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10.

Esposos y esposas:
Juntos en la Cruz
Efesios 5:21-23

D avid, un esclavo judío en una casa gentil de Éfeso, ha llegado a


admirar a otra esclava judía más joven de la misma casa. Susana fue
comprada hace unos años, antes de que toda la familia se convirtiera en
seguidora del Camino. Algunas conversaciones que ha mantenido le
sugieren a David que Susana acepta sus sentimientos hacia ella. Así que,
planeando cuidadosamente el momento, solicita una reunión con el amo y
le hace humildemente su petición. ¿Podrían él y Susana convertirse en
marido y mujer? Hace la pregunta sabiendo lo que significa: su esperado
“matrimonio” no estaría oficializado de ninguna manera. Sería informal,
completamente sujeto a los caprichos y los deseos del amo. Su exigente
trabajo para el amo les dejaría poco tiempo para ellos. Los hijos que él y
Susana pudieran tener serían esclavos, propiedad de su amo y susceptibles
de ser vendidos cuando este lo deseara. Sin embargo, mientras David
espera la respuesta, su amor por Susana es fuerte y sus esperanzas son
grandes.
El consejo de Pablo a los esposos en Efesios 5:21 al 33 es la primera parte
de su “código doméstico”, que también aborda las relaciones entre hijos y
padres (Efe. 6:1-4), y entre esclavos y amos (vers. 5-9; cf. Col. 3:18-4:1; 1
Ped. 2:13-3:7). Este tema de la administración doméstica era habitual en la
literatura de la época. Por citar un ejemplo, el Eclesiástico (Eclo.), un
documento judío (ca. 198-175 a.C.), aconseja a los maridos: “¿Tienes una
mujer que te gusta? No la despidas, pero si la aborreces, no te confíes a
ella” (Eclo. 7:23-26). Aconseja a los padres sobre el trato a un hijo: “El que
ama a su hijo le azota sin cesar”; “El que mima a su hijo vendará sus
heridas, a cada grito se le conmoverán sus entrañas”; y “Enseña a tu hijo y
trabaja en él, para que no tropieces por su desvergüenza” (Eclo. 30:1-4, 7-
13). Con respecto a los esclavos, el documento recomienda: “Al asno,
forraje, palo y carga; al criado, pan, instrucción y trabajo”; y “Yugo y
riendas doblegan la cerviz; al mal criado, torturas e inquisiciones” (Eclo.
33:24-30).40
Al igual que el autor de Eclesiástico, la mayoría de los autores escribían
solo al marido, padre o esclavo en este tono: “Aquí tienes cómo tratar a los
que te rodean para aumentar tu autoridad, reputación y honor”. En
contraposición, la postura de Pablo es radical, atrevida y diferente. Se dirige
a todos: “Aquí tienes cómo tratar a los que te rodean: como Jesús te ha
tratado a ti”. Cuando se sitúa en el contexto de otros consejos disponibles en
la época, el consejo de Pablo en Efesios 5:21 al 6:9 irradia respeto y
cuidado por las esposas, los hijos y los esclavos, en el contexto de la lealtad
a Cristo.

Una nueva forma de ser humano


Pablo no se limita a criticar las defectuosas estructuras sociales de la
“vieja humanidad” (Efe. 4:22). Celebra la creación de una nueva humanidad
(Efe. 2:15), una nueva forma de ser humano que se aleja de los valores
corruptos que los creyentes respaldaban en el pasado. Esos antiguos valores
se caracterizaban por el alejamiento de Dios y la dominación de los poderes
de las tinieblas, y estaban impulsados por las pasiones de la carne
expresadas en el abuso sexual y el mal uso de la palabra para reprender y
despreciar a los demás (vers. 1-3; 4:17-5:17). Esta nueva humanidad, la
iglesia, opera sobre la base de nuevos valores y normas arraigados en las
acciones de Dios en Cristo.
Esta nueva forma de ser humano no existe en abstracto, sino que está
integrada en la humanidad en general, con sus estructuras sociales
defectuosas. Desde el interior de estas estructuras, los creyentes demuestran
que un nuevo poder, el Espíritu Santo (Efe. 2:22; 3:16; 5:18-21; 6:17, 18), y
una nueva ética cruciforme inspirada en Cristo (Efe. 4:13, 15, 20-24, 32;
5:2, 10, 17, 21-33) se han desatado en el mundo, apuntando hacia el
cumplimiento del plan último de Dios: que el Cristo altruista y abnegado
sea él mismo la Cabeza de todas las cosas (Efe. 3:8-12; 1:9, 10). En esta
nueva humanidad, bajo la influencia del Espíritu, los que ocupan puestos de
autoridad ya no actúan para aumentar su propio poder y comodidad. Ya no
hacen uso y abuso de sus cargos a su antojo, sino que reflejan el modelo de
entrega y sacrificio de Cristo (Efe. 5:2, 23, 25, 29). En agudo contraste con
otros autores, Pablo insta a los creyentes a vivir de forma contracultural, en
contra de las normas y las expectativas de la sociedad, manifestando la
novedad de la vida cristiana y unificando a la comunidad creyente.

