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Un buen día, como todas las chicas de su edad, también ella se enamoró. Le gustaba un joven
artesano. Era trabajador y bueno. Le caía muy bien. Se llamaba José. Y a el también le gustaba
María.
“No teman, María; porque has encontrado gracia ante Dios. Mira, concebiste en tu vientre y
darás a luz un hijo y le pondrás el nombre de Jesús. Tu hijo será grande la llamaran Hijo del
Dios Altísimo. El Señor Dios le Dara el trono de David y su reino no se acabará nunca.
Lucas, 1, 30 – 33
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Gabriel le estaba proponiendo que fuera la Madre del Hijo de Dios. ¡Nada menos!
Aquello era demasiado grande. Pero a un ángel que hablaba en nombre de Dios había que creerle.
Dios quería que su Hijo naciera como un hombre y viviera como un hombre. Y ella era la elegida
para dar presencia humana y rostro humano a Dios. Ella, tan sencilla, tan pequeña.
El ángel entendió lo que le quería decir María y le explico lo que Dios había decidido:
El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con tu sombra: por eso
el que nacerá de ti se llamará Hijo de Dios-
Lucas 1, 35
María comprendió que el misterio de Dios estaba en el origen de aquel futuro nacimiento y
acepto confiadamente la propuesta. Estaba acostumbrada a fiarse de Dios. Y sabía que El
encontraría el modo de llevar a cabo aquella sorprendente promesa, sin que José tuviera que
intervenir en aquel nacimiento.
María se llenó de alegría y estaba admirada de aquel Dios, en quién tanto creía, porque así a
brotar la vida de un modo tan maravilloso. Por eso se puso decididamente a disposición de Dios, y
así le dijo al ángel: estoy dispuesta a poner toda mi vida al servicio de Dios. Que se cumpla en mí
todo lo que tú has dicho.
Y el Ángel desapareció. María se quedó sola, con su secreto. Sentía el gozo enorme de qué Dios se
hubiera fijado en ella para ser la madre de su hijo. Pero al mismo tiempo se sentía confusa. ¿Cómo
explicar todo aquello a José?
Una vez más puso su confianza en Dios y se tranquilizó. Dios La ayudaría a encontrar el modo de
hacerlo. Una vez más decidió confiar y esperar.
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Unos días después no se pudo aguantar más y decidió ir a ver a su prima. Tenían cosas tan
importantes que comentar.
Preparó sus cosas y se puso en camino hacia las montañas de Judea donde vivía su prima. Iba con
prisa por llegar.
Las dos mujeres se miraron en silencio. Las dos estaban pensando que el Dios de los patriarcas
seguía amando a su pueblo. Se había hecho presente, no ya en el arca de la alianza como en el
pasado, sino en el vientre de María. Nunca había estado tan cerca de su pueblo.
Y se había acercado de un modo discreto y sencillo. No como un rey solemne que quiere
recibimientos triunfales. Sino como un niño frágil que crece poco a poco en el vientre de una
mujer. ¡Qué maravillosa manera de acercarse Dios a los hombres!!
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El hijo de Isabel
Lucas 1, 57-78
María se quedó con Isabel unos tres meses. Estuvo apoyando la hasta
poco antes de dar a luz. Después regreso a Nazaret. Al hijo de Isabel le
pusieron el nombre de Juan.
Así iba preparándole el camino a Jesús. Jesús siempre valoro mucho a Juan el Bautista, hijo de
Zacarías e Isabel.
José no sabía qué pensar. Quería a María y se fiaba totalmente de ella. Creía en su inocencia. Pero
no sabía explicarse aquel embarazo. Estaba desconcertado.
María también se daba cuenta de la angustia de José. Pero su secreto era demasiado increíble y
demasiado misterioso. No hubiera sabido cómo explicarlo. Por eso callaba y confiaba en que Dios
los ayudaría de algún modo en aquella situación.
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José. Hijo de David, no tengas reparo en llevarte a tu casa a María para hacerla tu mujer,
porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un niño y tú le
pondrás el nombre de Jesús.
Mt 1,20-21.
María no cabía en sí de gozo al ver la cara radiante de José. Respiró tranquila y pensó que Dios
tenía una manera bien original de hacer las cosas. Pensó que era desconcertante, pero genial.
José, que era bueno y sencillo, tenía una confianza total en Dios. Por eso acepto colaborar con
María en la hermosa tarea de criar aquel hijo.
