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Por las tardes de verano, los intensos rayos del sol golpean tu rostro, el aire se

siente cargado, y se hace imposible escuchar la melodía del viento con el bullicio de
la música, la gente conversando, gritando, riendo u cualquiera otra cosa que se
pueda escuchar en un mercado.
Suena a una escena escandalosa pero si estuviesen ahí, creanme que se hubiesen
quedado contemplando aquel panorama igual que yo lo hice, era algo que veía
todos los días, algo que siempre estaba a mi alcance, pero a pesar de ser algo tan
accesible era algo que jamás me cansaría de admirar, ese paisaje me enamoraba
todos los días, nunca lo terminaba de conocer.
Pero ya era suficiente "palabrería", como dice mi padre.

Ya el sol se estaba desvaneciendo lo que significaba que ya debía volver a casa, no


obstante, iba con retraso por quedarme vagando en ese gran mercado.

Toqué la puerta e inmediatamente mi padre abrió la puerta y me recibió con una


seria mirada.

-Adamo, qué te he dicho de estar vagando hasta tarde por los mercados de la
ciudad?
-Señor pero solo me he retrasado unos minutos.
-Sabes bien que me gusta la puntualidad.
-Solo voy a pasar la tarde a la plaza, no veo lo malo en eso.
-Solo entra a la casa y no refutes otra vez.

Entré a casa y saludé a mi madre, se veía más cansada de lo normal, sentía pena
por ella, ya no era tan joven pero trabajaba mucho en casa, y algunas veces
también en la calle salía a vender telas.
-Buenas noches madre.
-Hola hijo. -Me dijo con una sonrisa sincera en su rostro.
Sirvió la cena y todos comimos en silencio.

"Comimos en silencio", ese pensamiento estuvo un largo rato dando vueltas en mi


cabeza porque mis padres siempre suelen conversar durante la comida, nunca soy
parte de sus conversaciones pero me gusta escucharlos, admiro como después de
tantos años mantienen la comunicación y el cariño tan intactos. Todo parecía bueno,
el único problema parecía ser yo, no sabían como llegar a mi, parece que nunca me
han entendido.

Después de la cena le pregunté a mi padre porque estuvo tan callado.


-Estaba pensando en ti hijo. -Me respondió
-En mi porque?
-Has crecido y yo todavía no te conozco, y lo lamento.
-Porque me dice esto?
-Hijo, yo y tu madre partiremos a Sicilia, sé que no tenemos una relación cercana
pero me entristece dejarte así, había muchas cosas que quería que aprendieras.
Pero tendrás que valerte por ti solo, busca un oficio y hazte un experto en eso.

Me sorprendió la noticia, y me entristecieron un poco las palabras de mi padre, pero


de igual manera se iban a marchar, no había nada más que hacer, y ya me había
acostumbrado a estar solo, me gustaba.
-Cuídese padre, y cuide de mi madre también, lo necesita.
-Lo sé Adamo.
Mi padre se dió la vuelta y se fue al jardín, donde estaba sentada mi madre, se
sentó junto a ella y se quedaron allí, en silencio, por un largo rato.
Yo también estuve en silencio, contemplando la nada.
Capítulo dos

Mis padres se marchaban en unas semanas, mientras ellos se preparaban para


partir, yo estuve buscando trabajo, no había tenido suerte hasta ahora.

Llegó el momento de su partida, yo seguía sin conseguir un oficio, mi padre quería


que lo hiciera antes de que él se marchara, supongo que se decepcionó un poco.

Me despedí de ellos

-Buena suerte, su hijo los quiere.


-Cuídate, Adamo.
-Lo haré.

Los vi alejarse, y me di cuenta de que nunca volvería a verlos, me sentía triste, pero
me di cuenta de que era mi oportunidad de empezar de nuevo, de encontrar mi
propio camino.

Así que me fui a la ciudad, a buscar mi propio destino.

Continué tratando de hallar una ocupación, y al cabo de unos días iba a rendirme.

Pero en mi último día de búsqueda, me encontré con un hombre que me ofreció


trabajo como su ayudante.

El hombre era geógrafo, me dijo que lo que no ganaría en dinero lo haría en


conocimiento, yo accedí, el dinero no era algo que necesitara en ese momento, ya
que mi padre me dejó un buen monto del mismo para que me pudiera mantener
durante un tiempo. El conocimiento, sin embargo, era algo que siempre había
anhelado, y el geógrafo era un hombre que prometia enseñarme muchas cosas.

