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María Magdalena (en hebreo, ‫ ;מרים המגדלית‬en griego antiguo, Μαρία ἡ Μαγδαληνή) es

mencionada, tanto en el Nuevo Testamento canónico como en varios evangelios apócrifos,


como una distinguida discípula de Jesús de Nazaret. Su nombre hace referencia a su lugar
de procedencia: Magdala, localidad situada en la costa occidental del lago de Tiberíades y
aldea cercana a Cafarnaúm.
Es considerada santa por la Iglesia católica, la Iglesia ortodoxa y la Comunión anglicana,
que celebran su festividad el 22 de julio. Reviste una especial importancia para las
corrientes gnósticas del cristianismo. En 1988, el papa Juan Pablo II en la carta Mulieris
Dignitatem se refirió a ella como la "apóstol de los apóstoles", y el 10 de junio de 2016,
la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos publicó un decreto
por el cual se eleva la celebración de santa María Magdalena al grado de fiesta en
el Calendario romano general,1 por expreso deseo del papa Francisco.

Magdala
(en arameo ‫מגדלא‬, pronunciado 'Magdǝlá' en arameo targúmico o 'Magdála' en arameo
siríaco, ocasionalmente escrito como ‫[ מגדלה‬cf. y. Erub. 4:3) fue una ciudad judía situada
en la orilla occidental del Lago de Genesaret que floreció sobre todo desde el s. II a.C.
hasta el s. IV d.C. De dicha ciudad provenía María Magdalena, discípula de Jesús de
Nazaret y primera testigo de su resurrección. Lo más probable es que la ciudad fuera
conocida en el mundo grecolatino como Tariquea (Ταριχαία en griego, Tarichaea en latín).

Nombre
El nombre arameo ‫( מגדלא‬Magdǝlá) significa “la Torre”, probablemente debido a la gran
torre helenística cuyos cimientos los arqueólogos encontraron en el puerto. Al parecer este
es el lugar que escritos rabínicos que mencionan esta ciudad la llaman también ‫מגדל נוניא‬
(Migdal Nunayya) o ‫( מגדל צבעיא‬Migdal Ṣabʿayya); la primera significa “la Torre de los
Peces”, la segunda, “la Torre de los Tintores”. Posiblemente el complemento “de los
Peces” o “de los Tintores” se añadía para distinguir esta Magdala de otras ciudades con el
mismo nombre, indicando que la ciudad era conocida por el negocio de la pesca o de la
tintorería, y no tanto porque la torre de la ciudad tuviese que ver necesariamente con estos
negocios.1 De la industria de la tintorería no se hace mención en la literatura ni hay
evidencia de ella en la arqueología.
El nombre griego Μαγδαλά (Magdalá) o Μαγδαλάν (Magdalán) aparece en la mayoría de
los manuscritos griegos que contienen Mt 15, 39: "Entonces, después de despedir a la
gente, entró en la barca y fue a la región de Magdala" (Reina Valera 1995). No obstante,
las ediciones críticas del Nuevo Testamento suelen preferir la variante Μαγαδάν
(Magadán) por hallarse esta en los tres manuscritos más antiguos y en las versiones
latinas. En Mc 8, 10 (pasaje paralelo de Mt 15, 39), aunque unos pocos manuscritos tienen
Μαγδαλά (Magdalá), la mayoría se refieren al lugar con el nombre de Δαλμανουθά
(Dalmanuta), que suele ser la versión preferida en las ediciones críticas. Ni Magadán ni
Dalmanuta son conocidas en toda la literatura fuera de estos textos. No se puede
descartar que tanto Dalmanuta como Magadán sean corrupciones tempranas de Magdal
Nunayya y Magdala respectivamente.2 De hecho, como explica Bauckham, las semejanzas
en la tipografía manuscrita de ΜΑΓΑΔΑΝ (Magadan) y ΜΑΓΔΑΛΑ (Magdala) es notable, de
manera que es muy fácil que un copista haya copiado mal el texto muy pronto.
Cicerón, Flavio Josefo y Plinio el Viejo hablan de una ciudad llamada en
griego Tariquea (Ταριχαία) a seis quilómetros de Tiberiades, famosa por la producción de
pescado salado (de donde viene el nombre, que significa “la industria”. Esta misma ciudad
habría sido un foco de rebelión contra los romanos en la guerra del s. I d.C. La mayoría de
los estudiosos consideran que Tariquea no es más que el nombre griego de Magdala. No
obstante, Plinio dice que Tariquea se encontraba al sur del lago (mientras que Tiberias
está al oeste); por esta razón algunos autores proponen que Tariquea era una ciudad
diferente que se encontraba entre Tiberiades y Senabris.
María Magdalena en el Nuevo Testamento
La información sobre María Magdalena en los evangelios canónicos es escasa. Es citada
en relación con cinco hechos diferentes:

 De acuerdo con el Evangelio de Lucas, María Magdalena alojó y proveyó


materialmente a Jesús y sus discípulos durante su predicación en Galilea. Se
añade que anteriormente había sido curada por Jesús: «Le acompañaban los
doce y algunas mujeres que habían sido curadas de enfermedades y espíritus
malignos: María, llamada Magdalena, de la cual habían salido siete demonios
Lucas 8:1-2.
 De acuerdo con los Evangelios de Marcos, Mateo y Juan, estuvo presente con
María, la madre de Jesús, otras mujeres y el discípulo amado durante
la crucifixión de Jesús.
 Estuvo presente en la sepultura y vio donde Jesús era puesto, según Mateo
27:61 y Marcos 15:47. Se la menciona junto a María, la madre de Santiago el
menor.
 En compañía de otras mujeres, fue la primera testigo de la resurrección, según
una tradición en la que concuerdan los cuatro evangelios. Después comunicó
la noticia a Pedro y a los demás apóstoles.
 Según un relato que solo aparece en el Evangelio de Juan, fue testigo ocular
de una aparición de Jesús resucitado.
 También el Evangelio de Marcos, menciona cortamente la aparición de Jesús
resucitado a la Magdalena.

