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La primera vez que escuché a CCyLB fue en Praga y supuso un impacto total.

Caminaba por
Mala Strana y llovía.

De pronto, escuché un extraño e hipnótico sonido: cuando este cesó se me removieron las
tripas.

Permanecí unos segundos quieto, en tensión y con la sensación de que algo extraordinario iba
a ocurrir. Al instante se escuchó otra vez y me produjo un retortijón intestinal de cuidado.
Cuando cesó el sonido se paró el malestar que sentía.

Más intrigado por la naturaleza del sonido que por mis sensaciones escudriñé alrededor. Justo
a mi derecha, una taberna llamada Petřín anunciaba un espectáculo sorprendente a cargo del
grupo musical CCyLB. No había terminado de leer cuando se escuchó otra vez ese sonido que
puso mi cuerpo en un trance escatológico de imprevisibles consecuencias. Decidí entrar a ver
qué era lo que provocaba esa reacción.

La taberna era oblonga y estirada. Tenía mesas, sillas, algún taburete escolumbrecido y una
barra alargada. Descubrí al fondo una mesa sin ocupar y fui hasta ella. Apenas me había
sentado cuando se escuchó un gorgorito edulcorado y asonante que derrumbó mi plexo solar:
tras una cortina se intuía un escenario pequeño e infante y bultos que asemejaban personas.

Un camarero que llevaba un gorro de lana y unas polainas gigantescas se acercó con paso
lento y me saludó con aire ceremonioso y conspirativo: Dobrý den!

Le devolví los buenos días y le pedí una cerveza: Jedno pivo prosím!

El público era poco y variopinto. Ocupaba la mitad del local. El camarero de las polainas
apareció con mi Pivo que bebí con sorbos pequeños mientras se fueron apagando las
conversaciones, las luces y mis tripas.

La cortina se deslizó suavemente. Se escuchó un sonido de un triángulo y un mundo nuevo se


abrió ante mí: varios músicos apretujados en el escenario comenzaron un canto estrambótico
y miserere. Tan pronto sus voces eran un stacatto ingrávido como un berrido amplificado. Su
atonía era como un rescoldo que abre camino en la hienda. ¡Qué follón, qué estrapalucio…!

Vestían unos trajes talares de fantasía con ornamento multicolor y sombreros bataleros. Tras
un canto a capella se hizo el silencio más absoluto. Di varios largos tragos de mi Pivo que
combatieron el frenesí interior. Los músicos cogieron sus instrumentos y empezaron a hacer
un ruido cada vez más difuso y estridente que emabaucaba poderosamente.

De vez en cuando se alzaba por encima del estruendo un berrido descomunal, un vórtice que
marcaba los cambios de ritmo.

El énfasis y la diversidad tímbrica de su música me produjo un impacto y una descomposición


interna que me llevaron a un éxtasis diurético y sensorial como jamás había sentido.

No sé cuánto tiempo duró el espectáculo, solo recuerdo que de pronto el ruido cesó y yo volví
a la realidad. Estaba solo en el local, todo el mundo había desaparecido. Llamé al camarero de
las polainas y le pedí la cuenta. Me dijo que no hacía falta que pagara nada, puesto que había
sido la única persona en aguantar todo el espectáculo, la casa invitaba. ¡Děkuji! exclamé:
Gracias.

Tras darle las gracias me dirigí a la salida. Anduve un poco por la redolada mientras
reflexionaba en lo que había visto y sentido.

Jamás nada me había trastocado de esa manera.

Aparecí en el Puente de Carlos y contemplé sus bellas estatuas, pero algo raro me pasaba,
¡porque las veía con las mismas ropas que llevaba el grupo del espectáculo! ¿Qué me estaba
pasando? ¿Había tenido una experiencia extrasensorial? ¿Acaso un encuentro en la quinta
fase?

Me di la vuelta y me encontré de sopetón con una persona. Cuando fui a disculparme me di


cuenta de que era uno de los miembros del grupo. Le di un empujón y eché a correr
despavorido, gritando como un poseso hasta que llegué a my home y caí en un sueño lleno de
pesadillas en las que rostros con velo me perseguían por un puente lleno de cabezas cortadas.

De cómo Anselmo de Piñones conoció a CCyLB

Al día siguiente desperté con la determinación de que deseaba conocer a los autores de
semejante obra maestra. Cumplí con mis obligaciones y después llamé a mi hermano Fulgencio
de Piñones para que acudiera conmigo. Fulgencio es mi hermano por parte de padre.

Es un excelente fotógrafo aunque en ocasiones es un poco somardas, por lo que hube de


explicarle detenidamente el espectáculo que íbamos a ver.

Mientras lo esperaba sintonicé la radio. Las noticias hablaban de que ayer por la noche un
maníaco había arrojado al río a un eclesiástico al grito de “El Vaticano es un sabor tropical”. El
reverendo padre nadó hasta la orilla y salió ileso. No ha dado pistas sobre su enigmático
agresor y la policía continúa sus pesquisas. Esa noticia me recordaba algo pero no sabía el qué.

Cuando Fulgencio acudió a casa marchamos rápidamente a la taberna Petřín para coger sitio.
El local estaba lleno y faltaba una hora para comenzar la actuación.

A mi lado apareció el camarero de las polainas y con un ademán nos invitó a seguirle. Nos llevó
a una mesa colocada en un lateral justo a pie de escenario. Tenía un cartel de reservado. Nos
sirvió Pivo y despareció con su andar sigiloso.