Cuidar y nutrir
La clave para entender y aplicar los consejos de Pablo a esposas y maridos
en Efesios 5:21 al 33 es ver cómo aborda Génesis 2:24, texto bíblico que
cita en esta sección: “Por eso el hombre dejará a su padre y a su madre y se
unirá a su esposa, y los dos vendrán a ser una sola carne” (Efe. 5:31). Dada
su exhortación inicial a las esposas a someterse a sus propios maridos,
“porque el esposo es la cabeza de la mujer” (vers. 22, 23), podría parecer
más apropiado que Pablo hubiera elegido Génesis 3:16, donde Dios se
dirige a la humanidad después de la caída: “Ansiarás a tu esposo, y él te
dominará”. Su elección de un mensaje de consejo a Adán y a Eva anterior a
la Caída, en medio del prístino Edén, y su papel estratégico y final en el
pasaje sugieren que está construyendo hacia una conclusión diferente.
Esta idea –que la cita que hace Pablo de Génesis 2:24 es especialmente
importante para su pensamiento en Efesios 5:21 al 33– se ve corroborada al
observar cómo desarrolla la idea de la “unicidad” del marido y la mujer a lo
largo del pasaje. Tras identificar al marido como “cabeza” de la mujer,
Pablo amplía: “Así como Cristo es la cabeza de la iglesia y Salvador del
cuerpo” (vers. 23). Esta ampliación indica que “cabeza” y “cuerpo” deben
entenderse en el contexto de una metáfora corporal: como la cabeza está
unida al cuerpo, y el cuerpo a la cabeza, así de estrechamente está Cristo
unido a su iglesia, formando una sola entidad. Implícitamente, lo mismo
ocurre entre el marido y la mujer. Pablo está introduciendo la idea de que
marido y mujer son un solo cuerpo, una sola carne.
Al aconsejar a los maridos, Pablo defiende en todo momento un modelo
de matrimonio cristiano de “una sola carne”. Al ampliar el ejemplo de la
relación de Cristo con su iglesia (vers. 25-27), sugiere que las atenciones
abnegadas de Cristo para con la iglesia como esposa también redundan en
beneficio propio. El objetivo de la preparación nupcial (lavar, vestir y
engalanar) que él inicia es la presentación de la novia por parte de él y para
él. La reputación y el honor del Esposo son magnificados por una novia
hermosa (la palabra que usa Pablo es “espléndida”) y hermosamente
vestida, perfumada y adornada, de pie a su lado cuando comienza el
postludio nupcial. Lo que él hace por ella, lo hace por sí mismo. Cristo,
como Novio, prepara a la iglesia como esposa para él.
En los versículos 28 al 30, Pablo expone inequívocamente la idea de que,
al cuidar de la esposa, el marido se está cuidando a sí mismo: “De ese modo
el esposo debe amar a su esposa como a su mismo cuerpo. El que ama a su
esposa se ama a sí mismo” (vers. 28). A continuación, Pablo presenta otro
argumento a favor de esta idea, una observación general o máxima sobre la
vida humana: “Porque nadie odió jamás a su propia carne, antes la nutre y
la cuida” (vers. 29). Es como si Pablo dijera: “Si mis reflexiones teológicas
sobre Cristo y la iglesia no te conmueven, permíteme señalar que se trata de
una cuestión de simple lógica”. Argumenta: “Por regla general, todos
cuidamos bien de nuestro cuerpo, protegiéndonos contra el dolor y el abuso.
Puesto que tu esposa y tú son uno, la misma regla se aplica a ella. ¿Por qué
irías a hacerle daño? Al hacerle daño a ella, ¡te estás haciendo daño a ti
mismo! Si deseas tener un matrimonio cristiano verdaderamente exitoso,
sigue el sentido común y el ejemplo de Cristo, quien nutre y cuida a la
iglesia”.

