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Perspectiva bautista y latinoamericana sobre derechos humanos.

Resumen.
Este artículo tiene como finalidad exponer la posición histórica de la denominación bautista
sobre derechos humanos y su impacto y aporte al tema. También la cultura de derechos
humanos en América Latina y sus perspectivas y expectativas vividas en la región. Además
¿cómo se ha articulado la vivencia bautista en América Latina, su influencia en derechos
humanos latinoamericanos? Y las tareas de proyectos evangelizadores desde derechos
humanos para la Iglesia Bautista Latinoamericana.

Palabras clave: América Latina, cultura, derechos humanos, fe bautista, sociedades.

Introducción.
Una denominación cristiana que tiene abiertamente derechos humanos, como parte de su
percepción del mundo es la Iglesia Cristiana Protestante Bautista, desde sus mismos inicios,
sin importar si son feligreses o no de la fe bautista. América Latina es una región que se
caracteriza, principalmente por su hostilidad, por parte de los sectores sociales con poder;
hacia una cultura de derechos humanos, reflejándose esto en su realidad cotidiana, en las
relaciones sociales entre seres humanos. Por lo que es necesario un diálogo abierto y sincero
sobre derechos humanos en América Latina, por parte de la evangelización bautista, que tiene
sus características particulares, diferenciadas de otras denominaciones protestantes presentes
en la región.

La Alianza Mundial Bautista tiene como una de sus preocupaciones las violaciones
sistemáticas de derechos humanos, en todo el mundo y América Latina no es la excepción, así
como desde su historia tiene este valor impreso en Nosotros los Bautistas; mientras que, Helio
Gallardo hace un análisis de las realidades de derechos humanos como cultura, y la influencia
de las religiosidades en la sensibilidad sobre este tema; tocado en su artículo teológico
Derechos humanos y religiosidades, por otra parte en su libro Siglo XXI: Producir un mundo,
menciona a la categoría de humanoide, en referencia a la defensa que hizo el exdictador
chileno Augusto Pinochet, acusado de crímenes de lesa humanidad en su despiadada

1
administración. Por último, González Dominguez, al ser un indígena bautista mexicano, tiene
de primera mano la experiencia evangelizadora de los bautistas, y ¿cómo esta ha impactado a
las naciones indígenas mexicanas? Desde sus propias experiencias y tocando nociones de
exclusión históricas desde la Colonia española, hasta nuestros días; para configurar así un
cierre diálogo entre la fe bautista, con su particularidad latinoamericana y América Latina.

La fe bautista sobre derechos humanos.


El inicio de la fe bautista en el contexto de la Reforma protestante surge en el Siglo XVII en
Países Bajos, por parte de un pequeño grupo de disidentes ingleses perseguidos en Gran
Bretaña, liderados por John Smyth y por Thomas Helwys, debido a sus críticas a la Iglesia
Anglicana1. Entre estas críticas estaban la separación de Religión-Estado y también el derecho
humano de conciencia de libertad religiosa, es decir que las personas podían escoger
racionalmente su fe y el servicio a Dios, según les pareciera adecuado. A lo que la Alianza
Mundial Bautista señala:

En 1612 Smyth escribió una confesión de fe, en la que afirmaba que «solamente Cristo es
el rey y legislador de la iglesia y de la conciencia», abogando así, por primera vez en la
historia de Inglaterra por la libertad religiosa y la separación de iglesia y Estado (Alianza
Mundial Bautista, 2000 p. 9).

Esta afirmación también permitía a la fe bautista ser más fuertes y firmes sobre sus críticas
sociales, en torno a las condiciones vividas e impuestas por el Estado. Incentivando, de esta
manera a los creyentes a participar de manera activa en la vida política de los países donde se
encontraran, pero siempre manteniendo la distancia entre la fe y la política. El llamado de
participación se hacía (o se hace) desde la fe, pero su intervención en la política es totalmente
laica; esto porque el activismo político, sobre todo en materia de derechos humanos, también
el llamado es para incluso no creyentes religiosos. De hecho, derechos humanos, dentro de la
fe bautista es una parte fundamental de su fe y sus reflexiones sobre seres humanos plenos.
Por lo que la Alianza Mundial Bautista dice:

1
La Iglesia Bautista es en realidad la reforma moderna de la Iglesia Anglicana, no hacia la Iglesia Católica
como lo fue la Iglesia Luterana.

2
Thomas Helwys, un gentilhombre agricultor que había ido a Holanda con Smyth, regresó
a su patria en 1612 y fundó en Spitalfields, en las afueras de Londres, la primera iglesia
bautista en suelo inglés. Poco tiempo después, publicó un libro titulado «A Short
Declaration of the Mystery of Iniquity» (Declaración breve sobre el misterio de la
iniquidad). Su libro ampliaba los conceptos de la declaración de Smyth, y afirmaba que el
rey no tenía jurisdicción en cuestiones de religión, porque la religión de una persona era
un asunto limitado exclusivamente al individuo y de Dios. Este principio de libertad se
aplicaba a todos: católicos romanos, judíos, musulmanes y hasta paganos. Las enseñanzas
de Helwys se convirtió en una piedra fundamental de las creencias bautistas. (Alianza
Bautista Mundial, 2000, p.9).

Esta percepción incipientemente inicial en el tema de derechos humanos se justamente antes


de la Revolución Gloriosa de finales del Siglo XVII y mucho antes también de que Thomas
Hobbes o John Locke escribieran sobre la realidad de los gobiernos británicos, y que éstos no
eran autoridades morales divinas, sino que simplemente estaban establecidos en condiciones
sociales de leyes humanas. La percepción de la ley humana deviene en derechos humanos,
desde un contexto sociohistórico, dependiendo de la tradición sobre derechos humanos que se
siga. Dichas tradiciones son: británica, germánica o románica. La tradición británica
solamente establece que los individuos de la especie humana nacen con dos únicos derechos:
la vida y la propiedad privada; la germánica establece que se es humano a partir de un
reconocimiento de algún Estado; es decir que derechos humanos son para ciudadanos; y la
tradición románica sostiene que derechos humanos son adquiridos a través de luchas y
visualizaciones sociales de los sectores excluidos o rebeldes (movimientos sociales,
revolucionario, partidos político y otros), y a partir de las mismas consigan establecer leyes y
marcos jurídicos que puedan ser reclamados en un tribunal2. A esta última, por muchos años,
se ha adscrito históricamente la Iglesia Bautista sobre el tema, porque es por medio de los
púlpitos que ha generado debates y luchas sobre las conciencias humanas, sobre el derecho de

2
A las primeras dos es notoria la capacidad de producir humanoides; ya que en la tradición británica se excluye
sistemáticamente a aquellos que sean endeudados, o bien arrendatarios, por no ser propietarios. Mientras que,
por su parte, la germánica considera humanoide a los inmigrantes ilegales, por ejemplo, ya que su salida
(escape) de un país a otro no pasó por el reconocimiento de Estados por los pasaportes. La tercera implica una
responsabilidad humana de movimiento y participación de la sociedad, lo que no excluye la construcción de
humanoides.