Para él había pasado ya el tiempo de las dudas y empezaba el tiempo de las decisiones. Por eso
expresó solemnemente a María lo que acababa de decir: María, voy a hacer caso al Ángel de mi
sueño, como tú hiciste caso al ángel. Te llevaré a mi casa y te haré definitivamente mi esposa. Le
haré de padre a ese hijo que esperas. Ante los hombres y ante la ley su padre seré yo. Os acojo a
los dos en mi casa.
El tiempo se encargaría de demostrar que José fue un buen esposo y un buen padre. Nadie
sospechó nunca que no fuera el verdadero padre de Jesús. En Nazaret y alrededores todos
llamaban a Jesús el hijo del carpintero.
Por supuesto que, a partir de aquel momento, María y José tuvieron que organizar su vida de un
modo muy diferente a como la había soñado. La presencia de aquel niño inesperado cambiaba sus
planes. Pero aceptaban gustosos colaborar con los misterios planes de Dios.
Por eso cuando unos cristianos quieren ser fieles se fijan en ella para aprender a fiarse de Dios y
hacerlo presente en los hombres. Todos los cristianos consideran a María de Nazaret como una de
la familia.
También su esposo José es recordado con admiración y agradecimiento por todo lo que hizo por
María y por Jesús.
Los evangelios no nos dicen la edad que tenían. Pero lo más probable es que se casaron a la edad
que entonces era normal para casarse. Según esto, María debía tener unos 15 años. En aquella
época las niñas maduraban deprisa, y pronto se hacían cargo de las responsabilidades de una casa
y del cuidado de los hijos.
José debía ser un poco más mayor. Tendría quizás 20 o 25 años. Trabajaba de carpintero, pero
hacía también de albañil y de herrero, o de lo que hiciera falta la gente de Nazaret. No era un
trabajo como para hacerse rico, pero sí daba para ir viviendo.
El viaje a Belén
Lucas 2, 1 – 5
En el pueblo la vida era muy tranquila y apenas pasaba nada. Pero, cuando María ya le faltaba
poco para dar a luz hubo una novedad importante.
Salió un decreto del emperador Romano Augusto ordenando hacer un censo de todos los
habitantes del imperio. Quería tenerlos
controlados para cobrar impuestos. Todos tenían
que ir a inscribir su nombre ante los funcionarios.
José provenía de La Familia del rey David, y Belén era el pueblo de David. Por eso José y a su
esposa María les tocaba ir a empadronarse a Belén. Prepararon las cosas y se pusieron en camino.
Entonces viajar era difícil. Iban a pie o montando a ratos en un asno. Los caminos, si existían, eran
malos, y los peligros muchos. Por eso acostumbraban ir en grupos para protegerte y ayudarte en
caso de necesidad.
Además, desde Nazaret hasta las montañas de Judea, dónde está Belén, hay unos 150 km. Así que
el viaje duraría más de una semana. Y teniendo en cuenta que María estaba a punto de dar a luz,
hay que pensar que no podían ir muy rápido.
Cuando llegaron a Belén el niño estaba a punto de nacer. Fueron rápidamente a la posada para ver
si se podrían instalar allí, pero no le gustó el sitio.
Las posadas entonces no se parecían en nada a los hoteles de ahora. Eran un simple patio
cuadrado rodeado por una pared alta. En el centro había una cisterna y junto a la pared unos
cobertizos sin puertas donde se ponía la gente para dormir.
La posada de Belén estaba muy llena. Personas, corderos, camellos, burros: todos allí revueltos.
También ellos hubieran podido encontrar allí un pequeño rincón. Pero había demasiado jaleo, y
prefirieron buscar un sitio más tranquilo.
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Nació en una cueva
Lucas 2, 6-7
A las afueras de Belén encontraron una cueva
donde, a veces, se encerraba ganado. La limpiaron
un poco y se instalaron en ella.
Mientras estaban allí le llevó a María el tiempo del parto y dio a la luz a su hijo.
José había hecho fuego y calentado agua. María lavó al niño, lo envolvió en pañales y lo acostó en
un pesebre con paja que había allí.
En aquella época los niños no nacían en las clínicas, sino en la casa de los padres. Y el nacimiento
de un niño era un gran acontecimiento en los pueblos de Palestina. Todos participaban en la fiesta
y daban la enhorabuena a los padres.
En el caso de Jesús fue diferente. Nació lejos de su casa. Y no encontró ni siquiera una casa
prestada para nacer. Vio la primera luz en una cueva de ganado a las afueras de Belén.