Una sola carne


Pablo alcanza la cúspide de su argumento, el punto hacia el que ha estado
construyendo, al citar Génesis 2:24 del Antiguo Testamento en griego (la
Septuaginta, o LXX): “Por eso el hombre dejará a su padre y a su madre y
se unirá a su esposa, y los dos vendrán a ser una sola carne” (vers. 31). Lo
que pretende con esta cita es presentar una confirmación bíblica de sus
conclusiones sobre el matrimonio cristiano. En el marco del relato de la
Creación, Génesis 2:24 desentraña las implicaciones de que Dios haya
creado a la mujer, “una ayuda idónea” para él (Gén. 2:18), a partir de una
costilla tomada de Adán. Cuando Dios se la presenta a Adán, el varón la
llama “hueso de mis huesos y carne de mi carne”, y la nombra “ ‘mujer’,
porque del varón fue tomada” (vers. 22, 23). La cita de Pablo evoca esta
historia completa en la que, originados en una sola carne, marido y mujer
están destinados a ser una sola carne.
Al citar Génesis 2:24, Pablo argumenta que el modelo de “una sola carne”
del matrimonio cristiano está profundamente arraigado en la historia de la
Creación y en los propósitos de Dios para la humanidad. Para Pablo, la
afirmación edénica de que los esposos deben ser “una sola carne” encierra
una sabiduría importante, “misterio […] grande”, que se refiere a “Cristo y
la iglesia” (Efe. 5:32). El término “misterio” no se refiere a alguna verdad
profunda pero aún oculta, sino al tema que ha estado tratando, una “doble
metáfora”: el matrimonio cristiano, entendido a la luz de la relación de
Cristo con su iglesia; y la relación de Cristo con su iglesia, entendida a la
luz del matrimonio cristiano.
Justo aquí, empezamos a percibir una cierta tensión al explorar el mensaje
de Pablo sobre el matrimonio cristiano en Efesios 5:21 al 33. Se nos
presenta una visión de césped recortado, cercas blancas y matrimonios
ideales. ¿Hay lugar en el modelo matrimonial de “una sola carne” para mi
matrimonio imperfecto? ¿Tiene cabida en el mundo real la idea de un
matrimonio que se haga eco del propósito de la Creación de Dios y refleje
el amor de Cristo por su iglesia? Cuando Pablo describe el modelo ideal de
matrimonio, lo hace con un propósito: invitarnos a todos los que formamos
parte de relaciones imperfectas a avanzar hacia este ideal.
Pablo deja entrever que los esposos y las esposas cristianos a los que se
dirige viven su matrimonio en circunstancias que no son ideales. Los
maridos a los que se refiere parecen inclinados a maltratar a sus esposas,
demasiado dispuestos a ejercer la autoridad casi total que la sociedad les ha
concedido (vers. 25, 28-30). La tentación del adulterio y otras formas de
inmoralidad sexual se cierne sobre ellos (vers. 3-11). El evangelio de
Efesios, saturado de Cristo y lleno de gracia, se aplica a los matrimonios y
las familias reales. Por imperfectas que sean, sus familias han pasado a
formar parte de la gran familia de Dios (Efe. 1:5; 2:19). Él es el Patēr
(Padre) de quien “toma nombre toda la familia [patria] de los cielos y la
tierra” (Efe. 3:14, 15). Él reclama sus familias imperfectas y las nuestras,
incluyéndonos en el amplio círculo de su familia y su gracia.41 Él está
atrayendo a tu familia a su gran plan para el universo, para unificar todas las
cosas en Cristo (Efe. 1:9, 10). Él te llama a unirte a él y visualiza a tu
familia como parte de ese gran plan. ¿Cómo sería dar un paso hacia la
unidad de “una sola carne” (Efe. 5:21-33), hacia la paz y la reconciliación
del Calvario (Efe. 2:15, 16), en medio de las realidades de tu círculo
familiar?

