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H lD É ISHIGURO
R u sh R hees
D. S. S h w a y d e r
John W. Cook
L. R. R e in h a r d t
A nthony M anser
F r a n k C io f f i
TIMAS DE EUDJLBA/FILOSOFÍA
Peter Winch y colaboradores
Estudios sobre la
filosofía de Wittgenstein
T ra d u c id a por
LEÓ N M IRLAS
E N E L A Ñ O D E L S E S Q U IC E N T E N A R IO
DE LA F U N D A C IÓ N
D E L A U N IV E R S ID A D D E B U E N O S A IR E S
© 1971
E D IT O R IA L U N IV E R S IT A R IA D E BUENO S AIRES
R ivadavia 1571/73
Sociedad de Econom ía M ixta
F undada por la Universidad de B uenos Aires
H e d ió el depósito lie ley
IM PR ESO EN LA A R G E N T IN A - P R IN T E D L \ A R G E N T IN A
INDICE
IN T R O D U C C IÓ N : LA U N ID A D D E LA FILO SO FIA DE W IT T G E N S T E IN IX
II. “O N T O L O G 1A ” E ID E N T ID A D EN EL T R A C T A T U S : A P R O P Ó
S IT O D EL C O M P A N IO N D E BLACK .......................................................... 33
P e te r W in c h
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•
0, Oj Ój
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3 Ver Z ettel, § 291: Las líneas de proyección podrían llamarse “la co
nexión entre la pintura y lo que pinta”, pero también podría llamarse así la
técnica de la proyeccción.
adelante en el Tractatus (5.6331) al representar el campo visual
así:
H i d é I sh ig u r o
i Como ejem plo de esta opinión, que creo engañosa, ver M ax Black,
A companion to Wittgenstein’s Tractatus, pp. 114-15, “W ittgenstein exam ina la
cuestión de cómo puede comunicarse el significado de los nombres. Su pertur
badora respuesta es que resulta im posible explicar en forma explícita e l
significado de un nombre; la única forma de transmitir su significado es usar
el nombre en una proposición, presuponiendo con ello que e l significado
es ya comprendido. Con respecto a esta opinión, e l logro de una referencia
co m ú n por e l q u e habla y el q u e oye se hace misteriosa.”
y los N om bres2 se expresa en el controvertido 3.3, que dice “Sólo
las proposiciones tienen sentido (Sinn); sólo en el nexo de la
proposición tiene un Nombre referencia (Bedeutung) Es notorio
que “Nombre” es una palabra técnica en el Tractatus. No sólo no
pueden ser analizados posteriormente los Nombres por ninguna
definición, sino que los objetos a que se refieren son simples y no
pueden ser dados con una descripción definida. Como Russell
y Quine, el W ittgenstein del Tractatus pensó que la mayoría de
los que llamamos nombres propios pueden ser analizados poste
riormente y tratados lógicamente como descripciones definidas
(3.24). Los verdaderos Nombres no pueden presentarse explíci
tamente en las proposiciones usuales, no elementales.3 Lo que ex
presa 3 .3 . es una tesis general sobre las expresiones y los objetos
que designan, derivada simplemente de los Foundations of Arith-
metic de Frege, que no adelanta tales interpretaciones sobre los
nombres. Veremos que la noción de W ittgenstein sobre objetos
simples hace que considere incluso este punto de vista con más
seriedad. No podemos buscar referencias de Nombres independien
temente de su uso en las proposiciones.
En el contexto de su tentativa, en los Foundations of Arith-
metic de explicar su afirmación de que los números eran objetos
más bien que conceptos y de que las palabras de números tenían
una referencia objetiva (Bedeutung) y se referían a los objetos,
Frege escribió: “Sólo en una proporción tienen realmente las pa
labras una referencia (Bedeutung) . . . Basta con que la proposi
ción, tomada como un todo, tenga un sentido (Sinn); es esto lo
que les concede a sus partes también su contenido” (§ 60, repe
tido en § 62). No se puede refutar la afirmación de que las cifras
tienen una referencia objetiva diciendo solamente que no pode
mos imaginar los números. Los números no son, evidentemente,
objetos espaciales. No se puede imaginar, ni por lo demás se
ñalar, algo que sea especialmente evidente si se piensa en el
número cero o un millón. No sólo no podemos pintar o señalar
esos números, ni siquiera podemos pintar un millón de objetos
de cualquier clase como distintos de un millón uno de ellos, ni
señalar cosas cero. Esto podría llevarnos a la conclusión que las
palabras de números no se refieren a algo. Lo que dice Frege
en réplica a esas objeciones no sólo es válido para las palabras de
números, sino para todas las palabras. Hay objetos materiales
que no podemos señalar o imaginar, por ejemplo una partícula
« 5.4732.
7 H a sta en el caso en q u e sólo está en juego u n objeto, como e n "A es
ro jo ”, se p u e d e te n e r u n a convención con la q u e se exprese q u e u n objeto
es rojo escribiendo el nom bre d el objeto lateralm en te. E ntonces, la m encionada
proposición p u e d e ser expresada com o “ ”
8 R eferencia y generalidad, p rim e ra edición, p p . 25-6. Después de h a b e r
leído esta m em oria en form a m anuscrita, el profesor G each m e m ostró a m a
blem ente su versión corregida d el m ism o pasaje, escrita p a ra la segunda
edición q u e debe ap arecer e n o to ñ o de 1968. A clara que, a ú n cuando los
nom bres se usan in d ep e n d ien tem e n te , p o r ejem plo p a ra lla m a r a alguien, o en
rótulos, el uso n o es in d ep e n d ien te del sistem a d e len g u aje al cual pertenecen
lo i nom bres.
En su artículo “Sobre la denotación”, Russell 9 supone que una
expresión usada como sujeto gramatical en la expresión verbal
de una proposición no tiene ningún sentido en sí misma a menos
que su significado, que él equipara al objeto señalado, figure in
tacto en un análisis adecuado de la proposición. Por eso, para
Russell no sólo no tienen un significado independiente palabras
tales como “todo", “nada” y “algo”; frases tales como “un hom
bre” y hasta “el rey de Francia” no tienen significado. A éstos,
se Ies llama símbolos incompletos .10 Para Russell, decir que una
palabra tiene significado en sí misma equivale a decir que el sig
nificado de esa palabra es un objeto tal que, si expresamos una
proposición usando la palabra, la proposición será acerca de ese
objeto. “ John Smith es gordo” expresaría una proposición sobre
John Smith si el significado de la frase “John Smith” es el hombre
John Smith.
Por eso, aunque Russell se refiere en este artículo al Sinn de
Frege como significado y a Bedeutung como denotación, la noción
de Russell sobre el significado de una expresión es totalmente
distinta de la noción de Frege sobre Sinn. En todo caso, es más
próxima al Bedeutung de Frege. Las frases mismas que para
Frege tienen Sinn pero no denotación, como “la serie menos con
vergente” o “el rey de Francia”, no tienen, en opinión de Russell,
un significado propio. P e r o ..., ¿en qué sentido podría ser el sig
nificado de una palabra el objeto al cual se hace referencia? En
caso necesario, se podría decir que el significado de “Karl Marx”
es que es el nombre del hombre Karl Marx, pero difícilmente se
podría decir que el significado es el hombre. El Tractatus acierta
cuando dice que yo sólo puedo hablar de objetos. No puedo
expresarlos (aussprechen), (3.221.).
En el Tractatus las palabras o los signos tienen su uso, es
decir su rol fijo en la sintaxis lógica y cuando se utilizan en las
proposiciones muchas de ellas se refieren a objetos, o a propie
dades verdaderas de los objetos, pero no tienen un sentido o sig
nificado adicional que exprese ser esto. Los signos que se refieren
a objetos (como algo distinto de las propiedades o relaciones que
son verdaderas con respecto a los objetos) se llaman nombres .11
s “Sobre d enotación’’, M in d , 1905.
10 E ntendem os p o r sím bolo “inco m p leto ” u n sím bolo q u e se supone no
tiene n in g ú n significado aisladam ente, y sólo está defin id o en ciertos contextos.
d ,b
E n la m atem ática corriente, p o r e je m p lo ,-----y / son sím bolos in co m p leto s...
dx ' n
Esos sím bolos tie n e n lo q u e p o d ría llam arse u n a “ definición en el uso”. Esto,
los distingue de lo q u e p odríam os lla m a r nom bres propios (P rincipia M athe-
matica, p. 66) .
n Véase 4.24, 4.1211.
Quine dice que ser, es ser un valor de una variable. Análogamente,
eí Tractatus dice que ser un objeto (cosa, ente, etc.), es ser un
valor de un nombre variable (4.1272). Ser un objeto o una fun
ción o un hecho, no es una clasificación de las cosas en el sentido
en que lo es ser sólido o coloreado o móvil. Es una noción pura
mente lógica, como lo fue para Frege, a la cual el Tractatus llama
“concepto formal”. No podemos preguntar debidamente en forma
aislada si Juan es un objeto o si el color es un objeto o si las
relaciones son objetos. Tampoco es adecuada la pregunta acerca
de si los “objetos” son cosas físicas u objetos mentales. Si olvi
damos el hecho de que sólo los absolutamente simples deben ser
llamados objetos en el sentido estricto de la palabra y nos permi
timos el uso relativo o “cambiante” de la palabra “objeto”, como
lo hace Wittgenstein en 4.123, la proposición “esa mesa es roja”
se refiere al objeto mesa, la proposición “Juan es el padre de
Pablo” se refiere a los objetos Juan y Pablo y la proposición “este
color es más oscuro que aquél” se refiere a los colores de los obje
tos y "ser padre es una relación asimétrica” se refiere al objeto
“ser padre”.
