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Romero, José Luis.

"El espíritu burgués y la crisis bajomedieval", en Revista de la


Facultad de Humanidades y Ciencias, Montevideo, nº 6, 1950
La crisis que se inicia a mediados del siglo XIII y caracteriza la cultura europea durante toda
la Baja Edad Media se manifiesta simultáneamente, como ocurre siempre, tanto en el plano de
la realidad como en el de las ideas. Los fenómenos económicos, sociales y políticos
comienzan a adquirir por entonces cierta singularidad sorprendente que acusa una visible
mutación con respecto a la era feudal , y acompaña a esos cambios un activo proceso de
transformación de las ideas que a veces precede a los hechos aunque más frecuentemente los
sigue; unas veces son inquisitivas observaciones sobre la realidad que concluyen en una
actitud de desconcierto; otras veces, comparaciones entre cierta realidad y los esquemas
tradicionales ya desprovistos de contenidos vivos; y otras, en fin, elaboración activa de
nuevos ideales con los que se procura superar la crisis y consumar la mutación comenzada.
Así se configura una típica crisis de conciencia que cristalizará un día en nuevos esquemas
para comprender el mundo y la vida y, más estrictamente, para comprender la situación
individual.
Como crisis de la realidad, la que se inicia al promediar el siglo XIII y alcanza su más alto
punto crítico en el XIV es fundamentalmente una crisis económico-social . Son los problemas
de la producción, del consumo, del desarrollo demográfico y de la distribución de población,
de los medios de cambio y de la organización fiscal, los que ponen de manifiesto una
alteración en las formas de vida que trae consigo el agrietamiento de todas las estructuras
sociales apoyadas sobre ellas. Los grupos tradicionales comienzan a modificar su fisonomía y
su composición, constituyéndose nuevos sistemas de vínculos que ordenan diversamente las
situaciones individuales y las relaciones entre los nuevos conglomerados. Y entre todos, los
grupos que se transforman más activamente, los que más contribuyen a desencadenar la crisis
y se encaraman luego sobre ella para acompañar con ritmo diverso las alternativas del proceso
, son los que componen el más bajo de los estamentos, aquel que goza de menos privilegios y
que está integrado por los "labradores", según los designa una vieja tradición.
Dentro de la concepción organicista de la sociedad que prevalece durante la Edad Media, se
admitía que la integraban tres brazos que, ya en la primera mitad del siglo XI, aparecían
caracterizados con estas palabras por Adalberto de Laon: " Triplex Dei ergo domus est quae
creditur una: nunc orant, aliipugnant aliique laborant" . Defensores, oradores y labradores
llaman a estos tres estamentos de la sociedad las Partidas en el siglo XIII, y repiten el mismo
esquema en España Raimundo Lulio por la misma época , el infante don Juan Manuel en el
siglo XIV y El Victorial en el XV . Quienes no ejercen el oficio de las armas ni dedican su
vida al servicio de Dios, es necesario que
"aren, caven y saquen la maleza de la tierra para que
dé frutos de que vivan el caballero y sus brutos" ,
como sostenía Raimundo Lulio en términos que se asemejan a los que más tarde usará el
Arcipreste de Hita:
"Otros entran en orden por salvar las sus almas,
Otros toman esfuerzas en querer usar armas,
Otros sirven señores con las manos ambas" .
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Para la concepción vigente en la era feudal y dentro de las condiciones reales de la época es
evidente que los "labradores" eran los que trabajaban la tierra, como lo manifiestan
explícitamente algunos textos; pero la crisis proporciona relieve a otras formas de actividad
económica, y los juristas del siglo XIV pudieron encontrar muy apropiadas las observaciones
de Aristóteles –lejano origen de toda esta concepción– para diversificar el grupo de los
que laborant , tal como lo hace en su Defensor Pacis Marsilio de Padua :
"Partes seu officia civitatis sun sex generum: Agricultura, artificium,
militaris, pecuniativa, sacerdotium, et judicialis seu consiliativa" .
Artificium y pecuniativa se agregan aquí a la agricultura como formas propias de actividad de
quienes están fuera de los estamentos privilegiados, pues aunque Marsilio dice que son
" offida nececsaria civitatis" , agrega que deben estar sometidos a las otras. Obsérvese que
Marsilio redacta su Defensor Pacis en el tercer decenio del siglo XIV, cuando la crisis ha
dibujado ya buena parte de su curva y se ha puesto de manifiesto ya, sobre todo en Italia, la
importancia alcanzada por esas nuevas actividades propias de los habitantes de las ciudades.
Frente a la agricultura, artificium y pecuniativa representan las formas de actividad económica
propias del subgrupo más importante que se ha constituido al diversificarse aquel conjunto
que aun por entonces solía ser llamado en algunas partes de Europa "labradores".
Ese subgrupo reúne a los burgueses, y es, precisamente, el que más ha contribuido a
desencadenar la crisis y se ha encaramado luego sobre ella para reconstruir el orden
económico-social bajo su influencia. Nada más natural, si se quiere conocer a fondo la crisis
bajomedieval, que detenerse especialmente a examinar el desarrollo de la burguesía, llave
maestra de este proceso , y eso es lo que hacen preferentemente los investigadores modernos,
inclinándose, como Pirenne, Doren, Sombart, Luzzato o Sapori, a la historia económica . Pese
a sus esfuerzos, esta labor dista de estar acabada y constituye una de las líneas que es
necesario proseguir con ahínco. Pero vale la pena preguntarse si es suficiente para responder a
los numerosos interrogantes que se plantean cuando indagamos acerca de la naturaleza y
alcance de la crisis bajomedieval. Si el análisis de la actividad económica de la burguesía –y
de los grupos subsidiarios– aclara notablemente el problema de la crisis en el campo de la
realidad , es indudable que deja sin explicación otros aspectos no menos importantes del
fenómeno total, especialmente en el campo de las ideas y los ideales, cuya relación con aquél
es variable y de difícil determinación.
Para la historia de la cultura constituye un problema capital sorprender y fijar el proceso de
desarrollo del espíritu burgués, que hunde sus raíces en esta crisis desencadenada al
promediar el siglo XIII. Si su relación con el desarrollo de la clase burguesa es innegable, no
lo es menos que la excede y sobrepasa, de modo que el planteo de la cuestión debe abarcar
esas dos faces. Sin pretender agotar aquí el tema –que es el de un largo estudio que preparo–
quiero adelantar por ahora algunos de sus aspectos más significativos.
Contemplada desde nuestro punto de observación y teniendo a la vista el desenvolvimiento
que ha sufrido a través de varios siglos, acaso nos sea posible afirmar, con Pirenne , que la
burguesía tenía ya en el siglo XII "un programa de reformas", esto es, un conjunto de
reivindicaciones cuya satisfacción redundaría en su provecho al tiempo que alteraba el orden
establecido. Pero como él hace notar en otra parte , ese programa no proviene de una actitud
revolucionaria racionalmente adoptada y fundada en una doctrina, sino que consiste,
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simplemente, en un conjunto de soluciones viables para las necesidades inmediatas derivadas
de un particular modo de vivir. Ciertos grupos, cada vez más numerosos, han comenzado a
establecerse en las ciudades o han constituido nuevos centros urbanos para ejercitar ciertas
formas de actividad económica que, por escapar de los cuadros de la organización señorial,
permiten a quienes optan por una de ellas alcanzar mayor beneficio y mayor independencia .
Ninguna de esas dos posibilidades ofrecía la situación económico-social tradicional al que
trabajaba con sus manos, y cuando las circunstancias fueron propicias se aprovecharon para
establecer un área de acción ajena a la influencia señorial. Así comenzó a constituirse la
burguesía hacia el siglo XI, encaramada en una mutación económica profunda que separa la
primera era feudal de la segunda , y opera muy pronto una pareja mutación social de vasta
trascendencia .
En el siglo XI se habla ya de burgueses en Francia y en Flandes. Son, sencillamente, gentes
que viven en ciudades y se dedican a actividades mercantiles, y todavía en el siglo XIII podrá
decir Salimbene:
"Tune recordatus sum quod vera est Gallicorum consuetudo. Nam in Francia solummodo
burguenses in civitatibus habitant, milites vero et nobiles domine morantur in villis et
possessionibus suis".
como extrañado por esa tajante separación que no observaba en Italia . Esa circunstancia
diferenciará unas ciudades de otras desde el punto de vista institucional, pero por entre esas
diferencias se entrevé una fisonomía semejante en el tipo del burgués. Para vivir del modo
que se ha propuesto –el único mediante el cual ha podido lograr su ascenso– el burgués
necesita lograr unstatus que lo libere en cierta medida del régimen vigente, y según cuál sea
éste serán las reivindicaciones que el burgués defienda. Sin duda no se propone al principio
destruir el orden institucional, pero querrá ciertos privilegios, tratará de obtener ciertas
libertades y el reconocimiento de un derecho especial –jus mercatorum– y finalmente logrará
organizar una magistratura específica para la defensa de los intereses de su clase;
los échevins , el capitano del popolo y sus consigli.
Pero quienes quieren vivir de esa manera y desarrollar esas actividades no componen un
grupo determinado ni por el origen ni por ninguna otra circunstancia sino que constituyen
desde el principio una clase abierta que sólo accidentalmente ha tendido a cerrarse. Por esa
característica ha logrado superar la resistencia que le han opuesto las fuerzas predominantes
hasta entonces, que vieron en las ciudades un principio de perturbación, como lo expresaba
Guibert de Nogent en la frase tantas veces citada: "Communio autem novum ac pessimum
nomen" y más explícitamente aún en el discurso del arzobispo de Reims:
"de execrabilibus communiis illis in quibus contra jus et fas violenter servi a dominorum jure
se subtrahunt".
Pero las ciudades crecen y la burguesía logra enriquecerse en un proceso que permitía a
muchos –de arriba y de abajo— incorporarse a su corriente, de modo que al calor de los
beneficios que podía reportar la actividad burguesa se adoptó más bien la política de seguir
sus aguas y se abrió la posibilidad de conexión entre la burguesía y las clases superiores, que
pronto se advirtió claramente en ciertos grupos intermedios, caballeros villanos, cavallerotti o
squires, por ejemplo.