Erróneamente la identifican con otras mujeres:
Los citados son los únicos pasajes de los evangelios canónicos en los que se nombra
a María de Magdala. La tradición católica, sin embargo, ha identificado con María
Magdalena a otros personajes citados en el Nuevo Testamento:

 La mujer adúltera a la que Jesús salva de la lapidación, en un episodio que


solo relata el Evangelio de Juan
 La mujer que unge con perfumes los pies de Jesús y los enjuga con sus
cabellos antes de su llegada a Jerusalén según los evangelios sinópticos, cuyo
nombre no se menciona. La unción tuvo lugar durante el ministerio en Galilea.
 María de Betania, hermana de Lázaro, a la que se atribuye en el Evangelio de
Juan la iniciativa antes mencionada, y que aparece en otros conocidos
pasajes del cuarto evangelio, como la resurrección de Lázaro. Se identifica
también con la María del episodio de la disputa entre Marta y María.
La identidad de María Magdalena como María de Betania y «la mujer quien fue una
pecadora» fue establecida en la homilía 33 que el papa Gregorio I dio en el año 591,
en el cual dijo: «Ella, la cual Lucas llama la mujer pecadora, la cual Juan llama María
[de Betania], nosotros creemos que es María, de quien siete demonios fueron
expulsados, según Marcos».
Difundida por los teólogos de los siglos III y IV, esta teoría gozó de mucha popularidad
en el siglo XIX y constituyó un tema frecuente en la iconografía cristiana occidental.

María Magdalena en los evangelios apócrifos


El Evangelio de Pedro solo menciona a María Magdalena en su papel de testigo de la
resurrección de Jesús:
A la mañana del domingo, María la de Magdala, discípula del Señor -atemorizada a causa de
los judíos, pues estaban rabiosos de ira, no había hecho en el sepulcro del Señor lo que
solían hacer las mujeres por sus muertos queridos-, tomó a sus amigas consigo y vino al
sepulcro en que había sido depositado.
En al menos dos de los textos gnósticos coptos encontrados en Nag Hammadi,
el evangelio de Tomás y el Evangelio de Felipe, María Magdalena aparece
mencionada como discípula cercana de Jesús, en una relación tan cercana como la
de los apóstoles. En el Evangelio de Tomás hay dos menciones de Mariham (logia 21
y 114), que, según los estudiosos, hacen referencia a María Magdalena. La segunda
mención forma parte de un pasaje enigmático que ha sido objeto de muy variadas
interpretaciones:

Sta. María Magdalena de Malambo.

Simón Pedro les dijo: «¡Que se aleje Mariham de nosotros!, pues las mujeres
no son dignas de la vida». Dijo Jesús: «Mira, yo me encargaré de hacerla
macho, de manera que también ella se convierta en un espíritu viviente,
idéntico a vosotros los hombres: pues toda mujer que se haga varón, entrará
en el reino del cielo»..
En el Evangelio de Felipe (log. 32) es considerada la compañera (κοινωνος) de
Jesús:
Tres (eran las que) caminaban continuamente con el Señor: su madre María,
la hermana de ésta y Magdalena, a quien se designa como su compañera
[κοινωνος]. María es, en efecto, su hermana, su madre y su compañera..
No todos los estudiosos, sin embargo, están de acuerdo en que los
evangelios de Tomás y de Felipe se refieran a María Magdalena. Para
Stephen J. Shoemaker se trataría más bien de una referencia a la madre de
Jesús.
Por último, otra importante referencia al personaje se encuentra en
el Evangelio de María Magdalena, texto del que se conservan solo dos
fragmentos griegos del siglo III y otro, más extenso, en copto, del siglo V. En
el texto, tres apóstoles discuten acerca del testimonio de María Magdalena
sobre Jesús. Andrés y Pedro desconfían de su testimonio, y es Leví (el
apóstol Mateo) quien defiende a María.

Leyendas posteriores
María Magdalena en un icono griego.

Según la tradición ortodoxa, María Magdalena se retiró a Éfeso con la Virgen María y
el apóstol Juan, y murió allí. En 886 sus reliquias fueron trasladadas
a Constantinopla, donde se conservan en la actualidad. Gregorio de Tours (De
miraculis, I, xxx) corrobora la tradición de que se retiró a Éfeso, y no menciona
ninguna relación con Francia.
Más adelante, sin embargo, surgió en el mundo católico una tradición diferente,
según la cual María Magdalena (identificada aquí con María de Betania), su
hermano Lázaro y Maximino, uno de los setenta y dos discípulos, así como algunos
compañeros, viajaron en barca por el Mar Mediterráneo huyendo de las
persecuciones en Tierra Santa y desembarcaron finalmente en el lugar
llamado Saintes Maries de la Mer, cerca de Arlés. Posteriormente, María Magdalena
viajó hasta Marsella, desde donde emprendió, supuestamente, la evangelización
de Provenza, para después retirarse a una cueva -La Sainte-Baume en las cercanías
de Marsella, donde habría llevado una vida de penitencia durante 30 años. Según
esta leyenda, cuando llegó la hora de su muerte fue llevada por los ángeles a Aix-en-
Provence, al oratorio de San Maximino, donde recibió el viático. Su cuerpo fue
sepultado en un oratorio construido por Maximino en Villa Lata, conocido desde
entonces como St. Maximin.