Pero, entonces. . . , ¿cuál es el criterio lógico para que una
expresión sea un nombre? ¿Cómo se establece que una expresión,
digamos “a”, es el nombre de un objeto? No señalando alguien
algo y diciendo "a’\ No se sabría si “a” se usa para describir, para
nombrar, para contar. Aunque pudiera aclarar de algún modo que
“a” se usa como nombre en vez de predicado o una frase, no de
terminaría lo que fue nombrado señalando. ¿Es el lugar? ¿La
cosa material? ¿La superficie? ¿Un aspecto? ¿O qué es? Russell
escribía como si los nombres fueran asignados a sus portadores
por la intención del que habla. Según él, en cualquier momento
dado hay ciertas cosas que el hombre “conoce”, que están “ante
su espíritu”. “Si describo estos objetos, puedo, desde luego, des
cribirlos erróneamente; de ahí que no pueda con seguridad comu
nicarle a otro cuáles son las cosas que conozco. Pero si me hablo
a mí mismo y las denoto con lo que podrían llamarse ‘nombres
propios’, más bien que con palabras descriptivas, no puedo estar
equivocado. Mientras que los nombres que uso realmente son
nombres en ese momento, es decir me nombran cosas, las cosas
deben ser objetos de que tengo conocimiento, ya que, de lo con
trario, las palabras serían sonidos sin sentido, no nombres de
cosas”. (Sobre la naturaleza del conocimiento directo, 1914). Se
mejante acto privado no convertiría para Wittgenstein a un so
nido en el nombre de un objeto aunque un nombre pueda com
prometerse privadamente a un uso consecutivo de una expresión
y darle con ello a un objeto un nombre para su propio fin. El
aspecto o la superficie de la cosa que está ante mi espíritu tiene
forma, colores, también y sólo el uso consecutivo del nombre
establecerá cuál de todas esas cosas nombro. No puedo, por eso,
“comunicarle a otro cuáles son las cosas que conozco” profiriendo
los sonidos. La opinión del Tractatus es que si se usan los nom
bres en proposiciones y se comprende el papel sintáctico que
desempeñan, la proposición no tendrá un sentido definido a me
nos que los nombres obtengan una referencia definida. Esto sig
nifica que si la gente toma “g(a, b) ” como exponiendo
un estado de cosas definido ,12 entonces ve que “a”, “b”, se usan
para referirse a objetos sobre los cuales versa la proposición
("g (a) b) ” quiere expresar un estado de cosas que involucra dos,
no tres objetos .) 13 En el caso de los nombres propios usuales,
identificamos al portador por una descripción definida o indica
mos la clase de cosas de que estamos hablando y usamos un demos
trativo para señalar a cuál de esta clase significamos. Pero si los
objetos no pueden ser identificados por una descripción definida,
ni elegidos señalando, ya que son “independientes de lo que acae
ce” . . ¿cómo se puede ver que la palabra o el signo se refiere a
un objeto fijo?
Esto se hace, de acuerdo con el Tractatus 3.263, por “diluci
daciones”. Una dilucidación no brinda una descripción definida
del objeto denotado por un Nombre —ya que esto, se afirma, es
imposible— ni es una definición del Nombre. Las dilucidaciones
son proposiciones en que los nombres son usados más bien que
mencionados. Considero que, al hacer una dilucidación, afirmamos
las proposiciones que contienen el Nombre. Cuando alcanzamos
y comprendemos lo que se afirma, hemos captado de qué trata la
proposición y sabemos cuál es el objeto referido por el Nombre.
i* 3.24.
“Filosofía de] atom ism o lógico”, en Lógica y conocim iento, p. 201.
21 3.203.
mamos que todo nombre lógicamente propio es un nombre propio
ambiguo y que “esto” que es siempre el mismo de un modo u otro
tiene un sentido distinto cada vez que se usa; debemos suponer que la
palabra tiene ya algún sentido general que nos dice por qué, en
cada oportunidad en que se usa la palabra significa diferentes obje
tos. Este significado general sería algo así como “el objeto que
señala el que habla" o “el objeto que tengo delante" (Russell debía
argüir esto más tarde en su estudio del “particular egocéntrico”) .
Esto, también, haría la palabra "esto” muy distinta de todo Nombre
del Tractatus, ya que esa palabra tendría que ser reemplazable
entonces por esas descripciones. No podría ser, así, un signo pri
mitivo.22
En los Cuadernos, W ittgenstein escribió: “Lo que parece ser
nos dado a priori, es el concepto: esto. Idéntico al concepto del
objeto.” 23 Y, en realidad, si no se toman los objetos como nece
saria y absolutamente simples, sino como cosas que tratamos como
simples al referirnos a ellas y diciendo esto sobre ellas (como lo
hizo aquí W ittgenstein), entonces, en realidad, si estamos en con
diciones de referirnos a un objeto con un nombre o una descrip
ción definidos, podemos hacerlo siempre usando la expresión “esto".
Porque podemos referirnos a cada entidad individualizable llamán
dola “esto” o “eso”, con prescindencia de si el objeto está presente o
ausente o dado o no a los sentidos. Cuando tenemos una manera de
identificar el número 2, por ejemplo, podemos referirnos a él y decir
"esto es más pequeño que 3”. Si podemos elegir una forma espe
cial entre otras, podemos decir sobre ella cosas tales como “Esto
es asimétrico”. No se sigue de ello, con todo, que la palabra “esto”
sea un nombre. Como tampoco se sigue de la afirmación “ser un
objeto es ser un valor de una variable de nombre” que las varia
bles de cuantificación sean nombres. La prim era consecuencia,
pues, de la opinión del Tractatus sobre los Nombres, es que un
Nombre no es una marca individual o un rótulo adecuado. Un
Nombre es una clase de expresiones señales análogas, cada una de
las cuales es usada en las proposiciones para referirse al mismo
R u sh R hees
“¿Señal o tipo?”
La identidad
La aritmética
D. S. S h w a y d e r
Algunos antecedentes
1 2 3 4
8 7 6 5
impar par
9 10 11 12
16 15 14 13
o la siguiente prueba, “la más breve” del Teorema de Pitágoras
Conclusión
m -
de T estaba fragmentado en un caos de juegos de lenguaje consi
derados como formas de conducta, y las matemáticas en la enseñan
za se tornaban dependientes de las convenciones y de los acuerdos
entre los hombres, de nuestras maneras de obrar y formas de vida.
Wittgenstein se volvió más capaz aún de formular sus pensamien
tos en el vocabulario de las “reglas”, los “caminos”, los “paradig
mas” y las “normas” y de prestarles quizás una exagerada atención
a las transformaciones conceptuales causadas por las demostraciones
matemáticas. La tesis original de que la lógica formal y las mate
máticas son métodos lógicos distintos fue atenuada en la “mezcla”;
la concepción aparentemente cristalina de “y así sucesivamentemente”
quedó diluida en la noción general de la claridad. Wittgenstein
se mostró preocupado por las líneas netas [ver R : 155, 168, 186j
e imputó una teoría superrígida del lenguaje a su propio yo de
los primeros tiempos [R: 182],
A esto, desde luego, lo acompañó una actitud generalmente
más relajada con respecto al lenguaje en general. Lo que es más
destacado, Wittgenstein, después de una firme resistencia, abandonó
finalmente la idea de que hasta el lenguaje proposicional era un
sistema unificado resoluble analíticamente en una “totalidad” de
juicios elementales, anclados ellos mismos a la “totalidad” de los
objetos a que se hace referencia en última instancia, una opinión
que nace de lo que he llamado en otra parte “El Principio Absoluto
del Spielmum” (Tnquiry, 1964, pp. 411 s.) . La rígida distinción
entre el decir y el mostrar se rompe, y luego es destruida la “meta
física trascendental” del otro “m undo” más allá de los límites, el
mundo de las “posibilidades” que debe haber tenido la estructura
perfecta de un “ideal” para mantener al lenguaje inflexible por
dentro .'7 Me parece que el cambio más importante, más profundo
y menos visible que los demás, radicaba en su opinión sobre la
necesidad. Lo propuesto retóricamente en la pregunta de T “¿qué
debe acaecer a fin de que algo pueda acaecer?” (5-5542), cedió el
paso finalmente en la concesión de que “Corresponden a nuestras
leyes de la lógica hechos muy generales de la experiencia cotidiana’.’
[R : 36], Por lo demás, el mundo ideal de la lógica del cual habla
Wittgenstein con tanta elocuencia en las Investigaciones filosóficas
habría quedado totalmente separado de la contingencia del hecho.
Pero ahora los mojones de la contingencia, los “límites del empi
rismo”, son ubicados en otros hechos contingentes.
7 La p rim e ra ru p tu ra tuvo lu g ar con su a b an d o n o de la exigencia de
q u e los juicios elem entales fuesen indepen d ien tes e n tre sí. Esto es docum en
tad o en el artículo de 1929 sobre la form a lógica y en B , p a rte s V III y X X I
y en p, 317, donde reescribe T : 2.1512 p a ra decir q u e no se aplican a la
realid ad sentencias aisladas (como él creía antes) sino todo el sistema, rígido
a ú n , del lenguaje.
Creo que Wittgenstein tenía razón, pero no la suficiente. Las
matemáticas están edificadas sobre los presupuestos de la vida coti
diana y por lo tanto tienen implicaciones contingentes. Pero dudo
de que W ittgenstein viera esto con suficiente claridad o lucidez en
R y no lo persiguió con suficientes detalles. Seguramente, los hechos
de que caminamos sobre dos piernas y hablamos una babel de idio
mas —importantes en la situación hum ana— no figuran entre las
piedras demarcatorias del empirismo. P e r o ..., ¿por qué no? Nece
sitamos muchos casos con tantos detalles, por lo menos, como los
dedicados por W ittgenstein a sus vendedores de madera de cons
micción [H: 43 s.]. Entonces, quizás, podríamos empezar a com
prender lo que es tan importante: que cada parte de la mezcla de
las matemáticas tiene una mezcla de aplicaciones (ver, por ejemplo.
R : 352).
Valuación. Hemos observado ya numerosos defectos en la pre
sentación de Wittgenstein y problemas no resueltos para su teoría
de las matemáticas.
Wittgenstein, simplemente, no sabía qué hacer con respecto a
las matemáticas puras, donde la “aplicación vulgar” es ya matemá
tica. Importa aquí ver lo que el propio W ittgenstein solía no notar:
que los conceptos matemáticos no son, en sí, conceptos vulgares.
