Está en la página 1de 102

...................................................................................................................

5
....................................................................................................................6
....................................................................................................................6
................................................................................................................9
................................................................................................................10
.......................................................................................................................11
....................................................................................................................11
.......................................................................................................................17
....................................................................................................................17
.......................................................................................................................24
....................................................................................................................24
.......................................................................................................................30
....................................................................................................................30
.......................................................................................................................38
....................................................................................................................38
.......................................................................................................................44
....................................................................................................................44
.......................................................................................................................48
....................................................................................................................48
.......................................................................................................................58
....................................................................................................................58
.......................................................................................................................64
....................................................................................................................64
....................................................................................................................70
....................................................................................................................70
....................................................................................................................78
....................................................................................................................78
....................................................................................................................82
....................................................................................................................82
....................................................................................................................87
....................................................................................................................87
....................................................................................................................91
....................................................................................................................91
....................................................................................................................96
....................................................................................................................96
....................................................................................................102
No te acerques al huerto de calabazas la noche de Halloween...

Jack Calloway es el hombre del saco con cabeza de calabaza de Hallow Hill.
Según cuenta la leyenda, era un hombre de gustos perversos, encanto diabólico
y con un don para la magia negra. Él y su amante -mi antepasada- fueron
juzgados como brujos y quemados en la hoguera junto al huerto de calabazas de
Hallow Hill.

Algunos dicen que hizo un trato con el diablo para perdonar el alma de su
amante y que, hasta el día de hoy, sigue rondando el huerto de calabazas,
esperando su regreso.

—No te acerques al huerto de calabazas en Halloween —siempre han


advertido a las mujeres de mi familia—. Jack podría atraparte.
Lástima que no les haga caso, porque tengo que descubrir por las malas que
las historias de fantasmas existen por algo. Y en las llamas de Jack, yo podría
convertirme en una.

Arde por Jack es una novela no apta para todo el público de temática de
Halloween con un monstruo con cabeza de calabaza y una sed perversa por
nuestra heroína. Esta historia incluye temas oscuros como bondage, violencia,
gore, consentimiento dudoso, acoso y asesinato.
Este es un trabajo de fans para fans, ningún miembro del staff recibió
remuneración alguna por este trabajo, proyecto sin fines de lucro
Les invitamos a NO publicarlo en ninguna página en la web, NO compartir
links o pantallazos en redes sociales y mucho menos trafiques con él.
Si su economía lo permite apoyen a la autora comprando sus libros o
reseñándolos, pero por favor NO MENCIONEN su lectura en español en los
sitios oficiales.
Si no respetas las reglas, podrías quedarte sin lugares donde leer material
inédito al español.
Somos un grupo de lectura no vendemos libros.

¡¡¡¡¡Cuida tus grupos y blogs!!!!!!


es una novela romántica oscura de monstruos con

contenido gráfico no apto para todo el público.

