica con la ayuda directa de
una burocracia p atrim on ial y ven al, y de ejércitos regulares de
m ercen a rio s. Por una parte, el rey b u scab a el apoyo de segmen­
to s favorecid os de la b u rg u esía co m er cia l urbana, que le sumi­
n istrab an dinero y su p on ían un c ie r to con trap eso político ante
las ten d en cias cen trífu gas de la v ieja nobleza. Por otra parte, el
rey era el pináculo del siste m a de e sta tu s tradicional, y era en
ú ltim a in stancia el p ro tecto r de la n ob leza contra los efectos
co rro siv o s del sistem a ca p ita lista en d e sa r r o llo 43.
Por lo tanto, en térm in os de a m b o s estra to s sociales, la anti­
gua nobleza y la b urguesía c o m er cia l urbana, la monarquía ab­
solu ta era para cada uno de e llo s un m al menor, y su fuerza
creció sob re la b ase de la falta de a ltern a tiv a s, dado que servía
bien a am bos al crear la p o sib ilid a d para la nación como entidad

42 Malowist, Economic History Review, χιι, p. 189.


42 Joseph A. Schumpeter capta de forma muy aguda las contradicciones
internas de la monarquía absoluta: «El rey, la corte, el ejército, la Iglesia
y la burocracia se mantenían cada vez más con las ganancias creadas por
el proceso capitalista, e incluso las fuentes de ingreso puramente feudales
engrosaban a consecuencia del desarrollo capitalista de la época. Cada
vez más, también, las políticas interior y exterior y los cambios institu­
cionales se moldeaban para ajustarse a este desarrollo y propulsarlo.
En esta medida, los elementos feudales en la estructura de la llamada mo­
narquía absoluta sólo aparecen como atavismos, que de hecho es el diag­
nóstico que se adoptaría a primera vista.
»En un examen más detenido, sin embargo, advertimos que estos ele­
mentos significan más que eso. El marco de acero de esta estructura
todavía lo formaba el material humano de la sociedad feudal, y este ma­
terial aún se comportaba de acuerdo con patrones precapitalistas. Ocupa­
ba los cargos de Estado, proporcionaba los oficiales del ejército, pro­
yectaba las políticas a seguir: funcionaba como una clase dirigente y,
aunque tomando en cuenta los intereses burgueses, se cuidaba de distan­
ciarse de la burguesía. La pieza central, el rey, lo era por la gracia de
Dios, y la raíz de su posición era feudal [...] por mucho que se apro­
vechara de las posibilidades económicas ofrecidas por el capitalismo
Todo esto era más que un atavismo. Era una simbiosis activa de dos es­
tratos sociales, uno de los cuales apoyaba al otro sin duda económicamente,
pero era apoyado a su vez por él políticamente.» Capitalism, socialism aná
democracy, Londres, Allen & Unwin, 1943, p. 136.
Lo periferia fr e n te a la arena exterior 437

de lograr una superior participación en el producto excedente de


la economía-mundo europea en su conjunto. En el siglo xvi po­
demos hablar, com o m ucho, de «fiscalismo» o de «mercantilis­
mo precoz» del E stado. Desde aproximadamente 1650 en ade­
lante, los Estados occid en tales emprendieron una política mcr-
cantilista a toda escala, calculada para fortalecer aún más sus
posiciones relativas en la economía-mundo.
Mientras que el siglo xvi fue un período de crecimiento del
poder del E stado en Europa occidental, fue una era de decli­
nación del poder del E stado en Europa oriental, a la vez causa
y consecuencia de la posición económica de esta última. Este
es un ejem plo m ás del im pacto acumulativo de los cambios
sociales. Al ir h acién d ose más fuerte la aristocracia de Polonia,
a través de su rentable papel en el comercio internacional, e
irse debilitando la burguesía indígena, la base impositiva del
Estado fue desapareciendo, lo que significa que el rey no se
podía permitir el m an ten er un ejército adecuado44. Los magnates
necesitaban en ton ces garantizar su propia protección, pero esto
a su vez abría la posib ilid ad de guerras privadas45. Algunos de
estos ejércitos privados igualaban en tamaño al de la Corona46.
El rey se convirtió en un rey electo, y en la legislatura central,
la Sejm, em pezó a ced er buena parte de su autoridad a las
dietas locales.
Desde este p u n to en adelante, la desintegración del aparato
de Estado prosiguió paso a paso. Janusz Tazbir muestra cómo
un paso conducía al siguiente:

44«Lo que le falta a [Polonia] en el siglo xvi no es, desde luego, un


impulso vital del que dio múltiples pruebas, sino una economía moneta­
ria activa y de amplio radio de acción. Si el Estado polaco es tan frágil
en profundidad, y si su rey lo es "más por representación que por ejer­
cicio del poder", la razón hay que buscarla en el orden político y social
de la "república" y en la imposibilidad de centralizar suficientes reservas
de plata y, en consecuencia, de disponer de un ejército moderno.*
Braudel, La Méditerranée, i, p. 184.
u «Las aspiraciones reformadoras de la Corona indujeron a los magna­
tes a buscar un mayor debilitamiento de la administración. La restricción
gradual de las prerrogativas reales fue acompañada por el crecimiento de
los privilegios de los grandes nobles, especialmente los magnates de las
marcas orientales, que tenían a su disposición sus propios ejércitos,
grandes riquezas, y numerosos clientes entre la gentry local dependiente.
Asi, los magnates tenían todo lo que se le negaba al monarca reinante:
abundantes recursos financieros, un ejército fuerte y el apoyo de un par­
tido político [...] Ya a comienzos del siglo x v i i , las familias de los mag­
nates estaban envueltas en guerras privadas, unas contra otras, devastando
el país y devorando sus recursos.* Janusz Tazbir, History of Poland, pá­
gina209.
44Véase ibid., p. 224.
438 f m m a n u e l Wallerstein

Desde 1613 las decisiones concernientes a los impuestos, como nor­


ma, fueron transferidas a las dietas locales. Esta descentraliza,
ción del sistema fiscal llevó a una situación en la que algunos dis­
tritos tenían que pagar impuestos mayores que otros. El caos se
hizo aún más profundo cuando se confió a las dietas locales incluso
la votación de los impuestos dirigidos a la defensa del Estado
(1640). Todo esto tenía que conducir a una disminución de los in­
gresos del tesoro, lo que, a su vez, hacía virtualmente imposible
pagar un ejército.
Los soldados, que tenían pagos pendientes, organizaron ligas o
confederaciones militares que arrasaron el país, constituyendo pe­
ligrosos centros de fermento político47.

En E uropa o ccid en ta l la p ro p ied ad real creció a expensas


de las p rop ied ades de la Ig le sia , in clu so en la católica España,
p ero no así en P olonia. D u ran te el p rim er im pacto de la Reforma,
algu n as tierras p a rro q u ia les d e la Ig lesia fueron confiscadas
por los p ro testa n tes, p ero in clu so co n eso el grueso de las pro­
p ied a d es im p ortan tes de la Ig lesia p erm an eció intacto. Entonces
triu n fó la C ontrarreform a, p o r ra zo n es que ya hemos estudiado.
N o ob sta n te, a cau sa de la m ism a d eb ilid ad del Estado, las pro­
p ied ad es de la Corona d eclin a ro n 48.
En otros lugares de la E u rop a d el este ocurrían procesos
sim ilares. Casi todo el m u n d o a so c ia actualm ente el Estado
p ru sian o con dos fen ó m en o s: un E sta d o fuerte y una fuerte cla­
se de Junkers. El sig lo x v i v io p rec isa m en te el ascenso de una
p od erosa clase de Junkers en las á rea s que m ás adelante cons­
tituirían Prusia. Pero fu e ta m b ién un sig lo en que el Estado se
estab a d eb ilitan d o, n o fo r ta le c ie n d o . .
Por una parte, el sis te m a de p ro p ied a d llamado Gutshem-
chaft, basado en la corvée y en las p eq u eñ a s parcelas con una*41

47 Ibid., p. 225.
41 «En marcado contraste con la propiedad eclesiástica, particularmente
las haciendas de los monasterios, la propiedad real continuó reduciéndose
en el período moderno. El Estatuto del rey Alejandro (1504) había res­
tringido el derecho real a dar, vender o hipotecar los dominios reales,
pero la escasez crónica de dinero obligó a su sucesor, Segismundo 1
(1506-1548), a continuar la política de su hermano, si bien en una escala
algo menor. Las fincas reales eran la principal garantía para las ciudades.
En Europa occidental, donde el dinero era prestado en la mayor pane
de los casos por comerciantes y banqueros, los acreedores acostumbra­
ban a apoderarse como garantía de los ingresos reales, aduanas e im­
puestos. En Polonia, sin embargo, tanto los nobles acreedores como unos
pocos banqueros comerciantes ricos aprovecharon al máximo la oportu­
nidad de apoderarse de las fincas reales.» Antoni Magzak, «The social
distribution of landed property in Poland from the sixteenth to the
eighteenth centuries», Third International Conference of Economic Hislo
ry, Paris, Mouton, 1968, I, pp. 456-457.
La periferia fr e n te a la arena exterior 439

casa de lab o r* , que creció al este del Elba en esta época, reem­
plazando a la m ás antigua forma feudal llamada Gutswirtschaft,
se diferenciaba de ésta muy marcadamente, como el propio nom­
bre indica, en el sistem a interno de autoridad. En el nuevo sis­
tema, como plantea Friedrich Lütge, «la finca [era] algo seme­
jante a una esp ecie de pequeña unidad política en el seno del
Estado: sus habitantes sólo indirectamente [eran] súbditos del
principe del territorio»*°. En segundo lugar, como en Polonia,
los Hohenzollern estaban usando las posesiones de la Corona, e
incluso las antiguas tierras de la Iglesia*51, como garantía de
préstamos, p roceso que progresivamente socavaba su fuerza.
Estas medidas, tom adas in extremis por la Corona, fueron extre­
madamente b en eficio sa s para la clase de los Junkers52,

* «El Gutsherrschaft implicaba la eliminación gradual de la antigua


propiedad señorial y la creación de pequeñas y numerosas parcelas con
una casa de labor.» Helleiner. Cambridge Economic History of Euro­
pe, iv, p. 26.
MLütge, New Cambridge Modern History, n, p. 36. J. Siemenski utili­
za un lenguaje similar con referencia a Polonia: «En breve, [en el si­
glo xvi] las grandes haciendas se convirtieron en pequeños Estados regi­
dos por sus señores y propietarios [squires], que decidían las cargas im­
puestas al campesinado (en la forma de servicios o de uso de monopolios)
y el alcance del autogobierno campesino.» «Constitutional conditions in
the fifteenth and sixteenth centuries», Cambridge History of Poland, i,
W.F. Reddaway et al., comps., From the origins to Sobieski (to 1696),
Londres y Nueva York, Cambridge Univ. Press, 1950, p. 427.
51Ni siquiera la confiscación de las tierras de la Iglesia ayuda a resol­
ver el problema, a menos que la base económica del área en cuestión
sea suficientemente fuerte para proporcionar una base fiscal adecuada:
«La disolución de los monasterios [al este del Elba], exactamente igual
que en Inglaterra, no hizo a los gobernantes independientes de la votación
de créditos por los Parlamentos. Las crecientes necesidades monetarias
de los príncipes, y la rápida subida de los precios, les obligaron a vender
oempeñar a los nobles muchas de las haciendas de los monasterios [...]
Así, en contra de una opinión ampliamente difundida, el poder de los
príncipes no se vio reforzado por la Reforma, sino que continuó declinan­
do.» F. L. Carsten, The origins of Prussia, Londres y Nueva York, Oxford
Univ. Press (Clarendon), 1954, p. 166.
n «El pago de las deudas en tierras, en especial reservas señoriales,
era, evidentemente, lo más rentable para el acreedor en la época de la
revolución de los precios. El sistema predominante de creación de cré­
dito, empeñando las fincas de la Corona y transfiriendo su gestión como
garantía para el acreedor, basaba la contracción y pago de préstamos en
una combinación de economía monetaria y economía natural. Desde el
punto de vista de los terratenientes, la demanda de crédito “público"
abría la posibilidad de que el capital se reprodujera a una tasa excep­
cionalmente alta, a través de inversiones especulativas en tierras. El dinero
que recibía el solicitante del préstamo quedaba usualmente muy por
debajo del valor de capital real de las partidas empeñadas. El margen
tendía a aumentar a consecuencia de la continua tendencia ascendente

15
440 I m m a n u e l Wallerstem

E ste p ro ceso de d eclin a ció n del p oder principesco en Ale­


m ania co n tin ú a a lo largo de tod o el sig lo xvi y llega a su punto
m ás b ajo en 1648, con la Paz de W estfalia, que pone fin a la
guerra de los Treinta A ños, paz q ue, co m o argumenta A. J. P.
T aylor, fue «no la cau sa de la d eca d en cia y debilidad germa­
n as, sin o m ás bien su resu lta d o [ ...] » . Aunque la paz fue «im­
p u esta» por las p o ten cia s ex tra n jera s, sin su intervención las
co sa s hubieran esta d o aún peor. «La ú n ica alternativa en 1648
no era una m enor in terferen cia ex tra n jera , sin o una intervención
m ayor: la con tin u ación de la gu erra h asta que la mayor parte
de A lem ania estu viera d ivid id a de h ech o entre Suecia, Francia
y los H absburgo» 53.
La p osición de S u ecia m erece un b reve examen, ya que la
ev o lu ció n del aparato de E sta d o en S u ecia se aproximaba al
m o d elo de Europa o ccid en ta l m ás q u e al de la periferia, aunque
estu v iera eco n ó m ica m en te m uy su b d esa rro lla d a en esta época.
N o era fuerte porque su co m e r c io e in d u stria fueran fuertes,
aunque la producción de h ierro c r e c ió continuam ente a partir
de 154054; sino, un tanto p a ra d ó jic a m e n te, porque su agricultura
era débil, y sus a ristó cra ta s d esea b a n ech a r mano a las ganan­
cias de otras tierras a falta de ca p a cid a d para crearlas por si
m ism os. O al m en os e s to a rg u m en ta M alow ist:

del precio de la tierra y de los productos agrícolas. El acreedor, por


consiguiente, se veía indemnizado con una renta económica exorbitante y
flexible que, mientras se hallaba en posesión de la garantía, podia ser
incrementada adicionalmente mediante una utilización más eficiente o
una explotación despiadada. Sólo la persistencia de agudos desajustes
fiscales y el carácter restringido del mercado de capitales, que a conse­
cuencia de la decadencia económica de las ciudades y de los burgueses
se había visto progresivamente sujeto a la influencia de los grandes te­
rratenientes y de los altos funcionarios del gobierno, obligaron a los
Hohenzollern a recurrir una y otra vez a este método.» Rosenberg, Ame­
rican Historical Review, xux, parte 1, p. 22.
El mismo declinar del poder de los príncipes, en favor de la nobleza
terrateniente, puede encontrarse en el reino español de Ñapóles, propor­
cionando así nuevas pruebas del estrecho vinculo entre papel económico
emergente y estructura política. Los terratenientes, allí, se dedicaron a la
producción de grano, especialmente a comienzos del siglo xvn. Mantuvie­
ron e incrementaron sus prerrogativas parlamentarias, redujeron efecti­
vamente el alcance del poder del virrey español, mantuvieron controlada
la burocracia, situando a sus propios hombres en los puestos más altos,
conservando la venalidad tan sólo de los cargos inferiores, y mantuvieron
la supremacía absoluta en la organización militar del Estado. Véase
Villari, La rivolta antispagnola, pp. 3-5, 14, 17, 24-25. 28.
51 Taylor, Course of German history, p. 23.
54 Véase Frank C. Spooner, New Cambridge Modern History, iv. p. 97.
la periferia fr e n te a la arena exterior 441

Merecería la pena repasar ciertos aspectos del dominio sueco del ,


Báltico. De hecho, los comienzos de la expansión sueca, modestos
al principio, aparecen también en el siglo xv. Más aún, Suecia, en
los siglos xv y xvi, era económicamente un país muy atrasado, no
solamente en comparación con Europa occidental, sino incluso en
comparación con la Alemania del este o Polonia [...] Así, se debería
observar que no había nada en la situación de los mercaderes sue­
cos que pueda explicar la agresión de Suecia contra sus vecinos,
dado que estos comerciantes sacaban unas ganancias infinitesimales
delas conquistas de Suecia, e incluso, en ocasiones, intentaban opo­
nerse a la política de conquista, considerándola más bien como una
fuente creciente de impuestos.
Por el contrario, el grupo que apoyaba firmemente la expansión
era la aristocracia, la nobleza, incapaz de incrementar sus ingresos,
bastante pequeños en aquella época, a expensas de un campesinado
que era fuerte y estaba bien organizado. Y era precisamente a los
grandes señores de la nobleza a quienes las conquistas y la adminis­
tración de los territorios conquistados les suponían importantes
íuentes de nuevos ingresos5S.
Y si nos p regu n tam os por **qué el campesinado era tan fuerte,
es posible quizá que fuera precisam ente a causa de que Suecia
en aquella época p o seía una «agricultura que difícilmente podía
cubrir sus propias n ecesid ad es», y que, por lo tanto, su única
fuente real de riqueza inm ediata era ser «una especie de parásito
viviendo de las d eb ilid a d es de sus vecinos, como consecuencia
del enorme crecim ien to del poder de la nobleza»56.
Suecia, com o ca so m oderadam ente anómalo, ilustra así ade­
cuadamente el p ro ceso . Com o Estado periférico con una bur­
guesía débil, era una arena en la que el poder político de la
aristocracia creció con la expansión económica del siglo xvi,
pero el cultivo de trigo se vio dificultado por el trastorno cli­
mático de la ép oca, que afectó particularmente y de forma ne­
gativa a los p aíses e sc a n d in a v o s57. La nobleza necesitaba, por
lo tanto, con q u istas, y para ello necesitaba un Estado fuerte,
no débil. Una vez d o ta d o s de un Estado fuerte, serían capaces
en el siglo xvi i y x v m de utilizar el mercantilismo como una
palanca para el avan ce industrial, evitándose así, por tanto, la
suerte de Polonia.

* Malowist, Armales ESC, xvm, p. 926.


* Malowist, Economic History Review, xil, p. 189.
9 «Parece, por consiguiente, que el caso de los países nórdicos debe
ser considerado como un caso especial: allí, un invierno demasiado duro
puede ser extremadamente perjudicial para los cultivos de grano, y una
serie de inviernos rigurosos puede tener serias consecuencias, mientras
que en Francia no sería prácticamente perjudicial, o incluso sería bené­
fico.»Le Roy Ladurie, Histoire du climat, p. 281.
442 Im m a n u e l Wallersiein

E sta m o s ahora en d isp o sic ió n de echar un vistazo a Rusia.


U na evid en cia clave en favor de la h ip ó tesis de que Rusia noera
p arte de la econ om ía-m u n d o eu ro p ea es precisamente el creci­
m ie n to de la m onarqu ía a b so lu ta rusa de una forma que mani­
fie sta p aralelism os su sta n c ia les co n los desarrollos de la Europa
o cc id en ta l, y que resu lta lla m a tiv a m e n te diferente a la Europa
d el este.
¿C uáles son los h ech o s? El au ge del trabajo obligado en cul­
tiv o s para el m ercado en la R usia del sig lo xvi fue producto de
la in tervención del E stad o en la eco n o m ía , ligada directamente
a la creación de p reb en d as m ilita r e s llam adas pomestie, utiliza­
das para recom pensar a a q u e llo s q u e apoyaban al zar. En cierto
sen tid o existe algún p a ra lelism o aq u í con las encomiendas de
la A m érica hispana. N o o b sta n te , al con trario que en la América
h isp ana, el sistem a de trab ajo o b lig a d o no podía ser introducido
ab ru ptam ente, dado que p rim ero la tierra debía ser expropiada
a la vieja nobleza (lo s b oy a rd o s) y a los monasterios. Tampoco
ex istía un eq u ivalen te al cacique co m o intermediario, excepto
en la m edida en que se p ueda co n sid er a r ai cura ortodoxo ruso
com o representante de un p a p el an á lo g o en ciertas áreas. Más
bien, el respaldo leg isla tiv o de la «servidum bre» vino al final
de un proceso en el que la « refeu d a liza ció n » había sido puesta
en m archa por un p ro ceso de c r e c ie n te endeudamiento campe­
sino. V. O. K lu ch evsky d escrib e có m o se produjo esto:

El préstamo del terrateniente daba lugar a unas relaciones en las


que el campesino señorial tenía que elegir entre un tiempo defi­
nido de campesinado insolvente y un término indefinido de escla­
vitud [esto es, satisfacer la deuda m ediante trabajo personal]. No
obstante, esta restricción no era una vinculación policial al lugar de
residencia [...], sino una mera dependencia industrial, a través de la
deuda con un individuo (a saber, el terrateniente) bajo la ley civil
general del país. Así, las postrim erías del siglo xvi vieron expirar
por sí mismo el derecho de desplazam iento del campesino, y sin
haber sido abrogado por la ley [...]
[El] campesino, al negociar con el terrateniente para lograr una
parcela y un préstamo, renunciaba por sí mismo y a perpetuidad
(a través de su contrato de arrendam iento) al derecho de poner fin
jamás, o por cualquier m edio, a las obligaciones que por aquel
contrato asu m ía58.

N o ob stan te, el so m e tim ie n to v o lu n ta rio a servidumbre se


hizo in su ficien te en R usia cu a n d o lo s é x ito s m ilitares de Ivánel
Terrible a m ed iados del sig lo x v i llev a ro n a la incorporación de
exten sas tierras lib res en el su d e s te d e lo que es hoy la Rusia51

51 Kluchevsky, A history of Russia, π, ρρ. 233, 241.


La periferia fr e n te a la arena exterior 443

europea. Para evitar que la población campesina huyera a estas


nuevas tierras, lo que para los beneficiarios de los pomestie
significaba perder su fuerza de trabajo, y para el gobierno, por
tanto, perder sus contribuyentes, «se introdujeron restricciones
en la libertad de m ovim ientos de los campesinos»w. Como co­
menta Alexander G erschenkron, «el proceso de sometimiento a
servidumbre es casi inconcebible sin el poder del Estado. ¿De
qué otra form a se podía realizar en un país tan abierto hacia
vastos espacios libres al sur y ai este como era la gran planicie
rusa?»60. El papel activo del aparato de Estado estaba, por
tanto, ligado m uy de cerca al hecho de que Rusia estuviera en­
vuelta en una operación de conquista.
Igualmente lo estaba España, por supuesto. Pero España,
a causa de los m etales preciosos, de los concesionarios de cré­
dito italianos y de su s vínculos Habsburgo, estaba y permaneció
en definitiva ligada íntim am ente a la economía-mundo europea.
No obstante, el p roceso original de creación del Estado ruso
tenía algunos p aralelos con el de España. España fue creada
como resultado de una reconquista de su territorio por una
cruzada cristiana con tra los conquistadores musulmanes proce­
dentes del Africa del norte. Rusia fue creada por un proceso
de liberación del «yugo tártaro», de reconquista de su territorio
por medio de una cruzada cristiana contra los invasores mu­
sulmanes (o islam izados) del Asia central. El papel de Moscovia
fue paralelo al de Castilla, y el impulso de una lucha común
colaboró grandem ente al triunfo de Moscovia61.
Como parte del precio de lograr la ayuda de la clase guerre­
ra tradicional, los boyardos, en esta reconquista, los zares de
Moscovia hubieron de concederles un título de primacía per-
j petua con arreglo a un orden de rangos a principios del tiempo
histórico tó. E ste sistem a , conocido como mestnichestvo, fue una*41

54Marc Szeftel, «Aspects of feudalism in Russian history», en Rushton


Coulboum, comp., Feudalism in history, Princeton (Nueva Jersey), Prin­
ceton Univ. Press, 1956, p. 176.
* Alexander Gerschenkron, «Review article: lord and peasant in Russia
from the ninth to the nineteenth century», Journal of Economic History,
xxiv, 1, marzo de 1964, p. 56.
41«Estos fueron los nuevos fenómenos prominentes en la absorción de
Rusia por Moscú desde mediados del siglo xv en adelante. Primero, las
comunidades locales comenzaron a volverse abiertamente hacia Moscú, por
decisión propia o a instancia de sus respectivos gobiernos; lo cual oca­
sionó que la unificación moscovita del país adquiriera un carácter dife­
rente y progresara con ritmo más rápido. Es decir, dejó de ser una cues­
tión de captura o de negociación privada y se convirtió en un movimiento
nacional, religioso.» Kluchevsky, A history of Russia, π, p. 8.
“ Véase ibid., π, p. 44.
444 Im m a n u e l Wallers^

im p o rta n te trad ición cread a p or el proceso del cambio. Par*


eq u ilib ra r esta nueva fuerza d e la aristocracia, Iván III creó
a fin a les del siglo xv un n u ev o siste m a de feudos no alodiales
lla m a d o s pomestie, q ue eran co n ced id o s com o prebenda a can),
b io de servicios m ilitares. Los pomestie fueron creados a partir
de tierras fron terizas c o n q u ista d a s, de tierra confiscada a los
m o n a sterio s y b oyard os erra n tes, y tam bién de tierra de los
ca m p esin o s libres
N o ob stan te, por falta de una R eform a, la Iglesia fue capaz
de contraatacar, y la e x iste n c ia de d os tipos de tendencia de la
tierra, la pomestie y la v ieja form a señorial conocida como
votchina, dio a los m o n a ster io s una gran oportunidad, al em­
pezar a vender o donar su s tierras a la Iglesia los dueños de
votchini, esp ecia lm en te a p artir de 1550, a cambio de la tenencia
de por vida. D esde lu ego, h u b o ju stifica c io n es religiosas, pero el
factor clave parece ser so c io p o lític o M.
Fue la creación de una n u eva fo rm a de tenencia, la pom estit,
no basada en las o b lig a cio n es recíp ro ca s feudales tradicionales
y a m enudo en áreas fro n teriza s, com b in ad a con el hecho de la
expansión territorial y, por lo ta n to , de la inmediata disponi­
bilidad de tierras, lo que lle v ó al gob ierno por el camino de
hacer las o b ligacion es de tra b a jo y resid en cia de los campesinos
cada vez m ás co m p u lsiv a s a lo largo del siglo xvi, empezando
con el Código de 1497 y cu lm in a n d o en el Código de la Asamblea64

u «La transformación conllevaba más que la simple reducción de!


alodio hereditario (votchina) y la emergencia de la tenencia temporal
(pomestie) atribuida a cambio de la realización de servicios al Estadopor
el arrendatario. En el curso del proceso, una considerable cantidad de
tierras antes en manos de campesinos «negros» [es decir, libres) fueroo
reasignadas por el Estado a sus servidores. Este proceso eminentemente
político resulta bastante incomprensible excepto dentro del marco desa
Estado en expansión y de sus crecientes necesidades.» Alexander Getv
chenkron, «An economic history of Russia», Journal of Economic Histo­
ry, xii, 2, primavera de 1952, p. 131. Sobre los orígenes fiscales del siste­
ma véase Ardant, Impót, ii , pp. 1089-1097.
64 «Las adquisiciones de tierra por los monasterios alcanzaron su cénit
durante las crisis políticas y económicas de finales del siglo xvi. Muchos
votchinniki, para prevenir la pérdida de sus tierras por un desastre eco­
nómico o a través de su confiscación por el rey, cedieron su propiedad
a los monasterios a cambio de la tenencia vitalicia de toda o parte dela
tierra que donaban, o de alguna otra tierra propiedad del monasteria
De esta forma, el que hasta entonces había sido propietario podía visir
su vida pacíficamente bajo la protección del monasterio, disfrutar las
ganancias de su propiedad, y escapar a los peligros que acechan a laclase
de los votchinniki durante el reinado de Iván el Terrible.» Blum, Lord
and peasant, pp. 191-192.
La periferia fr e n te a la arena exterior 445

de 1649 tó. Sin tales restricciones los campesinos se hubieran


negado al servicio. La fuerza política de la Iglesia significaba
que el Estado era incapaz de detener esta sangría de tierra
para el sistem a fiscal. La única alternativa era incrementar los
impuestos sobre la tierra remanente, exprimiendo aún más a los
campesinos66. Dado que, por añadidura, a los campesinos se les
ofrecían térm inos m ás favorables en las tierras monásticas, el
aumento en los im pu estos sirvió como un impulso más para la
emigración cam pesina.
Este es el fondo de la cuestión de «los cincuenta y los se­
senta». El reinado de Iván IV (el Terrible) entre 1547 y 1584 fue
un período crítico en la historia rusa, dado que Iván, a través
de una concentración absoluta en el objetivo dé incrementar la
autoridad del E stad o, cristalizó la forma de estructura social
interna que R usia habría de conocer durante varios siglos por
venir, intentando entre tanto establecer la autonomía del Estado
ruso respecto a la econom ía-m undo europea. Como veremos, a
corto plazo tuvo éxito en este último propósito o, dicho de otra
forma, ganó el tiem p o suficiente para asegurar que cuando Rusia
fuera absorbida m ás adelante en la economía-mundo, entrara
en ella com o un E stado sem iperiférico (como la España de los
siglos xvii y x v m ) en vez de hacerlo como un Estado periférico
(como Polonia).
Dentro de R usia el arma fundamental del zar para incre­
mentar el poder del Estado era la creación de un aparato de
Estado patrim onial (com o en Europa occidental), ligado en el
caso de Rusia, m ás in clu so que en el caso de Francia e Inglate­
rra, a la red istrib u ción de los derechos sobre la tierra. Una

4*Véase ibid., pp. 247-268. Hilton y Smith fijan su comienzo en 1460


(véase Enscrfment, pp. 18-19, 42-46, 73-75), pero están de acuerdo en que
la transformación se hizo definitiva en 1649 (véase pp. 25, 141-152).
* «La conexión entre la cuestión de los votchini de los monasterios
y las fortunas de los campesinos era una conexión doble. Por una parte,
el hecho de que los votchini de los monasterios se formaran a expensas
de las tierras de la hacienda, de la corte, y de las ligadas al servicio
militar, y el que resultaran inútiles todos los intentos de cortar el goteo
de tales tierras hacia los monasterios, y de devolverlas a la hacienda y
el servicio, obligó al gobierno a recuperar en trabajo de los campesinos
(a través de mayores impuestos) lo que perdía en la propiedad de los
monasterios; mientras que, por otra parte, el hecho de que las tierras
que los monasterios cedían en arriendo constituyeran una perpetua ame­
naza contra la rentabilidad de las tierras de la hacienda y el servicio (ya
que las buenas condiciones de arriendo de las primeras atraían al cam­
pesinado de las segundas) obligó al gobierno a intentar aliviar el mal im­
poniendo restricciones al derecho de los campesinos a emigrar.» Kluchevs­
ky, A history of Russia, i i , p. 197. Sobre la condición general del campe­
sinado, véase Blum, Lord and peasant, pp. 219-246.
446 Im m a n u e l Wallerstem

re fo r m a cla v e fu e la ab olición del siste m a de administración


re g io n a l lla m a d o kormlenie, un siste m a de prebendas de arren­
d a m ie n to de im p u esto s y su su stitu c ió n por una burocracia
p agad a en parte en m etá lico y en p a rte con la concesión de
t ie r r a s 67. E sta reform a no só lo creó una burocracia central;
c r e ó al m ism o tiem p o su base f is c a l68. E sto estaba combinado
c o n la crea ció n de in stitu cio n e s lo c a les de gobierno firmemente
en m a n o s de la gentry local, cuyo au ge fu e favorecido por la ex­
p a n sió n de la autoridad del zar y co m ien za con e lla 69. Fue en
e s te m o m e n to (1556) cu an d o el se rv ic io m ilitar se vinculó fir­
m e m e n te a la ten en cia de lo s pomestie, garantizando así al zar
u n e jé r c ito regular rela tiv a m en te l e a l 70. El crecim iento de los
pomestie y, por tanto, la crec ien te co m p lejid a d de supervisar
el fu n cio n a m ien to del sistem a , co n d u jero n a la creación de una
o ficin a cen tral de tierra en M oscú para lo s pomestie7I.
M ientras tanto, en el ex terio r Iván IV seg u ía una política de
exp a n sió n , no só lo hacia las tierras fro n teriza s del sur (en aque­
lla época, C rim ea), sin o por el o e s te hacia el B áltico, la llamada
guerra de L ivonia, que se p ro lo n g ó a lo largo de veinticinco
añ os (1558-1583). Su o b je to era co n v er tir a R usia en una poten­
cia b áltica. Fue una guerra larga y de resu lta d o s esencialmente
in c o n c lu y e n te s 72. S i h u b iera n sid o m ás concluyentes, Rusia
podría h a b erse v isto arrastrad a d e fin itiv a m e n te al sistema mun­
dial eu rop eo en a q u ella s fech as.
S e p u ed e co m p ren d er p o r qué la ex p a n sió n hacia el oeste ten­
taba al zar en su cap acid ad em p resa ria l. Al contrario que los

47 Véase ibid., pp. 142-143. La palabra kormlenie es traducida como


living (medio de vida, sustento) por R. E. F. Smith, The enserfmení o/
the Russian peasantry, Londres y Nueva York, Cambridge, Univ. Press,
1968, p. 156.
“ Rusia conoció por vez primera el establecimiento de un sistema de
impuestos estatales directos durante el régimen de Iván el Terrible.
Véase A. Miller, «Considérations sur les institutions financiéres de 1‘Etat
moscovite aux xvie et xvue siécles», Revue Internationale de Sociolo%ie,
XI., 7-8, julio-agosto de 1932, pp. 374-378. Miller muestra claramente cómo
esto vino ligado a la abolición de la kormlenie: «Desde el momento en
que la población ya no tenía que efectuar pagos a los kormlenshchiki,
se los sustituyó por una serie de impuestos que desde entonces serían
recaudados a beneficio del gobierno central» (p. 378).
49 Véase Vernadsky, Tsardom, parte 1, pp. 87-174.
70 Véase ibid., pp. 85-86.
71 «Se hizo necesario introducir la normalización y la burocratización
en las relaciones de servidumbre para asegurar su adecuado funcionamien­
to [...] La tendencia hacia la uniformidad fue especialmente evidente en
la normalización de las dimensiones de las tenencias transferidas a los
pomeshchiki.» Blum, Lord and peasant, p. 179.
72 Véase Vernadsky, Tsardom, parte 1, pp. 87-174.
ia periferia fr e n te a la arena exterior 447

j gobernantes de las diversas naciones de Europa oriental, el zar


estaba en p osición de beneficiarse directamente de la expansión
del comercio, a causa de un aparato de Estado ya más fuerte.
En Polonia fue la aristocracia la que consiguió un control mo-
nopolístico sob re el com ercio de exportación: en Rusia fue el
zar. Reservó esto s derechos para sí mismo y para aquellos a los
que favorecía 73. Así, el com ercio exterior era de interés para el
zar no sólo co m o fuente de ingresos aduaneros, sino como sali­
da para la en orm e cantidad de bienes que le entregaban en
especie los ca m p esin os. Iván IV pretendía utilizar a toda Europa
en la misma form a que la ciudad servía al señor feudal medie­
val. Dado que la em presa era de vastas dimensiones, consideró
conveniente y ren tab le asegurarse la cooperación de una burgue­
sía comercial (ta n to extranjera como indígena) que se hiciera
cargo de la m ercancía. Cuando los aristócratas polacos elimina­
ron a los in term ed iarios comerciales polacos, evitaron así el
pago de ciertos im p u esto s sobre sus bienes. De esta forma el
Estado perdió in g reso s, y la burguesía polaca declinó. Cuando
el soberano es el terrateniente, todos los ahorros o dispensas
de impuestos no son sino simples transacciones contables.
Ergo, en Rusia, no tenía grandes ventajas financieras conver­
tir a los in divid uos que supervisaban la transferencia de bienes
en miembros de la p lantilla de la firma, frente a los empresarios
independientes. Ya que esto s últimos habían tomado la inicia­
tiva, era más fácil d eja rles seguir adelante.
Por tanto, en R usia, ai igual que en Europa occidental, la
burguesía com ercial indígena sobrevivió, y al mismo tiempo el
aparato de E stad o se vio fo rta lecid o 74. Si el zar Iván IV hubie-*54

n »E1 zar Iván IV era considerado, en opinión de los extranjeros, uno


delos señores feudales más ricos de Europa [...) Los muy rentables mo­
nopolios del comercio real aplicados ai comercio exterior descansaban
«elusivamente sobre la economía señorial del mismo zar y de quienes le
rodeaban.» Peter I. Lyashchenko, History of the national economy of
Russia to the 1917 revolution, Nueva York, Macmillan, 1949, pp. 213-214.
Esto puede explicar por qué en un primer momento Iván IV pareció
tan favorable al desarrollo de vínculos comerciales con Inglaterra. Inna
Lubimenko, de hecho, sostiene que él estaba mucho más interesado en el
desarrollo de tales vínculos que Isabel, y que fue la reserva inglesa lo
que condujo a la fuerte reacción de Iván. Véase Les relations commercia­
lis et politiqiies de VAngletcrre avec la Russie avant Pierre le Grand,
París, Lib. Ancienne Honoré Champion, 1933, pp. 40-53.
54tResulta claro así que el comercio maritimo no sólo favorecía la
acumulación de capital en Rusia, sino que fortalecía a aquellas fuerzas
cuyo interés se encontraba en la unidad del país y el poder de su Esta­
do [...] [Los comerciantes, cada vez más ricos y numerosos, estaban]
interesados tanto en el libre comercio en el interior del país como en la
expansión política y comercial fuera de él; pues tal expansión [les] per-
448 Im m a n u e l Wallersiein

ra ten id o éx ito , no es seguro que lo s com erciantes rusos hubie­


ran d isfru ta d o de las v en ta ja s q u e preveían. Nunca lo sabre­
m o s, ya que, cu an do la guerra de L ivonia acabó en tablas desde
el p u n to de vista exterior, tod o lo que en realidad se había
lograd o era llevar a su p u n to cu lm in a n te una crisis social y
ec o n ó m ic a dentro de R usia.
En las arenas p o lítica s in trín seca m en te inestables de la
ép o ca , la falta de un éx ito co n tin u a d o por parte de un Estado,
en el área in tern acion al, llevaba a en fren tam ien tos abiertos de
in te re ses en su in terior, que siem p re suponían un riesgo de
d esin teg ra ció n del E stad o. Para co n tra rresta r esta turbulencia
in tern a, Iván IV recurrió a fu e rtes m ed id a s policiales, la famosa
oprichnina, por la que se ganó el títu lo de «Terrible». Suponía
esen cia lm en te la creación de una gu ard ia especial de palacio,
con la ayuda de la cual el zar purgó drásticam ente a sus ene­
m ig o s, esp ecia lm en te en tre la a risto cra cia . Las armas fueron
dos: la m uerte y la co n fisca c ió n de la propiedad, capacitando
esta ú ltim a al zar para red istrib u ir las tierras entre aquellos cuya
lealtad esperab a con servar.
E sto fue un triu n fo p o lítico , en cu a n to que acabó con el
m ied o a un coup d’état. Pero, en o p in ió n de m uchos, le salió el
tiro por la culata. Por ejem p lo , B lu m dice:

El choque de la oprichnina, junto con la continua sangría de la


larga e infructuosa guerra de Livonia [...] sobre los recursos del
país, desequilibraron la estructura económ ica y social del territo­
rio [.··] La confiscación de los grandes com plejos territoriales y sus
subdivisiones en pomestie dañó al sistem a agrícola sobre el que se
basaba la economía de la nación, haciendo retroceder las técnicas,
disminuyendo la producción y creando nuevas tensiones entre seño
res y cam pesinos*75.

mitiría establecer contacto con Occidente a través de Lituania y el Bál­


tico y [les] abriría las puertas de las riquezas de Siberia, y quizá de!
Oriente Medio y Lejano.» Malowist, Past and Present, 13, pp. 38-39.
75 Blum, Lord and peasant, pp. 146-147. Blum habla también de «una
calamitosa caída de la producción en las décadas de 1570 y 1580». Jerome
Blum, «Prices in Russia in the sixteenth century», Journal of Economic
History, xvi, 2, junio de 1956, p. 196. Véase Lyashchenko: «La transición
de la antigua forma de economía, amplia, feudal y autocontenida, a la
nueva forma de la pomestie con trabajo servil, arraigada en el impulso
hacia una explotación máxima de la mano de obra, no podía dejar de
producir un declinar general, más o menos diferido, en el conjunto de la
economía nacional del Estado de Moscú en el siglo xvi [...]
«Gracias a sus inmunidades, las votchini tenían tantos privilegios para
ligar a los campesinos a la tierra que podían reunir fácilmente grandes
cantidades de mano de obra e introducir una esclavización gradual de
los campesinos [...] La economía de una pomestie no podía funcionara
base de mano de obra jolop [servil: véase Smith, p. 162], de la que se
La periferia fren te a la arena exterior 449

Blum culpa tam b ién a la pesada fiscalidad, combinada con


plagas, m alas co sech a s y huidas en masa de los campesinos76.
Una acentuada y sú b ita inflación entre 1575 y 1590 reflejó estos
hechos y los acen tu ó. A. G. Mankov, sobre la base de su estudio
acerca de los m o v im ien to s de precios rusos en el siglo xvi, está
dispuesto a «ver en la crisis de los años 1580-1590 una crisis
generalizada de la econom ía nacional»77, punto de vista que
afirma com partir co n los escritos históricos soviéticos en ge­
neral 7Í.

disponía sólo en pequeña cantidad, por no decir nada de su baja calidad,


particularmente bajo las condiciones de una economía monetaria. Pero
tampoco podía basar su producción enteramente en el trabajo de campe­
sinos económicamente dependientes, ya que la fortaleza de la economía de
la pomestie no era, en general, demasiado grande. La necesaria organi*
ración del trabajo en la pomestie sólo podía lograrse mediante compulsión
cxtraeconómica, “atando" a la fuerza de trabajo a la pomestie al esclavi­
zar a los trabajadores no sólo mediante el endeudamiento, los préstamos,
los plazos, etc., sino también a través del reconocimiento del "derecho"
del pomeshchik al trabajo obligado del campesino [...]
•La ruina del campesinado y el aumento de la presión económica por
parte de los pomeshchiki obligó a los campesinos a reducir su tierra de
labrantío [que, habiendo alcanzado "más del 95 por 100 a mediados del
siglo xvi", cayó en la década de 1580 al "31,6 por 100 en la provincia cen­
tral, y a un mero 6,9 por 100 en la provincia de Novgorod"] y a buscar
salvación en la huida desde las tierras esclavizadas a tierras "libres".
Aconsecuencia de ello, durante el siglo xvi se hizo notar una decadencia
no sólo de la pomestie misma, sino también de la economía campesina
vinculada a ella.» National economy of Russia, pp. 191-193.
Véase Blum, Lord and peasant, pp. 158-159.
77Mankov, Les mouvements des prix, p. 126. El texto francés menciona
el período 1570-1580, pero una lectura del contexto parece indicar que se
trata de un error tipográfico, que, por consiguiente, he corregido.
n «La situación cambió bruscamente en el curso de la década siguien­
te [1580-1590], en relación con la crisis económica que, como es bien sabi­
do, ocurrió en esta época. La bibliografía histórica soviética concede un
papel primordial a esta crisis. Sus causas, su naturaleza y su alcance
geográfico han sido ampliamente desarrollados. La excesiva tensión a la
que habían estado sometidas todas las fuerzas de la economía nacional
durante la dura guerra de Livonia, el desfavorable resultado de ésta, la
ruina y el abandono de regiones enteras en las que la economía agrícola
había estado inmediatamente antes muy desarrollada, la creación en este
momento de la oprichnina, que dislocó las propiedades de los boyardos
ylos príncipes, la reasignación forzosa de tierras y la "dispersión de los
pequeños campesinos" [...] La decadencia de la agricultura y la ruina de
los campesinos que vivían en los territorios reservados condujo en par­
ticular a la reducción del mercado de cereales. A causa de la necesidad
de cereales, se produjo una brusca subida de la demanda, y los precios
aumentaron.» Mankov, ibid., p. 36.
Mankov, incidentalmente, está seguro de que Rusia entra más o menos
en la revolución de los precios en Europa. Jerome Blum hace la siguien­
te reserva: «Bien puede haber habido [una subida análoga de los precios
450 Im m a n u e l Wallerstein