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Las ciudades, en efecto, comenzaron muy pronto a sorprender por su riqueza y esplendor. Un
poeta que participaba de la más pura tradición caballeresca, Chrétien de Troyes, describía así
en el siglo XII una ciudad :
"...peupléé de tres beau monde
et les tables des changeurs d"or et d"argent
toutes couvertes de monnaies.
Il vit les places et les rues
toutes pleines de bons ouvriers
qui pratiquaient divers métiers
ceux-ci fourbissent les épées
les uns foulent les draps,
d"autres les fissent
ceux-ci les peignent, ceux-la les tondent
les autres fondent or et argent,
faisant oeuvres bonnes et bolles,
faisnant hanaps et écuelles,
et joyaux émaillés,
anneaux, ceintures, fermaux;
on eût pu diré et croiré
qu"en le ville ce fût toujours foire
tant de richesse elle était pleine,
de cire, de poivre, d"ecarlate,
de fourrures de petit gris
et de toutes marchandise".
Un sentimiento parecido de entusiasmo experimentaba en el siglo XIV Froissart, también
sostenedor empero de la tradición señorial:
"Quand les haines et tribulations vinrent premièrement en Flandres, le pays étoit si plein et si
rempli de biens que merveilles seroit à raconter et à considerer; et tenoient les gens des
bonnes villes si grands états que merveilles étoit à regarder".
Esas ciudades eran el resultado del esfuerzo de los burgueses, sostenido y tenaz contra toda
suerte de dificultades. Pero para lograr sus objetivos necesitaban los burgueses que
coadyuvaran con ellos, de distinto modo, los que estaban más arriba y los que estaban más
abajo que ellos en la escala social. Su actividad manufacturera y comercial no pudo
desarrollarse ni aun concebirse sin cierta protección que, con el tiempo, fue cada vez más
amplia y firme hasta concluir en un derecho expresamente establecido. Esta solidaridad de los
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señores con la burguesía no era gratuita; tuvo su precio, y algunas veces arrastró a aquellos
definitivamente tras las huellas de los ricos mercaderes que comenzaron a prestar dinero hasta
tener en sus manos a buena parte de la nobleza; y con ello se quebraban poco a poco las vallas
entre los dos grupos sociales. Entre tanto, la burguesía necesitaba el trabajo de los artesanos,
entre los cuales se fueron estableciendo poco a poco notables diferencias que situaban a los de
más arriba a muy poca distancia de los burgueses propiamente dichos.
Así quedó establecida cierta posibilidad de trasvasamiento entre los grupos constituidos a lo
largo de la crisis, todos los cuales comenzaron a girar de uno u otro modo alrededor de un eje
constituido por la clase burguesa , promotora de riqueza y de nuevas e inagotables
posibilidades económicas. La participación en ciertas formas de vida propias de la burguesía
acarreaba en alguna medida una participación en sus nuevos ideales, en su concepción de la
existencia individual y social y en su actitud ante el mundo. Con mayor o menor reticencia, se
consiente en cierta actitud que asciende como impulsada por una fuerza incontenible, y
mientras el movimiento general tiende a ceder ante su empuje, aparecen algunos esfuerzos
aislados para resistir a la mutación. Pero el espíritu burgués –pues eso es lo que resulta de
aquellos ideales, concepciones y actitudes— posee a su favor la correspondencia entre las
formas de realización y los sistemas de ideas; y esa coherencia lo hará imbatible por mucho
tiempo frente a las meras supervivencias o a las nacientes utopías.
Consustanciada con el espíritu burgués apareció la aspiración a la libertad individual. Fue al
principio mera libertad física para que el mercader pudiera desplazarse de acuerdo con las
necesidades de su actividad, libertad para poder disponer de los bienes y realizar diversas y
complejas operaciones, todo muy próximo a lo que se llamará libertad de iniciativa y saturado
de sentido práctico e inmediato; pero sobre esa situación de hecho debía empezar a trabajar la
reflexión hasta esbozar un sistema de ideales que desembocaba en la aspiración a la libertad
como condición propia del hombre. Acentuada influencia ejercieron los autores antiguos,
sobre todo en lo de dar a esta idea ropaje digno y contenido doctrinario. Pero en su base latía
un sentimiento muy vivo y una clara e inusitada intuición del valor del hombre. Quien sólo
dependía de sus propias calidades para ascender o descender en la escala social abrigaba la
certidumbre de que residían en él ciertas potencias cada vez más dignas de estimación. El
individualismo se acentúa y el biógrafo que acomete un día la tarea de reflejar la historia de
una vida no puede resistirse al encanto de las personalidades vigorosas –hombres nuevos
especialmente– que se imponen por su propio esfuerzo o como condottiere, o como político, o
como poeta, o como erudito . Pero no es necesario esperar la apoteosis para empezar a sentir
la propia grandeza; la riqueza o el poder conferían al individuo , a los ojos de sus
conciudadanos y a los suyos propios, una dignidad suficiente como para que pareciera lícito
encomendar al artista que pintara la propia imagen como "donante" en el cuadro que se
pensaba obsequiar al templo ; y aun se entreveía de pronto la posibilidad de que resultara
atrayente una autobiografía como la que nos ha legado el curiosísimo Salimbene de Parma .
Pero el ambiente de libertad que el individuo conciente de su significación deseaba sólo podía
lograrse en una atmósfera de seguridad. A la pasión por la aventura, por el riesgo promisorio
que atraía a los caballeros, comienza a suceder una acentuada preocupación por la seguridad,
por el futuro sin sorpresas. Froissart señala agudamente esta peculiaridad del espíritu burgués:

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"Les bonnes gens de Gand – dice – les riches et notables hommes qui avoient là dedans leurs
femmes, leurs enfans, leurs marchandises leurs héritage dedans et dehors, et qui avoient
appris à vivre honorablement et sans danger..."
Y no faltará ejemplo de cómo se introduce esta tendencia en los pendencieros señores que
seguían aspirando siempre a acrecentar sus dominios . Pero vivir honorablement et sans
danger era esencialmente una preocupación burguesa ; había comenzado siendo una
necesidad del tráfico mercantil, iniciado como aventura y organizado luego como actividad
regular, pero poco a poco fue configurando un ideal de vida para todos aquellos que lograban
alcanzar con sus sudores una posición cómoda y digna y se resistían a comprometerla en los
vaivenes de una existencia sin estabilidad. Seguridad significaba, pues, mantenimiento del
bienestar, la riqueza, la consideración y acaso el ostentoso boato con que se ha adornado la
existencia; y la burguesía, que como clase social existe gracias a una profunda revolución, se
opone a la revolución y se transforma prontamente en una fuerza conservadora.
Ciertamente, el lujo al que comienza a acostumbrarse la burguesía constituye un reflejo del
lujo cortesano, pero muy pronto se advertirá en él un aire peculiar. Cierta gravedad y cierta
ostentación revelarán las sólidas fortunas que lo alimentan, y con esas características lo
encontraremos más tarde en las cortes por irradiación de los nuevos ideales de vida.
El lujo, el refinamiento —le morbidezze– pasó a Toscana y a toda Italia desde Oriente, dice en
cierta ocasión Boccaccio , pero sería equivocado tomar al pie de la letra esta observación y
sacar de ella exageradas consecuencias. Si llegaron a Italia algunas costumbres y
determinados elementos para satisfacer este apetito de boato, es innegable que el sentido
predominante de la vida después de iniciada la crisis —el espíritu burgués– conducía
necesariamente a un desarrollo del refinamiento. Era la consecuencia forzosa de la
acumulación de la riqueza, operada en el seno de un grupo que necesitaba consolidar su
reciente prestigio y demostrar su superioridad social, basada en la fuerza arrolladora del
dinero, del que decía el Arcipreste :
"En suma te lo digo, tómalo tú mejor:
El dinero del mundo es gran revolvedor,
Señor face del siervo, de señor servidor,
Toda cosa del siglo se face por su amor,
Por dineros se muda el mundo e su manera... " .
Pero el lujo —obsérvese bien— no significaba solamente vana ostentación de riqueza; era,
además, la expresión más cumplida de una inequívoca tendencia al hedonismo que se advierte
desde la primera hora de la crisis. Como el lujo, también el hedonismo refleja cierta influencia
de algunas tradiciones cortesanas, pero como él adquiere prontamente un aire singular por la
deliberada omisión de todo trascendentalismo y una vigorosa afirmación de terrenalidad
apenas encubierta por las formas exteriores de la religiosidad. Lo importante es la risa, el
amor y el goce gracias a los cuales vale la pena vivir la vida sin acordarse del mañana. La
juventud del espíritu embarga a los florentinos, de quienes dice Giovanni Villani :
"Eper allegrezza e buono stato, ogni anno per calen di maggio sifaceano le brigate
compagnie di gentili giovani vestiti di nuovo, e faccendo corti coperte di drappi e zendali, e

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chiuse di legname in piü partí della cittade; e simili di donne e dipulcelle, andando per la
tetra bailando accoppiati con ordine, e signori congli strumenti e colle ghirlande difiori in
capo, stando in giuochi e in allegrezza e in desinari e cene" .
Estos burgueses che volcano bene vivere no eran ya los que Dante Alighieri recordaba
melancólicamente en la antigua Florenciasobria e pudica sino aquellos que él mismo
condenaba acerbamente y deseaban aprovechar su riqueza para disfrutar de este mundo antes
de que llegara la muerte, con argumento acaso semejante al de las rachiuse ne "monisteri o al
de la propia Pampinea:
"O crediam la nostra vita con più forte catena esser legata al nostro corpo che quella degli
altri sia... ".
Nada, ni la Peste Negra, ni las hambres y carestías, ni las imprecaciones de los que, como el
prior de Santa María Novella, Jacopo Passavanti, en su Specchio di Penitenza, clamaban
recordando la proximidad de la muerte y el horror del pecado, ni las Danzas macabras, ni los
espeluznantes frescos del Cementerio de Pisa o de la Capilla de los Españoles en aquella
misma iglesia, nada lograba contener ese anhelo de goce que era a un tiempo reacción frente a
la angustia del tiempo e impulso vigoroso derivado de una manera de vivir diferente, volcada
sobre los intereses mundanos.
El goce de vivir se nos presenta aquí como una suerte de comunión con el arte y la naturaleza
. Obsérvese el deleite con que Salimbene hablaba de fray Enrique de Pisa y sus aptitudes
estéticas:
"Item sciebat scribere, miniare —quod aliqui illuminare dicunt, pro eo quod ex minio liber
illuminatur—, notare, cantus pulcherrimus et delectabiles invenire, tam modulatos, id est
tractos, quam firmos. Sollemnis cantor fuit. Habebat vocem grossam et sonoram, ita ut totum
repleret chorum. Quillam vero habebat sublilem, altissimam etacutam, dulcem, suavem et
delectabilem supra modum".
Viene a la memoria la Lauda de Noel e inmediatamente las baladas de Vincenzo da Rimini,
Giovanni da Cascia, Guillaume de Machault y Franceso Landino y los madrigales de Jacope
da Bologna, reveladores de una exquisita musicalidad en la Italia delTrecento . Se deleitaban
los oídos con aquellas canzoni vaghette e liete y se buscaba placer para la vista con las
pinturas y esculturas que decoraban libros, iglesias y palacios: las de los Pisano y de Sluter, de
los Limburg, Giotto y Orcagna, en tanto que poetas y narradores satisfacían ese vago anhelo
de aprender riendo propio del siglo y daban rienda suelta a un lirismo profundo que alcanzaba
a veces, como en Petrarca, inigualable belleza .
El interés por la creación estética corría parejo con el encanto que ahora despertaba la
naturaleza . Parecía como si se la descubriera de nuevo, y al contemplarla sorprendía por su
riqueza y variedad así como por los estados de ánimo que suscitaba. El espíritu creador
comenzaba a volverse hacia ella, como se advertirá muy pronto en Pol de Limbourg o
Enguerrand Charonton, Masaccio o Benozzo Gozzoli, Van Eyck o Van Der Goes. Las labores
de campo , las escenas de caza, la recia anatomía de los corceles o el fondo de colinas y
árboles comienzan a atraer y a deleitar al artista que se regocija con el equilibrio de los
conjuntos tanto como con la pujanza de las formas singulares y aun con el encanto de la
anécdota . Pero la naturaleza misma seducía por su gracia y su belleza y se descubría el

