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La Religión dentro de los límites de la mera razón

La Religión es (considerada subjetivamente) el conocimiento de todos nuestros deberes


como mandamientos divinos. La Religión en la que yo he de saber de antemano que algo es un
mandamiento divino para reconocerlo como deber mío es la Religión revelada (o necesitada de una
revelación); por el contrario, aquella en la que he de saber primero que algo es deber, antes de que
pueda reconocerlo como mandamiento divino, es la Religión natural. (p.150)

Según esto puede una Religión ser la Religión natural y sin embargo ser también revelada,
si está constituida de tal modo que los hombres, por el mero uso de su Razón, hubieran podido y
debido llegar por sí mismos a ella, (...) de modo que, una vez que la Religión así introducida está
ahí y ha sido dada a conocer públicamente, en adelante todos puedan convencerse de la verdad de
ella por sí mismos y por su propia razón. En este caso la Religión es objetivamente natural, aunque
subjetivamente revelada; por eso también le corresponde propiamente el primer nombre. Pues
podría luego llegar a olvidarse por completo que hubiese nunca ocurrido una revelación
sobrenatural tal, sin que con ello aquella Religión perdiese lo más mínimo ni en su claridad, ni en
certeza, ni en su fuerza sobre los ánimos . (p.151/152)

La aceptación de los principios de una Religión se llama de modo excelente fe (fides sacra).
Tenemos, por lo tanto, que considerar la fe cristiana por un lado como una pura fe racional, por otro
lado como una fe de revelación (fides statutaria). Ahora bien, la primera puede ser considerada
como una fe libremente aceptada por cada uno (fides elicita); la segunda, como una fe impuesta
(fides imperata). (p.159)

La verdadera Religión única no contiene nada más que leyes, esto es; principios prácticos de
cuya necesidad incondicionada podemos ser conscientes y que, por lo tanto reconocemos como
revelados por la Razón pura (no empíricamente). Sólo por causa de una Iglesia (...) pueden darse
estatutos, esto es: prescripciones tenidas por divinas que para nuestro juicio moral puro son
arbitrarias y contingentes. Ahora bien, tener esta fe estatutaria (que está en todo caso limitada a un
pueblo y no puede contener la universal Religión del mundo) por esencial para el servicio de Dios y
hacer de ella la condición suprema de la complacencia divina en el hombre es una ilusión religiosa,
cuyo seguimiento es un falso servicio, esto es: una supuesta veneración de Dios por la cual
precisamente se contraviene al verdadero servicio exigido por Él mismo. (p.164)

Adopto en primer lugar la tesis siguiente como un principio que no necesita de ninguna
demostración: todo lo que, aparte de la buena conducta de vida, se figura el hombre poder hacer
para hacerse agradable a Dios es mera ilusión religiosa y falso servicio de Dios. (p.166)

De un chaman tungús al prelado europeo, que gobierna a la vez la iglesia y el Estado, o (si
en vez de a los jefes y dirigentes miramos sólo a los adeptos de la fe según su propio modo de
representación) entre el vogul totalmente sensitivo, que se pone de mañana la garra de una piel de
oso sobre la cabeza con la breve oración: “no me mates”, y el sublimado puritano e independiente
de Connecticut, hay ciertamente una importante distancia en la manera, pero no en el principio de
creer; pues por lo que toca a éste pertenecen todos a una y la misma clase, a saber: la de los que
ponen su servicio de Dios en aquello que en sí no hace a ningún hombre mejor (en la creencia en
ciertas tesis estatutarias o el recorrer ciertas observancias arbitrarias). Sólo los que piensan
encontrar ese servicio únicamente en la intención de una conducta buena se diferencian de aquéllos.
(p.172)