El geógrafo se llamaba Simone, y era un hombre de unos cincuenta años, bastante


amable y dedicado a su trabajo. Me enseñó todo lo que sabía sobre su trabajo, y me
enseñó a leer mapas y a comprender la tierra, a reconocer los océanos, los
desiertos, algunos ríos, no me hice un experto pero sabía lo suficiente como para
irme navegando a Suecia, o algún país nórdico.

Una tarde le hice a Simone una pregunta un tanto personal, a pesar de que no
solíamos conversar mucho, me sentí con derecho, él era mi maestro y además de
las lecciones sobre los océanos y las cordilleras, también necesitaba lecciones
sobre la vida.
-Simone, si te apasiona tanto la tierra porque no has ido a explorarla, en vez de
estudiar ese montón de mapas, superficies y todo lo demás?
-Adamo, yo ya soy viejo, y he completado mi misión de enseñarte lo que sé, yo
estudio la tierra para que gente como tu vaya y la explore.
No le respondí nada, solamente asentí con la cabeza.

Simone me dio una sonrisa y me dio una palmada en la espalda,aunque no le


respondí nada, sabía que él estaba en lo cierto, yo quería conocer el mundo, poder
aplicar todo lo que Simone me enseñó, no quedarme encerrado en una biblioteca o
una oficina.

En la noche estuve despierto contemplando la luna, y pensando en lo que hable con


Simone antes, ya me estaba quedando dormido, cuando escuche el sonido de un
desafinado violín, que provenía de una lejana habitación, me levanté y fui a ver que
pasaba, nunca había escuchado música salir de algún rincón de esa casa….
-No sabía que tocabas el violín Simone. -Dije riendo.
-Lo tocaba ya hace mucho, ya no recuerdo como hacerlo.
-Lo que se aprende nunca se olvida.
-Si no lo pones en práctica sí.
Bajó el violín y trató de afinarlo, pero no recordaba cómo hacerlo.
-Déjame ver. -Le dije
Receloso, me entregó el violín. Empecé a girar las clavijas con cuidado hasta que el
violín sonase afinado. Apoyé el violín sobre mi hombro y empecé a tocarlo, para
comprobar que funcionaba bien.

Simone me miraba asombrado, no podía creer que yo supiera tocar el violín. Le di el


violín y le dije que tocara. El empezó a tocar una melodía triste, y yo me sentí
conmovido por su música. Al terminar, le di un aplauso y le dije que era un gran
violinista. Simone me sonrió y me agradeció. Nos quedamos allí un rato, tocando el
violín juntos, y fue entonces cuando me di cuenta de que era la primera vez que lo
veía sonreír.

Esa noche la pasé muy bien, me sentí en casa, con alguien que consideraba mi
padre, Simone.

Simone tenía una casa enorme, y muy pintoresca, pero era demasiado para dos
personas, y sé que él se deprimía antes de que yo llegara a trabajar con él, esa era
una de las razones por las que no quería dejarlo.
Dos semanas más tarde, durante la cena, le comenté a Simone lo que había
decidido.
-¿Entonces?
-Voy a ser marinero, voy a recorrer el mundo en barco.
Simone me miró sonriente, y luego asintió con la cabeza.
-Sé que serás feliz, hijo.

Al día siguiente, me fui a la ciudad a buscar un barco en el que pudiera trabajar.


Encontré uno que se dirigía a España, y me embarqué.

Durante los primeros días, me sentía muy solo, pero luego me acostumbré a la vida
en el barco, y me di cuenta de que era lo que quería. Estaba contento de haber
tomado la decisión de ser marinero, y sabía que Simone estaría orgulloso de mí.
Capítulo tres

Después de unos meses, el barco en el que trabajaba llegó a España, empecé a


recorrer el país, y me encantó. Visité lugares como Barcelona, Madrid, Sevilla y
Granada, cada uno tenía su encanto, pero hubo uno que se llevó toda mi atención,
Huelva…

Apenas pisé tierra en Huelva, supe que era el lugar en el que quería vivir. Me
enamoré de sus paisajes, de su gente, de su forma de vida… Todo era perfecto para
mí. Así que, después de mucho pensarlo, decidí quedarme a vivir allí. Compré una
pequeña casa en el centro de la ciudad, y me sentí como en casa desde el primer
día.

