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HISTORIA DEL CRISTIANISMO EN EL MUNDO MEDIEVAL INTRODUCCiÓN
modelo de los reyes) había de suceder una paciente penetración nes del espíritu europeo, pero también el de la represión de la di-
ética. Raul Manselli ha hablado de un diálogo entre los dirigen- sidencia y el del Syllabus de 1277. Un documento éste que supon-
tes religiosos y la masa popular que habrá de llegar como poco dría un frenazo a la libre especulación y abriría un foso entre fe y
hasta el año 1000. razón, dos fuerzas que algunos maestros de la Escolástica conside-
En el siglo VIII además se conformarán de manera casi defini - raban que podían estar razonablemente hermanadas.
tiva las dos grandes tradiciones cristianas: la griega y la latina. Hablamos de crisis de la baja Edad Media, centrada en los si-
Circunstancias de diversa índole contarán en ese proceso. Serán, glos .xrv y xv, para definir un proceso de depresión en todos los
por supuesto, de orden estrictamente cultural: es ya un lugar co- campos -<:risis «sistémica» en expresión de Guy Bois- que, por
mún hablar de una literatura greco-cristiana y de una literatura supuesto, afectó también a la vida religiosa. Su expresión más lla-
latino-cristiana; de unos Padres griegos y unos Padres latinos con mativa fue ese «gran cisma de Occidente» que san Vicente Ferrer
sus peculiares cara cterísticas. Las diferencias de orden político y describió en términos apocalípticos. No fue, sin embargo, su úni-
jurídico entre Roma y Constantinopla (1a segunda Roma) irán ca manifestación. Seguiremos preguntándonos hasta qué punto la
propiciando asimismo un dramático desen cuentro fraguado en ruptura protestante fue la salida inevitable de una situación de in-
el Medi evo que, desde el catolicismo romano, definimos con un quietud espiritual. Una salida evidentemente traumática que ex-
término entre académico y peyorativo: cisma de Oriente. Tam- presaría la incapacidad de materializar pacíficamente esa regene-
poco carecerá de relevancia en la configuración de esas dos cris- ración in capite et in membris [en la cabeza y en los miembros]
tiandades el impacto producido por la aparición del islam, po- invocada en los círculos más abiertamente renovadores.
tencia espiritual dominante en el Mediodía del Mediterráneo Es fácil echar mano de esas invocaciones que los reformadores
desde el siglo VII. rupturistas del Quinientos hicieron a Wyclif o Hus como sus guías.
Esta irrupción será decisiva para que las sede s de Roma y y es fácil recurrir también a esos miedos de la sociedad cristiana
Constantinopla - una vez caídas en manos musulma nas otras de que llegan a atenazada incapacitándola para dar respuestas ade-
la ent idad de Cartago, Alejandría o Antioquía- se erijan en los cuadas a sus problemas. Unos miedos que podían referirse a la pes-
indiscutidos centros de poder religioso del cristianismo en Oc- te, a la guerra o al avance turco en los Balcanes que puso fin en
cidente y Oriente . Como escribió Charles Diehl hace casi un si- 1453 a ese «hombre enfermo» de Europa que era el Imperio de
glo, los basileus y pa triarcas bizantinos desem peña ron entre los Constantinopla.