La tradición del huevo de Pascua


Existe una antigua tradición cristiana de pintar huevos de Pascua.
Estos huevos simbolizan la nueva vida y a Cristo emergiendo de la tumba, de hecho,
los cristianos ortodoxos acompañan esta tradición con la consigna: «¡Cristo ha
resucitado!».
Una tradición ortodoxa relata que tras la Ascensión, María Magdalena fue a Roma a
predicar el evangelio. En presencia del emperador romano Tiberio, y sosteniendo un
huevo de gallina, exclamó: «¡Cristo ha resucitado!». El emperador se rio y le dijo que
eso era tan probable como que el huevo se volviera rojo. Antes de que acabara de
hablar el huevo se había vuelto rojo.
Otra tradición habla de que el corazón sagrado de Cristo quedaría encerrado en un
recipiente con forma de huevo del que María Magdalena sería guardiana.

Catolicismo
Para los católicos, los santos forman la llamada Iglesia triunfante e interceden ante
Jesucristo por la humanidad, por los vivos en la Tierra y por los difuntos en el Purgatorio:
es la llamada comunión de los santos. Todos ellos, incluso los que no han sido
oficialmente reconocidos como tales, tiene su festividad conjunta en el Día de Todos los
Santos, que se celebra el 1 de noviembre y que para los católicos representa que, más allá
del número de personas canonizadas (es decir, de las cuales la santidad se afirma sin
ambigüedad y se les puede venerar), hay abundantes cristianos (e incluso no cristianos en
sentido estricto, como Abraham, Moisés, David, Job), que han alcanzado el ideal
de comunión con Dios.
Los santos inscritos en el martirologio romano son los declarados por la Iglesia católica
como indudablemente presentes en el Cielo y, por tanto, pueden ser objeto del culto
público, el llamado culto de dulía, a diferencia del culto de latría, que no debe dirigirse más
que a Dios. Una excepción en estas categorías del culto representa la Virgen María,
receptora de la hiperdulía que se celebra en los lugares de apariciones marianas.
Aunque los antiguos santos eran declarados como tales por los obispos, el procedimiento,
a lo largo de los siglos, se ha ido centrando en Roma y, desde hace un milenio, solo el
papa puede celebrar canonizaciones. La Iglesia católica establece la santidad de ciertas
personas mediante los procesos abiertos por la llamada congregación para las causas de
los santos. El proceso de santificación tiene que pasar por las etapas
de venerabilidad, beatificación y canonización. El proceso de canonización adopta las
formas de un proceso judicial en el que una persona (el «promotor de justicia»,
tradicionalmente llamada promotor de la fe) examina y cuestiona la supuesta santidad del
candidato propuesto por el postulador de la causa.6 En este sentido, el postulador asume
el papel de «fiscal», pues debe «demostrar» la santidad del candidato, y el promotor actúa
como la «defensa», pues le basta mostrar dudas razonables contra la causa. Aunque
el derecho canónico establece un tiempo mínimo entre el fallecimiento de una persona y el
inicio de su causa de canonización en Roma, los plazos son muy variables.
El papel de los santos en la Iglesia y entre los creyentes ha evolucionado mucho durante la
segunda mitad del siglo XX. El culto que se les solía rendir se ha ido matizando y sus
imágenes son más utilizadas como ejemplos que como agentes de intercesión, papel que
desempeñaron con fuerza durante siglos. El Papa Benedicto XVI afirma:
«El santo es aquel que está tan fascinado por la belleza de Dios y por su perfecta verdad que éstas
lo irán progresivamente transformando. Por esta belleza y verdad está dispuesto a renunciar a todo,
también a sí mismo. Le es suficiente el amor de Dios, que experimenta y transmite en el servicio
humilde y desinteresado al prójimo.»7

Desde el Concilio Vaticano II, los procedimientos han cambiado, los plazos se han hecho
más cortos y el número de milagros post-mortem necesario, que antes podía alcanzar
varias centenas (en función de la credulidad de las épocas), se ha reducido a dos.
Existen más de 10 000 beatos y santos.8 El reverendo Alban Butler publicó Lives of the
Saints (La Vida de los Santos) en 1756, conteniendo 1,486 santos. La última edición de
esta obra, editada por el padre Herbert Thurston, S.J. y el autor británico Donald Attwater,
contiene las vidas de 2,565 santos.9
Bajo el pontificado de Juan Pablo II, en un período de 25 años, se proclamaron más de
1300 beatificaciones y canonizaciones, mientras que sus predecesores necesitaron varios
siglos para unas centenas de declaraciones.
Es indispensable entender que los títulos post mortem de siervo de
Dios, venerable, beato, santo y patrono son títulos honoríficos o simbólicos, que la Iglesia
católica cede a personajes importantes de su seno, y no representan nada sobrenatural;
son títulos humanos, a modo de distinción hacia los católicos que se dedicaron al progreso
de la humanidad, en general bajo la inspiración divina.
Santos laicos de estirpe real
Desde los inicios de la Edad Media comienzan a aparecer canonizaciones y a
desarrollarse cultos en torno a reyes y príncipes que no pertenecen al clero y que han
muerto como mártires. Un claro ejemplo de este fenómeno fue San Wenceslao de
Bohemia. Sin embargo, a partir del siglo XI, esta concepción cambia y los reyes santos
empiezan a tener características de guerreros y hombres justos, nobles cristianos. El
primer rey canonizado según estos nuevos parámetros fue San Esteban I de Hungría, el
cristianizador de su gente y fundador de su Estado medieval. Posteriormente la estirpe de
San Esteban dio más personas que concordaban con este perfil y así, la familia que más
santos le ha dado a la Iglesia Católica es la Casa de Árpad, dinastía real húngara conocida
como la familia de los Reyes Santos (en húngaro: Szent királyok családja). Esta familia
entre beatos y santos aportó un total de 10, entre los cuales los más destacados son la
princesa Santa Isabel de Hungría, cuyo culto alcanzó gran importancia en los territorios
germánicos, y la princesa Santa Margarita de Hungría, una piadosa monja del siglo XIII.
Fue recurrente desde la Edad Media el motivo de los Reyes Santos, donde los tres
monarcas húngaros fueron representados juntos, dando testimonio de cómo debe ser el
rey cristiano perfecto.
A lo largo de la Edad Media, otros reyes fueron canonizados, como Eduardo el
Confesor en Inglaterra, y uno de los más conocidos, Luis IX de Francia, quien dirigió
varias cruzadas para reconquistar la Tierra Santa en el siglo XIII. San Luis de Francia llegó
a ser sin duda uno de los principales ideales del caballero medieval del siglo XIII, envuelto
en una atmósfera de romanticismo y piedad cristiana. Por otra parte, desde la primera
década del siglo XII, San Ladislao I de Hungría ocupó antes que el propio Luis el lugar
como el prototipo perfecto de rey, caballero y santo. Como hecho curioso, la vida de San
Ladislao estuvo envuelta constantemente de milagros y revelaciones, donde tras sus
rezos, Dios convertía monedas en piedras, atraía hordas de animales para alimentar a su
ejército y ángeles con espadas incandescentes volaban a su alrededor protegiéndolo,
todos estos motivos que no aparecen en las crónicas sobre San Luis, el cual es el
característico rey-santo-caballero gótico, contrapuesto a San Ladislao, quien es el rey-
santo-caballero del periodo románico.10
Véase también: Categoría:Santos católicos