Unión, no dominio
En un resumen final de sus consejos a esposas y esposos, Pablo desgrana
las implicaciones prácticas del modelo de “una sola carne” para el
matrimonio cristiano. En primer lugar, resume su consejo a los maridos
cristianos: “Que cada uno ame a su mujer como a sí mismo” (vers. 33,
traducción del autor), afirmando la importancia del modelo matrimonial de
“una sola carne” como núcleo y culminación de la lógica de Pablo.
“Señores”, dice Pablo, “puesto que marido y mujer son ‘una sola carne’,
este es mi mejor consejo para ustedes: amen a su esposa. No la amen solo
de una manera distante y abstracta. Ámenla por medio de atenciones
amables hacia ella”. A continuación, Pablo resume su consejo a las esposas
cristianas, un resumen que debe leerse en el contexto de la cultura de honor-
vergüenza de la época: “Que la mujer respete a su marido” (vers. 33). Del
mismo modo que la iglesia debe ser un orgullo para su divino Esposo,
respondiendo con agradecimiento a sus amables atenciones hacia ella, la
esposa debe responder a las atenciones de su marido con el debido respeto y
honor.
¿Qué significaría tomarse en serio el modelo de “una sola carne” del
matrimonio cristiano que Pablo presenta de forma tan detallada? Dos
modelos de matrimonio cristiano han sido muy discutidos en los últimos
tiempos: (1) el modelo complementario, que considera que la Creación
establece roles permanentes y complementarios para hombres y mujeres en
el matrimonio; y (2) el modelo igualitario, que considera que la Creación
establece la igualdad de maridos y esposas. Curiosamente, ambos modelos
tienden a centrarse en el marido frente a la esposa, y viceversa. ¿Qué
pasaría si uniéramos estos dos modelos con el de “una sola carne”,
escuchando el eco de este mensaje perdurable: “Por eso el hombre dejará a
su padre y a su madre y se unirá a su esposa, y los dos vendrán a ser una
sola carne”? ¿Qué acentuaría el modelo de una sola carne? Se preocuparía
menos por los roles asignados a un miembro de la pareja en contraste con el
otro o de medir el nivel de igualdad entre ambos. En su lugar, se centraría
en quiénes son juntos; qué pueden hacer y ser juntos; cómo pueden
ayudarse, nutrirse, animarse y respetarse mutuamente. Porque desde la
perspectiva divina, son uno.
Pablo elige deliberadamente la norma anterior a la Caída de Génesis 2:24
para las relaciones cristianas entre marido y mujer. Por designio divino, el
matrimonio debe ser una relación de “una sola carne”, en la que la unidad
sexual es reflejo de la unidad emocional y espiritual, y la unidad emocional
y espiritual da sentido a la relación sexual. La desenfrenada explotación
pornográfica de las relaciones sexuales revela lo profundamente arraigada
que está en la cultura moderna la idea del sexo como sometimiento de la
mujer. Pablo sostiene que la relación sexual, tal como se refleja en el
Génesis, no es de sometimiento, sino de unión. No simboliza ni refuerza el
dominio del varón, sino la unión de marido y mujer, hasta el punto en que
son “una sola carne”. Podemos encontrar en el pasaje una profunda teología
contracultural y correctiva del matrimonio y la sexualidad. Cuando
avanzamos hacia el modelo del matrimonio de una sola carne, escuchamos
el eco del propósito de la Creación de Dios, reflejamos la relación de Cristo
con su iglesia y participamos en el plan de Dios para el universo, el plan de
unificar todas las cosas en Cristo.
Con la aprobación del amo, David y Susana esperan unas palabras sobre
su nueva relación y una oración de bendición en la próxima asamblea del
hogar-iglesia. Se sorprenden al saber que un invitado, Tíquico, está
presente, y se quedan estupefactos al oír palabras sobre el matrimonio
cristiano del mismísimo apóstol Pablo. Sorprendentemente, no solo habla
del matrimonio legal y socialmente sancionado entre su señor y su señora.
David y Susana oyen a Pablo pronunciar una palabra bíblica del Edén
sobre su matrimonio: “Por eso el hombre dejará a su padre y a su madre y
se unirá a su esposa, y los dos vendrán a ser una sola carne”. Tomados de
la mano, lloran en silencio en un rincón del patio.
Cuando termina de leer la carta de Pablo, Tíquico, con una sonrisa en el
rostro y un brillo en los ojos, dice: “He oído que tenemos una celebración.
¿Puedo pedir a David y Susana que se acerquen, por favor?” Aplausos y
vítores acompañan su tímida caminata hacia el frente de la columnata.
Indicándoles que se arrodillen, Tíquico pone las manos sobre sus cabezas y
ora para que el Señor Jesucristo bendiga su matrimonio y puedan amarse
mutuamente, como Cristo ama y nutre a su iglesia. David y Susana,
conmovidos y agradecidos, se levantan y se abrazan con lágrimas en los
ojos.
11. Practicar la suprema lealtad
a Cristo
Efesios 6:1-9