V ern ad sk y argum enta, en una lín ea sim ilar, que la guerra de


L ivon ia fue un terrible error, p orq u e R usia no tenía más opción
q u e co n tin u a r luchando en el fren te de Crim ea, y, por tanto, al
o p ta r p or lu ch ar en L ivonia, R usia esta b a decidiendo llevar a
ca b o una guerra en d os fren tes, una p o lítica de resultados
d e s a s t r o s o s *79. E sto, en m i o p in ió n , p asa p or alto la cuestión
cru cia l de q ue p o sib lem en te R usia ta m p o co tuviera otra opción
en L ivonia. V ernadsky ve la guerra de L ivonia com o un fracaso,
en el q u e los ru sos tuvieron «su erte de co n seg u ir un armisticio
co n S u ecia el 5 de agosto de 1583, a p esar de que sus términos
fu era n a lta m en te d e sfa v o r a b le s» 80. Tal vez, de m odo alternativo,
p o d e m o s con sid erarla un éx ito g ig a n tesco . R usia no fue arras­
trada a la econom ía-m u n do eu rop ea. Su b u rgu esía y su monarca
se salvaron, al m en os de m o m en to , del d estin o de sus homólo­
gos p o la co s.
E sto no es una pura fa n ta sía . B o r is Porshnev analiza las
gran d es lín eas de las rela cio n es in tern a cio n a les en Europa en
el sig lo x v i con sid eran d o que los o p o n e n te s al objetivo Habs-
b urgo y ca tó lico de crear un ú n ico siste m a im perial favorecieron
la creación de una barrera o rien ta l de E sta d o s — Suecia, Polonia
(m á s ad elan te P olonia-L ituania) y el im p erio otom ano—, «diri­
gida p rim ariam en te con tra E u rop a cen tra l» , pero que también
se co n v irtió en «una barrera q ue a isla b a d el resto de Europa a
R usia, la cual se fue h a cien d o cad a vez m á s fu e r te » 81.
Al recu perar terren o el c a to lic ism o en P olonia, no obstante,
el E stad o de P olonia-L ituania se co n v ir tió en un aliado de Es­
paña. Cuando, en los añ os p o ste r io r e s a Iv á n IV, el Estado ruso
se vio desgarrado por lu ch a s in tern a s, q u e culm inaron en el
llam a d o «período de tra sto rn o s» (1610-1613), Polonia, apoyada
secreta m en te por los H a b sb u rgo y, p o r d istin to s motivos, tam­
b ién por S u ecia, em p ren d ió un « in ten to de desm em brar y sub­
yugar a R u s ia » 82, in ten to que fra ca só . M ás aún, Vernadsky afir­
m a que tam b ién ex istía in te ré s p or p a rte de los ingleses, en esa
ép oca , por esta b lecer «un p r o te c to r a d o so b re la totalidad o
p arte de R usia» ω. Sin duda, un im p o r ta n te fa cto r que contribuyó

en Rusia], pero los datos [de Mankov] no lo demuestran.» Journal o/


Economic History, xvi, p. 185.
79 Véase Vemadsky, Tsardom, parte 1, pp. 94-95.
®Ibid., p. 166. Añade: «Así terminó la guerra de Livonia, que había
durado un cuarto de siglo, había exigido al pueblo ruso muchas penali­
dades y sacrificios y, junto con los efectos ulteriores de la oprichnina,
había introducido a Rusia en una profunda crisis socioeconómica.»
11 Porshnev, International Congress of Historical Sciences, iv, p. 140.
° Ibid., p. 142.
“ Vemadsky, Tsardom, parte 1, p. 291.
¿j periferia fren te a la arena exterior 451

a! fracaso de e s to s p royectos fue la existencia de las agudas


divisiones de la guerra de Treinta Años, que obligó constante­
mente a los en em ig o s inm ediatos de Rusia a dedicarse a cues­
tiones más urgentes.
Pero Rusia cada vez se acercaba más a su absorción en Euro­
pa. La «desastrosa» p olítica de Iván IV la pospuso. Véase la
descripción que h a ce K luchevsky de lo sucedido al final del
siglo xvi «largo»:

Vemos a Inglaterra y a Holanda ayudar [al zar] Miguel [161345]


areconciliarse con sus enemigos, Polonia y Suecia, por la razón de
que Moscovia era un valioso mercado para la primera y también
una ruta conveniente hacia el este, hacia Persia, e incluso hacia la
ludia. Además, vemos al rey francés proponer una alianza a Miguel,
para cubrir los intereses comerciales de Francia en el este, donde
rivalizaba tanto con Inglaterra como con los holandeses [...] El
imperio del zar Miguel era más débil que el imperio de los zares
Iván [IV] y Teodoro [ 1584-98], pero estaba muchísimo menos ais-
lsáoen Europa w.
¿En lugar de «pero» no deberíam os decir «y por lo tanto»?
' Loque Iván había b u sca d o era la creación de un imperio ruso,
no una parte del p a ste l europeo. Ese sería más adelante el ob­
jetivo de Pedro el G rande.
La tercera gran d iferen cia entre Rusia y Europa oriental era,
como hemos in d ica d o , con secu en cia directa de la diferente es­
tructura y dirección del com ercio y de la diferente fuerza del
aparato de Estado. En R usia las ciudades y la burguesía indígena
sobrevivieron el sig lo x v i «largo», mientras que en la Europa
oriental en gran m ed id a no. Y la tierra, aunque en su mayor
parte en la form a de gran d es posesiones iguales a las desarro­
lladas en la E u rop a o rien ta l, estaba en Rusia en manos de
«hombres nuevos», lla m a d o s a veces «gentry», a veces «baja
nobleza» (ya h em o s v isto lo poco importante que resulta esta
distinción). E sto s eran h om b res que no descendían de la anti­
gua clase de lo s b o y a rd o s, sin o de dos grupos, los dvoriane
(una especie de n o b le za de corte) y los llamados «hijos de los
boyardos», que en é p o c a s an teriores eran aristócratas menores
y absentistas. Los b o y a rd o s que sobrevivieron eran en gran
medida «parientes n o rea les del zar» Así, especialmente des-

“Kluchevsky, Λ history of Russia, in, p. 128. El subrayado es mío.


B«Los magnates del siglo xvn eran predominantemente hombres nue­
vos. Amediados del siglo, sólo nueve de los 23 hombres más ricos al
servicio del zar eran descendientes de las viejas familias principescas.
Losdemás eran parientes del zar de estirpe no real (el zar era de origen
boyardo moscovita), o miembros de la clase de los servidores sin título,
452 Im m a n u e l Wallerstein

p u és del p erío d o de tra sto rn o s, cu a n d o el zar Miguel fue capaz


de llevar a su s lógicas c o n c lu sio n e s las p olíticas de Iván IV,
em er g ió una nueva clase de m a g n a tes M. Eventualm ente, la nue­
va a risto cra cia se ap rop ió de to d o s los a trib u to s formales de ia
an tigu a. El mestnichestvo fue a b o lid o en 1682. La pomestic se
h izo tra n sferib le de facto por ven ta y h eren cia, difuminando así
su d istin c ió n de los votchini87. El có d ig o de leyes de 1649 dis­
m in u y ó co n sid era b lem en te la d istin c ió n en tre las dos formas
de p r o p ie d a d 88, y en 1681 am b as se verían unificadas legal­
m en te 89.
El a sc en so de los «h om b res n u ev o s» ocurrió, por supuesto,
en tod as partes; por su p u esto , en E u rop a occidental, como ya
h em o s v isto , y en m u ch os a sp e c to s ta m b ién en Europa oriental.
P ero B lum capta el p un to esen cia l:

La experiencia rusa [ . . . ] difería en un aspecto importante de la


del resto de Europa oriental (y se asem ejaba a la del oeste). En
las otras tierras del este el ascenso de la baja nobleza se hizo posible
por la declinación del poder de los soberanos. En Rusia la gentry
debía su ascenso al increm ento de poder del zar. Era k cola de la
com eta del nuevo absolutism o

incluyendo hombres procedentes de la baja gentry.» Blum, Lord and


peasant, p. 212. Véase Malowist, Economic History Review, xii, p. 189;
Lublinskaya, French absolutism, p. 60.
u «Pero, como clase, la gentry participó en la victoria del absolutismo.
Leales instrumentos del zar en la lucha contra la gran nobleza, dirigentes
del renacimiento nacional en el "período de trastornos" [primeros años
del siglo xviij, y electores de [el zar] Miguel [1631], se vieron recompensa­
dos convirtiéndose en clase dominante en el lugar de los kniazhata [prin­
cipes] y boyardos. Aquellos miembros de la antigua aristocracia que ha­
bían logrado retener parte de su poder, lucharon en vano para evitar que
la gentry conquistara los puestos más altos del Estado. Trataron de impe­
dirlo insistiendo en el sistema de mestnichestvo, entonces irremediable­
mente anticuado, pero las invocaciones a la genealogía ya no podían
resistir a la voluntad del zar. Los nombramientos y los ascensos se hacían
por orden del trono, y se basaban en los méritos y, probablemente mas
a menudo, en el favoritismo, pero no en el linaje. Finalmente, en 1682
se abolió el sistema de mestnichestvo, desde hacía mucho tiempo supe­
rado.» Blum, Lord and peasant, p. 151.
17 «En el siglox v ii los boyardos y los pomeshchiki se hicieron casi
indistinguibles, siendo hereditaria la tierra de ambos, y careciendo de
ninguna relación con servicios efectivamente realizados.» C. M. Foust,
«Russian expansion to the East through the eighteenth century», Journal
of Economic History, xxi, 4, diciembre de 1961, p. 470. «[En 1731] otro
ucasc imperial ordenó que desde entonces las pomestie fueran considera­
das como votchini.» Blum, Lord and peasant, p. 185.
“ Véase Vernadsky, Tsardom, parte 1, pp. 394-411.
*’ Véase Vernadsky. Speculum, xiv, pp. 321-322.
90 Blum, Lord and peasant, p. 151. Obsérvese incidentalmcnte cómo
Blum pasa a utilizar el término gentry como sinónimo de «baja nobleza».
μ periferia fr e n te a la a ren a exterio r 453

Finalmente, el co n tra ste entre la Europa oriental y Rusia


queda claro en las áreas urbanas. Las ciudades, la burguesía
¿rbana indígena y la in d u stria nativa declinaron más en la
Europa oriental. Era, sin duda, una cuestión relativa. Rusia, en
(omparación con E u rop a occidental, puede considerarse que
¿edinó relativamente, si no absolutam ente. Y la decadencia no
fue total en Europa o rien ta l. Sin embargo, la evidencia parece
indicar una d istan cia cu alitativa entre la Europa oriental y
Rusia.
La diferencia p u ed e haber sido menor en el «primer» si*
(¡o xvi9I. Pero al irse d ed ican d o cada vez más los propietarios
terratenientes al co m er cio directo, emprendieron actividades*1

Sobre las relacionesde la gentry polaca con la monarquía, véase Tazbir:


•Estodio origen en 1537 a la "guerra de las gallinas", cuando el amplio
Idespliegue de oposición de la gentry, reunida cerca de Lvov para preparar
:cuexpedición armada, obligó al rey, a la reina Bona y a los magnates
1foeles rodeaban, a aceptar un compromiso. En la raíz del éxito de la
(mtry se encuentra también la consolidación de su posición económica.
, Estaera el resultado del desarrollo de fincas trabajadas con mano de
obraservil, cuyas dimensiones crecían a expensas de los campesinos, que
icandesplazados de sus tierras y recibían otras más pequeñas o menos
. ;nxíuctivas.» History of Poland, p. 176.
KSobre Polonia, por ejemplo, sostiene Tazbir: «La prosperidad eco-
tea de las ciudades no podía ser puesta en peligro por las leyes de
ja5e/i»z [Dieta] que eximían de impuestos a los bienes comprados por
.belfry o manufacturados en sus fincas. Leyes idénticas no tuvieron en
;«ros países ningún efecto adverso sobre la situación de la gente de las
shades. En esta época existían en Polonia numerosas compañías mixtas
togucsia-genrry, que marchaban bastante bien. La ley de 1565, que
apedia a los burgueses comerciar en grano, y prohibía a los comer-
cuntes polacos vender bienes polacos en el exterior o importar bienes
atranjeros a Polonia, situaba a las grandes ciudades en una posición bas­
tanteventajosa, al convertirlas asi en el único intermediario en este co­
mercio. Por otra parte, la ley de 1565 nunca entró en efecto. Ni tampoco
podía obstaculizar el desarrollo de las ciudades el bando que prohibía
iicompra de tierras por los burgueses, bando que fue promulgado varias
raes por la Sejm. Por el contrario, favorecía la inversión en empresas
industriales del capital procedentes del comercio.» History of Poland,
Pi>. 177-178.
Pero después señala igualmente: «Entre el siglo xvi y el x v i i las ciu-
¿des polacas comenzaron a sentir los efectos del continuo desarrollo de
seaeconomía agrícola señorial basada en el trabajo servil [...] Un tipo
diferente de ciudades eran las fundadas entre el siglo xvi y el x v i i en
¿rras de los latifundios de los magnates [...] Al ser estas ciudades
propiedad de los señores locales, eran sometidas por ellos naturalmente
i una explotación creciente. La supremacía de la nobleza se hizo sentir
Uaibicn en otros centros urbanos [...] Los efectos adversos para las
ciudades y ios edificios de Polonia de la supremacía política de la gentry
.j de la expansión de una economía agrícola basada en el trabajo servil
Unsólo se harían evidentes en años posteriores, pero los primeros signos
i
i
454 Im m a n u e l Wallerstein

a b ier ta m en te «an tiu rb an as» en E u rop a o r ie n ta l*92. Con el auge


d e lo s «reyezu elos» e n P o lo n ia y del Gutsherrschaft al este del
E lba, el p rín cip e co m o terr a te n ien te en con trab a pocas razones
en su s p rop ias n ece sid a d e s in m e d ia ta s para sentir simpatía ha­
cia lo s h a b ita n tes de las c iu d a d e s 93945. Y al declinar las ciudades
la n ob leza se h izo aún m á s fu erte w. En R usia, Kluchevsky podría
h ab la r del « crecim ien to ex tra o rd in a ria m en te lento y doloroso de
las ciu d a d es e in d u stria s ru sa s d u ra n te lo s siglos xvi y xvii»#
p ero al m en os se tratab a de c r e c im ie n to , y no de decadencia.
B lu m es m ás p o sitiv o . D ice:

La nueva im portancia del intercam bio en la vida económica [en el


siglo x v i ] vino marcada por la reem ergencia de la ciudad como
centro de industria y com ercio, y com o mercado de productos de
granja y otros artículos hechos en Rusia y en países extranjeros. Las
antiguas ciudades revivieron, se establecieron otras nuevas, y algu­
nos asentam ientos rurales (com o m uestran los registros de tierras
de Novgorod) empezaron a abandonar la agricultura por el comercio
y la in d u stria96.

Ju n to con la fuerza de las ciu d a d e s d esap areció la fuerza de


la b urguesía co m ercia l in d ígen a. Las a risto cra cia s locales no sólo
arrebataron el co m er cio de ex p o rta ció n a los comerciantes lo­
cales, « red u cién d olos al p a p el de a g e n t e s » 97, sino que se repar·

de una crisis económica ya se podían advertir en la primera mitad del


siglo xvii» (pp. 226-227).
92 «[La] decadencia de las ciudades se vio muy acelerada por la polí­
tica que siguió la nobleza en Alemania oriental, Livonia, Polonia y Bohe­
mia [.··] Uno de sus fines principales era romper los monopolios ur­
banos sobre el comercio exterior e interior. También existía la determi­
nación de poner fin a la práctica de las ciudades de acoger a los cam­
pesinos fugitivos.» Jerome Blum, American Historical Review, l x ii , ρ. 834.
93 «La Reforma tuvo otra consecuencia [al este del Elba]: fuera de
Prusia, los gobernantes se convirtieron en propietarios de grandes domi­
nios, de forma que sus intereses como terratenientes coincidían desde
este momento con los de la nobleza y eran opuestos a los de las ciudades
en cuestiones de comercio.» Carsten, The origins oí Prussia, p. 166.
94 «Sobre todo, fue el largo declinar de las ciudades orientales y su
subyugación lo que eliminó toda resistencia al auge de la nobleza [...]
»La subyugación y el declinar de las ciudades cambió de forma fun­
damental el equilibrio de la sociedad medieval, y abrió paso al dominio
de una clase sobre otra. En Prusia, la cesión a Polonia en 1466 de todas
las ciudades importantes [excepto Kónigsberg] condujo al mismo resulta­
do.» Ibid., pp. 116, 147.
95 Kluchevsky, A history of Russia, π, ρ. 145.
w Blum, Lord and peasant, p. 23.
97 Malowist, Economic History Review, xn, p. 186. Véase Carsten:
«Hasta el siglo xvi las exportaciones de grano de Brandemburgo estuvie­
ron en manos de las ciudades y sus burgueses, que se beneficiaron con-
μ periferia frente a la arena exterior 455

lieronel c o m e r c io d e i m p o r t a c i ó n c o n u n a b u rgu esía extran·


pa*. La b u r g u e s ía i n d í g e n a d e u n p a ís era la extranjera de
Oiro. Los c o m e r c i a n t e s a l e m a n e s q u e n o en con trab an lugar en
las econom ías d e l e s t e d e l E lb a e r a n m á s q u e bien recib id os en
Polonia, y se s e n t í a n p o l í t i c a m e n t e a g r a d e c id o s com o correspon-

iiderablemente de este comercio. Cuando la nobleza se interesó más en


producir grano para el mercado, comenzó a invadir la esfera de la empre-
síurbana.» The origins of Prussia, ρ. 170.
Véase Ferdo Gestrin: «La burguesía eslovena evolucionó en un sentido
opuesto al que habría cabido esperar a la vista del proceso general. Más
Oiea la producción no agrícola, permaneció ligada al comercio, especial-
dente al comercio de tránsito, pero en este campo se vio derrotada por
ladoble competencia de los campesinos y los señores. Por ello, a lo largo
del siglo [xvi] [...] nunca dejó de declinar lentamente, a pesar de algu­
nasmejoras pasajeras en su situación.» «Economie et société en Slovénie
tuwie siécle», Annales ESC, xvn, p. 687.
Véase Hoszowski: «[La gentry polaca] no sólo deseaba obtener una
pnancia del producto de sus tierras, sino también del comercio de este
producto. Por esta razón, se las ingeniaron, mediante la adecuada legis­
lación de la Sejm, para asegurar la libertad de tránsito por el Vístula y
sus afluentes, después la libertad de derechos de aduana para los pro­
ductos agrícolas y forestales exportados al exterior desde sus propios
dominios, así como el no tener que pagar derechos de aduana por los
bienes importados desde el exterior para ser usados en sus propias fincas
ygranjas. En la práctica real, la clase feudal extendió estos privilegios
aduaneros, y exportaba grano, ganado y otros productos agrícolas, com­
prados a los campesinos en los pueblos o en los mercados rurales, sin
pagar derechos de aduana. También introducía en el país, por el Vístula y
sinpagar derechos de aduana, algunas mercancías extranjeras que luego
tendía a la gente que vivía en sus fincas. De esta forma, la gentry reunió
ensus propias manos el comercio de productos agrícolas, madera y pro­
ductos forestales, desalojando de este comercio a los burgueses y recor-
: 'indo gravemente las oportunidades de los comerciantes de las ciudades
: ¿eobtener beneficios de los bienes importados.» Poland at the Xlth Inter.
tamal Congress, p. 127.
■«La política económica de los nobles de los países bálticos también
contribuyó en gran medida a la decadencia de las ciudades. Esta política
consistía en intensificar la exportación de artículos alimenticios y produc­
tosprimarios y favorecer la importación de manufacturas dando fuerte
apoyoal comercio exterior en sus propios territorios. Con esta línea de
conducta se pretendía asegurar la abundancia de bienes extranjeros y
mantener sus precios bajos.» Malowist, Economie History Review, χπ,
p.188. Malowist llama a esta política «antimercantilismo».
•Una característica fundamental del comercio polaco de exportación
eraque estaba dominado por la gentry en lo que se refiere al país en su
conjunto [...] mientras que las importaciones desde el exterior estaban en
su mayor parte en manos de comerciantes extranjeros.» Hoszowski,
Polandat the Xlth International Congress, p. 129.
«Para la burguesía comercial y para la prosperidad urbana, la entrada
decapital extranjero [de Italia y el sur de Alemania] era más temible
que la competencia en las áreas rurales.» Gestrin, Annales ESC, xvn,
P.680.
456 I m m a n u e l Wallerstein

d e 99. De h ech o , se podría esp ecu la r acerca de si la posterior


ca p acid a d de recu p eración de la b u rg u esía alemana no se de­
b ería al h ech o de que so b rev iv iero n en lugares como Polonia y
E slo v en ia . En R usia, por el co n tra rio , aunque los comerciantes
in d íg en a s en con traron co m p eten cia por parte de los grandes
terra ten ien tes, in clu id o s los m o n a sterio s, y muy especialmente
el p rop io zar, a p esar de todo, sob revivieron ,0°. Un factor que
ayu d ó a ello fue que los p rin cip a les m ercad eres conocidos como
gosti tuvieran la p osib ilid ad de ju g a r el d oble papel de agentes
del zar, tanto com ercial co m o fisca lm e n te, y de comerciantes
p or su propia cu en ta ,01. Por lo tanto, eventualm ente podían
p rescin d ir de su s co n ex io n es con el zar, e incluso convertirse
en su s rivales efec tiv o s. En ú ltim o térm in o, «la empresa pri­
vada llevó sob re su s h o m b ro s, de h ech o , una buena parte de
la exp an sión rusa hacia el P a cífico , au nq ue rara vez con el
ap oyo del E stad o, y m ás bien en co m p eten cia con é l» ,02.
En cu an to a las in d u stria s a rtesa n a les, parecieron declinar
p or todas partes, en gran m ed id a p o rq u e la ausencia de barre­
ras arancelarias p erm itía a lo s cad a vez m ás económicos pro-*102

" «Los ciudadanos de Gdansk eran muy conscientes de las ventajas


económicas que llevaba aparejada la unión política con Polonia, y, por
consiguiente, pese a su origen alemán y a usar la lengua alemana, entre
la mayoría de los patricios, mercaderes y comerciantes de Gdansk existía
una fuerte inclinación hacia Polonia [...] [La gente de Gdansk] estaba
ansiosa de mantener su unión con Polonia, que era la fuente de su pros­
peridad.» Hoszowski, Poland at the XIth International Congress, p. 141.
100 «A diferencia de Europa occidental, donde el comercio era predo­
minantemente una ocupación de la clase media, en Rusia se dedicaban al
comercio personas de todos los niveles de la sociedad [...] El mismo zar,
como sus antiguos predecesores ios príncipes de Kiev, era el más impor­
tante empresario individual de todo el imperio [...] Los zares no se limi­
taban a tratar con los productos de sus propias tierras. Mantenían mo­
nopolios sobre muchos artículos [...] A veces el zar, a través de sus
funcionarios y agentes comerciales, aumentaba el producto total de una
mercancía, subía su precio, y obligaba a los comerciantes a comprar.*
Blum, Lord and peasant, p. 129.
101 «Además de comerciar por su propia cuenta, [los gosrí] eran los
agentes comerciales del zar, siendo escogidos para esta función de entre
los comerciantes con mejor fortuna del reino. También se les otorgaba
la responsabilidad de recaudar ciertos impuestos, y se les requería que
entregaran una suma fijada por el gobierno. A cambio de estos deberes
se les concedía un estatus especial, análogo al de la nobleza al servicio
del zar. Los Stroganov fueron los más famosos entre estos comerciantes.
De origen campesino, iniciaron su ascenso en la última parte del siglo xiv,
con el comercio de sal. Con el paso del tiempo ampliaron sus actividades
a otras empresas industríales y comerciales. Se convirtieron en grandes
terratenientes en el norte colonial, y estuvieron a la cabeza en la explota­
ción de las riquezas de Siberia.» Ibid., pp. 130-131.
102 Foust, Journal of Economic History, xxi, p. 475.
I
Ifi periferia f r e n te a la arena exterior 457

ductos de la in d u stria europea occidental aventajar los precios


de los productos lo c a les 103. En la medida en que sobrevivieron
las industrias lo ca les, p or ejem plo, los encajes checos, fue sir­
viendo como in d u stria s dom ésticas rurales para casas comer­
ciales exteriores a su área ,04. Pese a todo, esto supuso cierta
diferencia, ya q ue fa v o reció una diversificación de la agricultura
y preparó el ca m in o para el posterior desarrollo industrial de
Bohemia,os. En R u sia, no obstante, debido a que constituía su*I

" «Estas activas relaciones comerciales de los Países Bajos, así como
deotros Estados occidentales, con los países del Báltico, nos llevan a
observar de pasada que, si la riqueza de los nobles polacos estaba estre­
chamente ligada a la exportación de trigo a Holanda, por el contrario la
libreimportación de mercancías occidentales, de superior calidad y menor
precio de venta (especialmente paños holandeses e ingleses), contribuyó
i la ruina de la industria nacional. En la misma linca, las siempre cre­
dentes tendencias monopolistas de la flota holandesa condujeron gradual*
meóte a la ruina de las flotas de las ciudades del Báltico, incluyendo
bdeGdañsk, principal puerto polaco [...]
•Al obtener grandes beneficios de su privilegiada situación económica
enel Báltico, los Países Bajos, Inglaterra y Francia desde fecha tempra­
na, se tomaron un interés cada vez mayor en lo que sucedía en esta
parte del mundo. En primer término, estos Estados deseaban preservar
i su comercio de los inconvenientes de la guerra. Por ello podemos
observar nuevos esfuerzos de mediación en los conflictos [de 1617, 1629,
1635].» Czalpinski, XIe Congrés International des Sciences Historiques,
Rapports, IV, p. 37.
w«Apartir de la segunda mitad del siglo xvi comenzaron a realizarse
contratos colectivos entre casas comerciales alemanas de Nuremberg y
otras ciudades, por una parte, y los gremios checos del encaje por otra,
contratos que suponían un compromiso por parte de los gremios de en­
tregar determinadas cantidades de encaje, de un cierto nivel de calidad,
! aprecios fijados en el contrato.
•Después de la guerra de los Treinta Años, parece ser que el sistema
¡ deentrega colectiva por los gremios a las casas comerciales ya no podía
i garantizar, bajo las nuevas condiciones de la época, cantidades suficientes
1 déla mercancía para su exportación ultramarina. Se tenían que desarrollar
j nuevas formas de producción y de comercio. Este sería el llamado siste-
I made encargos o trabajos a domicilio [putting-out, Verlagssystem], cuyo
comienzo puede rastrearse ya en el siglo xvr, pero cuyo pleno desarrollo
sólo se produjo en la segunda mitad del siglo xvn y en el siglo xvm.»
A.Klima y J. Macurek, «La question de la transition du féodalisme au
capitalisme en Europe centrale (16e-18c siécles)», International Congress
of Historical Sciences (Estocolmo, 1960), Rapports, iv, Histoire moderne,
i Gotemburgo, Almqvist & Wiksell, 1960, p. 87.
a «Una característica especial distingue a la gran finca checa de los
siglos xvi y xvn. Aquí también vemos el desarrollo de la producción de
grano y de la agricultura primaria, pero al mismo tiempo se va más allá
con el procesamiento de productos agrícolas, por ejemplo, la obtención
decerveza a partir del grano, y otros ejemplos de producción industrial.
Lacerveza es lo que da especialmente sus rasgos peculiares a las grandes
fincas checas, diferenciándolas de sus vecinas de Alemania, Polonia y el
norte de Hungría (es decir, Eslovaquia) [...] Otro rasgo diferenciador de
458 I m m a n u e l Wallerstein

p rop ia eco n o m ía -m u n d o , p arte del ca p ita l acum ulado se dedicó


al d esa rro llo in d u s t r ia l,06. In c lu so en el ca so de la industria de
ex p o rta ció n m ás im p o rta n te de la econom ía-m undo europea, los
tejid o s, terren o en el q ue cab ría h ab er esperado que la indus­
tria rusa su cu m b iera a n te la co m p eten cia , la industria local
retu v o la m ayor parte d el m erca d o de m asas, e incluso parte
d el m ercad o de calidad ,07.
P od ríam os hacer un a n á lisis sim ila r de por qué el imperio
o to m a n o no era parte de la eco n o m ía -m u n d o eu rop ea,oe. Es tal*1067

la producción agrícola checa en comparación con los países vecinos, en


particular en el siglo xvi, fue el desarrollo de la cría de peces en vive­
ros [...] Además, las grandes fincas feudales buscaron en tierras checas
penetrar también en la producción industrial. En los siglos xvi y xvn
estuvieron particularmente presentes en la búsqueda de minerales metá­
licos, la minería y la producción de hierro.» Ibid., pp. 99-100.
106 «Las condiciones para la acumulación de capital en manos de una
clase nativa de comerciantes eran, por tanto, mucho más favorables en
Rusia que en Polonia, siendo esta ventaja incluso mayor, ya que la no­
bleza rusa, que padeció crisis serias, muy serias, en el siglo xvi y co­
mienzos del xvn, no tomaba gran parte en el comercio a gran escala.
»Además, parece que el capital acumulado localmente fue utilizado con
fines productivos en una medida mucho mayor que en Polonia. Su in­
versión aceleró el ritmo de la colonización de las regiones económica­
mente atrasadas de Rusia, y en sus fronteras del norte y del sudeste.
Ciertamente contribuyó a aumentar la cantidad de productos esenciales
tanto para las necesidades internas del país como para su comercio ex­
terior. Los comerciantes, además, invirtieron masivamente en ciertas
industrias, como la minería de sal y la industria de hierro de los Urales,
que resultarían de considerable importancia para el equipamiento de los
ejércitos rusos. Por consiguiente, la cantidad de mercancías esenciales
para la población del país como un todo creció; incluso gran número de
campesinos se vieron introducidos en la red de la economía mercantil.»
Malowist, Past and Present, 13, p. 39.
107 «Nuestra conclusión es, por consiguiente, que entre los tejidos de
la lana, en el siglo xvi, los más comunes eran la mezcla basta de lino y
lana y la svitka; esto se ve corroborado por el testimonio de un visitante
extranjero, Barberini. Hace hincapié, no sin arrogancia, en que ios rusos
no saben fabricar paños y los importan desde el exterior: “No obstante,
en las zonas rurales de Rusia fabrican paño ordinario para uso de las
clases inferiores, principalmente rurales, de la población. Se trata de
paños bastos de lino y lana; distinguen una calidad superior, otra media
y otra inferior, y los venden en los mercados de los pueblos".
»Un segundo grupo, considerablemente menos importante, incluía los
paños de calidad, usados por las clases altas de la población y por la
corte del zar. Se trataba principalmente de paños importados: flamencos
(de Brujas, Ypres y Brabante), y más tarde ingleses. Pero esta categoría
incluía también paños hechos en Rusia. Novgorod, en particular, era co­
nocido por su paño de alta calidad.» Mankov, Le mouvement des prix,
p. 102.
104 Dos artículos que estudian el imperio otomano del siglo xvi, en
relación con Europa, son el de Bernard Lewis, «Some reflections on the
lo periferia fr e n te a la arena exterior 459

vez más interesante dedicar nuestra atención a la cuestión del


comercio portugués en el océano Indico y de cómo difería del
comercio atlántico español.
Hemos de empezar prescindiendo del mito del papel de los
turcos en el auge del comercio portugués en el océano Indico.
Lejos de haber motivado el ascenso del imperio otomano el
cierre del Mediterráneo oriental para la Europa occidental, mo­
tivando así la búsqueda por Portugal de la ruta del Cabo hacia
Asia, se reconoce en general ahora que las exploraciones ultra­
marinas de Portugal precedieron el ascenso de los otomanos,
yque la declinación del comercio de especias en el Mediterrá­
neo oriental fue anterior a la entrada de Portugal en él. De he­
cho, A. H. Lybyer atribuye precisamente la «decadencia» del
Levante mediterráneo no a las resistencias culturales ante la
tecnología moderna, sino a la desviación estructural del comer­
cio, y, por tanto, a la no inclusión del Levante en la economía-
mundo europea en expansión.
(Los turcos] no fueron agentes activos en la obstrucción delibera­
da de las rutas. No aumentaron por su notoria indiferencia y con­
servadurismo grandemente las dificultades del tráfico oriental, si es
que las aumentaron en absoluto. Tampoco hicieron imperativo el
descubrimiento de nuevas rutas. Por el contrario, salieron perdiendo
con el descubrimiento de una nueva y más ventajosa ruta. Si no
hubiera habido un camino en torno a Africa, toda la historia del
Levante desde el 1500 bien podría haber sido muy diferente. En
orimer lugar los sultanes mamelucos podrían haber encontrado en
sucomercio ininterrumpido suficiente apoyo financiero para permi­
tirles resistir con éxito el ataque de los turcos en 1516. Pero si los
turcos hubieran conquistado Egipto mientras la corriente principal
del comercio oriental pasaba aún por él, se habrían visto privados
del control de estas rutas mucho antes de lo que en realidad ocurrió,
ohabrían tenido que acomodarse al enorme y creciente comercio a
través de sus dominios. En este último caso podrían haberse visto
forzados a adoptar formas modernas, y a sumar a su maravillosa
capacidad para la unificación territorial un esquema paralelo de
organización de su comercio [...] El desplazamiento de las rutas
comerciales no fue realizado por los turcos, sino a pesar de los
turcos y en perjuicio suyo I09.
decline of the Ottoman Empire», Studia Islámica, χι, 1958, pp. 111-127,
yel de Omer Lutfi Barkan, «"La Méditerranée" de Fernand Braudel vue
d'Istamboul», Armales ESC, ix, 2, abril-junio de 1954, pp. 189-200.
Véase el comentario de Otto Brunner: «En su estrecha conexión entre
poder político, comercio a larga distancia y comercio de lujo, Bizancio
estaba sin duda mucho más cerca del tipo ruso [de economía] que del de
Europa occidental.» «Europáisches und russisches Biirgertum», Vieriel·
iahrschrift für Sozial- und Wirtschaftsgeschichte, XL, 1, 1953, p. 15.
“ A. H. Lybyer, «The Ottoman Turks and the routes of oriental trade*,
English Historical Review, exx, octubre de 1915, p. 588.
460 I m m a n u e l Wallersiein

E n un ca p ítu lo a n terio r h e m o s in ten ta d o explicar el complejo


d e fu erzas que d en tro d e P ortugal (y España) llevaron a las
e x p lo r a cio n es del sig lo x v y al c o m er cio ultram arino y los im­
p e r io s del xvi. R esu lta lla m a tiv o reflex io n a r acerca de cómo las
m o tiv a c io n e s ec o n ó m ic a s de la ex p a n sió n ibérica apuntaban
m a rca d a m en te hacia las á reas a tlá n tic a s (el hemisferio occi­
d en ta l, aunque ello s no lo su p iera n , y Africa occidental), pero
n o hacia Asia, au nq ue la id eo lo g ía de las exploraciones hiciera
gran h in cap ié en la b ú sq u ed a de u na ruta hacia las Indias. Por
ejem p lo , cu an do V ito rin o M agalháes-G odinho enumera larga­
m e n te los fa cto res q ue d o m in a ro n la fa se inicial de la expansión
p ortu g u esa (la falta de o ro , la e s c a se z de grano, la búsqueda de
tierra s y escla v o s para la p ro d u c ció n de azúcar, la necesidad
d e zon as p esq u eras), no h a ce m en ció n alguna de la pimienta
la s esp ecia s, las drogas, la s se d a s, las p orcelan as o las piedras
p rec io sa s, en sum a, de to d o a q u e llo q u e los portugueses impor­
tarían de h ech o de A sia en el sig lo x v i uo. Pero en el último
cu a rto del siglo xv se d e sp e r tó el in te ré s de los portugueses
p or el co m ercio de e sp e c ia s 1U, y la b ú sq u ed a del Preste Juan
q u ed ó ligada a e ste in te r é s en la m e n te del rey Juan II, «dado
q u e el reino [d e l P reste J u a n ] le serv iría com o estación de
trá n sito en la ruta h acia la In d ia, d e d on d e los capitanes por­
tu g u eses traerían de v u e lta a q u e lla riq u eza hasta entonces su­
m in istrad a por V enecia» m . Y el o ro d e A frica oriental, más la
p im ien ta y las esp e cia s d e A sia, c o n stitu ir ía n de hecho más de
la m itad de los in g reso s d el E sta d o p o rtu g u és hacia el año 1506,
crecien d o d esd e en to n c es el p e so d el co m ercio asiático hasta
co n stitu ir así el «puntal d e la ec o n o m ía im perial» m.
V asco de G am a lle g ó , v io y c o n q u is tó m ucho más y más
ráp id am en te que J u lio C ésar. R e su lta sin duda extraordinario
que, en m uy p o co s a ñ o s, lo s b a rco s p o rtu g u ese s dominaran com­
p leta m en te el ex ten so c o m e r c io d el o c é a n o Indico. ¿Cuál era
la estru ctu ra de esta e m p r e sa y c ó m o lleg ó a establecerse tan
ráp id am en te?