[E]l hombre que usa de acciones que por sí mismas no contienen nada agradable a Dios
(moral) como medios para conseguir la complacencia divina incondicionada en él y con ello el
cumplimiento de sus deseos, está en la ilusión de poseer un arte de lograr un efecto sobrenatural por
medios totalmente naturales; a tales intentos se les suele llamar magia, palabra que, sin embargo
(...) queremos cambiar por la palabra, por lo demás conocida, fetichismo. (p.173/174)
[Q]uién pone por delante la observancia de leyes estatutarias, que necesitan de una
revelación (...) y pospone a esta fe histórica el esfuerzo en orden a una buena conducta de vida (...)
ése transforma el servicio de Dios en un mero fetichismo (...). En esta distinción consiste la
verdadera Ilustración; de este modo el servicio de Dios se hace un servicio libre, por lo tanto moral.
(p.175)

[H]ay un conocimiento práctico que, aún reposando únicamente en la Razón y no


necesitando de ninguna doctrina histórica, sin embargo está tan cerca de todo hombre, incluso del
más simple, como si estuviese escrito literalmente en su corazón: una ley que no hay más que
nombrar para entenderse en seguida con cualquiera acerca de su autoridad, y que comporta en la
conciencia de todos obligación incondicionada, a saber: la ley de la moralidad; y, lo que es aún
más, ese conocimiento conduce ya por sí sólo a la fe en Dios, o al menos determina el sólo el
concepto de Dios como el de un legislador moral, por lo tanto conduce a una fe religiosa pura que
es para todo hombre no sólo concebible, sino también digna de honor en el más alto grado. (p.178)

El verdadero (moral) servicio de Dios (...) es un servicio de los corazones (en el espíritu y en
la verdad), y sólo puede consistir en la intención de la observancia de todos los verdaderos deberes
como mandamientos divinos (...) toda empresa en asuntos de Religión, si no se la toma de modo
meramente moral (...) es una fe fetichista. (p.188)

Cuando la veneración de Dios es lo primero y a ella se subordina por lo tanto la virtud,


entonces este objeto es un ídolo, esto es: es pensado como un ser al que podemos esperar agradar no
por un buen comportamiento moral en el mundo, sino por adoración y adulación; pero la Religión
es entonces idolatría. Así, pues, la piedad no es un sucedáneo de la virtud (...) sino la consumación
de ella. (p.181)

Puede haber tres modos de fe ilusoria que tiene lugar en la trasgresión, posible para
nosotros, de los límites de nuestra razón respecto a lo sobrenatural (...). Primeramente la creencia de
que se conoce por experiencia algo que, sin embargo nos es imposible aceptar como acontecido
según leyes objetivas (la creencia en milagros). En segundo lugar, la ilusión de que aquello de lo
que no podemos mediante la razón hacernos ningún concepto, sin embargo hemos de admitirlo
entre nuestros conceptos racionales como necesario en orden a nuestro bien moral (la fe en
misterios). En tercer lugar la ilusión de poder producir mediante el uso de simples medios de la
naturaleza un efecto que para nosotros es un misterio, a saber: la influencia de Dios sobre nuestra
moralidad (la fe en medios de gracia). (p.190)

El bien que puede el hombre hacer por sí mismo según leyes de la libertad en comparación
con la facultad que sólo lo es posible mediante una ayuda sobrenatural, puede ser llamada
naturaleza a diferencia de la gracia (...) si la gracia obrará en nosotros y cuándo obrará y qué o
cuánto, nos permanece totalmente oculto (...). La razón está privada de todo conocimiento de las
leyes según las cuales puede ello acontecer.
El concepto de una intervención sobrenatural en relación a nuestra facultad (...) moral e
incluso a nuestra intención (...) es una mera idea, de cuya realidad ninguna experiencia puede
asegurarnos.– Pero incluso aceptarlo como idea en una mira meramente práctica es muy arriesgado
y difícilmente conciliable con la razón; pues lo que debe sernos imputado como buen
comportamiento moral ha de acontecer no por influencia extraña, sino sólo por el mejor uso posible
de nuestras propias fuerzas (...).
[E]s además saludable tenerse a una respetuosa distancia de (esta idea), a fin de que no nos
(…) dejemos llevar a la desidia de esperar en pasivo ocio que descienda de lo alto aquello que
deberíamos buscar en nosotros mismos. (p.187)

IMANUEL KANT, La Religión dentro de los límites de la mera razón, Alianza Editorial, Madrid,
1969.

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