3
libertad de culto, entre otros. El aporte inicial de la fe bautista a éstos, en el sentido de
exigencias civiles, fue altamente notable, debido a su activismo. Y sigue siendo un tema de
central importancia, dentro de las comunidades bautistas. La Alianza Mundial Bautista dice:

Es nuestra responsabilidad relacionar entre sí nuestro conocimiento del mundo y el


conocimiento de Dios. Es triste que tan pocos cristianos se hayan comprometidos en la
lucha moderna por los derechos humanos. Ellos aún no relacionaron su conocimiento de
Dios con lo que está pasando en el mundo de Dios3. El conocimiento de la fe incluye la
convicción de que «De Yavé es la tierra y cuanto la llena, el orbe y cuantos la habitan»
(Salmos, 24;1), pero de alguna manera muchos de nosotros hemos fallado en
interrelacionar nuestra fe con la lucha por los derechos humanos en el mundo (Alianza
Bautista Mundial, 2000 p. 99).

La posición de la fe bautista, sobre derechos humanos, es que éstos deben ser luchados por el
activismo hacia ellos, en tanto producen relaciones humanas, entre seres humanos plenos, de
ahí su adscripción a la tradición románica de derechos humanos. Por otra parte es una
responsabilidad ante todo epistémica, que religiosa, porque comprende la sensibilidad que se
debe asumir del conocimiento de las realidades humanas que se desean impactar
culturalmente, desde derechos humanos. Derechos humanos es, ante todo, una cultura, más
que una declaración o un proyecto judicial de Estado; esto porque se debe entender el
reconocimiento de seres humanos en tramas sociales cotidianas, expresadas en sus distintas
realidades. Por lo que la Alianza Bautista Mundial declara:

Nuestros dioses, es decir aquellas fortalezas en las que confiamos y a las cuales
encomendamos nuestro futuro, son el militarismo, el consumismo, el dinero y el poder4.
Es en un mundo así que estamos llamados a vivir nuestro compromiso con el primer
mandamiento y afirmar en palabra y en hecho que en cuanto a nosotros concierne

3
La noción de «mundo de Dios» es cuando menos debatible, porque en las condiciones de dominación,
fetichización del mercado, exclusión social, entre otras condiciones propias del mundo; se puede determinar
como el reinado de Satanás; por lo mismo Pablo de Tarso definió a Satanás como: «el dios de este mundo» (2
Corintios, 4;4).
4
Fetichismo del mercado y de sus condiciones para sostenerse. El capitalismo como valor fetichista o religión
se sostiene bajo la dominación imperial militar.

4
Jesucristo es el camino, la verdad y la vida (Éxodo, 20; 2,3; Juan, 3;16). La única manera
de proteger a los que no tienen poder, ni voz ni amigos es crear estructuras que puedan
poner freno y remodelar las actuales estructuras de injusticia (Alianza Mundial Bautista,
2000, pp. 104, 105).

Aquí es notorio el carácter sociohistórico de la realidad institucional en materia de derechos


humanos, y su alcance para América Latina, desde la Iglesia Bautista, la cual hace una
profunda reflexión sobre las instituciones que pretenden defender derechos humanos a la
sociedad civil, así como las que están orientadas a transmitir su cultura en toda la región. En
caso que dicho aparato institucional no esté efectuando su labor, debe ser denunciada y
confrontada por el abandono de las tareas a las cuales están llamadas y creadas, incluyendo a
la propia Iglesia; la cual tiene un carácter misionero establecido desde derechos humanos que
debe cumplir en las sociedades latinoamericanas.

Carácter bíblico de derechos humanos.


¿Dónde se puede encontrar una base bíblica para defender derechos humanos, o la cultura de
derechos humanos (en América Latina)? Las enseñanzas de Jesús de Nazaret siempre
establecieron un punto de relación entre seres humanos, los cuales si se autopercibían y se
relacionaban de la misma manera unos con otros, eliminando las condiciones de exclusión e
invisibilización social, entonces las sociedades humanas se asemejan al Reino de Dios en la
Tierra . Donde Jesús comparaba el Reino de Dios, tal y como lo describe en sus enseñanzas
en los Evangelios son las sociedades civiles en tamaño, en tramados y cotidianidades que la
reproducen, en otras palabras las relaciones humanas diarias. Por lo que la Palabra, a lo
interno tiene un carácter revolucionario cultural sobre las condiciones de vida cotidianas (para
aquellos en exclusión o vulnerabilidad social sufridas). En realidad quienes sufren a diario la
cultura de dominación y exclusión social, que además cotidianamente sus derechos humanos
son violentados no necesitan protección, porque no cambia su condición social, sino que la
perpetúa; lo que necesitan, en realidad es empoderarse, es decir, revelarse y, a su vez, poder
autoconstituirse como seres humanos plenos; donde sus condiciones sociales cambian de
manera radical; pareciera también la fe bautista sensibilizar en este apartado de la misma
manera, al afirmar la Alianza Bautista Mundial que se debe «poner freno y remodelar las
estructuras actuales de injusticia», o sea participar en la creación de posibilidades y

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alternativas de modos de vida, que no reproduzcan alabanzas a la muerte, y a su vez, respeten
derechos humanos. Por estructuras, también se deben entender la institucionalidad que abarca
y los alcances efectivos que tienen en las sociedades civiles, en este caso más concreto en las
sociedades latinoamericanas, donde las institucionalidades y los aparatos estatales son
claramente viciados e injustos. El mismo Jesús de Nazaret enseñó:

Había en una ciudad un juez que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. Había en
aquella misma ciudad una viuda, que acudiendo a él, le dijo: ¡Hazme justicia contra mi
adversario! Durante mucho tiempo no quiso, pero después se dijo así mismo: Aunque ni
temo a Dios ni respeto a los hombres, como esta viuda me causa molestias, le voy a hacer
justicia para que deje de una vez de importunarme (Lucas, 18, 2; 5).

