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LISTA DE COLABORADORES

H lD É ISHIGURO
R u sh R hees

D. S. S h w a y d e r
John W. Cook
L. R. R e in h a r d t

A nthony M anser

F r a n k C io f f i

TIMAS DE EUDJLBA/FILOSOFÍA
Peter Winch y colaboradores

Estudios sobre la
filosofía de Wittgenstein

EUDEBA EDITORIAL UNIVERSITARIA DE BUENOS AIRES


T itu lo de la obra original
ST U D IE S I N T H E rH iL O S O P H Y OF W I1 TG F .N STE IN
R outledge & Kegan P a u l L im ited, L ondon, 1969

T ra d u c id a por
LEÓ N M IRLAS

La revisión técnica estuvo a caigo del profesor


ALBERTO M O REN O

E N E L A Ñ O D E L S E S Q U IC E N T E N A R IO
DE LA F U N D A C IÓ N
D E L A U N IV E R S ID A D D E B U E N O S A IR E S

© 1971
E D IT O R IA L U N IV E R S IT A R IA D E BUENO S AIRES
R ivadavia 1571/73
Sociedad de Econom ía M ixta
F undada por la Universidad de B uenos Aires
H e d ió el depósito lie ley
IM PR ESO EN LA A R G E N T IN A - P R IN T E D L \ A R G E N T IN A
INDICE

IN T R O D U C C IÓ N : LA U N ID A D D E LA FILO SO FIA DE W IT T G E N S T E IN IX

1. USO Y R E FE R E N C IA DE LOS NO M BRES ............................................... 1

II. “O N T O L O G 1A ” E ID E N T ID A D EN EL T R A C T A T U S : A P R O P Ó ­
S IT O D EL C O M P A N IO N D E BLACK .......................................................... 33

“Sim bolism o adecuado” y “ontología", 33; “¿Señal o tipo?”, 35; “ La


relación p ara n o m b ra r”, 37; La id en tid ad , 39; La aritm ética, 42.

III. EL PE N SA M IE N T O DE W IT T G E N S T E IN SOBRE LAS M A TEM A ­


TICA S ............................................................................................................................. 4<j
A lgunos antecedentes, 53; Conclusión, 85.

IV. LOS SERES HU M A N O S ................................................................................... 99


I, 100; II, 103; III, 110; IV, 121, V. 125; VI, 129.

V'. LA CON CEPCIÓN DE W IT T G E N S T E IN Y STRAW SO N SOBRE


LA M E N T E DEL H O M B R E ................................................................................ 133

VI. D O L O R Y LEN G U A JE PR IV A D O ................................................................. 147

VII. E L FR E U D D E W IT T G E N S T E IN ................................................................. 163


In troducción, 365; I, 167; II, 171; I I I , 176, IV, 181; V, 185; Conclu-
clusión, 188.
IN TRO D U C C IÓ N : L A UNIDAD DE LA FILOSOFIA
DE W IT T G E N S T E IN

P e te r W in c h

Todos los ensayos de este volumen son nuevos. Los colabora­


dores fueron elegidos con vistas a proporcionar una esfera bastante
representativa de los intereses filosóficos de W ittgenstein, pero, una
vez elegidos, se los dejó en plena libertad de escribir sobre lo que
más les interesara. No se puede, pues, afirmar que haya habido
ningún tratam iento sistemático de lo fundamental, inevitablemente,
algunas de las preocupaciones más centrales de W ittgenstein son
analizadas en forma independiente por diversos colaboradores indi­
vidualmente. Esto está, a mi parecer, en el espíritu del método de
Wittgenstein, sobre todo en sus últimas obras, que lo lleva a pasar
por el mismo punto repetidas veces desde distintas direcciones,
construyendo así una imagen de sus complejas relaciones con otros
puntos de interés filosófico.
En esta introducción, trataré de explicar cómo evolucionó la
manera de tratar ciertos temas centrales de Wittgenstein, vinculando
esos problemas, cuando pueda, a los puntos estudiados por los
demás colaboradores. Uno de mis objetivos principales será com­
batir la difundida opinión, que me parece desastrosamente errónea,
de que estamos tratando dos filósofos distintos, “el primer W ittgens­
tein” y “el último W ittgenstein” ; de ahí mi subtítulo “la unidad
de la filosofía de W ittgenstein”. Desde luego, cuando hablo aquí
de “unidad” no quiero sugerir con ello, en modo alguno, que tene­
mos que vérnoslas con un sistema único de filosofía (como el de
Spinoza, por ejem plo), que se extiende desde el Tractatus hasta las
Investigaciones filosóficas y más lejos aún. Por una parte, el ideal
de semejante sistema filosófico fue siempre blanco de las críticas de
W ittgenstein hasta en los tiempos del Tractatus, pero, más explíci­
tamente, y por razones diferentes pero relacionadas, en sus escritos
posteriores. Y, por otra parte, sería completamente absurdo negar
que la filosofía de, digamos, las Investigaciones filosóficas, está en
evidente y fundamental conflicto con la del Tractatus. En realidad,
las primeras secciones, por lo menos, de las Investigaciones filosó-
fitas, contienen una crítica explícita del punto de vista subyacente
en su obra anterior. Además, a medida que desarrolla su argumen­
tación, Wittgenstein se ocupa con creciente detalle, de temas de
epistemología y filosofía de lo mental que no son tratados en abso­
luto en el Tractatus o, a lo sumo, se mencionan de paso en él.
Pero si este último hecho nos causa una impresión errónea,
corremos el peligro mayor aún de que las ramas no nos dejen ver
el bosque. Muchos filósofos contemporáneos, a mi entender, acep­
tan implícitamente la opinión de Russell de que Wittgenstein
abandonó simplemente su interés inicial por la naturaleza de la
lógica para concentrarse en (lo que Russell considera ser) la tarea
más fácil: describir el uso de ciertas expresiones del lenguaje co­
rriente .1 Esta opinión interpreta en forma totalmente equivocada
el punto y la naturaleza de esas "descripciones”, destinadas a cons­
tituir aportes al análisis de los mismos problemas que dilucidara
Wittgenstein en el Tractatus: problemas sobre la naturaleza de la
lógica, la relación de la lógica con el lenguaje y la aplicación de
la lógica del lenguaje a la realidad. Fue precisamente la percepción
por Wittgenstein de las deficiencias de su tratamiento de esos pro­
blemas en el Tractatus lo que lo indujo a advertir que los problemas
vinculados a la lógica exigen para su comprensión un tratamiento
de problemas filosóficos aparentemente muy diversos. Esto trastorna
totalmente su punto de vista del Tractatus de que, cuando se hayan
solucionado los problemas centrales, el desvanecimiento de las de­
más dificultades filosóficas se realizaría en principio de un solo
golpe, de modo que sólo restaría hacer una suerte de operación
d t limpieza. En contraste con esta opinión, el problema mismo de
la naturaleza de la lógica aparece como un incesante tratamiento
en desarrollo, en todas las discusiones filosóficas posteriores. Esto
se aplica hasta a la manera como trató W ittgenstein cuestiones tan
aparentemente diversas como la naturaleza del aporte de Freud a
la psicología y la de Frazer a la antropología social.
Permítaseme tratar de bosquejar en qué forma se le plantearon
a Wittgenstein en el Tractatus estos problemas sobre la lógica, el
lenguaje y la realidad, problemas tratados en las colaboraciones de
la señorita Ishiguro, el señor Rhees y el profesor Shwayder. Todos
ellos están contenidos en la interrogante central "¿Qué es una pro­
posición?”, interrogante que es estudiada a la luz de numerosas
perplejidades aisladas, siendo algunas de las más importantes las
siguientes. Hay, en primer término, perplejidad acerca de la rela­
ción que existe entre una proposición v un hecho, en virtud de la
1 Vale la pena destacar, p o r ejem plo, que e n la bibliografía de la Lógica
tilosAfica e d ita d a por P. F. Strawson, E dito rial U niversitaria de O xford, 1967,
la única o b ra de W ittgenstein m encionada es el T ractatus Logico-Philosophicus,
como si las dem ás obra* d e W ittgentteir. no «f o cu p aran de la lógica filosófica.
¡XTRODt icc¡a,\

cual decimos que una proposición establece un hecho. Lo que esto


hace desconcertante, es que una proposición no necesita ser verda­
dera para ser plenamente significativa. Una proposición debe tener
ya una relación con la realidad si es que significa algo (es decii, si
es realmente una proposición); comprender la proposición es saber
qué hecho afirma alcanzar... y la interrogante de si este hecho
realmente se logra, se plantea después. Como una proposición
puede ser falsa, su sentido pleno no puede consistir en alguna
relación en la cual se encuentra con respecto a un hecho real alean
zable por lo menos, no el hecho que afirma alcanzará... porque
quizás no haya tal hecho. Si uno trata luego de decir que el signi­
ficado de una proposición falsa consiste en su relación con el hecho
planteado por su negación, se ve enfrentado con el problema, no
menos desconcertante, de la naturaleza de las proposiciones nega­
tivas: ¿establecen éstas hechos negativos? ¿Y cómo se supone que
son, si el mundo es todo lo que acaece? ¿Cómo se puede conciliar
el axioma de que el m undo es todo lo que acaece con la opinión de
que una proposición implica esencialmente una relación con el
mundo y con la exigencia de que una proposición puede ser plena­
mente significativa y sin embargo falsa?
La interrogante de cómo están vinculadas las proposiciones a
sus negaciones es un caso especial de la interrogante acerca de qué
relaciones existen entre una proposición y o tra s ... las relaciones
que nos permiten inferir una proposición de otras. Sería tentador
decir que la interrogante es ésta: ¿Qué es la lógica? Pero esto pa
dría sugerir engañosamente que la naturaleza de la lógica sólo ha
llegado a ser un problema en esta etapa; mientras que es vital para
nuestra comprensión de Wittgenstein advertir que la naturaleza
de la lógica es investigada ya cuando Wittgenstein trata el enigma
sobre la relación existente entre las proposiciones y los hechos.
Este punto quizás pueda ser expresado bajo la forma de otro pro
LJema: ¿Qué relación hay entre la capacidad de una proposición de
enunciar un hecho y su capacidad de guardar relaciones lógicas con
otras proposiciones? Ahora bien, Wittgenstein pensaba (y muy
acertadamente) que debe haber tal relación; que no es simplemente
algo contingente que una proposición pueda combinar esas dos
funciones; que, si las proposiciones no tuvieran relaciones lógicas
entre sí, no enunciarían hechos (es decir, no serían proposiciones),
y si no enunciaran hechos, no tendrían relaciones lógicas con otras
proposiciones. Es este último punto el que persigue Wittgenstein,
aunque desde una perspectiva distinta, cuando analiza después la
importancia del hecho de que los símbolos que se presentan en el
contexto de los cálculos niaiem.ii¡ros tengan también un “status
civil cotidiano” (ver colaboi arión de Shwayder) y que, si no fuera
así, su manipulación de acuerdo con reglas sintácticas no constitui­
ría un “cálculo” o “prueba”.
Shwayder dice que “la filosofía de W ittgenstein es kantiana del
principio al fin”. Sea que aceptemos o no esta opinión extrema,
quizás se pueda aclarar el punto comparando el problema de
Wittgenstein en el Tractatus con la dificultad de Kant frente a
Hume. Hume había tratado de explicar psicológicamente la for­
mación de los conceptos: las “impresiones”, mediante algún meca­
nismo psicológico, suscitan “ideas”. Su explicación de “relaciones
puram ente lógicas entre ideas” es totalmente independiente de esta
explicación de la formación de las ideas; parece ser un hecho bruto
el de que las ideas, formadas a partir de impresiones, estén en rela­
ciones lógicas. De ahí el escepticismo de Hum e con respecto al
poder de la lógica para promover nuestra comprensión del mundo
real. Ahora bien: las dificultades de Kant sobre los juicios sinté­
ticos a priori lo llevaron a opinar que en el hecho de que los juicios
afirman algo sobre el m undo empírico deben estar involucradas
consideraciones lógicas. Los juicios deben tener una estructura lógica
(expuesta por Kant de acuerdo con la tabla de las categorías de
Aristóteles), no sólo para que sean posibles las deducciones desde
un juicio a otro, sino también si se quiere que digan algo. El rol
que les atribuyó Kant a los juicios sintéticos a priori a este respecto
está vinculado estrechamente con la concención de W ittgenstein
sobre las "proposiciones elementales” del Tractatus y también con
el rol que atribuyó a los "paradigmas” en sus últimos escritos.
Wittgenstein, en el Tractatus, sostenía asimismo que las pala­
bras de un lenguaje sólo pueden referirse a los objetos del mundo
sólo si son posibles componentes de proposiciones, una opinión cui­
dadosamente discutida por la señorita Ishiguro. “Sólo la proposi­
ción tiene sentido; sólo en el nexo de la proposición tiene significado
un nombre” (3.3). La proposición posee una estructura lógica
idéntica a la estructura del hecho que enuncia. La posesión por la
proposición de esta estructura muestra la posibilidad de un hecho
con la misma estructura. En realidad, un signo proposicional es,
en sí mismo, un hecho (3.14) y el signo es usado “como proyección
de una situación posible. El método de proyección es pensar en el
sentido 2 de la proposición” (3.11). De modo que: "Asi es como
se liga una pintura a la realidad; llega hasta ella” (2.1511). U n
nombre y el objeto al cual se refiere existen en el mismo "espacio
lógico” ; el nombre existe también en el mismo espacio lógico que
los demás nombres con los cuales puede combinarse significativa­
mente en las proposiciones; y el objeto existe en el mismo espacio
lógico que los demás objetos con los cuales puede combinarse en
* Quizás se traduzca mejor la expresión alemana así: "pensar e l sentido".
hechos. El espado lógico determina qué combinaciones de nombres
(es decir, qué proposiciones) son posibles, y también qué combina­
ciones de objetos (es decir, qué hechos) son posibles.
Ahora bien, una manera de comprender cómo se vincula el tipo
de exposición que se realiza en las Investigaciones filosóficas y en
los escritos ulteriores con el Tractaus, sería examinar algunas
dificultades de la idea de la “estructura” y “espacio lógico” del
Tractatus. ¿Qué sentido le debemos asignar aquí a la palabra
“lógico”? (Porque es evidente que la idea de la estructura, aplicada
a las proposiciones elementales, es considerada también en algún
sentido una noción “lógica”.) Cuando Wittgenstein habla en el
Tractatus de la inferencia de una proposición a partir de otra, todo
el peso de la discusión parece descansar sobre la idea de relaciones
funcionales de la verdad. Dondequiera que haya inferencia, hay
complejidad funcional de verdad; pero como las proposiciones ele­
mentales no son un complejo funcional de verdad, “una proposición
elemental no puede ser deducida de otra” (5.134). Wittgenstein
le asigna a la “estructura” un rol importante en su explicación de
la inferencia.

5 .13 Q ue la verdad de una proposición se sigue de la verdad de otra,


podemos verlo en la estructura de las proposiciones.
5.131 Si la verdad de una proposición se sigue de la verdad de otra,
esto se expresa en las relaciones en que están unas respecto de
otras, las formas de las proposiciones; y no es necesario que las
pongamos en estas relaciones uniéndolas m utuam ente en una pro­
posición. Pues estas relaciones son internas y existen tan pronto y
porque las proposiciones existen.

Aquí, "estructura” sólo puede significar seguramente "estructura


funcional de verdad”. Pero se dice que una proposición elemental
también tiene una “estructura” y cuesta ver cómo podría ser ésta
una estructura funcional de verdad. Así, parece que la “lógica”
involucrada en la estructura lógica de las proposiciones elementales
debiera ser distinta de la involucrada en la lógica funcional de ver­
dad. Pero ésta, desde luego, no puede ser la opinión de Wittgens­
tein, ya que uno de los puntos en que insiste con más empeño en
el Tractatus es la unidad de la lógica: "En la lógica nunca puede
haber sorpresas” (6.1251). Hay, es cierto, la observación siguiente,
a la cual W ittgenstein asigna un lugar destacado en su plan de
numeración: “U na proposición es una función de verdad de propo­
siciones elementales. (Una proposición elemental es una función-
verdad de sí misma.) ” (5). Considero que el paréntesis significa
que no es contingente la circunstancia de que sobre las proposiciones
elementales puedan realizarse operaciones funcionales de verdad;
pertenece ya a su naturaleza de proposición el que esto sea posible.
Sin duda, lo dicho es importante, pero no nos explica con todo qué
hemos de entender por “lógica” en la expresión “la estructura lógica
de las proposiciones elementales” o cuando se habla del "espacio
lógico” en que tienen su ser los objetos y sus nombres. La dificul­
tad, aquí, está relacionada estrechamente con el que fue uno de los
factores principales que indujeron a W ittgenstein a apartarse de la
noción de proposición elemental sustentada en el Tractatus. En su
memoria a la Sociedad Aristotélica sobre la Forma lógica, lo preocu­
pa el hecho de que ciertas proposiciones sobre los colores (que
podrían ser consideradas candidatas naturales al status de proposi­
ciones elementales, si se las analiza un poco más) no son m utua­
mente independientes desde el punto de vista lógico. Más aún, las
relaciones lógicas que existen entre ellas parecen depender, no de
ideas funcionales de verdad, sino, más bien, de la naturaleza del
color. Esto, me lleva al punto siguiente.
El pasaje del Tractatus que va a continuación ilustra la concep­
ción de espacio lógico.

2.0131 Un objeto espacial debe encontrarse en el espacio infinito. (Un


punto en el espacio es un lugar para un argumento.) U na m an­
cha en el campo visual, aunque n o deba ser roja, debe tener
un color; tiene, por asi decirlo, un espacio cromático en tom o
suyo. El tono debe tener una altura, el objeto del tacto, una
dureza, etcétera.

Debemos decir entonces que las formas en que la palabra


“rojo”, por ejemplo, puede ser combinada con otras para expresar
proposiciones significativas, son determinadas por el espacio-color.
Yo puedo afirmar “Este libro es rojo”, pero no “Este número es
rojo”. P e ro ... ¿ésto lo determina la lógica, o la naturaleza del
color, de los libros, del número? Ahora bien: parece claro que
Wittgenstein debe decir que se trata de una cuestión lógica, ya que
el terreno de la lógica es el de la distinción entre lo que puede y
lo que no puede decirse inteligiblemente. Sin embargo, quiere dis­
tinguir también lo que pertenece a la lógica de lo que pertenece,
por ejemplo, a la naturaleza del espacio, a la naturaleza del color,
a la naturaleza de los objetos materiales.
2.181 Una pintura cuya forma pictórica es una forma lógica se llama
pintura lógica.
2.182 T oda pintura es, también, lógica. (En cambio, no toda pintura
es, por ejem plo, espacial.)

Por lo tanto, lo que hace lógica una pintura es lo que tiene


de común con cualquier pintura: es decir, lo que en definitiva hace
de ella una pintura. Y sin embargo, seguramente, lo que hace verdade­
ro el que “todo tono debe tener una altura” no es lo que tienen de
común las proposiciones sobre los tonos con cualquier otra proposi­
ción, sino más bien lo que hace que ellas sean proposiciones sobre
los tonos. La dificultad puede ser expresada bajo la forma de la
siguiente interrogante. ¿Cómo, con respecto a las relaciones con la
lógica, se vincula lo que hace de algo una proposición con lo que
hace de eso una proposición sobre una categoría determinada de
objeto? La dificultad tiene analogías con lo que pensaba Kant
sobre la aplicación de las categorías y que él trató de superar con
su doctrina del esquematismo.
De acuerdo con el Tractatus, la estructura de las proposicio­
nes es revelada por el análisis. Las proposiciones no elementales
serán analizadas aclarando sus estructuras funcionales de verdad.
Si el análisis es "completo” nos quedaremos con cierto número de
proposiciones elementales, no susceptibles en sí de un posterior
análisis funcional de verdad. Esas proposiciones elementales cons­
tarán de nombres “concatenados” en forma inmediata entre sí. La
propia concatenación de nombres exhibirá una estructura, aunque
no una estructura funcional de verdad. Una cosa común a la es­
tructura funcional de verdad de las proposiciones no elementales
y a la estructura no funcional de verdad de las proposiciones ele­
mentales es que, en ninguno de los casos podremos decir qué es
esa estructura. Con respecto a las proposiciones no-elementales se
señala este punto en 5.13 y 5.131, citados más arriba. Con res­
pecto a las proposiciones elementales, el punto está involucrado en
la doctrina fundamental del Tractatus —“sólo en el nexo de una
proposición tiene significado un nombre” (3 .3 )— que la señorita
Ishiguro, con todo acierto, distingue netamente del atomismo lógi­
co de Russell. Lo importante, aquí, es que no se puede seguir
analizando una proposición elementa! dividiéndola en los nom­
bres que la componen.
Como lo he estado arguyendo, lo que perturba prima facic la
unidad coherente de esta doctrina es justamente la ambigüedad
de la palabra “estructura”, tal como se aplica a las proposiciones
elementales y a las no elementales, respectivamente. Y la seria
dificultad radica, precisamente, en que la estructura de las propo­
siciones elementales debe ser una estructura lógica. Esto resulta
claro, en general, del hecho de que la idea de estructura se intro­
duce en este contexto para señalar la distinción entre los grupos
de nombres que dicen algo, que expresan proposiciones significa­
tivas y los que no lo hacen. Sería intolerable, por cierto, excluir
de la lógica un sector tan vitalmente importante como el de la
distinción entre el sentido y el sin-sentido. Pero también resulta
claro que esta idea de la estructura de las proposiciones elemen­
tales invade el terreno de la lógica funcional de verdad. Afecta
nuestra comprensión de la cuantificación, por ejemplo, en cuanto
debemos comprender cuáles son y cuáles no son los valores posi­
bles de “x” en funciones tales como “x es rojo”, si hemos de com­
prender el sentido de proposiciones como “ ( 3 x) (x es rojo)
Esto es pertinente también a las “paradojas de la implicación ma­
terial”, que se plantean porque, si pensamos en términos exclusi­
vamente funcionales de verdad, no podemos distinguir expresiones
de la forma "p d <j” que tengan sentido de las que no lo tengan.
El rol central que desempeña la idea de un juego de lenguaje,
o forma de vida, en los últimos escritos de Wittgenstein, le per­
mite superar esta dificultad. Así como los signos usados en los
cálculos matemáticos tienen un “status civil cotidiano”, también
las relaciones funcionales de verdad entre las proposiciones no son
exhibidas solamente en las cosas que hacemos con marcas sobre
trozos de papel. Son exhibidas en los diversos tipos de la actividad
hum ana que, dado el contexto social adecuado, se consideran como
"aceptar una proposición como verdadera”, “inferir una propo­
sición de otra”, “suponer”, “elegir entre alternativas”, etcétera. En
este sentido, podemos recordar la opinión de Russell (en la Inves­
tigación del significado y la verdad) de que ‘V representa un
sentimiento de indecisión. Aunque esto es inexacto, tal como se pre­
senta, sugiere lo que es exacto: que la palabra “o” no significaría
lo que significa fuera de actos como decidir entre alternativas, ele­
gir, ofrecer alternativas, etcétera. Lo que distingue esas nociones
funcionales de verdad y justifica que les asignemos un lugar cen­
tral en la lógica, es su carácter omni-impregnante. No son pecu­
liares de ningún juego de lenguaje especial, sino que entran prác­
ticamente en todos los sectores de la actividad humana. ¿Tiene
sentido alguna vez, por ejemplo, hablar de un juego de lenguaje
que no implique una concepción de la negación? Aparte de otras
consideraciones. . . , ¿qué sería de la distinción entre una jugada
correcta y otra incorrecta en el juego a menos que haya posibilidad
de rectificar los errores? “No, no es así como se hace eso. Se hace
así”. Debemos recordar, por cierto, que las manifestaciones de esas
operaciones lógicas fundamentales serán diversas. Compárese, por
ejemplo, la elección entre dos pedazos de torta pon la elección
entre casarse y hacerse monje. Pero es más importante aún recor­
dar que estas operaciones (“funcionales de verdad”) no podrían
existir con independencia de aquellas operaciones con las cuales,
por ejemplo, identificamos las clases de objetos de que hablamos;
porque, si no se puede decir que estamos hablando de cosas de una
clase definida, tampoco se puede decir, por ejemplo, que elegimos
entre, consideramos juntos o rechazamos cosas de una clase defi­
nida. Y aquí, tratamos uno de los problemas que le hicieron ha­
blar a W ittgenstein en el Tractatus de la ‘'estructura” de las pro-
posiciones elementales y del “espacio lógico” en que existen los
objetos. Su modo de tratar “Cinco manzanas rojas” (Investigacio­
nes filosóficas, I, § i) muestra ya cómo se pueden comprender esos
problemas de acuerdo con las operaciones involucradas en losjue­
gos de lenguaje. Así, de una manera paradojal y con todo carac­
terística, la unidad de la lógica se salva precisamente debido a una
clase de discusión mucho menos formal sobre qué es la lógica.
Veamos el pasaje siguiente del Tractatus:

2.024 L a substancia es lo q u e hay con in d epend encia de lo que acaece.


2.025 Es form a y contenido.
2.0251 El espacio, el tiem po y el color (crom aticídad) son form as de
los objetos.
2.026 D ebe h a b e r objetos, sí se q u iere que el m u n d o tenga u n a fo r­
m a in alterab le.
2.027 El objeto, lo fijo y lo existente son u n o y lo mismo.
2.0271 El o b jeto es lo fijo y existente; su configuración es lo cam ­
b ian te e inestable.
2.0272 L a configuración de los objetos constituye el hecho atóm ico.

La exigencia de que el mundo tenga una forma fija {eine feste


Form) es idéntica a la exigencia de que las proposiciones tengan
un sentido determinado, para que resulte posible decir algo. ¿Cuál
es, exactamente, esa exigencia? Considéresela en relación con la
observación que he citado ya del 3.11: “El método de proyección
es pensar el sentido de la proposición”. Lo esencial es sin duda
que, en cuanto tenemos que vérnoslas solamente con un signo pro-
posicional, no está determinado aún qué proposición está en juego,
pues cualquier signo puede ser interpretado de diversas maneras.
Yo podría interpretar que una flecha que apunta hacia la izquier­
da significa que debo doblar hacía la derecha, o que debo dete­
nerme y cavar una zanja o cantar. Además, si lo que llamo “inter­
pretar el signo” consiste en producir un signo más, se plantea exac­
tamente la misma dificultad para interpretar este otro signo que
presento. ¿Cómo se puede detener esta proliferación de interpre­
taciones? Sólo podría lograrse, le pareció a W ittgenstein en la
época del Tractatus, llegando a una interpretación que no sea
susceptible de otras interpretaciones. T al es la idea expresada en
El libro azul (pág. 34). Lo que uno quiere decir, es: “Todo signo
es susceptible de interpretación; pero el significado debe ser sus­
ceptible de interpretación. Ésta es la última interpretación”. Las
proposiciones elementales del Tractatus tenían por objeto cumplir
ese rol. No es posible un análisis (interpretación) ulterior de ellas.
Constan simplemente de nombres que están en una concatenación
m utua inmediata-, esos nombres están correlacionados inmediata­
mente con objetos, que también están en una concatenación mu­
tua inmediata. Mis bastardillas en la palabra inmediata en esta
últim a frase expresan, se supone, que nos interesan aquí las rela­
ciones indisolubles, internas. Todo, aquí, es “fijo”. * En Zettel,
§ 297, W ittgenstein se refiere, evidentemente, a este punto de vista
del Tractatus cuando supone que alguien dice: “¿Cómo consigo
siempre usar una palabra correctamente, es decir, significativa­
mente? ¿Consulto sin cesar una gramática? No; el hecho de que
significa algo, la cosa que significo, me impide decir disparates”.
Veamos el asunto desde una dirección algo distinta. ¿Qué sucede
cuando A le dice algo a B, donde A se propone decir realmente
lo que dice y B comprende lo que se propone decir A l Pues bien:
en apariencia, A profiere ciertos sonidos y hace ciertos gestos y B
responde con otros sonidos y gestos y ejecuta ciertos actos. Pero,
desde luego, todo esto habría podido suceder y sin embargo A po­
dría no haber querido decir lo que dijo ni B haberlo compren­
dido. Supongamos ahora que mencionamos el hecho de que los
sonidos proferidos por A son usados por él y comprendidos por B
tal como los usa A, de acuerdo con ciertas reglas. Desde luego, ya
hemos cometido petición de principio en muchísimas de las cues­
tiones más importantes al decir esto, puesto que necesitamos acla­
rar lo que está implicado al seguir una regla, y, al hacerlo, nos
veremos enfrentados con todas las dificultades debidas a la infinita
multiplicidad de las interpretaciones posibles a que hemos alu­
dido ya. Pero supongamos que estamos convencidos de que todas
esas dificultades han sido superadas, quizás sobre las líneas de los
análisis de Los libros azul y marrón y las primeras partes de las
Investigaciones filosóficas. ¿No quedará con todo algún motivo
de inquietud? Porque. . . , ¿no parece que decimos, ahora, que la
comunicación entre las personas consiste simplemente en que nos
atengamos a ciertas convenciones, al tratarnos mutuamente? Y, sien­
do así. . . , ¿qué ha sido de la idea de que decir algo es estar en
relación con alguna realidad independiente? Al parecer, nos ha­
llamos en una posición que no se diferencia, esencialmente, de la
de un Protágoras o un Gorgias. No hay una realidad; y, si la hubie­
se, ningún hombre podría llegar a conocerla; y, aun en el caso
de que pudiese conocerla, no podría comunicar lo que supiera.
He insistido en esas dificultades a fin de poner de manifiesto
claramente por qué la idea de un “proceso interno”, en conexión
con nociones tales como pensar, comprender, significar y propo­
nerse, subsiste en forma tan obsesiva a lo largo de todos los últi­
mos escritos de Wittgenstein. Nos sentimos tentados, constante­
mente, a pensar de que debe haber un proceso semejante si se quie-
* Fest, en alem án, firm e. (N. del T.)
re poder pensar en algo o decir que sucede algo. Y esta tentación
es la misma que llevó a W ittgenstein a hablar de “proposiciones
elementales” en el Tractatus. Si hay un proceso definido que es
“comprender”, el hecho de que suceda garantizará que la com­
prensión ha tenido lugar, que no hace falta más “interpretación”.
Si hay una proposición elemental, su existencia garantiza que se
ha dicho algo definido; está sola y no necesita el apoyo de algo más.
bajo la forma de otras palabras o de otras expresiones simbólicas
para dar la seguridad de que dice algo. Muestra la posibilidad
del estado de cosas que describe directamente, por el hecho de que
los nombres que la componen se relacionan inmediatamente con
los objetos.
Si queremos, pues, comprender la fuerza de los argumentos
de Wittgenstein contra las diversas formas de la idea de un pro­
ceso interno, debemos comprender la fuerza de sus razones para
llegar a rechazar la exigencia del Tractatus de que haya proposi-
siones elementales. Rush Rhees ha dicho (en discusión) que W itt­
genstein observó en cierta oportunidad que lo erróneo en su con­
cepción de las proposiciones elementales del Tractatus era que
había confundido el “método de proyección” con las “lineas de
proyección”.3 Supongo que quiso decir algo así como lo siguiente:
A primera vista, parece que se podrían representar las relaciones
entre una proposición elemental y un Sachverhalt en la forma dia-
gramática siguiente:

f , * \ / '' A 1 \
N, N, N3
N
ii — yi - 't *
¡,---------------- $----------------------

0, Oj Ój
\ _________ v _________ / \ _____v _________ f

donde N,-, representan nombres combinados en una proposición


y 0,-3 objetos combinados en un Sachverhalt y las líneas de puntos
representan la correlación de los nombres con los objetos. Esto
es u n diagrama que sugiere el Tractatus, aunque, desde luego, el
Tractatus insiste en que esa representación no debe tener sentido
en cuanto trata de decir lo que sólo puede mostrarse, o trata de
pintar algo relativo a la pintura, lo cual debe ser revelado en
la pintura. Esta objeción se parece mucho a la que se hace más

3 Ver Z ettel, § 291: Las líneas de proyección podrían llamarse “la co­
nexión entre la pintura y lo que pinta”, pero también podría llamarse así la
técnica de la proyeccción.
adelante en el Tractatus (5.6331) al representar el campo visual
así:

Así como nuestra representación del campo visual no puede


incluir el ojo que ve, nuestra representación de la proposición ele­
mental no puede incluir los objetos con que están correlacionados
los nombres en la proposición. La circunstancia de que los hom­
bres están correlacionados con los objetos debe mostrarse en la
proposición misma. No podemos llegar más allá de la proposición
elemental. De la misma forma, podemos ver que “Tres jueces”,
de Rouault es una representación de tres hombres, con sólo m irar
la pintura. Y, en definitiva, podemos ver sólo esto en la pintura.
Podría ayudarnos a interpretar la pintura el hecho de ponerlo
junto a otras cosas, pero hacerlo no garantizaría que vemos ahí a
los tres hombres. O bien veremos esto o no lo veremos. . . en la
pintura.
El análisis de W ittgenstein de las complejidades ocultas en la
noción de “definición ostensiva”, en, por ejemplo, las Investigacio­
nes filosóficas, I, § § 26-37, está dirigido esencialmente al mismo
punto. Supongamos que decimos que una definición ostensiva
establece una correlación entre un nombre y un objeto. Quizás
creamos que, por así decirlo, se ha sujetado una cuerda al nombre
por un extremo y al objeto por el otro, o que, por así decirlo, se
ha pegado un rótulo a un objeto. P e ro ... ¿qué ha conseguido esto,
en sí mismo? Supongamos que tengo un escritorio y le pego varios
rótulos, en la forma siguiente: “medio m arrón”, “oval”, “escrito­
rio”, “detalle de mobiliario”, “Victoriano del último período”,
etcétera. Cualquiera de esos rótulos podría llamarse “nom brar un
objeto”, pero el simple hecho de que yo haya efectuado esta ope­
ración, considerada aisladamente, nada dice. Tengo que compren­
der cómo se usa el rótulo, su gramática; de lo contrario, no sé qué
es lo que ha sido rotulado. En otros términos, las líneas de pro­
yección no realizan lo que se les exige; sólo funcionan en el con­
texto de un método de proyección. Si supongo que las líneas de
proyección soportan todo el peso que implica establecer la corre­
lación entre el nombre y el objeto, comprenderé que debo ver cla­
ramente el objeto antes de poder trazar las líneas. Pero cuando
veo que lo importante es el método de proyección, puedo decir
que “el objeto queda fuera de consideración como no pertinente”
(Investigaciones filosóficas, I, § 293). Es decir que los objetos
“tractarianos” son completamente innecesarios, un engranaje inútil,
cuya intromisión disfraza los verdaderos funcionamientos del me­
canismo. Y por eso, W ittgenstein puede responder a la sugerencia
que menciona Zettel, 297, (citado más arriba, p. XVI) : “Signi­
fico algo con las palabras, significa, aquí: sé que puedo aplicarlas”.
Lo único que debo estar en condiciones de decir es que las palabras
que uso han de ser aplicadas de acuerdo con la gramática.
Cuando hemos visto esto, con todo, estamos en condiciones de
llevar mucho más lejos las objeciones del Tractatus a la idea
de que podríamos decir cómo se interrelacionan los nombres en
una proposición elemental y cómo se correlacionan con los obje­
tos. Las mismas objeciones pueden ser dirigidas contra la idea de
que sería posible formular las proposiciones elementales, pues pro­
posición elemental es aquella en que la conexión de los nombres
entre sí y con sus objetos se muestra inmediatamente. Y lo que
acaba de decirse, equivale a afirmar que no puede haber tal pro­
posición. Esas conexiones se despliegan, no en la proposición en
sí, sino en lo que la rodea, en la gramática de acuerdo con la cual
se aplican sus palabras. La expresión del asunto en estos términos
nos permite, pues, anotar otras dos cosas: ( 1 ) con respecto a la
naturaleza de las objeciones posteriores de Wittgenstein a la idea
de que pensar es un tipo especial de proceso; (2 ) con respecto al
distingo entre lo que puede decirse y lo que sólo puede mostrarse
y la forma en que ese distingo persiste, en forma trasmutada,
desde el Tractatus hasta sus últimos escritos.
(1) Así como ninguna operación de “rotulación” podría por
si misma, fuera del contexto de una gramática establecida, crear
ninguna conexión entre el nombre y el objeto, y en la misma
forma en que ninguna proposición formulada podría desplegar
por sí misma la estructura del Sachverhalt, así tampoco ningún
proceso por sí mismo podría constituirse en pensar algo, signifi­
car algo, comprender algo. Tam bién está aquí lo que rodea el
proceso, no el proceso en sí (si es que lo hay), que nos permite
decir que alguien ha comprendido algo, significa algo, compren­
de algo. Para adaptar un ejemplo del profesor Geach: si alguien
dice que “Todos aman a alguna muchacha”, no implica “Hay
alguna muchacha a la cual todos aman”, esto podría, en circuns­
tancias adecuadas, bastar para convencernos de que ha captado
la naturaleza de cierta falacia. Pero, desde luego, en otras cir­
cunstancias, podemos tener fundamento para dudar de si esa
persona está interpretando en forma adecuada la segunda de esas
proposiciones, fundamento que proviene de otras cosas que dice
y hace; y entonces, no podremos decir que comprende la falacia.
(2) En Zettel, § 453, Wittgenstein escribe que “a veces, la
voz de un pensamiento filosófico es tan suave que el ruido de
las palabras habladas basta para ahogarla”. Está expresando aquí,
me parece, el mismo tiempo de pensamiento que lo llevó a decir
en el Tractatus que las cosas importantes en filosofía no pueden
decirse, pero sí mostrarse. Si tratáramos de formular con palabras
una proposición elemental, descubriríamos inevitablemente que
no conseguiríamos lo que buscábamos. En efecto toda proposición
formulada, en principio, en distintas circunstancias, puede ser in­
terpretada de manera diferente; mientras que una proposición ele­
mental debe ser tal que garantice por sí misma cómo ha de ser
interpretada y una proposición tal no puede ser formulada. Es
como si tratáramos de expresar en nuestra formulación misma,
cómo habrá de interpretarse la formulación; y esto, no puede
hacerse. Cuando ello se ve claramente (y no se vio claramente en
el Tractatus) 4 la dirección de la investigación filosófica debe ser
distinta. No se busca ya una pepita esencial de sentido: en cam­
bio, se trata de representar expresiones corrientes bajo la luz
adecuada, haciendo gestos en la dirección adecuada. En filosofía,
“uno dice lo usual. . . con el gesto que no corresponde”.® El
gesto que no corresponde despliega una comprensión errónea de
las ‘"dimensiones” dentro de las cuales lo que se dice tiene sentido.
Esta frase —“las dimensiones erróneas”— reaparece sin cesar en
Zettel y muestra la relación íntima que existe entre la primera
concepción del “espacio lógico” de W ittgenstein y su concepción
ulterior de la “gramática” ; mientras que, en cambio, la manera
como habla después muestra un claro conocimiento del hecho de
que las sugerencias geométricas (espaciales) del “espacio lógico"
lo habían extrañado seriamente con respecto al tipo de “dimen­
siones” que en realidad están en tela de juicio en la filosofía.
W ittgenstein dice de sus críticas de F re u d 6 que está dedi­
cado a cierta dase de "persuasión”. La cuestión está vinculada con
le que acabo de analizar. No puede tratarse de “probar que
Freud se equivoca” (o acierta, por lo dem ás). Lo que procura
Wittgenstein es aclarar el punto de vista desde el cual las cosas
que dice Freud parecen compulsivas (la naturaleza de su hechi­
zo) . Y, al mismo tiempo, trata de mostrar cómo puede desapa­
recer el hechizo si el punto de vista cambia ligeramente. (Su
método es esencialmente el mismo en su tratamiento de la filo­
sofía de las matemáticas.) En otros términos, trata de mostrar

4 El artículo de la señorita Ishiguro es, en gran parte, un desarrollo


extendido de este punto.
6 Zettel, § 451.
* Ver la colaboración del doctor Cioffi.
que las “dimensiones” dentro de las cuales Freud trata de loca­
lizar ciertos fenómenos mentales no agotan, por lo menos, las
dimensiones en que existen esos fenómenos. Desde luego, no hay
seguridad de que cualquiera que sea sometido a ese género de
"hechizo” deje de considerar "hechizante” esa perspectiva de
Freud y no creo que W ittgenstein haya querido llamar equivo­
cado a un hombre que no deje de considerarlo así. Pero esto
no significa que no existan pautas intelectuales que no deban
observarse en este tipo de discusión. Si, por ejemplo, alguien in­
sistiera en que las opiniones de Freud son simplemente correctas
(o tal vez incorrecta), estaría expuesto, a mi entender, a la acusación
de haber cometido un error intelectual definido, de haber confundido
la naturaleza del problema. Y las explicaciones de Wittgenstein de
lo que está involucrado en el hecho de que tenga sentido una proposi­
ción proyecta luz sobre la especie de confusión involucrada aquí.
Quiero volver ahora a las razones de W ittgenstein para lle­
gar a pensar que la alusión del Tractatus a los “objetos” era in­
necesaria y desorientadora. Al exponer este tema, he usado inten­
cionalmente una frase tomada de la célebre crítica “el escarabajo
en la caja" a la idea de que el dolor es un “objeto privado” (“el
objeto queda fuera de consideración como no pertinente”) .7 Me
parece sugestiva la pertinencia de esta observación en el contexto
de un análisis muy general acerca de si necesitamos “objetos”
para caracterizar la distinción entre el sentido y el sin-sentido es
sugestiva.8 Por una parte, sirve para subrayar la continuidad entre
las investigaciones lógicas del Tractatus y los análisis de temas de
filosofía de lo mental en las Investigaciones filosóficas y escritos
ulteriores. Pero, por otra parte, esta yuxtaposición particular su­
giere una posible crítica del modo como trata W ittgenstein las
sensaciones.
Permítaseme abordar esto considerando dos formas alterna­
tivas en que podríamos expresar la relación entre el Tractatus
y las Investigaciones filosóficas. En muchísimos pasajes, pareciera
que la opinión posterior de Wittgenstein sobre lo erróneo en el
Tractatus es que el error radica en toda la tentativa de explicar
el leng-naje en base a las relaciones entre la proposición v el hecho,
entre el nombre v el objeto. Esta opinión es anoyada ñor el énfasis
existente a lo lamo de Investigaciones filosóficas sobre lo innu­
merable de los distintos usos del lenguaje y la obstinación en tra­
tar de describirlos en base a un modelo único. Ciertamente, no

T investigaciones filosóficas, I, ¡3 293.


8 T am bién e l señor Manser, en su artículo, señala la relación entre él
análisis de las expresiones de dolor por W ittgenstein y su prim itiva concepción
de las proposiciones elem entales.
hay nada de erróneo en esta interpretación en sí, pero puede
inducir a error. Acaso parezca ahora que se podría aceptar sim­
plemente el Tractatus como perfectamente sólido si se lo considera
una explicación de una subsección especial del lenguaje: la que
concierne al uso del lenguaje para establecer proposiciones vincu­
ladas a hechos. Lo que esto pasa por alto, con todo, es que Investi­
gaciones filosóficas es también una protesta contra la idea de que
a todo lo que se llama adecuadamente “una proposición que esta­
blece un hecho” se le puede asignar el mismo tipo de descripción.
Lo que llamamos “establecer un hecho” puede adoptar muchas
formas distintas; decimos algo sobre un uso determinado del len­
guaje cuando afirmamos que consiste en establecer un hecho, ya
que podemos contrastarlo con (oponerlo a) otros usos del len­
guaje que no consisten para nada en eso. Pero quedará mucho
más que decir sobre las diferencias entre lo que significa esta­
blecer un hecho en algún ejemplo y lo que significa en otros casos.
Este punto está vinculado a la insistencia del Tractatus en
que el “nombre”, el “objeto”, la “proposición”, etcétera, son con­
ceptos formales. Cuando Wittsjenstein dice, del escarabajo en la
caja, “el objeto queda fuera de mi consideración como no perti­
nente”, contrasta desde hiego el juego que describe (y, por ana­
logía, el uso del “lenguaje del dolor”) con otros “juegos de len­
guaje” en que el objeto no es no-pertinente, donde, por ejemplo,
el hecho de abrirle la caja v mostrarle su contenido a otra persona,
en realidad, es una jugada legítima del juego. Pero, si esto es todo
lo que podemos decir, podría parecer que carece de toda proble­
mática la “referencia al objeto” , en los “juegos de lenguaje” con
los cuales se compara el “lenguaie del dolor”. Desde luego, W itt­
genstein tiene mucha razón cuando insiste en que la mera concen­
tración de nuestra atención en nuestra sensación y el simple pen­
sar en una palabra no serán en sí, “darle un nombre a la sensación”.
Pero sus explicaciones aclaran también que la simple concen­
tración de nuestra atención en una mesa y el pensar en una pa­
labra no serán “darle un nombre a la mesa”. En cada caso, hablar
de "concentrar nuestra atención en x” presupone tácitamente la
gramática de la expresión “x ”. Y si queremos describir los “juegos
de lenguaje” en que damos nombres a los objetos materiales con
el mismo tipo de profundidad con que Wittgenstein describe el
“juego de lenguaje” que habla de las sensaciones de uno mismo,
sería igualmente importante insistir en que “el objeto queda
fuera de consideración como no-pertinente”. La razón de esto
es, desde luego, no que el objeto está involucrado en esos “juegos
de lenguaje”, sino más bien que (para adoptar una frase usada
por W ittgenstein en otro contexto) esu parte de la gramática
de las expresiones es suficientemente clara. Lo que debemos com­
prender es el contexto de las prácticas e intereses que le da a la
concepción puramente formal de un “objeto”, algún sentido defi­
nido en casos particulares.
Por esa razón, me parece que podría ser un síntoma de con­
fusión insistir con demasiada vehemencia y harto largamente en
que “dolor” no es el nombre de un objeto. Desde luego, sería
igualmente confuso insistir con demasiada vehemencia y harto
largamente en que “dolor” es el nombre de un objeto.
Lo que debemos reconocer es que no hay un “juego de len­
guaje” cuyos aspectos filosóficamente desconcertantes se verían ilu­
minados diciendo simplemente que involucra el uso de un nombre
para referirlo a un objeto.
T anto el profesor Cook como el señor Reinhardt analizan
en sus colaboraciones las confusiones que implica creer que W itt­
genstein es una especie de "behaviourista”. Si el punto que acabo
de señalar es sólido, creo que proporciona una manera de esta­
blecer una diferencia importante entre W ittgenstein y Rvle. Me
parece que hay fundamentos mucho más poderosos para llamar
“behaviourista” a El concepto de lo mental que los existentes
para decir esto de cualquiera de los escritos de Wittgenstein. Una
diferencia importante es justamente el hecho de que la noción
de un “método de proyección” sigue desempeñando un rol tan
importante en el pensamiento de W ittgenstein y le brinda a sus
escritos sobre la filosofía de lo mental una dimensión que le falta
a los de Rvle. Sin negar ninguna de las importantes pretensiones
de Wittgenstein sobre la gramática de las palabras de sensación,
podemos seguir teniendo, me parece, la libertad de decir, si que­
remos: desde luego, cuando hablamos del dolor, estamos hablando
de algo muy distinto de cualquier conducta; sólo que, si he de
ser claro en lo que estov diciendo, no servirá de nada que concentre
mi atención sobre el fenómeno especial que llamo “dolor”, por­
que son precisamente las características de la situación que me
permiten hacerlo, lo que me deja perplejo. Lo que necesito hacer,
más bien, es exponer claramente el método de proyección en rela­
ción con el cual sólo la palabra “'dolor” tiene el sentido que tiene.
Y esto es lo que hago cuando describo los “juegos de lenguaje”
en que participa esta palabra.
Seguir hablando en términos de "método de proyección” tiene
aquí el mérito siguiente. Sirve para destacar la relación intima
—podríamos decir la identidad— existente entre la cuestión de
qué clase de objeto es, por ejemplo, el dolor, y la cuestión de qué
clase de relación existe entre la palabra “dolor” y aquello a lo cual
ella se refiere. En el Tractatus “lo que debe ser aceptado, lo
dado” 9 es el objeto, la substancia del mundo, lo inmutable y fijo.
Dado que los objetos son como son, se necesitará cierto modo de
proyección si hemos de nombrar uno y usar el nombre en pro­
posiciones. Pero en las Investigaciones filosóficas el orden de prio­
ridad está invertido. La clase de objeto que es el dolor se ve
determinada por nuestro modo de usar la palabra “dolor”; en
ese uso, vemos el tipo de relación entre el nombre y el objeto en
cuestión aquí y no hay que decir sobre el objeto más de lo que
podemos decir en nuestras descripciones del uso de la palabra.
Esto último es también la doctrina del Tractatus, pero la gran
diferencia con las Investigaciones filosóficas radica en la clase de
“descripción” que se busca. En vez de buscar las proposiciones
elementales que subyacen en nuestro uso corriente del lenguaje
del dolor, tratamos de exhibir las relaciones inesperadamente com­
plejas que existen entre nuestras formas completamente usuales
de hablar y de obrar en la conversación corriente. “Lo que debe
ser aceptado, lo dado, es —podríamos decir— formas de vida”.
(Investigaciones filosóficas, II, xi.) El cambio en el punto de vista
es muy débil, pero decisivo. No implica un abandono completo
de todo lo dicho en el Tractatm, sino, más bien, un reajuste del
mismo, una disposición de éste en un contexto más amplio. T e ­
nemos que buscar, no lo que está oculto debajo de nuestras
formas normales de hablar, sino lo que está oculto en nues­
tras formas normales de hablar. “En la filosofía, uno se ve en
constante peligro de producir un mito de simbolismo, o un mito
de procesos mentales. En vez de decir simplemente lo que cual­
quiera sabe y debe admitir” (Zettel, § 211.).

» Esta frase de W ittgenstein proviene, desde luego, de Investigaciones filo­


sóficas, no d el Tractatus,
USO Y REFERENCIA DE LOS NO M BRES

H i d é I sh ig u r o

La gente ha comparado a menudo la teoría pictórica del sig­


nificado del Tractatus con la teoría del significado basado en el
uso de Investigaciones filosóficas. Muchos han argumentado tam­
bién que la teoría pictórica del significado se basa en el concepto
de “nom brar”, ya que en ella el lenguaje capta la realidad me­
diante nombres que representan objetos. Esto ha llevado a hablar
como si la teoría del uso del significado fuese una expresión del
ulterior abandono por Wittgenstein de su teoría del Tractatus.
Creo que hablar de este contraste es algo muy desorientador y
proviene de un malentendido de la opinión del Tractatus acerca
de lo que es para un nombre referirse a (bedeuten) un objeto.
Este error de comprensión es también causante de la falsa y difun­
dida creencia de que la teoría del significado y del lenguaje de
W ittgenstein hace imposible el cambio conceptual e imposibilita
el criticismo social. Me parece una perogrullada el hecho de que
una palabra o un símbolo no puedan tener el rol de referirse a un
objeto fijo sin tener un uso fijo. ¿Cómo podría haber una doctrina
filosófica de expresiones y los objetos a que se refieren que no
fuese al propio tiempo una teoría sobre el uso de esas expresiones?
Ninguna cuestión filosófica interesante sobre el significado de esas
expresiones puede basarse en un contraste entre “nom brar” y
“usar”. La pregunta interesante, me parece, es si el significado de
un nombre se puede obtener con independencia de su uso en
proposiciones mediante algún método que lo vincule a un objeto,
como lo han pensado muchos, inclusive Russell, o si la identidad
del objeto referido sólo se establece con el uso del nombre en
un grupo de proposiciones. Si sucede esto último, el problema del
objeto que indica un nombre es el problema del uso del nombre.
Contrariamente a una difundida creencia ,1 W ittgenstein re­
chazó la opinión enunciada en primer término en todos sus es­
critos y trató de elaborar varias versiones de la segunda. En cuanto
a esta cuestión se refiere, la diferencia principal entre el Tractatus
y las Investigaciones filosóficas no es la presencia o ausencia del
concepto “uso”, sino que el concepto de “uso” del Tractatus es
mucho menos amplio que en las Investigaciones. Es decir que, en
el Tractatus, Wittgenstein se interesa por el problema del rol
que desempeñan las expresiones en un lenguaje, que él sólo con­
sidera en relación con la finalidad de establecer la verdad que
tiene el lenguaje. No le interesan las otras cosas que puede hacer
la gente usando esas expresiones. . . tales como suplicar, prome­
ter, etcétera.
El objeto de este artículo es doble. El primero consiste en
xaminar y valuar la opinión de que sólo determinando el uso
ue un nombre se puede determinar su referencia y hacerlo me­
diante una investigación de las razones dadas en el Tractatus para
esta tesis. El segundo es proponer una nueva manera de compren­
der la teoría del Tractatus sobre los nombres, los objetos y la re­
lación de referencia existente entre ellos. Esta propuesta deriva de
la primera investigación. T rataré de mostrar que la opinión de la
independencia lógica de las proposiciones elementales del Tracta­
tus hace imposible que los “objetos” tengan el criterio de identidad
que les atribuimos normalmente a las cosas individuales. El con­
cepto de un objeto simple en el Tractatus es el de la ejemplifica-
ción de un predicado irreductible donde la cuestión de la indivi­
dualización de distintas ejemplificaciones del mismo predicado no
puede plantearse. Los “objetos” del Tractatus no son entidades
especiales en ningún sentido normal, sino entes invocados para
amoldarse a una teoría semántica, de modo que, cuando Wittgens­
tein rechazó más tarde la independencia de las proposiciones ele­
mentales, pudo liberarse de esta noción peculiar de los objetos,
asimismo, sin modificar la teoría de los nombres o la referencia
en ninguna forma fundamental.
¿Qué es, pues, la teoría de los nombres de Wittgenstein? La
clave de la opinión del Tractatus sobre la relación de los objetos

i Como ejem plo de esta opinión, que creo engañosa, ver M ax Black,
A companion to Wittgenstein’s Tractatus, pp. 114-15, “W ittgenstein exam ina la
cuestión de cómo puede comunicarse el significado de los nombres. Su pertur­
badora respuesta es que resulta im posible explicar en forma explícita e l
significado de un nombre; la única forma de transmitir su significado es usar
el nombre en una proposición, presuponiendo con ello que e l significado
es ya comprendido. Con respecto a esta opinión, e l logro de una referencia
co m ú n por e l q u e habla y el q u e oye se hace misteriosa.”
y los N om bres2 se expresa en el controvertido 3.3, que dice “Sólo
las proposiciones tienen sentido (Sinn); sólo en el nexo de la
proposición tiene un Nombre referencia (Bedeutung) Es notorio
que “Nombre” es una palabra técnica en el Tractatus. No sólo no
pueden ser analizados posteriormente los Nombres por ninguna
definición, sino que los objetos a que se refieren son simples y no
pueden ser dados con una descripción definida. Como Russell
y Quine, el W ittgenstein del Tractatus pensó que la mayoría de
los que llamamos nombres propios pueden ser analizados poste­
riormente y tratados lógicamente como descripciones definidas
(3.24). Los verdaderos Nombres no pueden presentarse explíci­
tamente en las proposiciones usuales, no elementales.3 Lo que ex­
presa 3 .3 . es una tesis general sobre las expresiones y los objetos
que designan, derivada simplemente de los Foundations of Arith-
metic de Frege, que no adelanta tales interpretaciones sobre los
nombres. Veremos que la noción de W ittgenstein sobre objetos
simples hace que considere incluso este punto de vista con más
seriedad. No podemos buscar referencias de Nombres independien­
temente de su uso en las proposiciones.
En el contexto de su tentativa, en los Foundations of Arith-
metic de explicar su afirmación de que los números eran objetos
más bien que conceptos y de que las palabras de números tenían
una referencia objetiva (Bedeutung) y se referían a los objetos,
Frege escribió: “Sólo en una proporción tienen realmente las pa­
labras una referencia (Bedeutung) . . . Basta con que la proposi­
ción, tomada como un todo, tenga un sentido (Sinn); es esto lo
que les concede a sus partes también su contenido” (§ 60, repe­
tido en § 62). No se puede refutar la afirmación de que las cifras
tienen una referencia objetiva diciendo solamente que no pode­
mos imaginar los números. Los números no son, evidentemente,
objetos espaciales. No se puede imaginar, ni por lo demás se­
ñalar, algo que sea especialmente evidente si se piensa en el
número cero o un millón. No sólo no podemos pintar o señalar
esos números, ni siquiera podemos pintar un millón de objetos
de cualquier clase como distintos de un millón uno de ellos, ni
señalar cosas cero. Esto podría llevarnos a la conclusión que las
palabras de números no se refieren a algo. Lo que dice Frege
en réplica a esas objeciones no sólo es válido para las palabras de
números, sino para todas las palabras. Hay objetos materiales
que no podemos señalar o imaginar, por ejemplo una partícula

2 Escribiré N om bre con mayúscula para indicar el sentido técnico que


tiene la palabra en el T ractatus, un nombre que no puede ser analizado tóá*
con definiciones.
8 T ractatus, 4.23. El nom bre sólo k presenta en la proposición en el
contexto de la proposición elemental.
elemental. La afirmación de Frege es que la referencia no puede
ser determinada con independencia de cómo concertamos o com­
prendemos el sentido de una proposición en que se presenta esa
palabra. Comprender esto es ni más ni menos que conocer las
condiciones de verdad de esas proposiciones. Ésta es una opinión
que Wittgenstein aceptaba completamente. En todas sus últimas
obras, analiza la tentación de buscar en la dirección errónea una
señal que nos diga por qué se refiere una palabra a cierto objeto.
Buscamos procesos mentales que se desarrollan cuando proferi­
mos las palabras y no la regla que gobierna el uso de las palabras
que podemos llegar a captar. Y, analógamente, en el Tractatus,
W ittgenstein se muestra ansioso de subrayar que no podemos ver
cómo se refiere el nombre a un objeto, salvo comprendiendo el
rol que desempeña en las proposiciones. Aunque los Foundations
of Arithmetic fueron escritas ocho años antes de que Frege distin­
guiera el sentido (Sinn) de la referencia (Bedeutung) de las ex­
presiones ,4 y la palabra "Bedeutung” se usa aquí en forma muy
general, parece con todo que Frege usa "Bedeutung” en esos pa­
sajes para dar a entender lo que significó más tarde con referen­
cia; en el sentido en que las expresiones “6 / 3 ” y “2 ” tienen el
mismo "Bedeutung” y se refieren al mismo número aun cuando
la manera de presentar una y otra sea distinta. En todo el Trac­
tatus, W ittgenstein hace un distingo entre "Sinn” y “B edeutung’
en una forma que corresponde en términos generales a las últimas
obras de Frege y parece claro que, cuando Wittgenstein repitió
este axioma de las Foundations of Arithmetic de Frege en Trac­
tatus 3.3 y 3.314, tomó Bedeutung en el sentido de “referencia” 5
4 "Ü ber S inn u n d B e d e u tu n g ”, 1892, “Z eitschrift fü r P hilos. u P hilos.
K ritik ”. Es evidente p o r u n a carta q u e Frege le escribió a P eano en 1896,
donde hace n o ta r a u n el caso de las p a la b ras q u e sólo tie n e n “B ed e u tu n g " y
"S in n ” en el contexto de u n a proposición e n el len g u aje corriente, q u e sos­
ten ía el axiom a “P re g u n ta solam ente p o r el "B e d e u tu n g " de u n a p a la b ra
cuando es usada en u n a proposición’’ a ú n después q u e Frege h a hecho la
distinción e n tre “S in n ” y "B e d e u tu n g ",
6 A m enos q u e distingam os el uso p o r W ittg en stein de B e d e u tu n g y
S inn cuidadosam ente y tom em os al p rim e ro como “referencia”, com o dice
acertadam ente la señorita A nscom be en Introducción al “Tractatus” de W ittg en s­
tein, no podrem os co m prender las siguientes afirm aciones:
3.331, d onde W ittg en stein critica la form ulación p o r R ussell de la T eo ría
de los T ip o s p o rq u e R ussell tenia q u e m en cio n ar la B e d e u tu n g del
signo al establecer las reglas p a ra ellos. W ittg en stein se refiere a lo
q u e dice R ussell sobre los individuos, las clases, o las clases de clases
qu e “d e n o ta n ” d istintos géneros de signos y q u e R ussell lla m a " té r­
m inos” de proposiciones y no al significado de los signos, en cu alq u ier
sentido corriente,
4.126, q u e el signo q u e distingue u n concepto fo n n a l es u n rasgo caracte­
rístico de todos los sím bolos cuya B ed e u tu n g cae b a jo el concepto.
W ittg en stein h a b la a q u í de la form a en que, p o r ejem plo, expresa­
m os q u e los signos se refieren a los objetos, usan d o “a", “b", “c“ . . .
Usa bedeuten y vertreten (representar a) y nennen (nom­
brar) en forma intercambiable en el Tractatus (3.221) y los dis­
tingue de bezeichnen (significar), que se usa en forma mucho más
amplia y libre para abarcar todas las relaciones entre las expre­
siones o signos y lo que significan. Por ejemplo, un signo bezeich-
net por medio de los signos que se presentan en su definición
(3.261). Una variable bezeichnet el concepto formal (4.127) y las
proposiciones que se consideran verdaderas son proposiciones que
son bezeichnet con el signo aseverativo de la lógica de Frege
(4.442). En ninguno de esos casos, las expresiones “bedeuten” o
“refieren”. Más tarde, en las Investigaciones filosóficas, § 49, donde
Wittgenstein vuelve a referirse al pasaje de Frege, esta vez explí­
citamente, aclara que toma bedeuten en el sentido de nombrar
como algo distinto de “describir”.
U na diferencia fundamental entre la posición de Wittgens­
tein y la de Russell, es que Wittgenstein sostiene que no podría
decirse que una expresión, ni siquiera un nombre que no puede
analizarse más, tiene referencia fuera del contexto de las propo­
siciones. N o es una parte de la teoría del Tractatus el que, si un
símbolo es lógicamente simple y no puede ser analizado más,
puede conseguirse una referencia independientemente de su apa­
rición en una proposición y antes de ella; la proposición para
Wittgenstein es “un signo proposicional en su relación proyectiva
con el m undo” (3.12). A diferencia de Frege, Wittgenstein ni
siquiera piensa en términos de sentido saturado y no saturado. &
partes de pensamiento completas o incompletas. La única distin­
ción básica es la que hace entre la manera en que significan los
signos definidos y los no definidos. En general, el Tractatus habla
de sentido sólo con respecto a las proposiciones. El sentido de una
proposición es el pensamiento que expresa. Todo lo que el sentida
abarca para las expresiones constitutivas es su uso. Es decir que de­
sempeña un rol para formar proposiciones que tengan sentido. Por
como signos, o q u e los signos se refieren a las funciones usando
" f" , " g ”, " h " , como signos, es decir, q u e las referencias d e las dis­
tin ta s clases de sím bolos caen bajo d istintos conceptos.
5.02, donde W ittg en stein critica la teoría d e Frege sobre la B e d e u tu n g de
las proposiciones; es evidente q u e h a b la de la o p in ió n de Frege d e
q u e las proposiciones se refieren a los valores de v erd ad y no a la
o p in ió n de Frege sobre el sentido de las proposiciones.
Asimismo, no verem os la fin alid ad de u n a de !?s tesis im p o rta n te s del
T ractatus de q u e Jas constantes lógicas no rep resen tan n ada (y n o tien en
referencia) a m enos que hagam os distingo " S in n -B e d eu tu n g ”, D esde luego, la&
constantes lógicas tienen sentido en cuanto tienen u n uso y se convierten
en signos constitutivos d e proposiciones com puestas, q u e tienen u n s e n tid o ...
pero W ittgenstein q u iere decir que, a diferencia de los nom bres o p redicado!
(hast* predicados relativos) no se refieren a a lg o ...n a d a corresponde en la
re alid a d a l signo (4.0621) .
eso "no podemos darle a un signo el sentido erróneo ”,6 ya que el
sentido que tiene un signo no es más que el rol que le ha sido
asignado en el lenguaje. Conocemos el uso de esos signos y, como
dice 4.03, debemos usar expresiones antiguas para transmitir un
sentido nuevo. Se puede decir que el rol de los nombres y los pre­
dicados es dar referencia cuando se presentan en proposiciones.
Los nombres se refieren a los objetos, y los predicados (sean moná-
dicos o de relación) se refieren a lo que corresponde sobre los
objetos. En términos estrictos, se puede prescindir de expresiones
de predicado en toda proposición que conste de sujeto y predi­
cado, ya que se pueden expresar siempre los predicados que son
verdaderos de los objetos, mediante la concatenación o pauta orde­
nada de los Nombres de los objetos .7 Un nombre, pues, sólo tiene
una referencia en el sentido de que sabemos cómo usarlo en sen­
tencias que se refieren a un objeto del cual podemos decir cosas
verdaderas o falsas. Así, aunque tenga sentido hablar del objeto al
cual se refiere un nombre sin usar éste en ninguna proposición
especial, esto sólo sucede porque conocemos en general el tipo de
proposiciones en que puede presentarse el nombre. Hacemos esto
pensando en la clase de proposiciones obtenidas tratando al nom­
bre como una constante y a las demás expresiones que componen
la proposición como variables (3.312).
¿Es defendible esta opinión de Wittgenstein, o es “claramente
errónea”, como, por ejemplo, lo arguye el profesor Geach en su
Referencia y generalidad ? 8 Creo que comprenderemos el punto
que establece Wittgenstein comparándolo con algunas opiniones de
Russell. Es perfectamente verdadero que se puede usar un nombre
por sí mismo, por ejemplo en vocativo, para saludar a una persona,
como escribe Geach, pero el hecho de que podemos usar los nom­
bres en esas formas depende, a mi parecer, de que los nombres
obtengan las referencias que tienen mediante su uso en las pro­
posiciones, como lo afirmaban Frege y Wittgenstein.
La idea de significado en Russell parece contener, en sus
primeras obras, muchas tonalidades meinongianas o bradleyanas.