Estaba feliz de finalmente haber “encontrado mi lugar”. Todos los meses solía
escribirle una carta a Simone, le contaba lo que hacía, dónde estaba, cómo me
sentía, le contaba todo.

“Espero que reciba todas mis cartas. Espero que las lea y sienta felicidad y orgullo
de mi” -Pensaba.

Ya había pasado muchos veranos ahí en Huelva. Pero llegó un verano, en el que en
uno de esos días soleados y calurosos, de repente sentí el deseo de estar en
Verona otra vez, de volver a sentarme por las tardes a contemplar el gran mercado
de la ciudad….
Me dije: ¿Por qué no pasar el verano allí?
Me dispuse a preparar mis maletas para pasar el verano en mi querida Italia.
Así, un jueves por la tarde, partí hacía Italia.
“Tengo suerte de tener un barco y saber navegar”. -Pensé
“Todo esto es gracias a Simone”

Cuando llegué a Verona, me dirigí directamente al mercado, sentía el corazón en la


garganta por alguna razón. Era tal y como lo recordaba, lleno de gente, de olores,
de colores… Me senté en mi habitual banco de madera, y me quedé allí, inmóvil, sin
hablar, sin hacer nada, simplemente disfrutando del espectáculo.

De repente, alguien se sentó a mi lado, yo no presté atención y seguí con lo mío,


supuse que aquella mujer se marcharía pronto de allí. Ya estaba anocheciendo, y yo
estaba allí, contemplando el ocaso como lo solía hacer de más joven, pero en vez
de disfrutarlo me enfoqué en la mujer, que media hora después todavía seguía allí, y
cuando me fije en que estaba haciendo, quedé sorprendido. Ella estaba dibujando el
paisaje, pero más que un dibujo parecía una fotografía por lo idéntico y detallado
que era, por lo que decidí halagar su trabajo.
-Que hermoso dibujo.
La mujer me miró sorprendida de que le hubiese hablado.
-Gracias. -Me respondió sonriendo
-Vienes mucho por aquí?
-Vengo todos los días. -Respondió cortantemente y siguió dibujando.
-Sí, pero me refiero a este sitio.
-Todos los días -dijo volviendo a responder de forma cortante.
-Perdón, no quería molestarte.
-No me molestas.
-¿Cómo te llamas?
-Maddalena. -Respondió ella- Y tú, ¿cómo te llamas?
-Adamo.
-Un placer, Adamo.
-Continúe mirando lo que hacía, dibujaba con mucha destreza.
-¿Vives cerca? -Le pregunté.
-¿Por qué? ¿Vas a venir a visitarme? -Dijo en un tono de ironía y riendo un poco.
-Solo si tu quieres.
-Cálmate, solo conozco tu nombre hasta ahora.
-¿Y qué haces?
-Dibujo.
-¿Eso es todo lo que haces?
-No, también pintar y escribir.
-¿Qué pintas?
-Cosas que me gustan.
-¿Y qué escribes?
-Historias.
-¿De qué tratan tus historias?
-De amor, de miedo, de aventuras… de todo un poco.
-Suena interesante.
-Supongo que sí.
-¿Me dejarías leer una de ellas?
-Claro, si quieres.
-Me gustaría.
-Pues ven a mi casa mañana.
-¿Enserio?
Maddalena asintió con la cabeza.
-¿A qué hora?
-A las diez de la mañana.
Miré a mi alrededor, “Ya son más de las ocho seguramente, el tiempo pasó en un
abrir y cerrar de ojos.” -Pensé.
Cogí mi bolso y me despedí de Maddalena, prometiéndole que iría a su casa al día
siguiente.
Camine un poco y llegué a un hostal que estaba a unas calles del mercado, pedi
una habitacion para unas semanas, la señora de la recepción me entregó la llave, le
agradecí, me dirigí a la habitación, tenía grandes ventanas y una hermosa vista de
la Plaza, luego me tumbe en la cama exhausto y me quedé dormido casi
inmediatamente. A la mañana siguiente me desperté temprano, me duche, me vestí
y bajé a desayunar, pedí un café y unas tostadas con mermelada, estuve un rato
sentado mientras tomaba el café y las tostadas, pensaba en Maddalena y en sus
dibujos, en cómo conseguía que parecieran fotografías y no dibujos, y en lo mucho
que me gustaría ver más de sus trabajos.
Después de desayunar, salí del hostal y fui a la dirección que Maddalena me había
dado. La calle era tranquila y las casas eran vistosas, llegué a la casa de Maddalena
y llame a la puerta.
Ella abrió y me invitó a entrar.
Llevaba un vestido blanco de flores rojas y labial del mismo tono, el cabello
recogido, desde que me recibió en su puerta pude sentir un aroma a coco, olía muy
bien.
-Hola, Adamo.
-Hola, Maddalena.
-Pasa.
-Gracias.
Entré en su casa y me senté en el sofá, miré a mi alrededor, la casa era muy bonita,
las paredes blancas, los muebles sencillos, las ventanas grandes y una escalera de
madera que subía a lo que supuse sería el dormitorio. Maddalena se sentó frente a
mí.
-¿Quieres un refresco, un café, té? -Preguntó
-No, gracias.
-¿Entonces qué quieres?
-Quiero leer una de tus historias.
-Claro. -Respondió ella sonriendo.
-Pues aquí tienes. -Me entregó un cuaderno.
-¿Este es el cuaderno donde escribes tus historias?
-Sí.
-¿Puedo quedarmelo?
-Claro, no te preocupes.
-¿De verdad?
-Sí, de verdad.
-Gracias.
-De nada.
-¿Cuál es tu historia favorita?
-La que estás a punto de leer.
-¿De qué trata?
-De una mujer que va a un parque todos los días y conoce a un hombre.
-¿Y qué hacen?
-Eso tendrás que averiguarlo tú.
-Vale, lo haré.
-¿Te gustaría quedarte a almorzar?
-Me encantaría, pero no quiero molestarte.
-No me molestas, de verdad.
-Entonces, me gustaría quedarme.
-Perfecto, entonces iré a preparar el almuerzo.

