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Magdala
(en arameo מגדלא, pronunciado 'Magdǝlá' en arameo targúmico o 'Magdála' en arameo
siríaco, ocasionalmente escrito como [ מגדלהcf. y. Erub. 4:3) fue una ciudad judía situada
en la orilla occidental del Lago de Genesaret que floreció sobre todo desde el s. II a.C.
hasta el s. IV d.C. De dicha ciudad provenía María Magdalena, discípula de Jesús de
Nazaret y primera testigo de su resurrección. Lo más probable es que la ciudad fuera
conocida en el mundo grecolatino como Tariquea (Ταριχαία en griego, Tarichaea en latín).
Nombre
El nombre arameo ( מגדלאMagdǝlá) significa “la Torre”, probablemente debido a la gran
torre helenística cuyos cimientos los arqueólogos encontraron en el puerto. Al parecer este
es el lugar que escritos rabínicos que mencionan esta ciudad la llaman también מגדל נוניא
(Migdal Nunayya) o ( מגדל צבעיאMigdal Ṣabʿayya); la primera significa “la Torre de los
Peces”, la segunda, “la Torre de los Tintores”. Posiblemente el complemento “de los
Peces” o “de los Tintores” se añadía para distinguir esta Magdala de otras ciudades con el
mismo nombre, indicando que la ciudad era conocida por el negocio de la pesca o de la
tintorería, y no tanto porque la torre de la ciudad tuviese que ver necesariamente con estos
negocios.1 De la industria de la tintorería no se hace mención en la literatura ni hay
evidencia de ella en la arqueología.
El nombre griego Μαγδαλά (Magdalá) o Μαγδαλάν (Magdalán) aparece en la mayoría de
los manuscritos griegos que contienen Mt 15, 39: "Entonces, después de despedir a la
gente, entró en la barca y fue a la región de Magdala" (Reina Valera 1995). No obstante,
las ediciones críticas del Nuevo Testamento suelen preferir la variante Μαγαδάν
(Magadán) por hallarse esta en los tres manuscritos más antiguos y en las versiones
latinas. En Mc 8, 10 (pasaje paralelo de Mt 15, 39), aunque unos pocos manuscritos tienen
Μαγδαλά (Magdalá), la mayoría se refieren al lugar con el nombre de Δαλμανουθά
(Dalmanuta), que suele ser la versión preferida en las ediciones críticas. Ni Magadán ni
Dalmanuta son conocidas en toda la literatura fuera de estos textos. No se puede
descartar que tanto Dalmanuta como Magadán sean corrupciones tempranas de Magdal
Nunayya y Magdala respectivamente.2 De hecho, como explica Bauckham, las semejanzas
en la tipografía manuscrita de ΜΑΓΑΔΑΝ (Magadan) y ΜΑΓΔΑΛΑ (Magdala) es notable, de
manera que es muy fácil que un copista haya copiado mal el texto muy pronto.
Cicerón, Flavio Josefo y Plinio el Viejo hablan de una ciudad llamada en
griego Tariquea (Ταριχαία) a seis quilómetros de Tiberiades, famosa por la producción de
pescado salado (de donde viene el nombre, que significa “la industria”. Esta misma ciudad
habría sido un foco de rebelión contra los romanos en la guerra del s. I d.C. La mayoría de
los estudiosos consideran que Tariquea no es más que el nombre griego de Magdala. No
obstante, Plinio dice que Tariquea se encontraba al sur del lago (mientras que Tiberias
está al oeste); por esta razón algunos autores proponen que Tariquea era una ciudad
diferente que se encontraba entre Tiberiades y Senabris.
María Magdalena en el Nuevo Testamento
La información sobre María Magdalena en los evangelios canónicos es escasa. Es citada
en relación con cinco hechos diferentes:
Simón Pedro les dijo: «¡Que se aleje Mariham de nosotros!, pues las mujeres
no son dignas de la vida». Dijo Jesús: «Mira, yo me encargaré de hacerla
macho, de manera que también ella se convierta en un espíritu viviente,
idéntico a vosotros los hombres: pues toda mujer que se haga varón, entrará
en el reino del cielo»..