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deleite de contemplarla cuando llegaba la buena estación; era entonces cuando los peregrinos
se dirigían a Canterbury :
"Whan that Aprille with his shoures sote
The droghte of Marche hath perced to the rote,
And bathet every veyne in swich licour,
Of which vertu engendred is the flour;... " .
Y su seducción servía para calmar las amarguras y preocupaciones; por eso proponía
Pampinea a sus amigas que abandonaran la ciudad para refugiarse en la campiña :
"Quivi s"odono gli uccelletti cantare, veggionvisi verdegiare i colli e le pianure, e i
campipieni di biade non altramente ondeggiare che il mare, e d"alberi ben mille maniere, e il
cielo più apertamente, il quale ancora che crucciato ne sia, non perciò le sue bellezze eterno
ne nega, le quali molto più belle sono a riguardare che le mura vòte delta nostra città" .
Esa naturaleza que regocijaba los sentidos y predisponía el ánimo para vivir amablemente,
comenzaba también ahora a excitar la imaginación de quienes se sorprendían por sus
maravillas. Si a algunos incitaban esas maravillas a amar a Dios y a reconocer su
omnipotencia , otros, omitiendo el problema de la creación, aplicaban su observación y su
inteligencia a descubrir los secretos de la naturaleza y aun la manera de servirse de ella.
Asistimos a cierta renovación del sentido técnico y del conocimiento empírico: pues el
alquimista que aspiraba a conocer el secreto de los cuerpos y a enriquecerse al mismo tiempo
revela una actitud bien distinta de la del celoso glosador de textos o del místico que buscaba a
Dios a través de su propia experiencia interior. Hay una estrecha relación entre el despertar
del sentimiento naturalístico y los comienzos del empirismo , y ambas notas constituirán otros
tantos rasgos del espíritu burgués, preocupado por la realidad inmediata, celoso de su
conocimiento directo y deseoso de obrar sobre ella a sabiendas de su peculiar comportamiento
.
Todas estas características —y acaso otras— configuran, en efecto, el espíritu burgués, tal
como empieza a diseñarse a partir de los orígenes de la crisis bajomedieval, y a lo largo de su
curso. Se entremezclan en él distintas actitudes, provenientes algunas de ellas de diversas
tradiciones y otras de reacciones inéditas frente a las cosas, pero todas ellas combinadas bajo
un nuevo y unitario signo que les imprime su aire singular, un aire burgués. Porque en la raíz
de todo ello hay una peculiar manera de operar frente a la realidad que proviene de la
situación en que la burguesía se encontró ante ella en el momento en que tienta y consigue
trazar un nuevo camino por entre los que ofrecía el orden tradicional; la burguesía fue la que
innovó en la actividad económica, que es tanto como decir en el terreno primario de las
relaciones entre el hombre y las cosas; ella fue la que se desprendió resueltamente de multitud
de viejos prejuicios, restauró ciertas ideas, desarrolló algunas tendencias del espíritu
occidental antes adormecidas y logró finalmente imponer nuevos módulos a la existencia
social con lo que ganó luego rápidamente un presagio inusitado. Por eso el espíritu burgués
es, en principio y durante las primeras etapas de su constitución, el espíritu que anima a la
clase burguesa .
Pero esta relación unívoca sólo mantiene su legitimidad por poco tiempo. Cuando se
constituyó como un nuevo módulo de vida, el espíritu burgués sobrepasó los límites de la
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clase social que lo estaba forjando y se hizo patrimonio común; fue una posibilidad nueva y
renovadora de vasta perspectiva, y la adoptaron grupos sociales diversos, cada uno de los
cuales robusteció en él una de sus faces según su peculiar idiosincrasia. Siguió siendo un
estilo, pero se enriqueció y multiplicó sus facetas hasta hacerse polimórfico; muy poco
después, ya ordenados y precisados sus límites, había de ser el estilo propio de una época.
Acaso el aspecto más delicado de una investigación histórico-cultural sobre los orígenes del
espíritu burgués sea el establecimiento de cómo, habiendo surgido en el seno de la burguesía,
se derrama luego sobre otros grupos sociales que se compenetran de él en mayor o menor
escala y lo elaboran imprimiéndole diversos acentos. Pero es necesario, ante todo, precisar
cómo constituye en un principio patrimonio exclusivo de un grupo.
Ese grupo es, sin duda, la alta burguesía, el único que en rigor agrupaba a los típicos
burgueses. La alta burguesía era el conjunto de los majores, divites o grandes, lo que en
Florencia se llamó il popolo grasso, a diferencia del popolo minuto , comune, plebs,cuyas
posibilidades eran harto reducidas. La alta burguesía, en cambio , unía a su capacidad de
acción y a su eficacia económica y política, un desahogo económico que le permitía intervenir
de lleno en la vida pública, ejercer el poder y, sobre todo, disponer de sus ocios para gozar de
todo ello a su albedrío. Ella fue la que modeló ese nuevo tipo de vida animado por un espíritu
no menos nuevo.
Una experiencia valiosa había acuñado su peculiar forma de actividad, y en este terreno la alta
burguesía manifestó una total originalidad. En cambio , el uso de sus ocios reveló que miraba
muy de cerca las formas de vida cortés; para dignificarlos y dignificarse, la alta burguesía
procuró llevar una existencia amable y gozosa y para ello gastó su dinero con desenvoltura y
alegría; pero trató al mismo tiempo de pulirse mediante el cultivo de las letras –que servía
asimismo como instrumento para el ascenso social— y el goce estético, que se proporcionaba
no sólo contemplativamente sino también activamente mediante el mecenazgo. Organizó
fiestas suntuosas, lució un insospechado boato y cultivó las maneras corteses; y muy pronto se
advirtió que, tras haberla combatido acerbamente en el terreno político, procuró aproximarse a
la antigua nobleza, que era, por lo demás, su constante deudora.
"Figliuol mió –aconsejaba el burgués de Boccaccio a su hijo –, tu se"oggimai grandicello
egli è ben fatto che tu incominci tu medesimo a vedere de fatti tuoi, per che noi ci
contenteremmo molto che tu andassi a stare a Parigi alquanto, dove gran parte delta tua
ricchezza vedrai come si traffica: senza che, tu diventerai molto migliore e più costumato e
più da bene che qui no faresti, veggendo quei signori e quei baroni e quei gentili uomini che
vi sono assai e de"lor costumi apprendendo; poi te ne potrai que venire" .
De esta tendencia, y de las circunstancias económicas que favorecían a la burguesía, provino
un intercambio entre los dos grupos superiores de la sociedad , uno por el origen y otro por la
riqueza. Fue frecuente por entonces oír argumentar acerca de "la verdadera nobleza",
sosteniéndose la tesis de que no era el origen sino la virtud lo que la confería , doctrina ésta, a
mi modo de ver, típicamente burguesa que tendía a borrar los límites infranqueables entre las
clases y a facilitar la intercomunicación.
No faltó el burgués que, enamorado de las costumbres caballerescas, resolviera abandonar sus
habituales formas de vida para adoptar otra según aquella deslumbrante tradición aún viva en
algunas cortes. Es sabido cómo explotó esa tendencia Carlos de Valois mientras estuvo en
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Florencia ; pero difícilmente pueda hallarse más sugestivo testimonio que el que nos conserva
en su famosa Historia Matteo Villani :
"Degna cosa ne pare, e debito nel nostro trattato, appresso la coronazione del Re Luigi [de
Nápoles], di rendere memoria per chiara fama di M. Nicola degli Acciaiuoli, cittadino
popolare de Firenze, balio e governatore della infamia del detto Re. Il quale essendo prima
compagno della compagnia degli Acciaiuoli, con animo più cavalieresco che mercantile, si
mise al servigio della Imperadrice, moglie che fu del Prenze di Taranto..." .
Se decide el mercader y se maravilla el cronista, ambos de buena y firme tradición burguesa ,
en ese turbulento siglo XIV que ha visto tantas agitaciones y asistirá todavía a otras muchas;
una poderosa corriente debe haber roto las compuertas que antes separaban los dos grupos.
Porque, entre tanto, los caballeros han comenzado a compenetrarse del espíritu burgués, a
saturarse de lo que Matteo Villani llamaba " animo mercantile". No faltó caballero –grande o
magnate— que en las comunas optara por renunciar a su tradición para inscribirse en una de
las artes; pero mucho más importante aún es observar cómo, desde la primera irrupción
del "animo mercantile" , se consustancian con él nobles caballeros que no por eso renuncian a
sus honores. Es particularmente aleccionador recorrer las páginas de La conquête de
Constantinople de Robert de Clari para hacerse una idea de cómo había cundido la codicia y
el interés por la riqueza entre los "haus hommes", en pareja competencia con los venecianos.
"Et cil meisme –dice en un pasaje – qui l"avoir devoient garder si prenoient les joiaus d"or et
ce qu"il vouloient, et embloient l"avoir; et prenoi chascuns des riches hommes ou joiaus d"or
ou dras de soie à or, ou ce qu"il amoit mieux, si l"en portoit. Einsi commiencièrent l"avoir à
embler, si que on ne départi onques au commun de l"ost, ne aus povres chevalier ne aus
serjans qui l"avoir avoient aidié à gaignier fors le gros argent si comme des poetes d"argent
que les dames de la cité portoient aus bains. Mais toutes eures en eurent li Venicien leur
moitié; et les pierres précieuses et li grans trésors qui remest à partir ala si males voies
comme nous vous dirons aprés" .
Muy poca distancia separa por entonces, pues, las preocupaciones de los grandes barones –
apenas entrevisto el espectáculo de la rica Constantinopla— de las de los ricos comerciantes
venecianos que tan ajustadamente representa Marco Polo. Pero no son solamente las
preocupaciones de orden económico las que señalan la lenta asimilación, sino también todos
los otros rasgos del naciente espíritu burgués.
Una asimilación semejante del espíritu burgués se produjo por parte de los hombres de iglesia,
que constituían un grupo compuesto por individuos provenientes de todas las napas sociales.
Escasa extrañeza puede suscitar el hecho de que los miembros del alto clero se deslizaran
hacia una concepción de la vida que participaba de muchos elementos de la vida caballeresca;
pero es importante recordar que, como la nobleza, el grupo de los hombres de iglesia se
adhirió no sólo a las preocupaciones de orden económico sino también a otros rasgos del
espíritu burgués menos compatibles con el apostolado. Sería ocioso recordar los numerosos
testimonios que conservan las fuentes medievales acerca del desarrollo de la sensualidad en el
clero, a partir de los trovadores provenzales y Dante ; pero vale la pena alinear algunos de los
que se refieren a las órdenes regulares por lo sorprendente de la transformación que se
produce en su seno, a los pocos años de haber predicado San Francisco la necesidad de la
pobreza, y tratar de indagar si no es una franca asimilación del espíritu burgués lo que la
produce.
10
Es bien conocida la dirección que imprime a la orden franciscana Elías de Cortona, cuya
compleja personalidad suscita verdadera estupefacción. Pero dejando a un lado otras
características vale la pena señalar cómo ve su figura en cierto aspecto un cronista de la
misma orden, Salimbene de Parma, que analiza sus errores y dice en cierto lugar:
"Porro septimus defectus fratris Helye fuit, quia nimis volebat splendide vivere... Et habebat
palafredos pingues et quadratus; et semper ibat eques etiam si transibat ab una Ecclesia
adaliam per dimidium miliare, faciens contra regulam, que dicit quod fratres Minores non
debeant equitare, nisi manifesta necessitate, vel infirmitate cogantur. Item domicellos
habebat pueros seculares, sicut habent episcopi, vestitos diversicoloribus indumentis, qui ei
in omnibus assistebant et ministrabant... Item specialem coquum habebat in conventu Assisii,
fratrem Bartholomeum Paduanum, quem vidi et cognovi, qui cibos delicatissimos faciebat".
Si en la nobleza el desarrollo de un sentimiento hedonístico de la vida podía explicarse como
una retracción de la influencia cristiana y un avance del espíritu burgués, en un hombre de
iglesia y particularmente en un fraile mendicante ese sentimiento significaba una opción
categórica por un modo de vida que, contrastando radicalmente con los principios de la orden,
debía ofrecerse como muy tentador y muy apoyado en el consenso general. Lo más grave es
que el ejemplo de Elías de Cortona cundió considerablemente, y en el siglo XIV la figura del
monje epicúreo se transformó en uno de los lugares comunes de la literatura realista y de
costumbres. Recuerda el pasaje de Salimbene a otros muchos de Boccaccio, de Sacchetti y,
sobre todo, a la preciosa descripción de Chaucer , en la que predomina cierta aguda
observación del abandono con que el monje accede a los llamados de la carne.
Acaso pudiera señalarse que el vigoroso movimiento místico del siglo XIV no es sino una
reacción contra esta terrenalidad —contra este espíritu burgués– que predomina en el clero.
Su nota peculiar es el retorno al Evangelio, a la pobreza, al renunciamiento; pero como
fenómeno social apenas produce algunas olas de fervor, en tanto que el fenómeno contrario se
difunde sostenidamente durante largo tiempo y con gran intensidad; todo ello sin perjuicio de
que el misticismo –como la lírica de un Petrarca, por ejemplo— acusen a su vez un despertar
acentuado del individualismo que proviene también del avasallante espíritu burgués.
Podría agregarse –para concluir esta guía de los problemas que suscita esta investigación– que
también los grupos sociales que estaban por debajo de la burguesía se plegaron resueltamente
a los ideales de este grupo. En los vigorosos movimientos revolucionarios que
desencadenarán las clases asalariadas, tanto urbanas como campesinas, en el curso del siglo
XIV especialmente, aparecerá alguna vez cierta raíz religiosa, pero late con mucho mayor
fuerza la aspiración puramente práctica de alcanzar un mejoramiento en las condiciones de
vida. Era, por otra parte, lo natural teniendo en cuenta cuáles eran las que prevalecían. Y
resulta sumamente explícito el programa de la plebe florentina en 1343:
"Noi cresceremo tanto che faremo grande richezze, sicchè i poveri saranno una volta ricchi" .
Y no es difícil traducir los elementos que constituyen por entonces la concepción plebeya de
la vida a términos que componen la definición burguesa .
He aquí indicados someramente los caracteres con que se constituye el espíritu burgués y la
mecánica de su difusión a través de diversas capas sociales. Tan profundamente como la
dislocación económica operará la dislocación de las formas de vida, que acompaña ese
fenómeno pero que lo supera, extiende y generaliza hasta independizarse de él y constituir un
11
fenómeno histórico-cultural de vasta trascendencia . No es difícil descubrir en él los gérmenes
de la modernidad.
Notas :
1 E. Perroy, "Les crisis du XIVè siécle", en Annales E. S. C, avril-juin 1949.
2 Carmen, en Migne, Pat. Lat., CXLI, 782.
3 Partidas, II, 21.
4 Lulio, Libro de la Orden de Caballería, I ,9-10.
5 D. Juan Manuel, Libro de los Estados, I, 93.
6 Gutierre Diez de Games, El Victorial, Crónica de D. Pero Niño, Proemio, Int.
7 Lulio, loc. cit .
8 Libro de Buen Amor, 126.
9 Política, VI, 3.
10 Defensor Pacis, I, 5.
11 Una bibliografía completísima sobre historia económica de la Edad Media en Armando
Sapori, Il mercante italiano nel medioevo", en Questioni di Storia Medievale, a cura di Ettore
Rota, Milano, Marzorati, 1946.
12 H. Pirenne, Les anciennes démocraties des Pays-Bas, París, Flammarion, 1910.
13 H. Pirenne, "Le mouvement économique et social", en Hist. du Moyen Age, VIII, en G.
Glotz, Hist. Gén., París, 1933.
14 Véase la distinción que hace M. Bloch, La Societé féodal; La formation des tiens de
dépen dence, París, Evol. de L"Hum., 1939, pp. 85 y ss.
15 Salimbene de Adam, Crónica, a cura di F. Bernini, Roma , Laterza, 1942, p. 317; en el
mismo sentido véase pp. 339 y 921.
16 Téngase presente las observaciones de N. Ottokar sobre diferencias entre las comunas
italianas y las ciudades francesas y flamencas en I comuni cittadini del Medio Evo, Firenze,
1936 e "Il problema della formazione comunale" en Quest. di St. Med. ya citada.
17 Guibert de Nogent, Histoire de sa vie, ed. G. Bourgin, París, 1907, p. 156. Ottokar ha
sostenido, en Le città francesi nel Medio Evo,Firenze, Vallechi, 1927, pp. 7 y ss., la tesis de
que Guibert de Nogent no se refiere a las comunas en general ni al movimiento comunal, por
lo cual cree, por el contrario, que se interesa solamente en el caso concreto de Laon. Insisten
en cambio en considerarlo típica expresión de los sectores conservadores Pirenne, Le
mouvement économique et social, p. 49 y Ch. Petit-Dutaillis, Les communes françaises, París,
Evol. de l"Hum., 1947, pp. 85 y ss.
18 Guibert de Nogent, Histoire de sa vie, p. 117.
19 Chrétien de Troyes, Perceval ou le Conte du Graal, w. 5721 y ss.
20 Froissart, Chroniques, II, cap. LII.