1,0 Godinho, L’économie de Vempire por tugáis, pp. 40-41. Por una razón:
Europa parecía bien provista de especias a través del Levante (véase
p. 537), y Godinho duda de que en esa época los portugueses tuvieran en
las especias algo más que un interés romántico y pasajero: «¿Orientaron
sus actividades realmente [Enrique] u otros portugueses de su tiempo
hacia estos países de maravillas [en el Oriente]? Parece más bien que
no; ¿por qué habría estado interesado el comercio portugués en esta
época en desviar en su provecho las rutas de las especias?» (p. 548).
,MVéase ibid., pp. 43, 550-551.
lu Ibid., p. 551.
,u Ibid., p. 831. Véase el cuadro de p. 830.
Lq periferia fr e n te a la arena exterior 461

La respuesta a esto últim o es relativamente sencilla: la su­


perioridad tecn ológica del barco con cañones que había sido
desarrollado en la Europa atlántica en los dos siglos anteriores,
ya la cual se la había añadido en 1501 una innovación tecnoló­
gica crucial: la incorporación de aberturas para los cañones en
los propios cascos de los barcos, por contraposición a su colo­
cación en la su p erestru ctu ra ,M. ¿Era este adelanto tecnológico
suficiente para exp licar el éxito portugués, o debemos sumar
a él la creencia de q ue Portugal «fue a Asia con un espíritu de
determinación a triu nfar que fue más fuerte que la voluntad de
resistir de los p u eb lo s asiáticos», como insiste George B. San-
$om?1,s. Tal vez, au n q u e tiendo a sentir que las cualidades cul­
turales, tales com o un espíritu fruto de la psicología colectiva,
son el producto de coyu n tu ras estructurales sociales muy es­
pecíficas y no sob rev iv en durante demasiado tiempo a su base.
En cualquier ca so , d esd e aproximadamente 1509, cuando los
portugueses d errotaron a la flota egipcia en Diu, la armada
portuguesa m an tu vo una «hegemonía incontestada»1,6 en el
océano Indico. Por añadidura, durante el siglo xvi (pero sólo

IM«La [incorporación de aberturas para los cañones] fue de la mayor


importancia. Dio a los barcos más grandes la posibilidad de aumentar
enormemente su armamento. El montar los cañones en la cubierta prin­
cipal no sólo hacía posible montar muchos más, sino que también hacía
posible el uso de piezas mucho mayores sin poner en peligro la estabili­
daddel navio [...]
•Cuando los buques de la Europa atlántica llegaron [al océano Indico],
Dada pudo resistirlos. Como escribía Albuquerque orgullosamcnte a su
reyen 1513, "al rumor de nuestra llegada todos los barcos [nativos] se
desvanecieron, e incluso los pájaros dejaron de sobrevolar las aguas". No
setrataba de prosa retórica. En los quince años siguientes a su primera
llegada al Indico los portugueses destruyeron completamente la potencia
naval de los árabes, y el rey pudo autodenominarse justificadamente
'Señor de la Conquista, la Navegación y el Comercio de Etiopia, Arabia,
Persia y la India".» Carlo M. Cipolla, Guns and sails, pp. 82, 137.
Una descripción detallada de los barcos portugueses de esta época
puede verse en Frederic Mauro, «Types de navires et constructions nava­
lesdans l'Atlantique portugais aux xvie et xvne siécles», Revue d'Histoire
tíoderne et Contemporaine, vi, julio-agosto de 1959, pp. 185-193.
mCitado con aprobación por C. R. Boxer, que da esta razón para
dudar de que la explicación tecnológica sea suficiente: «El monopolio,
sin embargo, no era tan completo como se podría creer. Además del
hecho de que los portugueses nunca tuvieron suficientes barcos de guerra
propios para hacer efectivo su cumplimiento en todos los momentos y
lugares, los corruptos funcionarios coloniales eran sobornados fácilmente,
ya menudo barcos nativos eran fletados por comerciantes portugueses
(oen nombre suyo).» «The Portuguese in the East, 1500-1800», en Η. V. Li­
vermore, comp., Portugal and Brazil, an introduction, Londres y Nueva
York, Oxford Univ. Press (Clarendon), 1953, p. 193.
luGodinho, Véconomie de Vempire portugais, p. 18.
462 I m m a n u e l Wallerstein

h a sta 1570 en lo q u e se re fiere a lo s estrech o s de Malaca) los


co m e r c ia n te s p o r tu g u e se s se en co n tra b a n no sólo allí, sino en el
m ar de la China, en las c o s ta s de A frica oriental y occidental,
en el A tlán tico su r, en T erra n o v a y, por supuesto, en Europa.
«Así, p resen te por d o q u iera , u n a e c o n o m ía portuguesa»117*.
El siste m a p o rtu g u és de c o n tr o l en Asia era básicamente
m u y sim p le: una flo ta de d o s e sc u a d r o n e s (uno para bloquear
el m ar R ojo y o tro para p a tr u lla r la co sta occidental de la
In d ia ), un gob ern a d o r g en era l en G oa y siete fuertes en la
p eriferia m . Con p r o p ó sito s c o m e r c ia le s m antenían una serie de
p u e sto s de co m ercio [ feitoria] y e sta b le c ie r o n tres grandes mer­
ca d o s in term ed io s, M alaca, C alicu t y O rm uz, y una parada sub­
sid ia ria en Adén m . El m a y o r d e e llo s era Malaca, que se con­
v irtió en un g ig a n tesco a lm a cé n y p u erto com ercial, localizado
en ella ca si o b lig a to ria m en te p o rq u e los m onzones obligaban a
lo s b arco s de vela p r o c e d e n te s d el e s te a descargar allí 12°. Esta
estru ctu ra fue d esa rro lla d a p o r la p rin cip a l figura portuguesa
en escen a , A fonso de A lb u q u erq u e, q u e la elaboró como una
so lu ció n a los d ilem a s m ilita r e s de la e m p r e s a 121.
E n general, el c o m e r c io e sta b a en m an os del Estado122, y,
cu an d o el papel de P o rtu g a l e m p e z ó a desvanecerse a finales

117 Ibid., p. 19.


1.1 Véase ibid., p. 574.
1.1 Véase ibid., pp. 591, 595.
130 Véase ibid., p. 594.
121 «Cuando las aspiraciones portuguesas debieron enfrentarse al desafío
de rivales europeos con igual potencia marítima, la defensa del vasto co­
mercio ganado exigió una organización más estrecha, y los puestos de
guarnición necesitaron tropas que pudieran enfrentarse a un ataque eu­
ropeo y resistir sin apoyo naval. La respuesta portuguesa fue elaborada
en forma de tesis por el gobernador Afonso de Albuquerque, que desarro­
lló un plan para la construcción de una serie de fuertes independientes
y para canalizar el comercio a través del puesto de Goa, en la costa
malabar, y en Europa a través únicamente del puerto de Lisboa, que con­
centró su sistema defensivo en el área vulnerable del golfo Pérsico y el
golfo de Adén, y que propuso una solución al problema de los hombres
precisos mediante el desarrollo de una población mestiza.» Rich, Cam­
bridge Economic History of Europe, iv, pp. 204-205.
m «El más extenso comercio ultramarino realizado por el Estado fue el
comercio de Portugal con la India y los puertos intermedios de la costa
africana, un comercio que abrió caminos completamente nuevos. Desde
sus primeros días, y hasta 1577, este comercio colonial fue promovido y,
en la medida en que se cumplieron las normas legales que lo regulaban,
emprendido enteramente por cuenta y riesgo del rey, y en sus propios
barcos, y sólo en casos excepcionales se concedieron licencias a mercaderes
privados para comerciar con la India, aunque estas excepciones fueron
algo más frecuentes en el comercio africano.» Hecksher, Mercantilism, i,
p. 341.
ia periferia fr e n te a la arena exterior 463

del siglo xvi, el se cto r privado abandonó totalmente el dismi­


nuido comercio, d eb id o al creciente riesgo m.
En unas p ocas áreas pequeñas, los portugueses ejercían so­
beranía directa. En d iversas áreas, tales como Cochin o Ceilán,
el gobernante local se encontraba bajo «protección» portuguesa.
Pero en la m ayor p arte de los lugares los portugueses no pre­
tendieron gobernar p olíticam en te, «circulando y comerciando
con arreglo a las ley es, u so s y costumbres de los Estados en que
se encontraban» l24. C om o escribe Donald F. Lach, los europeos,
en aquella época, «estab an interesados principalmente en aque­
llos países en q ue una unidad efectiva y una autoridad central
permitíap la ex isten cia de condiciones estables para el comercio
y de un clima fa v o ra b le para la evangelización»,25.
Para apreciar por q ué no consideramos el área comercial
del océano In dico p arte de la economía-mundo europea, a pesar
deque estuviera tan com p letam en te dominada por una potencia
extranjera, d eb em o s exam in ar sucesivamente el significado de
esta dominación para lo s p aíses asiáticos afectados, su signifi­
cado para E uropa y esta b lecer una comparación con aquellas
partes de las A m éricas q u e estaban bajo el dominio ibérico.
Parece haber p o ca duda de que un elemento importante en
el relampagueante a sc e n so de Portugal, primero en el océano
Indico y d esp ués en el m ar de la China, fue el «vacío de co­
mercio m arítim o», co m o lo llam a Trevor-Roper, que existía en
aquella época en a m b a s áreas: «el vasto comercio de Asia —del
cual el com ercio a larga d istan cia con Europa no era más que
un fragmento— e sta b a a b ierto al primero que llegara. Los por­
tugueses llegaron y lo tom aron; y mientras duró el vacío —hasta*lo

m«Sin embargo, desde finales del siglo xvi cayó en desgracia la ruta
del Cabo, cuyo tráfico declinó considerablemente. Ahora los ingleses y
los holandeses traían a Europa grandes cargas de pimienta y otras espe­
cias y drogas. Esta es la razón fundamental de que, a partir de 1597, el
comercio volviera a manos del Estado: los empresarios privados ya no se
atrevían a correr el riesgo de formar compañías para la "cosecha" de la
mercancía de regreso [“la ferme de trazida"] [...] Los holandeses empren­
dieron sus primeras operaciones con seguridad respecto a sus ganancias,
tanto a partir del comercio como del apresamiento de barcos portugue­
ses; sus navios viajaban, a la ida y a la vuelta, sin miedo a un ataque,
loque no sucedía con los portugueses. Por consiguiente, los empresarios
privados no deseaban invertir su capital; reunir tan sólo pequeñas canti­
dades, siendo la mayor parte del capital invertida por el Estado, no era
suficiente para constituir una compañía.» Godinho, Léconomie de l'empire
portugáis, pp. 696-697.
u<lbid., p. 656.
“ Donald F. Lach, Asia in the making of Europe, I, The century of
discovery, Chicago (Illinois), Univ. of Chicago Press, 1965, libro π, pá­
ginas 827*823.
464 I m m a n u e l Wallerstein

q u e E u rop a se lo a rreb a tó o A sia se resistió — fue monopolio


su yo» ,26. El va cío no era e c o n ó m ic o , sin o político, porque re­
su lta crucial para la c o m p r e n sió n de la situación el hecho de
q u e los p o rtu g u eses no crea ro n e s te com ercio. Se apoderaron
de una red de c o m er cio p r e e x iste n te , q u e en aquel momento se
en co n tra b a en m an os de c o m e r c ia n te s m usulm anes (árabes y
gu jaratis) en el o céa n o In d ico , y de p iratas wako en el mar de
la China ,27. La ex p u lsió n de lo s co m e r c ia n te s musulmanes, que
fu e la prim era en p ro d u cirse, se realizó «por la fuerza bruta, y
no p o r co m p eten cia p a cífica » ,2e. Fue d eb ida a una superioridad
p o lític o -n a v a l,29.
La principal im p o rta ció n de A sia a L isboa era la pimienta,
o la p im ien ta y las esp e c ia s. Ya a fin a les del siglo xv, antes de
q u e Portugal ap areciera en e sc e n a , E u rop a consum ía probable­
m en te un cu arto de la p ro d u c ció n de Asia I3°, y para cubrir el
in crem en to de dem anda de E u rop a, la producción asiática se
d u p licó a lo largo del sig lo m . A ca m b io , lo que obtenía prin­
cip a lm en te Asia de E u rop a eran m eta les preciosos, plata y
o r o I32. La plata venía en gran m ed id a de las Américas y el126

126 H. R. Trevor-Roper, Historical essays, p. 120.


1,7 Sobre el desplazamiento de los musulmanes del océano Indico, véase
Godinho, Véconomie de Vempire portugais, p. 630; C. R. Boxer, The
Portuguese seaborne empire, ρρ. 45-48. Sobre los portugueses como sus­
titutos de los piratas wako, véase Trevor-Roper, Historical essays, p. 120,
que a su vez se basa en C. R. Boxer, The Christian century in Japan,
y en Sansom, A history of Japan, i i , p. 268.
m Boxer, The Portuguese seaborne empire, p. 46.
m «Afortunadamente para los portugueses, en la época de su aparición
en aguas de Asia los imperios de Egipto, Persia y Vijayanagar no tenían
barcos armados en el océano Indico, y los navios chinos habían quedado
reducidos oficialmente, por decreto imperial, a la navegación a lo largo de
la costa china.» Boxer, en Livermore, Portugal and Brazil, pp. 189-190.
Véase Godinho, L’économie de Vempire portugais, p. 596.
1.1 Véase ibid., pp. 581-582, 591; Boxer, The Portuguese seaborne empi­
re, p. 59.
1.2 «La pimienta era la principal mercancía importada de Oriente, y la
plata en barras la principal exportación a la M Goa dorada" [...] Durante
la mayor parte de la segunda mitad del siglo xvi‘los comerciantes mala­
bares de pimienta se negaron a aceptar como pago nada que no fuera
oro.» Boxer, The Portuguese seaborne empire, pp. 52, 60.
Cabe señalar que Chaunu piensa que este comercio constituía un buen
negocio para Europa: «Se compraban de 120 a 150 000 toneladas de es­
pecias, sin casi ninguna mercancía a cambio, con 150 toneladas de oro.
que el peso de la dominación había arrancado de las débiles sociedades
africanas, y con una cantidad de metálico difícil de calcular, pero en
absoluto comparable a las 6 000 toneladas de plata equivalentes que
quedaban por compensar.» Conquéte el exploitation des nouveaux mondes
(XVIe siécle), París, Presses Universi taires de France, 1969, p. 323.
¿i periferia fr e n te a la arena exterior 465

apónm. El oro parece haber venido al principio principalmente


de Africa oriental lJ\ d esp u és del sudeste de Africa, de Sumatra
yChina»»
Dada la apasionada acum ulación por Europa de metales pre­
ciosos, resulta verdad eram ente extraño que esta especie de des­
equilibrio formal de pagos persistiera durante tanto tiempo.
Pero si Europa d eseab a lo que Asia 1c ofrecía, parece que éste
erael precio que había que pagar. Esto apunta a un sentido fun­
damental en el que Asia no era parte de la economía-mundo
europea en este tiem p o , dado que desde 1500 a 1600 las rela­
ciones de Europa con los Estados asiáticos «eran conducidas
ordinariamente en un m arco y unos términos establecidos por
las naciones asiáticas. E x cep to aquellos que vivían en unos pocos

w«Tan sólo gracias a su comercio con América pudo desarrollar


Europa su comercio asiático. Pues sin la plata del Nuevo Mundo, las es­
pecias, la pimienta, la seda, las piedras preciosas, más tarde la porcelana
thina, ninguno de estos preciosos bienes de lujo podría haber sido adqui­
ridopor Occidente.» Chaunu, Sévilte, i, pp. 13-14.
«El comercio con Occidente llegó a un punto de inflexión durante el
periodo posterior a la apertura de las minas de plata mexicano-peruanas,
pues el producto de éstas fluyó en considerable proporción hacia China
icambio de seda, porcelana y té.» Max Weber, Religion of China, p. 5.
W eber señala que en China la plata se depreció con respecto al oro en
esta época, cayendo de 4 : 1 en 1368 a 8:1 en 1574, 10: 1 en 1635 y
B:1en 1737.
«Después de China, Japón era el principal país con el que Portugal
comerciaba. La prosperidad de Macao [en el siglo xvi] se debió en gran
medida a la exportación de metales preciosos desde este país.» Chang,
lino-Poriuguese trade, p. 117. La capacidad de Portugal para controlar el
comercio entre China y Japón era lo que le permitía obtener parte de
losmetales preciosos con los que comerciaba en el sudeste asiático y en
!aIndia.
«El brusco aumento de la producción de oro y plata, especialmente de
plata, a partir del siglo xvi, está estrechamente relacionado con el nuevo
desarrollo del comercio exterior.
•El desarrollo del comercio con Japón por los barcos portugueses y el
consiguiente aumento de las ganancias fueron, de hecho, un resultado del
comercio intermedio, consistente en el cambio de plata japonesa por
sedacaída y otras mercancías chinas.
•El principal propósito del comercio autorizado por Hideyoshi era con­
seguir mercancías chinas en un tercer país a causa de la política Ming
queprohibía atracar en el continente a los barcos extranjeros, especial­
mente japoneses. El comercio exterior japonés disfrutó de un brillante
periodo de desarrollo, y fue en este período cuando la producción de
I metales preciosos en el Japón alcanzó su más floreciente máximo.» A. Ko*
i bata, «The production and uses of gold and silver in 16th and 17th century
Japan·, Economic History Review, 2.a serie, χνιπ, 2, octubre de 1965,
pp.245-246.
wVéase Chaunu, Conquéte, p. 316.
wVéase Boxer, The Portuguese seaborne empire, p. 60.
466 I m m a n u e l Waller stew

en cla v es co lo n ia les, lo s e u r o p e o s esta b a n todos allí en una situa­


ció n de tolerancia» 136. Y e s to a p esa r de la superioridad militar
de E uropa. Porque h e m o s d e record ar que esta superioridad
m ilita r era tan so lo una su p erio rid a d naval,37.
D esd e un p un to de v ista a siá tic o , lo s com erciantes portugue­
se s se d iferen ciab an en un a sp e c to fun dam en tal de los que les
habían p reced id o h istó r ic a m e n te . Los com p rad ores no eran «co­
m ercia n tes — em p resa rio s p r iv a d o s— , sin o un formidable poder
naval que actu ab a en n o m b re de un E stad o extranjero, en
b en eficio de sus c o m e r c ia n te s y de sí m ism o» ,3Í. Esto significa­
ba que las rela cio n es c o m e r c ia le s — de hecho, los precios— se
fijab an por m ed io de tra ta d o s re co n o cid o s por la ley interna­
cio n a l. Pero los E sta d o s ten ían q u e tratar con Estados. Y a los
p o rtu g u eses les c o s tó c ie r to tie m p o a costu m b rarse al alto nivel
d e dignidad de E sta d o co n el q u e se en con trab an ,39. Inicialmen­
te, los p o rtu g u eses esta b a n d e s e o s o s de ob tener los enormes
b en eficio s que las ca p tu ra s p o d ían b rin d a rles, pero al cabo de
d iez b reves años se d ieron c u e n ta que é sta era una política de
m uy p oco alcan ce ,4°. S e d ed ica ro n e n to n c e s a convertirse en
árb itro s in term ed ia rio s del c o m e r c io m fraasiático, cuyos bene­
ficio s utilizaron para ca p ita liz a r el co m e r c io de la ruta del Cabo,
trayendo ta n to 'esp e cia s como m e ta le s p rec io so s a Portugal. Era,
com o dice G odinho, un « su eñ o g ra n d io so » , una «empresa des­
m esurada» ,4!. S a crifica ro n lo s m e ta le s p recio so s (y más) por
las esp ecia s, pero lograron un « c o m e r c io intraasiático centrali­
zado», y eso era «algo to ta lm e n te n u ev o en A sia » 142. Traducido

** Lach, Asia m the making of Europe, libro I, p. xii. Véase Braudel:


«Así, en los siglos xvi y siguiente .circulan por el vasto espacio asiático
productor de especias, de drogas y de seda las preciosas monedas de oro,
y, sobre todo, de plata, acuñadas [en el Mediterráneo] [...] Los grandes
descubrimientos hacen variar las rutas y los precios, pero no alteran esta
realidad fundamental [de un déficit de pagos].» La Méditerranée, i, p. 422.
1,7 «Aunque los europeos viajaban con aparente facilidad a lo largo de
las rutas marítimas de Asia, tan sólo penetraban en los principales
Estados del continente infrecuentemente y con dificultad. Y en el si­
glo xvi nunca estuvieron en posición de imponer su voluntad a los go­
bernantes imperiales de China o la India; las grandes capitales políticas
y culturales del continente asiático no se sentían en ningún sentido ame­
nazadas por sus armas.» Lach, Asia in the making of Europe, libro ι,
p. xii.
n* Godinho, L'économie de I’empire portugais, p. 619.
,MVéase la maravillosa historia del paso en falso de Vasco de Gama
al encontrarse por vez primera con el rev de Calicut, en Godinho, ibid.,
pp. 588-590.
140 Véase ibid., pp. 627-629.
Ibid., pp. 630-631.
,4J Meilink-Roelofsz. Asian trade, p. 119.
í0periferia fr e n te a la a ren a exterior 467

3términos d e la e c o n o m í a - m u n d o e u r o p e a , el papel de los por-


¡isigueses c o m o i n t e r m e d i a r i o s s ig n if ic a b a q u e «una buena parte
¡¿fias im p o r ta c io n e s e u r o p e a s d e r iv a b a n de exp o rta cio n es invi­
sibles de lo s s e r v i c i o s d e f l e t e y c o m e r c ia le s » ,4J. El grado en el
qitfel c o m e rc io i n t r a a s i á t i c o r e s u lt a b a cen tra l para la econom ía
de la p resen cia p o r t u g u e s a e n A sia se p o n e de relieve por el
hecho de q u e ta n s ó l o a l c a b o d e s e t e n t a y cin co años, en 1578,
el primer b a r c o r á p i d o s i n e s c a l a s [une « carriére» de droiture]
je dirigía de L is b o a a M a la c a l44. A s í, para Asia los com erciantes
portugueses s i g n i f i c a r o n d o s c o s a s : lo s c o m ercia n tes asiáticos
tenían que tr a ta r c o n u n E s t a d o c o m o a g e n te de los com ercian-
íes, y el c o m e r c io m / r a a s i á t i c o s e v io racio n a liza d o . No obstan-
¡ le, J. C. van L e u r n o c r e e q u e e s t o s e a s u fic ie n te para hablar de
cambio so cia l:

El régimen c o lo n ia l p o r t u g u é s [ . . . ] no introdujo ni un solo ele­


mento económ ico n u e v o e n el c o m e r c io del sur de Asia [...] El re­
amen portugués s ó l o i n t r o d u j o un su m id ero no intensivo en la
estructura e x is te n te d e f l e t e s y c o m e r c io . El siguiente periodo [el de
¡ los holandeses] o r g a n iz a r ía e n su m o m en to un nuevo sistema de
’ comercio y fle te s e x t r a n j e r o s , in tr o d u c ir ía penetrantes relaciones
coloniales y, c r e a r ía n u e v a s f o r m a s e co n ó m ic a s en Europa, tal vez
!*>como un r e s u lta d o d ir e c t o , s in o m á s bien com o un desarrollo
paralelo p oten ciad o p o r e l s i s t e m a [ . . . ]
El carácter in t e r n a c io n a l d e l c o m e r c io asiático se mantuvo, míen-
iras que la in d e p e n d e n c ia p o lít ic a d e lo s E stados orientales perma-
; reció prácticam ente in t o c a d a p o r la influencia europea. La gran
¡ cuta comercial in t r a a s iá t ic a c o n s e r v ó to d o su sig n ifica d o 145.

i Lo escrito s o b r e el te m a t i e n d e a a p o y a r la valoración de
Van Leur146. L o s p o r tu g u e se s lle g a r o n y se encontraron con *I

I 10Cipolla, Guns and sails, p. 136.


'“Véase Godinho, L'économic de ¡'empire portugais, p. 655.
1 14J. C. van Leur, Indonesian trade and society, La Haya, Hoeve Ltd.,
1955,pp. 118-119, 165. Incluso Meilink-Roelofsz, que en general se muestra
««nado frente a los análisis de Van Leur, considera que no se produce
«i cambio fundamental hasta el siglo xvn: «El presente estudio se pro
Ipone mostrar tan sólo que ya en la primera mitad del siglo xvu [...]
j estaba comenzando a manifestarse el influjo europeo, incluso si, admi
Ilámoslo de inmediato, no se manifestaba todavía en todas partes ni ei
lodoslos aspectos.» Asian trade, pp. 10-11.
«Los portugueses no habrían conseguido controlar, en quince años
bmitad de! comercio del océano Indico, si no hubieran incorporado y
continuado la experiencia de un millar de años, si no hubieran sido ca*
: paces de construir, en buena medida, sobre lo ya existente. Sus rutas so-
¿«impusieron una nueva jerarquía; desviaron las más importantes co­
rrientes del comercio. Pero en lo esencial dejaron intactos un millar de
m de comunicaciones e intercambios. La revolución portuguesa es
rápida porque se limita a la cumbre.» Chaunu, Conquéte, p. 177.
«La presencia de los portugueses en la India apenas si fue sentida.
468 I m m a n u e l Wallerstein

una flo re cie n te e c o n o m ía -m u n d o . O rganizaron ésta un poco me­


jo r y se llevaron a lg u n o s b ie n e s a casa com o recompensa por
su s e sfu er zo s. La o rg a n iza ció n so c ia l de la economía, así como
las su p e re str u c tu ra s p o lític a s, p erm an ecieron en gran medida
in ta cta s. El ca m b io p rin cip a l tu v o lugar en la producción de
p im ien ta , la ú n ica e sp e c ia q u e «d io orig en a una producción ma­
siva» M7. Pero la tecn o lo g ía de la p im ien ta es tan simple que se
requería m uy p oca m a n o de ob ra para expandir la producción
h acién d o la m ás ex ten siv a , p o rq u e la pim ienta tiene una pro­
piedad im p o rta n te: «una vez p la n ta d a no hay que preocuparse
de ella» ,4*. Por ta n to , un sig lo de d om in ación portuguesa sólo
sig n ificó para la m a y o r p a rte de A sia que los beneficios los ob­
tuvieran ios p o r tu g u e se s en vez de los árabes. El historiador
in dio K. M. P ann ik ar resu m e esta p ersp ectiva diciendo

No suponía ninguna diferencia para los gobernantes indios que


sus comerciantes vendieran sus bienes a los portugueses o a los
árabes. De hecho, los portugueses tenían una ventaja en el hecho de
que eran capaces de vender a los gobernantes indios armas y equi­
po que éstos necesitaban. En lo concerniente a los comerciantes
indios, desarrollaron rápidamente un sistema de permisos por medio
del cual podían continuar su comercio sin la competencia de los
comerciantes árabes, y en ese sentido puede decirse que el monopo­
lio portugués les ayudó

excepto por unos pocos individuos en unos pocos lugares [...] Es probable
que, si ios portugueses hubieran abandonado a finales del siglo xvi su
imperio en la India, hubieran dejado menos rastro incluso que los
griegos, los escitas y los partos: quizá algunas monedas, algunas palabras
mutiladas en el lenguaje de los bazares, algunas comunidades de sangre
mestiza en decadencia, y algunas tradiciones evanescentes de guerreros
y sacerdotes extranjeros.» George B. Sansom, The western world and
Japan, Nueva York, Knopf, 1950, p. 87.
«Malaca, como nexo vital del comercio, continúa, incluso tras su cap­
tura por los portugueses, observando prácticas comerciales largamente
establecidas.» Lach, Asia in the making of Europe, libro π, p. 829.
«Sólo su armada permitía a los portugueses mantenerse, e incluso asi
su posición era precaria. En la guerra sobre tierra, su superior armamento
era de poca utilidad, al resultar de hecho menos adecuado que las armas
de los nativos para el combate en un terreno tropical. Los europeos,
además, se enfrentaban con un número muy superior de nativos, familia­
rizados con el terreno y con el clima. Así, a lo largo de todo el siglo xvi,
la influencia de los portugueses permaneció confinada a una pequeña
área en torno a los establecimientos de la costa.» Meilink-Roelofsz, Asían
trade, p. 124.
w Godinho, Véconomie de Vempire portugais, p. 577.
141 Ibid., p. 578.
149 K. M. Pannikar, Asia and western dominance, p. 53.
[P periferia f r e n te a la a re n a e x te rio r 469
Esta es la razón de que, a pesar de que «las empresas de los
ityes portugueses [ . . . ] com binaban monopolios de protección,
¿e transporte y de p rod uctos transportados» l5°, Charles Boxer
pueda considerar al dom inio marítimo portugués una «super­
estructura inherentem ente frágil» l51. Asia, incluso las regiones
costeras del océano Indico, no se transformaron en parte de la
economía-mundo europea en el siglo xvi. Asia era una extensa
arena en la que E uropa com erciaba, desde luego en términos
untanto desiguales. E s decir, elementos de monopolio impues­
tos a la fuerza in terferían con las operaciones de mercado.
Existió, utilizando la frase de Chaunu, una «conquista talaso-
crática»1*2 por parte de Portugal, pero la vida interior de Asia
continuó básicam ente intacta pese a este contacto. Sin duda,
«ría difícil sosten er que la producción primaria asiática for­
maba en estos tiem p os parte de la división europea del trabajo.
Se puede hallar u lterio r evidencia si observamos el impacto
del comercio asiático p ortugués sobre Europa. Europa no con­
quistó Asia en el siglo x vi porque no podía hacerlo. Su ventaja
militar existía so la m en te en el mar ,s\ En tierra estaba retroce­
diendo todavía ante el ataque o to m a n o IS4, y este equilibrio mi­
liar sólo cambiaría con la revolución industrial,5S.
Lo que Asia su m in istra b a a Europa en esta época eran bie­
nes de lujo. Ahora b ien , los bienes de lujo son importantes y

ΛFrederic C. Lane, Venice and history, pp. 426-427.


wBoxer, The Portuguese seaborne empire, p. 57.
13Chaunu, Conquéte, p. 205. Véase C. R. Boxer: «El viejo imperio colo-
ώ| portugués fue esencialmente una talasocracia, ya se centrara en las
especias de Oriente, en los esclavos de Africa occidental, o en el azúcar,
(Itabaco y el oro de Brasil. Era, sin embargo, un imperio maritimo fun­
didoen un molde militar y eclesiástico.» Race relations in the Portuguese
(Mal empire, 1415-1825, Londres y Nueva York, Oxford Univ. Press
(Clarendon), 1963, p. 2.
ω«Los europeos poseían una ventaja relativa sobre los mares. En tie­
rraseguirían siendo por largo tiempo altamente vulnerables [...] [Los]
furopeos no fueron capaces de producir una artillería de campo móvil y
eficaz hasta la cuarta década del siglo x v i i [...]
•En general, los europeos consideraban que cualquier intento de ex-
lender su control al interior de Asia carecía de posibilidades de éxito [...]
•En una fecha tan tardía como 1689, las fuerzas de la Compañía de las
Indias Orientales fueron completamente barridas en tierra en la India.»
Cípolla. Guns and sails, pp. 138, 141, 145.
w«Mientras Europa se expandía con intrepidez por ultramar e im­
ponía agresivamente su predominio sobre los continentes de Asia, Africa
Jlas Américas, en su frontera oriental retrocedía apresuradamente bajo
upresión de las fuerzas turcas.» Ibid., p. 140.
m«La conquista o el control efectivos de vastas zonas del interior se
jfodujo más tarde como un subproducto de la revolución industrial.»
Η P. 146.
I
470 I m m a n u e l Wallerstein

nada d e sp r e c ia b le s, p ero o cu p a n u n seg u n d o lugar con respecto


a la co m id a (g ra n o , g a n a d o , p e sc a d o , azúcar) y la fuerza de
trab ajo n e c e sa r ia para p ro d u cirla . T am b ién quedan en segundo
lu gar co n r e sp e c to a lo s m e ta le s p r e c io so s, no como tales me­
tales p r e c io so s a te so r a d o s, sin o c o m o d in ero (aunque era cosa
de m agia q u e lo s m e ta le s p r e c io so s p u d ieran ser utilizados como
d in ero, e sta n d o la m agia en la p o sib ilid a d de su uso eventual
co m o m erca n cía , si fu era p rec iso ).
En co m p a ra ció n co n la co m id a , e in clu so con los metales
p rec io so s, u na ec o n o m ía -m u n d o p u e d e adaptarse con relativa
facilid a d a o sc ila c io n e s en el su m in is tr o de bienes de lujo.
La p im ien ta , p u ed e a rg u m en ta r se, n o era totalm ente un lujo;
ni siq u iera lo eran las e sp e c ia s, ya q u e resultaban esenciales
para la co n se rv a ció n de la co m id a y co m o m edicina ,56. Una vez
m ás, era una c u e stió n de g ra d o s. La co m id a conservada era en
su m ayor p a rte carn e, n o e x a c ta m e n te un lujo, pero tampoco
d estin a d a a a q u e llo s q u e v iv iera n co n d ieta s de subsistencia. Lo
m ism o p u ed e d ecirse de las m e d ic in a s ,57. Por supuesto, como
argu m en ta C haunu, con un n iv el de vid a creciente en Europa,
y un eq u ilib rio m u n d ia l de p o d er en p len o cam bio, la pimienta
se iba co n v irtien d o cad a v ez m e n o s en un lujo. La cuestión,
su p o n g o , es en q ué m ed id a .

¿Cuándo aparece por prim era vez [la pimienta] en Occidente?


Tradicionalm ente se señalan varios jalones. El primero son los con­
tactos entre el Este y el Oeste en el Mediterráneo en los siglos xn
y x iii, en tiem po de las cruzadas. Para ser más exactos, hay que
tomar en consideración dos factores. El aum ento del consumo de*157

m «Se nos hace difícil, en la actualidad, imaginar la importancia de las


especias en el siglo xvi [...] Sin embargo, en tiempos en los que el azúcar
era casi desconocido, en los que no se contaba ni con la refrigeración ni
con los forrajes para proporcionar en invierno algo que no fuera carne
salada o sazonada, en los que existían pocos vegetales que pudieran intro­
ducir vitaminas o variedad en la dieta, y en los que las especias y otras
drogas orientales constituían la principal materia médica, les correspondía I
un lugar realmente importante en el comercio de Europa.» Robertson.
South African Journal of Economics, xviii, p. 42. No es cierto, sin em­
bargo, como ya hemos visto, que el azúcar fuera virtualmente desconocido
en esta época. Era cultivado de forma intensiva en las islas del .Medite­
rráneo y del Atlántico, y estaba siendo introducido en el Brasil y, más
tarde, en el Caribe.
157 Se debe tener presente, sin embargo, el orden de importancia. La
pimienta era relativamente más importante que las especias. Chaunu ob­
serva: «En el comercio del siglo xvi, la pimienta no era considerada una
especia. La pimienta, esta base imprescindible de la conservación de la
carne, no tenía el prestigio de las especias en el sentido más estricto de
la palabra, ni el de las drogas.» Conquéte, p. 200.
Ifi periferia fr e n te a la arena exterior 471

pimienta tiene que ser ligado, desde luego, al incremento del con■
¡umo de carne en los siglos xiv y xv, fenómeno que ha sido clara­
mente establecido. Mucho más duradero, no obstante, el desarrollo
¡e esquemas de consumo que implicaban productos costosos y
procedentes de muy lejos me parece inseparable de la variación
b la situación de poder con respecto a los siglos xii y xm. Las
especias suministradas en las condiciones del [siglo] xm consti­
pan un lujo. Lograrlas requería desarrollar ese poder que permiti-
fiaa la cristiandad occidental desarrollar lentamente su potencial
\klent décollement de ses moyens]. Este poder permitió al Occi­
dente lograr uno tras otro esos diversos estimulantes para las
papilas gustativas y el sistema nervioso que la cristiandad latina
había sido menos hábil en producir que las civilizaciones orien­
talesl5í.
En cualquier ca so , en la m edida en que la pimienta no era
unlujo, sino una se m in ec esid a d , la más importante en cantidad,
si no en precio, era p recisa m en te la malagueta de Africa occi­
dental, no los p ro d u c to s a siá tic o s ,59.
No existe, por su p u e s to , ninguna duda de que el comercio
asiático fue rentable para Portugal. Después de todo, de eso se
trataba. Godinho e m p lea vein ticin co páginas en evaluarlo. Un
solo ejemplo, tal vez esp ecta cu la r, bastará. El valor en mo­
neda portuguesa de la s m ercancías recibidas fue evaluado en
1512 por A lbuquerque c o m o och o veces superior al de las mer­
cancías exportadas 160. E s fácil ver, por tanto, por qué la pi­
mienta fue «la m erca n cía especu lativa más notable de [los si­
glos xvi y x v ii], a tra y en d o la atención de los más grandes co­
merciantes y c a p ita lista s de la época» ,61. La divisibilidad y la*I

αIbid., pp. 316-317. El subrayado es mío.


σ «El comercio africano de especias representaba para Portugal un
Itutamen de tráfico notablemente mayor que el de cualquier especia asiá­
tica, con la excepción de la pimienta y el jengibre, y a menudo mayor
qoesu suma total. Por sí sola, la malagueta sobrepasaba casi siempre al
jengibre. Por supuesto, el precio de la malagueta era sólo una fracción del
pecio de las especias orientales: en marzo de 1506, un quintal costaba
lenizados, mientras que el de pimienta se vendía a 22, el de canela, a 32
) 13, y el de jengibre, a 18 ó 19. Pese a su bajo precio, el valor total
dela malagueta a menudo igualaba, y en ocasiones superaba, el de cada
m de las otras especias, con excepción de la pimienta y el jengibre:
pues 2000 quintales de malagueta a 8 cruzados (y, en 1506, a 11) equiva-
bn a 500 de canela a 32 cruzados o a 840 de jengibre a 19 cruzados.»
Godinho, Ueconomic de Vempire portugais, p. 547. Véanse en las pp. 539-
511las descripciones botánicas y las situaciones geográficas de los pro­
ductos de Africa occidental.
“ La valoración se encuentra en ibid., pp. 683-709. El ejemplo está en
1»p.699.
5,1Glamann, European trade, p. 52.

II
472 I m m a n u e l Wallerstein

d u rab ilid ad de la p im ien ta , a sí co m o su m argen de beneficio,


«la con v ertía n en un e x c ele n te o b je to de esp ecu lación »,62.
E sta esp ecu la ció n no era sim p le m e n te la del capitalista como
em p resa rio individual; era p red o m in a n tem en te la del Estado por­
tu g u és, que b u scab a « in crem en ta r la riqueza nacional por medio
del u so del poder m ilitar», en p alab ras de Frederic Lane ,6). Con­
sid era rem o s m ás a d ela n te los c o s to s de esta política. Resulta
p ertin en te, no o b sta n te, in serta r en este punto la valoración que
h ace Lane de esta « esp ecu la ció n » co lectiva:

En un plazo largo de cincuenta a cien años, una política más pa


cífica, favorecedora de un mayor desarrollo’ del comercio oriental,
podría haber hecho más rica a la nación. Aunque la conquista de la
India incrementó el ingreso nacional portugués durante algún tiem­
po, vino seguida más adelante por un decrecimiento en la produc­
tividad de la mano de obra de la nación. Por lo tanto, no supone
un caso claro de éxito en la utilización de la fuerza armada para
incrementar la prosperidad de la nación ,64.
Pero ¿podía haber seg u id o P ortu gal una «política más paci­
fica»? R esulta d u d oso, en p arte, c o m o su giere el propio Lane,
a cau sa del tipo de ca p ita l y m a n o de obra que existía en Por­
tugal en 1500 ,65.
N o o b sta n te, la d iscu sió n so b r e la rentab ilid ad deja en claro
las lim ita cio n es de lo s b e n e fic io s co m ercia les en una arena
externa. Los b en eficio s, en ú ltim a in sta n cia , son los que produ­
ce el p illaje. Y el p illa je es al ca b o del tiem p o algo destructivo,
m ien tras que la ex p lo ta ció n en el m a rco de una única economía-
m u n d o se au torrefu erza.

,4i Ibid., p. 53.


,MFrederic C. Lane, «National wealth and protection costs», en Venice
and history, Baltimore (Maryland), Johns Hopkins Press, 166, p. 376.
,MIbid., p. 381.
«En lo que los portugueses se mostraban superiores a otras nacio­
nes no era la astucia en el comercio, sino la audacia para aventurarse
en la navegación y en la guerra. A causa de las tradiciones militares y
religiosas de los portugueses, y de su estructura de clases, la política de
cruzada proseguida en la India pudo estimular energías que obtuvieran
para los portugueses más riquezas de las que éstos podrían haber ganado
por medios menos belicosos. Un veneciano de 1500 era probable que cre­
yera que los portugueses podían ganar más con una política más pacífica,
porque tal habría sido el caso si la clase dirigente portuguesa hubiera
sido en 1500 de carácter similar a la veneciana. Por estas fechas muchos
nobles venecianos se habían vinculado de forma irreversible al comercio
pacífico o a la gestión de fincas rurales. Ya no eran, como habían sido
trescientos o cuatrocientos años antes, durante sus disputas con Bizancio.
igualmente eficientes como comerciantes y como corsarios.» Ibid, pági­
nas 395-396.
Ifi periferia fr e n t e a la arena exterior 473

Tal vez esto q u ed e m ás claro si intentamos ahora compa­


rar sistem áticam ente la actuación ibérica en Asia con la actua­
ción ibérica en las A m éricas. En primer lugar, deberíamos decir
unas palabras so b re las relaciones entre Portugal y España. La
bula papal Inter Codera, en su segunda versión de junio de
1493, trazó una fa m o sa lín ea que supuestamente asignaba diver­
sas partes del m u n d o no europeo al cuidado de Portugal y
j España a efecto s de su evangelización ,66. Para las regiones at-
1 (ínticas, esto venía a sig n ifica r la soberanía de Portugal sobre
el Brasil y las isla s del A tlántico no pertenecientes ai Caribe,
y la de España so b re el grueso del continente. Supuestamente
Asia era «asignada» a P ortugal. Pero Magallanes convenció a
Carlos V de que rein terp retara el mapa, siendo difícil en el
siglo xvi estim ar las lo n g itu d es, y tomó posesión de las Filipi­
nas en nombre de la C orona española en 1520167, aunque, no
I obstante, no fu eron o cu p a d a s de hecho hasta 1564. De hecho,
! sólo cuando P ortugal em p ieza a tambalearse como fuente de
suministro de p im ien ta , a causa del resurgir de Venecia, manda
España su ex p ed ició n a las Filipinas en busca de pimienta, en
las islas y en China ,6β.
Así nos en co n tra m o s con un predominio hispánico en las
Américas, con un r e d u c to portugués, y un predominio portu­
gués en Asia, con un re d u cto español. Resulta llamativo hasta
qué punto era se m e ja n te la política ibérica en ambas áreas,
ía que, en el sig lo x v i, la península Ibérica establece colonias
en las Américas, p ero puestos de comercio en Asia169.

“ La historia se complica a causa de intrigas diplomáticas. Véase


Samuel Eliot Morison, Admiral of the ocean sea, Boston, Little Brown,
1542,pp. 367-374; Chaunu, Conquéte, pp. 251-254.
wVéase Pierre Chaunu, «Le galion de Manille», Annales ESC, vi, 4,
octubre-diciembre de 1951, p. 449.
“ Véase ibid., pp. 450-451.
10 Originalmente España intentaba establecer en las Américas puestos
comerciales, no colonias. Lo único que condujo a España a la coloniza­
ción (ue la falta del tipo de economía política que habría podido per­
cutir tal relación. Luis Aznar describe este proceso: «Ni los rudimen­
tarios placeres de oro, ni el tráfico de esclavos, ni la capitación [...]
produjeron lo bastante para igualar los gastos de las tres primeras ex­
pediciones emprendidas por Colón en el siglo xv y para pagar los salarios
delos primeros colonos. Las noticias del desastre de la Española se ex­
tendieron rápidamente, y originaron descrédito en los círculos de la
corte [...]
*[La corte cambió su política, y] de esta manera lo que comenzó como
unaempresa feudal se convirtió, a comienzos del siglo xvi, en un sistema
orgánico de gobierno, prototipo del que establecerían los países coloni*
adores en el curso de los dos primeros siglos de la era moderna.» «Las
474 I m m a n u e l Wallersiein

Ya h em o s e sc r ito a cerca de la p o lítica española en las Amé·


rica s y la p o lítica p o rtu g u esa en Asia. Es digno de señalar que
cad a uno in ten tó g en era liza r su ex p erien cia dominante a la otra
área, pero que, p erc a tá n d o se de su error, am bos llegaron a
ad a p ta rse a los r e q u er im ien to s del área. Los portugueses inten­
taron lim itar su p resen cia en B ra sil al estab lecim ien to de puertos
co m er cia les, p ero se v iero n o b lig a d o s a colonizarlo, como medida
p rev en tiv a , alred ed or de 1530 ,7°. D e form a sem ejante los españo­
les p reten d iero n u tiliza r un sis te m a de encom iendas en las Fi­
lip in a s, p ero el co m ercio in tern a cio n a l era insuficiente para
su fra g a r su co sto , y v o lv iero n ai esq u em a portugués. «El comer­
cio de M anila se a sen tó a sí en un in terca m b io directo de plata
p ro ce d e n te de N ueva E sp añ a a ca m b io de productos chinos»*17071.
La razón de esta s d o s d ife r e n te s p o lítica s parece ser, como
ya h em o s ap un tad o, d o b le. Por una parte, los beneficios de la
co lo n iza ció n am erican a fu ero n en cierto sen tid o mayores. Por

etapas iniciales de la legislación sobre indios», Cuadernos Americanos, vn,


5, septiembre-octubre de 1948, pp. 177-178.
170 «Durante la primera mitad del siglo xvi, los portugueses consideraron
el descubrimiento del Brasil como una cuestión de importancia secunda­
ria. De hecho, los esfuerzos por consolidar el control sobre la linea costera
de lo que ahora es Brasil, a grandes rasgos entre los puertos actuales de
Santos y Recife, fueron en gran medida una acción refleja tomada para
impedir que Francia e Inglaterra establecieran enclaves costeros, compe­
tidores de ios portugueses, para la exportación del palo de Brasil utili­
zado como tinte en la industria de tejidos de lana de los Países Bajos
e Inglaterra. El temor a la competencia fue lo único que condujo en la
segunda mitad del siglo a una ocupación permanente y al establecimiento
de una economía de plantación.» Stanley J. Stein y Barbara H. Stein,
The colonial heritage of Latin America, p. 22; véase Chaunu, Conqué·
te, p. 222.
Véase el siguiente análisis de la actitud de Portugal hacia Brasil en
esta época: «En la fase inicial, la inexistencia de tesoros de fácil captura
redujo el interés por el Brasil, tanto más cuanto que el comercio de las
Indias Orientales conocía en esa época su más extraordinario desarrollo.
La Corona portuguesa, procurando atraer capitales privados para su co­
lonia americana, la dividió en doce capitanías hereditarias, cuyos dona­
tarios serían investidos de gran parte de los privilegios reales. La inexisten­
cia de base económica, a excepción de la región en que se implantó el
cultivo de la caña de azúcar, llevó esa experiencia al fracaso. La Corona
debió asumir directamente y por mucho tiempo los costos de defensa de
amplios territorios de escaso valor económico. Aunque inspirado, en sus
aspectos formales, en instituciones feudales portuguesas, el régimen de
capitanías hereditarias debe ser entendido como un esfuerzo por atraer
capitales privados para la obra de expansión comercial dirigida por la
Corona, asemejándose al de las compañías de comercio que en la segunda
mitad del siglo xvi surgieron en Inglaterra y Holanda.» Celso Furtado,
Economic development of Latin America, pp. 9-10, n. 2.
m Harrison, New Cambridge Modern History, h i , p. 554.
I periferia f r e n te a la arena exterior 475

otra parte, las d ificu lta d es de colonizar Asia eran mucho ma­
yores. La com b in ación de ambas significó que las Américas se
convirtieron en la periferia de la economía-mundo europea del
siglo xvi, m ientras Asia seguía siendo una arena externa.
Al hablar de b en eficio s no nos referimos a ganancias a corto
plazo, aunque in clu so en este terreno las Américas parecen haber
aventajado a Asia aproxim adam ente en un 50 por 100 m, sino a
las ganancias a largo plazo en términos de costos de oportuni­
dad. El com ercio a siá tico era un comercio de importación, es­
pecialmente aq uella parte de él que atravesaba el Levante,7J. De
hecho, una de las razones por las que España abandonó even­
tualmente el galeón de Manila fue precisamente la oposición
interior a la san gría de m etales preciosos que representaba174.