Los números naturales no son los números de “¿cuántos?” o “¿cuál?”,
sino, simplemente, aquéllos con que podemos calcular y sobre los
cuales podemos demostrar teoremas, a menudo, sin duda, para los
fines corrientes de regularizar nuestras ideas de "¿cuántos?”, etcétera.
El número 6 es simplemente una noción tan matemática como el
número perfecto o Xn- Quizás W ittgenstein chocara ya inconscien
temente con la dificultad en B al aplicar a menudo el principio
de la verificación a las proposiciones supuestas de la teoría del
número. La aplicación es, me parece, enteramente razonable consi
derada en sí misma, pero apenas coherente con la proscripción de
las proposiciones matemáticas por Wittgenstein. El problema lo
siguió persiguiendo en R , por ejemplo, donde se sintió incapaz de
hallar una técnica vulgar para que 2 fuese una propiedad de
[■/?; 186]. Parece haberlo decepcionado la doble faz de las matemá
ticas, que mira afuera hacia su aplicación vulgar y, adentro, hacia
su propia teoría. [Ver R: 117 ss.]. Ésta se una forma de tomar el
"carácter doble de la proposición matemática como ley y como
regla". [/?: 120], Como no quería negar nada. W i t t g e n s t e i n d e b í a
hallar cierta adaptación al hecho de que las matemáticas trabajan
entre sus propias paredes y establecen toda clase de cosas interesan
tes como la irracionalidad de 2 y la trascendencia de k . Esto
embota el aguijón de la crítica de Wittgenstein a las metamate-
máticas que, en sus operaciones, no difieren tanto de la teoría de
Galois o de cualquier otra parte de las matemáticas puras, en que
los hombres han razonado con éxito sobre los objetos matemáticos.
Wittgenstein admitía que la demostración de una contradicción
indicaría que no sabemos qué estamos haciendo. [Tí: 104]. Acep
tado, y esto es un resultado importante, que pueda asemejarse al
descubrimiento de la irracionalidad de \ / 2 ; pero esto es también
un problema, que puede tener una significación análoga, aunque
cabe dudar de que sea tan importante, para las matemáticas, como
el descubrimiento de la irracionalidad; no vemos inmediatamente
qué tiene de malo nuestra idea intuitiva de la abstracción de clase
en la misma forma como podemos ver la mayoría de nosotros por
que está prohibida la división por 0. No creo que W ittgenstein se
haya equivocado al subrayar las aplicaciones vulgares, por el con
trario; pero dudo de que haya podido resolver la dificultad sin
entrar en detalles inusitados con el objetivo de explicar cómo las
aplicaciones internas de los conceptos matemáticos también, en una
forma quizás refractada y diluida, reflejan los elementos esenciales
del lenguaje vulgar, no matemático.
Esta primera dificultad está ligada al estado insatisfactoriamen
te indefinido de las ideas de W ittgenstein sobre el cambio concep
tual. Las modificaciones más obvias se presentan en conexión con
las aplicaciones internas, por ejemplo, el cierre del plano provectivo
con la introducción de un punto en la infinidad, el desarrollo del
campo del número real, la reelaboración algebraica de la aritmética
y la geometría y el uso sistemático de la teoría del conjunto como
algo formulista.
Tam bién hemos notado que W ittgenstein nunca pudo decir
cómo podían llegar las distintas pruebas a las mismas conclusiones.
O, para decirlo de otro modo, no tenía lugar en su marco mental
para la idea de un teorema. La disponibilidad de pruebas alterna
tivas va de la mano con la suposición usual de que se puede com
prender un teorema que nunca se ha visto probado, que Wittgenstein
quiso también aparentemente negar, no sin adm itir el círculo de
la paradoja [ver B: 183; R : 92]. Tam bién aquí creo que W ittgen
stein sólo habría podido eliminar la dificultad si, contrariamente
a todas sus inclinaciones, hubiese mirado muchos casos especiales
distintos, con considerables detalles. No sé cómo hacer esto: pero
c r e o que ]0 que debemos term inar por comprender mejor es la
aplicabilidad obvia, franca, multivalente de las matemáticas inte
resantes a casos de todo género, tanto dentro como fuera; esto,
acaso, revelaría mejor cómo se puede considerar a una cosa como
un modelo para otra cosa y (para decirlo figurativamente) cómo
se puede hacer girar el mismo caso en direcciones distintas para
llegar a la misma posición.
Otro problema de magnitud que el propio W ittgenstein reco
noció es explicar cómo son posibles los errores en el cálculo especí
ficamente y en la demostración generalmente. O se sabe o no se
sabe calcular; pero, si se sabe, el cálculo arroja el resultado exacto.
Plasta aquí, el problema se parece un poco a la justificación de los
errores de ortografía. Pero le da especial importancia el axioma
de W ittgenstein de que el proceso y el resultado son lo mismo en
las matemáticas y lo hace lamentable la consideración de que si la
prueba fuese (como lo sostenía Wittgenstein) la revelación del
sentido, resultaría difícil explicar cómo podemos, con la compren
sión, proponernos probar algo, si no conocemos el resultado por
adelantado [ver B: 170], Podemos aceptar hasta cierto punto la
declaración confesional de W ittgenstein “No he hecho aún claro el
rol del cálculo erróneo. El rol de la proposición: ‘Debo de haber
cometido en error de cálculo’. Esto es, realmente, la clave de una
comprensión de los ‘fundamentos de las matemáticas’.” [i?: 1 1 1 ;
ver también 33, 95, 120.]
Hay muchos otros problemas menores, no resueltos. W ittgen
stein estaba mal preparado para afrontar la distinción, obvia, aun
que sólo ocasionalmente pertinente, entre los axiomas y los teoremas
[ver R : 79], ¿Por qué, por ejemplo, eran tan cautelosos los antiguos
con el axioma de las paralelas... se le consideraba generalmente
verdadero? (Y ver las propias observaciones de W ittgenstein en R:
113 s.) A sim ism o..., ¿cómo explica W ittgenstein el hecho de que
los matemáticos no “descubren” pruebas, sino teoremas? ;Dónde enca
jan en su plan los métodos de ensayo y de error? Aunque puedo creer
que algo que no veo llevó a Euler a su calculada desaprobación de
n
la conjetura de Fermat, de que todos los números de la forma 22 -f- 1
5
son primos, la mayoría de nosotros vemos -(- 1 como un contra
ejemplo concreto [para un reconocimiento parcial, ver B: 134 y R :
188], Todo esto son dificultades evidentes, no resueltas aún por la
filosofía de las matemáticas de Wittgenstein.
Desviándonos a otro sendero crítico, creo que la mayoría de
los comentaristas estarán de acuerdo en que el estilo y la manera
de W ittgenstein eran inadecuados para el tema. Las fluctuantes
imágenes de su variable terminología son de lamentar; y las usa
en una forma analógica negligente, con escasa discriminación. Pién
sese solamente cómo han sido llamadas y podrían llamarse “reglas”
muchas cosas distintas; piénsese qué distintas son las reglas del
inglés de las del cálculo. En ninguna otra parte de la filosofía se
exige más el detalle. W ittgenstein llama nuestra atención sobre la
“mezcla”; p e r o ..., ¿dónde está la misma en su libro? T rabaja con
unos pocos ejemplos insípidos, que se destacan más que nada por
su vaga semejanza con otros más importantes. (¿No habría dado
más resultado como ejemplo el Problema del Puente de Kónisberg
que las bisagras en la pared j\R: 174]?). W ittgenstein era inexcusa
blemente negligente en punto a tecnicismos y a veces éstos revisten
importancia. Todos han considerado, con Wittgenstein, que debe
de haber una diferencia formal importante entre la serie de los
números primos y (digamos) la serie de los números pares [ver
B : 251]. Creo que los matemáticos, algunos de los cuales piensan
lo mismo que Wittgenstein sobre los números reales, han intentado
sin éxito decir en qué consiste la diferencia.
El T , por lo demás bien elaborado, es inverosímilmente malo
cuando se refiere a importantes cuestiones técnicas. El principal de
ésos defectos es que la operación de W ittgenstein para generar pro
posiciones no era, como él habría podido enunciarlo más tarde,
generalmente recursiva, tal como debía serlo. Me he devanado los
sesos tratando de imaginar cómo se podía adaptar una teoría de
las descripciones a la teoría de T del lenguaje, como insinuó W itt
genstein que podía ser T : 3.24. Pero, yendo más al grano, la teoría
¿ie T de las matemáticas per se es simplemente un caos. En primer
lugar, las ecuaciones en cuestión no son sentencias degeneradas, de
modo que no resulta claro cómo pueden ser sinnlos pero no puntos
singulares unsinnig de revelación lógica. En segundo lugar, esas
ecuaciones son descritas como conteniendo nombres y no (por ejem
plo) números, aunque los ejemplos de W ittgenstein están urdidos
'{jara el número. Sospecho que W ittgenstein tenía en vista algo así
como la trigonometría; pero, por la razón que acabo de mencionar,
sU teoría es inadecuada hasta para los simples cálculos. Bosqueja
sucintamente una teoría del número, que puede ser congruente con
el esquema de Peano; pero uno se pregunta cómo se puede aplicar
esto a las manzanas y a las naranjas. Se necesitarían más de dos
Aplicaciones de negación conjunta para conseguir "manzana t , está
en el plato y manzana 2 está en el plato”. Hay soluciones para esto,
P^ro llevan a dificultades más profundas aún.
Sin embargo, después de haber anotado todo esto, creo que
Wittgenstein tenía razón en el fondo en su alternativa, propuesta
aunque fragmentada, a las demás “filosofías” de las matemáticas.
Mientras rastreaba a lo largo de esos textos, me sentía cada vez más
agradablemente dispuesto a pensar que el método derivacional for
mal de presentar una prueba matemática contra el cual polemiza
Wittgenstein sólo es un método de presentación, v bastante artifi
cial por lo demás, una suerte de uniforme qut; yo había aprendido
a respetar con el adiestramiento por los profesores de lógica. Estoy
absolutamente convencido por lo que él insinúa sobre el “sentido”
f las matemáticas. Ahora, me gustaría tratar de trasmitir esta con-
vicción.