« 5.4732.
7 H a sta en el caso en q u e sólo está en juego u n objeto, como e n "A es
ro jo ”, se p u e d e te n e r u n a convención con la q u e se exprese q u e u n objeto
es rojo escribiendo el nom bre d el objeto lateralm en te. E ntonces, la m encionada
proposición p u e d e ser expresada com o “ ”
8 R eferencia y generalidad, p rim e ra edición, p p . 25-6. Después de h a b e r
leído esta m em oria en form a m anuscrita, el profesor G each m e m ostró a m a ­
blem ente su versión corregida d el m ism o pasaje, escrita p a ra la segunda
edición q u e debe ap arecer e n o to ñ o de 1968. A clara que, a ú n cuando los
nom bres se usan in d ep e n d ien tem e n te , p o r ejem plo p a ra lla m a r a alguien, o en
rótulos, el uso n o es in d ep e n d ien te del sistem a d e len g u aje al cual pertenecen
lo i nom bres.
En su artículo “Sobre la denotación”, Russell 9 supone que una
expresión usada como sujeto gramatical en la expresión verbal
de una proposición no tiene ningún sentido en sí misma a menos
que su significado, que él equipara al objeto señalado, figure in­
tacto en un análisis adecuado de la proposición. Por eso, para
Russell no sólo no tienen un significado independiente palabras
tales como “todo", “nada” y “algo”; frases tales como “un hom­
bre” y hasta “el rey de Francia” no tienen significado. A éstos,
se Ies llama símbolos incompletos .10 Para Russell, decir que una
palabra tiene significado en sí misma equivale a decir que el sig­
nificado de esa palabra es un objeto tal que, si expresamos una
proposición usando la palabra, la proposición será acerca de ese
objeto. “ John Smith es gordo” expresaría una proposición sobre
John Smith si el significado de la frase “John Smith” es el hombre
John Smith.
Por eso, aunque Russell se refiere en este artículo al Sinn de
Frege como significado y a Bedeutung como denotación, la noción
de Russell sobre el significado de una expresión es totalmente
distinta de la noción de Frege sobre Sinn. En todo caso, es más
próxima al Bedeutung de Frege. Las frases mismas que para
Frege tienen Sinn pero no denotación, como “la serie menos con­
vergente” o “el rey de Francia”, no tienen, en opinión de Russell,
un significado propio. P e r o ..., ¿en qué sentido podría ser el sig­
nificado de una palabra el objeto al cual se hace referencia? En
caso necesario, se podría decir que el significado de “Karl Marx”
es que es el nombre del hombre Karl Marx, pero difícilmente se
podría decir que el significado es el hombre. El Tractatus acierta
cuando dice que yo sólo puedo hablar de objetos. No puedo
expresarlos (aussprechen), (3.221.).
En el Tractatus las palabras o los signos tienen su uso, es
decir su rol fijo en la sintaxis lógica y cuando se utilizan en las
proposiciones muchas de ellas se refieren a objetos, o a propie­
dades verdaderas de los objetos, pero no tienen un sentido o sig­
nificado adicional que exprese ser esto. Los signos que se refieren
a objetos (como algo distinto de las propiedades o relaciones que
son verdaderas con respecto a los objetos) se llaman nombres .11
s “Sobre d enotación’’, M in d , 1905.
10 E ntendem os p o r sím bolo “inco m p leto ” u n sím bolo q u e se supone no
tiene n in g ú n significado aisladam ente, y sólo está defin id o en ciertos contextos.
d ,b
E n la m atem ática corriente, p o r e je m p lo ,-----y / son sím bolos in co m p leto s...
dx ' n
Esos sím bolos tie n e n lo q u e p o d ría llam arse u n a “ definición en el uso”. Esto,
los distingue de lo q u e p odríam os lla m a r nom bres propios (P rincipia M athe-
matica, p. 66) .
n Véase 4.24, 4.1211.
Quine dice que ser, es ser un valor de una variable. Análogamente,
eí Tractatus dice que ser un objeto (cosa, ente, etc.), es ser un
valor de un nombre variable (4.1272). Ser un objeto o una fun­
ción o un hecho, no es una clasificación de las cosas en el sentido
en que lo es ser sólido o coloreado o móvil. Es una noción pura­
mente lógica, como lo fue para Frege, a la cual el Tractatus llama
“concepto formal”. No podemos preguntar debidamente en forma
aislada si Juan es un objeto o si el color es un objeto o si las
relaciones son objetos. Tampoco es adecuada la pregunta acerca
de si los “objetos” son cosas físicas u objetos mentales. Si olvi­
damos el hecho de que sólo los absolutamente simples deben ser
llamados objetos en el sentido estricto de la palabra y nos permi­
timos el uso relativo o “cambiante” de la palabra “objeto”, como
lo hace Wittgenstein en 4.123, la proposición “esa mesa es roja”
se refiere al objeto mesa, la proposición “Juan es el padre de
Pablo” se refiere a los objetos Juan y Pablo y la proposición “este
color es más oscuro que aquél” se refiere a los colores de los obje­
tos y "ser padre es una relación asimétrica” se refiere al objeto
“ser padre”.
Pero, entonces. . . , ¿cuál es el criterio lógico para que una
expresión sea un nombre? ¿Cómo se establece que una expresión,
digamos “a”, es el nombre de un objeto? No señalando alguien
algo y diciendo "a’\ No se sabría si “a” se usa para describir, para
nombrar, para contar. Aunque pudiera aclarar de algún modo que
“a” se usa como nombre en vez de predicado o una frase, no de­
terminaría lo que fue nombrado señalando. ¿Es el lugar? ¿La
cosa material? ¿La superficie? ¿Un aspecto? ¿O qué es? Russell
escribía como si los nombres fueran asignados a sus portadores
por la intención del que habla. Según él, en cualquier momento
dado hay ciertas cosas que el hombre “conoce”, que están “ante
su espíritu”. “Si describo estos objetos, puedo, desde luego, des­
cribirlos erróneamente; de ahí que no pueda con seguridad comu­
nicarle a otro cuáles son las cosas que conozco. Pero si me hablo
a mí mismo y las denoto con lo que podrían llamarse ‘nombres
propios’, más bien que con palabras descriptivas, no puedo estar
equivocado. Mientras que los nombres que uso realmente son
nombres en ese momento, es decir me nombran cosas, las cosas
deben ser objetos de que tengo conocimiento, ya que, de lo con­
trario, las palabras serían sonidos sin sentido, no nombres de
cosas”. (Sobre la naturaleza del conocimiento directo, 1914). Se­
mejante acto privado no convertiría para Wittgenstein a un so­
nido en el nombre de un objeto aunque un nombre pueda com­
prometerse privadamente a un uso consecutivo de una expresión
y darle con ello a un objeto un nombre para su propio fin. El
aspecto o la superficie de la cosa que está ante mi espíritu tiene
forma, colores, también y sólo el uso consecutivo del nombre
establecerá cuál de todas esas cosas nombro. No puedo, por eso,
“comunicarle a otro cuáles son las cosas que conozco” profiriendo
los sonidos. La opinión del Tractatus es que si se usan los nom­
bres en proposiciones y se comprende el papel sintáctico que
desempeñan, la proposición no tendrá un sentido definido a me­
nos que los nombres obtengan una referencia definida. Esto sig­
nifica que si la gente toma “g(a, b) ” como exponiendo
un estado de cosas definido ,12 entonces ve que “a”, “b”, se usan
para referirse a objetos sobre los cuales versa la proposición
("g (a) b) ” quiere expresar un estado de cosas que involucra dos,
no tres objetos .) 13 En el caso de los nombres propios usuales,
identificamos al portador por una descripción definida o indica­
mos la clase de cosas de que estamos hablando y usamos un demos­
trativo para señalar a cuál de esta clase significamos. Pero si los
objetos no pueden ser identificados por una descripción definida,
ni elegidos señalando, ya que son “independientes de lo que acae­
ce” . . ¿cómo se puede ver que la palabra o el signo se refiere a
un objeto fijo?
Esto se hace, de acuerdo con el Tractatus 3.263, por “diluci­
daciones”. Una dilucidación no brinda una descripción definida
del objeto denotado por un Nombre —ya que esto, se afirma, es
imposible— ni es una definición del Nombre. Las dilucidaciones
son proposiciones en que los nombres son usados más bien que
mencionados. Considero que, al hacer una dilucidación, afirmamos
las proposiciones que contienen el Nombre. Cuando alcanzamos
y comprendemos lo que se afirma, hemos captado de qué trata la
proposición y sabemos cuál es el objeto referido por el Nombre.

12 W ittgenstein, en form a engañosa, h a b la de proposiciones q u e describen


estados de cosas y de proposiciones q u e representan estados de cosas, e n vez
d e decir com o debería q u e las proposiciones establecen estados de cosas.
13 L a controversia acerca de si los predicados o las p ropiedades están
incluidos e n tre los objetos de T ractatus es de larg a d a ta . Es verdad q u e
si las p ropiedades no c u en tan com o objetos, resu lta difícil ver cómo en el
estado de cosas expresado p o r " fa ”, “ los objetos se am o ld an el u n o al o tro
com o los eslabones de u n a cadena”, según se dice q u e lo hacen en los
estados d e cosas en 2.03. P e ro no sólo contradicen otros pasajes del Tractatus
la o p in ió n de q u e los predicados son objetos; m e parece q u e es u n a tesis
cen tral del Tractatus el q u e las proposiciones q u e constan de sujeto y p re d i­
cado, es decir a quellas en q u e las prop ied ad es son a trib u id as a objetos, pued en
expresarse com o u n a fu nción de los objetos. Es m ejo r reconocer la d ific u lta d
q u e tiene W ittgenstein p a ra explicar el caso lim ita tiv o d e u n estado d e cosas
e n el cual sólo h a y u n objeto en juego, q u e d e ja r vacía la tesis (ver n o ta 25
p. 2 2 ). Com o h a a rg ü id o Strawson, la p a la b ra "sobre” puede ser incapaz de
so p o rtar la carga d e d istin g u ir los objetos y prop ied ad es m encionados e n u n a
proposición. Sin em bargo, W ittg en stein pensaba, con Frege, q u e si "fa ” es
u n a proposición, teaem os u n a captación in tu itiv a d e la diferencia e n tre los
roles de “f ” y "a”.
Por ejemplo, en los axiomas de Peano, 0, el número y el sucesor
son tratados como signos primitivos, es decir no son definidos en
términos de otros términos. En los axiomas de Peano se usan
esos signos, de modo que uno puede descubrir la relación m utua
de las referencias de esos signos. Cuando comprendemos qué dicen
los axiomas de Peano, hemos identificado ya 0, el sucesor de 0, el su­
cesor del sucesor de 0, y así sucesivamente. Miss Anscombe, que ha di­
sociado de una manera tan correcta al Tractatus de las epistemolo­
gías y reduccionismos empíricos con los cuales ha sido a menudo
identificado erróneamente, parece equivocarse cuando escribe que
aunque “W ittgenstein pretendía que la epistemología nada tenía
que ver con los fundamentos de la lógica y la teoría del conoci­
miento, que era lo que a él le interesaba, el pasaje sobre la ‘dilu­
cidación’ de los nombres, donde dice que uno debe estar ‘fami­
liarizado’ con sus objetos, lo desmiente ”.14 3.263 no está más com­
prometido con alguna teoría especial de la epistemología que
cualquier otra parte del Tractatus. 3.263 dice: “Las referencias
(Bedeutungen) de los signos primitivos pueden ser explicadas me­
diante dilucidaciones. Las dilucidaciones son proposiciones que
contienen los signos primitivos. Por eso, dichas proposiciones sólo
podrán ser comprendidas si las referencias de los signos ya son
conocidas (bekannt) .”
Wittgenstein no dice en la última frase que debemos estar
familiarizados ya con aquello a que se refiere por sí mismo el
signo primitivo y que si comprendemos las proposiciones que con­
tienen esos signos, ello sólo se debe a eso. Una interpretación
semejante hará completamente circulares y no ilustrativas las
afirmaciones de esas tres últimas frases. Sin duda, W ittgenstein
afirma aquí que, cuando se trata de comprender esas dilucida­
ciones, uno identifica ya aquello a que se refieren los signos pri­
mitivos que aparecen en ellos. La identificación de referencia de
los signos primitivos y la comprensión de las dilucidaciones no son
dos pasos epistemológicos separados porque la identidad de las
referencias de nombres y el sentido de las dilucidaciones no son
separables lógicamente. Esta identificación no necesita ser hecha
en presencia del objeto. Hasta cuando el objeto es perceptible no
necesita el objeto estar presente. El objeto puede no ser siquiera
perceptible. Esto sucede, evidentemente, con los nombres comunes.
Podemos captar la identidad de la persona llamada “Pablo Pi­
casso” sin haberla percibido jamás. Podemos aprender aquello a
que se refiere “ ti ” y saber que es un decimal indefinido aunque
no podamos percibir números y aunque cualquier expansión de­
cimal que hayamos visto expresando a jt haya sido de longitud

14 G. E. M. A nscom be. A n In tro d u c tio n to W ittg e n stein ’s Tractatus, p. 28.


finita. ¿Por qué habría de cambiar la situación con los nombres
de los objetos simples? Russell creía que si comprendemos qué
“significa” una palabra, debemos poder describirla o estar familia­
rizados con ella (en un sentido em pírico). Sólo podemos aprender
el significado de un nombre lógicamente propio conociendo el
objeto y vinculando el nombre al objeto en presencia de él. Pero
no hay motivo para creer que Wittgenstein, quien no exigía que
los Nombres tuvieran referencia o significado con independencia
de este uso en las proposiciones, compartiera esta opinión. Así
como lo que se describe con un símbolo compuesto puede ser
toda clase de cosas, así la referencia de los Nombres puede ser
toda clase de objetos. La identificación de un objeto no debe tener
relación por fuerza con el hecho de tener una experiencia sensorial
del objeto o poder señalarlo. La palabra "bekannt” usada por
Wittgenstein no tiene por qué significar “conocido” en el sentido
en que algo se da a los sentidos. Creo que significa "conocido” en
el sentido en que puede decirse que estamos familiarizados con
un idioma extranjero (como en "die Sprache ist ihrn bekannt”) o
con obras literarias. Cuando Russell escribió en Misticismo y
lógica, página 219, que “Toda proposición que podemos com­
prender debe estar compuesta totalmente de elementos que cono­
cemos”, quiso darle a “conocemos” un significado empírico es­
pecial, mientras que el Tractatus 3.263 dice que no se puede
comprender una proposición sin comprender de qué trata la
proposición. Así, aunque no tenemos por qué toparnos con los
objetos referidos por los Nombres usados en una proposición
anterior, si llegamos a comprender el sentido de la proposición
en ese momento sabemos ya a qué se refieren los Nombres.
Si las dilucidaciones se contradicen y no se ha especificado
ningún uso consistente de los Nombres que se presentan en ellas,
a los Nombres no se les ha dado con éxito el rol de referirse a un
objeto. Así, 3.328 dice: “Si un signo está sin uso, está sin refe­
rencia”. Asimismo, si dos Nombres tienen exactamente el mismo
uso, y el uno siempre puede ser sustituido por el otro, ambos
signos se refieren al mismo objeto. 5.47321 explica por qué su­
cede esto. “El principio de Occam, desde luego, no es una regla
arbitraria ni está justificada por su éxito en la práctica; dice que
las unidades superfluas en un lenguaje de signos no se refieren a
nada. Los signos que sirven para un propósito son lógicamente
equivalentes y los que no sirven para ninguno, no tienen, desde
el punto de vista lógico, ninguna referencia.”
En el Tractatus no se decide que se puede sustituir a una ex­
presión por otra porque ambas se refieren al mismo objeto. Si
dos nombres se usan de tal forma que el uno puede ser sustituido
por el otro, entonces los nombre se refieren al mismo objeto. Así,
4.241 dice: “a — b” significa que el signo "b” puede ser sustituido
por el signo y 4.242 agrega que las expresiones de la forma
“a = b” son meros recursos para mostrar el roi de los signos y nada
establecen sobre la referencia de los signos "a” y “b”. (En un sen­
tido estricto, la ecuación nos dice que el objeto a que se hace
referencia tiene esos dos nombres.) Una ecuación (o cualquiera
de los llamados enunciados de identidad) es, según el Tractatus,
una manera de mostrar algo sobre dos grupos de signos o expre­
siones, es decir, que se usan para referirse al mismo objeto. No es
una afirmación sobre el objeto a que se refieren las expresiones.
“Es imposible afirmar la identidad de la referencia de dos expre­
siones, pues a fin de afirmar algo sobre su referencia, debo saber
cuál es la referencia de ambas, sin saber si las expresiones se re­
fieren a la misma cosa o no ”.15 En otros términos, se puede mos­
trar que las expresiones se refieren al mismo objeto, pero no se
puede decir informativamente de la referencia de expresiones que
son uno y lo mismo. Esto se debe a que “decir de dos cosas que
son idénticas es un sin sentido y decir de una cosa que es idéntica
a sí misma es no decir nada.” 18
La opinión del Tractatus está, según parece, muy próxima a lo
que afirma el principio leibniziano “eadem sunt quorum unum
alteri potest substituí salva veritate”, a menudo mal interpretado.
Leibniz formulaba el criterio de la identidad de los términos (que
son conceptos expresados por palabras o frases y no los objetos
comprendidos dentro de los conceptos,17 mientras que para el
Russell de los primeros tiempos los términos eran los objetos).
Los términos (no las cosas) tx y t 2 deben ser considerados idénticos
si t, puede ser intercambiado por t 2 en toda proposición en que se
presenta sin afectar el valor de verdad de la proposición. Es decir
que dos expresiones deben ser tratadas como si expresaran el mis­
mo concepto si la una puede ser reemplazada por la otra salva
veritate. Análogamente, en el Tractatus no es que sepamos que
dos palabras nombran el mismo objeto y lleguemos después a la
conclusión de que se les permite ser intercambiadas. Más bien, si

15 6.2322 W ittg en stein sim plifica e l p ro b lem a su p oniendo q u e o bien


uno conoce la referencia d e am bas expresiones o n o conoce a n in g u n a de
ellas; lo cual es erróneo.
i« 5.5303.
17 . .. s i v e T e rm in o sive n o tio n i", p. 85. “P er T e rm in u m non intelligo
n om en sed conceptum seu id q u o d n o m in e significatur, possis e t dicere notio-
nem , id e a m " , p, 243. “ . . . e t ita d istin g u e n d u m e rit ín te r T e rm in u m et R e m
seu E n s”, p . 393. O puscules e t F ragm ents ln é d its d e L e ib n iz editados p o r
C o u tu rat, 1903. L eibniz se suele m o stra r c o n fu n d id o e n o tras o b ras acerca
de si los térm inos son conceptos expresados p o r p a la b ra s o expresiones v erb a­
les de conceptos.
tratamos todas las proposiciones en que una expresión es sustituida
por otra como teniendo el mismo valor de verdad que la propo­
sición original, usamos ambas expresiones como teniendo la misma
referencia. Va de sí que las ecuaciones que contienen las expre­
siones no deben ser tratadas como una de esas proposiciones, ya
que, según Wittgenstein, no son propiamente proposiciones en ab­
soluto.
Se podría creer que, a fin de decidir que “<£ a” y “<¿>b” tienen
el mismo valor de verdad, tengo que saber ya que “a” y “b” son
uno y el mismo objeto, o que “a” y "b” tienen el mismo sentido o
expresan el mismo concepto en alguna forma independiente, qui­
zás por definición (una preocupación común de Leibniz y de Frege
en su Begriffsschrift). Si lo primero es verdadero, la reemplaza-
bilidad no brinda ningún criterio de identidad de la referencia y
si esto último es verdadero, entonces, como escribe Frege en su
Grundlagen, § 67, “todas las identidades equivaldrían simplemen­
te a eso, que todo lo que se nos dé del mismo modo debe ser
considerado lo mismo. .. un principio tan obvio y tan inútil que
no vale la pena de manifestarlo”. Mientras que, como sigue di­
ciendo Frege, las afirmaciones de identidad no son inútiles preci­
samente en cuanto podemos reconocer algo como lo mismo aunque
sea dado de modo distinto.
Para el Tractatus, la segunda alternativa queda excluida por­
que un Nombre es un símbolo simple que no se define por inter­
medio de otros signos. El signo mismo es completamente conven­
cional y no despliega estructura lógica alguna. Pero. . . ¿por qué
no es válida la primera alternativa? Es más difícil y más impor­
tante ver por qué no es válida y por qué se desmorona la objeción
como un todo.
A fin de hacer esto, olvidemos los objetos simples por un
momento y examinemos qué es, en los contextos comunes, saber
que a y b son el mismo objeto. Sucede a menudo que dos personas
están usando expresiones creyendo que se refieren a la misma cosa
o persona y luego advierten repentinamente que, en realidad, están
hablando de cosas distintas. Por ejemplo, A habla de punto a
significando al p u n tito ... o sea la diminuta mancha negra sobre
el papel, y B usa “el punto a” para significar la posición geomé­
trica de la mancha, que en sí no tiene color. Cuando se les pide
que señalen el objeto a que se refieren, ambos indican la misma
parte del papel que está ante ellos. Cuando se les pida que con­
centren su pensamiento en el objeto en que están pensando, fijarán
su atención en el sitio del papel donde, en realidad, está la man­
cha negra. Pero llegan a advertir que están hablando de cosas
distintas cuando una persona afirma que a es negro, por ejemplo,
y la otra discrepa, porque habla de algo que no puede tener color.
Cuando surge esa discrepancia,.. . ¿cómo solucionan la cues­
tión de si divergen sobre lo que es verdadero del mismo objeto o
hablan de objetos distintos? ¿Y cómo decidirán si están hablando
de distintas clases de objetos o de distintos detalles de la misma
clase? El asunto no es claro. Pero parece que debe de haber al­
gún grupo de proposiciones sobre cualquier objeto cuya verdad ha
de ser aceptada por alguien que habla de un objeto de esa clase,
o por lo menos un conjunto de actitudes o reacciones coherentes
ante el objeto que son compartidas por quienquiera se refiera a él,
lo cual podría ser expresado por los demás como una creencia en
la verdad de determinado grupo de proposiciones. Por ejemplo,
si se usa la “m” para referirse a un número natural, una persona
debe saber cómo seguir contando y cómo manejar números en
ciertas formas. Debe tener, en cierto modo, un criterio para re-
identificar el mismo número cuando lo vuelva a encontrar y saber
cómo los números difieren de otras clases de objetos aunque no
pueda formular verbalmente la afirmación de que la "m" es o bien
0 o un sucesor de otro número. Si la “a” se usa como nombre de
un punto geométrico, la persona debe ser capaz de trabajar con
puntos en toda clase de formas sin dejarse encañar por las carac­
terísticas físicas del punto, aunque esa persona no conozca la pri­
mera definición de Euclides. De modo semejante con cualquier
obieto empírico. Si la "a” es usada como nombre de una célula
pislada, la persona necesitaría haber captado cierta red de teorías
"jue le permita rastrear o reidentificar las células a través de sus
cambios.
Sospecho que las dilucidaciones del Tractatus son un gruDO
de proposiciones de esta clase. Las dilucidaciones nos permiten
ver qué es el obieto mostrando sus propiedades internas.18 H a­
ciéndonos cantar la clase de objeto en cuestión, nos hacen ver en
qué estado de cosas podrfn presentarse el mismo. La clase de pro­
posiciones que son depende de la naturaleza del obieto en cuestión.
Sea cual fuere la clase de proposiciones que son las dilucidaciones
si sólo podemos comprender de qué objetos hablamos captando la
verdad de aquéllas, no podemos saber que "a” v “h” se refieren
al mismo objeto antes de poder decidir sobre atnlqnifír " 4, a” v
“<f>b” que tienen el mismo valor de verdad. La objeción suscitada
contra la opinión del Tractatus de que las expresiones tienen la
misma referencia si las tratamos como teniendo el mismo uso se
desmorona. Por eso, si tomamos en serio la opinión del Tractatus
de que los Nombres no pueden seguir siendo analizados entonces,
como dice Wittgenstein, una afirmación de identidad no puede

18 2.01231 “Si h e de conocer u n objeto, a u n q u e no necesito conocer sus


propiedades externas, debo conocer todas sus propiedades internas".
referirse a los objetos que representan los Nombres, sino que es
una manera de mostrar cómo pueden usarse éstos.
En el caso de los nombres corrientes, no podemos identificar
la referencia simplemente captando de qué clase de objeto se trata.
Tendremos que saber que el objeto es ése en particular, más bien
que cualquier otro de una clase dada. T rataré de mostrar después
que, en el caso de los objetos simples del Tractatus, no se puede
plantear debidamente la pregunta de cómo se puede distinguir un
objeto de determinada clase de otro de la misma clase. Para re­
sumir lo que hemos visto hasta ahora sobre la relación del uso de
los nombres y la identidad de su referencia: (1) Establecemos la
identidad del objeto referido con un nombre lleeando a comnren-
der su sentido, es decir, las condiciones de verdad de la proposición
en que se presentan los nombres. (2) Dos nombres se refieren al
mismo objeto si son mutuamente reemplazables en todas las prooo-
sicíones en que se presentan sin afectar el valor de verdad de las
proposiciones. ('3'' A fin de poder hacer esto v de comprender que
las condiciones de verdad de las proposiciones que contienen un
nombre “a” o "b”, hemos de ponernos de acuerdo ya sobre la
verdad (no sólo las condiciones de verdad\ de cierta suficiencia de
proposiciones en que se presentan “a” y "b”. Por eso, la identidad
del objeto a que se refiere un nombre no puede establecerse antes
o independientemente del sentido de las proposiciones en eme son
usadas v de ponerse de acuerdo sobre la verdad de algunas de estas
proposiciones.
Examinaré, ahora algunas de las consecuencias de esta opi­
nión del Tractatus sobre el significado. La opinión del Tractatus
implica que el uso del Nombre es lo que le da a uno la identidad
del objeto más bien que viceversa. No podemos darle a un nombre
un significado y un uso con la vinculación a un objeto, a menos
oue el objeto esté identificado va por el uso de otros nombres o
descripciones definidas. Si el objeto ya está identificado como por­
tador de otro nombre, el problema del nombre y el objeto están
aún sin resolver. Si el objeto puede ser identificado con una des­
cripción podemos aprender la referencia y el uso de un nombre
correlacionándolo con el objeto elegido por la descripción definida,
como, en realidad, lo hacemos normalmente. El Tractatus supone
erróneamente que, en esos casos, estamos correlacionando un nom­
bre con una descripción definida más bien que con el objeto
comprendido en esa descripción. . . y, por eso, se niega a conside­
rar el símbolo correlacionado como un nombre en sentido lógico.
Como debía comprenderlo más tarde Wittgenstein, aún en el caso
de que un complejo sólo pudiera ser dado mediante su descrip­
ción ,19 no se sigue de ello desde luego que uno no pueda referirse
al complejo mediante un nombre. La teoría de los nombres del
Tractatus es fundamentalmente correcta, con todo, en cuanto es
una refutación de las opiniones que suponen que un nombre es
como un rótulo que le ponemos a un objeto que ya podemos iden­
tificar. Un rótulo cumple un propósito porque escribimos usual­
mente nombres —que ya tienen un uso— sobre el rótulo. La rotu­
lación en sí no establece el uso del rótulo. Si se le adhiere un
rótulo a una botella, no se sabe siquiera si el rótulo está vincu­
lado al dueño de la botella, al contenido de la botella, a la botella
en sí, o a una propiedad especial, por ejemplo tóxica, del conte­
nido. Russell parece haber supuesto que los nombres lógicamente
propios eran como rótulos señaladores, ya que habla como si, al
decir “esto” en presencia de “lo que se conoce en ese momento”
y lo que “se ve en un momento dado”, se le diera a la palabra
“esto" un significado y la convirtiera en un nombre. La palabra
“esto”, en ese momento, afirma, representa a un objeto real de
sentido y es, por eso, un nombre lógicamente propio .20
P e r o ..., ¿qué clase de nombre es “esto”? En el Tractatus,
adherir al uso de un Nombre es captar la identidad de la referen­
cia del Nombre. Cuando establecemos el uso de un Nombre, esta­
blecemos la referencia de todos los signos señales de un tipo dado
cuando se usan como proposiciones. Como escribió Wittgenstein
en Notas sobre Lógica, “los nombres no son cosas sino clases”.
Cada signo señal de “esto” o “A ” es un signo señal o cosa distinto
de otro “esto” o “A", pero el uso o sentido se atribuye a toda la
clase de signos o expresiones del mismo tipo. Así, “A ” es el mismo
signo que “A" 21 e igualmente “esto” es el mismo Nombre (si es
un Nombre) que “esto”. Si el significado de “ésto” cambia para
Russell en cada oportunidad en que se usa, como él cree también
que el significado de un nombre es un detalle, cada señal “esto”
debería ser un nombre distinto, no el mismo nombre propio am­
biguo como afirma Russell. Los nombres no serían entonces una
clase de señales análogas de palabras con un uso idéntico como lo
son para el Tractatus. El mismo argumento se aplica a la noción
de los nombres propios usuales de Russell. Russell pensaba que
toda persona puede asignar una descripción definida distinta al
mismo nombre propio usual en distintas ocasiones. Podemos pre­
guntarle, pues, por qué el nombre habría de ser considerado el
mismo si se usan distintas señales con diversos significados. En cam­
bio, si tratamos de defender la posición planteada por Russell y afir-

i* 3.24.
“Filosofía de] atom ism o lógico”, en Lógica y conocim iento, p. 201.
21 3.203.
mamos que todo nombre lógicamente propio es un nombre propio
ambiguo y que “esto” que es siempre el mismo de un modo u otro
tiene un sentido distinto cada vez que se usa; debemos suponer que la
palabra tiene ya algún sentido general que nos dice por qué, en
cada oportunidad en que se usa la palabra significa diferentes obje­
tos. Este significado general sería algo así como “el objeto que
señala el que habla" o “el objeto que tengo delante" (Russell debía
argüir esto más tarde en su estudio del “particular egocéntrico”) .
Esto, también, haría la palabra "esto” muy distinta de todo Nombre
del Tractatus, ya que esa palabra tendría que ser reemplazable
entonces por esas descripciones. No podría ser, así, un signo pri­
mitivo.22
En los Cuadernos, W ittgenstein escribió: “Lo que parece ser­
nos dado a priori, es el concepto: esto. Idéntico al concepto del
objeto.” 23 Y, en realidad, si no se toman los objetos como nece­
saria y absolutamente simples, sino como cosas que tratamos como
simples al referirnos a ellas y diciendo esto sobre ellas (como lo
hizo aquí W ittgenstein), entonces, en realidad, si estamos en con­
diciones de referirnos a un objeto con un nombre o una descrip­
ción definidos, podemos hacerlo siempre usando la expresión “esto".
Porque podemos referirnos a cada entidad individualizable llamán­
dola “esto” o “eso”, con prescindencia de si el objeto está presente o
ausente o dado o no a los sentidos. Cuando tenemos una manera de
identificar el número 2, por ejemplo, podemos referirnos a él y decir
"esto es más pequeño que 3”. Si podemos elegir una forma espe­
cial entre otras, podemos decir sobre ella cosas tales como “Esto
es asimétrico”. No se sigue de ello, con todo, que la palabra “esto”
sea un nombre. Como tampoco se sigue de la afirmación “ser un
objeto es ser un valor de una variable de nombre” que las varia­
bles de cuantificación sean nombres. La prim era consecuencia,
pues, de la opinión del Tractatus sobre los Nombres, es que un
Nombre no es una marca individual o un rótulo adecuado. Un
Nombre es una clase de expresiones señales análogas, cada una de
las cuales es usada en las proposiciones para referirse al mismo

22 E n Investigaciones filosóficas, § § 88, 39, 45, W ittg en ste in d a u n a


crítica d e ta lla d a d e la teo ría de q u e la p a la b ra "esto” es u n nom bre. E llo
p o d ría ser in te rp re ta d o como u n a refu tació n de su aserto del Tractatus, ya
q u e arguye en esas p áginas c o n tra la o p in ió n de q u e debe h a b e r objetos
sim ples q u e sólo p u e d en ser nom brados, lo cual fue a firm ad o ta n to en el
T ractatus como en la Filosofía del atom ism o lógico de Russell. Es evidente
q u e está criticando la teo ría de Russell cuando h a b la de la “ concepción del
n o m b ra r com o u n proceso o c u lto ” y del "filósofo q u e tra ta d e e x tra e r la
relación existente s n tre el nom bre y la cosa m ira n d o u n o b jeto q u e tiene
de la n te y re p itien d o u n n o m b re o hasta la p a la b ra ‘esto’ siete veces” . Esas
opiniones no in te g raro n jam á s el Tractatus.
23 Cuade nos 16, 5.1915.
objeto. No es como un pronombre o un nombre lógicamente
propio russelliano. Por lo menos, se parece más a un nombre pro­
pio usual que a un pronombre.
La segunda consecuencia de la opinión del Tractatus sobre los
nombres que quiero analizar es una característica que los distingue
de los nombres propios normales; que los Nombres se refieren a
los simples y que los complejos no pueden ser nombrados, sino
solamente descritos. Esto se basa en una falsa asimilación que se
establece en el Tractatus entre la relación de las proposiciones y
los hechos que expresan y la relación entre una expresión y un
objeto complejo que significa.
Como lo he dicho ya, no hay motivo para que no podamos
nombrar a un objeto compuesto que podemos también identificar
con una descripción. Y el nombre tampoco tiene por qué ser una
simple abreviatura de la descripción. Esta opinión errónea pro­
viene, me parece, de una combinación de una percepción correcta
que tenía Wittgenstein de la imposibilidad de nombrar hechos
con el hablar en general de "‘complejos”, lo cual no distinguía
entre hechos y objetos complejos que podemos especificar por ex­
tensión y que son “cosas”. Hay hechos que son verdaderos de los
objetos complejos, pero el objeto, por complejo que pueda ser, no
es un hecho. Empezaré por defender la opinión de que no sólo
no se puede nom brar los hechos, sino tampoco el estado de cosas.
Aunque los hechos (Tatsachen) son aquello de que consta el
mundo (1.1), su identidad depende en forma demasiado íntima
del lenguaje o de los pensamientos expresados por algún método
proyectivo para que sean tratados en extensión. Una proposición,
sea verdadera o falsa, describe un estado atómico de cosas (Sach-
vrrhalt) y si es verdadera y se obtiene el estado atómico de cosas,
identificamos un hecho. Supongamos que tengo delante dos cubos
a y b. Si las proposiciones siguientes: "a es más grande que b”,
“a está a la derecha de b’’, “a es de un rojo más oscuro que b",
“hay dos cubos”, “hay 12 superficies cuadradas”, “ 16 vértices”,
son verdaderas, todas ellas expresan distintos hechos. Ninguna de
ecas proposiciones es equivalente lógicamente a cualquiera de las
demás y por eso, de acuerdo con el Tractatus, no tienen el mismo
sentido. Los hechos descriptos por las proposiciones no se puede decir
que sean idénticos simplemente porque se refieren a una y la mis­
ma disposición de dos objetos materiales. Hay tantos elementos
en el hecho descripto como aquellos a que se refiere la proposi­
ción. es decir, como están articulados por la proposición. Y si
seguimos la opinión del Tractatus, las propiedades o relaciones
que son atribuidas a esos elementos deben ser consideradas desde
el punto de vista del contenido: un punto que estudiaré más ade­
lante. Así, aunque uno puede plantear la cuestión de si un hecho
expresado por una proposición es el mismo o distinto del expresado
por otra (con un estudio de la relación de equivalencia lógica,
etcétera), no puede decir de un hecho verbalmente no identificado,
f 1 no expresado por ningún método proyeccional, si él tiene ele­
mentos n o si él es lo mismo que el hecho f2, porque hasta ahora
no hemos establecido aún la identidad del “el” de que estamos
hablando. Señalar o nombrar o aun nombrar todos los elementos
del hecho que tenemos en vista, no identificará el hecho. Debe
haber un número indefinido de hechos que involucra los mismos
elementos. Así, como dice el 5.5423, si tenemos una figura en la
página que puede verse bajo dos formas como un cubo, estamos
viendo dos hechos distintos. En este caso, miramos el mismo di­
bujo y hemos distinguido el mismo número de líneas, pero pode­
mos ver representados dos hechos distintos, según como propor­
cionemos las reglas de proyección. Debido a su naturaleza
referencialmente opaca, ese estado de cosas puede ser descripto pero
no nombrado (3.144). Si uso nombres o simples signos para ha­
blar de estados de cosas, como cuando uso letras como “p” o “q”
para dar entender “a está a la derecha de b” o ‘"a es más grande
que b”, entonces “p ” o “q” son abreviaturas de las sentencias y
110 nombres de estados de cosas. Análogamente, si decido llamar
“Iván” al hecho de que Roma está al norte de Nápoles, “Iván”
será, por así decirlo, el nombre clave de la proposición ‘‘Roma
está al norte de Nápoles”, ya que sólo mediante la proposición (ex­
presada verbalmente, o mediante algún signo o diagrama, con su
regla de representación) puedo especificar el hecho. Como dice
Wittgenstein, las proposiciones pueden describir estados de cosas
porque son articuladas. Comprendemos lo que describe la propo­
sición comprendiendo los componentes (4.024). Y, por compo­
nentes, W ittgenstein entiende (a diferencia del Russell de los pri­
meros tiempos) las palabras, o los signos, o los elementos pictóricos
que forman el signo proposicional. Por eso afirma que la propo­
sición es una función de las expresiones contenidas en ella (3.318).
A eso viene a parar la teoría pictórica de la significación.
El W ittgenstein del Tractatus (como Russell) comete un
error, sin embargo, al hablar de todos los objetos complejos en la
misma forma que lo hace sobre los hechos. Porque aunque la
identidad de un hecho sólo puede ser establecida si se establece
la identidad de la proposición que lo describe, la identidad de obje­
tos complejos tales como el general de Gaulle no depende de nuestra
manera de articular cualquier descripción especial. Desde luego,
es verdadero, como lo hemos visto, que la cuestión de la identidad
de los objetos no puede ser planteada a menos que veamos qué
clase de proposiciones sobre ellos tienen sentido y no podemos
hacer esto a menos que nos pongamos de acuerdo sobre la verdad
de algunas proposiciones. Pero, como lo han argüido correctamente
muchos escritores recientes sobre este tema, no hay ninguna descrip­
ción individualizadora que deba ser equiparada a los nombres o que
puedan presuponer todos los que se refieren al general de Gaulle
o a Estambul. Por eso, aún en el caso —dice Russell— de que lo
que parece ser un nombre propio de un objeto complejo pueda
ser sustituido por una descripción definida de la forma “ (-yx) <¡>x”
salva veritate, eso no implica que el objeto complejo pueda ser
identificado solamente con esta descripción definida especial. No
se necesita analizar esto en ninguna proposición existencial espe­
cial, y por lo tanto no se necesita comprender los componentes
(que, en el caso de Wittgenstein, son las expresiones o signos com­
ponentes) de cualquier proposición especial. Por eso, 3.24 se
equivoca al decir: “Una proposición sobre un complejo está en
relación interna con una proposición sobre un componente del
complejo”.
Aunque tuviéramos que llamar complejo a un objeto que pue­
da ser dado por alguna descripción compleja, no se sigue de ello
que todas las descripciones que lo identifican estén en relación
interna con el complejo. Por eso, tampoco se sigue —mientras el
análisis de las proposiciones implique sustituir los nombres propios
de los objetos complejos por descripciones definidas— que “Una
proposición tiene un solo análisis complejo”, como dice 3.25. Por­
que, si muchas de las descripciones definidas que eligen uno y el
mismo objeto complejo como el general de Gaulle no tienen si­
quiera una relación semántica o lógica entre sí, no hay motivo
para pensar que, si sustituimos a los nombres propios comunes por
descripciones distintas, la etapa final del análisis completo sería
necesariamente la misma. Esto sólo sería si se supone, como lo
supuso Leibniz, por ejemplo, que un nombre propio común de
un objeto (complejo) es una abreviatura de la suma de todos los
predicados que son verdaderos del objeto. Esto, significa que si
“un signo que tiene una definición significa por intermedio de los
signos que sirven para definirlo” (3.261), un nombre propio
corriente no puede ser tratado como un signo que tiene una defi­
nición. Un nombre no tiene por qué ser tratado como una función
de las expresiones componentes de una descripción especial y, por
lo tanto, una proposición que contenga nombres corrientes no debe
ser tratada como una función de esas expresiones componentes. No
sería, pues, verdadero, en general, que “el sentido de una función
de verdad de ‘p' es una función del sentido de p ”, como dice
5.2341. Wittgenstein critica a Frege porque éste llama nombre
compuesto a una proposición (3.143); W ittgenstein comete el
error opuesto de tratar como proposiciones los nombres de los
objetos complejos.
Y aquí, llegó a la tercera y más importante consecuencia: que
las nociones de Bedeutung (referencia) y bedeuten (referir) en el
Tractatus se vinculan con el contenido y, por lo tanto, los objetos
simples cuya existencia era postulada no constituían tanto una
especie de entidad metafísica suscitada para respaldar una teoría
lógica como algo cuya existencia no añade un contenido extra a
la teoría lógica. Un punto que argüiré ahora. Se ha afirmado
a menudo que, de acuerdo con el Tractatus, el significado de un
Nombre es su portador, ya que 3.203 dice que un Nombre se
refiere a un objeto y que el objeto es su referencia. Y como el
Tractatus dice que una proposición elemental es una concatena­
ción de nombres, se ha afirmado que el Tractatus ofrece en semán­
tica una base extensional. No creo que esta afirmación sea total­
mente exacta. Más tarde, en las Investigaciones filosóficas, W itt­
genstein criticó la opinión que confunde la referencia (Bedeutung)
de un nombre con su portador. La referencia del nombre "No-
thung” es la espada Nothung. Si la espada se rompe, el portador
del nombre “Nothung” ya no existe. Si el portador de un nombre
y la referencia de un nombre son idénticos, el nombre tampoco
debe tener una referencia. Pero la sentencia "Nothung posee una
hoja filosa” tiene sentido y querríamos decir que en la proposición
“Nothung” tiene una referencia. Como si para eludir la dificul­
tad, el Tractatus afirmara que los nombres comunes como “No­
thung” no pudieran ser nombres en el sentido lógico estricto. Creo
que esto muestra no que W ittgenstein identificó erróneamente las
nociones de portador y referencia en el Trtactatus, sino que, aun­
que no fue claro en esto, comprendió ya que hablar de las referen­
cias de nombres no es como hablar de los portadores de nombres
comunes. “Referencia” es una categoría semántica con su lógica
peculiar. El portador del nombre “Sócrates” ya no existe, pero
e! nombre tiene referencia. Mientras desempeñe el rol de identi­
ficar al hombre que en otro tiempo existió, tendrá referencia. Así
como las referencias de los nombres son permanentes en nuestro
lenguaje, así también, según Wittgenstein, los objetos son inalte­
rables y persistentes (bestehend) (2.0271). Así como usamos el
mismo nombre al afirmar o al negar o al preguntar, así también
los objetos persisten con independencia de lo que acaece (2.024).
Esos rasgos de los objetos, combinados con su simplicidad lógica,
infunden a su vez a los Nombres que se refieren a ellos rasgos muy
peculiares.
La creencia de W ittgenstein de que los Nombres deben ser
posibles si se quiere que las proposiciones tengan un sentido defi­
n id o 24 se basa en dos teorías lógicas que sostiene en el Tractatus.
Una de ellas es la opinión ya mencionada, que creo fundamental­
mente exacta, de que las proposiciones sobre los objetos, es decir,
las proposiciones en que se atribuyen ciertas propiedades a los
objetos o se dice que los objetos tienen cierta relación entre sí, que
se podría expresar con “fx ”, “<f> ( x .y ) ”, pueden ser expresadas en
principio sin expresiones de predicado o expresiones relativas.
Como lo han dicho el profesor Copi y miss Anscombe, se las puede
expresar con cierto patrón o disposición de los nombres de los
objetos. Así “é ( x .y ) ’’ se podría expresar con * ■, y “ja” se podría
expresar con " i r ” (donde “a" está escrito en forma invertida).
Es decir que en toda proposición que conste de sujeto-predicado que
podamos escribir como función de los nombres sujetos, es esencial
tener componentes que representen a los sujetos, pero no es nece­
sario tener un signo de función. La función especial de los nom­
bres puede indicarse con una concatenación específica de los
nombres de los objetos, que no debe ser tratada como una lista de
nombres .25 Así, aunque en la notación lógica normal usamos en
realidad signos de función o expresiones relativas tales como “f ”,
o “R ”, no son esenciales para expresar lo que expresan.2®
La segunda teoría es que, mientras haya signos definidos, debe
haber signos indefinidos. De lo contrario, tendremos una regre­
sión infinita y las proposiciones que formamos usando signos que
tienen sentido mediante definiciones no tendrán un sentido defi­
nido. Como podemos expresar proposiciones que tienen un senti­
do definido, es decir, condiciones de verdad definidas, esas dos
teorías llevan a Wittgenstein a decir que debe ser posible que haya
términos singulares irreductibles, es decir, Nombres. Debido a
esto, Wittgenstein afirma que todas las proposiciones son funcio­
nes de verdad de las proposiciones elementales (5). No sólo las
proposiciones en que se presentan conectivas funcionales de verdad
y que tienen una complejidad sintáctica superficial, sino todas las

24 3.23. “L a exigencia de q u e los signos sim ples sean posibles es la exi­


gencia de q u e el sentido sea d e te rm in a d o ”.
25 4.22 V er tam bién la n o ta 13 al pie de la p. 9. Y, análogam ente, las
proposiciones generalizadas con cuantificadores p u e d en expresarse sin signos
de función, p o r ejem plo expresando “ ( 3 y) y es ro jo ” p o r “ ( 3 y) X", “ (x)
(y) f (xy) ” p o r " (x) (y) * , Y asi como aprendem os el significado conven­
cional de cada predicado d istin to en el lenguaje com ún, podem os a p ren d e r
el convencionalism o de expresar diversas prop ied ad es con diversos patrones
variables de nom bre.
2® 3.1432 “E n vez de ‘El signo com plejo ‘aRb’ dice q u e o está con b e n la
relación R”, debem os p o n e r: ‘‘q u e ‘a’ está con ‘b’ en cierta relación q u e dice
aRb’
proposiciones pueden derivarse de las proposiciones elementales
mediante operaciones lógicas.
La exigencia de Nombres en el Tractatus podría, pues, pare­
cer la afirmación de que son indispensables o irreductibles “tér­
minos singulares”, uno de cuyos defensores recientes más persua­
sivos ha sido P. F. Strawson. Creo, con todo, que, por paradojal
que pueda parecer, la exigencia de Wittgenstein de la posibilidad
de Nombres no implica que sean indispensables “términos singu­
lares”. En su explicación de la exigencia de Nombres del Tracta­
tus, miss Anscombe ha escrito que los Nombres son requeridos
para que podamos construir proposiciones y comprender su senti­
do (como lo hacemos) sin saber ya qué es lo verdadero y qué es
lo falso. Porque comprender el sentido de una proposición es com­
prender sus condiciones de verdad y esto significa que debe haber
proposiciones que únicamente son falsas en un aspecto y esto es así
sólo si hay Nombres.27 Es decir que, según miss Anscombe,
(1) fA donde “’A ” es de la forma "el <p”
la condición de verdad de (1) implicará la condición de verdad de
(2) Hay una x tal que tf> x, y para todo y, <j, y sólo si y = x.
(1) puede ser interpretado en el sentido de que dice fx de esta x
y por lo tanto puede ser falso en dos formas distintas, es decir,
tanto cuando no se da que sólo hay una x que es <£, o cuando hay
una x tal, pero que no es /. Pero (2) sólo será verdadero si
(3) <¡> b para alguna b donde “b" es un Nombre (o donde "b”
puede ser parafraseado como “el i(j” y así sucesivamente, hasta que
llegamos a algún ye, donde “c” ya no puede ser parafraseado). Y (3)
sólo puede ser falso en una forma —cuando el objeto b no tiene la
propiedad <£. Así si las proposiciones tienen un sentido definido y
el hecho de que tengan sentido no depende de la verdad de otra
proposición, debe haber proposiciones de la forma “<¿>b” donde
“b” es un nombre. Pero ¿ (1) implica (3) y está realmente com­
prometido Wittgenstein a sostenerlo?
Se ha demostrado ya que los nombres de los objetos complejos
no necesitan ser reductibles a una descripción definida particular.
Pero mientras el uso del nombre de un objeto complejo presupone
el uso de alguna descripción definida, (1) parecería implicar (2).
P e r o ..., ¿por qué implica esto (3)? No parece haber dificultad
lógica para suponer que, en último análisis, se advierte que las
condiciones de verdad de (1) implican la condición de verdad
de (2). Y, como dice acertadamente miss Anscombe, esto implica
comprender que ( 2 ) puede ser falso de dos maneras distintas, una
de las cuales es la falsedad de una proposición existencial. Pero
no necesitamos conocer el Valor de verdad de la proposición exis-

27 G. E. M. A nscom be, Intro d u cció n al T ractatus de W ittg en stein , p. 47.


tendal para dar un sentido definido o condiciones de verdad a ( 1 ).
Nos basta con conocer las condiciones de verdad de la proposición
existencial. Comprender el sentido de "fA ”, donde "A” es de la
forma “el <¡>”, es comprender el sentido de “ ( 3 x) <¡> x ” así como
de “fx ”. Debemos comprender qué es que haya una y sólo una
x que es <£ (sin tener que conocer su verdad o falsedad) y debemos
comprender qué es para esa x ser / si hay tal x. Así, aun en el caso
de que nuestro análisis concluyera en (2 ) , no ocurriría que “el
hecho de que tuviese sentido una proposición dependería de que
fuese verdadera otra”, que, dice 2 . 0 2 1 1 , sería verdadera si no h u ­
biera sustancias. No se sigue, de ello, desde luego, que por el
hecho de que interrumpimos nuestro análisis en (2 ) , hayamos pro­
bado que las sustancias no existen. W ittgenstein afirma claramen­
te que debe haber objetos simples para que las proposiciones ten­
gan un sentido definido. Pero decir que hay objetos y que uno
debe llegar a sus Nombres al cabo del análisis lógico, son dos afir­
maciones distintas. En cuanto a los Nombres concierne, Wittgens­
tein declara que deben ser posibles. T rataré de demostrar que,
dentro del marco del atomismo lógico del Tractatus, da casi lo
mismo que el análisis final conduzca a proposiciones elementales
o a enunciados existenciales lógicamente equivalentes a ellas. Esta
equivalencia en sí parace ser m antenida por W ittgenstein cuando
dice: “Podemos describir completamente el m undo mediante pro­
posiciones completamente generalizadas, es decir, sin coordinar
de antemano un Nombre con un objeto determinado” (5.526).
Examinemos esta cuestión con un poco más de cuidado. 5.47
dice con toda claridad que “fa” expresa la misma cosa que " ( 3 x)
fx .x = a". Esto sugeriría que “fa” nunca podría ser equivalente
a una proposición existencial, ya que se trata de una proposición
existencial y algo más: a saber, la afirmación de identidad de que
x = a. Por ejemplo, afirmar que hay un hombre que mató a César
y que se trata de Bruto, es totalmente distinto de afirmar simple­
mente que hay un hombre que mató a César. Y, en realidad, si
“a ” es un nombre propio común, "fa” dice siempre algo más que
“ ( 3 *) fx "', "a” desempeña el rol de identificar o especificar un
objeto determinado sobre el cual versa la proposición. Leemos en
los Cuadernos que "Los Nombres son necesarios para afirmar que
esta cosa posee esa propiedad, etcétera. Esto liga la forma propo-
sicional a objetos muy definidos”. Debe recordarse, sin embargo,
que los Nombres que se presentan en las proposiciones elementa­
les son distintos de nombres como "Bruto”. Las referencias de los
Nombres son simples objetos que “sólo pueden ser nombrados”
y no dados por descripciones definidas. Así en la proposición
“ [ 3 *] fx .x = a” en que “a" es un nombre, a es identificada
simplemente como un objeto que es /. No puedo concebirla exclui­
da de la posibilidad de combinarse con otras (2 . 0 12 1 ) , de modo
que, a fin de conocer a “a”, tengo que saber qué sería para ella ser
verdadero que g (a. b ) , h { a .b .c ) , etc. pero no que sean verdaderas;
y la propia a no tiene rasgos materiales o contingentes que me per­
m itan identificarla por una descripción. Así, decir " ( 3 x) fx.x
= a” viene a ser lo mismo que “un objeto es Strawson ha ar­
güido en forma convincente que “la función identificatoria de los
términos singulares debe ser reconocida..., y distinguida clara­
mente de la operación de afirmar que sólo hay una cosa que res­
ponde a ciertas especificaciones”.28 Y, en realidad, en “}a’’ o “ ( 3 *)
fx.x — a”, uno no afirma que sólo hay una cosa que es /. (En reali­
dad, puede haber muchas cosas que son f.) Uno está hablando de
un objeto particular ¡a. Pero como ya lo dije, mientras que “a” es
un Nombre, el objeto a en fa no tiene propiedades contingentes
que pudiesen capacitarnos para identificarlo con una descripción
definida. Identificar a no sería otra cosa que identificar una /.
Y para el Tractatus, las proposiciones que poseen las mismas con­
diciones de verdad tienen el mismo sentido.
Se puede objetar que a fin de que “/o” tenga sentido antes de
que sea verdadero o falso, debe existir un objeto nombrado por
“a”, mientras que “ ( 3 x) fx ” tiene sentido aun cuando es falso,
cuando no hay ningún objeto. Pero, ¿qué es exigir que deba haber
algún objeto a que podría o no podría ser /? Consideremos seria­
mente la afirmación de W ittgenstein contenida en 5.526 en el sen­
tido de que podemos renunciar a Nombres en nuestra descripción
del mundo. Él trata de esto con profusión de detalles en sus Notas
(Notebooks) del 16 de octubre 1914. "Sí, el m undo podría ser
completamente descripto por medio de proposiciones completa­
mente generales y por ello sin emplear tipo alguno de nombres u
otros signos que designen (bezeichnendes). Y, a fin de llegar al
lenguaje corriente, sólo necesitaríamos introducir nombres, etcéte­
ra, diciendo, después de “ ( 3 *) ”, “y esta x es A ” y así en lo suce­
sivo”. Nosotros advertimos que en este ejemplo desde que introdu­
cimos el nombre "A" diciendo ( 3 x) fx y este x es A, sería casi
imposible considerar el A como carente de la propiedad /. No hay
otro criterio para identificar A como un objeto. "A ” es aquí un
nombre ficticio. Advertimos también la verdad de la afirmación
previamente sugerida, de que las propiedades o relaciones en el
Tractatus sean tratadas según la comprensión o contenido. Las pro­
piedades o relaciones irreductibles atribuidas a objetos en proposi­
ciones elementales no pueden ser identificadas según la extensión
como la clase de objetos que tienen dicha propiedad o que se en-

28 P. F. Strawson, "S in g u lar T erm s a n d P re d ica tio n ”, Journal o f Philoso-


p h y , t. 58, n* 15, 1961. R epro d u cid o en P hilosophical Logic, O.U .P., p . 77.
m entran en relación. Si se introduce un objeto sólo por medio de
las propiedades que posee, las propiedades a su vez no pueden ser
definidas por los objetos que la poseen. De acuerdo con mi inter­
pretación, los objetos del Tractatus están alejados, tanto como pue­
den, de los “meros particulares” que algunos, como el profesor
Copi, han sostenido que esos son los objetos. Son necesariamente
ejemplos de algunas propiedades aunque W ittgenstein no pueda
decir de qué clase de propiedades sean ejemplos. Él dice simple­
mente que las propiedades de que se trata no son materiales como
ser de un color particular.
En las pruebas de geometría elemental, les atribuimos a me­
nudo nombres ficticios a objetos que se supone no tienen más pro­
piedad que las atribuidas a ellos en las pruebas. Por ejemplo,
decimos: “Sea a centro del círculo C” y continuamos deduciendo
las diversas relaciones que tiene con las demás cosas. Sin embargo,
no podemos suponer luego que a no es el centro del círculo, porque
a no tiene otra identidad que la de ser simplemente eso. Podemos
llegar a decidir, después de haber usado un nombre ficticio “a’\
de que “a” no consiguió una referencia. Pero mientras usemos “a”
y hablemos del objeto "a”, éste es el centro del círculo C —y un
objeto necesariamente debe tener otra propiedad que la de ser un
objeto, ya que, como dice el Tractatus, el objeto es un concepto
formal. Confío en que resultará evidente que no pretendo que
toda proposición de la forma “fa”, "gbc”, donde “a”, “b”,
"c”, son Nombres, debe ser verdadera. En el ejemplo de la prueba
geométrica, la proposición “a está en la línea L ”, bien puede ser
falsa. Algunas proposiciones elementales son verdaderas, otras fal­
sas (4.25). Parece, con todo, que si alguna proposición de la
forma <£ a es necesariamente verdadera para que podamos identi­
ficar a “a” y como se afirma que una proposición elemental de
la forma <f> a, es lógicamente independiente de cualquier otra pro­
posición elemental, entonces la condición del uso del Nombre "a”
no es más que las condiciones que nos perm iten decir “ ( 3 x ) cj>x ’\
Debido a esto, W ittgenstein no podía exigir, en un sentido estric­
to, que los Nombres existieran, sino sólo que fuesen posibles: que
pudiéramos usar Nombres.
Si, según he argüido, los Nombres del Tractatus son a manera
de nombres ficticios, la relación de los Bedeuten o referencias
válida entre los Nombres y los objetos es también de un género
muy especial, como lo es la naturaleza de los objetos mismos.
Hemos visto ya que la identidad de un objeto sólo puede ser
determinada estableciendo el sentido de las proposiciones en que
se presentan los Nombres. Pero el sentido de una proposición
elemental de la forma “fa” es exactamente el mismo que el sentido
de una proposición de la forma "fb”, donde “f (x) " expresa la
misma propiedad y “a” y “b" son Nombres distintos. Así como
en la prueba geométrica ya mencionada, decir: “Sea a el centro
del círculo C” es exactamente lo mismo que decir “Sea b el
centro del círculo C”, si “a” y "b” son nombres ficticios. Los nom­
bres ficticios se usan ni más ni menos que para identificar una
ejemplificación de la descripción o predicado que sigue. Si las
condiciones de usar un nombre ficticio son las condiciones de
decir “hay un tal y tal q u e ..." , los nombres ficticios no pueden
dejar de referirse a un objeto mientras el grupo de proposiciones
en que aparecen tenga sentido. Referirse a un objeto aquí, signi­
fica que los nombres ficticios tienen uso. Cuando identificamos
a dos seres humanos por sus nombres propios y predicamos algo
sobre ellos —como cuando decimos “Bernard Shaw y Oscar Wilde
son irlandeses”— identificamos a ambos como irlandeses pero
distintos, y, por lo tanto, naturalmente, sus nombres no son inter­
cambiables. Los nombres ficticios son intercambiables mientras
los intercambiamos en forma consistente y así, me parece, que son
los Nombres del Tractatus.
No pretendo que W ittgenstein pensara explícitamente que
sus Nombres se comportasen como nombres ficticios, sino sólo que,
en realidad, están hechos para hacerlo. Los objetos a que se re­
fieren los Nombres son entidades que tienen un criterio de iden­
tidad totalmente distinto de aquéllas de acuerdo con las cuales
identificamos y distinguimos normalmente a los objetos espacio-
temporales. Por simple que sea un objeto espacio-temporal, como
caso individual sólo pertenece a este mundo y no a todos los
mundos imaginarios posibles como, se dice, sucede con los objetos
(2.022). Los objetos espacio-temporales más simples no sólo tienen
la posibilidad de presentarse en diversos estados de cosas, sino que
se presentan en muchos. Son ejemplificaciones de muchas propie­
dades. El diminuto copo de nieve que tengo sobre la palma de la
mano está formado de H 20 ; cayó en determinado momento de
enero de 1968, en determinado sitio de Londres, etcétera. Aunque
uno adopte el punto de vista de que no hay una necesidad lógica
de que el objeto tenga alguna o la mayoría de esas propiedades
y crea que podría tener otras propiedades externas en circunstan­
cias distintas, subsiste el hecho de que el objeto tiene todas esas
propiedades externas. Si a un objeto le falta alguna de las propie­
dades que tiene A o tiene alguna que no posee A, entonces, sim­
plemente, es no A: así, ningún objeto espacio-temporal de este
m undo identificado en la forma normal podría ser un compo­
nente de cualquier otro mundo imaginado. La identidad de cual­
quier objeto individual espacio-temporal no es determinada por
sus “posibilidades”. Muchos filósofos se han visto tentados, por
eso, a interpretar los “objetos” del Tractatus como propiedades o
datos de los sentidos. He dado ya razones por las cuales las ex­
presiones predicadas no se consideran como Nombres en el Trac­
tatus y de ahí por qué no sean tratadas como objetos las propie­
dades o relaciones (que son verdaderas con respecto a los objetos)
a que se refieren las expresiones predicadas cuando se presentan
en proposiciones o que son expresadas por una estructura de la
concatenación de los Nombres de los objetos. La teoría sobre los
datos de los sentidos tampoco nos proporcionará por si misma
objetos comunes a todos los mundos. Cada dato señal de los sen­
tidos no sólo está ligado a este mundo sino también a la persona
qu<= tiene la experiencia. Si no nos referimos a los datos señales
de Jo« sentidos sino a los tipos de datos de Jos sentidos, considera­
mos propiedades que son verdaderas con respecto a ciertas zonas
de nuestro campo visual, que tampoco son objetos. Suponer que
!o« objetos del Tractatus son cosas espacio-temporales o datos
de los sentidos, nos lleva a dificultades análogas. Preguntar qué
clase de entidades familiares corresponden a los objetos del Trac­
tatus no parece llevarnos a ninguna parte. La alternativa intentada
aquí ha sido preguntar qué criterio de identidad pueden tener los
objetos que les permita ser "independiente de lo que acaece"
(2.024) y constituir un mundo imaginario, así como nuestro
m undo real.
Como lo hemos visto, la referencia de un Nombre que tiene
por forma la posibilidad de presentarse en diversos estados ató­
micos de cosas se identifica, con todo, en un existente estado atómi­
co de cosas; es decir, sólo como ejemplificación de determinada
propiedad, monádica o relacional. Al mismo tiempo, todo estado
atómico de cosas es independiente de cualquier otro (2.061, 2.062).
Podemos comprender qué significa para los estados de cosas ser
independientes el uno del otro si cada uno es descripto por una
proposición general. El hecho de que haya un objeto rojo puede
ser independiente del hecho de que haya un objeto cuadrado y
así sucesivamente. P e ro .. . ;qué es para las proposiciones elemen­
tales en que se presentan Nombres ser lógicamente independientes
una de otra? Si un objeto A es identificado como referencia de "A”
en "FA", esto es así con independencia de la existencia o inexis­
tencia de cualquier otro estado atómico de cosas que implica a A,
con independencia de si hemos de tratar a A como ejemplificación
<le cualesquiera otras propiedades. No podría suceder lo mismo
cuando "A ” es el nombre de un individuo determinado. Entonces,
A no es un objeto en un sentido extensional. Si pensamos en un
m undo distinto del nuestro en que es válido el mismo estado ató­
mico de cosas que en el nuestro, podemos decir en el lenguaje
del Tractatus que este mundo imaginario y el nuestro tienen los mis­
mos objetos. En un lenguaje filosófico menos excéntrico, esto se
expresaría diciendo que hay ejemplificaciones del mismo predi­
cado en los distintos mundos, o que esos mundos distintos tienen
miembros del mismo grupo.
Debe entenderse, pues, la afirmación del Tractatus de que los
objetos existen en el sentido de que son ejemplificaciones de
ciertas propiedades irreductibles que, para Wittgenstein, son dis­
tintas de todas las propiedades materiales. (Si entendemos, por
ejemplo, que hay una ejemplificación de la propiedad rojo, com­
prendemos asimismo que podría haber ejemplificaciones de la
propiedad de ser cuadrado, de ser duro, y así sucesivamente.) No
es una afirmación de que hay propiedades o relaciones, pero, con
todo, es una afirmación sobre propiedades y relaciones. No es una
afirmación de que existen conceptos individuales en ningún sentido
leibniziano, ya que todo concepto indivdual es altamente complejo
e incluye un número infinito de predicados, mientras que la afirma­
ción de que los objetos existen, en el Tractatus, es el aserto de que
hay ejemplificaciones de propiedades irreductibles simples. Y es la
combinación de la opinión de que la identidad de los objetos a que
se refiere un Nombre sólo puede ser determinada estableciendo el
uso del Nombre, con la opinión de WTittgenstein de que todas las
proposiciones elementales deben ser lógicamente independientes,
lo que lo lleva a esta posición.
Mi interpretación de la opinión del Tractatus sobre los obje­
tos puede parecer excéntrica. Pero me gustaría term inar este ar­
tículo llamando la atención sobre tres hechos importantes que, a
mi entender, indican lo plausible de mi interpretación. El pri­
mero es el comentario que da el propio Wittgenstein en las Inves­
tigaciones filosóficas, §§ 46-8, sobre los objetos del Tractatus. Des­
pués de escribir que los objetos del Tractatus son como los simples
del Theaetetus, Wittgenstein da un ejemplo de un juego de len­
guaje para el cual es válida la explicación del Theaetetus. El
lenguaje sirve para describir diversas combinaciones de cuadra­
dos sobre una superficie: rojos, verdes, blancos o negros. Ca­
da cuadrado coloreado es un simple y se le da el nombre de
“R ”, “V”, “B ” o “N ", según el color. Cada sentencia de este len­
guaje consiste en una sucesión de esos nombres, verbigracia
‘'RRNVVVRBB”, que describe una disposición especial de los
cuadrados de color. Aquí, vemos claramente que cada cuadrado
distinto del mismo color recibe el mismo nombre y es considerado
el mismo simple. El hecho de que son cuadrados señales diferentes
no les proporciona nombres distintos. W ittgenstein no pretende
que Jos nombres correspondan a colores, sino a cuadrados de colo­
res. Sin embargo, los cuadrados señales distintos del mismo color
tienen los mismos nombres. En otros términos, el uso de un nom­
bre identifica una ejemplificación de una propiedad y no distingue
entre distintas ejemplificaciones de las mismas propiedades. Esto
es, exactamente, lo que he afirmado que hacen los Nombres del
Tractatus. El punto que afirmo es sustentado asimismo por las
notas de Waismann sobre los comentarios de Wittgenstein, donde
se señala cuán erróneo es preguntar si los objetos son “como cosas”
o “como propiedades”. Éste es el segundo punto a que quiero
referirme. Los objetos, dice aquí Wittgenstein, son elementos de
presentaciones (Darstellungen). En otros términos, decir que hay
objetos es decir solamente que hay algo descrito o presentado por
un diagrama, una pintura, etcétera. Y decir que hay algo descrito
o pintado no significa, naturalmente, que la cosa descrita o pin­
tada exista.
El tercer punto sobre el cual deseo llamar la atención son
ciertos sectores de la teoría sobre los modelos, donde, como en
el Tractatus, algunos lógicos han hablado de objetos que podrían
ser comunes a los distintos mundos posibles. A fin de poder espe­
cificar un mundo posible mediante, por ejemplo, un modelo que
conste de un par ordenado [A, ií] , donde A es un conjunto no­
vado y jR una relación, y un mundo posible distinto mediante
otro modelo [A, /?’], donde se dice que A es el mismo conjunto
no-vacío que en el caso anterior y R ' una relación distinta, hemos
invocado una noción de los objetos distinta de nuestra noción
normal de los casos individuales. Porque a los objetos que son
miembros del grupo A se les ha dado una identidad indepen­
diente de las relaciones que satisfacen en distintos mundos. (Esta
peculiaridad no aparecería si uno hiciera que los modelos espe­
cificaran descripciones de mundos posibles, más bien que los
mundos mismos.)
Stenius, Hintikka y Stegmüller han sugerido que podríamos
obtener una mejor comprensión de los “objetos” del Tractatus
invocando conceptos teóricos modelos. Aunque disiento con di­
versos aspectos de las opiniones de Stenius y Stegmüller sobre el
Tractatus, que, entre otras cosas, no distinguen entre lo que debe
considerarse como propiedades y como objetos en un estado de
cosas dado, me parece exacto que los objetos del Tractatus que
determinan simplemente la posibilidad de presentarse en diversos
estados de cosas, tienen características lógicas próximas a las exhi­
bidas por los objetos de la teoría de los modelos que pueden
presentarse en modelos distintos.
Permítasenos resumir las conclusiones principales del presente
artículo. El Tractatus no ofrece, como se ha creído a veces, un
fundamento extensional del análisis semántico. Los objetos del
Tractatus no son como las cosas (aunque simples) en el mundo
empírico, que pueden ser individualizadas extensionalmente. El
concepto de un objeto simple se parece más al de la ejemplifi-
cación de una propiedad irreductible. Este concepto era un requi­
sito lógico de la teoría del Tractatus y derivaba de la combinación
de una teoría básicamente correcta de los nombres, de una asimi­
lación errónea de cosas complejas y hechos exactos y de una preten­
sión errónea e innecesaria sobre la independencia de las proposi­
ciones elementales. La teoría de los Nombres del Tractatus, que
afirma que el problema de la identidad de la referencia de los
nombres y el problema del uso de los Nombres en las proposiciones
son inseparables, está vinculado estrechamente a la teoría pictórica
del significado y contiene muchos elementos exactos y esclare-
cedores hasta para aquellos que no quieren hablar de los objetos
simples y de las proposiciones elementales mutuamente indepen­
dientes. . . como lo hizo el propio Wittgenstein en sus últimos años.
“0 N T 0 L 0 G 1 A ” E ID E N TID A D E N E L TRACTATUS:
A PRO PÓSITO DEL COMPANION DE BLACK

R u sh R hees

“Simbolismo adecuado” y “Ontologia”

Si preguntamos qué quiere decir W ittgenstein al hablar de


simbolismo adecuado”, debemos m irar la relación de signo y sin­
taxis; porque de ello depende. Por lo tanto, es inútil decir, como
lo hace Black: debemos tener alguna opinión sobre lo que es la
realidad, para poder preguntar si es adecuada la descripción del
simbolismo. Black considera esto una razón para sus observaciones
sobre “la ontologia del Tractatus". Por ejemplo: “Wittgenstein
espera que una visión lúcida de la naturaleza de la lógica tenga
implicaciones ontológicas". “La concepción de la naturaleza del
lenguaje de Wittgenstein .. .exigía una posición sobre los pro­
blemas ontológicos." "Su ontologia (sic) es sugerida en conjunto
por sus opiniones sobre el lenguaje.” 1 (Todas las bastardillas me
pertenecen.) Esto es confuso y las observaciones sobre el simbo­
lismo adecuado del Tractatus no las necesitan.
Como hay signos, debe haber una distinción entre las propo­
siciones verdaderas y las falsas, una distinción que ha de ser deci­
dida finalmente por la observación, no por la lógica. Podríamos
decir que la verdad de los principios lógicos está ligada a esto.
Cuando el Tractatus dice en 6.113 que “Lo que distingue las
proposiciones lógicas es que podemos advertir por el símbolo
solamente que son verdaderas”, agrega: “Por lo tanto, lo espe­
cialmente importante es el hecho de que la verdad o falsedad de
las proposiciones no lógicas no puede ser vista en la proposición
i Max Black, A Com panion to W ittgenstein's Tractatus, Cambridge, 1954,
pp. 4, 7 y 8.
sola”. En otros términos, no tendría sentido hablar de proposi­
ciones lógicas a menos que haya proposiciones empíricas.
Las matemáticas no se escriben con tautologías: se escriben O

con ecuaciones. Pero las ecuaciones pueden carecer de sentido a


menos que sean cálculo: obtienen su realidad de la forma general
de la operación lógica y por 2o tanto de las relaciones internas
de las formas proposicionales. Así, no podríamos tratar las mate­
máticas como un método lógico —no podríamos ver que las prue­
bas matemáticas son pruebas lógicas— a menos que los enuncia­
dos empíricos tengan sentido y puedan ser las bases de operaciones
lógicas.
Esto está resumido en 4.0312. que expresa el “Grundgedanke”
(pensamiento fundamental) del libro:
D ie M o g lich keit des Snlzes b e ru h t a u f d em P rin zip der V ertretung
v o n G egenstfinden durch Zeiciien,
M ein G rundgedanke ist, das* d ie "logischen K o n sta n ten " nichts
v ertreten. Dass sich die L ogik der Tatsachen n ich t vertreten lasst.2.