1,1«Para el orden de magnitud del siglo xvi, no obstante, tenemos


[que] si Lisboa, con el Oriente Lejano, vale 1, Brasil vale entre 0,05 y 0,1,
ySevilla vale 1,5. Al comienzo del siglo xvn Sevilla vale más o menos una
vez y media lo que Lisboa.» Chaunu, Conqufile, p. 269.
Esto no nos dice nada sobre la importancia de este comercio para
Europa en su conjunto. «Es difícil medir el peso de Sevilla y Lisboa, es
decir, el peso del monopolio, cl peso del cuarto sudoccidental de la
península Ibérica, porque es más fácil medir el monopolio que medir el
mundo europeo sobre el que éste se apoya. Las diferencias en las posibi­
lidades de medida, en relación con la evaluación de la importancia del
comercio americano, dominado por Sevilla, y del comercio asiático, domi­
nado por Lisboa, no resultan de ninguna incapacidad intrínseca para
medir los monopolios, sino, en medida mucho mayor, de nuestra incapa­
cidad temporal para medir el resto [es decir, lo que no forma parte del
monopolio].» Ibid., p. 273.
m«¿Mientras que la mayor parte de las importaciones de ultramar se
pagaban con exportaciones de moneda y metales preciosos —el comercio
de las Indias Orientales era decididamente un comercio de importación,
conel fin principal de satisfacer una demanda europea y no de encontrar
mercados para ios productos europeos—, las importaciones a través del
Levante presentaban un aspecto bastante diferente. Los mundos de Arabia
ylas Indias codiciaban numerosos artículos de los países del Mediterráneo.
Elcobre era un metal del que existía particular demanda, y era enviado
hacia el este desde Europa central a través de Venecia. Se exportaba
hacia el este coral de las pesquerías de la costa tunecina, en parte por
la Compagnie du Corail francesa, que operaba desde Marsella en la se­
gunda mitad del siglo xvi. Tejidos, mercurio y azafrán, junto con el
opio de Egipto, entraban en la corriente de bienes que se intercambia­
banentre los países mediterráneos, el Levante y las Indias. Indudablemen­
te, esta circunstancia explica también por qué el tráfico de caravanas
nollegó a un punto muerto cuando los portugueses descubrieron la ruta
marítima a las Indias e intentaron dar una nueva dirección al transporte
de la pimienta.» Glamann, Fontana Economic History of Europe, ii.
pp. 56-57.
04 «El mayor adversario del galeón de Manila era, sin duda, la misma
administración española. A los ojos de los comerciantes de Sevilla, cuyas
¡ quejas llegaban fácilmente a los Consejos del Rey, a los ojos de la orto-
476 I m m a n u e l Wallerstein

S in duda, e s to n o ca rece d e ex c e p c io n e s, com o ya hemos indi­


cad o. P arece, p or e jem p lo , q u e lo s b o sq u es de teca de la India
fu ero n in co rp o ra d o s en cierta m ed id a a la economía-mundo
eu ro p ea co m o su m in istr a d o r e s de m ad era para los barcos cons­
tru id o s en lo s a stille r o s de Goa *17S.
Pero e sto resu lta se cu n d a rio co m p a ra d o con la cosecha de
m e ta le s p rec io so s, m adera, cu ero y azú car del Nuevo Mundo, en
el cu al se p a só d u ran te e s te sig lo de una técnica de recolección
a u na form a e sta b le d e p ro d u c ció n u tilizan d o mano de obra
b arata con su p erv isió n eu ro p ea 176, lo cual transformó la estruc­
tura so cia l de las áreas in v o lu cra d a s, incorporándolas a la eco­
n om ía-m u n d o eu ro p ea 177.

doxia bullonista de la corte, el comercio del galeón era el peor de todos


los comercios con el Oriente Lejano; su déficit se cubría con la expor­
tación de metales preciosos.» Chaunu, Armales ESC, vi, p. 458.
Otra razón para oponerse a este flujo de metales preciosos era que
éstos, cada vez más, ni siquiera pasaban por Lisboa y Sevilla: «Por la
ruta del Cabo, los reales [de plata] fluían hacia todo el Oriente. Gracias
a ellos el comercio de China —porcelana, seda cruda y telas de seda, oro-
superó a todos los demás y condujo a frecuentar el Japón, mercado para
la seda y fuente de plata. El profundo deseo del metal blanco en China,
por una parte, y el desarrollo de la América española, por otra, condu­
jeron a la creación de una ruta directa de Acapulco a Manila, la cual
despertó la hostilidad de Goa y Lisboa y las unió a Sevilla, también
perjudicada por dicha ruta.» Godinho, L’économie de l'empire portu·
gais, p. 833.
No obstante, el caso español muestra un violento contraste con el de
Inglaterra. A comienzos del siglo xvii , la Compañía de las Indias Orien­
tales inglesa se vio atacada por la sangría de plata que acompañaba su
comercio, y a la que muchos juzgaban responsable de las depresiones
comerciales de la época. «Ante esto, la respuesta de la Compañía fue
que, desde el momento en que sus reexportaciones al continente y al
Oriente Medio superaban en valor al tesoro enviado a las Indias, toda la
cuestión era inseparable de la balanza de pagos del país en su conjunto.»
K. N. Chaudhuri, «The East India Company and the export of treasure
in the early 17th century», Economic History Review, xvi, 1, agosto de
1963, p. 25. La Compañía, por supuesto, tenía toda la razón. «Europa»
estaba perdiendo metales preciosos, pero Inglaterra, no. La diferencia es­
triba en la incapacidad española para situarse en el centro del comercio
interregional en Europa, como lo hizo Inglaterra en esta época.
175 Véase Boxer, The Portuguese seaborne empire, pp. 56-57; también
Godinho, Uéconomie de Vempire portugais, p. 683.
174 Véase Chaunu, Conquéte, pp. 290-296, 300-311.
177 Véase la descripción que hace Boxer del impacto del azúcar sobre
la estructura social brasileña. The Portuguese seaborne empire, pp. 84-105.
En lo referente a las operaciones mineras, véase Alvaro Jara: «Es incues­
tionable que en muchas regiones de las Américas la minería tuvo un tre­
mendo poder para reorganizar, incluso socavar, la estructura que la po­
blación había tenido en la era precolonial. La nueva concentración de las
poblaciones indígenas producida, por la creación de los centros mineros
—y no pensamos sólo en Potosí, sino en muchos otros centros de produc-
l/¡ periferia fr e n te a la arena exterior 477

Sólo cuando no ten ía opción, cuando no podía lograr un


producto en el m arco de su propia economía-mundo, salía Euro­
paa la arena ex terio r para conseguirlo a un costo más elevado,
por ejemplo, la sed a. W oodrow Borah ha descrito las razones
¿el hundimiento de la p rod ucción mexicana de seda cruda a
finales del siglo x v i ,78. E s precisam ente entonces, como señala
Chaunu, cuando n os en co n tra m o s con «el apogeo del comercio
congaleones, la m a siv a , brusca y efímera llegada de seda china
al mercado de las In d ia s» l79. Por supuesto, cuando los españo­
les no tienen m ás p la ta am ericana que ofrecer a los chinos, no
pueden comprar sed a , y el com ercio del galeón de Manila se
« a b a j o alred ed or de 1640 ,8°.
Como regla gen eral, lo s lím ites geográficos de una economía-
mundo son una c u e s tió n de equilibrio. La dinámica de fuerzas
«i el centro p u ed e llev a r a una presión expansionista (como
denos que ocurrió en E u rop a en el siglo xv). El sistema se ex­
pande hacia el e x te r io r h asta que llega al punto en que la
pérdida es m ayor q u e la ganancia. Un factor, por supuesto, es
ladistancia, en fu n ció n del estad o de la tecnología. Al principio
mencionamos el c o n c e p to de un mundo de sesenta días. Hay
muchas formas de e s tim a r el tiem po. Compárese la descripción*1

oónde plata, oro y mercurio— creó, probablemente por vez primera, el


hómeno social de esas masas flotantes y desposeídas, desarraigadas de
lodo, sin un futuro o una seguridad para el mañana, agrupadas en zonas
Ktidourbanas, en las que Ja concepción de la ciudad no tenía para ellas
aiegún sentido como tal, al menos en la medida de poder conllevar una
mejora de su anterior nivel de vida.» Jara, Tres ensayos sobre economía
riñera hispanoamericana, p. 28.
11 Woodrow Borah señala que se comenzó a producir seda porque era
«onnpacta y fácilmente transportable en carreta o muía, garantizaba
!bajoscostos de transporte, un mercado seguro en la colonia o en España,
j pandes ganancias». Silk-raising in colonial Mexico (Ibero-Americana,
tol 20), Berkeley, Univ. of California Press, 1943, p. 15. Borah ofrece
líesexplicaciones de la decadencia de la producción de seda: el declinar
¿ela población india a causa de los malos tratos; los excesivos impues­
tosy explotación de los indios, que les llevaron a huir y destruir los
bosques de moreras; la disminución de las ganancias a causa del sumi-
tistro adicional, procedente de Filipinas, al mercado mundial. Véase su
Urgadiscusión de estas causas de la decadencia en las pp. 85-101.
wChaunu, Annales ESC, vi, p. 462, n. 1. Aunque Borah parece indicar
0 un pasaje que el auge del comercio filipino fue una de las causas del
declinar de la seda mexicana, en otro pasaje sugiere que sucedió a la
itversa, apoyando de esta forma a Chaunu: «Por contraste, el desarrollo
¿il comercio filipino coincidió con la decadencia de la producción mexi­
cana de seda; las importaciones en gran escala de sedas chinas comen­
zaronen 1579, y por esas fechas comenzó a declinar el cultivo doméstico
¿cía seda¿ Borah, Silk-raising, p. 90.
,eVéase Chaunu, Annales ESC, vi, pp. 460461.
478 I m m a n u e l Wallerstein

d e C haunu del tiem p o para ir de la p en ínsula Ibérica a las


A m érica s y a A sia. D el p rim ero dice: «viaje de ida, un mes;
reg reso , se is sem a n a s, in clu y en d o el viaje com p leto las cargas y
d esca rg a s, en un ciclo a n u al q u e se ex tien d e entre los períodos
m u e rto s del in vierno» 181*. D el o tro dice:

En el punto de distancia máxima —digamos el eje Sevilla-Manila,


allá por 1565—, el universo nacido de la larga transformación de
los siglos xv y xvi es un universo de cinco años. Es decir, cinco
años es el tiempo medio necesario para un viaje de ida y vuelta de
'España a las Filipinas ,82.
E stá claro que la d iferen cia era co n sid era b le.
P ero la re sisten cia de la d ista n c ia se veía multiplicada por
la re sisten cia de la a u to rid a d e sta b lec id a . Las Américas fueron
co n q u ista d a s fá cilm en te. In c lu so lo s E sta d o s estructurados,
co m o lo s a ztecas y lo s in ca s, n o fu ero n adversarios para las
arm as eu rop eas. A sia era o tra c u e stió n to ta lm en te distinta. Ni
P ortugal ni su s su c e so r e s d el sig lo x v n fueron capaces de lograr
la p o ten cia de fu eg o n ece sa ria para h a cer con q uistas territoria­
les sig n ifica tiv a s. A falta de e sto , no p o d ía n estab lecer un sistema
co m o en las A m éricas o en la E u ro p a o rien ta l, en que un poco
de fuerza p erm ite u n a gran ex p ro p ia c ió n de excedente. Por el
con trario, requ ería m u ch a fuerza (lo s p o rtu gu eses contra sus
rivales m a rítim o s) lograr la a d q u isic ió n de una cantidad menor
de ex ced en te (p o rq u e lo s c o m e r c ia n te s lo ca les podían insistir
en reservarse un p o rce n ta je m u c h o m a y o r). Una forma de con­
sid erar esto es estim a r la re n ta b ilid a d de los u sos alternativos
de la fuerza. F red eric Lane lo c o n c e p tu a liz a así:

Me arriesgo a proponer como hipótesis que las empresas [colonia­


les] que utilizaron la fuerza para el pillaje y contra el comercio
de sus rivales [por ejemplo, los portugueses en Asia], se vieron en
general sujetas a ingresos cada vez menores, pero que muchas em­
presas que utilizaron la fuerza para crearse protección [contra la
destrucción o captura de su capital y la pérdida de su fuerza de
trabajo], incluyendo muchas que impusieron el trabajo forzado [por
ejemplo, los portugueses en Brasil], disfrutaron de la ventaja de
ingresos crecientes 183.
M an ejarse en la p erife ria y en la a ren a externa requiere di­
fere n tes h a b ilid a d es. S ó lo en la p e r ife r ia el grupo económica-

1,1 Chaunu, Conquéte, p. 290.


192 Ibid., p. 277. Una larga discusión sobre distancias y tiempos se en­
cuentra en las pp. 277-290.
Lane, Venice and history, p. 28.
la periferia fr e n te a la arena exterior 479

mente m á s p o d e r o s o e s c a p a z d e r e fo r z a r su p o sició n p or m ed io
también d e la d o m i n a c i ó n c u lt u r a l. L os p o rtu g u eses com p ren ­
dieron e s to m u c h o m e j o r q u e lo s e sp a ñ o le s. E sto s ú ltim o s con ­
sideraban la e v a n g e l i z a c i ó n c r is t ia n a m u c h o m ás prioritaria que
los p o r tu g u e s e s , q u e p e r c i b í a n m e j o r lo s lím ites de su poder en
este gran e n c u e n t r o c r is t ia n o - m u s u lm á n en el Asia del siglo xvi.
Chaunu s e ñ a la q u e l o s e s p a ñ o l e s h ic ie r o n grandes esfu erzo s por
detener la p e n e t r a c i ó n m u s u lm a n a en las Filipinas. Tuvieron
un cierto é x it o , p e r o p a g a r o n u n p r e c io econ óm ico: «E sta pro­
funda h o s t ilid a d h a c i a e l I s la m , e s ta incapacidad de llegar a
acuerdos c o n l o s p r i n c i p i l l o s m u s u lm a n e s de las M olucas, ¿no
i constituye la v e r d a d e r a e x p l ic a c i ó n , m á s qu e la hostilidad portu*
! guesa, de p o r q u é l o s e s p a ñ o l e s d e la s F ilip in as no consiguieron
¡ tener é x ito e n e l c o m e r c i o d e e s p e c ia s ? » ,M. C om parem os esto
con la d e c is ió n p o r t u g u e s a e n e l C o n g o , don de al principio ju­
garon co n la e v a n g e l i z a c i ó n , la c o lo n iz a c ió n , e incluso con la
agricultura d e c u l t i v o s p a r a e l m e r c a d o , y posteriorm ente se
dieron c u e n t a d e q u e l o s c o s t o s e r a n d em a sia d o elevados y se
retiraron a u n a r e l a c i ó n d e p u e r t o c o m e r c ia l en la que busca­
ban p r im a r ia m e n te e s c l a v o s y m a r f i l ,&s.
En A sia, la d o m i n a c i ó n p o r t u g u e s a d el océan o Indico y los
estrechos d e M a la c a s e e n f r e n t ó a c r e c ie n te s am enazas al avan­
zar el sig lo x v i « l a r g o » : d e l o s á r a b e s cum V enecia (la antigua
ruta del L e v a n t e ) , d e l a s e s t r e l l a s a s c e n d e n te s del noroeste de
I Europa ( I n g la t e r r a y H o l a n d a ) , y d e r e n a c ie n te s fuerzas indíge­
nas en A sia.
En un c a p í t u l o a n t e r i o r h e m o s h a b la d o ya del resurgir del
Mediterráneo o r i e n t a l e n e l « s e g u n d o » sig lo x vi. Por tanto, re­
capitulemos b r e v e m e n t e a q u í . A is la r el L evan te requería un cos­
toso b lo q u e o . E l n ú c l e o d e la c u e s t i ó n era q u e «Portugal no era
suficientem ente r i c o p a r a m a n t e n e r e s ta v a sta red, su s fuertes,

mChaunu, Armales ESC, vi, p. 455, n. 2.


Alfredo Margarido observa: «El Congo "pagano'' rehusaba el sello
del catolicismo y resistía las exigencias de una economía colonial [écono-
mié de traite]. Los portugueses se vieron obligados a desmantelar el
reino, para poder crear el excedente indispensable para proseguir su po­
lítica de colonización en Sudamérica.» «L'ancien royaume du Congo»,
Ámales ESC, xxv, 6, noviembre-diciembre de 1970, p. 1725.
Boxer también dice que lo que él considera un «prometedor experi­
mento» se vino abajo tras la muerte del rey don Alfonso I en 1541, «par-
chímente a causa de los compromisos crecientes de Portugal en Asia y
Sudamérica, pero principalmente a causa de la difusión e intensificación
del tráfico de esclavos». Race relations, p. 20. Véase también Boxer, The
Portuguese seaborne empire, pp. 97-103; Georges Balandier, Daily life in
the kingdom of the Kongo, Nueva York, Pantheon, 1968.
480 I m m a n u e l Wallersiein

s u s c o s t o s o s e s c u a d r o n e s , s u s f u n c i o n a r i o s » 186. E n la década
d e 1 5 3 0 , l o s t u r c o s p u d i e r o n l l e g a r o t r a v e z a l g o lf o P érsico, y
a p a r t i r d e e n t o n c e s la p a r t i c i p a c i ó n p o r t u g u e s a e n e l com ercio
d e c l i n a lg?. P a r a 15 6 0 A l e j a n d r í a e x p o r t a b a t a n t a s e s p e c ia s a Eu­
r o p a c o m o a f i n a l e s d e l s i g l o x v 1M, a u n q u e , s in d u d a , propor­
c i o n a l m e n t e m e n o s . M á s a ú n , l o s p o r t u g u e s e s n o q u e r ía n o no
p o d í a n b a j a r s u s p r e c i o s p a r a h a c e r f r e n t e a la co m p ete n c ia
v e n e c i a n a ,89. Y , p o r s u p u e s t o , s ó l o n o s r e f e r i m o s al c o m e r c io de

m Braudel, La Méditerranée, I, p. 496. La corrupción era otro factor


en este comercio de altas ganancias: «Durante algunas décadas después
de 1500, los portugueses pusieron serios obstáculos al comercio por el
mar Rojo, y forzaron a los precios de las especias en Alejandría a sobre­
pasar su nivel del siglo xv. Más tarde, los funcionarios portugueses en
la India se hicieron tan ineficientes, o tan fáciles de corromper, que de­
jaron de poner costosos obstáculos al comercio por el mar Rojo y el
golfo Pérsico.» Frederic C. Lane, Venice and history, p. 33.
,MVéase Lybyer, English Historical Review, xxx, p. 586.
m Lane, Venice and history, p. 31.
,w Godinho cita a un mercader veneciano del siglo xvi, Cesare de Fede*
rici: «La pimienta que va a Lisboa no es tan buena como la que llega a
través de los estrechos de la Meca [probablemente el mar Rojo]; porque
el enviado del rey de Portugal hizo hace muchos años un contrato con
el rey de Cochin, en nombre del rey de Portugal, y fijó el precio de la
pimienta, con la consecuencia de que el precio no podía subir ni bajar.
Así el precio es muy bajo, de forma que los campesinos sólo la entregan
muy renuentemente, y está poco madura y sucia. Como los mercaderes
árabes pagan mejor, les dan mejor pimienta, mejor preparada.» L'écono-
mié de Vempire portugais, pp. 638-639.
Godinho insiste en que las pérdidas de navios en la ruta del Cabo no
son una explicación de la decadencia portuguesa: «En conclusión: en el
transcurso de ciento treinta y seis años, las pérdidas en el viaje de ida
representan menos de un 11 por 100, y en el de vuelta, menos de un
15 por 100. Cuando en 1558, preparando una especie de presupuesto para
el comercio de especias, se incluyó una partida para una pérdida anual
de uno de cada cinco barcos (20 por 100) en el viaje de regreso, el cálculo
fue muy generoso. El italiano Sassetti, que estaba familiarizado con el
Mediterráneo, y que había pasado por la experiencia de verse obligado a
regresar a su puerto de partida el año anterior, escribió desde Cochin
que era menos peligroso ir de Lisboa a la India que de Barcelona a
Génova» (p. 671).
Cabe preguntar, como lo hace Guy Chaussinand-Nogaret en una crítica
del libro de Godinho, por qué los portugueses no desarrollaron en esta
época grandes compañías comerciales, como lo hicieron más tarde ingle­
ses y holandeses, que pudieran haber utilizado métodos comerciales más
eficientes para superar a sus competidores europeos. (Un intento de crear
en 1628 una compañía de este tipo fracasó.) «¿Por qué Portugal, que
parecía haber estado a la cabeza del gran movimiento que vio el naci­
miento del moderno capitalismo comercial, se encontró a comienzos del
siglo xvii incapaz de seguir los modelos del norte [de Europa que por
entonces existían]? ¿No se encuentra parte de la respuesta en el papel
que desempeñaba el capitalismo internacional en Lisboa, lo que Virginia
Rau ha llamado “especulación [agiotage] cosmopolita"? Lo que nos lleva
\p periferia fr e n te a la arena exterior 481

^lienta, d a d o q u e e l c o m e r c i o d e d ro g a s no parece haberse


invertido e n u n m o n o p o l i o p o r t u g u é s en ningún m o m e n to 150,
pe hecho, la d e c a d e n c i a p o r t u g u e s a s e ha de m edir por el he·
cjio de q u e e v e n t u a l m e n t e , a p a r tir d e 1580, buscaron sacar
lijada del p r o p io c o m e r c i o v e n e c ia n o m. La decadencia de Por­
tugal era, p o r t a n t o , m u y r e a l. G o d in h o n o s previene de pasar al
otroextrem o e i m a g i n a r u n a r o s a d a im a g en de V enecia en pleno
acenso192, c u e s t i ó n q u e y a h e m o s a n a liza d o . V enecia no podía
recoger to d o lo q u e d e j a b a c a e r P o r tu g a l.
Un rival a ú n m ás e fe c tiv o e r a el n o r o e ste de Europa. N o
¿hemos o lv id a r q u e c u a n d o la s C o r o n a s d e España y Francia se
declararon a m b a s e n b a n c a r r o t a e n 1557, la Corona portuguesa
siguió sus p a s o s e n 1 6 4 0 . N o r e v is a r e m o s las razones del ascenso
de Holanda y d e I n g l a t e r r a . P e r o d e b e m o s tom ar nota de un
factor c r u c ia l e n el c o m e r c io d e e s p e c ia s , que es la existen­
cia de h ech o d e dos c o m e r c i o s d e e s p e c ia s , llam ados a menudo
«el contrato a s i á t i c o » , y « e l c o n t r a t o eu ro p eo » . Es decir, había
ganancias al t r a e r l a s e s p e c i a s d e A sia a L isboa (o Venecia, o
más adelante A m s t e r d a m ) y h a b í a b e n e fic io s sob re estas mismas
especias al r e v e n d e r l a s a su s c o n s u m id o r e s europeos finales,
que se h a lla b a n f u n d a m e n t a l m e n t e e n el n o rte de E u ro p a 193.

¿nuevo a la cuestión de quiénes fueron los grandes beneficiarios del


ramio de especias. Evidentemente no lo fue el país que poseía su
¡monopolio: el "rey de la pimienta" vio cómo sus ganancias quedaban de-
tondas por la enormidad de las inversiones requeridas.» «L'or, le poivre,
kPortugal et l'économie mondiale», Annales ESC, xxv, 6, noviembre-
ficiembre de 1970, p. 1595. A la luz de este comentario, véase el punto
¿vista de Furtado, ya recogido en la nota 170.
El único intento portugués de establecer una compañía privada de
estetipo se produjo prácticamente por iniciativa del Estado. Fundada en
US, se disolvió en 1633. Véase Da Silva, En Espagne, pp. 140-141.
*Véase Godinho, L'économie de Vempire portugais, pp. 596-616. Dice
qoelas acciones portuguesas en el océano Indico, incluso en su momento
¿ mayor eficacia, «no tuvieron casi importancia sobre el suministro de
¿ogas» (p. 616).
* Véase ibid., p. 771. Como los turcos prohibieron a los súbditos del
reyde España (lo que a partir de 1580 incluía a los portugueses) comer-
dar en su dominios, los mercaderes portugueses tomaban nombres fran­
ceses, ingleses o venecianos.
mVéase ibid., p. 714. Sobre las iniciales dificultades venecianas en 1502,
Godinho dice también: «La crisis no fue causada por los viajes Portu­
geses, puesto que los precede [...] Es decir, que el establecimiento de la
rata de las Indias y la acción emprendida contra el comercio del mar
Rojorecayeron sobre un cuerpo que tenía abiertas heridas graves y extre­
madamente sensibles, lo cual, sobrepasando la causa inmediata de la
apertura de la crisis, la transformó en una depresión duradera» (p. 729).
“ Véase Kellenbenz, Annales ESC, XI, p. 8.

¡
482 I m m a n u e l Waller stew

L o s p o r t u g u e s e s n o t e n í a n la r e d n e c e s a r i a p a r a v en d er la
p i m i e n t a e n E u r o p a , e s p e c i a l m e n t e d e s p u é s d e la d e c a d e n c ia de
A m b e r e s , c o n la q u e t e n í a n e s t r e c h a s r e l a c i o n e s . D ic e Chaunu
d e l P o r t u g a l d e 1585:

Aislado del norte, el rey de España, que gobierna en Lisboa desde


1580, ofrece en vano el contrato de Europa. Italia no es suficiente­
mente fuerte [ríest pas du taillc]. Nadie en España puede soñar en
ello. Tiene que sustituir a Amberes por toda la fuerza del capitalis­
mo alemán, el de los Welser y los Fugger.
¿Cómo decirlo más claramente? En definitiva, el contrato de
Europa toma prioridad sobre el contrato de Asia ,94.
P e r o l o s W e l s e r y l o s F u g g e r , a s u v e z , n o s o n su fic ie n te ­
m e n t e f u e r t e s p a r a e n f r e n t a r s e a l o s i n g l e s e s y a lo s h olan d e­
s e s 195. Y e l a s c e n s o d e l o s h o l a n d e s e s e s d e h e c h o e l g o lp e de
g r a c i a p a r a V e n e c i a , p o r q u e A m s t e r d a m , « m á s e f ic ie n t e que
[ L i s b o a ] , l e r o m p e e l c u e l l o a l v i e j o c o m e r c i o m e d it e r r á n e o » 196.
L o s h o l a n d e s e s ( y l o s i n g l e s e s ) n o s ó l o t e n ía n v e n ta ja en
E u r o p a . S u s u p e r i o r i d a d n a v a l e n e l o c é a n o I n d i c o s u p o n ía una
v e n t a j a f i n a n c i e r a a d i c i o n a l . P o d í a n s a c a r g a n a n c i a s n o só lo del
c o m e r c i o , s i n o t a m b i é n d e l s a q u e o d e b a r c o s p o r t u g u e s e s 197. Aun

IU Chaunu, Conquéte, p. 358.


m «Hamburgo tan sólo disfruta brevemente de su primacía en el co­
mercio internacional de especias. La década de 1590 fue de gran impor­
tancia en la ampliación del comercio colonial. Holandeses e ingleses bus­
caron con éxito ampliar su participación en el mercado mundial de es­
pecias.» Kellenbenz, Annales ESC, xi, p. 23.
La red holandesa en Europa fue utilizada también para sacar tajada
del comercio brasileño de azúcar en esta época: «Brasil era la principal
fuente del azúcar consumida en Europa. La mayor parte del comercio de
azúcar y esclavos entre Brasil y Portugal o entre el Africa occidental y
Brasil, estaba todavía en manos de mercaderes y contratistas portugueses,
muchos de ellos de origen judío; pero la exportación de azúcar de Portu­
gal al resto de Europa estaba en manos de los holandeses, y los capitanes
holandeses también se afanaban en un comercio clandestino con los
puertos brasileños. Los portugueses locales estaban en connivencia con
este comercio, y resistían los esfuerzos de la burocracia española por
impedirlo. En Portugal, los mercaderes también cedieron sus nombres,
a cambio de una comisión, a las empresas comerciales holandesas, durante
los períodos en los que el comercio holandés con los puertos de la penín­
sula Ibérica estuvo oficialmente prohibido.» Parry, Age of reconnaissance,
p. 277.
m Chaunu, Séville, i, p. 13.
w Véase Godinho, L’économie de Vempire portugais pp. 696-697. Pero
en la p. 671 Godinho previene prudentemente contra la sobreestimación
de este mismo factor.
Los holandeses e ingleses comenzaron a viajar a América también en
esta época. Cuando los españoles decretaron un bloqueo de la navegación
holandesa en la península Ibérica en 1595, los holandeses sufrieron una
μ periferia fr e n te a la arena exterior 483

,sí, los h o la n d e s e s ( y l o s in g l e s e s ) n o in tro d u jero n aún un nuevo


elemento e n e l e s c e n a r i o a s iá t ic o . C on tin u aron el papel inter-
jnediario d e l o s p o r t u g u e s e s ,98.
Esto n o s lle v a e n t o n c e s a lo q u e su c e d e en Asia. Al venirse
ibajo los p o r t u g u e s e s , l o s g o b e r n a n t e s a siá tico s recuperan cier­
to control. P o r e j e m p l o , d e 1570 en a d ela n te, en los estrech os
de Malaca, lo s j a v a n e s e s s e a p o d e r a n d el com ercio de especias,
si menos h a s t a la i n t r u s i ó n d e lo s h o la n d e se s en 1596J". Durante
„________
ijuda escasez de sal, que era una exportación ibérica. Hermann Kellcn-
¿nz subraya el hecho de que la sal «era muy importante para la indus­
tria [holandesa] del arenque». «Spanien, die nordlichcn Nicderlande und
dicSkandinavisch-baltische Raum in der Weltwirtschaft und Politik um
1(0)», Vierteljahrschrift für Sozial- und Wirtschaftsgeschichte, xu, 4,
fft, P- 293.
Los holandeses descubrieron que se podía obtener sal en la península
deAraya, en el litoral caribeño de Sudamérica. Comenzaron a explotarla,
jen el viaje de vuelta los barcos se dedicaban en buena medida a1con­
trabando y al pillaje. Para España el resultado era grave: «Para España,
inte todo, esto significaba que su política europea de restricción de la
al (como presión política sobre los "rebeldes'1 del norte de los Países
Bajos] había resultado un fracaso. España perdía abiertamente el precio
delas ventas y los derechos que antes obtenía al enviar la sal peninsular
i los holandeses. Ahora éstos recibían sal americana gratis y libre de
impuestos, por un valor estimado de un millón de florines anuales.» Engel
Sluiter, «Dutch-Spanish rivalry in the Caribbean area, 1594-1609», Hispanic
Huerican Historical Review, xxvm, 2, mayo de 1948, p. 181.
España trató de expulsar a los holandeses, y logró hacerlo temporal­
mente, pero tan sólo al precio de armar una gran flota y abrir nuevamente
li península Ibérica a los holandeses por la tregua de 1609. En cierto
sentido era demasiado tarde para reparar el daño. «Para España, la intru­
siónen gran escala de los holandeses en el Caribe, sincronizada con su
fuerte presión marítima y comercial en Oriente Lejano, Africa occidental,
Brasil, Guayana y la misma península, fue un factor adicional que vino a
complicar la defensa ibérica del mundo colonial tropical [...] Temporal­
mente España rehizo sus defensas en el Caribe y, en cierta medida, en
todas partes, pero ¡a qué precio! Lanzada abruptamente a la defensiva
entodo el mundo colonial por los holandeses en este periodo, se agotó
protegiendo la vital zona tropical hasta el punto de que no le quedó
ninguna energía para afirmar sus derechos exclusivos en las zonas toda-
na no ocupadas de los márgenes de su imperio. Sólo en este contexto
resultaba inteligible, por ejemplo, que Inglaterra pudiera descubrir y
conservar Virginia, su primera y débil avanzada en América, sin inter­
ferencias de los españoles, que poseían sólidas bases en el Caribe y
Florida.» Sluiter, Hispanic American Historical Review, xxvm, pági­
nas 195-196.
mVéase Cipolla, Guns and sails, p. 136. Véase Chaudhuri: «Tanto los
ingleses como los holandeses encontraban extremadamente lucrativo el
participar en el "comercio interior" de Asia, y su patrón normal de co­
mercio era invertir su plata en la compra de bienes por piezas en la
India, para cambiarlos luego por especias en las Indias Orientales.» Eco­
nomic History Review, χνι, p. 26.
wVéase Godinho, L'économie de Vempire portugais, pp. 814-817.
484 I m m a n u e l Wallerstein

u n c i e r t o t i e m p o l o s p o r t u g u e s e s c o m p e n s a r o n e s t o co n su nue­
v o m o n o p o l i o d e l t r a n s p o r t e c o m e r c i a l e n t r e C h in a y J a p ó n 2®.
P e r o , a l c o n s e g u i r l o s j a p o n e s e s s u p e r a r la a n a r q u ía interna,
y a n o n e c e s i t a r o n m á s a l o s p o r t u g u e s e s . O r ig in a lm e n t e los em­
p e r a d o r e s M in g h a b í a n p r o h i b i d o c o m e r c i a r a lo s ja p o n eses a
c a u s a d e s u ir a c o n t r a l o s p i r a t a s wako. U n a v e z q u e los w ako
e s t u v i e r o n b a j o c o n t r o l , e l c o m e r c i o d i r e c t o f u e p o sib le de
n u e v o . M á s a ú n , a h o r a l o s h o l a n d e s e s y l o s i n g le s e s aparecían
e n e s c e n a s in n i n g u n a g e n t i l e z a h a c i a E s p a ñ a (-P o r tu g a i). Los
j a p o n e s e s e m p e z a b a n a s e n t i r s e i n c ó m o d o s c o n lo s jesu íta s, y
a h o r a e r a p o s i b l e y a p a r a J a p ó n a i s l a r s e d e l m u n d o , especial­
m e n t e d a d o q u e l o s f a b r i c a n t e s i n d í g e n a s e s t a b a n elim inando
la n e c e s i d a d d e s e d a c h i n a 20201.
T a l v e z e l a i s l a m i e n t o d e l J a p ó n f u e r a o c a s io n a d o por la
e x c e s i v a a g r e s i v i d a d e v a n g e l i z a d o r a d e la I g l e s i a c r is tia n a , como
a f i r m a C . R . B o x e r 202. E s p r e c i s o t o m a r s e e n s e r i o u n a hipótesis
p r o v e n i e n t e d e B o x e r , c u y a a m p l i t u d d e c o n o c i m i e n t o s y juicio
h i s t ó r i c o e x ig e n r e s p e t o . N o o b s t a n t e , e x i s t e p o c a e v id e n c ia em­
p í r ic a q u e é l h a y a p r e s e n t a d o p a r a r e s p a l d a r s u j u ic io . ¿Acaso
n o e s p o s i b l e q u e J a p ó n s e h u b i e r a a i s l a d o d e to d a s formas,
d a d a s u c r e c i e n t e f u e r z a i n t e r i o r y lo e x i g u o d e s u s relaciones
c o n c u a lq u ie r e c o n o m ía -m u n d o ?
L o s c i u d a d a n o s p o r t u g u e s e s a p r e n d i e r o n la le c c ió n de la de­
c a d e n c i a d e l boom d e l o s p u e r t o s c o m e r c i a l e s . E m p eza ro n a

200 Véase Boxer, The Portuguese seaborne empire, p. 63.


201 Véase Trevor-Roper, Historical essays, pp. 120-123.
202 «De no ser por la introducción, crecimiento, y forzosa supresión del
cristianismo militante en los siglos xvi y , parece probable que el
x v i i

Japón de los Tokugawa no se habría replegado a su concha de aislamien­


to. Esto a su vez implica que la expansión ultramarina de Japón en este
período no habría abortado. Los japoneses, pacíficamente o por otros
medios, se habrían establecido en Filipinas, Indochina, y en ciertas regio­
nes de Indonesia, para el fin del siglo ; y con toda probabilidad ha­
x v i i

brían podido compartir los frutos de la revolución industrial europea


muchas décadas antes de la fecha en la que efectivamente lo hicieron.»
C. R. Boxer, The Christian century in Japan, p. vii. Siempre es difícil dis­
cutir análisis del tipo «qué habría sucedido si». Pero me parece que los
hechos subsiguientes se pueden interpretar de forma muy distinta. ¿No
se puede sostener acaso que sólo porque Japón en esta época se encerró
tan efectivamente en su concha pudo resurgir en el siglo xix con la sufi­
ciente fortaleza para negarse a desempeñar un papel periférico en el sis­
tema mundial, y, por tanto, para industrializarse rápidamente?
Eijiro Honjo expresa un punto de vista similar al de Boxer sobre las
razones del aislamiento: «Los males que acompañaron la difusión del
catolicismo romano en Japón causaron que el shogunado Tokugawa adop­
tara la política de aislamiento.» «Facts and ideas of Japan's oversea
development prior to the Meiji restoration», Kyoto University Economic
Review, xvii, 1, enero de 1942, p. 1.
¿ú periferia fr e n te a la arena exterior 485

distanciarse d e s u p a t r i a y a a d a p ta r s e a la supervivencia en
Asia. En t é r m i n o s e c o n ó m i c o s , s e c o n v irtier o n en gran m edida
en asiáticos d e e x t r a c c i ó n e u r o p e a , a u n q u e en térm inos políticos
no fuera a s í e n la m i s m a m e d id a y no lo fuera en absoluto en
términos c u l t u r a l e s . J. B . H a r r is o n d e sc rib e la creciente autono­
mía m ilitar y p o l í t i c a d e l Estado da India en el transcurso del
siglo x vi, p r o c e s o q u e v a a p a r e j a d o co n la crecien te im portancia
para los p o r t u g u e s e s d e l c o m e r c io in tra a siá tico Con el cre­
ciente c o n f lic t o d e i n t e r e s e s e n t r e lo s p o rtu g u eses de Portugal
y los de la I n d ia ,

losportugueses se incrustan en los mundos del Oriente, instalándose


, por doquiera como casados [literalmente, aquellos que mantienen
un hogar], se ajustan a los intereses locales o regionales, se entre**
i gana operaciones locales o interregionales Wl.
Cuando E s p a ñ a a b s o r b e a P o r tu g a l en 1580, se acentúa aún
más el p r o c e s o . L o s p o r t u g u e s e s lo c a le s no quieren dejar entrar
a los c a s t e lla n o s e n s u m e r c a d o , y el rey de España carece de
fuerza para o b l i g a r l e s 20S. E s t o s ig n if ic a q u e en lugar de irla in­
troduciendo e n e l e s t a t u s d e á r e a p e r ifé r ic a , un siglo de presen­
cia ibérica d i s t a n c i ó a ú n m á s a A sia . H a sta m ás o m enos un siglo
¡ después, E u r o p a n o l l e g a r í a a s e r su fic ie n te m e n te fuerte com o
para e m p e z a r a i n c o r p o r a r e s t a s r e g io n e s.

“ Véase Harrison, New Cambridge Modern History, in, pp. 538-543.