Maddalena se levantó y fue a la cocina, yo hojeé algunas páginas del cuaderno, me


puse a leer su historia, pero en eso me quedé dormido.
Al despertar, me levanté del sofá y fui a la cocina, Maddalena estaba allí,
preparando la cena.
-¿Ya te has despertado?
-Sí, perdón.
-No te preocupes.
-Gracias, Maddalena.
-No es nada.
-¿Necesitas ayuda?
-No, gracias. Ya está todo listo.
-¿Quieres que ponga la mesa?
-Claro.

La ayudé a poner la mesa y luego nos sentamos a comer.


La comida estaba deliciosa, después de comer, Maddalena me dijo que quería
enseñarme algo.
Me llevó a su estudio y me enseñó sus pinturas y dibujos, eran increíbles, todos los
detalles eran perfectos, parecían fotografías.
-¿Cómo lo haces?
-No lo sé, simplemente trabajo desde el amor.
-Todos tus trabajos son increíbles.
-Gracias.
-¿Cuándo empezaste a dibujar?
-De niña, aproximadamente a los 10 años, me empezó a llamar la atención
actividades dibujar, pintar y escribir.
-¿Y qué te ha inspirado para hacer todos estos trabajos?
-La vida.
-¿La vida?
-Sí, la vida es muy hermosa, pero también muy difícil, y a veces es difícil ver la
belleza de la vida, así que trato de mostrarla.
-Me gustó tu historia.
-Pero si te dormiste mientras la leías. -Dijo riendo
-Sí, pero leí la mitad de la historia.
-Bueno, es una historia corta.
-Pero aún así me gustó, me recordó a nosotros.
Ella rió y fingió no haber escuchado eso.
-¿Qué harás esta noche “Malena”?
-Malena?
-Me pareció más fácil que decirte Maddalena.
-Así me decía mi padre.
-Es una linda abreviatura.
-Así es, y no haré nada creo.
-Te quiero llevar a caminar por la ciudad.
Me miró un poco extrañada.
-Está bien.

Salí de su casa y fui al hostal, le dije a la recepcionista que me despertara tocando a


mi puerta a las siete y media.
Subí a mi habitación y me puse a leer otro de los cuadernos de Maddalena, me
quedé dormido.
Me despertó el recepcionista a las siete y media, me levanté, me di una ducha, me
vestí, salí y fui a buscar a Malena a su casa. Fuimos a dar un paseo por la ciudad, la
ciudad era hermosa, y estar con Maddalena se sentía muy bien.