Advertencias: Escenas de sexo gráfico, intento de agresión sexual, acoso,


gore/violencia, juego de respiración, juego de sangre, bondage y asesinato.
Además, tenga en cuenta que se trata de una novela corta de 21.000
palabras. Si buscas algo con mucho argumento, puede que este no sea tu libro.
Si estás buscando una lectura rápida y espeluznante sobre nuestra heroína
siendo follada por un monstruo con cabeza de calabaza en un huerto de
calabazas, entonces sigue leyendo...
“Straight to Hell” – LVCRFT
“Season of the Witch” – Lana Del Rey
“Devil’s Playground” – The Rigs
“When the Devil Calls My Name” – LVCRFT
“All the Good Girls Go to Hell” – Billie Eilish
“Whore” – In This Moment
“Devil Devil” – MILCK
“Death Couldn’t Tear Us Apart” – LVCRFT
n grito agudo atravesó la noche de otoño.
La adrenalina se apoderó de mí mientras forzaba los pies hacia
delante, con los oídos zumbándome por el grito agudo.
—¡Derrick, déjalo ya, idiota! —chilló Chelsea, una de mis compañeras de
clase, mientras pasaba corriendo a nuestro lado con su vestimenta de conejita
sexy, dando tumbos borracha por el maizal. Un chico de nuestro colegio corrió
tras ella, que iba irónicamente vestido de hombre lobo, lanzándole caramelos
de maíz.
Al igual que la docena de estudiantes de Hallow High que habían ido al
huerto de calabazas del pueblo, estaban borrachos.
Yo era el única sobria. Era el única que no se divertía. Pero estaba
acostumbrada a ser la rara. Realmente no podías evitarlo cuando provenías de
una larga línea de brujas tan infames que teníamos nuestro propio cuento
popular. Quiero decir, no éramos brujas de verdad. O si alguna vez lo fuimos, se
había perdido en algún lugar de la línea familiar. Lo único que mi madre sabía
hacer era alcohol ilegal.
Pero desde la locura de las brujas de Nueva Inglaterra, han llamado brujas
a las mujeres de mi familia. Con las generaciones más recientes, han añadido
algunas palabras más. Marginada. Rara. Puta fue la más nueva, gracias a mi
madre borracha que se dedicó a una nueva ocupación en el pueblo cuando mi
padre se fue.
—Cualquier cosa para pagar las facturas —dijo la primera vez que me
enteré por uno de los crueles chicos del colegio, que la había visto en su casa,
«entreteniendo» a su padre.
Alguien me dio un codazo en las costillas tan fuerte que me tropecé y tuve
que agarrarme. Levanté la mirada hacia el rostro familiar que me miraba
lascivamente, con sus ojos oscuros brillando malévolamente bajo el ala de su
sombrero.
—Vete a la mierda, Lucas —le espeté.
Lucas era el imbécil principal de lo que yo había llamado «Los Pueblerinos
de Hallow Hill» el grupo de matones que se divierten convirtiendo mi vida en
un infierno. Estaba bastante segura de que la mayoría de ellos me dejarían en
paz si no fuera por este imbécil de aquí. Todavía estaba cabreado por lo que
pasó el primer día de mi primer año. Me había acorralado detrás de la escuela,
completamente borracho y buscando algo que yo no vendía.
Había jodido con la zorra equivocada el día equivocado y le habían roto la
nariz por la molestia. Casi me expulsan, lo cual era una broma. Yo había tenido
que defenderme de un chico tres años mayor que yo y que me doblaba en masa
corporal, todo porque parecía tener una reacción alérgica a la palabra no.
Hizo que todos los chicos, y algunas chicas también, me llamaran puta al
día siguiente. Oh, la puta ironía. Pensé que cuando se hubiera graduado hacía
dos años, el tormento habría terminado. Pero no. Lucas no iba a dejar la ciudad
para ir a la universidad. En vez de eso, se quedó en Hallow Hill para trabajar
para su padre en su granja. Todos los chicos mayores aún lo adoraban. Con
veintiún años, podía comprarles alcohol a todos. Para ellos, era como si fuera
Dios.
Lucas se burló en voz baja para sí mismo, su aliento a vodka hizo que se me
revolviera el estómago. Me preparé, dispuesta a defenderme si decidía
pegarme. Al menos esta vez había testigos. La mayoría eran idiotas, pero al
menos Chelsea respondería por mí si pasaba algo.
En mi periferia, Derrick abordó a una risueña Chelsea entre las matas de
maíz. Ella lo apartó de un manotazo y se incorporó, quitándose un trozo de
maíz del pelo. Su risa se apagó y sus ojos se entrecerraron a través de su máscara
de conejita cuando su atención se posó en nosotros.
—Déjala en paz, Luc.
—¿Qué? No estoy haciendo nada más que ofrecerle una copa. —Empujó la
botella de vodka hacia mí, probablemente esperando que me estremeciera al
moverse con demasiada agresividad. Sus labios se aplanaron cuando ni
siquiera me estremecí—. Vamos, putita Moore. ¿No quieres crecer para ser
como mamá? Tómate un trago.
El apodo me erizó la piel. No iba a parecerme en nada a mi madre. Iba a
hacer algo que ninguna otra mujer Moore había hecho antes que yo. Graduarme
y largarme de esta ciudad.
—Estoy bien, gracias —dije, esgrimiendo una sonrisa demasiado dulce—.
No estoy aquí para que me destroces. Estoy aquí porque acepté tu estúpida
apuesta. Después de esta noche me deberás doscientos pavos. Espero que papi
te pague lo suficiente por limpiar mierda de cerdo.
El resto de mis compañeros se reunieron a nuestro alrededor. Bueno,
excepto Chelsea y Derrick, que se habían vuelto a tumbar, con sus piernas
enredadas visibles desde detrás de una hilera de maíz, donde el sonido de los
besos descuidados era tan fuerte que podía oírse por encima del crujir de los
tallos.
Todos los demás tenían su atención puesta en Luc, esperando a ver qué
hacía. Su mandíbula se flexionó mientras sus dientes rechinaban
audiblemente. Normalmente no me asustaba lo más mínimo el matón, pero el
hecho de que estuviera disfrazado de Freddy Krueger me aceleró el corazón. No
porque su jersey a rayas o el maquillaje de baja calidad que se había puesto me
dieran miedo. Era porque había hecho el guante de cuero con cuchillas de
verdad que había encontrado en su granja.
Mi madre había vuelto a casa en un par de ocasiones con un ojo morado y
varios moretones más. El padre de Luc era uno de sus clientes habituales, así
que sabía que era un borracho al que le gustaba pegar a las mujeres. La
manzana no caía lejos del árbol, así que no me extrañaría que Lucas usara su
garra de Krueger. Un tajo de esa cosa, y yo estaría muerta.
—Mira a Ada. Está cagada de miedo. Está blanca como un fantasma —
cacareó Derrick, mirando a través de los tallos de maíz. Emitió un fuerte «ay»
luego bajó la voz—. Oye, ¿qué estás haciendo, nena?
—Alejándome de ti. Estás siendo un imbécil. —Un momento después,
Chelsea salió, con la máscara ligeramente torcida y unos trozos de cáscara de
maíz seca sobresaliendo de su cabello despeinado.
Volví a mirar a Lucas y puse los ojos en blanco.
—Parezco un fantasma porque ese es mi disfraz, tarado —le gruñí.
Chelsea se acercó de nuevo a nosotros, enderezando su máscara.
—Son unos imbéciles. Ella ya aceptó la apuesta de ir al huerto en
Halloween. ¿Tenían que obligarla a disfrazarse de su antepasada? Es una falta
de respeto.
—¿En qué sentido es irrespetuoso? —desafió alguien. No miré quién lo
había dicho. Estaba demasiado ocupada sosteniendo la mirada letal de Luc con
una de las mías.
Lucas me miró fijamente con un odio inquebrantable.
—Porque la primera bruja de la familia Moore murió en esta noche hace
cientos de años. Después de eso, ninguna mujer Moore se atrevió a ir al huerto
de calabazas hasta la tatarabuela de Ada, hace más de cien años. Volvió
desnuda y completamente loca, balbuceando sobre un demonio con cabeza de
calabaza. La enviaron al manicomio y nadie volvió a verla. Así que parece que
Halloween no es una buena noche para las Moore.
Los dedos enguantados de Luc se enroscaron alrededor del cuello de la
botella de vodka, sus garras metálicas tintinearon contra el vaso cuando se la
llevó a los labios y bebió un buen trago. Siseó con los dientes apretados y el
vodka le goteó por la barbilla.
—La cosa es que me importa una mierda. Nadie obligó a Ada a aceptar la
apuesta. Nadie la obligó a caminar. Nadie la culparía por no venir.
Especialmente desde que Cabeza de Calabaza tiene algo con las Putas Moore.
Me encogí, pero no por el cruel nombre que usó para mí. Por alguna razón,
no me gustaba que nadie se refiriera a Jack Calloway como Cabeza de
Calabaza. Tal vez fuera porque, en cierto modo, sentía lástima por él, aunque
hubiera muerto hacía cientos de años. Claro, el pueblo lo llamaba monstruo. No
porque fuera literalmente un monstruo. Era un brujo, pero según la historia, su
único crimen fue su desenfrenada vida sexual con mi antepasada, Adaline
Moore, la mujer que me dio nombre.
Ninguno de los dos merecía lo que había ocurrido.
Me estremecí cuando un escalofrío que no tenía nada que ver con la fresca
noche de otoño se me metió en los huesos. No podía deshacerme de la sensación
de que no tenía nada que hacer aquí esa noche, de todas las noches. Que tal vez
debería haberles hecho caso cuando me dijeron que me mantuviera alejada del
huerto de calabazas en la noche de Halloween.
En cambio, había aceptado el estúpido reto de vestirme como mi
antepasada, con un traje de época, y hacer esta excursión al huerto de
calabazas en la víspera de Todos los Santos. El reto consistía en que cuando
Jack no apareciera, se demostraría que no existían los fantasmas, como yo
afirmaba repetidamente.
Tuve que ignorar las pequeñas alarmas que sonaban en mi mente, para
poder callar a todos los demás y demostrarles de una vez por todas que no
había ningún espectro con cabeza de calabaza rondando el huerto de
calabazas del pueblo, esperando el regreso de Adaline Moore.
Casi era una pena que no creyera en fantasmas.
No había nada para mí aquí en esta ciudad de mierda con esta gente de
mierda.
Casi deseé que Jack Calloway fuera real, para que me llevara lejos de este
agujero de mierda.
Dondequiera que me llevara, aunque fuera al mismísimo infierno, tenía
que ser mejor que aquí.
allow Hill debe su nombre a la gran colina que se eleva por encima de
todo, con el pueblo al pie de un extremo y una zona densamente
arbolada flanqueando el otro lado. En la cima estaba el huerto de calabazas,
junto con un estrecho campo de maíz que corría a lo largo de la ladera de la
colina y se extendía hasta el pueblo, actuando como una especie de pantalla de
privacidad.
Derrick agarró una mazorca de maíz, la arrancó del tallo y se la lanzó a
otro chico. Estaba tan borracho como los demás y era demasiado lento para
esquivarlo, a pesar de ser el quarterback estrella de la escuela. Le rebotó en el
hombro y golpeó a Lucas en la cabeza.
Luc se dio la vuelta y se acercó a Derrick con los ojos prácticamente
encendidos de furia.
—No hagas que me arrepienta de no haberte dejado en la ciudad para
pedir caramelos con el resto de los niños.
Haciendo caso omiso de la frenética disculpa de su amigo, Lucas agarró un
puñado del traje de hombre lobo de franela de Derrick y lo acercó tanto que sus
narices prácticamente se tocaban.
—¡Lo siento, Luc! Fue un accidente —balbuceó.
—Beso —me burlé. Por mucho que me molestara, hacía todo lo posible por
no provocar a Lucas. Me hacía la vida más fácil pasar por debajo de su radar el
noventa por ciento del tiempo. Pero había veces, sobre todo cuando descargaba
su ira contra otras personas, que no podía mantener la boca cerrada.
Especialmente cuando Derrick lograba despertarme una pizca de lástima,
acobardado como estaba.
Tal y como esperaba, el matón alfa volvió a centrar su atención en mí
mientras parecía deliberar sobre quién se llevaría su ira esta vez. Retrocedió
por completo -probablemente porque había gente mirando- y se rio como si su
abuso de borracho fuera una broma.
—Ten cuidado, Chels. Parece que nuestra pequeña Puta Moore siente algo
por tu hombre.
Derrick quita su camisa del agarre de Luc y tira en sus brazos a su novia,
riendo nerviosamente.
—S-sí, claro. Yo no tocaría ese coño ni con un palo de tres metros. Quién
sabe dónde ha estado.
Curioso ya que era virgen. No es que cualquiera de esta basura necesitaba
saber eso.
Chelsea era la única que no se reía. Su atención seguía centrada en mí y me
dirigió una mirada de disculpa mientras decía «gracias» bajo el borde de su
máscara de conejita. Sabía que acababa de ahorrarle a su novio uno o dos
moretones. Tampoco estaba ciega y sabía que yo no tocaría a Derrick Randle ni
con un palo de tres metros, aunque fuera el último hombre sobre la faz de la
tierra. Eso iba para todos los Pueblerinos de Hallow Hill.
En la escuela primaria, Chelsea y yo habíamos sido amigas. Luego se juntó
con Derrick en la secundaria, y él era un paquete. Tuvo que elegir un bando. Yo
o su juguete y el resto de los paletos de Hallow.
No eligió mi bando. Nunca nadie lo hizo. Lo cual estaba bien. Sólo haría que
dejar este lugar fuera más fácil en el momento en que tuviera ese diploma en mi
mano. Y esos doscientos dólares que Lucas me debería después de que
desacreditara esta historia de fantasmas. Sería suficiente para un billete de
autobús fuera del estado.
Cuando llegamos a la cima de la colina, todos respiramos. Era tan...
maravillosamente espeluznante. La luna asomaba entre las nubes y hacía
brillar la fina capa de niebla que cubría el huerto de calabazas.
A pesar de que el huerto llevaba semanas abierto al pueblo, la cosecha de
este año seguía casi intacta. La gente visitaba el huerto, sobre todo los
forasteros. El huerto de calabazas era la única atracción de Hallow Hill que
atraía a los visitantes. Pero poca gente compraba las calabazas. Algunos creían
que la maldición de Jack Calloway envenenaba todo lo que crecía en el lugar
donde murió y que sus calabazas llevaban un pedazo de él. Así que coger su
propiedad era como pedir mala suerte, por no hablar de llevársela a casa y
ensuciarla con uno de esos cursis kits de decoración de calabazas.
Chelsea era una de las pocas personas del pueblo que no se inmutaba.
—¡Dios mío! —chilló y corrió hacia una de las calabazas más grandes del
campo—. ¡Es la calabaza más grande que he visto nunca!
Derrick se rio.
—¿Dónde he oído eso antes?
Haciendo caso omiso de la broma, Chelsea sacó su teléfono y se dirigió al
centro del huerto, donde había una pila de balas de heno. Junto a los fardos
estaba el espantapájaros del huerto de calabazas.
El espantapájaros de Hallow Hill era diferente del que se podía encontrar
en otros cultivos. No estaba ahí para asustar a los cuervos, sino para atraer a los
turistas que acudían al lugar. Su cabeza era una calabaza, con una sonrisa
siniestra y unas cejas malvadas. En lugar de estar apoyada en una estaca,
estaba encerrada en unas desgastadas empalizadas que habían pertenecido al
pueblo desde la época en que aún se utilizaban estas cosas.
Chelsea posó junto al espantapájaros y se hizo un selfi. Miró la pantalla y
aprobó la foto con un zumbido de satisfacción antes de volver a meterse el
teléfono en el bolsillo.
—Genial. Ya estamos aquí. ¿Y ahora qué? ¿No se supone que Cabeza de
Calabaza está aquí o algo así?
Me volví hacia Lucas y extendí la mano, curvando los dedos en señal de
«dame» y añadí una sonrisa burlona.
—Sí. suelta, imbécil.
—Acabamos de llegar —gruñó Lucas.
—No voy a esperar toda la noche.
—Si quieres tu dinero, vas a esperar lo que yo te diga.
Me cruzo de brazos y le lanzo una mirada fulminante.
—Entonces, ¿qué se supone que debemos hacer exactamente?
Lucas se volvió hacia uno de sus amigos, que tenía una chocolatina a medio
comer en la mano.
—¿La traes tú?
Barra de Chocolate asintió con un movimiento de cabeza mientras se
quitaba la mochila del hombro, hurgando en su interior con una mano mientras
daba un mordisco a su caramelo con la otra. Esperaba que sacara otra botella
de alcohol o algo así. Quizá hierba o cigarrillos.
Cuando sacó una ouija en su lugar, gemí.
—Oh, tienes que estar bromeando.
—Siéntense de una puta vez —ordenó Lucas. Todos hicieron lo que se les
ordenaba, sentándose en círculo con el tablero colocado en el centro.
Cuando me quedé de pie, Lucas me señaló con un dedo afilado.
—Tú también.
—Sí, claro. Me puse el estúpido disfraz. Me presenté. Ese era el trato. No
dijiste nada de una falsa sesión de espiritismo.
Lucas estaba tan enfadado que parecía dispuesto a escupir lava. Me
mantuve firme, cruzando los brazos sobre el pecho para demostrarle que no iba
a echarme atrás. Nunca lo hice y nunca lo haría. Quizá algún día se le metiera
eso en la cabeza.
Tras unos compases incómodos, gruñó:
—Bien. Pues mira —y se sentó en el círculo.
Todos se apretujaron para colocar sus dedos en la pieza de madera con