Godinho dice que la capitanía de las Molucas era, alrededor de 1570,
«prácticamente independiente». L'économie de l'empire porlugais, p. 812.
* Godinho, ibid., p. 783.
* «La primera reacción de los empavorecidos habitantes portugueses
deMacao [cuando se enteraron en 1582 de la unión de España y Portugal
en1580] fue poner la colonia fuera del alcance de los gobernadores espa­
ñoles. Pues si los portugueses de Macao quedaban reducidos a la condi­
ción de súbditos españoles ordinarios, y si el puerto de Macao se abría
entonces a los españoles, como cabía esperar, el "monopolio" portugués
sobre el comercio chino llegaría inmediatamente a su fin, y su pérdida
seña irreparable.» Chang, Sino Portuguese trade, p. 100.
Se llegó a un compromiso. Se otorgó a los portugueses de Macao un
estatuto semiindependiente, jurando fidelidad a la Corona española, pero
enarbolando bandera portuguesa y obteniendo de los chinos un estatuto
demandarinato de segunda clase. Chang pone en claro los motivos de los
españoles para aceptar este compromiso: «El rey de Castilla, [...] temiendo
que una interferencia en los asuntos internos de Macao pudiera conducir
aenfrentamientos, e incluso a una revuelta abierta, aceptó su sumisión
nominal.» Ibid., p. 101.
«Richmond Palace» o «El Támesis en Richmond», óleo*de P artjsla fla·
del siglo xvii, realizado por David Vinckenboons (157o* ^ tienipos de
meneo que emigró a Inglaterra y pintó por encargo rea
Jacobo I y Carlos I.
I R E P A SO T E O R IC O

El teorizar no es una actividad separada del análisis de los


datos empíricos. Los análisis sólo se pueden hacer en términos
de proposiciones y esquem as teóricos. Por otra parte, los análisis
de acontecimientos o procesos deben incluir como punto de par­
tida una serie com p leta de valores específicos de alguna de las
variables, sobre cuya base se pueda explicar cómo se llegó a los
resultados finales. Para presentar la explicación histórica con
claridad, a m enudo hay que asumir o pasar por alto la exposi­
ción de las in terrelaciones formales entre las variables.
Consiguientemente, a menudo tiene sentido repasar el mate­
rial una segunda vez, m ás brevemente y de forma más abstrac­
ta, en la conclusión. Sin duda esto debería ser útil para el lector.
Pero resulta aún m ás im portante para el autor, al obligarle a
un grado de rigor en el análisis cuya ausencia podría perfecta­
mente pasar d esap ercib id a en medio de la complejidad de los
detalles. El m aterial em pírico tratado hasta aquí ha sido, sin
duda, complejo; de hech o, mucho más complejo de lo que era
posible reflejar. Por tanto, nos proponemos revisar lo que se
ha venido argum entando en este libro.
Para describir los orígenes y el funcionamiento inicial de
un sistema m undial, he tenido que formular una cierta con­
cepción de éste. Un sistem a mundial es un sistema social, un
sistema que p o see lím ites, estructuras, grupos, miembros, re­
glas de legitim ación, y coherencia. Su vida resulta de las fuerzas
conflictivas que lo m an tien en unido por tensión y lo desgarran
en la medida en que cada uno de los grupos busca eternamente
remodelarlo para su b en eficio. Tiene las características de un
organismo, en cu a n to a que tiene un tiempo de vida durante el
cual sus características cam bian en algunos aspectos y permane­
cen estables en o tro s. S e puede definir sus estructuras como
fuertes o débiles en m o m en to s diferentes en términos de la
lógica interna de su fun cion am ien to.
Lo que caracteriza a un sistem a social, desde mi punto de
fista, es el hecho de q u e la vida en su seno está en gran medida
490 Im m a n u e l Wallerstein

a u to in c lu id a , y q u e la d in á m ica d e su desarrollo es en gran


m ed id a in tern a. El le cto r p u ed e p en sa r que la utilización de
la ex p r e sió n «en gran m ed id a» es un ejem p lo de ambigüedad
a ca d ém ic a . A dm ito que n o p u ed o cu an tificar. Probablemente
n a d ie p u ed a h acerlo ja m á s, d ad o q u e la definición está basada
en una h ip ó tesis co n tra fá ctica : si el siste m a , por cualquier razón,
q u ed a ra a isla d o de to d a s las fu erza s extern as (lo que no ocu­
rre v irtu a lm en te n u n ca), la d e fin ic ió n im p lica que el sistema
co n tin u a ría fu n cio n a n d o su sta n c ia lm e n te de la misma manera.
U na vez m ás, por su p u e sto , es d ifíc il traducir el término sus­
ta n c ia lm e n te en criterio s o p e r a c io n a le s fu ertes. No obstante, la
c u e s tió n es im p o rta n te, y re su lta cla v e para m uchas partes del
a n á lisis em p írico de e ste lib ro. Tal vez d eb iéram os considerar
la id ea de a u to in clu sió n c o m o un a b so lu to teórico, una especie
d e v a cío so cia l, raras v ec es v isib le y aún m ás implausible de
crea r a rtificia lm en te, p ero q u e aun a sí co n stitu y e una asíntota
so c ia lm e n te reel, la d ista n cia a la cu al es m ensurable de alguna
form a.
U tilizan d o tal criterio , se s o s tie n e aq u í que la mayor parte
de las en tid a d es d esc rita s u su a lm e n te co m o sistem as sociales
— «tribus», co m u n id a d es, n a c io n e s-E sta d o — no son, de hecho,
siste m a s to ta les. Por el co n tra rio , de h ech o argumentamos que
los ú n ico s siste m a s so c ia le s rea les so n , p or una parte, las eco­
n om ía s rela tiv a m en te p eq u eñ a s, a lta m e n te autónom as, de sub­
siste n c ia , q ue n o fo rm en p a rte d e n in g ú n sistem a que exija
trib u to regular; y, p o r otra p a rte, lo s siste m a s mundiales. Es
p reciso , sin duda, d istin g u ir a e s to s ú ltim o s de los primeros,
p orq u e son rela tiv a m en te gran d es; es d ecir, constituyen, en len­
gu aje fam iliar, v erd a d ero s « m u n d o s» . M ás precisamente, no
o b sta n te, quedan d e fin id o s p o r e l h e c h o de que su autoinclusión
co m o en tid a d es e c o n ó m ic o -m a te r ia le s e stá basada en una divi­
sión ex ten siv a del tra b a jo , y d e q u e c o n tien en en su seno una
m u ltip licid a d de cu ltu ra s.
M ás aún, se so stie n e a q u í q u e h a sta el m om ento sólo han
ex istid o dos v a ried a d es de ta les s is te m a s m undiales: imperios-
m u n d o, en lo s q ue e x iste un ú n ic o sis te m a p olítico sobre la
m ayor parte del área, p o r m á s a ten u a d o q u e pueda estar su
co n tro l efec tiv o , y a q u e llo s s is te m a s en lo s que tal sistema
p o lític o ú n ico no e x iste so b r e to d a o v irtu a lm en te toda su ex­
ten sió n . Por co n v en ien cia , y a fa lta de un térm in o mejor, uti­
liza m o s el térm in o « eco n o m ía -m u n d o » para definir a estos
ú ltim o s.
F in alm en te, h em o s a rg u m en ta d o q u e a n te s de la era moderna
las eco n o m ía s-m u n d o eran e s tr u c tu r a s a lta m e n te inestables, que
Repaso t e ó r i c o 491

tendían a con vertirse en im perios o a desintegrarse. La peculia­


ridad del sistem a m undial moderno es que una economía-mundo
haya sobrevivido durante quinientos años y que aún no haya
llegado a transform arse en un imperio-mundo, peculiaridad que
es el secreto de su fortaleza.
Esta peculiaridad es el aspecto político de la forma de orga­
nización econ óm ica llam ada capitalismo. El capitalismo ha sido
capaz de florecer precisam ente porque la economía-mundo con­
tenía dentro de su s lím ites no uno, sino múltiples sistemas po­
líticos.
No estoy d efen d ien d o aquí el clásico argumento de la ideo­
logía capitalista según el cual el capitalismo es un sistema ba­
sado en la no in terferen cia del Estado en los asuntos económicos.
Todo lo con trario. El capitalism o se basa en la constante
absorción de las pérdidas económicas por las entidades políti­
cas, m ientras que las ganancias económicas se distribuyen entre
manos «privadas». Lo que defiendo en vez de eso es que el
capitalismo co m o m odo económ ico se basa en el hecho de que
los factores eco n ó m ico s operan en el seno de una arena mayor
de lo que cu a lq u ier entidad política puede controlar totalmente.
Esto les da a los cap italistas una libertad de maniobra que tiene
una base estru ctu ra l. Ha hecho posible la expansión económica
constante del sistem a m undial, aunque con una distribución
muy desigual de su s frutos. El único sistema mundial alternati­
vo que podría m anten er un alto nivel de productividad y cam­
biar el sistem a de distribución supondría la reintegración de
los niveles de d ecisió n políticos y económicos. Esto constituiría
una tercera form a posib le de sistema mundial, un gobierno
mundial so cia lista . E sta no es una forma que exista en el pre­
sente, y no era rem otam en te concebible siquiera en el siglo xvi.
Las razones h istó rica s de que la economía-mundo europea
apareciera en el sig lo xvi y resistiera a los intentos de transfor­
marla en un im p erio han sido expuestas largamente. No las
repasaremos aquí. S e debe destacar, no obstante, que las dimen­
siones de u n a econom ía-m undo son función del estado de la
tecnología, y en particular de las posibilidades de transporte
y com unicación d en tro de sus límites. Dado que esto es algo
sometido a ca m b io s constantes, no siempre favorables, los lími­
tes de una econom ía-m u n do son siempre fluidos.
Hemos d efin id o un sistem a mundial como un sistema en el
que existe una d ivisión extensiva del trabajo. Esta división no
es m eram ente fu n cion al —es decir, ocupacional—, sino geo­
gráfica. E s d ecir, la gam a de tareas económicas no está distri­
buida u n ifo rm em en te a lo largo y lo ancho del sistema mundial.
492 Im m a n u e l Wallersíein

E n p a rte e s to es c o n se cu en cia de co n sid era cio n es ecológicas,


sin dud a. P ero en su m a y o r p a rte es fu n ció n de la organización
so c ia l d el trab ajo, q ue m a g n ifica y leg itim a la capacidad de
c ie r to s g ru p o s d en tro d el sis te m a d e ex p lotar el trabajo de
o tr o s, es d ecir, de recib ir una p arte m a yor del excedente.
M ien tra s que en un im p e rio la estr u c tu ra política tiende a
ligar la cu ltu ra con la o cu p a ció n , en una economía-mundo la
e str u c tu r a p o lítica tien d e a ligar la cu ltu ra con la localización
e sp a c ia l. La razón es q ue en una econ om ía-m u n d o el primer
p u n to de p resión p o lítica a c c e sib le a lo s gru p os es la estructura
lo c a l (n a cio n a l) del E stad o. La h o m o g e n e iza c ió n cultural tiende
a se rv ir lo s in tereses de g ru p o s cla v e, y las p resion es se ensam­
b la n para crear id en tid a d es cu ltu ra l-n a cio n a les.
E ste es p a rticu la rm en te el c a so en las áreas favorecidas de
la eco n o m ía -m u n d o , lo q ue h em o s lla m a d o E sta d o s del centro.
E n ta les E sta d o s, la crea ció n d e un fu erte aparato de Estado
u n id o a una cu ltu ra n a cio n a l, fe n ó m e n o a m en u d o llamado in­
teg ra ció n , sirve co m o m e c a n ism o para p ro teg er las disparidades
su rg id a s en el sen o del siste m a m u n d ia l y co m o máscara ideo­
ló g ica ju stifica d o ra del m a n te n im ie n to de tales disparidades.
Las eco n o m ía s-m u n d o está n d iv id id a s, p u es, en Estados del
cen tro y áreas p eriférica s. N o d ig o Estados periféricos porque
u n a ca ra cterística de las área s p e r ifé r ic a s es que el Estado indí­
gen a es déb il, o sc ila n d o en tre la n o e x iste n c ia (e s decir, una
situ a ció n co lo n ia l) y la e x iste n c ia co n un e sc a so grado de auto­
n om ía (es decir, una situ a ció n n e o c o lo n ia l).
E x isten ta m b ién á reas se m ip e r ifé r ic a s q u e están entre el cen­
tro y la p eriferia en una se rie de d im e n sio n e s, tales como la
co m p lejid a d de las a ctiv id a d es e c o n ó m ic a s, la fuerza del apara­
to de E sta d o , la in teg rid a d cu ltu r a l, etc. A lgunas de estas áreas
eran áreas ce n tra les en v e r sio n e s a n te r io r e s de una cierta eco­
n om ía-m u n d o. O tras era n á reas p e r ifé r ic a s, prom ocionadas más
a d elan te, p or así d ecirlo , c o m o r e su lta d o de la geopolítica cam­
b ia n te de una eco n o m ía -m u n d o en ex p a n sió n .
La sem ip eriferia , n o o b sta n te , n o es un a rtificio de puntos
de co rte e s ta d ístic o s , ni ta m p o c o una ca teg o ría residual. La
se m ip er iferia es un e le m e n to e str u c tu r a l n ece sa rio en una eco­
n om ía-m un do. E sta s áreas ju eg a n un p a p el p aralelo al represen­
tado, mutatis mutandis, p o r lo s g ru p o s co m er cia n tes interme­
d ios en un im p erio . S o n p u n to s d e /r e c o p ila c ió n de cualificacio-
n es v ita les, a m en u d o p o lític a m e n te im p o p u la re s. Estas áreas
in term ed ia s (c o m o lo s g ru p o s in te r m e d io s en un im perio) des­
vían p a rcia lm e n te las p r e sio n e s p o lític a s q u e lo s grupos locali­
zad os p rim a ria m en te en la s á rea s p e r ifé r ic a s podrían en otro
Repaso t e ó r i c o 493

caso dirigir con tra los Estados del centro y los grupos que ope­
ran en el sen o y a través de sus aparatos de Estado. Por otra
parte, los in tereses localizados primariamente en la semiperife-
ria se hallan en el exterior de la arena política de los Estados
del centro, y en cu en tran difícil perseguir sus fines a través de
coaliciones p o lítica s que podrían estar abiertas para ellos si
estuvieran en la m ism a arena política.
La división de una economía-mundo supone una jerarquía de
tareas ocu p acion ales en la cual las tareas que requieren mayores
niveles de cu a lifica ció n y una mayor capitalización quedan re­
servadas para las áreas de mayor rango. Dado que una econo­
mía-mundo ca p ita lista recom pensa esencialmente el capital acu­
mulado, in clu y en d o el capital humano, en mayor medida que la
fuerza de trab ajo «en crudo», la mala distribución geográfica
de estas cu a lific a cio n es ocupacionales posee una fuerte tenden­
cia hacia su au tom an ten im ien to. Las fuerzas del mercado la
refuerzan en vez de m inarla. Y la ausencia de un mecanismo
político central en la economía-mundo hace muy difícil la intro­
ducción de fu erza s cap aces de contrarrestar la mala distribu­
ción de los b e n e fic io s.
Por lo tan to, el p ro ceso en marcha en una economía-mundo
tiende a a u m en ta r las distancias económicas y sociales entre
sus distintas á rea s en el m ism o proceso de su desarrollo. Un
factor que tien d e a enm ascarar este hecho es que el proceso
de desarrollo d e una economía-mundo trae consigo adelantos
tecnológicos q u e h a cen p osible la expansión de sus márgenes,
j En este caso, re g io n es particulares del mundo pueden cambiar
su papel estr u c tu ra l en la economía-mundo en beneficio propio,
a pesar de q u e sim u ltá n eam en te puede seguir aumentando la
disparidad de b e n e fic io s entre los diferentes sectores de la
economía-mundo en su conjunto. Para observar este fenómeno
crucial cla ra m en te h em o s insistido en la distinción entre el
área periférica de u na econom ía-m undo dada y la arena externa
de dicha eco n o m ía -m u n d o . La arena externa de un siglo se con-
! vierte a m en u d o en la periferia —o semiperiferia-— del siguien-
te. Pero ta m b ién , p o r otra parte, los Estados del centro pueden
¡ convertirse en se m ip e r ifé r ic o s y los semiperiféricos en peri­
féricos.
Mientras q u e la s v en ta ja s de los Estados del centro no han
dejado de a u m e n ta r a lo largo de la historia del sistema mun­
dial m oderno, la ca p a cid a d de un Estado en particular para
permanecer en e l se c to r del centro no está libre de amenazas.
Los galgos an d a n sie m p r e a la carrera en pos de la liebre persi­
guiendo el p r im e r p u e sto . D e hecho, bien podría ocurrir qué en
494 Im m a n u e l Wallerstein

e s te tip o de siste m a no fu era p o sib le estructuralm ente evitar,


a lo la rg o de un ex ten so p erío d o de tiem p o h istórico, una circu­
la c ió n de las é lite s, en el se n tid o de q u e el país particular pre­
d o m in a n te en un m o m e n to d ado tien d e a ser reemplazado más
p r o n to o m ás tarde por o tro p aís.
H e m o s in sistid o en q ue la m o d ern a econom ía-m undo es, y
s ó lo p u ed e ser, una eco n o m ía -m u n d o ca p ita lista . Por esta razón
h e m o s rech azad o la d en o m in a ció n d e «feu dalism o» para las di­
v e r sa s fo rm a s de a g ricu ltu ra c a p ita lista b asad as en el trabajo
o b lig a d o q ue surgen en una eco n o m ía -m u n d o . Más aún, aunque
e s to n o se haya d isc u tid o en e s te v o lu m en , por esta misma
razón o b serv a rem o s con gran reserv a y p ru d en cia en futuros vo­
lú m e n e s la a firm a ció n de q u e e x iste n en el siglo xx economías
n a c io n a le s so c ia lista s en el m a rco de la econom ía-m undo (por
o p o sic ió n a m o v im ien to s s o c ia lista s q u e con trolan ciertos apa­
ra to s de E sta d o en el se n o de la eco n o m ía -m u n d o ).
S i lo s siste m a s m u n d ia les so n lo s ú n ic o s auténticos siste­
m as so c ia les (fu era de las e c o n o m ía s d e su b sisten cia verdadera­
m en te a isla d a s), e s to im p lica q u e la em erg en cia , la consolida­
ción , y lo s p ap eles p o lític o s de las c la se s y los grupos de estatus
d eb en estu d ia rse co m o e le m e n to s de e s te siste m a mundial Y a
su vez se sig u e q ue u n o de lo s e le m e n to s cla v e para analizar una
c la se o un grupo de e sta tu s n o es só lo el esta d o de su autocon-
cien cia , sin o la a m p litu d g eo g r á fica d e su autodefinición.
Las cla ses siem p re ex iste n p o te n c ia lm e n te [an sich]. La cues­
tión es b ajo q u é c o n d ic io n e s a d q u ier en con cien cia de clase
[für sich], es d ecir, b a jo q u é c o n d ic io n e s op eran en las arenas
p o lítico -ec o n ó m ica s co m o un g ru p o , e in c lu so en cierta medida
co m o una en tid a d cu ltu ra l. Tal a u to c o n c ie n c ia es función de las
situ a c io n e s de c o n flic to . P ero p ara lo s e s tr a to s superiores el
c o n flic to a b ierto y, p o r ta n to , la c o n c ie n c ia clara, siempre son
faute de mieux. E n la m ed id a en q u e lo s lím ite s de clase no
se hagan e x p líc ito s, en e sa m e d id a se rá m á s probable que se
m an ten g a n lo s p riv ileg io s.
D ado q u e en las s itu a c io n e s c o n flic tiv a s las m últiples frac­
c io n e s tien d en a r e d u cirse a d o s en v ir tu d de la formación de
alian zas, es p or d e fin ic ió n im p o s ib le te n e r tres o más clases
(c o n sc ie n te s ). E s o b v io q u e p u e d e e x is tir u na m ultitud de gru­
p o s de in te r e se s o c u p a c io n a le s q u e p u ed en organizarse para
actu a r en el sen o d e la e str u c tu r a so c ia l. P ero tales grupos son
en realid ad u na va ried a d d e lo s g ru p o s d e e sta tu s y de hecho
a m en u d o se so la p a n co n o tr o s tip o s d e g ru p o s de estatus, tales
co m o lo s d efin id o s p o r c r ite r io s é tn ic o s , lin g ü ístico s o reli­
g io so s.
Repaso t e ó r i c o 495

Decir que no puede haber tres o más clases no significa, no


obstante, que siem p re haya dos. Puede no haber ninguna, aun­
que esto es raro y transitorio. Puede haber una, y esto es lo
más com ún. P uede haber dos, y esto es de lo más explosivo.
Decimos que puede haber una sola clase, aunque hemos
dicho tam bién que las clases sólo existen de hecho en situa­
ciones de co n flicto , y los conflictos presuponen dos partes. No
existe con trad icción ninguna en ello, dado que un conflicto
puede darse en tre una clase, que se concibe a sí misma como
la clase u n iversal, y todos los otros estratos. Esta ha sido, de
hecho, la situ a ció n habitual en el sistema mundial moderno.
La clase ca p ita lista (la burguesía) ha afirmado ser la clase
universal y p reten d id o organizar la vida política para alcanzar
sus objetivos con tra dos oponentes. Por una parte estaban
quienes hablaban a favor del mantenimiento de las tradicionales
distinciones de rango, a pesar de que estos rangos pudieran
haber perdido su correlación original con la función económica.
Tales elem en to s preferían definir la estructura social como una
estructura sin cla ses. Fue para contrarrestar esta ideología para
lo que la b u rg u esía llegó a actuar como una clase consciente
de sí m ism a.
Pero la b u rg u esía tenía otro oponente, los trabajadores. Siem­
pre que lo s trabajadores tomaban conciencia de sí mismos
como clase, lo q ue no era demasiado frecuente en el siglo xvi,
definían la situ a ció n com o una situación polarizada en dos
clases. En ta les circunstancias la burguesía se encontraba con
un profundo d ilem a táctico. En la medida en que mantenían
su propia co n cien cia de cíase, instigaban con este hecho la
conciencia de cla se de los trabajadores, y se arriesgaban, por
tanto, a m in ar su propia posición política. En la medida en que
para resolver e s te problem a ponían sordina a su conciencia de
clase, se arriesgab an a debilitar su posición frente a los poseedo­
res del alto ran go tradicional.
El p roceso de cristalización de la conciencia de clase de una
burguesía, q u e se con sid era una clase universal que extrae sus
miembros de to d o s los rangos sociales, ha quedado ilustrado
por nuestra d isc u sió n de la emergencia de la gentry como ca­
tegoría so cia l en la Inglaterra de los Tudor o del ascenso de los
burgueses [ burghers] en el norte de los Países Bajos. Una de
las form as en q u e apoyaban su afirmación de ser una clase
universal era m ed ia n te el desarrollo de un sentimiento nacional,
que daba un b a rn iz cu ltural a su afirmación.
El p ro fu n d o d ilem a de una burguesía amenazada con la in­
surrección p o r la izquierda, por así decirlo, y que temía una
496 Im m a n u e l Wallerstein

alia n za en tre su s d o s gru p o s o p o n e n te s, b ajo la forma de exi­


g e n c ia s reg io n a lista s, ha q u ed a d o ilu stra d a en nuestras discu­
s io n e s so b re la Francia del «segu n d o» sig lo xvi. La burguesía
o p tó a llí por una retirad a tem p o ra l. Tal vez no tenían ninguna
o tra a ltern a tiv a viab le. P ero e sta retirad a había de tener con­
s e c u e n c ia s a largo plazo en el p o ste r io r radicalism o social de la
re v o lu ció n fran cesa (p o r m o m e n tá n e o q u e fuera) y en el retraso
a largo plazo del d esa rro llo e c o n ó m ic o de Francia con respecto
a In g la terra .
N u e str o s ejem p lo s a q u í so n de b u rg u esía s que tomaron con­
c ie n c ia , p ero d en tro de lo s lím ite s de una nación-Estado. Cla­
ra m en te ésta no era la ú n ica p o sib ilid a d . Podían haber tomado
c o n c ie n c ia de sí m ism a s co m o una cla se m undial. Y muchos
g ru p o s p resion aron por lograr tal d efin ició n . Por una parte es­
taban las d iversas co m u n id a d es de banqueros-com erciantes in­
tern a cio n a les. Por otra p a rte e sta b a n lo s m uchos grupos de
cu ltiv a d o res ca p ita lista s de las á rea s p eriférica s.
En el ap ogeo de C arlos V eran m u c h o s q u ien es en los Países
B a jo s, en el su r de A lem an ia, en el n o rte de Italia y en otros
lu gares, ligaban su s esp era n za s a la s a sp ira cio n es imperiales de
lo s H ab sb urgo (a lg u n o s m a n te n ie n d o al m ism o tiempo y pru­
d en tem en te un pie a la p u erta d e lo s V alois). Si bien estos
gru p os segu ían sien d o un e str a to so c ia l y no form aban aún una
cla se co n sc ien te , se m o v ía n en esa d ire cció n , y parecía ser sola­
m en te cu e stió n de tiem p o . P ero co n el fra ca so del imperio las
b u rg u esía s de E uropa se d iero n c u e n ta de que su futuro social
y e c o n ó m ic o esta b a lig a d o a lo s E sta d o s del centro. Y aquellos
que, en virtu d de su s a filia c io n e s étn ico -relig io sa s, podían diri­
girse al E sta d o n a cio n a l co m o a ren a d e a ctu a ció n política, así
lo h icieron .
En cu a n to a los c u ltiv a d o r e s c a p ita lis ta s de la periferia, se
h u b ieran co n sid era d o co n gran p la ce r p a rte de una gentry in­
tern acion al. S a crifica ro n de b u en a gan a la s raíces culturales
lo c a les a ca m b io de la p a r tic ip a c ió n en cu ltu ra s «mundiales».
Pero para c o n stitu ir una c la se in te rn a cio n a l necesitaban la
co o p era ció n de los e str a to s c a p ita lista s de lo s E stados del cen­
tro, y ésta no se p rod u ciría. D e m o d o q u e progresivam ente estos
cu ltiv a d o res ca p ita lista s p e r ifé r ic o s se co n v irtiero n en los anti­
cu a d o s y a lta n ero s h a c e n d e r o s h isp a n o a m e r ic a n o s o nobles de
la E u rop a o rien ta l de sig lo s p o s te r io r e s , retroced ien d o de una
p o ten cia l co n cien cia de c la se in te r n a c io n a l h acia una solidaridad
local de e sta tu s, lo cu al era p e r fe c ta m e n te ú til para los intereses
de las b u rg u esía s e u ro p ea s o c c id e n ta le s.
Repaso t e ó r i c o 497

La con centración geográfica de actividades económicas par­


ticulares co n stitu y e una presión continuada para la formación
de grupos de esta tu s. Cuando los estratos dominantes locales
se ven am en azad os por cualquier conciencia de clase incipiente
de los estra to s in feriores, hacer hincapié en la cultura local es
muy útil para desviar los conflictos locales internos, creando
en su lugar solidaridad local contra el exterior. Si, por añadi­
dura, estos estr a to s dom inantes (ocales se sienten oprimidos
por estratos su p erio res del sistema mundial, se ven doblemente
motivados para perseguir la creación de una identidad local.
Evidentem ente, no se construye una identidad a partir de la
nada. Se co n stru y e sobre lo que se encuentra, en términos de
lenguaje, religión , y estilos de vida distintivos. No obstante, re­
sulta bastante claro que la homogeneidad y la pasión lingüís­
ticas y relig io sa s (y, a fortiori, la devoción por estilos de vida
distintos) son crea cio n es sociales que no pueden ser justificadas
por sim ple con tin u id ad de tradiciones eternas. Son creaciones
sociales forjad as con dificultad en tiempos difíciles.
El siglo xvi fue un tiem po difícil en gran parte de Europa.
Fue, por su p u esto , la época de la Reforma y de la Contrarre­
forma; fue una ép o ca de grandes guerras de religión civiles. Fue
una era de «p artid os» religiosos internacionales. Pero al final,
cuando el p o lv o se asentó, todos los trastornos religiosos resul­
taron en un esq u em a de relativa homogeneidad religiosa de las
diversas en tid a d es políticas, en el marco de un laissez-faire in­
ternacional: cuis regio eius religio.
Hemos in ten ta d o indicar en nuestra discusión de los diversos
■ desarrollos e s p e c ífic o s por qué diversas formas de protestan­
tismo acabaron sien d o la religión de los Estados del centro
(excepto F rancia, y tam bién el porqué de esta excepción) y el
catolicismo la religión de la periferia y de la semiperiferia.
Nos hem os m o stra d o escépticos acerca de la posibilidad de
que las d o ctrin a s de las diversas teologías tuvieran gran cosa
que ver con e sto , aunque podrían haber facilitado la labor. Más
bien las d o ctrin a s de estas teologías, tal y como evolucionaron
en la práctica p o r op osición a su concepción original, reflejaron
y sirvieron para m an ten er los papeles de las diversas áreas en
el sistema m u n d ia l.
Se dice a m en u d o que Carlos V perdió una gran oportuni­
dad de crear un E sta d o alemán protestante unido intentando
mantenerse c o m o árb itro de la división religiosa en vez de optar
por un papel d e p rotagonista. Pero una crítica tal olvida el hecho
de que C arlos V preten d ía crear un imperio-mundo, no un
Estado del ce n tro en el seno de una economía-mundo. Los im-
498 Im m a n u e l Waller stein

p e d o s se d esa rro lla n e sp lé n d id a m e n te so b re m últiples religio­


n e s q u e re fleja n m ú ltip le s p a p e les, p o co s de los cuales están
c o n c e n tr a d o s d en tro de fro n te ra s p o lítica s específicas. La ho­
m o g e n e id a d n acion al en el se n o d e una heterogeneidad interna­
c io n a l e s la fó rm u la de u n a eco n o m ía -m u n d o .
Al m en o s é sta es la fó rm u la en los sim p les comienzos. Los
E s ta d o s del cen tro, a ca u sa de su co m p le ja división interna del
tra b a jo , em p ieza n a refleja r el e sq u em a del sistem a en su con­
ju n to . En e l sig lo x v i In g la terra ya esta b a m oviéndose en la
d ire cció n de co n v ertirse en G ran B reta ñ a , que tendría una ho­
m o g en eid a d regional d en tro d e una rela tiv a heterogeneidad para
la n ació n co m o un todo.
La relig ió n no tien e p or q u é ser la ca ra cterística cultural de-
fin ito r ia de lo s p rin cip a les g ru p o s de esta tu s; puede utilizarse
e l len g u a je. De h ech o, el len g u a je em p ezó a jugar tal papel en
el sig lo x v i, y su im p o rta n cia se iría in crem en ta n d o con el paso
d e lo s sig lo s. El re fo r za m ien to re lig io so de la especialización
d e lo s p a p eles en una ec o n o m ía -m u n d o tien e, no obstante, ven­
tajas so b re el refo rza m ien to lin g ü ístic o . In terfiere m enos con el
p ro ce so de c o m u n ic a cio n es q u e se d esa rro lla en el seno de la
econ om ía -m u n d o . Y se p resta m en o s (só lo m en os) a los enclaus-
tra m ien to s a isla c io n ista s, a ca u sa d e lo s tem a s universalistas
q ue su b y a cen en las re lig io n e s m u n d ia les.
La eco n o m ía -m u n d o eu ro p ea del sig lo x v i tendía globalmen­
te a ser un siste m a de una so la c la se . E ran las fuerzas dinámicas
q ue se b en eficia b a n de la ex p a n sió n e c o n ó m ic a y el sistema
ca p ita lista , e sp e c ia lm e n te en las área s d el cen tro, los que ten­
dían a ten er co n cien cia d e c la se, es d ecir, a operar en el seno
de la arena p o lítica co m o g ru p o d e fin id o prim ariam ente por su
p ap el co m ú n en la e c o n o m ía . E ste p a p el co m ú n estaba definido,
de h ech o , un ta n to a g ra n d es ra sg o s d esd e una perspectiva del
sig lo xx. In clu ía a p e rso n a s q u e eran g ra n jero s, mercaderes e
in d u stria les. Los em p r e sa r io s in d iv id u a le s p asab an de una a otra
de to d a s e sta s a ctiv id a d es, o la s co m b in a b a n . La distinción cru­
cial era la esta b lec id a en tre e s to s h o m b r e s, cu a lq u iera que fuera
su o cu p a ció n , o rien ta d o s p r in c ip a lm e n te a la o b ten ció n de bene­
fic io s en el m erca d o m u n d ia l, y lo s o tr o s q u e no seguían tal
o rien ta ció n .
Los «otros» re sp o n d ier o n en té r m in o s d e su s privilegios de
e sta tu s: lo s de la a r isto c r a c ia tr a d ic io n a l, lo s q ue lo s pequeños
g ra n jero s habían o b te n id o d el s is te m a feu d a l, lo s resultantes de
m o n o p o lio s g re m ia les ya su p e r a d o s. B a jo la cu b ierta de simili­
tu d es cu ltu r a les, a m en u d o se p u e d e n c o n so lid a r extrañas alian­
zas. E sta s a lian zas ex tra ñ a s p u e d e n to m a r u n a form a muy activa
Repaso t e ó r i c o 499

y obligar a lo s cen tros políticos a tenerlas en cuenta. Señala-


j mos tales ejem p lo s en nuestra discusión sobre Francia. 0 pue­
den tomar una form a políticamente pasiva, que sirve espléndi­
damente a las n ecesid ades dominantes del sistema mundial. El
triunfo del ca to lic ism o polaco, como fuerza cultural, fue un
caso de este tipo.
Los d etalles del lienzo se completan con la panoplia de múl­
tiples form as de grupos de estatus, con sus particulares fuerzas
y acentos. Pero el gran trazo es en términos del proceso de
formación de cla se. Y en este sentido el siglo xvi no fue decisi-
! vo. Los estra to s cap italistas formaron una clase que sobrevivió
y ganó el droit de cité, pero que no triunfó aún en la arena
política.
La evolución del aparato de Estado refleja precisamente esta
incertidumbre. Los E stados fuertes sirven a los intereses de
algunos gru p os y dañan a los de algunos otros. No obstante,
desde el p u n to de vista del sistema mundial como un todo, si
ha de haber u n a m ultitud de entidades políticas (esto es, si el
sistema no es un imperio-mundo), entonces no puede darse el
caso de que to d a s esta s entidades sean igualmente fuertes. Por­
que si lo fueran estarían en condiciones de bloquear el funcio­
namiento e fe c tiv o de entidades económicas transnacionales cuyo
centro estu v iera en otro Estado. Se seguiría de esto entonces
que la d ivisión m undial del trabajo se vería impedida, la eco-
I nomía-mundo d eclinaría, y eventualmente el sistema mundial se
haría pedazos.
Tampoco p u ed e darse el caso de que ningún aparato de
i Estado sea fu erte. Porque, en tal caso, los estratos capitalistas
carecerían de m eca n ism o alguno para proteger sus intereses,
garantizar su s d erech o s de propiedad, asegurar diversos mo­
nopolios, d istrib u ir las pérdidas entre el conjunto de la po-
, blación, etc.
Esto im p lica en to n ces que la economía-mundo desarrolla
i un esquem a en el que las estructuras del Estado son relativa­
mente fu ertes en las áreas del centro y relativamente débiles en
I la periferia. Q ué áreas juegan los distintos papeles es en muchos
aspectos c u e stió n de accidente. Lo que es necesario es que en
¡ algunas áreas el aparato de Estado sea mucho más fuerte que
en otras.
¿Qué q u e rem o s decir con un aparato de Estado fuerte? Que­
remos d ecir fu e rte frente a otros Estados en el seno de la
economía-mundo, incluyendo otros Estados del centro, y fuerte
• frente a las u n id a d es políticas locales dentro de las fronteras
del Estado. E n efec to , nos referimos a una soberanía de jacto
500 Im m a n u e l Wallerstein

ta n to c o m o de jure. T am b ién n os re fe rim o s a un Estado que sea


fu e r te fren te a cu a lq u ier g ru p o so cia l p articu lar en el seno del
E sta d o . O b v iam en te ta les g ru p o s varían en cu an to a la cantidad
d e p resió n q ue p u ed en eje r c e r so b re el E stad o. Y obviamente
c ie r ta s co m b in a c io n es de e s to s g ru p o s co n tro la n el Estado. El
E s ta d o no es un árb itro n eu tral. P ero el E stad o es más que un
s im p le v ec to r de fu erzas d a d a s, a u n q u e só lo sea porque mu­
c h a s d e e sta s fu erzas está n situ a d a s en m á s de un Estado, o se
d e fin e n en térm in o s que tien en p oca co rrela ció n con los límites
d el E sta d o .
Un E sta d o fu erte es e n to n c e s una en tid a d parcialm ente autó­
n o m a , en el se n tid o de q u e tien e a su a lca n ce un margen de
a cc ió n q ue refleja los c o m p r o m iso s de m ú ltip les intereses, in­
c lu s o si e sto s m á rgen es tien en u n o s lím ite s determ inados por
la ex iste n c ia de a lg u n o s g ru p o s de fu erza prim ordial. Para que
e x ista una en tidad p a rcia lm e n te a u tó n o m a tien e que haber un
gru p o de g en tes cu y o s in te r e se s d ir e c to s se vean servidos por
tal en tid ad : a d m in istra d o res del E sta d o y burocracia de Estado.
T ales gru p os em erg en en el m a rco de una economía-mundo
ca p ita lista p orq u e el E sta d o fu erte es la m ejo r opción entre al­
tern a tiv a s d ifíciles para los d o s g ru p o s m ás fu ertes en términos
p o lític o s, e c o n ó m ic o s y m ilita res: el e str a to capitalista emer­
g en te y las viejas jera rq u ía s a r isto c r á tic a s.
Para el p rim ero, el E sta d o fu erte en la form a de las «mo­
n arq uías a b so lu ta s» era un c lie n te m a g n ífic o , un guardián contra
el b an d id aje local e in tern a cio n a l, un m o d o de legitimación
so cia l, una p ro tecció n p rev en tiv a co n tra la creación de fuertes
barreras e sta ta le s en o tr o s lu gares. Para las segun das, el Estado
fu erte rep resen tab a un fren o para e s to s m ism o s estratos capi­
ta lista s, un a p oyo de las c o n v e n c io n e s de e sta tu s, un mantenedor
del ord en , un p ro m o to r del lu jo.
Sin duda, tanto lo s n o b les co m o lo s b u r g u e ses consideraban
lo s ap aratos de E sta d o co m o un o n e r o s o su m id ero de fondos,
una b u rocracia en tro m etid a e im p ro d u ctiv a . Pero ¿qué opcio­
n es tenían? N o o b sta n te , sie m p re p erm a n eciero n reacios, y la
p o lítica in m ed ia ta d el siste m a m u n d ial se c o n stitu ía de los tiras
y a flo ja s re su lta n tes del e sfu e r z o de a m b o s g ru p o s por aislarse
de lo que e llo s veían co m o e fe c to s n e g a tiv o s del aparato de
E stad o.
Un ap arato de E sta d o su p o n e un m e c a n ism o basculante.
E x iste un p u n to en q ue la fu erza crea m á s fuerza. Los ingresos
fisc a le s ca p a cita n al E sta d o para ten er u n a burocracia civil y
u n e jé r c ito m ás n u m e r o so s y e fic ie n te s , lo q ue a su vez lleva
a o b te n e r m a y o res in g r e so s fisc a le s: un p r o c e so que continúa
Repaso t e ó r i c o 501

en espiral. El m ecan ism o basculante funciona también en el


! sentido op uesto: la debilidad conduce a una mayor debilidad.
Entre estos d os p u n tos de oscilación yace la política de creación
del Estado. Es en esta arena donde las habilidades de los gru­
pos dirigentes su p on en una diferencia. Y la existencia de estos
dos m ecanism os basculantes explica que en ciertos momentos
una pequeña d istan cia en el sistema mundial pueda convertir­
se con gran rapidez en una distancia muy grande.
En aq uellos E stad os en los que el aparato de Estado es
débil, los ad m in istrad ores del Estado no juegan el papel de
! coordinar un co m p lejo m ecanism o industrial-comercial-agrícola.
! Más bien se con vierten simplemente en un grupo de terrate­
nientes entre los o tro s, con poco derecho a afirmar su legítima
autoridad sob re la totalidad.
Estos tien den a ser llamados dirigentes tradicionales. La
lucha política se expresa a menudo en términos de tradición
frente a cam bio. E sta es, por supuesto, una terminología tosca-
i mente equívoca e ideológica. Puede aceptarse de hecho, como un
principio so c io ló g ic o general, que en cualquier momento dado,
lo que se co n sid era tradicional tiene un origen más reciente
que el que n o rm a lm en te se le atribuye, y representa primaria-
¡' mente los in stin to s conservadores de algún grupo amenazado
por la caída de su esta tu s social. De hecho, no parece haber nada
i que aparezca tan rápidam ente como una «tradición» cuando
surge necesidad de ella.
En un siste m a de una sola clase, lo «tradicional» es aquello
en cuyo n om bre lo s «otros» combaten al grupo'con conciencia
de clase. Si p u ed en incrustar sus valores legitimándolos am­
pliamente, o, m ejo r incluso, incorporándolos a las barreras le­
gislativas, ca m b ia n así el sistem a de manera favorable para
ellos.
Los tra d icio n a lista s pueden triunfar en algunos Estados, pero
si una econ om ía-m u n d o debe sobrevivir, tienen que perder más
o menos en los o tro s. Más aún, la ganancia en una región es la
contrapartida de la pérdida en otra.
Esto no es ex a cta m en te un juego de compensaciones, pero
también resu lta in con ceb ib le que todos los elementos de una
economía-mundo ca p ita lista cambien de valores simultáneamen­
te y en una d irecció n determinada. El sistema social está cons-
í truido sobre la b a se de tener en su seno múltiples sistemas de
j valores que refleja n las funciones específicas que grupos y
áreas juegan en la d ivisión mundial del trabajo.
No h em os a g o ta d o aquí los problemas teóricos relaciona*
i dos con el fu n cio n a m ien to de una economía-mundo. Hemos
502 I m m a n u e l Wallerstein

in te n ta d o h a b la r só lo de lo s q u e se p o n en de relieve en el pe-
r ío d o in icia l de crea ció n de la econ om ía-m u n d o, a saber, la
E u ro p a d el sig lo xvi. En eta p a s p o ste r io r e s surgen muchos otros
p r o b le m a s q u e serán tra ta d o s ta n to em p írica com o teóricamente
en v o lú m e n e s p o ste rio r es.
E n el sig lo x v i E u rop a era co m o un ca b a llo sin domar. No
era fá cil el esfu er zo de a lg u n o s g ru p o s p o r estab lecer una eco­
n o m ía -m u n d o b asada en una p a rticu la r d iv isió n del trabajo, por
cr ea r E sta d o s n a cio n a les en las áreas d el cen tro , com o garantes
p o lític o -e c o n ó m ic o s de e s te siste m a , y por con seguir que los
tr a b a ja d o r e s pagaran no só lo las g a n a n cia s, sin o los costos de
m a n te n im ie n to del siste m a . S e le d eb e reco n o cer a Europa el
m é r ito de q ue e sto se realizara, ya q u e sin el em puje del si­
g lo x v i el m u n d o m o d ern o no h ab ría n acid o, y, a pesar de
to d a s su s cru eld a d es, es p refer ib le q u e h aya n acid o a que no lo
h u b ier a h ech o.
T a m b ién se le d eb e re co n o ce r a E u ro p a el m érito de que no
fu era fá cil, y p a rticu la rm en te q ue n o fuera fá cil porque la gente
q u e p agó lo s c o s to s a co r to p la zo lev a n tó su voz indignada
a n te tanta in ju sticia . L os c a m p e sin o s y lo s trabajadores de
P olon ia, de In glaterra, de B ra sil y M éxico, se rebelaron todos
a su m anera. C om o d ice R. H. T a w n ey a cerca de los disturbios
agrarios de la In g la terra d el sig lo xvx: «T ales m ovim ientos son
p ru eb a de san gre y n erv io , y de un elev a d o y orgulloso espí­
ritu [ . . . ] Feliz la n a ción cu y o p u e b lo n o ha olvid ad o cómo re­
b elarse» K
La m arca del m u n d o m o d e rn o es la im a g in a ció n de sus be­
n efic ia r io s y su re fu ta ció n p o r lo s o p r im id o s. La explotación y
la n egativa a a cep ta r la e x p lo ta c ió n c o m o in ev ita b le o justa cons­
titu y en la p eren n e a n tin o m ia de la era m o d ern a , unidas en una
d ia léc tica q u e e stá le jo s de a lca n za r su culm inación en el
sig lo xx. 1

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nas 376401.
Im m anuel Wallerstein

Zavala, Silvio, L a encomienda indiana, Madrid, Centro de Estudios


Históricos, 1935.
Zavala, Silvio, New viewpoints on t h e S p a n i s h c o l o n i z a t i o n of A me­
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Zeller, Gaston, «Industry in France before Colbert», en Rondo E. Ca­
meron, comp., E s s a y s i n F r e n c h e c o n o m i c h i s t o r y , Homewood
(Illinois), Irwin, Inc., 1970, pp. 128-139. (Traducido de Revue d’His-
t o i r e E c o n o m i q u e e t S o c i a l e , xxvm, 1950.)
INDICE d e il u s t r a c io n e s

Pdgs.
«Alegoría del comercio», de Jobst Amman (1585-1586) ........... ... VIH
«El saco de Roma por Carlos V*. Ilustración de un libro publicado
hacia 1535. Londres: British Museum .................................. 6
«La caza del zorro», de Das MittelaUerliche Hausbuch (entre 1475
y 1490). Wolfcgg (Schloss), Alemania ................................... 20
«Habiéndose agotado las vetas metálicas, se debió dar trabajo a los
negros en la fabricación de azúcar», de Theodore de Bry (1575).
Nueva York: Rare Books Collection de la New York Public
Library ............................................................................ 92
«El Gran Duque fortifica el puerto de Livorno», de Jacques Callot
(entre 1614 y 1620). París: Bibliothéquc Nationale................... 186
«Lá matanza de los inocentes», de Pieter Breughel, el Viejo (hacia
1565). Viena: Kunsthistorisches Museum ............................ . 232
«Dos mendigos luchando», de Jacques Bcllange (entre 1612 y 1617).
Washington, D. C.: National Gallery of Art, Rosenwald Collection. 318
«La flota (holandesa) frente a Mozambique, y la captura de una ca­
rraca (portuguesa) cerca de Goa», ilustración de un diario (publi­
cado en 1651). Ithaca: Cornell University Library ................. 424
«Richmond Palace», óleo dc David Vinckcnboons (primer
del siglo xvii). Cambridge: Fitzwilliam Museum ......