A yham Azad, de ocho años, sabe lo que es ser a la vez niño y


esclavo. En una entrevista televisiva, se muestra sombrío y alegre a
la vez. Su alegría es sorprendente, teniendo en cuenta todo lo que ha vivido.
Cuando tenía cuatro años, vio cómo su aldea yazidí, en el norte de Irak, era
atacada y los miembros de su familia ejecutados por devotos del ISIS, que
luego lo secuestraron.
Llevado a Raqqah, fue vendido como esclavo a Moussah, un combatiente
del ISIS, y a su esposa estadounidense, Sam. Durante un par de años,
Ayham vivió con la familia, aprendió inglés y se hizo amigo de Yusef, el
hijo de Sam. Mientras Sam y Yusef se hacían amigos suyos, Ayham
experimentó la dura realidad de ser un esclavo a manos de Moussah. Fue
adiestrado para disparar armas y obligado a participar en la filmación de un
vídeo de propaganda del ISIS. Con la familia, soportó el pánico desgarrador
de los bombardeos de la coalición estadounidense. Cuando le preguntaron si
le daba miedo vivir con el ISIS, Ayham respondió afirmativamente. El
entrevistador le volvió a preguntar: “¿Por qué?” Ayham respondió con
tristeza: “Asustaba a todo el mundo, no solo a mí. Todos los días matan
gente. Sí, todos los días, siempre”.42

Niños y esclavos en Éfeso


Nos equivocamos terriblemente si imaginamos que vivimos en un mundo
donde la esclavitud está abolida y los niños son tratados con cuidado y
respeto por igual. Cuando Pablo habla de las relaciones entre hijos y padres,
y entre esclavos y amos, lo hace en un contexto cultural que, como el
nuestro, es complejo. Ser niño en la Éfeso del siglo I era una tarea difícil.
Un 3 % de la población vivía en la abundancia, como demuestran las
famosas “casas terraza” de Éfeso. El resto de la población –el 97 %– vivía
apenas por encima, por debajo o en el nivel mismo de subsistencia. Entre
las condiciones de la época se contaban las elevadas tasas de mortalidad
infantil, que influían sobre la escasa valoración de los niños. Los padres
tenían el derecho legal de “exponer” a un recién nacido, es decir, dejarlo a
la intemperie para que muriera o fuera “adoptado” por un traficante de
esclavos. Este derecho se ejercía a menudo en el caso de las niñas recién
nacidas, especialmente por parte de los pobres. Las tasas de mortalidad
entre los niños menores de cinco años también eran elevadas: solo la mitad
de ellos sobrevivía hasta esa edad.
Los hijos de esclavos vivían vidas especialmente difíciles e inseguras. Al
nacer, ya eran esclavos. La relación entre sus padres era informal, sujeta a la
voluntad del amo, al igual que su propio apego a su núcleo familiar, ya que
podían ser vendidos en cualquier momento. Obligados a trabajar desde muy
pequeños, solo les esperaba una vida de trabajo duro. Estaban
completamente sometidos a las órdenes del amo. El amo controlaba incluso
la vida sexual de los esclavos, y podía exigirles favores sexuales para sí
mismo o para quien quisiera.
Aunque algunos esclavos domésticos podían aspirar a la “libertad”, o
manumisión, en torno a los treinta años, se trataba de una edad
avanzada en una época en la que la esperanza de vida era mucho
menor que en la actualidad. Además, con la llamada “libertad”, un
esclavo se convertía en un “liberto”, lo que apenas se parecía a la
existencia de una persona nacida libre. El esclavo manumitido
(emancipado) conservaba una identidad perdurable y degradante
como esclavo, así como una relación ligada al antiguo amo, que aún
podía exigirle diversas tareas y podía revocar su manumisión si le
resultaba económicamente ventajoso hacerlo.43