forma de corazón.
—Cállense de una puta vez, imbéciles —gruñó Lucas. Todos se callaron.
Incluso Barra de Chocolate, Kyle era su nombre, dejó de masticar—. He visto un
tutorial en YouTube. Creo que tenemos que mover la plancheta para
calentarla.... —Todos movieron los brazos y la pieza de madera se deslizó con
movimientos circulares.
—Vaya. Luc ha hecho algunos deberes. Es curioso cómo eso parecía estar
más allá de ti en la escuela, donde realmente importaba.
Ignorándome, Lucas hizo su primera pregunta.
—¿Cuántos espíritus están presentes?
—Esto es estúpido —murmuré para mis adentros, dejándome caer sobre
una de las balas de heno junto al espantapájaros.
Como había demasiados cocineros en la cocina en lo que respecta al
tablero de la ouija, hubo que barajar incómodamente la plancheta antes de
guiarla hasta la fila de números.
—Uno —jadeó Chelsea.
—Por el amor de Dios, esto es... —No pude terminar de quejarme porque
Lucas me lanzó su botella de vodka. Me aparté justo a tiempo de que se
estrellara contra el fardo de heno con fuerza suficiente para hacerlo añicos.
Parpadeé ante los cristales rotos que había a mis pies con total incredulidad—
. ¿Pero qué carajos...? Podrías haberme hecho mucho daño, psicópata.
Todos se quedaron boquiabiertos mirando a Lucas, totalmente atónitos
por su arrebato. Nadie habló. Nadie dijo nada. Todos miraban ansiosos el arma
cruel que llevaba en la mano.
Lucas siguió preguntando como si nada.
—¿Eres un buen espíritu?
Hubo más revueltas.
—N —dijo alguien.
—O —dijo otro un segundo después.
No.
Reprimí el impulso de estremecerme. Esto no era real, así que, por
supuesto, la respuesta era la que Luc quería oír. Estaba guiando la plancheta.
—¿Cómo te llamas?
—J.
—A.
—C.
—K.
Me puse en pie de un salto y el cristal crujió bajo mis zapatillas.
—Okey. Ya lo he superado. Esto no cuenta como si hubiera aparecido,
Lucas. Tenía que aparecer de verdad. Dame el puto dinero que me debes.
Luc se encontró con mi mirada y abrió la boca, pero en lugar de alguna
respuesta para mí, lo que salió en su lugar fue otra maldita pregunta.
—¿Y qué quieres?
Esta vez, hubo una pausa más larga antes de que todos movieran la
plancheta por el tablero.
—A.
—D.
—A.
—¿Sabes qué? Olvídalo. —Le di la espalda a Lucas antes de alejarme
enfadada, pateando el dobladillo de mi vestido mientras caminaba por el
huerto de calabazas—. Debería haber sabido que no ibas a cumplir el trato.
—¡Agárrenla!
—Espera, ¿qué...?
Cuando me di cuenta, varias manos me agarraron y me arrastraron hacia
donde estaba sentado Lucas. Luché contra ellos, mordiendo y arañando, pero
los chicos eran más fuertes que yo. Me arrojaron a los pies de Luc, que me miró
con una expresión en el rostro que hizo que se me helara la sangre en las venas.
—¿Sabes por qué quería que vinieras aquí esta noche, Ada?
Cada músculo de mi cuerpo se tensó porque ya sabía la respuesta.
—Quiero ver cómo te folla Cabeza de Calabaza. Así habrá una puta menos
en la ciudad, abriendo la boca.
key. Así que, a pesar de lo dura que era, esa última línea me dolió.
Quiero decir, yo ya sabía que él creía en la historia. Realmente creía
que un espíritu con cabeza de calabaza rondaba la colina y que perseguía a las
mujeres Moore.
Casi todos en el pueblo lo creían. El hecho de que mi tatarabuela hubiera
subido a la colina y vuelto con las canicas perdidas, divagando sobre cómo la
había tocado un monstruo cabeza de calabaza, era prueba suficiente para ellos.
La única parte auténtica de aquella historia era que mi abuela se había vuelto
loca aquella noche, lo que explicaba de dónde venía el resto de su historia.
Tendría que ver el espíritu de Jack Calloway yo misma antes de creerme la
historia. Pero tenía que admitir que era estúpido haber venido. No porque
hubiera alguna posibilidad de ser secuestrada por fuerzas sobrenaturales, sino
porque sabía que Lucas buscaba sangre. Y yo había aceptado su apuesta de
todos modos.
Había estado tan desesperada por demostrarle que las historias de
fantasmas, especialmente ésta, eran sólo eso. Historias. El tipo necesitaba un
serio golpe de realidad. Pensé que ganarle ese dinero sería un gran comienzo.
Entonces, tal vez le rompería la nariz de nuevo. Sólo para recordarle los viejos
tiempos y cómo nunca sería suya para joder. Pero como de costumbre, las cosas
no salieron como yo quería.
Le escupí en los pies y levanté la mirada hacia la suya, forzando mi
característica sonrisa de «come mierda y muere».
—Espero que tu pequeña polla se quede atrapada en tu cremallera, paleto.
Con el corazón en la garganta, estiré la pierna y le di con el talón en la
rótula. Se desplomó con un grito. Me puse en pie de un salto y eché a correr.
—¡No dejen que se escape! —La voz de Luc sonó adolorida y más enfadada
de lo que jamás la había oído.
Varios pasos resonaron tras de mí. No me atreví a mirar detrás de mí por si
me retrasaba, pero por el aluvión de pisadas, al menos tres chicos me pisaban
los talones.
Joder. Joder. Joder.
Ya había sido el centro de la crueldad de los Pueblerinos de Hallow Hill,
pero nunca así. Esto era diferente. Antes, todo era verbal. Insultos, tal vez algún
que otro dibujo lascivo hecho a mano por uno de ellos en el que me
representaban follándomelos a todos, pegado a la pizarra de la clase antes de
que el profesor pudiera romperlo. Nunca me habían puesto las manos encima.
Algo me decía que esta noche cruzarían esa línea.
Así que corrí más que nunca.
Mi corazón se agitó en mi pecho, su latido rugió en mi oído.
Tal vez podría perderlos en el maizal. Si pudiera llegar tan lejos. Sólo unos
metros más... ¡Sí!
Me lancé al maizal y corrí entre las hileras de tallos, con cuidado de no
tocarlos para que no delataran mi ubicación. Pero mi cuidadoso esfuerzo por
evitar que me pillaran fue en vano cuando la punta de mi zapato se enganchó
en el dobladillo de mi vestido. Yo nunca, nunca llevaba vestidos, y si no hubiera
sido porque Lucas lo hizo parte de la apuesta, nunca me habría puesto éste.
Otro error más.
Me precipité al suelo, pero los tallos de maíz amortiguaron un poco el
golpe. Antes de que tuviera tiempo de levantarme, estaban sobre mí.
Uno me agarró los brazos y me los inmovilizó por encima de la cabeza. Otro
se sentó sobre mis piernas y un tercero se sentó a horcajadas sobre mis caderas.
—¡Suéltame! —Medio chillé, medio gruñí, mi voz salía como algo
demoníaco. Me agité salvajemente, intentando liberarme, pero el chico que
tenía encima me apretó las rodillas contra las caderas.
—Vamos, putita Moore. Sólo te estamos ayudando a entrar en el negocio
familiar. —Se rio, su aliento apestaba a licor. Tanteó con el dobladillo de mi
vestido, tratando de levantarlo, distribuyendo torpemente su peso para poder
pasarlo por encima de mis caderas mientras trataba de permanecer encima de
mí.
Mi mente se fracturó. Esto no estaba pasando.
—¡Para! ¡No!
Un cuarto Pueblerino se abrió paso entre los tallos de maíz y tardé un
momento en reconocer su rostro. Derrick.
Su cara se torció de disgusto.
—Chicos. ¿Qué demonios? ¡suéltenla! Esto no es lo que hemos venido a
hacer.
Me invadió una abrumadora oleada de alivio. Así que Derrick no estaba
totalmente jodido como el resto de los dementes de Luc. Se hizo un silencio
espinoso y mis tres captores se quedaron helados. Se miraron entre ellos,
preguntándose sin palabras:
—¿Le hacemos caso a este chico?
Se me revolvieron las tripas violentamente.
Derrick dio un pisotón hacia delante y pateó al chico que tenía encima con
tanta fuerza que salió despedido de mí y derrapó toda una fila en una
salpicadura de tierra. Mi salvador lanzó una mirada de advertencia a los otros
dos y me soltaron.
—Llévala de vuelta con Luc.
—¡Déjame ir!
Derrick se agachó, me agarró del brazo y me levantó con un gesto de
disculpa en sus facciones.
—Lo siento.
Una sensación gélida se instaló en mi pecho. Lo siento.
Yo también lo sentía. Lamentaba haber nacido en una ciudad que era más
una enfermedad que un hogar. Un lugar donde la gente me trataba como si no
fuera más que un juguete barato al que dar vueltas hasta que me rompiera.
Llevarme de vuelta al huerto de calabazas nos llevó más tiempo del que
debería y me resistí a cada paso.
Cuando Lucas y el resto del grupo aparecieron, un escalofrío recorrió mi
espalda. Un cuervo graznó en algún lugar a lo lejos. Las hojas muertas del
bosque cercano crujían bajo mis pies mientras me llevaban a lo que parecía un
juicio.
O una ejecución.
Lucas me miraba como si fuera basura. Peor que basura.
—Ponla en el cepo.
—¿Qué? No! —Grité tan fuerte que unos cuantos pájaros cercanos
levantaron el vuelo. Pero fue inútil. Estábamos demasiado lejos del pueblo para
que nadie me oyera.
—Chicos, paren —dijo Chelsea, tirando de la manga de Derrick con la
esperanza de que le hiciera caso.
No lo hizo. Qué sorpresa.
Este había sido el plan desde el principio.
Tenían que haber estado planeando meterme en el cepo todo el tiempo;
estaban demasiado coordinados para que esto fuera improvisado.
Uno de ellos ya tenía las secciones abiertas, con el espantapájaros tirado
en el suelo. Kyle estaba rebuscando de nuevo en su mochila, metiendo la ouija y
sacando un candado en su lugar.
Me metieron en el cepo, forzando mi cuello en el mayor de los tres agujeros,
seguido de mis muñecas en los más pequeños a ambos lados de mi cabeza
mientras Lucas permanecía de pie frente a mí, observándome con una sonrisa.
—Te ves tan a gusto en esa posición. Inclinada. Tan asustada e indefensa.
Me encogí.
—¡Vete al infierno!
Se me cayó el corazón al estómago cuando la pieza superior de madera
encajó en su sitio y el candado en el pestillo. Estaba atrapada, a su completa
merced.
El chico que me había sujetado los brazos en el maizal se acercó por detrás
para manosearme el culo. Lucas le gritó que retrocediera, con sus ojos
inyectados en sangre centelleando peligrosamente.
—Quítale las manos de encima. La vamos a dejar para Cabeza de Calabaza.
Mierda. Realmente estaba loco. Pero yo no me quejaba. Su firme creencia
en el espíritu con cabeza de calabaza estaba literalmente evitando que
abusaran de mí.
El matón se acercó a mí y se agachó para que estuviéramos a la altura de los
ojos.
—Va a venir por ti, Ada. ¿Te has imaginado lo que te va a hacer? Yo sí. Creo
que te va a destrozar el coño.
Chelsea vino entonces en mi rescate, o al menos lo intentó.
—Luc. Para. La estás asustando.
Era a ella a quien estaba asustando, a juzgar por su tímido susurro, que no
habría hecho obedecer ni a un perro obediente, y mucho menos a un mestizo
salvaje como Lucas Reed.
Apartando la intensa sensación que me recorría, me puse nerviosa de la
mejor manera que sabía. Balbuceando.
—Sí, sí. No es ningún secreto que te gusta imaginarte que me follan, Luca
Lou —me burlé, sabiendo que el apelativo que su madre le había puesto lo
alteraría. Sobre todo porque su madre había jugado la misma carta que mi
padre y había abandonado a su familia cuando Luc apenas había terminado la
escuela primaria.
—Pero me sorprende que acabes de admitir que me imaginas a mí siendo
follada por Cabeza de Calabaza y no por ti. Si te gustan esas cosas raras, ¿quién
sabe qué clase de cosas raras haces en tu granja? Ya sabes, con todos esos cerdos
y ovejas...
Podrías cortar la tensión con una hoz.
Lucas estaba tan cabreado que le temblaba la mano sin guante mientras se
la metía en el bolsillo y buscaba a tientas un mechero. Tuvo que pasar varias
veces el pulgar por el mechero antes de que la llama cobrara vida e iluminara
su maquillaje de Freddy Krueger con un resplandor ámbar.
—Será mejor que reces para que Cabeza de Calabaza no deje nada de ti,
Adaline Moore. Será mejor que reces.
ahora qué? —Chelsea gimoteó, frotándose los brazos para
— calentar un poco su forma escasamente vestida de conejita—.
Me estoy congelando el culo.
—Esperaremos —gritó Luc.
—¿Por cuánto tiempo?
—El tiempo que tarde en aparecer Cabeza de Calabaza. —Luc agitó su
mechero para que el resplandor bañara la parte inferior de su cara—.
Cuéntanos una historia, Adaline. Cuéntanos la historia de Jack Calloway.
Solté un gemido de dolor. No porque me dolieran las acciones, sino porque
todos habíamos oído la leyenda de Jack Calloway trescientos millones de veces.
Mientras todos los demás niños de Connecticut crecían con la Madre Oca y los
Cuentos de Hadas de Grimm, nosotros crecimos escuchando la misma maldita
leyenda popular. Todos la conocíamos de cabo a rabo.
—Sí, voy a pasar. No estoy de humor para intercambiar historias de
fantasmas, psicópata.
Todo el mundo se movió incómodo cuando Luc levantó la mano, la luz de la
luna rebotando en las garras afiladas de su guante de Freddy Krueger.
Chelsea dio un paso adelante.
—Yo contaré la historia.
—Quiero que lo haga Ada —balbuceó Luc borracho. Me acercó el mechero
y sus labios se torcieron cuando me aparté de la llama—. Quiero oírla contar la
historia de su puta antepasada.
—J-Jack Calloway era un brujo. También lo era mi antepasada, la primera
Adaline Moore. Tuvieron sexo raro y fueron descubiertos. Los quemaron por
brujería. Luego el fuego lo destruyó todo, y se dice que hasta hoy sigue rondando
el huerto de calabazas, esperando que el alma de su amante regrese a él. Fin.
Ahora déjame ir.
—No —gruñó Luc, en voz baja—. Cuenta toda la historia. Como la cuenta tu
familia.
Un sudor frío me recorrió la frente. Estaba haciendo todo lo posible por
avergonzarme, por despojarme de toda mi dignidad. Pero yo provenía de
familia de brujas. Estábamos acostumbradas a esta mierda. Todo lo que estaba
haciendo era cabrearme.
¿Quería una historia? Sí. Les contaría la historia tal y como yo la conocía
porque, en casa de los Moore, la historia se contaba de otra manera. Era una
historia de romance, pérdida y angustia. De esperanza.
Para todos los demás, era sólo una estúpida historia de fantasmas.
—Érase una vez, hace mucho tiempo, una mujer con el cabello del color de
las llamas, la piel tan pálida como la luna y un alma que brillaba más que
ambas. Adaline Moore era la mayor belleza del pueblo, y la temían. Temían su
naturaleza franca, su corazón indomable y su incapacidad para ser controlada.
Decían que ella nunca encontraría a un hombre que pudiera sostener su
corazón y mantener su latido para sí mismo. Hasta que conoció a Jack
Calloway, un hombre pecaminosamente guapo capaz de encandilar a un
sacerdote católico si se lo propusiera.
Hice una pausa para crear un efecto dramático. Todas las miradas estaban
clavadas en mí. Tal como había pensado, nadie había oído la historia así antes.
La versión en la que Jack y Ada no eran los villanos.
—Jack vio a la mujer salvaje como lo que era: una libertad ardiente y
radiante. En sus brazos, encontró un escape del cruel mundo de aquellos días.
Alimentó su llama, alentó sus palabras perversas y adoró sus curvas
serpenteantes. Cuando otros le decían que se tapara, él le decía que mostrara
más su belleza. Cuando le decían que mantuviera la boca cerrada, él la instaba
a hablar más alto. Eso no sentó bien a la gente del pueblo en la época de la locura
por las brujas, donde la gente quemaba a las mujeres fuertes por miedo.
—Así no es como...
—¿Quién está contando la historia aquí, Luca Lou? —Sonreí dulcemente,
apartando el fuego de su mirada—. De todos modos, los dos eran mágicos juntos.
Viviendo en su propio mundo perfecto, perfectamente enamorados. La dicha
perfecta. Se encontraban todas las noches bajo la luna llena en el bosque detrás
de la colina, y una noche, los siguieron. El testigo los vio haciendo el amor... —
Mis palabras se arrugaron en mi garganta con el jadeo que las reemplazó
cuando Luc se abalanzó sobre mí, agarrándome del cabello. Me echó la cabeza
hacia atrás, haciendo que la madera de la empalizada se clavara dolorosamente
en mi nuca.
—¿Hacer el amor? —espetó con una ronca carcajada de vodka—. ¿Así es
como llamas a lo que hicieron aquella noche? Jack Calloway destripó una
cabra, untó su sangre sobre su puta desnuda y la juró al diablo escribiendo el
contrato en runas sobre sus tetas y muslos desnudos. ¿Es esa tu idea de un
momento romántico, Ada?
Entrecerré los ojos.
—Te equivocas. No era un contrato con el diablo. Fue un voto a ella. Un
poema.
Cerré los ojos en abanico y respiré lentamente para calmar mi agitado
corazón. Sinceramente, me encantaba la tétrica historia de amor de Ada y Jack.
Me la habían transmitido las mujeres de mi familia, y los recuerdos de estar
arropada en mi cama con mi madre recitando el poema eran algunos de los
únicos recuerdos felices que tenía de ella.