Las ilustraciones han sido seleccionadas y anotadas con la


de Sally Spector.
El uso de este índice se complica por el hecho de que los mismos térmi-
nos se usaron con frecuencia para designar fenómenos parcialmente dife­
rentes en los sistemas feudal y capitalista. Este retraso de la terminolo­
gía respecto a los cambios institucionales se analiza en el libro, y por ello
es conveniente su lectura antes de utilizar el índice. Como regla general,
hemos intentado separar instituciones distintas bajo encabezados diferen­
tes: por ejemplo, señoríos y fincas (capitalistas).
Otros tres principios generales se han seguido en la preparación de
este índice. No se han incluido períodos de tiempo, como la Edad Media
y el siglo xvi, excepto cuando se refieren a un régimen específico (por
ejemplo, la monarquía Tudor).
Los nombres de pueblos se incluyen bajo el nombre del país correspon­
diente, excepto cuando éste no existe (como en el caso de los eslavos)
o al menos no existía en el período de tiempo analizado (como en el caso
de los turcos).
Cada producto manufacturado puede aparecer bajo cuatro encabeza­
dos: como materia prima, como producto, como industria y como comer­
cio. Por ejemplo: lana; textiles, lana; industrias, textil; pañeros.
INDICE ANALITIC O

Abel, Wilhelm, 36, 63 cercamiento [enclosures], 35-36, 38,


abetos, 64 (véase también madera) 143, 150, 154155, 158, 163-165, 201,
ab legibus solutus, 204 271, 274, 276, 333, 355-364, 397, 419
abogados, 352, 366 (véase también consolidación de las tierras, 364
profesionales) cultivos para el mercado (véase
Abrate, Mario, 22, 128 agricultura, capitalista)
Acapulco, 476 expansión de las áreas cultivadas,
aceite (de oliva), 272, 311 34, 44, 52-54, 59-61, 66-68, 72-73, 80-
Act of Supremacy, 332 (véase tam­ 81, 143-144, 165, 199, 309-310 (véa­
bién Iglesia anglicana) se también Europa, expansión
Adén, 462 de)
golfo de, 462 extensiva, 146
Africa, 9, 11, 45, 69, 87-125, 239, 258, fertilizantes, 355
265, 372, 391, 420, 459, 465, 469 horticultura. 60. 141. 158
costa de (véase Africa, occidental) innovaciones, 60, 74, 133
norte de, 24, 55, 57-59, 66, 168, 237- irrigación, 62, 118
238, 443 labrantío, 31, 39, 50, 142, 149, 151-
occidental, 59-63, 67, 69, 95, 238-239, 155, 158, 164, 271-276, 355, 362, 385,
266, 460-462, 468-471, 482-483 419, 449
oriental, 76, 462-465 mejoras, 60, 133, 135, 273
sudeste de (véase Africa, oriental) mercado de tierra, 335, 339, 349,
Agincourt, 72 352-354
agricultores, 199, 276, 341, 347, 366, pastos (ganaderías), 31, 39, 50, 60.
498 (véase también campesinos; 129, 141-143, 152-158, 163-164. 201,
gentry; terratenientes) 271, 274276, 335, 358, 362, 396
arrendatarios, 120, 146-150, 152, 159- (véase también carne; ganado)
164, 352, 357, 362-363 reagrarización, 214
caballeros [gentlemen], 165, 354 reducción de las áreas cultivadas,
capitalistas, 173, 350, 356, 362-363, 30, 32, 35-36, 49, 52
367-368, 410, 496 (véase también sistemas de rotación, 74, 128, 355
agricultura, capitalista) de subsistencia, 2426, 82, 100, 128,
yeomen, 115, 120-121, 151-152, 155, 321, 349, 419, 439
163-164, 177, 181, 200, 222 251, 271, ahorros externos, 178
337, 341-342, 347, 349-350, 353-359, Alba, duque de, 262, 291, 306
363-364, 419 (véase también gen­ albañiles (véase obreros)
try, labradores) Alburquerque, Alfonso de, 461, 471
agricultura, 49, 137, 140, 143, 151, 154, Alderman Cockayne, proyecto de,
178, 180, 281, 308-310, 312, 429, 434, 391, 393
440, 451, 457 - Alejandría, 480
capitalista, 59, 120, 123-124, 128-129, Alejandro Magno, 82
157-158 169, 187, 201, 213, 216, 221- Alemania, 11, 3436, 46, 49, 54, 66,
222, 224-226, 235, 264-265, 272, 315- 97, 127, 132-133, 135, 139. 168, 172,
316, 335-338, 341, 345, 347, 349-350, 196, 208-209, 214, 217-220, 241, 243-
353, 362-364, 369. 375, 381-382, 387, 244, 246, 250-252, 264265, 280-281.
402, 406, 426, 430-431, 479 (véase 286, 305, 312, 314, 323, 329, 331, 371-
también agricultores; esclavitud; 372, 374, 378. 380, 382, 393, 405, 413,
jornaleros; trabajo, obligado) 440, 455-456, 482, 497
548 Immanuel Wallerstein
este de (véase Alemania, este del 252-255, 258, 265. 269-271, 285, 300,
Elba) 306, 310, 374, 384, 388. 426, 430. 460,
este del Elba, 95, 127, 132-133. 135, 464-465, 469, 474-478, 482-483.
161, 168, 225, 323, 439, 441, 454- «Américas internas» (véase agri­
455 cultura, expansión de las áreas
imperio alemán (véase imperio. cultivadas)
Sacro Imperio Romano Germá­ Centroamérica, 122, 266
nico) descubrimiento de, 212, 239, 258
nordeste de (véase Alemania, este española, 67, 113-114, 125-132, 139-
del Elba) 141, 143*144, 158-159. 171, 178-179.
noroeste de, 38 182, 237, 240, 252, 268-270, 276, 316,
norte de, 52 (véase también 398, 426, 442, 477, 496 (véase tam­
Hansa) bién América, Iberoamérica; An­
oeste de, 133, 332 tillas; Colombia; Cuba; Chile;
principados, 42, 280 Española; Guatemala; México;
sudoeste de, 264 Perú)
sur de, 116, 174. 178, 219, 233, 241, Iberoamérica, 463, 473 (véase tam­
245-247, 250. 263-264, 279, 321, 332, bién America, española; Brasil)
455, 496 (véase también comer­ indios (véase amerindios)
cio, transcontinental; Europa, Latina, 10-11
áreas de antiguo desarrollo) Mesoamérica, 118
Albieri, Vittorio, 198 Norteamérica, 50, 123, 371, 400, 435
alfombras, 27 Sudamérica, 275, 377, 479, 483
Alfonso I, rey del Congo, 479 amerindios, 120, 123-125, 129-132, 139-
Algarve, 62 141, 266, 268-271, 384, 476-477
algodón, 64, 122, 141 (véase también jefes (caciques), 131, 255, 265, 442
industrias, textil; textiles, algodón) Amsterdam, 46. 97, 172 183, 255, 262-
alimentos, 30, 59, 61, 63, 72, 74, 104, 263, 282, 286, 299-306, 310-311, 388.
120, 140, 166, 198-199, 283-284, 322- 391, 482 (véase también Holanda;
323, 355, 400, 414, 455. 470 (véase Países Bajos, norte de los)
también carne; cereales; pescado; Andalucía, 98, 145, 239-240, 259, 269,
productos básicos) 271, 275, 278
calorías. 50, 59, 61, 80 angevinos, 45
escasez de, 30, 35, 50-51, 105, 142, anglicanismo, 332 (véase también
151, 155, 167, 200, 202, 268, 282, cristianismo; protestantismo)
301. 309-311, 415, 449, 460 angloirlandcs, 365
grasas, 50, 61, 134 animales domésticos, 125
productos alimenticios procesa­ Annam, 77
dos, 110 Anteleva, I. G., 431
proteínas, 50, 62, 72, 135 anticlericalismo, 214
alodio (véase tenencia, alodial) Antigüedad, moda de la, 205
alojamientos, 356 Antillas. 95, 122, 130, 371-372, 377
Alpes, 200, 242, 245 antimercantilismo, 429, 455 (véase
alquitrán. 64, 284-285 también economía abierta)
AIsacia, 110 Antioquía, 140
alumbre, 328, 369 antitrinitarismo, 220
Allensbach, 27 añil, 140
ámbar gris, 108 aparcería, 144-151, 161, 375, 408
Amberes, 172-173, 182, 219, 245-250. Apeninos, 200
259-263, 279, 282, 285-286 291. 305- Apulia, 311
306, 321, 326-328, 374, 376, 388, 482 árabes, 55, 275, 307, 461, 464. 468, 479-
(véase también Flandes) 480 (véase también Islam)
América (las Américas), 58, 63, 95. Arabia, 461, 475
120, 125, 165, J81, 212, 217, 220, 245, arados, 30, 74, 355
Indice analítico 549

Arngón, 41, 154. 210. 235. 241. 254 central, 24, 59, 443
273, 275, 277-278, 311 (véase tam­ sudeste de, 465
bién Cataluña) sudoeste de (véase Oriente Pró­
araucanos, 240 (véase también ame­ ximo)
rindios) sur de, 467 (véase también Ceilán;
Araya, península de, 483 India)
arco. 40 asimilación, 206
Ardant, Gabriel, 42-43, 126, 142, 415. Aston, Trevor, 313
444 Astracán, 428
arena exterior, 124, 426, 433, 435, 469, Atlántico
472, 475, 477-478, 493 corrientes oceánicas, 69, 74, 239
arenques, 285, 483 (véase también economía atlántica (véase comer­
pescado) cio, atlántico)
Argel, 46, 311 islas del, 59-62, 66, 69, 95, 122-124,
Arguim. 238 470, 473
aristocracia, 58-59, 87, 132*133, 141, mundo atlántico, 59, 61, 68-69, 72-
145, 157, 168-169, 189, 205, 207-208, 74, 140, 181, 239, 258, 306, 310. 370,
218-220, 221-225, 229. 269, 272, 274, 386, 427, 460, 473 (véase también
276, 283, 287-289, 291, 336-341, 343, comercio, atlántico; economía-
348-349, 366-367, 403-404, 406-408. 410- mundo)
411, 419, 421, 437, 439-441, 444, 447- sur, 462
448, 451-452, 454, 498, 500 (véase Attman, A., 433
también nobleza; señores; terrate­ Augsburgo, 26, 110, 246, 378
nientes) tratado de, 252, 280
deudas de la, 276, 337 (véase tam­ Austria, 135, 241, 280,434 (véase tam­
bién señores, ingresos señoria­ bién Alemania, sur de)
les, caída de los) guerra de Sucesión austríaca, 193
feudal (véase señores) Avalon, península de, 400
Armada Invencible (véase España. Aydelotte, Frank, 360-361
Armada Invencible) Aylmer, G. E., 334
armamentos, 40-41, 301, 431. 468 (véa­ azafrán, 475
se también artillería; ejército; in­ Aznar, Luis, 473
dustrias. equipo y armas milita­ Azores, 62, 425
res; municiones) Azov, mar de, 428
armenios, 219 aztecas, 61, 478
Arnold, Stanislaw, 218 azúcar, 60-62, 120, 122-123. 125, 141,
arrendatarios (véase agricultores, 171-172, 460, 469-470, 474, 476, 482
arrendatarios) ingenios, 122
arriendo (véase tenencia) refinerías, 172, 369
arroz, 80-81 (véase también alimen­
tos)
arte, objetos de, 272, 433 Bacon, sir Francis. 389
artesanos (empresas artesanales), Baehrel, René, 383
26-27. 29-31. 37, 56, 86, 112, 120. 155, Bagú, Sergro, 122, 128, 130
169, 174-175, 199, 212, 214, 262-264. Bahía, 125
271, 288, 296, 314, 320-321, 357, 371, Bakafu (véase Japón)
378-379. 411, 413, 429, 453, 455 Balandier, Georges, 479
artillería, 41, 75, 469 (véase también balanza de pagos (véase dinero, ba­
armamentos; cañones: ejército) lanza de pagos)
aserraderos (véase industrias, ma­ Baleares, islas, 54, 241
dera, productos de la) Báltico, 60. 64. 94, 105. 142. 155-157,
Ashton. Robert, 401 211, 255, 301-302, 304-305, 310-311,
Asia, 10-11, 50. 64, 76, 265. 459-461 323, 326. 385, 391, 394, 400, 414. 429-
463-469, 471, 473-475, 478-479, 481, 430, 435, 441, 446, 448, 455, 457
483, 485 bálticos, 54
550 Immanuel Wallerstein
Balliol College, Oxford, 294 Bindoff, S. T., 285, 308, 326, 371
banca, 150, 173, 209-212, 219, 238, 261, Bishko, Charles Julian, 68
311, 316 (véase también comercian­ Bitton, Davis, 402, 404
tes, comerciantes-banqueros; dine­ Bizancio, 22, 24, 28, 54, 56, 75, 410
ro; Estado, banca; financieros) 459, 472
de depósitos, 171, 305 Blanchard, Ian, 108, 145-146
bancarrota (véase Estado, banca­ Bloch, Marc, 24-25 33, 37, 4042, 65,
rrota) 121-122, 147, 152, 161-163, 165-166,
Banco della Piazza di Rialto, 305 227-228, 257, 328, 335, 385, 404
306 (véase también banca, de Blum, Jerome. 133, 427-428, 431432,
depósitos) 444-446, 448-449, 452, 454
bandes d'ordonnances, 289 (véase Bohemia, 58, 132-133, 241, 280, 428,
también caballería) 433-435, 454, 457 (véase también
bandidos, 86, 200-202, 278, 281, 500 checos)
(véase también piratería) Bolonia, 148
Bannon, John F., 130 Bona, reina de Polonia, 453
banqueros (véase financieros) Borah, Woodrow, 124, 267-269, 477
Barberini, Raffaelo, 458 Borbonesado, 416
Barbour, Violet, 301-304 Borgoña (Francia), 72
Barcelona, 174, 272, 418, 480 Borgoña (Países Bajos) (véase Paí­
barcos (véase transporte, marítimo) ses Bajos)
Bardi-Peruzzi, 210 Boserup, Ester, 30
Barkan, Orner Lutfi, 426, 459 Bosnia, 57
Barley, M. W., 357 bosques, 38-39, 54, 64, 274 360, 399
Baron, Salo W., 208-210, 217 deforestación, 63 (véase también
barones (véase nobleza) madera, hambre de)
Barraclough, Geoffrey, 14, 250, 264, oficios forestales, 360
432 productos forestales, 108, 432, 455
Bastilla, asalto a la, 292 (véase también madera)
batanadoras, 324 (vease también in­ Boston (Lincolnshire), 393-394
dustrias, textil) botín (véase pillaje)
Batho, Gordon, 334, 345-346, 357, 359 Bouwsma, William J., 204, 220, 309
Bauthier, Robert-Henri, 259 Bowden, P. J., 152, 324, 339, 369, 396-
Bearn, 379
bebidas alcohólicas, 61 (véase tam­ 397
bién cerveza; hipocrás; ron; vino) Boxer, C. R.( 70, 72, 78-79, 461, 464-
Becker, Marvin B., 195 465, 469, 476, 479, 484
Bélgica (véase Países Bajos, sur de boyardos, 442-444, 449, 451-452 (véase
los) también señores)
actual, 265 Brabante, 112, 174, 300, 458
Beloff, Max, 191 Brandemburgo, 38, 168, 427, 434, 454
beneficios (véase ganancias) Brasil, 95, 122-124, 130, 387, 425, 469-
Bennett, Μ. K., 61-62 470, 473-476, 478, 482-483, 502 (véa­
bereberes, 238 se también América, Iberoamé­
Beresford, Maurice W., 36 rica)
Bergen, 172 Braudel, Fernand, 23, 41, 46, 50, 58,
Berrill, K., 180, 376 60, 62, 64, 68, 70, 74, 94, 97-98, 100,
Berry, 416 107, 115-116, 124, 135, 146, 149, 165,
Besangon, 306 167-168, 176, 181-182, 187, 192, 195-
Besitzer (véase agricultores, arren­ 196, 200, 212, 223, 227, 234, 236-239,
datarios) 244, 248, 253-254, 259, 262, 272, 275,
Betts, Reginald R., 135 281, 300, 302-303. 305-310, 316, 369,
bienes sólidos, 393 371-373, 420, 426-427, 429, 437, 466,
bienestar social (vease pobres, le­ 480
yes de pobres) brea, 64, 284, 400
Indice analítico 551
Brennev, Y. S., 100*101 de pluma y tintero (véase Estado,
Bretaña, 61, 150, 196, 255, 381, 419 burocracia)
Bnnton, Crane, 292 gentlemen, 341, 347, 350, 352, 356-
Bromley, J. S., 60, 284, 287 357 (véase también gentry)
Brajas, 70, 247, 285, 304, 458 (véase knights, 341, 344
también Flandes) Caballeros Teutónicos, 133 (véase
Brulez, Wilfrid, 248, 376 también órdenes militares)
Brunner, Otto, 459 caballos, 63, 67, 104, 431 (véase tam­
Brutzkus, J., 208 bién ganado)
Buckatzsch, E. J., 355 cabo de Buena Esperanza (ruta del
Bücher, Karl, 26 Cabo), 307-308, 459, 463, 466. 476,
bueyes (véase ganado) 480
Bulferetti, Luigi, 128, 226 Cabo Verde, islas de, 62
Burckhardt. Jacob, 243 Cábot, John (Giovanni Caboto), 239
Burdeos, 418 caciques (véase amerindios, jefes)
burgueses [burghers), 151, 440, 453- Cádiz, 273, 303
455, 495 (véase también burguesía; café, 141
ciudades; patriciado) Cahen, Claude, 28-29, 126
burguesía [bourgeoisie], 67-68, 86-87, Calais, 326
115, 148, 151, 160, 169, 174-176, 188,
Calicut, 462, 466
201, 206, 211, 213-214, 217-219, 221- Califas, 81
222, 224-228, 234-235, 264, 272, 274-calvinismo, 215, 217-220, 262-263, 286,
276, 286-288, 290, 293, 295-300, 315, 291-297, 378, 417418 (véase también
346-347, 366-367, 375, 381-382, 403-413,cristianismo; hugonotes; protes­
419-421, 427, 441, 447, 450, 455, 472, tantismo)
495-496, 499-500 (véase también Calvino, Juan (véase calvinismo)
agricultores, capitalistas; burgue­ Cameron, Rondo E., 153, 259
ses; capitalismo, empresarios; cla­
ses, media; comerciantes; comer­ Campbell, Mildred, 350, 353-356
cio; financieros; gentry; industria­ campesinos, 26-27, 31-35, 3840, 44,
les; patriciado) 50-51, 68, 74, 83, 88, 115, 126-128,
aburguesamiento del poder, 403 132-133, 139, 141-142, 145-151, 154,
comercial (véase comerciantes) 157, 159-160, 165, 170, 174-176, 181,
extranjera, 28, 73, 169, 173, 211-213 188, 190, 200-202, 219, 224, 250-251,
273, 275. 277, 316, 405, 429, 435, 272, 276, 278, 296, 322, 328, 336, 347,
455-456 349-354, 358-359, 362-363, 367, 373,
feudalización de la, 403, 420 381, 404, 414415, 418419, 427, 430,
indígena, 71, 73, 121, 151, 173, 210- 439, 441445, 448449, 454456, 458,
211, 213-214, 257, 410, 427, 437, 447, 502 (véase también agricultores;
451, 453-458 jornaleros, rurales; labradores; la­
manufacturera (véase industria­ briegos)
les) economía campesina, 25
pequeña, 181, 296 revueltas campesinas (resistencias
traición de la, 388, 407 campesinas), 33-35, 41, 50, 52, 71,
Burleigh, lord William Cecil, 342 120, 145-146, 190, 200, 333, 362-364,
burocracia (véase Estado, burocra­ 379, 406, 415417, 419, 431, 502
cia) (véase también esclavitud, rebe­
burocratización (véase Estado, bu­ liones; guerra de los campesi­
rocracia) nos)
Busch-Zantner, R., 426 campo (por oposición a la ciudad
o a la corte), 119, 148, 153-154, 168-
169, 174-175, 200, 344, 379, 415, 455
caballería, 40-41, 82, 293, 399 (véase canal de la Mancha, 306, 374
también ejército) Canarias, islas, 122-124, 238
caballeros, 201-202, 379, 410 canela, 471
552 Immanuel Wallerstein
caña de azúcar (véase azúcar) capitalistas (véase agricultores, ca­
cáñamo, 284, 360, 400, 432 pitalistas)
cañones, 40, 75, 228. 301, 369, 461 capitanías (véase fincas, capitan(as)
(véase también armamentos; ar­ Carande, Ramón, 252-253, 272-274
tillería; industrias, equipo y ar­ carbón, 180, 369 (véase también com­
mas militares) bustible)
Capelos, 65. 82, 163 Carew, sir George, 134
Capistrano de Abreu, J., 130 Caribe, mar, 252, 265, 470, 483 (véa­
capitación (véase impuestos, capi­ se también Antillas, Colombia,
tación) Guatemala, México)
capitalismo, 22-25, 32*33, 39*40, 42, 66, Carlos 1, rey de Inglaterra, 345, 348
73-74, 83-84, 87-88, 93-94, 103, 106- Carlos II, rey de Inglaterra, 294*
108, 112-113, 121-122, 128-131, 137, Carlos V, emperador. 156, 189, 233,
143, 156-157, 160, 170*172, 174, 176- 240-241, 245-253, 255-256, 260-261, 264-
182, 187-189, 191, 195, 198-199, 213« 265, 273-274, 277-278, 287-289, 305,
217, 219, 221, 228-229, 250, 260-261, 320, 374, 473. 496-497
266, 272-273, 276, 293, 305, 314-315, Carlos VII, rey de Francia, 241
324, 329-330, 335, 343, 347, 350-351, Carlos VIII, rey de Francia, 241
358, 361, 365-368, 375, 392, 406, 409- carne, 51, 61-63, 79-80, 143, 152-154,
412, 416, 419, 436, 480, 491, 493-494, 355, 470-471 (véase también alimen­
498-500 (véase también agricultu­ tos; ganado)
ra, capitalista; burguesía; comer­ carpinteros (véase obreros)
cio; compañías; dinero; economía- Carrera de Indias (véase comercio,
mundo; industrias) atlántico)
acumulación de capital (primiti­ Carsten, F. L., 439, 454
va). 96, 104, 107, 115-117, 128, 217, Carter, Charles H.f 286
309, 354, 407, 412, 447, 458, 493 Carus-Wilson. E. M., 34, 108, 113, 164,
capital comercial, 236 301, 325, 331, 335, 344. 392
capital nórdico (véase Hansa) Casa de Contratación. 96, 233, 285
«capitalismo de botín» (véase pi­ casados, 485
llaje) casas comerciales (véase comercian­
tes, casas comerciales)
«capitalismo colonial», 128 Caspio, mar, 428
«capitalismo feudal», 128 castaños, 143
disponibilidad de capital, 70, 149, castas, 139, 349 (véase también gru­
172, 271, 455 pos de estatus)
empresarios, 65, 72, 85-86, 149, 169, Castelli, Enrico, 205
174-176, 209, 225-229, 293, 338, 346, Castilla. 41, 114, 145, 154, 234-237,
412, 446, 463, 466, 472, 498 (véase 249, 253-255, 262, 267, 270-275, 277-
también burguesía) 278, 316, 408, 443. 485 (véase tam­
militares, 43, 198-199, 226 (véase bién España)
también ejército, mercena­ Catalina, reina de Francia, 294
rios) Cataluña, 45, 70-71, 114, 134, 141-142,
inversiones, 33. 51, 70, 108, 115-117, 255, 263, 272, 278, 316, 408
129, 151, 179, 181, 209, 222, 227, Cateau-Cambrésis, tratado de, 256,
271-273, 277, 304, 309, 312, 314-315, 260, 262, 279-281, 289-290, 319, 332.
322, 369, 421, 439, 453, 463, 483 372-373, 377-378, 398
mercados de capital (véase dinero, catolicismo (Iglesia católica), 42, 46,
centros financieros) 75, 160, 201, 208, 214-218, 220-221,
monopolios, 22-23, 103, 212-213, 226, 226, 243, 256, 264, 269, 272, 280, 287,
228, 240, 254, 326-327, 382, 387, 390- 290, 293-297, 303. 309, 335, 349, 368.
391, 394-395, 398, 409, 439, 447, 457, 377-380, 399, 417-418, 436, 438439,
461, 464, 468-469, 475, 481, 484-485, 450, 471, 479, 484, 497, 499 (véase
499 (véase también Estado, mo­ también cristianismo)
nopolio) Concilio de Trento, 290
Indice analítico 553
Contrarreforma, 214, 220, 290, 309 burgueses; Estado, ciudades-Esta*
377, 438, 497 do; patriciado)
jesuítas, 124, 219, 484 colonialismo urbano, 170
papado, 56, 202, 216, 220, 226, 243. civilización (por oposición a barba­
246, 251. 272. 289, 294, 380, 473 rie), 137
(véase también Roma) civilizaciones. 25, 52
tregua de Dios, 208 Clark, G. N., 277, 323, 325, 329, 335,
Cauca, río, 140 361. 371, 388-389
caza y recolección, 137 clases, 8, 94, 117, 120, 167-168, 187, 214,
Ceilán, 76, 463 229, 288-289, 335-338, 342-343, 349-
celtas, 197, 365 350, 356, 361, 364, 367, 378, 380, 389,
centeno, 34, (véase también cerea­ 400, 403404, 410, 472, 494-495, 498-
les) 499, 501
centro (Estados del), 54, 89. 113, 117, altas, 328. 333-334. 348-349, 400, 436,
119, 135, 141, 143-144, 152, 164-165, 458, 472, 494, 497 (véase también
167, 176, 178-179, 181-182, 188, 191, aristocracia, nobleza)
207, 209, 216, 221, 229, 256, 271, 279, bajas, 290, 458, 497 (véase también
313. 315, 351, 492-493, 496-499, 502 obreros; pobres)
(véase también economía-mundo) conciencia de clase, 494-498, 5G1
cera, 110, 134, 432 dirigentes (véase clases, altas)
cercamientos( véase agricultura, cer- formación de clase, 364, 499
camientos) g e n tr y internacional, 496
Cerdeña, 54, 98, 196, 241. 410 lucha de clases, 8, 34, 66, 210, 224,
cereales, 32, 36-39, 49, 51. 60-62, 80, 400, 403, 417, 494-495
94, 104-105, 110, 120, 125, 128, 134- medias, 217, 251. 264, 290, 328, 333,
135, 143, 145, 151. 153-157. 164, 198, 346, 349-350, 456 (véase también
201, 271-272, 282, 284, 301, 303, 310- burguesía)
311, 322-323, 325, 355, 375 385, 393- mercantiles (véase comerciantes)
395, 414-415, 426-427, 429-432. 440- terratenientes (véase señores)
449, 453455, 457, 470 (vcase tam­ universales, 495
bién alimentos; centeno; pan; clima, cambios de, 47-50, 149, 309-
trigo) 310, 389, 441
escasez de (véase alimentos, esca­ cobre, 219, 228
sez de) monedas de, 57, 65, 475 (véase
cerveza, 457 también metales preciosos)
César, Julio, 460 Cochin, 463, 480
Ceuta, 66-67, 72, 259 Cod, cabo, 135
ciencia, 75-76, 93 Colbert, Jean-Baptiste, 413
Ciocca, Pierluigi, 107, 109-112 Coleman, D. C., 3%
Cipolla, Carlo M., 27, 65, 75, 85-86 Coles, Paul, 225, 244
105-106, 112, 281, 306, 308, 312-315, Coligny, Gaspard de, almirante de
385, 461. 467. 469, 483 Francia, 377
ciudadanía, 205, 209-210 (véase tam­ Colombia, 265
bién grupos de estatus) Colón, Cristóbal, 74, 239, 473
ciudades, 25-30, 37, 68, 71, 73, 75, 100, Colonia, 26-27
102, 112-113. 119, 129, 136-137, 141- «colonialismo urbano» (véase ciuda­
143, 146, 151, 153, 157, 160, 165, 167- des, colonialismo urbano)
170, 173-175, 182, 200, 211, 219-220. colonias (ultramarinas), 9-10, 49, 60,
225-227, 234, 244, 248-249, 255, 257, 69-71, 81, 85, 123-124. 130, 170-171,
261, 264-265, 269. 271,274, 284, 288, 242, 254, 259, 265, 267, 272, 322, 331,
290, 296-297, 299, 301, 310, 316, 324- 358, 371, 387, 398400, 412, 427428,
325, 327, 330-331, 336, 352, 362, 364, 435, 456, 458, 466467, 473479, 483,
382, 415416, 420, 427,436, 438, 440, 492
447, 451, 453455 (véase también colonos, 265-266, 269, 398, 473
554 Immanuel Wallersíein
comercio colonial (véase comer­ atlántico, 96, 240, 246, 249-250, 255.
cio, colonial) 269-270, 273, 276-277, 281-285, 374,
comercio semicolonial (véase co­ 381, 383, 412, 459, 465
lonias, económicas) balanza comercial (véase comer­
económicas, 134, 170-171, 322-323, cio, términos de intercambio)
431-432, 479 báltico, 24, 134, 141, 247, 282, 284-
internas, 324 285, 299-302, 304, 370, 374, 381
colonización (véase colonias) centros de, 302, 305
colonización interna (véase agricul­ colonial, 170, 273, 301, 462
tura, expansión de las áreas cul­ «contratos» (de Asia y de Euro­
tivadas) pa), 481-482
Colvin, Η. M., 41 chino, 484 (véase también comer­
combustible, 59, 63, 180, 399 (véase cio, asiático)
también carbón; madera) esclavos, tráfico de, 62, 123*124,
comerciantes, 26-27, 39, 65, 67, 71, 266, 273, 473, 479
79, 141, 143, 169-173, 176-177, 182, especias, 63, 284-285, 459, 479483
187, 198, 207-214, 221-222, 226-228, (véase también comercio, «con­
236, 246, 248-250, 257, 259, 263-264, tratos»)
266, 273, 275-276, 283, 290, 296-297, expansión del, 28, 42, 44, 48, 52, 59,
300-301, 303-306, 316, 321-322, 325- 67, 96, 101-103, 105, 138, 156, 187,
327, 331, 335, 347, 352, 357, 366, 378, 191, 201, 233, 240, 245-246, 254,
391-392, 405, 410-412, 420421, 428- 261, 283, 296, 305, 310, 372, 383,
430, 436, 438, 441, 447-448, 453, 455- 392, 441, 498
456, 462, 464, 466-468, 471-472, 475, exportaciones invisibles, 467
480482, 492, 498 (véase también de guerra, 303 (véase también gue­
burguesía; comercio) rra, aspectos económicos)
capital comercial (véase capitalis­ hispanoamericano (véase comer­
mo, capital comercial) cio atlántico.
casas comerciales (-bancadas), índico, 24, 79, 108, 301, 307-308, 459-
171, 189, 245, 249, 261, 265, 273, 460, 463-464, 474
280, 457 intercolonial, 267
comerciantes-banqueros, 65, 263, intérlopes, 270, 285, 377, 398 (véase
312, 346, 438, 496 (véase también también piratería)
financieros) intraasiático, 466467, 485 (véase
extranjeros (véase burguesía, ex­ también comercio, índico)
tranjera) intraeuropeo, 285
indígenas (véase burguesía, indí­ de larga distancia, 27, 29, 65, 73,
gena) 171, 242, 459, 463
tenderos, 379 levantino, 301
comercio, 22, 27-28, 31-32, 56-57, 71, libre, 266, 303-304, 310, 381
73, 75, 77, 85, 103, 106, 115, 127-129, de lujo, 27-29, 57-59, 64, 226, 267,
134-135, 139, 142, 144, 150, 157, 162, 270, 426, 431-433, 459 (véase tam­
169-180, 190, 207-208, 225-229, 240, bién lujo, bienes de)
245, 247-248, 257, 259, 261-264, 266, del mar Rojo, 480481
269, 712, 281, 285-286, 299-301, 304- masivo, 29, 134, 283, 376
305, 307-309, 312, 321-328, 349-351, mediterráneo, 24, 141, 246-247, 307,
358, 364, 373-374, 381-382, 388-396, 311
411-414, 427-429, 440, 447, 451, 454- mercados nacionales, 236, 247, 274,
485, 498 (véase también burguesía; 283, 322, 334, 374, 381, 411, 429,
comerciantes; ferias) 494
americano (véase comercio, atlán­ oriental (véase comercio, asiático)
tico) puestos de, 462, 473 (véase tam­
asiático, 64, 387, 459-460, 464-465, bién mercados obligados)
471-472 (véase también comer­ recesiones, 31-35, 3940, 48, 52-53,
cio, índico) 234-235, 252-253, 267-268, 278-279,
Indice analítico 555

282, 296, 309, 325, 366, 368-369, «contratos* (véase comercio, «con­
372, 384-385, 387, 392-394, 408, 411- tratos»)
412, 414-415, 430 Cook, M. A., 57
reexportaciones, 267, 394, 397, 431, Cook, Sherburne F., 124
476 Cooper, J. P., 277, 336, 338, 340-341,
revolución comercial, 321 344-345, 368, 383, 420
términos de intercambio, 23, 279, Coomacrt, Emile, 247, 284, 373-374
393 coral, 47 5
transahariano, 55, 63, 237-238 (véa­ Córcega, 54, 196
se también Sudán) Corea, 79
transalpino, 246 Cork, 365
transcontinental, 208, 247, 250, 259 Cornwall, 156, 365
de tránsito, 455 Cornwall, Julian, 342
commtssaíres, 409-410 Corona, la (véase Estado)
Compagnie du Corail, 475 (véase corregidores, 127
también compañías) corsarios (véase piratas)
Compañía de las Indias Orientales, Cortes (véase España, Cortes)
469, 476 (véase también compañías, cortesanos (véase aristocracia)
privilegiadas; Inglaterra) corvée (véase feudalismo, cargas
compañías, 391, 463, 474, 480-481 (véa­ feudales, prestaciones de trabajo)
se también comerciantes, casas cosacos, 435
comerciales; English Company of cosechas, malas (véase alimentos,
Staple) escasez de)
por acciones, 229 Costa del Grano (véase Africa, occi­
privilegiadas [chartered], 213, 391, dental)
394, 401 costos de transacción, 32, 148, 228
comptoirs (véase comercio, puestos Cotswolds, 324
comerciales) Coulboum, Rushton, 126, 257, 443
comunidades, 348 Cours souverains, 408-409
Concilio de Trento (véase catolicis­ Cracovia, 219, 279
mo, Concilio de Tremo) Craeybeckx, Jan, 248, 263, 284, 374
condiciones pedológicas (véase sue­ crédito (véase dinero, crédito)
lo, condiciones del) Creta, 54, 123-124, 128, 134
confiscación (véase Estado, confis­ Crimea, 446, 450
cación) crisis comerciales (véase comercio,
confucianismo, 86 recesiones)
Congo, 480 crisis de liquidez (véase dinero, cri­
conmutación de las cargas feuda­ sis de liquidez)
les (véase feudalismo, cargas feu­ crisis del siglo xvii, 369
dales, conmutación de las) cristianismo, 52, 54, 68-69, 200, 208,
conseillers d’Eíat, 409 211-212, 223, 235, 275-276, 280, 332,
Consejo Privado (véase Inglaterra, 428, 443, 479, 484 (véase también
Consejo Privado) anglicanismo; calvinismo; catoli­
Constantinopla, 54, 62, 174, 241, 307 cismo; Europa, cristiana; Iglesia
consumo ostentoso, 58 ortodoxa rusa; luteranismo; Medi­
contado (véase campo) terráneo, cristiano; protestantis­
contrabando, 226, 266, 386, 482 mo; Reforma)
contracción (véase agricultura, re­ clero, 120, 208, 218, 236, 289, 331,
ducción de las áreas cultivadas; 366, 381, 442, 468 (véase también
comercio, recesiones; población, catolicismo, papado)
disminución de la) cristiandad latina (véase catoli­
Contrarreforma (véase catolicismo, cismo)
Contrarreforma) cristiandad occidental (véase cato­
Contrarrenacimiento, 220 licismo)
556 Immanuel Wallerstein
cristianos nuevos (véase marra­ Oficinas de Juncos de Comercio,
nos) 77
evangelización, 68, 129, 131, 255, China, mar de la, 462464
273, 463, 472-473, 479, 484 Chipre, 54, 62, 123
Crombie, A. C., 75-76 chocolate, 61
Cromwell, Oliver, 297, 348, 421 Christensen, Aksel E., 284, 300-301
Cromwell, Thomas, 329 Chu Hi, 87
croquants, movimiento de los, 381
cruzadas, 30, 54, 470 (véase también
cristianismo, evangelización) Dalmacia, 196
cuatequil (véase trabajo, obligado, Dalthenus, Petrus, 297
trabajo asalariado forzado) Da Noli, Antonio, 62
cuerdas, fabricación de, 284, 314 Danzig (véase Gdansk)
cueros, 153, 322-323, 390, 399, 431 432, Darby, H. C., 64
476 (véase también industrias, cur­ Da Silva, José-Gentil, 71, 154, 248,
tido) 267, 271-272, 278, 301, 481
cuius regio, eius religio, 221, 252, Davies, C. S. L., 199, 337, 363
264, 497 (véase también Augsbur- Davis, Ralph, 397
go, tratado de; Estado, homoge- De Anchieta, José, 124
neización) De Bary, William Theodore, 86
cultivos comerciales (véase agricul­ De Falguerolles, G. E., 151-152, 375
tura, capitalista) De Federici, Cesare, 480
cultivos para el mercado (véase deforestación (véase bosques, defo­
agricultura, capitalista) restación)
Cumberland, 156 De Gama, Vasco, 74, 460, 466
curia (véase catolicismo, papado) De Lagarde, George, 205
Czalpinski, Wladyslaw, 410. 457 Delfinado, 379
Czarnowski, Stefan, 218-219 Delumean, Jean, 110, 153, 200, 226
Della Padua, Giovanni, 62
De Maddalena, Aldo, 149
Chabod, F., 43, 45, 192, 294 demografía (véase población)
Champaña, 259 De Oliveira Marques, Antonio H.,
Chang, T'ien,Tsé, 77, 465, 485 70, 135
Chaudhuri, K. N., 476, 483 depreciación, 177
Chaunu, Huguette, 240, 269, 283-284 depresiones (véase comercio, rece­
Chaunu, Pierre, 24, 51, 58, 63, 67, 69- siones)
70. 74, 79-80, 95-97, 171, 233, 239-240, derecho divino de los reyes (véase
252, 254, 267, 269, 276-277, 279, 283- Estado, absolutismo)
284, 383-384, 386-387, 464-465, 467, dérogeance, 404 (véase también aris­
469-470, 473479, 482 tocracia; Francia)
Chaussinand-Nogaret, Guy, 480 De Roover, Raymond, 306
checos, 135, 457458 (véase también desindustrialización (véase indus­
Bohemia; Moravia) trias, desindustrialización)
Cheng Ho, 76-77, 85 Desmarets de Saint-Sorlin, Jean, 413
Cheung, Steven, N. S., 148-149 despejamientos (véase agricultura,
Chevalier, Francois, 159 expansión de las áreas cultivadas)
Chile, 95, 130, 132, 140, 240, 265, 267- destrucción de imágenes, 292, 296
268, 270 (véase también revolución, Países
China, 22, 24, 27, 56, 74-81, 83-88, 118, Bajos)
192, 267, 300, 354, 425, 464466, 473- deuda nacional (véase Estado, deu­
474, 476477, 484 (véase también das)
Oriente) Devon, 156
mandarines confucianos, 77-78, 86- De Vries, Jan, 343
87 (véase también Estado, buro­ De Vries, Philip, 247
cracia) Deyon, Pierre, 405
Indice analítico 557