A hijos y padres: Acuérdense de Jesús


Este esbozo pone de relieve la forma y el contenido de los consejos de
Pablo a hijos y padres, y a esclavos y amos de esclavos, ya que la carga de
su mensaje a padres y amos de esclavos no es reforzar y aumentar su poder
(el enfoque habitual de la época). Por el contrario, hace que los tiernos
valores del evangelio, y especialmente la lealtad al Padre y Amo, influyan
sobre el comportamiento de padres y amos. En su consejo fuertemente
contracultural, Pablo habla no solo a los padres acerca de los hijos, como
hacían los moralistas de la época; habla también a los hijos. Pablo escribe
estas palabras para que sean leídas en voz alta en los hogares-iglesia
cristianos, sabiendo que los niños estarían presentes. Al dirigirse
directamente a ellos, los honra, reconociéndolos como participantes del
culto cristiano primitivo y como miembros de la familia cristiana.
Al pedir a los hijos que obedezcan a sus padres, añade una frase de peso:
“Hijos, obedezcan en el Señor a sus padres” (vers. 1; cursiva añadida).
Pablo reconoce a los hijos como creyentes. Son discípulos del Señor
Jesucristo (ya que “Señor” en Efesios designa regularmente a Jesús). Deben
pensar en cómo se relacionan con sus padres en el contexto de una relación
aún más importante, su relación con el Jesús exaltado.
Para apoyar su exhortación a los hijos, Pablo cita el quinto Mandamiento:
“Honra a tu padre y a tu madre”. Pero interrumpe la cita para realizar una
observación: “Es el primer mandamiento con promesa”. Y luego concluye:
“Para que te vaya bien y vivas largo tiempo sobre la tierra” (vers. 2, 3,
citando Éxo. 20:12; cf. Deut. 5:16). Habla directamente a los niños,
compartiendo un Mandamiento lleno de promesas. Cree que los
Mandamientos y las promesas de la Biblia son para ellos. Cree que el Señor
los ama y desea para ellos una vida buena y larga (vers. 3).
¿Te imaginas a un par de niños sentados cerca de la fuente del patio,
arrojando piedrecitas en ella mientras escuchan la carta de Pablo? Cuando
oyen la palabra “niños” se detienen, con las piedras quietas en la mano,
captando el tono de respeto hacia ellos. Toda la carta cobra vida al
recordarles la importancia de su relación con Jesús. Estas breves palabras
dirigidas a ellos no son un “cuento para niños” intercalado en una carta
destinada a los adultos. Si Pablo tiene razón al decir que están “en el
Señor”, significa que Dios les dio “vida junto con Cristo” y los “sentó en el
cielo con Cristo Jesús” (Efe. 2:5, 6), que han sido reconciliados “con Dios
[…] en un solo cuerpo mediante la cruz” (vers. 16)... y todo lo demás.
¡Todo es suyo en Jesús!
Para los padres, Pablo brinda consejos tanto en negativo como en
positivo. En negativo, no deben provocar a sus hijos, haciéndolos enojar
innecesariamente para afirmar la autoridad paterna. En positivo, deben
educarlos “en disciplina y amonestación del Señor” (Efe. 6:4), para darles
una instrucción y una exhortación que tengan al Señor Jesús como centro y
punto de referencia. Se trata de “enseñar y corregir a los hijos con el
ejemplo práctico y con palabras que tengan por objeto formar vidas
conforme a la enseñanza acerca de Cristo, el Señor”. Este enfoque en Cristo