En el Evangelio de Felipe (log. 32) es considerada la compañera (κοινωνος) de
Jesús:
Tres (eran las que) caminaban continuamente con el Señor: su madre María,
la hermana de ésta y Magdalena, a quien se designa como su compañera
[κοινωνος]. María es, en efecto, su hermana, su madre y su compañera..
No todos los estudiosos, sin embargo, están de acuerdo en que los
evangelios de Tomás y de Felipe se refieran a María Magdalena. Para
Stephen J. Shoemaker se trataría más bien de una referencia a la madre de
Jesús.
Por último, otra importante referencia al personaje se encuentra en
el Evangelio de María Magdalena, texto del que se conservan solo dos
fragmentos griegos del siglo III y otro, más extenso, en copto, del siglo V. En
el texto, tres apóstoles discuten acerca del testimonio de María Magdalena
sobre Jesús. Andrés y Pedro desconfían de su testimonio, y es Leví (el
apóstol Mateo) quien defiende a María.
Leyendas posteriores
María Magdalena en un icono griego.
Según la tradición ortodoxa, María Magdalena se retiró a Éfeso con la Virgen María y
el apóstol Juan, y murió allí. En 886 sus reliquias fueron trasladadas
a Constantinopla, donde se conservan en la actualidad. Gregorio de Tours (De
miraculis, I, xxx) corrobora la tradición de que se retiró a Éfeso, y no menciona
ninguna relación con Francia.
Más adelante, sin embargo, surgió en el mundo católico una tradición diferente,
según la cual María Magdalena (identificada aquí con María de Betania), su
hermano Lázaro y Maximino, uno de los setenta y dos discípulos, así como algunos
compañeros, viajaron en barca por el Mar Mediterráneo huyendo de las
persecuciones en Tierra Santa y desembarcaron finalmente en el lugar
llamado Saintes Maries de la Mer, cerca de Arlés. Posteriormente, María Magdalena
viajó hasta Marsella, desde donde emprendió, supuestamente, la evangelización
de Provenza, para después retirarse a una cueva -La Sainte-Baume en las cercanías
de Marsella, donde habría llevado una vida de penitencia durante 30 años. Según
esta leyenda, cuando llegó la hora de su muerte fue llevada por los ángeles a Aix-en-
Provence, al oratorio de San Maximino, donde recibió el viático. Su cuerpo fue
sepultado en un oratorio construido por Maximino en Villa Lata, conocido desde
entonces como St. Maximin.
Catolicismo
Para los católicos, los santos forman la llamada Iglesia triunfante e interceden ante
Jesucristo por la humanidad, por los vivos en la Tierra y por los difuntos en el Purgatorio:
es la llamada comunión de los santos. Todos ellos, incluso los que no han sido
oficialmente reconocidos como tales, tiene su festividad conjunta en el Día de Todos los
Santos, que se celebra el 1 de noviembre y que para los católicos representa que, más allá
del número de personas canonizadas (es decir, de las cuales la santidad se afirma sin
ambigüedad y se les puede venerar), hay abundantes cristianos (e incluso no cristianos en
sentido estricto, como Abraham, Moisés, David, Job), que han alcanzado el ideal
de comunión con Dios.
Los santos inscritos en el martirologio romano son los declarados por la Iglesia católica
como indudablemente presentes en el Cielo y, por tanto, pueden ser objeto del culto
público, el llamado culto de dulía, a diferencia del culto de latría, que no debe dirigirse más
que a Dios. Una excepción en estas categorías del culto representa la Virgen María,
receptora de la hiperdulía que se celebra en los lugares de apariciones marianas.