Muchas comparten la aversión de W ittgenstein a la teología
de las matemáticas puras y su deseo de disipar los misterios arcanos
del culto. Pero quizás los misterios sean preferibles a decir que las
matemáticas son algo que evidentemente no son (¿quién cambiaría
¡as matemáticas que conocemos por la psicología?) y al naturalismo
del “juego” sin sentido. El concepto de las matemáticas de W ittgen
stein como un equipo de instrumentos para la fiscalización concep
tual es, a un tiempo, un refugio del empirismo y una alternativa
ai platonismo. Debemos tratar de ver cómo los objetos matemáticos
son seres de concepción hum ana en una forma en que no lo son
los cocos y los pensamientos. El pensamiento orientador de W ittgen
stein es que son rasgos de nuestras formas primitivamente no mate
máticas de pensar sobre el mundo y le deben su superpalpabiliclad
aparente al hecho de que pueden ser presentadas “no observacio-
nalmente” en esa forma, más inmediata. Explicamos el sentido de
las matemáticas atendiendo a esas aplicaciones, a los ejemplos domi
nantes y no apelando a imágenes tomadas en préstamo. W ittgen
stein nos fortalece también contra esas maneras evidentemente falsas,
pero con todo peligrosamente invitantes, de pensar en las secuencias
matemáticas como verdaderos procesos físicos que subsisten quizás
durante un tiempo larguísimo. Los infinitos de las matemáticas no
son procesionales, sino características de las reglas singulares abier
tas, aunque de aplicación regular. Creo que muchos matemáticos
practicantes comparten la idea de W ittgenstein de que los números
reales deben responder a "reglas”.
La prueba de la exactitud de la manera de pensar de W ittgen
stein sobre las matemáticas aparece en muchos lugares. Piénsese
que, hasta hace poco, sólo en la geometría, entre las muchas disci
plinas matemáticas, había pruebas que supuestamente debían pro
venir de axiomas y postulados estipulados. ¿Por qué? Porque en
otra parte de la demostración comenzaba llamándonos la atención ei
matemático sobre lo que cualquiera podía ver que debía acaecer,
por ejemplo, se podía advertir que los números eran ilimitados
simplemente porque uno había aprendido una regla de lenguaje
vulgar, para contar así, permitiéndole siempre contar más arriba de
"esto”. Hasta en la geometría, los axiomas se formulaban como in
dicaciones de que las proporciones geométricas y no (por ejemplo)
las intensidades de la sensación, eran la materia tratada y los pos
tulados se estipulaban donde se requería una especie de generali
dad para la cual la práctica vulgar no proporcionaba una construc
ción que diera validez inmediata. La demostración geométrica se
reducía más que nada a conseguir que uno “mirara y viese”, donde
lo que miraba era la “aplicación”. Fuera de la geometría, con el
desarrollo de las matemáticas puras, esta aplicción era ya común
mente algo matemático (por ejemplo, el orden y el número de los
exponentes de las funciones polinómicas).
Hay algo de exacto en las ideas de W ittgenstein sobre los con
ceptos “creadores” de pruebas. Uno cree en primer término en los
ejemplos importantes, aunque trillados, de la historia del desarrollo
del concepto del número, sobre los cuales no me extenderé como
no sea para observar las diferencias. Llegamos a X0 generalizando
sobre una aplicación de los números y a co generalizando sobre otra;
los números complejos, a modo de contraste, surgen de una exi
gencia de redondez algebraica. La resolución final de los proble
mas de la geometría clásica proporciona un tipo de ejemplo distin
to. Wittgenstein consideró que éstos establecían conexiones entre
“sistemas de lenguaje” antes separados (B: 177). Supongamos, lo
que es históricamente inconcebible, que Arquímides supiera lo que
hacia con respecto a las magnitudes geométricas y dominara en
cierto modo la teoría algebraica completa de las ecuaciones, el con
cepto de una función derivada y la teoría analítica del desarrollo
de series de potencia. Él, como Lindemann, habría podido demos
trar que e no era la raíz de ninguna ecuación polinómica; y por lo
tanto no jti; y por lo tanto no Tt; pero ni siquiera Arquímedes
habría podido ver inmediatamente que, por lo tanto, no se podía
obtener la cuadratura del círculo. La prueba de Lindemann habría
sido incomprensible para los antiguos y no hubiera respondido a
su pregunta. El sentido de “n” ha sufrido desde entonces un cam
bio continuo pero acentuado, más que nada por haber aplicado un
creciente cuerpo de técnica analítica a problemas que, originaria
mente, se planteaban en otra parte. El concepto original de una
razón geométrica estaba, con todo, siempre ahí, como habría podido
4ecirlo Wittgenstein, en el trasfondo. Se podría interpretar tenden
ciosamente la demostración de Lindemann como una explicación
de por qué el problema geométrico no habría podido ser (y por lo
tanto nunca lo fue) resuelto,
Esta descripción del caso, que supongo aceptable, está destinada
a ilustrar cómo cobra sentido la aplicación; aquí, la “aplicación”
principal era matemática, pero la aplicación matemática en sí ob
tiene su sentido de los procedimientos superimposicionales no mate-
«íá ticos que provienen de comparar áreas. En realidad, no quere
mos negar nada y se plantea el interrogante de si esa forma de
pensar tendría algún sentido útil si es dirigida a partes más ocultas
y abstractas de las matemáticas que empiezan con aplicaciones ano
tadas y muy reglamentadas desde hace tiempo. Me arriesgo a insi
nuar que eso puede ser, aunque aquí mi ignorancia podría trai
cionarme. Me ha asombrado observar la excitación causada por
Cohén al probar hace poco la independencia del Axioma de la
Elección. El gran interrogante es qué harán ahora los matemáticos.
La opinión general parece ser que seguirán como hasta ahora con
la sensación de que su confianza anterior al usar el Axioma ha sido
justificada .8 Creo que se podría explicar “filosóficamente” esa “de
cisión” manteniéndose a lo largo de las siguientes líneas wittgens-
teinianas. Empezar con el pensamiento de W ittgenstein de que las
concepciones matemáticas del infinito son planteadas con el fin de
fijar, en forma no arbitraria, los límites de conceptos ya disponi
bles. Una prueba de numerabilidad exhibe una regla con la cual
puede ser puesta en práctica. Una prueba de no numerabilidad
muestra que no hay tal procedimiento. Sin embargo, a fin de que
todo sea limitado, un concepto de un desarrollo supuestamente no-
denumerable debe ser sujeto a algo que podamos captar. Las prue
bas usadas, en la estratosfera de la teoría del conjunto obtienen su
sentido de sus conexiones con cosas más próximas, gravitantes,
“constructivas”. Los límites se trazan para permitirnos considerar
esos casos en una forma no arbitraria. Si estamos seguros de que
un principio es válido para cualquier caso finito como éste o “cons
tructivo” de otro modo, nos incumbe a nosotros adoptarlo, si se le
sabe también consistente con todos los demás principios semejantes.
Creo que tal es ahora la situación con el Axioma de la Elección.
No confío del todo en que lo que digo tenga sentido; pero se trata,
en cualquier caso, de un ejemplo del pensamiento de W ittgenstein .9
Debe ser evidente, ya, que simpatizo con la tesis de W ittgens
tein de que la prueba matemática es una clara demostración y no
un derivado lógico; o, más bien, que el derivado lógico sólo es una
especie de demostración. Creo que esto, en realidad, habría sido el
sentimiento tradicional y que la filosofía de W ittgenstein represen
ta un regreso significativo de la moda reciente. Me inclino a pensar
que H ilbert se equivocaba y Euclides tenía razón, que los postula
dos no deben ser enunciados como supuestas verdades, sino que
j 8 P u ed e h a b e r ciertas reservas, m ás q u e n a d a p o rq u e el A xiom a de la
Elección tiene algunas consecuencias c o n tra in íu itiv a s —¡obsérvese la apelación
in m e d iata a la aplicación n o m atem ática!— sobre todo el teorem a T arski-
B anach. P ero esa clase de in tu ició n , sea com o fuere, está siem pre a la
defensiva. R ecuérdese el p ro p io ejem plo favorito de W ittg en stein de la dis
tan c ia d e la superficie a q u e se h allaría u n cordón colocado alred ed o r de la
T ie rra si su lo n g itu d fuera au m en tad a en q uince centím etros.
® U n razonam iento análogo p o d ría in d u cirn o s a a d o p ta r el A xiom a de
la R e d u ctib ilid ad si se dem ostrara que es in d ep e n d ien te de los dem ás axiom as
de la T e o ría R am ificada de los T ipos. El A xiom a es evidentem ente válido
p a ra los m odelos finitos, p o rq u e ahí podem os form ar fácilm ente p o r lo gene
ral funciones predicativas q u e d e fin a n los desarrollos de funciones im p re d ica
tivas, p o r ejem plo x tiene todas las propiedades de u n gran general posee
el m ism o desarrollo q u e tal o cual función m ás bien q u e x = E p a m in o n d a s .. .
v x = A le ja n d ro .. . v x = A n í b a l.. . v x = C é s a r.. . v x = S a b u ta i.. . v x =
M a rlb o ro u g h .. . v x = R om m el.
han de ser colocados de vez en cuando para decirle a uno qué puede
hacer. Sea como fuere, estoy de acuerdo con W ittgenstein en que
lo que importa es la prueba y no la conclusión. Los matemáticos
descubren pruebas, no teoremas. Las proposiciones matemáticas,
en realidad, son esencialmente últimas líneas de demostraciones.
No se puede afirmar adecuadamente que se conoce un teorema si
se piensa que no ha sido demostrado y creer en una proposición
matemática implicaría para nosotros creer que se la puede de
mostrar.
La máxima de Wittgenstein de que el proceso y el resultado
son lo mismo es una formulación extrema de la posición. Hasta eso
tiene cierta plausibilidad inicial para los ejemplos de demostracio
nes no sistemáticas, tales como la prueba de Cauchy de que la suma
de los números de las caras y los vértices menos el número de las
aristas de un poliedro es siempre 2 , y la solución del problema del
Puente de Kónigsberg. Podríamos argumentar en favor de la tesis
concentrándonos (como lo hace Wittgenstein) en los cálculos, don
de el cálculo parece ser una prueba de que éste puede hacerse. No
me gusta esa defensa, pues dudo de que el cálculo sea alguna vez
en sí mismo una demostración, a pesar del hecho de que los ejerci
cios de Goedel parecen culminar finalmente en un cómputo refi
nado, pero, con todo, elemental. Yo diría, más bien, que el teorema
es que hay un cálculo que puede ser considerado así. Generalizando
sobre esto, uno puede conservar algo de la doctrina de Wittgenstein.