“habría dado a la relación entre niños cristianos y padres un carácter
distintivo”44
Al repasar Efesios 6:1 al 4, observamos que Pablo comienza su consejo a
los hijos argumentando que su obediencia debe ser “en el Señor” (vers. 1); y
concluye su consejo a los padres con el llamado a brindarles a sus hijos una
educación centrada en Cristo, “en disciplina y amonestación del Señor”
(vers. 4). Señala, al principio y al final del pasaje, la importancia de
apreciar, respetar y fomentar la relación que los niños tienen con Jesús.
La historia del llamado de Dios al niño Samuel (1 Sam. 3:1-21) es una
poderosa narración bíblica que reafirma el mandato de respetar la relación
entre los niños y su Dios. Ocurrió en una época en la que Dios no hablaba
frecuente y directamente a su pueblo (vers. 1). Dios quiebra el tenso
silencio, susurrando tres veces en la noche a un niño, pronunciando su
nombre: “¡Samuel!” (vers. 4-8). En el momento en que esto sucede, Samuel
“no había conocido aún al Señor, ni le había sido revelada palabra del
Señor” (vers. 7). Mientras “ministraba al Señor” (vers. 1) y dormía cerca
del “arca de Dios” (vers. 3), seguramente habrá oído hablar del Señor. Pero
hay una diferencia entre conocer del Señor y conocer al Señor, y esa
experiencia más profunda no se había producido aún en la vida de Samuel.
Cada vez que Dios susurra, Samuel aparta las sábanas de la cama y corre
hacia Elí. Al llegar al lado del sacerdote somnoliento, repite la misma
explicación cortés: “Aquí estoy, ¿para qué me has llamado?” (vers. 5, 6, 8).
Si llega un momento en la vida de cada niño en que el Señor comienza a
hablarle al corazón y a la mente, susurrándole en la noche, Elí presenta a los
padres, docentes y maestros de Escuela Sabática un importante ejemplo. Le
llevó un tiempo, igual que a nosotros nos lleva reconocerlo, pero finalmente
“entendió que el Señor estaba llamando al joven” (vers. 8). Elí percibe esta
verdad: ¡“El Señor” está “llamando al joven”! Debemos estar atentos a ese
momento en la vida de los niños que Dios ha confiado a nuestro cuidado y
maravillarnos al darnos cuenta de que el Señor del universo está hablando a
esa niña o a ese niño. Como Elí, debemos apreciar y respetar esta nueva
realidad. Le dice al niño que responda al saludo del Señor de esta manera:
“Habla, Señor, que tu siervo oye” (vers. 9). Así, “el Señor vino y volvió a
llamar como las otras veces: ‘¡Samuel, Samuel!’ ” Samuel responde como
se le ha ordenado, aunque no se atreve a utilizar el nombre divino “Jehová”
o “Señor”: “Habla, que tu siervo oye” (vers. 10).
Se establece la conexión entre el Señor y el muchacho. Samuel ahora
conoce al Señor. Inmediatamente, el Señor confía en el muchacho,
compartiendo con él su terrible e irrevocable juicio sobre la casa de Elí, la
primera de las muchas revelaciones que luego le hará (vers. 19-21). Al
aceptar el difícil mensaje de Samuel, Elí aprecia y respeta la relación de
Samuel con el Señor, tal como Pablo nos anima a hacer en Efesios 6:1 al 4.
¿Por qué es tan importante este punto? Porque “lo único más importante
que” la obediencia de nuestros hijos hacia nosotros es “su obediencia a la
Voz de lo Alto”.45