Para siempre mía, zorra salvaje, su cabello tan brillante como el fuego.
Para siempre mía, su figura pecaminosa, para siempre mi deseo.
Para siempre mía, su boca perversa, audaz y valientemente descarada.
Para siempre mía, para siempre, a través del polvo y la ceniza más oscura.

Abrí los ojos, esbozando una sonrisa de satisfacción que envié


directamente a través de Lucas.
—Entonces se dice que Jack convocó a los espíritus del bosque para que
fueran testigos de su tesoro y vieran cómo adoraba su cuerpo con el suyo. Así
que sí, creo que es bastante romántico. Tal vez tú también lo harías si no fueras
tan asquerosamente vainilla.
—Hablas como una auténtica puta —murmuró Luc, soltándome el cabello.
Ahora que tenía ganas de contar mi versión de la historia, sobre todo
sabiendo que estaba cabreando a Luc, continué.
—Al día siguiente, los quemaron como brujos al borde del huerto de
calabazas. Con sus últimos gritos, Jack Calloway se comprometió con Satán a
salvar el alma de su amada. Algunos dicen que Satanás respondió porque el
fuego estalló, consumiéndolo todo. Cuando las llamas se disiparon, su cuerpo
estaba calcinado, pero el de Adaline Moore no aparecía por ninguna parte.
Ahora, en la noche en que el velo entre nuestros reinos es más delgado, Jack
espera en el huerto de calabazas donde la vio por última vez, aguardando su
regreso.
—Olvidaste la última parte —se burló Luc—. Tu tatarabuela fue la primera
Moore que llegó a la colina en la noche de Halloween después de aquel día.
Cuando bajó, estaba desnuda y loca, berreando sobre un espíritu con cabeza de
calabaza que pensaba que era su putita Moore perdida y trató de llevársela a
dar una vuelta. Eso, o sabía que no era ella y decidió que cualquier Moore
pelirroja y bocazas valdría. Una puta pelirroja es una puta pelirroja.
Cerré las manos en puños. Las tenía tan cerca de las orejas que oía crujir
los nudillos.
Quizá no tenía la piel tan dura como pensaba. Antes, me habría
conformado con coger el dinero de Luc y restregárselo por la cara ganando la
apuesta. Tal vez le llamaría estúpido por creer en historias de fantasmas. Él
diría algo fuera de lugar y yo le daría un puñetazo. Nunca olvidaré el crujido del
cartílago y el chorro de carmesí cuando le rompí la nariz el primer año. Habría
sido feliz con una venganza así.
¿Pero ahora? Ahora me alegraría mucho si el maldito tonto se prendiera
fuego.
No vuelvas a ver a nadie pronunciar las palabras fuego, bruja o puta a mi
alrededor.
—¿Qué te he hecho, Lucas? Aquel día en primer año, cuando yo tenía quince
años, por cierto, y tú dieciocho, y me dijiste que tenía que follarte o me
obligarías, y te rompí la nariz por ello, ¿de verdad tu orgullo estaba tan herido?
Tenía quince años, pedazo de mierda. Quince. Tres años y medio después,
todavía estoy pagando por defenderme. Me he preguntado por qué. ¿Qué
podría haber hecho diferente? ¿Pero sabes cuál es la respuesta? Nada. No
estaba equivocada. Eres basura, Lucas. No eres más que basura. Y yo no lo soy.
Lo ves, y me quieres. Pero no puedes tenerme porque no eres lo suficientemente
bueno para mí. Y tú y tu pequeña polla y tu frágil ego no pueden manejar eso.
El sonido de la carne golpeando la carne resonó en mis oídos antes de que
el aguijón se hiciera sentir. Me había dado una bofetada. Lo había hecho con la
mano sin guantes, lo que habría sido preferible de no ser por el mechero que
sostenía. Tampoco era uno de esos baratos y desechables que se apagan cuando
el pulgar abandona la palanca. Era de esos en los que la mecha permanecía
encendida hasta que se cerraba el tapón.
Así que cuando la llama pasó bajo mi barbilla, me preparé para el dolor. En
todo caso, la única sensación fue un leve roce de la punta de la llama al hacerme
cosquillas en la cara.
¿Qué...? ¿Por qué no me dolió?
La llama me había tocado. Sé que lo hizo. Entonces, ¿por qué no la había
sentido?
La confusión se transformó en terror impío cuando la parte superior del
mechero golpeó contra mi barbilla y salió disparada de la mano de Luc.
Fue como uno de esos momentos a cámara lenta de las películas en los que
la mierda está a punto de arder en llamas.
En este caso, la mierda estaba realmente a punto de arder en llamas.
Literalmente.
Antes había tirado la botella de vodka a los fardos de heno, que estaban a
pocos metros. Suficiente para que el alcohol se filtrara en el heno en un radio
de pocos metros. Así que en el momento en que el mechero golpeó el suelo a mis
pies, todo explotó en un destello de fuego malévolo, amarillo y blanco.
Lamió las empalizadas, extendiéndose sobre mi ropa.
Era esto.
Así es como moriría.
Casi en el mismo lugar donde la primera Adaline Moore fue quemada en la
hoguera. Fue casi poético, de una manera retorcida.
Grité. Por instinto. No porque doliera.
No me dolió.
Espera... ¿Cómo era posible? ¡Estaba ardiendo! ¿Cómo podía no doler?
No podía distinguir a nadie más a través del muro de fuego y la pantalla de
humo que me separaban del grupo.
Sólo una cara era discernible a través de las llamas. La de Luc. Permaneció
inmóvil. Sorprendido.
Se le fue todo el color de la cara al ver cómo el fuego devoraba la tela de mi
vestido mientras dejaba indemne la piel que había debajo.
Estaría desnuda en segundos. Estaba demasiado aturdida para
preocuparme. No me estaba quemando. Estaba literalmente ardiendo, y estaba
totalmente bien. Físicamente, al menos. Mi estado mental era otra historia.
Los gritos de Chelsea me llegaron a través del fuego.
—¡Sácala, Lucas! ¡Derrick! ¡Cualquiera, antes de que se queme!
Entonces su grito adquirió otro tono cuando se dio cuenta de que yo ya
estaba ardiendo, totalmente bien tras su beso infernal.
Que. Carajos.
Mi mente intentaba encontrar una explicación lógica. Me quedé en blanco.
Era cierto.
No. Eso era imposible. El hecho de que yo pareciera un poco resistente al
fuego no significaba que la magia fuera real. No significaba que... mi hilo de
pensamiento se desintegró en cenizas cuando me di cuenta de que el fuego de
las empalizadas se había extendido.
Todos los demás habían huido para ponerse a salvo, dejándonos a Lucas y
a mí solos entre las llamas.
El fuego se disparó a través de la densa maraña de enredaderas de
calabaza, creando un retorcido laberinto a la medida del mismísimo Infierno.
Yo era inmune a las llamas por alguna extraña razón, pero algo me decía
que Lucas no lo sería.
—¡Sal de aquí, ahora!
El shock pareció apoderarse de sus miembros porque, por un momento, no
se movió.
—Eres una maldita bruja. Una que no puede arder... ¿Sabes lo que eso
significa? Todo es real. Es real. —Su voz cambió, transformándose en algo
intensamente oscuro—. Daría lo que fuera por ver cómo te destroza.
—¿Darías tu vida, maldito idiota? —le grité, haciendo sonar las
empalizadas con la esperanza de que se desmoronaran bajo el calor de las
llamas. Al igual que yo, permanecieron intactas—. Porque eso es lo que va a
pasar si te quedas aquí un segundo más.
No es que me importara si el líder de los Pueblerinos de Hallow Hill moría.
Hablaba en serio. Era una basura, y el tiempo que me quedaba en esta miserable
ciudad sería mucho más soportable sin él.
Quería que se largara de aquí porque, por primera vez, me estaba
cuestionando todo lo que sabía sobre la historia de Jack Calloway. Si un
fantasma realmente venía por mí, quién sabía lo que iba a hacer conmigo.
Fuera lo que fuera, no quería que Lucas lo viera. Así que suspiré aliviada
cuando por fin se dio la vuelta y desapareció entre las llamas.
Dándome por muerta. O peor.
e suponía que estaba muerta.
Pero aún respiraba. Ni siquiera me había quemado.
El fuego se había alejado de mí hacia el resto del huerto de calabazas,
dejándome fría y tiritando. Era casi gracioso cómo echaba de menos estar
ardiendo. Por otra parte, no había sentido el fuego en absoluto. La sensación era
casi familiar, como meterse en un baño caliente.
Aunque no había dolor, una parte de mi cerebro animal me gritaba que
corriera. Porque todavía estaba en peligro.
Luché contra la empalizada, el armazón traqueteaba peligrosamente pero
seguía siendo resistente. Qué raro. Ya no debería ser más que polvo.
Por otra parte, yo también debería ser polvo, me recordé.
Mientras que la empalizada de madera y mi cuerpo encerrado en ella
habían permanecido intactos al fuego, mi ropa no era más que ceniza y trozos
de tela ahumada que apenas se aferraban a mis curvas.
Me invadió una sensación sofocante que, de nuevo, no tenía nada que ver
con el fuego. Tenía que ser una pesadilla. Eso lo explicaba. Una pesadilla
extrañamente realista.
En cualquier momento me despertaría. En cualquier momento...
Con los ojos cerrados y recité el poema de Jack Calloway en voz alta, sólo
como lo conocían las mujeres Moore.
Nunca me interesó la parte de la leyenda en la que hacía un trato con el
diablo y se convertía en un monstruo con cabeza de calabaza. Quiero decir, la
historia me atraía. Pero no de la misma manera que a otras personas. Para mí,
no era un cuento de miedo que atormentara mis pesadillas.
Todos los demás pensaban que lo que Jack le había hecho a Ada en el
bosque era depravado y siniestro. Bueno, está bien, yo también. ¿Pero cómo era
eso algo malo? Él la había amado. La amó de verdad dejándola ser su yo salvaje
y hechicero. Y luego se la había follado como se debe follar a una indomable
mujer Moore.
Por algo Jack Calloway y Adaline Moore habían pasado a la historia. En
Hallow Hill, ser aburrido era prácticamente una forma de vida. Lo mismo
ocurría con el sexo. Por eso seguía siendo virgen, a pesar de los esfuerzos de
Luc.
Los chicos que me interesaban no existían fuera del mundo de las
fantasías. Así que el poema de Jack se había convertido en una especie de vía
de escape para mí, y lo llevaba cerca del corazón aunque a veces no supiera
muy bien por qué.
—Para siempre suya, zorra salvaje, mi cabello es tan brillante como el
fuego. —Una ráfaga de brisa cálida se abanicó sobre mí, haciendo ondear mi
cabello rojo alrededor de mis hombros desnudos.
—Para siempre suya, mi pecadora figura, para siempre su deseo. —El calor
aumentó entre mis piernas, esta vez como la caricia de un amante. Mi corazón
martilleaba en el fondo de mi garganta, y seguí adelante, sintiendo que algo
nuevo me obligaba a terminar el poema. Algo que me erizaba los pelillos de la
nuca.
—Por siempre suya, mi boca perversa, audaz y valientemente descarada.
Una ramita se quebró, tan cerca que pude oírla por encima del fuego
crepitante que ardía en el huerto de calabazas. Escudriñé la zona lo mejor que
pude, lo que apenas era posible, ya que la valla que me rodeaba el cuello
restringía la mayor parte de mis movimientos.
Mi aliento se congeló en mis pulmones cuando mi atención se posó en otra
cosa.
El espantapájaros tirado en el suelo ya no tenía cabeza. La calabaza había
desaparecido. Mi ritmo cardíaco se disparó a la velocidad de la luz. ¿Dónde se
había metido? No es que se hubiera quemado, no cuando el resto de su cuerpo
seguía allí tirado. Y no es como si se hubiera ido rodando.
El miedo se apoderó de todo mi cuerpo, paralizado mientras una oleada de
calor me recorría la columna vertebral, ligeramente curvada, y me acariciaba
la carne. No era el calor de la ráfaga de fuego. Por el golpeteo, ola tras ola de aire
caliente, supe que era el calor espinoso del aliento caliente.
Alguien o algo estaba detrás de mí.
—¿Quién está ahí? Luc, si eres tú... —Se me quebró la voz. Ya sabía que no
era Lucas. No era nadie que conociera. Nadie respiraba así. Enorme, cavernoso,
sofocante. Como si tuvieran dos hornos atados juntos y montados dentro de
ellos en lugar de pulmones.
—Para siempre mía, para siempre, a través del polvo y la ceniza más
oscura.
Lágrimas gordas rodaron por mis mejillas, chisporroteando sobre mi piel
al rojo vivo. El miedo se apoderó de mi corazón, haciéndome estremecer de
dolor.
No fueron mis labios los que pronunciaron el último verso del poema.
Era la voz de un hombre. No, de hombre no. El timbre era demasiado
gutural e infernal para ser humano.
—Te burlas de mí, Adaline. Por hacerme esperar tanto, torturándome con
tu ausencia... ahora recitas mi voto como si no hubiera pasado el tiempo.
La vieja empalizada crujió cuando mi cuerpo empezó a temblar
involuntariamente.
Corre, gritó una voz en mi cabeza. Peligro.
Pero no podía moverme ni un centímetro. Estaba atrapada. Ni siquiera
podía girar la cabeza para mirar detrás de mí. Incluso si pudiera, no estaba
seguro de si lo haría. Algo grande y aterrador estaba detrás de mí.
La posibilidad de que todo esto fuera un sueño era lo único que me impedía
perder totalmente la cabeza.
—No soy Adaline Moore. Quiero decir, lo soy. P-pero...
—¡Silencio! —retumbó la voz, su orden azotó mi cuerpo como un látigo,
dejándome la piel escocida.
—¡N-no! Tienes que escucharme. —Dios, ¿qué estaba haciendo? Incluso en
una situación como esta, imposible como era, en la que lo más sensato era
mantener la boca cerrada, no podía—. ¡No soy a quien buscas! ¡Así que no me
toques, joder!
La energía en el aire crepitaba con electricidad como una tormenta a
punto de estallar. No necesitaba ver detrás de mí para sentir que el espacio
entre nosotros se reducía. Ahora estaba tan cerca que su calor me penetraba
hasta la carne.
Las llamas detrás de la entidad proyectaron su sombra en el suelo delante
de mí. El corazón se me paró prácticamente en el pecho cuando vi el contorno
del torso de un hombre. Sus hombros y su pecho eran increíblemente anchos y
se estrechaban hacia una cintura ceñida. Todo lo que quedaba por debajo de la
cadera estaba obstruido por mi propia sombra.
Pero lo que era muy obvio era exactamente lo que había estado temiendo...
Y había otra parte más oscura de mí que también lo había esperado.
La sombra tenía un torso humano normal, por lo que pude ver. Pero entre
sus hombros había algo redondo.
La calabaza perdida.
—Adaline. —Mi nombre en la boca del monstruo fue tierno esta vez,
haciendo que se me cortara la respiración—. He estado esperando tu regreso.
Mi amo juró que plantaría tu alma en algún lugar de tu linaje. La última mujer
Moore que vino a mí era dócil, delicada. No tenía una boca como la tuya...
Unos dedos largos y nudosos, con puntas de garra, agarraron la
empalizada a ambos lados de mi cabeza. Luego se arqueó sobre mí, con su
aliento haciéndome cosquillas en la oreja y las llamas que llenaban las cuencas
de sus ojos lamiéndome la sien.
Al igual que el resto del fuego, no dolió. Se sentía... bien.
—Entonces, ¿cómo podrías ser alguien más que mi dulce Adaline?
Giré lentamente la cabeza. Se arqueó sobre mí lo suficiente como para que
pudiera ver la mayor parte de su cara de calabaza. Intenté respirar, pero no
pude.
Era él. Era realmente él.
Jack Calloway.
O lo que el diablo dejó de él.
La cara de la calabaza estaba tallada con esa sonrisa espeluznante, con
dientes gruesos y ojos malvados. Las llamas danzaban desde esos ojos, su boca
y por los lados, sin chamuscar nada.
El caso es que mi miedo disminuía por momentos. Miré más allá de su
amplia sonrisa y profundamente en las llamas crepitantes.
Algo en mi interior que no sabía que estaba ahí se encendió.
Tragué con dificultad.
—No te recuerdo.
—En la muerte, también he olvidado mucho de ti. —Su tono bajó a un
susurro tan aterradoramente maravilloso, como el susurro de mil hojas secas—
. Todo lo que recuerdo es que me perteneces, bruja.
ra tan sensible a mí, y yo ni siquiera la había tocado todavía.
Había esperado tanto que ansiaba saborear su delicioso y flexible
cuerpo. Deslizar mi lengua por su piel flexible. Ver su carne
hincharse y enrojecer en respuesta a la rudeza con la que siempre me había
suplicado que la tomara.
Pero me mantuve firme, luchando contra los oscuros impulsos de reclamar
a mi bruja mientras estaba atada tan dulcemente para mí en las empalizadas.
Como una ofrenda.
Tanto tiempo había pasado en el infierno. Tanto maldito tiempo. ¿Cuántas
décadas habían pasado? ¿Cuántos siglos? Me dolía pensar en ello. No porque el
concepto del tiempo fuera difícil para los muertos, sino porque me llenaba de
una rabia infernal pensar en lo que habíamos perdido.
Los años que podríamos haber pasado juntos. La vida.
Nos lo habían arrebatado de la forma más cruel imaginable.
Ahora todo era... retorcido.
Nos había reunido la magia más oscura. Una magia que tenía un alto precio.
Pero junto con nuestras antiguas apariencias físicas, nuestros recuerdos
también habían desaparecido.
Aun así, nunca olvidaría cuánto me dolía todo mi ser por mi amada bruja.
Debía tenerla. Toda ella.
Su sudor. Su sangre. Sus lágrimas. Sus jugos.
Saborearía cada gota mientras la devoraba.
Entonces reclamaría su alma para poder pasar la eternidad con Adaline.
Pero no dejaría que me odiara. Cuando se estremeciera, sería de éxtasis, no
de miedo. Así que cuando gritó que no la tocara, obedecí.
Quería que me deseara. Muy pronto, la tendría rogando por mis caricias.
¿Cuánto tiempo había pasado desde que una Moore vino a mí? Me había
equivocado, pensando que la última llevaba el alma de mi Adaline. Aterroricé
a la pobre mujer. Apenas la toqué y se quebró.
La Moore que llevaba el alma de mi amada no sería tan frágil.
Si me equivocaba con esta, y esta mujer tampoco llevaba el alma de mi
amado, podría correr la misma suerte que la anterior.
Volví a centrar mi atención en el olor de la chica y aspiré su aroma
profundamente. Olía a magia oscura y latente. A llamas y desgracia. A milagros
impíos arraigados en lo más profundo de sus huesos.
Pero todas habían olido así. Había hecho un trato con el diablo para que le
perdonara el alma y me la devolviera para que un día pudiera reclamarla para
mí.
El arreglo venía con ataduras. Cuerdas tan pesadas que parecían cadenas.
Me había convertido en un monstruo. Un cuento para asustar a los niños.
Lo peor era no saber nunca cuándo volvería o si la había echado
completamente de menos.
Nunca llegaron a la colina. Tenían miedo. Especialmente después de haber
asustado a la última casi hasta la muerte.
Necesitaba probarla para saber que era ella. Los recuerdos se habían
desvanecido, pero nunca olvidaría el sabor de Adaline. No importaba si su
cuerpo era nuevo o si sus pensamientos sobre mí hacía tiempo que se habían