12
21 Véanse, como tipos, la Vita di Dante de Boccaccio, la Vita Philippi Mariae Vicecomitis de
Pier Candido Decembrio, la Chronique de Bertrand du Guesclin de Jean Cuvelier, la vida
de Don Rodrigo de Villadrando de Hernando del Pulgar en Claros Varones de Castilla y la
vida de Cosimo de Medici de Vespasiano da Bisticci en Vite di uomini ilustri del secolo XV .
22 Obsérvense, por vía de ejemplo, la Madonna del canciller Rolin de Jan van Eyck, la Visión
de San Bernardino y dos donantes en oración , atribuida a Simón Marmio (Musée Grobet-
Labadié, Marsella), o el fresco del Giotto en Padova en el que Enrico Scrovegni ofrece a la
Virgen el modelo de la Iglesia. Desde otro punto de vista, sería largo citar los retratos que
empiezan a aparecer por la época, pero recuérdense los del Giotto y Andrea del Castagno de
los grandes poetas florentinos, los de Melozzo da Forli en El bibliotecario Platina ante Sixto
IV, los de ilustres florentinos en El cortejo de los Reyes Magos de Benozzo Gozzoli, los de
Giovanna Albizi Tornabuoni, Poliziano y Julián de Medicis de Ghirlandaio, y los abundantes
de las escuelas francesa y flamencoborgoñona. No resisto, finalmente, a la tentación de
recordar las representaciones de los grandes condottieri: John Hawkwood por Paolo Ucello,
Pippo Spano por Andrea del Castagno, Colleoni por Verrocchio y luego pintado por Giovanni
Bellini y Gattamelatta por Donatello.
23 En el texto de su crónica está incluida una autobiografía llena, por cierto, de pormenores
pintorescos. Del siglo XIV es la autobiografía del emperador Carlos IV de Alemania.
24 Chroniques , II, cap. LV.
25 D. Juan Manuel, Libro de los enxiemplos del conde Lucanor, I, IV. Patronio empieza
contando una curiosísima historia de un genovés epicúreo que, en trance de muerte, le
reprocha a su alma que quiera abandonarlo habiéndole él proporcionado tantos goces; y en el
razonamiento moral que sigue, dice: "Más, por el mi consejo, en cuanto pudieres haber paz et
sosiego a vuestra honra, et sin vuestra mengua non vos metades en cosa que lo hayades todo a
aventurar". No deja de ser sugestivo que esto escriba un señor tan díscolo como el infante, y
precisamente después de recordar el caso del genovés.
26 Decamerone, VI, X.
27 Libro de Buen Amor, 510. En el mismo sentido hay otros pasajes que recuerdan
demasiado la descripción del mercader en Chaucer, Canterbury Tales, y más aun los versos
con que comienza el Shipman"s Tale:
"A marchant whylom dwelled at Seint Denys,
That riche was, for which men helde him wys".
28 Arcipreste de Hita, Libro de Buen Amor, 44 et alibi. Recuérdense la Introduzione a la
primera jornada del Decamerone, el prólogo de los Canterbury Tales de Chaucer y la
expresiva frase que él mismo pone en boca de su hostelero:
"Your tale anoyeth al this companye;
Swich talking is nat worth a boterflye;
For ther-in is ther no desport ne game".
29 Cronacca , VII, 132; en el mismo sentido VIII, 39.

13
30 Ibid. VIII, 1. Chaucer proporciona numerosos pasajes en el mismo sentido, véase la
caracterización del hacendado:
"To liven in delyt was ever his wone,
For he was Epicurus owne sone,
That heeld opinioun, that pleyn delyt Was verraily felicitee parfyt" .
31 Commedia, Par., XV, 99.
32 Cf. supra, pp. 51-65.
33 Decamerone, I, Int.
34 Crónica, p. 262.
35 Véanse los discos I, 59 y 63 de L"Anthologie sonore, dirigida por Curt Sachs.
36 Decamerone , loc. cit .
37 Véase la Conclusione dell"autore con que se cierra el Decamerone y la Introduzione a la
cuarta jornada.
38 Otro capítulo dentro del análisis del espíritu burgués es el que se refiere al gusto por la
burla y la ironía. Los testimonios literarios abundan, pues el género se presta; pero es curioso
el desarrollo de esa tendencia en la plástica. En los libros de caza, como el de Gastón Phébus,
en los de horas, como los de Anne de Bretagne o de Charles d"Anguléme, y en otros por el
estilo se acentúa este regocijo en el detalle grotesco y en la burla que más tarde alcanzará
inusitada alcurnia en Hieronymus Bosch. Siempre me ha impresionado un detalle curioso en
uno de los postigos del Tríptico de Nicolás Froment que está en la Galleria degli Uffizi, en
Florencia , y representa la cena en casa de Simón el Fariseo con Santa María Magdalena; por
la ventana que está al fondo se divisa un paisaje –curiosísimo, por lo demás– y en él, muy
pequeñita, una pareja que juega al ajedrez. Sólo el humour puede justificar ese detalle,
seguramente el que entretuvo más al artista. Por lo demás, aquel a quien María Magdalena
lava los pies mira al espectador y señala a la pecadora con una expresión que parece cargada
de intención.
39 Canterbury Tales. Prologue.
40 Decameron, I, Intr.
41 Así aconsejó a Félix su padre en el Félix o Las maravillas del mundo de Raimundo Lulio.
42 Abundan los testimonios en Boccaccio, D. Juan Manuel y otros autores de la época, pero el
más curioso es el relato del criado del canónigo de Chaucer ( The Cannon"s Yeoman"s
Tale), junto al cual pueden ponerse las numerosas referencias de Fernán Pérez de Guzmán
en Generaciones y semblanzas y de Hernando del Pulgar en Claros varones de Castilla sobre
el interés por la alquimia que demostraban muchos de sus personajes.
43 Véase cómo habla Roger Bacon de Petrus Peregrinus, cuyas huellas seguía el maestro de
Oxford: "Un hombre conozco y sólo uno, que pueda ser renombrado por sus conquistas en
esta ciencia (experimental). De discursos y lucha de palabras él no se ocupa; él sigue la obra
de la sabiduría y en ella confía tranquilo. Lo que otros con esfuerzo ven oscura y difícilmente,
como murciélagos en el crepúsculo, él mira a la completa luz del día, porque es maestro del
14
experimento. A través del experimento, conquista conocimiento de las cosas naturales,
médicas, químicas, en verdad de todas las cosas del cielo y de la tierra". El pasaje pertenece a
su Opus Tertium y está citado por Aldo Mieli en su Panorama general de Historia de la
ciencia, Buenos Aires, T. II, p. 233, 946.
44 Esta tendencia empieza a asomar también en las que hoy llamamos ciencias de la cultura ,
especialmente en la historia. Sería interesante subrayar la aparición de expresiones como ego
vidi et cognovi que figura en el texto correspondiente a la nota 51.
45 Decamerone, IV, VIII.
46 La tesis es aristotélica ( Política , IV, 8) y vuelve a aparecer en Juvenal ( Sátira, VIII) y en
Boecio ( De Consolatione , III, metro 63). Dante la desarrolla en Convivio , especialmente en
IV, 3, en que atribuye la definición aristotélica a Federico II, y en De Monarchia , II, 3. Luego
se forma un lugar común que desarrollan Juan de Meung en Le Roman de la Rose ( w. 18.561
y ss.), y Chaucer, The Parsons Tale .
47 El caso más curioso es el de Musciarto Franzesi –a quien los franceses llamaban Mr.
Mouche–, de quien dice Boccaccio (Decamerone, I, I): " di ricchissimo e gran mercatante in
Francia cavalier divenuto". Sobre la política de los Anjou en Toscana, véase Villari, I primi
due secoli della storia di Firenze, Firenze, s. d.
48 Historia, III, IV.
49 Conquête de Constantinople , 81.
50 Cf. supra, pp. 51-65.
51 Crónica, p. 229.
52 Canterbury Tales . Prologue.