Éste es el fundamento de lo que tiene que decir Wittgenstein


sobre el análisis lógico, por ejemplo (en 4.221), “que en el aná­
lisis de las proposiciones debemos llegar a proposiciones elemen­
tales, las cuales constan de nombres en combinación inmediata”.
Opone este "unmittelbare Verbindug” (la combinación inmediata)
de los nombres en las proposiciones elementales a lo que expresan
las constantes lógicas, sea esto lo que fuere. Pues éstas aparecen
sólo en la expresión de los resultados de una operación sobre
proposiciones elementales. Siempre se puede transformar una pro­
posición que contenga constantes lógicas en otra equivalente. Pero
las proposiciones elementales no pueden ser equivalentes entre sí.
Es posible realizar operaciones lógicas con independencia de la
verdad o falsedad de las proposiciones elementales, independien­
temente de lo que ocurre sea. Podemos hacer esto debido a la
diferencia fundamental existente entre las proposiciones elemen­
tales y las demás: esto es, porque las constantes lógicas “no repre­
sentan nada”. De lo contrario, no podríamos "ver por el símbolo
solamente” que un cálculo o una prueba formal era correcto.
El Tractatus no podría empezar con un análisis de las cons­
tantes lógicas y la verdad de los principios lógicos. Lo que está
en primer lugar, es la verdad o falsedad de las proposiciones
materiales.. . en otros términos, el sentido. Sin esto, ni siquiera
podríamos hablar de signos posibles.

2 "La posibilidad de la proposición se basa en el principio de la repre­


sentación de los objetos m ediante los signos. M i pensamiento fundam ental
es que las ‘constantes lógicas’ no representan; que la lógica de los hechos no
adm ite representación”.
Pero llamar a esto “ontología” causa confusión. Y decir que
los estudios de lógica tienen importancia porque la ontología se
basa en ellos, es poner todo este asunto cabeza abajo. Black cita
la observación de las Notas sobre lógica de Wittgenstein, en 1913:
“La filosofía consta de lógica y metafísica, la primera es su base”
y Black agrega: “La lógica como base de la metafísica: en todo el
libro, W ittgenstein espera que un enfoque lúcido de la natura­
leza de la lógica tendrá implicaciones ontológicas. La lógica es
importante porque lleva a la metafísica” (Companion, p. 4).
Pero la observación que cita no expresa que la lógica es la base
de la metafísica; dice que es la base de la filosofía. Y Wittgenstein
no dijo allí ni en ninguna otra parte que la lógica tenga im­
plicaciones.
Frases tales como “der Ñame bedeutet den Gegenstand” (el
nombre significa el objeto) (3.203) o “Der Ñame vertritt im
Satz den Gegenstand” (en la proposición el nombre representa el
objeto) (3.22) pertenecen a la gramática de las palabras “nom­
bre” y “objeto” y “proposición”. Las Notes Dictated to Moore han
expresado (Cuadernos, pp. 109, 110) : “En la expresión (3 y ) . y,
uno se siente dispuesto a decir que esto significa ‘Hay una cosa
tal q u e . . . ’. Pero en realidad debiéramos decir ‘Hay una y, tal
q u e . . . ’; que y simbolice y exprese lo que queremos d e c ir... En
nuestro lenguaje los nombres no son cosas: no sabemos qué son;
sólo sabemos que son de un tipo distinto de las relaciones, etcétera.
El Tractatus podría no expresarlo precisamente en esa forma, pero
el punto principal está ahí.

“¿Señal o tipo?”

En conexión con 3.203 —“Un nombre significa un objeto. El


objeto es su significado. (“A ” es el mismo signo que “A ”.) ,
Black pregunta: “¿Es el signo proposicional una señal o un tipo?”,
y continúa diciendo: “Cuando hablamos normalmente de una sen­
tencia, usamos la palabra sentencia en un “sentido-tipo” más bien
que en un "sentido-señar*. . . que ésta es la manera como el propio
Wittgenstein usa la expresión “signo proposicional” (que asume
la función de "sentencia” en su concepción) resulta muy claro
de su observación en 3.203: “A ” es el mismo signo de “A ”. Si
dos signos proposicionales constan de palabras físicamente análo­
gas ligadas respectivamente a los mismos portadores, Wittgenstein
considera ambos como ejemplos del mismo signo proposicional.”
Pero Wittgenstein no dijo nada de eso: el texto no habla para
nada de signos físicamente análogos ligados respectivamente a los
mismos portadores.
Su observación en las “Notes Dictated to Moore” de que "en
nuestro lenguaje los nombres no son cosas” dice algo sobre la
gramática del “nombre” y la "cosa"; o, como lo expresa él ahí,
la diferencia en el tipo lógico. Así, por ejemplo, la “identidad”
tiene reglas de sintaxis distintas cuando hablamos de la identidad
de una cosa y cuando hablamos de la identidad de un signo. “A"
es el mismo signo que “A ” expresa —o “trata de expresar”— la
identidad de un signo. No dice nada. Y no puede ser analizada
diciendo “¡esta raya que hay aquí se parece aesta otra”. Quizá no
diríamos nunca “Es el mismo signo”,a menos que las rayas se
parezcan entre sí, pero esto no forma parte de lo que queremos
decir al declarar que “A ” es el mismo signo que “A ”. “¿Cómo sabe
usted que esto es A ?”, es tan sin sentido como “¿Cómo sabe que
esto es blanco?”
U na marca sin sintaxis no es un signo. Y por ello, resulta
difícil decir qué es la identidad de un signo.
Cuando Peirce 3 y otros escriben sobre los Tipos y las señales,
parecen pensar que podríamos analizar la identidad de un signo
en base a la identidad de un objeto físico o de un suceso. Pero
nunca lo consiguen: esto es evidente cuando Peirce llama a una
señal “ejemplo” de un T ipo y cuando Ramsey dice que “una pro­
posición es un tipo cuyos ejemplos constan de todas las señales
de signos proposicionales que tienen en común, no cierta aparien­
cia, sino cierto sentido". El “todos” en "todas las señales de sig­
nos proposicionales q u e . . . ” es desconcertante, pero, como cada
uno de ellos tiene un sentido, debería referirse a diversas propo­
siciones equivalentes entre sí; y si lo expresamos así, volvemos al
punto de partida: la distinción entre tipo y señal de nada ha
servido. Por otra parte, la semejanza física entre rayas especiales
no puede ser lo que “agrupa las señales en tipos”, en el sentido de
T ipo de Peirce; así como el hecho de agrupar conchillas o guija­
rros no implicaría tratarlos como señales.
Black considera que W ittgenstein usa “el signo proposicional”
para una clase de señales-signos proposicionales. Pero. .., ¿qué
agrega aquí ‘"'señal”?
Cuando un impresor calcula el número de palabras de una
página habla de marcas físicas y no importa si son realmente pa­
labras o no. Peirce llama a la señal en que está materializado un
T ipo “un Ejemplo del T ipo”. Pero, si cuento los ejemplos de
diversos Tipos que hay sobre una página, no cuento lo que cuenta
el impresor.
“Usted no puede hacer la misma raya dos veces”, podría tener

3 C. S. Peirce, Collected Papers, c. IV, 4.537, 4.538, 4.544.


sentido. "Usted no puede escribir la misma palabra dos veces”,
podría no tenerlo.
“¿Cómo puedo estar seguro de que veo la misma señal y no
una distinta? Quizá no lea el mismo ejemplar del libro aunque
así lo crea. Acaso alguien haya borrado esa palabra de dicha línea
y la haya vuelto a imprimir. Etcétera, etcétera.” Peirce podría haber
contestado: “Perfectamente, es probable que usted no pueda ha­
cerlo; y en esos casos, no importa.” Es decir que “señales” signi­
fica “señales en esta página” o “ ...e n este ejemplar de este
libro”, o algo así. N o se trata de un término para calificar una
especie de objeto físico, como “raya”. Ramsey y Black (y Peirce)
no se muestran claros sobre la gramática del asunto.
Si nadie dijera nunca algo, nunca se diría nada. Y cada vez
que uno escribe una palabra, escribe una palabra. Pero esto es
tan trivial como lo parece. No explica el significado de “Esto es
una palabra”.
Si yo dijese “Todos éstos son ejemplos de ‘palabra’ ”, el lector
creería probablemente que he querido decir: “Llamaremos a todo
eso palabras”. Pero desde luego esto no significa “Todos son se­
ñales del tipo ‘palabra’ ”, en el sentido de Peirce.
Necesitamos conocer la sintaxis del “signo". Y pensamos, quizás,
que entonces conoceríamos la sintaxis de signos, es decir lo que
deberían tener para ser signos.
¿No es la sintaxis de las palabras lo que determina la sintaxis
de "palabra”? A menos que el lector comprenda las palabras en
su sintaxis, no sabría qué es una palabra y no podría usar el voca­
blo “palabra”. Si decimos esto, no queremos significar —negamos—
que la sintaxis de “palabra” es dada (o determinada) por ejem­
plos del tipo “palabra”.
Black va a parar a esta conclusión porque cree que hay algo
que determina nuestra gramática .. .o que es así como debe inter­
pretarse el Tractatus. Esto va con lo que dice sobre ontología en
su estudio del “simbolismo adecuado”.

"La relación para nombrar”

Hablamos en un sentido distinto (1) de una proposición que


corresponde a la realidad (esto es Abbildung o ‘“proyección") y
(2) de un nombre que corresponde a lo que significa o a lo que
con él se designa.
Cuando el Tractatus dice, en 3.3: "sólo en la conexión de
una proposición un nombre tiene significado”, eso significa que,
sin la pintura o proyección en una proposición no habría ninguna
correspondencia. Una proposición puede describir un estado de
cosas en un lenguaje. Separada de un lenguaje no sería una pro­
posición. En Tractatus 5: “Una proposición es una función-verdad
de proposiciones elementales”. Así, la combinación de signos en
una proposición no es arbitraria,4 Estoy comprometido con los
signos que uso y con los modos como los combino.. . por la regla
general, la sintaxis del lenguaje. Por intermedio de esto, las mar­
cas y los sonidos se truecan en símbolos.
"Podría haber una correlación distinta (de signos y cosas).
Las alternativas son posibles en un lenguaje. Pero un caos de so­
nidos o rayas no sería una alternativa; llamarla así, no signifi­
caría nada.
"Pero la asignación de nombres es a rb itra ria ... las definicio­
nes son arbitraria.” ¿Qué la convierten en definición? Si le doy un
nombre a un color o una forma, debo haberlos distinguido como
distingo las expresiones de un lenguaje. Y dentro del lenguaje, mi
definición me compromete con ciertos caminos, no con otros. Lo
que establece la definición —la relación del nombre con lo que
representa— no es una relación externa.
Podríamos decir que las reglas de m ultiplicar son fijadas por
definición: en ciertas álgebras, esas reglas no significan nada. O
podríamos decir que 4 es el resultado de 2 X 2 por definición:
y eso no haría contingente la relación del resultado y la m ultipli­
cación. Las palabras están relacionadas con lo que dicen como
un resultado lo está con su cálculo.
El Tractatus apenas distingue entre nombrar y llamar algo
por su nombre. Y 3.3 indica que esto no es una advertencia. “N ur
im Zusammenhange des Satzes hat ein Ñame Bedeutung." 5 Asi,
podemos pensar que lo que significa la palabra “rojo” es expre­
sado por la sentencia "a es rojo”.
Alguien podría decir: “El nombre debe corresponder a al­
guna realidad. No puede describir algo si no hay nada que signi­
fique”. O supongamos que yo le diga al lector: "Llamo roja a
cada una de esas rosas porque cada una de ellas es roja. La palabra
que uso corresponde al color de la flor.” Pero lo que corresponde
es la sentencia. El Tractatus suponía que “rojo” determina cómo
i a uso.
■4 Ver 5,47: " . . . W o Zusam m engesetzheit ist, da ist A rg u m e n t urtd F unk-
tion, u n d wo diese sind, sin d bereits alie logischen K onstanten.” O 4.0141:
"Dass es eine allgem eine R egel g i b t . . . darin besteht eben die innere A h n lic h k e it
dieser scheinbar ganz verschiedenen G ebilde. U nd jen e R egel ist das Gasetz
der P ro je k tio n . . (“Donde hay composición, hay argumento y función y donde
e llís están, están ya todas las constantes lógicas. Hay una regla g e n e r a l...
Eso es lo que constituye la semejanza íntim a entre las cosas que parecen
estar construidas en formas totalm ente distintas. Y esa regla es la ley de
proyección”).
® “Sólo en el nexo de una proposición tiene significado un nom bre”.
Wittgenstein rechazó esto más tarde. Confunde el dar una
muestra con usar una muestra. Yo puedo dar una muestra —un
trozo de papel de color— para explicar qué entiendo por “berme­
llón”. O puedo usar la muestra en vez de la palabra y decirle al
lector “las flores de ese cantero son de este color". Pero no puedo
usar la muestra para explicar de qué color es esta muestra.
La idea había sido que la muestra puede servir de "signo
primario”, un signo que se explica a sí mismo y no puede ser
mal interpretado. Otros signos pueden ser explicados por los
signos primarios; pero sin los primarios nunca sabríamos qué
decimos. W ittgenstein puso de manifiesto las confusiones existen­
tes en todo esto. Pero ello reveló que la distinción que existe entre
lo que significa un nombre y lo que se designa con él no siempre
es simple o fácil.
Black sabe que el significado y el portador de un nombre son
distintos. Pero en sus observaciones sobre “las dificultades con
respecto a la relación de nombrar” parece creer que arbitrario
significa contingente y que esto significa empírico. En la pági­
na 116, dice: “Es sólo contingente que los elementos de (el signo
proposicional) F tengan los portadores ligados a ellos, ya que es
perfectamente concebible que F pueda haber tenido un sentido
d i s t i n t o He puesto la última cláusula en bastardilla, porque ello
no muestra que: “F dice (de tal y cual manera) ” sea una propo­
sición empírica.
Si los .significados de los nombres están fijados arbitraria­
mente, esto no significa que el sentido de una sentencia lo esté.
Lo que fija el significado de un nombre es una regla. Pero si
alguien dice.“una regla arbitraria es una proposición contingente’’,
confunde una regla con una generalización.

La identidad

¿Qué muestra que un nombre significa ahora lo que significó


otra vez? ¿Qué muestra que este enunciado hable de lo mismo
que aquél?
4.243: “¿Podemos comprender dos nombres sin comprender
si significan la misma cosa o dos cosas distintas? ¿Podemos com­
prender una proposición en que aparecen dos nombres sin saber
si su significado es el mismo o distinto?.
5.53: “Lo que se quiere significar es lo mismo que yo expreso
usando el mismo signo y no usando un signo para la identidad
(und nicht mit H ilfe eines Gleichheitszeichens) (y no con ayuda de
un signo de igualdad) ”.
Wittgenstein no pregunta “¿Qué indica que éste es el mismo
si^no?”, ni esto se puede preguntar. Pero Black parece creer que
Tractatus trata de responder a ello. Ve que, en 5.53-5.534, W itt­
genstein quiere “mostrar que las identidades no son funciones-
verdad de proposiciones elementales, como lo son las proposicio­
nes auténticas”. (Companion, p. 290), pero luego dice: “La idea
básica es mostrar identidad de objetos, sea identificados por sus
nombres o incluidos en los rangos de variables dadas por medio
de semejanzas físicas en los signos de esos nombres y esas varia­
bles”. Yo soy quien ha puesto esa frase en bastardilla.
Lo que quiere señalar W ittgenstein es que la identidad no
es una función, no es una tautología y tampoco un principio
lógico; asimismo, que no hay "un concepto general de identidad
lógica” (comparar, por ejemplo, con la Introducción de Tarski,
p. 61).
Wittgenstein podría llamar a las leves de la lógica —el modus
ponens, digamos, o la doble negación— proposiciones sobre pro­
posiciones. El Tractatus pone de manifiesto esta relación de las
tautologías con proposiciones auténticas escribiendo ambas romo
funciones de verdad. Pero x — y. o v — x. no es una función de
verdad. Éste es el punto principal. Los detalles de la definición
de Principia Mnthematica —a x e y se les llama idénticos cuando
toda función predicativa satisfecha por "x" es satisfecha también
por “y”— son menos importantes.
Los Principia Mathematica distinguieron el“= ” de la de­
finición del en x — y, pero supusieron que aquí íen
* = yl sucede lo mismo que con el si^no de icrualdad en las
matemáticas. Wittgenstein llamó a esto una confusión.
Para llegar a los números cardinales. Principia Mathematica
trata de Clases de Unidad v de Pares Cardinales; v lo mismo (ver­
bigracia. * 51.232) de “la clase cuyos únicos miembros son x e y”.
Para exnresar esto: si cualquier tercer término, z, se supone que
pertenece a la clase dada, entonces z — x.v.z — y; v PM trata
e^ta fórmula como una función Poco desrvués, dice “la clase de
todos los nares de la formn t‘v u ¡’v (en que x y) es el nú­
mero cardinal 2”, donde el signo entre paréntesis no expresa la
desigualdad matemática. Los pares, aparentemente, son entidades
correlacionadas en la forma x — a .y — b .v .x . = c.y — d . v . . .
etcétera. Aquí el signo de identidad sería usado para expresar una
correlación lógica, pero no una igualdad matemática.
Para "sólo x e y tienen una propiedad dada”, el Tractatus
da una notación en 5.5321:
( 3 x ,y ). $x. 4>y: ~ ( 3 y ,z) ■$ x. <f>y. <f>z.
El Tractatus no introduce los números en esta forma. Pera
indica que lo que quieren expresar los Principia Mathematica pue­
de escribirse sin el ambiguo z = x . v . z = y. Aquí parece estar
usando el simbolismo de PM. Pero las variables aparentes son
signos distintos de los que escribe en la misma forma Principia
Mathematica-, porque ahí las variables aparentes parecen tener la
generalidad de un concepto. La crítica de la identidad es tam­
bién una crítica del uso de los cuantificadores por los Principia
Mathematica ...q u e el Tractatus acaba de analizar.
Parecería que los Principia Mathematica explican qué deci­
mos sobre x e y cuando los llamamos idénticos. Así como parece
decir de las cosas que forman un par que están en esta (¿cuál?)
relación entre sí. Quizá Russell pensara que, a menos que tratase
a x — y como una función, no podría escribir las proposiciones
de la aritmética en notación lógica.
Ramsey pareció aceptar la crítica de la definición de identi­
dad de Russell. Pero quería conservar x = y como función: así,
parece a primera vista como si hubiese conservado la substancia
de la teoría de Russell. “x — y es una función en extensión de dos
variables. Su valor es una tautología cuando x e y tienen el
mismo valor y una contradicción cuando x ,y , tienen valores dis­
tintos .” 6 Pero no hay funciones en el sentido de Russell o de
Frege; así, cuando Ramsey habí 3 de “una variable aparente é ,'\
por ejemplo, no sabemos qué dice. Lo que compartía con Russell
era una confusión en la aplicación de las matemáticas y la refe­
rencia a las codas.
Dijo (p. 49) que
La convención de W ittgenstein (con respecto a la iden tid ad ) .. . nos
coloca en u n a posición sin esperanzas en c u a n to concierne a las clases,
p o r q u e ... no podem os seguir usando x = v com o u n a función proposi-
cional al d e fin ir las clases. P o r eso, las únicas clases con las q u e podem os
habérnoslas ah o ra son las definidas p o r las funciones p re d ic a tiv a s .. . L as
m atem áticas, entonces, se vuelven irrem ediables, p o rq u e n o podem os estar
seguros de q u e haya alguna clase definida p o r u n a función predicativa
cuyo n úm ero es dos; p o rq u e todas las cosas pued en descom ponerse en
tria d as q u e concuerdan en todos los sentidos, en cuyo caso no h a b ría
en n u e stro sistem a clases de u n id a d y clases de dos m iem bros.

Aparentemente, Ramsey rechaza las formulaciones del Trac­


tatus 5.321 basándose en que una proposición semejante podría
ser falsa; no podemos estar seguros de que los hechos la justifi­
carían: “todas las cosas pueden descomponerse en tríadas”. Y la
ventaja de las funciones en extensión (de Ramsey) sería que la
correlación aquí es arbitraria; la afirmación de esas funciones no
depende de si los individuos concuerdan a discrepan en cuanto
a sus propiedades.
# F. P . Ram sey, T h e fo u n d a tio n s o f m athem atics, p. 53.
W ittgenstein diría entonces, como dijo después: “La apli­
cación de las matemáticas en nuestro lenguaje no dice qué es
verdadero y qué es falso, sino qué es sentido y qué es sin sentido”.

La aritmética

Ramsey y Russell querían expresar la aritmética —las mate­


máticas— en términos lógicos; en términos de relaciones entre
funciones. El Tractatus sostiene que las proposiciones de las mate­
máticas son ecuaciones y que éstas muestran la lógica del mundo
como lo hacen las tautologías: pero no son tautologías. (“La ló­
gica del m undo” : aproximadamente, hablamos en la misma forma
de la necesidad y la imposibilidad aquí como en lógica.)
La notación de Russell para las expresiones numéricas no
indica su interconexión con operaciones tales como la suma y la
multiplicación. El Tractatus sostiene que comprendemos los nú­
meros cuando los vemos como rasgos de un sistema formal
o cálculo. “Die Zahlen treten mit dem Kalkül in die Logik ein”
(los números entran con el cálculo en la lógica).7 Una correlación
entre signos a ambos lados de una implicación no proporcionaría
esto; así como no brinda una concepción de una serie formal.
Supongamos que indicáramos que es la expresión de una iden­
tidad. ¿Qué hay de matemático en esto? ¿Cómo interviene en el
asunto la concepción de “y así sucesivamente”? ¿Cómo se expresa
una regla}”
Esto es una crítica de la concepción de Russell de la genera­
lidad de las matemáticas y la lógica.
Supongamos que afirmemos que el resultado de un cálculo
tiene validez universal. Esto es de la misma forma que si dijé­
ramos que el desarrollo de un decimal dado es periódico. Es lo
que expresó W ittgenstein en el Tractatus al hablar de “el término
general de una serie formal” o “la forma general del número".
Y, como lo observó más adelante, la “generalidad” de (I, x, x -)- I)
no puede expresarse con “ (x ). (I, x, x I) (Hablaba de la in­
ducción y de la idea de “tener validez para todos los números”.)
Nos sentiríamos dispuestos a decir que la forma general de.
la operación es la misma que el concepto general de una serie
fo rm al... salvo que no hay en realidad tal concepto; es una
forma. Y necesitamos mantener especialmente esta distinción cuan­
do hablamos de una generalidad. El signo para una operación es
7 P htlosophische B em erkungen, p. 129: “Esto concuerda con lo q u e pensé
en n a tiem p o a l decir: los núm eros e n tra n en la lógica con el sistem a de]
c álcu lo ”.
el signo general para un miembro de una serie formal. Tómese
el dado en 5.2522: ( a ,x ,0 ’x ). T al es también la forma general
de la aplidación sucesiva de una operación. Porque la forma
general de una operación es la forma general de su aplicación su­
cesiva. Pero induciría a engaño decir que esto indica “la clase de
generalidad que tiene una operación” . Podríamos distinguir entre
operaciones más generales y más especiales, pero esto sería otra
cosa. No sería la generalidad de la forma (por oposición, diga­
mos, a la generalidad de un concepto).
“Los números son exponentes de operaciones”. No son pro­
piedades de agregados ni propiedades de las propiedades defini-
torias de agregados. Decir “las aplicaciones sucesivas de una ope­
ración forman agregado” carecería de sentido. Sería tratar las
"repeticiones de la operación” como sucesos físicos. Sería con­
fundir la forma, o la posibilidad, con mi ejecución de la operación.
Esto sería como una confusión de la cuenta en las matemáticas:
contar las raíces de una ecuación o los vértices interno y externo
de un pentagrama (ejemplos de Wittgenstein) y contar fuera de
las matemáticas: contar las jarras de un estante o los glóbulos
blancos de una muestra de sangre.
Podríamos querer decir: “El orden de la aplicación sucesiva
es un orden temporal; uno tras otro”. Esto está muy bien si recor­
damos que se trata de un orden de posibilidades: el orden exis­
tente en una construcción. “No podemos construir el polígono
antes del triángulo” (Simone Wreil) ,8 Esto no se refiere a los
tiempos de los sucesos reales.
Una razón para hablar de los números como exponentes de
una operación era mostrar que las expresiones de la aritmética
pertenecen a un sistema. De lo contrario, las ecuaciones serían
reglas arbitrarias de sustitución. No sabríamos a qué pertenecen:
esto es, no sabríamos qué hacer con ellas. Black parece desorien­
tado a este respecto cuando habla de “las aplicaciones de la arit­
mética al contar” (p. 314).
Se muestra más seriamente desorientado en lo que dice de
6.02. Ahí (p. 314), parece considerar que la aplicación sucesiva
de una operación (su frase “la autoaplicación de una operación Q.”
no está en el Tractatus y es engañosa) es algo así como la suma
lógica de una función de verdad a sí misma, p v p — p; de modo
que si la operación fuera "v”, O’O’O’a sería lo mismo que O’a
(ver 5.2521). Black puede haber sido llevado a esto por el hecho
de que, cuando Wittgenstein comienza sus definiciones o más bien
sus construcciones de los números, llega a la conclusión de que
8 L e fo n s de p hilosophie de Simone W eil, presentadas p o r A nne R aynaud,
P arís, 1959, p, 65.
el signo para la repetición de la misma operación será un expo-
nente escrito en primer lugar como una sucesión de I”. Pero
esto es el "_j_” de la suma aritmética. Y sean cuales fueren las difi­
cultades que eso pueda aportar aquí, no es la suma lógica.
p vp = p
1+ 1^1
Como el Tractatus usa “operación”, no tendría sentido hablar
de una suma lógica de operaciones. Y aunque en toda su sucesiva
aplicación la operación es la misma, esto no significa que la apli­
cación sucesiva no sea distinta de una aplicación aislada de la
misma.
Black concluye así: “Parecería que para toda m y n mayores
que cero necesitamos tener Q m’x = Q.n’x. ¿Se sigue de ello que
m z= n para todos los enteros positivos?”. P e r o ..., ¿qué significa
“= ” en la primera de esas frases? Si significa “es la misma ope­
ración que”, nada se sigue de ello sobre la igualdad aritmética.
Si es el signo de la igualdad numérica, no tengo idea de qué signi­
fica toda esa expresión. (Las palabras de Black ‘‘para toda m y n
mayores que cero necesitamos t e n e r ...” carecen de sentido en
este contexto.)
En 6.01, W ittgenstein había dicho que la forma general de
operación es “la forma de transición más general de una propo­
sición a otra”. El resultado de cualquier transición de esta forma
sería una proposición, no un número. La forma general de ope­
ración entra de un modo u otro a la serie formal en que son
generados los números, aparentemente. Pero la prim era idea es
que los números son exponentes de la aplicación sucesiva de una
operación. . . no que son generados por ella. La serie formal en
que son generados o construidos es una serie de operaciones arit­
méticas.
En 5.2523, el Tractatus dice: “Der Begriff der succesiven An-
wendung der Operation ist aquivalent mit dem Begriff [und so
weiter ] ” .9 La forma general de operación no es, en sí misma, una
operación de una serie formal. Es lo que hace posible el desarro­
llo de una serie formal. Y es lo que hace posibles las construcciones
matemáticas. De modo que en aritmética podemos calcular y no
nos preguntamos si el mismo cálculo dará siempre el mismo resul­
tado. Podemos ver que es así como se produce: asi como con un
decimal periódico, cuando vemos que el residuo es el mismo que
el dividendo, podemos ver que se produce asi.
En el Tractatus, el número es un concepto formal o una
forma. No aprendemos el significado de una forma como apren-
® “El concepto de las aplicaciones sucesivas de u n a operación es eq u iv a­
lente al concepto y así sucesivam enie” .
demos el significado de un nombre o una frase; y yo no podría
explicarle al lecior una forma como podría explicarle un con­
cepto general. La “forma” y la "construcción” van de la mano;
y el lector puede comprender una construcción que se realiza; así
como puede comprender una frase sin tener a nadie que le diga
qué es. Pero no podríamos definir una forma proposicional sin
que fuera circular (la expresión para decir “forma general de
proposición” contiene “proposición elemental”) . Tampoco pode­
mos definir números, en ese sentido. Digo “en ese sentido” porque
las construcciones de W ittgenstein en 6.02 son definiciones en un
sentido distinto.
Cuando nos dan una serie formal podemos “ver que debe
producirse así”. Esto es lo que subyace en las pruebas recursivas
y en las definiciones. W ittgenstein da una serie formal de defi­
niciones escribiendo las definiciones de 1, 2 y 3 y escribiendo
luego “ (y así sucesivamente) La serie se desarrolla con la repe­
tición de “-j- 1” y en esa forma muestra no sólo que todo número
después de 1 incluye el número que lo precede, sino también que
las reglas para la suma —las leyes asociadas y conmutativas, por
ejemplo— son válidas para todos los números naturales. Esto
significa que Wittgenstein supone la aritmética para definir el
número; pero esto no tiene por qué ser una objeción.
Wittgenstein admitió, más tarde, que necesitaba paréntesis si
quería que la sucesión de — (— 1 fuese una serie formal. Supon­
gamos / > / / » / / / > / / / / ' / / / / / > sin nada en los signos que sugiera
la operación con la cual pasamos de una de ellas a la otra. Esos
signos no serían términos en una serie formal. En la serie no
habría un término general o regla de la serie que determinara
su desarrollo. “Y así sucesivamente” no significaría nada. Pero si
escribimos 1-)- 1 -|—1 -j- 1 -)—1, esto carecería igualmente de forma.
A menos que tengamos los paréntesis ((((1 ) + 1 ) -f- 1) + 1) • • •
¿cómo sabremos a qué le agregamos el 1 siguiente?
Si W ittgenstein hubiese usado los paréntesis en 6.02, la co­
nexión con la repetición de una operación podría haber parecido
menos directa. Quizás hubiese pensado también que los 1 debían
escribirse sin diferencias a fin de mostrar que los paréntesis se
justifican. .. para señalar cómo la repetición de una operación
ayuda al uso de paréntesis. En 6.231, dice “Es una propiedad de
"1 -(- 1 -[- 1 -j- 1” el que ello pueda ser concebido como “ (1 -j- 1)
+ (1 + 1)”. Es como si la gramática de “ 4 - 1” fuese funda­
mental para todas las cifras de los números naturales. Y a veces,
cuando queremos mostrar que el mismo número figura a ambos
lados de la ecuación, podemos pensar que, para hacer completa
la demostración, debemos resolver cada cifra en una suma de va-
ríos. Esto está muy bien cuando se trata de números pequeños.
Si escribimos (1 -}- 1) -f- (I - f 1 -f- I) = (1 + I -f- 1) -(- (1 + 1)
y luego abandonamos los paréntesis, podemos ver que a ambos la­
dos se halla el mismo signo. Pero si hiciéramos esto para el
18 —|—17 = 17 -j- 18, la sustitución de 1 -)—1 -|— 1.. . n ° aclararía
nada. Tendríamos que contar los 1 después de haber sido elimi­
nados los paréntesis y confiar en nuestra ecuación primitiva. Esta
ecuación (18 — f- 17 = 17 —f- 18) es evidente, de todos modos. De
manera que, ¿por qué nos sentimos inclinados a sustituir los -(- 1?
¿Es una manera de mostrar la forma general de la suma? ¿De mos­
trar por qué las reglas de la adición son válidas para todos los
números naturales? Como si esa manera de escribir números mos­
trara cómo surge la aritmética de la forma general de operación.
En 1923, Skolem habló de la prueba recursiva de la ley aso­
ciativa para la suma, por ejemplo. ¿Supone algo así Wittgenstein
cuando escribe "así sucesivamente” en sus definiciones con 4- 1?
;Supone que la forma general de la operación lo proporciona?
Poco más tarde, diría que no lo supone. Pero acaso cuando escri­
bió el Tractatus no tenía ideas muy claras al respecto. Supongo
oue la forma general de operación (si queremos hablar de ella)
interviene cuando hemos dado la prueba recursiva para a -f- (b -)- 2),
a -f- (b -(- 3),. . . y vemos que esto es una serie de pruebas que
tienen una forma especial... válida para todos los números natu­
rales. Ésta no es la forma de la prueba recursiva; es lo que se
muestra en la prueba recursiva. Si hablamos aquí de sacar una
conclusión, sacamos la conclusión a partir del modelo esnecial:
la transición paradigma desde a -f- (b -)~ 1) = (a -|- b) -)- 1 a la
regla correspondiente para a -(- (b 4- 2), digamos. No basamos nada
en la forma del cálculo en s;eneral. Y cuando diie hace un mo­
mento que la forma general de operación “intervendría c u a n d o ..
esto no era correcto; no interviene para nada.
W itteenstein quería mostrar una conexión entre la aritmética
v la posibilidad del simbolismo. Lo que hace posible que un sim­
bolismo tenga sentido.
Wittgenstein quería contrarrestar la idea de que una opera­
ción podía provocar un galimatías de signos carentes de signifi­
cación. Más tarde, escribió sobre seudo-operaciones, las que pare­
cen operaciones matemáticas pero no lo son. Se trata de una se'udo-
operación si no podemos ver en los signos escritos la ley o la regla
de desarrollo que las determina; si el desarrollo de un decimal, por
ejemplo, no es determinado completamente por una regla de ope­
ración que conocemos desde el principio. (¿En qué sentido sería
esto un “desarrollo”?) Si fuera generalmente así, si no hubiese
diferencia alguna entre operación y seudo-operación, no podríamos
comprender ninguna operación. No comprenderíamos la instruc­
ción “elabore el cálculo”. El “así” en "y así sucesivamente” care­
cería de significación. Si es esto lo que significa “Hay una forma
general de operación”, no se sigue de ello que podamos pedir que
se escriba la forma general de operación. W ittgenstein abandonó
toda esa manera de hablar cuando (en 1929) dejó de referirse a
la forma general de proposición. Pero la distinción de operacio­
nes y funciones de verdad fue importante para estudiar la nota­
ción lógica de Russell para la aritmética. Fue, quizás, un paso
adelante para reconocer que las operaciones matemáticas y las
lógicas no pueden marchar juntas.
EL PEN SAM IEN TO DE W IT T G E N S T E IN SOBRE
LAS M A T E M A T IC A S

D. S. S h w a y d e r

La filosofía de W ittgenstein es kantiana del principio al fin.


Tampoco cambia jamás en otros sentidos. W ittgenstein siempre
escribió en ese estilo enloquecedoramente personal, desnudo, tea­
tralmente epigramático, centelleante como un poderoso estrobos­
copio, desconcertando a la inteligencia con un brillo que alternaba
con la oscuridad y causa a menudo algo totalmente borroso. El
prólogo de Philosophische Bemerkungen es una expresión intensa
de su insistente opinión de que lo importante en el m undo del
espíritu debe ser claro y simple (ver también Tractatus, 5.4541)
y su tragedia fue que sabía que, en su vida, todo era menos claro
y simple de lo que esperaba. El espíritu progresista de la llamada
ciencia empírica y los programas metodológicos de su filosofía fue-
ton siempre ajenos a su temperamento (ver Tractatus, 6.372). Daba
preferencia al “otro m undo” trascendental de la metafísica, la lógi­
ca y las matemáticas sobre las inexplicables contingencias sin valor
de la ciencia y del sentido común (ver Tractatus, 6.13, 6.421,
6.4312). La única clase de explicación que no se detendría de
pronto prematuramente mientras duraba, sin embargo, la impre­
sión de explicarlo todo, revelaría las más profundas características
constantes de nuestras maneras de pensar sobre el mundo y W itt­
genstein nunca dominó el impulso kantiano de demostrar las cate­
gorías fundamentales del pensamiento y la experiencia. Pero esos
experimentos sólo podían ser realizados en el propio espíritu. Así,
en su obra de los últimos tiempos, cuando había abandonado el
ideal de un lenguaje unificado, dejó solamente a la filosofía la ta­
rea de describir lo '“abigarrado” del pensamiento humano.
Esta concepción del pensamiento de W ittgenstein coloca en
perspectiva sus nuevas visitas a la filosofía de las matemáticas; con­
servó su interés por ella por lo menos hasta 1944, en el Tractatus,
en Philosophische Bemerkungen, y en los escritos compilados bajo
el título de Observaciones sobre el fundamento de las matemáticas
(a las cuales, para mayor facilidad de referencia, llamaré desde
ahora, respectivamente, T, B y R ) . Como es sabido, Wittgenstein
vino a Cambridge a estudiar los fundamentos de las matemáticas
con Russell, y los escritos de Frege y Russell sobre la relación
existente entre las matemáticas y el uso del lenguaje fueron la pri­
mera y principal influencia persistente sobre su pensamiento, y lo
impresionan también más tarde las conversaciones con Brower y
Ramsey y los escritos de Hilbert y Goedel. Los resultados de W itt­
genstein en la filosofía de las matemáticas fueron siempre poco
concluyentes, poco adecuados a los problemas, técnicamente terri­
bles y a veces hasta ridículos, en R así como en T —según las pala­
bras de Kreisel—, “ un producto sorprendentemente insignifican­
te de un cerebro centelleante”.1 En una posterior recensión a Los
libros azul y marrón, Kreisel se queja de que Wittgenstein, cosa
característica, no logró, al examinar las matemáticas o casi todo,
ir más allá de hurgar, y llegar a un análisis más satisfactorio, com­
pleto, de los problemas teóricos.2 Pero hay, sin embargo, algo de
fascinante en todo eso, por razones reveladas acaso por su limitada
pertinencia con respecto a la lógica y a las partes más concretas de
las matemáticas clásicas, la geometría, la mecánica y la aritmética.
Argüiré nue, según Wittarenstein, al matematizar con éxito descu­
bre y confirma las conexiones conceptuales obtenidas con nuestras
formas cotidianas v científicas de pensar v hablar. Las matemá­
ticas, con la metafísica, son, según esto, la investigación conceptual
de las conexiones necesarias. A pesar de sus declaraciones ocasio­
nales en sentido contrario, W ittgenstein debió de considerar a las
matemáticas y la metafísica primos platónicos, métodos para des­
entumecer el cerebro (ver R: 17). Creía en la geometría y la me­
cánica porque en ellas la relación de las matemáticas con nuestras
maneras usuales de pensar es inmediatamente visible. Consideraba
que la axiomática y el uso de otras maquinarias metodológicas
pesadas son perniciosos. Las matemáticas puras y la metafísica
especulativa, por igual, pueden verse anegadas en imágenes y en
sus propias abstracciones sin sentido, y en ninguna parte, pensaba,

1 G. Kreisel, “R ecensión d e H " en el B ritish Journal of th e P hilosophy


o f Science, 1958, p p . 135-58. A p a rtir de a q u í “K reisel” (1) .
2 “T e o ría y práctica de la filosofía de W ittg en ste in ”, BJPS, 1960, pp.
238 52, esp. p p 239 y ss. E n co n tré ese a rtícu lo desde a q u í '‘K reisel” (2) , c u a n ­
do ya h a b ía escrito lo substancial de este ensayo, a h í conseguí u n a guía p a ra
los "C om entarios a las O bservacio-us sobre los fu n d a m e n to s de las m a tem á ­
ticas de L udw ig W ittg en ste in ” de P . B ernays (R a tio , 1959, p p . 1-22), q u e se
acerca a m is p u n to s de vista sobre la filosofía de las m atem áticas de W ittg en s­
tein m ás q u e cu alq u ier o tra cosa q u e yo h aya leído.
es más evidente esto que en el desarrollo de la teoría de los con­
juntos desde los tiempos de Cantor.
En este artículo, quiero presentar la filosofía de las matemá­
ticas de Wittgenstein, tal como la he leído,con la intención pri­
maria de establecer indirectamente el hecho de un saldo conside­
rable que pasa de T a R , una continuidad que también creo típica
de toda su filosofía. Sostengo que W ittgenstein consideró siempre
a las matemáticas un método o un acopio de métodos que se pro­
pone demostrar conexiones conceptuales latentes o impuestas a
nuestro uso ordinario y científico del lenguaje. Lo que les da a las
matemáticas su significación y justifica sus necesidades civiles, co­
tidianas, son los roles no matemáticos, de los conceptos investiga­
dos. Wittgenstein, lo cual nada tiene de sorprendente, puso énfa­
sis en el cálculo y en lo que Hilbert-Cohn-Vossen llamaron
“Matemáticas intuitivas”, en esa clase de pensamiento no siste­
mático bien ilustrado por experimentos del pensamiento condu­
cidos típicamente fuera de la teoría matemática por métodos que,
son~en realidad, de demostración y no de derivación lógica. W ittgen­
stein, como cabía esperarlo igualmente, desaprueba las teorías muy
estructuradas, pero estructuradas de una manera artificial, de las
“matemáticas puras”, que se dirigen más que nada hacia otras
partes de la propia matemática.
T rataré de descomponer la posición de Wittgenstein en m u­
chos "temas” conectados, que desarrollaré y elaboraré con observa­
ciones y referencias a T, B y R. Mi argumento indirecto para la
conclusión indicada son precisamente las referencias que, con
todo, han sido reunidas bastante al azar y están destinadas a ser
sólo ilustrativas y son por cierto incompletas. A veces, la cita de
una referencia constituirá también una interpretación implícita.3
Mi propósito accesorio es ofrecer una alternativa a la bien
conocida interpretación de R por el señor Dummétt, que con todo,
suscita una amplia incredulidad.4 Convengo, con Dummett, en
que las matemáticas no pueden tolerar ningún supuesto privilegio
de estipular cuándo una afirmación se justifica, pero esto no im­
plica criticar a Wittgenstein. Mis colegas Chihara y Stroud tienen
3 Me lim ito en g ran p a rte a los tres libros m encionados. Al red actar
este estudio, yo no ten ía las N otas sobre m atem áticas, q u e circularon am p lia ­
m en te en la década 1950-60, a u n q u e m e alegró h a lla r ú tiles citas de ellas
e n m i tesis sobre T m C reo q u e esas notas h a n sido desalojadas p o r R . Asim ism o,
p o r n o e star disponibles, no hice u n uso sistem ático d e las N otas sobre lógica,
d e los Cuadernos de M oore y los diarios de W ittgenstein. E n cu an to concierne
a las Investigaciones filosóficas, he confiado en la im presión general q u e me
h á quedado, co n firm ad a ocasionalm ente p o r las notas sobre m i tesis. Las
Referencias a B y R se d a rá n sim plem ente con esas iniciales, seguidas p o r los
núm eros de páginas.
* “W ittg en stein ’s Philosophy of M athem atics”, P hil. R e v t, 1959, p p . 324-48.
razón al censurar a Dummett por hacer aparecer a Wittgenstein
como un convencionalista en ese tonto sentido.5 Ven que W itt­
genstein se propuso hacer inteligible la compulsión lógica y no
formular pretensiones para algún juego muy carnapiano, de rela­
tividad en el lenguaje. Kreisel hizo notar que la incredulidad de
Wittgenstein en cuanto a los objetos matemáticos no constituye
una incredulidad en la objetividad matemática ([1], p. 138, n? 1).
Chihara llega a sugerir que “el punto de vista constructivo" sobre
las matemáticas de Wittgenstein está en concordancia con el “pun­
to de vista realista” (ob. cit., p. 34) y si me viera forzado a elegir,
yo llamaría más bien a W ittgenstein “platónico” y no ‘‘convencio­
nalista”. Mi tema principal, más adelante, será que Wittgenstein
sostuvo que las matemáticas han derivado del uso cotidiano del len­
guaje y (como lo señala Chihara, ob. cit., p. 26, n? 17) concordó
con Frege en que esa aplicación cotidiana es la que da su signi­
ficado a las matemáticas. Las matemáticas ponen de manifiesto
las propiedades de las nociones familiares. Yo comprendería que
alguien calificara a la filosofía de las matemáticas de Wittgenstein
de “platonismo trascendental” o (si se quiere), de “conceptualis­
mo”. va que Wittgenstein pensaba que las matemáticas, en su as­
pecto más característico, son la investigación conceptual de (otros)
“juegos de lenguaje”. Algo así es su alternativa con respecto a las
demás “filosofías” usuales. El formalismo despoja erróneamente
los conceptos matemáticos de su papel cotidiano, pero tiene razón
al reconocer que “las matemáticas deben valerse por sí mismas"
(T: 5.473; R: fi7 dos veces); el "psicologismo” v el “empirismo”
conservan el significado pleno a costa de sustituir las necesidades
de las matemáticas por el trasfondo contingente del pensamiento:
v el platonismo sólo rescata la necesidad entregándose al peor gé
ñero de teología y alquimia. Pero el "platonismo trascendental”
y el “conceptualismo” se equivocan también, porque Wittgenstein
en todo momento mantuvo con firmeza su opinión de que el
género de matemáticas que importa, no es un cuerpo de doctrina
o una teoría, sino más bien un testimonio de los esfuerzos hechos
con éxito por el hombre para volver explícito lo que es esencial
en nuestras formas de pensamiento. Las matemáticas constituyen
un tipo difícil de conocimiento “no observacional” reflexivo, intui­
tivo. Los mandatos convencionales sólo son —y no son más— una
parte de esto, así como la autointerpretación forma parte de nues­
tro conocimiento de nuestras propias intenciones,
Al presentar y argüir esta interpretación, me limitaré más que
® V er C. C h ih ara, ‘‘M athem atical Discovery a n d C oncept F o rm a tio n ", P hil.
R ev., 1963, p p . 17-34; B. Stroud, ‘‘W ittg en stein a n d Logical Necessity”, P hil. R eo ^
1965, p p . 504-18
nada a lo que Kreisel distinguió como interrogantes en la "filoso­
fía general” en contraste con los interrogantes en la “filosofía de
las matemáticas", a saber, las concernientes a la relación de las
matemáticas con la “vida” en contraste con las planteadas por
investigaciones matemáticas específicas, para las cuales mi incom­
petencia es enorme. Mi plan concuerda con la resistencia de
Wittgenstein a negarlo todo y con su declarado deseo de dejar
los resultados matemáticos tales como son (R: 104, 157, 174; ver
también Dummett, ob. cit., p. 325), y no con sus conclusiones
sobre la naturaleza de las matemáticas, que según lo he sugerido
ya, indican una semejanza con la metafísica. A pesar de todo, el
temprano uso de las tablas de verdad por Wittgenstein fue un
aporte pequeño pero históricamente importante para la propia
lógica matemática y por cierto pareció W ittgenstein a menudo
negar cosas. Acato gustosamente la autoridad de los matemáticos
que dicen que Wittgenstein no captaba la significación matemática
de los resultados que interpretaba y que sus observaciones espe­
cíficas son útiles solamente para quienes, en su inocencia mate­
mática, son capaces de incurrir en terribles malentendidos. Mi
opinión es que la parte útil de lo que tiene que decir Wittgenstein
sobre las proposiciones verdaderas pero que no se pueden probar
de R (p. 50 y ss.) ha sido mejor expresada después por otros, y por
cierto que él no muestra mucha sensibilidad ante las sutilezas de
las interrogantes matemáticas en juego. Con todo, diré algo sobre
las opiniones de Wittgenstein con respecto a números reales y la
consistencia.
El grueso de lo que sigue será una revisión de temas que re­
aparecen en la filosofía de las matemáticas de Wittgenstein. Co­
mienzo con algunas observaciones históricas generales y termino
con una valuación de mera fórmula v con una tentativa de darle
un carácter verosímil a las ideas de Wittgenstein.

Algunos antecedentes

Quizás el rasgo más distintivo y revolucionario de los progra­


mas logísticos de Frege y Russell para las matemáticas puras haya
sido la finalidad declarada de hacer anclar a las matemáticas en
el lecho del pensamiento y el lenguaje no matemáticos. La lógica
y las matemáticas son, según este punto de vista, responsables ante
las familiares actividades de inferir, contar, medir y en última
instancia son teorías de las proposiciones que formulan hechos
cotidianos. Ambos pensadores consideraron necesario establecer
cierto número de teorías originales y aun de influencia acerca del
lenguaje, con las cuales garantizar sus teorías lógicas. Frege sub­
rayó más que nada la distinción entre la pretendida Bedeutungen
de los nombres propios y nombres de f unción (así llamados). De
sus otras distinciones claves, el distingo entre Sinn y Bedeutung
era esencial, pero sólo ocasionalmente visible en el sistema del
Grundgesetze, y la existente entre “contenido” y “juicio”, aunque
muy visible, no fue elaborada suficientemente. Russell, con mayor
despreocupación y menor coherencia, se propuso erigir toda la
estructura de la lógica y las matemáticas sobre el llamado Princi­
pio del Círculo Vicioso, que, antes que nada, era un principio
sobre el lenguaje en sus apariencias “vulgares”, no matemáticas.
Wittgenstein encontró mucho de provocativo para él en esas
teorías del lenguaje, tomadas simplemente en sí mismas. Lo que
es más importante para nuestros fines, pensó que todo el programa
lógico se basaba en una concepción errónea sobre la relación exis­
tente entre las matemáticas y el lenguaje. Esa concepción errónea
involucraba la suposición de que las matemáticas con la lógica
podían ser dispuestas como una teoría autónoma elegible para la
remodelación sistemática como disciplina deductiva. Los sistemas
del Grundgesetze y PM le parecían a Wittgenstein inmensos mo­
numentos a ese error, contra el cual polemizó largamente a través
de las páginas de T. Entre los síntomas más dramáticos de que
había algo de erróneo estaban la contradicción y la incoherencia
fundamental de la teoría de los tipos como teoría del lenguaje
(vér especiálmenté el tomo II de PM., declaración preliminar) y
lá aparición' entre los fundamentos de las proposiciones mal com­
prendidas y las proposiciones aparentemente contingentes. W itt­
genstein explotó todas estas dificultades a fondo, junto con puntos
dé doctrina positivos tomados en préstamo tales como la creencia
afirmada por Russell de qué la teoría de los tipos' es una teoría
del simbolismo y el argumento de Frege de que no podemos for­
mular la distinción decisiva entre la función y el objeto. Pero la
dificultad principal, fue simplemente que ni Frege ni Russell po­
dían decir con precisión cuál era, a su entender, la relación esen­
cial entre las matemáticas y el lenguaje. El método logístico frus­
traba la tentativa logística. Ambos se vieron empujados finalmente
a la idea de que las leyes de la lógica eran proposiciones muy
generales, quizás sobre el m undo en general (Russell), quizás
sobre lo que debemos considerar verdadero (Frege), o, (misterio­
samente) , sobre un dominio de las cosas preferible para los mo­
radores de las matemáticas tradicionales sólo por el hecho de ser
más evidentemente fáctica. Durante algún tiempo, Wittgenstein
se mostró de acuerdo con la tesis de que las proposiciones lógicas
son muy generales, pero más tarde, partiendo de la manera como
Frege explicó y justificó sus axiomas, argüyó que las verdades de
¡a lógica no son proposiciones universales sobre el lenguaje o sobre
cualquier cosa, sino más bien reflexiones de cómo usamos el len­
guaje. La prueba, en esta concepción, se convierte en una “demos­
tración” en el sentido original de la palabra —mostramos cómo son
las cosas en nuestro lenguaje— y no el derivado lógico de las pro­
posiciones. Como es notorio, la doctrina resultante era excesiva­
mente rígida en su exagerada exigencia de que la demostración, en
el sentido de “mostrar cómo es eso”, es el único recurso disponi­
ble para el que quiera comprender mejor las bases del pensamien­
to y la naturaleza de la necesidad.
Esta teoría de las matemáticas perduró casi intacta hasta el
período “medio”, “verificacionista”, de Wittgenstein, del cual B
es hasta ahora el principal de los testimonios publicados. Se con­
servan la posición extrema sobre el “mostrar” y hasta los detalles.
Hubo varios agregados y cambios interesantes. En la filosofía
general, W ittgenstein mostraba un interés creciente por los pro­
blemas del escepticismo y de lo privado. El artículo 1929 sobre la
forma lógica testimoniaba una modificación significativa de de­
talle, aunque no en principio, en la idea de T de que el lenguaje
es una estructura unificada con una lógica unificada que podía
ser captada de golpe. Sus supuestas conversaciones con Brower
acaso hayan confirmado sus tendencias al “intuicionismo” en las
matemáticas y lo hayan alentado a pedirnos que consideremos
cómo se pueden verificar declaraciones sobre (por ejemplo) los
números reales, donde sólo eran procedimientos aceptables, gene­
ralmente, la aritmética y los métodos recursivos. (Ver B: 174 ss.)
En B, W ittgenstein reveló un interés mucho mayor que el que se
advierte en T por las ideas reales de las matemáticas modernas,
sobre todo las concepciones modernas de los números infinitos y
reales y en la teología del Mengenlehre (teoría de los grupos).
Hace una aplicación constante pero novedosa de la idea de “las
reglas para continuar”, prefiguradas sólo vagamente en la apela­
ción del Tractatus a las operaciones. En el segundo Anhang (apén­
dice) , que es un testimonio de las conversaciones con Schiick y
Waismann, W ittgenstein dirigió sus armas arguméntales contra
la filosofía de H ilbert y la doctrina emergente de las metama-
temáticas, polemizando en forma estridente contra la filosofía que
refuerza la cuestión mediante la consistencia y contra la presunta
importancia del teorema de la “incompletitud” de Goedel.
Esos intereses y tendencias críticas perduran en los escritos
reunidos en R en que (arguyo) la doctrina tractariana de W itt­
genstein sobreviven también, algo atenuada por su naciente admi­
sión de las variedades del lenguaje y el consiguiente énfasis sobre
‘ lo abigarrado de las matemáticas”. El cambio principal, me pa­
rece, es que finalmente W ittgenstein atenuó su rígida insistencia
en que las necesidades no pueden depender, en modo alguno, de
las meras contingencias de la situación humana. Wittgenstein
logró, finalmente, encontrar algo semejante a un fundamente
para las matemáticas en la historia natural del hombre.

Tema Z:« PODEMOS EMPEZAR PO R OBSERVAR QUE


W ITTG EN STEIN TOM Ó COMO EJEM PLO PRIM ORDIAL DE
LA TE O R ÍA DE LA INFERENCIA DE LAS MATEMATICAS
VIVAS AUTÉNTICAS [evidente en T , B y R , por igual, pero
nótese que se tornó gradualmente menos consentidor en lógica y
más inexorable en sus críticas de las pretensiones de ésta],
A L CALCULO
Kreisel observó que a Wittgenstein le preocupaba la descuidada
cuestión de los cómputos elementales. (Ver también: Bernays, ob.
cit., p. 11) .) En T , llamó cálculo su método para llegar a las
tautologías, asimilando así la teoría de la inferencia y la verdad
lógica a la aritmética (T : 6.1203, 6.126). Pensaba que las mate­
máticas no eran otra cosa que el método de sustituir por ecuacio­
nes, calificado también de cálculo [T : 6.2331, 6.24],
Se puede suponer que tenía en vista algo así como la trigono­
metría. (B : 177, 180 s.).
(La teoría, tal como se la presenta, es probablemente in­
coherente, aunque sólo sea porque las ecuaciones en cuestión
no involucrarían símbolos matemáticos sino más bien nom­
bres comunes.)
Su único ejemplo contiene números (6.231, 6.241) y su teoría
de los números puede considerarse generosamente como equiva­
lente al esquema de Peano para introducir operaciones aritmé­
ticas.
El énfasis sobre el cáculo y sobre los sistemas de números continúa
en B (en toda su extensión).
Es significativo que Wittgenstein parece adherir aún a la
teoría del T (132 s., 142 s.).
y R (por ejemplo, 88 s.), donde observa la conexión con el contar.
(5 s., 28). Es evidente, asimismo, que su axioma de que el proceso
y el resultado son equivalentes es ahora más plausible que para
el cálculo.

6 E m p learé esta form a:


P L A N T E O MAYOR DEL T EM A
Desarrollo
Discusión (Referencias)
(M ás discusión)
Los peldaños, a veces, serán salteados.
A LA GEOM ETRÍA,
que él asemeja al cálculo ( T : 2.0131, 3.032, 6.35; B: 152, 216 s.;
R : 16 ss., 77);
A LA TO POLO GÍA (R : 174 s.; ver también el ejemplo de desatar
un nudo, B : 184).
A LA CINEMÁTICA,
A Wittgenstein, lo fascinaban los engranajes y mecanismos simples.
Éstos figuran entre sus ejemplos favoritos de pruebas con diagra­
mas, donde la pintura define las conexiones y trasmite la sensación
de rigidez y compulsión (R: 35-9, 119 s., 127 s.), y también exce­
lentes ejemplos, de la forma en que puede interpretarse un movi­
miento real como “demostración de lo que es esencial” (R: 25 s.,
139, 195 s.);
Y, POR DERIVACIÓN, A LA MEDICIÓN,
Tanto en B como en R , Wittgenstein apela a menudo a la medi­
ción para ilustrar las relaciones internas entre los conceptos y la
imposición de “controles” (por ejemplo, R : 27 s., 159 s., 173 s.,
194);
A LA MECANICA,
Especialmente en el T [4.041, 6.321-6.3611, 6.3751]. También
hay unos pocos ejemplos sueltos en B, sobre todo en el primer
Anhang y en R [por ejemplo, 136 s.].
Y, FINALM ENTE, EN ESCRITOS POSTERIORES, EL T IP O DE
DEMOSTRACIÓN O G E D AN K EN EXPERIM EN T CON QUE
LOS FÍSICOS NOS HACEN CAPTAR LOS PRINCIPIOS DE LA
FISICA. (Ver las referencias mencionadas más arriba bajo el rótulo
de “cinemática", donde se usa como prueba un diagrama o un
mecanismo que funciona realmente.)
W ITTG EN STEIN DESDEÑA VISIBLEMENTE LAS DEMOS­
TRACIONES CLÁSICAS EN EL ANÁLISIS QUE NO PUEDEN
LOGRARSE CON LA SIMPLE EXHIBICIÓN DE UNA FIGURA
O HACIENDO UN CÁLCULO FORMAL. (Ver Bernays, ob. cit.,
p. 2.)

Tema 2. LA LÓGICA Y LAS MATEMÁTICAS SON MÉTODOS


PARA LA DEMOSTRACIÓN “TRASCENDENTAL” DE LAS
PROPIEDADES LÓGICAS, ESENCIALES DE NUESTRAS MA­
NERAS “VULGARES” (NO MATEMÁTICAS) DE PENSAR Y
HABLAR SOBRE EL MUNDO.
(Para la clase de cosas que él tuvo al principio en vista, véase
T: 6.12, 6.121; B: 142 s. Usa “lógico” en todo el T en ese sen­
tido, equivalente efectivamente a “interno”, “formal”, “necesa-
rio” y “esencial”; todo lo cual, sobre todo “interno”, reaparece
a menudo en B y R . Usó el “transcendental” altamente kantiano
en T: 6.13. Para la interpretación de lo que significa, ver más
abajo.)
La misión de las matemáticas es demostrar qué tiene sentido decir,
mostrando cómo se aplica una regla; tendiendo vías en el len-
■ guaje [-R: 12, 77 s., 80];
poniendo conceptos usuales que tienen característicamente un uso
no matemático en las relaciones memorables [i?: 25 s.].
“Lo que le hace aceptar una prueba a la gente es que usa las
palabras como lenguaje” [i?; 44]; “Es esencial para las matemá­
ticas que sus signos sean usados también en el lenguaje com ente”,
[ií: 133]; “Los conceptos que se presentan en las proposiciones
“necesarias” deben presentarse también en las no necesarias”.
(R; 153). Esta idea de la aparición “vulgar” de los conceptos
matemáticos, que reaparece en R [también en 8, 41, 79], es
un eco del pensamiento tractariano de que la lógica y las mate­
máticas deben estar en “contacto” con la realidad por inter­
medio de su “aplicación” (T: 2.1512 1,5.557). Lo que hace
del juego una matemática, es la “aplicación” a las proposiciones
comunes (B : 131, 135, 143; R : 133); “La lógica obtiene todo
su sentido simplemente de su presunta aplicación a las propo­
siciones” (R: 118, 133), por ejemplo, mediante las sentencias
comunes que se presentan en las tautologías,
(Las tautologías, aunque carecen de sentido, no son sin
sentido, sino más bien proposiciones limitativas, degeneradas,
no esquemas [T : 4.4611, 4.466, 5.143, 6.111, 6.121; asi­
mismo R : 79])
y los nombres usuales que se presentan en las ecuaciones de
ías matemáticas ( T : 6.22, 6.23, 6.2341; B: 143);
(Pero el propio W ittgenstein observó más tarde que, como
no les dejaba sitio a los enunciados de identidad, esas ecua­
ciones no son siquiera proposiciones degeneradas [B : 142] .)
se ve en la insistencia de W ittgenstein que las ideas como las
de los números que son sometidas a la investigación matemá­
tica dependen de los conceptos [B: 123; R : 150],
(En el T los números estaban vinculados esencialmente
a las reglas por las cuales fueron generadas las proposiciones,
pero la idea no fue elaborada [T: 6.02, 6.03] .)
y es parte de lo que él solía tener en vista cuando hablaba
del “uso” (R : 3 s.). La concepción general del lenguaje es el
único primitivo matemático ( T : 5.472), el lenguaje en sí es
la realidad que está más allá (R: 6, 39, 80) y proporciona
la intuición necesaria de que dependen las matemáticas [ T :
5.4731, 6.233]. La forma en que son reflejadas demostrativa­
mente las propiedades lógicas del lenguaje es bien ilustrada
por el uso del análisis funcional de verdad por Wittgenstein,
tomado de Frege [ T’: 4.431 ] y que sugiere lo que se llegó a
llamar desde entonces ‘ semántica”.
La prueba así concebida sirve para revelar las propiedades “in­
ternas” esenciales y las relaciones de conceptos, verbigracia las
relaciones de consecuencia lógica o la dependencia de la medida
al contar. La empresa supone ciertamente convenciones y acaso
también otros hechos, pero hay hechos que capacitan nuestras
maneras corrientes, no matemáticas, de hablar,
La necesidad de convenciones y la dependencia de las mate­
máticas de las “formas de vida” es un tema insistente en R
Tpor eiemnlo, 94 y ss.l, pero fue anticipada va en T T3.342,
4.1121]. el empleo del “pensamiento” insinúa ampliamente
aue la lógica supone hechos psícniiros.
de lo cual las matemáticas son un derivado: las matemáticas snn
"Postuladas” con el lenguaje y no a la inversa. [T : 6:1233;, R :
43 s,, 159]. ‘
Aquí fue donde se apartó Wittgenstein de Frege v ’Rusjell.
Aunque estaba de acuerdo con ellos al insistir en el hecho, de
una relación entre las matemáticas y el lenguaje vulgar v en
la idea de nue la aplicación es lo míe les da a las matemátiras
su significado, pencaba que no habían loprado cantar e^a de­
pendencia con suficiente claridad o ronstancia (Ti: 137: • R :
4I.78K suponiendo qn° la lómVa norh'a prop^n-iona^es leves
de verdad al len^uaie (T: 5.132. .5.4733' ver Fres"1, flrundo-e-
setze v. I xvi: asimismo, en i>nn de sus últimos artículos "Der
Gedanhe”. traducido v reproducido en M ind. 1956. pp. 2R9-3P
eso. n. 289) d° dondp rWiVnn confusiones sobre la verdad y el
significado (T: 4.431. 6.111).
f'En realidad, la i'dtima v desordenada forma de hablar de
Wittgenstein sobre e l cambio de c^^rentos oor las P r u e b a s
matemáticas [para lo cual véase pp. 64 y s., abajo! suele pare­
cerse sospechosamente a lo propuesto r»or Frege.)
Siguiendo el Propio uso de Wittgenstein. Uámese a esas activida­
des conceptuales ‘'r/ule'ares” la "aplicación” de las matemáticas;
repitámoslo, Ja aplicación es lo eme les da “sentido” a las mate­
máticas. \B: 201: R : 118, 147 s.. 172, 1861.
(Asimismo [5 : 229], donde dice que la aplicación es el crite­
rio de la realidad en las matemáticas. Sólo aquí la “aplicación”
puede significar algo así como “efectivamente computable” e
ilustrar la ocasional disposición de W ittgenstein a contar las
"aplicaciones internas” dentro de las propias matemáticas. Es
muy negligente con respecto a esta distinción decisiva de la
cual depende la distinción entre las matemáticas puras y las
aplicadas.)
Una consecuencia inmediata de esto es que la distinción tradicional
entre las matemáticas puras y las aplicadas no es válida.
La lógica de T se parece a la sencilla y formal lógica “no
matemática” de la primera tradición de la enseñanza impar­
tida en conexión directa con ejemplos y considerada evidente
en la comprensión misma del lenguaje. (Ver T : 5:13, 6.12,
6 . 1221.)
(También [ ií: 186], que yo interpreto significa que los
conceptos introducidos para su aplicación exclusiva dentro
de las matemáticas mismas, tales como 2 So» pueden muy
bien carecer de fundamento y ser encarados muy fácilmente
en forma errónea. Su sentido depende también de sus rela­
ciones lejanas con actividades no matemáticas como la me­
dición.)
N o podemos “darles” a las matemáticas una aplicación o una
interpretación sea añadiendo explicaciones laterales [T : 5.452],
o, más formalmente, asignándoles objetos a los nombres y ciases
a los predicados o. “interpretando” variables,
(Ver B: 327, donde W ittgenstein parece desafiar la distin­
ción de H ilbert entre juego y teoría.)
porque la aplicación no puede ponerse en duda y por lo tanto
no puede ser estipulada ni nada parecido. La aplicación debe
valerse por si misma \B: 130 s.; R: 67 y T : 5.473, pero obsérvese
aquí la importante “Anutendung” (aplicación) .] Las verdades
matemáticas son esencialmente aplicables a sí mismas. [Por ejem­
plo, B: 130 ss.; R : 176].
Las características “internas” del lenguaje y el pensamiento son
demostradas típicamente con argumentos de un género que se
ha llamado “trascendental
La verdad de lo que se muestra es garantizada por el sentido
de la formulación y la prueba no es tanto una señal de verdad
como de lo que tiene sentido decir [ T : 3.04, 6.2322; B: 144,
170, 200 s.; R : 77, 80], Esas características internas, formales,
son dadas con los objetos a que se aplican y su presencia no
puede ser puesta en duda o negada significativamente porque
son presupuestas en la formulación misma de la duda.
(Esto es un tema familiar en la filosofía. Probablemente,
Wittgenstein halló sus precedentes en el “furor” de la con­
tradicción en el filo del siglo y en el vano intento de Russell
de formular el Principio del Círculo Vicioso, que lo dejó
con todo en la situación de no poder hacer atribuciones
erróneas significativas o verdaderas negaciones de tipos, así
como en la doctrina Moore-Russell de los “indefinibles”,
explicados como ideas que serían presupuestas en toda defi­
nición intentada.)
En el T , sostuvo también Wittgenstein, “Sería tan sin sentido
atribuirle a una proposicion una propiedad formal como ne­
garle una propiedad formal” [4.124],
(Para lo cual, asimismo, tenía el precedente del reconoci­
miento de Russell de que no podemos decir que un objeto
no es de un tipo distinto del que es y también el de la
conclusión de Frege de que no podemos decir que una fun­
ción es una función.)
Wittgenstein expresó esto diciendo que nos complicaría en una
tentativa ilícita de trascender los límites del pensamiento y del
lenguaje (T : 2.174, 4.041, 4.121, 5.61, 6.45-7). La misma idea
persiste en B, donde Wittgenstein sostuvo que no se puede negar
o afirmar principios fundamentales y presuposiciones o definicio­
nes (B : 172, 120, 193, 330). A unque Wittgenstein repudió más
tarde la “metafísica trascendental” de las “posibilidades” y del
“ideal” que acompaña tan naturalmente a esos argumentos■ [por
ejemplo, Investigaciones, I, § § 89-105; R : 6, 22 s.], algo análogo
perdura en el importante pensamiento de que los acuerdos fun­
damentales en nuestras maneras de obrar y en los hechos funda­
mentales de la naturaleza humana que constituyen el medio en
que se forman los conceptos y sobre los cuales reposan nuestras
matemáticas son también los “limites del empirismo" [ ñ : 121,
171, 176],
Las pruebas reductio concebidas como deducciones son parti­
cularmente sospechosas al respecto, porque parecerían apartarse
de las suposiciones sin sentido [ü : 190; R : 147, 177]. Quizás
podrían ser rescatadas si pudiéramos liberarnos de la idea de
que la demostración matemática es una derivación lógica.
Siempre formó parte de la opinión de Wittgenstein sobre la depen­
dencia de las matemáticas del lenguaje vulgar el que los resultados
matemáticos no debían ser enseñados como enunciados empíricos o
semejantes a los empíricos [para el desarrollo de esto, ver el tema 4,
más abajo] y que debíamos resistirnos a toda inclinación a suponer
que las proposiciones matemáticas tienen su propio tema —un domi­
nio de “objetos matemáticos”— porque esto sólo puede ser una
ficción oscurecedora y perniciosa. De ahí que la polémica tracta-
riana contra los “objetos lógicos” [4.0312, 5.4 y ss.], extendida más
tarde contra las pretensiones del M e n g e n l e h r e . [Ver Tem a 6 , aba­
jo ], Lo único primitivo lógico, también, es el lenguaje en si mismo.
.asimismo, también, la sistematización logística, si fuera adecuada,
sólo lo seria para las teorías empíricas. [Para el desarrollo, ver el
Tema 8, más abajo]. Efectivamente, los resultados matemáticos no
son propiamente considerados romo proposiciones de ningún m odo,
ya que, como las leyes de la lógica, ellas. . . "muestran qué hacemos
con las proposiciones, como algo opuesto a la expresión de opinio­
nes y convicciones” [Notas sobre Matemáticas^. y Jo qve hacemos
con las proposiciones aparece en las propias demostraciones mate­
máticas y no en las supuestas conclusiones de los derivados lógicos.
[Para el desarrollo, ver los Temas 8 y 9, más abajo.]