Jesús en esta enseñanza observa atinadamente las condiciones de aquellos quienes representan
las institucionalidades que forman el aparato estatal y su desvinculación con la sociedad civil.
Así como éstos cargos son ejercidos por seres humanos, en este caso el juez injusto de la
enseñanza; pero también se nota que las exigencias sociales son específicas y presentadas por
seres humanos de igual manera, como lo es la viuda. El resultado de la exigencia de la viuda
es debido a sus constantes denuncias ante el juez, ante una exigencia de derechos que se le
estaban negando de manera sistemática, por un juez injusto, ante la sociedad civil. Pero no
implica que la viuda fuera más allá de su exigencia de justicia, es decir, que su exigencia
llevara al despido, arresto del juez, ni mucho menos de la transformación del sistema que
había puesto a una persona en un cargo de responsabilidad ciudadana, que claramente no
estaba dispuesto a cumplir. Los conciudadanos de la viuda seguramente conocían de las
necesidades de justicia para la viuda, y en la enseñanza no surgen como personaje, dando a
entender la insensibilidad ciudadana, tal vez, provocada por una naturalización o
normativización de las prácticas injustas del juez. Lo que significa que también las sociedades
van aceptando culturalmente las condiciones de injusticia impuestas, algo que es
absolutamente inaceptable, dentro del Reino de Dios. Por lo cual Jesús dice:

Entonces los justos le responderán: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te vimos


sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero y te acogimos; o te vimos
desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y acudimos a ti?» Y el

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Rey les dirá: «En verdad les digo que cuanto hicieron a uno de estos hermanos míos más
pequeños a mí me lo hicieron» (Mateo 25, 37;40).

Una enseñanza más afondo de este pasaje es que Jesús les dice a sus discípulos que donde
estén aquellos que han sido violentados cultural o socialmente es donde el Padre, el Rey está
y quienes crean, sienten o fomenten solidaridad con ellos son llamados justos por parte de
Dios, puesto que su presencia siempre estuvo ahí, aunque los justos no se dieran cuenta. Esto
no implica que deban existir relaciones de exclusión social para que la presencia de Dios se
manifieste, todo lo contrario, quienes luchan contra esta clase de situaciones son llamados
justos; aquellos que están dispuestos a hacer los cambios necesarios para crear una sociedad
más cercana al Reino de Dios en la Tierra. Y es en este punto, donde se puede tener una
conexión más vivencial y acertada de lo que es la fe, a partir de las movilizaciones y
movimientos de derechos humanos.

Desde la visión bautista, en materia de derechos humanos, aún si esto pone al creyente en
frente y contra la institucionalidad de la iglesia, sin importar si ésta es de fe bautista. Por lo
que la Alianza Bautista Mundial determina que:

Cuando nosotros los bautistas lleguemos a la plena convicción de que nuestra conciencia,
ligada a la Palabra de Dios e informada por ella, nos guía en cierta dirección, entonces
intentaremos encaminarnos en ese peregrinaje, aun cuando esto nos ponga en conflicto
con las instituciones de la sociedad, del Estado y de la iglesia. La lucha por la libertad
religiosa se ha convertido en un elemento importante en la concepción de los modernos
derechos humanos, en la medida que los seres humanos intentan definir y proteger la
dignidad humana frente al ataque de las instituciones deshumanizantes (Alianza Mundial
Bautista, 2000, p. 100).

La percepción bautista, en tanto derechos humanos, está situada bajo puntualmente la lucha
sobre la libertad religiosa y de pensamiento; que no son solamente puntos aislados, es decir
que la lucha de derechos humanos, es en todos y si se viola uno, se violan todos; por otra
parte la situación histórica es que se sitúan dentro de una percepción de política moderna, por
lo que la lucha es abiertamente secular y laica. La libertad religiosa empieza por construir
Estados laicos y seculares, en el cual el Estado no tiene confesión religiosa y además tampoco

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está supeditado a una ninguna fe o denominación religiosa, las cuales no puede regir. En
Costa Rica esto es evidente que no se cumple por dos cosas: 1) que el Estado sí tiene
confesión de fe (artículo 75 de la Constitución política de la República de Costa Rica); y 2)
que por ley tiene un Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, es decir, éste vela por la
forma en que la ciudadanía costarricense ejecuta sus prácticas de fe dentro del territorio
nacional; desde un punto de vista de política moderna ambas situaciones deberían estar
abolidas dentro de la Constitución política costarricense; siendo éste uno de los Estados
menos debatidos (¿creíbles?) de América Latina. Casi que toda la institucionalidad
latinoamericana es lesionante estructural de derechos humanos, de hecho si se apela a la
percepción bautista de derechos humanos; América Latina crea y reproduce instituciones que
deshumanizan a la ciudadanía, en tanto: naciones indígenas, mujeres, desempleados,
trabajadores asalariados, jóvenes y estudiantes, sexualidades, y una demás gran lista de
factores discriminatorios institucionales y culturales. Dignidad humana, entonces pasa por ser
la plenitud de seres humanos, de autoproducirse y autoconstituirse socialmente; acá en este
sentido dignidad humana, es darle Humanidad a todo ser humano, a partir de relaciones
sociales, culturales y cotidianas que lo perciban, en tanto humano. De ser así, entonces, desde
el punto de vista bautista, el trato y la categorización de no-humano o no-persona (humanoide,
definición dada por la dictadura militar-empresarial de Augusto Pinochet a la disidencia
chilena: comunistas, activistas por derechos humanos, entre otros) es un pecado delante de
Dios. Por lo que la Alianza Bautista Mundial comenta que:

Cada día los medios de comunicación nos confrontan con males terribles causados a
nuestros hermanos y hermanas de la familia humana. Sabemos que todas las
sofisticaciones de la tecnología moderna se aplican a la invención de instrumentos de
tortura cada vez más eficaces, con el propósito de mutilar y quebrantar el cuerpo y el
espíritu de hombres, mujeres y niños. Sabemos que ideologías tales como el racismo, la
discriminación racial, la discriminación por razones de sexo, niegan la igualdad de
condiciones a millones de personas. Sabemos que día a día desaparecen estudiantes,
obreros, pastores y periodistas, y nunca se vuelve a saber de ellos. Sabemos de los
millones de refugiados y aislados que viven en condiciones inhumanas, y que, además,
son despreciados como los marginados de la sociedad moderna. Sabemos del permanente
aumento de la tasa de desempleo, que empuja a millones de personas a una crisis de

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identidad a la vez que les roba la posibilidad de bastarse a sí mismos y atender las
necesidades de sus familias (Alianza Bautista Mundial, 2000, p. 98).