Aunque los antiguos santos eran declarados como tales por los obispos, el procedimiento,
a lo largo de los siglos, se ha ido centrando en Roma y, desde hace un milenio, solo el
papa puede celebrar canonizaciones. La Iglesia católica establece la santidad de ciertas
personas mediante los procesos abiertos por la llamada congregación para las causas de
los santos. El proceso de santificación tiene que pasar por las etapas
de venerabilidad, beatificación y canonización. El proceso de canonización adopta las
formas de un proceso judicial en el que una persona (el «promotor de justicia»,
tradicionalmente llamada promotor de la fe) examina y cuestiona la supuesta santidad del
candidato propuesto por el postulador de la causa.6 En este sentido, el postulador asume
el papel de «fiscal», pues debe «demostrar» la santidad del candidato, y el promotor actúa
como la «defensa», pues le basta mostrar dudas razonables contra la causa. Aunque
el derecho canónico establece un tiempo mínimo entre el fallecimiento de una persona y el
inicio de su causa de canonización en Roma, los plazos son muy variables.
El papel de los santos en la Iglesia y entre los creyentes ha evolucionado mucho durante la
segunda mitad del siglo XX. El culto que se les solía rendir se ha ido matizando y sus
imágenes son más utilizadas como ejemplos que como agentes de intercesión, papel que
desempeñaron con fuerza durante siglos. El Papa Benedicto XVI afirma:
«El santo es aquel que está tan fascinado por la belleza de Dios y por su perfecta verdad que éstas
lo irán progresivamente transformando. Por esta belleza y verdad está dispuesto a renunciar a todo,
también a sí mismo. Le es suficiente el amor de Dios, que experimenta y transmite en el servicio
humilde y desinteresado al prójimo.»7
Desde el Concilio Vaticano II, los procedimientos han cambiado, los plazos se han hecho
más cortos y el número de milagros post-mortem necesario, que antes podía alcanzar
varias centenas (en función de la credulidad de las épocas), se ha reducido a dos.
Existen más de 10 000 beatos y santos.8 El reverendo Alban Butler publicó Lives of the
Saints (La Vida de los Santos) en 1756, conteniendo 1,486 santos. La última edición de
esta obra, editada por el padre Herbert Thurston, S.J. y el autor británico Donald Attwater,
contiene las vidas de 2,565 santos.9
Bajo el pontificado de Juan Pablo II, en un período de 25 años, se proclamaron más de
1300 beatificaciones y canonizaciones, mientras que sus predecesores necesitaron varios
siglos para unas centenas de declaraciones.
Es indispensable entender que los títulos post mortem de siervo de
Dios, venerable, beato, santo y patrono son títulos honoríficos o simbólicos, que la Iglesia
católica cede a personajes importantes de su seno, y no representan nada sobrenatural;
son títulos humanos, a modo de distinción hacia los católicos que se dedicaron al progreso
de la humanidad, en general bajo la inspiración divina.
Santos laicos de estirpe real
Desde los inicios de la Edad Media comienzan a aparecer canonizaciones y a
desarrollarse cultos en torno a reyes y príncipes que no pertenecen al clero y que han
muerto como mártires. Un claro ejemplo de este fenómeno fue San Wenceslao de
Bohemia. Sin embargo, a partir del siglo XI, esta concepción cambia y los reyes santos
empiezan a tener características de guerreros y hombres justos, nobles cristianos. El
primer rey canonizado según estos nuevos parámetros fue San Esteban I de Hungría, el
cristianizador de su gente y fundador de su Estado medieval. Posteriormente la estirpe de
San Esteban dio más personas que concordaban con este perfil y así, la familia que más
santos le ha dado a la Iglesia Católica es la Casa de Árpad, dinastía real húngara conocida
como la familia de los Reyes Santos (en húngaro: Szent királyok családja). Esta familia
entre beatos y santos aportó un total de 10, entre los cuales los más destacados son la
princesa Santa Isabel de Hungría, cuyo culto alcanzó gran importancia en los territorios
germánicos, y la princesa Santa Margarita de Hungría, una piadosa monja del siglo XIII.