desvanecido de su mente. Aún sabría a esas noches robadas. El juramento que
le había hecho aquella noche en el bosque había quedado grabado en su carne,
sellado con magia ancestral. Estaba atado a su sangre. A su carne. A su alma.
Una probada y lo sabría.
Se estremeció contra mí, su carne rozando la mía. Herejes y fuego del
infierno. Era tan suave. Tan hermosa. Mi fuego había consumido su ropa,
dejando su cuerpo desnudo para mí. Su piel era blanca como la nieve, con una
ligera mancha de pecas. Sus curvas eran pecaminosas y puras a la vez.
Este nuevo cuerpo suyo también era virginal, a juzgar por el olor.
Me acerqué más, acerqué mi cara a su cabello e inhalé. Oh, tener su
pequeño coño apretado alrededor de mi polla. Sentir el latido de su corazón,
acariciándome desde dentro mientras le quitaba la virginidad por segunda
vez. Mis pensamientos oscuros y lujuriosos se volvieron negros como la brea
cuando vi la marca en su mejilla. Su carne estaba roja e inflamada.
Yo controlaba esta tierra en la víspera de Todos los Santos, así que mis
llamas no le harían daño. Pero la inflamación no era una quemadura.
Era la huella de una mano. La de un hombre.
Alguien la había golpeado y la había dejado aquí para que muriera en el
fuego.
Se agitaron recuerdos dolorosos.
Lancé un rugido, y las llamas que envolvían mi cabeza ardieron al rojo
vivo.
Los ojos de Ada se abrieron de par en par, y mi monstruoso rostro me
sonrió a través de su reflejo.
—¿Quién te ha hecho esto? ¿Quién ha tocado lo que es mío?
a ira de Jack sacudió la noche y me lastimó los oídos. Pero no tenía
miedo. Lo cual era una locura. Debería haberlo tenido. Había un
monstruo justo detrás de mí, cerniéndose sobre mí con llamas rodando de su
cabeza de calabaza. ¡Una maldita cabeza de calabaza!
A estas alturas, todo mi miedo se había hecho cenizas. No sabía por qué. Tal
vez porque estaba en estado de shock. O porque aún tenía la esperanza de que
fuera sólo un sueño y me despertara en cualquier momento.
También existía la mínima posibilidad de que esto estuviera ocurriendo.
De que fuera real, de que Jack Calloway poseyera la calabaza y de que yo fuera
realmente el alma reencarnada de mi antepasada... Y de que estuviera
encerrada en las empalizadas, convenientemente desnuda y sin poder huir.
¿Cuáles eran las probabilidades?
La piel se me puso de gallina cuando se desplegó un pensamiento
problemático. Quería que esto fuera real.
Quería ser la mujer de este monstruo.
Quería que matara a Lucas Reed por atreverse a ponerme una mano
encima.
¿Qué tan jodido era eso? Por otra parte, eso era sólo ser una Moore. Todas
éramos masoquistas retorcidas y sexualmente liberadas que necesitábamos
un poco de justicia desde hacía mucho tiempo. Así que cuando se presentó la
oportunidad en forma de hombre calabaza en llamas, ¿cómo iba a decir que
no?
A medida que pasaban los segundos, mi determinación se desmoronaba.
—Yo...
Jack levantó una de sus manos para acariciarme la mejilla inflamada, pero
se detuvo y sus afiladas uñas apenas rozaron mi piel. Su deseo de tocarme era
tan palpable que hacía que el aire se tensara y sofocara aún más que el humo y
el fuego.
—Dime quién te hizo daño, pequeña. Derramaré su sangre y enviaré su
alma a Satán en tu honor. Le arrancaré el corazón y te lo daré a ti, la llama de mi
corazón.
La llama de mi corazón.
Abrí la boca, pero antes de que saliera nada, los tallos de maíz del borde del
huerto de calabazas crujieron. No me habría dado cuenta de que el huerto de
calabazas estaba ardiendo si no fuera porque Jack levantó la cabeza en
dirección al movimiento.
Lo vi un suspiro después.
Lucas.
Pude ver su maquillaje de mierda de Freddy Krueger, que estaba medio
derretido por el calor del fuego, a través de los tallos de maíz. Luego distinguí
los otros ojos que nos miraban boquiabiertos, con la cara blanca como el papel.
Más o menos la mitad del grupo debió de atreverse a volver.
¿Por qué? ¿Por qué habían vuelto?
¿Para liberarme? No... Si les importara una mierda, nunca me habrían
abandonado.
En cuanto se dieron cuenta de que les habían descubierto, echaron a
correr.
Jack se levantó de donde estaba, arqueado sobre mí en las empalizadas, y
dio una vuelta, colocándose frente a mí.
Se me revolvió el estómago al contemplar su cuerpo.
Era alto, por lo menos uno ochenta metros, si no dos. Tenía los hombros
anchos, como delataba su sombra, y los brazos largos, musculosos y con unas
venas abultadas que me hicieron la boca agua. Estaba completamente
esculpido, con pectorales abultados y abdominales bien definidos. La más fina
mata de vello se extendía desde su ombligo y desaparecía dentro de sus
pantalones, que le llegaban hasta las caderas. Eran unos pantalones negros
ajustados, típicos de los hombres de finales del siglo XVII. Los cordones estaban
demasiado tensos para sujetar su virilidad.
Al verme mirándole, el monstruo soltó una carcajada. Las llamas de las
cuencas triangulares de sus ojos saltaron al ritmo de su risa ronca.
—Mira cómo crece el hambre de mi bruja. La pregunta es, ¿qué ansía más?
¿Venganza o mi polla?
¡Ni lo uno ni lo otro! me gritó mi moral al oído.
Ambos, algo más oscuro susurró en el otro.
Como si me hubiera leído el pensamiento, las comisuras de la sonrisa
esculpida del monstruo se ensanchó. Entonces levantó los brazos a los lados,
con las palmas hacia arriba, y con otra carcajada que salió de algún lugar
profundo de su pecho, el suelo retumbó. Un segundo después, unas enredaderas
de calabaza salieron disparadas de la tierra en forma de espray.
Las lianas surcaron el aire, se adentraron en el maizal y tantearon el
terreno durante varios de los segundos más largos de mi vida. Entonces se oyó
un crujido de los tallos y los sonidos angustiados de mis compañeros
rompieron el silencio. Unas cuantas respiraciones después, seis de las lianas de
Jack volvieron con cautivos.
Los levantó por encima de las hogueras más pequeñas que aún ardían y los
mantuvo izados en el aire para que yo los viera, cada una de sus cabezas
colgando a unos centímetros del suelo.
Estaban Chelsea, Derrick, los tres chicos que me habían maltratado en el
maizal aquella noche y Lucas.
La mayoría de ellos estaban demasiado aterrorizados para decir nada, con
los ojos desviados hacia el suelo, negándose a mirarme. Lucas fue el único que
me miró directamente. No a los ojos, por supuesto. Estaba demasiado ocupado
devorando la vista de mi cuerpo desnudo, doblado en las empalizadas.
Jack pareció darse cuenta de la desvergüenza con que me miraba el mayor
de los jóvenes. Otra liana se enroscó alrededor de la garganta de Luc. Sus ojos se
desorbitaron mientras su captor le cortaba lentamente el suministro de aire.
—Tú —gruñó Jack—. ¿Te atreves a mirar lo que es mío? —Hizo rebotar la
liana enredada en el tobillo de Luc, haciéndole balancearse como una piñata—
. ¿Es él quien te golpeó, mi llama?
Dudé. Si decía que sí, sería el final del camino para Lucas Reed.
Merecía morir.
Pero... seguía siendo un asesinato. Por otra parte, si estaba muerto, no
habría ninguna posibilidad de que me hiciera daño de nuevo. No habría
posibilidad de que lastimara a ninguna mujer de la forma en que trató de
lastimarme a mí.
La segunda pausa fue todo lo que Lucas necesitó. Levantó su garra de
Freddy Kruger y la pasó por encima de las lianas que le rodeaban la garganta.
Jack gruñó y, sorprendido, dejó caer a Luc, que se escabulló como una
cucaracha en busca de algo donde esconderse.
—Está bien. Deja que se vaya. Tengo la sensación de que volverá.
Los cinco cautivos fruncieron el ceño, probablemente pensando que
estaba loca. Porque, ¿quién en su sano juicio volvería a la escena de su muerte
cercana, especialmente cuando su posible asesino era un monstruo fantasma
con cabeza de calabaza con mando sobre la tierra y el fuego?
Lucas. Ese era. Ahora que sabía que el fantasma de Jack Calloway existía,
no había duda de que el borracho volvería arrastrándose para ver cómo me
destrozaban. Era un bastardo así de enfermo. Más enfermo que yo. Lo cual era
mucho decir, porque yo era la chica enamorada del hombre del saco con cabeza
de calabaza de Hallow Hill.
—Deja ir a esos dos. —Flexioné un dedo, señalando a Chelsea y Derrick—.
Son buenos.
No iba a darles a estos dos un pase por ser básicamente Suiza entre Luc y
yo. Pero no merecían morir. Chelsea siempre hacía lo que podía para
defenderme. Lo mejor de ella apestaba, pero había que darle a la chica un
sobresaliente por el esfuerzo. En cuanto a Derrick, si no fuera por su
intercepción anterior... Se me revolvía el estómago sólo de pensarlo.
Jack soltó a la pareja. Cayeron al suelo y, sin mirar atrás, se internaron en
la noche.
—¿Qué hay de nosotros, Ada? —balbuceó uno de mis atacantes—. Lucas fue
el que quiso que vinieras aquí esta noche en primer lugar. Él fue quien nos hizo
meterte en el cepo. Él quería verte follada por Cabeza de Calabaza. ¡No
nosotros!
—Sí. Antes nos estábamos divirtiendo un poco.
Mi mirada se endureció y mi barriga se puso tensa. Esperé a que
aparecieran los remordimientos. Pero no fue así.
Cualquier humanidad que me hubiera hecho dudar antes con Lucas se
marchitó y murió dentro de mí. La cosa fue que no tuve que decir nada para
sellar su destino. Su cutre intento de salvar sus culos tuvo el efecto contrario.
Jack levantó las lianas, acercándolas todas a su sonrisa llena de llamas.
Irradiaba violencia, con una sonrisa amenazadora que podría vivir para
siempre en tus pesadillas y un aura hecha literalmente de fuego.
Esto era un monstruo.
Listo para matar.
Todos se encogieron y gimieron mientras colgaban indefensos de las
lianas de Jack, con los rostros teñidos de rojo remolacha por toda la sangre que
les corría por la cabeza. Un tipo se meó encima y la pierna de su disfraz se
oscureció con un líquido acre. Era irónico, ya que iba vestido de diablo.
Aun así, no despertaba compasión. Estaba demasiado hastiada de todos los
años de tormento. Además, era una mujer Moore. No sentíamos mucha simpatía
por la basura de esta ciudad que veía nuestra chispa de luz interior y trataba de
aplastarla. Tenía generaciones de amargura obstruyendo mis venas, haciendo
que mi corazón se ennegreciera.
La única emoción que se encendió fue la satisfacción cuando el áspero
timbre de Jack se volvió demoníaco y retumbante.
—Apenas has alcanzado la madurez. Eres demasiado joven para morir.
Pero tus manos llevan el aroma de mi mujer. ¡Mi compañera!
—Sólo estábamos jugando —balbuceó uno de los chicos. Este no se había
meado encima, pero parecía a punto de vomitar.
La cabeza de calabaza de Jack giró en mi dirección.
—¿Qué clase de juego?
Maldita sea. Este espíritu vengativo estaba tan furioso que prácticamente
podía saborear su ira en el aire nocturno. Pero aun así les estaba dando un
juicio justo.
Podría mentir. ¿Lo sabría Jack? Me hizo preguntarme si los dejaría ir
aunque supiera lo que casi habían hecho esta noche.
Decidí que no me importaba lo suficiente como para averiguarlo.
—¿Juego? —Solté una risa amarga—. Curioso. La mayoría de la gente lo
llama intento de violación.
Las llamas que llenaban la cabeza de Jack se apagaron por un momento.
Cuando se encendieron unos segundos más tarde, volvieron como un pálido y
siniestro tono azul.
Un oscuro estremecimiento me recorrió ante la perspectiva de ver a Jack
vengarse de mí.
Me hervía la sangre de odio y sólo sentía una siniestra satisfacción cuando
más lianas de Jack se enroscaban alrededor de las víctimas de su amo y
empezaban a apretarlas.
Balbuceaban y se ahogaban, y lo único que podía hacer era ver cómo les
estrangulaban lentamente la vida.
Puede que nunca consiguieran lo que buscaban esta noche, pero una parte
de mí sabía que al final lo habrían conseguido. Lucas me habría reclamado
primero y luego probablemente les habría arrojado los restos que quedaran de
mí una vez que hubiera terminado.
Así que... no sentí más que un frío alivio cuando cayeron inertes uno a uno
en una corta sucesión, la luz desaparecida de sus ojos.
Estaban muertos.
Se fueron.
Nada más que cadáveres disfrazados.
Jack arrojó sus cuerpos al fuego que se había extendido por el perímetro
del huerto de calabazas.
Sacudió la cabeza y volvió a girar para mirarme de frente. Su sonrisa era
tenue, pero seguía ahí. Siempre estaba ahí.
—¿Ahora me tienes miedo, bruja?
Sacudí la cabeza.
—No. Debería tenerlo. Pero no estoy asustada.
—Acabo de asesinar a tres niños.
—Todos tenían dieciocho años. —Me encogí de hombros—. En realidad,
dos tenían diecinueve. Eran tan tontos que los retrasaron un año. Lo hiciste por
mí, para mantenerme a salvo. Eso no me asusta.
Se hizo un breve silencio entre nosotros mientras Jack me miraba
fijamente, haciendo que me retorciera en la empalizada.
Sus llamas volvieron a ser naranjas, un zumbido crepitante retumbó en su
pecho.
—Por mucho que me guste verte así doblada, no puede ser cómodo.
Mi ritmo cardíaco se aceleró. ¿Me estaba ofreciendo liberarme? Quiero
decir, literalmente acaba de matar por mí. ¿Por qué no iba a querer que fuera
libre? Se suponía que un monstruo como él se aprovecharía de mí y me follaría
con lo que tuviera escondido en esos calzones.
Jesús. ¿Qué me pasaba? Acabo de ver morir a tres personas que conocía
desde la infancia.
Debería haber sentido algo que no fuera... esto.
No sabía muy bien qué era «esto» pero se me metió en el torrente
sanguíneo, se me metió en el corazón y me explotó en el pecho como si me
estallaran cien petardos a la vez.
Mis manos se cerraron en puños temblorosos junto a mi cabeza.
—Quizá debería quedarme encerrada aquí. Yo era quien quería que
murieran. Tú sólo me protegías.
Yo era el que quería que sufrieran.
—No sientas remordimientos. No se lo merecen. Sólo los hombres
despreciables ponen sus manos sobre una mujer sin su permiso. Así que no les
debes lástima.
Tenía razón. No merecían mi compasión. Podían ir disfrazados de
monstruos, pero los disfraces no me habían engañado. Detrás de las máscaras
de goma había monstruos de verdad.
Jack se acercó un paso más, el aire se calentaba más a medida que se
reducía la distancia entre nosotros.
—Pero creo que tienes razón. Creo que deberías quedarte encerrada. Sólo
un poco más.
Tragué saliva, con un nudo en la garganta.
—¿Por qué?
—Creo que sabes por qué. Quieres ver lo que te haré mientras estás
agachada así, desnuda e indefensa. ¿Verdad, Adaline?
—Yo... sí —admití.
Dio otro paso, luego otro, hasta que estuvo justo delante de mí. Entonces se
agachó y quedamos cara a cara. Su cabeza de calabaza estaba tan cerca que, si
tuviera nariz, estaría tocando la mía.
—Voy a mantener mis manos lejos de ti porque eso es lo que me dijiste que
hiciera —dijo en un tono más suave que me llenó de una cálida sensación
difusa.
—No te tocaré hasta que me lo ruegues, bruja.
Y así, el agradable calor que se acumulaba en el bajo vientre se convirtió en
lava, derritiéndome.
Sus lianas me apuntaron, y jadeé cuando una me rodeó el tobillo y subió
por la pierna.
—Pero te daré placer, Ada. Haré que te corras. Luego te liberaré del cepo.
—Su sonrisa maníaca se ensanchó, crepitando siniestramente—. Con una
condición.
—¿Cuál? —Jadeé, gimiendo cuando la punta roma de la liana acarició la
costura de mi centro. Era sorprendentemente suave.
Jack sonrió satisfecho.
—Grita para mí.
na sensación de aleteo recorrió mi vértice. Mi coño ya estaba muy
mojado, aunque las lianas que danzaban sobre mi cuerpo apenas
habían comenzado.
Un zarcillo se enroscó alrededor de mi pecho y me acarició el pezón. Otro
me rodeó la cintura, reflejando la actitud posesiva de Jack.
Me recordó a una película porno con tentáculos que vi una vez. Sólo que
sin el rompecorazones del siglo XVII que se entregaba al diablo para salvar a su
amante y obtenía una cabeza de calabaza y tentáculos por su culpa.
Mientras las lianas de Jack me acariciaban los labios, mi coño palpitaba de
necesidad. Estar cachonda no era exactamente algo nuevo para mí.
Yo era virgen, pero no era una santa.
Era una chica de dieciocho años con conexión a Internet. Me había
comprado un vibrador en mi cumpleaños, y Señor, había visto algo de acción
desde entonces. Así que no era ajena a los orgasmos. Pero esto ni siquiera estaba
en el mismo universo en cuanto a mis experiencias sexuales. Estaba fuera de mi
alcance. Había pasado de ser el primer vibrador de una chica a una monstruosa
polla.
La lujuria que llenaba mis venas, haciéndome sudar y retorcerme, era
demasiado para concentrarme en otra cosa. Estaba tan perdida en mi
necesidad de fricción que todas mis inhibiciones se perdieron en la bruma y el
humo.
Por un momento, me permití creer que Jack Calloway era real y que era
mío.
Cuando la liana se deslizó por mis pliegues para frotar círculos burlones
alrededor de mi clítoris, solté un suave
—Oh.
Recorrí mis caderas, intentando que aplicara presión en el lugar por el que
seguía bailando.
—P-por favor.
Jack se echó a reír y cambió el movimiento de la liana para que diera largas
pinceladas sobre mi costura, tocando cada centímetro de mi sensible piel,
desde el clítoris, pasando por mi abertura, hasta el apretado anillo de carne de
detrás. Cada vez que pasaba por un agujero, me tensaba, preparándome para
la penetración.
Gemí con fuerza mientras él me acercaba a esa promesa de liberación.
—P-por favor —volví a decir mientras apretaba los muslos, intentando
atrapar la liana cuando pasaba por mi entrada.
Grité cuando tiró hacia atrás y me azotó la nalga.
Jack inclinó su cabeza de calabaza mientras se acercaba.
—Vas a tener que hacerlo mejor que eso. ¿Quieres ser llenada por el único
macho capaz de follarte sin quemarse?
Asentí frenéticamente. La cabeza redondeada de la enredadera se hundió
en mí en la siguiente respiración jadeante.
Las llamas de Jack ardían más con su sonrisa.
—Buena brujita. Tómalo. Toma todo lo que tengo para darte.
Otra liana me rodeó el muslo, mordiéndome la piel lo suficiente como para
resultar placentera, y abrió más mi postura. Fue muy despacio. Debía saber que
era mi primera vez porque fue insoportablemente suave.
Me perdí en el fuego de los ojos de Jack mientras me hacía entrar en la
locura.
Jack me observaba atentamente, con esa sonrisa permanente en la cara,