Esta descripción es la cotidianidad para muchos latinoamericanos hoy en día, poblaciones


desplazadas, despreciadas, tanto en su país de origen, como el país receptor (principalmente
EEUU). Las iglesias de denominación bautista latinoamericanas debería ser un frente
visibilizador y catalizador social en tema de derechos humanos; sus pastores deberían ser
referentes respetados en este tema en toda la región, al menos, así desde la concepción de la
Alianza Bautista Mundial, pero el problema radica, al menos en América Latina, el poco (por
no decir ninguno) alcance religioso de la fe bautista, aún dentro del imaginario protestante
latinoamericano, copado, principalmente por el pentecostalismo y neopentecostalismo, por
razones sociohistóricas y de dominación imperial de EEUU en la región. Por otra parte, desde
el punto vista dado por la Alianza Bautista Mundial, los misioneros, pastores deben ser
referentes regionales latinoamericanos sobre el tema de derechos humanos, activistas
comprometidos con la lucha contra las instituciones de dominación que están en contra de la
dignidad humana; esta lucha no se hace desde la fe, sino desde el movimiento social por
derechos humanos, en tanto, ciudadano activo, secular y laico. El no tener posición, ni
activismo sobre derechos humanos, para un bautista latinoamericano es negar públicamente
su fe, ante la sociedad civil latinoamericana; siendo ésta su principal tarea (el activismo) de
todo creyente bautista latinoamericano

Cultura religiosa de derechos humanos en América Latina.


Derechos humanos es un concepto sociohistórico surgido en la Edad Moderna, a lo cual se
adscriben los Estados modernos, o al menos así pretenden serlo. La noción de derechos
humanos designa su posibilidad de ser reclamados por la ciudadanía en los circuitos judiciales
establecidos, nuevamente, al menos, debería ser de esta manera. Se entiende que esta noción
en América Latina, es cuando menos, polémica, porque en muchas veces incluso es debatible
la existencia de Estado en muchas sociedades latinoamericanas, sin mencionar sus alcances
realmente efectivos para dichas sociedades. Helio Gallardo establece que:

En la situación general latinoamericana, con Estados patrimoniales, rentistas y


clientelares y sociedades de status con poblaciones que se declaran mayoritariamente

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católicas, la declaración del 48 y los pactos posteriores sirve para engolamientos, luchas y
reclamos ocasionales y permanentes (de grupos indígenas o rurales, por ejemplo), pero
carecen de reconocimiento cultural por parte de una muy desinformada población y
ciudadanía (Gallardo, 2019, pp. 18-19).

La principal limitante, para un verdadero impacto en las sociedades latinoamericanas, por


parte de derechos humanos, es la insensibilidad cultural que la ciudadanía tiene al respecto del
tema, es decir, las poblaciones latinoamericanas no tienen una cultura sobre derechos
humanos. La afirmación aquí establecida sobre la fe católica latinoamericana es muy diferente
a la fe bautista histórica, porque mientras la segunda exigen, desde sus creencias de fe, una
cultura y una sensibilidad sobre el tema; en la fe católica latinoamericana sucede todo lo
contrario y más bien, desde la perspectiva descrita, tiene una postura contraria al tema de
derechos humanos, desde sus creencias; lo que implica que derechos humanos entra en
contradicción y conflicto con el sistema de creencias latinoamericano, porque implicaría la
necesidad de transformar las condiciones de existencia, de vida, material, impuestas, desde lo
divino para el ser humano. Lo cual Helio Gallardo afirma:

Toma, asimismo, el cuerpo, en el culto mariano («He aquí tu sierva») y se extiende en la


religiosidad popular de inspiración católica en forma de «fiestas patronales» los santos
son referencias de culto y hacen milagros o interceden para que ellos se cumplan) o en las
sentencias con las que se aceptan/asumen los dolores y tragedias de la existencia
cotidiana, en especial entre los sectores más humildes: «Dios lo ha querido así». «Es la
voluntad del Señor».«Dios sabe porqué hace las cosas» (Gallardo, 2019, p. 34).

Creencias acá es la manera en que se vive y se expresa la fe, en relaciones humanas, dentro de
sus congregaciones, y principalmente fuera de las iglesias. Las creencias religiosas son
practicadas por seres humanos, en relaciones y tramas socioculturales cotidianas, en sí
mismas no se pueden determinar como buenas o malas, sino ¿cómo las viven y las ejecutas
las personas que las practican? Por otra parte, si se vive o practica una fe, en la cual
culturalmente se es sensible a derechos humanos, entonces tampoco se hace admisible las
condiciones incompatibles con la vida humana. Cabe aclarar, que desde luego se puede tener
una fe en la denominación católica, y a su vez tener un activismo proclive a derechos
humanos, sobre todo en América Latina, donde el mayor grueso de la población de religión

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cristiana se decanta por dicha fe. Sin embargo, esta es una actitud cultural, que al menos en la
región, siempre ha sido vista de manera hostil. El mismo Helio Gallardo dice:

América Latina nunca se ha mostrado particularmente proclive hacia los deísmos, pero en
ellos los derechos humanos encuentran una excelente articulación con el carácter que
asignan a la religiosidad. Como ella no puede contener nada irracional se revela a la
razón humana en el orden/violencia o caos en el mundo, sin referencia a Revelación
ninguna. Dios existe como principio y sentido de lo que existe (Gran Diseño), pero no
interviene en la historia y por ello la acción humana ha de orientarse a disminuir o
eliminar el mal/dolor/injusticia (mal) y a potenciar la integración y armonía mediante el
conocimiento de nuestras condiciones de existencia (Gallardo, 2019, p. 36).

