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La Voz de San Jorge

El prefacio de "La Voz de San Jorge" es una introducción que establece el tono y el
propósito del libro, destacando la conexión entre el Centro de cultura y civilidad de la
Fundación Giorgio Cini, con sede en Venecia, y el deseo de utilizar la cultura para fomentar
la civilidad. A través de la exploración del proceso penal, el autor busca cambiar la
percepción pública de este tema, convirtiéndolo en una reflexión profunda en lugar de un
entretenimiento superficial.

El autor comienza señalando la dualidad del conocimiento, comparándolo con la energía


atómica, que puede utilizarse para el bien o para el mal. Esta metáfora establece la premisa
de que la cultura y el conocimiento deben estar al servicio de la bondad y la civilidad. La
atención se centra en el proceso penal como un tema aparentemente poco atractivo para el
gran público, pero que, según el autor, es esencial abordar desde una perspectiva civil.

Se plantea la dicotomía entre la diversión y el recogimiento como formas de evasión de la


realidad cotidiana. Mientras que la diversión busca escapar de la monotonía, el
recogimiento, representado por la plegaria, ofrece una evasión más completa y profunda. La
conexión entre el proceso penal y la diversión superficial se expone mediante la
comparación con el espectáculo cinematográfico y la curiosidad pública por los procesos
penales célebres.

El autor critica la actitud del público hacia el proceso penal, equipándola a la de la multitud
en el circo romano o las plazas de toros. Se destaca la falta de empatía y la consideración
de los acusados como objetos en lugar de seres humanos. Esta actitud se compara con la
parábola del publicano y el fariseo, subrayando la importancia de reconocer la humanidad
común en lugar de separarse con superioridad.

La narrativa personal del autor, que revela su evolución desde una mirada distante hacia el
derecho penal hasta una comprensión más profunda, añade una dimensión personal al
ensayo. Se destaca el camino que lleva desde la arrogancia hasta la humildad, pasando de
considerarse a sí mismo como alguien distinto de aquellos involucrados en el proceso penal
a reconocer la hermandad compartida.

I: "La Toga" de "La Voz de San Jorge"

El primer capítulo de "La Voz de San Jorge", titulado "La Toga", nos sumerge en una
reflexión profunda sobre el simbolismo y la importancia de la vestimenta utilizada por los
actores principales en el proceso penal. El autor, a través de una narrativa que combina
elementos personales y observaciones objetivas, nos invita a considerar la toga no solo
como un uniforme, sino como un símbolo cargado de significado en el ámbito de la justicia.

Desde el inicio, el autor comparte su experiencia personal al presenciar un cortejo judicial


en su infancia, destacando la impresión que le causó la toga de un magistrado. Este detalle
anecdótico sirve como puente para introducir una pregunta fundamental: ¿por qué los
magistrados y abogados visten la toga?

A través de un análisis etimológico, el autor explora el significado de la palabra "divisa" y su


relación con la idea de separación y discernimiento. La toga, según su interpretación, actúa
como un distintivo que separa a aquellos que administran la justicia de aquellos sobre
quienes se ejerce. Sin embargo, a medida que profundiza en la idea, se revela que la toga
también simboliza la unión entre los jueces, destacando la importancia de la colaboración y
el acuerdo en la administración de la justicia.

El autor utiliza la metáfora del coro para describir la armonía que debe existir entre los
jueces, incluso cuando actúan como individuos. Esta perspectiva coral resalta la solemnidad
del proceso judicial y la necesidad de unidad entre aquellos encargados de impartir la
justicia.

La toga, definida también como un "uniforme", revela su doble función: desunir y unir.
Mientras distingue a los magistrados y abogados del público en general, también simboliza
la unión entre ellos, subrayando que, aunque aparentemente están divididos, están unidos
en su esfuerzo conjunto por alcanzar la justicia.

El ensayo se adentra en la paradoja aparente de la toga del acusador y del defensor.


Aunque su función parece dividirlos, en realidad, ambos desempeñan un papel crucial en el
proceso judicial. La guerra que hacen, en términos de argumentación y defensa, es
necesaria para garantizar la paz, y la toga es un recordatorio constante de que ambos están
al servicio de la autoridad y la búsqueda de la justicia.

En el cierre, el autor lamenta la pérdida de solemnidad en el proceso penal contemporáneo,


resaltando la amenaza de la indiferencia o el clamor. A través de un recuerdo personal del
presidente Fusinato, que defendía la dignidad y el recogimiento en el tribunal, el autor
destaca la importancia de preservar la solemnidad en el proceso judicial como un acto de
civilidad.

II: "El Preso" de "La Voz de San Jorge"

El segundo capítulo de "La Voz de San Jorge", titulado "El Preso", profundiza en la
experiencia del autor al enfrentarse al contraste entre la solemnidad de la toga y la aparente
indignidad del hombre encerrado en una jaula en el contexto judicial. A través de una
narrativa vívida y reflexiva, el autor explora sus sentimientos hacia el preso y aborda la
complejidad del ser humano en relación con la justicia y el derecho.