mientras la liana de calabaza se deslizaba más profundamente dentro de mí,
trabajándome tan lentamente que era casi doloroso. Lo apreté, tratando de
forzar más su longitud dentro de mí.
—Más. Dame más.
—Una cosita tan lujuriosa —dijo con una risita ruidosa, las llamas
parpadeando ante el sonido—. Tan insaciable.
Mientras reía, sus músculos se flexionaban y su piel empapada en sudor
brillaba bajo el ominoso resplandor de la luz del fuego.
Quería tocarlo. Explorar su cuerpo extrañamente exótico, recorrer con la
lengua cada vena abultada y cada trozo de músculo. Me mojaba más solo de
pensarlo.
—Oh, Jack.
Se aquietó, el apéndice invasor se congeló dentro de mí.
—¿Por qué te detuviste?
Su mirada parpadeó mientras exhalaba bruscamente.
—Dilo otra vez. Di mi nombre. —Volvió a acariciarme desde dentro, la
enredadera aceleró su ritmo.
—Jack.
Se inclinó hacia delante y apoyó una mano en el marco de madera de la
empalizada, como si oír su nombre en mi boca fuera algún tipo de experiencia
espiritual.
—Oh. Joder. Ada.
Había tanto afecto rebosando en su voz infernal.
Esto era real. Realmente era el fantasma de Jack Calloway, y estaba
totalmente convencido de que yo contenía el alma de su amante. ¿Qué haría si
decidiera que no era así?
No esperaba un monstruo fantasma con cabeza de calabaza de
cuatrocientos años, pero sabía que era mala idea follarse a uno. Especialmente
cuando pensaba que eras otra persona.
Estaba jugando con fuego. Literalmente.
Aun así... no podía preocuparme lo suficiente como para parar esto.
Estaba borracha de lujuria. Mis inhibiciones debieron arder en el fuego como
mi ropa.
Necesitaba llevar esto hasta el final. Algo más grande que todo lo que había
sentido antes me empujaba a arrojarme al fuego para ver qué surgía de las
cenizas.
Mis paredes se tensaron y apretaron en torno a la liana y... oh, Dios. Un
segundo zarcillo se deslizó hacia el interior para unirse al primero,
estirándome, ambas lianas empujando a profundidades alternas, una dentro,
otra fuera. Más rápido, más profundo. Penetrando a un ritmo que se había
convertido en un castigo.
Joder.
Estuvo bien.
Casi demasiado bueno.
Grité, tragando bocanadas de aire caliente con la esperanza de aliviar el
ardor de mis pulmones.
Mis ojos se cerraron mientras me preparaba para las olas de mi clímax.
—No me quites los ojos de encima —me ordenó Jack, agarrando con la
mano la plancha de madera que tenía cerca de la cabeza con tanta fuerza que
la hizo crujir.
No me gustaba obedecer órdenes. Especialmente cuando venían de un
hombre. Pero Jack era diferente. Era un monstruo, uno cuyas enredaderas se
habían enraizado dentro de mí y atravesado mi corazón en su camino para
recuperar mi alma.
Aquí estaba yo, en medio de un huerto de calabazas, con el culo desnudo,
encerrada en unas malditas empalizadas medievales con un hombre muy
excitado con cabeza de calabaza, follándome hasta los sesos con sus lianas
mágicas de calabaza.
Y yo devoraba cada maldita cosa que me daba.
Así que obedecí, clavando mi mirada en la suya, llena de brasas.
Completamente hipnotizada.
—Eso es —canturreó. —¿Vas a ser una buena brujita y gritar para mí?
Llevó una tercera liana de calabaza a mi centro, apretándola contra mi
clítoris.
Cristo. Estaba aplicando la cantidad perfecta de presión.
Grité con mi liberación, el sonido se convirtió en gemidos mientras él me
elogiaba con un suave:
—Buena chica.
Volví a gritar cuando se enroscó dentro de mí para golpear un punto que
me hizo ver estrellas.
Mis piernas se volvieron gelatina y casi agradecí que la empalizada me
sostuviera.
Jack soltó una carcajada ronroneante que hizo que sus llamas se volvieran
blancas y luego anaranjadas. El calor de su rostro calentó el mío.
Cuando me quitó la enredadera de calabaza, con un embarazoso ruido de
humedad, grité por la pérdida.
La enredadera se elevó hasta quedar frente a mi cara. Estaba cubierta de
tantos jugos míos que goteaban por su piel verde oscura.
—Mira lo necesitada que estás, la llama de mi corazón. Me pregunto a qué
sabrás.
Una lengua larga y carnosa salió de la boca de la calabaza y se enroscó
alrededor de la liana. Era tan larga que la rodeó varias veces. Luego volvió a
meter la lengua en la boca y soltó un zumbido profundo y repleto de placer.
Como si fuera lo mejor que se hubiera metido en la boca.
—¿Qué sabor tengo? —La curiosidad hizo que la pregunta saliera de mis
labios antes de que pudiera contenerla.
Un gruñido profundo y satisfecho resonó en su pecho.
—Exactamente como lo recuerdo.
i bruja sabía a magia negra y a pecado.
Había olvidado tantas cosas de nuestra vida pasada, pero nunca
olvidaría el sabor de su fruta prohibida.
Era ella. Ya estaba seguro antes, pero su sabor lo confirmó. Esta era la
hembra Moore que llevaba la alma de mi bruja.
Dioses. Me dolía reclamar su boca. Sus labios eran tan carnosos, tan
perfectamente follables.
Le acaricié la mejilla con el pulgar. Sus pestañas anaranjadas se agitaron,
dejando caer las lágrimas que allí se acumulaban.
Fuego del infierno y herejes. Era tan condenadamente hermosa.
—Ardes tan brillantemente para mí, la llama de mi corazón.
Sus ojos llenos de lágrimas se abrieron de par en par al oír mis palabras. Su
cuerpo aún temblaba mientras las últimas oleadas de su orgasmo la bañaban.
—Jack...
Me palpitaba la polla de volver a oír mi nombre en su boca.
—Por favor. Tócame.
Por fin. Fue una agonía contenerme. No quería nada más que liberar mi
hambre y tomarla aquí mismo en las empalizadas.
Luché contra la oscura voz de mi cabeza que me instaba a reclamarla con
fuerza y rapidez. Había esperado demasiado por esta noche para que
terminara tan pronto.
Yo sacaría esto.
Para cuando estuviera listo para alimentarla con mi polla, la tendría
retorciéndose, gritando por ella.
Pasé un dedo por debajo de su barbilla y levanté su cabeza para que sus
ojos se clavaran en los míos. No tenía labios para besarla, así que le di mi lengua,
haciendo un ademán.
Sus pequeños latidos se agitaron mientras observaba cómo mi lengua
serpenteaba lentamente desde mi boca tallada. Era gruesa, viscosa y parecía
más un tentáculo que una lengua.
Sus ojos se abrieron tanto que pensé que el monstruoso apéndice podría
haberla asustado. Un momento después, esa preocupación se esfumó cuando el
aroma de su excitación llenó el aire.
Sus párpados se volvieron pesados por la lujuria y se humedeció los labios.
—Jack, por favor —volvió a decir—. Tócame.
Solté una risita tan suave como sus adorables súplicas. Mi lengua se deslizó
por sus labios y luego le hurgó en la boca. Como una buena chica, se abrió para
mí.
Mi lengua se arremolinaba alrededor de la suya, haciéndole cosquillas y
giros, y luego cambiaba de movimiento y se deslizaba y acariciaba cada
centímetro de piel, sin dejar nada sin tocar. Quería darle una idea de lo que esta
parte de mí podía hacer. Cómo podía complacerla sin poner un solo dedo sobre
su cuerpo.
El beso fue obsceno, ruidoso y frenético.
Mantuve su boca prisionera hasta que tembló por la necesidad de oxígeno.
Su pecho se agitó violentamente y le apreté los pechos con las lianas que aún
tenía enroscadas. Con las lianas de calabaza, no era lo mismo que tocarla.
No podía sentir su piel, pero aún podía disfrutar de la visión de sus suaves
montículos tiñéndose de vibrantes tonos rosas y rojos mientras cortaba
lentamente el flujo sanguíneo de ellos. Poco a poco, apliqué más presión,
observándola atentamente para asegurarme de no causarle ningún daño.
—¿Te duele, brujita?
—S-sí. Pero joder. Es bueno. Duele tan bien. Quiero más.
—Dime exactamente lo que quieres, bruja, y puede que te complazca.
—Quiero que me toques.
—Tú lo has dicho. Sé específica.
—Con tu lengua...
Me eché hacia atrás, mis lianas se soltaron de sus pechos y cayeron al suelo.
Dio un pequeño resoplido de frustración cuando dejé de tocarla por completo.
—Suplícamelo.
—Por favor.
—¿Llamas a eso suplicar? Vas a tener que hacerlo mejor que eso, bruja.
Esa pequeña chispa de rebeldía que tanto me gustaba encendió sus ojos.
Luchó contra el cepo, haciendo gemir la vieja madera.
—¡Jack! Necesito que me toques. Necesito que me toques. —Aspiró y
cuando volvió a hablar, su voz era un susurro cargado de electricidad—. Lo
necesito.
Comprendí su urgencia.
Esto era algo más que lujuria y adrenalina impulsándonos el uno hacia el
otro.
Esto era algo más oscuro en juego. Algo que el mismo diablo había
orquestado.
Un gruñido de placer salió de mi garganta. Le dije que la liberaría de la
prisión si se portaba bien y me llamaba a gritos. Y así lo hizo. Pero, por el
delicioso aroma de su excitación, supe que aún no estaba lista para que la
soltara.
Por ella, necesitaba atesorarla. Para cumplir todos sus caprichos y
necesidades de una manera que esta ciudad sin valor nunca podría cumplir.
Para mí, necesitaba saciar un hambre ancestral que sólo ella podía saciar.
Caminé detrás de ella, me arrodillé como si rezara y puse mi cara a la
altura de su abertura.
Siempre habían dicho que yo adoraba al diablo.
Pero no. Era a ella a quien adoraba.
Pasé la mano por la sutil curva de su trasero, tocándola por primera vez. Su
cuerpo se estremeció contra mi palma y un pequeño «oh» salió de ella.
Agarrándole los muslos, separé sus piernas y le di una larga lamida en su
coño chorreante.
No podía poner palabras a lo condenadamente bien que sabía. Como el
cielo. Como el infierno. Como la condenación eterna y la salvación al mismo
tiempo.
No tenía fuerza de voluntad para burlarme de ella como hice con las lianas.
Con su sabor empapando mi lengua, me estaba volviendo salvaje por más. No
podía esperar ni un segundo más.
Ya había esperado una eternidad para sentir su calor a mi alrededor.
Le metí la lengua hasta el fondo y gemí cuando su cuerpo se estremeció de
sorpresa.
Su corazón palpitaba contra mi lengua a través de sus paredes
temblorosas. Lamí cada centímetro de su interior, sin dejarme nada.
La empalizada de madera que la sostenía traqueteó cuando intentó girar la
cabeza para ver lo que le estaba haciendo y resopló cuando no pudo.
Sabía que encontraría al humano que la había colocado aquí antes de que
acabara la noche y le arrancaría el corazón por sus crímenes. Por ahora, ambos
disfrutábamos del oscuro juego que nos ofrecía la vida.
Seguíamos deleitándonos el uno con el otro de formas tan retorcidas que
nuestros momentos de juego habían pasado literalmente a la historia. Había
cosas que el tiempo no podía cambiar.
Ada se retorcía mientras yo lamía y prodigaba su núcleo, invadiendo y
penetrando a un ritmo frenético que la hacía gritar de nuevo.
Empujo con más fuerza, retirándome de vez en cuando para acariciar su
clítoris antes de volver a hundirme en su calor.
Volvió a correrse, cubriendo mi lengua con su dulzura. Le mordí los muslos
con los dedos para mantenerla firme mientras atravesaba las olas del éxtasis.
Su pecho se agitó. Su carne empapada de sudor se tiñó de manchas rosadas
provocadas por el placer, y su cabeza se hundió en el cepo.
Estaba cansada. Lástima que ni siquiera estaba cerca de terminar con ella.
Esto era sólo el principio.
Alcancé el candado que la mantenía encerrada en el tosco dispositivo y lo
arranqué de un tirón. Luego arranqué de cuajo el listón de madera que cubría
su cabeza y lo tiré.
Era libre.
Al estirarse al máximo, sus ojos apenas llegaban al borde superior de mis
abdominales. Tan pequeña. Fácil de romper si no tenía cuidado.
—¿Y ahora qué? —preguntó.
Me incliné hacia ella tan bruscamente que tropezó con el trozo roto de la
empalizada y cayó de espaldas.
Inclinándome sobre ella, me reí.
—Ahora te hago pagar por todos esos años que me hiciste esperar. Todas
esas Vísperas de Todos los Santos, en las que nunca viniste por mí. Así que
arrástrate tan rápido como puedas a través de mi huerto de calabazas,
ratoncito de campo. Igual te atraparé.
Bajé la mano y me agarré el bulto, duro como una roca, que me oprimía los
calzones.
—Y cuando lo haga, voy a abrirte en canal y reclamar tu alma... y lo que se
derrame.
orrí a través del campo de calabazas en llamas con el corazón
latiéndome salvajemente en la garganta.
El fuego seguía quemando el huerto, pero éstas permanecían intactas. Lo
único que sus llamas habían devorado era mi ropa, excepto mis zapatos. Mis
Vans a cuadros blancos y negros estaban chamuscadas pero casi intactas.
Sus suelas de goma golpeaban el suelo, levantando tierra mientras yo
corría más rápido que nunca.
¿Por qué corría tanto? Quería que me alcanzara.
Había tenido una pequeña muestra de lo que sus vides podían hacer. Y esa
lengua... Santo cielo. Todo mi cuerpo palpitaba ante el recuerdo tan fresco de
cómo su lengua había bailado sobre mis labios, llenado mi boca, enroscado
dentro de mí.
Toda esta noche fue una locura. Si esto era un sueño, no quería que
terminara.
¿Y si no lo era...? Bueno... las cosas no podían volver a ser como antes. Gente
murió esta noche. Incluso si todo volviera a la normalidad, ¿cómo podría volver
a la escuela y fingir que nada de esto sucedió?
Sería imposible. No podía olvidar que mis compañeros, los que habían
sobrevivido, me habían dado por muerta.
No podía fingir que no me había enamorado del monstruo de mi cuento
favorito.
Tal vez por eso estaba corriendo.
Quería que me persiguiera. Quería que cuando me atrapara estuviera tan
hambriento que cumpliera todas sus oscuras promesas.
Llevara o no el alma de la Adaline Moore original, me daba igual. Estaba
enganchada a la fantasía de que pertenecía a él.
Porque estaba malditamente desesperada por encontrar un lugar al que
pertenecer.
Tal vez ese lugar estaba en los brazos de Jack Calloway.
No tenía ni idea de qué tipo de polla poseía una criatura como él. ¿Sería
humana? Lo dudaba. Una cosa era segura, iba a ser más grande que el miembro
masculino medio. Con la curiosidad prácticamente comiéndome vivo, eché un
vistazo por encima del hombro para ver lo cerca que estaba el monstruo.
No debería haber mirado.
Mi pie se enganchó en una calabaza y caí de bruces al suelo. En cuanto mis
manos y rodillas tocaron el suelo, unos tallos de calabaza, como el que me había
arrancado, surgieron de la tierra y me apresaron las muñecas y los tobillos.
Grité de asombro cuando me izaron en el aire y me voltearon hasta que mi
espalda se elevó varios metros del suelo, panza arriba. Las lianas me tensaron
las extremidades.
Me sentí como un pequeño insecto atrapado en una tela de araña.
Totalmente indefensa. A punto de ser la comida de otra cosa.
Entonces, ¿por qué me rugía el pulso en los oídos? No por miedo. Por
excitación.
Quería que me comieran.
Jack atravesó un muro de llamas, parecía un demonio del infierno
mientras el humo se retorcía alrededor de sus piernas. Se me aceleró la
respiración cuando se cernió sobre mí, ladeando la cabeza de calabaza
mientras su sonrisa tallada se volvía sádica.
—Te atrapé —dijo con un gruñido bajo.
La tensión sexual no podía ser más fuerte.
—Te dejé —respiré.
—Entonces eres una cosita tonta. Como una polilla a una llama, en tropel a
su propia destrucción .
Mi sexo palpitó ante la inflexión de su voz, áspera por el hambre y llena de
dolor.
—No te tengo miedo.
Cada músculo de mi cuerpo se contrajo cuando se acercó hasta situarse
entre mis piernas abiertas. Extendió su enorme mano y me acarició el centro
posesivamente.
—Deberías tenerlo. Mira lo que ha pasado por amarme. Una maldición de
siglos que ha asolado a toda tu familia. Ahora que estamos juntos de nuevo, no
soy el mismo. Estoy retorcido por la magia oscura.
Mi sangre se calentó, prácticamente cantando por mis venas.
—No me importa. Te deseo.
—Dilo otra vez. —Sus dedos se enredaron en los rizos de mi vello púbico, y
la reverencia de sus dedos me pilló desprevenida.
¿Cómo podía un monstruo aterrador como él ser tan... tierno?
—Te deseo, Jack. Te deseo tanto que duele.
Al igual que la brisa, su comportamiento cambió radicalmente.
Murmuró algo en un lenguaje demoníaco y las lianas se aflojaron un
instante después, bajándome a la altura de sus caderas. Con una mano me
acarició el culo y palpó mi carne flexible, haciendo una mueca de dolor con su
agarre repentinamente magullado, tirando de mí para acercarme más. Con la
otra mano me frotó la costura, suave pero firmemente, mientras esparcía mis
jugos.
—Aún no estás lista para mí —dijo—. Si te follo ahora, te partiré por la
mitad.
Me estremecí de oscuro placer.
—Rómpeme entonces.
—Tu ansia por mí es agradable. Después de todo este tiempo, cuando la
magia malvada ha torcido mi apariencia, aún me deseas. Eres verdaderamente
mía. Mi descarada brujita. Cómo he echado de menos tu llama. Tu cuerpo. —
Inclinó la columna y colocó su torso sobre el mío, de modo que sus ojos
ardientes llenaron mi visión mientras dos de sus dedos me llenaban el coño.
En lugar de meter y sacar los dedos con el movimiento de su brazo, la mano
que me acariciaba el culo me mecía, despacio al principio e impulsándome
cada vez más. Me balanceé sobre las lianas, de un lado a otro, mientras la
gravedad hacía la mayor parte del trabajo al levantarme de sus dedos y luego
volvía a bajar, jadeando cada vez que nuestros cuerpos se encontraban.
El ritmo era increíblemente perfecto. Mis nervios se encendieron con la
forma en que Jack me llenaba, cómo me estaba complaciendo de una forma que
atraía todos mis sentidos. El calor del fuego, la brisa que soplaba en mi pelo
mientras navegaba por el aire... Su rico aroma a tierra y humo llenaba mis fosas
nasales cada vez que me balanceaba hacia abajo.
El sabor de la magia oscura que lo hacía posible se me agolpaba en la
lengua, y mis paredes se estrechaban alrededor de él cada vez que sus dedos me
penetraban, como si tratara de mantenerlo dentro un poco más.
—Tu coño está tan resbaladizo para mí. —Su lengua se deslizó desde su
boca abierta y lamió un camino desde mi ombligo hasta mis pechos—. Los
recuerdos están volviendo, Ada. Verte abrirte así para mí me permite recordar.
La forma en que el sudor perla tu piel. El dulce aroma de tu excitación. La forma
en que tus pezones se fruncen como cerezas cuando hago esto... —La punta de
su lengua lamió mis pezones, sorbiéndolos ruidosamente. Se echó hacia atrás y
el tentáculo desapareció en su cabeza.
Emitió una risita grave.