¿Cómo deben ser, entonces, las expresiones de religiosidades culturales latinoamericanas?


¿Cómo éstas influyen directamente en las sensibilidades latinoamericanas con respecto a
derechos humanos? ¿Qué aspectos de la fe latinoamericana tienen presentes a derechos
humanos, si éstos son seculares y laicos? Como se puede inferir América Latina no tiene una
particularidad de ser sensible al tema de derechos humanos en lo que respecta a su cultura,
como a su fe (acá se puede incluir las religiosidades indígenas, las denominaciones
protestantes dominantes en la región, entre otras religiosidades presentes distintas a la
denominación de fe católica), porque de manera sistemática reproduce condiciones y
expresiones de sociedades solidificadas en las condiciones de existencia humana, donde se
discrimina y ejecuta la vida y cultura del otro. Afirma Helio Gallardo:

Los latinoamericanos hemos constituido sociedades de fracturas (separatidades) sólidas y


enfrentamientos brutales que terminan deslizándose con facilidad hacia aplastamientos.
Y los cristianismos en uso se materializan sobre todo en expresiones pías, ingenuas y
falsas o sólidamente litúrgicas y no como una forma de existencia fuera de los templos
(excepto en cuanto a cultura difusa que justifica cualquier tipo de acciones en interés
propio) que reúna y convoque prójimos (Gallardo, 2019, p. 21).

Desde esta lógica, entonces se puede decir que los latinoamericanos viven vidas totalmente
desarticuladas, según el entorno cultural donde se desenvuelvan, es decir; un latinoamericano
es creyente, siempre y cuando esté dentro de un templo, es patriarcal, siempre y cuando esté

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en una posición de privilegio (padre de familia, heterosexual, entre otras propuestas de
dominación), es dominado obrero con relación salarial, siempre y cuando sea de clase
trabajadora, y así un gran número de posibilidades de dominación/dominado, según el
entorno. Lo que también construye culturas de violencia, con respecto a los violentados (éstos
últimos ejecutan y promueven violencia contra otros, a la vez, que son víctimas de violencia).
Desde esta disociación-distorsión las sociedades latinoamericanas han creado sus propias
realidades y estereotipos con respecto a derechos humanos. A lo que Helio Gallardo dice:

Esta afirmación podría contener una referencia a una común «dignidad humana» que
subyacería a los distintos sectores e individuos que protagonizaron esas luchas, pero es
también relacional y disipa otro estereotipo muy común incluso en los activistas
latinoamericanos de derechos humanos: los derechos humanos no se divorcian de las
violencias. Por el contrario, los grupos humanos que aspiran a que se les reconozcan
ciertos derechos asumen que son socialmente violentados y que el reconocimiento
jurídico de los que reclaman pueden hacer violencia a otros sectores de la población
(Gallardo, 2019, p. 16).

Evidentemente, derechos humanos trata de construir condiciones de existencia y respeto


humano, dentro de las sociedades civiles; y que esa misma existencia pueda ser reclamada
legalmente; de esto se sigue que no pueden producirse personas cuya vivencia y existencia
humana está desarticulada y desvinculada, según sea su entorno cultural, como si de dos
personas completamente distintas se tratase. El trato social entre seres humanos es lo que ha
llevado a muchos sectores de la población a vivir estas condiciones de vida; en cuyo caso, se
les niega la posibilidad de ser seres humanos plenos, en tanto humanos; lo cual es la mayor
violencia contra derechos humanos que se pueda hacer. Todas estas condiciones se deben a
relaciones sociales, en las que participan cada individuo a diario, con lo cual determinar bajo
estas circunstancias una dignidad humana es cuanto menos, polemizable, porque si un
individuo tiene que autoconstituirse de distintas maneras, según los entornos así lo requieran,
implican forzosamente que tal persona no se autopercibe como humanamente digna y aquí
una de las cuestiones ontológicas de derechos humanos: que los individuos humanos se
autoperciban ser humano, ante todo. A lo que Helio Gallardo afirma:

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En todo caso, lo que interesa en relación con el estereotipo que se comente es que
derechos humanos son todos sociohistóricos (los ya reconocidos en legislaciones y pactos
internacionales y los que podrían serlos) y han sido generados por las conflictividades
inherentes a las sociedades contemporáneas. Sus vínculos centrales se establecen con la
integración de la existencia social y personal, pero solo por esta mediación pueden
asociarse con una pacificación de la existencia social determinada por un nuevo carácter
de sus relacionalidades (Gallardo, 2019, p. 16).

Los procesos sociohistóricos surgen por medio de relaciones entre seres humanos, de manera
cotidiana; relaciones que reflejan una serie de costumbres y tradiciones que se van
cimentando en grupos humanos y a esto se denomina cultura. Cuando se define que derechos
humanos son procesos sociohistóricos, quiere decir que surgen en condiciones de relaciones
humanas específicas, en un momento específico de la historia. Lo que también conlleva a la
realidad cultural del momento que específico que se está viviendo; ya que dichos procesos no
son estáticos, sino dinámicos, producidos para transformar las condiciones de existencia
humanas, creando una nueva Humanidad (si se quiere), con plenitud en tanto humanos, y por
tanto con derechos de la misma manera. Este no es para nada un fin histórico, sino una
constante producción de realidad histórica. Por lo que Jesús de Nazaret dijo:

Habiéndole preguntado los fariseos, cuándo llegaría el Reino de Dios, les respondió: «La
venida del Reino de Dios no se producirá aparatosamente, ni se dirá: «Véanlo aquí o
allá», porque miren el Reino de Dios ya está entre ustedes» (Lucas 17, 20; 21).