15
Romero, José Luis. "¿Quién es el burgués?", en El Nacional , Caracas, 18 de marzo de
1954.
La pregunta que sirve de título a estas notas puede formularse con muy diversas intenciones.
La palabra "burgués" tiene una larga historia que refleja —aunque no sin sombras— la
historia del concepto, harto cambiante, que expresa, y su uso no ha sido generalmente otro
que el impreciso que es propio de la polémica.
La palabra ha llegado a hacerse vulgar y en diversas circunstancias se ha cargado de acentos
que sólo tienen valor anecdótico, pero que suelen perdurar como si poseyeran valor
permanente. Es lo propio del uso vulgar de los vocablos. Pero aquí usaremos la palabra
"burgués" en un sentido restringido; y cuando nos preguntamos ¿quién es el burgués?, nos
limitamos a plantear un problema histórico. Nos preguntamos que realidad histórica encubre
este concepto. Y nos lo preguntamos, seguros de que esa realidad es la de la mayor
importancia para entender la peculiaridad de la cultura occidental y los caracteres de su curso
histórico.
Me atrevería a decir que esta averiguación acerca de quién es el burgués constituye uno de los
problemas fundamentales de la historia de la cultura occidental. En rigor, pienso que, tal como
concebimos hoy los problemas de la historia de la cultura , y tal como queremos comprender
el de aquella en la que estamos inscriptos, no hay problema más importante. Tan vaga como
sea la imagen que nos hagamos del burgués y tan poco como sepamos de su historia, nos será
fácil advertir, en cuanto reparemos en el tema, que constituye uno de los tipos fundamentales
que la cultura occidental ha creado. Podemos decir más: en cuanto se encierra en el concepto
de burgués todas las notas que auténticamente le corresponden y se lo despoja de las que son
accesorias, se descubre que es el tipo más constante y el que está más identificado con los
rasgos sustanciales de la cultura occidental, afirmación polémica —naturalmente— que me
propongo probar en otra ocasión. Pero aun postergando el consentir en este extremo, no hay
duda de que, al menos, representa una de las fuerzas más significativas en el proceso de la
cultura occidental. Y sólo por eso merecería un examen que todavía no se le ha consagrado
con la amplitud que sería menester.
No puedo pensar la cultura occidental sino bajo la imagen de dos fuerzas que se oponen
permanentemente; de una de ellas el burgués es el representante típico. Pero para admitir esta
afirmación es necesario que, previamente, nos pongamos de acuerdo acerca del valor de la
palabra "burgués". Sin duda no faltan algunos exámenes parciales del problema. Historiadores
de las ideas, de la sociedad o de la economía han intentado algunas aproximaciones. Max
Weber o Werner Sombart han hecho sustanciales aportes. Pero la palabra "burgués" sigue sin
precisar en cuanto a su exacto contenido, acaso porque el tipo de realidad histórica que cubre
es harto complejo y los estudios que se le han consagrado han dado por supuesto que es
simple. La caracterización que ha predominado parece considerar al burgués simplemente
como un homo economicus . Y aún ésta, que ya entrañaba una radical e inexacta limitación,
no ha podido sobreponerse a la imagen vulgar, tan imprecisa como ilusoria.
Para responder a nuestra pregunta inicial, convendrá separar desde ahora tres cosas que no
deben confundirse. Porque una cosa es el burgués como tipo humano, otra la burguesía como
clase social y otra el espíritu burgués como concepción del mundo y la vida. Dejemos por el
momento estas dos últimas y atengámonos a la primera, que ya de por sí excedería —si
quisiéramos extremar el examen— los límites de un artículo.
16
Si se nos pregunta quién es el burgués, nos encontraremos con que podemos respondernos de
dos maneras: analizando el tipo histórico real que ha sido sucesivamente designado con este
nombre, o analizando, en cambio , el arquetipo que ha sido objeto de numerosas y variadas
representaciones. Pero creo que la mejor manera de contestarnos sería analizando
sucesivamente el arquetipo y el tipo real, para extraer posteriormente del cotejo algunas
conclusiones que tendrían cierta claridad. Porque ya es un hecho sustancial que el arquetipo
del burgués tenga una historia por sí mismo, y no es menos curioso que ese arquetipo encierre
siempre cierta intención burlesca o crítica, en tanto que el tipo histórico ha revelado una
extraordinaria eficacia y ha mantenido firmemente el dominio sobre la realidad . El hecho no
puede dejar de esconder alguna significación.
En el mundo de la primera posguerra, la palabra "burgués" alcanzó un uso generalizado.
La flaper , el deportista, el poeta, el revolucionario, el astro cinematográfico, el raidman no
eran burgueses, y eran tipos humanos valiosos; el burgués era, en cambio , un tipo humano
desprovisto de valor. La palabra se usaba como epíteto para denigrar a un ejemplar humano
algunos de cuyos rasgos eran la preocupación por el dinero, la elusión del sacrificio y la
actitud conservadora. Sinclair Lewis inmortalizó la figura deBabbit y los dibujos de Gross
fijaron una ridícula imagen física del personaje. Pero este uso generalizado del vocablo con
sentido peyorativo no es sino una prolongación de cierta imagen del burgués que forjó el siglo
XIX y la difusión, contenida antes de la primera guerra por la solidez de las estructuras
burguesas , adquirió el derecho de libre plática al conmoverse esas estructuras después de
1918.
Ahora bien, el arquetipo del burgués creado en el siglo XIX resultó de las incitaciones que el
disconformismo social proyectó sobre determinados grupos. El burgués, que
indiscutiblemente había sido revolucionario en 1789 y en 1830, adquirió un preciso perfil de
reaccionario después de 1848. El movimiento proletario, hasta poco antes consustanciado con
el movimiento liberal, se separó y se enfrentó con él. Liberales y patriotas eran ahora típicos
contrarrevolucionarios, y podían ser sumados a la caterva de los empresarios de fábricas, los
financistas, los pequeños comerciantes y los burócratas. Todo el que se oponía a la revolución
liberadora era burgués, y el arquetipo, tornándose más comprensivo, se hizo, en consecuencia,
más impreciso. El lápiz de Daumier debía fijar la fisonomía burguesa enturbiada unas veces
por las pesadas sobremesas, otras veces por la concupiscencia y otras por la crueldad. Pero
Daumier no recogía solamente la animadversión del proletario revolucionario sino también
otra animadversión más antigua: la del artista, cuya bohemia lo movía a despreciar el sistema
de las convenciones formales que aprisionaban a la mayoría de los mortales. Épater le
bourgeois fue uno de los deportes favoritos del enfant du siècle . La actitud era muy francesa
pero no faltó en el resto de los países occidentales. Porque el artista se sintió desde el
Romanticismo , necesitado de una libertad sin límites, y el contorno social se caracterizaba
por la presión de un orden en el que la burguesía —definitivamente triunfante— imponía sus
reglas. Bohemios y revolucionarios coincidieron así en la labor de definir al burgués como su
contrincante, y le aplicaron todas las tachas imaginables. Pero el arquetipo tenía ciertos
matices precisos: el formalismo, la sensualidad, el amor al orden y a los privilegios. Era, pues,
un arquetipo satírico que provenía de quienes socialmente estaban por debajo del burgués.
Este hecho constituía una curiosa novedad. Hasta entonces el arquetipo del burgués, también
satírico, había provenido de quienes estaban colocados por encima de él en la sociedad . Hasta

17
el siglo XVIII, el burgués era, en casi todos los países occidentales, un individuo que se
alojaba no sin cierta incomodidad en una sociedad que oponía a sus aspiraciones ciertas
limitaciones insuperables. Era burgués porque había conseguido ascender de condición
económica social —él o sus antecesores— hasta llegar a cierto nivel de riqueza y
consideración; pero su ascenso tenía cierto límite, a partir del cual la condición social no
podía evitar la tacha del origen. De este modo el burgués parecía un triunfador —más o
menos odiado o admirado— a los que estaban más abajo de él en la escala social; pero parecía
un ridículo aspirante a nuevos ascensos a los que estaban por encima de él y gozaban por su
nacimiento de privilegios que ellos no tenían que conquistar ni defender. El teatro recogió y
expresó este sentimiento. El caballero de La locandiera de Goldoni opone su refinamiento a la
riqueza del burgués, y antes Molière había expuesto a la burla a ese Monsieur Jourdain que
quería comprar a toda costa su ascenso de clase. Con matices y con variaciones de época, el
fenómeno se observa en todas partes, y expresa una actitud de las clases superiores que
arranca de la Edad Media . A medida que empieza a producirse la laboriosa emancipación
económica y social de ciertos grupos burgueses, la aristocracia se ceba en quienes tenían que
luchar denodadamente para lograr una porción insignificante de los privilegios que sus
miembros poseían por derecho de nacimiento. Y esa situación creaba una actitud de
superficial superioridad que terminaba muy fácilmente en la burla, a la que solía sumarse la
burla de los humildes resignados a su humildad y convencidos de la legítima superioridad de
los poderosos. Pero en su esencia, el arquetipo satírico hasta el siglo XVIII provino de los que
estaban colocados socialmente por encima del burgués.
Estos arquetipos estaban construidos, sin duda, con muy buenas observaciones. Abundaron
seguramente los Jourdain antes del siglo XVIII y es indudable que no faltaban en Maxim los
obesos capitalistas que compraban a vil precio los encantos de lademimondaine que ocultaba
vergonzosamente su humilde origen. Pero como el burgués presentaba también otros aspectos,
muy dignos de tomarse en cuenta, sería necesario indagar por qué se construyó el arquetipo
con estos rasgos.
El burgués presentaba, en efecto, otros rasgos. Desde muy temprano, en plena Edad Media , el
burgués había creado no sólo una economía distinta de la economía feudal , sino que había
creado otras muchas cosas. Burgueses eran los legistas que aconsejaban a Felipe el Hermoso y
echaban las bases del Estado moderno; y lo eran Maquiavelo y Voltaire . Y lo eran los
maestros de las universidades, y los políticos revolucionarios como Gian della Bella, Jacques
van Artewelde, Etienne Marcel, John Ball o Miguel de Lando, larga lista que podría
continuarse hasta llegar a Franklin, Danton, Riego, Mazzini y Kossuth. ¿Será necesario
abundar en nombres? Burgués es, desde fines de la Edad Media , el artista; lo son Memling y
Leonardo; los arquitectos de los palacios flamencos, italianos o franceses; los humanistas
como Erasmo o Montaigne y los creadores de esa vigorosa literatura que puede simbolizarse
en Rabelais; los filólogos italianos, holandeses o ingleses; y sobre todo los hombres de ciencia
desde Galileo y Newton o acaso desde Oresme y Buridan. Burgués era Emanuel Kant, que se
parecía a los celosos empresarios de fábrica, en que llegaba puntualmente a la universidad,
pero que tenía otros muchos rasgos que lo diferenciaba de ellos. Y burgueses eran los enfants
du siècle —que se burlaban de los burgueses—, por obra de los cuales existe la más grande
novelística moderna. Ninguno de estos entra de lleno en el arquetipo trivial del burgués, y es
indudable, sin embargo, que eran específicamente burgueses. Cabe, pues, preguntarse; ¿Quién
es el burgués, y porqué su figura ha dado lugar a esos curiosos y reveladores arquetipos?
18
El tipo humano que llamamos burgués ha revestido muy distintos ropajes desde el siglo XII y
ha pensado muy diversas cosas desde entonces. Pero hay algo que es en él permanente: la
firme decisión de apresar la realidad inmediata y la convicción profunda de que esa realidad
constituye el "sumo bien". De esa actitud nace una posición frente a la naturaleza que conduce
a la técnica, a la actividad económica, al conocimiento empírico y, en general, a cierto
realismo sanchesco. El burgués se sonríe frente a las preocupaciones del obispo Berkeley con
respecto a la realidad , y aunque cultiva ciertos ideales, procura contenerlos para que no
excedan los límites de lo que su experiencia le señala como posible. Si la vida históricosocial
resulta de cierta interpenetración de dos planos distintos, fáctico el uno e ideal o potencial el
otro, el burgués lo es sobre todo porque prefiere situarse en el primero. El distingo
maquiavélico entre la política y la moral señala un momento decisivo en el proceso de
desarrollo de la conciencia burguesa .
Pero acaso quede alguna duda acerca de quién es el burgués. A mi juicio la duda proviene de
que el tipo del burgués es un tipo ideal, y es frecuente que no se dé en la realidad con todos
los rasgos que el tipo ideal encierra. Se es y no se es burgués. Cierto individuo es y no es
burgués; o lo es predominantemente y conserva en ciertos pliegues de su alma otros rasgos
contradictorios. Empero, la acción histórica del burgués resulta de la yuxtaposición y la
continuidad de sus acciones como burgués.
Esta acción histórica se opuso —en un principio— a la que representaba el tipo del caballero
cristiano feudal . Luego se ha opuesto a la de quienes heredaron, más que sus ideales,
su forma mentis , caracterizada por la ilusión de que la realidad históricosocial puede ajustarse
estrictamente a cierto sistema de ideales racionalmente elaborado. Desde cierto punto de vista,
la cultura occidental resulta de una dialéctica de estas dos maneras de entender el mundo, y
por eso el tema del burgués merece una atenta consideración que aún no se le ha prestado.
Aquella yuxtaposición y continuidad de las acciones del burgués como tal burgués, revela la
existencia de un factor histórico más definido que el tipo individual del burgués: la burguesía
como clase. Pero también será necesario preguntarse qué es la burguesía. Y cuándo tengamos
opinión sobre este problema, acaso descubramos que la burguesía no es la única poseedora de
esta mentalidad singular, de esta peculiar concepción del mundo y la vida que llamamos
"espíritu burgués". A su hora será necesario, pues, interrogarse en qué consiste esta imagen
del mundo, cuya vigencia excede las circunstancias históricas de la clase social que parece
poseerla con exclusividad.