eslavos de la Europa oriental un pap el similar al desarrollado
por los papas de cara a los germanos de la Europa occidental y No conviene caer en ciertas tentaciones especialmente cuan-
nórdica. do la retórica, las recreaciones literarias y el sectarismo pueden
convertirse en malos compañeros de la historia. Identificar la
Desde el siglo vm hasta el XII, afirma J. Paul, puede hablarse Edad Media en su globalidad con una suerte de paréntesis de
-al menos para Occidente- de una cierta unidad en lo que a barbarie entre dos épocas de esplendor (la Antigüedad clásica y
Iglesia y vida cultural se refiere en cuanto el estamento eclesiásti- el Renacimiento) es remitirnos a eso que J. Heers ha llamado «la
co se presenta como el único sector culto de la sociedad. Son los impostura de la Edad Media». Incluso presentar los siglos XIV y
litterati por excelencia, distintos y distantes de los laicos, califica- XV como etapa de decadencia, de clausura de una época o de
dos genéricamente de illitterati. Los cambios que desde el siglo XII mera etapa de «transición» hacia otra, es recurrir a viejos tópicos
se vayan produciendo (el llamad o Renacimiento del siglo XII) serán ampliamente cuestionados por los recientes avances de la
la expresión de un Occidente abierto a influencias culturales exte- investigación.
riores y a experiencias religiosas que, desde finales de la centuria, Cuando jugamos con el cristianismo tomado como funda-
provocarán serios recelos en los poderes rectores de la Iglesia. El mento de la sociedad medieval y como una de las raíces de nues-
siglo XIII será el de las universidades, una de las grandes creacio- tra propia civilización estamos entrando sin duda en un terreno
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HISTORIA DEL CRISTIANISMO EN EL MUNDO MEDIEVAL
INTRODUCCIÓN
que, especialmente en los últimos tiempos, se presta a la con- Al margen de su comunión o no con las distintas normas del
troversia. orden establecido... y al margen también de sus grandezas y sus
Por supuesto, hablar de cristianismo -yen especial el del miserias -ni mayores ni menores que las de los protagonistas del
Medievo- implica remitirse a algo más que a la mera sucesión próximo pasado siglo XX-, todos ellos ocupan un lugar en la his-
de papas por muy decisiva que haya sido la actuación de muchos toria de nuestro continente. Algo que nos corresponde asumir,
de ellos. Supone recordar el conjunto de instituciones y dogmas nunca ignorar.
a través de los cuales se aspiró a articular la vida y el pensamien-
to de una sociedad. Es también profundizar en aquello que de-
nominamos comúnmente espiritualidad. Por tal cabría reconocer
no sólo la fuerza codificadora de las normas de vida interior de
una minoría de privilegiados en lo intelectual o en lo moral, sino
también esa dinámica capaz de articular los sentimientos (émen-
talidades?) de la masa de fieles. Es, asimismo, reconocer las iner-
cias del pasado que hacen que en repetidas ocasiones el cristia-
nismo sea un estrato religioso por debajo del cual se vislumbran
viejos atavismos a los que oficialmente se define como supersti-
ciones. Y es, por supuesto, valorar los intentos de renovación no
siempre bien orientados por sus protagonistas y muchas veces
mal entendidos por sus detractores: llamémosles reformas, here-
jías o disidencias.
Recientemente, en el Preámbulo de la Constitución de la
Unión Europea, se ha obviado una referencia expresa al aporte
del cristianismo en la formación del «viejo Continente». Esa
omisión habrá hecho que crujan en su tumba los huesos de L.
Génicot, para quien Iglesia cristiana y civilización europea eran
inseparables. Al margen de excesos retóricos o apologéticos,
cualquier medievalista es consciente, sin embargo, del valor del
cristianismo como fuerza vertebradora de un continente a lo lar-
go de ese casi milenio al que vamos a dedicar nuestra atención.
Una fuerza cuya impronta, con mayor o menor fortuna, ha du-
rado hasta nuestros días.
Los agentes de ese proceso fueron los papas y los patriarcas,
los religiosos de órdenes monásticas y conventuales, los clérigos
diocesanos y parroquiales, los príncipes, la multituto inermis
uulgi (masa inerme] en sus distintos niveles sociales, los litterati
y homines scholastici [eruditos] ... Todos ellos eran y se conside-
raban Iglesia, comunidad de fieles cristianos o, como le gustaba
decir al reformador John Wyclif con una comprometida expre-
sión, universitas praedestinatorum [comunidad de los predes-
tinados].
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