Fue recurrente desde la Edad Media el motivo de los Reyes Santos, donde los tres
monarcas húngaros fueron representados juntos, dando testimonio de cómo debe ser el
rey cristiano perfecto.
A lo largo de la Edad Media, otros reyes fueron canonizados, como Eduardo el
Confesor en Inglaterra, y uno de los más conocidos, Luis IX de Francia, quien dirigió
varias cruzadas para reconquistar la Tierra Santa en el siglo XIII. San Luis de Francia llegó
a ser sin duda uno de los principales ideales del caballero medieval del siglo XIII, envuelto
en una atmósfera de romanticismo y piedad cristiana. Por otra parte, desde la primera
década del siglo XII, San Ladislao I de Hungría ocupó antes que el propio Luis el lugar
como el prototipo perfecto de rey, caballero y santo. Como hecho curioso, la vida de San
Ladislao estuvo envuelta constantemente de milagros y revelaciones, donde tras sus
rezos, Dios convertía monedas en piedras, atraía hordas de animales para alimentar a su
ejército y ángeles con espadas incandescentes volaban a su alrededor protegiéndolo,
todos estos motivos que no aparecen en las crónicas sobre San Luis, el cual es el
característico rey-santo-caballero gótico, contrapuesto a San Ladislao, quien es el rey-
santo-caballero del periodo románico.10
Véase también: Categoría:Santos católicos
La santidad es para la Iglesia ortodoxa una participación en la vida de Cristo, y los santos
son llamados así en la medida en que son cristóforos, es decir, suficientemente obedientes
a la figura de Cristo como para representar fielmente su imagen, ser su icono.
La Iglesia Ortodoxa ignora la noción de bienaventurado; la palabra equivale a santo.
Tampoco conoce el proceso de canonización o el número mínimo de milagros para ser
proclamado santo. Cuando la veneración de la memoria de un difunto se extiende entre los
fieles, el sínodo de la Iglesia afectada se reúne en torno al primado (patriarca o arzobispo)
y estudia la cuestión de la santidad de la persona. Sucede con frecuencia que para
entonces ya han sido pintados iconos en su memoria. Cuando la santidad es proclamada,
se determinan los días (pueden ser uno o varios) de fiesta litúrgica y se adopta un himno
en su honor. El canon iconográfico del santo comienza entonces a elaborarse. En
el calendario ortodoxo, el día consagrado a la memoria de todos los santos es el primer
domingo después de Pentecostés.
Anglicanismo
En la Comunión anglicana y en el Movimiento anglicano de Continuación, a partir de su
fundador Enrique VIII de Inglaterra, el tratamiento de santo se refiere a la persona que ha
sido elevada por la opinión popular como persona pía y sagrada. Los santos son
considerados modelos de santidad a ser imitados, y como una “nube de testigos” que
fortalecen y alientan al creyente durante su viaje espiritual (Hebreos 12:1). Los santos son
considerados hermanos mayores en Cristo. Los credos anglicanos oficiales reconocen la
existencia de los santos en el cielo.
En cuanto a lo que respecta a la invocación de los santos,11 uno de los Treinta y Nueve
Artículos de la Iglesia de Inglaterra “Del Purgatorio” condena la “Doctrina católica
concerniente a…(la) invocación de santos” como “una cosa fútil vanamente inventada, sin
fundamento en la Escritura, y más bien repugnante a la Palabra de Dios”. Sin embargo,
cada una de las 44 iglesias miembro de la Comunión Anglicana son libres de adoptar y
autorizar sus propios documentos oficiales, y los Artículos no son oficialmente normativos
en todos ellos (p. ej., la iglesia episcopal de los EE. UU., que los relega a “Documentos
Históricos”). Los Anglo-Católicos de las provincias anglicanas que usan los Artículos hacen
a menudo una distinción entre una doctrina “católica” y una “patrística” con relación a la
invocación de los santos, permitiendo la última.