19
Romero, José Luis. 'Dante Alighieri y análisis de la crisis medieval', en Revista de la
Universidad de Colombia , Bogotá, 1950.
Dante Alighieri y el análisis de la crisis medieval.
La vasta crisis que se desencadena en las postrimerías del siglo XIII y caracterizará los dos
últimos siglos medievales en la Europa occidental tiene en Dante Alighieri un testigo singular.
Quizá no se ha reparado suficientemente en la vibración histórica de su pensamiento, y sobre
todo en la certeza de su apreciación de la realidad cambiante que lo rodea. Cierto es que,
frente a la crisis, opta por defender polémicamente el orden que se derrumba y que, por lo
demás, carecía en la realidad de la perfección que él le atribuía. Pero eso no obsta para que su
apreciación de la crisis se dirija con precisión a sus puntos vitales y descubra en ellos
exactamente la mutación que se opera.
En dos planos se sitúa el caudal de sus observaciones: el del mundo y el del trasmundo,
fundidos en el pensamiento y en la actitud vital de la Alta Edad Media, y que la crisis tiende a
discriminar. En uno y otro, separadamente, nos será dado contemplar la indagación del poeta,
observador apasionado pero certero.
I
La crisis en el orden del mundo
La peculiaridad de un mundo que se desordenaba y caía en la anarquía, comenzó a hacerse
evidente a los ojos de Dante con motivo de los conflictos de la comuna florentina. Los
problemas de la convivencia social y política aparecieron entonces ante su vista con los
caracteres de un proceso de desintegración, y a partir de su experiencia en el orden comunal ,
Dante proyecta sus esquemas hacia los órdenes más vastos en que aquél se incluía: Italia, el
imperio, el papado, el mundo entero concebido con cierta doble y heterogénea calidad de
unidad ideal y de conglomerado real. Sobre esas realidades, vinculadas a su esquema
originario, ejercita el poeta su penetrante visión, en tanto que las nuevas realidades que se
constituían —estados territoriales, reinos— no alcanzan a atraer suficientemente su atención
inteligente.
Florencia y el orden comunal
De origen güelfo y partícipe de las luchas urbanas, Dante se nos aparece compenetrado de los
ideales comunales y sumergido dentro de sus límites. Esa compenetración con su ciudad llevó
al poeta a una activa participación en su vida política. Su derrota lo condujo al exilio, y
durante ese tiempo consideró reflexivamente el sino de Florencia , de modo que su actitud
crítica puso ante sus ojos el problema de su propia ciudad y el de todas las comunas
independientes.
Referida a Florencia , esa actitud crítica se proyecta en su imagen de la "cittá partita", a la que
se refiere al interrogar a Ciacco sobre las causas de las discordias que la ensombrecen, ciudad
de tan variable suerte que parece sufrir un sino trágico. Las sucesivas convulsiones que la
sacuden en el siglo XIII mueven al poeta a recordar un pasado mejor— el que recuerda
Cacciaguida— anterior a la crisis de expansión que debía producir tantas y tan graves
transformaciones. Entonces la ciudad era pequeña y concentrada:
Fiorenza dentro da la cerchia antica

20
y su población se caracterizaba por su pequeño número y su íntima homogeneidad. Pero poco
a poco —en un proceso de causas generales que obran sobre Florencia y sobre todo el
occidente europeo— la vieja comuna comienza a transformarse tanto en su estructura
económica y social como en su fisonomía política y moral, y empieza a difundirse "il
maladetto fiore".
Dante descubre la mutación económica que constituye uno de los rasgos fundamentales de su
época, provocada por la concentración en Florencia de nutridos grupos provenientes
del contado ; tras ella la ciudadanía, antes pura, se tornó híbrida y permitió el ascenso de
grupos ávidos cuyas ambiciones darían por tierra con el orden tradicional ( Comm. , Par.,
XVI, 49 y sigs.). A esta mutación económicosocial correspondía la persistente inestabilidad
política que tanto preocupaba a Dante y que, conduciendo a la lucha entre las facciones, hacía
resaltar la importancia de un poder regulador pues, como dice en De Monarchia, "allí donde
puede haber un litigio debe haber un juicio". En las sucesivas mutaciones reconoce Dante
sobre todo la presión de las ambiciones personales y escapan a su observación otros
fenómenos que explicarían los hechos en sus rasgos generales.
Pero más grave todavía parece a Dante la mutación moral que observa, en parte contemplando
la realidad y en parte proyectando sobre ella los viejos tópicos de los historiadores y
moralistas de la Antigüedad. El tiempo antiguo —como tantas veces— adquiría a sus ojos la
más alta jerarquía moral porque veía en él confundidas las virtudes fundamentales y la
sencillez de las costumbres. Giovanni Villani haría la misma observación, y tenían ambos un
fundamento cierto, pues entre aquella época y la de ellos interponíanse aquellas mutaciones
económicosociales que no por trascender del ámbito comunal se notaban menos en la ciudad
toscana.
Dante señala en aquel pasado los rasgos de una existencia simple, ajena a las inquietudes
nacidas de la riqueza y a las preocupaciones por el lujo; era aquél un "vivir reposado y bello",
Florencia "una dulce morada", a la que parecía justo llamar, recordando sus dos virtudes
predominantes, "sobria y púdica" ( Comm. , Par., XV, 97 y sigs.). Pero después, tras la crisis,
la ciudad adquiere los rasgos que el poeta hace describir a Ciacco y a Brunetto Latini. Los
corazones han sido mordidos por las tres fieras —soberbia, envidia y avaricia— y los
florentinos han olvidado no sólo sus antiguas virtudes sino también toda virtud, hasta el punto
de tornarse enemigos de ella y perseguir a quienes la practican y defienden. De ese modo, lo
que constituía su antigua gloria se desvanecía y la comunidad se sumía en el piélago de los
intereses inmediatos, que producían con sus movimientos la inestabilidad política que
caracterizaba a Florencia .
Esa inestabilidad política se refleja en las constantes luchas intestinas. Dante se atiene a la
versión corriente acerca del origen familiar del conflicto que polarizó las opiniones alrededor
de los grandes núcleos que orientaban la política del Imperio, el papado y las comunas . Poco
después, Florencia no era ya sino una pieza en el tablero de un juego que la sobrepasaba y, al
advertir el hecho, se detiene Dante a considerar la constante intromisión de las potencias
extrañas en el ámbito florentino, acusando su certidumbre de que el orden comunal marcha
hacia su crisis.
También hubieran podido considerarse como intromisiones extrañas las de los emperadores
alemanes; pero sin duda correspondían al orden tradicional y Dante las admite como
inseparables de la situación de la Italia central y septentrional. Cosa distinta ocurría a sus ojos
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con otros elementos del juego de poderes, especialmente a partir del momento en que el
papado comenzó a dirigir sus miradas hacia Francia para escapar a la presión del imperio. El
papado mismo y sus vicarios franceses aparecen desde entonces como agentes extraños al
desenvolvimiento de la comuna , desprovistos de todo derecho y sostenidos por la fuerza. Por
eso castiga Dante tan decididamente a Carlos de Anjou y a Carlos de Valois, así como el
tronco real de los Capeto, responsables de la nueva era que se abre el papado ( Comm , Purg.,
XX, 49 y ss.). Pero nadie pareció a sus ojos tan responsable de las interferencias extrañas en
el desenvolvimiento de la comuna como el propio pontificado, representado sobre todo en la
persona de Bonifacio VIII, a quien movía una ambición desmedida y el afán de oro. Era una
mutación radical en el orden del mundo —un vasto mundo muy impreciso en el que se
proyectaba una parva realidad — que arrastraba el destino de las comunas y presagiaba una
era de radical desasosiego.
El destino de Italia
Sin duda el destino de las comunas libres estaba unido, en el espíritu de Dante, al destino de
Italia, vieja unidad histórica sobre la que vagaba el elogio de Virgilio en el segundo libro de
las Geórgicas , tierra privilegiada y "donna di provincie" en otro tiempo, en cuyo suelo había
fundado el pueblo romano el reducto de su grandeza y había echado los fundamentos
históricos de su derecho el dominio imperial.
De aquella unidad histórica no quedaba ya, ciertamente, sino un vago recuerdo y la
certidumbre —no completamente justificada— de que subsistía como una unidad espiritual.
Lo que había en Dante de antiguo güelfo movíalo, seguramente, a afirmar el derecho de las
comunas a la independencia, en tanto que lo que en él había arraigado de gibelino conducíalo
a aceptar —o a desear— la inclusión de Italia dentro de un orden imperial, orden laxo pero
eficiente, sin que nada de todo ello —según parece— lo impulsara a imaginar una Italia
autónoma y unificada. Si ésta adquiría en su espíritu altísima jerarquía era como centro
natural del Imperio, como baluarte de sus fundamentos históricos y jurídicos, pero no como
unidad política independiente, sueño que nada en la tradición del orden que Dante quería
restaurar podía apoyar. Y en este último aspecto, la política de los güelfos, la actitud del
pontificado y la orientación que se adivinaba en los Anjou de Nápoles significaban otros
tantos atentados contra sus ideales.
La atención de Dante está atraída de manera eminente hacia el destino de la Italia central y
septentrional, de la que provenía su más vigorosa experiencia histórica. Junto al destino de
Florencia , el poeta se preocupa por el de Pisa y el de Pistoya, muy próximas a su propia
suerte y vinculadas a la trágica escisión entre güelfos y gibelinos; y no menos le preocupa la
romana, tan estrechamente ligada al destino imperial y al duelo entre el Imperio y el papado.
En estos y en otros lugares descubría Dante los signos de los tiempos: la progresiva
declinación del orden comunal , la decisión cada vez más firme de desprenderse de la
dependencia imperial, la lucha entre las facciones, la vigorosa penetración de las influencias
del pontificado y la aparición de las señorías. Todo ello convulsionaba a Italia y la sumía en el
caos, apartándola irremisiblemente de la que Dante consideraba vehementemente como su
intransferible misión histórica, y que hacía de ella la condición necesaria del orden universal y
de la paz, condición a su vez de la felicidad del género humano.
Causa de la resistencia frente al imperio era el pontificado, y sobre éste recae la más violenta
imprecación del poeta, pues destruyendo la relación entre Italia y el imperio se conspiraba
22
contra el orden que el papado debía ser el primero en sostener con enérgica decisión. Ya se
verá hasta qué punto está llena de odio esta condenación; pero ahora conviene sólo destacar la
sanción que merece a sus ojos todo el que se ha prestado a favorecer la política deletérea del
papado: los emisarios pontificios, los intrigantes y traficantes que recogían sus inspiraciones
en Roma, y sobre todo los príncipes de la casa de Anjou que echaban al fuego de las luchas
internas de las ciudades italianas la leña de su ambición y su poder.
Todo ello sumía a Italia en una desgracia que crecía hasta parecer irremediable, y la apartaba
cada vez más de lo que Dante seguía aferrado en sostener que constituía su misión histórica.
Italia era el núcleo de la romanidad, pero estaba abismada en la guerra civil:
el'un l'altro si rode
di quei ch'un muro ed una fossa serra.
De su antigua privilegiada posición había descendido hasta la miseria y la anarquía, por lo que
estaba desierto "il giardin de lo'mpero". En este punto lanza Dante su punzante pregunta sobre
cuál es el arcano de Dios que se esconde tras los insondables males de su época, entre todos
los cuales la declinación de Italia parécele el más grave, abandonada del papa y del
emperador, y ya empalidecida su estrella frente a la de las nuevas potencias que surgían sobre
el horizonte.
La crisis del papado
La suerte de Italia no era a los ojos de Dante sino el resultado de la torpe política del papado,
víctima a su vez de sus errores. Su misión hubiera debido ser siempre la del pastor de almas,
una misión de paz y amor, y cada vez se apartaba más de ella. Habíase llegado a ese estado
como consecuencia del más grave y dañoso paso que diera el imperio respecto del papado: la
donación de Constantino —admitida entonces— y en la que Dante ve el punto de partida de
todos los males ulteriores. Desde entonces las preocupaciones terrenales arrastraron a la
Iglesia, en la que el dinero
c'ha desviate le pecore e li agni,
pero che fatto ha lupo del pastore.
Era la misma línea interpretativa de algunos de los poetas provenzales —como Peire
Cardinal— y de algunos predicadores entre místicos y revolucionarios. Dante recuerda con
verdadera indignación a Nicolás III, a Bonifacio VIII, a Clemente V, en quienes la codicia
resulta repugnante y la fiebre de poder obsesiva. Cegados por la ambición, los papas quisieron
ser como reyes y emperadores y comenzaron por negar el derecho eminente del Imperio,
obstaculizando su acción y llegando hasta a afirmar que el emperador depende del vicario de
Cristo, error que Dante rebate largamente en el tercer libro de su De Monarchia . Todos los
vicios propios de la vida mundana infectaron desde entonces a la Iglesia, y Dante fustiga a sus
miembros con dureza. Recuérdense las palabras de Pier Damiano y de San Benito, que
culminan en las que pronuncian San Pedro y Beatriz sobre el mismo punto. Hay en las de esta
última: "Sappiche'l vaso che'l serpente ruppe" una amenaza que se relaciona con la primacía
asignada por Dante al imperio en el plano terrestre, primacía, que, pese a su experiencia,
esperaba el poeta que volviera a manifestarse.
La crisis del Imperio

