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9/12/2020 La historia olvidada de las chicas del radio, cuyas muertes salvaron miles de vidas

Andrea Hickey / BuzzFeed

Big Stories
Publicado 10 may. 2017

La historia olvidada de las chicas del radio, cuyas


muertes salvaron miles de vidas de trabajadores
Durante la Primera Guerra Mundial, cientos de mujeres jóvenes entraron a
trabajar en las fábricas de relojes, pintando las esferas de los relojes con
pintura luminosa de radio. Pero después de que las chicas (que literalmente
brillaban en la oscuridad al finalizar sus turnos) comenzaran a experimentar
terribles efectos secundarios, iniciaron una carrera contrarreloj en busca de
justicia que cambiaría para siempre las leyes laborales de los Estados
Unidos.

by Kate Moore
BuzzFeed Contributor

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9/12/2020 La historia olvidada de las chicas del radio, cuyas muertes salvaron miles de vidas

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El 10 de abril de 1917, una mujer de 18 años llamada Grace Fryer comenzó a


trabajar como pintora de esferas en la United States Radium Corporation
(USRC) de Orange, Nueva Jersey. Fue cuatro días después de que los
Estados Unidos entraran en la Primera Guerra Mundial; con dos hermanos
soldados, Grace quería hacer todo lo que pudiera para contribuir al
esfuerzo bélico. No tenía ni idea de que su nuevo trabajo cambiaría su vida
(y los derechos de los trabajadores) para siempre.

Las chicas fantasma

Con la guerra declarada, cientos de mujeres de clase trabajadora acudieron


en tropel al estudio en donde fueron contratadas para pintar relojes y
esferas militares con el nuevo elemento, el radio, que había sido
descubierto por Marie Curie hacía algo menos de 20 años. Pintar esferas
era "el trabajo de élite para las pobres chicas trabajadoras"; el salario era
más de tres veces el de un trabajo normal en una fábrica y aquellas
afortunadas que lograban un puesto estaban en el 5 % de las principales
trabajadoras femeninas a nivel nacional, lo cual les daba a las mujeres
libertad financiera en una época de creciente emancipación femenina.
Muchas de ellas eran adolescentes, con manos pequeñas perfectas para el
trabajo artístico, y difundieron a sus redes familiares y de amistades el
atractivo de su nuevo empleo. Con frecuencia, grupos completos de
hermanos trabajaban uno junto a otro en el estudio.

La luminosidad del radio era parte de su atractivo y a las pintoras de esferas


pronto se las apodó las "chicas fantasma", ya que, para cuando terminaban
sus turnos, ellas mismas brillaban en la oscuridad. Aprovechaban al máximo
esta ventaja, llevando sus vestidos buenos a la planta para que brillaran en
los salones de baile por la noche e incluso pintándose los dientes con radio
para conseguir una sonrisa que impactara a sus pretendientes.

Grace y sus compañeras seguían obedientemente la técnica que les habían


enseñado para realizar la meticulosa labor de pintar las pequeñas esferas,
algunas de las cuales solo tenían una anchura de tres centímetros y medio.
A las chicas se las instruía para que deslizaran los pinceles entre sus labios
para conseguir que tuvieran la punta muy fina; una práctica conocida como
afinar con los labios o una "rutina de labios, mojar y pintar", tal y como la
describió más tarde la dramaturga Melanie Marnich. Cada vez que las
chicas se llevaban los pinceles a la boca, tragaban un poco de la brillante
pintura verde.

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Charlotte Purcell demuestra la técnica de afinar con los labios.


Chicago Daily Times / Sun-Times Media

Verdades y mentiras

"Lo primero que preguntamos [fue] '¿Esto te hace daño?'", recordaba más
tarde Mae Cubberley, que instruyó a Grace en la técnica. "Naturalmente, no
quieres meterte en la boca nada que vaya a hacerte daño. El señor Savoy
[el gerente] dijo que no era peligroso, que no teníamos que tener miedo".

Pero no era cierto. Desde que el elemento brillante había sido descubierto
se sabía que era dañino; la propia Marie Curie había sufrido quemaduras
debidas a radiación por haberlo manipulado. Antes de que la primera
pintora de esferas cogiera su pincel ya había muerto gente por

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envenenamiento por radio. Por eso era por lo que los hombres en las
empresas de radio llevaban delantales de plomo en los laboratorios y
manejaban el radio con pinzas de punta de marfil. Sin embargo, a las
pintoras de esferas no se les suministraba esa protección y ni siquiera se
les avisaba de que podrían necesitarla.