Tema 3. LA PRUEBA MATEMÁTICA ES UN INSTRUM EN TO


DE FISCALIZACIÓN CONCEPTUAL
Un “instrumento del lenguaje” [íí: 78, 80, 165]
Usa d o p a r a d e t e r m in a l o o u e t ie n e s e n t id o a l
DECIRLO O LO OUE ES POSTBLE. TVer arriba v B: 140; R: 116]
CUANDO SE USA CON fiXTTO. DA POR RESULTADO EL
DESARROLLO IR: 24, 301 O LA FTTACIÓN [7?; 201, 249; R:
80, 127. 195 s.] DE LO QUE CONSIDERAMOS ESENCIAL [R:
12 s., 30, 163],
A l explicar cómo s* obem esto. Wittírevstcin abela a una des­
concertante variedad d" analonias v nociones térnicas.
('Siemn>-e f’ie " ''g lí^ n fe '"on la termínoloo-ía v a veres lo
la m ^ tó [/?: 163, 188, 195, en conexión con “concepto”] .)
"10°” ca”
/Esencialmente prominente pn T. dondf* la nnlabra se usaba
ñor lo general nara a b u ra r todo lo oue tuviese que ver con
la determinación a Priori de las características “internas”
esenciales del l^no-uaíe. ñero a verps se limitaba más estre­
chamente al método de las tautologías y contradicciones [por
ejemplo, 6.221 .)
“interna” rer todo T , B v 7?1
"gramática” T/?: 129 s„ 135. 186, 188. 309; R: 40. 77 s.. 1191
“sintaxis” \T : 3.327, 3.33, 3.344, 6.124; B: 143, 178, 189, 216]
"formas”
(de lenguaje, pensamiento, a jnenudo identificados con “po­
sibilidades” \T : en toda su extensión; B: 178]
“Diccionarios”, “definiciones” y “lo que llamamos” [5: 135,
194; R : 28. 76, 74]
“reglas” [T: 4.0141, 5.476; B: 143, 178, 216, 311 y ss; R : 21,
26, 32, 47, 77, 81, 115 ss., 127, 159, 163, 196]
(Sobre todo "reglas de inferencia” [B : 134; R: 178 ss. 185] )
“convención” [72; 6, 159]
“decisión” [ ñ : 77]
“jugadas” y “posiciones en los juegos” [/?.' 94 s .].
“indicadores”, “senderos”, “canales”, “pasamanos” [i?: 82, 116,
122, 193]
“pinturas”, “esquemas”, “modelos” y descripciones de los mis­
mos [R : 11 s., 29, 75, 117].
(N. B.: En R , a diferencia de T , las “pinturas” y los “mo-
de los mismos [ií: 13, 65, 187]
instrumentos de fiscalización conceptual, usados para regular
lo que debe considerarse una proposición y para demostrar
conexiones entre las proposiciones.)
"métodos de experimento” y “de predicción” y formulacione*
délos” no son en sí mismos proposiciones, sino más bien
“marcos de descripción” Tí?; 160: también T: 6.341]
“estampar un procedimiento” TR: 14]
“paradigmas” [Tí: 45 s., 82, 193]
"medidas’, “natrones”, “normas”. "fiscalizaciones” \R: 212; R:
47. 76, 99, 199. 194]; v la idea general de un criterio de iden­
tidad fR: 96, 196], entre otros.
La prueba, ¡al ponernos en posición para ver las cosas de cierta
manera, [Tí: 13, 18], hace visible y nos permite captar mejor lo
que antes puede haber estado sólo implícito y latente en la prác­
tica usual, por ejemplo, de qué cosa o de qué clase de cosa estamos
hablando [T : 6.232; R: 27], o las “posibilidades” (que son las
“realidades” de las matemáticas) admitidas por el pensamiento
y el lenguaje [T: 2.0121 6.361; B: 138, 157, 161, 164, 217, 253;
R: 39, 116] y para fiscalizar esas operaciones cotidianas [7?: 212;
R : 117], por ejemplo, guiando inferencias \ T : 6.211], o propor­
cionando un criterio para los errores al contar [7?; 27, 76], Co­
locarse en esta posición no constituye un descubrimiento mayor
que llegar a conocer la existencia del polo norte [T : 6.1251,
6 . 1261;\B.- 182, 189 s.; R : 127].
O, más bien, la realización de una expedición al polo, que es
algo que debe hacerse, es como la prueba, en el sentido de que
los hechos no se discuten en ninguno de ambos casos. Lo impor­
tante, no es tanto dónde se llega como llegar allí.
La ilusión del descubrimiento se debe a un inadmisible viaje
ida y vuelta entre cuestiones empíricas y conceptuales [i?: 26,
126 s.].
Esto debe asemejarse más bien a un conocimiento reflexivo "no
observacional” de los propios actos.
(¿Se podría argüir que todo “conocimiento trascendental” es
de esta clase?)
Pienso aquí en el uso de la “reflexión” por W ittgenstein [7\’
6.13] y en su énfasis de los últimos tiempos en el “hacer”.
“saber cómo seguir”, presagiados en la idea de T de una “ope­
ración” [T de 5.51; B: 191, 199; R : 3, 7, 117 s., 123, 176, 179].
Encuentro particularmente vigoroso su ejemplo de desatar
nudos [5 : 182, 184 s .].
Wittgenstein suele expresar esto en forrna exagerada hablando
de “invención” [B: 186; R: 47, 59, 140]. Cuando abandonó su
concepción “estática” del lenguaje como un sistema unificado
gobernado por el “postulado de la determinatividad del sentido"
con una única forma general de proposición cuya lógica toda
pudiera ser captada a un tiempo [T : 2.0124. 3.23, 4.5, 4.53, 5.47,
5.476, 5.55, 5.557; B: 177, 187J, cuando la unidad del lenguaje le
cedió el paso a la variedad de los juegos de lenguaje, una lógica
monolítica a la “mescolanza de las matemáticas” [Jt: 84, 194],
(Las semillas fueron sembradas ya en el análisis de T de la
mecánica [esp. 6.34-6.35]. W ittgenstein trató de acallar la
incoherencia en 6.3431. Su uso de la “Forderung” en el sen­
tido de la “exigencia” en 3.23 y 6.1223 anticipó también el
futuro. Asimismo en B (170), donde se preocupa acerca de
cómo es posible la prueba si ésta depende solamente del sen­
tido que debe ser captado antes de que pueda ser intentada
la prueba: esto, lleva naturalmente a la idea de que la prue­
ba modifica también o crea sentido.)
y la demostración matemática se volvió en sus aplicaciones rela­
tivamente inestable, como una mesa de cuatro patas [fí: 115,180],
se enfrentó con el problema de decir hasta qué punto cambia
también y crea conceptos la demostración de las conexiones con­
ceptuales.
Wittgenstein no se sentía cómodo con esa manera de hablar de
la modificación e innovación del concepto a la cual algunos
de sus comentaristas han asignado tanta importancia [R: 126,
154]. El antiguo concepto, en todo caso, siempre está en el
trasfondo [ ü : 121]. El hecho es que W ittgenstein tenía en
vista muchas cosas aceptables, más o menos distintas. Lo más
importante era establecer nuevas conexiones entre los (viejos)
conceptos y crear con ello el concepto de una conexión [ ñ : 79,
154, 188, 195].
(Pero, pregunta. . . , ¿es el aparato conceptual un concepto,
es un “camino conceptual un concepto” [154, 188]? A ese
respecto, vale la pena observar que ios conceptos matemá­
ticos en cuestión, por ejemplo, el número primo, típicamente
no tienen un uso vulgar.)
Pero también: Dando vuelta a las cosas para que parezcan dis­
tintas [ií: 18, 122, 192]: ampliando viejos paradigmas y reglas
para abarcar casos nuevos [ ñ : 47, 193]; cambiando reglas y
trayendo otras nuevas [ ü : 124]; introduciendo nuevos paradig­
mas [R: 78, 82]; introduciendo nuevos paradigmas para una
aplicación interna dentro de las propias matemáticas, verbigra­
cia remodelando la aritmética en un molde algebraico [2J:
2028];
(La manera de hablar de W ittgenstein sobre la creación de
conceptos es, por razones obvias, más adecuada para las apli­
caciones “internas”; la filosofía general de W ittgenstein está
calculada para darles poca importancia a éstas y pasarlas por
alto. Uno podría reescribir el tema del lenguaje corriente
para decir que la matemática es creada “esencialmente” para
aumentar nuestra comprensión reflexiva de los conceptos
vulgares no registrados que deben estar “ahí” adelantándose
a las matemáticas.)
estableciendo criterios de identidad, por ejemplo, haciendo ex­
plícito que un número cardinal no se ve afectado por la direc­
ción desde la cual se cuenta un conjunto.
Nuestra descripción de lo abigarrado de las matemáticas debería
captar, en cualquier caso, el orden conceptual natural de las dis­
tintas técnicas, un orden que duplica las relaciones de dependen­
cia dentro del lenguaje [B; 244 s.; R: 7]. Esto es un instrumento
importante en la critica de Wittgenstein a las tentativas de redu­
cir una parte de las matemáticas a otra, por ejemplo, la teoría de
los números a la lógica. [Para el desarrollo, ver tema 7, más
abajo.]

Tema 4. LOS RESULTADOS MATEMATICOS, SEAN CUALES


FUEREN, ESTAN PO R ENCIMA DE TODA CONTINGENCIA
Y DEBEN SER NECESARIOS Y RÍGIDOS [T: en toda su exten­
sión, pero ver esp. 2.012, 5.55 y ss., 6.111, 6.1222, 6.1233].
(En B y R , W ittgenstein opone repetidas veces los cálculos,
las pinturas, los paradigmas y otros instrumentos matemáticos
clasificados a la causalidad, el experimento, la predicción \B:
125, 133, 152, 187, 209 s., 213, 235, 238, 240, 313; R\: 19,28 s.,
32, 69,81 s„ 91,94 y ss., 113 s., 119, 124 s., 171, 186 s., 189 ss.;
también T: 6.2331].
Axiomas y consecuencias por igual [J¿: 79, 114].
Por ese motivo, aprobó la campaña de Frege y Russell contra
el “psicologismo” y el “empirismo” [T : 4.1121]. En T el Axio­
ma de la Reductibilidad y el conjunto de la teoría establecida
se consideraban matemáticamente espurios por ser empíricos
[7'; 6.031, 6.1232, 6.1233] y la clasificación de las proposicio­
nes de acuerdo con la forma prohibida por la misma razón
[T : 5.553-5.5542]. La regla de la necesidad suscitó las sospe-
chas de W ittgenstein sobre las teorías deductivas de las mate­
máticas que recurrían a paradigmas tan empíricos como la
coordinación de los objetos y usualmente trataba las posibili­
dades como realidades [B: 140, 164 s., 212], y en las cuales la
demostración era asimilada a una pauta de deducción de enun­
ciados empíricos desde otros enunciados empíricos que condu­
jeron de regreso finalmente a axiomas que. simplemente, son
evidentes por sí mismos u obvios FT; 5.4731, 6.1232, 6.1271.
Una necesidad, de acuerdo con el Wittgenstein de los primeros
tiempos, es algo cuyo contrario no puede ser concebido en forma
coherente y que. Por lo tanto, no puede ser puesto en duda sig­
nificativamente f T: 3.03-3.0321, 5.4731]. Los argumentos tras­
cendentales deben establecer n ec esid a d es oue son, por así decirlo,
el otro lado de la paradoja. La verdad de esas proposiciones es
determinada con su sentido [T.: 3.04, 3.05; B: 1441, y no tienen
justificación alguna salvo la comprensión en sí. Más tarde, diría
que esas Proposiciones no son tan ciertas como probadas por el
■uso [R: 41. Son un a priori v conocidas antes del hecho, por el
lenguaje solamente \ T : 3.04: B: 1431. La exigencia de necesidad
Para los resultados matemáticos es concomitante con la idea de
Wittgenstein en los primeros tiempos de nue las realidades de las
matemáticas son las Posibilidades de la vida cotidiana, igiml a lo
nue ■hademos decir \T : 2.0121: B: 135, 140, 153. 161, 164. 253:
R: 1161, cuya existencia no puede ser Puesta en duda significati­
vamente, por ser Probada por su esencia fB: 1241 y garantizada
por el lenguaje [T : 5.525. 3.041. Aunque Wittgenstein se liberó
más tarde de esta manera de hablar, jamás dejó de pensar que la
necesidad es una especie de dependencia en el uso del lenguaie
TB: 135; R: 4.20, 153], aunque lo filoso del axioma fue embotado
por su enmienda de que a veces planteamos necesidades para fi­
lar un sentido antes indeterminado \F: 113 v ss., 1211. En T ,
Wittgenstein sostuvo con firmeza que lo que es necesariamente
así carece en absoluto d* consecuencias contingentes v de vtn<n'm
modo puede depender de los hechos [T : 2.0211, 5.551, 5.552,
5.5542, 5.634, 6.12221. Esta tesis, aunque aún bastante en boga,
es probablemente incoherente y el propio Wittgenstein la aban­
donó en sus escritos posteriores.
(Para una anticipación importante, ver T [6.342, 6.343].
La opinión antigua perdura en B [212]. A este respecto,
cabe destacar que Wittgenstein empezó su empresa tractaria-
na llamándonos la atención sobre el m undo real de los hechos
reales, sugiriendo con ello que la lógica presupone un mundo.
Una interpretación análoga puede hacerse del muy oscuro
T: 5.5521, aunque Wittgenstein pareció retirar esa idea en B
[164 n],
donde admitió que el sentido de lo que decimos, y de ahí lo que
exige y permite nuestro lenguaje, presupone sin duda y se basa
en hechos incontestables sobre la situación humana, sobre nues­
tras verdaderas formas de vivir y obrar 20 s., 36, 43, 98, 124,
159, 173] y sobre acuerdos fundamentales entre los hombres
[Tí: 13, 34, 94, 97, 164], N o creía que esto hiciera peligrar en
ninguna forma la distinción entre lo casual y lo necesario.
(Aunque admitiera ahora verdades sintéticas a priori [/i:
129, 178; R : 125 s.].
Las necesidades no versan, de ningún modo, “sobre” sus presu­
puestos contingentes [/?: 159ss., 170 y ss., 187]. Y, aunque m ul­
tiformes [i?; 125] funcionan aún fiscalizando los paradigmas, las
reglas, etcétera y de ahí que no sean afirmaciones empíricas de
hechos [ií: 32, 46 s., 81, 159, 174], Aunque, en realidad, habría­
mos podido pensar de otro modo, el pensar tal como lo hacemos
limita lo que es pensable y determinu qué debe ser. Lo que se
reconoce como proposiciones necesarias seria simplemente inde­
cible en otro mundo. Si el mundo fuei'a muy distinto de lo que
es, nuestros conceptos reales no podrían hacerse accesibles y algo
de lo que podemos captar ahora no sería inteligible: a la inversa,
no podemos ahora concebir inteligentemente todo lo que tendría
sentido entonces. Wittgenstein exclama “¿Cómo podemos descri­
bir los fundamentos de nuestro lenguaje con proposiciones empí­
ricas}”. [ü : 120; ver también 4 s., 14, 96 y ss. 120 y el desarrollo del
tema por Stroud, obra citada.] Esos presupuestos fundamentales
son los contingentes “límites del empirismo” [i?: 96, 171, 176],
implicado por lo que no podemos poner en tela de juicio signi­
ficativamente.

Tema 5. LOS RESULTADOS MATEMATICOS NO SON CON­


CLUSIONES GENERALES SINO PRUEBAS VISIBLES.
(Desde el principio, a Wittgenstein le preocupó la aparente
generalidad de las proposiciones de la lógica. En cartas a
Russell y en las Notas sobre Lógica, propuso que las propo­
siciones de la lógica fueran conclusiones completas. [Ver
Cuadernos de Wittgenstein, 1914-16, pp. 119, 103, 126.] Se
alejó ya de éstos en los Cuadernos de Aíoore [ibíd., p. 107],
y, en T , su axioma La señal de las proposiciones lógicas no
es su validez general [6.1231, 6.1232], se convirtió en uno
de los focos de su crítica a Frege y Russell. Su sensación de
la importancia del pensamiento de que la verdad matemática
no tiene validez universal es evidente en todo B [138, 144,
148, 150] y continúa e n ft: [156].)
La aparente generalidad de los resultados matemáticos no es la
de una proposición universal sobre los objetos matemáticos, sino
que consiste en la abierta aplicabilidad de una regla particular,
paradigma o control [B : 150, 195, 312; R: 156].
Esto es una "dirección” (¿un vector?) [B: 163]; es saber cómo
seguir cierto camino específico, una “inducción” \B: 150, 250,
328], que no establece una proposición sobre “todos los núme­
ros”, sino que valida el uso de una regla especial, por ejemplo
la del desarrollo binomial, para casos especiales arbitrarios.
(Es significativo que muchos teoremas que actualmente son
formalizados por lo general de acuerdo con rúbricas recur­
sivas podrían haber sido establecidos en forma igualmente
convincente con el examen de un caso especial arbitrario y
en realidad este último género de prueba tiene usualmente
mayor poder explicativo que la aplicación de rutina de la
inducción matemática a una fórmula dada. Wittgenstein
hizo notar también que en geometría empezamos a menudo
con, verbigracia, “Tomemos un triángulo” \B: 152]. Una
vez expresó esto diciendo que, en las matemáticas, los casos
generales y los especiales deben ser mutuamente intersusti-
tuibles \B : 207; ver también 214, donde analiza la incompa­
tibilidad entre lo general y lo especial en las matemáticas].
Esto recuerda la opinión de Kant de que, en las matemáti­
cas, llegamos a conocer las necesidades sintéticas por "intui­
ción”. T anto W ittgenstein como Kant pensaban que las ma­
temáticas se refieren a conceptos generales. Kant expresaba
esto diciendo que las matemáticas usan Anschauungen (mo­
dos de ver las cosas) y W ittgenstein diciendo que lo parti­
cular y lo general coinciden en las matemáticas. [Para una
explicación no técnica de la teoría kantiana, ver el Nuevo
método de pensamiento de Kant, de Hintikka y su Teoría
de las matemáticas, Ajatus, 1965, pp. 37-47].)
La extensión infinita aparente puede ser captada en un paso
[B: 146 s., 149] v la regla indefinidamente aplicable finitamen­
te formulada [B: 149, 314,329]. Las matemáticas demuestran
los elementos particulares esenciales de nuestras concepciones...
sus necesidades singulares, si se quiere [B : 152, 182, 200],
(En B: 182, W ittgenstein observó que lo contradictorio de
“Es necesario para todos” no es ‘“No es necesario para algu­
nos”, sino, más bien, “No es necesario para todos”. T raba­
jando sobre la suposición de que todos los resultados mate­
máticos están implícitamente para el efecto de que algo es
necesario, el resultado final parecería ser que los enunciado»
universales aparentes de las matemáticas no son lo que pare­
cen [también B: 249 s.].)
Un ejemplo sería el de que determinada forma de prueba es
válida (B : 198 s.] A este respecto, las demostracinoes mate­
máticas no establecen que todos los miembros de cierto total
tienen cierta propiedad. (Ver tema 6, abajo.)
La alternativa de Wittgenstein a "las pruebas lógicas en matemá­
ticas” [R: 84] era visible, memorable, reproductible [estas tres
palabras se presentan en todo R; ver el índice de este libro],
geométricamente convincente [Jí: 83], demostraciones, que refle­
jan [ T : 6.13] los elementos esenciales del lenguaje vulgar.
(Esto es parte de lo que se quiere decir al llamar a Wittgens-
tein "intuicionista’'. Armoniza con su concentración de los
primeros tiempos en la verificación y los procedimientos re­
cursivos.)
Inicialmente, las reglas u operaciones recursivas para "seguir”
eran sus ejemplos favoritos.
En T, la forma general de proposición se daba exhibiendo una
regla putativamente recursiva [5.21-5.32, 5.5-5-503.6.0-6.031]
y todo, en el dominio de la lógica formal y la matemática fue
reducido a series y operaciones formales [4.1252, 4.1273, 5.1-
5.150, 5.252, 5.2523, 6.0, 6.031] y el cálculo [6.126, 6.2331],
Esta manera de pensar pasó a B, donde Wittgenstein vuelve sin
cesar a la inducción matemática y a la secuencia formal (en
todo, pero ver 150, 182, 187, 202 s., 250, 313 para, algunos pa­
sajes notables), sosteniendo, entre otras cosas, que la esencia
de un número real es una inducción (234; para el desarrollo,
ver tema 10, abajo). La inducción aparece todavía en las
páginas de R (verbigracia, 90) v, desde luego, Wittgenstein,
en este período, estaba fascinado por "saber cómo seguir”
[ver primeras páginas de R y parte de Investigaciones filosó­
ficas'[.
(Kreisel remonta la impaciencia de W ittgenstein ante los
resultados goedelianos a una supuesta insatisfacción porque
se apela a alguna idea general, pero con todo indefinida,
de recursividad [ [2] pp. 245 s.]. Dudo de esto debido a su
propia fascinación no crítica ante el “saber cómo seguir”.)
Pero en R , la “claridad” parece abarcar casi toda clase de "saber
cómo” [ií: 3] y todo lo "claro a la vista” [ ñ : 83].
(Hay muy poca variedad entre los ejemplos de Wittgenstein,
representaciones aritméticas y fijas de operaciones de cálcu­
lo, construcciones geométricas simples, problemas topológi-
eos, diagramas cinemáticos, conversiones de u n id ad es... y
casi ningún detalle.)
La prueba de claridad puede usar aparentemente casi todo lo
que no es discutido [ií: 45j, por ser ilustrativa de lo que es esen­
cial, [65], de ahí que sobre todo la contingencia y [124], sobre
lo cual la comprensión no puede ser engañada [75, 81, 90 s.].
La exigencia de claridad fue usada vigorosamente por W itt­
genstein en su crítica del “reduccionismo” en las matemáti­
cas: a las supuestas pruebas alternativas (verbigracia la prueba
logística de las identidades aritméticas) les falta la claridad
necesaria. .. lo que se prueba más bien, y en forma clara, es
una correspondencia general entre dos sistemas [ i í : 5 y ss.;
para el desarrollo, ver tema 7 , abajo].
Wittgenstein ha sido calificado de “fim tista” [Kreisel, [1], p. 148,
y Bernays, ob. cit., p. 1 1 ; pero nótense las propias negaciones im­
plícitas de Wittgenstein en R : 63, 150]. Creo que parte de lo
que se quiere decir tiene algo que ver con su exigencia de clari­
dad. Una prueba debe exhibir o demostrar conexiones esencia­
les. Eso puede lograrse haciendo una “construcción” [por ejem­
plo, B: 132], o exhibiendo una representación aparentemente
concreta o dejando que la máquina simbolice su propio movi­
miento posible [por ejemplo, R : 37 s.]. Esas representaciones
se consideran autoaplicables y de ahí que tengan una incontro­
vertible capacidad de persuasión geométrica [ver B: 132 s.].
Véase la siguiente demostración de una respuesta negativa a
la pregunta de si uno puede, con siete mosaicos de 2 X 1 > re_
vestir el piso de un cuarto de baño que ya tiene mosaicos de
1 X 1 en d°s rincones opuestos:

1 2 3 4

8 7 6 5
impar par
9 10 11 12

16 15 14 13
o la siguiente prueba, “la más breve” del Teorema de Pitágoras

Obsérvese que el área de ABC es la suma de las áreas de ADB


y BBC, todas las cuales son análogas.
Desde luego, se debe reconocer qué es lo esencial en la repre­
sentación para poder considerarlas pruebas y pueden hacer
falta para ello mucha preparación e incitación.
(Aunque estoy completamente seguro de que “la prueba
más breve” de arriba debe de ser una prueba, no estoy tan
seguro de ella.)

Tema 6. LAS MATEMÁTICAS NO SON EL ESTUDIO ABS­


TR A CTO DE LO IN FIN ITO .
Wittgenstein advirtió con sagacidad que el uso de un concepto
de' infinito era característico de las matemáticas y su marca.
(En su período "medio”, especialmente, a W ittgenstein lo
preocupaba obtener una comprensión correcta de este con­
cepto del infinito. Ver especialmente la Parte X II y el pri­
mer Anhang; ambos contienen señales del uso por W itt­
genstein en T de la idea de una operación para continuar.)
Eso se debe a que las matemáticas se ocupan de la ilimitada po­
sibilidad de aplicar reglas que están implícitas en el uso del len­
guaje. El concepto matemático dél infinito, no es claramente
una idea que pertenece al lenguaje vulgar, sino que sólo puede
ser captado como parte del uso de la demostración matemática
para fiscalizar nuestra comprensión del lenguaje vulgar. La infi­
nitud no es una característica de algo de que hablamos o que
conceptitalizamos en el lenguaje vulgar, sino, por así decirlo, un
rasgo de nuestras formas de conceptualización mismas [un tema
altamente kantiano; ver esp. B: 155-61].
No algo conocido por “experiencia” [B : 154 s., 157 s., 304, y
siguientes]. La aparición del “infinito” en este uso muestra
que nos las habernos con “posibilidades” [5 : 153, 155, 159,
164, 313], con “sintaxis”, "gramática” y “regla” [B : 160s. 309,
313 s.] y distintas clases de infinitud matemática son caracte­
rísticas de distintas concepciones y no de distintas realidades
[R: 571.
A l atnbvir la infinitud en este sentido, uno revela confianza en
que ha captado visiblemente la ilimitada amplitud total de apli­
cación de un {solo) concepto (regla, forma, etcétera) [T : 2.0131:
B: 153, 157, 313 s.].
La afirmación de que un hecho seguro ocurrirá en algún mo­
mento de la infinitud del tiempo es algo así como una tauto­
logía fZ?: 153, S il].
Pero se puede juzgar mal una regla formulada finitamente, como
un enunciado universal no verificable, sobre un gran conjunto
de cosas, considerar cada aplicación posible de una regla única
como un real objeto matemático [B: 314; para “inverificabili
dad”, ver 149].
Uno considera las posibilidades singulares latentes en nues­
tras formas de pensar como realidades plurales. Pero una
posibilidad infinita no es la posibilidad de un infinito real
fB: 164 s„ 159, 219, 312 s.].
(Suponiendo, por ejemplo, que las posibilidades de poner
las cosas por pares —los números naturales— puedan a su
vez ser puestas en pares como las manzanas y las peras.
[/}; 140, 1621.)
El error es en parte el resultado de mezclar el material, el
"recipiente” temporal de la capacidad y la oportunidad, con
el “recipiente” intemporal "adverbial” de la posibilidad lógi­
ca. \B: 161 s„ 219, 311 ss.; también R : 38 s. ] Esto es una con­
fusión de den Elementen der Erkennstnis (de los elementos
del conocimiento) con las cuestiones físicas [B: 168].
(Esto es nn ejemplo del tema familiar de las asimilaciones
gramaticales erróneas.)
Las posibilidades son singulares y sus supuestas extensiones no
pueden tener una existencia independiente.
(La existencia de una extensión infinita es probada por la
esencia \R: 124, 221 s.], por ejemplo, el lenguaje tiene un
número ilimitado de nombres \ T : 5.535].)
Los grupos infinitos supuestos presuponen siempre conceplos
(lógicos) y deben ser “construidos” \B: 155, 221, 244],
El espurio resultante mundo de los "conjuntos” puede presen­
tarse como el tema propiamente dicho y autónomo de las mate­
máticas para reclamar los títulos de las desacreditadas filosofías
del empirismo y el psicologismo.
(Hay precedentes de este tipo de "platonismo” en la anti­
gua idea de que las proposiciones cognoscibles, necesarias,
deben tener su propio tema especial. .. quizás universales.
Russell había adelantado una propuesta de esta clase en
Problemas de la filosofía.)
Esto ha sucedido, en realidad, con el Mengenlehre, con res­
pecto al cual se habían dirigido de nuevo las primeras criticas
de Wittgenstein a los "objetos lógicos” de Frege [5 : 206 s.,
211 ].
(Hemos visto ya que antes W ittgenstein había sostenido
que el sujeto era lisa y llanamente empírico [7\- 6.031].)
Aunque esta investigación puede ser realizada con exactitud }>
precisión, la pretensión de que proporciona un tema y un fu n ­
damento a las matemáticas es, en el mejor de los casos un pre­
texto, basado solamente en falsas pinturas, que oscurece los
elementos esenciales y lleva inevitablemente al misterio y a la
paradoja.
El teórico del conjunto parece saber de qué está hablando
porque usa pinturas tomadas en préstamo [B: 162, 218, 2 2 1 ;
R: 62, 144 ss., 149 ss.] e impone principios aparentemente irre­
cusables como “El del Medio Excluido” [2?; 176; R: 140, 149],
pero más que nada porque sus conceptos son introducidos en
su aplicación a ejemplos familiares y compulsivos que, incues­
tionablemente, tienen sentido [B: 208 s.; R : 60, 137, 148 y ss],
(Creo que el punto de partida de Cantor era la Teoría de
los Desarrollos de Fourier.)
Pero éste salta más allá de éstos a ejemplos caprichosos e inde­
terminados [B : 224, 232; R : 9 s„ 55, 148, 180].
(Donde no hay manera de examinar claramente los supues­
tos desarrollos infinitos o de hacer “selecciones” [B: 167,
224].)
Y sus operaciones resultaron sin fundamento. [B: 211; R:
149 s.]. El resultado es el misterio, el resplandor y la oscuri­
dad que dilatan los ojos y nos hacen proferir exclamaciones
entrecortadas y tambalearnos [R: 142, 148].
(Una especie de prestidigitación, ceremonia y encantamien­
to [B: 229; R : 60, 136 s. y 53 para un caso distinto pero
similar], lleno de problemas sin significación [B: 175 s.],
que Wittgenstein suele llamar “alquimia” [R: 142]. Fue
un practicante ocasional y que no se dejaba impresionar en
sus primeros tiempos, por ejemplo, en una carta a Russell
en que se proponía probar que el Axioma de la Reductibi-
lidad era empírico y contingente.)
Y el matemático se parece más que nada a un guardián de un
culto, como los antiguos sacerdotes y astrólogos.
La teoría del conjunto, cuyo uso general daría sólo por resul­
tado cubrir los rasgos distintivos de las diferentes partes de las
matemáticas con una estructura formal uniforme, no podría ser,
menos que nada, un fundamento para las matemáticas [B: 206;
R : 150: para el desarrollo, ver tema 7, más abajo]. La teoría
del conjunto (cuyas credenciales, como una parte de la mezcla,
no están en discusión) sólo puede ser redimida filosóficamente
destruyendo la teología de la “matemática pura", con su pan­
teón de objetos que flotan libremente [íi: 142] y sus caprichosas
imágenes [/?: 60 s., 180 s.] y cuestiones escolásticas [B: 149;
R : 59], haciendo volver al sujeto a sus aplicaciones y ejemplos
concretos [Tí: 62 s., 133 ss., 146, 152 s.], desviándose de las abs­
tracciones gratuitas (ver Kreisel [2 ]). Los matemáticos en ge­
neral y los teóricos del conjunto en particular, no proporcionan
descripciones generales de conjuntos amorfos, sino que brindan
esquemas generales para tratar los casos particulares. Esas apli­
caciones a los casos son esenciales y debemos siempre prestar
atención a las funciones vulgares y matemáticas de los concep­
tos matemáticos en su orden de dependencia.
Con respecto a la dependencia, los números reales presuponen
los naturales y deben ser comparables con los racionales
[B : 231 s. 236 ss.; ver tema 7 y tema 10, más abajo]. Nuestra
comprensión de la continuidad y de otras nociones semejan­
tes está edificada sobre nuestra familiaridad con los números
[B: 207 s.] y tiene importantes conexiones con la geometría
[i?: 148, 151]. La teoría del conjunto no debe tratar de in­
vertir las dependencias o suponer que puede hacerlas desapa­
recer [B: 2 1 1 ], ni tratar de ocultar la distintividad de las di­
versas partes de las matemáticas con una dilucidación amorfa,
uniforme [B: 206, 209; R: 146; para un desarrollo mejor, ver
tema 7, más abajo]. Las funciones vulgares deben dominar
las matemáticas, consideraba Wittgenstein, pero es significa­
tivo que los conceptos teóricos del conjunto se aplican casi
exclusivamente dentro de las propias matemáticas fJí: 186].
Escribiendo sobre la densidad de los racionales, dice:
“Las fracciones no pueden ser dispuestas por orden de mag­
nitud.” Antes que nada, esto parece muy interesante y des-
tacable.
"Parece interesarse en forma muy distinta de, digamos, una
proposición del cálculo diferencial. La diferencia, me parece,
radica en el hecho de que semejante proposición es asociada
finalmente a una aplicación a la física, mientras que ésta pro­
posición pertenece simple y exclusivamente a las matemáticas,
parece referirse a la historia natural de los propios objetos
matemáticos.
”Uno querría decir de esto, por ejemplo, que nos introduce
en los misterios del mundo matemático. Éste es el aspecto
contra el cual quiero poner en guardia.” [-R: 60.]
Queda en pie el hecho de que los conceptos de las matemáti­
cas puras corren peligro de perder sus pies [ií: 186]. Gran
parte de los llamados “fundamentos de las matemáticas” pa­
recen consagrados a esta posibilidad. Kreisel le reprocha a
Wittgenstein el no haber tomado suficientemente en cuenta
que la lógica . .proporcionaba los conceptos necesarios para la
descripción de las matemáticas, así como, según Wittgenstein,
las matemáticas proporcionaban los conceptos necesarios para
la descripción de la naturaleza” ([I], p. 143). Wittgenstein
podría haber aceptado eso [ver R : 145 s.] y añadido también
la teoría del conjunto, y haber argüido luego que, precisamen­
te por esa razón, esos temas son inaptos para servir de fun­
damentos.

i ema 7. NINGUNA PARTE DE LAS MATEMATICAS ES UN


FUNDAM ENTO PARA TODAS LAS DEMAS.
E l deseo de fundamentos se debe en parte a un ansia errónea de
justificación [7?; 8 s., 76, 82].
Pero las matemáticas son la medida, no lo medido [-R: 99], Cada
parte debe valerse por sí misma [T: 5.473; B: 131; R-. 67], y debe
mostrar en sí misma y en su aplicación que es verdadera; [B: 143
s.]. No podemos explicar la aplicación con observaciones m ar­
ginales \ T : 5.452], ni puede ser conseguida con ninguna otra
parte de las matemáticas [/?: 67]. Éste es un tipo de generali­
zación de la confianza de Brouwer en la “intuición básica”. En
última instancia, calculamos, simplemente como lo hacemos
]R: 98] y la única justificación de ello está en lo que hacemos
fuera de las matemáticas y en cómo hablamos. [ T : 5.47, 5.472,
6.233; R : 9, 72, 82].
y a una metodolgía que exige una presentación uniforme.
Creemos que esto asegura la comprensión y fiscaliza los deri­
vados, pero la notación lógica no es mejor que la prosa [/?.'
155], y las formulaciones teóricas lógicas de conjunto ocultan
importantes diferencias y defectos en su concepción bajo una
presentación amorfa [2?: 206, 221; R : 76 s., 89, 145 s.j.
Desde el principio, Wittgenstein hizo objeciones a las formula­
ciones lógicas unificadas y dudó de las pretensiones de la lógica
formal de un fundamento [ií: 72 s., 83, 145 s.].
En T, las matemáticas son descritas como un método lógico
de cálculo, de convertir las sustituciones en ecuaciones [6 . 2 ,
6.233, 6.234, 6.2341, 6.24], y se las opone al método de las
tautologías y las contradicciones usado en la lógica formal
para revelar relaciones de consecuencia lógica [6.22]. Las ma­
temáticas, así enfocadas, no forman parte de la lógica (en el
sentido limitado de “lógica”) ni pueden ser derivadas deduc­
tivamente de ella.
(La definición propuesta por Russell de “ = ” en términos
puram ento lógicos fue proscrita basándose en que los obje­
tos sólo son indiscernibles de un modo contingente [T : 2.0233,
2.02331, 3.221, 5.5302]. La diferencia “puramente numé­
rica" esencial y necesaria que hace falta en las matemáticas
no puede ser capturada en esa forma [4.1272, 5.5303[.)
Pero se parece a la lógica en que es un método de cálculo que
no deriva de nada, sino que se refleja en el uso del lenguaje.
La lógica y las matemáticas son verdaderas en cuanto “Si una
palabra [sic., “¿Dios”?], crea un mundo de modo tal que en
él los principios de la lógica son verdaderos, crea con ello un
mundo en el cual se sustenta el todo de las matemáticas (Notas
sobre lógica), a saber, por verse conjuntamente implicados por
el hecho de que usamos el lenguaje como lo hacemos y por
la consideración de que las totalidades de las proposiciones
elementales con que opera la lógica y de los objetos cuya dis-
tintividad m utua es presupuesta por las matemáticas les impo­
nen los mismos límites al pensamiento y a la realidad [T :
5.5561],
(Hay en T, de 5.11 en adelante, una fuerte tendencia a
reducir los conceptos de la lógica y las matemáticas conjun­
tamente a la idea de una regla putativa recursiva para con­
tinuar. [Ver también 4.1252, 4.1273.] )
Toda la insatisfactoria doctrina de Wittgenstein sobre la iden­
tidad y las matemáticas subsistió en B, donde encontró nuevos
argumentos para sustentar su opinión de que las ecuaciones
no podían ser reducidas a tautologías [5 ; 141 ss.; también
126, lo cual anticipa a i ? ] .
(Esto parece ser una respuesta a la interpretación de Ram-
sey de T: 5.535 [ver Fundamentos de las matemáticas, pp.
60 s.].)
Llega hasta el extremo de insinuar que la aritmética, en su
independencia de la lógica y en su confianza en su propia
forma de percepción autónoma, es un ejemplo del a priori
sintético de Kant [B: 129].
Esas objeciones y dudas fueron dirigidas más tarde contra las
reducciones de toda clase.
En primer lugar, porque la reducción destruiría la claridad esen­
cial de la prueba [£ : 125 s.; R : 62 s., 68, 70, 81„ 83, 91J. En
segundo lugar, no nos conseguiría lo que teníamos y queríamos
conservar, por ejemplo, una reducción logística no nos enseñaría
a calcular o resolver ecuaciones diferenciales [U; 127; R : 66, 71,
89J. Tercero, el resultado justifica la reducción intentada y no
viceversa; la prueba más corta, original, nos dice cómo debería
surgir la más larga. [B: 127; R : 73 s., 81. 83, 91, 171]. Y, final­
mente, el reduccionismo confunde sistemáticamente una repre­
sentación de una teoría por otra mediante la identificación [R:
66, 72, 84, 89 s„ 91].
Wittgenstein subraya en forma exagerada pero interesante la
diferencia y la autonomía.
Por ejemplo, las diferencias existentes en las matemáticas entre
los enunciados existenciaies aparentes y entre los enunciados
existenciales y las funciones de verdad [B: 149; R : 141, 144],
números pequeños y grandes R : 67, 74, ecuaciones e inecua­
ciones [£: 249; R : 1 ].
Sus criterios para la independencia m utua de las teorías y la
autonomía matemática parecerían ser los siguientes:
( 1 ) ¿Podría aprenderse una teoría (técnica, etcétera) con inde­
pendencia de otra? [ ü ; 86.]
(2) ¿Tiene el sujeto sus propias técnicas características [it: 85
ss., 145];
(3) su propia abluación característica, por ejemplo, en la agri­
mensura? [ii: 88, 190],
(4) ¿Utiliza o presupone de otro modo la reducción implicada
los conceptos analizados? [B: 125 ss.; R : 66 s., 71 s., 83, 85].
(5) F inalm ente... ¿son aplicables inmediatamente por si mis­
mos los conceptos en cuestión, por ejemplo, cuando contamos los
números o usamos una construcción geométrica para ilustrar una
prueba? [B : 132 s .].
La autoaplicación garantiza la claridad e independencia de la
contingencia. Si la prueba es un ejemplo de cómo es, uno no
puede negar que eso es como es, del mismo modo que quieu
grita sinceramente no puede dejar de saber que eso es dolor
[B: 130, 132].
La alternativa de Wittgenstein al reduccionismo de cualquier cla­
se —sea a los números, la geometría, la lógica o los grupos— era
atender a las variedades del lenguaje elegible para la dilucidación
matemática y a la consiguiente mezcla de las matemáticas.
(Aunque la “mezcla" no es un tema en T , donde Wittgenstein
pareció exigir un solo lenguaje unificado, la idea se preanuncia
en sus observaciones interesantes pero insastifactorias sobre la
mecánica y los principios de la física [ T : 6.3211, 6.33, 6.34 y
siguientes], que son presentadas como con cierta autonomía,
aunque “hablen de los objetos del m undo” [6.3431], En cam­
bio, 6.3751 insinúa la idea de que las distinciones lógicas de
toda clase pueden ser presentadas dentro del formalismo del
análisis matemático.)

Tema 8. LAS MATEMATICAS NO SON TA N TO UNA DOC­


TR IN A COMO UN MÉTODO.
Un “método de lógica” \T : 6.2, 6.234].
Para exhibir rasgos esenciales del uso vulgar del lenguaje \ T :
6.12, 6.1201, 6.Í21, 6,1221, 6.124, 6.22; R-. 731. En T , Wittgen­
stein se preocupó especialmente de combatir la idea de que la
lógica y las matemáticas podían ser consideradas un cuerpo de
proposiciones, que idealmente era posible presentar deductiva­
mente como una teoría unificada al modo de Frege y Russell.
Los derivados lógicos aparentes pueden ser sustituidos por
cálculos en que la distinción entre la prueba v la conclusión
no puede establecerse fácilmente [ver más abajo: T : 6.126,
6.23311. El método de las tablas de verdad de Wittgenstein
abolió la distinción en grado artificialmente impuesta existente
entre las supuestas proposiciones primitivas v sus consecuencias
IT : 6.126, 6.127], Arguvó qve no hav conrento« fundamenta­
les en la lógica v las m atemát:cas ]T: 5.45-5.45411 v que la
clasificación de ideas que forma parte tan esencialmente de
todo eénero de teorización es anuí un sfntoma de error [5.554,
5.555]. La presentación logística om inara falsamente las nece­
sidades de la lóerica a las verdades contingentes T6.113, 6.12631,
v los concentos formales de las matemáticas a los conceptos
materiales í4.1272. 4 1274, 6.1231-6.12331 L? con.strucrón de
teorías de lóeica v matemáticas de esta clase d"ben pi-esunon^r,
sea como fuere, los métodos matemáticos nue Wittgenstein con­
sideraba fundamentales ¡T: 6.12,3. 6.12631.
(Esta posición es fortalecida noderosame^te ñor el argumen­
to aue nropuso Ijewis Carroll en su famóso artículo Lo
que le dijo a Aquiles la Tortuga (M ind, 1895, pp. 278-80;
T : 5.1321.)
A W ittgenstein no le interesaban las formas especiales que po­
dían ser definidas en esta o aquella supuesta teoría de la lógica,
sino más bien “lo que hace posible inventar esas cosas” [T :
5.555].
Las supuestas conclusiones de los argumentos matemáticos no son
realmente proposiciones que podrían ser verdaderas o falsas> sino
partes integrales de toda la demostración lógica que en sí no
podría ser afirmada o negada, sino sólo exhibida [Zi: 192, 198 s .].
En T, la interdicción de M7ittgenstein fue codificada en el
exagerado axioma de que lo que se podía mostrar así no se
podía decir. Se aferró a esto en B, donde continuó considerando
el lenguaje una unidad intrascendible en que todas las propo­
siciones tienen un sentido perfectamente determinado [-B: 123,
139, 143 s„ 152, 168, 178, 198, 203, 208, 234],
(En [208], rechaza el principio de que ciertos grupos sólo
pueden ser descriptos y no presentados honradamente sobre
su base.)
La tesis de que los resultados, de, por lo menos, algunas partes
de las matemáticas, no pueden ser formulados adicional e inco­
herentemente fue apoyada proposicionalmente usando el prin­
cipio de la verificación \B: 172, 174 s., 190, 336, 338]. Un débil
eco de "mostración” se oye aún a lo lejos en R [79], aunque
entonces Wittgenstein se había evadido de esta posición, inde­
fendiblemente hermética.
Wittgenstein se mostró siempre cauteloso con la concepción de
una proposición matemática porque, argüía,
(1) no tienen un tema propio \T : 6.111; 6.211; ver tema 6 ],
(2) no trasmiten información [T : 2.225, 5.142, 6.11, 6.122,
6.2321, 6.2323; R: 31, 53 s.|;
(3) no admiten alternativas significativas \ T : 4.463, 6.1222);
(4) presuponen su propia exactitud [T: 6.123, 6.1261, 6.1264,
6.1265,6.23,6.232-6.23221.
Su sentido presupone su verdad \B: 144] v no son más afirma-
bles que sus contrapartes entre las paradojas auto-referencirtles.
Wittgenstein, como cabía esperarlo, tuvo duras palabras para las
llamadas conjeturas e hipótesis de las matemáticas, por ejemplo
la Hipótesis Riemann \B: 190 s., 338]. Una consecuencia intere­
sante y relativamente plausible de su opinión es que las proposi­
ciones aparentes de las matemáticas no tienen negaciones; o, más
bien, que las negaciones aparentes (por ejemf>Jo las inecuaciones)
son determinaciones independientes f R: 247-251]. En B y en R
Wittgenstein pudo clasificar las no proposiciones como órdenes,
reglas y aplicaciones esquemáticas de reglas \P>: 143, 194, 322 s.;
R : 47, 77, 118, 120], definiciones \B: 198] o simplemente técnicas
i R : 431. Señaló la posibilidad de impartir técnicas matemáticas
sin el beneficio de proposiciones formuladas o aparentes; por
ejemplo, le enseñamos a una Persona a contar o a integrar sin
molestarse en comunicar “hechos” tales como los teoremas fun­
damentales de la aritmética y el cálculo [il: 49, 118], La tesis de
Wittgenstein de que los resultados matemáticos no son proposi-
dones es irdlida especialmente para sus ejemplos favoritos de
cálculos \B: 172; R: 32, 76, 115]
donde la distinción entre la prueba y la conclusión no puede
ser trazada fácilmente [para desarrollo, ver Tem a 9],
y paru desatar nudos [/}; 184 s.], y para el tipo de demostración
que uno presencia en el salón de disertaciones sobre física. Pero
no es totalmente evidente que éstas son lo que los matemáticos
acostumbran llamar "pruebas”: ciertamente, 13 X 14 = 182 no
es un "teorema".

Tema 9. EN LAS MATEMATICAS, LO QUE IM PORTA SIEM­


PRE ES LA PRUEBA.
(Aqui, hay una curiosa concordancia parcial con Frege, quien
definía la necesidad analítica en términos de derivabilidad
desde los axiomas de la lógica.)
Los resultados matemáticos son construcciones de prueba [ B: 183;
R : 92], ya que la prueba es lo que muestra las conexiones con­
ceptuales [Tí: 25 s., 75 s., 80].
La “real” proposición matemática es la prueba misma [B:
184],
(Pero eso no es una proposición.)
Las llamadas proposiciones matemáticas, son esencialmente con­
clusiones de prueba [B: 192; también Dummett, obra citada, p.
327].
Si se puede creer en las proposiciones matemáticas, eso implica
creer que uno tiene una prueba [ZJ: 204; R : 32].
(Creo que ese pensamiento sería cierto si dijera “ . . . que hay
una prueba.”) .
Conocer una proposición matemática es saber cómo se la puede
probar y saber esto es haberla probado [ii: 199].
N o pueden ser comprendidas criando se las separa de la prueba
[B: 183; R : 26 s., 52, 77].
(Como la superficie de un cuerpo [B : 192].)
Con referencia al ejemplo favorito de cálculo de Wittgenstein,
no existe una distinción clara entre la prueba y la conclusión
[T: 6.126-6.1265; B: 130; R : 26, 32 s.; y ver Kreisel [1], p.
140],
(Analizando el Teorema de la Incompletitud de Goedel y
la manera usual de hablar de él como si se dijera algo de
sí mismo, dice “En este sentido, la proposición “625 = 25
X 25” afirma también algo sobre sí misma: es decir que el
número de la izquierda se obtiene multiplicando los números
de la derecha" [72: 176].)
Wittgenstein pretende que la conclusión alegada es en si misma
una forma o una indicación de tina forma de prueba en la “apli­
cación”, lo cual es plausible; por ejemplo, es una forma de Modus
ponens [ T : 6.1264] o una regla que dice cuántos objetos debe
haber si hemos combinado aritméticamente dos grupos de cosas
[B: 145; R : 77].
A la conclusión, así encarada, le da su sentido la demostración
matemática [B: 180 s.; R : 52] (un ejemplo donde la aplicación
está dentro de las matemáticas), [77], mostrando esquemática­
mente cómo se aplica la conclusión alegada como regla de
inferencia en la vida cotidiana; la prueba de la “conclusión”
muestra cómo puede ser usada ésta como regla de prueba. La
conclusión, a su vez, nos dice cómo leer la demostración. Su
sentido, es decirnos cómo se usa la prueba de la cual es la
“conclusión” [fí: 76], El sentido de la pretendida conclusión
es que esto ha sido probado [/>: 181, 192].
(También dice —si es que comprendo el pasaje— que, en la
prueba inductiva, el género que más le gustaba, la conclusión
es para la prueba lo que el signo para lo significado \B:
328 s.].)
De esto concluye Wittgenstein que el sentido de la conclusión
es su prueba [7': 6.1265; B: 192].
(Y por eso ello debe ser así, segiin la teoría de la necesidad
de Wittgenstein. Ver Tem a 4, más arriba.)
Aparentemente, Wittgenstein creía que esta manera de pensar
sobre la prueba y la conclusión es apoyada por el hecho de
que la pretendida conclusión se aplica a sí misma a menudo
[-6 : 130, 132]. Lo resumió todo en la máxima de que, en las
matemáticas, el proceso y el resultado son lo mismo [T : 6.1261;
íR: 26].
(Pero esta máxima soporta también otras interpretaciones,
por ejemplo la de que no hay procesos en las matemáticas.)
Una objeción obvia y vigorosa es que la tesis de Wittgenstein, si
es verdadera, le resta toda significación a hablar de establecer la
misma conclusión en dos formas distintas [/?: 92 s.].
A veces, parece aceptar la conclusión de que no puede haber
dos pruebas independientes de la misma proposición matemá­
tica [B: 184, también 193].
(Pero nótese la palabra “independiente”.)
A veces, admite en forma incoherente que nos puedan inducir
a aceptar la misma regla en distintas formas [/?: 92 s.], me­
diante nuevas conexiones, pero una forma domina, a saber la
definida por la multiplicación [i?: 93]; asimismo, admite que
podemos llegar al mismo lugar por dos caminos distintos [ ñ :
92, 165], o que estamos trabajando en distintos sistemas [Tí:
165], siempre con la sugerencia de que la aplicación proporciona
la trama de conexión. Wittgenstein dice también que las pruebas
alternadas proporcionan instrumentos igualmente adecuados
para el mismo fin [-R.- 165] y nos induce a “apostar la misma
cosa” por la verdad de la proposición [/?: 186].
Esas respuestas no resuelven la objeción y revelan lo que, a mi
entender, puede ser el lugar más débil de toda la filosofía de
las matemáticas de Wittgenstein: el hecho de que no diga cómo
pueden relacionarse las distintas pruebas para toda clase de cosas
distintas, por intermedio de las muchas partes de las matemáticas.

Tema 10. EN SUS PERÍODOS MEDIO Y ÚLTIM O, W IT T -


GENSTEIN MOSTRÓ UN NACIENTE INTERÉS POR LA
APLICACIÓN DE LOS CONCEPTOS MATEMATICOS DEN­
T R O DE LAS PROPIAS MATEMATICAS, SOBRE TO D O EN
CONEXIÓN CON EL PROBLEMA DE LA CONSISTENCIA
(OUE EXAMINAREMOS MAS ABATO Y EN IN TER PR E TA ­
CIONES TEÓRICAS POR CONTUNTOS DE LA REPRESEN­
TACIÓN CLASICA DE LOS NÚMEROS REALES PO R DECI­
MALES PERIÓDICOS. [Para estos últimos, ver B en toda su
extensión, pero más que nada las partes XII, XV-XVII y el primer
Ankang; R : Apéndice II.]
Wittgenstein sospechaba positivamente que Ja idea de números
reales podía ser considerada como conjuntos infinitos arbitra­
rios de intervalos encajados de racionales o como arbitrarias
"cortaduras” Dedekind, concebidas como existentes fuera de mies-
tras concepciones sin necesidad de regla o especificación. Esta es
la peor forma del “extensionalismo”, donde sólo parecemos saber
de qué estamos hablando, basados en imágenes caprichosas v lle­
nas de toda clase de problemas aparentes y aplicaciones erróneas
[ver más arriba temas 2 y 6 ],
Pensamos en un número real como en una sucesión de cosas
definida pero infinitamente Iarsra que podemos sistemáticamen­
te desechar v, después de un tiempo infinito evocar como un
trabafo hecho, un estado en el que podríamos hallarnos va si
hubiéramos vivido desde tiempos inmemoriales \B: 149, 164 v
ss., 236 s.]. Podemos pensar en esta forma sobre sucesiones infi­
nitas y procesos infinitos porque confundimos v provectamos
ráseos accidentales de la representación corno elementos esen­
ciales de la concepción [i?; 231 s.; R: 2511.
CLa vigorosa dialéctica dirigida ñor Wittorensfem contra la
fácil suposición de que la representación de un número real
contiene simplemente o no contiene cierto cuadro de dígitos
encierra el germen de un auténtico punto matemático, a
saber, la distinción entre las secuencias generalmente recur­
sivas y las secuencias enumerables simplemente recursivas.
Véase esp. R [133 ss.], donde W ittgenstein hace la observa­
ción de apoyo de que la negación de “Existe una ley de que
p" no es “Existe una ley de que ~ p ” [JR: 141; también
B: 228 s .] .)
Hizo objeciones, en particular, a la idea de “secuencia de libre
elección” arbitrarias, consideradas especiosamente como gene­
radas por algún proceso mecánico temporario, tal como arrojar
una moneda [B : 165 ss., 218 ss., 233].
Wittgenstein tenia también dudas sobre el “Argumento Diagonal”
de Cantor,
Presuponiendo aparentemente familiaridad con un número real
no definido aún, la prueba parece exigirnos que obremos en
ignorancia y sin una comprensión concreta [B: 226], La prueba
asimila la introducción de un nuevo concepto en un descubri­
miento profundo y misterioso. Pero la profundidad es una ilu­
sión y el misterio se debe al hecho de que, hasta después de
haberse comprendido el argumento, no resulta claro dónde y
cómo se aplica el concepto y tratamos de establecer su sentido
en términos en otras partes adecuados, por ejemplo, en términos
de comparaciones de magnitud [ i í : 54 y ss.].
y sobre el teorema de Dedekind de que el conjunto de los números
reales está cerrado para todo corte construido sobre ellos [B; 224 s.,
148 ss.].
Objetó, sobre todo, a la imagen de “insertar” reales entre los
racionales B: 223, 339; R : 151.
Aparentemente, Wittgenstein no hizo objeciones a la concepción
clásica de un número real como límite de una secuencia de sumas
parciales, representadas quizás por la asignación de un argumento
a üft desarrollo bien definido de series de potencia. A quí podemos
aún distinguir la relación de los números reales con la institución
Vulgar de la medición [B: 230, 235; mi interpretación quizás
incorrecta de "m e s s e n y son menos adecuados que con la con­
cepción más abstracta para borrar las líneas claras de dependencia
de los reales de las otras teorías matemáticas y sobre todo del
sistema de los números racionales [B: 228; R : 148].
Un tema particularmente insistente en B fue la exigencia de
Wittgenstein de que determinados números reales fuesen com­
parables, efectiva y uniformemente, a los racionales de que
dependen [B; 227, 236 y ss.].
(La regla de desarrollo de uno real es el método de compa­
ración con los racionales \B: 236-44].)
La introducción o definición de un número real debe indicar
claramente desde el principio cuáles son esas relaciones y no
dejarlas como algo que será descubierto más adelante [B:
238 s.].
Wittgenstein hasta parecía admitir a veces que la idea general de
un decimal infinito tenía un sentido útil, no misterioso, capaz de
abarcar una variedad de sistemas distintos [ ñ : 58],
(quizás otras formas de números distintos de ‘por ejemplo’
1/3, y / 2 y jt, las mismas introducidas antes con respecto
a casos muy distintos)
lodo lo cual se sentía inclinado W ittgenstein a colocar bajo la
concepción de una regla para seguir adelante, una “inducción’'
(una "regla recursiva’’) [B: 223 s., 234 ss.]. Positivamente, identi­
ficaba a números reales determinados con esas reglas determinadas
[B: 227-34, 308 s.; R: 144].

Tema II. LA MÉDULA DE LAS OBJECIONES DE W 1TTGEN-


STE1N AL PROBLEMA DE LA CONSISTENCIA PARECE HA­
BER SIDO QUE ESTA SÓLO ES UNA ESPECIE DE CUESTIÓN
MATEMATICA A LA CUAL LE HAN DADO UNA EXAGE­
RADA IM PORTANCIA LAS MODAS DE LAS TEORIAS CON­
TEMPORANEAS SOBRE LOS FUNDAMENTOS DE LAS MA­
TEMÁTICAS [R: 52, 107].
El primer examen extenso del asunto por Wittgenstein del cual
tengamos una constancia impresa es la transcripción de las con­
versaciones con Sclilick y Waismann incorporadas como segundo
Anhang en B, aunque hay una clara anticipación del mismo
en B: 189 ss. Volvió al tema de la consistencia y las pruebas de
la consistencia a menudo en R , sobre todo en las partes II y V.
Resulta evidente, con iodo, que el pensamiento de W ittgen­
stein al respecto fue condicionado en gran parte por la preocu­
pación existente a principios del siglo por las paradojas lógicas,
que él consideraba simplemente confusiones que debían resolver
los análisis y no las pruebas [B; 320],
(Pero adviértase su sugestión de que la demostración mate­
mática nunca es otra cosa que “análisis” [B: 192]. Usual­
mente, Wittgenstein ilustraba sus observaciones con paradojas
heterológicas y conexas [R: 51, 102, 104 s., 150 s., 166, 170,
175, 182]. Esto podría explicar por qué interpretó en forma
tan acabadamente errónea los objetivos y resultados de las
matemáticas.)
La polémica de Wittgenstein concordaba en todos los puntos con
su actitud negativa con respecto a los “fundamentos” y las teorías
matemáticas sobre las matemáticas [B: 320, 327, 330, 336; R :
109].
Tenía la misma escasa paciencia con la preocupación raetama-
temática conexa por las cuestiones de independencia y carácter
completo [B; 189 s., 319, 324, 335 ss.].
Sostenía que el temor a una contradicción no revelada hasta enton­
ces era una ficción o algo neurótico [B; 318 s„ 323, 325, 332, 338,
S45 s.; R : 181], en primer lugar, porque la aparición de una con­
tradicción no es lo único que puede resultar mal en las matemáticas
[B: 325; R: 105, 180, 196]; en segundo lugar, porque la demostra­
ción de una contradicción en sí sólo sería un resultado matemático
más, aunque estuviera en otro sistema que aquel en qite encontrá­
ramos la supuesta inconsistencia; [B; 189, 320, 328, 330, 335, 341;
R : 167 s.];
Argüía que sólo las matemáticas formalizadas, derivacionales,
podían pretender considerar un desastre a una contradicción.
Pero en realidad una contradicción formal sólo sería intere­
sante si fuera también una inconsistencia, presuponiendo asi
que el sistema tuviese verdad, significado v aplicación [B:
321 ss., 333, 337, 339; R : 104, 166],
(Una contradicción es sólo una pieza más en el juego imagi­
nado de la matemática formal [B ; 318 s., 326, 331 s.].)
Wittgenstein creía que sus opiniones sobre el significado y la
aplicación de las matemáticas no dejaban sitio a cuestiones
filosóficas significativas sobre demostrabilidad y consistencia
[B: 189, 322, 329 ss., 339; R: 104, 109, 166 ss., 178, 181].
(Esta pretensión fue apoyada a veces en forma poco satis­
factoria con el uso de principios tractarianos sobre lo que
sólo puede ser mostrado y no dicho y sobre la imposibilidad
de franquear significativamente los límites del lenguaje [B.‘
326, 330, 336.].)
tercero, las contradicciones pueden ser lomadas siempre con bene­
ficio de inventario [Ji: 51, 101, 141.. 150 s., 166, 168, 170, 181 s.] y
hasta usadas [i?; 150 s., 166, 171, 183], Los sistemas con contra­
dicciones pueden siempre, en el peor de los casos, ser remendados
con reparaciones más o menos ad hoc. [B: 319, 333, 345; R: 102,
181]. En lodo caso, una prueba de consistencia no nos daría los
medios de fiscalización que necesitaríamos y la confianza que nos
faltarla si las matemáticas nos inspiraran realmente escepticismo
[B: 330, 345; R: 104, 106 s., 109 s„ 181].