23
Su experiencia, en efecto, no acusaba sino la certidumbre de que el orden imperial hallábase
en crisis, y la idea del Imperio adquiere en su espíritu el perfil de una esperanza de salvación,
acaso reminiscencia de las promisorias palabras de la IV Égloga de Virgilio. Es él,
precisamente, quien anuncia al poeta la llegada de una era feliz en que el misterioso Veltro ha
de obrar la purificación de la humanidad. La bestia, símbolo de la avaricia, será vencida por
quien restaure la dignidad del género humano, devolviéndole a su existencia civil la antigua
honestidad.
Un emperador o un príncipe poderoso se esconde, sin duda, en la imagen del lebrel capaz de
contener la acometida de las bestias. Su papel debía ser continuar la línea de aquellos señores
que, fieles a su misión, establecieron la paz y el orden en el mundo, un mundo en el que por
cierto el poeta discrimina la excepcional significación de Italia, cuna y baluarte del Imperio.
El poeta recuerda a Augusto porque instaura la paz, a Justiniano porque ha vuelto a ajustar los
frenos de Italia, y sobre todo a los primeros Staufen que hicieron del dominio de Italia punto
central de su política. Dante se adhiere a los Staufen por viejas y nuevas razones. Si esperó
mucho de Enrique VII, sintió justificadas sus ambiciones y sus esperanzas por la adhesión de
su antepasado Cacciaguida a Conrado III, defensor de los cristianos. Esta defensa, en una y
otra tierra, había sido antaño la misión de los emperadores, antes de que se suscitaran las
trágicas consecuencias de su tiempo, en las cuales la negligencia o la cobardía habían
triunfado sobre el claro deber.
Torpeza había sido antaño en Constantino "hacerse griego" y abandonar el centro natural del
Imperio: de esa torpeza participaron luego, de modo aún más culpable a sus ojos, los últimos
Staufen, Rodolfo I y Alberto I, que vacilaron en descender a Italia y dejaron que prosperaran
los vicios que corroían las ciudades italianas y las ambiciones del papado. Nada de lo que
fundamenta esa presunta deserción parece a sus ojos capaz de explicar ese abandono, pues
para Dante el problema imperial se centra en Italia y no en Alemania, del mismo modo que
sólo a través de Italia percibe la profunda crisis que, arrastrándola, la excede y se radica con
caracteres diversos en otros ámbitos. Hasta tal punto es firme en Dante esa convicción que no
vacila en considerar vacante el trono imperial desde la época de Federico II hasta la de
Enrique VII a causa del abandono de Italia. Y por haber vuelto a pensar en su destino y
haberla sentido como indisolublemente unida a la corona imperial, el poeta confiere a este
último una altísima dignidad y una misión renovadora, que anuncia Beatriz con misteriosas
palabras:
Non sará tutto tempo senza reda
l'aquila che lasciò le penne al carro...
Su afán debía ser "drizzare Italia", esto es, volver a restablecer el orden imperial en el que ella
ocupara el lugar que le correspondía; pero cuando quiso cumplir esa misión, las circunstancias
se mostraron ad versas: demasiado tarde, dice una vez; demasiado pronto señalará más
adelante; porque era en efecto demasiado tarde y demasiado pronto según que se considerara
la perspectiva del viejo y del nuevo orden.
Con todo, la frustración de sus propósitos no disminuía la grandeza de Enrique VII, cuya alma
debía reposar augusta en el más alto cielo. Su antorcha debía pasar a otras manos, y ya la
inagotable esperanza del poeta descubría en Cangrande della Scala el nuevo predestinado por
la estrella de Marte.
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Esta última perspectiva revela el signo peculiar de su concepción del orden imperial. Nada
podía ocultar a sus ojos las limitadas posibilidades del señor gibelino de Verona que, en el
mejor de los casos, hubiera podido crear un nuevo orden político en una parte de la Italia
septentrional. Y sin embargo, en él se depositaba la nueva esperanza, precisamente porque el
orden imperial significaba eminentemente para Dante la restauración del antiguo sistema
político, en el que el imperio ejercía sobre Italia una autoridad laxa aunque suficiente para
asegurar su predominio y mantener la sujeción de otras fuerzas odiadas y temidas. Tal era el
orden político a que aspiraba Dante, que sólo en el plano de los grandes ideales podía
relacionarse con su concepción ecuménica, esa concepción que lo movía a decir que la
jurisdicción del emperador "ha per confine soltanto l'Oceano" , esto es, la tierra entera. En el
plano de la realidad , en cambio, la imposibilidad de constituir no sólo esa vasta unidad
política sino siquiera la más reducida que había organizado Otón I, suscitaba en su ánimo la
misma inquietud que en los joaquinistas había despertado la crisis de la Iglesia, cuyos vicios
habían destruido toda posibilidad de un orden establecido sobre ella. Así se dibujaba la crisis
por todas partes, y el poeta, mientras percibe sus signos inequívocos, se niega a descubrir
todas las otras fuerzas históricas que surgían potentes y vigorosas, y en particular los estados
nacionales que aparecían cada vez más nítidamente como las verdaderas y vigentes entidades
históricas del tiempo que empezaba. La significación de Nápoles y Sicilia, Aragón, Francia,
Castilla, Inglaterra era tan obvia que apenas puede suponerse que Dante no la advirtiera, de
modo que en su negación es necesario ver una deliberada contraposición de un orden jurídico
ideal respecto al plano de la realidad , a su juicio desencaminada. El caso típico es el de
Francia, castigada reiteradamente en su dinastía reinante, ligada de manera tan estrecha a su
experiencia y símbolo de una nueva realidad que surgía de la disgregación del orden
tradicional. Pero no menos violenta es la actitud de Dante con respecto a los otros reinos,
visible en la sanción contra todos los monarcas de su tiempo. Viendo lo que ve, Dante toma
partido por el mundo ideal que reconstruye sobre la imagen del pasado, y se propone luchar
por su restauración, en homenaje a su antigua grandeza, a su inmaculada perfección.
II
La crisis en el orden del trasmundo
Una experiencia personal conduce también a Dante a la percepción de la crisis que se opera
bajo sus ojos en el orden del trasmundo. La dolorida fuga del amor sensual habíalo situado en
el plano del amor absoluto tras su primera transfiguración, y desde él había de ascender luego
hacia otro aún más alto. El tránsito desde la Vita Nuova al Convivio supone un pasaje desde la
experiencia poética hacia la experiencia cognoscitiva y una segunda transfiguración del amor,
concebido ahora como estudio y forma de la filosofía.
En ese tiempo que transcurre entre la muerte de Beatriz y el "mezzo del cammin" de la vida,
Dante se sumerge en la sabiduría, introduciéndose "nelle scuole de religiose e alle
disputazioni de filosofanti" y, por cierto, alcanza una profunda compenetración de su caudal.
Empero, otras preocupaciones atrajeron también por entonces su atención, preocupaciones
propias del mundo y de la carne, a las que alude Dante al ser interrogado por Beatriz en un
diálogo revelador:
Ond'ella a me: "Per entro i mie' disiri..."