Dieppe, 374-375 Drake, sir Francis, 79


Dicla (véase Polonia, Scjm) Drcifcldwirtschafí (véase agricultu­
Dieta de Augsburgo (véase Augsbur- ra, sistemas de rotación)
go, tratado de) drogas, 460, 463, 466, 470, 481
diezmos (véase impuestos, diezmos) Dublin, 365
Dinamarca, 34, 66, 135, 216, 255, 320, Duby, Georges, 35-38, 44, 49, 145, 147,
323, 400, 434 149, 153, 417
dinero, 56, 219, 328, 470 (véase tam­ duelas,- 399
bién banca; financieros; metales dvoriane, 451 (véase también noble­
preciosos) za, baja)
balanza de pagos, 57, 395, 465
centros financieros, 247-250, 259-
260, 283. 302, 304-306, 372, 378 East Anglia, 156, 324
circulación de (velocidad de), 31, Eberhard, Wolfram, 12, 206
42-43, 58, 82, 100-103, 107 economía abierta, 206, 214 382, 429
crédito, 43, 102, 198, 209, 248-249, economía campesina (véase campe­
261-262, 273, 277, 280-281, 302, 304, sinos, economía campesina)
311, 316, 328, 354, 389, 406407, economía cerrada (véase Estado,
439 (véase también banca; finan­ mercantilismo)
cieros) economía dual, 25
crisis de liquidez, 31 economía mercantil (véase dinero,
devaluación, 43-44, 65, 102-103, 105, economía monetaria)
219, 384-385 economía-mundo (europea), 17, 21-
economía monetaria, 25, 88, 170, 24, 29, 52-54, 59, 63, 66, 71, 74, 81,
213, 437, 439, 449 84-85, 89, 93-96, 103-105, 112, 115,
ilusiones monetarias, 111 117-122, 127-129, 134-135, 140-143, 146,
imaginario (véase dinero, moneda 150, 152, 156, 158, 163-164, 168-169,
de cuenta) 174-176, 178-180, 182, 187-188, 191,
interés (tasas de), 104, 106, 109, 194, 197, 199, 202, 207, 216, 219-221,
177, 188, 227, 307, 385 229, 233, 241, 244, 247, 254, 256-257,
letras de cambio, 171, 304-305, 311 260-261, 265, 270-271, 279, 282-285,
manipulación del, 44 299, 303, 305, 311, 313, 319-320, 324,
mercados monetarios (véase dine­ 330, 347, 351, 365-366, 370, 374-375,
ro, centros financieros) 377, 381, 383-386, 388, 402403, 410-
metálico, 65 (véase también cobre, 411, 413-414, 419-421, 425-426, 429-
monedas de; metales preciosos; 432, 434-435, 442-443, 445, 450. 458-
oro; plata) 459, 463. 465, 468-470, 475477, 484,
moneda de cuenta, 64-65, 106, 238 490494 , 497*502 (véase también ca­
préstamo de (véase banca; finan­ pitalismo; centro [Estados del];
cieros) periferia; semiperiferia; trabajo,
teoría cuantitativa del, 99-103, 107 división europea o internacional
volumen de, 43, 100-104 (véase tam­ del)
bién metales preciosos) economía nacional (véase comercio,
Distrito de los Lagos (Inglaterra), mercados nacionales)
324 economía natural (véase agricultu­
Diu, 461 ra de subsistencia)
Djené, 238 economía señorial (véase feuda­
Dnieper, 428 lismo)
Dobb, Maurice, 28, 35, 37, 51, 59, 115, economía de subsistencia (véase
126, 145-146, 154, 157-158, 160, 166, agricultura, de subsistencia)
169-171, 173, 177, 182, 191, 330 economías de escala, 228
Dollinger, Philippe, 135 economías de exportación, 267 (véa­
Domar, Evsey D., 139 se también colonias, económicas;
Don, 428 periferia)
Dowd, Douglas F., 243 Edler, Florence, 255
558 Immanuel Wallerstein
Eduardo III, rey de Inglaterra, 325 Enrique IV, rey de Francia, 46, 193,
Egeo, islas del, 54, 311 380, 409, 412, 417418
Egipto,, 57, 124, 238, 307, 311, 459, Enrique VII, rey de Inglaterra, 41,
461, 464, 475 360
Ehrenberg, Richard, 194, 246-247, 259 Enrique VIII, rey de Inglaterra, 294,
Eisenstadt, S. N., 21-22, 126, 190 329, 344
Eitzen, Stanley D., 214 Enrique de Navarra (véase Enri­
ejército (regular), 41, 196-200, 332- que IV, rey de Francia)
333, 381, 414, 436-438, 446, 458, 500 Enrique el Navegante, príncipe de
(véase también artillería; caballe­ Portugal, 67, 460
ría; guerra; industrias, equipo y epidemias, 30, 35, 47-50, 167, 278, 282,
armas militares; infantería) 315, 353, 372, 395, 410, 449 (véase
avituallamiento, 198-199, 311 (véa­ también peste negra)
se también ejército, contra­ erasmistas, 275
tistas) Ernie, lord (R. E. Prothero), 397
contratistas (proveedores), 322, Escandinavia, 49, 54, 323, 326, 441
346 (véase también comercian­ escitas, 468
tes) esclavitud, 61-62, 120-125, 132, 139-141,
ejércitos privados, 437 144, 146, 171, 179, 265, 398, 460, 469,
mercenarios, 4143, 196-199, 201, 221, 479, 482 (véase también trabajo,
356, 436 (véase también capita­ obligado)
lismo, empresarios, militares) por deudas, 442
Elba, región al este del (véase Ale­ rebeliones de esclavos, 266
mania, Elba, región al este del) tráfico de esclavos (véase comer­
Elman, P., 211 cio, esclavos, tráfico de)
Elsas, M. J., 97 Escocia, 54, 116, 156, 216, 291, 293,
Elton, G. R., 278, 282, 285, 329-330, 323, 360, 365, 375, 399
333, 415 escribanos, 352 (véase también pro­
Elliott, J. H., 114, 181, 236-237, 252- fesionales)
253, 270, 272-275, 277-279, 294, 305, eslavos, 54, 161, 168, 209, 323
312, 427 Eslovaquia, 457
Emery, Frank, 356 Eslovenia, 133, 455-456
emigración (véase migraciones) España, 4142, 45-46, 54, 61, 63, 67,
empleo, 175, 198, 281, 359, 394 (véa­ 69-70, 72-73, 95-97, 99, 103-104, 107,
se también aparcería; artesanos; 109, 114, 117, 123-125, 128-131, 140,
esclavitud; jornaleros, rurales; 143, 152-154, 156, 172, 174, 182, 193,
obreros; trabajo, obligado) 208, 210-211, 213, 216-217, 226, 233-
autoempleo, 121 245, 249-250, 252-256, 258, 260-286,
desempleo, 156, 295, 392, 395 290-291, 293-294, 296-300, 302-304, 306-
pleno empleo, 101, 198 308, 311-312, 324, 332, 365, 372, 374,
encaje, 457 383-384, 386-387, 391-392, 395, 397-
401, 408, 412-413, 417, 438, 440, 443,
encomiendas (véase fincas, enco­ 445, 450, 459-460, 473479, 481-485
miendas) (véase también Castilla)
enfermedades (véase epidemias) América española (véase América,
enfiteutas, 357 (véase también tenen­ española)
cia, enfiteusis) Armada Invencible, 275, 298, 371,
Engels, Friedrich, 174, 225, 251, 296, 383
416 Cortes, 234, 253, 274 (véase tam­
English Company of Staple, 212 bién Parlamentos)
Enrique II, rey de Francia, 193, 377, decadencia de, 233, 262-265, 270-279,
379 400
Enrique II, rey de Inglaterra, 328 Furia Española, 263, 291 (véase
Enrique III, rey de Francia, 380 también revolución, Países Ba­
Enrique IV, rey de Castilla, 234 jos)
Indice analítico 559

imperio español (véase imperio, venta de cargos (burocracia ve-


Habsburgo) nal), 43, 82, 187, 193-194, 196,
Española, 473 (véase también An­ 221, 268, 332-333, 363, 405-408,
tillas) 417-418, 421, 436, 440
especias, 55, 58-59, 63, 248, 285, 308, centralización (véase Estado, for­
327, 387, 426, 460, 463, 471, 480 (véa- talecimiento del)
se también comercio, especias; pi­ ceremonial de la corte, 205
mienta) Ciudades-Estado, 21, 23-24, 41, 81,
Espieux, Henri, 418 93, 183, 195, 200, 209-210, 233, 237,
esquires (véase squires) 242-245, 279-280, 305
Estado, 23, 25, 30-31, 40-45, 54, 65, 67, confiscación, 43, 187, 444, <48
72-73, 83*85, 89, 111-112, 114-115, 118, debilitamiento del, 25, 85, 136, 279,
127, 129-131, 139-141, 145-146, 154, 437-440, 447
162-163, 166, 171, 187-214, 217-219, deudas, 31, 43-44, 65, 188, 194-196,
221-225, 277-229, 234-235, 244-245, 248- 198-199, 224, 248-249, 271, 273, 274,
249, 251-269, 273-280, 283, 286-298, 282, 305, 394, 405, 411, 439
304-305, 322-324, 328-337, 344-346, repudio de las, 277
349, 359, 361, 363-368, 371, 373, 375, dominios reales, 44, 190, 214, 258,
377-379, 381-382, 391, 394-395, 401- 333, 367-368, 438-439, 454
421, 427, 433-448, 450-454, 455-456, estatismo, 93-94, 187-230, 280
462-463, 465-466, 472-476,. 478, 480- finanzas (presupuesto), 39, 44, 84-
482, 485, 491, 500-502 85, 87, 187-188, 224, 237-238, 257,
absolutismo, 45-47, 163, 187-230, 252, 270-271, 277-279, 289, 322, 405, 411,
333, 366, 375, 382, 392, 403-405, 447 (véase también Estado, adua­
408, 414, 436, 442, 452, 500 nas; Estado, base fiscal; Esta­
do, deudas; impuestos; moneda,
aduanas (aranceles), 77, 324, 331, acuñación de)
361, 394, 433, 438, 447, 455-456 colapso financiero (véase Esta­
aparato de Estado (véase Estado, do, bancarrota)
burocracia) fiscalismo, 193-195, 210, 257-258,
aristocrático (Btat nobiliaire), 222 437 (véase también Estado, base
banca del, 196 (véase también fiscal; Estado, finanzas)
banca) fortalecimiento del, 43, 53-54, 72,
bancarrota, 210, 228, 256, 260-263, 82, 93, 161-162, 188-189, 191-192,
279, 289, 305, 379, 481 (véase tam­ 197, 202, 204-206, 214, 216, 221,
bién Estado, deudas, repudio 229, 243, 256, 258, 278, 283, 298,'
de las) 328-333, 366, 373, 375, 381-582, 405,
base fiscal del, 42, 209, 212, 248, 417, 421, 427, 438, 440441, 443, 445,
255, 282, 437, 439, 446 447, 497, 499-500
burocracia, 22, 40-45, 53, 77, 82-86, fuerza (monopolio de la), 170, 191,
88-89, 118-120, 131, 140-141, 187, 478 (véase también ejército)
189, 191-196, 199, 202-205, 207, 221- gastos del (véase Estado, finan­
222, 224, 236-237, 254-255, 257, 261, zas)
265-266, 268, 270-272, 278-279, 287, homogeneización, 47, 129, 191, 207,
329-334, 337, 344-345, 361, 363-368, 221, 420, 492, 497498
373, 381, 394-395, 401, 403-405, 410, ingreso nacional per cápita, 371
413-414, 436-437, 440, 443, 445-447, ingresos del (véase Estado, finan­
451, 480, 482, 494, 499-501 (véase zas)
también China, mandarines con- integración del, 206
fucianos) justicia (sistema judicial), 162-163,
hereditaria, 204, 224 257-258
militar (véase ejército) legitimidad, 191, 202*203, 206, 501
política burocrática, 190 mercantilismo, 206, 210, 234, 243,
revolución administrativa, 329- 274-275, 303-304, 325, 387, 394-395,
334 412, 437, 441
560 Immanuel Wallerstein
monopolio, 240, 447 centro-oriental (véase Europa,
naciones-Estado, 15, 21, 41, 46*47, este de)
81, 93, 170, 180, 183, 189, 210, 260, cristiana, 54-55, 210 (véase tam­
373, 377, 490, 496 bién cristianismo)
orden interno, 40, 189*190, 200 espina dorsal de (véase Europa,
producto nacional bruto, 280, 389, áreas de antiguo desarrollo)
472 este de, 11, 39, 54, 59, 66, 95, 97,
soberano (véase Estado, naciones- 113-114, 120, 125-127, 129, 132-141,
Estado) 143-146, 150, 152, 156-158, 161, 163,
territorial (véase Estado, nacio­ 165, 171-173, 208-209, 212-214, 216,
nes-Estado) 220, 257, 264, 301, 322, 326, 328,
unificación (véase Estado, fortale­ 362, 383-384, 391, 397, 410, 426-458,
cimiento del) 478, 496
Estado da India, 485 (véase también expansión de, 47, 54, 63, 66*69. 72-
Goa; India) 73, 79, 83, 88, 118-119, 138, 233,
Estados Generales (véase Francia; 258, 270, 315, 371, 459-460, 469
Países Bajos, norte de los) (véase también agricultura, ex­
Estados Unidos de América, 11, 65 pansión de las áreas cultivadas)
estancamiento, 31, 34 invasiones de, 54, 75, 136
«estatalidad» (véase Estado, forta­ marcas de, 427, 437 (véase también
lecimiento del) Europa, este de)
estatismo (véase Estado, estatismo) mediterránea (véase Europa, sur
estatus (véase grupos de estatus) de)
Este (véase Oriente) noroeste de, 24, 54, 56, 94-95, 97,
Estonia, 135 107, 121, 143, 145, 149, 151, 157-
estratificación (véase clases) 158, 164, 167-168, 172, 216. 220, 320,
374, 384, 386, 400, 479, 481
Estuardo, monarquía, 177, 334, 344- norte de, 48, 57, 70, 74-75. 97, 212,
346, 348, 357, 362, 366, 371, 391, 404, 221, 269, 313, 320, 328, 374-383, 393,
406 397, 481
Etiopía, 461 oeste de, 11, 25-26, 28, 31, 34, 38-
Eunucos, 76-78, 86-87 39, 43, 45-47, 49, 59-60, 63, 72, 80,
Eurasia, 74, 427-428 83, 104, 110, 114, 120-121. 125, 132-
Europa, 9-11, 23-25, 45, 48, 50, 52*61, 133, 136-138, 141, 145, 152, 156-159,
65*69, 72-76, 79-89, 97, 105, 107-108, 165, 171, 173, 189. 196, 208-213,
112-121, 123-128, 135-138, 143*144, 152, 224, 235, 241, 247, 255, 278, 281,
154, 161-162, 173, 181, 187-188, 192, 285, 306, 326, 332. 373-374, 383, 414,
196-198, 202-203, 207-208. 210, 219, 425, 427-432, 435-438, 440, 442, 445,
221-222, 228, 237-238, 240-241, 247- 447, 452-453, 456, 459, 496 (véase
248, 250, 252, 259-262, 264-265, 269- también Occidente)
275, 278-285, 295, 298-300, 304-305, reñidero de, 293 (véase también
307-308, 312, 320, 322, 327, 332-333, Países Bajos, norte de los)
335, 347, 351, 366, 368-369, 373. 375- sudeste de, 69, 124, 138
377, 380, 383, 387-388, 414, 420, 425- sudoeste de, 284
427, 429-435, 437. 442-443, 445-447, sur de, 11, 107, 120, 141, 143, 149,
449-451, 458-470, 475-478, 480-485, 491, 173, 209, 216, 220, 328, 374, 383-
496, 502 386, 414
áreas de antiguo desarrollo, 112- evangelización (véase cristianismo,
113, 117, 175, 178, 219, 233, 242, evangelización)
283. 312-315, 327 (véase también Everitt, Alan, 198-199, 323, 352, 358-
Alemania, sur de; Flandes; Ita­ 360
lia, norte de) Evcrsley, D. E. C.. 315, 372
central, 36, 38, 48, 56-58, 94. 146, excedente, 22-23, 26. 31, 52-53, 59, 82,
216-217, 245, 253, 256, 270, 280, 326, 121, 130, 133. 141, 159, 166, 171, 179,
332, 374, 384, 393, 397, 430, 475 188, 194, 198-199, 365, 433, 478-479,
Indice analítico 561

492 (véase también plustrabajo; rentas en especie, 33, 115, 159


plusvalor) (véase también rentas)
expansión (véase agricultura, expan­ rentas monetaria (véase rentas,
sión de las áreas cultivadas; co­ monetarias)
mercio, expansión de!; Europa, ex­ crisis del, 30, 32-33, 47, 52-54, 69,
pansión de; población, crecimien­ 72-73, 80, 161, 181. 190, 222
to de la; Rusia, expansión de) derechos comunales, 143, 155-156,
expansión estática, 119 158, 352, 359
exploraciones (véase Chcng Ho; feudalización de la burguesía (véa­
Europa, expansión de) se burguesía, feudalización de
explotación de fincas (véase gestión la)
de fincas) feudos, 126, 128, 163, 329, 444 (véa-
Extremadura, 145, 272 se también tenencia, servil)
fiscal, 406 (véase también impues­
f á c h e r i e (véase aparcería) tos, arrendamiento de)
ia h r e n d e s V o lk , 196 negociación entre siervo y señor,
Falls, Cyril, 399 132, 442
Fanfani, Amintore. 242, 315 orden feudal-absolutista, 403
Fanón, Frantz, 250 peajes, 256, 331
Favret, Jeanne, 419 refeudalización (véase señores,
Febvre, Lucien, 94, 283-284, 385 reacción señorial)
Fechner, Μ. V., 428 rentas feudales (véase feudalismo,
f e i t o r i a (véase puestos comerciales) cargas feudales)
Felipe II, rey de España, 200, 252, revueltas feudales, 364, 366
256, 262, 270-271, 275-276, 289, 291, segundo (véase trabajo, obligado,
306, 377 en cultivos para el mercado)
Felipe III, rey de España, 291 señores feudales (véase señores)
Felipe IV, rey de España, 291 vasallos del rey, 208
Felipe Augusto, rey de Francia, 258 feudatori (véase señores)
Félix, David, 117 filibote (véase íluyt)
Fen, distrito de, 155 Filipinas, 95, 267, 473474, 477478, 484
Ferdinando, gran duque de Tosca- (véase también Manila)
ña, 46 financieros, 39, 148, 172, 182, 254,
ferias, 236, 257, 259, 261, 273, 306, 259-260, 273-275, 277, 283, 305, 322,
312 (véase también comercio) 405, 419, 438-440, 443 (véase tam­
Ferguson, Wallace, 243 bién banca; burguesía; comercian­
Fernández Alvarez. Manuel, 290 tes, comerciantes-banqueros; di­
fertilizantes, 30, 33 nero)
feudalismo, 24-26, 28-29, 32-34, 40, 42-
43, 50-53. 59, 72, 81-84, 86-89, 126, Finberg, Η. P. R., 14
128-133, 142, 156, 159-161, 176, 178- fincas (capitalistas), 62, 136, 141-143,
179, 181-182, 189-193. 206. 208, 222, 150, 171-172, 214, 269, 275, 337-338,
225, 235, 244, 256, 276, 288, 314-316, 345, 359, 384, 426, 429, 434, 438-439,
329. 340, 351, 358, 403. 406-407, 409- 451, 453, 457458, 474, 496 (véase
410, 416, 427, 429, 433-434, 436, 444, también señoríos; tschijiliks)
446-448, 473474 , 498 (véase también capitanías, 130, 474
señores; señorío; siervos) encomiendas, 125-127, 129-132, 139·
cargas feudales. 29, 31, 53, 125-126, 141, 179, 269, 442, 474
128, 152, 159-163, 201, 222, 288, latifundios, 128, 145, 235, 276
333-334, 336, 347, 415, 439 pomestie, 442-444, 446, 448-449, 452
conmutación de las, 40, 51, 133. fiscalismo (véase Estado, fiscalis-
159, 166 mo)
prestaciones de trabajo, 34, 129- Fisher, F. J.. 156, 164. 216. 323, 331,
131, 154, 157, 159-160, 166, 176, 341, 371, 390, 392, 397-398, 401
. 433-434, 439 Fisher, Irving, 99-100
562 Immanuel Wallerstein
Flandes, 34, 60, 62, 67, 70. 95, 112- Francisco II, rey de Francia, 378
113, 135, 174-175, 199, 212, 233-234, Franco Condado, 178, 241, 320
244-247, 250, 254, 259, 261-263, 265, Frangois, Michel, 241
273, 290, 293-294, 296, 300, 304, 320- Frank, André Gunder, 137, 178*179,
321, 325, 327, 371, 458 (véase tam­ 267, 270
bién Europa, áreas de antiguo freeholders, 350, 357 (véase también
desarrollo; Países Bajos, sur de agricultores, yeomen)
los) Fried, Ferdinand, 23
Florencia, 55, 182, 195, 221, 244, 248, Fried, Morton, 137
254, 259, 308, 311 Friedich, Carl J., 280, 303
Florida, 483 Friis, Astrid, 282, 389, 391-392, 396
fluyt, 301, 376 (véase también gue­ Frisia, 35
rra, tecnología naval; industrias, Fronda (véase Francia, Fronda)
construcción naval; transporte, fronteras, 30, 54, 66, 137, 157, 165,
marítimo) 181, 209, 324, 435, 444, 446, 458
forraje, 33, 105, 142-143, 470 internas (véase agricultura, expan­
Forster, Robert, 256 sión de las áreas cultivadas)
Fourastié, Jean, 110 fuerza, monopolio de la (véase Es­
Foust, C. Μ., 452, 456 tado, fuerza)
Fox, P., 218 fuerza hidráulica, 58, 324-325
Francfort, 27 fuerza de trabajo (véase obreros)
Francia, 12, 32, 34-36, 38, 41-42, 45-46, Fuggers, 189, 198, 245-247, 249, 263,
56, 65-68, 72:73, 103-104, 107-110, 113, 274, 283, 305, 482 (véase también
116-117, 133, 135, 139, 147-151, 153, comerciantes, casas comerciales)
159, 161-163, 179,182, 192-194, 197, funcionarios (véase Estado, buro­
199, 208, 214, 216-217, 239, 241-244, cracia)
255-262, 265, 268, 271-274, 278-283, Furtado, Celso, 125, 131, 426, 474,
285, 290-292, 294, 298-299, 303-305, 481
312, 315, 319-322, 326, 328, 331-332,
343, 362-363, 365, 367, 369-370, 372-
375, 377-382, 384, 387-388, 391, 398- Gabor, Bethlen, 430
399, 401408, 410421, 435, 440441, gaélico (véase celtas)
445, 457, 474-475, 481, 496 Gales, 54, 164, 196, 258, 280-281, 323-
central, 381, 416 324, 331, 342, 355-356, 365, 371
Estados Generales, 256
Fronda, 404, 407, 420 Galia (romana), 418
Furia Francesa, 297 (véase tam­ Galileo, 76
bién revolución, Países Bajos) Galway, 365
guerras de religión, 261, 298, 371- ganado, 33, 63, 74, 80, 88, 125, 129,
373, 378-382, 405, 409, 415418 135, 141-143, 150-155, 225, 265-269,
manufactures royales, 412 324, 351, 375, 455, 470 (véase tam­
norte (nordeste) de, 149, 152, 161, bién agricultura, pastos; caballos;
180, 374-375- 381, 418419 carne; muías; ovejas; productos
oeste (noroeste) de, 45, 372, 374, lácteos)
381, 416417, 419 de cuerna, 219
regencia, 417 ganancias, 33, 44, 51, 67, 85, 102, 104-
sudoeste de, 416 105, 108-109, 113, 117, 131, 139, 141,
sur de, 97, 124, 144, 149-151, 161, 143, 151, 153, 157, 170-171, 173, 177-
212, 351, 375, 379, 381, 408, 417 179, 190, 239, 266, 303, 308-309, 347,
(véase también Languedoc, Oc- 353, 384, 387, 399, 406, 411412, 430,
citania, Provenza) 440441, 463, 465466, 472, 474475,
tercer estado, 405, 407408 (véase 477, 481, 498, 502
también burguesía) inesperadas (superganancias), 107*
Francisco I, rey de Francia, 193-194, 108, 116, 177, 240, 399
241 Gante, 295-297
* Indice analítico 563

Pacificación de Gante, 290, 292 Gould. J. D., 177, 393


(véase también revolución, Paí­ Grabowski, Thadée, 218
ses Bajos) Gramsci, Antonio, 210
Gascuña, 196, 278 Gran Bretaña, 11, 123, 197, 272, 332,
gastos militares, véase guerra, as­ 370, 399, 498 (véase también Esco­
pectos económicos) cia; Gales; Inglaterra)
Gattinara, Mercurino, 253 Gran Contrato, 334 (véase también
Gay, Edwin F., 361 Inglaterra)
Gdansk. 135, 172-173, 182, 255, 456-457 Gran Muralla, 78
Gemblours, 293 Gran Reconstrucción, 356 (véase
Génicot, Léopold, 44, 189, 199 también industrias, construcción)
Génova, 55-56, 62, 70-71, 73, 172, 182, Granada, 54
212, 233, 237-239, 244-245, 250, 254, Grandamy, René, 110
259, 273, 277, 300, 305-307, 311-312, granjeros (véase agricultores)
315, 328, 384, 418, 480 grano (véase cereales)
gentlemen (véase caballeros, gentle- granos del paraíso (véase mala*
men) gueta)
gentry, 133, 163, 214, 257, 334-338, 340- Gras, N. S. B., 323
345, 347-350, 353, 356, 364, 367, 379, grasa, 432
395, 411, 421, 437, 446, 451453, 455, Gravelinas, 291
495-496 (véase también agriculto­ Gray, H. L., 326
res, capitalistas; agricultores, yeo­ Green, Jack P., 256
men; terratenientes) gremios, 174-175, 189, 296, 313-314,
Gerschcnkron, Alexander, 443444 324-325, 336, 379-380, 382, 457 (véa­
Gerth, Hans, 81 se también obreros, organizacio­
gestión de fincas, 163, 337, 345, 440, nes)
472 restricciones gremiales, 151, 325
capitalista, 150-151 Grenville, Richard, 123
costos de, 37 Gresham, sir Thomas, 262
directa, 37, 151 griegos, 128, 468
Gestrin, Ferdo, 133, 455 Griffiths, Gordon, 292
Geyl, Pieter, 289, 292-293, 298-300 Groenlandia, 49
Ghana, 55 G r u n d s h e r r (véase señores)
Gibraltar, 69 grupos de estatus, 8, 205, 494, 498-
Gibson, Charles, 127, 129 499 (véase también castas; grupos
Gieysztor, Alcksander, 219 étnicos)
Gilbert, Humphrey, 123 formación, 497
Ginebra, 293 solidaridades, 496 (véase también
Glamann, Kristof, 105, 143, 304, 376, nacionalismo)
385, 471, 475 grupos étnicos, 94, 122, 168, 206-207,
Glass, D. V., 315, 372 209 (véase también Estado, homo-
Glendower, Owen, 365 geneización; grupos de estatus)
Goa, 285, 462, 464, 476 guanches, 124
Godinho, Vitorino Magalháes, 58, 60, Guatemala, 140, 265, 267
62, 64, 66-67, 70, 307, 461, 463464, Guayana, 483
466-468, 471, 476, 480483, 485 guerra, 30, 35, 3941, 66, 68, 72, 104,
Goethe, Johann Wolfgang von, 251 108, 195, 197-200, 202, 262, 278, 282,
Goldmann, Lucien, 408409 301, 304, 310-312, 395, 400, 405, 413,
golfo Pérsico, 462, 480 440, 457, 468, 472
goma, 64 aspectos económicos de la, 31,
González de Cellorigo, Martín, 277 103, 127, 187, 197-199, 277, 322,
Gordon-Walker, P. C., 138, 217 414 (véase también comercio, de
gosti, 456 (véase también comercian­ guerra)
tes) civil, 209 (véase también Francia,
Goubert, Pierre, 372 Fronda; Inglaterra, guerra civil)
564 Immanuel Wallerstein
religiosa, 209, 332, 406, 497 (véase Harrington, James, 343
también Francia, guerras de re­ Harrison, J. B., 308, 474, 485
ligión) Harriss, G. L., 330
suministros estratégicos, 400 (véa­ Hartung, Fritz, 46-47, 136, 187, 193,
se también marina, suministros 203, 228
navales) Hauser, Henri, 94. 262, 282, 375, 378
tácticas militares, 197, 399 (véase Hawkins, John, 266
también ejercito) Heaton, Herbert, 301, 321
tecnología militar, 40-41, 75, 85-86, Hecksher, Eli F., 256, 321, 328-329,
189, 301 (véase también ejército) 331, 462
tecnología naval. 87, 301, 461 (véa­ Heers, Jacques, 326, 328, 376
se también marina) Helm, June, 138
guerra de las Gallinas, 453 Helleiner, Karl, 36, 49-51, 135, 165,
guerra de las Rosas, 72 439
guerra de los campesinos (Alema­ hemisferio norte, 50
nia), 35, 198, 250 hemisferio occidental (véase Amé­
guerra de los Cien Años, 30, 39, 72, rica)
213, 259, 327, 418 (véase también hemisferio oriental. 24, 63
guerra) Hexter, J. A., 334, 338-341, 344-348, 401
gueira de los Treinta Años, 46, 198, Hibbcrt, A. B., 29
252, 314, 414, 440, 451, 457 (véase Hideyoshi, Toyotomi, 465
también guerra) hierro, 386 (véase también indus­
guerrilla, 293 trias, hierro)
Guicciardini, Francesco, 261 «hijos de los boyardos», 451 (véase
Guillen iMartinez, Fernando, 131, también nobleza, baja)
139-140 Hilton, R. H., 32-34, 59, 362-363, 431,
Guillermo el Conquistador, 328 445
Guillermo de Orange, 297 Hinton, R. W. K., 368. 391*394, 401
Guinea, golfo de, 62, 238 Hill, Christopher, 215-216, 222, 228,
Guisa, los, 379 (véase también Fran­ 294, 330-331, 353, 335, 340, 342, 344,
cia; 347-348, 366, 401
gujaratis, 464 hipocrás, 63
Gustavo Adolfo, rey de Suecia, 430, Hirsch, Walter, 42
433 hispanización (véase Estado, homo-
Gutsherrschafí, 133, 438, 454 (véase geneización)
también fincas [capitalistas]) Hobsbawm, E. J., 313-314
Gutswirtschaft, 439 (véase también Hohenstaufen, dinastía, 243 (véase
señorío) también imperio, Sacro Imperio
Guyena, 150, 326, 379, 416 Romano Germánico)
Hohenzollern, dinastía, 440
Holanda (si se refiere tan sólo a
Habakkuk, H. John, 198, 351-353, 363 la provincia; en otro caso véase
Habsburgos (véase imperio, Habs- Países Bajos, norte de los), 255,
burgo) 290-292, 299-300, 598
haciendas (véase fincas) Holstein, 434
Hainault, 174, 296 homogencización (de una sociedad
Hall, A. Rupert, 180-181 nacional) (véase Estado, homoge-
hambres (véase alimentos, escasez neización)
de) Hondschoote, 321
Hamburgo, 233, 248, 262, 300, 482 Honjo, Eijiro, 484
Hamilton, Earl J., .98-100, 103, 107- Hopkins, Sheila, 107, 110, 113-114,
110, 114-117, 262 167
Hammarstróm, Ingrid, 99-100 hornos, 177
Hansa, 27-28, 56, 61, 95, 135, 172, 208, horticultura (véase agricultura, hor­
211, 259, 285, 299, 326, 390 ticultura)
Indice analítico 565

Hoskins, W. G., 356 impuestos, 22, 31, 35, 39-45. 82, 116,
Hoszowski, Stanislaw, 134, 136, 429- 127, 142, 169, 187, 190191, 193194,
430, 455-456 199, 209-211, 214, 224-225, 249, 257,
Hudson. G. F., 78, 81 275, 314, 322, 324, 327-328, 332-333.
hugonotes, 278, 378-380, 417-418 (véa­ 355, 363, 375, 379, 394, 405-406, 408,
se también calvinismo) 413-416, 418419, 430. 438, 440441,
humanismo, 220 445447, 449, 453. 456, 500 (véase
Hungría. 58, 132-133, 135-136, 209, 216, también Estado, base fiscal; Es­
219, 225, 241, 347, 425, 433-434 tado, finanzas)
norte de (véase Eslovaquia) arrendamiento de, 43, 82, 127, 194,
Hurstfield, i., 223-224, 332, 349, 378- 373, 405, 413, 446
379 capitación, 473
diezmos, 142, 381
en especie, 31
ideología, 8-9, 93, 120, 203-204, 207, incas, 240, 478
402, 409, 501 India, 12, 43, 56-57, 70, 77, 81-82, 300-
Iglesia (véase catolicismo (con re­ 301, 307, 451, 460462, 465469, 472,
ferencia a Rusia véase Iglesia or­ 476, 480, 485 (véase también co­
todoxa rusa]) mercio, índico; Oriente)
Iglesia ortodoxa rusa, 220, 442, 444- costa occidental de la, 462
445 Majarajás o Grandes Mogoles, 81
iglesias (templos), 272, 433 Indias (América española) (véase
lie de France (véase París) América, española)
imperialismo (véase imperio, impe­ Indias Occidentales (véase Antillas)
rialismo) Indias Orientales, 426, 460, 474475,
imperio 481, 483 (véase también Oriente)
británico (véase Gran Bretaña) Indico, 76-79, 95, 308, 388, 426, 460-
carolingio, 81-82, 208 461, 463464, 467, 469, 479, 481
de Oriente (véase Bizancio) indios (si se refiere al hemisferio
dentro de la economía-mundo, 47, occidental) (véase amerindios)
93, 358, 460. 468 individualismo, 86-87, 93, 131, 217
economía imperial, 460 Indochina, 484
extension políticamente excesiva, Indonesia (archipiélago indonesio),
253, 267 79, 484
fracaso del, 191, 233-316 industriales, 169, 173-175, 177, 214,
Habsburgo, 103, 212, 220, 233, 240- 226, 254, 321, 411, 498 (véase tam­
242, 246-247, 249-252. 254-256, 258, bién burguesía; industrias; manu­
274-275, 278-280, 282-283, 288, 294, facturas)
320. 332, 367, 377, 386, 440, 443, industrialismo (véase industrias)
450, 496 industrialización (véase industrias)
imperialismo, 233, 235, 241, 244, industrias, 17, 35, 75, 103-104, 116-118,
252-253 120, 129, 138, 143, 155, 157, 165, 166-
manqué, 47 167, 172-176. 178, 180, 212, 219, 226,
moscovita (véase Rusia) 242, 259, 263, 271-272, 281, 283-284,
-mundo, 21-24, 46, 52-53, 74, 81, 84- 286, 309-310, 312-316, 319-321, 328,
88, 118-119, 180, 241-242, 245, 254, 332-333, 349-351. 369-370. 374-375, 382.
260-261, 265, 373, 428, 434, 450, 490- 388-389, 394-398, 406, 411413, 415,
492, 497-499 420421, 432, 435, 440, 453-454, 456-
otomano, 46, 81, 95, 220. 241, 276, 458 (véase también manufacturas)
307, 397, 410, 426-427, 450, 458- a domicilio (putting-ont, Verlags-
459, 469 (véase también Levante; system), 457
turcos) acero, 321
Sacro Imperio Romano Germáni­ cerveza, 457
co, 26, 240-241, 243, 280 construcción, 63, 113, 115, 272, 356
subimperialismo, 267 (véase también madera)
566 Immanuel Wallerstein

construcción naval, 63, 104, 115, estatuto de artífices, 361


175, 273, 284, 301-302, 313, 320, 361, este, 370
399, 412 (véase también madera; guerra civil, 334, 337, 343-344, 348,
marina; transporte, marítimo) 362, 365-366, 597, 400-401, 421
curtido, 104, 399 (véase también norte (y nordeste), 156, 331
cuero) Parlamento, 334, 344-345, 371, 394-
de lujo, 114, 174-175, 234, 321, 412, 395, 401 (véase también Parla­
414 mentos)
desindustrialización, 390, 396 Parlamento Largo, 401
distribución geográfica de las, 320- protectorado de Cromwell, 297
321 sur (y sudoeste), 110, 178, 370
domésticas, 381, 457 inmigración (véase migraciones)
equipo y armas militares, 115, 228, Innis, Harold A., 272, 374, 400
369 (véase también armamentos; intendants, 408*409
ejército; municiones) Inter Coetera, 473
hierro, 399, 440, 458 (véase tam­ intereses (véase dinero, tasas de in­
bién hierro; industrias, metalur­ terés)
gia) intérlopes (véase comercio, intérlo­
madera, productos de la, 175, 369, pes)
399 internacionalismo, 261, 319
maquinaria, 115 inversiones (véase capitalismo, in­
metalurgia, 144, 175, 321, 338, 369, versiones)
399 Irán (véase Persia)
minería, 56-58, 120, 122, 125, 129, Irlanda, 54, 123, 258, 294, 323-324, 331,
140, 144, 217, 245, 253-254, 265, 267, 365, 371, 399
269-271, 273, 275, 281, 286, 305, Isabel, reina de Inglaterra (era isa-
320-321, 338, 369, 383, 458, 465, belina), 46, 79, 123, 179, 228, 294,
473, 476 (véase también oro; pla­ 306, 321, 328, 332, 337-338, 341-342,
ta; sal) 345, 357, 359-361, 367-368, 371, 377,
rural, 113, 175, 314, 324-325, 457 388-392, 399, 406, 447
seda, 271 (véase también seda) Islam, 28, 61-62, 69-71, 75, 79, 200,
textil (paño),38-39, 64, 144, 155, 220, 223, 275-276, 280, 428, 443, 464,
174-175, 178, 212, 234, 249, 271, 312- 479 (véase también Mediterráneo,
314, 320, 324-328, 352, 358, 389, 391- islámico; moriscos; moros)
398, 474 (véase también textiles) Islandia, 49, 400
vidrio, 175 islas de las especias, 239
infantería, 40, 189, 197 (véase tam­ Italia (norte de), 23, 27, 34, 39, 52,
bién ejército) 56-57, 63-66, 71, 95, 97, 112-113, 134,
inflación (véase precios, subida de 139, 144, 146, 148-151, 173-175, 178,
los) 182, 195, 208-212, 216, 219-221, 225-
Inglaterra, 32-34, 36, 38, 41-42, 45-46, 226, 233, 237, 239, 241-248, 250-251,
49, 54, 56, 61, 64-66, 72-73, 103-104, 253-254, 259, 261, 264-265, 269, 273,
107-111, 113-114, 116-117, 133-135, 141, 279, 305-316, 320-322, 326-327, 372-
145-146, 149-150, 152-155, 157-159, 161- 373, 376, 390, 397-398, 408, 443, 455,
164, 166, 170, 174-175, 178-180, 183, 480, 482, 496 (véase también Euro­
199, 208, 211-212, 216, 219, 225, 234- pa, áreas de antiguo desarrollo;
235, 239, 241-244, 247-248, 255, 257- Florencia, Génova; Lombardia;
258, 261-262, 265-266, 270-272, 274, Milán; Venecia)
280-283, 285-286, 294, 297-299, 303-306, centro de, 112
308, 310, 312-313, 315, 319-374, 376- decadencia de, 308-316, 405
382, 384-404, 406-407, 411-414, 419-421, sur de, 54, 123, 201, 315
435, 445, 450-451, 457-458, 463, 474, Iván III el Grande, zar de Rusia,
476, 479-483, 495-496, 498, 502 432, 444
Consejo Privado, 330, 394 (véase Iván IV el Terrible, zar de Rusia,
también Estado, burocracia) 241, 444-448, 450-452
Indice analítico 567
Jack-Hinton, Colin, 77 Kent, 156
jacobinos, 292 Kcrridge, Eric, 108
Jacobo I, rey de Inglaterra, 339, 345, Keynes, J. Μ., 115-116, 398
368, 399 Kieman, V. G., 47, 196-198, 206, 222
jacqueries, 34, 380-381 (véase tam­ 278
bién campesinos, revueltas) Kiev, 456
jansenismo, 409, 418 (véase también King, Gregory, 357
catolicismo) Kingdon, Robert M., 295, 361
Japón, 78-79, 84, 425, 465, 476, 484 Kirchhcimer, Otto, 201
Jara, Alvaro, 125, 130, 132, 139-140, Klein, Julius, 154, 164, 236, 271, 274-
237, 240, 268, 476-477 276
Java, 76, 483 Klima, A., 457
Jeannin, Pierre, 105, 142, 157, 247, Kluchevsky, V. 0., 427, 442443, 446,
285, 300, 374, 386 451, 454
jengibre, 471 (véase también espe­ k n ia ih a la , 452 (véase también aris­
cias) tocracia)
jesuítas (véase catolicismo, jesuí­ k n ig h ts (véase caballeros, knights)
tas) Kobata, A., 465
Johnsen, Oscar Albert, 300 Koenigsberger, H. G., 254-255, 277,
Jones, E. L., 118-119, 167 288-289, 292, 295-297, 307, 316, 379-
Jones, P. J., 310 381, 414, 417
jornaleros (sin especificar), 62, 72, Konigsberg, 218, 454
108-114, 116-117, 120-121, 125, 144, koppelwirtschaft (véase agricultu­
179-181, 191, 209, 217, 357, 363, ra, sistemas de rotación)
381, 390, 495, 502 (véase también k o r m le n ie , 446 (véase también im­
obreros) puestos, arrendamiento de)
estacionales, 360, 364 Kosminsky, E„ 32, 34, 38, 40, 96, 159
migratorios, 165 Kossman, E. H., 60, 284, 287
rurales, 59, 120, 130-131, 146, 152, Kovacevic, Desanka, 57
158-166, 170, 175, 178-179, 201, 222, Kula,. Witold, 142
272, 275, 350, 356-359, 434 (véase ku laki, 354 (véase también campe­
también agricultores; campesinos; sinos)
labradores; labriegos; trabajo, Kuznets, Simón, 229
obligado)
urbanos (véase obreros)
joyas, 58, 64 Labrador, península de, 135
judíos, 128, 167, 207-214, 236, 273, 277, labradores [h u sb a n d m e n ], 350, 356,
300, 482 359 (véase también agricultores,
expulsión de los, 68, 165, 208-211, y e o m e n ; labriegos)
235, 273. 275 labriegos [c o tta g e r s ], 357-359, 390
portugueses, 273 (véase también (véase también jornaleros, rura­
judíos, sefarditas; marranos) les; labradores)
sefarditas, 300 (véase también ma­ Laclau, Ernesto, 178-179
rranos) Lach, Donald F., 463, 466, 468
Juan II, rey de Aragón, 234 Ladero Quesada, Miguel Angel, 238
Juan II, rey de Portugal, 460 lana, 31, 39, 64, 134, 152-153, 158, 172,
juncos (véase transporte, marítimo) 178, 212-213, 234, 249, 271, 311, 323-
Junkers, 128, 133, 226, 438-439 (véase 326, 347, 351-352, 355, 360, 390, 396-
también agricultores, capitalistas; 398
aristocracia; señores) Lancaster, casa de, 345
Lane, Frederic C., 23, 64, 72, 170, 190,
198, 307, 314, 469, 472, 478, 480
Kazán, 428 Languedoc, 143, 150, 379, 419 (véase
Kellenbenz, Hermann, 387, 425, 481- también Francia, sur de)
483 Lapeyre, Henri, 275, 293

19
568 Immanuel Wallerstein

Larraz, José, 235, 303 Lubimenko, Inna, 447


Laskowski, Otton, 197 Lublinskaya, A. D.( 163, 223, 247, 372,
Laslett, Peter, 356-357 385, 387, 405, 411-413, 417, 452
latifundios (véase fincas, latifun­ luchas en el seno de la nobleza (véa­
dios) se señores, luchas internas)
Latimer, Hugh, obispo de Worces­ Ludioff, R., 264
ter, 357 Luis XI, rey de Francia, 41, 197, 257
latinos, 61 (véase también Italia Luis XII, rey de Francia, 193, 241
[norte de]) Luis XIII, rey de Francia, 193, 382,
latón, 369 405, 418
Latlimore, Owen, 29-30, 85, 137, 350 Luis XIV, rey de Francia, 68, 375,
leche (véase productos lácteos) 404, 412
Lefebvre, Hcnri, 37, 126 lujo, bienes de, 27-29, 56-59, 64, 103,
legitimidad (vease Estado, legitimi­ 115, 157, 211, 226, 267, 270, 274, 278,
dad) 426, 431-432, 465, 469-470 (véase
lenguaje, 497-498 también comercio, de lujo; indus­
Lenin, V. I., 170 trias, de lujo)
leña (véase combustible) lumpenproletariado, 196, 296, 356,
Le Roy Laduric, Emmanuel, 35-36, 364, 415
49, 143, 316, 381, 408, 441 Lusacia, 168
detras de cambio (véase dinero, le­ luteranismo, 216-218, 220, 251, 264,
tras de cambio) 280, 385 (véase también cristianis­
Levante (Mediterráneo) (v é a s e mo; protestantismo)
Oriente Próximo) Lulero, Martín (véase luteranismo)
levellers, 297 Lütge, Friedrich, 415, 439
Lcvenson, Joseph R., 83 Lultrell, Anthony, 61, 124
Lewis, Archibald R., 54, 68, 190 Luzzatlo, Gino, 244, 263, 331
Lewis, Bernard, 458 Lvov, 453
liberalismo, 191, 204, 346 Lyashchcnko, Peter 1., 447-448
Lieja, 116, 293, 321 Lybyer, A. H., 459, 480
Liga Católica, 380-381, 417-418 (véase Lyon, 182, 219, 233, 248, 259-261, 373-
también Francia, guerras de reli­ 374, 378
gión) Lythe, S. G. E., 299, 323, 360, 375,
Liga Hanscática (véase Hansa) 399
Lima, 267. 269
lino, 284-285. 360, 432
Liorna, 310 Macao, 465, 485
Lisboa, 67, 69, 71, 105, 233, 246, 259, Macurek, J., 457
285, 462, 464, 467, 475-476, 480-482 Magzak, Antoni, 438
Lituania, 132, 173, 209, 448, 450 Madeira, 62, 71, 122-123
Livermore, Η. V., 66, 461, 464 madera, 61, 63-64, 72, 104, 116, 119,
Livonia, 434, 454 134, 255, 285, 301-302, 322, 339, 569,
guerra de, 446, 448-450 390, 399-400, 455, 476 (véase tam­
Locher. T. J. G., 14 bién bosques, productos foresta­
Lockhart, James, 269 les; combustible; industrias, cons­
Lockwood, David, 42 trucción; industrias, construcción
Loira, 373 naval; industrias, madera)
Lombardia, 128, 182, 210, 242 hambre de, 64 (véase también de­
Lonchay. H., 249, 291, 307 forestación)
Londres, 156, 164, 291, 321, 323, 328, Madrigal, 234
331, 355, 371, 421 maestrazgos, 274
Lopez, R. S., 56, 100, 242, 245, 316 Magallanes, Fernando de, 259, 473
Lorena, 178 · magistrados (véase notables locales)
Lowmianski, Henryk, 126 magnates, 345, 437, 452 (véase tam­
Lübeck, 304 bién aristocracia)
Indice analítico 569

