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Las tramas locales

Hace pocos días un grupo de alcaldesas y alcaldes independientes de centroizquierda solicitó a los
partidos progresistas que las candidaturas del sector a las próximas elecciones municipales sean
en lista unitaria, para no dispersar las fuerzas que deben hacer frente al avance de la derecha. El
rostro más visible de ese grupo es Claudio Castro, alcalde de Renca, reelecto con el 92,5% de los
votos en las elecciones pasadas.

Su planteamiento se resume en la regla de Martín Fierro: “Los hermanos sean unidos / porque esa
es la ley primera/ tengan unión verdadera / en cualquier tiempo que sea/ porque si entre ellos
pelean / los devoran los de ajuera". El propósito de este grupo es, desde luego, electoral, pero es,
al mismo tiempo, un llamado a repensar las condiciones y prioridades del diálogo democrático.

Los alcaldes y las alcaldesas son esa especie anfibia, encargada de hablar el lenguaje de las élites
políticas y el de las organizaciones vecinales. Son los traductores de la política desde el territorio
mismo hacia las alturas del poder que no logra permear el interés ciudadano ni con la
conversación constitucional ni con el debate legislativo. Y tienen, en muchos casos, algo que
cualquier político querría: legitimidad, conocimiento específico y arraigo.

Según la última encuesta CEP, las cinco instituciones en las que más confían chilenas y chilenos son
las de orden y seguridad (PDI, Carabineros, FF.AA.), además de universidades y radios.
Inmediatamente después, en el sexto lugar, están los municipios, con un 26%. Más atrás figura el
Gobierno (18%) y, muchísimo más atrás, el Congreso (8%) y los Partidos Políticos (3%). El consejo
constitucional no alcanzó a ser medido, pero sabemos, por la última encuesta UDP, que su
aprobación está también en el piso. Quizás sea buena idea dar a los jefes comunales mejor tribuna
en la conversación pública.

Tras el estallido de 2019, los únicos que vieron venir lo que ocurrió fueron, precisamente, los
alcaldes y alcaldesas de todos los signos políticos. Germán Codina resumía la situación como “la
crisis de la inequidad y de los abusos”; Rodolfo Carter hablaba del cansancio de la clase media.
Más de 200 comunas adhirieron a la consulta ciudadana no vinculante por una nueva constitución,
y durante semanas los únicos actores políticos no pasmados por la perplejidad fueron los alcaldes.
El diagnóstico que compartían era que habían advertido del profundo malestar al Gobierno, a los
partidos y a los parlamentarios, y que uno de los problemas de la desconexión entre los lenguajes
de las élites y la realidad de las personas era marginar a alcaldes y alcaldesas de la conversación
pública, como si gestionar gobiernos locales fuera menos relevante que pensar Chile.

La estratificación y la marginación en el debate opera contra el debate mismo. Los alcaldes no solo
conocen el pulso de sus territorios; conocen, además, los repertorios lingüísticos, simbólicos y
políticos que conectan con las realidades cotidianas, y ese conocimiento es esencial para salvar la
distancia que hoy tiene la política con las personas. Si se trata de gestionar narrativas que
permitan el encuentro entre las élites y las grandes mayorías ciudadanas, las tramas locales y sus
intérpretes deben estar al centro de la historia.

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