Regresamos a su casa y nos sentamos en el sofá, ella se recostó en mi pecho y me


abrazó, me quedé dormido otra vez.
Al despertar, Maddalena ya no estaba allí, me levanté del sofá y fui a buscarla, la
encontré en su estudio, dibujando.
Capítulo cuatro
-Hola.
-Hola.
-¿Qué estás haciendo?
-Dibujando.
-¿De qué?
-De ti.
-¿De mí?
-Sí.
-¿Puedo verlo?
-Claro.
Era mi retrato sonriendo, era idéntico a mi, estaba sin palabras, Malena plasmaba
tan bien los momentos, las emociones, la vida….
-¿Qué opinas?
-Es hermoso.
-Gracias.
-¿Puedo quedarme aquí unos días más?
-Claro, no te preocupes.
-¿De verdad?
-Sí, de verdad.
-Gracias, Maddalena.
-De nada, Adamo.

Pasar el tiempo con Malena me hacía olvidar que pronto tenía que volver a Huelva,
y eso era un problema porque me estaba acostumbrando a ella.

Unos días más tarde, la quise llevar a la playa, era de noche y estábamos
acostados en la arena mirando las estrellas, esa noche le dije a Malena que pronto
iba a marcharme.
-Ya lo sabía, era un poco obvio no?
-Cómo?
-La poca ropa que tenías, la forma en que querías visitar cada rincón de Verona con
tanto apuro….
Sonreí penosamente.
-No te preocupes Adamo, podrás volver otro verano para verme y hacer esto de
nuevo.
Me quedé en silencio, Malena sacó una caja de cigarrillos y encendió uno.
-¿Quieres uno?
-Está bien.
Había fumado muy pocas veces pero no quería quedar en vergüenza frente a
Malena. El humo salía de mi boca y nariz lentamente, y lo exhalaba con cuidado.
-Elige una estrella para nosotros.
-Esa de ahí, y se va a llamar Malena, como tú.
-No sabes cuánto te voy a echar de menos. -Dijo Malena.
-Yo también.
-Eres muy especial Adamo, nunca había conocido a nadie como tú.
-Eres muy especial tú, Malena.
Ella sonrió.
-¿Qué vas a hacer cuando vuelvas a Huelva?
-No lo sé, supongo que tratar de olvidarme de ti.
-Eso será muy difícil.
-Sí, pero trataré.
-Aún así, te seguiré echando de menos.
Me quedé en silencio, no quería decirle lo mismo porque no quería darle
esperanzas, pero era la verdad.
-Ojalá te hubiese conocido cuando era un mozo.
-Las cosas pasaron así por algo.
Tomé a Malena de la mano y la lleve a caminar por la playa, le hablé de mis más
profundos pensamientos, de mis proyectos, de todo lo que a nadie más le había
hablado.
-Malena vete conmigo a Huelva.
-No Adamo, yo pertenezco aquí, y aquí te voy a esperar hasta el próximo verano.
-Con lágrimas en los ojos la abracé por un largo rato.

Llegó el día de regresar a Huelva, Malena me acompañó al puerto.


-Toma esto es para ti, para que me recuerdes.
Era una pintura de un marinero que miraba a las estrellas con lágrimas en sus ojos.
-Una pintura mía recordándote a ti, que lindo detalle. -Dije en un tono un tanto
sarcástico ya que iba a extrañarla aún más.
-Claro. -Dijo riendo.
-Te quiero Malena.
-Yo también Adamo.
-Te veo el próximo verano.
-Adiós, nos vemos pronto.

Y así, me marché a España.


Como hacía con Simone, también empecé a escribirle cartas a Maddalena, ya
habían pasado varios meses y desde que empecé llevaba unas 10 cartas, ella
nunca las contestaba, igual que Simone, solo que él había muerto un poco después
de que me marché, no creo que Malena también haya muerto….
Se acercaba la época del verano y escribí una carta a Malena preguntando si quería
que fuese a visitarla, no me respondió, estaba decepcionado, ¿Se había olvidado de
mi? ¿Ya tenía a alguien más?, no podía saberlo pero me destrozaba.
Volví a Verona, pero Malena no estaba. Pregunté en el puerto y me dijeron que se
había marchado a España hacía unos años. No me dijeron más, así que me fui a
Huelva en busca de ella.

Después de muchas horas y preguntando a varias personas de allí, logré


encontrarla en una pequeña casa a las afueras de la ciudad.

-¿Malena?
-Adamo… -Dijo ella con una sonrisa.
-¿Qué haces aquí?
-Me mudé aquí después de que te marchaste.
-¿De verdad?
-Claro, ¿cómo podría olvidarte?

La abracé y lloré de felicidad.

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