Una demostración revela que existe cierta construcción y que no se
la puede ejecutar mejor que exhibiendo semejante construcción.
Uno recuerda aquí el precedente clásico de la geometría euclidiana,
donde las construcciones se exhiben con las pruebas agregadas.
Pero la doctrina se aplica mejor a los ejemplos no sistemáticos.
Recuerdo la experiencia de un amigo matemático (el mismo que
me mostró la prueba "más corta” del Teorema de Pitágoras) que
fue contratado para ofrecerles lecciones de geometría elemental por
televisión a alumnos de segundo grado. Lo axiomático estaba des
cartado. En tal semana, mi amigo les enseñaba a dividir en dos
partes iguales una línea. En la siguiente, les enseñaba a trazar un
círculo y luego les pedía que encontraran el centro de un círculo.
Se informó que dos niños vieron de inmediato la solución. Lo que
me resulta interesante en esto y lo otro con respecto a los dos ejem
plos que dimos en página 69 y siguientes, es la casi imposibilidad
de considerar deducciones de axiomas a las demostraciones que
acompañan a las conclusiones. En re a lid a d ..., ¿dónde están los
axiomas? Quizá estén “implícitos”. T al vez. P e ro ..., ¿cómo figuran
a modo de premisas? No Pliego que podamos encontrar pruebas
derivacionales de los axiomas para las conclusiones afirmadas, Pero
las que he mencionado no son de esa clase. Digo que la prueba no»
hace ver la construcción en cierta forma que puede aparecer de vez
en cuando y, en realidad, podemos tener algo más parecido a una
situación híbrida que a un derivado .10
lie leído en alguna parte que los banqueros genoveses inven
taron en el siglo XV el interés compuesto. Me imagino que pueden
haber apoyado su introducción de esta nueva forma de comerciar
en la siguiente demostración: si la liquidez tiene su precio, en una
economía ideal sin fricción el interés debe ser compuesto en for
ma continua, ya que un inversor perfectamente racional podría sin
cesar retirar y reinvertir su capital con un interés acrecentado.
Este género de “prueba” debe parecerse, a mi entender, al tempra
no e importante descubrimiento por los babilonios de una expli
cación de por qué los campos de igual perímetro no producen igual
rendimiento y la explicación de por qué el diario de navegación
ile El Cano tenía un día de error cuando el navegante recaló
en un puerto portugués del África a fines del primer viaje alrede
dor del mundo. Creo que son esas las demostraciones que tenía en
vista Wittgenstein. No provienen deductivamente de axiomas; to
man su sentido de sus conexiones directas con una aplicación que
es inmediata y palpable. Al mismo tiempo, es evidente que la natu
raleza no se comporta siempre como parece exigirlo la demostra
ción. La economía no carece de fricción; es demasiado dificultoso
ser “perfectamente racional": la “fertilidad”, como el área, puede
afectar la cosecha. Pero asimismo la prueba nos pone en condicio
nes de localizar los demás factores y por eso se la puede usar como
instrumento de fiscalización conceptual.
En el uso cotidiano, las palabras como “demostración”, “prue
ba” e “inferencia”, en compañía de otras como “explicación”, “di
lucidación”, etcétera, abarcan actividades que, aunque esencialmen
te lingüísticas, llegan más allá del uso del lenguaje, hasta lo que
puede ganarse en cuanto a crear convicción y organizar conoci
miento. La concepción formal moderna de la prueba como deriva
ción lógica, como la concepción de explicación corrientemente po
pular de la “ley abarcante”, cercenaría los factores no lingüísticos
como algo extrañamente psicológico y reduciría las nociones de de
mostración y explicación a sus componentes puramente lingüísti
cos. En realidad, una de las hazañas de Goedel fue mostrar cómo
las pruebas formales podían ser consideradas estructuras pura
mente lingüísticas. Con todo, la inclusión no resulta fácil de ex-
10 E n cierta ocasión, solucioné el problem a de d em o strar q u e u n triá n g u lo
con dos bisectrices iguales es isósceles. N o h e logrado re c a p tu ra r la p ru e b a ,
a u n q u e recuerdo q u e la conclusión apareció cuan d o vi u n a relación q u e ,
com o las caras en los árboles, ha desaparecido ah o ra e n u n caos de líneas^
plicar y la prueba formal es una demostración solamente según
advertencias importantes e implícitas.
La inclusión bajo reglas generales es una forma de derivación
lógica: a cambio de esto, me siento inclinado a pensar que la de
mostración matemática es, en el mejor de los casos, una especie de
explicación.
Esta idea, tomada conjuntamente con los ejemplos arriba exa
minados, me retrotrae a la “formación del concepto”. Las demos
traciones no sistemáticas que hemos estado viendo sólo tienen éxito
si nos llevan a ver algo en forma nueva o revelan distinciones antes
pasadas por alto. Hacen esto con tanto mayor eficacia cuanto más
“explican” también; son “claras”, si no inmediatamente convincen
tes. Después de haber leído a Wittgenstein, me desconcierta fran
camente el hecho de que pueda haber distintas pruebas de los
mismos teoremas. Pero ahora, teniendo en cuenta los ejemplos ele
gidos de la poca matemática aprendida en la escuela, me impre
siona el hecho de que ciertas pruebas se expliquen mejor que otras.
Volvamos a la prueba “más corta” del Teorema de Pitágoras ya
citada que usa esta construcción.
a b a
J ohn W. Cook
II
III
C uando hacem os filosofía, nos g u sta ría o b jetiv ar sentim ientos donde
no los hay. Sirven p a ra explicarnos nuestros pensam ientos (598) .
. ..N o s vemos tentados a decir: el único criterio real p a ra la lectura
de alguien es el acto consciente de leer, de leer los sonidos tom ándolos
de la le tra (159) .
A fin de esclarecer el sentido de la p a la b ra “p en sar” , nos observam os
a nosotros m ismos m ie n tras pensam os: ¡lo q u e observam os, será lo q u e
signifique la p a la b ral P ero este concepto no se usa así (316) .
“P e ro usted no po d rá neg ar que. p o r ejem plo, al recordar, se o pera
u n proceso in te rio r.” C uando u n o dice: “C on todo, se o pera a q u í realm ente
un proceso in te rio r”, quiere seguir diciendo: “Después de todo, usted lo ve."
Y es ese proceso in te rio r el q u e se q u ie re d ecir con la p a la b ra “recor
d a r” (305).
¿Cómo le hem os cte replicar a a lguien que nos h a dicho que. en él, el
e n te n d er h a sido un proceso interiore ¿Cómo le replicaríam os si nos d ije ra
que, en él, el saber ju g a r al ajedrez es u n proceso interior? D iríam os que,
cuando querem os averiguar si sabe ju g a r a l ajedrez, no nos interesa n a d a de lo
q u e sucede d e n tro de él. Y si él rep lica q u e esto es en realidad precisa
m en te lo q u e nos interesa, es decir, q u e nos interesa si sabe ju g a r al
ajedrez, tendrem os q u e lla m ar su atención sobre los criterios q u e dem os
tra ría n su capacidad y p o r o tra p a rte sobre los criterios p a ra los "estados
in te rio res’’ (p. 181).
VI
L. R . R e in h a r d t
m
D O LO R Y LEN G U AJE PRIVAD O
A nthony M a n ser
8 7 jr, 257.
® T ractatus Logico-Philosophicus, 3.221,
portancia de esto: “U n nombre no puede ser analizado más a fondo
mediante una definición: es un signo primitivo.10 Los significados
de los signos primitivos pueden ser explicados mediante aclaraciones.
Las aclaraciones son proposiciones que contienen los signos primi
tivos. Por eso, sólo se las puede comprender si sus significados ya
son conocidos.11 Por ello parecería que si se quiere introducir inme
diatamente en el lenguaje la palabra “dolor”, la frase que expresa
el dolor se parecería mucho a una proposición elemental en el sen
tido que se le da a este término en el Tractatus. Parte de la difi
cultad, aquí, consiste en que quienes están tratando de argüir en
favor de la irreductible y esencial naturaleza del lenguaje de la
sensación no han advertido todas las consecuencias de sus argumen
tos, el status especial que se les debe dar a las afirmaciones sobre
dolores (u otras sensaciones) si lo que dicen es verdadero.
Porque, en un sentido importante, la noción “dolor” sólo es
usada por Wittgenstein como representativa; su análisis versa, en
definitiva, sobre toda una clase de opiniones filosóficas, que puede
ser caracterizada como un empirismo de datos de los sentidos, la
idea de que nuestro lenguaje debe tener un fundamento en cierta
clase de experiencias, a saber, sensaciones. Y por eso parece existir
un eslabón entre esta opinión y otra que buscaba un “fundamento"
del lenguaje, el del propio W ittgenstein en el Tractatus. La idea
de que, en última instancia, sólo hay una forma en que puede con
seguir su sentido nuestro lenguaje cotidiano, es la doctrina atacada
en diversas formas en las Investigaciones filosóficas. El dolor es, en
muchas formas, la más difícil de afrontar de las sensaciones y para
justificar nuestro uso de “dolor”, la idea de un fundamento de los
sentidos es muy plausible. De ahí que sea natural que Wittgenstein
concentre su atención en esta zona.
Se supone a menudo en filosofía que, aunque es posible comu
nicar el hecho de que siento dolor, no puedo comunicar mi dolor;
en otros términos, que las sensaciones son irreductiblemente pri
vadas. De esto, parecería deducirse que sólo puedo aprender el
significado de la palabra “dolor” en mi propia experiencia. Pero
cuando digo “Él siente un dolor”, quiero decir lo mismo que cuando
digo “Yo siento un dolor” ; estoy afirmando que él tiene lo mismo
que yo. El problema para Wittgenstein es cómo puede ser esto.