Eso era porque, en aquella época, se creía que una pequeña cantidad de
radio (como la que manejaban las chicas) era beneficiosa para la salud: la
gente bebía agua con radio a modo de tónico y se podían comprar
cosméticos, mantequilla, leche y pasta de dientes que incluían el
maravilloso elemento. Los periódicos informaban de que su uso añadiría
"¡...años a nuestras vidas!".

Pero esa creencia se basaba en investigaciones llevadas a cabo por las


mismas empresas de radio que habían edificado su lucrativa industria
alrededor de él. Ignoraban todas las señales de peligro; cuando se les
preguntaba, los gerentes les decían a las chicas que la sustancia daría color
a sus mejillas.

Daily Herald Archive / Getty Images

La primera muerte

En 1922, una de las compañeras de Grace, Mollie Maggia, tuvo que


abandonar el estudio porque se encontraba enferma. No sabía qué le
pasaba. Sus problemas habían comenzado con un diente que le dolía: su
dentista se lo extrajo, pero entonces el siguiente diente también le empezó
a doler y se lo tuvieron que extraer. En los lugares en que habían estado los
dientes surgieron unas dolorosas úlceras como flores negras, con partes
rojas y amarillas debido al sangre y al pus. Supuraban constantemente y
hacían que su aliento fuera nauseabundo. Entonces sufrió dolores en las
extremidades tan intensos que finalmente la incapacitaron para caminar. El
doctor creía que era reumatismo; la envió a casa con aspirinas.

En mayo de 1922, Mollie estaba desesperada. Para entonces había perdido


la mayor parte de sus dientes y la misteriosa infección se había extendido:
Dijeron que su mandíbula inferior, su paladar e incluso algunos de los
huesos de su oído eran "un gran forúnculo". Pero lo peor estaba por llegar.
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Cuando su dentista empujó delicadamente su mandíbula dentro de la boca,
para su asombro y horror, se rompió entre sus dedos. La retiró, "no
mediante una operación, sino simplemente metiendo los dedos en su boca
y sacándola". Tan solo días después, le quitaron la mandíbula inferior
completa del mismo modo.

Mollie estaba literalmente cayéndose a pedazos. Y no era la única: por


aquel entonces, también Grace Fryer estaba teniendo problemas con la
mandíbula y sufría dolores en los pies, al igual que las demás chicas del
radio.

Literalmente estaba excavando


agujeros en su interior mientras estaban
vivas.
El 12 de septiembre de 22, la extraña infección que había afectado a Mollie
Maggia durante menos de un año se extendió a los tejidos de su garganta.
La enfermedad avanzó lentamente a través de su vena yugular. A las 5 de la
tarde de aquel día, su boca estaba inundada con sangre, ya que la
hemorragia era tan abundante que su enfermera no podía contenerla. Murió
a la edad de 24 años. Con sus doctores desconcertados acerca de la causa
de la muerte, su certificado de defunción, erróneamente, decía que había
muerto de sífilis, algo que su antigua empresa utilizaría en contra de ella
más tarde.

Como un reloj, las antiguas compañeras de Mollie, una a una, pronto la


siguieron a la tumba.

El encubrimiento

USRC, la empresa que había contratado a las jóvenes, rechazó cualquier


responsabilidad por las muertes durante casi dos años. Tras sufrir un revés
en el negocio por lo que ellos veían como un "cotilleo" que no iba a
desaparecer, en 1924 finalmente encargaron a un experto que investigara la
relación que se rumoreaba que había entre la profesión de pintora de
esferas y las muertes de las mujeres.

"El señor Savoy dijo que no era


peligroso, que no teníamos que tener
miedo".
A diferencia de la propia investigación de la empresa a favor del radio, este
estudio era independiente y, cuando el experto confirmó la relación entre el
radio y las enfermedades de las mujeres, el presidente de la empresa se
encolerizó. En lugar de aceptar los descubrimientos, pagó nuevos estudios
que publicaron la conclusión opuesta; también mintió al Departamento de
Trabajo, que había comenzado a investigar, acerca del veredicto del informe
original. Públicamente, denunció que las mujeres intentaban "endosar" sus
enfermedades a la empresa y condenó sus intentos de conseguir ayuda
monetaria para sus crecientes facturas médicas.

La luz que no miente

Con el informe silenciado, el mayor reto de las mujeres era probar la


relación entre sus misteriosas enfermedades y el radio que habían estado
ingiriendo cientos de veces al día. Aunque ellas mismas hablaban sobre el
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hecho de que el culpable debía ser su trabajo, luchaban contra la creencia
muy extendida de que el radio era seguro. De hecho, hubo que esperar a
que el primer empleado varón de la empresa de radio muriera para que los
expertos finalmente se hicieran cargo. En 1925, un brillante doctor llamado
Harrison Martland diseñó pruebas que probaron de una vez por todas que
el radio había envenenado a las mujeres.

