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Cumbres borrascosas

(Emily Brontë, Inglaterra)


[Texto narrativo]

Catalina miraba ansiosamente hacia la entrada de la habitación. Heathcliff al principio no


encontraba el cuarto y la señora me hizo una señal para que fuera a recibirle, pero él
apareció antes de que llegase yo a la puerta y un momento después ambos se estrechaban
en un apretado abrazo. Durante cinco minutos él no le habló, limitándose a abrazarla y a
besarla más veces que lo hubiese hecho en toda su vida. En otra ocasión, mi señora habría
sido la primera en besarle. Bien eché de ver que él sentía al verla la misma impresión que
yo y que estaba convencido de que Catalina no recobraría más la salud.

- ¡Oh, querida Catalina! ¡No podré resistirlo! -dijo, al cabo con desesperación. Y la miró con
tal intensidad que creí que aquella mirada le haría deshacerse en lágrimas. Pero sus ojos,
aunque ardían de angustia, permanecían secos.

-Me habéis desgarrado el corazón entre tú y Eduardo, Heathcliff -dijo Catalina, mirándole
ceñuda-. Y ahora os lamentáis como si fuerais vosotros los dignos de lástima. No te
compadezco. Has conseguido tu objeto: me has matado. Tú eres muy fuerte. ¿Cuántos años
piensas vivir después de que yo me muera?
Heathcliff había puesto una rodilla en tierra para abrazarla. Fue a levantarse, pero ella le
sujetó por el cabello y le forzó a permanecer en aquella postura.
-Quisiera tenerte así --dijo- hasta que ambos muriéramos. No me importa nada que sufras.
¿Por qué no has de sufrir? ¿Serás capaz de ser feliz después de que yo haya sido enterrada?
Dentro de veinte años dirás quizá: «Aquí está la tumba de Catalina Earnshaw. Mucho la he
amado, pero la perdí y ya ha pasado todo.
Luego he amado a otras muchas. Quiero más a mis hijos que lo que la quise a ella y me
apenará más morir y dejarles que me alegrará el ir a reunirme con la mujer que quise.»
¿Verdad que dirás eso Heathcliff? -No me atormentes Catalina que me siento tan loco como
tú -gritó él.

Había desprendido la cabeza de las manos de su amiga y le rechinaban los dientes. La


escena que ambos presentaban era singular y terrible. Catalina podía en verdad considerar
que el cielo sería un destierro para ella, a no ser que su mal carácter quedara sepultado con
su carne perecedera. En sus pálidas mejillas, sus labios exangües y sus brillantes ojos se
pintaba una expresión rencorosa. Apretaba entre sus crispados dedos un mechón de
cabello de Heathcliff, que había arrancado al aferrarle. Él, por su parte, la había cogido ahora
por el brazo y de tal manera la oprimía que cuando la soltó, distinguí cuatro huellas
amoratadas en los brazos de Catalina.

-Sin duda te hayas poseída del demonio -dijo él con ferocidad- al hablarme de esa manera
cuando te estás muriendo. ¿No comprendes que tus palabras se grabarán en mi memoria
como un hierro ardiendo y que seguiré acordándome de ellas cuando tú ya no existas? Te
consta que mientes al decir que yo te he matado, y te consta también que tanto podré
olvidarte cómo olvidar mi propia existencia. ¿No basta a tu diabólico egoísmo el pensar que,
cuando tú descanses en paz yo me retorceré entre todas las torturas del averno?

-Es que no descansaré en paz --dijo lastimeramente Catalina.

Y cayó otra vez en un estado de abatimiento. Se sentía latir su corazón con tumultuosa
irregularidad.
Cuando pudo dominar el frenesí que la embargaba, dijo más suavemente:
-No te deseo Heathcliff, penas más grandes que las que he padecido yo. Sólo quisiera que
nunca nos separáramos. Si una sola palabra mía te doliera, piensa que yo sentiré cuando
esté bajo tierra tú mismo dolor. ¡Perdóname: ven! Arrodíllate. Nunca me has hecho daño
alguno. Si estás ofendido ello me dolerá a mí más que a ti mis palabras duras. ¡Ven! ¿No
quieres?
Heathcliff se recostó en el respaldo de la silla de Catalina y volvió el rostro. Ella se ladeó
para poder verle, pero él para impedirlo se volvió de espaldas, se acercó a la chimenea y
permaneció callado.
La señora Linton le siguió con los ojos. Encontrados sentimientos nacían en su alma. Al fin,
tras una prolongada pausa, exclamó, dirigiéndose a mí:

- ¿Ves, Elena? No es capaz de ceder un solo instante, ni aun tratándose de retardar el


momento de mi muerte. ¡Qué modo de amarme! Me da igual... Pero este no es mi
Heathcliff. Yo seguiré amándole como si lo fuera y será esa imagen la que llevaré
conmigo, ya que ella es la que habita en mi alma. Esta prisión en que me hallo es lo
que me fatiga añadió-. Estoy harta de este encierro.
Ansío volar al mundo esplendoroso que hay más allá de él. Lo vislumbro entre lágrimas y
sufrimientos y sin embargo Elena me parece tan glorioso que siento pena de ti, que te
consideras satisfecha de estar fuerte y sana... Dentro de poco me habré remontado sobre
todos vosotros. ¡Y pienso que él no estará conmigo entonces! -continuó como si hablase
consigo misma-. Yo creía que él quería estar también conmigo en el más allá. Heathcliff
querido mío, no quiero que te enfades... ¡Ven a mi lado, Heathcliff!
Se levantó y se apoyó en uno de los brazos del sillón. Heathcliff se volvió hacia ella con una
expresión de inmensa desesperanza en la mirada. Sus ojos ahora húmedos, centelleaban al
contemplarla y su pecho se agitaba convulsivamente. Un instante estuvieron separados;
luego Catalina se precipitó hacia él y la abrazó de tal modo que temí que mi señora no saliera
con vida de sus brazos. Cuando se separaron, ella cayó como exánime sobre la silla y
Heathcliff se desplomó en otra inmediata. Me acerqué a ver si la señora se había desmayado
y él rechinando los dientes echando espuma por la boca, me separó con furor. Me pareció
que no me hallaba en compañía de seres humanos. Traté de hablarle, pero no parecía
entenderme y acabé apartándome llena de turbación. Pero después Catalina hizo un
movimiento y esto me tranquilizó. Levantó la mano, cogió la cabeza de Heathcliff y acercó
su mejilla a la suya. Heathcliff la cubrió de exasperadas caricias y le dijo con un acento feroz:
-Ahora me demuestras lo cruel y falsa que has sido conmigo. ¿Por qué me desdeñaste?
¿Por qué hiciste traición a tu propia alma? No sé decirte ni una palabra de consuelo, no te
la mereces... Bésame y llora todo lo que quieras, arráncame besos y lágrimas, que ellas te
abrasarán y serán tu condenación. Tú misma te has matado. Si me querías, ¿con qué
derecho me abandonaste? ¡Y por un mezquino capricho que sentiste hacia Linton! Ni la
miseria, ni la bajeza, ni aun la muerte nos hubieran separado, y tú, sin embargo, nos
separaste por tu propia voluntad. No soy yo quien ha desgarrado tu corazón. Te lo has
desgarrado tú y al desgarrártelo has desgarrado el mío... Y si yo soy más fuerte, ¡peor para
mí! ¿Para qué quiero vivir cuando tú...? ¡Oh, Dios, quisiera estar contigo en la tumba!

- ¡Déjame! -respondió Catalina sollozando-. Si he causado mal, lo pago con mi muerte.


Basta.

También tú me abandonaste, pero no te lo reprocho y te he perdonado. ¡Perdóname tú


también! - ¡Perdonarte cuando veo esos ojos y toco esas manos enflaquecidas! Bésame,
pero no me mires. Sí; te perdono. ¡Amo a quien me mata! Pero ¿cómo puedo perdonar a
quien te mata a ti?
Callaron, juntaron sus rostros y mutuamente se bañaron en lágrimas. No sé si me
equivoqué al suponer que Heathcliff lloraba también, pero en verdad el caso no era para
menos.

Editorial Vico, Colombia (2009).

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