La santidad es para la Iglesia ortodoxa una participación en la vida de Cristo, y los santos
son llamados así en la medida en que son cristóforos, es decir, suficientemente obedientes
a la figura de Cristo como para representar fielmente su imagen, ser su icono.
La Iglesia Ortodoxa ignora la noción de bienaventurado; la palabra equivale a santo.
Tampoco conoce el proceso de canonización o el número mínimo de milagros para ser
proclamado santo. Cuando la veneración de la memoria de un difunto se extiende entre los
fieles, el sínodo de la Iglesia afectada se reúne en torno al primado (patriarca o arzobispo)
y estudia la cuestión de la santidad de la persona. Sucede con frecuencia que para
entonces ya han sido pintados iconos en su memoria. Cuando la santidad es proclamada,
se determinan los días (pueden ser uno o varios) de fiesta litúrgica y se adopta un himno
en su honor. El canon iconográfico del santo comienza entonces a elaborarse. En
el calendario ortodoxo, el día consagrado a la memoria de todos los santos es el primer
domingo después de Pentecostés.

Anglicanismo
En la Comunión anglicana y en el Movimiento anglicano de Continuación, a partir de su
fundador Enrique VIII de Inglaterra, el tratamiento de santo se refiere a la persona que ha
sido elevada por la opinión popular como persona pía y sagrada. Los santos son
considerados modelos de santidad a ser imitados, y como una “nube de testigos” que
fortalecen y alientan al creyente durante su viaje espiritual (Hebreos 12:1). Los santos son
considerados hermanos mayores en Cristo. Los credos anglicanos oficiales reconocen la
existencia de los santos en el cielo.
En cuanto a lo que respecta a la invocación de los santos,11 uno de los Treinta y Nueve
Artículos de la Iglesia de Inglaterra “Del Purgatorio” condena la “Doctrina católica
concerniente a…(la) invocación de santos” como “una cosa fútil vanamente inventada, sin
fundamento en la Escritura, y más bien repugnante a la Palabra de Dios”. Sin embargo,
cada una de las 44 iglesias miembro de la Comunión Anglicana son libres de adoptar y
autorizar sus propios documentos oficiales, y los Artículos no son oficialmente normativos
en todos ellos (p. ej., la iglesia episcopal de los EE. UU., que los relega a “Documentos
Históricos”). Los Anglo-Católicos de las provincias anglicanas que usan los Artículos hacen
a menudo una distinción entre una doctrina “católica” y una “patrística” con relación a la
invocación de los santos, permitiendo la última.
En contextos de la Iglesia alta, tales como el anglo-catolicismo, un santo es generalmente
alguien a quien se le atribuye (y a quien generalmente se le ha demostrado) un alto nivel
de santidad. Según este uso, un santo no es, por consiguiente, un creyente, sino alguien
que ha sido transformado por la virtud. En el catolicismo, un santo es una señal especial
de la actividad de Dios. La veneración de los santos a veces es malentendida como
adoración, en cuyo caso es denominada con sorna “hagiolatría”.
Algunas iglesias anglicanas, particularmente los anglo-católicos, personalmente piden
plegarias de los santos. Sin embargo, tal práctica rara vez se halla en una liturgia
anglicana oficial. Ejemplos inusuales se encuentran en la Liturgia Coreana 1938, la Liturgia
de la Diócesis de Guinea 1959 y el Libro de la Oración Inglesa Melanesia.
Los anglicanos creen que el único mediador efectivo entre el creyente y Dios el Padre, en
términos de redención y salvación, es Dios el Hijo, Jesucristo. El Anglicanismo Histórico ha
hecho una distinción entre la intercesión y la invocación de los santos. La primera era
generalmente aceptada en la doctrina anglicana, mientras que la última era generalmente
rechazada. Algunos, sin embargo, en el Anglicanismo sí piden la intercesión de los santos.
Quienes piden a los santos interceder por ellos hacen una distinción entre “mediador” e
“intercesor”, y alegan que pedir plegarias de los santos no es diferente en esencia de pedir
plegarias a cristianos vivos. Los anglicanos católicos entienden la santidad de una manera
más católica u ortodoxa, a menudo pidiendo intercesiones de los santos y celebrando sus
fiestas.
Según la Iglesia de Inglaterra, un santo es aquel que está santificado, como se traduce
en 2 Crónicas 6:41 de la Versión Autorizada del rey Jacobo:
Now therefore arise, O Lord God, into thy resting place, thou, and the ark of thy strength: let
thy priests, O Lord God, be clothed with salvation, and let thy saints rejoice in goodness.
(«Y ahora levántate, oh, Señor Dios, hacia tu reposo, tú y el arca de tu fuerza: que tus
sacerdotes, oh, Señor Dios, se revistan de salvación, y que tus santos se regocijen en la
felicidad!»)
En la Biblia, solamente una persona es expresamente llamada santo: “Cuando en el
campamento tuvieron envidia de Moisés y de Aarón, el santo del Señor”. (Salmo 106:16).
El apóstol Pablo se autodeclaró “menos que el más pequeño de todos los santos” en
Efesios 3:8