Conclusión

Confío en haber creado una convincente sensación de constancia y


continuidad en el pensamiento de W ittgenstein sobre las matemá­
ticas, una constancia en lo básico que aumenta bajo una continui­
dad de cambios de superficie en énfasis e intereses y ocasionalmente
en doctrina. Ciertamente, las líneas duras de T fueron suavizadas
en días posteriores, pero sobrevivió una doctrina reconocible para
que le dieran una más ancha y libre aplicación.
Constructivamente, los dos temas que continúan dominando en
el pensamiento de Wittgenstein son que las matemáticas constituyen
un equipo ordenado de instrumentos para la fiscalización concep­
tual del lenguaje vulgar y la vida en general y la concepción de
la prueba matemática como demostración visible de elementos esen­
ciales, a saber, necesidades. La doctrina era ilustrada en su mayor
parte con ejemplos de simples cálculos aritméticos y el cálculo de
tautologías, concediéndole cierta atención ocasionalmente a otras
partes de las “matemáticas intuitivas”. Desde un punto de vista
crítico, encontramos un persistente escepticismo acerca del para­
digma deductivo de la demostración matemática, una obstinada
resistencia a concebir las matemáticas como una materia autónoma
que se codifica mejor en un cuerpo creciente de proposiciones sobre
los objetos matemáticos; Wittgenstein nunca se reconcilió realmente
con las proposiciones matemáticas ni aceptó la tesis, que reaparece
periódicamente en la historia, de que las matemáticas pueden
unificarse en una teoría única. Su desconfianza ante las preten­
siones de las “matemáticas puras” era apuntalada por una seria
desatención ante la verdadera conducta contemporánea de la teoría
matemática, sólo compensada parcialmente por sus preocupaciones,
tan pronto crecientes como menguantes, por la idea de un número
real y la concepción del infinito matemático y su todavía posterior
reacción crítica ante las metamatemáticas (Wittgenstein, aparente­
mente, ignoraba por completo los trabajos recientes en álgebra,
análisis y geometría, de los cuales habría podido recibir cierto
apoyo m oral). Este tardío y perezoso interés a regañadientes por
las'matemáticas puras no tuvo consecuencias totalmente felices, por­
que parece haber excitado la ocasional indiferencia de Wittgenstein
ante la distinción entre las aplicaciones vulgares y matemáticas de
los conceptos matemáticos, que provecían una sombra de sospecha
cada vez más intensa sobre toda su filosofía de las matemáticas.
Algb a un tiempo más interesante y compulsivo podría haber sur­
gido de una investigación de cómo las aplicaciones internas (por
ejemplo, desde los conceptos de la probabilidad hasta la teoría de
los núm eros), penetran finalmente en la “vida”. Wittgenstein ha­
bría hecho muy bien en tomar en serio la tesis de que la no nume-
rabilidad es una implicación ineludible de las aplicaciones físicas
y tecnológicas del análisis matemático. [Ver Bernays, ob. ct., p. 14.]
El cambio superficial más obvio fue que el lenguaje unificado

m -
de T estaba fragmentado en un caos de juegos de lenguaje consi­
derados como formas de conducta, y las matemáticas en la enseñan­
za se tornaban dependientes de las convenciones y de los acuerdos
entre los hombres, de nuestras maneras de obrar y formas de vida.
Wittgenstein se volvió más capaz aún de formular sus pensamien­
tos en el vocabulario de las “reglas”, los “caminos”, los “paradig­
mas” y las “normas” y de prestarles quizás una exagerada atención
a las transformaciones conceptuales causadas por las demostraciones
matemáticas. La tesis original de que la lógica formal y las mate­
máticas son métodos lógicos distintos fue atenuada en la “mezcla”;
la concepción aparentemente cristalina de “y así sucesivamentemente”
quedó diluida en la noción general de la claridad. Wittgenstein
se mostró preocupado por las líneas netas [ver R : 155, 168, 186j
e imputó una teoría superrígida del lenguaje a su propio yo de
los primeros tiempos [R: 182],
A esto, desde luego, lo acompañó una actitud generalmente
más relajada con respecto al lenguaje en general. Lo que es más
destacado, Wittgenstein, después de una firme resistencia, abandonó
finalmente la idea de que hasta el lenguaje proposicional era un
sistema unificado resoluble analíticamente en una “totalidad” de
juicios elementales, anclados ellos mismos a la “totalidad” de los
objetos a que se hace referencia en última instancia, una opinión
que nace de lo que he llamado en otra parte “El Principio Absoluto
del Spielmum” (Tnquiry, 1964, pp. 411 s.) . La rígida distinción
entre el decir y el mostrar se rompe, y luego es destruida la “meta­
física trascendental” del otro “m undo” más allá de los límites, el
mundo de las “posibilidades” que debe haber tenido la estructura
perfecta de un “ideal” para mantener al lenguaje inflexible por
dentro .'7 Me parece que el cambio más importante, más profundo
y menos visible que los demás, radicaba en su opinión sobre la
necesidad. Lo propuesto retóricamente en la pregunta de T “¿qué
debe acaecer a fin de que algo pueda acaecer?” (5-5542), cedió el
paso finalmente en la concesión de que “Corresponden a nuestras
leyes de la lógica hechos muy generales de la experiencia cotidiana’.’
[R : 36], Por lo demás, el mundo ideal de la lógica del cual habla
Wittgenstein con tanta elocuencia en las Investigaciones filosóficas
habría quedado totalmente separado de la contingencia del hecho.
Pero ahora los mojones de la contingencia, los “límites del empi­
rismo”, son ubicados en otros hechos contingentes.
7 La p rim e ra ru p tu ra tuvo lu g ar con su a b an d o n o de la exigencia de
q u e los juicios elem entales fuesen indepen d ien tes e n tre sí. Esto es docum en­
tad o en el artículo de 1929 sobre la form a lógica y en B , p a rte s V III y X X I
y en p, 317, donde reescribe T : 2.1512 p a ra decir q u e no se aplican a la
realid ad sentencias aisladas (como él creía antes) sino todo el sistema, rígido
a ú n , del lenguaje.
Creo que Wittgenstein tenía razón, pero no la suficiente. Las
matemáticas están edificadas sobre los presupuestos de la vida coti­
diana y por lo tanto tienen implicaciones contingentes. Pero dudo
de que W ittgenstein viera esto con suficiente claridad o lucidez en
R y no lo persiguió con suficientes detalles. Seguramente, los hechos
de que caminamos sobre dos piernas y hablamos una babel de idio
mas —importantes en la situación hum ana— no figuran entre las
piedras demarcatorias del empirismo. P e r o ..., ¿por qué no? Nece
sitamos muchos casos con tantos detalles, por lo menos, como los
dedicados por W ittgenstein a sus vendedores de madera de cons
micción [H: 43 s.]. Entonces, quizás, podríamos empezar a com­
prender lo que es tan importante: que cada parte de la mezcla de
las matemáticas tiene una mezcla de aplicaciones (ver, por ejemplo.
R : 352).
Valuación. Hemos observado ya numerosos defectos en la pre­
sentación de Wittgenstein y problemas no resueltos para su teoría
de las matemáticas.
Wittgenstein, simplemente, no sabía qué hacer con respecto a
las matemáticas puras, donde la “aplicación vulgar” es ya matemá­
tica. Importa aquí ver lo que el propio W ittgenstein solía no notar:
que los conceptos matemáticos no son, en sí, conceptos vulgares.
Los números naturales no son los números de “¿cuántos?” o “¿cuál?”,
sino, simplemente, aquéllos con que podemos calcular y sobre los
cuales podemos demostrar teoremas, a menudo, sin duda, para los
fines corrientes de regularizar nuestras ideas de "¿cuántos?”, etcétera.
El número 6 es simplemente una noción tan matemática como el
número perfecto o Xn- Quizás W ittgenstein chocara ya inconscien
temente con la dificultad en B al aplicar a menudo el principio
de la verificación a las proposiciones supuestas de la teoría del
número. La aplicación es, me parece, enteramente razonable consi
derada en sí misma, pero apenas coherente con la proscripción de
las proposiciones matemáticas por Wittgenstein. El problema lo
siguió persiguiendo en R , por ejemplo, donde se sintió incapaz de
hallar una técnica vulgar para que 2 fuese una propiedad de
[■/?; 186]. Parece haberlo decepcionado la doble faz de las matemá
ticas, que mira afuera hacia su aplicación vulgar y, adentro, hacia
su propia teoría. [Ver R: 117 ss.]. Ésta se una forma de tomar el
"carácter doble de la proposición matemática como ley y como
regla". [/?: 120], Como no quería negar nada. W i t t g e n s t e i n d e b í a
hallar cierta adaptación al hecho de que las matemáticas trabajan
entre sus propias paredes y establecen toda clase de cosas interesan­
tes como la irracionalidad de 2 y la trascendencia de k . Esto
embota el aguijón de la crítica de Wittgenstein a las metamate-
máticas que, en sus operaciones, no difieren tanto de la teoría de
Galois o de cualquier otra parte de las matemáticas puras, en que
los hombres han razonado con éxito sobre los objetos matemáticos.
Wittgenstein admitía que la demostración de una contradicción
indicaría que no sabemos qué estamos haciendo. [Tí: 104]. Acep­
tado, y esto es un resultado importante, que pueda asemejarse al
descubrimiento de la irracionalidad de \ / 2 ; pero esto es también
un problema, que puede tener una significación análoga, aunque
cabe dudar de que sea tan importante, para las matemáticas, como
el descubrimiento de la irracionalidad; no vemos inmediatamente
qué tiene de malo nuestra idea intuitiva de la abstracción de clase
en la misma forma como podemos ver la mayoría de nosotros por
que está prohibida la división por 0. No creo que W ittgenstein se
haya equivocado al subrayar las aplicaciones vulgares, por el con­
trario; pero dudo de que haya podido resolver la dificultad sin
entrar en detalles inusitados con el objetivo de explicar cómo las
aplicaciones internas de los conceptos matemáticos también, en una
forma quizás refractada y diluida, reflejan los elementos esenciales
del lenguaje vulgar, no matemático.
Esta primera dificultad está ligada al estado insatisfactoriamen­
te indefinido de las ideas de W ittgenstein sobre el cambio concep­
tual. Las modificaciones más obvias se presentan en conexión con
las aplicaciones internas, por ejemplo, el cierre del plano provectivo
con la introducción de un punto en la infinidad, el desarrollo del
campo del número real, la reelaboración algebraica de la aritmética
y la geometría y el uso sistemático de la teoría del conjunto como
algo formulista.
Tam bién hemos notado que W ittgenstein nunca pudo decir
cómo podían llegar las distintas pruebas a las mismas conclusiones.
O, para decirlo de otro modo, no tenía lugar en su marco mental
para la idea de un teorema. La disponibilidad de pruebas alterna­
tivas va de la mano con la suposición usual de que se puede com­
prender un teorema que nunca se ha visto probado, que Wittgenstein
quiso también aparentemente negar, no sin adm itir el círculo de
la paradoja [ver B: 183; R : 92]. Tam bién aquí creo que W ittgen­
stein sólo habría podido eliminar la dificultad si, contrariamente
a todas sus inclinaciones, hubiese mirado muchos casos especiales
distintos, con considerables detalles. No sé cómo hacer esto: pero
c r e o que ]0 que debemos term inar por comprender mejor es la
aplicabilidad obvia, franca, multivalente de las matemáticas inte­
resantes a casos de todo género, tanto dentro como fuera; esto,
acaso, revelaría mejor cómo se puede considerar a una cosa como
un modelo para otra cosa y (para decirlo figurativamente) cómo
se puede hacer girar el mismo caso en direcciones distintas para
llegar a la misma posición.
Otro problema de magnitud que el propio W ittgenstein reco­
noció es explicar cómo son posibles los errores en el cálculo especí­
ficamente y en la demostración generalmente. O se sabe o no se
sabe calcular; pero, si se sabe, el cálculo arroja el resultado exacto.
Plasta aquí, el problema se parece un poco a la justificación de los
errores de ortografía. Pero le da especial importancia el axioma
de W ittgenstein de que el proceso y el resultado son lo mismo en
las matemáticas y lo hace lamentable la consideración de que si la
prueba fuese (como lo sostenía Wittgenstein) la revelación del
sentido, resultaría difícil explicar cómo podemos, con la compren­
sión, proponernos probar algo, si no conocemos el resultado por
adelantado [ver B: 170], Podemos aceptar hasta cierto punto la
declaración confesional de W ittgenstein “No he hecho aún claro el
rol del cálculo erróneo. El rol de la proposición: ‘Debo de haber
cometido en error de cálculo’. Esto es, realmente, la clave de una
comprensión de los ‘fundamentos de las matemáticas’.” [i?: 1 1 1 ;
ver también 33, 95, 120.]
Hay muchos otros problemas menores, no resueltos. W ittgen­
stein estaba mal preparado para afrontar la distinción, obvia, aun­
que sólo ocasionalmente pertinente, entre los axiomas y los teoremas
[ver R : 79], ¿Por qué, por ejemplo, eran tan cautelosos los antiguos
con el axioma de las paralelas... se le consideraba generalmente
verdadero? (Y ver las propias observaciones de W ittgenstein en R:
113 s.) A sim ism o..., ¿cómo explica W ittgenstein el hecho de que
los matemáticos no “descubren” pruebas, sino teoremas? ;Dónde enca­
jan en su plan los métodos de ensayo y de error? Aunque puedo creer
que algo que no veo llevó a Euler a su calculada desaprobación de
n
la conjetura de Fermat, de que todos los números de la forma 22 -f- 1
5
son primos, la mayoría de nosotros vemos -(- 1 como un contra­
ejemplo concreto [para un reconocimiento parcial, ver B: 134 y R :
188], Todo esto son dificultades evidentes, no resueltas aún por la
filosofía de las matemáticas de Wittgenstein.
Desviándonos a otro sendero crítico, creo que la mayoría de
los comentaristas estarán de acuerdo en que el estilo y la manera
de W ittgenstein eran inadecuados para el tema. Las fluctuantes
imágenes de su variable terminología son de lamentar; y las usa
en una forma analógica negligente, con escasa discriminación. Pién­
sese solamente cómo han sido llamadas y podrían llamarse “reglas”
muchas cosas distintas; piénsese qué distintas son las reglas del
inglés de las del cálculo. En ninguna otra parte de la filosofía se
exige más el detalle. W ittgenstein llama nuestra atención sobre la
“mezcla”; p e r o ..., ¿dónde está la misma en su libro? T rabaja con
unos pocos ejemplos insípidos, que se destacan más que nada por
su vaga semejanza con otros más importantes. (¿No habría dado
más resultado como ejemplo el Problema del Puente de Kónisberg
que las bisagras en la pared j\R: 174]?). W ittgenstein era inexcusa­
blemente negligente en punto a tecnicismos y a veces éstos revisten
importancia. Todos han considerado, con Wittgenstein, que debe
de haber una diferencia formal importante entre la serie de los
números primos y (digamos) la serie de los números pares [ver
B : 251]. Creo que los matemáticos, algunos de los cuales piensan
lo mismo que Wittgenstein sobre los números reales, han intentado
sin éxito decir en qué consiste la diferencia.
El T , por lo demás bien elaborado, es inverosímilmente malo
cuando se refiere a importantes cuestiones técnicas. El principal de
ésos defectos es que la operación de W ittgenstein para generar pro­
posiciones no era, como él habría podido enunciarlo más tarde,
generalmente recursiva, tal como debía serlo. Me he devanado los
sesos tratando de imaginar cómo se podía adaptar una teoría de
las descripciones a la teoría de T del lenguaje, como insinuó W itt­
genstein que podía ser T : 3.24. Pero, yendo más al grano, la teoría
¿ie T de las matemáticas per se es simplemente un caos. En primer
lugar, las ecuaciones en cuestión no son sentencias degeneradas, de
modo que no resulta claro cómo pueden ser sinnlos pero no puntos
singulares unsinnig de revelación lógica. En segundo lugar, esas
ecuaciones son descritas como conteniendo nombres y no (por ejem­
plo) números, aunque los ejemplos de W ittgenstein están urdidos
'{jara el número. Sospecho que W ittgenstein tenía en vista algo así
como la trigonometría; pero, por la razón que acabo de mencionar,
sU teoría es inadecuada hasta para los simples cálculos. Bosqueja
sucintamente una teoría del número, que puede ser congruente con
el esquema de Peano; pero uno se pregunta cómo se puede aplicar
esto a las manzanas y a las naranjas. Se necesitarían más de dos
Aplicaciones de negación conjunta para conseguir "manzana t , está
en el plato y manzana 2 está en el plato”. Hay soluciones para esto,
P^ro llevan a dificultades más profundas aún.
Sin embargo, después de haber anotado todo esto, creo que
Wittgenstein tenía razón en el fondo en su alternativa, propuesta
aunque fragmentada, a las demás “filosofías” de las matemáticas.
Mientras rastreaba a lo largo de esos textos, me sentía cada vez más
agradablemente dispuesto a pensar que el método derivacional for­
mal de presentar una prueba matemática contra el cual polemiza
Wittgenstein sólo es un método de presentación, v bastante artifi­
cial por lo demás, una suerte de uniforme qut; yo había aprendido
a respetar con el adiestramiento por los profesores de lógica. Estoy
absolutamente convencido por lo que él insinúa sobre el “sentido”
f las matemáticas. Ahora, me gustaría tratar de trasmitir esta con-
vicción.
Muchas comparten la aversión de W ittgenstein a la teología
de las matemáticas puras y su deseo de disipar los misterios arcanos
del culto. Pero quizás los misterios sean preferibles a decir que las
matemáticas son algo que evidentemente no son (¿quién cambiaría
¡as matemáticas que conocemos por la psicología?) y al naturalismo
del “juego” sin sentido. El concepto de las matemáticas de W ittgen­
stein como un equipo de instrumentos para la fiscalización concep­
tual es, a un tiempo, un refugio del empirismo y una alternativa
ai platonismo. Debemos tratar de ver cómo los objetos matemáticos
son seres de concepción hum ana en una forma en que no lo son
los cocos y los pensamientos. El pensamiento orientador de W ittgen­
stein es que son rasgos de nuestras formas primitivamente no mate­
máticas de pensar sobre el mundo y le deben su superpalpabiliclad
aparente al hecho de que pueden ser presentadas “no observacio-
nalmente” en esa forma, más inmediata. Explicamos el sentido de
las matemáticas atendiendo a esas aplicaciones, a los ejemplos domi­
nantes y no apelando a imágenes tomadas en préstamo. W ittgen­
stein nos fortalece también contra esas maneras evidentemente falsas,
pero con todo peligrosamente invitantes, de pensar en las secuencias
matemáticas como verdaderos procesos físicos que subsisten quizás
durante un tiempo larguísimo. Los infinitos de las matemáticas no
son procesionales, sino características de las reglas singulares abier­
tas, aunque de aplicación regular. Creo que muchos matemáticos
practicantes comparten la idea de W ittgenstein de que los números
reales deben responder a "reglas”.
La prueba de la exactitud de la manera de pensar de W ittgen­
stein sobre las matemáticas aparece en muchos lugares. Piénsese
que, hasta hace poco, sólo en la geometría, entre las muchas disci­
plinas matemáticas, había pruebas que supuestamente debían pro­
venir de axiomas y postulados estipulados. ¿Por qué? Porque en
otra parte de la demostración comenzaba llamándonos la atención ei
matemático sobre lo que cualquiera podía ver que debía acaecer,
por ejemplo, se podía advertir que los números eran ilimitados
simplemente porque uno había aprendido una regla de lenguaje
vulgar, para contar así, permitiéndole siempre contar más arriba de
"esto”. Hasta en la geometría, los axiomas se formulaban como in­
dicaciones de que las proporciones geométricas y no (por ejemplo)
las intensidades de la sensación, eran la materia tratada y los pos­
tulados se estipulaban donde se requería una especie de generali­
dad para la cual la práctica vulgar no proporcionaba una construc­
ción que diera validez inmediata. La demostración geométrica se
reducía más que nada a conseguir que uno “mirara y viese”, donde
lo que miraba era la “aplicación”. Fuera de la geometría, con el
desarrollo de las matemáticas puras, esta aplicción era ya común­
mente algo matemático (por ejemplo, el orden y el número de los
exponentes de las funciones polinómicas).
Hay algo de exacto en las ideas de W ittgenstein sobre los con­
ceptos “creadores” de pruebas. Uno cree en primer término en los
ejemplos importantes, aunque trillados, de la historia del desarrollo
del concepto del número, sobre los cuales no me extenderé como
no sea para observar las diferencias. Llegamos a X0 generalizando
sobre una aplicación de los números y a co generalizando sobre otra;
los números complejos, a modo de contraste, surgen de una exi­
gencia de redondez algebraica. La resolución final de los proble­
mas de la geometría clásica proporciona un tipo de ejemplo distin­
to. Wittgenstein consideró que éstos establecían conexiones entre
“sistemas de lenguaje” antes separados (B: 177). Supongamos, lo
que es históricamente inconcebible, que Arquímides supiera lo que
hacia con respecto a las magnitudes geométricas y dominara en
cierto modo la teoría algebraica completa de las ecuaciones, el con­
cepto de una función derivada y la teoría analítica del desarrollo
de series de potencia. Él, como Lindemann, habría podido demos­
trar que e no era la raíz de ninguna ecuación polinómica; y por lo
tanto no jti; y por lo tanto no Tt; pero ni siquiera Arquímedes
habría podido ver inmediatamente que, por lo tanto, no se podía
obtener la cuadratura del círculo. La prueba de Lindemann habría
sido incomprensible para los antiguos y no hubiera respondido a
su pregunta. El sentido de “n” ha sufrido desde entonces un cam­
bio continuo pero acentuado, más que nada por haber aplicado un
creciente cuerpo de técnica analítica a problemas que, originaria­
mente, se planteaban en otra parte. El concepto original de una
razón geométrica estaba, con todo, siempre ahí, como habría podido
4ecirlo Wittgenstein, en el trasfondo. Se podría interpretar tenden­
ciosamente la demostración de Lindemann como una explicación
de por qué el problema geométrico no habría podido ser (y por lo
tanto nunca lo fue) resuelto,
Esta descripción del caso, que supongo aceptable, está destinada
a ilustrar cómo cobra sentido la aplicación; aquí, la “aplicación”
principal era matemática, pero la aplicación matemática en sí ob­
tiene su sentido de los procedimientos superimposicionales no mate-
«íá ticos que provienen de comparar áreas. En realidad, no quere­
mos negar nada y se plantea el interrogante de si esa forma de
pensar tendría algún sentido útil si es dirigida a partes más ocultas
y abstractas de las matemáticas que empiezan con aplicaciones ano­
tadas y muy reglamentadas desde hace tiempo. Me arriesgo a insi­
nuar que eso puede ser, aunque aquí mi ignorancia podría trai­
cionarme. Me ha asombrado observar la excitación causada por
Cohén al probar hace poco la independencia del Axioma de la
Elección. El gran interrogante es qué harán ahora los matemáticos.
La opinión general parece ser que seguirán como hasta ahora con
la sensación de que su confianza anterior al usar el Axioma ha sido
justificada .8 Creo que se podría explicar “filosóficamente” esa “de­
cisión” manteniéndose a lo largo de las siguientes líneas wittgens-
teinianas. Empezar con el pensamiento de W ittgenstein de que las
concepciones matemáticas del infinito son planteadas con el fin de
fijar, en forma no arbitraria, los límites de conceptos ya disponi­
bles. Una prueba de numerabilidad exhibe una regla con la cual
puede ser puesta en práctica. Una prueba de no numerabilidad
muestra que no hay tal procedimiento. Sin embargo, a fin de que
todo sea limitado, un concepto de un desarrollo supuestamente no-
denumerable debe ser sujeto a algo que podamos captar. Las prue­
bas usadas, en la estratosfera de la teoría del conjunto obtienen su
sentido de sus conexiones con cosas más próximas, gravitantes,
“constructivas”. Los límites se trazan para permitirnos considerar
esos casos en una forma no arbitraria. Si estamos seguros de que
un principio es válido para cualquier caso finito como éste o “cons­
tructivo” de otro modo, nos incumbe a nosotros adoptarlo, si se le
sabe también consistente con todos los demás principios semejantes.
Creo que tal es ahora la situación con el Axioma de la Elección.
No confío del todo en que lo que digo tenga sentido; pero se trata,
en cualquier caso, de un ejemplo del pensamiento de W ittgenstein .9
Debe ser evidente, ya, que simpatizo con la tesis de W ittgens­
tein de que la prueba matemática es una clara demostración y no
un derivado lógico; o, más bien, que el derivado lógico sólo es una
especie de demostración. Creo que esto, en realidad, habría sido el
sentimiento tradicional y que la filosofía de W ittgenstein represen­
ta un regreso significativo de la moda reciente. Me inclino a pensar
que H ilbert se equivocaba y Euclides tenía razón, que los postula­
dos no deben ser enunciados como supuestas verdades, sino que
j 8 P u ed e h a b e r ciertas reservas, m ás q u e n a d a p o rq u e el A xiom a de la
Elección tiene algunas consecuencias c o n tra in íu itiv a s —¡obsérvese la apelación
in m e d iata a la aplicación n o m atem ática!— sobre todo el teorem a T arski-
B anach. P ero esa clase de in tu ició n , sea com o fuere, está siem pre a la
defensiva. R ecuérdese el p ro p io ejem plo favorito de W ittg en stein de la dis­
tan c ia d e la superficie a q u e se h allaría u n cordón colocado alred ed o r de la
T ie rra si su lo n g itu d fuera au m en tad a en q uince centím etros.
® U n razonam iento análogo p o d ría in d u cirn o s a a d o p ta r el A xiom a de
la R e d u ctib ilid ad si se dem ostrara que es in d ep e n d ien te de los dem ás axiom as
de la T e o ría R am ificada de los T ipos. El A xiom a es evidentem ente válido
p a ra los m odelos finitos, p o rq u e ahí podem os form ar fácilm ente p o r lo gene­
ral funciones predicativas q u e d e fin a n los desarrollos de funciones im p re d ica ­
tivas, p o r ejem plo x tiene todas las propiedades de u n gran general posee
el m ism o desarrollo q u e tal o cual función m ás bien q u e x = E p a m in o n d a s .. .
v x = A le ja n d ro .. . v x = A n í b a l.. . v x = C é s a r.. . v x = S a b u ta i.. . v x =
M a rlb o ro u g h .. . v x = R om m el.
han de ser colocados de vez en cuando para decirle a uno qué puede
hacer. Sea como fuere, estoy de acuerdo con W ittgenstein en que
lo que importa es la prueba y no la conclusión. Los matemáticos
descubren pruebas, no teoremas. Las proposiciones matemáticas,
en realidad, son esencialmente últimas líneas de demostraciones.
No se puede afirmar adecuadamente que se conoce un teorema si
se piensa que no ha sido demostrado y creer en una proposición
matemática implicaría para nosotros creer que se la puede de­
mostrar.
La máxima de Wittgenstein de que el proceso y el resultado
son lo mismo es una formulación extrema de la posición. Hasta eso
tiene cierta plausibilidad inicial para los ejemplos de demostracio­
nes no sistemáticas, tales como la prueba de Cauchy de que la suma
de los números de las caras y los vértices menos el número de las
aristas de un poliedro es siempre 2 , y la solución del problema del
Puente de Kónigsberg. Podríamos argumentar en favor de la tesis
concentrándonos (como lo hace Wittgenstein) en los cálculos, don­
de el cálculo parece ser una prueba de que éste puede hacerse. No
me gusta esa defensa, pues dudo de que el cálculo sea alguna vez
en sí mismo una demostración, a pesar del hecho de que los ejerci­
cios de Goedel parecen culminar finalmente en un cómputo refi­
nado, pero, con todo, elemental. Yo diría, más bien, que el teorema
es que hay un cálculo que puede ser considerado así. Generalizando
sobre esto, uno puede conservar algo de la doctrina de Wittgenstein.
Una demostración revela que existe cierta construcción y que no se
la puede ejecutar mejor que exhibiendo semejante construcción.
Uno recuerda aquí el precedente clásico de la geometría euclidiana,
donde las construcciones se exhiben con las pruebas agregadas.
Pero la doctrina se aplica mejor a los ejemplos no sistemáticos.
Recuerdo la experiencia de un amigo matemático (el mismo que
me mostró la prueba "más corta” del Teorema de Pitágoras) que
fue contratado para ofrecerles lecciones de geometría elemental por
televisión a alumnos de segundo grado. Lo axiomático estaba des­
cartado. En tal semana, mi amigo les enseñaba a dividir en dos
partes iguales una línea. En la siguiente, les enseñaba a trazar un
círculo y luego les pedía que encontraran el centro de un círculo.
Se informó que dos niños vieron de inmediato la solución. Lo que
me resulta interesante en esto y lo otro con respecto a los dos ejem­
plos que dimos en página 69 y siguientes, es la casi imposibilidad
de considerar deducciones de axiomas a las demostraciones que
acompañan a las conclusiones. En re a lid a d ..., ¿dónde están los
axiomas? Quizá estén “implícitos”. T al vez. P e ro ..., ¿cómo figuran
a modo de premisas? No Pliego que podamos encontrar pruebas
derivacionales de los axiomas para las conclusiones afirmadas, Pero
las que he mencionado no son de esa clase. Digo que la prueba no»
hace ver la construcción en cierta forma que puede aparecer de vez
en cuando y, en realidad, podemos tener algo más parecido a una
situación híbrida que a un derivado .10
lie leído en alguna parte que los banqueros genoveses inven­
taron en el siglo XV el interés compuesto. Me imagino que pueden
haber apoyado su introducción de esta nueva forma de comerciar
en la siguiente demostración: si la liquidez tiene su precio, en una
economía ideal sin fricción el interés debe ser compuesto en for­
ma continua, ya que un inversor perfectamente racional podría sin
cesar retirar y reinvertir su capital con un interés acrecentado.
Este género de “prueba” debe parecerse, a mi entender, al tempra­
no e importante descubrimiento por los babilonios de una expli­
cación de por qué los campos de igual perímetro no producen igual
rendimiento y la explicación de por qué el diario de navegación
ile El Cano tenía un día de error cuando el navegante recaló
en un puerto portugués del África a fines del primer viaje alrede­
dor del mundo. Creo que son esas las demostraciones que tenía en
vista Wittgenstein. No provienen deductivamente de axiomas; to­
man su sentido de sus conexiones directas con una aplicación que
es inmediata y palpable. Al mismo tiempo, es evidente que la natu­
raleza no se comporta siempre como parece exigirlo la demostra­
ción. La economía no carece de fricción; es demasiado dificultoso
ser “perfectamente racional": la “fertilidad”, como el área, puede
afectar la cosecha. Pero asimismo la prueba nos pone en condicio­
nes de localizar los demás factores y por eso se la puede usar como
instrumento de fiscalización conceptual.
En el uso cotidiano, las palabras como “demostración”, “prue­
ba” e “inferencia”, en compañía de otras como “explicación”, “di­
lucidación”, etcétera, abarcan actividades que, aunque esencialmen­
te lingüísticas, llegan más allá del uso del lenguaje, hasta lo que
puede ganarse en cuanto a crear convicción y organizar conoci­
miento. La concepción formal moderna de la prueba como deriva­
ción lógica, como la concepción de explicación corrientemente po­
pular de la “ley abarcante”, cercenaría los factores no lingüísticos
como algo extrañamente psicológico y reduciría las nociones de de­
mostración y explicación a sus componentes puramente lingüísti­
cos. En realidad, una de las hazañas de Goedel fue mostrar cómo
las pruebas formales podían ser consideradas estructuras pura­
mente lingüísticas. Con todo, la inclusión no resulta fácil de ex-
10 E n cierta ocasión, solucioné el problem a de d em o strar q u e u n triá n g u lo
con dos bisectrices iguales es isósceles. N o h e logrado re c a p tu ra r la p ru e b a ,
a u n q u e recuerdo q u e la conclusión apareció cuan d o vi u n a relación q u e ,
com o las caras en los árboles, ha desaparecido ah o ra e n u n caos de líneas^
plicar y la prueba formal es una demostración solamente según
advertencias importantes e implícitas.
La inclusión bajo reglas generales es una forma de derivación
lógica: a cambio de esto, me siento inclinado a pensar que la de­
mostración matemática es, en el mejor de los casos, una especie de
explicación.
Esta idea, tomada conjuntamente con los ejemplos arriba exa­
minados, me retrotrae a la “formación del concepto”. Las demos­
traciones no sistemáticas que hemos estado viendo sólo tienen éxito
si nos llevan a ver algo en forma nueva o revelan distinciones antes
pasadas por alto. Hacen esto con tanto mayor eficacia cuanto más
“explican” también; son “claras”, si no inmediatamente convincen­
tes. Después de haber leído a Wittgenstein, me desconcierta fran­
camente el hecho de que pueda haber distintas pruebas de los
mismos teoremas. Pero ahora, teniendo en cuenta los ejemplos ele­
gidos de la poca matemática aprendida en la escuela, me impre­
siona el hecho de que ciertas pruebas se expliquen mejor que otras.
Volvamos a la prueba “más corta” del Teorema de Pitágoras ya
citada que usa esta construcción.

Compárese esto con otra muy convincente, “corta”, prueba que


usa la construcción (a -f- b f = a 2 -f-62 2ab, donde, naturalmen-

a b a

te, los cuatro triángulos de las esquinas tienen un área combinada


de 2ab. Confieso que no estoy seguro aún de ver por qué la prime­
ra prueba más corta es una prueba: me convence perfectamente la
otra. Sin embargo, creo que la prim era prueba es probablemente
la “mejor”, porque sugiere una conexión explicativa con el princi­
pio fundamental de que las partes correspondientes de las figuras
similares tienen magnitudes proporcionales .11
U n último ejemplo. Todos hemos visto la prueba clásica de la
irracionalidad de \ / 2 atribuida a Pitágoras. Empezamos por supo­
ner que 2 = m 2fn 2, donde m y n son relativamente primos. En cier­
ta ocasión, me quejé a un matemátimo amigo mío de que, aunque
yo encontraba esto perfectamente convincente, no comprendía real­
mente qué estaba sucediendo. Él me expresó su simpatía y me dijo
que considerase la demostración como un caso especial del Teorema
de Factorización Única. Ahora, comprendo (como comprendiera
__ s __ 3 ___
“implícitamente” en la escuela cuando “vi” que x/5, \/1 0 y \/4 9
son irracionales). El Teorema de Factorización Única en sí parece,
o antaño me pareció, perfectamente evidente, aunque confieso que
la prueba usual, atribuida a Euclides, me parece “poco clara”.
Comprendo o comprendería mejor las cosas con algunas pruebas
de un teorema dado más bien que con otras porque la prueba “me­
jor” relaciona más estrechamente la conclusión con las aplicaciones
vulgares con que empezó mi pensamiento a las operaciones de suma
y multiplicación que apoyan la teoría de los números o a la cons­
trucción y uso de triángulos euclidianos para medir áreas.

11 Q uizás la o lra p ru e b a sugiera tam b ién u n a p ro fu n d a explicación


vinculada a la consideración de la sim etría. Lo q u e n o veo, son las conexiones
e n tre esas p ruebas y las otras q u e h a n presentado los e sp íritu s ociosos d u ra n te
más de dos m ilenios.
LOS SERES H U M ANO S

J ohn W. Cook

Sólo de u n ser h u m an o y de lo q u e parece (se com porta como)


u n ser h u m an o , puede decirse: tiene sensaciones; ve; es ciego;
oye; es sordo; es consciente o inconsciente.
W it t g e n s t e in

Parece justo decir que no existe un consenso muy general


acerca de lo que ha aportado exactamente Wittgenstein a nuestra
comprensión del problema de otras mentes. Algunos atribuirán es­
to al carácter desconcertante del estilo de W ittgenstein y acaso haya
algo de justo en ello. En cambio, tal vez las dificultades que halla­
mos en su estilo sean en parte, el resultado de los preconceptos que
aportamos a nuestra lectura de sus escritos. Cuando se trata del
problema de otras mentes, nos sentimos sin duda dispuestos a des­
cubrir que las líneas principales de su posición siguen ciertos ca­
minos bien conocidos. Esperamos hallar en su posición algún ele­
mento del cartesianismo o el behaviorismo, porque éstos parecen
dividir el campo sin dejar un sobrante. Es cierto que Wittgenstein
quizá haya repudiado ciertas consecuencias, tales como la idea de
un lenguaje privado, que otros creían ver en estas alternativas,
pero no puede haber rechazado integralmente a ambas. Quizás haya
transado adoptando elementos de una y otra. Contra esta manera
de interpretar a Wittgenstein, intentaré mostrar que rechazó en rea­
lidad integralmente tanto al cartesianismo como al behaviorismo.
Rechaza un elemento que comparten fundamentalmente esas alter­
nativas, es decir cierta manera de decir qué es un ser humano.
A fin de revelar este elemento, empezaré por pasar revista a los
rasgos del escepticismo filosófico que suscitan los problemas de
otras mentes.
I

En su Primera Meditación, Descartes pone en claro las siguien­


tes características del escepticismo filosófico: el escéptico debe de­
sechar dudas sobre casos especiales (“¿Han sacado al gato?” “¿Está
cargada la escopeta?”) y una vez de ello, debe buscar bases para
discutir toda una clase de juicios. Esto debe realizarse socavando
en alguna forma el género usual de justificaciones que damos para
juzgar la clase de cuestión. Ahora bien, el escepticismo así enten­
dido ha provocado un conjunto de exigencias que los filósofos han
tratado por lo general de honrar en las respuestas que le han dado
al escéptico. En primer lugar, al responderle al escéptico nos priva­
mos de apelar simplemente a las justificaciones de tipo corriente
(“Yo miré”) , ya que son precisamente ésas las que él da a entender
que ha socavado. (Esto es lo que Moore parecía pasar por alto tan
a menudo.) En segundo lugar, si se le ha de contestar al escéptico
en sus propios términos y hemos de progresar de una certeza sim­
plemente moral hasta una certeza metafísica, como lo habría ex­
presado Descartes, tenemos que empezar por premisas que no
contienen en sí presuposiciones discutibles de ninguna clase. De­
bemos encontrar alguna manera de fundar nuestros juicios usuales
en lo que se ha llamado “enunciados protocolares”. (Para mayor
sencillez de exposición, conservaré esta frase, recurriendo a la sig­
nificación etimológica de “proto”.) En tercer lugar, esta funda-
mentación de nuestros juicios corrientes debe ser realizada sea ( 1 )
por una justificación de alguna clase extraordinaria para hacer
inferencias a partir de enunciados protocolares, por ejemplo, Ja
apelación de Descartes a la veracidad de Dios, o (2) una construc­
ción (en la letra, si no en espíritu) de nuestros juicios ordinarios
con sentencias protocolares usando medios puramente formales.
(Llamaré a éstas las exigencias del escepticismo.) Los filósofos,
como dije, han honrado usnahnente esas preguntas. Ha habido ex­
cepciones, como Moore y Thomas Reid, pero sus respuestas al es­
céptico han sido más desconcertantes que útiles. De acuerdo con
ello, la filosofía moderna ha sido más que nada una lucha para
hallar medios adecuados de satisfacer la tercera exigencia del es­
céptico. Por eso, hemos sido testigos de una sucesión de reduccio­
nistas, por un lado, y de los que ellos llaman metafísicos, por otro.
Éstas son las líneas, pues, entre las cuales se libran las escaramuzas.
Con cierta frecuencia, un filósofo trata de hallar un terreno inter­
medio, pero los demás gritan “necio” y la lucha prosigue con su­
tilezas adicionales.
T al es, en líneas generales, el medio en el cual interpretamos
a Wittgenstein. Convendrá pasar revista, pues, al contenido de
las exigencias del escéptico en cuanto concierne a los problemas de
otras mentes. La primera exigencia requiere que desechemos nues­
tras justificaciones usuales de nuestros enunciados sobre los pro
cesos, sucesos y estados mentales de los demás, tales como: “Sé que
está preocupada: he estado hablando con ella”. “Noté que él estaba
dolorido; hacía muecas y se agarraba el codo”, etcétera. (Esto debe
ser excluido, si no por otro motivo, porque “Ella me dijo” y “Él
hacía muecas” parecen ser, por lo menos implícitamente, enuncia­
dos de ésos que el escéptico se propone poner en duda.) La segun­
da exigencia es ahora que los enunciados protocolares en que fun­
damos cualquier enunciado sobre los procesos, sucesos y estados
mentales de los demás, deben ser enunciados sobre cuerpos huma­
nos. (Los behavioristas suelen hablar de descripciones de “movi­
mientos incoloros”.) Podríamos formular más gráficamente esta
exigencia diciendo que los enunciados protocolares deben estar li­
bres de toda sugerencia de que los sujetos a que se aplican son
esencialmente distintos de los autómatas. A la tercera exigencia, se
la satisface más usualmente sea ( 1 ) con el argumento por analo­
gía que, se admite, es menos eme lo que aceptará el escéptico, pero
lo mejor que podemos hacer si somos cartesianos, o (2 ) con cierta
forma de behaviorismo. Ahora, permítaseme preguntar cuál, se pre­
sume, es la posición de Wittgenstein en respuesta al escéptico. Pa­
recen existir tres interpretaciones: o bien Wittgenstein trata de
satisfacer la tercera exigencia con su noción del criterio y es por
eso, a pesar de los aue lo niegan, un sutil behaviorista: o continúa,
en forma refinada, la tradición de Moore de negarse a acceder a la
primera exigencia, y es por eso lo que podría llamarse "cartesiano
de lenguaje corriente” ; o trata de combinar de algún modo estos
enfoques aparentemente antitéticos y es asf, quizás, el primer "cripto-
cartaviorista”. Lo que nadie parece haber tenido en cuenta en todo
esto, es lo que tiene que decir Wittgenstein con respecto a la se­
gunda exigencia y en particular sobre la idea del “cuerpo” o los
"movimientos corporales” de los cuales nace todo el problema. Si.
en realidad, Wittgenstein adelantó consideraciones substanciales
contra esta verdadera raíz del problema, hizo algo muy distinto de
lo que han sugerido interpretaciones corrientes. En este ensayo,
afirmaré que W ittgenstein dio con la raíz.
A fin de aclarar qué implicaría semejante enfoque del proble
ma, conviene pasar revista al status de la segunda exigencia en el
problema sobre el m undo externo. Ahí, la exigencia es que empece­
mos por enunciados protoclares sobre los datos de los sentidos o,
con más lenidad, sobre las apariencias. Creo que ahora se admitirá
ampliamente que en la noción de los datos de los sentidos reina
una confusión irremediable y también que, aunque comprendamos
y usualmente hagamos observaciones sobre las apariencias de la*
cosas, éstas no podrían servir de fundamento lógico-epistemológico
para nuestros enunciados sobre cosas tales como las barras de cho­
colate (“Está derretidas”) y las pelotas de fútbol (‘‘Tiene un agu­
jero”) . Varias de las razones de esto pueden ser expuestas sucinta­
mente. En primer lugar, es evidente que los niños no dominan pri­
meramente el lenguaje de las apariencias y se dedican luego a cons­
truir o derivar enumerados sobre objetos físicos. Además, existen
bases sólidas para sostener que hay mucho en nuestros enunciados
sobre objetos físicos, por ejemplo, palabras tales como "derretido”
y “agujero”, que no se podrían presentar en las descripciones de
apariencias, y en cualquier caso el aprendizaje del lenguaje de las
apariencias presupone un dominio del lenguaje usado al hablar de
los objeto físicos. En realidad, el lenguaje de las apariencias es un
uso muy refinado de las palabras. ¿Quién, después de todo, puede
describir fácilmente tintes y relieves y sombras y una aparente con­
vergencia de líneas y cosas parecidas? ¿Y cuándo notamos esas cosas?
Los dibujos de los niños no sugieren que se fijen mucho en las
apariencias. Por esas y otras razones, la idea de que el lenguaje de
las apariencias constituye un lenguaje epistemológicamente básico
ha sido de hecho abandonada. Una de las razones adicionales para
ello es que ya no encontramos plausibles los argumentos escépticos,
como el de la ilusión, que parecían crear la necesidad de un len­
guaje de protocolo y darnos la idea misma de él, (Nadie pensó que
había datos de los sentidos, antes de encontrar seductores esos ar­
gumentos.) Menciono especialmente este punto porque ilustra la
conexión esencial entre los argumentos escépticos y la idea de una
descripción básica o lenguaje de protocolo del género que reclama
el escéptico. Así, los filósofos que querían responderle al escéptico
dentro de sus propios términos satisfaciendo la tercera exigencia en
alguna forma, comparten una suposición mucho más fundamental
que las diferencias que pueda haber entre sus modos opuestos de
satisfacer esa tercera exigencia. En el problema de otras mentes,
esto significa que el behaviorismo y el argumento por analogía son
hermanos en su esencia: ambos reposan sobre la suposición de que
debemos reconocer por fuerza las descripciones (u observaciones)
de los movimientos corporales como epistemológicamente básicos
en nuestro conocimiento de otras personas. Es precisamente esta
suposición la que rechaza Wittgenstein. Me refiero especialmente
a las secciones 281-7 de las Investigaciones filosóficas, donde intro­
duce por primera vez preguntas sobre cuerpos, almas y seres h u ­
manos, y también me refiero a la forma en que recoge esto en las
secciones 288-316 con un ataque a la idea de una identificación in­
terna o privada del dolor o el pensamiento .1
Lo que quiero poner de rríanifiesto, es la relación entre esos dos
grupos de pasajes. A fin de hacerlo, con todo, habrá que empezar
por reelaborar el problema en sí, ya que gran parte del análisis
publicado de las opiniones de Wittgenstein es, simplemente, el re­
sultado de haber planteado muy fuera de foco el problema de las
otras mentes. Empezaré, pues, por preguntar en qué consiste ese
problema.

II

Veamos cómo debemos plantear el problema de otras mentas.


Podríamos preguntar: ‘“¿Tienen los demás una vida mental como
yo?” Pero esto, evidentemente, estaría fuera de lugar, porque no ss
es persona, con seguridad, si no se tienen pensamientos, emociones,
deseos, sensaciones, etcétera. Después de todo, no nos proponemos
preguntar en la forma corriente si tal o cual persona está en coma
o algo así. Por lo tanto, más vale que nos repleguemos a esta
formulación: “¿Son las cosas que considero gente, realmente pí“’V
es decir, tienen pensamiento y emociones, etcétera?” Pero tampoco
esto es satisfactorio, porque queda sin especificar qué distinción s?
nos pide que hagamos. Si la pregunta es si son gente o no, debemos
preguntar: “¿La gente como opuesta a q u é ? " Y aquí, la respuesta
no es del todo clara. Si miro a mi hijo que juega cerca de mí y
prégunto: “¿Qué otra cosa podría ser?”, no se me ocurre fácilmente
ninguna respuesta. Evidentemente, el niño no es una estatua ni un
muñeco animado de los que solemos ver con una apariencia muv
próxima a la vida. Es mi propio hijo, mi propia carne y sangra .2
El problema de las otras mentes parece correr peligro de zozo­
brar desde el principio. Es evidente, por lo menos, que no pode­
mos plantearlo mientras dejamos que ocupe su lugar usual el con­
1 E n la sección 316, la discusión no concluye, sino q u e se Je da u n nuevo
giro; debe considerarse q u e la investigación del concepto pensar y otros
en las secciones 316-76 contiene u n a exposición u lte rio r de la form a como se
p ropone W ittg en stein op o n er la idea de u n a identificación in te rn a o privada
de u n estado o proceso m ental. H ace ex p lícita esta conexión en el g ru p o
siguiente de pasajes, 377-97, y luego en la sección 398, la discusión vuelve
a la cuestión p la n te a d a e n 281-7 sobre la n a tu ra le z a d el su jeto del dolor o e!
pensam iento. A hí, W ittg en stein analiza p o r p rim e ra vez (398-413) enigm as
sobre el p ro n o m b re en p rim e ra persona y la idea de q u e el "yo” es discernido
p o r u n a m ira d a in te rio r y concluye luego el análisis de todo el tem a recogiendo
in terro g an tes sobre seres hum anos, alm as y au tó m atas (414-27). Vuelve al tem a
en la segunda p a rte , p. 178. .
2 V er Investigaciones filosóficas, p. 178.
cepto ser humano (o persona o niño). De un modo u otro, debe­
mos apartarlo oponiéndole algún otro concepto. Descartes procuró
suscitar una duda sobre el equipo del m undo suponiendo que so­
ñaba y en esa forma no sólo podía hablar de barcos y zapatos y
cera de abejas, sino también de los sueños con éstos. Es precisa­
mente un paso así el requerido m hemos de plantear el problema
de otras mentes. Pero también este paso debería ser hallado en las
Meditaciones, va q u e ..., ¿no fue acaso el propio Descartes quien
planteó el problema? Sum res cogitans. ¿Cómo afrontó esto Des­
cartes?
Comenzó con esta advertencia sobre sí mismo: “ ¡Como si \o
no fuera un hombre que duerme habitualm ente de noche v liene las
mismas impresiones (o aún más descabelladas) al dormir cine los
locos cuando están despiertos!” La advertencia es que D esertes se
duerme y sueña. Pero, luego, continúa diciendo: "Cuando refle­
xiono más cuidadosamente sobre esto, me siento desconcertado: v
ese mismo desconcierto confirma la idea de que estov dormido”.
Esto le proporciona a Descartes el desafío a sus opiniones prim iti­
vas qne buscaba: quizás sólo esté soñando que ve v ove. Pero es la
frase siguiente la que se acerca a nuestro problema actual: "Rueño,
supongamos ciue estoy soñando, y esos detalles de que abro los
ojos, muevo la cabeza, tiendo la mano, son inexactos; supongamos,
inclusive, que no tengo esa mano ni ese cuerpo . . 8
Aquí tenemos el comienzo de una respuesta a nuestra ¡>' <■
gunta: al suponer que está soñando, Descartes ve un sitio adonde
hace penetrar una cuña entre él y su cuerpo, una cuña que se in­
troduce más en las Meditaciones restantes. Pero aquí hay una difi­
cultad. Descartes empieza por recordarse a sí mismo que es "im
hombre que habitualm ente duerme de noche” y sueña y agrega
que esos sueños se presentan mientras: “Estoy desvestido y tendido
en la cama”. Éste es el punto de partida de Descartes y el sitio
donde debemos captar qué dice. No resulta difícil, desde luego,
comprender por lo menos una parte de esto. La gente se acuesta,
asnalmente desvestida: duerme, tranquilamente o con desasosiego, v
sueña. Los sueños, desde luego, son lo que cuenta la gente cuando
se despierta o que quizás escribe en un diario o se reserva. Por eso
un soñador, aquí (y esto incluye a Descartes), es un ser humano:
se viste y desviste, duerme sobre una cama o un jergón, cuenta sue­
ños mientras se desayuna, etcétera. Si esto es lo que hemos de com­
prender en la observación inicial de Descartes, no debemos ofrecer
resistencia aún. Pero luego viene la cuña: “Supongamos, inclusive,
que no tengo tal mano ni tal cuerpo”.
8 Descartes: escritos filosóficos, E d im burgo, ediciones G. E. M . Anscombc y
P. T . G cach, 1954.
Aquí, hay que hacer un alto. Debíamos concebir a Descartes
como un hombre que, desvestido y en la cama, sueña a menudo.
Sólo si lo comprendíamos así, podíamos dar su primer paso con
él. ¿Persiste esto aún? Si es a s í . . ¿qué es ese “cuerpo” que él
supone ahora que no tiene, ¿Puede, sin ese “cuerpo”, dormir, tran­
quilamente o con desasosiego, y soñar? ¿O, aquí, Descartes se contra­
dice inconscientemente? ¿Ha recurrido solamente a la posibilidad
de soñar para recuperar algo que exige la posibilidad misma de
soñar? T al parece ser el caso. Pero si no lo es, no podemos llegar
más allá con él. O bien debemos concebirlo —y él debe pensarlo
de sí mismo— como un hombre que, desvestido y en la cama, sueña
a menudo v entonces lo comprendemos, o retira esto y borra todo
lo que ha dicho. Y esto es válido para las Meditaciones restantes,
porque todo lo que sigue diciendo Descartes allí se dice con la
suposición de que podría estar soñando. Sean cuales fueren las
fítidas filosóficas que esto pueda plantear, hay, por lo menos, una
cosa segura: si él se preguntara a sí mismo “¿Qué soy yo?”, podría
contestar que es un hombre que duerme, desvestido y en la cama
y a menudo sueña. Retirar este principio es retirarlo todo.
Por eso, la cuña que insertaría Descartes entre él y su cuerpo
nunca se inserta realmente. O, más bien, no se encuentra ningún
fugar para que entre. Porque no es que comprendamos lo relativo
a Descartes y su cuerpo. Comprendemos solamente lo relativo a
Descartes, ese filósofo que habitualmente se desvestía y se acostaba
de noche y cuyos sueños, según su propio testimonio, solían ser
más descabellados que las fantasías de los locos. Pero esto no equi­
vale a decir que sólo comprendemos lo relativo a su cuerpo. No,
decir que sólo comprendemos lo relativo a Descartes es decir ni
más ni menos que lo que queremos decir, porque no se ha encon­
trado aún lugar para la palabra “cuerpo”, por lo menos en el sen­
tido especial (si es un sentido) que exige Descartes. Esto es un
punto que tendemos a olvidar. Descartes introdujo un uso muy
excepcional de 3a palabra “cuerpo”. Se debe entender que la usa
siempre en el contexto de su distinción entre él mismo y su cuerpo.
Por lo tanto, su uso de la palabra dista de ser como éstos: “Su
cuerpo estaba cubierto de oicaduras de mosquitos”, “Su cuerpo
fue hallado el pie del acantilado”. “Tiene un cuerpo vigoroso, pero
no cerebro”, etcétera. Al decir cosas tales, no usamos “cuerpo”
como un lado de la distinción cartesiana. No decimos, por ejem­
plo: “Su cuerpo, pero no su mente, estaba cubierto de picaduras
de mosquitos”. Eso, sería comnletamente absurdo. Si digo que
el cuerpo de alguien esfaba cubierto de picaduras de mosquitos,
también podría decir "Él estaba cubierto, etcétera”. La palabra
“cuerpo” interviene aquí como parte del énfasis: no sólo los tobi-
líos y las muñecas, sino también la espalda y el vientre. Asimismo,
al hablar de un cadáver podemos decir: “Su cuerpo fue hallado,
etcétera”, o “Fue hallado muerto, etcétera”. La palabra "cuerpo”,
en el primero de los casos, se usa para crear el contraste entre
muerto y vivo. Aquí, no debe intervenir ninguna ontología espe­
cial. En cuanto a la tercera frase de la lista mencionada, podría
hallarse en una carta de recomendación solicitada y de ella toma­
ríamos la advertencia de que el hombre puede hacer un trabajo
pesado, pero no se debe esperar que aborde su trabajo con mucha
inteligencia. En esos y otros casos usuales, nuestra comprensión
de la palabra “cuerpo” está ligada a contextos especiales de una
variedad de distinciones especiales del tipo que acaba de ejempli­
ficarse y ninguna de ellas proporciona un lugar adonde se pueda
introducir una cufia conceptual entre Descartes y su cuerpo. Pero,
una vez más, esto no nos debe llevar a la conclusión: De modo que
Descartes sólo era un cuerpo. Porque. . . ¿qué distinción implicaría
hacer eso? Después de todo, el que escribió las Meditaciones no
fue un cadáver.
Hay una pequeña pista, en lo que dice Descartes, acerca de
cómo puede no haber comprendido que introducía un uso excep­
cional de la palabra “cuerpo”. Dice: “Supongamos, inclusive, que
yo no tengo una mano ni semejante cuerpo”. Y por eso, parece
como si creyera que “mano” y “cuerpo” son palabras de la misma
clase o que “mano” y “cuerpo” están vinculados como lo están
“camisa” y “ropa”, de modo que uno podría empezar por suponer
que no se tiene una mano o un pie, etcétera, y llegar a supo­
ner que, no se tiene cuerpo, como no se podría empezar a suponer.,
que no se tiene camisa, casa, etcétera, y llegar a suponer que
no se tiene ropa. Esto, quizás se vería estimulado por el hecho de
que usamos tanto la expresión “todo mi cuerpo” como “todo mi
juego de ropa” y también decimos “Él perdió una mano”, así como
“Él perdió una camisa”. Pero el paralelo fracasa exactamente en
el sitio donde es crucial para Descartes. Yo podría comprender,
dado cierto contexto, que un hombre creyera que no tiene mano
derecha, que tiene un solo brazo, pero no puedo comprender que
crea que no tiene cuerpo, que nunca lo ha tenido. Podría tener
la oportunidad de preocuparme porque un niño ha nacido sin
manos, pero no tendría que preocuparme de un niño que ha na­
cido sin cuerpo. Y esto no se debe simplemente a que los cuerpos
hacen falta para nacer. Los cuerpos no nacen: nacen muertos. Los
que nacen son los niños, los seres humanos.
Podemos resumir nuestros resultados en la siguiente forma:
el uso por Descartes de la palabra “cuerpo” presupone que ha
introducido su cuña, que ha proporcionado el contraste adecuado
entre "yo” y “mi cuerpo”, pero, por otra parte, no parece haber
sitio para su cuña a menos que su uso de la palabra “cuerpo” esté
presupuesto en sí y esas exigencias sean incompatibles. (Si alguien
cavilara sobre la expresión “mi cuerpo” y se preguntara a qué
pertenece el cuerpo pero no la mente, le bastaría con recordarse
a sí mismo la expresión “mi mente”.) 4
Empezamos por tratar de formular el problema de otras men­
tes y nos costó descubrir qué se podría oponer a un ser humano en
tal forma que permitiera la aparición de un problema. Volviendo
a Descartes, confiábamos en hallar el contraste requerido, en su
uso de la palabra “cuerpo”, pero ahora parece que esto sólo ha
señalado más aún la dificultad. ¿De modo que el caso no tiene
remedio? Para responder a esto, hay que reparar en una respuesta,
que se les pueda dar a los argumentos anteriores. La respuesta es
la siguiente. Los nombres de los procesos, sucesos y estados men­
tales, inclusive la palabra “soñar”, obtienen su significación en
privadas definiciones ostensivas. De ello, no se sigue que si Des­
cartes comienza con la advertencia de que sueña, deba admitir
siempre después que es un hombre que se acuesta y duerme. El
hablar de sueños no comporta una implicación semejante, porque
el estado que llamamos “soñar” es algo que conocemos mediante
la introspección o el sentido interno y la introspección no revela
nada de naturaleza corporal/’
Es hasta esta explicación de palabras tales como “sueño” y
“dolor” y "pensamiento” hasta donde debemos rastrear el proble­
ma de otras mentes. Planteando el asunto en desenvuelta metáfora,
es la idea de que, como el sentido interno que revela nuestros esta­
dos mentales no descubre nada corporal, debe ser posible rozar
conceptualmente un lado mental de nuestra naturaleza dejando un
sobrante físico llamado “el cuerpo”.fl Es esta idea de un sobrante
físico, el "cuerpo insensible”, que puede “tener” alguna mente, lo
4 F ra n k Ebersole observó u n a vez, en o tro contexto, q u e los filósofos
h ab lan a m enudo de la gente como si h a b la ra n de zombies, a los cuales el
diccionario llam a cadáveres que, bajo el in flu jo de la hechicería, deben m o­
verse y o b ra r com o si estuvieran vivos. En esa época, n o aprecié plenam ente
el significado de esta observación, p ero m uy pro b ab lem en te c o ntribuyó a poner
en foco m is pensam ientos p a ra este ensayo (Ver tam b ién el excelente capítulo
sobre los actos h u m an o s en el lib ro de Ebersole, T h in g s we know , Oregón,
E ugcne, 1967, pp. 282-304.)
5 V er P r in a p ;os, de Dcprartes, I, xlvi, Ixviii. donde sostiene q u e lo p erci­
b ido clara y d istin tam en te como u n a sensación es algo q u e "sucede d e n tro de
nosotros” y no im plica n a d a de n a tu ra le z a corporal.
® Esta idea ra ra vez fue expuesta ta n explícitam ente como p o r C. J. Du-
ease, q u ien escribió: “T odos podem os observar d irectam ente m ediante la in ­
trospección q u é son el pensam iento, el deseo, la sensación y otros estados
m entales; y lo q u e revela la introspección, es que no se parecen en lo más
’nínim o a la contracción m u scu lar o a la secreción g la n d u la r o a c ualquier
que nos plantea nuestro problema, porque a causa de ella, cuando
miramos a otra persona, lo único que podemos ver realmente es
algo que, en sí, no es un sujeto más adecuado de dolor o de pensa­
miento que una piedra. Los filósofos han cavilado sobre el inte­
rrogante “¿Por qué no hemos de m irar a un complicado autómata
como a una persona?”, pero lo que debe intrigarnos es la pregunta
“Si lo único que vemos de otras ‘persona’ son ‘cuerpos insensi­
bles’ . . . , ¿cómo podríamos llegar hasta el extremo de vincular a
ellos los conceptos de pensamiento y sensación?” El argumento por
analogía no debe impresionarnos aquí a menos que, como lo advir­
tió W ittgenstein (283), queramos dar un paso más allá y admitir
que acaso las piedras sientan dolor y las máquinas piensen. Por­
que si identifico internamente el dolor y el pensamiento, si no
aprendo esos conceptos al aprender un lenguaje común, mis con­
ceptos “dolor” y “pensamiento” no se vinculan esencialmente a los
seres humanos vivientes (en el sentido corriente) y por lo tanto
mi cuerpo podría convertirse en piedra o en una columna de sal
mientras mi dolor continúa. Pero en ese caso yo podría admitir
que los guijarros sobre los cuales camino pueden sentir también
dolor. Sería injustificado limitar ese concepto a los seres humanos
y a lo que, más o menos, se parece a ellos (se comporta como ellos) .7
Pero la verdadera dificultad, aquí, no es limitar nuestro concepto
del dolor a los seres humanos, sino explicar cómo lo extendemos
más allá de nuestro propio caso. Porque con respecto a la suposi­
ción que consideramos (de que aprendo qué significa “dolor’ con
mis propios dolores) no servirá decir que extiendo ese concepto a
los demás suponiendo simplemente que ellos suelen tener lo mis­
mo que he tenido tan a menudo, ya que esta explicación presupone
el uso mismo de las palabras, a saber, “la misma sensación” que
debiéramos estar explicando (350-2). Pero esto significa que yo
nunca podría llegar al extremo de usar el argumento por analogía
o algo parecido. Ni siquiera podría comprender la pregunta de
si hay otros seres que sienten lo que llamo “dolor”. El único re-

o tro hecho conocido del cuerpo. N in g u n a in trom isión en el lenguaje puede


m odificar el hecho observable d e q u e u n a cosa es pensar y o tra bien distinta
m u rm u ra r; q u e el sentim iento llam ad o ira n o se parece en n a d a a la conducta
corporal q u e la acom paña usualm ente; o q u e u n acto de v o lu n ta d no se parece
en n ada a lo q u e podam os e n c o n tra r al a b rir el cráneo y e x am in ar el cerebro.
C iertos hechos m entales están vinculados sin d u d a en alg u n a form a a los cor­
porales, p e ro no son los hechos corporales m ism os." ¿Is life a fte r death pos-
sible?, Berkeley, 1948, p. 7.
1 Locke tuvo la audacia de d e d u cir esta conclusión. D espués de hab er
d ich o (E nsayo II, I, 4) q u e obtenem os las ideas del fu n cio n am ien to de nu es­
tra m ente del “sentido in te rn o ”, "n o ve co ntradicción”, luego, e n la suposición
de q u e Dios p o d ría darles a algunos “ sistem as de m a te ria ” la capacidad
de pensar, sen tir y gozar (Ensayo IV, III, 6) .
curso, aquí, es adm itir que no puedo extender el uso de "dolor”
de mí mismo a los demás, y atenerme a un estricto behaviorismo
lógico: cuando digo que otras personas sienten dolor, hablo sim­
plemente de los movimientos de los cuerpos insensibles que veo.
Lo que esto no justificaría, desde luego, es mi piedad o preocupa­
ción por ellos. Como no puedo seguir imaginando que mis hijos
“sufren” en el sentido que se me aplica, como podría pensarlo de
una piedra, apiadarme de ellos me parecería una incongruencia
lógica. Es como si tuviera que enamorarme apasionadamente de
una mota de polvo.
Ahora, resulta comprensible el análisis hecho por W ittgen­
stein del problema de otras mentes. En particular, podemos ver
la relación existente entre esos pasajes (281-7), en que introduce
por primera vez preguntas sobre cuerpos, almas y seres humanos
y el grupo siguiente de pasajes (288-316) en que ataca la idea de
una identificación interna o privada de procesos, sucesos y estados
mentales. El punto esencial es que, si hay confusión en la idea
de una identificación interna, privada, también la hay en la idea de
rozar conceptualmente un lado mental de nuestra naturaleza,
dejando un sobrante físico llamado "el cuerpo”. La idea filosófica
del “cuerpo insensible” debe ser abandonada. Pero en ese caso
debemos rechazar también la idea de que, cuando miramos a otra
persona, sólo vemos un “cuerpo”, es decir, algo que no es un sujeto
posible de dolor o de pensamiento, como no lo sería una piedra.
Y, finalmente, al rechazar esa idea, eliminamos la única base de
escepticismo con respecto a otras “mentes” y eliminamos así, tam­
bién, la única fuente de la plausibilidad del behaviorismo. En
suma, al repudiar la idea de una identificación privada, recupe­
ramos nuestro concepto ordinario de un ser humano viviente. En
vez de “movimientos corporales incoloros”, tenemos ahora actos
y reacciones humanos; estamos de regreso en el m undo de gente
que huye del peligro, nos cuenta sus infortunios, cura dolorosas
magulladuras, hace muecas, frunce el ceño con aire de desapro­
bación, etcétera. Así, el aporte esencial de W ittgenstein al pro­
blema de otras mentes fue su ataque a la idea de un lenguaje
privado, de una identificación privada de estados y procesos men­
tales. Aunque tiene muchas otras cosas importantes que decir sobre
palabras tales como “dolor” y “pensamiento”, no se las puede com­
prender si no se capta el aporte esencial de Wittgenstein. Sus
advertencias sobre esas palabras no servirán, a menos que hayamos
eliminado la noción filosófica de “cuerpo” y vuelto a traer a nues­
tras discusiones a los seres humanos. Volveré a examinar más
tarde algunas de esas advertencias y en particular a considerar la
objeción que quizá se le haya ocurrido ahora al lector, de que
debe de ser una petición de principio hacer esencial el concepto
‘ seres humanos” en cualquier justificación de predicados mentales.
En el comienzo de este ensayo, observé que nuestra dificultad
para comprender el aporte de W ittgenstein al problema de otras
mentes acaso se deba a preconceptos que aportamos a nuestra inter­
pretación del mismo. Esos preconceptos deberían ahora ser claros.
Las ideas filosóficas de “cuerpo” y “movimiento corporal” se han
convertido simplemente en nociones indiscutibles; nos plantean lo
que consideramos el problema de otras mentes. El problema, tal
como lo comprendemos, es fundar o justificar nuestra atribución
de estados y procesos mentales a las observaciones de movimientos
corporales. Así, cuando Wittgenstein habla de “conducta”, leemos
inevitablemente en esto nuestra propia concesión al escéptico; ima­
ginamos que W ittgenstein trata de solucionar el mismo problema
que han intentado resolver otros con el behaviorismo o el argu­
mento por la analogía, sólo que no resulta claro adónde va a parar
su solución. Al luchar con esto, la gente ha visto que Wittgenstein
no le deja sitio al argumento por analogía o por lo menos no apela
a semejante argumento, y esto ha suscitado sugestiones de que,
pese a todo lo que diga en contrario, W ittgenstein aceptó cierta
forma de behaviorismo. En defensa de esa sugestión, los intérpretes
se han aferrado al concepto de criterio de W ittgenstein y han
argüido que plantea una teoría “criteriológica” del significado que
sólo podría equivaler a una forma sutil de behaviorismo. Creo
que he dado ya suficientes razones para desechar esa interpretación,
pero, como los malentendidos sobre el rol de los criterios han lle­
gado tan a lo hondo, me apartaré de mi tema principal para decir
algo sobre esto.

III

La opinión que quiero analizar es que W ittgenstein vino a


hablar de los criterios como medio de solucionar el problema de
otras mentes, donde se lo interpreta habitualmente como un pro­
blema de nuestro conocimiento de otras mentes. Esta interpreta­
ción ha sido expuesta en detalle en un artículo reciente por C. S.
Chihara y J. A. Fodor ,8 y sería útil examinar cuidadosamente qué
dicen. En primer lugar, nos informan sobre los objetivos de W itt­
genstein en el siguiente pasaje:

8 "O p eratio n alism a n d O rd in a ry Language: A C ritiq u e of W ittg en ste in ’',


A m erican P hilosophical Q uarterly, t. II, p. 281-295.
E n tre los problem as filosóficos q u e tra tó de resolver W ittgenstein
está “el d e las otras m entes”. U n aspecto de este viejo p roblem a
es la p re g u n ta : ¿Q ué justificación puede darse —si es que puede
darse alg u n a— de la •ifirm ación de q u e uno puede decir, sobre
la base de la conducta de alguien, q u e se h a lla en cierto estado
m ental? A esta p re g u n ta , el escéptico contesta: “ N in g u n a ju stifi­
cación valed era” .

No se nos explica a esta altura qué afirmación es ésta para


que necesite ser justificada, pero, al parecer, se la debe considerar
una afirmación hecha en respuesta al escéptico. Desde luego, la
circunstancia de si se trata de una afirmación que debe hacerse
dependerá de qué es lo que niega el escéptico y por qué lo niega.
¿Piensa (muy correctamente) que los movimientos de un "cuerpo
insensible” no proporcionarían asidero lógico a palabras tales
como“dolor” y “pensar” y supone luego (muy incorrectamente) que
lo iúnicoque vemos de las demás "personas” son esos “movimien­
tos corporales”? Aparentemente Chihara y Fodor pasan por alto
de tal modo toda posible dificultad con respecto a esta idea filo­
sófica del cuerpo y que ni siquiera la ven como punto discutible
de la posición del escéptico, que, en opinión de ambos, parece sur­
gir de la nada. Caracterizan el escepticismo en la forma siguiente:
Se supone como prem isa q u e no existen relaciones lógicas o concep­
tuales e n tre las proposiciones sobre estados m entales y las proposicio­
nes sobre la conducta en v irtu d de las cuales las q u e a firm an q u e una
persona se p o rta en cierta form a b rin d a n apovo, base o justificación
p a ra a trib u irle s los estados m entales a esa persona. De esto, el escép­
tico deduce q u e no tiene n in g u n a razón com pulsiva p a ra suponer que
de cu alq u ier o tra persona q u e no sea él se p u e d a d ecir alguna vez que
v erdaderam ente siente dolor, saca conclusiones, tiene m óviles, etcétera.9

Ahora bien: como esos autores no advierten que el escepticis­


mo proviene de una noción discutible de “cuerpo”, sólo pueden
comprender que Wittgenstein afronta resueltamente al escéptico.
“La manera de habérselas de Wit-teénstein con el escéptico —nos
dicen— es atacar su premisa, tratando de mostrar que existen rela­
ciones conceptuales entre los enunciados sobre la conducta v los
-enunciados sobre hechos, procesos y estados mentales.” 10 Nos dicen
también que en la opinión de Wittgrenstein hav una "relación lógi­
ca. . . entre la conducta en el dolor v el dolor” v que Wittgenstein
usaba el término “criterio” para indicar esa relación especial.11 La
9 Ib íd ., p. 281.
10 Ib íd ., p. 282.
11 Ib íd ., p . 283. C h ih ara y F odor no p ueden, m e parece, p re se n ta r esto
exactam ente en la form a q u e desean, p o rq u e sería u n a sim ple re d u n d an c ia decir
q u e hay u n a relación lógica en tre la conducta en el dolor y el dolor. Supongo
q u e q u ieren d ecir en realidad que W ittgenstein pensaba q u e hay u n a relación
lógica e n tre tales y cuales “m ovim ientos corporales” y el dolor.
posición así descripta es caracterizada luego en la siguiente forma:
“Sostener que la premisa escéptica es falsa es comprometerse ipso
facto con alguna versión de behaviorismo lógico en que, por beha­
viorismo lógico, entendemos la doctrina de que hay relaciones lógi­
cas o conceptuales del tipo negado por la premisa escéptica.12. En
una nota al pie de esta frase, Chihara y Fodor ofrecen la siguiente
justificación, muy significativa, por haber usado la palabra “be­
haviorismo” en la clasificación de la posición filosófica de W itt­
genstein:

. . . e n ta n to C. I. H u ll p u ed e ser clasificado com o behaviorista, parece


h a b e r fu n d a m e n to p a ra n u e stra clasificación. L a o p in ió n de H u ll, tal
com o la entendem os, es q u e los predicados m entales no son, en
sentido alguno, "elim inables" e n lavor de los predicados behavioristas,
sino q u e es una condición de su em pleo co h eren te el q u e pued an
e star vinculados in d iv id u alm en te a los predicados behaviorales y el
q u e algunas de esas relaciones sean lógicas m ás bien q u e em píricas, una
o p in ió n q u e se parece de u n m odo so rp re n d en te a la q u e a tribuim os
a W ittgenstein. (Ver C. L. H ull, P rincipies o f B ehavior, N ueva York,
1943.)