Hubo que esperar a que el primer


empleado varón de la empresa de radio
muriera para que los expertos finalmente se
hicieran cargo.
Martland también explicó lo que estaba ocurriendo dentro de sus cuerpos.
Ya desde 1901 había resultado evidente que el radio podía dañar a los
humanos drásticamente cuando se aplicaba externamente; Pierre Curie
comentó en cierta ocasión que no desearía estar en un cuarto con un kilo
de radio puro porque creía que le quemaría toda la piel del cuerpo,
destruiría su visión y "probablemente [le] mataría". Martland descubrió que,
cuando el radio se usaba internamente, incluso en cantidades muy
pequeñas, el daño era muchos miles de veces mayor.

Ese radio ingerido se había instalado posteriormente en los cuerpos de las


mujeres y ahora estaba emitiendo radiación constante y destructiva que
estaba horadando sus huesos como si fueran panales. Literalmente estaba
excavando agujeros en su interior mientras estaban vivas. Atacaba a las
mujeres en todo el cuerpo: la columna vertebral de Grace Fryer estaba
"triturada" y tenía que llevar un refuerzo de acero en la espalda; la
mandíbula de otra chica se consumió hasta ser "un mero muñón". Las
piernas de las mujeres también se acortaron y se fracturaron
espontáneamente.

Una pintora de esferas con un cáncer de rodilla provocado por el radio.


Lippincott, Williams, and Wilkins / Deadly Glow

De forma espeluznante, esos huesos dañados también comenzaron a brillar


debido al radio que contenían en su interior: la luz que no miente. A veces,
el momento en que una mujer se daba cuenta de que había sido
envenenada con radio era cuando se vislumbraba en un espejo en mitad de
la noche: una chica fantasma estaba ahí reflejada, brillando con una
luminosidad antinatural que sellaba su destino.

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Ya que Martland también se había dado cuenta de que el envenenamiento
era mortal. Y ahora que estaba dentro de ellas no había forma de eliminar el
radio de los huesos atormentados de las chicas.

Vistas frontal y lateral de una pintora de esferas con un sarcoma en la barbilla provocado por el radio.
Collection of Ross Mullner

La lucha

A pesar de los intentos de la industria del radio por desacreditar el trabajo


pionero de Martland, no habían contado con el valor y la tenacidad de las
propias chicas del radio. Comenzaron a agruparse para luchar contra la
injusticia. Y había un motivo altruista para su batalla: después de todo, por
todo Estados Unidos aún había pintoras de esferas contratadas. "No es por
mí misma por quien me preocupo", comentó Grace Fryer. "Más bien pienso
en los cientos de chicas a quienes esto puede servir de ejemplo".

Fue Grace quien lideró su lucha, decidida a encontrar un abogado incluso


después de que incontables de ellos la rechazaran, bien por no creer las
demandas de las mujeres, bien por temor a las poderosas empresas del
radio o bien por no estar preparados para una batalla legal que exigía la
derogación de leyes existentes. Por aquel entonces, el envenenamiento por
radio no era una enfermedad con derecho a indemnización (ni siquiera se
había descubierto hasta que enfermaron las chicas) y las mujeres también
estaban obstaculizadas por el plazo de prescripción, que establecía que las
víctimas de envenenamiento ocupacional tenían que emprender acciones
legales antes de dos años. El envenenamiento por radio era artero y la
mayoría de las chicas no comenzaron a enfermar hasta al menos cinco años
después de haber empezado a trabajar; estaban atrapadas en un círculo
vicioso legal que aparentemente no podía romperse. Pero Grace era hija de
un delegado sindical y estaba decidida a pedir cuentas a una empresa que
era claramente culpable.

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Grace Fryer
CHR, National Archives, Chicago

Eventualmente, en 1927, un joven e inteligente abogado llamado Raymond


Berry aceptó su caso y Grace ( junto con cuatro compañeras) se encontró en
el centro de un drama de tribunales famoso a nivel internacional. Por
entonces, sin embargo, el tiempo se estaba acabando: A las mujeres se les
había dicho que solo les quedaban cuatro meses de vida y la empresa
parecía dispuesta a retrasar los procedimientos legales. Como
consecuencia, Grace y sus amigas se vieron obligadas a instalarse fuera del
juzgado; pero ya habían llamado la atención sobre el envenenamiento por
radio, justo como Grace había planeado.