A María ya José les dolió que su hijo no pudiera nacer en su casa. Pero, ¡qué le iban a hacer! El
caso es que el niño había nacido. Todo había ido bien.
Se pasaron horas mirándolo. Les parecía que nunca había existido un niño más bonito que aquel.
Recordaban las palabras del Ángel. Y viendo aquel niño les parecía que Dios no es un ser lejano y
poderoso, cine un niño cercano y frágil que sólo pide cariño y ternura.
Comentaron que estaban pasando aquella noche al raso y se turnaban velando los rebaños.
Habían visto luces y movimiento en la cueva y el corazón me había dicho que algo importante
había pasado allí.
Se acercaron con curiosidad y con respeto. No sabían explicarlo muy bien, pero aquel nacimiento
en la cueva les había impresionado.
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Bromearon con José y dijeron: Ya verás cómo este niño será un buen pastor. Vete a saber si no
será el pastor que Israel necesita, porque andamos todos como ovejas sin pastor
Les dejaron allí leche y queso para que se alimentaran durante unos días, y después volvieron con
sus rebaños.
José y María pensaron que, si Jesús hubiera nacido en Nazaret, su casa se hubiese llenado de
vecinos y amigos para celebrar el nacimiento de su hijo.
Pero ahora, lejos de la casa, el nacimiento de su hijo había pasado desapercibido. Se les había
llenado la cueva de buena gente que compartía con ellos su alegría y su esperanza.
Quizá sí, algún día aquel niño sería pastor, un buen pastor para todos.
Los pastores, al día siguiente, comentaron en el pueblo lo que habían visto en la cueva, y aquello
fue una procesión. No paraba de ir gente. Todos querían ver al recién nacido. Y les llevaban
comida y ropa. Era como si aquel niño fuera un poco de todos.
Cuando, dentro de la ceremonia, le preguntaron a María y a José qué nombre quería para su hijo,
José, como cabeza de familia, respondió enseguida: se llamará Jesús, qué quiere decir Salvador.
Era el nombre que les había dicho el ángel.
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A la vez tenían que ofrecer al templo una oblación. Ellos, como eran pobres, bastaba con que
ofrecieran dos Tórtolas o dos pichones. Y así lo hicieron.
En el templo había siempre mucha gente. María, José y el niño no llamaron la atención. Era una
familia más de las muchas que habían ido allí para cumplir lo que mandaba la ley. Pero cuando ya
se iban, hubo dos personas que se fijaron en ellos, o, mejor dicho, se fijaron en el niño.
Veían que Dios y los pobres tenían puestas muchas esperanzas en aquel hijo suyo. Y se
estremecían de alegría y de agradecimiento ante aquel tesoro que Dios había puesto en sus
manos.
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Habían venido de muy lejos para conocer al niño, pues se habían enterado de su nacimiento a
través de una estrella Misteriosa
En este momento María y José ya no vivían en la cueva. Se habían trasladado a una casita del
pueblo. Allí llegaron los magos con sus acompañantes. Se quedaron mirando a Jesús con mucho
respeto, porque lo veían como un enviado de Dios. Le ofrecieron los regalos que le traían y,
después, regresaron a su país lejano.
Herodes no quería que nadie le hiciera competencia y se sobresaltó ante la posibilidad de que
alguien pudiera arrebatarle su trono. Por eso decidió buscar a aquel niño y matarlo enseguida.
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Pero Dios velaba por Jesús, en sueños, recibió un aviso urgente.
Un ángel le dijo:
Levántate, coge al niño y a su madre y huye a Egipto, Por qué Herodes Busca al niño
para matarlo. Y quédate en Egipto hasta la muerte de Herodes.
José se levantó en plena noche, despertó a María, tomaron al niño procurando no despertarlo, y
huyeron a Egipto. Era un largo y penoso camino, mucho más que de Nazaret a Belén, Pero tenían
que proteger la vida amenazada de su hijo.
Muchos se habían alegrado por el nacimiento de Jesús. Herodes no se alegró nada. ¿Cómo podía
sentirse amenazado por un niño inofensivo? Pero el caso es que no podía dormir tranquilo
mientras no matara al niño.
Él esperaba que los magos le ayudarían a localizarlo. Pero los magos se fueron a su tierra sin decir
nada. Entonces se encolerizo y dio una orden monstruosa: matar a todos los niños pequeños de
Belén y sus alrededores.
Era sanguinario y cruel. No le importaba el sufrimiento de los inocentes. Sólo buscaba sus
intereses y su poder. Belén y sus alrededores se estremecieron con los llantos de los niños y con
los gritos de las madres.