Normalmente, podemos descubrir que dos atributos “significan lo
mismo”, mediante algún proceso de validación. Una manera de
hacerlo es presentando el referente, por ejemplo. “Él tiene un reloj
y vo tengo lo mismo” es validado cuando ambos presentamos los
relojes para que los examinen. Pero en el caso del dolor no parece
to íbid, 3.26.
11 T ractatus Logico-Philosophicus, 3.262.
haber semejante procedimiento, ya que el dolor aparenta ser un
"objeto privado”, no un objeto que puede ser presentado o indicado
para validar la identidad. Y parecería que, a menos que existiera
algún procedimiento de validación semejante, la afirmación de que
hay una identidad carece de sentido: “Es como si yo dijera: Sin
duda, sabes qué significa ‘Aquí, son las cinco’; de modo que tam
bién sabes qué significa ‘Son las cinco en el sol’. Esto significa,
simplemente, que la hora es allí la misma que aquí cuando son las
cinco. La explicación mediante la identidad no vale aquí. Porque
sé muy bien que se puede llamar a las cinco aquí y a las ciña»
allí ‘la misma hora’, pero lo que no sé es en qué casos uno debe
hablar de que la hora es la misma aquí y allí.”12 Si me entero de
mi dolor directamente y del de otras personas sólo deduciéndolo
de su conducta, parecería haber un abismo de esa clase, precisa
mente. “Si uno tiene que imaginar el dolor de otro sobre el modelo
del suyo propio, esto no resulta muy fácil: porque debo imaginar
un dolor que no siento sobre el modelo del dolor que siento. Es
decir que lo que debo hacer no es simplemente una transición en
la imaginación de un lugar de dolor a otro. Como, por ejemplo,
de un dolor en la mano a un dolor en el brazo. Porque no puedo
imaginar que siento dolor en algún lugar de su cuerpo. (Lo cual,
también sería posible.) ” 13 Y, al parecer, tendría que existir una dife
rencia en el sentido del término “dolor” aplicado a mí y aplicado
a él. Porque, dado que siento mi dolor, puedo saber que lo tengo,,
mientras que en el caso del suyo puedo equivocarme. En su caso,
la palabra se refiere a la conducta, no parecería al sentimiento.
No quiero dedicar mucho tiempo a la cuestión epistemológica,
porque parece evidente que podemos estar ciertos de que algún
otro siente dolor. “Pero, si uno está c ie rto ... ¿no será que cierra
los ojos ante la duda?”. “Están cerrados”.14 La cuestión de si puedo
decir que sé que siento dolor, no me parece ser muy central, en este
contexto. Ahora, puede advertirse la diferencia entre este problema
y él que podría sugerir W ittgenstein cuando habla de introducir el
nombre En este último caso, el problema consistía en intro
ducir una nueva palabra de sensación en el vocabulario; aquí, se
trata de cómo puede haber entrado en el vocabulario una palabra
que ya figura en él. Todos usamos la palabra "dolor” de nosotros
y de los demás; la cuestión es cómo puede haber aparecido. Tam
bién se nota la semejanza con la sensación porque resulta que
he aprendido la palabra de mi propia experiencia privada. El hecho
de que tengo un conjunto de palabras de sensación junto con la
12 l . F , § 350.
13 I-F, § 802.
u ! F , § 224.
doctrina de que las sensaciones son privadas suscita una noción algo
distinta del “lenguaje privado”, una noción que surge en medio de
nuestro lenguaje público normal. W ittgenstein arguye en las Inves
tigaciones que la insistencia en tratar de explicar todo lenguaje
sobre el modelo “objeto y nombre” es la causa de la dificultad,
aunque es una manera muy natural de proceder. “ ¡Ahora, alguien
me dice que él sabe qué es un dolor sólo por su propio caso!”
Supongamos que cada persona tiene una caja con algo en ella:
llamamos a ese algo un “escarabajo”. Nadie puede m irar adentro
de la caja de otro y todos dicen que sólo saben qué es un escarabajo
mirando su escarabajo. Aquí, sería perfectamente posible que cada
uno tuviese algo distinto en su caja. Hasta se podría imaginar que
una cosa así cambiara sin cesar. Pero supongamos que la palabra
“escarabajo” tuviese un uso en el lenguaje de esa gente. De ser así,
no se usaría como nombre de una cosa. La cosa de la caja no tiene
un lugar en el juego de lenguaje; ni siquiera como un algo, porque
la caja hasta podría estar vacía. No, uno puede “dividir al través”
la cosa de la caja; eso la elimina, sea cual fuere. Es decir: si cons
truimos la gramática de la expresión de la sensación sobre el modelo
de “el objeto y el nombre”, el objeto queda al margen de toda con
sideración, como no pertinente.”15 Si sólo aprendiéramos el uso de
la palabra “dolor” en nuestra experiencia privada, no habría garan
tía de que esa palabra fuese utilizada en el mismo sentido por gente
distinta. Como el objeto destinado a recibir un nombre es puramen
te privado, no hay una manera de verificar su identidad en los
distintos casos. La tendencia a decir “ ¡Pero sé que estoy sintiendo
estol” debe ser rechazada, ya que el “esto” en cuestión, estando
atacado en teoría, no puede recibir un significado público. Podría
añadirse que todo el que crea que puede haber un lenguaje privado
en éste sentido, sería incapaz de explicar cómo podríamos zafarnos
de esa situación para pasar a la de nuestro uso normal del vocabu
lario del dolor.
Pero el problema sólo se plantea en la suposición hecha por
esta teoría; la división al través sólo puede ocurrir donde el “objeto”
puede ser nombrado y no descrito, donde se introduce en el lenguaje
toda una manera de hablar, no simplemente una palabra aislada.
"Sólo yo puedo ver mi imagen accidental” es, evidentemente, una
verdad gramatical. Pero yo puedo decirle a alguien cómo lograríá
una imagen accidental y comprobar que lo ha conseguido en reali
dad interrogándolo sobre detalles de su experiencia. Aquí, el resto
del lenguaje, en particular el lenguaje usado para describir objetos
físicos, viene a nuestra ayuda. Las imágenes accidentales pueden ser
descritas; no hay necesidad de darles un nombre, de modo que no
se plantea un problema sobre el lugar que ocupa la palabra en
nuestro lenguaje. “Dolor” es también una palabra del lenguaje
cotidiano que usamos correctamente, pero en cuanto a la explica
ción que W ittgenstein ataca, desconcierta ver cómo puede tener su
uso cotidiano. Por eso, Wittgenstein tiene que dar una explicación
distinta de la manera cómo entra en uso esa palabra, una manera
que eluda todas las dificultades que he estado analizando. Lo hace
introduciendo el concepto de “conducta en el dolor”. Aquí hay una
posibilidad: las palabras están vinculadas a las expresiones prim iti
vas, naturales, de la sensación y usadas en su lugar. Un niño se ha
lastimado y llora; entonces, los adultos le hablan y le enseñan excla
maciones y, luego, frases. Le enseñan una nueva conducta en el
dolor. ¿Conque usted dice que la palabra “dolor” significa en reali
dad llorar?”. “Por el contrario: la expresión verbal del dolor susti
tuye al llanto y no lo describe.”1^ La palabra "frases” en esa cita
podría inducir a error; W ittgenstein no sugiere que al niño se le
enseñen todas las frases posibles en que se presente la palabra "do
lor”, sino, simplemente, que el proceso de enseñanza empiece con
expresiones sustitutivas que forman casi parte del lenguaie (mi
diccionario inglés-alemán da “ouch int, autsch. au\”) Para los sim
ples gritos del lactante y procede luego a introducir palabras ade
cuadas mediante frases íntegras. Aquí, como en otros casos, se espera
que el niño nodrá “seguir” construvendo; por ejemplo, si se le ha
enseñado a decir que le duele la pierna y puede también referirse
a su codo, podrá decirnos seguramente que le duele el codo sin que
le den más instrucciones.
Así, la afirmación "Siento un dolor” debe ser construida como
una forma especial de la conducta en el dolor m is bien que como
un aserto de que “tengo” una clase peculiar de objeto, una sensa
ción. Mi afirmación sobre mi propio dolor está en el mismo nivel
que la conducta en el dolor de la cual deduzco que usted siente
dolor, o, mejor dicho, no hay necesidad de hablar aquí de deducción
o de ninguna clase de inferencia. Sólo la analogía con otras partes
de nuestro lenguaje nos ha tenido cautivos y nos ha impedido ver
*'la salida de la botella”. Con esta explicación, parece haber dos
clases de dificultades. La primera es la talentosamente analizada
por Roger Buck en su artículo “No-otras mentes”.17 Expresa su pro
blema así: “Si los predicados mentales tienen su criterio en la con
ducta, . . . ¿qué sucede con los autoatributos de esos predicados?
¿Tiene que observar uno su propia conducta, escuchar sus propias
manifestaciones, a fin de descubrir que está enojado, que le duelen
*• 1-F-, § 244.
17 Analytioal P hilosophy, O xford, E d. R . J . B u tle r, 1962, p p . 187-210,
las muelas, etcétera?”18 El segundo grupo de dificultades está vin
culado al tipo de explicación genética que da W ittgenstein de este
y otros conceptos mentales, una explicación que, si se endurece en
dogma, parece restringir indebidamente las posibilidades del len
guaje.