Protestantismo
En la Comunión Anglicana, mencionada anteriormente, y en las
denominaciones luterana, presbiteriana y metodista, los santos son respetados e incluso
existen iglesias con nombres de algunos santos, destacándose entre los luteranos
aquellos a los que atribuyen haber jugado un papel importante en su evangelización: santa
Brígida en Suecia, san Olaf en Noruega, o entre los metodistas y presbiterianos, de
herencia de las Islas Británicas, los de los patrones de esos países, como san Andrés, san
Patricio, san Jorge, de los cuatro evangelistas, san Mateo, san Lucas, san Marcos y san
Juan, de los doce apóstoles, especialmente san Pedro, y del Apóstol de los gentiles, san
Pablo. También hay iglesias de esas denominaciones denominadas “de todos los Santos”.
El resto del protestantismo se distingue especialmente del catolicismo y la ortodoxia por su
rechazo del culto de los santos y de sus reliquias. La acepción de la palabra santo como
sinónimo de cristiano es la más corriente entre los protestantes, que insisten en la
afirmación de que sólo Dios conoce a los que le pertenecen. Por ello, se abstienen de
declarar a nadie particularmente santo.
El protestantismo más clásico suele llamar santos a los personajes del Nuevo Testamento,
sin que ello dé lugar a ningún culto, no creen en la santidad de los evangelistas, por ello
les quitan el apócope 'san'. Las posteriores asambleas fundadas por hombres que se
hacían a una parte de la doctrina de la iglesia cristina y bajo nombres como evangélicos,
pentecostales, testigos de Jehová, adventistas, etc., cada cual creada de acuerdo a las
denominaciones que se desprenden de ellas y a la interpretación de cada pastor que funda
una nueva asamblea. Los criterios sobre la santidad son muy difíciles de unificar.

Mormones
La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días fundada y edificada por Joseph
Smith reclama que es la misma iglesia que Cristo estableció y que ha sido restaurada en
nuestros días en preparación para la segunda venida del Salvador. Y de ahí, como su
nombre indica, la Iglesia dice que sólo se diferencia de la Iglesia primitiva en que
los santos, o los miembros de la iglesia, viven en estos, los últimos días.
Elder Russell M. Nelson, miembro del Quórum de los 12 apóstoles de dicha iglesia,
clarificó la definición de la Iglesia de un santo de la siguiente manera:
La palabra cristiano aparece en sólo tres versículos de la versión Reina Valera de la Biblia. Un
versículo describe el hecho histórico en que 'a los discípulos se les llamó cristianos por primera vez
en Antioquía' (Hechos 11:26); la otra es la cita a un no creyente sarcástico, el rey Agripa (véase
Hechos 26:28); y la tercera indica cómo un cristiano 'debe estar preparado para sufrir' (1 Pedro
4:16).
En contraste, el término santo (o los santos) aparece en treinta y seis versículos del Antiguo
Testamento y en sesenta y dos versículos del Nuevo Testamento.
Pablo dirigió una epístola 'a los santos que están en Éfeso, y al fiel en Jesucristo' (Efesios 1:1.). A
conversos recientes allí, les dijo: 'Por eso, ya no sois extranjeros ni forasteros, sino conciudadanos
de los santos y miembros de la familia de Dios' (Efes. 2:19; véase también Efes. 3:17–19). En su
epístola a los efesios, Pablo utilizó al santo de palabra por lo menos una vez en cada capítulo.
A pesar de su uso en noventa y ocho versículos de la Biblia, el término santo todavía no es
entendido bien. Algunos piensan erróneamente que la palabra, cuando se refiere a una persona,
implica la beatificación o la perfección. ¡No es así! Un santo es un creyente en Cristo y sabe de Su
amor perfecto… Un santo sirve a los otros, sabiendo que el más uno sirve, la más grande
oportunidad para el Espíritu para santificar y purificar.