—Recuerdo cómo siempre te esforzabas por estar callada cuando te
follaba en el bosque. Temíamos que el pueblo descubriera las profundidades
de nuestra maldad, así que a menudo tenía que amordazarte metiéndote la
ropa interior en la boca.
Su voz bajó a un susurro serpenteante.
—Siempre te mojabas tanto cuando hacía eso.
Cuando volví a bajar, enganchó un brazo bajo mi muslo y me mantuvo
quieta, inmovilizándome a su alrededor.
—Ahora, puedes gritar tan fuerte como quieras. Pero si esto hace que te
mojes más, puede que seas capaz de aguantar mi polla.
Otra liana se deslizó por mi hombro y serpenteó lentamente alrededor de
mi cabeza hasta taparme la boca por completo. Dio un paso atrás y se rio
cuando intenté acercarme para recuperar el calor que le faltaba.
Cuando bajó la mano para tirar de los cordones de sus calzones, me di
cuenta de que se había colocado de modo que yo pudiera ver exactamente lo
que estaba a punto de follarme.
Cuando pasó los cordones por el último remache, se bajó los calzones y
liberó su polla. Con el puño en la base, sonrió sádicamente mientras yo
contemplaba la monstruosidad que tenía entre los muslos con los ojos muy
abiertos. Era de color marrón claro, casi verde. El tronco empezaba grueso,
luego se estrechaba y se curvaba ligeramente hacia arriba, como el tallo de la
calabaza más grande conocida por el hombre.
Empecé a temblar de expectación. No es que tuviera miedo de tomarlo,
como lo tendría cualquier otra persona en mi lugar. Este pueblo me había
convertido en una persona tan desconfiada. No confiaba en ningún maldito
humano vivo.
Pero le confié todo a este monstruo. Mi vida. Mi cuerpo. Mi alma.
Y me sentí tan bien.
—Mírate. Toda atada. Tan mojada y necesitada, lista para que tu monstruo
se arrastre desde las llamas del infierno y te folle. ¿Es eso lo que quieres, Ada?
¿Qué te folla?
Un gemido hinchado brotó de mí, amortiguado por las lianas que cubrían
mi boca.
Jack sonrió satisfecho.
—Tomaré eso como un sí.
Lo siguiente que recuerdo es que las lianas me voltearon y me pusieron de
rodillas en el suelo.
Las lianas me doblaron los brazos a la espalda y me abrieron las piernas
manteniendo los tobillos inmovilizados.
El suelo tembló cuando Jack se arrodilló detrás de mí. Me agarró por la
nuca y me inclinó suavemente hacia delante hasta que la tierra fría se encontró
con la carne caliente de mi mejilla.
Me va a coger por detrás.
La postura me recordó a los bochornosos vídeos de bondage que había
visto en Internet, en los que la mujer estaba atada con una cuerda de seda roja
y colocada en posturas precarias. Shibari, creo que se llamaba.
Apenas podía moverme. Y eso me hizo mojarme aún más.
Agarrando la carne de mis caderas con una mano, Jack se apretó contra mí.
Se me cortó la respiración. Había tanta promesa en el calor que acariciaba mi
interior.
Los muertos, los fantasmas, cualesquiera que fuesen las entidades oscuras
que nos observaban esta noche tenían que estar agarrándose las malditas
perlas al verme de rodillas, boca abajo en la tierra, amordazada y atada con un
monstruo con cabeza de calabaza a punto de quitarme la virginidad.
Casi no culpo a Lucas por querer ver esto.
Nunca me había sentido tan perversamente hermosa.
Moví las caderas, tratando de incitar a Jack a penetrarme porque se estaba
tomando su maldito tiempo. Lo único que conseguí fue una risa cruel que me
recorrió el trasero.
—Mira cómo se retuerce mi bruja. Tan pequeña y delicada, tan ansiosa por
ser quebrada.
No me jodas. Su voz era tan oscura y gutural que me subió por la espina
dorsal y me rodeó la garganta, encerrándome en una asfixia que sabía que
duraría mucho después de ese momento.
Nunca me había excitado tanto. La euforia que me inundaba era tan
abrumadora que me daba vueltas la cabeza.
—Sabes que estoy a punto de reclamar mucho más que tu coño, ¿verdad,
Adaline? El coste de juntarnos de nuevo fue grande. No seas tan tonta como para
pensar que fui el único en pagar el precio. Una vez que te reclame, no habrá
vuelta atrás a tu vida humana normal.
No hay vuelta atrás. Mi mente palideció. Donde debería haber habido una
punzada de miedo, o al menos dudas, no había ninguna. No tenía que pensar en
ello. No tenía ninguna duda sobre lo que tenía que hacer porque apenas tenía
una vida aquí, así que no tenía sentido siquiera considerar elegir mi vida antes
que la de Jack.
Aquí no tenía vida. Era miserablemente aburrida, tan sofocante que
quería gritar. Y lo peor era que estaba sola.
Esto era lo contrario. Por primera vez, me sentí viva, caliente y brillante,
como una llama a la que se le ha cortado el oxígeno durante tanto tiempo que ha
olvidado que alguna vez había ardido.
La mano de Jack me agarró posesivamente por la cadera mientras
inclinaba la suya, deslizando su polla palpitante por mis pliegues resbaladizos.
—Última oportunidad para cambiar de opinión, bruja.
Aflojó las lianas lo suficiente para que pudiera hablar. Incliné la cabeza y
le miré por encima del hombro.
—Te elijo a ti.
uando te quemaron en la hoguera, pensaron que te enviaban al
— infierno. —El apretón de Jack se convirtió en moretones en mi
carne, arrancándome un lujurioso maullido de la boca. Se rio, profunda y
gutural, haciendo estallar lenguas de fuego de sus rasgos faciales tallados—.
Pero tú, pequeña bruja, debes atravesar las puertas negras por tu propia
voluntad.
Mi corazón se aceleró cuando se detuvo con la cabeza de su polla
deslizándose por mis pliegues unas cuantas veces antes de alinearse con las
caderas echadas hacia atrás, listo para llenarme.
Pero no lo hizo. Me estaba dando otra salida.
—Jack. Fóllame, maldita sea.
Antes de que la frase saliera completamente de mi boca, empujó su
longitud dentro de mí con un rápido golpe de cadera. Era manejable al
principio, pero se hacía más gruesa cuanto más me alimentaba.
Mis músculos sufrieron espasmos de éxtasis. Era el paraíso y el infierno al
mismo tiempo. Gozo doloroso y tormento delicioso.
—Oh, Dios. Ahhg!
Me dio una palmada en el culo lo bastante fuerte como para que viera las
estrellas.
—Aquí no hay Dios, bruja. Nos abandonó a los dos hace mucho tiempo. Si
quieres gritar otro nombre que no sea el mío, clama al diablo. Él es el único que
ha mirado nuestra unión y ha sonreído.
Temblé mientras las palabras pecaminosas y el humo acre envolvían mi
mente en una neblina desorientadora.
El gruñido primitivo de Jack sacudió todo mi mundo. Se arqueó sobre mí y
me rodeó el cuello con las garras; sus dedos eran tan grandes que sus uñas se
clavaron en mi tráquea.
Entonces, Jesucristo, empezó a entrar y salir, haciendo que me estirara y
tomara cada glorioso centímetro de su tallo.
Sus garras me mordían la carne mientras empujaba, cada golpe más febril
que el anterior. Cuando dijo que podría romperme, no bromeaba. Su masa era
tan gruesa que el dolor era casi cegador. Pero la curva única de su polla pulsaba
ese botón dentro de mí cada vez que me llenaba hasta el borde.
Su eje palpitaba y se hinchaba, en el centro. Joder, ¿qué era eso?
No podía preguntar. Todo lo que podía hacer era abrazar su forma única,
aferrándome a él para salvar mi vida mientras cabalgaba entre sus punzantes
embestidas.
El dolor se transformó en ardiente placer.
Gemí y gemí, babeando cuando las lianas me cortaron la boca. Los sonidos
eran más animales que otra cosa. Por otra parte, con Jack me sentía más como
un monstruo que como un ser humano.
Este pueblo se había pasado toda mi vida demonizándome. Era lógico que
acabara siendo atacado por uno de ellos.
Los dedos de mis pies se enroscaron en el suelo. Respiraba
entrecortadamente. Quería que me devorara. Que me utilizara. Que me llevara
y me arrastrara al infierno. O tal vez no volveríamos.
Cada vez que se abalanzaba sobre mí, me enterraba hasta la empuñadura.
Cuando se retiró, me quedé vacía y, al instante siguiente, su glorioso calor
volvió a llenarme con otra sacudida de sus caderas.
Su ritmo era desigual y desesperado, pero su voraz cadencia no hacía más
que humedecerme aún más. Mis paredes internas se tensaron cuando Jack se
inclinó hacia delante, pasándome la lengua por la espalda hasta trazar la cresta
de mi columna.
Mis nervios se dispararon con la ridícula cantidad de sensaciones que
Jack vertió en mi cuerpo.
Estuve tan cerca. Tan cerca.
Empezó a penetrarme tan salvajemente que el golpe de carne contra carne
llenó el aire. Intenté mover las caderas para responder a sus embestidas, pero
sus lianas y sus manos seguían sujetándome. Esto era mucho para ser mi
primera vez. Y era perfecto.
Era tan enérgico. Tan codicioso. Tan monstruoso. Sin embargo, había amor
en su brutalidad cuando me empujaba al borde de la ruptura, pero me
mantenía tambaleándome, cuidando de mantenerme a salvo y entera mientras
me hacía pedazos con las mismas atenciones que me mantenían a salvo y cerca.
Jack me rodeó con la mano y su dedo se deslizó entre mis pliegues para
frotarme el clítoris en pequeños y tortuosos círculos. Para alguien que no había
tenido sexo en cuatrocientos años, su precisión era impresionante. Apoyé la
cara en el suelo y grité mi liberación.
Las lianas se apartaron de mi cara y, de repente, Jack me agarró del cabello
y me echó la cabeza hacia atrás, de modo que mi grito llenó la noche.
Mientras mi cuerpo se convulsionaba y se retorcía, me penetró una, dos y
tres veces más. Sus músculos se tensaron. Gimió en mi oído, con las llamas
rozándome la carne y chamuscándome el cabello. Esta vez, las llamas dolían.
Pero el dolor mezclado con el éxtasis hicieron que el clímax fuera
siniestramente dulce.
Una cálida explosión de líquido brotó de mi interior. Era tanto que sentí
que rezumaba por el muslo y se encharcaba en la parte interior de mi rodilla.
—Qué brujita tan buena. Qué niña tan buena —gruñó Jack, rodeándome
con los brazos y acercándome a mí mientras las enredaderas de calabaza se
desenrollaban de mí y se retiraban a la tierra.
—Y tú eres toda mía, Adaline Moore. Con alma y todo.
dónde vamos? —murmuró mi bruja con la voz más adorable, tan
— pequeña y soñolienta. Miré hacia abajo, donde estaba
acurrucada en mis brazos.
—A un lugar que siempre nos ha acogido. El bosque.
Sus mejillas pecosas se sonrojaron.
—¿Y qué vas a hacer conmigo allí?
—Lo mismo que siempre he hecho contigo en el bosque, Adaline.
El tono rosado de sus mejillas floreció en toda la extensión de su piel en un
rubor de cuerpo entero.
—Ah, así que recuerdas algo de nuestra vida pasada.
—No me acuerdo —confesó, con las pestañas batiéndose al levantar los
ojos hacia los míos—. Pero hay historias sobre las cosas que le hiciste a ella y a
mí.
—¿Y qué opinas de esas historias?
—Para los otros niños que crecían, eran una pesadilla. Eres el brujo
pervertido que corrompió a Adaline Moore.
Era más exacto decir que era ella quien me había corrompido. No
recordaba mucho de nuestra vida anterior, pero sí aquella sonrisa suya, con
todos sus secretos escondidos en la comisura de sus labios perfectos. Recuerdo
la primera vez que la vi.
No recordaba su cara con exactitud. Pero esas espesas pestañas
anaranjadas que reinaban en sus suaves ojos verdes quedaron grabadas en mi
mente para siempre. Luego estaba su sonrisa, que me tenía completamente
hechizado. Se me había metido bajo la piel, arraigando en mi corazón, donde ha
permanecido hasta hoy.
Se mordió el labio inferior.
—Para mí, tú eras el príncipe del cuento. Cursi, ¿verdad?
Si hubiera podido parpadear, lo habría hecho.
—¿Cursi?
—Oh. Cierto. Olvidé que estoy tratando con un fantasma centenario. —Me
sonrió tímidamente. Era curioso cómo en un momento podía ser tan feroz, sus
ojos brillando con desafío mientras se agitaba sobre mi polla. Y al siguiente se
mostraba tan tímida. Si no recordaba mal, sólo se ponía así cuando estaba
cómoda. Ver el lado vulnerable de mi pequeña llama era un regalo que había
que ganarse.
—Como tonto, supongo. No estoy seguro de lo que eso significaba en tu
época.
—Cuando yo vivía, tonto significaba «dichoso» o «feliz». Unos dos siglos
después, el significado cambió a «falto de razón» o estúpido. Y la idea de que yo
sea un príncipe es tonta, Adaline.
Ella aspiró un pequeño suspiro a través de sus dientes apretados.
—¿Cómo... cómo sabes eso?
Oh. Así que ella no sabía... bueno. No era demasiado sorprendente. Su
sangre era potente y llevaba el aroma de su magia. Pero su conocimiento de
brujería parecía haberse perdido en algún lugar a través de los siglos.
Podría haber sentido la magia oscura en mi aura, pero dudo que pudiera
discernirla lo suficiente como para saber exactamente qué retorcía mi forma y
me mantenía animado.
—Hice un trato con el diablo. Mi alma a cambio de salvar la tuya. Ahora
pertenezco a Satanás, Adaline.
Levantó la mano y me acarició la cabeza con sus delicados dedos.
—¿Por eso tienes este aspecto?
Bueno, que me jodan. No estaba asustada. Ni siquiera cuando lentamente
se dio cuenta de que no era sólo mi forma física la que había sido deformada
por el trato que había hecho.
—Sí.
Su corazón latía tan fuerte que prácticamente podía saborearlo en mi
boca, y su excitación era tan fuerte que se pegaba al aire a su alrededor como
un perfume. Joder. Tuve que hacer todo lo que estaba en mí para no clavarla
contra el árbol más cercano y enterrarme dentro de ella.
—¿Qué pasa cuando sale el sol, Jack?
—El velo entre los vivos y los muertos se espesa una vez más, y debo
regresar al Infierno.
—¿El infierno? ¿Te gusta estar allí?
—Me gustaría más si estuvieras allí conmigo.
Sus pestañas se agitaron.
—¿Vas a llevarte todo de mí contigo o sólo mi alma?
—Me llevaré todo. Si eso es lo que eliges.
—Ya te he dicho que te elijo a ti.
—Pero ahora sabes lo que realmente soy. No soy el príncipe de tus cuentos.
Soy el villano. Soy el monstruo.
—Si vuelvo, vuelvo a ser una madre borracha y amargada que ha dejado
que esta ciudad apague su chispa. Cuando la miro, es como mirar a mi futuro.
Veo lo que este pueblo le ha hecho. Ellos son los monstruos. —Mi bruja respiró
entrecortadamente—. Creí que irme del pueblo era la solución. He estado
empeñada en graduarme y conseguir dinero suficiente para un billete de
autobús fuera del estado una vez que tuviera mi diploma en la mano. Por eso
acepté la apuesta de venir al huerto de calabazas esta noche. Ahora creo que
era una excusa para venir. Algo había estado tirando de mí.
—Tu alma está ligada a este lugar. Estabas esperando reunirte conmigo.
—Si Satanás es tu dueño, ¿realmente salvaste mi alma? ¿O sólo retrasaste lo
inevitable durante cuatrocientos años?
La pregunta me tomó por sorpresa y me hizo detenerme en seco para
mirarla entre mis brazos.
—¿Y qué es lo inevitable, Adaline?
Sabía a dónde quería llegar y quería oírselo decir. Quería oír su voz
temblar cuando dijo...
—Ese Satanás también será mi dueño.
Un silencio espinoso se instaló entre nosotros. Podía sentir cómo se le
ponía la piel de gallina, y su excitación era más fuerte que nunca.
No pude contenerme ni un segundo más. La tenía en posición vertical y
con la espalda apoyada contra un árbol. Gemí, con la polla crispada mientras
sus piernas me rodeaban la cintura.
—¿Y si tienes razón? ¿Y si, con las prisas por salvarte, me precipité en un
trato con una gran laguna legal? La salvaría. Pero seguiría siendo el dueño.
Mis dedos se flexionaron sobre su cadera, donde la sujetaba, y tiré de ella
hacia mí al tiempo que la mantenía inmovilizada contra el árbol con mi peso.
Eso es lo que había sido toda la noche. Un tira y afloja. Entre el amor y los
impulsos monstruosos. Entre Jack Calloway y la entidad siniestra que llenaba
los agujeros de mi interior que el tiempo y la magia oscura habían carcomido.
—¿Acabaré así?
—No. —Acerqué mi cabeza a la suya. Sus pupilas se dilataron mientras
mantenía una mano aferrada a su cadera y levantaba la otra para pasarle la
punta de la uña por los labios—. Pero arderás, bruja.
Su mirada se ensombreció.
—¿Dolerá?
—No. El fuego ya no puede hacernos daño. Eso era parte del trato. Arderás
como la estrella que siempre has sido. Luminosa, cegadora. Brillante.
—¿Me torturarán? —El peso de la pregunta no coincidía con el tono áspero
de su voz. Y su excitación seguía siendo fuerte.
Esa era mi Ada. Valiente. Atrevida. Malvada hasta la médula.
Hablando de su centro, estaba goteando. Mi agarre se deslizó desde su
cintura y lentamente acarició su centro. Metí mis dedos grandes entre sus
muslos.
Mi sonrisa se crispó.
—Sí. Pero te prometo que te gustará.
—Muéstrame, Jack. —Sus párpados se volvieron pesados por la lujuria—.
Muéstrame cuánto me gustará.
ué me pasaba? Era una pregunta cargada que ni siquiera podía
empezar a diseccionar.
Esta noche ha sido... educativa. Estaba recibiendo bofetadas en la cara con
un montón de duras verdades sobre mí misma. Como que era inmune al fuego y
que me follaran con la lengua en una empalizada me excitaba. Lo mismo que
ser atada con hojas de calabaza mientras un monstruo de dos metros con
cabeza de calabaza me atacaba por detrás.
Y cómo la perspectiva de ir al infierno y convertirme técnicamente en
propiedad del diablo no era un pensamiento tan aterrador.
Estar con Jack se sentía bien. De alguna manera, sabía que ese sentimiento
no desaparecería. No importaba dónde estuviéramos.
A su alrededor, tenía anteojeras. El aura peligrosamente seductora de Jack
y su agarre inflexible me mantenían cautiva.
Sus ojos ardientes atravesaban la noche. Me llenaron de un infierno
cegador de necesidad y asombro.
Descubrir que este monstruo tenía toda la intención de arrastrarme de
vuelta al infierno con él debería haber sido absolutamente aterrador. Pero lo
único que conseguí fue avivar mi atracción radical por Jack Calloway.
Varios segundos se hicieron eternos. Jack no se movió. Mantuvo una mano
entre nosotros, acariciando mi entrada. Sujetándome con la curva posesiva
pero suave de sus dedos. El aire fresco de la noche crepitaba con una tensión
abrasadora y la promesa del placer.
Su cabeza iluminaba nuestros cuerpos, bañándonos en un siniestro
resplandor de luz ámbar parpadeante. Estaba increíblemente en forma, todo
músculos duros y venas abultadas.
Tendió mi cuerpo con delicadeza sobre un gran tronco caído que
descansaba en un pequeño claro, donde la luz de la luna bañaba el suelo del