Volvamos al primero de esos problemas. Para muchos de sus
lectores, W ittgenstein parece llevarse algo, negar la existencia de las
sensaciones internas reduciéndolas a sus expresiones externas: “Y
ahora, parece como si hubiésemos negado los procesos mentales. Y,
naturalmente, no queremos negarlos.”19 El resultado de su trata
miento parecería ser una especie de teoría del dolor James-Lange
en que la expresión del dolor sustituye a la sensación. Hay que tener
en cuenta inmediatamente esta advertencia: al método de Wittgen
stein, le es por completo ajeno tratar de provocar una justificación
final, una solución definida de cualquier problema filosófico. Sub
raya en el prefacio de Investigaciones filosóficas que “Las observa
ciones filosóficas de este libro son, por así decirlo, muchos bocetos
de paisajes que se hicieron en el curso de esos largos y complicados
viajes.”20 Le preocupa destruir la influencia que ejercen sobre nues
tro pensamiento ciertas pinturas que nos han tenido cautivos, no crear
un mapa detallado del territorio atravesado. De ahí que sea siempre
peligroso hablar de “la explicación de Wittgenstein sobre. . como
si hubiese dicho todo lo necesario. A menudo, cuando se hace esta
afirmación, es el resultado de la aglutinación de una serie de alu
siones en una doctrina cabal. William James expresó muy exnlícita-
mente que planteaba una nueva teoría de las emociones, que corregía
las explicaciones dadas previamente. W ittgenstein dice siempre “T ra
te de mirarlo así” para obtener una perspectiva diferente, aunque
no por fuerza final y completa, de algo que nos desconcierta. M;s
observaciones, aquí, no se hacen con el fin de confirmar o ref"tar
semejante manera de mirar las cosas, sino más bien una tentativa
de hacer lo mismo que Wittgenstein, reuniendo una sucesión de
señales que nos ayuden a hallar nuestro camino a través de un terri
torio que induce a confusión.
Buck está de acuerdo con Wittgenstein, o con su interpretación
de Wittgenstein, en que una expresión verbal de dolor es tan válida
como otra preverbal al establecer que alguien siente un dolor, pero
parece necesitar algo más que esto. Cito las últimas frases de su
artículo: “El hecho de que mi conducta lingüística, al decir ‘Me
duele l'í pierna’, funciona como un criterio central rara mi d^lor
de pierna, indica que el que yo lo diga desempeña un papel tal
18 Ob. c rt, p. i87.
1» I.F., § 308.
2» I.F., p. ix.
como el de gemir, cojear, etcétera. Pero no indica que la circunstan
cia de que yo diga “Me duele la pierna’ no desempeña el otro rol
normal de un sincero informe autobiográfico.”21 En cierto sentido,
“Me duele la pierna” es un ejemplo corriente de un “informe auto
biográfico”; lo peculiar, aquí, es la distinción entre éste y la función
de la afirmación como criterio de que siento dolor. Parece, casi,
como si Buck no hubiese conseguido ver la inic::idón de toda la
argumentación y el motivo de ello quizás sea su émasis en la noción
deJ “criterio”, que está fuera de lugar en este análisis especial.
Ciertamente, una afirmación de que se siente dolor es, normalmente,
un criterio para nosotros de que debemos admitir que al que lo
afirma le duele algo, pero el punto importante para este análisis
es por qué ha de ser así y la respuesta que da W ittgenstein es que
"la expresión verbal del dolor sustituye al llanto y no lo describe”.
En ese sentido, la noción de un “informe” está fuera de lugar;
puedo informar sobre el dolor que siente usted, pero sólo puedo
expresar o revelar el mío, aunque, dado el funcionamiento del resto
del lenguaje, es perfectamente natural que hablemos de que alguien
“informa sobre su dolor” y describamos “Siento un dolor en la
pierna” como afirmación. La palabra “criterio” es responsable, en
parte, de esa dificultad; Malcolm la llama “una región muy difícil
en su filosofía (la de Wittgenstein) ”. Pero esto sólo es así si se
supone que Wittgenstein tenía una doctrina de los criterios elabo
rada a fondo que hay que descubrir entre las observaciones dispersas
de sus Investigaciones. Si, en cambio, se le trata simplemente como
una manera útil de expresar ciertos atisbos, corremos menos peligro
de sentirnos perplejos.
Este último punto está vinculado a un excesivo énfasis sobre la
forma de las palabras ‘“Sé que siento dolor”, sobre la incorregibili-
dad de las expresiones de dolor en general. Ello puede llevar a
extrañas afirmaciones; por ejemplo, Feyerabend dice de la certeza
de las declaraciones sobre procesos mentales: “Es su falta de con
tenido lo que constituye la fuente de su certeza”.22 Compara esta
falta de contenido con el contenido de las afirmaciones sobre objetos
físicos. Parece extraño que el decir “Hay una mesa en la habitación”
tenga más contenido que “Me duele la pierna”. Esto último es a
menudo una exigencia de acción inmediata y, en un contexto donde
la duda es posible, por ejemplo el consultorio de un oficial médico
<iel ejército, mucho más difícil de comprobar. Porque una de las
razones de la “incorregibilidad” de las expresiones de dolor en su
forma verbal, como lo señala Buck, es que estamos habituados a
21 I.F., p 210.
22 "Problems of Empiricism”, p. 191, en B eyond th e E dge crf Certainty,
Id R. G. Colodny (EE.UU.) 1965.
ser sinceros con respecto a ellas al propio tiempo, o más tarde,
cuando se nos enseña el juego de lenguaje. Si el niño trata de
librarse de algún deber no deseado fingiendo un dolor, pronto
aprende que lo seguirán vambién otras consecuencias, para él inde
seables, tales como no recibir un helado en el almuerzo. Y hav otros
medios de reforzar las lecciones de este tipo. Donde hay poderosas
razones para mentir, como en los servicios en tiempo de guerra, las
afirmaciones sobre el dolor no se consideran por cierto incorregibles.
Mucha gente debe de recordar que ha reñido esa duda en su infan
cia o cuando estaba en el ejército. En mi niñez, sufrí durante tres
días un intenso dolor a causa de una fractura de brazo que un
médico no había diagnosticado. No logré convencer a mis mayores
de que sentía un dolor muv agudo. Son semejantes situaciones las
que dan fuerza a afirmaciones del tipo “Sé que me duele en una
forma que usted no puede saber.”
En los casos dudosos, el descubrimiento de la causa física del
dolor tiende a ser decisivo; en mi caso, apenas otro médico diagnos
ticó la fractura, todos se mostraron solidarios conmigo. Hay dolores
que no son acompañados por síntomas físicos, pero ésos son hasta
cierto punto "parasitarios” de los casos básicos, donde la prueba
física proporciona la verificación final. Sin duda, esta supremacía
de las causas físicas parece estar incorporada a la enseñanza de la
"nueva conducta en el dolor” ; la madre quiere m irar el miembro
dolorido, le toma la temperatura al niño, etcétera y trata los resul
tados de esas observaciones como decisivos. Una de las razones para
que la simulación de enfermedad sea poco frecuente es la eficacia
de los métodos para detectar las causas del dolor. Las macues co
mienzan a distinguir entre la conducta en el dolor auténtica y la
falsa antes aún de que empiece la etapa en que se inicia el apren
dizaje del lenguaje; si no parece haber una causa física inmediata
para que el lactante llore, pueden decir que llora porque está irri
tado o sin motivo alguno. Tam bién hay otras discriminaciones que
son introducidas en la enseñanza de la conducta en el dolor. El
lactante tiende a llorar a causa de dolores leves, así como de otros
más serios, pero se espera que el niño algo mayor dejará pasar los
de menor cuantía en silencio y que el adulto quizás calle con res
pecto a la mayoría de ellos en circunstancias normales. Desde luego,
las comunidades difieren en cuanto hasta qué punto esperan una
conducta “espartana”; por ejemplo, que las niñas podrán prorrum
pir en sollozos, pero no los muchachos; sin embargo, en todos ellos
hay una restricción en la expresión sin inhibiciones del dolor, sea
verbal o preverbalmente. En realidad, sobre toda conducta en el
dolor influye la enseñanza recibida; he mencionado ya que las
exclamaciones son en muchos casos convencionales y difieren de un
lenguaje a otro. Aferrar un miembro lastimado puede ser una reac
ción básica, pero cuando un hombre agarra su rodilla herida esto
puede tanto indicar a los demás la causa o la severidad del dolor
como un gesto “instintivo”. M entir o fingir es, en este sector, tanto
una cuestión de conducta como de decir falsedades. Konrad Lorenz
afirma que hasta los animales pueden simular dolor. En Man Meets
Dog, tiene un capítulo titulado “Animales que mienten”, donde
dice: “No considero que esta incapacidad de engañar sea un signo
de la superioridad del gato: en realidad, considero un siscno de la
inteligencia mucho mavor del perro el one 'ea canaz de hacerlo. No
cabe duda de que los perros pueden fingir hasta cierto p u n to . . . ” 28
Fsto narecería contradecir las observarionp? rlp ";Pnr
qué no puede fin^i»* un nprro’ .-T7c «Jurero^ ;Se le truede
enseñar a un perro a simular dolor?”.24 Continúa diciendo: “Ouizás
se le pueda enseñar a aullar en ciertas ocasiones como si le doliera
alero, aunque no le duela. Pero falta el ambiente necesario para que
esta conducta sea una real simulación. En sus descrinciones. Lorenz
suministra el “ambiente” que haría plausible describir así la con
ducta del perro, darle un contexto en que cueste decir algo que no
sea "El perro simulaba al cojear” . Cuando Lorenz iba en bicicleta
hacia los cuarteles, donde el can habría de quedarse todo el día, el
animal cojeaba, pero si Lorenz se volvía hacia el campo, el perro
se olvidaba de cojear v corría normalmente. Desde luego, al animal
no le enseñaron a simular dolor, pero tampoco se lo enseñan, en la
mayoría de los casos, al niño; ambos se aferran, espontáneamente,
a las ventajas conquistadas en otros tiempos con los dolores autén
ticos. “M entir es un juego de lenguaje que debe ser aprendido como
cualquier otro.”25 Pero es improbable que se lo enseñe como cual
quier otro juego de lenguaje.
Parecería que esta explicación "genética” de cómo se adquiere
este vocabulario del dolor le deja la puerta abierta, con todo, al
problema de la “supremacía”, que al niño se le enseña a sustituir
sus expresiones primitivas de dolor por palabras y por lo tanto las
palabras “significan” o nombran su dolor. Parece posible que lo
que los adultos consideraban conducta en el dolor fuese, en reali
dad, una expresión de placer, de modo que al niño se le enseñaba
el lenguaje "al revés”. Para decirlo de otro modo, tenemos que
asegurarnos de que ésta es la conducta en el dolor a fin de que
todo el procedimiento funcione. El niño debe comprender las pala
bras por las cuales ha de sustituir “Siento un dolor”. ¿Podría inter
pretarlo mal? Si alguien cuestionara mi afirmación de que siento
F ra n k C io f f i
Introducción
II
9 Ernst Freud <ed.), Letlers o f Sigm und Freud, Londres, 1061, Carta 176.
E rn e st Jones,Sigm und F re u d -U fe and W ork, Londres, 1957, t . III,
p. 335.