Judaísmo
El término hebreo para la santidad (en hebreo, ‫ קדושה‬qedušah) significa «apartamiento» o
«separación». En la religión hebrea, lo «santo» es lo «diferente» o «apartado», y en ese
sentido Yahvé es «santo», distinto del mundo profano. Los objetos y las personas se
«santifican» por su relación con Dios, habitualmente a causa de la elección divina, o por
una ofrenda especial hecha a la divinidad. Así, por ejemplo, el «Lugar Santísimo»
del Templo de Jerusalén era el santuario más reservado del mismo, separado
espacialmente del resto de los atrios, para significar su propiedad especial por parte de
Dios, y esta «santidad» se extendía a Jerusalén, la «ciudad santa», los «días santos»
reservados para el culto a Yahvé, y también se extiende al pueblo hebreo (elegido por Dios
para recibir la Ley y transmitir las profecías bíblicas).Nota 1
El trato con «lo santo», Yahvé en particular, se considera deseable pero desde la cautela:
en la antigua religión de los hebreos, la profanación de los espacios santos era
especialmente penalizada, incluso con la muerte. En el Judaísmo popular existen las
peregrinaciones a tumbas de personajes y profetas del Antiguo Testamento como, por
ejemplo, la tumba del Patriarca José en Nablus,13 o bien, visitan las tumbas de eminentes
rabinos, místicos y cabalistas como Najman de Breslav en Ucrania14 o Isaac
Kaduri en Israel.

María Magdalena según la Iglesia católica


María Magdalena es venerada por la Iglesia católica oficialmente como Santa María
Magdalena. Existen múltiples templos en todo el mundo dedicados a esta santa católica.
Su onomástica es el 22 de julio.

Magdalena penitente
Mientras que el cristianismo oriental honra especialmente a María Magdalena por su
cercanía a Jesús, considerándola "igual a los apóstoles", en Occidente se desarrolló,
basándose en su identificación con otras mujeres de los evangelios (véase más arriba) la
idea de que antes de conocer a Jesús, había sido muy pecadora y de ahí viene el suponer,
aunque la Iglesia católica no lo afirme, que se haya dedicado a la prostitución.
Esta idea nace, en primer lugar, de la identificación de María con la pecadora14 de quien se
dice únicamente que era pecadora y que amó mucho; en segundo lugar, de la referencia
en donde se dice, esta vez refiriéndose claramente a María Magdalena, que de ella
«habían salido siete demonios».4 Como puede verse, nada en estos pasajes evangélicos
permite concluir que María Magdalena se dedicase a la prostitución.
No se sabe con exactitud cuándo comenzó a identificarse a María Magdalena con María
de Betania y la mujer que entró en la casa de Simón el fariseo,14 pero ya en una homilía
del papa Gregorio Magno (muerto en 591) se expresa inequívocamente la identidad de
estas tres mujeres, y se muestra a María Magdalena como prostituta arrepentida. Por eso
la leyenda posterior hace que pase el resto de su vida en una cueva en el desierto,
haciendo penitencia y mortificando su carne, y son frecuentes en el arte occidental las
representaciones de la «Magdalena penitente».
La imagen de María Magdalena como penitente también puede ser confundida gracias a la
tradición de María Egipcíaca, santa del siglo V, quien según La vida de los
Santos de Jacobo de la Vorágine, se había dedicado a la prostitución y se retiró al desierto
a expiar sus culpas. Es común ver representaciones de María Egipcíaca, con los cabellos
largos que cubren su cuerpo o envuelta con carrizos, símbolos de su penitencia en el
desierto. Estos atributos en ocasiones acompañan a la Magdalena, creando a veces la
confusión de ambas santas.
En la tradición católica, por tanto, María Magdalena pasó a ser un personaje secundario, a
pesar de su indudable importancia en la tradición evangélica. El relegamiento que sufrió
María Magdalena ha sido relacionado por algunos autores con la situación subordinada de
la mujer en la Iglesia. A esta opinión oponen algunos teólogos católicos la especial
consideración que guarda la Iglesia para con Santa María, madre de Jesús, venerada
con hiperdulía, en tanto que los apóstoles y los otros santos son venerados con dulía.
En 1969, el papa Pablo VI retiró del calendario litúrgico el apelativo de «penitente»
adjudicado tradicionalmente a María Magdalena;24 asimismo, desde esa fecha dejaron de
emplearse en la liturgia de la festividad de María Magdalena la lectura del Evangelio de
Lucas14 acerca de la mujer pecadora.25 Desde entonces, la Iglesia católica ha dejado de
considerar a María Magdalena una prostituta arrepentida. Sin embargo, esta visión
continúa siendo la predominante para muchos católicos.
En 1988, el papa Juan Pablo II en la carta Mulieris Dignitatem se refirió a María Magdalena
como la "apóstol de los apóstoles"26 y señaló que en "la prueba más difícil de fe y fidelidad"
de los cristianos, la Crucifixión, "las mujeres demostraron ser más fuertes que los
apóstoles".27
El 10 de junio de 2016, la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los
Sacramentos publicó un decreto por el cual se eleva la celebración de santa María
Magdalena al grado de fiesta en el Calendario Romano General,1 por expreso deseo del
papa Francisco.23 Arthur Roche señaló en su artículo en el L’Osservatore
Romano titulado Apostolorum apostola que la decisión se enmarca en el contexto eclesial
actual a favor de una reflexión más profunda sobre la dignidad de la mujer, la nueva
evangelización y la grandeza de la misericordia divina. El propio Roche señaló que «es
justo que la celebración litúrgica de esta mujer tenga el mismo grado de fiesta dado a la
celebración de los apóstoles en el Calendario Romano General y que resalte la especial
misión de esta mujer, que es ejemplo y modelo para toda mujer en la Iglesia».228

María Magdalena y otras santas católicas


María Magdalena fue fuente de inspiración para dos de las místicas y doctoras de la
Iglesia más importantes en el catolicismo: santa Teresa de Ávila, quien refirió haber
recibido ayuda espiritual de la Magdalena29y santa Teresa del Niño Jesús, quién admiraba
este amor tan profundo relatado en el Evangelio en el cual María Magdalena piensa en
servir a quien ama; así, Teresa decidió dedicar su vida a quién más amaba: Jesús de
Nazaret. En 1894 escribió: «Jesús nos ha defendido en la persona de María Magdalena».30