En contextos de la Iglesia alta, tales como el anglo-catolicismo, un santo es generalmente
alguien a quien se le atribuye (y a quien generalmente se le ha demostrado) un alto nivel
de santidad. Según este uso, un santo no es, por consiguiente, un creyente, sino alguien
que ha sido transformado por la virtud. En el catolicismo, un santo es una señal especial
de la actividad de Dios. La veneración de los santos a veces es malentendida como
adoración, en cuyo caso es denominada con sorna “hagiolatría”.
Algunas iglesias anglicanas, particularmente los anglo-católicos, personalmente piden
plegarias de los santos. Sin embargo, tal práctica rara vez se halla en una liturgia
anglicana oficial. Ejemplos inusuales se encuentran en la Liturgia Coreana 1938, la Liturgia
de la Diócesis de Guinea 1959 y el Libro de la Oración Inglesa Melanesia.
Los anglicanos creen que el único mediador efectivo entre el creyente y Dios el Padre, en
términos de redención y salvación, es Dios el Hijo, Jesucristo. El Anglicanismo Histórico ha
hecho una distinción entre la intercesión y la invocación de los santos. La primera era
generalmente aceptada en la doctrina anglicana, mientras que la última era generalmente
rechazada. Algunos, sin embargo, en el Anglicanismo sí piden la intercesión de los santos.
Quienes piden a los santos interceder por ellos hacen una distinción entre “mediador” e
“intercesor”, y alegan que pedir plegarias de los santos no es diferente en esencia de pedir
plegarias a cristianos vivos. Los anglicanos católicos entienden la santidad de una manera
más católica u ortodoxa, a menudo pidiendo intercesiones de los santos y celebrando sus
fiestas.
Según la Iglesia de Inglaterra, un santo es aquel que está santificado, como se traduce
en 2 Crónicas 6:41 de la Versión Autorizada del rey Jacobo:
Now therefore arise, O Lord God, into thy resting place, thou, and the ark of thy strength: let
thy priests, O Lord God, be clothed with salvation, and let thy saints rejoice in goodness.
(«Y ahora levántate, oh, Señor Dios, hacia tu reposo, tú y el arca de tu fuerza: que tus
sacerdotes, oh, Señor Dios, se revistan de salvación, y que tus santos se regocijen en la
felicidad!»)
En la Biblia, solamente una persona es expresamente llamada santo: “Cuando en el
campamento tuvieron envidia de Moisés y de Aarón, el santo del Señor”. (Salmo 106:16).
El apóstol Pablo se autodeclaró “menos que el más pequeño de todos los santos” en
Efesios 3:8
Protestantismo
En la Comunión Anglicana, mencionada anteriormente, y en las
denominaciones luterana, presbiteriana y metodista, los santos son respetados e incluso
existen iglesias con nombres de algunos santos, destacándose entre los luteranos
aquellos a los que atribuyen haber jugado un papel importante en su evangelización: santa
Brígida en Suecia, san Olaf en Noruega, o entre los metodistas y presbiterianos, de
herencia de las Islas Británicas, los de los patrones de esos países, como san Andrés, san
Patricio, san Jorge, de los cuatro evangelistas, san Mateo, san Lucas, san Marcos y san
Juan, de los doce apóstoles, especialmente san Pedro, y del Apóstol de los gentiles, san
Pablo. También hay iglesias de esas denominaciones denominadas “de todos los Santos”.
El resto del protestantismo se distingue especialmente del catolicismo y la ortodoxia por su
rechazo del culto de los santos y de sus reliquias. La acepción de la palabra santo como
sinónimo de cristiano es la más corriente entre los protestantes, que insisten en la
afirmación de que sólo Dios conoce a los que le pertenecen. Por ello, se abstienen de
declarar a nadie particularmente santo.
El protestantismo más clásico suele llamar santos a los personajes del Nuevo Testamento,
sin que ello dé lugar a ningún culto, no creen en la santidad de los evangelistas, por ello
les quitan el apócope 'san'. Las posteriores asambleas fundadas por hombres que se
hacían a una parte de la doctrina de la iglesia cristina y bajo nombres como evangélicos,
pentecostales, testigos de Jehová, adventistas, etc., cada cual creada de acuerdo a las
denominaciones que se desprenden de ellas y a la interpretación de cada pastor que funda
una nueva asamblea. Los criterios sobre la santidad son muy difíciles de unificar.