Esta comparación de Wittgenstein con H ull es significativa


porque indica más claramente qué entienden Chihara y Fodor por
‘ conducta” cuando acostumbran describir las posiciones de ambos.
Esos escritores saben, sin duda, que en Principies of Behavior, lo
que se considera “conducta” es lo que H ull llama (en contraste
con la acción deliberada) “movimientos incoloros”.13 H ull, en
otros términos, trata de responder a las preguntas del escéptico
en los términos del propio escéptico. Por lo tanto, un punto que
resulta claro en esta comparación de Wittgenstein con H ull es
que esos escritores consideran que Wittgenstein usa su noción de
los criterios para vincular los estados mentales a los “cuerpos” .
Un segundo punto que comienza a aparecer aquí se verá si se re­
cuerda que el objetivo declarado de H ull es empezar por “movi
mientos incoloros y meros impulsos receptores como tales” y cons
truir (o “deducir”) conceptos tales como acción deliberada, inte­
ligencia, intención y otros verbos y predicados mentales. Ahora,
Chihara y Fodor ven con bastante claridad que Wittgenstein no
creía que se pudiera encontrar ahí una relación deductiva, pero
también creen evidentemente que estaba consagrado al mismo pro­
grama que H ull y difería de él, quizás, sólo en que se adaptaba
a una relación lógica menos firme. Por eso, el segundo punto que
emerge de la comparación es que creen que W ittgenstein sostenía
una teoría empírica de la “formación de concepto”, que describen
12 ib iá ., p . 282.
13 P rincipies o f Behavior, N ueva York, 1943, p. 25.
a)m o la opinión de que, al aprender los predicados mentales, apren­
demos “conexiones de criterio que ubican individualmente esos
términos en pautas de conducta características”.14 En la sección
segunda de su ensayo, afirman que W ittgenstein sostenía “una opi­
nión operacionalista del significado de ciertas clases de predica­
dos", incluyendo palabras tales como “dolor”, “motivo” y “sueño”.
Ya que ésta es una interpretación muy poco plausible de W itt­
genstein, dadas sus observaciones generales sobre el lenguaje, re­
sulta importante observar que su única razón para pensar que
Wittgenstein sostuvo semejante teoría del lenguaje es la creencia
de esos autores de que su intención era replicarle al escepticismo
en los propios términos del escéptico (“movimientos corporales")
y que introdujo su concepto de los criterios para lograrlo. Los
criterios de Wittgenstein, en opinión de ambos, son pautas muy
particulares de conducta vinculadas, en alguna forma, al signifi­
cado de una palabra tal como “dolor”, donde “conducta”, una vez
más, se considera como “movimientos corporales”.
Ahora quiero mostrar que esta interpretación es errónea en
ambos aspectos. Probaremos que W ittgenstein no introdujo su
concepto de los criterios a fin de responderle al escéptico y expon­
dremos con claridad el muy distinto problema para el cual lo
introdujo. Abordaré esto inmediatamente. En cuanto a la otra
parte de la interpretación, ya hemos tenido motivo para rechazar
la idea de que Wittgenstein se proponía responderle al escéptico en
sus propios términos y consideraba por eso la conducta coma “mo­
vimientos corporales”. En realidad, Wittgenstein socava todo el
problema rechazando la noción misma de “cuerpo” y el “movi­
miento corporal”. Es verdad que suele hablar de cierta conducta
como criterio de algo, pero debemos ver si lo que considera con­
ducta es algo que el escéptico estaría dispuesto a admitir. En su
análisis de “decirse algo a sí mismo en la imaginación”, Wittgen-
itein habla de los criterios en el pasaje siguiente: “Nuestro criterio
para algo que se dice alguien a sí mismo, es lo que nos dice y el
resto de su conducta; y sólo decimos que alguien se habla a sí
(nismo si, en el sentido ordinario de las palabras, puede hablar. Y
no decimos esto de un loro; ni de un gramófono” (344). Aquí, lo
que Wittgenstein llama “nuestro criterio” incluye a alguien que
<>os dice algo y es evidente por la comparación hecha con los loros
y los gramófonos, que considera esto un acto hum ano y no simple­
mente ciertos sonidos que emanan de algún “cuerpo insensible”
(sea de forma hum ana o de otra clase). Tam bién lo que nos dice
lá persona podría ser: “Cuando lo vi entrar en la habitación, me
d i j e ...”, y, sin duda, el escéptico no quiere admitir al principio
P rincipies oj B ehavior, N ueva York, 1943, p. 292.
que las "personas” (o los “cuerpos”) ven. Además, la especifica­
ción de W ittgenstein incluye aquí que la persona en cuestión ha­
bla un lenguaje y esto significa que hace cosas tales como responder
a preguntas, dar órdenes, decir chistes, dar instrucciones, pedir
consejo, exponer sus asuntos, dar conferencias, confesar su igno­
rancia, quejarse de dolores, etcétera. En suma, antes de que se
pueda comprender algo como un criterio para el hecho de que
algo se diga alguien a sí mismo, se debe saber ya sobre él toda
clase de cosas que el escéptico se propone discutir. Por eso, por
"conducta” W ittgenstein no puede haber significado algo como
lo que debe dar a entender el escéptico. Pero en ese caso la refe­
rencia de los criterios no puede ser pertinente para el escepticismo.
Esto se hará más claro aún si notamos nue, en algunos casos, Witt-
p^nstein hasta cuenta como criterios las sensaciones y los pensa­
mientos. En un pasaje (160), presenta dos casos sobre los cuales
pregunta: "¿Hemos de admitir aquí que sus sensaciones valgan
como criterio para que lea o no?”. En el primero de esos casos, es
evidente que las sensaciones del hombre no serían pertinentes, pero
en el segundo no es así. En otra parte, W ittgenstein da un eiemplo
en que el hecho de que un hombre haya “pensado en la fórmula”
es tanto su justificación (criterio) como la nuestra para decir que
sabía cómo continuar el desarrollo de una serie. Lueeo, se agrega
esta explicación.: “Las palabras ‘Ahora sé cómo sefruir' fueron usa­
das correctamente cuando pensó en la fórmula: es decir, dadas
circunstancias tales romo que había aprendido álgebra, había usado
esas fórmulas antes” C179'). Ahora bien, si los pensamientos v las
sensaciones están entre las cosas que W itteenstein considera crite­
rios, no sólo los criterios son las cosas que sería pertinente men­
cionar al replicarle al escéptico, sino que también los criterios no
son en cada caso conducta, aun en el sentido usual de la palabra.
Aquí, no parece haber fundamento para considerar a Wittgenstein
behaviorista.
Ahora, ha de ser claro que debió de ser un problema totalmente
distinto del de otras mentes el que llevó a Wittgenstein a introducir
su concepto de los criterios. Y, en realidad, no resulta difícil des­
cubrir qué problema es ése. Como gran parte del malentendido
ha surerido del pasaje de El libro azul (pp. 24-5), en que W ittgen­
stein introdujo por primera vez los términos “síntoma” y “criterio”’,
convendrá empezar por m irar ahí. Nos dice que introduce esos
términos “a fin de evitar ciertas confusiones elementales” y del
contexto de las pocas páginas que preceden y siguen inmediatamenr
te a esta observación resulta claro que son confusiones que provie­
nen de preguntar “¿Oué es esperar?”, o “¿Qué es el conocimiento?”
o “¿Qué es el tiempo?” y así sucesivamente, confiando en "hallar
algún.-elemento común” en todas las aplicaciones del término gene­
ral. H e.aquí la explicación que da Wittgenstein de la dificultad:

D ijim os q u e era u n a m an e ra de ex am in ar la g ram ática (el uso) de la


p a la b ra “conocer” el p re g u n ta rn o s qué, en el casó p a rtic u la r q u e esta­
m os exam inando, debiéram os lla m a r "lleg ar a conocer”. H ay u n a te n ta ­
ción de p en sar q u e esta p re g u n ta sólo es vagam ente p e rtin en te , si es
q u e lo es a la p re g u n ta : “ ¿Q ué significa la p a la b ra ‘conocer’?”. Parece­
mos estar e n u n desvío cuando form ulam os la p re g u n ta : “ ¿Q ué a p are n ta
ser e n este caso ‘lleg ar a conocer’?”. P ero esta p re g u n ta es en re alid a d
u n a in te rro g an te relativa a la gram ática del “conocer” . . .

Cuando, varios párrafos después, Wittgenstein explica las pala­


bras “criterio” y “síntoma”, es evidente que tiene en vista dos
propósitos. El primero, es usar ese par de términos para caracteri­
zar la idea de que debe de haber un elemento común en todos los
ca'sós de aplicación de un término general: el segundo, es caracte­
rizar su propia objeción a esta idea. La primera se reduce a esto:
tenemos la idea de que hay una “ley en la forma en que se usa
una palabra” (p. 27), un test único para decidir la aplicabilidad
del término general a los casos particulares. Podemos llamar a esto
“el . criterio definidor”. Si ese criterio definidor existiera, cualquier
otra cosa que pudiera ser verdadera de los diversos casos particulares
sójq, sería indirectamente pertinente para decidir si es aplicable el
término general. Una prueba semejante se llamaría “un síntoma”.
La idea filosófica de que debe de haber siempre un elemento
común en virtud del cual se aplica un término general puede des­
cribirse como la idea de que, para palabras tales como “esperar” y
“conocimiento”, debe existir un criterio definidor. ¿Es porque te­
nemos esta idea que nos sentimos tentados a decir, cuando se plan­
tean casos especiales, que los variables detalles de esos casos nada
tienen que ver con la pregunta "¿Qué es esperar?”. Creemos que
los detalles, ya que no son comunes a todos los casos, sólo son sín­
tomas y no influyen sobre la gramática del “esperar”. Y ahora, creo
que ya podemos ver cuál es la razón para introducir ese par de
términos. En primer lugar, la afirmación de que en los diversos
casos especiales del esperar sólo podemos descubrir síntomas es con­
tradictoria, p o rq u e ... ¿cómo podríamos buscar, mediante esos casos,
ese elemento común, que lamentamos no encontrar, si no supiéra­
mos que son casos de esperar? Si debe de haber un criterio definidor
y admitamos que no lo hemos descubierto (sino sólo los “síntomas”) ,
deberíamos admitir también que ni siquiera sabemos si hemos estado
considerando casos de esperar. Pero esto es absurdo. Según ello,
cómo sabíamos que ésos eran casos de esperar, debe de ser porque
la idea de un criterio definidor es una expresión de confusión.1*
Nuestra exigencia de que encontremos al "elemento común” es
u n a form a m uy u n ila te ra l d e m ira r el lenguaje. E n la práctica, «sam o»
m uy ra ra vez el lenguaje e n sem ejante c á lc u lo ... N osotros (al filoso­
far) somos evidentem ente incapaces de lim ita r los conceptos q u e usa­
mos; n o p o rq u e n o conozcamos su definición real, sino p o rq u e no <xistr
un a ‘‘d efinició n” real d e ellos. S uponer q u e debe de h a b erla sería com o
snponer q u e , cuando los niños ju eg an con una pelota, su ju eg o obedece
a reglas estrictas, (p. 2 5 ).

No sólo no “usamos un lenguaje según reglas estrictas. . . sino


que tampoco éste nos ha sido enseñado mediante reglas estrictas”.
Pero si la idea de un “criterio definidor” es una noción falsa, al
examinar los detalles de los casos particulares no examinamos sim­
plemente “síntomas”. Esos detalles, que varían de un caso de espe­
rar o conocer a otro, pueden indicarnos algo sobre la gramática de
las palabras. Es decir, es útil en filosofía preguntarnos qué nos
permitiría, en tal y cual caso, reconocer (nos justificaría a! decirlo)
que alguien espera a un visitante. En determinado caso, podría ser
que el hombre se estuviera paseando por la habitación, consultando
ocasionalmente su reloj y al propio tiempo hablara de lo bueno
<3ne sería volver a ver a su viejo amigo. En otro caso, podría ser
qtie, aunque no estuviese pensando en e! visitante a quien espera,
tuviera anotado su nombre en su agenda de compromisos y hubiese
proyectado ciertos puntos preparándose para esa visita. Es decir
que, si nos preguntaran cómo sabíamos que esa persona esperaba a
i¡n visitante, las cosas que mencionaríamos serían ésas. Lo impor­
tante, pues, es que no hay alguna cosa, la misma en todos los casos,
que justifique nuestro uso de la palabra "esperar”, y si algo tiene
derecho a ser llamado “criterio”, hay (parece dar a entender Wiít-
genstein) tales detalles de casos especiales que nos convendría lener
en cuenta en nuestra vida cotidiana.
Quizá valga la pena hacer notar, ya que se ha puesto tan
a menudo lo contrario, que W ittgenstein no sugiere en ninguna
parte que un filósofo, usando este concepto de los criterios, puede
sacar a la luz todo lo que revista interés filosófico en el uso de
una palabra. Sólo la errónea propensión a considerar a Wittgenstein
behaviorista nos induciría a pensar que se propuso ofrecer un
"análisis operacional" del significado de una palabra tal como “es-
e r*' *■
ib E l a rg u m e n to precedente n o queda explícito en E l libro azul, a u n q u e
la conclusión esté expuesta en d iferen tes form as en la p. 25. El hecho de q u e el
arg u m en to no haya sido bien aclarado puede ser explicado p o rq u e estas notas
fu e ro n destinadas “ sólo a personas q u e escucharon las clases (p. v.) ” d onde
W ittgenstein p u e d e haberse servido explícitam ente d el argum ento. E n las In ves­
tigaciones filosóficas re cu rre a este a rg u m e n to en sección 153, q u e concluye así:
“Y si yo digo q u e está oculto, ¿cómo sé lo q u e d tb o buscar? M e siento confuso’1.
l>erar”. Las palabras “síntoma” y "criterio” fueron presentadas como
un medio de afrontar cierto problema filosófico, de destruir la
influencia de cierta imagen de los engranajes del lenguaje, es decir,
la idea de que las palabras se aprenden y se usan de acuerdo con
reglas estrictas y por lo tanto podemos rechazar como no pertinentes
los variados detalles de los casos particulares al preguntar, por ejem­
plo, “¿Qué es esperar?”. En Investigaciones filosóficas, expresa esta
idea diciendo que creemos que no hay “ nada absoluto sino síntomas”
(354). Esto se explica en un pasaje anterior en la forma siguiente:

“ En el caso (162) el significado de la p a la b ra " d e riv a r” se destacaba


claram ente. P e ro nos decíam os q u e e ra sólo u n caso m uy especial de
derivar: d eriv ar en u n a in d u m e n ta ria m uy especial, q u e debíam os a rra n ­
car si qu eríam o s ver la esencia de d e riv a r. P o r lo tan to , q u itam o s esas
cob ertu ras especiales; p ero entonces desapareció el d eriv ar m ism o. Para
e n c o n tra r la a u té n tic a alcachofa, la despojábam os de sus hojas. P orque
ciertam ente (162), e ra u n caso especial de derivar; lo q u e es esencial
p a ra derivar, con todo, no estaba oculto bajo la superficie de este
caso, sino q u e esa “superficie” era u n caso de toda tina fam ilia de
casos de derivar.
Y en la m ism a form a, usam os la p a la b ra “ leer" p a ra u n a fam ilia de
casos. Y, e n d istin ta s circunstancias, aplicam os d iferentes criterios para
el hecho de q u e u n a persona lea (164) .

Un punto que se debe deducir de este pasaje es que, en cuanto


Wittgenstein usa el concepto de los criterios para oponer la noción
de “lo oculto”, ésa no es la noción que se plantea en el problema
de otras mentes, el problema que surge del uso metafísico tle “cuer-
|X í” por Descartes, sino más bien la noción de lo oculto que provie­
ne de buscar un elemento común y no encontrar ninguno. Considero
que la oposición de W ittgenstein a esa noción de "lo oculto” no
hace de él un behaviorista.
Algunos malentendidos pueden ser aclarados notando cómo la
palabra “criterio” interviene en el modo como trata Wittgenstein
dos confusiones vinculadas que pueden surgir de la búsqueda de
un elemento común en todos los casos en que se espera o comprende
o piensa. La primera puede ser indicada en términos generales
considerando la palabra “calcular”. Usamos esta palabra para decir
lo que hace alguien cuando usa papel y lápiz a fin de calcular cuán­
to material se necesita para un trabajo de construcción, pero tam­
bién hay casos en que decimos que alguien ha calculado, aunque
no se ha escrito ni dicho nada. Esto, solemos llamarlo “calcular en
U cabeza”. Ahora bien, si esperamos hallar en casos de ambas clases
un elemento común que será lo que es en realidad el cálculo, de­
searemos decir inmediatamente que el uso del papel y el lápiz no
forma parte de la esencia, ya que esto no es común a las dos clases
casos. Desearemos decir que la esencia del calcular es algún pro-
ceso mental muy particular para el cual no es esencial el aprendizaje
de la aritmética en la forma usual, es decir, con cálculos escritos y
hablados (ver 385 y 344). Wittgenstein tiene en vista casos de esta
índole cuando dice que la "fluctuación en la gramática entre los
criterios y los síntomas da la impresión de que no hubiera nada
en absoluto sino síntomas” (354). Es decir, cómo aprendemos la
palabra “m ultiplicar” por ejemplo, en los casos en que alguien,
enseñándonos, desarrolla problemas en el papel (en cuyo caso nos
es indiferente si usa sus resultados para alguna otra cosa en esas
ocasiones), y, cómo más tarde, cuando hablamos de un hombre que
hace cálculos en su cabeza, no es indiferente si usa el resultado
(aquí, un criterio sería aserrar en cierto lugar o trazar una línea
o recoger la cantidad adecuada de material después de haber toma­
do algunas medidas y haberse detenido a pensar), entonces tenemos
una “fluctuación” de síntomas y criterios. Conservamos la misma
palabra, “calcular”, aunque lo que ha sido un criterio en el primer
caso desaparezca en el segundo. Notando eso, podemos pensar que,
ya que suele ser posible calcular sin escribir o hablar, habría sido
posible calcular aunque nimda hubiésemos tenido un lenguaje es­
crito o hablado (aritm ética). Además, la misma idea se nos ocurrirá
con respecto a conceptos distintos del calcular, porque: tenemos
desviaciones análogas en los siguientes pares de casos: “hablar (en
voz alta) ” y “hablarse a sí mismo en la imaginación” (344-8); el
uso de' "esperar” para los casos en que la persona que espera piensa
y habla de lo que espera y para los casos en que no lo hace (572-83); ’
y él uso del “pensar” tanto para los casos en que el que piensa
escribe o habla como para los casos en que ni escribe ni habla
(318-42) . En cada uno de esos casos podríamos vernos tentados a
suponer que la esencia de hablar, esperar o pensar es algo que se
podría identificar con independencia del dominio del lenguaje y
como resultado de ello obtendríamos preguntas tales como “¿Podría
un sordomudo que no ha aprendido ningún lenguaje hablar sin
embargo consigo mismo en su imaginación?” (348). “¿Puede pen­
sar una máquina?” (359-360), etcétera. Tiene importancia advertir
exactamente en qué forma trata Wittgenstein una idea de esta clase.
No lo hace simplemente diciendo que hay ciertos criterios para
pensar, etcétera. Es decir, no arguye como se podría esperar de él
si pensara sobre los criterios en la forma descripta por Chihara y
Fodor. En cambio, hay muchas consideraciones totalmente distintas
que se hacen influir sobre el problema. Una de ellas, es simple­
mente el uso de analogías (316, 365). Otra, es poner en tela de
juicio la premisa: “Lo que suele suceder, puede suceder siempre",
dando algunos contraejemplos claros (345; ver también p. 227).
Otro, es recordarnos que una metáfora engañosa puede inducirnos
a pensar que algo lógicamente básico en el uso de las palabras es,
en realidad, no esencial (354-6).
La segunda confusión con respecto a la cual usa Wittgenstein
el concepto de los criterios puede verse comparando los siguientes
pasajes:

C uando hacem os filosofía, nos g u sta ría o b jetiv ar sentim ientos donde
no los hay. Sirven p a ra explicarnos nuestros pensam ientos (598) .
. ..N o s vemos tentados a decir: el único criterio real p a ra la lectura
de alguien es el acto consciente de leer, de leer los sonidos tom ándolos
de la le tra (159) .
A fin de esclarecer el sentido de la p a la b ra “p en sar” , nos observam os
a nosotros m ismos m ie n tras pensam os: ¡lo q u e observam os, será lo q u e
signifique la p a la b ral P ero este concepto no se usa así (316) .
“P e ro usted no po d rá neg ar que. p o r ejem plo, al recordar, se o pera
u n proceso in te rio r.” C uando u n o dice: “C on todo, se o pera a q u í realm ente
un proceso in te rio r”, quiere seguir diciendo: “Después de todo, usted lo ve."
Y es ese proceso in te rio r el q u e se q u ie re d ecir con la p a la b ra “recor­
d a r” (305).
¿Cómo le hem os cte replicar a a lguien que nos h a dicho que. en él, el
e n te n d er h a sido un proceso interiore ¿Cómo le replicaríam os si nos d ije ra
que, en él, el saber ju g a r al ajedrez es u n proceso interior? D iríam os que,
cuando querem os averiguar si sabe ju g a r a l ajedrez, no nos interesa n a d a de lo
q u e sucede d e n tro de él. Y si él rep lica q u e esto es en realidad precisa­
m en te lo q u e nos interesa, es decir, q u e nos interesa si sabe ju g a r al
ajedrez, tendrem os q u e lla m ar su atención sobre los criterios q u e dem os­
tra ría n su capacidad y p o r o tra p a rte sobre los criterios p a ra los "estados
in te rio res’’ (p. 181).

Lo que sugiere W ittgenstein en estos pasajes es que tendemos


a asimilar conceptos de una clase a conceptos de otra totalmente
distinta y esto se produce en la forma siguiente. Como una persona
puede leer o pensar o recordar o comprender algo sin decir nada
en esa ocasión, nos vemos tentados a no tener en cuenta el dominio
del lenguaje cuando preguntamos qué es pensar, qué es compren­
der, etcétera. De acuerdo con ello, al buscar la esencia de cada uno
de esos casos gravitamos hacia una especie de concepto, a saber la
sensación, que pueda ser aplicado a un sujeto que no domina el
lenguaje. (Los animales y los niños de pecho pueden tener sensa­
ciones.) Planteando el asunto en otra forma, nos concentramos en
los casos "silenciosos” de pensar o comprender o recordar y “mirar
dentro de nosotros mismos” para el elemento esencial, es decir notar
los sentimientos, las imágenes, las palabras que se nos ocurren, etcé­
tera. En esa forma, llegamos a asimilar conceptos tales como pensar,
comprender, recordar, y así sucesivamente a palabras de sensación
(ver p. 231). Una de las maneras de Wittgenstein de oponerse a
esto es pedirnos que comparemos, por ejemplo, los criterios para
comprender o saber jugar al ajedrez y los criterios para los estados
dentales (pp. 59 y 181). Lo que resultará de esa investigación, son
cosas como las siguientes. Podríamos decirle a alguien, “Levante el
dedo cuando deje de sentir dolor”, pero no “Levante el dedo en el
momento en que ya no sepa jugar al ajedrez”. En el peor de los
casos, aquí habrá esta diferencia: para poder decir si el dolor ha
cesado, no necesito tratar de hacer algo, mientras que quizás nece­
site tratar de recitar algunas reglas de ajedrez o intentar algunas
jugadas para descubrir si todavía sé jugar al ajedrez. (Compárese "en
dolor” con “doloroso al tacto”.') Tam bién puedo proyectar confia­
damente engañar a alguien haciéndole creer que algo me duele, es
decir planear que representaré ese papel sin que me duela real­
mente, pero no podría, representando el papel de un ajedrecista,
engañar a alguien que conozca el juego induciéndolo a pensar que
sé jugar al ajed rez... o, por lo menos, no podría hacerlo sin la
ayuda de un cómplice que me hiciera señas. O, asimismo, alguien
podría convencerse que yo sólo creo haber comprendido cierta pala­
bra, que la explicación que he dado de ella o el uso que he hecho
de ella es en realidad confuso, pero no podría convencerme de que
mis dedos artríticos no me duelen realmente, de que no me han
dolido de verdad. Podría surgir un malentendido con respecto al
uso por Wittgenstein de consideraciones como ésas. Porque parece­
ría quizá que se proponía negar que los pensamientos e imágenes
son siempre esenciales para jugar al ajedrez, comprender, recordar,
etcétera. Pero esto no es en absoluto lo que él se propone negar.
Dice, más bien, que hacen falta ciertas circunstancias del medio
para que haya cosas como los pensamientos de un jugador de aje­
drez o para que una imagen que tengo sea la imagen de la expresión
facial de un hombre determinado. Su intención está sumariamente
ilustrada en el pasaje siguiente: “Las palabras ‘Ahora, sé cómo
seguir’ fueron usadas correctamente cuando pensó en la fórmula:
esto es, dadas circunstancias tales como las de que había aprendido
álgebra, había usado esas fórmulas antes" (179}. En ese caso, si el
hombre no había pensado en la fórmula, podía no haber sabido
cómo continuar con la serie de números. Pero lo que quiere dedr
W ittgenstein es que no se debe a un inventario del contenido men
tal presente de un hombre el que “éste o algún otro pueda ver que
sabe un poco de álgebra o hasta que sabe contar”. O, más bien, ya
que los contenidos mentales presentes incluyen su pensamiento de
la fórmula, es decir, algo algebraico, más vale que digamos que lo
que está “presente” en este sentido está vinculado esencialmente
a lo sucedido antes (ver p. 155). Un pensamiento, pues, no~ se
parece a una sensación.
Volvamos al problema de otras mentes. En la parte final de
la sección II, sugerí que el rechazo por W ittgenstein de la noción
cartesiana de “cuerpo” y su insistencia en hacer básico el concepto
de ser humano podía parecerle a alguien una petición de principio.
En primer lugar, uno podría querer saber cómo logramos ese con­
cepto y qué derecho tiene W ittgenstein a insertarlo en la discusión
del problema sin dar una justificación. Éste es el punto del que
quiero hablar ahora y lo abordaré mediante un breve análisis del
argumento por analogía.
Mili, en su clásica exposición de este argumento, dice: “O debo
creer que ellos (los demás seres humanos) están vivos, o que son
autómatas ”,16 y explica cómo, mediante una inferencia analógica,
"concluye” que están vivos y se le parecen en sus sensaciones y
emociones. Lo curioso en el argumento de Mili es que resulta difícil
ver en qué punto tendría algo que hacer la supuesta inferencia
analógica. ¿A qué altura de mi vida se supone que fue discutible
para mí la pregunta de si mis amigos y mi familia son gente u
otra cosa? Pasando por alto la perplejidad acerca de qué otra cosa
pudieron ser, preguntemos: ¿Cuándo necesitaba yo el argumento
por analogía? ¿Cuándo padecí ignorancia o duda del tipo que se
presume eliminará ese argumento? ¿Se piensa que la inferencia ana­
lógica nos ayudará a zafarnos de un estado en que sólo nos halla­
mos en la primera infancia o de un estado de duda que pifeda
acosar a una persona en sus años adultos? Esta última alternativa
no puede ser, ciertamente, la correcta. No hay una subcorriente de
malestar que impregne todos mis diversos encuentros con personas
que me tientan a apartarme de ellas con horror o desconfianza. No
experimento, por ejemplo, extraños sentimientos de que mis hijos
puedan ser totalmente distintos de mí en algún aspecto esencial.
Cuando uno de ellos acude llorando con la cabeza magullada o un
pie ensangrentado, no lo miro con aire de asombro, pensando:
¿Qué podrá suceder aquí en ese ser golpeado y alborotado?
Y cuando hablo con gente, no me siento estúpido al pensar que mis
observaciones quizás sólo activen circuitos en ellos o algo así. Aun­
que acaso haya alguna forma tal de demencia, alguna especie de
desintegración, en que la víctima no puede encontrar simplemente
su posición con otro ser humano, no se trata de un estado que
podamos padecer muchos de nosotros. Y, con todo, si se cree que
todos necesitamos los beneficios supuestamente concedidos por el
argumento por analogía, parece que se nos representa a todos como
18 J . S. M ili, E xa m in a tio n o f Sir W illia m H a m ilto n ’s P hilosophy, L ondres,
1*72, p. 244.
padeciendo esta forma de demencia. Pero hasta los que proponen el
argumento por analogía no creen en esto y por eso llego a la con­
clusión de que ese argumento no podría tener importancia para
nosotros en nuestros años adultos. Acaso, pues, se debe pensar que
la inferencia analógica tiene su lugar en nuestra niñez y es nuestro
medio de llegar a comprender a los demás como seres humanos,
antes que nada. Esto, si los comprendo bien, es algo así como la
opinión expuesta por Chihara y Fodor, Sostienen que, cuando niños,
encontramos en otros complicados síndromes de conducta (¿movi­
mientos corporales?) para los cuales necesitamos cierta explicación.
Por ejemplo, encontramos repetidas veces el “síndrome de dolor”
y “necesitamos una explicación del carácter fidedigno y fecundo
de ese síndrome, una explicación que proporciona la referencia a
la aparición del dolor.” 17 Y siendo así, razonan, la “aplicación de
los términos psicológicos del lenguaje ordinario sobre la base de la
conducta” debe considerarse “inferencias teóricas de los hechos men­
tales subyacentes ”.18 Esto se ofrece como una exposición de cómo
usamos términos psicológicos al hablar de otras personas y los escri­
tores desechan la objeción de que su exposición le endosa al niño
una carga intelectual demasiado grande recurriendo al hecho de
que todos aprendemos un lenguaje de complicada estructura grama­
tical y lo hacemos, aparentemente con facultades naturales cuyo
ejercicio involucra “el uso de un intrincado sistema de reglas lin­
güísticas de generalidad y complejidad muy considerables”, sistema
de reglas que no se nos enseña explícitamente .19 Ésta es la expli­
cación que ofrecen como respuesta al escéptico y como alternativa
cil behaviorismo. Lo que ofrecen, pues, es una explicación de cómo
pasa el niño de una etapa inicial en que ve a sus padres y a otros
como meros “cuerpos” humanos que se mueven a otra en que los
ve como seres humanos.
Antes de comentar esto, me gustaría compararlo con la muy
distinta explicación que da Wittgenstein sobre la forma como usa­
mos una palabra tal como “dolor” al hablar de otros seres humanos.
Antes que nada, en todo el desarrollo de Investigaciones filosóficas
Wittgenstein opone la idea de que, al aprender el lenguaje se nos
imparte de algún modo una comprensión que nos compele lógica­
mente a usar determinada palabra en cierta forma. En vez de esto,
sugiere que el aprendizaje del lenguaje depende de ciertas “reaccio­
nes normales de los que aprenden” (143-5) , es decir, de ciertas res­
puestas primitivas que cobran valor v se desarrollan cuando uno
aprende las palabras. En determinado sitio (p. 224) habla de los
i t 0 6 . cit., p. 293.
18 Ob. cit., p. 294.
ia Ib id .
juegos de lenguaje que surgen como "algo espontáneo” y un pasaje
(310) sugiere que nuestro uso de palabras tales como “dolor” y
“daño” al hablar de los demás comienza con algo “instintivo”.
(Ver también su uso de la palabra “actitud” en 284 y en la p. 178.)
¿n Zettel, esas sugestiones son más explícitas.

Será ú til reco rd ar a q u í q u e es u n a reacción p rim itiv a atender, tra ta r,


la p a rte q u e duele cuando alguien padece u n dolor; y no sim plem ente cuando
le duele a uno m ism o. . . y pre starle atención así a la conducta en el
do lo r de los d e m á s .. . (540) .
P e r o . . . , ¿qué nos proponem os significar a q u í con la p a la b ra “p rim iti­
vo”? Supuestam ente, esta clase de conducta es firelingüistica: q u e u n juego
de lenguaje se basa en ella, q u e es u n p ro to tip o de u n a m an era de pensar
y no u n resultado de] pensam iento (541) .
. .. E s t a r seguro de que alg ú n o tro sufre, d u d a r de si es así, etcétera,
son otras tantas clases de conducta n a tu ra l, instintiva, con respecto a los
dem ás seres h u m an o s y n u e stro len g u aje es u n sim ple a u x iliar de está
relación y un desarrollo de la m ism a.
N uestro juego de lenguaje es u n desarrollo de la conducta p rim itiva,
(P orque n u estro juego de lenguaje es conducta.) (Instinto, 545.)

Lo que permite que Wittgenstein brinde esta explicación, me


parece, es que él, a diferencia del behaviorista o de Chihara o Fodor,
repudia la idea de que lo que debe enfrentar inicialmente el niño
son “cuerpos”, los cuales, de un modo u otro, llega a ver como seres
humanos.
Detrás de la explicación propuesta por Chihara y Fodor yace
una suposición tácita de que resulta algo natural para nosotros, en
nuestra infancia, ver en los seres humanos “cuerpos”, simples cosas,
y esto les hace buscar a esos escritores una explicación de la forma
como pasamos, de verlos así, a verlos como seres humanos vivos.
Pero. .. ¿por qué hemos de pensar que el niño está “fijado” inicial^
mente para ver a las personas como cosas? En realidad, ¿qué sig­
nifica eso de ver a una persona como cosa? ¿Dónde diríamos que
a‘ sucedido esto? Esto es algo que describiríamos en tal forma que
le podría suceder a un adulto. Yo podría tener una experiencia
misteriosa en que muchas personas me parecieran autómatas cuando
todas ellas empezaran a realizar cierta tarea al oír una campanilla.
O quizás esta experiencia ocurra cuando observo a la gente a la
hora de mayor prisa cuando se abre paso a empujones, con aire
impasible, a lo largo de las veredas y en la entrada a los trenes
subterráneos. (El túnel del subterráneo es una gran boca que de­
vora las máquinas usadas.) Esto implicaría, con todo, algo que no
está aún ahí en el niño. En esas misteriosas experiencias, imagino
un medio ambiente especial para lo que veo; espero de esa gente
lo que he aprendido a esperar de las máquinas. Por ejemplo, sí
suena otra campanilla, todos dejarán de trabajar simultáneamente
y permanecerán inmóviles hasta que se dé otra señal. O en la hora
de mayor movimiento, yo quizás mire las piernas de la gente para
descubrir la naturaleza mecánica de sus movimientos o la mire a
la cara, pensando “Ojos que no ven”. Y, entonces, el hechizo se
disipa cuando alguien me habla. Ahora bien: si esto es ver en una
persona una cosa, entonces, como dice Wittgenstein, "el substrato
de esta experiencia es el dominio de una técnica” (p. 208). Es
decir, que debo de haber aprendido muchísimo lenguaje para ver
máquinas en los seres humanos. Por eso, no podemos explicar así
la manera cómo ve el niño a sus padres. Pero, desde luego, también
seria un error decir que los niños ven a sus padres y a los demás
como seres humanos, que quedan “fijados” en esa forma. P o rq u e ...
¿qué significa decir que vemos a alguien como un ser humano?
Podemos decir esto de un adulto que observa a un autómata de
aspecto humano ingeniosamente hecho y siente impulsos de acer­
cársele y hacerle una pregunta o algo semejante. Pero sólo habla­
mos de "ver como” aquí porque si la m áquina debiera dar unos
chasquidos y detenerse, el hechizo se disiparía; la persona no inten­
taría despertarla ni lo trataría como si fuera un cadáver. De modo
que es ésta la explicación que se puede dar de alguien que sabe
qué es una m áquina y no queremos explicar así al niño que aprende
el lenguaje.
La explicación de W ittgenstein elude esas dificultades, a mi
entender, sólo porque no le endosa al niño al principio esa noción
filosófica de “cuerpo” que han hecho nacer tanto el behaviorismo
como el argumento por analogía. Al behaviorismo se le deja la
incongruencia lógica del niño que ríe con esos “cuerpos” que ve a
su alrededor y los compadece, mientras que Chihara y Fodor per­
m utan esta incongruencia lógica por el anacronismo lógico de ha­
cerle saltar al niño una valla filosófica antes de que salga de la
cuna. Wittgenstein, al rechazar la idea filosófica de “cuerpo” y
remontar el lenguaje a las reacciones primitivas, puede permitirle
al niño reír con los demás y comprenderlos, etcétera, sin la incon­
gruencia ni el anacronismo. Y ahora, creo que podemos ver cómo
replicará W ittgenstein a la acusación de que ha introducido el
concepto de seres humanos sin justificación y por lo tanto ha dado
por sentado lo que argumenta el escéptico. Habla al respecto, en
otro contexto, cuando dice: “Lo que debemos hacer, más bien, es
aceptar el juego de lenguaje cotidiano” y observar las explicaciones
falsas del asunto como falsas. “El primitivo juego del lenguaje que
se les enseña a los niños no requiere justificación; las tentativas de
justificación requieren ser rechazadas” (p. 200). Lo que he estado
tratando de demostrar en este ensayo es cómo el problema de otras
«lentes surge de una falsa exposición del asunto, de nuestro juego
de lenguaje. Es esta explicación falsa la que lleva a la idea de que
todos tenemos alguna creencia injustificada, y esta idea, a su vez,
provoca la exigencia de una justificación. La alternativa de Witt-
genstein a esto se condensa en su observación: “Mi actitud ante él
es una actitud ante un alma. No sostengo la opinión de que él tiene
alma” (p. 178).

Si se considera que un ser hum ano consta de un “cuerpo in­


sensible”, con el agregado de entidades mentales (o con el agregado
de una mente con estados mentales), la categoría lógica de los esta­
dos mentales se vería representada de una manera muy errónea.
Éstos no pueden, de acuerdo con esa opinión, ser estados de un
organismo viviente y debe pensarse en ellos de una manera total­
mente distinta. Hay que exponer claramente qué es esta diferencia
si se quiere que comprendamos el rechazo por W ittgenstein de la
idea de que las sensaciones son objetos privados. El punto impor­
tante, aquí, es que si no se quiere considerar a las sensaciones como
estados de un organismo viviente, será imposible pensar que se
expresan naturalm ente en la conducta de los organismos vivos. En
cambio, consideraremos a las sensaciones, como lo han hecho la
mayoria de los filósofos desde Descartes, objetos percibidos mediante
un “sentido interno”. De acuerdo con ello, las palabras tales como
“dolor" y "aturdim iento” no se considerarán ligadas a las expresio­
nes naturales de la sensación: se las considerará como nombres de
objetos que sólo el que habla puede percibir, Este paso del "estado
de un organismo viviente” al “objeto de la percepción interna” es
el tema del conocido pasaje de Witíger.stein sobre el escarabajo en
la caja (293), que concluye con la observación de que “si construi­
mos la gramática de la expresión de la sensación sobre el modelo
del ‘objeto y nombre’, el objeto no se considera por no pertinente”,
Este pasaje ha sido mal interpretado por gente que no ha apreciado
la insistencia de W ittgenstein en que las sensaciones son estados de
■organismos vivos; a su entender esa gente entendía que decía que
las sensaciones quedan al margen del juego del lenguaje como no
pertinentes .20 Sin embargo, W ittgenstein aclara su significado
cuando dice que una sensación "no es un algo, pero tampoco es una
nada” y lo explica diciendo que “sólo ha rechazado la gramática
■que trata de imponérsenos aquí” (304). Se supone a menudo que
2» Ver, p o r ejem plo, la in te rp reta ció n de Alan D onagan en W ittgenstein
so b re las sensaciones, en W ittgenstein: Im s investigaciones filosóficas, E d. Geor-
g e P itcher, p. 347.
esos pasajes significan que una palabra tal como “dolor” puede
usarse públicamente a pesar del carácter privado de las sensaciones.
Pero esa observación es errónea; W ittgenstein rechaza una explica­
ción metafísica de las sensaciones. Guando observa que está recha­
zando “la gramática que trata de imponérsenos aquí”, deberíamos
vincular esto a su observación ulterior de que “la gramática nos
dice qué clase de objeto alguna cosa es” (373). Cuando dice que
i'na sensación no es un alao, afirma eme una sensación no es un
objeto del “sentido interno”, no es algo que tiene sus caracterís­
ticas esenciales con independencia de un organismo vivo.
Lo que está en discusión aquí, puede verse más claramente re­
cordando la explicación dada por Hume de los estados y hechor
mentales, en que se hace explícita la transformación gramatical que
está rechazando Wittgenstein. Hume observó que "si alguien dije­
ra. . . que la definición de una substancia es algo que puede existir
por si m ism a,... yo observaría que esta definición concuerda con
todo lo que puede ser concebido.21 El hecho de que Hume consi­
derara los estados y hechos mentales (que llamaba “percepciones”)
como siendo substancias en este sentido, es revelado por su obser­
vación de que “como toda percepción es distinguible la una de la
otra y puede considerarse como existente por separado, de ello se
sigué; evidentemente, que no es absurdo separar de la mente a toda
percepción particular: es decir, que no lo es romper todas sus rela­
ciones con esa masa conectada de percepciones que constituye un
ser pensante.22 Los pensamientos, las imágenes, los deseos, las sen­
saciones. etcétera, “no neces'tan ninguna otra cosa para apoyar su
existencia”.23 Esto induce a Hume a sugerir el siguiente experi­
mento del pensamiento como un medio de descubrir qué es un “ser
pensante” o “yo” :

"Podem os concebir a un ser pensante como teniendo m uchas o pocas


percepciones. . . Supongam os q u e sólo tenga tina percepción, com o ser sed
o ham bre. Considéresele en esa situación. .'C ontibe usted algo q u e no sea
sim plem ente esa percepción? ;T ie n e alen n a noción del yo o la su b sta n cia ? ...
P o r mi parte, no tengo u n a noción de nin g u n a de los d o s . . . ”.2**

Si este pasaje se leyera con independencia del contexto de las


observaciones de Hume de que las “percepciones” son substancias,
cabría suponer que él nos pedía simplemente que pensáramos cómo
sería si aleruien tuviera en su mente solo hambre o sed. En ese caso,
sería natural suponer oue debemos observar a un ser humano que
110 ha comido o bebido durante muchas horas y cuya hambre o
21 A Treatise of H u m a n N ature, O xford, Ed. L, A. Selby-Bigge, 1951, p. 233.
22 I b í d , p. 207.
23 Ibíd., p. 233.
24 Ibid., pp. 634-5.
sed lo aparta de todos los demás asuntos. En cualquier caso, debe­
mos pensar aquí en un ser humano viviente, un ser que puede nece-
itar comida y bebida y puede tratar de conseguirlos. Entonces,
sería evidente qué es este “yo” o “ser pensante”. Pero si entendié­
ramos así el pasaje de Hume, no habríamos comprendido su expe-
rimiento del pensamiento propuesto. El experimento debe empezar
cuando examinamos una impresión: la impresión conocida con el
nombre de hambre o la impresión conocida con el nombre de sed;
y hemos de considerar entonces si podemos descubrir alguna “cone­
xión real” de esa impresión con alguna otra cosa. La diferencia
crítica entre esas maneras de interpretar el pasaje radica en la idea
de Hume de que el hambre y la sed son sustancias y por lo tanto
se las puede considerar a un ser que puede comer o beber. El
hambre y la sed deben ser pensados como “existencias distintas”
más bien que como estados de organismos vivos. Deben ser consi­
derados, en otros términos, en la categoría gramatical de “objeto v
nombre”. Es precisamente esta manera de pensar en los estados
mentales, inclusive las sensaciones, lo que involucra la idea de un
lenguaje privado contra el cual arguye Wittgenstein. Para Hume,
los significados de palabras tales como “hambre”, “vértigo” y “do­
lor” deben ser especificados sin mencionar a seres humanos y lo que
se parece más o menos a ellos (se comporta como ellos). Es decir,
que aprender esas palabras no implicará aprender a usarlas en fra­
ses tales como éstas: “Yo creía que él tenía hambre, pero no comió
el alimentó que le traje”, “Si me mareo, haga el favor de sostener­
me”, “No puedo caminar sobre este pie; duele demasiado”, “Dejé
caer la cacerola porque estaba demasiado caliente.” Desde el punto
de vista de Hume, si alguien jamás dijo cosas semejantes y no
comprendió que otros las dijesen, ello no sería válido contra el
hecho de que éste supiera qué significan palabras tales como “ham­
bre” y “mareo”. La pregunta, pues, es: “¿Qué valdría contra su
comprensión de esas palabras? ¿O valdría a favor de ellas? Si con­
testamos que él comprende ‘mareo’ si la usa y sólo si la usa siempre
como nombre de la misma sensación, habremos cometido una peti­
ción de principio, porque no podemos suponer que ‘la misma sen­
sación’ podría, dada la opinión de Hume, tener un uso cuando lo
que se discute es si, de acuerdo con esa opinión, ‘mareo’ y ‘dolor’
podrían tener un uso. Y, por la misma razón, no servirá decir que
esa persona podría recordar que había llamado antes ‘dolor’ a esa
sensación: la expresión ‘esa sensación’ no podría usarse si no pu­
dieran usarse palabras tales como ‘dolor’ y ‘mareo’. Pero todo
esto, en cierto modo, no viene al caso, porque estamos ya en un
error si nuestra explicación de lo que son las sensaciones implica
la consecuencia de que las sensaciones sólo podrían tener nombres
con significados privados”. Si rechazamos la idea de que las sensa­
ciones son, como piensa Hume, substancias individuales, es decir,
objetos de “sentido interno” y reconocemos que son estados de or­
ganismos vivos, podemos admitir que las palabras que representan
sensaciones están ligadas a la expresión natural de las mismas.
Hay, pues, una relación esencial de las sensaciones con los or­
ganismos vivos. Pero admitir esto no es aceptar cierta forma de
behaviorismo. Podemos evitar el behaviorismo aunque reconozca­
mos la relación esencial si reconocemos también cierta complejidad
en los seres a los cuales se aplican las palabras de sensaciones y otros
conceptos psicológicos. Podemos ver esto claramente tomando el
ejemplo del hambre de Hume. Parece absolutamente claro que el
concepto hambre, (usado esencialmente en la forma adjetival “ham ­
briento”) , sólo se aplica a un ser que come. Pero no hay necesidad
de identificar al hambre con el comer y ni siquiera con el tratar de
conseguir alimento, porque los seres humanos son también seres que
pueden someterse a dieta y ayunar y por eso puede decirse con
propiedad que tienen hambre hasta cuando rechazan buena comida.
Sin duda, aquí no hay paradoja. Puede haber tanto la relación
esencial como las circunstancias excepcionales y esto es justamente
porque los seres humanos son los seres complejos que s o n . Se puede
vechazar la comida por una variedad muy amplia e indefinida de
razones, por ejemplo, porque no se la puede pagar, porque se sos­
pecha que está contaminada, porque se está tratando de adelgazar,
porque aceptarla privaría de ella a alguien que la necesita más,
porque un mandamiento divino prohíbe la comida, porque el hecho
de quedarse a comer le haría perder a uno un tren, etcétera. En
esos casos, se puede tener hambre sin ingerir la comida disponible.
Pero esos casos no destruyen la relación esencial del hambre con la
comida, porque en circunstancias tales uno estaría dispuesto a decir
(o a pensar) que comería si no fuera por tal o cual motivo o que
habría comido si no tuviera tal o cual razón. Además, si alguien
no ingiere la comida que está a su disposición, llegaremos a la con­
clusión de que no tiene hambre, a menos que sospechemos que
pudo tener una razón categórica para no comer en esa oportunidad
La relación esencial, pues, admite ciertas excepciones y con segu­
ridad no equivale a una identificación del hambre con el comer o
el tratar de conseguir alimento. Las mismas consideraciones son
válidas para una palabra de sensación. H a v expresiones naturales
de dolor, tales como apartarse de la causa que provoca dolor, llorar,
ayudarle a la parte lastimada (por ejemplo, cojeando), buscar ali­
vio del dolor, etcétera, pero también hay muchas razones que puede
temer la gente para limitar la expresión natural del dolor. Un niño
puede reprim ir sus lágrimas para demostrar que es valiente; un
hombre puede tratar de no cojear o retroceder para que la persona
que le ha dado un pisotón no tenga que disculparse; una cocinera
puede no apartarse de una cacerola muy caliente por temor a de­
rram ar su contenido; alguien puede ahogar un gemido para no
despertar a otro o contener una exclamación para no perturbar una
asamblea, etcétera. Tam bién aprendemos a no mostrarnos sobre­
saltados o no asustarnos ante el dolor y a adquirir cierto dominio
de nuestros actos. Ahora bien: el uso de la palabra “dolor” está
ligado ciertamente a la expresión natural del dolor, pero esto no
implica que sólo lo haya en el caso en que hay una conducta propia
del dolor. Por eso, no hay razón para pensar que aceptar aquí una
relación esencial es invitar al behaviorismo. Aquí, el behaviorismo
no es plausible en ningún caso, ya que la gramática de la palabra
"dolor” es totalmente distinta de la gramática de “la expresión de
dolor”. Por ejemplo, un dolor puede vibrar, pero no existe una
manera de portarse de un modo vibrante y aunque una persona
que siente dolor puede gemir sonoramente y lloriquear suavemente,
un dolor no puede ser sonoro o suave.
Lo que he tratado de poner en claro aquí, es que Wittgenstein
lia rechazado la explicación metafísica de las sensaciones dada por
Descartes y Hume. Esto, debe ser subrayado porque existe una am­
plia suposición de que W ittgenstein aceptaba esa metafísica y argüía
simplemente que la metafísica no implicaba lo privado del lenguaje
de sensaciones. Esta interpretación toma su carácter plausible de la
suposición de que las únicas alternativas, aquí, son la explicación
Descartes-Hume o el behaviorismo. Pero es precisamente esta supo­
sición lo que rechaza Wittgenstein: una sensación no es un algo,
pero tampoco es una nada.

VI

Ahora, me gustaría volver nuevamente a Descartes para sacar


a la luz otra causa del problema íntegro. En el pasaje siguiente de
la Segunda Meditación, Descartes nos da lo que, según podemos ver
ahora, es una redescripción metafísica de un ser humano. Escribe:

“P rim ero , pensé q u e yo ten ía u n rostro, m anos, b ra z o s ... en re alid a d , toda


la e stru ctu ra de los m iem bros q u e es observable tam bién en u n cadáver
y q u e yo llam ab a ‘c u e rp o ’. A dem ás q u e m e alim ento, q u e m e m uevo, que
tengo sensaciones, q u e soy u n ser consciente: yo a trib u ía esos actos al
alm a . . . E n cu an to concierne a l ‘c u e rp o ’ yo ten ía d u d a y pensaba q u e
c o m prendía claram ente su naturaleza; si hubiese tra ta d o de describir m i
concepción, h a b ría dado esta explicación. C on cuerpo, q u iero significar
todo lo q u e es capaz de ser lim itid o p o r alg u n a form a y abarcado p o r algún
lugar, y de o c u p ar espacio de (al m an e ra q u e q u e d en excluidos todos los
dem ás cuerpos; adem ás de ser p ercibido p o r el tacto, la vista, el oído, el
gusto o el olfato; y, adem ás, de ser m ovido en d istin ta s form as no por
si m ism o, sino por algún o tro cuerpo q u e lo roza. Pues la capacidad de
au tom ovim iento y las facultades de e x p e rim e n ta r sensaciones y d e ser cons­
ciente, p a ra m í no perten ecían en n in g u n a form a a la esencia del c u e r p o ...;
en re alid a d , h asta m e m arav illab a de q u e hubiese cuerpos en los cuales se
e n co n trara n facultades sem ejantes .” 25

Ahora bien, en un sentido. Descartes tenía razón en cuanto


concierne a esta última parte; un cadáver no es una cosa de la que
podamos decir que tiene sensaciones, ve, es ciega, es consciente o
inconsciente. Y si un alma es eso de que podemos decir esas cosas,
entonces, desde luego, un ser humano viviente es un alma.
La dificultad, en las observaciones de Descartes, radica en la
expresión que parece completamente inocente: la de que “tengo un
cuerpo”. Y creo que podemos ver ahora una causa más de esta ex­
presión. La redescripción de Descartes es una especie de ensayo de
dos clases de iuegos de lenguaje totalmente distintos. Por un lado,
están aquellos en que los seres humanos ocupan un lugar central
(queias de iaouecas y dolores, revelación de sueños, adivinación de
los móviles de un hombre, etc.) ; y, por otro, aquellos en que los
seres humanos tienen poco más o menos el mismo status que los
palos v las D ie d ra s (pesar v medir, etc.). Esto es una diferencia que
se destaca netamente; se manifiesta en cien formas. fComoárese:
“Soy alto como este árbol” y "La roca golpea un árbol de modo
que nadie queda lesionado”.) Si reflexionamos sobre esta diferen­
cia, es sin duda inevitable que la trataremos en el uso de las pala­
bras, es decir, el status especial de los seres humanos en un caso y
su status no especial en el otro, como señalando dos clases distintas
de cosas que componen a un ser humano. Esto, desde luego, es ía
explicación cartesiana. El behaviorismo, pues, partiendo de esta
exnlicació, rechaza los juegos de lenguaje en que los seres humanos
tienen un status especial. A diferencia de ambos, W ittgenstein re­
c i b a el primer paso, que pasó inadvertido: la redescripción de un
ser humano. Podemos expresar este resultado en la forma siguiente:
estas dos clases de juegos de lenguaie, tomados en conjunto, distin­
guen a los seres humanos de los palos v las piedras. Si alguien qui­
siera volver a discutir el asunto, preguntando: " P e ro .... ¿cómo
puede aleo que yace desvestido de noche sobre la cama, algo que
tiene cierta altura y peso, tener sensaciones y pensamientos?”, ten­
dríamos que decir como lo sugiere Wittgenstein, (284, 412, 421) :
Miren a aleuien entregado a una conversación o piensen en un niño
al acaba de picar una abeja v pregunten qué mejor sujeto
podría hab-”- nara nensamientos v sensaciones. En esa forma, nos
vemos devueltos a la Tierra, apartados de pinturas engañosas y no
25 Descartes, ob. cit., p p . 67-8.
nos parecerá extraño que se diga que esos seres piensan o que les
duele algo.
Volver a reunir esos dos juegos de lenguaje —y en la forma
correcta— no es, desde luego, cosa fácil. El problema se parece más
bien al de conseguir que la substancia y la cualidad vuelvan a yacer
juntas: la separación ha sido tan prolongada que parece ya estar
virtualmente en la naturaleza de las cosas. En cada caso, la difi­
cultad parece ser que nos hemos recargado con un par de entidades
falsas. En este último caso, es el “simple detalle” y las cualidades
destinadas a “vestirlo”: en el primero, es el “cuerpo” y los “objetos
privados”. Sólo si abandonamos éstos, podremos hallar las “cone­
xiones reales” que buscaba Hume. Sin embargo, es inevitable aqui
la ingerencia de otros puntos. Uno de ellos es el que menciona
Wittgenstein cuando observa que “la religión enseña que el alma
puede existir cuando el cuerpo se ha desintegrado” (p. 178). Vista
en el contexto del problema filosófico que hemos estado conside­
rando, es natural pensar que esta enseñanza requiere una interpre­
tación de acuerdo con líneas que ahora parecen imposibles. Es
natural, por ello, pensar que esta enseñanza exige una ontología
cartesiana. Sin embargo, sería una torpeza insistir en esto, ya que,
como sigue observando Wittgenstein, la enseñanza tiene, después de
todo, una intención. Es una manera de anunciar la promesa de
una vida eterna. Y esa promesa no especifica por sí misma una
ontología cartesiana. Si no vemos inmediatamente cómo es posible
una explicación no cartesiana de la cuestión, sólo podemos confesar
ignorancia.26 De todos modos, sería presunción en un creyente in­
sistir en que la promesa será cumplida en la forma en que él está
habituado a concebirla. En cualquier caso, sería igualmente pre­
suntuoso en un no creyente retroceder ante este coloquio del alma
y el cuerpo. A fin de cuentas, todos decimos ai'm que el sol sale y
se pone y nadie lo pasa mal por eso. En realidad, parece impro­
bable que algún día hablemos de otro modo.

26 W ittgenstein d:ce q u e "p u e d e im a g in ar m uchas cosas en conexión con


«• enseñanza” y aq u í debem os reco rd a r q u e la prom esa h a sido c um plida con
Una explicación de ‘ cuerpos resucitados” . Sobre este p u n to , he salido ganando
JBucho con m is conversaciones con m i colega R o b e it H e rb ert. Ver su ensayo
“Puzzle Cases a n d E arth q u ak e s”, Armlysis, enero de 1968.
LA CONCEPCIÓN DE W IT T G E N S T E IN Y ST R A W SO N
SOBRE LA M E N T E DEL H O M B R E

L. R . R e in h a r d t

Cuando, en las Investigaciones filosóficas, Wittgensten habla


de “criterios” y cuando, en Individuos, P. F. Strawson habla de
“criterios lógicamente adecuados”, no quieren dar a entender la
misma cosa. Pero en ambos casos está en juego una relación que
ni es una cuestión de prueba que es contingentemente una prueba
para otra cosa ni una cuestión de implicancia entre proposi­
ciones. Es importante para entender la obra de Wittgenstein
advertir que la cuestión no es evidentemente la de una relación
entre proposiciones. Más adelante argüiré que ciertos puntos deri­
van de las opiniones de Wittgenstein que versan sobre las relacio­
nes lógicas entre las proposiciones, pero que el núcleo de su punto
de vista no se puede plantear así. Hecha esta advertencia, hay
cierto acuerdo entre los dos filósofos que puede exponerse en la
forma siguiente: el que algún ser humano se comporte en determi­
nada forma o el que le sucedan ciertas cosas, nos autoriza a afir­
mar que se halla en determinado estado mental. Y, repitámoslo,
esta autorización no proviene de periodicidades empíricamente
comprobadas ni se debe a una implicancia. (Uso aquí la expre­
sión “estado m ental” en una forma flexible para incluir dolores,
intenciones, creencias y aun disposiciones; la flexibilidad no debe
importar para los fines presentes.)
Otro sector de acuerdo entre W ittgenstein y Strawson es la
tesis, en términos de Strawson, de que el concepto de una persona
es lógicamente primitivo, que una persona (o ser humano) no es
un cuerpo animado ni un alma encarnada. Ambos filósofos recha­
zan la idea de que no es la misma cosa a la cual me refiero al decir
"Jones es gordo” y “Jones está pensando en el hogar”. Con los
seres humanos, no es como parece, plausible decir que sí lo es,
por ejemplo, con el nombre “Islandia” en el par de sentencias
“Islandia es una isla” e “Islandia está en quiebra”. En este caso,
puede parecer muy adecuado sostener que el referente unitario
aparente de “Islandia” sólo es aparente. Las extensiones de tierra
no pueden declararse en quiebra y los estados no pueden ser exten­
siones de tierra, ni tener propiedades geográficas. Por eso, parece
plausible decir que una sentencia tal como “Islandia es una isla en
quiebra” es una zeugma, como lo es “La capa está revuelta y floja
en torno de sus hombros”. (Supongo que la respuesta correcta aquí
es que “Islandia” se refiere a un país y que los países, como las
personas de Strawson, toman simplemente predicados de dos cate­
gorías distintas. Por eso, digo “parece plausible”.)
Además, y para hacer una breve digresión histórica que nos
recuerde los orígenes de nuestro problema acerca de la mente de
otros, la dualidad de referencia que podríamos considerar plausi­
ble con “Islandia” es también, insistiría Descartes, lo que sucede
con los nombres propios humanos. Además, así como el estado de
Islandia podría seguir existiendo si se lo ubicara en una zona
de Canadá, la persona real cartesiana sólo está relacionada en for­
ma contingente con su cuerpo. (Resulta más difícil hallar un para­
lelo para la existencia sin ningún cuerpo; quizás podría hacerlo
después de la revolución un gobierno en el exilio.) Menciono a
Descartes porque, aunque lo admiramos por haber apreciado que
la relación entre la persona y el cuerpo no es la de un capitán
con su barco, no apreciamos suficientemente cómo llegó a opinar
que la relación era “misteriosa”. Argüiré en breve que representar
a un cuerpo humano como algo móvil y cambiante en el espacio
y el tiempo, como lo habría hecho Descartes, es un recurso que
nos hace enfocar claramente el problema de otras mentes.
Volvamos a Strawson. Para él, el hecho de que ocurre cierta
conducta es lógicamente adecuado para decir que ciertos pensa­
mientos, sentimientos e intenciones están presentes. Pero, como es
notorio, resulta un poco difícil ver con exactitud adonde va a
parar esta tesis. En realidad, no resulta claro si los criterios han
de ser llamados ejemplos de conducta. No resulta claro si los cri­
terios para que un predicado-i5 sea verdadero consisten en que m u­
chos predicados-M sean verdaderos o si los criterios son algo muy
distinto de las propiedades-.? o las propiedades-M. Tampoco esta­
mos justificados al equiparar el símbolo “P” de Strawson a “psí­
quico” o “mental”; aunque estamos justificados a equiparar su sím­
bolo “Ai” a “físico” o “corporal”. El caso que se nos ocurre más
fácilmente con la opinión de Strawson es aquel en que un hombre
se retuerce y ..gime y en que eso nos aclara la interrogante de si
siente dolor o no. Pero surge la pregunta de si “retorcerse” y “ge-
iriir” son predicados M o P. Strawson los clasificaría como predi­
cados P. Pero entonces ellos, aparentemente, necesitan criterios;
y no se advierte cuáles han de ser esos criterios.
Nos sentimos tentados a suponer que debemos llegar eventual­
mente a que los predicados-Ai sean verdaderos, así como al criterio
para que los predicados-i3 lo sean. Quiero explorar esta tentación.
Pero corresponden antes unas palabras de excusa con Strawson.
Esa tentación es en sí, me parece, un síntoma de la resistencia a
aceptar predicados-P cual si fueran tan bien fundados y básicos
como los predicados-M. Como formamos parte de cierta tradición
en filosofía, estamos sujetos a esa tentación. Se trata, muy proba­
blemente, de un prejuicio profundamente arraigado que se vincula
a la idolatría por las ciencias físicas. Como creo que Strawson ha
contribuido mucho a destruir ese prejuicio, sería injusto que yo
afirmase que el cuadro que me dispongo a presentar es una repre­
sentación exacta de sus opiniones. Pero Strawson no hace lo sufi­
ciente para mostrarnos qué tiene de malo el cuadro; y la fuerza de
Wittgenstein relativa a este problema, radica en el hecho de que
puede liberarnos de la presión del cuadro. Creo, asimismo, que el
hecho de considerar que Strawson afirma que la verdad de los pre­
dicados-M es la base de la verdad de los predicados-P es una inter­
pretación muy difundida de Strawson.
Supongamos, pues, que tomamos en serio la sugerencia implí­
cita en la tentación, la tentación de sostener que las propiedades-AÍ
constituyen los criterios para las propiedades-i3. Para hacer esto,
imaginemos un modo de descripción de una etapa en la vida de
un ser humano que consta exclusivamente de predicados químicos,
espacio-temporales, topológicos y fisiológicos. T'Jecesitamos que la
topología trate las modificaciones en la configuración de lo que
llamamos usualmente un rostro humano, modificaciones que lla­
mamos por lo general muecas, fruncimiento de cejas, sonrisas, visa­
jes burlones, etcétera. Por razones de comodidad, llamemos a este
modo de descripción modo cartesiano, aludiendo a la geometría
coordinada cartesiana. Inmediatamente, podemos ver que se nos
impide usar términos tales como “retorcerse”, “gemir” o cualquiera
de los ya mencionados. Además, como nuestros predicados en el
modo cartesiano son todos predicados-M strawsonianos, no pode­
mos especificar actos, sino sólo movimientos corporales. De ahí
que no podamos justificar una afirmación de que el objeto que se
describe esté “levantando un brazo”; sólo podemos decir que cierto
apéndice está cambiando de posición espacial relativa al resto de
cierto cuerpo.
El modo cartesiano está disponible para nosotros si, para cier­
tos fines, optamos por adoptarlo. Como lo he sugerido ya, Des­
cartes tuvo en vista algo que se hallaba dentro de esos lincamien­
tos cuando dijo que la relación entre el cuerpo y el alma era "mis­
teriosa”. Y se adviene por qué pensaba eso. Porque una ve?
hechas las cosas así, nos resultará imposible construir un puente
para nuestras formas usuales de hablar de los seres humanos. Hay
varias cosas que podría creerse aquí que sugiero y que no sugiero,
o que, por lo menos, no derivan de lo que digo; y vale la pena de
mencionarlas sucintamente. En primer lugar, no afirmo, a prioñ,
que sería imposible establecer correlaciones entre los actos, los re­
torcimientos, los gemidos, las sonrisas y los elementos descritos
a la manera cartesiana. Creo que un proyecto semejante estarla
predestinado a causar enormes dificultades. Pero, aun cuando una
indagación conceptual adicional indica que el proyecto es incohe­
rente y no simplemente improbable que sobrevenga, lo qne he
dicho no establece esto, ni hace imposible al determinismo el punto
que afirmo. Nada de lo que he dicho excluye la posibilidad de
hallar el tipo de correlación que nos permitiría exhibir la contra
parte a la manera cartesiana de cualquier acto o estado menta)
como produciéndose cuando —y sólo cuando (o sólo cuando) — se
presenta algún grupo antecedente de estados, a la manera carte­
siana, Mientras aceptemos que algún movimiento o cambio cor­
poral se presenta en conexión con actos y estados mentales, no
podremos excluir, sin mucha argumentación más, la posibilidad
de que esos movimientos y estados estén determinados por las con
diciones antecedentes. Si es posible el programa encarado, parece-
razonable sostener que todo determinista debiera estar feliz. De
ahí que la teoría de la identidad de las sensaciones y los estados
mentales con el cerebro o los estados corporales, aunque quizás
tenga cierto interés por derecho propio, no sea una exigencia para
ei determinismo.1
1 D ebo confesar q u e escribo a q u í con cierta ironía. N o creo q u e el
proyecto contem plado sea incoherente. Supongam os q u e u n determ in ista dijera
que, sobre la base de los estados corporales de u n g ru p o de personas en u n
tie m p o dado, po d ría vaticin ar los m ovim ientos corporales de las m ism as d u ra n te
u n año: H ace esto sin referencia alg u n a a conceptos psicológicos o m entales,
d e ja n d o a n uestro cargo p ro p o rcio n ar las descripciones del acto. A p a rte de
las objeciones de ru tin a en cu an lo a in fo rm a r a los sujetos sobre el asunto,
p erm itiéndoles así cam b iar de idea, cabe hacer n o ta r lo difícil q u e es no tom ar
e n : cuenta u n a enorm e porción del universo. P o r ejem plo, u n m eteorito caído
en A ustralia p o d ría causarle fa m u e rte a u n p a rie n te de u n o de los sujetos 5
obligarlo a estar en u n sitio d istin to del pronosticado. E videntem ente, el m ism o
p u n to se aplica a la predicción de los m ovim ientos d e los objetos inanim ado?
•obre la T ie rra . Sim plem ente, obtenem os la vieja im agen de Laplace, q u e exigís
una m ira d a de Dios, una sim ple afirm ación de q u e eso podía hacerse. Con todo,
el p u n to d ébil de que, después d el hecho, lo q u e sucediera p u e d e ser e x h ib id o
e n form a d eterm inista, m e parece todo aquello e n q u e d eb e in sistir re alm e n te
un d eterm inista.
Con todo, podemos notar que nada puede darnos fundamento
a la manera cartesiana, para nuestras formas usuales de hablar de
los demás seres humanos y de nosotros mismos. A lo sumo, pode­
mos separar a una teoría de su fundamento con respecto a las
causas de nuestra dócil conducta. Una teoría semejante tendría
que estar ligada a una teoría sobre nuestra percepción de esos mo­
vimientos y cambios corporales. Ahora bien: donde se afirma más
perniciosamente el prejuicio que mencioné ya es en la tentación de
creer que, en un sentido estricto, todo lo que observamos en reali­
dad es lo que puede ser descrito a la manera cartesiana. Esto plan­
tea problemas sobre el concepto de observación y no quiero entrar
en detalles sobre eso. Pero si, como creo que se admitirá, fuese
poco plausible que dijéramos que observamos un gambito en aje­
drez si no conocemos en absoluto las reglas del juego, sería igual­
mente poco plausible decir que hemos observado la contraparte
cartesiana de un fruncimiento de cejas si la descripción de ese
frucimiento implica topología y nada sabemos de esa ciencia.
Análogamente, al observar que un hombre levanta el brazo sobre
su cabeza, no observamos un aumento en el ángulo existente entre
un bíceps superior y el lado izquierdo o derecho de un torso supe­
rior. Además, con resnecto a lo que podemos observar y percibir,
no hay barrera para decir que vemos dolor en el rostro de un hom­
bre o que oímos ira en su voz. Tam bién observamos el donaire de
su andar o la firmeza de su postura, atributos que revelan perso­
nalidad y carácter.2 Si se replica a este punto que no vemos lite­
ralmente su dolor u oímos su ira, conviene dar una explicación de
lo que se contrasta aquí con la palabra “literal”. No es hablar en
sentido figurado hacerlo así, como lo sería decir que los listones del
piso gimen o que se hace sufrir a una flor cortándole el capullo.
Esos modos del lenguaje son figurados precisamente por contraste
con nuestra manera de hablar de los seres humanos.
Como ya lo dije, este cuadro de nuestra situación, en que no
hallamos una manera de tender un puente sobre el abismo exis­
tente entre el modo cartesiano o los predicados-M y nuestra forma

2 La señorita Cora D iam ond m e ha hecho n o ta r que, a u n q u e ap aren tem en te


no decim os n a d a al a firm ar q u e no vemos lite ralm e n te do lo r en el rostro de
una persona, es plausible h a b la r a q u í de u n sentido distinto del "v e r”. Y esto
distingue a esos casos de ver piezas sobre u n tab le ro de ajedrez y de observar
Tq u e nos am enazan con u n gam bito. E n este ú ltim o caso, no hay inclinación
a h a b la r de distintos sentidos del “ ver”. A nálogam ente, si u n h o m b re levanta
ta m an o en u n a asam blea para llam arle la atención al p residente, podem os
d ecir q u e le vemos lev a n tar la m ano o tra ta r de llam arle la atención. Asim ism o,
no hay a q u í u n sentido d istin to del “v e r”. J. L. A ustin puso en g u a rd ia a lo»
filósofos c ontra la m ultiplicación de los sentidos m ás allá de la necesidad,
Pero, en el caso de ver dolor, parece ciertam ente n a tu ra l d ecir q u e el sentido
e* diferente. Desde luego, u n sentido d iferente n o es, p o r ello, u n uso n o lite ral.
de hablar con los seres humanos, no representa la opinión d e
Strawson o algo que derive de ella, Lo he presentado para ilustrar
una dificultad existente en esa opinión: la de que no resulta fácil
eyitar la interpretación a lo largo de esas líneas. El cuadro de
nuestra situación representa la línea correcta de desarrollo si se
sostiene que las propiedades-M son los criterios para las propieda-
des-P. Pero si no lo son y no pueden serlo, parecería que, sean
lo que fueren esos criterios lógicamente adecuados para los predi­
cados-P, no pueden ser enunciados con los predicados-M o los pre­
dicados-P. Y esto, es un resultado desconcertante. Hay en Straw­
son un pasaje que alude a la dirección correcta que debemos tomar
para solucionar este desconcierto.
“Si jugam os u n p a rtid o de naipes, las m arcas d istintivas de determ inada
b a raja constituyen u n criterio lógicam ente adecuado p a ra llam arla, digam os,
la re in a d e copas; pero, a l lla m a rla así, en el contexto del juego, uno
le a trib u y e p ro p ied ad es m uy p o r encim a de la posesión de esas m arcas.
E l predicado o b tie n e su significado de toda la e stru ctu ra del juego. Lo
m ism o sucede con el lenguaje en q u e a trib u im o s p re d i cados-P. D ecir q u e
los criterios en base a los cuales les atrib u im o s predicados-P a otros son de
u n a clase lógicam ente adecuada p a ra esa a trib u ció n , n o es d ecir q u e todo
lo q u e hay p a ra el sentido a trib u tiv o de esos predicados son esos criterios.
D ecir esto es olvidar que Son predicadús-P, olv id ar el resto de la e stru ctu ra
del lenguaje a q u e pertenecen.3

Lo que sugiere aquí, es que llegamos a dominar todo el siste­


ma de los predicados-P al comprender qué son las personas. Y qui­
zás se sugiera también en Strawson que aprendemos simplemente
á aplicar ese sistema sin que el mismo tenga un fundamento en
otra cosa. Me gustaría argüir, y creo que tal es la opinión de W itt­
genstein, que estamos empezando a dominar ese sistema. Es hasta
desorientador decir que nos lo enseñan, aunque puedan decirnos
que lo aprendamos. El sistema de los predicados-P contrasta neta­
mente con el modo cartesiano en que este último implica enseñar
y aprender en el sentido más vulgar de esas palabras.
Sugerí que usáramos simplemente el sistema de los predicados
humanos sin tener que hallarle un fundamento. Creo que ésta es
la importancia de muchas observaciones de Wittgenstein, de las
cuales sólo citaré unas pocas. En primer lugar, véase lo que escribe
en la página 223 de las Investigaciones filosóficas:

“Si veo q u e alguien se retuerce de do lo r con evidente causa n o pienso: de


todos m odos, sus sentim ientos m e están ocultos.”
Y, en la página siguiente:
“ Pero, si estás s e g u r o ..., ¿no será q u e cierras los ojos a n te la duda?
E stán cerrados.”