El caso de las chicas del radio de Nueva Jersey fue noticia en primera plana
y tuvo repercusiones por todo Estados Unidos. En Ottawa, Illinois, una
pintora de esferas llamada Catherine Wolfe leyó el reportaje con horror.
"Hubo reuniones en [nuestra] planta que estaban al borde de los disturbios",
recordaba. "El frío del miedo era tan deprimente que apenas podíamos
trabajar".

Aun así, la empresa de Illinois, Radium Dial, siguió el ejemplo de USRC y


rechazó cualquier responsabilidad. Aunque las pruebas médicas de la

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empresa demostraron que las mujeres de Illinois mostraban claros síntomas
de envenenamiento por radio, mintió sobre los resultados. Incluso puso un
anuncio de página completa en el periódico local: "Si en cualquier momento
hubiéramos tenido motivos para creer que cualquiera de las condiciones de
trabajo pudieran poner en peligro la salud de nuestros empleados,
habríamos suspendido las operaciones de inmediato". Sus acciones para
silenciar el escándalo llegaron hasta el punto de interferir con las autopsias
de las chicas cuando las trabajadoras de Illinois empezaron a morir: agentes
de la empresa llegaron a robar los huesos agujereados por el radio en su
cruel encubrimiento.

Andrea Hickey / BuzzFeed

Haciendo historia

Si las mujeres no morían por los mismos problemas de mandíbula que se


habían llevado a Mollie Maggia, terminaban sufriendo sarcomas: grandes
tumores cancerosos óseos que podían crecer en cualquier lugar del cuerpo.
Una pintora de esferas, Irene La Porte, murió debido a un tumor pélvico
masivo que se decía que era "mayor que dos balones de fútbol".

La industria del radio no había contado


con el valor y la tenacidad de las propias
chicas del radio.
En 1938, Catherine Wolfe (Donohue tras su matrimonio) desarrolló un tumor
del tamaño de un pomelo que sobresalía de su cadera. Al igual que Mollie
Maggia antes que ella, perdió todos los dientes y tenía que sacarse trozos
de la mandíbula de la boca; constantemente llevaba un pañuelo estampado

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contra su mandíbula para absorber el pus que siempre supuraba. También
había visto a sus amigas morir antes que ella y eso fortaleció su voluntad.

Catherine inició su lucha por la justicia a mediados de los años 30: los
Estados Unidos estaban inmersos en la Gran Depresión. Catherine y sus
amigas fueron rechazadas por su comunidad por demandar a una de las
pocas empresas que seguía en pie. Aunque su muerte estaba próxima
cuando su caso llegó a los tribunales en 1938, Catherine ignoró el consejo
de los médicos y en lugar de ello declaró desde su lecho de muerte. Al
hacer eso, y con la ayuda de su abogado Leonard Grossman (que trabajaba
sin cobrar), finalmente consiguió justicia no solo para sí misma, sino para los
trabajadores de todas partes.

La audiencia a la cabecera del lecho de Catherine Donohue en su casa.


Chicago Daily Times / Sun-Times Media

El legado

El caso de las chicas del radio fue uno de los primeros en los que una
empresa fue declarada responsable de la salud de sus empleados. Llevó a
la creación de normas que salvaron vidas y, en última instancia, al
establecimiento de la Administración de Seguridad y Salud Ocupacional
(Occupational Safety and Health Administration, OSHA), que ahora opera a
nivel nacional en los Estados Unidos para proteger a los trabajadores. Antes
de que se creara la OSHA, 14.000 personas morían en el trabajo cada año;
hoy son pocas más de 4.500. Las mujeres también dejaron un legado para
la ciencia que se ha calificado de "inestimable".

Pero no veréis sus nombres con frecuencia en los libros de historia, ya que
hoy día las chicas del radio individuales se han olvidado en gran medida.
Recurriendo a las propias palabras de las mujeres de sus diarios, cartas y
testimonios en los juzgados, mi nuevo libro, The Radium Girls, intenta
reparar el agravio; porque fue gracias a su fuerza, sufrimiento y sacrificio
por lo que se consiguieron los derechos de los trabajadores. Todos nos
hemos beneficiado de su valor.

Grace Fryer y Catherine Donohue, por nombrar solo a dos, son mujeres a
las que tenemos que honrar y elogiar como campeonas audaces. Brillan a
través de la historia con todo lo que consiguieron en sus vidas, demasiado
cortas. Y también brillan de otra forma. Porque el radio tiene una vida media
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de 1600 años... y aún está integrado en sus huesos. Las chicas fantasma
aún brillarán en sus tumbas un buen rato.

The Radium Girls: The Dark Story of America's Shining Women


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Este artículo ha sido traducido del inglés.

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OMG WTF LINDO COOL JAJAJA

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