Teorías contemporáneas acerca de María Magdalena


Sobre su relación con Jesús
Algunos autores recientes han puesto en circulación una hipótesis según la cual María
Magdalena habría sido la esposa, o la compañera sentimental, de Jesús de Nazaret,
además de la depositaria de una tradición cristiana de signo feminista que habría sido
cuidadosamente ocultada por la Iglesia católica. Estas ideas fueron desarrolladas primero
en algunos libros de pseudohistoria, como El enigma sagrado («The Holy Blood and the
Holy Grail», 1982), de Michael Baigent, Richard Leigh, Henry Lincoln; y La revelación de
los templarios («The Templar Revelation», 1997), de Lynn Picknett y Clive Princey. En
estos libros se mencionaba además una hipotética dinastía fruto de la unión entre Jesús
de Nazaret y María Magdalena. Posteriormente estas ideas han sido aprovechadas por
varios autores de ficción como Peter Berling (Los hijos del Grial) y Dan Brown (El código
Da Vinci, 2003), entre otros.
Los partidarios de esta idea se apoyan en tres argumentos:
1. En varios textos gnósticos, como el Evangelio de Felipe, se muestra que Jesús tenía
con María Magdalena una relación de mayor cercanía que con el resto de sus discípulos,
incluidos los apóstoles. En concreto, el Evangelio de Felipe habla de María Magdalena
como «compañera» de Jesús. Sin embargo, su autor usa el término copto hotre, que
puede servir tanto para una unión sexual como para una simple acompañante.31 También
en el mismo Evangelio y en el Segundo Apocalipsis de Santiago se menciona que Jesús la
besaba en la boca.32 Sin embargo, el ósculo o beso santo era para los gnósticos el inicio
de un acto donde se recibía una revelación.31
2. En los evangelios canónicos María Magdalena es (excluyendo a la madre de Jesús) la
mujer que más veces aparece, y es presentada además como seguidora cercana de
Jesús. Su presencia en los momentos cruciales de la muerte y resurrección de Jesús
podría sugerir que estaba ligada a él por lazos conyugales. Pero esta deducción es
considerada por los estudiosos como fantasiosa.31
3. Otro argumento que esgrimen los defensores de la teoría del matrimonio entre Jesús y
María Magdalena es que en la Palestina de la época era raro que un varón judío de la
edad de Jesús (unos treinta años) permaneciese soltero, especialmente si se dedicaba a
enseñar como rabino, ya que eso hubiese ido en contra del mandamiento divino «Creced y
multiplicaos». No obstante, el judaísmo que profesó Jesús era muy distinto del actual, y el
papel del rabino no estaba todavía bien definido. Solo después de la destrucción del
Segundo Templo, en 70, el papel del rabino quedó establecido con claridad en las
comunidades judías. Antes de Jesús, está atestiguada la existencia de maestros religiosos
solteros, como el profeta Jeremías y, ya en el siglo I a. C., se dieron muchísimos casos
entre los esenios.31 También Juan el Bautista fue soltero, según todos los indicios. Más
adelante, algunos primeros cristianos, como Pablo de Tarso, serían también predicadores
célibes.
Sin embargo, no existe ningún pasaje ni en los evangelios canónicos ni en
los apócrifos que permita afirmar que María de Magdala fue la esposa de Jesús de
Nazaret. Para la mayoría[cita requerida] de los estudiosos del Jesús histórico es una posibilidad
que ni siquiera merece ser tomada en serio; entre ellos destaca Bart Ehrman quien
concluye que la evidencia histórica no dice nada, «ciertamente nada que indique que
Jesús y María (Magdalena) tuvieron una relación sexual de ninguna naturaleza».33 Ehrman
señala que la pregunta que la gente le formula con mayor frecuencia es si María
Magdalena y Jesús se casaron. Su respuesta es: «No es verdad que los rollos del Mar
Muerto contengan Evangelios que hablen de María (Magdalena) y Jesús. [...] No es verdad
que un casamiento de María (Magdalena) y Jesús se discuta repetidamente en los
Evangelios que no entraron en el Nuevo Testamento (el canon). De hecho, no se discute
nunca ni se menciona siquiera una vez. [...] No es verdad que el Evangelio de Felipe llame
a María la esposa de Jesús».33 Regino Cortes también concluye la inexistencia de tal
relación marital como un error desde el punto de vista bíblico y una irrealidad desde un
punto de vista fáctico.34 Otro biblista contemporáneo de primer orden ironizó al respecto:
A veces los biblistas que se dedican a buscar cualquiera de las obras que hasta el momento se dan
por perdidas, o a publicarlas, no se ven libres del sensacionalismo; y, por supuesto, aunque no
colaboren con ella, la prensa disfruta con el sensacionalismo. Si se me permite generalizar, con una
cierta dosis de cinismo, los lectores que no tienen interés en lograr a través de los evangelios
canónicos un mayor conocimiento de Jesús, parecen embelesados ante cualquier nueva obra que
venga a insinuar que ¡Jesús bajara de la cruz, se casara con María Magdalena, y se fuera a la India
a vivir tranquilamente!35

Sobre la autoría del Cuarto Evangelio


Ramón K. Jusino propuso la teoría de que María Magdalena pudo ser el «discípulo a quien
amaba Jesús» que se presenta como autor del Evangelio de Juan36 y que es
tradicionalmente identificado con el apóstol Juan.37 Jusino se basó en el hecho de que en
varios textos apócrifos, como los citados más arriba, se dice que hubo una relación de
especial cercanía entre Jesús y María Magdalena. Raymond E. Brown hipotetizó que el
Evangelio de Juan recogería la tradición de una comunidad a la que él denominó
comunidad joánica o juánica.38 Según Jusino, esa comunidad podría remontarse al
testimonio de María Magdalena como testigo ocular de Jesús. Esta teoría de Jusino no
cuenta con la aceptación de la mayor parte de los historiadores e investigadores bíblicos.