Los fariseos esperaban algo caído del cielo, espectacular que es el Reino de Dios, mientras
acá en la Tierra, ellos mismos constituían y naturalizaban prácticas de deshumanización, de
exclusión social, poniéndose en posiciones de superioridad moral; lo que desde luego
implicaba que no reconocieran humanidad en otros, o en sus prácticas, ni mucho menos en
sus vidas cotidianas. Pero Jesús contestó otra cosa completamente distinta: el Reino de Dios
se produce mediante relaciones sociales humanas, reconociendo humanidad en el otro,
tratándolo como hermano, como hijo de Dios, como corolario moderno, también como
portador de derechos humanos, en tanto humano, en tanto su autoconciencia se autoperciba y
reconozca como ser humano, sus relaciones entre seres humanos, cambian radicalmente,
porque suponen reconocimiento de humanidad entre iguales, entre uno y otro distinto. Por eso

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la afirmación de un presente en medio de (Lucas 17, 20); las relaciones sociohistóricas
humanas son las que determinan una vivencia moderna en el Reino de Dios, que incluye,
obligatoriamente derechos humanos. Esto porque el Reino de Dios es un ideal de sociedad
humana, donde los seres humanos se pueden desarrollar y ser liberados, totalmente plenos; lo
que implica que el Reino de Dios, en este sentido no ocupa de religiones y religiosidades para
ser vivido, con que se produzcan relaciones humanas es suficiente. Helio Gallardo establece:

El deísmo contemporáneo surge del mismo ethos (seguridad, identidad) que generó la
propuesta político-cultural de derechos humanos, es decir, en los procesos de gestación de
las sociedades modernas y actuales. Entre sus principales méritos está el de no requerir
materializarse en iglesias disgregadoras. Los deísmos claramente enfatizan su propuesta
de consistir en una actitud experiencial hacia el mundo que desemboca en un estilo de
existencia personal y social. (Gallardo, 2019, p. 36).

Lo que implica que derechos humanos, también, invita a una reflexión profunda a la manera
vivencial de la fe de seres humanos, y sus relaciones culturales. América Latina, desde luego,
no escapa a esta reflexión, ni la manera en que los individuos latinoamericanos desarrollan sus
propias condiciones y luchas por derechos humanos, así como el respeto cultural por los
mismos. Lo que también determina que derechos humanos son propios por ser humano, y que
no son de ninguna manera una intervención exterior, o bien como una importación de una
realidad de las potencias de Occidente. Aquí la noción de Occidente es parte de un
imaginario, cuyo eje central es Europa y por extensión de expansión EEUU; pero excluye
intrínsecamente a América Latina, por lo que es también otra razón, por la cual la región tiene
una posición hostil para una cultura de derechos humanos, porque no lo ve como parte de su
realidad cultural cotidiana, al ser una realidad extranjera (si se quiere). A lo que Helio
Gallardo expresa:

La razón, de acuerdo con Hopgood, es que este Sur contiene no liberales religiosidades (e
iglesias), creencias sobre derechos laborales, racismos y etnocentrismos y fijaciones sobre
la familia. Por no liberales el «sí mismo» cultural de estas regiones deviene incompatible
con Derechos Humanos. Curiosamente, Hopgood no menciona «nuestros» ejércitos.
Pero, en efecto, nuestros Estados no son liberales (ya que se comportan como rentistas y
clientelares), las poblaciones se adhieren en su mayoría a la Iglesia católica (un 65 o

14
70%) y el catolicismo es un factor significativo, aunque difuso de la cultura de esta
población y de sus identificaciones inerciales (Gallardo, 2000, pp. 20-21).

La hostilidad cultural en América Latina por derechos humanos, y también las condiciones
religiosas contrarias a derechos humanos; han creado sectores de la población no-personas
(humanoides) descontentos de esta condición, porque son tratados como ciudadanos de
segunda clase y esto a lo sumo; porque en muchos casos ni siquiera se les trata como seres
humanos, como portadores de derechos humanos, o bien con «dignidad humana», a los cuales
se les puede hacer cualquier cosa, desde la institucionalidad estatal; sin ninguna repercusión
social. Ante esta situación, muchos de estos sectores han constituido movimientos de
visibilización humana, para poder rescatar su dignidad, y empoderarse de derechos que,
sociohistóricamente, les han sido negados; constituyéndose en grupos de base por la lucha
derechos humanos, de manera consciente o inconsciente sobre el tema. Esto propone una
realidad autóctona sobre la materia de derechos humanos en América Latina, con una cultura
propia sobre derechos humanos. Ahora bien, la particularidad de religiosidades sobre
derechos humanos es un apartado especial, porque en realidad, derechos humanos no necesita
ninguna religión en particular; sí necesita a los creyentes religiosos, en tanto ciudadanos y en
tanto seres humanos seculares y laicos, dejando de lado sus creencias religiosas particulares.
Sin embargo, los sistemas de creencias latinoamericanos tienen un peso cultural muy
importante sobre la población, en general. Peso que influye directamente en su
(in)sensibilidad y responsabilidad en derechos humanos.

Fe bautista en América Latina.


Entender la influencia en materia de derechos humanos de la fe bautista en América Latina,
en específico, es tratar, también la historia de la iglesia bautista dentro de la realidad
latinoamericana y su impacto cultural en la región. Esto, porque, como ha quedado
demostrado, derechos humanos es una cultura de experiencias vivenciales de relaciones
humanas, que producen dignidad humana y las religiones, junto con las religiosidades son
actores que participan en la formación de cultura; esto no implica, para nada, que derechos
humanos deba tener religión, sino a la inversa, que las religiones deben concebir a derechos
humanos como parte de visión de mundo, de su teología, de su manera de entender las
sociedades humanas y a Dios mismo; esto porque los seres humanos pueden existir, en tanto

15
humanos sin religión, pero no pueden existir en tanto humanos sin derechos humanos. A lo
que González Domínguez dice:

Si nuestro Dios, es Dios que ama a los desvalidos entonces si lo buscamos entre los
indígenas debe estar en medio de su pueblo. El evangelio no es tanto la buena noticia que
viene de fuera, es más la buena noticia que vamos haciendo. En la vida de las
comunidades indígenas podemos encontrar buenas noticias si estamos dispuestos para
recibir y aceptar la buena noticia que nos puede mostrar el pueblo más pobre de Dios
(González Domínguez, 1988, p. 44).