Mormones
La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días fundada y edificada por Joseph
Smith reclama que es la misma iglesia que Cristo estableció y que ha sido restaurada en
nuestros días en preparación para la segunda venida del Salvador. Y de ahí, como su
nombre indica, la Iglesia dice que sólo se diferencia de la Iglesia primitiva en que
los santos, o los miembros de la iglesia, viven en estos, los últimos días.
Elder Russell M. Nelson, miembro del Quórum de los 12 apóstoles de dicha iglesia,
clarificó la definición de la Iglesia de un santo de la siguiente manera:
La palabra cristiano aparece en sólo tres versículos de la versión Reina Valera de la Biblia. Un
versículo describe el hecho histórico en que 'a los discípulos se les llamó cristianos por primera vez
en Antioquía' (Hechos 11:26); la otra es la cita a un no creyente sarcástico, el rey Agripa (véase
Hechos 26:28); y la tercera indica cómo un cristiano 'debe estar preparado para sufrir' (1 Pedro
4:16).
En contraste, el término santo (o los santos) aparece en treinta y seis versículos del Antiguo
Testamento y en sesenta y dos versículos del Nuevo Testamento.
Pablo dirigió una epístola 'a los santos que están en Éfeso, y al fiel en Jesucristo' (Efesios 1:1.). A
conversos recientes allí, les dijo: 'Por eso, ya no sois extranjeros ni forasteros, sino conciudadanos
de los santos y miembros de la familia de Dios' (Efes. 2:19; véase también Efes. 3:17–19). En su
epístola a los efesios, Pablo utilizó al santo de palabra por lo menos una vez en cada capítulo.
A pesar de su uso en noventa y ocho versículos de la Biblia, el término santo todavía no es
entendido bien. Algunos piensan erróneamente que la palabra, cuando se refiere a una persona,
implica la beatificación o la perfección. ¡No es así! Un santo es un creyente en Cristo y sabe de Su
amor perfecto… Un santo sirve a los otros, sabiendo que el más uno sirve, la más grande
oportunidad para el Espíritu para santificar y purificar.
Judaísmo
El término hebreo para la santidad (en hebreo, קדושהqedušah) significa «apartamiento» o
«separación». En la religión hebrea, lo «santo» es lo «diferente» o «apartado», y en ese
sentido Yahvé es «santo», distinto del mundo profano. Los objetos y las personas se
«santifican» por su relación con Dios, habitualmente a causa de la elección divina, o por
una ofrenda especial hecha a la divinidad. Así, por ejemplo, el «Lugar Santísimo»
del Templo de Jerusalén era el santuario más reservado del mismo, separado
espacialmente del resto de los atrios, para significar su propiedad especial por parte de
Dios, y esta «santidad» se extendía a Jerusalén, la «ciudad santa», los «días santos»
reservados para el culto a Yahvé, y también se extiende al pueblo hebreo (elegido por Dios
para recibir la Ley y transmitir las profecías bíblicas).Nota 1
El trato con «lo santo», Yahvé en particular, se considera deseable pero desde la cautela:
en la antigua religión de los hebreos, la profanación de los espacios santos era
especialmente penalizada, incluso con la muerte. En el Judaísmo popular existen las
peregrinaciones a tumbas de personajes y profetas del Antiguo Testamento como, por
ejemplo, la tumba del Patriarca José en Nablus,13 o bien, visitan las tumbas de eminentes
rabinos, místicos y cabalistas como Najman de Breslav en Ucrania14 o Isaac
Kaduri en Israel.