bosque cubierto de hojas. La luz me cubría con franjas plateadas y sombras
enjutas que se proyectaban desde las ramas desnudas de los árboles.
Jack dio un paso atrás para admirarme y luego emitió un zumbido como si
se le acabara de ocurrir algo.
Me apoyé en los codos y arqueé una ceja.
—¿Qué pasa?
—Me ha venido un recuerdo. Una de mis noches favoritas que habíamos
pasado aquí juntos.
—¿Qué recuerdo?
—La noche que me comprometí contigo. Sellé el juramento con sangre.
Luego vestí tu forma desnuda con la fuerza vital del sacrificio.
Se me cortó la respiración.
—Eso estaba en el cuento. Mataste una cabra y escribiste la maldición de
magia negra en mi piel.
Al principio, pareció sorprendido. Luego echó la cabeza hacia atrás y se
rio.
—¿Magia negra? Difícilmente. Era un hechizo de protección para
mantenerte a salvo desde que insististe en que viviéramos en el pueblo para
estar cerca de tu madre. Ella tenía problemas con la bebida, así que creíste que
era tu deber mantener abierta tu botica en el mercado para pagarle el alquiler.
Todos los hombres de allí te codiciaban, y cuando no podían tenerte, se volvían
crueles.
Las llamas de la cabeza de Jack se apagaron, tornándose de un azul pálido
letal a juego con su timbre.
—Uno intentó llevarte a la fuerza. ¿Te acuerdas?
Sacudí la cabeza. No me acordaba. Pero esta historia seguía resultándome
dolorosamente familiar. Tal vez no era sólo mi alma la que se había
reencarnado. Tal vez era mi vida entera.
—Lo detuviste con tu magia. Cuando me lo dijiste, me enfadé tanto que lo
maté. Nunca encontraron su cuerpo. Nunca descubrieron que fui yo. Cosas así
eran fáciles de ocultar en aquellos días. Fue su sangre la que usé para pintar tu
cuerpo. No la de una cabra.
El porte de Jack se desprendía de él, vivo como sus llamas danzando con
violencia.
El placer que hizo torcer su voz cuando habló de asesinar a aquel hombre
y cubrirme con su sangre debería haber sido enfermizo. Pero santo infierno.
Todo lo que hizo fue encenderme por dentro. Estaba ardiendo. Jadeaba por el
calor.
Había matado por mí en más de una ocasión. Y lo volvería a hacer.
Quería que lo volviera a hacer.
Su tono bajó hasta casi un susurro tan ronco y gutural que se me erizaron
los pelos de la nuca.
—Quédate aquí. No te muevas.
Parpadeé.
—Espera. ¿Adónde vas?
—A cazar.
¿De caza? Me recorrió un escalofrío. ¿Qué significaba eso?
Antes de que pudiera preguntar, ya se había dado la vuelta y había
desaparecido entre los árboles, dejándome sola con la luna como única
compañía.
Había pasado dieciocho años enteros sin conocer a Jack, pero después de
una noche juntos, me había parecido toda una vida. Ahora que se había ido,
volvía a sentirme vacía. Era más difícil lidiar con la soledad ahora que había
probado lo que era tener ese agujero lleno.
Los árboles crujieron y una rama se quebró a lo lejos, interrumpiendo mis
pensamientos. Mi mirada giró en torno al perímetro del claro. No había rastro
de la sonrisa ardiente.
Pero no podía quitarme la sensación de que alguien estaba aquí,
observándome.
Me incorporé y me rodeé el torso con los brazos para protegerme los
pechos.
—¿Quién está ahí?
No esperaba respuesta, así que cuando una risa familiar resonó desde las
sombras, se me heló la sangre. El hombre entró en el claro con el brazo
extendido. Llevaba una pistola en la mano y el cañón me apuntaba
directamente a la cabeza.
Lucas.
e sorprende volver a verme? —Lucas se carcajeó, amartillando el
— gatillo de la pistola con un clic estremecedor.
Era casi gracioso ver cómo el miedo no había sido un factor importante
para mí esta noche. Casi me violan, me meten en el cepo y me prenden fuego.
Follada por un fantasma con cabeza de calabaza.
Pero al mirar por el cañón de esa pistola, una punzada de terror me
atravesó.
No tenía miedo de morir.
Tenía miedo de que este imbécil espeluznante fuera el que me enviara al
infierno y no Jack.
Lucas se había deshecho de su guante de Krueger, lo que parecía una mala
decisión, ya que literalmente le había salvado la vida en el huerto de calabazas.
¿De dónde había salido? ¿Por qué había aparecido después de que Jack me
dejara sola?
¿Nos había estado siguiendo?
Se me revolvió el estómago cuando vi que sus pantalones le colgaban
holgadamente de las caderas con la bragueta desabrochada.
Había tenido razón. Normalmente, me encantaba tener razón. ¿A quién
no? Y en lo que respecta a los Pueblerinos de Hollow Hill, por lo general tenía
razón. No es que fuera difícil predecir sus movimientos, especialmente cuando
apenas tenían dos neuronas para frotar entre todos.
Esta vez, odiaba tener razón.
Había dado en el clavo con mi suposición de que Lucas volvería
arrastrándose. Alguien como él era demasiado estúpido para seguir instintos
básicos de supervivencia. Su obsesión por mí parecía sofocar cualquier atisbo
de razón que tuviera en su interior.
Había vuelto para observarnos. Probablemente habíamos estado
demasiado distraídos para notarlo.
—Oh, no te molestes en taparte ahora —se mofó, apuntándome al pecho
con el cañón de la pistola. Ya lo he visto todo. Y he visto lo que dejaste que te
hiciera ese monstruo.
—¿Tienes ganas de morir o algo así? Cuando Jack te encuentre, te matará
como hizo con los otros. —Hablé sin rodeos, sin una gota de emoción en mis
palabras. No me importaba si Lucas vivía o moría. Mientras tuviera aire en los
pulmones, sólo lo quería lejos de mí.
—Sí, claro. Ya he demostrado que soy más listo que esa calabaza por
cerebro. Volví para dispararle y así poder quitártelo de encima.
—Incluso si las balas funcionaran con fantasmas, ¿por qué coño harías
eso? Tú eres el que me atrapó por él en primer lugar.
—Sí. Así que te hizo daño. Se suponía que no te iba a gustar toda la mierda
asquerosa que te hizo. Debería haber sabido que la putita Moore se mojaría por
algo tan jodido. Así es toda tu familia. Totalmente jodidas de la cabeza. Bueno
para nada más que el agujero entre tus piernas.
Mi cabeza se arremolinó de rabia y mi mandíbula se tensó.
—¿Por qué te dejas ver?
Levanté la barbilla hacia su mano.
—Parece que lo pasaste bien con la único compañero dispuesto que
tendrás.
Los ojos inyectados en sangre de Luc se entrecerraron. Maldita sea. Seguía
borracho.
—He vuelto por lo que me debes desde hace mucho tiempo.
No podía moverme.
—Monstruo...
—Entonces yo debería ser de tu agrado, ¿no? —se rio, con un sonido frío y
sin humor—. Sin embargo, esa es Adaline Moore. La pequeña puta del infierno.
Ahora abre las piernas para que pueda darte la polla de un hombre de verdad.
Mi garganta se convulsionó. ¿Dónde estaba Jack? ¿Qué se suponía que
debía hacer?
Lucharía contra Lucas con todo lo que tenía. Prefería ir al infierno y
encontrarme allí con Jack más tarde que quedar atrapada debajo de Lucas, con
sus repugnantes gruñidos alcoholizados en mi oído y su diminuta salchicha
tocando cualquier parte de mí.
—Come mierda y muérete, Luca Lou —me burlé, usando el apelativo
cariñoso que sabía que le había tocado la fibra sensible.
Curvó los labios y levantó la pistola, apuntándome con ella.
—No me voy a repetir, Ada. Ábrete de piernas. Si te portas bien, quizá te
deje vivir cuando acabe contigo.
La boca de Luc se abrió de par en par, pero en lugar de salir la siguiente
frase, un pequeño «oomph» salió de él. Entonces, un chorro de sangre brotó de
sus labios y le goteó por la barbilla.
La sonrisa ardiente de Jack parpadeó en la noche turbia, planeando sobre
la cabeza de mi matón. Su brazo atravesaba el pecho de Luc, el brazo de mi
monstruo manchado de sangre roja. En el puño de mi amante, tenía algo oscuro
y palpitante aferrado entre los dedos.
El corazón de Luc sigue latiendo.
Mierda.
Levanté los ojos y los clavé en el hombre que me había atormentado desde
que éramos niños.
—Adiós, Lucas... —Sonreí satisfecha mientras la luz se desvanecía de sus
ojos.
La sonrisa ardiente de Jack parpadeó a través de la noche turbia,
planeando sobre la cabeza de mi matón. El arma cayó al suelo del bosque con
un crujido, las hojas y las ramas crujieron por su peso. Jack levantó la mano que
tenía libre y agarró a Luc por el cabello, apartándolo de su brazo.
Cuando el niño cayó al suelo, estaba muerto.
Jack miró el cuerpo sin vida, burlándose.
—Nos vemos en el infierno. Disfrutaré torturándote junto a tu antepasado.
Jack pasó por encima del cadáver, observándome con expresión natural,
su sonrisa desapareció.
—¿Estás bien?
Mi mirada se levantó del matón que me había atormentado durante años y
se posó en Jack.
—¿Por qué me dejaste?
—Te lo dije. A cazar. —Señaló el cuerpo con el corazón aún en la mano—.
Sabía que estaba cerca. Esperaba alejarlo de ti. —Levantó el puño
ensangrentado—. De cualquier modo. Conseguí lo que buscaba.
Me preocupé por mi labio. La muerte de Luc no me preocupaba. En
cambio, mis nervios se encendieron con oscura excitación.
—Túmbate, Ada —me ordenó Jack, adivinando mi excitación por la forma
en que su voz se volvía áspera por el hambre.
Me recosté en el tronco con las manos cayendo desde mis pechos hasta
enlazarse sobre mi ombligo. Se me cerraron los ojos. Mis músculos se relajaron
al sentir su presencia más cerca, su porte envolviéndome como una manta
caliente.
Mis ojos se abrieron de golpe cuando sentí una gota de algo caliente y
húmedo caer entre los globos de mis pechos. Madre mía.
Mis pestañas se agitaron cuando Jack apretó el puño y más sangre de Luc
salpicó mi torso.
Me estaba cubriendo con la sangre de Luc... Debería haberme horrorizado
y asqueado. No excitada. Estar excitada no era la reacción normal. Pero a la
mierda con lo normal. Esta noche había confirmado que yo no era nada
cercano a lo normal, y por primera vez, estaba bien con eso. Había dejado de
castigarme por lo que era. Al alimentar esa mierda, estaba haciendo
exactamente lo que odiaba de los demás. Había dejado de sentirme orgullosa
del monstruo brujo, pervertido e infernal que era.
Jack apretó hasta vaciar toda la sangre del órgano y lo tiró a un lado en la
hierba. Alisó sus manos sobre mí, untando la sangre alrededor.
Empezó a dibujar runas en la sangre y se me cortó la respiración cuando
recitó los últimos versos del poema que tantas veces había escuchado.
—Para siempre mía, para siempre, a través del polvo y la ceniza más
oscura.
on la sangre seca de mi matón, me sentí como una diosa oscura del
bosque.
Y Jack me adoraba, pasando del poema a murmurar ristras de versos
ininteligibles en aquella lengua demoníaca.
—¿Me estás hechizando?
—Un encantamiento de protección. —Su voz bajó, saliendo dura y
retraída—. En caso de que decidas quedarte atrás.
—¿Cuántas veces tengo que decirte que te elijo a ti?
No dijo nada mientras se sentaba a horcajadas sobre el tronco y me
acercaba para que nuestros centros se encontraran. Le rodeé la cintura con las
piernas por instinto, y un gemido se escapó de mis labios cuando apoyó las
manos en el tronco, a ambos lados de mi cabeza, arqueándose sobre mí.
—Una vez más —dijo—. Siempre una vez más.
Se me estrujó el corazón. Me sentí tan cálida en la estela de sus llamas.
—Te elijo a ti.
Me miró hambriento a los ojos, su fuego me consumía por dentro y por
fuera. Apoyándose en un antebrazo, tomó la mano libre y la deslizó por mi
torso. La sangre de Luc seguía húmeda y manchada hasta la línea superior de
mi vello púbico.
Jack metió la mano entre nosotros y se agarró la base de la polla. Parecía
tan ansioso, tan ávido de más de lo que ya había probado. Sus dedos temblaban
mientras frotaba su polla arriba y abajo por el vértice de mi centro.
—Ya está mojada para mí.
Cuando me penetró de un solo golpe, grité.
—Y tan apretada —gimió en una respiración fragmentada que se disparó a
través de mi núcleo, haciendo que los músculos de mi barriga se contrajeran.
No fue lento ni suave como la primera vez. Me golpeó sin piedad.
—Más fuerte, más rápido. Ábreme.
La risa infernal de Jack resonó en mi cráneo y algo dentro de mí se rompió.
Mi deseo por él estalló en una rugiente necesidad.
—Mírate —me canturreó, con los músculos ondulando bajo su piel
empapada de sudor a la luz de las llamas—. Siendo follada, tan bonita.
Mis ojos se abrieron de golpe y se me heló el pulso al ver cómo le salían
lianas de la espalda como si fuera el Dr. Octopus. Dios mío. Esta magia no era
solo invocar unas enredaderas de calabaza alienígenas del suelo. Eran parte de
él.
Prácticamente babeaba mientras las lianas se deslizaban por mi cuerpo,
retorciéndome los pechos y tirándome de los brazos por encima de la cabeza.
—Ahógame —gemí, prácticamente suplicando.
El zumbido complacido de Jack se hundió directamente en el lugar donde
estábamos unidos.
—Joder. Eres tan malditamente pecadora. Voy a enviarte directamente al
infierno, Adaline Moore, envuelta en un bonito lacito.
Los frondosos zarcillos verdes se enroscaron alrededor de mi garganta y
aplicaron suficiente presión para que viera dos de él.
Algo dentro de mis paredes se retorcía y palpitaba, expandiéndose,
ensanchándome. Era el mismo bulto de antes, pero ahora más grande.
—¿Qué está pasando?
—Mi tallo, se está hinchando en el medio, manteniéndome encerrado
dentro de tu dulce coño, pequeña bruja.
Santo infierno. Estaba hablando de un nudo. Había leído sobre nudos en
romances de monstruos y videos porno de monstruos, pero no sé por qué no
había considerado la posibilidad de que Jack pudiera hacer eso.
Se sentó pesadamente dentro de mí, la punta de su miembro curvándose
como la punta del tallo de una calabaza y llegando a posarse contra ese punto
de mi interior que me tenía retorciéndome de éxtasis.
El orgasmo llegó de repente, brutalmente. Me desgarró, me hizo pedazos y,
joder, fue un viaje intenso. Olas eufóricas de felicidad se abatieron sobre mí, me
deja jadeando mientras él se corría instantes después.
Se cernía sobre mí, con un aspecto monstruoso... y todo mío.
En un momento de suavidad que me cogió por sorpresa, me apartó un
mechón de cabello de los ojos.
—Ardes tan brillantemente para mí, Adaline Moore.
hasta que la luz del cielo se hizo más
brillante, los tonos púrpura y naranja asomaron entre las ramas de los árboles
y la oscuridad se desvaneció. Las llamas de Jack se atenuaron.
—¿Qué te pasa?
Por primera vez esta noche, parecía triste. Su sonrisa no estaba a la vista y
sus llamas se apagaron.
—La puerta entre el reino de los vivos y el de los muertos se está cerrando.
Tengo que volver.
—¿Vas a llevarme contigo?
—Darás tu vida aquí.
—No tengo una vida aquí. —No fue hasta que una de sus lianas pasó por mi
mejilla para limpiar una lágrima que me di cuenta de que estaba llorando—.
Quiero estar contigo. Dijiste que te llevarías mi alma. Llévate también el resto
de mí.
Volvía a sonreír. Esta vez me cogió la mano y me acarició la barbilla con la
palma.
—Qué niña tan buena. Una brujita encantadora. Sería egoísta llevarte al
infierno conmigo.
El suspiro que emitió fue gutural y áspero y se convirtió en un gruñido
mientras su dulce sonrisa se tornaba siniestra.
—Pero... es como he dicho. No soy el príncipe de todos los cuentos. Soy el
monstruo.
Retrocedió unos pasos. Observé con asombro cómo se metía los dedos en
la boca y los sacaba un instante después, con las puntas ardiendo como cerillas.
Luego dibujó una línea curva en el aire como si trazara un arco.
La llama golpeó una línea de llamas parpadeantes en forma de puerta que
flotaba en el aire. La puerta se abrió, pero no pude ver nada dentro entre todo
el humo.
—Me importa una mierda si me llevo la última luz de este pueblo dejado de
la mano de Dios. Pueden pudrirse en la oscuridad. Tú eres mía. La llama de mi
corazón. Mi todo. He esperado cuatrocientos años para encontrarte de nuevo.
Me tendió la mano y me quedé mirándola un momento antes de cogerla
tímidamente, sintiéndome segura pero nerviosa al mismo tiempo. Estaba a
punto de cruzar la puerta del infierno.
A pesar de lo intenso y monumental que fue este momento, me encontré
riendo.
—Es extraño, ¿verdad? Me han dicho toda la vida que era una bruja y que
iba a arder en el infierno. No creí que tuvieran tanta razón.
Jack me apretó contra su duro pecho, me cogió la cara entre las manos y
me clavó su mirada ardiente. Mi cuerpo se tensó y mis muslos palpitaron con
ese calor familiar que él podía encender con una sola mirada.
—Están todos condenados.
Mi mirada se desvió más allá de su hombro para mirar hacia la puerta.
—Como nosotros...
Me devolvió la mirada, forzando mi atención hacia él.
—No. Nada como nosotros. Arderán como nos quemaron a nosotros. Será
su agonía. Y sus gritos serán nuestra jodida dicha.
Sonrió.
—Así que ven conmigo, Adaline Moore. Ven conmigo al infierno. No para
morir. Sino para que por fin podamos vivir.
Me acompañó hasta la puerta y nos detuvimos ante el arco de fuego.
Santo cielo. Iba a ir al infierno.
Pero... seguía sin tener miedo. No con Jack a mi lado. Al final, estaba
terminando con mi amor de la infancia. Mis fantasías más oscuras habían
cobrado vida. Y en mi hora más oscura, en la noche más embrujada del año,
había resuelto un misterio que había rondado la cabeza de mi familia durante
cuatro siglos.
Jack era real. No importaba si yo era la reencarnación de la Adaline Moore
original. Jack era mío. Y yo era suya.
Finalmente había encontrado mi escape de esta ciudad olvidada de Dios.
En el infierno. ¿Quién sabía exactamente lo que iba a pasar una vez que
cruzáramos la puerta? Pero había una emoción en lo desconocido de todo.
Fuera lo que fuera lo que acechara al otro lado, a través del polvo y la ceniza
más oscura, sobreviviríamos.
Con una última mirada hacia Jack, le apreté la mano, abrazándolo con
fuerza, y atravesé el arco hacia el Infierno.
Donde las brujas eran bienvenidas.
Donde nacieron los tratos oscuros.
Donde pudiera arder tan brillante como siempre debí hacerlo.
Donde ardería por toda la eternidad para Jack.
Gracias por leer ¡Burn forJack!
Espero que lo hayas disfrutado ;) Si lo hiciste, por favor (con calabaza
encima) considera dejar una reseña <3
Si te gustó esta historia y te quedaste con ganas de más, echa un vistazo a
mis otros libros.
Y echa un vistazo a mis enlaces sociales o suscríbete a mi boletín de
noticias para obtener teasers exclusivos, arte de personajes y noticias sobre los
próximos libros.

También podría gustarte