En esta posición el evangelio que significa buenas nuevas (noticias) es una práctica de diálogo
en donde no establece dominancia alguna, sino que se siente y recibe a partir de la
valorización de seres humanos en sus realidades, se identifican y perciben como seres
humanos, entre sí mismos, entre pares. Esta construcción de evangelio, entonces remite a la
necesidad de reconocimiento humano, en tanto humano, a quien se le lleva el mensaje de
Jesús de Nazaret, en este sentido un mensaje integrador y liberador; por lo que tiene
incorporado derechos humanos. En esta relación no se trata simplemente de predicadores
hacia pecadores, es decir de seres humanos, a potenciales seres humanos, en cuyo caso, antes
de la evangelización son humanoides; sino un diálogo abierto y sincero sobre las
construcciones, aspiraciones, capacidades y realidades para producir una seres humanos
plenos, a través del ejemplo de Jesús, lo cual genera un respeto a la existencia de vida de unos
y otros, mientras todos se reconocen como humanos. Por lo que González Domínguez
comenta:

Esto se traduce en relaciones que le son características bajo y que pueden verse bajo dos
niveles: uno horizontal, entre iguales, en que se realizan acciones de cooperación y de
redistribución al interior de la comunidad indígena y otro que es vertical y desigual, con
el resto de la sociedad, que es un conjunto más poderoso (González Domínguez, 1988, p.
40).

La marginalidad y exclusión social contra un grupo de seres humanos (en este caso las
naciones indígenas mexicanas) constituyen un impacto sobre derechos humanos, donde la
verticalidad impondrá condiciones de existencia y de vida inhumanas a los excluidos por

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quienes tienen posiciones y condiciones para hacerlo; produciendo, a su vez, relaciones
horizontales sociales, sujetos históricos y testimoniales valiosos como respuesta; exigiendo su
legítimo derecho de tener dignidad humana. Esta dignidad no la obtienen de los sectores
dominantes de la sociedad civil; la obtienen de sus cotidianidades donde expresan sus luchas,
sus aciertos y errores, sus desafíos y aspiraciones; construyendo testimonios y realidades
alternativas a las condiciones de existencia inhumanas. Cuando Jesús de Nazaret enseñó a sus
discípulos que «Lo que es imposible para los seres humanos, es posible para Dios» (Lucas 18;
27) propone una contracultura contra el orden jerárquico natural y propone que en las luchas
y resistencias humanas, sin importar sus éxitos y fracasos se constituyen los seres humanos;
incluso si no fuera de este modo Dios intervendría para que los seres humanos se apropien de
sí mismos y de su humanidad; no interviene, porque los seres humanos pueden apropiarse por
sí mismos de su humanidad y su existencia de vida. Así, como derechos humanos tiene un
surgir sociohistórico; igualmente los seres humanos que luchan por derechos humanos son
sujetos sociohistóricos que aparecen con reclamos hacia las sociedades que los han
invisibilizados históricamente. González Domínguez afirma:

Estos lugares donde habitan los indígenas no los han escogido ellos porque les guste, sino
que desde la época de la Conquista y después con las famosas Encomiendas y Mercedes
reales la Corona Española daba como gratificación a los conquistadores, la regalía de
grandes extensiones de terrenos que incluía la mano de obra indígena. Ante esto, los
indígenas tuvieron dos caminos. Uno, seguir viviendo en el lugar que les dieron sus
antepasados, pero convirtiéndose en propiedad de los encomenderos. O, la de remontarse
a las tierras y a los lugares difíciles de habitar, para seguir siendo libres. Pero aún allí se
les siguió acosando a través de la destrucción de su medio habitacional para seguir
convirtiéndolos en mano de obra barata o gratuita (González Domínguez, 1988, pp.
37-38).

Un interesante aporte cultural colonial es la manera en que son vistas por las sociedades
latinoamericanas a las naciones indígenas, que además siguen siendo sociedades
latinoamericanas, cuya composición cultural son de luchas y resistencias sobre las
condiciones impuestas desde la aparición de los reinos europeos en el continente americano.
Desde luego esta forma de ver a las naciones indígenas no es nada positiva, sino todo lo
contrario, son vistos como objetos de pertenencia cuasi esclavos. Su cultura si no es borrada o

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extinguida en aras de un falso progreso humano, es simplemente asimilada como una
curiosidad turística como un souvenir a la venta de extranjeros (esto en el mejor de los
casos), pero esta influencia histórica también excluye a: diversidades sexuales, a jóvenes y
estudiantes, a mujeres con teoría de género, entre otros que pueden ser tratados de la misma
manera; donde se les impone condiciones de existencia casi imposibles e incompatibles con la
vida humana. Evidentemente construir una fe y un evangelio con aporte a derechos humanos
pasa por el reconocimiento y denuncia de esta realidad; por esto González Domínguez dice:

Permítaseme hablar de la Obra Bautista entre los indígenas de México, desde un punto de
vista vivencial, y por otro lado de experiencia. Vivencial, porque soy indígena
perteneciente a la etnia Zapoteca, que es una de las más numerosas entre las minorías
étnicas en México. Y de experiencia, porque soy Bautista de «Hueso colorado», como
decimos en México, cuando tenemos convicciones y lo soy desde hace veinticinco años.
Así que mis palabras son subjetivas, pero también objetivas, porque indígena bautista
(González Domínguez, 1988, p. 37).

El acercamiento social que puede lograr tener una evangelización de relaciones entre iguales
tiene un mayor impacto que misioneros exteriores, que no tienen las vivencias de las
condiciones sociohistóricas, sino que reproducen verticalidades y asimetrías (no en todos los
casos, evidentemente5) en los cuales suponen una posición de superioridad sobre los otros; sin
tomar en cuenta sus sensibilidades humanas. Cuando se da un acercamiento entre iguales,
reconociéndose como seres humanos toma importancia sus sensibilidades, sus aspiraciones y
expectativas, en tanto humanos, aquí surge una dignidad humana compartida entre unos y
otros, construida a base de relaciones sociales horizontales, posicionando la dignidad humana
como sagrado. Dios mismo constituye y construye dignidad humana a los seres humanos. A
lo cual, la Biblia dice sobre Jesús de Nazaret:

Y sucedió que estando él a la mesa en la casa, vinieron muchos publicanos y pecadores, y


estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos. Al verlo los fariseos decían a los discípulos:

5
América Latina tiene una religiosidad histórica católica, por lo que hablar desde una denominación de fe
protestante como la bautista, evidentemente tuvieron misioneros después de la Independencia de España; en
todo caso, éstos debían entablar diálogos evangelizadores y tratar a los otros como iguales, por ser seres
humanos, al menos así, desde la descripción de la fe bautista.

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«¿Porqué come su maestro con publicanos y pecadores?» Mas él, al oírlo, dijo: «No
necesitan médico los que están fuertes, los que están mal. Vayan, pues, a aprender qué
significa Misericordia quiero, que no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos,
sino a pecadores» (Mateo, 9; 9, 12).