Magrcb (véase Africa, norte de) marina mercante (véase transporte,


Maidstone, 352 marítimo)
Mainz, 27 marranos, 213, 275 (véase también
máiires des requétes, 404, 409 judíos; sefarditas)
Malabar, costa de, 462, 464 Marrero, Manuela, 238
Malaca, 462, 467-468 Marruecos, 46, 67, 69
estrechos de, 462, 479, 483 Marsella, 418, 475
Málaga, 168 Marx, Karl, 106, 113, 150, 152, 164,
malagueta, 63, 471 (véase también 166-167, 174-175, 178, 182, 236, 337,
pimienta) 350-351
malaria, 309 marxismo, 178, 191, 297, 336-337, 340,
Malowist, Marian, 55, 61, 66-67, 133- 342, 346, 402
134, 141-142, 172-174, 209, 214, 226. Masefield, G. B., 61, 68, 123
237-238, 255, 323-325, 372, 432, 434- massari, 201 (véase también agricul­
436, 440-441, 448, 452, 454-455, 458 tores, yeomen)
Malta, 123 Mattingly, Garrett, 23, 241
Mallorca, 34 Mauny, R. A., 55
mamelucos, 459 Mauro, Frédéric, 119, 144, 170, 178,
Manchú, dinastía, 84 321, 461
Manchuria, 85 M avrodin, V. V., 431
Mandrou, Robert, 411, 416-417 Mazarino, Giulio, cardenal, 404
Manila, 267, 474, 476, 478 M cCracken, Eileen, 399
galeón de, 475-477 M cGann, Thomas F., 68
Mankov, A. G., 429. 431, 449-450, 458 48 M eca, estrechos de la (mar Rojo),
Manning, Brian, 333, 592 0
mano de obra (véase trabajo) M ecklem burgo, 168, 428, 434
manufacturas (bienes manufactura­ M edebach, 26
dos), 267, 269, 271, 313, 376, 398, médicos, 364670(véase también profe­
medicinas,
400, 412, 431-432, 435, 453, 455, 475 sionales)
manufacturas (industrias) (véase in­ Medina del Campo, 273
dustrias)
manumisión (véase siervos, libera­ M1editerráneo,
15 , 123-124,
45-46, 55, 61, 73-74, 80,
182, 200, 208, 216, 221,
ción de los) 237 , 239, 241, 253, 259, 275, 285, 300,
Maquiavelo, Nicolás, 205 307-308, 310-311 , 315-316, 373, 386,
mar del Norte, 259, 285, 300, 310 391, 396-397, 408, 466, 470, 475 (véa-
mar Interior (véase Mediterráneo) se también Africa, norte de; co­
mar Rojo, 24, 461, 480 mercio, mediterráneo; Europa,
Maravall, José A., 203-205, 235-236 sur de; Oriente Próximo)
maravedí, 238 (véase también dine­ cristiano, 94, 97, 141, 216, 237, 316,
ro, moneda de cuenta) 375 (véase también cristianismo)
Marche, 416 islámico, 71, 73 (véase también Is­
marfil, 479 lam)
Margarido, Alfredo, 479 islas del, 59, 63, 122, 124, 470
Margarita de Austria, regente de los occidental, 68, 311, 397
Países Bajos, 294 oriental, 62, 307, 311, 397, 459, 479
María I Estuardo, reina de Esco­ (véase también Oriente Próxi­
cia, 294 mo)
era mariana, 378 Meilink-Roelofsz, M. A, 78-79, 466-
María de Hungría, 249 468
marina, 64, 300, 395, 432, 461-462, 464, melazas, 172
466. 468 (véase también guerra; Mendigos del Mar, 291 (véase tam­
industrias, construcción naval) bién revolución, Países Bajos)
avituallamiento de la, 311 menestrales (véase artesanos)
suministros navales, 301, 432 mercaderes (véase comerciantes)
570 Immanuel Wallerstein
mercados (véase comercio) minorías, 207 (véase también Esta­
mercados obligados [staples], 248, do, homogeneización)
302, 327 (véase también comercio, Miranda, José, 129, 131
puestos comerciales) Minskimin, H. A., 56, 100-102, 104
mercanti di campagna, 226 (véase mita (véase trabajo, obligado, tra­
también comerciantes) bajo asalariado forzado)
mercantilismo (véase Estado, mer­ Moldavia, 132
cantilismo) Molnar, Erik,.204, 219, 222, 224
mercenarios (véase ejército, merce­ Mollat, Michel, 24, 70, 313, 428, 433
narios) Molucas, 479, 485 (véase también In­
mercurio, 122, 240, 267, 270, 475, 477 donesia)
Merchant Adventurers, Fellowship monarca (monarquía) (véase Es­
of, 326-327, 391 (véase también tado)
compañías) monarquía absoluta (véase Estado,
Mesta, 143, 156, 234-236, 274, 276 (véa­ absolutismo)
se también ovejas) monasterios, 272, 309-310, 433, 438,
mestizos, 121, 131, 139-140 444445, 456 (véase también catoli­
mestnichestvo, 443, 452 cismo; Iglesia ortodoxa rusa)
metales, 284, 322, 458 (véase tam­ disolución (confiscación) de los,
bién cobre; hierro; industrias, me­ 154, 226, 289, 333, 335, 340, 344,
talurgia; latón) 354, 360, 439, 444
artículos metálicos, 431-433, 435 moneda (véase dinero)
metales preciosos, 55-58, 64-66, 97-103, acuñación, de, 65 (véase también
105-106, J40, 168, 211, 237-238, 240, Estado, finanzas; metales precio­
249, 259, 267, 273, 277, 279, 282-285, sos)
303-304, 306, 310, 328, 376, 384-386, mongoles, 24, 54, 78, 86, 136, 428
393-394, 398, 412, 430, 433, 464-466, monocultivo, 60, 143 (véase también
470, 474476 (véase también dine­ agricultura)
ro; oro; plata) Monomotapa, 425 (véase también
atesoramiento, 31, 44, 102, 465, 470 Africa, oriental)
disminución del atesoramiento, monopolios (véase capitalismo, mo­
102 nopolios)
drenaje de, 57, 475 monopsonio, 171
metalúrgicos, 371 (véase también in­ Montchrétien, A, de, 372
dustrias, metalurgia) monzones, 462
métayage (véase aparcería) Moore, Barrington, jr., 347-348
Meuvret, Jean, 372, 413, 415 Moravia, 133 (véase también checos)
México, 95, 124, 130, 253-254, 265, 267- Morea, la, 123
268, 465, 474, 477, 502 moreras, 477 (véase también bos­
ciudad de México, 269 ques)
mezzadria (véase aparcería) Morineau, Michel, 105
Middelburg, 284 moriscos, 212 (véase también Espa­
Midlands, 156, 358 ña; Islam; moros)
migraciones, 154, 165, 167-168, 267- expulsión de los, 68, 165, 275-278,
268, 271, 278, 293, 359, 370-371, 399, 372
427, 445 Morison, Samuel Eliot, 473
Miguel, zar de Rusia, 451452 . moros, 54, 68, 212, 276 (véase tam­
Milán, 56, 226, 241, 243-244, 262, 308, bién España; Islam; Reconquista)
313, 315 blancos (véase Génova)
M iller A 446 expulsión de los, 235, 275
Miller! Edward, 45, 191, 211, 257, 325 Mosa, 146
Minchinton, W. E., 390 Moscovia (provincia o ducado de;
minería (véase industrias, minería) en otro caso véase Rusia), 427428,
Mines Royal, 228 443, 448
Ming, dinastía, 78, 84-87, 465, 484 Mousnier, Roland, 4647, 86, 136, 187,
Indice analítico 571
189, 193, 203, 224, 228, 256, 382, 402· hijos menores de la, 287, 340-341
404, 406 407, 409-411, 414, 416-418 menor (vease nobleza, baja)
mulas, 63 (véase también ganado) provincial, 378-379
mulatos, 121, 140 terrateniente (véase aristocracia)
municiones, 228, 369, 432 (véase tam­ Nogai, horda de, 431
bién armamentos; ejército; indus­ Norfolk, 336
trias, equipo y armas militares) Normandía, 54, 150, 208, 258, 374-
Münster, 110 375, 379, 381, 416, 418419
Murray, John J., 371 North, Douglass C., 32, 154, 158, 228-
muselinas, 426 (véase también tex­ 229
tiles) Northampton, 352
musulmanes (véase Islam) Northumberland, 156
Myers, A. R., 323-325 Noruega, 155, 172, 299-301
notables locales, 297, 381, 409, 419
nacionalismo, 9, 86, 93, 204-206, 209, (véase también agricultores, ca­
220, 251, 264, 274, 280, 288, 292-294, pitalistas; burguesía; nobleza; pa-
296, 299, 319, 443, 495 (véase tam­ triciado; señores)
bién religión, nacionalismo reli­ notarios, 352 (véase también profe­
gioso) sionales)
naciones-Estado (véase Estado, na- Novgorod, 449, 454, 458
ciones-Estado) Nubia, 57
Nadal, Jordi, 96, 101, 107, 109, 262, Nueva Escocia, 399
267, 272, 276 Nueva España (véase México)
Namier, sir Lewis, 294 Nueva Granada, 139
Nanking, 78 Nueva Inglaterra, 272, 400
Nantes, edicto de, 260, 378 nuevas pañerías (véase textiles, nue­
Napoleón, 250 vas pañerías)
Nápoles, 241, 262, 311, 440 Nuevo Mundo (véase América)
naturalismo, 93 Nuremberg, 246, 457
Needham, Joseph, 75-76, 118
Nef, John U., 109-110, 116-117, 178,
245, 320, 322, 369-370, 374, 380, 413 objetos preciosos (véase bienes de
negros, 124, 139-140 (véase también lujo)
Africa) obreros, 32, 36, 62, 72-73, 107-114, 116-
Nepal, 197 117, 120-121, 125, 144, 152, 165-168,
Néré, Jean, 182 1 77, 179-181, 191, 209, 217, 250, 262,
Newcastle, 321, 369 288, 296, 325, 336, 363, 379, 396, 399,
nobiles minores (véase nobleza, 404, 412, 495, 402 (véase también
baja) jornaleros)
noblesse Occidente, 52, 75-76, 81-82, 84, 118,
d'épée, 223, 415 (véase también 206, 222, 225, 329, 426428, 465, 470-
aristocracia) 471 (véase también Europa, occi­
de robe, 82, 404, 409, 415, 420 (véa­ dental)
se también Estado, burocracia) Occitania, 45, 418419 (véase también
territoriale (véase aristocracia) Francia, sur de)
nobleza, 173, 225-227, 287, 335-336, 338, Oeste (véase Occidente)
340-345, 347, 356-357, 366, 368, 410, officiers, 404405, 408410
440-441; para la época medieval, Ohlin, Goran, 226
véase señores (véase también aris­ olivos, 143
tocracia) Olkusz, 219
aburguesamiento de la, 407 Oman, sir Charles, 41, 197, 242, 293
alta (véase aristocracia) opio, 475
baja (por oposición a aristocra­ oprichnina, 448450 (véase también
cia), 201-202. 218-220, 224, 287-289, Iván IV)
343, 349, 373, 451-452 orden (véase Estado, orden interno)
572 Immanuel Wallersíein
\

órdenes militares, 154, 189, 226, 274 sur de los, 116, 178, 214, 256, 282,
Oriente, 57-58, 74, 95, 241, 285, 307, 287, 291, 293, 303, 320
428, 431, 448, 460, 467, 469-471, 475- países nórdicos (véase Escandina-
476, 483 (véase también China; In­ via)
dia; Indias Orientales; Oriente palacios, 272, 433
Próximo) Palatinado, 293
Oriente Lejano (véase Oriente) Palestina, 54
Oriente Medio (véase Oriente Pró­ palo de Brasil (véase tintes, palo
ximo) de Brasil)
Oriente Próximo, 27, 54, 56-57, 118, Palos de Moguer, 239
124, 242, 245, 306-307, 310-311, 388, pan, 62-63 (véase también cereales)
448, 459-460, 475-476, 479 (véase Pannikar, K. M., 70, 468
también comercio, levantino; im­ pañeros, 221, 250, 371
perio, otomano; Mediterráneo, paño (véase textiles)
oriental; Oriente) papado (véase catolicismo, papado)
Ormuz, 462
oro, 55-58, 64-65, 72, 98-103, 106-108, papel (véase industrias, madera,
132, 181, 211, 237-240, 255, 259, 267, París, 38, 168,de258,
productos la)
295, 372-373, 379-
281, 283, 308, 372, 384-386, 398, 426, 380, 382
460, 464-466, 469, 470, 477 (véase cuenca de, 146
también metales preciosos) Pariset, Georges, 68
Ortega y Gasset, José, 236
Ortel, 249 Parlamentos (asambleas parlamen­
Ots Capdequi, J. M., 129, 131 tarias), 45, 190-191, 439
ovejas, 150, 152-156, 158-159, 234, 266, miembros del Parlamento, 409-410
271, 351-352, 357, 397, 431 (véase Parma, duque de, 263
también agricultura, pastos; gana­ Parry, J. H., 125, 144, 246, 263, 265,
do; Mesta) 271, 301, 308, 310-311, 374, 398-400,
433, 482
Parsons, Talcott, 180
Pablo IV, papa, 291 partos, 468
Pacífico, 456 pasas, 110
Pach, Zs. P., 133, 135-136, 225, 347 Pascu, S., 431
Pagés, G., 194, 403, 406, 410
Países Bajos, 61, 97, 104, 135, 174, patriciado,
456 (véase
29, 120, 197, 219, 297, 410,
también burguesía; ciu­
182, 241, 244, 247, 249, 253-256, 260- dades)
261, 263, 281-292, 295, 298-299, 304, patrimonialismo, 42, 81-82, 84, 128,
306, 308, 310, 325-327, 374-376, 379, 162, 436, 445 (véase también Esta­
474, 496 do, burocracia)
austríacos (véase Países Bajos,
sur de los) paito di ricorsa, 311 (véase también
católicos (véase Países Bajos, sur dinero, crédito)
de los) Paulet, Charles, 408
españoles (véase Países Bajos, sur paulette, 408*409
de los) pauperización, 359, 381
norte de los, 46, 50, 64, 104, 113, Pedro el Grande, zar de Rusia, 432,
116-117, 128, 134-135, 152, 155-156, 451
173-174, 178, 217, 221, 256, 263, Pekín, 78
270-271, 273, 284-287, 290-305, 308, Peninos, 324
311-315, 320-321, 323, 325, 335, 343, península Ibérica, 64, 66-68, 70-71, 94,
351, 365, 370, 372-373, 376-377, 384- 134, 165, 172, 213, 235-236, 239, 255,
394, 398, 407, 412-414, 417, 451, 259, 276, 303, 328, 460, 473, 478, 482-
457, 463, 467, 474, 479-484, 495 483, 485 (véase también España;
stados Generales, 290, 296 Portugal)
revolución de los (véase revolu­ Penjab, 197
ción, Países Bajos) Penrose, Boies, 76
Indice analítico 573
peonaje por deudas. 269 plata, 33, 44. 55. 57-58, 6465, 72, 97-
internacional, 172-173 103, 106108, 181, 211. 217, 219, 338,
Percy, familia, Earls de Northum­ 240, 245, 255, 259. 265. 270-271, 275,
berland, 365 277, 281, 283, 303, 306-308. 384-386,
Pérez, Antonio, 241 398, 426, 433, 437, 464-466. 474, 476.
periferia, 80, 84, 89, 97, 113, 117, 119, 477, 483 (véase también metales
135, 140, 142-144, 150, 157, 164, 168. preciosos)
179, 181-182, 205, 207, 209, 216, 220 amalgama, 122, 240, 270
221, 229, 264, 279, 313, 382, 385, 426, plebeyos
432-433, 435-436, 440 441, 445, 475, (miembros de la plebe), 2%, 407,
478, 484-485, 492-493, 496-497, 499 416 (véase también burguesía,
(véase también economía-mundo) pequeña; lumpenproletariado;
Perroy, Edouard, 30-33, 46, 57-58, 163, obreros)
192 (por oposición a nobles o seño­
Persia, 22, 425, 431, 451. 461, 464 res), 257, 404
Perú, 95, 124-125, 130, 253-254, 265, plusproducto (véase excedente)
267, 269, 277, 307, 465 plustrabajo, 166 (véase también ex­
pesca, 50, 135, 272, 284, 301, 400, 460 cedente; plusvalor)
flotas pesqueras, 374 plusvalor, 150, 170, 351 (véase tam­
pescadores, 172, 272 bién excedente; plustrabajo)
pesquerías, 400, 475 Plymouth, 306
pescado, 61-62, 374, 400, 470 (véase PNB (véase Estado, producto nacio­
también alimentos) nal bruto)
viveros, 458 población, 87
Pcsez, Jean-Marie, 35 crecimiento de la, 30, 34, 42, 48,
peste negra, 49-51, 56, 209 51-52, 60, 68, 74, 80, 95, 138, 142-
Petrán, Joscf, 105, 434 144, 146, 151, 165, 167, 175, 181,
Petras, James, 67 196, 201-202, 278, 281, 308, 322, 370-
Petrogrado, 292 372, 427
Phelps-Brown, E. H., 107, 110, 113- densidad de la, 30, 36, 38-39, 141,
114, 167 146, 154, 158, 280-281
Piamonte, 315 disminución de la, 30, 35-41, 44,
Piacenza, 248 49, 51-52, 95, 124-125, 141-142, 145-
Picardía, 196 146, 151-152, 159, 252, 268, 278, 323,
piedras preciosas, 460, 465 362, 386-387, 477
pieles, 104, 134, 219, 285, 390, 432-433, sobrepoblación, 30, 48, 68, 81, 267,
435 278, 281, 371-372
Pierce, T. Jones, 356 pobres, 168, 189, 198, 200-201, 288, 295,
Pike, Ruth, 212, 245 348, 362, 371, 391, 400-401 (véase
pillaje. 30, 85, 108, 143, 198. 303, 306, también clases, bajas)
398, 412, 466, 472, 474, 478, 482 leyes de pobres, 361, 364, 371, 389
pimienta, 63, 387. 460, 463-465, 468, Pocock, J. G. A., 401-402
470-473, 475, 480-482 (véase también Poitou, 419
especias; malagueta) Polanyi, Karl, 362
piratería, 78-79, 200, 300, 311, 392, policía (véase Estado, orden in­
398, 472 (véase también bandidos; terno)
comercio, intérlopes) Polonia, 28. 38, 95, 114, 132-136. 141-
Pirenne, Henri, 58-59, 176, 244, 343 142, 146, 155, 173, 179, 182, 208-209,
Pirineos, 200, 273, 278 212, 216, 218-220, 255, 294. 311, 326,
Pisa, 70, 410 351, 377, 384, 425-434, 437441, 445,
pistolas, 40 (véase también arma­ 447, 450451, 453458, 499, 502
mentos) dietas locales, 437
plagas (véase epidemias; peste ne­ Estatuto del rey Alejandro, 438
gra) Sejm [Dieta], 218, 437, 453, 455
plantaciones (véase fincas) (véase también Parlamentos)
574 Immanuel Wallerstein

pólvora (véase municiones) proletariado (véase jornaleros; obre­


Pomerania, 434 ros)
pomestie vvease fincas, pomestie) proteccionismo (véase Estado, mer­
porcelana, 460, 465, 476 cantilismo)
Porshnev, Boris, 149-150, 222, 402-404 proteínas (véase alimentos, proteí­
406-407, 409, 411, 414419, 430-431, nas)
450 protestantismo, 68, 214-221, 226, 251,
Portal, Roger, 428 263, 272, 275, 290, 292-294, 297, 300,
Portugal, 54-55, 58, 60-63, 66-67, 69- 331, 335, 372, 377, 380, 438, 498 (véa-
74, 77, 79, 83, 85, 95, 118, 125, 130, se también cristianismo)
134, 171-172, 213, 233, 237-239, 245, Provenza, 45, 144, 150, 379, 419 (véa­
247, 266, 273, 279-281, 285, 307-308, se también Francia, sur de)
387, 425, 459-485 Provincias Unidas (véase Países Ba­
Postan, Μ. M., 25, 32, 39-40, 66, 102, jos, norte de los)
104, 157, 159, 213, 227, 242, 322-327 Prusia, 98, 155, 326, 427, 438, 454 (véa-
Posthumus, N. W., 97 se también Alemania, Elba, región
potasio, 219 al este del)
Potosí, 476 oriental, 311
Potter, G. R., 285 pueblos deshabitados (véase Wüs·
Pounds, Norman J. G., 50 tungen)
Power, Eileen E., 323-327 Pulían, Briam, 112, 309, 312
Praga, 369 putting-out (véase industrias, a do­
Prawer, Joshua, 126 micilio)
prebendalismo, 81-84, 88, 444, 446
precios, 32-35, 113, 466 queso (véase productos lácteos)
descenso de los, 31-32, 37, 102, 276,
323, 383
revolución de los precios (véase
precios, subida de los) Radolfzell, 26
subida de ios, 30-31, 37, 42, 94-112, Ragusa, 64, 311
114-118, 147-148, 181-182, 202, 217, Raleigh, Walter, 123
253, 270, 274, 281, 289, 309, 314, Ramsey, Peter, 153, 324, 358
342, 362-363, 373, 375, 383, 386, 418, Randles, W. G. L., 76
427, 430-431, 439, 449 Rau, Virginia, 71, 480
Preste, Juan, 460 reacción señorial (véase señores,
Prestwick, Minna, 411 reacción señorial)
Recife, 474
preussische Schlagwirtschaft (véase Reconquista, 66-67, 235, 239, 443 (véa­
agricultura, sistemas de rotación) se también cristianismo, evangeli-
primogenitura (véase tenencia, pri- zación; España; moros)
mogenitura) Reddaway, W. F., 219, 439
príncipe, el (si se refiere a un jefe Reddaway, familia, 357
de Estado, véase Estado; si se re­ Redlich, Fritz, 108, 169, 198-199, 226
fiere a un príncipe dentro de un reexportaciones (véase comercio,
reino, véase aristocracia) reexportaciones)
productividad, 31, 33, 50, 53, 60, 74, Reforma, 100, 201, 214, 216-218, 221,
104, 118, 126, 142, 144, 147 149, 166- 250, 335, 340, 417, 438-439, 444, 454,
167, 228, 353, 385, 472 497 (véase también catolicismo,
productos básicos, 59-61, 72, 157, 269 Contrarreforma)
(véase también agricultura, capi­ partido reformado, 292 (véase
talista) también calvinismo; revolución,
productos lácteos, 153-155, 434 Países Bajos)
profesionales, 348, 366 (véase tam­ Reglá, Joan, 212, 276-278
bién abogados; notarios; escriba­ regresión económica (véase comer­
nos) cio, recesiones)
Indice analítico 575
Reichenau, 27 inglesa (véase Inglaterra, guerra
religión, 68, 94, 292-295, 373, 380, 401, civil)
417-418, 497-498 (véase también movimientos (partidos) revolucio­
cristianismo; judíos; Islam) narios, 291, 294-296, 380, 417, 497
conversiones forzadas, 213 nacional, 286, 417
entusiasmo religioso, 69 (véase Países Bajos, 256, 263, 286-300, 305
también cristianismo, evangeii- puritana (véase Inglaterra, guerra
zación; Cruzadas) civil)
nacionalismo religioso, 220 rusa, 11
polarización religiosa, 293 semirrevolución, 407
teología, 214-215 social, 6 7, 286-287, 295-298
tolerancia (intolerancia) religiosa, revolución administrativa (de Enri­
208-210, 275-277, 290, 300, 378 que VIII Tudor) (véase Estado,
uniformidad religiosa (véase Esta­ burocracia, revolución administra­
do, homogeneización) tiva)
Renacimiento, 76, 101, 116, 171, 179, revolución industrial, 171, 281, 389,
195, 220, 243, 264, 366, 368 (véase 469, 484
•primera», 144, 321-322, 328, 369,
también Contrarrenacimiento) 389 (véase también Inglaterra)
Renania, 264, 374 rey, el (véase Estado)
Renouard, Yves, 45
rentas, 31, 33, 51, 108, 113, 125, 132- Reyes Católicos (Isabel y Feman­
133, 150, 152, 161-162, 166, 176, 187, reyezuelos,234,
do), 41,
454
236, 274
(véase también aris­
219, 333-334, 339, 350, 354, 375, 381, tocracia)
387, 419, 440 (véase también feuda­ Reynolds, Robert L., 175, 304, 435
lismo, cargas feudales) Rich, E. E„ 36, 61-62, 68, 144, 181,
aumento de las, 347, 358
en especie (véase feudalismo, car­ 211, 462
213, 242, 266, 285, 307, 391, 398,
gas feudales, rentas en especie)
fijas, 33, 37, 44, 142, 145, 148, 152, Richelieu,
cardenal,
Armand Jean du Plessis,
382, 415
161, 164, 373 riesgos, minimización (distribución)
lucha por las rentas, 59 (véase de los, 148, 302
también clases, lucha de clases) Riga, 172-173
monetarias, 38, 152, 154, 159-161, Rin, 146, 326 (véase también Rena-
164, 170 (véase también agricul­ nia)
tores, arrendatarios) río de la Perla, 78
de protección, 23, 126, 190 Robertson, Η. M., 382, 387, 470
renta capitalista de la tierra, 150, Robinson, W. C., 101-102, 104
350 roble, 63-64 (véase también madera)
rentistas, 30, 104, 133, 161, 209, 227, corteza de, 219
415 (véase también señores; te­ Rodas, 123
rratenientes) Rodenwaldt, Emst, 49
variables, 363 Roma, ciudad de, 110, 153, 202, 226
reserva señorial [demesne] (refi­ (véase también Italia, centro de)
riéndose a su explotación feudal derecho romano, 205
véase señorío [manor); refirién­ Iglesia de (véase catolicismo, pa­
dose a su explotación capitalista pado)
véase fincas [capitalistas]) imperio romano, 22-25, 33, 88, 118,
restauración, 420 122, 179-180
Revah, I. S., 213 república romana, 218
Reval, 172 Romano, Ruggiero, 61, 106, 241, 308,
revolución, 11 310, 313, 385, 387-388
burguesa (véase revolución, so­ ron, 61
cial) Roorda, D. J., 287, 297
francesa, 11, 83, 197, 292, 381, 496 Rosenberg, Hans, 133, 226, 440
576 Immanuel Wallerstein

Roth, Cecil, 210 seda (cruda), 129, 254, 465466, 476-


roturiers (véase plebeyos [por opo­ 477 (véase también textiles, seda)
sición a nobles o señores]) Sée, Henri, 170
Rowse, A. L., 123, 365, 377 Segismundo I, rey de Polonia, 438
Rúan, 248, 419 seguros marítimos, 302 (véase tam­
Ruddock, Alwyn A., 326 bién transporte marítimo)
ruedas hidráulicas, 177 Sejm (véase Polonia, Sejm)
Ruiz Almansa, Javier, 212 Sella, Domenico, 112, 244, 312-313,
Rusche, Georg, 201 320-321, 414
Rusia, 24, 28, 54, 59, 95, 124, 132, 208,semiperiferia, 89, 114, 117, 141, 144,
220, 241, 301, 354, 388, 391, 425-458 150, 152, 164, 201, 209, 213, 221, 229,
252, 270, 279, 315, 407, 445, 492493,
497 (véase también economía-
Saboya, duque de, 378 mundo)
Sacro Imperio Romano Germánico semiprolctariado (véase jornaleros;
(véase imperio, Sacro Imperio Ro­ obreros)
mano Germánico) Sender, Clemens, 246
Saintonge, 150 Senegal, 56
Sajonia, 58, 434 señores, 26, 28, 31, 34-35, 3745, 51-52,
sal, 134, 321, 375, 432, 456, 458, 470, 66-68, 71-73, 108, 115-116, 120, 126-
483 127, 131-133, 135, 142, 144-150, 156-
salarios, 34-37, 56, 110-113, 152, 164, 157, 159-166, 168-170, 173, 176, 190,
166, 314, 357-358, 363, 412 196, 199-202, 207-208, 210, 214, 221-
descenso de los, 164, 166, 381, 396 228, 235, 257, 264, 276, 278, 283, 287-
(véase también salarios, retra­ 290. 296, 298, 322, 335-336, 339-341,
so de los) 345, 347, 349, 353-354, 360, 367, 373,
en especie, 109, 361 378-381, 402, 408 411, 415, 420421,
fijación de los, 111 429-431, 433-434, 436-442, 447-449, 454-
fijos, 148 457, 472, 496, 500 (véase también
monetarios, 109, 140 aristocracia; terratenientes)
retraso de los, 107-117, 177, 181, ingresos señoriales, caída de los,
201 33, 37, 51, 66-69, 72, 190, 194, 201,
subida de los, 28, 31, 36-37 222, 288-289, 337
salinas, 177 luchas internas, 34, 52, 72-73, 190,
salitre, 228, 369 234, 417
Salmon, J. Η. M., 411, 415 reacción señorial, 133, 153, 163,
salteadores de caminos (véase ban­ 200, 388, 404, 407, 420, 427, 442
didos)
Samsonowicz, Henryk, 98 rentas feudales (véase feudalismo,
San Agustín, 215 cargas feudales)
San Quintín, 291, 378-379 señoríos [manors], 28, 37-38, 40, 81*
Sansom, George B., 79, 461, 464 82, 145-152, 159, 161-162, 164, 170,
Santo Tomé, 172 323, 336, 338, 359, 363, 439
Santos, 474 votchini, 444, 448, 452
Sao Jorge da Mina, 238 Serrahima, Enríe, 278
Sassetti, Filippo, 480 Serráo, Joél, 60, 62
Savine, Alexander, 358 Servia, 57
Sayous, André E., 302 Servoise, R., 79
Scott, W. R., 282 sesmo, 132
Schóffer, I., 292 Sevilla, 64, 96, 233, 240, 245, 248, 252,
Scholliers, E., 105 259, 273, 282, 305, 307, 475-476, 478
Schumpeter, Joseph A., 103-104, 187- (véase también Andalucía; Es­
189, 223, 436 paña)
Schurz, Walter L., 267 Shneidman, J. Lee, 210
sebo, 153, 267, 390 Siberia, 428, 435, 448, 456
Indice analítico 577
Sicilia, 54, 62, 123, 210, 241, 254, 262, Stroganov, 435, 456
311, 315*316 Sudáfrica, 215
Sicmenski, J.. 439 Sudán, 55, 57-58, 237-239
siervos, 28, 34, 37, 160, 166, 179, 358- súdeles, 49
359, 430, 433 Suecia, 66, 116, 216, 220, 225, 320-321,
liberación de los, 152, 161*162, 359 386, 429-430. 440-441, 450-451
(véase también feudalismo, car­ suelo, condiciones del, 36, 47, 53, 62.
gas feudales, conmutación de 104, 113, 124, 149, 308, 370
las) Suiza, 35, 196 198, 216, 320
segunda servidumbre (véase traba­ Sumatra, 465
jo, obligado, en cultivos para Sund, 255, 283, 374 (véase también
el mercado) Báltico)
semisiervos (véase aparcería) Supple. Barry. 313, 331, 389, 391-397
Silesia, 132, 427, 434 Swart, K. W., 193, 268, 408
Simpson, Leslie Boyd, 124 Sweezy, Paul, 28, 58-59, 156-157
Siria, 54, 62, 310 Szcftel, Marc. 443
sistema mundial (moderno), 12*14, silachia (véase gentry)
16-17, 21, 25, 94, 144, 163, 182, 188,
204-205, 213, 229, 257, 279, 286-287, tabaco, 141, 469
298-299, 369, 426, 446, 484, 489495, Tajo, 285
497, 499-501 Takahashi, Η. K., 147, 159. 181, 222
sistema social, 12, 17-18, 21 talasocracia, 469 (véase también ma­
Skeci, Caroline, 324 rina)
Slicher van Bath, B. H., 25-26, 30, Tapié, Victor-L., 417
32, 35, 49-50. 60, 63. 96, 105, 110, 135, Tariks es-Soudan, 238
152, 155 tártaros, 78, 136, 443
Sluiter, Engel, 483 Taube, Edward, 371
Smit, J. W.. 256, 263, 287-289, 295-298 Tawney, R. H.. 227, 251, 261, 281,
Smith, Adam, 396 335-337, 339-340, 342-347, 358, 364,
Smith, R. E. F., 431, 445-446, 448 366-368, 401, 502
Smith, Robert S.( 140 Taylor, A. J. P., 251-252, 264-265, 440
Smolar, Frank J., jr.. 285 Taylor, K. W„ 370
socialismo, 180, 491, 494 Tazbir, Janusz, 219-220, 437, 453
sociedad nacional. 12, 47, 329, 502 té, 465
soldados rasos, 357, 438 Teall, Elizabeth S., 415
Soldcvila, Ferrán, 255 teca, 476 (véase también madera)
Solimán el Magnífico, 241 tejedores, 325 (véase también pa­
Solt, Leo F., 295 ñeros)
Sombart, Werner, 300 tejidos (véase textiles)
Spooner, Frank C., 62, 98, 107. 165, telas (véase textiles)
167, 181-182, 281-283, 300, 305-306 tenanciers (véase agricultores,
312, 335, 372, 383-384, 386, 429, 44U arrendatarios)
squires, 341, 344, 439 tenencia, sistemas de, 257, 350*353,
Staaisvolk, 206 356 (véase también fincas;
Stahl, Henri H., 128-129 Gutsherrschaft; Gutswirtschaft;
Stein, Stanley J. y Bárbara H., 25 , señoríos, votchini)
268-269, 474 alodial, 149, 155, 163, 342, 351, 444
Stephens, W. B., 395 enfiteusis [copyhold], 154, 162, 271,
Stoianovich, Traían, 138 353
Stone, Lawrence, 226, 279, 286, 3 , libre (véase tenencia, alodial)
335, 337-340, 345-349, 356, 366-56», a perpetuidad, 149, 161, 418
371, 390-392, 401-402 a plazo, 352, 4 18
Strauss, Gerald, 246, 264 primogenitura, 356
Strayer, Joseph, 189, 258, 328 servil, 352 (véase también feuda­
lismo, feudos)
Streider, Jacob, 245
578 Immanuel Wallerstein
por tiempo limitado (véase tenen­ Tokugawa, shogunado, 484
cia, a plazo) Toledo, 234
vitalicia, 352, 444 Topolski, Jerzy, 430
Teodoro, zar de Rusia, 451 Toscana, 46, 174, 320
teología (véase religión, teología) Toulouse, 172
Tercer Mundo, 11, 321 Toumon, Francois de, cardenal, 378
Terraferma, 309, 410 (véase también Toynbee, Arnold J., 75
Venecia) trabajadores asalariados (véase jor­
Terranova, 272, 400, 462 naleros; obreros)
terratenientes, 26, 82-83, 87, 108, 115- trabajo
116, 131, 133, 139, 150-151, 163-164, asalariado (véase jornaleros; obre­
173, 176, 221, 333, 339-344, 347, 349- ros)
351, 353, 362, 366, 427, 430-431, 442, división europea o internacional
454, 501 (véase también agriculto­ del, 89, 93-183, 196, 221, 229, 284,
res, capitalistas; gentry, señores) 391, 411, 426, 434, 469, 491, 499,
terratenientes (feudales) (véase se­ 501-502 (véase también capitalis­
ñores) mo; economía-mundo)
tesoro (véase metales preciosos) división nacional del, 399, 498 (véa
textiles, 64, 72, 140, 153, 211, 226, 247, se también capitalismo)
259, 304, 313-314, 322-328, 336, 386, escasez de mano de obra, 37, 191,
393-397, 431, 457-458, 475 (véase tam­ 418
bién industrias, textil) fuerza de (véase jornaleros; obre­
algodón, 431 ros)
antiguas pañerías, 392, 396-397 jolop (véase trabajo, obligado, en
baratos (calidad media o baja), cultivos para el mercado)
134, 175, 314, 324-325, 396-397, 458 libre (véase jornaleros; obreros)
estambres, 324, 396-397 modos de control del, 53, 117, 121,
lana, 178, 358, 396-397, 458, 474 126, 128, 139, 141, 144, 164, 179,
lino, 458 229 (véase también agricultores,
de lujo (calidad superior), 134, 314, arrendatarios; aparcería; escla­
396-397, 435, 457-458 vitud; jornaleros; trabajo, obli­
nuevas pañerías, 396 gado)
seda, 27, 30, 59, 64, 134, 414, 426, obligado, 141, 145, 158, 179 (véase
460, 465, 476-477, 484 (véase tam­ también esclavitud)
bién industrias, seda) en cultivos para el mercado,
semimanufacturados, 391 (véase 114, 120-121, 125-130, 132-133,
también industrias, textil) 136, 139, 141, 144, 146-148, 150,
Thiriet, Freddy, 134 156, 161, 178-179, 181-182, 362,
Thirsk, Joan, 108, 155-156, 174-175, 410, 426, 429-430, 433, 442-443,
199, 334, 339, 345, 354-360 448-449, 453, 494 (véase tam­
Thomas, Robert Paul, 32, 154, 158, bién agricultores, capitalistas;
228-229 agricultura, capitalista; fincas)
Thomas, William L., jr., 64 trabajo asalariado forzado, 130,
Thompson, F. M. L., 349 433
Thorner, Daniel, 25 servil (véase siervos)
Thrupp, Sylvia, 113, 149 tradición, 137, 501
Tierra Firme, 95 (véase también Co­ tramperos, 172
lombia) transporte, 104
tierra/trabajo, relación, 95, 146, 150, costos de, 27, 105, 119, 125, 167,
158 240, 270, 301, 304, 310-311, 327-328,
Tilly, Charles, 105, 199, 207 375-376, 393, 477
timón, 76 marítimo, 27, 64, 67, 77-78, 105, 134,
tintes, 60, 64, 271 140, 171, 239-240, 283-286, 299-302,
palo de Brasil, 474 (véase también 304-308, 311-312, 314, 328-329, 331.
madera) 370, 373, 375-377, 394, 457, 461-463,
Indice analítico 579

465-467, 475-477, 482-484 (véase Valaquia, 132, 135


también lluyi; industrias, cons­ Valencia, 107, 110, 275, 277
trucción naval) Válka, Josef, 433-434
terrestre, 63, 104, 235-236, 311, 373, Valois, monarquía, 242, 260, 279, 332,
375-377 367, 377, 496 (véase también Fran­
tregua de Dios (véase catolicismo, cia)
tregua de Dios) Van der Molen, Pieter, 250
tregua de los Doce Años, 291, 300, Van der Sprenkel, Otto B.#78, 81
483 (véase también revolución, Van der Wee, Herman, 112, 247-248,
Países Bajos) 250, 262-263
tregua de 1609 (véase tregua de los Van Dillen, J. G., 284, 311, 323
Doce Años) Van Hcmbyze, Jan, 296-297
Trevor-Roper, H. R.. 216, 293, 329, Van Houtte, J. A., 61, 247, 263
338-340, 344-347, 366, 368-369, 379, Van Leur, J. C., 467
401, 463-464, 484 vascos, 64, 197
tribus, 137, 490 Veblen, Thorstein, 332
tributos, 22-23, 30, 53, 76-77, 85, 129- velas, 284
131, 211 Venecia, 22, 46, 56, 70, 73, 98, 112,
trigo, 60, 62, 88, 109-110, 134, 139, 141, 114, 117, 124, 128, 134, 220, 244-245,
150, 153, 158, 161, 219, 225, 254, 308, 248, 254, 259, 261, 305-316, 410, 460,
310-311, 322, 347, 375, 427, 429-431, 472-473, 457, 479-482
435, 441, 457 (véase también ce­ venta de cargos (véase Estado, bu­
reales) rocracia, venta de cargos)
trincheras, 41 Verlagssystem (véase industrias, a
tschiftliks, 426 (véase también fin­ domicilio)
cas) Verlinden, Charles, 70-71, 103, 112,
Tudor, monarquía, 64, 177, 199, 323- 121, 124, 250, 263, 266
324, 329, 333, 337-338, 344-346, 357- Vernadsky, George, 126, 427-428, 446,
358, 360-362, 367-368, 370-371, 389- 450, 452
392, 401, 495 Vervins, tratado de, 260, 398
Túnez, 475 Vicens Vives, Jaime, 95, 114,134,141-
turcos, 57, 69, 84, 136, 242, 280, 310- 142, 145, 211, 234, 263, 271-273, 275
311, 459, 469, 480 Viena, 69, 85, 110
Turquía (véase imperio, otomano) Vijayanagar, 464
Tyminiecki, Kazimierz, 168 Vilar, Pierre, 109, 113, 177, 206, 235-
• 237, 273, 276-277, 288
Villari, Rosario, 201-202, 315, 440
Ucrania, 428 vino, 49, 60, 103, 110, 134, 150, 153,
Udovitch, Abraham, 56 225, 272, 284, 311, 375, 393
Ulm, 378 viñas, 269
Ullman, Joan Connelly, 275 Virginia, 123, 483
Uminski, J, 220 Vístula, 430, 433, 455
universidad, 189, 218 Vitale, Luis, 67, 128, 131, 235, 274
Urales, 458 viticultura (véase vino)
urbanización (centros urbanos) (véa­ vitriolo verde, 369
se ciudades) Vivanti, Corrado, 405, 407, 410
Utrecht, Unión de (véase Países Ba­ Vizcaya, 374
jos, norte de los) Volga, 428
Utterstrom, Gustaf, 48-49 votchina (véase señoríos, volchini)
uzbekos (janatos), 431
wako, piratas, 78-79, 84, 464, 484
Vaccari, Pietro, 128 Wang Chin, 77
vagabundos, 165-167, 196, 201, 281, Wang Yang-raing, 86-87
357, 359-360, 362, 364 Warriner, Doreen, 136-137
580 Immanuel Wallerstein

Waterford, 365 Wolfe, Martin, 195


Waterloo, 293 Woolf, S. J., 118-119, 167, 309
Watson, Andrew M., 55-56 Wright, L. P., 226
Webb, Walter Prescott, 108, 398 WUstungen, 35-36, 38, 51, 54, 145, 359
Weber, Max, 43, 81-85, 126, 141, 160, (véase también agricultura, reduc­
180, 2)4-215, 218-219, 465 ción de las áreas cultivadas)
Weikman, Georg, 378
Welser, 482 (véase también comer­
ciantes, casas comerciales) xiquilite, 140
Weltanschauung, 8, 78
Wcrnham, R. B., 224, 280-281, 307- Yangtsé, 78
308, 332, 374, 379 yeomen (véase agricultores, yeomen)
Westmoreland, 156 York, casa de, 345
Westphalia, paz de, 440 Yorkshire, 175
whigs (interpretación whig de la Yoshimitsu, 79
historia), 401-402 Youings, Joyce, 354
White, Lynn, jr., 74*75 Ypres, 458
Wilson, C. H., 36, 61-62, 144, 181, 221, Yuan, dinastía, 86
244. 285, 398
Wilson, Thomas, 261
Willan, T. S., 432, 435 Zagorin, Pérez, 349, 400
Willetts, William, 77-78 Zangmcister,, hermanos, 378
Williams, Eric, 122 Zavala, Silvio, 130
Williams, Penry, 330 Zeitlin, Maurice, 67
Wittenberg, 218 Zelanda, 290-292, 3í
Wittman, T., 296-297 Zeller, Gaston, 369
Wolf, Eric, 81, 122, 128, 266, 353 Zollschan, George
*

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