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Los padres del desierto con sus apotegmas (frases o enseñanzas breves) refuerzan de
manera determinante la idea de que la mística es un hecho natural, el cumplimiento normal
de la vida de la gracia.
San Basilio Magno, con sus reglas detalladas, afirma que el amor a Dios no es algo
impuesto al hombre desde el exterior, sino que surge espontáneo en el corazón, como otros
bienes que responden a nuestra naturaleza. El amor a Dios no deriva de una disciplina
externa, sino que se encuentra en la misma constitución natural del hombre, como un
germen y una fuerza de la naturaleza misma.
San Agustín “¿Amas la tierra? Serás tierra. ¿Amas a Dios? ¿Qué diré? ¿Serás Dios? no
m e atrevo a decirlo por mí mismo; escuchemos a la Escritura: “He dicho, todos sois dioses
e hijos del Altísimo” (Sal 81, 6).
Dionisio el Areopagita es el que funde el mundo ideal del misticismo neoplatónico con
la doctrina de la Iglesia, utilizando el método negativo, es decir, el conocimiento no de lo
que Dios es, sino de lo que Dios no es. Para él, el ascenso de Moisés al Monte Sinaí se
convierte en paradigma de toda unión mística. Los místicos posteriores, reconociéndose
en él, adoptan su lenguaje, que será asumido luego por la teología mística. Su tratado sobre
la vía negativa, teología mística, se convierte en fundamento de la mística occidental.
SAN GREGORIO MAGNO Fue el primer monje que alcanzó la dignidad pontificia
Hombre profundamente místico, se denominó a sí mismo como el «siervo de los siervos de
Dios». Orienta la sensibilidad a la práctica, haciendo de contrapeso al fuerte neoplatonismo
de Dionisio el Areopagita.