La posición de los fariseos es una posición de dominación, de condiciones en las cuales


solamente ellos son justos. Condiciones que ellos mismos crearon, ¿cómo las crearon? Con
relaciones de exclusión y dominación, naturalizando la violencia de la existencia de los otros,
claro no se puede hablar en aquel tiempo de derechos humanos, porque simplemente no
existían, pero sí de condiciones de existencia humana, donde aquel que no encajaba con los
intereses de los fariseos, simplemente no tenían dignidad humana. La dignidad humana la
establece en este punto Jesús de Nazaret al visibilizar la existencia de dignidad humana y
humanidad entre los pecadores; por eso determina que Dios quiere misericordias, que no
sacrificios (Mateo, 9; 12), es decir Dios quiere relaciones que gesten y construyan
condiciones de vida dignas para todos los seres humanos, sin importar si tienen o no creencia
en Él; no instituciones de alabanza a la muerte, que sistemáticamente ejecutan, matan tanto
física como culturalmente y a los ojos de la sociedad pueden salir completamente impunes.
Dios, al ser el Dios de la vida, entonces es el Dios de derechos humanos, por designar
dignidad humana, ésto sin importar que derechos humanos tengan o no a Dios en cuenta. De
hecho, derechos humanos lo que toma en cuenta es la ciudadanía civil, llama a todos a
participar y relacionarse de maneras horizontales, construyendo seres humanos plenos. A lo
que González Domínguez dice:

Hay que hacer evangelio con los indígenas, no proclamar el evangelio entre ellos y esto
se hace: afirmando su vida comunitaria no rompiéndola, rescatando la presencia de Dios
en sus concepciones religiosas, promoviendo la adoración a su manera y sentir y en sus
idiomas autóctonos, apoyándolos en sus luchas por conservar su identidad étnica, sus
tierras, sus recursos naturales y sus prácticas comunitarias. Es decir vivir el Evangelio con
ellos tal cual es: un hecho social y no privado, un hecho político (González Domínguez,
1988, p. 45).

En esta noción de evangelio tiene como característica promover la dignidad humana,


reconocer al otro como seres humanos; reconocerlos en su diversidad y en su autoestima en

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tanto humanos diversos. Este tipo de evangelio, claramente exige derechos humanos para las
comunidades en las que entra en contacto, porque las ve y las estima por su existencia y
resistencia de formas de vida humanas legítimas; lo que a su vez tiene tintes de
reconocimientos e impactos jurídicos y políticos. Jurídicos, porque propone como condición
de realidad la capacidad de denuncias a la par de luchas sociales para el reconocimiento en la
sociedad civil; esto significa la existencia de leyes a las cuales se puede apelar para hacer
denuncias ante los tribunales competentes; y políticos porque implica que éstas denuncias
generalmente van contra instituciones que representan a los Estados por violaciones
sistemáticas de derechos humanos, o bien por la exigencia de transformaciones sociales
populares profundas dentro de estas instituciones o cambio de entidades, según las dinámicas
sociales populares de resistencia; lo cual es el acercamiento práctico sociohistórico de ejercer
derechos humanos, en favor de seres humanos que se autoperciban como tales, dentro de la
sociedad; sin ningún tipo de discriminación social. La manera de vivir la fe bautista reproduce
esta condición, al menos así dentro de la nación mazahua en México, donde ellos interpretan,
la forma de reconocimiento de seres humanos, desde su cultura propia como nación indígena,
pero también viviendo su religión como expresión de su realidad humana. Para lo cual
González Domínguez agrega:

Cuando a los indígenas se les deja que realmente sean Iglesia adquieren características de
la vida de la comunidad indígena con todas sus responsabilidades. Y también se puede
poner de ejemplo a los bautistas mazahuas, quienes llevan adelante su trabajo pastoral,
encargándose de la dirección de la Iglesia en forma rotativa, obligatoria y sin
remuneración económica (González Domínguez, 1988, p. 45).

La expresión de obligatoriedad con la fe bautista tiene que ver con el cuido de la expresión de
la religiosidad de toda la comunidad, lo cual es vinculante para la comunidad, para el cuido de
su existencia. Lo que importa acá no es lo vinculante que es la obligatoriedad de la fe bautista
en la comunidad indígena, sino la importancia de lo vinculante que es el cuido de su forma de
existencia como comunidad como tal, su autoproducción como seres humanos y el estima que
esto genera, incluso el cuido como sociedad, como grupo humano es vinculante tanto a
creyentes, como a no creyentes; la condición de derechos humanos es igual, en tanto cuido,
porque implica a todos los seres humanos, y todos son portadores de derechos, esto es

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vinculante, sin importar ninguna condición, junto a sus compromisos jurídicos como políticos.
La fe bautista como toda denominación religiosa no es perfecta, en ningún sentido, y en
muchas ocasiones su acercamiento cultural y manejo de la realidad latinoamericana no ha sido
apropiado, pero no significa que no tenga esfuerzos para tratar de abrir un diálogo con las
sociedades latinoamericanas sobre el tema de derechos humanos y del evangelio como tal,
reconociendo a Dios en los seres humanos con los cuales se pretende tener un contacto directo
y honesto, así también con las distintas comunidades, sociedades, en América Latina. Sin
embargo, para poder hacer un debate honesto y abierto con las sociedades y naciones
latinoamericanas, junto con movimientos sociales y desde luego, derechos humanos,
primeramente debe existir una reflexión interna de ¿qué significa ser creyente bautista
latinoamericano? ¿cómo un bautista latinoamericano integra y siente derechos humanos en la
región? Responder estas preguntas es, en efecto, la verdadera composición evangelizadora
histórica de la Iglesia Protestante Bautista original, volver a las raíces de la existencia de la
denominación misma como lo fue en sus primeros inicios en el Reino Unido. A su vez, genera
aportes valiosos a los sectores latinoamericanos socialmente marginados, a sus movimientos y
movilizaciones sociales; como producir autoestima y dignidad humana, primeramente para
los creyentes bautistas, a lo interno de la iglesia, y después a los no creyentes en la fe bautista,
a lo externo de la iglesia, construyendo testimonios sociales de existencia humana. Esta es una
tarea y reto abierto que tiene la Iglesia Bautista Latinoamericana, hasta el día de hoy.

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