A los esclavos y a los amos de esclavos:


Sirvan a Jesús
Pablo habla más extensamente a los esclavos (vers. 5-8) que a los amos de
esclavos (vers. 9). Al dirigirse a ambos, plantea un tema común: no olviden
su relación más importante. Todos son –esclavos y amos por igual–
esclavos del Cristo exaltado. Al exponer este tema para los esclavos, Pablo
les pide que hagan una gran sustitución en su pensamiento y su
comportamiento: “Pongan al Cristo exaltado en el lugar que la cultura ha
reservado para su supuesto amo. No se limiten a servirlo a él, ¡sirvan a
Cristo!”
Imagina que entras en tu clase de Física de la escuela secundaria, justo a
tiempo para oír al director anunciar que tu profesor está enfermo y que
llegará un suplente. Cinco minutos más tarde, llega el sustituto, un señor
mayor desaliñado y todo despeinado. Miras la foto de la tapa de tu libro de
Física y vuelves a mirar al suplente para confirmar que ¡Albert Einstein
acaba de entrar en el aula!
Pablo llama repetidamente a realizar una sustitución aun más dramática:
Jesús en lugar del amo de los esclavos.
1. “Esclavos, obedezcan a sus amos terrenales con profundo respeto y
temor” (vers. 5).46 Al referirse a sus amos como “amos terrenales”, el
pasaje ya anuncia el mensaje central de Pablo: estos esclavos cristianos
no solo tienen un amo terrenal, sino también un Amo celestial.
2. “Tal como servirían a Cristo” (vers. 5). Es difícil –incluso imposible–
servir a tu falible (y, a veces, violento) amo con dedicación y devoción.
Para servir con “sincero corazón”, tendrás que hacer un intercambio
importante. Dirige tu servicio verdadero y sincero a Cristo, el Amo
celestial, en lugar de dirigirlo a tu amo terrenal.
3. “Traten de agradarlos todo el tiempo, no solo cuando ellos los
observan” (vers. 6). No con el ojo puesto en el amo, buscando agradar a
un mero ser humano que no es tu verdadero y supremo Amo.
4. “Como esclavos de Cristo, hagan la voluntad de Dios con todo el
corazón” (vers. 6). Ustedes tienen una identidad alternativa, más
verdadera e importante que ser esclavos de su amo terrenal. Ustedes son
esclavos de Cristo. Viviendo con esa identidad, serán capaces de servir
de todo corazón.
5. “Trabajen con entusiasmo, como si lo hicieran para el Señor y no para
la gente” (vers. 7). Otra vez aparece el reemplazo: el Señor Jesús en
lugar de un simple hombre.
6. “Recuerden que el Señor recompensará a cada uno de nosotros por el
bien que hagamos, seamos esclavos o libres” (vers. 8). Una vez más,
Pablo pide una sustitución. Los esclavos de Cristo deben buscar en
Cristo, y no en el amo terrenal, la recompensa por su trabajo, una idea
que Pablo amplía para incluir a todos.
Luego de haber afirmado el principio de reconocer a Cristo como el
verdadero Amo, el apóstol extiende la idea a la experiencia de los amos de
los esclavos, comenzando su consejo para ellos de una manera
sorprendente: “Y ustedes, amos, hagan con ellos lo mismo” (vers. 9). Puedo
oír la respuesta en voz baja del amo al oír estas palabras de Pablo: “¿Qué?
¿Se supone que debo tratar a mi esclavo como él me trata a mí? ¿Adónde ha
ido a parar este mundo?” Para Pablo, la relación entre esclavos y amos es
una relación recíproca fundamentada sobre la idea de que Cristo es, en
realidad, el verdadero Amo de todos.
Pablo continúa razonando así con los amos de esclavos: “Puesto que tú,
amo de esclavos, no eres el verdadero y último Amo, no tienes derecho a
amenazar a tus esclavos. Compartes el verdadero Amo con tus esclavos.
Todos ustedes lo sirven a él, el Amo celestial, que no utiliza categorías y
etiquetas humanas, clasificando a uno como ‘esclavo’ y a otro como ‘amo’.
¡Él no tiene preferencia por uno sobre el otro!” (ver el vers. 9).
El repetido llamado de Pablo a poner a Cristo en lugar de los demás
resuena a lo largo de los milenios. En nuestras relaciones, especialmente
cuando nos irritan y nos agobian, podemos mirar hacia arriba y encontrar
una nueva orientación y estímulo en el reconocimiento del Cristo exaltado.
¿Cómo podría ver al Señor en las personas falibles, problemáticas y
egoístas de mi vida? ¿Y cómo podría percibir a Cristo en aquellos que estoy
tentado a pasar por alto –incluidos los niños esclavos como Ayham Azad–,
mientras nos acercamos a la declaración final de Cristo: “Les aseguro,
cuanto hicieron a uno de estos mis hermanos pequeños, a mí me lo
hicieron” (Mat. 25:40)?

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