25
Sin embargo, no tardó Dante en advertir cómo se perdía en una selva oscura, poblada de
bestias peligrosas, y testimonio de este despertar es el comienzo de la Commedia. Muy pronto
advirtió también que no le bastaba la sabiduría humana para recobrar la buena vía, y aunque
su salvación no podía ser exclusivamente suya, sino de todos, de su comunidad, de Italia, del
Imperio, del mundo entero necesitado de un redentor, lebrel seguro y poderoso que espantara
las bestias amenazadoras. Una esperanza renace entonces en su corazón, según el consejo de
Virgilio, melancólico por su imposibilidad de acompañarlo en toda su extensión. Una
transfiguración del amor se opera en su conciencia y se fija en
l'amor che move il sole e l'altre stelle.
Desde allí se propone reproducir idealmente el largo camino recorrido hacia la culminación de
su desarrollo espiritual, hacia la conquista de su nueva y definitiva verdad, para mostrar a los
que permanecen enceguecidos como él lo estuvo, la negrura de la selva, la perfidia de las
bestias, la pertinacia del error que conduce por falsos caminos y el fatal engaño de quienes
abandonan la verdadera fe por apariencias tan seductoras como condenables. El orden del
trasmundo, condición necesaria del orden mundanal, delata a sus ojos la crisis en que se agita,
y el poeta clama a sus semejantes desnudando su corazón para que su propia experiencia sirva
de ejemplo a los extraviados. Pero el desierto comienza ya a constituirse alrededor de su
clamor y Dante empieza a pensar, como otros por entonces, en la necesidad del hórrido
castigo para los pertinaces. La era de la misericordia terminaba y el juicio dantesco
corresponde a la inspiración de todos aquellos que participaban de la certidumbre de que tan
sólo el fuego purificador podía restaurar un orden que se desvanecía por la imperceptible
acción del pensamiento crítico.
Omisión del trasmundo
Una progresiva exaltación de la fe y una polémica afirmación del orden del trasmundo, debían
conducir a Dante no sólo a la rápida percepción de las actitudes agnósticas y ateas —ya
conocidas, sin duda— sino también al agudo análisis de su significación y a la búsqueda de
sus supuestos y consecuencias.
Todas las actitudes incrédulas y las que provenían de un naturalismo más o menos
desembozado fueron reunidas por Dante —como solíase por entonces, de manera polémica—
bajo el signo del epicureísmo, cuyos fieles halla agrupados en el sexto círculo. La
incredulidad acerca de la otra vida esconde el último secreto de la crisis que Dante contempla.
La larga línea de la incredulidad medieval —o de una credulidad harto tibia incapaz de incidir
sobre la radical actitud ante la vida— adquiría una notable significación tras el ejemplo de
Federico II, homo pestifer et maledictus, scismaticus, hereticus et epycurus, como dice
Salimbene. Dante la había visto antes —sin extrañeza, por cierto— en Cavalcanti, pero sólo
ahora descubría las proyecciones que esa actitud entrañaba. Y símbolo elocuente de esa
actitud era el grande y noble Farinata degli Uberti a quien, aun sometido al tormento, concede
el poeta la entereza de perseverar en su incredulidad.
Más que el duro tormento que sufría, torturaba aún entonces al viejo gibelino el desastre que
sufría su partido, porque sólo regían para él los valores propios del mundo terrenal, sin que
gravitaran sobre su conducta los propios del trasmundo. Esta actitud, que suscitaba en Dante
el recuerdo de su propio extravío, hacía vibrar ahora su espíritu lleno de indignación, lleno
también de seguridad en la salvación individual y en la salvación del mundo por obra de la fe.
26
Esta certidumbre le hace estallar violentamente cuando recapacita sobre quienes juzgan
finiquitada la vida con su curso terrestre, sin reparar en que vivir
è un correre a la morte
y tras ella empieza la verdadera vida.
La certidumbre de la existencia de esa otra vida que es la verdadera parece crecer
constantemente en él, como si quisiera contener con su fervor a los incrédulos; y si toda la
concepción del juicio final que nutre la Commedia parece movida por ese afán admonitorio, la
afirmación de que el juicio verdadero se acerca sella su imprecación de modo definitivo: "e
noi siamo giá ne l'ultima etade del secolo, e attendemo veracemente la consummazione del
celestiale movimento" , como dice en el Convivio. Por eso Beatriz pudo decir al poeta
proféticamente:
Vedi nostra cittá quan'ella gira:
vedi il nostri scanni si ripieni,
che poca gente piùci si disira.
quizá para que nadie ignorara ya cuán próximo estaba el castigo de quienes negaban la
realidad del trasmundo y la vigencia de su orden, fundamento necesario del orden terreno.
Elusion del orden
Uno y otro completaban la imagen del orden universal, orden perfectísimo e insondable,
acerca de cuya existencia todo parecía hablar a Dante hasta crear en su ánimo la definitiva
convicción:
Guardando nel suo figlio con l'Amore
che l'uno e l'altro eternalmente spira,
lo primo ed ineffabile Valore,
quanto per mente a per loco si gira,
con tant'ordine fe, ch'esser non puote
sanza gustar di lui chi ciò rimira.
Y sin embargo, descubre a su alrededor quienes no descubren esa evidencia ni alcanzan esa
convicción, negando o ignorando la sabiduría divina creadora del orden. El poeta increpa con
furor a quienes la niegan; pero también a quienes pretenden descubrir su secreto por otras vías
que no sean las de la fe. "¡Oh estultísimas y viles bestezuelas!", les llama en el Convivio .
La razón ensoberbecida
Tras esa resistencia a reconocer el orden universal y su origen divino, descubre Dante el
ensoberbecimiento de la razón humana torpemente engañada en cuanto a sus posibilidades.
Sólo locura puede ser la esperanza de alcanzar el último secreto por una vía que, de ser eficaz,
hubiera hecho innecesaria la revelación. La razón, circunscripta así a lo que es lícito a partir
de la causa primera, debe reconocer sus propios límites y detenerse ante lo que le es vedado.
Empero, el poderío de la razón comienza a parecer a algunos ilimitado, y por esa vía se han
lanzado al conocimiento de Dios; Dante quiere declarar paladinamente la impotencia del
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instrumento racional acusándose a sí mismo de haber incurrido en aquel error. Esta soberbia,
observa el poeta, proviene sobre todo de la ignorancia. La totalidad del misterio de lo creado
permanece vedada al hombre que aspira a conocerla por la vía de la razón, porque el creador
ha infundido en su obra su propia sabiduría, parte de la cual es inalcanzable para la débil
mente humana ( Comm. , Par. XIX, 40 y sigs.). Frente a ese misterio "están cerrados nuestros
ojos intelectuales mientras el alma está atada y encadenada por los órganos de nuestro
cuerpo", y el poeta escuchará de labios de Beatriz la acabada declaración de cuán escaso es el
poder de los instrumentos que muchos creen bastar para ese conocimiento.
Extraña cosa —parece pensar el poeta— que se ensoberbezca contra Dios lo que no es sino su
pálido reflejo, razón humana que él creó "y quiso que fuera inferior a su poder", cuando hasta
lo poco que podemos conocer debiera obrar como testimonio de su infinita grandeza y
conducirnos hacia una más perfecta fe, pues la filosofía es cosa visiblemente milagrosa y
ordenada en la mente de Dios en testimonio de la fe para los que en este tiempo viven. Así lo
declara Dante en el Convivio , encadenando su vocación en el sistema que quiere defender
contra toda esperanza.
Primacía del mundo
Pero de todos los rasgos de su tiempo, acaso el que más profundamente hiere la conciencia de
Dante es el ascenso de los valores referidos al mundo, que se corresponde con la omisión del
trasmundo. Aferrado a la convicción —sólo en parte fundada— de que en otro tiempo, en ese
"antes" nostálgico, habían prevalecido los ideales del espíritu puro, y sobre todo los que
ponían el acento de la vida en el más allá de la existencia, descubría en su tiempo una
adhesión cada vez más visible a los intereses inmediatos de lo terrenal, una excluyente
preocupación por las cosas más próximas y perecederas. De las dos naturalezas de que
participa el hombre —según expresa en De Monarchia —, una corruptible y otra
incorruptible, parece prevalecer la primera en los duros tiempos en los que realiza su
experiencia. Y acaso porque él mismo experimentó en otro tiempo los vehementes llamados
de la naturaleza corruptible, con toda su cálida sensualidad, no se resiste ahora a clamar contra
el amor a la vida que juzga insensato —aunque en el fondo todavía late en él— y que halla en
su largo peregrinar por diversas tierras, como lo hallará en su viaje por Infierno y Purgatorio
entre los que no alentaban más y purgaban allí su insensato apego a lo perecedero. En todos
ellos, ciertamente, sería posible el nostálgico recuerdo de Cavalcante Cavalcanti del "dolce
lome" , dolorida reminiscencia de aquella pesadumbre que descubrieran entre los muertos
Ulises o Eneas durante sus descensos al país de las sombras. Porque para todos parecían
dulces los goces de la tierra y eran incontenibles las pasiones que latían en ellos.
Esas pasiones constituían a los ojos de Dante otros tantos pecados, y quienes se dejaban
vencer por ellas merecían purgar transitoria o definitivamente su culpa. Círculo tras círculo,
Dante los descubre atados a la carga de su antigua falta: a sus ambiciones de poder y gloria, a
su lujuria, a su gula, a su avaricia, a su iracundia o a su violencia. Tan retrospectivas como
parezcan las observaciones, el sentido pragmático de las invectivas del poeta es transparente y
está referido estrechamente a su tiempo y a su contorno. Porque en cuanto reveladoras de un
insensato amor al mundo y a la carne resultan detestables esas pasiones a sus ojos, y ese
insensato amor se le ofrece como el más evidente signo de la catástrofe.
Si se piensa en la historia florentina de los tiempos de Dante, en la circunstancia de que
la Commedia es contemporánea de La Pratica della Mercatura de Balducci Pegolotti, se
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atribuirá toda su significación a los razonamientos del Convivio sobre el dinero, "il maladetto
fiore" . Viles e imperfectas son las riquezas, dice Dante, cuando no existe ya otro módulo que
ellas para juzgar a las personas, y harto injustificada la definición de la nobleza según la
fortuna. Porque el dinero —de cuya falta se lamenta alguna vez el poeta— testimonia, o
simboliza mejor, la insubordinación de los anhelos terrenos y oscurece los más altos ideales.
Algo semejante ocurre con la falsa sabiduría, la que aparentan "legistas, médicos y
sacerdotes" que sólo persiguen riquezas o dignidades, ciegos a la vanidad de tantos cuidados.
El poeta apela a la última realidad del hombre. Dirigiéndose a Estado, Virgilio contiene su
gesto con una advertencia reveladora:
chè tu se'ombra e ombra vedi
Para quienes alcanzan la certidumbre de que la vida mortal no es sino un breve intervalo
durante el cual "se marcha hacia la muerte", tantos desvelos y cuidados no parecen sino
locuras. Es lo que Dante se empeña en recordar a quienes lo olvidan:
O insensata cura de' mortali...
Sólo la meditación y la inmersión en el mundo trascendente pueden ahogar esta diabólica
insurrección del mundo terrenal, que a los ojos de Dante caracteriza a su tiempo y revela —
exactamente— el progresivo abandono de aquella sostenida presencia del trasmundo anterior
a la crisis.
III
Militancia frente a la crisis
Una progresiva y ascendente sensación de horror ante la dislocación de todo el sistema de
ideales que conformaba su espíritu asalta a Dante a medida que avanzamos desde la Vita
Nuova hasta la Commedia, a través de la Monarchia y él Convivio. Otros descubrían ya las
nuevas perspectivas que en diversos planos asomaban, y se sustraían a ellas o se introducían
en su curso con diverso ánimo. Pero nadie midió la trascendencia de ese dislocamiento como
la midió Dante. En él es perceptible la discriminación de las vías ya definitivamente
clausuradas y de las que aún permanecían abiertas, y más aún el descubrimiento de la
inevitable y dolorosa crisis del conjunto, ante la cual se resiste a adoptar la posición de quien
se aferra con ánimo ligero a las posibilidades que se abren para la propia existencia
individual. Por el contrario, afirmado en su concepción universalista, desdeña la
consideración de las nuevas posibilidades que, como en toda crisis, se abren para ciertos
aspectos parciales de la actividad, y empieza a defender denodadamente la necesaria
supervivencia del orden total amenazado.
Conmueve a Dante el nuevo orden terreno, que imposibilita el alto amor a que llamaba la
lírica renovada, y estimula, en cambio, la entrega de la vida a las pasiones; pero no le
conmueve menos el creciente ensoberbecimiento de la razón humana y la amenaza que se
cierne sobre la vigencia universal de la revelación. De ese estado de ánimo nace una vocación
para la defensa militante del orden tradicional; acaso semejante a la que por entonces
representaban los dominicos y de la que es testimonio toda su obra.
La gracia que le ha sido concedida parece obligarlo a manifestar la excelsitud del bien
amenazado; y esa exaltación anima su vibrante clamor sobre la necesidad de la fe. Acaso

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fuera suficiente reclamar en cada uno el ejercicio de la virtud, la vida ascética que el poeta
elogia en Francisco de Asís. Pero los tiempos le parecen exigir otra actitud más activa, no
dirigida solamente hacia la salvación individual, sino orientada hacia la militancia contra los
errores que amenazaban la vasta construcción edificada por la Iglesia y que proveía de sentido
a su mundo y a su propia existencia. Esa actitud militante era la de los dominicos, inspirados
por
il santo atleta
benigno a' suoi ed a'nemici crudo
Siguiendo su inspiración, el deber de la hora parecía no la suave catequesis, sino la dura lucha
inmisericorde. Porque ahora, para Dante, lo importante y urgente no es el destino de cada
individuo, sino el destino del mundo mismo; y la misión había de ser destruir sin piedad los
violentos impulsos que promovían la destrucción del orden, y aterrorizar a los débiles para
defenderlos de la seducción de las innumerables voces que empezaban a levantar su canto.
¿Acaso era otro el significado de los fieros frescos de la Capilla de los Españoles, inspirados
por Passavanti, o los del Camposanto de Pisa? ¿Acaso es otro el de la Commedia , iluminando
ante los desprevenidos ojos de los irresponsables el escenario de la condenación y castigo?
Poeta, Dante Alighieri usa sus armas con denodado vigor para conmover los espíritus y cubre
con el telón del orden universal la realidad de un mundo disgregado y lanzado hacia
inimaginables caminos.

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