3 In d ivid u á is, Straw son, P . F., L ondres, 1959, p . 110.


Ahora bien: lo que vale la pena observar aquí, con respecto a
Strawson, es que, aunque llamemos al retorcerse y al gemir y a la
cáusa evidente de los criterios o fundamentos de que un hombre
tenga sentimientos, esos fundamentos incluyen tanto a las propie­
dades-i3 como a las propiedades-Af de Strawson. Aunque W ittgen­
stein, ciertamente, tiene algo así como una teoría sobre los crite­
rios —compara los criterios con los síntomas, por ejemplo—, no
usa evidentemente el término “criterios” como una herramienta
básica en su investigación del problema de otras mentes. Lo que
quiero decir, es que no podemos afirmar que, para Wittgenstein,
los criterios son siempre algo distinto de las condiciones necesarias
y suficientes, siempre algo especial vinculado al problema de otras
mentes. Los criterios muy bien pueden ser las condiciones nece­
sarias y suficientes con respecto a algunos asuntos. Si no lo son
con relación a otras mentes, decir que Wittgenstein soluciona el
problema con la idea de un criterio no aclara adecuadamente sus
opiniones sobre otras mentes. El concepto de un criterio es un
concepto formal. Saber a qué se aplica en cualquier sector es saber
qué cuenta como tal o cual cosa en ese sector.
Debiéramos leer qué dice Wittgenstein sobre los criterios te­
niendo siempre en cuenta lo que dice sobre la gramática. En el
Libro a zu l/ expresa: “Forma parte de la gramática de la palabra
‘silla’ el que esto (aquí debemos, supongo, imaginar que el que
habla ejecuta en realidad el acto de sentarse sobre una silla) es lo
que llamamos ‘sentarse sobre una silla’ ”. El punto comparable
cefh respecto a un problema sobre otras mentes implicaría una
observación tal como: “Forma parte de la gramática de la palabra
'jaqueca’ el que esto (e imagino que alguien se compadece de al­
guien y le ofrece una aspirina) es lo que llamamos ‘simpatizar con
alguien que tiene jaqueca y ayudarle’ ”. Mientras los criterios se
construyan como algo que observamos que nos justifica al decir
algo, se nos escapará la intención de Wittgenstein. Supongamos
que alguien (en una clase de filosofía, quizás) arguye que una
mesa puede sentir dolor. Formará parte de la respuesta a ese argu­
mento preguntar qué podría considerarse como expresión de dolor
proveniente de una mesa; pero también forma parte de la respues-
°ksérvar que no tenemos la menor idea de lo que se considerará
simpatizar con una mesa o sentir alivio de la ansiedad cuando lá
mesa está bien nuevamente. Tam bién viene al caso preguntar qué
se podrá considerar goce al ver sufrir a la mesa, qué se considerará
sadismo con respecto a las mesas.
La tendencia a insistir en interpretar los criterios como carac-
PP 24 ^ X^or^' Blve a n d Jirown B ooks, L. W ittgenstein, Blackw ell’s, 1959,
teiísticas observables que justifican hacer enunciados es persistir
en la tendencia de Hume de considerarnos espectadores en el m un­
do. Más que nada, W ittgenstein trata de liberarnos de ese hábito
filosófico.
Los pasajes que he citado ya indican que a W ittgenstein no le
preocupa justificar la manera cómo nos portamos. Se trata, más
bien, de recordarnos rasgos penetrantes de nuestras vidas. Lo que
escribe en el párrafo 445, se aplica a lo largo de las Investigaciones:
“Lo que proporcionamos son, en realidad, observaciones sobre la
historia natural de los seres humanos; no cooperamos con cosas
curiosas, sin embargo, sino con observaciones de las que nadie ha
dudado, pero que han pasado inadvertidas sólo porque las tenemos
siempre ante nuestros ojos”.6 Nos dicen algunas cosas acerca de
cómo no es así. No se trata de tener opiniones o creencias de que
los cuerpos que nos rodean son humanos. W ittgenstein expone este
punto dramáticamente: “Mi actitud con respecto a él es como la
que adopto frente a un alma: no opino que tenga alma”. No tene­
mos una situación en que podamos apaciguar las dudas del escép­
tico presentando más pruebas o fundamentos. Recuérdese el pasa­
je ya citado sobre el hombre que se retuerce a causa de su dolor
evidente. W ittgenstein dice que nuestros ojos están cerrados a la
duda. Tener opiniones es, por definición podríamos decir, estar
expuestos a la duda.
Las observaciones de W ittgenstein sobre los criterios han sido
interpretadas en la siguiente forma: cuando un hombre se retuer­
ce a causa de dolor evidente, tenemos derecho a decir que le duele,
salvo que se propongan causas específicas para dudarlo. Si lo único
que señala el dudador putativo es que la proposición de que un
hombre se retuerce y gime no implica que sienta dolor, este punto
no tiene importancia y no hay nada de extraño en el hecho de que
no la tenga. Pensar que la falta de implicación tiene importancia
es suponer que los fundamentos en esta región de nuestras vidas
deben conformarse a modelos tomados de otra parte. Creo que
Wittgenstein no discreparía con lo que se dice aquí. Véase pági­
na 224 de las Investigaciones filosóficas: “¿Estoy menos cierto de
que este hombre siente dolor que de que dos por dos son cuatro?
¿Indica esto que lo primero es una certeza matemática? La certeza
matemática no es un concepto psicológico. El tipo de certeza es el
tipo de juego de lenguaje”. Pero esto, como ya lo dije, más bien
que el núcleo de la opinión de Wittgenstein, parece ser una suerte
s V er las observaciones d e C. S. Peirce sobre la m etafísica d isp ersa a lo
larg o d e sus escritos de q u e es u n estu d io em pírico, p e ro sobre hechos tan
p e n etran tes q u e cuesta notarlos. P o r ejem plo: “P o r el contrario, es m uy difícil
fija r nu e stra atención en elem entos de la experiencia co n tin u a m e n te p resentes.”
Collected Papers, t. I, p. 55.
de consecuencia de la misma. La dificultad consiste en que la
interpretación en términos de autorización a afirmar, salvo que
se propongan razones específicas contra la afirmación, no llega
hasta la fuerza de la frase “Están cerrados”, ya citada. Esto, evi­
dentemente, no es una decisión de mostrarse razonable con respecto
a los sentimientos ajenos. Ser absolutamente brutal con los senti­
mientos de los demás, está en concordancia con el hecho de que
nuestros ojos estén cerrados a la duda. En re a lid a d ..., ¿cómo po­
dría gozar el sádico si dudara?
Veamos un caso en que una exposición sobre el derecho a afir­
mar, a menos que haya razones específicas para dudar, es precisa­
mente la exposición que corresponde. El contraste entre un caso
semejante y el caso del sufrimiento de otro ser humano debería
ser, pues, evidente. Considérese la inferencia legítima desde “Él
prometió F” hasta “Él hará F”. Si usted me pregunta si Jones
vendrá a la fiesta y yo le respondo confiadamente que vendrá,
puedo respaldar mi afirmación replicándole simplemente a su pre­
gunta “¿Cómo lo sabe?” con las palabras “Jones prometió venir”.
Y aquí, en ausencia de una razón específica para dudar, mi afirma­
ción se justifica. No es una refutación señalar la verdad evidente
de que prometer no importa ejecutar. Pero supongamos que in­
tentemos amoldar a esta historia la idea de que nuestros ojos están
cerrados a la duda. Si yo conociera muy bien a Jones y hubiese
llegado a respetarlo mucho como hombre de palabra, bien podría
ser que mis ojos se cerraran a la duda. Hasta podría decir “Mis
ojos están cerrados a la duda aquí: nada de lo que usted diga mo­
dificará mi convicción de que él vendrá”. Pero esta confesión mía
es ahora una confesión de fe en Jones. Y esto, seguramente, no
sucede en el caso que nos pide W ittgenstein que imaginemos. Si,
en esos casos, la duda simplemente no obtiene ningún resultado,
ello no se debe a alguna fe general en la naturaleza humana. Si la
naturaleza hum ana tiene algo que ver con todo esto, esa participa­
ción se advierte en el hecho de que no dudamos en situaciones
semejantes.
Si los criterios deben ser interpretados como una cuestión
de relaciones lógicas entre proposiciones, la interpretación suge­
rida parece ser la única disponible. A veces, esa interpretación se
expresa hablando de lo que es normalmente así, y esto se contrasta
con lo que es usualmente así. Esto tiene el mérito de indicar que la
relación no depende de regularidades empíricamente comproba­
das. Por eso, pienso, que puede afirmarse que la tesis deriva de
lo que dice Wittgenstein. Pero Witggenstein no sólo nos expresa
qué es lo que nos justifica al decir algo en ausencia de razones
específicas para dudar, sino que llega más allá. Se diría, más
bien, que nos habla de ocasiones de nuestra convivencia en que noS
vemos impotentes y no podemos pensar siquiera significativamente
en la justificación y los fundamentos. Resulta tentador decir que
está indicando lugares donde, por así decirlo, se cierra virtual­
mente el abismo existente entre las razones y las causas. Sin em­
bargo, no estoy seguro de que sea ésta la característica general
insta de su punto de vista. Pero permítaseme desarrollar mis ra­
zones para decir esto. Creo que son exactas las razones, aunque no
se trate de razones v causas, después de todo.
Lo que quiero decir, es que hav una suerte de grama que va
desde, en un extremo, "suooner que es” v “creer que es”, a través
de reaccionar como, "considerar como”, "tratar como” , hasta, en el
otro extremo, "describir como”.
Uno de los extremos de la «rama es "describe como”. H e m en­
cionado va la descripción de un tramo en la vida de un hombre
en términos puramente mecánicos, fisiológicos y topológcicos. Ésta
es una actividad posible, así como sería posible describir una par­
tida de ajedrez basándonos puramente en las propiedades físicas v
relaciones espaciales de las piezas. El alcance de la opción abierta
a nosotros por "describe como” es enorme, ya que hay disponibles
muchas alternativas, así como hay modos de descripción en nuestro
lenguaje; y hay ahí también la substancia de otras nuevas. He
sugerido, ya, que una razón por la cual nos perturba el problema
de otras mentes es que terminamos por pensar que debemos pasar
de un modo accesible de descripción a otro. Y pensamos que debe­
mos hallar en un modo la substancia con la cual construiremos el
puente para llegar al otro. Pero si tomamos en cuenta cuánto po­
dríamos realmente tener que justificar o dar razones para hablar
de alguien en cierta forma, todo el problema se plantea sin duda
al revés. Si nos consagráramos a describir a un ser hum ano estricta­
mente a la manera cartesiana, la pregunta “¿Por qué hablas asi?”
tendría un asidero fácil. Desde luego, esa pregunta también podría
tener una respuesta pronta. Puedo haber descubierto, precisamente,
con sorpresa y placer, que sus movimientos acaso hayan sido des­
critos en el modo cartesiano, que cierto vocabulario sirve, que lo
he dominado. Pero la misma pregunta, dirigida a alguien que habla
como lo hacemos usualménte con respecto a un ser humano, sólo
podría hallar asidero si se presumiera que la persona interrogada
hace otra cosa. Imaginemos á un hombre que trata de usar riguro­
samente el método cartesiano. Se equivoca y empieza a hablar de
lo que hace y siente ahí el ser humano. De modo que se le pre­
gunta; "¿Por qué habla usted así?” La respuesta podría ser "Oh,
me he equivocado: me interesé por el”. Debiéramos notar, con i-es­
pecio al problema (así llamado) de la construcción del puente.
que no podemos pasar de una manera de hablar a otra y de ésta
a aquélla, si pasar consiste en hallar en un modo de descripción
fundamentos para otro.
Así, tenemos disponibles, en el nivel de “describir como”,
muchas alternativas, y podemos imaginar distintos intereses y pro­
pósitos para los cuales son adecuadas esas alternativas. Pero la
circunstancia de que podamos describir en distintas formas, adoptar
diferentes modos de descripción, no indica que consideramos lo que
describimos en cierta forma o lo tratamos de cierta manera o lo
miramos de cierta manera o respondemos a ello en cierto modo.
Menos aún, implica que consideramos que esto es lo que describi­
mos. No dejamos de creer que hay un hombre ante nosotros cuando
adoptamos el método cartesiano; o, por lo menos, que el hecho de
que estamos usando el modo cartesiano no revela en sí que dejamos
de tratarlo como a un hombre o de responderle como a tal. Aunque
esto podría sucederle a alguien.
Cualquier modo de descripción es, por lo menos, un conjunto
de predicados, y a todo conjunto así, se le aplica la consideración
general que hizo Strawson sobre los predicados-P. Es decir que todo
lo que contiene el significado no serán los criterios para la aplica­
ción de esos predicados. Su rol en el sistema, en el marco más
amplio, será igualmente importante. W ittgenstein señala, a mi en­
tender, un punto análogo cuando analiza a los niños de nuestra
sociedad que juegan con trenes de juguete; serán niños que también
saben de trenes auténticos. A algunos de tribus primitivas, les po­
drían enseñar simplemente a hacer correr trenes de juguete. W itt­
genstein dice de esa posibilidad que la actividad de los niños prim i­
tivos tendrá un sentido distinto. Si tuviéramos que dar definiciones,
por ejemplo, de palabras tales como “dolor” y “gemido”, que nos
permitieran usarlas en el modo cartesiano, reubicando asi esas pala­
bras en un marco extraño, se operaría un cambio de sentido similar.
Para cada modo de descripción, hay un radio de actitudes o
réplicas a las cuales el lenguaje, el vocabulario del modo de des­
cripción, está vinculado interiormente. Podríamos decir que ese
vocabulario expresa la intertelación existente entre nosotros y las
cosas de que estamos hablando, aunque no describe esa relación
(describir es lo que estoy tratando de hacer ahora). Un modo de
descripción, un vocabulario, regala a una mente creadora una opor­
tunidad, y una actitud de, digamos, asombro, podría ser suscitada
por cualquier vocabulario si lo desplegará él hombre indicado.
Algunos términos de actitud parecen lo bastante generales como
para resistirnos a excluir su aplicabilidad relativa, poco más o me-
nós¡, 4 cualquier modo de descripción. Pero esto no parece suceder
en t0<ios los casos. Una actitud de respeto o religioso temor, por
ejemplo, difícilmente podría expresarse con cualquier modo de des­
cripción.
Aunque podemos adoptar y seguir las reglas de los diversos
modos de descripción, no se sigue de ello que la comprensión que
tengo de las mismas me capacite para opinar de cualquier manera
sobre lo que describo o responder en cualquier forma. Cuando le
atribuyo a un hombre la comprensión de un vocabulario, está implí­
cito que ese hombre es susceptible a cierta clase de réplicas. Y aun­
que pueda haber alternativas sobre la manera de describir una
situación, no hay la misma clase de alternativas sobre la manera
cómo debo sentir o sobre cuáles son los sentimientos que puedo
hacerles inteligibles a los demás. (Podríamos decir que una manera
de hablar puede llegarle a uno al corazón, arrancarle virtualmente
ciertas respuestas.) En muchos casos, si una manera de hablar no
influye sobre un hombre en ciertas formas, tendremos derecho a
dudar de si comprende las palabras que está usando. Hamlet no
puede decir “ ¡Qué aburridas, rancias, monótonas e inútiles me pa­
recen todas las costumbres de este m undol” y comunicarnos luego
que le alegra estar vivo.
En un extremo de la escala, están “suponer que es” y “creer
que es”. No tenemos alternativa al respecto. Y esto se debe a que
si lo que hay allí es un ser humano, lo es y uno no puede, so pena
de locura, confundirlo con otra cosa. O, si lo confundimos, como
con poca luz en un bosque donde creemos que hay un árbol, tene­
mos un error común. Pero si no logro captar la forma de describir
algo como esto o aquello, no se sigue de ello que he cometido un
error acerca de lo que es. Lo que quise decir con “so pena de
locura” resulta si examinamos sucintamente “tratar como” y “res­
ponder como”. Un hombre podría muy bien tratar a otro como
un simple pedazo de materia (digamos un traficante de esclavos
que carga con eficacia un barco). Pero no debe suponer por fuerza
que el esclavo es un trozo de materia; o, si así lo supone, esto no es
revelado simplemente por el hecho de que lo trate así. Antes, ten­
dríamos que saber algo más sobre nuestro traficante de esclavos.
Podríamos querer saber, por ejemplo, si lo convulsiona una culpa
inconsciente. Decir que el traficante considera al hombre que se
halla en la bodega un mero trozo de materia es, en realidad, algo
justificativo, permitiendo un claro alegato de locura. La circuns­
tancia de que el traficante trate al esclavo de cierta manera, hasta
en una forma inhumana, no muestra que reaccione ante él como
ante “un trozo de materia”. A veces, puede sentir piedad cuando les
distribuye agua a sus cautivos. Quizás no podamos decir, en cual­
quier forma general con respecto al traficante —y especialmente
sobre los marineros de cubierta— cómo se comportan él o ellos con
el cargamento de la bodega. Es demasiado fácil decir que ellos no
los creen seres humanos.
Si un hombre considera que una x es una F en tal situación,
pero G en otra (donde F y G son incompatibles y no se ha operado
ningún cam bio), se equivoca lisa y llanamente en un caso o en
ambos. Si un hombre trata a otro como a un pedazo de materia
en una situación, pero como a un ser humano en otra, esto no es
una contradicción o una contrariedad, sino un tipo distinto de con­
fusión humana. Hasta eso es demasiado fuerte; porque a menudo
no habrá nada de siniestro en una situación en que es plausible
decir que a un hombre le interesan otros como materia (véase a un
piloto haciendo cálculos para asegurar un despegue seguro; con
todo, esto es motivado por preocupaciones que son hum anas).
Podría creerse que, cuando estoy “describiendo como”, también
debo ser exacto en mi descripción y considerar que las cosas son
tales como las describo. Pero esto es un error. Cuando “describo
como”, basta con que lo que describo sea tal como lo describo.
Supongamos que adoptamos el modo cartesiano con respecto a un
jugador de cricket que va en busca de un seis. Eliminaremos toda
alusión al propósito y a la acción y no mencionaremos objetivos
internos del juego de cricket. Si describo su swing como un movi­
miento de cierto género que abarca carne, hueso y madera, los
predicados del modo cartesiano deben expresar la verdad de lo que
rae está sucediendo para conseguirlo. Pero lo que describo es, con
todo, “su swing", un acto suyo. No olvido esto al adoptar un
modo cartesano. Tratándose de seres humanos, hay una supremacía
con respecto a nuestras formas usuales de identificarlos y describirlos.
Consideramos a lo que vemos o creemos que vemos como actos aun
cuando podemos describirlos como meros movimientos corporales.
No nos deslizamos adentro del modo cartesiano desde nuestras répli­
cas usuales como podemos deslizamos fácilmente en la otra dirección.
Vale la pena notar aquí que un factor que contribuyye al
prejuicio que ya he mencionado en este ensayo es que los seres
humanos pueden ser colocados con mucha mayor facilidad bajo el
modo cartesiano de lo que pueden ser colocados los objetos inani­
mados en rerum natura bajo nuestras formas humanas de hablar.
En esos casos, admitiremos de buena gana que hablamos en sentido
figurado (como al aludir a listones del piso que gim en). Esta
universalidad de aplicabilidad es una poderosa tentación a creer
que sólo el modo cartesiano llega a lo que son en últim a instancia
las cosas. Resulta fácil ver cómo lleva a esta creencia esa universa­
lidad; pero es algo distinto establecer que eso lo justifica y no veo
por qué habría de pensarse así.
Lo que he dicho sobre la supremacía de nuestro vocabulario
humano de acción y sentimiento sugiere que no se trata de un
vocabulario que podemos optar por usar o no usar, sino que integra
nuestra naturaleza humana. Naturalmente, podemos, en muchas
circunstancias, no optar realmente por decir algo en ese lenguaje.
Pero la opinión de Wittgenstein, tal como yo la entiendo, es qué •
no tenemos otra alternativa que tomar las cosas así, en la forma
como lo logra el vocabulario. Las réplicas que obtenemos y las
actitudes vinculadas a ellas sólo pueden comprenderse examinando
el lenguaje en que se expresan, junto con las maneras de obrar que,
con el vocabulario, constituyen una forma de vida.

m
D O LO R Y LEN G U AJE PRIVAD O

A nthony M a n ser

Aunque este problema ha sido discutido considerablemente en


estos últimos años, vale la pena, al parecer, replantearlo por dos
tazones. En primer lugar, debido a cierta insatisfacción con los
exámenes contemporáneos del modo como trata el asunto W itt­
genstein en Investigaciones filosóficas, relacionado íntimamente con
los enigmas que se suscitan a los lectores de esa obra. En segundo
lugar, porque el problema del dolor preocupaba mucho a W itt­
genstein desde que volvió a Cambridge. Me han d ich o 1 que al
grupo de estudiantes que lo rodeaba en 1929-30 lo llamaban “Club
del Dolor de Muelas”, por la frecuencia con que ese 'ejemplo era
tema de sus discusiones. G. E. Moore dice que en sus disertaciones
para el año académico 1932-3, Wittgenstein trató “largamente de la
diferencia existente entre la proposición que expresan las palabras
‘Me duelen las muelas’ y las que expresan las palabras ‘T e duelen
las muelas’ o ‘Le duelen las muelas’. . . ” 2 El ejemplo del dolor de
muelas es usado también en un análisis análogo en Philosophische
Bemerkungen,3 Al tratar de esclarecer lo que dijo Wittgenstein
sobre el tema del dolor y el lenguaje privado, habrá que investigar
por qué el dolor era un problema tan importante para él; resultaba
presuntamente del examen del “solipsismo” y otras materias del
fractatus, aunque aquí me interesa más examinar las doctrinas
posteriores que rastrear su historia en el pensamiento de W ittgen­
stein. Asimismo, conviene no dejarse cautivar por los ejemplos que
usa W ittgenstein hasta el extremo de. olvidar la función que cum­
plen en la argumentación. Sucede esto, más que nada, con la noción
del “lenguaje privado”.

1 P o r el pro feso r A . M. M aclver, en u n a com unicación privada.


2 D isertaciones de W ittg en stein en 1930-33 en M in d , t. L X 1II, 1954, p. 5.
» Pp. 88-96.
W ittgenstein invoca el ejemplo de un “lenguaje privado” en
el contexto de sus análisis del dolor y otras sensaciones y es en ese
contexto donde ello reviste interés filosófico. Algunos escritores han
tomado esa noción en un sentido más amplio, el de un lenguaje
completo hecho por un individuo para él solo, como algo distinto
de una simple clave a la cual tradujera un lenguaje preexistente.
Esa clave solo sería “accidentalmente" privada, en el sentido de que
su traducción podría ser descubierta y el diario privado del indivi­
duo se divulgara. Un ejemplo de este amplio uso de dicha noción
se presenta en la memoria del profesor Ayer en el simposio “¿Puede
existir un lenguaje privado?”,4 donde expresa: “Pero si admitimos
que nuestro Robinson Crusoe (un individuo criado en un aisla
miento total) podría inventar palabras para describir la flora y
la fauna de la is la ... ¿por qué no hemos de admitir que también
podría inventar palabras para describir sus sensaciones?”. Lo discu
tibie de esta sugerencia, como lo señaló Rush Rhees en su réplica
a la memoria de Ayer,6 es que, aunque no surgiera la cuestión de
las sensaciones, resulta difícil ver para qué necesitaría palabras se­
mejantes Robinson Crusoe a fin de describir la flora y la fauna de
la isla. T al es el problema central de dicho lenguaje privado y se
plantea antes que el mencionado por W ittgenstein en relación con
la "sensación E" que, sin embargo, también se aplica aquí: “Pero,
en el presente caso, no tengo un criterio de exactitud. Uno querría
decir: todo lo que me parezca correcto es correcto. Y eso sólo signi­
fica que aquí no podemos hablar de nada ‘correcto’.” 6 Ayer piensa
que Crusoe descubriría, por ejemplo, que determinado pájaro era
sabroso y por eso le daba un nombre especial, llamando de otra
manera a otro menos sabroso para distinguir a ambos. Así, cuando
volviera a ver a un pájaro del primer tipo, gritaría su nombre y
lo mataría de un tiro. Pero. . . , ¿a qué gritar su nombre aquí? Éste
no desempeña ningún papel en el proceso, porque si Robinson
puede reidentificar al pájaro en la segunda ocasión, el nombre no
le servirá para ningún fin. Y el hecho de gritarlo es una ceremonia
inútil. Y si confunde ambas clases de p á ja ro s... ¿en qué le ayuda
el primer nombre dado?
Lo que ha sucedido aquí, cosa tan frecuente en esos casos, es
que se ha creado de contrabando una situación social normal. Se
les darían nombres a las dos clases de pájaros para ayudar a ense­
ñarles a los niños a cuáles deben atrapar y habría por lo tanto
ciertas reglas a las cuales se podría recurrir. T endría sentido hablar

* S upplcm entary Proceedings o f th e A ristotelian Society, 1954, p. 70,


8 Ib id., p p . 77-94.
. t ----- filosóficas (al cu al nos referirem os en ad elan te con
I. í > , 258.
de que alguien comete un error; si alguien dijese la palabra y levan­
tara su arco para m atar de un flechazo al pájaro mencionado, un
compañero podría decir “No, no es ése, de modo que no lo mates”.
Si Crusoe tuviese que m atar a un pájaro no apto para comer, come­
tería ciertamente un error, un traspié de identificación. Pero esto
no sería afectado por la circunstancia de que profiriese determinado
ruido, que es todo lo que podría ser su nombre. Aquí hay dos
puntos que destacar: en primer término, el lenguaje debe desempe-
par un papel en alguna forma de vida; en segundo término, debe
involucrar reglas públicas. En ambos sentidos, la sugestión de Aver
fracasa: resulta que ha hecho una afirmación inteligible, pero que,
al examinarla, carece de sentido. Sean cuales fueren los ruidos que
puede causar un individuo lingüísticamente aislado, no podrían
considerarse un “lenguaje”. En ese sentido, un “lenguaje privado"
es una quimera, ya que el lenguaje es siempre una actividad social,
implicando las reglas que sólo puede proporcionar una situación
social. Esta conclusión general parece ser establecida completamente
por Wittgenstein, pero nada tiene que ver con la cuestión del sen­
tido de las palabras de sensación en nuestro vocabulario normal.
En este punto, puede plantearse una confusión al considerar la
“sensación £ ” de Wittgenstein, que introduce en I. F„ § 258: “Su
pongamos el siguiente caso. Quiero llevar un diario sobre la reapa­
rición de determinada sensación. Con ese fin, la relaciono con el
signo 'E y escribo ese signo en un calendario todos y cada uno de
los días en que tengo esa sensación”. Concluye esa parte dicieRdo:
“Pero en el presente caso no tengo un criterio de exactitud. Uno
querría decir: todo lo que me parezca exacto es exacto. Y eso sólo
implica que aquí no podemos hablar de ‘exacto’.” Parece, a pri­
mera vista, que me sería perfectamente posible, en alguna forma,
identificar una sensación nueva: la forma normal de hacerlo sería
referirse a las circunstancias en que se presentó. Por ejemplo, el
primer hombre que experimentó una sacudida al tocar los termi­
nales de su flamante máquina eléctrica experimentó una nueva
sensación. Podría identificarla sea mencionando o recordando el
mecanismo que se la causó, “Lo que recibo de ese aparato cuando
hago tal y cual cosa”, o por la sensación que obtuvo, que podría
describir con los términos de su vocabulario existente de sensacio­
nes. Y entonces, no habría motivo para que no usara el signo “E”
a fin de referirse a la misma en su diario si quisiera anotar sus
reapariciones. Pero en semejante caso, “£ ” no sería un nombre
para la sensación, sino una simple palabra de código, ya que el
**sto del lenguaje ha acudido en ayuda del inventor del signo;
podría comunicarse su sentido a los demás; simplemente, no se ha
molestado en hacerlo. Porque tratamos de describirles las sensacio­
nes a otros, aunque algunas sean bastante indescriptibles.
Se podría objetar que hablo de describir una sensación más
bien que de darle un nombre. En cierto modo, esta acusación es
exacta, porque, como poseedor de un lenguaje adecuado, el dar un
nombre no es para mí un procedimiento necesario a fin de refe­
rirme a una sensación, hablar de ella o recordarla: tengo ya criterios
que me capacitan para llegar a la conclusión de que esto es "lo
mismo de nuevo”. Esos criterios son las reglas para todas las pala­
bras de mi vocabulario que uso al referirme a la sensación: son los
criterios para su identidad. El dar un nombre, como lo subraya
Wittgenstein, es una ceremonia especial: “Cuando uno dice “Él
le dio un nombre a su sensación”, olvida que gran parte de la
escenografía del lenguaje está presupuesta si se quiere que tenga
sentido el simple acto de dar un nombre.”7
Hay contextos bien conocidos en los cuales se opera el hecho
de dar un nombre, por ejemplo, el bautizo de los niños, la botadura
de las naves, el descubrimiento de una nueva especie de planta. Y
esos nombres nuevos desempeñan un rol definido en nuestra vida
social, de modo que no se puede discutir si la ejecución de un acto
individual de dar nombre cae bajo uno de esos títulos: su finalidad
es evidente. En cada caso, hay algo nuevo que nombrar. Pero no es
inmediatamente evidente lo que se podría calificar de “nueva sen­
sación” y por lo tanto merece un nombre en ese sentido. Si se
llegara a reconocer que determinada clase de sensación o conjunto
de sensaciones tienen un valor diagnóstico, se podría dar un nombre
para comodidad de los que trabajan en la esfera médica: “El pa­
ciente tiene la sensación de W ittgenstein”. Esto, se puede comparar
con la definición de “aura” en el Diccionario de Oxford: 4. Patol.:
“Una sensación tal como si una corriente de aire frío subiera desde
alguna parte del cuerpo a la cabeza, un síntoma premonitorio en
la epilepsia y la histeria.” El hecho mismo de que una definición
pueda ser formulada en esos términos indica que no está en juego
aquí una sensación auténticamente “nueva”. En realidad, la idea
de una sensación nueva es inquietante en la forma en que lo es el
Nuevo pecado de Ronald Knox; podemos concebir un pecado que
sea ahora más importante por ser más difundido de lo que era,
pero no un pecado recién descubierto, que se les ha pasado por alto
a los Padres de la Iglesia.
Sin embargo, los diversos ejemplos examinados en el último
párrafo no equivalen aún a ‘‘dar nombre” en el sentido en que
usaba la palabra W ittgenstein en § 257: “¿Qué sucedería si los
seres humanos no dieran señales externas de dolor (no gimieran,
no hiciesen muecas, etc.) ? [Entonces, sería imposible enseñarle a
un niño el uso de la palabra ‘dolor de muelas’l” “Y bien: ¡supon­
gamos que el niño es un genio e inventa un nombre para la sen­
sación!”. Su problema es el de la introducción original de la palabra
sensación en nuestro vocabulario, no la construcción de nuevas
estructuras con una ya existente. En este sentido, mis ejemplos no
servían de mucho, no significaban realmente dar nombre. Esto es
evidente en el caso de “aura”, donde el llamado nombre sólo era
en realidad un método taquigráfico para referirse a una descripción,
otro ejemplo de la palabra de código ya mencionada. Y los nombres
propios representan un problema algo distinto que no necesitamos
analizar aquí, aunque quizás valga la pena observar que el niño
genio de § 257 podría muy bien usar sólo un nombre propio para
su sensación. Porque en el caso contemplado el nombre inventado
no funcionaría como una palabra en el lenguaje cotidiano: “Y
cuando decimos que alguien le ha dado un nombre al dolor, lo
que se presupone es la existencia de la gramática de la palabra
‘dolor’; indica el lugar donde está apostada la nueva palabra.” 8
Sin ese lugar, no habría nada que la distinguiera de un nombre
propio.
Para Wittgenstein, la discusión está concentrada en el dolor
porque es el ejemplo más común de una palabra de sensación para
ser usada en los argumentos filosóficos de un tipo de “lenguaje
privado”. Y ésta es una manera natural de proceder, ya que esperamos
que será una de las primeras palabras de esa clase que se aprenderán^
y que bien podrá ser la base de futuras extensiones del vocabulario
de la sensación. De ahí que ninguna definición de ello será posible;
no habrá “elementos” en los cuales pueda resolverse. Si uno no ha
experimentado dolor, no hay manera de poder explicárselo. T am ­
poco sería útil aquí una definición ostensiva, tal como clavarle a
uno un alfiler. Porque sólo si uno sabe ya qué es el dolor, sabrá
qué, puede esperar en esta definición ostensiva, la sensación más
bien que mi acción, etcétera. En el caso de la introducción original
de una palabra de sensación semejante no hay “lugar alguno donde
esté apostada la nueva palabra”; no podemos presuponer el ambien­
te del resto de nuestro lenguaje de sensación. De ahí que, para todos
los que quieran hablar en términos que impliquen un lenguaje pri­
vado, el dolor se parece más bien a un “objeto” en el Tractatus: r
“Los objetos sólo pueden ser nombrados. Los signos los representan.
Sólo puedo hablar de ellos: no puedo expresarlos con palabras. Las,
proposiciones sólo pueden decir cómo son las cosas, no qué son.”9
Otros dos comentarios del Tractatus contribuyen a señalar la ,im-

8 7 jr, 257.
® T ractatus Logico-Philosophicus, 3.221,
portancia de esto: “U n nombre no puede ser analizado más a fondo
mediante una definición: es un signo primitivo.10 Los significados
de los signos primitivos pueden ser explicados mediante aclaraciones.
Las aclaraciones son proposiciones que contienen los signos primi­
tivos. Por eso, sólo se las puede comprender si sus significados ya
son conocidos.11 Por ello parecería que si se quiere introducir inme­
diatamente en el lenguaje la palabra “dolor”, la frase que expresa
el dolor se parecería mucho a una proposición elemental en el sen­
tido que se le da a este término en el Tractatus. Parte de la difi­
cultad, aquí, consiste en que quienes están tratando de argüir en
favor de la irreductible y esencial naturaleza del lenguaje de la
sensación no han advertido todas las consecuencias de sus argumen­
tos, el status especial que se les debe dar a las afirmaciones sobre
dolores (u otras sensaciones) si lo que dicen es verdadero.
Porque, en un sentido importante, la noción “dolor” sólo es
usada por Wittgenstein como representativa; su análisis versa, en
definitiva, sobre toda una clase de opiniones filosóficas, que puede
ser caracterizada como un empirismo de datos de los sentidos, la
idea de que nuestro lenguaje debe tener un fundamento en cierta
clase de experiencias, a saber, sensaciones. Y por eso parece existir
un eslabón entre esta opinión y otra que buscaba un “fundamento"
del lenguaje, el del propio W ittgenstein en el Tractatus. La idea
de que, en última instancia, sólo hay una forma en que puede con­
seguir su sentido nuestro lenguaje cotidiano, es la doctrina atacada
en diversas formas en las Investigaciones filosóficas. El dolor es, en
muchas formas, la más difícil de afrontar de las sensaciones y para
justificar nuestro uso de “dolor”, la idea de un fundamento de los
sentidos es muy plausible. De ahí que sea natural que Wittgenstein
concentre su atención en esta zona.
Se supone a menudo en filosofía que, aunque es posible comu­
nicar el hecho de que siento dolor, no puedo comunicar mi dolor;
en otros términos, que las sensaciones son irreductiblemente pri­
vadas. De esto, parecería deducirse que sólo puedo aprender el
significado de la palabra “dolor” en mi propia experiencia. Pero
cuando digo “Él siente un dolor”, quiero decir lo mismo que cuando
digo “Yo siento un dolor” ; estoy afirmando que él tiene lo mismo
que yo. El problema para Wittgenstein es cómo puede ser esto.
Normalmente, podemos descubrir que dos atributos “significan lo
mismo”, mediante algún proceso de validación. Una manera de
hacerlo es presentando el referente, por ejemplo. “Él tiene un reloj
y vo tengo lo mismo” es validado cuando ambos presentamos los
relojes para que los examinen. Pero en el caso del dolor no parece
to íbid, 3.26.
11 T ractatus Logico-Philosophicus, 3.262.
haber semejante procedimiento, ya que el dolor aparenta ser un
"objeto privado”, no un objeto que puede ser presentado o indicado
para validar la identidad. Y parecería que, a menos que existiera
algún procedimiento de validación semejante, la afirmación de que
hay una identidad carece de sentido: “Es como si yo dijera: Sin
duda, sabes qué significa ‘Aquí, son las cinco’; de modo que tam­
bién sabes qué significa ‘Son las cinco en el sol’. Esto significa,
simplemente, que la hora es allí la misma que aquí cuando son las
cinco. La explicación mediante la identidad no vale aquí. Porque
sé muy bien que se puede llamar a las cinco aquí y a las ciña»
allí ‘la misma hora’, pero lo que no sé es en qué casos uno debe
hablar de que la hora es la misma aquí y allí.”12 Si me entero de
mi dolor directamente y del de otras personas sólo deduciéndolo
de su conducta, parecería haber un abismo de esa clase, precisa­
mente. “Si uno tiene que imaginar el dolor de otro sobre el modelo
del suyo propio, esto no resulta muy fácil: porque debo imaginar
un dolor que no siento sobre el modelo del dolor que siento. Es
decir que lo que debo hacer no es simplemente una transición en
la imaginación de un lugar de dolor a otro. Como, por ejemplo,
de un dolor en la mano a un dolor en el brazo. Porque no puedo
imaginar que siento dolor en algún lugar de su cuerpo. (Lo cual,
también sería posible.) ” 13 Y, al parecer, tendría que existir una dife­
rencia en el sentido del término “dolor” aplicado a mí y aplicado
a él. Porque, dado que siento mi dolor, puedo saber que lo tengo,,
mientras que en el caso del suyo puedo equivocarme. En su caso,
la palabra se refiere a la conducta, no parecería al sentimiento.
No quiero dedicar mucho tiempo a la cuestión epistemológica,
porque parece evidente que podemos estar ciertos de que algún
otro siente dolor. “Pero, si uno está c ie rto ... ¿no será que cierra
los ojos ante la duda?”. “Están cerrados”.14 La cuestión de si puedo
decir que sé que siento dolor, no me parece ser muy central, en este
contexto. Ahora, puede advertirse la diferencia entre este problema
y él que podría sugerir W ittgenstein cuando habla de introducir el
nombre En este último caso, el problema consistía en intro­
ducir una nueva palabra de sensación en el vocabulario; aquí, se
trata de cómo puede haber entrado en el vocabulario una palabra
que ya figura en él. Todos usamos la palabra "dolor” de nosotros
y de los demás; la cuestión es cómo puede haber aparecido. Tam ­
bién se nota la semejanza con la sensación porque resulta que
he aprendido la palabra de mi propia experiencia privada. El hecho
de que tengo un conjunto de palabras de sensación junto con la
12 l . F , § 350.
13 I-F, § 802.
u ! F , § 224.
doctrina de que las sensaciones son privadas suscita una noción algo
distinta del “lenguaje privado”, una noción que surge en medio de
nuestro lenguaje público normal. W ittgenstein arguye en las Inves­
tigaciones que la insistencia en tratar de explicar todo lenguaje
sobre el modelo “objeto y nombre” es la causa de la dificultad,
aunque es una manera muy natural de proceder. “ ¡Ahora, alguien
me dice que él sabe qué es un dolor sólo por su propio caso!”
Supongamos que cada persona tiene una caja con algo en ella:
llamamos a ese algo un “escarabajo”. Nadie puede m irar adentro
de la caja de otro y todos dicen que sólo saben qué es un escarabajo
mirando su escarabajo. Aquí, sería perfectamente posible que cada
uno tuviese algo distinto en su caja. Hasta se podría imaginar que
una cosa así cambiara sin cesar. Pero supongamos que la palabra
“escarabajo” tuviese un uso en el lenguaje de esa gente. De ser así,
no se usaría como nombre de una cosa. La cosa de la caja no tiene
un lugar en el juego de lenguaje; ni siquiera como un algo, porque
la caja hasta podría estar vacía. No, uno puede “dividir al través”
la cosa de la caja; eso la elimina, sea cual fuere. Es decir: si cons­
truimos la gramática de la expresión de la sensación sobre el modelo
de “el objeto y el nombre”, el objeto queda al margen de toda con­
sideración, como no pertinente.”15 Si sólo aprendiéramos el uso de
la palabra “dolor” en nuestra experiencia privada, no habría garan­
tía de que esa palabra fuese utilizada en el mismo sentido por gente
distinta. Como el objeto destinado a recibir un nombre es puramen­
te privado, no hay una manera de verificar su identidad en los
distintos casos. La tendencia a decir “ ¡Pero sé que estoy sintiendo
estol” debe ser rechazada, ya que el “esto” en cuestión, estando
atacado en teoría, no puede recibir un significado público. Podría
añadirse que todo el que crea que puede haber un lenguaje privado
en éste sentido, sería incapaz de explicar cómo podríamos zafarnos
de esa situación para pasar a la de nuestro uso normal del vocabu­
lario del dolor.
Pero el problema sólo se plantea en la suposición hecha por
esta teoría; la división al través sólo puede ocurrir donde el “objeto”
puede ser nombrado y no descrito, donde se introduce en el lenguaje
toda una manera de hablar, no simplemente una palabra aislada.
"Sólo yo puedo ver mi imagen accidental” es, evidentemente, una
verdad gramatical. Pero yo puedo decirle a alguien cómo lograríá
una imagen accidental y comprobar que lo ha conseguido en reali­
dad interrogándolo sobre detalles de su experiencia. Aquí, el resto
del lenguaje, en particular el lenguaje usado para describir objetos
físicos, viene a nuestra ayuda. Las imágenes accidentales pueden ser
descritas; no hay necesidad de darles un nombre, de modo que no
se plantea un problema sobre el lugar que ocupa la palabra en
nuestro lenguaje. “Dolor” es también una palabra del lenguaje
cotidiano que usamos correctamente, pero en cuanto a la explica­
ción que W ittgenstein ataca, desconcierta ver cómo puede tener su
uso cotidiano. Por eso, Wittgenstein tiene que dar una explicación
distinta de la manera cómo entra en uso esa palabra, una manera
que eluda todas las dificultades que he estado analizando. Lo hace
introduciendo el concepto de “conducta en el dolor”. Aquí hay una
posibilidad: las palabras están vinculadas a las expresiones prim iti­
vas, naturales, de la sensación y usadas en su lugar. Un niño se ha
lastimado y llora; entonces, los adultos le hablan y le enseñan excla­
maciones y, luego, frases. Le enseñan una nueva conducta en el
dolor. ¿Conque usted dice que la palabra “dolor” significa en reali­
dad llorar?”. “Por el contrario: la expresión verbal del dolor susti­
tuye al llanto y no lo describe.”1^ La palabra "frases” en esa cita
podría inducir a error; W ittgenstein no sugiere que al niño se le
enseñen todas las frases posibles en que se presente la palabra "do­
lor”, sino, simplemente, que el proceso de enseñanza empiece con
expresiones sustitutivas que forman casi parte del lenguaie (mi
diccionario inglés-alemán da “ouch int, autsch. au\”) Para los sim­
ples gritos del lactante y procede luego a introducir palabras ade­
cuadas mediante frases íntegras. Aquí, como en otros casos, se espera
que el niño nodrá “seguir” construvendo; por ejemplo, si se le ha
enseñado a decir que le duele la pierna y puede también referirse
a su codo, podrá decirnos seguramente que le duele el codo sin que
le den más instrucciones.
Así, la afirmación "Siento un dolor” debe ser construida como
una forma especial de la conducta en el dolor m is bien que como
un aserto de que “tengo” una clase peculiar de objeto, una sensa­
ción. Mi afirmación sobre mi propio dolor está en el mismo nivel
que la conducta en el dolor de la cual deduzco que usted siente
dolor, o, mejor dicho, no hay necesidad de hablar aquí de deducción
o de ninguna clase de inferencia. Sólo la analogía con otras partes
de nuestro lenguaje nos ha tenido cautivos y nos ha impedido ver
*'la salida de la botella”. Con esta explicación, parece haber dos
clases de dificultades. La primera es la talentosamente analizada
por Roger Buck en su artículo “No-otras mentes”.17 Expresa su pro­
blema así: “Si los predicados mentales tienen su criterio en la con­
ducta, . . . ¿qué sucede con los autoatributos de esos predicados?
¿Tiene que observar uno su propia conducta, escuchar sus propias
manifestaciones, a fin de descubrir que está enojado, que le duelen

*• 1-F-, § 244.
17 Analytioal P hilosophy, O xford, E d. R . J . B u tle r, 1962, p p . 187-210,
las muelas, etcétera?”18 El segundo grupo de dificultades está vin­
culado al tipo de explicación genética que da W ittgenstein de este
y otros conceptos mentales, una explicación que, si se endurece en
dogma, parece restringir indebidamente las posibilidades del len­
guaje.
Volvamos al primero de esos problemas. Para muchos de sus
lectores, W ittgenstein parece llevarse algo, negar la existencia de las
sensaciones internas reduciéndolas a sus expresiones externas: “Y
ahora, parece como si hubiésemos negado los procesos mentales. Y,
naturalmente, no queremos negarlos.”19 El resultado de su trata­
miento parecería ser una especie de teoría del dolor James-Lange
en que la expresión del dolor sustituye a la sensación. Hay que tener
en cuenta inmediatamente esta advertencia: al método de Wittgen­
stein, le es por completo ajeno tratar de provocar una justificación
final, una solución definida de cualquier problema filosófico. Sub­
raya en el prefacio de Investigaciones filosóficas que “Las observa­
ciones filosóficas de este libro son, por así decirlo, muchos bocetos
de paisajes que se hicieron en el curso de esos largos y complicados
viajes.”20 Le preocupa destruir la influencia que ejercen sobre nues­
tro pensamiento ciertas pinturas que nos han tenido cautivos, no crear
un mapa detallado del territorio atravesado. De ahí que sea siempre
peligroso hablar de “la explicación de Wittgenstein sobre. . como
si hubiese dicho todo lo necesario. A menudo, cuando se hace esta
afirmación, es el resultado de la aglutinación de una serie de alu­
siones en una doctrina cabal. William James expresó muy exnlícita-
mente que planteaba una nueva teoría de las emociones, que corregía
las explicaciones dadas previamente. W ittgenstein dice siempre “T ra­
te de mirarlo así” para obtener una perspectiva diferente, aunque
no por fuerza final y completa, de algo que nos desconcierta. M;s
observaciones, aquí, no se hacen con el fin de confirmar o ref"tar
semejante manera de mirar las cosas, sino más bien una tentativa
de hacer lo mismo que Wittgenstein, reuniendo una sucesión de
señales que nos ayuden a hallar nuestro camino a través de un terri­
torio que induce a confusión.
Buck está de acuerdo con Wittgenstein, o con su interpretación
de Wittgenstein, en que una expresión verbal de dolor es tan válida
como otra preverbal al establecer que alguien siente un dolor, pero
parece necesitar algo más que esto. Cito las últimas frases de su
artículo: “El hecho de que mi conducta lingüística, al decir ‘Me
duele l'í pierna’, funciona como un criterio central rara mi d^lor
de pierna, indica que el que yo lo diga desempeña un papel tal
18 Ob. c rt, p. i87.
1» I.F., § 308.
2» I.F., p. ix.
como el de gemir, cojear, etcétera. Pero no indica que la circunstan­
cia de que yo diga “Me duele la pierna’ no desempeña el otro rol
normal de un sincero informe autobiográfico.”21 En cierto sentido,
“Me duele la pierna” es un ejemplo corriente de un “informe auto­
biográfico”; lo peculiar, aquí, es la distinción entre éste y la función
de la afirmación como criterio de que siento dolor. Parece, casi,
como si Buck no hubiese conseguido ver la inic::idón de toda la
argumentación y el motivo de ello quizás sea su émasis en la noción
deJ “criterio”, que está fuera de lugar en este análisis especial.
Ciertamente, una afirmación de que se siente dolor es, normalmente,
un criterio para nosotros de que debemos admitir que al que lo
afirma le duele algo, pero el punto importante para este análisis
es por qué ha de ser así y la respuesta que da W ittgenstein es que
"la expresión verbal del dolor sustituye al llanto y no lo describe”.
En ese sentido, la noción de un “informe” está fuera de lugar;
puedo informar sobre el dolor que siente usted, pero sólo puedo
expresar o revelar el mío, aunque, dado el funcionamiento del resto
del lenguaje, es perfectamente natural que hablemos de que alguien
“informa sobre su dolor” y describamos “Siento un dolor en la
pierna” como afirmación. La palabra “criterio” es responsable, en
parte, de esa dificultad; Malcolm la llama “una región muy difícil
en su filosofía (la de Wittgenstein) ”. Pero esto sólo es así si se
supone que Wittgenstein tenía una doctrina de los criterios elabo­
rada a fondo que hay que descubrir entre las observaciones dispersas
de sus Investigaciones. Si, en cambio, se le trata simplemente como
una manera útil de expresar ciertos atisbos, corremos menos peligro
de sentirnos perplejos.
Este último punto está vinculado a un excesivo énfasis sobre la
forma de las palabras ‘“Sé que siento dolor”, sobre la incorregibili-
dad de las expresiones de dolor en general. Ello puede llevar a
extrañas afirmaciones; por ejemplo, Feyerabend dice de la certeza
de las declaraciones sobre procesos mentales: “Es su falta de con­
tenido lo que constituye la fuente de su certeza”.22 Compara esta
falta de contenido con el contenido de las afirmaciones sobre objetos
físicos. Parece extraño que el decir “Hay una mesa en la habitación”
tenga más contenido que “Me duele la pierna”. Esto último es a
menudo una exigencia de acción inmediata y, en un contexto donde
la duda es posible, por ejemplo el consultorio de un oficial médico
<iel ejército, mucho más difícil de comprobar. Porque una de las
razones de la “incorregibilidad” de las expresiones de dolor en su
forma verbal, como lo señala Buck, es que estamos habituados a
21 I.F., p 210.
22 "Problems of Empiricism”, p. 191, en B eyond th e E dge crf Certainty,
Id R. G. Colodny (EE.UU.) 1965.
ser sinceros con respecto a ellas al propio tiempo, o más tarde,
cuando se nos enseña el juego de lenguaje. Si el niño trata de
librarse de algún deber no deseado fingiendo un dolor, pronto
aprende que lo seguirán vambién otras consecuencias, para él inde­
seables, tales como no recibir un helado en el almuerzo. Y hav otros
medios de reforzar las lecciones de este tipo. Donde hay poderosas
razones para mentir, como en los servicios en tiempo de guerra, las
afirmaciones sobre el dolor no se consideran por cierto incorregibles.
Mucha gente debe de recordar que ha reñido esa duda en su infan­
cia o cuando estaba en el ejército. En mi niñez, sufrí durante tres
días un intenso dolor a causa de una fractura de brazo que un
médico no había diagnosticado. No logré convencer a mis mayores
de que sentía un dolor muv agudo. Son semejantes situaciones las
que dan fuerza a afirmaciones del tipo “Sé que me duele en una
forma que usted no puede saber.”
En los casos dudosos, el descubrimiento de la causa física del
dolor tiende a ser decisivo; en mi caso, apenas otro médico diagnos­
ticó la fractura, todos se mostraron solidarios conmigo. Hay dolores
que no son acompañados por síntomas físicos, pero ésos son hasta
cierto punto "parasitarios” de los casos básicos, donde la prueba
física proporciona la verificación final. Sin duda, esta supremacía
de las causas físicas parece estar incorporada a la enseñanza de la
"nueva conducta en el dolor” ; la madre quiere m irar el miembro
dolorido, le toma la temperatura al niño, etcétera y trata los resul­
tados de esas observaciones como decisivos. Una de las razones para
que la simulación de enfermedad sea poco frecuente es la eficacia
de los métodos para detectar las causas del dolor. Las macues co­
mienzan a distinguir entre la conducta en el dolor auténtica y la
falsa antes aún de que empiece la etapa en que se inicia el apren­
dizaje del lenguaje; si no parece haber una causa física inmediata
para que el lactante llore, pueden decir que llora porque está irri­
tado o sin motivo alguno. Tam bién hay otras discriminaciones que
son introducidas en la enseñanza de la conducta en el dolor. El
lactante tiende a llorar a causa de dolores leves, así como de otros
más serios, pero se espera que el niño algo mayor dejará pasar los
de menor cuantía en silencio y que el adulto quizás calle con res­
pecto a la mayoría de ellos en circunstancias normales. Desde luego,
las comunidades difieren en cuanto hasta qué punto esperan una
conducta “espartana”; por ejemplo, que las niñas podrán prorrum ­
pir en sollozos, pero no los muchachos; sin embargo, en todos ellos
hay una restricción en la expresión sin inhibiciones del dolor, sea
verbal o preverbalmente. En realidad, sobre toda conducta en el
dolor influye la enseñanza recibida; he mencionado ya que las
exclamaciones son en muchos casos convencionales y difieren de un
lenguaje a otro. Aferrar un miembro lastimado puede ser una reac­
ción básica, pero cuando un hombre agarra su rodilla herida esto
puede tanto indicar a los demás la causa o la severidad del dolor
como un gesto “instintivo”. M entir o fingir es, en este sector, tanto
una cuestión de conducta como de decir falsedades. Konrad Lorenz
afirma que hasta los animales pueden simular dolor. En Man Meets
Dog, tiene un capítulo titulado “Animales que mienten”, donde
dice: “No considero que esta incapacidad de engañar sea un signo
de la superioridad del gato: en realidad, considero un siscno de la
inteligencia mucho mavor del perro el one 'ea canaz de hacerlo. No
cabe duda de que los perros pueden fingir hasta cierto p u n to . . . ” 28
Fsto narecería contradecir las observarionp? rlp ";Pnr
qué no puede fin^i»* un nprro’ .-T7c «Jurero^ ;Se le truede
enseñar a un perro a simular dolor?”.24 Continúa diciendo: “Ouizás
se le pueda enseñar a aullar en ciertas ocasiones como si le doliera
alero, aunque no le duela. Pero falta el ambiente necesario para que
esta conducta sea una real simulación. En sus descrinciones. Lorenz
suministra el “ambiente” que haría plausible describir así la con­
ducta del perro, darle un contexto en que cueste decir algo que no
sea "El perro simulaba al cojear” . Cuando Lorenz iba en bicicleta
hacia los cuarteles, donde el can habría de quedarse todo el día, el
animal cojeaba, pero si Lorenz se volvía hacia el campo, el perro
se olvidaba de cojear v corría normalmente. Desde luego, al animal
no le enseñaron a simular dolor, pero tampoco se lo enseñan, en la
mayoría de los casos, al niño; ambos se aferran, espontáneamente,
a las ventajas conquistadas en otros tiempos con los dolores autén­
ticos. “M entir es un juego de lenguaje que debe ser aprendido como
cualquier otro.”25 Pero es improbable que se lo enseñe como cual­
quier otro juego de lenguaje.
Parecería que esta explicación "genética” de cómo se adquiere
este vocabulario del dolor le deja la puerta abierta, con todo, al
problema de la “supremacía”, que al niño se le enseña a sustituir
sus expresiones primitivas de dolor por palabras y por lo tanto las
palabras “significan” o nombran su dolor. Parece posible que lo
que los adultos consideraban conducta en el dolor fuese, en reali­
dad, una expresión de placer, de modo que al niño se le enseñaba
el lenguaje "al revés”. Para decirlo de otro modo, tenemos que
asegurarnos de que ésta es la conducta en el dolor a fin de que
todo el procedimiento funcione. El niño debe comprender las pala­
bras por las cuales ha de sustituir “Siento un dolor”. ¿Podría inter­
pretarlo mal? Si alguien cuestionara mi afirmación de que siento

23 Edición Penguin 1964, p. 167.


2* I-F., § 250.
as i # . , | 249.
un dolor con la pregunta "¿Cómo lo sabe?”, creo que sería natural
replicar, como lo hizo W ittgenstein a una pregunta análoga: “He
aprendido el inglés”.26 Una concordancia básica en las reacciones
es una presuposición de un lenguaje común, pero es algo que
muestra el lenguaje, no algo que puede ser expresado en él.27 En
este sentido, la respuesta adecuada a esa pregunta es “cerrar los ojos”
ante esas dudas filosóficas. Esta respuesta puede parecer una manera
harto caballeresca de tratar el problema; en el resto de este estudio,
propondré otras observaciones que ampliarán y extenderán lo que
acabo de decir.
La primera pregunta es: qué debe considerarse conducta en el
dolor. Aquí, cabe destacar que esa pregunta se formula rara vez;
creemos poder decirlo y esta confianza llega más allá de la especie
humana. Estamos dispuestos a afirmar que el perro siente dolor
basándonos en su conducta. (Como algo distinto de la afirmación
de que siente dolor debido a alguna lastimadura evidente. Véase “El
perro siente dolor” y “El perro debe de sentir dolor”.) Pero con
esto no queremos decir que le podríamos enseñar al perro la forma
refinada de la conducta en el dolor que es nuestro lenguaje del
dolor. ¿Qué decimos, pues, de él? La respuesta parece ser que siente
d o lo r... o quizás que esto es la conducta en el dolor. Tenemos
esperanzas con respecto a las reacciones futuras, etcétera, pero detrás
de ellas está la tentación de decir que el perro siente dolor en la
misma forma que yo. La mayoría de los ingleses contemporáneos
les atribuyen sin dificultad dolor a los perros, a los gatos, etcétera,
en realidad a los miembros del género de los mamíferos; en el caso
de los reptiles, cabe cierta duda, o quizás menos preocuoación; en
las formas inferiores de vida, las dudas se acentúan. “Un bonda­
doso pescador de ojos grises me aseguró que los peces no sien­
ten, mientras cortaba de extremo a extremo un lenguado.” Es inne­
gable que el pez y otros animales reh^ven ciertas cosas. oua se
retuercen cuando son atrapados con los anzuelos, etcétera. Parecería
que, a pesar de esto, la gente no considera necesario decir que el
pez siente el dolor. Y, si alguien afirmara que lo sie n te ... ¿cómo
se podría solucionar el asunto? No hay hechos sobre el pez a los
cuales se pueda recurrir; es evidente que los mensajes son trasmiti­
dos por sus nervios y que son más intensos si hav un anzuelo sobre
su boca que si su flanco hubiese s;do rozado levemente; y que sus
esfuerzos por zafarse del anzuelo serán más acentuados que los que
hará para eludir el simple contacto. No cabe duda sobre los hechos,
pero parecería existir una diferencia entre una persona que afirma
2® I .F , § 381. H e analizado este pasaje en “Juegos y semejanzas de fam i­
lia ”, en Filosofía, t. XLII, n1? 161. Ver especialm ente pp 221-5.
27 "Lo que expresa a si m ism o en el lenguaje, no puede ser expresado
p o r nosotros m edíanle el lenguaje.” Tractatus, 4.121.
que el pez siente el dolor y otra que lo niega. La diferencia se
manifestaría en la conducta con respecto al pez, quizás, pero la razón
de la diferencia parece reclamar expresión con las palabras “el pez
siente lo mismo” (o algo muy semejante) que nosotros cuando sen­
timos dolor. Parece haber una auténtica diferencia entre una per­
sona que dice que los peces sienten y otra que lo niega, mitentras
que si nos encontráramos con gente que discute si una máquina
tiene sentimientos no lograríamos comprenderla. “Mire a una pie­
dra y suponga que tiene sensaciones. Uno se dice: ¿Cómo se puede
siquiera pensar en atribuirle una sensación a una cosa? ¡Tanto da­
ría atribuírsela a un número! Y ahora, miremos a una mosca que
se retuerce y esas dificultades desaparecen inmediatamente y el dolor
parece capaz de hacer pie ahí, donde antes todo era, por así decirlo,
demasiado liso para hacerlo.”28
En el último párrafo, me referí a que “la mayoría de los ingle­
ses contemporáneos” les atribuían sin dificultad dolor a algunos
animales; la advertencia se hacía porque hay discrepancia entre los
distintos pueblos en cuanto a la manera de tratarlos. Algunos son,
para los ingleses, totalmente indiferentes ante los sufrimientos de
los animales y hasta hallan placer en ello. (Compárense los antiguos
deportes ingleses consistentes en atormentar a los osos y toros con
perros.) A veces, esas diferencias en la actitud frente a los animales
van de la mano con diferencias en la actitud ante la gente “Con­
templar el sufrimiento causa placer, pero causarle sufrimiento a otro
proporciona más placer aún. Esta severa afirmación expresa un
sentimiento antiguo, poderoso, humano, demasiado h u m a n o ...”.29
Se dice que, entre los pieles rojas, el mayor de los cumplidos que
se le puede hacer a un cautivo es causarle la muerte más dolorosa.
En realidad, hay una gran variedad de actitudes humanas posibles
ante el dolor de otros seres, así como hay muchas actitudes distintas
inculcadas al propio dolor (espartanas o antiespartanas). Lo que
podríamos llamar “crueldad con los animales” no involucra una
duda filosófica sobre los sentimientos de los seres que no pueden
hablar; el campesino que m altrata a su asno se muestra indiferente
ante ello. Como no hay una actitud hum ana única ante el dolor,
salvo quizás en el propio nivel básico de la reacción de una madre
ante el llanto de un niño, hay que explicar las diferencias por la
educación recibida en distintas sociedades. De ahí que sea necesario,
ahora, volver al proceso del aprendizaje del lenguaje del dolor.
A Wittgenstein, cuando hablaba del reemplazo de la conducta
natural en el dolor, le preocupaban los primeros pasos en este
procedimiento, sin afirmar que hubiese dado una explicación com­
as i .f ., § 284.
2» Nietzsche, G enealogía de la m oral, Doubleday Anchor Books, 1956, p. 198.
pleta y final del mismo. Porque el haber sustituido al llanto con
“Me duele la rodilla” es haber dado un paso adelante, para apren­
der nuestro lenguaje de dolor, pero no implica, en modo alguno’,
haber completado el proceso. Se toman en cuenta desde muy tem­
prano las expresiones de dolor de los demás, además del que apren­
de; esos demás incluyen a otros niños, adultos v, en el caso de
Inglaterra por lo menos, animales. Al niño le enseñan que las
expresiones de dolor de los demás exigen el mismo trato cordial
que él pide para sí; aprende a imitar el tratam iento de su madre
a su pierna lastimada, cuando su hermana se lastima la suya, etcé­
tera. Se le hace comDrender aue. si le tira de las oreias al gato, el
gato sentirá lo mismo que él. “¿Te gustaría que alguien, mucho más
grande que tú, te tirara de las oreja'?” No se trata de que apren­
damos en primer lugar el sentido de la ralabra “dolor” y luego,
como consecuencia de este anrendizaie. sintamos simDatía por alguien
cuando dice que algo le duele; la simnatía se aprende al anrender
la palabra. La simpatía puede, en definitiva, descansar sobre res­
puestas no aprendidas a la conducta en el dolor primitiva de los
demás, pero la distancia hasta donde se extiende depende de la
enseñanza; en nuestra sociedad los animales (o, por lo menos, los
animales superiores) están incluidos, D ero no es forzoso que lo
estén. Tampoco es forzoso que lo estén todos los seres humanos;
se puede excluir a ciertos grupos “enemigos” . “ Sólo de un ser hum a­
no vivo y que parece (se comporta como) un ser humano, se puede
decir que tiene dolores.”30 Y lo que debe considerarse un ser hum a­
no (o comportarse como un ser humano) no es dado por los hechos
sino por la “forma de vida” de la sociedad en cuestión.
Porque aprender la nueva conducta en el dolor es aprender
toda una forma de vida y una forma que es muy central en cual­
quier cultura. De ahí la gran complejidad del proceso. La capacidad
de usar la palabra “'rojo” es simple en comparación con ello, de ahí
que sea relativamente fácil decirla cuando un niño ha captado la
idea, aunque no se usen tantos tests formales con ese fin. Así como
hay niños que no pueden aprender, a causa de factores físicos, el
uso del “rojo”, los hay que aparentemente no logran aprender la
forma total de vida asociada al dolor, que son incapaces de solida­
rizarse con el dolor ajeno, personalidades psicopáticas de cierto tipo.
(El saber si esto se debe a alguna incapacidad innata o a algún
defecto en el proceso de enseñanza es un tema de discusión entre
psicólogos, por ejemplo, discusiones con respecto a la influencia de
!'• falta de la madre en los primeros tiempos sobre el carácter
futuro.') W ittgenstein subrayaba esta vinculación a toda una forma
de vida, me parece, cuando dijo: “Se aprende el concepto de ‘do­
lor’ cuando se aprende el lenguaje.” 31 Lo que he estado tratando
de sacar a la luz es la complejidad de este aspecto del aprendizaje
del lenguaje; aquí, el uso de la palabra no puede ser separado de
un cúmulo de otras cosas involucradas por fuerza en ese uso, ya
que lo que se aprende es todo un concepto y no una sola palabra.
De ahí que no sea sorprendente el que los filósofos se sientan
perplejos ante la palabra “dolor” o el que Wittgenstein vuelva sin
cesar al interrogante que plantea, tanto por su importancia en sí
como por ser un ejemplo de todo lo que se dice sobre las sensa­
ciones. Nuestra forma normal de pensar en la relación entre las
palabras y el m undo lleva a insolubles perplejidades cuando trata­
mos de aplicarla a “dolor”. Mientras se la trate como una simple
palabra, la solución no es posible. A Wittgenstein lo preocupaba,
antes que nada, quebrar la influencia del lenguaje privado de la
sensación, que parecía hacer no verificables las afirmaciones de los
demás sobre el dolor y luego mostrarles que se podía dar una expli­
cación alternativa, que hace justicia a la complejidad de nuestro
lenguaje real. Me pareció interesante ampliar esta explicación y
señalar varias direcciones por las cuales se podía extender.
EL FREUD DE W IT T G E N S T E IN

F ra n k C io f f i

Introducción

Las observaciones de W ittgenstein sobre Freud no forman parte


de una exposición continua. En su mayoría, no estaban destinadas
a la publicación. Algunas, son tan incompletas que resultan incom­
prensibles, otras son aparentemente, y aún quizás en última instan­
cia, contradictorias. Con todo, creo que ofrecen una descripción
más ilustrativa de Freud que ninguna otra y una de las pocas que
pueden ser cotejadas con su sujeto sin provocar intensas sensaciones
de incongruencia.
Hay tres hábitos mentales que son naturales al referirse a Freud.
Uno de ellos es la tendencia a contemplar un gran segmento de la
vida hum ana como incluyendo prosecución de fines ignorados por
el agente, hasta el punto de ver ejemplos de la actividad deliberada
en lo que se habría considerado antes sucesos y de volver a trazar
la frontera usual entre lo que emprendemos y lo que soportamos.
Otro, la prosecución de sentidos ocultos, la propensión a ver un
amplio radio de fenómenos, desde los sueños, los errores y los sínto­
mas de neurosis hasta las obras de arte y las producciones anónimas
de la cultura —como la leyenda y el mito— como una manifestación
deformada o una complacencia simbólica de impulsos inconscientes.
(Todo es lo que es y otra cosa.) Tercero, la tendencia a remontar
las personalidades de los adultos, sus intereses, sus actitudes, sus
propensiones sexuales y su susceptibilidad a enfermedades neuróti­
cas, a la influencia de las vicisitudes sexuales infantiles.
A continuación, trato de suscitar y valuar la respuesta de
Wittgenstein a la pregunta de cómo se ha de explicar el valor usual
de esos hábitos, examinando dos preguntas más definidas: ¿qué se
propone en realidad Freud cuando propone interpretaciones de
síntomas, errores, sueños, etcétera? ¿Qué carácter tiene la afirmación
de que esos fenómenos son “actos mentales”, están motivados, son
realizaciones de deseos? El propio Freud tiene más respuestas a esas
preguntas que las que quiere saber. Sin embargo, todas ellas lo
comprometen en la afirmación de que explica, en cierto modo, esos
fenómenos, de que justifica su aparición. Una afirmación freudiana
prototípica tendría las siguientes características: de algún fenómeno
tal como un lapsus linguae, una laguna mental, un recuerdo, un
sueño, una fobia, un síntoma histérico o un pensamiento obsesivo,
afirmaría que, aunque pueda parecer que es algo que el paciente
ha sufrido pasivamente, ha sido, sin embargo, motivado, intencional
y que, sometiendo el punto a la libre asociación y/o traduciéndolo
de acuerdo con ciertas reglas, se llegaría a un deseo, a menudo de
carácter sexual infantil, que el paciente acaso no sepa, pero que ha
estado operando secretamente, esperando un momento oportuno
para lograr su complacencia. Sobre estas observaciones, W ittgen­
stein sostiene las siguientes opiniones: no se trata de hipótesis; su
producción es una actividad más consumatoria que instrumental.
Ni el carácter ejecutor de deseos y simbólico de los hechos que
se proponen explicar ni su conexión con la sexualidad son elemen­
tos evidentes. Si esas observaciones han llegado a ser aceptadas
ampliamente y han servido de modelo para otras observaciones,
esto no debe atribuirse a ningún uso explicativo al cual puedan
ser aplicadas, sino a la atracción que ejercen, una atracción que
puede explicarse en parte por su invocación a la noción del sentido
oculto y a la sexualidad.
En las Disertaciones introductorias, Freud se refiere a “la de­
sagradable proposición de que los procesos mentales son esencial­
mente inconscientes” y dice “Subrayando asi el inconsciente en la
vida mental, hemos provocado toda la malevolencia de la huma­
nidad”. En las Nuevas disertaciones introductorias, habla de “las
cargas bajo las cuales gemimos; el odio de la sexualidad infantil,
el ridículo del simbolismo”. En su estudio de 1925 sobre “Las resis­
tencias al psicoanálisis”, atribuye éstas “más que nada, al lugar muy
importante que le asigna en la vida mental de los seres humanos
el psicoanálisis a lo que se conoce con el nombre de instintos sexua­
les”. Y, justificando la popularidad de Adler, dijo: “La hum anidad
está pronta a aceptar cualquier cosa cuando se la tienta con el in­
flujo sobre la sexualidad como cebo”.
Una manera lacónica de proporcionarle a Wittgerisiein un pa­
norama de Freud es, simplemente, expresar que plantea eón firmeza
esas proposiciones. En una carta a Norman Maícolm, dijo de Freud:'
“Freud siempre subraya qué grandes fuerzas de la mente, qué vigo-’
rosos prejuicios obran contra la idea del psicoanálisis’, pero nunca-
■dice qué enorme hechizo contiene esta idea para la gente, como
para el propio Freucl.”1 En la primera de las conversaciones con
Rusli Rhees sobre Freud, dice sobre la idea del inconsciente: “Es
nna idea que ejerce marcada atracción.”2 En la tercera disertación
sobre estética, dice de la interpretación sexual de Freud de un sueño:
"Las relaciones que establece interesan inmensamente a la gente.
Tienen encanto. Es encantador destruir el preju icio ... Quizá sea
el hccho de que la explicación es muy repulsiva lo que te lleva a
adoptarla”; y de las explicaciones psicoanalíticas en general dice
que muchas “son adoptadas porque tienen un hechizo peculiar. Una
pintura con gente teniendo pensamientos inconscientes tiene su en­
canto. La idea de un averno, de un sótano secreto. Algo oculto,
m isterioso... Un montón de cosas en que uno está dispuesto a
creer porque son misteriosas.”3

¿En qué sentido son misteriosas las explicaciones psicoanalíticas?