Del Evangelio según san Juan


El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba
oscuro, María Magdalena fue al sepulcro de Jesús y vio que la piedra
estaba fuera de su sitio. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del
otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado al
Señor del sepulcro y no sabemos dónde lo han puesto».
Narra el Evangelio: «María se había quedado fuera, llorando junto al
sepulcro. Mientras lloraba, se asomó y vio a dos ángeles vestidos de
blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies del lugar donde
había sido puesto el cuerpo de Jesús. Ellos le dijeron: “Mujer, ¿por
qué lloras?”. María respondió: “Porque se han llevado a mi Señor y no
sé dónde lo han puesto”.
Al decir esto se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo
reconoció. Jesús le preguntó: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién
buscas?”. Ella, pensando que era el cuidador de la huerta, le
respondió: “Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y
yo iré a buscarlo”. Jesús le dijo: “¡María!”. Ella lo reconoció y le dijo
en hebreo: “¡Raboní!”, es decir “¡Maestro!”. Jesús le dijo: “No me
retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis
hermanos: 'Voy a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro
Dios’”. María Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había
visto al Señor y que Él le había dicho esas palabras» (Jn 20, 11-18).
María Magdalena en San Juan Pablo II
Fue San Juan Pablo II quien dedicó gran atención no sólo a la
importancia de las mujeres en la misión de Cristo y de la Iglesia, sino
también, y con especial énfasis, al papel particular de María de
Magdala como primera testigo que vio al Señor Resucitado y primera
mensajera que anunció la Resurrección del Señor a los Apóstoles
(cf. Mulieris dignitatem, n. 16). Esta especial consideración continúa
en la Iglesia de hoy -como lo demuestra el compromiso actual de la
nueva evangelización-, que desea acoger, sin distinción, a hombres y
mujeres de toda raza, pueblo, lengua y nación (cf. Ap 5,9), para
anunciarles la buena noticia del Evangelio de Jesucristo,
acompañarles en su peregrinación terrenal y ofrecerles las maravillas
de la salvación de Dios. Santa María Magdalena es un ejemplo de
verdadera y auténtica evangelizadora, es decir, de evangelizadora
que proclama el alegre mensaje central de la Pascua (cf. colecta del
22 de julio y nuevo prefacio).
María Magdalena en el Papa Francisco
El Santo Padre Francisco tomó la decisión de establecer la fiesta
litúrgica de María Magdalena en el contexto del Jubileo de la
Misericordia, para subrayar la relevancia de esta mujer que mostró
un gran amor a Cristo. Es cierto que la tradición eclesial en
Occidente, especialmente después de San Gregorio Magno, identificó
en la misma persona a María de Magdala, a la mujer que derramó
perfume en la casa de Simón, el fariseo, y a la hermana de Lázaro y
Marta. Esta interpretación continuó y tuvo influencia en los autores
eclesiásticos occidentales, en el arte cristiano y en los textos
litúrgicos relativos a la Santa.
María Magdalena, primera testigo de la Resurrección
María Magdalena formó parte del grupo de los discípulos de Jesús, lo
siguió hasta el pie de la cruz y, en el jardín donde se encontraba el
sepulcro, fue la primera "testis divinae misericordiae", como recuerda
San Gregorio. El Evangelio de Juan que hemos visto narra que María
Magdalena lloró porque no había encontrado el cuerpo del Señor y
Jesús se apiadó de ella transformando sus lágrimas en alegría
pascual.
Así, ella tiene el honor de ser la primera testigo de la Resurrección del
Señor, la primera en ver el sepulcro vacío y comprobar la verdad de
su Resurrección. Cristo tiene una especial consideración y
misericordia hacia esta mujer que le manifiesta su amor buscándole
en el huerto con angustia y sufrimiento, con "lacrimas humilitatis",
como dice San Anselmo.
Además, es precisamente en el jardín de la Resurrección donde el
Señor le dice a María Magdalena: "Noli me tangere" (“No me
retengas”). Es una invitación -dirigida no sólo a ella, sino a toda la
Iglesia- a entrar en una experiencia de fe que va más allá de toda
apropiación materialista y de toda comprensión humana del misterio
divino. Tiene un significado eclesial. Es una buena lección para todo
discípulo de Jesús: no busques seguridades humanas, sino la fe en
Cristo vivo y resucitado.
María Magdalena, apóstola de los apóstoles
Precisamente porque fue testigo presencial de Cristo resucitado,
María Magdalena fue también la primera en dar testimonio de Él ante
los apóstoles. Cumplió el mandato del Señor resucitado: "Ve a mis
hermanos y diles...” María fue y contó a los discípulos: "He visto al
Señor", y lo que le había dicho (Jn 20,17-18). De este modo se
convierte en mensajera que anuncia la buena nueva de la
resurrección de Cristo; o, como decían Rabano Mauro y Santo Tomás
de Aquino, "apostolorum apostola", porque anuncia a los apóstoles lo
que ellos, a su vez, anunciarán a todo el mundo. El Doctor Angélico
utiliza acertadamente este término aplicándolo a María Magdalena:
ella es testigo de Cristo resucitado y anuncia el mensaje de la
resurrección del Señor, como los demás apóstoles.

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