Debo decir que mi hermano Fulgencio es un poco corto de vista, más bien podría decirse
escaso y que necesita cierto lapso para colocarse y colocar sus aparatos, así que andábamos
también cortos de tiempo.

Fulgencio hace todas las fotografías con una cámara especial, llamada Cámara Kirkian, que
permite realizar fotografías estrobóticas.

Poco a poco se iba vaciando el local, tanto es así que para la hora de comienzo del espectáculo,
apenas una docena de espectadores aguardábamos el inicio. Y a la hora señalada comenzó el
exorcismo sonoro. Si lo de ayer fue intenso por lo inesperado, lo de esta noche podría
catalogarse como sublime. A mitad de la primera canción Fulgencio se derrumbó en la silla
agitado por movimientos descontrolados de pelvis que le duraron toda la actuación.

Después no sé qué ocurrió exactamente, tengo una pequeña laguna nemotécnica. Recuerdo
unos golpes de tambor desaforados y, tras una explosión de ritmo, me di cuenta de que podía
entender los berridos del grupo.

¡Qué deleite! ¡Y qué dislate! Sus letras rompieron todo en mi interior. Tuve que ausentarme
brevemente de la sala.

Tras una cesura intenté que Fulgencio hiciera alguna fotografía pero su estado era deplorable.
Yo mismo tuve la cámara en mis manos y toqué cuatro o cinco botones pero esos chismes no
se me dan nada bien. Me concentré en la música y descubrí que cada pausa de ruido que había
era porque se había terminado una canción. Interesante concepto.

¡Ah, hoy lo recuerdo con nostalgia y alevosía…! Al terminar el espectáculo Fulgencio se


despertó y me dijo que yo era un mal hermano por parte de padre, por llevarlo a padecer
espectáculos como ese. Yo me disculpé como pude y lamenté que mi hermano no compartiera
ese éxtasis fervoroso y voluptuoso que yo siento cada vez que escucho a CCyLB, pero se
marchó de la taberna tan indignado que se olvidó la cámara de fotos y todos sus bártulos.

Le pregunté al camarero de las polainas si podía entrevistarme con los miembros del grupo.
Tras un rato de espera, Polainas volvió y me dijo que el grupo aceptaba una entrevista si no era
de balde. Así que encargué unas rondas de Pivo y seguí al camarero hasta los camerinos.

El grupo me miró brevemente y no me hicieron caso. Algunos estaban ocupados en trabajos


manuales y otros gritaban y se daban empellones. Tosí brevemente para llamar su atención
pero fue en vano. Entrechoqué las botellas de Pivo y al instante todos se volvieron hacia mí.

Entonces me presenté. Les dije: “Me llamo Anselmo de Piñones y soy un estudioso de la
Musicología y el Folclore. Mi pasión secreta es el estudio e interpretación de manuscritos
arcaicos y mi licor preferido es el licor de ciruelas en todas sus variedades.

Pero desde ayer, que les escuché por primera vez, mi vida ha dado un giro brutal. Han
provocado en mí un estremecedor cambio”. Uno del grupo, me parece que el que lleva la voz
cantante, me dijo: “¿Qué provoca nuestra música en su interior?”

Todos se empezaron a tirar al suelo, a reír y a dar patadas al aire al grito de “hevy-pop-jazz”.
Aquello me pareció una aceptación por parte del grupo hacia mi persona y le indiqué a
Polainas que repartiera una ronda de Pivo y fuera a buscar unas viandas para compartir con el
grupo. Poco a poco entablamos conversación y descubrí que ellos estaban vivamente
interesados por la Polka en cualquiera de sus acepciones y significados. Pregunté a cada uno
de ellos por su historia personal. ¡Me conmovieron tanto sus vicisitudes…!
Como resultado de este encuentro quedó sellado entre nosotros que yo, Anselmo de Piñones,
con pleno consentimiento de CCyLB, y a partir de ese instante, iba a ser el biógrafo oficial del
grupo. Nos despedimos con un ¡Děkuji! grandioso, entonado con el ardor de los buenos
camaradas, y volví hasta my home mientras comenzaba a amanecer.

Al bajar por la Calle Dorada no se veía a nadie. Bajé calle abajo imitando el andar de Polainas y
berreando al ritmo que mis tripas marcaban, mientras pensaba con satisfacción: esto es vida…

Durante tres días y tres noches me dediqué a recopilar todos los datos que había reunido del
grupo y a tocar la flauta de vez en cuando para calmar el esplín que sufre mi urraca
Emerenciana.

¡Pobre bicha! Cada setenta y tres días soporta unos abatimientos de espanto. El veterinario
cree que es porque my home está situada muy cerca de un punto telúrico que le afecta el
ánimo.

Por otra parte estaba deseoso de ver otra vez al grupo para escuchar su espectáculo y
mostrarles mi pequeño esbozo con la historia y su biografía. Así que poco antes de la
medianoche acudí al Petřín dispuesto a todo. En cuanto llegué, Polainas me dirigió a una mesa
junto al escenario y me comentó que esa noche no había actuación.

Canisio, el cantante del grupo, había tenido un incidente con su zona inguinal al realizar un
espagat.

Me dirigí al camerino a interesarme por el incidente y a mostrar mis escritos. Canisio se


encontraba tumbado en una hamaca rodeado de tubos y otros aparatos médicos. Uno de los
tubos le entraba por la boca y parecía que Canisio lo chupaba con deleitación. Me acerqué a
preguntar por su accidente.

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