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La sequía había azotado el pequeño pueblo de Mairena del Aljarafe durante meses, el
agua se había convertido en un bien preciado y difícil de conseguir. Esto debido al mal
uso que se le daba a la misma. Los habitantes debían caminar largas horas en busca de
un pozo que aún tuviera algo de agua potable.
La pequeña Rocío, de tan solo siete años, veía cómo su madre se desesperaba por
conseguir el vital líquido para su familia.
Un día, mientras caminaba por el campo, Rocío encontró un pequeño charco de agua.
Se acercó y vio que el agua estaba cristalina, parecía perfectamente potable. Decidió
llenar un pequeño frasco que llevaba en su mochila para mostrárselo a su madre.
Cuando llegó a casa, su madre se sorprendió al ver el agua en el frasco.
¿Dónde conseguiste esto, hija? preguntó, incrédula.
Lo encontré en el campo, mamá, respondió Rocío con una sonrisa.
La madre de Rocío decidió llevar el agua a analizar a Madrid, donde los estándares del
agua se encontraban debido a su gran canal de Isabel II, para asegurarse de que era
potable. Cuando recibió los resultados, su sorpresa fue inmensa: el agua era de una
calidad excepcional, incluso mejor que la que se encontraba en los pozos del pueblo.
Rocío había encontrado la solución para el problema de agua del pueblo de Mairena.
La noticia se esparció rápidamente y, pronto, el pequeño charco se convirtió en un
lago artificial que abastecía de agua a todo el pueblo.