Freud respalda explícitam ente lo feliz del término “m isteriosa” de W ittgens
tein. En su explicación de la "cualidad p e c u lia r ... que suscita en nosotros
l a sensación del m isterio” (Collected Papers, IV, pp. 368-9) , Freud invoca pre
cisamente los rasgos que liemos visto como característicos de su noción det
inconsciente. Ver también el ensayo “Animismo, magia y om nipotencia del pen
sam iento” en T ó tem y tabú (Nota al pie 25, traducción de Stracliey) . " ...in v e s
timos de una sensación de misterio las impresiones que brindan apoyo a una
creencia en la om nipotencia del pensam iento”. Es com o si construyera sus
explicaciones dando una fórmula.
cuenta ejemplos, poco más o menos, que llegó a contener La
psicopatología de la vida cotidiana, son, aparentemente, ilustracio
nes de los fenómenos que, se dice, ejemplifican, “una voluntad que
se esfuerza en llegar a un objetivo definido”.
Veamos los casos de olvido que Freud califica de “olvido mo
tivado por el deseo de evitar un disgusto”. Supongamos que no
se discutan los hechos empíricos, es decir, que haya una tendencia
a olvidar los nombres o palabras o intenciones con asociaciones
desagradables. ¿Hay en este hecho algo que exija descripción en
base a la conducta de un agente desconocido que censura los pen
samientos del sujeto en interés de su paz espiritual? Freud dice
de esos casos: “el móvil del olvido pone en acción una contravo
luntad.” Pero también 'os compara con el reflejo de evasión en
presencia de los estímulos dolorosos. ¿Por qué exigen, pues, ser
descritos en términos de un agente inconsciente más que éste? ¿Debe
atribuirse mi incapacidad de sostener mis manos sobre mi cabeza
durante un período indefinido a la victoria de una contravoluntad
de bajarlas? “¿No podría haber sido tratado todo eso en forma
distinta?” 11 Consideraciones semejantes sugieren que aquello en
que ve Freud a menudo ejemplos de la acción de agentes incons
cientes registra en realidad su determinación de describir hechos
familiares en una novela y en un lenguaje afín.
En Zettel, § 444, Wittgenstein compara la teoría de Freud de
que todos los sueños son realizaciones de deseos con la tesis de que
toda proposición es una pintura “ .. . l o característico de semejante
teoría es que observa un caso especial, claramente intuitivo y dice:
eso muestra cómo son las cosas en cada caso. Este caso es el mo
delo de todos los casos.” 12 Y en las Conversaciones sobre Freud,
dice de esta teoría de Freud: “no es una cuestión de prueba”, sino
“es el género de explicación que nos sentimos inclinados a acep
t a r . . . 13. Algunos sueños, evidentemente, son realizaciones de
deseos: tales como los sueños sexuales de los adultos, por ejemplo.
Pero parece confuso decir que todos los sueños son realizaciones de
deseos alucinadas.” 14
Hasta los sueños que son incontestablemente realizaciones de
deseos no justifican las inferencias que Freud extrae de ellos.
Véase el sueño de la anchoa de Freud. Las noches en que ha co
11 Barre», L ectures and Conversations, p. 45.
12 En su autobiografía, Freud ejem plifica claramente ese estado de ánim o.
“El estado de cosas que él (Breuer) ha descubierto, nre pareció de una naturaleza
tan fundam ental que yo no podría creer que pudiera no estar presente en
cualquier caso de histeria si se hubiese probado que aparece en un solo caso.”
(A n A utobiograph'tcal S tudy, Hogarth Press, 1950, p. 36.)
13 Barrett, L ectures and Conversations, p. 42.
14 Ib id .j p, 47.
mido anchoas, se despierta sediento, pero no antes de haber soñado
que traga sorbos de agua fría. Esto es, ciertamente, un ejemplo
de realización de un deseo. Como sucede con el soñador ham
briento que sueña con una cena deliciosa. Pero Freud dice luego
d e este último ejemplo: “Le incumbía a él elegir entre despertar
y comer algo o seguir durmiendo. Se decidió en favor de esto úl
timo.” 13 ¿Qué hay en estos ejemplos que justifique suponer a un
agente supervisor que acompaña a los fenómenos y regula sus
manifestaciones? Si logro despertar a una hora p re fija d a ..., ¿debo
suponer que algún representante mío ha estado de vigilia durante
toda la noche? “Actos mentales inconscientes”, “elección”, “deci
sión” : si se tratara de Penélope desenredando su madeja en un
estado de trance nocturno, o de lady Dedlock caminando en estado
de sonambulismo hacia la tumba del capitán Hawdon, podría
haber alguna justificación para la sugerencia de esos giros.
Freud tiene diversos recursos para habérselas con contraejem
plos. El más conocido, se presenta en el capítulo 4 de La inter
pretación de los sueños. Una paciente ha narrado un sueño en el
cual algo que quería evitar se representaba como realizado. Freud
comenta: “¿No estaba esto en neta oposición con mi teoría de que,
en los sueños, se cumplen los deseos? No hay d u d a ... El sueño
demostraba que me había equivocado. Por lo tanto, era ella quien
deseaba que yo me equivocara y su sueño mostraba ese deseo currír
plido.” 18 (Las bastardillas son de Freud.) Por lo demás Freud
no se muestra tímido en cuanto se refiere a generalizar esta solu
ción. “En realidad, cabe esperar que les sucederá lo mismo a algu
nos lectores de este libro: estarán completamente dispuestos a que
uno de sus deseos se vea frustrado en un sueño con tal de que se
cumpla su deseo de que me equivoque.” 17 Los sueños de angustia
son afrontados sea invocando el deseo masoquista de dolor o la
satisfacción del superyó de castigar al yo.
El problema de que la mayoría de Jos sueños tiene un conte
nido neutro o indiferente es solucionado mediante la distinción
entre el contenido latente y el contenido manifiesto del sueño.
Es el latente el que constituye la realización del deseo, siendo
ei manifiesto la consecuencia de la deformación.
Wittgenstein comenta esto así en la segunda conversación: “La
mayoría de los sueños que examina Freud debe ser considerada
como la realización de deseos camuflados y en ese caso no cumplen
simplemente el deseo. Ex hypolhesi, no se permite el cumplimiento
del deseo y aparece otra cosa en cambio en la alucinación. Si el
III
W ittgenstein cree que las explicaciones psicoanalíticas son co
mo las estéticas: pero no nos ayuda saber esto, a menos que sepamos
cómo cree que son las explicaciones estéticas. Lo único seguro es
que Wittgenstein piensa que no se trata de explicaciones en tér
minos de mecanismos cerebrales. Pero, con todo, cuando dice que
dar una causa no puede solucionar nuestra perplejidad con res
pecto a una impresión estética, suele significar que dar el substrato
físico de la impresión no puede responder a nuestra pregunta (por
ejemplo, una explicación del estado del nervio olfativo cuando
olemos una rosa no proyecta luz sobre la pregunta estética de por
qué su olor es agradable) P Pero no siempre quiere decir sola
mente esto.
En sus observaciones sobre Frazer en la misma serie de diser
taciones, aparece otra cosa. Según Moore, “Él dijo que era un
error suponer que, por ejemplo, el relato del festival Beltane ‘nos
IV
*3 F reud, "H isto ria de u n a neurosis in f a n til”, Collected Papers, III, 256.
■** B a rrett, L ectures and Conversations, p. 51.
de algo, o que algo está siendo separado de algo, etcétera, etcétera.
Es esto lo que le permite a Freud ver una alusión a la angus
tia de la castración en un síntoma de neurosis obsesiva “mediante
la cual ellos logran asegurarse un incesante tormento. Cuando se
hallan en la calle, están constantemente en guardia para ver si
algún conocido los saluda antes, quitándose el sombrero, o si pare
ce esperar que ellos lo saluden; y renuncian a muchos conocidos
que ya no los saludan o que no les contestan adecuadamente al
saludo. . . La fuente de este exceso de sentimiento puede hallarse
fácilmente en la relación con el complejo de castración”.45 (Algo
es separado de algo.)
Y a un incestuoso deseo inspirado por su madre en la inca
pacidad del Pequeño Hans de arriesgarse más allá de la puerta.
Esta fobia implicaba una “restricción en su libertad de movimien
to s ... Por eso, era una poderosa reacción contra los oscuros im
pulsos hacia el movimiento que eran dirigidos especialmente con
tra su madre”. El que un caballo haya sido el objeto de su fobia
se presta a la misma interpretación. “Para Hans, los caballos han
encarnado siempre el placer del m ovim iento... pero, como este
placer del movimiento involucraba el impulso de copular, la neu
rosis le imponía una restricción y exaltaba al caballo hasta con
vertirlo en un símbolo de terror.”40 (Algo se mueve.)
Y la desfloración en el siguiente ejemplo: “¿Sabe usted por
qué su viejo amigo E. enrojece y suda cuando ve cierta clase de
conocidos?. . . Se siente avergonzado, no cabe duda; pero. . .
¿de qué? De una fantasía en que figura como desflorador de toda
persona con la que se topa. Suda cuando desflora porque eso da
mucho trabajo. . . Además, nunca logra sobreponerse al hecho de
que, en la universidad, siempre lo reprobaban en botánica, de modo
que sigue cargando con él ahora como ‘desflorador’ ”.47
“Todas éstas son excelentes comparaciones.” Freud convierte
a su paciente en un acertijo que camina.
Aunque las interpretaciones narran su propia historia, hay
algunos testimonios interesantes sobre este punto de un psiquiatra
norteamericano que hizo un análisis de adiestramiento con Freud:
“Yo le mencionaba a menudo toda una serie de asociaciones con
un símbolo soñado y él esperaba hasta encontrar una asociación
que se amoldara a su plan de interpretación y la recogía como un
detective que espera en una fila hasta que ve a su hombre”.48
Conclusión