Unos meses después murió Herodes. Tuvo una muerte terrible, en medio de espantosos
sufrimientos. La gente se alegró mucho de su muerte, porque había hecho mucho daño a todos.
El regreso de Nazaret
Mateo 22, 1199 - 2233
Y, finalmente, después de la muerte de Herodes, María y José con su hijo pudieron regresar a su
tierra. Pero no sé instalaron en Belén, sino que volvieron a Nazaret.
Habían pasado dos años desde el día en que José y María habían salido de Nazaret hacia Belén
para empadronarse. Ahora volvían con su pequeño Jesús que ya
caminaba y empezaba hablar.
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Era una casa como todas las del pueblo. Cuatro paredes de ladrillo y barro, muy blanca, cubiertas
con vigas de madera, y con una terraza en vez de tejado. Tenía sólo planta baja.
Dentro no había ninguna separación. Aun lado había sitio para guardar el asno o las ovejas, y al
otro lado, con el suelo un poco más alto, estaba el lugar donde dormían y comían. Apenas tenían
muebles. Dormían y se sentaban sobre esteras o alfombras.
Completaban la casa el pequeño fogón, algunas ollas de barro para cocinar y unas tinajas donde
guardaban agua, trigo, aceite, higos secos...
Jesús con María y José se integraron en el pueblo como una familia más. No llamaban la atención.
Participaban cada sábado en las reuniones de la sinagoga, y así aprendió Jesús a leer y a conocer
las sagradas escrituras desde pequeño.
Bajo la mirada de José y de María, Jesús iba creciendo; aprendía muchas cosas. Y la gracia de Dios
lo acompañaba.
Los padres de Jesús subían cada año a Jerusalén para las fiestas de la Pascua. Cuando Jesús
cumplió los 12 años se lo llevaron con ellos. Iba con mucha gente de Nazaret y subieron en
caravana a Jerusalén.
Al acabar la fiesta emprendieron todos los caminos de regreso. José iba con los hombres,
hablando de sus cosas. Y María iba con el grupo de las mujeres.
José pensaba que Jesús iba con María. Y María pensaba que iba con José. Cuando se pararon
después de un día de camino para pasar la noche, se dieron cuenta que Jesús no iba en la
caravana. Les dio un vuelco el corazón. Empezaron a preguntar a amigos y parientes pero nadie
había visto a Jesús en todo el día.
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Al final lo encontraron en el Templo. Estaba entre los maestros de la ley. Escuchaba con mucha
atención y hacía preguntas para que le explicarán las cosas que no entendía.
María y José dieron un suspiro de alivio cuando lo vieron allí, en aquella docta reunión. Se
acercaron para poder escuchar. Y vieron lo asombrados que se quedaban todos los que
escuchaban a Jesús por el talento que tenía y las respuestas que daba.
A María ya José se les pasó el disgusto que llevaban y se sintieron muy orgullosos de su hijo.
Hijo, ¿porque nos has hecho esto? Tu padre y yo te hemos estado buscando
muy preocupados.
Pero él les dijo: ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo tengo que estar
en la casa de mi Padre y ocuparme de sus cosas?
Lucas 2, 48 - 49
En aquel momento ellos no comprendieron lo que Jesús quería decir. La verdad es que Jesús se iba
haciendo mayor y empezaba a pensar con su propia cabeza.
Y le había parecido tan interesante lo que decían aquellos sabios maestros que decidió quedarse
unos días más. Tenía muchas cosas que aprender y que aclarar.
Aquel día María y José comprendieron que aquel hijo que les había sido dado no era sólo para
ellos. Era para todos. Y aprendieron a respetar la personalidad y el camino de Jesús. Sabían que
Dios y los pobres tenían puestas muchas esperanzas en el.
Sencillamente, Jesús se dedicó a ser una persona normal. Un buen amigo de todos, un fiel
cumplidor de sus deberes religiosos, interesado en aprender cada día un poco más sobre el
misterio de la vida y sobre el misterio de Dios.
Estaba a gusto en Nazaret. Amaba aquel paisaje y a aquellas gentes. Ya que no eran perfectas,
pero en todos veía una semilla de bondad.
Estaba a gusto con la gente sencilla. No se aburría. Le parecía siempre interesante el trato con los
hombres y el trato con Dios en la oración. Le gustaba la vida. Le gustaba ser hombre. Aquellos
años de Nazaret fueron años muy llenos y muy vivos para Jesús.
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