Desde el inicio, el autor destaca la impresión duradera que le dejó la primera vez que
ingresó a un tribunal penal y vio a un hombre en la jaula. Describe la situación con un
contraste impactante: aquellos en toga por encima del nivel humano, y el hombre en la
jaula, como un animal peligroso, por debajo de ese nivel. La palabra "necesitado" se repite,
sugiriendo la vulnerabilidad del individuo frente al sistema judicial.
El autor revela sus preferencias personales en términos de compasión, expresando que el
preso es, para él, el más pobre de todos los pobres. Esta elección de enfoque revela la
humanidad del autor al no juzgar al individuo por su delito, sino al destacar su situación
como encarcelado. Se distancia de la noción tradicional al decir "digo el encarcelado, no el
delincuente", desafiando así la idea común de que todos los presos son automáticamente
malhechores.

El texto se sumerge en una reflexión filosófica al destacar la importancia de tratar al


delincuente como un ser humano, incluso antes de su encarcelamiento. La mención de las
esposas como un emblema del derecho subraya la necesidad de que el derecho sujete las
manos, revelando el valor del hombre a través de su sujeción. La imagen de las esposas
como símbolo del derecho es poderosa, ya que muestra cómo el amor y la sujeción son
instrumentos más efectivos que la mera represión.

La narrativa toma un giro inesperado al relatar la experiencia de defender a un homicida,


ilustrando la complejidad de la naturaleza humana. La descripción de un rayo de amor
iluminando la frente del homicida subraya la capacidad del ser humano para la redención y
revela la riqueza oculta incluso en aquellos que cometen actos atroces.

El autor cuestiona la división simplista entre buenos y malos, destacando que todos están
en prisión, aunque esta prisión no sea visible. Aquí, la prisión se interpreta como el
egocentrismo, y el autor argumenta que solo abriéndose hacia los demás, el hombre puede
liberarse de esta prisión. La conexión entre la prisión interna y la necesidad de abrirse hacia
los demás se explora en profundidad, y se sugiere que esta apertura también permite la
entrada de la gracia de Dios.

III: "El Abogado" de "La Voz de San Jorge"

El tercer capítulo de "La Voz de San Jorge", titulado "El Abogado", profundiza en la
experiencia del autor como defensor legal, revelando las complejidades y los desafíos que
enfrenta en el ejercicio de su profesión. El capítulo destaca la relación entre el abogado y el
preso, describiendo la abogacía como un acto espiritual que implica humildad, servicio y
comprensión profunda del alma humana.

Desde el comienzo, el autor comparte el regalo de un dibujo a lápiz que representa las
manos de un preso esposadas, realizado por el pintor Mentessi. Este dibujo se convierte en
un símbolo visual de la condición del preso y sirve como punto de partida para explorar la
psicología del preso. El autor elogia la clarividencia del artista al capturar la desesperación y
la solicitud de ayuda en la representación de las manos del preso.

Se introduce a Carlo Majno, uno de los discípulos del autor y un exitoso abogado en Milán,
como una figura que dona el mencionado dibujo. Este gesto simboliza la conexión entre la
abogacía y la compasión, y establece la premisa de que el abogado no solo es un técnico
legal, sino también un confidente y un amigo para el preso.

La narrativa se adentra en la verdadera naturaleza de la abogacía, presentándola como una


forma de ayuda esencialmente espiritual. El autor argumenta que la esencia de la ayuda
que se busca del abogado es la amistad, y esta perspectiva desafía la percepción
convencional del abogado como simplemente un profesional técnico. Se destaca el hecho
de que el abogado, a través del término "advocatus", es llamado a socorrer, enfatizando la
conexión con la amistad y la protección.

La relación entre el abogado y el cliente se explora a través de la etimología de la palabra


"cliente", que se remonta a la sociedad romana, donde el cliente buscaba protección al
patrono. Aquí, el abogado también es llamado "patrono", y la derivación de la palabra
"patrono" de "pater" sugiere una conexión más profunda basada en el amor y la protección.

La narrativa se sumerge en la psicología del cliente, especialmente del imputado,


destacando que su necesidad es la de uno que busca compañía en medio de su
desolación. La enemistad que rodea a las causas legales se presenta como un sufrimiento
que genera la necesidad de amistad y alianza, y la abogacía se convierte en la forma de
ayuda más elemental en medio de la guerra legal.

El autor argumenta que la abogacía implica una humillación voluntaria, ya que el abogado
comparte la necesidad de pedir y ser juzgado. Se enfatiza que esta humildad es
beneficiosa, ya que enseña a rogar y actúa como un antídoto contra la soberbia. A través de
esta humillación, el abogado experimenta una especie de ejercicio espiritual que lo conecta
con la plegaria y lo aleja de la ilusión de potencia.

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