Véase la relación protectora y servidora de intereses tan frecuente
entre el inconsciente y su poseedor: el inconsciente de Ferenczi le
hace olvidar un rasgo de ingenio que pudo ofender y enredarlo en
una controversia: el de Jones le hace extraviar su pipa cuando sufre
los efectos propios de fumar demasiado y volver a encontrarla cuan­
do se ha repuesto; el de un ingeniero (quien ha aceptado de mala
gana trabajar una noche), le hace descomponer el equipo necesario
para la tarea; el de un médico residente, le induce a ausentarse
durante sus horas de trabajo sin ser descubierto; el de una sagaz
profesora de asignaturas clásicas, le regala un codiciado medallón
romano antiguo que ha empacado sin advertirlo entre sus cosas; el
de muchachas de hermoso cabello, les hace “usar sus peines y hor­
quillas en tal forma que el pelo se les suelta en plena conversación”.
El inconsciente de Freud le permite olvidar el cumplimiento de
compromisos profesionales no lucrativos y perder un trasbordo de
ti en cuando viaja a Manchester vía Holanda y realizar así un deseo
largamente acariciado de ver los cuadros de Rem brandt sin con­
trariar el pedido de su hermano mayor de no interrum pir su viaje.

1 Norman Malcolm, I.udzvig W ittgenstein A M em otr, Londres, 1958, p. 44.


Freud no siempre era de tan mala fe sobre esto. En 1893, le escribió a su amigo
Fliess: “La cuestión sexual atrae a la gente; y toda la gente se va impresionada
y convencida, después de exclamar: Nadie m e lo había preguntado antes.” S.
Freud, Orígenes del psicoanálisis, Nueva York, 1954, Carta 14.
2 Cyril Barret, ed., L u d w ig W ittgenstein Lectures «114 Conversations, O x­
ford, 1966, p. 43.
s Barrctt, I.ect tires and Conversations, pp. 24-5.
En cierta ocasión, el inconsciente le advirtió, antes de visitar a un
paciente, que cuidara mucho de no repetir un error de diagnóstico.
Tam bién alivia la sensación de culpa castigando las infraccio­
nes morales. En apoyo de esta opinión, Freud cita a un correspon­
sal que le informa que ha observado la frecuencia con que Ios-
hombres que se vuelven para m irar a las mujeres en la calle sufren
accidentes de menor cuantía, como ser choques con los faroles.
Junto con esta benevolencia, hay que tener en cuenta la supe­
rioridad inconsciente en la ejecución comparada con la de la per­
sona a quien le pertenece ese inconsciente. Freud admitió sin arriba­
jes su inferioridad ante su inconsciente en la ejecución de cálculos
aritméticos o de una puntería exacta. N arra que, en una oportu­
nidad, cuando recibió la noticia de que una hija suya, gravemente
enferma, había mejorado, y su inconsciente había llegado a la con­
clusión de que él debía hacer un sacrificio en expresión de gratitud
al destino, le propinó un puntapié a una pantufla, arrojándola
contra una estatuita de mármol de Venus y haciéndola caer al
suelo, donde se rompió. Freud atribuye el hecho de que no hubiese
golpeado ninguno de los objetos agrupados en torno de la estatuita
al objetivo superior de la mente inconsciente. Cita un ejemplo más
de la superior destreza del inconsciente; la manera cómo rompió
la tapa de mármol de su tintero. “Mi movimiento sólo fue aparen­
temente torpe; en realidad, fue muy hábil y bien dirigido y com­
prendió la forma de no dañar ninguno de los objetos preciosos
que estaban alrededor. Creo que debo aceptar este juicio para
toda una serie de movimientos torpes, aparentemente accidenta­
les. . . demuestran ser gobernados por una intención v logran su
objeto con una seguridad que no se les puede atribuir en general
a nuestros movimientos conscientes voluntarios.” (En otra parte,
Freud habla de la “destreza inconsciente”, con la cual los objetos
se pierden “si el inconsciente tiene motivo para hacerlo”.) Freud
nos informa también que “los movimientos aparentemente torpes
pueden ser usados con astucia para fines sexuales.”. Uno de los
que narra “fue ejecutado con la destreza de un prestidigitador”.
Esto sucedió cuando Stekel, al tender la mano para saludar a la
esposa de su anfitrión, le desanudó el lazo de su bata sin tener
conocimiento de ninguna intención deshonesta.
Rank, informa Freud, ha proporcionado una prueba de la ca­
pacidad superior del inconsciente de ver en condiciones desfavo­
rables: el inconsciente le permitió a una muchacha, que codiciaba
una joya barata, hallar sobre la acera un billete cuyo valor era
exactamente lo que necesitaba. “De lo contrario, habría sido im­
posible explicar cómo podía ser que, precisamente esa persona,
entre muchos centenares de transeúntes —y con todas las dificul­
tades causadas por un precario alumbrado callejero y la clensa
m ultitud— hiciese ese hallazgo.”
¿No le recuerdan algo al lector estos relatos? ¿No le indican
«i grado en que la noción del inconsciente satisface las mismas exi­
gencias que las que provocan las invisibles fantasías que acompañan
nuestra infancia? Aunque sabemos que Freud le habría dicho a
esa sugestión: Esas fantasías invisibles que nos acompañan son
percepciones endopsíquicas del funcionamiento de agentes del in­
consciente.4
Podrá parecer extraño, pero es innegable que las explicaciones
en que el rol asignado al inconsciente es de castigo más bien que
de benevolencia resultan igualmente satisfactorias. En este sentido,
Freud habla de una clase de pacientes a quienes llama “los estro­
peados por el éxito”, gente en quien se desarrolla una enfermedad
mental “precisamente porque se ha cumplido un deseo arraigado
muy en lo hondo y acariciado durante largo tiempo”. Cita el caso
de un maestro que se tornó melancólico cuando le ofrecieron un
ascenso y el de una mujer que sufrió un colapso cuando fueron
eliminados los obstáculos existentes para su matrimonio con el
hombre que amaba.® La “peculiar atracción” de esas explicaciones
puede ser ilustrada comparándolas con el caso del jugador de
cricket que se sentía perfectamente feliz mientras marcaba tantos,
pero que prorrumpía en sollozos cuando marcaba más de cincuen­
ta. Si esto fuera todo, uno habría podido añadirlo a la lista de
Freud como un caso particularmente sorprendente de autocastigo
después del éxito y se le hubiera podido vaticinar un gran futuro
bibliográfico en la literatura del psicoanálisis. Pero a ese hombre
se le diagnosticó como diabético cuva difícil situación era causada
por el efecto que provocaba sobre el nivel del azúcar en su sangre
el esfuerzo que significaba correr entre las metas del cricket. Cuan­
do le daban para chupar caramelos de glucosa, podía marcar un

4 En R o jo y negro, Stendhal le atribuye el mismo goce en el dominio del


inconsciente a su M athikle de la Mole:
“Mientras reflexionaba en esto, el lápiz de M athilde trazaba líneas al
azar sobre una página de su álbum. U no de los perfiles que acababa de
determinar le asombró y la deleitó: se parecía de nna manera sorprendente
a Julián: ¡Es la voz del cielo! ¡H e aquí uno de los milagros del amor! —excla­
mó, en éxtasis—. De un m odo totalmente inconsciente, he dibujado su retrato.
”Se precipitó a su cuarto, se encerró en él, se consagró a su tarea y se
esforzó en dibujar un retrato de Julián. Pero no logró hacerlo; el perfil
abocetado accidentalmente seguía siendo lo más parecido. A M athilde la deleitó
esto: vio en ello una clara prueba de una gran pasión.”
Todos los ejemplos a que se alude desde la página 186 hasta la 188,
provienen de P sicopatología de la vida cotidiana. La traducción de James Stra-
ehey contiene un índice de todos los ejemplos usados por Freud.
5 Sigmund Lreud, "Algunos tipos de carácter hallados en la labor psico-
analítica” (1915), Collected Papers, L. IV, Londres, 1956, pp. 324-5.
cien sin mayor dificultad. ¿No sentimos que, al responder de una
manera poco imaginativa a una forma de tratamiento tan vulgar,
perdía su derecho a nuestro interés? Aunque podríamos recuperar
ese interés si se nos pudiera persuadir de que, como lo observó en
cierta ocasión Freud al encontrar un determinante orgánico de
una enfermedad, “la neurosis se había aferrado a ese lieclio casual,
usándolo para expresarse’’.0
Esta observación nos lleva a otra característica del inconscien­
te: una característica que refuerza la insinuación de Wittgenstein
sobre sus afinidades y la causa de su atracción. Se alude a ella en
forma algo enigmática en las Disertaciones introductorias, al observar
que “la neurosis de histeria puede crear sus síntomas en todos los
sistemas del cuerpo (circulatorio, respiratorio, e t c . ) 7 Aunque se
podría interpretar esto simplemente como una alusión al fenómeno
de la convicción hipocondríaca que no implica ninguna presunción
de fiscalización mental de los procesos físicos, hay razón para creer
que Freud quiere decir algo más. En el caso de Dora, explica cómo
podía usar Dora una dolencia de base orgánica de la garganta,
que provocaba tos y afonía, para expresar simbólicamente su amor
inconsciente a un hombre enfermándose cuando éste se hallaba
ausente y reponiéndose cuando volvía. La circunstancia de que los
períodos no coincidieran invariablemente es atribuida por Freud
ul hecho de que “resultaba necesario disfrazar la coincidencia entre
los accesos de su enfermedad y la ausencia del hombre a quien
amaba en secreto, por temor a que la periodicidad de aquéllos reve­
lara su secreto.” 8 A diferencia de Kitty Bennett, Dora era muy
prudente en sus toses y las sincronizaba muy bien.
Como Freud no expresa con mucha claridad si el deseo pro­
duce o sólo explota el catarro, este ejemplo podría parecer abierto
a una interpretación alternativa. Hay una prueba más concluyente
de su tendencia a pensar así y también una insinuación de que lo
ponía nervioso la necesidad de hacerlo demasiado explícito en una
carta a Groddeck: no es necesario extender el concepto del
inconsciente para incluir su experiencia entre las dolencias orgá­
nicas. En mi artículo sobre el inconsciente que usted menciona,
encontrará una pequeña nota al pie: ‘Reservaremos, para mencio­
narla a otro respecto, otra prerrogativa importante del inconscien­
te’. Le diré lo que me he reservado ahí, es decir, la afirmación
de que los actos del inconsciente tienen intensos efectos plásticos
sobre los procesos somáticos en una forma imposible de lograr con

6 Sijfmund Freud, “Fragmentos de un análisis de un caso de histeria”


(1905), Collected Popers, t. III, Londres. 1925, p. 123.
7 Sigmund Freud, Disertaciones introductorias sobre el psicoanálisis (1915-
17) , Londres, 1922. p. 259.
8 I'reud, Collected Papers, III, p. 49.
actos conscientes”.9 Pueden hallarse más pruebas sobre este punto
en la biografía de Ernest Jones, donde nos dicen que, a fines de
i916, Freitd pensaba escribir un libro, cuyo contenido esencial era
“que la omnipotencia de los pensamientos fue en otros tiempos
una realidad". Nuestra intención es mostrar que la concepción de
Lamarck de la necesidad que crea y modifica los órganos no es otra
que el poder de las ideas inconscientes sobre el cuerpo, cuyos restos
vemos en la histeria: en suma, “la omnipotencia de los pensa­
mientos”.10
Podemos explicar tanto esta convicción de Freud como nues­
tra disposición a dejarnos convencer variando un poco su juicio
sobre Adler: “No hay nada que la humanidad no esté dispuesta a
aceptar cuando se le brinda como cebo el influjo sobre la m ateria”.

II

Pero lo destacable en Freud no es la credulidad que indica y


evoca con respecto a lo exótico, sino la forma tendenciosa en que
describe lo vulgar. Esto, nos lleva a otra de las tesis de Wittgens­
tein: la de que, en manos de Freud, las nociones del inconsciente
mental y del cumplimiento de los deseos son notaciones.
Entre los signos más dignos de confianza de una notación figu­
ra una tesis que se anticipa en compañía de sus propios contra­
ejemplos. El principio, en el trabajo, es que todos los contraejem­
plos putativos deben ser considerados especímenes clandestinos de
los casos confirmatorios. Si examinamos la investigación de los
errores de Freud, de la que dijo que era “el prototipo de toda
investigación psicoanalítica”, y que “estaba mejor calculada que
cualquier otra para estimular una creencia en la existencia de actos
mentales inconscientes”, vemos que grande es el componente nota-
cional de la afirmación de que “pueden tener lugar en usted actos
de naturaleza mental, y a menudo muy complicados.. . de los cuales
usted nada sabe”. Menos de la cuarta parte de los doscientos cin­

9 Ernst Freud <ed.), Letlers o f Sigm und Freud, Londres, 1061, Carta 176.
E rn e st Jones,Sigm und F re u d -U fe and W ork, Londres, 1957, t . III,
p. 335.
Freud respalda explícitam ente lo feliz del término “m isteriosa” de W ittgens­
tein. En su explicación de la "cualidad p e c u lia r ... que suscita en nosotros
l a sensación del m isterio” (Collected Papers, IV, pp. 368-9) , Freud invoca pre­
cisamente los rasgos que liemos visto como característicos de su noción det
inconsciente. Ver también el ensayo “Animismo, magia y om nipotencia del pen­
sam iento” en T ó tem y tabú (Nota al pie 25, traducción de Stracliey) . " ...in v e s ­
timos de una sensación de misterio las impresiones que brindan apoyo a una
creencia en la om nipotencia del pensam iento”. Es com o si construyera sus
explicaciones dando una fórmula.
cuenta ejemplos, poco más o menos, que llegó a contener La
psicopatología de la vida cotidiana, son, aparentemente, ilustracio­
nes de los fenómenos que, se dice, ejemplifican, “una voluntad que
se esfuerza en llegar a un objetivo definido”.
Veamos los casos de olvido que Freud califica de “olvido mo­
tivado por el deseo de evitar un disgusto”. Supongamos que no
se discutan los hechos empíricos, es decir, que haya una tendencia
a olvidar los nombres o palabras o intenciones con asociaciones
desagradables. ¿Hay en este hecho algo que exija descripción en
base a la conducta de un agente desconocido que censura los pen­
samientos del sujeto en interés de su paz espiritual? Freud dice
de esos casos: “el móvil del olvido pone en acción una contravo­
luntad.” Pero también 'os compara con el reflejo de evasión en
presencia de los estímulos dolorosos. ¿Por qué exigen, pues, ser
descritos en términos de un agente inconsciente más que éste? ¿Debe
atribuirse mi incapacidad de sostener mis manos sobre mi cabeza
durante un período indefinido a la victoria de una contravoluntad
de bajarlas? “¿No podría haber sido tratado todo eso en forma
distinta?” 11 Consideraciones semejantes sugieren que aquello en
que ve Freud a menudo ejemplos de la acción de agentes incons­
cientes registra en realidad su determinación de describir hechos
familiares en una novela y en un lenguaje afín.
En Zettel, § 444, Wittgenstein compara la teoría de Freud de
que todos los sueños son realizaciones de deseos con la tesis de que
toda proposición es una pintura “ .. . l o característico de semejante
teoría es que observa un caso especial, claramente intuitivo y dice:
eso muestra cómo son las cosas en cada caso. Este caso es el mo­
delo de todos los casos.” 12 Y en las Conversaciones sobre Freud,
dice de esta teoría de Freud: “no es una cuestión de prueba”, sino
“es el género de explicación que nos sentimos inclinados a acep­
t a r . . . 13. Algunos sueños, evidentemente, son realizaciones de
deseos: tales como los sueños sexuales de los adultos, por ejemplo.
Pero parece confuso decir que todos los sueños son realizaciones de
deseos alucinadas.” 14
Hasta los sueños que son incontestablemente realizaciones de
deseos no justifican las inferencias que Freud extrae de ellos.
Véase el sueño de la anchoa de Freud. Las noches en que ha co­
11 Barre», L ectures and Conversations, p. 45.
12 En su autobiografía, Freud ejem plifica claramente ese estado de ánim o.
“El estado de cosas que él (Breuer) ha descubierto, nre pareció de una naturaleza
tan fundam ental que yo no podría creer que pudiera no estar presente en
cualquier caso de histeria si se hubiese probado que aparece en un solo caso.”
(A n A utobiograph'tcal S tudy, Hogarth Press, 1950, p. 36.)
13 Barrett, L ectures and Conversations, p. 42.
14 Ib id .j p, 47.
mido anchoas, se despierta sediento, pero no antes de haber soñado
que traga sorbos de agua fría. Esto es, ciertamente, un ejemplo
de realización de un deseo. Como sucede con el soñador ham­
briento que sueña con una cena deliciosa. Pero Freud dice luego
d e este último ejemplo: “Le incumbía a él elegir entre despertar
y comer algo o seguir durmiendo. Se decidió en favor de esto úl­
timo.” 13 ¿Qué hay en estos ejemplos que justifique suponer a un
agente supervisor que acompaña a los fenómenos y regula sus
manifestaciones? Si logro despertar a una hora p re fija d a ..., ¿debo
suponer que algún representante mío ha estado de vigilia durante
toda la noche? “Actos mentales inconscientes”, “elección”, “deci­
sión” : si se tratara de Penélope desenredando su madeja en un
estado de trance nocturno, o de lady Dedlock caminando en estado
de sonambulismo hacia la tumba del capitán Hawdon, podría
haber alguna justificación para la sugerencia de esos giros.
Freud tiene diversos recursos para habérselas con contraejem­
plos. El más conocido, se presenta en el capítulo 4 de La inter­
pretación de los sueños. Una paciente ha narrado un sueño en el
cual algo que quería evitar se representaba como realizado. Freud
comenta: “¿No estaba esto en neta oposición con mi teoría de que,
en los sueños, se cumplen los deseos? No hay d u d a ... El sueño
demostraba que me había equivocado. Por lo tanto, era ella quien
deseaba que yo me equivocara y su sueño mostraba ese deseo currír
plido.” 18 (Las bastardillas son de Freud.) Por lo demás Freud
no se muestra tímido en cuanto se refiere a generalizar esta solu­
ción. “En realidad, cabe esperar que les sucederá lo mismo a algu­
nos lectores de este libro: estarán completamente dispuestos a que
uno de sus deseos se vea frustrado en un sueño con tal de que se
cumpla su deseo de que me equivoque.” 17 Los sueños de angustia
son afrontados sea invocando el deseo masoquista de dolor o la
satisfacción del superyó de castigar al yo.
El problema de que la mayoría de Jos sueños tiene un conte­
nido neutro o indiferente es solucionado mediante la distinción
entre el contenido latente y el contenido manifiesto del sueño.
Es el latente el que constituye la realización del deseo, siendo
ei manifiesto la consecuencia de la deformación.
Wittgenstein comenta esto así en la segunda conversación: “La
mayoría de los sueños que examina Freud debe ser considerada
como la realización de deseos camuflados y en ese caso no cumplen
simplemente el deseo. Ex hypolhesi, no se permite el cumplimiento
del deseo y aparece otra cosa en cambio en la alucinación. Si el

15 Sigmund Freud, A n O u tlin e o f Psychoanahsis, Londres, 1949, p. 36.


16 Sigmund Freud, La interpretación de los sueños, Londres, 1954, p. 151.
17 Freud, L a interpretación de los sueños, p. 158.
uesco es engañado de este modo, el sueño difícilmente pueda ser
llamado cumplimiento del deseo. Tam bién se hace imposible de­
cir si el engañado es el deseo o el censor. Aparentemente, lo son
ambos y el resultado es que ninguno de los dos queda satisfecho.
Por lo tanto, el sueño no es una satisfación alucinada de nada.” 18
La aplicabilidad de esas observaciones no se limita a la teoría
del sueño, sino que se extiende a la explicación de las neurosis dada
por Freud, donde no comprendemos a menudo por igual a qué se
debe la insistencia de Freud en que los síntomas de la enfermedad
representan el cumplimiento de un deseo, o del deseo de frustrar
el deseo, o de ambas cosas.
Veamos su explicación de accesos epileptoides como los sufri­
do^ en su juventud por Dostoievski. Esos ataques, que daban la
impresión de la muerte, “significan una identificación con una per­
sona muerta, sea alguien que estaba realmente muerto o alguien
vivo aún y a quien el sujeto deseaba ver m uerto”, en cuyo caso
el ataque tiene la significación de un castigo. “Uno ha deseado
que otra persona muriera y ahora uno es esa otra persona y uno
mismo está m u e r to ...” Así, los “tempranos síntomas de accesos
semejantes a la muerte de Dostoievski, pueden ser comprendidos
con una identificación con el padre por parte de su yo, perm itida
por su supervó como un castigo” “ Usted quería matar a su padre
para ser usted mismo su padre. Ahora, usted es su padre, pero un
padre m u e rto ... ahora, su padre lo está matando a usted.” 19
V así como Freud deriva la realización de un deseo de la tentativa
de suicidio de una muchacha: ésta se castigaba simultáneamente a
sí misma por un deseo de que muriera su madre y lo satisfacía,
\a que “la identificación de la muchacha con su madre vuelve a
convertir este ‘cumplimiento del castigo’ en el cumplimiento de
un deseo”. Esto es, que si yo soy mi madre y me mato a m i misma,
mato a mi madre y a la asesina de mi madre.2'1
interpretaciones como éstas son los equivalentes conceptuales
de objetos imposibles. Pero hablar de la confusión conceptual de
Freud en este contexto es desdeñar su genio gramatical, su ingenio
para urdir giros ininterpretables. Es como si quisiéramos atribuir
las estructuras autocontradictorias de las estampas de M. C. Escher
a su incapacidad de dibujar.
(Tendemos a desconfiar de las explicaciones caracterizantes
como éstas porque es muy difícil estar seguro de que uno las
domina. P e r o ...., ¿por qué no habría de ser lo más importante

18 Barret, L eclures and Conversations, p. 47.


i» Sigmund Freud, "Dostoievski y el parricidio” (1928), Collected Papers,
t, V, Londres, 1957, pp. 229 y 232.
”0 Sigmund Freud, “La psicogénesis de un caso de hom osexualidad en una
mujer” (1920), Collected Papers, t. II, Londres, 1948, p, 220.
que contienen esta resistencia a parafrasear? ¿Por qué no habría
de ser eso la esencia del asunto? Lo que nos dice una explicación
psicoanalítica es ella misma.)
Aunque “la atracción peculiar” de lo misterioso llega muy
lejos al justificar la atracción de los giros en que se expresan las
explicaciones psicoanalíticas, es inadecuada como explicación del
motivo por el cual las usa Freud. En el Libro azul, W ittgenstein
dice de la tesis de que existen pensamientos inconscientes: " ...e s
simplemente una terminología nueva y puede ser traducida en
cualquier momento al lenguaje usual”.21 Más adelante, después de
haber hecho notar cómo podemos “sentirnos atraídos o repelidos
irresistiblemente por una notación”, dice: ‘‘La idea de que hay
pensamientos inconscientes ha sublevado a mucha g e n te ... Los
impugnadores de los pensamientos inconscientes no advierten que
no han objetado a las reacciones psicológicas recién descubiertas,
sino a la forma en que fueron descritas. Los psicoanalistas, por lo
demás, fueron inducidos por su propia manera de expresarse, que
les hizo creer que habían hecho algo más que descubrir nuevas
reacciones psicológicas: que habían descubierto, en cierto modo,
pensamientos conscientes que eran inconscientes.” 22 Esas obser­
vaciones me parecen erróneas al ver en la noción de los pensa­
mientos inconscientes una coacción notacional desinteresada y al
creer que registran simplemente “reacciones psicológicas recién
descubiertas”, que "pueden ser traducidas en cualquier momento
al lenguaje corriente”. La noción de pensamientos inconscientes
no es una excrecencia de quita y pon que puede ser retirada de­
jando un núcleo neutro de “fenómenos y conexiones no conocidos
antes”.23 Su función es darle un carácter autoautentificador al
método psicoanalítico.
Cuando Freud dice “llamamos inconsciente a un proceso
cuando. . . fue activo en cierta época, aunque, entonces, nada sa­
bíamos sobre él”,24 no sucumbe simplemente a la atracción de una
notación, no se limitó a adoptar una forma de descripción que
“nada agrega a lo que sabemos y sólo sugiere una forma distinta
de palabras para describirlo”.25 P o rq u e ..., ¿qué otra manera de
hablar le perm itiría insistir en que está fuera de lugar toda duda
sobre la existencia de tales conexiones, no basadas en el uso de

21 L udw ig W ittgenstein, T h e B lu e a n d th e B row n B ooks, O xford, 1958,


p. 23.
22 W ittgenstein, T h e B lu e a n d the B row n Books, p . 51.
23 G . E . M oore, “W ittgenstein L ectures in 1930-1933”, Mind, t. 64, 1955,
p. 15.
24 S igm und F reud, N e w In tro d u c to ry L ectures, L ondres, 1949, p . 95.
25 W ittgenstein, T h e B lu e and th e B ro w n B ooks, p . 136.
un método especializado de introspección? Lo que ha sido consi­
derado audacia conceptual, era, en realidad, prudencia.
El hacer de la referencia de sus afirmaciones un proceso im­
perceptible, simultáneo con el acto que presuntamente explica, le
permite a Freud combinar la compatibilidad con el sincero re­
pudio que efectúa un agente de una hipótesis sobre las causas de
su conducta con la invulnerabilidad a un contraejemplo de re­
construcciones tipo Collingwood, de los motivos de un agente
histórico para su acción. Se objeta que hablar en este sentido del
"detestable enredo” causado por los discípulos de Freud al con­
fundir la causa con la razón,2® es representar la situación como un
estado de impotente confusión y se pasa por alto la forma en que
se explota ingeniosamente la confusión en provecho de la teoría.
En la noción de las razones que son causas, hay más intuición gra­
matical que caos gramatical.
Al em butir el pensamiento en la cabeza del agente, Freud
queda en condiciones de prescindir del medio y al hacerlo incons­
ciente, de prescindir también del asentimiento del agente. Cuando
captamos que no es la hipótesis de la existencia de los deseos in­
conscientes lo que da a la teoría de Freud su carácter distintivo,
sino el supuesto de que el método psicoanalítico brinda un acceso
único a ellos, muchas de las perplejidades que rodean las afirma­
ciones psicoanalíticas quedan eliminados.

III
W ittgenstein cree que las explicaciones psicoanalíticas son co­
mo las estéticas: pero no nos ayuda saber esto, a menos que sepamos
cómo cree que son las explicaciones estéticas. Lo único seguro es
que Wittgenstein piensa que no se trata de explicaciones en tér­
minos de mecanismos cerebrales. Pero, con todo, cuando dice que
dar una causa no puede solucionar nuestra perplejidad con res­
pecto a una impresión estética, suele significar que dar el substrato
físico de la impresión no puede responder a nuestra pregunta (por
ejemplo, una explicación del estado del nervio olfativo cuando
olemos una rosa no proyecta luz sobre la pregunta estética de por
qué su olor es agradable) P Pero no siempre quiere decir sola­
mente esto.
En sus observaciones sobre Frazer en la misma serie de diser­
taciones, aparece otra cosa. Según Moore, “Él dijo que era un
error suponer que, por ejemplo, el relato del festival Beltane ‘nos

26 M oore, M in d , t. 64, 1955, p. 20.


2T M oore, M in d , vol. 64, 1955, p. 18.
impresiona tanto’, porque ‘ha surgido de un festival en el cual
fue quemado un hombre de verdad’. . . ” Nuestra perplejidad acer­
ca de por qué eso nos impresiona (lo cual, dijo Wittgenstein, era
una pregunta estética), “no disminuye al mencionar las causas de
que provino el festival, pero sí descubriendo otros festivales aná­
logos: hallarlos puede hacer que parezcan ‘naturales’, mientras que
dar las causas de las cuales provino no puede hacerlo”.
A Darwin, se le imputa un error semejante al suponer que
“porque nuestros antepasados, cuando estaban enojados, querían
morder” es una explicación suficiente de la razón por la cual
“mostramos los dientes cuando estamos enojados”. No estoy segu­
ro de la fuerza de la palabra “suficiente” aquí ni tampoco en qué
se parece la pregunta de por qué mostramos los dientes cuando
estamos enojados a la pregunta de por qué nos impresiona el relato
del festival de Beltane. Y hay otras perplejidades vinculadas a esas
observaciones. La pregunta a la r.ual se supone que Frazer ha dado
una respuesta errónea nunca es planteada por éste, cuyo interés
principal (en Balder el Hermoso) parece ser si la finalidad de los
festivales del Fuego es reforzar el calor del sol con una magia
solidaria o destruir el mal y las cosas amenazantes. Asimismo, el
método recomendado por Wittgenstein para aliviarnos de nuestra
perplejidad acerca de la razón por la que nos sentimos impresiona­
dos —“ ...h a lla r otros festivales análogos”— parece una descripción
de lo que está haciendo generalmente Frazer: “Las hogueras en el
festival de Ponggol en la India del S u r ... las hogueras en el fes­
tival de Holi en la India del N o rte ... el caminar sobre fuego en
la C h in a ... el caminar sobre fuego en el festival in d io ... el ca­
minar sobre fuego entre los badagas... el caminar sobre fuego en
el J a p ó n ... etcétera, etcétera”. He dicho lo suficiente para mos­
trar por qué es difícil confiar mucho en la interpretación que se
les da a esas observaciones. Sin embargo, cuesta no sentir, en cier­
tos puntos, un desdén casi spengleriano por la investigación causal
que obra; Wittgenstein, por ejemplo, no ha recordado mal la pre­
gunta que se planteó Frazer, sino que, simplemente, cree que la
suya es más interesante y la de Frazer un error de sensibilidad.
Pero hay una alternativa y una interpretación plausible que se les
podría dar a esas observaciones que casi le atribuyen a Wittgens­
tein antipatía a las preguntas causales. Acaso W ittgenstein sólo
llame la atención sobre un error que hay una tendencia natural
a cometer. El error en cuestión puede ser descrito como buscando
la consumación en un sitio equivocado: por ejemplo, al preguntar
por la etiología de un fenómeno, cuando lo que queremos real­
mente es un análisis de la impresión que nos produce el fenómeno.
Por ejemplo, pensamos a menudo que nos interesa el pasado cuan­
do, en realidad, lo que nos fascina es la experiencia del pasado.
Olvidamos que la impresión peculiar que nos causan las ruinas no
se explica descubriendo cómo llegaron a serlo. Alguien que se
embarcó en un curso de estudios de astronomía con la vaga espe­
ranza de aclarar la naturaleza de la impresión que le causaba el
cielo nocturno cuando las estrellas habían desaparecido, comete,
también, un error de esa clase. Asimismo, la impresión peculiar que
nos causan los movimientos distintivos de los acondroplásicos
(“había en el ambiente una cordialidad como de enanos que se
estrechan la mano”) no queda aclarada explicando la endocrino­
logía de ese estado. Y, con todo, cuando W ittgenstein habla del
"tipo de explicación que uno anhela cuando se refiere a una ex­
presión estética”, no se siente que lo que quiere es el análisis de
lina impresión: eso, se parece aún demasiado a una hipótesis.
Una clave de lo que tiene en vista es proporcionada por una
comparación que hace en su segunda disertación sobre estética,
entre las observaciones estéticas y las expresiones tales como “¿Qué
quería yo decir?” y “Lo que quiere realmente decir la gente es
ésto y aquéllo”.28 En Investigaciones filosóficas, § 334, Wittgens­
tein dice sobre la expresión “De modo que usted quería decir, en
r e a lid a d ...” : “Usamos esta frase a fin de llevar a alguien de una
forma de expresión a otra”. Esto me sugiere que el tipo de obser­
vación que, cree Wittgenstein, reclama la perplejidad estética, es
una observación que, aunque parezca describir o explicar cierto
estado de ánimo del pasado, prolonga en realidad una experiencia
en determinada dirección; como el trisector de ángulo que, cuando
se le mostró la prueba de que intentaba hacer lo imposible, dijo
que “Eso era precisamente lo que procuraba, aunque lo que había
estado intentando hacer era en realidad distinto”, o el buen cons­
tructor de pentágono que, en circunstancias análogas, dijo: “Eso
es lo que yo trataba en realidad de hacer” porque su idea se había
trasladado a un riel sobre el cual él estaba dispuesto a trasladar­
la. ” 29 Quizás las observaciones del señor Ballard sobre W illiam
James sean otro ejemplo de esto. Los intelectuales egipcios de la
década 1920-30, quienes declararon que sus compatriotas eran
árabes, constituyen un ejemplo conexo, como el matrimonio dis­
tanciado que dice que nunca se amó: afirmaciones que, a pesar de
ser aparentemente descriptivas del pasado, sirven en realidad para
orientar a los que las dicen hacia un futuro proyectado; y como
algunas interpretaciones del analista, “les hacen más fácil seguir
28 B a rrett, L ectures and C onversaticns, p. 37.
2» M oore, M in d , t. 64, 1955, p p . 9-10.
ciertos caminos. . . hacen que ciertos modos de comportarse y de
pensar les sean naturales.” 30
A menudo, esas observaciones asumen la forma de una analo­
gía; el hallazgo de algo con respecto a lo cual estamos, nos parece,
en una relación similar con lo que nos desconcierta o impresiona.
En las notas de Moore, Wittgenstein dice que la estética es
una manera de “dar una buena comparación” y de “poner las cosas
la una junto a la otra”. Y en la tercera disertación sobre estética,
habla de “la explicación que querríamos obtener cuando nos des­
conciertan las impresiones estéticas... a juzgar por lo que se puede
ver, la perplejidad de que hablo sólo puede ser curada con tipos
peculiares de co m paración...” 31 En la segunda conversación,
dice: ‘‘Cuando un sueño es interpretado, se lo adapta a un con­
texto en el que deja de ser desconcertante. En cierto sentido, el
soñador vuelve a ver su sueño en un medio tal que su aspecto
cambia”.32 En el Libro marrón, estudiando cómo es una explica­
ción en estética, dice: “ ...p u e d e consistir en hallar una forma de
expresión verbal que concibo como contraparte verbal del tem a. . .
la palabra que parecía resumirlo”. Hay cierto testimonio acciden­
tal de Wittels de que la explicación psicoanalítica puede ser tam­
bién "la palabra que lo resumía todo”.33 Habla de . .pacientes
neuróticos que estaban particularmente prontos a adoptar el uso
de la palabra ‘castración’ apenas me oían u sa rla . Sus reminiscen­
cias tendían entonces a adoptar una forma tal como la siguiente:
‘Mi madre me castró cuando yo era un chiquillo. Pero el que
me castró especialmente fue mi abuelo paterno. Ayer, me castró
mi amante’ ”. Freud da una explicación sexual del pensamiento
obsesivo. Habla de la tendencia a “sexualizar el pensamiento v a
colorear las operaciones intelectuales con el placer y la ansiedad
que pertenecen a los procesos sexuales en sí. .. las investigaciones
se convierten en una actividad se x u al... el propio proceso del
pensamiento se vuelve sexualizado... la complacencia derivada
de haber alcanzado la conclusión de una línea de pensamiento es
experimentada como complacencia se x u al... (la sensación que
proviene de solucionar las cosas en nuestra mente y de explicarlas
sustituye a la satisfacción s e x u a l ) 34 Podemos concebir fácilmente
que alguien, al leer estas palabras, experimente una agradable
sensación de reconocimiento y se sienta impulsado a asentir. Pe­
so B a rre tt, Lectures a n d Conversations, pp. 44-5.
31 B a rre tt, L ectures a n d Conversations, p. 20.
32 B a rre tt, L ectures a n d Conversations, p. 45.
33 W ittgenstein, T h e B lu e a n d th e B row n B ooks, p p . 166-7.
34 Este pasaje es u n a am algam a de observaciones del L eonardo da V inci
de F reud, L ondres, 1963, p. 114 y d e su* “ N otas sobre u n caso d e neurosis
obsesiva” (1909), Collected P apers, I I I , p . 880.
r o . .. ¿se sigue de ello que aquéllas constituyen una hipótesis?
Cuando, a este respecto, K.irl Abraham señala que “En hebreo
bíblico, la palabra ‘conocer' se usa para el acto sexual. Se dice
que un hombre ‘conoce a su esposa’, y que ‘la comparación de los
actos mentales y sexuales no es infrecuente’. Hablamos, por ejem­
plo, de la concepción de una obra poética” ; o cuando Freud dice
de Leonardo: “Había convertido simplemente su pasión en una
sed de conocim iento... al culminar su trabajo intelectual, cuando
había alcanzado el conocimiento, dejaba que el afecto largamente
contenido se soltara y fluyera l i b r e m e n t e . . ¿ n o se trata también
simplemente aquí de “dar una buena comparación”, de “colocar
las cosas la una junto a la otra”? Y aunque algún paciente com­
placiente atestiguara una irresistible compulsión de gritar “Eure-
ka” cada vez que lograba un orgasm o..., ¿no sería esto, simple­
mente, otro ejemplar del mismo periódico?
Véase la comparación de Baudelaire del acto del amor con
la aplicación de una tortura " . . . esos suspiros, esos gemidos, esos
gritos, esa respiración entrecortada... ¿Qué espectáculos peores
se podría ver en una inquisición? Esos ojos en blanco como los
de los sonámbulos, esos miembros cuyos músculos estallan y se
tornan rígidos como si estuviesen sometidos a la acción de una
pila galvánica, etcétera, etcétera”. Compárece nuestro estado de
ánimo al leer estas palabras con el que hallamos en las observa­
ciones de Freud sobre la naturaleza sádica del coito, o su descrip­
ción de la consumación sexual como una forma menor de epilepsia
(“una mitigación y adaptación del método epiléptico de descar­
gar estímulos” 85) . Nadie confundiría su gratitud a Baudelaire al
aliviarse momentáneamente de la carga de sentirse exaltado en su
sexualidad con la apreciación de un descubrimiento o la conside­
ración de una hipótesis, pero con Freud esto sucede a cada momento.
“La atracción de ciertas clases de explicación es abrumadora.
En un momento dado, la atracción de cierta clase de explicación
es mayor que lo que podríamos concebir. En particular, las ex­
plicaciones del tipo ‘esto es realmente solo esto’.” Esta observación
de W ittgenstein saca a la luz lo que se les escapa a la mayoría
de los análisis de Freud, aunque sean críticos... el carácter com­
pulsivo de las interpretaciones de Freud. ‘Hay una marcada ten­
dencia a decir: ‘No podemos eludir el hecho de que este sueño
es realmente tal y tal’. . . Si alguien dice: ‘¿Por qué afirma usted
que es realmente eso? Evidentemente, dista de serlo’, esto es, en
realidad, hasta difícil de ver como otra cosa”.36 T rate de decirle
a alguien que esté orientado psicoanalíticamente que la mutilación

35 F reu d , "D ostoievski y el p a rric id io ”, Colíected Papers, V, p. 226.


36 B a rrett, L ectures and Conversations, p. 46.
de su oreja por Van Gogh quizás no haya tenido relación alguna
con la castración, o que el hecho de que Edipo se haya cegado
no fue un sustituto de la castración, y encontrará no tanto incre­
dulidad como desconcierto. A esa persona, le resultará difícil con­
cederle sentido a su afirmación. Se porta como si hubiese apren­
dido ostensivamente la expresión “símbolo de castración”. Esto
es simplemente lo que significa sustituto de la castración. “La ana­
logía correcta es la aceptada.”

IV

En la exposición de Moore sobre las disertaciones de 1933, se


expresa que W ittgenstein “dijo que Freud no encontró, en reali­
dad, ningún método de analizar sueños que sea análogo a las
reglas que nos dirán cuáles son las causas del dolor de estómago.”37
P e ro ... ¿no son acaso los pensamientos reprimidos las manzanas
verdes de la psicopatología freudiana? Podríamos preguntar cómo
logra Freud descubrir alusiones a la castración, la desfloración,
el nacimiento, la relación sexual, la menstruación, la masturbación,
etcétera, etcétera, en tantas ocasiones, si no ha descubierto reglas
análogas a aquellas “que le dirán a uno cuáles son las causas del
dolor de estómago”. Y en la segunda conversación, comparando
e, verdadero carácter de las interpretaciones psicoanalíticas con el
aparente, Wittgenstein describe lo que “podría llamarse un tra­
tamiento científico del s u e ñ o ... se podría formular una hipótesis.
Al leer el relato sobre el sueño, se puede vaticinar que al soñador
se le puede hacer evocar tales y cuales recuerdos. Y esa hipótesis
podría o no ser verificada”.88 P e r o ..., ¿no es esto lo que hace
Freud? ¿No presenta acaso ejemplos en que la interpretación está
ligada a algún hecho independientemente autenticable? Pero, antes
de aceptar este argumento, debemos examinar más detenidamente
las realizaciones reconstructivas de Freud. Al hacerlo, descubri­
remos que son casi invariablemente poco concluyentes, en una de
las formas siguientes: o bien el hecho inferido es ubicuo, o ha sido
conocido con independencia del procedimiento que ostensiblemente
te infería. En cualquiera de esos casos, la realidad del hecho infe­
rido, en sí misma, no mostraría la validez de los medios con los
cuales se llegó a él.
Si dudamos de esto y consultamos las historias de los casos
para asegurarnos al respecto, descubrimos que o bien los hechos
o las escenas reconstruidos tienen una probabilidad independiente
harto grande de apoyar la validez de la técnica interpretativa
37 M oore, M in d , t. 64, p. 20.
38 B a rrett, L ectures and Conversations, p . 46.
(como en el caso de la incontinencia urinaria de Dora) o eran
conocidos con independencia del análisis (como en el caso de la
seria paliza que recibió Pablo de su padre y las amenazas de cas­
tración a que estuvo expuesto el Pequeño H an s). La excepción
aparente a esto es lo que se considera a menudo la mayor hazaña
reconstructiva de Freud: su descubrimiento de que un paciente,
a los dieciocho meses de edad, vio a sus padres unidos en “un coito
a tergo, repetido tres veces”,39 a las cinco de la tarde. A esto, por
cierto, no le falta minuciosidad. Lo que le falta, es confirmación.
Freud advierte esto y se apoya sobre un argumento de coherencia.
Se podría pensar que aun cuando estas objeciones son válidas
con respecto a los casos sobre los cuales Freud informó largamente,
éste nos asegura que ha hecho reconstrucciones a las cuales esas
objeciones no se aplican; donde los hechos reconstruidos no se co­
nocían por adelantado y eran autenticados independientemente me­
diante "accidentes afortunados”, como, por ejemplo, la confirmación
por los criados de Marie Bonaparte de la sospecha de Freud de que
ella había sido testigo de un acto sexual antes de tener un año de
edad.40 Pero para que esto se pueda computar a favor de la afir­
mación de que Freud descubrió las leyes de acuerdo con las cuales
son deformados los recuerdos reprimidos, debiéramos saber con qué
frecuencia hizo Freud reconstrucciones que contenían escenas pri­
mordiales; y tenemos motivo para creer que eso sucedió muy a
menudo. La circunstancia de que no haya informado sobre las
que no las corroboraban, no implica atribuirle ningún grado pro­
bable de mala fe, ya que él mismo nos dice que no asignaba la
menor importancia a este género de autenticación, pues estaba
convencido de que sus reconstrucciones debían de haber sido esen­
cialmente verdaderas en cualquier caso:

"Yo m ism o m e h a b ria alegrado de saber si la escena p rim o rd ia l del


caso de m i pacien te era u n a fan tasía o u n a experiencia verdadera; pero,
to m an d o en cu en ta otros casos análogos, debo a d m itir q u e la respuesta
a este in te rro g an te n o es en re alid a d u n a su n to de m ucha im portancia.
Esas escenas en q u e se h a observado la relación sexual de los padres, el
ser seducido en la infancia y e l verse am enazado con la castración, son,
incuestionablem ente, u n a p re n d a heredada, u n a h erencia fiJogenética. . . ” .41
“Si se las puede e n c o n tra r en los hechos reales, bueno; pero si la realidad
n o las ha proporcionado, su rg irán de los indicios y serán elaboradas p o r la
fantasía. El efecto es el m ism o y a ú n n o hem os logrado ra strea r n in g u n a
variación e n los resultados según la fantasía, o la re alid a d , q u e desem peñe
el papel m ayor e n esas experiencias.” 42

3# F reud, “De la h isto ria de u n a neurosis in fa n til” (1918), Collected Papers,


I I I , p . 508.
40 Jones, F reud, L ife and W o rk , t. I I ] , p. 129.
41 F reud, “H isto ria d e u n a neurosis in fa n til”, C ollected Papers, II I, p. 576.
42 F reu d , Disertaciones introductorias, p. 310.
Teniendo el apoyo de la herencia filogenética, Freud se priva
de cualquier manera de descubrir que sus reconstrucciones son
erróneas y sus principios de interpretación no válidos, lo cual sig­
nifica que se priva de toda razón para creer que lo son. No ve esto
porque explota una suposición inconsciente de que la complejidad
de una interpretación, el número de referencias que contiene a
incidentes de la vida del paciente, " .. .la larga hebra de relaciones
que se entretejen entre un síntoma de la enfermedad y una idea
patógena”, es un índice de su verdad. Subestimamos enormemente
la posibilidad de producir una apariencia semejante de coherencia
intrincada, allí donde los puntos no están en una verdadera rela­
ción entre sí. (¿No es ésta la auténtica moraleja del descubrimiento
de la falsedad de muchos supuestos en que se basaba el ensayo de
Leonardo?)
Justificando su convicción sobre la realidad de una escena pri­
mordial, Freud dijo: ‘‘Todo parecía converger sobre é l . . . los re­
sultados más variados y sorprendentes irradiaban de allí (y) no
sólo los grandes problemas sino las más pequeñas peculiaridades
de la historia del caso fueron eliminados por este solo supuesto. . .
(el analista) repudiará la posesión de la cantidad de ingenio nece­
saria para urdir un suceso que pueda satisfacer esas exigencias”.48
Wittgenstein duda de esto: “Freud hace notar cómo, después
d t analizado, el sueño parece muy lógico. Y, naturalmente, es así.
Se podría empezar por cualquiera de los objetos que están sobre
esta mesa —que, ciertamente, no han sido puestos ahí por la activi­
dad onírica— y usted encuentra que todos ellos podrían conectarse
en una pauta como ésa y la pauta sería lógica de la misma manera.” 44
O bien la mesa de W ittgenstein estaba más atestada que la mía
o él compartía el genio de Freud para construir eslabones asocia-
dores entre dos puntos cualesquiera, porque no he podido producir
pautas ni aún aproximadamente tan convincentes como las de
Freud. Pero la fuerza de esta consideración se ve debilitada cuan­
do recordamos que Freud pone su propia mesa: “El material per­
teneciente a un solo sujeto sólo puede ser reunido pieza tras pieza
en diversas oportunidades y en diversas conexiones”.
Pero es la elasticidad y la multiplicidad de las reglas lo que
más contribuye a reducir la improbabilidad a priori de producir
eslabones asociadores con —y entre— los sueños de sus pacientes,
los síntomas, las reminiscencias, etcétera, donde, en realidad, no los
hay. El eslabón entre el pensamiento inconsciente y su manifesta­
ción es a menudo, simplemente, que en ambos hay algo dentro de
algo, o que algo está entrando en algo, o que algo está saliendo

*3 F reud, "H isto ria de u n a neurosis in f a n til”, Collected Papers, III, 256.
■** B a rrett, L ectures and Conversations, p. 51.
de algo, o que algo está siendo separado de algo, etcétera, etcétera.
Es esto lo que le permite a Freud ver una alusión a la angus­
tia de la castración en un síntoma de neurosis obsesiva “mediante
la cual ellos logran asegurarse un incesante tormento. Cuando se
hallan en la calle, están constantemente en guardia para ver si
algún conocido los saluda antes, quitándose el sombrero, o si pare­
ce esperar que ellos lo saluden; y renuncian a muchos conocidos
que ya no los saludan o que no les contestan adecuadamente al
saludo. . . La fuente de este exceso de sentimiento puede hallarse
fácilmente en la relación con el complejo de castración”.45 (Algo
es separado de algo.)
Y a un incestuoso deseo inspirado por su madre en la inca­
pacidad del Pequeño Hans de arriesgarse más allá de la puerta.
Esta fobia implicaba una “restricción en su libertad de movimien­
to s ... Por eso, era una poderosa reacción contra los oscuros im­
pulsos hacia el movimiento que eran dirigidos especialmente con­
tra su madre”. El que un caballo haya sido el objeto de su fobia
se presta a la misma interpretación. “Para Hans, los caballos han
encarnado siempre el placer del m ovim iento... pero, como este
placer del movimiento involucraba el impulso de copular, la neu­
rosis le imponía una restricción y exaltaba al caballo hasta con­
vertirlo en un símbolo de terror.”40 (Algo se mueve.)
Y la desfloración en el siguiente ejemplo: “¿Sabe usted por
qué su viejo amigo E. enrojece y suda cuando ve cierta clase de
conocidos?. . . Se siente avergonzado, no cabe duda; pero. . .
¿de qué? De una fantasía en que figura como desflorador de toda
persona con la que se topa. Suda cuando desflora porque eso da
mucho trabajo. . . Además, nunca logra sobreponerse al hecho de
que, en la universidad, siempre lo reprobaban en botánica, de modo
que sigue cargando con él ahora como ‘desflorador’ ”.47
“Todas éstas son excelentes comparaciones.” Freud convierte
a su paciente en un acertijo que camina.
Aunque las interpretaciones narran su propia historia, hay
algunos testimonios interesantes sobre este punto de un psiquiatra
norteamericano que hizo un análisis de adiestramiento con Freud:
“Yo le mencionaba a menudo toda una serie de asociaciones con
un símbolo soñado y él esperaba hasta encontrar una asociación
que se amoldara a su plan de interpretación y la recogía como un
detective que espera en una fila hasta que ve a su hombre”.48

« F reu d , “ R elación e n tre u n sím bolo y u n sín to m a" (1916), Collected


Papers, p . II, p. 163.
•*6 F reud, “A nálisis de u n a fobia en u n n iñ o de cinco años” (1909), Co­
llected Papers, III, p. 280.
47 S igm und F reud, Orígenes del psicoanálisis, N ueva York, 1954, C arta 105.
*8 J . W ortis, A m erican Journal o f O rthopsyquiatry, t. X, p . 844.
Parece ser que Freud se aferraba a las asociaciones, sueños,
síntomas, reminiscencias y errores de sus pacientes más como el
pintor a sus colores que como el sabueso a sus huellas de barro
y ceniza de cigarro.
De esto se deduce que, en vez de ver en la “condensación”, el
“desalojo”, “la representación por el contrario”, etcétera, etcétera,
leyes que gobiernan los procesos inconscientes, reconocemos en ellos
recetas para la construcción de cadenas asociadoras a términos pre-
seleccionados; no mecanismos con cuyo funcionamiento fue cons­
truido el síntoma, el sueño, etcétera, sino reglas para “incluir en
él un trozo de fantasía".

En cuanto a la tesis de que la experiencia infantil determina


el carácter adulto, por ejemplo, el rol de las escenas primordiales,
Wittgenstein ubica nuevamente su poder persuasivo en su hechizo,
“el hechizo de una mitología”, de "explicaciones que dicen que
todo esto es una repetición de algo que ya ha sucedido”, con lo
cual “le da una suerte de pauta trágica a la vida de u n o . .. Como
una figura trágica que ejecuta los mandatos que le impuso el des­
tino al nacer”.49
Una objeción que se le podría oponer aquí a W ittgenstein es
que llega a esta conclusión mientras analiza precisamente el tema
de la interpretación. ¿Y las pruebas del poder patógeno de los he­
chos sexuales infantiles y las afirmaciones de desarrollo sobre la
sexualidad infantil? ¿Seguramente, éstas proporcionan una expli­
cación suficiente de cómo los temas de la infancia y la sexualidad
llegan a figurar en forma tan prominente en el psicoanálisis, sin
necesidad de invocar un “hechizo” o la atracción de lo repulsivo?
El hecho de que W ittgenstein no mencione esos temas podría
otorgarle cierto crédito a la sugestión del profesor Wollheim de
que su opinión sobre Freud debe atribuirse a una combinación
de ignorancia y envidia. En cambio, acaso W ittgenstein haya nota­
do algo que se le ha escapado al profesor Wollheim. Si, descora­
zonados por la extravagancia de esta suposición, volvemos a exa­
minar a Freud para ver qué otra base podría haber para ello, des­
cubrimos que, lejos de constituir una objeción a Wittgenstein, su
eliminación implícita de las afirmaciones etiológicas y de desarrollo
nos pone en guardia ante cierta peculiaridad del razonamiento psi-
coanalítico que ha pasado inadvertida en gran parte: hasta qué
punto deshistorizó Freud su teoría, de modo que las afirmaciones

•49 B arrett, Lectures a n d Conversations, p. 51.


etiológicas y de desarrollo, que apuntalaban aparentemente sus
interpretaciones, derivaban en realidad de ellas.
Cuando releemos a Freud a la luz de las observaciones de
Wittgenstein, se nos impone la convicción de que el final del aná­
lisis, para servir el cual existe el resto de la teoría, es la construc­
ción y emisión de interpretaciones; que es esa actividad la que debe
ser sostenida a toda costa; que, si Freud hubiese llegado a la con­
clusión de que sus opiniones sobre la vida sexual infantil eran erró­
neas, el torrente de las interpretaciones no se habría visto detenido
por ese motivo.
Esto, podría parecer una especulación ociosa que no hay modo
de verificar y que es, en cualquier caso, muy poco plausible. Por
eso, vale la pena mencionar la circunstancia de que el propio Freud
estudió una vez la posibilidad de que “lo que plantean los ana­
listas como experiencias olvidadas de la ni ñez. . . se base, por
el contrario, en fantasías aparecidas en ocasiones que se presen­
taron más tarde”. Éste es su comentario: “Y si esta interpretación
de las escenas de la infancia fuese la correcta. . . el análisis ten­
dría que recorrer precisamente el mismo curso que alguien que
tiene u n í fe ingenua en la verdad de las fantasías. . . Por eso, un
procedimiento correcto no haría modificaciones en la técnica del
análisis, sea cual fuere la apreciación de esas escenas hecha desde
la infancia”.50
Pero, si se han de hacer interpretaciones con alusiones a la
sexualidad infantil a pesar de no creer en la aparición de las fan­
tasías sexuales infantiles, las convicciones de Freud sobre el rol
de la sexualidad infantil en la etiología de las neurosis no pueden
servirle de fundamento, sino sólo de pretexto, para interpretar los
síntomas en términos sexuales infantiles.
Con la misma frecuencia con que Freud nos dice que la teoría
p.sicoanah'tica del desarrollo sexual infantil ha sido o podría ser
confirmada por la observación directa de los niños, da a entender
que no debemos esperar nada de e s o. .. . .La observación direc­
ta ha confirmado plenamente las conchisiones extraídas de la in­
vestigación psicoanalítica y ha brindado así buenas pruebas para
confiar en el novísimo método de investigación.” 51 Pero en otras

SO F reud, “ H isto ria de u n a neurosis in fa n til” , Collected Papers, III, p. 522.


E n estas observaciones, F re u d a n tirin a u n a contingencia m uy sem ejante
a la q u e le ocu rrió en 1897, c u an d o llegó a la conclusión de que, en m uchos
casos, la introm isión sexual q u e él h a b ía m anifestado e ra la causa especifica
de la histeria n o h a b ía tenido lu g a r y q u e la a fro n tó a trib u y en d o a las fantasías
sexuales infantiles el rol p a tógeno q u e d e ja ro n vacío las seducciones infantiles.
Y la afro n ta con la m ism a tenacidad.
#1 Sigm und F reu d , “ T re s a p o rte s a la teoría d el sexo”, T h e Basic W ritings
o f S ig m u n d F reud, 1938, N ueva Yonc, 1-38. p. 594.
partes es la investigación psicoanalítica la que confirma que c»
digna de confianza nuestra observación de la vida sexual infantil:
. .llamamos sexuales a las actividades dudosas e indefinibles de la
primera infancia orientadas hacia el placer porque al analizar los
síntomas llegamos a ellas mediante un material innegablemente
sexual”; 52 “Pero esas etapas del desarrollo sexual .. .que son
del mayor interés teóricamente, han desaparecido con tanta rapi­
dez que la sola observación directa nunca habría logrado quizás
determ inar (sus) fugaces formas. Sólo con la ayuda de la investi­
gación psicoanalítica de las neurosis se ha hecho posible ahondar
tanto en e lla s ...”; 53 y de las observaciones de los niños de corta
edad: “No comportan una convicción tan completa como la im­
puesta al médico por los psicoanálisis de los neuróticos adultos”.64
El informe que da los fundamentos para estar convencido de que
la clave de las neurosis se encuentra en la vida sexual infantil está
inficionada de la misma ambivalencia. “Si alguien averiguara dón­
de debe buscar una prueba incontestable de la importancia etioló-
gica de los factores sexuales en las psiconeurosis —ya q u e . . . no
está próxima una etiología específica bajo la forma de experien­
cias infantiles especiales— yo indicaría la investigación psicoana­
lítica de los neuróticos como fuente de la cual surge la convicción
discutida.” 55 Por lo genera!, no se ha comprendido con qué fre­
cuencia Freud da a entender (cosa que confirma su práctica) que
el carácter de la vida sexual de un niño ha de ser determinado
esperando que sea adulto y psicoanalizándolo luego.50
Pero el carácter de las afirmaciones de Freud sobre la vida
infantil es a menudo tal que hasta la aquiescencia del paciente no
puede atenuar nuestras dudas; simplemente, plantea el problema
Ballard de las Investigaciones filosóficas, § 342, y Zettel, § 109, en
forma más aguda. Si se trata de “vagos impulsos que el niño no

<52 F reud, Disertaciones introductorias, p. 273.


53 F reud, Disertaciones introductorias, p . 274-5.
54 F reud, L a interpretación de los sueños, p . 258.
55 S igm und F reu d , "M is opiniones sobre el p a p e l desem peñado p o r la
sexualidad en la etiología de las neurosis” (1905), C ollected Papers, t. I, Loa-
dres, 1948, p. 281.
56 “ U n análisis efectuado sobre u n n iñ o n e u r ó tic o ... no puede ser m uy
rico e n m aterial; al n iño hay q u e prestarle dem asiadas p a la b ras y pensam ientos
y a ú n así, los estratos m ás p ro fu n d o s p u e d en re s u lta r im p en etrab les a la
conciencia. U n análisis de u n a p e rtu rb a ció n in fa n til m ed ia n te el recu erd o e n
u n a d u lto in te lec tu a lm e n te m a d u ro está lib re de esas lim itaciones.” (“D e la
h isto ria d e u n a neurosis in fa n til", Collected Papers, I II, p . 475.)
V er tam b ién la explicación de F re u d de p o r q u é “ sabem os m enos sobre
la vida sexual d e las n iñ a s p eq u eñ a s q u e d e los n iñ o s”. P o rq u e “la vidai sexual
d e las m ujeres a d u lta s es u n ‘co n tin e n te oscuro’ p a ra la psicología” . (S. F reu d ,
"L a cuestión del análisis lego” (1926), Standard E d itio n , t. X IX , p . 243.)
puede captar psíquicamente en esa época”,®7 si hemos de “conside­
rar lo poco capaz que es el niño de darles expresión a sus deseos
sexuales y cuán poco puede comunicarlos”,58 ¿no estamos jus­
tificados si tratamos el asentimiento del paciente como trata W itt­
genstein la reminiscencia de Ballard del período anterior a su
conocimiento del lenguaje? “¿Está usted seguro —querría preguntar
uno— que ésta es la traducción correcta de sus pensamientos sin
palabras, a palabras? . . . Esos recuerdos son un extraño fenómeno
de la memoria y no sé qué conclusiones pueden extraerse de ellos
sobre el pasado del hombre que las cuenta.”59
Cuando Freud afirma de la influencia de los temores infanti­
les a la castración que la “experiencia psicoanalítica” los ha puesto
“fuera del alcance de la duda”,60 esto no es una hipérbole. Habla
en serio. Lo que le permite hablar en serio es su intermitente con­
vicción de que su hazaña consiste en haber derrotado a la malicia
de la naturaleza obligando a los hombres a observarse mutuamente
las mentes a través de un medio tan opaco como lo es un cráneo
humano proporcionando acceso a la cosa misma.61 Wittgenstein
nos ha hecho sentir que esto es una ambición que ni siquiera Dios
podría albergar razonablemente.
La conducta de los pacientes analizados, que comenzó como
una prueba de las vicisitudes por las cuales habían pasado, se con­
virtió gradualmente en el criterio para atribuir esas vicisitudes.
Decir de un paciente que ha albergado tales y cuales deseos o ha
reprimido tales y cuales fantasías, es decir que se comporta ahora
con el analista en tal y cual forma, responde a las interpretaciones
que se dan, de tal o cual manera. La interpretación ha sido des-
historizada. La noción de veracidad ha sustituido a la de verdad. La
narración de las reminiscencias infantiles ha sido asimilada (en
forma incoherente) a la narración de los sueños.

Conclusión

Cuando, en las notas de Moore, Wittgenstein dice que Freud


ha dado explicaciones que parecen científicas cuando, en realidad,
sólo son “una maravillosa representación”,62 quizás quiera decir
hasta qué punto el mundo, concebido psicoanalíticamente, es sólo
s t F reud, “Fem ale Sexuality” (1931), C ollected Papers, V, p. 265.
68 F reud, N ew In tro d u c to ry L etters, p. 155.
59 L udw ig W ittgenstein, Investigaciones filosóficas, O xford, 1953, Sección 542.
«o F reud, “ Dostoievski y e l p a rric id io ”, Collected Papers, V, p. 231.
®1 "E l inconsciente es la v e rd ad era re alid a d psíquica.” (Freud, L a in te r­
pretación de los sueños, p. 613.)
62 M oore, M in d , t. 64, p . 20.
el mundo cotidiano tomado nuevamente con una expresión modi­
ficada. Un ejemplo: en las fantasías gramaticales que constituyen
la teoría de la libido podemos ver que se produce un motivo típica­
mente metafísico en la forma como desaparecee de la vista el m un­
do cotidiano detrás de las permutaciones de la libido, por ejemplo,
la explicación metapsicológica de por qué lloramos a nuestros
muertos; de por qué, como lo explica Freud, “el yo nunca aban­
dona de buena gana una posición-libido”. Si este hecho induce
a perplejidad. . . ¿por referencia a qué ha de hacerse inteligi­
ble “ . . . l a adhesividad de la libido”; la “fidelidad catética”; “las
condiciones económicas del dolor mental?” Parece que una per­
sona —Freud, no tendría dificultad n sentir dolor— “esa trama
en la urdimbre de nuestras vidas” durante un segundo, o, si lo sin­
tiera, ello seria por las mismas causas que hacen difícil vaciar una
bañera o una botella de engrudo en un segundo. Pero Freud suele
estar en la posición del pintor impresionista de Investigaciones filo­
sóficas, § 368: “Le describo un cuarto a alguien, y luego hago que
me pinte un cuadro impresionista con esa descripción, para mos­
trar que la ha comprendido. Ahora, pinta las sillas que he descrito
como verdes, de un rojo oscuro; donde dije amarillo, pinta azul . ..
tal es la impresión que obtuvo de esa habitación. Y, ahora, digo:
‘(Perfectamente! Así es eso’ ”.
Creo que W ittgenstein se referia a esas cosas cuando dijo que
Freud tenía genio y por lo tanto pudo "descubrir la razón de un
sueño”,63 aunque “si a usted lo induce el psicoanálisis a decir que,
en realidad, usted lo creía así, o que su motivo era en realidad
tal y cual, aquí no se trata de descubrimiento sino de persuación”,64
y que “no hay manera de mostrar que todo el resultado del aná­
lisis quizás no sea una ‘ilusión’ ”.65
Freud, ciertamente, hizo afirmaciones a las cuales muchísima
gente ha respondido “si”, pero hay buenas razones para asimilar
su realización a la de los genios anónimos a los cuales se les ocurrió
antes que nadie que el martes es flaco y el miércoles gordo, las
notas bajas del piano oscuras y las altas claras. Salvo que, en vez
de palabras, notas y tonos, tenemos escenas de la vida humana.
En este estudio, he procurado demostrar la imposibilidad de
explicar las preocupaciones de Freud o nuestra preocupación por
Freud, sin invocar lo que Wittgenstein llamaba “hechizo”. T uvi­
mos que volver a soñar nuestra vida en un medio tal que su aspecto
c am bió... y fue el hechizo lo que nos obligó a hacerlo.

«3 M oore, M ind, t. 64, p . 20.


M B a rrett, L ectures a n d Conversations, p. 27.
«R Ib íd ., p. 24.

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