Magdalena penitente
Mientras que el cristianismo oriental honra especialmente a María Magdalena por su
cercanía a Jesús, considerándola "igual a los apóstoles", en Occidente se desarrolló,
basándose en su identificación con otras mujeres de los evangelios (véase más arriba) la
idea de que antes de conocer a Jesús, había sido muy pecadora y de ahí viene el suponer,
aunque la Iglesia católica no lo afirme, que se haya dedicado a la prostitución.
Esta idea nace, en primer lugar, de la identificación de María con la pecadora14 de quien se
dice únicamente que era pecadora y que amó mucho; en segundo lugar, de la referencia
en donde se dice, esta vez refiriéndose claramente a María Magdalena, que de ella
«habían salido siete demonios».4 Como puede verse, nada en estos pasajes evangélicos
permite concluir que María Magdalena se dedicase a la prostitución.
No se sabe con exactitud cuándo comenzó a identificarse a María Magdalena con María
de Betania y la mujer que entró en la casa de Simón el fariseo,14 pero ya en una homilía
del papa Gregorio Magno (muerto en 591) se expresa inequívocamente la identidad de
estas tres mujeres, y se muestra a María Magdalena como prostituta arrepentida. Por eso
la leyenda posterior hace que pase el resto de su vida en una cueva en el desierto,
haciendo penitencia y mortificando su carne, y son frecuentes en el arte occidental las
representaciones de la «Magdalena penitente».
La imagen de María Magdalena como penitente también puede ser confundida gracias a la
tradición de María Egipcíaca, santa del siglo V, quien según La vida de los
Santos de Jacobo de la Vorágine, se había dedicado a la prostitución y se retiró al desierto
a expiar sus culpas. Es común ver representaciones de María Egipcíaca, con los cabellos
largos que cubren su cuerpo o envuelta con carrizos, símbolos de su penitencia en el
desierto. Estos atributos en ocasiones acompañan a la Magdalena, creando a veces la
confusión de ambas santas.
En la tradición católica, por tanto, María Magdalena pasó a ser un personaje secundario, a
pesar de su indudable importancia en la tradición evangélica. El relegamiento que sufrió
María Magdalena ha sido relacionado por algunos autores con la situación subordinada de
la mujer en la Iglesia. A esta opinión oponen algunos teólogos católicos la especial
consideración que guarda la Iglesia para con Santa María, madre de Jesús, venerada
con hiperdulía, en tanto que los apóstoles y los otros santos son venerados con dulía.
En 1969, el papa Pablo VI retiró del calendario litúrgico el apelativo de «penitente»
adjudicado tradicionalmente a María Magdalena;24 asimismo, desde esa fecha dejaron de
emplearse en la liturgia de la festividad de María Magdalena la lectura del Evangelio de
Lucas14 acerca de la mujer pecadora.25 Desde entonces, la Iglesia católica ha dejado de
considerar a María Magdalena una prostituta arrepentida. Sin embargo, esta visión
continúa siendo la predominante para muchos católicos.
En 1988, el papa Juan Pablo II en la carta Mulieris Dignitatem se refirió a María Magdalena
como la "apóstol de los apóstoles"26 y señaló que en "la prueba más difícil de fe y fidelidad"
de los cristianos, la Crucifixión, "las mujeres demostraron ser más fuertes que los
apóstoles".27
El 10 de junio de 2016, la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los
Sacramentos publicó un decreto por el cual se eleva la celebración de santa María
Magdalena al grado de fiesta en el Calendario Romano General,1 por expreso deseo del
papa Francisco.23 Arthur Roche señaló en su artículo en el L’Osservatore
Romano titulado Apostolorum apostola que la decisión se enmarca en el contexto eclesial
actual a favor de una reflexión más profunda sobre la dignidad de la mujer, la nueva
evangelización y la grandeza de la misericordia divina. El propio Roche señaló que «es
justo que la celebración litúrgica de esta mujer tenga el mismo grado de fiesta dado a la
celebración de los apóstoles en el Calendario Romano General y que resalte la especial
misión de esta mujer, que es ejemplo y modelo para toda mujer en la Iglesia».228